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Los ’70
Revista Los ’70, No8
Buenos Aires, 1997
Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos
LA NUEVA VANGUARDIA OBRERA
Si bien el clasismo reconoce sus orígenes en políticas excluyentemente sindicales, habría de
trascender muy pronto los marcos fabriles para proyectarse en la sociedad civil como una alternativa
socialista revolucionaria. Prolongación directa del Cordobazo heredó su rebeldía obrera, sus métodos de
acción directa y su enfrentamiento con la patronal. A lo que iba a sumar un carácter esencialmente
antiburocrático y un virulento enfrentamiento con el estado y sus políticas. La consolidación de las
diversas organizaciones armadas de la izquierda argentina FAP, FAR, Montoneros, ERP y FAL para esa
época, así como el de un sinnúmero de organizaciones de izquierda marxista no puede explicarse sino es
al calor y alimentadas por los nuevos aires que inspiraba el movimiento sindical surgido en las fabricas
automotrices que Fiat poseía en Córdoba.
CONDICIONES DE TRABAJO, MARCO DEL ENFRENTAMIENTO
Ubicada en el complejo de Ferreyra, las fábricas de Fiat se convirtieron en el segundo centro de
poder económico en Córdoba y constituyeron la segunda mayor concentración de capacidad
manufacturera y mano de obra industrial de todo el interior argentino sólo superada por IKA.
Envalentonada por su experiencia en Turín -donde había ganado una larga lucha contra la centra de
trabajadores italianos la CGIL- Fiat prohibió la actividad sindical en las plantas hasta 1958 (se había
instalado en 1954). Sólo la reconoció cuando el gobierno de Frondizi aceptó la conformación de
sindicatos por fábrica, verdadera excepción en la vida sindical nacional. Así nacieron el Sitrac (Sindicato
de Trabajadores de Concord), Sitram (Sindicato de Trabajadores de Materfer) y SITRAGMD (Sindicato
de Trabajadores de Grandes Motores Diesel), con personería gremial recién desde 1964.
Desde un comienzo la empresa articuló una política hostil hacia los trabajadores, procurando
evitar toda influencia del sindicalismo nacional mientras implementaba un férreo ajuste de la disciplina
fabril. No sería sino hasta comienzos de los 70 que Fiat habría de encarar los planes de modernización
productiva y de racionalización que IKA primero y luego Renault habían iniciado varios años atrás, ante
la amenaza que significaban las nuevas fábricas automotrices instaladas en Buenos Aires.
En realidad, Fiat había trasplantado al país la política laboral que desarrollaba en Italia. No sólo
había descentralizado la producción mudando las operaciones de montaje a El Palomar (Pcia. de Buenos
Aires) y de producción de camiones y tractores a Sauce Viejo (Santa Fe), sino que mantuvo un sistema de
producción cuyo ritmo se encontraba salvajemente atado a la velocidad de la máquina. Así estaba en
operación el llamado acople de máquina mediante el cual se buscaba la máxima productividad laboral,
independientemente de las presiones físicas y psíquicas que se imponían. Este método productivo suponía
que las responsabilidades del operario en la línea no estaban referidas sólo a una máquina sino que se
extendían, durante los tiempos muertos, a las máquinas vecinas intensificando así el trabajo.
Paralelamente la empresa establecía los incentivos salariales como base de su sistema de
remuneraciones. Esta modalidad, que otorgaba a todo un departamento y no a los trabajadores
individuales un pago extra sobre la base del rendimiento, era toda una anomalía salarial en la década de
los 60. A diferencia de Renault que asentó los aumentos de productividad en la racionalización de planta,
Fiat procuró maximizar las ganancias sobre la reducción de los costos laborales. Las prácticas de
remuneración -como el premio a la producción que asociaba los salarios a la productividad obrera, en una
industria donde las formas standard de pago eran los salarios por hora o mensuales, dependiendo de la
categoría- eran solamente explicables por el carácter del sindicato único. El premio a la producción
establecía metas revisadas mensual y a veces semanalmente, alcanzables sólo a ritmos de trabajo
acelerados, mientras incentivaba las disputas y tensiones entre los obreros. Pero este sistema permitía a
Fiat ajustar los costos de producción y laborales de acuerdo a las necesidades del mercado evitando con
ello las rígidas escalas salariales. Durante los primeros tiempos la empresa despidió con asombrosa rutina
a los activistas de base sin importarle las tensiones que esta política generaba. Tal era su férreo control
sobre los ritmos de producción y. la asignación de las tareas. La dificultad de la dirigencia sindical para
alcanzar continuidad explica en parte la ausencia de los sindicatos de Ferreyra durante el Cordobazo
considerados para esa época sindicatos amarillos. Pero la descomposición sindical interna y la
efervescencia social posterior al Cordobazo alentaron a los trabajadores a la construcción de un
movimiento de recuperación sindical de características inéditas hasta ese momento que daría lugar al
sindicalismo clasista. En efecto, en marzo de 1970, los obreros de Fiat se rebelaron contra la conducción,
y en asamblea abierta en fábrica eligieron su nueva dirección. Pero no sería sino después de largas
negociaciones con el Ministerio de Trabajo -tomas de fábrica con rehenes mediante- que alcanzarían el
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reconocimiento de su personería gremial. Este proceso de construcción de una nueva dirección sindical -
obtenida mediante métodos de acción directa- no podría haberse alcanzado sin las condiciones político
sociales específicas heredadas del Cordobazo. Los gobiernos provincial y nacional, atentos al desarrollo
de las conversaciones con la empresa, temían por un rebrote insurreccional popular. De allí que -a pesar
suyo y de sucesivos embates contra la nueva dirigencia- presionaran a la empresa para alcanzar rápidos
acuerdos. Los sindicatos de planta Sitrac y Sitram llevaron así, desde su surgimiento, una impronta
profundamente democrática, esencialmente antiburocrática y una particular aversión a la empresa y al
gobierno. El carácter antiburocrático, anticapitalista y antiestatal que asumiera es constitutivo al propio
clasismo.
Juan
Mendoza Los motivos de un cura obrero
Pascual Rodríguez era un sacerdote de 35 años cuando estalló la huelga en El Chocón en
1970. Había llegado a Neuquén en 1968, para quedarse definitivamente: Allí trabajó –al
principio escondiendo su condición de cura– en la empresa constructora de las casas, para
incorporarse luego en la construcción del dique, propiamente dicho. Fue preso tras la
huelga de 1970 y dejó los hábitos en el 74. Hoy es padre de cuatro hijos y reivindica esa
experiencia.
-¿Qué le llevó a instalarse tan lejos de su ciudad y a trabajar como obrero, ocultando su estado sacerdotal?
-Fui a Neuquén en 1968 como una elección de vida. Soy entrerriano, allí me recibí de cura y trabajé como
tal en Gualeguaychú. Militaba en un grupo de la Juventud Obrera Católica (JOC), que nucleaba a hijos de
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laburantes pero que no tenía nada que ver con los planteos de la lucha de clases, sino con que los obreros
fueran a misa, Cuando me ordené cura, se produjo el Concilio Vaticano II, a lo que se sumó lo que pasaba
en la Argentina y en Latinoamérica desde el 57: el encuentro del cristianismo con la revolución. Con el
golpe de Onganía me trasladé a Buenos Aires. Allí integré grupos de apoyo a los azucareros tucumanos
de la FOTIA con jóvenes universitarios del grupo Marcha, muy ligados a la gente de Raimundo Ongaro.
-¿Así empezó a conectarse más concretamente con el trabajo? -Yo pensaba que tenía que laburar. Ya
había algunos compañeros, con los que habíamos empezado a juntarnos, que trabajaban pero sin un
reconocimiento de los obispos. Como eso no me cerraba, en el 68 me puse en contacto con Jaime De
Nevares, quien me sugirió que fuera a Neuquén. Poco después viajé a Trelew, y cuando volvía, pasé por
Neuquén, pero el obispo estaba en Buenos Aires. Como tomaban gente para El Chocón, me presenté y
macaneé: dije que tenía un kiosco. En agosto del 68 empecé a trabajar en la empresa Cartellone, que
construyó las casas, y en el 69 la obra del dique, en la empresa Impregilo-Sollazo. -Fue un obrero más...
-Así es. Cuando me puse en contacto con De Nevares, se disgustó bastante conmigo y me presionó mucho
para que empezara a desempeñar mi función. Yo estaba en la línea pastoral de las Comunidades
Eclesiales de Base y pretendía ir agrupando gente en torno a la reflexión y la práctica del Evangelio, y
bueno, si salía lo del culto, salía. De hecho empezamos a celebrar misa en las casas y a De Nevares, eso
no le cerraba. Pero, ya en Impregno, me identificaron los servicios de inteligencia. Entonces me llamó la
empresa, admití que era sacerdote y el obispo me respaldó. La parte argentina me quería echar, pero los
italianos me proponían que fuera capellán de la obra. No transigí en eso: les dije que yo quería trabajar y
que me pagaran el sueldo, que para hacer de cura alcanzaba con los fines de semana. Así negocié. -¿Esto
cambió la relación con sus compañeros? -Estaban los compañeros del Partido Comunista; que se habían
dado una estrategia con respecto a la lucha militante en la obra, y yo los incomodaba un poco, aunque ya
se planteaba el diálogo entre marxismo y cristianismo. Antonio Alac era el más dúctil y Armando
Olivares el más ortodoxo. Con Antonio, que tiene una riqueza humana enorme, hablamos y hablamos.
Ellos venían muy estructurados desde el Movimiento Unitario de la Construcción (MUC) y yo le tenía
mucho miedo a la violencia. El encuentro con esta gente fue lo mas valioso de mi experiencia, el haber
podido llegar a un trabajo de unidad, respetándonos. -¿En qué puntos coincidían? -Todos nos poníamos
un horizonte inmediato que era mejorar la calidad mismos de vida de los compañeros en cuanto a salarios,
el pago establecido en el convenio colectivo y que no nos reconocían; la prevención de accidentes; el
modo de vida; la falta de calefacción; de agua caliente; la lejanía; la asistencia a la familia que estaba
lejos. Otra cosa era el horizonte más mediato: lo político y la situación de la clase trabajadora en la
Argentina. -Durante la huelga del 70, ¿los otros trabajadores de algún modo lo tenían como referente
espiritual? -Creo que sí. Viste como es, los dirigentes tienen una idea, la llevan adelante y a los tres pasos
hay una desconexión con los compañeros de la base. En el corto tiempo entre la primera y la segunda
huelga, la figura de Alac había descollado, la gente tenía una gran ligazón afectiva con él, era un liderazgo
más humano que político. Pero era gente que sufría porque después de 10 días de huelga no tenía más
plata para mandarle a su familia y se angustiaba, no iba a las asambleas, se comía la bronca. Ese era mi
trabajo: el sostén interno, dialogar. Con Noé Neira, un médico psiquiatra y militante del PC, organizamos
esa tarea mientras los dirigentes estaban en la negociación o en los actos masivos. -¿La experiencia de El
Chocón marcó su vida? - Sí, desde el punto de vista religioso y humano, identifiqué mi rol social.
Reafirmé la idea de que el desempeño de un ministerio religioso no tiene nada que ver con que uno no
trabaje y deba ser un mimado de la gente. -¿Nunca más ejerció como cura? -En el 70, después de la
huelga, fui preso. Cuando me largaron, comencé a trabajar por mi cuenta y a ejercer el ministerio en un
barrio hasta el 74, cuando me desvinculé, desencantado de la estructura con poder de la Iglesia.
-¿Reivindica la experiencia de haber sido un cura obrero? -Seguro, era un camino ineludible. Descubrí
que si bien es bueno que el cura sea un amparo para la gente, con eso no alcanza. Compartiendo los
mismos intereses y necesidades con los trabajadores, es posible ser impulsor de transformaciones que sólo
puede lograr la propia gente. En esto creo yo, movido por valores evangélicos.
Liliana Samuel
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FOTIA EN PIE DE GUERRA
Los trabajadores tucumanos del azúcar, comienzan en los años 70 un proceso de recuperación que
los conducirá, encabezados por una nueva y combativa dirigencia, a vivir un período de luchas que
culminarán con la huelga de 1974, baluarte del combate contra el Pacto Social.
A fines de 1971 el gobierno nacional anuncia una ley para privatizar los cinco ingenios que
integran la Compañía Nacional Azucarera Sociedad Anónima (CONASA). Esta empresa estatal había
sido creada para reparar los desaguisados de la oligarquía azucarera y remediar en parte la grave crisis
derivada del cierre de 10 ingenios de 1966.
Las entidades gremiales que nuclean a los trabajadores y empleados de la industria, Federación
Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA) y Federación de Empleados de la Industria
Azucarera (FEIA) constituyen entonces una comisión de movilización para enfrentar la medida y llaman a
una jornada de lucha para el 1 de diciembre de 1970, a través de un documento en el que se exige la
derogación de la norma privatizadora y la participación obrera en las ganancias, el control y la dirección
de las plantas.
Ese día, en las cinco localidades donde se encuentran emplazados los ingenios de CONASA,
Santa Rosa, Bella Vista, La Trinidad, La Florida y San Juan se pelea desde la salida del sol hasta bien
entrada la noche.
Los episodios más importantes y dramáticos se viven en Santa Rosa -50 kilómetros al sur de San
Miguel de Tucumán-, donde a las 7 de la mañana los obreros abandonan sus lugares de trabajo y realizan
una asamblea para discutir la situación y adoptar medidas. Por unanimidad apoyan el documento
elaborado por FOTIA y FEIA y deciden pasar a la acción. Marchan entonces encolumnados hasta la
vecina ruta 38 -la más importante de la provincia, que la atraviesa íntegramente de norte a sur- y levantan
una barricada con la cual cortan el paso de los vehículos. Utilizan para ello desde troncos y neumáticos
usados hasta una enorme motoniveladora expropiada temporariamente a una cuadrilla de Vialidad
Nacional estacionada en las inmediaciones. El humo de las fogatas oscurece el cielo en tanto centenares
de habitantes de la zona se suman a los trabajadores en lucha. Mientras algunos explican los motivos de la
medida a los automovilistas detenidos por el corte de la ruta, otros exigen el pago de peaje a los choferes
de los ómnibus y camiones. Simultáneamente con estos episodios en la ruta, un grupo grande se traslada
hasta las vías del ferrocarril y con durmientes y troncos corta el paso de los trenes. Durante la jornada se
impide la circulación de ocho formaciones.
Sobre el mediodía una gruesa columna de policías se acerca a las inmediaciones de Santa Rosa. El
jefe policial, a través de un vocero, comunica a los manifestantes que el gobernador Oscar Sarrulle está
dispuesto a recibirlos para dialogar. Los trabajadores rechazan la propuesta y exigen que el mandatario
viaje hasta la zona para hablar allí con la gente. Sarrulle al asumir la gobernación había invitado a los
principales burócratas cegetistas y con ellos entonó la marcha Los muchachos peronistas. En las últimas
horas de la tarde, los trabajadores detienen un camión de Algodonera Argentina y proceden a expropiar
toda la mercadería que transporta, que es repartida entre los presentes. Mientras tanto, en Bella Vista,
obreros de ese ingenio acompañados por la población cortan la ruta 301 y la flamante Panamericana,
además de todos los accesos a la ciudad. Lo más destacado es la masiva participación de mujeres y niños
en el levantamiento de las barricadas y el encendido de las fogatas.
Sobre el mediodía un emisario policial del gobernador propone que una comisión se traslade a la
capital para dialogar con él. Una asamblea improvisada en el lugar rechaza la solicitud y exige la
presencia de Sarrulle en Bella Vista.
Por su parte, los trabajadores del ingenio La Trinidad cortan las rutas de acceso a San Ramón,
Monteagudo y Chicligasta, los obreros de la Florida bloquean la ciudad de Alderete y los del ingenio San
Juan interrumpen la ruta 9.
La jornada transcurre sin represión policial, muestra evidente de la nueva etapa populista iniciada
por la dictadura que, con Lanusse a la cabeza, comienza a buscar una salida política a la grave crisis en
que se debate el país. Tucumán es, en esos momentos, uno de los lugares donde se registran las más duras
luchas del proletariado y el estudiantado contra el gobierno militar.
Marcos Taire
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POLÉMICA DESDE CÓRDOBA AL PAÍS
Con la publicación de este texto respondemos a la inquietud manifestada por los
lectores para que nuestras páginas se abran a un amplio debate sobre el carácter del
Cordobazo, en el cual tengan cabida todas las opiniones, sin exclusiones de ninguna
naturaleza.
“(...) Y fue una decisión colectiva, yo no sé cómo sucede esto pero sí sucede que hay cosas que
nos tocan a todos y nos hacen tomar una decisión común, pero nadie dio una orden ni nada, pero todos
avanzamos contra la policía. Yo tenía dos mandarinas reventadas en las manos, no tenía con qué
defenderme, pero todos avanzarnos (...)”
Testimonio de un empleado de Ika-Renault que participó en la protesta.
¿Por qué recordar el Cordobazo veintiocho años después? ¿Qué provoca que en las
movilizaciones callejeras se escuche con fuerza que parece renovada la consigna “paso, paso, paso, se
viene el Cordobazo” asumiéndolo, tal vez sin saber bien por qué, como un hito fundacional en la historia
de Córdoba?
Evidentemente, lo que el imaginario social parece recoger fue su sentido de ruptura pero, a la vez,
no como algo totalmente nuevo sino como la punta de un iceberg que devendría en torrente después.
Diversas motivaciones en los diferentes actores que participaron se conjugaron para darle el carácter de
una revuelta popular, cada uno aportó su cuota de rebeldía, sus cuentas pendientes por la imposibilidad de
expresarlas por los canales institucionales. Lo interesante es que, inmediatamente después, la
trascendencia de lo que había acontecido fue percibida por sus protagonistas sintiéndose actores
principales de la Historia, sabían que estaban marcando el futuro y querían marcarlo contagiados del
voluntarismo vigente: “la Argentina tiene dos capitales: Buenos Aires y Córdoba, la metrópoli no es ya el
epicentro único de los sucesos fundamentales del país”. Esas imágenes se afianzaron en la conciencia
colectiva para transformar el tradicional sentimiento antiporteñista de los cordobeses en una misión que
cumplir desde la ciudad mediterránea. Porque más allá de las reivindicaciones obreras o estudiantiles
concretas que motivaron la protesta, el Cordobazo tuvo fundamentalmente un contenido político, en el
amplio sentido de la palabra. Fue un movimiento de impugnación del orden político imperante buscando
transformarlo. La forma que adoptó la protesta es también importante y la diferencia radicalmente de las
que actualmente tienen lugar: no se trataba de una resistencia pasiva y pacífica en una carpa donde se
ayuna buscando encontrar las respuestas dentro del sistema ni de la reacción de los excluidos del mismo
que pretenden ser incorporados y amparados por él; en mayo del 69 las barricadas, los destrozos y las
fogatas realizados tenían un fuerte contenido simbólico que reflejaba el sentido de atrincherarse para
resistir y, de ser necesario, enfrentar literalmente al régimen para destruirlo. Pero no fue sólo una reacción
coyuntural contra el régimen de Onganía sino contra el funcionamiento del sistema político que desde
1955 había mantenido bajo diferentes gobiernos la proscripción del peronismo al que mayoritariamente
seguían adhiriendo los sectores populares. Así, el Cordobazo debe ser visto como la culminación -en el
sentido de exteriorización no de finalización- de un proceso que se venía conformando desde mucho
antes, recogiendo prácticas que se ejercitaron en Córdoba desde 1955. Entonces, si fue así, habría que
preguntarse ¿por qué Córdoba? Córdoba tuvo la particularidad de reunir una serie de factores que, de
alguna manera, adelantarían y sintetizarían los procesos que luego se vivirían en el país. En ella se
ensayaron los primeros pasos de una industrialización de punta, iniciada entre 1954 y 1955 con la
radicación de las empresas automotrices Fiat y posteriormente Kaiser -IRA- que generó un nuevo tipo de
obrero industrial nucleado en sindicatos organizados luego del quebrantamiento del aparato sindical
nacional tras la caída de Perón. Estos sindicatos mecánicos junto con el de Luz y Fuerza construirían una
nueva tradición sindical basada en la permanente recurrencia a las bases y a las medidas de acción directa,
como medio de legitimar su poder dentro del nuevo escenario, y en su autonomía frente a las cúpulas
sindicales nacionales favorecida, en parte, por la posición del gobierno que apoyó la política de las
grandes empresas transnacionales de descentralizar los convenios para mejor adecuarlos a las
fluctuaciones del mercado. De esta manera, desde el ámbito del trabajo y en la misma experiencia de
lucha se fue conformando una conciencia sindical combativa y una disciplina gremial ejercitada en una
práctica de participación que jugaría un rol fundamental en los momentos de conflicto al facilitar una
rápida movilización. En Córdoba, además, encontrarían espacio tanto la corriente más ortodoxa del
peronismo, los duros o verticalistas, como las vertientes de izquierda encabezadas fundamentalmente por
Agustín Tosco que tendrían en común su oposición a la burocracia sindical, fundamentalmente a partir de
la confluencia en la CGT de los Argentinos conformada en marzo de 1968. A ello se sumó una gran
concentración estudiantil
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con un número importante de estudiantes que venían de afuera, con lo que esto implicaba en cuanto a un
mayor grado de libertad y de tiempo disponible para la vida social en ámbitos netamente estudiantiles
como pensiones, peñas y el comedor universitario y que deliberadamente buscaron con éxito un
acercamiento hacia el movimiento obrero. Otros sectores sociales, por ejemplo ciertos núcleos activos de
la Iglesia o de intelectuales críticos fueron aportando también discursos y prácticas que ayudaron a
conformar una cultura de oposición y resistencia que, al mismo tiempo, era de construcción en torno a
proyectos alternativos; esa cultura contestataria desempeñaría un papel decisivo en los estallidos sociales
de finales de la década y, en especial, el Cordobazo.
La consecuencia inmediata del Cordobazo fue la caída del gobernador de Córdoba y al poco
tiempo también la del mismo Presidente Onganía. El Cordobazo representó así el comienzo del fin de la
dictadura, sin embargo las alternativas frente a ella serían diversas. La movilización de mayo no tuvo un
carácter revolucionario si como tal se entiende un movimiento ideologizado y dirigido al objetivo
concreto de la toma del poder, esto no estaba presente todavía entre los que hicieron el Cordobazo y la
magnitud del mismo desbordó las previsiones de los mismos participantes. Pero lo que sí movilizó a la
gente fue el hacer valer sus derechos sociales conculcados y terminar con la situación de proscripción
política para que pudiera expresarse la voluntad popular. Ahora bien, una vez ocurrido, el Cordobazo tuvo
muchas lecturas y se le adjudicaron diversos significados según la posición ideológica desde donde se lo
miraba. En ese sentido, precipitaría luego salidas radicalizadas interpretando algunos sectores que la clase
trabajadora estaba ya preparada para una lucha revolucionaria. La realidad mostraría que las aspiraciones
de las bases eran, en realidad, más limitadas y que esa radicalización serviría para agudizar los
enfrentamientos dentro del movimiento peronista, tendencia mayoritaria a la que seguiría respondiendo la
clase trabajadora. Pero ¿cuál es hoy el significado que se recoge cuando en el imaginario se apela al
Cordobazo? Pareciera que, ante la crisis de representación de la dirigencia política y sindical, frente a la
corrupción que penetra en todos los ámbitos, lo que se quiere rescatar es aquel modelo de dirigente
honesto con capacidad para interpretar el mandato de sus bases pero, a la vez, el compromiso y
protagonismo del pueblo en la acción, para reconstituir solidaridades que hoy parecen enterradas frente al
encumbramiento de individualismos de todo tipo. Se apela a la figura simbólica de poner el pecho no ya
con un contenido anti-sistema sino como instancia de deliberación popular, de presencia, como garantía
de expresión de un ideal que es, a la vez, una advertencia hacia el futuro: las únicas soluciones duraderas
son las que se construyen con el consenso popular.
Mónica Gordillo Autora del libro “Córdoba en los 60. La experiencia del sindicalismo combativo”
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