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ISBN: 978-607-9152-09-3
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
V. Religión en la posmodernidad:
cristianismo débil en tiempos de poscristianidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
1. Vuelta a la religión en Vattimo y la posmodernidad . . . . . . . . . . 132
2. Ateísmo y religión posmodernos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138
3. Religión y secularización posmodernas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142
4. Religión y hermenéutica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146
5. Vuelta a una fe débil, sin violencia, ecuménica y amigable . . . . . . 149
6. Implicaciones sobre la religión posmoderna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154
Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203
Introducción
E
l ser humano —que somos en cada caso— no reduce la complejidad
de su existencia en ninguna de las dimensiones que se destacan en
las definiciones clásicas; por ejemplo, homo rationalis, politicus,
loquens, faber, moralis, entre otras. De entre las muchas posibles, desta-
caremos aquella definición que, si bien no agota su ser, sí expresa la pro-
fundidad y trascendencia de su naturaleza; nos referimos a la definición
del hombre como homo religiosus. Teniendo en cuenta que toda definición
tiende a simplificar, su utilidad radica en la posibilidad de evitar la equivo-
cidad y alcanzar el mayor grado de unidad en la comprensión de los objetos
que buscan definirse. Nos atrevemos a utilizar esta expresión no para hacer
una antropología teológica ni para reducir la vida humana a algo que no
es humano, sino para destacar que en las personas existe una dimensión
de apertura hacia algo más grande, más pleno y más duradero que nuestra
existencia; o, en otros términos, que existe una continua aspiración a algo
menos efímero y fugaz que nosotros.
Desde los orígenes de la humanidad, a partir de los rastros y huellas que
han dejado las especies que nos precedieron, hemos podido confirmar que
el fenómeno religioso es tan antiguo como el propio hombre. Lo mismo
podríamos decir de otras formas de estructuración de la vida humana. Sin
embargo, la profundidad y huella que la dimensión religiosa ha dejado en
la historia es irreductible a cualquier otra manifestación social y cultural.
8 Dios y la religión como problemas filosóficos
L
as preguntas acerca de Dios y de lo religioso o sobre lo que estos con-
ceptos representan (sentido último de la vida, razón de ser, lugar en el
cosmos, fundamentación de la existencia y de la acción, comunidad
en la que se comparte creencias y certezas, entre otros) son tan antiguas
como el ser humano. Tenemos noticia de restos fósiles de homínidos sepultados
en posiciones fetales u orientadas en la dirección en la que nace el sol —con
la expectativa de que la muerte no se lleve todo, sino que haya un nuevo
nacimiento—. Lo mismo podemos decir del incipiente arte prehistórico,
en el que se manifiesta, si bien no una convicción, al menos una profunda
inquietud por la trascendencia; es decir, por no quedar, por no pasar, sino
por ese deseo de permanencia y perennidad por medio del cual el ser humano
comienza a vincularse, ligarse o religarse con algo que le rebasa, que supondrá
como sagrado, y que será concebido precisamente bajo la idea de Dios. El
fenómeno religioso —y Dios, como objeto de la religión— ha estado presen-
te dentro de las preocupaciones que han inquietado la existencia humana
desde sus orígenes mismos.
12 Dios y la religión como problemas filosóficos
¿Qué es el teísmo?
1
Confesiones X, 5, 7. En Soliloquios, I, 7, Agustín sostenía que quería conocer “a Dios y al alma […] nada más”
(“Deum et animam scire cupio […] Nihil omnino”).
14 Dios y la religión como problemas filosóficos
alguna con él). Ambas concepciones justo intentaban responder al reto que
suponía esa nueva visión del mundo, regido ahora por leyes necesarias.2
Sin embargo, el contenido semántico del teísmo tiene raíces más hondas.
Va configurándose en la tradición hebrea; después, entra en contacto con
la cultura helénica, para que en el periodo patrístico y medieval se consolide.
El Dios del teísmo es, por una parte, un ser absolutamente perfecto, auto-
consciente y libre; transciende por completo la realidad mundana; y por
otra parte, la ha creado toda de la nada, la conserva en el ser y la determina
en su actividad.
El término del que deriva el teísmo (θεóς = theós = dios) también tiene
una larga historia. La palabra es común a todas las lenguas indoeuropeas.
En las germánicas, por ejemplo (Gott, Gud, God), se la relaciona con el
término indostánico antiguo huta (puruhuta, que significa “el muy invocado”
y equivale a Indra, el rey de los dioses y señor del cielo, en la primitiva
religión védica) y se afirma que etimológicamente significa “el ser que es
invocado”. Por lo que se refiere a la etimología del término griego theós,
a partir del cual acuñó Platón la palabra theología,3 difícilmente puede conside-
rarse resuelta la discusión. Theós tiene un uso semántico muy amplio y,
lo mismo empleado como sujeto que como predicado; designa cualquier
experiencia sobrecogedora, particularmente la respectividad fascinante,
poderosa y sublime que se experimenta en los ritos de los cultos más antiguos.4
En la historia de las religiones, sólo suele hablarse de Dios allí donde lo
santo se concibe como persona, donde los poderes se consideran como
seres dotados de personalidad y voluntad. En contraste con los espíritus,
2
Hans Küng, ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo, Madrid, Cristiandad, 1979,
p. 189.
3
Cratilo 396a. “¿No es, entonces, justo comenzar por los dioses y examinar por qué han recibido exactamente
el nombre éste de «dioses» (theoí)? […] Yo por mi parte sospecho, desde luego, algo así: me parece que los
primeros hombres que rondaron la Hélade tuvieron sólo por dioses, precisamente, a los mismos que la mayoría
de los bárbaros tienen todavía hoy: al sol y la luna, a la tierra, a los astros y al cielo. Pues bien, como veían siempre
a todos estos en movimiento y «a la carrera» (théonta), les pusieron el nombre de «dioses» (theoús) a partir de
la naturaleza del «correr» (theîn). Posteriormente, cuando hubieron descubierto a todos los demás, siguieron
llamándoles con este mismo nombre. ¿Tiene lo que digo alguna semejanza con la verdad o ninguna en absoluto?”
(Cratilo 397d).
4
Algunos autores afirman que la raíz indoeuropea de la que se deriva theós es *dhes-, que significa sagrado
y que no tiene relación con la raíz dyeu- / dyu- (luz diurna), de la que se deriva la voz latina deus (y su variante
divus). En la época romana, se consideraba a los dioses como luminosos, seres de luz, incluso al emperador. No
es posible abonar a la discusión; sin embargo, recomendamos para la precisión etimológica: E. A. Roberts y B.
Pastor, Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española, Madrid, Alianza, 2013, pp. 34 y 43.
Aproximación al teísmo y a una noción de Dios como punto de partida 15
que también son poderes, el término Dios tiene un sello más individual: el
numen (lo sagrado) se convierte en nomen (lo que se puede nombrar). Dios
recibe un nombre.5
Derivado de lo anterior, en un principio el término teísmo fue referido a
la creencia en los dioses tradicionales del Olimpo que representaban o per-
sonificaban, por un lado, las fuerzas o leyes cósmicas y fenómenos meteo-
rológicos, y por el otro, los rasgos humanos, donde coinciden paradójicamente
ideales de excelencia y comportamientos viles y negativos.6
Tal concepción teísta fue transitando a una noción más racional y
abstracta de la divinidad cuyos atributos se alejaban de cualquier tipo de
proyección antropomórfica,7 tal como la presentará primero Jenófanes, de
Colofón, en su célebre fragmento en el que esboza una concepción monoteísta;
un solo Dios, eterno, inmutable, inteligentísimo (o de un Dios que está
por encima de todos los demás),8 cuyos atributos son la omnipotencia, la
omnisciencia y la espiritualidad, es decir, el alejamiento de la corrupción
material. La atribución a este Dios de la unidad, la inmutabilidad y la eternidad
ha hecho que la tradición doxográfica lo haya identificado o confundido
5
Más aun, en algunos casos, a un solo ser se dan innumerables nombres, como en la variedad de veinte
nombres que Dios recibe en el Antiguo Testamento (Elohim, El-Shadday, El-Olam, Adonay, YHWH, Shebaoth,
Yahveh Mekaddesh, Emanuel…). O en otros casos, al ser Dios absolutamente trascendente, no es posible
denominarlo, más que como Deus ineffabilis (como lo propondrá la teología negativa de la que hablaremos
más adelante). Cfr. H. Küng, op. cit., pp. 801-802.
6
“Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses cuantas cosas constituyen vergüenza y reproche entre los
hombres, el robo, el adulterio y el engaño mutuo. Pero los mortales se imaginan que los dioses han nacido y
que tienen vestidos, voz y figura humana como ellos. Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros y los
tracios que tienen los ojos azules y el pelo rubio. Si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos y fueran
capaces de pintar con ellas y de hacer figuras como los hombres, los caballos dibujarían las imágenes de los dioses
semejantes a los caballos, y los bueyes semejantes a las de los bueyes y harían sus cuerpos tal como cada uno tiene
el suyo”. Jenófanes, Fragmentos 169-172, en G. S. Kirk y J. E. Raven, Los filósofos presocráticos, Madrid,
Gredos, 1969, pp. 240-241.
7
Durante mucho tiempo se mantuvo la tesis evolucionista de que la concepción de Dios fue el resultado de
un largo proceso de racionalización, desde puntos de vista animistas y politeístas, hasta concepciones menos
antropomórficas y más racionales y abstractas. Mircea Eliade ha cuestionado esa postura (Lo sagrado y lo
profano, Madrid, Guadarrama, 1981, cap. 3), pues afirma que no es posible seguir un patrón evolutivo en las
diferentes concepciones religiosas como para suponer que tal evolución (animismo-fetichismo-politeísmo-
henoteísmo-monoteísmo) efectivamente se dio. Pudieron aparecer en el origen concepciones derivadas de un
monoteísmo (cósmico) primitivo. Cfr. P. Poupard, Diccionario de las religiones, Barcelona, Herder, 1987. Sin
embargo, en la dirección que apunta este trabajo, hacia el Dios del teísmo occidental, en especial, en la concepción
judeocristiana del Dios revelado, sí nos parece pedagógicamente útil tal esquema progresivo, pues su revelación
fue apuntando a ello, y por las implicaciones que tal esquema tendrá para el desarrollo de la filosofía moderna y,
sobre todo, para la aparición del ateísmo filosófico.
8
“Existe un solo Dios, mucho más grande que los dioses y que los hombres, no semejante a los mortales ni en
el cuerpo ni en el pensamiento”. Jenófanes, cit. por Clemente Alejandrino, Strommata V, 109; Diels, 21 B 23, en C.
Fernández, Los filósofos antiguos. Selección de textos, Madrid, bac, 1974, p. 11.
16 Dios y la religión como problemas filosóficos
con el concepto ser, de Parménides, sin que haya suficientes razones para
sostenerlo. Procedente de tal concepción, Platón, Aristóteles y otros filósofos
antiguos ponen énfasis en la trascendencia de Dios, de tal modo que poseerá
atributos que lo colocan en una realidad por completo distinta de la nuestra,
y no interactúa con este mundo ni con el hombre.
La noción que los filósofos griegos mantuvieron acerca de la divinidad
—que discrepaba en su mayoría de las creencias presentes en las religiones
populares de aquella época— se caracterizaba por tres rasgos: a) la impersonalidad
de Dios o de los dioses; b) la eternidad del mundo; c) la infinitud como un
rasgo de indeterminación. Como podrá verse, estos mismos rasgos entrarán
en conflicto con las características del Dios del teísmo bíblico.
a) La impersonalidad de Dios implica una consecuente indiferencia
respecto a los seres del mundo; es decir, en primer lugar, lo divino no es
un ser personal, sino una especie de fuerza o ley cósmica que regula el
mundo; en segundo término, tal ser es indiferente a los avatares de la vida
humana. Los griegos prefilosóficos concebían a sus dioses como fuerzas vivas
con voluntad propia que dirigían el destino de los hombres y éstos debían so-
meterse a aquéllos. Partiendo de lo observable en la naturaleza, a la cual
entendían como necesaria y eterna, los filósofos presocráticos pensaban en algo
originario de todo, que ordenaba el mundo, una sustancia esencial, un principio
único y eterno, de donde procedía todo. Se preguntaban si era el aire, el
agua, el fuego, la tierra, el amor, el odio... Extendían esta racionalización
aun refiriéndose a la existencia humana, que, como necesaria e inteligible,
también debía tener un fundamento. Para Aristóteles, el origen de la noción
filosófica de Dios procede de la propia alma humana y del movimiento
de las estrellas. Ve un Dios supremo en el primer motor del universo, un
acto de pensamiento subsistente y eterno; pero cuando lo refiere como el
“pensamiento divino que se piensa a sí mismo”,9 provoca que se comience
a concebir a un ser desligado del hombre y se vaya tomando distancia de
la creencia en aquellos dioses primitivos, que eran seres religiosos o cumplían
su religión cuando regían el destino del ser humano.10 La tradición judeo-
cristiana es paradigmática en este sentido, por concebir a Dios como un ser
9
Metafísica IX, 1069a-1076a.
10
Etienne Gilson, Dios y la filosofía, Buenos Aires, Emecé, 1945, pp. 55-56.
Aproximación al teísmo y a una noción de Dios como punto de partida 17
universal sin forma que daba origen a todos los elementos. Mientras que la idea
de infinitud, con el radical sentido que la tradición judeo-cristiana le da,
se encuentra en la base de la idea de creación. Recordemos que esta última
idea nos remite a la producción de la nada, es decir, producir el ser en su
totalidad desde el no-ser. Ningún griego, prefilosófico o filosófico, llegó
a admitir la realidad o positividad del no-ser, de la nada. En la tradición
judeocristiana, la nada en sí misma carece absolutamente de contenido, de
realidad; sin embargo, sí es concebida, pero sólo en oposición a todo cuanto
existe, incluso en oposición a la existencia eterna de Dios antes de que el
mundo haya sido creado por él. El tránsito del no-ser al ser es un paso
infinito y sólo puede ser causado por un ser igualmente infinito. Sostiene
H. Küng: “El testimonio de fe de la Biblia interpreta el fin primariamente
como la culminación de la acción de Dios en su creación: en el fin del mundo,
lo mismo que en su comienzo, no se encuentra la nada, sino Dios”.11 Con
todo y la precariedad del lenguaje, el pensamiento hebreo concibió a Dios
como creador y a su vez como un ser infinito, lo cual puede explicar la
prohibición de hacer representaciones suyas o la imposibilidad de siquiera
nombrarlo.12 Recordemos que en el Antiguo Testamento encontramos pasajes
donde se suponía que quien miraba a Dios moriría. La infinitud en Dios es
equivalente a la eternidad, a la necesidad y a otros atributos privativos de
ese ser y que marcan el abismo que lo separa de toda criatura. Este sentido
de infinitud era completamente extraño a la mentalidad griega.
Entonces, será a partir del encuentro entre el pensamiento helénico y
la tradición judeocristiana cuando aquella noción abstracta adquiera los
rasgos personales que definen al Dios del teísmo. A diferencia de lo que
sucedía con el pantheón griego, la noción de un ser personal, de influjo ju-
deocristiano, proyectará características humanas consideradas como superiores,
a saber, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la espiritualidad, la moralidad,
y semejantes, o atributos derivados de las perfecciones de las criaturas, en
particular, del ser humano, pero predicados de Dios en grado superlativo
—lo que los escolásticos llamaban la via eminentiis, la vía mediante la cual
se predican rasgos de Dios en grado eminente—.
11
H. Küng, op. cit., p. 893.
12
Éxodo 20, 4-5.
Aproximación al teísmo y a una noción de Dios como punto de partida 19
El contenido semántico del concepto de Dios del teísmo, con los elementos
recogidos tanto de los datos de la revelación como de la racionalización
helénica, permitirá la posibilidad de deducir ciertos predicados que son
atribuibles de modo privativo de tal sujeto. El Dios del teísmo indicará
unicidad, es decir, que tales atributos y rasgos compartidos con otro o varios
seres implicarían recíproca limitación. Así, el Dios del teísmo es un ser
único y trascendente al que corresponden atributos entitativos o esencia-
les, tales como infinitud (ausencia de limitación), eternidad (no está sujeto
al tiempo ni al cambio), espiritualidad (no se sujeta a las limitaciones de la
materia: espacio, tiempo, mutación, composición) y necesidad (no puede
no ser, es por esencia, absolutamente). Al mismo tiempo, este ser trascendente
es también inmanente, pues se relaciona con el mundo; en primer lugar, en
una relación de creador-criatura, pues, según el teísmo en su perfil crea-
cionista, lo produjo como acto de su suprema inteligencia y de su libérrima
voluntad. Por tanto, la inmanencia de Dios se entiende como esa relación
y cuidado que Aquel tiene con su obra. El Dios del teísmo imprime su
ser y perfección en el orden natural y gobierna su obra providentemente,
conduciendo a toda criatura hacia su perfección final. Y ese Dios es un ser
personal, en cuanto que no es una fuerza cósmica, mágica o sobrenatural,
o puramente energía, sino un ser consciente y libre. Para decirlo con la
definición de persona acuñada por Boecio (480-524), es un ser “individual
de naturaleza racional”,14 que subsiste por sí mismo. Este Dios se revela
como persona, ya sea mediante su obra, ya en diversas hierofanías.15 En la
tradición judeocristiana, ese Dios infinito se revela a través de mediaciones
13
Deuteronomio 10, 17.
14
Boecio, Sobre la persona y las dos naturalezas contra Eutiquio y Nestorio, III (PL LXIV, 28).
15
M. Eliade, Tratado de Historia de las Religiones, Madrid, Cristiandad, 2000.
20 Dios y la religión como problemas filosóficos
16
Juan 1, 1.
17
Es evidente que dichas religiones nacieron en las inmediaciones del Oriente próximo (Medio Oriente),
pero el potencial de sus ideas se ha extendido y de hecho ha configurado la fisonomía de la cultura occidental.
Aproximación al teísmo y a una noción de Dios como punto de partida 21
18
N. Malebranche, Traite de morale, I, III, 2.
19
Citado por Carlos G. Vallés, Dejar a Dios ser Dios. Imágenes de la divinidad, Santander, Sal Terrae, 1997.
22 Dios y la religión como problemas filosóficos
Dios es la más densa de las palabras de los hombres. Ninguna ha sido tan
manchada y tan desgarrada. Precisamente por eso no puedo prescindir de
ella. Generaciones de hombres han arrojado sobre esta palabra el peso de
su vida angustiada y la han pisoteado contra el suelo, yace en el polvo y lleva
el peso de todos ellos. Generaciones de hombres han rasgado la palabra
con sus partidos políticos, han matado o muerto por ella, lleva las huellas
digitales y la sangre de todos ellos. ¿Dónde podría yo encontrar una palabra
que se le asemejara para designar lo supremo? Debemos respetar a los que
la prohíben, porque se rebelan contra la injusticia y la sinvergüencería de
aquellos que invocan a Dios para justificarse, pero no podemos renunciar
a ella.21
Lo anterior deja ver, por un lado, que no podemos prescindir de la palabra
Dios o de lo que nos representa, en tanto seres humanos; por el otro, que
no es fácil ni evidente conocer a Dios ni hablar de él. Los grandes teólogos
y filósofos creyentes son los primeros en insistir en este punto —incluido
20
Cfr. Juan Antonio Estrada, Imágenes de Dios, Madrid, Trotta, 2003; J. A. Estrada, Razones y sin razones de
la creencia religiosa, Madrid, Trotta, 2001. Desde una perspectiva más polémica hacia el teísmo y su noción de
Dios, vid. Alejandro Tomasini Bassols, Filosofía de la religión: análisis y discusiones, México, Grupo Editorial
Interlínea, 1996; de él mismo, Nuevos ensayos de filosofía de la religión, México, iif-unam, 2000.
21
M. Buber, Fragmentos autobiográficos, München 1962, 509s, citado por H. Zahrnt, Dios no puede morir,
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1971, p. 23.
Aproximación al teísmo y a una noción de Dios como punto de partida 23
Sí, vanos por naturaleza todos los hombres en quienes había ignorancia
de Dios y no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven a
Aquel que es, ni atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice […] Que
si, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les
aventaja el Señor de éstos, pues fue el Autor mismo de la belleza quien los
creó. Y si fue su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan
de ahí cuánto más poderoso es Aquel que los hizo; pues de la grandeza y
hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor.23
22
Summa Theologiae (S. Th.) I, q 2; q 13.
23
Sabiduría 13, 1-5.
24
Salmo 42, 1.
25
Deuteronomio 32, 40.
26
Isaías 45, 5.
24 Dios y la religión como problemas filosóficos
Jacob, tiene su nombre propio. “Dijo Dios a Moisés: «Así responderás a los
hijos de Israel: ‘Yo soy’ (YHWH o Yahvéh) me envía a vosotros»”.27
Anselmo de Aosta dio una definición que, aunque no deja de ser una imagen,
tiene bastante razón en cuanto al contenido semántico de la expresión. En
su famoso argumento acotó —como observaremos con detenimiento más
adelante— que Dios “es un ser por encima del cual no se puede pensar ninguna
otra cosa mayor” (“Deus est id quo majus cogitari non potest”);28 es lo más
grande que puede ser pensado, y debe ser pensado como existiendo; más
aún, dirá que Dios, parafraseando el pasaje del Éxodo, es el máximo ser,
que existe por sí mismo, es decir, que su naturaleza es ser.29
Entonces, ¿a qué nos referimos cuando decimos Dios? Proponemos
como recurso pedagógico la definición anselmiana, que ha estado presente
en la tradición cultural y religiosa de Occidente, con toda la ambigüedad
e imprecisiones que puede tener; cuando decimos Dios, entendemos un
ser omnipotente, omnisciente y soberanamente bueno. Un ser incondicionado,
infinito, eterno, que posee esencialmente los atributos de la personalidad:
individualidad, entendimiento y voluntad libre, y que es creador del mundo
y del hombre, como se ha señalado antes. En otras palabras, nos referimos
al Dios del teísmo judeocristiano, conceptualizado a partir de intuiciones
filosóficas presentes en los textos sagrados y cotejadas con ciertos principios
o nociones racionales que hemos heredado de la filosofía griega.30
27
Éxodo 3, 14.
28
Proslogion III.
29
Proslogion VI. En sus Sermones sobre el Antiguo Testamento (7, 7), Agustín ya había advertido que el ser
de Dios, o mejor dicho el modo de ser es ser; por tanto, si lo que es permanece, no cambia, la esencia de Dios es la
inmutabilidad. A su vez, Santo Tomás recurre a este pasaje para fundamentar bíblicamente en sus famosas cinco
vías el ser como atributo por excelencia de Dios (S. Th. I, q2, a3).
30
En la Biblia se encuentran cinco principios fundamentales que, no obstante, coinciden con presupuestos
filosóficos y que marcarán los aportes a la metafísica clásica, a saber: 1) Creación: es decir, la producción de una
cosa de la nada de sí (forma) ni de materia alguna (materia); creación también es la producción de una cosa
en cuanto a toda su substancia. Este punto es fundamental para marcar la diferencia entre esta metafísica (así
como distinguir el teísmo) de otras metafísicas (no teístas) de inspiración panteísta o naturalista. 2) Infinitud
de Dios: pues la misma noción de creación exige la infinitud del creador. Esto se explica mejor por la teoría del
movimiento metafísico, es decir por el paso de la potencia al acto. Mientras más lejana esté la potencia del acto,
más requerirá de perfección el ser en acto que sea capaz de realizar el movimiento. Dado que no hay límite entre
la nada y el ser —esto es, que el trayecto de la nada al ser es infinito—, la Causa que realiza el tránsito de lo que no
es al ser tiene que ser superior a dicha infinitud. 3) Providencia Divina: Providere, de donde se deriva la palabra
providencia es una voz latina que descompuesta significa ver por. Con este concepto se entiende, en términos
filosóficos, que Dios ve por su creación, está al cuidado de ella, la conserva en el ser y la conduce a su plenitud.
4) Libertad Humana (origen del pecado): como lo revela el pasaje del pecado original (Génesis 3, 1-13), con la
libertad se da paso a la autoconciencia y a la responsabilidad del ser humano sobre sus acciones; el uso de
la libertad implica la posibilidad de autodeterminarse en el ser humano, incluso en la dirección opuesta a
Aproximación al teísmo y a una noción de Dios como punto de partida 25
Dios. 5) El problema del mal: el mal es una realidad, está presente en todas las cosmovisiones y tradiciones
religiosas; no tiene fundamento ontológico positivo, pero existe en el ámbito de lo humano y su origen es la
libertad. La materia es ontológicamente buena y no es origen del pecado; la libertad humana que es corruptible
es la causa del pecado por preferir un bien aunque no sea un bien moral. En suma, estos cinco principios o
intuiciones filosóficas que se encuentran en la metafísica bíblica serán importantes no sólo para el teísmo, sino
también para el desarrollo de la metafísica platónico-aristotélico-agustiniano-tomasiana, que estará presente
en el teísmo occidental.
31
No es la intención de éste y los subsiguientes capítulos de este escrito demostrar su existencia o no existencia,
sino analizar y presentar cómo ha sido discutida la problemática respectiva en el pensamiento filosófico, lo que
ha dado lugar a una teología filosófica y una filosofía atea. Por otra parte, no pretendemos asumir que el teísmo,
en especial el judeocristiano, es mejor que otras concepciones de la divinidad. Sin embargo, es un hecho que tal
concepción es la que ha estado presente en la historia del pensamiento filosófico occidental y ha sido objeto de
innumerables debates en torno a su viabilidad, plausibilidad o imposibilidad. De ahí, su pertinencia en este libro.