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Las DOS CARAS de la Independencia de Chile: Una Mirada desde la Ciencia Políítica.

por Francisco Díaz Céspedes


Artículo publicado el 25/11/2014

Introducción
La literatura es uno de los instrumentos que da a conocer los antecedentes
políticos, económicos, sociales y culturales de un país, de una región, o de una
época específica. Así, la literatura educa a las futuras generaciones
independientemente del tiempo y el espacio, pero varía la visión según el autor
o la época.

El poder dominante de toda civilización influye en la construcción literaria, de


manera que lo escrito es respaldado por la autoridad, muestra a los lectores
explícitamente o implícitamente una idea de identidad cultural. Así los
gobiernos en su selección, apoyo y difusión de determinados textos escolares,
van construyendo un imaginario acerca de lo nacional.

La educación es un sistema altamente primordial para ejercer mecanismos de


dominación, ya que el hombre posee un cierto grado de cultura y ajusta su
conducta a determinadas costumbres sociales, en las cuales se forma y crece.
En este sentido, tener educación es adquirir conocimiento a través de un
proceso perfectivo entre quien da cuenta de hechos y quien aprende de ello. La
creación de libros oficiales entregados por el organismo vivo del Estado, sitúa
las prospectivas de interés acerca de tópicos determinados. En nuestro caso, el
de la Independencia de Chile.

En este sentido, queda claro que la escritura posee una intencionalidad,


añadida a la del perfeccionamiento del proceso educativo histórico. Dicho de
otro modo, la literatura educacional oficial, induce a una serie de actos
voluntarios y sistematizados que penetran en las facultades intelectuales de los
estudiantes para lograr un hombre completo y apto para la sociedad.

Así, el estudiante al ser documentado y al tener acceso a las fuentes


bibliográficas oficiales, en estricto rigor desarrolla una idea de ciudadano. Por
ello, la presentación y descripción oficial es un acaecimiento en los textos de
estudio. Por ejemplo, la Independencia de Chile, implica la aceptación de una
verdad que el educando internaliza para auto-formarse, y va logrando una
visión histórica de su país y de su gente, independientemente de determinadas
diferencias individuales como la herencia cultural, el ambiente físico, el
ambiente social, la libertad, las direcciones e intensidades del credo, o la edad,
entre otras. Este es el punto de partida, el que debemos profundizar en
relación a los comportamientos de la reconstrucción histórica: Estado – Nación;
y Nación – Estado. Generadora de capacidades, aptitudes, culturas,
expresiones y tendencias.

La bibliografía educacional es un conocimiento que construye a los individuos y


posteriormente a los entes colectivos, que contribuyen a formar
sistematizadamente grupos homogéneos que permanezcan en el tiempo y que
reconozcan las raíces de los acontecimientos del pasado y de los sucesos del
posible futuro, como país. Dicha bibliografía es reproducida por las élites
intelectuales para dar una explicación del pasado, y de cómo edificaremos los
proyectos sociales.

El Oficialismo de La Historia de la Independencia de Chile:


Alberto Edwards, Jaime Eyzaguirre y Francisco Encina.
En Chile, la construcción de los textos oficiales del Ministerio de Educación
provienen directamente de los procederes intelectuales más representativos en
la historia de la nación; entre ellos analizaremos los textos de Alberto Edwards,
de Jaime Eyzaguirre y de Francisco Encina. Del primero, analizaremos La
fronda aristocrática; del segundo, analizaremos Ideario y ruta de la
emancipación chilena y del último autor nos concentraremos en el
libro Nuestra inferioridad económica.
Así, La fronda aristocrática, presenta una imagen bien definida según las
interpretaciones de los historiadores del siglo XX, y se nota una preocupación
por del bien público. También este texto da cuenta de la anarquía
parlamentarista y de la fundación del FUGAZ (Partido Nacionalista de los años
1914-1918). Alberto Edwards (1874 -1932)[1], por tanto, en este texto se
muestra como un conocedor inteligentísimo del género ensayístico.
La fronda aristocrática, destaca entre sus ideas más importantes, la existencia
de un poder fuerte, de un Estado centralizado para dirigir Chile como se
pretendía en las constituciones escritas (1833-1925). Para Edwards “la fronda”
era equivalente a las ideas de Spengler, quien observaba el desarrollo de
estadios particulares de la sociedad en que la historia política se relaciona con
un espíritu colectivo, con un estado espiritual, que nace, decae y muere. Estas
ideas que representan también una guerra de clases entre la aristocracia
(oligarca) y la clase media (educada) que trae consigo al proletariado urbano;
no a las clases del punto de vista de Marx, sino de la producción de bienes del
sentido más trivial. En el caso de Chile se contaba con una aristocracia
“peluconista”, obediente, dispuesta a prestar su apoyo “desinteresado” y
“pasivo” a todos los gobiernos.[2] Edwards en este libro presenta “los factores
ideológicos” como la Revolución de 1810, entre los aristócratas rebeldes y los
feudalistas proclives a la monarquía española. Lo esencial en esta etapa, era
encasillar los hechos en un sistema de causas y efectos. Para Edwards, “no
existe la menor prueba histórica o documental de la existencia de un
movimiento espiritual de renovación política antes los acontecimientos de
1808.”[3]
La autonomía de Chile se formó sólo por la mera casualidad, ya que Napoleón
Bonaparte tomó prisionero al rey Fernando VII, restándole a éste su dominio
hispanoamericano. En consecuencia, los criollos lectores de los filósofos
modernos observaron el poder decaído del amo español. Las disputas internas
de las colonias tanto de América como de Chile no se hicieron de esperar, las
diferencias entre la educación y los intereses conservadores agudizaron las
diferencias de la sociedad: por un lado una la aristocracia criolla (dueña de la
tierra y sus súbditos, que ofrecía la paz a través de la monarquía) y los
rebeldes con intereses propios orientados a la vía de la libertad.

La “fronda” aristocrática comenzó por acentuarse con la complicidad de forma


pasiva de peninsulares de España. Pero en España existía un régimen
tradicional, que ahora estaba interrumpido con la invasión de las tropas
francesas. En sí, la revolución en Chile era en la práctica, una lucha civil y de
clases dentro del territorio colonial chileno, no todavía con un marco de
ideales, sino más bien centrado en intereses grupales.

Los grandes señores chilenos, no constituían aún un grupo político, sino más
bien estaban recién transformándose en una clase política. Éstos no querían
perder el poder obtenido a partir de la prisión del rey, y por ello convocaron a
una reunión el 18 de Septiembre de 1810 con representantes de la nobleza y
las corporaciones productivas de Santiago. Dicha convocatoria la realizó el
Conde de la Conquista, Mateo de Toro y Zambrano. Este hecho, en nuestro
país es el que en realidad se asocia con la independencia propiamente tal. “El
resto del país obedeció como una masa inerte las decisiones tomadas bajo los
artesones de los estrados señoriales.”[4] Así, en Chile, el primer gobierno
nacional parte en septiembre de 1810, quien tuvo por cabeza a un prócer
militar que tomó el gobierno de manera absoluta: don José Miguel Carrera.
En este proceso independentista y de consolidación republicana, se observan
dos períodos: primero la patria vieja (1810-1814) liderados por José Miguel
Carrera y luego tras la reconquista española (1814-1817) parte O’Higgins
desde 1817 hasta su abdicación en 1823. Una característica relevante de cada
período es que el primero, fortificó una “fronda” revolucionaria armada en los
campos de batalla; y el segundo, reconstruyó la tradición del Estado durante el
proceso de la guerra.

Cabe destacar, que entre el período del gobierno ejercido por Carrera hasta el
de Portales, en los años treinta, sólo se dio en el marco de un gobierno que
podemos llamar unipersonal, por sobre los ámbitos jurídico y las fuerzas
sociales. En el intermedio histórico entre los períodos de Carrera y Portales, se
destacan las victorias de las batallas de Chacabuco y Maipú, donde brilla la
astucia de O`Higgins.

Más tarde, los eventos políticos y sociales internos del país hacen que el
dictador O’Higgins entregue el poder en 1823, como ya se ha señalado. “Su
conducta frente a la aristocracia fue más bien hostil, o al menos no supo
conciliarse en la única clase dirigente que existía en el país.”[5]
El sueño monárquico de O’Higgins no pudo decodificar los intereses de la
oligarquía chilena; las acciones espirituales o valóricas de O’Higgins tales
como: abolir los título de nobleza y de honores, el privilegio de la
estratificación social; generan el malestar de los aristócratas que desean por
sobre todo heredar su patrimonio cultural a sus nuevos descendientes.

El problema político en esta época, según el autor del texto que comentamos,
no radica en la república democrática, sino en la existencia de una clase media
que lucha a la vez contra el poder absoluto tradicional y con los anhelos de
O’Higgins. Y en este marco se desarrolla la producción de bienes y la
adquisición de riquezas.

Hasta aquí las principales ideas de Edwards en el texto que estamos


comentando. Por nuestra parte, estimamos que sería injusto descalificar las
acciones de todos estos líderes independentistas únicamente por los resultados
que obtuvieron, pues lo más relevante a nuestro juicio es el asentamiento de
la República de Chile.

En cambio para Jaime Eyzaguirre (1908 – 1968)[6], en su libro Ideario y ruta


de la emancipación chilena, nos presenta una visión deprimente del pasado
chileno: la hostilidad contra la Iglesia Católica, la ignorancia de la población, el
analfabetismo y la dominación española coactiva en América. En su libro se
observa destacadas menciones con respectos a los pueblos incivilizados de
América, privilegiando la civilización ibérica; por ello enuncia que no
perdurarán en sus culturas estos pueblos por carecer de historia, sencillamente
estarían condenados a no ser parte de ella, sino que estarían proclives a la
dominación y la explotación forastera. Debido a las bases del Derecho, según
Eyzaguirre, estas acciones independentistas sobrepasaron el poder instituido.
Por ello estima que el fundamento para los pueblos de América es el Estado de
Derecho, puesto que éste principio eviterna lo más sustantivo para América
Latina como para la emancipación chilena. También destaca este autor, el
hecho de que la aristocracia tradicional estaba dotada de valores como la
fidelidad al monarca y el manejo de prácticas oligárquicas similares a las
hispanas; también enfatiza en la idea separatista que principia a observarse en
los diferentes reinos que se van alejando del ideal de gobierno monárquico,
como el que había en España.
Ahora bien, ambos autores que estamos tratando (Edwards y Eyzaguirre)
identifican claramente los elementos del proceso independentista. Edwards
enfatiza en “los factores ideológicos” que generan la Revolución en 1810. Y
Eyzaguirre ubica los “Factores del Proceso Independentista” centrándose en
1808, en un inesperado alzamiento en España que trae consigo la disminución
del poder hispano, cuando el rey Fernando VII es tomado prisionero por las
fuerzas napoleónicas.

Volviendo a Eyzaguirre, se observa que éste autor destaca la acción jurídica


que querían los oligarcas en América orientada a reasumir la soberanía y
constituir así un nuevo gobierno, ante la imposibilidad de gobernar el monarca
español. Por ello, Eyzaguirre destaca que “La proclamación solemne […] nace
del cabildo de Santiago, a la que sigue a principio de 1809, el juramento de
fidelidad a la junta central de Sevilla como gobierno legítimo de toda
monarquía.”[7]
Lo anterior, a juicio de Eyzaguirre es la seguridad momentánea que se debe
seguir, como un espectro de cálculo político, la estabilidad jurídica de las
colonias. En el caso de Chile, la contingencia histórica dio la ocasión para que
nacieran los derechos políticos de la colonia de Chile, lo que sumado a las
nuevas nociones ilustradas, enfatizó la libre voluntad del pueblo en regir sus
destinos. Por eso no es extraño que en el discurso de la Junta Central de
Gobierno, señale: “la indiscutida fidelidad al monarca, la reivindicación de los
derechos políticos de la comunidad frente al absolutismo y la conciencia de que
las indias no eran colonias, sino provincias unidas a España en la persona del
monarca…”[8]
Luego Eyzaguirre continúa destacando las actividades del Cabildo Abierto para
elegir una junta de gobierno que asuma el mando mientras el rey se encuentra
prisionero. “La lucha entre el bando reformista por el cabildo y el núcleo
absolutista que dirigía la audiencia alcanzó en el mes de Septiembre su punto
culminante.”[9]
También destaca Eyzaguirre que en aquellas juntas de gobierno, se
incluyan vocales que deberían corresponder a hombres ilustrados, hombres
solemnes del reino y los vecinos más honrados. Sin embargo, en el caso de
Chile, el presidente de la Junta el “Conde de la Conquista” asentó la victoria del
renacimiento de la jurisdicción tradicional de la participación de los
representantes del pueblo, creando así un poder regional frente al poder
absoluto hispánico. Esto es una visión de los ilustrados de la época que
resguardarían así los derechos del pueblo de Chile para alcanzar un poder
igualitario al de España, en tanto se consolide el legítimo rey Fernando VII. O
como lo señala Eyzaguirre: “Sólo los filósofos se atrevieron a advertir a los
hombres que tenían derechos y que únicamente podían ser mandados en
virtud y bajo las condiciones fundamentales de un pacto social.”[10]
Llegar a crear una separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial
sería equivalente a un incremento en la evolución política del país y una forma
de buscar el principio de libertad entre los que mandan y los que obedecen. El
hombre que luego de estos sucesos destacó notoriamente fue don José Miguel
Carrera, influenciado por el sacerdote Fray Camilo Henríquez. Eyzaguirre lo ve
en estos términos: “Aristócrata de sangre, había nacido para mandar y no para
obedecer… Ahí estaba Chile, como fruto maduro, esperando la mano resuelta
que le desgajara del tronco mortecino.”[11]
Así, la mano dura de Carrera emergió como la solución en los sucesivos golpes
de estado para eliminar la influencia y el deseo de algunos grupos criollos que
aspiraban al diálogo y a resolver los reglamentos constitucionales por la vía de
la paz y de la erradicación paulatina de lealtad ante el rey de la corona
española. Por eso Eyzaguirre expresa, refiriéndose a Carrera: “…y barre
asimismo del gobierno el ramificado clan de los Larraínes…”[12]
La posesión del mando, obliga a Carrera a quedar como único “príncipe” en
busca de la libertad, sustrayendo el poder por la vía de la coacción y la fuerza.
Llama la atención como en tan corto plazo que va de 1810 a 1813, los sucesos
se abalanzan y se va asentando la aspiración de una total independencia
debido a que el rey cautivo aun no volvía a retomar el lugar del trono. Además,
la concupiscencia de la filosofía francesa “tatuada” en los nuevos gobernantes,
va fortaleciendo a Carrera y a sus teóricos. Por eso Eyzaguirre en este libro
que comentamos señala: “…el hombre de acción, y Henríquez, el ideólogo, en
los distintos frentes del gobierno y de las letras, conspiraban unidos en el logro
de una meta común.”[13]
Para fortalecer las bases políticas de este nuevo gobierno, el ideólogo de
Carrera: Camilo Henríquez, va difundiendo por todos los medios
comunicacionales del período, las ideas de Rousseau, para contribuir
tácitamente a un pacto social, que centre las atribuciones entre “el príncipe” de
Maquiavelo – en este caso José Miguel Carrera- y de los derechos del pueblo.
Todo ello, no cabe duda ayudó al desarrollo de esta conciencia libertaria que se
fue incoando en tan breve plazo, como destaca Eyzaguirre.

En este contexto, el virrey del Perú, don José Fernando de Abascal, al ver los
acontecimientos que acontecían en la provincia de Chile y que en tan corto
período iba a transformarse en una nación, y posteriormente en un Estado con
un sistema republicano como las antiguas potencias constitucionales (la de
Francia y los Estados Unidos de América);[14] se muestra muy inquieto y ve
claramente esto como una amenaza para la jurisdicción soberana española.
Por ello, moviliza inmediatamente tropas para los intelectuales y gobernadores
chilenos, sin la búsqueda de las palabras o los acuerdos, solo intentando
revertir dicha situación y cautelando los intereses monárquicos.

Hoy día, es muy frecuente explicar la emancipación nacional como un simple


antagonismo entre chilenos y españoles, enmarcados en una dialéctica simple
de dos conceptos políticos opuestos. Por un lado, el absolutismo; y por el otro,
el liberalismo. Tales conceptos representaban ideales distintos que entraban en
conflicto; los seguidores del absolutismo se identificaban con el rey y los
chilenos ilustrados se inclinan a favor del liberalismo y de la causa autonómica
patriota.

Por eso es que Eyzaguirre destaca que: “No hay que olvidar, en fin, que la
totalidad de las tropas que acompañaron a Pareja, Gainza y Osorio en sus
campañas por el rey, eran de origen chileno, como también el más cruel y
audaz guerrillero monarquista Vicente Benavides.”[15] La cita ilustra por tanto
que no todos los chilenos eran proclives a la Independencia.
La lucha de los chilenos en todo caso en este hito, 1813 por ejemplo, es
desacertada y no permite alcanzar los anhelos de libertad. Por otro lado,
Eyzaguirre en su texto enfatiza mucho en los mitos continuos que hablaban de
tropas provenientes del virreinato del Perú que caían como el monzón. El autor
lo expresa así: “una defensa inorgánica… fruto de un comando revolucionario…
de la miseria recogida como resultado del abandono de los trabajos agrícolas y
tala de los campos, y de la total paralización del comercio… actuaciones
tumultuaria de Carrera y sus hermanos, de que los chilenos no podían
gobernarse por sí mismos; la noticia, en fin, de la retirada napoleónica de
España y de la vuelta al trono Fernando VII, como asimismo del sofocamiento
progresivo de los conatos revolucionarios en los diversos sitios de América,
fueron llevando a los patriotas a la certidumbre de que su causa estaba en
esos momentos perdida y que mantener la resistencia sólo significaba
acrecentar los males de la guerra.”[16] O’Higgins por su lado, como lo dice
Eyzaguirre, bajo las órdenes de don José Miguel Carrera, “llegó a ofrecerse de
rehén para garantizar sus clausulas…”[17] este acto es interpretado para
muchos historiadores como una tregua, que permitiría a los colonos rehacerse
para continuar la lucha.
Por su parte, fueron los chilenos que no querían perder el ejercicio libre de sus
derechos, los que se unieron al llamado en los campos de batallas en contra de
los realistas. También fueron los escasos intelectuales de la época, los que
aceptaron la constitución escrita por don Juan Egaña en la “Declaración de los
derechos del pueblo de Chile”, concluida en 1812. Ésta queda por tanto,
reformulada en 1813, y en ella se estableció lo siguiente: “Chile reconoce por
su rey constitucional y el más sagrado vínculo de la unión de la nación al señor
don Fernando VII y los sucesores que llamare la Constitución General, libres e
independientes.”[18]. En fin, lo que prometía dicha constitución monárquica es
que la colonia chilena enviaría socorro a España en su lucha contra los
franceses y que además mantendría un trato comercial más favorable a tierras
hispanoamericanas.
El virrey del Perú, a través de sus armas y capacidades somete
incondicionalmente las intenciones de toda causa independentista desde el 18
de Septiembre de 1810. Imperativamente todo documento referente a estos
temas fueron anulados, y los ilustrados que abrazaron la causa
independentista; fueron detenidos, erradicados y expulsados por la corona
española, como parte de una “política implacable y de represión” que durará
hasta 1817. Esto es extensivo tanto a la isla de Juan Fernández como a toda la
geografía continental del Chile colonial. Mientras, los patriotas conservaban
lealtad y fidelidad a los postulados de la filosofía política ilustrada emergente,
apoyando en todo momento las innovadoras normas expresadas en las
jurisdicciones de los cabildos.

Hasta aquí las principales ideas de Eyzaguirre en el texto que estamos


comentando. Por nuestra parte, valoramos que el punto de vista del Derecho,
que privilegia Eyzaguirre, permita una visión distinta de la historia nacional;
aunque del Derecho se han formulado continuamente los procedimientos de la
República de Chile, y actualmente es el medio esencial para todos los procesos
jurídicos de la construcción histórica del Derecho nacional.

Por el contrario, Francisco Encina (1874 – 1965)[19], considerado como uno


de los historiadores, abogados, políticos y ensayistas chilenos más relevante
del siglo XX, nos ha legado entre otros textos, su libro: “Nuestra Inferioridad
Económica” (1912); el que analizaremos a continuación, para observar su
mirada sobre la Independencia, tal como lo hemos realizado con los anteriores.
Para Encina la historia de la Independencia de Chile, subyace en un esquema
de nacionalismo heroico como se manifiesta en la siguiente cita: “Ruiz Tagle, al
transcribir el acuerdo al elegido, cuidó de recalcarle sus facultades: “es
incumbencia de V.S. -le decía- designar el sistema de gobierno que observará:
si la dictadura, que es el que más conviene en estos momentos, o si la
república absoluta, todo lo cual deberá comunicarme V.E. para anunciarlo al
pueblo libre y entregar a V.E., a la brevedad posible, la suma del poder con
que mis conciudadanos me han investido interinamente.”[20] La cita ilustra
por tanto, el señorío y un cierto nacionalismo heroico de los personajes, que es
uno de los sellos de este historiador.
La responsabilidad que otorga este escritor a los líderes, radica principalmente
en mostrarlos como héroes audaces y capaces de armar una estructura eficaz
para el Estado, y para enfrentar los desafíos propios de las constantes luchas
por el poder. Por esta razón, Encina manifiesta además un dejo de corriente o
de línea clasista, como lo expone Palacios. Aunque hoy ya sabemos que el
enfoque clasista historiográfico es más representado en Chile por Francisco
Encina en el contenido de la Independencia de Chile. Este último, sostiene que
la causa fundamental de la Independencia fue “la antipatía entre criollos y
peninsulares engendrada por la diferenciación de los temperamentos y los
caracteres.”[21]
A su vez, O´Higgins, es presentado por Encina, como un criollo de formación
europea, que logra superar y manifestar su capacidad para aceptar el poder
que le ha entregado el pueblo, con perspectivas mesiánicas para derrocar el
sistema español, sin claudicaciones ni volver atrás.

El fundamento de Encina, en este caso, se asienta en admirar los valores que


se necesitan para resistir una causa “perdida” ante las competencias de la
cultura política y la cultura armada que tienen los absolutistas españoles. No
obstante, el heroísmo es beneficioso para agrupar a las generaciones de una
nación, representando estos valores como emblemas de todo ciudadano que
debe por derecho natural, entregar su vida a costa del nacionalismo, para
terminar con la dominación extranjera.

La preocupación de Encina es de narrar sistemáticamente “la historia de los


vencedores”, la que se manifiesta en un cierto espíritu colectivo de quienes
conforman los conglomerados nacionales. Todo lo cual lo reforzará a su vez, el
Himno Nacional y otros Símbolos Patrios[22] y los gritos espirituales de “viva
Chile mierda”. Todas estas expresiones ilustran por tanto, el enfoque de Encina
centrado en la idea del roto chileno.
También, para este autor, al escribir sobre O´Higgins lo hace siempre desde la
perspectiva del “el padre de la patria” y es representado como el ejemplo único
de seguir; a pesar, de las dificultades de la vida personal del héroe. Es decir,
para Encina lo que vale es instaurar en las conciencias colectivas las acciones
trascendentales que hizo aquel hombre ciudadano. Dicho enfoque de Encina ha
recibido sus críticas, por supuesto. Entre éstas: que se centra mucho en el
relato burgués aristócrata, por ejemplo cuando da cuenta de las capitulaciones
no conocidas de O´Higgins; por ejemplo de cómo llegó al poder, quiénes
estaban de tras de él, las muertes de los hermanos Carreras, una guerra civil o
la renuncia de un derrotado políticamente por un pueblo educado o subversivo;
etc. Empero, el recurso histórico literario de Encina es frecuente para
escudriñar los elementos que estructuran la vida de O`Higgins y otros héroes,
como los populares San Martín, Freire, Las Heras y otros. Así, el estudio
personal de O´Higgins en este enfoque, es el clímax de toda la documentación
e investigación de Encina, en aras de mantener el espíritu vivo de los valores
de estos próceres y para cautelar el reconocimiento de éstos en el país. Por
ello enfatiza también este autor, en las Causas de legítimamente constituida.
Ello en base a los esfuerzos de tales los héroes, que reconocemos por la
literatura oficialista y que se ha encargado de plasmar el conocimiento y la
educación.

Por otro lado, las adversidades que viven estos hombres (héroes) son vistos
como hitos de una nación que está en construcción y que hay que proteger.
Entre éstos los elementos psicológicos, económicos y sociales del país. Así, en
un momento Encina enumera casi todos los aspectos existentes en la
idiosincrasia de los hombres del país en ese momento el “(…) análisis de la
psicología económica del pueblo chileno, destacando rasgos como la falta de
perseverancia, la obsesión por la fortuna rápida, incapacidad para el trabajo
metódico, la debilidad del espíritu de asociación y cooperación, el derroche del
tiempo, etc. (…)”[23] Por lo tanto, aquí Encina, examina el orden ético,
sociológico y formativo educacional, a través de las notas que observa en la
mentalidad de los hombres del período y que serán el sustrato de las
actividades de un gobierno autoritario, por la vía de un Director Supremo que
protege la instauración de la soñada y perfecta República. Según los ilustrados,
que O`Higgins había estudiado y que ahora desea aplicar a largo plazo para
determinar el buen funcionamiento de la República y legitimar así al pueblo.
Todo ello entonces, gracias a la pericia de los héroes de la patria.
Así, la ética fundamentalista de los ilustrados debía perpetuar las nociones
ilustradas con los logros materiales, pero ahora ya no trabajado desde el
campo de batalla como respuesta última, sino como normas para alcanzar el
cambio reflexivo en la oligarquía y en esa idiosincrasia ya comentada. Es decir,
que O´Higgins y los líderes son vistos por Encina como los más virtuosos para
gobernar y los cuales tendrían a su vez, las posibilidades para asentar los
valores más nobles para construir la patria, o una nación uniforme en post de
la República.

Sin embargo, las fanfarronadas y los actos torpes del pueblo, se siguen
cometiendo restando fuerza y tiempo para lograr pronto la nación unificada o
un Estado unitario. Así, al no prevalecer aún el respeto por la diversidad étnica
y por las deferentes razas, no se sustenta el porvenir de un Estado autóctono;
luego falta claramente la instrucción como la que tenían los europeos
aristocráticos. El ideal de este tiempo por tanto, es traspasar esos valores a la
oligarquía chilena para asentar debidamente el poder.

Encina en este texto deja claro que los héroes de la independencia de Chile
estudiaron y se perfeccionaron siguiendo cosmovisiones ilustradas, como
hemos venido señalando, y que se observó en próceres tales como Carrera,
Miranda, O´Higgins, y Bolívar, entre otros. Todos ellos están imbuidos de las
nociones de una civilización europea occidental, como modelo para los nuevos
Estados. Estados que necesitaban filósofos solemnes, por eso no es extraño
que aparezcan criollos como Egaña, Salas y otros que ayudaron a edificar las
bases del sistema republicano, aunque con elementos proto-sociales que se
articularon primero en el viejo continente.

Para Encina, por tanto, en este texto, los próceres como los mencionados, son
los conductores de Chile que deben enfrentar a los oligarcas que se oponen a
los grupos todavía minoritarios del cambio político, pero que van creciendo
cada día. Por ende, tales hombres, considerados héroes, próceres, insignes,
elevados… son el resultado epistémico y político de una masa crítica en
construcción y que va evolucionando frente a los cambios que se están dando
en Europa y en España principalmente. Estos hombres que constituyen la masa
crítica, serán a su vez, un foco socio político para la instauración del cambio y
para el abandono de definitivo de la Monarquía en Chile.

Hasta aquí las principales ideas de Encina en el texto que estamos


comentando. Por nuestra parte, creemos que este reconocimiento epopéyico-
heroico de los próceres, que hace este autor; es el resultado final de una
propuesta reflexiva frente al contexto político-económico español y en la idea
de que los más virtuosos debían construir la República. Sin embargo, la
construcción de la República no la realizaron los líderes militares, sino los
intelectuales que articularon los modos de gobernar mediante los escritos
constitucionales.

Por tanto, los textos históricos oficialistas que muestran los eventos de la
Independencia nacional, corresponden al registro más intenso de la búsqueda
de la verdad, a pesar de que magnifican las actuaciones de nuestros próceres
en el proceso de construcción de la república. Así, autores como los citados:
Edwards, Eyzaguirre y Encina, han contribuido a esbozar la identidad y el
patriotismo, a través de la descripción de las situaciones bélicas, del recuerdo
del fragor de las batallas, del derramamiento de sangre y de las acciones
heroicas de muchos otros personajes que tuvieron la osadía de luchar contra
los simpatizantes monárquicos, que representaban el viejo sistema político
social y comercial, centrado en la figura del Rey de España.

Esta colisión de ejércitos, es también un proceso que enfrentó dos culturas,


dos realidades y dos mitologías; proceso que permitió la búsqueda del
progreso moderno, de los postulados de las letras ilustradas y la consolidación
de la República de Chile.

El lado “B” de la Historia Oficial.


La historia “no contada”, denominada a veces también como la “no oficialista”,
ha ganado un espacio en las bibliografías en el Chile contemporáneo. Esto
debido a la democracia que se ha diseñado en los años posteriores del
gobierno militar. Así por ejemplo, historiadores como Gabriel Salazar, Tomás
Moulian y Sergio Grez… enfocarían por su lado, un proceso distinto al
oficialismo en cuanto al contenido de la Independencia de Chile. Esto se
comprende mejor cuando se leen sus textos académicos expuestos en diversas
casas de estudio; tales como las obras de Gabriel Salazar: “Dolencias
históricas de la memoria ciudadana (Chile, 1810 – 2010)”; “Del Poder
Constituyente de Asalariados e Intelectuales (Chile, siglos XX y
XXI)”;“Mercaderes, empresarios y capitalistas (Chile, siglo XIX)”; “La violencia
política popular en las “Grandes Alamedas””; “Construcción de Estado en Chile
(1800-1837). Democracia de los “pueblos”. Militarismo ciudadano. Golpismo
oligárquico”… Por otra parte, entre los escritos de Tomás Moulian se
destacan: “La forja de ilusiones: El sistema de partidos”, “Conversación
interrumpida con Allende”, “Socialismo del siglo XXI: La quinta vía”, “De la
política letrada a la política analfabeta”… y a su vez por el lado de Sergio Grez
se observan textos tales como: “Historia del Comunismo en Chile. La era de
Recabarren (1912-1924)”; “Los anarquistas y el movimiento obrero. La
alborada de “la Idea” en Chile., 1893-1915”; “De la “regeneración del pueblo”
a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en
Chile (1810-1910)”, entre otros.
Para Salazar (1936 – )[24], la independencia de Chile se inicia y luego se
finaliza gracias a la fuerza del movimiento social-ciudadano, contraponiendo
así a toda la versión histórica presentada por Edwards, Eyzaguirre y Encina;
quienes han escrito la historia como desde una interpretación nacional
victoriosa. Con razón a estos autores se les ha denominado los “vencedores de
siempre”. Así por ejemplo, Gabriel Salazar escribe a este respecto lo
siguiente: “…los historiadores de alcurnia han llenado las páginas de los textos
y nuestra propia memoria con héroes de diverso perfil y clasificación:
militares, como O’Higgins, San Martín, Prieto y Bulnes; políticos como Portales,
Egaña y Rengifo, y Culturales, como Bello, Gay y otros. Una bronceada galería
de estatuas, coronas de laureles, espadas, togas y charreteras…”[25]
Así, nuestra memoria y recuerdo de la consolidación de la patria, descansa en
los personajes e hitos explicativos que han escrito autores como Edwards,
Eyzaguirre y Encina; quienes han contribuido a forjar una especie de
conciencia patriótica o nacional, destacando también los símbolos patrios como
la bandera y el escudo chilenos. Estos autores mencionados, además han
contribuido a incorporar contenidos epopéyicos y patrióticos en las nuevas
visiones curriculares educativas, llegando así prospectivamente a las
generaciones actuales. Empero, autores como Salazar sostienen que las
imágenes abstractas han construido durante todo el siglo XX la “mitología
heroica”, del país, dejando de lado toda organización para re-escribir la historia
no contada; es decir, lo que este autor determina como la “historia
ciudadana.”[26]

Por ello Salazar agrega luego que “…la “memoria oficial” anestesia los procesos
sociales. Oculta la gesta de los sujetos anónimos, de los actores sociales y,
sobre todo, denigra la lucha del “bajo pueblo”. Es decir, a juicio de Salazar: la
gesta que realizan los dueños vivos de la ciudadanía.”[27]
Salazar por tanto, enmarcado en estas críticas valora el movimiento ciudadano
y sostiene que es el pueblo el que motiva la acción de lucha, y que recursos
para cumplir con los objetivos provienen de las altas oligarquías y destaca
además que los intereses no previstos en estos procesos están en la cúspide
del poder. Sin embargo, la acción popular es manipulada desde el aparato
central de poder; esto es del Estado, y la clase política tendría la función de
asegurar la prosperidad del Chile popular.
Así, Salazar destaca demás que los historiadores “oficiales” han blasonado y
magnificado el tesón de la patria; es decir, que han inmortalizado a los
protagonistas unipersonales oligarcas, que se enfrentaron ante la corona
española calculando sus costos y demandas en la ambición, ocultándose en
gobiernos autoritarios de influencia partidista extrema. Un claro ejemplo, es la
escena titulada “La Abdicación del Prócer”.

Por otro lado, desde nuestra perspectiva destacamos que en los libros de
historia entregados por el Ministerio de Educación de Chile, durante el siglo XX
e inicios del siglo XXI, aparece el contenido temático referente a la aplicación
del poder, como el fin último del proceso independentista de Chile,
centrándose siempre en el centro del país, sin considerar el aporte de las
regiones Norte y Sur.

También observamos que los grupos de intereses más poderosos estaban


concentrados en el centro (principalmente en Santiago). Así el centro del país
es el lugar en que los historiadores ponen énfasis para observar los
acontecimientos y explicar su desarrollo político, apareciendo en segundo lugar
o como trasfondo las minorías locales, muy desvinculadas de la metrópolis
santiaguina, donde se tomaban las grandes decisiones.

La gran capital, desde el punto de vista productivo es relativamente más pobre


que los agro- mineros del norte y los agro-ganaderos del sur, razón por la que
se constituyeron con afanes hegemónicos de rentabilidad, grandes familias que
asumieron el control centralista del comercio exterior en todo el país. De la
Independencia al período del Director Supremo -quien controla todos los
recursos a disposición y negociación con las élites mercantiles- O’Higgins se
propuso prolongar su dictadura aprobada por la constitución de 1822. En pocas
palabras, los grupos de interés en Chile estaban en las manos del
“emperador”. Este hecho, fue lo que impulsó a los grupos de presión (los del
sur y los del norte) a organizarse y a no aceptar los excesos centralistas y
dictatoriales del Director Supremo O’Higgins.

Luego, también se suman a la oposición contra el Director Supremo nuevas


regiones del país por ejemplo: “Los pueblos libres de Concepción y los pueblos
libres de Coquimbo.”[28]
Así, una vez erradicada la dictadura, la libertad civil se concentró en la
construcción del Estado, de forma libre y democrática, con acciones de
voluntad y progreso colectivo en que le pareciera pertinente según el contexto
social que el pueblo de Chile exigía y proponía. Para ello se focalizó un poder
completamente constituyente en las asambleas buscando el diálogo
concertadamente. Y no en las estrategias coloniales que utilizaba el Rey de
España para imponer sus derechos frente a sus súbditos, de acuerdo al
paradigma de la política tradicional europea.

Este proceso post abdicación de O’Higgins, decayó en el caos, en la anarquía


violentista de los patricios chilenos (terratenientes), que desestructuraron
todos los elementos organizativos fijados con antelación y bajo la lógica
ilustrada. Así, los libros no muestran ni cuentan a la ciudadanía, esta fase de
caos, la cual no queda debidamente narrada en los cronistas del siglo XX, que
abordan la Independencia nacional; ello porque son historiadores que
participan de las castas oligárquicas y por tanto participan indirectamente del
poder supremo ganado por las armas en los acontecimientos de la
Independencia. Así, en la práctica, estos grupos presionaron al dictador para
que renunciara; pero se vieron enfrentados con otros generales; por ejemplo el
General Freire (apoyó al sur) y el General La Frontera (apoyó al Norte) y
ambos se prepararon para combatir los principios de libertad constituyente en
Santiago. Sin embargo, la presión emergida en las raíces del pueblo
trabajador, desvinculó a los grupos centralistas y de intereses (élites del poder
en Santiago), obligando a la abdicación de O’Higgins. Todo esto visto por los
historiadores comprometidos con la oligarquía terminó por presentar al
Dictador como un gran héroe, que evitó la guerra civil entre las minorías
absolutistas y los liberales democráticos.

Hasta aquí las principales ideas de Salazar en el texto que estamos


comentando. Por nuestra parte, concluimos que en los libros de historia de la
enseñanza básica, la historia se ha centrado completamente en el núcleo de
poder asentado en Santiago, y no ha considerado las realidades de las otras
provincias tanto del norte como del sur. Si bien es cierto, el heroísmo queda
aislado si se hacen relatos de las luchas populares, pero que en los campos de
la educación oficial lo que más se muestra es el proceso de batallas
conducentes a la Independencia y el rol de los agentes patrióticos como Héroes
consagrados.

Para Tomás Moulian (1939 – ) la historia de Chile es relevante de acuerdo a los


optimismos de las posibilidades de transitar por el sueño del colectivismo
institucional, manteniendo el pluralismo de las decisiones políticas originadas
de las necesidades del pueblo con aspectos democráticos y con un orden
institucional que provee las demandas del grupo social afectado. [29] Y más
adelante este mismo autor expresa:
“Desde arriba se hicieron esfuerzos por democratizar y por transformar en
sujetos a los ciudadanos… terminaron adhiriendo a la necesidad de una “mano
dura”, de un autoritarismo reactivo.”[30]
El Estado no construyó al pueblo, sino que fue un grupo minoritario de letrados
y de élite el que impuso el arte de gobernar mediante las prácticas de poder de
la época. Desde aquí se intentó construir una idea de ciudadano. Las facultades
de aquella utopía, llevó a los más consientes a tomar las armas, y fueron por
tanto, los grupos cultos y selectos los que conducen la Independencia
despertando la simpatía popular y la valentía de todo el pueblo “patriota.”

No obstante, las disyuntivas del poder, y de los héroes no bastan para forjar
los ejércitos y al pueblo con una identidad nacional, creando la unificación
nacional. Proceso que fue dirigido por los de arriba, por las élites como hemos
venido señalando, y que aspiraban a construir un ideal ciudadano, basándose
tanto en los ideales del mundo griego clásico como del perfil del chileno
autónomo.

El proyecto de Chile que describe Moulian, tiende a un núcleo esencial,


radicada en una democracia para todos, y no en un “sueño celestial” de una
sociedad perfecta, sino más bien en una alternativa del porque debemos
luchar.

Así, siguiendo con las ideas de este autor, el primer paso para perpetuar el
hecho independentista, es la elaboración de una constitución mediante una
Asamblea Constituyente, y no con una constitución dictaminada por un circulo
aristócrata y que fue plasmada el 8 de Agosto de 1822 y las posteriores a ella.
Moulian sostiene que esta constitución debe ser cambiada y sostiene que debe
tener como punto de partida la representación del colectivismo para “subir” las
demandas concertadas participativas de la política.

Posteriormente a ello, la literatura oficial sufriría ciertos cambios en los campos


educacionales de la historia política de Chile; conciencias nuevas interpretarían
los hechos como actos de certeza, pero los cruces de las causas, el desarrollo y
las consecuencias, formularían innovadoras hipótesis de la elaboración
independentista de la nación. Incautando un destello en las generaciones
venideras que reestructurarán los modelos de los padres de la patria y las
depuraciones tanto del debate como el diálogo entre los ciudadanos.

Hasta aquí las principales ideas de Moulian en el texto que estamos


comentando. Por nuestra parte, argumentamos que el sistema democrático
permite que exista una historia más pluralista acerca de los personajes y de los
acontecimientos. Siempre y cuando se cumplan las nociones de respeto y las
representaciones de las clases políticas, las cuales siempre se encuentran
organizadas y deseando que se re-escriban paulatinamente los
acontecimientos históricos pero enfatizando en los sectores populares, o en los
que ellos representan. Es una manera de unificación con la cual se sigue
construyendo el Estado histórico.

Por otra parte, Sergio Grez[31] interpreta la independencia de Chile como el


cuestionamiento incesante del por qué celebramos la independencia, el 18 de
Septiembre de 1810, “en la fecha oficial de celebración del Estado y de la
“chilenidad”, quedando inscrita en la memoria de los habitantes del país como
símbolo patriótico y de identidad nacional.”[32] Grez destaca que este proceso
independentista no surgió de forma natural, sino forzosa, impulsado por un
grupo minoritario criollo que decide desplazar al antiguo sistema español, y
que desea cambiarlo por las bases de un Estado nacional independiente.
El historiador británico John Lynch, por su parte, al referirse a la actitud de los
sectores populares frente al movimiento de emancipación política en Chile, ha
sostenido con convicción que como estos “no tenían nada que ganar en la
nación, carecían de sentido de nacionalidad.”[33] Es decir, que el pueblo en su
totalidad (a excepción del grupo criollo elitista) no se mostró entusiasta frente
a un proyecto de país que ofrecían los grupos minoritarios, pero finalmente
primó la unión de una nación comprometida.
Volviendo a Grez, cabe destacar que este autor ve la gestación de la idea de
nación como un conocimiento historiográfico que se acumuló por los hechos,
permitiendo afirmar con bastante certeza que “…el “bajo pueblo” fue
incorporado a estas luchas más por la represión y coacción que por convicción
o persuasión política…”[34] ya que el realismo político se expandía en las
conciencias intelectuales para introducir el concepto de ciudadano, de hombre
libre, que dispone de una nación para circular autónomamente por las tierras
propias de la independencia. Pero, las condiciones que emanaban de los
héroes, eran los intereses de una sociedad completa para ellos,
construyéndose con el concepto de soberanía chilena. Logro que se obtuvo por
el aparecimiento de variados sectores populares, entre ellos: el artesano, el
comerciante urbano, el campesino…, cuya capacidad comprensiva del concepto
patriótico radicó en el espíritu de estos segmentos sociales. Todo esto sumado
a los mecanismos de reproducción del disciplinamiento coercitivo en la
economía, en la política y en el control de los elementos que promueven la
cultura de “los de abajo.”
Actitudes coercitivas, emanadas de la fuerza, tanto del español como del
oficialismo militar de O´Higgins, fueron por ejemplo: las penas de azotes,
carros rodantes de prisión, los trabajos forzados, el sistema de papeletas para
vigilar a los trabajadores tanto del campo como la minería, la presencia de
jefes militares en los yacimientos de mayor productividad… Así como también
las fiestas que se van instaurando por los simbolismos del espacio del credo
independentista: la celebración de las batallas, el homenaje obligado a la
bandera, la legitimidad del catolicismo puro como instrucción obligatoria…todo
lo cual se constituyó en una clara estrategia para una generación guardiana de
la nación patriótica emergente.

Esto reformó las profundidades filosóficas de la conciencia española por la


conciencia patriótica del poder nacional, cuyo poder, fue cambiado de
domicilio; las cuales conservaron los mismos signos, pero con una bandera que
no era del pueblo, sino de los conglomerados criollos que visualizaron la nación
para ellos.

Empero, las ideologías, se movieron en dos planos: tanto la los conservadores


del poder y del credo del Director Supremo como una guía de los nobles y
cauteladotes del principio del bien común; la otra parte de la élite, se centró en
los llamados “pipiolos” que ofrecían un “algo” distinto de la nación de 1810 y
del 1818; esto es, una tendencia deslumbrante a las conciencias de la Europa
positivista, cuyos postulados no rechazaban teóricamente la posibilidad de
hacer de los sectores populares actores políticos con derechos y deberes
ciudadanos. Por ello las élites intentaron asentar las bases de una comunidad
nacional más inclusiva e integrada, especialmente a partir de la Constitución
liberal de 1828; en base a los principios de libertad individual, rechazo al
despotismo y confianza en un parlamento, y/o en las representaciones
regionales y provinciales (federalistas). Además casi todos hablan de libertad
de expresión y de derechos civiles, así como de la conveniencia de valorar la
construcción futura de un pueblo real, capaz de asumir el destino nacional.

Estas diferencias de los bandos que hemos enunciado, se convierte en una


encrucijada que estallaría en una guerra civil. En efecto, tan pronto acontece la
renuncia del Director Supremo (28 de Enero de 1823), se produce en los llanos
del río de Lircay (17 de Abril de 1830), la batalla en que se enfrentaron los
aspirantes al progreso de la patria y los pequeños grupos que defendían las
convicciones participativas del pueblo, o lo contrario a estas facciones; esto es
el mero hecho de guiar el rebaño indiscriminadamente por la clase gobernante
militarizada; contexto que prontamente se vería reflejado en la elaboración de
la Carta Magna de 1833 que consolida a los conservadores.
Hasta aquí las principales ideas de Grez. Por nuestra parte, argumentamos que
las descripciones del autor son muy relevantes pues cuestionan las formas de
administración de los gobernantes de aquella época. La edificación del relato
histórico de Grez es muy similar al juego de las ideas de Salazar, quien
destaca que las fuerzas productivas y los quehaceres populares estarían en
contra con los oligarcas que gobiernan. Estos últimos, según el autor estarían
asegurando los mismos códigos e instrumentos de dominación.
Las ideas de Salazar, Moulian y Grez son fundamentales para explicar las
controversias históricas en las áreas de la educación. Por nuestra parte,
destacamos que según estos autores, la historia se ha centrado en los grupos
intelectuales oligárquicos y en sus productos teóricos, considerando una
realidad histórica-política desde el interior de nuestro país. Si bien es cierto, en
esta mirada el heroísmo queda prácticamente anulado, y los fundamentos de
ello son la consolidación y el reconocimiento de las luchas populares que
anhelan acceder a controlar el Estado, como un movimiento representativo de
muchos y no como minorías absolutas y patrimoniales.
A modo de Conclusión
Las “Dos Caras” de la Independencia de Chile, se enfatiza en las narraciones y
las interpretaciones de los autores que hemos analizado. De este modo, queda
demostrado que cumplen una función esencialmente descriptiva de los relatos
histórico-políticos. Y Otorgan una gran cantidad de datos, principalmente
nombres, fechas y lugares. Llama la atención que el enfoque del proceso
histórico-político que más se repite, sea una secuencia lineal, una narración
continua de los sucesos. Esta no es una situación negativa, ya que es el lector,
guiado por el cursor de la lectura, y eventualmente por el ciudadano conocedor
de la historia, podrá hacer las conexiones o enlaces entre un hito u otro o
facilitar tales conexiones. Dichas vinculaciones traerán a su vez, consecuencias
en la idea de “chilenidad” que el lector se está formando. Y así sucesivamente;
por tanto, la narración histórica incide en el rol del ciudadano del presente y
también más tarde como adulto, en la comprensión de la historia-política del
país.
No obstante, la re-escritura de la historia política de Chile, tendrá que
considerar los elementos vitales de la integración total de las personas como
entes del Estado-nación, porque actualmente la competencia y los conflictos
emergen nuevamente, tal como en el pasado, y en este sentido una historia
que considere mejor estas variables, ayudaría a comprender las causas de
estas contradicciones que se observan en la actualidad en nuestro país.

En consecuencia, la narración histórica-política para los estudiantes de


cualquier unidad de estudio, ha estado esencialmente conectada
uniformemente a nivel de Estado, y no concentra las fuerzas de otros relatos
regionales que componen vuestra estructura social de país. Estas narraciones
locales han sido siempre consideradas como no verídicas por quienes escriben
la realidad social política oficial. Por ende, es de sentido lógico establecer,
organizar e innovar un curriculum nacional, en relación a la literatura histórica-
política, en base a los contenidos y a sus derivaciones asociadas a las ideas de
Patriotismo, Identidad y Nacionalidad, construyendo así las conciencias
históricas de nuestros estudiantes, con una mayor libertad en su condición de
ciudadano.

Bibliografía
“Constitución Política de la república de Chile. 2011” Artículo
n°2. Editorial centro Gráfico Limitada. Santiago. 2011.
Debray, R. “La República explicada a mi hija” Fondo de Cultura Económica.
México. 1998.
Edwars, A “La fronda aristocrática, Editorial Universitaria. Santiago. 2001.

Encina, F. “Historia de Chile, Tomo VI” Editorial Universitaria. Santiago.


1952.
Encina, F. “Historia de Chile. Tomo XIV”. Ercilla. Santiago. 1952.
Eyzaguirre, J. “Ideario y ruta de la emancipación chilena” Editorial
Universitaria. Santiago. 2011.
Godoy, H. “El carácter del chileno” Editorial Universitaria. Santiago de Chile.
1981.
Grez, S. “Bicentenario en chile la celebración de una laboriosa
construcción política” Revista Realidad. Santiago. 2005.
Lynch, J. “Las revoluciones hispanoamericanas 1810-1826”. Editorial
Ariel. Barcelona. 1926.
Moulian, T. “El deseo de otro Chile” Ediciones LOM. Santiago. 2010.
Peralta, P. “¡Chile tiene fiesta! El origen del 18 de septiembre (1810-
1837)”.Ediciones LOM. Santiago. 2007.
Salazar, G. “En el nombre del poder constituyente” Ediciones LOM. Chile.
2011.
NOTAS

[1] Alberto Edwards Vives, fue un abogado, político y escritor chileno de


tendencia nacionalista.

[2] Cf. Edwars, A. “La fronda aristocrática Editorial” Universitaria. Santiago.


2001. p. 31.
[3] Ibídem. p. 43.
[4] Ibídem. p. 51.

[5] Ibídem. p. 54.

[6] Jaime Miguel Eyzaguirre Gutiérrez, fue un abogado e historiador chileno, el


principal representante de la corriente historiográfica católica de
Chile.

[7] Eyzaguirre, J. “Ideario y ruta de la emancipación chilena” Editorial


Universitaria. Santiago. 2011. p. 94.
[8] Ibídem p. 97.

[9] Ibídem p. 110.

[10] Ibídem. p. 128.

[11] Ibídem p. 131.

[12] Ibídem p.132.

[13] Ibídem p. 133.

[14] Cf. Debray, R. “La República explicada a mi hija” Fondo de Cultura


Económica. México. 1998. pp. 7-9.
[15] Eyzaguirre; op. cit.; pp. 135-136.

[16] Ibídem. p. 141.

[17] Ibídem. p. 143.

[18] Ibídem. p. 139.

[19] Francisco Antonio Encina Armanet, fue un historiador, abogado, político, y


ensayista chileno.

[20] Encina, F. “Historia de Chile. Tomo XIV”. Ercilla. Santiago. 1952. p. 8.


(Las cursivas son mías).
[21] Encina, F. “Historia de Chile, Tomo VI” Editorial Universitaria.
Santiago. 1952. p. 8.
[22] Artículo 2º “Constitución Política de la república de Chile.
2011” Editorial centro Gráfico Limitada. Santiago. 2011. p.6.
[23] Godoy, H. “El carácter del chileno” Editorial Universitaria. Santiago de
Chile. 1981. p. 293.
[24] Gabriel Segundo Salazar Vergara, es un historiador chileno, profesor de la
Facultad de Filosofía y Humanidades y de la Facultad de Derecho de
la Universidad de Chile. Galardonado con el Premio Nacional de
Historia 2006, es en la actualidad uno de los más destacados
exponentes de la historiografía social y política contemporánea
chilena.

[25] Salazar, G. “En el nombre del poder constituyente” Ediciones LOM.


Chile. 2011. p. 33.
[26] Cf. Ibídem. p. 33.

[27] Ibídem. p. 34.

[28] Cf. Ibídem p. 39.[29] Tomás Moulian Emparanza, es un sociólogo


y cientista político chileno, crítico de la estructura económico-social
de su país posterior a la dictadura de Pinochet.

[30] Moulian, T. “El deseo de otro Chile” Ediciones LOM. Santiago. 2010. p.
22.
[31] Sergio Grez Toso, es historiador y sus relatos apuntan a los movimientos
populares en Chile, integrando tanto lo social como lo político, pero
considerando las dimensiones económicas, ideológicas y culturales.
(A la fecha 06.01.2014, en la búsqueda del año de nacimiento del
autor no se ha encontrado publicada con facilidad, tanto en Internet
como en sus revistas).

[32] Peralta, P. “¡Chile tiene fiesta! El origen del 18 de septiembre


(1810-1837).” Ediciones LOM. Santiago. 2007. p. 5.
[33] Lynch, J. “Las revoluciones hispanoamericanas 1810-
1826.” Editorial Ariel. Barcelona. 1926. p. 149.
[34] Grez, S. “Bicentenario en chile la celebración de una laboriosa
construcción política.” Revista Realidad. Santiago. 2005. p. 2.

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