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IDEAS
21 de Diciembre del 2018 Lectura: 4 minutos
COLUMNAS
(/GABRIEL-
HIDALGO-
ANDRADE)
Ella caminaba con dirección a su casa. Allí la esperaba su madre con la cena
lista. Llevaba apuro porque tenía tareas que cumplir en sus estudios universitarios;
avanzaba rápido, animada por sus sueños. Pero nunca se sintió segura en las
sombrías veredas del camino de regreso. Al volver llevaba mucho cansancio por el
peso de su vientre y el niño en su ser. Repentinamente un desconocido se acercó.
Sí, un desconocido. Nadie puede dar por conocido a un troglodita que trata como
trató ese cavernario a Priscila.
¿Es, acaso, otro delito el cometido porque el criminal asesinó a una persona distinta
a la mujer agredida? No. El femicida asaltó, atacó y agredió a una mujer y como
consecuencia exterminó la vida que llevaba en su vientre y que no puede ser
distinta a la de ella misma apenas porque aún no ha nacido. El femicida dio muerte
a una mujer, mató a la propia Priscila, porque la vida que llevaba en su vientre no se
puede separar de ella antes del alumbramiento. Esa vida es tan vida como la de
Priscila y los operadores de justicia deben reconsiderar lo antes posible sus
hipótesis jurídicas sobre el asunto ante una opinión pública indignada y ante la
historia que los mirará con descon anza.
Las relaciones de afecto son reciprocas, transparentes, leales, honestas. Una pareja
que miente, que lastima, que hiere, que traiciona, que agrede no le corresponde la
cualidad de un par, de un igual, de un semejante. Le corresponde llevar para
siempre y con indignidad la mancha que cargan los traidores en su frente, la marca
de Caín.
@ghidalgoandrade
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