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LA RELACIÓN PSICÓLOGO- PACIENTE

La psicología clínica es una especialidad o rama de la Psicología que investiga


y aplica los principios de la Psicología a los problemas del individuo o en general,
a la situación psicológica del individuo, para una mejor adaptación a la realidad.
Ésta se orienta a entender y mejorar la conducta humana, utilizando para ello los
conocimientos y las técnicas más avanzadas, procurando al mismo tiempo,
mediante la investigación, mejorar las técnicas y ampliar los conocimientos para
lograr mayor eficiencia en el futuro (Berstein y Nietzel, 1988).
La mayor parte de los psicólogos clínicos se dedican a una combinación de estas
seis actividades: evaluación, tratamiento, investigación, enseñanza, consultoría
y administración.
La relación psicólogo-paciente se entiende mejor dentro del campo del
tratamiento, es decir, de la psicoterapia. En ella se establece una relación muy
especial entre los participantes: el psicoterapeuta, cuya función es intervenir para
ayudar a otra persona a superar sus problemas y logra un mayor bienestar
psicológico en su vida y, el paciente, quien realiza la demanda de atención y
presenta un motivo de consulta. Esta relación psicólogo -paciente tiene
características especiales, algunas comunes a todas las modalidades
psicoterapéuticas y, otras muy particulares a cada modalidad.
En primer lugar la relación terapeuta-paciente es una relación social, entonces
debe cumplir con los requisitos básicos de una: respeto mutuo y práctica de las
habilidades sociales más básicas, como el saludo, despedida, contacto visual,
etc. Sin embargo no es como cualquier relación social, sino es una relación
profesional en donde cada participante tiene un rol asimétrico prefijado y
consensuado. Así mismo es una relación que tiene un encuadre, es decir un
consenso mutuo en una serie de condiciones que delimitan aspectos como el
lugar donde se darán las sesiones, la hora, la duración y los honorarios.
Finalmente mencionar que se enmarca dentro de los principios éticos y morales,
propios del ejercicio del psicólogo clínico y de la sociedad en general. Se trata
del trabajo con seres humanos y, especialmente, con personas en un estado de
vulnerabilidad debido al padecimiento y a la gran necesidad de ayuda que
poseen.
Por tanto, delimitar correctamente el rol del terapeuta y el del paciente a lo largo
de la relación terapéutica, permitirá eliminar futuros problemas y malentendidos.
Por tanto, y, en todo momento –aún habiendo finalizado la terapia–, nuestro rol
siempre será el mismo, el de profesional centrado en el trabajo y la cooperación,
nunca el de amigo, amante, pareja ni familiar.
Es necesario establecer con el paciente una relación de trabajo y de
cooperación que facilite:
La toma de responsabilidades por parte del mismo, y, así pueda aumentar su
Percepción de control respecto a su conducta. Con la finalidad de evitar
confusiones en los roles y en el proceso terapéutico, es útil establecer un
contrato con el usuario o facilitarle las normas de funcionamiento por escrito,
donde se especifiquen entre otros puntos:
Funciones del terapeuta.
 Qué debe hacer el paciente.
 Duración de las sesiones y su frecuencia.
 Honorarios del profesional.
 Aclarar las consultas telefónicas.
 Consecuencias de no asistir a las visitas programadas o de llegar con
retraso.
 Consecuencias de la no implicación del paciente en el tratamiento.
¿Cuál debe ser la actitud del psicólogo con el paciente?
Como psicólogos profesionales debemos actuar de forma que seamos
percibidos por los pacientes como fiables, de confianza y consistentes. Al mismo
tiempo, debemos ser capaces de comunicar claramente y sin ambigüedad ya
sea de forma verbal como no verbal y usando el menor número de tecnicismos
posibles.
 En todas las situaciones comunicar actitudes positivas hacia el paciente,
es decir, ser capaz de comprender la conducta del paciente desde su
propia perspectiva, no desde la nuestra.
 Entrar lo más completamente posible en la experiencia de sufrimiento del
cliente para verlo como él lo ve, comunicando nuestra comprensión al
paciente. La empatía es la base de la relación terapéutica.
 Separar nuestras necesidades de las del cliente. Evitar así el conflicto de
intereses.
 Tomar una posición sin prejuicios de forma que le ayudemos a confiar en
nosotros y a participar en su propia terapia.
 Ser claros respecto a lo que podemos y no podemos hacer.
 Comunicar nuestra propia experiencia al paciente de forma que sea de
ayuda y significativa para él.
 Conocer nuestras propias experiencias, reacciones emocionales,
prejuicios y la fuente de éstos pero sólo haciendo un uso prudente de
ellas. En este punto, caemos en el riesgo de que el paciente encuentre
que “le caemos muy bien” lo cual no es nada malo, si se ponen los límites
adecuados, pero que puede llevar a eses paciente a la dependencia
emocional del terapeuta.
Si un paciente es dependiente emocional del psicólogo, ¿qué hacemos?
Puesto que la relación profesional-paciente suele producir una especial
intimidad, hay un potencial para sentimientos poderosos de atracción que
emergen en pacientes. Estos sentimientos pueden inducir a los profesionales a
hacerse más distantes, dando lugar a insatisfacciones en el paciente o a sobre-
envolverse emocionalmente, lo cual tendrá consecuencias psicológicas y
clínicas.
El conocimiento personal y la comprensión de reacciones emocionales hacia los
pacientes permiten a los profesionales marcar apropiadamente límites afectivos
que permitirán conectar objetivamente con los pacientes.
Si el paciente tiene una personalidad dependiente, podría cambiar de psicólogo
pero ello no le asegura que no recaiga, con el tiempo, en una nueva dependencia
emocional, mientras los problemas que le llevaron a consulta no se solucionan.
Si el profesional es suficientemente bueno, marcará los limites adecuados, le
hará saber a su paciente que existe una relación que no es sana para que
continúe la terapia y le restringirá todo tipo de llamadas antes de las citas
concertadas o adelantar la misma, si no es un verdadero caso de urgencia. Con
ello, suele solucionarse el problema.

El bienestar del paciente y el código deontológico


Toda relación asistencial en terapia psicológica debe favorecer y proteger el
bienestar del paciente. Para ello, contamos con nuestro código deontológico,
pero también son relevantes los siguientes aspectos:
Bienestar del cliente. Debemos proteger y anteponer el bienestar del paciente.
Lo que implica que estemos preparados para darles lo mejor que podamos como
profesionales, y, si no podemos, ser capaces de derivar adecuadamente.
Confidencialidad y limitaciones de ésta. Se encuentra íntimamente ligada al
bienestar, es recomendable informar al paciente de nuestra absoluta
confidencialidad como de las situaciones en que se realizarán excepciones, en
concreto cuando exista una amenaza grave o se pueda incurrir en un delito
grave.
Relaciones duales. A pesar de todo lo dicho, existen relaciones duales que
son aquéllas en la que el profesional mantiene simultáneamente una relación
terapéutica y otra de cualquier otra índole (amistad, familiar, docente, laboral,
etc.). De cualquier forma, y siguiendo lo antes dicho, las relaciones duales son
siempre problemáticas puesto que nos privan de la objetividad necesaria para el
acto asistencial y, sobre todo, colocan al paciente en una posición de obligado
consentimiento.
Derechos del cliente. En los inicios de la terapia, se recomienda tratar junto al
paciente temas relativos a los procedimientos de la psicoterapia y los efectos
secundarios del cambio, a los conocimientos y experiencia del psicoterapeuta y
la posibilidad de acceder a otros recursos y ayudas alternativas en caso de que
lo solicite.
Derivaciones. Es importante informar al paciente y solicitar su permiso por
escrito autorizándonos a comentar su historia con otro profesional
Modelos de Relación Psicólogo Paciente
Desde los orígenes de la psicología como ciencia, en 1879 con la fundación del
primer laboratorio científico de psicología, han surgido distintos sistemas
psicológicos que han conceptualizado al ser humano desde distintas
perspectivas y han marcado radicalmente las formas cómo los psicólogos se
han aproximado a sus pacientes. En un primer momento de la historia de esta
nueva ciencia, se presentaron las posturas más radicales: por un lado los
sistemas hermenéuticos, cuyo foco de atención se encuentra en la forma como
el hombre percibe el mundo eliminando radicalmente la realidad circundante
como en el caso del psicoanálisis; y en el otro extremo la postura conductista, la
cual eliminó en su interacción con el paciente los elementos del mundo externo
acercándose a él desde una perspectiva ambientalista y eliminando el aspecto
introspectivo, pues no se contaba con herramientas para medirlo.
Posteriormente ambas posturas han dado paso a estilos más moderados, como
las escuelas psicodinámicas y existenciales, donde la relación psicólogo
paciente ha variado desde una distancia que implicaba prolongados silencios
para dejar fluir la interpretación de la realidad, hasta posturas más actuales
donde se reconoce la necesidad de aproximarse no sólo a la realidad interna del
paciente sino a sus principales referentes, especialmente en el trabajo con niños
y adolescentes.
En relación al grado de participación, difícilmente se pueda decir que el paciente
tenga un rol pasivo en una psicoterapia, pues el cambio esperado tiene que
provenir de una incorporación de actitudes y modificación de aspectos de su
vida. Esto es diferente en el modelo médico pues en él sí cabe una postura
pasiva del paciente como se describe en el caso del paciente incapacitado de
valerse por sí mismo. La psicoterapia requiere algún grado de conciencia de
parte del paciente para aplicarse y será efectiva sí y sólo sí, se da la participación
mutua y recíproca de parte del profesional y el paciente.
La relación psicoterapéutica es un tipo de relación interpersonal muy particular,
pero no por ello carece de un grado de personalización necesario que busca que
el paciente se sienta escuchado, atendido, y a partir de esa relación es que se
van fundando las metas de la psicoterapia. Para que esta sea efectiva, el
paciente no puede llegar a ser en ningún momento “un caso”, pues esto implica
una despersonalización que resulta contraproducente en el trabajo terapéutico.

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