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1

Yerubia

Jesús Ursagasti
Poeta boliviano

Te llamo desde el vientre de la vida ahogado por el viento


te nombro cuando mi sangre reclama la hierba del caballo.
Bajo las estrellas de siempre el cielo me parece más luminoso.
Encarcelado por la sombra de tus ojos descubro en la selva
el infinito origen del amor convertido en clima terrestre.
Una vez fui a caballo por la llanura que recorren los sueños
recién parido el tigre pugnaba por gruñir a los árboles
mientras extraños pájaros dormían en el centro de la noche.
Noche lunar cambiante y propicia para la sangre enardecida
más allá de sus linderos se sobresalta el universo
como si presintiera que en esa decidida y pétrea soledad
hizo nido el aroma perturbador de tu ausencia.

Pero viajo. Las ciudades revientan como luminarias


intranquilizadas por el silencio. Viejos parques
encendida ruta de los que nunca se agachan
término de la suavidad y comienzo de la pasión salvaje
parado cuantas veces por un maligno destino quise saludarte
la paloma ausente del corazón de la madera el ojo abierto.
Ya no soy el que metió el pie en el río enceguecido
sino la insoluble materia que las aguas pulen sin miedo.
Perdonado por un trayecto de luces y sombras
como un relámpago me alumbran otros árboles
otras infancias en los dominios de un Dios muerto.
Quien quiera que seas bajo la luz de mayo
alborota tu aparición el mundo solar.

Nevando está afuera parece que está nevando


dice la voz de todos los días con su entonación de mujer.
Las pantorrillas desnudas reciben al terso crepúsculo
mientras mi ser en alpargatas camina en la caliente arena.
No me dejes le pido en mi idioma secreto al monte
no me abandones en este desierto de ilustres palmeras.
Panza pelada pasa el tapiete ajeno al ardor de la luz
quizás encandilado por un oficio más sagrado.
Ceremonia final son mis ojos frente a una catedral
comienzo del mundo cuando entre sueños
alguien se comunica con el idioma de los pájaros.
Más allá del monte resplandecen las ciudades de Dios
pero en mi destierro adivino el hilo seguro de la redención.
La violencia del destino me vuelve sordo a otra fe
que no sea la de la transfiguración de tu sombra.
A veces vuelvo a la tierra y me convierto en buey
2
sin una ofensa asumo la infinita sed en la llanura desierta.
Seducida por una estrella mi frente transpira
y se define apoyada en la fresca flor del diablo.
Mirando la Cruz del Sur recuerdo tus trenzas
tus ojos llegados del inconsolable lago de las oraciones
incorporándome descubro otras leyendas en tu cuerpo joven
bajo la vista para no presentir en ti a la maga en penumbras.

Ahora macheteo el monte en busca de guayabillas


con mi alforja tejida en el aire voy caminando
dispuesto a calmar la sed en un charco de zancudos.
Dirijo la mirada al cielo para orientar el rumbo de mi sangre
y en la noche prendo el fuego nunca a la orilla de la paz
sino en la impenetrable selva de tus ojos sol de verano.
Pero una fuerza que excede a mi sangre amotinada
me traslada a tu fría ciudad concebida
con un horizonte para cóndores. Paja brava
luz elevada hacia el árido sollozo ancestral.
Aquí nombro al tigre. Lo expreso al alabar
la inimitable canción celeste que surge de tu melancolía.

3
Procesiones de primavera

Luis Alonso Cruz Álvarez


Poeta peruano

Aquí estoy
repleto de máscaras
y con la sonrisa hecha
líneas
Tú me sales al encuentro, eres un cuerpo
rodeado de cirios derretidos.
En el patio, unos chiquillos
remecen bambúes
derrotados por el viento.
Las calles huelen
a sahumerios
y en cada cuadra hay un
tumulto
por los Muertos.
Una pobre convicción
empapa a la gente
repiten los nombres
de amores prohibidos
en libros prohibidos,
todo lo prohibido a media voz
¡Lo que hace la primavera!
Bajo el calor del sol primaveral,
un amigo se oxida,
es Mayo (del año 1989)
El arcoíris es monocromo,
se escuchan explosiones
y pronto no estaremos,
ni tú ni yo
solo el lecho de este río
repleto de nombres y apellidos
cuarteados,
retratos nitrosos y eternos,
seremos uno
con la primavera muerta.

4
Te atribuyo el torrente de mi sangre

Paura Rodríguez Leytón


Poeta boliviana

son las palabras


con su urgencia de viento
las que arremeten contra este cuerpo
cubierto de recuerdos vegetales.
el alma trata de quedar ilesa,
pero hay un huracán que sacude
hasta el rincón más oscuro de los zapatos.
Las cuencas del tiempo nos miran absortas,
preñadas de lluvia lista para deshojarnos con caricias
maternales.
será un sempiterno venir y caer de horas.
Mas no tiene remedio este reloj que canta los desvelos.
¡Qué urgida está la mañana con sus flores tenues y su
pan fresco!
¿cuál es la profundidad?:
nuestra piel envejecida,
nuestros papeles perdidos y desordenados,
nuestro accidentado recorrido por el día.
Las puertas que cruzas son como bocas ajenas a tu
propio cuerpo.
en el viejo tejado no hay más que murmullos:
murmurios de palomas lánguidas
acontecidas por una campana de toques geométricos,
no hay más que los labios mordidos por una erosión del
lenguaje.
Lo profundo es esta voz cicatrizada y el ombligo extraño
de mirada cíclope.

5
Para grabar video de lectura coral

El petirrojo

José Iniesta
Poeta español

¿Desde qué nieves, dime,


A través de qué cielos
vacíos de qué mundos y otoñales
llegaste hasta las ramas del jardín?

¿Qué impulso te guió


A través de la helada,
Qué fuerza en la mañana que no tengo
te trajo con tu trino hasta este patio
de sombras y memoria, desde dónde?

Tú y yo somos lo mismo, y amanece.


Tú y yo somos del tiempo y de la llama.
Seremos, oh semblanza, por el mundo
del aire y de otras nubes que vendrán
bajo esta luz apenas del comienzo.
Por eso repetimos en el alba
Un canto que es común,
Un fuego en la penumbra
Capaz de iluminar
en las selvas la noche,
en la noche las selvas
de nuestro corazón.

II
Tu vuelo ya ha ocurrido, no es presente.
La tierra está girando en la alegría,
y es más limpia la luz
derramada en los muros
del patio amanecido.

Tu canto dio sentido a mi silencio.


Tu vuelo no es presente,
ya ha ocurrido.

La rama está temblando todavía.

III
6
Bajo esta luz herida de diciembre,
¿qué reclama tu canto?
¿Desde dónde tu vuelo
detenido en la escarcha de las horas?

Tras el vidrio del mundo y la apariencia


me comprenden tus ojos un instante
con esa llamarada de todo lo fugaz.
Y al mirarme adivinan en los hielos
cansados de mi rostro
la derrotada hoguera,
las ascuas merecidas
de un todo que perdura
y se expande por dentro:
las brasas fulgurantes
de una vida secreta
en el patio vacío.

7
Mi casa

Homero Carvalho Oliva


Poeta beniano, Bolivia

I
De niño imaginaba mi casa
la veía pequeña por fuera e inmensa por dentro

La soñaba con muchos cuartos


y una chimenea que nunca se encendía

Con libros por doquier abiertos al azar


para que las palabras compartan el hogar.

II
Hoy mi casa posee jardines
en los que cada mañana cantan las aves

Y en su interior cantan mis hijos


Acompañados por un violín chiquitano

En las paredes de ladrillo


Cuelgan sus retratos dibujados con carboncillo.

III
En el jardín de mi casa
alguien plantó un total rodeado de bambúes

Yo sembré un guayabo
un árbol de manga rosa y unas inmensas sandías

Mis hijos sembraron un pino araucano


y mi esposa llenó las esquinas con jarajorechis.

IV
Por las noches abrimos el infinito
dejando que nuestro hogar nos habite

Mis hijos cuentan sus días


inventándose historias para hacerlos creíbles

Y cuando se duermen recogemos las palabras


que guardaremos para revelarlas cuando ellos se ausenten.

8
La visita del mar

Javier Sologuren
Poeta peruano

Soy un cuerpo que huye, sombra que madura


con un murmullo de hojas en tu mirada
igual al mediodía cruel y esplendoroso:
mar, ala perdida, párpados de nieve,
casto sonámbulo entre materias corrompidas,
ola sedosa en que tristemente espejeo.
Toda palabra es mía cuando estoy en la orilla
de tus ojos, mar, todo silencio es mío.
Extraño huésped que me dejas turbado,
instante en que habito sólo lentamente,
dichoso, melancólico, desierto, penetrante.
No estoy en mí, no soy mío, viento son mis ojos,
mar, ahora que se miran, ahora que tu rostro
me alza largamente despierto en el vacío,
blanco corcel yo mismo inmaterial, desnudo.
Pasos furtivos, mar, hacia ti me conducen
cuando la noche es en tí una hoja de palma
y mi cuerpo no es sino blandísima nieve,
llorosa sombra, triunfante peso de oro.
En la altitud de la noche abro una ventana.
En mis ojos el sueño es un juguete de hielo,
una flecha preciosa que no alcanzará a herirme.
(Oído visible de la estrella, registradme).
Mar, desde tu pecho abre sus venas la zozobra,
canta el fuego fugaz de solitarias perlas,
mudo rayo terrestre me quema hasta el cabello.
El aire de la noche, tus dedos ciegos, celestes;
tu profunda seda, mar, ardiendo quietamente.
(La hermosa luz ya viene en unos pies danzando).
Playa pura, final, mar, donde no somos
sino un fantasma entre las flores de la aurora.

9
¿Cuál es la patria?

Amadeo Castro
Poeta tarijeño, Bolivia

Cuál es la bandera
de los desheredados de la tierra
cuál es la patria
de los desterrados de la vida
cuáles los colores de su bandera
cuál es el nombre de su patria.

Cuál es el himno de los sin voz


cuál la canción de los sin pan
cuál es el contenido del himno
de los que tienen el estómago vacío
cuál es el cielo de los sin techo.

Cuál es el dios de los olvidados


el futuro de los sin destino
no es cierto que las estrellas refugien
a los que amanecen a la intemperie
es el frío, es el viento, es la helada.

Cuál será la patria de los que duermen


en las duras aceras, cobijados con cartones
cuál es la patria de millones de desheredados
los sin tierra, los obreros sin jubilación,
los relocalizados, los indígenas expulsados
pancartas por banderas
bloqueos por Constitución
estribillos por himno
el gris eterno, los colores de su bandera
el hambre y la injusticia, el nombre de su patria.

Oídlos en las marchas, oídlos en las protestas


oiréis las letras de su himno nacional
los marxistas lo han olvidado
los nacionalistas los han pisoteado
los movimientistas les han mentido
los “socialistas” lo han traicionado.

Cuál es el honor de los masacrados


cuál la patria de los desaparecidos
cuál la bandera de los torturados
cuál el dios de los asesinados
estos son los símbolos de los desheredados.

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Dice la canción popular:
“Esta vida ya no es vida”, si aquí no hay vida
“Esta pena ya no es pena”, si todo es pena.
Esta patria no es nuestra es ajena.

Nosotros lo desheredados de la vida


Encontramos la patria
en los caminos y calles de las ciudades
donde ha sido derramada la sangre de los masacrados
en los gritos de dolor de nuestros torturados,
en la tumba sin nombre de los desaparecidos,
en los sueños y la memoria de los expulsados,
en el llanto del pueblo por los asesinados,
en el cansancio prematuro de los niños
en la mirada de los niños que trabajan.

La patria está en la angustia de millones de corazones


que sufren no por sus cuerpos en harapos
sino por una patria que es despedazada
por unos cuantos felones de cuyos abuelos creen haber heredado
la propiedad absoluta y el derecho eterno
para disponer con impunidad
de todo lo que tiene vida en la superficie
y de toda riqueza bajo el suelo
estos cuantos reos de todos los delitos

son quienes se inventaron un nombre, un dios


una bandera, unos colores e himnos
esa es la patria de ellos
la nuestra lo sabemos ya cual es
está en nuestros corazones, en nuestra memoria
en nuestros huesos, en nuestra sangre
cada nuevo día nuestra mirada es más clara y más intensa.

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Mitos

Miguel Cortés Gutiérrez


Poeta costarricense

Cuando te camine un alma desnuda la espalda,


sea tu ventana un mapa sin mundo,
silbe el viento llanto y no flores.
Cuando recuerdes cómo utilizar la voz
y los gritos de la puerta sean otoño,
y dos orquídeas sin cerrar te abracen las pupilas.
Cuando hacer el amor te sea hacer el amor,
la paciencia un río de pájaros y miel,
la boca un pentagrama irrenunciado de caricia.
Cuando sospeches que ser mujer completa
es sólo la verdad universal en primavera,
inevitable intento de juicio y sinrazón hasta besarse.
Cuando descubras que todos tus vestidos llevan piel,
que tus labios atienden a nombres ancestrales
y lo que llevas dentro es alma descalza.
Sabrás que no hay puerta ni ventana,
que la razón y la locura son todo lo contrario,
que los pájaros no son pájaros sino pájaros,
y que la primavera y el amor son mitos que tú y yo inventamos.

12
Ausencia

Kethy Castedo Zacharía


Poeta beniana, Bolivia

Cuando ya nadie escuche


el sollozo trémulo
de mi ahogada voz.
Cuando tú ya no sientas
que mis manos te acaricien
y que mi aliento te confunda
con el calor de la noche,
sabrás que me has perdido;
y en medio de tu canto
pronunciarás mi nombre
buscando en cada nota
las sombras del olvido.

Y yo, que habré partido


hacia ningún lugar,
me vestiré d prisa
y perdida en el tiempo,
seguiré las huellas
de un largo caminar
hasta encontrar
la soledad que añoro.

Y sólo entonces seré feliz,


Feliz con mi muda compañera,
la noche… la que no miente, no engaña
ni tiene máscara en el
carnaval de la vida;
la que muchos esperan
y tantos desprecian;
la que yo sueño incesante
porque así, negra, fría
y triste como es,
tiene su encanto
de matices ocultos
que conforman mi alma
con el grato silencio
y éste es mi fiel compañero…
es mi amante.

13
El odio

Wisława Szymborska
Poeta polaca

Miren qué buena condición sigue teniendo


qué bien se conserva
en nuestro siglo el odio.
Con qué ligereza vence los grandes obstáculos.
Qué fácil para él saltar, atrapar.

No es como otros sentimientos.


Es al mismo tiempo más viejo y más joven.
Él mismo crea las causas
que lo despiertan a la vida.
Si duerme, no es nunca un sueño eterno.
El insomnio no le quita la fuerza, se la da.

Con religión o sin ella,


lo importante es arrodillarse en la línea de salida.
Con patria o sin ella,
lo importante es arrancarse a correr.
Lo bueno y lo justo al principio.
Después ya agarra vuelo.
El odio. El odio.

Su rostro lo deforma un gesto


de éxtasis amoroso.

Ay, esos otros sentimientos,


debiluchos y torpes.
¿Desde cuándo la hermandad
puede contar con multitudes?
¿Alguna vez la compasión
llegó primero a la meta?
¿Cuántos seguidores arrastra tras de sí la incertidumbre?
Arrastra solo el odio, que sabe lo suyo.

Talentoso, inteligente, muy trabajador.


¿Hace falta decir cuántas canciones ha compuesto?
¿Cuántas páginas de la historia ha numerado?
¿Cuántas alfombras de gente ha extendido,
en cuántas plazas, en cuántos estadios?

No nos engañemos,
sabe crear belleza:
espléndidos resplandores en la negrura de la noche.
Estupendas humaredas en el amanecer rosado.
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Difícil negarle patetismo a las ruinas
y cierto humor vulgar
a las columnas vigorosamente erectas entre ellas.

Es un maestro del contraste


entre el estruendo y el silencio,
entre la sangre roja y la blancura de la nieve.
Y ante todo, jamás le aburre
el motivo del torturador impecable
y su víctima deshonrada.

En todo momento, listo para nuevas tareas.


Si tiene que esperar, espera.
Dicen que es ciego. ¿Ciego?
Tiene el ojo certero del francotirador
Y solamente él mira hacia el futuro
con confianza.

Traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán.

15
Aymara

Jorge Wilder Cervantes


Poeta orureño, Bolivia

Te regalaron un destino
sin sueños ni colores
y en el barro de tu yo
abrieron sangrienta herida,
sobre tu cruz de mitos y leyendas
abusaron del ancho amanecer
de tus ternuras.

Te obsequiaron una noche


Que no amanece
Donde te duele la espera
Y el olvido.

Rompiendo tu indómita lanza


Y su promesa
Sembraron en tu pecho
para hacer
como querías
en cada rama
un frondoso y cálido nido
donde tu decretada mansedumbre
no sea una primavera
siempre ausente.

Pero tienes que regresar


sobre ese adiós injusto
que van dejando sus huellas.

Desde el alfabeto
de tu arado vencido
Y ese padrenuestro
para ti incomprendido
al final
de tu justa tristeza
renacerás
con los alados colores
de tu esperanza y tu wiphala.

Entonces
todo lo vivido
y lo penado
agonizará en el sudor
de tu latido
16
otro latido de amor
será sembrado
con la mística de tu corazón
nunca rendido.

En las quenas de tu llanto


y las sombras de tu pena
Traerás el vértigo de amor
de todos los abismos
de tus Apus
para esbozar
con tus dedos útiles
el perfil de una patria
de arcilla
cuya mano inmensa
lleve esa paloma blanca
llamado Libertad.

17
Hay muchas maneras de estar muerto

Vicente Gerbasi
Poeta venezolano

No quiero explicarme por qué mis ojos


pueden ver este castillo cubierto de hiedras
de verde muy oscuro y solitario
bajo los astros de los búhos,
ni por qué mis ojos pueden detenerse
a ver caer la nieve durante tanto tiempo,
hasta que arropa todos los muertos
y los deja allí con sus vestiduras
de diferentes colores en el hielo.
Mi padre fue enterrado en el trópico,
en Canoabo, y sus ojos, por tanto, no se helaron,
pero sí, tal vez, tuvieron que ver con otras cosas
muy distintas al frío,
sin duda, con culebras que perforan la tierra
y silban a orilla de los muertos
como a la margen de un lago
de juncales remotos y relámpagos.
Hay diferentes maneras de estar muerto,
aun estando vivo en medio de los planetas,
con nuestra cara semejante a la tierra
fotografiada desde Géminis 13,
viendo nuestros propios ojos
rodeados de huesos,
un poco más arriba de los dientes;
ensimismados en los ojos de los pescados
que nos miran en las pescaderías iluminadas.
Hay muchas maneras de estar muerto
y siempre nos es dado tomar nuestro cráneo
y ponerlo a reposar al borde de la tumba
o llevarlo al gran salón de baile,
como tal vez lo hizo Hamlet,
mientras Ofelia se ponía un velo de luna nevada,
ay, de luna nevada entre los abedules.

18
Agonía fuera del mundo

Rosario Castellanos
Escritora mexicana

Miro las herramientas,


el mundo que los hombres hacen,
donde se afanan,
sudan, paren, cohabitan.
El cuerpo de los hombres prensado por los días,
su noche de ronquido y zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.
Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que los metales.
Sin orgullo (¿Qué es el orgullo?
¿Una vértebra que todavía la especie no produce?)
Los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean,
devoran y disputan a otro la carroña.
Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados,
contemplan el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.
Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.
No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos,
de los que mueren de algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.

19
existe una playa

Raquel Salas Rivera


Poeta puertorriqueña

donde hombres blancos con escopetas


le disparan a caracoles consanguíneos
que destrozan como amapolas de cristal
le disparan a todo
al mar a las gaviotas
a las piedras
a los volcanes en miniatura
a las deltas
a la nube pasajera que se parece al enemigo
del peso de las escopetas
se quiebran sus muñecas
sus manos rondan por la playa
cuya alga camuflajea la arena
protegiéndola del calor insoportable
de la sangre
las sirenas amputan su pierna singular
queriendo ser bípedas
porque disney les ha dicho
que en la tierra caminamos
desean enredarse en la red
llegar a un patio americano
sazonar todo con sal y pimienta
decir que odian el cilantro
deciden que aunque las maten
valdría la pena arriesgarse
por los niños futuros
que nacerán sin agallas
y los hombres con las escopetas las matan
y los hombres con las escopetas se casan con ellas
en la iglesia local
el pastor las limpia de pecado y pasado
induciéndolas al nuevo mundo
de carritos fisher price
vecinos que saludan
y mangles forrados de cruces

20
En el final era el verbo

Olga Orozco
Poeta argentina

Como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,


humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
Son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar,
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
Y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo
para sustituir los jardines del edén sobre las piedras del vocablo.
¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás todos los alfabetos de la muerte?
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
Cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer ya destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
Extensiones sin límites plegadas bajo el signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el soplo alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos, los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la rosa.
Yo velaba incrustada en el ardiente hielo, en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de las estrellas o el de las hormigas.
Miraba las palabras al trasluz.
Veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.
Quería descubrir a Dios por transparencia.

21
La patria no existe

Joaquín Terrazas
Poeta boliviano

La patria no existe
pero voy a llorarla hoy
como si lo hiciera y de pronto
de muerte súbita, se hubiera ido
quién sabe donde
porque infierno tampoco hay

nada es seguro
sólo el llanto que anuncio
porque ésta no es mi patria
y quiero hacer que la mía exista
para eso voy a regarla
con litros de sudor y sangre
porque su semilla está bien hondo
en las entrañas de mi gente
aunque ellos todavía no lo saben
en este llanto mío de hoy
llueve esa certeza

quiero hacer que exista


pero sólo pienso
que para eso tendría
que vestirte, lujuria mía, de marinera
y hacerte el amor llorando
por el mar perdido
vestirte de zafrera o palliri
con un guardatojo o un poncho multicolor
y seguir entrando en tu cuerpo
frenético y devastador
con amor, siempre con amor
y con llanto, siempre con llanto
en ese cuerpo tuyo, amor
que es al mismo tiempo
el de todos los fantasmas
que murieron en su patria sin saberlo
mientras la hacían con sus manos sin cesar

quiero irrigar tus entrañas


para ver si así podemos parir una patria
o un nido de pájaros de luces
u otro montón de carroña apilada
porque aún no existe y quizás yo
no la vea ser parida
22
y todo esto lo diga apenas
para alcanzar a desvestirte
como un discurso bruto
porque de seguro
soy menos que una semilla
menos que tierra, quizás estiércol
quizás ni eso
y así estará bien, porque al fin
seré parte de ella
y tal vez un día, de mis huesos
hechos polvo y silencio
brote agua y allí se bañen
ya sin males ni cadenas
los nuevos niños de esa patria
-que al fin será la mía-
esos niños que jamás sabrán de mí

23
La plaza

Magdalena Camargo Lemieszek


Poeta panameña

Quién esparcirá cal en las paredes de esta casa.


Quién, con sus propios dedos, con sus propias manos,
tallará el albor sobre la piedra.
Quién será capaz de pronunciar una palabra
y crear de su sonido la blancura.
Quién construirá para mí el azar de sus ventanas,
la ruptura del orden y las líneas,
el cristal pálido y sucio ocultando las espinas de los cactus.
Quién señalará para mí la barda plateada,
la gente apretada contra el límite,
casi los unos encima de los otros
y tras el cerco, oculto,
pero magnificado en su certeza,
un toro cuyo pelambre ha de ser como la tierra
tocada por primera vez con la llama del incendio,
y sus músculos, delineados con rigor desde la noche,
y su sudor, ¿Quién ha visto acaso la lluvia
resbalando por el tronco de los árboles?
y sus cuernos turbios, como un hueso triste
que se alarga y se adelgaza hasta fundirse con el aire,
es la punta de una flecha,
o un llamado fraguado desde el bronce.
No puedo verle entre la gente.
No puedo oír sus pezuñas contra el polvo,
pero para qué serviría una barda tan hermosa
si no es para contener la sangre
y la belleza.

24
Palabras existenciales

Nelson Céspedes B.
Poeta boliviano

Somos una hoja en el viento


Apenas un suspiro de angustia
una desidia
y la dolorosa llamada
de un mundo extraño.

Somos sin querer


un espejo en el tiempo.

palabras extrañas.

Somos una forma


angosta que se filtra
en las persianas,
se entremezcla en el aroma
de las begonias
y traspasa el aliento.

Somos un vacío
Inmisericorde,
la repetición extraña
de una plegaria
en la deshora,
una cruz
de ausencias

repartidos como un otoño


claro-oscuro,
somos el dolor
entumecido en nuestra angustia,
la sobrecarga del hastío
somos además,
un dolor antigua
como la palabra,
las llagas del olvido,
la nada.

25
Balada para la comunidad

José Ernesto Delgado Hernández


Poeta puertorriqueño

La noche avanzó callada


del otro lado de la vida
se preparaba el espanto

no hubo advertencia antes de la muerte


y el estruendo nos despertó cuando

una ráfaga de odio


llegó queriendo silenciar la vida

la noche avanzó callada

nosotros dormíamos la pequeña paz


que ofrecen las calles de la colonia
pero del otro lado de la moneda

un hijo se despedía de su madre cuando

una ráfaga de odio

llegó queriendo silenciar la vida

y sonaron las sirenas

la sangre bailaba con los


casquillos todavía humeantes
la noche no se detuvo
deambulaba por las avenidas cuando

una ráfaga de odio


llegó queriendo silenciar la vida

esa noche la comunidad se abrazaba


un largo silencio recorrió los mares y
el pulso detenido de los inocentes

latía en las gargantas adoloridas y rabiosas


de quienes jamás permitirán
que otra ráfaga de odio
quiera silenciar la vida…

26
Poemas del libro Tania en flor

Sulma Montero
Poeta boliviana

1
Madre del agua
me entrego
a la atalaya
de mi sueño
hacia el fondo
de una cascada
escondida
de donde nace
el más puro
silencio.
2
Rojo enigma de mis días
azul nirvana de mi fantasía
blanco silencio que me toca
naranja de luz infinita
verde noche fervorosa siento el aliento secreto de mi alma.
amarillo íntimo de las formas 4
violetas de mi vida Entre las hebras salidas
negro esplendor. de la noche
3 entre los efluvios pétreos
Al fondo de los rayos de miel dorada de sus estrellas dormidas
un paisaje inagotable me embriaga. entre la flor que brota
Expande su perfume floral el alba al filo de mi palabra
asciende el día de belleza anaranjada entre la que soy
y en el lago de sombras azuladas y la que está escondida
el sueño de la vida
me reconoce.
5
A ti que comunicas
el enigma del día
en una gota que cae
sorprendida de su sonido
en un pájaro que trina
antes del amanecer.
Luz salida de las sombras
húmedas de la noche
aclara mis senderos
y ábrete
mariposa pura
que vuela
desde mis manos.

27
Sobre una ola que combatió contra las piedras

Gian Pierre Codarlupo


Poeta peruano

Esta noche ha caído


la última sombra
de tus labios
y solo he podido soñar
con una ola
que combatía contra las piedras,
contra el movimiento del mundo.

A lo lejos
una ciudad irrumpe con sus muertos,
y la ola
lanzando su recuerdo
eleva su espuma
y desintegra el alba.
Sin embargo
no nos hemos percatado
de que la destrucción
también es nuestro origen
y de que el amor
es una herida ingobernable
que de vez en cuando nos sostiene.

Pero más que de soledad


nosotros estamos hechos de esperanza,
de un invariable letargo
en donde no sólo se ausenta el calendario
sino también esta existencia
que desde hace algún tiempo
ha borrado las palabras.

28
Insomnio

Javier Claure Covarrubias


Poeta orureño, Bolivia

Acabo de escribir una nota que nadie espera


junto a una veta con cara de péndulo
eterno insomnio se hunde en mis ojos
para surcar cielos que aún no conozco
y caminar descalzo sobre brasas
que encienden mi esqueleto.

Dicen que soy un ateo


que llevo dinamitas en los bolsillos
que soy un canalla porque no me doblego
ante la corrupción
también dicen que llevo flores al cementerio
que soy irrespetuoso con los ortodoxos
y que las matemáticas me han vuelto un demente.

Yo quiero decirle que sueño despierto


con una mesa popular
un techo que protege a cada mortal
un sol que levanta la sencilla alegría
de una madre soltera
cerrada la noche, no hay insomnio.
Por eso mismo rechazo el veneno agridulce
y me sumerjo en el submarino
del tiempo y del espacio
falsifico un surrealismo mágico
me alejo de todo lo falso y sus combinaciones
distancia que me separa en dos eternidades
me olvido de mi ser
me deslizo hasta llegar
al punto de convergencia
mientras el firmamento
se desploma en mil pedazos
pero en realidad, no camino
no soy de aquí, no soy de allá
me encuentro en mi extensión de anacoreta
para arder inexorablemente.

29
Mártir

Luis Alonso Cruz Álvarez


Poeta peruano

Hoy
decidí levantarme
y sacar uno a uno los clavos
de tu máscara.
Llorabas demasiado desde
el sótano.

Los clavos dejaron


agujeros de gusano
que los fui rellenando con notas,
la imaginación, esa
mañana, era pródiga
y te dibujé un loto
en la espalda.
Tú y yo sabemos que eso
fue lo más cercano
a la poesía erótica.
Esta mañana
Yo te robé la libertad,
dibujé un pentagrama en la sala
eso trajo consecuencias
en mis manos.
mientras
Se abrieron de par en par tú dormías llena de dolor.
la sangre salió como polvo Tus ojos se movían
se fue con el aire según las ecuaciones que había
y durante semanas calculado,
no pude hablar. nada se deja al azar.

Te levantaste,
te lavaste los dientes a tientas
te sacaste la piel
y eras feliz
¿Qué pensamientos tenías frente
al espejo?

Esta mañana,
desde que te saqué los clavos,
paseas oronda por la casa
y a mí me invade el terror
de que se te ocurra
responder mi pregunta
y yo ya no sea libre
Algún maldito te heredará.

30
Lo que mi padre quiere realmente de mí

Eduardo Chirinos
Poeta peruano

1
Anoche tuve un sueño. Acompañaba a mi padre
por un camino de tierra. Los dos íbamos a caballo
y apenas cruzábamos palabras. A lo lejos se veía
la sombra de unos sauces, las luces de un pueblo
desconocido y remoto. De pronto, mi padre detuvo
su caballo y preguntó si yo sabía a dónde íbamos.
Le contesté que no. Entonces vamos bien, me dijo.
2
Los caballos del sueño sabían de memoria
el recorrido. Era cuestión de abandonar las
riendas, de dejarse llevar. Eso me causaba un
poco de aprensión, incluso un poco de miedo.
Mi padre, en cambio, parecía muy tranquilo.
Pensé, parece tranquilo porque está muerto.
3
Aquí es donde vivo, dijo como si me quitara
una venda. Fue muy poco lo que vi. Sólo un
páramo de piedras, remolinos de arenisca,
huesos de caballos amarillos. ¿Qué te parece?
No supe qué decir. Tenía sed y me dolía un
poco la garganta. Es un lugar hermoso, dijo,
pero a veces me gustaría regresar. ¿Por qué
no regresas, entonces?, pregunté. Porque es
más fácil que tú vengas me dijo. Y desapareció.

31
Cuando yo muera

Luis René cortés Rosenbluth


Poeta tupiceño, Bolivia

Cuando yo muera
no moraré debajo de la tierra, sino
en cada cosa que me regala el planeta.

En cada natalicio volveré a ser


retoñando en mis barros
reescribiendo mi historia en los infolios.

Aun tabicada mi boca hablaré


hablaré con palabras de arcilla
y me contestarán los vientos engreídos.

Seré parte de las voces de los niños


de los duendecillos de todos los metales
del alumnado de pájaros del cedro milenario.

Quitaré las vendas a la lluvia arrinconada


de gordas nubes caerán los filamentos
y saltaremos luego sobre las aguas redondas.

No seré pasto sangrando entre dientes de perro


ni el viejo enterrador mío dirá: aquí yace
pues no estaré allí, en un solo sitio.

Mis huesos y partículas se desgranarán por miles


mi espíritu no será de lengua fatigada
sino pájaro sin jaula en el espacio.

Proclamaré la luz y el fuego de la Tierra


y la Tierra será lágrima colgada desde el cielo
pero de plenitud y gozo por la existencia abierta.

32
La leyenda del volcán

Juan Carlos Olivas


Poeta costarricense

Solíamos dormir dentro del cráter de un volcán.


Íbamos en vacaciones a recoger arbustos,
a picar con guadañas la piedra del azufre.

La niebla se travestía en los muros naturales,


era una muchedumbre en las palabras frágiles
mientras tú y yo hilábamos la música del páramo,
nos daba por perdernos entre las fumarolas
hasta volver de noche a la misma tienda de campaña.

Ahí hacíamos el amor


hasta masticar la sangre,
hasta tenernos miedo y apartarnos
y la ceniza que éramos –no el polvo-
se mezclaba en el tiempo de otras fluctuaciones;
nos dejaba impregnados de una sal milagrosa,
nos desnudaba tanto hasta petrificar
lo que ahora llamamos memoria.

Fuimos dueños de lo voraz


y de la gracia trémula
de alguien que vuelve intacto a su niñez
y trae noticias de sus vidas pasadas,
un trozo de madera preciosa,
una punta de lanza
que se incrusta en la piel
de los animales muertos,
una rama de olivo
que se meció en los picos de las aves.

Desde aquí ya no hay rastro del diluvio;


sin embargo, al verte
la lluvia se te escapa
y cuando pones tu mano en mi pecho
tu puño es la piedra que se hunde
en medio del estanque
y desciende en zigzag,
más su sonido no lo puedo describir: es la poesía.

Su verbo es tan real


como el magma que habita bajo nuestros pies
y que ya viene a mudarnos la vista en el paisaje,
a invitarnos a ser parte del volcán y perecer,
33
o salvarnos
en el misterio de los cuerpos
que son uno
y viven para contar su historia.

Un día hablaré de ti y no me creerán,


un día dirás mi nombre
y se echarán a reír.
Pero vendrán las lavas
y todos moriremos,
pero vendrán las lavas
y de nuevo tus ojos
me harán creer
en la ceniza.

34
Nocturno

Elías Nandino
Poeta mexicano

Cada mañana, al despertar, resucitamos;


porque al dormir morimos unas horas
en que, libres del cuerpo, recobramos
la vida espiritual que antes tuvimos
cuando aún no habitábamos la carne
que ahora nos define y nos limita,
y éramos, sin ser, misterio puro
en el ritmo total del Universo.
Porque al dormir morimos sin saberlo;
nos vamos al espacio en ágil vuelo
sin perder la unidad que nos integra,
y somos como somos: idénticos, sin cambio,
extensos y desnudos
como el azul en el temblor del aire.
No extrañamos el cuerpo; no sufrimos
la ausencia de la piel que nos cobija;
somos como antes de nacer: etéreos,
vivos en plenitud de firmamento
y penetrantes como luz en sombras.
Y nadie, cuando duerme, acaso piense
que yace en los dominios de la muerte:
porque el cansancio, apenas agonía,
nos borra la razón,
desciende con ternura nuestros párpados,
apaga nuestros ojos,
anestesia la carne y nos separa de ella
para dejarnos vivos en el sueño.
Y esta costumbre de morir a diario,
sin dolor, sin sorpresa,
natural como el agua
que se deja atraer por el declive,
no nos deja pensar que es una muerte
cada vez que dormimos,
y que, de cada muerte transitoria,
aprende nuestro ser
la verdad de morir su muerte eterna.

35
Ifigenia en Moriah

Michele Najlis
Poeta nicaragüense

Para la muerte nací. Para el dolor.


Para la soledad sin fin.
Al darme a luz puso mi madre
un puñal afilado de odio en mi mano derecha
y me enseñó a esgrimirlo contra mi corazón
sin que vacilen mis dedos temblorosos.
Ejercité largamente mi brazo
aprendí el ángulo perfecto
la justa fuerza necesaria
para el acto impecable
para la irreprochable maestría de los hechos
que no tienen retorno.
A la hora señalada por los dioses
emprendí el camino a la tierra de Moriah.
Al tercer día vi el monte que esperaba
paciente, mi llegada.
Sonreí para él como sólo sonríe
la mujer que se despide para siempre.
En una mano blandí el fuego, en la otra
el viejo puñal.
Mis hermanas dijeron «Vemos el fuego y el cuchillo
pero ¿quién será el cordero?»
«Todas somos el cordero», contesté.
Al llegar al lugar indicado por los dioses
construí el altar del sacrificio.
Sobre el altar puse mi cuerpo que nació
para la muerte. Alcé el puñal afilado
señalando limpiamente el corazón.
Una voz dentro de mí dijo entonces mi nombre
el que quise escuchar como un murmullo
desde que abrí los ojos a la vida,
el nombre que busqué angustiada en los espejos
sin sombra y sin imagen.
Mi nombre era mi espejo
la imagen que me fue negada
desde antes de nacer.
Alguien con mi voz dijo mi nombre.
El gólem entonces bajó el brazo
y comenzó a florecer.

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