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Reflexiones a 150 años de la Iglesia Presbiteriana de Chile.

“Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que
hice transportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; y plantad
huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a
vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y
multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice
transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros
paz” (Jeremías 29:4-7).

El profeta Jeremías, inspirado por el Espíritu Santo, escribe una carta a gente de su
pueblo que se encontraba exiliada en Babilonia. Lo hace para contrarrestar a los
mismos falsos profetas que habían señalado que no habría cautiverio, proclamando
un mensaje artificioso de paz, y que ahora, buscando arreglar su mensaje y
reputación, anunciaban que dicho tiempo de expatriación serían breves dos años.
Jeremías no estaba dispuesto a palmotearle el hombro a nadie ni a actuar con
temeridad inventando mensajes alejados de la voluntad de Dios, por lo que les
señala con toda franqueza que el cautiverio duraría setenta años. Jeremías tiene el
coraje de hablar con la verdad a personas que son víctimas del desarraigo, a
personas que anhelaban volver a su tierra, y que desde un tiempo vivían bajo el
dominio babilónico, ciudad-imperio que es símbolo de los imperios injustos, que
están centrados en el pecado. No por nada, en Apocalipsis hay una alusión simbólica
a “Babilonia, la grande”. Ya desde el contexto de la carta, hay una importante lección,
que se profundizará con la lectura del fragmento que hemos colocado al comienzo:
Aún en medio de esa ciudad símbolo del pecado, la invitación no es a formar
ghettos virtuosos de “gente como uno”, sino a un cristianismo activo y vital, que es sal
y luz del mundo.

“Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos”. Esta
es una de las invitaciones más radicales de aceptación de la voluntad de Dios
respecto del exilio en Babilonia. No se les invita a dejar de añorar su tierra. Se les
invita a pensar en esta otra tierra, a la que deben amar y por la que deben trabajar
para su cuidado y para el beneficio de los seres humanos y de la naturaleza (mandato
cultural). La construcción de las casas, en este contexto, es el sometimiento a la
disciplina de Dios. Es allí, en la ciudad ajena (peregrinos) que debe ser la propia
(extranjeros), donde se debe desarrollar trabajo con distintivo cristiano,
responsabilidad y excelencia, y en ese orden, para no perder el sentido de la
vocación cristiana. El distintivo cristiano es la base de este prisma, pues nuestro
énfasis para la vida en la ciudad está en la vida que se entrega para la gloria de Dios
sin la parcelación de su existencia, lo que trasunta en buen testimonio o, en otras
palabras, en la alegría de personas que se ven beneficiadas de tener hijos de Dios
entre sus cercanos.

“Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a
vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os
disminuyáis”. De las cosas más bellas de la Escritura, es que siempre se nos vuelve la
mirada al diseño divino. En este caso, estamos frente a la reiteración y recuerdo del
mandato social: casarse y tener hijos. Las iglesias no sólo crecen por medio de la
predicación del evangelio, sino también de manera orgánica, con familias que se
constituyen sustentadas en el pacto matrimonial del cual Dios es garante y testigo
fiel, y que fructifica con el nacimiento y la crianza de hijos. La familia es pieza clave del
discipulado cristiano, la iglesia doméstica en la que esposo y esposa, padres e hijos,
viven su fe de manera constante y cotidiana en el seguimiento de las pisadas del
Maestro de Galilea, de quien todos los creyentes somos discípulos.

“Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a


Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz”. Babilonia es el imperio que
oprime, por ende, y sólo desde una lógica aparentemente humana, sus habitantes
son los enemigos, el prójimo indeseable. Pero es en esa ciudad, que el pueblo de
Dios es mandatado para buscar y orar por Shalom que se vive en la paz, justicia, vida
abundante, y armonía social. No somos llamados a formar ghettos de gente virtuosa
en la iglesia y la familia, ni fortalezas de censura que nos impiden ver el fruto de la
gracia común que se manifiesta en la ciencia, la técnica, el arte, teniendo sumamente
claro que es en el Reino de Dios donde radica el Shalom, y no en los “reinos” de este
mundo que perecen. Por lo tanto, es el pueblo de Dios el que debe hacer el trabajo
de contextualizarse (que no es lo mismo que adaptarse pasivamente a la cultura). Se
requiere para ello una sólida cosmovisión cristiana que permita saber qué se puede
asumir, qué modificar y qué rechazar. ¿Cuánto trabajamos por el bienestar de la
ciudad? ¿Cuánto oramos por el bienestar de la ciudad? Debemos orar “por todos los
hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos
quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1ª Timoteo 2:1,2), aunque
sean como Nerón. Y es la oración sustentada en la Palabra la que pone la agenda
para la misión.

Dicho esto, me permito algunas reflexiones:

La misión no es tarea de pastores, misioneros transculturales, plantadores de iglesias


y más. La misión es de Dios y por gracia toda la iglesia es incluida en ella. Toda la
iglesia es, o debiese ser, misionera. Y es allí, donde debemos señalar que la tarea
misional de la iglesia es compartir la buena nueva de Jesús y extender el reino de
Dios, en cada esfera de la vida, por medio del trabajo. En otras palabras, cada
miembro de la iglesia desarrolla  la misión en su quehacer cotidiano anunciando-
viviendo-haciendo. Hoy, 7 de junio de 2018 se celebran 150 años de la Iglesia
Presbiteriana de Chile, que tiene como hito la fundación de la Iglesia Santísima
Trinidad (la 1ª Iglesia Presbiteriana de Santiago), lo que marca un muy buen
momento para pensar la misión en la ciudad.

¿Cuáles son nuestras preocupaciones hoy? Los pastores Carlos Núñez y Horacio
González, en un texto del año 1935 titulado “Nuestra situación presbiteriana”, dijeron:
“El evangelismo no se preocupó por el mejoramiento efectivo de las vidas
individuales; sólo se preocupó de alcanzar grandes cantidades de personas, y para
lograr esto muchos evangelistas empleaban métodos más bien expectaculares [sic]
que espirituales. La extensión evangelística consumió grandes sumas de dinero y
rebajó valores éticos, dando en muchos casos la importancia a los valores monetarios,
y llegó a relegar a último término la noción de la justicia social en favor de conseguir
fondos para la expansión eclesiástica” 1. La crítica que ellos realizan en este punto,
tiene que ver con esfuerzos voluntaristas que sólo tenían la intención de proselitar
nuevos creyentes, sin preocuparse de sus realidades ni lo que ellos pensaban y
sentían. A su vez, denota con claridad, que la preocupación por la justicia social no es
exógena al presbiterianismo. Lo realmente exógeno al presbiterianismo, como
teología y “sentido de la vida” (en la cara expresión de Mackay), es separar la iglesia
del mundo, cosa que con toda claridad no hicieron quienes nos antecedieron en las
filas del presbiterianismo chileno. Ejemplos del esfuerzo misional con impacto en la
sociedad fueron las Sociedades del Esfuerzo Cristiano (con su énfasis en el activismo
evangelizador y en la educación bíblica), junto con la Escuela Popular fundada por
Trumbull, los colegios ingleses, los dispensarios para huérfanos, las ligas de
intemperancia, y la Maternidad Madre e Hijo (fundada en 1927). También puede
relevarse, el trabajo de difusión periodística en “La Piedra viva, verdadera y divina”
que tuvo como redactores a Trumbull e Ibáñez, y “El Heraldo Evangélico”, o “El
Heraldo Cristiano” (cuando se fusionó con la revista metodista “El Cristiano”), en las
que habían abundantes páginas respecto al acontecer noticioso de Chile y el mundo,
junto con análisis de contingencia. Nuestros hermanos entendieron con suma
claridad que no hay separación entre trabajos sagrados y trabajos seculares, todos
nuestros trabajos deben y pueden ser hechos para la gloria de Dios.

Hemos señalado, en el punto anterior, que que no hay trabajo más importante o
sagrado que otro. Pero esa misma declaración implica que debemos tener la noción

1Carlos Núñez y Horacio González. Nuestra situación presbiteriana. Santiago, Bureau Gráfico, agosto
de 1935, p. 7. Disponible en la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile (revisada en junio de 2018).
que la labor de los presbíteros docentes o pastores, no es un trabajo de menor valía y
esfuerzo. No es oficio de segunda categoría como para ser abordado
peyorativamente o tenerlo sin consideración. Gálatas 6:6 dice con toda claridad que
“El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo
instruye”. No dejemos nunca de ser agradecidos de quienes con esfuerzo nos
enseñan la Palabra de Dios, animan, amonestan y oran por nosotros, cumpliendo su
labor de pastorear la grey de Dios. Un ejemplo de la labor tesonera de nuestros
pastores queda ilustrado en las palabras del pastor David Trumbull, dirigidas al Rev.
José Manuel Ibáñez Guzmán, primer pastor protestante chileno y el primero de habla
castellana en América Latina, el día de su ordenación el 1 de noviembre de 1871, en
la Iglesia Santísima Trinidad. Trumbull señaló: “Desde ahora tu obra de vida ha de ser
la predicación; en discursos públicos –por la palabra pronunciada viva voce-; en
explicaciones particulares; -en la administración de los Sagrados Sacramentos; en
amonestaciones y el ejercicio de la disciplina de la casa del Señor; -en actos
caritativos y buenas obras; - tendrás el insigne privilegio de presentar continuamente
al Hijo y Cordero de Dios ante la atención de tus semejantes. / Tienes que trabajar
como un representante de la Iglesia libre en país libre, y a la misma vez inculcar todos
los santos deberes de la religión; oponiéndose al indiferentismo irreligioso y a la
tiranía eclesiástica; luchando tenazmente con los que prohíben la lectura de los
Santos Evangelios, y con los incrédulos. / Predica, pues, la palabra aquí en el centro de
la vida intelectual de Chile; insta a tiempo y fuera de tiempo; reprende, ruega,
amonesta con toda paciencia y doctrina. Pon tu confianza en el mensaje porque es
divino, del cielo. / Con nada menos debemos contentarnos; nada más podemos
apetecer. De tales obreros evangélicos la nación chilena tiene necesidad; de tales
predicadores la Iglesia chilena tiene necesidad. A ti te cabe, mi hermano, el honor de
ser el primero, bendiga Dios lo que hoy se hace para que no seas el último, sino que
cien veces más esta grata ceremonia sea repetida hasta que el pueblo del Señor
tenga pastores verdaderos según su corazón que lo apacentarán con la divina ciencia
y doctrina”2. El trabajo pastoral es sumamente arduo, y requiere de acompañamiento,
amistad, colaboración. Es una responsabilidad enorme, sobre todo en lo que implica
la predicación recta y fiel de las Escrituras, como también, la asesoría-consejería de la
hermandad. La Biblia nos reporta el deber de reconocer esta labor, cuando Pablo le
dice a Timoteo: "Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble
honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar" (1ª Timoteo 5:17).

La iglesia, en la sólida distinción reformada de sus esferas institucional y orgánica (los


creyentes esparcidos en el mundo), puede y debe trabajar asistiendo, educando y

2“Ordenación”. En: La Piedra viva, verdadera y divina. Nº 21, Año II, Valparaíso, 16 de noviembre de
1871, pp. 57-59 (la cita recoge fragmentos de la alocución de Trumbull).
reformando la sociedad según sea su caso. Produce profundo gozo ver iglesias
presbiterianas en nuestro país generando espacios de capacitación bíblica y
cosmovisional, instancias de acogida y asistencia de inmigrantes, levantando ferias
de servicio que hacen que juntemos nuestras manos para aportar desde las
vocaciones que Dios nos ha dado, levantando preuniversitarios gratuitos como en
Concepción, o a hermanos de nuestras filas trabajando en cárceles o siendo invitados
a ser expositores en espacios universitarios. Produce gozo porque es la iglesia
movilizándose a ser para los de afuera, trabajando con esfuerzo para que Dios sea
glorificado, sometiéndonos a la voluntad de Dios y descansando en Él. Esto no
excluye la predicación del evangelio ni la plantación de nuevas iglesias, en las que
con pasión por Cristo muchos estamos trabajando. Muy por el contrario, son puentes
que acercan el evangelio. Muestras concretas del amor que Dios produce en los hijos
salvados y amados por él. Quedan por delante las tareas de reforma, que por su
carácter no deben ser ejercidas por la iglesia institucional sino por la iglesia orgánica.
Se requiere creyentes que lo sean a cabalidad en las instituciones públicas o privadas
en las que ejerzan sus labores, con una alta ética cristiana que aterriza los principios
bíblicos a sus labores en el mundo. Recientemente, el pastor Manuel Covarrubias
señaló en el Servicio de Acción de Gracias del año 2017: “Como evangélicos y
fundados en las Sagradas Escrituras, por cierto tenemos que respetar el derecho de
cada persona, y defender la libertad de conciencia, porque viviendo en una sociedad
plural también reclamamos el derecho a que nosotros podamos decir y pensar
libremente fundados en las Sagradas Escrituras. […] La invitación, cuando estamos
celebrando el aniversario patrio, es a que el pueblo chileno, cada persona, desde el
que no tiene ilustración al que tiene mayor ilustración, sepa que solamente en Cristo
Jesús está el fundamento para una vida de justicia, de verdad y de amor”3. Todas
nuestras tareas deben tener a Cristo como lo que es: rey y soberano de todo: el
mundo, la iglesia, la familia y de nuestras vidas. Por ende, todo lugar es campo de
misión. A 150 años de la Iglesia Presbiteriana de Chile hacemos bien en no olvidar
esto.

No puedo concluir estas líneas sin una nota personal. Estoy muy emocionado y feliz
por ser parte de las filas del presbiterianismo. Si bien es cierto, he caminado en los
últimos ocho de los ciento cincuenta años, me siento heredero de toda esta larga
vida y tradición. Esto, por el cariño, acogida y acompañamiento de pastores, colegas
presbíteros y hermanos y hermanas con los que hemos trabado, también, amistad;
por la posibilidad de aprender en la comunidad y de servir, en mi paso por la 11ª
Iglesia Presbiteriana de Santiago, en la Iglesia Refugio de Gracia (avanzada de la 5ª

3“Servicio de Acción de Gracias”. En: Canal de Youtube Jotabeche. Minuto 2:26:22 (revisada en junio
de 2018).
Iglesia de Santiago en Maipú) y hoy, en el trabajo colaborativo con la 10ª Iglesia de
Santiago, como también en el trabajo con los jóvenes del Presbiterio Centro y en el
Seminario Teológico Presbiteriano, ¡nuestro seminario!, en el que he sido beneficiado
en mi labor como estudiante y como profesor asistente en el área de la historia
eclesiástica. Estoy emocionado y feliz porque estos ocho años son de una densidad
histórica de profundas y significativas experiencias, en las que claramente he sido
beneficiado, y de las que estoy profundamente agradecido. Emocionado y feliz,
porque fue acá, por medio de la predicación fiel y relevante, que volví al hogar del
evangelio, sólo por la obra del Espíritu Santo. Mi compromiso, esfuerzo y fidelidad a
esta comunidad de creyentes de la que soy miembro, la Iglesia Presbiteriana de
Chile.

Que cumplamos muchos años más, predicando el evangelio, viviendo en la fraterna


amistad la fe, y extendiendo el Reino de Dios en cada esfera de la vida, hasta que
nuestro Señor Jesucristo vuelva. Y sí, como siempre: “No a nosotros, oh Jehová, no a
nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad” (Salmo
115:1).

Luis Pino Moyano.

Puente Alto, 7 de junio de 2018,


en ocasión del sesquicentenario de la
Iglesia Presbiteriana de Chile.

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