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La vida en las legiones romanas

Las legiones romanas han sido una de las organizaciones militares más
eficaces de la historia. Sus gestas en las diversas campañas son
ampliamente conocidas pero, ¿cómo era el servicio militar en época del
Imperio Romano? ¿cómo eran aquellos soldados que conquistaron buena
parte del mundo conocido?
Roma consiguió conquistar todo el Mediterráneo gracias al desarrollo de un sistema
militar prácticamente sin comparación hasta el momento. Las legiones fueron la
columna vertebral de esta expansión. Pero su estructura no fue homogénea a lo largo
de los siglos de historia romana. Pasó de ser un ejército de ciudadanos en armas
reclutados por levas durante la República, a uno de soldados profesionales.
Las legiones mostraron su eficacia en los enfrentamientos con múltiples enemigos:
desde grandes imperios como Cartago o los seleucidas a tribus bárbaras en las lejanas
fronteras del Imperio. Esto se debe a una doctrina militar con unas tácticas muy
disciplinadas, un férreo y continuo entrenamiento y una dura disciplina.
La legión básicamente era una fuerza de infantería pesada con un pequeño
contingente de apoyo de caballería; las unidades auxiliares aportaban otros tipos de
tropas para completar un despliegue militar. No todos los habitantes del Imperio
Romano podían ser legionarios, sólo aquellos que tuvieran la ciudadanía romana, en
un intento de mantener el fuerte componente civil del estado romano aún en época
imperial. El resto de habitantes servían en las unidades auxiliares.

Los ejércitos de un Imperio


Aunque la legión se mantuvo como unidad básica durante la República y el Imperio, el ejército
romano no fue una fuerza homogénea a lo largo de los siglos. En sus orígenes, copiaron el
sistema de falange hoplítica, consecuencia de la influencia de las ciudades griegas del sur de
Italia.
En el siglo VI a.C., Servio Tulio, sexto rey de Roma, emprendió una reforma que iba establecer
las bases de lo que luego iba a ser el sistema legionario. El monarca elaboró un censo de todos
los ciudadanos varones adultos y los clasificaba según su riqueza. Cuando se les llamaba a las
armas, cada uno se equipaba de acuerdo con sus ingresos (normalmente, los más ricos en la
caballería y los más pobres con hondas o jabalinas). A su vez, se estableció como unidad básica
una unidad de 100 hombres que sería la base de la organización legionaria: la centuria
Hacia el siglo IV a.C. ya se había adoptado las legiones como unidad de combate primordial. Su
nombre proviene del latín legio (leva). La mejor referencia son las del historiador Polibio en el
siglo II a. C. Según este historiador, el ejército romano era una fuerza compuesta por
ciudadanos que se encuadraban temporalmente en el ejército para hacer frente al estallido de
un conflicto, por lo que las legiones no eran unidades permanentes.
Este sistema de levas entre la población permitía a Roma tener un potencial humano enorme
frente a enemigos que dependían de contingentes mercenarios. El caso más claro fue en la
segunda guerra contra Cartago, cuando la República podía recuperarse de las graves derrotas
que le infringía Aníbal, levantando nuevos ejércitos.
Tal y como sucedía en la monarquía, los ciudadanos se encuadraban según su riqueza y edad.
Los más jóvenes o con menos recursos servían en las unidades ligeras. Los que disponían de
más ingresos podían ingresar en la infantería pesada.
La expansión territorial hizo entrar en crisis este modelo. Los soldados podían servir un máximo
de 16 años. Además, cada vez las campañas eran más lejos y la conquista de nuevos territorios
obligaba a dejar guarniciones y disponer de unidades permanentes. Todo esto hacia que los
romanos pasaran cada vez más tiempo lejos de sus hogares y negocios, por lo que muchas
veces acababan empobreciéndose.
Por estos motivos, las levas comenzaron a hacerse impopulares. En el 107 a. C. en plena guerra
en el Norte de África contra Númida, Cayo Mario pidió refuerzos al Senado. Le denegó el
derecho de formar nuevas legiones con el sistema tradicional, pero le permitió reclutar
voluntarios. Mario incorporó a los ciudadanos más pobres –que tradicionalmente no podían
pagarse el equipo-, y él mismo les suministraría el equipo.
Este cambio supuso la aplicación paulatina de un nuevo modelo. El ejército pasaba a ser
profesional y formado por voluntarios. Las legiones pasaron a ser unidades permanentes. A los
reclutas se les exigía ser ciudadanos romanos, un derecho que se extendió a toda las Península
Itálica tras la Guerra Social (91-88 a.C.). La base del ejército ya no eran los ciudadanos con
ingresos para pagarse el equipo, sino los pobres que veían en la vida militar una manera de
ganarse la vida.
Con este sistema, la legión se constituyó como una fuerza compuesta básicamente de
infantería pesada. Además, la nueva organización permitió a Roma desarrollar su etapa de
conquistas más extensas. El sistema de Mario se mantuvo hasta prácticamente el siglo IV,
cuando tuvieron lugar las reformas del emperador Diocleciano.

Incorporándose a las legiones


Los reclutas del ejército imperial debían ser varones y disponer de la ciudadanía romana.
Aunque todos eran voluntarios, el emperador tenía el derecho de hacer un llamamiento a filas.
Pero las levas obligatorias eran extremadamente impopulares y sólo se utilizaron en
momentos de emergencia, como por ejemplo tras los desastres sufrido en Dacia y Germania en
el siglo I d.C.
La mayoría de los reclutas provenían de las capas más pobres de la población. Para ellos el
servicio militar era atractivo porque les aseguraba comida, ropa y otras ventajas como
alojamiento o asistencia médica, que en la vida civil era muy difícil que pudiesen conseguir en
mejores condiciones.
Estos reclutas de origen humilde eran apreciados por los oficiales, ya que se acostumbrarían
antes a los rigores de la vida militar que alguien que viniera de un entorno más acomodado.
Por motivos similares, los soldados que venían de un entorno rural eran mejor vistos que los
que provenían de las ciudades.
Otros requisitos para ingresar en una legión era medir como mínimo entre 1,70 y 1,77 metros.
No podían estar casados; o si ingresaban con cónyuge, el matrimonio se declaraba nulo. A los
oficiales sí que se les permitía tener esposa. La prohibición para los soldados era más teórica
que real, ya que los mandos permitían que sus hombres tuvieran relaciones estables pero sin
estar oficializadas.
Los aspirantes a reclutas acudían a la capital provincial. Allí se comprobaba su estatus social
(verificar que tuvieran la ciudadanía romana y que no se trataran de esclavos fugados), y se les
hacía un exhaustivo reconocimiento médico.
Tras haber superado estas pruebas, los reclutas recibían el signaculum, una tabla de plomo
donde estaban inscritos sus datos, similar a las chapas de identificación que llevan los soldados
de hoy en día. También se les indicaba cual sería su unidad de destino, y antes de partir
realizaban el sacramentum: juramento de lealtad al emperador.
Cuando llegaban al acuartelamiento de su unidad, comenzaba el duro entrenamiento y se les
enseñaba las estrictas normas de disciplina militar. Recibían el equipo completo, pero su
importe les sería descontado de la paga que recibían.
La formación comenzaba con una intensa preparación física con ejercicios de salto y carrera,
también aprendían a marchar al paso y a formar en orden. En esta fase inicial, uno de los
aspectos más importantes era acostumbrarse a las largas marchas. Las legiones se
caracterizaban por su capacidad para cubrir largas distancias en relativamente poco tiempo a
través del sistema de calzadas que cruzaba todo el Imperio. Estos ejercicios consistían en cubrir
20 millas romanas a paso normal (algo más de 29 kilómetros y medio) en cinco horas, o 25
millas (unos 37 kilómetros) a paso ligero en el mismo período de tiempo.
A continuación, comenzaba el entrenamiento con armas. En primer lugar, los legionarios
comenzaban con ejercicios con espadas de madera, así como el lanzamiento de jabalinas.
Practicaban con postes de maderas tanto el esgrima como el tiro.
Cuando los soldados adquirían cierta pericia con las armas, se les enseñaban los movimientos
tácticos. Los legionarios aprendían a luchar en formación, empezaban con sencillos ejercicios
que incluían a unos pocos hombres y acababan ensayando maniobras con toda la centuria o
incluso la cohorte.
Aunque se tomaban medidas para evitar heridas letales (las puntas y filos de armas estaban
recubiertos), el entrenamiento era muy duro, y no era extraño que los soldados sufrieran
lesiones como fracturas o contusiones. Por suerte, las fortalezas legionarias solían disponer de
unos hospitales bien equipados.
Tras aprender estos movimientos, el entrenamiento no se daba por finalizado. Los oficiales
eran partidarios de que los soldados realizaran ejercicios constantemente, para que estuvieran
perfectamente preparados cuando entraran en combate. Aunque la disciplina podía ser más
relajada en zonas tranquilas del Imperio. Flavio Josefo pone un ejemplo clarificador de la
importancia de la instrucción constante: “no sería errado describir sus ejercicios como batallas
sin sangre, y sus batallas como ejercicios sangrientos”.

Los oficiales, comandantes y políticos


El cuerpo de oficiales solía provenir mayoritariamente de la clase senatorial, ya fuera durante la
República o el Imperio. Al principio, seis tribunos estaban al mando de la legión, y el cargo de
comandante en jefe (legado) rotaba entre los dos y seis meses.
Tras la reforma de Cayo Mario, se nombraba a un legado como mando supremo por un período
de tres o cuatro años, aunque no era extraño que pudiese prolongarse. Solían llegar a este
puesto entorno a los 30 años, luego buscaban promoción en los escalafones superiores del
ejército (ser legado provincial encargado de dirigir a varias legiones) o hacer carrera en Roma o
como gobernadores provinciales. Conviene remarcar que la carrera militar era vista como un
paso previo a la entrada plena en la vida política.
Luego estaba su estado mayor, los tribunos, también salían de las filas de la clase senatorial,
tratándose de jóvenes que iniciaban su carrera pública. Había dos clases de este tipo de
oficiales: el tribunus lacticlavius y los tribuni agusticlavii. El primero era un joven proveniente
también de origen senatorial, y era su primer cargo público en espera de promoción.
Teóricamente el segundo al mando. Los agusticlavii venían de la clase ecuestre y eran los
mandos militares en la batalla o dirigían destacamentos de varias cohortes en guarniciones
menores u operaciones que no requirieran una legión entera.
El estado mayor de una legión se completaba con el prefectus castrorum y el primus pilus. Se
trataban de oficiales veteranos, escogidos por llevar muchos años sirviendo en la legión más
que por cuestiones de clase social. El primero se encargaba de la gestión del acuartelamiento, y
en batalla podía aportar su experiencia a los bisoños oficiales. El primus pilus era el centurión
más veterano. Estaba al mando de la primera cohorte –formada por los soldados más
veteranos- y también supervisaba el entrenamiento de los reclutas.
Continuando con el escalafón, estaban los centuriones. A su vez se dividían en varias subclases,
dependiendo de su veteranía. En cada legión había 10 cohortes, y cada una estaba al mando de
un centurión pilus prior. A su vez cada cohorte se dividía en seis centurias de 80 hombres cada
una dirigidas por un centurión no tan veterano. Luego estaban los decuriones, que eran
oficiales del contingente de caballería que tenía cada legión –unos 120 hombres- y que
mandaban sobre diez jinetes.
Los últimos oficiales en el escalafón eran los optios, un soldado escogido por el centurión de la
centuria que cumpliría las funciones similares a las de un suboficial en un ejército moderno.
La promoción en este escalafón normalmente dependía más de las influencias que de los
méritos. Incluso los centuriones solían provenir de familias con ciertos recursos. Julio César fue
el primero en promocionar a soldados que mostraban ciertas habilidades a estos rangos. Luego
dependía de la voluntad de cada legado establecer ascensos por méritos entre sus hombres.

La vida cuartelera
Una vez finalizada la instrucción el recluta quedaba encuadrado en una centuria que a su vez se
dividían en contubernia, unidades de ocho hombres que compartían vida en un barracón y
donde se establecían fuertes lazos de camaradería.
El cuartel de una legión en tiempo de paz solía ser una fortaleza que ocupaba una gran
extensión de terreno, normalmente entre 20 y 25 hectáreas. En las provincias interiores solían
estar ubicadas en puntos estratégicos con buenas comunicaciones (cerca de carreteras o ríos)
para poder desplegarse con rapidez. En las provincias fronterizas solían encontrarse en lugares
sensibles a un ataque enemigo.
Un día cualquiera en la vida de un legionario comenzaba con una llamada a formación donde
los oficiales pasaban revistas. A partir de ahí, cada hombre tendría asignada una serie de
tareas. Estos trabajos podían dividirse en dos grupos. El primero podía consistir en realizar
tareas relacionadas con día a día del acantonamiento: guardias, reparación de estructuras,
limpieza y mantenimiento del armamento… El segundo era de carácter más militar, o bien
entrenaban o estaban de patrulla por el exterior.
Además, los soldados que sabían leer y escribir podían ser requeridos para que prestaran
servicios en las múltiples tareas administrativas que implicaba la gestión diaria de una legión.
La administración de una de estas unidades requería controlar desde la paga de los legionarios,
hasta asegurar que se tenía un flujo continuo de suministros de todo cuanto los soldados
pudiesen necesitar.
En relación a los suministros, las raciones que recibían los legionarios también se descontaban
de sus pagas. Básicamente, hacían dos comidas al día: el desayuno y la cena. La dieta consistían
en trigo, carne de cerdo, lentejas y vino agrio. Los propios soldados tenían que cocinarse su
comida, y por ejemplo aprovechaban el trigo para hacerse su propio pan. Esta alimentación
aunque repetitiva era adecuada para las necesidades de las tropas, además se les permitía
adquirir productos en los mercados cercanos o incluso cazar animales.
Además de las funciones dentro del cuartel y su papel de guarnición, las legiones podían
desempeñar otros papeles en las provincias donde estaban acantonadas. Por ejemplo, en un
territorio recién sometido, el personal administrativo del ejército podía asumir atribuciones del
funcionariado civil hasta que no llegara el personal de la administración romana. También
podían participar en la construcción de calzadas, puentes y otras obras de ingeniería.
En los ratos de ocio, en algunos yacimientos de fortalezas legionarias se han encontrado
anfiteatros y termas. Además, cerca de los acuartelamientos habían asentamientos civiles
donde los soldados podían ir en sus escasos ratos libres.

Disciplina de hierro
Otro punto a tener muy en cuenta en la vida de un legionario era la dura disciplina militar
romana. Este régimen fue una constante durante la República y el Imperio, no importaba si se
trataba de ciudadanos adinerados o de reclutas voluntarios de las clases sociales más bajas.
Las tareas que se les asignaban tenían que cubrirse escrupulosamente, y el equipo debía
mantenerse en perfecto estado si no quería incurrir en una falta grave. Las sanciones podían ir
desde arrestos hasta la pena de muerte. Si la indisciplina era extrema, como por ejemplo un
intento de amotinamiento, los mandos podían decidir diezmar a la unidad y ejecutar a uno de
cada diez soldados. Además, los oficiales no dudaban en recurrir a los castigos corporales para
aplicar la disciplina en cualquier momento que estimaran oportuno.
Los legionarios tenían que aguantar esta rigidez y someterse a la voluntad de sus oficiales. El
sistema legal militar les impedía recurrir cualquier acusación que recibieran, por lo que la
principal causa de deserción en las legiones era la voluntad de escapar de las penas
disciplinarias.
Pero el castigo no siempre provenía de los superiores. Una de las faltas y peor vistas en el
ejército era dormirse durante una guardia. Se consideraba que se había puesto en peligro a
toda la unidad, y el soldado que había cometido el error era apaleado por sus propios
compañeros hasta la muerte.
Como curiosidad, en la época había la creencia que la disciplina en las guarniciones
occidentales y fronterizas era más dura. Las legiones que se encontraban en Oriente en
ciudades como Alejandría, Antioquia o Grecia tenían fama de vivir de manera más acomodada
gracias al lujo y riqueza que había en esas poblaciones.

Marchando a la guerra
Roma se enfrentó a una gran variedad de enemigos en su dilatada historia. En los siglos III y II
a.C. lucharon contra ejércitos que en ocasiones estaban mejor entrenados y dirigidos que las
legiones (casos de Aníbal y Pirro), y en ocasiones la victoria fue fruto más de la cantidad de
hombres que los romanos podían poner en el campo de batalla, que de la habilidad de sus
soldados y oficiales.
Tras las derrotas de Cartago, Macedonia, y el Imperio Seléucida, Roma básicamente se enfrentó
a confederaciones tribales. Estos enemigos no eran rivales para las legiones ya que no
constituían sistemas militares capaces de hacer frente a la organizada maquinaria de guerra
romana.
Roma siempre primó un estilo de guerra rápido y agresivo. Incluso en las épocas en las que el
Imperio había alcanzado su máxima expansión y ya no se producían conquistas, las acciones
punitivas contra bárbaros o potencias rivales como los persas sasánidas siempre intentaban
aprovechar la movilidad de las legiones. El objetivo era asestar golpes rápidos y demoledores
que obligaran a los enemigos a pedir una paz claramente favorable a los intereses romanos.
Como se ha visto, la velocidad de marcha era uno de los pilares del entrenamiento militar
romano. Cuando empezaba una campaña, las legiones abandonaban sus fortalezas y se dirigían
rápidamente al frente. Solamente un sistema administrativo tan desarrollado como el romano
permitía disponer de la organización adecuada para poder suministrar a un ejército en marcha.
El abastecimiento podía venir de diversas fuentes. Si el sistema de comunicaciones lo permitía
podía transportarse los suministros desde poblaciones de retaguardia, bien por las calzadas o
remontando el curso de los ríos –el transporte fluvial de tropas y suministros fue fundamental
en algunas campañas como Britania o Germania-. A veces, en zonas de conflicto permanentes
como el Rin o las fronteras con los persasse establecían bases de suministros. Una última
opción era que los soldados consiguieran víveres de las poblaciones por las que iban
avanzando.
Otro de los aspectos fundamentales del avance de un ejército romano, eran los campamentos
de marcha. Se levantaban al final de una jornada de camino en solamente dos o tres horas. Los
legionarios estaban perfectamente entrenados para desarrollar esta labor de ingeniería, unos
se encargaban de cavar la zanja, otros levantaban las empalizabas y un tercer grupo montaba
las tiendas.

¡Roma victrix!
Llegado el momento de enfrentarse al enemigo, los comandantes romanos solían elegir el
terreno para la batalla. La doctrina militar romana, solía premiar a los oficiales con arrojo e
iniciativa, por lo que el prototipo de comandante solía primar las tácticas agresivas; e
intentaban forzar al enemigo a luchar en el terreno que ellos escogieran. En ocasiones esta
actitud les llevo a confiarse y a sufrir derrotas catastróficas como la de Marco Licinio Craso
contra los partos en Carras (53 a. C.)
La imagen que tenemos de una batalla en la Antigüedad está muy distorsionada por el cine. En
las películas normalmente se muestra a dos ejércitos chocando frontalmente en una batalla, en
un combate sangriento y confuso.
La realidad era muy diferente. Con los dos ejércitos formados para la batalla, las legiones
empezaban a avanzar hasta situarse frente al enemigo, a una distancia de unos cincuenta
metros. Ahí, las unidades de proyectiles de ambos contendientes hostigaban a las líneas del
rival. Cuando se consideraba que se había desgastado suficiente al contendiente comenzaba el
ataque cuerpo a cuerpo.
Pero no era el choque salvaje al que estamos acostumbrados a ver en el cine. En el caso
concreto de las legiones, los soldados avanzaban protegidos por sus escudos y descargaban sus
jabalinas. Las primeras líneas se lanzaban al combate cuerpo a cuerpo, y aprovechaban su
(normalmente) superior entrenamiento para infligir el mayor número de bajas. La caballería y
otras unidades ligeras intentaban maniobrar por los flancos para causar estragos y contribuir a
quebrar la voluntad de lucha enemiga.
Durante el combate los oficiales romanos intentaban mantener el orden de sus filas
combinando la mano dura con evocaciones al espíritu de la unidad. Los optios y centuriones
amenazaban con castigos (o llegaban a golpear) a los soldados que se mostraban más
temerosos, o lanzaban proclamas para animar a las tropas en los momentos decisivos.
Si la moral del enemigo no quebraba rápidamente, las unidades romanas en contacto con el
enemigo corrían el riesgo de verse trabadas y perder su ventajosa cohesión. Por lo que ambos
ejércitos volvían a separarse y empezaban nuevamente con esta especie de ritual bélico: las
unidades de proyectiles hostigaban la línea rival y volvía a probarse con el cuerpo a cuerpo.
Así, hasta que uno de los ejércitos contendientes se desmoralizaba y emprendía la huida. Este
hecho solía producirse cuando las primeras filas de un ejército eran aniquiladas, y el resto de
tropas tenían la sensación que el enemigo había roto la línea de frente. En este sentido, los
romanos eran unos expertos, ya que en esos momentos atacaban con mayor ferocidad para
acabar de desmoralizar al enemigo.
La huida era el momento de mayor mortalidad en una batalla. El ejército victorioso emprendía
la persecución; y, literalmente, daba caza a sus rivales desmoralizados. Cuando un ejército
ganaba una batalla en la Antigüedad era muy extraño que las bajas propias superasen el cinco
por ciento de efectivos. En el caso concreto de los asedios, el combate sí que era más
sangriento, ya que en el asalto de las murallas de una plaza fuerte sí que se producían violentos
choques directos entre las tropas.

Retirarse del servicio


Cuando se cumplían los veinticinco años de servicio llegaba el momento de abandonar el
ejército. Recibían una paja especial y una dotación en tierras en alguna colonia o el derecho a
residir en la ciudad que ellos escogieran.
Estas ventajas sólo se dieron a partir de Augusto. Anteriormente, los soldados lo tenían muy
difícil cuando abandonaban el ejército. En época republicana, el Senado no daba ninguna
ayuda a los que se retiraban, por lo que los soldados dependían de las ayudas que pudiesen
recibir de sus comandantes. Esta relación creaba un vínculo muy fuerte entre las tropas y sus
mandos; y fue una de las causas que propició la caída de la República. Cuando líderes como
César o Pompeyo podían reunir importantes ejércitos gracias a las lealtades que habían
cultivado.
Precisamente, las medidas impuestas por Augusto y que continuaron otros emperadores
pretendían que los soldados tuvieran un retiro asegurado y no se convirtieran en una fuente de
problemas o de luchadores dispuestos a seguir a un pretendiente al trono de Roma.

DESPIECE#1:

Cuántos soldados había en una legión?


Como se ha visto, las legiones no fueron una fuerza homogénea a lo largo de los siglos. Su
formación fue variando a lo largo de los siglos. Básicamente hubo tres grandes períodos: la
República, las reformas de Caio Mario (107 a.C.-294 d.C.), y las del emperador Diocleciano (294
d.C. – 476 d.C.)

Legión republicana
4.200 infantes y 300 jinetes divididos en:
· 20 manípulos cada uno con 120 hombres (cada manipulos se dividía a su vez en 2 centurias de
60 hombres al mando de un centurión)
· 10 manípulos cada uno con 60 hombres (eran los triarii, los soldados más veteranos)
· 1.200 velites: infantería ligera de apoyo
· 300 jinetes

Legión tardorepublicana-imperial
4.800 soldados de infantería pesada y 130 jinetes divididos en:
· 10 cohortes cada un con 480 hombres y dividia en seis centurias de 80 hombres cada una al
mando de un centurión
· 130 jinetes divididos en 13 escuadrones de diez hombres al mando de un decurión

Legión tardoimperial
1.200 soldados para las legiones de campo

DESPIECE #2:
De la legión a la mesnada medieval
Hacia el siglo III d.C. el Imperio daba síntomas de agotamiento, el ejército tenía problemas para
reclutar. La autoridad imperial se fue debilitando y las guerras civiles y las invasiones
extranjeras se generalizaron. Esto afectó a la organización de las legiones. Diocleciano (245-
313) intentó reorganizar el viejo sistema militar de Cayo Mario.
Básicamente, el ejército se dividía en unidades de maniobra (comitatenses) y contingentes
dedicados a la defensa fronteriza (limitanei). El tamaño de las legiones se redujo a unos 1.500
hombres. Aumentaron las unidades especializadas, la caballería se organizó en una especie de
regimientos denominados vexillatio de unos 500 hombres.
La reducción de efectivos parece que fue una obligación ante las dificultades para organizar
grandes formaciones como en el pasado. Algunos expertos han señalado que esta reducción en
los efectivos durante los años finales del Imperio fue la antesala de la guerra medieval con
menos objetivos.
Los oficiales se profesionalizaron y dejaron de provenir de la clase senatorial. Eran militares de
carrera de la clase ecuestre, pero esto no les hizo disminuir su influencia política. Aquellos
generales que conseguían aglutinar más unidades bajo su mando podían dictar la política en
Roma y llegar a imponer al emperador que más les interesada.

DESPIECE#3:
Cuánto ganaba un legionario?

La paga de los legionarios fue variando a lo largo de los siglos. Roma comenzó a pagar a sus
tropas en el siglo IV a. C. Pero eran sueldos muy reducidos, y destinados simplemente a cubrir
la manutención básica del soldado hasta que volviera a la época civil. Cuando se profesionalizó
el ejército a finales del siglo II a. C. las pagas aumentaron pero los hombres dependían más de
la buena voluntad de su comandante que de un salario regulado por el Senado.

Augusto puso fin a esta situación estableciendo un sueldo fijo. Normalmente y a pesar de tener
que se les descontaba el equipo y la manutención, los soldados podían ahorrar cuando llegaba
el momento de licenciarse. Además, se producían diversas “pagas extras”, por ejemplo cuando
un césar moría podía fijar en su testamento un pago a las tropas. Por ejemplo, Augusto dejó
una paga de 75 denarios a cada legionario.
Uno de los registros mejor conservados son los del legionario Quintus Julius Proculus que sirvió
en Egipto entorno al 81 d.C. De una paga anual que rondaba los 740 denarios, más de la mitad
se iban a pagar su mantenimiento y le quedaron unos 343 denarios ahorrados.

Ivan Giménez Chueca

SUGERENCIAS

GOLDSWORTHY, Adrian. El ejército romano. Akal, 2005.

Le Bohee, Yann. El ejército romano. Ariel, 2005

QUESADA SANZ, Fernando. Armas de Grecia y Roma: forjaron la historia de la Antigüedad


clásica. La Esfera de los Libros, 2008

Novelas

SCARROW, Simon. El Aguila del Imperio. Edhasa, 2002

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