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Historia Económica

Se puede decir que el objeto de la historia económica es entender cuál ha sido y qué ha causado el desenvolvimiento
de la economía en general, de un sector, de una actividad o grupo poblacional en un lugar y periodo determinados. Se
pretende dilucidar cuál ha sido el desempeño de la economía, sus causas y características, así como sus consecuencias
inmediatas y a más largo plazo. La historia económica es una rama fundamental del estudio de la economía, que
brinda un contexto a lo que se estudia en la teoría con el apoyo de los métodos cuantitativos. Por ello, Joseph
Schumpeter consideraba que para ser un buen economista se requerían conocimientos sólidos de teoría económica,
matemáticas y estadística (ahora econometría)… e historia.

Al ser una ciencia social, la economía difícilmente puede proporcionar la experimentación que caracteriza a una
ciencia dura. Los eventos no son repetibles y por tanto su análisis y predicción son complicados en sí mismos. En ese
sentido, la historia económica brinda un “laboratorio” en el que podemos observar eventos o fenómenos sociales, que
ocurrieron en una circunstancia específica, pero cuyo análisis nos permite entender mejor cómo funciona una
economía, sus agentes, sus mercados, etcétera. Estudiar historia económica nos brinda más memoria, más pistas para
entender la realidad, y por lo tanto más posibilidades para explicar el presente y vislumbrar el futuro. De ahí deriva,
en buena medida, su importancia.

Como economistas, o como personas interesadas en las ciencias sociales, saber historia económica, de la misma
manera que historia política y social, nos permite entender mejor nuestra realidad, de dónde venimos, cómo llegamos
hasta donde nos encontramos, y por lo tanto qué tipo de escenarios se nos pueden plantear hacia adelante. Saber
historia económica es un instrumento más del análisis económico, que nos facilita el entendimiento de nuestra
realidad, del funcionamiento de una sociedad y de sus perspectivas a futuro.

1.2 Enfoques de historia económica


A lo largo del tiempo han existido diversos enfoques para el estudio de la historia económica. Inicialmente, como
parte del estudio de la historia política y social, sólo se consideraban sus aspectos económicos. Con el tiempo, la
historia económica fue adquiriendo un lugar propio, en el que se estudiaban instituciones como la Constitución de un
país, la historia de ciertos impuestos o de algún sector en particular. La utilización de cifras y las explicaciones del
desarrollo de los países se convirtió muy pronto en un ingrediente insustituible para escribir historia económica. Por
ello el trabajo de construcción de las cuentas nacionales a partir de principios del siglo XX en algunos países
constituyó un factor esencial para la disciplina. Fue entonces que los intentos por entender los cambios históricos
comenzaron a basarse en teorías del desarrollo económico que lo explican como una sucesión de estadios o periodos
predecibles e identificables. Estos enfoques fueron los de origen marxista basados en la lucha de clases, los
shumpeterianos que consideran los cambios con base en la innovación y el cambio tecnológico, y aquellos del estilo
desarrollado por Walter W. Rostow que se basan en etapas del desarrollo de las sociedades y economías.

Otro enfoque o método utilizado implícitamente es el de la llamada nueva historia económica, y que surgió a
mediados del siglo XX a partir de la historiografía norteamericana moderna sobre la esclavitud en ese país. En ella se
hace uso extensivo de la teoría económica, de la evidencia cuantitativa disponible o construida ex profeso, y de la
explicitación de las llamadas hipótesis contra factuales. Desde ese enfoque, los hallazgos deben ser contrastados
contra lo argumentado por los principios básicos de la teoría económica. A pesar de las enormes críticas que sufrió
este planteamiento, su metodología y varias de sus características han perdurado.

En años más recientes, la historia económica con un punto de vista neoinstitucionalista cobró gran importancia. Este
enfoque señala que el desenvolvimiento de la historia económica depende en buena medida de las instituciones
existentes y su evolución. Una economía, así, opera en medio de un marco institucional determinado que tiende a
facilitar o inhibir el crecimiento y el desarrollo. El marco institucional es, de alguna manera, el conjunto de “reglas
del juego” con el que opera una economía. Las leyes, las instituciones formales e informales (como el banco central o
como los grupos de poder), y su estructura, el medio ambiente institucional —como el “estado de derecho”—, la
transparencia y previsibilidad de las acciones del gobierno, el acceso a la información pública y otros factores
similares establecen el marco institucional de una sociedad o de una economía. Los miembros de una sociedad, o
bien los agentes económicos, funcionan, operan dentro, y su comportamiento depende, esencialmente, de ese marco
institucional. A partir de este acercamiento, las personas específicas tienen menos relevancia que las instituciones, o
bien existen otros factores ajenos a las instituciones que estimulan o dificultan la actividad económica. Tal es el caso
de los choques económicos que puede sufrir una economía, como una guerra o una devaluación mayúscula, una
catástrofe natural, etcétera. Naturalmente, existen otros enfoques en los que las personas y su circunstancia son los
que realmente hacen la historia, y por ello son los sujetos indispensables. Sus particularidades personales, e incluso
sus circunstancias vitales, juegan un papel importante en la explicación. La acción de individuos puede ser altamente
transformativa del sistema y las instituciones que lo gobiernan. Esta interacción con las instituciones conduce a que
se formen resultados y nuevas reglas del juego.

Personalmente, mi forma de investigar y escribir sobre historia económica es un tanto ecléctica. Primero, me empapo
de bibliografía para conocer, a grandes rasgos, lo que se ha escrito sobre el tema o el periodo en cuestión. La
selección de esa bibliografía básica es importante y por ello también consulto a especialistas para escuchar sus
recomendaciones. Luego, conforme avanzo, me encuentro con referencias adicionales que se obtienen de las
referencias iniciales, así se va tejiendo una bibliografía más amplia. Un segundo paso es el estudio de las variables
económicas relevantes, de las cifras que existan sobre el tema. Esta puede resultar una labor complicada pues en
muchas ocasiones las cifras pueden ser de dudosa calidad, o de plano no existen. Teniendo una buena idea de qué fue
lo que sucedió, conociendo las cifras relevantes (incluso si son de dudosa calidad), el trabajo que sigue es revisar su
consistencia interna, su lógica con la teoría económica. Es decir, ver si las cifras hacen sentido con las historias que se
cuentan. Para ello la teoría económica es fundamental. Si las hipótesis que se desprenden del estudio de las variables
mencionadas son inconsistentes, o simplemente imposibles teóricamente hablando, lo más probable es que no reflejen
la realidad histórica. Si las cifras, a pesar de su relativa calidad muestran una tendencia lógica, o coinciden con
explicaciones coherentes de corte cualitativo, es probable que entonces puedan utilizarse para reforzar los
argumentos. Así, basados en evidencia cualitativa y cuantitativa, que sea coherente con la lógica y la teoría, se
pueden construir hipótesis sobre hechos históricos que se acerquen a lo que ocurrió, o a lo que plausiblemente
ocurrió. No podemos tener certezas, pero sí mayor luz para aclarar puntos y enriquecer nuestro entendimiento y
comprensión de los diversos fenómenos. Por tanto, la forma de construir hipótesis no parte de un modelo
preconcebido, ni de una teoría del desenvolvimiento histórico particular. Por decirlo de una manera un tanto
sarcástica, no conocemos el resultado antes de empezar.

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