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Revista

Los ’70
Revista Los ’70, No8
Buenos Aires, 1997
Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos
LA NUEVA VANGUARDIA OBRERA
Si bien el clasismo reconoce sus orígenes en políticas excluyentemente sindicales, habría de
trascender muy pronto los marcos fabriles para proyectarse en la sociedad civil como una alternativa
socialista revolucionaria. Prolongación directa del Cordobazo heredó su rebeldía obrera, sus métodos de
acción directa y su enfrentamiento con la patronal. A lo que iba a sumar un carácter esencialmente
antiburocrático y un virulento enfrentamiento con el estado y sus políticas. La consolidación de las
diversas organizaciones armadas de la izquierda argentina FAP, FAR, Montoneros, ERP y FAL para esa
época, así como el de un sinnúmero de organizaciones de izquierda marxista no puede explicarse sino es
al calor y alimentadas por los nuevos aires que inspiraba el movimiento sindical surgido en las fabricas
automotrices que Fiat poseía en Córdoba.
CONDICIONES DE TRABAJO, MARCO DEL ENFRENTAMIENTO
Ubicada en el complejo de Ferreyra, las fábricas de Fiat se convirtieron en el segundo centro de
poder económico en Córdoba y constituyeron la segunda mayor concentración de capacidad
manufacturera y mano de obra industrial de todo el interior argentino sólo superada por IKA.
Envalentonada por su experiencia en Turín -donde había ganado una larga lucha contra la centra de
trabajadores italianos la CGIL- Fiat prohibió la actividad sindical en las plantas hasta 1958 (se había
instalado en 1954). Sólo la reconoció cuando el gobierno de Frondizi aceptó la conformación de
sindicatos por fábrica, verdadera excepción en la vida sindical nacional. Así nacieron el Sitrac (Sindicato
de Trabajadores de Concord), Sitram (Sindicato de Trabajadores de Materfer) y SITRAGMD (Sindicato
de Trabajadores de Grandes Motores Diesel), con personería gremial recién desde 1964.
Desde un comienzo la empresa articuló una política hostil hacia los trabajadores, procurando
evitar toda influencia del sindicalismo nacional mientras implementaba un férreo ajuste de la disciplina
fabril. No sería sino hasta comienzos de los 70 que Fiat habría de encarar los planes de modernización
productiva y de racionalización que IKA primero y luego Renault habían iniciado varios años atrás, ante
la amenaza que significaban las nuevas fábricas automotrices instaladas en Buenos Aires.
En realidad, Fiat había trasplantado al país la política laboral que desarrollaba en Italia. No sólo
había descentralizado la producción mudando las operaciones de montaje a El Palomar (Pcia. de Buenos
Aires) y de producción de camiones y tractores a Sauce Viejo (Santa Fe), sino que mantuvo un sistema de
producción cuyo ritmo se encontraba salvajemente atado a la velocidad de la máquina. Así estaba en
operación el llamado acople de máquina mediante el cual se buscaba la máxima productividad laboral,
independientemente de las presiones físicas y psíquicas que se imponían. Este método productivo suponía
que las responsabilidades del operario en la línea no estaban referidas sólo a una máquina sino que se
extendían, durante los tiempos muertos, a las máquinas vecinas intensificando así el trabajo.
Paralelamente la empresa establecía los incentivos salariales como base de su sistema de
remuneraciones. Esta modalidad, que otorgaba a todo un departamento y no a los trabajadores
individuales un pago extra sobre la base del rendimiento, era toda una anomalía salarial en la década de
los 60. A diferencia de Renault que asentó los aumentos de productividad en la racionalización de planta,
Fiat procuró maximizar las ganancias sobre la reducción de los costos laborales. Las prácticas de
remuneración -como el premio a la producción que asociaba los salarios a la productividad obrera, en una
industria donde las formas standard de pago eran los salarios por hora o mensuales, dependiendo de la
categoría- eran solamente explicables por el carácter del sindicato único. El premio a la producción
establecía metas revisadas mensual y a veces semanalmente, alcanzables sólo a ritmos de trabajo
acelerados, mientras incentivaba las disputas y tensiones entre los obreros. Pero este sistema permitía a
Fiat ajustar los costos de producción y laborales de acuerdo a las necesidades del mercado evitando con
ello las rígidas escalas salariales. Durante los primeros tiempos la empresa despidió con asombrosa rutina
a los activistas de base sin importarle las tensiones que esta política generaba. Tal era su férreo control
sobre los ritmos de producción y. la asignación de las tareas. La dificultad de la dirigencia sindical para
alcanzar continuidad explica en parte la ausencia de los sindicatos de Ferreyra durante el Cordobazo
considerados para esa época sindicatos amarillos. Pero la descomposición sindical interna y la
efervescencia social posterior al Cordobazo alentaron a los trabajadores a la construcción de un
movimiento de recuperación sindical de características inéditas hasta ese momento que daría lugar al
sindicalismo clasista. En efecto, en marzo de 1970, los obreros de Fiat se rebelaron contra la conducción,
y en asamblea abierta en fábrica eligieron su nueva dirección. Pero no sería sino después de largas
negociaciones con el Ministerio de Trabajo -tomas de fábrica con rehenes mediante- que alcanzarían el
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reconocimiento de su personería gremial. Este proceso de construcción de una nueva dirección sindical -
obtenida mediante métodos de acción directa- no podría haberse alcanzado sin las condiciones político
sociales específicas heredadas del Cordobazo. Los gobiernos provincial y nacional, atentos al desarrollo
de las conversaciones con la empresa, temían por un rebrote insurreccional popular. De allí que -a pesar
suyo y de sucesivos embates contra la nueva dirigencia- presionaran a la empresa para alcanzar rápidos
acuerdos. Los sindicatos de planta Sitrac y Sitram llevaron así, desde su surgimiento, una impronta
profundamente democrática, esencialmente antiburocrática y una particular aversión a la empresa y al
gobierno. El carácter antiburocrático, anticapitalista y antiestatal que asumiera es constitutivo al propio
clasismo.

Ejército contra ejército


Entrevista con Gerardo Luna, ex gremialista del sindicato de trabajadores mecánicos de
Córdoba.
-¿Cómo fue la ocupación de Perdriel? -Perdriel marcó el inicio de otro tipo de lucha de la clase obrera de
Córdoba que, a su vez, se ligaba con un proceso nacional cuyo antecedente inmediato había sido el
conflicto del Chocón. En Córdoba, el gran auge de las luchas se ubicó en las plantas del cordón industrial,
con epicentro en IKA-Renault y sus subsidiarias. Nosotros estábamos en la planta de matricería de
Perdriel, una fábrica del monopolio IKA-Renault. -Para la época, Perdriel poseía tecnología de punta, con
mano de obra calificada... -Sí. Muchos operarios se formaban en la propia escuela de la empresa, el
Instituto Técnico de IKA, o en la Universidad Tecnológica Nacional Era un nuevo sector de la clase
obrera, más calificado y más acorde con las necesidades de las empresas automotrices, Y; por sobre todas
las cosas, se trataba de jóvenes operarios que comenzaban a visualizar las cosas de otra forma, superando
el conformismo de la gente vieja o cansada de las traiciones de las dirigencias sindicales. En Córdoba, y
particularmente en el Smata -el sindicato de los obreros mecánicos-, había una dirección atípica, por algo
a Elpidio Torres se lo llamaba el Vandor cordobés. Lamentablemente el gremio no tenía alternativas al
torrismo. La Lista Azul, muy organizada y numerosa, era un apéndice de agrupamientos nacionales y la
lista Blanca, que era un movimiento combativo, con militantes comunistas y radicales, había perdido
mucho peso, estaba diezmada por la persecución de las patronales. -¿Cómo se decidió tomar la planta? -El
12 de mayo de 1970, ante la inminencia de una elección gremial, la empresa intentó trasladar a los
candidatos a la comisión interna: Agustín Funes, el negro Ramos, que era santafesino y peronista, y yo,
que era el benjamín, de los obreros más nuevos. Pero el sindicato no nos aceptaba y acordó el traslado con
la patronal. Nos informaron que las elecciones se harían en las próximas 48 horas, un viernes, y el
miércoles nos avisaron que a partir del día siguiente debíamos presentarnos en Santa Isabel. Éramos seis,
todo el cuerpo de delegados y la comisión interna de la empresa. La reacción inmediata fue una asamblea
dentro de la fábrica, que decidió exigirle al gremio que explicara qué estaba pasando con nosotros. La
conducción se desentendió, pero nunca se imaginó el desenlace. Así fue como la asamblea decidió tomar
la fábrica. Nos organizamos y pertrechamos para resistir; se cortaron las rutas y se abroqueló la gente,
llegaban las familias y los chicos, las novias, las concubinas. Miles de estudiantes hicieron una asamblea
solidaria en la puerta de la fábrica. Ya había llegado la prensa. Adentro, seguimos negociando con la
patronal, que al otro día respondió con una intimación de despido. Nos amenazaban con la policía v el
ejército, v la gente que había venido a apoyarnos formó una cadena de solidaridad que se empezó a
extender a otras fábricas. Al otro día, a la mañana, las chicas que trabajaban en Ilasa abandonaron la
planta. Vinieron con la bandera argentina, hicieron un acto de adhesión. Mientras, se negociaba vino el
jefe de Policía, Héctor Romanutti, a intimidar. Le planteamos que si perdíamos la elección aceptaríamos
el traslado. El viernes se votó, y como la conducción del sindicato sabía que ganábamos, no quiso llevar
las urnas, entonces los compañeros nos proclamaron comisión interna en asamblea. Todo esto con la
policía y la prensa afuera. Eran aproximadamente las 4 de la tarde. El gremio debía reconocer a la nueva
comisión y conformar un acta; fueron presentados todos los rehenes que se habían tornado, que eran
directivos de la empresa. Cuando estábamos en esos menesteres nos enteramos de que se habían tomado
dos plantas de Fiat, Concord y Materfer, por los mismos motivos. Fue una doble lucha victoriosa; era el
nacimiento de Sitrac-Sitram. -¿Cómo se extendieron las tomas a todo el Smata? -Las reivindicaciones que
se planteaban en el gremio crearon una cabecera de oposición. Los salarios estaban congelados, teníamos
el conflicto por el sábado inglés y una gran convulsión en los obreros
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industriales de Córdoba. El proceso generalizado de tornas tenía como antecedente, según los viejos
militantes gremiales, una lucha larga del Smata a principios de los 60, que fue traicionada. Entonces, nos
advertían que tuviésemos cuidado. Pero cuando surgió el plan de lucha con esas reivindicaciones, todo se
fue sumando, hasta que en la reunión del cuerpo de delegados del gremio comenzó a elaborarse un plan
de lucha general. Así surgió la propuesta de las tomas simultáneas y un buen día aparecieron todas las
empresas ocupadas. Hacíamos manifestaciones, marchas entre las fábricas y agitación en los barrios para
hacer saber a toda la comunidad cordobesa por qué peleábamos los mecánicos. Estaban bien organizadas;
había un comité de lucha. Elpidio Torres, con astucia, propuso que el comité de lucha de Santa Isabel
quedara en manos de la lista Azul; allí estaba Ullman Ledesma, el más lúcido de los militantes de la Azul.
-¿Perdriel fue la primera planta desalojada? -Sí. Resistimos, peleamos con la policía durante dos horas.
Finalmente fuimos desalojados, hubo varios detenidos, heridos y contusos, Entonces los compañeros de
las demás fábricas abandonaron, salvo la planta de Santa Isabel, que mantuvo la ocupación. Ellos
agregaron la exigencia de que nos liberaran. Era impresionante: había unos 5.000 obreros con sus familias
en las puertas. Enfrente, tropas de la Guardia de Infantería y la Gendarmería, era ejército contra ejército.
Pero como Santa Isabel es tan extensa y las asambleas cubrían todo el perímetro, no tenían la masividad
que debían tener. Ya había comenzado la sangría, pero la gente estaba muy firme. Cuando apareció
monseñor Raúl Primatesta y después de un sermón llamó a la reconciliación, acudiendo a las conciencias
de los católicos, Ledesma y los representantes de la lista Azul tomaron esas palabras y propusieron
abandonar la fábrica. Era el cuarto día de toma. Abrieron las puertas e ingresó la policía. Allí se vio bien
de cerca el papel de los conciliadores, que terminan vinculándose objetivamente con la represión. Hubo
muchos detenidos, después nos encontramos todos en la cárcel de Encausados. La huelga duró un mes
más. Fueron, en total, 60 días de lucha, ya no se podía continuar. Hubo 700 despidos, y eso le dio
confianza a Elpidio Torres para convocar a asamblea. Se equivocó, ya que allí nació el movimiento que,
con René Salamanca, le iba a quitar después la conducción del Smata cordobés.
J.I.
Este espíritu democrático se vio igualmente fortalecido por el hecho de que todos sus dirigentes
conservaron su empleo en la fábrica. El desafío mayor del nuevo sindicato se condensaba en la modalidad
de organización y nuevas condiciones de trabajo en las plantas. De allí que tal como ocurriera con el
Smata posteriormente, bajo la influencia de los delegados clasistas, los conflictos en el lugar de trabajo
alcanzaran particular relevancia. Sin embargo e​NUEVA SUBJETIVIDAD OBRERA Y AUTONOMÍA
Pero los sindicatos de planta no nacieron conscientemente clasistas ni contaban para esa época
con el programa político que asumirían más adelante. Esas posiciones fueron alcanzadas como producto
de una dinámica sindical política y social de creciente enfrentamiento con la patronal –que no cejó en su
política de hostilización permanente hacia el sindicato-, con el ministerio de Trabajo que amenazaba
constantemente con la intervención, y tras el distanciamiento de la dirigencia sindical peronista del Smata
que siempre vio a los sindicatos de Fiat como una amenaza y cuyo silencio, ante las amenazas oficiales de
pérdida de personería gremial, fomentó una mutua desconfianza. Este proceso fue portador de un cambio
sustantivo en la relación capital-trabajo al interior de la fábrica. Mientras los capataces y encargados de
turno modificaban su trato autoritario para con los obreros, estos iban adquiriendo seguridad en las
respuestas y fuerza interna en sus reclamos.
A su vez las fuerzas de izquierda cordobesa constituyeron un factor de primer orden en el
surgimiento y consolidación del clasismo. Su apropiación y reivindicación permanente del Cordobazo, a
tono con los métodos de acción directa ejercidos por Sitrac y Sitram abrían un canal natural de
comunicación y penetración de las ideas socialistas y revolucionarias. Por lo demás la dirección del Smata
había sido particularmente exitosa en el manejo de los conflictos laborales siempre que estos estuvieran
focalizados en las condiciones salariales. Pero cuando el conflicto superaba esas disputas, sus limitaciones
para cuestionar
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la autoridad empresarial al interior de la planta eran marcadas. En realidad como dirigencia siempre
manifestó una posición vacilante ante la racionalización e intensificación del trabajo en la producción,
mientras suprimía en la práctica toda reivindicación sobre la cogestión obrera. Este panorama permitió
que la izquierda pudiera construir -junto con las bases de Fiat- el programa sindical clasista a partir de los
problemas que los trabajadores experimentaban en la planta.
De esta manera el clasismo modeló una nueva composición política. Reemplazó aquella noción
extraída de la experiencia peronista que veía en el estado al motor del desarrollo nacional y el lugar donde
los trabajadores demandaban sus deseos de justicia social, por el de la máquina represora y opresora
representante del interés más general de la clase capitalista. Este carácter profundamente antiestatal
confluía con su acentuada oposición antipatronal, dinámica anticapitalista que suponía explícita o
implícitamente una natural incompatibilidad con los intereses de la clase dominante. Era el sindicalismo
el que se redefinía y con ello modificaba la composición política de la vanguardia obrera cordobesa. La
batalla política trascendía a la dirigencia sindical corrupta, traidora y burocrática para incorporar al Estado
y la clase capitalista como contendientes particulares. En este emprendimiento el sindicato debía ampliar
su rol de organizador y formar la conciencia de la clase trabajadora en tal perspectiva. El sindicato del
calzado y la fábrica Perdriel en Córdoba primero; la dirigencia de PASA en Rosario luego, habrían de
continuar el camino iniciado por los sindicatos de Fiat. Más tarde, en 1972, le tocaría el turno al propio
Smata cordobés.
El paro activo, la ocupación de planta y la toma de rehenes formaron parte no sólo de una
apelación a la acción directa sino que expresaron igualmente el carácter anticapitalista de su accionar. Las
formas y métodos de lucha desarrollados por el clasismo fueron francamente transgresores: sea bordeando
la ilegalidad provocando al orden instituido, sea colocándose abiertamente fuera de la ley. Por lo demás,
la tendencia a la movilización callejera significaba una clara tentativa para extender el conflicto fuera de
la fábrica. La forma particular que adoptó la oposición obrero masa-capitalista prolongó la dinámica del
enfrentamiento allende las fronteras fabriles. El crecimiento fordista, impulsado y trabado al mismo
tiempo por enfrentamiento entre los dos polos de la producción, construía una subjetividad obrera
particular. Esta en su doble condición de fuerza de trabajo sometida al capital, y de sujeto autónomo
contra el capital proyectaba esa ontología en la sociedad. El antagonismo obrero-capital trasladaba su
enfrentamiento desde el proceso de producción al de la reproducción; de la fábrica a la sociedad.
Un salto político cualitativo que alentaba la idea de que la vanguardia obrera surgida era capaz de
avanzar en la disputa con el propio capitalismo. La experiencia recorrida por lo demás lo demostraba: si el
Cordobazo había desplazado a Onganía del poder, el Viborazo había mandado al traste a su sucesor,
Roberto Levingston.
La afirmación y confianza en sus propias fuerzas modelará igualmente la respuesta que el
sindicalismo clasista ciaría con posterioridad al GAN de Alejandro Lanusse: “ni golpe ni elección,
revolución”. La recomposición política de la clase obrera no se operaba en el capital sino por fuera de él.
La clase obrera alcanzaba su condición de tal en la lucha contra el capital. El clasismo mostraba,
en clave thompsoniana, que la clase no lucha porque existe sino que existe porque lucha. El clasismo,
desde las nuevas condiciones de subjetividad y autonomía permitía pensar nuevas relaciones sociales de
producción y de distribución sin pasar por la relación del capital. Y en ese mismo acto el capital se
despojaba de su velo progresista y se conformaba el sujeto histórico de la etapa.
Un particular perfil obrero, el obrero-masa fordista, una determinada estructura reivindicativa y
un no menos singular método de lucha se combinaron para dar a luz el sujeto histórico de la etapa. El
obrero clasista en este sentido constituyó la expresión directa de las contradicciones del proceso de
reproducción capitalista.
Una de las mayores cualidades del clasismo fue, entonces, dotar a la clase obrera de una nueva
ideología política que ampliaba y superaba el discurso político disponible. El clasismo demostró por lo
demás su capacidad para articular un vasto espectro de reivindicaciones sociales y políticas que excedían
la primaria aspiración de redefinición del papel del sindicalismo.
Y es que la estructura reivindicativa del clasismo ligada particularmente a las condiciones de
trabajo fomentó paralelamente importantes lazos de solidaridad de clase presionando para la formación de
un frente de lucha reivindicativo en la medida en que el fordismo avanzaba socializando sus métodos de
producción. Pero ello no eximió de que al calor del clasismo y la agitación de la base obrera se
estructurara un espacio sindical donde los activistas y militantes de izquierda pudieran desarrollarse y
alcanzar una influencia postergada desde hacía tiempo. Esta estrategia de acumulación política sólo podía
asentarse en un proletariado joven fuera de toda dominación o manipulación por parte de la burocracia
sindical peronista. Así se fueron consolidando una variedad de grupos de izquierda marxista, peronistas
revolucionarios y maoístas de distinto tipo, que alcanzaron influencia en importantes sectores del
movimiento obrero cordobés.
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Una última reflexión. La comparación de ese extraordinario florecimiento intelectual con la pobreza
teórica y el formalismo académico que marcan hoy la reflexión científica de nuestra realidad causa
perplejidad. Como perplejos quedamos también cuando confrontamos la originalidad y la libertad de
creación propias de aquella época, con la subordinación del pensamiento contemporáneo al hegemónico
pensamiento único. Esa reversión de tendencias, esa anemia de la capacidad creadora, esa vuelta a una
suerte de colonialismo cultural reflejan en buena medida la fractura social, la marginalidad y el estado de
un movimiento de masas acorralado, que resiste a pesar de la brutal ofensiva capitalista de los 90.
César Altamira

“Un inmenso laboratorio de activistas”


Entrevista con Cristian Rath, ex obrero de Thompson Ranco y militante de Política
Obrera, hoy Partido Obrero.
-¿En qué sección trabajabas? -Yo trabajé en dos secciones; en lo que se llamaba control de calidad de
Thompson Rahnco y después directamente en la línea de producción de balancines. Ahí fui delegado y
delegado paritario. La elección de los delegados se hacía sobre la base de secciones, que podían variar en
la cantidad de compañeros. Así se forman los cuerpos de delegados, luego los delegados eligen la
comisión interna, en una proporción que varía de acuerdo al número de trabajadores que tiene la planta.
-¿Cómo influyó en el Smata la actividad de los sindicatos clasistas de Sitrac-Sitram? -Primero habría que
analizar algunos elementos. La huelga política del Cordobazo le dio a la clase obrera conciencia de su
inmenso poder. El trabajador comprendió que la unión, la movilización, la deliberación de lo que era el
corazón de la clase obrera podía imponerle una derrota a la dictadura militar y al mismo tiempo ejercer un
dominio político de toda la ciudad y de los otros sectores sociales. Fue un laboratorio inmenso de
activistas que surgió en Córdoba en ese período. Por eso hay que decir que había una referenciación en
común. Los obreros de Fiat, a quienes se consideraba en muchos casos con menos tradición de
organización sindical y de combate que a los obreros del Smata, aprendían de nosotros. Y nosotros
aprendíamos de la frescura de y de la audacia que tenían ellos. Esta generación tuvo en muchos casos los
límites políticos que surgieron con los planteamientos foquistas. Pero esta generación, me refiero al
movimiento clasista en particular, no lo plasmó en desarrollo político. Tuvo un desenlace político abierto
como posibilidad revolucionaria, que en muchos casos quedó trunco por la propia acción de la dictadura y
por la represión posterior. En este aspecto, fue lo mejor que el movimiento obrero argentino ha producido
en materia de elaboración y de conducta. -¿Cómo se realizaban las tomas de fábrica? -Nosotros teníamos
una organización que era parecida a las de otras plantas. Elegíamos un Comité de Ocupación que podía
incluir a todos los delegados existentes en las plantas y que, en general, incorporaba activistas. Ese
organismo, que era responsable ante la asamblea general, se dividía el trabajo: prensa, organización,
comida y el control de los rehenes: los piquetes de seguridad. El perímetro de la planta era rodeado con
tanques de combustible, que tenían una mecha para ser prendida en caso de que atacara la policía. Era
más que nada un disuasivo, no se llegó a utilizar, porque en el caso de Perdriel, que fue donde se inició la
represión hubo una ruptura del perímetro y una batalla campal. Los desalojos fueron violentos, salvo en
Santa Isabel, donde la propia burocracia actuó como desmovilizadora. Teníamos ese tremendo límite, que
era que la iniciativa de estas ocupaciones, salvo la de Perdriel, provino de la burocracia de Torres, que
quería crear las condiciones para una derrota prematura frente al auge que estaba tomando el activismo
clasista. Y no existía de parte del movimiento clasista, aunque había crecido, una centralización que
permitiera vincular las seis o siete fábricas ocupadas. Por el contrario, el dominio de ese centro vinculante
era de la burocracia, Y, en ese aspecto, la gente de nuestra corriente clasista, que era Vanguardia Obrera
Mecánica, más allá del desarrollo que pudo tener, no llegó a convertirse en una articuladora de las plantas
ocupadas.
Juan Mendoza
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SITRAC-SITRAM “QUERÍAMOS PARTICIPAR Y ENTENDER LA
POLÍTICA”
Entrevista con Carlos Masera, ex secretario general del Sindicato de Trabajadores Mecánicos de
Concord.
-¿Cómo empezó tu militancia en Fiat? -Comencé el 23 de Marzo de 1970. En esa época, la patronal elegía
a los dirigentes sindicales. Infinidad de compañeros combativos habían trabajado para imponerle a la
empresa direcciones elegidas por los trabajadores, pero cada vez que se movilizaban los rajaban del
trabajo. Mi lucha empezó como una oposición frente a la hipocresía de la empresa, que editaba una revista
en la que nos decían que éramos La. Familia Fiat, todos muy lindos muchachos, pero en el fondo no se
respetaban las leyes vigentes. Yo creía que Fiat engañaba a los dirigentes gremiales nacionales y al
gobierno. Después la lucha me demostró que no, que eran todos una sola cosa, la empresa, los burócratas
y el estado capitalista. Por eso Sitrac-Sitram, al no aliarse con los ortodoxos ni con los legalistas, tuvo que
plantear la visión que tenía en ese momento, que habrá sido pobre -porque de golpe gente como yo tenía
que empezar a entender la política-, los argumentos pueden haber sido pobres, pero eran puros. Se siguió
con la misma tesitura hasta el final, no le íbamos a ganar a Fiat pero al menos le dejamos bien marcada
nuestra historia. -¿Comenzaron enfrentando a la conducción de Lozano? -Es una larga historia. En 1965,
cuando yo ingresé a Fiat, había un grupo de luchadores radicales religiosos, que pertenecían a ATSA, un
sindicato ligado a la Iglesia. Ellos trataban de desarrollar un sindicalismo paralelo al del peronismo.
Cuando asumió Solá como ministro de Trabajo le canceló la personería jurídica a la UOM y se la dio al
Sitrac. Los de ATSA pasaron a ser automáticamente los dirigentes. En esa época surgió un conflicto
laboral por un convenio que había de por medio. Fiat no cedió ni un palmo, la lucha se acrecentó y
entonces la alianza Vandor-Fiat trajo de Buenos Aires a unos 70 dirigentes de primer nivel: Imbelloni,
Navarro, Del Valle Aguirre, Montealegre, etc. Los trabajadores no sabían por qué estos tipos habían
venido acá. Se trepaban a las tribunas, tenían discursos muy elaborados, eran profesionales del
sindicalismo. El resultado fue que estimularon tanto la lucha que la condujeron a la derrota. Se tomó la
fábrica desde la calle, la empresa nos esperaba con la guardia bien armada y la toma fue un fracaso.
Finalmente, ya con la fuerza muy disminuida, se decidió aceptar lo que FIAT proponía. -¿Qué pasó con
los sindicalistas que dirigían Sitrac? -Los echaron a todos, aunque Sitrac retuvo la personería. Fiat trajo
entonces a Lozano, que se hizo cargo del gremio. A partir de allí y entre 1965 y 1970, en Fiat se aplicó el
convenio de la UOM. En 1970 ya era el colmo: Fiat era la empresa que menos pagaba en la industria
automotriz argentina. Ese año, cuando se elaboró el convenio la conquista más grande fue un pan de jabón
y un rollo de papel higiénico. -¿Qué actitud tomó el sindicato ante estos hechos? -Aceptó lo que Fiat
proponía. Pero por ley tenía que homologar el convenio para demostrar que los trabajadores estaban de
acuerdo. Muy confiados en su poder y en la apatía nuestra, llamaron a una asamblea en el comedor de la
fábrica. Allí había tres mil trabajadores que estaban con muchas ganas de que la situación cambiara, con
mucha bronca contra los dirigentes. El grupo de Lozano tenía 30 afiliados y sólo podía conducir la
asamblea alguien que estuviera afiliado al sindicato. Se propuso que la presidiera compañero Clavero.
Como de costumbre, Lozano dijo: “Lo siento compañeros, pero Clavero no es afiliado al sindicato”. En
ese tiempo había ingresado un chico muy aventurero, Martín Fo, que terminó siendo famoso porque tenia
la manía de ir a tomar café con el jefe de policía. Estaba afiliado al sindicato y presidió la asamblea.
-¿Qué sucedió entonces? -Fue un desorden total. Lozano decía que había que aceptar el convenio, que en
Fiat se estaba garantizando la estabilidad del trabajo, que no convenía luchar por unas monedas más. Esta
postura era rechazada por la mayoría de la gente. Se peleaba para que nos equipararan con Renault. La
conducción vieja tenía miedo, ya que al no presidir ellos perdían el control de la asamblea. Trataron de
despelotarla y lo lograron. Hasta ese momento yo no me había metido en política, pero me pareció tener
una idea salvadora: pedí la palabra, subí a la tribuna, me puse muy colorado y temblaba. Era evidente que
los compañeros no querían a la conducción sindical, pero había que tener claro que los que asomaran la
cabeza en la lucha iban a ser despedidos al otro día. Por eso había que buscar formas de organización para
que cuando tocaran a uno respondiéramos todos. De modo que propuse que se eligiera una comisión que
suplantara la anterior. Terminé mi discurso con muchos aplausos, me veían como a un tipo que
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podía manejar los hilos. Sucedió que después vino un compañero con el estatuto en la mano, diciéndome
que lo que yo planteaba no se podía hacer. Que para cambiar las autoridades del Sindicato se debía hacer
una convocatoria con 15 días de anticipación y con la firma del 10 por ciento de los afiliados. Y eso no se
podía hacer porque los afiliados eran todos de Lozano. Yo insistía en que alguna forma debía haber para
salir de todo eso. Propuse que por encima de la legislación nosotros podíamos ser más fuertes y que
eligiéramos una comisión provisoria, que en vez de suplantar a la comisión actual se dedicara a hacer los
trámites legales para revocar el mandato. La moción fue aceptada, se formó la Comisión Provisoria, de la
que yo participé, y nos dedicamos a hacer la tarea legal de cambiar los dirigentes. Felizmente eso produjo
una fuerza y un apoyo de la gente que después fue imposible tocar. Empezamos a afiliar a compañeros y
de los 30 que había pasamos a ser 2.000. - ¿Cómo siguió el proceso después de la caída de Lozano? -
Hubo muchos cambios. Por ejemplo, ellos tenían una oficina pegada a la del Jefe del Personal, donde
jugaban al truco, algunos de los delegados prestaban plata, imagínate cómo eran vistos éstos dirigentes...
Cuando nos hicimos cargo nosotros, caminábamos la planta, hablábamos todo el tiempo con los
compañeros. Yo me esforzaba por demostrar que era un trabajador más, había una lealtad de clase y eso
se veía claro. Los
compañeros de la Comisión Provisoria vivían -y aún siguen viviendo- muy humildemente. Hay una cosa
que siempre me llamó la atención: si bien los obreros no tienen tiempo de hacer análisis intelectuales,
tienen intuición para distinguir quiénes lo traicionan y quiénes no. -¿Cómo se va plasmando la idea de
clasismo dentro de Sitrac? -Al día siguiente de haber triunfado con la toma, llegaron varios intelectuales
de izquierda para saber qué pasaba. Los obreros estábamos en pañales y ellos tenían capacidad de
asesoramiento, por lo que empezó a haber un contacto permanente con ellos. Alguien de los que se acercó
mencionó el clasismo. Yo tenía un dilema, venía del peronismo y había militado cuando trabajaba en
LAME, pero con la traición de la burocracia sindical buscaba una alternativa que no sabía cuál era,
porque no la había. Cuando escuché la palabra clasismo me pareció que se ajustaba a lo que pensaba. Era
defender una clase, me daba cuenta de que la sociedad se dividía en clases. Un día un periodista me
preguntó en la televisión si éramos trotskistas o marxistas, y yo respondí “No, nosotros somos clasistas “,
sin tener otra claridad. Así nació. Pero, anteriormente, Gregorio Flores había definido que por más
reivindicaciones que le planteáramos a la gente siempre íbamos a ser explotados, porque la lógica del
capital es la ganancia a costa de los obreros, y que la única manera de terminar con la explotación era
terminar con el capitalismo. No nos definíamos por ningún partido, ni a favor del socialismo marxista o
cristiano, pero lo definíamos como una forma de acabar con la explotación y la opresión de los
trabajadores. Nosotros éramos independientes de los partidos, pero éramos políticos. Queríamos participar
y entender la política, no nos queríamos inhibir de ella. La intención de plantear el clasismo era asumir
que éramos la clase dominada y que queríamos defender los intereses de esa clase. Y a lo largo de las
discusiones con los intelectuales, se fue profundizando la idea del clasismo.
María Eugenia Etkin
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LA HORA DE LA ACCIÓN DIRECTA
El Cordobazo fue una revelación ideológica y política para el movimiento obrero, que a partir de
entonces cobró conciencia de su fuerza y capacidad de liderazgo social, se reencontró con las formas
directas de organización y lucha y aprendió a reflexionar sin prejuicios. Nuevos líderes y nuevos mitos se
erigían bajo el signo común de la consecuencia y la transparencia. Y bajo ese cobijo, se desarrollaban las
tendencias políticas de izquierda -ya sea que adhirieran al marxismo, al peronismo o al cristianismo-
caracterizando la nueva coyuntura.
A fines de 1969 estalló el conflicto en la obra Chocón-Cerros Colorados, encabezado por algunos
de estos nuevos dirigentes: Antonio Alac, Armando Olivares y Edgardo Torres. También tuvo un papel
activo en esa lucha el cura obrero Raúl Rodríguez.
Fue un conflicto paradigmático: con un fuerte carácter antiburocrático que impactó de lleno en el
gremialismo integrado al proceso dictatorial (la UOCRA de Rogelio Coria); por primera vez aparecieron
públicamente dirigentes sindicales al lado de la policía y de la patronal intimando a los obreros a rendirse;
también tuvo un alto contenido de violencia, con piquetes de huelga, barricadas y amenazas de uso de
explosivos.
La lucha del Chocón, que despertó la solidaridad de la disidencia social y política que a esa altura
se multiplicaba, se constituirá en la línea de desarrollo de los conflictos obreros. Poco después en
Córdoba, cuando el ciclo fabril se recuperaba a pleno con el regreso de las vacaciones, estalló el conflicto
de la fábrica de matrices de Perdriel, con similares características al del Chocón. La comisión interna
dirigió la toma al margen de la conducción general del gremio, con la misma carga de violencia.
Los efectivos al marido del coronel Héctor Romanutti, jefe de Policía, rodearon la planta
intentando de que el juez interviniente no se interpusiera ni lo condicionara. Frente a la firme decisión de
los obreros, previa consulta con el gobernador Huerta, decidió negociar.
La toma se levantó y el cuerpo de delegados de Perdriel emergió fortalecido dentro del Smata. La
agrupación gremial que encolumnaba a sus principales activistas fue la Primero de Mayo. De ahí saldrá la
propuesta y el plan de lucha que determinó, en junio del mismo año, la ocupación revolucionaria de todo
el complejo industrial del Smata de Córdoba.
EL SOCIALISMO
En 1970 se insinuaban ya las tendencias que caracterizarán el período. El socialismo, como
definición general y aún imprecisa, comenzó a ser incorporado por los sectores más dinámicos de la
sociedad. El espacio que ya tenía en la Universidad se extendía hacia el movimiento obrero y adquiría un
lugar en las iglesias, mientras la figura del Che se incorporaba a la cultura popular.
Las facultades y muchos sindicatos eran centros de reunión y debate no sólo sobre la acción y la
organización de la lucha sino alrededor de las estrategias que se concebían como revolucionarias. El lema
del Che, “No hay más reformas que hacer, o revolución socialista o caricatura de revolución” se ligaba
con aquella afirmación de Evita: “El peronismo será revolucionario o no será nada”. Estas máximas eran
punto de partida de una discusión que se extendía al carácter particular que en el proceso debía tener el
movimiento obrero, sus alianzas, el carácter de las transformaciones y las formas y métodos que adoptaría
la violencia popular en el marco de una estrategia revolucionaria.
En ese marco, el antiimperialismo era recuperado ahora desde una posición anticapitalista. Las Siete tesis
equivocadas sobre América Latina, de Ricardo Stavenhagen, André Gunder Franck y Theotonio Dos
Santos, con su Teoría de la Dependencia, también eran puntos de partida para una revalorización de la
formación social de América Latina, sin olvidar cuestiones teóricas que gravitaron en el debate de
entonces corno la teoría del Intercambio Desigual y la cuestión de los estímulos morales en un proceso
revolucionario de planificación social.
LA VIOLENCIA
Con el onganiato, el pueblo había aprendido que la oposición al orden social y político impuesto
por la dictadura, aún en el plano de las reivindicaciones más inmediatas, debía enfrentar una represión
violenta. Esta respuesta tuvo la resistencia a la intervención a las Universidades, en 1966, y al cierre de
los ingenios tucumanos, cuando la violencia del sistema cobró las vidas de Santiago Pampillón, Adolfo
Bello, Juan José Cabral e Hilda Gerrero de Molina.
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Con el Cordobazo el movimiento obrero incorporó estas experiencias, las tradujo en organización y
triunfo.
La cruenta represión de las dictaduras militares de América latina, fuertemente apuntaladas por
los Estados Unidos a través de intervenciones directas, como en Santo Domingo, o por medio de asesorías
militares como en Argentina, Brasil, Bolivia y Uruguay, planteaba abiertamente la necesidad de organizar
la violencia popular, mientras en Medellín la Iglesia legitimaba institucionalmente la violencia popular en
la lucha por la liberación. En la militancia y en las tendencias políticas que se iban conformando, aparecía
el debate sobre las líneas de construcción de una violencia organizada que condujera a un proceso de
liberación Nacional, como la concebían algunos, o a la construcción del socialismo, según la lectura de
otros. La figura del Che, con su inmenso prestigio moral, alentaba la guerrilla rural. Vietnam, la “larga
marcha” de Mao Tse-tung en China, la batalla de Argelia, la insurrección de Octubre en Rusia, eran todas
experiencias que impregnaban la polémica sobre las estrategias de guerra revolucionaria y definían los
nuevos agrupamientos políticos con tanta fuerza como el carácter del peronismo. Al otro lado del río, en
Uruguay, los Tupamaros desarrollaban una experiencia de guerrilla urbana que dejaba en ridículo al
aparato represivo y desnudaba la corrupción y la complicidad de los grupos oligárquicos uruguayos con la
dictadura de ese país.

ILASA Una militancia transparente


Entrevista con Gladys Vera, ex delegada de ILASA.
-¿Cuándo empezaste a trabajar en ILASA? -En el 64 hasta el 70 en que me echaron junto con otros
militantes. En ILASA la mayoría éramos mujeres, creo que era porque teníamos más paciencia que los
hombres. Hacíamos la parte de cableado del automóvil. Era muy duro el trabajo y no podías faltar, por
ejemplo en un día de paro tenías que conseguir cualquier cosa para ir a trabajar. -¿Cuál era la actividad
gremial que desarrollabas? -Era delegada y autoridad máxima de la Comisión Interna. Teníamos
autoridad para decidir como si fuera un gremio. Pertenecía a la agrupación 18 de Marzo, opuesta a la
conducción de Elpidio Torres. La función gremial era muy reconocida, por ejemplo te daban espacio
físico para que tuvieras tus cosas -Por aquella época hubo varias tomas de fábricas ¿Qué actitud tomaron
los trabajadores de ILASA? -Nosotros también las tomábamos; como estábamos cerca de Perdriel ellos
nos avisaban de cualquier lío que hubiera. Un día vino la policía y nos tuvimos que rajar por la parte de
atrás. Pero las tomas eran participativas no masivas, pero tampoco aisladas. No todas las mujeres de
ILASA participaban, sólo un grupo. -¿Cuál era el estado de ánimo de la gente? -En ese momento éramos
todas muy jóvenes y peleadoras. Aunque ahora veo que yo no era muy consciente de todo lo que sucedía,
siempre estaba peleando. Pero era una militancia transparente. En una de las últimas tomas como no nos
habían aumentado el sueldo, la orden vino de arriba, del Smata, y tuvimos que hacerlo. Al estar tanto
tiempo ahí adentro decían que habíamos secuestrado la fábrica. Entonces en vez de ser las que tomábamos
ILASA éramos las secuestradoras. -¿Qué relación tenían con el Smata y específicamente con Elpidio
Torres? -Al principio no nos aceptaban porque éramos mujeres, pero después se la tuvieron que tragar. A
Torres le hacíamos la guerra. Elpidio era un atorrante que transaba, por eso se tuvo que mandar a mudar,
porque lo íbamos a matar. -¿Cómo se posicionaban ante el Sitrac-Sitram? -Eran muy loquitos. Nosotros
no teníamos una posición tan clasista como ellos. Y menos yo que venía del PC. Para mí la masa tenía
que cambiar los procesos y no era cuestión de que algunos se alzaran en armas y proclamaran la
revolución. Lo de Sitrac-Sitram era una actitud pequeño burguesa, no era de clase, Lo que le pasó a
Sitrac-Sitram lo veías venir; iban al muere porque no tenían para mucho. Era infantilismo revolucionario.
Recuerdo que en los lugares de trabajo ellos tenían mucho peso, a la gente le gustaba que fueran honestos
y laburantes. Pero no tuvieron futuro se quedaron ahí nomás. -¿Como ves, hoy los años 70? -En ese
tiempo había mucha efervescencia y todo el mundo estaba más o menos en la misma. Yo lo veía muy
infantil pero lo vivía intensamente, aunque no me lo creía tanto. Era más que nada un deseo, porque hay
cosas que no se pueden alcanzar. Lo que nosotros queríamos se había dado en Cuba y después no se dio
más. Desde las fábricas no podíamos tomar el poder, había muchas limitaciones:
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-Pero en aquel momento ¿era posible la toma de poder? -Yo no lo veía así, pero la gente de Sitrac-Sitram
tenía esa postura.
Maria Eugenia Etkin
EL CARÁCTER JUVENIL DEL MOVIMIENTO
Los nuevos agrupamientos tenían una característica fuertemente distintiva: la juventud, tanto por
su pensamiento e ideas como por la edad de sus protagonistas. En ese sentido no había experiencias
históricas que sustentaran el camino que se estaba recorriendo. La experiencia del Cordobazo, con el
protagonismo de un obrero industrial típicamente fordista y un movimiento estudiantil deslumbrado por el
Che Guevara, Ho Chi Min, Cohn Bendit, Helder Cámara y Camilo Torres, guardaba mucha distancia con
el 17 de octubre o la Semana Trágica, aunque esas raíces se recuperaban para proyectarse, transformadas,
en las nuevas condiciones. La izquierda preexistente no despertaba atractivo en la nueva militancia, lo que
volvía muy compleja y difícil la tarea de fundamentar las propuestas que la situación planteaba. No existía
una tradición política orgánica en donde abrevar y los problemas eran abordados rastreando en las
experiencias históricas generales del movimiento popular de todo el mundo.
Esta ausencia de tradición conspiró para que el movimiento avanzara con mayor audacia y
formulara propuestas políticas y organizativas creativas, capaces de dar cuenta de los componentes
propios del movimiento social que arrancaba en los 60 y se desplegaba en los 70. Por el contrario, el
movimiento quedó atrapado en las propuestas tradicionales, donde la estrategia obrero-campesina,
formulada por Lenin y aplicada en la Revolución Rusa y en Vietnam, impregnaba las vertientes
trotskistas, maoístas y neostalinistas.
Por otra parte, la superación de este corset ideológico no se había expresado conscientemente en
ninguna de las experiencias mundiales de los 70, pese a que latía en la espontaneidad de las
insurrecciones urbanas que recorrieron Europa, EE.UU y algunos de los países socialistas.
LA CUESTIÓN DEMOCRÁTICA
La relación entre democracia formal y las nuevas formas de representación directa que iba
plasmando el movimiento popular fue sin duda el problema que puso sobre el tapete la falta de un acervo
teórico y una tradición política. Son varios los factores que concurrieron para dificultar la resolución,
teórica y práctica, de la cuestión democrática. La juventud que predominaba en el movimiento había
vivido un breve período de democracia electoral que terminó en el desprestigio.
Juan Carlos Onganía no había necesitado movilizar tropas para sacar a Arturo Illía del Gobierno.
La interrupción del proceso democrático, no por anunciada despertó protestas. Illía había alcanzado el
gobierno con el 23% de los votos y con peronismo el proscripto.
Vale recordar la carta de Ernesto Sábato a su amigo el canciller Nicanor Costa Méndez, donde
hacía explícitas sus expectativas en el proceso militar a la par que caracterizaba duramente el proceso
parlamentario que quedaba atrás. Sábato no hacía otra cosa que reflejar el pensamiento de la ancha e
inmensa clase media argentina de entonces. Recién con la intervención a las universidades y el cierre de
los ingenios tucumanos la dictadura encontrará resistencia.
Por otro lado, el peronismo, que había gobernado la Argentina entre 1945 y 1955 no era una
fuerza apegada a la democracia formal por más que Juan Domingo Perón hubiera sido sobradamente
legitimado por el voto ciudadano. Pero, al mismo tiempo, tanto propios como extraños han reconocido la
influencia del fascismo en la afirmación nacionalista de Perón. A su vez, radicales y frondicistas que se
sucedieron en el gobierno a partir del derrocamiento de Perón, lo habían hecho gracias a la proscripción
del movimiento peronista, que seguía siendo ampliamente mayoritario. Y cuando Arturo Frondizi se
atrevió en 1962 a convocar elecciones para gobernadores sin proscripciones, ante el triunfo peronista
intervino las provincias.
Este era el clima que vivía Córdoba al comienzo de la década, el eje indiscutido de la resistencia
antidictatorial, el lugar donde los nuevos vientos se arremolinaban.
La cuestión de la hegemonía del movimiento obrero en el proceso revolucionario, su capacidad
para modificar situaciones generales, su relación con los otros sectores y clases sociales, eran temas de
debate en un marco concreto de confrontación.
La agitación obrera y estudiantil, incesante, se extendía y crecía con el debate cotidiano. El
vínculo entre obreros y estudiantes era más estrecho y confiado. En las capillas, salitas barriales de
primeros auxilios y escuelas se agrupaban estudiantes, obreros, vecinos, curas y médicos para discutir
sobre los problemas inmediatos y la situación general que vive el país.
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El socialismo y la experiencia cubana se incorporaban en los temas concretos. Cuando promediaba el año
1970 el negro techo de la dictadura de Onganía se caía a pedazos, y obreros y estudiantes vivían ese
convencimiento.
Juan Iturburu
La toma de Fiat
“No recuerdo con exactitud cuantos días pasaron desde la asamblea del 23 de marzo, fecha en que
fue destituida la comisión del sindicato: Mientras se hacían los trámites buscando el reconocimiento de la
comisión provisoria, ésta, por obra de la casualidad se cruzó con quien para mí era y sigue siendo uno de
los mejores ejemplos del intelectual revolucionario, ese entrañable compañero y amigo, el Cuqui
Curutchet, abogado consecuente con su ideología que después fuera secuestrado y asesinado por la Triple
A de Isabel Perón. Con el asesoramiento del Cuqui las cosas se fueron poniendo cada día más claras,
hasta que se llegó a la toma de fábrica. Sólo después de haber agotado todas las instancias legales quedó
claro para el conjunto de los trabajadores, tan respetuosos de la legalidad, que no quedaba otra alternativa.
Cuando estábamos reunidos en la puerta sin saber que hacer, el jefe del servicio de seguridad, capitán
Arasb Nabat, decidió abrir los portones para que la gente se fuera, dado que la presencia de la guardia
impedía, por el temor al despido, que actuáramos como piquete. Pero, ante la sorpresa de todos, surgió un
activista, el chaqueño Mario Giménez y en las mismas barbas de la guardia procedió a cerrar los portones
arrancando el aplauso de todos; luego lo vi al petiso Páez que colocó un candado en la puerta principal,
aunque la toma no se había decidido. Cuando el compañero Massera, de la comisión provisoria, preguntó
quienes estaban por la toma, varios activistas salimos corriendo y gritando. Recuerdo a Minipollo que
trepado en un carrito salió a buscar los tanques con nafta y gasoil. El negro Acuña de Mantenimiento y yo
nos dirigimos a las oficinas centrales para encerrar a los rehenes. Hubo titubeos e indecisiones, (...)
después, Massera se dirigió al edificio central y les comunicó a los jefes y funcionarios allí presentes que
pasaban a ser rehenes en el caso de que la policía pretendiera reprimir. Hay que dejar constancia de que
en ningún momento se ejerció ningún tipo de violencia o malos tratos contra el personal jerárquico. Se los
hizo ascender al primer piso del edificio central pero allí podían moverse libremente. En la planta baja y
las puertas de entrada colocamos tanques de combustible para ser incendiados en caso de represión;
también se llenaron botellas de gaseosas con nafta y mechas para usarlas como bombas molotov si eso
sucedía. (...) Había pasado todo el jueves y ya en la tarde del viernes, bastante frío y lluvioso,
conversando con otros compañeros veíamos que lo más peligroso de resistir sería el fin de semana porque
tanto la comisión como los activistas no eran gente experimentada, capaz de pulsar el ánimo de la masa y
mantenerla en pie de lucha. Esa tarde hablé con Curutchet, le manifesté mi preocupación y le informé que
los rehenes gozaban de todas las comodidades mientras nosotros dormíamos en el piso. Le manifesté que
había que encerrarlos en una oficina y quitarles los privilegios para presionar al director de la fábrica que
estaba allí. Cuqui me dijo que lo planteara en la asamblea y así lo hice. Fui el único orador y la propuesta
fue aceptada por unanimidad. En las primeras horas del sábado la patronal se avino a firmar un acuerdo
donde se comprometía a otorgarle un mes de licencia a la anterior directiva y a reconocer provisoriamente
a la comisión que se había elegido en asamblea”
(Extractado del libro Sitrac-Sitram del Cordobazo al clasismo, de Gregorio Flores).
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EL CHOCÓN SE PONE DE PIE
“La obra del siglo”. Así fue anunciada la construcción del complejo hidroeléctrico Chocón-Cerros
Colorados por la dictadura de Onganía. Es que el régimen, además de su carácter represivo, necesitaba
consolidarse con proyectos espectaculares y El Chocón representaba en ese sentido un nivel de
propaganda muy alto.
Impregilo-Sollazo era la principal compañía constructora de la obra. Desde diversos puntos del
país fueron llegando trabajadores seducidos por la promesa de salarios altos y óptimas condiciones de
vida que la dictadura difundió a través de los medios de comunicación. Las mismas expectativas atrajeron
a trabajadores de otros países: Chilenos, uruguayos, bolivianos y paraguayos llegaron a El Chocón para
sumarse a la gigantesca empresa.
Sin embargo, la realidad que encontraron los decepcionó. En lugar de los salarios que se
publicitaban, descubrieron que había que trabajar como mínimo diez horas diarias si se pretendía alcanzar
un sueldo de peón. Las medidas de seguridad en las obras eran prácticamente inexistentes y los accidentes
de trabajo formaban parte de la rutina laboral. Los confortables alojamientos que se podían ver por la
televisión se habían convertido en pequeñas piezas donde tenían que acomodarse como mínimo seis
obreros.
La situación más crítica la soportaban quienes trabajaban en los túneles, ya que para las
explosiones se utilizaban productos químicos y era muy común que se produjeran intoxicaciones. La
comida, además de ser muy mala, tenían que pagársela de su propio bolsillo.
Este panorama se prolongó durante muchos meses. Los obreros carecían de todo tipo de
representación gremial en las obras. Formalmente contaban con dos delegados que habían sido elegidos a
través de la Unión Obrera de la Construcción (UOCRA), cuyo secretario nacional era Rogelio Coria, en
tanto que Adolfo Schivindt era secretario general de la seccional Neuquén. Sin embargo la mayoría de
ellos ni siquiera conocía los nombres de estos supuestos representantes. La necesidad de organizarse
empezó a ser entonces un tema cada vez más recurrente durante los almuerzos y en cada momento libre.
El reclamo, que fue cobrando cada vez mayor envergadura, se centraba en la necesidad de una
asamblea general para elegir delegados que verdaderamente representaran a los trabajadores.
Los problemas cotidianos de los obreros se agudizaban. A mediados de agosto de 1969, una
nueva victoria se sumó a la lista de los que hasta ese momento habían fallecido en un accidente de trabajo
como consecuencia de la precariedad de las medidas de seguridad. Aún así, siguió pasando el tiempo sin
que la UOCRA hiciera lugar al pedido de convocar a una asamblea general. Solo obtuvieron la promesa
de Adolfo Schivindt de que el 30 de noviembre de 1969 se realizaría. Pero Schivindt no se hizo presente.
Doce días después, los obreros resolvieron autoconvocarse y llamar a una asamblea general en la que se
eligieron como delegados a Antonio Alac, Armando Olivares y Edgardo Torres. Los tres integraban el
Movimiento Unitario de la Construcción, un organismo adherido al Movimiento de Unidad y
Coordinación Sindical (MUCS). Como primera medida esta comisión interna se presentó el sábado 13 de
diciembre ante la empresa Impregilo-Sollazo para notificarla de su elección y presentar un petitorio de
once puntos. El reclamo estaba encabezado por un aumento salarial del 40 por ciento, mejor trato por
parte de los capataces, equipos de trabajo de acuerdo a cada sector y el reconocimiento del sábado inglés,
entre otros puntos. La respuesta fue el desconocimiento de Alac, Olivares y Torres como delegados y su
inmediato despido. Además, la empresa pidió la detención de los tres, lo que se cumplió inmediatamente.
La noticia se expandió por la villa en la que estaban reunidos casi mil trabajadores, quienes
impidieron que el patrullero pudiera abandonar la zona llevándose los detenidos. Por unanimidad se
resolvió entonces declarar la huelga en El Chocón hasta que fuera reconocida la comisión interna.
Inmediatamente se sumaron al paro las demás empresas que participaban en la obra. Los huelguistas eran
dos mil quinientos.
El martes 16 la Policía Federal detuvo a una delegación compuesta por Olivares, Torres, y un cura
obrero, Pascual Rodríguez. Ese mismo día llegó a la obra un grupo de la Guardia de Infantería de la
Policía Federal para apresar a Antonio Alac.
Alrededor de mil trabajadores respondieron que nadie sería detenido. La policía volvió a repetir el
nombre de Alac y la multitud le respondió otra vez con una negativa. Las fuerzas de represión se ubicaron
en posición de tiro, mientras un oficial por tercera vez gritó pidiendo que Alac fuera entregado, pero de la
gente solo partió un contundente no. La policía tiró y dieciocho obreros cayeron heridos. Enardecidos, los
trabajadores respondieron con una lluvia de piedras que poco a poco hizo retroceder a los policías que,
finalmente, se retiraron corriendo.
Al mediodía se presentó en el Chocón el obispo Jaime de Nevares, recibido entre vítores por los
obreros.
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La UOCRA, por su parte, emitió un comunicado firmado por Adolfo Schivindt en el que afirmaba que la
huelga “no tiene la amplitud que se le quiere dar”. El 18 de diciembre Rogelio Coria llegó al Chocón y en
medio de un clima hostil prometió interceder para la solución del conflicto, y poco después fueron
liberados los integrantes de la comisión.
Después se realizó una reunión entre los tres delegados, Coria y el obispo de Nevares. Coria
informó que no habría ningún despido y que una asamblea elegiría una comisión interna definitiva. Así, el
20 de diciembre los obreros de El Chocón decidieron por unanimidad quienes serían sus representantes:
Antonio Alac, Edgardo Torres y Armando Olivares.
El triunfo duraría poco ya que la burocracia sindical, que había recibido un duro golpe, se tomaría
pronto su revancha.
El 31 de enero de 1970 el sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba convocó a una asamblea en esa
provincia por la “Justicia Social y la Liberación Nacional”. La reunión fue prohibida por el gobernador
Huerta, pero de todas formas se realizó clandestinamente. Habían sido invitados los delegados de El
Chocón, quienes participaron luego de consultar a los trabajadores en asamblea. Inmediatamente, Coria
decidió expulsar a los delegados obreros argumentando inconducta gremial. El 22 de febrero la seccional
Neuquén de la UOCRA creó una comisión normalizadora en El Chocón. Los reclamos que sostenían los
delegados destituidos, el 40 por ciento de aumento entre ellos, quedaron neutralizados.
ANTONIO ALAC “Fue un duro golpe para la burocracia y la dictadura”
Entrevista con Antonio Alac, militante comunista que, en 1970, fue uno de los dirigentes de
la huelga del complejo hidroeléctrico Chocón-Cerros Colorado.
-¿Cómo estalló el conflicto en El Chocón? -La cuestión central era la elección de las comisiones internas,
que significó primero un grado de organización en la clandestinidad. Cuando yo llegué a la empresa ya
había un núcleo de trabajadores más o menos organizados. Entre ellos Armando Olivares y el cura obrero
Pascual Rodríguez La representación se daba a través de la seccional Neuquén del sindicato de la
construcción, que era tan burocrática como la UOCRA nacional, cuyo secretario general era Rogelio
Coria. Hacían listas negras para la patronal con los compañeros que habían participado de las distintas
luchas. Pero nosotros lograrnos armar asambleas y elegir delegados, hasta que en una asamblea general
fuimos electos para la comisión interna Edgardo Torres, Armando Olivares y yo. Pero no nos
reconocieron ni por la patronal ni el sindicato. Entonces estalló la primera huelga. -¿Cuáles eran los
reclamos por los que decidieron parar? -Además de exigir el reconocimiento de la comisión interna había
una serie de reivindicaciones, entre ellos el 40 por ciento de aumento salarial, el problema del comedor, la
seguridad, el derecho de nuestras mujeres a visitarnos, que se pudiera tomar vino, etc. En esa primer
huelga triunfamos y nos convertimos en un serio obstáculo para la empresa porque no solo le exigíamos el
cumplimiento de todas las condiciones que habíamos acordado en el petitorio, sino que parábamos las
empresas cuando no había condiciones de seguridad para nuestras vidas. -¿Cómo se discutió la
participación de ustedes en el encuentro antiburocrático convocado por Agustín Tosco? - Resolvimos en
asamblea que debíamos identificarnos con una corriente nacional que, en última instancia, era un
elemento necesariamente político debido al conflicto que vivíamos con la dirección de la UOCRA. La
reunión nacional convocada por el sindicato Luz y Fuerza de Córdoba fue prohibida por la dictadura, pero
se hizo igual a fines de enero. Allí estaba lo más combativo del país. Y se hizo para afirmar una línea de
conducta de los sindicatos clasistas, es decir los sindicatos que concebían al sindicalismo con una
definición de lucha por la democracia y la liberación. -¿Qué repercusión tuvo el triunfo de la primera
huelga de El Chocón en las demás corrientes sindicales combativas? - Fue valorado como un triunfo de
los trabajadores y como un gran golpe a la burocracia sindical y a la dictadura militar, ya que la
democracia sindical que habíamos conquistado a fuerza de unidad y lucha era un hecho de altísimo nivel
político. Además, en el proceso que venían desarrollando una cantidad de organizaciones sindicales, con
la afirmación de numerosas comisiones internas en todo el país, especialmente en la industria, lo nuestro
era un claro triunfo. Porque las comisiones internas estaban directamente vinculadas a los trabajadores.
Era un nivel de quiebre con los sindicatos burocráticos.
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-Pero Uds. no pudieron alcanzar los objetivos reivindicativos que se proponían... - Por un lado, fuimos
derrotados, pero por el otro, las grandes empresas no se atrevieron a imponer condiciones de vida como
las de El Chocón, aunque el nivel de explotación siguiera en aumento. Esa lucha tuvo un altísimo
significado de dignidad y desenmascaró a los sectores comprometidos con la dictadura. El Chocón fue un
antecedente directo de otras luchas libradas en distintos lugares del país, como la de Sitrac- Sitram en
Córdoba, porque además de luchar por la democracia sindical, lo estábamos haciendo por la democracia
política que se le negaba al pueblo.
J. M.
El 23 de febrero los trabajadores resolvieron en asamblea un nuevo paro en El Chocón. Pedían la
restitución de Alac, Torres y Olivares y el aumento del 40 por ciento. La medida fue declarada ilegal y se
intimó a los trabajadores a reanudar sus tareas bajo la amenaza de sanciones. En poco tiempo la zona fue
cubierta por cientos de efectivos de las fuerzas de represión. En actitud intimida toda quedaron apostados
camiones, carros de asalto y sobrevolaban helicópteros de la policía.
Los obreros se organizaron de manera que de producirse un enfrentamiento hubiera algo más que
piedras. Se constituyeron guardias obreras y se improvisaron barricadas atravesando los propios camiones
de las empresas. La policía percibió que del lado de los obreros había quedado el depósito de explosivos y
que sabían cómo utilizarlos.
La solidaridad fue un elemento muy importante para la prolongación de la huelga. Al quedar
completamente aislados en medio del desierto, el riesgo para los huelguistas era que se agotaran los
víveres. Desde la ciudad de Neuquén partían caravanas que caminaban cientos de kilómetros para proveer
a los obreros de lo necesario.
Un punto clave para el éxito de la huelga era el apoyo que a nivel nacional pudieran obtener de
los demás sindicatos. Sin embargo, la lucha de El Chocón no tuvo eco más allá de las expectativas que
había despertado en los trabajadores de todo el país. Un paro nacional, anunciado para el 17 de marzo, fue
finalmente levantado y El Chocón se quedó huérfano del empuje que estaba necesitando. A esto se
sumaba la situación de que muchos de los obreros eran oriundos de otras provincias y único sostén de sus
familias que habían dejado a miles de kilómetros de distancia. La empresa y la dictadura sabían que tarde
o temprano la situación afectaría el desarrollo de la huelga y apostaron al desgaste. Algunos obreros, para
los primeros días de marzo, comenzaron a retirarse.
El cinco de marzo los trabajadores acordaron presentar un documento de cinco puntos en el que
reiteraban el pedido de aumento y, entre otras cosas, solicitaban que si se encontraba culpables a Alac,
Torres y Olivares, se les permitiera elegir nuevos delegados en asamblea. A pesar de que el propio
gobernador Sapag declaró que los puntos eran “bastante prudentes”, la secretaría de Trabajo los rechazó
de plano.
El Chocón estaba cercado. En la madrugada del 14 de marzo un contingente de Gendarmería
tomó la Villa Chica. Sus máximos dirigentes, entre los que se encontraba el cura obrero Pascual
Rodríguez, fueron detenidos. A partir de entonces y poco a poco, la obra volvió a ponerse en movimiento.
Pero, para sorpresa de los directivos de Impregilo-Sollazo, no todos volvieron con la cabeza gacha a sus
trabajos. Alrededor de mil ochocientos obreros no aceptaron reingresar en las condiciones que imponía la
empresa. El masivo éxodo anunció que, más allá de la derrota, se había generado en los trabajadores una
conciencia antiburocrática y antidictatorial. En todos ellos quedó plasmada la convicción de que una
verdadera organización de trabajadores solo puede lograrse sin ingerencia de los patrones ni del Estado.

Juan
Mendoza Los motivos de un cura obrero
Pascual Rodríguez era un sacerdote de 35 años cuando estalló la huelga en El Chocón en
1970. Había llegado a Neuquén en 1968, para quedarse definitivamente: Allí trabajó –al
principio escondiendo su condición de cura– en la empresa constructora de las casas, para
incorporarse luego en la construcción del dique, propiamente dicho. Fue preso tras la
huelga de 1970 y dejó los hábitos en el 74. Hoy es padre de cuatro hijos y reivindica esa
experiencia.
-¿Qué le llevó a instalarse tan lejos de su ciudad y a trabajar como obrero, ocultando su estado sacerdotal?
-Fui a Neuquén en 1968 como una elección de vida. Soy entrerriano, allí me recibí de cura y trabajé como
tal en Gualeguaychú. Militaba en un grupo de la Juventud Obrera Católica (JOC), que nucleaba a hijos de
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laburantes pero que no tenía nada que ver con los planteos de la lucha de clases, sino con que los obreros
fueran a misa, Cuando me ordené cura, se produjo el Concilio Vaticano II, a lo que se sumó lo que pasaba
en la Argentina y en Latinoamérica desde el 57: el encuentro del cristianismo con la revolución. Con el
golpe de Onganía me trasladé a Buenos Aires. Allí integré grupos de apoyo a los azucareros tucumanos
de la FOTIA con jóvenes universitarios del grupo Marcha, muy ligados a la gente de Raimundo Ongaro.
-¿Así empezó a conectarse más concretamente con el trabajo? -Yo pensaba que tenía que laburar. Ya
había algunos compañeros, con los que habíamos empezado a juntarnos, que trabajaban pero sin un
reconocimiento de los obispos. Como eso no me cerraba, en el 68 me puse en contacto con Jaime De
Nevares, quien me sugirió que fuera a Neuquén. Poco después viajé a Trelew, y cuando volvía, pasé por
Neuquén, pero el obispo estaba en Buenos Aires. Como tomaban gente para El Chocón, me presenté y
macaneé: dije que tenía un kiosco. En agosto del 68 empecé a trabajar en la empresa Cartellone, que
construyó las casas, y en el 69 la obra del dique, en la empresa Impregilo-Sollazo. -Fue un obrero más...
-Así es. Cuando me puse en contacto con De Nevares, se disgustó bastante conmigo y me presionó mucho
para que empezara a desempeñar mi función. Yo estaba en la línea pastoral de las Comunidades
Eclesiales de Base y pretendía ir agrupando gente en torno a la reflexión y la práctica del Evangelio, y
bueno, si salía lo del culto, salía. De hecho empezamos a celebrar misa en las casas y a De Nevares, eso
no le cerraba. Pero, ya en Impregno, me identificaron los servicios de inteligencia. Entonces me llamó la
empresa, admití que era sacerdote y el obispo me respaldó. La parte argentina me quería echar, pero los
italianos me proponían que fuera capellán de la obra. No transigí en eso: les dije que yo quería trabajar y
que me pagaran el sueldo, que para hacer de cura alcanzaba con los fines de semana. Así negocié. -¿Esto
cambió la relación con sus compañeros? -Estaban los compañeros del Partido Comunista; que se habían
dado una estrategia con respecto a la lucha militante en la obra, y yo los incomodaba un poco, aunque ya
se planteaba el diálogo entre marxismo y cristianismo. Antonio Alac era el más dúctil y Armando
Olivares el más ortodoxo. Con Antonio, que tiene una riqueza humana enorme, hablamos y hablamos.
Ellos venían muy estructurados desde el Movimiento Unitario de la Construcción (MUC) y yo le tenía
mucho miedo a la violencia. El encuentro con esta gente fue lo mas valioso de mi experiencia, el haber
podido llegar a un trabajo de unidad, respetándonos. -¿En qué puntos coincidían? -Todos nos poníamos
un horizonte inmediato que era mejorar la calidad mismos de vida de los compañeros en cuanto a salarios,
el pago establecido en el convenio colectivo y que no nos reconocían; la prevención de accidentes; el
modo de vida; la falta de calefacción; de agua caliente; la lejanía; la asistencia a la familia que estaba
lejos. Otra cosa era el horizonte más mediato: lo político y la situación de la clase trabajadora en la
Argentina. -Durante la huelga del 70, ¿los otros trabajadores de algún modo lo tenían como referente
espiritual? -Creo que sí. Viste como es, los dirigentes tienen una idea, la llevan adelante y a los tres pasos
hay una desconexión con los compañeros de la base. En el corto tiempo entre la primera y la segunda
huelga, la figura de Alac había descollado, la gente tenía una gran ligazón afectiva con él, era un liderazgo
más humano que político. Pero era gente que sufría porque después de 10 días de huelga no tenía más
plata para mandarle a su familia y se angustiaba, no iba a las asambleas, se comía la bronca. Ese era mi
trabajo: el sostén interno, dialogar. Con Noé Neira, un médico psiquiatra y militante del PC, organizamos
esa tarea mientras los dirigentes estaban en la negociación o en los actos masivos. -¿La experiencia de El
Chocón marcó su vida? - Sí, desde el punto de vista religioso y humano, identifiqué mi rol social.
Reafirmé la idea de que el desempeño de un ministerio religioso no tiene nada que ver con que uno no
trabaje y deba ser un mimado de la gente. -¿Nunca más ejerció como cura? -En el 70, después de la
huelga, fui preso. Cuando me largaron, comencé a trabajar por mi cuenta y a ejercer el ministerio en un
barrio hasta el 74, cuando me desvinculé, desencantado de la estructura con poder de la Iglesia.
-¿Reivindica la experiencia de haber sido un cura obrero? -Seguro, era un camino ineludible. Descubrí
que si bien es bueno que el cura sea un amparo para la gente, con eso no alcanza. Compartiendo los
mismos intereses y necesidades con los trabajadores, es posible ser impulsor de transformaciones que sólo
puede lograr la propia gente. En esto creo yo, movido por valores evangélicos.
Liliana Samuel
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FOTIA EN PIE DE GUERRA
Los trabajadores tucumanos del azúcar, comienzan en los años 70 un proceso de recuperación que
los conducirá, encabezados por una nueva y combativa dirigencia, a vivir un período de luchas que
culminarán con la huelga de 1974, baluarte del combate contra el Pacto Social.
A fines de 1971 el gobierno nacional anuncia una ley para privatizar los cinco ingenios que
integran la Compañía Nacional Azucarera Sociedad Anónima (CONASA). Esta empresa estatal había
sido creada para reparar los desaguisados de la oligarquía azucarera y remediar en parte la grave crisis
derivada del cierre de 10 ingenios de 1966.
Las entidades gremiales que nuclean a los trabajadores y empleados de la industria, Federación
Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA) y Federación de Empleados de la Industria
Azucarera (FEIA) constituyen entonces una comisión de movilización para enfrentar la medida y llaman a
una jornada de lucha para el 1 de diciembre de 1970, a través de un documento en el que se exige la
derogación de la norma privatizadora y la participación obrera en las ganancias, el control y la dirección
de las plantas.
Ese día, en las cinco localidades donde se encuentran emplazados los ingenios de CONASA,
Santa Rosa, Bella Vista, La Trinidad, La Florida y San Juan se pelea desde la salida del sol hasta bien
entrada la noche.
Los episodios más importantes y dramáticos se viven en Santa Rosa -50 kilómetros al sur de San
Miguel de Tucumán-, donde a las 7 de la mañana los obreros abandonan sus lugares de trabajo y realizan
una asamblea para discutir la situación y adoptar medidas. Por unanimidad apoyan el documento
elaborado por FOTIA y FEIA y deciden pasar a la acción. Marchan entonces encolumnados hasta la
vecina ruta 38 -la más importante de la provincia, que la atraviesa íntegramente de norte a sur- y levantan
una barricada con la cual cortan el paso de los vehículos. Utilizan para ello desde troncos y neumáticos
usados hasta una enorme motoniveladora expropiada temporariamente a una cuadrilla de Vialidad
Nacional estacionada en las inmediaciones. El humo de las fogatas oscurece el cielo en tanto centenares
de habitantes de la zona se suman a los trabajadores en lucha. Mientras algunos explican los motivos de la
medida a los automovilistas detenidos por el corte de la ruta, otros exigen el pago de peaje a los choferes
de los ómnibus y camiones. Simultáneamente con estos episodios en la ruta, un grupo grande se traslada
hasta las vías del ferrocarril y con durmientes y troncos corta el paso de los trenes. Durante la jornada se
impide la circulación de ocho formaciones.
Sobre el mediodía una gruesa columna de policías se acerca a las inmediaciones de Santa Rosa. El
jefe policial, a través de un vocero, comunica a los manifestantes que el gobernador Oscar Sarrulle está
dispuesto a recibirlos para dialogar. Los trabajadores rechazan la propuesta y exigen que el mandatario
viaje hasta la zona para hablar allí con la gente. Sarrulle al asumir la gobernación había invitado a los
principales burócratas cegetistas y con ellos entonó la marcha Los muchachos peronistas. En las últimas
horas de la tarde, los trabajadores detienen un camión de Algodonera Argentina y proceden a expropiar
toda la mercadería que transporta, que es repartida entre los presentes. Mientras tanto, en Bella Vista,
obreros de ese ingenio acompañados por la población cortan la ruta 301 y la flamante Panamericana,
además de todos los accesos a la ciudad. Lo más destacado es la masiva participación de mujeres y niños
en el levantamiento de las barricadas y el encendido de las fogatas.
Sobre el mediodía un emisario policial del gobernador propone que una comisión se traslade a la
capital para dialogar con él. Una asamblea improvisada en el lugar rechaza la solicitud y exige la
presencia de Sarrulle en Bella Vista.
Por su parte, los trabajadores del ingenio La Trinidad cortan las rutas de acceso a San Ramón,
Monteagudo y Chicligasta, los obreros de la Florida bloquean la ciudad de Alderete y los del ingenio San
Juan interrumpen la ruta 9.
La jornada transcurre sin represión policial, muestra evidente de la nueva etapa populista iniciada
por la dictadura que, con Lanusse a la cabeza, comienza a buscar una salida política a la grave crisis en
que se debate el país. Tucumán es, en esos momentos, uno de los lugares donde se registran las más duras
luchas del proletariado y el estudiantado contra el gobierno militar.
Marcos Taire
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POLÉMICA DESDE CÓRDOBA AL PAÍS
Con la publicación de este texto respondemos a la inquietud manifestada por los
lectores para que nuestras páginas se abran a un amplio debate sobre el carácter del
Cordobazo, en el cual tengan cabida todas las opiniones, sin exclusiones de ninguna
naturaleza.
“(...) Y fue una decisión colectiva, yo no sé cómo sucede esto pero sí sucede que hay cosas que
nos tocan a todos y nos hacen tomar una decisión común, pero nadie dio una orden ni nada, pero todos
avanzamos contra la policía. Yo tenía dos mandarinas reventadas en las manos, no tenía con qué
defenderme, pero todos avanzarnos (...)”
Testimonio de un empleado de Ika-Renault que participó en la protesta.
¿Por qué recordar el Cordobazo veintiocho años después? ¿Qué provoca que en las
movilizaciones callejeras se escuche con fuerza que parece renovada la consigna “paso, paso, paso, se
viene el Cordobazo” asumiéndolo, tal vez sin saber bien por qué, como un hito fundacional en la historia
de Córdoba?
Evidentemente, lo que el imaginario social parece recoger fue su sentido de ruptura pero, a la vez,
no como algo totalmente nuevo sino como la punta de un iceberg que devendría en torrente después.
Diversas motivaciones en los diferentes actores que participaron se conjugaron para darle el carácter de
una revuelta popular, cada uno aportó su cuota de rebeldía, sus cuentas pendientes por la imposibilidad de
expresarlas por los canales institucionales. Lo interesante es que, inmediatamente después, la
trascendencia de lo que había acontecido fue percibida por sus protagonistas sintiéndose actores
principales de la Historia, sabían que estaban marcando el futuro y querían marcarlo contagiados del
voluntarismo vigente: “la Argentina tiene dos capitales: Buenos Aires y Córdoba, la metrópoli no es ya el
epicentro único de los sucesos fundamentales del país”. Esas imágenes se afianzaron en la conciencia
colectiva para transformar el tradicional sentimiento antiporteñista de los cordobeses en una misión que
cumplir desde la ciudad mediterránea. Porque más allá de las reivindicaciones obreras o estudiantiles
concretas que motivaron la protesta, el Cordobazo tuvo fundamentalmente un contenido político, en el
amplio sentido de la palabra. Fue un movimiento de impugnación del orden político imperante buscando
transformarlo. La forma que adoptó la protesta es también importante y la diferencia radicalmente de las
que actualmente tienen lugar: no se trataba de una resistencia pasiva y pacífica en una carpa donde se
ayuna buscando encontrar las respuestas dentro del sistema ni de la reacción de los excluidos del mismo
que pretenden ser incorporados y amparados por él; en mayo del 69 las barricadas, los destrozos y las
fogatas realizados tenían un fuerte contenido simbólico que reflejaba el sentido de atrincherarse para
resistir y, de ser necesario, enfrentar literalmente al régimen para destruirlo. Pero no fue sólo una reacción
coyuntural contra el régimen de Onganía sino contra el funcionamiento del sistema político que desde
1955 había mantenido bajo diferentes gobiernos la proscripción del peronismo al que mayoritariamente
seguían adhiriendo los sectores populares. Así, el Cordobazo debe ser visto como la culminación -en el
sentido de exteriorización no de finalización- de un proceso que se venía conformando desde mucho
antes, recogiendo prácticas que se ejercitaron en Córdoba desde 1955. Entonces, si fue así, habría que
preguntarse ¿por qué Córdoba? Córdoba tuvo la particularidad de reunir una serie de factores que, de
alguna manera, adelantarían y sintetizarían los procesos que luego se vivirían en el país. En ella se
ensayaron los primeros pasos de una industrialización de punta, iniciada entre 1954 y 1955 con la
radicación de las empresas automotrices Fiat y posteriormente Kaiser -IRA- que generó un nuevo tipo de
obrero industrial nucleado en sindicatos organizados luego del quebrantamiento del aparato sindical
nacional tras la caída de Perón. Estos sindicatos mecánicos junto con el de Luz y Fuerza construirían una
nueva tradición sindical basada en la permanente recurrencia a las bases y a las medidas de acción directa,
como medio de legitimar su poder dentro del nuevo escenario, y en su autonomía frente a las cúpulas
sindicales nacionales favorecida, en parte, por la posición del gobierno que apoyó la política de las
grandes empresas transnacionales de descentralizar los convenios para mejor adecuarlos a las
fluctuaciones del mercado. De esta manera, desde el ámbito del trabajo y en la misma experiencia de
lucha se fue conformando una conciencia sindical combativa y una disciplina gremial ejercitada en una
práctica de participación que jugaría un rol fundamental en los momentos de conflicto al facilitar una
rápida movilización. En Córdoba, además, encontrarían espacio tanto la corriente más ortodoxa del
peronismo, los duros o verticalistas, como las vertientes de izquierda encabezadas fundamentalmente por
Agustín Tosco que tendrían en común su oposición a la burocracia sindical, fundamentalmente a partir de
la confluencia en la CGT de los Argentinos conformada en marzo de 1968. A ello se sumó una gran
concentración estudiantil
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con un número importante de estudiantes que venían de afuera, con lo que esto implicaba en cuanto a un
mayor grado de libertad y de tiempo disponible para la vida social en ámbitos netamente estudiantiles
como pensiones, peñas y el comedor universitario y que deliberadamente buscaron con éxito un
acercamiento hacia el movimiento obrero. Otros sectores sociales, por ejemplo ciertos núcleos activos de
la Iglesia o de intelectuales críticos fueron aportando también discursos y prácticas que ayudaron a
conformar una cultura de oposición y resistencia que, al mismo tiempo, era de construcción en torno a
proyectos alternativos; esa cultura contestataria desempeñaría un papel decisivo en los estallidos sociales
de finales de la década y, en especial, el Cordobazo.
La consecuencia inmediata del Cordobazo fue la caída del gobernador de Córdoba y al poco
tiempo también la del mismo Presidente Onganía. El Cordobazo representó así el comienzo del fin de la
dictadura, sin embargo las alternativas frente a ella serían diversas. La movilización de mayo no tuvo un
carácter revolucionario si como tal se entiende un movimiento ideologizado y dirigido al objetivo
concreto de la toma del poder, esto no estaba presente todavía entre los que hicieron el Cordobazo y la
magnitud del mismo desbordó las previsiones de los mismos participantes. Pero lo que sí movilizó a la
gente fue el hacer valer sus derechos sociales conculcados y terminar con la situación de proscripción
política para que pudiera expresarse la voluntad popular. Ahora bien, una vez ocurrido, el Cordobazo tuvo
muchas lecturas y se le adjudicaron diversos significados según la posición ideológica desde donde se lo
miraba. En ese sentido, precipitaría luego salidas radicalizadas interpretando algunos sectores que la clase
trabajadora estaba ya preparada para una lucha revolucionaria. La realidad mostraría que las aspiraciones
de las bases eran, en realidad, más limitadas y que esa radicalización serviría para agudizar los
enfrentamientos dentro del movimiento peronista, tendencia mayoritaria a la que seguiría respondiendo la
clase trabajadora. Pero ¿cuál es hoy el significado que se recoge cuando en el imaginario se apela al
Cordobazo? Pareciera que, ante la crisis de representación de la dirigencia política y sindical, frente a la
corrupción que penetra en todos los ámbitos, lo que se quiere rescatar es aquel modelo de dirigente
honesto con capacidad para interpretar el mandato de sus bases pero, a la vez, el compromiso y
protagonismo del pueblo en la acción, para reconstituir solidaridades que hoy parecen enterradas frente al
encumbramiento de individualismos de todo tipo. Se apela a la figura simbólica de poner el pecho no ya
con un contenido anti-sistema sino como instancia de deliberación popular, de presencia, como garantía
de expresión de un ideal que es, a la vez, una advertencia hacia el futuro: las únicas soluciones duraderas
son las que se construyen con el consenso popular.
Mónica Gordillo Autora del libro “Córdoba en los 60. La experiencia del sindicalismo combativo”
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