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Saltillo, Coahuila a
29 de octubre de 2018
El Derecho Penal, bien conocido es como la última ratio del derecho, es decir, se trata
de la última instancia a la que el estado, quien monopoliza la acción penal en el estricto
sentido de la palabra, puede recurrir para perseguir y sancionar determinadas conductas. Y
esto es así porque, el derecho penal, rompe con muchos de los principios que rigen toda la
disciplina jurídica, sin embargo, es por ello también que el derecho penal es una de las ramas
de la disciplina estudiadas con mayor ahondamiento y, a su vez, la que mayores limitantes y
formalismos tiene.
Una de las funciones más importantes del derecho penal, en todo orden jurídico y
social, es la prevención; vale decirlo pues que, las sanciones impuestas a las conductas que
el derecho penal determina como tales, tienen una doble función, la cual se desdobla en 1.
La sanción directa al individuo infractor y 2. La erradicación de la conducta a través de un
castigo ejemplar que evite que el resto de la sociedad reincida en dichas conductas.
En este sentido, el derecho penal debe, ante cualquier cosa, garantizar ciertos
mínimos legales que den certeza al procedimiento, debido precisamente al grado de invasión
de dicha rama del derecho; las sanciones impuestas a los infractores, suelen ir en graduación
a la gravedad de la conducta cometida, siendo la privación de la libertad como la medida
correctiva más grave, reservada para las conductas más lesivas.
El grado de invasión de las medidas de seguridad y sanción del derecho penal,
depende, como ya se ha dicho, de la gravedad de la conducta cometida; sin embargo, el
derecho penal se topa de frente con una limitación que, más allá de ser una limitante legal,
se produce cuando el proceso es llevado a la práctica, particularmente, en el primer
momento de la conducta delictiva, con la noticia criminis.
La nueva teoría del garantismo penal, la cual, dicho sea de paso, se apega
contundemente a la teoría del derecho internacional de los derechos humanos, propugna
por el respeto a los mismos, y manteniendo ese orden de ideas, uno de los principios más
importantes, respecto de la teoría del garantismo penal, es precisamente el respeto a la
libertad del individuo y a su reconocimiento como inocente, o mejor conocido como principio
de presunción de inocencia.
Esto significa que, por un lado, la presunción de inocencia es el derecho que tiene la
persona a ser reconocida como inocente hasta que no se demuestre su culpabilidad, de ello
se desprende pues que, si una persona es inocente hasta que no exista sentencia que
confirme lo contrario, nadie podrá ser privado de su libertad sin una razón válida y legal que
justifique dicha medida. Es por ello que, mientras una persona esté siendo procesada por su
probable participación en un hecho delictivo, no hay una certeza de que, en primer término,
ese hecho se haya consumado y, en segundo término, que dicha persona haya participado
en la consumación del hecho delictivo.
Es por ello, entonces, que una persona, aun cuando esté siendo procesada por un
hecho delictivo, tiene derecho a llevar su procedimiento en libertad, en atención al respeto
a su presunción de inocencia, y a su ejercicio de la garantía de libertad en el proceso penal.
Si bien es cierto que la prisión preventiva violenta el derecho del imputado a ser
reconocido como inocente, la realidad es que esta permisión de nuestra legislación está
suficientemente reglamentada, con sus pormenores, pero evidentemente se encuentra
limitada por las leyes, la cual, por ejemplo, establece que:
[…] Sólo por delito que merezca pena privativa de libertad habrá lugar a
prisión preventiva. La prisión preventiva será ordenada conforme a los
términos y las condiciones de este Código. […]
Por otro lado, se deben cumplir también los siguientes elementos que establece el
artículo 167 del citado Código de Procedimientos: