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Juan Carlos Moreno Cabrera: CURSO UNIVERSITARIO DE LINGÜÍSTICA

GENERAL. Tomo I. Editorial Síntesis, Madrid, 2000

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EL OBJETO DE INVESTIGACIÓN I
Características del lenguaje humano
1. Introducción

A continuación vamos a estudiar las características que definen el lenguaje


humano y que deberán reflejarse en los dispositivos teóricos que ideemos para
estudiar las lenguas humanas. Es costumbre seguir en este aspecto la
caracterización del lenguaje humano frente al animal que propuso Ch. F. Hockett
en l965 (Hockett 1965). La mayoría de las propiedades de que nos habla este
autor pueden agruparse en las siguientes características generales del lenguaje
humano:

1. Economía.
2. Creatividad.
3. Simbolismo.

Las lenguas humanas obedecen a tres imperativos. La economía está


determinada por las limitaciones físicas y psíquicas de los seres humanos. Sólo
podemos emitir y diferenciar eficientemente un número limitado de sonidos y
además nuestra capacidad de memoria a corto y largo plazo es limitada; así
como nuestra capacidad de procesamiento de información. En segundo lugar, el
lenguaje humano tiene un carácter eminentemente creativo; somos capaces de
emitir y entender expresiones totalmente nuevas gracias a que nuestro
conocimiento lingüístico nos permite aplicar patrones generales a casos
particulares. En tercer lugar, el lenguaje es eminentemente simb6lico (Cassirer
1964) ya que remite a una realidad distinta de la de sí mismo.

2. La economía

La economía es la característica del lenguaje que determina las propiedades de


intercambiabilidad, dualidad o doble articulación propuestas por Ch. F. Hockett y
A. Martinet (Martinet 1960: 1-11 y 1965: cap. 1) y la de eficiencia definida por J.
Barwise y J. Penny (1983: 32·39).

La intercambiabilidad es la propiedad del lenguaje humano según la cual un


miembro de una comunidad lingüística puede ser indistintamente trasmisor y
receptor de mensajes. Su conocimiento lingüístico es independiente de estas
dos funciones y puede utilizarlo indistintamente para realizar labores de emisión
o de recepción y procesamiento de mensajes. Esto elimina la necesidad de
contar con unas reglas gramaticales para la emisión diferentes de unas reglas
gramaticales para la recepción, lo cual aumentaría el espacio de la memoria a
largo plazo, al duplicarla.
La dualidad (Hockett) o doble articulación (Martinet) es una propiedad que
redunda en la economía de modo decisivo. Toda lengua se estructura en dos
niveles o articulaciones. En una tenemos unidades mínimas dotadas de
significado denominadas "unidades léxicas" con cuya combinación se obtienen
infinitas expresiones de jerarquía superior. Pero esas unidades mínimas a su vez
pueden analizarse en otras unidades más pequeñas, esta vez sin significado.
Este último grupo de unidades de la segunda articulación es muy reducido y
constituye el sistema fonético de una lengua. Mediante la combinación de esas
dos decenas o poco más de unidades podemos obtener un número
prácticamente ilimitado de expresiones que pueden servir como unidades de la
primera articulación. A pesar de que las reglas fonéticas de las lenguas no
permiten cualquier combinación de sonidos, basta pensar un poco para descubrir
unidades posibles fonéticamente pero no utilizadas como unidades de la primera
articulación; por ejemplo en español: "labo", "plojo", "dufugolo" y un sinfín más
están permitidas por las reglas fonéticas de nuestra lengua y podrían utilizarse
alguna vez como unidades léxicas si hubiera necesidad de ello. Sería muy difícil
diferenciar, por ejemplo, los cincuenta mil sonidos necesarios que compondrían
el léxico básico de una lengua, si cada unidad léxica fuera un único sonido:
nuestras capacidades articulatorias y perceptivas supondrían un obstáculo
insalvable en este caso.
Pasamos a la eficiencia. Como notó Ch. F. Hockett (l965: 21), toda lengua
humana tiene una provisión de elementos que cambian su entonación según
determinadas características de las situaciones de uso lingüístico. Esto es una
forma de decir que toda lengua posee elementos deícticos (véase el capítulo 15,
sección 1). Un pronombre es una unidad léxica que puede utilizarse para hacer
referencia a una cantidad infinita de individuos. Esto redunda enormemente en
favor de la economía. J. Barwise y J. Perry (1983: 32 y ss.) consideran que ésta
es una de las propiedades esenciales del lenguaje humano. Ellos la denominan
eficiencia lingüística. Su esencia está en que podemos utilizar las mismas
expresiones una y otra vez para decir cosas totalmente distintas. Por ejemplo "él
la ve" se puede utilizar para decir cosas muy distintas según a qué personas nos
refiramos al usar los dos pronombres implicados y el momento en que emitamos
esa oración.

3. La creatividad

Pasamos a las propiedades que tienen que ver fundamentalmente con la


creatividad. El lenguaje humano es eminentemente creativo, ya que nos permite
utilizar una serie de reglas mediante las que es posible obtener unos resultados
infinitos a partir de la combinación de elementos finitos. Por ejemplo, mediante
el sencillo mecanismo de la coordinación, podemos producir un número ilimitado
de oraciones compuestas sin que se pueda establecer ninguna restricción que
no sea debida a las limitaciones no lingüísticas de la mente humana. Es decir,
una oración coordinada compuesta por quinientos “coordinados” sería posible,
pero no aceptable por las limitaciones de memoria. La composicionalidad es una
de las propiedades más características de las lenguas humanas. Consiste en
que las expresiones complejas están parcial o totalmente determinadas por las
expresiones más simples que las componen. La expresión "Juan vino y Pedro
se fue" está sintácticamente determinada por las dos expresiones más simples
"Juan vino" y "Pedro se fue” y su significado está parcialmente determinado por
el de los dos constituyentes que las componen. La recurrencia también
contribuye a la creatividad. Consiste en la utilización de los mismos patrones de
organización para diferentes áreas de las lenguas. En los niveles fonológico,
morfológico, sintáctico y semántico encontramos estructuraciones similares de
diferentes unidades: igual que hay fonemas marcados frente a no marcados (/p/
está no marcado para la sonoridad y /b/ sí lo está); hay morfemas marcados y
no marcados (el morfema /-o/ no está marcado para género y el morfema /-a/ sí
lo está); hay sintagmas no marcados frente a sintagmas marcados ("'Juan" no
está marcado para agente pero "por Juan" sí lo está); por último, hay palabras
marcadas para un rasgo semántico frente a otras no marcadas para tal rasgo
("mujer" está marcado para el rasgo semántico [femenino] pero "hombre” no lo
está). Este es un ejemplo muy sencillo, pero más adelante tendremos ocasión
de verificar casos más complejos y sutiles. Se comprende que la
composicionalidad y la recurrencia están también justificadas por el principio de
economía lingüística. Economía y creatividad están, pues, íntimamente unidas:
la única forma de ser verdaderamente económico es siendo lo más creativo
posible.

4. El simbolismo.

Pasamos a las propiedades que tienen que ver con el carácter simbólico de las
lenguas. Quizás la característica esencial del lenguaje humano sea la de que las
expresiones que produce son símbolos o signos de una realidad diferente al
propio lenguaje y están unidas a esa realidad por un lazo tan misterioso como
imprescindible. Las propiedades de esta área que Hockett enuncia son:
especialización, semanticidad, arbitrariedad, desplazamiento, reflexividad y
prevaricación.
En el caso de especialización, tenemos que las expresiones lingüísticas poseen
una repercusión totalmente inconexa con el mismo acto físico que suponen. Por
ejemplo, si tengo hambre puedo alcanzar una manzana y me la puedo comer: el
acto de alcanzar la manzana y comerla está funcionalmente relacionado con el
de saciar mi hambre, ya que me posibilita comer la manzana. Sin embargo, si
tengo hambre y digo simplemente “alcánzame esa manzana, si haces el favor",
ese acto físico que consiste en emitir esa ristra de sonidos en sí mismo no me
quita el hambre ya que no me va a traer la manzana a la boca. Sin embargo,
entre las consecuencias de ese acto lingüístico está la de que el interlocutor me
dé la manzana y ese acto sí que me satisface el hambre. El acto lingüístico en sí
mismo no me quita el hambre, pero sí una de sus posibles consecuencias, ello
hace que las posibilidades de que vuelva a emitir una expresión semejante,
cuando tenga hambre, aumenten. Ello está en la base de lo que los conductistas
denominan "condicionamiento operante".
La semanticidad es la propiedad según la cual las expresiones lingüísticas
poseen un lazo quo las une con la realidad de modo convencional. Gracias a esa
propiedad, podemos aludir a esa realidad sin necesidad de manejarla
directamente, poniendo en su lugar las palabras necesarias. En este sentido,
podemos decir que las expresiones lingüísticas "significan" algo diferente de
ellas mismas y que, por tanto, están conectadas simbólicamente con elementos
de la realidad. Dado que los elementos exteriores al lenguaje a que nos podemos
referir son ilimitados y a que la capacidad plástica de los sistemas de signos que
llamamos "lenguas" es muy limitada, no es posible establecer una relación
motivada entre el signo y aquello que denota; la única relación posible es la de
la no motivación o arbitrariedad. No existe ningún rasgo común a la expresión
“perro" y a determinado mamífero. El carácter simbólicamente ilimitado del
lenguaje (característica que a veces se conoce como efabilidad) obliga, pues, a
que la relación entre las palabras y la realidad sea arbitraria. Esto a su vez
redunda en la economía: ya que no obliga a que haya un signo completamente
distinto para cada realidad diferente, sino que es posible que dos realidades
diferentes puedan ser denotadas por expresiones en las que se repitan algunos
elementos significativos (compárese "estrella de mar" con “estrella fugaz"). Por
otro lado, esto supone la creatividad, ya que, al tener que utilizar un número
limitado de elementos significativos básicos (palabras) para denotar un número
ilimitado de entidades del mundo (real o ficticio), es necesario recurrir a procesos
metafóricos o metonímicos que acrecienten el número de denotaciones que
puede presentar una palabra (véase el ejemplo de la "estrella" visto antes: se
designan dos realidades completamente diferentes utilizando una palabra
idéntica y aplicando un proceso metafórico). Vemos, pues, que la arbitrariedad
surge del criterio del carácter simbólico del lenguaje más el requisito de
economía: de ello resulta la necesidad de establecer mecanismos de creatividad
para satisfacer el carácter tan exigente del lenguaje desde el punto de vista de
las entidades que se pueden denotar.
El desplazamiento es una propiedad de las lenguas humanas según la cual los
mensajes lingüísticos pueden referirse a cosas remotas en el tiempo o en el
espacio. Como existe un vínculo simbólico fijo entre las expresiones y las
entidades denotadas, no hace falta que éstas estén física o psíquicamente
presentes para que aquéllas puedan denotarlas, ya que se explota la propiedad
evocadora del significado; de aquí se obtiene esta propiedad del lenguaje
humano.
Las dos propiedades restantes del lenguaje humano se derivan también
directamente de su carácter simbólico y suponen dos aspectos especiales de
esta característica. En el caso de la prevaricación, tenemos que los mensajes
lingüísticos pueden no coincidir con situación alguna del mundo real; es decir;
pueden ser falsos. Esta posibilidad se deduce del carácter simbólico del
lenguaje, ya que para que algo sea falso antes tiene que tener un significado y
además supone una explotación del principio del desplazamiento, puesto que
aquello que simbolizo puede estar alejado del mundo real en el sentido de que
no se puede encontrar en él. La propiedad simbólica del lenguaje supone, pues,
la posibilidad del uso creativo del lenguaje, del lenguaje como instrumento para
crear mundos pasados o futuros (desplazamiento) o ficticios (prevaricación).
Por último, la propiedad de la reflexividad se deriva del hecho de que nada
escapa a la función simbolizadora del lenguaje, ni siquiera el propio lenguaje,
que se convierte en denotación de sí mismo. En efecto, podemos hacer que las
expresiones lingüísticas denoten esas mismas expresiones lingüísticas; ello
suele señalarse en la escritura mediante el entrecomillado de dicha expresión,
de tal modo que "caballo" no denota un mamífero sino una palabra de tres
sílabas. Diremos entonces que la palabra "caballo" se utiliza para denotar un
determinado mamífero.

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