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Textos tomados de: Nieto, Alejandro.

La Administración sirve con objetividad los


intereses generales, en “Estudios sobre la Constitución española”. Tomo III.
Editorial Civitas. 1.991. Citado por ESTEBAN RESTREPO, en la publicación
LEGIS: Constitución Política de Colombia. Páginas 359 y 360.

Definición del concepto “interés general”- Pgs: 2.189 y 2190

“Dentro de la reflexión sobre el contenido de este concepto, pueden señalarse las


siguientes líneas dominantes:

a) El dogmatismo, claramente minoritario, representado por algunos continuadores


del pensamiento tradicional del bien común (todavía tomista como en Vallet de
Goytisolo, o secularizado como en Duverger), o de dogmas políticos más
modernos al estilo de la voluntad general rousseauniana.
b) El escepticismo, en el que se refugian quienes, sin negar la realidad del
concepto, afirman la imposibilidad intelectual de su comprensión. Tal como
formuló G. Timsit ya muchos años: “La noción de interés público es una noción
metajurídica, siendo difícil –si no imposible- dar una imagen precisa y estable
del mismo, dado que está vinculada a factores –nivel de civilización,
circunstancias económicas y sociales, etc- que en sí mismos carecen de fijación.
El interés público está sometido a variaciones políticas y en esta medida se
revela como muy incierto”. O como ha insistido después Boulouis: “Los
esfuerzos que se realicen para aprehender y fijar el contenido del interés general
tienen un destino incierto. Aceptable en cuanto “idea” –de la que cualquiera
puede formarse una representación inteligible en la que el “sentimiento íntimo”
se llevará inconcientemente la mayor parte- , la noción resiste mal la prueba del
análisis conceptual , que termina siendo incapaz de encerrarla en una fórmula
que la defina. Problemática para todo el que pretenda desentrañar su esencia,
esta noción termina, en efecto, pareciendo dudosa en el peor sentido del término,
dado que tal esencia depende de concepciones filosófico-políticas previas”.
c) El nihilismo, muy extendido en la llamada “izquierda” de la ciencia política y de
la del derecho público, quienes niegan radicalmente su existencia.
d) Y, en fin, el existencialismo, que –naciendo del escepticismo y con la intención
de superarlo- pretende salvar del naufragio conceptual, no ya el interés general
como un abstracto absoluto, sino diversos intereses generales, condicionados por
la coyuntura política y constitucional de cada momento (Pizorrusso, Sánchez
Morón)”.

Sobre el interés ideológico y el tratamiento jurídico de los intereses generales


Página. 2.212

“Para los autores Chevalier y Loschak, en efecto, “la ideología del interés general
pretende establecer un consensus sobre el aparato del Estado, presentándolo como un
poder necesario, bienhechor y neutral en relación con los diferentes grupos que
comprenden la sociedad, trascendente a los particularismos y como si fuera cosa de
todos”. Ideología que pese a lo rudimentario de su formulación, ha demostrado ser
eficaz, puesto que ha calado en la ingenua psicología del ciudadano, quien cree de
buena fe que “el Estado es infinitamente bueno: no está más que para servir a la
sociedad, desarrollar la solidaridad social y cumplir los objetivos necesarios a la vida
cotidiana” Y, en suma, “el interés general es el poder, pero también el servicio, y el
servicio es lo que justifica el poder” (…)

No les faltan razón en verdad a estos autores y el abandono ideológico de estos tiempos
–y su sustitución por actuaciones económicas sin otra justificación que su pretendida
necesidad- parece justificar su tesis (…) Los intereses generales siguen anclados en la
Constituciones modernas y es ingenuo pretender prescindir de ellos. Nadie puede
ciertamente desconocer su naturaleza y funciones inequívocamente ideológicas; pero
tampoco es lícito desconocer su presencia normativa y su operatividad jurídica.

En resumidas cuentas, la ideología del interés general ha servido siempre para legitimar
el poder y al mismo tiempo (en una contradicción aparentemente paradójica, pero en
realidad inevitable) para limitarlo. Lo peculiar de los tiempos actuales –y esto es lo más
importante a nuestros efectos- es que hoy ha adquirido singular relieve la nota añadida
de legitimar la intervención pública. Desde hace unos años, cuando el Estado quiere
extender su acción sobre actividades en las que antes se abstenía, invoca
indefectiblemente la presencia de unos intereses generales con los que se autolegitima.
Función ideológica muy efectiva en verdad por su naturaleza axiomática y por la
facilidad con que es asimilada por los ciudadanos.

(…) Los poderes públicos no se legitiman ya con la simple invocación del interés
general, sino por la norma constitucional que atribuye competencias y precisa el alcance
de su ejercicio, es decir, lo delimita y limita. La ideología, por así decirlo, se ha
normativizado y, por ende, juridificado. Circunstancia que permite el control jurídico de
los tribunales, quienes ya no manejan directamente los intereses generales sino en la
medida en que aparecen recogidos en la Constitución. Pero estos intereses, acorralados
en lo jurídico constitucional, han abierto -tal como acaba de apuntarse- un nuevo frente
funcional, que se utiliza para justificar con su mera invocación las intervenciones del
Estado en actividades sociales. En otras palabras: el Estado se hace presente en la vida
social penetrando en ella a través de los intersticios del interés general que ha dejado
abiertos el esquema constitucional. Los intereses generales operan, en definitiva, como
una válvula de seguridad, como una cláusula flexible, como un argumento último para
justificar la intervención –fundamentalmente económica- del Estado.

(…) El moderno tratamiento político de los intereses generales ha logrado, a fuerza de


realista, desmitificar un concepto milenario y constatar una situación desoladora: los
intereses generales no son, ni más ni menos, que un instrumento descarnado de
manipulación ideológica, con los que se pretende legitimar interese espurios que
repugnan a la conciencia democrática. Porque, dada su evanescencia, o no significan
nada o sirven de cobertura al absolutismo estatal, que –apurando las cosas y levantando
los velos formales del Estado- expresan los intereses de individuos, grupos y clases
dominantes. Las viejas teorías del Bien Común iusnaturalista, de la voluntad general,
del Estado-árbitro y de la concordia social son falacias bien-intencionadas quizás, pero
totalmente irreales. En el fondo, lo único que queda es el egoismo particular, cuyo
disfraz ha sido ya arrancado por los analistas modernos, de tal manera que el ciudadano
se encuentra ante un dilema insuperable; o se acepta con resignación, no exenta de
complicidad, la moneda falsa de los intereses generales, dando por buena su
legitimación de cobertura, o se les expulsa de la teoría del Estado. Sin descartar
tampoco una tercera posibilidad –no por extendida menos satisfactoria-: se permite su
subsistencia como un mero adorno de retórica constitucional, del que nada útil puede
extraerse”.

Intereses que orientan la función administrativa – Pag. 2.209

“El tema de los intereses generales ha planteado grandes dilemas que podrían resumirse
en los siguientes cuatro aspectos:

- El primer dilema consiste en determinar si existe una unidad o una pluralidad


conceptual entre los términos interés general, interés público, interés nacional,
interés común, etc. Según las coyunturas históricas e ideológicas se ha
considerado algunas veces que los términos se asimilan y en otras se ha
considerado que significan distintas cosas.
- Un segundo dilema se plantea al determinar si los intereses generales son
naturales (es decir que existen en la realidad independientemente de la voluntad
del legislador que se limitará únicamente a “encontrarlos”) o artificiales (los
intereses generales no vienen dados al legislador sino que éste los crea mediante
decisión política).
- El tercer dilema surge al intentar identificar si los intereses generales son
inmanentes o trascendentes a los intereses particulares. Es decir, si los intereses
generales están o no íntimamente vinculados a los de los particulares.
- Un cuarto y último dilema se da al preguntarse si la definición de los intereses
por cualquier instancia (legislativa o administrativa) puede ser controlada por la
jurisdicción.

Sin embargo el problema central en la discusión sobre los intereses generales radica en
la inmanencia o trascendencia de éstos con respecto a los particulares. A este respecto
pueden localizarse tres modelos que corresponden a distintos estadios ideológicos
dentro de la teoría jurídica y política.

El primer modelo se expresa en la identificación total de los intereses generales con los
particulares y se ha encarnado en ideologías tan disímiles como el liberalismo radical
(cuyo representante principal es Adam Smith para quien la persecución del interés
individual conlleva también la del interés general) y el absolutismo monárquico (su
representante principal es Von Justi quien dice que el fin del Estado es su propia
felicidad y la de sus vasallos; felicidad que debe coincidir ya que ninguno de los dos
podría existir sin el otro).

El segundo modelo se manifiesta en la separación de los intereses generales de los


particulares. Este segundo modelo se ha dado, a su vez, a través de las siguientes cuatro
corrientes:

- Los intereses generales son distintos de los particulares pero no contrarios dado
que éstos se armonizan espontáneamente para formar aquellos.
- La armonización de los distintos intereses particulares se logra a través de de
mecanismos sociales que los transforman en un interés general. Dichos
mecanismos son los siguientes: la concordia (Aristótles, Tockeville, Constant),
la utilidad (Bentham, Mill) y la voluntad general (Rousseau).
- Los diferentes intereses particulares no se armonizan ni espontáneamente ni
socialmente. El interés general es imperativo gracias a la decisión de una
instancia política superior (Marx, Arrow).
- Hay una convivencia de intereses interpenetrados; posición eminentemente
jurídica para la cual el derecho opera como un mecanismo de integración de los
distintos intereses aceptando que en la sociedad la línea demarcadora entre éstos
no es clara.

El tercer modelo enseña que los intereses generales son trascendentes de los
particulares. Es dentro de este modelo donde cobra importancia la distinción entre
“interés público” e “interés general”. El interés público sería el interés general
trascendente, mientras que el interés general, en estricto sentido, estaría constituido por
los intereses inmanentes.

El considerar a los interese generales como inmanentes o trascendentes a los de los


particulares tiene importantes consecuencias jurídicas. En el caso de conflicto entre
intereses generales y particulares, si se parte de un interés público (es decir
trascendente) regirá sin restricciones el principio de prevalencia del interés público;
cuando, por el contrario, se parte de intereses generales inmanentes la prevalencia no
operará, ya, automáticamente sino que deberá ser sometida a una ponderación concreta
de las dos clases de intereses, pudiendo, incluso, llegarse a la conclusión de que los que
priman son los intereses particulares. En definitiva, debe concluirse con Alejandro Nieto
que “habrá casos ciertamente en que se declare la prevalencia del interés general; pero
no ya como aplicación automática de un dogma, sino como resultado de una
ponderaqción concreta que debe ser argumentada en cada caso”.

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