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Y MOVIMIENTOS URBANOS
RESUMEN
En las últimas décadas ha aumentado el interés por la relación entre el género y la organiza-
ción del espacio. El significado social de ser hombre o mujer se traduce en una vivencia
específica del espacio, con lo que ello supone de adecuación o no a los roles asignados en
función del género. El espacio, producto social en el que se concretan las relaciones de
poder, es expresión del patriarcado. Los movimientos urbanos protagonizados por mujeres
se hacen eco de las necesidades de las mismas y de las alternativas que proponen. El estudio
de un caso ha puesto de manifiesto las desigualdades de género en las asociaciones vecinales
canarias, en lo relativo a las demandas urbanas, al uso del espacio o a los condicionantes a
los que están sometidas las líderes en estas organizaciones.
PALABRAS CLAVE: género, espacio, movimientos urbanos, asociaciones de vecinos.
ABSTRACT
In the last decades the interest in the relationship between gender and the organization of
space has increased. The social meaning of being a man or a woman is translated into a
INTRODUCCIÓN
Este artículo consta de tres partes. La primera está dedicada a las relaciones
que se entablan entre el género y el espacio, por lo que se definen ambos conceptos
y se clarifica la intersección que se establece entre ellos, poniendo de manifiesto
cómo el medio urbano genera y sustenta las desigualdades de género. La segunda
versa sobre las circunstancias específicas que condicionan la vida de las mujeres en
1. GÉNERO Y ESPACIO
1
A. FALÚ y L. RAINERO, «Hábitat urbano y políticas públicas: una perspectiva de género»,
en L. LUNA y M. VILANOVA (comps.), Desde las orillas de la política. Género y poder en América Latina,
Barcelona, Universidad de Barcelona, 1996, pp. 49-57.
2
En relación con la dimensión física, véase T. DEL VALLE, Andamios para una nueva ciudad.
Lecturas desde la antropología. Madrid, Cátedra, 1997. Respecto al plano psicológico se remite a los
trabajos de M. VIANELLO y E. CARAMAZZA, Género, espacio y poder. Para una crítica de las Ciencias
Políticas. Madrid, Cátedra, 2002; y Mª.C. CORPAS y J.D. GARCÍA, La ciudad y el urbanismo desde una
perspectiva de género: el uso del espacio y el tiempo. Córdoba, Servicio de Publicaciones de la Universi-
dad de Córdoba, 1999.
3
M. CASTELLS, La cuestión urbana. Madrid, Siglo XXI, 1997 (1ª ed. 1972).
Por espacio genérico se entiende aquel que está directa o indirectamente configu-
rado por la construcción sexuada de una cultura. Así puede distinguirse una am-
plia gama que iría desde aquellos espacios denominados de forma permanente
como femeninos y/o masculinos hasta aquellos que merced a actuaciones y signi-
ficados alternativos, pueden considerarse como espacios de igualdad y que son el
resultado de procesos de cambio significativos6.
Pero ¿cuándo y por qué surgió el interés por este campo de estudio? Pues, lo
que se ha denominado «pensamiento acerca del espacio y el género» se inició a
finales del siglo XVIII, cuando el espacio doméstico dejó de ser de producción econó-
mica, y la esfera pública se restringió a los varones y el ámbito doméstico a las
mujeres. Desde el siglo XIX, en todas las zonas urbanas europeas se bifurcaron los
papeles según el género y se consolidó la separación entre el hogar y el lugar de
4
W. JAMES, «The gendered city», en A. NAVARRETE y W. JAMES (eds.), The Gendered City.
Espacio urbano y construcción de género, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2004, pp. 11-
36, p. 12.
5
A.J. GREIMAS y J. COURTÉS, Semiótica. Madrid, Gredos, 1982.
6
Op. cit., p. 32.
7
Encontramos un interesante tratamiento sobre este periodo en W. JAMES, op. cit.; y en
J. DARKE, «La ciudad modelada por el varón», en C. BOOTH, J. DARKE y S. YEANDLE (coords.), La vida
de las mujeres en las ciudades. La ciudad, un espacio para el cambio, Madrid, Narcea, 1998, pp. 115-
130.
Dado que a lo largo de la historia las mujeres han sido excluidas del espacio
público y recluidas en el ámbito privado, son importantes los lugares en los que se
ha tolerado su presencia. Actualmente, dicha presencia depende del lugar, la hora, la
edad de las mujeres, y de quién las acompañe. Conviene tener en cuenta que la
movilidad espacial de la mujer expresa su visión del espacio y nos ayuda a entender
sus reivindicaciones, de las que nos ocuparemos en los siguientes epígrafes.
8
Sobre estas cuestiones, ver W. JAMES, op. cit.; y, P. CAMPOS, «Influencia de las ciudades en la
vida de las mujeres», en Ch. RUBIO y G. ARDID (coords.), Mujer y urbanismo. Una recreación del
espacio, Madrid, Federación Española de Municipios y Provincias, 1996, pp. 23-30.
9
J. DARKE, op. cit., p. 116.
10
Véase el desarrollo de estos planteamientos en M. VIANELLO y E. CARAMAZZA, op. cit.; M.
CEVEDIO, Arquitectura y género. Espacio público / espacio privado. Barcelona, Icaria, 2003; y W. JAMES,
op. cit.
11
D. SPAIN, Gendered Spaces. North Carolina, The University of North Carolina Press,
1992.
12
En torno a la visión que conecta el género con la situación económica y urbana, contamos
con las aportaciones de J. BORJA y M. CASTELLS, Local y global. La gestión de las ciudades en la era de la
información. Madrid, Taurus, 1997; A. PICCHIO, «El trabajo de reproducción, tema central en el análisis
del mercado laboral», en C. BORDERÍAS, C. CARRASCO y C. ALEMANY (comps.), Las mujeres y el trabajo.
Rupturas conceptuales, Barcelona, Icaria, 1994, pp. 451-490; D. VAIOU, «Hogar y lugar de trabajo: la
experiencia de las mujeres en el desarrollo urbano de Atenas». Documents D’Análisi Geográfica, vols. 19-
20 (1991-1992), pp. 123-140; P. CAMPOS, op. cit.; A. SABATÉ, J. RODRÍGUEZ y Mª.A. DÍAZ, Mujeres,
espacio y sociedad. Hacia una geografía del género. Síntesis, Madrid, 1995; J. DARKE, op. cit.; y L. BALBO,
«La doble presencia», en C. BORDERÍAS, C. CARRASCO y C. ALEMANY (comps.), op. cit., pp. 503-513.
qué grado y en qué forma disfrutan ellas de la misma. La lucha por la ciudadanía no
se ha limitado a la redistribución de los recursos sino que también ha incluido las
reclamaciones basadas en la identidad colectiva, es decir, referidas al reconocimien-
to de la propia particularidad15. Los movimientos sociales en general tienen como
uno de sus principales objetivos la ampliación de los derechos ciudadanos, lo que es
aplicable en mayor medida, si cabe, a los movimientos urbanos.
13
J. DARKE, op. cit., p. 127.
14
A. SABATÉ, J. RODRÍGUEZ y M.A. DÍAZ, op. cit., p. 313.
15
Es significativo que la primera tensión que surgió entre redistribución y reconocimiento
se centró en el género, precisamente porque al identificarse la ciudadanía social con el varón cabeza
de familia, a través del cual la mujer recibía las ayudas estatales, se consagraba la diferencia entre los
ciudadanos plenos y los demás. Véase al respecto S. GARCÍA y S. LUKES (comps.), Ciudadanía: justicia
social, identidad y participación. Madrid, Siglo XXI, 1999.
16
M. CASTELLS, Ciudad, democracia y socialismo. Madrid, Siglo XXI, 1977.
17
CIDUR, Madrid/Barrios 1975. Madrid, Ediciones de La Torre, 1976.
18
C. MOLINA, «Espacios públicos, espacios privados. La participación política de las muje-
res», en M.J. GUERRA y M.E. MONZÓN (eds.), Mujeres, espacios y tiempo. Análisis desde una perspectiva
de género, Santa Cruz de Tenerife, Instituto Canario de la Mujer, 1999, pp. 103-143, p. 110.
19
H. WAINWRIGHT, Cómo ocupar el Estado. Experiencias de democracia participativa. Barce-
lona, Icaria, 2005.
20
R. EYERMAN y A. JAMISON, Social Movements: A Cognitive Approach. Cambridge, Polity
Press, 1991.
21
Véase M. BULLEN, «Género y participación política: mujeres y movimientos de base en
los pueblos jóvenes del Perú», en M.C. DÍEZ V. MAQUIEIRA (coords.), Sistemas de género y construcción
(deconstrucción) de la desigualdad, Tenerife, Actas del IV Congreso de Antropología, 1993, pp. 129-
142; L.G. LUNA, «Aspectos políticos del género en los movimientos por la sobrevivencia: el caso de
Lima, 1960-1980», en L. LUNA y M. VILANOVA (comps.), op. cit., pp. 85-100; y T. VILLASANTE, Las
democracias participativas. De la participación ciudadana a las alternativas de la sociedad. Madrid,
HOAC, 1995.
22
Siendo también una zona racista, los negros e indígenas están bien representados, de
todo ello se deduce que el presupuesto participativo ha dado cabida a personas antes excluidas del
proceso político. Véase en torno a este caso H. WAINWRIGHT, op. cit.
23
Los avances para las mujeres en Latinoamérica o en otros lugares del mundo no deben
hacernos caer en falsos triunfalismos. Es preciso recordar los problemas que enfrentan como líderes,
así nos lo hace saber la presidenta de la organización vecinal: «La ventaja es poder demostrar que la
mujer también puede, no necesita al hombre para liderar. La dificultad es que ellos nos acepten. No
nos quieren aceptar. La mayor dificultad es ésa, porque dicen que no tienen prejuicios pero sí los
tienen. El hombre dice que no tiene prejuicios para aceptar el liderazgo de mujeres pero sí los tiene.
Los propios líderes dicen que no, que no, se llenan la boca diciendo que no tienen problema, que la
mujer puede estar ahí, pero en el fondo, sí les supone un problema», en Noticiero Internacional de
Barrio, documental disponible en Internet: www.nib-jiq.org.
24
Sobre esta experiencia, véase: T. VILLASANTE, op. cit.; A. SABATÉ, J. RODRÍGUEZ y M.A.
DÍAZ, op. cit.; y E. BUCOLO, «Italia, las mujeres se apoderan del tiempo», en Iniciativa socialista,
www.inisoc.org/62bucolo.htm, 2001.
25
H. WAINWRIGHT, op. cit.
26
H. MORREL, «Seguridad de las mujeres en la ciudad», en C. BOOTH, J. DARKE y S. YEANDLE
(coords.), op. cit., pp. 131-145.
cadas con las diferencias de clase y de edad. Los resultados de esta investigación no
son representativos en términos estadísticos. Su objetivo no es la cuantificación,
sino la aproximación al origen de las ideologías y de los estereotipos sociales en
torno al género. A continuación se desarrollan los temas que la interpretación de los
discursos ha abordado; éstos son: la presencia de mujeres en cargos directivos; la
poliafiliación; las relaciones entre grupos de mujeres y asociaciones vecinales; el rol
doméstico y el voluntariado vecinal; las demandas urbanas de las mujeres; la asis-
tencia social; la terapia de las amas de casa; las cantinas de los locales vecinales; las
mujeres en los espacios públicos; y las críticas de las que pueden ser objeto las diri-
gentes vecinales.
27
C. BOOTH, «Participación de las mujeres en la planificación urbana», ibidem, pp. 185-201.
28
A. PHILLIPS, «La política de la presencia: la reforma de la representación política», en S.
GARCÍA y S. LUKES (comps.), Ciudadanía: justicia social, identidad y participación, Madrid, Siglo XXI,
1999, pp. 235-256.
29
C. MOLINA, op. cit.
Proporcionan además a las mujeres —en concreto a las amas de casa— algo
de vital importancia, un espacio alternativo al hogar, un lugar de reunión, para la
sociabilidad, el encuentro y, lo que es más significativo, para la terapia: «Yo, para mí,
la asociación de vecinos es una terapia, para las amas de casa» (E6). «Para mí es una
terapia, igual» (E7). «Es una terapia pa’ las amas de casa, porque eso de estar en mi
casa todo el día, y tener un sitio donde poder reunirme con gente que conozco y no
conozco, y compartir con ellas, ayudarnos mutuamente, yo, a lo mejor en coser,
otra me ayuda en otra cosa, yo la ayudo a otra en otra cosa. Eso para mí es una
30
Véase J. BORJA y M. CASTELLS, op. cit.; y C. TOBÍO, «Movilidad y género en el espacio
urbano», en C. TOBÍO y C. DENCHE (eds.), El espacio según el género ¿un uso diferencial?, Madrid,
Comunidad de Madrid, 1995, pp. 55-72.
sivo de los varones asiduos que juegan a las cartas, al dominó o a otros juegos de
mesa mientras consumen, preferentemente, bebidas alcohólicas. En algunos locales
ni tan siquiera hay café o infusiones. Son espacios netamente masculinos vetados a
las mujeres. En los casos extremos en los que la asociación se reduce a la cantina, las
mujeres no entran en la misma y hasta que no comprueban que se ha experimenta-
do un cambio sustantivo no se acercan al local y participan en las actividades que se
organizan:
Tuvimos que tener, después de no tener el bar, claro, tuvimos unos meses la puerta
cerrada, sin nada, nada más que veníamos nosotros a reunirnos alguna vez, hasta
que la gente fueron tomando conciencia de lo que la asociación de vecinos era otra
cosa, que ya no era una cantina. Porque decirle a una chica joven, a una señora,
que viniera a estar aquí, a una actividad, era imposible, porque no se atrevía a
asomarse a la puerta (E9).
Hay mujeres que no van a los bares de sus barrios porque no está bien visto,
porque en ellos perciben la censura de los hombres que se expresa no explícitamente
sino a través de sus gestos, movimientos, miradas, es decir, cuando hacen un uso
con fines simbólicos de sus cuerpos. Otras mujeres van precisamente a los bares de
sus barrios porque ahí no las confunden con prostitutas, pues todo el mundo las
conoce. Fuera del vecindario tomar algo, leer la prensa o, simplemente, desayunar
unos churros puede ocasionar ser etiquetada como prostituta. De esta manera, la
actitud de los varones condiciona la vida de las mujeres. Para desanimar su presen-
cia en algún espacio, nada mejor que atribuirles propósitos mercantiles, es decir,
que si están en el mismo es porque se prostituyen.
La situación cambia de forma notoria cuando se trata de los bares de los
centros comerciales. A partir del siglo XIX, estos lugares están entre los primeros
Las mujeres saben que el espacio urbano realmente no les pertenece. Saben que la
mayoría de las urbes son peligrosas, que sólo pueden utilizar zonas concretas y a
MARÍA CARMEN MARRERO MUÑOZ 126
ciertas horas, y que incluso en esos espacios en que se les permite estar (como
invitadas) han de comportarse de una determinada manera. Las mujeres están ex-
cluidas de muchos sitios y a otros a lo mejor se les permite el acceso, pero todo el
entorno hace que no se sientan bien recibidas35.
Lo cierto es que se advierte con facilidad la estrecha conexión que hay entre
el control de la sexualidad de las mujeres, el ocio y el control masculino de los
espacios públicos36. Con relación al acceso a los espacios públicos y al control que se
ejerce sobre las mujeres, merece especial atención el siguiente epígrafe.
31
R. BOCOCK, El consumo. Madrid, Talasa, 1995.
32
W. JAMES, op. cit.
33
M.C. CORPAS, op. cit.
34
T. DEL VALLE, «El derecho a la movilidad libre y segura», en V. MAQUIEIRA (ed.), Mujeres,
globalización y derechos humanos, Madrid, Cátedra, 2006, pp. 245-291.
35
J. DARKE, op. cit., p. 117.
36
E. GREEN, «Mujeres y ocio en la vida urbana», en C. BOOTH, J. DARKE y S. YEANDLE
(coords.), op. cit., pp. 167-182.
Evito montones de veces cosas. Por ejemplo, evito, aquí por las tardes vengo yo a
hacer trabajo, yo evito siempre que cuando yo estoy esté el presidente ¿Por qué?
Porque eso le da derecho a la gente a opinar de nosotros dos; entonces yo, cuando
él está, cojo mi trabajo, me lo llevo a casa, lo hago en casa, vengo otra vez y lo dejo,
porque son personas mayores que no, eh, no tienen metido en la cabeza que una
mujer que con señor no es ni, ni, nada de nada, pues se meta aquí a arreglar unos
papeles, porque van a pensar «¿y qué hacen esos dos arriba?», ¿sabes?, entonces
evito todo eso. Y evito eso que te dije de llevar una persona que empezó conmigo,
prefiero ir sola que acompañada (E3).
CONCLUSIONES