Sei sulla pagina 1di 4

“CINE MUDO”

Desde sus primeros pasos, el cine es uno de los espectáculos que más ha
cautivado a grandes y pequeños. Existen películas únicas, con un alto valor
artístico que han sido apreciadas en distintas épocas y por públicos muy
diferentes. Aunque no se ve en los museos, el cine es, merecidamente, el
séptimo arte. Se considera que el cine nació oficialmente el 28 de diciembre
de 1895. Los hermanos Lumière mostraron sus films a los espectadores del
Salon Indien de París. Una de las primeras imágenes en movimiento que
pudieron observar fue la llegada de un tren a la estación. Esta imagen causó
una gran conmoción en un público realmente asustado. Al principio las
películas mostraban escenas cotidianas pero el público, con el paso del
tiempo, empezó a cansarse. Méliès tuvo la gran idea de representar en la
gran pantalla historias totalmente inventadas, como “Viaje a la luna” basada
en una obra de Julio Verne. Al principio el cine era imagen en movimiento,
en blanco y negro y sin voz. Únicamente contaba con la música de un piano,
para amenizar la proyección y con unos rótulos entre escenas para explicar la
acción y los diálogos. A pesar de esto, a principios del siglo XX, el cine ya
contaba con una gran industria dedicada a recrear las historias más
imaginativas. En esta época, en Europa se ruedan las geniales películas de
“Metrópolis”, “Nosferatu” o “El acorazado Potemkim”. Pero es en Estados
Unidos, en Hollywood, donde se fundaron importantes empresas de cine y se
levantaron impresionantes decorados. Se “crearon” grandes estrellas a
través del llamado “star sistem”. Un hábil sistema de publicidad, creaba una
atmósfera de leyenda alrededor de los actores y así eran seguidos por un
público cada vez más numeroso. Actores famosos del cine mudo fueron
Rodolfo Valentino o Mae West. Durante la guerra europea, Hollywood se
dedicó a dominar los mercados mundiales. Los años 20 fueron la época
dorada del cine mudo americano. Entre todos los géneros destacó el cine
cómico con creadores como Charles Chaplin y Búster Keaton. Fueron
cómicos geniales y a la vez críticos con su sociedad. Sus películas han hecho
reír a niños y adultos de diversas generaciones de todo el mundo.
De cómo llegaron los siete pueblos a las tierras del Gran Río y nació la
ciudad de Arco Iris

En la ciudad de Arco Iris había siete barrios. La ciudad se llamaba así,


Arco Iris, porque desde hacía ya muchos años los siete primeros pueblos
del valle, de las montañas y de la costa se habían fusionado y habían
crecido y crecido, expandiéndose más allá de sus límites. En un principio,
las faldas de las montañas del norte fueron pobladas por los cazadores
rojos, quienes llegaron a ellas desde el interior. Al sur, en las llanuras del
prelitoral, se instalaron los labradores azules, mientras que al otro lado
del Gran Río y de su desembocadura, las playas ricas en peces las
ocuparon los pescadores amarillos. En el oeste, bordeando los lagos de
la cordillera que salvaron en su búsqueda de nuevas tierras, crearon su
hogar los ganaderos verdes. Al este se establecieron los campesinos
turquesa, cuyo azul claro nada tenía que ver con el oscuro de los
labradores del sur. Entre estos y aquellos, en las planicies, levantaron su
pueblo los granjeros violetas. Y finalmente, remontando el Gran Río
desde el mar, arribaron una mañana los comerciantes naranjas, que se
asentaron en las tierras centrales del valle. Con los siete pueblos al
comienzo separados entre sí, desconfiando cada uno de la suerte del
otro, recelosos por si alguno era belicoso, transcurrieron los primeros
años, hasta que la prosperidad les hizo acercarse, curiosos primero,
confiados después y amigables finalmente. Al producirse el
acercamiento, el intercambio de productos y la dulce serenidad de la
concordia, el valle, las montañas y la costa conocieron años de una
incesante viveza, un crecimiento sostenido y feliz. Los cazadores rojos
hacían llegar el producto de su caza al sur, ocupado por los labradores
azules, y estos mandaban el producto de sus campos a los ganaderos
verdes del oeste, quienes a su vez, enviaban su mercancía al sudoeste,
donde vivían los pescadores amarillos. Los comerciantes naranjas del
valle se ocupaban de estos menesteres. Pronto, los caminos que
emergían del centro fueron carreteras, y entre los siete pueblos también
se abrieron conexiones. En unos años, a los mulos y carretas los
reemplazaron caballos y carrozas, y después los globos aerostáticos, y
más tarde el progreso condujo a la creación de nuevos artilugios
extraordinarios, como los vehículos de tracción a motor o los trenes de
vapor. A las primeras cabañas de los antiguos moradores les sucedieron
casas de madera y adobe, y a estas, viviendas mucho más sólidas y
firmes, de ladrillo y piedra. Cinco generaciones después, ya había altos
edificios de hasta tres y cuatro plantas en el centro. Y muchas
generaciones más tarde se produjo el milagro: la unión de los siete
pueblos, que, en su crecimiento incesante, se quedaron pequeños
dentro de sus límites.

Arco Iris acabó tomando forma.


Jordi Sierra i Fabra, Sietecolores.
Este es mi diario secreto y se prohíbe leerlo. Hoy es martes 13.
El papá me dijo: - Papelucho, ven a mi escritorio.
Cuando un papá le dice esto a uno, es igual a cuando San Pedro lo ataja
en la puerta del cielo: de un rin se agolpan los pecados y demás
cuestiones. Y no se saca nada con pensar que el famoso escritorio es
puramente cuarto de tareas cuando el papá no está. Y tampoco se saca
nada con acordarse que hace cinco minutos ese papá se lavaba los
dientes en pijama arrugado y sin peinarse... Papá juntó la puerta con
manos limpias y nerviosas y me encerró con él y todas mis culpas.
- Tú sabes por qué te he llamado- dijo.
- No tengo ni la mayor idea- contesté.
- Veamos... Pensemos un poco caballerito... Se sentó en su silla sin
sospechar que tiene una pata quebrada.
- Creo que sabes por qué estamos aquí. - Si es por lo del gato, papá,
quiero explicarle...
- No es por lo del gato- me irrumpió colérico.
- Si es por la cuestión del agua- sus manos se ponían más limpias cada
vez.
- Entonces sería mi zapato en el techo de la otra casa.
- ¡No es por lo de tu zapato! Papá traspasaba mis ojos y me hacía doler la
cabeza. Pero no leía mi pensamiento ni yo el suyo. ¿Qué había hecho yo,
Dios mío? Se me atropellaban las cosas: el atornillador que se tragó la
cañería del lavaplatos cuando iba a sacar la cucharita que no sirvió para
salvar al grillo que se ahogaba. ¿O sería por lo las colleras que convertí
en medallas hace tiempo? ¿O la crema de cara que le fabriqué de
sorpresa a la mamá, un día?.
Marcela Paz, Papelucho y el Marciano, fragmento.

Potrebbero piacerti anche