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Entender es no enjuiciar
Nos encontramos frente a uno de los desafíos más importantes con los que ha de
enfrentarse el ser humano en el transcurso de su vida: el paso de la niñez a la
adolescencia.
Somos nosotros, la sociedad, los que debemos descifrar ese complejo código en nuestros
adolescentes, ya que, si no entendemos lo que les sucede, puede tejerse un destino cruel
de violencia y destrucción.
Prevenir es entender
Prevenir es no enjuiciar
Prevenir es regresar al punto en el que se enredaron los hilos; investigar dónde se perdió
el cauce de un orden paterno, de una autoridad ordenadora.
Nuestro principal objetivo es crear conciencia/cultura de la prevención con métodos
pedagógicos adecuados, capacitando a formadores en la prevención, con el fin primordial
de ayudar a los adolescentes a transformar un hábito destructivo en un proceso creativo.
Para ello es necesario el trabajo en equipo, proponiendo una respuesta preventiva a
través de seminarios de capacitación para padres, directores, docentes y tutores, y talleres
de prevención para niños, púberes y adolescentes, en donde nos ocupamos de pensar la
prevención en fenómenos tales como:
El consumo de tabaco
El consumo de alcohol
El consumo de drogas
La influencia del grupo de amigos
La relación con los padres
La actividad escolar la evolución del desarrollo afectivo
La evolución del desarrollo sexual
La pérdida de un ser querido
El uso intensivo de internet
Por lo expuesto, debemos cumplir al menos los siguientes objetivos:
a) prevenir la violencia a través de la difusión de nuestro trabajo de investigación
b) proveer los métodos preventivos necesarios para detectar conductas patologicas
c) lograr que el individuo, la familia y la sociedad tomen conciencia de la gravedad de
los hechos
En consecuencia debemos acentuar el papel fundamental que desempeña la educación
como estrategia de prevención
Nos situamos en una etapa previa que consideramos de prevención, es decir, tratamos de
brindar la metodología las herramientas necesarias Perdona la metodología y las
herramientas necesarias para que profesores, padres y alumnos puedan detectar a tiempo
algún indicio de conducta patológica en nuestros adolescentes; para así evitar daños
reales si no se interviene a tiempo, cambiando la historia de llegar tarde la mayoría de las
veces
Principales objetivos
Qué es la prevención
Prevenir es hacer un lugar
¿Qué es prevenir?
Prevenir es hacer un lugar, un lugar para pensar
El hecho de hacer de este espacio es una primera forma de prevención
¿Qué nos ocuparía? Nos ocuparían nuestros hijos y nuestros alumnos. Nos preocupan los
hechos que involucran a los jóvenes. Cuando se trata de adolescentes, estos hechos se
relacionan en la mayoría de los casos con la vida y con la muerte.
Las personas que estamos en contacto continuo con chicos conocemos los niveles de
riesgo a los que se enfrenta un adolescente.
Los chicos nos dicen y en los talleres: “Yo sé qué es prevenir. Es evitar que algo pase”
Día a día nos damos cuenta de que el espacio para pensar, antes de que los hechos
sucedan, tiene que crearse en edades cada vez más tempranas. Ese es el momento en que
todavía podemos empezar a decirles a los chicos algunas cosas en relación con la
prevención. En los chicos de 12 a 14 años todavía encontramos la ilusión por cambiar. En
cambio los que tienen edades comprendidas entre los 15 y los 18 años, suelen demostrar
una gran desilusión, y con ellos se torna más difícil la tarea preventiva. En determinadas
situaciones nos dicen: “Para qué me lo vas a explicar si ya sé que es”. Es muy probable que
el rechazo que los adolescentes generan a las intervenciones de los adultos se debe a que
no hemos sabido ganarnos su respeto a la hora de confiarnos sus preocupaciones.
Precisamente por eso intentamos actuar cada vez a edades más tempranas construyendo
una red de prevención con los chicos, los padres y la escuela.
Nuestro trabajo surgió para lograr un espacio donde los jóvenes pudieron hablar sin
sentirse invadidos, escuchando sus preocupaciones, conteniendolos y sobre todo
respetandolos.
A menudo, las intervenciones de los profesionales que trabajan en este ámbito consisten
sólo el proporcionar información (por ejemplo sobre las drogas). Los adolescentes ya
disponen de abundante incluso excesiva información sobre este tema. No es esto lo que
resuelve situaciones de riesgo.
A veces encontramos que los adolescentes se drogan porque en determinado momento
sienten un dolor o sufren un conflicto que no pueden entender y que los confunde
Lo fundamental es que no lleguen a la droga, que sus conflictos se puedan resolver antes.
Pero esto no se consigue sólo proporcionando información. Los jóvenes piensan: “otra vez
más y más información… otra vez me van a hablar de esto”. Y se genera una sensación de
abulia, de desinterés, que acaba en rechazo.
Los adultos nos acercamos con frecuencia los adolescentes con un saber preestablecido.
Una de las situaciones más difíciles es conseguir que el adolescente confíe. Confíe en
aquello que los adultos tenemos para decirles.
El gran cambio es que sean los adolescentes los que puedan hablar.
Los maestros y Los profesionales tenemos que aprender a escucharlos atentamente y
respetar su palabra. Ellos son los que hablando pueden explicitar lo que realmente
quieren saber sobre un tema.
Si los escuchamos, podemos proporcionarles algunos ejes conceptuales sobre los temas
que les interesan, e incluso resolver malentendidos e ideas erróneas (por ejemplo sobre
alguna sustancia tóxica).
No hay lugar ni tiempo entonces para los largos discursos, sino que el punto esencial de
nuestra intervención es conseguir que sean ellos los que hablen sobre sus conflictos. Se
parte de un respeto absoluto por la palabra de los adolescentes.
En este sentido, centramos nuestra intervención en dar protagonismo a los adolescentes
para que sean ellos quienes reconozcan los riesgos que corren y dispongan de los
elementos y las herramientas para prevenirlos.
Si logramos que los chicos puedan acercarse al grupo familiar y la pregunta se instale en el
seno de la familia, habremos dado un paso muy importante. De esta idea partimos
Cuando abrimos un espacio para hablar (éste ya es un espacio de prevención), intentamos
salir de él con preguntas nuevas y con algunas respuestas que nos permitan, al
encontrarnos con los chicos, decir algo diferente de nuestro discurso habitual y
escuchamos unos y otros, adultos y adolescentes. Así será más fácil prevenir las diferentes
formas de violencia a las que se enfrentan los adolescentes.
Por todo esto, para educar en la prevención tenemos en cuenta:
Prevenir es hacer un lugar
V
V
Para pensar
Antes de que se desencadene el conflicto
Antes de que los hechos sucedan
V
V
¿Qué hechos?
Los que nos preocupan a una edad tan compleja como es la adolescencia
Einstein
Como la solución del conflicto estaba relacionada con el sometimiento del otro, desde el
comienzo de los tiempos el propósito último del ser humano ha sido eliminar al
adversario.
Se mata al adversario para impedir que reinicie su oposición y se convierta en un ejemplo
para los otros. Además, su muerte siempre produce una satisfacción pulsional; lleva a
recordar en la historia esa violencia primitiva en la que se es “uno o el otro”.
¿Qué pasaba si se lo dejaba con vida? También hay una determinada crueldad en someter
al otro. ¿Qué ocurre si lo someto?
El triunfador tiene que contar con aquellos a los que deja con vida para satisfacer su deseo
de someterlos y el acuciante afán de venganza.
Tal como se relata en La Ilíada, una vez que se ha conquistado Troya y se ha matado al
mejor de los guerreros, Héctor (hermano de Paris), van a buscar a su hijo, que sigue con
vida. Entonces una de las troyanas pregunta desesperadamente: “¿Por qué a él, que es un
niño?”.
Le contestan: “Porque es el hijo de un héroe muerto y, por tanto, regresará para
matarnos”.
Se trata del afán de venganza: “Ojo por ojo, diente por diente” o “Vivirás lo mismo que me
has hecho y pasarás por el mismo lugar por el que yo he tenido que pasar”. Ejerciendo
activamente en el otro (el enemigo) la crueldad recibida, se intenta metabolizar el
sufrimiento vivido pasivamente, circuito donde reconocemos la tendencia a matar ya
someter como expresiones de la pulsión de muerte difíciles de resignar.
Violencia verbal
Año tras año, dolorosamente, el número de muertes violentas va en aumento. Este tipo
de violencia que culmina en tragedia tiene como testigo la sociedad y las instituciones que
trabajan para poder controlarla y evitarla.
Existe otro tipo de violencia de la cual queremos ocuparnos, aquella que se oculta de la
mirada de los periódicos o de las portadas de los medios, aquella violencia que deja
mudos, inhibidos o atemorizados a nuestros hijos.
Los adultos hablamos con demasiada naturalidad: “Si te pega contestale. Si te insulta
insultalo”. Casi como si este tipo de violencia subyaciera en la relación escolar como algo
normal. Pero ¿debe ser así? Los docentes y los padres ¿tenemos la idea del grado de
sufrimiento que, de ser acosados por este tipo de violencia, los chicos padecen en el
colegio, institución en la cual pasan tantas horas de su vida?
La violencia tiene diferentes manifestaciones y por ello debemos entenderla en un sentido
amplio. Para nuestro trabajo de prevención definimos dos conceptos de violencia que nos
resultan muy importante en nuestros ejes de trabajo: violencia activa y violencia pasiva.
La violencia activa equivale a violentar el recinto, el cuerpo, la casa, la morada del otro, y
su máxima expresión es la criminalidad.
Podemos definir diferentes situaciones de violencia activa como el golpe, la burla o el
maltrato verbal.
Definimos la burla como acción, ademán o palabra con que se procura poner en ridículo a
alguien o algo.
Pensamos la burla en la adolescencia como una manera de tomar distancia frente al
miedo y la inseguridad que no genera un tema tan complejo como es el conocimiento de
uno mismo y el conocimiento del otro como diferente de mí.
En la adolescencia es muy común el maltrato, la violencia entre iguales.
No podemos olvidar que la palabra también puede ser un golpe. Un golpe en el cuerpo
que deja surcos a veces imposibles de borrar: “Sos fea. Sos gorda. No sos inteligente. Sos
débil”.
El niño arma su imagen en el espejo a partir de las frases que como padres les decimos.
Nos creen. Aseguran desde ellas su identidad.
Si las han recibido de una voz cariñosa que le brinda confianza y seguridad, podrán
fortalecerse y sentirse seguros.
Pero si nos encontramos con un padre o una madre que golpea tempranamente la vida
emocional de un niño, sin que ningún adulto lo frene o cuestione, esas voces marcarán en
los niños un destino, un camino casi ineludible: siempre las escuchará como auténticas
verdades, a las cuales no dejará de creer, porque ha crecido con ellas, se ha visto en ellas y
se ha reconocido.
Por eso tenemos que cuestionar el mito de que un niño golpeado es sólo aquel que ha
sido golpeado físicamente.
En el consultorio vemos niños muy lastimados, fuertemente golpeados por las palabras y
por el maltrato verbal. No se puede identificar rápidamente la huella de dicho maltrato.
Sabemos que la huella del maltrato verbal se esconde férreamente detrás de los síntomas:
“Me veo fea. Me veo gorda. Me veo débil. Sé que soy poco inteligente”
Es muy probable que un niño que ha sido maltratado por un adulto se deje acosar
fácilmente en el colegio por un compañero. Alguno de sus posibles destinos son la
inhibición, la baja autoestima o la inseguridad. También puede convertirse en un futuro
acosador.
Conmover las marcas que dejan esos golpes tempranos en el cuerpo y en la mente de un
niño es una de las tareas más difíciles con las que nos encontramos los analistas.
En los talleres de prevención tratamos de incidir sobre estas dos caras de la violencia en
los adolescentes. La idea de violencia que ellos tienen se relaciona, en general, con la
agresión externa, con esos hechos de los que permanentemente se dan cuenta los diarios
y noticieros. Cuando trabajamos que violencia es “ir más allá de lo que me permiten mis
derechos”, comienzan a ver que se trata de la acción de ir hacia el otro y de quebrantar el
derecho de esa persona. Comprenden que violencia es también no ser mirado o no mirar
aquel que los está necesitando; advierten que el golpe que le dan al otro con la palabra o
con la indiferencia, es otra forma de expresión de la violencia.
El maltrato entre iguales está presente en todas las relaciones de adolescentes. Es común
escuchar en un aula la frase “con ella no me siento porque está gorda”
Cuando trabajamos en grupo y le preguntamos: “¿Por qué le dijiste eso?, ¿qué le quisiste
decir, si es tu compañera?”, los chicos suelen responder: “Bueno, pero yo no se lo dije con
esa intención, así le decimos todos…”.
Siempre, en primera instancia, buscan una justificación, pero cuando lo piensa van
comprendiendo mejor las conductas propias y ajenas. La riqueza de los chicos cuando
están creciendo es que pueden reflexionar sobre estos temas y modificar actitudes con
mucha rapidez. Por ejemplo: “¿Así que no puedo decirte esto porque la lastimo? No pensé
que la lastimaba tanto”.
En la adolescencia resurgen las situaciones que no se han resuelto bien en la infancia. Una
de ellas es la violencia, más marcada en aquellos que no han podido construir un espacio
amoroso en sus primeros años de vida.
La agresividad y la violencia son normales en el ser humano.
El concepto de amor hay que construirlo.
Tenemos que colaborar con los niños para que vayan limitando lo que se llama “violencia
infantil”
Solamente limitando el odio, natural en nosotros, es posible construir el amor, y la
adecuada restricción de los impulsos agresivos durante la niñez es determinante para la
formación equilibrada de la estructura psíquica del individuo
Para que un niño pueda retroceder frente al dolor ajeno y amar, tiene que haber un ente
institucional, un orden, una figura ordenadora que ayude poniendo límites.
Para poder crecer tenemos que pasar por la posibilidad de la frustración.
La capacidad de frustración es la capacidad de crecimiento. Por eso el “no” es lo que
permite que el chico pueda decir algún día “sí”
Si a un hijo que no le podemos decir que “no”, el chico queda preso de su propia violencia.
Si a un niño no le podemos decir “no”, él no podrá decir “no” a la violencia física o verbal
de su grupo de amigos.
Debemos comprender muy claramente el concepto de límites, sus implicaciones y
consecuencias.
¿Somos conscientes los adultos de las diferentes formas de violencia que ejercemos sobre
los adolescentes aún albergando las mejores intenciones?
Una de ellas se produce cuando no podemos proporcionarles un espacio para escucharlos,
sabiendo que todo aquel que no le da al otro la posibilidad de ser escuchado es violento.
Entonces decimos: ¿qué hacer como padres y docentes ante los cambios que vive un
adolescente, tan difíciles de metabolizar tanto para ellos como para nosotros?
El primer paso respetarlos.
Ese respeto que tantas veces le reclamamos con vehemencia es el primer eslabón en está
difícil empresa.
¿Qué quiere decir respetarlos? En su intento de afirmarse en alguna posición en la vida, es
posible que nuestros hijos a nuestros alumnos nos molesten con cierta soberbia, a veces
un tanto despótica. Respetarlos es precisamente saber que esto es algo que les sucede
más allá de ellos mismos.
Es en este punto en el que nuestra tarea es más ardua, pero se hace absolutamente
necesaria. Sabemos que esos cambios les suceden, los preocupan, y quizás durante
bastante tiempo no sepan realmente qué hacer con ellos.
El segundo paso: escucharlos. Tarea nada sencilla en la práctica cotidiana, cuando nos
cuestionan: ¿Cómo hacer para escuchar más allá de nuestras tendencias a defendernos?
El tercer paso: contenerlos, sostenerlos en su movimiento continuo, estableciendo las
pautas del contorno de libertad (ni tan arrogante ni tan flexible)
¿Qué significa hablar con un adolescente? Si uno le dice a un adolescente “hablemos de
tal tema”, es muy posible que no hable, que no diga una palabra. En un seminario para
padres uno de ellos decía: “lo llevó todos los sábados hacer deporte, estamos juntos una
hora en el auto, le habló de fútbol… ¡y no me dice nada!”
Pero es lógico que no nos hablen. En el afán de ayudar, los adultos seríamos violentos al
imponer no sólo el momento, sino también el tema del que hablar. Por eso hay que
dejarles un espacio, elegido libremente por ellos
Supongamos que dijéramos con la mejor voluntad: “¿querés que hablemos de
sexualidad?”. Si uno hiciera eso, el chico pediría prevención frente a la instrucción del
adulto.
Tenemos que cuidarnos de no ser intrusivos, de no creernos autorizados en el “yo se lo
que a vos te pasa” antes de haberlos escuchado.
Porque también la violencia es ejercida desde el adulto hacia los chicos. Los adultos somos
intrusivos si un chico habla acerca de un tema que les preocupa y, cuando empieza a
hacerlo, le decimos por ejemplo: “Pero ¿Qué pasó? ¿Cuál fue el amigo que probó
marihuana?”, abriendo una instancia fuertemente acusatoria sobre él y su amigo.
Cuando un chico no cuenta algo que le preocupa de su grupo de amigos debemos
abstenernos de acusar a estos, de enjuiciarlos, porque la mayoría de las veces nuestros
hijos, a través de sus amigos, hablan de ellos, de sus preocupaciones, de sus miedos y de
las cosas que no entienden.
Capítulo II
El miedo al cambio
Al consultorio llegan chicos con miedos que han inhibido su acción y que, por ejemplo, se
pasan el día en su cuarto. Los padres creen que se trata de conductas adolescentes, pero
son chicos que se encuentran aislados, que incluso son muy buenos estudiantes, hasta
que lamentablemente, en más de una ocasión, se los consulta porque ha manifestado
conductas de autoagresion graves. ¿Qué nos ha pasado a los adultos para considerar
normal una conducta que no lo es?
El miedo es un elemento normal en la adolescencia porque existe un proceso de cambio
propio de la edad, difícil de comprender y de asimilar.
Cuando empezamos a hablar con los chicos, en particular con los varones, nadie dice de
entrada que tiene miedo, sino que todos tratan de defenderse.
Siempre o casi siempre se habla del miedo como de algo que le sucede al otro y no a uno
mismo. Sólo se atreven a hablar de sus miedos un tiempo después de comenzado el taller.
Entonces empiezan a verse caras de aprobación.
En un taller de Buenos Aires nos dijeron: “No es que no queramos ir a bailar; en realidad,
quienes nos dan miedo son los que están en la puerta de las discotecas, los que se ocupan
de la seguridad, porque casi siempre nos golpean aunque no hagamos nada”.
De esta manera empiezan hablar de sus miedos.
Lo más importante es que entre ellos puedan escuchar que es posible tener miedo. Otro
ejemplo: “Entonces, no viniste a bailar porque tenías miedo y no porque no quisieras. Te
daba un poco de miedo ir a esa disco donde dicen que hay éxtasis”.
Empezar a hablar de los miedos nos llevó a que los chicos abrieran un espacio, sin sentir
que eso fuera grave o que significara “dejar de ser hombre”. Era empezar a darse cuenta
de que tanto los chicos como las chicas tienen miedo.
Muchos chicos hacen cosas graves el viernes para que los padres no los dejen ir a bailar.
Entonces el lunes, cuando llegan a la escuela, pueden decir: “No fui porque dice tal cosa y
me castigaron”.
Después de investigar y trabajar descubrimos que lo hacían para quedarse en su casa y
salir de la violencia del grupo, que se burlaba de ellos porque no habían ido a bailar.
Es importante que los chicos entiendan que este es un momento de cambio para todos,
que todos pasan por esos parámetros, que es un momento de dolor propio en el que el
cuerpo cambia. Cambia la relación con los padres, con los hermanos y con los amigos.
Otro comentario que da cuenta de sus miedos, esta vez con respecto a los cambios físicos,
se produjo cuando preguntamos qué era la pubertad en un taller de prevención para
chicos de 10 años. Uno de ellos se levantó se levantó la mano y contestó: “Cuando te
crecen pelos en las axilas”. Entonces, el compañero lo miro y le dijo: “Entonces, ¿tenés
pelos debajo de las axilas? No me lo habías contado”. El otro le respondió: “No te lo conté
porque me daba vergüenza, me daba miedo que te burlaras de mi”.
En ese momento de cambio, en que el espejo les devuelve todos los días una imagen
distinta, es cuando aparece el miedo por verse diferentes, porque el que ven en el espejo
no coincide con el que sienten que son. Existe un desfase entre el crecimiento físico y el
psíquico.
Cuando los talleres hablamos sobre los miedos, uno de los aspectos que más nos importa
trabajar es que entiendan que la desvalorización que hacen del otro está relacionada con
el enojo que les producen las diferencias del otro: que sea más alto o que parezca que
haya engordado, cuando en realidad se encuentra en pleno proceso de desarrollo. Es
importante que comprendan que esto les sucede con el otro porque no entienden sus
propios cambios.
Otro parámetro que trabajamos en los talleres es la influencia del grupo de amigos.
Este es un tema realmente importante porque sabemos que los chicos necesitan
pertenecer a un grupo y al mismo tiempo quieren diferenciarse de él y manifestar su
individualidad.
Este es uno de los motivos de padecimiento de los adolescentes.
Habitualmente nos hablan del código de inserción que pide y exige el grupo, es decir, “una
prueba” determinado comportamiento para pertenecer a él. A veces los grupos tienen
códigos muy exigentes que hacen padecer sobremanera a los chicos y hacerles vivir
situaciones de gran incertidumbre.
Por ejemplo, en uno de los talleres nos decían: “quiero escenificar cómo decirle “no” a mi
amiga cuando me pide que fume”.
El alumno construyó la escena para poder separarse de ese grupo (formado por chicos
más o menos de la misma edad), en el que una amiga no lo dejaba entrar si no cumplía
con los códigos exigidos, que a él le suponían un espacio de sufrimiento y de
incertidumbre muy importante.
En la experiencia clínica vemos que hay chicos que están absolutamente inhibidos y que
han perdido su posibilidad de elegir. El grupo elige permanentemente por ellos y se
convierte en casi en objetos a merced de ese grupo.
Un chico de 13 o 14 años, que fue a bailar y que quería encontrarse con su chica, nos
contó su experiencia por medio de una escenificación. Llegó a la disco con el grupo de
amigos. Después de un gran esfuerzo se acercó a hablar con ella. El grupo lo llamó y le dijo
que no podía estar con su amiga, con su chica, ya que él había ido con ellos y tenía que
salir a beber a la puerta de la disco (los menores no pueden consumir alcohol). El hermano
mayor había llevado cerveza en su auto. Le dijeron que si no bebía con ellos nunca más
pertenecería a ese grupo. Él se negó a hacerlo y entró en la disco. Entre todos lo
agarraron, lo golpearon y lo lastimaron. Él se fue golpeado, sin poder vivir su experiencia,
y en el colegio, durante varias semanas, fue muy maltratado; ninguno de los chicos de ese
grupo volvió a dirigirle la palabra, y lo acusaron de ser una mala persona.
Cuando nos enteramos del caso, empezamos a trabajar sobre ello.
Los chicos estaban al principio realmente atemorizados; no querían hablar sobre lo que
había pasado, pero luego necesitaron aliviarse y contaron el incidente.
En los que los chicos llegan con problemas muy graves y muestran indicios ya antes de que
se desencadene la situación de conflicto intentamos descubrir cómo podemos leer estos
indicios para detectarlos antes de que el chico llegue a situaciones graves como, por
ejemplo, un intento de suicidio.
El tema de las burlas es fundamental. Los chicos padecen, sufren el tema de las burlas, de
la discriminación. “Apártate porque estás gorda. No te sientes al lado mío. Sos fea”.
La violencia que manifiestan los adolescentes no suele llegar hasta los docentes. Estos no
se enteran habitualmente del clima de sufrimiento que padecen los chicos.
Tomemos el caso de la chica de 15 años que durante 2 semanas regaló sus muñecos a sus
compañeros de clase y acabo en un intento de suicidio.
Uno podría preguntarse: ¿se produjeron signos que está adolescente haya mostrado que
nos permitirán abrir un espacio de prevención? ¿Cómo podemos los adultos desde
nuestra escucha y nuestra mirada estar atentos, poder estar activamente presentes sin ser
intrusivos? ¿De qué manera podemos detectar un miedo si en la adolescencia el miedo es
normal?
Explicamos a los docentes que el hecho de que un chico tenga cierta inhibición en la
acción, permanezca en su cuarto y no salga responde a un proceso normal de la
adolescencia. Pero si el chico ha perdido a sus amigos, y los padres observan que ya no
sale y que lo único que hace es estar encerrado y aislado en su cuarto, quizás no se trate
de normalidad.
¿Qué ha pasado? ¿Qué nos pasa a los adultos? ¿Qué herramientas permitirán detectar el
problema un rato antes, un poco antes?
Trabajamos mucho con los docentes. Les preguntamos qué ven y qué consideran una
conducta normal. Les sugerimos que, si algo le llama la atención, consulten con un
gabinete psicopedagógico para averiguar a qué responde.
La excesiva inhibición de un chico que no habla y al que le cuesta relacionarse
desencadenará seguramente una irrupción de violencia en cualquier momento, si no
detectamos, por ejemplo, un miedo que quedó fijado. Por eso es bueno hablar con los
chicos del miedo en una situación normal para que puedan hablar de sus miedos y no
lleguen a situaciones tan graves.
Es fundamental distinguir lo que es normal de lo que no lo es. Hemos conocido profesores
que decían: “Nunca se me ocurrió que ese chico podría intentar suicidarse. Lo veía tirado
en el banco y pensaba que era lógica su actitud por ser un adolescente”. Si, es un
adolescente, pero hay un momento en que ese rasgo de adolescencia sobrepasa los
límites de la normalidad.
Los adultos tenemos que estar atentos cuando esos rasgos en la adolescencia se exceden;
por supuesto un docente no es un especialista para hacer un diagnóstico, pero, sí cuenta
con herramientas de prevención, puede diferenciar en alguna medida qué es normal y qué
se ha excedido, y decidir consultar sobre ello con un especialista.
El problema de Jokin, y el adolescente del país Vasco, fue en aumento y acabo en un
desenlace fatal. Uno podría preguntarse: “¿nos damos cuenta? ¿Podemos verlo,
escucharlo?”. Esta es la pregunta: ¿de qué manera podemos ayudarlos?
Horror en la escuela.
Atacó a tiros a sus compañeros en el aula: mató a tres e hirió a cinco
Sus compañeros del primero B del polimodal lo vieron llegar temprano, tranquilo y callado
como siempre a la escuela 202 Islas Malvinas en pleno centro de Carmen de Patagones.
Sólo lo oyeron saludar. Minutos después, a las 7:30 y sin abrir la boca, el adolescente de 15
años empezaba a vaciar una 9 milímetros en el aula llena. Primero fue el terror, enseguida
el horror: 3 chicos murieron en el acto y otros 5 sufrieron heridas, tres de ellos de gravedad
Responsabilidad y culpa
Existe una gran diferencia entre responsabilidad y culpa. Lo primero que experimentamos
los adultos, tanto los padres como los docentes, es el sentimiento de culpa. Solamente
sentir culpa no nos ayuda; nos deja en un circuito que nos encierra y no nos deja pensar.
Tenemos que apelar al concepto de responsabilidad.
Cuando nos llamaron para que diéramos nuestra opinión sobre lo sucedido dijimos que
debíamos tener en cuenta el concepto de responsabilidad, ya que el adolescente había
manifestado signos que la sociedad no había sabido leer.
“El día anterior le habría dicho a una de las compañeras: “Mañana no vengas, va a pasar
algo terrible”. Y hasta habría dibujado en el pizarrón, la víspera, una cruz invertida con la
palabra “muerte” escrita 3 meses en inglés”
Los signos están relacionados con la prevención, y la prevención, con la responsabilidad
que tenemos para procurar que estos hechos no continúan sucediendo. Los signos no
permiten saber que todos somos responsables.
Muchas veces los padres nos vienen a ver únicamente para saber en qué se han
equivocado. El camino de la prevención no es el de la culpa. El camino de la prevención es
el de la responsabilidad, ya que responsabilidad significa dar una respuesta. Significa:
¿Qué es lo que me pasó con mi hijo para que esto suceda? ¿Qué es lo que me pasó con
este alumno?
Este tipo de situaciones no son casuales. Los Adolescentes siempre no piden ayuda,
aunque nos cueste escucharlos.
Debemos aunar esfuerzos para descubrir cuáles son los signos que podemos transmitir, a
fin de que puedan ser leídos por los padres, los docentes y los adolescentes y se puedan
prevenir situaciones realmente graves.
Los docentes suelen preguntarnos: “¿Qué nos ha pasado? Este chico estaba con nosotros
desde los 3 años. ¿Qué es lo que no vimos? ¿Qué es lo que no escuchamos?”
Capítulo III
Una de las preocupaciones que escuchamos más habitualmente entre los chicos de 11 y
12 años es la problemática de la inserción en el grupo ¿Qué quiere decir estar dentro de
un grupo para un adolescente?
Muchas veces nos han comentado que para poder pertenecer a ese grupo han tormado o
han hecho cosas que no deseaban.
Los chicos dicen: “hago esto para que él me siga queriendo…”
Los padres y los docentes suelen preocuparse por el grupo al que pertenece su hijo o su
alumno y lo expresan con preguntas como las siguientes: “¿a qué grupo pertenece?
¿Cómo son los amigos?
Para los chicos, pertenecer a un grupo no resulta sencillo. El grupo pide como una especie
de “peaje”: “Para estar con nosotros tenés que compartir nuestro código”
Alumno 1. Quiero estar con un grupo de amigos. Para conseguirlo me piden que haga
algo.
Implementador. ¿Qué es lo que te piden que hagas?
Alumno 1. Me dicen que nos tenemos que encontrar en un bar y, cuando llegó, veo que
están tomando alcohol
Implementador. O sea que para pertenecer a ese grupo tenés que tomar
Alumna. O fumar.
Primera resolución
Alumna del grupo. ¿querés estar con nosotros? Andá a comprar de cigarrillos o algo para
tomar
Alumno 1. No, eso está mal. No quiero comprarme cigarrillos
Alumna del grupo. Bueno, pero si quieres estar con nosotros tenés que hacer algo.
Alumno del grupo. O fumás o tomás, si no…
Líder de grupo. No estás
Implementador. Entonces, ¿para pertenecer al grupo tengo que dejar de ser yo y hacer lo
que el grupo quiere?
Alumno. No
Implementador. le dijeron: “O fumás o tomás, si no, no estás”. Entonces para pertenecer a
un grupo, ¿tengo que dejar de decidir tengo que dejar de pensar?
Un púber, un adolescente, no quiere estar solo. Desea ser diferente. Pero, si es diferente,
no pertenece al grupo. Entonces, se tiene que uniformar con el grupo y, si se uniforma con
el grupo deja de ser él, con lo cual se encuentra en una etapa de mucha incertidumbre,
sumamente difícil.
Como nos dijo un adolescente: “Es como si pasara un tornado”. De golpe, ese chico tiene
que estudiar, concentrarse, entender a los padres y ser evaluado por los docentes, todo al
mismo tiempo.
Los docentes dicen: “Nosotros no tenemos un chico así; tenemos 25”. Cuando el docente
llega al aula, 25 chicos se encuentran en ese tornado.
Cuando esto no se resuelve puede devenir una situación de riesgo, por ejemplo,
encontramos chicos que se aíslan, que no pueden elegir.
Entonces, al preguntar a un chico si frente a la influencia del grupo de amigos realmente
quería fumar, beber o hacer lo que el grupo le pedía, nos contesta: “No, hago lo que me
pide el grupo”
Cuando esto sucede, el grupo decide por él. El grupo es “dueño” de ese adolescente.
En ese caso se dan situaciones como la siguiente:
En un barrio privado de Buenos Aires, un grupo de chicos entró en una casa en
construcción y rompió todo lo que encontró en su interior. Golpearon con un martillo las
puertas, las ventanas… Cuando nos llamaron para intentar buscar una explicación a lo que
había pasado, la comisión de padres suponía que se trataba de adolescentes de 15 o 16
años. De pronto, uno de los padres descubrió que había huellas pisadas más pequeñas: el
chico que había hecho todo aquello tenía 9 años. Le habían dicho que, si no lo hacía,
nunca iba a pertenecer al grupo.
No pudo decidir por sí mismo. Cuando se habló con él, repetía: “No quería hacerlo”.
Pero tampoco deseaba estar solo, dejar de pertenecer al grupo, porque si no “me voy a
sentir mal, es como si no existiera”.
Ese es el punto de la influencia del grupo de amigos: necesitan a su grupo para sentir que
existen.
El precio de la exclusión
Las exigencias del grupo son altísimas. Quedar excluido del grupo equivale a sentir que ya
no le importa a nadie. Se produce un silencio. No le pegan. Ni siquiera se burlan. Es como
dejar de existir.
En un taller de prevención dos alumnas escenificaron: “No entiendo porque María y el
grupo han dejado de hablarme. Ya no me miran. Y sólo porque no quise que usaran todo
el tiempo el abrigo que me había regalado mi mamá”
Un chico que no existe para el grupo, en un momento en que necesita pertenecer a él, se
angustia y se deprime
En los colegios los docentes dicen: “Tenemos chicos que se deprimen y en situaciones
extremas han intentado suicidarse”
Si el adolescente no se encuentra lo suficientemente fortalecido, eso lo puede llevar a
situaciones de riesgo, no sólo por el grupo, sino porque los problemas individuales y
familiares se conjugan con los que puede sucederle en el colegio. Cuando se cruzan esos
ejes se puede llegar a situaciones de riesgo como nos decían estos docentes.
En cambio, supongamos que un grupo tiene como código “reunirse a tomar cerveza”. El
chico que prueba y tiene una estructura más fortalecida, se emborrachará una o dos
veces, pero después empezar aburrirse. Muy a menudo escuchamos: “Cuando termina la
fiesta, siempre tengo que llevar a mis amigos a su casa borrachos”. Si la única forma de
diversión del grupo es tomar alcohol, ese chico se irá aburriendo.
El chico fortalecido es el que puede decir “no”. Está más tranquilo y puede pensar.
Miedo a la diferencia
Después de haber pasado por la experiencia del taller y de haber reflexionado sobre los
ejes teóricos, los chicos llegan a preguntarse: “¿Por qué tengo que ser objeto del grupo,
hacer lo que el otro quiera y no decidir yo? ¿Por qué tengo que quedar en el lugar de
esclavo con un amigo que es un líder negativo? ¿Por qué tengo que ocupar el lugar de
objeto?. Eso no es amistad”
Al chico que le dice al otro: “Vos no tomás porque tenés miedo…”, hay que ayudarlo
entender que quizás sea él el que tiene miedo y el que está solo. El líder negativo es el que
muestra la posición de líder seguro de sí mismo, sin miedo, pero en realidad, detrás de esa
soberbia, podemos descubrir inseguridad y miedo.
En un taller de prevención para alumnos de 13-14 años, los chicos escribieron y
escenificaron un guion donde una amiga, que ejercía su influencia sobre la otra, insistía en
que ésta la acompañara a la fiesta, donde habría cerveza y cigarrillos. En las sucesivas
resoluciones, los chicos escribieron y escenificaron como en realidad la amiga que
influenciaba no quería ir sola porque sentía inseguridad y miedo. Se llegó a ese
descubrimiento y se pudo pasar de la idealización del líder negativo al conocimiento de
que era ella la que sentía miedo, vergüenza e inseguridad.
Muchas veces el líder negativo desafía al docente y se genera un efecto generalizado en el
grupo que lleva a hacer del docente objeto del maltrato.
El yo individual pasa a ser grupal. No importa que “no quiera ir a golpear al otro”. Si la
masa, el grupo, lo hace, “yo también lo hago”
Por eso en dichas situaciones es importante producir una ruptura en la masa y rescatar las
singularidades. Es ahí donde podemos abrir un espacio pensante.
Hay que producir esa ruptura, esa separación, para que los chicos puedan recuperar su
individualidad y pensar.
El chico debe poder decir al otro: “No quiero ir a tomar una cerveza. Tengo 12 años.
Quería venir para hacer una cosa” Hay que rescatar lo singular para que no queden presos
de la gran masa, encerrados en ella, sin poder responder de otra manera.
Descubrir cómo desarmar esta situación proporciona los chicos la posibilidad de elegir y
de fortalecerse como sujetos independientes.
Como cierre podríamos decir: ayudarlos a que confíen en su propia palabra, en su propia
decisión. Deben poder decir: “Para mí no está bien. No tengo ganas. No es eso lo que
quiero hacer”
Aplicar este método es importante para destacar que el alumno que actuó en las
resoluciones anteriores como líder negativo, en la última resolución pidió ser el que podía
decir “no” y advenir sujeto pensante y libre en su decisión (alumno 4).
También es importante destacar cómo las escenificaciones, cuando se van acercando a la
resolución del conflicto planteado, requieren cada vez menos la intervención del
implementador, ya que en la prevención en acto la modificación del conflicto es intrínseca
al cambio de posición que los alumnos van teniendo: de objeto a sujeto. Así, la
escenificación concluye siendo ellos los que dicen: “No me interesa”. Este entendimiento
de la situación y la solución a la que llegan los chicos lleva al compromiso grupal de
intentar que esta situación no se vuelva a repetir.
A modo de síntesis
Herramientas de prevención
Acompañarlos a poder decir “no” para evitar la violencia entre pares. Poder decirlo
los fortalece.
Acompañarlos a poder decir “no” a aquello que no quieran para así poner límite a
la violencia del grupo sobre él
Acompañarlos a poder decir “no” para evitar la inhibición de sus decisiones.
Decirles que no se avergüence de decir “no”. Poder decirlo los fortalece
Transmitirles que el chico que dice que le dice al otro: “Vos no tomás porque tenés
miedo…” posiblemente es él el que tiene miedo de estar solo y se siente inseguro.
Generalmente este es el chico que desempeña el papel de líder negativo.
Es importante en un grupo rescatar las singularidades para que los chicos puedan
recuperar su individualidad, pensar y poder elegir.
Los padres y los docentes debemos estar atentos, escuchar y observar los signos
de las exigencias de un grupo que no deja a los chicos ser libres y ser sujetos.
Hay que ayudarlos a que den valor a su decisión y confíen en su palabra.
Capítulo IV
Límites
Un límite es un acto
¿Por qué el límite es un acto?
Después de poner el límite, los hechos cambian; ya no pueden ser iguales porque el límite
es aquello que ordena lo que está desordenado y permite que se comprendan los
malentendidos.
Si no hay límites, no existe la posibilidad de una cabeza pensante.
Tenemos que poner un límite que sepamos que vamos a poder mantener
Por ejemplo, no podemos decirle a un hijo: “Durante un mes no verás la televisión”.
Vivimos en una sociedad donde seguramente no nos permitiríamos eso, con
independencia de que estemos o no estemos de acuerdo con la televisión. Si la madre,
después de haberlo hablado con el padre, prohíbe al hijo que vaya a casa del amigo y le
explica el porqué de su decisión, a partir de ese momento las cosas cambian, puesto que
el límite modifica la situación posterior. No puede haber límites excesivos porque no
podríamos mantenerlos y perderíamos autoridad frente a nuestro hijo.
Crear un espacio
Antes de establecer un límite hay que crear un espacio de encuentro, de escucha.
No hay nada más difícil que crear un espacio con un adolescente, en primer lugar porque
en cuanto empezamos hablar se quieren ir.
Cuando acuden a pedirnos algo lo hacen fundamentalmente para que los cuidemos de
algún miedo que tienen y que han de limitar de alguna manera. Por ejemplo, algunos
chicos no se explican después de haber trabajado intensamente en el taller: “No quiero ir
a bailar porque me da miedo. Entonces el viernes, cuando tengo que pedir permiso a mis
padres para ir a bailar, no me porto bien, me va mal en el colegio y logro que no me dejen
ir”.
Después comentan que no pueden decir que tienen miedo de ir a bailar y se portan mal
(por decirlo de alguna manera) para que un límite externo les impida acudir a ese lugar
que no entienden.
Si hemos decidido como padres decir algo a nuestro hijo, por ejemplo que no puede ir a
bailar porque todavía no tiene la edad necesaria, tenemos que hacerlo en el momento
apropiado. Si vamos demasiado deprisa, perdemos la noción de encontrar un espacio para
poder escuchar.
Entre todos -padres e hijos- debemos organizar un espacio; por ejemplo: un momento de
encuentro.
Los chicos también tienen la responsabilidad de abrir un espacio para que se los escuche:
“Te estoy hablando, papá”, “Quiero preguntarte algo”, “Escúchame”
Los chicos empiezan a disponer de la herramienta para abrir ese espacio.
Autoridad y autoritarismo
Un límite tiene que ser explicado para que el chico entienda el porqué de lo que sucede y
pueda sentirse más tranquilo.
No es lo mismo un límite ordenador que un límite autoritario. ¿Por qué nosotros
trabajamos esta diferencia? Porque se tiende a confundir el concepto de autoridad con el
de autoritarismo. La confusión se produce en los padres, en los docentes y en los propios
chicos.
Un límite ordenador puede ser explicado. Se le dice al chico: “No puedes hacer esto por
esto, porque te hace daño, te destruye, no se puede hacer en esta institución…”. Si uno
explica el límite que está poniendo, al principio quizás el chico se enfade y no quiera
escuchar, pero después se tranquiliza.
En el momento en que aparece el límite autoritario, el chico se pone más violento. El
límite autoritario produce una conducta reactiva aún más fuerte. Ocasiona violencia.
Nos preguntan con frecuencia la diferencia entre el límite ordenador y el límite
autoritario.
Los chicos entienden que si un límite no está puesto caprichosamente y es explicado, ese
límite ordena.
Si un límite es comprendido, posibilita evitar la violencia sobre uno mismo
(autodestrucción, por ejemplo, en los chicos tendencia reiterada accidentarse) y hacia los
demás (lastimar al otro).
Hemos observado a menudo que los chicos se autoagreden cuando no se le pone un
límite. Una de las situaciones más frecuentes que observamos en los chicos adictos es la
autoagresion. Los chicos se lastiman porque no han entendido quién lo cuida y cómo se
los cuida.
Cuando los chicos comprenden que el límite está relacionado con el amor y el afecto, las
cosas se aclaran.
Otro concepto importante es la unión del límite con el amor. El que nos pone límites nos
cuida y nos quiere. Los chicos nos dicen en los talleres: “Si me explican el porqué del
límite, ahí sí entiendo que el que me lo pone me cuida y me quiere”.
Cuando entienden que el límite es afecto, sienten un alivio muy fuerte.
Una de las cosas que nos decían los chicos en uno de los talleres era: “Una vez que
convencimos a nuestros padres de que nos dejaran ir a la fiesta, entonces, aunque nos
parecía mentira, empezábamos a tener miedo. No podíamos preguntarles qué no tomar
en la fiesta cuando tratábamos de convencerlos de que nos dejaran ir. Si les preguntamos
qué no tomar, no nos iban a dejar ir”.
Otro alumno decía: “Mi mamá me dejó ir a bailar con mi amigo, que es un poquito mayor.
Fui. Luego tuve miedo de que me pusieran algo (su fantasía) en la bebida”. Tenía miedo. El
límite lo cuidaba hasta que él entendiera su miedo. Tanto los chicos como los adultos
debemos comprender que el límite está relacionado con el afecto y el cuidado.
La diferencia entre un límite ordenador y un límite autoritario es que el primero instaura
la función paterna (que puede ejercer la madre o el padre), función que debe ser
ordenadora y respetada.
Un límite autoritario es caprichoso; el que instaura la ley cree que él es la ley.
Surge la pregunta muy importante: ¿Cómo crear un espacio de encuentro con los
adolescentes?
Es muy difícil establecer un espacio de encuentro entre un adulto y un adolescente.
Lo primero que hace el adolescente, con esa soberbia del “lo sé todo y tú no sabes nada”,
es ofendernos. Quiere encontrarse, pero lo primero que produce es enojo. Nos ofende y
no se enoja, con lo cual el diálogo se rompe en pocos segundos.
El trabajo más importante quizás sea no lo que voy a decirle, sino conseguir que haya un
espacio de encuentro, superar ese momento en el que me enoja y me ofende.
No hay que preocuparse demasiado por lo que se le va a decir, es más importante
escuchar lo que tenga para decirnos.
El encuentro y la escucha son los primeros pasos hacia el límite ordenador.
“Cuando te llevó a la clase de tenis, vamos los dos juntos y en ese rato nos divertimos”.
No importa que no estudiara o que no hablara de la fiesta. Es un espacio creado en el que
empieza a sedimentarse la confianza.
Si hay un espacio creado, el adolescente no necesita ofenderme ni enojarse; tampoco he
de decirle lo que tiene que hacer. Es un momento de encuentro.
La prevención empieza cuando organizamos un espacio. Sin ese espacio de confianza no
podemos seguir.
El límite viene después de contenerlos y respetarlos.
En primer lugar hay que respetarlo y organizar un espacio de prevención, el que fuere,
aunque sea viendo un programa de televisión que no nos gusta y que no queremos que
vea, aunque todavía no hayamos podido ponerle ese límite.
En ese momento de espacio creado comenzamos a formar un espacio de confianza.
Límites
Un límite significa armar un espacio: delimitar un territorio para que nuestros hijos y
nuestros alumnos puedan amar, vivir y pensar.
Acotar esos espacios violentos, propios de la infancia, permite al niño conquistar el
territorio del amor, ya que así se desarrolla en él la capacidad de retroceder frente al dolor
ajeno, dando lugar al entendimiento, a la comprensión, y desarrollando de este modo su
inteligencia.
Los límites no autoritarios entrañan la posibilidad de pensar. Un límite ordenador organiza
una ley. Instaura la figura de un padre (como función ordenadora), que debe ser
respetada, disminuyendo de este modo rápidamente los miedos, ya nunca más estará
solo.
Sabiendo qué es lo que se puede y lo que no se puede.
Sabiendo qué es lo que se debe y lo que no se debe.
Después de haber sido comprendidos en esa difícil etapa que es crecer (donde todo, día a
día, es siempre nuevo), sólo así nuestros hijos y nuestros alumnos podrán con más
tranquilidad prestar atención a sus maestros.
Un proceso importante sucede en la pubertad, en la adolescencia: es el momento en el
que se cierran situaciones infantiles.
En la adolescencia, no es que “todo sea nuevo”, es el proceso donde culmina el desarrollo
infantil.
Es decir, situaciones no muy sencillas que han sucedido en la infancia no se cierran
sencillamente en la adolescencia.
Por eso es tan importante la noción de observación de lo que le sucede a un niño sin
sentirnos culpables, sino responsables.
Siendo la infancia estructurante del ser humano, hablamos de una organización afectiva,
intelectual, y de un entramado físico y psíquico.
Es así como lo físico constitucional forma con lo adquirido una trama, un tejido más o
menos fortalecido.
Sobre estos cimientos se comienza a edificar todo el desarrollo futuro del niño.
Por eso, la tarea de la prevención es fundamental en esta etapa. Todavía estamos a
tiempo, estamos más cerca de desandar el camino en que se enredaron los hilos.
Nuestra tarea de prevención comienza así en edades cada vez más tempranas, llegando
desde la pubertad hasta la adolescencia, a un espacio en la vida de nuestros hijos y
alumnos en donde los riesgos son cada vez más posibles y concretos, donde ya se
sustituye el juego, la fantasía, por la realidad.
Límites
Parámetros de prevención ante situaciones de riesgo
¿Cómo actuar?
El docente debe frenar la situación desde el inicio, sin caer en el enojo que podría
hacerle confundir su papel y llevarlo a una actitud de violencia física.
Ejercitar su función ordenadora, no entregarse a una pelea entre pares sabiendo
que, de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, puede agredir psíquica o
físicamente al alumno.
Apelar a la dirección estableciendo una red de coherencia entre el docente y el
director, y abrir un espacio de diálogo en el que se pueda hablar del tema.
Capítulo V
Muchas veces, como adultos, quizás tenemos frente a nuestros ojos ese camino, esa luz,
para entenderlos y no lo vemos.
No lo vemos, como Edgar Allan Poe en su relato “La carta robada”. Está ante los ojos de
todos y por eso mismo nadie lo ve.
Implementadora. ¿No te acuerdas de nada?
Alumno. No, y un poco me da cosa
Implementadora. Si no te acuerdas de nada, ¿cómo recuerdas los buenos momentos?
Alumno. Los buenos momentos se me olvidan
Implementadora. ¿Se te olvida lo que has vivido esa noche?
Alumno. Bueno, sí.
Implementadora. ¿Si?
Alumno. Sí
Implementadora. ¿Lo que te has divertido, con quiénes has bailado, con quiénes has
hablado o a quiénes has conocido?
Alumno. Sí, muchas veces me encuentro con alguien y me dice: “¿Te acuerdas de lo bien
que lo pasamos el sábado?”. Y yo no me acuerdo ni de quién es.
Implementadora. ¿Y eso?
Alumno. Eso es un bajón
Implementadora. ¿Bajón?
Alumno. Me hubiese gustado saber de qué hablaba
Implementadora. Es decir que el alcohol o lo que fuera te roba el encuentro
Alumno. Sí…
Implementadora. ¿Te gusta?
Alumno. Bueno, no
Implementadora. Entonces el alcohol o la droga se queda con tu posibilidad de recordar
Alumno. De saber qué hice.
Cuando los incluimos como sujetos, empiezan a mirarnos con atención; empezamos a
decirles algo nuevo, algo en lo que no han pensado hasta ahora.
Consumo y adicción
En esta escenificación aparece una adolescente (Laia) que, ante la presión y la influencia
de otros adolescentes (Luciana y Matías), se siente criticada y tratada de “inmadura” y
percibe que va a hacer algo que no quiere hacer. Dice: “Esperá, que llevo unas cervezas”.
O sea, para poder atravesar esa experiencia, ¿tiene que anestesiar su miedo a su
inseguridad con el alcohol?
Si podemos abrir un espacio para pensar sobre esto con nuestros hijos o con nuestros
alumnos, entonces ya no es: “El alcohol te hace mal”. Es empezar a ver que el alcohol se
queda con la posibilidad de elegir, con la posibilidad de ser sujeto. Hemos dado un paso
más. Hemos ganado la posibilidad de que digan: “Quiero saber también con quien estuve,
qué sentí y qué viví”
Diferencia entre consumo y adicción
Podemos establecer una diferencia importante entre aquel que toma cerveza en las
salidas de fin de semana, presionado por la influencia de sus amigos, y aquel que tiene
una estructura adicta.
La diferencia sustancial entre consumidor y el adicto es la estructura.
La estructura es lo que prepara el sujeto para que algo suceda o no suceda.
La estructura es la fuerza o debilidad que un chico tiene física y psíquicamente. Es la
posibilidad de un padre o una madre internalizados.
Una estructura fortalecida psíquicamente significa que tenemos un ordenamiento (un
orden posible), que no debe ser autoritario, con pautas éticas que el adolescente entienda
y asuma.
Significa que “en mi familia hay cosas que no se pueden hacer”. Eso no quiere decir “ser
anticuado”, sino “estar dentro de un orden”.
Un chico sin un orden establecido no puede pensar, no puede estudiar, no puede amar.
El principal objetivo de nuestra labor preventiva como padres y educadores es tratar de
que los chicos no lleguen a la droga. También sabemos que si la estructura está
fortalecida, los chicos respetan una legalidad y existe una función paterna, el hecho de
que un chico pruebe alguna sustancia tóxica no es motivo suficiente para hacerse adicto.
Ningún chico se hace adicto si no tiene una base estructural que lo permita.
La droga va a llenar un espacio afectivo, ausente. La droga es el tejido que se adentra en el
agujero que no terminó de consolidar el tejido original, en ese punto donde afectivamente
falla y falta algo.
Si este tejido está más o menos consolidado, el chico puede probar, puede pasar por una
crisis de adolescente o puede tener esos exabruptos fuertes de la adolescencia, pero,
afortunadamente, no por eso se va a ser adicto.
Un chico se hace adicto cuando, ante el agujero afectivo, “el bienestar ilusorio” de la
droga hace de tejido de aquello que no tuvo.
El dolor en la adolescencia
Pensemos en el concepto de dolor. El dolor es un concepto muy fuerte para los seres
humanos.
Pensemos en el dolor en el cuerpo. Ese punto de dolor (por ejemplo, un dolor físico
concreto) hace que el mundo se reduzca al espacio que duele.
Un dolor hace que el mundo sea únicamente eso que duele, y uno podría dar mucho para
que algo o alguien lo reduzca. El cuerpo quiere expulsar rápidamente el dolor físico y el
afectivo. Comúnmente, los dolores físicos se calman con una sustancia química, con una
droga legal.
Definamos algunas de las situaciones que generalmente nos producen dolor.
Una de ellas es el cuerpo, situación de dolor que siempre tratamos de aliviar rápidamente.
Otra es el mundo externo. La interrelación con el mundo externo nos produce situaciones
complejas y agobiantes de las que necesitamos aliviarlos. Entre ellas, una de las que más
nos ocupa y que nos resulta bastante difícil de tramitar es la relación con los otros.
Esas situaciones de dolor que experimenta el ser humano son aún más importantes y se
viven con mayor dificultad en la etapa de la adolescencia
La adolescencia es un nuevo nacimiento. Se juega la existencia y el miedo a situaciones
nuevas. En la adolescencia uno transita por el dolor de la existencia.
Pensemos en los dolores afectivos en una etapa como la adolescencia, en la que los chicos
no saben todavía bien quiénes son, qué lugar ocupan y de qué modo vivir su sexualidad, y
en la mayoría de los casos temen el encuentro con el otro.
¿Qué sucede en el caso de un chico adicto? Imaginemos un chico que no existe para su
madre o padre (“ha caído de la mirada de sus padres”) y por ello siente un dolor
existencial inimaginable.
Imaginemos ese chico no mirado, no escuchado, a quién de pronto le ofrecen una
sustancia que le alivia de ese dolor. ¿Quién le quita ese alivio?
Mis pacientes, de 16 años, se sentaban en el diván y decían: “¿Cómo podés saber lo que
yo siento? ¿Cómo puedo saber que el espacio de esta terapia que vos me ofreces es mejor
y que garantía me das?”
A lo que yo contestaba: “No puedo darte ninguna garantía, estoy acá escuchándote,
mirándote y viendo cómo puedo ayudarte” Ese “escuchándote, mirándote” tenía que
hacer fuerza de palanca para sostener algo que era como una piedra, que se caía al suelo
permanentemente.
Uno no puede decir a un adolescente rápidamente que esto es lo mejor, porque no nos
cree.
Somos responsables como sociedad de que no nos crean. Tenemos que escuchar su dolor.
Respetar su dolor. Intentar ganar su confianza.
Los testimonios de los chicos adictos son muy fuertes. Se trata de chicos que se han vuelto
violentos porque los hemos soltado, porque nunca se ha puesto el límite a su violencia
infantil.
Dado lo complejo del tema, abordaremos algunos aspectos que nos interesan para
nuestra investigación.
Somos nosotros, la sociedad, los que debemos descifrar ese complejo código de vida
trocada en muerte, donde algo sucede que no entendemos y se teje el destino cruel de
violencia y destrucción.
Prevenir es entender
Entender es no enjuiciar
Situaciones de riesgo
Normalidad Dolor-Existencia
Patología
Generalmente se observa: Alcohol y otras drogas como ilusión La droga va al lugar de un dolor
de anestesiar el dolor y el miedo, existencial
ELEVADA TENDENCIA AL CONSUMO propios de esta etapa No se hace adicto cualquier
Influencia del grupo de amigos Dolor afectivo adolescente
Alcohol y tabaco para poder
compartir los códigos del grupo que Diferencia entre consumidor y adicto Adicción: red estructural no
le ofrece pertenencia. fortalecida
La droga llena un espacio afectivo
Consumo ausente
Como expresión ilusoria que le alivia
la presión ante tantos cambios.
¿Cómo actuar?
Primer paso:
Escucharlos.
Abrir un espacio de diálogo con el hijo-alumno, teniendo en cuenta su
desconfianza hacia los adultos
Mantener un espacio de abstinencia sin ser intrusivos, logrando su confianza, sin
que se sientan traicionados
No acusarlo ni decirle: “La droga te va a matar”. Lo sabe.
Cuando se llega a una adicción grave, los adultos tenemos que saber que lo que
sigue puede ser la autodestrucción total. El límite lo pone el cuerpo.
Segundo paso:
Lograr la colaboración del chico con lo que le pasa hoy y no entiende
Escuchar absteniendonos de la angustia que nos produce lo que nos va a decir
En el caso del docente, conseguir la colaboración del chico, previa comunicación a
la dirección. Cuando se pronuncie diga: “Quiero cambiar”, adviene el tercer paso
Tercer paso:
Lograr una derivación a un profesional y/o a un centro especializado por parte de
la dirección del colegio, con la autorización de los padres o de algún adulto
responsable del alumno
A modo de síntesis