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El Papiro Magico de “Anis”

Llamado de ese modo por estar confeccionado para el Escriba y Contador


Real Ani (Dinastía XIX, año 1.240 a.C.), es considerado uno de los más
completos, ya que recoge casi todos los textos que se solían escribir en
forma de jeroglíficos, procedentes de la tradición egipcia de períodos más
antiguos, tanto lo que se dibujaban en las paredes de las tumbas (textos
de las pirámides) como los que adornaban los sarcófagos (textos de los
sarcófagos), siendo la versión más conocida y completa que se conoce, con
el mayor número de capítulos, casi todos decorados con dibujos que
explican cada paso del viaje y del juicio, debiendo destacarse su longitud
de 23,6 metros e integridad total desde el principio al fin.

Lamentablemente, una vez traído a Londres y a efectos de su minucioso


estudio, fue seccionado en 37 partes por su propio descubridor o
adquirente, el egitólogo Dr. Wallis Budge, agente de compra del Museo
Británico, que dió con el papiro atravez de su red de informantes en la
zona de Luxor durante el anio 1888, procediendo el mismo de una tumba
de la dinastía XVIII. El mismo Wallis Budge estudió el papiro a fondo,
traduciendo su contenido en forma completa, obra que publicó en su
libro : ” The Egiptian Book of the Dead”, publicado en 1895.

El papiro original es propiedad del Museo Británico en Londres, registrado


bajo el nº 10.470, formando parte de las colecciones del museo desde
1888. Las 37 láminas originales se pueden ver en el sitio del
museo : http://www.britishmuseum.org/, haciendo click en “Research”,
luego ingresando “Search the collection database,” y finalmente
ingresando “Papyrus of Ani”.

También se puede ver la bellísima imagen redigitalizada y completa, de la


totalidad de este papiro, con los colores realzados y los contornos
retocados, en el sitio perteneciente a una prestigiosa institución educativa
norteamericana, denominada Vassar College, ubicada en el Hudson Valley
en el estado de Nueva York, http://projects.vassar.edu/bookofthedead/,
del cual se reproducen las siguientes 17 imágenes, a modo de ilustración,
que conforman la totalidad del papiro.
En el antiguo Egipto el ser humano tenía el anhelo de vivir para siempre al
lado de sus dioses, esperanza que, con muy escasas excepciones, ha
caracterizado a todas las concepciones religiosas que han existido a lo
largo de la historia.

El Panteón Egipcio es uno de los más extensos que se conoce, ya que los
creyentes, como corresponde a toda religión politeísta típica, explicaban
absolutamente cada suceso natural que no comprendían a través de la
existencia de uno u otro Dios.

Había Dioses más importantes que otros y, naturalmente, algunos que


únicamente se adoraban en algunas zonas o durante algunas épocas
concretas, lo cual también estaba influenciado por la moda del momento.
Sin embargo, había una cantidad de Dioses que se veneraban en todas
partes y eran muy importantes.
El hombre egipcio tenía una visión de la realidad que impregnada por la
magia difería claramente de la que poseen los hombres modernos. En el
Egipto de los faraones las creencias de los individuos estaban dominadas
por unos componentes religiosos, rituales y mágicos, que hacían que todo
adquiriese un sentido transcendental, que en nuestros tiempos,
dominados por un modo de vida subordinado al pensamiento científico,
hemos perdido.

Tomemos como ejemplo la Inscripción en la tumba de Petosiris, sumo


sacerdote de Thot en Hermópolis : «Construí esta tumba en esta
necrópolis, junto a los grandes espíritus que aquí están, para que se
pronuncie el nombre de mi padre y el de mi hermano mayor. Un hombre
es revivido cuando su nombre es pronunciado…»

El poder de la palabra

Dentro de ese contexto, los egipcios pensaban que la palabra poseía un


intenso poder mágico, gracias al cual los sacerdotes, buenos conocedores
de la naturaleza de los hombres y de los dioses, podían realizar peticiones
y súplicas a estos últimos que, realmente, no eran tales peticiones sino
órdenes que los dioses habrían de ejecutar. El propio rey, cuando deseaba
algo, lo ordenaba a través de sus palabras; esas órdenes eran obedecidas
de inmediato por los hombres, de modo que la palabra del faraón, dios en
la tierra, iba creando la realidad, día tras día.

«Yo soy la Gran Palabra», declarará el faraón en los «Textos de las


Pirámides», expresando así que con su verbo el rey puede dar vida a todo
lo que desea. En un primer momento, será el corazón del monarca el que
concebirá una idea; posteriormente ésta será transmitida como orden a
través de la palabra e inmediatamente los hombres se ocuparán de que
ese deseo se transforme en realidad.

Cuando la muerte alcanzaba a una persona, si su nombre, sus palabras,


eran conservadas, se estaba asegurando la supervivencia del fallecido. Por
contra, si el nombre era destruido, la persona sería aniquilada. En ese caso
ocurriría lo que los egipcios más temían: el hombre cuyo nombre era
olvidado dejaba de existir, pero es que, además, era como si nunca
hubiese tenido vida. El olvido del nombre suponía la aniquilación de la
existencia del hombre. Así habría ocurrido, según las creencias egipcias,
con Akhenatón, el faraón cuyo nombre fue borrado, tras su muerte, en
todos los lugares, en el deseo consciente de producir la aniquilación y
olvido del que había sido un faraón hereje, odiado intensamente por los
sacerdotes de Amón y del resto de los dioses.
La creación por el Verbo

Para los egipcios, y en general para los pueblos semitas, el Creador habría
utilizado el poder del Verbo, es decir, la magia de la palabra, cuando
decidió que el mundo existiera. El Demiurgo Atum y su emanación Ra, una
vez que concebían un elemento no precisaban sino pronunciar su nombre
para que este tomase vida. La magia de la palabra permitía que
instantáneamente la realidad que expresaba quedase materializada.

En la estela de granito del faraón Sabaka, que reinó hacia 710 a. C., que
reproduce un manuscrito menfita de origen muy antiguo, se afirma que
«toda palabra divina viene a la existencia según lo que el corazón ha
pensado y lo que la lengua ha ordenado. Así fueron creados los orígenes
de la energía vital, y determinadas las cualidades del ser, gracias a esta
Palabra… La orden concebida por el corazón y exteriorizada por la lengua
no cesa de dar forma a la significación de toda cosa».

Entendemos que es muy significativo que la palabra «Ra», que designa al


gran dios creador, fuese escrita en egipcio con los signos jeroglíficos de
una boca y debajo de ella un brazo. La boca simbolizaría la idea de
«palabra», en tanto que el brazo estaría haciendo referencia a la idea de
«acción». En suma, «Ra» vendría a expresar, a través de su nombre, la
capacidad de acción del dios que para ello utiliza como medio la palabra.

La magia del nombre


Dentro de las creencias mágicas sobre el nombre, pensaban los egipcios
que éste venía a individualizar a cada persona de una manera plenamente
determinante. El destino de cada hombre estaba unido entrañablemente a
su nombre; ese es el motivo de que en los ritos funerarios el nombre
estuviera considerado como un elemento especialmente valioso de la
personalidad, al que se le debía el mismo respeto que a la propia momia o
al ka del difunto.

De acuerdo con estas creencias, conocer el nombre de un individuo


equivalía a poseer un poder de tipo mágico sobre esa persona. Ya vimos
que se pensaba, incluso, que si el nombre era borrado de las inscripciones
ello equivalía a la plena aniquilación y olvido del hombre. Ya comentamos
el proceso que tras su muerte fue seguido contra Akhenatón. Algo similar
había sucedido antes cuando Tutmosis III ordenó borrar el nombre de su
suegra, Hatshepsut, de todos los monumentos. La reina había usurpado el
poder durante 15 años y el joven príncipe no se lo perdonó.

En el corazón de las creencias egipcias sobre el nombre reposaba la idea


de que el nombre de una persona (o de un dios) debía mantenerse
secreto; no debía ser conocido por nadie. Si el nombre era divulgado se
producía un acto impío y sacrílego que podía acarrear nefastas
consecuencias para su portador. Pensaban los egipcios que cuando se
pronunciaba el nombre de una persona se estaba revelando, realmente, la
esencia más íntima de su ser. Otros individuos que conocieran el nombre
podían causar daños a la persona gracias a la utilización de poderes
mágicos no deseados. Por ese motivo el verdadero nombre debía
mantenerse oculto a los profanos.

Cuando nacía un niño se le imponían tres nombres; los dos primeros se


mantenían en el más riguroso secreto, de modo que solamente el tercero
era conocido por todos. Este tercer nombre, el menos importante, venía a
corresponder con el cuerpo físico de la persona. La finalidad última de este
secretismo buscaba evitar, según decíamos, que posibles actos de magia
negativa produjeran encantamientos perniciosos sobre la persona. En la
medida en que los nombres más importantes, es decir, los que
configuraban la personalidad del individuo, se mantenían en secreto no
resultaba posible que terceras personas pudieran utilizar poderes mágicos
contra ellos.
En uno de los himnos de Ramsés II encontramos referencias muy precisas
acerca del nombre secreto del Creador y de la necesidad de que no sea
conocido por nadie: «Él (Amón) es demasiado grande para que se le
pregunte, demasiado poderoso para que se le conozca. La muerte se
abatirá sobre quien pronuncie su nombre misterioso, inconocible».

La Diosa Maat, por ejemplo, en su calidad de Diosa de la justicia y del


orden, hace que unas moléculas se ordenen para ser madera y otras para
que sean moléculas animales. Pero no solo estaba a cargo de este aspecto
del orden, de que imperase el orden en todo lo imaginable (desde los
organismos unicelulares hasta el cielo), sino que también se encargaba de
la justicia en este mundo y en el de más allá. Y cuando se menciona el
Juicio de Osiris, a quien el difunto de verdad tenía que enfrentar, y si podía
engañar, es al tribunal y a la Pluma de Maat.

Cualquier egipcio pudiente, que se pudiera agenciar una buena


momificación, podía intentarlo. Pero se encontraba con algunos
inconvenientes, casi insalvables, por un lado el hecho de ser un humano, y
como tal, imperfecto, y or el otro, que como persona agraciada y pudiente,
seguramente no haber llevado una vida demasiado virtuosa y correcta.

Su alma debía realizar la Declaración de Inocencia, expediente que debían


pasar las almas de todos los difuntos ante los 42 dioses que forman el
tribunal.
————————-

Declaración de inocencia típica, ante los cuarenta y dos dioses del


tribunal :

¡Salve, Oh tú, que caminas a grandes zancadas, que sales de Heliópolis! ….


No cometí iniquidad.

¡Salve, Oh tú, que oprimes la llama, que sales de Hheraha! …. No robé con
violencia.

¡Salve, Oh tú, Nariz Divina, que sales de Hermópolis! … No fui codicioso

¡Salve, Oh tú, Devorador de sombras, que sales de la caverna! …. No he


robado.

¡Salve, Oh tú, El de rostro terrible, que sales de Re-stau! … No maté a


ninguna persona.

¡Salve, Oh tú, Tuty, que sales del cielo! … No disminuí las medidas (de
áridos)

¡Salve, Oh tú, El de los ojos de fuego, que sales de Letópolis! …. No cometí


prevaricación

¡Salve, Oh tú, incandescente, que sales de Khetkhet! … No robé los bienes


de ningún dios

¡Salve, Oh tú, Triturador de huesos, que sales de Heracleópolis! … No dije


mentiras
¡Salve, Oh tú, Espabilador de la llama, que sales de Menfis! … No robé
comida.

¡Salve, Oh tú, El de la caverna, que sales del Occidente! … No estuve de


mal humor.

¡Salve, Oh tú, el de los dientes blancos, que sales de El Fayum! … No


transgredí nada.

¡Salve, Oh tú, El que se nutre de sangre, que sales de la sala de sacrificio!


… No maté ningún animal sagrado.

¡Salve, Oh tú, Devorador de entrañas, que sales de la “Casa de los


Treinta”! … No fui acaparador de granos.

¡Salve, Oh tú, Señor de la Justicia, que sales de Maaty! …. No robé pan.

¡Salve, Oh tú, Errante, que sales de Bubastis! … No me entrometí en cosas


ajenas

¡Salve, Oh tú, Pálido, que sales de Heliópolis! …. No fui hablador

¡Salve, Oh tú, Doblemente malvado, que sales de Andjty! … No disputé


nada más que por mis propios asuntos.

¡Salve, Oh tú, Uarnernty, que sales de la sala del juicio! … No tuve


comercio (carnal) con una mujer casada.

¡Salve, Oh tú, El que mira lo que trae, que sales del templo de Min! … No
forniqué.

¡Salve, Oh tú, Jefe de los Grandes (dioses), que sales de Imu! … No inspiré
temor.

¡Salve, Oh tú, Demoledor, que sales de Huy! … No trasgredí nada.

¡Salve, Oh tú, El confidente de disturbios, que sales del Lugar santo! …. No


me dejé arrastrar por las palabras.
¡Salve, Oh tú, El Niño, que sales del Heeqa-andj! … No fui sordo a las
palabras de la Verdad.

¡Salve, Oh tú, El que anuncia la decisión, que sales de Unsy! … No fui


insolente.

¡Salve, Oh tú, Basty, que sales de la Urna! … No guiñé el ojo.

¡Salve, Oh tú, El de rostro vuelto, que sales de la Tumba! …. No fui


depravado ni pederasta.

¡Salve, Oh tú, El de pierna ígnea, que sales de las regiones crepusculares!


… No fui falso.

¡Salve, Oh tú, Tenebroso, que sales de las Tinieblas! …. No insulté a nadie.

¡Salve, Oh tú, El que aporta su ofrenda, que sales de Sais! … No fui


violento.

¡Salve, Oh tú, Poseedor de varios rostros, que sales de Nedjefet! … No


juzgué precipitadamente.

¡Salve, Oh tú, Acusador, originario de Utjenet! … No transgredí mi


condición montando en cólera contra dios.

¡Salve, Oh tú, Señor de los dos cuernos, que sales de Assiut! … No fui
hablador.

¡Salve, Oh tú, Nefertum, que sales de Menfis! … Estoy sin pecados, no hice
el mal.

¡Salve, Oh tú, Tem-sep, que sales de Busiris! … No insulté al rey.

¡Salve, Oh tú, El que actúa según su corazón, que sales de Tjebu! … No he


pisado el agua.

¡Salve, Oh tú, Fluido, que sales de Nun! … No hablé con soberbia.


¡Salve, Oh tú, Regidor de los hombres, que sales de ru Residencia! … No
blasfemé contra dios.

¡Salve, Oh tú, Procurador del bien, que sales de Huy! …. No me comporté


con insolencia.

¡Salve, Oh tú, Neheb-kau, que sales de la Ciudad! … No hice excepciones en


mi favor.

¡Salve, Oh tú, Cabeza prestigiosa, que sales de la Tumba! … No acrecenté


mi riqueza, sino con lo que me pertenecía en justicia.

¡Salve, Oh tú, In-dief, que sales de la Necrópolis … No calumnié a dios en


mi ciudad.

Como se puede apreciar, no era para nada fácil llegar a la vida eterna.

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Los egipcios pudientes que se podían permitir una momificación para


preservar correctamente el cuerpo y que los sacerdotes le rezaran,
realizando a su favor conjuros y hechizos, sabían, sin embargo, con lo qué
se iban a enfrentar, y por eso dejaban en sus tumbas una copia del Libro
de los Muertos, para que, una vez difuntos pudieran recurrir a él y
consultarlo para saber cómo llegar, primero, a la sala de la Doble Maat (ahí
donde se les juzga) y una vez allí, cómo poder superar el juicio con
habilidad. Para eso existía el artilugio de refugiarse en Kephry, el Dios
Escarabajo, utilizando un amuleto que representa su figura, y poniendo
éste sobre la balanza de Maat en vez del propio corazón, acción no excenta
de peligro, pues los dioses, si bien eran tolerantes con aquél que venía
bien instruido y había buscado el apoyo de Kephry, y de buena gana
aceptaban las hábiles argumentaciones del escarabajo, no por eso serían
más indulgentes a la hora de la verdad.
Papiro de Ani

La viñeta superior ilustra, de izquierda a derecha, al dios Heh como una


representación del mar, una puerta de entrada al reino de Osiris, el Ojo de
Horus, la vaca celestial Mehet-Weret y una cabeza humana emergiendo de
un ataúd custodiado por los cuatro Hijos de Horus.

El Papiro de Ani es la versión más conocida del Libro de los Muertos.


Se calcula que fue escrito durante la dinastía XVIII, hacia el año 1300 a. C. y
entre todos los textos del Libro que se encontraron, es el que tiene el
mayor número de capítulos, todos decorados con dibujos que explican
cada paso del juicio de Osiris.

Mide casi 26 metros y forma parte de los fondos del Museo Británico
desde 1888, cuando lo descubrió cerca de Luxor el Dr. E. Wallis Budge,
agente de compras del museo, en una tumba de la dinastía XVIII.

Está compuesto por tres láminas de papiro, pegadas entre sí, y dividido en
seis secciones de entre 1,5 y 8 metros de longitud cada una. El texto ocupa
23,6 metros.
Estaba enrollado y sujeto con una banda ancha de papiro.
En este enlace podéis ver el papiro entero.
O en este vídeo
En el texto aparece quién es Ani:
"Escriba real verdadero, escriba y administrador de las ofrendas divinas de
todos los dioses".

El libro es un manual detallado de los pasos que el ka del difunto debe


seguir en la Duat para sortear los peligros del camino hasta llegar al Juicio
de Osiris y superarlo con éxito para vivir eternamente en el Más allá.

El nombre real del Libro de los Muertos o papiro de Ani es "Libro para salir
al día", aunque el título, podría traducirse como "El libro del eterno
despertar".

En éste Papiro se encuentra la "Oración del Ciego" que dicen que es la


versión original del Padre Nuestro elaborada por Jesús de Nazaret.
Cada prueba atraviesa una puerta.
En la última puerta Horus acompaña al difunto ante el tribunal de Osiris
para enfrentarse al peso del corazón.

El Juicio final se celebraba en la sala de las dos verdades. En ella, Anubis


pesaba el corazón del difunto para comprobar el peso causado por los
pecados cometidos.
El corazón, un escarabajo azul que llevaba grabado un conjuro, es pesado
en una balanza y en el otro plato se pone la pluma de la verdad (la pluma
de Maat), símbolo de la verdad y la justicia.
El corazón no debía pesar más ni menos que la pluma, si no era devorado
por un monstruo y
dejaba de existir. Si era más ligero que la pluma, la persona vivía
eternamente. Si no, arrojaban el corazón al monstruo Ammit "Devorador
de muertos".
Si vencía la prueba, pasaba la última puerta y alcanzaba el Aaru ("Campo
de los Juncos").

Aaru (Pintura en la tumba de Najt)

Escena del papiro de Hunéfer mostrando el juicio de Osiris, expuesto en el


Museo Británico.
En la imagen se presenta el episodio del juicio de Osiris, momento clave
del viaje del difunto. Las viñetas del papiro permiten seguir la historia del
juicio.
En la parte superior (1) vemos al difunto Hunéfer celebrando ofrendas
ante los dioses del tribunal, después Hunéfer es llevado por Anubis (2) al
recinto del juicio donde el mismo Anubis (3) se encarga de pesar en una
balanza el corazón del muerto contra la pluma de Maat. Si el corazón del
difunto era más pesado que la pluma de la justicia entonces era devorado
por el infernal Ammit (4) engendro de cocodrilo, león e hipopótamo, y el
alma del difunto desaparecía para siempre. Si el dios Tot (5) comprobaba
que el corazón aprobaba el test de la balanza, dejaba pasar al difunto que
era conducido por Horus (6) ante Osiris (7) en la imagen acompañado por
sus hermana Isis y Neftis, y finalmente logra alcanzar la vida eterna.
Los jeroglíficos que acompañan señalan los conjuros que debe recitar el
fallecido ante cada dios para superar las fases del juicio.

Era común que se pusiera una copia del Libro de los Muertos en papiro
dentro de las tumbas, para servir como chuleta al difunto, o para decorar
las paredes de las tumbas con estas escenas.

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