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PUERTO RICO atraviesa por una de las peores crisis económicas y políticas de su
historia. Esta incluye la imposición por Estados Unidos de una Junta de Control Fiscal y
medidas de austeridad terribles para el pago de una deuda pública de dudosa legalidad.
Nos han condenado a pagar un doble gobierno que ninguno cuenta con un plan viable
de desarrollo integral para el país. Nos condenan a pagar una deuda ilegítima, ilegal y
odiosa. Somos condenados por un gobierno que por décadas usó dinero prestado sin el
conocimiento ni la aprobación de nosotros los ciudadanos. Nos condenan a pagar por un
dinero que benefició a unos pocos y no al pueblo. Nos condenan a medidas extremas de
austeridad para pagarle a los prestamista por encima de los servicios esenciales de
nuestra gente. Estas han sido sentencias de muerte para el pueblo puertorriqueño.
Puerto Rico, un país con casi una década de retracción económica, con un continuo
abandono de los servicios esenciales de los ciudadanos, con recortes astronómicos a las
Organizaciones sin fines de lucro que daban servicio directo a la población vulnerable,
con menos trabajo, más deuda, más violencia, su salud mental cae vertiginosamente.
Pasa Irma y María, dos desastrosos huracanes que dejaron su estela de muerte y una
emergencia humanitaria que exacerbó el ya tétrico cuadro de salud de mental de los
ciudadanos. Aumentó la violencia de género, la drogadicción, el alcoholismo, los
suicidios, las depresiones, las ansiedades, cada vez más personas con diagnósticos
crónicos de enfermedad mental, que son como un cruz pesada que no los deja
levantarse. Hemos caído, porque no hemos ofrecido los servicios de salud mental
adecuados. Un país que no atiende a sus personas enfermas jamás tendrá un buen
funcionamiento laboral, económico, cultural y comunitario. La enfermedad mental es
una cruz de la cual nos avergüenza hablar, es tabú; tenemos que levantarnos del suelo
para apostar por la prevención. Un país con grandes poblaciones incapacitadas no tiene
futuro y es insostenible la esperanza.
En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes
judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que
no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre.
Uno de cada cuatro habitantes en Puerto Rico es mayor de 60 años. Luego del paso de
los huracanes Irma y María nos dimos cuenta que en nuestros barrios pobres los rostros
con arrugas han sido los más afectados, los más que sufren la pérdida, el abandono, las
enfermedades no tratadas y la irremediable muerte. Como sociedad hemos tendido a
ignorar la vejez, como si fuera una enfermedad que hay que tener lejos. Tenemos que
reencontrarnos con nuestros ancianos, especialmente si son pobres, porque muchos
están enfermos, solos y experimentan las lagunas de una sociedad programada sobre la
eficacia, que en consecuencia, los ignora. La calidad de una sociedad se juzga también
por cómo se trata a los ancianos y por el lugar que se les reserva en la vida en común.
Solo podremos seguir adelante si respetamos la sabiduría de ellos y los protegemos en
su fragilidad. Si queremos una mejor sociedad, los jóvenes tenemos que volver a mirar a
los ancianos, perder el miedo a la debilidad y a la vulnerabilidad; a apostar por la
proximidad y la gratuidad, nos jugamos el alma de nuestro pueblo. Porque donde no hay
honor para los ancianos, no hay futuro para los jóvenes.
Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y pasaba
por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de Jesús.
QUINTA ESTACIÓN: PUERTO RICO ES AYUDADO POR UNA AUDITORÍA
INTEGRAL DE SU DEUDA PÚBLICA
El pueblo de Puerto Rico carga con una cruz pesadísima, nos sobrepasa nuestras
fuerzas. Necesitamos ayuda. Esa cruz es la deuda pública de 72 mil millones de dólares.
Recabamos para Puerto Rico una auditoría integral y ciudadana de la Deuda Pública.
¿Qué sería de gran ayuda? Necesitamos conocer la verdad sobre lo que ocurrió con el
dinero. Conocer cómo llegamos a esta crisis y nuestro nivel de endeudamiento. El
pueblo necesita saber el grado constitucionalidad y legalidad de cada emisión de deuda
realizada por las pasadas administraciones. Tenemos que identificar y procesar
criminalmente a quienes fueron los responsables. Si la deuda es pública, la información
también, tenemos el derecho de saber cómo se utilizaron los fondos públicos y cómo se
benefició el pueblo. La auditoría es nuestro Cirineo. El gobierno y la Junta de Control
Fiscal son como los soldados romanos que impiden que nos auxilien con nuestra cruz.
No podemos y no es justo cargar solos con esta cruz: necesitamos auditoría ya.
Entonces, una mujer del pueblo, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un
lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. En el lienzo se quedó grabado
el rostro de Jesús se formó una “verdadera imagen - vera icona”.
Si para algo bueno sirvió el paso de los huracanes fue para unirnos como pueblo. Los
esfuerzos de recuperación y rehabilitación han evolucionado a programas de
aprendizaje, fortalecimiento y transformación. La catástrofe no hizo mirar para un lado
y ser testigos de la miseria, la necesidad y la tristeza del otro. En gran medida hemos
superado la indiferencia y nos hemos hecho más solidarios. Ante la ausencia de las
autoridades, el pueblo tuvo que unirse y levantarse; enjugarse las lágrimas y trabajar
junto. El consuelo de los que han perdido todo han sido los cientos de líderes y
organizaciones solidarias que han dado todo por acompañar la resiliencia de las
comunidades. Organizaciones como Banco de Alimentos, Proyecto CoMesa, Iniciativa
Sagrado Contigo, SBP Foundation, Techos, Centro para la Mujer Dominicana, Centro
Cultural y de Servicios de Cantera, Religiosas del Sagrado Corazón, (se pueden
mencionar otros), son ellos quienes en medio del camino de sufrimiento han vivido
experiencias de solidaridad y compasión hacia los que sufren; han sido verdadero reflejo
del rostro de Jesús entre nosotros. Han hecho que la carga sea más liviana para los que
sufren, para los desamparados, para los que a más de año y medio de Marí aún viven de
la esperanza de recuperar sus vidas.
Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la
empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas,
cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz.
Aumenta el dolor para Jesús, así como aumenta el dolor para Puerto Rico. Sentidos un
marcado incremento en actos de violencia, criminalidad e injusticia social. Sin salud
mental la consecuencia directa es la degradación social. Tenemos evidencias suficientes
de la crisis social que vivimos como pueblo, desencadenando desesperanza, inseguridad
y soledad en las personas. Un país que vive la iniquidad tiene como único fruto la
violencia. Caemos contra suelo cuando permitimos que aumenten la diferencias entre
ricos y pobres, entre pocas personas que pueden acceder fácilmente a todos los servicios
y la mayoría que no tienen los recursos económicos suficientes para garantizar el
bienestar básico. Caemos en nuestras calles cuando mueren nuestros jóvenes y las
personas inocentes, víctimas de la ola criminal. Un país donde una persona no puede
caminar sola en la calle porque será objeto de violencia y criminalidad, ha caído
gravemente en su humanidad. La violencia no puede tener la última palabra, el bien
tiene que vencer.
Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran
multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús,
volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por
vosotras y por vuestros hijos».
OCTAVA ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES VÍCTIMAS DE
VIOLENCIA DE GÉNERO
Además de la fuerte ola de violencia a toda la población, son las mujeres las que se
llevan la peor parte. La no aceptación del mensaje de amor y de caridad nos lleva a la
destrucción. No logramos acoger y escuchar a los que piensan diferente, nos encerramos
en prejuicios y categorías “el hombre es el que manda - el que tiene el poder”... nuestras
relaciones se basan en el poseer y no en el amor. Al terminar el 2017 se reportaron un
total de 8,473 casos de violencia doméstica. En 7,114, las víctimas fueron mujeres. Para
noviembre del 2018 ya había 22 feminicidios registrados (ACTUALIZAR CON INFO
DEL 2019) ¿Cómo hacemos un verdadero consuelo para las mujeres? Un consuelo eficaz
sería el desarrollo planes que resulten en logros contundentes para la futura
erradicación de este tipo de conductas. Las leyes, organizaciones del tercer sector,
oficinas estatales y municipales que tienen una responsabilidad con este asunto, no
logran atajar el patrón de violencia. Consolaremos a las mujeres cuando comencemos a
educar desde la base con las familias, articular un proceso de educación a padres y
madres para propiciar conductas equitativas que impidan que se encajonen a los hijos
en roles de género que resulten en masculinidades insanas. Consolaremos a las mujeres
cuando revisemos los currículos desde la edad temprana y los modifiquemos para que
las futuras generaciones adquieran consciencia de que no hay tal cosa como justicia si
un género domina a otro sin fomentar el respeto, la equidad y una cultura de paz. Los
movimientos en favor de las mujeres no recibirán consuelo hasta y cuando se revisen
sistemáticamente la política pública para la prevención y manejo de casos de violencia
de género. El auténtico consuelo nace de la mesa del diálogo donde se consoliden
alianzas para trabajar mano a mano para erradicar este problema social latente. Para
decir ni una menos hay que ver a Puerto Rico como responsabilidad de todos, dejar a un
lado las diferencias y hermanarnos en el proceso como solución a los problemas del país.
Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser
crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse.
«Y lo crucificaron», Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le
taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el cuerpo de Cristo quedó
entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado en un saliente que había a mitad
del palo vertical. El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos
criminales o de insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas
podemos imaginar.
La muerte en cruz es la iniquidad más grande. En los tiempos romanos los crucificados
eran puestos en las orillas de los caminos como recordatorio para el pueblo, para que
vieran las consecuencias de contradecir el poder. Hoy son otros los crucificados, las
víctimas de un país en crisis. Los crucificados de nuestro tiempo son las mujeres, los
ancianos, las personas que se ven en la obligación de irse de la isla, los miembros de la
comunidad LGBTTQI y la más desgarradora: nuestros niños. Hemos clavado en la cruz
a los niños. Los hemos clavado en la cruz de la pobreza, de la falta de oportunidades, de
la falta de protección y garantías sociales, la falta de familias que los acojan con amor y
aceptación. Entre todos los territorios que son parte de Estados Unidos, Puerto Rico
tiene el número más alto de niños pobres. Sin darnos cuenta estamos crucificando la
inocencia y la pureza de los niños; estamos perjudicando el futuro de la nación. Sin
niños felices, no hay futuro.
También son vilmente crucificados por la opinión social, las personas que con libertad
de conciencia se rebelan y se manifiestan para detener el deterioro del país. Jesús fue
crucificado porque su mensaje constituía una amenaza para las clases sociales que
controlaban al pueblo; su mensaje no era conveniente para ellos y lo mandaron a callar.
Esta situación se repite hoy, cada vez que alguien siente la necesidad de luchar por
Puerto Rico. Muchos los crucificamos.
Los clavos que atravesaron el cuerpo de Jesús, hoy traspasan los cuerpos de la mujer, los
niños, los ancianos, los manifestantes, las minorías… Hoy esos clavos son la violencia, el
abuso policiaco, el machismo, la falta de oportunidades, el pobres acceso a la salud, la
corrupción política, el bipartidismo, el maltrato animal, la contaminación ambiental,
entre otros… Tenemos liberar a Puerto Rico de la cruz, antes que sea demasiado tarde.
Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba
cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está
cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Quisiéramos pensar que no todo está perdido, pero para algunas personas todo terminó.
Luego del huracán María, murieron más de 3,000 padres, madres, abuelos, hermanos,
amigos y vecinos. Luego en las calles siguen muriendo personas que les apagan para
siempre la esperanza. Por todos nuestros muertos que aún esperan por sepultura en
Ciencias Forenses… después de muertos aún no pueden descansar en paz. Por todas las
mujeres asesinadas y sus familias que mueren en vida. Por todas ellas y ellos que se les
apagó la luz de los ojos, hacemos silencio y no bajamos la cabeza para no ver… sino que
los miramos a la cara para nunca olvidar sus nombres y sus historias tronchadas. Que
desde la cruz nos cuestionen, nos interpelen, nos incomoden…
Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy
solemne para los judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los
retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a Jesús, que ya
había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza. Después, José
de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso de Pilato y ayudados
por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron
cuidadosa y reverentemente los clavos de las manos y los pies y con todo miramiento
lo descolgaron.
No solo los puertorriqueño tenemos nuestro viacrucis. Con nosotros también sufre la
naturaleza. El cuerpo de nuestra flora y fauna está gravemente herido luego de los
huracanes. El verdor que siempre ha caracterizado a la isla del encanto cedió el paso al
marrón del lodo y de los troncos despojados de sus follaje. Pero no solo los huracanes
han herido nuestra naturaleza, la contaminación de nuestro aire y los acuíferos con las
cenizas de carbón, el mal manejo de los desperdicios sólidos, la falta de un plan integral
de reciclaje y reuso, la contaminación lumínica y auditiva que desorienta hasta morir a
los animales, entre otros. Tuvimos que sepultar al Puerto Rico que conocíamos y
estamos viviendo en un nuevo Puerto Rico que necesita ayuda para volver a su
esplendor.
Aun cuando todo parece perdido las nuevas generaciones se están levantando. Los
jóvenes estamos comprendiendo que nosotros somos aquellos a quienes hemos estado
esperando para salvar a Puerto Rico. La resurrección de Jesús es un llamado a la
esperanza y a luchar por nuestra dignidad. Jesús nos acompaña en el sufrimiento pero
no acaba en la muerte. Queda en nuestras manos la posibilidad de cambiar, de mejorar,
de apostar al futuro. ¡No estamos solos! La maldad nunca triunfa sobre el bien. Día a día
en pequeños actos de bondad y el proyectos de solidaridad, va resucitando el Puerto
Rico en el que deseamos vivir. ¡Esa es nuestra esperanza!