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“Para los autores Chevalier y Loschak, en efecto, “la ideología del interés general
pretende establecer un consensus sobre el aparato del Estado, presentándolo como un
poder necesario, bienhechor y neutral en relación con los diferentes grupos que
comprenden la sociedad, trascendente a los particularismos y como si fuera cosa de
todos”. Ideología que pese a lo rudimentario de su formulación, ha demostrado ser
eficaz, puesto que ha calado en la ingenua psicología del ciudadano, quien cree de
buena fe que “el Estado es infinitamente bueno: no está más que para servir a la
sociedad, desarrollar la solidaridad social y cumplir los objetivos necesarios a la vida
cotidiana” Y, en suma, “el interés general es el poder, pero también el servicio, y el
servicio es lo que justifica el poder” (…)
No les faltan razón en verdad a estos autores y el abandono ideológico de estos tiempos
–y su sustitución por actuaciones económicas sin otra justificación que su pretendida
necesidad- parece justificar su tesis (…) Los intereses generales siguen anclados en la
Constituciones modernas y es ingenuo pretender prescindir de ellos. Nadie puede
ciertamente desconocer su naturaleza y funciones inequívocamente ideológicas; pero
tampoco es lícito desconocer su presencia normativa y su operatividad jurídica.
En resumidas cuentas, la ideología del interés general ha servido siempre para legitimar
el poder y al mismo tiempo (en una contradicción aparentemente paradójica, pero en
realidad inevitable) para limitarlo. Lo peculiar de los tiempos actuales –y esto es lo más
importante a nuestros efectos- es que hoy ha adquirido singular relieve la nota añadida
de legitimar la intervención pública. Desde hace unos años, cuando el Estado quiere
extender su acción sobre actividades en las que antes se abstenía, invoca
indefectiblemente la presencia de unos intereses generales con los que se autolegitima.
Función ideológica muy efectiva en verdad por su naturaleza axiomática y por la
facilidad con que es asimilada por los ciudadanos.
(…) Los poderes públicos no se legitiman ya con la simple invocación del interés
general, sino por la norma constitucional que atribuye competencias y precisa el alcance
de su ejercicio, es decir, lo delimita y limita. La ideología, por así decirlo, se ha
normativizado y, por ende, juridificado. Circunstancia que permite el control jurídico de
los tribunales, quienes ya no manejan directamente los intereses generales sino en la
medida en que aparecen recogidos en la Constitución. Pero estos intereses, acorralados
en lo jurídico constitucional, han abierto -tal como acaba de apuntarse- un nuevo frente
funcional, que se utiliza para justificar con su mera invocación las intervenciones del
Estado en actividades sociales. En otras palabras: el Estado se hace presente en la vida
social penetrando en ella a través de los intersticios del interés general que ha dejado
abiertos el esquema constitucional. Los intereses generales operan, en definitiva, como
una válvula de seguridad, como una cláusula flexible, como un argumento último para
justificar la intervención –fundamentalmente económica- del Estado.
“El tema de los intereses generales ha planteado grandes dilemas que podrían resumirse
en los siguientes cuatro aspectos:
Sin embargo el problema central en la discusión sobre los intereses generales radica en
la inmanencia o trascendencia de éstos con respecto a los particulares. A este respecto
pueden localizarse tres modelos que corresponden a distintos estadios ideológicos
dentro de la teoría jurídica y política.
El primer modelo se expresa en la identificación total de los intereses generales con los
particulares y se ha encarnado en ideologías tan disímiles como el liberalismo radical
(cuyo representante principal es Adam Smith para quien la persecución del interés
individual conlleva también la del interés general) y el absolutismo monárquico (su
representante principal es Von Justi quien dice que el fin del Estado es su propia
felicidad y la de sus vasallos; felicidad que debe coincidir ya que ninguno de los dos
podría existir sin el otro).
- Los intereses generales son distintos de los particulares pero no contrarios dado
que éstos se armonizan espontáneamente para formar aquellos.
- La armonización de los distintos intereses particulares se logra a través de de
mecanismos sociales que los transforman en un interés general. Dichos
mecanismos son los siguientes: la concordia (Aristótles, Tockeville, Constant),
la utilidad (Bentham, Mill) y la voluntad general (Rousseau).
- Los diferentes intereses particulares no se armonizan ni espontáneamente ni
socialmente. El interés general es imperativo gracias a la decisión de una
instancia política superior (Marx, Arrow).
- Hay una convivencia de intereses interpenetrados; posición eminentemente
jurídica para la cual el derecho opera como un mecanismo de integración de los
distintos intereses aceptando que en la sociedad la línea demarcadora entre éstos
no es clara.
El tercer modelo enseña que los intereses generales son trascendentes de los
particulares. Es dentro de este modelo donde cobra importancia la distinción entre
“interés público” e “interés general”. El interés público sería el interés general
trascendente, mientras que el interés general, en estricto sentido, estaría constituido por
los intereses inmanentes.