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Capitalismo y patriarcado: la doble desigualdad de

la mujer
Evelyn Martínez*
Martes 9 de agosto de 2011, por Revista Pueblos

Si bien el patriarcado surgió mucho antes que apareciera el capitalismo, es precisamente con la
aparición del último donde se refuerza y profundiza la división sexual del trabajo: el trabajo para
el mantenimiento de la vida (trabajo reproductivo o del cuidado) atribuido a las mujeres, y el
trabajo para la producción de los medios de vida atribuido a los hombres. Cuando aparece la
producción excedentaria surge la necesidad de la acumulación de la riqueza y la división del
trabajo en la familia sirvió de base para distribuir la propiedad entre hombre y mujer, como
sostiene Engels “el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el
desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión
de clases, con la del sexo femenino por el masculino” .

A partir de entonces, la esfera de lo reproductivo pasó a ocupar un segundo plano, después pasó a
institucionalizarse mediante la costumbre, la religión y las leyes, que le asignaban la “superioridad” a
lo masculino sobre lo femenino. Las desigualdades de género, como vemos, se han ido reproduciendo,
desde entonces hasta la fecha, por imposición social, lo que conlleva a que actualmente pervivan
grandes desigualdades económicas entre hombres y mujeres.

¿Cómo se refuerzan mutuamente capitalismo y patriarcado? Hay que recordar que el capitalismo es un
sistema económico basado en relaciones de explotación y de expoliación cuyo objetivo es la búsqueda
de la mayor ganancia posible a través de la reducción progresiva de costos. El patriarcado es una
forma de organización política, social, económica, ideológica y religiosa basada en la idea de la
autoridad y superioridad de lo masculino sobre lo femenino, fundamentada ridículamente en mitos y
que se reproduce a través de la socialización de género [1].

El capitalismo y el patriarcado les niegan a las mujeres tener acceso y control sobre los recursos
económicos internos y externos (acceso y control), permiten que se mantenga invisibilizado el aporte
del trabajo doméstico o reproductivo en los agregados macroeconómicos. Bajo estas condiciones, las
mujeres son explotadas y expoliadas, al igual que los hombres bajo el sistema capitalista; pero con un
impacto diferenciado.

El trabajo doméstico y del cuidado permite mantener las condiciones de explotación y de


sobreexplotación de la fuerza de trabajo en nuestro país, puesto que genera y transfiere valor, aunque
no pase por el mercado como el trabajo asalariado. Considerando que el valor de la fuerza de trabajo
se mide por la suma en dinero que asegura cubrir los medios de vida que garanticen su reproducción,
datos calculados por el PNUD para 2008 indicaban que el salario promedio de los y las trabajadoras
salvadoreñas que tenían empleo decente, como indicador indirecto para conocer cuál debería ser el
valor monetario con el cual se lograría reproducir la fuerza de trabajo, era de $553.50 [2], mientras
que el promedio nacional de salarios era de $ 247.4.

¿Cómo se pueden mantener los salarios promedios por debajo del valor de la fuerza de trabajo? La
producción de bienes y servicios para el autoconsumo del hogar es uno de los principales factores que
permiten que una parte del costo de reproducción de la fuerza de trabajo de las familias, que no
cubren los bajos salarios que pagan las empresas capitalistas, sea cubierto por la producción
doméstica, y esto permite mantener las altas tasas de ganancia del sector capitalista. Según el mismo
informe del PNUD, el 89% del trabajo reproductivo, es realizado por mujeres y sólo el 11%, por
hombres. El trabajo reproductivo no remunerado se convierte en un instrumento indirecto de la
valorización de capital.
En los últimos diez años se han mantenido las desigualdades en cuanto al acceso y control de recursos
económicos que permitan la autonomía económica de las mujeres; por ejemplo, los hombres tienen
más acceso al trabajo remunerado que las mujeres debido a que las mujeres son las que mayormente
asumen las responsabilidades domésticas, en cuanto al acceso a propiedad de empresas existe una
brecha muy marcada entre hombres y mujeres. El modelo neoliberal, a través de los ajustes fiscales y
la reducción del gasto social, ha provocado que la carga del trabajo doméstico se incremente, puesto
que la reducción del gasto social se traduce en eliminación o “focalización” de subsidios, escasez de
medicamentos, reducción de los servicios sociales públicos, lo que contribuye a que se dediquen más
horas de trabajo no remunerado a los cuidados de personas adultas, niñez, y discapacitados. Los
impactos ocasionados por los programas de ajuste no han sido neutrales con respecto al género.

No sólo se trata de “incluir a las mujeres” en las cuentas y en los indicadores de las estadísticas
nacionales, sino más bien de cambiar la lógica del funcionamiento del sistema económico, cambiar la
lógica de la acumulación por la lógica del mantenimiento de la vida, en todas sus formas.

En relación a la nueva lógica, existen dos corrientes que abordan el tema de género de acuerdo al
grado de ruptura con paradigmas androcéntricos, que proponen una nueva redefinición de la
economía tanto en lo relativo a la epistemología, como a los conceptos y los métodos, éstas son la
economía feminista de la conciliación y la economía feminista de la ruptura [3]. La economía feminista
de la conciliación pretende redefinir los conceptos fundacionales de la economía y trabajo,
recuperando el conjunto de actividades femeninas invisibilizadas-condensadas en el trabajo
doméstico-y conjuga esta recuperación con los conceptos previos: se redefine el concepto de trabajo,
se trata de medir el trabajo domestico, se visibilizan las relaciones de género de desigualdad
(diferencias entre el trabajo de mercado y trabajo doméstico entre hombres y mujeres).

La economía feminista de la ruptura pone en el centro del análisis la sostenibilidad de la vida, explora
las consecuencias de esto en el cuestionamiento de todas las concepciones conceptuales y
metodológicas previas y, por otro, atender no sólo a las diferencias entre hombres y mujeres, sino a
las relaciones de poder entres las propias mujeres.

Para la economía feminista de la ruptura la producción y reproducción no tienen el mismo valor per se,
sino en la medida en que colaboren o impidan el mantenimiento de la vida. Sostiene que las
necesidades humanas son a la vez necesidades de bienes y servicios como también de afectos y
relaciones, las facetas material e inmaterial deberían de entenderse conjuntamente.

El paradigma alternativo que trata de construir la economía feminista de la conciliación y de la ruptura


también debe de incluir el aspecto de la ecología en el análisis del proceso de producción y de
reproducción, ya que también es preciso tenerlo presente en el análisis de la sostenibilidad de la vida.
Bajo la crisis actual a la que nos ha llevado el capitalismo y que no sólo es económica sino también
ecológica, social y política; es necesario integrar dentro de los paradigmas teóricos de la economía
tanto la igualdad de género como el principio de la sustentabilidad ambiental en los procesos de
producción y consumo. En ese sentido, la economía, como propone la teoría feminista de la ruptura,
debe no sólo preocuparse por la reproducción de la vida humana sino también de la reproducción de la
vida en todas sus formas. ___ *Evelyn Martínez

Notas

[1] El proceso de socialización de género se refiere al proceso mediante el cual se le atribuyen una serie de
estereotipos, roles y normas a hombre y mujeres, permite hacer que parezca natural la desigualdad y la
discriminación contra las mujeres. Ver: Martínez, Julia Evelin, Patriarcado para principiantes, Contrapunto,
2011, en: http://www.contrapunto.com.sv/columnistas/patriarcado-para-principiantes.

[2] PNUD. Informe de Desarrollo Humano 2007-2008. El Empleo en uno de los pueblos más trabajadores del
mundo. PNUD. 2009.

[3] Pérez Orozco, Amaia. “Economía del Género y Economía Feminista ¿Conciliación o ruptura?” En: Revista
Venezolana de Estudios de la Mujer. Vol. 10, Nº 24. Caracas, Venezuela. 2005.
Reflexiones sobre el género. ¿Cuál
es la relación entre el patriarcado y el
capitalismo? se reabre el debate

Cinzia Arruzza

03/07/2016

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(2014, C. Arruzza[1]; traducción al francés de Sylvia Serina)

He aquí una serie de artículos de Cinzia Arruzza publicados originariamente en


sucesión y en inglés, llevados luego al italiano, al francés y ahora al español.

I. Patriarcado o capitalismo
Es muy habitual encontrarse en libros, tratados, artículos o escritos feministas con
referencias al patriarcado y a los vínculos patriarcales. Utilizamos, a menudo, el
término patriarcado para referenciar el hecho de que la opresión y la desigualdad
de género no son esporádicas ni excepcionales. Ninguna de ellas puede ser
simplificada a la consideración de fenómeno propio y único de las relaciones
interpersonales. Muy al contrario, son temas anidados en nuestra sociedad y
reproducidos mediante ciertos mecanismos que resultan inexplicables si se
reducen al campo de lo individual.

En resumen, utilizamos a menudo patriarcado para subrayar que la opresión de


género es un fenómeno dotado de un carácter periódico y social, y no solo
interpersonal. Sin embargo, la cosa se complica si queremos ser más precisos en
cuanto a lo que es, exactamente, el patriarcado y el sistema patriarcal. Y rizamos
más el rizo si nos preguntamos cuál es el vínculo entre el patriarcado y el
capitalismo, y cómo se interrelacionan.

Estado de la cuestión

Durante un tiempo, entre los setenta y los ochenta, la cuestión de la relación


estructural entre patriarcado y capitalismo fue objeto de un animado debate entre
teóricos y militantes de la corriente materialista y marxista del feminismo. Esto es,
entre miembros del movimiento feminista marxista y del feminista materialista de
origen francés, pasando por las diferentes variantes de lo que se conoce
como socialist feminism: el feminismo marxista o materialista afroamericano, el
feminismo materialista lésbico, etc. Los temas fundamentales de tal debate han
reaparecido ahora organizados, más o menos, en torno a dos cuestiones:

1) ¿El patriarcado es un sistema autónomo en relación con el capitalismo?

2) ¿Es correcto utilizar el término patriarcado para referirse a la opresión y


la desigualdad de género?

Esta polémica, por la que se vertieron ríos de tinta, fue apagándose poco a poco
mientras la crítica del capitalismo retrocedía y algunas corrientes feministas se
afianzaban. Estas o no ponían en duda el horizonte liberal, o esencializaban las
relaciones de género y lo desvinculaban de su contexto histórico, o bien eludían
los temas de la clase y del capitalismo, elaborando conceptos que,
posteriormente, se ha visto que eran muy productivos para la deconstrucción del
género (en especial, la teoría Queer de los noventa).

No obstante, demudar no significa desaparecer, por lo que, durante los siguientes


decenios, algunas teóricas feministas continuaron trabajando sobre estos temas,
aun a riesgo ser consideradas retrógradas o reliquias de una guerra un poco
plasta, cuya existencia es tolerada. Pero tenían sus razones para seguir al pie de
cañón. De forma paralela a la crisis económica y social, presenciamos como se
está volviendo la vista atrás para reconsiderar, de manera parcial pero
significativa, la relación estructural entre la opresión de género y el capitalismo.
Durante los últimos años, no hemos echado en falta análisis empíricos o
descriptivos de algunos fenómenos o temas concretos, como son la feminización
del trabajo, el impacto de las políticas liberales en las condiciones vitales y
laborales de la mujer, la opresión cruzada de género, de raza y de clase, o la
relación entre las diferentes construcciones de identidad sexual y los regímenes
de acumulación capitalista. Sin embargo, esto es algo que describeun fenómeno o
un conjunto de fenómenos sociales en los que el vínculo entre capitalismo y
opresión de género aparece de manera más o menos evidente. Esto supone otro
modo de explicar, de manera teórica, la razón de ser de este nexo entre
capitalismo y opresión de género, identificado en tales manifestaciones, y exponer
cómo funciona. Así pues, es necesario preguntarse si existe un principio rector de
este vínculo.

En beneficio de la concisión y la claridad, intentaré sintetizar las hipótesis más


interesantes sugeridas hasta ahora. En la siguiente Reflexión de géneroanalizaré y
cuestionaré, una por una, dichas teorías. Por honestidad intelectual y para evitar
malentendidos, aclaro aquí que mi reconstrucción de las diferentes perspectivas
no es imparcial; mi opinión ha sido cimentada sobre la tercera hipótesis que se
desarrolla más abajo.

Tres hipótesis

Primera hipótesis: Dual or Triple Systems Theory (teoría de sistemas dobles o


triples). Podemos resumir la visión original de esta hipótesis de la siguiente
manera: la relación entre género y sexo constituye un sistema autónomo que se
mezcla con el capitalismo; esto redefine las relaciones de clase y es, a la vez,
modificado en un vínculo de influencia e interacción recíproca. La versión más
actualizada de esta teoría también tiene en cuenta los vínculos raciales,
considerados como un entramado autónomo de relaciones sociales entrelazado
con los conceptos de género y clase.

En la raíz del feminismo materialista, estas consideraciones se nivelan respecto a


otras que tratan los vínculos entre género y raza, percibidos como sistemas
relacionales de opresión y explotación. En general, estas hipótesis comprenden
las relaciones de clase en términos sustancialmente económicos: la interacción
entre el patriarcado y el sistema de dominación racial es el elemento que otorga a
dichas relaciones un carácter que sobrepasa la explotación económica básica.
Una variante de esta teoría es aquella que ve los vínculos de género como un
sistema de relaciones culturales e ideológicas derivado de modelos de producción
y sociales anteriores e independientes del capitalismo. Estos, además, intervienen
en las relaciones capitalistas dándoles una dimensión de género.

Segunda hipótesis: El capitalismo indiferente. La opresión y la desigualdad de


género son los restos de algunas formaciones sociales y de modos de producción
anteriores, en cuyo seno el patriarcado organizaba directamente la producción,
determinando una rígida división del trabajo según el sexo. El capitalismo
permanecería, así, indiferente a las relaciones de género y podría prescindir de
ellas, hasta el punto de ser él propio capitalismo el que acabase con el patriarcado
en los países capitalistas avanzados, cuyas relaciones familiares han sido
reestructuradas de manera radical. En resumen, el capitalismo tiene un vínculo
estructural en esencia con la desigualdad de género, ya que recurre a ella allá
donde parece ser útil y la rechaza allá donde estorba.

Esta perspectiva tiene algunas variantes: desde las que sostienen que las mujeres
han conocido una emancipación inédita dentro del capitalismo respecto a otros
modelos de sociedad —lo que demostraría que el capitalismo no representa un
obstáculo estructural para la liberación de la mujer— hasta aquellas otras que
afirman que es necesario diferenciar de manera adecuada el plan de análisis
lógico del plan de análisis histórico. Desde un punto de vista lógico, el capitalismo
podría prescindir fácilmente de la desigualdad de género; pero, si pasamos de las
experimentaciones teóricas a la realidad histórica, dicha suposición no funcionaría
tan fácilmente.

Tercera hipótesis: teoría unitaria. Según esta teoría, no existiría, en los países
capitalistas, un sistema patriarcal que funcionase de manera independiente
respecto del capitalismo. Pero las relaciones patriarcales que perviven sin
constituir un sistema autónomo son otro tema. No obstante, negar que el
patriarcado sea un sistema efectivo en los países capitalistas no significa negar
que la opresión de género exista sin lugar a dudas, la cual se deriva del conjunto
de relaciones sociales e interpersonales. Como tampoco significa reducir ningún
elemento de esta opresión a una consecuencia mecanicista y directa del
capitalismo, o buscarle una explicación meramente económica.

No se trata, de ninguna manera, de ser reduccionistas o economicistas, o de


subestimar la centralidad de la opresión de género. Más bien, se trata de
desarrollar los conceptos y definiciones utilizados en esta opresión y de no
simplificar aquello que, por naturaleza, es complejo. De un modo particular, las
estudiosas que han tratado de ampliar la teoría unitaria han condenado la idea
según la cual el patriarcado sería, hoy, un sistema con reglas de funcionamiento y
mecanismos de reproducción autónomos. Al mismo tiempo, han insistido en la
necesidad de considerar al capitalismo no como un conjunto de leyes y
mecanismos puramente económicos, sino más bien como un orden social
complejo y articulado, con relaciones internas de explotación, dominación y
alienación.

Desde esta perspectiva, el objetivo es comprender cómo la dinámica de


acumulación capitalista sigue produciendo, reproduciendo, transformando,
renovando y manteniendo relaciones jerárquicas y opresivas, pero sin traducir
estos mecanismos en términos puramente económicos y automáticos.

II. ¿Uno, dos o tres sistemas?

En 1970, Christine Delphy escribió un breve ensayo, The Main Enemy[2]. En él


teorizó la existencia de un modo de producción patriarcal, su relación y su no
coincidencia con el modo de producción capitalista. También definió a las amas de
casa como una clase en el sentido económico del término.

Nueve años después, Heidi Hartmann publicaba el artículo Un matrimonio mal


avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo[3]. En él,
defendía la tesis de que el patriarcado y el capitalismo serían dos sistemas
autónomos pero interrelacionados debido a diferentes razones históricas. Según la
autora, las leyes de acumulación capitalista permanecerían indiferentes al sexo de
la fuerza de trabajo; además, si el capitalismo necesita crear relaciones
jerárquicas en la división laboral, serán el racismo y el patriarcado los que
determinen quién debe reemplazar dichas posiciones jerárquicas y cómo hacerlo.

Esta hipótesis es denominada Dual Systems Theory (teoría de los sistemas


duales). En 1990, con Theorizing Patriarchy, Sylvia Walby proponía una
reformulación de esta teoría, añadiendo un tercer sistema: el racial. A la vez,
invitaba a considerar el patriarcado como un sistema variable de relaciones
sociales compuesto por seis estructuras: el modo patriarcal de producción, las
relaciones patriarcales entre el trabajo remunerado y la remuneración, las
relaciones en el Estado, las violencias masculinas, las relaciones patriarcales en la
sexualidad y las relaciones patriarcales en las instituciones culturales. Estas seis
estructuras se condicionan de manera recíproca, aun siendo autónomas Por otro
lado, pueden ser públicas o privadas. Más recientemente, Danièle Kergoat ha
propuesto una teoría sobre la esencia de las relaciones patriarcales, de clase y de
raza; esto es, tres sistemas de relaciones basados en la explotación y la
dominación, los cuales se entrecruzan y tienen la misma sustancia básica
(explotación y dominación), pero son, al mismo tiempo, distintos, como las tres
partes de la trinidad cristiana.

Sin definición unívoca

Esta rápida recapitulación de autores y trabajos no es más que una muestra de las
diferentes corrientes desde las que se ha teorizado la intersección entre el sistema
patriarcal y el capitalista, y lo que les distingue a uno del otro. Por supuesto que
existen otros, pero me veo obligada a limitar la lista a estos ejemplos, que son de
los más claros, además de sistemáticos y complejos. Como ya dije antes, la
dificultad de este debate reside en la definición de patriarcado. No hay una
definición unívoca, sino, más bien, un conjunto de propuestas; algunas de ellas
son compatibles entre sí, mientras que otras se contradicen. Como no podemos
analizar todas y cada una de ellas, propongo, por el momento, tratar el concepto
de sistema patriarcal entendido como sistema de relaciones, tanto materiales
como culturales, de dominación y explotación, y de explotación de mujeres por
parte de hombres. Un sistema provisto de una lógica interna, permeable a los
cambios históricos y en continua relación con el capitalismo.

Antes de analizar los problemas evocados por esta aproximación teórica, es


necesario definir la explotación y establecer ciertas distinciones. Desde el punto de
vista de las relaciones de clase, la explotación se define como proceso o
mecanismo de expropiación del excedente producido por una clase trabajadora en
beneficio de otra clase. Esto pude darse mediante mecanismos automáticos, como
el salario, o mediante la expropiación violenta del producto del trabajo ajeno —
como era la corvea, el trabajo gratuito al que estaban obligados los siervos en
favor de sus señores feudales, quienes lo imponían utilizando métodos violentos
de coerción—. La explotación capitalista, en el sentido marxista del término, es
una forma específica de explotación que consiste en extorsionar la plusvalía
resultante del trabajo obrero en beneficio del capitalista. Por lo general, para poder
hablar de explotación capitalista, es necesario situarse en el terreno de la
producción de mercancías, del tiempo abstracto, del tiempo de trabajo socialmente
necesario, del valor y de la forma salarial.

Evidentemente, dejo de lado otras hipótesis, como aquella que se basa en una
subsunción[4] real de la sociedad en su totalidad, defendida por la tradición
obrerista y postobrerista. Abordar esta temática y sus consecuencias para la
consideración de las relaciones de género requeriría otro artículo. En resumen, la
extorsión de la plusvalía es, para Marx, el secreto del capital, en el sentido de que
este es el origen de la riqueza social generada, así como de los mecanismos de
distribución.

La explotación, con el significado de extorsión del excedente, no es la única


manera de aprovechamiento dentro de la sociedad capitalista: en pocas palabras,
se puede decir que un empleado en un sector no productivo (en términos de valor)
es explotado mediante la extorsión de la plusvalía. Y las condiciones salariales
vitales y laborales de una dependienta pueden ser, perfectamente, peores que las
de un obrero de fábrica. Es más, dejando atrás los malentendidos y debates del
pasado, tendentes a caer en lo economicista, es importante precisar que, desde la
perspectiva de los procesos de objetivación política, la distinción entre
trabajadores productivos e improductivos (en el sentido de producción de valor o
plusvalía) apenas es interesante. En última instancia, los mecanismos y las formas
de organización y de división del proceso de trabajo son mucho más importantes.

Retomamos, ahora, la teoría de los dos sistemas y el problema del patriarcado.

Primer problema

Si definimos el patriarcado como un sistema de explotación, deriva de ahí una


lógica según la cual hay una clase explotadora y una explotada, o, retomando la
idea anterior, una clase expropiatoria y una expropiada. ¿Cuál es el componente
de estas clases? Las respuestas pueden ser: todas las mujeres y todos los
hombres, o solo algunas mujeres y algunos hombres (por ejemplo, en el caso ya
citado de Delphy, las amas de casa y los hombres adultos de sus familias). Si
hablamos de patriarcado como sistema de explotación en la esfera pública,
podemos establecer una hipótesis según la cual el explotador o expropiador sería
el Estado. Las feministas obreristas han aplicado la noción de explotación
capitalista del trabajo doméstico, pero su posición no puede tenerse en cuenta en
un contexto como el de este artículo, pues, según ellas, el verdadero expropiador
del trabajo doméstico es el capital; esto supondría que el patriarcado no es un
sistema autónomo de explotación.

Sin embargo, en los trabajos de Delphy, la hipótesis que defiende que las amas de
casa conforman una clase por sí misma y sus parientes masculinos (en concreto,
sus maridos) serían la clase explotadora no solo está plenamente articulada, sino
que se la ha llevado hasta sus últimas consecuencias. En términos de lógica, esto
significaría que el ama de casa que es esposa de un trabajador inmigrado
pertenecería a la misma clase social que la exmujer de Berlusconi, Veronica Lario:
ambas tienen un valor de uso (la primera, un trabajo basado en el cuidado de los
otros, y, la segunda, uno de representación de cierto estatus social mediante la
organización de recepciones, por ejemplo) en una relación de explotación de
naturaleza servil. Es decir, ambas proporcionan su trabajo a cambio del
mantenimiento financiero del matrimonio por parte del marido.

En The Main Enemy, Delphy también insiste en que la pertenencia a la clase


patriarcal debería ser más relevante que la pertenencia a la clase capitalista. Así,
la solidaridad entre Veronica Lario y la mujer del obrero inmigrado debería
prevalecer por encima de la solidaridad de clase de la mujer del obrero inmigrado
con su marido o respecto a otros miembros de la clase de su marido (o, lo que
deja ver más optimismo que otra cosa, dicha solidaridad debería prevalecer por
encima de la solidaridad de clase entre Veronica Lario y sus amigos del club de
golf). Al final, la práctica política de Delphy entró en contradicción con las
consecuencias lógicas de su teoría, lo que pone en evidencia los límites analíticos
de dicha hipótesis.

Además, si definimos a los hombres y a las mujeres (en una u otra versión) como
dos clases de explotadores y de explotados, llegamos a la conclusión de que
estamos frente a un antagonismo de clase irreconciliable, cuyos intereses son
contradictorios entre sí. No obstante, y en consecuencia, ¿es necesario negar que
los hombres se aprovechan y tienen ventajas laborales del trabajo no retribuido de
las mujeres? No, pues esto constituiría un error simétrico, cometido, por desgracia,
por numerosos marxistas que han desarrollado este razonamiento hasta su
extremo opuesto. Es evidente que el hecho de que haya alguien que nos tenga
preparado un plato caliente cada noche es una ventaja más práctica que tener que
ponernos a cocinar después de salir del trabajo. Es, pues, demasiado natural que
los hombres tiendan a aferrarse a este privilegio. En resumen, es indiscutible que
existen relaciones de dominación y jerarquía social basadas en el género, y que
los hombres, aquellos que pertenecen a las clases más bajas, sacan provecho de
estas.

Sin embargo, esto no implica automáticamente que haya antagonismo de clases.


Podríamos trabajar sobre otra hipótesis: en la sociedad capitalista, la privatización
completa o parcial del trabajo basado en el cuidado de otras personas, es decir, su
concentración en el núcleo familiar (sea cual sea el tipo de familia, aglutinando las
familias monoparentales femeninas) y la ausencia de una socialización a gran
escala de este trabajo, a través del Estado o de cualquier otra forma, determina
una carga de trabajo que debe estar asegurada en la esfera privada, fuera del
mercado laboral y de las instituciones. Las relaciones de dominación y opresión de
género determinan la manera y las proporciones en las que se distribuye esta
carga de labor. Esto da lugar a un reparto desigual: las mujeres trabajan más y los
hombres, menos; pero no hay una apropiación del excedente.

¿Hay algo que pruebe lo contrario? Basta con hacer una pequeña prueba mental.
El machismo en el trabajo no perdería nada en términos de distribución de la
carga laboral si el trabajo basado en cuidar a otras personas estuviese totalmente
socializado en lugar de ser realizado solo por la mujer. Así pues, en términos
estructurales, no hay intereses antagonistas o irreconciliables a largo plazo. Como
es natural, esto tampoco significa que se tenga conciencia de ello. Puede que
tengamos tan arraigada la cultura sexista que se haya desarrollado en ella un tipo
de narcisismo aguado, basado en la idea de la presumida superioridad masculina,
por lo que se opondría a toda tentativa de socialización del trabajo de cuidados a
otras personas o a cualquier forma de emancipación de la mujer. Al contrario, el
capitalista sí tendría mucho que perder si se socializan estos medios de
producción. Por tanto, no solo se trata de las convicciones que tenga (el
capitalista) sobre cómo funciona el mundo y cuál es su lugar dentro de él; se trata
del dineral que, alegremente, ha expropiado a los proletarios.

Segundo problema

El segundo problema insiste en que las relaciones patriarcales constituyen hoy un


sistema independiente en el corazón de la sociedad capitalista avanzada, lo que
nos hace preguntarnos por la espinosa justificación de su motor generador: ¿por
qué se reproduce este sistema de manera continuada? ¿Por qué persiste? Si se
trata de un sistema independiente, su razón generadora debe ser interna y no
externa. El capitalismo, por ejemplo, es un modo de producción compuesto por un
sistema de relaciones sociales, cuya lógica puede ser identificada y reconocida:
según Marx, es un proceso de aprovechamiento del capital. Como es natural,
identificar el motor de este proceso no significa haber dicho ya todo sobre el
capitalismo. Sería como prentender que la explicación sobre la anatomía del
corazón y su funcionamiento fuese suficiente para ilustrar la anatomía del cuerpo
humano. El capitalismo es un conjunto de elementos complejos. Sin embargo,
saber cómo es el corazón y cuáles son sus mecanismos me parece una necesidad
analítica fundamental.

Es bastante fácil identificar el motor del sistema patriarcal allí donde las relaciones
patriarcales tienen un papel principal en la organización de los vínculos de
producción (quién produce y cómo lo hace, quién se apropia de qué, cómo se
organiza la reproducción de las condiciones de producción, etc.). Es el caso de las
sociedades agrarias, por ejemplo; en su seno, la familia patriarcal constituye
directamente la unidad de producción de base. La cosa se complica cuando
hablamos de la sociedad capitalista. En ella, las relaciones patriarcales no
organizan directamente la producción, aun sin dejar de ser protagonistas en la
división del trabajo; además, la familia queda relegada a la esfera privada y
reproductiva.

Llegados a este punto, si seguimos a Delphy y a bastantes feministas,


identificamos, dentro del patriarcado contemporáneo, un modo de producción
específica o, al menos, un conjunto de relaciones de explotación. Entonces
volvemos al primer problema que habíamos planteado. Más allá, quedan pocas
opciones.

Una hipótesis propuesta hace tiempo es que el patriarcado sería un sistema


ideológico independiente, cuyo motor residiría en el proceso de producción de
significantes y de interpretaciones del mundo. Sin embargo, nos topamos con
otros problemas: si la ideología es aquello con lo que interpretamos nuestras
condiciones existenciales y nuestra relación con ellas, debería haber un lazo entre
ideología y condiciones sociales de la existencia. Un lazo no mecánico ni
automático ni unidireccional; de lo contrario, nos arriesgamos a tener una
concepción fetichista y ahistórica de la cultura y la ideología. Ahora bien, me
parece poco convincente el hecho de que el sistema patriarcal se entienda como
un sistema ideológico y se autorreproduzca constantemente. Y todo ello, pese a
las increíbles modificaciones introducidas por el capitalismo en la vida y en las
relaciones sociales durante más de dos siglos. Otra hipótesis plantearía que el
motor podría ser psicológico, pero esto también tendría el riesgo de desembocar
en una concepción fetichista y ahistórica de la psique humana.

Último problema

Admitamos que el patriarcado, las relaciones raciales y el capitalismo sean tres


sistemas independientes, pero que se entrecruzan y se refuerzan de manera
recíproca. En este caso, también se nos plantea la duda de cuál es el principio
creador y la lógica de esta santa alianza. En los trabajos de Kergoat, por ejemplo,
la definición de este vínculo en términos consustanciales ofrece una imagen
descriptiva, la cual no llega a explicar gran cosa. Las causas del cruce entre los
sistemas de explotación y dominación siguen siendo un misterio, ¡igual que la
Santísima Trinidad!

A pesar de estos problemas las teorías de dos (o tres) sistemas, cada una a su
manera, llevan implícita la hipótesis de muchas teorías feministas recientes. El
porqué, según creo, es por tratarse de formas de interpretación más intuitivas e
inmediatas. En otras palabras, esta es una explicación que recoge la realidad
según se manifiesta. Es evidente que las relaciones sociales implican relaciones
de dominación y jerarquía, basadas en el género o la raza, permeables en el
conjunto de la sociedad y en la vida cotidiana. La explicación más inmediata es
que dichas relaciones se corresponden con sistemas específicos, siendo esta la
manera en que se manifiestan. No obstante, las explicaciones más intuitivas no
siempre son las más acertadas.
De esta manera, que el núcleo de estas teorías de dos (o tres) sistemas no acabe
de convencer no significa que no haya nada que aprender del feminismo
materialista. Al contrario, la obra de Delphy o de otras feministas materialistas
contienen intuiciones y propuestas de una importancia fundamental, como es la
problematización de la concepción que tenemos sobre el sexo o la atención que
prestamos a la interrelación entre las dimensiones de raza y género. En el debate
sobre estos temas que hubo en Italia, algunas estudiosas feministas que se
identifican con el feminismo materialista escribieron cosas muy interesantes, por
ejemplo, sobre mujeres e inmigración. Esto ha ayudado al desarrollo de un
proyecto teórico, suponiendo un empuje mucho mayor que el del feminismo de la
diferencia. Estas reflexiones deben ser tomadas como intentos de debate entre
compañeras de lucha, quienes tienen mucho en común a pesar de las diferencias.

II bis. ¿Solo es culpa del capitalismo?

En la crónica anterior, Reflexión sobre el género, escribía que la idea según la cual
el patriarcado era un sistema independiente, ubicado en el interior de la sociedad
capitalista era la más utilizada por las teóricas y por muchas otras feministas. Esto
se debe a que es la interpretación más intuitiva e inmediata de los fenómenos de
opresión y de poder basados en el género, que experimentamos de manera
cotidiana.

Dicho de otro modo, se trata de una interpretación que registra la realidad según
manifiesta. Si decimos «según se manifiesta» no es porque queramos describir un
fenómeno ilusorio opuesto a la Realidad; sino, más bien, la manera en que estas
relaciones de alienación y dominación son producidas y reproducidas por el
capital, y razonadas luego utilizando la misma lógica.

Siguiendo a Daniel Bensaïd, la crítica de la economía política es, ante todo, una
crítica del fetichismo económico y de su ideología, lo que nos condena a seguir
pensando a la sombra del capital. No se trata, pues, de una «falsa conciencia»,
sino de un modo de experiencia determinada por el propio capital: la
fragmentación de la percepción de su realidad. Se trata de un discurso complejo,
pero, para tener una idea de lo que se entiende por «modo de experiencia
determinada por el capital» remitimos al párrafo que Marx dedica, en el primer
libro de El Capital, al fetichismo de la mercancía.

Ahora bien, esto se debe precisamente a que nuestra percepción es fragmentaria


y a que nosotras (las que hemos desarrollado una sensibilidad a cerca del género)
hemos recurrido al conjunto de las relaciones patriarcales, percibiéndolas de
manera inmediata como respuesta a las lógicas independientes y separadas de
aquellas propias del capitalismo. Por todo ello, la negación de que el patriarcado
sea un sistema independiente en el corazón del sistema capitalista encuentra
inevitablemente objeciones y dudas.

La objeción más habitual tiene que ver con la dimensión histórica. ¿Cómo se
puede afirmar que el patriarcado no es un sistema independiente cuando la
opresión a la mujer es anterior a la sociedad capitalista? No se puede dejar de
decir aquí que, en el interior de la sociedad capitalista, la opresión a la mujer y las
relaciones de poder son una consecuencia necesaria del capitalismo, y que estos
dos fenómenos ya no cuentan con una lógica propia e independiente que
sostenga la tesis absurda de que la opresión habría nacido con el capitalismo. Lo
que aquí defendemos es una idea diferente, que enlaza con las características
propias del capitalismo. Las sociedades en las que el capitalismo ha suplantado el
modelo de producción precedente están caracterizadas por una profunda y radical
transformación de la familia.

Transformación de la familia

Es, sobre todo, el proceso de expropiación de la tierra o de acumulación primitiva


lo que dividió en grandes sectores, muy diferenciados, a la población según sus
medios de producción y subsistencia (la tierra, precisamente). Esto causó la
desintegración de la familia patriarcal campesina y la aparición de un proceso de
urbanización sin ningún precedente histórico significativo. Resultado: la familia
dejó de representar la unidad de producción con un papel específico,
generalmente organizado mediante relaciones patriarcales precisas, las cuales
ella misma aseguraba en la sociedad agraria de la que procedía.

Este proceso ocurrió en diferentes momentos y de diferentes maneras en todos


aquellos países donde se había asentado la producción capitalista. Con la
separación entre familia y lugar de producción, la relación producción-
reproducción (en el sentido biológico, generacional y social del término) también
se transformó de manera radical. Volverá a tratar esto con más detalle en otro
artículo.

Ahí está el problema: mientras que las relaciones de dominación entre géneros
persisten, estas han dejado de constituir un sistema independiente, con lógica
propia y autónoma, debido a la transformación familiar —la cual ha pasado de
unidad de producción a ámbito privado por excelencia, ajeno a la producción y al
mercado—. Además, estas relaciones también han sufrido una transformación.

Por ejemplo, una de las transformaciones está condicionada por la relación entre
orientación sexual, cosificada en el ámbito de la identidad, y el género (a propósito
de este tema, se pueden consultar los escritos de Foucault en Histoire des
sexualités[5], los de Butler o los de Kevin Floyd y Rosemary Hennessy, más
recientes). Esto es, el hecho de que las opresiones de género existían mucho
antes que el capitalismo no quiere decir que sus formas sean las mismas desde
entonces.

Asimismo, podríamos remitir la idea de que la opresión de género es un tipo de


circunstancia universal transhistórica; aunque es un pensamiento muy defendido
por muchas feministas de la segunda generación¸ necesita una revisión después
de ciertas investigaciones antropológicas más recientes. De hecho, no solamente
la opresión de las mujeres no ha existido siempre. Yendo más allá, esta opresión
no se daba en sociedades no divididas en clases; sin embargo, se introdujo en
ellas a través el colonialismo. Para que nos hagamos una idea del vínculo entre la
relación de clase y la relación de poder entre géneros, podemos tomar como
ejemplo la esclavitud en Estados Unidos.

Race and class

Es su precioso libro Women, Race and Class[6], Angela Davis subraya cómo la
destrucción de la familia y de todas las relaciones de parentesco entre esclavo
afroamericano, así como el trabajo esclavista, dieron lugar a un desbordamiento
sustancial en las relaciones de poder generadas entre esclavos. Esto no quiere
decir que las esclavas no sufrieran una opresión específica como mujeres; más
bien, al contrario: lo sufrían por parte de los esclavistas blancos y no directamente
de sus compañeros esclavos. Dicho de otro modo, la persistencia y la articulación
de los vínculos de género están condicionadas, de manera compleja, con las
condiciones sociales, las relaciones de clase y las de producción y reproducción.
Una visión transhistórica y abstracta de la opresión de las mujeres no permite
tener en cuenta estas importantes articulaciones y diferencias, y no puede, pues,
explicarlas.

Como decía más arriba, en aquellos países en los que el modelo de producción
capitalista ha reemplazado al modelo anterior, transformando radicalmente la
familia y su papel, las relaciones de poder entre géneros han dejado de formar un
sistema independiente. Desde luego, esto no vale para los países cuya estructura
de producción no se ha transformado por completo en términos capitalistas y que
permanecen en la periferia económica capitalista global. En efecto, coexiste en el
seno de esta última sociedad precapitalista. Claude Meillassoux insistió en la
persistencia de una «modelo de producción doméstica» en diferentes países
africanos, donde el proceso de proletarización (es decir, de separación de los
campesinos de sus tierras) ha sido muy limitado. Llegados aquí, es necesario
ponerse de acuerdo en lo que entendemos por precapitalismo.

Si nos remitimos a los hechos o a los lugares donde el modelo de producción


doméstica ha sido mantenido, este ha sido sometido a la presión de la inserción
del país en un sistema capitalista mundial. Los efectos del colonialismo, del
imperialismo, del saqueo de recursos naturales por parte de los países capitalistas
más avanzados, las presiones ejercidas por la economía mundial, etc. Todo ello
ha tenido un impacto significativo en las relaciones sociales y familiares que
organizan la producción y la distribución de los bienes, exacerbando, a menudo, la
explotación de las mujeres y las violencias de género.

Un conjunto contradictorio

Volvemos a los países capitalistas. Una objeción clásica, sostenida por el


feminismo marxista, a la tesis que defiende que el patriarcado no constituye un
sistema independiente afirma que esta hipótesis es reduccionista. En otras
palabras, esta tesis intenta reducir la complejidad plural de lo social y las lógicas
económicas sin tener en cuenta de verdad la irreductibilidad de las relaciones de
poder. No obstante, esta objeción solo tendría sentido si se dieran dos
condiciones: la primera consistiría en no considerar al capitalismo, así como al
conjunto de reglas que lo determinan, como un proceso estrictamente
economicista de extorsión de la plusvalía. La segunda, considerar las relaciones
de poder como un resultado mecánico y automático del proceso de extorsión de la
plusvalía. La verdad es que solo el marxismo ortodoxo y vulgar podría proponer
este tipo de reduccionismo, que no hace justicia a la riqueza y complejidad del
pensamiento de Marx ni mucho menos a la extraordinaria exquisitez de una buena
parte de la tradición teórica marxista.

Como ya dije en el artículo anterior, querer explicar qué es una sociedad


capitalista únicamente en términos de extorsión de la plusvalía sobre el lugar de
producción es intentar explicar la anatomía del cuerpo humano limitándose a la
descripción del corazón.

El capitalismo es un conjunto contradictorio, versátil, continuamente en


movimiento y en que las relaciones de explotación, dominación y alienación se
transforman sin parar. Aunque en el primer libro de El Capital, Marx atribuye un
carácter aparentemente automático a la valorización del valor —un proceso en el
cual el valor es de verdad el sujeto, mientras que los capitalistas y los individuos
son reducidos a papeles secundarios— el señor Capital no existe salvo como
categoría lógica. Es necesario llegar al tercer libro de El Capital para darse cuenta.
El capitalismo no es un Moloch, un dios escondido, un marionetista o una
máquina; es un conjunto que vive gracias a las relaciones sociales en las que las
relaciones de clase trazan líneas y límites que influyen en el resto de formas
relacionales. Y entre estas relaciones, se encuentran también las de poder,
vinculadas con el género, con la orientación sexual, con la raza, con la
nacionalidad y la religión; todo se pone al servicio de la acumulación del capital y
de su reproducción, a menudo, de manera contradictoria, incoherente y variable.

III. ¿El capitalismo permanece indiferente ante la opresión a la mujer?

Uno de los puntos de vista más propagada por entre los teóricos marxistas es el
de considerar la opresión de género como algo innecesario a la opresión del
capital. Esto no significa que el capitalismo no se aproveche de ello y no saque
provecho de la desigualdad de género producido por configuraciones sociales
precedentes. Se trataría, más bien, de una relación oportunista y contingente. En
la práctica, el capitalismo no tiene una verdadera necesidad para servirse, de
manera específica, de la opresión de género, y las mujeres han alcanzado, con el
capitalismo, un nivel de libertad y emancipación sin precedentes. En resumen, la
liberación de las mujeres y el capitalismo no tendrían una relación antagonista
entre sí.

Esta perspectiva es tan bien acogida entre las teóricas marxistas procedentes de
diversas escuelas que bien merece ser analizada a partir de un artículo redactado
por una de las analistas marxistas más interesantes e inteligentes de las últimas
décadas: Ellen Meiksins Wood. Junto con Robert Brenner, representa lo que se ha
dado en llamar la escuela del marxismo político, valga la redundancia (esto es, la
tendencia antideterminista que, en el interior del marxismo, privilegia la lucha de
clases en relación con la contradicción entre las fuerzas productivas y las
relaciones de producción como clave para la explicación de la transición entre un
modelo de producción y el siguiente).

En un artículo titulado Capitalism and Human Emancipation: Race, Gender, and


Democracy (en The Socialist Feminist Project, coordinado por Nancy Holmstrom
en 2002), Meiksins Wood explica las diferencias fundamentales entre el
capitalismo y los modelos de producción anteriores. El capitalismo no está
relacionado de modo intrínseco con la identidad, la desigualdad ni las diferencias
extraeconómicas, jurídicas y políticas. Al contrario, la extorsión de la plusvalía se
encuadra dentro de la relación entre individuos formalmente libres e iguales, y sin
tener en cuenta las diferencias de estatus jurídico y político. EL capitalismo no se
inclina, pues, a la creación de desigualdades de género; más al contrario,
tendería, de manera natural, a remitir ante tales diferencias y diluir las identidades
de género y raza.

¿Una relación oportunista o funcional?

Además de todo lo dicho, el desarrollo capitalista creó las condiciones sociales


para una crítica de las desigualdades y una presión social a favor de su reducción;
algo sin precedentes históricos —basta con pensar en la literatura grecorromana,
tan filosófica como histórica, en la que las posiciones abolicionistas son
prácticamente inexistentes pese a la utilización masiva de la esclavitud con fines
productivos.

Al mismo tiempo, el capitalismo tiende a utilizar, de manera oportunista, diferentes


ya existentes, construidas en sociedades anteriores. Por ejemplo, recurre a las
diferencias de raza y de género con el fin de establecer jerarquías entre ciertos
sectores de la clase explotada más o menos aventajados. De este modo, estas
jerarquías pasan por ser consecuencias de unas diferencias naturales, lo que
permite esconder la naturaleza real de estas jerarquías y desigualdades; es decir,
que son producto de la misma lógica competitiva del capitalismo.

Bien visto, no se trata de un plan consciente que sigue el capitalismo, sino de la


convergencia de una serie de prácticas y políticas fruto de estas desigualdades de
género y raza, las cuales le dan ventaja. En conclusión, el capitalismo utiliza e
instrumentaliza la opresión de género, aunque bien podría vivir sin ello; sin
embargo, no podría existir sin la explotación de clase.

Es necesario señalar que el artículo de Meiksins Wood se encuadra dentro de una


serie de preguntas básicas, todas ellas de naturaleza política y relacionadas con el
cuestionamiento sobre el tipo de bienes extraeconómicos que se puede, o no,
obtener en una sociedad capitalista (por ejemplo, la preservación ecológica del
planeta).
El punto de partida de esta reflexión es el constante desplazamiento de la atención
de las luchas sociales del terreno económico hacia los bienes extraeconómicos
(emancipación de género, racial, la paz, la salud medioambiental, la
ciudadanía…). Y aquí está el problema. Si hago referencia al cuadro del artículo
de Meiksins Wood, no es para buscarle los peros al texto. Más bien se debe a que
su artículo se basa, por una parte, en una clara separación implícita (y bastante
discutible) entre la estructura lógica del capital y sus dimensiones históricas; y, por
otra, porque acaba por confundir los niveles, reproduciendo, de este modo, una
confusión clásica que, por desgracia, es común en muchas estudiosas marxistas
que suscriben la tesis de dicho artículo.

Dicho de otro modo, cuando se acepta esta distinción entre la estructura lógica del
capital y sus dimensiones históricas, se acepta la idea de que la extorsión de la
plusvalía ocurre por ser parte de la relación entre individuos formalmente libres e
iguales, sin suponer diferencias de estatus jurídicos ni políticos, pero solo en un
nivel de abstracción muy elevado; es decir, en la estructura lógica. Desde una
perspectiva histórica, las cosas cambian radicalmente. Analicemos este tema
punto por punto:

1. Partamos del hecho de que jamás ha existido una formación social capitalista
sin opresión de género. Que el capitalismo, en tal proceso, se vea limitado a
servirse de desigualdades preexistentes sigue siendo discutible: el colonialismo y
el imperialismo han contribuido, de manera significativa, a introducir jerarquías de
género en las sociedades donde esto no existía o, al menos, no de manera tan
notoria.

El proceso de acumulación capitalista va acompañado de una expropiación a las


mujeres de diferentes formas de propiedad a las que habían tenido acceso y de
profesiones que aún podían ejercer en la Alta Edad Media (consúltese, a propósito
de este tema, el libro de Sylvia Federici, The great Caliban:The struggle against
the rebel body[7]). La sucesión entre este proceso de feminización y
desfeminización del trabajo contribuye a reconfigurar continuamente las relaciones
familiares creando nuevas formas de opresión, basadas en el género. La
cosificación de la identidad sexual empezó a reforzar, en el siglo xix, una matriz
heteronormativa con consecuencias opresivas sobre las mujeres, aunque no
únicamente sobre ellas.

Podría seguir citando ejemplos Constatar que las mujeres no han obtenido
ninguna libertad formal ni derechos políticos, antes inimaginables, hasta la llegada
del capitalismo, porque este sistema habría creado las condiciones sociales que
permitieran tal proceso de emancipación, no es solo un dato que no cambia los
hechos, sino que es otra argumentación de dudosa credibilidad.

En efecto, podría decir exactamente lo mismo para el conjunto de la clase


trabajadora: solo con el capitalismo se crearon las condiciones necesarias para la
emancipación política de las clases subordinadas y para que esta clase se
convirtiese en sujeto político capaz de lograr conquistas democráticas
significativas. ¿Entonces? ¿Esto demostraría que el capitalismo podría fácilmente
prescindir de la explotación de la clase trabajadora? No lo creo. Vale más
olvidarse de hacer referencia a aquello que las mujeres han obtenido o no: si las
mujeres han conseguido algo, es porque han luchado por ello y porque con el
capitalismo han aparecido condiciones sociales favorables al nacimiento de los
grandes movimientos sociales y políticos modernos. Algo que es igual de válido
para la clase trabajadora.

2. Haría falta distinguir lo que es funcional y propiamente capitalista de lo


que es una consecuencia necesaria. Dos conceptos diferentes. Quizá sea difícil
demostrar, en niveles altos de abstracción, que la opresión de género es
necesaria para el funcionamiento del capitalismo. Es verdad que la concurrencia
capitalista crea, continuamente, diferencias y desigualdades; pero estas últimas,
desde un punto de vista abstracto, no son necesariamente genéricas. Desde esta
perspectiva, si tratamos de elucubrar la idea de un capitalismo puro, analizado
únicamente sobre la base de sus mecanismos esenciales, puede que Meiksins
Wood tuviera razón. No obstante, esto no prueba que el capitalismo no tuviera
como consecuencia de su funcionamiento concreto la reproducción constante de
diferentes formas de opresión de género. Diré más sobre esto en la cuarta parte
de esta Reflexión sobre el género, la cual versará sobre el concepto de
reproducción social.

3. Volvemos al tema de la distinción entre nivel analítico y nivel histórico. Lo


que es posible desde un punto de vista analítico y lo que ocurre desde un punto de
vista histórico son dos cosas completamente distintas. El capitalismo siempre se
da en formaciones sociales concretas con una historia específica. Como dije
antes, estas formaciones sociales siempre están caracterizadas por una presencia
persistente y vivaz de a opresión de género.

Supongamos que, en la teoría, estas jerarquías en las divisiones del trabajo


fuesen dictadas por otras formas de desigualdad (grandes y pequeños, viejos y
jóvenes, delgados y gordos, hablantes de lenguas indoeuropeas contra el resto...).
Supongamos también que el embarazo y el parto estuviesen mecanizados y que
el sector privado pudiera mercantilizar y administrar toda la esfera de relaciones
emotivas. Supongamos todo esto. ¿Es creíble desde un punto de vista histórico?
¿La opresión de género puede ser tan fácilmente reemplazada por otros tipos de
jerarquías que actúen sobre los mismos temas, que se muestren como algo
natural y que queden anclados en la psique y en el proceso de formación
emocional? La duda aquí parece justificada.

Partir del análisis histórico concreto

Para terminar y responder a la pregunta de si la plena emancipación y liberación


de la mujer puede ser un logro en el modelo de producción capitalista, es
necesario buscar la respuesta no en el más alto nivel de abstracción analítica
sobre el capital, sino, al contrario, en el análisis histórico concreto.
Es aquí donde reside el error, no solo de Meiksins Wood, sino de muchas teóricas
marxistas ferozmente agarradas a la existencia de una jerarquía entre explotación
(principal) y opresión (secundario). Si queremos preguntarnos por la naturaleza
política de este tema e intentar respondernos, debemos, pues, hacerlo a través de
una concepción histórica de lo que es y ha sido el capitalismo. He aquí uno de los
puntos de partida de un feminismo marxista en el que la noción de reproducción
social debe ocupar un papel protagonista.

IV. Reflexionar el capital para reflexionar el género

En la anterior Reflexión sobre el género, quise esclarecer los límites del


pensamiento fragmentado, aquel que retrata los diferentes tipos de opresión y
dominación sin comprender la unidad intrínseca, reduciendo cada faceta a un
sistema autónomo. Además, critiqué la lectura que relaciona el capitalismo y la
opresión de género, y que se basa en lo que ya definí como capitalismo
indiferente. Ha llegado el momento de abordar la famosa teoría unitaria y el
concepto de reproducción social.

Reconceptualizar el capital

Las posiciones dualistas parten, a menudo, de que la crítica marxista de la


economía política analiza las leyes puramente económicas del capital a través de
categorías puramente económicas. Sería, pues, inadecuado para la comprensión
de os fenómenos complejos como la multiplicidad de las relaciones de poder o de
las prácticas discursivas que nos forman en cuanto sujetos. Esta es la razón por la
que se han de considerar aproximaciones epistemológicas alternativas —capaces,
pues, de entender las causas de una naturaleza diferente a la económica— como
más adecuadas para comprender la especificidad y el carácter irreductible de
estos vínculos sociales.

Esta hipótesis es compartida por un gran número de teóricas feministas. Algunas


de ellas han sugerido que necesitaríamos una unión o una combinación ecléctica
entre diferentes tipos de análisis críticos; algunos consagrados a las puras leyes
económicas y otros dedicados a diferentes formas de relaciones sociales. Sin
embargo, otras estudiosas se limitan a abrazar aquello que llaman giro
lingüístico de la teoría feminista, separando la crítica a la opresión de género de
crítica a la presión capitalista.

En ambos casos, la hipótesis común anuncia que hay leyes económicas


purasindependientes a las relaciones específicas de dominación y alienación. Son,
precisamente, estas teorías las que tenemos que preguntar. Por problemas de
espacio, me limitaré a señalar aquí dos aspectos de la crítica de Marx sobre la
economía política.

1. Una relación de explotación siempre implica una relación de dominación y alienación


Estos tres conceptos nunca se separan del todo en la crítica marxista sobre la
economía política. La trabajadora es, ante todo, una entidad viviente y pensante,
sometida a ciertas formas específicas de disciplina que la remodelan. Según
escribió Marx, el proceso productivo produce al trabajador en la misma proporción
con la que reproduce la relación capitalista. Ya que cada proceso de producción
es siempre un proceso concreto —es decir, caracterizado por aspectos histórica y
geográficamente determinados—, es posible imaginar que cada proceso
productivo está vinculado a un proceso disciplinado que constituye, parcialmente,
al tipo de sujeto que se convierte y conforma a la clase trabajadora.

Se puede decir lo mismo sobre los bienes de consumo. Como evidenció Kevin
Floyd en su análisis sobre la formación de la identidad sexual, los bienes de
consumo comportan un carácter disciplinario y participa de la cosificación de la
identidad sexual. Así pues, este consumo forma parte del proceso de formación de
la subjetividad.

2. Para Marx, producción y reproducción forman una unidad indivisible

En otras palabras, mientras que producción y reproducción son términos distintos


y diferenciados, con características específicas, se combinan de manera necesaria
como momentos concretos de un conjunto articulado. Entendemos aquí
por reproducción el proceso de reproducción de una sociedad en su conjunto o, si
empleamos términos althusserianos, la reproducción de condiciones de
producción: la educación, la industria cultural, la religión, la policía, la armada, los
sistemas de seguridad social, la ciencia, el discurso de género, los hábitos de
consumo, etc. Todos estos aspectos tienen un papel crucial en la reproducción de
las relaciones de producción específicas. Althusser observa en Idéologie et
appareils idéologiques d’État[8] que, sin la reproducción de las condiciones de
producción, una formación social no aguantaría más de un año.

No obstante, no es necesario considerar la relación entre producción y


reproducción de un modo mecanicista o determinista. Efectivamente, según creo,
si Marx considera a la sociedad capitalista como una totalidad, no la considera, por
tanto, como una totalidad expresiva; dicho de otro modo, no hay un reflejo directo
y automático entre los diferentes momentos de esta totalidad (arte, cultura,
estructura económica, etc.) o entre un momento particular y el total.

Al mismo tiempo, analizar el capitalismo sin tener en cuenta esta unidad entre
producción y reproducción supone recaer en un materialismo o en un
economicismo vulgar. Pero Marx no comete este error. Basta con leer no solo sus
escritos políticos, sino El Capital y las partes de este en las que trata la lucha
relativa a la jornada laboral o la acumulación primitiva. Es estos fragmentos se ve
claramente que la coerción, la intervención activa del Estado y la lucha de clases
son elementos constitutivos de una relación de explotación que no está
determinada por leyes puramente económicas ni mecánicas.
Estas observaciones permiten subrayar que la idea según la cual Marx solo
concibe el capitalismo en términos económicos es insostenible. Lo que tampoco
quiere decir que no haya o no haya habido tendencias reduccionistas o
materialistas vulgares en el seno del marxismo. No obstante, esto viene a decir
que estas tendencias descansan sobre un malentendido fundamental en relación
con la naturaleza de la crítica de Marx sobre la economía política y sobre la
fetichización de leyes económicas redactadas como supuestos estáticos o
estructuras abstractas más que como formas activas o de relaciones humanas.

Una hipótesis alternativa y opuesta es la apuesta por que la separación entre las
leyes puramente económicas del capitalismo y el resto de sistemas de dominación
redacte la unidad entre producción y reproducción en términos de identidad
directa. Esta perspectiva caracteriza una parte del pensamiento feminista
marxista; en concreto, el de origen obrerista, que ha insistido en la consideración
del trabajo reproductivo como directamente productivo de la plusvalía y, por tanto,
gobernado por las mismas leyes.

Por razones de espacio, me limitaré a mostrar, de manera crítica, que una


perspectiva de género puede acabar siendo, según creo, en una especie de
reduccionismo que ofusca la diferenciación entre las distintas relaciones sociales.
Tampoco ayuda a comprender las características específicas de las relaciones de
dominación, constantemente reproducidas pero transformadas, que encontramos
en cada formación social capitalista.

Además, esto no va ayuda a analizar la vertiente específica en la que se dan


ciertas relaciones de poder fuera del mercado de trabajo, pero que se ven
indirectamente guiadas por ese mismo mercado: por ejemplo, mediante las
diferentes formas de consumo o por las restricciones objetivas que el trabajo
asalariado (o su equivalente, el desempleo) impone en la vida individual y en las
relaciones interpersonales.

En conclusión, sugiero que se ha de reconsiderar la crítica de Marx sobre el


capitalismo como una crítica de un conjunto articulado y contradictorio de
relaciones de explotación, dominación y alienación.

Reproducción social y teoría unitaria

A la luz de esta breve aclaración metodológica, es necesario que ahora nos


preguntemos qué entendemos por reproducción social dentro de la teoría unitaria.
Como ya dijimos, el término reproducción social es utilizado en el seno de la
tradición marxista para hacer referencia al proceso de reproducción de una
sociedad en su conjunto. En el feminismo marxista, sin embargo, la reproducción
social señala una esfera más acotada; esto es, la del mantenimiento y la
reproducción de la vida sobre su base cotidiana o intergeneracional. En este
contexto, la reproducción social indica el modo en que está organizado, en el
corazón de una sociedad, el trabajo psíquico, mental y emocional necesario para
la reproducción de la población: desde la preparación de la alimentación hasta la
educación infantil; desde el cuidado de enfermos y de personas mayores hasta la
vivienda, pasando por la sexualidad.

El concepto de reproducción social tiene la ventaja de expandir la visión con


relación al concepto de trabajo doméstico que lo precedía y en el que se había
centrado una gran parte del feminismo marxista. Efectivamente, la reproducción
social incluye una serie de prácticas sociales y de tipos de trabajo más amplias
que la del trabajo doméstico. Esto permite, además, llevar el análisis más allá de
los muros del hogar, ya que el trabajo de reproducción social no siempre se realiza
del mismo modo: sea cual sea la parte cubierta por el mercado, el Estado-
Providencia o las relaciones familiares, queda un aspecto contingente que
depende de las dinámicas históricas específicas y del que la lucha de la mujer es
una parte integrante.

Con el concepto de reproducción social es posible materializar, de manera más


precisa, el carácter móvil y poroso de los muros del hogar. En otras palabras, la
relación entre la vida dentro de esas cuatro paredes domésticas y los fenómenos
de mercantilización, de sexualización para la división del trabajo y las políticas del
Estado-Providencia. Algo fundamental es que el hecho de hablar de reproducción
social permite analizar de manera más eficaz fenómenos como la relación entre la
mercantilización del trabajo doméstico y su racialización por políticas migratorias
represivas. Estas tienen como objetivo reducir el coste de mano de obra
inmigrante y obligarla a aceptar condiciones de semiesclavitud.

En resumen, y este es el dato principal, el modo en que opera la reproducción


social en una formación social dada tiene una relación intrínseca con la manera en
que se organizan la producción y la reproducción social en su conjunto, incluyendo
aquí las relaciones de clase. Dicho de otro modo, no se trata de entender estas
relaciones como intersecciones puramente accidentales y contingentes: hablar de
reproducción social permite, al contrario, identificar la lógica organizativa de estas
intersecciones, sin excluir el papel de la lucha y de los fenómenos y prácticas
contingentes en general.

Hay que tener en cuenta que la esfera de la reproducción social contribuye, de


manera determinante, en la formación de la subjetividad y, por tanto, de las
relaciones de poder. Si consideramos las relaciones que existen en cada sociedad
capitalista entre reproducción social, reproducción de la sociedad y relaciones de
producción, podemos constatar que estas relaciones de dominación y poder no
están ni en niveles diferentes ni en estructuras separadas; no se entrelazan de
manera externa ni mantienen un vínculo únicamente contingente con las
relaciones de producción.

Las diversas relaciones de dominación y de poder aparecen, así como las


expresiones concretas de una unidad contradictoria y articulada: el de la sociedad
capitalista. Este proceso no debe ser entendido de modo mecánico ni automático.
La dimensión que jamás debe olvidarse, como ya dijimos, es la de la praxis
humana: el capitalismo no es una máquina o un autómata; es una relación social
que, como tal, está sometida a posibles contingencias, accidentes y otros
conflictos. No obstante, estas eventualidades no son incompatibles con la
existencia de una lógica, la de la acumulación capitalista, que impone cortapisas
objetivos no solo a nuestra praxis, en el sentido de lo que hacemos y vivimos, sino
en aquello que somos capaces de producir y articular. Es decir, a la manera en la
que concebimos nuestras relaciones con los otros, nuestro lugar en el mundo y
nuestros vínculos con nuestras condiciones existenciales.

Esto es lo que la teoría unitaria intenta comprender; saber interpretar las


relaciones de poder basadas en el género o en la orientación sexual como
momentos concretos de este conjunto articulado, complejo y contradictorio que es
la sociedad capitalista. Para esta teoría, son momentos ciertamente dotados de
características propias y específicas, algunas de las cuales deben ser analizadas
con los instrumentos adecuados (desde el psicoanálisis a la crítica literaria). Sin
embargo, mantienen una relación interna con este conjunto y, en consecuencia,
con el proceso de reproducción de la sociedad según la lógica de acumulación
capitalista.

La hipótesis de la teoría unitaria es, principalmente, que, para el feminismo


marxista, la opresión de género y la de raza ya no suponen dos sistemas
autónomos con casos particulares, sino que se han convertido, mediante un largo
proceso histórico de disolución de formas de vida social anteriores, en una parte
integrante de la sociedad capitalista.

Desde este punto de vista, sería un error considerarlos residuos de formaciones


sociales precedentes que persisten en el corazón de la sociedad capitalista por
razones que van desde sus raíces en la psique humana al antagonismo
entre clases sexuadas. No se trata aquí de subestimar la dimensión psicológica de
la opresión de género y de sexo; tampoco, las contradicciones entre opresores y
oprimidos. Se trata, no obstante, de identificar las condiciones sociales y el
contexto del vínculo entre clases, lo que permite, reproduce e influye en nuestra
percepción de nosotros mismos y en nuestras relaciones con los otros, así como
en nuestros comportamientos y nuestras prácticas.

Este contexto es el de la lógica de la acumulación capitalista, que impone límites y


lastres fundamentales para nuestra vivencia y el modo en que la interpretamos.
Gran parte del movimiento feminista de las últimas décadas podría no tener en
cuenta el análisis de estos procesos ni el papel crucial del capitalismo en la
opresión de género y sus variantes, lo que dice mucho sobre la capacidad que
tiene el capital a la hora de cooptar nuestras ideas e influir en nuestro
pensamiento.
TEORÍA
Patriarcado y capitalismo, alianza criminal contra las mujeres
Si bien el patriarcado no surge con el capitalismo, la opresión a las mujeres adquiere rasgos
particulares bajo este modo de producción, convirtiéndose en el aliado perfecto del
capitalismo para mantener la explotación.

El capitalismo se apropia del patriarcado y de la opresión que éste genera para mantener la
explotación y así aumentar sus ganancias; entendiendo la explotación como aquella acción
que ejerce una clase sobre otra, en donde la clase poseedora de los medios de producción se
apropia del trabajo excedente de las masas trabajadoras y del producto o mercancía que
estas generan.

El capitalismo trajo consigo la incorporación masiva de las mujeres al mundo laboralpero


sin abolir la “naturalización” de que el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos les
siguen correspondiendo a las mujeres.

A mediados del siglo XX con el aumento de la productividad del trabajo, la desocupación


de las fábricas por los hombres producto de la guerra, el desarrollo científico que trajo los
métodos anticonceptivos para tener un control natal y los electrodomésticos que
aminoraron la carga de trabajo de las mujeres al interior del hogar, permitieron que se
liberara parcialmente su fuerza de trabajo.

Además con el alza de la vida, una familia ya no alcanzaba a sostenerse con el salario de un
obrero, se necesitaban al menos dos para mantener una familia, entonces las mujeres tenían
que ir a su jornada laboral extra-doméstica y al final, regresar a casa a cuidar a los hijos y
realizar las labores domésticas que permiten la reproducción de la fuerza de trabajo –para
que un obrero pueda salir a trabaja nuevamente al otro día-, tareas como: hacer la comida,
lavar la ropa, limpiar la casa, entre otras.

Es justamente este trabajo que naturalmente se le adjudica a las mujeres, flexible, sin
vacaciones y no remunerado, del que el capitalista se apropia, así, los patrones no tienen
que pagarle más a los trabajadores y trabajadoras para que reproduzcan su fuerza de
trabajo, garantizando estas tareas de otra forma y pagando por el servicio; además el Estado
se libera de los enfermos o todo sujeto que sea improductivo, porque le adjudica la
responsabilidad de su cuidado a las mujeres de su familia.

Pero a diferencia de lo que plantean algunas feministas acerca de que el capitalismo trajo la
liberación de las mujeres porque las sacó del ámbito privado del hogar, sí, lo hizo pero no
quitó de sus espaldas el rol de madre y ama de casa, imponiéndoles dobles o triples
jornadas laborales, naturalizando e invisibilizando el trabajo doméstico no remunerado.
Y por esto, la opresión de las mujeres bajo el capitalismo es aún más sutil, ya que, hoy las
mujeres podemos estudiar, ser profesionistas y tener autonomía económica, social y
afectiva frente a nuestros compañeros, porque hemos alcanzado en el último siglo y casi a
escala mundial los mismos derechos formales que los hombres; pero accedemos al mundo
laboral en condiciones de mayor precarización y flexibilización.

La opresión es una relación de sometimiento de un grupo sobre otro por razones culturales,
raciales o sexuales; la categoría se refiere al uso de las desigualdades en función de poner
en desventaja a un determinado grupo social.

Por eso, el patriarcado es el aliado perfecto del capitalismo, porque sacó a las mujeres del
ámbito privado, pero lo hizo para explotarlas doblemente, con salarios menores a los de los
hombres, para que de ese modo pudiera bajar también el salario de los otros trabajadores,
ya que, las mujeres representan un ejército de reserva frente a los hombres; así, si un
hombre no quiere realizar un trabajo por un sueldo de miseria pueden amenazarlo con que
lo cubra una mujer incluso por un menor salario.

Además esta ‘lucha’ que se da por el trabajo y la opresión que ejerce el patriarcado sobre
un género, le permite al capitalismo tener dividida a la clase obrera, ya que establece
una falsa división entre los sexos que no permite que puedan unirse para exigir lo que les
corresponde y que históricamente se les arrebató.

Pero ¿todas las mujeres somos iguales?... No. Las mujeres, al igual que los hombres somos
inter-clasistas, es decir, no somos una casta aislada de la sociedad sino que formamos parte
al interior de todas las clases sociales. Lo que quiere decir que mientras algunas mujeres
pueden pagarle a otras mujeres para que realicen las tareas domésticas, muchas mujeres se
ven sometidas a las dobles y triples jornadas laborales.

Las conquistas que se han obtenido para las mujeres, en realidad no representan un
beneficio para todas… mientras un sector del feminismo argumenta que hemos alcanzado
un grado superior porque inclusive ¡hoy las mujeres podemos ser presidentas!, esto no
repercute en la vida de las mujeres de la clase trabajadora.

Por ejemplo, con Michelle Obama que fue primera dama en EE.UU y se proclamaba
feminista –al igual que su esposo Barak Obama- las mujeres migrantes tenían las peores
condiciones de trabajo y de vida, además las mujeres en medio oriente lo único que podían
esperar de las tropas estadounidenses que enviaban eran bombas y violaciones
tumultuarias; lo mismo hubiera ocurrido con Hillary Clinton con su política de intervención
en medio oriente.

En México no ha habido ninguna mujer presidenta, pero ¿qué podemos esperar de Delfina
Gómez o Josefina Vázquez Mota que en su campaña por la gubernatura del Estado de
México se llenaban de discursos en pro de las mujeres pero condenaban el aborto?,
mientras miles de mujeres mueren por abortos clandestinos. O ¿qué podemos esperar
de Margarita Zavala?, primera dama de 2006 a 2012, que junto a su esposo Felipe
Calderón emprendieron una supuesta guerra contra las drogas y sacaron al ejército a las
calles, lo cual aportó a que aumentaran las cifras de feminicidio en todo el país.

Las mujeres seguimos siendo explotadas en las fábricas y nuestros cuerpos siguen siendo
utilizados como aparato reproductor de la fuerza de trabajo, cubriendo las tareas del hogar y
dando a luz a la nueva generación de obreros que será presa de la explotación de los
capitalistas. Estas mujeres que forman parte de la burguesía, únicamente representan los
intereses de su clase porque ni siquiera han podido garantizar a las mujeres el aborto libre,
seguro y gratuito para que no sigan muriendo miles de mujeres producto de los abortos
clandestinos.

Entonces no, las mujeres no somos iguales, estamos las mujeres oprimidas y explotadas de
la clase trabajadora y las mujeres oprimidas que oprimen y explotan a otras mujeres.

Referencia

 D’ATRI Andrea, Pan y rosas. Pertenencia de genero y antagonismo de clase en el


capitalismo.

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