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Pintura simbolista

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Júpiter y Sémele (1894-1895), de Gustave Moreau, Musée Gustave-Moreau, París

La pintura simbolista fue una de las principales manifestaciones artísticas del simbolismo, un
movimiento cultural surgido a finales del siglo XIX en Francia y que se desarrolló por diversos
países europeos. El inicio de esta corriente se dio en poesía, especialmente gracias al impacto
de Las flores del mal de Charles Baudelaire (1868), que influyó poderosamente en una
generación de jóvenes poetas entre los que destacan Paul Verlaine, Stéphane
Mallarmé y Arthur Rimbaud. El término «simbolismo» fue acuñado por Jean Moréas en un
manifiesto literario publicado en Le Figaro en 1886. Las premisas estéticas del simbolismo
pasaron de la poesía a otras artes, especialmente la pintura, la escultura, la música y el teatro.
La cronología de este estilo es difícil de establecer: el punto álgido se encuentra entre 1885 y
1905, pero ya desde los años 1860 había obras que apuntaban al simbolismo, mientras que
su culminación puede establecerse en el inicio de la Primera Guerra Mundial.
En pintura, el simbolismo fue un estilo de corte fantástico y onírico que surgió como reacción
al naturalismo de la corriente realista e impresionista, frente a cuya objetividad y descripción
detallada de la realidad opusieron la subjetividad y la plasmación de lo oculto y lo irracional;
frente a la representación, la evocación o la sugerencia. Así como en poesía el ritmo de las
palabras servía para expresar un significado trascendente, en pintura se buscó la forma de
que el color y la línea expresasen ideas. En este movimiento, todas las artes estaban
relacionadas y así a menudo se comparaba la pintura de Redon con la poesía de Baudelaire o
la música de Debussy.1
Este estilo puso un especial énfasis en el mundo de los sueños y el misticismo, así como en
diversos aspectos de la contracultura y la marginalidad, como el esoterismo, el satanismo,
el terror, la muerte, el pecado, el sexo y la perversión —es sintomático en este sentido la
fascinación de estos artistas por la figura de la femme fatale—. Todo ello se manifestó en
consonancia con el decadentismo, una corriente cultural finisecular que incidía en los aspectos
más existenciales de la vida y en el pesimismo como actitud vital, así como la evasión y la
exaltación del inconsciente. Otra corriente ligada al simbolismo fue el esteticismo, una
reacción al utilitarismo imperante en la época y a la fealdad y materialismo de la era industrial.
Frente a ello, se otorgó al arte y a la belleza una autonomía propia, sintetizada en la fórmula
de Théophile Gautier «el arte por el arte» (L'art pour l'art). Algunos artistas simbolistas también
estuvieron vinculados a la teosofía y a organizaciones esotéricas como los Rosacruz.2 Cabe
señalar que estilísticamente hubo una gran diversidad dentro de la pintura simbolista, como se
denota comparando el exotismo suntuoso de Gustave Moreau con la serenidad melancólica
de Pierre Puvis de Chavannes.3
El simbolismo pictórico estuvo relacionado con otros movimientos anteriores y posteriores: se
suele considerar al prerrafaelismo como un antecedente de este movimiento, al tiempo que ya
comenzado el siglo XX entroncó con el expresionismo, especialmente gracias a figuras
como Edvard Munch y James Ensor. Por otro lado, se consideran simbolistas o directamente
relacionadas con el simbolismo algunas escuelas o asociaciones artísticas como la Escuela de
Pont-Aven o el grupo de los Nabis.4 También fueron herederos en cierta medida
del neoimpresionismo, cuya técnica puntillista fue la primera en romper con el naturalismo
impresionista. Por otro lado, el postimpresionista Paul Gauguin ejerció un poderoso influjo en
los inicios del simbolismo, gracias a su vinculación con la Escuela de Pont-Aven y
el cloisonismo.2 Esta corriente estuvo vinculada también al modernismo, conocido como art
nouveau en Francia, Modern Style en Reino
Unido, Jugendstil en Alemania, Sezession en Austria o Liberty en Italia.5

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