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176 cir, quedaba reducido 4 que la asiduidad de Antonio Lérida al lado de su mujer, daba que hablar 4 todo el mundo, y que la simpleza suya en unirse tanto 4 él daba que reir 4 los unos, y que pensar 4 los otros. Dijole también todo lo que sabia acerca de los paseos solitarios en Ia aldea, y aun en los jardi- nes retirados de Marineda, y en suma, sin haber podido ful- minar acusacién ninguna, dejé 4 su hijo leno de sospechas, de vergiienza y de rencores. Aquella noche hubo una escena muy fuerte entre el mari- do yla mujer. No sabia él cémo entrar en materia; pero, in- capaz de contener la provisién de ira que sus pensamientos iban acumalando en su pecho, 4 la primera pregunta de Ma- ria, asustada al ver su cara descompuesta, estallé, y ciego, colérico, sin querer nj poder contenerse, insult6 cruelmente 4 su mujer. Quedérase ésta al principio anonadada. Por mu- cho que se desfigurase 4 s{ propia la clase de sentimiento que Antonio Lérida le inspiraba, no dejaba de sentir vergtienza al tener que ocultarlo 4 su marido como se oculta un crimen; pero cuando la descompostura degeneré en groseria, y la sus- picacia tomé cardcter de infamante suposicién, la calumnia- da no lo pudo sufrir con paciencia, y volviendo por su honor con energia, devolvié al insulto el insulto, y 4 la palabra dura la palabra acerba. iQué noche pasé la pobre mujer! Si las escenas conyuga- les, tan sin motivos serios como siempre las habia presen- ciado, le tenian debilidado el juicio y lastimado el coraz6n, la actual la dejé sin fuerzas y como fuera de si, y es que veia en el fondo y como resultado de ella, el alejamiento de Antonio, la renuncia de un carifio que era su vida. iNo, jam4s! Preferia cualquier cosa; preferia que la creye- sen mala; lo importante era no serlo. Su marido, que no te- nia para ella més que indiferencia 6 groserfa, ;¢6mo le sub- sanaria la pérdida de una amistad que bastaba ella sola para llenar su vida, para darle aliento, para hacerla feliz? Porque aquel sentimiento que nacia de la identidad de dos almas y que era igualmente compartido por las dos, y de la misma manera puro y casto en las dos, tenfa tal virtud, que la vol- via otra de la que habia sido. Dabale tal deseo de hacer 4 los aid demés participes de su dicha, que andaba pensando todo el dia donde irfa 4 buscar penas que consolar. Sentiase tan dis- puesta 4 la indulgencia, que no habia cosa que lograra im- pacientarla, y cambiando el sentido de una frase célebre en la antigtiedad, la plenitud de su coraz6n trajo 4 sus labios es- tas palabras: «Quisiera que la humanidad no tuviese mas que una sola cabeza, para darle el beso de paz en la frente» Y decir que este sentimiento de purisimo aroma que engalanaba su alma habia de ser baja y feamente interpretado por seres mezquinos y pequefios, incapaces de juzgar sino por la me- dida de su mermado criterio y tal vez de su grosera sensuali- dad, era cosa que la ponfa fuera de si. Decidida, pues, 4 no sacrificar su dicha y la del amigo de su alma, se recogié al fin y al cabo, pensando cul seria el mejor medio para avisar 4 Antonio delo que pasaba y tener una explicacién con él. CAPITULO XXX No habia necesitado la rubita exaltados sentimientos ni galana frase para sorber el seso del frio y calculador inge- niero. El aroma de su aliento juvenil, la frescura de su tez, la espontaneidad que le era caracteristica en movimientos y ex- presiones, y esa sencillez que comparan los expertos al ce- rrado capuilo que guarda sus aromas aunque luego 4 veces: resulta la rosa inodora, fueron partes suficientes para intere- sarle. Clotilde no era rom4ntica; nunca tuvo deseos de contem- plar Ja luna desde el jardin; la puerta permanecia siempre cerrada; sdlo la reja se abria por las noches cuando en la ca- sa dormian todos. Desde el momento en que conocid que podia gustar de un hombre de otra manera que aquella con que le inspiraba afecto su tio, Clotilde juré que no se casaria con él, y al ver que Lérida la buscaba, dié por hecho en su coraz6n que Dios se lo destinaba para salvarla de aquel peligro en que hubie- ra podido caer para su eterna desgracia. Asi fué que se ofre- cié Ilena de fe 4 las impresiones de aquel amor para ella tan providencial. Si todas estas partes no hubiesen sido suficientes para que © que habfa sido en un principio capricho contrariado en Lérida, se convirtiese en deliberado propésito de casamiento, vino 4 mezclarse en el asunto la pretendida cadidatura de

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