(Continúa la penumbra de la escena primera, entra Ana, la chef de postres, Miguel está
terminando de encender los fogones. En ese momento llega Bertha, quien se dirige a su sector. Al pasar junto a Ana dice “Buenos días, Ana”. Ana asiente con la cabeza.)
Bertha. -- Miguel, ayúdame con esto.
Miguel. -- Está bien, preciosa. Bertha. – (Con esfuerzo) ¡Ay, cabrón! Miguel. -- Bertha, los mil pesos… Bertha. – ¿No los tienes? No me digas que no los tienes… (reflexiona) ¿Te vas a ir? Miguel. – No. Bertha. – Entonces puedo esperar. Miguel. – Eres una buena muchacha, Bertha. Bertha. – Buena… puede que lo sea, pero muchacha… desgraciadamente ya no. Miguel. -- ¿De qué hablas? Yo sería capaz de enamorarme de ti. Bertha. -- ¿De mí? Ja, ja, ja. Mi vida, ¡De una mordida te haría pedazos! ¡Grrrr! (Se le acerca sigilosamente, como un espectro.) Primero… te arrancaría los brazos. Después, las piernas… ¡Grrrr! Luego… ¡los ojos!... ¡Ñam!... Y luego… ¡me comería las orejas, esa bonita nariz y… tu cuello! ¡Brrr! Miguel. -- ¿Y qué harías con las sobras? Bertha. – Adobarlos con sal y pimienta. Después los colgaría a secar, como carne seca. Ana. – Miguel, ayudame, por favor. Miguel. – Bertha, qué miedo me das. Bertha. -- ¿Quién, yo? ¡No me digas! (Miguel y Ana colocan una olla grande sobre un fogón. Miguel sale.)