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LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN: LA COMEDIA NUEVA O EL CAFÉ

ANÁLISIS DE UN TEXTO TEATRAL

1. EL EMISOR TEXTUAL
Leandro Fernández de Moratín nace en Madrid el 10 de marzo de 1760, a principios del
reinado de Carlos III. Hijo del poeta y dramaturgo Nicolás Fernández de Moratín, apoya
la causa francesa durante la Guerra de la Independencia, por lo que tiene que exiliarse
cuando esta finaliza, regresa en algunas ocasiones a España, pero vive la mayor parte del
tiempo en París, hasta su muerte. Hombre culto, que se había enriquecido más todavía
con sus viajes; tímido, progresista y sentimental. El sí de las niñas es su obra de mayor
éxito, la cual, provoca un cambio en el gusto popular, que vira hacia la comedia
moratiniana, imponiéndose a las comedias de magia y a los sainetes de don Ramón de la
Cruz. Pertenece al movimiento Ilustrado, que se inicia en España a lo largo del siglo
XVIII y que, en nuestro país, supone la mixtura de las modernas corrientes europeas y la
tradición española ilustrada. El barroquismo degenerado provoca el cambio hacia un
austero clasicismo que pueda devolver a las letras la claridad y el orden establecidos, a
partir de las reglas que había codificado Aristóteles hacía dos mil años. En La comedia
nueva o el café, Moratín muestra sus dos actitudes como Ilustrado: una crítica, de raíz
intelectual, que estructura la exposición y el nudo de la comedia, poniendo de relieve
vicios y errores comunes de la sociedad mediante procedimientos propios de la sátira; y
otra sentimental, de raíz afectiva, que estructura el desenlace de la pieza, mediante la cual
son destacadas la verdad y la virtud que sustentan el auténtico comportamiento humano.
Para Moratín, pues, la comedia tiene una finalidad docente. La comedia nueva es una
crítica teatral dramatizada porque en ella se censuran obras de autores como Comella, que
triunfaban en los escenarios por sus efectos espectaculares, a pesar de sus argumentos
descabellados. La comedia nueva condena la grandilocuencia e inverosimilitud de los
dramas que se representaban en los coliseos a finales del XVIII, al tiempo que propone
un modelo alternativo ajustado a la preceptiva neoclásica, es decir, obligado a respetar las
célebres unidades de acción, tiempo y lugar, así como el decoro, en busca de la
verosimilitud escénica, y, además, incorporando una inequívoca enseñanza moral.
Nuestro autor se sirve de la voz de sus personajes para transmitir y proyectar su
pensamiento del hecho teatral. Sitúa en el escenario dos ideas contrarias con el fin de
defender y exponer de forma didáctica sus teorías sobre el método dramático. Y, si bien
era consciente de la transgresión que suponía una obra como La comedia nueva, también
sabía que su texto dramático perduraría en la historia para estudio y análisis del estado
del teatro español de la época.

2. ESTRUCTURA

1.1. Estructura externa.

La obra está compuesta por dos actos:

Acto I: Escenas I-VI

Acto II: Escenas I-IX

1.2. Estructura interna.

El autor estructura el argumento en los dos actos anteriores citados siguiendo las normas
clásicas. En lo que concierne a la acción se produce una simplificación de la intriga,
evitando las complicaciones argumentales típicas del barroco. Se eliminan los episodios
secundarios para centrarse en lo esencial. Si bien, cabe puntualizar, que esta obra no se
puede considerar un buen ejemplo de comedia moratiniana, porque prima el carácter
didáctico por encima de un argumento más seductor con el que persuadir al público (va
dirigida a toda la sociedad, en especial, a los intelectuales y representantes de la cultura
española). De hecho, el argumento propiamente dicho, más allá del mensaje es: un autor
nobel, un hombre arruinado, espera junto a sus colaboradores en un café el estreno de su
primera obra dramática, allí se encuentran con otros personajes que debaten sobre la
calidad teatral del momento; por un fallo mecánico (el reloj de don Hermógenes), llegan
tarde al estreno, el cual, termina en fracaso cuando el público se marcha antes de que la
obra finalice. Ante el fracaso, siguen los consejos y aceptan la ayuda de don Pedro para
cambiar de profesión.

Sin embargo, el mensaje con el que construye el argumento va más allá. La primera
escena del primer acto se inicia con don Antonio y Pipí; que son el dueño del café y el
camarero, respectivamente. Charlan sobre la comedia nueva que tendrá lugar esa misma
tarde en el teatro, titulada El Gran Cerco de Viena. A Pipí le entusiasma el teatro de su
tiempo, “Así de versos... ¡Me gustan tanto los versos!” (Esc. I, pág. 58); y a su jefe
también, pero considera que ha perdido calidad, “¡Oh!, los buenos versos son muy
estimables, pero hoy día son tan pocos los que saben hacerlos; tan pocos, tan pocos”
(Esc. I, pág. 58). Don Antonio y Pipí nos introducen durante la conversación datos de
algunos de los personajes principales, entre ellos Hermógenes, “¿Don Hermógenes está
arriba? ¡Gran pedantón!” (esc. I, pág. 58); y don Eleuterio, el autor de la comedia,
“…estaba de escribiente…después se hizo paje, y el amo se le murió…tenía ya dos
criaturas, y después le han nacido otras dos o tres, así…ha cogido y se ha hecho poeta”
(esc. I, pág. 62). La segunda escena es muy corta, sirve para introducir a don Pedro, quien
será la voz crítica del autor durante la función. Don Antonio lo conoce bien, “…hombre
muy rico y generoso, honrado, de mucho talento…” (Esc. II, pág. 62). En la escena tercera
bajan al café desde el piso superior don Eleuterio y don Serapio ultimando los
preparativos antes del estreno, mientras don Antonio saluda a don Pedro en su mesa. La
escena muestra algunos aspectos del personaje: crítico e intelectual, “…se armó una
disputa entre dos literatos que apenas saben leer” (Esc. III, pág. 64); pero implicado en
la vida cotidiana: “Yo soy el primero en los espectáculos…alterno los placeres con el
estudio, tengo pocos, pero buenos amigos…” (Esc. III, pág. 64); y, sobre todo, es una
persona seria y sincera, “Yo no quiero mentir, ni puedo disimular…” (Esc. III, pág. 64).
Don pedro es una persona conocida y apreciada según don Antonio, “Aquí mismo he oído
hablar muchas veces de usted. Todos aprecian su talento…” (Esc. III, pág. 64). Don
Antonio lo insta a que se pase por el teatro a ver la comedia, “Si es buena, se admira y se
aplaude; si…está llena de sandeces, se ríe uno, se pasa el rato…” (Esc. III, pág. 65), y
don Pedro muestra su animadversión por la mayoría de las comedias nuevas, “¿Hay más
que ver la lista de las comedias nuevas que se representan cada año, para inferir los motivos que
tendré de no ver la de esta tarde?” (Esc. III, pág. 65); a don Pedro le molesta la actitud
pasiva y condescendiente de don Antonio, porque impide la corrección, y, por ende, la
evolución, “Yo no sé; usted tiene talento y la instrucción necesaria para no equivocarse
en materias de literatura; pero usted es el protector nato de todas las ridiculeces” (Esc.
III, pág. 65). Don Eleuterio los interrumpe al oír la conversación y los anima a ver la
comedia (Esc. III, pág. 66). Interesante resulta la información en materia económica sobre
el teatro de aquellos años, “¿Quince? Pues yo creí que eran veinticinco” (Esc. III, pág.
66); y sobre la competencia en manera teatral, que pone de relieve don Eleuterio (Esc. III,
pág. 67). Moratín pone sobre el escenario la comedia físicamente a través de su impresión,
lo hace para focalizar mejor su crítica, y a don Pedro no le parece bien que don Eleuterio
la haya impreso, “Mal hecho, Mientras no sufra el examen del público en el teatro…”
(Esc. III, pág. 68). Don Eleuterio, entusiasmado, les ofrece en voz alta un fragmento de
su obra; y don Pedro, harto, hace gala de su sinceridad, “Vamos; no hay quien pueda
sufrir tanto disparate” (Esc. III, pág. 71). Don Eleuterio se crispa, trata de defender su
comedia; la escena se cierra con la llegada de Hermógenes. En la escena cuarta, don
Eleuterio muestra la confianza que le tiene a don Hermógenes, “me parece que el señor
don Hermógenes será juez muy abonado para decidir la cuestión…” (Esc. IV, pág. 73);
este, elogia a don Eleuterio, “Usted solo es acreedor a toda alabanza por haber llegado
a su edad juvenil al pináculo del saber” (Esc. IV, pág. 73). Don Hermógenes muestra su
falsedad a través de la demagogia, “…antes de todo conviene saber que el poema
dramático admite dos géneros de fábula” (Esc. IV, pág. 74); y de su pedantería, “Pero
le diré en griego para mayor claridad” (Esc. IV, pág. 74). Tras escuchar los argumentos
de don Hermógenes, don Pedro se sincera con una dura crítica a la obra y a su autor, y al
propio don Hermógenes, al que dirige un calificativo creado por Cadalso y muy utilizado
por los ilustrados para referirse a personajes como don Hermógenes “…infiero que ha de
ser cosa detestable, que su autor será un hombre sin principios ni talento, y que usted es
un erudito a la violeta…” (Esc. IV, pág. 76). De nuevo la voz crítica del autor a través de
don Pedro, que ofrece su visión de la dramaturgia de la época, “…escritores que
entontecen al vulgo con obras desatinadas y monstruosas…Yo no conozco al
autor…díganle en caridad que se deje de escribir tales desvaríos…que siga otra
carrera…que el teatro español tiene de sobra autorcillos chanflones…que necesita una
reforma fundamental…”(Esc. IV, pág. 76) La escena quinta es muy corta, muestra a un
don Hermógenes desairado por las palabras de don Pedro, “Él será el pedantón” (Esc. V,
pág. 77), a don Eleuterio convencido del éxito, “Pues la comedia ha de gustar, mal que
le pese” (Esc. V, pág. 78); y a don Antonio burlándose, “En mi vida he visto locos más
locos” (Esc. V, pág. 78). La sexta escena comienza como termina la quinta; con don
Hermógenes y don Eleuterio desairados por las palabras de don Pablo; don Eleuterio se
hizo autor de comedias por los problemas económicos y don Hermógenes lo sigue, con
la esperanza de mejorar la suya propia; si tiene éxito se casará con Mariquita, la hermana
de don Eleuterio, “Pues con ese dinero saldremos de apuros…” (Esc. VI, pág. 80), “Con
un buen empleo y la blanca mano de Mariquita, ninguna otra cosa me queda por
apetecer…” (Esc. VI, pág. 81). La primera escena del segundo acto se inicia con los
personajes relativos a la comedia que se va a estrenar, admirando algunos de los puntos
de su creación; para los que, Mariquita, mujer tradicional, no entiende sobre teatro, “Pues
a mí me parece que no es regular que el emperador se durmiera precisamente en la
ocasión más…” (Esc. I, pág. 83), frente a Doña Agustina, mujer que sigue el modelo
femenino alternativo de la época, “Pero ¿Usted hace caso de ella? ¡Qué tontería! Si no
sabe lo que se dice” (Esc. I, pág. 83). Todos están convencidos del inminente éxito de la
obra, como dice don Serapio, “Habrá hombre que dará esta tarde dos medallas por un
asiento de luneta” (Esc. I, pág. 84). La segunda escena comienza con los nervios antes
del estreno, el autor proyecta la pedantería de don Hermógenes, “Pues ¿Quién ama tan
de veras como yo? Cuando ni Píramo, ni Marco Antonio, ni los Tolomeos egipcios, ni
todos los Seléucidas sintieron jamás un amor comparado al mío”, y expone, con sentido
del humor, la escasa capacidad de los nuevos autores, en este caso de doña Agustina, para
las letras, “¡Discreta hipérbole! Viva, viva” (Esc. II, pág. 85-86). Doña Mariquita
muestra lo alejada que se siente de todo ese mundo, es una mujer tradicional, y le explica
a su futuro esposo cómo le gustaría ser cortejada, “Mire usted para decirme: Mariquita,
yo estoy deseando que nos casemos…porque la quiero a usted mucho, y es usted muy
guapa muchacha, y tiene usted unos ojos muy peregrinos” (Esc. II, pág. 86); y doña
Agustina, sus ganas por pertenecer a él, “Sí, ignorantes, que no tienen crianza ni talento
ni saben latín” (Esc. II, pág. 86). El pasaje muestra la diversidad en el pensamiento de
dos mujeres, una amante de las letras, la otra, de la vida tradicional. Don Hermógenes
pretende enseñarla cuando se casen, “Yo la instruiré en las ciencias abstractas…”; y ella
se opone, pues está orgullosa de saber solo aquello que considera relevante para una
mujer, “Se habrá visto tal empeño! No, señor; si soy ignorante, buen provecho me haga”
(Esc. II, pág. 87). Debaten sobre ambas posiciones, doña Agustina defiende que su trabajo
es más importante porque requiere mayor esfuerzo, “…más trabajo yo en un rato que me
ponga a corregir alguna escena, o arreglar la ilusión de una catástrofe, que tú cosiendo
y fregando…” (Esc. II, pág. 88). La escena tercera es un presagio de lo que vendrá
después, “Pues irán vendidos…quinientos ejemplares”; “¡Qué friolera! Y más de
ochocientos también”; “La verdad es que hasta ahora…no se han despachado más que
tres ejemplares” (Esc. III, pág. 92). En la cuarta escena el reloj de don Hermógenes,
parado a las tres, los hace llegar tarde a su propio estreno, el autor, no solo utiliza el reloj
parado del personaje para mostrar su fidelidad a la unidad de tiempo, sin que también le
sirve para introducir así su crítica; y es que, estas personas son cualquier cosa menos gente
de teatro. En la quinta escena, tan poco fiable es don Hermógenes como su reloj; y así
comentan Pipí y don Antonio la espantada masiva del público, que sale del teatro antes
de que la obra se termine, “…desde la ventana de arriba se ve salir mucha gente del
coliseo” (Esc. V, pág. 96). En la escena sexta, don Pedro llega muy asqueado al café
después de marcharse del teatro; vierte una crítica muy dura sobre la misma, “Si tengo
hecho propósito firme de no ir jamás a ver esas tonterías”; vierte su opinión sobre el
teatro áureo disculpándolas en comparación, “…nuestras comedias antiguas…Están
desarregladas, tienen disparates…pero…son hijos del ingenio y no de la estupidez”; ni
siquiera el pueblo llano, amante de las comedias de la época, ha gustado de la obra, “no
me atrevería a pronosticar el éxito de la tal pieza, porque aunque el público está
acostumbrado a oír desatinos, tan garrafales como los de hoy jamás se oyeron”; y por
último hace crítica literaria, “Allí no hay más que un hacinamiento confuso de especies,
una acción informe, lances inverosímiles, episodios inconexos, episodios mal
expresados” (Esc. VI, pág. 97). Don Antonio piensa que no hay nada que hacer para
cambiar el teatro español, “…ni usted ni yo podemos remediarlo”; y don Pedro termina
la escena con otro de sus pensamientos ilustrados, el teatro con carácter didáctico: “Los
progresos de la literatura…interesan mucho al poder…el teatro influye inmediatamente
en la cultura nacional, el nuestro está perdido, y yo soy muy español” (Esc. VI, pág. 98).
Tras una breve escena séptima donde aparecen en el café don Eleuterio y los demás
después de salir corriendo del teatro, la escena siguiente muestra la terquedad de don
Eleuterio, “¡Pícaros! ¿Cuándo han visto ellos comedia mejor? (Esc. VIII, pág. 100). Y
le pide explicaciones a don Hermógenes, quien se marcha, “…no puedo encargarme de
la lectura del drama”, y ahora sí, tras el fracaso, se sincera, “Diré que hay otras peores;
diré que si no guarda reglas ni conexión, consiste en que el autor era un grande hombre;
callaré sus defectos…”; y don Pedro se lo reprocha, “Si usted conocía que era mala, ¿por
qué no se lo dijo? (Esc. VIII, pág. 102). Don Eleuterio abre los ojos, “Lo que yo digo es
que usted me ha engañado como a un chino” (Esc. VIII, pág. 103); y don Hermógenes
da a entender que, si lo apoyó fue, porque, aunque la comedia está carente de las reglas y
la verosimilitud clásicas; también lo están las demás, y tenía cierta confianza en que
pudiera tener éxito, “¿Por qué no le anima usted el ejemplo? ¿No ve usted esos autores
que componen para el teatro con cuánta imperturbabilidad toleran los vaivenes de la
fortuna?” (Esc. VIII, pág. 104). En la última todo vuelve a su lugar; don Serapio sigue
pensando que la obra es buena, así como también lo piensa don Eleuterio, a pesar de todo,
pero don Pedro vuelve a exponer su punto de vista y pone sobre la mesa esa conjunción
de técnica y talento que tanto defendían los ilustrados para la formación de los
intelectuales, “¿Qué ha estudiado usted?... ¿No ve usted que en todas las facultades hay
un método de enseñanza y unas reglas que seguir…que a ellas ha de acompañar una
aplicación constante y laboriosa…unidas al talento, nunca se formarán buenos
profesores, porque nadie sabe sin aprender? (Esc. IX, pág. 106). Don Eleuterio le desvela
a don Pedro el motivo para hacerse autor de comedias, “Yo estuve en esa lotería de ahí
arriba; después me puse a servir a un caballero indiano, pero se murió, lo dejé todo y me
metí a escribir novelas…” (Esc. IX, pág. 107); y don Pedro pone, felizmente, las cosas
en su sitio, mostrando esa actitud de implicación que los ilustrados tenían por su país,
salva a don Eleuterio, siempre que se olvide de sus “devaneos” de escritor de comedias,
“Yo tengo bastantes haciendas cerca de Madrid, acabo de colocar a un mozo de
mérito…Usted, si quiere podrá irse instruyendo al lado de mi mayordomo…y puede usted
contar con una fortuna proporcionada a sus necesidades…”; insta a doña Agustina a
seguir el modelo tradicional patriarcal de la época, “…si desempeña como debe los oficios
de esposa y madre, conocerá que sabe cuanto hay que saber y cuanto conviene a una
mujer de su estado…”; e incluso consuela a doña Mariquita (Esc. IX, pág. 109). Todos
lo admiran, pero para un ilustrado, tan virtuoso proceder debe ser entendido como algo
cotidiano y natural, “Esto es ser justo. El que socorre a la pobreza, evitando al infeliz la
desesperación y los delitos, cumple con su obligación; no hace más” (Esc. IX, pág. 110).
El último párrafo de la obra sintetiza las intenciones e ideas del autor; y lo hace cual
profesor enseña a un alumno mostrando así en la propia forma el carácter docente que
desea para el teatro.

3. PERSONAJES PRINCIPALES Y SECUNDARIOS

3.1. Personajes principales.

Moratín construye sus personajes como arquetipos que le permiten exponer sus ideas y,
así, proyecta su obra dramática con objeto didáctico. Don Pedro representa a los ilustrados
que anhelan la reforma del teatro, y don Eleuterio y sus seguidores son los continuadores
de ese teatro deformado que atenta contra la cultura, la gente y el propio estado.

Don Eleuterio es el representante de todos esos "malos poetas dramáticos" que escribían
en aquella época comedias compuestas por todas las extravagancias que se representaban
en los teatros de Madrid. La necesidad lo llevó a hacerse autor de comedias. Sin oficio ni
beneficio y casado con doña Agustina, con la que tenía varios hijos; es animado por don
Hermógenes y decide invertir lo poco que tiene en el estreno de una comedia, El Gran
Cerco de Viena. Tiene una actitud muy optimista, está convencido de sus posibilidades y
de su éxito; se enfrenta a don Pedro cuando este intenta advertirle del despropósito de su
obra; y echa a don Hermógenes cuando se da cuenta de que le ha estado animando aun
sabiendo que su comedia era mala, se muestra muy agradecido con don Pedro cuando lo
ayuda ofreciéndole un empleo. Don Eleuterio introduce en su comedia todos los
elementos de las comedias de la época, porque si las demás triunfan, él está convencido
de que lo mismo le pasará a la suya. A pesar de la no aceptación del público, el autor se
obceca y los acusa de no tener ni idea. Cuando el fracaso se consolida se confiesa un
buen hombre que ha sido engatusado por don Hermógenes, y confiesa que la necesidad
de sacar adelante a su familia lo ha llevado a intentar ganarse la vida de esa manera.
Moratín satiriza la autenticidad de su vida, al igual que hace con don Hermógenes y doña
Agustina; pues ni el primero es dramaturgo, ni el segundo un erudito humanista, ni la
tercera una auténtica fémina al desafiar su verdadero papel. A pesar de que don Eleuterio
es un compendio de los malos autores que malogran el teatro español, no es pintado con
signo negativo, porque actúa sin malas intenciones y con la finalidad de sacar adelante a
su familia.

Don pedro es culto, prototipo de hombre ilustrado; es la voz de Moratín, portador de la


crítica del autor. Muchas son las ideas de los ilustrados que el autor nos transmite a través
de su voz, no solo los preceptos teóricos que debe contener el buen teatro, sino que
también muestra cómo debe formarse un verdadero ilustrado, trabajo y talento, dote
natural y estudio exhaustivo. E incluso se atreve a ir más allá de lo puramente intelectual
cuando trata de convencer a doña Agustina, cuál es el verdadero papel de una mujer de la
época; y se muestra, a pesar de su inteligencia y cultura, posicionado en favor del modelo
tradicional que sigue el esquema patriarcal donde el lugar de la mujer está en la casa
cuidando de su marido y de sus hijos. Don Pedro nos dice que el teatro debe reflejar el
buen gusto y el ingenio de sus autores. En la versión representada de Ernesto Caballero,
nos ofrece un primer monólogo muy interesante en donde vemos una síntesis de la teoría
literaria que Moratín ofrece en su texto teatral. Se queja de adónde ha llegado el teatro
patrio, lo califica de opuesto a la verdad y a la belleza porque los autores se han alejado
de las reglas, de la humilde sencillez griega y latina, con estilo recargado y falto de
propiedad. Un teatro lleno de incongruencias: Paladines que deshacen entuertos, mujeres
guerreras que blanden espadas, duelos, quimeras, sueños terribles, etc. Como ocurre con
la propia obra de don Eleuterio: bailes, entierros, batallas, etc. Don pedro es honrado,
siempre dice la verdad, y advierte desde el principio que la comedia de don Eleuterio es
un “disparate”. Don Pedro arregla el desaguisado ofreciendo un empleo a don Eleuterio;
en este sentido Moratín muestra así el verdadero deseo del hombre ilustrado, que no es el
de destruir o despotricar, sino el de sumar con buenas acciones; un hombre moral y recto.
Amante de la sinceridad. Don pedro no puede terminar de ver la obra y se sale del teatro.
En el café, habla de la comedia barroca, y nos viene a decir que, pese a sus excesos y a
su alejamiento de las reglas, posee trazas de auténtico ingenio, los disparates de aquellas
son fruto de la voluntad de autores ingeniosos y no de la estupidez. El teatro influye
inmediatamente en la cultura nacional, con esa frase en boca de don pedro, Moratín deja
claro su pensamiento, un teatro docente con objeto moral, educador. En su aparición final
sintetiza su concepción sobre el hecho teatral, en una simbiosis de teatro y vida, vida y
teatro; pues están estrechamente relacionados; tal y como lo creían en la antigüedad
clásica, de ahí que Aristóteles le diera más importancia a la tragedia por su carácter
catártico.

Don Hermógenes es un pedantón, como bien dice Don Antonio al inicio; el típico erudito
a la violeta que Cadalso y otros ilustrados detestaban. Un falso humanista, más quizá por
su conducta, tan alejada de la rectitud que corresponde a un hombre de tales
características. Dice las cosas en griego para ser más claro. Intenta aprovecharse de don
Eleuterio y su desgracia porque no tiene dinero; debe muchos meses de alquiler; y aunque
sabe que la comedia es un disparate, lo esconde con la esperanza de que el vulgo (quien
gusta de ese tipo de comedias) le de éxito y así enriquecerse a su costa y se establezca el
matrimonio con Mariquita, la hermana de don Eleuterio. Don pedro se enfrenta a él y lo
llama “erudito a la violeta”. Don Hermógenes es el personaje de signo más negativo de
toda la obra, porque miente y actúa por propio interés. Llena de ilusión a toda una familia
y cuando su falsedad se descubre huye como un cobarde sin tan siquiera pedir perdón ni
arrepentirse por su conducta.

3.2 Personajes secundarios

Todos los personajes de la función cumplen un papel; así pues, hablar en esta obra de
secundarios, no es sinónimo de menos importantes; ya que, de todos en su conjunto se
sirve Moratín para trasladar el mensaje didáctico y moralizante que quiere transmitir.

Doña agustina es la mujer de don Eleuterio y lo ayuda en la difícil empresa de triunfar


como autor de comedias, se siente orgullosa de su marido y de lo que intenta, y habla con
orgullo de las muchas horas que le dedica corrigiendo sus obras, o ayudando en su
creación. Tiene hijos, pero no sabe cuidarlos, no es ama de casa; representa a esa mujer
tópica de la modernidad, independiente, cuya eficiencia va más allá de lo que dicta la
tradición para ellas. Considera que para las mujeres instruidas es un tormento la
fecundidad, es decir, tiene hijos porque los debe tener, pero no por voluntad. Aborrece
las tareas del hogar. Y considera mucho más digno el arte literario. Narra con pasión todas
las extravagancias y la gran variedad temática que ofrece la obra de su esposo: un desafío
a caballo por el patio; tres batallas, dos tempestades, un entierro, una función de
máscara, un incendio de ciudad, un puente roto, un ajusticiado, etc. Se enfrenta a
Mariquita, su cuñada, el autor pone de relieve, a través del contraste, ambos modelos de
conducta femeninos, en el que Agustina con su actitud rebelde y sin sentido, desafía la
tradición con la que comulga el pensamiento del autor; de ahí que termine en fracaso.
Finalmente, se conforma en dedicarse a su casa cuando don Pedro los ayuda en su
necesidad.

Doña mariquita es hermana de don Eleuterio, es prototipo de la mujer tradicional que


desea un buen matrimonio para tener una vida sin necesidad; mujer con pensamiento
convencional; la mujer debe ocuparse de la casa y de los hijos. Don Hermógenes dice que
cuando se case la ayudará a instruirse, pero a ella no le importa ser ignorante, porque para
ella la función de una mujer se encuentra alejada de todo componente intelectual; se siente
orgullosa de saber cuidar su casa y a su familia y todo eso de la literatura y el estudio le
parece cosa inútil para la mujer. No le gustan las artes de seducción de don Hermógenes
y desearía un modelo masculino más tradicional, al que entendería mejor para sentirse así
más querida.

Don Serapio es amigo del autor, pipi nos cuenta que sabe moverse entre todo ese mundo
del negocio teatral. Es el que ha compuesto el matrimonio entre Mariquita (hermana de
don Eleuterio) y Hermógenes, quienes esperan poder salir del estado ruinoso en el que se
encuentra la familia para casarse. Es apasionado del teatro y de la comedia nueva. Y es
quien termina desposando a doña Mariquita. A pesar del fracaso, sigue defendiendo que
la comedia es buena y se acalora cuando recuerda su enfrentamiento con el guarnicionero.

Don Antonio es el dueño del café, adopta una actitud bastante curiosa del tema y casi
siempre lo toma a broma. Se echa unas buenas risas a costa de lo que acontece en su café
durante esas dos horas. Atento a algunas cuestiones de teatro, sabe que en España apenas
unas pocas obras se han escrito basándose en las reglas y que la mayoría no las tienen.
Piensa que, si la comedia es buena, bien, se agradece el arte, pero si es mala: uno se ríe,
pasa un buen rato y en paz; algo que irrita a don pedro. El autor lo muestra con cierto
grado de negatividad, ya que, don Antonio, a pesar de que parece conocer los males del
teatro de tu tiempo, muestra una actitud muy conformista; y esa pasividad, que afecta al
devenir del arte escénico, es criticada por Moratín a través de don Pedro.

Pipi es el camarero que le anuncia a don Antonio el estreno de la nueva obra. Es un


enamorado de los versos y de esas comedias que Moratín detesta, porque solo quiere
entretenerse y desconectar de su trabajo. En él queda representado el pueblo llano. Esos
hombres mosqueteros y mujeres de cazuela que acuden a los corrales a disfrutar de uno
de los pocos medios que disponían en la época para acceder a otros mundos, otras vidas.

4. TIEMPO Y ESPACIO

Leandro Fernández de Moratín se ciñe, al igual que hace en la unidad de acción, a las
unidades clásicas de espacio y tiempo. Las normas clásicas de la antigua Grecia
establecían que la imitación de la acción se debe reproducir en un mismo tiempo y lugar.
En el caso que nos ocupa, el espacio es el café. Si bien, los personajes, don Antonio y
Pipí, primero hacen alusión a una planta superior al inicio de la obra: ¿Qué gente hay
arriba, que anda tal estrépito? (Acto I, esc. I, pág. 57); y Pipí después alude al espacio
donde se realiza el estreno de El gran cerco de Viena: ...desde la ventana de arriba se ve
salir mucha gente del coliseo (Acto II, esc. V, Pág. 96). Los espacios aludidos coinciden
con el principio y el desenlace de la obra, y en ambos casos, los personajes pasan del
espacio aludido al espacio real, que es el café. En lo que respecta al tiempo, el desarrollo
de la intriga se produce siguiendo una cronología lineal, sin desvíos ni retrospecciones.
El teatro, como instrumento docente, debe evitar despistar al espectador y complicar la
trama. El reloj de don Hermógenes es el elemento que marca la pauta temporal de la obra,
la cual, transcurre en unas pocas horas.

5. ASPECTOS DEL LENGUAJE

Las comedias neoclásicas son sentimentales, pero no líricas; de ahí que se prefiera la
prosa al verso. La comedia moratiniana pretende moralizar, está marcada por su afán
didáctico, por los conceptos de verdad y virtud. Bajo el principio de la verosimilitud,
caracteriza a sus personajes haciendo uso del decoro. Por eso, la comedia nueva nos trae
las hablas de los diferentes estratos sociales que aparecen en su texto. Así nos ofrece un
retrato de la sociedad de su tiempo. Pipí es un humilde camarero, pertenece a la clase
trabajadora y así se registra, no solo en su lenguaje, sino también en su forma de
expresarlo. Con espontaneidad y emoción, muestra el entusiasmo que el pueblo llano
sentía por el teatro, como vemos en el uso de las exclamaciones: Sí, señor; ¡así lo fuera
yo! ¡No es cosa! (Acto I, esc. I, pág. 57); Así de versos… ¡Me gustan tanto los versos!
(Acto I, esc. I, pág. 58); ¡Toma! Son uña y carne (Acto I, esc. I, pág. 59). Pipí le habla de
usted a su jefe don Antonio, haciendo uso de las formas de tratamiento que corresponden
a una relación de poder: Pues, ya se ve; mire usted, ¡reglas! (Acto I, esc. I, pág. 60); y
don Antonio sigue el mismo sistema asimétrico: Hombre, difícil es explicártelo (Acto I,
esc. I, pág. 60). Si don Hermógenes representa al falso erudito, este término no refiere al
hecho de que sea un ignorante; más bien, a lo mal que dicho personaje utiliza sus
conocimientos: …el poema dramático admite dos fábulas…Es doctrina de Aristóteles
(Acto I, esc. IV, pág. 74). Se muestra pedante con el uso de un lenguaje que está fuera de
lugar por la situación comunicativa en la que se halla: …según Escalígero, Vossio,
Dacier, Marmontel… (Acto IV, esc. I, pág. 75); ¡Yo, que he compuesto siete prolusiones
grecolatinas sobre los puntos más delicados del derecho (Acto I, esc. IV, pág. 77). En su
habla se encuentra el rechazo por el lenguaje exagerado del barroco. Si la misión del
erudito es expresarse de forma clara por el carácter didáctico de su cometido, el lenguaje
de don Hermógenes no lo entiende ni su futura esposa; una mujer más sencilla sin
formación intelectual, que utiliza un lenguaje más coloquial: … ¿Qué se yo quién son
esas gentes de quien está hablando? (Acto II, esc. II, pág. 86). Don Pedro se encuentra
en lo más alto de la jerarquía social, en cuanto a clase social, nivel sociocultural e
instrucción académica; pues demuestra un dominio excelente de los distintos registros,
dependiendo de la situación comunicativa y del receptor. Al notar la pedantería de don
Hermógenes, le muestra en un registro culto su nivel académico: Pues yo delante de usted
la propalo, y le digo que por lo que el señor ha leído de ella y por ser usted el que la
abona, infiero que ha de ser cosa detestable... (Acto I, esc. IV, pág. 76); y se muestra más
didáctico cuando trata de corregir el comportamiento de don Eleuterio, mostrando los
principios teóricos clave que Moratín quiere transmitir: ¿Qué ha estudiado usted? ¿Quién
le ha enseñado el arte? ¿No ve usted que en todas las facultades hay un método de
enseñanza y unas reglas que seguir y observar…? (Acto II, esc. IX, pág. 106); desde el
punto de vista sociolingüístico hace uso de la cortesía que pone de relieve su educación,
y con la forma de usted, crea un clima de cercanía que ilustra la sinceridad que tienen sus
palabras. El lenguaje de la ilustración es un lenguaje medio culto, donde predomina la
claridad en la elocución, y si hay artificio, no se ha de acumular para no oscurecer el
mensaje, de manera que no afecte a la interpretación y el significado de lo que el autor
quiere transmitir, ya que, los novatores tenían la idea de que el lenguaje, como expresión
del pensamiento, debía reflejarse lo más claramente posible para una unívoca
comunicación.

6. ASPECTOS VALORATIVOS

En La comedia nueva o el café, Moratín registra el estado del teatro español en el siglo
XVIII. Construye su obra vertiendo sobre el tapiz los principios teóricos defendidos por
el ideario neoclásico de los novatores, los cuales, se basan en las reglas de la Antigüedad
Clásica, que Aristóteles formuló en su poética, basadas en las unidades clásicas de acción,
espacio y tiempo; y en concordancia con la concepción horaciana del arte con una doble
función: utilidad y deleite. En otras palabras, Leandro Fernández de Moratín está
sirviéndose de su obra para ofrecernos su teoría literaria. El teatro es un instrumento de
carácter docente; así ha de ser, porque es un producto consumido de forma habitual por
todo el país, y el país ha de ser educado bajo unos preceptos morales y éticos; culturales
e intelectuales; en base a los conceptos de verdad y virtud, a través de la condena de vicios
y la exaltación de las virtudes, con una crítica social moderada. Los ilustrados siempre
han tratado de que su denuncia de los males de España, se entendiera, no como una ofensa
a la cultura y la literatura española de su tiempo, sino como una crítica constructiva
llevada a cabo para reconducir actitudes y comportamientos, pues sentían la patria de
España en el corazón y se sentían obligados a colaborar. Y yo soy muy español, culmina
una de las intervenciones de don Pedro. Me resulta interesantísima una cuestión, que
aunque no tiene que ver con materia puramente literaria; aparece en la obra y me resulta
digna de mención. Moratín deja claro cuál ha de ser el papel de la mujer en la sociedad
de su tiempo y reduce su función al modelo patriarcal tradicional. Resulta imposible saber
con certeza qué pensaba realmente el autor al respecto. Quizá, llevara este asunto de
forma paralela a la idea transgresora que realmente le importaba transmitir para mostrarse
acorde con lo establecido, y así, suavizar su crítica ante la reacción de sus muchos
detractores. O quizá, los ilustrados veían bien esta idea de tradición patriarcal, porque,
además, formaba parte del modelo mismo de la antigüedad clásica; en ese afán de
recuperar los moldes clásicos. Sea como sea, Moratín hace una simbiosis preciosa de
forma y contenido, al construir su obra haciendo uso de los mismos preceptos que en ella
expone y sugiere como modelo del arte escénico. Lo cierto es que, con la muerte de
Calderón, el teatro barroco posterior estaba abocado a entrar en decadencia, ya que, muy
pocas obras estaban realmente a la altura; la evolución del teatro dieciochesco requería
de un cambio drástico que lo revitalizara, y don Leandro Fernández de Moratín,
considerado por muchos el Molière español, con solo cinco comedias, consiguió devolver
a nuestro teatro nacional a lo más alto de la escena europea.

BIBLIOGRAFÍA

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Gredos, 6ª ed., 1989.

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René Andioc. Madrid: Espasa Calpe 20ª ed., 1990.

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RUIZ RAMÓN, F. (1986). Historia del Teatro Español (desde sus orígenes hasta 1900).
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