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CONTRA EL DESEO
Los griegos disponían de muchos mitos que les ayudaban a pensar en
la naturaleza y en las paradojas del deseo. Dos de ellos resultan
particularmente llamativos. El primero es el mito de Midas, rey de
Frigia. Dionisio quiere recompensar con un regalo a Midas (porque éste
ha ayudado al sátiro Sileno). Pregunta a Midas qué es lo que quiere, y
lo que Midas desea es que todo lo que toque se convierta en oro.
Dionisio leconcede el deseo y, según se nos refiere en las Metamorfosis
de Ovidio (siglo I), cuando ve un árbol, le alegra el hecho de que baste
un leve toque de su mano para que se convierta en oro. La felicidad del
rey Midas ante semejante fuente de riqueza infinita recién descubierta
es tan imponente que organiza un banquete suntuoso. En una mesa
suntuosa se exhiben manjares suculentos, pero cuando se los acerca a
la boca también se convierten en oro, por lo que resultan incomestibles.
Enseguida llega su hija. El rey desea abrazarla, pero ella se convierte en
oro inanimado. Hambriento y desolado, suplica al dios Dionisio que le
libere de su más anhelado deseo.
Este mito ha sido objeto de algunas interpretaciones bastante tediosas:
la de la sobreabundancia o la de la incapacidad del dinero para conferir
felicidad. (La expresión inglesa «the Midas touch», «el toque de
Midas», mal interpretó enteramente el relato convirtiéndolo en una
especie de destreza maravillosa propia de alguien con olfato para los
negocios.) Pero se trata de un relato sobre la naturaleza profundamente
paradójica del deseo: un mundo que respondiera de forma mecánica a
nuestros deseos se volvería monótono e insoportable; un mundo así no
nos permitiría diferenciar entre las distintas dimensiones de nuestra
vida, entre aquella que es objeto de (y respuesta a) nuestros deseos y la
que responde a necesidades funcionales. Lo que vuelve intolerable de
inmediato la vida de Midas es que su mero deseo coloniza y se apropia
de la totalidad de las esferas de su vida. La historia nos brinda una
enseñanza aún más sorprendente: la satisfacción del deseo nos dejará
hambrientos. Podemos vivir en un palacio de oro, pero son los gestos
corrientes de comer y abrazar los que resultan ser los únicos
importantes, y esos gestos corrientes se vuelven inalcanzables
precisamente porque eluden la lógica del deseo. Forman parte de la
reproducción de la vida, de su naturaleza rutinaria, de lo que damos por
supuesto, de lo que constituye el marco organizativo de nuestras vidas,
de nuestros deseos.
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La Maleta de Portbou, nº 1, septiembre-octubre 2013 Eva Illouz
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La Maleta de Portbou, nº 1, septiembre-octubre 2013 Eva Illouz
Definamos una pareja por lo que no es. Una pareja no son dos personas
locamente enamoradas, porque si esas dos personas mantienen una
relación ilícita no constituyen esa unidad social legítima que
denominamos pareja. Una pareja tampoco es un hombre y una mujer
casados mutuamente, porque las familias heterosexuales premodernas
podían ser unidades muy amplias que comprendieran a un hombre y
una mujer que vivieran con otras personas: niños, criados, abuelos,
parientes. En este tipo de unidades el hombre y la mujer no son una
pareja, sino más bien la cabeza de una organización social. (Así, un
hombre y una mujer pueden estar casados sin ser una pareja, como
cuando permanecen juntos por el bien de los niños.) Una pareja no son
dos personas que simplemente mantienen relaciones sexuales, porque
si no se proyectan hacia el futuro no son más que dos individuos que
obtienen placer allá donde lo encuentran.
Una pareja presupone que dos personas del mismo o distinto sexo están,
por así decirlo, consigo mismas. Están apartados de la sociedad y, sin
embargo, la sociedad los reconoce como una unidad en la que dos
personas pasan, al menos, parte de su tiempo juntos. La palabra
«pareja» contiene los siguientes elementos: dos personas están
deliberada e intencionadamente concentradas en sí mismas. Están
juntos «legítimamente», si bien su vínculo puede no estar
necesariamente institucionalizado por el matrimonio. Estas dos
personas piensan juntas en el futuro, pero de un modo contractual, esto
es, siempre que se ajuste a los intereses de cada uno. No están
enceguecidos por una pasión enloquecida, sino que buscan intimidad
emocional, manifestada en la capacidad para compartir su vida interior,
sus experiencias y sus proyectos. Estas dos personas están vinculadas
libremente y no por ningún sentido de la obligación. En esta unidad, se
considera que los sentimientos son reflejos de su libertad, lo que
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La Maleta de Portbou, nº 1, septiembre-octubre 2013 Eva Illouz
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Sin embargo, cualquiera que tenga ojos para ver puede entender que,
tal como se describe, la condición de pareja se ha vuelto tremendamente
ardua. Hasta el punto de que podríamos preguntar si la pareja moderna
es un proyecto fallido. Las estadísticas sobre divorcios no son más que
la punta del iceberg de las luchas y la desgracia emocional que
conforma la vida de las parejas modernas. Esta desgracia adopta
muchas formas: conflictos diarios sobre la limpieza del hogar y el
cuidado de los niños, tedio o insatisfacción sexual, tentaciones de
mantener relaciones emocionales y sexuales con otras personas,
resentimiento por la independencia o el éxito de la otra persona o deseo
de preservar la autonomía y la independencia propias, aun estando
necesitado sin embargo de amor y de apego.
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