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La traición de la selfie al self.

¿Por qué nos gustan tanto las autofotos, llamadas con el anglicismo selfie, porque en general
suelen ser auto-retratos? Hay un dato abrumador: se suben a la red social Instagram 1000 de estas
autofotos por segundo. ¿Qué significa esta moda del hombre del siglo XXI? ¿Estamos más
centrados en “nosotros mismos”? ¿Dice una selfie todo lo que soy yo? ¿No termina traicionando
nuestra intimidad la imagen de nuestro yo?

Hay una verdad fundamental respecto del fenómeno selfie. No es lo mismo la imagen que me
hago de mí mismo que mi “mismidad”. Ella simplemente no puede ser retratada. Sencillamente no
sale en la imagen.

Bastante, en este sentido, podemos decir del poder de la imagen. La gente cree, acrítica e
ilusamente, que esa imagen soy yo. Como quien se toma un rato para revisar mi perfil de
Facebook, se piensa que después de haberlo leído me conoce a la perfección. Esto es propio de
una civilización de “ingenuotes” (parafraseando a la Susanita de Quino).

Cuando se dice que vivimos en la era de la imagen, de algún modo, interpreto yo, que se intenta
decir que nuestra época da más valor a la imagen que me construyo de mí (con Photoshop
incluido) que a mi propio yo. Esto es una inversión respecto del modo de funcionar común que se
tenía de la relación con la fotografía y la imagen hasta hace 20 o 30 años. Y, hay que decirlo, por
más que se acepte no es lo correcto. Tanto sociológicamente como filosóficamente se puede
discutir y criticar este modo de construir el propio alter ego fotográfico. Es innegable que podemos
mejorar nuestra propia imagen de cara a los demás, especialmente si estamos en busca de un
trabajo o de obtener algún beneficio para nuestra persona, pero si para eso recurrimos solamente
a la magia mentirosa de la calidad HD de una cámara selfie, termina siendo en el mediano plazo un
autoengaño.

Por otro lado, y esto es una reflexión un poco más profunda, el self, es decir el yo, no puede ser
retratado. Sólo podemos dar una leve idea de nuestro yo, es decir de nuestra intimidad,
interioridad e incluso de nuestra biografía, a través de lo que se muestra de nosotros. Mi imagen
no traduce mi yo, trasluce lo que yo interesadamente dejo ver de mí, pero muy limitadamente.

Por otro lado, podemos enunciar un principio interesante desde estas reflexiones: a mayor
cantidad de selfies, mucho mayor puede ser luego la desilusión. Pues una persona que se empeña
demasiado en transmitir lo que es a través de su imagen y no a través de otros medios, como
pueden ser el diálogo y el trato cara-a-cara, puede ser signo de baja autoestima o incluso de
demasiado ego-centrismo. Como dice en una de sus últimas canciones el cantautor Joaquín
Sabina: “Dejé de hacerle selfies a mi ombligo, /cuando el ictus lanzó su globo sonda, /me duele
más la muerte de un amigo /que la que a mí me ronda” (“Lágrimas de mármol”, del álbum “Lo
niego todo”, 2017). Se refiere a que dejó de centrarse en sí mismo cuando estuvo al borde de la
muerte, y que gracias a eso hoy se siente más altruista.

No hay que atacar a la cultura de la selfie, pero hay que ubicarla y resignificarla. Más fotos de ti
mismo en una red social dan sólo una sensación de quién eres, pero no dicen casi, casi nada de tu
yo más íntimo. Decir quién eres te toca a ti, y no sólo con un celular con cámara selfie, sino y
principalmente con el diálogo y con tus acciones. Esto es arduamente más difícil que apretar el
botón del celular y sonreir, pero eso es asunto para otro artículo.

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