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ONTOLOGIA Y ACTUALIDAD
TEXTOS
LA MODERNIDAD Y SU SOMBRA
ya que las continuidades son en este caso muy notables: se produce la supervivencia de los
dioses, así como la helenización del dogma cristiano que se ve a su vez anunciado gracias a
lo que se consideran anticipaciones antiguas del cristianismo. Además la Edad media en la
conciencia de sus habitantes no tuvo nunca la pretensión de constituir la iniciación de una
nueva época debido a su ahistoricismo esencial y a sus preocupaciones escatológicas que
relativizaban cualquier tiempo en relación con los últimos tiempos, con el eschaton que
suponía la consumación de todos los tiempos.
El paso de una época a otra supone la noción de umbral de una época: es decir, el
momento en que se produce el cambio de una época a otra. Es difícil situar concretamente
el punto que se puede considerar como el umbral de una nueva época, pero si es
relativamente fácil distinguir lo anterior del umbral de lo posterior al mismo. Por ejemplo,
el paso de Nicolás de Cusa a Giordano Bruno, ambos son pensadores inmanentistas, su
pensamiento es muy similar, pero si los comparamos cuidadosamente, nos damos cuenta
que algo muy importante ha sucedido entre ambos. Y eso tan importante ha sido nada
menos que la revolución copernicana. Es en este sentido en el que podemos decir que
Copérnico ha sido un creador de época. Antes y después de su obra se piensa de forma
distinta: la noción de mundo ha cambiado. Hemos pasado de la Edad media a la
modernidad.
Si la Edad Media no se capta a sí misma en clara ruptura con el mundo antiguo, no se
puede decir lo mismo de la Modernidad. Por el contrario, la noción misma de Modernidad
alude a una época en que lo actual se autocomprende en neta oposición a lo anterior debido
a la aceleración del tiempo histórico. Los cambios acumulados son perceptibles en una
sola generación. De tal manera que el espacio de experiencia (el bagaje cultural y vital
acumulado y recibidito del pasado) se hace inconmensurable con el horizonte de
expectativas (el espacio abierto que se dirige al futuro) (R. Koselleck). Los cambios son
tales y tan acelerados que los individuos no son capaces de asimilarlos, los vivencian pero
son incapaces de hacerlos objeto de experiencia, es decir de integrarlos en un todo
homogéneo en el que el pasado, el presente y el futuro se suceden de forma armónica e
integrada. El horizonte de expectativas se hace desmesuradamente grande e inabarcable:
todo es posible. El pasado no nos sirve ya para entender el presente ni para prever el
futuro. Pero a la vez, dicho futuro llega tan rápido que se convierte directamente en pasado
sin ser podido captar como presente: es un futuro pasado.
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Nietzsche: la crítica de los ideales modernos y la apuesta por una nueva forma de
valorar
Nosotros, los apátridas. Los hijos del futuro,¿cómo podríamos encontrarnos en nuestra
casa este hoy! Nos degradan todos los ideales en los que uno pudiera sentirse como en
su casa incluso durante este tiempo de transición, frágil y roto; pero en lo que respecta a
sus realidades, no creemos que tengan duración. El hielo que hoy todavía es sólido se
ha hecho ya demasiado delgado. Sopla ya el viento tibio, y nosotros mismos, los apátri-
das, somos algo que resquebraja el hielo y otras ‘realidades’ demasiado débiles... No
‘conservamos’ nada, tampoco queremos volver a ningún pasado, no somos en absoluto
‘liberales’, no trabajamos para el ‘progreso’; no necesitamos en primer lugar para pre-
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cavernos de las sirenas futuras del mercado; lo que ellas cantan: ‘derechos iguales’, ‘so-
ciedad libre’, ‘que no haya ni señores ni siervos’, ¡eso no nos seduce! No sostenemos
sin más como deseable que se establezca el imperio de la justicia y de la buena inteli-
gencia sobre la tierra... Nos alegramos con todos cuantos, como nosotros, aman el peli-
gro, la guerra y la aventura, que no se dejan compensar, catequizar ni castrar. ¿No te-
nemos que sentirnos a disgusto en casa, en la época en que gusta tener como su honor,
que se llame la más humana, la más suave y la más recta que ha visto el sol, hasta aho-
ra? (La gaya ciencia)
‘médico de la cultura’. La respuesta no puede ser ya una filosofía metafísica ni una filo-
sofía cientificista sino una filosofía entendida como arte, como ficción poética, como
capacidad de crear apariencias y de dar sentido a las cosas. Pero este arte no puede ser
decadente, producto y origen de sentimientos enfermos, sentimentaloide y filocristiano,
sino que tiene que ser un arte producto de la afirmación más radical de la vida, un arte
dionisíaco de exaltación y apuesta por los valores vitales más elevados, de potenciación
y desarrollo de la sensibilidad humana en todos sus múltiples aspectos. La estética por
la que apuesta Nietzsche es una estética dionisiaca basada en la destrucción, el cambio,
la novedad, el futuro y el devenir, frente a las estéticas decadentes, filocristianas, como
la wagneriana que son estéticas rígidas, que anhelan la eternidad, el ser. Esta apertura de
la filosofía hacia el arte no es tanto, según interpreta Habermas, una simple autocrítica
de la razón que se convierte en una búsqueda de apoyo en lo otro de la razón que se
sitúa fuera del horizonte de la razón sino más bien una ampliación de la propia razón en
el sentido de la recuperación de los valores vitales que la simplificación reductora de la
razón que se había dado en la modernidad había eliminado de dicha razón. El recurso al
arte y a la estética no es tanto un abandono de la razón in toto para pasarse a habitar en
el ámbito de la sinrazón, sino una ampliación de la propia razón para enriquecerla con
el valor de los afectos, los sentimientos y la sensibilidad que la visión racionalista de la
propia razón había escamoteado. La consideración del filósofo del futuro como artista,
por una parte supone liberarlo del espíritu de la pesadez, pero por otro destaca el carác-
ter creativo de dicha filosofía futura. Esta filosofía tendrá que ser una creación de nue-
vos valores, el descubrimiento de nuevas posibilidades para la vida, producto a su vez
de una vida activa y afirmativa.
Como ha dicho M. Barrios, el pensamiento de Nietzsche supone un viraje o una
curvatura de la propia modernidad sobre sí misma, más que una continuación o un sim-
ple abandono de la misma. Es un desarrollo de los momentos más disolventes de la mo-
dernidad, su (auto)crítica de la razón, su apuesta por la inmanencia, frente a aquellos
rasgos modernos que la convierten en un clasicismo humanista. Nietzsche introduce una
nueva jerarquía en el pensamiento y da lugar a una modernidad intempestiva, extramo-
ral, a una modernidad experimental frente a la modernidad normativa. La crítica de la
modernidad y de la metafísica occidental y en especial de los ideales ascéticos y la vo-
luntad de verdad que se condensan en la visión positivista e instrumental de la ciencia,
no se legitima normativamente, no se hace desde un fundamento más sólido o más ver-
dadero, sino que asume frente al fundamento (Grund) el abismo (Abgrund); esta crítica
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la multiplicidad de las apariencias que valen por ellas mismas sin necesidad de referirlas
a sus modelos platónicos, como un pensamiento sin fundamento último que le sirva de
origen. La diferencia como carencia de fundamento, el ser como diferencia, como dife-
rir, liberado de la presencia, son elementos esenciales del nuevo tipo de pensamiento,
atento a la vida y potenciador de la misma, que Nietzsche intentó construir a lo largo de
toda su obra.
Un punto privilegiado para comprobar la complejidad de las relaciones de Nietzs-
che y la modernidad lo constituye la temática del superhombre o ultrahombre como
prefiere traducir Vattimo en relación con la clásica cuestión del sujeto moderno. El su-
perhombre nietzscheano no se puede identificar con el sujeto reconciliado de la tradi-
ción hegeliano- marxista porque en primer lugar no es propiamente un sujeto. La noción
de sujeto es criticada por Nietzsche que la considera ‘una fábula, una ficción, un juego
de palabras’; no es algo originario sino un efecto de superficie, un efecto, un producto.
Por otra parte, el hombre de nuestra época es un hombre que ha tomado nota de la muer-
te de Dios y que despliega una hibris, que libera unas fuerzas intensificadoras dela acti-
vidad vital con el objeto de ser diferente, de abrirse a la novedad, de ser creador y expe-
rimentador de nuevos valores, en suma. Este ultra-hombre no se despliega pues en el
ámbito cognoscitivo y espiritual sino que afirma con rotundidad la vida, los valores vi-
tales y sensibles, desplegando la fidelidad a los valores de la tierra. Pero este ultrahom-
bre tampoco es unitario sino que está escindido, ya que es el producto complejo de fuer-
zas múltiples que lo constituyen, por una parte, y por otra se muestra abierto a la multi-
plicidad de las apariencias como tales que exigen de él una interpretación capaz de otor-
garles un sentido.
sujeto es idéntica y está confundida con la noción de yo concebido como una substancia
que es principio de unidad e implica, por tanto, un sujeto idéntico a sí mismo y
perfectamente autotransparente. Un sujeto que se piensa a sí mismo pensando y cree
alcanzar así la certeza de sí. Sabemos que en esa pretendida certeza de sí ese sujeto
cartesiano encuentra la primera piedra para construir el edificio de la ciencia moderna y
erigirse en dueño del mundo. Esa certeza del sujeto cartesiano en sí mismo no es para
Freud sino una ilusión narcisista, una ilusión del yo; más allá de lo que nuestro yo pueda
creer, Freud nos descubre que ese sujeto, que se erige en instancia de dominación del
mundo, no es, paradójicamente, dueño sí mismo; frente a ese sujeto autotransparente nos
muestra un sujeto opaco para sí mismo, habitado por pensamientos y deseos que no
conoce, un sujeto para quien lo más íntimo de sí mismo le es al mismo tiempo lo más
ajeno; frente al sujeto idéntico a sí mismo, confundido con su yo, nos presenta un sujeto
divido, excéntrico a su yo, habitado por pensamientos de los que el yo nada sabe;
testimonio de ello, el sueño, que Freud define como una escritura de pensamientos ,pero
pensamientos que ningún "yo pienso" puede acompañar ;el lapsus, la palabra que irrumpe
sorpresivamente sin que nuestro yo pueda reconocerse como siendo su autor , y dónde el
sujeto se nos aparece no como dueño de la palabra sin como hablado, como atrapado por
ella, en suma, no como un sujeto autónomo y dueño de su decir sino como sujetado a
determinaciones inconscientes. Y el síntoma: ¿qué sujeto nos revela?. Un sujeto superado
por lo que surge en su seno: no sabe qué le pasa; un sujeto dividido entre su querer y su
deseo pues es preciso distinguir entre ambos términos: un deseo no es un querer; a
diferencia del querer, el deseo, en el sentido freudiano de la palabra es lo que no se sabe;
esta es la definición más elemental que cabe dar del deseo en tanto inconsciente; pero aún
más, el deseo es aquello que mueve y agita al sujeto llevándole por las vías que él no
quiere. Así el sujeto del síntoma es un sujeto impelido a actuar en contra de su propio
bienestar. Un sujeto que no está guiado por el telos del Bien ni de la Verdad; que no busca
la verdad sino que la reprime, —la represión es eso: horror a la verdad—; un sujeto que no
busca el bien sino una extraña satisfacción que lo conduce más allá del placer y atenta
contra su bienestar. Así pues, el sujeto que el psicoanálisis revela es un sujeto no sólo
divido entre consciente e inconsciente, no sólo dividido entre su querer y su deseo sino
divido contra sí mismo, un sujeto, en fin, como nunca lo hubo.
Es verdad que Freud no fue el primero en enarbolar la noción de inconsciente.
Desde siempre se intuyó que más allá de la razón, había algo que habita en regiones
recónditas del alma. A esto que escapa a la razón el Romanticismo lo llamó Inconsciente.
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los padres que marcarán lo que el sujeto habrá de pagar en su vida. El Inconsciente para el
psicoanálisis no es la naturaleza es el discurso del Otro, en particular del Otro parental, que
marca la vida de un sujeto.
Al mismo tiempo, Freud nos enseña que el inconsciente no es una substancia que
anida en la profundidad del alma sino que el inconsciente está precisamente en la
superficie del decir, en las palabras, o, más precisamente, en esa propiedad que tiene la
palabra de decir siempre otra cosa que lo que dice. En la experiencia analítica el
inconsciente surge en el movimiento mismo de las palabras del paciente.
Ortega fue uno de los críticos más lúcidos del positivismo y mecanicismo moder-
nos a partir de una noción de razón vital no racionalista. Ya en el primer tomo de El
espectador se define como ‘nada moderno y muy siglo XX’. Comprobamos en esta au-
toposición cierta ambigüedad ya que precisamente la radical apuesta por la contempora-
neidad, el estar a la altura de los tiempos que se viven que se consideran como novedad
respecto al pasado y especialmente el pasado más reciente (para Ortega en 1916, el sigo
XIX precisamente), es una de las características esenciales de la modernidad. Podemos
considerar a Ortega uno de los primeros postmodernos porque ya desde 1916 es cons-
ciente de que el europeo de su época ya no se identifica con los valores modernos vigen-
tes en el siglo anterior. Dichos valores han perdido para él ‘evidencia, fuerza de atrac-
ción, vigor imperativo’. No es que se apreste a sustituirlos por otros, pero siente que sus
creencias modernas se han resquebrajado, ya no suponen un suelo firme en el que asen-
tarse y por ello, como sucede en cada época de transición, tiene que ponerse a pensar.
Como defiende en Ideas y Creencias cuando las creencias se tambalean hay que pensar
de nuevo en busca de otras ideas que puedan dar lugar a nuevas creencias. La novedad
de hoy frente a la época de Ortega es que esos sentimientos que él detectó como un sis-
mógrafo sensible a las mínimas vibraciones de la cultura, hoy son patrimonio común. El
descrédito de las creencias modernas que en su época cultivaban sólo algunos adelanta-
dos hoy está ampliamente extendido por la conciencia de la mayoría de la población,
dando lugar a lo que el propio Ortega denominaba ‘desorientación vital’.
Para Ortega la modernidad por excelencia es el siglo XIX, el siglo progresista y
positivista, el siglo que no admitía ninguna superación, no admitía que nada pudiera ser
más moderno que él mismo. De igual manera, el siglo del progreso no admitía que se
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pudiera concebir el progreso de otra manera que de forma progresista, es decir a la ma-
nera propia del siglo XIX. En este siglo, el positivismo, por ejemplo, no era valorado
principalmente porque se le considerara verdadero, sino fundamentalmente porque se lo
veía como moderno. El origen de la modernidad lo sitúa Ortega (al igual que Heidegger
en su escrito “La época de la imagen del mundo”) en Descartes y para nuestro autor la
modernidad se caracteriza por su desdén hacia lo espontáneo e inmediato; por su entu-
siasmo por la construcción racional, no en vano a la doctrina inaugurada por Descartes
se la denomina racionalismo; por su antipatía hacia el pasado, porque en dicho pasado el
more geométrico no era el modo dominante de relacionarse con la realidad; por último,
Ortega considera que la modernidad piensa que en la política es posible alcanzar un
orden social definitivo obtenido mediante razonamientos y que se vislumbra en el futuro
como resultado de la revolución imprescindible para hacer racional el mundo. Frente a
la modernidad así descrita Ortega considera que el tema de nuestro tiempo es hacer las
cuentas con lo que el racionalismo de la modernidad ha puesto entre paréntesis: la vida,
lo espontáneo. El racionalismo más que formar ideas de las cosas crea modelos de las
mismas y los impone como ideales a los que las cosas deben ajustarse: para dicha posi-
ción “Pensar no es ver, sino legislar, mandar”. El racionalismo es idealista y en ese
sentido no es contemplativo sino imperativo, no se coloca a la escucha de las cosas sino
que ejerce una violencia sobre las mismas.
El tema de nuestro tiempo es pasar de la razón pura a la razón vital y para ello
hace falta sustituir la ironía socrática por la ironía de D. Juan: mientras que la primera
pensaba que había encontrado un mundo, el de las ideas, inmutable y fijo que servía de
medida y patrón a nuestro imperfecto mundo cotidiano, la ironía erótica de D. Juan pone
en primer lugar la vida. De los dos imperativos a que se encuentran sometidos los
humanos, el cultural y el vital, la modernidad ha pivotado en torno al primero, desde-
ñando el segundo; nuestro tiempo, ya no moderno, inmoderno, tiene que poner el se-
gundo, el imperativo vital, en el centro. Frente a una cultura respecto a la que se da un
respeto casi religioso, Ortega apuesta por la vida, incluso en sus aspectos más insignifi-
cantes.
3. - MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD
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La huella es la manifestación de una cercanía, por lejos que esté lo que abando-
na. El aura es la manifestación de una lejanía, por cerca que esté lo que la moti-
va. En la huella nos apoderamos de la cosa: en el aura ella nos domina.
viduos ha sido tan total y capilar, pero a la vez nunca ha sido más imperceptible, más
liviano (al menos en el centro del sistema).
Si el modelo del panóptico sirvió a Foucault para caracterizar la sociedad discipli-
naria del siglo XIX y principios del XX, hoy nos encontramos en una situación postpa-
nóptica. El panóptico suponía una oficina central desde la que se vigilaba al conjunto de
los internos, cada uno en su célula, y desde la que se imponían los ritmos temporales
que estructuraban la vida de los reclusos. Pero hoy el poder se ha deslocalizado de tal
manera que el vínculo físico que todavía unía al dominante y al dominado se ha roto, se
ha inmaterializado y virtualizado. El poder hoy fluye, huye, se desplaza rápidamente, de
tal manera que la velocidad en tanto que variación de la posición espacial a lo largo del
tiempo y la aceleración o tasa de cambio de la propia velocidad son los parámetros fun-
damentales de la acción económica y política. El poder actual es extraterritorial e instan-
táneo: se desplaza rápidamente por el espacio y controla el mundo en tiempo real. La
cercanía que la explotación capitalista exigía en los primeros tiempos modernos ya no
es necesaria por más tiempo. El control es diferido y lejano, pero a la vez omnipresente.
El espacio / tiempo moderno estaba entrelazado, mientras que ahora en la etapa de la
modernidad líquida ambas coordenadas se separan e independizan.
Mientras que a lo largo de la primera modernidad se produjo un predominio de los
sedentarios sobre los nómadas, y precisamente el capitalismo surge cuando diversos
flujos independientes de riqueza, mano de obra, conocimiento técnico, etc. entran en
contacto y se coagulan en la fábrica capitalista. El capitalismo inicial fue una lucha de-
nodada por fijar una mano de obra volátil que no estaba dispuesta a someterse a los ex-
tenuantes ritmos de la producción en cadena. A esta fijación de la mano de obra que
supone la conversión en obreros de los campesinos y de los antiguos artesanos contri-
buyeron diversas estrategias: desde la recristianización del pueblo, y su sumisión a la
ideología nacionalista, hasta la imposición del matrimonio y el hogar como medio de
fijar a unos obreros volátiles e independientes, pasando por la utilización del consumo
como acicate de la producción. A esta territorialización de los flujos dispersos que dio
origen a la primera modernidad ha sucedido hoy una desterritorialización creciente, que
ha liberado de nuevo los flujos coagulados. Hoy tanto el capital como la mano de obra
son fluidos e inestables. La emigración masiva de las masas del tercer mundo se ve
acompañada de los flujos de millones de dólares y euros que dan la vuelta al mundo a
través de las pantallas de los ordenadores capaces de hacer miles de operaciones de
compra y venta de acciones en tiempo real. De igual manera el conocimiento fluye por
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ción universal’ donde los paradigmas son efímeros y múltiples. Esta multiplicidad caó-
tica de modelos posibles hace que en nuestra época ya ‘la historia no tiene rumbo y la
biografía no tiene proyecto’. La dificultad de encontrar un trabajo estable que fije la
identidad de los individuos convierte a la mayoría de los mismos en unos desechos
humanos que no sirven para nada despilfarrando su potencial creativo.
tentan los medios de comunicación, especialmente los que difunden el pensamiento úni-
co, y la estéril renuncia a la interpretación. El pensamiento crítico defiende la prolifera-
ción de comunidades interpretativas en libre competición entre ellas. En este debate
entre la pluralidad de interpretaciones tiene una gran importancia la retórica que se basa
en argumentos razonables que además de intentar convencer mediante razones busca
persuadir mediante motivaciones que muevan a la acción.
En este marco, el conocimiento emancipatorio trata no solo de romper son el sen-
tido común dominante sino también contribuir a generar un nuevo sentido común que
dé lugar a una tópica emancipatoria. Dado que las sociedades capitalistas actuales se
articulan en seis espacio-tiempo diferenciados: doméstico, productivo, de mercado, co-
munitario, ciudadano, mundial, la lucha por el conocimiento emancipatorio supone la
sustitución en cada uno de estos ámbitos de la tópica tradicional y conservadora por la
nueva tópica emancipatoria. En el espacio doméstico se sustituye la tópica patriarcal por
la tópica de la liberación de la mujer; en el espacio de la producción la tópica eco-
socialista sustituye a la tópica capitalista; en el espacio del mercado la tópica consumis-
ta se sustituye por otra centrada en la satisfacción de las necesidades fundamentales; en
el espacio comunitario se sustituye la tópica chovinista y etnocéntrica por una tópica
cosmopolita; en el espacio de la ciudadanía se sustituye una tópica democrática débil,
por una tópica democrática fuerte y participativa; por último, en el espacio mundial, se
sustituye la tópica centrada en el norte por una tópica centrada en el sur. Esta sustitución
de tópicas tiene el objetivo de contribuir a la generación de un nuevo sentido común
ético y solidario con un sentido de responsabilidad no sólo respecto el presente sino
también respecto al futuro y a la naturaleza que son realidades que aunque no tienen
deberes sí tienen derechos que hay que respetar.
La constitución de una teoría crítica postmoderna se enfrenta hoy con las dificul-
tades derivadas de la existencia de un exceso de problemas respecto de las soluciones
posibles. Por ello no puede este conocimiento crítico y emancipatorio ser el producto de
un individuo o grupo aislado sino que será el resultado de la interacción entre las distin-
tas alternativas locales que se conectan mediante redes translocales generando una glo-
balización alternativa contrahegemónica que constituye la nueva cara del cosmopoli-
tismo. Este conocimiento alternativo ayudará a la constitución de nuevas subjetividades
rebeldes recuperando saberes y experiencias olvidados o reprimidos por el predominio
absoluto de la ciencia y la tecnología entendidas de forma reductiva y sometidas además
a los imperativos de la eficiencia capitalista. Por ello el conocimiento crítico, como
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muy bien nos supo hacer ver Guattari en sus últimos años, tiene que pasar de basarse en
un enfoque cientificista y pragmático a basarse en un paradigma ético- estético que ten-
ga en cuenta el principio de la comunidad, lo que supone que sea solidario y participati-
vo y el principio estético- expresivo, lo que supone atender a los aspectos placenteros,
ligados con la autoría y la artefactualidad.
Nuestro autor destaca que en la actualidad y al contrario que en la modernidad
propiamente dicha se da una discrepancia entre las experiencias disponibles y las expec-
tativas tal que se produce un exceso de experiencia frente a las alternativas. El futuro se
ve con preocupación y se sospecha que el progreso ininterrumpido, propio de la mo-
dernidad, se ha acabado y nos enfrentamos a un futuro cuajado de incertidumbre e ines-
tabilidad. Se da una espera sin esperanza, una espera del riesgo posible frente a una falta
de esperanza en las posibles alternativas.
25
EN TORNO A LA POSIBILIDAD DE
HACER METAFÍSICA HOY
1
Cf. J. Derrida, “Les fins de l`homme” en Marges de la philosophie, Minuit, París, 1972, pp.162-163.
2
En esta posición se sitúa Derrida, los filósofos de la diferencia como Deleuze y algunos pensadores
italianos, como Cacciari y Vattimo, inspirados en el pensamiento negativo y al hermenéutica de Heideg-
ger y Gadamer.
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3
Los modelos ontológicos son ‘imaginarios’ y no ‘teóricos’ o ‘representacionales’. Terminología de P.
Achinstein, Concepts of science, Johns Hopkins Univ. Press, Baltimore, 1968.
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4
Cf. G. Deleuze, “Reivindicación de la filosofía”, en El Viejo Topo, nº 52 de enero de 1981.
28
objeto de esta ontología es un ser débil, declinante5, inventado por el ser humano, que
actúa como si fuera el fundamento pero sabiendo que no es así.
Tenemos de esta manera una ontología descentrada, multiplicada, fundada sobre
un ser débil, azaroso, inventado como una ficción útil por y para el hombre. Sólo pa-
gando este precio es posible aceptar hoy un pensamiento ontológico.
Por su parte, la teodicea puede también recuperarse como el estudio del problema
del mal en el mundo y como el estudio de los fines de la existencia humana; pero tiene
que ser abandonada como teología natural, porque no es posible ya decir nada sobre
Dios, fuera de la fe religiosa: la modernidad es una época post-cristiana, en la que al
frase ‘Dios ha muerto’ es omnipresente.
La Teodicea, pues, es una reflexión sobre el sentido de la vida y sobre la búsqueda
nostálgica de lo ‘radiclamente otro’en el sentido de Horkheimer6. El hombre se sabe
finito y tiene la nostalgia del infinito, de lo otro, de lo completamente diverso, forjando
una ‘metafísca de la excepción’ que ha dominado toda la filosofía occidental, hasta las
destructoras críticas de Freud, Marx y Nietzsche.
Hoy es imposible creer en un ‘absoluto positivo’, pero también es imposible eli-
minar completamente la nostalgia y el anhelo de este absoluto. La teodicea, reformulada
de esta manera, es la afirmación radical de la finitud human, con la esperanza, tal vez,
de que esta finitud no sea la última palabra, la verdad absoluta.
El problema del mal en el mundo ha recibido varias interpretaciones entre las que
destaca la de Agustín de Hipona que consideraba el mal como una cosa puramente
negativa, como una nada, como una carencia, que dependía de nuestra libertad y que no
tenía su origen en Dios, sino en nosotros, en nuestros pecados y nuestras faltas. En el
otro extremo, los siglos XVIII y XIX han visto la aparición de un polo positivo del mal,
no bajo la forma del diablo, sino como una creación consciente del hombre, en la obra
de los poetas malditos como Sade, Lautreamont, Baudelaire, Rimbaud, etc.
En relación con el problema de la redención sobrenatural del mal y de su interpre-
tación religiosa surgió, en el siglo de las luces, la idea de que el mal no es el producto
del pecado, que no tiene raíces metafísicas inquebrantables sino que, el contrario, de-
pende de causas humanas, sociales, histórica, y que, por consiguiente, puede ser elimi-
nado por medios finitos, humanos, históricos. En esta tradición, laica y racionalista, se
5
Cf. G. Vattimo, “Verso un’ontologia del declino” en Al di là del soggetto, Feltrinelli, Milán, 1981 y Le
aventure delle difference, Garzanti, Milán, 1980.
6
Cf. Horkheimer, Marcuse y Popper, A la búsqueda del sentido, Sígueme, Salamanca, 1976.
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sitúa el marxismo, que comparte con el cristianismo la idea de la redención pero que, al
contrario que aquél, no la espera en absoluto de Dios, sino del hombre. En este sentido,
el marxismo es una visión optimista de la historia ya que piensa que gran parte del mal
existente se leude eliminar.
Hoy, por el contrario, la esperanza, tanto en lo sobrenatural como en la humanidad
es cada vez más rara y difícil de mantener: la desesperación y la falta de un horizonte
utópico se encuentran entre los síntomas más evidentes de la crisis de nuestra cultura
actualmente. La aspiración utópica7 es otro de los grandes temas de la teodicea y consis-
te en la ficción de un modelo de sociedad ideal que utilizamos como crítica de la socie-
dad actual y como ideal regulador de nuestra acción.
La muerte de Dios, pies, no supone la desaparición de la Teodicea, pero exige un
cambio en las respuestas posibles a sus preguntas. ¿Cuál es la diferencia entre este pen-
samiento y la religión? En primer lugar, la teodicea es un pensamiento racional que no
acepta soluciones sobrenaturales a los problemas que plantea; además, niega el misti-
cismo y todos los intuicionismos y fideísmos y, por último, somete a un análisis crítico,
basado sobre los datos científicos, las respuestas posibles que propone.
La teodicea no puede resolver los problemas del mal y del sentido de la vida, ya
que en cierto sentido estos problemas no tienen solución, pero al menos, los delimita,
los analizas de manera racional y crítica, y restringe las soluciones que la religión y el
misticismo dan a estos problemas8.
7
Cf. E. Bloch, El principio esperanza, Aguilar, Madrid, 1977-1980.
8
Cf. A. Seller, Por una filosofía radical, Libros El Viejo topo, 1980..
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9
Hay que tener en cuenta que los autores que hacen críticas a la metafísica y se sitúan en un ámbito
postmetafisico entienden por metafísica la dominante en la tradición occidental y no una idea de metafí-
sica como planteamiento de las cuestiones últimas, en el sentido de referidas a la totalidad del mundo y
del hombre, que es absolutamente ineliminable no sólo mientras exista la filosofía sino incluso podríamos
afirmar mientras exista en el hombre la capacidad de pensar y de reflexionar. Por ejemplo, el Horkheimer
marxista en su escrito “Hegel y el problema de la metafísica” de 1932 utiliza la noción de metafísica
como “una aspiración a fundamentar los datos empíricos mediante un saber de lo real que esté por encima
del estudio empírico de las relaciones de hecho” ( Cf. M. Horkheimer, Historia, metafísica y escepticis-
mo, Alianza, Madrid, 1982, p. 132). Una noción tal de metafísica no tiene sentido al menos desde el sur-
gimiento de la ciencia moderna en el siglo XVII. En la misma línea Adorno en su obra Sobre la metacrí-
tica de la teoría del conocimiento de1956 criticó las pretensiones de una filosofía primera que al apostar
por la inmanencia del pensamiento pretende absorber en su totalidad lo no idéntico al mismo y fracasa en
su intento. La ruptura con la metafísica en este sentido supone la aceptación materialista de lo otro del
pensamiento que nunca puede ser agotado completamente por éste. (Cf. Th. W. Adorno, Sobre la meta-
crítica de la teoría del conocimiento, Planta –Agostini, Barcelona 1986, p.35). Por su parte J. Habermas
también se sitúa en una perspectiva postmetafísica en el sentido de recusar un pensamiento que se arroga
una superioridad sobre los conocimientos falibles de las ciencias; un pensamiento idealista, ahistórico,
que se piensa como no contextualizado históricamente; un pensamiento ocupado más de lso significados
que del uso pragmático de los mismos; un pensamiento, por último, que privilegia la teoría sobre la prác-
tica desconociendo la necesaria inserción de la teoría en sus contextos prácticos. En este sentido es claro
que nuestra época es postmetafísica. (cf. J. Habermas, Pensamiento postmetafisico, Taurus, Madrid, 1990,
p. 44). En la tradición analítica Carnap, rechaza la metafísica debido a su pretensión de conocer la esencia
de las cosas prescindiendo de los resultados de las ciencias empíricas o trascendiendo dichos resultados.
Según Heidegger la tradición metafísica occidental que rechaza se basa en dos elementos esenciales: la
prioridad de los entes sobre el ser, o lo que es lo mismo una noción de ser entendida como presencia y el
primado del sujeto, es decir el humanismo. Es decir, para Heidegger la metafísica es una etapa histórica
de la ontología, es la ontología que ha dominado en Occidente al servicio de la presencia y el sujeto.
31
contemporáneo. Una reflexión sobre las relaciones entre Metafísica y Ontología podría
denominarse Meta ontología en el sentido en que analiza las condiciones en qué se pue-
de plantear qué sentido puede tener la pregunta por el sentido del ser. La Metaontología
sería una disciplina filosófica que se ocuparía de temas como los siguientes: definición
de metafísica y ontología y la delimitación de las mismas; el planteamiento de la legiti-
midad de la pregunta por el sentido del ser; el análisis de las condiciones y límites de la
reflexión metafísica; el examen crítico de las diversas metafísicas y ontologías; la com-
paración entre las diversas ontologías; la historia de las diferentes tradiciones metafísi-
cas y ontológicas; el planteamiento de la relación entre ontología fundamental y ontolo-
gías regionales y entre éstas y las diversas ciencias que tematizan los diferentes ámbitos
de la realidad.10
Para nosotros la Metafísica es la unión de la Ontología y la Teodicea11, enten-
diendo por Ontología una teoría de las categorías por un lado y por otro un intento de
explicación última de la realidad concebida como una construcción hipotética basada en
los datos de las ciencias con la pretensión de sistematizar y completar los mismos en un
sentido sinóptico y sistemático. Por otra parte, entendemos la Teodicea no tanto como
Teología natural, es decir como una reflexión sobre Dios ya que no es posible decir na-
da sobre este tema en forma positiva fuera de la fe religiosa, sino más bien como una
consideración sobre el problema del mal en el mundo y la cuestión del sentido de la
vida humana, tanto a nivel individual como colectivo. Nuestra época es una época post-
religiosa que extrae su sentido de la muerte de Dios, al menos en un nivel teórico que
puede ser compatible a nivel pragmático incluso con un crecimiento de la práctica de las
diversas religiones. La contradicción anterior sólo muestra que en un mismo tiempo
cronológico coexisten numerosos tiempos conceptuales y que se puede ser coetáneo sin
ser contemporáneo debido a las anticipaciones y a los arcaísmos que coinciden en un
mismo momento histórico. La doble temática que estudia la Metafísica responde a la
dualidad de sentidos que la misma ha tenido en la tradición occidental: el ontológico y
el teológico, es decir el análisis de las características más universales que comparten los
diversos entes, así como de los primeros principios de los mismos; y el análisis de un
10
Cf. de Franca D’Agostino, “Metaontologia. Considerzioni terminologiche e storico-sistematiche su
‘ontologia’ e ‘metafisica’”,en la revista aut aut, nº 310-311 de julio-octubre de 2002, p. 154.
11
He tratado estos temas de forma más amplia en mi libro Metafísica, UNED, Madrid, 1988. y en las
Comunicaciones siguientes: “Sur la possibilité de faire de la Metaphysique aujourd'hui”, presentada en el
XVII Congreso Mundial de Filosofía, celebrado en Montreal el año 1983 y “La Metafísica hoy: atreverse
a pensar” presentada en el Encuentro del Área de Filosofía celebrado en Toledo, los días 20, 21 y 22 de
septiembre de 2001.
32
ente específico, traes-físico, principio a su vez de todos los entes. Nuestro planteamiento
de la problemática metafísica responde pues a un cierto respeto por la tradición filosófi-
ca occidental y su raíz onto-teológica inicial. Pensamos que es más útil conservar los
términos tradicionales adaptándolos a las nuevas problemáticas, es decir utilizar una
estrategia basada en la paleonimia, que inventar términos nuevos de difícil encaje en
nuestra tradición filosófica e incluso lingüística. La paleonimia supone, por supuesto,
una subversión interna del sentido clásico de los términos utilizados, al introducir una
deriva semántica de los mismos que les hace adquirir nuevo significados manteniendo
algunos de los rasgos de los términos antiguos.
Volviendo a la cuestión de la actualidad de la Ontología y la Metafísica se puede
decir que desde hace cierto tiempo asistimos a lo que se puede denominar un “giro onto-
lógico” (ontological turn12) que vuelve a colocar en el centro de la discusión filosófica
la cuestión de la Ontología entendida como la pregunta por el tipo de entes o cosas que
pueblan el mundo y a los que se refieren las teorías que construimos sobre dicho mundo
e incluso las palabras del lenguaje ordinario que todos manejamos. En este sentido la
Ontología no se ocuparía sólo de los entes existentes de forma efectiva sino también de
los posibles o deseables13. Los entes de que se ocupa la ontología son los que pueden
aparecer en el lenguaje y el lenguaje no sólo tiene un uso descriptivo o referencial, es
decir, referido a los entes existentes de forma efectiva, sino que se abre a la amplia pro-
blemática de la fantasía, los recuerdos y los deseos. Lo anterior nos hace situar la bús-
queda del ser de los entes en el terreno del lenguaje y considerar a éste como el ámbito
de la pregunta ontológica.
12
Cf. C. B. Martin y J. Heil, “The Ontological Turn” en el libro coordinado por P. A. French Y H. K.
Wettstein titulado New Directions in Philosophy, Blackwell, Oxford ,1999. Para un amplio y actualizado
repaso de la temática relacionada con los conceptos Metafísica y Ontología se puede consultar con mucho
provecho el artículo de F. D’Agostino ya citado, donde se plantea esta relación desde la perspectiva com-
parada de la filosofía de corte hermenéutico en sentido amplio y de la filosofía postanalítica.
13
Algunos reservan la noción de Metafísica para aludir a los valores y en general al deber ser, es decir a
lo que no existe pero debería existir, recogiendo el significado de ‘meta’ como ‘más allá ‘ (de lo físico),
como ‘transfísico’, pero para nosotros el deber ser y los valores son realidades existentes en tanto que
pensadas y promovidas por los individuos concretos. Dichas realidades son constructos que pertenecen al
mundo de las ideas (el tercer género de Popper) que se actualizan en entidades del segundo género (las
mentes de los individuos concretos). En ese sentido son objeto también de la Ontología ya que se les
otorga una existencia sui generis, no reductible a los objetos físicos ni a su mera actualización en la mente
de los individuos.
33
nectadas con las aportaciones de las ciencias concretas y qué se preguntan por el tipo de
entes a los que se refieren los conceptos científicos, es decir por el tipo de cosas existen-
tes en el mundo
En este sentido nuestra concepción de la ontología se aproxima a aquella ontología
fundamental que Heidegger presenta en los parágrafos 3 y 4 de Ser y Tiempo y que
sirve de base a las ontologías regionales que son a su vez la base de las ciencias. Pero a
diferencia del filósofo alemán nosotros no pensamos que dicha ontología fundamental
“tenga que buscarse en la analítica existenciaria del ‘ser ahí’”15 También se po-
dría aproximar a la noción de meta ontología que el propio Heidegger utiliza en su Me-
taphysische Anfangsgründe del Logik de 1928 y que distingue de la metafísica funda-
mental. La Metaontología en esta obra de Heidegger va más allá de las regiones especí-
ficas del ser que son tematizadas por las ontologías regionales que son a su vez la base
de las distintas ciencias. En este sentido se ocupa del ser en su totalidad y en su unidad.
Esta Metaontología supone una subversión (metabolé) de la ontología tradicional ya
que se sitúan en la perspectiva del ser y no ya de los entes concretos. En este momento
de su obra Heidegger considera la metafísica como la unión de la Metaontología y de la
ontología fundamental; si la primera se refiere a las ontologías regionales de las ciencias
la ontología fundamental tematiza la analítica del ser ahí y de la temporalidad. Nosotros
preferimos reservar la noción de Metaontología a la reflexión sobre las condiciones de
posibilidad del propio planteamiento metafísico y emplear Ontología para esa reflexión
última sobre las categorías más generales de todo tipo de seres y que sirve de base a las
ontologías regionales dentro de las cuales ocupa un lugar central la Antropología enten-
dida como la articulación de una ontología del ser social y una ontopraxeología, enfo-
ques complementarios de la vida humana en sociedad. La ontología del ser social abor-
da los aspectos sistémicos, holistas, de la vida humana; mientras que la ontopraxeología
es la ontología de la acción, es decir reflexiona sobre la estructura constitutiva de la ac-
ción humana. Ambas perspectivas son complementarías ya que aunque la acción de un
individuo concreto se da siempre en un contexto social y cultural que le precede y en
15
Cf. M. Heidegger, Ser y Tiempo, FCE, México, 1974, p.23.
35
0.
En primer lugar conviene llevar a cabo algunas precisiones metodológicas. Metafi-
losofía puede entenderse en dos sentidos: en primer lugar , como la conciencia de que
estamos en una época que se encuentra más allá de la filosofía, tras la muerte o realiza-
ción de la filosofía; en segundo lugar, metafilosofía se puede entender como la reflexión
acerca de la propia filosofía, de su definición, de los diversos estilos de hacer filosofía,
etc. En este segundo sentido la metafilosofía se aproxima a lo que también se denomina
perifilosofía, es decir, los estudios acerca de las diferentes formas de hacer filosofía a lo
largo de la historia, o incluso la reflexión acerca de las posibles formas de hacer filoso-
fía .Por otra parte, entendemos metafísica como una disciplina esencialmente problemá-
tica más que teoremática, más un saber nómada que una ciencia sedentaria, más cercana
al arte que a la ciencia, con dos partes, la ontología y la teodicea; la ontología es, por un
lado, la ciencia del ser en cuanto ser y por otro la teoría de las categorías, mientras que
la teodicea se puede entender, una vez periclitada su concepción como teología natural,
37
como la reflexión acerca del problema del mal y del sentido de la vida. La ontología es
una reflexión en torno a las ideas de la razón más que sobre los conceptos del entendi-
miento y en este sentido la ontología puede considerarse una teoría de las categorías en
su triple sentido de modos de ser, formas de hablar y estructuras del pensamiento. Tam-
bién la ontología aventura un intento de explicación última de la realidad llevada a cabo
a partir de los resultados de las ciencias, los mitos, las artes y cualesquiera otras formas
posibles de ordenar y estructurar la realidad. El pensamiento en tanto que conjunto de
redes que se proyectan sobre el caos para ordenarlo y transformarlo en un cosmos, se
presenta de tres maneras distintas: la ciencia, el arte y la filosofía, disciplinas basadas
respectivamente en funciones, perceptos y afectos y conceptos.
La metafilosofía en tanto que conciencia del acabamiento de la filosofía es una re-
flexión diacrónica que supone una teoría acerca de la historia y la historicidad de la filo-
sofía; por su parte, la perifilosofía es más bien una consideración sincrónica de las dife-
rentes formas posibles de hacer filosofía en cada momento histórico. No se nos puede
escapar que metafilosofía y perifilosofía son reflexiones acerca de la filosofía que se
influyen mutuamente. La radical historicidad de la filosofía que supone la metafilosofía
en el sentido de considerar la filosofía como una actividad humana que tuvo una fecha y
un lugar de nacimiento e incluso una fecha de defunción, imposibilita ciertas formas de
hacer filosofía, por ejemplo, aquellas que acepten la posibilidad de una filosofía peren-
ne, ahistórica. De igual manera hay consideraciones peri filosóficas que consideran que
la filosofía es una actividad humana permanente y por lo tanto imposibilitarían una me-
tafilosofía en sentido estricto, es decir un tipo de pensamiento consciente de ser el suce-
sor de la filosofía propiamente dicha que habría desaparecido, bien por haberse descu-
bierto su inutilidad, como piensan algunos autores de corte analítico, o bien por haber
llegado a su realización como pensaron algunos autores de influencia marxista incluido
el propio Marx y pensadores contemporáneos como Henry Lefebvre.
1.
Kant ya consideró que aunque la metafísica se basa en una ilusión, esta ilusión es
constitutiva de la propia razón humana y, por ello, es muy difícil desprenderse de ella.
La ilusión trascendental no cesa aunque haya sido descubierta gracias a la crítica tras-
cendental de la razón, debido a que existen en dicha razón, en tanto que facultad cog-
noscitiva del hombre, ciertas reglas básicas que se presentan como principios objetivos
sin serlo. Estas reglas pretenden aplicar el entendimiento fuera de sus límites, marcados
38
2.
A partir de Kant que inaugura la edad de la crítica, los filósofos de la sospecha,
Marx, Freud y Nietzsche, en tanto que críticos modernos de la modernidad, desarrollan
críticas devastadoras de las pretensiones de la metafísica tradicional. Feuerbach denun-
cia la base teológica de la metafísica hegeliana así como su espiritualismo que hacen de
ella una ‘psicología esotérica’. Frente a este espiritualismo, Feuerbach propone partir de
lo finito, lo determinado y concibe lo real como lo sensible que se despliega en el espa-
cio y el tiempo. La crítica antimetafísica de Feuerbach es la base a partir de la cual desa-
rrolla Marx su crítica del sujeto como alma, del mundo como criatura y de Dios como
creador que le permite construir una filosofía basada en un humanismo positivo, practi-
co y no teórico centrado en los seres humanos concretos e individuales y no en una
esencia humana abstracta, en un naturalismo no positivista y un ateísmo humanista na-
turalista que suponen una crítica en acto, teórica y práctica, de las nociones metafísicas
clásicas y propugnan la superación de la filosofía gracias a su realización positiva.
Por su parte Freud contribuye de forma decisiva a la crítica del antropomorfismo,
base de la metafísica clásica al denunciar el mito de un sujeto autoconsciente que se
percibe a sí mismo de forma transparente y la religión como una ilusión engañosa. La
apuesta por un naturalismo lúcido y desesperanzado rompe con cualquier ilusión meta-
física.
Por último Nietzsche, critica también la metafísica en tanto que configura una ló-
gica de la ficción que ha permitido la suplantación del mundo real por el aparente. Para
nuestro autor la metafísica occidental es esencialmente platonismo en tanto que afirma-
ción del jorismós, es decir de la radical escisión entre el mundo de las ideas y el mundo
de las copias. Su inversión del platonismo conlleva la apuesta por el ‘sentido de la tie-
rra’ y la afirmación de valores vitales y materialistas. Nietzsche considera útiles las fic-
ciones metafísicas para controlar pragmáticamente la realidad pero advierte contra el
riesgo de asumirlas como verdaderas. Detrás de los conceptos metafísicos se encuentra
el despliegue de la voluntad de poder que tiene que llevar a cabo una transvaloración de
todos los valores que permita el surgimiento de nuevas tablas de valores más ajustadas
40
3.
Ya en nuestra época Heidegger ha denunciado la metafísica occidental como una
onto-teología que ha olvidado el sentido primigenio del Ser por haberse volcado a favor
de los entes y que se ha desplegado a través de dos preguntas esenciales: ¿Qué es el ente
en general en tanto que ente? Y ¿cuál es y cómo es el ente en tanto que ente supremo?
La metafísica occidental supone que el ser se ha mantenido en suspenso, en una retirada
que es una ocultación y un velamiento.
Por ello frente al pensamiento metafísico tradicional se propone un pensamiento
no calculante sino atento a la rememoración del Ser, que intente pensar su verdad y que
se despliega como un pensamiento quizás no ya propiamente filosófico sino más abierto
a la poesía y al arte. Heidegger propone más que una superación (Ueberwindung) de la
metafísica en el sentido de su destrucción, una asunción (Verwindung) de la misma que
permita el establecimiento de su lugar (Ort), decir, su localización (Erörterung).
Para Heidegger el Ser es esencialmente epocal y su despliegue da lugar a la histo-
ria universal. Hasta ahora las grandes épocas en sentido etimológico (es decir, en tanto
que momentos de detención del pensamiento) de la filosofía occidental, ligadas a los
nombres de Platón, Aristóteles, Kant, Hegel, Nietzsche, han coincidido en un punto
esencial, la consideración del Ser como presencia, como algo que se despliega en el
presente de la presencia. En la modernidad, a partir de Descartes, esta presencia se en-
tiende como re-presentación, como presencia de un objeto frente a un sujeto, lo que su-
41
pone que la esencia de un ente consiste en su ser objeto, es decir representación respecto
de un sujeto que lo capta. La esencia del ente deja de ser eidos, idea, para ser Bild,
imagen, pero algo de la idea permanece en la imagen; más aún el platonismo esté en el
origen del mundo de la imagen, del mundo representativo, es un envío del mismo. El
envío es una forma de enfocar la historia del ente de una forma no dialéctica, es decir no
basada en la negación-superación de cada fase en beneficio de la sucesiva, sino más
bien en la idea de un todavía que es ya algo más. De igual manera que en la representa-
ción está todavía el mundo de la idea pero ya no como idea, en un pensamiento que in-
tente ir más allá de la representación se mantendrá dicha representación pero de una
forma ya no representativa. La representación apunta ya a un momento no representati-
vo.
La diferencia ontológica es decir la que se establece entre el ser y el ente y cuyo
olvido ha dado lugar a al metafísica occidental es resaltada por Heidegger que la inter-
preta como un diferir (Austrag) activo y no como una simple diferencia estática y muer-
ta. La metafísica occidental ha coincidido con el despliegue del nihilismo, pero la recu-
peración del ser que acaece después del nihilismo sólo nos entrega un ser tachado, es
decir un ser que ha asumido en sí mismo la nada, la falta y que por ello no puede ser ya
pleno.
La superación de la metafísica propuesta por Heidegger no es radical ya que su
propuesta concluye con el retorno a un hablar primigenio, arcaico, previo al diferenciar-
se entre el ser y el ente y que estaría presente en la palabra esotérica de los grandes poe-
tas como Hölderlin, Trakl o Rilke.
4.
conceptos no son metafísicos en sí mismos sino sólo en el seno del sistema textual en
que se inscriben. Por ello no nos podemos sustraer a la metafísica simplemente abando-
nada alguna de sus conceptos sino haciendo trabajar el conjunto del sistema conceptual
que la metafísica constituye. El desbordamiento del discurso metafísico en cuanto este
mismo relata la retirada del ser, no puede abordarse sin que al mismo tiempo se produz-
ca una retirada de la metáfora en tanto que concepto a su vez metafísico. Pero este
abandono de la metáfora no deja sin embargo un discurso literal y propio, lo que hace
que la salida de la metafísica siempre presente una forma de re-torno, de re-pliegue,
como efectúan las olas sobre la playa, de una repetición que aporta un suplemento, una
metáfora de más, una retirada (re-trait) de la metáfora en el sentido de un re-trazo de la
misma. La retórica no es la verdad de la metafísica, sino que depende ella misma de la
metafísica y por ello la superación de la metafísica no estará en reducirla a una tropolo-
gía, a una retórica, sino en la posibilidad de establecer un suplemento que no sea meta-
físico ni metafórico.
La deconstrucción supone una estrategia paleonímica según la cual se conservan
los viejos términos pero sometidos a un trabajo textual y conceptual que los disloca de
sus significados primigenios y les permite jugar en otras estrategias textuales. La estra-
tegia supone la extracción de un elemento de un sistema, su injerto en otros sistemas
textuales, lo que permite la extensión de su sentido y su renovación. Se mantiene el
nombre antiguo a título de palanca de intervención que permite apoyarse en el sistema
que se quiere transformar. De esta manera el sistema primitivo queda re-escrito sin ser
abandonado completamente. Esta re-escritura permite liberar elementos que en el inter-
ior de sistemas metafísicos dados, como la obra de Saussure, de Rousseau, de Hegel,
por ejemplo, van más allá del querer-decir de sus propios autores y permiten volver sus
textos contra la significación dominante en los mismos.
No es posible realizar una mera superación de la metafísica, oponiendo el privile-
gio de la escritura, un grafocentrismo, al predominio del fonocentrismo que domina la
metafísica occidental incluso en la superación heideggeriana de la misma. No es posible
elaborar un discurso transgresivo que rompa la clausura del discurso metafísico. Cual-
quier transgresión de la metafísica se apoya en los recursos que la propia metafísica
proporciona y se mantiene en el interior de la clausura metafísica. La única posibilidad
reside en trabajar en el límite, es decir en el espacio en el que la oposición inter-
ior/exterior deja de tener sentido. En todo pensamiento que intente superar la metafísica
se produce la cohabitación entre elementos metafísicos residuales y elementos críticos,
44
5.
Como conclusión podemos decir que las posturas que se tomen en la cuestión de
la metafilosofía en el sentido de un más allá de la filosofía tienen consecuencia en el
ámbito de la perifilosofía ya que impiden ciertas formas de hacer filosofía y promueven
otros modos alternativos. Por nuestra parte pensamos que más que pretender situarse de
golpe en un pensamiento que se considere a sí mismo como postmetafísico, quizás sea
más prudente esforzarse en construir un pensamiento que entable una relación cons-
ciente, irónica y subversiva con sus propios presupuestos metafísicos y que piensa el ser
como recuerdo, siendo consciente de la herencia que conlleva, y de su esencial mortali-
dad, finitud y caducidad. El ser es traza, es resto, es recuerdo, y está ligado de manera
esencial al tiempo, es radicalmente epocal y no transhistórico. El pensamiento que quie-
re ir más allá de la metafísica tiene que reconocer que toma prestados los recursos sin-
tácticos y semánticos de la metafísica en el momento mismo en que trata de deconstruir-
la. Por esto tiene que reconocer la persistencia de estas influencias metafísicas y cam-
biar continuamente las formas y los lugares del cuestionamiento de la metafísica. Es la
coyuntura histórica la que marca los textos o las instituciones que tienen que ser decons-
truidos, así como la dirección en la que hay que impulsar los elementos nuevos así libe-
rados. De igual manera que en los años setenta fue preciso someter a un trabajo de de-
construcción las versiones dominantes del freudismo y del marxismo, hoy en día con-
viene recuperar dichos textos que nunca se han ido del todo y explorares sus potenciali-
dades inéditas. Así como en aquellos años convino recuperar la democracia como un
valor olvidado en los textos y en las prácticas de los grupúsculos revolucionarios, hoy
día conviene someter a la crítica deconstructora dicha idea de democracia tal como se
impone actualmente en nuestras sociedades.
47
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS