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Fábula de la lechera para los niños

La hija de un granjero llevaba un recipiente lleno de leche a vender al pueblo, y


empezó a hacer planes futuros:

- Cuando venda esta leche, compraré trescientos huevos. Los huevos,


descartando los que no nazcan, me darán al menos doscientos pollos.

Los pollos estarán listos para mercadearlos cuando los precios de ellos estén en lo
más alto, de modo que para fin de año tendré suficiente dinero para comprarme el
mejor vestido para asistir a las fiestas.

Cuando esté en el baile todos los muchachos me pretenderán, y yo los valoraré


uno a uno.

Pero en ese momento tropezó con una piedra, cayendo junto con la vasija de
leche al suelo, regando su contenido.

Y así todos sus planes acabaron en un instante.

Moraleja:

No seas ambiciosa de mejor y más próspera fortuna,

que vivirás ansiosa sin que pueda saciarte cosa alguna.

No anheles impaciente el bien futuro,

mira que ni el presente está seguro.


La liebre y la tortuga
En el campo vivían una liebre y una tortuga. La liebre era muy veloz y
se pasaba el día correteando de aquí para allá, mientras que la tortuga
caminaba siempre con aspecto cansado, pues no en vano tenía que
soportar el peso de su gran caparazón.
A la liebre le hacía mucha gracia ver a la tortuga arrastrando sus gordas
patas, mientras que a ella le bastaba un pequeño impulso para brincar con
agilidad. Cuando se cruzaban, la liebre se reía de ella y solía hacer
comentarios burlones que por supuesto, a la tortuga no le parecían nada
bien.
– ¡Espero que no tengas mucha prisa, amiga tortuga! ¡Ja, ja, ja! A ese
paso no llegarás a tiempo a ninguna parte ¿Qué harás el día que tengas una emergencia? ¡Acelera,
acelera!
Un día, la tortuga se hartó de tal modo, que se enfrentó a la liebre.
– Tú serás veloz como el viento, pero te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera.
– ¡Ja, ja, ja! ¡Ay que me parto de risa! ¡Pero si hasta una babosa es más rápida que tú! – contestó la
liebre mofándose y riéndose a mandíbula batiente.
– Si tan segura estás – insistió la tortuga – ¿Por qué no probamos?
– ¡Cuando quieras! – respondió la liebre con chulería.
– ¡Muy bien! Nos veremos mañana a esta misma hora junto al campo de girasoles ¿Te parece?
– ¡Perfecto! – asintió la liebre guiñándole un ojo con cara de insolencia.
La liebre dando saltitos y la tortuga con la misma tranquilidad de siempre, se fueron cada una por su
lado.
Al día siguiente ambas se reunieron en el lugar que habían convenido. Muchos animales asistieron
como público, pues la noticia de tan curiosa prueba de atletismo había llegado hasta los confines del
bosque. Una familia de gusanos, durante la noche, se había encargado de hacer surcos en la tierra
para marcar la pista de competición. La zorra fue elegida para marcar con unos palos las líneas de
salida y de meta, mientras que un nervioso cuervo se preparó a conciencia para ser el árbitro. Cuando
todo estuvo a punto y al grito de “Preparados, listos, ya”, la liebre y la tortuga comenzaron la carrera.
La tortuga salió a paso lento, como era habitual en ella. La liebre, en cambio, salió disparada, pero
viendo que le llevaba mucha ventaja, se paró a esperarla y de paso, se burló un poco de ella.
– ¡Venga, tortuga, más deprisa, que me aburro! – gritó fingiendo un bostezo – ¡Como no corras más
esto no tiene emoción para mí!
La tortuga alcanzó a la liebre y ésta volvió a dar unos cuantos saltos para situarse unos metros más
adelante. De nuevo la esperó y la tortuga tardó varios minutos en llegar hasta donde estaba, pues
andaba muy despacito.
– ¡Te lo dije, tortuga! Es imposible que un ser tan calmado como tú pueda competir con un animal
tan ágil y deportista como yo.
A lo largo del camino, la liebre fue parándose varias veces para esperar a la tortuga, convencida de
que le bastaría correr un poquito en el último momento para llegar la primera. Pero algo sucedió… A
pocos metros de la meta, la liebre se quedó dormida de puro aburrimiento así que la tortuga le
adelantó y dando pasitos cortos pero seguros, se situó en el primer puesto. Cuando la tortuga estaba
a punto de cruzar la línea de meta, la liebre se despertó y echó a correr lo más rápido que pudo, pero
ya no había nada que hacer. Vio con asombro e impotencia cómo la tortuga se alzaba con la victoria
y era ovacionada por todos los animales del bosque.
La liebre, por primera vez en su vida, se sintió avergonzada y jamás volvió a reírse de la tortuga.
Moraleja: en la vida hay que ser humildes y tener en cuenta que los objetivos se consiguen con
paciencia, dedicación, constancia y el trabajo bien hecho. Siempre es mejor ir lento pero a paso
firme y seguro. Y por supuesto, jamás menosprecies a alguien por ser más débil, porque a lo mejor
un día te hace ver tus propias debilidades.
La serpiente y la luciérnaga
Cuenta la leyenda, que una vez, una serpiente empezó a
perseguir a una luciérnaga; ésta huía rápido de la feroz
depredadora, pero la serpiente no pensaba desistir.
Huyó un día y ella no desistía, dos días y nada.
Al tercer día, la Luciérnaga paró y fingiéndose exhausta,
dijo a la serpiente:
– Espera, me rindo, pero antes de atraparme permíteme
hacerte unas preguntas.
– No acostumbro a responder preguntas de nadie, pero como te pienso devorar, puedes
preguntarme.
– ¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
– No.
– ¿Te hice algún mal?
– No.
– Entonces, ¿Porque quieres acabar conmigo?
– Porque no soporto verte brillar.
La luciérnaga se atrevió a recabar esa información, porque quería entender la situación que
a todas luces le parecía sin sentido.
Una vez enterada de la envidia de la serpiente, se limitó a sonreír y volar más alto y rápido
aún, con lo que la serpiente se quedó con ganas de ese bocado tan luminoso que demostró
estar fuera de su alcance.
En un guiño final de su luz, el bichito alado le gritó a la serpiente, muy encima de ella:
-“Es hora de que aprendas a brillar tú misma de un modo tan hermoso que aún nosotras las
luciérnagas, observemos con admiración, tu gran resplandor”
Moraleja:
En el entorno de cada uno de nosotros, siempre hay serpientes que intentan opacar nuestras
ganas, nuestro trabajo, nuestros esfuerzos por estudiar, por mejorar, por avanzar.
Volemos siempre por encima de ellos y con nuestra luz iluminemos su camino, para que
ellos también puedan avanzar.
La zorra y las uvas
Era una tarde muy soleada y calurosa. Una zorra, que había estado cazando todo
el día, estaba muy sedienta.
“Cómo me gustaría encontrar agua”, pensó la zorra.
En ese momento vió un racimo de uvas grandes y jugosas colgando muy alto
de una parra. Las uvas parecían maduras y llenas de zumo.
“¡Oh, oh!” dijo la zorra mientras la boca se le hacía agua. “ El zumo dulce de
uva sacia my sed!”.
La zorra se puso de puntillas y se estiró todo lo alto que pudo, pero las uvas
estaban fuera de su alcance.
No queriendo abandonar, la zorra tomó impuso para alcanzar las uvas. Fue
inutil, no pudo alcanzar las uvas.
La zorra saltó y brincó una y otra vez pero no pudo alcanzar las uvas en ninguna
ocasión. Al final la zorra estaba más sedienta y cansada que nunca.
“¡Qué tonta soy!” dijo la zorra con rabia. “Las uvas están verdes y no se pueden
comer. De todas maneras, ¿para qué las querría?.
Y así se marchó la zorra.
Moraleja:
Nunca traslades la culpa a los demás de lo que no eres capaz de alcanzar.
Fábulas de Esopo para niños

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