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Evolucionismo

Antropología

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La antropología y las ciencias
naturales
Reflexionar sobre el objeto y método de la Antropología como una disciplina
en proceso de constitución durante el siglo XIX implica describir en principio
las características del pensamiento científico para la época, pensamiento
científico que estaba en estrecha relación con los resabios religiosos del
período feudal y la filosofía como fuente de sabiduría; una etapa
fundamental de transformaciones sociales que alcanza hasta las propias
formas del conocimiento, de la verdad y el saber.
La primera imagen que del “otro cultural” construyó la Antropología se
realizó con el material aportado por la teoría evolucionista en la biología de
Charles Darwin.
Charles Robert Darwin, fue un naturalista inglés que observó y demostró que
todas las especies de seres vivos han evolucionado con el tiempo a partir de
un antepasado común mediante un proceso denominado selección natural.
Este proceso de selección natural es producto de la supervivencia del más
apto en la pelea por la vida en la naturaleza. Por lo tanto el origen común
del hombre de una especie animal explica el alcance que las trasformaciones
de la especie posibilitaron el proceso de evolución. La evolución ha sido
aceptada como un hecho por la comunidad científica, en tanto que su teoría
de la evolución mediante la selección natural acabó siendo ampliamente
apreciada como la explicación primaria del proceso evolutivo. Con sus
modificaciones, los descubrimientos científicos de Darwin aún siguen siendo
el acta fundacional de la biología como ciencia, puesto que constituyen una
explicación lógica que unifica las observaciones sobre la diversidad de la
vida. Su obra “El origen de las especies”, publicada en 1859, estableció que
la explicación de la diversidad que se observa en la naturaleza se debe a las
modificaciones acumuladas por la evolución a lo largo de las sucesivas
generaciones.
¿Por qué en la segunda mitad del siglo XIX se construye aquella imagen del
otro a partir del material ofrecido por el evolucionismo biológico de Darwin?
Como respuesta a este interrogante, podríamos distinguir por un lado que,
en EE.UU., desde su independencia en 1776, se encomendó en la conquista
de territorios que le permitieran afianzarse en ellos como nación; comienza
a ver que podía obtener más territorio de sus débiles vecinos, como México
y Canadá, y así logró expandir su territorio al máximo casi a finales del siglo
XIX.
No conforme con los territorios arrebatados a sus vecinos, Estados Unidos
siguió buscando cada vez más territorios en el mundo, así adquirió Cuba, las
Filipinas, las islas Hawai y varias otras islas del Pacífico Sur.
El ejemplo más conocido, obviamente, es la “Conquista del Lejano Oeste”

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(el far-west), es decir, la expansión del naciente Estado norteamericano
desde la costa este hasta la oeste. Una conquista o expansión territorial que
posibilitó que no fueran pocos los europeos o descendientes de ellos en
EE.UU, de tez blanca, cristianos, los que se encontraron con múltiples
“otros”, semejantes y distintos, como fueron los hombres y mujeres
originarios de esa tierra conquistada, los indígenas con sus propias lenguas,
creencias, organizaciones sociales y culturales, con pieles de colores muy
diferentes al de sus invasores.
En tanto esto sucedía con ese territorio, que desde un punto de vista
eurocentrista se denominó América del Norte y que constitucionalmente se
lo proclamó de la Nación de EE.UU., en la última mitad del siglo XIX Inglaterra
gracias a su poderosa flota naval se expandía por todos los mares y los
rincones de la tierra.
A partir de 1750 y con la fuerza que le imprimió ser la pionera en el
revolucionario proceso de la industrialización del mundo, Inglaterra se ubica
por aquel entonces, como el país más desarrollado de la economía
capitalista. A diferencia de EE.UU. que se expande por lo que sería su
territorio nacional en búsqueda de materias primas para desarrollar su
incipiente industrialización, a la vez de ampliar el mercado donde colocar
esas mercancías elaboradas, Inglaterra, como isla que es, con su pequeño
territorio si lo comparamos a los continentales, se ve obligada a la conquista
de territorios más allá de sus límites geográficos, más allá de los mares
cercanos y del continente europeo. Así como a principios del siglo XIX
llegaron en dos oportunidades a las costas sudamericanas que luego serían
de la República Argentina (en las llamadas “Invasiones Inglesas”), arribaron
a otras costas de América, al punto que conserva países como parte del
Reino Unido de Gran Bretaña (Guyana, Bahamas y otros).
Claro que la búsqueda de materias primas originarias de esas tierras
conquistadas o invadidas para ser elaboradas en las industrias de Inglaterra
o de encontrar en esos extrañas y lejanas latitudes potenciales
consumidores de sus productos industrializados, favoreció que aquellos
hombres de tez blanca, europeos y cristianos, como les sucedió a sus pares
en Norteamérica entraran en contacto con seres de otro tipo de tez, con
otras formaciones culturales y sociales, otros idiomas, con otros semejantes
y diferentes.
Obviamente, los conquistadores de esas tierras y sus pueblos originarios
requirieron argumentos “civilizatorios” para justificar sus invasiones, no
exentas de violencia, exterminio e injusticia.
Ciertamente, estos contextos económicos y políticos de conquistas
territoriales por parte de los países industrializados sobre sociedades
tribales, hicieron posible y potenciaron la percepción de “los otros” como
diferentes de los hombres blancos y cristianos y que fueron precedidos
inclusive desde siglos anteriores. Piénsese, al respecto y sólo por citar dos
ejemplos, en los testimonios de Marco Polo sobre sus viajes por el Asia o los

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que abundaron después de la llegada de Cristóbal Colón a estas tierras
llamadas, luego, americanas.
No obstante, mientras esas imágenes percibidas del “otro”, presentes en
esos testimonios de viajeros por el mundo fueron construidas (significadas)
desde y con materiales provenientes de concepciones morales, religiosas y
hasta filosóficas europeas, el masivo encuentro (o mejor, “desencuentro”)
con ese “otro”, que se abrió a fines del siglo XIX, ya no por viajeros o
aventureros sino por conquistadores o colonizadores, construyó una imagen
de aquellos significada desde la fundamentación científica.
Recordemos que Inglaterra, como cabecera de la economía capitalista que
de imponía en el mundo y, por lo tanto, cuna de la primera revolución
industrial en la tierra, para alcanzar esos logros requirió del creciente auxilio
de las ciencias, en principio de la Astronomía, la Física y, por ende, de las
Matemáticas.
La expansión de la navegación y del comercio por los desconocidos mares y
las lejanas latitudes del planeta demandó el desarrollo de la Astronomía
como herramienta de orientación naval, tanto como el paso de la antigua
energía humana o animal usada durante la economía feudal (la de los siervos
y bueyes, por ejemplo) hacia la energía del vapor presente en la primeras
máquinas industriales, exigió la imprescindible ayuda de la mecánica, es
decir, de la Física.
De aquí que no fue casual que uno de los máximos exponentes de la historia
de la Física fuera un inglés, Isaac Newton, con plena injerencia durante el
siglo XIX, incluso como político destacado en su país. Como todos los
“hombres de ciencia” contemporáneos a él, hicieron posible en Europa lo
que se llamó el Positivismo, es decir, un pensamiento filosófico que exaltó la
razón de la ciencia como la máxima expresión de la inteligencia humana y
gracias a la cual se podrían dominar las fuerzas de la naturaleza como
construir una sociedad (capitalista), regida por las precisas leyes de la
ciencia.
De aquí que la imagen de ese “otro”, semejante o diferente, para estos
hombres europeos, blancos y cristianos del siglo XIX no pasó por dudar de
su condición humana como sucedió después de Colón con los habitantes
originarios de la llamada América, ni tampoco por la incerteza de concebirlos
como “criaturas”, es decir, productos del Dios cristiano y, por lo tanto,
hechos a su “imagen y semejanza”, menos por los juicios morales
(“depravados”, “lujuriosos”, sanguinarios” y otros) que se desprendían de la
Iglesia católica y de las instituciones estatales europeas influenciadas por
aquélla, sino que, con el Positivismo afianzado en los espacios
académicos/universitarios y el capitalismo solidificado en los Estados de la
economía dominante, esa imagen del otro, del semejante y diferente se
construyó con el material científico imperante en la época.
La justificación-“explicación” de la invasión, usurpación y dominación de
esos “otros”, diferentes y semejantes ya no sólo se basó en “endemoniados
versus evangelizados” sino en rigurosos principios aportados por la ciencia.

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La teoría de Darwin sobre la evolución de las especies, propia del terreno de
la biología y tan resistida por la Iglesia Católica, sería trasladada a la
mecánica, directa y simplistamente al campo el análisis de lo social y lo
antropológico. Por ser una teoría tan resistida por el pensamiento religioso
cristiano en el siglo XIX, nadie podía dudar que la teoría darwiniana fuera
una expresión más, junto a la física newtoniana, a la química de Lavoisier, de
la prodigiosa y esperanzadora ciencia del momento.
En pleno auge de la teoría de la selección natural y tras las controversias
iniciales, una versión simple y errónea inspirada en el mecanismo evolutivo
propuesto por Darwin, fue ganando terreno en la aplicación de la selección
natural a las sociedades humanas (política, economía, etc.). Esta doctrina,
conocida como darwinismo social, utilizaba el argumento de la ley del más
fuerte y su prevalencia para justificar la diferenciación racial y de clase. Sin
embargo, Darwin nunca favoreció tal visión de la sociedad, considerando
este tipo de aplicaciones de la selección natural como una aberración. Como
ilustran sus diarios, Darwin mostraba gran simpatía por las gentes
esclavizadas u oprimidas. No obstante, el darwinismo social constituyó la
base inicial de movimientos de tipo eugenésicos iniciados en 1883 por
Francis Galton.
En los años inmediatamente posteriores a la publicación del “Origen de las
Especies”, tanto la evolución como la selección natural fueron ampliamente
discutidas por las comunidades científicas y religiosas. Esta obra atrajo un
interés internacional y a pesar de que su enfermedad le obligó a permanecer
al margen de los debates públicos, Darwin estuvo siempre atento tanto a las
críticas científicas como a las sátiras y caricaturas publicadas en los
periódicos y revistas de la época, manteniendo una activa correspondencia
internacional.

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Figura 1: Caricatura del Vanity Fair de 1871

Gran parte de la comunidad religiosa reaccionó con virulencia ante la


defensa de la evolución, considerándola incompatible con el relato de la
Creación de las Santas Escrituras y con la posición central que el hombre
ocupaba en ella. Así, en 1875 el teólogo Charles Hodge acusó a Darwin de
negar la existencia de Dios al definir a los humanos como el resultado de un
proceso natural en lugar de una creación diseñada por Dios. No obstante, la
reacción de la Iglesia de Inglaterra no fue unívoca.

Figura 2: El hombre como máxima expresión del proceso evolutivo.

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Los antiguos tutores de Darwin en Cambridge, Sedgwick y Henslow
descartaron sus ideas, pero teólogos liberales como Charles Kingsley
interpretaron la selección natural como un instrumento del diseño divino.
En 1860, siete teólogos anglicanos publicaron la obra Essays and Reviews,
en la que Baden Powell tachaba de atea a la creencia en los milagros,
considerando que estos rompían las leyes divinas y admiraba la obra de
Darwin por "apoyar el gran principio de los poderes auto-evolutivos de la
naturaleza”. Asa Gray mantuvo largas discusiones teológicas con Darwin,
quien importó y distribuyó su obra sobre evolución teísta, titulada “La
selección natural”, la cual no es inconsistente con la teología natural. Ese
mismo año tuvo lugar en Oxford el célebre debate en torno a la evolución,
durante un encuentro de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia.
En él se enfrentaron, entre otros filósofos, teólogos y científicos, el obispo
de Oxford, Samuel Wilberforce, contrario a la explicación darwinista de la
transmutación de las especies y Thomas Huxley, llamado desde entonces el
“bulldog de Darwin” por su feroz defensa de la evolución darwinista.

Figura 3

La definitiva aceptación por parte de la comunidad científica de las tesis


defendidas en el Origen atravesó fundamentalmente dos etapas: “la
conversión del mundo victoriano al evolucionismo y el renacimiento de la
teoría de la selección en los tiempos modernos.”, pues sólo después de que
el moderno concepto de mutación genética confirmara el carácter azaroso
de la variación individual, pudo comenzar a asumirse la teoría de la selección
natural.

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La división del trabajo científico: Antropología física y
cultural
La historia de la Antropología muestra el amplio espectro de temas que
ocupó el interés de los hombres de la época. Las líneas temáticas ligadas a
los aspectos físicos y culturales estuvieron presentes en los cimientos
mismos de la construcción de la Antropología como ciencia. La Antropología
como disciplina apareció por primera vez en la Histoire Naturelle de
Georges-Louis Leclerc, Comte de Buffon (1749) y combinó muy pronto dos
genealogías distintas; una de base naturalista, relacionada con el problema
de la diversidad física de la especie humana (anatomía comparada) y como
fruto de un proyecto comparativo de descripción de la diversidad de los
pueblos. Este último había sido abordado desde la Edad de Piedra y la edad
carbonífera, en relación a los problemas que planteaban el trabajo misional,
las necesidades de describir pueblos situados en los márgenes de la Europa
altomedieval y más tarde el proyecto colonial. Posteriormente, se le añadiría
la historia cultural comparada de los pueblos que daría lugar, en Europa, al
folclore.
Durante el siglo XIX, la llamada entonces Antropología general incluía un
amplísimo espectro de intereses desde la paleontología del cuaternario al
folclore europeo pasando por el estudio comparado de los pueblos
aborígenes. Fue por ello una rama de la Historia Natural y del historicismo
cultural alemán que se propuso el estudio científico de la historia de la
diversidad humana. Tras la aparición de los modelos evolucionistas y el
desarrollo del método científico en las ciencias naturales, muchos autores
pensaron que los fenómenos históricos también seguirían pautas deducibles
por observación.

El positivismo en el nacimiento de la antropología


Según la enciclopedia Wikipedia el Positivismo es una corriente o escuela
filosófica que afirma que el único conocimiento auténtico es el conocimiento
científico y que tal conocimiento solamente puede surgir de la afirmación
positiva de las teorías a través del método científico. El positivismo deriva de
epistemología que surge en Francia a inicios del siglo XIX de la mano del
pensador francés Auguste Comte y del británico John Stuart Mill y se
extiende y desarrolla por el resto de Europa en la segunda mitad. Según la
misma, todas las actividades filosóficas y científicas deben efectuarse
únicamente en el marco del análisis de los hechos reales verificados por la
experiencia.
Esta epistemología surge como manera de legitimar el estudio científico
naturalista del ser humano, tanto individual como colectivamente. Según
distintas versiones, la necesidad de estudiar científicamente al ser humano

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nace debido a la experiencia sin parangón que fue la Revolución Francesa,
que obligó por primera vez a ver a la sociedad y al individuo como objetos
de estudio científico.
Esta corriente tiene como características diferenciadoras la defensa de un
monismo metodológico, específicamente el método de estudio de las
ciencias físico-naturales. A su vez, el objetivo del conocimiento para el
positivismo es explicar causalmente los fenómenos por medio de leyes
generales y universales, lo que le lleva a considerar a la razón como mero
medio para otros fines (razón instrumental).
La forma que tiene de conocer es inductiva, despreciando la creación de
teorías a partir de principios que no han sido percibidos objetivamente. En
metodología histórica, el positivismo prima fundamentalmente las pruebas
documentadas, minusvalorando las interpretaciones generales, por lo que
los trabajos de esta naturaleza suelen adolecer de excesiva acumulación
documental y escasa síntesis interpretativa.
Auguste Comte formuló a mediados del siglo XIX la idea de la creación de la
sociología como ciencia de la sociedad. Libre de todas las relaciones con la
filosofía y basada en datos empíricos en igual medida que las ciencias
naturales.
El positivismo en sus comienzos fue una doctrina revolucionaria, puesto que
centró sus ataques a la Metafísica y a la Teología, que eran las ideas
predominantes hasta ese entonces; poco después se convirtió en una
defensa a ultranza de la ideología burguesa que encerraba dentro de sí la
semilla del autoritarismo.
La Antropología entonces como una disciplina que pugna por un saber
diferente se encuentra a fines del siglo XIX recorriendo un camino de
transformaciones fundamentales en el marco del pensamiento científico.
Discusiones y controversias envuelven las formas del conocimiento en la
época. La tradición teológica, la impronta de las ciencias naturales y los
nuevos fenómenos sociales producto del período de la modernización que
trajo consigo el desarrollo industrial, imponen una nueva reflexión que
quedará indudablemente sometida a los vaivenes académicos del momento:
la influencia de la Biología en la mirada antropológica que recién se inaugura.
Ello implicará una forma de rigurización de las maneras del conocer
científico según las reglas que el positivismo impone. Según Comte elabora
una explicación de la transformación del espíritu humano que pasa por tres
fases o etapas: la fetichista o teológica, en la cual los hombres explican la
realidad a través de acciones divinas; la metafísica, donde se explica esta
realidad por medio de principios generales y abstractos y la positiva o
científica, en la cual se observa la realidad, se analizan los hechos, se
encuentran las leyes generales y necesarias de los fenómenos naturales y
humanos y se elabora una ciencia de la sociedad.
Las características del pensamiento positivista son:

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 Los fenómenos del mundo deben verse como neutrales: esto es,
movidos por leyes universales válidas.
 Orienta el pensamiento hacia los hechos y exalta la experiencia como
conocimiento supremo.
 Defiende la idea de que lo verdadero debe derivarse sólo de los hechos,
por lo que debía utilizarse el mismo método que en las demás ciencias
de la observación. La sociedad debía ser tratada como la naturaleza,
pues si para esta última existían leyes generales objetivas, lo mismo
sucedería con la primera (influencias que aún hoy están presentes en
muchos casos).
 No se aceptan los conceptos y valores de la teología y la metafísica hasta
tanto no fueran sometidos a la prueba por el método positivista de las
ciencias naturales.
 No se podía progresar sin ningún orden y no podía haber orden sin
progreso. El positivismo afirma que en la realidad existe un orden único
que tiende al progreso indefinido de la sociedad. Todo lo que ocurre
responde a ese orden natural que hay que descubrir, conocer y aceptar.
Así, el ser humano no es el constructor de la realidad social, ya que
propone una suerte de inmovilismo que descarta la problematización.
 Sólo el hecho científico era tal cuando era externo al sujeto.

inaccesible a la observación y al razonamiento positivo y, por tanto,
necesitaba del experimento y la comparación.
 Las causas, los motivos, las esencias no eran de su interés; por el
contrario 
trataba de hacer comprensible lo real aplicándolo a través de
las diversas leyes. Para Comte era necesario el cómo y no el por qué ya
que, si las leyes eran conocidas no era preciso penetrar en las razones;
la sociedad podía ser constatada a través del primer tipo de pregunta
pero no explicada, lo que abiertamente demostraba su trasfondo
ideológico (contrarrevolucionario).
 Expresaba que existía un progreso hacia estados superiores, pero ello
debía hacerse sin destruir o negar el orden establecido.
 Señalaba que el conocimiento científico es universal y atemporal, lo que
le otorgaba validez a los conocimientos en cualquier circunstancia o
contexto, afirmación filosóficamente inadecuada.
 Obligaba a seguir el método deductivo para poder enriquecer el
conocimiento racional a expensas del experimental.
 Los seres humanos no podían estudiarse o investigarse de manera
individual, sino como parte de una totalidad que es la sociedad (la
totalidad absoluta por su extremo).

Las leyes universales sólo podían ser establecidas, según Comte, por una
élite de científicos, idea que aún en la actualidad se encuentra inmanente en

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muchas de las definiciones de "investigación" que se ofrecen y en la idea de
múltiples profesionales.

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Referencias
Sanchez Fernandez, JO. (2014). Antropología. España: Alianza Editorial- Versión E
book.

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