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EL HOMBRE ES MALO POR NATURALEZA

(NICOLÁS MAQUIVELO)

La antropología de Nicolás Maquiavelo se basa principalmente en resaltar una de sus frases


más célebres “El hombre es malo por naturaleza”. Nicolás Maquiavelo desarrolla una visión
de la historia y concepción antropológica, partiendo de que el ser humano no responde a los
ideales propuestos por la moral.

En sí, Maquiavelo desarrolla una antropología de tipo herético, el cual concibe al hombre
como un ser naturalmente malo, sujeto a las pasiones y dispuesto a satisfacer su apetito
insaciable, a causa de que, por su modo de ser, desean los hombres poseerlo todo y sólo
pueden alcanzar muy pocas cosas, originando así un estado de natural violencia.

Por otro lado, Maquiavelo aplica esta reflexión, al mismo tiempo que da una diferencia
tajante con los principios de la filosofía política anterior, trazando el eje sobre el cual debe
fundarse una teoría política. Es decir, lo principal para Maquiavelo a estudiar sobre el hombre
era el conocimiento de su naturaleza y las pasiones que la determinan.

¿Por qué? Sostiene que el hombre es malo por naturaleza porque los hombres se revelan en
su cotidianidad malvados, desagradecidos, veleidosos, propensos a la simulación y al
disimulo, temerosos del peligro, y ansiosos por lo material, hasta el punto de llegar a olvidar
más rápido la muerte de su padre que la pérdida de su herencia.

Aplica este método porque quiere fijar una diferencia tajante con los principios de la filosofía
política anterior, trazando el eje sobre el cual debe fundarse una teoría política: el
conocimiento de la naturaleza humana y las pasiones que la determinan.

También porque quiere demostrar cómo a través de los tiempos, se presenta la permanente
manifestación de los mismo, es decir, que todos los hombres nacen, viven y mueren de
acuerdo con un orden invariable, donde su naturaleza siempre es impulsada por los mismos
intereses, el cual es el amor al poder y las cosas (codicia)
EL HOMBRE ES UN LOBO PARA EL HOMBRE
(THOMAS HOBBES)

“El hombre es un lobo para el hombre” (en latín homo homini lupus) es una frase célebre
extraída de la obra dramática Asinaria, obra del comediógrafo latino Plauto (250-184 a. de
C.). Sin embargo, fue popularizada por el filósofo del siglo XVIII Thomas Hobbes en su
obra El Leviatán (1651), para referirse a que el estado natural del hombre es la lucha
continúa contra su prójimo.

La frase, en ese sentido, se convierte en la metáfora del animal salvaje que el hombre lleva
por dentro capaz de realizar grandes atrocidades y barbaridades contra elementos de su propia
especie. Algunas de esas acciones son dirigir guerras, practicar exterminio a un grupo social,
realizar atentados, asesinatos y secuestros, someter a otros individuos a la esclavitud, tráfico
ilegal de personas, etc.

No obstante, para la conservación de la humanidad Thomas Hobbes indica que la paz y la


unión social pueden ser alcanzadas cuando son establecidas en un contrato social con un
poder centralizado que tiene la autoridad absoluta para proteger a la sociedad, creando una
comunidad civilizada.

Es de considerar que el hombre puede presentar una conducta buena e intachable, pero
también muy destructora y egoísta, específicamente cuando se mueve por sus propios
intereses, por ejemplo, un ascenso en el trabajo.

La frase opuesta a "el hombre es un lobo para el hombre" es aquella que sentencia que "el
hombre es bueno por naturaleza", de Jean-Jacques Rousseau, quien contrariamente a Hobbes
sostenía que los seres humanos nacen buenos y libres, pero el mundo los corrompe.

Análisis de la frase

Según el filósofo Hobbes, el estado natural de los seres humanos es el de las confrontaciones
de unos con otros, generando acciones violentas, crueles y salvajes. Es por ello que se puede
afirmar que todas las amenazas que afronta un ser humano son generadas por otros seres
humanos, por lo que se puede concluir, a juicio de Hobbes, que el hombre es un depredador
del propio hombre.

Generalmente, en la mayoría de los supuestos de hecho, el individuo más fuerte explota o


maltrata al más débil, cuando lo más correcto es que el fuerte proteja al débil y, en vista de
que la especie humana no posee tal comportamiento, Hobbes presenta el contrato social para
lograr una convivencia armoniosa, equilibrada y en paz entre los ciudadanos de una sociedad.

Como tal, el contrato social es diseñado con la intención de establecer una autoridad, normas
morales y leyes a las que están sometidos y deben cumplir los individuos. El propio contrato
social le otorga a cada individuo derechos y deberes a cambio de abandonar la libertad que
posee en estado natural para asegurar su sobrevivencia en la sociedad. No obstante, los
términos establecidos en el contrato social pueden cambiar con la condición de que todos los
intervinientes en él estén de acuerdo y así lo deseen.
EL HOMBRE ES BUENO POR NATURALEZA
(JEAN-JACQUES ROUSSEAU)

La frase “el hombre es bueno por naturaleza” es una afirmación autoría del eminente escritor
e intelectual del periodo de la Ilustración Jean-Jacques Rousseau en su novela Emilio o de
la educación, publicada en 1762.

En esta novela, donde Rousseau expone sus teorías de la educación que tanto influirían
posteriormente en el desarrollo de la pedagogía moderna, se explica que el ser humano está
orientado naturalmente para el bien, pues el hombre nace bueno y libre, pero la
educación tradicional oprime y destruye esa naturaleza y la sociedad acaba por
corromperlo.

Recordemos, también, que Rousseau se apoyaba en la tesis del buen salvaje, según la cual
el ser humano, en su estado natural, original y primitivo, es bueno y cándido, pero la vida
social y cultural, con sus males y sus vicios, lo pervierten, llevándolo al desorden físico y
moral. De ahí que considerase que el hombre en su estado primitivo fuese superior
moralmente hablando al hombre civilizado.

Sin embargo, esta afirmación de que el hombre fuera bueno por naturaleza se oponía a otra
idea, diametralmente opuesta, esgrimida el siglo anterior, en el tiempo del nacimiento de los
Estados nacionales, por Thomas Hobbes, según la cual el hombre, en cambio, era malo por
naturaleza, pues siempre privilegia su propio bien por encima del de los demás, y, en un
estado salvaje, vive en medio de continuas confrontaciones y conspiraciones, cometiendo
crueldades y actos violentos para asegurarse la supervivencia.

Hobbes, entonces, sostenía que el hombre era un depredador, “un lobo para el hombre”, y
que la única forma de salir de ese estado primitivo estribaba en la construcción de un Estado
nacional, con un poder político centralizado, de corte absolutista y monárquico, que
permitiera al hombre agruparse para sobrevivir, pasando de ese estilo de vida salvaje a uno
de orden y moral, superior y civilizado.

No obstante, se ha criticado el que se afirme que la bondad o, en su defecto, la maldad, puedan


ser naturales, pues desde un punto de vista moral ni bondad ni maldad son propiedades
naturales. La bondad y la maldad, el bien y el mal, son categorías morales que tienen su raíz
en el pensamiento religioso judeocristiano, según el cual los seres humanos son creados por
Dios a su imagen y semejanza, y, por lo tanto, buenos por naturaleza, a semejanza divina. De
modo que decir que el hombre es bueno o malo por naturaleza es moralizar a la
naturaleza.

Más bien, se podría sostener que el ser humano no nace bueno ni malo, puesto que en sus
etapas más tempranas de desarrollo el individuo está desprovisto de referencias culturales,
informaciones o experiencias, que lo doten de intenciones o finalidades buenas o malas.
Por otro lado, una interpretación marxista de la frase de Rousseau, readaptaría su contenido
para explicar que el hombre, que en esencia es un ser social, que depende del conjunto de las
relaciones sociales que establece con otros, en realidad es corrompido por la sociedad
capitalista, cuyo sistema, erigido sobre la explotación del hombre por el hombre, y donde
cada individuo debe luchar encarnizadamente para mantener sus privilegios y posesiones, es
fundamentalmente egoísta, individualista e injusto, y contrario a la naturaleza social del ser
humano.

En conclusión, la frase “el hombre es bueno por naturaleza”, arraigada en un sistema de


pensamiento propio de la Ilustración y en un contexto histórico en el cual el hombre europeo
se encontraba en una fase de revisión moral en relación con su forma de ver y entender al
hombre no europeo (americano, africano, asiático, etc.), en condiciones de vida
comparativamente primitivas, guardaba cierto recelo hacia la pureza moral del hombre
civilizado, visto fundamentalmente como producto de una sociedad corrompida por los vicios
y la ausencia de virtud. Es, pues, una visión idealizada del hombre en su estado originario.

Sobre Jean-Jacques Rousseau

Jean-Jacques Rousseau nació en Ginebra, en 1712. Fue un influyente escritor, filósofo,


botánico, naturalista y músico de su época. Es considerado uno de los grandes pensadores de
la Ilustración. Sus ideas influyeron en la revolución francesa, en el desarrollo de las teorías
republicanas, en el desarrollo de la pedagogía, y se lo considera precursor del romanticismo.
Entre sus obras más importantes destacan El contrato social (1762), las novelas Julia o la
nueva Eloísa (1761), Emilio o de la educación (1762) y de sus
memorias Confesiones (1770). Murió en Ermenonville, Francia, en 1778.

EL HOMBRE ES LA MEDIDA DE TODAS LAS COSAS


(PROTÁGORAS)

“El hombre es la medida de todas las cosas” es una afirmación del sofista griego Protágoras.
Es un principio filosófico según el cual el ser humano es la norma de lo que es verdad
para sí mismo, lo que también implicaría que la verdad es relativa a cada quien. Tiene una
fuerte carga antropocéntrica.

Debido a que las obras de Protágoras se perdieron en su totalidad, esta frase ha llegado hasta
nosotros gracias a que varios autores antiguos, como Diógenes Laercio, Platón, Aristóteles,
Sexto Empírico o Hermias, la refirieron en sus obras. De hecho, según Sexto Empírico, la
frase se encontraba en la obra Los discursos demoledores, de Protágoras.

Tradicionalmente, la frase ha sido tradicionalmente incluida dentro de la corriente


de pensamiento relativista. El relativismo es una doctrina de pensamiento que niega el
carácter absoluto de ciertos valores, como la verdad, la existencia o la belleza, pues considera
que la verdad o falsedad de toda afirmación está condicionada por el conjunto de factores,
tanto intrínsecos como extrínsecos, que inciden en la percepción del individuo.

Análisis de la frase

La frase “el hombre es la medida de todas las cosas” es un principio filosófico enunciado por
Protágoras. Admite diferentes interpretaciones dependiendo del sentido que se atribuya a
cada uno de sus elementos, a saber: el hombre, la medida y las cosas.

Pensemos, para empezar, a qué se podía estar refiriendo Protágoras cuando hablaba de “el
hombre”. ¿Sería, acaso, al hombre entendido como individuo o al hombre en un sentido
colectivo, en cuanto especie, es decir, a la humanidad?

Considerado el hombre en un sentido individual, podríamos afirmar, entonces, que habría


tantas medidas para las cosas como hombres existen. Platón, filósofo idealista, suscribía
esta teoría.

Pensado el hombre en un sentido colectivo, serían admisibles dos enfoques diferentes. Uno
según el cual ese hombre colectivo haría referencia a cada grupo humano (comunidad,
pueblo, nación), y otro extensivo a toda la especie humana.

La primera de estas hipótesis, pues, implicaría cierto relativismo cultural, es decir, cada
sociedad, cada pueblo, cada nación, actuaría como medida de las cosas.

Por su parte, la segunda de las hipótesis concebida por Goethe, supondría considerar la
existencia como la única medida común a todo el género humano.
Lo cierto es que, en todo caso, la afirmación del hombre como medida de las cosas tiene una
fuerte carga antropocéntrica, lo cual, a su vez, describe un proceso de evolución del
pensamiento filosófico en los griegos.

De una primera fase, donde se coloca a los dioses en el centro del pensamiento, como
explicación de las cosas, se pasa a una segunda etapa cuyo centro será ocupado por la
naturaleza y la explicación de sus fenómenos, para, finalmente, arribar a esta tercera fase en
la cual el ser humano pasa a estar en el centro de las preocupaciones del pensamiento
filosófico.

De allí, también, la carga relativista de la frase. Ahora el ser humano será la medida, la norma
a partir de la cual serán consideradas las cosas. En este sentido, para Platón el sentido de la
frase se podría explicar de la siguiente manera: tal me parece a mí una cosa, tal es para mí,
tal te parece a ti, tal es para ti.

Nuestras percepciones, en suma, son relativas a nosotros, a lo que a nosotros nos parece. Y
aquello que conocemos como “propiedades de los objetos” son en realidad relaciones que se
establecen entre los sujetos y los objetos. Por ejemplo: un café puede estar demasiado caliente
para mí, mientras que para mi amigo su temperatura es idónea para beberlo. Así, la pregunta
“¿el café está muy caliente?”, obtendría dos respuestas diferentes por parte de dos sujetos
distintos.

Por esta razón, Aristóteles interpretaba que lo que en realidad quería decir Protágoras era
que todas las cosas son tales como a cada uno le parecen. Si bien contrastaba que,
entonces, una misma cosa podría ser a la misma vez buena y mala, y que, en consecuencia,
todas las afirmaciones opuestas vendrían a ser igualmente verdaderas. La verdad, en
definitiva, sería entonces relativa a cada individuo, afirmación en la que se reconoce,
efectivamente, uno de los principios capitales del relativismo.

Sobre Protágoras

Protágoras, nacido es Abdera, en 485 a. de C., y fallecido en 411 a. de C., fue un célebre
sofista griego, reconocido por su sabiduría en el arte de la retórica y famoso por haber
sido, a juicio de Platón, el inventor del papel del sofista profesional, maestro de retórica y
conducta. El propio Platón, además, le dedicaría uno de sus diálogos, el Protágoras, donde
reflexionaba sobre los distintos tipos de sofistas. Pasó largas temporadas en Atenas. Le fue
encomendada la redacción de la primera constitución en que se establecía la educación
pública y obligatoria. Debido a su postura agnóstica, sus obras fueron quemadas y el resto de
las que permanecieron con él se perdieron cuando el barco en que viajaba al destierro
zozobró. Es por esto que hasta nosotros apenas han llegado algunas de sus sentencias a través
de otros filósofos que lo citan.
EL HOMBRE ES UN ANIMAL POLÍTICO
(ARISTÓTELES)

“El hombre es un animal político” es una frase de Aristóteles. Significa que el hombre se
diferencia de los animales, entre otras cosas, porque vive en sociedades organizadas
políticamente, en cuyos asuntos públicos participa en mayor o menor medida, con el objetivo
de lograr el bien común: la felicidad de los ciudadanos.

En el original griego, Aristóteles se refería al hombre como un ζῷον πoλιτικόν (zôion


politikón), siendo que ζῷον significa ‘animal’, y πoλιτικόν puede traducirse como ‘político’:
animal político.

Esta afirmación, como tal, es clave en el pensamiento filosófico de Aristóteles, pues plantea
que el hombre no puede ser concebido fuera de su relación con el Estado en su condición
de ciudadano.

La frase aparece en la Política, tratado donde Aristóteles establece las bases de la filosofía
política del pensamiento occidental y donde aborda algunos aspectos fundamentales de la
política, entendida como forma de organización y regulación de la sociedad.

Análisis de la frase

Aristóteles, en su tratado sobre política, calificaba al hombre como un “animal político”. Para
responder por qué el filósofo griego lo planteaba en estos términos y qué quería significar
con ello, debemos analizar con cuidado esta afirmación.

Consideremos, en primer lugar, que propone al hombre dentro de la categoría de los animales,
con los cuales, en efecto, comparte otras características. El hombre, por ejemplo, es un ser
gregario, social, que vive en comunidades (la primera: la familia), asociándose con otros
individuos o grupos de individuos (familias, clanes) en función de objetivos comunes: la
supervivencia, la protección, el alimento, la procreación.

No obstante, el hombre se diferencia del animal en diferentes aspectos. El hombre habla, esto
es, se puede comunicar a diferentes niveles de complejidad con sus iguales, lo que, a su vez,
significa que necesita de los otros para comunicarse, expresar sus sentimientos, emociones y
pensamientos.

Para Aristóteles, entonces, el hombre es un ser social por naturaleza, que no puede vivir
aislado y sin contacto social; un hombre solitario solo podía ser un ser superior (dios, héroe)
o inferior al hombre (bestia), pero nunca igual.

El hombre, además, es un ser racional, con la capacidad para pensar, reflexionar, discernir,
ser consciente de su existencia y de la de sus pares, y como ser racional puede distinguir lo
bueno de lo malo, lo virtuoso de lo inmoral, lo positivo de lo negativo. La razón, en este
sentido, empuja al hombre a buscar lo justo, lo virtuoso, lo bueno, en suma: la felicidad. Pero
para ello, para formarse y realizarse plenamente, el hombre necesita de los otros, es decir, el
hombre necesita vivir en sociedad.

Por lo tanto, el hombre es un ser social y racional. Pero la vida en sociedad, la convivencia
de diversos grupos sociales en un espacio de coexistencia, genera, como es natural,
fricciones, conflictos de intereses, problemas de diversa índole. Por ello, las sociedades
necesitan regulaciones (reglas, normas, leyes, principios, valores) que alivien las dificultades
inherentes a toda convivencia y que aseguren una coexistencia armoniosa donde prevalezcan
valores como la justicia, el respeto, la tolerancia y la solidaridad.

La creación de todo este sistema de normas para regular y organizar la convivencia supone
la creación de formas de organización de la vida en la ciudad (unidad política suprema, según
Aristóteles), en donde el hombre debe participar en mayor o menor medida por el simple
hecho de formar parte de una sociedad organizada de esta manera. A la participación del
hombre en los asuntos públicos del gobierno y el Estado se le llama política. La política
es una rama de la moral que se ocupa de las actividades por medio de las cuales una sociedad
resuelve los problemas que plantea su convivencia.

De este modo, debido a que el hombre es un animal social y racional, inmerso de manera
ineludible en los asuntos de la polis o de la ciudad-Estado por su condición de
ciudadano (de la cual eran excluidos, en la Antigua Grecia, los hombres menores de 21 años,
los esclavos, las mujeres, los niños y los extranjeros), por esta razón el hombre es, también,
un animal político, que participa en la organización de la sociedad y en la resolución de sus
problemas, en la aplicación de las leyes y de la justicia, y en el logro del máximo bien común,
que es la felicidad de los ciudadanos.

Sobre Aristóteles

Aristóteles es uno de los filósofos más importantes de todos los tiempos. Sus ideas sobre
la metafísica, la lógica, la política, la retórica, la estética, la física, la astronomía y la biología
han ejercido enorme influencia en el pensamiento occidental y su influencia se puede rastrear
hasta el presente.

Aristóteles nació en el año de 384 a. de C., en la ciudad de Estagira (de allí que se lo conozca
también como ‘el Estagirita’), perteneciente al Reino de Macedonia, y murió en el año 322
a. de C. Fue discípulo de Platón y maestro de Alejando Magno. Fue autor de cientos de
tratados, de los cuales apenas han llegado hasta nosotros 31 de ellos. Entre los más conocidos
se encuentran la Ética, la Política, la Metafísica y la Poética, entre otros.

Lección 2. Gaudium et spes 22 “El misterio del hombre sólo se esclarece en


el misterio del Verbo encarnado” CRISTO, EL HOMBRE NUEVO
En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.
Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro
Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor,
manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en
Cristo su fuente y su corona.

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto
a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la
naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad
sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre.
Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de
hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente
uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado.

Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En él, Dios nos
reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del pecado, por lo que
cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí
mismo por mí (Gal 2,20). Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y,
además abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren
nuevo sentido.

El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos
hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rom 8,23), las cuales le capacitan para cumplir
la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Eph 1,14),
se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rom 8,23).
Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que
resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales
por virtud de su Espíritu que habita en vosotros (Rom 8,11). Urgen al cristiano la necesidad
y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la
muerte. Pero, asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará,
corroborado por la esperanza, a la resurrección.

Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena
voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la
vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia,
debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo
Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.

Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por
Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos
envuelve en absoluta obscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio
la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba! ¡Padre!

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