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ACEPTACIÓN

En la metáfora del autobús, la alternativa de la aceptación consiste en escuchar la


predicción catastrófica de nuestros pasajeros sin discutir, no hacer lo que los pensamientos
nos dicen que hagamos, y seguir adelante por nuestra ruta en el autobús, aunque no
tengamos ganas, aunque nuestras sensaciones nos digan que no vamos a conseguir nada,
que no merece la pena. Se trata de seguir haciendo lo que para nosotros es realmente
importante en la vida, sin desviarnos, sin intentar evitar lo que nos dice nuestro pensamien-
to y lo que nos hace sentir, es decir, escuchando, sintiendo y sin desviarnos de la ruta que
deseamos seguir.

1 LA ACEPTACIÓN
1.1 Qué es la aceptación

Aceptar plenamente algo supone vivir con ello sin querer cambiarlo, sin hacer nada
para modificarlo. Supone conocerlo y abrirse a experimentarlo sin restricciones. También
supone seguir con el propio proyecto desde esa experiencia, es decir, sin renunciar a seguir
nuestros valores porque aquello está presente. Los pasajeros no solamente hablan: también
se agarran a nuestro cuerpo haciéndonos sentir terriblemente mal. Uno de sus argumentos
más potentes es que en la situación en la que nos dejan nuestras sensaciones no podemos
seguir la ruta que nos habíamos marcado.

Aceptar nuestros pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones es dejar de


hacer todo aquello que empleamos para evitarlos. Se trata de evitar... evitar. Hay que
escucharlos, sentirlos y seguir adelante con lo que nos importa, es decir, conducir en la
dirección elegida con el pasajero agarrado a nuestro cuerpo y haciéndonos daño.

Diciéndolo de forma metafórica, aceptar es vivir que eres el océano y no las olas
(de tus pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones), el cielo y no las nubes.
Aceptar significa enfocar nuestra vista fuera del microscopio que nos centra en nuestro
dolor, ampliando así nuestro campo de visión sin dejar de ver nuestras molestias. Aceptar
sin dirección no tiene sentido: hay que abrirse a más sensaciones, a todo lo que nos rodea,
para vivir la vida plena, siguiendo el rumbo que deseamos. Aceptar es hacerse amigo de
nuestros pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones, por muy desagradables que
sean, y seguir con ellos el camino que hemos elegido.

Aceptando, nos abrimos a nuestros sentimientos y a nuestros pensamientos y


vivimos en el presente, tomando distancia de sus predicciones catastróficas para poder
seguir nuestro camino.

1.2 Qué no es la aceptación:


• No es aguantar. Aguantar tiene la connotación de hacer fuerza para oponerse al
empuje que recibimos de alguien. La aceptación, por el contrario, supone dejar la lucha. En
una metáfora de la terapia de aceptación y compromiso se compara con el deporte en el que
dos personas tiran de una cuerda intentando hacer que el otro ceda; en ese caso la
aceptación es cesar la lucha y la oposición, abandonar y rendirse sin dejarse arrastrar, para
poder dejar una lucha inútil y seguir nuestro camino.

• No es resignarse. La resignación implica el abandono de nuestros intereses,


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mientras que la aceptación implica continuar la lucha por nuestros intereses y el avance
hacia nuestros valores.
• No es ignorar nuestros pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones. Es
abrirse a experimentarlos, siguiendo la dirección que hemos elegido.
• No es un camino para no sufrir. Es la asunción del sufrimiento preciso para
conseguir nuestros objetivos, metas y valores, sin que nuestra conducta nos provoque
mayores torturas.

1.3 La desactivación del pensamiento (defusion)


El problema de fondo que nos indica la metáfora del autobús reside en considerar
los pensamientos como si fueran realidad. Puedo pensar cualquier locura, por ejemplo, que
soy Superman y vuelo, me producirá seguramente sentimientos agradables. Si no uso esta
fantasía para evadirme de la realidad, no me dará ningún problema e incluso puedo
disfrutar con ella. Surgirá un problema grave si llego a actuar como si fuera verdad;
entonces podría abrir un balcón y lanzarme a volar. Si hacemos caso a la fantasía en un
lugar seguro, la refutaremos fácilmente. Pero cuando los pasajeros nos indican que
evitemos, si hacemos caso a lo que nos dicen, la refutación se hace imposible: el hombre
que espantaba leones no podrá comprobar que no existen mientras los siga espantando.
Nosotros tenderemos a actuar de acuerdo con lo que nuestros pasajeros del autobús nos
indican, porque nuestra experiencia nos dice que tienen razón en su predicción; pero ahí
está el problema: no en creer su predicción, sino en hacer lo que nos dicen para evitarla,
porque su consejo nos aleja de la dirección que queremos llevar en la vida y, además
contradictoriamente, seguirlo aumenta la probabilidad de que su predicción se cumpla.
No hacer lo que nos dicen es una forma de tomar distancia de ellos y ponerlos en
cuestión, se trata de no activarnos con ellos, por eso la aceptación conlleva la desactivación
del pensamiento (defusion).

1.4 El sufrimiento en la aceptación: vivir con determinación (willingness)


Nos puede parecer que para hacer cualquier cosa, primero tenemos que sentirnos
bien y luego podremos seguir nuestro camino. Incluso a veces llegamos a creer que el
requisito de la felicidad es la ausencia del sufrimiento y, por eso, pensamos que nuestra
prioridad es eliminarlo y evitarlo a toda costa. Pero hemos visto que los pensamientos,
sentimientos, sensaciones y emociones nos producen un sufrimiento que no podemos
eliminar por medio de nuestra mente en modo control. El curso propone una vía que
implica convivir con el sufrimiento inevitable, abriéndonos a la realidad presente de los
pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones que nos predicen un desastre,
teniendo muy clara la dirección que realmente queremos tomar en la vida y siguiéndola. A
primera vista puede parecer una alternativa muy poco atrayente; pero ¿tenemos otra?
Cuando hemos luchado contra el sufrimiento que sentimos, contra nuestras emociones y
pensamientos, ¿hemos conseguido algo? Si no ha sido así, es el momento de probar otros
caminos.
Hagamos un pequeño ejercicio.
Pongámonos en una situación concreta definida por la metáfora del autobús. Para
muchos puede ser que les hayan invitado a decir su opinión en público; para otros,
tener que ir a un lugar que temen tremendamente; para otros, enfrentarse a su jefe
para pedirle un aumento. Dediquemos un tiempo a buscar una situación que nos
afecte; en la que queramos hacer algo, pero que no nos atrevamos porque implica
un gran sufrimiento, que sería bueno hacerlo y que lo deseemos con toda nuestra
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alma, y lo haríamos si no fuera por el dolor que comporta. Empleemos unos
minutos en construir la situación en nuestra mente, con detalles: qué situación es,
quiénes están allí, qué va a pasar, qué querríamos hacer nosotros, qué va a ocurrir
después, qué van a hacer ellos, qué tememos que pueden pensar... Imaginemos
también lo mal que lo vamos a pasar.

1. Decidamos huir, no acudir a la situación. ¿Cómo nos sentimos inmediatamente?


¿Cómo nos sentiremos después, cuando pasen unas horas? Dediquemos tiempo a
sentirlo con detalle.

2. Imaginémonos en la misma situación: lo pasamos igual de mal o peor, pero esta


vez decidimos hacer lo que deseamos hacer. Podemos pensar que no podremos, que
lo haremos mal, que tartamudearemos, que no nos saldrá la voz, que nos va a dar un
ataque de pánico,... pero lo hacemos. Lo pasamos muy mal, pero seguimos
adelante. ¿Cómo nos sentimos cuando pensamos así?... ¿Cómo nos sentiremos
después, cuando pasen unas horas? Dediquemos tiempo a sentirlo con detalle.

Si hemos hecho este ejercicio metiéndonos de verdad en la situación y viviendo las


alternativas, habremos sentido la diferencia y nos habremos dado cuenta de que seguir
nuestros valores tiene un sentido muy claro y es muy recomendable, por mucho que haya
que sufrir. Hay otro elemento a tener en cuenta: tenemos la tendencia a pensar que el
sufrimiento que vivimos en este momento será el mismo que tendremos dentro de veinte
años, pero evidentemente no será así. Repitiendo nuestra actuación, ponemos en marcha
mecanismos que transformarán sin darnos cuenta nuestros pensamientos, sentimientos y
sensaciones. Por una parte, iremos debilitando la relación (condicionamiento) entre
pensamiento o sensación y la reacción automática que teníamos. Cuando en la situación
nos aparezca el pensamiento de huir, se irá fortaleciendo la decisión de no hacerlo, de
forma que la sensación que nos dice que huyamos cada vez se presentará con menos
fuerza. Es decir, las sensaciones más desagradables se irán debilitando. Pero ese será un
efecto secundario de nuestra actuación, sobre el que nosotros no tenemos ningún control.
Por eso no puede ser nuestra meta: nuestro objetivo es seguir nuestra ruta, seguir
avanzando en la dirección elegida con total determinación. Para ello, hemos de aprender a
sentir y escuchar nuestros pensamientos negativos y hemos de saber cuáles son nuestros
valores.

La aceptación supone un cambio profundo en la filosofía de acercamiento a


nuestros procesos internos desagradables: no solamente tenemos que dejar de evitarlos,
sino que hemos de buscarlos. Si queremos algo concreto que suponga para nosotros un
valor importante, hay que ir a por ello con determinación y decisión, abiertos a todo lo que
conlleva, y, si nos va a producir sufrimiento, hemos de buscarlo también, porque está
indisolublemente unido a lo que deseamos.

2 LOS VALORES
En la metáfora del autobús, los valores son la dirección que llevamos, el destino a
donde nos dirige la carretera. El valor es la dirección en la que va el camino concreto en el
que estamos y está marcada por el punto final al que queremos llegar. Uno de los grandes
engaños de nuestros pasajeros es hacernos creer que existe un camino sin baches, sin
cuestas y que debemos esforzarnos en encontrarlo, pero estamos en el momento y en el
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lugar en el que estamos y el único camino que podemos seguir es la carretera por la que
vamos.

2.1 Qué son los valores


Son consecuencias globales deseadas a muy largo plazo (Hayes y otros, 1999).
Con ellos definimos cómo queremos el mundo futuro y la forma ideal de cómo nos
gustaría vernos en él. Los valores tienen características especiales: no pueden ser
alcanzados, no pueden ser poseídos como objetos, ni pueden conseguirse
permanentemente. Son direcciones en la vida, y como tales nos indican un camino, no una
meta a alcanzar. Cuando caminamos hacia nuestros valores podemos encontrar señales que
sobrepasamos, objetivos que alcanzamos, que son pequeños pasos que vamos dando y nos
señalan nuestros avances; pero lo importante no es alcanzar esas señales, sino seguir el
rumbo fijado. Otras veces avanzamos como en el mar, solamente con la vista en la estrella
polar, que siempre está en el mismo sitio indicándonos que vamos en la buena dirección,
aunque si dirigimos nuestra mirada hacia el horizonte que alcanzamos a ver, nos parezca
que nada ha cambiado a nuestro alrededor. Las olas y las corrientes marinas nos fuerzan a
cambiar de dirección, pero para ir hacia nuestro destino hemos de mantener el timón en el
rumbo marcado.

Los valores dan lugar a comportamientos que no tienen un refuerzo inmediato, es


decir, que no llevan a un resultado cercano, y que a otras personas podrían parecerles un
despropósito, un actuar sin sentido; pero que para el que los hace tienen sentido en sí
mismos y le compensa hacerlos aunque no consiga nada. Por ejemplo, somos capaces de
sacrificios impresionantes solamente porque pensamos que amar a nuestra pareja o a
nuestros hijos es una de las cosas más importantes que podemos hacer en el mundo: es un
valor nuestro y hacerlo nos recompensa, aunque no obtengamos ningún provecho claro,
aunque suponga sufrimientos y dolores.

Los valores son también cualidades de las acciones que realizamos. Nos
comportamos honradamente, libremente, solidariamente, etc. Los valores se expresan en
verbos y adverbios y no en nombres o adjetivos: son algo que hacemos o cualidades de lo
que hacemos, y nunca los daremos por acabados, ya que siempre podremos avanzar más en
esa dirección.

Están presentes, aunque no siempre activos. Podemos tener el valor de mantener


una buena relación de pareja, y tenerlo siempre presente, pero para avanzar en esa
dirección es necesario encontrar a la persona que lo sea. Cuando tengamos pareja y
estemos con ella, el valor estará plenamente activo y guiará nuestras acciones más
plenamente.

Los valores son formas de comportamiento que podemos seguir en cualquier


momento y en cualquier circunstancia y son reforzantes siempre. Por ejemplo, si la
congruencia entre lo que decimos y hacemos es un valor para nosotros, podemos ser
cumplir con nuestra palabra aunque nos cueste, porque eso nos refuerza en todas las
situaciones.

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2.2 Qué no son
No son sentimientos. Actuar de acuerdo con nuestros valores es reforzante y suele
hacernos sentir bien. Sin embargo, muchas veces los valores nos llevan a aplazar
recompensas que podríamos conseguir de inmediato o a hacer sacrificios que conllevan
dolor. Por lo tanto, en general, nos harán sentir bien; pero no necesariamente y no siempre.

No son objetivos. Un objetivo se puede conseguir, pero un valor no, porque es un


proceso. Por ejemplo, cuando bajamos una montaña esquiando, nuestro objetivo es llegar a
la base desde donde se puede subir otra vez. Si llegara un helicóptero y nos llevase
directamente allí, habríamos alcanzado nuestro objetivo, pero no habríamos desarrollado
nuestro valor esquiando, que es lo que queremos hacer. Un valor lo ponemos en marcha
cuando actuamos: es la propia actuación, mientras que el objetivo lo obtenemos como
consecuencia de lo que hemos hecho. El objetivo nos refuerza cuando lo conseguimos,
mientras que en el valor la recompensa está implícita en lo que hacemos. En el ejemplo,
aunque no lleguemos al objetivo y no alcancemos justamente la base, habremos puesto en
marcha el valor de disfrutar esquiando. Otro ejemplo muy ilustrativo de esta diferencia se
da en las relaciones de pareja: un objetivo sería casarse, mientras que un valor es algo que
dura siempre, por ejemplo amar a la pareja, porque siempre podrás amarla más, por muy
grande que sea hoy tu amor, amar es una tarea que no tiene fin y se disfruta haciéndolo.

No son cosas, son acciones o cualidades de las acciones. Por tanto, no pueden ser
obtenidos ni poseídos y no son alcanzables: van indisolublemente unidos a nuestra
actuación.
Los valores nos guían, pero no nos aseguran la infalibilidad de nuestras Misiones.
En las decisiones que tomamos intervienen otros factores adicionales que introducen la
incertidumbre de cualquier hecho futuro, lo cual nos puede llevar a tomar la decisión
equivocada.

2.3 Cómo los construimos


La dirección en la que queremos avanzar en la vida es una elección personal,
nuestra, que debería tener el menor número de influencias externas posible. Pero estamos
muy presionados por muchos factores. Por la sociedad, que nos dicta lo que es deseable o
no, lo que se espera de nosotros y cómo tenemos que ir desarrollándonos con la edad; por
ejemplo, cuándo hemos de acabar la carrera, si tenemos edad de tener pareja o de trabajar,
cuándo hemos de tener hijos, o cuándo hemos llegado a la jubilación. En nuestro trabajo
nos imponen lo que hay que hacer día a día, de acuerdo con los valores implícitos en la
dirección de la empresa. Por supuesto, nos influye nuestra historia: nuestros padres nos
enseñaron qué es lo importante en la vida y nos lo trasmitieron. Es conveniente descubrir lo
que nos importa teniendo en cuenta todas estas influencias, pero haciéndolo de la forma
más independiente posible de ellas.

Nuestros valores los establecemos nosotros mismos. Existen en nuestra mente, y los
construimos con nuestro pensamiento, aunque lo trascienden al convertirse en acciones: sin
nuestro comportamiento no son más que palabras vacías.

Cuando hacemos una elección, la realizamos con razones que la avalan. La elección
será libre si ninguna de esas razones es tan fuerte como para obligarnos a hacer la elección
en determinado sentido. Si alguien nos pone una pistola en el pecho y tenemos que elegir si
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le damos la cartera o no, la elección está clara y lo hacemos por una razón que nos lleva a
hacerlo. Sin embargo, supongamos que tenemos que elegir entre estas dos letras:
A Z

Elijamos. Si nos planteamos las razones que nos pueden haber llevado a hacerlo,
nuestra mente puede mostrar muchas. Por ejemplo, elegir la primera que aparece, o la
última porque nos queda a la derecha. Tomémonos el tiempo de escuchar a nuestra mente
darnos sus razones. Después de unos minutos, juguemos un momento a dejar esas razones
a un lado. ¿Podríamos escuchar la razón y elegir de todas formas la otra? Evidentemente sí.
La mente nos dirá que existen razones para dejar a un lado los motivos de nuestra elección
y que la hemos hecho en función de una lógica determinada. Se trata de ir desmontando lo
que nos dice nuestra mente para darnos cuenta de que la elección la hemos hecho con esas
razones, pero que su peso en la elección es muy limitado o incluso mínimo. Supongamos
que rellenamos un boleto de lotería en el que podemos elegir los números, como la lotería
primitiva española. Podemos hacer miles de estudios estadísticos o tener las creencias
supersticiosas que queramos, pero la probabilidad de que un número salga es la misma que
la de que salga cualquier otro. La elección la hacemos por una decisión apoyada con ra-
zones que no nos obligan. Diariamente hacemos muchas elecciones de esta forma. Por
ejemplo, cuando elegimos un helado, nos gusta más un determinado sabor; pero ¿no po-
dríamos elegir algún otro? Son preferencias que tenemos, pero lo mismo podríamos comer
un helado de avellana que de turrón. La decisión es totalmente voluntaria. Así es como
elegimos nuestros valores, con muchas razones, pero finalmente por una fundamental
"PORQUE SÍ".

Toda elección es un salto en el vacío, e implica la pérdida de aquello por lo que no


se ha optado. Podemos intentar dar el salto con la máxima seguridad. Sería como bajar
unos escalones: no levantamos el pie de atrás hasta que el de delante no está bien
aposentado, pero cuando el escalón es demasiado alto, tenemos que saltar. Saltamos al
vacío, ya sea una distancia pequeña o muy grande; muchas veces no sabemos la altura ni el
riesgo. Elegir un valor o una dirección en nuestra vida es una elección, es decir, un salto en
el vacío. Elegir una dirección u otra es obligado. Muchas veces dudamos y no decidimos;
pero nuestra falta de decisión se convierte en decisión, la de no hacer nada, la de quedarnos
donde estamos o que otros decidan por nosotros.

No podemos tener ideas preconcebidas acerca de lo que es un valor. Cuando nos


hablan de ellos pensamos en valores morales. Comportarnos de acuerdo con ellos supone
que realizamos acciones que no nos reportan un beneficio inmediato, pero que sí nos
refuerzan internamente por el valor que hemos puesto en marcha. En los valores morales
encontramos el autorrefuerzo y el refuerzo social implícito. Pero un valor puede encarnarse
en cualquier conducta para la que tengamos especial habilidad y con la que disfrutamos
simplemente por hacerla, lo que indica que por ella podemos recibir un cierto refuerzo
social y un gran autorrefuerzo. Por ejemplo, un valor puede ser tan concreto como jugar al
baloncesto. En el juego hay que poner en marcha estrategias, tácticas, etc. que entrañan
dificultades y para las que hay que tener, o haber desarrollado, algunas habilidades
especiales que pueden motivar y llevar a la acción a una persona. Esas habilidades son
nuestros talentos.

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Nuestros miedos también nos ayudan a descubrir nuestros valores. La persona que
tiene miedo a salir a la calle y es agorafóbica, aquello por lo que realmente sufre al
quedarse en casa le indica el valor que le puede impulsar realmente a enfrentarse a sus
sensaciones y exponerse a las situaciones temidas. Pero nuestros miedos también pueden
esconder nuestros valores. La fábula de la zorra y las uvas nos lo enseña:
Había una vez una zorra que estaba muy hambrienta. Conocía una viña en la que
había unas uvas fabulosas, pero una amiga, otra zorra, le había contado que la
vigilaba un terrible mastín. Se acercó a la viña y vio a lo lejos un magnífico racimo.
Se quedó mirándolo durante un buen rato, pero la figura del mastín le venía con
fuerza a la mente. Finalmente se dio la vuelta y se dijo a sí misma: "No me gustan,
no están maduras". No llegó a comprobar que su amiga le había hablado del mastín
para que no fuera y poder comerse ella todas las que quisiera. Los miedos y
dificultades para obtener lo que queremos nos pueden inducir a engaño haciéndonos
creer que en realidad no queremos lo que estamos deseando.

Jerarquizamos nuestros valores: a algunos les damos más importancia que a otros a
la hora de influir en nuestro comportamiento. El lugar que ocupe en nuestra jerarquía es
otra de las características de cada valor.

Los valores son consecuencias deseadas a largo plazo; las consecuencias que
deseamos son aquellas que la sociedad nos refuerza. Hay virtudes generales que se
presentan así en todas las culturas y en todos los tiempos, y las distintas sociedades las han
reforzado en todas las épocas. Seligman (2002) ha definido 24 de estas características
llamándolas "fortalezas de carácter". Son valores abstractos que definen formas de actuar
que se pueden llevar a cabo en cualquier contexto, es decir, son particularidades que
pueden presentarse en muy diferentes conductas. Se las identifica a través de nuestra
conducta habitual, observando y detectando distintas cualidades que ya estamos poniendo
en práctica y que encontramos intrínsecamente reforzantes. Son valores que tenemos
incorporados en nuestra vida cotidiana. Podemos identificarlas haciendo un ejercicio que
veremos después. En este ejercicio se ha incluido un cuestionario que nos puede ayudar a
encontrar y definir cuáles son las características más relevantes y valiosas de nuestro
comportamiento.
Es necesario recordar que nuestros valores pueden estar mediados y aceptados más por
presión social que porque lo hayamos decidido nosotros; por eso se ha propuesto una
evaluación detallada de cada uno de los que hemos ido identificando.

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