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TEMA I

ORDENAMIENTOS JURIDICOS: PLURALISMO, RELACIONES E


INTERACCION

1. INTRODUCCION.

Como premisa necesaria para comprender el tema, es menester tocar algunos términos
jurídicos para clarificarlos en una prospectiva jurídica eclesiástica y civil.

Derecho.- es el conjunto de normas che tienen necesidad de una fuerza para ser aplicadas o
cumplidas.

Concordato.- con = cum = juntos


cor = cordis = corazón
dato = datis, datio = dar

Los concordatos pueden ser hechos entre sujetos che se encuentran al interno de los
diversos ordenamientos, en el estudio que hacemos, los sujetos a estudiar serian dos: la
Iglesia Católica y los Ordenamientos Civiles:
- Ordenamientos Estatales,
- Ordenamientos Internacionales,
- Ordenamientos Sobre nacionales,
- Ordenamientos Eclesiásticos,

En el estudio específico de la materia, a tratarse será la relación entre la Iglesia Católica y


los Ordenamientos Estatales, que es un tipo de instrumento de concordato.

Acuerdo.- ac = ad = hacia, dar


cuerdo = cordis = corazón llevar juntos el corazón.

Fuente y origen de los Acuerdos.- encontramos:


- la iglesia.---- Código de Derecho canónico occidental y oriental
- los estados.---- y su jerarquía de fuentes: constitución, leyes, normas, decretos,
ordenanzas, etc.

El ordenamiento jurídico es el conjunto de normas jurídicas que rigen en un lugar


determinado en una época concreta. En el caso de los estados democráticos, el
ordenamiento jurídico está formado por la Constitución del Estado, que se erige como la
norma suprema, por las leyes como normas emanadas del poder legislativo (en sus diversos
tipos y clases), las manifestaciones de la potestad reglamentaria del poder ejecutivo, tales
como los reglamentos, y otras regulaciones (que no en importancia), tales como los
tratados, convenciones, contratos y disposiciones particulares. No se debe confundir el

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ordenamiento jurídico con el orden jurídico, que se traduce en el conjunto de normas que
rigen una determinada área del ordenamiento jurídico. La relación entre estos dos
conceptos es de género a especie. Hace referencia a ese derecho objetivo, es decir, al
conjunto de normas por las que se rige una sociedad. Se puede definir como un conjunto
sistemático de reglas, principios o directrices a través de las cuales se regula la
organización de la sociedad.

El ordenamiento jurídico se caracteriza por lo siguiente:


1. Posee una estructura elástica, es decir, que sus componentes están articulados y
seleccionados bien de forma coordinada o subordinados los unos a los otros,
principalmente mediante el principio de jerarquía normativa (de la cual la
Constitución es la cúspide), el principio de especialidad (la ley especial se aplica
con preferencia de la general) y el principio de temporalidad (la ley más reciente
deroga a la ley anterior, si entre ellas hay antinomia.
2. Estructura dinámica: El ordenamiento jurídico establece métodos de renovación,
mediante las potestades legislativas de que goza el Estado en consideración a la
adaptación de las normas a las específicas necesidades de cada población y época.
3. Posee métodos para detectar errores y contradicciones, con base en la elaboración
de principios de preferencia entre sus distintas normas y los procesos de integración
del Derecho para llenar las lagunas legales.
4. Es cerrado, ya que no depende de otros sistemas, legales o supra legales, para
encontrar validez.

2. ORIGEN.

Existen al menos dos concepciones del origen del ordenamiento jurídico:


 La corriente normativa nos dice que el ordenamiento es un conjunto de normas
que se entienden y que se rigen de acuerdo con una serie de juicios de valor,
creencias y convicciones. Su base es el iusnaturalismo.
 La corriente institucional establece que el ordenamiento jurídico está formado por
la sociedad, por los mecanismos que producen aplican y garantizan las normas, por
todas las instituciones y los criterios de aplicación. Su base es el iuspositivismo.

3. EL ORDENAMIENTO JURÍDICO COMO SISTEMA.

Cuando un ordenamiento jurídico es un conjunto de normas que interactúan entre sí y están


interconectadas basándose en principios de aplicación general, se habla de sistema jurídico.
Según el jurista inglés de la universidad de Oxford, Herbert H. Hart, el derecho está
formado por dos tipos de reglas jurídicas: las reglas jurídicas primarias que imponen
obligaciones de conducta (por ejemplo, la regla por la cual es obligatorio pagar impuestos),
mientras que las reglas jurídicas secundarias confieren potestades para que algunas
personas introduzcan reglas primarias (por ejemplo, la regla que faculta a la Cámara de
Diputados a fijar los impuestos). Un sistema jurídico es, de acuerdo con Hart, un conjunto
de reglas jurídicas primarias y secundarias que goza de cierta eficacia.

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4. PRINCIPIOS.

La mayoría de los ordenamientos jurídicos contemporáneos se basan en principios:


1. Principio de jerarquía normativa.
2. Principio de temporalidad o de sucesión de normas, la ley posterior deroga a la
anterior.
3. Principio de especialidad, la que prevalece de la general.
4. Principio de competencia. La competencia es la atribución jurídica otorgada a
ciertos y especiales órganos del Estado de una cantidad de jurisdicción respecto de
determinadas pretensiones procesales con preferencia a los demás órganos de su
clase. Ese órgano especial es llamado tribunal
5. Principio de aplicación analógica. En Derecho constituye el fundamento de poder
considerar casos semejantes mediante una cuidadosa comparación. Tal es el
fundamento de la jurisprudencia. Véase Analogía (Derecho).
6. Principio de supremacía de la Constitución.
7. Principio de sujeción al sistema de fuentes.
8. Principio de publicidad normativa.
9. Principio de estabilidad de las normas.
10. Principio de generalidad y permanencia de las normas.
11. Principio de imperatividad.

5. ORDENAMIENTO SIMPLE Y COMPLEJO.

Ordenamiento Simple: aquel que es propio de cada institución particular, que es coherente
e incompleto, ya que necesita estar en conexión con un ordenamiento general.
Ordenamiento Complejo: aquel de ámbito general compuesto de un ordenamiento base, y
por el ordenamiento de las instituciones, éste es completo. Este ordenamiento general, está
formado por un conjunto de sistemas y por un conjunto de ordenamientos relacionados con
base en 4 principios:
o Principio de Separación: esos ordenamientos particulares tienen autonomía
propia, están relacionados entre sí por un vértice común.
o Principio de Cooperación: Los distintos ordenamientos deben de mantener
relaciones con el ordenamiento general.
o Principio de Supremacía: el sistema general, tiene una posición de
superioridad material.
o Principio de Complementariedad: está en relación con el de cooperación.

6. PLENITUD Y COHERENCIA.

La plenitud del ordenamiento jurídico consiste en que, según algunos autores, éste tiene
supuestamente la propiedad de contener normas para regular todo caso concreto. Hans
Kelsen creía que todo sistema jurídico era completo como resultado del principio según el
cual "lo que no está prohibido está permitido". Otros autores, como Carlos Alchourrón y
Eugenio Bulygin, consideran que sí existen lagunas en el derecho.

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La coherencia supone que en el ordenamiento jurídico no existen normas incompatibles
entre sí. Los ordenamientos jurídicos realmente existentes no son totalmente coherentes.
De ahí que nos encontremos con el problema de las antinomias.

7. LAGUNAS.

La laguna es una falta, una insuficiencia de regulación jurídica dentro del ordenamiento.
La doctrina establece, entre otros, dos tipos de lagunas
 Lagunas de Ley: Significa que no existe una ley que pueda resolver el supuesto
planteado.
 Lagunas de Derecho: No existe ni ley ni costumbre ni principio que pueda
resolver ese caso. No están admitidas por el general de los ordenamientos jurídicos,
en virtud del principio de inexcusabilidad de los tribunales, por el cual los
tribunales de justicia deben conocer, juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, aun no
habiendo ley que resuelva la contienda sometida a su competencia, pudiendo para
ello apoyarse en los principios generales del Derecho y la equidad natural.

8. SISTEMAS DE SOLUCIÓN.

Para solucionar el tema de las lagunas se puede recurrir a dos sistemas:

- Sistema de Autointegración.- Consiste en solucionar la falta de regulación a través del


propio ordenamiento jurídico y dentro del ámbito de la propia fuente dominante que va a
ser la ley. Dentro de este método debemos señalar dos procedimientos:
La aplicación de la analogía supone que las normas jurídicas no contemplen un supuesto
específico, pero regulen otro semejante, apreciándose entre ambos identidad de razón.
Gramaticalmente, analogía supone la relación de semejanza entre distintas cosas.
Jurídicamente consiste en aplicar a un supuesto carente de regulación la solución que el
ordenamiento da a un supuesto similar.
 Analogía de Ley: la aplicación de una ley o parte de una ley. A supuestos no
previstos en ella pero semejantes a los que regula.
 Analogía de Derecho: la aplicación de principios generales al caso no previsto.

- Sistema de Heterointegración.- Consiste en solucionar la falta de regulación acudiendo a


otras fuentes distintas a la dominante, o acudiendo a otros ordenamientos. En este
procedimiento destaca la utilización de la equidad (la equidad viene a significar justicia,
rectitud) y la equidad es la adaptación de la norma a la complejidad de la vida social.
Cuando se dice que la equidad habrá de ponderarse en la aplicación de las normas si bien
las resoluciones de los tribunales solo podrán descansar de manera exclusiva en ella,
cuando la ley expresamente lo permita.

9. ANTINOMIAS.

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Un ordenamiento no es coherente cuando existe el denominado problema de las antinomias
o conflictos de normas. Existe antinomia cuando dos o más normas, que pertenecen al
mismo ordenamiento imputan al mismo caso soluciones incompatibles entre sí, y que dan
lugar a que la aplicación simultánea de las normas produzca resultados incompatibles e
imposibles. De ahí que se tenga que elegir entre unas y otras. Existe conflicto entre una
obligación y una prohibición en relación a una misma materia hay una incompatibilidad.
También existe contradicción entre una obligación y permiso negativo y entre prohibición
y permiso positivo, siempre que regulen la misma materia. Puede existir antinomia total
que es cuando existe una incompatibilidad absoluta, ya que coinciden totalmente los
campos de aplicación.
 Una incompatibilidad parcial-parcial: cada norma tiene un campo adicional de
aplicación.
 Una incompatibilidad total-parcial: se da cuando el ámbito de aplicación de una
norma está incluido en el de otra, pero ésta última tiene casos adicionales.

Criterio utilizado para resolver las antinomias:


 Principio de Jerarquía Normativa: establece que la norma superior prevalece sobre
la inferior. Así, la Constitución prevalece sobre toda otra norma jurídica y éstas se
deben ajustar a ella, no pudiendo ser contradictorias entre sí.
 Principio de Cronología o Temporalidad: supone que toda norma posterior de igual
rango deroga a la anterior.
 Principio de Especialidad: supone que la norma especial prevalece sobre la general
Puede ocurrir que para solucionar las antinomias nos encontramos con conflictos de
criterio. Para Bobbio establece que cuando se dé el conflicto entre el criterio jerárquico y el
cronológico siempre se resolverá a favor del jerárquico (será aplicable la norma superior).
Si el conflicto se da entre el criterio cronológico y especial o especial y jerárquico. La
solución dependerá del juicio sobre al especial (será el juez quien decida). A parte de estos
principios existen otros que debemos tener en cuenta que son:
 La aplicación analógica
 La supremacía de la ley
 La sujeción al sistema de fuentes con el principio de Iura Novit Curia
 Publicidad de la norma, condición "sine quam", Condición esencial para que las
normas tengan validez.

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TEMA II

RELACION ENTRE IGLESIA Y COMUNIDAD POLITICA

La relación entre la Iglesia y la Comunidad Política, no obstante existan posturas


contrastantes, algunas a favor y otras en contra, existe un hecho incuestionable, dicha
relación se ha dado a lo largo de la historia, como un hecho constatable.

1. LA IGLESIA COMO REALIDAD SOCIAL Y JURÍDICA.

De la compleja realidad de la Iglesia, que trasciende la historia y a la vez inmersa en la


historia, realidad esencialmente espiritual, sacramental y carismática y no obstante
saldamente radicada en la realidad terrena, solo una dimensión nos interesa aquí. Es
aquella propiamente humana e histórica, que se expresa en un cuerpo social jurídicamente
organizado y peregrina en la historia.

El acercarnos hacia esta dimensión seria seguramente reductiva, y en definitiva desviante,


si se quisiese estudiar a la Iglesia en su real complejidad. Pero de hecho este acercarnos
resulta esencial en la prospectiva del análisis que nos prefiguramos cumplir: la relación
entre la Iglesia y la comunidad política.

De por sí, la Iglesia y la comunidad política son realidades del todo heterogéneas, sea por
cuanto se refiere a la naturaleza, sea por cuanto se refiere a la finalidad.

 NATURALEZA. La primera, de hecho, se pone sobre un plano sobrenatural


mientras la segunda se ocupa propiamente de la naturaleza de hombre, y de
consecuencia se pone sobre el plano natural,

 FINALIDAD. La primera tiene como finalidad la salvación eterna de cada hombre,


de todos los hombres, la segunda el bien común temporalmente entendido.

Bajo este perfil, Iglesia y Estado son también realidades absolutamente incomparables y,
por tanto, no relacionables entre ellos: realidad espiritual, sacramental, carismática la
primera, realidad corporalmente material y secular la segunda.

De otra parte la historia enseña que siempre, no obstante teniendo una plena conciencia de
sí, la Iglesia ha buscado relacionarse con la comunidad política. Se puede decir aún más: la
Iglesia, en cuanto comunidad de fieles jerárquicamente organizada, en cuanto comunidad
humana viviente en la historia, ha estado siempre inmersa en la comunidad política. De
esta ha participado, de vez en vez de sus problemas, dolores, alegrías, esperanzas, y sobre
todo a tentado, en las diversas circunstancias del tiempo y lugar, de ejercitar el proprio
influjo animador. Ciertamente, la verdad de la Iglesia se toma de su intrínseca relación con
Cristo y no de su relación con el mundo, que es necesaria pero no constitutiva. Sino, se cae

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en el error que sabiamente se ha dicho, que “creyendo de fotografar a la Esposa del Rey, se
termina por fotografar solo su armario, los vestidos votados y empolvados de la cual la
reviste fatalmente nuestra pobreza. (G. Biffi)
Es interesante resaltar el caso como la relevada tendencia relacional se sea siempre
expresada en términos jurídicos. Esto es fácilmente comprensible, si se piensa que el
derecho postula, por si misma, una relación y es siempre expresión normativa de una
relación.
Se debe todavía reflexionar sobre el hecho de que el derecho consiente, no obstante sus
propios límites, relacionar realidades que de otro modo serian incomparables como Iglesia
y Estado. La política divide, las ideologías dividen, las diversas concepciones éticas
dividen, también las religiones pueden dividir: parodia de la fe autentica que, en las
diversas expresiones religiosas, en modos diversos, enseñan tolerancia y bondad (Juan
Pablo II en la homilía tenida el 6 de noviembre de 1999 en la catedral de New Delhi, según
el cual “los miembros de todas las religiones deben demostrar con fuerza que la religión y
la paz van de la mano”). Al contrario el derecho, con sus límites propios y diversamente de
la función unificadora que objetivamente poseen la moral y la religión, se ve en grado de
superar las divisiones, no imponiendo necesariamente a las diversas partes de la relación a
renunciar parcialmente o del todo a su propia identidad.
Se necesita observar que, en su dimensión humana e histórica, la Iglesia no se presenta en
manera del todo diversa de cualquier forma de agregación humana, comprendida incluso la
comunidad política.

Ciertamente el pueblo de Dios se presenta en el contexto de los grupos sociales humanos


como fenómeno único y peculiar; e incluso, para llamar a la urgente y no débil analogía de
la Const. Lumen Gentium del Vaticano II, “como la naturaleza asumida sirve al Verbo
divino como órgano vivo de salvación a Él indisolublemente unida” así “al espíritu de
Cristo, que la vivifica, para el crecimiento del cuerpo” sirve “el organismo social de la
Iglesia”. Esta realidad divino-humana de la Iglesia esta orgánicamente unida a la realidad
divino-humana de Cristo mismo: es en un cierto sentido la continuación del misterio de la
encarnación, así como nos lleva Pablo a reflexionar sobre la Iglesia como cuerpo de Cristo
(1 Cor 12, 27; Ef 1, 23; Col 1,24)

Pero así como el cuerpo de nuestro Señor, en su humanidad, no es substraída a las leyes
fisiológicas y biológicas, propias del ser del hombre (he aquí toda la grandeza del alto
misterio de la encarnación, que es centro del credo cristiano), así el organismo social-
Iglesia no pierde, por lo mismo, los caracteres biológicos y fisiológicos que les son propios
sobre el plano natural. Un organismo que a diferencia de cuantos piensan en una Iglesia en
la prospectiva de un vago espiritualismo desencarnado y de un carisma difundido, se
presenta en su dimensión humana e histórica regida de normas no diversas de aquellas que,
por naturaleza, caracteriza y guían la vida de los cuerpos sociales.
Lo que se quiere decir, en otras palabras, que, si es del todo natural que todo grupo social
humano se organice, y por tanto se dé un conjunto de normas jurídicas, es de igual modo
natural que la Iglesia que vive en el tiempo y en la historia, en cuanto grupo humano
organizado, produzca derecho y viva según el derecho.

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El Derecho Canónico, por antigua costumbre se denomina como el derecho proprio de la
Iglesia, puede definirse según una tradicional y respetable doctrina como: “el conjunto de
normas jurídicas, puestas o hechas valer por los organismos competentes de la Iglesia
Católica, según las cuales se organiza y obra esta Iglesia y de las cuales es reglamentada la
actividad de los fieles, en relación a los fines que a la Iglesia le son propios” (Del Giudice).
Con mayor síntesis, y completa, es otra respetable y más moderna doctrina, que da su
propia definición del derecho canónico como: “el ordenamiento jurídico de la Iglesia
católica, es decir el conjunto de factores que dan a la Iglesia la estructura de una sociedad
jurídicamente organizada” (Lombardía).

En efecto esta segunda definición, describiendo la realidad jurídica de la Iglesia, contiene


en si aquella distinción entre juridicidad, que es connatural a la Iglesia en cuanto Cuerpo de
Cristo que se encarna en un cuerpo social, y el conjunto de normas puestos por la legítima
autoridad eclesiástica para regular la vida comunitaria de la Iglesia. Una distinción
claramente iluminada por Juan Pablo II en la presentación oficial del vigente Código de
Derecho Canónico, donde se afirma que “si la Iglesia Cuerpo de Cristo es organismo
organizado, comprende en sí misma la diversidad de miembros y funciones, “se reproduce”
en la multiplicidad de las Iglesias particulares, hoy tan diversas, es en ese drama de las
relaciones que el derecho existe y no puede no existir”; es decir “el derecho entendido en
su globalidad y esencialidad, antes aun de sus especificaciones, derivaciones o aplicaciones
de orden propiamente canónico” (AAS 75 [1983] 461).

Desde sus orígenes la Iglesia se ha organizado y dotado de un sistema de normas, dirigidas


a disciplinar la vida interna. Este es un hecho históricamente indiscutible.
De otro modo resulta indiscutible, el hecho histórico por el cual de vez en cuando nacen,
en el seno de la Iglesia, orientaciones de pensamiento y de movimientos, que han puesto en
discusión el derecho canónico y el mismo carácter jurídico de la Iglesia: del gnosticismo de
los primeros siglos, a los diversos movimientos espiritualistas medievales, a la Reforma
Luterana, a los fenómenos de contestación antijurídica de la edad contemporánea,
particularmente vivaces en los años inmediatamente sucesivos al Concilio Vaticano II.
Incluso con motivaciones diversas y con diferentes bases filosófico-teológico, todas estas
corrientes han terminado por reproponer, cada vez, la misma instancia: la concepción de
una Iglesia puramente carismática y espiritual; la intrínseca contradicción, en dicha
prospectiva, del derecho, en su naturaleza propia, con la naturaleza propia de la Iglesia.

Se debe todavía notar que la tradicional doctrina católica, que mira a la Iglesia como
realidad al mismo tempo invisible y visible, espiritual y social, carismático e institucional,
sacramental y jurídico, ha sido recientemente afirmada por el Magisterio eclesiástico. Se
piense a la Const. Lumen Gemtium n. 8 y al Decr. Optatam Totius n. 16, del Concilio
Vaticano II, donde se estableció un nexo indisoluble entre la dimensión social-visible de la
Iglesia y la existencia de la dimensión jurídica. Incluso recientemente se ha precisado que
si “la sabiduría jurídica, poniendo precisas reglas a la participación, manifiesta la estructura
jerárquica de la Iglesia y desaconseja tentaciones de arbitrio y pretensiones injustificables,
la espiritualidad de la comunión confiere un alma al hecho institucional con la indicación

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de confianza y de apertura que plenamente responden a la dignidad y a la responsabilidad
de cada miembro del Pueblo de Dios” (carta Ap. Novo Millenio Ineunte, 45).

2. ¿ESTADO O COMUNIDAD POLÍTICA?

En el parágrafo No 76 de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo


Contemporáneo, Gaudium et Spes, los padres del Concilio Vaticano II, pusieron como
título “comunitas politica et Ecclesia”: la comunidad política y la Iglesia.
Se trató de una elección que rompía con una antigua y consolidada tradición: aquella que
indicaba al Estado, como al sujeto con el cual la Iglesia se relacionaba, una elección que
tenía un buen preciso significado programático en relación a los tiempos nuevos que el
Concilio tenia adelante.

Es de notar preliminarmente que “Estado” es un término que propiamente está a indicar


una específica forma de organización de la comunidad política. Esta forma, como es
notorio, viene a constituirse con el declino de la edad medieval y en la edad del
renacimiento, gracias a la afirmación de un principio filosófico-político, de
SOBERANIDAD, entendida como un poder supremo, absoluto, separado, trascendente. El
Estado soberano, o Estado moderno, es aquel sujeto político que no reconoce a otra
autoridad u otra ley por encima de ella, ni siquiera Dios, ni siquiera la ley moral natural y
el derecho natural. El mismo es fuente de la ley y en alguna medida, el productor de
valores éticos.

A la luz de esto la teoría política del fin que justifica los medios, propia de uno de los
grandes teóricos del Estado moderno, Nicolás Maquiavelo, adquiere su más profundo
significado. Es decir que la política y la moral son como dos paralelos destinados a no
encontrarse jamás, que para alcanzar los fines políticos que el Estado soberano se ha
propuesto, es licito cualquier medio, incluso aquellos prohibidos a los individuos de la
moral; que el Estado se convierte en fuente de valores éticos, y el respeto de estos es
propio del buen ciudadano o súbdito.
De estas breves referencias se comprenden las razones por las cuales las relaciones entre la
Iglesia con el Estado moderno han sido caracterizados, sustancialmente, de conflictos, así
como se comprende la preocupación de la Iglesia por reconducir la concepción y
experiencia de la política, en el álveo de una sana y justa autonomía, que no niega el
primado de la ley moral y del derecho natural.

Es de subrayar como, a la luz de la vida plurimilenaria de la humanidad, el Estado


represente una experiencia de comunidad política históricamente y culturalmente
constatable. A la exigencia que es estructuralmente propia del hombre, de vivir en
sociedad, de organizarse, en formas asociativas con finalidades generales, es decir,
“políticas”, la humanidad en el curso de la historia ha respondido con fórmulas muy
diversas, y no obstante acomunadas por un fundamental elemento de identidad. La tribu o
el clan de la sociedad primitiva, los grandes imperios de oriente mediterráneo, la polis
griega, la respublica romana, la medieval respublica christiana, fueron tantas expresiones,

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incluso diversas, de la misma exigencia, fueron formas organizativas de la comunidad
política, que respondían a las diferentes exigencias de tiempos y lugar.

Esto quiere decir que cuando el Vaticano II hace recurso de un término más general, y
genérico, el de COMUNIDAD POLÍTICA, en vez de aquel más preciso y más técnico
como Estado, entiende vincular la propia enseñanza a una forma precisa de organización
de la comunidad política, la cual no siempre se ha expresado en términos estatalistas ni
mucho menos es dicho que en el futuro continúe a expresarse en dichos términos. De esto
se puede ver después una rápida y floreciente ascensión (s. XVI-XX), la forma de
organización de la comunidad política llamada Estado o Estado moderno, está en fase de
declino.
Tal declino es evidente a nivel sobrenacional. La dimensión planetaria de los problemas
(económicos, militares, ecológicos, científicos, tecnológicos, de trabajo, etc.), que
caracterizan a esta edad a los inicios del tercer milenio cristiano, hace a los Estados
interdependientes. Delante a los fenómenos de la globalización, ningún Estado puede
decirse, en línea de hecho, independiente, ninguno puede subsistir ignorando la existencia
de los otros. La organización progresiva de la comunidad internacional, exprime
tangiblemente dicha realidad. Tal organización, junto a la progresiva afirmación en los
documentos internacionales de los derechos humanos, constituye un paralelo restringente
de la soberanía estatal.

En particular no se puede no notar como la progresiva afirmación, en la experiencia


jurídica, y antes aun en las conciencias, de los derechos humanos, comporta
inevitablemente el progresivo sedimento del principio de soberanía. Esto, tiene un sentido
en la idea del Princeps legibus solutus (el príncipe no está sujeto a la ley), de la autoridad
superiorem non recognocens (el príncipe no reconoce a autoridad superior a la suya). Es
decir en la medida en la cual el Estado reconoce los derechos humanos, implícitamente
admite de encontrar en ella un límite al propio poder y, entonces, de no ser propiamente
soberano. La realidad es que del modelo de societas perfecta, de la cual son propiedades
esenciales la autosuficiencia real o total, el Estado contemporáneo viene rápidamente
adecuándose al modelo de la societas imperfecta.
Los estados continúan a afirmarse soberanos, continúan a reivindicar en línea de principio
una suerte de plenitudo potestatis (en tal sentido puede resumirse el concepto de
soberanía), de hecho estos no son más soberanos, poniéndose al nivel sobrenacional e
internacional limitan y condicionan su potestad.

El declino del Estado moderno es también evidente en su interior, así tenemos los
fenómenos ambiguos de integración cultural, y al mismo tiempo de fragmentación cultural,
que han marcado nuestro tiempo. Se piense solo a la progresiva masificación en torno a
modelos culturales vehiculados del mass-media, que tienden a devenir universales. Se
piense también al desarrollo de la ciencia y de la técnica como patrimonio universal, o a la
siempre y más generalizada conciencia de los bienes culturales que la humanidad tiene a su
disposición, todos fenómenos que, en cierto modo positivamente inducen a una
sensibilidad unificada, a una mentalidad uniforme, a comportamientos estandarizados.

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Se trata de fenómenos culturales, que tienen efecto sobre el terreno institucional: siempre
más amplia y exigente es la reivindicación en comparación del Estado, de las autonomías
locales y sociales; no raramente se asiste a los preocupantes fenómenos de separación de
los Estados y de agregación a una entidad menor; se comienza a teorizar el federalismo, no
como un proceso de unificación nacional (como históricamente se le conoce) sino más bien
como un proceso de autonomía de las varias entidades locales.

En fin; cuando la Iglesia del Vaticano II habla de comunidad política, en vez de Estado,
tiene presente el singular e interesante proceso, que es propio de nuestra edad, por la cual
la comunidad política tiende a organizarse en más formas y niveles (de lo local, a lo
nacional, a lo sobrenacional e internacional) y no solo como Estado, como se ha conocido
en los últimos siglos. De aquí la exigencia de la Iglesia de instaurar relaciones no solo con
el Estado, sino con todas las formas de organización de la comunidad política que paso a
paso en el devenir de la historia, van configurándose, de aquí el compromiso y voluntad de
la Iglesia, de abrir un dialogo con una realidad institucional que va convirtiéndose en más
articulada y compleja.

Otra anotación oportuna, es cuando se habla sobre la elección del Vaticano II de elegir el
termino; comunidad política en vez de sociedad política. La diferencia tiene su significado.
De hecho con el termino sociedad política, se quiere indicar la formación social a fines
generales subrayando con el termino sociedad (societas) los vínculos jurídicos que derivan
del ser socio, es decir del pertenecer a la misma. El termino comunidad política, está a
indicar igualmente la formación social a fines generales, teniendo en cambio a subrayar la
común identidad, el patrimonio común, el nexo que tiene junto una pluralidad de sujetos,
es decir aquellos elementos sobre los cuales se construye la forma política.
Las dos expresiones son idóneas a indicar la realidad del asociarse por fines políticos. En
particular con la expresión sociedad política (o societas civile) que puede vantar una
antigua y notable tradición, pero esta aparece condicionada, después del iluminismo, de
una lectura contractualista y por ende de una concepción positivista del derecho, del todo
deforme de aquella que es propia del pensamiento cristiano.
De aquí, probablemente, la preferencia por la expresión comunidad política, puede ser
incluso más sociológica que jurídica, pero que tiende a subrayar algunos aspectos que son
de fundamental importancia en la concepción católica, cuales: la común identidad y
dignidad de la persona, elemento fundacional de la comunidad política; el bien común,
como fin propio de la comunidad política.

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TEMA III
LA SANA COOPERATIO

En el contexto en el cual, se encuentran Iglesia y Comunidad Política, las posibilidades de


interacción pueden tomar dos direcciones, de una “sana cooperación” o de un constante
conflicto. Entre estas dos posibilidades, la Iglesia ha siempre buscado el camino de una
cooperación sana con la Comunidad Política.

1. LA ANTIGUA Y PRESENTE ASPIRACIÓN A LA “CONCORDIA”.

El principio del acuerdo y de la colaboración constituye una constante en la historia de las


relaciones entre la Iglesia y la comunidad política, sea del punto de vista teórico sea como
objetivo practico de seguir.

Esto, es del todo comprensible si se piensa que de frente a la distinción entre el Cesar y
Dios, con las consecuencias que derivan en términos de dualismo de autoridad, de leyes, de
competencias, de fidelidad, está la persona en su unidad antropológica, con la relativa
exigencia de armonizar en si la dimensión temporal y aquella espiritual, el cuerpo y el
alma. De frente a tales exigencias, se piense a los dramas de conciencia derivados de esta
contraposición de los deberes de los ciudadanos respecto a aquellos del creyente.

Sobre tal principio el Vaticano II regresa con insistencia, auspiciando una sana cooperatio
entre la Iglesia y la comunidad política, que será eficaz cuanto más responda al
fundamento y a las finalidades que el Concilio le asigna. Una colaboración que se justifica
en cuanto juntas, “pero a titulo diverso, están al servicio de la vocación personal y social de
la misma persona humana” (G.S. 76). Observa la constitución conciliar que el hombre “no
está limitado solo al horizonte temporal, sino, viviendo en la historia humana, conserva
integralmente su vocación eterna”, y que de otra parte la Iglesia, “predicando la verdad
evangélica e iluminando todos los sectores de la actividad humana con su doctrina y con el
testimonio de vida de los cristianos, respeta y promueve también la libertad política y la
responsabilidad de los ciudadanos. (G.S. 76).
Se debe notar que el principio de sana cooperatio no se coloca en una posición
subordinada o integrativa respecto a otros como: autonomía e independencia, libertad
religiosa, igualdad, libertad eclesiástica, sino junto a estas contribuye de igual modo a
definir el cuadro del modelo ideal de relación entre Iglesia y Comunidad Política. De otro
lado la colaboración entra en relevancia, sobre el plano jurídico, desde el momento mismo
de la afirmación de la autonomía e independencia entre la Iglesia y la Comunidad Política.
En base a esta razón, que la condición jurídica de la Iglesia en los ordenamientos estatales
debe estar atenta a salvaguardar las imprescindibles exigencias de la libertad religiosa y de
la Libertas Ecclesiae; este tipo de tratamiento no debe concretarse en un trato
discriminatorio ni privilegiado, pero al mismo tiempo atento a garantizar la identidad
propia de la Iglesia.

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La distinción entre Iglesia y Comunidad Política no se refleja en distinciones personales o
territoriales, esta produce, en cambio, una distinción de poderes, instituciones, sociedades,
ordenamientos. De hecho a diferencia de cuanto sucede en las relaciones entre los Estados,
caracterizados por una neta distinción de pueblos, territorios y autoridades, en las
relaciones entre Iglesia y comunidad política, se verifica la singular situación de dos
distintas autoridades, aquella religiosa y aquella política, que gobiernan sobre el mismo
pueblo y el mismo territorio. De aquí una posterior razón de la colaboración entre las dos.
La búsqueda de la concordia entre las dos potestades, y de la colaboración es
evidentemente directa, podría decirse que sea in ipsa natura rerum.
El más reciente magisterio, en especie, el Vaticano II, afirmando el principio del acuerdo,
se aferra a la secular instancia porque regnum et sacerdotium inter se conveniant, según
una notable expresión de Ivo de Chartres. Según el pensamiento de este grande canonista
(1040-1115), cuando el poder civil y el poder religioso se encuentran en una pacífica
convivencia, “bene regitur mundos, floret et fructiferat Ecclesia”. En el sentido que la
colaboración entre la Iglesia y comunidad política favorece a cada una en el
perseguimiento de sus propias finalidades.

Se debe de otro lado notar, sobre la concordia entre las dos autoridades, la enseñanza del
Vaticano II, ya por un verso de continuidad con la antigua doctrina canonística, y por otro
sentido de innovación, en la medida en la cual sea posible el principio del acuerdo
adecuado a las actuales exigencias.

La peculiaridad de la doctrina conciliar parece sobretodo encontrarse en la const. Gaudium


et Spes, en la cual se auspicia una sana cooperatio “según modalidades adecuadas a las
circunstancias de lugar y de tiempo” (76).
Esta, de hecho, indica que hoy no se privilegia ninguna forma específica de colaboración
entre la Iglesia-institución y el Estado-aparato: ni siquiera aquella que se podría decir
“existencial”, debido a la animación cristiana del orden temporal por parte de los
christifideles que actúan, uti cives, en las estructuras políticas y sociales; y también a la
compenetración que de hecho existe de la Iglesia como pueblo de Dios en la comunidad
estatal (el estado-comunidad).

En otras palabras se deja definitivamente la rigidez de las tradicionales impostaciones, que


miraba al concordato como el único instrumento posible para actuar la tan desea concordia
entre Iglesia y Estado, sin embrago es de recordar algunos pasos significativos como el
discurso del 1958 de papa Pio XII que afirmaba: “los concordatos son para la Iglesia una
expresión de colaboración entre Iglesia y Estado”.

2. LA “SANA COOPERATIO” ENTRE IGLESIA Y COMUNIDAD POLÍTICA:


SUJETOS Y MODALIDADES.

Hoy la colaboración entre Iglesia y comunidad política no es solamente concebida sobre el


plano jurídico-formal, si aunque esta se manifieste como la forma modelo de relación y
colaboración, es decir la relación inter-institucional debe definirse, tramite oportunas

13
convenciones, entre el vértice de la institución eclesiástica y el vértice de la institución
política.

Actualmente en cambio se prospecta las relaciones, como acciones informales, desde


abajo, del pueblo de Dios al interno de los pueblos de esta tierra. Una acción que de por si
no tiene relevancia jurídica, que se pone más sobre el plano del apostolado, pero destinadas
a producir efectos inevitables en la cultura y en la vida de una determinada sociedad.
Las relaciones entre Iglesia y Comunidad Política son hoy considerados sobre todo en el
sentido del espíritu de colaboración, de la disponibilidad a dar el propio contributo al
crecimiento del hombre y de la sociedad, en el respeto de la autonomía temporal y de las
competencias propias de la Iglesia, que debe animar la vida de la institución eclesiástica y
la acción de la jerarquía, antes de la formalización jurídica.

Pero las relaciones entre Iglesia y Comunidad Política, se delinean sobre todo, sobre el
plano propiamente jurídico-formal, a través de acuerdos que definan una o más materias de
común interés, en los cuales encuentren expresión concreta la sana cooperatio y la
subsiguiente concordia.

Dicha relación jurídico-formal entre la Iglesia y los Estados entran a formar parte de la
exclusiva competencia de la Santa Sede, pero el Concilio Vaticano II tiende a alargar este
tipo de relaciones, dando ciertas prerrogativas a las Iglesias particulares, y a estas responde
las pluralidades de formas jurídicas adoptadas subsiguientemente al Vaticano II,
estipulándose no solo los clásicos concordatos, sino también, acuerdos, pactos, modus
vivendi.

3. EL RECURSO A LA SOLUCIÓN CONCORDATARIA: LEGITIMIDAD Y


LÍMITES.

En los años inmediatamente posteriores al Vaticano II, se ha podido asistir a una


contestación acerca de la legitimidad del recurso al concordato, como instrumento de
reglamentación de las relaciones entre la Iglesia y Comunidad Política.
En particular esta la tesis de la superación del Instituto Concordatario, que era muy
apreciada y recurrente en una cierta área del así llamado “disentimiento católico”, que
partiendo de las premisas de una eclesiología la cual desvaloraba los aspectos jurídico-
institucionales de la Iglesia, llegaba coherentemente con tales premisas a contrastar al
concordato como expresión típica de una Iglesia-institución. Si se retiene, a la Iglesia como
una realidad meramente espiritual, del carismatismo difundido, negándose su dimensión
jurídico-institucional, sigue que no puede configurarse una relación jurídico-formal con la
institución estatal.

El Vaticano II usando la siguiente expresión: “la sana cooperatio entre Iglesia y comunidad
política según modalidades adecuadas a las circunstancias de lugar y tiempo”, lleva a no
excluir el concordato como una forma específica de relación Iglesia-comunidad política, si
bien es cierto no la menciona de manera explícita.

14
Es también claro recordar los documentos conciliares que describen a la Iglesia como una
“comunión institucionalizada” en la cual la dimensión jurídica está presente y
caracterizante.

Si se admite que la Iglesia es también una institución, una sociedad jurídicamente


organizada, no se ve como se pueda negar su ius nativum a entrar en relación formal y
jurídica con las otras instituciones, y en particular con el Estado, incluso a través de
relaciones de naturaleza pacticia, como los concordatos, con los cuales asegurar a la
comunidad cristiana, allí donde sea necesario, una clara garantía jurídica en el ámbito de la
sociedad civil. Para asegurar, tomando las expresiones de papa Pablo VI (1970) “iguales,
leales y estables delimitaciones de las respectivas competencias”, a la Iglesia, delante al
Estado, el “libre ejercicio de su espiritual y moral misión”.
El problema si es que existiese, debe plantearse dentro de los límites que debe encontrar el
recurso del instrumento concordatario. Estos pueden ser de dos tipos: internos y externos al
ordenamiento canónico.

Los Limites Internos; van individualizados sobre todo en la inderogabilidad del derecho
divino natural y positivo (o revelados), en el cual es de ver el principio de estructura del
ordenamiento jurídico de la Iglesia que, consecuentemente, constituye un límite general
puesto al legislador eclesiástico. De otro modo, las disposiciones concordatarias pueden
derogar el derecho producido por el legislador eclesiástico, no solo en el caso en el que
estos estén contenidos en leyes particulares, sino incluso en el caso de leyes universales.
De hecho en la jerarquía de las fuentes del derecho canónico las normas concordatarias,
una vez integradas en el ordenamiento canónico, tienen la misma colocación de las normas
puestas por el legislador universal. Así en el canon 3 del CDC se afirma que “los cánones
del código no abrogan las convenciones estipuladas por la Sede Apostólica con las
naciones o con las otras sociedades políticas ni las derogan”.
Las disposiciones concordatarias sirven, de normas especiales o peculiares, derogatorias de
las normas contenidas en las leyes generales.

Los limites generales a la actividad concordataria son después individuadas en los


principios, deducidos de las enseñanzas conciliares y del magisterio pontificio. Se hace
referencia en particular a los principios de autonomía e independencia recíproca, de
libertad religiosa y de libertad de la Iglesia, de sana colaboración. Aquí evidentemente el
problema no es el contraste sobre el plano jurídico, entre normas jerárquicamente diversas,
sino más bien, sobre el hecho que se está ante principios generales, cuyo contenido expresa
valores destinados a informar no solo al ordenamiento jurídico positivo de la Iglesia, sino
también a su acción en la sociedad.

Los Limites Externos; van individuados siguiendo los criterios puestos por el Vaticano II
en la G.S de las “circunstancias de tiempo y de lugar”, en el sentido que el recurso al
instrumento concordatario debe ser atentamente valorizado en relación a la situación
concreta del país. Así por ejemplo en los países europeos, de tradición católica, en los
cuales es costumbre definir las relaciones entre Iglesia y Estado en términos trataticios, el

15
uso del concordato responde generalmente a las peculiares exigencias locales. En cambio,
en los países como los Estado Unidos, donde la historia, la cultura, principios
constitucionales auspician a favor de una libertad religiosa amplia, que satisface
sustancialmente las exigencias puestas por las libertas ecclesiae, y donde al lado de un
fuerte rol público de las confesiones religiosas es principio rigidísimo el de la separación
del Estado de las mismas, en este caso una reglamentación concordataria con la Iglesia es
difícilmente imaginable, e incluso inútil.
De otro lado existen situaciones donde el concordato encuentra una justificación sobre el
plano jurídico y político, en el caso la Iglesia tenga que relacionarse con Estados
totalitarios y autoritarios, en los cuales la libertad religiosa y la libertad eclesiástica, como
otra libertad, no tendría ninguna o limitada posibilidad de explicación.

En este caso el recurso al concordato se justificaría como reglamento general de las


relaciones entre las dos potestades, en la cual el concordato seria actio finium
regundorum, una acción concorde en definir el ámbito y los límites de operatividad de
cada potestad. Pero sobretodo en estos casos el concordato se justificaría porque serviría
para asegurar a la Iglesia más o menos amplios espacios de libertad, necesarios para su
misión, en el ámbito de un ordenamiento estatal que por su naturaleza es negadora de la
libertad individual y colectiva, (concordato con la Italia fascista del 1929, concordato con
la Alemania nazista del 1933, concordato con la España franquista del 1953, hasta los
países comunistas del este europeo con quienes se estipularon los modus vivendi).

En líneas generales se puede observar que la necesidad del concordato con los Estados
totalitarios o autoritarios, no excluye de por si la posible oportunidad del recurso a tal
instrumento con los Estados democráticos. Ciertamente en esta eventualidad el concordato
viene a tener una función diversa: no aquella de garantizar espacios de libertad, ya
asegurados a la Iglesia y a los católicos en el cuadro de la libertad reconocida a todos,
personas físicas y formaciones sociales, sino más bien a definir la reglamentación concreta
de la modalidad del ejercicio de los derechos universales reconocidos. El concordato en
este caso puede tener una experiencia más avanzada de democracia, en la medida en la
cual expresa la participación de la comunidad eclesial a la formación de normas estatales
de las cuales esa será después destinataria, así como también de garantizar a la Iglesia un
régimen jurídico respetuoso de su identidad, sin caer en injustificados privilegios y sin
lesionar los principios fundamentales de una democracia de igual libertad de todas las
confesiones religiosas en el ordenamiento del Estado.

4. LOS DESARROLLOS MÁS RECIENTES DE LA ACTIVIDAD


CONCORDATARIA.

A los ojos de la historia hoy es posible verificar, las falacias de los decenios anteriores, que
pronosticaban el “tramonto de los concordatos”.
De hecho, el alto número de las convenciones realizadas entre la Santa Sede y los Estados
después del Vaticano II demuestra de manera elocuente, contra toda previsión, el dilatarse
de la experiencia concordataria en la segunda mitad del siglo veintiuno, significativo

16
reflejo del siempre más relevante compromiso de la Santa Sede en la vida de comunidad
internacional. Se trata de un fenómeno interesante, que pone claramente en evidencia
cuanto miopes y débiles eran las argumentaciones sobre las cuales se habían venido
construyendo estos pronósticos, sin tener en consideración la deducción de los datos
objetivos, sino más bien basándose sobre la externación de proyecciones personales.

Uno de los motivos para tales pronósticos, se basaban en el silencio del Vaticano II, sobre
el tema de los concordatos, de manera específica, pero que tampoco la excluía, visto la
afirmación de una sana cooperatio según las modalidades adecuadas de tiempo y de lugar.
La historia ha claramente demostrado la debilidad de aquellas afirmaciones, si se piensa
que han sido un centenar de convenciones estipuladas en el último quinquenio.
Otra argumentación recurrente en la polémica anti concordataria, era la del uso de los
concordatos como útiles sino necesarios con los Estados totalitarios, porque se decía, que
en esos casos los concordatos servían a garantizar a la Iglesia más o menos amplios
espacios de libertad religiosa y libertad eclesiástica, que de otro modo le serian estados
negados, pero que en Estados democráticos esto no era necesario.
También en este caso la experiencia concordataria del último quinquenio demuestra todo lo
contrario, ya que se estipularon acuerdos con Estados totalitarios, pero también se
estipularon numerosos concordatos con los Estados democráticos, a través de los cuales se
ha llegado a reglamentar las modalidades del ejercicio de dicha libertad y de los relativos
derechos.

Todo esto ha contribuido a profundizar las reflexiones sobre la naturaleza jurídica, sobre
las finalidades, sobre la formación y estructura de los concordatos.
Así en esta experiencia de mitad de los novecientos, encontramos una variación en la
estipulación de los concordatos, ya que si, antes los concordatos se realizaban antes entre la
Santa Sede y los Estados Católicos, estos Estados pasaron gradualmente a denominarse
Estados Laicos e incluso Estados Ideológicos, así también, se hicieron concordatos con
Estados confesionistas, como son los Estado Islámicos, así tenemos: el modus vivendi del
1964 con Túnez, y el intercambio de notas del 1983 sobre la condición de la Iglesia en
Marruecos, el acuerdo con Israel del 1993 y del 1997 sobre los entes eclesiásticos.

También vemos el cambio de los perfiles objetivos, en el sentido que en los últimos
tiempos han entrado nuevas materias dentro de la praxis y del contenido concordatario, así
como: la objeción de conciencia, los bienes culturales, la tutela de la moral y del
sentimiento religioso, la bioética, los medios de comunicación social, la privacy, etc.
Desde el punto de vista estructural, se conoce mutaciones profundas en el instrumento
pactario, se piense al Acuerdo de Villa Madama del 1984 con la cual se revisa el
concordato Italiano del 1929 (Concordato Lateranense). Con este acuerdo se ha propuesto
la inédita figura del “CONCORDATO CUADRO”, es decir de una convención
caracterizada en varias partes de una corniz de normas-principios, destinadas a encontrar
actuación detallada a través de la estipulación posterior de otros acuerdos entre la Santa
Sede o la Conferencia Episcopal Italiana con las competentes autoridades del Estado
Italiano.

17
También la participación de las conferencias episcopales en la formación de los
concordatos es un dato sustancialmente nuevo.
La dilatación de la actividad concordataria pone en luz algunos significativos efectos de
una mutación o alargamiento de la política internacional de la Sede Apostólica, que se
refleja en la orientación de las varias convenciones. Por ejemplo parece haberse
progresivamente movido el focus de los diversos acuerdos de las razones de la institución a
las razones de la persona humana, en el sentido que si en el pasado los concordatos tenían
motivaciones sustancialmente de garantizar la Libertas Ecclesiae, hoy en cambio se centra
sobre la exigencia de garantizar la libertad religiosa individual y colectiva, no solo en vías
de principio sino también concretamente, no solo como libertad negativa, sino también
como libertad positiva, y más generalmente sobre la promoción de la persona humana y
sobre la tutela de los sus derechos inalienables.
Es también cierto que la dilatación de la actividad concordataria tiene entre sus efectos una
nueva revalorización del derecho canónico en los ordenamientos jurídicos estatales.

18
TEMA IV

CONCORDATO
Naturaleza, Formación, Ejecución, Efectos, Interpretación,
Extinción

El principio del acuerdo y de la colaboración constituye una constante en la historia de las


relaciones Iglesia y la Comunidad Política (Estado), sea desde el punto de vista teórico sea
como objetivo practico de perseguir.

Esto es comprensible si se piensa que de frente a la distinción entre César y Dios, con las
consecuencias que derivan de esa en términos de dualismo de autoridad, de leyes, de
competencias, de fidelidad, está la persona en su unidad antropológica, con la relativa
exigencia de armonizar en si la dimensión temporal y aquella espiritual, el cuerpo y el
alma. De frente a tal exigencia, se piense a los dramas de conciencia derivados de la
contraposición de los deberes del ciudadano respecto a aquellos del creyente.
(Ej. Médicos creyentes obligados a realizar abortos en función de su labor y denunciados
por su conciencia)

Sobre tal principio el Vaticano II regresa con insistencia a auspiciar una Sana Cooperatio
entre la Iglesia y el Estado, que será tanto más eficaz cuanto más responda al fundamento
de colaboración que se justifica en cuando las dos partes “si aunque a titulo diverso, están a
servicio de la vocación personal y social de las mismas personas” (Const. Gaudium et Spes
n. 76). Observa la constitución conciliar que el hombre “no está limitado al solo horizonte
temporal, sino, viviendo en la historia humana, conserva integralmente su vocación
eterna”, y que de otra parte la Iglesia, “predicando la verdad evangélica ilumina todos los
sectores de la actividad humana con su doctrina y con el testimonio hecha por los
cristianos, respeta y promueve también la libertad política y la responsabilidad de los
ciudadanos.

La distinción entre la Iglesia y Estado no se refleja en distinciones personales o


territoriales, esa produce en cambio, una distinción de poderes, instituciones, sociedad,
ordenamientos. De hecho a diferencia de cuanto sucede en las relaciones reciprocas entre
los Estados, caracterizados de una neta distinción de pueblos, territorio y autoridad, en las
relaciones entre Iglesia y Estado, se verifica la singular situación de dos distintas
autoridades, aquella religiosa, y aquella política, que actúan sobre el mismo pueblo y sobre
el mismo territorio.

1. EL SISTEMA CONCORDATARIO.

El concordato eclesiástico, es el instituto jurídico que por siglos ha representado el modelo


y el cardine de las relaciones Iglesia – Comunidad Política (Estado). Se suele decir que el
primer concordato de la historia haya sido el concordato de Worms, con la cual se
recuerda como vino solucionada la disputa entre el papado y el imperio definida como la

19
“lucha por las investiduras” El Concordato de Worms fue un acuerdo político entre el
emperador alemán Enrique V y el papa Calixto II, firmado en el año 1122, que supuso el
final de la Lucha por las investiduras. Esto no quiere decir, que antes de dicho concordato,
no se hayan hecho acuerdos entre el poder eclesiástico y el poder civil, hechos con el fin de
disolver controversias entre los dos, o a definir la disciplina jurídica de materias de común
interés. De otro modo el acuerdo concluido en Worms en el 1122 es el primero a pasar a la
historia con el nombre de concordato.

Se debe notar, en vía preliminar, que desde el punto de vista contextual y práctico existe
una profunda diferencia entre los concordatos antiguos y los concordatos modernos.

a. Los primeros se realizaron al interno de una realidad social fuertemente impregnadas del
concepto de christianitas, como sociedad temporal de los cristianos, en la cual el dualismo
era concebido más en términos de poder, que de sociedad, en la cual era radicado el sentido
de responsabilidad del príncipe también por el bien espiritual de sus propios súbditos,
donde no era puesta en discusión la subsistencia de una jerarquía en la unidad
antropológica (el alma es superior al cuerpo), una jerarquía de fines (la salvación del alma
es preeminente sobre el bien del cuerpo), y una consecuente jerarquía de potestad (la
potestad eclesiástica sobresale sobre aquella civil).

En dicho contexto los concordatos eran concebidos más como un acto de concesión, de
parte de una autoridad superior (el Papa) a una autoridad inferior (el soberano), de
prerrogativas, de derechos, de facultad, de poderes, o también como actos de transferencia
de obligaciones, de servicios, de gravámenes.

b. Del todo diverso son los concordatos modernos, del cual el prototipo es el Concordato
Napoleónico del 1801. El Concordato del 1801 fue un acuerdo siglado entre Napoleón
Bonaparte y el Papa Pio VII con el fin de repacificar las relaciones, muy tensas después de
la muerte de Papa Pio VI en la prisión de Francia, entre los dos estados, con la cual venia
restaurada la Iglesia en Francia después de la turbulencia de la revolución y la persecución
religiosa.

Los concordatos modernos se colocan en un contexto social, político y cultural del todo
diverso. En una sociedad cada vez más secularizada, que tiende a considerar la religión
como un mero hecho privado, de conciencia, sin ningún relievo público, responde un
Estado que tiende siempre más a calificarse como separatista, laico, agnóstico, indiferente
ante al problema religioso. Un Estado soberano en el orden propio, que no reconoce otra
ley o autoridad superior a la suya, que ve su propia finalidad terminarse en los claros
confines del orden temporal. En este contexto los concordatos vienen concebidos como
acuerdos jurídicos para resolver problemas de común interés entre las dos distintas
sociedades, aquella religiosa y aquella civil, como acuerdos entre dos autoridades
soberanas, es decir independientes la una de la otra, cada quien con finalidad bien
diferenciada, como acuerdos que nacen en el ámbito de un ordenamiento jurídico diverso

20
sea de aquel estatal que del canónico, en el cual por tanto las dos autoridades pueden
relacionarse sobre un plano de paridad.

Por parte de la Iglesia el recurrir al actual instrumento concordatario no significa


ciertamente la negación del primado espiritual sobre lo temporal, en razón de la
preeminencia de la salus animae respecto al bien del cuerpo. Desde el punto de vista
teológico la misión de la Iglesia es ciertamente superior a la del Estado, así como la
religión es superior a la política o el alma al cuerpo. Pero un instrumento jurídico como el
concordato sirve para poner sobre un plano de paridad formal entes que, por su naturaleza,
son incomparablemente diversas.

No ha caso es de recordar que es propio del derecho la capacidad de poner en relación


sujetos diversos, a prescindir de toda distinción y diferencia. De hecho, el derecho consiste
en el modo de vivir en conformidad a reglas, gracias a la cual se hacen posibles relaciones
pacíficas y coordinadas.
Como se verá más adelante, el concordato eclesiástico puede definirse como la convención
de derecho internacional entre la Santa Sede y un Estado para regular cuestiones religiosas
de común interés. Esto presupone, por parte de los contrayentes, la subjetividad
jurídica internacional: esto explica el porqué, por la parte eclesiástica, los concordatos
vienen estipulados por la Santa Sede, cuya subjetividad internacional es indiscutible.

2. CONTENIDO DE LOS CONCORDATOS.

Se puede observar que la experiencia moderna conoce concordatos con portada general,
destinadas a definir la condición jurídica de la Iglesia en una determinada nación, con la
consecuente reglamentación de todas las materias de común interés, como también los
concordatos de contenido específico, hechas para resolver una determinada controversia, o
a definir la disciplina jurídica de una determinada materia (ej.: de la primera categoría; el
Concordato italiano, sea en el texto originario del 1929 sea en el texto revisado del 1984,
para la segunda categoría se puede recordar el Acuerdo entre la Santa Sede y el Land
Niedersachen, del 29 octubre de 1993, a modifica de las disposiciones en materia
escolástica y universitaria contenida en el Concordato del 26 de febrero de 1965).

Breve listado de Concordatos estipulados por la Iglesia:


 Concordato de Worms (1122) entre el Papa Calixto II y el emperador Enrique V.
 Concordato de Bolonia (1516) entre el rey Francisco I de Francia y el papa León X.
 Wittenberg Concordia (1536) con la reforma luterana
 Concordato de 1753 con España
 Concordato de 1801 entre el Papa Pío VII y Napoleón
 Concordato de Fontainebleau (1813) entre el Papa Pío VII y Napoleón
 Concordato de 05 de junio 1817 , con Baviera
 Concordato de 11 de junio 1817 , con Francia
 Concordato de 1847 (03 de agosto) con Rusia
 Concordato de 1851 (16 de marzo) con España

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 Concordato de 1855 entre el Papa Pío IX y el emperador austriaco Francisco José
 Concordato de 1882 (23 de diciembre) con Rusia
 Concordato de 1886 (23 de junio) con Portugal
 Concordato de 1925 (10 de febrero) entre la Santa Sede y la República de Polonia
Segunda
 tratado de Letrán (11 de febrero 1929) entre Italia y el Papa Pío XI , que está
compuesto por un Tratado definir formalmente a la Ciudad del Vaticano y de su
estado soberano internacional y del Concordato de 1929, relativa a la Iglesia
Católica en Italia
 Concordato de 1933 (5 de junio) entre la Santa Sede y Austria
 Concordato imperial (20 de julio 1933) entre la Santa Sede y el Tercer Reich
(Hughes 1974)
 Concordato de 1940 (07 de mayo) con el gobierno portugués en virtud de Antonio
de Oliveira Salazar
 Concordato de 1953 (27 de agosto), con Francisco Franco de España
 Cuatro Acuerdos de 1979 (03 de enero) entre la Santa Sede y España
 Concordato de 1984 (18 de febrero) entre la Santa Sede y la República de Italia o
Acuerdo de Villa Madama
 Concordato de 1993 (28 de julio) entre la Santa Sede y Polonia
 Tratado de 2004 (marzo) entre la Santa Sede y Eslovaquia
 Concordato de 2004 (18 de mayo) entre la Santa Sede y Portugal
 Concordato de 2008 (13 noviembre) entre la Santa Sede y Brasil
 Concordato de 2009 con Schleswig-Holstein , uno de los concordatos con varios
individuales estados de Alemania desde 1960
 Concordato de 2009 (17 dic) Convencion monetaria entre la Union Europea y el
Estado de la Ciudad del Vaticano.

3. NATURALEZA JURÍDICA DE LOS CONCORDATOS.

Sobre la naturaleza de los concordatos se han subseguido en el tiempo, a partir del siglo
XVIII, diversas configuraciones.
Esas pueden ser reagrupadas esencialmente en dos diferentes posiciones fundamentales:

3.1. La primera, es aquella que, partiendo de las teorías canonistas, sobre la potestas
indirecta Ecclesiae in temporalibus, y sobre el presupuesto de la superioridad ratione
fines de la Iglesia sobre el Estado, venía a configurar el concordato como una ley
eclesiástica particular que concedía derechos y privilegios a la autoridad civil. En sustancia
según tal teoría, llamada Curial o de los privilegios, lo que nacía del concordato no era de
una relación entre sujetos puestos sobre una posición de paridad, sino entre sujetos de la
cual uno, el Estado, era sometido a la otra, la Iglesia.

La razón de entender la relación concordataria nacía también de la dificultad de justificar


sea, el objetivo restringente de la Libertas Ecclesiae, que la concesión de algunos
privilegios al Estado podían comportar, sea el reconocimiento pactario a la Iglesia de

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derechos que en la realidad le eran por su naturaleza propias, y por tanto, a prescindir de la
concesión o del reconocimiento de cualquier autoridad temporal.

3.2. La segunda posición fundamental, desarrollada por la doctrina jurídica civil en el


contexto de una forma de Estado jurisdiccionalista, constituía el exacto contrario de la
primera teoría. En el sentido que según la teoría Legal o jurisdiccionalista, desarrollada
por la doctrina Alemana e Italiana del ‘Ochocientos, afirma, la Iglesia está en el Estado y
bajo su soberanía, por la cual es el Estado a conferir a la Iglesia derechos y facultades. En
esta prospectiva el concordato es un acuerdo de naturaleza propiamente política, capaz de
producir efectos jurídicos en el ordenamiento estatal solo en la medida en la cual viene
traducida en ley del Estado. Es más, según algunos autores, el concordato tiene naturaleza
jurídica, pero de mera convención de derecho público interno, es decir, sería un acuerdo
intercurrente entre dos sujetos no puestos sobre un plano de paridad, sino uno subordinado
(la Iglesia) al otro (el Estado).

2.3.- La tercera posición que nace, es consecuencia de la inconciliabilidad de las dos


posiciones anteriores. Por tales razones apareció en un primer momento, a una parte de la
doctrina, de tener que configurar las relaciones concordatarias entre la Iglesia (Santa Sede)
y los Estados como desarrolladas en un Ordenamiento Tercero respecto a la Estatal o al
Canónico, semejante al ordenamiento internacional pero distinta de esta (el así llamado
ordenamiento concordatario).

2.4. La cuarta posición aparece como la superación de estas dos posiciones contrapuestas e
inconciliables se ha tenido sustancialmente en los ‘Novecientos, gracias a los desarrollos
sea de las teorías generales del derecho sea del derecho internacional. Un grande contributo
ha venido, en particular, del afirmarse de la teoría de la pluralidad de los ordenamientos
jurídicos, que si de un lado a puesto en crisis aquella concepción positivista y estatalista del
derecho que impedía de ver en la Iglesia una realidad productora de un derecho propio (el
derecho canónico), del otro lado ha permitido configurar el ordenamiento canónico y el
ordenamiento del estado como ordenamientos externos el uno del otro, independientes y
soberanos cada quien en su propio orden, es decir jurídicamente relacionables sobre un
plano de paridad a través de convenciones.

La doctrina contemporánea, de consecuencia, no ha tenido dificultad en el encuadrar los


concordatos usando las categorías propias del derecho internacional (teoría
internacionalista o de coordinación).

Se trata de una mutación de prospectiva que no se ha realizado ni rápidamente ni


fácilmente, ya que la peculiaridad que los concordatos presentan, hacían difícil la
asimilación de las relaciones entre Estado y Estado, típicas del derecho
internacional, a las relaciones entre la Santa Sede y el Estado, típicos del derecho
concordatario. En efecto los concordatos tienen significativas diversidades con
respecto a las otras convenciones internacionales: por cuanto respecta los
sujetos, ya que la Santa Sede no es un Estado, mientras por mucho tiempo el

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derecho internacional había sido concebido (actualmente ya no) como un derecho
disciplinante de las relaciones entre Estados, por cuanto respecta al objeto, dado
que las materias disciplinadas por los concordatos son del todo diversas de
aquellas que constituyen normalmente, el objeto de las convenciones entre los
Estados, en el ámbito de aplicación, ya que a diferencia de cuando sucede en las
relaciones entre Estados, los concordatos son destinados a reglamentar la
actividad de sujetos, es decir el Estado y la Iglesia, la cual soberanía se ejercita
sobre el mismo territorio y sobre la misma población por la substracción de los
concordatos a algunas instancias propias del derecho internacional, como el
arbitrado o el recurso a los tribunales internacionales, prefiriéndose por regla el
recurso a la negociación en el caso de controversias sobre la interpretación o
aplicación de las disposiciones concordadas.

Hoy en cambio, la doctrina internacionalista considera sin dificultad los concordatos como
acuerdos de derecho internacional. En tal sentido ha sido favorable el desarrollarse de la
experiencia jurídica internacional, que ha visto el multiplicarse de los sujetos carentes de la
estatalidad y el diversificarse de las materias objeto de disciplina convencional.

4. PARTES CONTRAYENTES, FORMACIÓN, EJECUCIÓN, EFECTOS,


INTERPRETACIÓN, EXTINCION DE LOS CONCORDATOS.

4.1.- Partes contrayentes:


Tradicionalmente el Estado es parte contrayente del concordato, pero para el futuro no es
de excluir que los concordatos puedan estipularse con otros sujetos internacionales (can.
3). En orden, después, a la individuación de los sujetos competentes a actuar en la
estipulación de un concordato y de los órganos llamados, en relación, al desarrollar
funciones de dirección, de deliberación y de control, es necesario dirigirse a las normas
constitucionales de los diversos Estados.

Por parte de la Iglesia, el sujeto competente a estipular un concordato es la Santa Sede la


cual, goza de subjetividad jurídica internacional, y a la cual por el derecho canónico le
espera el ius legationis y el ius tractandi.

4.2.- La formación:
Los concordatos siguen las proceduras típicas de las convenciones internacionales
(Convención de Viena sobre el derecho de los Tratados 1969), los negociados oficiosos
(requisitos elementares y básicos para iniciar el concordato), la nómina de los
plenipotenciarios con relativa verifica de los poderes, la redacción (hoy generalmente en
la forma de un artículo en un texto único) y la firma del acuerdo por parte de los
plenipotenciarios, y por último el intercambio de las ratificas. De regla sin la ratifica el
acuerdo, aunque ya sea terminado, no adquiere fuerza vinculante y por tanto no produce
efectos jurídicos. La ratifica, que es un acto unilateral con la cual cada parte aprueba lo
operado por los plenipotenciarios, espera al Pontífice y al Jefe de Gobierno, que

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normalmente en los ordenamientos democráticos debe ser a la necesidad autorizado por el
competente órgano constitucional (en general es el parlamento, que autoriza con ley).
Una vez ratificado, el concordato es productivo de efectos jurídicos en el ordenamiento
internacional.

4.3.- La Ejecución:
Pero para que pueda producir efectos (actuación) en los ordenamientos del Estado y de la
Iglesia es necesaria una posterior ejecución. Esta sucede automáticamente en el
ordenamiento canónico, si aunque ordinariamente el acuerdo deba ser publicado en el Acta
Apostolicae Sedis.

Más compleja es la situación por cuanto respecta a los ordenamientos estatales. En algunos
casos, así, como en el ordenamiento canónico también en el estatal prevé la adaptación
automática del derecho interno al derecho internacional (llamado, sistema monista), una
vez que el concordato sea estado ratificado. En otros casos es necesaria en cambio, una ley
de ejecución (llamado, sistema dualista), sin la cual el concordato (así como cualquier otra
convención internacional) no produce efectos jurídicos internos.

Realizada la ejecución, las disposiciones concordatarias vienen contextualmente en los dos


ordenamientos como normas canonícas particulares y como normas civiles, además de
estar en vigor en el ordenamiento internacional, en la cual han sido depositadas.

4.4.- Efectos:
Por cuanto se refiere a los efectos, como en los tratados internacionales los concordatos
pueden tener cláusulas contractuales o clausulas normativas (de aquí la distinción entre
concordatos-contratos y concordatos-ley, es más, las dos clausulas pueden estar presentes
en el mismo concordato). Los concordatos-contrato ponen por una parte la obligación de
determinadas prestaciones, que cumplidas las clausulas los efectos de la convención se
terminan: es el reciente caso de algunas recientes convenciones de la Santa Sede con
Estados de Europa oriental, que tienen por objeto la restitución a la Iglesia de edificios de
culto y otros bienes en un tiempo expropiados por los gobiernos comunistas. Los
concordatos-ley, ponen un derecho objetivo común sobre una cierta materia (matrimonio,
educación, etc.) de validez en confronto de aquellos que son sujetos a la potestad del uno y
del otro contrayente.

4.5.- Interpretación:
Problema bastante delicado en los concordatos es lo correspondiente a la interpretación de
las singulares disposiciones. Esto porque de un lado estas son en el mayor de casos el fruto
de un acercamiento de las dos partes contrayentes de posiciones originarias diversas y
muchas veces muy distantes la una de la otra, así que la formulación de las disposiciones
pueden presentar una cierta generalidad o se puede prestar a interpretaciones diferentes, de
otro lado porque habiendo las disposiciones concordatarias dado lugar a un derecho
objetivo común, se pone la lógica consecuencia que eso sea interpretado y aplicado en el
mismo modo en el uno como en otro ordenamiento.

25
La interpretación de la cual se habla, obviamente no es aquella hecha por la doctrina
(interpretación doctrinal) según las habituales técnicas de interpretación, sino aquella
autentica realizada por las partes o en vía unilateral (interpretación unilateral) o en vía
bilateral (interpretación bilateral). La primera es siempre legítima siempre que sea hecha
en buena fe y no sea objetada por la contraparte, la segunda es aquella establecida de
acuerdo entre las dos partes.

4.6.- Extinción de los concordatos:


También para la extinción de los concordatos hay que rellamar a las reglas generales
relativas a los tratados internacionales (art. 54. Convención de Viena sobre el derecho de
los tratados del 1969).

Una primera causa de extinción es hecha por el consentimiento reciproco de las partes
contrayentes, dirigidas a suspender, o hacer venir a menos, modificar o sustituir con otra
convención el concordato en vigor (ejm, es el caso de concordato estipulado entre la Santa
Sede y la república Italiana en el 1929 y después modificada por el nuevo concordato del
1984, llamado Acuerdo de Villa Madama).

Otra causa de extinción es aquella de la caducidad o vencimiento de los términos,


puestos originariamente en el acuerdo (ej., es el caso del concordato entre la Santa Sede y
la República de Bolivia del 1957, donde en el art. 20 dice que la convención tendrá una
duración de 10 años desde la ratificación).
Diverso es el caso de la extinción del concordato por el verificarse de una clausula
resolutoria, prevista explícitamente en el acuerdo.

Por último se debe mencionar la extinción del concordato por denuncia unilateral: se trata
de una causa de extinción que por no ser ilícita ni inválida debe ser contemplada, en el
mismo acuerdo. (ej., es el caso del concordato entre la Santa Sede y la República del
Salvador del 1968, donde en el art. 12 dice que el convenio estará en vigencia, a menos que
una de las altas partes contrayentes lo denunciaran con un año de anticipación).

Es evidente que causa de extinción del concordato podría ser también aquella, siempre
prevista por el derecho internacional, de la denuncia por parte de uno de los contrayentes
por violación de una o más disposiciones por parte del otro. Ocurre precisar pero que es
tradición de la Santa Sede no hacer recurso a esta forma de auto tutela.

Un problema que se ha puesto en doctrina, y que tiene una grande relevancia práctica, es
aquella sobre la aplicabilidad a los concordatos de la cláusula resolutoria rebus sic
stantibus (art. 62.I de la Convención de Viena sobre el derecho de los tratados del 1969)
según las cuales las convenciones internacionales vinculan las partes contrayentes hasta
que no sucedan mutaciones por circunstancias diversas en las cuales los acuerdos fueron
concluidos, de hacer imposible o excesivamente oneroso su cumplimiento. La respuesta a
tal cuestión es generalmente positiva, teniendo presente que el problema en concreto se

26
pone comúnmente para los Estados, que en el devenir de la historia pueden conocer
mutaciones constitucionales y territoriales, así como pueden extinguirse o nacer otras
nuevas.

Cierto es que en la experiencia concreta la aplicación de los principios ha sido deforme: así
por ejemplo el Concordato napoleónico del 1801, abrogado en Francia, es todavía en vigor
en los territorios de la Alsazia-Lorena, no obstante los sucesivos pasajes bajo la soberanía
alemana y francesa entre el Ochocientos y Novecientos, viceversa el Concordato austriaco
del 1855 fu denunciado por el gobierno de Viena en el 1870 con el pretexto que en aquel
año, con la proclamación del dogma de la infalibilidad pontificia por obra del Concilio
Vaticano I, se seria sustancialmente modificada la naturaleza de la otra parte contrayente,
es decir la Santa Sede; el Concordato italiano del 1929, permaneció en vigor en Italia
después de la caída de fascismo y de la mutación radical de la forma del Estado, viniendo
adiritura asumida los Pactos en la constitución de la nueva República.

Queda el problema de la subsistencia o menos de las normas concordatarias, como normas


internas canonícas y estatales, después de la extinción de los concordatos.
Para el ordenamiento de la Iglesia ocurre tener presente las disposiciones concordatarias,
una vez asumidas, devienen normas canonícas de derecho particular. En cuanto tal, a
norma de can. 20 esas pueden ser derogadas en forma expresa por el legislador
competente. La conclusión aunque no sea unánimemente condividida por la doctrina, es
que las normas canonícas particulares de derivación concordataria continúan a tener vigor
en el ordenamiento canónico aun después de la extinción del concordato, hasta que no
vengan abrogadas o derogadas explícitamente por el legislador.

Más complejo es el problema por cuanto se retiene al ordenamiento estatal. En línea


general se pude decir que en el caso en cual se prevea la adaptación automática del derecho
interno al derecho internacional convencional, el venir menos del concordato comporta de
consecuencia el automático venir menos de las normas internas relativas. Viceversa es el
caso en el cual el ordenamiento estatal haya dado ejecución a cuanto se haya convenido en
sede internacional con autónoma ley interna unilateral: en este caso, el venir menos del
concordato no lleva automáticamente el venir menos de las leyes estatales con la cual el
concordato mismo ha encontrado ejecución o las clausulas concordatarias han tenido
aplicación. Esto significa que en este caso es necesaria una ley interna unilateral estatal de
abrogación de las normas de derivación concordataria.

ESQUEMA:

1. NEGOCIADOS Se ven los requisitos elementares y básicos para iniciar el


OFICIOSOS concordato.
2. NOMINA DE LOS Verificación de las credenciales.
PLENIPOTENCIARIOS Verificación de los poderes dados.
3. REDACCION DE LA → se fijan las materias sobre las cuales se deben trabajar,

27
ORDEN DEL DIA → se adopta un criterio para tratar los temas según la
importancia,
→ Procedura: - cada uno se pude valer de consultores,
- los días de reunión pueden ser; a la semana al mes,
- se crean comisiones y subcomisiones.
→ Fase Deliberativa: se establece como votar el texto.
4. FIRMA DEL → lo hacen los plenipotenciarios,
ACUERDO
5. RATIFICA → puede ser por acto, unilateral o bilateral,
6. INTERCAMBIO DE → hecho oficialmente,
FIRMAS
7. ACTUACION DEL → recepción automática (Iglesia, Common Law),
CONCORDATO → recepción mediada (Civil Law),
8. INTERPRETACION → Doctrinal.- hecha por los juristas,
DE LOS → Jurisprudencial.- por sentencia de los jueces,
CONCORDATOS → Autentica, hecha por los órganos competentes, y puede
ser: Unilateral o Bilateral.
9. TIPOS DE → cláusulas contractuales,
CLAUSULAS → clausulas normativas
10. EXTINCION DE LOS → por consenso reciproco de las partes,
CONCORDATOS → por vencimiento del plazo de los términos
→ por clausula resolutiva expresa,
→ por denuncia unilateral,
→ por clausula “rebus sic stantibus”

4.7.- Acuerdos de las Iglesias particulares con la comunidad política:


Se ha dicho ya, que las relaciones jurídicas formales con las autoridades políticas eran
consideradas como de exclusiva competencia de la Santa Sede.
Y esta concepción presidio de hecho a la práctica, si aunque en el tiempo no han faltado
casos, si aunque limitados, de acuerdos entre las Iglesias Particulares y correspondientes
autoridades políticas.

La legitimación de esta teoría y de esta práctica era asegurada de algunos precisos


presupuestos eclesiológicos, entre aquellos: del primado Papal, y de razones políticas y
jurídicas. De un lado se ha siempre considerado que el Papa fuese, respecto a las
autoridades políticas nacionales y locales, más libre, más independiente, más influyente, y
más capaz de hacer valer las razones de la Libertas de la Iglesia particular, respecto a la
condición de episcopado local, más expuesto a los condicionamientos y a las violencias del
poder político. Sin contar con las siempre nacientes sospechas del formarse de Iglesias
nacionales, sometidas al Estado, que la idea misma de acuerdos entre Iglesias Particulares
y autoridades civiles venían a formarse.

28
De otro lado, poco a poco que las relaciones Estado – Iglesia venía a configurarse en los
esquemas internacionales, se reforzaba la idea de la exclusiva competencia de la Santa
Sede a estipular convenciones concordatarias, en razón de su indiscutible subjetividad
jurídica internacional.
Hoy la situación parece cambiada. Esto sobretodo como consecuencia de la eclesiología
del Vaticano II, que ha llevado a revalorar las Iglesias Particulares, con el consecuente
conferimiento de más amplios poderes y mayor responsabilidad, de la cual hay signos
evidentes en el vigente código de derecho canónico. Así en el Decreto conciliar sobre el
oficio pastoral de los obispos Christus Dominus n. 19, es expresamente atribuido al Obispo
diocesano el munus de promover y curar las relaciones con las autoridades civiles.

En este diverso contexto, se debe decir que en línea general ningún impedimento parece
subsistir para la configuración de acuerdos entre los singulares obispos diocesanos o
conferencias episcopales, y autoridades políticas. El problema, también en este caso,
parece más político que jurídico, es decir que atiene más a cuestiones de oportunidad y de
conveniencia, en el cuadro de las libertades de modos y formas de presencia que el
Vaticano II indica. Cuestiones de oportunidad y conveniencia, teniendo cuenta del hecho
que no es de hecho verdad que hoy la Iglesia más libre que en el pasado, ya que en nuestro
tiempo es atacada por nacionalismos y opresión de estados totalitarios, pone en peligro la
libertad de determinación de la Iglesia particular. En muchos casos la acción de la Santa
Sede, obviamente no sujeta a los poderes políticos nacionales ni condicionada de las
opiniones públicas locales, es más incisiva en la defensa de la libertas Ecclesiae.

Del punto de vista jurídico, el problema de mayor relevancia es la calificación de los


acuerdos en cuestión.

De consecuencia pueden individuarse tres diversas especies:

1.- acuerdos entre el episcopado y autoridad política que tienen un carácter puramente
político, no vinculantes sobre el plano jurídico. Esas pueden ser el presupuesto para que la
autoridad política competente, en la propia autonomía y responsabilidad, adopte en el
ámbito del ordenamiento civil aquellas medidas de naturaleza normativa o administrativa
que constituyan actuación de cuanto acordado con la autoridad eclesiástica.

2.- acuerdos que tienen carácter puramente administrativo, interno a los ordenamientos
estatales, en actuación de disposiciones civiles.

3.- acuerdos con contenido normativo, capaces de innovar el ordenamiento jurídico estatal
así como el derecho canónico particular. Esas no tienen la naturaleza de acuerdos
internacionales, ni pueden de consecuencia, calificarse como concordatos faltando sea en
los dos o en uno, la subjetividad jurídica internacional. Pero se trata igual de acuerdos que
nacen en un ordenamiento jurídico tercero, donde las partes se encuentran sobre un plano
jurídico de paridad. Un ordenamiento jurídico que surge en el acto mismo de la
formalización del acuerdo.

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En este caso es evidente que los contenidos del acuerdo deben encontrar ejecución en el
ordenamiento civil y en el canónico, con oportunos actos a contenido normativo.
De frente a las tres especies señaladas, se debe también contemplar el caso en el cual, los
singulares obispos, o las conferencias episcopales actúen, estipulando acuerdos con las
autoridades civiles, con el consentimiento y con el mandado de la Santa Sede. En este caso
evidentemente se reentraría en la especie concordataria.

30
TEMA V

FRONTERAS AFINES
(Móviles)

1. INMUTABILIDAD E HISTORICIDAD EN LAS RELACIONES ENTRE LA


IGLESIA Y LOS ESTADOS.

En el sentir común se tiene una concepción muy rígida y esquemática de las relaciones
entre la Iglesia y los Estados, por cuanto respecta a aquellas materias que objetivamente
resultan ser de común interés, llamadas por eso res mixtae (materias mixtas) o res mixti
fori (materias de relevancia sea para el foro eclesiástico que para el civil), o sobre las
cuales se hayan centrado las pretensiones de la autoridad civil. En el sentido de que ha sido
siempre idéntico, en el desarrollo de la historia, el catálogo de materias en relación a las
cuales Iglesia y Estado han constantemente declarado su propia competencia, en manera
exclusiva o al menos en concurrencia. En torno a las mismas materias se ha, de vez en vez,
encendido el conflicto entre el poder eclesiástico y el poder secular, así como se han de vez
en vez encontrado treguas y concordatos.
Una convicción de este tipo se apoya, más o menos explícitamente, sobre el presupuesto de
la inmutabilidad de los fines sobre las cuales las dos sociedades se han orientado (el bien
espiritual para la Iglesia, el bien temporal para los Estados), así como sobre la peculiaridad
de los medios a través de los cuales cada una de ellas persigue tales fines ( se piense por
ejemplo a los sacramentos, signos eficaces de la gracia, que representan una realidad
interior de orden sobrenatural y como tales extraños a los estados). De aquí, se trae la
consecuencia que los confines entre la Iglesia y los Estados permanezcan firmes a través de
los siglos.
Por difundido y comprensible, esta convicción es todavía priva de fundamento, como
puede fácilmente verificarse incluso desde una superficial encuesta en la historia. Esta, de
hecho, enseña que los confines entre las dos sociedades son moviles, así como mutables
son las razones de los conflictos. Verdad es que, en el curso de la historia, se han dado
materias que han sido constantemente objeto de controversias entre el poder eclesiástico y
el poder secular. Bajo este perfil el problema de la investidura en los oficios eclesiásticos
mayores, cubre como se verá, un rol emblemático.
Pero es verdad también que con el transcurrir de los siglos otros problemas han venido
poco a poco a ponerse en evidencia. A veces una competencia que por siglos había sido
reconocida como de exclusiva competencia de una autoridad se da a un cierto punto, un
momento de reivindicación como propia de la otra: como se verá en el caso del
matrimonio. Otras veces el convergir de intereses y el eventual conflicto entre las dos
autoridades hacen frente a la aparición de cuestiones nuevas: como se verá, es el caso de la
asistencia espiritual a las fuerzas armadas o de la bioética.
La realidad es que la distinción evangélica entre Cesar y Dios, clarísima en su formulación
de principio, deben ser de vez en vez, en las diferentes circunstancias de tiempo y de lugar,
traducida en criterios de acción y en iniciativas concretas. Se presupone en otras palabras,
una obra de discernimiento y de mediación histórica, que no es una cosa del todo simple.

31
Una obra que a diverso título y con diferentes efectos enviste a la Iglesia en sus diversas
componentes: en particular la jerarquía de un lado; los fieles, singularmente o asociados
del otro.
Para comprender plenamente el sentido de la movilidad de los confines que marcan en el
tiempo las relaciones entre Iglesia y los Estados, se pasara revista en los parágrafos que
siguen, en manera puramente ejemplificativa, algunos de los puntos problemáticos que la
experiencia histórica ha progresivamente puesto en luz.

2. EL NOMBRAMIENTO A LOS CARGOS ECLESIÁSTICOS.

El nombramiento de los titulares a los cargos Eclesiásticos, vale a decir de aquellos


encargos constituidos establemente por disposición divina o eclesiástica y orientados a un
fin espiritual, es materia constantemente presente en la historia de las relaciones entre la
Iglesia y el poder político de turno.
Se podría casi decir que para ciertos cargos eclesiásticos – en particular aquellos como del
Obispo diocesano, no de frecuente el del Obispo de Roma, a veces el del párroco – no ha
habido periodo histórico en el cual haya faltado, en potencia o en acto, un contraste por
parte de la Iglesia, justamente celosa de sus propias prerrogativas y de consecuencia del
derecho exclusivo a proveer al nombramiento, con el Estado, deseoso en influir sobre los
mismos nombramientos, porque interesado a tener en puestos relevantes para la misma
sociedad civil personas confiables desde el punto de vista político. El uso de la religión
cristiana como instrumentum regni representa, bajo este perfil, una aspiración que el
poder político ha siempre cultivado, desde el inicio. Por ejemplo, las controversias entre el
Obispo de Milán San Ambrosio, y el emperador romano Teodosio (fines del siglo IV), que
se atribuía poderes de injerencia en los asuntos eclesiásticos, entre las cuales el
nombramiento de los obispos.
El acontecimiento más famoso sobre este punto se tuvo, en edad medieval, con la llamada
lucha por las investiduras, que vio figuras contrapuestas de gran relevancia como el Papa
Gregorio VII y el emperador Enrico IV, junto a momentos de alta dramaticidad, como el
noto acontecimiento de Canosa. Este acontecimiento, que se inició oficialmente el 1075,
vio al Papado y al Imperio, contenderse cada quien la propia competencia en el
nombramiento de los Obispos y en general el conferimiento de los cargos eclesiástico. Solo
con el Concordato de Worms del 1122, esta se terminó con el triunfo del Papa sobre el
emperador y con la recuperación de la plena autonomía del poder eclesiástico respecto al
poder político.
Pero el problema de la intervención del poder político en el nombramiento de los cargos
eclesiásticos se repropuso también en edad moderna y contemporánea. Se piense solo al
uso descarado que se hizo de institutos propios del jurisdiccionalismo como:

El exequátur:
Es el conjunto de reglas conforme a las cuales el ordenamiento jurídico de un Estado
verifica si una sentencia judicial emanada por un país extranjero reúne o no los requisitos
que permiten su homologación en tal Estado.

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Este procedimiento tiene por objeto determinar si es posible brindarle a una sentencia
extranjera (entendiendo esta como aquella resolución pronunciada por un tribunal que
escapa a la soberanía del Estado en que se desea ejecutarla) reconocimiento, y permitir su
cumplimiento en un Estado distinto a aquel que la pronunció.
El titular del exequátur es:
 Toda persona en cuyo favor se dictó la sentencia;
 Toda persona a quien la sentencia extranjera le ocasione un perjuicio o le impida un
beneficio que sólo la declaración puede hacer cesar.
Procedimiento del exequátur: para que sea procedente el exequátur se requiere, al menos, el
cumplimento de los siguientes principios:
1.Verificación de tratado: Es decir si existen tratados al respecto con el Estado del cual
emana la sentencia. De existir se debe atener a estos. En caso contrario, se aplica el
principio de reciprocidad.
2.Reciprocidad: Si hay reciprocidad con el país de origen de la sentencia, o sea, si el Estado
del cual emana la sentencia le otorga valor a las emanadas del Estado ante quien se tramita
el exequátur.
3.Regularidad internacional de los fallos: La compatibilidad de la sentencia con las leyes
del país donde se solicita que sea reconocida. Especialmente está referido a:
o Que no contenga nada contrario a la legislación del país donde se tramita.
o Que no se oponga a la jurisdicción del país donde se tramita.
o Que la parte contra quien se invoca la sentencia haya sido notificada conforme a
derecho
o Que la sentencia se encuentre ejecutoriada conforme a la ley del Estado de
donde se otorga.
El plácet,
Es la manifestación que hace el estado receptor, solicitando para ello, por el estado
acreditante, de que no tiene nada que oponer a la persona que éste se propone nombrar
como jefe de misión ante aquél.
La solicitud de ¨plácet¨ se hace por medio de nota verbal o de nota firmada a la cual se
acompaña una biografía de la persona preconizada.

El ius exclusivae,
Con el termino ius exclusivae (latín: derecho de exclusiva, dicho también derecho de veto)
se entiende el antiguo privilegio de algunos soberanos católicos europeos de prohibir la
elección a pontífice de una determinada persona. Este derecho ha sido ejercitado por los
reyes de Francia, de España, de los sacri romani imperatori y de los emperadores de Austria
contra los papables a ellos no gratos. El ius exclusivae, de parte del soberano, consistía en el
encargar a un Cardenal de la Corona y hacer saber a la asamblea cardenalicia reunida en
conclave que un determinado candidato no era grato al soberano, haciendo difícil, sino
imposible, su elección.
Tal derecho parece haberse impuesto establemente en el curso de los siglos XVII, aunque si
hubieron acciones similares precedentemente. No parece que se puede correlar al antiguo
derecho ejercitado por los emperadores bizantinos y de los sacros emperadores romanos, de
confirmar la elección papal. España puso el veto contra el cardenal por la primera vez en
el 1605. En el 1644, en el conclave que eligió al Papa Inocencio X Pamphili, España opuso
su veto contra el Cardenal Julio Cesar Sacchetti. El Cardenal Julio Mazino llego tarde para
anunciar el veto de Francia contra Pamphili, porque ya había sido elegido Papa.
Elenco de los vetos:
 Conclave del 1314-1316: veto del conde de Forez contra el cardenal Arnaud Fournier a
nombre del conde de Poitiers Felipe (el futuro Felipe V di Francia).

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 Conclave del 1644: fallido veto di Luis XIV de Francia contra el cardinal Juan Battista
Pamphili, que llego a ser papa Inocencio X.
 Conclave del 1655: veto de Felipe IV de España contra el cardenal Julio Cesar Sacchetti.
 Conclave del 1669-1670: veto de Carlos II de España contra los cardenales Pedro Vidoni
y Francisco María Brancaccio y veto de Luis XIV de Francia contra los cardenales
Benedicto Odescalchi y Raniero d'Elce.
 Conclave del 1700: veto de Luis XIV de Francia contra el cardenal Galeazzo Marescotti.
 Conclave del 1721: veto de Carlos VI del Sacro Romano Impero contra el cardenal
Fabricio Paolucci y de Felipe V de España contra el cardenal Francisco Pignatelli.
 Conclave del 1724: veto de Carlos VI del Sacro Romano Impero contra el cardenal
Fabricio Paolucci.
 Conclave del 1730: veto de Felipe V de España contra el cardenal José Renato Imperiali.
 Conclave del 1740: veto de Felipe V de España contra el cardenal Pier Marcellino
Corradini.
 Conclave del 1758: veto de Luis XV de Francia contra el cardenal Carlos Alberto
Guidoboni Cavalchini.
 Conclave del 1774-1775: veto de Carlos III de España contra el cardenal Juan Carlos
Boschi.
 Conclave del 1799-1800: veto de Francisco II del Sacro Romano Impero contra todos los
cardinales de Francia, España, Nápoles, Génova y Reinos de Cerdeña y veto de Carlos IV
de España contra el cardenal Alejandro Mattei.
 Conclave del 1823: veto de Francisco II del Sacro Romano Impero contra el cardenal
Antonio Gabriel Severoli.
 Conclave del 1829: veto de Carlos X de Francia contra el cardenal Bartolome Pacca.
 Conclave del 1830-1831: veto de Ferdinando VII de España contra el cardenal Santiago
Giustiniani.
 Conclave del 1846: veto de Ferdinando I de Austria contra el cardenal Tomas Bernetti.
 Conclave del 1903: veto de Francisco José I de Austria contra el cardenal Mariano
Rampolla del Tindaro.
Posición de la Iglesia.- el derecho de veto no ha sido formalmente reconocido por el
papado, si aunque muchos conclaves han retenido oportuno reconocer tal objeción contra
algunos papables, aceptando así la interferencia laica. Con la Bula In elegendis del 9 de
octubre de 1562, el papa Pio IV ordeno a los cardenales para elegir al papa sin tener en
consideración el poder laico. La bula Aeterni Patris Filius del 15 noviembre 1621 prohíbe a
los cardenales de conspirar contra un candidato. Este documento todavía, no condena el
derecho de veto. En la constitución In hac sublimi del 23 agosto 1871, papa Pio IX prohibió
cualquier tipo de interferencia laica en las elecciones papales. La más reciente y ultima
utilización del veto se tuvo en el conclave del 1903, cuando el cardenal de la corona Jan
Puzyna, a votaciones iniciadas, se alzó en pie y anuncio que al emperador Francisco José I
de Austria no le era grato, a causa de sus posiciones demasiado filo-francesa y anti-
austriaca, el cardenal Mariano Rampolla del Tindaro. Los cardenales permanecieron
estupefactos.
Papa Pio X, prohibió en razón a dicho episodio, el derecho de veto con la constitución
Commissum Nobis del 20 enero 1904:
Ningún poder laico a más buscado de ejercitar el derecho de veto desde el 1903.

que hicieron las grandes monarquías absolutas entre los 1600 y los 1700. Y todavía; las
cuestiones de los obispos fue una de las materias más calientes que marcaron la
elaboración y, después, la actuación práctica del Concordato Napoleónico del 1801, con el
cual se vino a restaurar en la Iglesia de Francia después de las tempestas revolucionarias.

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Sobre los obispos se endurecieron por todo el 1800 las relaciones entre la Iglesia y los
Estados Liberales que, sobre todo en Europa continental y en América Latina, buscaban
asegurarse eclesiásticos de sentimiento liberal y de impedir al mismo tiempo, a los
eclesiásticos retenidos hostiles la toma de posesión de las diócesis a las cuales habían sido
nombrados.
El los 1900, todavía las cuestiones del nombramiento de los obispos y de los párrocos fue
objeto de conflicto y a veces de compromiso entre la Iglesia y los Estados totalitarios. El
Concordato con la Italia fascista y con la España franquista, por ejemplo, contenían
disposiciones minuciosas a impedir que a los cargos eclesiásticos de gran influencia para el
pueblo y sobre la opinión pública, pudiesen ser nombrados eclesiásticos adversos a los
relativos regímenes. Por cuanto respecta a los regímenes comunistas, los llamados modus
vivendi estipulados entre la Santa Sede y algunos Estados del este europeo eran
sustancialmente dirigidas a asegurar legítimos pastores a diócesis vacantes desde tiempo,
en razón a las persecuciones religiosas.
En los concordatos de los últimos 60 años, sobretodo en razón de la exigencia de dar
actuación a especificas indicaciones del Vaticano II (can. 377), se ha buscado reducir hasta
eliminar toda forma de intervención estatal sobre la materia.
De estas todavía hoy se tienen residuos, pero bastante atenuados, sobre todo en los
acuerdos de los años del Concilio o inmediatamente posconciliares, o en todo caso antes de
la codificación canoníca del 1983, en formas diversamente clasificadas:

a) el sistema de la previa consultación, de parte de la Santa Sede, a la autoridad civil (ej.


Modus vivendi con Tunes del 1964, el acuerdo con Argentina del 1966, el acuerdo con
España del 1976, el acuerdo con Perú del 1980, la convención con el Principado de
Mónaco del 1981, el protocolo con Haití del 1984, el acuerdo con Brasil del 1989, el
acuerdo con Hungría del 1993),

b) el sistema de las previas informaciones reciprocas (ej., el acuerdo con El Salvador del
1968),

c) el sistema del previo acuerdo entre la Santa Sede y la Autoridad Civil (ej. El
acuerdo con el Ecuador del 1978),

d) el sistema del derecho de presentación “Atenuado” (ej. Los acuerdos con España del
1976 y del 1979).

En otros casos el principio de libertad de la Iglesia en la materia del nombramiento de los


Obispos ha sido plenamente afirmado y realizado, dándose lugar al llamado

e) sistema de la simple comunicación a la autoridad civil (ej. Art. 3, n.2 del concordato
Italiano en vigor del 1984, que afirma que el nombramiento de los titulares de los cargos
eclesiásticos es libremente efectuada por la autoridad eclesiástica, agregando después que
la Autoridad eclesiástica deba comunicar a las competentes autoridades civiles el
nombramiento de los Arzobispos, Obispos diocesanos, coadjutores, abates, prelados,

35
párrocos, y de los titulares de otros cargos eclesiásticos relevantes para el Ordenamiento
del Estado.

Existen después casos en los cuales ni siquiera se hace tal comunicación, esta es
contemplada en el llamado,

f) sistema de la exclusiva relevancia canonística en el procedimiento del


nombramiento (convención de Viena del 1968)
Se puede decir en síntesis que la cuestión sobre el nombramiento a los cargos eclesiásticos
constituye uno de las pocas materias que, en 20 siglos de relación entre la Iglesia y el
Estado, resulta ser constantemente presente.

3. EL MATRIMONIO.

Por muchos siglos el matrimonio, fue entendido como un acto constitutivo de la familia y
era sustancialmente materia de exclusiva competencia de la Iglesia.
La afirmación de la competencia eclesial, en razón de la sacramentalidad del matrimonio
entre bautizados, era sin duda, cuestión indiscutible ya desde el siglo XII. Esta es por
ejemplo presente, en manera muy clara, en el Decreto de Graciano (1140), que siendo
considerado como uno de los fundadores de la ciencia canonística afirma, “matrimonia
reguntur jure poli, et non jure fori” para indicar la competencia de la ley canoníca respecto
a la ley civil.
De la afirmada exclusividad y competencia de la Iglesia a disciplinar el matrimonio lleva al
derecho canónico, en la edad medieval, a la poderosa y refinada elaboración legislativa y
doctrinal en la materia, que es a todos, notable. Entre los siglos XII y XIV, se da
completamente la definición de la disciplina canonística sobre el matrimonio, sea por
cuanto toca los perfiles sustanciales del acto, sea por cuanto toca a los perfiles procesuales
conectados a las cuestiones relativas a su invalidez. La competencia exclusiva de los
tribunales eclesiásticos a juzgar no es puesta en discusión.

En la edad moderna, en cambio, viene a verificarse las condiciones que llevan al Estado a
afirmar su propia competencia en materia matrimonial, y consecuentemente, a abrir un
nuevo capítulo en la historia de los conflictos con la Iglesia.
Muchas son las razones de este cambiamiento. Desde el punto de vista histórico, se tiene
que recordar sobretodo el nacimiento del Estado moderno sobre la disolución de la unidad
política y religiosa de la Europa medieval, y el progresivo afirmarse en su ordenamiento
jurídico, primero del principio de la tolerancia y después de la plena libertad.
Significativo es el hecho que el matrimonio civil nace por la primera vez, en sentido
moderno, en el 1580, en un país como Holanda, fuertemente caracterizado del pluralismo
confesional y de la lucha religiosa, como un instrumento diverso para los disidentes
religiosos. La institución del matrimonio civil, a la cual se podía recurrir facultativamente,
permitía adquirir el status jurídico de miembro a la comunidad religiosa de pertenencia
diversa de la Iglesia Católica, a los cuales el matrimonio canónico era prohibido.

36
Introducido primero en vía facultativa o subsidiaria, el matrimonio civil viene más tarde a
afirmarse como obligatorio en muchos ordenamientos estatales, con la consecuencia de
realizarse una competencia plena, exclusiva y general del Estado a disciplinar la materia.
El primer país a experimentar el matrimonio civil obligatorio fue Inglaterra de Cromwell el
1653, pero solo es en el ‘800 que el modelo de matrimonio civil obligatorio tiende a
generalizarse.
El arquetipo de esta legislación estatal moderna, es que existe un único matrimonio
reconocido por el estado, y es, el matrimonio civil, el cual solo produce efectos civiles y a
la cual son admitidos todos los ciudadanos sin distinción de fe religiosa profesada. Es en la
legislación de la Revolución francesa, que el principio por la cual “la loi ne considere le
mariage que comme contrat civil”, inserida en el art. 7 del tit. II de la Const.
Revolucionaria francesa del 1791, y después acogida por el código napoleónico del 1803
(art. 165). De esto vendrá sucesivamente tomada en las legislaciones de muchos estados.
Desde el punto de vista teórico, el afirmarse en el tiempo del matrimonio civil desciende,
entre las tantas razones, sobre todo del concepto de soberanía sobre las cuales se funda el
Estado moderno. Eso comporta la emancipación del Estado de toda otra norma y autoridad,
comprendido el derecho canónico, la ley natural, la autoridad de la Iglesia. El Estado se
siente libre de determinar su propia voluntad, expresada en la ley, también en materia
matrimonial, sin límites de toda suerte. Es más, la introducción del matrimonio civil, sobre
el cual se entiende un modelo matrimonial potencialmente diferente al de la Iglesia,
significa que el Estado tiene sus propios fines morales, tiene su propia tabla de valores
éticos, que inspiran profundamente todo su ordenamiento jurídico y por tanto también la
disciplina de su matrimonio. El Estado ya no es más el fiel ejecutor de los principios de la
Iglesia en todo campo, comprendido el matrimonio, la disciplina civilistica del matrimonio
puede también diferir, a veces notablemente, de aquella canonística.
El concepto de soberanía, de otro lado, comporta la afirmación de la competencia del
Estado a disciplinar, al menos parcialmente, toda la realidad social y entonces también la
del matrimonio, en cuanto instituto que reviste una indudable relevancia civil. Es más, solo
el Estado tiene competencia en materia, ya que no hay derecho fuera de aquel puesto por el
Estado.
Desde el punto estrechamente jurídico, el principio sobre el cual hace referencia el Estado
moderno para afirmar sus propias razones viene tomada de la secular doctrina canonística,
que considera el matrimonio como un contrato (can. 1055). Distinguiendo entre el
contrato, entendido como un elemento que se inscribe de por si en el orden temporal, y el
sacramento, un elemento propio del orden espiritual, se termina por concluir que toca al
Estado disciplinar el contrato y a la Iglesia reglamentar la sola realidad sacramental. Este
modo de argumentar es evidente en un escrito del 1758, en la cual las teorías de las regalías
vienen traducidas en normas, en la cual Carlos III de Nápoles afirmaba que “el matrimonio
de naturaleza suya es un contrato, y accesoriamente es sacramento: como contrato la
inspección es del magisterio secular, por la cualidad sacramental, la pertinencia es de la
Potestad Eclesiástica”.
De frente a estas tesis espiritualistas la Iglesia ha siempre reaccionado reafirmando el
principio de la inseparabilidad, en el matrimonio entre bautizados, del contrato del
sacramento, conforme a las enseñanzas del Concilio de Trento. Así, es aún vigente en el

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código de derecho canónico, en el can. 1055, que “entre los bautizados no puede subsistir
un valido contrato matrimonial, que no sea por la misma sacramento”. Es evidente que,
puesta la inseparable unión entre el contrato y el sacramento, derive la exclusiva
competencia de la Iglesia en disciplinar el matrimonio entre bautizados, no pudiendo
ninguna otra autoridad humana reglamentar la materia sacramental.
El matrimonio, es materia que solo en los últimos siglos ha atravesado las fronteras que
separan la Iglesia del Estado, volviéndose terreno típico y frecuente de conflicto entre las
dos autoridades. Ocurre por eso notar que en la edad moderna y contemporánea, aparece
generalizado el proceso histórico de introducción del matrimonio civil en los
ordenamientos jurídicos de los Estados, pero igualmente no puede decirse de la
obligatoriedad del mismo. Es así que no siempre los Estados han retenido de tener que
considerar exclusivamente el propio matrimonio como acto capaz a dar el status de familia
(esposos, hijos legítimos, etc.), no han faltado, no faltan aún hoy, casos en los cuales el
Estado ha tenido que reconocer jurídica relevancia al matrimonio religioso, en particular al
matrimonio canónico. Algunas veces esto ha sucedido por iniciativa unilateral Estatal,
otras veces por acuerdos entre las autoridades civiles con la Iglesia.

4. LA ESCUELA Y LA ASISTENCIA (HUMANA Y SOCIAL).

a) La Escuela.

Por largos siglos, y en particular a partir de la edad carolingia, el sistema escolástico fue
caracterizado de la más completa influencia eclesiástica 1. Se puede decir, que las
instituciones escolásticas vinieron a ser un segmento de las instituciones eclesiásticas:
basta pensar a las escuelas conventuales, catedrales y episcopados, de los cuales ya se
hacía mención en los capítulos de Carlo Magno del 789. La instrucción que en tales
escuelas era impartida resultaba globalmente funcional sea a la vida interna de la sociedad
religiosa, en la medida en la cual, por ejemplo servían a la formación del clero, sea al
destino ultimo del individuo, canonisticamente indicado con la expresión de salus animae,
en la medida que la instrucción era destinada al conocimiento de la doctrina cristiana.

1
La enumeración de siete artes liberales ya aparece en una obra del escritor latino Martianus Capella (Satyricon o De
Nuptiis Philologiae et Mercurii et de septem Artibus liberalibus libri novem, entre 410 y 429). En la segunda mitad del
siglo VI, Casiodoro procuró cristianizarlas y sistematizarlas como un cuerpo enciclopédico de conocimientos en sus
Institutiones saecularium litterarum. Su uso en las escuelas monásticas y catedralicias de la Alta Edad Media
generalizaron el concepto, que se fijó particularmente a finales del siglo VIII, cuando Trivium et Quadrivium se
adoptaron como currículum educativo por Alcuino de York para la Escuela Palatina de Aquisgrán. Así, se dividían los
dos grupos de estudios:
 Trivium significa en latín "tres vías o caminos"; agrupaba las disciplinas relacionadas con la elocuencia, según la
máxima Gram. loquitur, Dia. vera docet, Rhet. verba colorat ("la gramática ayuda a hablar, la dialéctica ayuda a
buscar la verdad, la retórica colorea las palabras). Así comprendían la gramática (lingua -"la lengua"-), dialéctica
(ratio -"la razón"-) y retórica (tropus "las figuras").
 Quadrivium significa "cuatro caminos"; agrupaba las disciplinas relacionadas con las matemáticas, según la máxima
Ar. numerat, Geo. ponderat, As. colit astra, Mus. canit. ("la aritmética numera, la geometría pondera, la astronomía
cultiva los astros, la música canta"); Arquitas (428 a. C. - 347 a. C.) sostuvo que la matemática estaba constituida
por tales disciplinas también. Se estudiaba así la aritmética (numerus -"los números"-), geometría (angulus -"los
ángulos"-), astronomía (astra -"los astros"-) y música (tonus "los cantos").

38
No por nada, por mucho tiempo, la entera enseñanza escolástica vino sustancialmente a
reconducirse a la catequesis y los ordinarios instrumentos didácticos fueron constituidos
por los textos sacros.
También en un momento histórico sucesivo, caracterizado por una más avanzada
autoconciencia de la peculiar función formativa de la institución escolástica, respecto a
aquellas propias de la familia y de la Iglesia, la instrucción fue profundamente permeada
por una cultura religiosa y espíritu religioso. La substancial coincidencia de la Ecclesia con
la civitas, son evidentes en la vida del Imperio medieval, pero todavía poco entendida para
los grandes Estados confesionistas de la primera edad moderna, que dio vida a
ordenamientos jurídicos a estructura ideológica monista, fuertemente canonizados, en los
cuales toma cuerpo y se califica la misma disciplina jurídica de la instrucción.
Corolario de todo esto era el general poder de vigilancia de la autoridad eclesiástica sobre
la enseñanza, con referencia sea a las disciplinas eclesiásticas que para las profanas.
Más tarde con el adviento de la edad contemporánea, se asiste a un proceso de gradual
laicización de la escuela. Esto no tiene solo el efecto de sustracción de las funciones
escolásticas a las disciplinas canonícas, y de consecuencia, a cualquier control por parte de
la autoridad eclesiástica; esa tiene también el efecto de una progresiva secularización de la
enseñanza, por cuanto atiene sea a las disciplinas que constituían el objeto, sea a los
contenidos de las enseñanzas impartidas, sea a la finalización general de toda la obra
educativa y de la instrucción.
Progresivamente cae la enseñanza de la así llamada ciencia sagrada, dejando el puesto solo
a las disciplinas seculares, así como progresivamente vino a menos la inspiración y la
orientación religiosa de estas últimas. La reglamentación de la instrucción, y a veces de la
misma educación, vino gradualmente absorbida al interno de las funciones públicas y
orientadas ya no desde el sentido originario de los intereses individuales y colectivos
religiosamente calificados (la salus animarum, el bonum Ecclesiae), sino en el sentido,
nuevo, de los preeminentes intereses del soberano y de la colectividad nacional (el bonum
Principis).
La laicización y secularización de la instrucción y educación derivan de varios factores. Se
piense, por ejemplo, al hecho que el Estado Moderno se extrae a la sujeción a una única
confesión religiosa, pierde su carácter confesional, viene poco a poco a crear su propia
ética, elaborada a través de un pensamiento extra-religioso o incluso anti-religioso,
construyendo una moral no más dominada de la teología. Los Estados éticos del siglo XX
son el punto de llegada de tal evolución, que conduce inevitablemente a hacer de la escuela
y de las otras instituciones educativas otros aparatos de la ideología del Estado, orientados
a manipular la formación de la persona según las tablas de valores profesadas por el
Estado.
Se piense, aun, a la formación del pensamiento científico moderno, que tiende a reflejarse
en el ámbito de la enseñanza en todos los niveles, con el sub-entrar en los procesos de
aprendizaje y de conocimiento con un acercamiento llamado científico, por así decir a
posteriori, caracterizado de la observación del repetirse de los fenómenos y de la
experimentación, a un acercamiento dogmático, que se podría decir también a priori, típico
de quien se coloca en una prospectiva religiosa, en la cual es propio que existan principios
dogmáticos inderogables a dar las bases de lectura y de comprensión de la realidad. Se

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trata de una crisis que no es excesivo definir de epocal, la cual lacerante dramaticidad es
emblemáticamente representada del “caso Galileo”: esa, induce al erróneo convencimiento
de la absoluta inconciliabilidad entre de fe y ciencia, produce entre otras cosas, como
consecuencia, la exclusión no solo de las ciencias sacras de la curricula de los estudios,
sino también de todo tipo de acercamiento religioso con las disciplinas profanas.
De frente a esta inversión de las antiguas estructuras culturales y materiales de la sociedad,
la reacción de la Iglesia es de neta condena a las pretensiones del Estado a una exclusiva
competencia en materia educativa y escolástica, sea de la recurrente afirmación de
principios de la neutralidad o laicidad de la escuela y de la enseñanza. A esa responde, por
contraposición, una reafirmación sea de los derechos de la Iglesia en materia escolástica,
que se extienden desde la libertad a instituir escuelas católicas a la reivindicación del
antiguo, general poder de vigilancia sobre la instrucción y educación, pública o privada,
eclesiástica o no, en la tutela de la fe y de las costumbres, sea la afirmación de los
derechos de la Iglesia, y antes aun de la familia, en orden a la concreta configurabilidad de
una disciplina con la cual asegurar a los jóvenes, también en las escuelas públicas, una
educación y una instrucción religiosa.
La cuestión escolástica se vuelve así, entre los 1800 y 1900, un nudo central en las
relaciones entre la Iglesia y el Estado. Las encíclicas sociales se detienen muchas veces
para reivindicar los derechos de la familia y de la Iglesia. En el vigente código de derecho
canónico, en los cánones 796 y siguientes, es dictada una precisa disciplina ya sea de las
escuelas católicas, ya sea de la enseñanza de la religión en las escuelas públicas. Se trata de
materias en las cuales, especialmente con los Estados totalitarios y con las democracias
ideológicas, se abren ásperos conflictos, y sobre las cuales la intervención de acuerdos
concordatarios logran restaurar instrumentos de garantía de frente a los diversos intereses
en juego.

b) La Asistencia Social.

Por siglos la Iglesia se ha preocupado de proseguir en la sociedad y en el tiempo aquella


misión de Cristo Jesús que, como atestiguan los Hechos de los Apóstoles, “pertransiit
benefaciendo” (Hch. 10,38). De este compromiso dan testimonio las numerosas
instituciones de caridad surgidas, en el curso del tiempo, bajo iniciativa eclesiástica.
Es primero, con el Estado liberal, que tiende a substraer a la Iglesia instrumentos y modos
de presencia en la sociedad, y después con el Estado Social, que no obstante su
preocupación por reivindicar la propia responsabilidad en el remover los obstáculos que
hacían menos igual individuos y formaciones sociales, que la asistencia se volvió razón de
conflicto entre la Iglesia y el Estado, y consecuentemente materia objeto de convenciones
concordatarias.
Emblemático en este sentido es el caso italiano, que por otro lado es bastante similar a las
de los otros países europeos. A fines del 1800, con la famosa ley Crispi del 1890, se
operaba una laicización y la publicitación de todas las Obras pías, es decir las instituciones
sea a base personal (Confraternidades, Misericordias, etc.,) sea a base patrimonial (pías
fundaciones), nacidas en el curso de los siglos de la caridad de los fieles y destinadas a
fines caritativos. Con el Concordato Lateranense del 1929 este régimen venia superado,

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concediéndose nuevamente reconocimiento a los entes eclesiásticos aunque si estos
prestasen actividades de asistencia y beneficencia, y concediendo a determinadas
categorías de entes eclesiásticos precedentemente nacionalizados de regresar a ser a sujetas
al derecho canónico y a la vigilancia del autoridad eclesiástica.

5. EL SERVICIO MILITAR.

La organización de las fuerzas armadas y la prestación del servicio militar por parte de los
ciudadanos constituyen un doble perfil en materia de relevante interés en las relaciones
entre Iglesia y Estado.
De un lado, la obligación de esta prestación personal a favor del Estado, diversamente
configurado en los varios periodos históricos y en los diferentes países, ha siempre puesto
el problema de la exoneración de los clérigos y de los religiosos.
El derecho de la Iglesia ha siempre reafirmado, en el elenco de aquellos que un tiempo se
llamaban los privilegia clericorum, el deber-derecho de aquellos que han recibido las
órdenes sagradas de abstenerse de la prestación del servicio en armas. Todavía hoy el
código de derecho canónico precisa que el servicio militar no se adhiere al estado clerical,
de tal modo que los clérigos y los candidatos a las ordenes sagradas no deben prestar
servicio militar, en aquellos estados donde sea voluntario, o en todo caso deben usufruir de
la exención prevista del ordenamiento civil, allí donde se trate de Estados donde el servicio
militar sea obligatorio (can. 289).
Las razones de dicha postura es fácilmente intuible y puede ser sustancialmente
reconducida a dos: la primera es de verse en la inconciliabilidad del uso de las armas, que
en algunos casos es legítimo, pero muchas veces no lo es, con el testimonio que el
sacerdote está llamado a dar como operador de paz y con el mensaje de amor y fraternidad,
en la común descendencia del mismo Padre, entre todos los hombres. La otra está
estrictamente conectada con el ministerio, ya que es evidente que la sujeción del sacerdote
al servicio militar significa contextualmente su sustracción al cuidado de las almas a la cual
es destinado. La Iglesia no puede permitirse que parte de la grey se quede sin asistencia de
su pastor, aunque sea por motivos civilmente apreciables.
La cuestión de la exoneración de los clérigos del servicio militar se puso desde los inicios.
En un edicto del emperador Constantino del 319, poco tiempo después del edicto con el
cual se concedía la libertad de culto a los cristianos, era dicho que “el clero, es decir,
aquellos que se dedican al culto, sean exentos de cualquier publico deber, a fin que no
vengan distraídos del servicio divino”.
Todavía es solo en edad moderna que la cuestión viene a ponerse en toda su relevancia,
volviéndose materia recurrente de contraste entre la Iglesia y el Estado, precisamente esa
nace con la introducción en los ordenamientos civiles del servicio militar obligatorio. Bajo
la idea romántica del pueblo en armas, llamado a la defensa de la patria, el servicio
obligatorio fue en realidad adoptada para concretos intereses estatales, asegurar a bajo
costo una abundante mano de obra para la actividad militar, allí donde el sistema de la
prestación voluntaria ofrecía una mano de obra escarza y muy costosa. No acaso el servicio
militar obligatorio resale a la Revolución Francesa (1 de enero de 1794), y a los orígenes
de las grandes guerras de masa, y consecuentemente de las grandes matanzas.

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La exención del servicio militar para los sacerdotes y los religiosos es, entonces, un
objetivo que la Iglesia ha perseguido con particular atención y dedicación en los tiempos
modernos. En muchos concordatos esa es asegurada en vía automática o a determinadas
condiciones.

El servicio militar a puesto de otro lado un ulterior problema en la historia de las relaciones
entre la Iglesia y el Estado. Vale a decir aquello de asegurar a los militares los servicios
religiosos.

La Iglesia, en sus preocupaciones pastorales, ha sido siempre atenta a la exigencia del


cuidado espiritual de los militares, en razón de los peligros espirituales que la particular
condición de vida comporta. El estado de soldado como decía San Agustín, no es
pecaminoso en sí, pero puede volverse ocasión de pecado: “non enim militare delictum est,
sed propter praedam militare peccatum est”. Por eso desde los primeros siglos se habla de
los capellanes para los militares: consta que sacerdotes siguiesen las legiones de
Constantino.
El vigente código de derecho canónico no dicta una específica materia, reenviando la
misma a la leyes especiales (can. 569). Esta ha sido puesta en la constitución apostólica de
Juan Pablo II, Spirituali militum curae, del 21 de abril de 1986, que dictando una más
adecuada reglamentación de las instituciones canonícas destinadas a la estable cura
espiritual de los militares, ha configurado el servicio del capellán militar al interno de una
Iglesia particular personal (can. 372&2) calificada, de pertenencia a la milicia.
El Estado moderno, que ha introducido el sistema del servicio militar obligatorio, se ha
progresivamente sensibilizado sobre la cuestión, bajo la angulación del derecho de libertad
religiosa y de la prohibición de discriminación por motivos religiosos. De hecho el
ciudadano que presta servicio militar, en razón de la particular disciplina que
rigurosamente regula la vida de las fuerzas armadas, es normalmente impedido de poderse
dirigir libremente, a propio gusto, ante las instituciones eclesiásticas competentes para
satisfacer sus necesidades religiosas. Si el Estado no interviniese se configuraría una
violación del derecho de libertad religiosa, ya que el ciudadano en cuestión, si aunque
abstractamente titular de tal derecho, no podría concretamente ejercitarlo. Si el Estado no
interviniese se configuraría de otro modo una inadmisible disparidad de trato entre los
ciudadanos, en el sentido que por razones jurídicas (la obligación del servicio militar) a
algunos ciudadanos le sería impedido la satisfacción de aquellas necesidades religiosas,
que para otros es del todo libre; necesidad religiosa que, de otra parte, el Estado mismo
considera merecedora de tutela, proveyendo los oportunos instrumentos de garantía.
Para evitar tales inconvenientes es necesario encontrar soluciones jurídicas adaptas a
garantizar también a los militares, en las instituciones de pertenencia, el concreto ejercicio
de la libertad religiosa.
Con el servicio militar obligatorio las dimensiones del problema, se han vuelto enormes.
Esto explica porque en la tarde edad moderna la cuestión de la asistencia espiritual a las
fuerzas armadas haya entrado, con particular fuerza, en las materias nuevas de común
interés para la Iglesia y el Estado.

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El problema ha sido solucionado con el servicio de la Capellanía militar diversamente
configurado en los ordenamientos civiles: en algunos casos asegurando en vía unilateral
por el Estado mismo; en otros completados de mutuo acuerdos entre la Iglesia y el Estado.

6. LOS BIENES CULTURALES ECLESIÁSTICOS.

La protección de los bienes eclesiásticos, por cuanto se refiere sea a su conservación sea a
su libre uso, es un problema de reciente interés en las relaciones entre la Iglesia y el
Estado.
De hecho solo a razón de las dos guerras mundiales que, en los ordenamientos jurídicos
estatales, comienza a afirmarse la categoría de los bienes culturales como categoría unitaria
de los bienes dignos de particular protección, porque conectados al desarrollo integral de la
persona y a la identidad de las singulares comunidades humanas. En tales categorías son
comprendidos no solo las cosas de interés artístico o histórico, o las bellezas naturales, sino
también los bienes ambientales, los bienes audiovisivos; más en general en esta reentran
todos los otros bienes que constituyen testimonio material de un valor de civilización o que
se ponen como instrumentos de civilización.
En el mismo ordenamiento canónico es solo después del Concilio Vaticano II que se
comienza a notar un consistente, unitario y creciente relievo de la categoría de los bienes
culturales. Aunque si, en verdad, esto se nota más en el derecho particular que en código.

Los bienes culturales pueden volverse materia de relevancia en las relaciones de la Iglesia
con las comunidades políticas no en cuanto tales, sino en la medida en la cual sean
instrumentalmente inclinadas a finalidades propiamente eclesiásticas. Más precisamente un
bien cultural que tenga carácter religioso, por ejemplo una obra de arte (una pintura, una
estatua, un edificio de culto, una imprenta, etc.) puede tener relevancia para el derecho bajo
un triple perfil:

a) en relación a la propiedad, pudiendo pertenecer a un privado, a un ente público, a


un ente eclesiástico,

b) en relación a su protección y conservación, también en relación a la exigencia de


su libre acceso por parte de la colectividad,

c) en relación a su destinación religiosa.

Por hacer un ejemplo banal, se piense al caso de una imagen sagrada de antigua y preciada
factura, de propiedad de un privado o de un ente eclesiástico, la cual por siglos ha sido
objeto de culto y veneración por parte de la población local. En relación a esta imagen se
ponen problemas de conservación y de robo. Y de otro lado su eventual transferencia a un
museo bien cuidado y vigilado, que darían de seguro las máximas garantías, sin embargo
esto se traduciría en el sacrificio de intereses justamente protegidos: de un lado aquel del
propietario, a tenerla en su particular disponibilidad, de otro lado el de la población local, a
continuar a venerar la imagen y a ejercitar sobre ella actos de culto, en las cuales por siglos

43
se ha manifestado la fe religiosa de dicha comunidad. Este interés resulta ser jurídicamente
protegida, en cuanto reentra en la libertad de religión y culto.
Está claro que las razones de una colaboración entre la Iglesia y el Estado en materia de
bienes culturales eclesiásticos no tienen que ver con los perfiles propietarios o al cuidado
de los bienes en cuestión, en cuanto bienes culturales. En este caso se trata, de perfiles que
interesan al orden propio del Estado.
Las razones para tal colaboración están, en el tercer perfil, es decir aquello que tiene que
ver con la destinación religiosa y de culto del bien. Es esto que hace de los bienes
culturales una nueva res mixta.
Ej. En el concordato de la Santa Sede e Italia en el art. 12 dice: debe existir una “tutela
participada” de los bienes culturales de interés religioso.

7. LA CUESTIÓN BIOÉTICA.

Nace en tiempos más recientes, en razón de un doble factor: de una parte el progreso de la
ciencia y tecnología en el ámbito de la biomedicina, que permiten de alcanzaresultados
inimaginables años atrás, de otro lado el ceder, en la sociedad contemporánea de valores
éticos comúnmente condivididos, radicados en un sentir religioso, que por siglos había
caracterizado y asegurado el vivir en armonía.
Más exactamente se debe relevar que la búsqueda de principios éticos capaces de orientar
el actuar humano se pone, siempre con mayor urgencia, delante a las adquisiciones
científicas y tecnológicas sobre la vida, humana y no humana, en la medida en la cual el
saber experimental, que con tales descubrimientos se acrecienta, no está en grado de
encontrar en sí mismo criterios valórales que puedan guiar dicho desarrollo, y al mismo
tiempo definir los límites de la licitud. De otra parte la búsqueda de tales principios es
necesaria para las decisiones políticas y legislativas, que se imponen en el ámbito
biomédico (ej. La genética, la procreación artificial, los trasplantes, la eutanasia, el
ensañamiento terapéutico, etc.) con el fin de organizar los comportamientos individuales y
sociales según criterios de justicia, y en otros casos el de substraer tales conocimientos
científicos y las innovaciones tecnológicas a un uso arbitrario o a un uso de parte.
En otras palabras, delante a los rápidos desarrollos de la ciencia y de la tecnología en el
ámbito de la bio-medicina, surge el problema de la distinción de cuanto resulta
técnicamente posible respecto a lo que es éticamente, e incluso jurídicamente, posible y de
consecuencia licito.
De frente a esto se debe relevar que en la sociedad contemporánea, y en particular en la
sociedad occidental, gracias sobretodo al fenómeno de la secularización, se asiste al
progresivo entiviamiento de los valores éticos comúnmente acogidos, a esto sigue el éxito
de una sociedad nihilista, sin valores éticos, o al reagregarse del cuerpo social en torno a
una multiplicidad de tablas de valores éticos, diversos el uno del otro y no pocas veces
confluyentes la una con la otra.
El nacer de la emergencia ética, de la cual la cuestión bioética es expresión, aparece de otro
lado de difícil solución en una realidad social que, como ya se ha dicho, se presenta
fragmentada y dividida en cuanto a escalas de valores. Falta una ética condividida, de

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modo tal que el punto problemático para todos aquellos que se ocupan de la cuestión es la
siguiente: ¿qué tipo de ética para la bioética?
En esta prospectiva la bioética entra ciertamente a definir, aquí y ahora, las fronteras
movibles de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Y bajo diversos perfiles:
En primer lugar la cuestión bioética puede entrar en relevancia bajo el perfil de los
instrumentos jurídicos de garantía que deben ser predispuestos a salvaguardar la libertad de
conciencia individual y colectiva. Se piense por ejemplo a la adopción, en el ordenamiento
del Estado, de normas que contemplan la exoneración de personas (médicos, centros de
investigación, universidades, etc.) del observar leyes del Estado que obligasen a
prestaciones contrarias a la moral católica. En el caso del aborto la cuestión se ha puesto en
numerosos Estados, en manera muy clara y a veces también conflictualmente, también se
ha puesto por ejemplo, el rechazo a investigaciones o intervenciones de manipulación
genética, opuesta por algunas universidades católicas, en obsequio a los propios principios
morales.
Para alcanzar dichos objetivos garantisticos se puede actuar a través de los tradicionales
instrumentos convencionales.
La cuestión bioética entra todavía en relevancia, en las relaciones actuales entre la Iglesia y
el Estado, para otros y más relevantes perfiles.
Se piense por ejemplo a la Libertad del Magisterio, así en la Gaudium et Spes n. 76, enseña
que “es derecho de la Iglesia dar su juicio moral, aun en problemas que tienen conexión
con el orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la personas o la
salvación de las almas”. A la luz de dicho derecho, que se encuentra de igual modo en el
segundo parágrafo del can. 747 del código de derecho canónico, la cuestión bioética resulta
pasible de consideración como materia que entra dentro la libertad del magisterio; libertad
que ha su vez integra la libertas Ecclesiae, que la Iglesia ha siempre puesto entre los
principios reguladores de su relación con los Estados. Hay que notar en merito, como las
cuestiones bioéticas, se han vuelto en los últimos años, siempre y más frecuentemente
objeto de la intervención del Papa y del episcopado.
Se piense aun, al rol que la Iglesia, a través de la Santa Sede puede desarrollar en el ámbito
de la comunidad internacional, a favor de la vehiculación en el Jus Positum del
ordenamiento internacional, y por consecuencia de reflejo en los ordenamientos internos de
los Estados que a esta deben adaptarse, de aquellas determinaciones y especificaciones de
los derechos humanos, que más directamente corresponden a la protección de la vida
humana en cada uno de sus estadios y en cada uno de sus momentos. En efecto es ya de
tiempo que la Santa Sede participa activamente en la vida de la comunidad internacional,
concurriendo a manera suya en la producción de normas de derecho internacional.
Se piense también, a la responsabilidad que incumbe sobre todos los fieles, en la medida en
la cual el entero pueblo de Dios es llamado a ser levadura en los pueblos de la tierra. Este
modo de relacionarse de la Iglesias con la comunidad política, no es secundaria.
Así en la Donum Vitae, dice a propósito: “todos los hombres de buena voluntad, deben
empeñarse, comprometerse, en particular en el ámbito de la propia profesión y en el
ejercicio de sus derechos civiles, a que sean reformadas las leyes civiles moralmente
inaceptables y corregidas las prácticas ilícitas”.

45
TEMA VI
LOS LEGADOS PONTIFICIOS

1. RESEÑA HISTÓRICA Y RAZONES ACTUALES.

Un modo particular de perseguir la sana cooperación entre la Iglesia y la comunidad


política se ha realizado, en el curso de los siglos, a través del instituto de los legados
pontificios.

Se trata de un instituto que desde fines del siglo XV se ha venido formalizando en las
nunciaturas apostólicas, pero que tiene un origen más antiguo, que se encuentran en la
práctica de los Papas de enviar eclesiásticos ante las cortes imperiales de Constantinopla,
con el fin de tratar cuestiones de interés para la Sede Apostólica. Tales eclesiásticos eran
llamados APOCRISIARIOS, como es testimoniado de la VI Novella del Emperador
Justiniano (527 – 565), sobre el modelo de los funcionarios imperiales destinados a
desarrollar mansiones similares.

Con el siglo VIII cesa la figura de los apocrisiarios, como consecuencia de la división entre
Oriente y Occidente por la lucha iconoclasta, sustituida por la figura de los legados del
pontífice ante los príncipes y soberanos.

Sus funciones en algunos casos eran permanentes (Legati nati = legados nacidos), en
general obispos de sedes particularmente importantes como Colonia, Lion, Reims,
Canterbury, York.

En otros casos eran para especificas misiones (legati missi = legados por misiones).

Misiones diplomáticas fueron desarrolladas, en edad medieval, también de los funcionarios


papales llamados a recaudar, en varios países europeos, los diezmos eclesiásticos
(collectores = recolectores).

Entre las primeras nunciaturas en sentido estable y moderno son de recordar, España,
instituida por Alejandro VI en el 1493, aquella ante la República de Venecia del 1500,
y aquella ante en emperador del 1513. Todavía fue solo en el 1584 que Gregorio XIII
proveyó a dar una orgánica y uniforme disciplina jurídica a las representaciones papales
ante los Estados.

A inicios del siglo XIX, con la restauración en Europa que siguió al final del
acontecimiento napoleónico, se inicia una particular fase de la diplomacia pontificia que ve
la reorganización de las nunciaturas apostólicas y su reconocimiento en el derecho
internacional codificado, en particular en el Règlement sur le rang entre les Agents
diplomatiques, adoptado por el Congreso de Viena en el 1815. En el documento venia
reconocida el derecho consuetudinario según la cual el nuncio era el decano del cuerpo
diplomático.
46
Después de la desaparición del Estado Pontificio (1870) las relaciones diplomáticas de la
Santa Sede con los Estados conocieron un periodo de flexión y debilitamiento, para
después reprender un fuerte desarrollo después de la primera guerra mundial, gracias a la
política internacional abierta e iniciada por Benedicto XV (1914 – 1922) y desarrollada
siempre más por sus sucesores.
Es necesario decir que el instituto de los legados pontificios a conocido sustanciales
innovaciones, en las motivaciones dentro de ella, antes que en la disciplina jurídica
canonística, después del Vaticano II. En efecto la acentuación en sentido espiritual y
pastoral de la actividad de la Iglesia, dado por las deliberaciones conciliares, no podían no
incidir sobre el instituto, en el sentido de hacer caer en cuenta, de cuanto extraño eran a las
finalidades propias de la Iglesia y a su misión en el mundo. En particular con el motu
proprio de Pablo VI Sollicitudo ómnium ecclesiarum, del 24 de junio de 1969, se vinieron
a rediseñar la figura y las funciones de los legados pontificios, en el contexto de la
eclesiología conciliar y de los principios dictados por el Vaticano II en la materia de
relaciones entre la Iglesia y comunidad política.

Primer y fundamental objetivo de aquella acción de reforma fue el derrocamiento de la


prospectiva tradicional, que veía a los legados pontificios sobretodo como agentes
diplomáticos del Papa ante las potencias seculares. De hecho con el motu proprio
Sollicitudo ómnium ecclesiarum se dio a los legados pontificios en primer lugar una
función eclesial, es decir de representar al Pontífice ante las Iglesias Particulares: su
“finalidad primaria y especifica – se lee en el Proemio del documento – es hacer sí que los
vínculos que legan a la Sede Apostólica y las Iglesias Locales se hagan más estrechas y
operantes”.

De este punto de vista las legaciones pontificias vienen reconducidas a la Sollicitudo


ómnium ecclesiarum propia del Papa. Porque si todos los Obispos son sujetos de dicha
sollicitudo, en el caso del Obispo de Roma, vicario de Cristo al modo propio de Pedro y
cabeza del colegio episcopal, esa adquiere una fuerza peculiar en cuanto es acompañada de
una potestad que es plena en la Iglesia, suprema, universal e inmediata, sobre todos, sea
pastores que simples fieles (documento de la Congregación para la doctrina de la fe. El
Primado del Sucesor de Pedro en el misterio de la Iglesia, 31 de octubre de 1998).
Particular ministerio propio del Papa es sostener la plena comunión de aquellos que se
profesan cristianos, respecto a la cual requisito esencial es la plena y visible comunión de
las Iglesias Particulares con la Iglesia de Roma y de los Obispos con el Obispo de Roma
(enc. Ut unum sint, 25 de mayo de 1995).

De consecuencia las legaciones pontificias deben ser encuadradas en el contexto de la


pluralidad de modos y medios a través de las cuales se mantienen saldos y vivos los
vínculos de comunión entre las Iglesias particulares y la Sede Apostólica, como las visitas
de los Obispos ad limina apostolorum, las visitas extraordinarias del Papa a las Iglesias
particulares, el Sínodo de los Obispos, la asunción al vértice de los dicasterios y oficios de
la Curia romana de los obispos provenientes de las diversas Iglesias particulares, además

47
de los más ordinarios modos a través de los cuales el Papa ejercita su oficio de gobierno de
la Iglesia universal.

Es evidente que esta función propiamente eclesial de los legados pontificios sobresale, de
por sí, de la perspectiva de las relaciones – externa - de la Iglesia con la comunidad
política, cuidando específicamente las relaciones internas a la Iglesia; todavía no se puede
negar una cierta relevancia también sobre el plano de las relaciones externas, en
consideración de la impugnabilidad del hecho histórico del rol tenido por la Sede
Apostólica en el defender la libertad de los obispos y de las Iglesias particulares, de frente
a la injerencia del poder político, gracias al consejo y sostenimiento dado por los legados
pontificios.

Con la reforma de Pablo VI, de otro lado, viene remodelado la función propiamente
diplomática de los legados pontificios, cuales representantes de la Santa Sede ante los
gobiernos civiles y las organizaciones internacionales. Y esto no solo para hacer resaltar
más y mejor el carácter del todo peculiar de su función, sino también para coordinar las
competencias propias de la Santa Sede en las relaciones con la comunidad política, con las
especificas responsabilidades que en materia incumben sobre los obispos diocesanos.
Como ha afirmado Juan Pablo II, “la diplomacia pontificia se basa sobre la unidad que
existe al interno de la Iglesia católica presente en casi todos los Países del mundo”
(discurso del 13 de noviembre de 1998).

2. LA DISCIPLINA JURÍDICA DE LAS LEGACIONES PONTIFICIAS.

La disciplina jurídica de las Legaciones Pontificias está constituida en parte de normas


canonícas y en parte de normas del derecho internacional.

Las primeras se encuentran contenidas, además del recordado m.p. Sollicitudo ómnium
Ecclesiarum, que constituye ley especial en materia, de las disposiciones del código de
derecho canónico (can. 362-367) y de la const. Ap. Pastor bonus, del 29 de junio de 1988,
con las cuales Juan Pablo II, viene a reformar y disciplinar la Curia Romana.

Por cuanto se refiere a las legaciones pontificias ante las Iglesias Particulares, la normativa
vigente prevée una serie de tareas dirigidas a reforzar los vínculos de unidad entre la Sede
Apostólica y las Iglesias Particulares y a sostener estas últimas:
- En la especie el legado está llamado a informar la Sede Apostólica sobre las
condiciones de la Iglesia Particular y a hacer de mediador entre la una y la otra para él
envió de informaciones, actos, documentos de reciproco interés, a dar ayuda y consejo
a los obispos y a las respectivas conferencias episcopales, a participar en la nómina de
obispos proponiendo al Papa los nombres de los candidatos y desarrollando las
relativas funciones instructorias (can. 364).
- Tarea del legado pontificio es también el de cuidar las relaciones entre la Sede
Apostólica con los Institutos religiosos existentes sobre el territorio de una Iglesia
particular y con los respectivos órganos de gobierno y de coordinación.

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De mayor relevancia por cuanto aquí interesa, son las competencias de los representantes
pontificios ante los Estados, en orden a la promoción de las relaciones entre la Santa Sede
y el singular Estado, en el tratamiento de cuestiones relativas de las condiciones de la
Iglesia en aquel determinado Estado, a la predisposición de convenciones destinadas a
definir jurídicamente una o más materias de común interés (can. 364) en línea general se
puede decir que, estando a los grandes principios que el Vaticano II ha puesto en materia
de relación entre la Iglesia y la comunidad política:
- los legados pontificios tienen la responsabilidad de favorecer la reciproca autonomía e
independencia de la Iglesia y del Estado en un determinado País,
- la libertad de la Iglesia en el desarrollo de su propia misión,
- la colaboración en vista del bien de cada hombre y del bien común.

Es evidente que, en la mutación del contexto de las situaciones internas e internacionales,


una particular atención hoy debe ser necesariamente reservada de un lado a las grandes
cuestiones políticas y jurídicas que tienen relevancia sobre el plano moral (se piense a las
temáticas de la bioética, comenzando por la tutela de la vida humana en cada uno de sus
estadios), de otro lado sobre las cuestiones relativas al reconocimiento de los derechos
humanos, a la promoción de las paz interna e internacional, a la cooperación entre los
pueblos.

Se debe notar que, en el ejercicio de sus propias funciones respecto al Estado, el legado
pontificio está llamado a actuar en estrecho contacto con el episcopado local (can. 365).

El status jurídico de los legados pontificios ante los Estados, además que del derecho, es
definido por el derecho internacional, en particular de las disposiciones contenidas en
varias convenciones internacionales. Entre estas es de recordar la convención de Viena del
18 de abril de 1961 sobre las relaciones diplomáticas. Gracias a esta las legaciones
pontificias ante los Estados (o ante organizaciones internacionales) tienen la califica de
representantes diplomáticos, por la cual los legados, sus actividades y su sede gozan de la
inmunidad y de los privilegios que de tales representancias son propias.

3. LA ORGANIZACIÓN DE LAS LEGACIONES PONTIFICIAS.

El sistema de las representaciones pontificas está estructurada a nivel central y periférico.

 Central.- al vértice está el Romano Pontífice, que en cuanto jefe de la Iglesia Católica
(y también en cuanto soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano) es titular del
derecho de legación activa y pasiva (can. 362). Ordinariamente el actúa a través de la
Secretaria de Estado, y jefe de esta es el Cardenal Secretario de Estado, y en particular
a través de la Sección Segunda, propiamente encargada de cuidar las relaciones con los
Estados (can. 361; const. Ap. Pastor Bonus, art. 36 y 49). Pero es evidente que,
concretamente, también otros dicasterios de la Curia Romana pueden ser implicadas en
las cuestiones que la Secretaria de Estado viene tratando con las respectivas
autoridades civiles.

49
 Periférico.- son las singulares legaciones pontificias, titulares que asumen
denominaciones diversas según sus funciones: Delegados Pontificios, son
representantes solo ante las Iglesias particulares, Nuncios, son representantes ante las
Iglesias Locales y ante los Estados, Delegados y Observadores, ante las
Organizaciones Internacionales Gobernativas (OIG), Enviados Especiales, en el caso
de misiones extraordinarias. Los Delegados Pontificios, desarrollando una función
sobretodo interna a la Iglesia, no tienen rango de diplomáticos, todo lo contrario, son
los Nuncios (o bajo el cargo de ellos: pro-nuncios, internuncios, encargados de asuntos
económicos, etc.), y los Delegados y Observadores, llamados a desarrollar funciones
externas. Lo mismo dígase para los Enviados Especiales, en aquellos casos donde se
trate de delegaciones del Pontífice para actos o eventos civiles de particular relevancia.

Los Representantes Pontificios dependen, entonces, de la Secretaria de Estado, y la


Sección Segunda actúa en el mismo modo que los Ministerios de Asuntos Exteriores.

En conclusión se puede observar que la función de los legados pontificios se inscribe en el


contexto de la diplomacia papal, que en el último siglo se ha venido grandemente
desarrollando también en relación a las nuevas condiciones de la comunidad política
internacional. Y si a los origines y si por mucho tiempo esta se ha prevalentemente
ocupado de los problemas relativos a las condiciones jurídicas de la Iglesia en los
singulares Estados, donde garantizar que fuese asegurada en el mejor modo posible la
Libertas Ecclesiae, hoy en cambio la diplomacia pontificia tiende a perseguir finalidades
más amplias y complejas, en particular la promoción de la dignidad de cada ser humano y
de cada pueblo, la convivencia pacífica fundada sobre principios de justicia, el bien
espiritual, moral y material de todos. Evidentemente esta amplitud de finalidades no
significa el abandono de las razones originarias de la actividad diplomática de la Santa
Sede, o en todo caso la atenuación por los problemas de libertad de la Iglesia universal y de
la Iglesia Particular, para un eficaz desarrollo de su propia misión. Significa en cambio
coger la interconexión de los problemas y tener la conciencia que la presencia de la Iglesia
en la vida internacional, también a través de la actividad diplomática, da un contributo
original e insustituible, porque es desarrollado según su propia inspiración y la modalidad,
a la traducción en forma jurídica de aquellos valores y de aquellos ideales que son
esenciales a la construcción de una comunidad internacional y sin las cuales esa seria
lacerada y dividida.

En algún modo también a través de la diplomacia pontificia la Iglesia entiende ponerse


como modelo de la sociedad internacional, es decir como paradigma en el conjugar unidad
y diversidad en una armónica convivencia. Porque si, para retomar una afirmación de Juan
Pablo II, la diplomacia pontificia se basa sobre la unidad que existe al interno de la Iglesia
Católica presente en todo el mundo, “la comunión que asegura las relaciones entre las
diversas Iglesias locales y el Obispo de Roma, además de ser un principio eclesiológico
imprescriptible, es también una riqueza internacional” (disc. Del 13 de noviembre de
1998).

50
TEMA VII

AUTONOMIA E INDEPENDENCIA

1. PRINCIPIOS PARA UNA TEORÍA DE LAS RELACIONES ENTRE LA


IGLESIA Y EL ESTADO.

Una teoría canonística de las relaciones entre la iglesia y el Estado, puede hoy elaborarse
principalmente sobre la base de dos textos del Concilio Vaticano II, la Gaudium et Spes (la
Iglesia en el Mundo) y la Dignitatis Humanae (la Dignidad Humana sobre la libertad
religiosa), y otras como: la Apostolicam Actuositatem (sobre el apostolado de los Laicos),
la Gravissimum Educationis Momentum (sobre la educación de las jóvenes generaciones),
Christus Dominus (sobre el oficio pastoral de los Obispos), la Lumen Gentium (sobre la
Iglesia), y de particular relevancia la Doctrina Social de la Iglesia, en cuanto delinea una
sociedad política conformada según el diseño divino, y como medio de presencia de la
Iglesia en la sociedad política, a este punto es de recordar las diversas encíclicas de los
pontífices sobre la materia (Mater et Magistra, Pacem in Terris, Populorum Progressio,
Evangelii Nuntiandi, Redemptor Hominis, Familiaris Consortio, Centesimus Annus,
Veritatis Splendor, Evangelium Vitae, Novo Millennio Ineunte, etc.).
De los diversos documentos se puede deducir los siguientes principios fundamentales para
una moderna teoría de las relaciones de la Iglesia con el Estado, es decir: la Independencia
y la Autonomía, cada quien en su propio orden, la Libertad Religiosa, individual y
colectiva, la renuncia por parte de la Iglesia a tratamientos de privilegio, en cuantos estas
sean privas de razón, la Libertas Ecclesiae, es decir la reivindicación por parte de la Iglesia
de tanta libertad cuanto se requiera para su misión, la Sana Colaboración de instaurarse
entre la Iglesia y el Estado. Sobre estos principios se articularan las reflexiones siguientes.

2. LA IGLESIA COMO “SOCIEDAD JURÍDICA PERFECTA” Y COMO


ORDENAMIENTO JURÍDICO PRIMARIO.

Para calificar jurídicamente a la Iglesia, sobre todo en vista de la sucesiva definición de sus
relaciones jurídicas con el Estado, la doctrina canonística ha utilizado por largo tiempo la
categoría de societas iuridice perfecta. La Iglesia es una sociedad jurídicamente perfecta,
se decía, así como lo es el Estado.
Con la expresión societas iuridice perfectae se entendían aquellas organizaciones sociales
que no remandaban su legitimación, en cuanto a su existencia, de otras organizaciones
sociales, que tenían en su propio orden finalidades de características generales, que eran
dotadas de todos los medios necesarios para el perseguimiento de sus finalidades. Es decir,
según la clásica definición de Ottaviani, aquella sociedad “quae bonum in suo ordine
completum tamquam finem habens, ac media omnia ad illud consequendum iure
possidens, est in suo ordine sibi sufficiens et independens, id est plene atonoma”.
La calificación de la Iglesia como sociedad jurídica perfecta constituía el presupuesto
idóneo y necesario, en base a la cual la doctrina canonística podía configurar ámbitos y

51
términos de una relación jurídica entre la Iglesia y el Estado. En sustancia el razonamiento
era el siguiente: si el Estado es la sociedad jurídica perfecta por excelencia en el orden
temporal, la Iglesia es de otro modo en el orden espiritual, y si bien es cierto estos son
diversos en los órdenes en las cuales actúan, el uno y la otra se unen, desde el punto de
vista jurídico, desde la misma naturaleza de sociedad jurídica perfecta, de este modo es
posible una relación jurídica entre dos sujetos, que bien es cierto su indudable diversidad,
son iguales en cuanto a su naturaleza jurídica y se colocan sobre el mismo plano.
Hoy de reciente, después de la celebración del Concilio Vaticano II, la calificación de la
Iglesia como societas iuridice perfecta ha sido objeto de fuertes críticas, a tal punto de
hacerla una formula en desuso.
Las razones de tales criticas pueden sustancialmente resumirse al hecho que la categoría de
societas iuridice perfecta es, culturalmente, de origen iusnaturalista, elaborado por
filósofos y juristas entre los 1600 y 1700, en el contexto del grande movimiento de
pensamiento que el iusnaturalismo llevo a la búsqueda de una nueva fundación y
legitimación del poder, donde el derecho propiamente racional, tomaba su formulación de
la nota hipótesis de Grozio “etsi Deus non daretur”.
A los críticos, la calificación de la Iglesia como societas iuridice perfecta le pareció
improponible y de rechazar, esencialmente por dos razones. En primer lugar porque la
Iglesia es una realidad absolutamente no asimilable al Estado, por la cual esta no puede ser
jurídicamente definida en analogía al Estado; en segundo lugar porque cada profundización
sobre la Iglesia, incluso en su dimensión jurídico-institucional, debe tomar de sus bases no
del plano natural sino de aquel sobrenatural, no de las bases de la filosofía del derecho,
sino de la teología del derecho.
Hay que reconocer a los críticos una objetiva y correcta corrección de las argumentaciones.
Desde el punto de vista histórico, es fácil comprender las razones por las cuales en el
pasado, entre los 1700 y los 1800, la canonística se ha servido de la categoría de la societas
iuridice perfecta para definir la Iglesia. Tales razones son de buscarse en la exigencia de
reafirmar la juridicidad del ordenamiento canónico y la soberanía de la Iglesia en su propio
orden, de frente a las notas tendencias totalizantes y absolutizantes de los Estado
juridiccionalistas. En otras palabras, para contener el poder del Estado que pretendía
entrometerse en la vida interna de la Iglesia, nada pareció tan natural de buscar en la
constitución jurídica de la Iglesia los elementos de analogía con el Estado; de encontrar,
sobre el plano jurídico, los elementos comunes al uno y la otra, en vez de las diversidades
(según la nota formula de Goffredo de Trani: “Ecclesia comparatur reipublicae”).
Es así, del todo evidente que la Iglesia no es el Estado, y que son incomparables en cuanto
a su naturaleza, sus medios y fines.
Dicho esto, debe relevarse que por parte de los críticos de la Iglesia como societas iuridice
prefecta no se ha tenido cuenta del hecho que, muchas veces, conceptos y categorías que se
han afirmado en un preciso contexto cultural, van con el tiempo a perder su connotación
originaria, a transmigrar hacia otros sectores, a adquirir un diverso fundamento en un
diferente contexto.
Así para la categoría de la societas iuridice perfecta ha sucedido algo similar. Elaborada
por el pensamiento iusnaturalista, esta después a encontrado acogida en el magisterio
pontificio en matera social. Así León XIII en la encíclica Immortale Dei del 1885, dice que

52
“la Iglesia es en su orden y en su constitución jurídica, es sociedad perfecta al par del orden
civil”

Desde el punto de vista estrictamente técnico-jurídico se debe observar que, hoy, la


categoría de societas iuridice perfecta puede ser sustituida por aquella de ordenamiento
jurídico primario. La Iglesia, en su dimensión social e histórica, da vida a un
ordenamiento jurídico, es decir a un conjunto de normas, ordenamiento jurídico que es
calificable como originario o primario, en cuanto no trae su origen o legitimación de otro
ordenamiento jurídico, resultando independiente en su formación y funcionamiento.
Todo esto puede concentrarse en la teoría de la pluralidad de los ordenamientos jurídicos
elaborada a mitad del siglo pasado por Santi Romano.

3. ¿INDEPENDENCIA, AUTONOMÍA O SOBERANIDAD?

En la literatura, sobretodo postconciliar, frecuentemente se recurrió al uso del término


“laicidad”, para indicar una de las bases de la moderna doctrina sobre las relaciones entre
la Iglesia y el Estado. Así Pio XII en 1958 en una alocución habla de “sana laicidad del
Estado”, en sustancia se afirma que la laicidad es uno de los atributos propios del Estado.
Pero hay que hacer mención a que el termino laicidad puede ser tomada ambiguamente. La
doctrina del derecho público afirma que el Estado moderno de democracia pluralistica no
puede ser sino que laico. Así mismo laicidad puede ser entendida como laicismo, en otros
casos como aconfesionalidad, o en sentido de neutralidad, e incluso como el principio de
autonomía del orden temporal respecto al espiritual y viceversa. Este parece ser el sentido
autentico que se entendía de la alocución paceliana sobre la laicidad, bajo este presupuesto
se puede decir que la laicidad constituye una de la bases de la moderna doctrina de la
Iglesia sobre las relaciones con el Estado.
Al respecto hay que rellamar el discurso de Pablo VI donde distingue entre “laicidad,
como la esfera propia de la realidad temporal, que se rigen con principios propio y con la
relativa autonomía derivante de las exigencias intrínsecas, científicas, técnicas,
administrativas, políticas y de laicismo, que es la exclusión del ordenamiento humano toda
referencia moral” (22 de mayo 1968).

Diverso es el uso del término “autonomía”, con el cual se entiende calificar la distinción,
propia del cristianismo, entre los diversos planos; espiritual y temporal, distinción que no
es propiamente, ni separación ni confusión.
Así “autonomía” en el lenguaje jurídico secular, tiene un significado bien preciso, esa está
a indicar una realidad diversa, es más, contrapuesta a aquella de “soberanía”, con la cual se
indica uno de los atributos del Estado, la palabra “autonomía” está a indicar la condición
jurídica de limitada independencia, con particular referencia a la potestad de producir
normas, consentida por el ordenamiento soberano, a la cual se es subordinado.
Hablar de independencia y autonomía, recíprocamente, de la Iglesia y del Estado, seria de
consecuencia un sinsentido desde el punto de vista jurídico.
Pero hay que señalar que dichos términos “autonomía e independencia” vienen
mencionados en el núm., 76 de la const. Gaudium et Spes.

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Así independencia está a indicar el carácter que asumen los dos ordenamientos jurídicos,
Iglesia y Estado, en su mutuo relacionarse. Uno es independiente del otro, sea desde el
punto de vista genético que de aquello funcional, cada quien es regido por principios
propios e inderogables.
La autonomía en cambio hace referencia, en un contexto amplio, a un ámbito diverso que
los trasciende y donde ambos se inscriben.
Dicho en otros términos, el ordenamiento estatal es en sentido propiamente jurídico del
termino - autónomo, porque su jurisdicción es efectiva, pero no independiente, en la
medida en la cual encuentra su fundamento e incluso su límite, en valores y principios que
lo trasciende.

4. LA INDEPENDENCIA Y LA AUTONOMÍA DE LA IGLESIA EN EL


DERECHO CANÓNICO.

Así como el código de 1917 así también la del 1983 omite de disciplinar en manera
orgánica y completa las relaciones de la Iglesia con el Estado, en sus diversas
articulaciones.
Sin embargo, no faltan cánones que ya sea directamente o indirectamente hablen de esta
relación; can. 2, 216, 227, 285, 287, 289, 377, 747, 748, 800, 804, 805, 807, 822, 1059,
1254, 1260,1311, 1401, 1671, 1692.

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TEMA VIII

LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD INTERNACIONAL

1. A LOS ORÍGENES DE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL.

La comunidad internacional es una de las formas de organización de la comunidad política


y constituye la máxima forma de organización de la comunidad política desde el punto de
vista de su extensión, en razón de su dimensión planetaria.

La comunidad internacional presenta también diferencias estructurales respecto al Estado


(organización inter-individual), ya que se presenta como un grupo de Estados organizados
en el perseguir algunas finalidades comunes. Dicha comunidad, en el organizarse y en el
darse normas internas, da vida a un ordenamiento jurídico: el ordenamiento internacional,
algo similar a la antigua idea de communitas gentium, tomada de Gaio, Inst. 1, 1 – en su
distinción entre el ius civile, vigente exclusivamente en la civitas romana y el ius gentium,
común a todos los hombres.

Se debe notar que después de la segunda guerra mundial la idea de una comunidad
internacional inter-estados se ha ido gradualmente enfriando, pasando a una moderna
expresión de comunidad internacional inter-individuos, que persigue el interés de las
persona humanas.

Importante a este punto es determinar ¿Cuál es el origen de la comunidad internacional?


Pero en una visión amplia, este interrogante o debate tiene poca importancia, ya sea para el
jurista, el político, el sociólogo, etc.; la comunidad internacional se pone como un
elemento dado, como una realidad existente y sobre la cual obrar. Todavía una acentuación
a las diversas hipótesis formuladas sobre la materia son útiles, con el fin de comprender
mejor la peculiaridad de la comunidad internacional y del ordenamiento jurídico que esa da
vida.

Dos son las hipótesis formuladas sobre el origen de la comunidad internacional:

- La primera, más antigua y consolidada, retiene que esta sea el desarrollo por evolución,
sin solución de continuidad, del sacro imperio romano medieval. Según este modo de
ver, la originaria comunidad de sujetos soberanos, son la societas christiana, que en el
tiempo se fue incrementado, hasta que han aparecido en el escenario político nuevos
sujetos soberanos, es decir nuevos Estados.
- La segunda, más reciente, retiene todo lo contrario, que la comunidad internacional ha
tenido su origen de las cenizas del imperio medieval y del fin de esta (cuando la
reforma protestante rompió la unidad religiosa de los pueblos europeos, destruyendo
incluso la unidad política). En el sentido que la comunidad internacional, en cuanto
forma de agregaciones de Estados, tiene su origen con el nacimiento del Estado en
sentido moderno.

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La comunidad internacional, exactamente, tendría su origen con la paz de Westfalia del
1648, con la que viene a reconocerse la división de la Iglesias cristianas a nivel
internacional.

Se debe decir que la segunda hipótesis se presente como la más convincente. No solo por
razones de carácter histórico, sino incluso por razones que atienden a las diferencias
estructurales y funcionales encontradas entre el ordenamiento jurídico del imperio
medieval y el ordenamiento jurídico de la comunidad internacional. El primero de hecho
era expresión de una comunidad inter-individual mientras la segunda es expresión de una
comunidad inter-estatal, el primero era estructurado jerárquicamente, mientras el segundo
tiene una estructura paritaria.

2. EL COMPROMISO Y PRESENCIA DE LA IGLESIA EN LA COMUNIDAD


INTERNACIONAL.

La presencia de la Iglesia en la vida de comunidad internacional es un dato


incontrovertible. Como se verá más adelante, tal presencia ha sido asegurada en el tiempo
por el Papado. Aquí hay que notar que desde la primera formación de la comunidad
internacional, la Santa Sede (can. 361) termino con el cual se entiende indicar el oficio del
pontífice ha sido activamente participe de las relaciones entre sujetos soberanos,
prescindiendo del hecho de que el Papa fuese la cabeza de la Iglesia universal y soberano
temporal.

Hoy puede parecer singular que al origen de la comunidad internacional, la cual venía a
relacionar y organizar las relaciones entre aquellos nuevos sujetos soberanos que son los
Estados, este presente también el Papado.
En el sentido que puede resultar difícil comprender como una comunidad entre potencias
temporales pueda admitir, en su propio seno, también a una potencia espiritual. Se verá que
este es un punto problemático aun hoy presente, en el debate doctrinal que busca
comprender y justificar las razones de la subjetividad jurídica internacional de la Santa
Sede.

Podemos decir que la presencia de la Santa Sede en el ordenamiento internacional, desde


sus orígenes responde a una experiencia política bien precisa; substraer a la domestic
jurisdiction o jurisdicción nacional de los modernos Estados soberanos las Iglesias locales,
y al mismo tiempo, tratar con los Estados las reglamentaciones de la materias de interés
eclesiástico, partiendo no de una posición de subordinación sino de paridad. En tal sentido
la Santa Sede perseguía una doble finalidad; emanciparse del jurisdiccionalismo estatal y
garantizar la unidad de la Iglesia contra las tentaciones de autonomía.

Hoy, en la actualidad también la Iglesia es participe en la producción de normas de derecho


internacional, así por ej. La participación de la Santa Sede en la firma del acto final de la
Conferencia sobre la seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), con el tratado de
Helsinki de 1975. Pero de manera, tal vez, más incisiva en el plantear el problema de

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reformular el propio derecho internacional, ya que esta fue producida siguiendo el modelo
de Westfalia, y donde tampoco participo la Iglesia ni los países del tercer mundo.

3. IGLESIA, SANTA SEDE, CIUDAD DEL VATICANO.

En el tratar la presencia de la Iglesia en la comunidad internacional, se hace siempre


referencia a la Santa Sede como sujeto que concretamente toma parte en el comercio
internacional.
Esto responde a un dato de hecho, ya que siempre, en el curso de la historia, la Iglesia ha
actuado en el orden internacional a través de la Santa Sede, y ha esta a su vez, la
comunidad de los Estados le ha siempre reconocido como representante no solo de los
intereses de la Iglesia universal, sino también de las singulares Iglesias Locales.

Se debe notar que la relación entre la Iglesia y la Santa Sede ha puesto y pone una serie de
problemas, sobre todo, sobre la cuestión de la subjetividad jurídica internacional, en el
sentido que se pregunta quién es el titular de los derechos y deberes que nacen de las
relaciones jurídicas que nacen en el ordenamiento jurídico internacional, es decir, la Iglesia
o la Santa Sede.

Las opiniones sobre el caso son varias, pero podemos distinguir fundamentalmente dos:

- Primera.- sujeto de derecho internacional es la Iglesia Católica en su unidad y


universalidad, cual comunidad de fieles jerárquicamente ordenada. De consecuencia no
sería sujeto de derecho internacional la Santa Sede, termino con el cual se indica el
oficio propio del Romano Pontífice en el gobierno de la Iglesia universal, sea ya de las
oficinas y organismos que lo ayudan en el ejerció de sus funciones, es decir la Curia
Romana (can. 361).
Siguiendo esta opinión la Santa Sede, en cuanto órgano de gobierno de la Iglesia
universal, se pondría análogamente sobre cuanto sucede en los Estados. Los
Estados de hecho son los sujetos indiscusos de derecho internacional, pero las
relaciones internacionales son llevadas por los correspondientes órganos de
gobierno. Dicha explicación no obstante, se presta a varias críticas.

- Segunda.- retiene que sujeto de derecho internacional es la Santa Sede, es decir el


Papa. La historia y la experiencia jurídica estarían en demostrar que los Estados
soberanos han siempre pretendido relacionarse, no con la Iglesia, sino con el Papa, en
razón de su influencia moral sobre el campo socio-político.
Se observa de modo particular que nadie pone en duda la subjetividad jurídica
internacional de la Santa Sede; que en la praxis internacional los Estados siempre
le han reconocido tal subjetividad. También esta explicación se presta a críticas
por partir de presupuestos de efectividad y potencia.

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El problema de la subjetividad jurídica internacional de la Iglesia y de la Santa Sede es, del
punto de vista teórico, posteriormente complicado por la existencia del Estado de la
Ciudad del Vaticano.
Como es conocido, esta fue creada con el Tratado Lateranense el 02 de febrero de 1929,
con el fin de cerrar la cuestión Romana, es decir, Italia debía garantizar a la Santa Sede el
libre desarrollo de su misión en el mundo, después de la caída del Estado Pontificio el 20
de setiembre de 1870 en las afueras de Puerta Pia.
El Preámbulo del Tratado dice lo siguiente: “debiéndose, para asegurar a la Santa Sede la
absoluta y visible independencia, garantizarle la soberanía indiscutible incluso en el campo
internacional, se ha visto la necesidad de constituir, con particular modalidad, la Ciudad
del Vaticano”. Esta afirmación podría inducir a la errónea opinión que sujeto de derecho
internacional no sea ni la Iglesia ni la Santa Sede, sino el Estado de la Ciudad del Vaticano.

A modo de conclusión, queda firme cuanto describe el derecho canónico, que la Iglesia
actúa en la comunidad internacional a través de la Santa Sede.
En cuanto a la Ciudad del Vaticano, esta goza de una distinta subjetividad jurídica
internacional en cuanto Estado.

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TEMA IX

EL CONCORDATO ITALIANO DEL 1929


Y LOS ACUERDOS DE MODIFICACION DEL 1984.

1. RESEÑA HISTÓRICA.

El Concordato de 1929 se firmó en un contexto particular, ya que desde el año1870 el


Romano Pontífice no tenía un territorio donde poder ejercer libremente la Potestad sobre la
Iglesia Universal, es así que en este contexto se realiza el Concordato entre la Santa Sede y
la Italia unificada, bajo gobierno monárquico del rey Victorio Enmanuel II.

El concordato del 1929 viene modificado en el llamado Acuerdo de Villa Madama del
1984, debido a la existencia de una nueva situación político-jurídica vigente en Italia, y a
un renovamiento eclesiológico en la Iglesia, tales como:

- Italia pasó de ser una Monarquía a una república,


- Italia pasó de una dictadura a un Gobierno Parlamental,
- Italia pasó del Estatuto Albertino (1848) a la Constitución Italiana (1948),
- La Santa Sede había tenido el Concilio Vaticano II (1963),
- La Santa Sede había renovado el Código Canónico (1983).

La Santa Sede e Italia firman un nuevo Concordato. El último se firmó hace 55 años. Esta
vez, el acto oficial y solemne no se celebrará, como en 1929, en territorio del Estado
Vaticano, en los Palacios Lateranenses, como ocurrió cuando Benito Mussolini y el
cardenal Pietro Gaspari rubricaron los pactos lateranenses.

Al mediodía, las firmas que se estamparon en el documento eran las del primer presidente
del Gobierno socialista de la historia de la Italia republicana, Bettino Craxi, y la del
secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli. El acontecimiento tuvo lugar en Villa
Madama, residencia de gala del Gobierno italiano reservada para visitantes extranjeros.
Con el nuevo Concordato, la religión católica deja de ser la del Estado, y la capital de
Roma ya no será ciudad sagrada ni centro universal de la cristiandad. La enseñanza de la
religión será impartida en las escuelas sólo a quienes lo soliciten, mientras que hasta ese
entonces era obligatoria, salvo para aquellos que se hubiesen acogido a la dispensa,
declaradose no creyente o, sencillamente, negado a asistir a las clases de religión.
El matrimonio religioso no tendrá por sí mismo efecto civil.
El nuevo Concordato, no concede subvenciones estatales a los colegios religiosos y se
establece que sólo las instituciones religiosas que se dediquen de verdad a una actividad
apostólica estarán exentas de impuestos. Una comisión mixta estudiará caso por caso.
Un punto delicado, en lo que se refiere a Italia, es la tutela del patrimonio artístico, que en
este país es imponente. Una comisión mixta analizaría el espinoso problema, que ya se
anuncia como batalla, porque el liberal Aldo Bozzi, presidente de la actual Comisión
Parlamentaria para la Reforma Institucional, envió una carta al presidente del Consejo de
Ministros, Craxi, recordándole que el artículo 9 de la Constitución establece que la
59
República será "quien tutele el paisaje y el patrimonio histórico y artístico de la nación",
incluyendo también el de carácter sagrado. Por tanto, subraya Bozzi, la República podrá
sólo "admitir consultas", pero no "influencias deliberativas de nadie" en este asunto. El jefe
del Gobierno declaro que el nuevo Concordato contribuirá a "una mayor cooperación entre
la sociedad civil y la religiosa".

2. BETTINO CRAXI.
(Milán, 24 de febrero de 1934 - Hammamet, Túnez, 19 de enero de 2000)

Fue un político italiano y uno de los máximos exponentes del Partido Socialista Italiano
(PSI). Fue Primer Ministro de Italia de 1983 a 1987 en la primera etapa del pentapartito
italiano. Permaneció durante la mayor parte de su vida en el PSI. Ascendió rápidamente en
el partido. En 1968 fue elegido diputado e inmediatamente fue nombrado vicesecretario
nacional. En 1976, en plena crisis interna, es elegido secretario general en sustitución de
Francesco de Martino. Inicia así su larguísima etapa al frente de los socialistas, pese a ser
considerado un "secretario de transición" por la vieja guardia socialista. En 1983 es elegido
primer ministro con el apoyo del pentapartido formado por el PSI, DC, el PSDI, el PRI y el
PLI. Entre sus principales políticas destacaron la firma de un nuevo concordato con el
Vaticano en 1984, la entrada de Italia en el G7 y una nueva política de impuestos. Entre
tanto, la corriente de Craxi dominaba completamente en el PSI, salvo por la corriente más
izquierdista del PSI dirigida por Riccardo Lombardi que acusaba al primer ministro de
derechista. Esta dominación casi absoluta permitió a Craxi llevar al partido a sus
posiciones moderadas dentro de la socialdemocracia. Su caída llego en 1992 durante el
proceso judicial llamado Manos limpias, que intentó acabar con la corrupción imperante en
la política italiana. Craxi, señalado entre los corruptos, tuvo que dimitir de su cargo en un
PSI que no tardaría en desaparecer. Craxi se marchó a Túnez huyendo de la justicia, y
murió en 2000 en la ciudad de Hammamet.

3. UNIDAD SOCIALISTA.

En 1989, con la caída del muro de Berlín y la consiguiente crisis en el Partido Comunista
Italiano (PCI), Craxi propone la unión de todo el socialismo en una bandera común.
Proponía la unión del PSI, PSDI y un PCI que abandonaba el comunismo. Así se buscaba
crear una única fuerza socialdemócrata. Por culpa de la recesión económica, y sobre todo
la crisis de corrupción de los años 90, la idea no llegó nunca a realizarse aunque permitió el
acercamiento de posiciones entre los políticos y así muchos de ellos han terminado en
Demócratas de Izquierda, partido heredero de los comunistas.

60
ACUERDO
ENTRE LA SANTA SEDE Y LA REPUBLICA ITALIANA
QUE APORTA MODIFICACIONES AL CONCORDATO
LATERANENSE

LA SANTA SEDE Y LA REPUBLICA ITALIANA

Teniendo cuenta del proceso de transformación política y social que se dio en Italia en los
últimos decenios y de los desarrollos promovidos en la Iglesia en razón del Concilio
Vaticano II, teniendo presente, por parte de la República Italiana, los principios estipulados
por su Constitución, y, por parte de la Santa Sede, las declaraciones del concilio
Ecuménico II acerca de la libertad religiosa y de las relaciones entre la Iglesia y la
comunidad política, la nueva codificación del derecho canónico; considerado, además que,
en fuerza del segundo coma del art. 7 de la Constitución de la República Italiana, las
relaciones entre el Estado y la Iglesia son regulados por el Pacto Lateranense. Los cuales
pueden ser modificados de común acuerdo por las dos partes sin que eso requiera
procedimientos de revisión constitucional; han reconocido la oportunidad de llegar a las
siguientes modificaciones del Concordato lateranense:

ART. 1 INDEPENDENCIA Y SOBERANIA.


La República Italiana y la santa Sede reafirman que el Estado y la Iglesia católica son, cada
quien en el propio orden, independientes y soberanos, comprometiéndose al pleno respeto
de tales principios en sus relaciones y a la reciproca colaboración por la promoción del
hombre y el bien del País.

ART. 2 LIBERTAS ECCLESIAE.


1. La República italiana reconoce a la Iglesia católica la plena libertad de desarrollar su
misión pastoral, educativa y caritativa, de evangelización y de santificación. En particular
es asegurada a la Iglesia la libertad de organización, de público ejercicio del culto, de
ejercicio del magisterio y del ministerio espiritual, y de la jurisdicción en materia
eclesiástica.
2. Es igualmente asegurada la reciproca libertad de comunicación y de correspondencia
entre la Santa Sede, la Conferencia Episcopal regional, los obispos, el clero y los fieles, así
como la libertad de publicación y difusión de las actas y documentos relativos a la misión
de la Iglesia.
3. Es garantizado a los católicos y a sus asociaciones y organizaciones la plena libertad de
reunión y de manifestación del pensamiento con la palabra, escritos y con todo otro medio
de difusión.
4. La República italiana reconoce el particular significado que Roma, sede obispal del
Sumo Pontífice, tiene para la catolicidad.

ART. 3 NOMBRAMIENTO DE OFICIOS.

61
1. Las circunscripciones de las diócesis y de las parroquias son libremente determinadas
por la autoridad eclesiástica. La Santa Sede se compromete a no incluir alguna parte del
territorio italiano en una diócesis que tuviese su sede obispal en territorio de otro Estado.
2. El nombramiento de los titulares de los oficios eclesiásticos es libremente efectuada por
la autoridad eclesiástica. Esta última da comunicación a las competentes autoridades
civiles el nombramiento de los Arzobispos y Obispos diocesanos, de los Coadjutores, de
los Abates y Prelados con jurisdicción territorial, así como de los Párrocos y de los titulares
de otros oficios eclesiásticos relevantes para el ordenamiento del Estado.
3. Salvo que para la diócesis de Roma y para aquellas subvicarias, no serán nombrados a
los oficios de las cuales al presente artículo eclesiásticos que no sean ciudadanos italianos.

ART. 4 EXONERACION DEL SERVICIO MILITAR.


1. Los sacerdotes, los diáconos y los religiosos que han hecho los votos tienen la facultad
de obtener, a su pedido, de ser exonerados del servicio militar o de ser asignados al
servicio civil sustitutivo.
2. En caso de movilización general, los eclesiásticos no asignados al cuidado de las almas
serán llamados a ejercitar el ministerio religioso entre las tropas, o, subordinadamente ser
asignados a los servicios sanitarios.
3. Los estudiantes de teología, aquellos que cursan los dos últimos años de propedéutica a
la teología y los novicios de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida
apostólica pueden usufruir del reenvió del servicio militar acordados para los estudiantes
de las universidades italianas.
4. Los eclesiásticos no están obligados a dar a los magistrados u a otras autoridades
informaciones sobre personas o materias a las cuales hayan venido en conocimiento en
razón de su ministerio.

ART. 5 EDIFICIOS DE CULTO.


1. Los edificios abiertos al culto no pueden ser embargados, ocupados, expropiados o
demolidos sino por graves razones y previo acuerdo con las competentes autoridades
eclesiásticas.
2. Con excepción de los casos de urgente necesidad, la fuerza pública no podrá entrar, para
ejercicio de sus funciones, en los edificios abiertos al culto, sin haber hecho previo aviso a
la autoridad eclesiástica.
3. La autoridad civil tendrá en cuenta las exigencias religiosas de las poblaciones, hechas
presente por las autoridades eclesiásticas, por lo que concierne la construcción de nuevos
edificios de culto y de las pertinentes obras parroquiales.

ART. 6 EL DOMINGO.
La República italiana reconoce como días festivos todos los domingos y las otras
festividades religiosas determinadas entre las partes.

ART. 7 FISCALIZACION TRIBUTARIA.


1. La República italiana, remandando al principio enunciado del art. 20 de la Constitución,
reafirma que el carácter eclesiástico y el fin religioso o de culto de una asociación o

62
institución no pueden ser causa de especiales limitaciones legislativas, ni de especiales
gravámenes en materia tributaria para su constitución, capacidad jurídica y toda forma de
actividad.
2. Quedando firme la personalidad jurídica de los entes eclesiásticos que son de estas
provistos, la República italiana, bajo pedido de la autoridad eclesiástica y con su
consentimiento, continuara a reconocer la personalidad jurídica de los entes que tienen
sede en Italia, erigidos y aprobados según las normas del derecho canónico, las cuales
tengan finalidades religiosas o de culto. Análogamente se procederá con el reconocimiento
para los efectos civiles de cualquier cambio sustancial de los mismos entes.
3. A los efectos tributarios los entes eclesiásticos que tengan fines religioso o de culto,
como también las actividades dirigidas a tales fines, serán equiparados a aquellos que
tengan fines de beneficencia o de instrucción.
4. Las actividades diversas de aquellas de religión o de culto, desarrolladas por los entes
eclesiásticos, son sujetas, en el respeto de la estructura y de la finalidad de tales entes, a las
leyes del Estado concernientes tales actividades al régimen tributario previsto para las
mismas.
5. Los edificios abiertos al culto, las publicaciones de actas, los carteles de propaganda al
interno o al ingreso de los edificios de culto o eclesiásticos, y las colectas efectuadas en
dichos edificios, continuaran a ser sujetas al régimen en vigor.
6. La administración de los bienes pertenecientes a los entes eclesiásticos serán sujetas a
los controles previstos del derecho canónico. Las adquisiciones de estos entes son sujetas
también a los controles previstos de las leyes italianas así como lo son para las
adquisiciones de las personas jurídicas.
7. En el momento de la firma del presente acuerdo, las partes instituyen una comisión
paritética para la formulación de las normas que serán presentadas para su aprobación para
la disciplina de todas las materias de los entes y bienes eclesiásticos y para la revisión de
los compromisos financiaros del Estado Italiano e las intervenciones de las mismas en la
gestión patrimonial de los entes eclesiásticos.
En vía transitoria e hasta la entrada en vigor de la nueva disciplina permanecen aplicables
los artículos 17 coma 3, 18, 27, 29 y 30 del precedente texto concordatario.

ART. 8 MATRIMONIO.
1. Son reconocidos los efectos civiles a los matrimonios contraídos según las normas del
derecho canónico, a condición que el acto relativo sea transcrito en los registros del Estado
Civil, previa publicación en el Municipio. Inmediatamente después de la celebración, el
párroco o su delgado explicara a los contrayentes los efectos civiles del matrimonio,
dando lectura de los artículos del código civil que traten de los derechos y deberes de los
cónyuges, y redactara entonces, en doble original, el acto del matrimonio, en la cual podrán
ser inseridas las declaraciones de los cónyuges consentidas según la ley civil.
La Santa Sede toma acto que la transcripción no podrá tener lugar:
a) cuando los esposos no respondan a los requisitos de la ley civil acerca de la edad
requerida para la celebración;
b) cuando subsista entre los esposos un impedimento que la ley civil considera
inderogable.

63
La transcripción es todavía admitida cuando, según la ley civil, la acción de nulidad o de
anulación no podrían ya ser propuestas.
El pedido de transcripción es hecha, por escrito, por el párroco del lugar donde el
matrimonio ha sido celebrado, no ultrapasando los cinco días de la celebración. El oficial
del estado civil, donde subsistan las condiciones para la transcripción, la efectúa dentro las
veinticuatro horas del recibimiento del acto y da la noticia al párroco.
El matrimonio tiene efectos civiles desde el momento de la celebración, aunque si el oficial
del estado civil, por cualquier razón, haya efectuado la transcripción más allá del tiempo
previsto.
La transcripción puede ser efectuada posteriormente bajo pedido de los dos contrayentes,
o también por uno de ellos, con el conocimiento y sin la oposición del otro, siempre que
ambos hayan conservado ininterrumpidamente el estado libre desde el momento de la
celebración al momento del pedido de transcripción, y sin perjuicio de los derechos
legítimamente adquiridos por terceros.
2. Las sentencias de nulidad del matrimonio pronunciadas por los tribunales eclesiásticos,
que sean munidas del decreto de ejecución del superior órgano eclesiástico de control, son,
bajo pedido de las partes o de una de ellas, declaradas eficaces en la República Italiana con
sentencia de la corte de apelación competente, cuando esta acierte:
a) que el juez eclesiástico era el juez competente a conocer de la causa en cuanto
matrimonio celebrado en conformidad del presente artículo;
b) que en el procedimiento delante a los tribunales eclesiásticos haya sido asegurado a
las partes el derecho de actuar y de resistir en el juicio en modo no deforme de los
principios fundamentales del ordenamiento italiano;
c) que recurren las otras condiciones requeridas de la legislación italiana para la
declaración de eficacia de las sentencias extranjeras.
La corte de apelación podrá, en la sentencia dada a hacer ejecutiva una sentencia canónica,
estipular procedimientos económicos provisorios a favor de uno de los cónyuges del cual
su matrimonio haya sido declarado nulo, reenviando las partes al juez competente para la
decisión sobre la materia.
3. Accediendo a la presente reglamentación de la materia matrimonial la Santa Sede siente
la exigencia de reafirmar el valor inmutado de la doctrina católica sobre el matrimonio y la
solicitud de la Iglesia por la dignidad y los valores de la familia, fundamento de la
sociedad.

ART. 9: EDUCACION
1. La República italiana, en conformidad al principio de la libertad de la, escuela y de la
enseñanza en los términos previstos de la propia Constitución, garantiza a la Iglesia
católica el derecho de instituir libremente escuelas de todo orden y grado e institutos de
educación.
A tales escuelas que obtengan la paridad es asegurada plena libertad, y a sus alumnos un
tratamiento escolástico equivalente a aquello de los alumnos de las escuelas del Estado y
de los otros entes territoriales, también por cuanto concierne al examen de estado.
2. La República italiana, reconociendo el valor de la cultura religiosa y teniendo cuenta que
los principios del catolicismo hacen parte del patrimonio histórico del pueblo italiano,

64
continuara a asegurar, en el cuadro de las finalidades de la escuela, el enseñamiento de la
religión católica en las escuelas públicas no universitarias de todo orden y grado.
En el respeto de la libertad de conciencia y de la responsabilidad educativa de los padres,
es garantizado a cada quien el derecho de elegir si aceptar o no aceptar dicha enseñanza.
Al acto de inscripción los estudiantes o sus padres ejercitaran tales derechos, bajo pedido
de la autoridad escolástica, sin que su elección pueda dar lugar a alguna forma de
discriminación.

ART. 10: UNIVERSIDAD.


1. Los institutos universitarios, los seminarios, las academias, los colegios y los otros
institutos para eclesiásticos y religiosos o para la formación en las disciplinas eclesiásticas,
instituidos según el derecho canónico, continuaran a depender únicamente de la autoridad
eclesiástica.
2. Los títulos académicos en teología y en las otras disciplinas eclesiásticas, determinadas
de acuerdo entre las partes, conferidas de la Facultad aprobada por la Santa Sede, son
reconocidas por el estado.
Son de igual modo reconocidos los diplomas conseguidos en las Escuelas vaticanas de
paleografía, diplomática y archivista y de biblioteconomía.
3. El nombramiento de los docentes de la Universidad Católica del Sagrado Corazón y de
los dependientes institutos son subordinados al agrado, bajo el perfil religioso, de la
competente autoridad eclesiástica.

ART. 11: ASISTENCIA ESPIRITUAL


1. La República italiana asegura que el servicio en las fuerzas armadas, en la policía, u
otros servicios similares, la cura en hospitales, manicomios o de asistencia pública, la
detención en la cárceles no pueden dar lugar a algún impedimento en el ejercicio de la
libertad religiosa y en el cumplimiento de las prácticas de culto de los católicos.
2. L asistencia espiritual a los mismos es asegurada por eclesiásticos nombrados por las
autoridades italianas bajo designación de la autoridad eclesiástica y según el estado
jurídico, el orgánico, y las modalidades establecidas entre tales autoridades.

ART. 12: PATRIMONIO CULTURAL.


1. La Santa Sede y la República italiana, en el respectivo orden, colaboran por el cuidado
del patrimonio histórico y artístico.
Con el fin de armonizar la aplicación de la ley italiana con las exigencias de carácter
religioso, los órganos competentes de las dos partes concordaran oportunas disposiciones
para la salvaguardia, la valorización y el gozo de los bienes culturales de interés religioso
pertenecientes a entes e instituciones eclesiásticos.
La conservación y la consultación de los archivos de interés histórico y de las bibliotecas
de los mismos entes e instituciones serán favorecidas y facilitadas sobre la base de
acuerdos entre los competentes órganos de las dos partes.
2. La Santa Sede conserva la disponibilidad de las catacumbas cristianas existentes sobre el
suelo de Roma y en otras partes del territorio italiano con el gravamen consecuente de su

65
cuidado, del mantenimiento y de la conservación, renunciando a la disponibilidad de las
otras catacumbas.
Con la observación de las leyes del estadio y salvo los eventuales derechos de terceros, la
Santa Sede puede proceder a excavaciones necesarias y a la transferencia de las sagradas
reliquias.

ART. 13 RATIFICACION.
1. Las disposiciones precedentes constituyen modificaciones al Concordato lateranense
aceptadas por las dos partes, y entran en vigor a la fecha del intercambio de los
instrumentos de ratifica. Salvo cuanto previsto por el art. 7, n. 6, las disposiciones del
Concordato mismo no reproducidas en el presente texto son abrogadas.
2. otras materias por las cuales se manifieste la exigencia de colaboración entre la Iglesia
Católica y el estado podrán ser reguladas sea con nuevos acuerdos entre las dos partes sea
con acuerdos entre las competentes autoridades del Estado y la Conferencia Episcopal
Italiana.

ART. 14 COMISION PARITETICA.


Si en un futuro surgiese dificultad de interpretación o de aplicación de las disposiciones
precedentes, la Santa Sede y la República italiana confiaran la búsqueda de una amigable
solución a una Comisión paritética por ellos nombrada.
Roma, dieciocho febrero mil novecientos ochentaicuatro.

AGOSTINO CARD. CASAROLI B. CRAXI

66
TEMA X
EL CONCORDATO ENTRE LA SANTA SEDE
Y LA REPUBLICA DEL PERU

INTRODUCCIÓN

La “misión” de la embajada del Perú ante la Santa Sede es “colaborar con la Iglesia (se
entiende que aquí significa “católica”), en la promoción de valores… y dar a conocer al
mundo católico la cultura cristiana de origen peruano”. En términos más claros, promover
el catolicismo en el Perú.

RELACIONES BILATERALES

1. RESEÑA HISTÓRICA

Durante el Pontificado del Papa Pío IX, que se extendió de 1846 a 1878, el Perú y la Santa
Sede iniciaron contactos diplomáticos a través de la misión extraordinaria que realizó a los
entonces Estados Pontificios, el primer plenipotenciario peruano ante la corte papal,
monseñor Bartolomé Herrera Vélez, entre los años 1852 y 1853, con el propósito de
plantear la posible suscripción de un concordato y el reconocimiento del derecho de
patronato.

En 1859 el segundo plenipotenciario del Perú ante la Santa Sede, Luis Mesones, estableció
la Legación Permanente y reanudó el empeño de Herrera en pos de un concordato y la
formalización del derecho de patronato.
Es durante la misión del tercer representante del Perú ante la Santa Sede, don Pedro Gálvez
Egúsquiza, que se consolida la relación bilateral al expedirse, el 5 de marzo de 1875, la
“Bula Praeclara Inter Beneficia”, Letras Apostólicas que reconocieron a los Presidentes del
Perú el ejercicio del Derecho de Patronato que de facto éstos habían ejercido desde la
independencia nacional como sucesores de los Monarcas de España.

2. MARCO JURÍDICO DE LA RELACIÓN BILATERAL

El marco jurídico de la relación bilateral está contenido en el Acuerdo entre el Perú y la


Santa Sede, suscrito en Lima el 14 de julio de 1980. Este instrumento internacional
establece las prerrogativas, exenciones, la personería jurídica de la Iglesia Católica y
reconoce su importancia en la formación histórica, cultural y moral del país.

Uno de los cambios más importantes que incluye el Acuerdo de 1980, es la conclusión del
patronato que ejercían los jefes de Estado, derecho que les permitía nombrar a los obispos
de la República. El actual acuerdo confiere esa potestad a la Santa Sede y sólo en el caso
del Vicario Castrense debe tenerse la conformidad del Presidente de la República.

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3. RELACIONES POLÍTICO-DIPLOMÁTICAS BILATERALES

Los intereses del Estado Peruano en su relación con la Santa Sede son:
a) Colaborar con la Iglesia Católica para el desarrollo humano del Perú.
b) Coordinar iniciativas multilaterales y respuestas legales y políticas a los desafíos éticos
contemporáneos.
c) Proteger y divulgar el patrimonio cultural cristiano peruano en el mundo.

Desde una perspectiva histórica las relaciones entre el Perú y la Santa Sede se mantienen
sólidas y positivas, sostenidas por la religiosidad del pueblo peruano y por el respeto que la
sociedad de nuestro país tiene hacia el Santo Padre y a la Iglesia Católica.

En el ámbito multilateral, donde se discute la mayor parte de los temas en que la Santa
Sede ha asumido posiciones muy claras, se constata la convergencia de posiciones. Como
ejemplo tenemos la plena sintonía en la defensa de los derechos humanos, en la insistencia
en que se asuman políticas a favor del desarme y en la necesidad de atender los problemas
que se derivan del cambio climático
Las relaciones entre el Perú y la Santa Sede se ven fortalecidas por los siguientes
elementos:

1. La centralidad de la religión católica en el desarrollo del país. La importancia atribuida


por el Estado a la Iglesia está inscrita en la Constitución vigente de 1993 que en su
preámbulo invoca a “Dios Todopoderoso” y en su artículo 50 señala que “el Estado
reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural
y moral del Perú y le presta su colaboración”.
2. La clara separación entre Estado e Iglesia, que se apoya en el acuerdo bilateral del 19 de
julio de 1980, el cual establece la relación entre ambas jurisdicciones sin las ambigüedades
del pasado.
3. La imagen positiva de la Iglesia en la opinión pública peruana, que se deriva del
innegable prestigio e influencia del magisterio que desarrolla y, en particular, de la señera
figura del anterior Papa Juan Pablo II, quien fue el único Sumo Pontífice que visitó el Perú
en dos ocasiones. Asimismo, esta imagen se deriva de la importante labor educativa y de
apoyo a la salud pública y a la asistencia humanitaria que la Iglesia realiza en favor de los
peruanos más necesitados.
4. La coincidencia de ambos Estados en los principios internacionales que sustentan las
relaciones internacionales, especialmente la vigencia de la paz y la justicia y la solución
pacifica de las controversias.
En agosto de 2007 se produjo la visita oficial del Secretario de Estado del Vaticano,
Cardenal Tarcisio Bertone, a quien se le otorgó la Orden El Sol en el grado de Gran Cruz.
En dicha oportunidad, el Cardenal Bertone se reunió con el Presidente de la República, Dr.
Alan García Pérez, y el Ministro de Relaciones Exteriores, Embajador José Antonio García
Belaúnde.

El Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Tarcisio Bertone, trajo consigo un mensaje

68
de solidaridad a los damnificados del sismo que afectó Chincha, Pisco e Ica. Igualmente,
inauguró el IX Congreso Eucarístico realizado en Chimbote.
Mención especial merecen las visitas oficiales realizadas por el Santo Padre en los años
1985 y 1998, ocasiones en las que se estrecharon los vínculos con la Iglesia Católica,
además de renovarse los principios cristianos que ella promueve y que la sociedad peruana
comparte.

El Presidente de la República, doctor Alan García Pérez, realizó una visita oficial al
Vaticano, el 30 de noviembre de 2009, ocasión en la que se entrevistó con el Santo Padre
Benedicto XVI.

4. RELACIONES POLÍTICO-DIPLOMÁTICAS MULTILATERALES

En el ámbito multilateral, se constata la convergencia de posiciones en la defensa de los


derechos humanos, en que se asuman políticas a favor del desarme y en la necesidad de
atender los problemas que se derivan del cambio climático.
El Perú y la Santa Sede han mantenido en los últimos años coincidencias en varios temas
de carácter multilateral, en particular la promoción de la paz y del desarme, la defensa del
desarrollo sostenible, la lucha contra las drogas y el énfasis en el alivio de la pobreza en
toda política de desarrollo.
La Santa Sede es observador ante las Naciones Unidas, los Organismos Especializados en
Ginebra, el Organismo de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la Organización
de las NNUU para el Desarrollo Industrial (ONUDI), la FAO, la UNESCO, la
Organización Mundial del Comercio, el Consejo de Europa, la Organización para la
Seguridad y Cooperación en Europa, entre otros. Asimismo, es miembro de la Agencia
Internacional de Energía Atómica, del Consejo para la Cooperación Cultural del Consejo
de Europa, de la Organización por la Seguridad y la Cooperación en Europa, de la
Organización de la Liga Árabe y de la Comisión Internacional de Medicina Militar.

En el ámbito regional, para la Santa Sede el continente americano ha sido objeto de


especial atención por encontrarse la mayor población católica del mundo. Los problemas
de América Latina son vistos con particular atención por la curia romana. En el plano
político, el Vaticano cuenta con un observador permanente ante la Organización de
Estados Americanos.
En 1971, la Santa Sede anunció su decisión de adherir al Tratado sobre No Proliferación de
Armas Nucleares de 1968 (al que Perú adhirió en julio de 1968).

5. COOPERACIÓN

La Iglesia Católica es una de las mayores fuentes de ayuda y cooperación en el Perú. Una
muestra de ello fueron 200 mil dólares otorgados al Consejo Pontificio Cor Unum y un
millón de euros otorgados por la Conferencia Episcopal Italiana, ayuda destinada a la
emergencia del sismo ocurrido en agosto de 2007.

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Igualmente, a través de Caritas del Perú, diseñó e inició la implementación de un Programa
de Reconstrucción Integral, principalmente en las áreas de vivienda, educación, agua y
saneamiento que suma un total de aproximadamente 14 millones de dólares.

6. RELACIONES CULTURALES

En todo el mundo existen más de 40 organizaciones de laicos católicos peruanos, en


particular hermandades y asociaciones que constituyen una red de difusión de la cultura
cristiana de origen peruano.

DECRETO LEY Nº 23211 del 19-07-80: SE APRUEBA EL ACUERDO SUSCRITO


POR LA SANTA SEDE Y EL ESTADO PERUANO.

El Gobierno REVOLUCIONARIO HA DADO EL Decreto Ley siguiente:


EL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, que con fecha 19 de julio de 1980 se suscribió en
la ciudad de Lima el “Acuerdo entre la Santa Sede y la República del Perú” que establece
el nuevo sistema de relaciones institucionales entre la Iglesia Católica y el Estado.
Que es conveniente a los intereses nacionales la aprobación de dicho Acuerdo; en uso de
las facultades de que está investido y con el voto aprobatorio de Consejo de Ministros; ha
dado el Decreto Ley siguiente:
Artículo único.- Apruébese el “Acuerdo entre la Santa Sede y la República del Perú”,
suscrito en la ciudad de Lima el 19 de julio de 1980.
Dado en la Casa de Gobierno, en Lima a los veinticuatro días del mes de julio de mil
novecientos ochenta.

General de División EP.,


FRANCISCO MORALES BERMUDEZ CERRUTTI,
Presidente de la República.

La Santa Sede y la República del Perú, deseosas de seguir garantizando de manera estable
y más conforme a las nuevas condiciones históricas la tradicional y fecunda colaboración
entre la Iglesia Católica, apostólica, Romana y el Estado Peruano para el mayor bien de la
vida religiosa y civil de la Nación, han determinado celebrar un acuerdo sobre material de
común interés.
A este fin su Santidad el Sumo Pontífice Juan Pablo II y su Excelencia el General D.
Francisco Morales Bermúdez Cerrutti, Presidente de la República del Perú, han nombrado
sus Plenipotenciarios, respectivamente, a su Excelencia Reverendísimo Monseñor Mario
Tagliaferri, Nuncio Apostólico en el Perú, y al Excelentísimo Señor Embajador Dr. Arturo
García y García Ministro de Relaciones Exteriores, quienes después de haber canjeado sus
respectivos Plenos Poderes, hallados en buena y debida forma, han convenido en los
siguiente:

Art.1º La Iglesia Católica en el Perú goza de plena independencia y autonomía. A demás


en reconocimiento a la importante función ejercida en la formación histórica, cultural y

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moral del país, la misma Iglesia recibe del Estado la colaboración conveniente para la
mejor realización de su servicio a la comunidad nacional.

Art. 2º La Iglesia Católica en el Perú continúa gozando de la personería jurídica de carácter


público, con plena capacidad y libertad para la adquisición de bienes, así como para recibir
ayudas del exterior.

Art. 3º Gozan también de tal personería y capacidad jurídicas, la Conferencia Episcopal


Peruana, los Arzobispados, Obispados, Prelaturas y Vicariatos Apostólicos existentes, y los
que posteriormente pueda crear la Santa Sede.

Art. 4º La personería y capacidad jurídicas de tales Jurisdicciones Eclesiásticas


comprenden también a los Cabildos Eclesiásticos, a los Seminarios Diocesanos y a las
Parroquias y Misiones dependientes de aquellas.

Art. 5º Ninguna parte del territorio peruano dependerá de diócesis cuya sede esté en el
extranjero, y las diócesis establecidas en territorio peruano no se extenderán más allá de las
fronteras nacionales.

Art. 6º La Santa Sede comunicará al Presidente de la República la creación de cualquier


diócesis o jurisdicción eclesiástica, sin cuya notificación no gozarán de la situación jurídica
que le reconoce el numeral III de este acuerdo. Trámite similar se realizará para la
supresión de jurisdicciones eclesiásticas.

Art. 7º Nombrado un eclesiástico por la Santa Sede para ocupar algún cargo de Arzobispo
u Obispo o Coadjutor con derecho a sucesión, Prelado o Vicario Apostólico, o para regir
alguna diócesis temporalmente, la Nunciatura Apostólica comunicará el nombre del mismo
al Presidente de la República antes de su publicación; producida ésta, el Gobierno le dará
el correspondiente reconocimiento para los efectos civiles.
Los Arzobispos y Obispos residenciales serán ciudadanos peruanos.

Art. 8º El sistema de subvenciones para las personas, obras y servicios de la Iglesia


Católica seguirá como hasta ahora. Las asignaciones personales no tienen el carácter de
sueldo ni de honorarios; por tanto, no constituyen renta sujeta a tributación.

Art. 9º Las órdenes y Congregaciones Religiosas y los Institutos Seculares podrán


organizarse como Asociaciones, conformes al Código Civil Peruano, respetándose su
régimen canónico interno.

Art. 10º La Iglesia Católica y las jurisdicciones y comunidades religiosas que la integran
continuarán gozando de las exoneraciones y beneficios tributarios y franquicias que les
otorgan las leyes y normas legales vigentes.

71
Art. 11º Consideradas las creencias religiosas de la mayoría nacional, el Estado continúa
garantizando que se preste por parte del Vicariato Castrense la asistencia religiosa a los
miembros de la Fuerza Armada, Fuerzas Policiales y a los servidores civiles de aquellos
que sean católicos.

Art. 12º El presente Vicario Castrense, así como todos los Capellanes actualmente en
servicio, o en situación de retiro, conservaran sus grados y prerrogativas.

Art. 13º En el futuro, ni el Vicario Castrense ni los Capellanes dependientes de él tendrán


asimilación a grado militar ni a la Jerarquía Policial. Al Vicario Castrense le serán
reconocidas las prerrogativas propias de un General de Brigada, y a los Capellanes las de
un Capitán o su equivalente, según el Instituto Armado o Policial en que él sirviere.

Art. 14º Los Capellanes Castrenses, tendrán derecho a promociones similares al que tienen
los empleados civiles de los Institutos Armados o Policiales.

Art. 15º El Vicario Castrense, por las peculiares circunstancias en que deberá ejercer su
servicio, será peruano de nacimiento y teniendo en cuenta su condición episcopal, será
nombrado por la Santa Sede, de acuerdo con el Presidente de la República.

Art. 16º Los Capellanes Castrenses, de preferencia peruanos, por su condición de


sacerdotes, serán nombrados por el Vicario Castrense, y reconocidos por los Comandos
Generales de Institutos Armados y Direcciones Superiores de los Institutos Policiales.

Art. 17º Los Capellanes Castrenses en lo posible serán tomados del Clero de la Diócesis en
cuyo territorio se encuentra la Unidad Militar en la que prestarán servicios, y los cambios
de colocación se harán previo acuerdo del Vicario Castrense con el Obispo del lugar, para
su posterior presentación a los Comandos Generales o Direcciones Superiores.

Art. 18º El Estado garantiza que se preste asistencia religiosa a los católicos internados en
los centros sanitarios y de tutela a su cargo, así como en los establecimientos
penitenciarios. Para el ejercicio de las Capellanías de tales obras y centros se requiere
contar con nombramiento eclesiástico, sin que sea exigible el requisito de nacionalidad;
efectuado éste, será presentado a la autoridad competente para los efectos subsiguientes.
Los Capellanes forman parte del Servicio Civil del Estado, con todos los derechos y
obligaciones, incluida la Seguridad Social.

Art. 19. La Iglesia tiene plena libertad para establecer centros educacionales de todo nivel,
de conformidad con la legislación nacional, en el ámbito de la educación particular. Los
eclesiásticos que prestan servicio en la educación pública tienen, sin que sea exigible el
requisito de nacionalidad, al amparo del artículo 65º del Decreto Ley Nº 22875, los mismos
derechos que los maestros. Para el nombramiento civil de los profesores de Religión
Católica de los centros educacionales públicos, en los que continuará impartiéndose, como
materia ordinaria, la enseñanza religiosa, se requiere presentación del Obispo respectivo.

72
El Profesor de Religión podrá se mantenido en su cargo mientras goce de la aprobación del
Obispo.

Art. 20º Los Seminarios diocesanos y los Centros de formación de la Comunidades


Religiosas serán reconocidos como Centros Educativos del segundo ciclo de la Educación
Superior, de conformidad con el artículo Nº 154 del Decreto Ley Nº 10326 (Ley General
de Educación) mediante una certificación de reconocimiento expedida por la Conferencia
Episcopal Peruana. Dichas entidades, de conformidad con el Art. 1663 de la citada Ley
General de Educación, otorgarán los títulos propios a nombre de la Nación.

Art. 21º Las eventuales diferencias que pudieran presentarse acerca del contenido del
presente acuerdo u otros puntos que pudiesen darse se resolverán amistosamente entre las
partes.

Art. 22º El presente Acuerdo entrará en vigencia en la fecha del canje de los instrumentos
de ratificación.

En fe de lo cual los Plenipotenciarios firman y sellan el presente Acuerdo, en doble


ejemplar, en la Ciudad de Lima, el día diecinueve de julio de mil novecientos ochenta.

Por la Santa Sede Por la República del Perú


Mario Tagliaferri Arturo García y García

SUMILLA:

Aun cuando la Iglesia Católica en el Perú goza de plena independencia y autonomía en su


labor, ello no significa que el Estado Peruano renuncie a su potestad tributaria.
El Acuerdo suscrito entre la Santa Sede y la República del Perú se limita a establecer un
régimen de permanencia de los beneficios, exoneraciones y franquicias tributarias a favor
de la Iglesia Católica existentes a la fecha de su vigencia.

INFORME N° 227-2003-SUNAT/2B0000

MATERIA:
Se solicita opinión respecto de los beneficios tributarios que goza la Iglesia Católica en
virtud del Acuerdo suscrito entre la Santa Sede y la República del Perú.
BASE LEGAL:
- Constitución Política del Perú de 1933, publicada el 30.12.1993.
- Texto Ordenado del Impuesto a la Renta, aprobado por Decreto Supremo N° 287-68-HC,
publicado el 13.8.1968; y normas modificatorias.

73
- Texto Único del Impuesto a los Bienes y Servicios, aprobado por el Decreto Ley N°
21497, publicado el 19.5.1976 (en adelante, Impuesto a los Bienes y Servicios).
- Acuerdo suscrito entre la Santa Sede y la República del Perú el 19.7.1980, aprobado
mediante Decreto Ley N° 23211, promulgado el 24.7.1980; vigente desde el 26.7.1980(1)
(en adelante, el Acuerdo).
- Decreto Legislativo N° 626, norma que confirma las exoneraciones, beneficios tributarios
y franquicias a favor de la Iglesia Católica de conformidad al Acuerdo suscrito por el Perú
y la Santa Sede; publicado el 30.11.1990 y modificatoria.
- Decreto Legislativo N° 783, norma que establece el beneficio de devolución de impuestos
abonados por Misiones Diplomáticas, Oficinas Consulares, Organizaciones y Organismos
Internacionales acreditados en el país, publicado el 31.12.1993.
- Ley N° 26632, norma que precisa casos en que procede la devolución del Impuesto
General a las Ventas y el Impuesto de Promoción Municipal abonados por las Misiones
Diplomáticas y Consulares, Organismos y Organizaciones Internacionales acreditados en
el país, publicada el 22.6.1996.
- Decreto Supremo N° 037-94-EF, Reglamento de los artículos 4° y 5° del Decreto
Legislativo N° 783, publicado el 11.4.1994
- Decreto Supremo N° 168-94-EF, que dicta normas sobre la inafectación del IGV a los
pasajes internacionales adquiridos por la Iglesia Católica, publicado el 29.12.1994.
- Texto Único Ordenado de la Ley del Impuesto a la Renta, aprobado por Decreto Supremo
N° 054-99-EF, publicado el 14.4.1999; y normas modificatorias (en adelante, TUO de la
Ley del IR).
- Reglamento de la Ley del Impuesto a la Renta, aprobado por el Decreto Supremo N° 122-
94-EF, publicado el 21.9.1994 y normas modificatorias (en adelante, Reglamento de la Ley
del IR).
- Texto Único Ordenado de la Ley del Impuesto General a las Ventas e Impuesto Selectivo
al Consumo, aprobado por Decreto Supremo N° 055-99-EF, publicado el 15.4.1999; y
normas modificatorias (en adelante, TUO de la Ley del IGV).
- Reglamento de la Ley del Impuesto General a las Ventas e Impuesto Selectivo al
Consumo, aprobado por el Decreto Supremo N° 29-94-EF, publicado el 29.3.1994, cuyo
Título I fuera sustituido por el Decreto Supremo N° 136-96-EF publicado el 31.12.1996, y
normas modificatorias (en adelante, Reglamento de la Ley del IGV).
- Texto Único Ordenado del Código Tributario, aprobado por Decreto Supremo N° 135-
99-EF, publicado el 19.8.1999; y normas modificatorias (en adelante, TUO del Código
Tributario).

ANÁLISIS:
Para efecto del presente Informe se analizará únicamente el Impuesto a la Renta (IR) y el
Impuesto General a las Ventas (IGV), debiendo efectuarse un análisis similar tratándose de
otros tributos, tales como el Impuesto Extraordinario de Solidaridad y el FONAVI.
1. El artículo I del Acuerdo señala que la Iglesia Católica en el Perú goza de plena
independencia y autonomía. Además, en reconocimiento a la importante función
ejercida en la formación histórica, cultural y moral del País, recibe del Estado la

74
colaboración conveniente para la mejor realización de su servicio a la comunidad
nacional.
Por su parte, el artículo X del mencionado Acuerdo establece que la Iglesia Católica y
las jurisdicciones y comunidades religiosas que la integran continuarán gozando de
las exoneraciones y beneficios tributarios y franquicias que les otorgan las leyes y
normas legales vigentes.
Así, a fin de emitir la opinión solicitada debemos, en principio, analizar si las
actividades efectuadas por la Iglesia Católica gozan de un estatus especial que permita
la no aplicación de las normas tributarias peruanas.
Al respecto cabe indicar que conforme a lo establecido en la Norma XI del TUO del
Código Tributario, las personas naturales o jurídicas, sociedades conyugales,
sucesiones indivisas u otros entes colectivos, nacionales o extranjeros, domiciliados en
el Perú, están sometidos al cumplimiento de las obligaciones establecidas en este
Código y en las leyes y reglamentos tributarios.
La citada disposición señala además que, también están sometidos a dichas normas, las
personas naturales o jurídicas, sociedades conyugales, sucesiones indivisas u otros
entes colectivos, nacionales o extranjeros no domiciliados en el Perú, sobre
patrimonios, rentas, actos o contratos que están sujetos a tributación en el país.
Como se podrá apreciar, la referida Norma del TUO del Código Tributario se basa en
que el Estado Peruano ejerce su potestad tributaria sobre todos los sujetos o entes
mencionados en dicha Norma.
En este sentido, la Iglesia Católica aun cuando tiene calidad de sujeto de Derecho
Internacional, debe cumplir las normas tributarias aprobadas por el Estado Peruano
dentro de su jurisdicción.
En efecto, la independencia y autonomía de la Iglesia Católica en el Perú señalada en la
Norma I del Acuerdo, debe entenderse referida respecto de la labor que aquella realiza
en el Perú mas no como una renuncia o limitación por parte del Estado Peruano a su
potestad tributaria, tal como se señalara en el Informe N° 001-2003-SUNAT/2B0000.
2. Ahora bien, teniendo en cuenta la sujeción por parte de la Iglesia Católica a las normas
tributarias nacionales, a efecto de establecer si una determinada actividad realizada por
ella se encuentra gravada o no con el IR e IGV, debe analizarse lo siguiente:
- Si la actividad se encuentra incluida en el campo de aplicación de los referidos
Impuestos, para lo cual debe estarse a las normas que regulan los mismos; y
- Si a las actividades les alcanza alguna exoneración o beneficio tributario por
aplicación de la propia normatividad que regula el tributo, por normas especiales, o
por aplicación del artículo X del Acuerdo.
En ese sentido, pasaremos a analizar los alcances del Acuerdo y algunos beneficios
tributarios que les son aplicables en la actualidad.

ALCANCES DEL ACUERDO SUSCRITO ENTRE LA SANTA SEDE Y LA


REPUBLICA DEL PERU

75
De lo normado en el Artículo X del Acuerdo, se puede apreciar que el mismo sólo se limita
a establecer un régimen de permanencia de los beneficios, exoneraciones y franquicias
existentes a favor de la Iglesia Católica, a la fecha de entrada en vigencia del Acuerdo, es
decir, al 26.7.1980 y en tanto sea sujeto de Impuestos(2).
Ahora bien, en la citada fecha se encontraban vigentes, entre otras, las siguientes normas:
- Constitución Política del Perú de 1933, la cual no concedía beneficios tributarios a la
Iglesia Católica.
- Texto Ordenado del Impuesto a la Renta aprobado por el Decreto Supremo N° 287-68-
HC, cuyo artículo 18°, en el inciso c), establecía que estaban exentas del referido Impuesto
las rentas de sociedades o instituciones religiosas, tales como conventos, monasterios,
seminarios, órdenes y congregaciones, en tanto sean destinadas por las mismas a sus fines
específicos en el país.
- Texto Único del Impuesto a los Bienes y Servicios, el cual no contenía beneficios
tributarios aplicables a la Iglesia Católica, en su condición de tal.
En efecto, el hecho que la norma únicamente gravara determinados servicios, no
significaba el otorgamiento de beneficios tributarios respecto de los servicios no
comprendidos en dicha norma, sino simplemente la determinación de la hipótesis de
incidencia del Impuesto.
Asimismo, aun cuando esta norma estableció beneficios tributarios a determinadas
actividades, los mismos no fueron otorgados expresamente a favor de la Iglesia, y por lo
tanto no podrían considerarse incluidos en los alcances de la Norma X del Acuerdo. Este es
el caso de la exoneración a la importación de bienes donados por personas o entidades del
extranjero a favor de instituciones públicas o privadas del país que presten servicios
asistenciales o educacionales en forma gratuita.
Por otra parte, debe tenerse en cuenta que este Impuesto es el antecedente legislativo del
vigente IGV, por consiguiente, dado que a la fecha de entrada en vigencia del Acuerdo no
existía este último Impuesto, mal podía existir una norma que concediera exoneraciones u
otros beneficios tributarios respecto del mismo, a favor de la Iglesia Católica.
En consecuencia, lo dispuesto en el citado artículo del Acuerdo no otorgó a favor de la
Iglesia Católica beneficios adicionales a los existentes a la fecha de su entrada en vigencia,
ni concedió inafectación respecto de tributos que fueran creados con posterioridad.
Por último, debe tenerse presente que el artículo 1° del Decreto Legislativo N° 626, sólo
confirmó la vigencia de las exoneraciones y beneficios contenidos en el Acuerdo, pero no
amplió sus alcances.

BENEFICIOS TRIBUTARIOS APLICABLES A LA IGLESIA CATOLICA EN LA


ACTUALIDAD

Con posterioridad a la fecha de suscripción del Acuerdo, y en consideración a la aplicación


de medidas de política tributaria, el Estado Peruano emitió algunas normas otorgando
beneficios tributarios que alcanzan a la Iglesia Católica como sujeto de tributos o en
calidad de adquirente, como son entre otros, los que se mencionan a continuación(3):

Impuesto General a las Ventas

76
- Se inafecta la importación de bienes donados a entidades religiosas. Para este efecto,
dichas entidades deberán cumplir con los requisitos para estar exoneradas del IR.
Asimismo, se establece que los citados bienes no podrán ser transferidos o cedidos durante
el plazo de cuatro años desde la fecha de la numeración de la Declaración Única de
Importación, caso contrario se deberá efectuar el pago de la deuda tributaria
correspondiente (numeral 1 del inciso e) del artículo 2° del TUO de la Ley del IGV, y
numeral 11.4 del artículo 2° del Reglamento de la Ley del IGV).
- Se inafecta la adquisición de pasajes internacionales efectuada por la Iglesia Católica para
sus agentes pastorales.
Se establece como requisitos que la adquisición de los pasajes internacionales se efectúe
directamente a las empresas de transporte y a través de las Autoridades de los
Arzobispados, Obispados, Prelaturas y Vicariatos Apostólicos, a favor de sus obispos,
religiosos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, misioneros, agentes pastorales ecuménicos y
agentes pastorales diocesanos, debidamente reconocidos por la Autoridad Eclesiástica
respectiva; y que la adquisición se efectúe con fines de formación o en cumplimiento de
sus funciones eclesiásticas. (Inciso h) del artículo 2° del TUO de la Ley del IGV y Decreto
Supremo N° 168-94-EF).
- Devolución mediante Notas de Crédito Negociables del IGV (así como del Impuesto de
Promoción Municipal) abonado por las Misiones Diplomáticas (4) y Consulares,
Organismos y Organizaciones Internacionales acreditados en el país, por concepto de:
a) Servicios telefónicos, télex y telegráfico, así como por suministro de energía
eléctrica y agua potable, que conste en las facturas respectivas (Primer párrafo del
artículo 4° del Decreto Legislativo N° 783).
b) Adquisición de combustibles para equipos cedidos en uso al Gobierno Central(5),
contratos de construcción, primera venta de inmuebles que realicen los
constructores de los mismos, así como los servicios de seguridad y de vigilancia (5).
Se señala que sólo procederá la devolución cuando se trate de contratos de construcción o
primera venta de inmuebles de los Locales de la Misión, Oficina Consular u Oficina de
Organismos y Organizaciones Internacionales, que sirvan de sede oficial; y tratándose del
servicio de seguridad y de vigilancia, la devolución procederá cuando se trate del
resguardo a la sede oficial de los locales mencionados en el párrafo anterior o a los Jefes de
Misión, con rango de Embajador, Nuncio, Ministro Plenipotenciario, Encargado de
Negocios con Carta de Gabinete y Representante Residencial de Organización y
Organismo Internacional (Ley N° 26632).

Impuesto a la Renta
Exoneración a las rentas que las sociedades o instituciones religiosas destinen a la
realización de sus fines específicos en el país.
Para este efecto se deberá solicitar la inscripción en la SUNAT con arreglo al Reglamento
de la Ley del IR (inciso a) del artículo 19° del TUO de la Ley del IR).
Por su parte el citado Reglamento señala que la inscripción es declarativa y no constitutiva
de derechos (artículo 8° del Reglamento de la Ley del IR).

CONCLUSIONES:

77
La Iglesia Católica en el Perú goza de plena independencia y autonomía en cuanto a la
labor que realiza en el país, sin que ello signifique la renuncia del Estado Peruano a su
potestad tributaria y, por ende, la inaplicación de las normas establecidas por el régimen
tributario peruano.
El Acuerdo suscrito entre la Santa Sede y la República del Perú no dispone exoneraciones
ni inafectaciones de tributos creados o por crearse a partir del 26.7.1980, limitándose a
establecer un régimen de permanencia de los beneficios, exoneraciones y franquicias
tributarias a favor de la Iglesia Católica existentes a la fecha de su vigencia.

Lima, 5 de agosto de 2003

ORIGINAL FIRMADO POR


MONICA PATRICIA PINGLO TRIPE
Intendente Nacional Jurídica (e)

(1)
Fecha de canje de los instrumentos de ratificación, conforme a lo dispuesto el artículo
XXII del citado Acuerdo.
(2)
Lo anteriormente señalado ha sido objeto de pronunciamiento en sentido similar por
parte del Tribunal Fiscal, como por ejemplo en la Resolución N° 2400-4-96.
(3)
Cabe señalar que dichos beneficios al ser otorgados por normas con rango de Ley,
podrían ser modificados o derogados con otra norma de igual rango.
(4)
Conforme a lo dispuesto en el artículo 2° del Decreto Supremo N° 037-94-EF, se
entiende por Misiones Diplomáticas a la representación de un Estado en el Perú, en forma
permanente, a través de los denominados embajadores, nunciaturas u otras de rango
similar. Cabe mencionar que esta norma reglamenta la aplicación del beneficio bajo
comentario.
(5)
Debe tenerse en consideración que mediante Decreto Supremo N° 172-97-EF, publicado
el 17.12.1997, la devolución por concepto de combustibles comprende inclusive a las
adquisiciones para los equipos utilizados por los beneficiarios en actividades conjuntas o
en apoyo a acciones del Gobierno Central. Asimismo, se dispone que dentro de los
servicios de seguridad y vigilancia se encuentren incluidos los servicios de patrullaje.

78
ANEXOS

CONVENCIÓN DE VIENA SOBRE EL DERECHO DE LOS


TRATADOS
Viena, 23 de mayo de 1969

Índice
Parte I - Introducción.
Parte II - Celebración y entrada en vigor de los tratados.
Parte III - Observancia, aplicación e interpretación de los tratados.
Parte IV - Enmienda y modificación de los tratados.
Parte V - Nulidad, terminación y suspensión de los tratados.
Parte VI - Disposiciones diversas.
Parte VII - Depositarios, notificaciones, correcciones y registro.
Parte VIII - Disposiciones finales.
Anexos

Los Estados Partes en la presente Convención


Considerando la función fundamental de los tratados en la historia de las relaciones
internacionales; reconociendo la importancia cada vez mayor de los tratados como fuente
del derecho internacional y como medio de desarrollar la cooperación pacífica entre las
naciones, sean cuales fueren sus regímenes constitucionales y sociales:
Advirtiendo que los principios del libre consentimiento y de la buena fe y la norma "pacta
sunt servanda" están universalmente reconocidos
Afirmando que las controversias relativas a los tratados, al igual que las demás
controversias internacionales deben resolverse por medios pacíficos y de conformidad con
los principios de la justicia y del derecho internacional;
Recordando la resolución de los pueblos de las Naciones Unidas de crear condiciones bajo
las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los
tratados:
Teniendo presentes los principios de derecho internacional incorporados en la Carta de las
Naciones Unidas, tales como los principios de la igualdad de derechos y de la libre
determinación de los pueblos, de la igualdad soberana y la independencia de todos los
Estados, de la no injerencia en los asuntos internos de los Estados, de la prohibición de la
amenaza o el uso de la fuerza y del respeto universal a los derechos humanos y a las
libertades fundamentales de todos y la efectividad de tales derechos y libertades.
Convencidos de que la codificación y el desarrollo progresivo del derecho de los tratados
logrados en la presente Convención contribuirán a la consecución de los propósitos de las
Naciones Unidas enunciados en la Carta, que consisten en mantener la paz y la seguridad
internacionales, fomentar entre las naciones las relaciones de amistad y realizar la
cooperación internacional;

79
Afirmando que las normas de derecho internacional consuetudinario continuaran rigiendo
las cuestiones no reguladas en las disposiciones de la presente Convención,
Han convenido lo siguiente:

PARTE I
Introducción.

1. Alcance de la presente Convención.


La presente Convención se aplica a los tratados entre Estados.

2. Términos empleados. 1. Para los efectos de la presente Convención:


a) se entiende por "tratado" un acuerdo internacional celebrado por escrito entre Estados y
regido por el derecho internacional, ya conste en un instrumento único o en dos o más
instrumentos conexos y cualquiera que sea su denominación particular;
b) se entiende por "ratificación", "aceptación", "aprobación" y "adhesión", según el caso, el
acto internacional así denominado por el cual un Estado hace constar en el ámbito
internacional su consentimiento en obligarse por un tratado;
c) se entiende por "plenos poderes" un documento que emana de la autoridad competente
de un Estado y por el que se designa a una o varias personas para representar al Estado en
la negociación, la adopción o la autenticación del texto de un tratado, para expresar el
consentimiento del Estado en obligarse por un tratado, o para ejecutar cualquier otro acto
con respecto a un tratado;
d) se entiende por "reserva" una declaración unilateral, cualquiera que sea su enunciado o
denominación, hecha por un Estado al firmar, ratificar, aceptar o aprobar un tratado o al
adherirse a él, con objeto de excluir o modificar los efectos jurídicos de ciertas
disposiciones del tratado en su aplicación a ese Estado;
e) se entiende por un "Estado negociador" un Estado que ha participado en la elaboración y
adopción del texto del tratado;
f) se entiende por "Estado contratante" un Estado que ha consentido en obligarse por el
tratado, haya o no entrado en vigor el tratado;
g) se entiende por "parte" un Estado que ha consentido en obligarse por el tratado y con
respecto al cual el tratado está en vigor;
h) se entiende por "Tercer Estado" un Estado que no es parte en el tratado;
i) se entiende por "organización internacional" una organización intergubernamental.
2. Las disposiciones del párrafo I sobre los términos empleados en la presente Convención
se entenderán sin perjuicio del empleo de esos términos o del sentido que se les pueda dar
en el derecho interno de cualquier Estado.

3. Acuerdos internacionales no comprendidos en el ámbito de la presente Convención.


El hecho de que la presente Convención no se aplique ni a los acuerdos internacionales
celebrados entre Estados y otros sujetos de derecho internacional o entre esos otros sujetos
de derecho internacional, ni a los acuerdos internacionales no celebrados por escrito, no
afectara:
a) al valor jurídico de tales acuerdos;

80
b) a la aplicación a los mismos de cualquiera de las normas enunciadas en la presente
Convención a que estuvieren sometidos en virtud del derecho internacional
independientemente de esta Convención;
c) a la aplicación de la Convención a las relaciones de los Estados entre sí en virtud de
acuerdos internacionales en los que fueren asimismo partes otros sujetos de derecho
internacional.

4. Irretroactividad de la presente Convención. Sin perjuicio de la aplicación de


cualesquiera normas enunciadas en la presente Convención a las que los tratados estén
sometidos en virtud del derecho internacional independientemente de la Convención, esta
solo se aplicara a los tratados que sean celebrados por Estados después de la entrada en
vigor de la presente Convención con respecto a tales Estados.

5. Tratados constitutivos de organizaciones internacionales y tratados adoptados en el


ámbito de una organización internacional. La presente Convención se aplicara a todo
tratado que sea un instrumento constitutivo de una organización interna nacional y a todo
tratado adoptado en el ámbito de una organización internacional, sin perjuicio de cualquier
norma pertinente de la organización.

PARTE II
Celebración y entrada en vigor de los tratados.

SECCIÓN PRIMERA
Celebración de los tratados.

6. Capacidad de los Estados para celebrar tratados. Todo Estado tiene capacidad para
celebrar tratados.

7. Plenos poderes. 1. Para la adopción la autenticación del texto de un tratado, para


manifestar el consentimiento del Estado en obligarse por un tratado, se considerará que una
persona representa a un Estado:
a) si se presentan los adecuados plenos poderes, o
b) si se deduce de la práctica seguida por los Estados interesados o de otras circunstancias,
que la intención de esos Estados ha sido considerar a esa persona representante del Estado
para esos efectos y prescindir de la presentación de plenos poderes.
2. En virtud de sus funciones, y sin tener que presentar plenos poderes, se considerará que
representan a su Estado:
a) los Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Ministros de relaciones exteriores, para la
ejecución de todos los actos relativos a la celebración de un tratado;
b) los Jefes de misión diplomáticas, para la adopción del texto de un tratado entre el Estado
acreditante y el Estado ante el cual se encuentran acreditados;
c) los representantes acreditados por los Estados ante una conferencia internacional o ante
una organización internacional o uno de sus órganos, para la adopción del texto de un
tratado en tal conferencia. Organización u órgano.

81
8. Confirmación ulterior de un acto ejecutado sin autorización. Un acto relativo a la
celebración de un tratado ejecutado por una persona que, conforme al artículo 7, no pueda
considerarse autorizada para representar con tal fin a un Estado, no surtirá efectos jurídicos
a menos que sea ulteriormente confirmado por ese Estado.

9. Adopción del texto. 1. La adopción del texto de un tratado se efectuara por


consentimiento de todos los Estados participantes en su elaboración, salvo lo dispuesto en
el párrafo 2.
2. La adopción del texto de un tratado en una conferencia internacional se efectuara por
mayoría de dos tercios de los Estados presentes y votantes, a menos que esos Estados
decidan por igual mayoría aplicar una regla diferente.

10. Autenticación del texto. El texto de un tratado quedara establecido como auténtico y
definitivo
a) mediante el procedimiento que se prescriba en él o que convengan los Estados que
hayan participado en su elaboración; o
b) a falta de tal procedimiento, mediante la firma, la firma "ad referéndum" o la rúbrica
puesta por los representantes de esos Estados en el texto del tratado o en el acta final de la
conferencia en la que figure el texto.

11. Formas de manifestación del consentimiento en obligarse por un tratado. El


consentimiento de un Estado en obligarse por un tratado podrá manifestarse mediante la
firma, el canje de instrumentos que constituyan un tratado la ratificación, la aceptación, la
aprobación o la adhesión, o en cualquier otra forma que se hubiere convenido.

12. Consentimiento en obligarse por un tratado manifestado mediante la firma. El


consentimiento de un Estado en obligarse por un tratado se manifestara mediante la firma
de su representante:
a) cuando el tratado disponga que la firma tendrá ese efecto;
b) cuando conste de otro modo que los Estados negociadores han convenido que la firma
tenga ese efecto; o
c) cuando la intención del Estado de dar ese efecto a la firma se desprenda de los plenos
poderes de su representante o se haya manifestado durante la negociación.
2. Para los efectos del párrafo l:
a) la rúbrica de un texto equivaldrá a la firma del tratado cuando conste que los Estados
negociadores así lo han convenido;
b) la firma "ad referéndum" de un tratado por un representante equivaldrá a la firma
definitiva del tratado si su Estado la confirma.

13. Consentimiento en obligarse por un tratado manifestado mediante el canje de


instrumentos que constituyen un tratado. El consentimiento de los Estados en obligarse
por un tratado constituido por instrumentos canjeados entre ellos se manifestara mediante
este canje:
a) cuando los instrumentos dispongan que su canje tendrá ese efecto; o

82
b) cuando conste de otro modo que esos Estados han convenido que el canje de los
instrumentos tenga ese efecto.

14. Consentimiento en obligarse por un tratado manifestado mediante la ratificación,


la aceptación o la aprobación. I. El consentimiento de un Estado en obligarse por un
tratado se manifestara mediante la ratificación:
a) cuando cl tratado disponga que tal consentimiento debe manifestarse mediante la
ratificación;
b) cuando conste de otro modo que los Estados negociadores han convenido que se exija la
ratificación;
c) cuando el representante del Estado haya firmado el tratado a reserva de ratificación; o
d) cuando la intención del Estado de firmar el tratado a reserva de ratificación se desprenda
de los plenos poderes de su representante o se haya manifestado durante la negociación.
2. El consentimiento de un Estado en obligarse por un tratado se manifestará mediante la
aceptación o la aprobación en condiciones semejantes a las que rigen para la ratificación.

15. Consentimiento en obligarse por un tratado manifestado mediante la adhesión. El


consentimiento de un Estado en obligarse por un tratado se manifestara mediante la
adhesión:
a) cuando el tratado disponga que ese Estado puede manifestar tal consentimiento mediante
la adhesión:
b) cuando conste de otro modo que los Estados negociadores han convenido que ese
Estado puede manifestar tal consentimiento mediante la adhesión; o
c) cuando todas las partes hayan consentido ulteriormente que ese Estado puede manifestar
tal consentimiento mediante la adhesión.

16. Canje o depósito de los instrumentos de ratificación aceptación aprobación o


adhesión. Salvo que el tratado disponga otra cosa los instrumentos de ratificación,
aceptación, aprobación o adhesión harán constar cl consentimiento de un Estado en
obligarse por un tratado al efectuarse:
a) su canje entre los Estados contratantes:
b) su depósito en poder del depositario; o
c) su notificación a los Estados contratantes o al depositario si así se ha convenido.

17. Consentimiento en obligarse respecto de parte de un tratado y opción entre


disposiciones diferentes. 1. Sin perjuicio de lo dispuesto en los artículos 19 a 23, el
consentimiento de un Estado en obligarse respecto de parte de un tratado solo surtirá efecto
si el tratado lo permite o los demás Estados contratantes convienen en ello
2. El consentimiento de un Estado en obligarse por un tratado que permita una opción entre
disposiciones diferentes solo surtirá efecto si se indica claramente a que disposiciones se
refiere el consentimiento.

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18. Obligación de no frustrar el objeto y el fin de un tratado antes de su entrada en
vigor. Un Estado deberá abstenerse de actos en virtud de los cuales se frustren el objeto y
el fin de un tratado:
a) si ha firmado el tratado o ha canjeado instrumentos que constituyen el tratado a reserva
de ratificación, aceptación o aprobación, mientras no haya manifestado su intención de no
llegar a ser parte en el tratado: o
b) si ha manifestado su consentimiento en obligarse por el tratado, durante el periodo que
preceda a la entrada en vigor del mismo y siempre que esta no se retarde indebidamente.

SECCIÓN SEGUNDA
Reservas

19. Formulación de reservas. Un Estado podrá formular una reserva en el momento de


firmar, ratificar, aceptar o aprobar un tratado o de adherirse al mismo, a menos:
a) que la reserva esta prohibida por el tratado;
b) que el tratado disponga que únicamente pueden hacerse determinadas reservas, entre las
cuales no figure la reserva de que se trate; o
c) que, en los casos no previstos en los apartados a) y b), la reserva sea incompatible con el
objeto y el fin del tratado.

20. Aceptación de las reservas y objeción a las reservas. 1. Una reserva expresamente
autorizada por el tratado no exigirá la aceptación ulterior de los demás Estados
contratantes, a menos que el tratado así lo disponga.
2. Cuando del número reducido de Estados negociadores y del objeto y del fin del tratado
se desprenda que la aplicación del tratado en su integridad entre todas las partes es
condición esencial del consentimiento de cada una de ellas en obligarse por el tratado, una
reserva exigirá la aceptación de todas las partes.
3. Cuando el tratado sea un instrumento constitutivo de una organización internacional y a
menos que en él se disponga otra cosa, una reserva exigirá la aceptación del órgano
competente de esa organización
4. En los casos no previstos en los párrafos precedentes y a menos que el tratado disponga
otra cosa:
a) la aceptación de una reserva por otro Estado contratante constituirá al Estado autor de la
reserva en parte en el tratado en relación con ese Estado sí el tratado ya está en vigor o
cuando entre en vigor para esos Estados:
b) la objeción hecha por otro Estado contratante a una reserva no impedirá la entrada en
vigor del tratado entre el Estado que haya hecho la objeción y el Estado autor de la reserva,
a menos que el Estado autor de la objeción manifieste inequívocamente la intención
contraria;
c) un acto por el que un Estado manifieste su consentimiento en obligarse por un tratado y
que contenga una reserva surtirá efecto en cuanto acepte la reserva al menos otro Estado
contratante.
5. Para los efectos de los párrafos 2 y 4, y a menos que el tratado disponga otra cosa, se
considerara que una reserva ha sido aceptada por un Estado cuando este no ha formulado

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ninguna objeción a la reserva dentro de los doce meses siguientes a la fecha en que hayan
recibido la notificación de la reserva o en la fecha en que haya manifestado su
consentimiento en obligarse por el tratado si esta última es posterior.

21. Efectos jurídicos de las reservas y de las objeciones a las reservas. 1. Una reserva
que sea efectiva con respecto a otra parte en el tratado de conformidad con los artículos 19
20 y 23:
a) modificara con respecto al Estado autor de la reserva en sus relaciones con esa otra parte
las disposiciones del tratado a que se refiera la reserva en la medida determinada por la
misma:
b) modificara en la misma medida, esas disposiciones en lo que respecta a esa otra parte en
el tratado en sus relaciones con el Estado autor de la reserva.
2. La reserva no modificara las disposiciones del tratado en lo que respecta a las otras
partes en el tratado en sus relaciones "inter se".
3. Cuando un Estado que haya hecho una objeción a una reserva no se oponga a la entrada
en vigor del tratado entre él y el Estado autor de la reserva, las disposiciones a que se
refiera esta no se aplicaran entre los dos Estados en la medida determinada por la reserva.

22. Retiro de las reservas y de las objeciones a las reservas. 1. Salvo que el tratado
disponga otra cosan una reserva podrá ser retirada en cualquier momento y no se exigirá
para su retiro el consentimiento del Estado que la haya aceptado.
2. Salvo que el tratado disponga otra cosa, una objeción a una reserva podrá ser retirada en
cualquier momento.
3. Salvo que el tratado disponga o se haya convenido otra cosa:
a) el retiro de una reserva solo surtirá efecto respecto de otro Estado contratante cuando ese
Estado haya recibido la notificación:
b) el retiro de una objeción a una reserva solo surtirá efecto cuando su notificación haya
sido recibida por el Estado autor de la reserva.

23. Procedimiento relativo a las reservas. 1. La reserva, la aceptación expresa de una


reserva v la objeción a una reserva habrán de formularse por escrito y comunicarse a los
Estados contratantes v a los demás Estados facultados para llegar a ser partes en el tratado.
2. La reserva que se formule en el momento de la firma de un tratado que haya de ser
objeto de ratificación, aceptación o aprobación, habrá de ser confirmada formalmente por
el Estado autor de la reserva al manifestar su consentimiento en obligarse por el tratado. En
tal caso se considerará que la reserva ha sido hecha en la fecha de su confirmación.
3. La aceptación expresa de una reserva o la objeción hecha a una reserva anterior a la
confirmación de la misma, no tendrán que ser a su vez confirmadas.
4. El retiro de una reserva o de una objeción a una reserva habrá de formularse por escrito.

SECCIÓN TERCERA
Entrada en vigor y aplicación provisional de los tratados.

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24. Entrada en vigor. 1. Un tratado entrará en vigor de la manera y en la fecha que en él
se disponga o que acuerden los Estados negociadores.
2. A falta de tal disposición o acuerdo, el tratado entrara en vigor tan pronto como haya
constancia del consentimiento de todos los Estados negociadores en obligarse por el
tratado.
3. Cuando cl consentimiento de un Estado en obligarse por un tratado se haga constar en
una fecha posterior a la de la entrada en vigor de dicho tratado, este entrará en vigor con
relación a ese Estado en dicha fecha, a menos que el tratado disponga otra cosa.
4. Las disposiciones de un tratado que regulen la autenticidad de su texto, la constancia del
consentimiento de los Estados en obligarse por el tratado, la manera o la fecha de su
entrada en vigor, las reservas. Las funciones del depositario y otras cuestiones que se
susciten necesariamente antes de la entrada en vigor del tratado se aplicarán desde el
momento de la adopción de su texto.

25. Aplicación provisional.


1. Un tratado o una parte de él se aplicará provisionalmente antes de su entrada en vigor:
a) si el propio tratado así lo dispone: o
b) si los Estados negociadores han convenido en ello de otro modo.
2. La aplicación provisional de un tratado o de una parte del respecto de un Estado
terminará si éste notifica a los Estados entre los cuales el tratado se aplica
provisionalmente su intención de no llegar a ser parte en el mismo, a menos que el tratado
disponga o los Estados negociadores hayan convenido otra cosa al respecto.

PARTE III
Observancia, aplicación e interpretación de los tratados.

SECCION PRIMERA
Observancia de los tratados.

26. "Pacta sunt servanda". Todo tratado en vigor obliga a las partes y debe ser cumplido
por ellas de buena fe.

27. El derecho interno y la observancia de los tratados. Una parte no podrá invocar
las disposiciones de su derecho interno como justificación del incumplimiento de un
tratado. Esta norma se entenderá sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 46.

SECCION SEGUNDA
Aplicación de los tratados.

28. Irretroactividad de los tratados. Las disposiciones de un tratado no obligaran a una


parte respecto de ningún acto o hecho que haba tenido lugar con anterioridad a la fecha de
entrada en vigor del tratado para esa parte ni de ninguna situación que en esa fecha haya
dejado de existir, salvo que una intención diferente se desprenda del tratado o conste de
otro modo.

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29. Ámbito territorial de los tratados. Un tratado será obligatorio para cada una de las
partes por lo que respecta a la totalidad de su territorio, salvo que una intención diferente
se desprenda de él o conste de otro modo.

30. Aplicación de tratados sucesivos concernientes a la misma materia. 1. Sin perjuicio


de lo dispuesto en el artículo 103 de la Carta de las Naciones Unidas, los derechos y las
obligaciones de los Estados partes en tratados sucesivos concernientes a la misma materia
se determinaran conforme a los párrafos siguientes.
2. Cuando un tratado especifique que está subordinado a un tratado anterior o posterior o
que no debe ser considerado incompatible con ese otro tratado prevalecerán las
disposiciones de este último.
3. Cuando todas las partes en el tratado anterior sean también partes en el tratado posterior,
pero el tratado anterior no quede terminado ni su aplicación suspendida conforme al
artículo 59, el tratado anterior se aplicara únicamente en la medida en que sus
disposiciones sean compatibles con las del tratado posterior.
4. Cuando las partes en el tratado anterior no sean todas ellas partes en el tratado posterior:
a) en las relaciones entre los Estados partes en ambos tratados se aplicará la norma
enunciada en el párrafo 3:
b) en las relaciones entre un Estado que sea parte en ambos tratados y un Estado que sólo
lo sea en uno de ellos, los derechos y obligaciones recíprocos se regirán por el tratado en el
que los dos Estados sean partes.
5. El párrafo 4 se aplicará sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 41 y no prejuzgará
ninguna cuestión de terminación o suspensión de la aplicación de un tratado conforme al
artículo 60 ni ninguna cuestión de responsabilidad en que pueda incurrir un Estado por la
celebración o aplicación de un tratado cuyas disposiciones sean incompatibles con las
obligaciones contraídas con respecto a otro Estado en virtud de otro tratado.

SECCION TERCERA
Interpretación de los tratados.

31. Regla general de interpretación. I. Un tratado deberá interpretarse de buena fe


conforme al sentido corriente que haya de atribuirse a los términos del tratado en el
contexto de estos y teniendo en cuenta su objeto y fin.
2. Para los efectos de la interpretación de un tratado. El contexto comprenderá, además del
texto, incluidos su preámbulo y anexos:
a) todo acuerdo que se refiera al tratado y haya sido concertado entre todas las partes con
motivo de la celebración del tratado:
b) todo instrumento formulado por una o más partes con motivo de la celebración del
tratado y aceptado por las demás como instrumento referente al tratado;
3. Juntamente con el contexto, habrá de tenerse en cuenta:
a) todo acuerdo ulterior entre las partes acerca de la interpretación del tratado o de la
aplicación de sus disposiciones:
b) toda práctica ulteriormente seguida en la aplicación del tratado por la cual conste el
acuerdo de las partes acerca de la interpretación del tratado:

87
c) toda forma pertinente de derecho internacional aplicable en las relaciones entre las
partes.
4. Se dará a un término un sentido especial si consta que tal fue la intención de las partes.

32. Medios de interpretación complementarios. Se podrán acudir a medios de


interpretación complementarios, en particular a los trabajos preparatorios del tratado y a las
circunstancias de su celebración, para confirmar el sentido resultante de la aplicación del
artículo 31, o para determinar el sentido cuando la interpretación dada de conformidad con
el artículo 31:
a) deje ambiguo u oscuro el sentido; o
b) conduzca a un resultado manifiestamente absurdo o irrazonable.

33. Interpretación de tratados autenticados en dos o más idiomas. 1. Cuando un tratado


haya sido autenticado en dos o más idiomas, el texto hará igualmente fe en cada idioma, a
menos que el tratado disponga o las partes convengan que en caso de discrepancia
prevalecerá uno de los textos.
2. Una versión del tratado en idioma distinto de aquel en que haya sido autenticado el texto
será considerada como texto auténtico únicamente si el tratado así lo dispone o las partes
así lo convienen.
3. Se presumirá que los términos del tratado tienen en cada texto auténtico igual sentido.
4. Salvo en el caso en que prevalezca un texto determinado conforme a lo previsto en el
párrafo 1, cuando la comparación de los textos auténticas revele una diferencia de sentido
que no pueda resolverse con la aplicación de los artículos 31 y 39, se adoptará el sentido
que mejor concilie esos textos, habida cuenta del objeto y fin del tratado.

SECCION CUARTA
Los tratados y los terceros Estados.

34. Norma general concerniente a terceros Estados. Un tratado no crea obligaciones ni


derechos para un tercer Estado sin su consentimiento.

35. Tratados en que se prevén obligaciones para terceros Estados. Una disposición de
un tratado dará origen a una obligación para un tercer Estado si las partes en el tratado
tienen la intención de que tal disposición sea el medio de crear la obligación y si el tercer
Estado acepta expresamente por escrito esa obligación.

36. Tratados en que se prevén derechos para terceros Estados. 1. Una disposición de
un tratado dará origen a un derecho para un tercer Estado si con ella las partes en el tratado
tienen la intención de conferir ese derecho al tercer Estado o a un grupo de Estados al cual
pertenezca, o bien a todos los Estados y si el tercer Estado asiente a ello. Su asentimiento
se presumirá mientras no haya indicación en contrario, salvo que el tratado disponga otra
cosa.
2. Un Estado que ejerza un derecho con arreglo al párrafo I deberá cumplir las condiciones
que para su ejercicio estén prescritas en el tratado o se establezcan conforme a éste.

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37. Revocación o modificación de obligaciones o de derechos de terceros Estados.
1. Cuando de conformidad con el artículo 35 se haya originado una obligación para un
tercer Estado, tal obligación no podrá ser revocada ni modificada sino con el
consentimiento de las partes en el tratado y del tercer Estado, a menos que conste que
habían convenido otra cosa al respecto.
2. Cuando de conformidad con el artículo 36 se haya originado un derecho para un tercer
Estado, tal derecho no podrá ser revocado ni modificado por las partes si consta que se
tuvo la intención de que el derecho no fuera revocable ni modificable sin el consentimiento
del tercer Estado.

38. Normas de un tratado que lleguen a ser obligatorias para terceros Estados en
virtud de una costumbre internacional. Lo dispuesto en los artículos 34 a 37 no
impedirá que una norma enunciada en un tratado llegue a ser obligatoria para un tercer
Estado como norma consuetudinaria de derecho internacional reconocida como tal.

PARTE IV
Enmienda y modificación de los tratados.

39. Norma general concerniente a la enmienda de los tratados. Un tratado podrá ser
enmendado por acuerdo entre las partes. Se aplicarán a tal acuerdo las normas enunciadas
en la Parte II, salvo en la medida en que el tratado disponga otra cosa.

40. Enmienda de los tratados multilaterales. 1. Salvo que el tratado disponga otra cosa,
la enmienda de los tratados multilaterales se regirá por los párrafos siguientes.
2. Toda propuesta de enmienda de un tratado multilateral en las relaciones entre todas las
partes habrá de ser notificada a todos los Estados contratantes, cada uno de los cuales
tendrá derecho a participar:
a) en la decisión sobre las medidas que haya que adoptar con relación a tal propuesta:
b) en la negociación y la celebración de cualquier acuerdo que tenga por objeto enmendar
el tratado.
3. Todo Estado facultado para llegar a ser parte en el tratado estará también facultado para
llegar a ser parte en el tratado en su forma enmendada.
4. El acuerdo en virtud del cual se enmiende el tratado no obligará a ningún Estado que sea
ya parte en el tratado que no llegue a serlo en ese acuerdo, con respecto a tal Estado se
aplicará el apartado b) del párrafo 4 del artículo 30.
5. Todo Estado que llegue a ser parte en el tratado después de la entrada en vigor del
acuerdo en virtud del cual se enmiende el tratado será considerado, de no haber
manifestado ese Estado una intención diferente:
a) parte en el tratado en su forma enmendada; y
b) parte en el tratado no enmendado con respecto a toda parte en el tratado que no esté
obligada por el acuerdo en virtud del cual se enmiende el tratado.

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41. Acuerdos para modificar tratados multilaterales entre algunas de las partes
únicamente. 1. Dos o más partes en un tratado multilateral podrán celebrar un acuerdo que
tenga por objeto modificar el tratado únicamente en sus relaciones mutuas:
a) si la posibilidad de tal modificación esta prevista por el tratado: o
b) si tal modificación no está prohibida por el tratado a condición de que:
i) no afecte al disfrute de los derechos que a las demás partes correspondan en virtud del
tratado ni al cumplimiento de sus obligaciones: y
ii) no se refiera a ninguna disposición cuya modificación sea incompatible con la
consecución efectiva del objeto y del fin del tratado en su conjunto.
2. Salvo que en el caso previsto en el apartado a) del párrafo 1 el tratado disponga otra
cosa, las partes interesadas deberán notificar a las demás partes su intención de celebrar el
acuerdo y la modificación del tratado que en ese acuerdo se disponga.

PARTE V
Nulidad, terminación y suspensión de la aplicación de los tratados.

SECCION PRIMERA
Disposiciones generales.

42. Validez y continuación en vigor de los tratados. 1. La validez de un tratado o del


consentimiento de un Estado en obligarse por un tratado no podrá ser impugnada sino
mediante la aplicación de la presente Convención.
2. La terminación de un tratado, su denuncia o el retiro de una parte no podrán tener lugar
sino como resultado de la aplicación de las disposiciones del tratado o de la presente
Convención. La misma norma se aplicará a la suspensión de la aplicación de un tratado.

43. Obligaciones impuestas por el derecho internacional independientemente de un


tratado. La nulidad, terminación o denuncia de un tratado, el retiro de una de las partes o
la suspensión de la aplicación del tratado, cuando resulten de la aplicación de la presente
Convención o de las disposiciones del tratado, no menoscabarán en nada el deber de un
Estado de cumplir toda obligación enunciada en el tratado a la que esté sometido en virtud
del derecho internacional independientemente de ese tratado.

44. Divisibilidad de las disposiciones de un tratado. 1. El derecho de una parte, previsto


en un tratado o emanado del artículo 56, a denunciar ese tratado, retirarse de él o suspender
su aplicación no podrá ejercerse sino con respecto a la totalidad del tratado, a menos que el
tratado disponga o las partes convengan otra cosa al respecto.
2. Una causa dc nulidad o terminación de un tratado, de retiro de una de las partes o de
suspensión de la aplicación de un tratado reconocida en la presente Convención no podrá
alegarse sino con respecto a la totalidad del tratado, salvo en los casos previstos en los
párrafos siguientes o en el artículo 60.
3. Si la causa se refiere sólo a determinadas cláusulas, no podrá alegarse sino con respecto
a esas cláusulas cuando:
a) dichas cláusulas sean separables del resto del tratado en lo que respecta a su aplicación;

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b) se desprenda del tratado o conste de otro modo que la aceptación de esas cláusulas no ha
constituido para la otra parte o las otras partes en el tratado una base esencial de su
consentimiento en obligarse por el tratado en su conjunto, y
c) la continuación del cumplimiento del resto del tratado no sea injusta.
4. En los casos previstos en los artículos 49 y 50, el Estado facultado para alegar el dolo o
la corrupción podrá hacerlo en lo que respecta a la totalidad del tratado o, en el caso
previsto en el párrafo 3, en lo que respecta a determinadas clausulas únicamente.
5. En los casos previstos en los artículos 51, 52 y 53 no se admitirá la división de las
disposiciones del tratado.

45. Pérdida del derecho a alegar una causa de nulidad, terminación, retiro o
suspensión de la aplicación de un tratado. Un Estado no podrá ya alegar una causa para
anular un tratado, darlo por terminado, retirarse de él o suspender su aplicación con arreglo
a lo dispuesto un los artículos 46 a 50 o en los artículos 60 y 62, si, después de haber tenido
conocimiento de los hechos, ese Estado:
a) ha convenido expresamente en que el tratado es válido, permanece en vigor o continúa
en aplicación, según el caso; o
b) se ha comportado de tal manera que debe considerarse que ha dado su aquiescencia a la
validez del tratado o a su continuación en vigor o en aplicación, según el caso.

SECCIÓN SEGUNDA
Nulidad de los tratados.

46. Disposiciones de derecho interno concernientes a la competencia para celebrar


tratados. 1. El hecho de que el consentimiento de un Estado en obligarse por un tratado
haya sido manifiesto en violación de una disposición de su derecho interno concerniente a
la competencia para celebrar tratados no podrá ser alegado por dicho Estado como vicio de
su consentimiento, a menos que esa violación sea manifiesta y afecte a una norma de
importancia fundamental de su derecho interno.
2. Una violación es manifiesta si resulta objetivamente evidente para cualquier Estado que
proceda en la materia conforme a la práctica usual y de buena fe.

47. Restricción específica de los poderes para manifestar el consentimiento de un


Estado. Si los poderes de un representante para manifestar el consentimiento de un Estado
en obligarse por un tratado determinado han sido objeto de una restricción específica, la
inobservancia de esa restricción por tal representante no podrá alegarse como vicio del
consentimiento manifestado por él, a menos que la restricción haya sido notificadas con
anterioridad a la manifestación de ese consentimiento, a los demás Estados negociadores.

48. Error. 1. Un Estado podrá alegar un error en un tratado como vicio de su


consentimiento en obligarse por el tratado si el error se refiere a un hecho o a una situación
cuya existencia diera por supuesta ese Estado en el momento de la celebración del tratado
y constituyera una base esencial de su consentimiento en obligarse por el tratado.

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2. El párrafo I no se aplicara si el Estado de que se trate contribuyó con su conducta al
error o si las circunstancias fueron tales que hubiera quedado advertido de la posibilidad de
error.
3. Un error que concierna sólo a la redacción del texto de un tratado no afectará a la
validez de éste: en tal caso se aplicará el artículo 79.

49. Dolo. Si un Estado ha sido inducido a celebrar un tratado por la conducta fraudulenta
de otro Estado negociador, podrá alegar el dolo como vicio de su consentimiento en
obligarse por el tratado.

50. Corrupción del representante de un Estado. Si la manifestación del consentimiento


de un Estado en obligarse por un tratado ha sido obtenida mediante la corrupción de su
representante, efectuada directa o indirectamente por otro Estado negociador, aquel Estado
podrá alegar esa corrupción como vicio de su consentimiento en obligarse por el tratado.

51. Coacción sobre el representante de un Estado. La manifestación del consentimiento


de un Estado en obligarse por un tratado que haya sido obtenida por coacción sobre su
representante mediante actos o amenazas dirigidos contra él carecerá de todo efecto
jurídico.

52. Coacción sobre un Estado por la amenaza o el uso de la fuerza. Es nulo todo
tratado cuya celebración se haya obtenido por la amenaza o el uso de la fuerza en violación
de los principios de derecho internacional incorporados en la Carta de las Naciones Unidas.

53. Tratados que están en oposición con una norma imperativa de derecho
internacional general ("jus cogens"). Es nulo todo tratado que, en el momento de su
celebración, esté en oposición con una norma imperativa de derecho internacional general.
Para los efectos de la presente Convención, una norma imperativa de derecho internacional
general es una norma aceptada y reconocida por la comunidad internacional de Estados en
su conjunto como norma que no admite acuerdo en contrario y que sólo puede ser
modificada por una norma ulterior de derecho internacional general que tenga el mismo
carácter.

SECCION TERCERA
Terminación de los tratados y suspensión de su aplicación.

54. Terminación de un tratado o retiro de él en virtud de sus disposiciones o por


consentimiento de las partes. La terminación de un tratado o el retiro de una parte podrán
tener lugar:
a) conforme a las disposiciones del tratado, o
b) en cualquier momento, por consentimiento de todas las partes después de consultar a los
demás Estados contratantes.

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55. Reducción del número de partes en un tratado multilateral a un número inferior
al necesario para su entrada en vigor. Un tratado multilateral no terminará por el solo
hecho de que el número de partes llegue a ser inferior al necesario para su entrada en vigor,
salvo que el tratado disponga otra cosa.

56. Denuncia o retiro en el caso de que el tratado no contenga disposiciones sobre la


terminación, la denuncia o el retiro. 1. Un tratado que no contenga disposiciones sobre
su terminación ni prevea la denuncia o el retiro del mismo, no podrá ser objeto de denuncia
o de retiro a menos:
a) que conste que fue intención de las partes admitir la posibilidad de denuncia o de retiro:
o
b) que el derecho de denuncia o de retiro pueda inferirse de la naturaleza del tratado.
2. Una parte deberá notificar con doce meses, por lo menos, de antelación su intención de
denunciar un tratado o de retirarse de él conforme al párrafo 1.

57. Suspensión de la aplicación de un tratado en virtud de sus disposiciones o por


consentimiento de las partes. La aplicación de un tratado podrá suspenderse con respecto
a todas las partes o a una parte determinada:
a) conforme a las disposiciones del tratado, o
b) en cualquier momento, por consentimiento de todas las partes previa consulta con los
demás Estados contratantes.

58. Suspensión de la aplicación de un tratado multilateral por acuerdo entre algunas


de las partes únicamente. 1. Dos o más parte en un tratado multilateral podrán celebrar un
acuerdo que tenga por objeto suspender la aplicación de disposiciones del tratado,
temporalmente y sólo en sus relaciones mutuas:
a) si la posibilidad de tal suspensión está prevista por el tratado: o
b) si tal suspensión no está prohibida por el tratado, a condición de que:
i) no afecte al disfrute de los derechos que a las demás partes correspondan en virtud del
tratado ni al cumplimiento de sus obligaciones: y
ii) no sea incompatible con el objeto y el fin del tratado.
2. Salvo que en el caso previsto en el apartado a) del párrafo 1 el tratado disponga otra
cosa, las partes interesadas deberán notificar a las demás partes su intención de celebrar el
acuerdo y las disposiciones del tratado cuya aplicación se propone suspender.

59. Terminación de un tratado o suspensión de su aplicación implícitas como


consecuencia de la celebración de un tratado posterior. 1. Se considerará que un tratado
ha terminado si todas las partes en él celebran ulteriormente un tratado sobre la misma
materia y:
a) se desprende del tratado posterior o consta de otro modo que ha sido intención de las
partes que la materia se rija por ese tratado; o
b) las disposiciones del tratado posterior son hasta tal punto incompatibles con las del
tratado anterior que los dos tratados no pueden aplicarse simultáneamente.

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2. Se considerará que la aplicación del tratado anterior ha quedado únicamente suspendida
si se desprende del tratado posterior o consta de otro modo que tal ha sido la intención de
las partes.

60. Terminación de un tratado o suspensión de su aplicación como consecuencia de su


violación. 1. Una violación grave de un tratado bilateral por una de las partes facultará a la
otra para alegar la violación como causa para dar por terminado el tratado o para suspender
su aplicación total o parcialmente.
2. Una violación grave de un tratado multilateral por una de las partes facultará:
a) a las otras partes procediendo por acuerdo unánime para suspender la aplicación del
tratado total o parcialmente o darlo por terminado sea:
i) en las relaciones entre ellas y el Estado autor de la violación: o
ii) entre todas las partes;
b) a una parte especialmente perjudicada por la violación para alegar ésta como causa para
suspender la aplicación del tratado total o parcialmente en las relaciones entre ella y el
Estado autor de la violación;
c) a cualquier parte, que no sea el Estado autor de la violación, para alegar la violación
como causa para suspender la aplicación del tratado total o parcialmente con respecto a sí
misma, sí el tratado es de tal índole que una violación grave de sus disposiciones por una
parte modifica radicalmente la situación de cada parte con respecto a la ejecución ulterior
de sus obligaciones en virtud del tratado.
3. Para los efectos del presente artículo, constituirán violación grave de un tratado:
a) un rechazo del tratado no admitido por la presente Convención; o
b) la violación de una disposición esencial para la consecución del objeto o del fin del
tratado.
4. Los precedentes párrafos se entenderán sin perjuicio de las disposiciones del tratado
aplicables en caso de violación.
5. Lo previsto en los párrafos 1 a 3 no se aplicará a las disposiciones relativas a la
protección de la persona humana contenidas en tratados de carácter humanitario, en
particular a las disposiciones que prohíben toda forma de represalias con respecto a las
personas protegidas por tales tratados.

61. Imposibilidad subsiguiente de cumplimiento. 1. Una parte podrá alegar la


imposibilidad de cumplir un tratado como causa para darlo por terminado o retirarse de él
si esa imposibilidad resulta de la desaparición o destrucción definitivas de un objeto
indispensable para el cumplimiento del tratado. Si la imposibilidad es temporal, podrá
alegarse únicamente como causa para suspender la aplicación del tratado.
2. La imposibilidad de cumplimiento no podrá alegarse por una de las partes como causa
para dar por terminado un tratado, retirarse de él o suspender su aplicación si resulta de una
violación, por la parte que la alegue, de una obligación nacida del tratado o de toda otra
obligación internacional con respecto a cualquier otra parte en el tratado.

62. Cambio fundamental en las circunstancias. 1. Un cambio fundamental en las


circunstancias ocurrido con respecto a las existentes en el momento de la celebración de un

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tratado y que no fue previsto por las partes no podrá alegarse como causa para dar por
terminado el tratado o retirarse de é1 a menos que:
a) la existencia de esas circunstancias constituyera una base esencial del consentimiento de
las partes en obligarse por el tratado, y
b) ese cambio tenga por efecto modificar radicalmente el alcance de las obligaciones que
todavía deban cumplirse en virtud del tratado.
2. Un cambio fundamental en las circunstancias no podrá alegarse como causa para dar por
terminado un tratado o retirarse de él:
a) si el tratado establece una frontera; o
b) si el cambio fundamental resulta de una violación por la parte que lo alega, de una
obligación nacida del tratado o de toda otra obligación internacional con respecto a
cualquier otra parte en el tratado.
3. Cuando, con arreglo a lo dispuesto en los párrafos precedentes, una de las partes pueda
alegar un cambio fundamental en las circunstancias como causa para dar por terminado un
tratado o para retirarse de él, podrá también alegar ese cambio como causa para suspender
la aplicación del tratado.

63. Ruptura de relaciones diplomáticas o consulares. La ruptura de relaciones


diplomáticas o consulares entre partes de un tratado no afectará a las relaciones jurídicas
establecidas entre ellas por el tratado, salvo en la medida en que la existencia de relaciones
diplomáticas o consulares sea indispensable para la aplicación del tratado.

64. Aparición de una nueva norma imperativa de derecho internacional general ("jus
cogens"). Si surge una nueva norma imperativa de derecho internacional general, todo
tratado existente que esté en oposición con esa norma se convertirá en nulo y terminará.

SECCION CUARTA
Procedimiento

65. Procedimiento que deberá seguirse con respecto a la nulidad o terminación de un


tratado, el retiro de una parte o la suspensión de la aplicación de un tratado. 1. La
parte que, basándose en las disposiciones de la presente Convención, alegue un vicio de su
consentimiento en obligarse por un tratado o una causa para impugnar la validez de un
tratado, darlo por terminado, retirarse de él o suspender su aplicación, deberá notificar a las
demás partes su pretensión. En la notificación habrá de indicarse la medida que se
proponga adoptar con respecto al tratado y las razones en que esta se funde.
2. Si, después de un plazo que, salvo en casos de especial urgencia, no habrá de ser inferior
a tres meses contados desde la recepción de la notificación, ninguna parte ha formulado
objeciones, la parte que haya hecho la notificación podrá adoptar en la forma prescrita en
el artículo 67 la medida que haya propuesto.
3. Si por el contrario, cualquiera de las demás partes ha formulado una objeción, las partes
deberán buscar una solución por los medios indicados en el artículo 33 de la Carta de las
Naciones Unidas.

95
4. Nada de lo dispuesto en los párrafos precedentes afectara a los derechos o a las
obligaciones de las partes que se deriven de cualesquiera disposiciones en vigor entre ellas
respecto de la solución de controversias.
5. Sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 45, el hecho de que un Estado no haya
efectuado la notificación prescrita en el párrafo 1 no le impedirá hacerla en respuesta a otra
parte que pida el cumplimiento del tratado o alegue su violación.

66. Procedimientos de arreglo judicial de arbitraje y de conciliación. Si, dentro de los


doce meses siguientes a la fecha en que se haya formulado la objeción, no se ha llegado a
ninguna solución conforme al párrafo 3 del artículo 65, se seguirán los procedimientos
siguientes:
a) cualquiera de las partes en una controversia relativa a la aplicación o la interpretación
del artículo 53 o el artículo 64 podrá, mediante solicitud escrita, someterla a la decisión de
la Corte Internacional de Justicia a menos que las partes convengan de común acuerdo
someter la controversia al arbitraje:
b) cualquiera de las partes en una controversia relativa a la aplicación o la interpretación de
cualquiera de los restantes artículos de la parte V de la presente Convención podrá iniciar
el procedimiento indicado en el anexo de la Convención presentando al Secretario general
de las Naciones Unidas una solicitud a tal efecto.

67. Instrumentos para declarar la nulidad de un tratado, darlo por terminado,


retirarse de él o suspender su aplicación. 1. La notificación prevista en el párrafo 1 del
artículo 65 habrá de hacerse por escrito.
2. Todo acto encaminado a declarar la nulidad de un tratado, darlo por terminado, retirarse
de él o suspender su aplicación de conformidad con las disposiciones del tratado o de los
párrafos 2 ó 3 del artículo 65, se hará constar en un instrumento que será comunicado a las
demás partes. Si el instrumento no está firmado por el Jefe del Estado, el Jefe del Gobierno
o el Ministro de Relaciones Exteriores, el representante del Estado que lo comunique podrá
ser invitado a presentar sus plenos poderes.

68. Revocación de las notificaciones y de los instrumentos previstos en los artículos 65


y 67. Las notificaciones o los instrumentos previstos en los artículos 65 y 67 podrán ser
revocados en cualquier momento antes de que surtan efecto.

SECCION QUINTA
Consecuencias de la nulidad, la terminación o la suspensión de la aplicación de un
tratado.

69. Consecuencias de la nulidad de un tratado. 1. Es nulo un tratado cuya nulidad quede


determinada en virtud de la presente Convención. Las disposiciones de un tratado nulo
carecen de fuerza jurídica.
2. Si no obstante se han ejecutado actos basándose en tal tratado:

96
a) toda parte podrá exigir de cualquier otra parte que en la medida de lo posible establezca
en sus relaciones mutuas la situación que habría existido si no se hubieran ejecutado esos
actos;
b) los actos ejecutados de buena le antes de que se haya alegado la nulidad no resultarán
ilícitos por el solo hecho de la nulidad del tratado;
3. En los casos comprendidos en los artículos 49, 50,51 ó 52, no se aplicará el párrafo 2
con respecto a la parte a la que sean imputables el dolo, el acto de corrupción o 1a
coacción.
4. En caso de que el consentimiento de un Estado determinado en obligarse por un tratado
multilateral este viciado, las normas precedentes se aplicarán a las relaciones entre ese
Estado y las partes en el tratado.

70. Consecuencias de la terminación de un tratado. 1. Salvo que el tratado disponga o


las partes convengan otra cosa al respecto, la terminación de un tratado en virtud de sus
disposiciones o conforme a la presente Convención:
a) eximirá a las partes de la obligación de seguir cumpliendo el tratado;
b) no afectará a ningún derecho, obligación o situación jurídica de las partes creados por la
ejecución del tratado antes de su terminación.
2. Si un Estado denuncia un tratado multilateral o se retira de él, se aplicará el párrafo 1 a
las relaciones entre ese Estado y cada una de las demás partes en el tratado desde la fecha
en que surta efectos tal denuncia o retiro.

71. Consecuencias de la nulidad de un tratado que esté en oposición con una norma
imperativa de derecho internacional general. I. Cuando un tratado sea nulo en virtud del
artículo 53, las partes deberán:
a) eliminar en lo posible las consecuencias de todo acto, que se haya ejecutado basándose
en una disposición que esté en oposición con la norma imperativa de derecho internacional
general, y
b) ajustar sus relaciones mutuas a las normas imperativas de derecho internacional general.
2. Cuando un tratado se convierta en nulo y termine en virtud del artículo 64, la
terminación del tratado:
a) eximirá a las partes de toda obligación de seguir cumpliendo él tratado;
b) no afectará a ningún derecho, obligación o situación jurídica de las partes creados por la
ejecución del tratado antes de su terminación; sin embargo, esos derechos, obligaciones o
situaciones podrán en adelante mantenerse únicamente en la medida en que su
mantenimiento no esté por sí mismo en oposición con la nueva norma imperativa de
derecho internacional general.

72. Consecuencias de la suspensión de la aplicación de un tratado. 1. Salvo que el


tratado disponga o las partes convengan otra cosa al respecto, la suspensión de la
aplicación de un tratado basada en sus disposiciones o conforme a la presente Convención:
a) eximirá a las partes entre las que se suspenda la aplicación del tratado de la obligación
de cumplirlo en sus relaciones mutuas durante el periodo de suspensión;

97
b) no afectará de otro modo a las relaciones jurídicas que el tratado haya establecido entre
las partes.
2. Durante el período de suspensión las partes deberán abstenerse de todo acto encaminado
a obstaculizar la reanudación de la aplicación del tratado.

PARTE VI
Disposiciones diversas.

73. Casos de sucesión de Estados, de responsabilidad de un Estado o de ruptura de


hostilidades. Las disposiciones de la presente Convención no prejuzgaran ninguna
cuestión que con relación a un tratado pueda surgir como consecuencia de una sucesión de
Estados, de la responsabilidad internacional de un Estado o de la ruptura de hostilidades
entre Estados.

74. Relaciones diplomáticas o consulares y celebración de tratados. La ruptura o la


ausencia de relaciones diplomáticas o consulares entre dos o más Estados no impedirán la
celebración de tratados entre dichos Estados. Tal celebración por sí misma no prejuzgará
acerca de la situación de las relaciones diplomáticas o consulares.

75. Caso de un Estado agresor. Las disposiciones de la presente Convención se


entenderán sin perjuicio de cualquier obligación que pueda originarse con relación a un
tratado para un Estado agresor como consecuencia de medidas adoptadas conforme a la
Carta de las Naciones Unidas con respecto a la agresión de tal Estado.

PARTE VII
Depositarios, notificaciones, correcciones y registro.

76. Depositarios de los tratados. 1. La designación del depositario de un tratado podrá


efectuarse por los Estados negociadores en el tratado mismo o de otro modo. El depositario
podrá ser uno o más Estados, una organización internacional o el principal funcionario
administrativo de tal organización.
2. Las funciones del depositario de un tratado son de Carácter internacional y el depositario
está obligado a actuar imparcialmente en el desempeño de ellas. En particular, el hecho de
que un tratado no haya entrado en vigor entre algunas de las partes o de que haya surgido
una discrepancia entre un Estado y un depositario acerca del desempeño de las funciones
de éste no afectará a esa obligación del depositario.

77. Funciones de los depositarios. 1. Salvo que el tratado disponga o los Estados
contratantes convengan otra cosa al respecto, las funciones del depositario comprenden en
particular las siguientes:
a) custodiar el texto original del tratado y los plenos poderes que se le hayan remitido:
b) extender copias certificadas conformes del texto original y preparar todos los demás
textos del tratado en otros idiomas que puedan requerirse en virtud del tratado y
transmitirlos a las partes en el tratado y a los Estados facultados para llegar a serlo;

98
c) recibir las firmas del tratado v recibir y custodiar los instrumentos, notificaciones y
comunicaciones relativos a éste;
d) examinar si una firma, un instrumento o una notificación o comunicación relativos al
tratado están en debida forma y, de ser necesario, señalar el caso a la atención del Estado
de que se trate;
e) informar a las partes en el tratado y a los Estados facultados para llegar a serlo de los
actos, notificaciones y comunicaciones relativos al tratado;
f) informar a los Estados facultados para llegar a ser partes en el tratado de la fecha en que
se ha recibido o depositado el número de firmas o de instrumentos de ratificación,
aceptación aprobación o adhesión necesario para la entrada en vigor del tratado;
g) registrar el tratado en la Secretaría de las Naciones Unidas;
h) desempeñar las funciones especificadas en otras disposiciones de la presente
Convención.
2. De surgir alguna discrepancia entre un Estado y el depositario acerca del desempeño de
las funciones de éste, el depositario señalará la cuestión a la atención de los Estados
signatarios y de los Estados contratantes o, si corresponde, del órgano competente de la
organización internacional interesada.

78. Notificaciones y comunicaciones. Salvo cuando el tratado o la presente Convención


disponga otra cosa al respecto, una notificación o comunicación que debe hacer cualquier
Estado en virtud de la presente Convención:
a) deberá ser transmitida si no hay depositario, directamente a los Estados a que esté
destinada, o, si ha y depositario, a éste;
b) sólo se entenderá que ha quedado hecha por el Estado de que se trate cuando haya sido
recibida por el Estado al que fue transmitida o, en su caso, por el depositario;
c) si ha sido transmitida a un depositario sólo se entenderá que ha sido recibida por el
Estado al que estaba destinada cuando éste haya recibido dcl depositario la información
prevista en el apartado el del párrafo 1 del artículo 77.

79. Corrección de errores en textos o en copias certificadas conformes de los tratados.


1. Cuando, después de la autenticación del texto de un tratado los Estados signatarios y los
Estados contratantes adviertan de común acuerdo que contiene un error, éste, a menos que
tales Estados decidan proceder a su corrección de otro modo, será corregido:
a) introduciendo la corrección pertinente en el texto y haciendo que sea rubricada por
representantes autorizados en debida forma;
b) formalizando un instrumento o canjeando instrumentos en los que se haga constar la
corrección que se haya acordado hacer; o
c) formalizando, por el mismo procedimiento empleado para el texto original, un texto
corregido de todo el tratado.
2. En el caso de un tratado para el que haya depositario, éste notificará a los Estados
signatarios y a los Estados contratantes el error y la propuesta de corregirlo y fijará un
plazo adecuado para hacer objeciones a la corrección propuesta. A la expiración del plazo
fijado:

99
a) si no se ha hecho objeción alguna, el depositario efectuará y rubricará la corrección en el
texto extenderá un acta de rectificación del texto y comunicará copia de ella a las partes en
el tratado y a los Estados facultados para llegar a serlo;
b) si se ha hecho una objeción, el depositario comunicará la objeción a los Estados
signatarios y a los Estados contratantes.
3. Las disposiciones de los párrafos 1 y 2 se aplicarán también cuando el texto de un
tratado haya sido autenticado en dos o más idiomas y se advierta una falta de concordancia
que los Estados signatarios y los Estados contratantes convengan en que debe corregirse.
4. El texto corregido sustituirá "ab initio" al texto defectuoso a menos que los Estados
signatarios y los Estados contratantes decidan otra cosa al respecto.
5. La corrección del texto de un tratado que haya sido registrado será notificada a la
Secretaría de las Naciones Unidas.
6. Cuando se descubra un error en una copia certificada conforme de un tratado, el
depositario extenderá un acta en la que hará constar la rectificación y comunicará copia de
ella a los Estados signatarios y a los Estados contratantes.

80. Registro y publicación de los tratados. 1. Los tratados, después de su entrada en


vigor, se transmitirán a la Secretaria de las Naciones Unidas para su registro o archivo e
inscripción, según el caso, y para su publicación.
2. La designación de un depositario constituirá la autorización para que éste realice los
actos previstos en el párrafo; precedente.

PARTE VIII
Disposiciones finales.

81. Firma. La presente Convención estará abierta a la firma de todos los estados Miembros
de las Naciones Unidas o miembros de algún organismo especializado o del Organismo
Internacional de Energía Atómica, así como de todo Estado parte en el Estatuto de la Corte
Internacional de Justicia y de cualquier otro Estado invitado por la Asamblea General de
las Naciones Unidas a ser parte en la Convención, de la manera siguiente: Hasta el 30 de
noviembre de 1969, en el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de la República de
Austria, y, después, hasta el 30 de abril de 1970, en la sede de las Naciones Unidas en
Nueva York.

82. Ratificación. La presente Convención está sujeta a ratificación. Los instrumentos de


ratificación se depositaran en poder del Secretario general de las Naciones Unidas.

83. Adhesión. La presente Convención quedará abierta a la adhesión de todo Estado


perteneciente a una de las categorías mencionadas en el artículo 81. Los instrumentos de
adhesión se depositarán en poder del Secretario general de las Naciones Unidas.

84. Entrada en vigor. 1. La presente Convención entrará en vigor el trigésimo día a partir
de la fecha en que haya sido depositado el trigésimo quinto instrumento de ratificación o
de adhesión.

100
2. Para cada Estado que ratifique la Convención o se adhiera a ella después de haber sido
depositado el trigésimo quinto instrumento de ratificación o de adhesión, la Convención
entrará en vigor el trigésimo día a partir de la fecha en que tal Estado haya depositado su
instrumento de ratificación o de adhesión.

85. Textos auténticos. El original de la presente Convención, cuyos textos en chino,


español, francés, inglés y ruso son igualmente auténticos, será depositado en poder del
Secretario general de las Naciones Unidas.
En testimonio de lo cual, los plenipotenciarios infrascritos, debidamente autorizados por
sus respectivos Gobiernos, han firmado la presente Convención.
Hecha en Viena el día veintitrés de mayo de mil novecientos sesenta y nueve.

ANEXO

1. El Secretario general de las Naciones Unidas establecerá y mantendrá una lista de


amigables componedores integrada por juristas calificados. A tal efecto, se invitará a todo
Estado que sea miembro de las Naciones Unidas o parte en la presente Convención a que
designe dos amigables componedores; los nombres de las personas así designadas
constituirán la lista. La designación de los amigables componedores, entre ellos los
designados para cubrir una vacante accidental, se hará para un periodo de cinco años
renovable. Al expirar el periodo para el cual hayan sido designados, los amigables
componedores continuarán desempeñando las funciones para las cuales hayan sido
elegidos con arreglo al párrafo siguiente.
2. Cuando se haya presentado una solicitud, conforme al artículo 66, al Secretario general,
éste someterá la controversia a una comisión de conciliación, compuesta en la forma
siguiente:
El Estado o los Estados que constituyan una de las partes en la controversia nombrarán:
a) un amigable componedor, de la nacionalidad de ese Estado o de uno de esos Estados,
elegido o no de la lista mencionada en el párrafo 1, y
b) un amigable componedor que no tenga la nacionalidad de ese Estado ni de ninguno de
esos Estados, elegido de la lista.
El Estado o los Estados que constituyan la otra parte en la controversia nombrarán dos
amigables componedores de la misma manera. Los cuatro amigables componedores
elegidos por las partes deberán ser nombrados dentro de los sesenta días siguientes a la
fecha en que el Secretario General haya recibido la solicitud.
Los cuatro amigables componedores, dentro de los sesenta días siguientes a la fecha en que
se haya efectuado el último de sus nombramientos, nombrarán un quinto amigable
componedor, elegido de la lista, que será Presidente.
Si el nombramiento del Presidente o de cualquiera de los demás amigables componedores
no se hubiere realizado en el plazo antes prescrito para ello, lo efectuará el Secretario
general dentro de los sesenta días siguientes a la expiración de ese plazo. El Secretario
general podrá nombrar Presidente a una de las personas de la lista o a uno de los miembros
de la Comisión de Derecho Internacional. Cualquiera de los plazos en los cuales deban

101
efectuarse los nombramientos podrá prorrogarse por acuerdo de las partes en la
controversia.
Toda vacante deberá cubrirse en la forma prescrita para el nombramiento inicial.
3. La Comisión de Conciliación fijará su propio procedimiento. La Comisión, previo
consentimiento de las partes en la controversia, podrá invitar a cualquiera de las partes en
el tratado a exponerle sus opiniones verbalmente o por escrito. Las decisiones y
recomendaciones de la Comisión se adoptarán por mayoría de votos de sus cinco
miembros.
4. La Comisión podrá señalar a la atención de las partes en la controversia todas las
medidas que puedan facilitar una solución amistosa.
5. La Comisión oirá a las partes, examinará las pretensiones y objeciones, y hará
propuestas a las partes con miras a que lleguen a una solución amistosa de la controversia.
6. La Comisión presentará su informe dentro de los doce meses siguientes a la fecha de su
constitución. El informe se depositará en poder del Secretario general y se transmitirá a las
partes en la controversia. El informe de la Comisión, incluidas cualesquiera conclusiones
que en él se indiquen en cuanto a los hechos y a las cuestiones de derecho, no obligará a las
partes ni tendrá otro carácter que el de enunciado de recomendaciones presentadas a las
partes para su consideración, a fin de facilitar una solución amistosa de la controversia.
7. El Secretario general proporcionará a la Comisión la asistencia y facilidades que
necesite. Los gastos de la Comisión serán sufragados por la Organización de las Naciones
Unidas.

102
PASTOR BONUS

Constitución apostólica de S.S. Juan Pablo II sobre la Curia Romana

1. EL PASTOR BUENO, nuestro Señor Jesucristo (cf. Jn 10, 11. 14), confirió a los
obispos, sucesores de los Apóstoles, y de modo especial al Obispo de Roma, Sucesor de
Pedro, la misión de hacer discípulos en todos los pueblos y de predicar el Evangelio a toda
criatura para que se constituyese la Iglesia, Pueblo de Dios, de forma que la función de los
Pastores de su Pueblo sea en realidad un servicio, al que “en la Sagrada Escritura se le
llama significativamente diaconía” o sea “ministerio” 1 .
Este servicio o diaconía tiende principalmente a que, en todo el cuerpo de la Iglesia, se
instaure cada vez más la comunión, se vigorice y continúe produciendo espléndidos frutos.
En efecto, como ha enseñado ampliamente el Concilio Vaticano II, el misterio de la Iglesia
se manifiesta en las múltiples expresiones de esta comunión bajo la suavísima guía del
Espíritu Santo: Ya que el Espíritu “conduce la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 3), la
unifica en la comunión y en el servicio, la provee y gobierna con diversos dones
jerárquicos y carismáticos.., la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada
con su Esposo” 2 . Por consiguiente, como afirma el mismo Concilio, “a esta sociedad de la
Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la
totalidad de su ordenamiento y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su
cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los
obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del régimen eclesiástico
y de la comunión” 3 .
Esta noción de comunión, no sólo ha sido explicada de modo completo por los
documentos del Concilio Vaticano l1, y especialmente por la Constitución dogmática sobre
la Iglesia, sino que también han dedicado atención a ella los padres sinodales quienes, el
año 1985, e igualmente dos años después, celebraron Asamblea General del Sínodo de los
Obispos: En esta definición de la Iglesia confluyen el misterio mismo de la Iglesia 4 , los
órdenes del Pueblo mesiánico de Dios 5 , y la constitución jerárquica de la misma Iglesia 6 .
Se puede describir todo esto en pocas palabras, tomadas de la misma citada Constitución:
“La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o signo e instrumento de unión íntima con
Dios y de la unidad de todo el género humano” 7 . Este es el motivo por el que esa sagrada
comunión vige en toda la Iglesia, “la cual —como bellamente escribió mi predecesor Pablo
VI— vive y obra en las distintas comunidades cristianas, o sea, en las Iglesias particulares,
dispersas por todo el mundo” 8 .
2. Así, pues, en base a la comunión que, en cierto sentido, aglutina a toda la Iglesia, se
explica y realiza también la constitución jerárquica de la Iglesia. a la que el Señor dotó de
naturaleza colegial y al mismo tiempo primacial, cuando “instituyó a los Apóstoles a modo
de colegio o de grupo estable, al frente del cara puso a Pedro, elegido de entre ello
mismos” 9 . Se trata aquí de la especial participación de los Pastores de la Iglesia en el
triple oficio de Cristo: enseñar, santificar y gobernar: Y así como los Apóstoles actuaron a
una con Pedro, así también los obispos actúan juntamente con el Obispo de Roma. Citando
de nuevo el Concilio Vaticano II, diré que “los obispos, el ministerio de la comunidad, lo

103
recibieron con sus colaboradores, los presbíteros y diáconos, presidiendo en nombre de
Dios; la grey de la que son Pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto
sagrado y ministros de gobierno. Y así como permanece el oficio que Dios concedió
personalmente a Pedro, Príncipe de los Apóstoles. para que fuera transmitido a sus
sucesores, así también perdura el oficio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe
ejercer de forma permanente el orden sagrado de los obispos” 10 . Así resulta que “este
Colegio”—es decir, el Colegio de los Obispos unidos al Romano Pontífice—, “en cuanto
compuesto de muchos, expresa la variedad y universalidad del Pueblo de Dios: y en cuanto
agrupado bajo una sola cabeza, la unidad de la grey de Cristo” 11 .
La potestad y la autoridad de los obispos tienen el carácter de diaconía, según el
ejemplo del mismo Cristo, que “no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida
como rescate por muchos” (Mc 10, 45). Por eso, la potestad que se da en la Iglesia hay que
entenderla y ejercerla, sobre todo, según las categorías del servicio, de modo que dicha
autoridad tenga antes que nada la característica pastoral.
Esto se refiere a cada uno de los obispos en su propia Iglesia particular; pero se refiere
mucho mas al Obispo de Roma, cuyo ministerio petrino está para procurar el bien y
utilidad de la iglesia universal: En efecto, la iglesia romana preside “la asamblea universal
de la caridad” 12 , y por lo tanto está al servicio de la caridad. Precisamente dé este
principio surgieron aquellas antiguas palabras “siervo de los siervos de Dios”, con la que
se llama y define al Sucesor de Pedro.
Por esto, el Romano Pontífice siempre se ha preocupado diligentemente también de los
asuntos de las Iglesias particulares, que le presentan los obispos o que conoce de alguna
otra forma para que, con una visión completa de las cosas, en virtud de su misión de
Vicario de Cristo y de Pastor de toda la Iglesia, confirme a sus hermanos en la fe (cf. Lc
22, 32). Pues siempre ha estado convencido de que la comunión mutua entre los obispos
del mundo entero y el Obispo de Roma, en los vínculos de unidad, de caridad y de paz, es
muy provechosa para la unidad de la fe y también de la disciplina que hay que promover y
mantener en toda la Iglesia 13 .
3. A la luz de estos principios se comprende cómo la diaconía propia de Pedro y de sus
sucesores hace necesariamente referencia a la diaconía de los Apóstoles y de sus sucesores,
cuya única finalidad es la de edificar la Iglesia en este mundo.
Esta necesaria forma y relación del ministerio petrino con la misión y el ministerio de
los otros Apóstoles, requirió ya desde la antigüedad, y sigue requiriendo, un signo que sea
no sólo simbólico, sino real. Mis predecesores, abrumados por la gravedad de su tarea
apostólica, tuvieron una clara y viva percepción de esa necesidad; así dan testimonio de
ello, por ejemplo, las palabras que Inocencio III escribió el año 1198 a los obispos y
prelados de las Galias al enviarles un legado suyo: “ Si bien la plenitud de la potestad
eclesial, que el Señor Nos confirió, nos ha hecho deudores de todos los fieles de Cristo, sin
embargo no podemos agravar más de lo debido el estado y el orden de la condición
humana.. Y ya que la ley de la condición humana no lo permite, ni podemos llevar en
nuestra propia persona el peso de todas las preocupaciones, a veces nos vemos obligados a
realizar por medio de hermanos nuestros, miembros de nuestro cuerpo, ciertas cosas que
haríamos de buen grado personalmente si lo permitiera el engranaje de la Iglesia” 14 .

104
Así se ven y se comprenden, tanto la naturaleza de esa institución, de la que se ha
servido el Sucesor de Pedro en el ejercicio de su misión para el bien de la Iglesia universal,
como la actividad con que ha tenido que llevar a cabo las tareas a ella encomendadas: Me
refiero a la Curia Romana, la cual desde tiempos lejanos actúa ayudando al ministerio
petrino.
Por lo tanto, para hacer que esa fructuosa comunión de que hemos hablado, sea más
firme y progrese más abundantemente, la Curia Romana surgió con este fin: hacer cada vez
más eficaz el ejercicio de la misión universal del Pastor de la Iglesia, que el mismo Cristo
confió a Pedro y a sus Sucesores, y que ha ido creciendo y dilatándose cada día más.
En efecto, mi predecesor Sixto V así lo reconocía en la Constitución Apostólica
Immensa aeterni Dei: “El Romano Pontífice, a quien Cristo el Señor constituyó como
Cabeza visible de su Cuerpo, que es la Iglesia, y quiso que llevara el peso de la solicitud de
todas las Iglesias, llama y asume a muchos colaboradores para una responsabilidad
inmensa.. para que, compartiendo con ellos (a saber, los cardenales) y con los de más
dirigentes de la Curia Romana la mole ingente de los afanes y asuntos, él, detentar de la
gran potestad de las llaves, con la ayuda de la gracia divina, no desfallezca. 15 .
4. Efectivamente —por proponer algún elemento histórico—, los Romanos Pontífices,
ya desde los tiempos más antiguos, se sirvieron en su ministerio, dirigido al bien de la
Iglesia universal, tanto de personas como de organismos de la Iglesia de Roma, que mi
predecesor Gregorio Magno definió como la Iglesia del Apóstol San Pedro 16 .
En un primer momento se sirvieron de la colaboración de presbíteros o diáconos,
pertenecientes a esa misma Iglesia, los cuales ejercían el oficio de legado, o intervenían en
numerosas misiones, o bien representaban a los Romanos Pontífices en los Concilios
Ecuménicos.
Pero, cuando había que tratar asuntos de particular importancia, los Romanos
Pontífices pidieron ayuda a los Sínodos o a los Concilios romanos, a los que se convocaba
a los obispos que ejercían su ministerio en la provincia eclesiástica de Roma; esos Sínodos
o Concilios romanos no sólo trataban cuestiones referentes a la doctrina o el Magisterio,
sino que procedían como tribunales, en los que se juzgaban las causas de los obispos,
remitidas al Romano Pontífice.
Sin embargo, desde que los cardenales empezaron a tener un relieve especial en la
Iglesia de Roma, sobre todo para la elección del Papa, que a partir del año 1059 está
reservada a ellos, los mismos Romanos Pontífices se sirvieron cada vez más de la
colaboración de los padres cardenales; de modo que la función del Sínodo romano o del
Concilio disminuyó gradualmente, hasta cesar de hecho.
Resultó así, que, sobre todo después del siglo XIII, el Sumo Pontífice trataba todos los
asuntos de la Iglesia con los cardenales, reunidos en Consistorio. Y acaeció entonces que, a
instrumentos no permanentes, como los Concilios o Sínodos romanos, sucedió otro
permanente, que estaba siempre a disposición del Papa.
Mi predecesor Sixto V, con la ya citada Constitución Apostólica Immensa aeterni Dei
del 22 de enero de 1588 —que fue el año 1587 de la Encarnación de Nuestro Señor
Jesucristo— dio a la Curia Romana su configuración formal. Al constituir una serie de 15
dicasterios, su intención era sustituir el Colegio Cardenalicio con varios Colegios
compuestos por algunos cardenales, cuya autoridad estaba limitada a un determinado

105
campo y a un tema preciso: de ese modo los Sumos Pontífices podían valerse eficazmente
de la ayuda de esos consejos colegiales. Y como consecuencia, la tarea originaria y la
importancia especifica del Consistorio, disminuyeron mucho.
Con el pasar de los siglos, y con el cambio de las situaciones concretas históricas, se
introdujeron algunas modificaciones e innovaciones, sobre todo cuando se instituyeron en
el siglo XIX comisiones cardenalicias que ofrecían su colaboración al Papa uñida a la que
prestaban ya los dicasterios de la Curia Romana. Finalmente, por decisión de mi
predecesor San Pío X, el 29 de junio de 1908 se promulgó la Constitución Apostólica
Sapienti Consilio, en la que, con la perspectiva de unificar las leyes eclesiásticas en el
Código de Derecho Canónico, escribía: “Ha parecido muy conveniente comenzar por la
Curia Romana, para que ésta, ordenada de forma oportuna y comprensible a todos, pueda
prestar más fácilmente su trabajo y pueda dar una ayuda más completa al Romano
Pontífice y a la Iglesia” 17 . Los efectos de esa reforma fueron principalmente los
siguientes: La Sagrada Romana Rota, suprimida en 1870, fue restablecida para las causas
judiciales, de modo que las Congregaciones, al perder su competencia en ese campo, se
convirtieran en organismos únicamente administrativos. Además, se estableció el principio
de que las Congregaciones gozaran de su derecho inalienable, es decir, que cada materia
habría de tratarse por un dicasterio competente, y no por distintos al mismo tiempo.
Esta reforma de Pío X fue posteriormente sancionada y completada en el Código de
Derecho Canónico, promulgado por Benedicto XV en 1917; y permaneció prácticamente
inalterada hasta 1967, no mucho después de la clausura del Concilio Vaticano II, en el que
la iglesia indagó de modo más profundo su propio misterio, y se trazó de forma más viva
su misión.
5. Esta mayor conciencia de si misma que adquirió la Iglesia, debía llevar
espontáneamente a una nueva adaptación de la Curia Romana, según las exigencias de
nuestra época. En efecto, los padres del Concilio reconocieron que hasta entonces la Curia
había dado una ayuda preciosa al Romano Pontífice y a los Pastores de la Iglesia, pero al
mismo tiempo expresaron el deseo de que se diera a los dicasterios de la misma un nuevo
ordenamiento, más adecuado a las necesidades de los tiempos, de los lugares y de los ritos
18
. Respondiendo a los deseos del Concilio, Pablo VI llevó diligentemente a cabo la
reordenación de la Curia, con la publicación, el 15 de agosto de 1967, de la Constitución
Apostólica Regimini Ecclesiae universae.
Por medio de esta Constitución, mi Predecesor determinó con más precisión la
estructura, la competencia y la forma de proceder de los dicasterios existentes, y constituyó
otros nuevos, con la finalidad de promover en la Iglesia iniciativas pastorales particulares,
mientras que los otros dicasterios continuaban desarrollando su función de jurisdicción y
de gobierno: de ese modo resultó que la composición de la Curia reflejaba más claramente
la multiforme imagen de la iglesia universal. Entre otras cosas, Pablo VI llamó a formar
parte de la misma Curia a obispos diocesanos, y proveyó a la coordinación interna de los
dicasterios por medio de reuniones periódicas de sus cardenales dirigentes, con el fin de
examinar los problemas comunes consultándose mutuamente. Además, introdujo la
sección segunda en el Tribunal de la Signatura Apostólica para tutelar d modo más
conveniente los derechos esenciales de los fieles.

106
Pero Pablo VI sabía bien que la reforma de instituciones tan antiguas exigía ser
estudiada más atentamente, y por eso ordenó que, transcurridos cinco años de la
promulgación de la Constitución, el nuevo ordenamiento de todo el conjunto se examinara
de nuevo más a fondo, para ver al mismo tiempo si se ajustaba a los postulados del
Concilio Vaticano II y si respondía a las exigencias del pueblo cristiano y de la sociedad
civil, de forma que, si fuere necesario, se diese a la Curia una mejor configuración. A ese
menester se dedicó una comisión especial de prelados que, bajo la presidencia de un
cardenal, desarrolló activamente su propia tarea hasta la muerte del Pontífice.
6. Habiendo sido llamado, por inescrutable designio de la Providencia, al ministerio de
Pastor de la Iglesia universal, desde el principio del pontificado me he esforzado no sólo en
pedir a los dicasterios el parecer sobre un tema tan importante, sino también en consultar a
todo el Colegio de Cardenales. Los padres cardenales, reunidos dos veces en Consistorio
general, estudiaron el asunto, y dieron sus consejos sobre el camino y el método a seguir en
el ordenamiento de la Curia Romana. Los cardenales están vinculados, de una manera muy
estrecha y especial, con el ministerio del Obispo de Roma, al que “asisten tanto
colegialmente cuando son convocados para tratar juntos cuestiones de más importancia,
como personalmente, mediante los distintos oficios que desempeñan, ayudando sobre todo
al Papa en su gobierno cotidiano de la Iglesia universal” 19 : Por eso habla que consultarles
a ellos los primeros en una cuestión tan importante.
Se llevó también a cabo, entre los dicasterios de la Curia Romana, la amplia y nueva
consulta, de la que hemos hablado antes. El fruto de esta consulta general fue el “Esquema
de ley peculiar sobre la Curia Romana” (Schema Legis peculiaris de Curia Romana), en
cuya preparación trabajó casi dos años una comisión de prelados bajo la presidencia de un
cardenal; el Esquema se sometió también al examen de cada uno de los cardenales, de los
patriarcas de las Iglesias orientales, de las Conferencias Episcopales a través de sus
respectivos Presidentes, y de los dicasterios de la Curia, y se examinó en la asamblea
plenaria de los cardenales el año 1985. Por lo que respecta a las Conferencias Episcopales,
era necesario tomar conciencia, a través de un juicio verdaderamente universal, de las
necesidades de las Iglesias particulares y de sus expectativas y deseos referentes a la Curia
Romana; para lograr plenamente todo esto, ofreció una ocasión muy oportuna sobre todo el
Sínodo Extraordinario, celebrado también el año 1985, como ya hemos dicho antes.
Finalmente, una comisión cardenalicia, especialmente creada para este fin, teniendo en
cuenta las observaciones y sugerencias habidas en las múltiples consultas precedentes, y
habiendo oído también el parecer de otras diversas personas, preparó la Ley peculiar para
la Curia Romana, convenientemente adaptada al nuevo Código de Derecho Canónico.
Y ésta es la Ley peculiar que quiero promulgar con esta Constitución Apostólica ahora,
cuando acaba de celebrarse el IV centenario de la mencionada Constitución Apostólica
Immensa aeterni Dei de Sixto V, en el LXXX aniversario de la Sapienti Consilio de San
Pío X, y en e1 XX aniversario de la entrada en vigor de la Regimini Ecclesiae universae de
Pablo VI, con la que esta Constitución nuestra esta estrechamente vinculada, porque las
dos, en su inspiración y mentalidad, son en cierto modo fruto del Concilio Vaticano II.
7. Esta mentalidad e inspiración, coherentes con el Vaticano II, caracterizan y expresan
la actividad de la renovada Curia Romana. E1 Concilio lo dice con las siguientes palabras:
“En el ejercicio de su potestad suprema, plena e inmediata sobre la Iglesia universal, el

107
Romano Pontífice se vale de los dicasterios de la Curia Romana, los cuales, por lo tanto,
cumplen su función en nombre y por autoridad del mismo Pontífice, para bien de las
Iglesias y en servicio de los sagrados Pastores” 20 .
Por lo tanto, es claro que la función de la Curia Romana, aunque no pertenece a la
específica Constitución, querida por Dios, de la Iglesia tiene, sin embargo, una índole
realmente eclesial en cuanto recibe del Pastor de la Iglesia universal su existencia y
competencia. Efectivamente, existe y actúa en la medida en que se refiere al ministerio
petrino y se funda en él. Y puesto que el ministerio de Pedro, como a siervo de los siervos
de Dios”, se ejerce respecto a la iglesia universal y respecto a los obispos de toda la Iglesia,
también a la Curia Romana, que sirve al Sucesor de Pedro, le corresponde ayudar
igualmente a la Iglesia universal y a los obispos.
De esto se deduce claramente que la nota principal de todos y de cada uno de los
dicasterios de la Curia Romana es su índole ministerial, como afirman las palabras ya
mencionadas del Decreto Christus Dominus, y sobre todo éstas: «El Romano Pontífice se
vale de los dicasterios de la Curia Romana. 21 . Así se indica claramente el carácter
instrumental de la Curia, descrita en cierto sentido como un instrumento en manos del
Pontífice, de modo que no tiene ninguna autoridad ni potestad fuera de las que recibe del
Supremo Pastor. El mismo Pablo VI, dos años antes de que se promulgase el Decreto
Christus Dominus, es decir en 1963, definió la Curia Romana como un instrumento de
inmediata adhesión y de absoluta obediencia, del que se vale el Sumo Pontífice para
cumplir su misión universal: esta noción fue usada frecuentemente en la Constitución
Regimini Ecclesiae universae.
Esta índole ministerial o instrumental parece definir muy adecuadamente la naturaleza
y la actividad de una institución tan benemérita y venerable; y ambas consisten
precisamente en ofrecer al Sumo Pontífice una ayuda, la cual resultará tanto más válida y
eficaz cuanto más se esfuerce en ser conforme y fiel a su voluntad.
8. Además de esta índole ministerial, el Concilio Vaticano II puso de manifiesto
posteriormente el carácter, por decirlo así, vicario de la Curia Romana, puesto que, como
ya he hecho notar, ella no actúa por derecho propio ni por iniciativa propia: pues ejerce la
potestad recibida del Romano Pontífice debido a esa relación esencial y originaria que
tiene con él; porque la característica propia de esta potestad es vincular siempre el propio
afán con la voluntad de aquel de quien procede, de forma que exprese y manifieste la fiel
interpretación de la voluntad, sintonizando e incluso casi identificándose con ella, para
bien de la Iglesia y servicio de los obispos. De esta índole saca la Curia Romana su
autoridad y su fuerza, y también en ella encuentra los limites de sus funciones y normas.
La plenitud de esta potestad reside en la Cabeza. es decir, en la persona misma del
Vicario de Cristo, quien, por su parte, la atribuye a los dicasterios de la Curia según la
competencia y e1 ámbito de cada uno. Pero ya que el ministerio petrino del Romano
Pontífice, como hemos dicho, por su misma naturaleza hace referencia al ministerio del
Colegio de sus hermanos obispos, con miras a que se edifiquen, consoliden y difundan la
Iglesia universal y las Iglesias particulares, también la diaconía de la Curia, que el Papa se
vale en e1 ejercicio de su ministerio personal, hace referencia necesariamente al ministerio
personal de los obispos, bien como miembros del Colegio Episcopal, bien como Pastores
de las Iglesias particulares.

108
Por esa razón, no sólo es inconcebible que la Curia Romana impida o condicione, como
un diafragma, las relaciones y los contactos personales entre los obispos y el Sumo
Pontífice, sino que por el contrario, ella es, y debe ser cada vez más, servidora de
comunión y de participación en las preocupaciones eclesiales.
9. Así, pues, se deduce que la Curia Romana, por razón de su diaconía unida al
ministerio petrino está muy estrechamente vinculada a , los obispos de todo el mundo. y
por su parte, los mismos Pastores y sus Iglesias son los primeros y principales beneficiarios
del trabajo de los dicasterios. Prueba de ello es también la composición de la misma Curia.
En efecto, la Curia Romana está compuesta por casi todos los padres cardenales los
cuales por su mismo titulo pertenecen a la Iglesia de Roma 22 , ayudan de cerca al Sumo
Pontífice en el gobierno de la Iglesia universal, y todos son convocados a los consistorios
tanto ordinarios como extraordinarios, cuando se requiere tratar cuestiones especialmente
importantes 23 ; así resulta que, conociendo más y mejor las necesidades de todo el Pueblo
de Dios, sirven al bien de la Iglesia universal.
A esto se añade que los dirigentes de cada uno de los dicasterios tienen normalmente el
carácter y la gracia episcopal, pertenecen al único Colegio de los Obispos; y además se ven
estimulados por esa misma solicitud hacia la iglesia universal, con la que están unidos
estrechamente todos los obispos, en comunión jerárquica con su cabeza el Obispo de
Roma.
Y dado que, además, entre los miembros de los dicasterios figuran algunos obispos
diocesanos para “que puedan informar más plenamente al Sumo Pontífice sobre el sentir
deseos y necesidades de todas las Iglesias” 24 , de esta forma el afecto colegial que existe
entre los obispos y su cabeza, se realiza concretamente mediante la Curia Romana, y se
extiende a todo el Cuerpo místico, “que es también el cuerpo de las Iglesias” 25 .
Y ese afecto colegial se cultiva también entre los diversos dicasterios. Efectivamente,
todos los cardenales responsables de dicasterio. o sus representantes, se reúnen
periódicamente cuando hay que tratar cuestiones especiales, con el fin de ponerse al
corriente, con e1 intercambio de ideas, de los problemas más importantes, de forma que
den una aportación común a su solución, asegurando así la unidad de acción y de reflexión
en la Curia Romana.
Además de los que tienen la potestad episcopal, son necesarios para la actividad de los
dicasterios otros muchos colaboradores, que sirvan y ayuden al ministerio petrino con su
trabajo, frecuentemente callado, arduo y difícil.
En efecto, son llamados a la Curia Romana presbíteros diocesanos de todas partes del
mundo, quienes al participar del sacerdocio ministerial, están estrechamente unidos con los
obispos; y son llamados igualmente religiosos, la mayoría de los cuales son también
presbíteros, y religiosas, que de modos diversos conforman su vida a los consejos
evangélicos, para acrecentar el bien de la Iglesia y dar un testimonio singular ante el
mundo; también son llamados laicos, hombres y mujeres, que ejercen su apostolado en
virtud del bautismo y de la confirmación. Esta fusión de energías hace que todos los
órdenes de la iglesia, unidos estrechamente al ministerio del Sumo Pontífice, le ayuden
cada vez con más eficacia a proseguir la obra pastoral de la Curia Romana. De ello se
deduce además que este servicio conjunto de todos los órdenes de la iglesia no encuentra

109
ningún equivalente en la sociedad civil, y que por lo tanto su trabajo se ha de prestar con
espíritu de auténtico servicio, siguiendo e imitando la diaconía del mismo Cristo.
10. Por lo tanto está claro que cl ministerio de la Curia Romana, tanto considerado en si
mismo como por su relación con los obispos de la Iglesia universal, o por los fines a los
que tiende y el concorde sentimiento de caridad en que debe inspirarse, se distingue por
una nota de colegialidad, si bien la Curia no puede parangonarse con ningún tipo de
colegio; esta característica la habilita para el servicio del Colegio de los Obispos y la
provee de los -medios idóneos para ello. Más aún: es también expresión de la solicitud de
los obispos por la Iglesia universal, en cuanto que comparten este cuidado y diligencia
“con Pedro y bajo Pedro”.
Todo esto adquiere el máximo relieve y un significado simbólico cuando los obispos,
como ya he dicho antes, son llamados a colaborar u nidos en los distintos dicasterios.
Además todos y cada uno de los obispos conservan integro su derecho y deber de tener
acceso al Sucesor de San Pedro, sobre todo mediante las visitas “ad Apostolorum Limina”.
Estas visitas, por los principios eclesiológicos y pastorales antes expuestos, tienen un
significado especifico y muy particular. En efecto, constituyen ante todo una oportunidad
de importancia primordial, y son como el centro del supremo ministerio encomendado al
Sumo Pontífice: pues, en esos momentos, el Pastor de la Iglesia universal se encuentra y
dialoga con los Pastores de las Iglesias particulares, que acuden a él para ver en él a Pedro
(cf. Gál 1, 18), para tratar con él en privado los asuntos de sus diócesis “ participar con él
en la preocupación por todas las Iglesias (cf. 2 Cor 11, 28). Por eso, con las visitas “ad
Limina” se favorecen de modo extraordinario la unidad y la vida intima de la Iglesia.
Además, estas visitas ofrecen a los obispos la posibilidad de tratar y profundizar
frecuente y fácilmente con los dicasterios competentes de la Curia Romana las
preocupaciones referentes a la doctrina y a la actividad pastoral, así como las iniciativas de
apostolado o las dificultades que surgen en su misión de procurar a los hombres la
salvación eterna.
11. Y puesto que la actividad de la Curia Romana. unirla al ministerio petrino, y
fundada en él, va en bien de la Iglesia universal y. al mismo tiempo, de las iglesias
particulares, está llamada ante todo a realizar el ministerio de unidad, confiado de modo
especial al Romano Pontífice, en cuanto ha sido constituido por voluntad de Dios
fundamento perpetuo y visible de la Iglesia. Por eso la unidad en la Iglesia es un tesoro
precioso, que hay que conservar, defender, proteger, promover y actuar continuamente con
la colaboración celosa de todos, y especialmente de los que a su vez son el principio visible
y el fundamento de la unidad en sus Iglesias particulares 26 .
Así, pues, la colaboración que presta la Curia Romana al Sumo Pontífice está fundada
en este ministerio de unidad. Unidad ante todo de fe, que se sostiene y se constituye sobre
e1 sagrado depósito. del que el Sucesor de Pedro es el primer guardián y defensor, y por el
que ha recibido la misión suprema de confirmar a los hermanos lis igualmente unidad de
disciplina, porque se trata de la disciplina general de la Iglesia, la cual consiste en un
complejo de normas y comportamientos, constituye la estructura fundamental de la Iglesia,
y asegura los medios de salvación y su recta administración, junto con la ordenada
estructuración del Pueblo de Dios.

110
E1 régimen de la Iglesia universal defiende desde siempre esta unidad dentro de la
diversidad de los distintos modos de ser y de obrar según la variedad de personas y de
culturas, sin que por ello sufra daño la inmensa multiplicidad de esos dones, que el Espíritu
Santo derrama y suscita continuamente, con tal que no nazcan intentos aislacionistas y
centrífugos de separación mutua, sino que por e1 contrario todos los elementos confluyan
en la estructura más profunda de la única Iglesia. Mi predecesor Juan Pablo I habla
recordado muy bien este principio cuando, al hablar a los padres cardenales, afirmó lo
siguiente sobre los organismos de la Curia Romana: Estos “ofrecen al Vicario de Cristo la
posibilidad concreta de desarrollar el ministerio apostólico del que es deudor a toda la
Iglesia, y aseguran de ese modo la articulación orgánica de las legitimas libertades de
acción, si bien con el indispensable respeto a esa esencial unidad de disciplina, más aún, de
fe, connatural a la Iglesia, y por la que Cristo rezó la víspera de su Pasión” 27 .
Así resulta que el ministerio supremo de la unidad respeta las costumbres legitimas de
la Iglesia universal, los usos de los pueblos y la potestad que por derecho divino
corresponde a los Pastores de las Iglesias particulares. Pero es claro que e1 Romano
Pontífice no puede dejar de intervenir, siempre que lo exijan motivos graves, para tutelar la
unidad en la fe, en la caridad o en la disciplina.
12. Por lo tanto, ya que la función de la Curia Romana es eclesial, exige la cooperación
de toda la Iglesia, hacia la que se proyecta. Efectivamente, en la Iglesia nadie está separado
de los demás, sino que cada uno forma con todos los otros un único y mismo Cuerpo.
Esta cooperación se efectúa por medio de esa comunión, de que he hablado desde el
principio: Comunión de vida, de caridad y de verdad, para la cual Cristo el Señor ha
constituido el Pueblo mesiánico, y lo ha asumido como instrumento de redención y lo ha
enviado al universo entero como luz del mundo y sal de la tierra 28 . Por lo tanto, como la
Curia Romana ha de estar en comunicación con todas las Iglesias, así también es necesario
que los Pastores que rigen las Iglesias particulares “como vicarios y legados de Cristo” 29 ,
se esfuercen por estar en comunicación con la Curia Romana, para sentirse cada vez más
estrechamente unidos al Sucesor de Pedro, mediante estas relaciones de confianza.
Esta comunicación recíproca entre el centro de la Iglesia y, por decirlo así, la periferia,
no exalta la autoridad de nadie, sino que promueve al máximo la comunión entre todos,
como si se tratara de un cuerpo vivo, que está articulado por muchos miembros y actúa con
todos ellos. Esto lo expresó muy bien Pablo VI con estas palabras: “Es claro que, al
movimiento centrípeto hacia el corazón de la Iglesia, tiene que responder otro movimiento
centrifugo, que desde el centro llegue a los extremos y toque de alguna manera a todas y
cada una de las Iglesias, a todos y cada uno de los Pastores y fieles, de modo que se
exprese y manifieste ese tesoro de verdad, de gracia y de unidad, del que Cristo Señor y
Redentor nos ha hecho participes, guardianes y dispensadores” 30 .
Todo esto tiene la finalidad de ofrecer de modo más eficaz al único y mismo Pueblo de
Dios el ministerio de la salvación: ese ministerio que antes que nada requiere la ayuda
mutua entre los Pastores de las Iglesias particulares y el Pastor de la Iglesia universal, de
forma que uniendo todas sus energías, se esfuercen por cumplir la ley suprema, que es la
salvación de las almas.
Los Sumos Pontífices, al crear la Curia Romana, así como al adaptan la a las nuevas
condiciones de la Iglesia y del mundo, no han hecho otra cosa que proveer de modo cada

111
vez más provechoso a la salvación de las almas, como demuestra la historia. Con razón,
pues, Pablo VI concebía la Curia como “otro Cenáculo de Jerusalén”, totalmente dedicado
al servicio de la Santa Iglesia 31 . Yo mismo he puesto de relieve que la única actitud y
norma de todos los que trabajan en ella es la de un diligente servicio de y a la Iglesia 32 .
Más aún, en esta nueva ley sobre la Curia Romana he querido establecer que todas las
cuestiones sean tratadas por los dicasterios siempre “de forma y con criterios pastorales,
poniendo la atención tanto en la justicia como en el bien de la Iglesia, pero sobre todo en la
salvación de las almas” 33 .
13. Así, pues, en el momento de promulgar esta Constitución Apostólico con la cual se
delinea la nueva fisonomía de la Curia Romana, quiero resumir los criterios e intenciones
que he seguido.
He intentado, ante todo, que la imagen y realidad de la Curia corresponda a las nuevas
exigencias de nuestro tiempo, teniendo en cuenta los cambios habidos después de la
publicación de la Constitución Apostólica Regimini Ecclesiae universae, tanto por parte de
mi predecesor Pablo VI como por mi parte.
Luego, me ha correspondido hacer que de alguna manera se completara y se realizara
la renovación de las leyes, que ha introducido el nuevo Código de Derecho Canónico ya
publicado, o que está a punto de efectuarse con la revisión del Código de Derecho
Canónico Oriental.
Además, ha sido mi intención que los antiguos dicasterios y organismos de la Curia
Romana resulten más aptos para conseguir las finalidades que se les dieron, a saber,
participar en las funciones de gobierno, jurisdicción y ejecución; con ese fin, los ámbitos
operativos de los dicasterios se han determinado con mayor lógica y se han precisado con
más claridad.
También teniendo en cuenta la experiencia de estos años y las exigencias siempre
nuevas de la sociedad eclesial, he reconsiderado la figura jurídica y la estructura de los
organismos que justamente se llaman “post-conciliares”, cambiando eventualmente su
conformación y ordenamiento. Mi intención ha sido hacer cada vez más útil y fructífera su
función de promover en la Iglesia particulares actividades pastorales así como el estudio de
las cuestiones que, con ritmo creciente, interpelan la solicitud de los Pastores y exigen
respuestas oportunas y seguras.
Finalmente, se han ideado nuevas y permanentes iniciativas, para coordinar el trabajo
de los dicasterios, de forma que su manera de proceder comporte un carácter intrínseco de
unidad.
En una palabra, mi preocupación ha sido la de ir decididamente adelante, para que la
conformación y la actividad de la Curia Romana respondan cada vez más a la eclesiología
expuesta por el Concilio Vaticano II, resulten siempre más claramente idóneas para
conseguir sus fines pastorales, y satisfagan cada día mejor las necesidades de la sociedad
eclesial y civil.
Pues estoy convencido de que la actividad de la Curia Romana puede contribuir mucho
a que la Iglesia, al acercarse el tercer milenio del nacimiento de Cristo, se mantenga fiel al
misterio de su origen 34 , ya que el Espíritu Santo la hace rejuvenecer con la fuerza del
Evangelio 35 .

112
14. Teniendo presente todo esto, con la ayuda de los expertos, apoyado por los sabios
consejos y el afecto colegial de los padres cardenales y obispos, después de haber
considerado detenidamente la naturaleza y función de la Curia Romana, he mandado
redactar esta Constitución Apostólica, con la esperanza de que esa venerable institución,
necesaria para el gobierno de la iglesia, responda al nuevo instinto pastoral con el que
todos los fieles —laicos, presbíteros y especialmente obispos— se sienten impulsados,
sobre todo después del Vaticano II, a escuchar cada vez más profundamente y a seguir lo
que el Espíritu dice a las Iglesias (cf. AD 2. 7).
Como todos los Pastores de la iglesia, y entre ellos de modo especial el Obispo de
Roma, se consideran “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1
Cor 4, 1), y desean ser sobre todo instrumentos fidelísimos de los cuales el Padre eterno se
sirva fácilmente para continuar en el mundo la obra de la salvación, así también la Curia
Romana, en todos los ámbitos en los que se ejercita su importante actividad responsable
desea vivamente estar imbuida dei mismo Espíritu y de su misma inspiración: El Espíritu
del Hijo del hombre, de Cristo unigénito del Padre, que “vino a salvar lo que estaba
perdido” (cf. Mt 18, 11), Y cuyo único y universal deseo es siempre que los hombres
“tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
Por lo tanto, con la ayuda de la gracia de Dios y con la protección de la Santísima
Virgen María, Madre de la iglesia, establezco y decreto las siguientes normas sobre la
Curia Romana.

I. Normas generales

Noción de Curia Romana


Artículo 1
La Curia Romana es el conjunto de dicasterios y organismos, que ayudan al Romano
Pontífice en el ejercicio de su suprema misión pastoral, para el bien y servicio de la Iglesia
universal y de las Iglesias particulares, con lo que se refuerzan la unidad de la fe y la
comunión del Pueblo de Dios y se promueve la misión propia de la Iglesia en el mundo.

Estructura de los dicasterios


Artículo 2
§1. Con el nombre de dicasterios se entienden: La Secretaria de Estado, las
Congregaciones, los Tribunales, los Consejos y las Oficinas, a saber: La Cámara
Apostólica, la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, la Prefectura de los
Asuntos Económicos de la Santa Sede.
§2. Los dicasterios son jurídicamente iguales entre si.
§3. Entre los organismos de la Curia Romana están la Prefectura de la Casa Pontificia y
la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.
Artículo 3
§4. Los dicasterios, a no ser que por su particular naturaleza o por una ley especial
tengan otra estructura, están formados por el cardenal Prefecto o un arzobispo Presidente,
por una asamblea de padres cardenales y de algunos obispos, con la ayuda del secretario.

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En ellos hay consultores y trabajan oficiales mayores, así como un adecuado número de
otros oficiales.
§2. De acuerdo con la naturaleza peculiar de algunos dicasterios, a la asamblea de los
mismos pueden ser adscritos clérigos y otros fieles cristianos.
§3. Pero, los miembros propiamente dichos de las Congregaciones son los cardenales y
los obispos.
Artículo 4
El Prefecto o Presidente rige, dirige y representa al dicasterio.
El secretario, con la colaboración del subsecretario, ayuda al Prefecto o al Presidente
dirigiendo a las personas y administrando los asuntos del dicasterio.
Artículo 5
§1. El Prefecto o el Presidente, los miembros de la asamblea, el secretario, y los demás
oficiales mayores, así como también los consultores, son nombrados por el Sumo Pontífice
para un quinquenio.
§2. Se ruega a los cardenales dirigentes que, al cumplir los setenta y cinco años de
edad, presenten su renuncia al Romano Pontífice, quien, bien pensada la cosa, proveerá.
Los otros dirigentes, y los secretarios, al cumplir los setenta y cinco años de edad, cesan en
su cargo; los miembros, al cumplir los ochenta años; pero, los que pertenecen a un
dicasterio por razón del cargo, al cesar en él, dejan también de ser miembros de dicho
dicasterio.
Artículo 6
Al morir el Sumo Pontífice, todos los dirigentes y miembros de los dicasterios cesan en
el cargo. Se exceptúan el Camarlengo de la iglesia Romana y el Penitenciario Mayor, que
atienden los asuntos ordinarios, proponiendo al Colegio de los cardenales los que habrán
de referir al Sumo Pontífice.
Los secretarios se ocupan del régimen ordinario de los dicasterios, tratando sólo los
asuntos ordinarios; ellos, sin embargo, necesitan ser confirmados por el Sumo Pontífice
dentro de los tres meses siguientes a su elección.
Artículo 7
Los miembros de la asamblea se asumen entre los cardenales residentes en la Urbe o
fuera de la Urbe, a los que se añaden algunos obispos, sobre todo diocesanos, en cuanto
especialmente expertos en la materia de que se trata, así como también, según la naturaleza
del dicasterio algunos clérigos y otros fieles cristianos, pero con esta ley: Lo que requiera
el ejercicio de la potestad de régimen, se reserva a los que tienen el orden sagrado.
Artículo 8
Los consultores se nombran también entre clérigos u otros fieles cristianos que se
distingan por su saber y prudencia, teniendo en cuenta, dentro de lo posible, el criterio de
universalidad.
Artículo 9
Los oficiales se asumen entre los fieles cristianos, clérigos o laicos, que se distingan en
virtud, prudencia, experiencia, y necesaria ciencia comprobada por adecuados títulos de
estudio; se escojan, en la medida de o posible, de las diversas regiones del orbe, para que la
Curia refleje el carácter universal de la Iglesia. La idoneidad de los candidatos se ha de
demostrar con pruebas u otros modos convenientes, según los casos.

114
Las Iglesias particulares, los Superiores de institutos de vida consagrada y de las
sociedades de vida apostólica no dejen de ofrecer su colaboración a la Sede Apostólica,
permitiendo, si fuere necesario, que sus fieles o miembros sean llamados a la Curia
Romana.
Artículo 10
Cada dicasterio tiene su propio archivo, en el que se guardarán con orden, seguridad y
según criterios modernos, los documentos recibidos y las copias de los expedidos, después
de haber sido registrados en el protocolo».

Modo de proceder
Artículo 11
§1. Los asuntos de mayor importancia están reservados a la asamblea plenaria, según la
naturaleza de cada dicasterio.
§2. A las reuniones plenarias, que han de celebrarse, en la medida de lo posible, una
vez al año para tratar las cuestiones de carácter general y otras que el Prefecto o el
Presidente consideren necesario proponer, se ha de convocar oportunamente a todos los
miembros. Pero a las sesiones ordinarias es suficiente convocar a los miembros que se
encuentren en la Urbe.
§3. En todas las sesiones de la asamblea participa el secretario con derecho a voto.
Artículo 12
A los consultores y a los que están equiparados a ellos, les corresponde examinar
diligentemente la cuestión propuesta y dar su parecer ordinariamente por escrito.
Si se considera oportuno y según la naturaleza de cada dicasterio, se puede convocar a
los consultores para que examinen las cuestiones colegialmente y, si el caso 1o requiere,
den un parecer común.
Para casos determinados se puede llamar a consulta a otros que, aunque no pertenezcan
al número de los consultores, se distingan por ser especialmente expertos en el asunto a
tratan
Artículo 13
Los dicasterios, según la competencia propia de cada uno, tratan las cuestiones que, por
su peculiar importancia, naturaleza o por derecho están reservadas a la Sede Apostólica, y
las que exceden los límites de competencia de cada uno de los obispos o de sus asambleas,
así como las que el Sumo Pontífice les encomiende; examinan los problemas más graves
de nuestro tiempo para promover más eficazmente y coordinar adecuadamente la acción
pastoral de la Iglesia, manteniendo la ,debida relación con las Iglesias particulares;
promueven iniciativas para el bien de la Iglesia universal; y finalmente examinan los
asuntos que los fieles, en uso de su derecho, remiten a la Sede Apostólica.
Artículo 14
La competencia de los dicasterios se determina por razón de la materia, a no ser que se
establezca expresamente otra cosa.
Artículo 15
Las cuestiones se han de tratar a tenor del derecho, tanto universal como peculiar, de la
Curia Romana, ,y según las normas de cada dicasterio, pero siempre de forma y con

115
criterios pastorales, poniendo la atención tanto en la justicia como en el bien de la Iglesia,
pero sobre todo en la salvación de las almas.
Artículo 16
Se puede recurrir a la Curia Romana, en la lengua oficial latina, y además en todas las
lenguas que hoy son más conocidas.
Para facilidad de todos los dicasterios, se constituye un “Centro” para la traducción de
los documentos a otras lenguas.
Artículo 17
Los documentos generales, que prepara un dicasterio, comuníquense a los demás
dicasterios interesados, para que el texto pueda ser perfeccionado con las eventuales
enmiendas y, hechas las consultas, se proceda también del modo más concorde a la
ejecución de los mismos.
Artículo 18
Han de someterse a la aprobación del Sumó Pontífice las decisiones de mayor
importancia, a excepción de aquellas para las que se hayan atribuido a los dirigentes de
dicasterios facultades especiales, y exceptuadas las sentencias del Tribunal de la Rota
Romana y el Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, pronunciadas dentro de los
limites de su respectiva competencia.
Los dicasterios no pueden emanar leyes o decretos generales que tengan fuerza de ley,
ni derogar las prescripciones del derecho universal vigente, sino en casos determinados y
con aprobación especifica del Sumo Pontífice.
Quede establecido que no se haga nada importante y extraordinario si los dirigentes de
dicasterio no 1o comunican antes al Sumo Pontífice.
Artículo 19
§1. Los recursos jerárquicos los recibe el dicasterio competente en la materia,
quedando firme lo prescrito en el artículo 21 § 1.
§2. Pero las cuestiones a tratar por vía judicial se remiten a los tribunales competentes,
quedando f irme lo prescrito en los artículos 52 y 53.
Artículo 20
Siempre que surjan conflictos - de competencia entre los dicasterios, se someterán al
Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, a no ser que el Sumo Pontífice quiera
proveer de otro modo.
Artículo 21
§1. Los asuntos que tocan la competencia de varios dicasterios, los examinarán con
juntamente los dicasterios interesados.
La reunión para confrontar los distintos puntos de vista la convocará el dirigente del
dicasterio que comenzó a tratar la cuestión, bien sea de oficio o a instancia de otro
dicasterio interesado. Sin embargo, el asunto se llevará a la sesión, plenaria de los
dicasterios interesados, si lo requiere el tema en cuestión.
Preside la reunión el dirigente del dicasterio que la ha convocado, o su secretario, si
participan en ella sólo los secretarios.
§2. Cuando sea necesario, se constituirán oportunamente comisiones
“interdicasteriales” permanentes, para tratar aquellos asuntos que requieran una consulta
mutua y frecuente.

116
Reuniones de cardenales
Artículo 22
Por mandato del Sumo Pontífice, los cardenales que presiden los dicasterios se reúnen
varias veces al año para examinar las cuestiones de mayor importancia, para coordinar los
trabajos y para poder intercambiar informaciones y darse consejos.
Artículo 23
Los asuntos más importantes de carácter general, si lo desea el Sumo Pontífice, pueden
tratarse útilmente por los cardenales reunidos en consistorio plenario según la ley propia.

Consejo de Cardenales para el estudio de las cuestiones organizativas y económicas


de la Sede Apostólica
Artículo 24
El Consejo consta de quince cardenales. todos ellos obispos de Iglesias particulares de
las diversas partes del orbe. nombrados por el Romano Pontífice para un quinquenio.
Artículo 25
§1. La asamblea la convoca el cardenal Secretario de Estado, ordinariamente dos veces
al año, para estudiar las cuestiones económicas y organizativas relativas a la
administración de la Santa Sede, con la ayuda, si fuere necesario, de peritos en lo materia.
§2. Examina también la actividad del peculiar instituto erigido y con sede en el Estado
de la Ciudad del Vaticano, con el fin de custodiar y administrar el dinero destinado a obras
de religión y caridad. Este instituto se rige por una ley peculiar.

Relaciones con las Iglesias Particulares


Artículo 26
§1. Favorézcanse relaciones frecuentes con las Iglesias particulares y con las asambleas
de obispos, pidiendo su parecer cuando se trata de preparar documentos de relevante
importancia, que tengan carácter general.
§2. En la medida de lo posible, los documentos generales y los que se refieren
específicamente a las Iglesias particulares, antes de hacerse públicos. notifíquense a los
obispos diocesanos.
§3. Examínense con diligencia las cuestiones presentadas a los dicasterios y, dentro de
lo posible, envíese sin tardanza la respuesta o al menos el acuse de recibo.
Artículo 27
Los dicasterios no dejen de consultar a los Representantes Pontificios sobre las
cuestiones referentes o las Iglesias particulares en que ejercen su función, ni dejen de
notificar a los mismos Representantes las decisiones tomadas.

Visitas “ad Limina”


Artículo 28
De acuerdo con la venerable tradición y lo prescrito por el derecho, los obispos, que
presiden las Iglesias particulares, visitan en los tiempos establecidos los sepulcros de los
Apóstoles. y en esa ocasión presentan al Romano Pontífice la relación sobre el estado de
sus diócesis.
Artículo 29

117
Estas visitas tienen una importancia peculiar en la vida de la Iglesia, en cuanto
constituyen como el culmen de las relaciones de los Pastores de cada Iglesia particular con
e1 Romano Pontífice. En efecto, al recibir en audiencia a sus hermanos en el Episcopado,
trata con ellos sobre los asuntos referentes al bien de las Iglesias y a la función pastoral de
los obispos, los confirma y sostiene en la fe y en la caridad. De ese modo se refuerzan los
vínculos de la comunión jerárquica, y se hacen evidentes tanto la catolicidad de la Iglesia
como la unión del Colegio de los Obispos.
Artículo 30
Las visitas “ad Limina” se refieren también a los dicasterios de la Curia Romana. En
efecto, gracias a ellas se aumenta y profundiza un diálogo provechoso entre los obispos y
la Sede Apostólica, se intercambian informaciones mutuas, se dan consejos y oportunas
sugerencias para el mayor bien y el progreso de las Iglesias, y también para 1a observancia
de la disciplina común de la Iglesia.
Artículo 31
Prepárense esas visitas con esmerada diligencia y de modo conveniente, de forma que
los tres principales momentos de que constan, o sea la peregrinación a los sepulcros de los
Príncipes de los Apóstoles y su veneración, el encuentro con el Sumo Pontífice y los
coloquios en los dicasterios de la Curia Romana, se desarrollen felizmente y tengan éxito
positivo
Artículo 32
Con este fin, la relación sobre el estado de la diócesis se enojará a h Santa Sede seis
meses antes del tiempo fijado para la visita. S§ examinará con suma diligencia por los
dicasterios competentes, y sus observaciones se notificarán a una Comisión constituida con
esta finalidad, para que se haga de todo una breve síntesis que se tendrá en cuenta en los
coloquios.

Índole pastoral de la actividad de la Curia Romana


Artículo 33
La actividad de todos los que trabajan en la Curia Romana y en los demás organismos
de la Santa Sede es un verdadero servicio eclesial marcado por la índole pastoral en cuanto
participación en la misión universal del Romano Pontífice: y todos han de realizarla con
responsabilidad y con actitud de servicio.
Artículo 34
Cada uno de los dicasterios tiene sus propias finalidades, pero tienden a lo mismo; por
ello todos los que trabajan en lo Curia Romana deben procurar que su tarea lleve
coordinadamente a lo mismo. Así, pues, todos estarán siempre dispuestos a prestar su
trabajo dondequiera que sea necesario.
Artículo 35
Si bien cualquier trabajo prestado en los organismos de la Santa Sede es una
colaboración a la acción apostólica, los sacerdotes, en la medida de lo posible, dedíquense
activamente a la cura de almas. pero sin perjuicio del propio cargo.

Oficina Central del Trabajo


Artículo 36

118
De la prestación del trabajo en la Cuna Romana y de las cuestiones relacionadas con
ello, se ocupa. según la propia competencia, la Oficina Central del Trabajo.

Reglamentos
Artículo 37
A esta Constitución Apostólica le sigue el Reglamento o normas comunes, con las que
se establece la disciplina y el modo de tratar las cuestiones en la misma Curia, quedando
firmes las normas generales de esta Constitución.
Artículo 38
Cada dicasterio tendrá su propio Reglamento o normas especiales. con las que se
establecerán la disciplina y las formas dé tratar las cuestiones.
El Reglamento de cada dicasterio se hará público de la manera acostumbrada por la
Sede Apostólica.

II. Secretaria de Estado


Artículo 39
La Secretaría de Estado ayuda de cerca al Sumo Pontífice en el ejercicio de su misión
suprema.
Artículo 40
La preside el cardenal Secretario de Estado.
Comprende dos secciones. a saber: la sección de asuntos generales bajo la dirección del
Sustituto, con la ayuda del Asesor y la sección de relaciones con los Estados bajo la
dirección del propio Secretario con la ayuda del subsecretario. Esta segunda sección cuenta
con una asamblea de cardenales y de algunos obispos.

Sección primera
Artículo 41
§1. A la primero sección corresponde de modo particular despachar los asuntos
referentes al servicio cotidiano del Sumo Pontífice; ocuparse de las cuestiones que haya
que tratar fuera de la competencia ordinaria de los dicasterios de la Curia Romana y de los
otros organismos de la Sede Apostólica; fomentar las relaciones con dichos dicasterios sin
perjuicio de su autonomía, y coordinar sus (arcas; regular la función de los Representantes
de la Santa Sede y su actividad, especialmente por lo que concierne a las Iglesias
particulares. A ella corresponde cumplir con todo lo que se refiere a los Representantes de
los Estados ante la Santa Sede.
§2. Consultando a los demás dicasterios competentes. se ocupa de lo que se refiere a la
presencia y la actividad de la Santa Sede ante las organizaciones internacionales. quedando
firme lo establecido en el Artículo 46. Lo mismo hace respecto a las organizaciones
internacionales católicas.
Artículo 42
A ella le corresponde también:
1° elaborar y expedir las Constituciones Apostólicas, las Cartas Decretales, las Cartas
Apostólicas, las Cartas y otros documentos que el Sumo Pontífice le confía;

119
2° preparar todos los documentos referentes a los nombramientos que en la Curia
Romana y en los otros organismos dependientes de 1a Santa Sede ha de hacer o aprobar el
Sumo Pontífice;
3° guardar el sello plúmbeo y el anillo del Pescador.
Artículo 43
A esta sección corresponde igualmente:
1° ocuparse de la publicación de las actas y documentos públicos de la Santa Sede en el
boletín titulado Acta Apostolicae Sedis;
2° publicar, a través de la oficina especial dependiente de ella, llamada Sala de Prensa,
las informaciones oficiales referentes a los documentos del Sumo Pontífice y a la actividad
de la Santa Sede;
3° vigilar, consultando con la segunda sección, el periódico llamado L’Osservatore
Romano, la Radio Vaticano y el Centro Televisivo Vaticano.
Artículo 44
Por medio de la oficina llamada de Estadística, recoge, ordena y publica los datos,
elaborados según las normas estadísticas, que se refieren a la vida de la Iglesia universal en
todo el orbe.

Sección segunda
Artículo 45
Función propia de la segunda sección de relaciones con los Estados, es atender los
asuntos que se han de tratar con los gobiernos.
Artículo 46
A ella le compete:
1° favorecer las relaciones, sobre todo diplomáticas, con los Estados y con las otras
sociedades de derecho público, y tratar los asuntos comunes en orden a promover el bien
de la Iglesia y de la sociedad civil mediante los concordatos y otras convenciones
semejantes, si es el caso, teniendo en cuenta el parecer de las asambleas episcopales
interesadas;
2° representar a la Santa Sede en los organismos internacionales y en congresos sobre
cuestiones de índole pública, consultando a los dicasterios competentes de la Curia
Romana;
3° tratar, en el ámbito especifico de sus actividades, lo referente a los Representantes
Pontificios.
Artículo 47
§1. En circunstancias especiales, por mandato del Sumo Pontífice, esta sección,
consultando con los dicasterios competentes de la Curia Romana, lleva a cabo lo referente
a la provisión de las Iglesias particulares, así como a la constitución y cambio de ellas y de
sus asambleas.
§2. En los demás casos, especialmente donde está vigente un régimen concordatario, le
corresponde resolver los asuntos que se deben tratar con gobiernos civiles. quedando firme
1o prescrito en el art. 78.

120
III. Congregaciones
Congregación de la Doctrina de la Fe
Artículo 48
Es función propia de la Congregación de la Doctrina de la Fe promover y tutelar la
doctrina sobre la fe y las costumbres en todo el orbe católico; por lo tanto, es competencia
suya lo que de cualquier modo se refiere a esa materia.
Artículo 49
En cumplimiento de su función de promover la doctrina, fomenta los estudios dirigidos
a aumentar la comprensión de la fe y a que se pueda dar una respuesta, a la luz de la fe, a
los nuevos problemas surgidos del progreso de las ciencias o de la cultura humana.
Artículo 50
Ayuda a los obispos, tanto individualmente como reunidos en asambleas, en el
ejercicio de la función por la que están constituidos maestros auténticos de la fe y doctores,
oficio por el cual están obligados a guardar y a promover la integridad de la misma fe.
Artículo 51
Para tutelar la verdad de la fe y la integridad de las costumbres, cuida intensamente de
que la fe y las costumbres no sufran daño por errores divulgados sea como fuere.
Por lo tanto:
1° tiene el deber de exigir que los libros y otros escritos referentes a la fe y las
costumbres que hayan de publicar los fieles, se sometan al examen previo de la autoridad
competente;
2° examina los escritos y las opiniones que parezcan contrarias y peligrosas para la
recta fe, y, si constata que se oponen a la doctrina de la Iglesia, después de dar al autor la
facultad de explicar satisfactoriamente su pensamiento, los reprueba oportunamente, tras
haber informado al Ordinario interesado, y, si fuere oportuno, usa los remedios adecuados;
3° cuida, finalmente, de que no falte una adecuada refutación de los errores y doctrinas
peligrosas, eventualmente difundidas en el pueblo cristiano.
Artículo 52
Examina los delitos cometidos contra la fe y también los delitos más graves cometidos
contra la moral o en la celebración de los sacramentos, que le sean denunciados y, en caso
necesario, procede a declarar o imponer sanciones canónicas a tenor del derecho, tanto
común como propio.
Artículo 53
A ella corresponde también examinar, tanto en derecho como en el hecho, lo
concerniente al privilegio de la fe.
Artículo 54
Se someten a su juicio previo los documentos referentes a la doctrina sobre la fe o
costumbres que hayan de publicar otros dicasterios de la Curia Romana.
Artículo 55
En la Congregación de la Doctrina de la Fe están constituidas la Pontificia Comisión
Bíblica y la Comisión Teológica Internacional, que actúan según sus propias normas
aprobadas, y ambas están presididas por el cardenal Prefecto de la Congregación.

121
Congregación para las Iglesias Orientales
Artículo 56
La Congregación examina lo concerniente a las Iglesias orientales católicas, tanto en lo
referente a las personas como a las cosas.
Artículo 57
§1. Son miembros de la Congregación por derecho los patriarcas y los arzobispos
mayores de las Iglesias orientales, así como el Presidente del Consejo para el Fomento de
la Unidad de los Cristianos.
§2. Elíjanse los consultores y los oficiales de modo que se tenga en cuenta, dentro de lo
posible, la diversidad de ritos.
Artículo 58
§1. La competencia de esta Congregación se extiende a todas las cuestiones que son
propias de las Iglesias orientales y que han de remitirse a la Sede Apostólica, tanto sobre la
estructura y ordenación de las Iglesias, como sobre el ejercicio de las funciones de enseñar,
santificar y gobernar, así como sobre las personas, su estado, sus derechos y obligaciones.
Ella se ocupa también de todo lo prescrito en los artículos 31 y 32 sobre las relaciones
quinquinquenales y las visitas “ad Limina».
§2. Queda intacta, sin embargo, la especifica y exclusiva competencia de las
Congregaciones de la Doctrina de la Fe y de las Causas de los Santos, de la Penitenciaria
Apostólica, del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica y del Tribunal de la Rota
Romana, así como también de la Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de los
Sacramentos en lo que se refiere a la dispensa en favor del matrimonio rato y no
consumado.
En las cuestiones que afectan también a los fieles de la Iglesia latina, la Congregación
proceda, si lo requiere la importancia del asunto, consultando con el dicasterio competente
en la misma materia respecto a los fieles de la Iglesia latina.
Artículo 59
La Congregación sigue también con esmerada diligencia a las comunidades de fi les
cristianos orientales que se encuentran en las circunscripciones territoriales de la Iglesia
latina, y provee a sus necesidades espirituales por medio de visitadores, más aún, donde el
número de fieles y las circunstancias lo requieran, provee dentro de 1o posible también
mediante una jerarquía propia. consultando a la Congregación competente para la
constitución de Iglesias particulares en dicho territorio.
Artículo 60
La acción apostólica y misionera en las regiones en que desde antiguo prevalecen los
ritos orientales depende exclusivamente de esta Congregación, aunque la desarrollen
misioneros de la Iglesia latina.
Artículo 61
La Congregación procede de acuerdo con el Consejo para el Fomento de la Unidad de
los Cristianos en 1o que pueda referirse a las relaciones con las Iglesias orientales no
católicas, y también con el Consejo para el Diálogo entre las Religiones en la materia que
afecta a su competencia.

122
Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos
Artículo 62
La Congregación trata lo que. salvo la competencia de la Congregación de la Doctrina
de la Fe. corresponde a la Sede Apostólica respecto a la ordenación y promoción de la
sagrada liturgia, en primer lugar de los sacramentos.
Artículo 63
Fomenta y tutela la disciplina de los sacramentos, especialmente en lo referente a su
celebración válida y lícita; además, concede los indultos y dispensas que no entren en las
facultades de los obispos diocesanos sobre esta materia.
Artículo 64
§1. La Congregación promueve con medios eficaces y adecuados la acción pastoral
litúrgica. de modo especial en lo que se refiere a la celebración de la Eucaristía; asiste a los
obispos diocesanos, para que los fieles cristianos participen cada vez más activamente en la
sagrada liturgia.
§2. Provee a la elaboración y corrección de los textos litúrgicos: revisa y aprueba los
calendarios particulares y los Propios de las Misas y de los oficios de las Iglesias
particulares, así como los de los institutos que gozan de ese derecho.
§3. Revisa las traducciones de los libros litúrgicos y sus adaptaciones, preparadas
legítimamente por las Conferencias Episcopales.
Artículo 65
Apoya las comisiones o los institutos creados para promover el apostolado litúrgico, la
música o el canto o el arte sagrado, y mantiene relaciones con ellos; erige, a tenor del
derecho, las asociaciones de este tipo que tienen carácter internacional, o aprueba y revisa
sus estatutos; finalmente, promueve congresos interregionales para fomentar la vida
litúrgica.
Artículo 66
Vigila atentamente para que se observen con exactitud las disposiciones litúrgicas, se
prevengan sus abusos y se erradiquen donde se encuentren.
Artículo 67
Corresponde a esta Congregación examinar el hecho de la inconsumación del
matrimonio y la existencia de causa justa para conceder la dispensa. Así, pues, recibe todas
las actas junto con el parecer del obispo y los alegatos del defensor del vinculo: las pondera
atentamente, según un procedimiento especial y, si se da el caso, somete al Sumo Pontífice
la petición para obtener la dispensa.
Artículo 68
Es competente también en examinar, según la norma del derecho. las causas de nulidad
de la sagrada ordenación.
Artículo 69
Es competente sobre el culto de las sagradas reliquias, la confirmación de los patronos
celestiales y la concesión del titulo de basílica menor.
Artículo 70
La Congregación ayuda a los obispos para que, además del culto litúrgico, se fomenten,
y se tengan en consideración, las plegarias y las prácticas de piedad del pueblo cristiano,
que respondan plenamente a las normas de la Iglesia.

123
Congregación de las Causas de los Santos
Artículo 71
La Congregación trata todo lo que, según el procedimiento prescrita, lleva a la
canonización de los Siervos de Dios.
Artículo 72
§t. Asiste con normas especiales y con consejos oportunos a lo, obispos diocesanos, a
los que compete la instrucción de la causa.
§2. Pondera atentamente las causas ya instruidas, viendo si todo se ha realizado según
la norma de la ley. Indaga a fondo las causas así examinadas, con el fin de juzgar si se dan
todos los requisitos para que se sometan al Sumo Pontífice los votos favorables, de acuerdo
con los grados de las causas anteriormente establecidos.
Artículo 73
Además, corresponde a la Congregación examinar la concesión del titulado de Doctor a
los Santos, después de haber obtenido el parecer de la Congregación de la Doctrina de la
Fe, por lo que se refiere a la doctrina eminente.
Artículo 74
Le corresponde también decidir sobre todo lo referente a la declaración de la
autenticidad de las sagradas reliquias y a su conservación.

Congregación para los Obispos


Artículo 75
La Congregación examina lo referente a la constitución y provisión de las Iglesias
particulares, así como al ejercicio de la función episcopal
en la Iglesia latina, salvo la competencia de la Congregación para la Evangelización de
los Pueblos.
Artículo 76
Corresponde a esta Congregación tratar todo lo referente a la constitución de las
Iglesias particulares y sus asambleas, a su división, unión. supresión y otros cambios. Le
corresponde también erigir los Ordinariatos castrenses para la atención pastoral de los
militares.
Artículo 77
Trata todo lo que se refiere al nombramiento de los obispos. incluidos los titulares, y,
en general, a la propulsión de las Iglesias particulares.
Artículo 78
Siempre que haya que tratar con los Gobiernos lo referente a la constitución o cambio
de Iglesias particulares y de sus asambleas, o bien a su provisión, no procederá sino
consultando a la sección de la Secretaria de Estado para las relaciones con los Estados.
Artículo 79
La Congregación atiende también lo referente al recto ejercicio de la función pastoral
de los obispos, ofreciéndoles toda clase de colaboración: así, pues, le corresponde, cuando
fuere necesario, de acuerdo con los dicasterios interesados, disponer las visitas apostólicas
generales y, procediendo del mismo modo evaluar sus resultados y proponer al Sumo
Pontífice lo que convenga decidir.
Artículo 80

124
Compete a esta Congregación todo lo que corresponde a la Santa Sede sobre las
prelaturas personales.
Artículo 81
La Congregación se preocupa. por lo que hace a las Iglesias particulares confiadas a su
cuidado. de todo lo referente a las visitas “ad limina”: así, pues, pondera atentamente las
relaciones quinquenales a tenor del artículo 32. Asiste a los obispos que llegan a Roma,
sobre todo para preparar convenientemente tanto el encuentro con el Sumo Pontífice como
otros coloquios y peregrinaciones. Terminado la visita, transmite por escrito a los obispos
diocesanos las conclusiones referentes a sus diócesis.
Artículo 82
La Congregación se ocupa de lo referente a la celebración de Concilios particulares, así
como a la constitución de las Conferencias Episcopales y a la revisión de sus estatutos:
recibe las actas de esas asambleas y, consultando a los dicasterios interesados, otorga a sus
decretos el reconocimiento necesario.

Pontificia Comisión para América Latina


Artículo 83
§1. Es función de la Comisión aconsejar y ayudar a las Iglesias particulares en América
Latina: además, estudiar las cuestiones que se refieren a la vida y progreso de dichas
Iglesias, especialmente estando a disposición, tanto de los dicasterios de la Curia
interesados por razón de su competencia, como de las mismas Iglesias para resolver dichas
cuestiones.
§2. También le corresponde favorecer las relaciones entre las instituciones eclesiástica
internacionales y nacionales, que trabajan en favor de las regiones de América Latina. y los
dicasterios de la Curia Romana.
Artículo 84
§1. El Presidente de la Comisión es el Prefecto de la Congregación para los Obispos, al
que le ayuda un obispo vicepresidente.
Les asisten como consejeros algunos obispos elegidos. tanto de la Curia Romana, como
de las Iglesias de América Latina.
§2. Los miembros de la Comisión se escogen tanto de los dicasterios de la Curia
Romana, como del Consejo Episcopal Latino Americano, y también entre los obispos de
las regiones de América Latina, así como de las instituciones de las que habla el Artículo
anterior.
§3. La Comisión tiene sus propios oficiales.

Congregación para la Evangelización de los Pueblos


Artículo 85
Corresponde a la Congregación dirigir y coordinar en todo el mundo, la obra de
evangelización de los pueblos y la cooperación misionera, salvo la competencia de la
Congregación para las Iglesias Orientales.
Artículo 86

125
La Congregación promueve las investigaciones de teología, espiritualidad y pastoral
misionera, y también propone los principios, normas y líneas de acción, adaptadas a las
exigencias de los tiempos y lugares en los que se desarrolla la evangelización.
Artículo 87
La Congregación se preocupa de que el Pueblo de Dios, impregnado de espíritu
misionero y consciente de su responsabilidad, colabore eficazmente en la obra misionera
con la oración, con el testimonio de vida, con la acción y con la ayuda económica.
Artículo 88
§1. Procura suscitar vocaciones misioneras clericales, religiosas y laicales, y provee a
la adecuada distribución de los misioneros.
§2. En los territorios que dependen de ella, cuida también de la formación del clero
secular y de los catequistas, salvo la competencia de la Congregación de los Seminarios e
Instituciones de Estudios. Por lo que concierne al plan general de estudios, así como a las
universidades los demás institutos de estudios superiores.
Artículo 89
Dependen de la misma los territorios de misione,. cuya evangelización confía a idóneos
institutos, y sociedades, así como a Iglesias particulares, y para esos territorios trata todo lo
que se refiere tanto a la erección de circunscripciones eclesiásticas, o a sus modificaciones.
como a la provisión de las Iglesias, cumple las demás tareas que 1a Congregación para los
Obispos ejerce en el ámbito de su competencia.
Artículo 90
§1. Por lo que se refiere a los miembros dé los institutos de vida consagrada, erigidos
en los territorios de misiones o que trabajan en ellos, la Congregación goza de competencia
en lo que afecta a ellos en cuanto misioneros, tanto individual como comunitariamente
considerados, quedando firme lo prescrito en el artículo 21, §1.
§2. Dependen de esta Congregación las sociedades de vida apostólica erigidas para las
misiones.
Artículo 91
Para fomentar la cooperación misionera, también por medio de una colecta eficaz y la
distribución equitativa de las ayudas económicas, la Congregación se sirve especialmente
de las Pontificias Obras Misioneras, a saber, las llamadas de Propagación de la Fe, San
Pedro Apóstol, Santa Infancia y Pontificia Unión Misional del Clero.
Artículo 92
La Congregación administra su patrimonio y los otros bienes destinados a las misiones,
mediante una oficina especial, quedando firme la obligación de rendir cuentas a la
Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede.

Congregación para los Clérigos


Artículo 93
La Congregación, salvó el derecho de los obispos y de sus Conferencias, examina lo
referente a los presbíteros y diáconos del clero secular en orden a las personas, al
ministerio pastoral, y a lo que les es necesario para el ejercicio de ese ministerio; y en todo
esto ofrece a los obispos la ayuda oportuna.
Artículo 94

126
De acuerdo con su función, se ocupa de promover la formación religiosa de tos fieles
cristianos de toda edad y condición: da las normas oportunas para que la enseñanza de la
catequesis se imparta de modo conveniente: vigila para que la formación catequética se
imparta como es debido: concede la aprobación de la Santa Sede, prescrita para los
catecismos y los otros escritos relativos a la formación catequética, con el consentimiento
de la Congregación de la Doctrina de la Fe: asiste a los departamentos de catequesis y
sigue las iniciativas referentes a la formación religiosa, que tengan carácter internacional,
coordina su actividad y les ofrece su ayuda, si fuere necesario.
Artículo 95
§1. Tiene competencia en lo que se refiere a la vida, disciplina, derechos y obligaciones
de los clérigos.
§2. Provee a una distribución más adecuada de los presbíteros.
§3. Promueve la formación permanente de los clérigos, especialmente en lo referente a
su santificación y al ejercicio eficaz del ministerio pastoral, sobre todo respecto a la diaria
predicación de la Palabra de Dios.
Artículo 96
Corresponde a esta Congregación tratar todo lo referente al estado clerical en cuanto tal
por lo que hace a todos los clérigos, incluidos los religiosos, consultando a los dicasterios
interesados cuando la circunstancia lo requiera.
Artículo 97
La Congregación trata las cuestiones de competencia de la Santa Sede relativas a:
1° los consejos presbiterales, las asambleas de consultores, los capítulos de canónigos,
los consejos pastorales, las parroquias, las iglesias, los santuarios, las asociaciones de
clérigos y los archivos eclesiásticos;
2° las cargas de Misas, así como las pías voluntades en general y las fundaciones pías.
Artículo 98
La Congregación se ocupa de todo 1o que corresponde a la Santa Sede referente al
ordenamiento de los bienes eclesiásticos, y especialmente a la recta administración de
dichos bienes concede las necesarias aprobaciones o reconocimientos; además, procura que
se provea al sustentamiento y a la seguridad social de los clérigos.

Pontificia Comisión para la Conservación del Patrimonio Artístico e Histórico


Artículo 99
En la Congregación para los Clérigos está establecida la Comisión, cuya función es
llevar la alta dirección en la tutela del patrimonio histórico y artístico de toda la Iglesia.
Artículo 100
A este patrimonio pertenecen, en primer lugar. todas las obras de cualquier arte del
pasado, arre es necesario custodiar y conservar con la máxima diligencia. Y aquellas que
no tengan ya un uso específico, se guardarán convenientemente para su exposición en los
museos de 1a Iglesia o en otros lugares.
Artículo 101
§1. Entre los bienes históricos, tienen particular importancia todos los documentos e
instrumentos que se refieren y atestiguan la vida y la acción pastoral. así como los derechos

127
y las obligaciones de las diócesis, parroquias, iglesias y demás personas jurídicas
instituidas en la iglesia.
§2. Este patrimonio histórico consérvese en los archivos o también en las bibliotecas,
que en todas partes han de encomendarse a personas competentes, para que dichos
testimonios no se pierdan.
Artículo 102
La Comisión ofrece su ayuda a las iglesias particulares y a las asambleas episcopales,
y, en su caso, actúa juntamente con ellas para que se establezcan museos, archivos y
bibliotecas y se lleve a cabo adecuadamente la recogida y la custodia de todo el patrimonio
artístico e histórico en todo el territorio, de forma que esté a disposición de todos los que
tengan interés en ello.
Artículo 103
Corresponde a la Comisión, consultando a las Congregaciones de los Seminarios e
Instituciones de Estudios, del Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos, trabajar
para que el Pueblo de Dios sea cada vez más consciente de la importancia y necesidad de
conservar el patrimonio histórico y artístico de la Iglesia.
Artículo 104
La preside el cardenal Prefecto de la Congregación para los Clérigos, ayudado por el
secretario de la misma Comisión. La Comisión tiene además sus propios oficiales.

Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida


Apostólica
Artículo 105
La principal función de la Congregación es promover y ordenar en toda la Iglesia latina
la práctica de los consejos evangélicos, en cuanto se ejerce en las formas reconocidas de
vida consagrada, y también la acción de las sociedades de vida apostólica.
Artículo 106
§1. Por tanto, la Congregación erige los institutos religiosos y seculares, así como las
sociedades de vida apostólica, los aprueba o bien expresa su juicio sobre la oportunidad de
su erección por parte del obispo diocesano. A ella le corresponde también suprimir, si fuere
necesario, dichos institutos y sociedades.
§2. Le corresponde también constituir o, si fuere necesario, rescindir las uniones o
federaciones de institutos y sociedades.
Artículo 107
La Congregación, por su parte, procura que los institutos de vida consagrada y las
sociedades de vida apostólica crezcan y florezcan según el espíritu de los fundadores y las
sanas tradiciones, que tiendan fielmente hacia sus finalidades propias y contribuyan
realmente a la misión salvífica de toda la Iglesia.
Artículo 108
§1. Resuelve todo aquello que, de acuerdo con el derecho, corresponde a la Santa Sede
respecto a la vida y la actividad de los institutos y sociedades, especialmente respecto a la
aprobación de las constituciones, el régimen y el apostolado, la aceptación y formación de
los miembros, sus derechos y obligaciones, la dispensa de los votos y la expulsión de los
miembros, así como la administración de los bienes.

128
§2. Pero, respecto a la ordenación de los estudios de filosofía y de teología, así como
de los estudios académicos, es competente la Congregación de los Seminarios e
Instituciones de Estudios.
Artículo 109
Corresponde a la Congregación erigir las Conferencias de los Superiores Mayores de
los religiosos y de las religiosas, aprobar los respectivos estatutos y también vigilar para
que su actividad se ordene a alcanzar las finalidades propias.
Artículo 110
Dependen también de la Congregación la vida eremítica, el orden de las vírgenes y sus
asociaciones, as{ como las demás formas de vida consagrada.
Artículo 111
Su competencia se extiende también a las terceras órdenes, así como a las asociaciones
de fieles, que se erigen con la intención de que, después de la necesaria preparación,
puedan llegar a ser un día institutos de vida consagrada o sociedades de vida apostólica.

Congregación de los Seminarios e Instituciones de Estudios


Artículo 112
La Congregación expresa y realiza la solicitud de la Sede Apostólica por la formación
de los que son llamados a las órdenes sagradas, y también por la promoción y la
ordenación de la educación católica.
Artículo 113
§1. Asiste a los obispos para que en sus Iglesias se cultiven con el máximo empeño las
vocaciones a los ministerios sagrados, y para que en los seminarios, que se han de instituir
y dirigir de acuerdo con el derecho, se eduque adecuadamente a los alumnos con una sólida
formación humana y espiritual, doctrinal y pastoral.
§2. Vigila atentamente para que la convivencia y el gobierno de los seminarios
respondan plenamente d las exigencias de la formación sacerdotal, y para que los
superiores y profesores contribuyan todo lo posible, con el ejemplo de vida y la recta
doctrina, a la formación de la personalidad de los ministros sagrados.
§3. Le corresponde, además, erigir seminarios interdiocesanos y aprobar sus estatutos.
Artículo 114
La Congregación procura que los principios fundamentales de la educación católica, tal
como los propone el Magisterio de la Iglesia, se profundicen cada vez más, se defiendan y
los conozca el Pueblo de Dios.
Cuida también de que en esta materia los fieles cristianos puedan cumplir sus
obligaciones, y trabajan y se esfuercen para que también la sociedad civil reconozca y
tutele sus derechos.
Artículo 115
La Congregación establece las normas según las cuales ha de regirse la escuela
católica; asiste a los obispos diocesanas para que se establezcan, donde sea posible,
escuelas católicas y se apoyen con el mayor afán, y para que en todas las escuelas se
ofrezcan, mediante oportunas iniciativas, la educación catequética y la atención pastoral a
los alumnos cristianos.
Artículo 116

129
§1. La Congregación trabaja in. tensamente para que en la Iglesia haya un número
suficiente de universidades eclesiásticas y católicas y de otros institutos de estudios, en los
que se profundicen las disciplinas sagradas y se promuevan los estudios de humanidades y
ciencias, teniendo en cuenta la verdad cristiana, y para que en ellos se forme
adecuadamente a los fieles cristianos en el cumplimiento de sus funciones.
§2. Erige o aprueba las universidades y los institutos eclesiásticos, ratifica sus
respectivos estatutos, ejerce la alta dirección sobre ellos y vigila para que en la enseñanza
doctrinal se salvaguarde la integridad de la fe católica.
§3. Por lo que se refiere a las universidades católicas se ocupa de los asuntos que son
competencia de la, Santa Sede.
.§4. Fomenta la colaboración y la ayuda mutua entre las universidades de estudios y sus
asociaciones, a las que tutela.

IV. Tribunales

Penitenciaria Apostólica
Artículo 117
La competencia de la Penitenciaria Apostólica se extiende a lo que concierne al fuero
interno y a las indulgencias.
Artículo 118
Para el fuero interno, tanta sacramental como no sacramental, concede las
absoluciones, dispensas, conmutaciones, sanciones, condonaciones y otras gracias.
Artículo 119
Provee a que en las basílicas patriarcales de la Urbe haya un número suficiente de
penitenciarios, dotados de las oportunas facultades.
Artículo 120
Al mismo dicasterio le está encomendado lo que concierne a la concesión y el uso de
las indulgencias, salvo el derecho de la Congregación de la Doctrina de la Fe para
examinar todo lo referente a la doctrina dogmática sobre ellas.
Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica
Artículo 121
Este dicasterio, además de ejercer la función de Tribunal Supremo, provee a la recta
administración de la justicia en la Iglesia.
Artículo 122
Examina:
1º Las querellas de nulidad y las peticiones de restitución “in integrum” contra las
sentencias de la Rota Romana;
2º los recursos, en las causas sobre el estado de las personas, contra la negativa de la
Rota Romana a un nuevo examen de la causa;
3º las excepciones de sospecha y otras causas contra los jueces de la Rota Romana por
actos realizados en el ejercicio de su función;
4º los conflictos de competencia entre tribunales, que no dependen del mismo tribunal
de apelación.
Artículo 123

130
§1. Además, examina los recursos, interpuestos dentro del plazo perentorio de treinta
días útiles, contra los actos administrativos singulares dados por los dicasterios de la Curia
Romana o sancionados por ellos, siempre que esté en discusión si el acto impugnado ha
violado cualquier ley al deliberar o al proceder.
§2. En estos casos, además del juicio de ilegitimidad, puede examinar también, si lo
pide el que recurre, lo referente a la reparación de los daños causados por el acto ilegitimo.
§3. Examina también otras controversias administrativas, que le presenten el Romano
Pontífice o los dicasterios de la Curia Romana, así como también los conflictos de
competencia entre los mismos dicasterios.
Artículo 124
Al mismo le corresponde también.
1º vigilar sobre la recta administración de la justicia y proceder contra los abogados y
procuradores, cuando sea necesario.
2º decidir sobre las peticiones dirigidas a la Santa Sede para obtener la comisión de una
causa a la Rota Romana u otra gracia relativa a la administración de la justicia;
3° prorrogar la competencia de los tribunales inferiores;
4° conceder la aprobación, reservada a la Santa Sede, del tribunal de apelación
correspondiente, así como promover y aprobar la erección de tribunales interdiocesanos.
Artículo 125
La Signatura Apostólica se rige por una ley propia.
Tribunal de la Rota Romana
Artículo 126
Este Tribunal actúa como instancia superior, ordinariamente en grado de apelación,
ante la Sede Apostólica, con el fin de tutelar los derechos en la Iglesia, provee a la unidad
de la jurisprudencia y, a través de sus sentencias, sirve de ayuda a los tribunales de grado
inferior.
Artículo 127
Los jueces de este Tribunal, dotados de probada doctrina y de experiencia y escogidos
por el Sumo Pontífice de las diversas partes del mundo, constituyen un Colegio; preside
este Tribunal el Decano, nombrado también por el Sumo Pontífice para un tiempo
determinado, entre los mismos jueces.
Artículo 128
Este Tribunal juzga:
1° en segunda instancia, las causas ya sentenciadas por tribunales ordinarios de primera
instancia y remitidas a la Santa Sede por legitima apelación;
2º en tercera o ulterior instancia, las causas ya examinadas por el mismo Tribunal
Apostólico y por cualquier otro tribunal, a no ser que hayan pasado a cosa juzgada.
Artículo 129
§1. Además, juzga en primera instancia:
1º a los obispos en las causas contenciosas, a no ser que se trate de los derechos o de
los bienes temporales de una persona jurídica representada por el obispo;
2º a los abades primados, o abades superiores de congregaciones monásticas y a los
superiores generales de institutos de religiosos de derecho pontificio;

131
3º las diócesis u otras personas eclesiásticas, físicas o jurídicas, que no tienen un
superior fuera del Romano Pontífice;
4° las causas que el Romano Pontífice hubiere confiado al mismo Tribunal.
§2. Trata las mismas causas, si no está previsto de otro modo, también en segunda y
ulterior instancia.
Artículo 130
El Tribunal de la Rota Romana se rige por una ley propia.
V. Consejos Pontificios
Pontificio Consejo para los Laicos
Artículo 131
El Consejo es competente en lo que corresponde a la Sede Apostólica respecto a la
promoción y coordinación del apostolado de los laicos y, en general, en todo lo que
concierne a la vida cristiana de los laicos en cuanto tales.
Artículo 132
Asiste al Presidente un comité de presidencia formado por cardenales y obispos; entre
los miembros del Consejo figuran, sobre todo, fieles cristianos que actúan en los diversos
campos de actividad.
Artículo 133
§1. A él le compete animar y apoyar a los Laicos a participar en la vida y misión de la
Iglesia según su modo propio, individualmente o en asociaciones, sobre todo para que
cumplan su peculiar oficio de impregnar de espíritu evangélico el orden de las realidades
temporales.
§2. Fomenta la cooperación de los laicos en la instrucción catequética, en la vida
litúrgica y sacramental, así como en las obras de misericordia, caridad y promoción social.
§3. Sigue y dirige reuniones internacionales y otras iniciativas referentes al apostolado
de los laicos.
Artículo 134
El Consejo, en el ámbito de su competencia, trata todo lo referente a las asociaciones
laicales de fieles cristianos; erige las que tienen carácter internacional y aprueba o
reconoce sus estatutos, salvo la competencia de la Secretaría de Estado: por lo que se
refiere a las terceras órdenes seculares, se ocupa sólo de lo referente a su actividad
apostólica.
Pontificio Consejo para el Fomento de la Unidad de los Cristianos
Artículo 135
Es función del Consejo dedicarse a la labor ecuménica mediante oportunas iniciativas y
actividades en orden a restaurar la unidad entre los cristianos.
Artículo 136
§1. Cuida de que se apliquen los decretos del Concilio Vaticano II referentes al
ecumenismo.
Se ocupa de la recta interpretación de los principios sobre el ecumenismo y los ejecuta.
§2. Fomenta, relaciona y coordina grupos católicos nacionales o internacionales que
promuevan la unidad de los cristianos, y vigila sus iniciativas.
§3. Tras someter las cuestiones al Sumo Pontífice, se ocupa de las relaciones con los
hermanos de las Iglesias y de las Comunidades eclesiales que ano no tienen la plena

132
comunión con la Iglesia católica, y sobre todo, establece el diálogo y los coloquios para
fomentar la unidad con ellas, valiéndose de la colaboración de peritos bien preparados en
doctrina teológica. Designa a los observadores católicos para las reuniones de cristianos, y
siempre que parezca oportuno invita a observadores de otras Iglesias y Comunidades
eclesiales a las reuniones de católicos.
Artículo 137
§1. Puesto que la materia que debe tratar este dicasterio, por su naturaleza toca muchas
veces cuestiones de fe, es necesario, que proceda en estrecha relación con la Congregación
de la Doctrina de la Fe, sobre todo cuando se trata de publicar documentos o declaraciones.
§2. Al tratar los asuntos de mayor importancia referentes a las Iglesias separadas de
Oriente, es necesario que consulte primero a la Congregación para las Iglesias Orientales.
Artículo 138
En el Consejo está establecida la Comisión para estudiar y tratar 1o que se refiere, bajo
el punto de vista religioso, a los judíos la dirige el Presidente del Consejo.
Pontificio Consejo para la Familia
Artículo 139
El Consejo promueve la atención pastoral a las familias y fomenta sus derechos y su
dignidad en la Iglesia y en la sociedad civil, de modo que puedan cumplir cada vez mejor
sus propias funciones.
Artículo 140
Asiste a su Presidente un comité de presidencia, formado por obispos; para el Consejo
son designados principalmente laicos, hombres y. mujeres, sobre todo casados, de diversas
partes del orbe.
Artículo 141
§1. El Consejo se ocupa de profundizar la doctrina sobre la familia y de divulgarla
mediante una catequesis adecuada; fomenta especialmente los estudios sobre la
espiritualidad del matrimonio y de la familia.
§2. En colaboración con los obispos y sus Conferencias, se preocupa de que se
conozcan -bien las condiciones humanas y sociales de la institución familiar en las diversas
regiones, y también de que se intercomuniquen las iniciativas que a),u; dan a la pastoral
familiar.
§3. Se esfuerza para que se reconozcan y defiendan los derechos de la familia, incluso
en la vida social y política; también apoya y coordina las iniciativas para la defensa de la
vida humana desde su concepción y las referentes a la procreación responsable.
§4. Quedando firme lo prescrito en el artículo 133, sigue la actividad de las
instituciones y asociaciones cuya finalidad es servir el bien de la familia.
Pontificio Consejo de Justicia y Paz
Artículo 142
El Consejo tiene como finalidad promover la justicia y la paz en el mundo según el
Evangelio y la doctrina social de la Iglesia
Artículo 143
§I. Profundiza la doctrina social de la Iglesia, trabajando para que se difunda
ampliamente y se aplique entre los hombres y comunidades, especialmente en 1o que se

133
refiere a que las relaciones entre obreros y empresarios se impregnen más y más del
espíritu del Evangelio.
§2. Recoge informaciones y resultados de encuestas sobre la justicia y la paz, el
desarrollo de los pueblos y las violaciones de los derechos humanos, los evalúa y, según
los casos, comunica a las asambleas de obispos las conclusiones obtenidas; fomenta las
relaciones con las asociaciones católicas internacionales y con otras instituciones
existentes, incluso fuera de la Iglesia católica, que trabajen sinceramente por alcanzar los
bienes de la justicia y de la paz en el mundo.
§3. Trabaja con afán para que se forme entre los pueblos una sensibilidad respecto al
deber de promover la paz, especialmente con ocasión de la Jornada para lograr la Paz en el
mundo.
Artículo 144
Mantiene particulares relaciones con la Secretaria de Estado, especialmente cada vez
que haya que tratar públicamente cuestiones referentes a la justicia y a la paz mediante
documentos o declaraciones.
Pontificio Consejo “Cor Unum”
Artículo 145
E1 Consejo expresa la preocupación de la Iglesia católica hacia los necesitados, de
modo que se fomente la fraternidad humana y se manifieste la caridad de Cristo.
Artículo 146
Es función del Consejo:
1° estimular a los fieles cristianos a dar testimonio de caridad evangélica, en cuanto
partícipes de la misma misión de la Iglesia, y apoyarlos en este afán;
2° fomentar y coordinar las iniciativas de las instituciones católicas que se dedican a
ayudar a los pueblos necesitados, especialmente las que socorren las dificultades y
calamidades más urgentes, y facilitar las relaciones entre estas instituciones católicas con
los organismos públicos internacionales, que trabajan en el mismo campo de la
beneficencia y del progreso;
3° seguir con afán y promover los proyectos y obras de solidaridad y ayuda fraterna
que favorecen el desarrollo humano.
Artículo 147
El Presidente de este Consejo es el mismo que el del Pontificio Consejo de justicia y
Paz, el cual procurará que la actividad de ambas instituciones proceda en estrecha unión.
Artículo 148
Como miembros del Consejo son designados también hombres y mujeres que hagan de
representantes de las instituciones católicas de beneficencia, con el fin de realizar con más
eficacia los objetivos del Consejo.
Pontificio Consejo para la Atención Espiritual a los Emigrantes e Itinerantes
Artículo 149
El Consejo proyecta la solicitud pastoral de la Iglesia sobre las peculiares necesidades
de los que se vean obligados a dejar su patria o carezcan totalmente de ella; y también se
ocupa de examinar, con la debida y adecuada atención, las cuestiones relativas a esta
materia.
Artículo 150

134
§1. El Consejo trabaja para que en las Iglesias particulares se ofrezca, incluso si llega el
caso mediante adecuadas estructuras pastorales, una eficaz y apropiada atención espiritual,
tanto a los prólogos y a los exiliados, como a los emigrantes, a los nómadas y a la gente del
circo.
§2, Fomenta igualmente en las mismas Iglesias la solicitud pastoral en favor de los
marinos, tanto en el mar como en los puertos, sobre todo por medio de la Obra del
Apostolado del Mar, cuya alta dirección ejerce.
§3. Muestra la misma solicitud por los que tienen un empleo o trabajan en los
aeropuertos o en los mismos aviones.
§4. Se esfuerza para que cl pueblo cristiano sobre todo con ocasión de la celebración de
la Jornada mundial en favor de los Emigrantes y Prófugos, adquiere conciencia de sus
necesidades y manifieste con hechos su ánimo fraterno hacia ellos.
Artículo 151
Trabaja para que los viajes que se realizan por motivos de piedad, o por afán de
aprender o para descansar, contribuyan a la formación moral y religiosa de los fieles
cristianos: y asiste a las Iglesias particulares para que todos los que se encuentren fuera de
su propio domicilio puedan disfrutar de una atención pastoral adecuada.
Pontificio Consejo del Apostolado para los Agentes de la Salud
Artículo 152
El Consejo manifiesta la solicitud de la Iglesia por los enfermos, ayudando a quienes
realizan un servicio para con los que están enfermos y los que sufren, con el fin de que el
apostolado de la misericordia, al que se dedican, responda cada vez mejor a las nueras
exigencias.
Artículo 153
§1. Compete al Consejo difundir la doctrina de la Iglesia sobre los aspectos espirituales
y morales de la enfermedad y el significado del dolor humano.
§2. Ofrece su colaboración a las Iglesias particulares, para que se ayude a los agentes
de la salud con la atención espiritual en el desarrollo de su actividad según la doctrina
cristiana, y además para que no falten las ayudas adecuadas a los que se dedican a la acción
pastoral en este sector en orden a cumplir su labor
§3. Favorece el estudio y la acción que, en este campo, desarrollan de varios modos,
tanto las organizaciones católicas internacionales, como otras instituciones.
§4. Sigue atentamente, en el campo legislativo y científico, las novedades referentes a
la salud, con el fin de que se tengan en cuenta oportunamente en la labor pastoral de la
iglesia.
Pontificio Consejo de la Interpretación de los Textos Legislativos
Artículo 154
La función del Consejo consiste sobre todo en interpretar las leyes de la Iglesia.
Artículo 155
Compete al Consejo dar la interpretación auténtica de las leyes universales de la
Iglesia, corroborada por la autoridad pontificia, después de haber oído en las cuestiones de
mayor importancia a los dicasterios competentes por razón de la materia.
Artículo 156

135
Este Consejo está a disposición de los demás dicasterios romanos para ayudarles a que
los decretos generales ejecutivos y las instrucciones que hayan de publicar, estén de
acuerdo con las normas del derecho vigente y se redacten en la debida forma jurídica.
Artículo 157
Además han de ser sometidos a él para la revisión, por parte del dicasterio competente,
los decretos generales de las asambleas episcopales, con el fin de ser examinados bajo el
aspecto jurídico.
Artículo 158
A petición de los interesados, decide si las leyes particulares y los decretos generales,
emanados por legisladores que están por debajo de la autoridad suprema, son o no
conformes a las leyes universales de la Iglesia.
Pontificio Consejo para el Diálogo entre las Religiones
Artículo 159
El Consejo fomenta y regula las relaciones con los miembros y grupos de las religiones
que no estén consideradas bajo el nombre de cristianas, y también con los que de alguna
forma tienen un sentido religioso.
Artículo 160
El Consejo trabaja para que se desarrolle de modo adecuado el diálogo con los
seguidores de otras religiones, y fomenta diversas formas de relaciones con ellos;
promueve oportunos estudios y reuniones para que haya un mutuo conocimiento y estima y
para que se colabore en la promoción de la dignidad del hambre y de sus valores
espirituales y morales; vela por la formación de los que se dedican a dicho diálogo.
Artículo 161
Cuando la materia en cuestión lo requiera, en el ejercicio de su función propia, tiene
que proceder consultando a la Congregación de la Doctrina de la Fe y, si fuere necesario,
con las Congregaciones para las Iglesias Orientales y para la Evangelización de los
Pueblos.
Artículo 162
En el Consejo está establecida una Comisión para fomentar las relaciones con los
musulmanes desde el punto de vista religioso, bajo la dirección del Presidente del mismo
Consejo.
Pontificio Consejo para el Diálogo con los No Creyentes
Artículo 163
El Consejo manifiesta la preocupación pastoral de la Iglesia para con los que no creen
en Dios o no profesan ninguna religión.
Artículo 164
Promueve el estudio del ateísmo, así como de la falta de fe y de religión, investigando
sus causas y consecuencias respecto a la fe cristiana. con la finalidad de proporcionar
ayudas adecuadas para la acción pastoral, sobre todo con la colaboración de las
instituciones católicas de estudios.
Artículo 165
Establece el diálogo con los ateos y con los no creyentes. siempre que estos acepten
una colaboración sincera: participa en asambleas de estudio sobre esta materia por medio
de auténticos peritos.

136
Pontificio Consejo de la Cultura
Artículo 166
El Consejo fomenta las relaciones entre la Santa Sede y el mundo de la cultura. sobre
todo promoviendo el diálogo con las diversas instituciones de ciencia y pensamiento de
nuestro tiempo, para que la civilización se abra cada vez más al Evangelio, y los que
cultivan las ciencias, las letras y las artes se sientan llamados por la Iglesia a la verdad, a la
bondad y a la belleza.
Artículo 167
El Consejo tiene una estructura peculiar, en la que, juntamente con el Presidente, hay
un comité de presidencia y otro comité de expertos en diversas disciplinas de diversas
partes del mundo.
Artículo 168
El Consejo asume directamente iniciativas apropiadas respecto a la cultura: sigue las
que llevan a cabo las diversas instituciones de la Iglesia y, en la medida que fuere
necesario, les presta su colaboración. Consultando a la Secretaria de Estado, se interesa por
los programas de acción que adaptan los Estados y los organismos internacionales para
mentar la civilización humana, y en cuanto a la cultura participa, si es oportuno, en las
principales asambleas y fomenta encuentros.
Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales
Artículo 169
§1. El Consejo se dedica a las cuestiones relativas a los instrumentos de comunicación
social, con la finalidad de que, también por medio de ellos, el mensaje de la salvación y el
progreso humano contribuyan a fomentar la civilización y las costumbres.
§2. En el cumplimiento de sus funciones, tiene que proceder en estrecha unión con la
Secretaría de Estado.
Artículo 170
§1. El Consejo se dedica principalmente a la función de suscitar y apoyar, oportuna y
adecuadamente, la acción de la Iglesia y de los fieles cristianos en las múltiples formas de
la comunicación social, trabajando para que los diarios y otros escritos periódicos, los
espectáculos cinematográficos y las transmisiones de radio o televisión estén cada vez más
impregnadas de espíritu humano y cristiano.
§2. Sigue con especial preocupación los diarios, publicaciones periódicas, emisoras de
radio y televisión de naturaleza católica, para que respondan realmente a la propia índole y
función, divulgando sobre todo la doctrina de la Iglesia como la propone el Magisterio, y
difundiendo correcta y fielmente las noticias religiosas.
§3. Fomenta las relaciones con las asociaciones católicas que trabajan en las
comunicaciones sociales.
§4. Procura que el pueblo cristiano, especialmente con ocasión de la celebración de la
jornada de las Comunicaciones Sociales, tome conciencia del deber que tiene cada uno de
esforzarse para que dichos instrumentos estén al servicio de la misión pastoral de la Iglesia.
VI. Oficinas
Cámara Apostólica
Artículo 171

137
§1. La Cámara Apostólica al frente de la cual está el cardenal Camarlengo de la Santa
Iglesia Romana, con la ayuda del Vice-Camarlengo junto con los demás prelados de la
Cámara, realiza sobre todo las funciones que le están asignadas por la ley peculiar sobre la
Sede Apostólica vacante.
§2. Cuando está vacante la Sede Apostólica, es derecho y deber del cardenal
Camarlengo de la Santa Iglesia Romana reclamar, también por medio de un delegado suyo,
a todas las administraciones dependientes de la Santa Sede las relaciones sobre su estado
patrimonial y económico, así como las informaciones sobre los asuntos extraordinarios que
estén eventualmente en curso, y a la Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa
Sede el balance general del año anterior, así como el presupuesto para el año siguiente.
Está obligado a someter esas relaciones y balances al Colegio de Cardenales.
Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica
Artículo 172
Compete a esta oficina administrar los bienes que son propiedad de la Santa Sede,
destinados a proveer de los fondos necesarios para el cumplimiento de las funciones de la
Curia Romana.
Artículo 173
La preside un cardenal, al que asiste una asamblea de padres cardenales: y consta de
dos Secciones, la Ordinaria y la Extraordinaria, bajo la dirección de un prelado secretario
Artículo 174
La Sección Ordinaria administra los bienes que se le confían, pidiendo, si fuere
necesario, el consejo de peritos; trata lo referente al estado jurídico-económico del personal
de la Santa Sede, vigila las instituciones sometidas a su dirección administrativa; cuida de
que se provea a todo lo que requiere la actividad ordinaria de los dicasterios en orden a
cumplir sus finalidades, lleva la contabilidad de las entradas y salidas y elabora el balance
del año anterior y el presupuesto del año siguiente.
Artículo 175
La Sección Extraordinaria administra sus propios bienes muebles, y lleva la gestión de
los bienes muebles que le encomiendan las demás instituciones de la Santa Sede.
Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede
Artículo 176
A la Prefectura le compete la función de dirigir y controlar las administraciones de los
bienes, que dependen de la Santa Sede o que ella preside, cualquiera que sea la autonomía
de que puedan gozar.
Artículo 177
La preside un cardenal, asistido por una asamblea de cardenales de los cuales uno hace
de Presidente., con la ayuda de un prelado secretario y de un contable general.
Artículo 178
§1. Examina las relaciones sobre el estado patrimonial y económico, así como los
balances y presupuestos anuales de las administraciones de las que habla el Artículo 176,
inspeccionando, si fuere necesario, libros de contabilidad y documentos.
§2. Prepara el presupuesto y el balance general de la Santa Sede y lo somete a la
aprobación de la autoridad superior dentro del tiempo establecido.
Artículo 179

138
§1. Vigila las iniciativas económicas de las administraciones da su parecer sobre los
proyectos de mayor importancia.
§2. Indaga sobre los daños que de cualquier manera se hayan ocasionado al patrimonio
de la Santa Sede, con el f in de promover, si fuere necesario, acciones penales o civiles,
ante los tribunales competentes.
VII. Otras :Instituciones de la Curia Romana
Prefectura de la Casa Pontificia
Artículo 180
La Prefectura se ocupa del orden interno relativo a la Casa Pontificia y dirige, por lo
que se refiere a la disciplina y al servicio, a todos los clérigos o laicos que constituyen la
Capilla y la Familia Pontificia.
Artículo 181
§1. Asiste al Sumo Pontífice tanto en el Palacio Apostólico, como cuando viaja a la
Urbe o a Italia.
§2. Cuida de la ordenación y desarrollo de las ceremonias pontificias, excluida la parte
estrictamente litúrgica, de la que se ocupa la Oficina encargada de las Celebraciones
Litúrgicas del Sumo Pontífice; asigna el orden de precedencia.
§3. Prepara las audiencias públicas y privadas del Pontífice consultando, siempre que
lo exilan las circunstancias, a la Secretaria de Estado, bajo cuya dirección dispone todo lo
que hay que observar cuando el Sumo Pontífice recibe en audiencia solemne a los jefes de
Estado, Embajadores, Ministros de Estado, autoridades públicas y a otras personalidades
insignes por su dignidad.
Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice
Artículo 182
§1. Le corresponde preparar todo lo necesario para las celebraciones litúrgicas y otras
funciones sagradas que celebre el Sumo Pontífice u otro en su nombre, y dirigirlas según
las prescripciones vigentes del derecho litúrgico.
§2. Al Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias lo nombra el Sumo Pontífice
para un quinquenio; a los ceremonieros pontificios, que lo ayudan en las sagradas
celebraciones, los nombra el Secretario de Estado para el mismo período de tiempo.
VIII. Los abogados
Artículo 183
Además de los abogados de la Rota Romana y los abogados para las Causas de los
Santos, existe un registro de abogados, que están habilitados para asumir, a petición de las
personas interesadas, el patrocinio de las causas ante el Tribunal Supremo de la Signatura
Apostólica, y para prestar además su colaboración en los recursos jerárquicos ante los
dicasterios de la Curia Romana.
Artículo 184
El cardenal Secretario de Estado, oída la comisión constituida de modo estable para
ello puede inscribir en el registro a los candidatos que se distingan por una adecuada
preparación, comprobada pon aptos títulos académicos, y al mismo tiempo por el ejemplo
de vida cristiana, honradez de costumbres y pericia en tratar los asuntos. En el caso de que
estos requisitos fallaren después, deben ser borrados del registro.
Artículo 185

139
§1. Se constituye un Cuerpo de ahogados de la Santa Sede tomados,. principalmente de
entre los abogados inscritos en dicho registro, los cuales pueden asumir el patrocinio de las
causas, en nombre de la Santa Sede o de los dicasterios de la Curia Romana, ante los
tribunales eclesiásticos o civiles.
§2. Los nombra para un quinquenio el cardenal Secretario de Estado, oída la comisión
de que habla el artículo 184; sin embargo, por causas graves, pueden ser removidos de su
cargo. Al cumplir los setenticinco años de edad, cesan en el cargo.
IX. INSTITUCIONES VINCULADAS A LA SANTA SEDE
Artículo 186
Existen algunas instituciones, tanto de origen antiguo como de nueva constitución, que,
aunque no forman parte en sentido propio de la Curia Romana, sin embargo prestan
servicios necesarios o útiles al mismo Sumo Pontífice, a la Curia y a la Iglesia universal, y
de algún modo están ligadas con la Sede Apostólica
Artículo 187
Entre estas instituciones se distingue el Archivo Secreto Vaticano, en el cual se
conservan los documentos relativos al gobierno de la Iglesia, a fin de que estén a
disposición en primer lugar de la Santa Sede y de la Curia para realizar su trabarlo, y
también, por concesión pontificia, puedan ser para todos los historiadores fuentes de
conocimiento, incluso de la historia profana, de todas las regiones que en los siglos
pasados estuvieron estrechamente ligadas con la vida de la Iglesia.
Artículo 188
También la Biblioteca Apostólica Vaticana la constituyeron los Sumos Pontífices como
insigne instrumento de la iglesia para fomentar, conservar y divulgar la cultura, y ella
ofrece en sus diversas secciones ricos tesoros de ciencia y de arte a los doctos que
investigan la verdad.
Artículo 189
Para la investigación y la difusión de la verdad en tos distintos sectores de la ciencia
divina y humana, han surgido en el seno de la Iglesia Romana diversas academias, entre las
que sobresale la Pontificia Academia de las Ciencias.
Artículo 190
Todas estas instituciones de la Iglesia Romana se rigen según leyes propias en cuanto a
la constitución y administración.
Artículo 191
Son de origen más reciente aunque siguen en parte huellas dei pasado, la Tipografía
Políglota Vaticana, la Librería Editorial Vaticana, las publicaciones diarias, semanales y
mensuales entre las que se distingue L’Osservatore Romano, la Radio Vaticano y el Centro
Televisivo Vaticano. Estas instituciones dependen de la Secretaria de Estado o de otros
organismos de la Curia Romana según sus leyes.
Artículo 192
La Fábrica de San Pedro continúa ocupándose, según sus propias leyes, de lo referente
a la basílica del Príncipe de los Apóstoles, tanto para la conservación y decoro del edificio,
como para la disciplina interna de los vigilantes y peregrinos que entran en ella para
visitarla. En todos los casos que lo exilan, los superiores de la Fábrica actúan de acuerdo
con el capitulo de la misma basílica.

140
Artículo 193
La Limosnera Apostólica ejerce, en nombre del Sumo Pontífice, el servicio de
asistencia a los pobres depende directamente de él.

Decreto que esta Constitución Apostólica sea, ahora y en el futuro, firme, válida y
eficaz, logre y obtenga plena e íntegramente sus efectos a partir del día 1 del mes de marzo
de 1989, y se observe totalmente en todos sus detalles por parte de aquellos a quienes
corresponde o corresponderá de una forma o de otra, sin que obste nada en contrario,
aunque sea digno de especialísima mención.
Dado en Roma en la Sede de San Pedro, ante los padres cardenales reunidos en
Consistorio, la vigilia de la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, el día 28
del mes de junio del Año Mariano 1988, X de nuestro pontificado.
1
Conc. Ec. Vat. II, Const dogm. Lumen gentium, 24.
2
Ib., 4.
3
Ib., 14.
4
Ib., cap. I.
5
Ib., cap. II.
6
Ib., cap. III.
7
Ib., 1.
8
Const. Ap. Vicariae potestatis, 6 enero 1977: AAS 69, 1977, 6’cf. Const. Dogm. Lumen gentium, 15.
9
Const. dogm. Lumen gentium, 19.
10
Ib., 20.
11
Ib., 22.
12
San Ignacio de Antioquía, Epistola ad Romanos: Patres Apostolici, ed. Funk, Tubinga 1901, I, 252.
13
Cf. Const. dogm. Lumen gentium, 22. 23. 25.
14
Die Register Innocenz III, I, Granz=Colonia 1964, págs. 515 s.
15
Proemium, par. 1.
16
Reg. XIII, 42, II, pág. 405, 12.
17
Cf. AAS 1, 1909, 8.
18
Cf. Decr. Christus Dominus, 9.
19
C.I.C., 349.
20
Decr. Christus Dominus, 9.
21
Ib.
22
Cf. Const. Ap. Vicariae potestatis, 6 enero 1977: AAS 69, 1977, 10.
23
Cf. C.I.C., 353.
24
Decr. Christus Dominus, 10.
25
Const. dogm. Lumen gentium, 23.
26
Cf. Const. dogm. Lumen gentium, 23.
27
Alocución al Colegio Cardenalicio, 30 agosto 1978:AAS 70, 1978, 703.
28
Cf. Const. dogm. Lumen gentium, 9.
29
Ib., 27.
30
Carta Ap. M. P. Sollicitudo omnium Ecclesiarum sobre las funciones de los representantes del Romano
Pontífice, 24 junio 1969: AAS 61, 1969, 475.
31
Cf. Alocución a los que asistieron a los ejercicios espirituales en el Palacio Apostólico, 17 marzo 1973:
L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 25 marzo 1973, pág. 2.
32
Cf. Alocución a la Curia Romana, 28 junio 1986: L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 27
julio 1986, pág. 1.
33
Art. 15.
34
Cf. Carta Enc. Dominum et Vivificantem, 66, 18 mayo 1986:AAS 78, 1986, págs. 896 s.

141
35
Cf. Const. dogm. Lumen gentium, 4.

PABLO VI
LETTERA APOSTOLICA IN FORMA DI MOTU PROPIO

SOLLICITUDO OMNIUM ECCLESIARUM

L’UFFICIO DEI RAPPRESENTANTO


DEL PONTEFICE ROMANO

La sollecitudine di tutte le Chiese, alla quale siamo stati chiamati per arcano volere di Dio
e della quale dovremo un giorno render conto, esige che, inviati quali rappresentanti di
Cristo a tutte le genti, Ci rendiamo presenti in modo adeguato in tutte le regioni della terra
e Ci procuriamo una conoscenza accurata e completa delle condizioni delle singole chiese.
Il Vescovo di Roma, infatti, in virtù del suo ufficio, ha su tutta la Chiesa una potestà
piena, suprema e universale, che può sempre esercitare liberamente (Cf CONC. VAT. II,
Cost. dogm. sulla Chiesa Lumen Gentium, n. 22: AAS 57 (1965), p. 26), essendo essa
ordinaria e immediata (Cf CONC. VATIC. I, Cost. dogm. sulla Chiesa di Cristo Pastor
aeternus: Denz. 1821 - 3055s); egli inoltre, come successore di Pietro è il perpetuo e
visibile principio e fondamento dell'unità sia dei Vescovi, sia della moltitudine dei fedeli
(Cf CONC. VAT. II, Cost. dogm. sulla Chiesa Lumen Gentium, n. 23: AAS 57 (1965), p.
27); e pertanto ha come funzione precipua nella Chiesa il tenere unito e indiviso il Collegio
episcopale (Cf CONC. VAT. II, Cost. dogm. sulla Chiesa Lumen Gentium, n. 18: AAS 57
(1965), p. 22). Con l'affidare al suo Vicario la potestà delle chiavi e con il costituirlo pietra
e fondamento della sua Chiesa (Cf Mt 16, 18), il pastore eterno gli attribuì pure il mandato
di confermare i propri fratelli (Cf Lc 22, 32): ciò si avvera non solo col guidarli e tenerli
uniti nel suo nome, ma anche col sostenerli e confortarli, certamente con la sua parola, ma
in qualche modo anche con la sua presenza.
Né possiamo passare sotto silenzio l'impegno che Ci deriva dal richiamo del buon Pastore
verso quei suoi seguaci che non sono di questo ovile: il Nostro pensiero e la cura pastorale
è rivolta pure a loro, perché si compia il desiderio del Signore, che si costituisca un solo
gregge, un solo Pastore (Gv 10, 16). Invero, Gesù Cristo, mediante la fede le predicazione
del Vangelo, dell'amministrazione dei sacramenti e del governo amorevole da parte degli
Apostoli e dei lοrο successori, cioè i Vescovi con a Capo il Successore di Pietro, sotto

142
l'azione dello Spirito Santo, vuole che il suo popolo cresca e perfezioni la sua comunione
nell'unità (Cf CONC. VAT. II, Decr. sull'ecumenismo Unitatis redintegratio, n. 2: AAS 57
(1965), p. 92). Inoltre, la carità di Cristo Ci sprona, e il mandato ricevuto da Dio Ci
impegna a diffondere la fede e la salvezza del Cristo (Cf CONC. VAT. II., Decr.
sull'attività missionaria della Chiesa Ad gentes divinitus, n. 5: AAS 58 (1966), p. 952):
abbiamo infatti il dovere di annunziare a tutti incessantemente Cristo, che è via, verità e
vita (Cf CONC. VAT. II, Dich. Sulle relazioni della Chiesa con le religioni non cristiane
Nostra aetate, n. 2: AAS 58 (1966), p. 741).
L'esercizio di questa nostra multiforme missione impone un intenso scambio di relazioni
tra Noi e i Nostri Fratelli nell'Episcopato e le Chiese locali loro affidate: relazioni che non
si possono intrattenere soltanto per mezzo della corrispondenza epistolare, ma che si
esplicano mediante la visita dei Vescovi alla Sede Apostolica e mediante l'invio da parte
Nostra di quegli ecclesiastici che ci rappresentano per l'adempimento di uno speciale
incarico o per una stabile permanenza presso i Vescovi delle varie Nazioni. È ben vero che
il moderno progresso Ci ha offerto provvidenzialmente di portarCi di persona anche in
lontani continenti, a visitare i Nostri figli e Fratelli, dando una nuova espressione al Nostro
operato apostolico. Ma questa felice esperienza, che i molteplici e gravi impegni nella Sede
Apostolica non Ci consentono di ripetere con la desiderata frequenza, Ci ha confermato
ancor più l'importanza dei mezzi di cui si sono serviti i Nostri Predecessori e di cui
abbiamo fatto sopra menzione.
Anche il Concilio Vaticano II ha riconosciuto il valore di questa prassi e, nel suo duplice
aspetto, l'ha confermata, quando ha richiesto, da una parte, una maggiore presenza nella
Curia Romana di persone - siano essi Vescovi, o Sacerdoti, o Laici - provenienti dalle varie
Nazioni, e dall'altra, ci ha domandato di meglio precisare l'ufficio e le funzioni dei Nostri
Rappresentanti (CONC. VAT. II, Decr. sulla missione pastorale dei Vescovi nella Chiesa
Christus Dominus, n. 9: AAS 58 (1966), pp. 676-677).
Volendo pertanto corrispondere alle istanze della Chiesa, abbiamo costituito il Sinodo dei
Vescovi, i quali, rispondendo a un Nostro invito, vengono a offrirCi l'ausilio dei loro saggi
consigli e di quelli dei loro Fratelli, dei quali sono rappresentanti, e vengono altresì a
informarci sullo stato e le condizioni delle singole Chiese (Cf Lett. Ap. sotto forma di
Motu proprio Apostolica sollicitudo: AAS 57 (1965), pp. 775-780); similmente abbiamo
voluto corrispondere alle aspettative del Concilio, quando abbiamo emanato una
Costituzione per rendere stabilmente membri dei consigli dei Dicasteri e Uffici della
Nostra Curia Romana, Vescovi di varie parti del mondo (Cf Lett. Ap. sotto forma di Motu
proprio Pro comperto sane: AAS 59 (1967), pp. 881-884).
Così, ora riteniamo di portare a compimento, in questa parte, le giuste aspettative dei
Nostri Fratelli nell'Episcopato, emanando un Documento che riguarda i Nostri
Rappresentanti presso le Chiese locali e presso gli Stati, in ogni parte dell'orbe. È, infatti,
evidente che al movimento verso il centro e il cuore della Chiesa deve corrispondere un
altro moto, che dal centro si diffonda alla periferia e porti in certo modo a tutte e singole le
Chiese locali, a tutti e singoli i Pastori e i fedeli la presenza e la testimonianza di quel
tesoro di verità e di grazia, di cui Cristo Signore e Redentore Ci ha resi partecipi, depositari
e dispensatori.

143
Mediante i Nostri Rappresentanti, che risiedono presso le varie Nazioni, noi ci rendiamo
partecipi della vita stessa dei Nostri figli e quasi inserendoci in essa veniamo a conoscere,
in modo più spedito e sicuro, le loro necessità e insieme le aspirazioni.
L'attività del Rappresentante Pontificio reca innanzitutto un prezioso servizio ai Vescovi,
ai Sacerdoti, ai Religiosi e a tutti i cattolici del luogo, i quali trovano in lui sostegno e
tutela, in quanto egli rappresenta un'Autorità superiore, che è a vantaggio di tutti. La sua
missione non si sovrappone all'esercizio dei poteri dei Vescovi, né lo sostituisce o intralcia,
ma lo rispetta e, anzi, lo favorisce e sostiene col fraterno e discreto consiglio. La Santa
Sede, infatti, ha sempre considerato norma valida di governo nella Chiesa, quella che il
Nostro Predecessore, san Gregorio Magno, enunciò con le seguenti parole: Se non è
rispettata la giurisdizione di ciascun Vescovo, viene creata confusione proprio da Noi, che
dobbiamo custodire l'ordine nella Chiesa (S. GREGORIO MAGNO, Registrum
Epistolarum, II, 285).
Non si esaurisce, tuttavia, in questo pur grandissimo servizio presso le singole Chiese la
missione dei Nostri Rappresentanti. Per un nativo diritto inerente alla Nostra stessa
missione spirituale, favorito da un secolare sviluppo di avvenimenti storici, Noi inviamo
pure i Nostri Legati alle supreme Autorità degli Stati nei quali è radicata o presente in
qualche modo la Chiesa Cattolica.
È ben vero che le finalità della Chiesa e dello Stato sono di ordine diverso e che ambedue
sono società perfette, dotate, quindi, di mezzi propri, e sono indipendenti nella rispettiva
sfera d'azione, ma è anche vero che l'una e l altro agiscono a beneficio di un soggetto
comune, l'uomo, da Dio chiamato alla salvezza eterna e posto sulla terra per permettergli,
con l'aiuto della grazia, di conseguirla con una vita di lavoro, che porti a lui benessere,
nella pacifica convivenza con i suoi simili.
Da ciò deriva che talune attività della Chiesa e dello Stato sono in certo senso
complementari, e che il bene dell'individuo e della comunità dei popoli postula un aperto
dialogo e una sincera intesa tra la Chiesa da una parte e gli Stati dall'altra, per stabilire,
fomentare e rafforzare rapporti di reciproca comprensione, di mutuo coordinamento e
collaborazione, e per prevenire o sanare eventuali dissidi, allo scopo di giungere alla
realizzazione delle grandi speranze umane, della pace tra le Nazioni, della tranquillità
interna e del progresso di ciascun Paese (CONC. VAT. II, Cost. past. sulla Chiesa nel
mondo contemporaneo Gaudium et spes, nn. 1-3: AAS 58 (1966), pp. 1025-1027).
Questo dialogo, dunque, mentre mira a garantire alla Chiesa il libero esercizio della sua
attività, perché sia in grado di corrispondere alla missione da Dio affidatale, rende certa
l'Autorità civile degli scopi sempre pacifici e proficui intesi dalla Chiesa, e offre l'ausilio
prezioso delle sue energie spirituali e della sua organizzazione, per il raggiungimento del
bene comune della società. Il fiducioso colloquio che così si instaura, quando interviene un
rapporto ufficiale tra le due società, sancito dal complesso di usi e consuetudini, raccolto e
codificato nel diritto internazionale, dà modo di stabilire una fruttuosa intesa e di
organizzare un'opera veramente salutare per t'utti.
Il vivo desiderio di tutti gli uomini di buona volontà, che vi sia una pacifica convivenza fra
le Nazioni e si dia incremento al progresso dei popoli, è oggi espresso anche per mezzo
delle Organizzazioni Internazionali, le quali, ponendo a disposizione di tutti la propria
scienza ed esperienza e il proprio prestigio, non risparmiano sforzi per tale servizio in

144
favore della pace e del progresso. I rapporti tra la Santa Sede e gli Organismi Internazionali
sono molteplici e di varia natura giuridica; presso alcun di essi Noi abbiamo istituito delle
Missioni permanenti, per testimoniare l'interesse della Chiesa per i problemi generali del
vivere civile e per offrire l'ausilio della sua collaborazione.
Per mettere, dunque, in giusta luce, nel contesto degli organi di governo della Chiesa, le
funzioni dei Nostri Rappresentanti, e per dare al loro ufficio un ordinamento più adeguato
alle esigenze dei tempi nuovi, tenendo conto anche del ministero pastorale dei Vescovi
(CONC. VAT. II, Decr. sulla missione pastorale dei Vescovi nella Chiesa Christus
Dominus, n. 9: AAS 58 (1966), pp. 676-677), abbiamo deliberato di emanare le seguenti
norme sull'ufficio e le competenze dei Rappresentanti Pontifici, abrogando in pari tempo,
disposizioni in vigore che siano ad esse contrarie.
I
1. Col nome di Rappresentanti Pontifici si indicano qui gli ecclesiastici, ordinariamente
insigniti della dignità Episcopale, che ricevono dal Romano Pontefice l'incarico di
rappresentarlo in modo stabile nelle varie Nazioni o Regioni del mondo.
2. Essi esercitano la legazione pontificia o soltanto presso le Chiese locali, o
congiuntamente presso le Chiese locali e gli Stati e i rispettivi Governi. Quando la loro
legazione è soltanto presso le Chiese locali, prendono il nome di Delegati Apostolici;
quando a tale legazione, di natura religiosa ed ecclesiale, si congiunge anche quella
diplomatica, presso gli Stati e i Governi, ricevono il titolo di Nunzio, Pro-Nunzio e
Internunzio, a seconda che abbiano il grado di «Ambasciatori», con annesso il diritto di
decananza nel corpo diplomatico, o senza tale diritto, o abbiano il grado di «Inviato
straordinario e Ministro plenipotenziario».
3. Il Rappresentante Pontificio propriamente detto, a motivo di speciali circostanze di
luogo e di tempo, può essere designato con altri nomi, quale, ad esempio «Delegato
Apostolico e Inviato della Santa Sede presso un Governo». Si dà inoltre il caso di una
Rappresentanza Pontificia affidata in modo stabile, ma suppletorio, ad un «Reggitore», o
ad un «Incaricato d'Affari con lettere».
II
1. Rappresentano la Santa Sede anche quegli ecclesiastici e laici che, come capi o membri,
fanno parte di una Missione Pontificia presso Organizzazioni Internazionali, o
intervengono a Conferenze e Congressi. Questi hanno il titolo di Delegati o di Osservatori,
a seconda che la Santa Sede sia membro o no dell'Organizzazione Internazionale, e a
seconda che essa partecipi a una Conferenza con o senza diritto di voto.
2. Parimenti, rappresentano la Santa Sede i membri della Rappresentanza Pontificia che, in
mancanza o in assenza temporanea del capomissione, lo sostituiscono sia di fronte alle
Chiese locali, sia di fronte al Governo, col titolo di «Incaricato d'Affari ad interim».
3. Le norme contenute in questo documento non riguardano i Delegati e Osservatori della
Santa Sede, né «gli Incaricati d'Affari ad interim» a meno che non se ne faccia espressa
menzione.
III
1. Al Sommo Pontefice compete il diritto nativo e indipendente di nominare, inviare,
trasferire e richiamare liberamente i suoi Rappresentanti, in conformità con le norme del
diritto internazionale per quanto concerne l'invio e il richiamo degli Agenti Diplomatici.

145
2. La missione del Rappresentante Pontificio non cessa con la vacanza della Sede
Apostolica; termina con il compiersi del suo mandato, con la revoca a lui intimata, con la
rinuncia accettata dal Romano Pontefice.
3. Salva disposizione pontificia in contrario, si applica anche al Rappresentante Pontificio
la norma del Regolamento Generale della Curia Romana, che fissa al 75° anno di età la
cessazione dell'ufficio.
IV
1. Scopo primario e specifico della missione del Rappresentante Pontificio é di rendere
sempre più stretti e operanti i vincoli che legano la Sede Apostolica e le Chiese locali.
2. Egli inoltre interpreta la sollecitudine del Romano Pontefice per il bene del Paese in cui
esercita la sua missione; in particolare deve interessarsi con zelo dei problemi della pace,
del progresso e della collaborazione dei popoli, in vista del bene spirituale, morale e
materiale dell'intera famiglia umana.
3. Al Rappresentante Pontificio incombe pure il dovere di tutelare in concorde azione con i
Vescovi, presso le Autorità civili del territorio in cui esercita il suo ufficio, la missione
della Chiesa e della Santa Sede. Tale compito appartiene anche a quei Rappresentanti
pontifici che sono privi di carattere diplomatico: questi, pertanto, avranno cura di
intrattenere amichevoli rapporti con le medesime autorità.
4. Nella sua qualità di inviato del Supremo Pastore delle anime, il Rappresentante
Pontificio promuoverà, in armonia con le istruzioni che riceve dai competenti Uffici della
Santa Sede e d'accordo con i Vescovi del luogo, soprattutto con i Patriarchi in territorio
orientale, opportuni contatti tra la Chiesa Cattolica e le altre comunità cristiane, e favorirà
cordiali rapporti con le Religioni non cristiane.
5. La multiforme missione del Rappresentante Pontificio è svolta sotto la guida e secondo
le istruzioni del Cardinale Segretario di Stato e Prefetto del Consiglio per gli Affari
pubblici della Chiesa, verso la quale egli è direttamente responsabile nell'esecuzione del
mandato affidatogli dal Romano Pontefice.
V
1. Il Rappresentante Pontificio ha come sua funzione ordinaria di tener regolarmente e
obiettivamente informata la Santa Sede circa le condizioni delle comunità ecclesiali presso
le quali è stato inviato, e circa quanto può avere riflesso sulla vita della Chiesa e sul bene
delle anime.
2. Egli, da una parte, fa conoscere alla Santa Sede il pensiero dei Vescovi, del Clero, dei
Religiosi e dei fedeli del territorio dove svolge il suo mandato, e ne inoltra a Roma le
proposte e istanze; dall'altra si rende interprete con chi di dovere degli atti, documenti,
informazioni e istruzioni che promanano dalla Santa Sede.
3. Perciò, ogni Ufficio e Dicastero della Curia non ometterà di comunicargli le decisioni
prese e, ordinariamente, si varrà dei suoi buoni uffici per farle pervenire a destinazione;
inoltre, chiederà anche il suo parere su gli atti e i provvedimenti da adottarsi nel territorio
in cui egli svolge la sua mansione.
VI
1. In merito alla nomina dei Vescovi e di altri Ordinari ad essi equiparati, il Rappresentante
Pontificio ha l'incarico d'istruire il processo canonico informativo sui candidati, e di

146
inoltrare i nomi ai competenti Dicasteri Romani, insieme con una accurata relazione, nella
quale esprimerà davanti al Signore il proprio parere e voto preferenziale.
2. Nell'esercizio di questa funzione egli: a) si varrà liberamente e riservatamente del parere
di Ecclesiastici e anche di Laici prudenti che sembrino i più idonei a fornire sincere e utili
informazioni, imponendo il segreto alle persone consultate, per l'ovvio e doveroso riguardo
sia ai soggetti attivi e passivi della consultazione, sia alla natura di essa; b) procederà in
base alle norme stabilite dalla Santa Sede circa la proposta di nominativi per il ministero
episcopale nella Chiesa, tenendo presente, in particolare, la competenza delle Conferenze
Episcopali; c) rispetterà i legittimi privilegi accordati o acquisiti, e ogni procedura speciale
riconosciuta dalla Santa Sede.
3. Rimangono, in ogni caso, inalterati, sia il diritto vigente circa l'elezione dei Vescovi
nelle Chiese Orientali, sia la prassi della designazione di candidati per circoscrizioni
ecclesiastiche affidate a comunità religiose e dipendenti dalla Sacra Congregazione per la
Evangelizzazione.
VII
Ferma restando la facoltà delle Conferenze Episcopali di formulare voti e proposte circa
l'erezione, il dismembramento e la soppressione di circoscrizioni ecclesiastiche diocesane o
provinciali, e salva la disciplina delle Chiese Orientali, è compito del Rappresentante
Pontificio promuovere - anche di propria iniziativa, quando ve ne sia bisogno - lo studio di
tali questioni e inoltrare le proposte della Conferenza Episcopale, corredate dal proprio
voto, al competente Dicastero della Santa Sede.
VIII
1. In rapporto ai Vescovi, ai quali è affidata per divino mandato la cura delle anime nelle
singole diocesi, il Rappresentante Pontificio ha il dovere di aiutare, consigliare e prestare la
sua opera pronta e generosa, con spirito di fraterna collaborazione, sempre rispettando
l'esercizio di giurisdizione propria dei Pastori.
2. Per quanto riguarda le Conferenze Episcopali, il Rappresentante Pontificio tenga sempre
presente la estrema importanza del loro compito, e la necessità pertanto di intrattenere con
esse strette relazioni e di offrire loro ogni possibile aiuto. Pur non essendo membro della
Conferenza, egli sarà presente alla seduta iniziale di ogni assemblea generale, salva
ulteriore partecipazione ad altri atti della Conferenza, su invito dei Vescovi stessi o per
esplicito mandato della Santa Sede. Egli sarà inoltre informato, in tempo utile, dell'ordine
del giorno dell'assemblea, e riceverà copia dei verbali, per prenderne conoscenza e
trasmetterli alla Santa Sede.
IX
1. Data la natura giuridica delle Comunità Religiose di diritto pontificio e la convenienza
di rafforzare la loro unione interna e la loro associazione in campo nazionale e
internazionale, il rappresentante del Romano Pontefice è chiamato a dare consiglio e
assistenza ai Superiori Maggiori residenti nel territorio della sua missione, allo scopo di
promuovere e consolidare le Conferenze dei Religiosi e delle Religiose, e di coordinare la
loro attività di apostolato educativa, assistenziale e sociale, in accordo con le norme
direttive della Santa Sede e con le locali Conferenze Episcopali.
2. Egli, pertanto, sarà presente alla seduta iniziale delle Conferenze dei Religiosi e delle
Religiose, e prenderà parte a quegli atti che, d'intesa coi Superiori Maggiori, richiedessero

147
la sua presenza. Sarà inoltre informato, in tempo utile, dell'ordine del giorno della riunione,
e riceverà copia dei verbali, per prendere conoscenza e trasmetterli al competente
Dicastero della Curia Romana.
3. Il voto del Rappresentante Pontificio, insieme a quello dei Vescovi interessati, è
necessario, quando una Congregazione religiosa avente la sua Casa Generalizia nel
territorio di competenza del rappresentante medesimo, si propone di ottenere
l'approvazione della Santa Sede e il titolo di «diritto pontificio».
4. Il Rappresentante Pontificio esercita le stesse funzioni di cui ai paragrafi 1, 2, 3, nei
riguardi degli Istituti Secolari, applicando ad essi ciò che è loro applicabile.
X
1. I rapporti tra Chiesa e Stato sono, normalmente, coltivati dal Rappresentante Pontificio,
al quale è affidato l'incarico, proprio e peculiare, di agire in nome della Santa Sede: a) per
promuoverne e favorirne i rapporti con il Governo della Nazione presso cui egli è
accreditato; b) per trattare questioni concernenti le relazioni tra Chiesa e Stato; c) per
occuparsi in particolare della stipulazione di «modus vivendi», di accordi e di concordati,
nonché di convenzioni che si riferiscono a questioni della sfera del diritto pubblico.
2. Nello svolgere tali trattative, conviene che il Legato Pontificio, nel modo e nella misura
che le circostanze permetteranno, chieda il parere e il consiglio dell'Episcopato e lo tenga
informato dello sviluppo dei negoziati.

XI
1. Il Rappresentante Pontificio ha l'incarico di seguire con cura programmi disposti dalle
Organizzazioni Internazionali, quando presso di esse non vi sia un Delegato o un
Osservatore permanente della Santa Sede. È inoltre sua funzione di: a) informare
regolarmente la Santa Sede sulla attività di tali organizzazioni; b) agevolare, d'accordo con
l'Episcopato locale, l'intesa per una proficua collaborazione tra gli Istituti assistenziali ed
educativi della Chiesa e gli analoghi Istituti intergovernativi e non-governativi; c)
sostenere e favorire l'attività delle Organizzazioni Internazionali Cattoliche.
2. I Delegati e gli Osservatori della Santa Sede presso Organismi Internazionali svolgono
la loro missione d'intesa con il Rappresentante Pontificio nella Nazione in cui si trovano.
XII
1. La sede della Rappresentanza pontificia è esente dalla giurisdizione dell'Ordinario del
luogo.
2. Il Rappresentante Pontificio, nell'Oratorio della propria sede può concedere ai sacerdoti
la facoltà di ascoltare le confessioni, può esercitare le facoltà sue proprie, e compiere atti di
culto e cerimonie sacre, sempre però in armonia con le disposizioni vigenti nel territorio,
ed informata, quando conviene, l'autorità ecclesiastica interessata.
3. Egli può, dandone, per quanto possibile, preavviso agli Ordinari del luogo, benedire il
popolo e compiere le sacre funzioni, anche pontificali, in tutte le chiese del territorio della
propria legazione.
4. Nell'ambito del territorio in cui svolge la sua missione, il Rappresentante Pontificio ha
diritto di precedenza sugli Arcivescovi e Vescovi, non però sui Membri del Sacro Collegio,
né sui Patriarchi delle Chiese Orientali, nel loro territorio, e anche fuori di esso ogni
qualvolta questi celebrano nel proprio rito.

148
5. I diritti e i privilegi inerenti alla sede e alla persona del Rappresentante Pontificio sono
concessi affinché, facendone egli uso discreto e prudente, meglio si manifesti il carattere
della sua legazione e gli sia reso più facile il servizio che deve prestare.
Tutto quanto è stato da noi stabilito con il presente Motu proprio, ordiniamo che abbia
pieno e stabile valore, nonostante qualsiasi disposizione contraria, pur meritevole di
speciale menzione.
Dato a Roma, presso S. Pietro, il 24 giugno dell'anno 1969, settimo del Nostro Pontificato.
PAOLO PP. VI

CONVENCIÓN DE VIENA SOBRE RELACIONES DIPLOMÁTICAS,


18 DE ABRIL DE 1961
Entró en vigor el 24 de abril de 1964.
Los Estados Partes en la presente Convención,
Teniendo presente que desde antiguos tiempos los pueblos de todas las naciones han
reconocido el estatuto de los funcionarios diplomáticos,
Teniendo en cuenta los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas relativos
a la igualdad soberana de los Estados, al mantenimiento de la paz y de la seguridad
internacional y al fomento de las relaciones de amistad entre las naciones,
Estimando que una convención internacional sobre relaciones, privilegios e inmunidades
diplomáticos contribuirá al desarrollo de las relaciones amistosas entre las naciones,
prescindiendo de sus diferencias de régimen constitucional y social,
Reconociendo que tales inmunidades y privilegios se conceden, no en beneficio de las
personas, sino con el fin de garantizar el desempeño eficaz de las funciones de las misiones
diplomáticas en calidad de representantes de los Estados,
Afirmando que las normas del derecho internacional consuetudinario han de continuar
rigiendo las cuestiones que no hayan sido expresamente reguladas en las disposiciones de
la presente Convención,
Han convenido en lo siguiente:
Artículo 1

149
A los efectos de la presente Convención:
a. por "jefe de misión", se entiende la persona encargada por el Estado acreditante de
actuar con carácter de tal; b. por "miembros de la misión", se entiende el jefe de la misión
y los miembros del personal de la misión; c. por "miembros del personal de la misión", se
entiende los miembros del personal diplomático, del personal administrativo y técnico y
del personal de servicio de la misión; d. por "miembros del personal diplomático", se
entiende los miembros del personal de la misión que posean la calidad de diplomático; e.
por "agente diplomático", se entiende el jefe de la misión o un miembro del personal
diplomático de la misión; f. por "miembros del personal administrativo y técnico", se
entiende los miembros del personal de la misión empleados en el servicio administrativo y
técnico de la misión; g. por "miembros del personal de servicio", se entiende los miembros
del personal de la misión empleados en el servicio doméstico de la misión; h. por "criado
particular", se entiende toda persona al servicio doméstico de un miembro de la misión,
que no sea empleada del Estado acreditante; i. por "locales de la misión", se entiende los
edificios o las partes de los edificios, sea cual fuere su propietario, utilizados para las
finalidades de la misión, incluyendo la residencia del jefe de la misión, así como el terreno
destinado al servicio de esos edificios o de parte de ellos.
Artículo 2
El establecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados y el envío de misiones
diplomáticas permanentes se efectúa por consentimiento mutuo.
Artículo 3
1. Las funciones de una misión diplomática consisten principalmente en:
a. representar al Estado acreditante ante el Estado receptor; b. proteger en el Estado
receptor los intereses del Estado acreditante y los de sus nacionales, dentro de los límites
permitidos por el derecho internacional; c. negociar con el gobierno del Estado receptor; d.
enterarse por todos los medios lícitos de las condiciones y de la evolución de los
acontecimientos en el Estado receptor e informar sobre ello al gobierno del Estado
acreditante; e. fomentar las relaciones amistosas y desarrollar las relaciones económicas,
culturales y científicas entre el Estado acreditante y el Estado receptor.
2. Ninguna disposición de la presente Convención se interpretará de modo que impida el
ejercicio de funciones consulares por la misión diplomática.
Artículo 4
1. El Estado acreditante deberá asegurarse de que la persona que se proponga acreditar
como jefe de la misión ante el Estado receptor ha obtenido el asentimiento de ese Estado.
2. El Estado receptor no esta obligado a expresar al Estado acreditante los motivos de su
negativa a otorgar el asentimiento.
Artículo 5
1. El Estado acreditante podrá, después de haberlo notificado en debida forma a los
Estados receptores interesados, acreditar a un jefe de misión ante dos o más Estados, o bien
destinar a ellos a cualquier miembro del personal diplomático, salvo que alguno de los
Estados receptores se oponga expresamente.
2. Si un Estado acredita a un jefe de misión ante dos o más Estados, podrá establecer una
misión diplomática dirigida por un encargado de negocios ad interim en cada uno de los
Estados en que el jefe de la misión no tenga su sede permanente.

150
3. El jefe de misión o cualquier miembro del personal diplomático de la misión podrá
representar al Estado acreditante ante cualquier organización internacional.
Artículo 6
Dos o más Estados podrán acreditar a la misma persona como jefe de misión ante un tercer
Estado, salvo que el Estado receptor se oponga a ello.
Artículo 7
Sin perjuicio de lo dispuesto en los artículos 5, 8, 9 y 11, el Estado acreditante nombrará
libremente al personal de la misión. En el caso de los agregados militares, navales o aéreos,
el Estado receptor podrá exigir que se le sometan de antemano sus nombres, para su
aprobación.
Artículo 8
1. Los miembros del personal diplomático de la misión habrán de tener, en principio, la
nacionalidad del Estado acreditante.
2. Los miembros del personal diplomático de la misión no podrán ser elegidos entre
personas que tengan la nacionalidad del Estado receptor, excepto con el consentimiento de
ese Estado, que podrá retirarlo en cualquier momento.
3. El Estado receptor podrá reservarse el mismo derecho respecto de los nacionales de un
tercer Estado que no sean al mismo tiempo nacionales del Estado acreditante.
Artículo 9
1. El Estado receptor podrá, en cualquier momento y sin tener que exponer los motivos de
su decisión, comunicar al Estado acreditante que el jefe u otro miembro del personal
diplomático de la misión es persona non grata, o que cualquier otro miembro del personal
de la misión no es aceptable. El Estado acreditante retirará entonces a esa persona o pondrá
término a sus funciones en la misión, según proceda. Toda persona podrá ser declarada non
grata o no aceptable antes de su llegada al territorio del Estado receptor.
2. Si el Estado acreditante se niega a ejecutar o no ejecuta en un plazo razonable las
obligaciones que le incumben a tenor de lo dispuesto en el párrafo 1, el Estado receptor
podrá negarse a reconocer como miembro de la misión a la persona de que se trate.
Artículo 10
1. Se notificará al Ministerio de Relaciones Exteriores, o al Ministerio que se haya
convenido, del Estado receptor:
a. el nombramiento de los miembros de la misión, su llegada y su salida definitiva o la
terminación de sus funciones en la misión; b. la llegada y la salida definitiva de toda
persona perteneciente a la familia de un miembro de la misión y, en su caso, el hecho de
que determinada persona entre a formar parte o cese de ser miembro de la familia de un
miembro de la misión; c. la llegada y la salida definitiva de los criados particulares al
servicio de las personas a que se refiere el inciso a. de este párrafo y, en su caso, el hecho
de que cesen en el servicio de tales personas; d. la contratación y el despido de personas
residentes en el Estado receptor como miembros de la misión o criados particulares que
tengan derecho a privilegios e inmunidades.
2. Cuando sea posible, la llegada y la salida definitiva se notificarán también con
antelación.
Artículo 11

151
1. A falta de acuerdo explícito sobre el número de miembros de la misión, el Estado
receptor podrá exigir que ese número este dentro de los límites de lo que considere que es
razonable y normal, según las circunstancias y condiciones de ese Estado y las necesidades
de la misión de que se trate.
2. El Estado receptor podrá también, dentro de esos límites y sin discriminación alguna,
negarse a aceptar funcionarios de una determinada categoría.
Artículo 12
El Estado acreditante no podrá, sin el consentimiento previo y expreso del Estado receptor,
establecer oficinas que formen parte de la misión en localidades distintas de aquella en que
radique la propia misión.
Artículo 13
1. Se considerará que el jefe de misión ha asumido sus funciones en el Estado receptor
desde el momento en que haya presentado sus cartas credenciales o en que haya
comunicado su llegada y presentado copia de estilo de sus cartas credenciales al Ministerio
de Relaciones Exteriores, o al Ministerio que se haya convenido, según la práctica en vigor
en el Estado receptor, que deberá aplicarse de manera uniforme.
2. El orden de presentación de las cartas credenciales o de su copia de estilo se determinará
por la fecha y hora de llegada del jefe de misión.
Artículo 14
1. Los jefes de misión se dividen en tres clases:
a. embajadores o nuncios acreditados ante los Jefes de Estado, y otros jefes de misión de
rango equivalente; b. enviados, ministros o internuncios acreditados ante los Jefes de
Estado; c. encargados de negocios acreditados ante los Ministros de Relaciones Exteriores.
2. Salvo por lo que respecta a la precedencia y a la etiqueta, no se hará ninguna distinción
entre los jefes de misión por razón de su clase.
Artículo 15
Los Estados se pondrán de acuerdo acerca de la clase a que habrán de pertenecer los jefes
de sus misiones.
Artículo 16
1. La precedencia de los jefes de misión, dentro de cada clase, se establecerá siguiendo el
orden de la fecha y la hora en que hayan asumido sus funciones, de conformidad con el
artículo 13.
2. Las modificaciones en las cartas credenciales de un jefe de misión que no entrañen
cambio de clase no alterarán su orden de precedencia.
3. Las disposiciones de este artículo se entenderán sin perjuicio de los usos que acepte el
Estado receptor respecto de la precedencia del representante de la Santa Sede.
Artículo 17
El jefe de misión notificará al Ministerio de Relaciones Exteriores, o al Ministerio que se
haya convenido, el orden de precedencia de los miembros del personal diplomático de la
misión.
Artículo 18
El procedimiento que se siga en cada Estado para la recepción de los jefes de misión será
uniforme respecto de cada clase.
Artículo 19

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1. Si queda vacante el puesto de jefe de misión o si el jefe de misión no puede desempeñar
sus funciones, un encargado de negocios ad interim actuará provisionalmente como jefe de
la misión. El nombre del encargado de negocios ad interim será comunicado al Ministerio
de Relaciones Exteriores del Estado receptor, o al Ministerio que se haya convenido, por el
jefe de misión o, en el caso de que este no pueda hacerlo, por el Ministerio de Relaciones
Exteriores del Estado acreditante.
2. Caso de no estar presente ningún miembro del personal diplomático de la misión en el
Estado receptor, un miembro del personal administrativo y técnico podrá, con el
consentimiento del Estado receptor, ser designado por el Estado acreditante para hacerse
cargo de los asuntos administrativos corrientes de la misión.
Artículo 20
La misión y su jefe tendrán derecho a colocar la bandera y el escudo del Estado acreditante
en los locales de la misión, incluyendo la residencia del jefe de la misión y en los medios
de transporte de éste.
Artículo 21
1. El Estado receptor deberá, sea facilitar la adquisición en su territorio de conformidad
con sus propias leyes, por el Estado acreditante, de los locales necesarios para la misión, o
ayudar a éste a obtener alojamiento de otra manera.
2. Cuando sea necesario, ayudará también a las misiones a obtener alojamiento adecuado
para sus miembros.
Artículo 22
1. Los locales de la misión son inviolables. Los agentes del Estado receptor no podrán
penetrar en ellos sin consentimiento del jefe de la misión.
2. El Estado receptor tiene la obligación especial de adoptar todas las medidas adecuadas
para proteger los locales de la misión contra toda intrusión o daño y evitar que se turbe la
tranquilidad de la misión o se atente contra su dignidad.
3. Los locales de la misión, su mobiliario y demás bienes situados en ellos, así como los
medios de transporte de la misión, no podrán ser objeto de ningún registro, requisa,
embargo o medida de ejecución.
Artículo 23
1. El Estado acreditante y el jefe de la misión están exentos de todos los impuestos y
gravámenes nacionales, regionales o municipales, sobre los locales de la misión de que
sean propietarios o inquilinos, salvo de aquellos impuestos o gravámenes que constituyan
el pago de servicios particulares prestados.
2. La exención fiscal a que se refiere este artículo no se aplica a los impuestos y
gravámenes que, conforme a las disposiciones legales del Estado receptor, estén a cargo
del particular que contrate con el Estado acreditante o con el jefe de la misión.
Artículo 24
Los archivos y documentos de la misión son siempre inviolables, dondequiera que se
hallen.
Artículo 25
El Estado receptor dará toda clase de facilidades para el desempeño de las funciones de la
misión.
Artículo 26

153
Sin perjuicio de sus leyes y reglamentos referentes a zonas de acceso prohibido y
reglamentado por razones de seguridad nacional, el Estado receptor garantizará a todos los
miembros de la misión la libertad de circulación y de tránsito por su territorio.
Artículo 27
1. El Estado receptor permitirá y protegerá la libre comunicación de la misión para todos
los fines oficiales. Para comunicarse con el gobierno y con las demás misiones y
consulados del Estado acreditante, dondequiera que se radiquen, la misión podrá emplear
todos los medios de comunicación adecuados, entre ellos los correos diplomáticos y los
mensajes en clave o en cifra. Sin embargo, únicamente con el consentimiento del Estado
receptor podrá la misión instalar y utilizar una emisora de radio.
2. La correspondencia oficial de la misión es inviolable. Por correspondencia oficial se
entiende toda correspondencia concerniente a la misión y a sus funciones.
3. La valija diplomática no podrá ser abierta ni retenida.
4. Los bultos que constituyan la valija diplomática deberán ir provistos de signos exteriores
visibles indicadores de su carácter y sólo podrán contener documentos diplomáticos u
objetos de uso oficial.
5. El correo diplomático, que debe llevar consigo un documento oficial en el que conste su
condición de tal y el número de bultos que constituyan la valija, estará protegido, en el
desempeño de sus funciones, por el Estado receptor. Gozará de inviolabilidad personal y
no podrá ser objeto de ninguna forma de detención o arresto.
6. El Estado acreditante o la misión podrán designar correos diplomáticos ad hoc. En tales
casos se aplicarán también las disposiciones del párrafo 5 de este Artículo, pero las
inmunidades en él mencionadas dejarán de ser aplicables cuando dicho correo haya
entregado al destinatario la valija diplomática que se le haya encomendado.
7. La valija diplomática podrá ser confiada al comandante de una aeronave comercial que
haya de aterrizar en un aeropuerto de entrada autorizado. El comandante deberá llevar
consigo un documento oficial en el que conste el número de bultos que constituyan la
valija, pero no podrá ser considerado como correo diplomático. La misión podrá enviar a
uno de sus miembros, a tomar posesión directa y libremente de la valija diplomática de
manos del comandante de la aeronave.
Artículo 28
Los derechos y aranceles que perciba la misión por actos oficiales están exentos de todo
impuesto y gravamen.
Artículo 29
La persona del agente diplomático es inviolable. No puede ser objeto de ninguna forma de
detención o arresto. El Estado receptor le tratará con el debido respeto y adoptará todas las
medidas adecuadas para impedir cualquier atentado contra su persona, su libertad o su
dignidad.
Artículo 30
1. La residencia particular del agente diplomático goza de la misma inviolabilidad y
protección que los locales de la misión.
2. Sus documentos, su correspondencia y, salvo lo previsto en el párrafo 3 del Artículo 31,
sus bienes, gozarán igualmente de inviolabilidad.
Artículo 31

154
1. El agente diplomático gozará de inmunidad de la jurisdicción penal del Estado receptor.
Gozará también de inmunidad de su jurisdicción civil y administrativa, excepto si se trata:
a. de una acción real sobre bienes inmuebles particulares radicados en el territorio del
Estado receptor, a menos que el agente diplomático los posea por cuenta del Estado
acreditante para los fines de la misión; b. de una acción sucesoria en la que el agente
diplomático figure, a título privado y no en nombre del Estado acreditante, como ejecutor
testamentario, administrador, heredero o legatario; c. de una acción referente a cualquier
actividad profesional o comercial ejercida por el agente diplomático en el Estado receptor,
fuera de sus funciones oficiales.
2. El agente diplomático no está obligado a testificar.
3. El agente diplomático no podrá ser objeto de ninguna medida de ejecución, salvo en los
casos previstos en los incisos a, b y c del párrafo 1 de este artículo y con tal de que no sufra
menoscabo la inviolabilidad de su persona o de su residencia.
4. La inmunidad de jurisdicción de un agente diplomático en el Estado receptor no le
exime de la jurisdicción del Estado acreditante.
Artículo 32
1. El Estado acreditante puede renunciar a la inmunidad de jurisdicción de sus agentes
diplomáticos y de las personas que gocen de inmunidad conforme al Artículo 37.
2. La renuncia ha de ser siempre expresa.
3. Si un agente diplomático o una persona que goce de inmunidad de jurisdicción conforme
al artículo 37 entabla una acción judicial, no le será permitido invocar la inmunidad de
jurisdicción respecto de cualquier reconvención directamente ligada a la demanda
principal.
4. La renuncia a la inmunidad de jurisdicción respecto de las acciones civiles o
administrativas no ha de entenderse que entraña renuncia a la inmunidad en cuanto a la
ejecución del fallo, para lo cual será necesaria una nueva renuncia.
Artículo 33
1. Sin perjuicio de las disposiciones del párrafo 3 de este artículo, el agente diplomático
estará, en cuanto a los servicios prestados al Estado acreditante, exento de las disposiciones
sobre seguridad social que estén vigentes en el Estado receptor.
2. La exención prevista en el párrafo 1 de este artículo se aplicará también a los criados
particulares que se hallen al servicio exclusivo del agente diplomático, a condición de que:
a. no sean nacionales del Estado receptor o no tengan en él residencia permanente; y b.
estén protegidos por las disposiciones sobre seguridad social que estén vigentes en el
Estado acreditante o en un tercer Estado.
3. El agente diplomático que emplee a personas a quienes no se aplique la exención
prevista en el párrafo 2 de este artículo, habrá de cumplir las obligaciones que las
disposiciones sobre seguridad social del Estado receptor impongan a los empleadores.
4. La exención prevista en los párrafos 1 y 2 de este Artículo no impedirá la participación
voluntaria en el régimen de seguridad social del Estado receptor, a condición de que tal
participación esté permitida por ese Estado.
5. Las disposiciones de este artículo se entenderán sin perjuicio de los acuerdos bilaterales
o multilaterales sobre seguridad social ya concertados y no impedirán que se concierten en
lo sucesivo acuerdos de esa índole.

155
Artículo 34
El agente diplomático estará exento de todos los impuestos y gravámenes personales o
reales, nacionales, regionales o municipales, con excepción:
a. de los impuestos indirectos de la índole de los normalmente incluidos en el precio de las
mercaderías o servicios; b. de los impuestos y gravámenes sobre los bienes inmuebles
privados que radiquen en el territorio del Estado receptor, a menos que el agente
diplomático los posea por cuenta del Estado acreditante y para los fines de la misión; c. de
los impuestos sobre las sucesiones que corresponda percibir al Estado receptor, salvo lo
dispuesto en el párrafo 4 del artículo 39; d. de los impuestos y gravámenes sobre los
ingresos privados que tengan su origen en el Estado receptor y de los impuestos sobre el
capital que graven las inversiones efectuadas en empresas comerciales en el Estado
receptor; e. de los impuestos y gravámenes correspondientes a servicios particulares
prestados; f. salvo lo dispuesto en el artículo 23, de los derechos de registro, aranceles
judiciales, hipoteca y timbre, cuando se trate de bienes inmuebles.
Artículo 35
El Estado receptor deberá eximir a los agentes diplomáticos de toda prestación personal, de
todo servicio público cualquiera que sea su naturaleza y de cargas militares tales como las
requisiciones, las contribuciones y los alojamientos militares.
Artículo 36
1. El Estado receptor, con arreglo a las leyes y reglamentos que promulgue, permitirá la
entrada, con exención de toda clase de derechos de aduana, impuestos y gravámenes
conexos, salvo los gastos de almacenaje, acarreo y servicios análogos:
a. de los objetos destinados al uso oficial de la misión; b. de los objetos destinados al uso
personal del agente diplomático o de los miembros de su familia que formen parte de su
casa, incluidos los efectos destinados a su instalación.
2. El agente diplomático estará exento de la inspección de su equipaje personal, a menos
que haya motivos fundados para suponer que contiene objetos no comprendidos en las
exenciones mencionadas en el párrafo 1 de este artículo, u objetos cuya importación o
exportación esté prohibida por la legislación del Estado receptor o sometida a sus
reglamentos de cuarentena. En este caso, la inspección sólo se podrá efectuar en presencia
del agente diplomático o de su representante autorizado.
Artículo 37
1. Los miembros de la familia de un agente diplomático que formen parte de su casa
gozarán de los privilegios e inmunidades especificados en los artículos 29 a 36, siempre
que no sean nacionales del Estado receptor.
2. Los miembros del personal administrativo y técnico de la misión, con los miembros de
sus familias que formen parte de sus respectivas casas, siempre que no sean nacionales del
Estado receptor ni tengan en él residencia permanente, gozarán de los privilegios e
inmunidades mencionados en los artículos 29 a 35, salvo que la inmunidad de la
jurisdicción civil y administrativa del Estado receptor especificada en el párrafo 1 del
artículo 31, no se extenderá a los actos realizados fuera del desempeño de sus funciones.
Gozarán también de los privilegios especificados en el párrafo 1 del artículo 36, respecto
de los objetos importados al efectuar su primera instalación.

156
3. Los miembros del personal de servicio de la misión que no sean nacionales del Estado
receptor ni tengan en él residencia permanente, gozarán de inmunidad por los actos
realizados en el desempeño de sus funciones, de exención de impuestos y gravámenes
sobre los salarios que perciban por sus servicios y de la exención que figure en el artículo
33.
4. Los criados particulares de los miembros de la misión, que no sean nacionales del
Estado receptor ni tengan en él residencia permanente, estarán exentos de impuestos y
gravámenes sobre los salarios que perciban por sus servicios. A otros respectos, sólo
gozarán de privilegios e inmunidades en la medida reconocida por dicho Estado. No
obstante, el Estado receptor habrá de ejercer su jurisdicción sobre esas personas de modo
que no estorbe indebidamente el desempeño de las funciones de la misión.
Artículo 38
1. Excepto en la medida en que el Estado receptor conceda otros privilegios e inmunidades,
el agente diplomático que sea nacional de ese Estado o tenga en él residencia permanente
sólo gozará de inmunidad de jurisdicción e inviolabilidad por los actos oficiales realizados
en el desempeño de sus funciones.
2. Los otros miembros de la misión y los criados particulares que sean nacionales del
Estado receptor o tengan en él su residencia permanente, gozarán de los privilegios e
inmunidades únicamente en la medida en que lo admita dicho Estado. No obstante, el
Estado receptor habrá de ejercer su jurisdicción sobre esas personas de modo que no
estorbe indebidamente el desempeño de las funciones de la misión.
Artículo 39
1. Toda persona que tenga derecho a privilegios e inmunidades gozará de ellos desde que
penetre en el territorio del Estado receptor para tomar posesión de su cargo o, si se
encuentra ya en ese territorio, desde que su nombramiento haya sido comunicado al
Ministerio de Relaciones Exteriores o al Ministerio que se haya convenido.
2. Cuando terminen las funciones de una persona que goce de privilegios e inmunidades,
tales privilegios e inmunidades cesarán normalmente en el momento en que esa persona
salga del país o en el que expire el plazo razonable que le haya sido concedido para
permitirle salir de él, pero subsistirán hasta entonces, aún en caso de conflicto armado. Sin
embargo, no cesará la inmunidad respecto de los actos realizados por tal persona en el
ejercicio de sus funciones como miembro de la misión.
3. En caso de fallecimiento de un miembro de la misión, los miembros de su familia
continuarán en el goce de los privilegios e inmunidades que les correspondan hasta la
expiración de un plazo razonable en el que puedan abandonar el país.
4. En caso de fallecimiento de un miembro de la misión que no sea nacional del Estado
receptor ni tenga en él residencia permanente, o de un miembro de su familia que forme
parte de su casa, dicho Estado permitirá que se saquen del país los bienes muebles del
fallecido, salvo los que hayan sido adquiridos en él y cuya exportación se halle prohibida
en el momento del fallecimiento. No serán objeto de impuestos de sucesión los bienes
muebles que se hallaren en el Estado receptor por el solo hecho de haber vivido allí el
causante de la sucesión como miembro de la misión o como persona de la familia de un
miembro de la misión.
Artículo 40

157
1. Si un agente diplomático atraviesa el territorio de un tercer Estado que le hubiere
otorgado el visado del pasaporte si tal visado fuere necesario, o se encuentra en él para ir a
tomar posesión de sus funciones, para reintegrarse a su cargo o para volver a su país, el
tercer Estado le concederá la inviolabilidad y todas las demás inmunidades necesarias para
facilitarle el tránsito o el regreso. Esta regla será igualmente aplicable a los miembros de su
familia que gocen de privilegios e inmunidades y acompañen al agente diplomático o
viajen separadamente para reunirse con él o regresar a su país.
2. En circunstancias análogas a las previstas en el párrafo 1 de este artículo, los terceros
Estados no habrán de dificultar el paso por su territorio de los miembros del personal
administrativo y técnico, del personal de servicio de una misión o de los miembros de sus
familias.
3. Los terceros Estados concederán a la correspondencia oficial y a otras comunicaciones
oficiales en tránsito, incluso a los despachos en clave o en cifra, la misma libertad y
protección concedida por el Estado receptor. Concederán a los correos diplomáticos a
quienes hubieren otorgado el visado del pasaporte si tal visado fuere necesario, así como a
las valijas diplomáticas en tránsito, la misma inviolabilidad y protección que se halla
obligado a prestar el Estado receptor.
4. Las obligaciones de los terceros Estados en virtud de los párrafos 1, 2 y 3 de este
artículo serán también aplicables a las personas mencionadas respectivamente en esos
párrafos, así como a las comunicaciones oficiales y a las valijas diplomáticas, que se hallen
en el territorio del tercer Estado a causa de fuerza mayor.
Artículo 41
1. Sin perjuicio de sus privilegios e inmunidades, todas las personas que gocen de esos
privilegios e inmunidades deberán respetar las leyes y reglamentos del Estado receptor.
También están obligados a no inmiscuirse en los asuntos internos de ese Estado.
2. Todos los asuntos oficiales de que la misión esté encargada por el Estado acreditante han
de ser tratados con el Ministerio de Relaciones Exteriores del Estado receptor por conducto
de él, o con el Ministerio que se haya convenido.
3. Los locales de la misión no deben ser utilizados de manera incompatible con las
funciones de la misión tal como están enunciadas en la presente Convención, en otras
normas del derecho internacional general o en los acuerdos particulares que estén en vigor
entre el Estado acreditante y el Estado receptor.
Artículo 42
El agente diplomático no ejercerá en el Estado receptor ninguna actividad profesional o
comercial en provecho propio.
Artículo 43
Las funciones del agente diplomático terminarán, principalmente:
a. cuando el Estado acreditante comunique al Estado receptor que las funciones del agente
diplomático han terminado; b. cuando el Estado receptor comunique al Estado acreditante
que, de conformidad con el párrafo 2 del artículo 9, se niega a reconocer al agente
diplomático como miembro de la misión.
Artículo 44
El Estado receptor deberá, aún en caso de conflicto armado, dar facilidades para que las
personas que gozan de privilegios e inmunidades y no sean nacionales del Estado receptor,

158
así como los miembros de sus familias, sea cual fuere su nacionalidad, puedan salir de su
territorio lo más pronto posible. En especial, deberá poner a su disposición, si fuere
necesario, los medios de transporte indispensables para tales personas y sus bienes.
Artículo 45
En caso de ruptura de las relaciones diplomáticas entre dos Estados, o si se pone término a
una misión de modo definitivo o temporal:
a. el Estado receptor estará obligado a respetar y a proteger, aún en caso de conflicto
armado, los locales de la misión así como sus bienes y archivos; b. el Estado acreditante
podrá confiar la custodia de los locales de la misión, así como de sus bienes y archivos, a
un tercer Estado aceptable para el Estado receptor; c. el Estado acreditante podrá confiar la
protección de sus intereses y de los intereses de sus nacionales a un tercer Estado aceptable
para el Estado receptor.
Artículo 46
Con el consentimiento previo del Estado receptor y a petición de un tercer Estado no
representado en él, el Estado acreditante podrá asumir la protección temporal de los
intereses del tercer Estado y de sus nacionales.
Artículo 47
1. En la aplicación de las disposiciones de la presente Convención, el Estado receptor no
hará ninguna discriminación entre los Estados.
2. Sin embargo, no se considerará como discriminatorio:
a. que el Estado receptor aplique con criterio restrictivo cualquier disposición de la
presente Convención, porque con tal criterio haya sido aplicada a su misión en el Estado
acreditante; b. que, por costumbre o acuerdo, los Estados se concedan recíprocamente un
trato más favorable que el requerido en las disposiciones de la presente Convención.
Artículo 48
La presente Convención estará abierta a la firma de todos los Estados Miembros de las
Naciones Unidas o de algún organismo especializado, así como de todo Estado Parte en el
Estatuto de la Corte Internacional de Justicia y de cualquier otro Estado invitado por la
Asamblea General de las Naciones Unidas a ser parte en la Convención, de la manera
siguiente: hasta el 31 de octubre de 1961, en el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores
de Austria; y después, hasta el 31 de marzo de 1962, en la Sede de las Naciones Unidas en
Nueva York.
Artículo 49
La presente Convención está sujeta a ratificación. Los instrumentos de ratificación se
depositarán en poder del Secretario General de las Naciones Unidas.
Artículo 50
La presente Convención quedará abierta a la adhesión de los Estados pertenecientes a
alguna de las cuatro categorías mencionadas en el artículo 48. Los instrumentos de
adhesión se depositarán en poder del Secretario General de las Naciones Unidas.
Artículo 51
1. La presente Convención entrará en vigor el trigésimo día a partir de la fecha en que haya
sido depositado en poder del Secretario General de las Naciones Unidas el
vigesimosegundo instrumento de ratificación o de adhesión.

159
2. Para cada Estado que ratifique la Convención o se adhiera a ella después de haber sido
depositado el vigesimosegundo instrumento de ratificación o de adhesión, la Convención
entrará en vigor el trigésimo día a partir de la fecha en que tal Estado haya depositado su
instrumento de ratificación o de adhesión.
Artículo 52
El Secretario General de las Naciones Unidas comunicará a todos los Estados
pertenecientes a cualquiera de las cuatro categorías mencionadas en el artículo 48:
a. qué países han firmado la presente Convención y cuáles han depositado los instrumentos
de ratificación o adhesión, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 48, 49 y 50. b.
en que fecha entrará en vigor la presente Convención, de conformidad con lo dispuesto en
el artículo 51.
Artículo 53
El original de la presente Convención, cuyos textos chino, español, francés, inglés y ruso
son igualmente auténticos, será depositado en poder del Secretario General de las Naciones
Unidas, quien remitirá copia certificada a todos los Estados pertenecientes a cualquiera de
las cuatro categorías mencionadas en el artículo 48.
EN TESTIMONIO DE LO CUAL, los plenipotenciarios infrascritos, debidamente
autorizados por sus respectivos Gobiernos, han firmado la presente Convención.
HECHA en Viena, el día dieciocho de abril de mil novecientos sesenta y uno.

CONVENCIÓN DE VIENA SOBRE RELACIONES DIPLOMÁTICAS


PROTOCOLO FACULTATIVO SOBRE ADQUISICIÓN DE
NACIONALIDAD
Los Estados Partes en el presente Protocolo y en la Convención de Viena sobre Relaciones
Diplomáticas, que en adelante en este documento se denominará "la Convención",
aprobada por la Conferencia de las Naciones Unidas celebrada en Viena del 2 de marzo al
14 de abril de 1961,
Expresando su deseo de establecer entre ellos normas sobre adquisición de nacionalidad
por los miembros de sus misiones diplomáticas y de las familias que formen parte de sus
respectivas casas,
Han convenido en lo siguiente:
Artículo I
A los efectos del presente Protocolo la expresión "miembros de la misión" tendrá el
significado que se indica en el inciso b. del artículo 1 de la Convención; es decir "el jefe de
la misión y los miembros del personal de la misión".
Artículo II
Los miembros de la misión que no sean nacionales del Estado receptor y los miembros de
sus familias que formen parte de su casa, no adquieren la nacionalidad de dicho Estado por
el solo efecto de su legislación.
Artículo III
El presente Protocolo estará abierto a la firma de todos los Estados que puedan ser partes
de la Convención, de la manera siguiente: hasta el 31 de octubre de 1961, en el Ministerio

160
Federal de Relaciones Exteriores de Austria; y después, hasta el 31 de marzo de 1962, en la
Sede de las Naciones Unidas en Nueva York.
Artículo IV
El presente Protocolo está sujeto a ratificación. Los instrumentos de ratificación se
depositarán en poder del Secretario General de las Naciones Unidas.
Artículo V
El presente Protocolo quedará abierto a la adhesión de todos los Estados que puedan ser
partes en la Convención. Los instrumentos de adhesión se depositarán en poder del
Secretario General de las Naciones Unidas.
Artículo VI
1. El presente Protocolo entrará en vigor el mismo día que la Convención o el trigésimo día
a partir de la fecha en que se haya depositado en poder del Secretario General de las
Naciones Unidas el segundo instrumento de ratificación del Protocolo o de adhesión a él, si
ese día fuera posterior;
2. Para cada Estado que ratifique el presente Protocolo o se adhiera a él después de su
entrada en vigor de conformidad con lo dispuesto en el párrafo 1 de este artículo, el
Protocolo entrará en vigor el trigésimo día a partir de la fecha en que tal Estado haya
depositado su instrumento de ratificación o de adhesión.
Artículo VII
El Secretario General de las Naciones Unidas comunicará a todos los Estados que puedan
ser partes en la Convención:
a. qué países han firmado el presente Protocolo y cuáles han depositado los instrumentos
de ratificación o de adhesión, de conformidad con lo dispuesto en los artículos III, IV y V;
b. en qué fecha entrará en vigor el presente Protocolo, de conformidad con lo dispuesto en
el artículo VI.
Artículo VIII
El original del presente Protocolo, cuyos textos chino, español, francés, inglés y ruso son
igualmente auténticos, será depositado en poder del Secretario General de las Naciones
Unidas, quien remitirá copia certificada a todos los Estados a que se refiere el artículo III.
EN TESTIMONIO DE LO CUAL los plenipotenciarios infrascritos, debidamente
autorizados por sus respectivos Gobiernos, han firmado el presente Protocolo.
HECHO en Viena, el día dieciocho de abril de mil novecientos sesenta y uno.
Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas
Protocolo facultativo sobre la jurisdicción obligatoria para la solución de
controversias
Los Estados Partes en el presente Protocolo y en la Convención de Viena sobre Relaciones
Diplomáticas, que en adelante en este documento se denominará "la Convención",
aprobada por la Conferencia de las Naciones Unidas celebrada en Viena del 2 de marzo al
14 de abril de 1961,
Expresando su deseo de recurrir a la jurisdicción obligatoria de la Corte Internacional de
Justicia en todo lo que les concierna respecto de las controversias originadas por la
interpretación o aplicación de la Convención, a menos que las partes hayan aceptado de
común acuerdo, dentro de un plazo razonable, alguna otra forma de arreglo,
Han convenido en lo siguiente:

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Artículo I
Las controversias originadas por la interpretación o aplicación de la Convención se
someterán obligatoriamente a la Corte Internacional de Justicia, que a este título podrá
entender en ellas a demanda de cualquiera de las partes en la controversia que sea Parte en
el presente Protocolo.
Artículo II
Dentro de un plazo de dos meses, después de la notificación por una a otra de las partes de
que, a su juicio, existe un litigio, éstas podrán convenir en recurrir a un tribunal de arbitraje
en vez de recurrir a la Corte Internacional de Justicia. Una vez transcurrido ese plazo,
cualquiera de las partes podrá someter la controversia a la Corte mediante una demanda.
Artículo III
1. Dentro del mismo plazo de dos meses, las partes podrán convenir en adoptar un
procedimiento de conciliación antes de recurrir a la Corte Internacional de Justicia.
2. La comisión de conciliación deberá formular sus recomendaciones dentro de los cinco
meses siguientes a su constitución. Si sus recomendaciones no fueran aceptadas por las
partes en litigio dentro de un plazo de dos meses después de haber sido formuladas,
cualquiera de las partes podrá someter el litigio a la Corte mediante una demanda.
Artículo IV
Los Estados Partes en la Convención, en el Protocolo Facultativo sobre Adquisición de
Nacionalidad y en el presente Protocolo, podrán en cualquier momento declarar que desean
extender las disposiciones del presente Protocolo a las controversias originadas por la
interpretación o aplicación del Protocolo Facultativo sobre Adquisición de Nacionalidad.
Tales declaraciones serán notificadas al Secretario General de las Naciones Unidas.
Artículo V
El presente Protocolo estará abierto a la firma de todos los Estados que puedan ser Partes
en la Convención, de la manera siguiente: hasta el 31 de octubre de 1961, en el Ministerio
Federal de Relaciones Exteriores de Austria; y después, hasta el 31 de marzo de 1962, en la
Sede de las Naciones Unidas en Nueva York.
Artículo VI
El presente Protocolo está sujeto a ratificación. Los instrumentos de ratificación se
depositarán en poder del Secretario General de las Naciones Unidas.
Artículo VII
El presente Protocolo quedará abierto a la adhesión de todos los Estados que puedan ser
Partes en la Convención. Los instrumentos de adhesión se depositarán en poder del
Secretario General de las Naciones Unidas.
Artículo VIII
1. El presente Protocolo entrará en vigor el mismo día que la Convención, o el trigésimo
día a partir de la fecha en que se haya depositado en poder del Secretario General de las
Naciones Unidas el segundo instrumento de ratificación o de adhesión, si ese día fuera
posterior.
2. Para cada Estado que ratifique el presente Protocolo o se adhiera a él una vez que esté
vigente de conformidad con lo dispuesto en el párrafo 1 de este artículo, el Protocolo
entrará en vigor el trigésimo día a partir de la fecha en que tal Estado haya depositado su
instrumento de ratificación o de adhesión.

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Artículo IX
El Secretario General de las Naciones Unidas comunicará a todos los Estados que puedan
ser Partes en la Convención:
a. qué países han firmado el presente Protocolo y cuáles han depositado instrumentos de
ratificación o de adhesión, de conformidad con lo dispuesto en los artículos V, VI y VII;
b. qué declaraciones se han hecho de conformidad con lo dispuesto en el artículo IV del
presente Protocolo;
c. en qué fecha entrará en vigor el presente Protocolo, de conformidad con lo dispuesto en
el artículo VIII.
Artículo X
El original del presente Protocolo, cuyos textos chino, español, francés, inglés y ruso son
igualmente auténticos, será depositado en poder del Secretario General de las Naciones
Unidas, quien enviará copia certificada a todos los Estados a que se refiere el artículo V.
EN TESTIMONIO DE LO CUAL los plenipotenciarios infrascritos, debidamente
autorizados por sus respectivos Gobiernos, han firmado el presente Protocolo.
HECHO en Viena, el día dieciocho de abril de mil novecientos sesenta y uno.

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