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Izquierda? (Una extraña antología) – Pablo Pozzoni – Fundación LIBRE
Pablo Pozzoni
El misterio del capital intelectual de Marx: ¿corriendo por derecha a la Nueva
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Vale, sin embargo, hacer una aclaración a tiempo: que el Comunismo ha sido
una de las peores (o quizá la peor) atrocidad política creada por el hombre, es
en parte muy cierto, pero también esconde algo de falso. No entraré en este
debate arduo, pero vale la pena aquí reiterar lo que decía Castellani: los
totalitarismos extremos que casi en todos los casos llegaron a imponer, en
mayor o menor medida, los movimientos comunistas –así como el marxismo-
leninismo, que utilizaba a Marx de racionalización superflua y a Lenin como
programa estratégico–, no era la mayor corrupción política e ideológica
alcanzable por la humanidad, sino sólo su manifestación más brutal, tosca,
destinada no sólo a perecer sino además incapaz de descristianizar a Europa;
sólo capaz, en cambio, de oprimirla, dejando como única opción liberadora a un
progresismo burgués general. Para él, así como para otros pocos pensadores –
que sin embargo han resultado proféticos–, algo mucho más insidioso y
“pacífico” se encontraba entre manos: la inmersión de la humanidad, a su
propio gusto, en un futuro híbrido de un mercado global hedonista y un poder
global tutelar. Una nueva izquierda (o, quizá, la izquierda “original”, si nos
remontamos al filosofismo iluminista y luego al éxito social de los girondinos)
que sería sostenida sobre el capitalismo y que tomaría de éste sus peores
El misterio del capital intelectual de Marx: ¿corriendo por derecha a la Nueva
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Hecho este excurso, sigo con el párrafo que planeaba como continuación del
anterior.
Weber solía decir que si se quería dar cuenta de la economía y la política, y para
ello avanzar en el desarrollo de todas las ciencias sociales como tales, había que
tomar medida de cómo se habían “saldado las cuentas” con Marx, rescatando,
con prudencia, el valor heurístico de su obra. Si no se coincide con ésta, es más
que comprensible, pero esquivarla en vez de intentar superarla, no
reconociendo sus descubrimientos en vez de pensarlos de otra manera, es como
pretender eludir y saltear a Kant en el desarrollo del pensamiento filosófico
como un mero error. Es imposible. Como sucedió con el idealismo
trascendental kantiano, hay que dar cuenta de lo que el materialismo social
marxiano supo explicar. Y que supo explicar muy bien. Cuatro lecturas nada
marxistas puedo recomendar respecto a esto último: los cuatro capítulos
clásicos que Schumpeter dedicara a Karl Marx; el estudio de su obra que hiciera
Raymond Aron; dos libros por parte de un economista poco conocido llamado
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Dicho lo anterior, cabe aclarar: no todo ha sido obra suya. Marx se paró sobre
hombros de gigantes, y no lo ocultaba. Él mismo reconocía que había logrado
encastrar en un mismo lugar los profundos análisis de autores que le precedían
y que, además, en la mayoría de los casos, le eran muy distantes respecto a su
posición política. La mayoría de éstos no eran sólo revolucionarios liberales y
socialistas, como se suele creer, sino una variopinta combinación de
conservadores y tradicionalistas, muchos incluso monárquicos. Todavía más:
sus observaciones más radicales contra el capitalismo, no provenían de
aquellos, sino de estos últimos. El más importante de entre estos quizá haya
sido el bastante desconocido Lorenz von Stein, con quien literalmente coincidió
no sólo en su forma de concebir la clase social como una sumatoria orgánica de
relaciones de producción, sino además su teoría de la lucha de clases, y hasta su
idea de una infraestructura “material” y “económica” ubicada esencialmente en
los medios técnicos de reproducción social. También vale la pena mencionar a
uno de sus colegas contemporáneos: el sociólogo tradicionalista Wilhelm
Heinrich Riehl, aunque como una influencia que aquél hubiera detestado
admitir. Y otra deuda de Marx, probablemente, también haya sido hacia Alexis
de Tocqueville; un sociólogo que un poco erradamente se pone, como sucede
con el filósofo político Bertrand de Jouvenel, bajo el rubro de los autores
liberales clásicos sólo por ciertos aspectos de su obra. Pero, en cualquier caso, si
seguimos hacia atrás, encontraremos una suma de otros grandes pensadores
que afirmaban lo mismo que Karl Marx, y en tonos todavía más provocadores.
Desde Adam Smith sobre el surgimiento de la sociedad de mercaderes hasta los
Federalistas concibiendo las facciones políticas como articuladoras de las
ideologías de los diferentes intereses sociales creados por la división del trabajo.
Más propiamente: Marx lo que hizo fue, en pocas palabras, unir en un solo
lugar todas las formas de organización social humanas; deslindar de éstas todos
los supuestos males que según él tenían, y aunar los frutos de su desarrollo
histórico en un modelo futuro superador. ¿El resultado de concluir de esta
forma el panteísmo evolutivo de Hegel resolviéndolo en la llegada a un paraíso
social? Que Marx pudo criticar (y defender) a todas las sociedades desde todas
las posiciones ideológicas a la vez.
Trataré de explicar esto último con los ejemplos quizá más importantes, y
aunque faltarían muchos otros, se trata de comentarios fácilmente ubicables en
su obra:
división técnica y social del trabajo, cosa que sólo podía impulsarse mediante la
explotación de estamentos no dedicados a la economía: élites políticas,
guerreras, etc., subproductos de las formas primitivas de propiedad privada.
Dicho todo esto, está claro que Marx no era, sobra aclararlo, representante ni
siquiera parcial de ninguna de las derechas políticas que grosso modo subsisten
como grupos de presión social e ideológica actualmente, y que son enemigas de
las izquierdas oficiales presentes. Marx no era ni un liberal, ni un conservador,
ni un nacionalista. Y si vamos a categorías doctrinales más profundas, lo
mismo: no representaba a ninguna posición liberal (ni siquiera al socialismo
liberal de un Kelsen o un Oppenheimer, y menos al socioliberalismo de un
Stuart Mill o un Keynes). Marx no era tampoco, obviamente, un nacionalista
tradicionalista: sabía que con razón los tradicionalistas puros rechazaban el
concepto moderno estatal de “nación” inventado en el siglo XVIII: un engendro
corrosivo de la integridad de las verdaderas comunidades de nacimiento –los
pueblos locales– por lo que obviamente apoyaba por eso mismo al nuevo
“nacionalismo” en tanto pre-globalizador (sin acercarse ni por asomo a la
izquierda nacionalista). Tampoco era un conservador en ninguna de sus formas,
ni la del globalismo secular republicano de los neoconservadores, ni la del
patriotismo antiglobalista de los paleoconservadores. Pero el punto es que
tampoco era lo opuesto: no era un estatista autoritario, populista-democrático y
antiliberal; no era un humanista secular enemigo del comunitarismo medieval
(un prologuista de uno de sus libros llegó a hablar del “rancio cristianismo
ético-político” de Marx), y finalmente, no era un enemigo de la estabilidad
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En fin ¿qué pueden hacer con Marx las derechas, además de lo que vienen
haciendo, salvo honrosas excepciones, hace más de un siglo, esto es: leer los
argumentos que éste usaba en su contra para elaborar contrarrespuestas
superiores en forma poco constructiva? Pues es sencillo: ¡extraer lo que éste
decía en la defensa de esas mismas derechas cuando criticaba a las restantes! Y,
aclaro: no se trata de una mera instrumentalización de su obra. Sin lugar a
dudas, si Marx tenía cabal razón cuando escribió favoreciendo a alguna de las
“diferentes derechas”, entonces el costo será para las restantes, con lo cual no
tendría sentido intentar que liberales, conservadores, nacionalistas,
tradicionalistas y comunitaristas pretendan convertirse en una suerte de
“marxistas de derecha”. El marxismo, si se adopta como sistema de
pensamiento, no posibilitaría tal uso. Weber sí, pero no Marx. (Y esto muestra, a
la vez, tanto la cerrazón como el coherente ensamblado de su pensamiento.) Sin
embargo, las afirmaciones aquí citadas pueden ser simultáneamente
verdaderas, pero ser valoradas en forma distinta.
El punto es que Marx pudo haber tenido más puntos válidos, en aquellos
argumentos que favorecen a las diferentes corrientes que llamamos “derechas”,
que en aquellos argumentos que las perjudican. Éstos se pueden aceptar
críticamente, matizar, o bien resignar al costo que implican, a la manera de
Isaiah Berlin. Y aun cuando no se pudiera ¿acaso importa? Al fin y al cabo, si no
fuera así, de cualquier forma las derechas estarían en el mismo problema: para
resolverlo deberían pensar igual y no contraponerse en cuestiones clave. Pero
no pueden, y está bien que así sea. En sus fundamentos últimos no son
conciliables, ni lo podrán ser, aun cuando, sin embargo pudieran depurar sus
“modelos de sociedad” adoptando elementos valiosos de las restantes.
Fijémonos cuán cierto es esto con sólo unos ásperos pares de ejemplos:
Las obras del pensamiento nacionalista (moderno, mal que nos pese; aunque
sus intenciones sean genuinamente tradicionalistas), se dan de patadas no sólo
con el feudalismo y el comunitarismo medievales (cayendo una y otra vez en el
absolutismo), sino incluso con el anticapitalismo implícito en el corporativismo
no-estatal de los distributistas. Y qué decir de lo que el centralismo nacionalista,
por más cuerpos intermedios que intente proteger, choca con la mecánica
mercantil del resto de la sociedad civil en cuanto a sus componentes modernos:
las empresas, cada vez más lejanas de su articulación con cuerpos intermedios
tradicionales. Ni qué hablar del Estado moderno, al que los nacionalistas
intentan reconducir para sus fines de una modernidad tecnológica
culturalmente tradicionalista. Su intento es como intentar chantajear a un
demonio con ser exorcizado, para que trabaje para la salvación de las almas del
resto de la humanidad.
Insisto, pues, en cualquier caso: ¿es esto hoy tan importante? Las derechas deben
aceptar que están en guerra con una nueva izquierda (en realidad con dos: una
progresista y la otra populista, que se dan de la mano en cuanto pueden), y que,
aunque en muchas cosas se encuentren a mayor distancia entre sí que respecto
de estas izquierdas, éstas izquierdas son, por la contingencia política, cultural y
social presente, su primer y principal enemigo. Representan la principal
amenaza intencional a su misma existencia; socialmente, culturalmente y hasta
políticamente.
No hay para las derechas, literalmente, ninguna forma de que puedan bregar
por su causa, sin primero combatir a estas izquierdas decididas a arrancar a las
derechas de raíz del espectro político. Y estas izquierdas saben perfectamente
por qué necesitan hacerlo. Y saben que en su radicalismo hereditario, deben
rescatar de cada uno de sus adversarios sus errores y confusiones. Pues bien, he
aquí que Marx supo ver (aunque no fue el único, claramente) aquello en que
cada uno sí acertaba en cuanto su visión de los fenómenos sociales, y lo
adecuado que había en sus argumentaciones. No es coincidencia que a cada
paso en que la izquierda comunista se desarrolló, se fue alejando cada vez más,
primero del ideario comunista, luego de la obra del propio Marx (primero con
Lenin y luego con Gramsci), y finalmente de cualquier ligazón aun indirecta con
Marx (hasta llegar a Laclau).
Y hay algo más, con lo que quiero cerrar antes de reproducir estas citas: lo que
llamamos el pensamiento marxiano en general, por entero, y no sólo en estos
fragmentos, es literal y hermenéuticamente incompatible como cosmovisión con
la del bolchevismo leninista o lo que conocemos oficialmente como
“comunismo”. El leninismo no es más que el análisis de las condiciones sociales
para la adopción del poder político por parte de los partidos comunistas, con el
fin de establecerlos como reguladores de la vida social y económica de
diferentes naciones, y no, como en el caso del análisis marxiano, un análisis de
las condiciones sociales para la creación de un desarrollo autónomo, fuera de la
ingeniería política, de asambleas provisionales obreras para la transición hacia
una “asociación libre de productores individuales”, lo cual requiere un insight
mucho más profundo en el análisis de los fenómenos sociales. Es por esto que
los mejores intelectuales y académicos de la Guerra Fría citaban a Marx para
criticar a las dictaduras de los partidos comunistas. Y no para referirse
sonsamente a la “traición” respecto a las promesas de Marx respecto a las
condiciones que se requerían para una revolución comunista (ya que éste
fácilmente Marx podría haberse equivocado), sino porque los mismos métodos
analíticos de Marx para analizar a la sociedad capitalista podían usarse para
desmenuzar a los modelos, tanto de los militarmente planificados “comunismos
de guerra”, como de los estatalmente dirigidos “socialismos reales”, y que, a la
inversa de lo que se cree, la conquista del poder por el bolchevismo no
demostraba que Marx estuviera equivocado. Como mucho, demostraba que
ciertos textos de Marx, sacados de contexto y convertidos en una mala
escolástica, podían servir como una buena justificación ideológica para
regímenes que él mismo jamás negó pudieran surgir antes del comunismo por
éste profetizado (e insisto: afirmar esto, no significa por ello que tuviera razón).
Estos regímenes habían podido tomar el poder no mediante la maduración
revolucionaria de ninguna clase obrera para reemplazar al capitalismo, sino por
todo lo contrario: incluso la democracia directa y a la vez plural de los “soviets”
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obreros defendida por Arendt contra la dictadura del partido bolchevique, era
incapaz de fundar un nuevo orden socioeconómico. Ni siquiera fueron estas
asambleas minoritarias las que impusieron el poder del Partido, sino que fue
obra de milicianos provistos por Kerensky. De vuelta, regreso con lo que ya
decía la embajadora de Ronald Reagan, y que quiero citar completo a pesar de
la extensión de los párrafos:
Pues bien, para entender mejor todo esto, las herramientas intelectuales
elaboradas por Marx son bastante útiles, y por eso es que las usan autores de
“derecha”, de “centro” y de “izquierda”, en cualquiera de los sentidos que se le
quiera dar a estos conceptos en la geografía ideológica de la política. De hecho,
diría que hoy y desde hace ya bastate más que un par de décadas, han sido más
autores de derecha que de izquierda los que han recurrido a Marx, como es el
caso de Furet o Aron. Incluso defensores de la familia han citado a Marx, puesto
que aunque éste considere a la misma un subproducto de prevalencia biológica
(que existiría incluso dentro de los comunismos primitivos tribales, y que en el
comunismo futuro creía él tendería a desaparecer), no dejaba de ser para él una
herencia de una forma comunista de vida: las observaciones marxianas son más
que útiles para entender la aniquilación de las familias tradicionales extensas
(que existieron hasta terminada la Edad Media) y su reemplazo por la familia
nuclear burguesa destinada a representar egoísmos en conflicto. La izquierda,
en cambio, jugó la carta de inventarnos conflictos ad hoc: ha retornado a un
radicalismo dialéctico totalmente elástico aplicable a cualquier grupo social
para enmarcarlo en una dinámica de opresor-oprimido, así como se ha
degradado a un neo-jacobinismo vulgar, a medio camino entre el elitismo
ideológico de los partidos de cuadros bolcheviques, y el populismo electoralista
autoritario de organizaciones de masas disfrazadas de mediadoras de un
cesarismo plebiscitario. El izquierdismo se ha refugiado en una lectura, sesgada
y malinterpretada, de la crítica post-nietzscheana de Weber al concepto de
“Historia” (con mayúsculas), para imbuir a este sociólogo de un contingentismo
histórico y un anti-esencialismo social que él mismo jamás aceptó, y que sirve
de falso soporte a una lectura postmoderna, abstrusa o sincrética, de los
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Unas últimas aclaraciones, pues, antes de pasar directamente a las citas de Marx
que elegí para esta suerte de antología del “derechismo de Marx”. Los textos
están extraídos directamente de traducciones originales, pero el orden de los
fragmentos están deliberadamente modificados, a veces incluso intercalando
fragmentos de diferentes obras. No aclaro con precisión qué párrafo pertenece a
qué obra y qué páginas, porque sería realmente caótico. Pero quien acaso
suponga que esta fragmentación y reunificación personalizada por mí, implica
acaso una descontextualización que cambia el sentido de los párrafos citados,
puede tomarse la total libertad de “copiar y pegar” en el buscador de Google
cualquiera de los párrafos y leerlos en su contexto original. Allí se verá que
todas las afirmaciones de Marx no cambian de sentido. Obviamente, mi
selección es de aquellas partes en las que el autor escribe algo que las diferentes
posiciones políticas de derechas pueden reconocer como válidas y fructíferas,
con lo cual omití las oraciones y párrafos (por lo general subsiguientes) en los
cuales Marx aclara que su posición no deja de ser, como ya dije, necesariamente
adversaria de aquello que a la vez elogia. El mal social para Marx, es parte de
un desarrollo en fases necesario y cruento, y todos los bienes que ese desarrollo
puede ir acumulando requieren, provisionalmente, de su negación histórica.
Sólo el comunismo futuro –creía Marx–, podría conciliar todos estos bienes en
un mismo lugar. Luego, no me pareció que tuviera sentido dejar esos párrafos a
manera de oraciones aclaratorias.
Sin embargo, a pesar de esto, yo mismo hice las aclaraciones pertinentes como
prólogo para cada “capítulo” de esta breve y muy incompleta antología. La
razón es también fácil de entender: cada sección está dirigida a una “derecha”
diferente, y por ende será fácil para el lector avispado descubrir la relación
amor-odio de Marx con las diferentes formaciones sociales que corresponden a
momentos del desarrollo histórico según su obra: en el capítulo del “Marx
liberal” podremos encontrar la contracara negativa de aquello que elogia el
“Marx tradicionalista”. Y así con múltiples oposiciones que no son tampoco
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siempre binarias, sino que remiten a una relación bastante compleja, pero que
denota, sin embargo, la continuidad de coherencia en la obra del Prometeo de
Tréveris.
reemplazado por el plan reglamentado de un poder estatal cuya labor está dividida y
centralizada como en una fábrica. La primera revolución francesa, con su misión de
romper todos los poderes particulares locales, territoriales, municipales y provinciales,
para crear la unidad civil de la nación, tenía necesariamente que desarrollar lo que la
monarquía absoluta había iniciado: la centralización; pero al mismo tiempo amplió el
volumen, las atribuciones y el número de servidores del poder del Gobierno. Napoleón
perfeccionó esta máquina del Estado. La monarquía legítima y la monarquía de Julio
no añadieron nada más que una mayor división del trabajo, que crecía a medida que la
división del trabajo dentro de la sociedad burguesa creaba nuevos grupos de intereses,
y por tanto nuevo material para la administración del Estado. Cada interés se
desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a ésta como interés
superior, general (allgemeines), se sustraía a la propia iniciativa de los individuos de la
sociedad y se convertía en objeto de la actividad del Gobierno, desde el puente, la
escuela y los bienes comunales de un municipio rural cualquiera, hasta los
ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades de Francia. Finalmente, la
república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, vióse obligada a fortalecer,
junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del poder del
Gobierno. Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla.
Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma
de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor.
La comunidad en la cual el suelo cultivable pertenece a los campesinos como
propiedad privada, en tanto que los bosques, praderas y yermos siguen siendo tierra
común, también fue introducida por los germanos en todos los países conquistados.
Gracias a las características que tomó de su prototipo, siguió siendo, a lo largo de toda
la Edad Media, el único baluarte de la libertad popular y de la vida popular. La
“comunidad aldeana” también se da en Asia, entre los afganos, etc., pero en todas
partes es el tipo más joven, por así decirlo la última palabra de la formación arcaica de
sociedades.
los momentos de su amor propio especial, la vida política trata de aplastar a lo que es
su premisa: la sociedad burguesa y sus elementos, y a constituirse en la vida genérica
real del hombre, exenta de contradicciones. Sólo puede conseguirlo, sin embargo,
mediante contradicciones violentas con sus propias condiciones de vida, declarando la
revolución como permanente.
Napoleón representó la última batalla del Terror revolucionario contra la sociedad
burguesa, también proclamada por la Revolución, y contra su política. Napoleón
consideraba también al Estado como su propia finalidad y a la sociedad burguesa
únicamente como un socio capitalista, como un subordinado al que se prohibía toda
voluntad propia. Puso en práctica el Terror reemplazando la revolución permanente
por la guerra permanente.
Y el drama político termina, por tanto, no menos necesariamente, con la restauración
de la religión privada, de la propiedad privada, de todos los elementos de la sociedad
burguesa, del mismo modo que la guerra termina con la paz.
La desintegración del hombre en el judío y en el ciudadano, en el protestante y en el
ciudadano, en el hombre religioso y en el ciudadano, esta desintegración, no es una
mentira contra la ciudadanía, no es una evasión de la emancipación política, sino que
es la emancipación política misma: es el modo político de emancipar al poder de la
religión.
trabajo, no hacían más de lo que deseaban, y sin embargo ganaban lo suficiente para
cubrir sus necesidades, tenían tiempo para un trabajo sano en su jardín o su parcela,
trabajo que era para ellos una distracción, y podían además participar en las
diversiones y juegos de sus vecinos; y todos estos juegos: bolos, balón, etc., contribuían
al mantenimiento de su salud y a su desarrollo físico.
Se trataba en su mayor parte de gente vigorosa y bien dispuesta cuya constitución
física apenas se diferenciaba o no se diferenciaba del todo de aquella de los
campesinos, sus vecinos. Los niños crecían respirando el aire puro del campo, y si
llegaban a ayudar a sus padres en el trabajo, era solo de vez en cuando, y no era
cuestión de una jornada de trabajo de 8 ó 12 horas. El carácter moral e intelectual de
esta clase se adivina fácilmente. Estos trabajadores nunca visitaban las ciudades porque
el hilo y el tejido eran recogidos en sus domicilios por viajantes contra pago del salario,
y así vivían aislados en el campo hasta el momento en que el maquinismo los despojó
de su sostén y fueron obligados a buscar trabajo en la ciudad. Su nivel de vida
intelectual y moral era de la gente del campo, con la cual frecuentemente se hallaban
ligados por los cultivos en pequeña escala. Ellos consideraban a su Squire –el
terrateniente más importante de la región– como su superior natural; le pedían consejo,
sometían a su arbitraje sus pequeñas querellas y le rendían todos los honores que
comprendían estas relaciones patriarcales. Eran personas “respetables” y buenos
padres de familia; vivían de acuerdo con la moral, porque no tenían ocasión alguna de
vivir en la inmoralidad, ningún cabaret ni casa de mala fama se hallaban en su
vecindad, y el mesonero en cuyo establecimiento ellos apagaban de vez en cuando su
sed, era igualmente un hombre respetable, las más de las veces, un gran arrendatario
que tenía en mucho la buena cerveza, el buen orden y no le gustaba trasnochar. Ellos
retenían a sus hijos todo el día en la casa y les inculcaban la obediencia y el temor de
Dios; estas relaciones patriarcales subsistían mientras los hijos permanecían solteros;
los jóvenes crecían con sus compañeros de juego en una intimidad y una simplicidad
idílicas hasta su matrimonio, e incluso si bien las relaciones sexuales antes del
matrimonio eran cosa casi corriente, ellas solo se establecían cuando la obligación
moral del matrimonio era reconocida de ambas partes, y las nupcias que sobrevenían
pronto ponían todo en orden.
En suma, los obreros industriales ingleses de esta época vivían y pensaban lo mismo
que se hace todavía en ciertos lugares de Alemania, replegados sobre sí mismos,
separadamente, sin actividad intelectual y llevando una existencia tranquila.
Raramente sabían leer y todavía menos escribir, iban regularmente a la iglesia, no
participaban en la política, no conspiraban, no pensaban, les gustaban los ejercicios
físicos, escuchaban la lectura de la Biblia con un recogimiento tradicional, y convivían
muy bien, humildes y sin necesidades, con las clases sociales en posición más elevada.
Sólo vivían para para su telar y su jardín e ignoraban todo lo del movimiento poderoso
que, en el exterior, sacudía a la humanidad. Ellos se sentían cómodos en su apacible
existencia vegetativa y, sin la revolución industrial, jamás hubieran abandonado esta
existencia de un romanticismo patriarcal. La revolución industrial no ha hecho otra
cosa que sacar la consecuencia de esta situación reduciendo enteramente a los obreros
al papel de simples máquinas y arrebatándoles los últimos vestigios de actividad
independiente. Si, en Francia, ello se debió a la política, en Inglaterra fue la industria –y
de una manera general la evolución de la sociedad burguesa– lo que arrastró en el
torbellino de la historia las últimas clases sumidas en la apatía con respecto a los
problemas humanos de interés general.
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igualdad de trabajos toto cælo [totalmente] diversos sólo puede consistir en una
abstracción de su desigualdad real, en la reducción al carácter común que poseen en
cuanto gasto de fuerza humana de trabajo, trabajo abstractamente humano. El cerebro
de los productores privados refleja ese doble carácter social de sus trabajos privados
solamente en las formas que se manifiestan en el movimiento práctico, en el
intercambio de productos: el carácter socialmente útil de sus trabajos privados, pues,
sólo lo refleja bajo la forma de que el producto del trabajo tiene que ser útil, y
precisamente serlo para otros; el carácter social de la igualdad entre los diversos
trabajos, sólo bajo la forma del carácter de valor que es común a esas cosas
materialmente diferentes, los productos del trabajo. Por consiguiente, el que los
hombres relacionen entre sí como valores los productos de su trabajo no se debe al
hecho de que tales cosas cuenten para ellos como meras envolturas materiales de
trabajo homogéneamente humano. A la inversa. Al equiparar entre sí en el cambio
como valores sus productos heterogéneos, equiparan recíprocamente sus diversos
trabajos como trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen. El valor, en consecuencia,
no lleva escrito en la frente lo que es. Por el contrario, transforma a todo producto del
trabajo en un jeroglífico social. Más adelante los hombres procuran descifrar el sentido
del jeroglífico, desentrañar el misterio de su propio producto social, ya que la
determinación de los objetos para el uso como valores es producto social suyo a igual
título que el lenguaje. El descubrimiento científico ulterior de que los productos del
trabajo, en la medida en que son valores, constituyen meras expresiones, con el carácter
de cosas, del trabajo humano empleado en su producción, inaugura una época en la
historia de la evolución humana, pero en modo alguno desvanece la apariencia de
objetividad que envuelve a los atributos sociales del trabajo. Un hecho que sólo tiene
vigencia para esa forma particular de producción, para la producción de mercancías -a
saber, que el carácter específicamente social de los trabajos privados independientes
consiste en su igualdad en cuanto trabajo humano y asume la forma del carácter de
valor de los productos del trabajo-, tanto antes como después de aquel descubrimiento
se presenta como igualmente definitivo ante quienes están inmersos en las relaciones
de la producción de mercancías, así como la descomposición del aire en sus elementos,
por parte de la ciencia, deja incambiada la forma del aire en cuanto forma de un cuerpo
físico. Lo que interesa ante todo, en la práctica, a quienes intercambian mercancías es
saber cuánto producto ajeno obtendrán por el producto propio; en qué proporciones,
pues, se intercambiarán los productos. No bien esas proporciones, al madurar, llegan a
adquirir cierta fijeza consagrada por el uso, parecen deber su origen a la naturaleza de
los productos del trabajo, de manera que por ejemplo una tonelada de hierro y dos
onzas de oro valen lo mismo, tal como una libra de oro y una libra de hierro pesan
igual por más que difieran sus propiedades físicas y químicas. En realidad, el carácter
de valor que presentan los productos del trabajo, no se consolida sino por hacerse
efectivos en la práctica como magnitudes de valor. Estas magnitudes cambian de
manera constante, independientemente de la voluntad, las previsiones o los actos de
los sujetos del intercambio. Su propio movimiento social posee para ellos la forma de
un movimiento de cosas bajo cuyo control se encuentran, en lugar de controlarlas. Se
requiere una producción de mercancías desarrollada de manera plena antes que brote,
a partir de la experiencia misma, la comprensión científica de que los trabajos privados
-ejercidos independientemente los unos de los otros pero sujetos a una
interdependencia multilateral en cuanto ramas de la división social del trabajo que se
originan naturalmente- son reducidos en todo momento a su medida de proporción
social porque en las relaciones de intercambio entre sus productos, fortuitas y siempre
fluctuantes, el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de los
mismos se impone de modo irresistible como ley natural reguladora, tal como por
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En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa
división de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de
condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y
esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y,
además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.
Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber
simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez
más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan
directamente: la burguesía y el proletariado.
De los siervos de la Edad Media surgieron los villanos libres de las primeras ciudades;
de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América y la circunnavegación de Africa ofrecieron a la
burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de
China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de
los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la
navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con
ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en
descomposición.
El antiguo modo de explotación feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer
la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto
la manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la
división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció, ante la división del
trabajo en el seno del mismo taller.
Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no
bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la
producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar
de la clase media industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios –jefes de
verdaderos ejércitos industriales– , los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento
de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio,
de la navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó
a su vez en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el
comercio, la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando
sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad
Media.
La burguesía moderna, como vemos, es por sí misma fruto de un largo proceso de
desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio.
Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del
correspondiente éxito político. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores
feudales; asociación armada y autónoma en la comuna; en unos sitios, República
urbana independiente; en otros, tercer estado tributario de la monarquía; después,
durante el período de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías
feudales o absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la
burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal,
conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado
representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que
administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.
El misterio del capital intelectual de Marx: ¿corriendo por derecha a la Nueva
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Izquierda? (Una extraña antología) – Pablo Pozzoni – Fundación LIBRE