Aristóteles en su texto de la Metafísica (Libro A 982b 15-20; 983ª 15-
20) afirma que el inicio de la filosofía consiste en maravillarse ante lo que inicialmente causa extrañeza, o nos provoca perplejidad. Y es que el filósofo como cualquier persona muestra una actitud natural ante las cosas (mundo, hombre, vida), pero es el asombro lo que despierta en él, la duda o interrogación. Ahora bien, afirma nuestro filósofo Estagirita, “el que se siente perplejo y maravillado reconoce que no sabe”, y es que el asombro es la experiencia que sacándonos de nuestra actitud natural ante las cosas, nos hace asombrarnos de las cosas mismas, abriendo sentido o dando paso al ser desde nuestro preguntar. Ahora bien, nos maravillamos de aquello que ignoramos, como sucede –dice Aristóteles– con “los autómatas de los teatros de marionetas [eso les pasa a los que no han visto la causa]”. Sin duda alguna, debió haber sido todo un espectáculo para los hombres de la antigüedad griega ser espectador del movimiento de seres no- naturales. De tal modo que, el conocimiento de la causa constituye un saber más elevado, no ensanchamiento o acumulación de teorías de parte de quien sabe mucho sino disposición distinta respecto de aquello ante lo cual ahora se está en posesión: esto es del conocimiento último de las cosas. El maravillarse se mantiene en la disposición inicial de la investigación –lo que la suscita–, como en el conocimiento profundo de su por qué, esto es, de la teoría que elaboramos para habitar el mundo. Y es que el filosofar, como hemos dicho, comienza por el estado del asombro, pero la actitud del filósofo es ir más allá del mero reconocimiento de la ignorancia, de tal modo que se debe imponer una actitud contraria a dicho estado inicial y que es la mejor –afirma Aristóteles- alcanzando así el conocimiento más elevado, el de las causas o principios primeros de la realidad. Ahora bien, ¿cómo disponernos a la actitud de asombro cuando estamos en posesión de infinidad de teorías –filosóficas, científicas y religiosas– que nos ofrecen una explicación respecto de cada sector de la realidad? Primeramente, considero que, aquel que se encuentra en dominio del saber no es el filósofo, pues recordemos la definición
1 Artículo publicado en el Diario de Xalapa, en la sección de Concilio. 2 de Septiembre 2018. etimológica de “filosofía” como “amor a la sabiduría”, es decir que, filósofo es el que desea el saber y no el que lo posee. En segundo lugar, y más explícitamente, requerimos para asombrarnos, de la sinceridad del que investiga. Reconociendo su no-saber, de tal modo que su actitud de indagación sea genuina como ya enseñaba Sócrates para quien la ignorancia se constituía en un auténtico modo de ser, de vivir y de existir. La actitud de interrogación que se ejerce en el filosofar a partir del reconocimiento de la ignorancia es apertura al mundo, y muestra del deseo genuino por habitarlo, que no dominarlo. Occidente, en el caso de la composición etimológica del término “filo-sofía”, ha optado por el lado del “saber”, de su sophia, concibiendo su historia como el recuento de sistemas y teorías que nos dan un por qué del mundo, del hombre, de la vida. De tal modo que, el mismo filósofo se ha concebido como aquel que posee el conocimiento o que está obligado necesariamente a saber de todo, pero recordemos más bien que, filósofo es aquel que se afana penosamente por alcanzar el saber, y que sus respuestas en dado caso de estar en posesión de ellas son provisionales, como provisional es su ser y su existir. Por lo tanto, Aristóteles nos recuerda que el filósofo debe forzarse a una actitud que pretenda ir más allá de la actitud común, disponiéndose con detenimiento a inspeccionar la realidad en profundidad, esperando encontrar las respuestas a nuestro asombro primario, sin que por ello dejemos de asombrarnos. Y es que la actitud de Aristóteles nos muestra este filosofar vigente que se concibe como la experiencia originaria de quien está como por primera vez ante las cosas y se pregunta por ellas: ¿qué son las cosas, el hombre, la vida?, ¿cuál es la razón última que las constituye en lo que son y no en otra cosa diferente?, ¿por qué hay ser y no más bien nada?, entre otras muchas preguntas que nos colocan en la realidad con radicalidad respecto del ser y su sentido. La filosofía entonces, es aquella disposición que nos invita a preguntarnos lo que nadie más desea preguntar, porque en la magnitud de su preguntar, lleva consigo una respuesta que quizás no deseamos ni queremos escuchar, atender, ni vivir.