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El Grupo de oración "AGAPE" de la Renovación

Carismática de Barcelona durante catorce años


estuvo publicando la revista KOINONIA, la cual se
dejó de publicar el año 1989. Su labor fue muy
fructífera en favor de la Renovación
Carismática, aportando un caudal de enseñanzas
prácticas y objetivas sobre lo que es la
Renovación en el Espíritu. Nos gustaría recuperar
ese valioso material y ponerlo a disposición de
todos los hermanos, con la seguridad de que les
será de suma utilidad en sus Grupos.

Que el Señor bendiga a los que los redactaron y


a nosotros nos ilumine para vivir cada día más en
la más pura Renovación.

INDICE:
- 01 - LA REUNIÓN DE ORACIÓN. Contiene:
* Que la reunión de oración sea en espíritu y en verdad.

* Un animador que dirija la oración. Y turismo carismático.

- 02 - EL GRUPO DE RENOVACIÓN CARISMATICA. Contiene:

* Relaciones intercomunitarias.

* Origen y primeros pasos de un grupo de la Renovación Carismática.

* Puede haber dificultades en un grupo de la Renovación Carismática.

* Nuestra acogida al hermano en el grupo.

* El grupo de la Renovación Carismática y los carismas.

- 03 - EL DISCERNIMIENTO. UN SERVICIO IMPORTANTE.


Contiene:

* El discernimiento.

* Discernimiento eclesial.

* Discernimiento comunitario.
* Discernimiento personal.

* Amaos los unos a los otros.

- 04 - LA VERDADERA LI BERTAD CRISTIANA. Contiene:

* ¿Qué libertad necesitamos?

* La verdadera libertad cristiana.

* Libres para amar.

* Hacia la libertad por la curación interior.

- 05 - EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO. Contiene:

* Los diez primeros años de la Renovación Carismática en la Iglesia Católica.

* El bautismo en el Espíritu Santo a la luz del Nuevo Testamento.

* El bautismo en el Espíritu, manifestación del poder de Dios.

* Puntos prácticos sobre el bautismo en el Espíritu.

* ¿Qué es la oración en lenguas?

* La comunidad cristiana fruto de la efusión del Espíritu.

-06 - EL COMPROMISO DE LA RENOVACION CARISMATICA.


Contiene:

* La novedad del Espíritu.

* Renovación carismática de toda la Iglesia.

* La Renovación Carismática en la vida personal del cristiano: Madurez de la


fe.

* Triple dimensión del compromiso cristiano en la Renovación Carismática.

* La Renovación Carismática y el compromiso socio-político.

- 07- LA PALABRA DE DIOS. Contiene:

* La espada del Espíritu.

* El Grupo abierto a la Palabra de Dios.


* La oración personal con la Biblia.

* ¿Cómo entender la Biblia?

- 08 - EL SOMETIMIENTO Y OTROS. Contiene:

* El Sometimiento.

* El Señor nos urge a comprometernos cada vez más.

* ¿A quien puede ayudar el Grupo de oración?

* Significado espiritual de la oración en lenguas.

- 09 - LA COMUNIDAD Contiene:

* Del Grupo de oración a la Comunidad. ¿Por qué y para qué?

* Etapas hacia la comunidad.

* ¿Qué se requiere para construir una comunidad?

- 10 - LA CURACIÓN. Contiene:

* Rescatemos para la Iglesia el Ministerio de la Curación.

* Enfermedad y curación en el misterio de Salvación.

* Entendamos rectamente el ministerio de la curación.

* Distintas formas de curación.

- 11 - LA ENSEÑANZA EN LOS GRUPOS. Contiene:

* Un programa completo de formación cristiana.

* Dones que implica el carisma de la enseñanza.

*Ministerios de la Palabra en el N.T.

* La enseñanza en la formación cristiana.

* ¿Qué es enseñanza básica?

* ¿Quién debe dar la Enseñanza?

* Seleccionemos nuestras lecturas.


- 12 - UNA GRAN RESPONSABILIDAD. Contiene:

* Una gran responsabilidad.

* La mujer en la comunidad cristiana.

* Entre el asedio de las tentaciones y el fuego de las pruebas.

* Fallos en el ministerio de curación interior.

- 13 - LA RENOVACION CARISMATICA ES LA VIDA CRISTIANA


NORMAL.

- 14 - LA INTERCESION. Contiene:

* La intercesión una forma de oración.

* Los grupos de intercesión.

* El poder en la intercesión en la "Casa de Betania".

- 15 - LA PROFECIA. Contiene:

* Bajo la ley del Espíritu.

* Dimensión profética del pueblo de Dios.

* Funciones de la profecía en la construcción de la Iglesia.

* Criterios para discernir la profecía.

- 16 - RENOVACION CARISMATICA DE LOS SACRAMENTOS.


Contiene:

* Todo para la edificación del Cuerpo de Cristo.

* Redescubrimiento del bautismo y de la confirmación.

* La asamblea eucarística centro de la comunidad y de la manifestación de los


carismas.

* La fuerza de la reconciliación.

* Porque Yahveh tu Dios es un fuego devorador. Un Dios celoso.

- 17 - EL MISTERIO DE MARIA. Contiene:


* La bienaventurada María, ora por la Iglesia. Una esperanza ecuménica.

* La figura de María en la Biblia.

* María la madre de Jesús.

* Comentario al Magníficat.

* Jesús espera que la veneremos y la amemos.

* María y la Iglesia.

* ¿Cómo interpretar y vivir hoy la devoción a María?

* Juan Pablo II da testimonio de María como madre de la Iglesia.

- 18 - VARIOS TEMAS. Contiene:

* Renovación del ministerio sacerdotal.

* Crecimiento, madurez y fruto en la vida cristiana del Espíritu.

* 10 Consejos para una vida reconciliada.

- 19 - LA ORACION. Contiene:

* La sobria profusión del Espíritu.

* Necesidad de la oración personal.

* La oración privada.

* La oración en grupo.

* La oración litúrgica.

* La oración de contemplación.

* Métodos de oración según prácticas orientales. Equívocos y peligros para el


cristiano.

- 20 - LA EVANGELIZACION. Contiene:

* Problema número uno: Vivir y anunciar a Jesús.

* Evangelización y Renovación Carismática.


* ¿Qué es la evangelización?

* Elementos esenciales de la evangelización.

* Actitudes en la evangelización.

* Diversas formar de evangelizar hoy.

* Juan Pablo II. Voz profética para el mundo de hoy.

- 21 - JUICIO DE LOS OBISPOS BELGAS SOBRE LA R.C. Contiene:

* Saber dar una respuesta.

* Juicio de los Obispos belgas sobre la R.C.

- 22 - RELACIONES INTERPERSONALES. Contiene:

* Todos llenos del Espíritu Santo.

* El fundamento de nuestras relaciones, es Jesús.

* ¿Cómo hemos de amar?

* Las relaciones interpersonales en la comunidad cristiana.

* Cómo reparar el mal causado a otros.

* Acoger al hermano como un don.

* Que tu palabra sea digna.

- 23 - LOS DIRIGENTES. Contiene:

* El hombre espiritual.

* Cualidades personales y comunitarias del dirigente de R. C.

* ¿Cómo es el auténtico líder de la R. C.?

* El equipo de dirigentes.

* Funciones pastorales del equipo de dirigentes.

* ¿Cómo elegir a los dirigentes de un grupo?

- 24 - ¿QUÉ ES LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA? Contiene:


* Algunos elementos esenciales.

* Cinco aspectos más salientes.

- 25 - JESÚS, LUZ DEL MUNDO. Contiene:

* Brille vuestra luz ante los hombres.

* Jesús, luz del mundo, en el misterio eucarístico.

* Estamos viviendo la época del Espíritu.

* Jesús, luz del mundo, en la comunidad evangelizadora.

- 26 - LA VIDA EN EL ESPÍRITU - I. Contiene

* Por encima de todo amamos a nuestros Pastores.

* La fe y la esperanza fundamento de la vida cristiana.

* El Espíritu y sus dones.

* Los frutos del Espíritu se reducen al amor.

- 27 - LA VIDA EN EL ESPIRITU - II. Contiene:

* Conocer mejor el misterio de Cristo y testimoniarlo.

* Encuentro con Cristo en los sacramentos; momento para arrepentimiento, la


conversión y la curación.

* Medios prácticos para crecer en la vida del Espíritu.

* Dos etapas iniciales para el crecimiento en el Espíritu.

* El acompañamiento espiritual, medio de crecimiento.

* El canto en la asamblea de oración.

- 28 - LA FAMILIA. Contiene:

*Camino de la cruz sin triunfalismos.

* La familia en su dimensión más esencial: Pareja-Hijos-Dios.

* La familia según el Sínodo.


* Siete formas de fortalecer la vida familiar.

* En busca de la espiritualidad del matrimonio.

* La felicidad de los esposos cristianos.

* Atención a los matrimonios en los grupos de oración.

- 29 - EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA. Contiene:

* En el corazón de la Iglesia.

* Discurso del Papa Juan Pablo II.

* Una visión para el líder carismático, por el P. Tom Forrest.

* El misterio de la Iglesia y el liderazgo en la renovación, por el Cardenal


Suenens.

* La mujer en la Iglesia, por María Olga de Serna.

* La dimensión horizontal de la R.C., por Mons. Carlos Talavera.

- 30 - LA LITURGIA EFUSION DEL ESPÍRITU. Contiene:

* Interiorización y profundización.

* La liturgia, efusión del Espíritu Santo, por Rodolfo Puigdollers

* El Espíritu Santo, reúne a la asamblea, por Marcos R. Ruiz, O.P.

* Los sacramentos como manifestación del Espíritu, por Luis Martín.

* Los distintos ministerios en la Asamblea Eucarística, por Rodolfo


Puigdollers.

* El tiempo del Espíritu, por Hna. Victoria Triviño, osc.

- 31- VARIOS TEMAS (1). Contiene:

* Mirad atentamente cómo vivís.

* Líderes y Comunidades, por Kevin Ranaghan.

* La dimensión vertical de los líderes, por Albert M. de Monleón, O.P.


* Precisiones sobre la oración de liberación y el exorcismo, por el Cardenal
L.J. Suenens.

- 32 - LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA Y LOS JÓVENES. Contiene:

* Una juventud que no pasa.

* Mensaje de la R.C. para la juventud de hoy. por Dr. Eusebio Martinez, O.P.

* Evangelizando entre jóvenes, por Alejandro Balbás.

* Jóvenes: ¿Qué nos piden? ¿Qué les ofrecemos? por Pedro José Cabrera.

* La curación de los jóvenes, por Antonio Viguri, O.C.D.

* La señal de la acción del Espíritu, por un monge del siglo VII.

* Mensaje episcopal a los dirigentes de R.C. de Canadá, por Mons.Luis


Gonzaga Languevin.

- 33/34 - LOS CARISMAS (Primera parte). Contiene:

* Por una lluvia de carismas.

* La Iglesia primitiva fue carismática, por Alejandro Diez Macho, M.S.C.

* ¿Qué significa la palabra "Carisma"?, por Rodolfo Puigdollers, Sch.P.

* ¿Qué dice S. Pablo sobre carismas?, por Rodolfo Puigdollers, Sch. P.

-33/34 - LOS CARISMAS (Segunda parte). Contiene:

* ¿Cuántos carismas hay?, por Rodolfo Puigdollers, Sch.P.

* Aspirad a los carismas superiores, por Jesús Villarroel, O.P.

* Necesitamos los dones pero también una gran sabiduría, por Tomás Forrest,
C.S.R.

* La enfermedad como experiencia de necesidad de salvación, por François


Bourassa, S.J.

* El verdadero y el falso profeta, por El Pastor de Hermas.

* Donde está la Iglesia está el Espíritu, por S. Irineo de Lyon.

-35 - SEMINARIO DE VIDA EN EL ESPIRITU -I - Contiene:


* Sugerencias prácticas para el desarrollo del Seminario.

* Primera semana: El amor de Dios.

* Segunda semana: Jesús es Señor.

* Tercera semana: La conversión a Jesús.

- 36 - SEMINARIO DE VIDA EN EL ESPIRITU - II - Contiene:

* Oigamos lo que el Espíritu dice a las Iglesias.

* Cuarta semana: La promesa del Padre.

* Quinta semana: El fruto de Pentecostés: la comunidad cristiana.

* Sexta semana: Los dones para la construcción de la Comunidad.

* Séptima semana: Crecimiento en la vida del Espíritu

- 37 - VARIOS TEMAS. LA EXPERIENCIA DE DIOS. Contiene:

* La experiencia de Dios en Santa Teresa de Jesús, por Domingo A.


Fernández, O.C.D.

* La Iglesia: autorretrato de Dios, por Tomás Forrest, C.Ss.R.

* Clara de Asís "Sagrario del Espíritu Santo", por Hna.Mª Victoria Triviño,
O.S.C.

* Diferencia de la oración cristiana respecto al yoga y al zen, por una hermana


eremita.

- 38 - SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL I.


Contiene:

* Tema 1: La oración personal. Alabanza. Oración en lenguas.

* Tema 2: Vida sacramental: La eucaristía.

* Tema 3: El sacramento de la penitencia. ¿Qué es pecado?

* Tema 4: La Palabra de Dios.

* Tema 5: Dirección o acompañamiento espiritual. Discernimiento.

* Tema 6 y 7: Orden y ascesis en la propia vida.


- 39-40 - SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL II -
LA IGLESIA (Primera parte). Contiene:

* La iglesia, nuestra madre. Introducción.

* Tema 1: El misterio de la Iglesia.

* Tema 2: El Espíritu Santo y la Iglesia.

* Tema 3: La Iglesia es carismática e institucional. I Los carismas. II Los


Ministerios eclesiales.

* Tema 4: La Iglesia institucional.

- 39-40 - SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL II -


LA IGLESIA (Segunda parte). Contiene:

* Tema 5: Función de la jerarquía en la Iglesia. I Triple ministerio de la


jerarquía. II El primado de Pedro.

* La voz de la tradición. La sucesión apostólica en la sede de Pedro, por San


Ireneo de Lyon.

* Tema 6: La evangelización como misión de toda la Iglesia.

* Tema 7: Presencia de la Iglesia en el mundo.

* La Iglesia y la Virgen María, por Card. Henri de Lubac.

* Efusión del Espíritu y vida consagrada, por P. Francesco Caniato, s.j.

* La oración del corazón, por Jean Lafrance.

* Tentaciones contra la alabanza, por Manuel Rodríguez Espejo,Sch.P.

- 41 - SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL III - LA


COMUNIDAD (Primera parte) Contiene:

* El movimiento comunitario.

* Tema 1: Una comunidad eclesial.

* Reconocimiento eclesial de las pequeñas comunidades.

* Tema 2: Primeros pasos hacia la comunidad.


* Tema 3: La comunidad fruto de la efusión del Espíritu. por Miguel A.
Vilches, O.P.

* Tema 4: Aceptación de sí mismo y equilibrio afectivo, por Pedro Fernández,


O.P.

La Biblia en la comunidad cristiana, por Santiago Guijarro.

- 42 - SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL III - LA


COMUNIDAD (Segunda parte) Contiene:

* Compromiso eclesial.

* Tema 5: Respeto y aceptación al otro. Reconciliación y amor, por Serafín


Gancedo, CMF.

* Rasgos de la Comunidad Emmanuel (Paris).

* Tema 6: La transparencia comunitaria, por Xavier Quintana, SJ.

* La comunidad "Madre de Dios" en Washington, DC. (USA)

Tema 7: Obediencia y sometimiento, por Juan Manuel Martín-Moreno.

* Escuela evangelización y comunidad cristiana, por P. Angel Ruiz, Sch.P.

* Comunidad Carismática y vivencia parroquial, por Gonzalo Chalo, CSV.

* La comunidad "Maranatha" de Bruselas.

*Tolerancia en la Renovación Carismática, por Tomás Forrest, C.Ss.R.

- 44 - PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR. Contine:

* Revestíos del Señor Jesús.

* La R.C. como renovación del misterio de la Iglesia, por Card. L.J. Suenens.

* El movimiento carismático y la renovación carismática, por Kevin


Ranaghan.

* Que sean uno..., por Katy Martínez de Sas.

-45-46 - LA ALABANZA. Contiene:

* La alabanza como signo del cristiano.


* Criaturas del Señor...alabad al Señor, por Vicente Borragán, O.P.

* La alabanza en el Nuevo Testamento, por Luis Martín.

* La alabanza en la liturgia, por Sor Mª Victoria Triviño, osc.

* La Eucaristía, escuela de alabanza, por Manuel R. Espejo, Sch,P.

* La alabanza a Dios en unión con la Iglesia del cielo.

* Entresacando del rico tesoro de la tradición, por varios autores.

* Para la mayor gloria de Dios, por J. Manuel Martín-Moreno, S.J.

* Los dones del Espíritu Santo y la evangelización (1ª parte), por Raniero
Cantalamesa.

- 47 - LA VOCACIÓN. Contiene:

* La vocación, un carisma importante.

* La vocación del cristiano, por Vicente Hernández Alonso.

Se divide en tres partes:

* I - La vocación vista desde el plan de Dios.

* II - La vocación en la Iglesia.

* III - El cristiano ante su propia vocación.

* Libros vocacionales.

* Los dones del Espíritu Santo y la evangelización (2ª parte), por Raniero
Cantalamesa.

- 48 - EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA (2). Contiene:

* El don de la perseverancia.

* Enraizados en el corazón de la Iglesia, por el Cardenal L.J. Suenens.

* La Palabra viva que hace presente la realidad vivida, por el P. Francis


Martín.

- 49 - RENOVACIÓN DE LA PARROQUIA. Contiene:


* Una llamada a la santidad.

* La renovación de la comunidad parroquial desde el Espíritu de Dios (1ª


parte), por Johann Koller

- 50 - RENOVACIÓN DE LA PARROQUIA (2) Contiene:

* Alabanza en espíritu y en verdad.

* La renovación de la comunidad parroquial desde el Espíritu de Dios (2ª


parte), por Johann Koller.

* El canto espontáneo, una tradición a renovar, por Rodolfo Puisdollers.

* La imposición de manos, por J. Aldazabal.

* La oración judía en tiempos de Jesús, por P. Alejandro Díez Macho.

* El Paráclito y el testimonio del cristiano, por Francis Martín.

- DEL 51 AL 54, no había artículos de mayor importancia.

- 55 - SANTIDAD SACERDOTAL. Contiene:

* La comunión implica comunicación y compartir.

* Santidad sacerdotal, por P. Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S.

* La enseñanza en los grupos de R. C. por P. Serafín Gancedo, CMF.

- 56 - LA ENSEÑANZA EN LOS GRUPOS -2. Contiene:

* La enseñanza en los grupos de R.C. (2ª parte) por P. Serafín Gancedo, CMF.

* Psicología y pastoral juvenil, por Juan Manuel Martín-Moreno, S.J.

- 57 Y 58 - PROCLAMAR LA PALABRA DE DIOS. Contiene:

* Proclamar la Palabra de Dios, por Salvador Carrillo.

* La corrección fraterna. Crítica constructiva y critica negativa, por John


Alexander

* Conocer la gloria de la eterna Trindad, por Luis Martín.

- 59 - LOS SALMOS. Por Rodolfo Puigdollers


- 60 - KOINONIA 60. Contiene:

* La pobreza del grupo, o cuerpo de Cristo, por Chus Villarroel, O.P.

* Eucaristía y pobreza, por Pedro Fdez. Reyero, O.P.

* Pobreza en el espíritu y vacío espiritual ( La experiencia oriental y la


experiencia cristiana, por Fr. Narcos Ruiz, O.P.

- 62 - La POBREZA EN LA BIBLIA por Vicente Borragán

- 63 - KOINONIA 63. Contiene:

* ¿Cómo leer los Hechos de los Apóstoles? Por Rodolfo Puigdollers

* El "Servicio sacerdotal" en el gozo del Espíritu Santo. por Salvador Carrillo


Alday, M.Sp.S

- 64 - KOINONIA 64. Contiene:

* La escucha de la Palabra, por Violaine Aufauvre

- 66 - KOINONIA 66. Contiene:

* Ungidos por el Espíritu. por Raniero Cantalamessa

- 70 - KOINONIA 70. Contiene:

* Alegraos, por Rodolfo Puigdollers

* La oración, por Rosa Mª Serra

* El Señor sana los corazones enfermos, por Mons. Alfonso Uribe Jaramillo

- 71 - KOINONIA 71. Contiene:

* La Renovación Carismática, por el P. Ives Congar.

* El sacramento de la Unción de los enfermos, por Rodolfo Puigdollers

- 72 - KOINONIA 72. Contiene:

* Vocación carismática de la existencia humana. por Paul Lebeau, S.J.

(Nota: La segunda parte del artículo venía en koinonia 73, pero se juntó para
mayor comodidad de los lectores)
- 73 - LOS ICONOS. Contiene:

* Los iconos, herencia universal

* Los iconos, por Rodolfo Puisdollers

* El rostro de los rostros, por Olivier Clement

* El icono de la Santísima Trinidad.

* Del icono de la Trinidad al amor del Hijo de Dios, por Mª del Carmen
Martínez de Sas.

* El Icono de la Navidad.

* El icono de Santa María del Jaire, por Mª del Carmen Martinez de Sas.

- 74 - CANTAR DE LOS CANTARES. Contiene:

* Leyendo el Cantar, por Mons. Alfonso Uribe Jaramillo.

* El más bello cantar, por Mª Victoria Yriviño, osc.

* Introducción al Cantar, por Rodolfo Puigdollers.

- 75 - KOINONIA 75. Contiene:

* Divorciado, renuevo el "si" a mi esposa, por Paul Slaiim

* La inspiración Cristiana en la Institución Eclesial, por el Cardenal Tarancón

- 76 - CARISMAS. Contiene:

* Los carismas, por "Christifideles laici"

* Primera Corintios, 12.

* Significado de la palabra "carisma" y "carismático", por el P. Giuseppe


Mercuri.

* Palabra de sabiduría, por Vicente Rubio, O.P.

* Palabra de conocimiento, por varios autores.

* La fe dogmática y el carisma de la fe, por S. Cirilo de Jerusalén.

* Sanación total del hombre, por Thomas Forrest.


*El don de profecía, por extracto de Documentos de Malinas.

* Criterios generales de discernimiento, por Pedro Gil. C.P.

*El canto del Espíritu, por Diego Jaramillo.

- 77 - KOINONIA 77. Contiene:

* Sensibilidad del líder ante la acción del Espíritu, por Heribert Muhlen

* El retorno de los brujos, por Tomás Gálvez Campos.

Nota del webmaster: Con la publicación del nº 79, Koinonia dejó de


publicarse. De la misma manera, termina nuestra misión que nos habíamos
propuesto: poner a disposición de todos, los tesoros doctrinales que se habían
publicado en Koinonia. Si se han saltado algunos números de koinonia ha sido
por creerlos poco interesantes para nuestro fin. Gloria Al Señor.

01 - LA REUNIÓN DE ORACIÓN.

LA REUNIÓN DE ORACIÓN
QUE LA REUNIÓN DE ORACIÓN SEA EN ESPÍRITU Y EN
VERDAD.

Por Luis Martin

La reunión de oración es como el corazón de la vida del grupo.


La vida del grupo, el que éste crezca y se desarrolle depende de cómo resulta
la reunión de oración, de si verdaderamente nos centra en el Señor y nos
ayuda a amar al Señor y a los hermanos.

En la reunión de la oración hay siempre tres objetivos muy concretos a que


atender:
a) La oración con toda la variedad de formas de expresión que pueda tener la
alabanza, como el canto, silencios, aplausos, brazos levantados y otros gestos
b) Escuchar al Señor, a través de los hermanos, de los textos abundantes de la
Biblia que se leen, de la enseñanza que se da, de la profecía, de la exhortación.
etc.

c) Crecer en el amor entre unos y otros, un amor exigente, y por esto, antes y
después de la oración los que participan han de tratar y comunicarse unos con
otros.
No se puede omitir ninguno de estos tres objetivos. Si falla alguno de ellos, no
crecerá mucho el grupo ni madurarán sus miembros en la vida cristiana de la
manera que podrían hacerla.

La vida de cada grupo ha de estar en continuo crecimiento, lo mismo que la


vida de cada miembro del grupo. Las metas a las que el Espíritu invita a cada
grupo son siempre elevadas. Pero puede haber grupos que se estanquen,
porque sus miembros no caminan lo suficiente al ritmo del Espíritu, y
principalmente porque la reunión de oración queda entorpecida o bloqueada
de alguna manera.

Siempre hemos de estar discerniendo la marcha de nuestras reuniones de


oración, unas veces a nivel de grupo, en general. y otras veces en el equipo de
responsables.

Piensan algunos que la reunión de oración la lleva el Señor a través de su


Espíritu, y que por tanto no tenemos que preocuparnos mucho nosotros, que
ya saldrá como el Señor quiera. Este enfoque no está de acuerdo con las
indicaciones y enseñanzas que el Señor ha ido dando a los grupos de más
larga experiencia y crecimiento en la vida del Espíritu. Esto es algo parecido a
lo que hace aquél de la parábola que de los talentos, que cavó un hoyo en la
tierra y escondió el dinero de su señor.

El señor no quiere que le dejemos a El construir solo, quiere más bien que
nosotros construyamos con El, que trabajemos con El y sigamos siempre sus
directrices. El Señor no quiere espectadores en su obra sino colaboradores.

VAYAMOS PREPARADOS A LA ORACION

Cada uno de nosotros tiene una gran responsabilidad en la reunión de oración.


Por esto hemos de ir preparados.

Ir preparado a la oración significa haber orado antes, habernos purificado de


cuanto nos aparta del Señor, habernos llenado de su paz y gozo y haber pedido
al Señor que derrame abundantemente esta noche su Espíritu en todos los
hermanos que van a venir.
Ya en nuestro saludo y encuentro con los hermanos se ha de notar que
venimos llenos de paz y de amor, que hemos estado tratando con el Señor.

Si todos vamos al grupo de cualquier manera, sin receptividad ni apertura al


Espíritu y un poco algo así como -a ver qué pasa esta noche-, si no vamos ya
un poco llenos del Señor en un contacto previo con él, la oración discurrirá
bastante pobre y la alabanza será más difícil.

En mi propia experiencia he visto que las veces que he ido a dirigir la oración
sin estar preparado, es decir, sin haber orado antes y estar por tanto actuado en
la presencia y en la unión con el Señor, en este caso la oración ha resultado
más deficiente que otras veces. He podido apreciar que algo no marchaba bien
esa noche: había fallado yo.
Una asamblea de personas cuyos corazones no están abiertos al Señor no
experimentará mucho la acción del Señor, menos todavía aquellos que vienen
a sentarse pasivamente.

Cada uno debemos cultivar previamente unas determinadas actitudes. Asistir


regularmente a un grupo es algo muy exigente, pero también algo que nos
ayuda a crecer y caminar en el Espíritu, por lo cual hemos de estar dispuestos
a responder gustosos a tales exigencias.

UNAS EXIGENCIAS CONCRETAS

Debemos evitar una actitud de centrarnos en nosotros mismos. Hay personas


que vienen a la oración pensando solamente en sí mismas, en sus propios
problemas. Si cada uno de nosotros fuéramos tan sólo para atender a nuestras
propias necesidades, la oración no funcionaría bien, porque nadie iría a dar y
cada uno no estaríamos más que tomando para nosotros mismos. En el fondo
de esta concepción egoísta del grupo hay un falso concepto de la vida
cristiana.

Si nos pasa esto, lo que necesitamos es centrarnos en la persona de Cristo


Jesús, abandonarnos a Él con un sentido de servicio a los demás.

Otra exigencia muy Importante es fidelidad a nuestra oración diaria y a la


lectura de la Biblia.

A veces estamos convencidos en teoría pero no somos eficaces en resolver el


problema de forma que esta oración diaria y esta lectura de la Biblia estén
aseguradas cada día.

Sin oración diaria es muy poco lo que podemos dar y recibir del grupo, y esto
forma parte de nuestra participación activa y de nuestra contribución a la vida
del grupo. En ese contacto individual con el Señor es donde hemos de
sincerarnos, purificarnos y crecer en el amor.

Objeto de nuestra oración individual ha de ser también orar por el grupo y por
todos los que participan en la reunión de oración, especialmente por los que
vendrán por primera vez. Hemos de pedir también que nos manifieste el Señor
lo que Él quiera decir en la oración y qué podemos hacer nosotros para
transmitir su mensaje.

Reflexionar también sobre lo que el Señor hizo y dijo en la reunión de la


semana anterior, sobre todo si hubo profecía. Saber escuchar al Señor en la
oración privada es el mejor entrenamiento para saberle escuchar en la oración
del grupo.

PARTlCIPACION ACTIVA

El estar como elemento pasivo en la reunión es estar restándole vida. Desde el


primer momento de la oración debemos centrar la mente y el corazón en
Jesús, deponiendo en El toda preocupación y problemas. El Espíritu Santo nos
ayudará a mantener la atención despierta a la presencia del Señor. Basta tomar
parte en todos los elementos de la oración para poner nuestra atención en el
Señor. Por tanto siempre hay que seguir las indicaciones del que dirige la
oración. Cuando el grupo canta en el Espíritu, todos deben unirse, incluso
aquellos que no oran en lenguas, cantando simplemente -Aleluya" o lo que el
Espíritu nos sugiera.

Estar atentos a responder cuando el Señor quiera valerse de nosotros ya sea a


través de la profecía, de un simple mensaje, de un texto de la Biblia o para
compartir con los hermanos en el momento Indicado alguna experiencia.

No tengamos miedo de hablar o de manifestarnos tal como somos, pues esto


supone falta de humildad o de liberación.

En nuestras intervenciones tengamos siempre el sentido de la oportunidad.


Para ello hay que estar atentos al curso que sigue la oración. Por tanto el texto
que leemos, el pensamiento que expresamos o la alabanza o la canción estén
de acuerdo con lo que en ese momento se está expresando a través de los
hermanos. Para esto hay que saber escuchar. Si la plegaria gira en torno al
agradecimiento, no introduzcamos el tema de la curación, por ejemplo, si
estamos en la alabanza no introduzcamos peticiones que rompen el ritmo de la
oración.

Cuando alguien habla mostrémosle nuestra comprensión y aceptación: una


mirada o una sonrisa de apoyo serán suficientes para darle aliento y confianza
La participación activa supone también apertura a los carismas, como oración
en lenguas, profecía, interpretación. Si en ello ponemos reparos o
minimizamos su Importancia, estamos bloqueando la acción del Espíritu.

?San Pablo nos dice: “buscad la caridad, pero aspirad también a los dones
espirituales, especialmente la profecía” (1 Cor 14,1). SI percibo que el Señor
quiere hablar a través de mi debo volverme entonces al Señor y manifestarle
que quiero obedecer, que me ayude, y esperar el momento oportuno para
hablar.

ORDEN AL SERVICIO DEL ESPIRITU

Sin estructurar demasiado la reunión de oración, sí ayudará más seguir un


orden para que no se disperse ni la oración ni la atención de los que participan.

Quizá lo más importante es que haya una persona que dirija la oración.

Los grupos en los que falta un animador de la oración encuentran más


dificultades para mantener la unidad y son más vulnerables al decaimiento o al
desorden.

Supuesto este elemento, es importante distribuir bien el tiempo disponible y


que la oración no se prolongue demasiado. Grupos ha habido que han tenido
reuniones de oración, en sus comienzos, de hasta tres, cuatro o cinco horas de
duración. Esto, como ley ordinaria, está desaconsejado. Dos horas con tiempo
para la alabanza, la enseñanza y los testimonios es un tiempo aceptable. Haya
mucha espontaneidad y mucha participación, pero cierto orden, pues, nos diría
S. Pablo, "Dios no es un Dios de confusión, sino de paz”. “Cuando os reunís,
cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación; pero que
todo sea para edificación”(1 Cor 14,26).

DESCUBRAMOS LA ALABANZA Y MEDIOS DE EXPRESARLA

La alabanza es algo que caracteriza la Renovación Carismática. No se concibe


un grupo de la Renovación en el que sus miembros no hayan descubierto la
alabanza y ésta se exprese en la gran variedad de formas que conocemos.

Los responsables de los grupos tienen en esto una gran misión que cumplir. Es
necesario que den instrucción frecuente sobre las diversas formas de oración y
que alienten a todos los miembros a aceptarlas. A veces grupos que empiezan
tienen reparo a cantar en lenguas. Creen que van a espantar a los nuevos que
visitan el grupo.

No seamos tan aferrados a nuestros juicios humanos. "Nosotros no hemos


recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para
conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos,
no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del
Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales» (1 Cor
2.12•13).

Por esto hemos comprobado cómo el Espíritu nos hace ver que es muy
conveniente instruir a los hermanos en estas actividades y que si nos
abstenemos de hacerla no obramos de acuerdo con sus insinuaciones.

Todos hemos de mantener vivo un gran deseo de expresar nuestra alabanza al


Señor y este anhelo ha de compartirse con todos los miembros. Hay quien
piensa que no tiene importancia levantar los brazos, pero el Señor nos hace
ver que orar con los brazos levantados es un modo muy apropiado de alabar y
que esta actitud crea en principio en nosotros un sentimiento de filiación y de
sumisión total a Dios. Por tanto dejemos a un lado nuestras inhibiciones y
respetos, porque el Espíritu no los necesita.

La exhortación nos ayudará a alentar al grupo, sobre todo al empezar la


reunión, momento en el que más necesitamos centrar nuestros corazones en el
Señor. Si sabemos dar todos una respuesta unánime a tal invitación, veremos
cómo la alabanza brota espontánea como vibraciones de toda la asamblea.

Otras veces nos valdremos de la palabra de alabanza. Esto será en el momento


en que cada uno ora en voz alta y de forma espontánea con sus propias
palabras, unos en lenguas, otros en su propio idioma, otros con un sencillo
murmullo: el Espíritu guía muchas voces. Las "palabras de alabanza” surgen
entonces como el resonar de muchas aguas, lo cual crea una unidad de
corazones con la que el Señor quiere profundizar nuestra experiencia de
oración en la asamblea.

El canto en el Espíritu es el canto de la palabra de alabanza. Es un canto


espontáneo: unos cantan en lenguas, otros en su propia lengua y otros cantan
con un leve susurro. El Espíritu une melodías en armonía, contrapunto y
disonancia que a veces envidian los entendidos en música. A veces es una sola
persona la que canta en canto inspirado, canción inspirada que excita a la
asamblea hacia la alabanza y contagia de gozo a todos los que participan. El
canto en el espíritu sumerge al grupo en adoración profunda y le dispone para
escuchar una profecía.

El testimonio o el compartir con los demás las grandes misericordias del


Señor en nuestras vidas dispone también para la alabanza proclamando la
gloria del Señor. Al mismo tiempo el testimonio del hermano que habla por
propia experiencia edifica la fe y la confianza de todos los demás.
LINEAS DE FUERZA EN EL GRUPO

Las reuniones de oración de los grupos de la Renovación Carismática son una


vuelta a la espontaneidad de las primeras comunidades cristianas.

Por los datos que nos suministra el Nuevo Testamento vemos que en aquellas
comunidades destacaban los siguientes elementos:

- Se alababa y celebraba al Señor con salmos y cantos Inspirados (Ef. 5.19).

- Se proclamaba la Palabra del Señor y los testigos que estaban presentes


contaban en la reunión lo que Jesús había dicho y hecho (Col 3,16-17).

- Se tenía la “fracción del pan" O Cena del Señor.

- Tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.

La reunión de oración de un grupo de la Renovación se caracteriza por cinco


líneas de fuerza que lo definen y distinguen:

1.º Presencia de Jesús: Hay una toma de conciencia de la presencia del Señor
en medio del grupo, cumpliendo El su promesa “donde están dos o tres
reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mt. 18,20). Presencia,
además, con su poder y con su amor para curar, iluminar, fortalecer, hablar y
reconfortar. Esta es la clave de la oración del grupo.

2º. Apertura al Espíritu Santo:


Se empieza siempre invocando al Espíritu, y cada miembro así como el grupo
entero se abre a la acción del Espíritu que nos lleva a experimentar y sentirnos
como hijos de Dios, que nos introduce en el misterio y conocimiento de Jesús
Hijo de Dios y derrama su amor en nuestros corazones (Rom. 5,5).

3º. Oración de alabanza: Es la expresión de todo lo que el Señor está haciendo


en cada uno y también en el grupo o en la comunidad. Hay verdadera
necesidad de cantar las maravillas del Señor, de alabarle, alegrarnos y
regocijarnos con El. Predomina la alabanza sobre las otras clases de oración
(petición, perdón, etc.). La alabanza tiene una gran fuerza para elevar
enseguida el tono del grupo y hacerlo receptivo de la acción del Espíritu.

4º. Comunión en el Espíritu y con Jesús: Al experimentar que también nos


sentimos compenetrados con el Señor y con los hermanos que participan en la
reunión, y que nos penetran las palabras y sentimientos del Señor. Es cuando
el Señor empieza a construir el grupo y la comunidad y percibimos cómo
empezamos a formar un solo cuerpo con el Señor y nos sentimos miembros
unos de otros. Empezamos también a escuchar a los demás. a compadecernos
de ellos, a amarlos: es un amor con el que el Señor empapa todo el grupo.

5º. Palabra de Días: Si, que "la palabra de Dios habite en vosotros con toda su
riqueza”. (Col 3,16): se siente como palabra vida, como mensaje de Dios
acogido con gozo y hambre, que da alimento a toda la oración.
El que dirige la oración ha de estar siempre muy atento para que se mantengan
siempre estas líneas de fuerza durante toda la reunión Sí alguna de ellas falta,
es que se está desvirtuando la reunión de oración.

UN ANIMADOR QUE DIRIJA LA ORACIÓN


Es necesario que haya un responsable que coordine la marcha de la reunión.
Este servicio no es dominio, ni imposición, no es para encajonar la oración,
sino para que discurra siempre de acuerdo con las líneas fuerza de la reunión,
en definitiva, para que el grupo se centre en el Señor.

Este responsable deberá "discernir, con la ayuda del grupo en oración, cual
sea la voluntad de Dios, cuando se presentan casos difíciles, discusiones,
disensiones, etc. A él toca corregir a quien estorbe la marcha normal de la
reunión. El responsable debe ser un testigo de Cristo ante su grupo, por su
oración, su lectura apasionada de la Biblia, su actitud de amor, acogida y
servicio a los hermanos. Deberá además caracterizarse por su "visión sobre la
acción del grupo y de sus miembros de modo que pueda urgirlos colectiva e
individualmente a comprometerse con el Señor. Para ello deberá trazarse
metas muy altas y señalar los pasos concretos para acercarse a ellas: recordará
que hay siempre mucho que aprender, mucho que profundizar, una
experiencia progresiva que vivir; deberá estar animado por un divino
descontento que le impida a él y al grupo instalarse. Sus responsabilidades se
acrecentarán a medida que el grupo se convierta en comunidad, pero se
compartirán con otros participantes, para que no se caiga en el paternalismo,
sino que en todos se logre crecimiento y madurez” (DIEGO JARAMILLO,
Los Grupos de oración, El Minuto de Dios, pp. 6 Y 7).

Si el grupo no lo tiene, debe orar constantemente para que pueda descubrir a


aquél a quien el Señor haya dado este don. No es necesario que sea siempre el
mismo.

Debe estar especialmente atento al comienzo de la reunión para saludar y


acoger a todos los hermanos y también a los nuevos que vienen por primera
vez, cuando haya que compartir el silencio o se espera un mensaje del Señor,
invitando a mantener el silencio, cuando algún hermano pueda dar un mensaje
o profecía, cuando haya alguna intervención fuera de tono; atento a las
canciones de forma que estén de acuerdo con la circunstancia en que se
mantiene la oración y sean apropiadas al movimiento del Espíritu en cada
momento.

Su función se cifra en estar muy atento al Espíritu en cada momento de la


oración, en alentar y levantar el tono de la oración, ser muy discreto e inspirar
amor en todos los hermanos

TURISMO CARISMÁTICO

El Padre Jacques Custeau es uno de los líderes de la Renovación Carismática


en Canadá. Por su interés reproducimos aquí algunas de sus reflexiones sobre
lo que él llama "turismo carismático”:

?-Es importante pertenecer a un grupo de oración, y yo creo que una persona


puede pertenecer realmente sólo a un grupo. Ocasionalmente y para variar un
poco puede ser bueno ir y orar con otro grupo o aprender cómo otros efectúan
sus reuniones. Pero esto ocurriría sólo en contadas ocasiones y el resto del
tiempo deberá ir a su propio grupo para orar.

El crecimiento espiritual está conectado íntimamente con el pertenecer a un


grupo de oración. Es allí donde llegamos a conocer a nuestros hermanos y
hermanas. Con ellos podremos sobrellevar las cosas buenas y malas que nos
ocurran. El pertenecer a un mismo grupo también nos capacita para recibir
enseñanzas constantes que nos fortalecerán entre nosotros para poder
progresar espiritualmente. Añadiremos también que conociéndonos unos a
otros podremos ejercitar la corrección fraterna cuando sea necesario, lo que
nos ayudará a avanzar más.

Echar raíces en un solo grupo es también señal de que la persona ha pasado ya


su época de simple consumidor. Con mucha frecuencia las personas que
circulan de un grupo a otro sin echar raíces en ninguno son las que sólo
desean recibir sin dar. El decidir pertenecer a un grupo particular significa
aceptar que tenemos nuestra parte de responsabilidad en ese grupo y por la
gente en el grupo, y aun fuera de las reuniones de oración.

El turismo carismático también puede ser indicio de dos tentaciones muy


sutiles. La primera es sensacionalismo que aun sin darse cuenta, la persona
busca grupos con el deseo de ver milagros. Es importante recordar lo que el P.
O'Connor escribió en su libro: "La Renovación Carismática: su origen y
perspectiva": “Un momento de oración profunda tiene un valor infinitamente
mayor que el espectacular milagro o la más sorprendente profecía. La
verdadera oración, en efecto, es la unión vital con Dios. Esto es lo que los
carismas nos ayudan a lograr”.
La segunda tentación es la de escapar. La participación en los grupos de
oración puede volverse una excusa para escapar de situaciones familiares o de
la comunidad que preferimos evadir. Sería muy apropiado preguntar a las
personas que van de una reunión a otra: "¿De qué están escapando ustedes?"
"¿Qué es lo que anda mal en sus casas o en sus comunidades? Si su oración es
un escape o pretexto para descuidar sus obligaciones ¿creen que las oraciones
van a ser agradables a Dios? El P. O'Connor también dice: "Puede suceder,
desde luego, que la oración se convierta en una excusa para descuidar otras
responsabilidades. Pero entonces deja de ser oración auténtica: no es más que
apariencia externa que se convierte en hipocresía". (De ICO Newsletter. vol.
2. n." 1).

02 - EL GRUPO DE RENOVACIÓN CARISMATICA

RELACIONES
INTERCOMUNITARIAS
Dios en su misterio trinitaria es una comunión de vida y amor entre el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo

La Iglesia de Cristo es también una comunión. La Iglesia primitiva tenía una


conciencia muy profunda de esta realidad y así se vivía en aquellas
comunidades, como atestigua el Libro de los Hechos y las Epístolas paulinas.

La Renovación Carismática, si es algo, es ante todo una comunión. Es una


comunión profunda con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Cada
miembro de la R. C. está llamado a vivir el misterio de la Trinidad tal como
Dios quiere que lo vivamos. Esto es lo que diríamos a un nivel personal y
vertical.

Pero a nivel interpersonal esta comunión adquiere una dimensión más


profunda. Es el misterio de la comunión de los santos, el dinamismo de la
savia de la vid. No se trata simplemente de estar bien con el hermano, de no
ofenderlo, de aceptarlo o sufrirlo. Se trata de relacionarnos con él con un amor
de ágape y de comunión. Esto significa amor totalmente desinteresado, de
compartir y comunicar bienes, sufrimientos, alegrías, pero sobre todo aquello
que es nuestra máxima riqueza: la presencia del Señor en nosotros y la
vivencia de nuestro amor. Esto es lo que más nos puede unir a todos con lazos
por encima de nuestros sentimientos y simpatías.

Hay otro nivel que aquí queremos acentuar: es el nivel ínter comunitario o de
grupo a grupo.

En la R. C. es cuestión de vida o muerte asegurar este nivel de comunión.


Dios en su obra de salvación ha querido actuar en un plan unitario y de
comunión: nadie se salva ni se santifica solo, lo mismo que nadie se pierde
solo, “ninguno de nosotros vive para sí mismo, como tampoco muere nadie
para si mismo" (Rm. 14, 7). Esto que en el plan de Dios pasa con el individuo
es válido también para los grupos y comunidades. Por esto el Señor ha
formado su Iglesia como una comunión o como un cuerpo con distintos
miembros en el que se da una interdependencia vital entre unas partes y otras.

Aplicado a nuestros grupos, esto nos pide estar en comunión con la Iglesia,
con nuestros Pastores y con los demás grupos o comunidades.

El descuidar esta comunión sería obstruir la corriente de vida que nos llega al
grupo. Si surgen tensiones o distanciamientos entre grupos, o peor aún,
escisiones o separaciones, esto sería más terrible que cualquier amputación
que se efectuara en nuestro propio cuerpo; por la que sufre y pierde todo el
cuerpo, pero sobre todo el miembro escindido.

Sin llegar a tanto, es fácil que unos grupos se distancien de otros o que se
estén ignorando o viviendo en constante desinterés de unos a otros. Los
servidores tienen aquí una gran responsabilidad y han de tomar conciencia de
cómo esto no lo quiere el Señor y resta eficacia y vida a los grupos
implicados. Y si el problema fuera nada más que de un servidor a otro
servidor de distinto grupo, este mal no tienen por qué sufrirlo los miembros de
los grupos.

Establecer lazos de comunión significa que un grupo se interesa por el otro


grupo, que vive sus alegrías y sus contrariedades, que hay amor de grupo a
grupo. A todo esto puede contribuir de forma muy positiva el realizar visitas a
los grupos siempre que haya oportunidad, invitar a los hermanos o a los
servidores de otros grupos para algún retiro o acontecimiento importante,
comunicarse experiencias y el distinto material que nos llega, todo lo bueno
que tenga un grupo, es decir toda su riqueza, ponerla a disposición de los
demás grupos. En todo esto hay que observar siempre el principio de no
injerencia en los asuntos internos o en los problemas que pueda tener el otro
grupo.
Para fomentar la comunión será necesario también el encuentro de servidores
de distintos grupos, las asambleas regionales o nacionales, programar
encuentros para varios grupos en las vacaciones

El resultado del crecimiento de la comunión será siempre la mutua


edificación, y todo un enriquecimiento y trasvase de vida, de experiencias y
conocimientos, y que unos grupos se administren a otros y se fortalezcan en la
vida del Espíritu.

¿CUAL ES NUESTRO CENTRO?


Los que estamos en la R.C. de una u otra forma nos vemos implicados en la
acción, ya que en principio todos somos servidores de los demás y hemos de
realizar funciones o ministerios de los muchos que hay que desempeñar. Esto
nos exige dedicación a los demás, a veces horas de reuniones, horas de
acompañar a un enfermo, viajes sin reparar en el cansancio, o en la falta de
sueño y alimento, tiempo para preparar encuentros o retiros.

Todo esto es bueno y es parte de nuestro compromiso que nos pide darnos al
Señor y a los demás sin reparar en nosotros mismos y es una forma de hacer
realidad aquello del Evangelio: “quien quiera salvar su vida, la perderá; pero
quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. (Mc. 8,35).

Pero ser “prudentes como las serpientes” (Mt. 10,16) exige saber discernir y
desenmascarar la tentación en la que tan fácil e inadvertidamente caemos.
Esto ocurre cuando nos absorbe la acción, no solamente por el tiempo que le
dedicamos, sino principalmente cuando llega a ocupar sutilmente el centro de
nuestro interés. Y quien dice la acción, dice también las cosas, las tareas, los
problemas, etc. En los encuentros y retiros puede ocurrir que lo que más
descuidado queda sea la oración individual, el estar a solas tú a tú con el Señor
y dedicarle el tiempo que a cada uno nos pide. Esto es básico y primario, sin
que tengamos que darlo por supuesto, pues de ello depende todo lo demás.

Este ha sido siempre el peligro de cuántos desempeñan funciones que exigen


trabajo y entrega a los demás.

“Hay necesidad de pocas cosas, o mejor, de una sola» (Lc. 10,42) nos diría
entonces el Señor. Y todos sabemos cuál es esa sola cosa: nadie más que Él.

Si cuanto hacemos en la R.C. nos aparta o distrae del Señor, o hace que el
centro de nuestros intereses y preocupaciones ya no sea Él, todo lo que
estamos haciendo, por más bueno y santo que nos parezca, se está
convirtiendo en nuestro ídolo.
Siempre tendremos que preguntamos: ¿es ahora el Señor el centro de mi vida?
EL GRUPO DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA

INTRODUCCION

La Renovación Carismática aspira a que llegue el día en que su aire renovador


haya penetrado en todas las comunidades cristianas e instituciones de la
Iglesia. Hasta llegar ese momento ha de concretarse en grupos y comunidades.

Sin embargo la R.C. no consiste puramente en grupos de oración, como a


veces se da a entender, ni es tampoco un movimiento de devoción al Espíritu
Santo. Por otra parte vivir una relación profunda con el Espíritu Santo no es
una “devoción”, Es de la esencia de la vida cristiana.

La R.C, es algo más amplio y profundo que sus grupos, cada uno de los cuales
puede ser una realización más o menos auténtica de la misma, pero
difícilmente habrá uno que encarne totalmente todo lo que es la R.C.

Estos grupos son para nosotros el instrumento y el medio vital en el que nos
movemos para caminar y crecer en el Espíritu. En los grupos se experimenta
la presencia del Espíritu y la vida cristiana.

Los artículos que siguen a continuación nos ofrecen algunos aspectos


importantes de un grupo de la R. C. Por su lectura podemos deducir cómo un
grupo ha de ser auténtica expresión de la vida cristiana.

ORIGEN Y PRIMEROS PASOS DE UN GRUPO DE


R.C.
Por Luis Martín

Los orígenes de todo grupo de la R.C. son siempre humildes. Las cosas del
Señor siempre tienen un comienzo pobre y humilde, como Nazaret, Belén. Es
el grano de mostaza.

No hay técnicas prefabricadas para poner un grupo en marcha.

Para empezar basta que haya algunas personas, más bien pocas, aunque nada
más sean dos o tres, que se reúnan a orar Con determinada frecuencia con
ansias de abrirse al Espíritu. No importa si saben mucho o poco de la
Renovación Carismática. Esta oración que empieza sea espontánea, sincera,
con espíritu de pobres, aceptándose y amándose unos a otros y a partir de la
palabra de Dios. Evitar desde el principio todo formalismo o rutina. Basta que
se atengan a lo que dice San Pablo: "cuando os reunís, cada cual puede tener
un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lenguas, una
interpretación; pero que todo sea para edificación”. (1 Co. 14,26).

Para que el grupo cuaje y siga adelante es necesario que este mínimo de
personas sigan orando así durante un tiempo razonable, tres o cuatro meses,
sin tener prisa para que crezca el grupo. Este tiempo, hasta que el grupo
empieza a crecer, es muy importante: en él se va formando como el núcleo del
futuro grupo, núcleo del que han de salir después los servidores y catequistas.
En este tiempo necesitan abrirse mucho unos a otros y compartir la palabra de
Dios y las vivencias por las que vayan pasando. Así se Inicia ya el proceso de
crecimiento y maduración espiritual y empezarán a despuntar los carismas.

Muy Importante en el comienzo de un grupo es la forma como resuelve las


primeras dificultades por las que necesariamente ha de pasar, pues, aunque
todos vienen con los mejores deseos, surgen enseguida dificultades, por la
diversidad de caracteres, sentimientos, situaciones espirituales, modo de
entender la oración, etc. La tentación de marcharse está siempre amenazando
y hay quien cede: lo que más cuesta será siempre aprender a amar y aceptar a
los demás tales como son. Esta es la gran dificultad de todo grupo y de ello
depende en gran parte su apertura al Espíritu y a sus dones, dificultad que no
sólo se da en los comienzos sino a lo largo de toda la vida? de un grupo.'

Por otra parte, a los grupos siempre viene alguna persona difícil o
problemática que resulta incómoda para los demás. Entonces solemos pensar:
“si tal persona dejara de venir al grupo, todo sería más fácil, avanzaríamos
más, haríamos mejor la oración...” Pero esto es un engaño. Esa persona difícil
que se nos ha metido en el grupo es la piedra de toque de nuestro grado de
amor y aceptación a los demás. Si no la puedo amar, es la que me está
denunciando, como si hubiera sido enviada por el Señor, hasta qué punto el
pecado sigue en mi, hasta qué punto necesito un corazón nuevo para amar
corno el Señor ama. Por la fuerza del amor del Señor en mi llegaré a amarla
como amo a los demás.

También empezarán a venir al grupo, cojos y ciegos y tullidos: aquellos


débiles y enfermos y pobres que en todas partes son rechazados, incluso en
muchas comunidades que se dicen cristianas. Estos han de ser los mimados
del grupo.

Vendrán también personas inestables, que no duraran mucho: vendrán otros a


observar, vendrán muchos sedientos del Señor.
Es de gran importancia el sentido de acogida que se tiene para todos, pero
principalmente para aquellos que vienen por primera vez. No basta saludarlos
e invitarlos a participar en la oración. Hace falta más: Interesarse por ellos,
mostrarles afecto, confianza y familiaridad desde el primer momento, y que
nunca se sientan solos en el grupo sin saber a quién dirigirse.

La acogida tiene una gran importancia para que permanezcan los que vienen
por primera vez y ha de ser uno de los signos que constantemente está
ofreciendo el grupo.

Otro punto importante es la Iniciación que hay que ir dando a los nuevos. Si
hay ya un grupo considerable habrá que programar un seminario de iniciación;
si son pocos, se puede hacer de forma más sencilla, pero siempre en clima de
oración. Los seminarios de Iniciación no son simple transmisión de
conocimientos, sino que además y principalmente han de ir creando una
atmósfera espiritual de apertura y entrega al Señor.

Terminada esta etapa de iniciación será bueno celebrar un retiro para el


bautismo en el Espíritu y en este momento ha de sentirse la presencia orante
de todo el grupo.

El grupo terminará de completarse cuando llegue a formar un equipo de


servidores, según cualquiera de los distintos procedimientos que hay para ello.
Si el grupo lleva ya varios meses funcionando no se dilate más la formación
del equipo de servidores. Si es uno solo el que lleva la responsabilidad del
grupo, recuerde que si esto vale para los comienzos, llega enseguida un
momento en que hay que compartir esta responsabilidad con algunos más que
tengan plena aceptación de todo el grupo.

Cada grupo está llamado a recorrer un camino de crecimiento en la vida del


Espíritu, de amor mutuo entre todos los miembros, de entrega al Señor y a los
demás. Debe ser testimonio del amor, de la liberación del Señor y de su
presencia. Y seguir caminando hasta las metas que le vaya marcando el Señor:
quizá la comunidad, quizás otro tipo de compromiso.

¿PUEDE HABER DIFICULTADES EN UN GRUPO


DE RENOVACIÓN CARISMÁTICA?
Por María Palmira De Orovio. RSCJ

Un grupo de R.C. no es un grupo de dinámica, ni de revisión de vida, ni de


meditación en común, ni de estudio de la Biblia. Un grupo de R. C. nace del
encuentro con ALGUIEN que vincula fuertemente a personas distintas, como
hermanos.

Los comienzos suelen ser "eufóricos".

Se percibe la presencia del Señor a través del Espíritu que libera ese fondo de
alegría y gozo profundos que todos llevamos dentro -zona de inocencia- con
frecuencia reprimido. Pensar que este nivel perdura, es utópico. No hay que
olvidar el elemento humano.

Tres palabras griegas caracterizaban a los primeros grupos cristianos:


"KOINO¬NIA" = comunión; "MARTYRIA” = testimonio; "DIACONIA” =
servicio. Cuanto se oponga a ello, repercute negativamente en el grupo.
Conviene, por tanto, recordar el consejo de San Pablo: "Examinadlo todo y
quedaos con lo bueno" (1 Tes. 5,21).

COMUNION. - Un grupo empieza como colectividad anónima que no se


reúne por ideología común, ni por un código detallado de vida. Nace de una
búsqueda y de un encuentro. Porque el Señor, a quien buscamos, nunca falta a
la cita. Como cantaba el himno: "Salimos hacia tu encuentro sabiendo que
vendrás".

La comunión supone una comunicación.

Esta es difícil. En un grupo se siente uno, con frecuencia, bloqueado. El miedo


impide la libertad de expresión. Miedo ante la mirada y el juicio ajeno. Miedo
a proyectar el propio yo. Miedo a la soledad que se crea en torno al que
aparece como distinto. Miedo a remitirnos a la escucha. Falta capacidad de
aceptar y vivir el propio miedo. Falta también en los grupos, capacidad de
silencio. A veces parece que está uno pendiente de lo que va a decir, en vez de
escuchar, aceptar, integrar lo que dicen los otros. Porque la palabra de Dios es
creadora. Y el Espíritu es siempre nuevo, imprevisible, desconcertante. Pero
exige en nosotros una zona de silencio para que la palabra germine.

TESTIMONIO. -- Con frecuencia los grupos se limitan a exponer cosas


banales Falta la expresión de vivencias de fe. Falta sencillez para ser
auténtico. Tal vez, al hablar, se oculta el 20% por temor a la censura. Los
testimonios que se dan no son siempre existenciales y se confunden con la
información. La información es indispensable, pero es algo distinto. Un
testimonio debe rodearse de una atmósfera de silencio que permita agradecer,
compartir, admirar la acción de Dios. En los grupos falta con frecuencia esa
dimensión, ese espacio, ese respeto a lo que el Señor ha hecho en el hermano
o por el hermano. Falta tiempo para reconocer que, en torno nuestro pasan
cosas que nos interpelan. Falta entender que lo que aprovecha no es "saber"
sino "saborear internamente" las cosas de Dios, como dice San Ignacio. Y,
como transmitir una experiencia es imposible, el silencio que sigue a su
exposición hace que se comunique por contacto, como la luz que se transmite
de una vela a otra, como se disuelven en el agua las partículas de una materia
colorante.

SERVICIO.- San Pablo en 1 Cor, 11,18-¬19 dice: "Oigo que al reuniros en


las asambleas, surgen entre vosotros divisiones y lo creo en parte. Desde
luego, tiene que haber entre vosotros también disensiones para que se ponga
de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros".

Pueden darse tensiones --como sucedía entre los corintios -- que son
problemas de poder. Eso podría hacer olvidar que lo que importa es que Cristo
sea proclamado, evangelizado. (Cfr.: 1 Cor. 1,10- 13 y 3,4-15) .

Puede suceder que Cristo otorgue a algunos la gracia de vivir de un modo


nuevo, gracia que se desea compartir con los demás, y, que al querer
comunicar ese mensaje se produzcan tensiones por falta de preparación para
recibirlo.

Pudiera suceder - y es un peligro¬ - considerar las inspiraciones del Espíritu


como una confirmación de nuestras propias ideas y decisiones y llegar hasta
negar la autoridad de aquellos a quienes Dios ha designado para una dirección
y ayuda (Crf.; SMET, Yo hago un mundo nuevo, p. 215 y ss.).

Cuando ha existido en el grupo algún conflicto, no hay que levantar polvo.


Hay que dejar pasar porque pueden darse comentarios destructivos. Es preciso
que nos reconozcamos distintos y reconozcamos que nos necesitamos como
solidarios.

En un grupo de renovación carismática no se trata de encontrar líderes, sino


SERVIDORES. Hay que darles confianza. Porque, a través de ellos, el
Espíritu proyectará sobre cada uno el poder de encontrarse y liberarse

NUESTRA ACOGIDA AL HERMANO EN EL


GRUPO
Por Rodolfo Puigdollers

La comunidad es un don de Dios. El Cristo glorificado, en medio de la


comunidad cristiana, nos da su Espíritu. Dándonos gratuitamente su Espíritu
nos reúne en comunidad.
En el otro, en el hermano, es Cristo quien me sale al encuentro. Es el Cristo
que me habla, que me ayuda, que me corrige; es el Cristo pobre, necesitado,
hambriento.

Para poder acoger auténticamente al hermano necesito sentirme comunidad


cristiana; necesito sentirme cuerpo de Cristo, donde cada uno tiene su función
y su lugar; necesito aceptar y estar en comunión con los dirigentes.
Sintiéndome así comunidad podré discernir cuál es el rostro de Cristo que
viene a mi encuentro: ¿el Cristo que me habla o el Cristo que me pide una
palabra?, ¿el Cristo que me consuela o el Cristo que pide consuelo?, ¿el Cristo
que me reprende o el Cristo que pide ayuda?

El hermano, la comunidad, es siempre el gran don que me hace Cristo.


Rechazando al hermano, rechazo a Cristo; aislándome de la comunidad, me
aíslo de Cristo.

Para que la presencia de Cristo resplandezca en nuestra comunidad es preciso


vivir en la fe. La presencia de Cristo es un misterio de fe, sólo en la fe
seremos conscientes de esta presencia. Y la fe alimenta con la esperanza, la
gran esperanza del don de Cristo, la esperanza de su venida; se alimenta con el
amor, el amor que nos lo hace anhelar, que nos lo hace ver en sus huellas, que
nos hace suspirar en su ausencia. La oración, la contemplación, la súplica
continua purifica nuestro corazón para poder ver el Cristo en medio de
nosotros Sabemos que está. Y, a veces, no lo vemos. Pero Él está. ¡Purifica,
Señor, nuestro corazón!

Cuando pido perdón al hermano, dejo que el Espíritu Santo entre en mi


interior y purifique mi rostro. Si mi rostro, mis palabras, mi silencio, mis
acciones, mi espera, resplandecen con la luz de Cristo, mi hermano verá al
Señor. Si la luz de Cristo resplandece en mi hermano, yo, en mis tinieblas,
veré al Señor. Así viviremos en la fe y en la palabra del que nos ha hecho
hermanos. Las tinieblas de la comunidad son siempre un problema de
purificación. Y "puro” significa que está sólo el Señor. No es culpa del
hermano. Si tu ojo es puro, verás todo el Cuerpo. Los ojos purificados, los
ojos de la Paloma, ven siempre el Cuerpo de Cristo.

Esta es la profecía: ver al Cristo en medio de su Cuerpo. Este es el


discernimiento: contemplar con los ojos de Cristo. Este es el don de lenguas:
unirse al canto del Espíritu.

Acoger al hermano es acoger a Cristo. Acoger al hermano es pedir que Cristo


nos acoja.
EL GRUPO DE RENOVACIÓN CARISMÁTICA Y
LOS CARISMAS
Por M. Casanova, S. J

FE EXPECTANTE
Al hablar de grupos de renovación podríamos hacer una gran lista: grupos de
revisión de vida, grupos de oración según las más variadas orientaciones y
formas. En un grupo se insiste en la oración litúrgica, en otro en la
preparación de un tema o de un texto bíblico, en otro en el silencio o la
contemplación; en otros se busca una acción concreta o un compromiso
determinado.

El grupo de oración en la Renovación Carismática se caracteriza por la fe


expectante, es decir, una fe que espera firmemente que Dios realizará lo que
ha prometido. Con frecuencia muchos «creyentes» no esperan ver realizadas
las cosas que dicen creer. Así sus vidas y asambleas cristianas se mueven en
un nivel de fe bastante deficiente.

Jesús prometió a sus discípulos, y en ellos a toda Iglesia que el Espíritu Santo
les guiaría a la verdad, les iluminaría sobre todo lo que El les había dicho (Jn
14,26), que el Espíritu vendría sobre ellos como una fuerza y poder para dar
testimonio de El con valentía (Hch 1,8). Si el Espíritu está, pues, en cada
cristiano y desea transformarnos como individuos y como cuerpo, debemos
reunirnos juntos para dar al Padre el culto que El espera de nosotros en
espíritu y verdad» (Jn 4,24), y para abrirnos cada vez más a la acción del
Espíritu en nosotros.

EL ESPIRITU SANTO y LOS CARISMAS


Creemos que es el Espíritu el que nos congrega en la Iglesia, y que esta Iglesia
universal se manifiesta aquí y ahora en este grupo de creyentes reunidos en
nombre de Jesús (Mt 18,20). Es el Espíritu de Jesús el que nos va formando
más y más en el Cuerpo de Cristo, y lo realiza a través de los dones
espirituales o carismas. Si, pues, nos reunimos con esta convicción profunda,
«en el Espíritu», no podremos menos de experimentar lo que es la acción del
Espíritu formando, transformando y unificando la comunidad cristiana.

EN LA ASAMBLEA SE MANIFIESTAN LOS CARISMAS


Es precisamente a través de sus dones o carismas que el Espíritu actúa en el
grupo de oración. La reunión de oración es el marco adecuado para que se
manifiesten estos dones. San Pablo insiste en el valor de los dones de la
palabra, como la palabra de sabiduría, palabra de conocimiento, la profecía en
la asamblea cristiana (cf.: 1 Co 12-14).
Todos los dones, tanto los de la palabra como los de fe, y los de servicio a la
comunidad proceden del mismo y único Espíritu. «Según nuestra manera de
ver y entender», dice K. Ranaghan, «los dones del Espíritu que se manifiestan
en el Cuerpo de Cristo son acciones de Jesús, el Señor resucitado entre
nosotros, que actúa a través de unos miembros de su cuerpo, abiertos y dóciles
a las inspiraciones del Espíritu. Son pues, extensiones de la actuación de la
Palabra viva de Dios en medio de nosotros, de Jesús. En su operación son
análogas a la proclamación de la Escritura, aunque por supuesto no tienen el
mismo valor».

(Nota: K. RANAGHAN, «As the Spirit Leads Us», p. 52, Paulist Press, N. Y.
1971) .

DOCILIDAD Y DISPONIBILIDAD
Por lo tanto en la reunión de oración es muy importante que todos y cada uno
participen buscando al Señor y estando atentos al Espíritu Santo. En la
asamblea donde se dé esta fe expectante en la actuación del Señor, por su
Espíritu, a través de sus dones espirituales o carismas; donde haya gran
docilidad y disponibilidad al Espíritu, se dará la manifestación de tales dones,
en su gran diversidad, según las necesidades de la comunidad. «Cuando os
reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un
discurso en lenguas, una interpretación; pero que todo sea para edificación» (1
Co 14,26).

VARIEDAD DE DONES
Los dones se manifiestan según las necesidades orgánicas de la Iglesia, de la
comunidad. Don de dirigir la reunión, don de profecía, según 1 Co 14,3., don
de enseñar, don de discernir. Cuando un grupo crece y se va formando en
comunidad más amplia con un mayor radio de influencia, el número de dones
va aumentando, o mejor dicho, los dones ya existentes en los miembros de la
comunidad se van manifestando: dones de la palabra, dones de fe, dones de
servicio a todos niveles.

En el Nuevo Testamento hay cuatro listas de carismas con mención explícita


de este término: 1 Co 12,4-10; 28-31; Rom 12,6•8; 1 P 4,10. Hay otras cuatro
sin usar dicho término: 1 Co 14,6.13; 14,28; Ef 4.11; Y Mc 16,17-18. No
vamos a detenernos ahora en su enumeración y estudio. Recordemos
solamente que todos estos carismas son dones gratuitos del Espíritu Santo
para la edificación. Todos deben recibirse con gratitud, podemos aspirar a
ellos y pedirlos, sobre todo los más útiles al servicio de los hermanos.

REGLA DE ORO EN EL USO DE LOS CARISMAS


Todos los carismas están al servicio del amor, nos dice S. Pablo (1 Co 13). Ya
podría tener uno los carismas más extraordinarios, si ese cristiano no tiene
caridad, si no usa su don según la ley del amor, de nada sirve. Porque el
Espíritu Santo es el mismo amor del Padre y del Hijo, y todas sus actuaciones
en los miembros del Cuerpo de Cristo han de manifestar su naturaleza. El
amor construye, une, da vida y vence al mal.

Los grupos de oración que saben apreciar y pedir con humildad, pero al
mismo tiempo con fe expectante, los dones espirituales, y los ponen al
servicio del amor fraterno, verán crecer la comunidad y darán testimonio, con
valentía, de Jesús resucitado.

03 - EL DISCERNIMIENTO. UN SERVICIO IMPORTANTE.

EL DISCERNIMIENTO: UN SERVICIO
IMPORTANTE.

De los servicios de un grupo o comunidad de la R.C. se espera siempre un


servicio imprescindible para la marcha del grupo. Se trata del servicio del
discernimiento.
Es relativamente fácil realizar el servicio de enseñar, dirigir la oración, el
ministerio de los enfermos, la acogida, y todo cuanto exige la vida múltiple
y variada cada vez más del grupo en constante crecimiento.

El discernimiento exige todo un conjunto de cualidades, o mejor dicho, la


suma de todas las demás, porque se le presentarán problemas,
acontecimientos, fenómenos que no es posible discernir si no es con la
ayuda de un gran espíritu de sabiduría. A veces no es posible, inclinarse ni
a un lado ni al otro y hay que buscar el difícil e incómodo equilibrio del filo
de una navaja.

"Sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre” (Ga 1,16), «examinadlo todo


y quedaos con lo bueno” (1 Ts 5,21) Y «todo cuanto hay de verdadero, de
noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y
cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4.8).

_ Estas indicaciones de San Pablo encierran en su aparente simplicidad


todo un tesoro de ciencia divina.
Nos hacen ver como el discernimiento más que para frenar es para alentar
Y fomentar todo lo que surja de verdadero, justo, noble y amable y todo
cuanto sea virtud. Porque Dios no hace acepción de persona” (Hch 10.34) y
quiera derramar su Espíritu “sobre toda carne” (JI 3,1).

Esto supone que en ocasiones el grupo de servidores no podrá ejercer el


verdadero discernimiento por sí solo. Habrá que escuchar también a los
hermanos del grupo porque en cualquier momento el Señor nos puede
hablar a través del más pequeño, y además, por el mero hecho de haber
sino nombrados servidores, no hemos de suponer que ya tenemos de
entrada todo el discernimiento que se requiere para abordar cualquier
problema. La humildad como sinceridad y reconocimiento de lo que uno es
ante Dios y ante los demás, esa actitud que nos dice “no os estiméis en más
de lo que conviene” (Rom. 12,3) porque “¿qué tienes que no lo hayas
recibido?” (Cor 1, 4,7) se opone diametralmente al pecado de presunción o
de soberbia espiritual.

De aquí la necesidad de estar en comunión, porque cada uno de nosotros


está siempre expuesto al engaño de sus propios pensamientos, de sus
propias seguridad o del halago de los demás. Nadie capacidad suficiente
para poder afirmar rotundamente que ha hablado en nombre del Señor.
Estemos siempre precavidos ante todo profeta que no acepta el juicio de los
demás sobre la palabra que él ha hablado. Cierto que todo un grupo puede
ser también engañado y si le falta madurez le faltará también
discernimiento. Tanta mayor necesidad de que cada grupo esté en
comunión con los demás.

Lo más corriente y necesario que tendrá que hacer el discernimiento en la


mayoría de los casos es llegar a emitir un juicio negativo. El discernimiento
en sentido negativo puede parecer poca cosa. Pero si en determinadas
ocasiones se llega a ver claro y se puede afirmar: “esto no es del Señor”,
«no hay indicios de que esto sea obra del Espíritu”, ya será suficiente.

Es la clase de discernimiento que emplea el Señor cuando nos dice:


«entonces si alguno os dice: "mirad, el Cristo está aquí o allí", no lo creáis.
Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y
prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos" (Mt
24,23-24). Así mismo, en Mt 7.15-27. pasaje muy importante a este
respecto, nos habla también de los falsos profetas y del árbol malo que da
malos frutos, haciéndonos ver cómo también en contra de la voluntad del
Padre se puede profetizar, expulsar demonios y hasta hacer milagros. Se
puede utilizar los mismos dones y carismas en contra de la Voluntad del
Padre. La piedra de toque del discernimiento aquí son los frutos del árbol y
la Voluntad del Padre.
El mismo texto anterior nos hace ver que los falsos profetas no son aquellos
que carecen del don de la profecía, sino aquellos que tienen un poder
extraordinario, pero que no viene del Espíritu del Señor.

Los falsos profetas surgen siempre por doquier, tanto dentro como fuera del
Cristianismo. El ocultismo y el orientalismo que nos está invadiendo se
presentan utilizando poderes verdaderamente extraordinarios.

Siempre habrá que hacer la misma pregunta: «¿de qué espíritu procede todo
esto?”.
Más difícil es el discernimiento en sentido positivo cuando se llega a
afirmar: «esto procede del Señor”. Para esta clase de discernimiento están
capacitados menos servidores, y para ello necesitan aún más el concurso de
todos los dones del Espíritu.
En la R.C. se dan casos de servidores con discernimiento extraordinario o
más bien carismático. Es don que el Señor da a quien quiere y como quiere,
sin tener en cuenta las cualidades naturales de la persona y a veces ni
siquiera el grado de santidad. Es lo mismo que diríamos del don de
profecía: ambos dones se poseen de manera constante y habitual. Sólo en el
Señor fueron permanentes. Si no necesariamente exigen la santidad de la
persona, aquella siempre será uno de los mejores criterios para juzgar de la
sobrenaturalidad de tal discernimiento o profecía.

Tal clase de discernimiento no se puede esperar de todos los servidores


porque depende de la Voluntad del Señor.
Pero si se puede esperar una clase de discernimiento que diríamos ordinario
y que se adquiere en la oración, en el estudio asiduo de la Palabra de Dios,
en la experiencia de la propia vida espiritual y en la fidelidad constante al
Señor. A estas cuatro fuentes han de acudir siempre todos los servidores de
la R.C. y no cabe duda que el crecimiento en este don dependerá de la
asiduidad en la oración, en la Palabra de Dios, de la experiencia o madurez
de la propia vida espiritual y de la fidelidad con que se responde a la gracia
divina.

EL DISCERNIMIENTO
Introducción.

Estudiamos aquí el problema del discernimiento.


Es uno de los dones que menciona S. Pablo cuando afirma que “a cada cual se
le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se
e da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el
mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro carisma de curaciones,
en el único Espíritu; a otro poder de milagros; a otro profecía: a otro,
discernimiento de espíritus». (1 Co 12,7-10).

Es uno de los dones más necesarios en la R.C. La vida de cualquier grupo por
pequeño que sea exige un constante discernimiento. Personas,
acontecimientos, fenómenos, la marcha del grupo, la reunión de oración de
cada semana, los problemas de cualquier hermano o del grupo entero: todo
esto exige discernimiento para evitar desviaciones o enfoques torcidos.

Siempre habrá que determinar cuál es el origen de los fenómenos que


juzgamos: ¿es Dios?, ¿es nuestra naturaleza?, ¿es el espíritu del mal? El
hombre puede estar abierto a influencias que proceden de uno de estos tres
orígenes. Las Inspiraciones o impulsos que llegan a nuestra alma proceden: o
de Dios, o de nosotros mismos, o del espíritu del mal.

Este discernimiento lo podemos ejercer sobre cosas que se refieren o a


nosotros mismos o a otro hermano: es un DISCERNIMIENTO PERSONAL.

Puede ser sobre fenómenos o acontecimientos que afectan a todo un grupo o


comunidad y entre todos tratamos de discernir: es el DISCERNIMIENTO
COMUNITARIO.

Puede ser algo que afecte a una gran parte de la Iglesia o a toda la Iglesia: es
el DISCERNIMIENTO ECLESIAL.

De acuerdo con esta distinción, sigue la exposición del tema en tres artículos
distintos.

DISCERNIMIENTO ECLESIAL
EN EL ESPIRITU SANTO Y EN LA IGLESIA
Por MANUEL CASANOVA

El 18 de junio de 1974, último día del Congreso Internacional de la R.C.,


Ralph Martin anunció en el estadio de la Universidad de Notre Dame, USA,
que el Congreso Internacional de 1975 se celebraría en Roma. Razones: el
Año Santo, y siguiendo las consignas marcadas por Pablo VI había que hacer
una peregrinación a la Sede de Pedro buscando un gran objetivo:
reconciliación y renovación personal, comunitaria, eclesial y universal Ya con
anterioridad, en octubre de 1973, se había celebrado en Roma un encuentro de
dirigentes nacionales de la R.C. Cuantos concurrieron a aquella celebración de
Grottaferrata pudieron escuchar en la audiencia general del miércoles día 10
cómo el Papa mencionaba a los congresistas de Grottaferrata. Trece
representantes de varías países serían después recibidos en audiencia privada y
escucharían del sucesor de Pedro unas palabras de reconocimiento y
exhortación. La R.C. no tenía aun carta de ciudadanía dentro de la Iglesia
Jerárquica y era vista con cierto recelo por parte de muchos obispos y
cristianos en general no sólo en Roma sino en el mundo entero.

Existía por tanto un profundo deseo en representantes de centenares de grupos


de oración de todos los países de demostrar a la Iglesia, en la persona del
Obispo de Roma, todo su espíritu de amor, fidelidad y obediencia y ser, a su
vez, reconocidos como verdaderos hijos no sólo individualmente sino también
como grupo para poder así colaborar a la renovación de la Iglesia universal.

Este deseo se vino a cumplir con motivo de Pentecostés de 1975. Unos 10.000
miembros de la R,C. y muchos de nosotros entre ellos; nos reunimos en la
explanada de las Catacumbas de San Calixto. Hoy recordamos con emoción
aquella celebración eucarística presidida por el Papa en el día de Pentecostés
en la Basílica de San Pedro, así como la del día siguiente, lunes, presidida por
el Cardenal Suenens y concelebrada por doce Obispos y 700 presbíteros y la
audiencia especial que en la misma Basílica nos dispensó el Papa. Como
Pastor Universal nos aceptó y recibió y nos dirigió la palabra como un padre
habla a sus hijos dejando vislumbrar un gran amor y alegría al hallarse entre
nosotros.

Allí el Papa reconoció en la R.C. una fuerza viva de renovación dentro de la


Iglesia. Y dio unas palabras de exhortación y orientación para que “esta
renovación espiritual siga siendo una "suerte" para la Iglesia y para el
mundo”. (Alocución del Papa al Congreso Internacional Católico de la R.C .,
el 19 de mayo, Lunes de Pentecostés, de 1975).

LA ACCION DEL ESPIRITU EN LA IGLESIA

El árbol exuberante debe ser cuidado y podado para dar un fruto sazonado. En
un campo de buen trigo es fácil que nazcan también malas hierbas Como
declara el Señor en sus palabras (Mt 13,24 s).

Pablo VI nos da unos principios de discernimiento sobre la acción del Espíritu


Santo en la Iglesia. Y la R.C. que busca la acción y el poder del Espíritu en la
vida cristiana debe recordarlos y tenerlos presentes como criterio de rectitud y
normas de vida.
”Es el mismo Espíritu quien os lo indicará -, dice el Papa, - de acuerdo con la
prudencia de aquellos a quienes Él mismo ha constituido Obispos para
apacentar la Iglesia de Dios (Hch 20,28) “. Con ellos, pues, hay que “probarlo
todo y quedarse con lo bueno” (1 Ts 5,21).

La R.C. recibe su nombre de los carismas, de los dones espirituales que el


Espíritu Santo derrama sobre los miembros del Cuerpo de Cristo para la
edificación y el buen ser de todo el Cuerpo (1 Co 12.7). Los dones del Espíritu
son muchos y variados, y Pablo no pretende ser exhaustivo en las listas que
nos da (1 Co 12.4•10,28•30; Rm 12,6•8; El 6,111

Tres son los criterios que da el Papa, siguiendo a San Pablo, para un
discernimiento dentro de la comunidad cristiana:

l." Fidelidad a la doctrina auténtica de la fe.

2." Todos los dones han de ser recibidos con gratitud y, concedidos para el
bien común, no contribuyen todos en la misma medida.

3." Todos los dones del Espíritu Santo se ordenan al amor.

No basta decir: “yo tengo tales dones, el Espíritu Santo me ha dicho, tal
hermana no tiene aquel carisma, en este grupo hay muchas profecías, allí se
dieron tales curaciones, etc.”. Estas cosas por sí mismas no son garantía de la
presencia del Espíritu Santo.

Las lenguas, los milagros, las profecías son precisamente las cosas que hay
que discernir y juzgar. (Declaración del Comité de Investigación y práctica
pastoral de la Conferencia Episcopal de EE.UU., Nov. 1974, núm. 3).

SIEMPRE EN EL AMOR

El fruto del Espíritu es “caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,


fidelidad, mansedumbre, templanza o control de sí mismo" (Ga 5,22).

Los dones auténticos del Espíritu tienden siempre a la construcción de la


Iglesia en la unidad y en la caridad. – Poned empeño en conservar la unidad
del Espíritu con el vínculo de la paz- (Ef 4,3).

Es necesario recordar que entre los capitulas 12 y 14 de la 1.ª a los Corintios,


Pablo ha colocado el capítulo 13 en el que nos habla de la primacía de la
caridad: -Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no
tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque
tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia;
aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo
caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo
a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha”. Y la caridad y el amor
auténtico de que habla San Pablo es así: “La caridad es paciente, es servicial:
la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no
busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la
injusticia: se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo
soporta”. [13.1-7) .

Fundado en estos criterios, en conformidad con la enseñanza del Evangelio en


su totalidad de reconocer el fruto del Espíritu en la vida y actuación de los
cristianos, en la caridad como garantía suprema de la presencia del Espíritu,
todos los dones llevarán a dar testimonio de Jesús y a construir el Cuerpo de
Cristo en el vínculo de la paz.

FRUTOS DE LA RENOVACION

Tanto el Papa como los Obispos reconocen los frutos que ha producido y está
produciendo la R.C. "interés renovado por la oración, tanto individual como
en grupo. Muchos de los que pertenecen al movimiento han experimentado un
sentido nuevo de los valores espirituales, una conciencia más viva de la acción
del Espíritu Santo, de la alabanza a Dios y un compromiso personal más
profundo con Cristo. Igualmente, numerosos son los que han visto crecer en
ellos la piedad eucarística y participan con más fruto de la vida sacramental de
la Iglesia. La devoción a la Madre de Dios reviste una significación nueva y
muchos reconocen que han adquirido un sentido más profundo de la Iglesia y
están más unidos a ella-.
Así se descubre la conformidad con los criterios arriba mencionados.

ELEMENTOS NEGATIVOS

Es preciso tener en cuenta algunos elementos que podrían impedir el sano


crecimiento de la renovación.

El “elitismo” y el "fundamentalismo bíblico», dicen los Obispos, son dos


manifestaciones que se han dado y pueden darse en la R.C. El elitismo es
creerse cristianos superiores a los demás, lo cual crea un medio cerrado y hace
nacer divisiones en vez de la unidad y caridad. El fundamentalismo bíblico
que toma tan literalmente la palabra de la Biblia que no es fiel a la misión del
Espíritu de dar testimonio de “todo lo que Jesús ha enseñado”. Hay que evitar
también el menospreciar el contenido intelectual y doctrinal de la fe y de
reducirla a una experiencia religiosa subjetiva.

No es con deseo de coartar, pero sí de encaminar toda la fuerza de la


renovación del movimiento que los Obispos añaden: “Otros aspectos de la
R.C., como la curación, la profecía, la oración en lenguas, y la interpretación
de lenguas exigen prudencia. No quisiéramos negar que tales fenómenos
puedan ser auténticas manifestaciones del Espíritu. Pero deben ser
cuidadosamente examinadas, y su importancia, aun si son auténticas, no
debería ser exagerada”.

COMPROMISO CON LOS MÁS NECESITADOS

Quiero concluir con las palabras del Papa que, hablando a los peregrinos de
habla inglesa, lanzaba un reto y en ellos también a nosotros: .Abrid vuestros
corazones a los hermanos necesitados. No hay límites para el reto del amor:
los pobres, los necesitados, los afligidos y los que sufren en el mundo y a
vuestro lado, todos os dirigen su clamor como hermanos y hermanas en
Cristo, pidiéndoos la prueba de vuestro amor, pidiendo la palabra de Dios,
pidiendo pan, pidiendo vida. Quieren ver un reflejo del amor inmolado y
generoso del propio Cristo al Padre y a los hermanos “.
Por eso, continúa el Papa, no cesamos de exhortaros vehementemente a
“aspirar a los mejores dones" (1 Co 12,31). Este fue ayer nuestro pensamiento
cuando dijimos en la solemnidad de Pentecostés: .. Sí, ésta es una jornada de
alegría pero también de resoluciones y propósitos: abrimos al Espíritu Santo,
eliminar todo lo que se opone a su acción, y proclamar, en la autenticidad
cristiana de nuestra vida diaria que JESUS ES EL SEÑOR”.

DISCERNIMIENTO COMUNITARIO.
Por Palmyra de Orovio

La R.C. es, según el Cardenal Suenens, “una corriente de gracias que hace
brotar en todas partes, de modo espontáneo, reuniones de oración de un tipo
nuevo.

Estos grupos de oración, sin estructuras preconcebidas, necesitan para existir y


sobrevivir una razón de ser. Esta razón es Cristo. Nada puede reemplazarlo. Él
dijo: “Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos”. (Mt 18,20). Y, como dice San Pedro, “la Palabra de Dios es viva y
permanente”. [1 P 1,23). Esta Palabra se nos comunica a través de su Espíritu.
No puede fallar porque el Señor no promete sino lo que quiere cumplir.

Antes del Concilio Vaticano en las relaciones comunitarias se sometía la


inspiración personal a un discernimiento de tipo ignaciano, contrastado
exclusivamente con el dirigente de la comunidad.

Hoy las cosas han cambiado. Los miembros de una comunidad se sienten
interdependientes unos de otros y así mismo corresponsables. El Señor no está
únicamente en el centro para actuar y dirigir, sino que también se halla
actuando y dirigiendo en cada hermano. Cada uno recibe, en virtud del
Espíritu, un caudal de gracia, capaz de convertirse en vida abundante por la
fuerza latente que llevan en si los dones de Dios.

El primer discernimiento comunitario lo encontramos en los Hechos de los


Apóstoles (1,15-26) donde se narra la elección de Matías. Estaban reunidos
con los Apóstoles los “hermanos”, es decir, los fieles convertidos el día de
Pentecostés.

Nosotros también nos reunimos para orar y buscamos al mismo Señor. “El
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos ha sido dado”. (Rm 5,5). Es palabra de Dios y creemos en ella. A
nivel de razón estamos convencidos que el Espíritu está en nosotros. Pero esto
no basta. Es preciso vivirlo y experimentarlo. San Pablo nos dice:
“Transformaos mediante la renovación de vuestra mente de modo que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios”. (Rm 12,2).
Puede suceder que un grupo de oración siga durante un tiempo indefinido
actuando de un modo más o menos rutinario. Pero de pronto EL SEÑOR
HABLA. Ha sido en forma de profecía, de moción interna, o por un
acontecimiento o a través de una crisis en el mismo grupo. De muchos modos
y maneras nos habló el Señor" (Hb 1,1).

¿A DONDE OUIERE CONDUCIRNOS?

Es el momento de un discernimiento comunitario. Es el momento en que todo


el esfuerzo del grupo ha de concentrase para descubrir lo que quiere el Señor
AHORA. El seguirá hablando. Hay que traspasar la barrera del razonamiento
para “penetrar más allá del velo asiéndonos a lo esperanza propuesta” [Hb
6.19).

REQUISITOS PARA ESTE DISCERNIMIENTO

Pero. ¿Qué exige este discernimiento? He aquí lo más urgente:

a) PREPARACION: Instrucciones en el grupo, tiempos largos de oración


privada y reunión en grupos pequeños donde nos resultará más fácil escuchar
la voz del Señor para discernir ante todo su presencia en nosotros.

b) LIBERTAD INTERIOR: ”Donde está el Espíritu del Señor, allí está la


libertad" (2 Ca 3,17). Esta libertad interior es condición previa, sin la cual es
imposible el discernimiento comunitario. Hay que desvincularse de personas,
situaciones, ideas propias preconcebidas. Hay que llegar a la limpidez
necesaria para ser transparencia de Dios, porque "todos nosotros, que con el
rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos
vamos transformando en esa misma imagen”. (2 Co 3,18). Si estamos
dispuestos a pagar el precio de esta libertad, el Espíritu obrará en nosotros.

c) ORACION: El Espíritu nos impulsará a orar. "Mi casa es casa de oración"


(Is 56,7: Mt 21.13). Y "esta casa somos nosotros, si es que mantenemos la
entereza y la gozosa satisfacción de la esperanza" (Hb 3.6). Al entrar cada uno
en lo más profundo de su intimidad, pero recibirá la presencia del "dulce
huésped del alma “, como dice la Secuencia de Pentecostés. Al realizarlo se
actualizará aquella corriente inicial de gracia que tuvo eficacia para reunimos
en nuestro primer encuentro. Y entonces se moverá cada uno a nivel de
Espíritu, "no hablando con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino
aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos
espirituales”. (1 Co 2,13).

d) INTERDEPENDENCIA F R A T E R N A:
Es la actitud a la que se llega, porque el Señor se nos da como miembros que
forman parte de una comunidad. "A cada cual se le otorga la manifestación
del Espíritu para provecho común”. (1 Co 12,7) . ”Y todos hemos bebido de
un solo Espíritu”. (1 Co 12.13). El Espíritu siempre nos guiará de acuerdo con
el contexto de la comunidad. Debemos tener conciencia clara de que el
Espíritu no puede contradecirse.

¿COMO CONFIRMARLO?

Lo que se ha discernido en el grupo ha de aceptarse con carácter provisional


EL SEÑOR HA DE CONFIRMARLO. Si es El quien ha tomado la iniciativa,
han de manifestarse el gozo y la paz. No como algo emocional, sino como
algo transcendente, algo que nosotros no podríamos conseguir con el esfuerzo
humano. Es el Espíritu quien actúa dentro de nosotros mismos convirtiendo en
llama el rescoldo que llevábamos dentro.

Se requiere luego el CONSENSUS de toda la comunidad reunida con su


equipo de servidores en los que se presume una mayor capacidad de
discernimiento. Los servidores solos por sí mismos no pueden garantizar que
el discernimiento comunitario sea un éxito. En ocasiones tendrán que estar
dispuestos a sacrificar puntos de vista personales y dar luz verde de forma que
el Señor nos despeje el camino que Él ha escogido. No todo el mundo es
capaz de discernir de la forma como nos dice San Pablo: “A nosotros nos lo
reveló Dios por medio del Espíritu. Y el Espíritu todo lo sondea hasta las
profundidades de Dios. Sólo el Espíritu puede juzgarlas... ¿Quién conoció al
Señor para instruirle? Pero nosotros poseemos el Espíritu de Cristo (1 Cl)
2.10).

La CONSECUENCIA inmediata es llegar a una PAZ PROFUNDA entre


todos los miembros de la comunidad y a un incremento de la armonía en ese
concierto unánime, de lo que surgirá un canto de ALABANZA porque “el
Señor ha obrado maravillas".

DISCERNIMIENTO PERSONAL.
Por Luis Martín

El cristiano que se abre a la vida del Espíritu empieza muy pronto a


encontrarse con fenómenos nuevos, intervenciones y acciones de la gracia en
su vida, a las que no puede juzgar puramente con la luz de su inteligencia o de
su propia formación y experiencia humana.

”No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios,
para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado... El hombre naturalmente
no capta las cosas del Espíritu de Dios: son necedad para él. Y no las puede
entender, pues sólo el Espíritu puede juzgarlas-. (1 Co 2,12-14).

Por otra parte, siempre que tratamos de acercarnos más al Señor, siempre que
se intensifica en nosotros la vida espiritual, se produce como una reacción
infalible: nos enfrentamos con un nuevo combate espiritual. Una forma de este
combate son la serie de inspiraciones, mociones, deseos, tentaciones, e incluso
fenómenos extraordinarios que nos pueden ocurrir de una forma u otra y que
tienen su origen o en nuestra propia naturaleza o en el espíritu del mal, pero
que no podemos caer en la trampa de atribuírselos al Señor, a pesar de que
muchas veces imitan las inspiraciones de Dios y se presentan bajo capa de
bien “Y nada tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de
luz”. (2 Co 11,14).

Lo que primeramente necesitamos es saber que esto es así y no asustarnos


porque es algo completamente normal. Pablo en Rom 7,14-25 nos habla de la
lucha interior que todos tenemos; y en Ef 6,10-20 nos presenta este combate
espiritual. No es necesario dar más textos de la abundante literatura que nos
ofrece el Nuevo Testamento.

EXAMINAD LOS ESPIRITUS

“No os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de


Dios...” (1 Jn 4,11.)

Todo lo que procede del espíritu del mal viene envuelto en oscuridad y
falsedad y con algún matiz de tinieblas, angustia o inquietud. Nunca nos
puede dejar en paz, pues del espíritu del mal no puede derivar ninguno de los
frutos del Espíritu.
De nuestra propia naturaleza, es decir, de nuestra psicología, pueden surgir
estados anímicos que fácilmente atribuimos a Dios, cuando en realidad es obra
más de nuestras emociones o sentimientos que se exaltan o se abaten. Cuando
es cosa del Señor es algo bastante más permanente que cuando es
emocionalismo que muy pronto puede cambiar. Hay personas muy
impresionables o muy sugestionables y otras con apetito desordenado de estar
buscando siempre lo preternatural o experiencias nuevas.

Aquí el discernimiento nos hará ver cómo todo esto, por más revestido que se
nos presente de piedad o de santidad, no hay que atribuirlo a Dios y más bien
hay que tratar de superar la tensión de los sentimientos y emociones. Esto nos
explica cómo puede haber personas que de la oración salen fatigadas, o con
dolores de cabeza o molestias en otras partes del cuerpo. Aun siendo auténtica
su oración y habiendo llegado a verdadera unión con el Señor, puede haber
estado lastrada por una carga de emocionalismo o sentimiento que sin duda
tiene su repercusión somática en forma de dolor. La oración íntima, la acción
de la gracia, la fe profunda y la verdadera experiencia del Señor operan a
niveles más profundos y estables de nuestra persona, en la mayoría de los
casos más allá del alcance de nuestra conciencia y de nuestra sensibilidad.

INSPIRACION ORDINARIA Y EXTRAORDINARIA

El Señor nos puede hablar a través de dos tipos diferentes de inspiración:


ordinaria y extraordinaria. Cada una de ellas es de gran importancia para
nuestra vida espiritual.
La inspiración ordinaria, aunque surge en nuestro corazón en forma de
inclinaciones naturales, es muy distinta de las inclinaciones naturales. Siempre
procede de Dios y apreciaremos la diferencia de los impulsos naturales de
nuestra mente o de nuestra voluntad por el amor que siempre infunde en
nuestra alma, amor muy distinto de cualquier tipo de afección humana y que
es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

El problema puede estar a veces en confundir el impulso de nuestras


afecciones naturales con la inspiración del Espíritu Santo.

Las inspiraciones ordinarias están llegando constantemente a nuestra alma si


estamos viviendo en clima de oración y fidelidad a Dios. No suponen algo
milagroso o preternatural, y en este sentido son menos peligrosas que las
inspiraciones extraordinarias, pero también más divinas y preciosas, porque
son el modo preferido que el Señor tiene de actuar en aquellos que le son
dóciles. El Espíritu del Amor prefiere guiarnos y actuar en nosotros por el
camino del amor más que por el camino de las inspiraciones extraordinarias.

Esta clase de inspiración surge constantemente de la Palabra viva de Dios,


verdadera fuente de inspiración, y también de la oración personal y
comunitaria, de la celebración de la Eucaristía, del compartir con los
hermanos en el Señor, y de cualquier tipo de ministerio y servicio que tanto
podamos dar como recibir.

Respecto a la Sagrada Escritura, como fuente de inspiración ordinaria para


nuestra vida, pensemos que no es un libro de adivinación con el que descubrir
la voluntad de Dios por el texto que nos sale al azar. Nunca Dios se puede
someter a nuestros antojos o a nuestras manipulaciones; Él hablará cuando
quiera y como quiera y Él será quien escoja el procedimiento de hablarnos y
no nosotros.

LA INSPIRACION EXTRAORDINARIA

La inspiración extraordinaria, y que otros llaman carismática, se puede


presentar bajo las siguientes formas:

Visión, palabra hablada (no importa si la palabra es percibida con el oído o tan
sólo interiormente, ni si la visión es percibida con los ojos del cuerpo o tan
sólo interiormente) .

Idea o intención que de pronto se forma en la mente sin intervención de causa


natural.

Estas tres formas de inspiración extraordinaria nos llegan como si fueran


mensajes de alguien, como un impulso para hacer una cosa determinada sin
que se den palabras o imágenes.

Este tipo de inspiración es el que decimos que es más peligroso que el


ordinario por la facilidad con que nos podemos engañar, sobre todo si somos
inclinados a formarnos ilusiones o porque nosotros mismos las buscamos y
hasta nos las inventamos.

Por consiguiente el discernimiento se hace aquí más necesario, y nadie debe


ser juez de su propia causa por lo que siempre será muy precavido y
circunspecto en decir: “Es que el Señor me ha dicho a mí... "

Si la inspiración viene de Dios vendrá siempre envuelta en verdad, luz,


docilidad, paz, desconfianza de nosotros mismos y confianza en el Señor,
paciencia, sinceridad, libertad de espíritu, y por supuesto un gran amor a Dios
y a todos los demás.

EN CONSTANTE SINTONIA CON EL ESPIRITU

El Señor usa la inspiración extraordinaria para comunicar mensajes especiales


que no se pueden dar de un modo ordinario, bien sea porque no somos
suficientemente dóciles a Él o porque el mismo mensaje representa ya en sí
algo extraordinario.

Pero la perfección de la vida cristiana, la de los que son “guiados por el


Espíritu del Señor”, consiste en estar de tal modo sintonizados con el Espíritu
y tan sensibles a sus mociones, que sin necesidad de medios fuertes y
forzosos, por así decirlo, podamos ser guiados por el más suave toque del
Espíritu. A medida que crecemos en la unión con el Señor, las inspiraciones
ordinarias que vamos recibiendo se van convirtiendo en una atmósfera que
envuelve toda nuestra vida y dejan ya de ser mociones separadas o
esporádicas. Podríamos decir que se llega a un estado en que ya no se tiene
que consultar al Espíritu para cada caso concreto que se presenta, porque se
vive en constante atención a Él, en total sintonía con Él. Y por consiguiente en
constante apertura y en identificación con el Señor.

Este estado maravilloso es más bien una meta a la que apenas llegamos, un
ideal por el que constantemente tenemos que trabajar.

Sea cual sea el punto en el que nosotros nos encontramos, creo que nadie llega
a un estado en el que no tenga que preguntarse muchas veces qué quiere el
Señor de él, teniendo que ejercer el discernimiento sobre las inspiraciones que
parece recibir.

AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS


(Tomado de •• New Covenant», noviembre de 1976)

El amor cristiano se basa en el compromiso. Pero este amor no florece si no se


expresa activamente.

Hace años vivía yo en una casa con ocho cristianos más. Una noche, al
sentamos a cenar, uno de los compañeros empezó a hablar sobre un problema
que había en su vida. No fue una confesión que fácilmente se sacara de la
manga. Había vivido el problema durante años y de él habló con dificultad.
Cuando hubo terminado dijo: “Es la primera vez que he podido hablar a
alguien sobre este problema y si ahora he podido compartirlo ha sido por
vuestra entrega para conmigo».

Siguió diciendo que por primera vez en su vida veía que se hallaba en un
grupo de personas que le amarían sin reparar en lo que él tenía de malo. Tenía
razón. El que viviéramos juntos se basaba en el compromiso que habíamos
hecho de tratamos unos a otros como hermanos y de ayudamos en nuestra
vida cristiana. Pues nos habíamos comprometido a amarnos sin tener en
cuenta los propios sentimientos, por lo que este hombre experimentó una gran
libertad para abrirse a los demás.

Para mucha gente de hoy día el amor se basa en una mutua atracción y en
intereses comunes. Pero en la Sagrada Escritura el amor se fundamenta en la
entrega. Jesús nos vio con nuestros propios pecados, sin embargo nos amó
hasta el punto de morir por nosotros. Su entrega a nosotros fue inquebrantable.
Esta clase de amor firme es la que debería estar en el corazón de nuestras
relaciones con los demás. Los cristianos deben amarse no por sentimientos de
simpatía, sino porque se comprometen a amarse como miembros del mismo
cuerpo.

Pero no sólo hemos de comprometernos a amarnos unos a otros, sino que


también debemos expresar este amor. El amor entre marido y esposa apenas si
crecerá si no lo expresan el uno al otro. De la misma manera el amor dentro de
un grupo o comunidad cristiana no llegará a crecer si no tiene una expresión
activa entre sus miembros. Esto lo pueden hacer de varios modos:
manifestándose afecto y respeto, con el servicio de unos a otros, utilizando un
lenguaje de afecto y que edifique la fe. De esta forma los cristianos se ayudan
y fortalecen y manifiestan su compromiso de amarse.

EXPRESIONES DE AFECTO

De ordinario las personas sólo tienen conjeturas ante la pregunta de si los


demás los aman. "Esta gente parece que se interesa por mí, no me han dicho
que marche, no me ignoran, ni me han excluido de ninguno de sus planes,
parece que me encuentran aceptable». Pero Pablo escribió: «Amaos
cordialmente los unos a los otros» (Rm 12,10). En otras palabras, amaos unos
a otros de forma abierta y sincera, expresando vuestro amor al otro, abrazaos,
saludad a los demás de forma que vean que os sentís contentos al verlos,
decidles que los amáis.

Saber expresar afecto es de una gran importancia en la vida cristiana, y no es


un aspecto puramente opcional que podemos poner en nuestras relaciones si
tenemos tiempo o si nos acordamos. Cuando expresamos afecto hacemos que
los demás sepan sin género de duda que los amamos. Este conocimiento
produce una gran paz y seguridad en sus vidas y en nuestras mismas
relaciones con ellos.

Yo solía pensar que el expresar amor era algo muy importante si se trataba de
amigos a los que veía con poca frecuencia y no así para con aquellos que tenía
constantemente de cerca. En consecuencia no me preocupaba por expresar mi
afecto a las personas con las que vivía. Y pensaba: «Bien, ya saben que las
quiero. Estamos juntos constantemente y durante mucho tiempo no hemos
tenido una discusión». Después comprendí que si el afecto pone paz y
seguridad en nuestras relaciones debería jugar un papel muy relevante en la
forma de relacionarme con aquellos a los que estoy viendo de ordinario. Es
importante expresar afecto a las personas que no conozco bien, pero lo es
todavía más importante saberlo expresar a aquellas con quienes convivimos,
como marido, esposa, hijos, compañeros.

RESPETO

No hace mucho hallándome en una conferencia a la que asistía gente de varios


países me llamó la atención ver cómo personas de otras culturas daban una
gran importancia a la forma de expresar su respeto. Los japoneses, por
ejemplo, hacían una profunda inclinación a las personas que saludaban. Me
sorprendió el que nosotros los americanos apenas si nos esforzamos en
honrarnos unos a otros si no es cuando enseñamos a nuestros hijos a decir
«por favor» y «gracias».

Pablo escribe: «honrándoos a porfía unos a otros»; nosotros diríamos:


«respetándoos». Podría haber escrito no más que «es bueno mostrar respeto»,
pero escribió: «A porfía unos a otros». ¿Por qué es Pablo tan insistente?
Porque toda persona a la que nos acercamos está hecha a imagen de Dios y es
digna de honor.

Podemos hacer muchas cosas para exteriorizar nuestro respeto. Hemos de


prestar atención a los demás cuando hablan. Cuando terminen de hablar
hemos de responder a sus afirmaciones y no ignorarlas o precipitarnos en
exponer nuestra opinión. Tampoco debemos interrumpir a los demás cuando
están hablando.

Si estamos leyendo el periódico cuando alguien entra en la habitación,


debemos levantarnos y saludar. Cuando estamos en un grupo de personas
debemos asegurarnos de que nadie en el grupo queda desatendido o que se le
pasa por alto como si esta persona no tuviera importancia. Debemos hablar de
los ausentes de la misma forma que hablaríamos de ellos si estuvieran
presentes. Hemos de estar ansiosos de prestarnos favores unos a otros. En todo
debemos otorgar a los demás el respeto que se merecen como seres humanos
creados a imagen de Dios.

SERVICIO
En la Ultima Cena, Jesús realizó deliberadamente una tarea impropia de quien
preside la mesa. "Se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con
la toalla con que estaba ceñido» (Jn 13,5). Una acción sin precedentes: el
anfitrión de un banquete nunca lavaba los pies de los individuos. Sin embargo
Jesús escogió servir a sus discípulos bajo una de las formas más humillantes y
después les dijo que hicieran lo mismo, "pues si yo, el Señor y Maestro, os he
lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque
os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con
vosotros» (Jn 13,14-15).

Amarse unos a otros significa estar prontos para prestar los más bajos e
insignificantes servicios. Debemos servir nos unos a otros en aquellas tareas
que se nos han confiado e ir todavía más allá de nuestras obligaciones en
aquello que no se nos ha pedido. Una voluntad de servicio es signo de nuestro
amor mutuo, ayuda a edificar el grupo de oración o la comunidad.

FORMAS DE LENGUAJE
Cuando iniciamos la vida cristiana descubrimos que necesitamos eliminar de
nuestro lenguaje un conjunto de paganismo, cinismo, insultos y otros malos
hábitos. Una vez eliminadas las faltas más salientes e importantes, solemos
pensar que nuestro lenguaje está en orden. Sin embargo, en su carta a los
Efesios escribe Pablo: «No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que
sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os
escuchen» (Ef 4,29). Pablo no dice simplemente: «eliminad los malos
hábitos», sino que exhorta a los cristianos a decir solamente aquello que pueda
edificar a los demás en la fe y fortalecerlos en el Señor. Pablo presenta el ideal
de cómo los cristianos debieran hablar, ideal muy superior al que la mayoría
de nosotros hemos escogido.

Por ejemplo, muchas personas son propensas, o a ser demasiado habladoras y


dicen todo lo que les viene a la mente, o a ser demasiado reservadas y apenas
si dicen algo. Ambas formas de lenguaje son un problema porque ninguna
edifica al oyente. La persona que sea demasiado habladora o demasiado
reservada debería seguir los consejos de Pablo y aprender a decir solamente lo
que edifica y es oportuno.

Hace varios años, una vez que algunos nos reuníamos para dialogar,
empezamos a hablar de los momentos en que el Señor nos había demostrado
su amor a cada uno de una manera especial. Algunas personas dieron
testimonio de acontecimientos en los que se sintieron singularmente cerca de
Dios, otros hablaron de cómo habían experimentado el amor de Dios en la
oración. Enseguida pude darme cuenta cómo todos nos sentíamos más cerca
del Señor y más cerca unos de otros. Hablar del Señor y de nuestros deseos de
amarle y servirle es algo que «comunica gracia» a nuestros oyentes y que nos
ayudará a controlar nuestro lenguaje.

El ideal de lenguaje de San Pablo incluye el animarse unos a otros. No se


requiere hacer elogios siempre que alguien hace algo bien. Pero deberíamos
aprender a decir a las personas con franqueza que las apreciamos y que han
hecho algo bien. Un marido debe hacer saber a su mujer cómo aprecia el
trabajo que realiza en la casa. Un empresario debe alabar a sus empleados por
su trabajo. Si una persona muy tímida saca suficiente coraje para dar un
testimonio en la reunión de oración, alguien debería buscarla después de la
reunión y hacerle saber lo acertada que estuvo su intervención. Unas palabras
de aliento pueden contribuir a fortalecer y aumentar el deseo de servir.
Alentar a los demás es uno de los mayores actos de amor que podemos hacer.
Y hemos de hacerla de forma que fortalezca a los demás incitándolos a amar
al Señor.

HUMOR NEGATIVO V QUEJAS


El hablar con afecto de forma que comunique gracia y edifique al oyente
exige evitar todo lenguaje destructivo y negativo. Una de las formas más
corrientes pero menos reconocidas de semejante lenguaje es lo que se llama
«humor negativo». Humor que contiene alguna pulla o comentario zahiriente.
Por ejemplo, alguien en la conversación deja deslizar un comentario
intempestivo y uno de los amigos le dice: «oye, cada vez que abres la boca
metes el pie». El comentario del compañero trata de ser humorístico, pero es
negativo. Cuando se hacen comentarios como éste, cuando en la conversación
se ironiza o bromea a propósito" de las debilidades de alguien, la intención es
buena: tratamos de ser afectuosos y abiertos.

En nuestra sociedad el humor negativo es de los pocos medios socialmente


aceptados para expresar afecto. No se nos estimula a abrazar a los demás para
manifestarles que los queremos, pero sí podemos hacer comentarios en tono
humorístico, aunque negativo, para demostrarles nuestro afecto. Con todo, por
muy buenas que puedan ser las intenciones del que así habla y lo ingenioso de
su comentario, el humor negativo es inamistoso. Se centra en las faltas y
debilidades de alguien, por lo que no es la forma apropiada por la que un
cristiano debe demostrar afecto. Si alguien nos dice «afectuosamente» q u e
constantemente estamos desbarrando, quizá nos riamos y lo tomemos a bien,
pero lo más seguro es que no nos sintamos adecuadamente amados y
aceptados.

Por otra parte, el expresar afecto de una forma sincera comunica seguridad,
paz y un sentido de dignidad ante el Señor. Aunque en nuestra cultura es
difícil y también embarazoso ser abiertamente afectuoso en la conversación,
los cristianos debemos abandonar toda forma de humor negativo y aprender a
ser afectuosos con espontaneidad.

El murmurar y el quejarse son otras formas de lenguaje negativo que no caben


en la vida cristiana. Lo mismo que el humor negativo son habituales en
nuestra sociedad. Uno se queja cuando tiene que esperar a que el semáforo
rojo cambie a verde, otros se quejan del trabajo y de los salarios, se murmura
de la mujer, del marido, de los hijos. Murmurar y quejarse puede ser algo
socialmente aceptable, pero nos indispone para amar y servir. Cuando nos
tenemos que levantar a media noche para alimentar al bebé, cuando tenemos
que pasar el día entero de reuniones, si murmuramos y nos quejamos lo
ponemos todo aún más difícil para nosotros mismos y también para los que
nos oyen. Cuando nos encontramos en una situación difícil debiéramos
exclamar: «Alabado sea Dios, otra oportunidad para servir, otra oportunidad
para levantarnos a media noche, otra oportunidad para andar una milla extra.
Esto es lo que Dios me pide ahora y por tanto es lo que yo quiero hacer».
Cuanto más expresemos nuestra voluntad de servir y alabar a Dios en medio
de las pruebas, tanto adoptaremos la actitud que tuvo el Señor de servir.

El lenguaje positivo significa también mantener una actitud de fe cuando


hablamos. Nunca debiéramos decir: «jamás aprenderé a controlar mi
temperamento». Hablad con fe y esperad a que el Señor actúe. Así mismo
hemos de evitar los chismes y el criticar a los demás. Es decir, hemos de
quitar todos los elementos negativos de nuestro lenguaje y substituidos por
palabras positivas de amor y de fe. Esto no quiere decir que ignoremos las
dificultades. Significa que si surge un problema, tenemos que evitar el
quejarnos y tratar más bien de encajar la situación de un modo correcto de
forma que todo quede subsanado.

Los cristianos hemos de ayudarnos de manera activa unos a otros en nuestra


vida cristiana y estimularnos hacia un amor más profundo al Señor y a los
demás. Aunque las formas como nos manifestamos afecto y respeto y los
modos como servimos y hablamos unos con otros puedan parecer
relativamente insignificantes se hallan sin embargo en el corazón de nuestra
vida común.

04 - LA VERDADERA LI BERTAD CRISTIANA.

LA VERDADERA LIBERTAD
CRISTIANA
¿QUE LIBERTAD NECESITAMOS?
No es fácil entender de qué se trata cuando se habla de libertad del Espíritu,
libertad interior o liberación.
¿Cuándo se puede afirmar que una persona está espiritualmente liberada?
¿Significa que el que está lleno del Espíritu y por tanto, goza de una gran
libertad interior, no tenga que someterse a la autoridad en la Iglesia, a las
normas y orientaciones que el Pueblo de Dios recibe?

El Espíritu de Dios es siempre un Espíritu de orden y unidad.


La «gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21) es ante todo vida,
unidad, orden.

La animación del espíritu debería ser la irradiación natural de cada cristiano


que ha sido llamado a la libertad.

Esta libertad es a) una liberación interior de cuanto oprime y b) un caminar de


acuerdo con la moción del Espíritu.

A) Liberación interior: Impresiona constatar la importancia que la Palabra de


Dios concede a la libertad. Jesús, después de leer en la Sinagoga el texto de
Isaías: « ... me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos ... y para
dar la libertad a los oprimidos ... », afirma rotundamente: «Esta Escritura, que
acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc 4,18-21).

Jesús ha precisado muy bien de qué esclavitud quiere liberar al hombre:


muerte, pecado, tinieblas, ignorancia, enfermedad, la carne. La carne, según el
lenguaje de Jesús y del Nuevo Testamento, no es lo mismo que el cuerpo. Es
aquello que tanto en nuestro cuerpo, como en nuestra psique, sea pasión,
deseo, sentimiento o inclinación, es contrario a la tendencia del espíritu.

A partir del bautismo, el cristianismo nacido del agua y del Espíritu, empieza
a ser liberado: “la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la
ley del pecado y de la muerte» (Rro 8,2), "para ser libres nos libertó
Jesucristo» (Ga 5,1), “habéis sido llamados a la libertad, sólo que no toméis de
esa libertad pretexto para la carne» (Ga 5,13).

Libertad resulta ser equivalente a la vida del Espíritu. La acción de Jesús, la


presencia del Espíritu, es esencialmente una liberación no sólo en el hombre,
sino hasta en la misma creación que también espera "ser liberada de la
servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los
hijos de Dios» (Rm 8,21).

Falta de libertad supone oposición, rechazo del Espíritu. Podemos estar en el


mismo engaño que los judíos cuando respondían a Jesús que les presentaba la
verdad para ser libres: ?”... nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices
tú: Os haréis libres?» (Jn 8,33). Todo lo que en nosotros no esté iluminado por
la presencia de Jesús será zona de oscuridad, de miedo, de ignorancia, de
concupiscencia, zona en la que de alguna manera sigue dominando «la ley del
pecado».

Unas manifestaciones concretas de esta falta de libertad se pueden apreciar:


- En la esfera de nuestra vida espiritual: infidelidad constante, dureza de
corazón, deformación de la conciencia, malos hábitos, formalismo y rutina,
respeto humano, fariseísmo, etc.

- En nuestro psiquismo humano: desequilibrios emocionales o afectivos,


deformaciones de carácter, estados de angustia o ansiedad, rasgos neuróticos,
depresiones, timidez, miedo: cualquier tipo de afección que nos pueda
aquejar, cualquier herida inveterada sin restañar, siempre serán un obstáculo
que impida la fluidez de la vida del Espíritu hasta llegar a la plenitud a la que
estamos llamados.

La "aspiración del Espíritu» (Rm 8,27), cuyas tendencias son «vida y paz»
(Rm 8,6), es curar rápidamente en nosotros toda enfermedad espiritual, todo
trauma psíquico, hasta hacernos respirar la verdadera libertad.

B) Libertad plena del Espíritu en nosotros: Si crecemos, si se dan en


nosotros los frutos del Espíritu, si fluye espontáneamente la alabanza, si
somos guiados por el Espíritu de Dios (Rm 8,14), si el «amor perfecto expulsa
el temor» (1 Jn 4,18), entonces se da esa libertad del Espíritu en nosotros.
Yendo a la raíz, podríamos resumirlo muy simplemente: si Jesús ocupa el
centro de mi corazón, tengo la plena libertad interior. Así dicho parece muy
sencillo, pero es la clave de todos los problemas espirituales que se nos
puedan presentar.

Todos necesitamos la liberación interior de todas las fuerzas negativas que


puedan operar en nosotros. Pero más que nada necesitamos llegar a alcanzar
esta libertad que es el señorío de Jesús en nosotros, PORQUE EL SEÑOR ES
EL ESPIRITU, Y DONDE ESTA EL ESPIRITU DEL SEÑOR, ALLI ESTA
LA LIBERTAD (2 Co 3,17).

La fórmula de S. Pablo no puede ser más completa. Quizá sea la que mejor
nos defina el problema de la libertad espiritual.
En los tres artículos que siguen. John Poole nos hace un planteamiento general
de la libertad cristiana, haciéndonos ver cómo se manifiesta su urgencia y
caminos para llegar a ella. Casanova, a través de un testimonio personal, nos
relaciona la libertad con la verdad, con el amor y el perdón. Maxfield nos
habla de la liberación y curación interior como punto de partida para llegar a
la libertad.
Que cada uno de nosotros y cada grupo seamos «conducidos por el Espíritu»
(Ga 5,18) porque «tiene deseos ardientes el Espíritu que Él ha hecho habitar
en nosotros» (St 4,5). *

LA VERDADERA LIBERTAD CRISTIANA


Por JOHN POOLE

(Traducido y condensado de NEW COVENANT, octubre 1976, pág. 12-15)

A Dios le interesa todo lo que atañe al hombre. Él nos ama y envió a su Hijo
para liberamos de nuestras opresiones del miedo, ambición, malos hábitos,
ignorancia, racismo, materialismo, inseguridad, orgullo, celos.

Jesucristo, el liberador enviado por Dios, vino para enseñar al mundo a vivir
en libertad.

Jesús prometió esta libertad a todos aquellos que estuvieran dispuestos a


someterse a la voluntad del Padre, lo mismo que Él había hecho. «Si os
mantenéis fieles a mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y
conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (1n 8,31-32).

Las Sagradas Escrituras ponen de manifiesto que los que creen en Jesús deben
llegar a la libertad: «Para ser libres nos libertó», «porque, hermanos, habéis
sido llamados a la libertad» (Ga 5,1 y 13).

Lo que se nos ofrece es la misma libertad de Jesús: «Si, pues, el Hijo os da la


libertad, seréis realmente libres» (1n 8,36).
Si todo esto es verdad, ¿por qué son tan pocos los cristianos que disfrutan de
una verdadera libertad? ¿Por qué más bien parecemos aburridos,
programados, temerosos, cerrados y superespirituales? No cabe duda que nos
falta la plenitud de libertad que Cristo vino a traernos.

¿COMO HEMOS PERDIDO ESTA LIBERTAD?


CUATRO RAZONES IMPORTANTES

a) Falso concepto del cristianismo.


Un gran impedimento para esta libertad es nuestro modo de ver la vida
cristiana. Muchos piensan en la Iglesia como si fuera un conjunto de ritos,
jerarquías, edificaciones y servicios. Todos son elementos importantes para la
obra de Dios, pero ninguno de ellos contiene la esencia del cristianismo, que
es una forma de vida caracterizada por la libertad. El «seréis realmente libres»
es algo que está en el núcleo del mensaje evangélico. Si no experimentamos
una liberación de la tiranía del pecado, de nuestros egoísmos, culpas, miedos,
hemos de reconocer que algo marcha mal en nosotros.

El cristianismo no consiste en hacer, sino en ser. No se reduce a cosas, sino a


una persona, el Señor Jesús, que nos enseña a vivir en su libertad.

b) Falso concepto de la persona de Jesús. - Otro gran impedimento está en


una inadecuada comprensión de la persona de Jesús. A veces hemos resaltado
excesivamente la divinidad de Cristo y minimizado su humanidad. Pero Jesús
fue también una persona humana que actuó en el mundo real de los hombres.

No fue el suyo un ambiente tan supe religioso como imaginamos. Sus


relaciones fueron con toda clase de gentes y supo tratar con todos, desde la
Samaritana hasta Nicodemo, y desde la prostituta local hasta Natanael, «en
quien no había engaño». Nada de cerrado o aburrido se observaba en la vida
de Jesús. Siempre se encontraba relajado y a gusto haciendo la voluntad del
Padre y tratando con los hombres.

c) Falta de modelos de identificación. - Casi todos hemos echado de menos,


a lo largo del desarrollo de nuestra vida, unos verdaderos modelos de personas
libres con las que poder contrastar nuestra personalidad. Tantos hombres y
mujeres que se casan sin haber conocido unos buenos padres y unas buenas
madres, ¿cómo sabrán amar y cuidar de sus esposas e hijos?

Recordemos las personas que nos propusieron como modelos de cristianos


maduros. Más que por la verdadera libertad espiritual, se caracterizaban por
unas actitudes religiosas determinadas: asistencia asidua a la iglesia,
participación en todas las actividades religiosas, un estilo determinado de
vestir, pero no irradiaban la libertad que hubiera atraído a otros a Jesús. No
eran espiritualmente libres.

Esto mismo ocurre hoy cuando en un grupo se adopta un estilo fijo de orar,
predicar, enseñar o un vocabulario peculiar. Si fueron válidos para los que
inicialmente los adoptaron, no quiere decir que todos los tengan que asimilar
años después. Cuando en un grupo todos hacen las mismas cosas de acuerdo
con un estilo tradicional recibido no existe la verdadera libertad ni tampoco se
expresa la gran variedad del Espíritu.

d) Dualismo en nuestras actividades. - No acertamos a comprender cómo


Dios se interesa verdaderamente por todos los asuntos y actividades de sus
hijos. Es frecuente el siguiente planteamiento: «esto es lo que dice relación
con Dios y lo que a Él le interesa en mí: ir a los grupos de oración, orar, leer la
Biblia, enseñar a los demás el camino del cielo; pero no tiene mucho que ver
con Él todo esto de mi vida: hacer deporte, el descanso, la excursión, las
vacaciones, los problemas de mi trabajo, el juguetear con los niños, etc.».

Semejante modo de pensar, no raro en grupos de cristianos, es totalmente


equivocado. Dios no ha catalogado el cuadro de nuestras actividades en
«cosas que me atañen» y «cosas que no me atañen», sino que se interesa por
todo lo que hacemos.
He aquí el diagnóstico que nos puede servir de primer paso hacia la curación.

URGENCIA DE LA LIBERTAD CRISTIANA

1) En cuantos ejercen responsabilidad sobre otras personas:


Si se ejerce cualquier tipo de responsabilidad o de autoridad sin comprender la
libertad cristiana no se puede ser eficaz servidor del Cuerpo de Cristo.

Libertad significa aprender a ser dirigido por el Espíritu Santo más que vivir
continuamente atado por todo un sistema de convencionalismos y leyes. Sólo
una persona libre puede decir: «Sí, esto es verdad en la mayoría de los casos,
pero esta vez vamos a hacer una excepción». Un líder legalista, duro e
inflexible no produce la alegría y la paz que caracterizan la vida en el Reino
de Dios. Líderes cristianos que carecen de la libertad de los hijos de Dios
reproducirán siempre su propia imagen en los demás y el resultado será unos
creyentes legalistas con la rebelión como resultado final.

2) Liberar a las personas es la gran meta que nos hemos de proponer. A


veces ponemos el énfasis en los criterios visibles del éxito: el crecimiento
numérico, la organización de las reuniones, la eficacia de tal o cual programa.

Es fácil realizar una obra religiosa sin hacer hombres libres.


Los programas, los encuentros, la organización: todo esto es importante. Pero
son más importantes las personas.

Nuestros grupos y comunidades tienen que hacer visible la libertad que vino a
traernos Cristo Jesús y la ayuda mutua que nos prestamos para llegar a esta
libertad ha de ser una meta importante. Hombres libres en Dios podrán
realizar muchas más cosas por El y serán más felices haciéndolo que un grupo
de personas asustadas, cerradas o súper cautelosas.

3) Un objetivo constante en la enseñanza. La enseñanza cristiana no es mera


transmisión de hechos o conocimientos. No hemos de «investigar las
Escrituras» (Jn 5,39) para acumular información, sino para hallar a Aquél de
quien dan testimonio: Jesucristo, la Palabra viviente de Dios. Hallar al que fue
completamente libre para amar a Dios y servir a los demás es encontrarnos
con la perfecta libertad.
La Palabra de Dios se ha de enseñar de modo práctico, ya que todos tenemos
unos hábitos particulares de defensa contra la libertad y espontaneidad, y
estamos ciegos respecto a algunos aspectos de nuestra persona en los que no
nos confiamos al Señor ni nos dejamos guiar por su Espíritu.

La instrucción y textos bíblicos que ofrecemos a nuestros grupos han de


proyectar siempre luz sobre las cuestiones concretas, han de ayudar a los
hombres a penetrar en sus propios problemas y sacar una nueva visión de su
propia vida.

CAMINOS HACIA ESTA LIBERTAD

a) Por la honradez personal. - Nos asusta a veces expresar nuestros


sentimientos sobre el grupo por miedo a parecer rebeldes o poco espirituales.
Sin embargo esto es un aspecto vital del crecimiento en la libertad cristiana.
Los servidores tienen una gran responsabilidad y deben ser personas lo
bastante seguras de sí mismas para animar a hacer preguntas sobre la
dirección del grupo y para alentar una atmósfera de aceptación y libertad.

b) Por la amistad. - Nada ayuda tanto para la libertad como la buena amistad
personal. El apoyo y estímulo que percibimos de los amigos son ingredientes
importantes en el crecimiento de la libertad. Ellos son los que mejor nos
pueden hacer descubrir nuestros modos estereotipados de actuar y pensar que
ahogan la vida del Espíritu. Con su ayuda veremos fallos que de otra manera
pasaríamos por alto.

e) Por la sabiduría personal. - No hay grupo que pueda aprender a vivir en la


libertad si sus dirigentes no ejercitan una dosis considerable de sabiduría en
las cosas prácticas. Un ejemplo es la programación de los diversos actos.
Nunca es bueno un programa demasiado apretado, hay que dejar espacios
libres para lo informal, para cosas, “no espirituales», para el esparcimiento,
para la convivencia y la comunicación.

«Verdaderamente libres”: esta es la promesa de Jesús. Jesús el libertador


despierta en nosotros dones y capacidades únicas que dilatarán el Reino de
Dios y manifestarán su libertad. Nos sentiremos tentados a considerarnos
como personas asustadas, ansiosas, preocupadas por nuestras propias culpas.
Pero la fe nos revela la verdad: somos un pueblo que ama, confiado,
consciente de ser hijos de Dios que viven en el poder y en la libertad del
Espíritu Santo. Para llegar a esta libertad hay que dejarse guiar paso a paso
por el Padre, no es cuestión de seguir un manual. Supone sentirse cómodo en
la presencia de Dios y en la presencia de los pecadores. Cuando lleguemos a
ser «verdaderamente libres» empezaremos a ser un cuerpo único y peculiar de
personas que trabajan juntos por el Reino de Dios. "
LIBRES PARA AMAR
Por MANUEL CASANOVA, S, J.

Hay palabras que tienen hoy un poder de captación especial. En todas las
épocas las ha habido. Hoy somos muy sensibles a todo lo que nos habla de
libertad, liberación, ser libres de injusticias, de opresión." No queremos ser
esclavos de nada ni de nadie. Y nos damos más cuenta de ello porque en
muchos países los hombres no son libres, se lucha por la libertad, se hacen
manifestaciones en favor de la libertad...

Me he preguntado muchas veces ¿dónde está la libertad? ¿Dónde se encuentra


hoy la libertad? Hace cinco años estas preguntas no me dejaban en paz allá en
Bombay. Buscando una respuesta fui a un monasterio hindú, en el sur de la
India, lejos de un ambiente tradicional católico. Pronto me di cuenta que no
hay que buscar hacia afuera. De regreso a Bombay, un día fui invitado a ir a
un grupo de oración de la R.C. Allí vi que la oración y la atención de todos
estaba centrada en Jesús. Problemas y dificultades los había, y de muchas
clases, pero eso no impedía que en la oración se mirase más a Jesús que a los
problemas de cada uno. Más tarde descubrí un texto del evangelio de S. Juan:
•... seréis mis discípulos, conoceréis la verdad... la verdad os hará libres... Si el
Hijo os da la libertad seréis realmente libres!” (8, 31•32).

El secreto de la libertad de Jesús estaba en su verdad. Sabía que era el Hijo,


aceptaba su relación de dependencia total con el Padre, vivía en una actitud de
amor, gratitud, escucha constante del Padre y eso era su seguridad y su
felicidad. Eso nadie se lo podía quitar. Nadie fue jamás tan LIBRE como
JESUS!

LIBERTAD Y VERDAD

Nuestra falta de libertad muchas veces está en relación con nuestra falta de
verdad. No podemos encontrar nuestra verdad lejos de Dios. Esa falta de
verdad puede manifestarse de varias maneras. Aquí veremos dos.

Una es la falta de aceptación propia. Si yo fuera de otra manera, sí no


tuviera este carácter, si mi físico no fuera así, si hubiera estudiado más, si
tuviera más dinero, si mis padres ... Muchas veces se traduce en una
insatisfacción constante de la situación actual de uno, en un querer aparentar
lo que uno no es. Vivir hacia fuera, vivir el personaje que me he creado o lo
que yo creo que los demás creen que soy. Y en el fondo hay un gran miedo a
que me conozcan tal como soy de verdad.
Sólo la verdad puede hacerte libre. Y la verdad es que Dios te ama tal como
eres, con tu pasado y tu presente, con tus limitaciones, con tus defectos y tus
pecados. Él no te pide que seas perfecto, ni de otra manera para poder amarte.
.. Dios -dice S. Pablo- rico en misericordia, por el grande amor con que nos
amó, estando nosotros muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó
juntamente con Cristo, por gracia habéis sido salvados. (Ef 2,4-5).

El Hijo nos hace libres enviándonos el Espíritu Santo. Es el Espíritu del Padre
y del Hijo que clama en nuestro interior:
Abba, Padre! Ya no eres esclavo sino hijo (Gal 4,6-7).

Esta es la experiencia cristiana que muchos hemos encontrado en la R.C.,


revivir el nuevo nacimiento de nuestro bautismo, sabernos hijos ante Dios,
amados por el Padre. Es una alegría nueva que brota de dentro. ¡Los ríos de
agua viva...!

LIBERTAD Y PERDON

La falta de libertad y de verdad puede manifestarse también en la falta de


perdón. Al convivir unos con otros es inevitable que haya roces, ofensas,
heridas. Y tendremos que perdonarnos y pedirnos perdón no sólo siete, sino
setenta veces siete.

Evan Roberts, líder de una renovación en Gales por el año 1900, solía
preguntar a la gente: .. ¿Cuándo pediste perdón, la última vez? Watchman Nee
también solía decir: ¿Has pedido perdón recientemente? Medía la sensibilidad
al Espíritu por la disponibilidad al perdón.

¿Qué es perdonar? Perdonar es limpiar el historial de la persona que te


ofendió; es dejar en manos de Dios toda responsabilidad de castigo; es decir:
“no tengo ningún derecho a guardar resentimiento, ningún derecho al castigo
de aquella persona". Perdonar es decir: “esa persona necesita más amor, más
comprensión, más oración que nunca”; es decir de verdad: “ahora puedo tratar
a este hermano como antes, puedo recibirle y amarle libremente”.

Dios nos ama como hijos, y todos nuestros pecados no son un obstáculo a su
amor. Pero ese amor no puede llegar a nosotros si nos cerramos a Él por la
falta de perdón. Jesús termina la parábola de los deudores en Mt 18,23 con
estas palabras: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no
perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano”.

Cerrarse al perdón es falta de verdad porque no miro al otro ni a mí mismo


delante de Dios. Es negarse a querer ser discípulo de Jesús (Lc 6.36-38). Es el
discípulo de Jesús el que conoce la verdad y la verdad le hace libre (.In 8.31-
32).
En cambio al perdonar, sabrás lo que es la liberación, libre de resentimiento,
libre de amargura, libre para abrirte a Dios y a los demás: ¡libre para amar!

Es esta también una experiencia de muchas personas en la R.C. que por la


fuerza del Espíritu Santo han sido liberados de algún odio, rencor o
resentimiento. Es una gracia de curación interior que Dios se complace en
comunicar a través del sacramento de la penitencia o reconciliación y de la
intercesión de los hermanos.

San Pablo insiste repetidas veces: “Habéis sido llamados a la libertad; sólo
que no toméis de esa libertad pretexto para la carne, antes al contrario servíos
por amor los unos a los otros”. (Ga 5.13).

Fue en diciembre de 1972, en una reunión de oración en Bombay, donde


comprendí que la libertad interior es un don del Espíritu. Fue a través de las
palabras de un canto: “Nacidos del Espíritu somos hijos, hijos libres; libres
para amar a nuestro hermano y cómo apreciamos nuestra libertad!• (Born of
the Spirit we are children who are free, free to choose to lave our brother, and
we lave our liberty! ).
Ser libres para amar y en el amor seguir siendo libres, porque hemos renacido
del Espíritu. Y el que es libre puede trabajar y luchar por la libertad. •

HACIA LA LIBERTAD POR LA CURACION


INTERIOR
Por LEON MAXFIELD. M. S.

Cada día son más numerosos los casos de personas afectadas por problemas
psíquicos o morales que les impiden llegar al amor a Dios, a los demás y a sí
mismos como Jesús nos exige.

Si el sacramento de la reconciliación, por lo que implica de arrepentimiento,


de toma de conciencia y penitencia, es en sí una sanación, no apreciamos
mucho sus efectos en aquellas personas que sufren depresión, escrúpulos,
desarreglos emocionales, y menos aún en las que se sienten incapaces de
liberarse del hábito de la masturbación, homosexualismo, alcoholismo,
drogas, etc.

Frecuentemente manifiestan que no pueden amar a Dios y a los demás tal


como Jesús pide en el Evangelio, y hasta se odian a sí mismos.

Nuestra respuesta suele ser que tengan fe y esperanza, que sigan luchando.
Pero bastantes han perdido la fe y la esperanza, y han renunciado a toda lucha.
A veces les enviamos a un buen psiquiatra y hacemos bien en ello, pues Dios
también quiere curar a través de los hombres y de la medicina, pero el
psiquiatra es caro y suele tener una sobrecarga de pacientes. Personalmente,
como sacerdote, me he sentido ineficaz en muchos de estos casos. Entonces
me ha asaltado la idea de San Pablo: “No hago el bien que quiero, sino que
obro el mal que no quiero ... advierto otra ley en mis miembros que lucha
contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis
miembros”. (Rm 7, 19 Y 23).

Pero después de exponer este tremendo problema, S. Pablo se pregunta:


“¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?” Y contesta:
"Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!" (Rm 7,24-25). Y
Jesús había dicho: .Todo es posible para quien cree. (Mc 9.23]. “Sin Mí no
podéis hacer nada”. (.In 15.5).

Cuando Jesús exclamaba “Sin Mí no podéis hacer nada" estaba explicando la


figura de la vid y los sarmientos para hacernos ver cómo todos somos
miembros de Él y también los unos de los otros. Esto nos hace ver cómo los
enfermos a que hemos aludido necesitan toda nuestra fe y esperanza, toda
nuestra oración para suplir la que a ellos les falta.

Antes de aceptar la Renovación Carismática yo intentaba ayudar a mi manera


en casos como estos en los que descubría la necesidad de una curación
interior. Tenía mis dudas sobre los resultados de que había oído hablar en la
misma Renovación, hasta que oí a hombres como el P. Francis McNutt, O.P. y
el P. Michael Scanlan, T.O.R. hablar por propia experiencia cómo el Señor
cura a personas con este tipo de problemas que les impiden amar a Dios, a los
demás y a sí mismos con un sano y equilibrado amor.

Estoy personalmente convencido que Jesús quiere curar también toda clase de
problemas psíquicos y emocionales que podamos padecer. Digo «quiere",
porque seguramente el lector no dudará de su poder para sanarlos. Es
importante persuadimos de su deseo de hacerla: “Venid a mí todos los que
estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso” (Mt 11,28). Y que de
nosotros, sus sarmientos que llevan la misma vida y el poder de su Espíritu,
pide una cooperación. Si es verdad que sin Él no podemos nada, es también
cierto que con Él lo podemos todo: “El que crea en mí, hará él también las
obras que yo hago, y hará mayores aún" (J 13.12). Hay que tomar en serio esta
palabra del Señor.

En los tres años que llevo de participación en la Renovación Carismática he


visto muchas más maravillas de curación interior que todo lo que había visto
en mis anteriores diez y nueve años de sacerdocio. Personas liberadas de la
depresión con tanta rapidez que no se podía dudar era por el poder del Espíritu
del Señor; personas liberadas de malos recuerdos, de miedos, de malos
hábitos: lo mismo que es variada la gama de problemas, así lo es también la de
las curaciones y liberaciones Internas.
Ojala pudiera convencer a muchos cristianos y a muchos hermanos en el
sacerdocio de lo que es la curación interior y de lo que es la oración confiada
con la imposición de manos tal como Jesús practicó. Por otra parte el Nuevo
Ritual de la Penitencia ha actualizado la Imposición de manos en la confesión.
La oración en lenguas es de una ayuda considerable.

Desde luego siempre se requiere prudencia y discernimiento y una gran fe


tanto en el penitente como en el confesor, así como no menos caridad y
compasión.

ORANDO POR LA CURACION INTERIOR

Orar por una curación interior no es más que pedir al Señor que haga presente
el pasado de esta persona y que cure las heridas que causaron y siguen
causando su problema y que llene con su amor el vacío que estas heridas han
dejado.
No es cuestión de fe en sí mismo, sino de una gran fe en Jesús, esa fe que
adquirimos recordando sus palabras y promesas, y de un gran amor compasivo
al hermano por el que oramos.

No debemos exigirle más fe de la que es capaz de tener. Por sus problemas o


depresiones quizá haya perdido casi toda la fe

El que ora ponga una gran fe en Jesús, ternura y compasión ante el hermano,
paciencia, saber escuchar, discreción, sentido común. Hace falta disponer de
tiempo. Esta oración puede hacerse, bien dentro del marco de la reconciliación
personal, o bien acompañada de otras personas con cierta iniciación en la
plegaria de curación.

Conviene buscar la raíz del problema: cuándo empezó, cómo, qué recuerda de
la niñez, si fue rechazado o herido por alguien o por algo. Si el paciente no lo
recuerda, se pide al Señor que traiga a su memoria los momentos dolorosos
del pasado y que cure las heridas. Es importante ayudar a la persona a
imaginar su pasado como presente y pedir a Jesús que lo que falló en el
pasado de nuestro hermano lo supla ahora con el Amor del Padre.

A medida que el problema se va revelando hay que pedir al Señor que llene el
hueco con su paz y amor, quitando los malos efectos de la herida.

Si el problema es grave y profundo, se necesita mucho más tiempo para


escuchar al hermano y para orar después, como antes hemos dicho. Se puede
pedir también la efusión del Espíritu Santo.

Si nos parece que no se llega al resultado, puede ser porque no se ha dado


todo el arrepentimiento necesario. Si no se perdona totalmente a los demás no
se puede llegar a la sanación interior. O quizá no se haya llegado al fondo del
problema o que el problema sea más grave de lo que parecía. No hay que
descartar la ayuda del psiquiatra.

La curación es progresiva y en muchos casos serán necesarias varias sesiones


de oración.

05 - EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO.

LOS DIEZ PRIMEROS AÑOS DE LA R.C. EN LA


IGLESIA CATOLICA
Por CARDENAL L. J. SUENENS

(Traducido de MAGNIFICAT, núms. 2, 1977)

En el presente año de 1977 se cumple el Décimo Aniversario de la R.C. en los


Estados Unidos. ¿Cómo no glorificar al Señor por cuanto ha derivado de este
despertar religioso que nació en Pittsburg en 1967 y como el fuego de un
incendio se extendió rápidamente por todo el mundo?

¿Y cómo no tener una oración y un recuerdo emocionado para los pioneros,


aquellos estudiantes, hoy amigos, que se atrevieron a caminar sobre las aguas
y creer que el Espíritu sigue actuando hoy con toda la riqueza de sus dones y
de su gracia?

MIRADA SOBRE El PASADO

Lo que me llama la atención en una mirada hacia el pasado es la continuidad


de la R.C. con la renovación espiritual iniciada por el Vaticano II y su
promotor, Juan XXIII, el Papa Carismático que “bajo la inspiración del
Espíritu Santo”, según sus propias palabras, convocó un Concilio en el que el
Espíritu obró poderosamente.

La Iglesia entera no oró en vano para que “surgiera un Nuevo Pentecostés”.


La R.C. cumple por su parte esta oración y prosigue la renovación en el
Espíritu tan deseada, a pesar de las tinieblas y dificultades de la hora presente
y aun en medio de ellas. Nos trae una nueva toma de conciencia de nuestros
tesoros espirituales y una valoración de nuestra herencia cristiana.
Me parece importante subrayar este aspecto de continuidad con el pasado en
general y con el pasado inmediato que es el Vaticano II.

Uno de los líderes más calificados de la R.C. en los medios luteranos, Larry
Christenson, ha escrito con acierto:

"El mismo término “Renovación” implica una valoración de lo antiguo.


Dios no destruye, sino que redime; no borra el pasado sino que lo renueva. No
crea cosas nuevas, sino que hace nuevas todas las cosas. Se reconoce la
madurez de un movimiento de renovación por el respeto que muestra hacia su
propia herencia”.
(The Charismatic Renewal among the Lutherans., p. 125).

MIRADA SOBRE EL FUTURO


Un aniversario no es sólo invitación a la acción de gracias, sino también
invitación a interrogarse sobre el futuro. ¿Qué puede esperarse mañana de la
R.C. a nivel de Iglesia entera?

¿Tiene algo que dar a la Iglesia y ésta tiene algo que recibir?

Formular la pregunta en estos términos se presta a equívocos. Hablar de la


Renovación como de un movimiento que tiene algo que dar a la Iglesia
supone cierto dualismo entre la Renovación y la Iglesia. Si presentamos así la
pregunta reducimos la Iglesia a una realidad puramente Institucional frente a
una Iglesia carismática como complemento espiritual de algo que faltase,
como una inyección de sangre nueva que le viniera desde fuera.

¡No! No existe una Iglesia institucional frente a una Iglesia carismática: no


hay más que una sola Iglesia, en la que se dan diversas dimensiones que se
compenetran.
La dimensión carismática está en el corazón mismo de la realidad institucional
y la impregna en su totalidad, de la misma manera que la dimensión
Institucional o sacramental está plenamente investida del Espíritu.

Hay que evitar el considerar a la Iglesia como una realidad en sí misma aparte
del pueblo de Dios que somos nosotros. La Iglesia somos nosotros: la
renovación debe penetrar en cada uno de nosotros en cuanto que somos
miembros de nuestra comunión eclesial.

Hay que evitar el mirar a la Iglesia como algo abstracto: en la realidad


concreta no existe la renovación sino en cuanto me renueva a mí como
miembro de la Iglesia de Cristo.

NO HAY UNA DOBLE PERTENENCIA


No se pertenece por una parte a la Renovación y por otra a la Iglesia: no puede
darse una doble pertenencia. Es en lo más profundo de mi Identidad como
miembro de la Iglesia donde me toca el Espíritu; es en lo más específico mío,
como católico, como hijo que soy de la Iglesia Católica Romana, donde he de
vivir la lógica de mi vocación cristiana.

No soy primero cristiano y luego católico: soy a la vez un bautizado, un


invitado a la mesa eucarística, un hermano llamado a vivir en comunión con
mis hermanos, en activa unión con mi obispo, guardián y garantía de la
autenticidad de nuestra comunión eclesial. Nada de esto resulta ser adventicio
a mi ser de cristiano.

La Iglesia de la que soy miembro es a la vez una comunión bautismal que me


abre a la Trinidad Santa, una comunión eucarística que me sumerge en el
Misterio Pascual, una comunión con el Espíritu que actualiza el misterio de
Pentecostés y una comunión orgánica que me vincula con el Obispo y por
medio de él con las demás Iglesias y con la Iglesia de Roma que preside el
Papa “al servicio de la unidad de las santas Iglesias de Dios”.

Me parece muy importante estar atentos al vocabulario que empleamos. Al


hablar de la R.C. se tiende fácilmente a presentarla como un “movimiento”,
como una “organización”, una especie de iglesia dentro de la misma Iglesia.
Si no hay precaución se puede incurrir en la desviación de considerarla como
un cristianismo sin Iglesia o como una superiglesia que estuviera sobre todas
las Iglesias cristianas sirviéndoles de común denominador.

Esto seria la negación de nuestra identidad, el rechazo de la Iglesia tal como la


ha querido el Señor, según las normas que le ha dado y según la ha guiado el
Espíritu a través de los siglos.

Se podría acusar a la Renovación de ser un elitismo, una secta o un gueto


espiritual, cuando por el contrario lo que quiere el Espíritu Santo es una
animación interna, con un dinamismo nuevo en todas las Iglesias que se
llaman cristianas y ofrecerles una mutua acogida ecuménica.

UN CATECUMENADO PARA BAUTIZADOS ADULTOS

Liberados de ambigüedades verbales, podemos hablar con tranquilidad de lo


que en el futuro pudiera aportar la Renovación a la Iglesia entera.

Creo que su aportación fundamental seria darnos a todos una nueva


conciencia de lo que implica nuestro bautismo.

Desde que el bautismo ya no se administra a los convertidos adultos, como en


los orígenes, y se administra en cambio a los niños, nos encontramos frente a
cristianos que han recibido la fe por herencia y no frente a aquellos que se han
adherido a Jesucristo por una plena y libre opción.

Esto ha creado un tipo de cristianos, tributarios del medio familiar y


ambiental, tentados con frecuencia por una actividad pasiva más que
corresponsable y comprometida en el servicio activo del Evangelio.

Hoy, y más aun mañana, será cristiano aquel que como adulto haya
reencontrado a Jesucristo y se haya adherido a su misterio de salvación con
pleno conocimiento de causa.

Esto supondrá una iniciación adecuada de nuevo tipo, una nueva toma de
conciencia del compromiso bautismal, iniciación que deberá hacerse en
distintos momentos de la vida según el avance espiritual de cada uno.

Seguir bautizando a los niños es algo vital, es una tradición bien establecida y
plenamente válida, pero también es esencial que en adelante haya lugar para
un nuevo descubrimiento de Jesucristo y para asumir voluntariamente los
compromisos hechos en nombre del niño. En una palabra: hay que dar paso a
un catecumenado para bautizados y confirmados.

Y aquí es donde el “bautismo en el Espíritu” o mejor dicho, “la efusión del


Espíritu” que está en el corazón mismo de la Renovación se ofrecen como una
invitación a toda la Iglesia.

Bajo una forma u otra, sea cual fuere la pedagogía que se adopte, el cristiano,
si ha de vivir como tal, debe rehacer el camino que a los carismáticos se invita
a seguir bajo el nombre de “life in the Spirit Seminar” (Seminario de la vida
en el Espíritu).

Estas reuniones de Iniciación, vividas en clima de oración y fraternidad,


llevan normalmente a experimentar la presencia del Espíritu en una nueva
profundidad.

Quisiera invitar a teólogos, pastores, pedagogos y a todos aquellos que se han


beneficiado de esta “renovación en el Espíritu” a comunicar a otros esta
gracia, en gran escala, más allá de la Renovación.

Que a partir de su propia experiencia puedan con la oración y el estudio


ayudar a descubrir los caminos y medios prácticos con vistas a elaborar este
catecumenado para adultos cristianos, bautizados y confirmados, y preparar a
los cristianos de los nuevos tiempos.

En el Sínodo de Obispos de Roma, de octubre de 1974, la comisión que


presidí formuló un deseo en este sentido.
¡Ojalá que este llamamiento se deje oír de un extremo al otro!

El texto aprobado fue el siguiente:


”Dado que en nuestro tiempo el cristianismo recibido por herencia es menos
frecuente y cobra mayor sentido una decisión personal, sería deseable que se
instaurase un rito cristiano para celebrar la adhesión cristiana al llegar al
estado adulto. De este modo se ofrecerían posibilidades para asumir con una
fe verdaderamente personal los sacramentos de la iniciación recibidos en la fe
de la Iglesia durante la infancia.

Tal ratificación personal debería ir precedida normalmente de una preparación


en una comunidad de oración y profundidad doctrinal: una especie de
catecumenado de bautizados”.

EL BAUTISMO EN EL ESPIRITU SANTO


A LA LUZ DEL NUEVO TESTAMENTO.
Por LUIS MARTIN

Trataré de ofrecer en forma de aproximaciones las sugerencias y reflexiones


que me ofrece una lectura atenta del Nuevo Testamento a propósito de la
expresión EL QUE BAUTIZA EN EL ESPIRITU SANTO.

He aquí los textos:


El os bautizará en Espíritu Santo y fuego (Mt 3,10 Lc 3,16),
Él os bautizará con Espíritu Santo (Mc 1,8).
Ése es el que bautiza con Espíritu Santo (Jn 1,33).

Y en forma parecida:

Vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo (Hch 1,5 y 11,16), en un solo


Espíritu hemos sido todos bautizados (1 Co 12,13).

El discurso de Pedro en Jerusalén ofrece algunas pistas para llegar a una mejor
comprensión de los mismos:

Había empezado yo a hablar cuando cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como
al principio había caído sobre nosotros. Me acordé entonces de aquellas
palabras que dijo el Señor: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis
bautizados con el Espíritu Santo...” (Hch 11,15-16).

1) Pedro hace referencia a dos efusiones importantes del Espíritu: la de


Pentecostés y la que sobrevino sobre Cornelio y su familia, considerada como
el Pentecostés de los gentiles. En ambos casos se trata del cumplimiento de la
promesa que hizo Jesús de ser bautizados en el Espíritu Santo, y que es “la
Promesa del Padre” (Hch 1,4; 2,39).

2) Pentecostés es una superabundancia, una plenitud: “ser bautizados en el


Espíritu Santo” es lo mismo que ser sumergidos en el mismo, del cual se nos
presenta el agua como una imagen expresiva.

En el bautismo de Juan el hombre “exterior” era sumergido en el agua, como


signo de penitencia. Ser bautizado en el Espíritu Santo indica que el Hombre
“interior” es sumergido en el mismo Espíritu y queda inundado, empapado y
transido. Cada parte del “hombre Interior” queda afectado por el poder
transformador del Espíritu, “por la acción del Espíritu en el hombre Interior”
(Ef 3,16), lo que explica el empleo tan reiterativo de la expresión “ser llenos”
del Espíritu Santo (Hch 2.4: 4.8: 4,31: 7,55; 9,17; 13,9): es una verdadera
plenitud.

3) Esta plenitud se da primordialmente en las facultades superiores del


hombre, mente, voluntad, corazón, y es así como los cristianos quedan
“sellados con el Espíritu Santo de la Promesa” (Ef 1,13).

Pero afecta también a toda la persona y, consiguientemente, al cuerpo que es


signo y expresión del espíritu y de cuanto en él sucede. Los efectos de la
presencia del Espíritu se extienden también al cuerpo, originándose
manifestaciones típicas como las curaciones, hablar en lenguas, don de
lágrimas, la alabanza, la contemplación.

El cuerpo humano, que ya de por si es obra de belleza y expresividad, se


convierte entonces “para el Señor y el Señor para el cuerpo” (1 Co 6,13) y
adquiere la gran categoría de “templo del Espíritu” (1 Co 6,19), como anticipo
del “cuerpo espiritual” (1 Co 15.44), incorruptible e inmortal que será en la
Consumación.

4) La recepción del Espíritu era algo que se experimentaba no sólo en


Pentecostés, sino en cada efusión. (Hch 4,31). Era algo consciente y
reconocible.
Por esto Pablo consideraba la efusión del Espíritu como prueba de nuestra
condición de hijos de Dios: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo... (Ga 4,6). Lo mismo
Juan: En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que
nos ha dado su Espíritu. (1 Jn 4,13 y 3.24).

Para el cristiano es la garantía de una esperanza que “no falla porque el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
nos ha sido dado”. (Rm 5,5). Como prenda y garantía de todo lo que
esperamos “nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones”. (2 Co 1.21;
5.5).

5) El ser bautizados en el Espíritu tal como Jesús prometió, se inaugura con la


efusión de Pentecostés.

Fieles al mandato del Señor, los Apóstoles siguieron administrando después el


bautismo de agua como iniciación al reino mesiánico, con el que se
perdonaban los pecados y se recibía el Espíritu Santo: “Convertíos; que cada
uno reciba el bautismo en nombre de Jesucristo, para el perdón de los
pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”. (Hch 2,38; 9,17-18; 19,5-6).

En el Libro de los Hechos el Bautismo en el Espíritu se relaciona siempre con


el bautismo Sacramental. Bautismo de agua y efusión del Espíritu son dos
aspectos de la consagración cristiana, en la que el hombre renace “de agua y
de Espíritu”(Jn 3.5) y, al mismo tiempo, una actualización del acontecimiento
de Pentecostés.

Estos dos aspectos diríamos que son la dimensión sacramental y la dimensión


carismática de una misma unidad, siendo siempre libre el Espíritu para
derramarse carismáticamente fuera de todo esquema sacramental.

En ciertos momentos diríamos que predomina uno de estos aspectos o que


coinciden ambos:

- Pentecostés de los Apóstoles (Hch 2.1-41) y oración de los Apóstoles en la


persecución (Hch 4.23-31): predominio de la dimensión carismática.

- Pedro y Juan en la comunidad de Samaria (Hch 8,14•17), discípulos de


Éfeso (Hch 19,1-7): se da dimensión sacramental y experiencia carismática:

- Cornelio y familia (Hch 10,1-48): experiencia carismática seguida de


dimensión sacramental.

No hay más que un solo bautismo (Ef 4,5).

6) La recepción del Espíritu fue para la Iglesia primitiva el acontecimiento


más importante de la iniciación cristiana. Una vez iluminados, gustaron del
don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las
buenas obras de Dios y los prodigios del mundo futuro. (Hb 6,4•5): aquella
recepción o efusión implicaba presencia y experiencia del Espíritu.

No hay pasaje en el Nuevo Testamento que nos dé pie para pensar en una
auténtica iniciación cristiana sin el Espíritu: “en un solo Espíritu hemos sido
todos bautizados... y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12,13).
7) A la vista de estos datos podemos apreciar la diferencia de perspectiva
entre los cristianos primitivos y nosotros.

Ellos llegaban a la fe a partir de una conversión y una opción, muy personal y


consciente, que hacían por el Señor, Cristo Jesús Resucitado tal como se lo
presentaba el kerigma. Tras larga y profunda preparación de catecumenado,
tal como se fue implantando posteriormente, se recibían los sacramentos de la
iniciación cristiana. Aquella vivencia y presencia del Espíritu del Señor era
algo inolvidable en la vida de aquellos cristianos. La experiencia del Señor
resultaba por tanto algo normal para todos los cristianos.

En cambio el cristiano convencional de hoy día ha recibido los sacramentos de


la iniciación en su más tierna infancia y difícilmente si llega a tomar
conciencia de su compromiso bautismal, menos aún a una verdadera
experiencia de la presencia del Señor en su vida, de su Espíritu. La
experiencia del Espíritu no es algo común, por lo que se la ha considerado
como algo que no es normal.

Esto se fue imponiendo de manera insensible a lo largo de la historia,


motivado en parte por la normativa que se fue introduciendo de bautizar a los
niños, y en no menor parte por la pérdida de la esperanza escatológica y las
reacciones contra todos los movimientos espiritualistas que acentuaron lo
carismático en contra de lo institucional en la Iglesia.

Resultado final: todos lo conocemos.


Para una gran mayoría de cristianos el Espíritu Santo no es más que un
artículo de fe, es decir, una fe puramente confesional en el Espíritu Santo y en
sus carismas, pero no una vivencia del Espíritu que lleve a una apertura a su
acción, a sus dones, y a una relación de intimidad con el misterio trinitario.

8) La Renovación Carismática nos hace ver que la experiencia neo


testamentaria del Espíritu del Señor ha de ser algo normal para cada cristiano
y una experiencia común en la Iglesia: “la Promesa ?es para vosotros y para
vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor
Dios nuestro” (Hch 2,29) .

9) Esta experiencia carismática que falta en tantos cristianos, a pesar de toda


la objetividad de la dimensión sacramental, es la que sería de desear para
todos, experiencia que nos llevaría a descubrir y actualizar los sacramentos de
la iniciación y su verdadera identidad cristiana. El cristiano es carismático por
definición, lo mismo que la Iglesia.
El sacramento del bautismo se ha separado demasiado de la recepción del
Espíritu Santo, quedando ésta como relegada a la Confirmación y fragmentada
la iniciación cristiana en partes temporalmente separadas. Es preciso recuperar
este aspecto carismático en el Sacramento del Bautismo.
10) La efusión del Espíritu o bautismo en el Espíritu, de que tanto se habla en
la Renovación Carismática, pretende darnos esto: tomar conciencia,
experimentar y también abrirnos al Espíritu del Señor Resucitado, y a partir de
aquí iniciar una relación de intimidad con el mismo, una liberación interior
para dar paso a un proceso de transformación interior, crecer y caminar
constantemente en el Espíritu.

EL BAUTISMO EN El ESPIRITU,
MANIFESTAClÓN DEL PODER DE DIOS.
Por PEDRO FERNANDEZ

¿UNA TERMINOLOGIA CONFUSA?

Algunos afirman que la expresión "bautismo en el Espíritu” en el uso que hace


la R.C. es confusa, pues no existe otro bautismo fuera del sacramento del
bautismo. Otros constatan que se trata, tal vez, de un vocabulario irreversible,
que hay que aclararlo, pero que no se puede desterrar. Entiendo que nos
hallamos ante una cuestión que corre el peligro de convertirse en un debate de
palabras. Urge, pues, considerar sobre todo las realidades implicadas en este
vocabulario.

En la Sagrada Biblia hallamos este modo de hablar, aunque en forma verbal


(no substantivada): Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego (Mt 3.11;
Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33). En los Hechos de los Apóstoles se repite: seréis
bautizados en el Espíritu Santo (Hch 1,5; 11,16). Este vocabulario bíblico no
es ambiguo; pero puede convertirse según las diversas interpretaciones que se
den a esta expresión. La interpretación católica, por ejemplo, es diferente de la
interpretación pentecostal.

La expresión "bautismo en el Espíritu" en el uso que hace la R.C. procede del


Pentecostalismo clásico. El empleo de fórmulas idénticas en contextos
eclesiales diferentes puede producir confusión. "La aceptación de un cierto
vocabulario de origen no católico supone para la R.C. un riesgo en materia
doctrinal. Se impone un discernimiento crítico” (Documento de Malinas). Este
riesgo se convertiría en confusión si se llegara a afirmar que hay cristianos no
bautizados en el Espíritu Santo, o que existen varios bautismos (cf. Ef 4.5), o
si se hiciera creer que se trata de un superbautismo o de un complemento del
sacramento del bautismo. Sin embargo, se puede admitir esta terminología si
no se disocia el “bautismo en el Espíritu” del sacramento del bautismo y si se
distingue entre el hecho fundamental (sacramento) y el hecho particular (la
efusión del Espíritu como manifestación del poder de Dios).

En el fondo de la cuestión se halla la diferente concepción de la iniciación


cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) en la teología sacramental
católica y en la teología pentecostal clásica. La teología católica no separa el
bautismo de agua del bautismo en el Espíritu, pues se trata del único
sacramento del bautismo. En cambio, en el pentecostalismo clásico, el
bautismo de agua es un hecho humano con valor simbólico, mientras que el
bautismo en el Espíritu es obra de Dios y fuera de todo contexto sacramental.
En consecuencia, para los católicos, lo que se llama en la R.C. “bautismo en el
Espíritu” no es ni un sacramento, ni tampoco, propiamente y en sentido
estricto, el bautismo. Sólo en sentido amplio se puede hablar de “bautismo en
el Espíritu”, como cuando en la tradición se ha hablado del bautismo de
conversión, de segundo bautismo (referido a la profesión religiosa), etc.

UN VOCABULARIO MAS ADECUADO

En el Documento de Malinas se lee: “En éste, como en otros puntos, la


experiencia norteamericana de la Renovación no debe ser considerada como
normativa. En otros lugares se ha considerado necesario sustituir la expresión
”bautismo en el Espíritu” por otras similares. En Francia y en Bélgica se habla
a menudo de efusión del Espíritu; en Alemania de renovación de la
Confirmación; en lengua inglesa se emplean a veces las expresiones liberación
del Espíritu o renovación de los sacramentos de la iniciación. En esta
búsqueda de un vocabulario adecuado. Conviene vigilar para que los vocablos
empleados no dañen en exceso lo que tiene de especifico la Renovación en
cuanto a experiencia espiritual, es decir, el hecho de que la fuerza del Espíritu
Santo, comunicada en la iniciación cristiana, llega a ser objeto de experiencia
consciente y personal».

En estas expresiones nuevas se acentúa la acción de Dios, sin olvidar las


disposiciones del cristiano y su relación con los sacramentos de la iniciación.
La experiencia espiritual nacida a raíz del “bautismo en el Espíritu” es una
efusión o manifestación del Espíritu a modo de reviviscencia o actualización o
liberación o renovación de los dones ya recibidos en el sacramento del
Bautismo.

LA REALIDAD DEL BAUTISMO EN EL ESPIRITU

La realidad del “bautismo en el Espíritu” es una experiencia espiritual: la


experiencia de la presencia poderosa de Dios en el hombre, caracterizada por
su acción maravillosa que transforma el corazón y le dota de un nuevo poder
mediante los dones y carismas. Es una dimensión nueva. Es la fuerza o
dynamis de Dios (cf. Lc 4,14; Hch 1,8; 6,8). Desaparecen las inhibiciones. Se
liberan las energías. Se restaura la sinergia personal. El cuerpo se manifiesta
en nuevos gestos. El espíritu adquiere la libertad al verse libre de las
operaciones de los pecados y sus consecuencias. Se confirma cómo las
virtudes, dones y carisma son regalos infundidos por Dios en nuestro espíritu.
Este contenido es el tesoro escondido y la perla encontrada. Es la borrachera
sobria del Espíritu, perfección del cristiano.

Para el cristiano que ha recibido el sacramento del bautismo, el “bautismo en


el Espíritu” no es el inicio de la fe, sino una renovación en el modo de vivirla.
Es vivencia y confirmación de la fe. La Renovación Carismática, por
consiguiente, tiene sus fundamentos teológicos en la celebración de la
iniciación (Bautismo y Confirmación) e invita a una renovación de la
conciencia bautismal ampliamente concebida, es decir, "para que conozcamos
los dones que Dios nos ha concedido" (1 Cor 2,12). (Documento de
Grottaferrata).

¿Cómo explicar teológicamente este contenido fundamental del bautismo en


el Espíritu? En primer lugar, quede claro que “no es un segundo bautismo,
sino un acto simbólico que significa en el creyente la apertura al Espíritu
recibido en su bautismo”. (Documento de los obispos canadienses.) En
segundo lugar, diríamos que el bautismo en el Espíritu nos manifiesta una de
las realidades fundamentales del sacramento del bautismo. Efectivamente, el
sacramento del bautismo implica la recepción del Espíritu Santo (cuya
plenitud será el sacramento de la Confirmación) que se manifiesta en la
gracia, en las virtudes, en los dones y carismas, como obra perfecta de Dios; y,
además, la experiencia personal o manifestación en la persona de la presencia
del Espíritu y de su poder, que es obra de Dios aceptada por el hombre
dispuesto y abierto a la gracia de Dios. Es la gracia permanente de
Pentecostés. La manifestación en el cristiano de este segundo aspecto real del
sacramento del bautismo es lo que, dentro de la R.C. católica, se llama
“bautismo en el Espíritu”.

La R.C. es, por consiguiente, una llamada a dar más plenitud a la esperanza y
confianza del cristiano en el poder de Dios, mediante la apertura y
disponibilidad a los dones y carismas del Señor. El “bautismo del Espíritu” es,
así, un gran enriquecimiento para nosotros, en cuanto supone la experiencia
personal y la manifestación del poder de Dios, contenidos reales concedidos
por el sacramento del bautismo. Con otras palabras, el bautismo en el Espíritu
nos manifiesta las maravillas encerradas en la realidad del sacramento del
bautismo.

Podemos explicarlo también teológicamente como una gracia actual, como un


don de Dios al hombre, por el que nos comunica la salvación de Jesús, el
consuelo del Espíritu, su amor. Así Santo Tomás de Aquino habla de un
aumento de gracia por el cual uno puede realizar algo nuevo; por ejemplo,
cuando uno recibe el don de milagros o de profecía, o también cuando, lleno
de amor, se expone al martirio, renuncia a lo que posee o realiza algo difícil”.
(Summa Theologica 1, q. 43, a. 6 ad 2.) Todas estas manifestaciones de Dios,
dice el Santo Doctor, implican una experiencia.

El "bautismo en el Espíritu” es siempre una gracia actual del Señor, mediante


la cual se renuevan los dones ya concedidos o se conceden nuevas
manifestaciones de la misericordia divina. Como Jesús nos dice: si vosotros,
siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro
Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? (Lc 11,13).

PUNTOS PRÁCTICOS SOBRE EL BAUTISMO EN


EL ESPÍRITU

Por la redacción de Koinonía.

El “Bautismo en el Espíritu” es como la puerta de entrada en la Renovación


Carismática y al mismo tiempo el punto de partida de un proceso de
conversión y transformación para seguir después caminando en la vida del
Espíritu dentro de un grupo o comunidad.
No es, por tanto, un suceso aislado.

Para todo el que aspira a esta gracia no plantea más que una pregunta: ¿estoy
verdaderamente dispuesto a abrirme a la gracia del Espíritu Santo? Esta
pregunta puede ser una interpelación para toda una comunidad o para la
Iglesia entera.
El Bautismo en el Espíritu no es una experiencia nueva. Tratándose de una
efusión del Espíritu del Señor sobro el cristiano, es algo que siempre ha
ocurrido a lo largo de la historia, principalmente en la vida de los santos,
coincidiendo con su primera o segunda conversión. Por la descripción de esta
experiencia que algunos han dejado en sus escritos, vemos que para ellos fue
la base de una vida de oración y testimonio.

Para algunos fue como una sorpresa que un día les vino del cielo, para otros
fue la respuesta de la gracia a sus ardientes deseos de darse al Señor. Para
nosotros hoy día es una gracia que tenemos a nuestro alcance. ¿Qué es lo que
se requiere de nuestra parte?

UNA DISPOSICION MUY CONCRETA


Cuando un cristiano se decide a abrirse totalmente a la acción del Señor, a
ponerse en las manos del Padre, ya se están dando en él las disposiciones
adecuadas y en cierta manera ha empezado a operarse ya la efusión del
Espíritu.

Quizás el rasgo más claro y determinante sea un ardiente deseo de Dios.


Cierto que esto ya supone una verdadera conversión.

Pero si se busca el bautismo en el Espíritu sin un deseo más o menos


consciente de Dios, es muy poco lo que se puede esperar: “Si conocieras el
don de Dios… tú le habrías pedido a Él y Él te habría dado agua viva…' (Jn
4,10).

Cuando el alma busca a Dios como busca la cierva los corrientes de agua,
cuando “tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo”, (Sal 42,3) y responde con
fe a la invitación del Señor “si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea
en mi” (Jn 7,37), entonces experimenta los “ríos de agua viva”.

?Esto supuesto, hay que encarecer a los que desean recibir el bautismo en el
Espíritu unas actitudes que siempre serán la base de la vida cristiana:

a) Arrepentimiento: Ya en sí es don de Dios, una gracia del Espíritu, “os daré


un corazón nuevo... un espíritu nuevo...” (Ez 36,25-27; 11,19-20) Y por tanto
no hay que darlo fácilmente por supuesto, pues o falta o no es lo
suficientemente completo y en muchos casos no es fácil llegar a él si no es
con la oración sincera. Esta es la clave de muchos fallos de la vida cristiana y
de la oración, el fundamento de la conversión y de la liberación interior.

b) Alma de niño y de pobre: sentirse pobre ante Dios y ante los hermanos,
desembarazado de la propia autosuficiencia, como un mendigo, como pecador
perdonado; sólo entonces es posible recibir el reino de Dios como niño y
entrar en él (Mc 10,15).

c) Actitud de fe, confianza y abandono en el Señor: la mayoría de los


cristianos lo que tienen es un temor reverencial de Dios y una idea muy
legalista de la justicia de Dios, pero no tienen experiencia de la misericordia y
el amor de Dios para con ellos o tan sólo un concepto vago y difuso,
insuficiente para iluminar su fe.

La Palabra de Dios nos dice tanto de la ternura de Dios para los que en Él
confían, de la eterna misericordia de Dios, que parece inexplicable que tantos
cristianos no lleguen a una actitud de confianza y abandono en el Amor que el
Señor nos tiene del que “ni la muerte ni la vida... ni otra criatura alguna podrá
separarnos”. (Rm 8,38-39).
El SEMINARIO DE LAS SIETE SEMANAS

Respecto a la instrucción que hay que dar antes del Bautismo en el Espíritu, se
sigue comúnmente el plan de las siete semanas. En España se utiliza el manual
de Estados? Unidos, el de Latinoamérica o el de Bélgica. Todos coinciden con
ciertas acomodaciones a distintas áreas geográficas. Quizá pronto podamos
preparar uno para los grupos de España.

Durante estas siete semanas, demos, sí, toda la iniciación e instrucción posible
y que tomen parte en este ministerio todos los catequistas del grupo en
distintos días para conseguir una mayor riqueza. Presentemos siempre la R.C.
como “una corriente de gracia que pasa y que conduce a vivir una tensión
mayor y consciente de la dimensión carismática inherente a la Iglesia”
(Suenens), sin caer en el elitismo. Pero tengamos siempre puesta la mirada,
más que en los conocimientos que se transmiten, en el clima espiritual y en las
actitudes que hay que conseguir en aquellos que se preparan.

Hay que Insistir mucho en la integración en el grupo a partir del bautismo en


el Espíritu y, a ser posible, asegurar una atención personalizada antes y
después para con cada uno, de forma que ninguno ya se sienta solo en un
caminar en la vida del Espíritu.

SOBRE EL CUANDO Y COMO

Tengamos discernimiento para no admitir a aquellos que vienen buscando


sensacionalismo o experiencias nuevas, pues esto también se da.

Sea siempre dentro del grupo, de forma que sea toda la comunidad la que ore,
“porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados para no formar más
que un cuerpo”. (1 Co 12,13). He aquí la fuerza de esta oración: “donde están
dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).
Supuestas las actitudes a que antes hemos hecho referencia, la fe y unción de
los que oran por el hermano obtienen el cumplimiento de las palabras de
Jesús: “... ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo
piden!” (Lc 10,13).

Algunos siguen cierto esquema: el que desea recibir la efusión del Espíritu
expresa primero su fe en Jesús, manifiesta después el arrepentimiento y el
rechazo de sus pecados, perdonando las ofensas, y pide al Señor que le llene
de su Espíritu: entonces un grupo de hermanos imponiendo sobre él las manos
hacen una invocación, dirigida al Padre, o al Señor Jesús Resucitado, pidiendo
en nombre de su Palabra que envíe abundantemente el Don de su Espíritu
sobre este hermano, tal como lo prometió. Hay que expresar también la acción
de gracias, porque si Jesús lo ha prometido, Jesús se ha comprometido y ahora
cumple su palabra.
Se ore o se cante en lenguas, y también empiece el que recibe la efusión, pero
si le resulta muy dificultoso no se le fuerce. Quizás algún hermano tenga una
palabra de sabiduría de profecía para él.

Todo ha de ser con mucha sencillez, sin emocionalismo. Si alguna persona


accede a dejarse llevar del emocionalismo, tratemos de tranquilizarla, porque
la acción del Espíritu es paz, dominio, templanza y serenidad. En las
catequesis hay que prevenir contra esto.

QUÉ OCURRE DESPUÉS.

Cuando el Espíritu del Señor se derrama abundantemente sobre un grupo de


creyentes, la consecuencia inmediata y un indicio de su presencia en el grupo
es que todos se convierten en expresión clara del Cuerpo de Cristo, es decir,
cada miembro descubre su identidad porque despierta a la comunidad:
empieza a funcionar como miembro vivo del Cuerpo de Cristo. Aquellos que
han estado viviendo un cristianismo individualista tardarán más en integrarse
en la comunidad. Para esto necesitan liberación.

Para algunos el bautismo en el Espíritu es un impacto decisivo y es


experimentar las palabras de Jesús: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo,
que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos...” (Hch t ,8). Incluso
sacerdotes y religiosos han confesado ser la experiencia religiosa más
importante de su vida.

Que no se trata de un hecho de sugestión o de emoción lo demuestra el


cambio decisivo y sus efectos que perduran años a pesar de las dificultades
por las que se pasará después. La sugestión no cambia internamente a la
persona, ni conduce hacia una mayor libertad, paz y amor profundos.

Las personas menos estructuradas mentalmente y más simples son las que más
fácilmente sentirán la necesidad de orar en lenguas y durante largo tiempo.
Hacerla ahora, si, pero en los días sucesivos no caer en la tentación de
aferrarse al don de la oración buscando por sí mismo o al intento de suscitar
nuevamente aquel fruto sensible.

Habrá otras personas que dirán no haber experimentado nada en la efusión del
Espíritu. La explicación de esto puede ser muy diversa, dejando siempre a
salvo los caminos incomprensibles de Dios y su modo de actuar en nosotros
de una forma imperceptible. Hay que mantenerse en la fe de que el Señor
cumple siempre su palabra y esperar. En estos casos casi siempre se inicia una
transformación lenta y progresiva que quizá no se interrumpa más.

Al Bautismo en el Espíritu siguen días o meses de una gran facilidad


espiritual, de gozo, paz y amor, de sentir una gran necesidad y gozo por la
oración a la que uno se da sin el menor esfuerzo. Incluso se puedo llegar a
momentos de oración infusa o contemplación, en un alternar la vida purgativa
con la iluminativa, fenómeno poco común para los tratadistas espirituales pero
frecuente en la R.C.

Esta “luna de miel” espiritual puede durar más o menos según la situación
espiritual de cada uno, pero han de venir días de desierto, de aridez y
tentación. Jesús fue tentado en el desierto después de su Bautismo en el que
hubo una manifestación tan profunda de la presencia del Espíritu.

No Importan las dificultades e Incluso los retrocesos momentáneos con tal que
la resultante final sea de progreso. El Señor será el que más haga por nuestra
renovación y transformación.

¿QUE ES LA ORACION EN LENGUAS?


Por RODOLFO PUIGDOLLERS

Una de las cosas que más choca a quienes se acercan a la renovación


carismática es la oración o el canto en lenguas. Sin embargo, no es éste ni
mucho menos su punto principal, por lo que conviene tener ideas muy claras
para no deformar las aportaciones que trae la renovación.

LA ORACJON EN LENGUA NO ES...

El orar o cantar en lenguas no es ningún fenómeno extraordinario o milagroso.


No se trata de un éxtasis ni de una pérdida del control consciente. Quien así
ora no se siente violentado, como si una fuerza externa lo arrastrase. Todo es
normal, todo es sencillo.

Tampoco es una manifestación de histerismo o de sentimentalismo.

El ambiente es de serenidad, de paz, de dominio de sí mismo. Quien ora así


empieza y termina cuando quiere. No hay nada de patológico.

La expresión hablar (orar, cantar) en lenguas es una frase hecha: no quiere


decir que se hable en un idioma extranjero o desconocido. No es ni siquiera
propiamente un hablar, sino una emisión espontánea de sonidos para sostener
la oración. A uno le vienen ganas de reír cuando lee que periodistas, y hasta
estudiosos, se esfuerzan por identificar el idioma utilizado en la oración en
lenguas: ¿será griego, será hebreo, será un idioma desaparecido? Nada de eso.
Es una improvisación de sonidos, un canto espontáneo.

LA ORACION EN LENGUA ES...


San Pablo dice que nosotros no sabemos cómo alabar a Dios y qué pedirle,
pero el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra pobreza y ora por nosotros
con expresiones ininteligibles (cf. Rm B.26). ¿Cómo expresar con palabras
nuestro amor, nuestra alabanza a Dios? ¿Cómo cantar el amor de Dios que
"sobrepasa todo conocimiento”. (Ef 3.19).

La oración y el canto en lenguas no es sino un esfuerzo por expresar lo


inexpresable (Kart Barth). Cuando se trata de expresar nuestros sentimientos
religiosos profundos no encontramos generalmente formas para hacerlo.
Nuestra oración se hace a veces cerebral o bien encuentra siempre los límites
del lenguaje. Nuestra liturgia no consigue muchas veces romper los
formalismos. En este ambiente, la oración y el canto en lengua es “una forma
de desprendimiento de sí mismo, de desbloqueo y de liberación interior ante
Dios y los hombres. Si al comienzo de la experiencia se acepta este acto de
humildad -con su riesgo de parecer infantil y ridículo- se probará la alegría de
descubrir una manera de orar por encima de las palabras y más allá de todo
cerebralismo”. [Cardenal Suenens).

El canto en lengua es como un aleluya o una meditación gregoriana. Es como


el canto de un niño. Es como un rayo de luz, como una brisa de aire fresco. Es
una expresión espontánea que puede ser de gran ayuda en nuestra oración
personal o en algunos momentos de la oración comunitaria.

¿QUE DICE LA BIBLIA?

Hablar del canto en lenguas es hacer referencia a la primera explosión de


alabanza de la comunidad cristiana: el canto del día de Pentecostés.

Nos explica San Lucas: todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron
a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. (Act 2,4).
Se trata de la gran explosión carismática: un canto espontáneo de todos los
discípulos impulsados por el Espíritu Santo. Todos cantaban “las maravillas
de Dios" (2,11). Un canto de alabanza.

Algunos autores piensan que fue una oración o un canto colectivo. Los
peregrinos de Jerusalén, a pesar de sus diversas procedencias, entienden todos
que aquellos hombres están alabando a Dios, que el Espíritu Santo prometido
se ha derramado sobre los hombres. No se trata de un entender palabras
(algunos decían que estaban borrachos, y de un borracho no hay mucho qué
entender), sino de entender el acontecimiento: se ha cumplido la promesa de
Jesús de enviar su Espíritu.

La misma explosión carismática encontramos en la conversión de los primeros


paganos. (Act 10.46; 11.15) Y con los discípulos de Juan Bautista en Efeso
[Act 19.6).
San Pablo habla extensamente de esta forma de orar en los capítulos 12-14 de
la primera carta a los Corintios. Dice claramente que no se trata de hablar en
ningún idioma sino de orar (“no habla a los hombres, sino a Dios”. 14.2).
Nadie puede entender, es sólo un canto, un himno espiritual.

San Pablo oraba mucho de esta forma (“hablo en lenguas más que todos
vosotros”. 14,18) y deseaba que todos orasen así (14.4). Pero no quería que se
le diese una importancia excesiva: las oraciones comunitarias no pueden estar
hechas sólo de oración en lenguas (et. 14.15): hay que tener mucha prudencia
y abstenerse cuando hay personas a las que puede chocar (cf. 14,23); lo que
construye la comunidad es sobre todo la oración inteligible, la profecía, la
enseñanza, el amor (cf. 13,1; 14.4. 17•19).

HISTORIA DE LA ORACION EN LENGUAS

Como hemos visto la oración en lenguas fue una característica de la


comunidad cristiana desde sus comienzos (cf. también Mc 16,17). En la
comunidad de Corinto (hacia el año 57) esta forma de oración estaba tan
extendida que se prestaba a exageraciones.

Se continuó utilizando, sin embargo, de forma colectiva en las asambleas


cristianas hasta principios del siglo III. San Ireneo escribe: "Oímos en la
asamblea a muchos hermanos que por el Espíritu hablan en lenguas». (Adv.
Haer. V, 6.1: PG 7. 1137). Pero por el uso que hacían algunos grupos algo
heréticos (los montanistas) esta forma de orar y cantar espontáneamente
desapareció de las asambleas y su uso quedó reducido a la oración personal.
De ello nos dan testimonio muchos santos, como por ejemplo San Francisco
de Asís, Santa Hildegarda, San Ignacio de Loyola, etc.

Sólo con la aparición del movimiento pentecostal se vuelve en este siglo a


utilizar esta forma de oración y canto espontáneo. Quienes estuvieron en la
fiesta de Pentecostés y el lunes siguiente en la basílica de San Pedro en Roma
en el Año Santo (1975), todos recuerdan la explosión carismática de acción de
gracias y adoración de los 10.000 peregrinos en el canto en lenguas que
precedió a las palabras de Pablo VI recordando la frase de San Ambrosio:
bebamos con alegría la sobria abundancia del Espíritu.

LA ORACION EN LAS ASAMBLEAS

En las reuniones de oración hay momentos en que la oración se hace más viva
y no bastan las palabras para expresar la alabanza o la necesidad, y sobre todo
para expresarla comunitariamente. Es en estos momentos en que suavemente,
casi silenciosamente, algunos empiezan a orar en lenguas, pasando poco a
poco al canto. El murmullo se va unificando, como "els castellers” construyen
una torre humana. Cada uno, espontáneamente, va ocupando su lugar dentro
de esta armonía improvisada. Es el amor que va uniendo las voces: el
discernimiento de las necesidades de los hermanos, el no querer dominarlos,
el animarlos, el saber esperarlos, el saber seguirlos...

Cuando hay divisiones en la comunidad, el canto en lenguas no puede


elevarse o bien sale estridente. Por eso es tan importante no exagerar la
importancia de este canto, pues de lo contrario no nos sentimos libres ante él y
podemos tener la tentación de forzarlo. El canto en lenguas es gratuito, como
todo lo que es del Espíritu. Es un don de cada momento.

En las asambleas, sin embargo, no se cantará normalmente en lenguas más


que uno o dos minutos. Y esto cuando el discernimiento y la inspiración nos
inviten a hacerlo. No hay que preocuparse si en una asamblea no se ha orado
así.

ALGUNAS DIFICULTADES

A veces alguno dice: “tengo miedo de que mi oración en lenguas sea algo que
me hago yo mismo” Cuando cantamos en lenguas somos nosotros quienes
cantamos y es natural que sea algo que hacemos nosotros. La oración en
lenguas no es una fuerza que actúa contra nuestra voluntad o un gran impulso.
Lo importante es que con el canto espontáneo uno ore y alabe al Señor.

Los pentecostales clásicos (no católicos) consideran el don de la oración en


lenguas como el signo de que uno ha recibido el Espíritu Santo. Sin embargo,
no debemos considerar este don como el único signo de la presencia del
Espíritu. La historia de la Iglesia y nuestra experiencia nos muestra claramente
que, a pesar de que es un don muy extendido, éste no va unido siempre e
inmediatamente al bautismo del Espíritu.

Es una costumbre muy desaconsejable el pedir para otro este don con
demasiada insistencia o bien invitándole a imitar los propios sonidos. Todo
don del Espíritu debe recibirse en un ambiente de libertad y de gratuidad. Si el
hermano se siente forzado, no podrá orar por mucho tiempo con libertad.

CONCLUSION
Concluyamos con una larga cita de las orientaciones teológicas y pastorales
del Coloquio de Malinas (21-26 mayo 1974): “no se puede entender
correctamente el significado del carisma de lenguas si se lo aparta del
contexto de oración. El “hablar en lenguas» permite a quienes lo hacen el orar
a un nivel más profundo. Este don debe comprenderse, pues, como una
manifestación del Espíritu en un don de oración. Si algunas personas aprecian
este carisma es porque aspiran a orar mejor. Y esto es lo que les permite el
carisma de lenguas. Su función se ejerce principalmente en la oración privada.
La posibilidad de orar de una forma pre-conceptual, no-objetiva, tiene un gran
valor para la vida espiritual: permite expresar de una forma pre-conceptual lo
que no puede expresarse conceptualmente. La oración en lenguas es con
respecto a la oración normal, lo que una pintura abstracta, no figurativa, es
con respecto a la pintura ordinaria. La oración en lenguas pone en acción una
forma de inteligencia capaz hasta para los niños. Bajo la acción del Espíritu, el
creyente ora libremente sin expresiones conceptuales. Es una forma de
oración entre otras. Pero la oración en lenguas pone en acción a toda la
persona y, por lo tanto, también sus sentimientos. Pero no está unida, sin
embargo, a una excitación emocional”.

LA COMUNIDAD CRISTIANA FRUTO DE LA


EFUSION DEL ESPIRITU.
Por CARLOS CALVENTE

Lucas nos presenta en los Hechos de los Apóstoles la experiencia de


Pentecostés como un acontecimiento perceptible no sólo por los discípulos
sino también por todos los circunstantes.

La acción del Espíritu es siempre en sentido convergente: agrupa, reúne y


congrega a las personas y entonces desciende abundantemente. Pretende
llevarnos a Jesús, no sólo en forma personal, sino comunitariamente. Por lo
que el primer fruto de la acción del Espíritu es el nacimiento de una
fraternidad universal, que es comunidad de oración, comunidad de alabanza
inspirada, que ofrece el mensaje evangelizador de ser todos UNO en Cristo y
testigos de su Resurrección.

El Espíritu les lleva a compartir una misma experiencia en forma comunitaria.


Aquellos primeros cristianos sabían qué eran y por qué. El Espíritu de Cristo
vivía en ellos profundamente y nunca se trataba de “mi” Espíritu, sino de
“nuestro” Espíritu.

La misma experiencia viven hoy los cristianos dentro de la Renovación


Carismática. Ser bautizados por el Espíritu Santo significa recibir toda la
riqueza de su gracia. En cada persona el Espíritu obra una conversión y una
transformación profunda de la vida. Y como si comunicara una luz nueva para
penetrar más en el misterio de Dios y llegar a un compromiso más personal
con Jesús. Ceder a las mociones del Espíritu supone recibir los dones y
carismas necesarios para la edificación de la Iglesia y la fuerza divina para
testimoniar a Jesús Resucitado.

Los efectos más inmediatos que se pueden observar son un gran amor a la
persona de Jesús, paz profunda y duradera, alegría que brota de lo íntimo del
corazón. Los mismos efectos que hallamos en el Libro de los Hechos:
“tomaban el alimento con alegría de corazón y alababan a Dios”. (2,46).

Esta paz y alegría hay que vivirlas en un contexto determinado de fraternidad,


de experiencia compartida. La vida en el Espíritu es vida compartida y para
crecer en ella resulta imprescindible “sentirse” parte de una comunidad de
amor. Es bueno recordar lo que escribía Pablo: “El fruto del Espíritu es amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza; contra tales cosas no hay ley”. (Ga 5,22-23).

Pablo opone aquí el concepto “fruto del Espíritu” a las “obras de la carne”. Es
la vía superior de que habla en la primera carta a los Corintios y que define
con la palabra “caridad”. El amor fraternal deriva del amor divino derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5.5). En
el Nuevo Testamento las palabras “amor” y “Espíritu” dicen la misma cosa. El
Espíritu de Dios es amor y creador de amor. Inspirados por este amor, los
carismas contribuyen eficazmente a la edificación y crecimiento del Cuerpo
de Cristo.

La Renovación Carismática que hoy experimentamos en la Iglesia es


principalmente renovación de amor fraterno y por lo que respecta a estos
signos de amor fraterno podemos afirmar con toda certeza que viene de Dios
(1 Jn 4, 1).

06 - EL COMPROMISO DE LA RENOVACION CARISMATICA.

LA NOVEDAD DEL ESPIRITU


Nacer a la vida del Espíritu es nacer a una vida nueva.
Vida Nueva en el Espíritu de la que constantemente nos habla la Palabra de
Dios. Dos pasajes muy significativos del Nuevo Testamento nos ofrecen
toda la densa riqueza de esta vida nueva.

Se trata de Ef 4,17-22 con 5,1-7 y Col 3,1-17.


En ambos textos tenemos por una parte el contraste del “hombre viejo”,
que sin duda es el hombre que no ha nacido a la vida del Espíritu y está
bajo el dominio del pecado, “que se corrompe siguiendo la seducción de las
concupiscencias” (Ef 4,22) Y está condenado a morir porque “el que no
nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo nacido
de la carne es carne.” (Jn 3,5.6).

Pero tenemos también la realidad del HOMBRE NUEVO, el que ha nacido


del Espíritu, “Lo nacido del Espíritu es espíritu” (Jn 3,6) y “el Espíritu es el
que da vida; la carne no sirve para nada” (Jn6,63).

Este hombre, nacido del Espíritu para gozar una vida nueva:

- Es «creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4,24).

- "Se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la


imagen de su creador” (Co 1,3,10).

Si el hombre viejo pertenece al mundo de las “tinieblas”, “en otro tiempo


fuisteis tinieblas" (Ef 5,8), el hombre nuevo es del mundo, de la luz, de la
vida, de la verdad y de la justicia o santidad de Dos: “ahora sois luz en el
Señor: vivid como hijos de la luz”, (Ef 5,8). Él es la verdadera imagen de
Dios, él es el único, en el que de verdad, se llega a “reproducir la imagen de
su Hijo” (Rm 8.29.

Si la vida nueva del Espíritu así nos hace en relación con Dios,
necesariamente tenía que crear también dimensiones nuevas en relación con
los hombres. En efecto, desaparecen las barreras que los hombres han
establecido y que son elemento de discordia o división, como son las
distancias de raza, cultura, religión, clase social, para dar paso a una unidad
que es restauración de la unidad primitiva de la creación, “donde no hay
griego y judío; circuncisión e incircuncisión... sino que Cristo es todo y en “.
(Col 3,11). Esta unidad tan sólo es posible por la fuerza del Espíritu.

Otra manifestación inconfundible de esta vida nueva es el Amor. Por esto


Pablo tenía necesariamente que hablar del amor en los dos pasajes:

- “Vivid en el amor como Cristo os amó” (Ef 5,22).

- “Revestíos como elegidos de Dios, santos, amados, de entrañas de


misericordia... y por encima de todo esto revestíos del amor” (Col 3,12-14).

La consecuencia es lógica también en los dos pasajes: la alabanza y el gozo:


- “ Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados ...” (Ef 5,19-
20) .

- “Cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y


cánticos inspirados...” (Col 3,16-17).

Esta novedad del Espíritu, que empieza ya aquí ahora al «ser derramado sobre
toda carne”, llegará a tener un día una culminación asombrosa con la
manifestación plena del Espíritu en toda la creación, llamada también a
“participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21). Entonces se
cumplirá la palabra: “Mira que hago un mundo nuevo” (Ap 21,5) Y aparecerá
«un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1 y 2 Pe 3,13).

El Espíritu crea y recrea, siempre es original, nunca se repite.


Cada hermano que nace a la vida del Espíritu es una nueva creación, una vida
totalmente nueva, “el hombre interior se va renovando de día en día” (2 Co
4,16).

Y es que esta es la realidad: "el que está en Cristo es una nueva creación; pasó
lo viejo, todo es nuevo” (2 Co 5,17).

El COMPROMISO DE LA
RENOVACIÓN CARISMÁTICA.

Al hablar de compromiso de la R.C. nos queremos referir a la exigencia


que entraña de fidelidad y de renovación.
Este compromiso es muy grande:

a) Para la Iglesia entera, porque el Espíritu la conduce hacia una profunda


renovación de forma que irradie verdaderamente ante todo el mundo la
presencia salvadora del Señor.

b) En la vida personal de cada uno de nosotros, por la transformación que


comienza el Espíritu y que nunca tiene fin.

c) Se manifiesta en actitudes concretas ante Dios, los hermanos y el mundo


entero.
d) Y no se puede desentender del ambiente o contexto social y político en
que nos toque vivir, porque sería cómodo egoísmo que nos impide ser luz
del mundo y sal de la tierra.

Los cuatro artículos que siguen a continuación nos ayudarán a reflexionar y


profundizar en estos cuatro aspectos.

Esta exigencia es ya don y gracia del Señor que nos ha querido llamar a la
Renovación para colmarnos de vida y gozo y para que nosotros podamos
transmitir esto mismo a otros hermanos.

RENOVACION CARISMATICA DE TODA LA


IGLESIA
Por RODOLFO PUIGDOLLERS

¿QUE QUIERE DECIR RENOVACION?

Continuamente están naciendo grupos y movimientos dentro de la Iglesia y


cada cristiano, de acuerdo con sus preferencias o necesidades, se va
integrando en ellos. Algunos son efímeros, otros sobreviven varios años.
Ciertas asociaciones, como las congregaciones religiosas, perduran siglos.
Cuando hablamos de la Renovación Carismática nada tiene de extraño que se
nos pregunte: ¿otro movimiento? ¿A qué os dedicáis?

Para comprender bien la Renovación es muy útil distinguir entre movimiento-


asociación y movimiento-renovación. El movimiento-asociación tiene como
finalidad el ayudar a un grupo de cristianos en el mantenimiento de unas
formas de vida; lo principal de estas asociaciones es la organización y la
perseverancia. Podemos citar, como ejemplo, la Acción Católica, las
Conferencias de S. Vicente, la mayor parte de las congregaciones religiosas,
etcétera. Pero junto a estas asociaciones nacen de cuando en cuando en la
Iglesia movimientos de renovación, en los que, con un cambio de lo pasado en
mayor o menor grado, algo se pone en marcha hacia una “segunda
conversión” efectiva de las personas. Lo que aglutina a tales individuos no es
una amistad o un orden jurídico, sino una experiencia común que los impulsa
hacia un futuro nuevo. Los movimientos de renovación no son propiamente
algo que pertenece a un grupo de personas, sino momentos privilegiados de
toda la Iglesia en los que se produce una transformación, un cambio de época,
la superación de un período de estancamiento y decadencia (Cfr.: H.
MOHLEN. Espíritu, carisma, liberación, Edt. Secretariado Trinitario,
Salamanca, pág. 12 ss.).
Por eso, “los movimientos de renovación son algo constitutivo de la esencia
más honda de la Iglesia en cuanto Iglesia" (H. Míihlen) y van marcando las
distintas épocas de su historia.

UN NUEVO PENTECOSTES

El año 1959 el Papa Juan XXIII invita a todos los católicos a que hagan la
siguiente invocación al Espíritu Santo: renueva tus maravillas en nuestros días
como en un nuevo Pentecostés. Esta oración profética del Papa había sido
precedida por la inspiración de convocar un concilio.

¿Un nuevo Pentecostés? Sí. El Espíritu Santo había ido preparando a su


Iglesia poco a poco para una gran renovación. A finales de siglo había surgido
un movimiento de renovación litúrgica, seguido muy pronto de un
movimiento de renovación bíblica y ecuménica. Toda esta dinámica del
Espíritu iba a cristalizar en el Concilio Vaticano II.
Pero el Concilio no fue un Pentecostés.

Para unos sus decretos se están aplicando muy lentamente, para otros los
cambios se realizan con demasiada precipitación, sin suficiente preparación.
El Concilio era el principio de la Renovación, el principio del Pentecostés. Al
concluir la gran Asamblea, el 8 dc diciembre de 1965, quedaban toneladas de
papel escrito, una colección de decretos y muchas esperanzas. Teníamos la
palabra, necesitábamos el Espíritu que nos la hiciera comprender y posibilitara
esta renovación.

Con la Renovación Carismática llega a su culminación el cambio de época


que supone la Iglesia del siglo XX; es la culminación del movimiento
litúrgico, bíblico, ecuménico, la culminación del Concilio: la Iglesia renovada
por el Espíritu. Se comprende entonces que digamos que la renovación
carismática no es un movimiento-asociación, ni algo que afecte a unos pocos.
Es un movimiento de renovación cuya vocación es desaparecer cuando, como
ha ocurrido con el bíblico, toda la Iglesia recobre la conciencia de ser toda ella
carismática: obra del Espíritu.

CUATRO ZONAS DE RENOVACION

Esta renovación de toda la Iglesia afecta principalmente a cuatro zonas de


relación:

a) Renovación personal: el amor de Dios manifestado en Jesucristo y


derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo nos confiere el
don de la aceptación de nosotros mismos, de la unidad y renovación de
nuestra persona.
b) Renovación eclesial y comunitaria: el Espíritu nos hace tomar conciencia
de la pluralidad de carismas; la parroquia se construye como comunidad; el
gobierno pastoral adquiere su pleno sentido como discernimiento; el
ministerio sacerdotal aparece bajo una nueva luz al encontrar su equilibrio con
los carismas de los demás creyentes; la liturgia se hace viva, como fiesta en el
Espíritu; el magisterio se convierte en exhortación y se recibe con docilidad.

c) Renovación ecuménica: la experiencia de la vida en un mismo Espíritu


acelera y abre caminos insospechados para la unidad ya cercana de todas las
Iglesias. La existencia de una misma vida carismática en todas las Iglesias
hace que, permaneciendo todos firmes en la propia tradición, se eliminen las
exageraciones y absolutizaciones y que nos abramos hacia la recuperación de
todos los carismas dispersos en las distintas Iglesias.

d) Renovación universal: la sensibilidad a la presencia del Señor en medio de


nosotros nos hace tomar conciencia de la unidad de todo el plan de salvación,
de la unidad de todo lo creado. La corriente secularizadora, que reivindica la
autonomía de la creación, ha realizado una fractura entre lo sagrado y lo
secular, entre la fe y la razón. La experiencia del Espíritu de Jesús nos hace
tomar nueva conciencia de la encarnación de Dios: Jesucristo plenamente
Dios y plenamente hombre. Ante unos ojos renovados la humanidad y la
creación aparecen también como plenamente autónomas y totalmente
sometidas al señorío de Jesucristo.

ESPERANZA DE LA IGLESIA

No podemos concluir sin recordar las palabras de Pablo VI en Pentecostés de


1975 a los diez años de la conclusión del Concilio:

¿En cuántos de los que continúan, por tradición, profesando la existencia de


Dios, por deber, rindiéndole culto, Dios ha llegado a ser un extraño en su
vida? Nada le es más necesario a un mundo así, cada día más secularizado,
que el testimonio de esta "renovación espiritual»...

Debe ser una renovación: volver a abrir los labios cerrados a la oración y
abrirlos al canto, a la alegría, al himno, al testimonio. Será una gran suerte
para nuestro tiempo que haya una generación que grite al mundo las glorias,
las grandezas de Dios en Pentecostés.

Que el Señor nos conceda realmente entrar en esta renovación. Que no sea un
nombre, sino una realidad. Y sepamos desaparecer, para que no existan sólo
unos grupitos de oración, sino que todas las parroquias, las congregaciones
religiosas, las familias, los movimientos, en una palabra: toda la Iglesia reciba
el don de una renovación en el Espíritu.
LA R.C. EN LA VIDA PERSONAL DEL
CRISTIANO:
MADUREZ DE LA FE

Por LUIS MARTIN

Lo más admirable de la R.C. es el cambio profundo que se opera en las


personas.
Es todo un cambio de mentalidad, de actitud y de comportamiento. El
Bautismo en el Espíritu Santo no es más que el comienzo de algo que nunca
se sabe en qué puede terminar o hasta dónde nos ha de llevar. Es una aventura
de compromiso y entrega tal que, si prestamos oídos a lo que hay en nosotros
del espíritu calculador, nos volveremos atrás.

La acción del Espíritu siempre es algo dinámico, que purifica, libera, ilumina
y transforma.

Esta renovación de la vida personal se da en el ser y en el pensar del cristiano.


Para una mayor claridad sigamos el siguiente orden de exposición:

- el área de nuestras creencias, es decir, nuestra fe o profesión cristiana:

- el área de nuestra acción, de la propia vida.

BUSCANDO EL CENTRO DE LA FE

A) Si nos fijamos en el contenido de la fe cristiana, en las verdades o misterios


que dan consistencia a toda la vida cristiana, se hace preciso distinguir con
claridad entre lo que es más esencial y lo que no es tan importante, o sea, entre
el núcleo de la fe y lo que es más o menos adyacente o periférico.

Esta distinción no es para admitir unas verdades de fe y rechazar o minimizar


otras, ya que todas tienen su importancia, sino para poner el acento allí donde
hay que ponerlo. Esto es de singular importancia.

Si, por ejemplo, examinamos cristianos de una misma denominación, y quizá


sea en la Iglesia Católica donde más se agudiza este fenómeno hoy día,
veremos que, si todos profesan el mismo cuerpo de verdades cristianas, hay,
sin embargo, una gran diferencia en la forma de profesar esta fe y, sobre todo,
en el estilo, en la autenticidad y en el dinamismo de la vida cristiana.
Esta diferencia viene dada por las verdades en las que se pone el acento, que
son las que definen la propia vida e imponen una característica y estilo.
No es lo mismo poner el acento o el centro de gravedad en la realidad del
Misterio Pascual (Muerte-Resurrección-Exaltación del Señor-Efusión del
Espíritu) que ponerlo en otro grupo de verdades, como pudiera ser: pecado-
arrepentimiento-conversión-perdón-salvación eterna.

La resultante serán dos espiritualidades distintas, dos estilos de vida cristiana


muy diferenciados, y el sentirse o no sentirse salvado ya, aquí, ahora, mientras
peregrinamos.
Muchos cristianos, por desgracia, no llegan a descubrir cuál es el centro o el
núcleo de su fe: aquellas verdades de las cuales irradian todas las demás, y a
las que en última instancia se reduce toda la fe. Y la consecuencia es bien
triste: su vida cristiana se nutre de devociones, o de tradiciones, o de prácticas
religiosas de tal o cual estilo. Es una fe inmadura.

Creo que la R.C., por esta presencia y actuación del “Espíritu de la verdad que
os guiará hasta la verdad completa...” ¬(Jo 16.13), nos centra en unos puntos
muy concretos de la fe. Serán las palabras del N.T. el mejor modo de
expresarlo:

EN EL MISTERIO TRINITARIO

a) Jesús-Hijo: “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu


corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” ¬(Rm 10,9);

«Conocer el amor de Cristo que excede todo conocimiento para que os vayáis
llenando hasta la total plenitud de Dios- (Ef 3,19);

“A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis aunque de momento no le


veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa” (1 Pe 1,8).

b) El Padre: Jesús nos lleva al Padre:


“Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. (Jo 8,19);

“El que me ve a mi, ve a Aquél que me ha enviado” (Jo 12.45);

“Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre” (Jo 14,7);

“Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”. (Jo 14,11).

c) El Espíritu Santo:
“En Él... sellados con el Espíritu Santo de la Promesa ... para alabanza de su
gloria” (Ef 1,13-14);
_ “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para
siempre- (Jo 14,16).

El centro de nuestra fe es el Misterio Trinitario a partir del Cristo Resucitado


presente por la acción del Espíritu entre los discípulos.

POR Él... TENEMOS ACCESO AL PADRE EN UN MISMO ESPIRITU (Ef


2,18).
Para nosotros el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son una abstracción, o
una idea vaga y lejana, sino personas que amamos, que conocemos, a las que
alabamos gozosos, con las que establecemos una relación muy íntima que
llena y define toda nuestra vida y da sentido a todos los demás misterios de la
fe.

Nunca habrá fe adulta si seguimos considerando al Padre, al Hijo, al Espíritu


Santo como algo muy lejano o ajeno a nuestros intereses más profundos. Si
esto pasa, la vida cristiana se nutre estérilmente a base de sentimentalismo o
de una idea vaga de Dios con sus connotaciones de moralismo y de miedo.

Por una parte esto es muy sencillo, porque no es cuestión de esfuerzo


intelectual o de razonamientos o de cultura teológica, sino que depende de la
sabiduría divina y del don de inteligencia que el Espíritu pone en nosotros ya
que “nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios”, (1 Co 2,11) y el
Padre oculta estas cosas a los sabios y prudentes de este mundo y se lo “ha
revelado a los pequeños” (Mt 11,25), a “los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios”. (Mt 5,8).

Pero por otra parte para muchos resulta muy difícil, porque con esfuerzos a
veces titánicos y no poco de autosuficiencia, fiados en la propia fuerza y en
los recursos puramente humanos, pretenden llegar a Aquél a quien nadie
puede llegar “si el Padre que me ha enviado no le atrae” (Jo 6.44).

SER DISCIPULO DE JESUS

B) Una fe adulta y madura no es posible si en el plano de vida, o de la praxis


cristiana no llegamos a aceptar el Señorío de Cristo Jesús Resucitado, o lo que
es lo mismo, si no somos verdaderos discípulos de Jesús.

Ser discípulo de Jesús es seguirle, es decir, aceptar su presencia y dominio en


nosotros, sintonizar con Él, ser “santuario de Dios vivo” (1 Co 6,19: 2 Co
6,16), tener “los mismos sentimientos que tuvo Cristo” [Flp 2,5) de forma que
“É1 sea glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí
la vida es Cristo” (Flp 1,20-21).

¿En cuántos cristianos se puede reconocer la presencia de Jesús?


¿Ante cuántos podemos exclamar: aquí está Jesús?

¿Ante cuántos grupos o comunidades cristianas “un infiel o un no iniciado...


postrado rostro en tierra, adorará a Dios confesando que Dios está
verdaderamente presente entre vosotros?” (1 Co 14.24-25).

Personalmente es lo que siempre más me ha impresionado de la R.C. Más que


la manifestación de tales dones o de tales maravillas realizadas, lo que
verdaderamente me ha movido ha sido el descubrir a Jesús en aquellos
hermanos, en sus gestos, en sus detalles, en su capacidad de amar, en su
envidiable paz y gozo, en la fortaleza que hallaban en el Señor para salir de las
propias debilidades o decaimientos o ante la contrariedad.

La explicación tan sólo la he podido encontrar en lo que Jesús dice al referirse


a todo aquel que vive en Él:

"permanece en Mí y yo en Él” (Jo 6,56) .

“tendrá la luz de la vida” (Jo 8.12).

“seréis realmente libres” (Jo 8.36),

“el Espíritu de gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros” [1 Pe


4.14),
Esto es tener luz, creer en la luz, ser hijos de la luz (Jo 12.36).

En el cristiano lo que verdaderamente cuenta es lo que él es, más que lo que él


hace o dice. Lo que él es: esto es lo importante, porque de ello depende lo que
él haga o pueda hacer.

Entonces, cuando se trata de llegar a la acción, a una acción determinada por


el Reino de Dios, bien sea trabajar por la propia comunidad, por una obra de
evangelización o de promoción de los marginados, o cualquier tipo de acción
social o política, lo que cuenta es la preferencia que se da a la acción del
Espíritu más que a las propias cualidades o resortes humanos.

Ante asombrosos planes de acción que programan y realizan muchos


cristianos, ante una ejemplar dosis de entrega y generosidad, surge la pregunta
con respecto a las decisiones que se toman, que es donde siempre está el
poder, ¿qué margen se deja a la acción del Espíritu, quién lleva la iniciativa,
de dónde procede la fuerza, de “la sabiduría de los hombres o del poder de
Dios?” (1 Co 2.5).
TRIPLE DIMENSION DEL COMPROMISO
CRISTIANO EN LA R.C.

Por CARLOS CALVENTE

Toda renovación de la Iglesia comporta un aumento de fidelidad hacia su


propia vocación, fidelidad que se opera no sólo a nivel eclesial, estructuras,
comunidades, etc., sino también en la vida personal del cristiano concreto.

La renovación personal supone conversión del corazón y un encuentro con


Jesús al que se acepta como Salvador y Señor, al que se ofrece la propia vida
en actitud de servicio y de amor.

Esto es precisamente lo que realiza la Renovación Carismática en cada uno de


nosotros situándonos en una relación personal con el Cristo Resucitado,
presente en la Iglesia como su Cuerpo, y haciéndonos sentir la vocación y la
urgencia de edificar este Cuerpo y de vivir como testigos de la Resurrección.

Podríamos concretar este compromiso en tres actitudes muy características de


la Renovación Carismática.

ACTITUD ANTE DIOS

Lo que mejor define la verdadera actitud del cristiano ante Dios es la alabanza
al Señor en todo momento y circunstancia. Es algo muy espontáneo motivado
por la presencia de Dios en la propia vida, presencia en forma de amor que lo
llena todo. Ante semejan1e experiencia hay una admiración y un gozo
exultante por lo que Dios es en sí mismo y hace en nosotros y un dejarse
acoger y abandonarse en su providencia.

Esta alabanza más que en las palabras consiste en una actitud de afecto, de
respuesta y de entrega al Padre.

La alabanza es una nota característica en la Renovación Carismática. El gesto


de alzar los brazos es un signo de apertura a Dios, de rendimiento ante Él. En
la alabanza encontramos la fuerza y el poder del Espíritu que nos libera de
nuestras cargas.

ACTITUD ANTE LOS HOMBRES

La alabanza no sería auténtica, esto es, sincera, si no tuviera una


correspondencia en nuestra relación con los hombres. Necesariamente ha de ir
acompañada de una actitud do corazón abierto ante todos los hombres, y de
manera especial ante los hermanos de la comunidad.

La experiencia del Espíritu, si bien puede ser individual, tiene una fuerza
especial en el seno de la comunidad. Cuando un conjunto de hermanos
experimenta la acción del Espíritu aparece en toda su profundidad la
comunidad cristiana.

Esta comunidad llevará siempre en sí el signo de la acogida. Los grupos de la


Renovación Carismática no pueden ser nunca grupos cerrados o grupos de
selectos. Toda persona que se acerca a nosotros viene enviada por el Señor. Si
somos capaces de acogerla con la mirada puesta en Jesús seremos signo para
los demás porque “verán cómo se aman”.

ACTITUD ANTE El MUNDO

El mundo de hoy necesita desesperadamente un signo de salvación, y éste


solamente se lo puede ofrecer la comunidad cristiana.

El cristiano, lo mismo que la Iglesia, de cara al mundo de hoy tiene que


ofrecerle una primicia del Reino de Dios ya presente entre nosotros. La misión
evangelizadora es hoy más urgente que en otros tiempos. La Renovación
Carismática que está penetrando hoy en la Iglesia habrá de renovar todas sus
estructuras para poder ofrecer este anuncio y este testimonio al mundo de hoy.

El cristiano que vive la Renovación no puede separar oración y conversión


personal, oración y testimonio, oración y evangelización, oración, servicio y
transformación del mundo.

Todos han de ser testigos de la presencia del Reino. Todos han de vivir en
actitud de servicio, y del servicio específico para el que sean llamados. Este
servicio puede ser multiforme, bien sea en una parcela silenciosa y anónima,
bien sea en el campo social y político.

LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA Y EL
COMPROMISO SOCIO-POLÍTICO.

Por RODOLFO PUIGDOLLERS

¿UN GRUPO REACCIONARIO?


Hay una pregunta que mucha gente se hace al tomar contacto con la R.C.:
¿qué tipo de compromiso social existe en los grupos? Algunos dicen: “parece
que estéis en las nubes”, “todo está muy bien, pero ¿a qué os comprometéis?”.

Se tiene miedo de que la Renovación sea una forma de espiritualismo.


Algunos han llegado a decir que se trata de un movimiento norteamericano
para mantener adormecidas las masas de Sudamérica. Una revista italiana
llegó a afirmar que la Renovación está financiada por la C.I.A.

Para entender la R.C, debemos situarnos en la perspectiva postconciliar de la


renovación de la Iglesia. Dentro de esta perspectiva, hablar de compromiso
sociopolítico de la Renovación no es sino hablar del compromiso socio-
político de las comunidades en cuanto tales, es decir, de la Iglesia.

Ahora bien, ¿qué compromiso socio- político supone el bautismo? Ya vemos


cómo la pregunta no es muy precisa. El bautismo nos introduce dentro de una
nueva comunidad, nos da una nueva vida. Si se vive con intensidad, la fe en
Jesús lleva a muchos compromisos concretos, pero no podemos reducirla sin
más a un simple compromiso socio-político.

Nos recordaba hace poco el cardenal Suenens que, aceptando el Evangelio


entero, no puede haber ningún cristiano que no sea carismático, ni puede
haber ningún cristiano que no esté comprometido socialmente (cf.
KOINONIA, n." 4, p. 101. Sin embargo, hay que saber distinguir entre la
comunidad cristiana (o el grupo de oración) -que ha de mantenerse siempre
como signo de hermandad universal - y el compromiso concreto de cada
miembro o conjunto de ellos.

UN EQUIVOCO

El mundo en que nos movemos está lleno de injusticias, unas injusticias que
no están sólo en el egoísmo personal, sino cristalizadas en las mismas
estructuras sociales, en las leyes, en la historia. Hablando en lenguaje cristiano
diremos que estamos inmersos en un mundo de pecado, el pecado del mundo
nos rodea y nos llena. Nuestra fe en Jesucristo que quita el pecado, que salva
del pecado, ha de llevar la liberación a todos los campos de nuestra vida.

La experiencia carismática ha supuesto para todos nosotros una renovación en


nuestra sensibilidad cristiana. La vida del Espíritu nos hace mucho más
sensibles a la injusticia y mucho más sensibles a la acción de Dios. Por eso me
parece que en nuestra acción concreta debemos evitar tres graves equívocos:

a) Confundir lo que falta por hacer con lo que yo he de hacer. No basta con ser
conscientes de una injusticia, hay que saber discernir la aportación que el
Señor quiere que cada uno realice para hacer desaparecer esta injusticia. Sin
este discernimiento es muy fácil dejar la propia misión sin cumplir e intentar
mal cumplir una misión que no es la nuestra. Esta conciencia del impulso del
Espíritu Santo es el centro del enfoque carismático de los problemas sociales.

b) Considerar la transformación de la sociedad como algo puramente externo.


El mal está enraizado en nuestras leyes y en nuestra estructura social, pero
está también enraizado en nuestro corazón. Una verdadera transformación de
la sociedad, si no quiere edificar sobre arena, exige una conversión del
corazón, una renovación de nuestra relación con Dios y los demás.

c) Considerar la división entre las personas como una fuerza revolucionaria.


El camino del amor es muy comprometido y supone siempre una donación
total; por eso, cuando se trata de conseguir beneficios propios, el camino del
odio o de la división, parece a veces el más rápido y eficaz. Para el
carismático el amor es el valor principal que permanece y, por lo tanto,
construir en el amor es el único camino válido. Hay que cambiar la protesta
llena de amargura en protesta llena de discernimiento, paz, humildad y
espíritu constructivo.

Jesús dijo: la Verdad os hará libres (Jn 8.32). El camino de la verdad parece a
veces oscuro, a veces radical, a veces lento, pero es el único que nos llevará
realmente a la libertad.

EL COMPROMISO DEL GRUPO DE ORACION

A mi modo de ver, el grupo de oración carismática debe permanecer siempre


en la línea de la comunidad cristiana. Para ello debe reunir tres características:
1) lugar donde resuene la Palabra de Dios, renueve los corazones, ponga en
evidencia el egoísmo y la mentira, impulse a todos a la generosidad y al amor;
2) lugar donde reine el amor y la unidad: con un verdadero compartir material
y espiritual entre los miembros; y 3) lugar abierto a todos: con la conciencia
de la hermandad universal nacida del Espíritu de Cristo.

De esta forma el grupo de oración nos hace crecer en la realidad de la


comunidad cristiana. Es la comunidad de fe, que nos ayuda a trascender las
limitaciones de lugar y situación. Por una parte, al ser un grupo concreto, con
unos hermanos concretos, se convierte para nosotros en una escuela de amor,
de compartir, de comprensión, de donación. Por otra, al ser un grupo abierto,
nos lanza continuamente al compromiso en nuestros propios ambientes y
lugares de vida, en comunión universal. El amor de Dios, la fuerza de su
Espíritu Santo, se hace así presente en la comunidad de hermanos.

Mantener el grupo de oración como Iglesia, es decir, como presencia del amor
salvador de Dios parece impedir la existencia de un compromiso político por
parte del grupo en cuanto tal. El compromiso político del Grupo, aunque a
primera vista pueda parecer más “concreto”, más “eficaz”, no hace sino
reducir al grupo en su potencial salvífico. Una comunidad cristiana es algo
muy importante, motor de muchas acciones. Dentro de una comunidad caben
muchas acciones concretas, muchas asociaciones concretas, no podemos
empequeñecer el compromiso cristiano.

El COMPROMISO SOCIO-POLlTICO DEL CARISMATlCO.

Todo miembro de un grupo de oración, en cuanto quiere ser dócil al Espíritu


Santo, debe estar muy a la escucha de todo lo que el Señor le pida, sea a nivel
social o político.

La fuerza del Espíritu nos sensibiliza de un modo especial a las necesidades


del prójimo, a las injusticias, a la necesidad de una transformación de la
sociedad. Al mismo tiempo nos libera, nos hace capaces de perdonar, de poner
al servicio de los demás todos los bienes y toda nuestra vida, de renovar las
ideas de nuestra mente, de mantener encendida la antorcha do la esperanza, de
abrir nuevos caminos.

Aunque la finalidad de un grupo de oración no sea el compromiso socio-


político, sería muy extraño que una persona que llevase varios años en la
Renovación no se fuera abriendo cada vez más a una serie de compromisos
concretos para con el prójimo, según el Señor le llame. El amor del Señor es
un amor concreto, y así debe ser el nuestro. Ya nos lo recuerda Santiago: Si un
hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y
alguno de vosotros les dice: “Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les
dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? La fe, si no tiene obras, está
realmente muerta (St. 2,15-17) .

DOS TESTIMONIOS DE SUDAMERICA

Recogemos estos dos testimonios concretos que nos ofrece Mons. Carlos
Talavera (cl. “New Covenant”, agosto 1976, pp. 4-8):

”Alrededor de la ciudad de Méjico abundan los chabolistas, pueblo pobre que


ocupa tierras sin permiso legal. Los chabolistas del aeropuerto forman el
estrato más bajo de la clase social más inferior, y son rechazados hasta por
otros chabolistas. Sin embargo en 1972 llegó a ser el lugar inesperado de una
renovación espiritual.

Un grupo del secretariado archidiocesano comenzó un grupo de oración


carismática. Jesús ha transformado las vidas y las relaciones de los
chabolistas, y les está enseñando a confiar en Él. Dos años después de
comenzar el grupo de oración, vino la policía para expulsar a los chabolistas
del campo. Inmediatamente se reunió el grupo de oración y Dios les dio su
palabra en el salmo 24: Del Señor es la tierra y todo lo que contiene, el mundo
y todos los que lo habitan. Esta palabra ha sostenido al grupo en todas sus
luchas. Ahora no sólo siguen allí, sino que han conseguido el titulo legal para
ello.

Una situación similar ocurrió entre las personas que viven junto al basurero de
ciudad Juárez y se ganan la vida escarbando entre los desperdicios buscando
materiales que se puedan vender. Aunque desde hacía algún tiempo había allí
un grupo de asistentes sociales muy activos, no se notó ninguna consecuencia
hasta que algunos asistentes no entregaron totalmente sus vidas al Señor. Este
cambio en la manera de ver las cosas los hizo mucho más efectivos y ayudó a
poner en acción otros cambios sorprendentes.

En 1972, el grupo de oración decidió compartir una comida de fiesta con las
personas más pobres que conocían: las personas que vivían en el basurero
resolvieron sus diferencias y vencieron viejas divisiones, volvieron a tener
sentido de su dignidad personal, sus hijos fueron curados de muchas
enfermedades. Y. una vez más, el Señor mostró su misericordia y su poder: el
gobernador entregó los ingresos del basurero de la ciudad a las personas que
vivían allí.

Estoy convencido de que el Señor quiere usar a los más pobres para
enseñarnos cómo vivir más completamente en Él.”

07- LA PALABRA DE DIOS.

LA ESPADA DEL ESPIRITU


Cuando leemos la Palabra de Dios escrita puede ocurrir sólo despierte en
nosotros una resonancia a nivel emocional. Exactamente igual que si
leyéramos un gran autor cualquiera.

Y aun puede ser peor si por cerrazón, dureza o rebeldía del corazón
rechazamos positivamente la Palabra.
No son pocos los cristianos practicantes y comprometidos que confiesan
abiertamente que la Biblia les dice muy poco y que a la hora de buscar
alimento para el espíritu escogerían cualquier otro libro espiritual.

Tiene aquí realidad aquel oráculo del profeta:


-Toda revelación será para vosotros como palabras de un libro sellado, que da
uno al que sabe leer diciendo: "Ea, lee eso", y dice el otro: "No puedo, porque
está sellado"; y luego pone el libro frente a quien no sabe leer, diciendo: "Ea,
lee eso", y dice éste: "No sé leer" (Is 29,11•12).

Es este un estado lastimoso, y todo el que padece semejante analfabetismo


cristiano ni siquiera se imagina de qué tesoros espirituales se priva, “no se da
cuenta de que es un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y
desnudo”. (Ap 3,17).

Pero la sabiduría de Dios nos habla de “la espada del Espíritu que es la
Palabra de Dios”. (Ef 6,17).

-Viva y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos.


Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las Junturas y
médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para
ella criatura invisible. (Hb 4,12•13).

Ella sola tiene el poder de despertar eco en los niveles más profundos de
nuestro espíritu, allí donde la semilla cae en tierra buena para dar fruto y
producir (Mt 13,23). Y esto ocurre por la fuerza del Espíritu, es don de Dios:
“Nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo”. (Jo 3,27)

El Espíritu crea una capacidad, una dimensión de tipo infuso o intuitivo para
recibir la Palabra de forma que sea para nosotros “palabra de vida eterna” (Jo
6,68), pues siendo palabra del Espíritu ha de ser palabra de vida. “No es mi
Palabra como el fuego?” (Jr 23,29), nos dice por el profeta.

San Pablo diría: “un espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle


perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón...” (Ef 1,17•18).
?Se da entonces una experiencia carismática de la Palabra de Dios. Los
discípulos de Emaús vivieron esta experiencia: “empezando por Moisés y
continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre El en todas
las Escrituras» (Lc 24,27).
¿Cuál fue el resultado? Tuvieron un conocimiento carismático de la Palabra
como nunca jamás habían tenido, a pesar de haberla escuchado muchas veces:
“¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba
en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Le 24,45).
Una de las consecuencias del Bautismo en el Espíritu es el descubrimiento de
la Palabra con un corazón ardiente. Es descubrir un sentido más profundo,
como si fueran palabras que empiezan a iluminarse y a destellar: “al abrirse,
tus palabras iluminan dando inteligencia a los sencillos” (Sal 119,130).
Entonces se pasaría uno horas enteras con la Biblia en la mano gozando y
saboreando la Palabra de Dios.

Esta experiencia vital de la realidad de Dios a través de la inteligencia gustosa


de su Palabra debe llegar a hacerse normal en nuestra vida.
Como parte del Seminario de las siete semanas para recibir el Bautismo en el
Espíritu, se requiere dar una iniciación bíblica tendente a hacer descubrir este
tesoro de vida que todos tenemos tan al alcance de nuestras manos, Insistiendo
firmemente que “desconocer la Escritura, es desconocer a Jesucristo” (S.
Jerónimo).

Mucho se ha avanzado en la Iglesia a partir del Vaticano II en lo que se refiere


a la relevancia que hay que dar a la Escritura tanto en el culto litúrgico como
en la espiritualidad personal.
Pero aún se necesita mucho más para que la Biblia deje de ser el “libro
sellado” para tantos cristianos, para que la Palabra no se quede tan sólo en la
lógica glacial de la inteligencia, sino que sea alimento que se recibe con
sabiduría y revelación interior del Espíritu.

Que para cada uno de nosotros abrir la Biblia sea experimentar la presencia
del Señor que le habla “a su corazón” (Os 2,6).

EL GRUPO ABIERTO A LA PALABRA DE DIOS


Por Luis Martín

La Palabra de Dios tiene una fuerza especial cuando se lee o comenta en


comunidad. Y todavía más cuando hay un clima profundo de oración.

Esto lo comprobamos en nuestros grupos de oración. ¿A quién de nosotros no


le ha ocurrido que los textos que se han leído en tal momento parece como si
estuvieran dirigidos y pensados para mí mismo y me pusieron el dedo en la
llaga?

Y lo que se puede decir de cada persona, sucede también al grupo entero, en el


que la Palabra crea una presencia viva del Señor y acentúa la unidad de todos
los miembros.
Es esta una de las formas privilegiadas que utiliza el Señor para hablarnos y
fortalecernos en grupo, “para que con la paciencia y el consuelo de las
Escrituras mantengamos la esperanza” (Rm 15,4).
La Palabra de Dios tiene una actualidad perenne: “El cielo y la tierra pasarán,
pero mis palabras no pasarán” (Lc 21.33). Y cuando la escuchamos nos habla
aquí y ahora mismo.

Se repite la escena de la sinagoga cuando entró Jesús y le invitaron a leer:


“Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy” (Lc 4,21).
Lo importante es, por consiguiente, saber aprovechar el hoy y el ahora de la
Palabra de Dios.

APERTURA Y RECEPTIVIDAD

Para que esto ocurra han de coincidir dos factores importantes:

- El primer factor siempre se da: es la realidad objetiva de la Palabra de Dios


que es fuego y vida y que por sí misma tiende a iluminar y comunicar vida:
“así será mi Palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin
que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a lo que la
envié” (Is 55,1).

La Escritura “llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios -y


no puede fallar la Escritura” (Jo 10,35).

- Se requiere un elemento subjetivo: nuestra apertura y receptividad a la


Palabra. Es la actitud que tuvieron los Tesalonicenses que “abrazaban la
Palabra con gozo del Espíritu” (1 TS 1, 6), “no como palabra de hombre sino
cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en
vosotros, los creyentes” (1 Ts 2,13).

Si la Palabra no produce efecto, si pasa como el agua sin calar en la roca,


quizá no haya encontrado la disposición mínima para que la semilla eche raíz.
La actitud interna del conjunto del grupo es entonces algo primordial.

ELEMENTOS EXTERNOS

Para favorecer esta actitud, nos ayudarán ciertos elementos externos que
hemos de tener en cuenta:

-Todos debemos acudir al grupo con nuestra Biblia en la mano, y todos


debemos utilizarla siempre que se lea algún texto. El que lee un texto que dé
la cita y espere a que se busque.

Es el único libro que debería leerse en el grupo.

La oración debe proceder y desarrollarse a base de textos bíblicos.


- La lectura sea con unción y respeto a algo sagrado que estamos
proclamando, con claridad, solemnidad y gravedad. Nunca precipitadamente,
lo cual es falta de respeto a la Palabra.

- Los textos que se lean han de ser en forma armónica: en cada momento se
lean aquellos que estén en relación con el tema en el que se centra la oración.
No lean textos muy largos, lo cual sería en detrimento de la atención y de la
oración.

- El texto leído debe acogerse en adoración y alabanza. A veces exigirá cierto


silencio. Pero que nunca caiga en el vacío, es decir, no lo dejemos pasar sin
aprovechar su contenido, ni se lea inmediatamente otro.

ABRIENDO AL AZAR

Abrir la Biblia al azar, como si el texto que nos saliera fuera el mensaje que
Dios nos dirige, hemos de decir que no es la forma de hablarnos Dios.
Tampoco la Biblia es un instrumento de adivinación, ni Dios se somete
porque queramos nosotros a darnos una respuesta ahora mismo a lo que
necesitamos saber.

Sin embargo habrá veces en que queramos hacer una interpretación o una
aplicación de la Palabra leída a una situación concreta.

La Palabra de Dios escrita siempre tiene una autoridad que es pública,


reconocida como divinamente inspirada, y de aplicación universal para el
Pueblo de Dios de todos los tiempos.

Cuando se aplica un pasaje determinado a una situación concreta de una


comunidad o de un individuo y se hace con espíritu de fe, puede ser que se dé
un uso “profético” de la Escritura.

Si queremos hacer uso “profético” de la Palabra de Dios, hemos de tener en


cuenta las reglas del discernimiento para el mismo y que son las mismas que
se dan para la profecía en general:

- “Si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe” (Rm


12,6): lo cual significa que la profecía, lo mismo que la aplicación - profética -
de la Escritura, ha de ser siempre para edificar la fe. Y para discernirlo habrá
que ver si está de acuerdo con la fe común de la comunidad, tal como se
contiene en el resto de la Escritura y es interpretada por la enseñanza de la
comunidad eclesial.

- De una forma u otra ha de contribuir a dar testimonio de que Jesús es el


Señor y todo lo que esta profesión de fe encierra.
- “Ninguna profecía da la Escritura puede interpretarse por cuenta propia” (2
Pe 1,20): es una afirmación posterior de lo que Pablo había dicho antes sobre
la profecía en la comunidad, que debía ser discernida en la comunidad, bien
por los profetas o bien por la comunidad corno un todo (1 Co 14,29). Al decir
la comunidad como un todo se presupone la predicación y enseñanza de los
Pastores que el Señor ha puesto al frente de su Iglesia.

Si vemos que el Señor nos quiere dar un mensaje aquí y ahora a través de su
Palabra, la aplicación de la Palabra de Dios es vida que Él da para sus hijos, y
el Espíritu de Dios nunca se contradice, sino que siempre edifica, orienta,
consuela, ilumina y fortalece.

TESTIMONIO:

“Por otra parte yo creí que conocía suficientemente la Biblia. La había


estudiado durante años como todos los sacerdotes, pero después de recibir el
Bautismo en el Espíritu tenía la impresión de que empezaba a leer por primera
vez ciertos pasajes de la Escritura, como por ejemplo los capitulas 16 y 17 de
Juan, las Epístolas de Pablo sobre la presencia de Cristo en nosotros... frases
que había leído tantas veces sin conocerlas ni vivirlas verdaderamente. En
adelante la Biblia se convirtió para mí en alimento diario” (P. Amadeo
Cencini, Doctor en Medicina y en Psicología, animador de la R.C. italiana).

SE PRESENTABAN TUS PALABRAS Y YO LAS DEVORABA; ERA


TU PALABRA PARA MI UN GOZO Y ALEGRIA DE CORAZON,
PORQUE SE ME LLAMABA POR TU NOMBRE, YAHVEH, DIOS
SEBAOT (Jr 15,16).

LA ORACION PERSONAL CON LA BIBLIA


Por PALMYRA DE OROVIO

“MAESTRO ENSEÑANOS A ORAR” (Lc 11,1)

Hace unos años antes de vivir en la R.C. creíamos que sabíamos orar.

En aquella oración había mucho de reglas, métodos y tiempo cronometrado.


Éramos fieles a aquel sistema y era válido para entonces. Pero hoy nuestra
oración ha tomado otro cariz muy distinto. Los textos preparados, ciertas
expresiones, no nos van. El único libro, si es que necesitamos alguno, para
nuestra oración es la Biblia.

¿Cómo utilizar nuestra Biblia en la oración particular?

Busquemos un pasaje de acuerdo con la situación de nuestro espíritu en el


momento dado. Invoquemos la asistencia del Espíritu Santo, pidamos la
sabiduría “que da a todos generosamente”, pidamos “con fe, sin vacilar” (St
1,5-6). Partamos siempre del supuesto de nuestra ignorancia e indigencia ante
la Palabra de Dios.

Leamos después detenidamente, abiertos a la presencia de la Verdad que nos


habla. No ha de ser un ejercicio de reflexión mental. Estemos precavidos
porque es lo que tendemos a hacer.

La Palabra de Dios es Vida que nos desborda, que crea y construye, que nos
remueve interiormente para hacernos más a la medida de Dios. Todo depende
en parte de nuestra disposición, de nuestra atención e interés, del hambre que
tenemos de Dios, de si sabemos cómo María estar sentados a los pies del
Señor y escuchar su Palabra (Lc 10,38-42).

A veces lo único que necesitamos es acallar todo en nuestro interior, aquietar


el alma y dejar que el Señor nos sorprenda con su presencia y cercanía:
“Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la
mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó
del cielo, desde el trono real, en medio de una tierra condenada al exterminio”
(Sb 18,14-15).

PRESENCIA DE DIOS POR SU PALABRA

Dios está siempre muy cercano a nosotros, con una presencia que tal vez no
percibimos, porque nuestra fe está a veces tan condicionada por deseos
humanos, temores o distintas preocupaciones.

La palabra de Dios recibida tal como hemos dicho crea siempre una actitud de
fe que llega a acentuar el sentido de la presencia de Dios en nosotros. Decir el
sentido de la presencia de Dios es decir también el sentido del amor que Dios
nos tiene, de la elección eterna por la que el Señor nos está llamando a cada
uno por nuestro propio nombre, el misterioso nombre escrito en la piedrecita
blanca (Ap 2,17), que encierra todo el designio que Dios tiene sobre nosotros.

A diferencia de la palabra humana que es un signo mental para expresar


nuestro pensamiento, la Palabra de Dios, tal como la recibimos de la Sagrada
Escritura, es como una Persona que sale a nuestro encuentro y nos declara su
amor, llamándonos desde lo más íntimo de nuestro ser y alentándonos con la
gran capacidad que tenemos de bien gracias a la acción de su Espíritu.

ES UNA PALABRA PERSONALIZADA

Cuando leemos la Palabra de Dios en oración, esta Palabra se dirige a cada


uno de nosotros tal como nos hallamos sumergidos en nuestro entorno interior
y exterior. Quizá no nos dé una respuesta inmediata al problema que nos
preocupa, pero si nos dará luz suficiente para abordar el problema con la
visión de Dios o quizá nos sitúe en la misma onda divina en la que no nos
hallábamos antes, de forma que nos ponga en actitud de pensar, sentir y querer
como Dios quiere. Esto es lo que necesitamos. De esto depende nuestra paz,
pero también nuestra fortaleza y que el poder de Dios se manifiesta en nuestra
vida.

Entonces ya no necesitamos buscar una respuesta. Habremos empezado a


experimentarla.

La Palabra que leemos puede producir también una operación substancial: es


decir, crear en nosotros aquello mismo que significa. En los Salmos Dios pone
en nuestros labios la Palabra que es respuesta: “Yo, Yahveh, soy tu Dios, que
te hice subir del país de Egipto; abre tu boca, ?y yo la llenaré” (Sal 81,111,
“mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo (Sal 84,3).

Podemos acudir a los Salmos cuando nos hallemos en una situación en la que
la Palabra de Dios leída no nos diga mucho. Otras veces podemos tomar frases
sencillas de la Biblia y repetirlas durante varios minutos, al estilo del
Peregrino Ruso: “Señor, si quieres puedes Limpiarme” (Mt 8,2). “Ten piedad
de mí, Señor” (Mt 15,22). “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38).

Otras veces basta leer y gustar la Palabra de Dios.

¿COMO ENTENDER LA BIBLIA?


Por RODOLFO PUIGDOLLERS

Es el Espíritu Santo quien nos hará comprender la Biblia. Pero para poder
escucharlo con mayor fidelidad es conveniente que sepamos algo sobre la
forma como está escrita la Biblia.

Cuando hablamos o escribimos no siempre lo hacemos del mismo modo. A


veces narramos objetivamente un hecho ocurrido, otras veces usamos una
comparación, otras damos la interpretación de lo ocurrido, o entonamos un
canto. Según nuestra forma de hablar o de escribir así deberemos ser
escuchados o leídos: una parábola no es un libro científico, ni una poesía un
libro de historia.
En la Biblia hay muchas formas de hablar, utilizadas además por un pueblo
que tenia una cultura muy distinta de la nuestra. Estas distintas formas de
expresarse se llaman técnicamente géneros literarios. Recojamos algunos de
los principales:

1. Narración histórica: los pueblos antiguos no escribían la historia de una


forma objetiva y científica como lo hacemos modernamente. Buscaban
siempre una interpretación que les ayudase a entender el presente.

2. Novela histórica: en ellas el autor busca narrar una historia edificante,


aunque tenga que inventarse muchos datos. En la literatura moderna
pensemos. por ejemplo, en Quo Vadis?, Fabiola, Ben-Hur. En la Biblia, el
libro de Tobías, la historia de José (Gn 37-50), etc.

3. Evangelio: su finalidad es ponernos en relación con Jesús resucitado que


está presente en la comunidad cristiana. Utilizan la forma narrativa para que
se vea claramente que no se trata de un mensaje ó de unos valores, sino de la
predicación de una persona: Jesús.

4. Saga: forma de expresarse muy cercana a la leyenda religiosa y al mito. Es


una narración popular que intenta responder a alguna pregunta sobre el
hombre o sobre algún hecho. Así la leyenda sobre el origen del mundo (Gn
1.1-2,4a), o sobre las dificultades de convivencia entre hombres y mujeres,
entre hombres y animales, entre el hombre y la tierra [Gn 2,4b•3.24), o sobre
las luchas entre pastores y agricultores (episodio de Caín y Abel), etc.

5. Salmo: canto religioso acompañado con instrumento de cuerda.

6. Género apocalíptico: es una forma de escribir muy lejana de nuestra


sensibilidad. A través de imágenes de gran fuerza poética, el autor quiere
producir unos sentimientos: confianza, exigencia radical, responsabilidad,
admiración, etc. Así, por ejemplo, en el Apocalipsis, en los textos sobre el fin
del mundo, etc.

7. Profecía; 8. Parábola; 9, Genealogía.

Si tenemos en cuenta la norma, cada texto hay que entenderlo según el género
literario en que fue escrito evitaremos muchas incomprensiones equivocadas y
muchas discusiones inútiles. Nos referimos muy especialmente a los textos
sobre la creación del mundo y a los textos sobre el fin del mundo. Si leemos
un texto de forma equivocada, difícilmente el Espíritu Santo podrá
inspirarnos. Abramos las puertas al Espíritu leyendo los textos según fueron
escritos.

INVESTIGAD LAS ESCRITURAS ¡¡¡ELLAS SON LAS QUE DAN


TESTIMONIO DE MI!!! (10 5.39)

08 - EL SOMETIMIENTO Y OTROS.

EL SOMETIMIENTO
El sometimiento es algo que cada vez se considera de la mayor importancia en
la R.C.
Es una consecuencia de la comunión que tiene que haber entre todos y a todos
los niveles. Si se rompe o deteriora la comunión, la Renovación empieza a
perder fuerza, porque la comunión es el paso de la corriente del Espíritu de
unos a otros.

El sometimiento empieza desde el momento que cada uno de nosotros nos


rendimos totalmente al Espíritu del Señor, es decir, a la voluntad del Padre, y
hacemos que en nuestra vida empiece a prevalecer la voluntad de Dios por
encima de nuestros gustos y conveniencias.

Habremos experimentado cómo hasta que no aceptamos totalmente de


corazón la voluntad de Dios y de veras la amamos y nos complacemos en ella,
no tenemos verdadera paz interior, ni podemos llegar a entrar en
comunicación con Dios. Este es el quicio de toda la vida espiritual y a esto se
reduce en último término.

Como consecuencia y manifestación de este sometimiento a Dios, hemos de


sometemos también a los hermanos, hemos de obedecer.

Este sometimiento es ante todo a nuestros Pastores, puestos al frente del


Pueblo de Dios. En la R.C. no solamente hemos de respetar y obedecer a
nuestros Pastores: hemos de darles signos de nuestro amor, porque sabemos
que amándoles y obedeciéndoles estamos construyendo el Pueblo de Dios.

Más en concreto, dentro de la R.C. hemos de tener muy en cuenta que nadie
puede trabajar y actuar en forma independiente sin contar con los demás. No
puede haber dirigentes ni líderes independientes. Porque el Espíritu del Señor
siempre lleva a la unión, a la comunión. Nunca es anárquico, ni actúa en
dispersión de fuerzas, ni desune.

El sometimiento ha de empezar por los dirigentes del grupo o de la


comunidad, de forma que cada uno de ellos se someta a los demás, dando
cuenta de su actividad, sometiendo su ministerio al discernimiento de los
demás, y estando dispuesto a recibir la corrección fraterna y las sugerencias
que puedan hacer. Este sometimiento es de cada dirigente a los demás
dirigentes del grupo.

Para ello hace falta humildad, disciplina del espíritu, orden, obediencia, pero
sobre todo fe y amor.
Cuando en una comunidad o en un grupo hay uno entre el equipo de dirigentes
que tiene la máxima responsabilidad, éste deberá someterse, no a uno, como
los demás dirigentes, sino a dos hermanos.

Y el sometimiento se practica dando cuenta de forma regular, cada semana o


cada quince días, al hermano o a los hermanos a los que estamos sometidos, y
esperando que el Señor nos hable a través de ellos.

En cuanto a los demás miembros del grupo, se requiere también el


sometimiento para que en el grupo reine siempre la unidad y la comunión y el
orden que quiere el Señor. Cuando el grupo llega a convertirse en comunidad,
entonces es todavía más necesario.

Cuando se trata de miembros de un grupo, el sometimiento se refiere a todo lo


que se relacione con su participación en la vida del grupo, a la actividad,
ministerios y servicios que le quepa desempeñar.

Cuando se trata de miembros de una comunidad carismática el sometimiento


ya comprende algunos aspectos, incluso de su vida profesional y hasta
familiar, que tienen relación con la comunidad.

Empecemos, sobre todo los dirigentes, que son los que tienen encomendado el
ministerio de la unidad y de la comunión.

Siendo todos del mismo sentir


con un mismo amor
un mismo espíritu
unos mismos sentimientos (FI 2.2)
EL SEÑOR NOS URGE A
COMPROMETERNOS CADA VEZ
MAS
Por Luis Martin

Algunos hermanos tardan en descubrir lo que es la R.C. a pesar de que llevan


tiempo caminando en ella.

Algunos empiezan con gran entusiasmo y después abandonan los grupos y


siguen creyendo que viven en la R.C. Quizá unos no captaron bien lo que es la
Renovación, otros se desanimaron ante la primera prueba de las muchas por
las que hay que pasar, otros no llegaron a dar la respuesta que el Señor les
pedía.

La R.C. es bastante más que pertenecer a un grupo de oración, participar de su


vida, haber experimentado una gran transformación en su vida personal y
empezar a abrirse a los dones del Espíritu.

El Señor nos ha llamado a esto como lo primero y lo más urgente para cada
uno.
Pero sin duda que, o ha empezado ya, o empezará muy pronto a proponernos
metas más altas y a hablarnos de muchos modos para hacernos comprender
que aún quiere algo más de nosotros y que tiene unos planes muy concretos.

LA INTEGRACION PLENA EN EL GRUPO

Esta es una de las primeras exigencias para caminar y crecer en la vida del
Espíritu. Los que se muestran inestables, los que cambian por cualquier
motivo, los que ante un acontecimiento episódico se retiran, demuestran que
no saben apreciar lo que el Señor les ha dado a través de la Renovación y que
si les puso en este camino, no es para que lo abandonen fácilmente. Quizá
pierdan la última oportunidad que tuvieron en su vida.

En el Curso básico sobre la vida en el Espíritu que se da a los que se preparan


para el Bautismo en el Espíritu hay que insistir mucho sobre la necesidad de
mantenerse en el grupo, de compartir, de recibir y de dar ayuda. Es aquí
cuando hay que empezar a salir de la preocupación primordial por los propios
problemas personales con que ordinariamente se viene a la R.C., para empezar
a entrar en la preocupación por la construcción del Cuerpo del Señor.
Es decir, hay que empezar ya a abrirse a los problemas de los demás y por
tanto empezar a vivir en su forma más elemental el espíritu comunitario, hasta
que se llegue un día a formar la comunidad.

Pero si el Señor renueva nuestra vida personal, no es solamente para nosotros,


sino porque tiene un plan mucho más ambicioso y para el cual nos quiere
utilizar a todos.

A todos nos llama a ejercer los dones que Él quiera comunicarnos para la obra
maravillosa y apasionante de la construcción de su Cuerpo. Cada hermano
tiene que preguntarse: ¿qué misión puedo yo desempeñar en mi grupo?
¿Cómo puedo yo ejercer el servicio a los demás? ¿Para qué me llama el
Señor?

OBJETIVOS CLAROS DE COMPROMISO

A medida que el grupo camina hay que ofrecerle objetivos claros de


compromiso para con el Señor y los demás.

Hay hermanos que en cuando se empieza a hablar de compromiso se asustan y


se retraen. Les resultaba muy cómodo y fácil no asistir más que a la oración
del grupo.

Pero el camino por donde el Señor nos ha puesto no termina nunca. Es de


constante progreso y crecimiento. Y este progreso no es sólo personal para
cada uno, sino que es también un progreso comunitario: el crecimiento en el
amor a los demás nos llevará a compartirlo todo y por tanto nos llevará a la
comunidad.

No sólo los dirigentes sino todos los miembros del grupo, hemos de estar
siempre muy atentos para discernir cuánto y cómo el Señor nos pide dar un
paso más adelante.

Y cuando veamos que es llegado el momento, hay que darlo con decisión.
Algunos quedarán donde estaban. No Importa. Quizá al cabo de uno o varios
meses puedan ya sumarse ellos también.

Aquellos del grupo que se comprometan con un compromiso público a


entregarse más al Señor y a los hermanos deben estar siempre abiertos a
cuantos posteriormente quieran sumarse a ellos. Nunca podrán considerarse
mejores que los que no hicieron el compromiso.

Pero siempre serán una invitación y un ejemplo estimulante para todos los
demás hermanos del grupo.
En cada compromiso que hagamos el Señor nos llenará aún más de su amor y
de los dones del Espíritu y podrá hacer aún más cosas con nosotros.
Estemos atentos a todo lo que el Señor nos pida.

¿A QUIEN PUEDE AYUDAR EL GRUPO DE


ORACION?
Por GABE MAYER

Hay mucha gente en nuestra sociedad de hoy que no tiene un fundamento


estable, ni encuentra dónde poder acudir para consultar sobre sus problemas.
La ayuda que en otros tiempos hubiera recibido de la familia o de su propia
comunidad les falta hoy. El anonimato de nuestra sociedad agrava tales
dificultades.

Las personas con problemas emocionales encuentran acogida en los grupos de


oración carismáticos. La consecuencia es que los grupos de oración atraen a
muchas personas que esperan hallar la solución de tales trastornos y hasta de
enfermedades psicológicas más graves.

En cierto modo esto es una cosa buena. Tales personas pueden encontrar al
Señor y hasta tener una experiencia de su poder salvífico y de sanación.

Pero pueden surgir dificultades. Hay quien espera recibir del grupo una
constante ayuda y seguridad emocional. Hay personas que insistentemente
piden ayuda y llegan a convertirse en el centro de atención de los ministerios
del grupo. Si el grupo no cuenta con los medios suficientes para poder ofrecer
esta clase de ayuda, su fuerza disminuye, y quedará sin realizar el servicio de
que es capaz y los que tienen verdaderos problemas no podrán beneficiarse.

Estas personas aquejadas con grandes problemas psicológicos pueden llegar a


dominar en las reuniones de los grupos de oración, a no ser que los dirigentes
estén muy atentos para prevenir toda desviación espiritual en un grupo que se
reúne para orar. Esto podría interrumpir el crecimiento de un grupo y disuadir
a los que empiezan a venir.

Puede ocurrir también que los que están dominados por estos problemas se
vuelvan más cerrados e inabordables. Después de haber recibido el bautismo
en el Espíritu Santo se aferran al convencimiento de que su conducta anormal
es obediencia a una guía especial del Espíritu Santo. El problema queda así
“canonizado” y en cierta manera intocable.

¿QUÉ PODEMOS HACER?

Quisiera ofrecer seis recomendaciones a los dirigentes de los grupos de la


R.C.

1. El centro de atención hay que ponerlo en la construcción de todo el grupo y


no en la ayuda a un problema particular.

Los dirigentes del grupo han de preguntarse: ¿Cuál es la finalidad de este


grupo de oración? Para la mayoría de los grupos de oración la respuesta será
el ofrecer oportunidad para la alabanza, el evangelizar, el enseñar y el crecer
en el amor y facilitar las relaciones personales.

Los dirigentes son los responsables de este funcionamiento. No deben


descuidar sus responsabilidades para ayudar a uno o más individuos con
problemas serios. En la mayoría de los grupos de oración los dirigentes
descubrirán que el dedicarse al conseguir las metas básicas del grupo es algo
que absorbe ya todo su tiempo y energías disponibles.

2. Aprender a reconocer qué personas tienen serios problemas psicológicos.

Cuanto antes adviertan los dirigentes que tal persona tiene serios problemas,
antes podrán decidir que hay que hacer para el mayor bien de aquella persona
y de todo el grupo.

Una mujer, por ejemplo, que pertenecía a nuestro grupo, presentaba síntomas
que nos ayudó a descubrir sus problemas. Sufría frecuentes altibajos, períodos
de euforia y generosidad, “quiero dar toda mi vida al Señor”, alternando con
tiempos de ira y depresión. Esta inestabilidad emocional creaba problemas en
la forma cómo se relacionaba con los demás: resentimientos, quejas de no ser
amada, inconstancia en su trabajo.

Descuidaba la responsabilidad para con su familia: esta es una señal infalible


que siempre deben advertir los dirigentes del grupo. Hay personas que hablan
mucho de hacer grandes cosas por Dios, cuando lo que hacen en realidad es
huir de enfrentarse con el cumplimiento de sus deberes familiares y de
solucionar sus problemas personales.

Otro síntoma posible de dificultad emocional es el afán de discusión. Hay


casos en que no es más que un hábito contraído que hay que superar, pero
otras veces puede ser un problema emocional profundo.
Los dirigentes del grupo deben vigilar a las personas cuya conducta y manera
de pensar resulten extraños. Este puede ser un punto débil para la gente que
está en la R.C.: algo extraño que apreciamos en otros nos puede parecer ser
algo espiritual. Pero hemos de recordar que cuando el Señor nos llama a la
vida en el Espíritu no nos llama a ser personas raras.

ACEPTAR NUESTRAS LIMITACIONES

3. Ser realistas en cuanto a los recursos de que dispone el grupo de oración.


Los dirigentes no deben suponer automáticamente que su grupo pueda ayudar
indistintamente a cualquier persona que venga. Por lo general se requiere
bastante más que una experiencia inicial del poder de Dios para sanar las
dificultades emocionales muy arraigadas. La curación exige la ayuda de
personas que tengan sabiduría y tiempo disponible.

Por lo general, un grupo de oración no puede ser la solución de serios


problemas psicológicos porque el grupo no afecta a la persona más que un par
de horas a la semana. Y en cambio el medio ambiente, que puede estar
causando más de la mitad del problema, está envolviendo a la persona durante
el resto de toda la semana. A la postre, muchas personas no podrán ser
ayudadas si no son extraídas de su ambiente habitual.

Algunos miembros del grupo de oración, sobre todo los más nuevos, estarían
dispuestos a ayudar a las personas con serios problemas, pero con frecuencia
no reconocen que ellos no están preparados para esto. Cuando nos
encontramos con alguien verdaderamente necesitado, es difícil aceptar nuestra
propia limitación. Pero hemos de entender que no somos nosotros ni tampoco
el grupo de oración quien salva: solamente salva Jesús. Nosotros quizá seamos
una parte del proceso. La mayoría de los grupos no son más que una parte
muy limitada del proceso de curación. Tal vez este proceso deba ser
completado en un ambiente más amplio o quizá haya que enviar a la persona
enferma a un consejero profesional

4. Aceptar ayudar a personas con serios problemas tan solo sobre la base de
un acuerdo claro.

La mayoría de los grupos de oración no están en situación de poder asumir tal


compromiso. Esta recomendación es solamente para los muy pocos grupos
que puedan.

Primero: Los dirigentes deben discernir entre ellos qué es lo que necesita la
persona y qué es lo que puede hacer el grupo para ayudarla. Tienen que
definir el objetivo y los medios.
Segundo: Deben hacer saber a la persona los problemas que ellos ven, y
preguntarle si quiere aceptar la ayuda. En caso de que no quiera, no se puede
hacer nada.

UN MINIMO DE PRUDENCIA

5. No colocar en puestos de responsabilidad a personas que sufren problemas


psicológicos o emocionales.

A veces los dirigentes hacen esto para hacerles adquirir un sentido de


confianza y aceptación de sí mismos, pero en realidad no podrán desempeñar
esta responsabilidad. Aquellos que vengan a ellos con serios problemas no
hallarán ayuda, ni tampoco éstos que se la tienen que ofrecer.

6. Los dirigentes deben proteger los grupos de oración de toda perturbación.


Ejercer su responsabilidad para corregir los problemas causados por una
conducta perturbadora o por un equivocado ejercicio de los dones espirituales.
Su primera responsabilidad será ver si el conjunto del cuerpo es dirigido
acertadamente. En segundo lugar ha de estar su preocupación para que reciba
un trato de amor la persona que ocasionó algún problema.

Si una persona con serios problemas perturba la reunión de oración, el


dirigente debe actuar de forma directa y abierta. Alguien del grupo puede
llevar a esta persona a otra habitación; si se trata de un grupo grande, puede
haber un equipo de servidores para estos menesteres. Habrá que cuidar de esta
persona, pero más bien fuera de la asamblea que dentro.

El dirigente del grupo de oración debe ejercer su responsabilidad para corregir


los problemas causados por una conducta perturbadora o por un equivocado
ejercicio de los dones espirituales.

Su primera responsabilidad será ver si el conjunto del cuerpo es dirigido


acertadamente. En segundo lugar ha de estar su preocupación para que reciba
un trato de amor la persona que ocasionó algún problema.

Si una persona con serios problemas perturba la reunión de oración, el


dirigente debe actuar de forma directa y abierta. Alguien del grupo puede
llevar a esta persona a otra habitación; si se trata de un grupo grande, puede
haber un equipo de servidores para estos menesteres. Habrá que cuidar de esta
persona, pero más bien fuera de la asamblea que dentro.

Si los problemas en la reunión del grupo son causados no por los nuevos que
vienen sino por alguien que asiste ocasional o regularmente, los dirigentes
deberán hablar con esta persona sobre su participación en el grupo. Podría ser
conveniente pedir a la persona que no hablara en las reuniones o que se limite
a hacer tan sólo aquello que contribuya a la edificación de los demás
miembros del grupo.

El dirigente del grupo de oración debe ejercer su responsabilidad para corregir


los problemas causados por una conducta perturbadora o por un equivocado
ejercicio de los dones espirituales.

Su primera responsabilidad será ver si el conjunto del cuerpo es dirigido


acertadamente. En segundo lugar ha de estar su preocupación para que reciba
un trato de amor la persona que ocasionó algún problema.

Si una persona con serios problemas perturba la reunión de oración. el


dirigente debe actuar de forma directa y abierta. Alguien del grupo puede
llevar a esta persona a otra habitación; si se trata de un grupo grande, puede
haber un equipo de servidores para estos menesteres. Habrá que cuidar de esta
persona, pero más bien fuera de la asamblea que dentro.

Si los problemas en la reunión del grupo son causados no por los nuevos que
vienen sino por alguien que asiste ocasional o regularmente. Los dirigentes
deberán hablar con esta persona sobre su participación en el grupo. Podría ser
conveniente pedir a la persona que no hablara en las reuniones o que se limite
a hacer tan sólo aquello que contribuya a la edificación de los demás
miembros del grupo.

El Señor puede realizar mucho bien a través de los grupos de oración de la


R.C. Con cuanto mayor esmero y sabiduría construyamos. nuestros grupos de
oración serán instrumentos tanto más eficientes para esta obra del Señor en el
mundo. Ejercer su responsabilidad para corregir los problemas causados por
una conducta perturbadora o por un equivocado ejercicio de los dones
espirituales.

Su primera responsabilidad será ver si el conjunto del cuerpo e!' dirigido


acertadamente. En segundo lugar ha de estar su preocupación para que reciba
un trato de amor la persona que ocasionó algún problema.

Si una persona con serios problemas perturba la reunión de oración. el


dirigente debe actuar de forma directa y abierta. Alguien del grupo puede
llevar a esta persona a otra habitación; si se trata de un grupo grande, puede
haber un equipo de servidores para estos menesteres. Habrá que cuidar de esta
persona, pero más bien fuera de la asamblea que dentro.

Si los problemas en la reunión del grupo son causados no por los nuevos que
vienen sino por alguien que asiste ocasional o regularmente. Los dirigentes
deberán hablar con esta persona sobre su participación en el grupo. Podría ser
conveniente pedir a la persona que no hablara en las reuniones o que se limite
a hacer tan sólo aquello que contribuya a la edificación de los demás
miembros del grupo.

El Señor puede realizar mucho bien a través de los grupos de oración de la


R.C. Con cuanto mayor esmero y sabiduría construyamos, nuestros grupos de
oración serán instrumentos tanto más eficientes para esta obra del Señor en el
mundo.

(Tomado de “New Covenant” Agosto 1977. p. 30-31).

SI VIVIMOS
PARA EL SEÑOR VIVIMOS;
SI MORIMOS, PARA EL SEÑOR MORIMOS (Rm.14,8)

SIGNIFICADO ESPIRITUAL DE LA ORACION EN


LENGUAS
Por FRERE BENOIT

”Deseo que habléis todos en lenguas” (1 Co 14,5).

Orar en lenguas es algo que sorprende, algunos sonríen, otros se escandalizan.


A esto alude San Pablo cuando escribe: “Si, pues, se reúne toda la asamblea y
todos hablan en lenguas, y entran en ella no iniciados o infieles, ¿no dirán qué
estáis locos?” (1 Co 14,23). Pero el mismo Apóstol escribió que “la necedad
divina es más sabia que la sabiduría de los hombres” (1 Co 1.25).

Muchos a quienes antes había molestado o hecho sonreír, han experimentado


este don o carisma y progresivamente han llegado a descubrir cómo es un
poderoso medio de edificación del hombre interior, porque “el que habla en
lenguas se edifica a sí mismo”. (1 Co 14,4).

En estas líneas quisiera aclarar un poco la siguiente cuestión: ¿por qué y de


qué modo la oración en lenguas edifica en nosotros el hombre interior?

LA PERSONA ANIMADA POR EL ESPIRITU SANTO

Para comprender el valor espiritual de la oración en lenguas hay que partir del
hombre interior, que aquí es la persona animada por el Espíritu Santo. He aquí
el manantial de este lenguaje y de este canto.
Desde este punto de vista, la oración en lenguas o glosolalía, puede
considerarse como la expresión externa de un clima interior de oración,
principalmente de oración de alabanza, que reina en lo más profundo del ser
animado por el Espíritu Santo.

- El Espíritu ora en nosotros y con nosotros.

Es así como hemos de entender la enseñanza de San Pablo: “El Espíritu


mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”, (Rm 8,26) y “El
Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos
hijos de Dios” (Rm 8.16).

El Espíritu Santo no viene a reemplazar a nuestro espíritu para orar, sino que
se une a nuestro espíritu.

San Irineo de Lyón escribió que el hombre espiritual está constituido por la
unión íntima del cuerpo, del alma y del Espíritu Santo (Adversus Haereses, V,
9,1).
Si el Espíritu Santo orara en nosotros, sin nosotros, incluso con sonidos
emitidos por nuestros labios y garganta, esta oración sería para nosotros poco
menos que inútil, como las palabras que Yahvé puso en la boca de la burra de
Balaam (Nm 22.28). Si así entendiéramos la oración en lenguas estaríamos
vaciándola de toda su riqueza espiritual para edificar el hombre interior.

No es así. Sino que el orar y cantar en lenguas brota del manantial profundo
que es la persona animada por el Espíritu. Sus palabras y su canto son, de un
modo inseparable, suyos y del Espíritu Santo: es orar y cantar en el Espíritu.

- El Espíritu Santo anima a cada uno según su propio modo de ser.

Más que sustituirnos para entrar en relación de amor con el Padre, el Espíritu
del Hijo se acomoda a nuestra persona de tal modo que ésta llega a ser en el
Espíritu una participación única e irremplazable del Hijo en su relación de
amor con el Padre (Rm 8,14-17). Para el Padre, cada persona es en el Hijo
como “una flor única entre millones y millones de estrellas”. (Saint Exupéry).
Y por tanto su canto es totalmente personal e inexpresable. Es el “nombre
nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe “ (Ap 2,17).

La oración en lenguas es entonces algo así como el balbuceo de la persona


que, bajo la moción del Espíritu Santo, trata de expresar su nombre nuevo, es
decir, aquel canto de alabanza totalmente original, que cada uno de nosotros
cantará en el cielo tal como insinúa el Libro del Apocalipsis:

”Y salió una voz que decía: "Alabad a nuestro Dios todos sus siervos y los que
le teméis, pequeños y grandes". Y oí el ruido de muchedumbre inmensa y
como el ruido de muchas aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían:
"¡Aleluya!". (Ap. 19,5•6).

- El Espíritu suscita en nosotros una alabanza personal.

Cada uno en su totalidad y en su persona, en su cuerpo y en su espíritu, en su


sensibilidad y en su inteligencia, en su afectividad lo mismo que en su
voluntad, en una palabra, en toda la persona totalmente integrada, unificada y
armonizada, será quien cante su nombre nuevo, resultando una expresión viva
de alabanza.

RECONSTRUCCIÓN DEL HOMBRE INTERIOR ROTO

Bajo la acción del Espíritu de Cristo Resucitado, del Espíritu de libertad


(“Donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad”, 2 Co 3,17) el carisma
de la oración en lenguas o glosolalía lleva en sí mismo un poder de
reconstrucción del "hombre interior” roto, amordazado por el pecado. Tiene el
poder de estrechar y fortificar las conexiones entre el Espíritu, el alma y el
cuerpo, y esto permite al “Soplo de vida” animar en forma más completa y
total toda la persona.

El Espíritu Santo trabaja en el hombre interior de forma parecida a como hace


en el Cuerpo místico, del que San Pablo dice que “recibe trabazón y cohesión
por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según 1a actividad
propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para
su edificación en el amor” (Ef 4,16).

El carisma de la glosolalía tiende a restablecer el juego pleno de las


“articulaciones y conexiones” del hombre interior de forma que pueda
expresar su unidad personal profunda.

- Una objeción:

Si la inteligencia es la facultad más noble del hombre, es curioso que ésta no


pueda expresarse en lenguaje inteligible. Esta objeción es característica de la
mentalidad occidental, en la que la razón lógica ha quedado hipertrofiada en
detrimento de la profundidad de la persona y aún de la misma inteligencia.
Esta no se limita a la forma particular de inteligencia racional, conceptual. En
todo lenguaje subyace necesariamente una intuición viva, existencial, sin la
que el lenguaje no sería más que verborrea. Ningún lenguaje por perfecto que
sea puede expresar toda la riqueza de la intuición. De ello dan testimonio el
poeta y el místico.

Cuando la intuición es muy viva y profunda, la forma conceptual del lenguaje


puede impedir la expresión de la persona, puede impedirle expresar su
intuición, su gran riqueza profunda, su cántico. Si la persona tratara entonces
de expresarlo con el lenguaje convencional de la palabra, este esfuerzo de
“traducción” apenas si conseguiría captar la atención de la inteligencia y sí, en
cambio, empobrecer la experiencia viva, el impulso de alabanza que brota de
lo más profundo de la persona, de su “corazón" y de su “espíritu”: «Si oro en
lengua, mi espíritu ora. (1 Co 14,14).
- Manantial de integración y curación interior.

Podremos ahora comprender por qué el carisma de la glosolalía contribuye tan


poderosamente a la «reunificación”, espiritual, física y corporal a un mismo
tiempo, de toda la persona, y por tanto a su “curación interior”.

Pre construye la unidad de la persona porque “integra” armoniosamente en el


Espíritu todas sus potencias.

Si es manantial, impulso unificado de alabanza, expresión viva de la persona


que se da al Señor bajo la moción del Espíritu Santo, es algo radicalmente
opuesto a lo que signifique replegarse sobre sí mismo.

Todo movimiento para encerrarse en sí mismo es un movimiento defensivo


por el que la persona se atrinchera tras los muros de su prisión. La glosolalía
es un medio poderoso puesto a nuestra disposición por el Espíritu para hacer
caer estos muros dentro de los cuales se encierra la persona.

Es un impulso hacia fuera de sí mismo, dirigido hacia Dios, que se mantiene


en toda circunstancia adversa, en toda “agresión”, arrastrando consigo la
afectividad y hasta la misma sensibilidad de la persona. “Continuamente y por
todo, dad gracias al Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5,20).

PODER PARA SUPERAR LAS TENTACIONES

En “La Cruz y el puñal” David Wilkerson da testimonio del poder de la


oración en lenguas para superar las tentaciones: “Estamos siempre tentados,
dicen los que se drogan, pero corremos a la capilla para orar”.

En la oración oraban en lenguas, tenían una expresión alegre y se sentían


seguros. Cuando se levantaban, la tentación había pasado.

Sin pretender en modo alguno una liberación casi automática, hemos


experimentado la riqueza de esta oración que afecta a todo el hombre, a la
totalidad de su persona. Cuanto más se practica la glosolalía, mayor carga
lleva consigo de experiencia personal vivida en el Espíritu, y en toda
circunstancia, por desfavorable que sea, se convierte en impulso de alabanza,
en fe viva, en amor único al Padre, a Cristo Jesús, al Espíritu Santo.
Orar en lenguas se convierte para la persona en algo muy vivo y significativo:
es un brote del don de sí mismo, del impulso interior y profundo del “hombre
nuevo” que, en la alegría del Espíritu y con su poder, balbucea al Padre su
“nombre nuevo”, aprendiendo a llamarle “Padre” a su modo, único y original.

(Traducido y condensado de CAHIERS DU RENOUVEAU “IL EST


VIVANT”, número 14, 4-7).

09 - LA COMUNIDAD

LA COMUNIDAD
DEL GRUPO DE ORACION A LA COMUNIDAD ¿POR QUE Y
PARA QUE?

Los grupos de oración de la R.C. empiezan por una sencilla reunión


semanal de oración. Las personas acuden porque sienten la inquietud por la
oración y la vivencia de la vida del Espíritu. Quizá al principio no aspiren a
más. El grupo parece muy pobre en sus comienzos. No importa. El Reino
de los cielos empieza así, «semejante a un grano de mostaza” (Mt 13,31).

Pero en la semilla se encierra toda una dinámica de evolución y crecimiento.


Así también, en el desarrollo de cada grupo, en el que a partir del Bautismo
del Espíritu se va experimentando la acción del Señor a través de los
hermanos como instrumentos de curación y transformación, el Amor del
Señor nos hace abrir a los demás y salir de nosotros mismos y del absurdo
individualismo en que estábamos viviendo.

Juntamente con la experiencia del Amor de Dios en nosotros, empezamos a


vivenciar el amor que sentimos por los demás. Es un amor de entrega y
donación. Ser amados por los hermanos del grupo es algo que nos enseña y
urge a amar nosotros también.
Caminar juntos en la vida del Espíritu y compartir esta riqueza es el
procedimiento más enriquecedor y creativo que ha de conducir a resultados
insospechados de progreso y crecimiento espiritual.

Cada grupo ha de recorrer un itinerario espiritual. En los comienzos


predomina la conversión, la purificación, la curación interior, el compromiso
por el Señor, la apertura a los dones del Espíritu. Los pasos siguientes y sin
descartar en modo alguno los aspectos anteriores, que más bien son
permanentes en la vida del Espíritu, serán una mayor entrega y unidad
buscando unas relaciones interpersonales en el amor del Señor, cada vez más
profundas, que nos llevarán a comprometemos y darnos más unos a otros.
Nace así la necesidad de la comunidad.

Se empieza a pensar en la comunidad al cabo de cierto tiempo de desarrollo y


crecimiento del grupo. No todos caminan al mismo paso dentro del grupo,
pues cada uno tiene un camino marcado por el Señor, aunque también
condicionado por la respuesta personal al don de Dios.

Cuando llega por tanto el momento de plantearse la alternativa de la


comunidad no todos pensarán de la misma manera, ni todos se encontrarán en
la misma disposición. Esto no quiere decir que el Señor no llame a todos a
entrar en la comunidad a su debido tiempo.

Aquellos que ya sientan la llamada y la exigencia del Espíritu deben seguir


adelante, de forma que este paso que van a dar no les aísle o distancie de
aquellos que no lo dan, sino que, por el contrario, sirva para acercarles más a
ellos en una nueva actitud de servicio. La comunidad que surja no ha de ser un
gueto, sino el núcleo vital del grupo, siempre abierta a todos los que quieran
asumir el mismo compromiso.

Esta necesidad de llegar a la comunidad no surge por moralismo.


Es gracias al Señor. Nos lleva a ella la acción del Espíritu para damos más al
Señor y a los demás compartiéndolo todo. Y el dar este paso no supone gran
sacrificio ni renuncia. Se hace con un gran gozo. Es respuesta a la invitación
suave del Señor.

Las primeras comunidades surgieron sin que nadie les hablara de comunidad,
ni tuvieran la menor idea de lo que era una comunidad. Fue una creación
original del Espíritu de Pentecostés que hizo así que “todos los creyentes
vivieran unidos y lo tuvieran todo en común” (Hch 2,44), de forma que
aquella multitud “no tenía sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32).
Esto llevó a los primeros cristianos a formar la comunidad de Jerusalén y
después otras, Antioquia, Éfeso, Corinto, Roma, etc.
En el Pentecostés permanente de la Iglesia, y a lo largo de toda su historia a
través de los siglos, este mismo Espíritu siempre ha estado haciendo sentir la
necesidad de la comunidad en todos aquellos que se abrieron totalmente a la
acción del Señor. Tal es el ejemplo de los grandes reformadores y fundadores.

La comunidad no es por tanto una moda, ni prerrogativa de una élite. Es un


volver a las fuentes. De la comunidad podríamos decir lo mismo que dijo
Pedro el día de Pentecostés a propósito de la "Promesa”: “es para todos y para
vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor
Dios nuestro” (Hch 2,39).

Si es una creación tal del Espíritu, la comunidad no es para ser instrumentada


al servicio de problemas concretos, ni es una respuesta a situaciones locales, a
problemas sociales o apostólicos, ni tampoco como antídoto a los problemas
de soledad. La comunidad, aunque no se desentiende de estos problemas, está
muy por encima de todo esto.

Su meta y aspiraciones son: para los que la forman: una mayor entrega al
Señor, ofreciéndole y consagrándole las propias vidas para estar más
disponibles para Él y para su Reino, y una forma de entender y practicar el
amor y el servicio a los demás como expresión del Amor que el Señor
derrama en nuestros corazones.

Como una consecuencia y algo que se nos “da por añadidura" (Lc 12,31), para
los que están dentro de ella se convierte en el medio y ambiente más adecuado
para un mayor crecimiento y maduración en la vida del Espíritu,
contrarrestando la presión cada día más fuerte de paganismo y corriente
anticristiana en que nos envuelve la sociedad de hoy.

A los que están fuera ofrece un signo visible y convincente de cómo «el Reino
de Dios ya está entre vosotros” (Lc 17,21). Presenta un anticipo de la
Jerusalén celestial y un testimonio de cómo viven y se aman los discípulos de
Jesús, y cómo le pueden hallar cuantos le buscan anhelantes.

ETAPAS HACIA LA COMUNIDAD


Por LUIS MARTIN

Una comunidad es algo que nunca se puede improvisar.

La iniciativa la toma el Señor: Él es quien convoca y edifica la comunidad. No


nace por tanto por decisión de un grupo de personas que deciden compartir su
fe y vida cristiana.
En escucha constante y apertura a la palabra de Dios recibiremos abundancia
de signos y respuestas que serán más que suficientes para reconocer la
voluntad del Señor.

En el Libro de los Hechos vemos cómo es el Señor quien actúa: “EI Señor
agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 2,47).
En el funcionamiento y en los momentos importantes de aquellas
comunidades primitivas la acción del Señor era siempre decisiva, como por
ejemplo en la comunidad de Antioquía, a propósito de la misión de Saulo y
Bernabé (Hch 13,2-3).

Al tratar de formar una comunidad no podemos partir de ideas preconcebidas,


ni tampoco precipitarnos en su creación por mucho que nos halague el
proyecto. Muchas comunidades cristianas empezaron y fracasaron por no
tener en cuenta estos presupuestos. Un grupo no puede lanzarse a la creación
de la comunidad si antes no han caminado unidos durante largo tiempo y han
estado ya colaborando y compartiendo muchas cosas además de su vida
cristiana.

En la R.C. contamos ya con abundante experiencia y sabiduría que el Señor


nos ha ido dando a través de las numerosas comunidades carismáticas que hay
por todo el mundo.
Cada comunidad ha tenido un origen distinto y un proceso muy particular,
porque, lo mismo que las personas, cada comunidad es un plan distinto del
Señor.

Pero en todas se ha podido constatar unos pasos imprescindibles, unas etapas


más o menos largas.

Para ser más precisos, podríamos esquematizarlas de la siguiente forma:

PRIMERA ETAPA: INTEGRACION EN EL GRUPO

La primera etapa de las personas que pretenden formar comunidad carismática


es un tiempo, por lo general no inferior a un año, y en muchos casos de dos a
cuatro años, durante el cual han de vivir su integración en el grupo de oración,
caminando y creciendo en la vida del Espíritu hasta adquirir cierto grado de
madurez cristiana y de compromiso.

Aunque a algunos pueda parecer larga esta etapa, más bien que a abreviarla,
hay que tender a alargarla. Hay que respetar la ley del crecimiento y de la
madurez, que exige tiempo.
Durante esta etapa se ha de apreciar la estabilidad y fidelidad de la persona en
sus decisiones, y un compromiso cada vez mayor por el Señor, la apertura,
acogida y adaptación a los demás, progreso en la oración personal, mayor
conocimiento de la palabra de Dios, capacidad de compartir con los demás no
sólo la vida espiritual y las cosas materiales sino hasta las propias debilidades.

En este período se va eliminando por sí mismas las personas inconstantes e


inestables, las que aun tienen conflictos profundos por resolver, o no están
plenamente liberadas, y sobre todo, las que no están abiertas a los demás. De
no superar estas dificultades, su presencia en la comunidad sería motivo de
desequilibrio y tensión constante y un lastre que dificultaría llegar a unas
relaciones personales entre todos los hermanos, estrechas y profundas en el
Amor al Señor.

SEGUNDA ETAPA: COMPROMISOS CONCRETOS

Cuando se ha estado caminando en la primera etapa tal como dejamos dicho,


el Espíritu del Señor nos hace sentir la necesidad de dar un paso hacia
adelante y de comprometernos más, en el sentido de llegar a una mayor
entrega al Señor, y a ayudarnos y cuidar más unos de otros.

En la primera etapa ya habíamos empezado a compartir nuestro personal


compromiso fundamental con el Señor y de unos con otros.

Ahora en cambio sentimos la necesidad de llegar a un compromiso más


profundo, por el que públicamente manifestamos ante el Señor y ante los
demás nuestra determinación de darnos más al Señor y a los hermanos,
detallando unos puntos concretos de compromiso, pues no basta una
manifestación genérica.

El grado de compromiso a que se puede llegar en esta etapa puede presentar


muchas formas. Cada grupo discernirá ante el Señor a qué se siente llamado.
Se debe empezar por un compromiso limitado, permaneciendo siempre
abiertos a un compromiso más profundo al cabo de cierto tiempo: su
contenido responderá a la idea de mayor entrega y servicio al Señor y a los
demás.

Se puede detallar en alguno de estos puntos:


- preocuparnos y cuidar más unos de otros tanto en las necesidades humanas y
materiales, como en las espirituales, para lo cual tendrá que haber mayor
transparencia, apertura y conocimiento de los problemas de cada uno;
- intensificar más la vida espiritual y prestarse mutua colaboración en la
oración, la lectura y estudio de la Palabra de Dios, la instrucción;
- empezar a practicar el sometimiento de unos a otros, determinando ante los
demás quién se somete a quién, e introducir también la corrección fraterna y la
obediencia a los servidores;
- aceptar alguna forma de compartir bienes materiales. Cada uno determine la
cuantía, ante los demás.

Se pueden multiplicar los ejemplos. Este compromiso lo empiezan algunos


hermanos. Nunca hay que pretender que lo haga todo el grupo. Mientras se va
recorriendo esta etapa, se va aceptando a aquellos que periódicamente lo
solicitan, previo siempre un discernimiento sobre cada caso y una iniciación
catequética que hay que impartir de varias semanas.

La duración de esta etapa no debería ser inferior a un año.

TERCERA ETAPA: LA COMUNIDAD CARISMATICA

Con esta etapa se comienza la comunidad carismática en el pleno sentido de la


palabra.

Los que empiezan se comprometen ante 'el Señor, redactando de ordinario una
“alianza” en la que se expresa el espíritu y la mística de la comunidad de una
forma más exigente que como se ha estado viviendo anteriormente.

Esta “alianza” se examina periódicamente para ver cómo se cumple o para


introducir las modificaciones oportunas.

Para que todo marche bien y en previsión de las dudas que puedan surgir, es
preciso que se formule de manera clara y precisa los principales aspectos de la
vida de la comunidad.
Hay que tener en cuenta que no es esencial de la verdadera comunidad el que
todos sus miembros vivan en convivencia doméstica. Cabe la posibilidad de
que algunos vivan en el mismo edificio y otros sigan viviendo en sus propios
hogares. La convivencia no es parte esencial de la comunidad, sino unas
relaciones profundas de hermanos.

En cuanto a la comunión de bienes hay diversidad de fórmulas y grados. Todo


depende del grado de compartir a que quieran comprometerse.

Más que la estructura en sí, la cual no se debe minimizar, lo más decisivo para
la vida de la comunidad y a lo que en último término todo se reduce, es el
compromiso personal a que cada miembro ha llegado con el Señor y la
profundidad de vida espiritual que cada uno vive dentro del conjunto de la
comunidad.
¿QUE SE REQUIERE PARA CONSTRUIR UNA
COMUNIDAD?
El proyecto exige madurez, dirección, estructuras pastorales y la gracia
de Dios.

(Entrevista con Ralph Martin, traducida de PASTQRAL RENEWAL, enero


1977).

- Ralph, ¿podrías describimos qué entiendes por comunidad cristiana?

RALPH MARTIN. - Yo la describiría como una relación de familia. Llegar a


formar parte de una comunidad significa pasar, de unas relaciones basadas
primariamente en mi propia conveniencia o necesidad, a unas relaciones que
se basan en un compromiso: es decir, sea o no sea conveniente, te necesite yo
o no te necesite, me comprometo a ser para ti hermano o hermana.

Entrar en la vida de comunidad supone la conversión, de vivir primariamente


interesado por mi bien y por el bien de mi familia, a empezar a interesarme
por nuestro bien, el bien del pueblo de Dios, el bien del Cuerpo de Cristo en
nuestra zona. Pasamos de una situación de independencia y aislamiento a unas
relaciones de interdependencia, a una vida compartida.

Vivir juntos bajo el mismo techo o poner en común nuestros salarios y


posesiones materiales no son aspectos esenciales de la comunidad. Es esencial
la relación de hermano o de hermana con cada uno de los demás. Y esto se
puede expresar de modos muy variados.

P.R. - ¿Crees que la comunidad es algo más que lo que es una


congregación activa o un grupo de oración?

R.M. - Hay diversos grados de comunidad. Algunas parroquias y grupos de


oración poseen ciertos elementos del compartir y de la vida real de
comunidad.

Pero por lo general, lo que suele haber en una parroquia o en un grupo de


oración es un conjunto de actividades. Las relaciones de las personas y los
compromisos de unos para con otros se limitan a tener juntos ciertas
actividades. Las personas no se han comprometido a cuidar de las vidas de
unos y otros. En la mayoría de congregaciones y grupos de oración las
personas se sienten por lo general muy solas en el desempeño de sus
responsabilidades y a la hora de tomar decisiones que gobiernen sus vidas.
Por ejemplo, en un grupo cristiano o congregación activa se considera como
algo estrictamente personal muchas cuestiones importantes: si una persona es
promovida en su empleo y tiene que trasladarse a otra ciudad, a dónde y
cuándo ir de vacaciones, si hacer una ampliación de la casa. Se toman las
decisiones sin verdadera sumisión a los hermanos y hermanas.

Pero en la comunidad, donde las personas ponen todas sus vidas en común,
estas opciones ya no son algo privado. Afectan al cuerpo local de hermanos y
hermanas; el resultado altera la capacidad del grupo para ser un pueblo que
sirve. En la comunidad las personas deberán decidir sobre cualquiera de estas
cuestiones consultando a su inmediato dirigente pastoral o a los hermanos más
antiguos.

P.R. - Si un grupo de cristianos quieren entrar en una relación de


comunidad de unos para con otros, ¿cómo sabrán si están preparados?

R.M. - Tiene que haber suficiente equilibrio, estabilidad y madurez cristiana


en el grupo para aceptar un compromiso más profundo como es la vida de
comunidad. Si las personas son nuevas en la vida cristiana, si aún tienen
problemas al cumplir sus responsabilidades más elementales, con toda
seguridad que todavía es prematuro pensar hacer otro compromiso.

Quizás el factor más importante sea ver si tienen dirigentes. Tiene que haber
alguien, algunas personas que sirvan como de cabeza de la comunidad, que
puedan asumir responsabilidad pastoral sobre el funcionamiento de todo el
grupo y sobre las vidas individuales de cada uno de los miembros. La
dirección de la comunidad requiere personas que no sólo tengan madurez
cristiana y carácter estable, sino que tengan un alto nivel de compromiso para
cuidar de las personas con sentido pastoral.

Los líderes potenciales deben tener dones para ser los cabezas pastorales de la
comunidad. Deben poseer cierta habilidad para dirigir personas. Deben estar
capacitados para enseñar, no una enseñanza necesariamente formal y
especializada, sino para dar enseñanza sobre la vida cristiana y el modo de
relacionarnos con los demás. Deben contar con ciertas cualidades de
discernimiento en cualquier situación y para poder tomar la acción apropiada,
deben ser pacientes pero firmes y que cuenten con la confianza y respeto de
los demás. No quisiera presentar como poco menos que imposibles los que
han de ser los criterios para una adecuada dirección. Pero cuando la Escritura
describe las características que se requieren en la persona que es líder pastoral
de una comunidad, la lista es impresionante. En la comunidad que empieza,
tales dones y características no estarán manifiestamente presentes en los
líderes. Pero los ingredientes básicos sí tienen que aparecer en algunos del
grupo antes de que yo me atreviera a alentar a este grupo a dar el paso hacia
una vida de comunidad totalmente compartida.
P.R. - ¿Qué cambios hay que hacer en el grupo cuando los cristianos
empiezan a formar comunidad?

R.M. - La situación es distinta de un lugar a otro, pero según mi experiencia


hay que ofrecer elementos estructurales.

1. º Lo primero es que la comunidad ha de tener una forma de desarrollar su


identidad. Para la mayoría de los grupos esto significa empezar a tener
reunión de comunidad. La comunidad a la que yo pertenezco salió de una
reunión grande de oración pública. Paso importante hacia la comunidad fue la
decisión de tener una reunión semanal adicional para aquellos que estuvieran
interesados en relaciones de unos con otros más comprometidas. Una vez que
la comunidad empieza, es esencial celebrar regularmente la reunión de la
comunidad.

2. º Tiene que haber mucha claridad sobre quién forma parte de la comunidad
y quién no. La vida de la comunidad supone un compromiso definitivo para
relacionarse unos con otros en forma fraternal durante todo el tiempo, no
precisamente cuando conviene o cuando lo necesitamos. Esto quiere decir que
nos ofrecemos con nuestros hermanos y hermanas a Dios para que Él pueda
unirnos de verdad. Ser miembro de una comunidad es algo muy definido. O
una persona ocupa su lugar en el cuerpo o no lo ocupa.

3. º Para que las personas puedan decidir si se unen a la comunidad o no se


unen, debe estar muy claro a qué responsabilidades se comprometen. Hay
grupos que redactan una «alianza», la cual detalla el compromiso que hacen
los miembros de la comunidad. En la «alianza» el grupo trata de expresar lo
que significa para ellos formar parte de la comunidad.

4:º Un cuarto elemento de la comunidad es el medio de dar instrucción a las


personas sobre lo que es la vida en el Señor y en la comunidad, y prepararlas
para vivirla.

Este proceso de iniciación tiene varias etapas. Algunos grupos ofrecen


evangelización y enseñanzas básicas para ayudar a las personas a llegar a una
relación nueva y más profunda con Dios. Después se les da la oportunidad de
aprender más sobre la misma comunidad, en un fin de semana, por ejemplo. A
continuación vendrá la ocasión de hacer un compromiso preliminar que
conduzca a la comunidad.

5. º El quinto elemento debería estar claro por lo que ya he dicho: la dirección


pastoral es muy importante. Si una comunidad no tiene líderes que estén
claramente reconocidos y apoyados por el grupo, la comunidad hallará
muchas dificultades para poder progresar.
6. º Un sexto elemento son los grupos pastorales más pequeños. Hay gran
variedad de medios para que las personas puedan formar grupos más
pequeños, compartiendo sus vidas con una mayor profundidad que como lo
podrían hacer en el conjunto de toda la comunidad, sobre todo cuando ésta
crece en dimensión.

7:° Finalmente, hay que dar enseñanza de forma regular y progresiva, para
ayudar a los miembros de la comunidad a crecer en madurez y llegar a no
tener más que una sola mente y un solo corazón. Esto se puede dar en diversos
cursos, en reuniones de la comunidad, y utilizando otros medios.

Creo que con esto no he presentado un modelo de comunidad que parezca


poco menos que imposible. Es difícil, desde luego. Exige un grado creciente
de madurez, compromiso y paciencia. Pero también es algo que el Espíritu
Santo hace con nosotros y por nuestro medio. Nosotros hemos experimentado
el crecimiento de nuestra comunidad como una misericordia de Dios para con
nosotros. Mucho de lo que ha sucedido no ha sido por nuestra sabiduría, sino
por la misericordia y el amor de Dios.

P.R.: - ¿Qué aconsejarías a los líderes de un grupo que se convierte en


comunidad?

R.M.: - Creo que es de máxima importancia que los líderes se mantengan muy
unidos. Si los líderes aprenden a amar, a ser pacientes, a confiar y trabajar
unos con otros de la mejor manera, entonces quedarán resueltos la mayor
parte de los problemas que han de sufrir los demás que entran a formar parte
de la comunidad.

Al comienzo de nuestra comunidad, un factor muy importante para su


desarrollo fue el compromiso que hicieron entre sí algunos de los líderes.
Steve Clark y yo ya habíamos hecho un compromiso: habíamos convenido
trabajar siempre juntos, no importa las dificultades que surgieran, y ofrecernos
al Señor para pertenecerle y que Él pudiera así construir algo con nosotros.
Creo que aquella fue la base de todo lo que Dios hizo después al unirnos en
comunidad. El compromiso que Steve y yo habíamos hecho se extendió a
otros líderes potenciales del grupo. Este grupo llegó a ser el núcleo de las
personas que pudieran ayudarse después para empezar a cuidar de la vida de
la comunidad.

Los líderes necesitan también asumir el cuidado pastoral unos de otros. Uno
de los mayores problemas en la Iglesia de hoy es éste: ¿quién pastorea a los
pastores? Será de gran utilidad el que los líderes más antiguos asuman la
responsabilidad pastoral de los más jóvenes. Aun cuando el grupo de líderes
esté formado por personas de la misma experiencia y madurez, conviene
introducir relaciones pastorales dentro del conjunto del cuerpo de líderes, de
forma que se cuide de todos.

P.R.: - ¿Podrías describirnos en qué consiste la “alianza” de tu


comunidad y de qué modo se comprometen las personas?

R.M.: - Nuestra “alianza” empieza por afirmar nuestro deseo común de dar
todas nuestras vidas al Señor como respuesta a su amor e invitación. Después,
tratamos algunos elementos básicos de nuestra vida en común: a) nuestro
compromiso de ser hermanos y hermanas unos de otros, b) asistir
regularmente a las reuniones de la comunidad y a los cursos de enseñanza que
ofrezca, c) observar el orden de nuestra vida en común y el modelo de
dirección que tenemos constituido, d) ayudar a las necesidades materiales y
financieras que tengan la comunidad y sus miembros.

A aquellos que quieran formar parte de la comunidad de acuerdo con los


términos de la “alianza” les invitamos a expresar públicamente su
compromiso. Invitar a las personas a aceptar públicamente la “alianza” ha sido
de una gran importancia para nuestra comunidad; esto define claramente quién
está comprometido con la comunidad.

En realidad el compromiso se hace en dos etapas: Un compromiso preliminar


que han de hacer aquellos que empiezan a entrar en la vida de comunidad:
asistir a las reuniones y a los cursos, etc.; y lo que llamamos compromiso
público, que es más solemne. Por el compromiso público las personas ofrecen
sus vidas al servicio del Señor formando parte de la comunidad. Este
compromiso sólo permitimos hacerlo a aquellos que llevan ya dos o tres años
de vida comunitaria estable.

P.R.: - ¿Crees que la comunidad debe permitir que se sume a ella todo
aquel que acepta el compromiso requerido. o debe ejercer algún control
sobre los que quieran Ingresar en ella?

R.M.: - Hay tendencia en las personas que sufren serios problemas a venir a
un grupo de cristianos que se aman. Pera una comunidad no se podrá
desarrollar de forma que pueda emprender un servicio estable de largo alcance
si al principio acepta más de lo que sus miembros puedan abordar en forma
adecuada. Esto impediría al grupo desarrollar las relaciones básicas y la norma
de vida en común que les ayudará a llegar a una mejor situación para poder
atender a las personas que se encuentran con serios problemas.

El tiempo que se dedica al desarrollo de una comunidad no es tiempo que se


quita del servicio al Señor. Creo que una comunidad no debe aceptar en sus
comienzos a todo el que quiera entrar en ella. Debería aceptar tantas personas
como cuantas pueda cuidar, que tengan madurez y estabilidad razonable, y
muy pocas personas, si es que algunas, que se encuentren con serios
problemas.

Hay otra situación que exige un atento examen: es frecuente el caso de


esposas que quieren entrar en la comunidad, pero que no quieren sus esposos.

Los líderes han de asegurarse de que estas hermanas no se van a integrar en la


comunidad de forma que desplacen su centro de gravedad de la función que
les corresponde en la familia.

Muchas comunidades adoptan la norma de no aceptar señoras en el


compromiso total con la comunidad si no se comprometen también sus
maridos. Estas comunidades sienten que sería poco menos que imposible para
una esposa ser fiel a ambas obligaciones: al compromiso familiar y al
compromiso con la comunidad, si sus maridos no se comprometen también.
Otras comunidades, si bien no descartan la posibilidad de que una esposa sin
su marido llegue a ser miembro de la comunidad, centran toda su atención
para conseguir que la integración en la comunidad de aquella hermana la haga
más llena de amor y más efectiva dentro de su misma familia.

P.R.: - ¿Qué sugerirías a aquellas personas que piensan que su grupo no


está todavía en condiciones de formar comunidad?

R.M.: - Si no se dan todavía en el grupo los elementos básicos para construir


la comunidad, se puede empezar a dar algunos pasos que contribuyan a ello.

Por ejemplo, pueden empezar a unirse de un modo informal, a comer juntos


de vez en cuando, a convivir algunos fines de semana y a asumir algunas
actividades en común: éstas son cosas que ayudan a las personas a abrir sus
vidas y a conocerse mejor. También pueden empezar a unirse para fines
específicamente espirituales: para compartir y hablar sobre sus propias vidas
en forma espiritual, para orar.

Pueden empezar a ayudarse recíprocamente aun en cosas materiales: por


ejemplo a prestarse una máquina de cortar el césped, el pintar la casa del
algún hermano, de forma que se muestre amor e interés a través de medios
que vayan más allá de la reunión semanal.

P.R.: - ¿Qué deseas decir como conclusión?

R.M.: - En el futuro va a ser muy difícil para los cristianos perseverar y crecer
sin la ayuda de hermanos y hermanas que vivan alguna forma de vida
comunitaria. Va a ser difícil mantener un testimonio cristiano estable y
desempeñar la misión de Cristo con poder y gracia si no es en el contexto de
una comunidad cristiana. Creo que en la sociedad está aumentando la presión
anticristiana. Presión en las universidades, en los medios de comunicación, en
los esparcimientos: cada vez se hace más difícil para las personas mantenerse
en una vida cristiana gozosa y confiada fuera de una comunidad. Estoy
convencido que en los años que se avecinan se va a considerar a la
comunidad, no meramente como una opción para los cristianos, sino como
algo que está en la entraña del Evangelio y que es esencial para la vida
cristiana.

MÁS CONSEJOS SOBRE LA FORMACION DE LA


COMUNIDAD

Por falta de espacio, he aquí una selección de algunas respuestas:


Obtener ayuda: “Aconsejaría a las personas que empiezan a formar
comunidad que se pongan en contacto con alguna comunidad establecida para
aprender de sus fallos y obtener la ayuda y guía que necesitan ".

No intentar hacer demasiado: "Una comunidad que acaba de empezar puede


quedar encasillada en un proyecto particular, como el montar una escuela o
dedicarse a unos problemas sociales determinados, antes de estar preparada
para ello. En algunos países puede dominar la preocupación por los problemas
nacionales; quizá las personas quieran ofrecer prematuramente su comunidad
como contribución a estos grandes problemas. Esta falta de realismo es fatal
para el desarrollo de la comunidad”.

Los líderes necesitan sus líderes: “Para coordinar el trabajo de todos los
líderes se debería escoger a aquellos miembros del grupo de líderes que
tengan una mayor madurez y experiencia. Los demás líderes deben apoyarlos
•.

Donde los miembros del grupo no se ponen de acuerdo para formar


comunidad: “Después de haberlo hablado y reflexionado suficientemente, y
después de oración con todo el grupo, aquellos que quieran formar comunidad
deben seguir adelante manteniendo lazos de hermandad con aquellos que no
quieren. Si las personas que desean vivir en comunidad viven en lugares
donde no es posible construir una comunidad, deben considerar la posibilidad
de mudarse al lugar donde se haya establecido la comunidad”.
10 - LA CURACIÓN.

RESCATEMOS PARA LA IGLESIA


EL MINISTERIO DE LA CURACION.

En la Renovación Carismática se hace ya corriente experimentar, con


admiración y alabanza, la forma tan real y perceptible en que se manifiesta
hoy la presencia del Reino de los Cielos y cómo Dios sigue derramando por
todo el mundo “el Espíritu Santo prometido” (Hch 2,23) para realizar la
liberación del hombre en su totalidad.

Dentro de este vasto fenómeno queremos llamar la atención sobre un signo


innegable: el carisma de la curación. El Señor sigue hoy curando nuestras
enfermedades y dolencias en forma muy similar a lo que nos dicen los
Evangelios y el Libro de los Hechos.

Jesús dio gran importancia al ministerio de la curación durante toda su vida


pública. Envió a los Apóstoles «a proclamar el Reino de Dios y a curar» (Lc
9,2) y también encargó a los setenta y dos discípulos: “curad los enfermos que
haya en ella y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros” (Lc 10,9).

Se trata de algo que Él considera necesario para los hombres de todos los
tiempos.
La Iglesia, si quiere ser fiel a sí misma, ha de tener gran sensibilidad ante las
recomendaciones y actitudes más constantes de su Maestro. No podemos
hacer caso omiso, o relegar aspecto tan importante del ministerio evangélico
al archivo de antigüedades y curiosidades, ni tampoco recortar toda la
salvación que el Señor quiere ofrecernos. Nuestra fidelidad ha de ser al
contenido total de su mensaje.

De una forma u otra siempre ha estado presente este ministerio en la historia


de la Iglesia, quedando en épocas posteriores restringido a la actividad
sacramental respecto a la cual siempre hubo consenso teológico para
reconocer su dimensión curativa. Pero el acento se ha estado poniendo en los
aspectos jurídicos, relativos a la validez y la santificación, lo cual ha
fomentado un monopolio ministerial o sacerdotal con predominio de lo
puramente institucional.
Esto dio origen a la creencia tan arraigada de considerar la dimensión curativa
carismática como prerrogativa de ciertos lugares de peregrinación y de
cristianos de santidad en grado extraordinario.

Por otra parte, allí donde el cristianismo se deja contaminar por el espíritu
materialista, por acomodarse «al mundo presente” (Rm 12,2), pierde su
carácter profético, esfumándose el carisma de la curación. Y, a la inversa,
siempre que se da una renovación profunda del Espíritu, hay una mayor
fidelidad a la Palabra del Señor y una fe más intensa que hacen reaparecer este
poder sanador del Señor.

A esto ha venido a sumarse últimamente la insistencia contemporánea sobre la


eficacia social y política de la Iglesia, como si el ministerio de la curación
desviara la atención de los problemas reales y urgentes.

La resultante es que se despoja la proclamación del mensaje, y el ministerio en


general, de la dimensión más dinámica que le confiere la presencia del
Espíritu.
Pero, tanto si la Iglesia no proclama el Mensaje de la Buena Nueva, como si
no ejerce el ministerio de la curación, tal como lo practicó y encargó el Señor,
cabe formularse la sospecha de falta de fidelidad a la totalidad del Evangelio,
con la consecuencia de ofrecer al mundo un cristianismo desprovisto del
poder del Espíritu, cuestionándonos hasta qué punto tomamos en serio lo que
siempre hemos creído a nivel puramente intelectual sin exigencia para
nuestras vidas.

Es un desafío a nuestra fe de creyentes, denunciando la incapacidad para dar


“testimonio con gran poder de la Resurrección del Señor Jesús» (Hch 4,33) en
que podemos vivir nosotros que formamos el Cuerpo del Señor y que estamos
llamados a presentar al hombre de hoy, más que al Jesús histórico, a Aquél a
quien “Dios ha constituido Señor y Cristo” (Hch 2,36).

El Espíritu nos urge, tanto a los Pastores y ministros como a todos los
miembros del Pueblo de Dios, a un regreso genuino al Evangelio y a una
mayor identidad con el Maestro, viviendo, con la sencillez de aquellos por los
que Él alabó al Padre (Lc 10,21-22), la plenitud y potencialidad de la vida del
Espíritu con el que fuimos «sellados» (Ef 1,13).

En cualquier intento nos sentiremos frenados por el miedo a nuestro fracaso,


por la precipitación y el vértigo de la vida moderna, por los prejuicios y
explicaciones naturalistas que podemos dar a las realidades más
sobrenaturales. Pero éstas son formas distintas de dejar “apagar el Espíritu» (1
Ts 5,19) o de pronunciar a nuestro aire la "palabra contra el Espíritu Santo”
(Mt 12.31-32).
Pero allí donde dos o tres reunidos en su presencia oren con fe (Mt 18,20),
donde se viva su Palabra y se crea en Él (Jn 14,12), donde se actúe "por su
nombre y no por ningún otro» (Hch 4,10), se complacerá Jesús en seguir
curando hoy lo mismo que ayer (Hb 13,8).

Contemplemos siempre este ministerio en la totalidad de la salvación y


superabundancia de vida y poder con que Él quiere llegar al hombre completo.
Considerarlo en forma aislada sería desfigurarlo en detrimento y desprestigio
del mismo y a riesgo de exponerlo a una interpretación mágica.

ENFERMEDAD Y CURACION EN El MISTERIO


DE SALVACION

Por LUIS MARTIN

La enfermedad, con el cortejo de sufrimientos y situaciones críticas que


acarrea es una realidad ineludible para el hombre, al mismo tiempo que
suscita toda una serie de interrogantes que siempre han intrigado a la
humanidad entera.

La antropología moderna, definitivamente superado ya el concepto


dicotómico del hombre en una visión dualista, profesa hoy como una de sus
verdades más fundamentales la unidad psicosomática de la persona humana.
Nunca obra o padece el cuerpo solo o el espíritu solo. Es el hombre total,
espíritu encarnado, la persona entera la que se encuentra aherrojada en una
crisis o situación patológica en la que con frecuencia fallan sus resortes
humanos primarios y hasta se encuentra amenazado todo su sentido de la vida.
En efecto, no hay enfermedades, sino enfermos.

La respuesta que se dé a este problema dependerá siempre de la visión que se


tenga tanto del hombre como del mundo en que vive y de las fuerzas que lo
dominan.

Si la enfermedad tiene un carácter tan personal, si es algo tan existencial, no


podía quedar al margen del plan salvífico de Dios.

Cuando la Biblia aborda la realidad de la enfermedad, lo mismo que cualquier


interrogante que pueda angustiar al hombre, no pretende ofrecernos un
planteamiento científico ni hablarnos de la misma como fenómeno médico,
sino que nos da su sentido como algo que afecta al hombre que Dios quiere
salvar. Lo que cuenta es el significado de la enfermedad y de la curación en el
misterio de la salvación.

RELACION ENTRE ENFERMEDAD V PODERES DEL MAL

La teología actual está poniendo cada día más de manifiesto la relación tan
estrecha que guarda la enfermedad con el poder del mal. En ella se
manifiestan el poder de la muerte y las consecuencias nefastas del pecado.

Dios creó al hombre en su unidad de alma y cuerpo para la felicidad, la


armonía, la perfección. La enfermedad es contraria a la intención divina, lo
mismo que la fatiga del trabajo, el dolor del parto, la muerte.

Ya queramos considerarla como una ruptura de la unidad subjetiva de la


armonía creada, o como terrible experiencia de la propia finitud, de la
precariedad y fragilidad de la existencia humana, o como crisis de la
comunicación con los demás que reduce los horizontes del espacio vital para
sumergirnos en una situación de soledad, aislamiento o desamparo, la
enfermedad es siempre una intrusa, un elemento hostil que invade la
conciencia del hombre y por tanto un mal que hay que vencer.
Está mucho más ligada al pecado que los otros efectos del mismo. Jesús sufrió
el cansancio, el hambre y la sed, y hasta la tristeza, y pasó por la muerte. Pero
no consta que estuviera alguna vez enfermo, a pesar de que “¡eran nuestras
dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!” (Is 53,4).

Es como un área donde se mantiene el dominio de los poderes del mal. “La
enfermedad, la muerte y lo que la existencia humana concreta contiene de
autodestrucción, pueden y deben explicarse en todo caso también como
expresión del influjo de las fuerzas demoníacas, incluso cuando procedan de
causas naturales próximas y cuando se les pueda y deba combatir con medios
naturales” (K. RAHNERH. VORGRIMLER, Diccionario Teológico. Herder.
Barcelona, 1966, 568).

La Palabra de Dios en el Antiguo Testamento trata de combatir la


generalización vulgar que atribuía la enfermedad a las culpas del enfermo o
que defendía que aquélla era siempre enviada por Dios. El caso de Job
contradice esta creencia y esto mismo confirmaría más tarde la historia del
ciego de nacimiento con el que se encontró Jesús: "Ni pecó él ni sus padres; es
para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9,3).

Dios no es ajeno a la enfermedad y a la curación. La enfermedad puede ser


efecto en contadas ocasiones de una intervención especial de Yahvé que
castiga (1 S 16, 14; 2 Cro 26,16-21). Pero la intención manifiesta de Dios es
siempre sanar: “Venid, volvamos a Yahvé, pues Él ha desgarrado y Él nos
curará, Él ha herido y Él nos vendará” (Os 6.1), “ÉI es quien castiga y tiene
compasión” (Tb 13,2), “el que hiere y el que venda la herida, el que llaga y
luego cura con su mano; seis veces ha de librarte de la angustia, y a la séptima
el mal no te alcanzará” (Jb 5,18-19).

Son textos conmovedores y llenos de ternura que nos manifiestan cómo siente
Dios respecto a nuestras enfermedades: “Yo doy la muerte y doy la vida, hiero
yo, y sano yo mismo” (Dt 32.39). “Yo soy Yahvé el que te sana” (Ex 15,26),
“el que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias” (Sal 103.3).

Las promesas escatológicas describen cómo en el “mundo nuevo” mesiánico


“se despegarán los ojos de los ciegos, las orejas de los sordos se abrirán.
Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de
júbilo".- (Is 35,5-6; Cf.: 26.19; 29,18; 61,1).

Con la aparición de Jesús “se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y


su amor a los hombres” (Ti 3,4). “¡EI Reino de los Cielos ha llegado!” (Mt
4,17), esta es la gran noticia que Jesús proclama y que la gente no acaba de
creer. Para esto Jesús tendrá que recorrer toda Palestina “proclamando la
Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el
pueblo” (Mt 4,23).

Él es el Buen Samaritano que pasó “haciendo el bien” [Hch 10,38), “expulsó a


los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se
cumpliera el oráculo del profeta Isaías: "Él tomó nuestras flaquezas y cargó
con nuestras enfermedades"• (Mt 8,16-17).

Curar enfermos y arrojar demonios no constituyen más que un único misterio:


ambas realidades son signos de la Buena Nueva y van siempre ligados con su
proclamación. Porque la enfermedad es una consecuencia del pecado, un
signo del poder de Satanás sobre los hombres (Mt 9. 32-34; Mc 9.14-29; Lc
13,10-17), la irrupción del Reino trae el final de todo mal y debilidad, como
una dimensión de la victoria sobre Satán y el pecado (Lc 5,17-25; 13.11; Jo
5,14).

“Curar enfermos y expulsar demonios son dos formas de la misma victoria


sobre el pecado” (J. LECLERCO. Du sens chrétien de la maladie: La Vie
Spirituelle, 53 (1937) 136). “Las dos cosas van de la mano, manifiestan
igualmente su poder (Cf.: Le 6,19), y tienen finalmente el mismo sentido:
significan el triunfo de Jesús sobre Satán y la instauración del reinado de Dios
en la tierra conforme a las Escrituras (Cf.: Mt 11,5 s.). No ya que la
enfermedad deba en adelante desaparecer del mundo; pero la fuerza divina
que finalmente la vencerá está desde ahora en acción acá abajo” (X. LEON-
DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder. Barcelona, 1973,
277•78).
LA CURACION DE LOS ENFERMOS ES SIEMPRE SIGNO DE
GRACIA

Jesús concede la salud del cuerpo siempre juntamente con la salud del alma, o
hablando con más propiedad: la salud del hombre entero. Esta es la sorpresa
del paralítico curado (Lc 5,18•20) y del enfermo junto a la piscina de Betesda
(Jo 5,14).

La salud del cuerpo no es un bien por sí misma y no la concede el Señor por sí


sola, por tanto no va aislada de los demás aspectos, sino siempre dentro del
contexto de salvación y liberación del hombre total. El cuerpo es siempre
expresión del espíritu y las curaciones somáticas son la manifestación de la
salvación que se realiza en el enfermo, provocando la alabanza y la acción de
gracias del hombre nuevo, perdonado, liberado y salvado por el Hijo de Dios.

Por tanto, para ser curado, lo mismo que para ser perdonado y liberado del
pecado, Jesús exige la fe, que es aceptación plena de su persona, es decir, de
su Palabra y del don que Dios ofrece con su Hijo. Esta fe tiene que esperar,
desear y pedir, a veces insistentemente, hasta ser al menos “fe como un grano
de mostaza” (Lc 17,6). Donde no hay fe, diríamos que Jesús "no puede” curar:
?"Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a
quienes curó imponiéndoles las manos, y se maravilló de su falta de fe” (Mc
6,1-6).

Predicación, curación y expulsión de demonios: son actos conjuntos de


salvación y de poder o de la manifestación del Reino de Dios. El mensaje
salvador de Jesús se hace presente tanto con las palabras como con los hechos
de poder.

Unas veces bastará una sola palabra:


”Quiero, queda limpio” (Mt 8,3; 8,13) Y otras utilizará un signo: el gesto, el
diálogo, el tacto, cosas materiales, y sobre todo, la imposición de manos (Mc
8,22-26; Lc 13,13).

Cuando Jesús transmite esta misma misión a los Apóstoles les da autoridad y
poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a
proclamar el Reino de Dios y a curar... saliendo, pues, recorrían los pueblos,
anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes” (Lc 9,1-6). San
Mateo habla de “poder para curar toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 10,1)

Al enviar a los setenta y dos discípulos les encarga: “Curad los enfermos que
haya en ella (la ciudad), y decidles: el Reino de Dios está cerca de vosotros“
(Lc 10,9).
Todos aquellos que crean verdaderamente en Jesús, que sean sus discípulos,
habrán de realizar las mismas maravillas, y por tanto: “Impondrán las manos
sobre los enfermos y se pondrán bien” (Mc 16.18).

En la Iglesia apostólica que surge de Pentecostés los Apóstoles seguirán


vinculando predicación, curación y expulsión de los espíritus del mal. Cuando
son perseguidos piden predicar curando:”...concede a tus siervos que puedan
predicar tu Palabra con toda valentía, extendiendo tu mano para realizar
curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu Santo Siervo Jesús” (Hch
4.29-30).

Proclamación y realización del mismo mensaje con los mismos actos de poder
seguirán ocurriendo “por la fe en su nombre”, “la fe dada por su medio” (Hch
3,16). “por el nombre de Jesucristo... a quien Dios resucitó de entre los
muertos” (Hch 4,10).

Concluyamos resumiendo que:


a) Jesús nunca queda pasivo o indiferente ante la enfermedad, lo mismo que
ante el pecado o el dominio de Satán.
b) De ningún caso consta en que Jesús invitara a aceptar con resignación la
enfermedad como si fuera algo querido por Dios, sino que siempre manifestó
una voluntad positiva de curarla, y los Evangelistas no se cansan de repetirlo.
e) Es necesaria la fe, que es aceptación de su salvación y de su persona.
d) No concede la curación corporal por si sola y ésta nada tiene de magia: lo
mismo que el perdón del pecado y la liberación de Satán, es un acto salvador
para la persona entera y una experiencia de la misericordia y el Amor de un
Dios salvador.

ENTENDAMOS RECTAMENTE EL MINISTERIO


DE LA CURACION
SABER DISCERNIR LA ACCION DE DIOS

No en todos los casos en los que apreciemos una curación maravillosa o


extraordinaria digamos que es obra de Dios.

Es importante recordar que existen fuerzas ocultas de la naturaleza y personas


que tienen un poder extraordinario de curación, o por la utilización de estas
fuerzas naturales, o por un poder maligno, o por una mezcla de ambos.
Ejemplos tenemos en los descubrimientos de la sofrología, en las prácticas de
las religiones orientales, en la meditación trascendental y en la concentración
profunda del yoga.
La Palabra del Señor nos pone en guardia: “Entonces si alguno os dice:
"Mirad, el Cristo está aquí o allí", no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y
falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si
fuera posible, a los mismos elegidos” (Mt 24,23-24).

Cuando se trata de fenómenos públicos o que afectan a una parte del Pueblo
de Dios hay que aceptar el discernimiento de los Pastores. En el ejercicio de
los carismas para edificación de la Iglesia corresponde a ellos, juzgar la
genuina naturaleza de tales carismas y su ordenado ejercicio, no por cierto
para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan
lo que es bueno” (VAT. II, Decrt. Apostolado Seglar, núm. 3).

Un elemento claro de discernimiento es ver si tal curación contribuye a


glorificar a Jesús, si manifiesta el poder y el Amor de Dios. Otro elemento es
ver si la curación implica un cambio espiritual en la persona, una conversión.

Cuando hablamos de curación, no estamos hablando de milagro, sino de una


curación que se puede dar o en forma extraordinaria, o en forma que los
médicos aceptarían como cosa puramente normal, o es una curación que se
realiza de manera progresiva.

De cualquier modo que sea, siempre ha habido una intervención del Señor, o
en forma extraordinaria, o a través del proceso ordinario de la medicina y la
cirugía, como respuesta a nuestra oración, y puede decirse que se ha
manifestado el Poder y el Amor del Señor, y para el enfermo ha sido un acto
de salvación.

No hace falta insistir en la realidad del milagro, sino en la acción salvadora


del Señor.
Por otra parte, para Dios no existe la línea separatoria que nosotros hemos
trazado entre lo que es puramente natural y lo que es sobrenatural. Dios
siempre es salvador: “Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo" (Jo
5, 17), “por lo demás sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien
de los que le aman” (Rm 8,28).

VERDADERA FE: NI CREDULIDAD NI ESCEPTICISMO

Sólo con la mirada profunda de la fe evitaremos una desfiguración o una falsa


interpretación de los hechos. Pero también nos veremos libres de los muchos
prejuicios que hoy existen en la mayoría de los cristianos contra la curación.

Cuando uno entra en la R.C. le resulta difícil al principio comprender y


aceptar el carisma de la curación.
Los prejuicios más corrientes son los siguientes:
1) “Esto es de santos y nosotros no somos santos”: se piensa que sería una
temeridad o presunción para el cristiano común esperar o pedir la curación.
Pero Jesús tan sólo habló de la fe en Él: “Estas son las señales que
acompañarán a los que crean...” (Mc 16,17-18)

2) “Yo no necesito esos milagros, me basta con la fe”: se cree que esto era
necesario en los comienzos de la Iglesia, pero no ahora, cuando ya ha pasado
la época de los milagros y la Iglesia no debe poner el acento en ellos.

3) “Los milagros no son más que una manera primitiva de expresar la


realidad”: los que así piensan hasta llegan a interpretar los milagros del
Evangelio en términos puramente naturales, reduciéndolos a una experiencia
humana desmitologizando y cuestionando toda la posibilidad de un Dios que
actuaría directamente en la historia. Se le considera algo propio de una época
preciéntifica. Este prejuicio obedece principalmente a la idea que se tiene de
un Dios impersonal y lejano, situado allá en las alturas lejos de nosotros, pero
no el Dios del Evangelio presente en nuestras propias vidas.

4) «Esto es algo peligroso que ocasiona ilusionismo y mucha gente vive


sólo una religión milagrera y a veces mágica”: cierto que se ha abusado
mucho, que se ha fomentado todo un falso cristianismo de reliquias, objetos y
lugares en torno a la curación. Cualquier realidad sagrada podemos
malentenderla, desfigurarla y abusar de ella. Ejemplos, Simón Mago con el
Don del Espíritu Santo (Hch 8,9-24), los abusos y disparates que a lo largo de
la historia se han cometido con la oración, los sacramentos, la autoridad, la
vida religiosa, etc.

5) “Hemos de aceptar la enfermedad como voluntad de Dios o como la


propia cruz”:
Toda la espiritualidad que se ha hecho de la enfermedad como algo enviado
por Dios que nos purifica y nos quebranta para someternos dócilmente a Él
parece no tener en cuenta que el sufrimiento propio del cristiano, el único que
nos prometió el Señor, no fue la enfermedad, sino la persecución y el
sufrimiento que deriva de la entrega a los demás con la inmolación del
egoísmo y la comodidad (Cf.: 2 Co 11.23-29). La cruz que llevó Jesús fue la
persecución y la entrega a los demás.

La gloria de Dios es el hombre viviente: Dios quiere la vida, la salud. la


integridad del espíritu, de la mente y del cuerpo. La enfermedad es un mal en
si, aunque de ella pueda provenir un bien. No representa la voluntad de Dios,
es una de tantas consecuencias del pecado. Dios quiere sanar como quiere
reconciliar al hombre y la creación entera.

Hace falta luz del Señor para saber cuándo tenemos que pedir para este
hermano que aleje esta enfermedad o más bien que le dé una muerte feliz.
Alguna enfermedad puede obedecer a un propósito superior: puede servir para
hacernos recapacitar, o para reorientar nuestras vidas en otro sentido. Se trata
del sufrimiento redentor, que suele ser la excepción, pues constituye en si una
llamada o una gracia especial del Señor.

¿POR QUE ES TAN IMPORTANTE EL MINISTERIO DE LA


CURACION?

Si insistimos en el ministerio de la curación, o más bien, en la recuperación de


este patrimonio del poder de sanación, cuya desaparición ha sido una de las
mayores pérdidas que ha sufrido la Iglesia, no lo hacemos por afán de
fomentar el fenómeno sobrenatural, ni por el milagro por el milagro, ni porque
haya que probar nada, pues la fe nada tiene que probar. Se cree o no se cree en
Jesús, y llegar a creer es un don de Dios más que nuestro.

El hombre ideal, totalmente sano de cuerpo y de alma no existe en realidad. El


hombre es siempre un ser enfermo, en mayor o menor grado, ya se manifieste
la enfermedad predominantemente en la parte somática o ya sea en la parte
psíquica, mental o emocional, o bien sea en su espíritu.

Toda alteración en la armonía y equilibrio del ser humano se aleja del plan
inicial de Dios, va en contra de la creación de la que el hombre salió perfecto
y sano. En la medida en que se aleja de la idea inicial de Dios no contribuye a
alabar a Dios por su creación.

Toda enfermedad, de cualquier tipo que sea, es “la creación entera sometida a
la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la
esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en
la gloriosa libertad de los hijos de Dios... la creación entera gime hasta el
presente... y no sólo ella, también nosotros gemimos en nuestro interior
anhelando el rescate de nuestro cuerpo” (Rm 8,20-23).

La enfermedad es estado de debilitamiento, moral y espiritual, más que físico,


propicio para la tristeza, la depresión y el sentimiento de soledad y desamparo,
difícil para la vida abundante del espíritu. La excepción son los enfermos en
los que admiramos una gran paz y alegría.

Es una dimensión importante del hombre en la que necesita ser y sentirse


salvado por Cristo Jesús. El sacramento de la unción de los enfermos tiene
esta finalidad.
Ejercer nosotros el ministerio de la curación, tal como el Señor la quiere
realizar ahora, no significa hacer competencia a la medicina, ni fomentar el
milagro. Es responder a una ineludible necesidad en que se encuentra el
hombre, para la que hay una respuesta muy concreta del Señor. Es además una
necesidad apremiante y grave en muchas situaciones.
El Señor manifestó gran compasión por los enfermos y se dedicó
intensamente a ejercer el ministerio de la curación.

Para aquel que ahora recibe la curación no significa ser simplemente curado,
como el que ha superado una operación complicada y peligrosa. Es
experimentar la salvación, la presencia y el amor del Señor. Cualquier
curación de este tipo es una experiencia religiosa profunda, una conversión,
una renovación de toda la vida. Es acto salvador de Jesús, del que brota la
alabanza y la glorificación a Dios, como pasa en todos los casos del
Evangelio.

Creer que Jesús sólo vino a “buscar las almas” o "la salvación del alma” es
una falsa comprensión del mensaje del Evangelio.

Afirmar que lo importante es que el alma esté sana, aunque el cuerpo esté
enfermo, es también otra equivocación, pues de ordinario no es posible lo uno
sin lo otro por la mutua interdependencia que existe entre ambos.

La salvación total de Jesús no es solamente perdonar el pecado y darnos la


gracia: es liberar al hombre completo de la forma que mejor se aproxime a lo
que va a ser después por la resurrección en la consumación final.

MINISTERIO EXIGENTE PARA EL QUE LO PRACTICA

Cuando el Señor cura a través nuestro no es porque nos dé un poder especial o


una fuerza secreta.

Lo que cura es el amor del Señor, su presencia por la fe ciega en Él y en su


Palabra.

El que ora ha de tratar de comunicar el amor y la presencia de Jesús al


enfermo.

Para esto se requiere vivir en identidad y compenetración con el Señor, vivir


en fidelidad constante, asimilar sus formas de ser, todo su Espíritu, pero sobre
todo vivir de una gran fe.

Al mismo tiempo el que ora debe experimentar un gran amor por el enfermo:
no emitir en su interior ningún juicio negativo, no admitir ningún sentimiento
de superioridad, ninguna reserva o rechazo.

Tendrá que ejercer la paciencia y una gran comprensión. Es un ministerio de


misericordia, de amor y abnegación. Hay que dedicar largo tiempo.

El que ora nunca debe pretender poseer él el don de la curación. En realidad y


como cosa corriente, más que el que haya personas con el don de curación,
podemos decir que lo que pasa es que el Señor cura a través de aquellas
personas que ponen una fe profunda y sencilla en la oración, un gran amor al
Señor y al enfermo, fiándose totalmente de la palabra de Dios, sin buscar lo
más mínimo la propia gloria.

Y EXIGENTE TAMBIEN PARA EL ENFERMO

A veces a los grupos vienen enfermos que tienen una gran fe en el grupo o en
determinada persona: creen que se curarán simplemente por la oración de
aquellas personas o de aquel hermano. En muchos de estos casos puede
ocurrir que el enfermo tenga más confianza en la oración de quienes oran por
ellos, que en el Amor y el Poder de Jesús. Pero quien cura es Jesús y
solamente Él, no tal orante o tal grupo.

Por esto es importante la fe y la actitud general del enfermo para que el Señor
lo cure. El Evangelio dice: “Y no podía hacer allí ningún milagro...” (Mc 6,5).
Es fundamental la actitud de abandono en las manos del Padre, de confiar
plenamente en Él, querer entregarle toda la vida y agradarle en todo. Esta
actitud comprende por supuesto la fe para ser curado. No hay que insistir
solamente al enfermo en que confíe en que el Señor le curará, sino en que se
abra totalmente al Señor.

Debe no solamente querer la curación física, que es lo único que quieren


algunos enfermos, sino también todo lo que el Señor quiera de él. Pedir la
curación física por sí sola no tiene mucho sentido, ni tampoco se da de
ordinario.
A veces se curan también enfermos que no tienen fe o no lo esperan. El Señor
es muy dueño para hacer lo que quiere. Pero por lo general hemos de usar
discernimiento para ver por quiénes podemos orar y por quiénes no, sobre
todo cuando oramos en grupo. Si el enfermo no lo pide, si no confía, si no
manifiesta verdadero deseo, a no ser que esté inconsciente, no se dan unas
condiciones favorables.
Orar indiscriminadamente por todos los enfermos que vinieran a nosotros
sería decepcionarlos y hacer que confíen más en nosotros que en el Señor,
cuando nosotros no somos nada.

DISTINTAS FORMAS DE CURACION


El P. Francis MacNutt distingue cuatro formas principales de curación, y por
tanto cuatro métodos típicos de oración para ejercer este ministerio:

a) Oración de arrepentimiento por pecados personales.


b) Oración de curación interior: en la que se da sanación de recuerdos o de
cualquier enfermedad de tipo mental o psíquico.

c) Oración de curación física.

d) Oración de liberación para casos de opresión.

“No todos ejerceremos un ministerio a fondo en cada uno de estos campos,


pero hemos de conocer nuestro propio límite y estar listos para referir al
enfermo hacia otra persona más capacitada que nosotros. Espero que llegue el
día en que los cristianos de cada localidad sean capaces de aunar sus dones
para trabajar en equipo, como muchos doctores lo hacen en cualquier hospital
o clínica. La mayoría de nosotros no tiene el tiempo ni los dones divinos para
trabajar en todas estas áreas de curación. Pero todos necesitamos desarrollar el
discernimiento sobre cuál es el mal, para aplicar el tipo de curación
apropiada” (FRANCIS MacNUTT. O. P. Sanación carisma de hoy.
Publicaciones Nueva Vida, Puerto Rico, 1976, 111).

ORACION DE ARREPENTIMIENTO

El arrepentimiento es algo que está en la raíz de la mayoría de las curaciones.


Si hay arrepentimiento, hay perdón y liberación del pecado, y por tanto hay
sanación y salvación.

Hay una relación profunda entre arrepentimiento o perdón de los pecados y la


curación interior, y así mismo, con respecto a la curación física. La psicología
y la medicina modernas reconocen que gran parte de las enfermedades físicas
tienen un componente psíquico.

En muchos casos resulta más útil y más importante dedicar tiempo a la


oración de arrepentimiento o a la de sanación interior antes que orar por la
curación física. La curación del paralítico descolgado ante Jesús es un
ejemplo.

A veces lo difícil es llegar a un estado de arrepentimiento profundo. Para ello


hace falta dedicar tiempo a la oración, recurrir al Espíritu Santo. Quizá sea en
este aspecto donde más experimentamos nuestra pobreza e impotencia
espiritual o la imposibilidad de liberarnos del pecado por nosotros mismos.
Porque el pecado hunde sus raíces en lo más profundo del corazón del
hombre.

La reconciliación sacramental tiene una dimensión y virtualidad de curación


que estamos empezando a descubrir. Ha de ser una celebración sacramental en
la que se dé gran importancia al diálogo entre penitente y confesor, y, sobre
todo, a la oración conjunta de ambos, para llegar a una apertura total al Señor
y a experimentar su curación. Para muchos sacerdotes puede ser un
descubrimiento leer la obra de MICHAEL SCANLAN. El poder en la
penitencia, Publicaciones Nueva Vida. Puerto Rico. 1975.

Para llegar al arrepentimiento es de gran importancia perdonar a los demás. A


veces es odio, pero frecuentemente son formas solapadas de pecado a las que
no damos gran importancia, como amargura, resentimiento, rechazo interior o
prejuicios, las que obstaculizan una actitud sincera de arrepentimiento.

Jesús nos pone el dedo en la llaga: “Y cuando os pongáis a orar, perdonad, si


tenéis algo contra alguno, para que también vuestro padre, que está en los
cielos, os perdone vuestras ofensas. (Mc 11.25).

Comenta F. MacNutt: “Yo solía pensar que tales pasajes brincaban de un tema
a otro: en una frase Jesús manda tener fe en la oración; en la siguiente nos
manda perdonar. Pero ahora comprendo la íntima conexión entre ambas ideas.
Es como si el amor divino de salvación, de curación y de perdón no pudiera
fluir hacia nosotros, a menos que estemos preparados a dejarlo venir hacia
nosotros. El amor de Dios no puede estar con nosotros, si nosotros negamos el
perdón y la curación a otros. (pág. 117).

El amor que pone el Señor en nosotros cuando verdaderamente perdonamos y


olvidamos es el mejor remedio para romper la frialdad, la indiferencia, la
desgana, la amargura que bloquean el flujo del poder divino salvífico.

LA CURACION INTERIOR

Generalmente es necesaria la curación interior cuando comprobamos alguno


de los siguientes casos: heridas del pasado, traumas no superados,
resentimientos, problemas emocionales profundos, depresión, formas
persistentes de ansiedad, miedo, impulsos sexuales compulsivos, excesiva
timidez, con su respectiva carga de recuerdos y vivencias del pasado, que por
más que queramos no podemos librarnos de ellos.

En todos estos casos falta paz y alegría, no es posible experimentar el amor de


Dios y la libertad interior para llegar a la alabanza. También hay cierta
dificultad de relación con los demás. Aquellas personas que en cualquier
momento de su vida, pero sobre todo en la infancia, se han sentido rechazadas,
experimentan ahora una gran dificultad para amar, para confiar en los demás y
en Dios.

Todo esto puede ser sometido al poder sanador de Jesús. “Ayer como hoy,
Jesucristo es el mismo, y lo será siempre” (Hb 13,8). Él quiere realizar una
cura espiritual importante que fundamentalmente consiste en: 1) Sanar las
heridas o traumas que aún persisten y que siguen afectando la vida del
paciente; 2) llenar con su amor todos los ámbitos que han permanecido vacíos
durante tanto tiempo.

Para esta clase de sanación hay una forma peculiar de entrevista y oración.
Este ministerio lo puede realizar una persona sola que tenga conocimiento,
discernimiento y dones para ello, o puede ser también un equipo, al que
llamamos grupo de intercesión.

Las personas que forman los grupos de intercesión deben ser cualificadas,
dotadas de algún don del Espíritu, unido al conocimiento de la psicología y de
una gran sensibilidad.

El tiempo dedicado a cada caso puede ser entre media hora y una hora o más,
y de ordinario se requieren varias entrevistas.

La primera parte de la sesión está dedicada a la entrevista: escuchar, dialogar,


discernir. Unas preguntas generales ayudarán: ¿Cuándo empezó esto? ¿Qué
crees que fue lo que lo causó? La mayoría de los problemas suelen arrancar de
algún rechazo o de unas relaciones rotas. Importantes son nuestras relaciones
con los padres en la infancia: si faltó amor en la niñez, el problema se
manifiesta en la edad adulta, afectando a los sentimientos básicos de la
persona respecto de si misma, de los demás y de la vida entera. Otros pueden
haber recibido sus heridas en el Colegio, o más tarde, o en experiencias
sexuales desdichadas, o en unas relaciones tensas durante mucho tiempo en el
interior de una comunidad religiosa. A veces la persona misma ignora lo que
le pasó.

Después de la entrevista haremos la oración. No tengamos miedo de que la


oración parezca sencilla y hasta pueril. Generalmente es el niño del pasado
que todos llevamos dentro lo que hay que sanar. A veces hay que orar al estilo
de un niño, en la forma más imaginativa posible.

La oración ha de ir dirigida primero a pedir al Señor la curación de la herida


que se ha puesto de manifiesto (aspecto negativo): que restañe estas heridas
del pasado, para pasar después a pedir (aspecto positivo) que llene la vida
personal con todo aquello que estaba echando de menos, que llene los ámbitos
vacíos de este corazón,

En la primera sesión siempre hay que seguir este esquema: a) sacar a la luz las
cosas que nos han herido. b) orar al Señor para que cure las heridas. En las
demás sesiones no hace falta insistir tanto sobre el pasado y sí dedicar más
tiempo a la oración.
Esta clase de oración suele tener una respuesta de parte del Señor muy
perceptible. La curación suele ser más bien progresiva, aunque a veces se
puede dar en una sola sesión o en el momento del bautismo en el Espíritu.

Si la oración no obtiene respuesta será porque no hemos llegado al fondo del


problema. Puede ser por una de estas tres razones: a) hay necesidad de
arrepentimiento: que el paciente perdone a alguien que ha herido, b) hay una
herida más profunda que aún no hemos descubierto, puede haber necesidad de
oración de liberación.

LA CURACION FISICA

Es la más difícil de admitir y la que más puede poner a prueba nuestra fe. Sin
embargo la oración por la curación física es la más sencilla de todas y la más
breve.

Se requiere más valor que fe para pedir la curación física.

Al principio creemos que es una temeridad porque pensamos que pedimos a


Dios un milagro. Pero es una falsa humildad y ya sabemos cómo e1 Señor
puede curar sin recurrir al milagro, y cómo quiere que sus discípulos oren por
los enfermos.

De hecho, Dios responde a esta oración y sana de muchas maneras.

Para orar por la curación física se puede seguir la siguiente pauta:


1) Lo primero es siempre escuchar para discernir qué hemos de pedir y si
hemos de orar o no.
Fijar al mismo tiempo la atención en la persona que nos refiere qué es lo que
le aqueja y en el Señor que a veces comparte con nosotros el don del
discernimiento para llegar al verdadero diagnóstico y ver si la persona está o
no segura de lo que le pasa.

A veces descubriremos que más que de curación física se trata de curación


interior, o de arrepentimiento o de oración de liberación.

Si se trata de curación física no hay que emplear mucho tiempo en discutir los
síntomas.

El discernimiento ha de ser también para saber si hemos de orar o no. Hay


muchos enfermos: algunos ni siquiera están preparados para ser curados, a
pesar de que pidan que se ore por ellos.

El Espíritu nos indicará, si estamos atentos a su voz, por quién debemos orar.
Dios quiere que tratemos de averiguar si debemos o no orar por esta persona
concreta. Los experimentados en este ministerio conocen las muchas formas
como Dios orienta sobre el cómo, el cuándo y por quién orar pidiendo
curación.

Hay también manifestaciones extraordinarias de conocimiento y de sensación


del poder curativo del Señor, pero no siempre que hay curación se dan. Hay
quienes experimentan una sensación de paz y de alegría si tienen que orar por
tal enfermo, y una sensación de oscuridad y pesadumbre cuando no deben
orar. Esta pesadumbre es distinta de la que sobrecoge a uno al comienzo de la
oración de liberación. Hay también quien experimenta una sensación de calor
o algo así como una corriente eléctrica que circula por sus manos.

Para aquellos que no están experimentados valga la siguiente regla: a) oren


por aquellos que acuden y les piden oración, b) oren siempre que se sientan
movidos por compasión a visitar a alguien enfermo y orar por él. También hay
que estar muy atento a las mociones del Espíritu, sobre todo cuando no
sabemos qué hemos de pedir. No hay que centrarse sólo en el problema y sus
síntomas.

2) Imposición de manos y oración. Si la persona por la que se va a orar se


molesta con la imposición de manos, o prefiere que nos mantengamos a cierta
distancia, respetemos sus sentimientos. El gesto de la imposición de manos es
una forma de comunión de amor y está indicado por el mismo Señor.

La oración ha de tener los siguientes elementos: 1) Reconocimiento de la


presencia de Dios: siempre dirigida al Padre o a Jesús, reconociendo la
presencia de Dios y alabándole. 2) Petición, de forma muy específica,
visualizando la curación que estamos pidiendo. Esto aviva nuestra fe y la del
paciente. La oración además de imaginativa debe ser positiva y enfatizar, no la
situación de enfermedad, sino la esperanza de que el organismo se recupere:
así tratamos de compartir la visión que Dios tiene de la persona en su
representación perfecta. Esta visualización positiva ayuda a nuestra fe. 3)
Confianza: “Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte:
"Quítate y arrójate al mar" y no vacile en su corazón, sino que crea que va a
suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la
oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis” (Mc 11,22-24). Esta
fe es un don. A veces cuando decimos “si es tu voluntad” esto debilita nuestra
confianza. Mejor decir: “Hágase según tu voluntad". 4) Con acción de gracias:
porque creemos que Él nos ha oído, debemos ya en la oración darle gracias, 5)
Orando en el Espíritu: cuando no estamos seguros qué hemos de pedir nos
dirigimos al Espíritu, porque “el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza.
Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene...” (Rm 8.26).

LA ORACION DE LIBERACIÓN

Hay que distinguir muy bien entre posesión diabólica y opresión diabólica.
La posesión diabólica es bastante rara en nuestro continente europeo y en los
países de larga tradición cristiana. La oración formal de la Iglesia para liberar
a un poseído es el exorcismo. Para ejercer esta clase de oración se requiere el
permiso del Obispo que sólo se da a un sacerdote especialmente cualificado
para este ministerio, por los riesgos y peligros que implica.

La opresión es relativamente frecuente: es como la invasión de una ciudad,


en la que la persona en cuestión tuviera el control de la mayor parte, quedando
ciertas áreas bajo el dominio enemigo.
He aquí la opinión de un prestigioso teólogo: “La acción de estos poderes no
debe suponerse sólo allí donde se dan fenómenos paranaturales o
“extraordinarios”, considerados desde el punto de vista de los métodos
experimentales intramundanos y en contraposición con los fenómenos
normales y controlables empíricamente. También y sobre todo la cadena
"normal” de procesos está sujeta a la dinámica de los poderes demoníacos
orientada hacia el mal” (K. RAHNERH. VORGRIMLER, Diccionario
Teológico, Herder, Barcelona, 1966).

Donde más frecuentemente se manifiesta es en los casos de drogadictos,


alcoholismo, conducta autodestructiva, personas que han participado en
sesiones de espiritismo, brujería, meditación trascendental, todas las prácticas
del ocultismo, concentración profunda del yoga.
En este asunto se necesita más que nunca el don del discernimiento, consejo y
sabiduría del Señor. Hay veces que se puede tratar de casos de alucinación o
de aberración psíquica o de personas psicópatas.
Un indicio de la necesidad de oración de liberación puede ser el hecho de que
la curación interior no da resultado.

La oración de liberación debe administrarse con mucha cautela. Es la clase de


oración que más fácilmente se presta a abusos y que puede ocasionar mayores
problemas, pues también se hace en forma de exorcismo.

El discernimiento es todavía más necesario, por la gran ignorancia y falta de


experiencia que hay en este punto, y por lo delicado y comprometido del caso.

Esta clase de oración no la puede ministrar cualquiera y de ordinario ha de ser


un grupo de personas entre las que haya al menos un sacerdote, pues, a
diferencia de la oración de curación que siempre se dirige a Dios, la oración
de liberación es una especie de exorcismo que va dirigida contra los espíritus
opresores, es decir, una orden imperiosa en nombre de Jesucristo, con firmeza
y autoridad.

Dado la complejidad y lo delicado de este ministerio, no podemos presentar


aquí todos sus aspectos. Puesto que es un asunto para dirigentes muy
especializados, no es tema de difusión general. En cualquier duda o problema
que se nos presente, nunca resolvamos por nuestra propia cuenta, sino, que lo
remitamos a personas competentes y experimentadas.

11 - LA ENSEÑANZA EN LOS GRUPOS.

UN PROGRAMA COMPLETO DE FORMACION


CRISTIANA
Los hermanos que llegan a la Renovación Carismática a través de los
grupos provienen de los ambientes más diversos. Algunos necesitan ante
todo evangelización, otros, una formación y enseñanza muy determinada, o
porque nunca la tuvieron, o porque, si bien la tuvieron, fue de tipo
puramente racional con escasa repercusión en sus vidas.

Lo que primero tenemos que asegurar es que todos reciban la evangelización,


es decir, que lleguen a conocer y capten en profundidad el núcleo del mensaje
cristiano, la Buena Nueva, y adquieran una clara conciencia de lo que es la
esencia de la fe cristiana, y podamos así todos estar “siempre dispuestos a dar
respuesta a todo el que (nos) pida razón de (nuestra) esperanza” (1 P 3,15).

Hemos de tener todos muy claro lo que es “el fundamento y el centro y la


cumbre de toda fuerza dinámica de la evangelización: en Jesucristo, Hijo de
Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos y cada
uno de los hombres, como un don de la gracia y de la misericordia del mismo
Dios” (Pablo VI. Evangelii Nuntiandi, n.O 27).

Supuesta esta comprensión del contenido básico del mensaje evangélico, hay
que seguir dando enseñanza abundante, iluminando todas las verdades que se
transmiten “entre las que se da un orden o jerarquía, según el diverso nexo que
las relaciona y concreta con el contenido básico del anuncio o kerigma
apostólico” (Comisión Episcopal Española para la doctrina de la fe, La
Comunión eclesial, n:- 43).

En esta tarea nos guía la Palabra de Dios y el magisterio de los pastores


legítimos de la Iglesia, maestros auténticos del Pueblo de Dios, que para
nosotros es continuidad de lo que “la generación apostólica y las sucesivas
generaciones post-apostólicas nos transmitieron”.

En el ejercicio de esta enseñanza conviene que tengamos en cuenta ciertos


puntos de referencia que son las metas a las que aspiramos:

a) Si hablamos de renovación carismática, se trata también de una mentalidad


nueva, de acuerdo con las exigencias más genuinas que el Espíritu nos hace
sentir hoy: “renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál
es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12,2), lo cual
invita a “renovar el espíritu de vuestra mente y a revestiros del Hombre
Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4,23-24).

Esta mentalidad nueva conlleva “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez.
18,31; 36,26-27) para poder tener “los mismos sentimientos que Cristo» (Flp
2,5; Rm 15,5).

Todo esto es adquirir un modo nuevo de pensar, sentir y amar, una metanoia o
conversión profunda, un cambio en la jerarquía que teníamos de valores y un
abandono del espíritu del mundo y de la carne.

b) Hemos de proponemos una línea constante de crecimiento y maduración en


la vida cristiana abundante, como “imitadores de Dios” (Ef. 5,1) e “hijos de la
luz” y “luz en el Señor” (Ef. 5,8) para que nos vayamos llenando “hasta la
total Plenitud de Dios” (Ef. 3,19) y lleguemos a “la madurez de la Plenitud de
Cristo” (Ef. 4,13).

Todos los dones de la mente y del corazón, pero de manera especial “espíritu
de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente” (Ef. 1,17).

Cada grupo debe hacer un esfuerzo por formar a sus maestros, pedir al Señor
los dones que necesitan, desarrollar ciertos programas de enseñanza, recabar
de otros grupos la enseñanza más profunda que ellos no puedan dar,
profundizar constantemente en la Palabra de Dios, ofrecer material de lectura
y grabaciones de charlas.

Los maestros o catequistas han de llenarse cada vez más, anhelar que se
desarrollen en ellos los dones de la sabiduría, de entendimiento y de ciencia, y
en general el carisma de la enseñanza que les capacita para este mismo
ministerio, “Hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros” (2
Tm 2,2), que sepan introducir en la mentalidad y en el sentir de Dios, que no
sólo hablen a la mente sino al corazón, creando las actitudes del Señor que
deben definir la vida del cristiano.
Han de haber captado el mensaje del Señor, pero también deben comunicarlo
con amor, gozo y atracción espiritual.

Insustituible para esto el estudio, la reflexión, la lectura, la meditación de la


Palabra, la oración y la contemplación. Si esto falta, no se hace más que
repetir un esquema que se ha aprendido. Pero no ha de ser así, sino, “como el
dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mt 13,52), para
que “de lo que rebosa el corazón hable su boca» (Lc 6,45).

DONES QUE IMPLICA EL CARISMA DE LA


ENSEÑANZA

A) EL DON DE SABIDURÍA: Es lo contrario a la mentalidad carnal y al


espíritu del mundo; es “conocimiento sabroso de las cosas divinas” o algo
como un instinto de lo divino para juzgar de todas las cosas, pero sobre todo
de las divinas según el punto de vista de Dios. Esta “sabiduría que viene de lo
alto es, en primer lugar, para, además pacífica, complaciente, dócil, llena de
compasión y de buenos frutos, imparcial, sin hipocresía”. (St.3, 17),
“misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para
gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo” (1 Co.2, 6-
8).

B) LA PALABRA DE SABIDURÍA: Es como una palabra penetrante,


inspirada, que nos hace ver claramente en un momento determinado lo que el
Señor quiere. Por su verdad y su fuerza se clava en el corazón, lleva paz y
convicción. No es tan permanente como el don de sabiduría.

C) EL DON DE ENTENDIMIENTO: Con este don, por la acción del


Espíritu Santo en nosotros, por una iluminación interior, penetramos en
aquello que nos manifiesta la Palabra de Dios, o sea en los misterios de Dios,
de una manera mucho más profunda e intuitiva que como lo haría nuestra
inteligencia. Es una forma de fe pura y contemplativa por la que son
“bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. (Mt.5,
8). Y que Jesús dio a los apóstoles cuando “abrió sus inteligencias para que
comprendieran las escrituras” (Lc.24,45).

D) EL DON DE CIENCIA: No es ciencia humana, ni tampoco ciencia


teológica. Es como el sentido de la fe, luz o visión interior para apreciar el
valor y sentido según el plan de Dios de todas las realidades terrenas: la salud,
la profesión, el dinero, la política, la economía, la técnica, el ocio, etc.
E) LA PALABRA DE CIENCIA: Es como “el diagnóstico que Dios hace de
un hecho, de un problema, de un estado de ánimo, de una situación, y que Él
comunica a nuestra mente. Aunque difiere, tiene cierta semejanza con el don
de discernimiento, y al mismo tiempo, una conexión íntima con el don de
enseñanza.

F) CARISMA DE EXHORTACIÓN: No es para comunicar la verdad, sino


para “inducir a la práctica de las enseñanzas recibidas”. San Pablo habla
mucho de este carisma, que ha de ser exhortación con amor paternal, filial o
fraternal, y nunca con dureza: “Instruíos y amonestaos con toda sabiduría”
(Col. 3,16).

MINISTERIOS DE LA PALABRA EN EL N. T.
Por LUIS MARTIN

San Pablo habla de carismas, ministerios y operaciones: todo es manifestación


del Espíritu para provecho común. (1 Co 12,4-7).

De las dos listas que nos da en el mismo capítulo (1 Co 12.4-11 y 28-30),


vemos que en la segunda enumera dos series de funciones eclesiales que
llamamos ministerios y carismas. En primer lugar destaca una triada de
ministerios de la Palabra, la cual aparece después, en la Epístola a los Efesios,
mezclada con otros ministerios (Ef 4,11-13).

“Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como APOSTOLES; en


segundo lugar como PROFETAS; en tercer lugar como MAESTROS” (1 Co
12.28): esta triada de ministerios va seguida de ciertos carismas, como
“milagros”, “don de curaciones”, “de asistencia”, “diversidad de lenguas”,
“gobierno” (ministerio).

Estos tres ministerios tienen tanta importancia que, por lo que sabemos por
documentos posteriores, se encuentran en las iglesias primitivas, bajo nombres
diferentes, y se les considera indispensables para la vida de la misma Iglesia.

El que la triada de los APOSTOLES, PROFETAS y MAESTROS vaya


inserta en un catálogo de dones o carismas nos hace ver que, según la mente
de San Pablo, estos ministerios son también carismas.

Lo cual nos ayuda a comprender la distinción entre ministerios y carismas:


Los ministerios o diakonias (servicios) tienen cierto carácter de permanencia y
más tarde terminan por ser institucionalizados la mayoría de ellos.

Los carismas o dones del Espíritu son manifestaciones mucho más


espontáneas y libres, que no tienen la permanencia del ministerio y no
admiten la institucionalización.
O sea, que los ministerios son carismas, pero no todo carisma es ministerio.

LOS TRES MINISTERIOS DE LA PALABRA


Los ministerios de la Palabra ocupan un primer lugar, ya que la Iglesia se
alimenta de la palabra apostólica, predicada, explicada y aplicada por hombres
especialmente dotados por el Espíritu para ello: los Apóstoles, los Profetas y
los Maestros o Doctores.

Para comprender la función de los maestros o doctores, que es lo que más nos
interesa en estas páginas, veamos en qué consiste cada uno de estos
ministerios:

APÓSTOLES: Tal como hoy entienden los comentaristas, aquí se trata no del
grupo de los Doce, sino de un grupo mucho más amplio de testigos del
Resucitado. Son misioneros enviados, a veces oficialmente por la comunidad,
a misionar, es decir, a proclamar el primer mensaje de la Buena Nueva. Suelen
viajar de dos en dos, provistos de cartas de recomendación y las comunidades
deben recibirlos, “como al Señor”. Su ministerio es universal o ecuménico, es
decir, sin límite territorial, y su autoridad reside en el testimonio del
Resucitado y en el mensaje que llevan. (El EVANGELISTA tiene la misma
función que el apóstol, pero no es testigo del Resucitado. De este ministerio
sólo se habla a propósito de Felipe (Hch 21.8) y de Timoteo (2 Tm 4.5).

Los ministerios de los profetas y de los maestros son más locales y se realizan
de ordinario dentro de una comunidad determinada, al servicio siempre de la
Palabra de Dios, de la que procede toda su autoridad y la cual es el criterio
para discernirla y valorarla.

PROFETAS: Son predicadores inspirados, líderes importantes en las


comunidades locales de entre los cuales son escogidos los apóstoles. Tienen
un papel de primera línea en las asambleas: a veces se encargan de la
predicación en las celebraciones litúrgicas, recitan plegarias de bendición o
“eucarísticas” (Didaché), “hablan a los hombres para su edificación,
exhortación y consolación”: “el profeta edifica a toda la asamblea” (1 Co
14.3-4). Dada su importancia, San Pablo escribe: “aspirad a los dones
espirituales, especialmente a la profecía” (1 Co 14,1).

Los PROFETAS juntamente con los APOSTOLES son como el cimiento


sobre el que se edifica la Iglesia (Ef. 2,20).
Los MAESTROS o DOCTORES: Van asociados a los profetas y dan una
enseñanza más metódica, que se apoya siempre en las Escrituras. Interpretan y
explican la doctrina cristiana a partir del mensaje proclamado por los
apóstoles y de la luz del A.T. valorando la significación de lo que los fieles
han llegado a aceptar por la fe. Quizá Pablo y Apolo fueron reconocidos como
“doctores” o “maestros” antes de ser enviados por sus comunidades como
“apóstoles”.

Estos tres ministerios se asemejan por sus funciones y pueden ser ejercidos
por las mismas personas. Se diferencian sólo por las competencias que se les
atribuyen, y por títulos distintos: en nombre de una misión recibida de
Jesucristo Resucitado (apóstoles), de una inspiración del Espíritu (profetas), o
de una aptitud adquirida para enseñar (maestros) .

EL MINISTERIO DE LA ENSEÑANZA

El ministerio de la enseñanza supone esencialmente la predicación del


mensaje evangélico. Jesús realizó los dos: predicó el mensaje y enseñó. La
predicación es lo que principalmente realizan los apóstoles y los evangelistas:
proclaman el Evangelio, la Buena Nueva: el Reino de Dios realizado ya
presente en Jesucristo. Después vendrá la enseñanza.

A esta enseñanza, que sigue a la proclamación y a la conversión, y que


terminarán ejerciendo de ordinario los maestros o doctores, es a la que se
muestran asiduos los primeros cristianos (Hch 2,42) .

El maestro tenía que estar “adherido a la palabra fiel” (Ti 1,9), “alimentado
con las palabras de la fe y de la buena doctrina” (1 Tm 4.6), “si alguno habla,
sean palabras de Dios” (1 P 4.11). Este servicio no era simplemente hablar o
discurrir, sino acoger y transmitir la semilla.

Donde se formaba un cuerpo de ministros, la responsabilidad pastoral era ante


todo una responsabilidad doctrinal.

Cuando empiezan a aparecer los falsos doctores, Pablo se preocupa en sus


Epístolas pastorales de que la doctrina se conserve en toda su pureza.
Entonces se empieza a presentar la fe como si fuera la fidelidad a un cuerpo
de doctrina, a un credo oficial, piedra de toque de la ortodoxia (1 Tm 4,1; 6.1;
Tt 1,4). De aquí surgen las expresiones “guardar el depósito” (1 Tm 6.20; 2
Tm 1,14), adherirse a “la palabra segura” (1 Tm 1.15; 3,1; 4,9; TI 3,8).

La verdad del Evangelio, el “depósito” quo é1 recibió, Pablo lo confiará a


colaboradores dignos de confianza (Timoteo y Tito), los cuales a su vez tienen
que transmitirlo a otros “hombres fieles” (2 Tm 2.2), porque los “falsos
doctores” “se desvían de la verdad”, “vuelven la espalda a la verdad” (1 Tm
1,3-7; 4,1-16; 6.3,5).

Los maestros tenían que basar su enseñanza en el Evangelio, lo cual servia


para desenmascarar a los falsos doctores. Su enseñanza comportaba siempre
una exigencia de fidelidad al pasado de la obra de Dios, bíblica y evangélica,
el recuerdo de la historia de la salvación, haciendo una clara distinción de las
relaciones entre el pasado y el presente de la acción de Dios. La acción divina
en el presente, ya en el Nuevo testamento, era la acción de Cristo resucitado
en el Espíritu.

La competencia necesaria, adquirida por el estudio, y el carisma que


habilitaba a los maestros, tenían que reconocerse de alguna manera, bien por
los apóstoles o bien por las comunidades y sus responsables. Esta competencia
era considerada como un don de Dios de quien procede toda capacidad para
servir en la Iglesia.

LA ENSEÑANZA EN LA FORMACION CRISTIANA


Por RALPH MARTIN

(Traducido de NEW COVENANT, julio 1977, págs. 12-15)

Cuando uno se hace cristiano entra en un mundo nuevo. La formación


cristiana es como un mapa que nos guía por este nuevo territorio.

En la Renovación Carismática hemos descubierto cómo el Bautismo en el


Espíritu Santo es algo muy importante para vivir una vida verdaderamente
cristiana. Pero hemos de reconocer que recibir la efusión del Espíritu no es
más que una parte de un proceso mucho más grande.

Nuestra meta, y el deseo del Señor también, no se reducen a que lleguen a


recibir la efusión del Espíritu el mayor número posible de personas, o a que
reciban los dones carismáticos y tengan experiencias espirituales. Sino que
cada uno crezca hasta llegar a la madurez cristiana. No basta poseer dones y
poder espiritual, si no se llega a la madurez cristiana y se consigue el carácter
cristiano.

Por tanto, recibir la efusión del Espíritu Santo es tan sólo una parte del largo
proceso de la formación cristiana.

Desde la Iglesia primitiva vienen los cristianos utilizando este proceso para
introducir a los convertidos de una manera plena en la vida cristiana. A pesar
de las diferencias que pueda haber en la forma como lo practican las
diferentes tradiciones cristianas, esta formación incluye por lo general unos
mismos elementos: predicación, enseñanza y sacramentos.

Nadie creo que negaría la validez de estas prácticas. El Señor comunica la


gracia a través de los sacramentos, de nuestra enseñanza y de la predicación,
todo lo cual desempeña un papel muy importante en la formación de los
cristianos.

Sin embargo, si la comparamos con la práctica de la Iglesia primitiva, la


formación inicial que hoy día recibe la mayoría de los cristianos nos resulta
bastante insuficiente.

Por ejemplo, los cristianos dedicamos mucho tiempo, reflexión y energías a la


evangelización: a anunciar la Buena Nueva de la Muerte y Resurrección de
Cristo. Lo cual es muy congruente, ya que Jesús encargó a sus discípulos: “Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes...” (Mt 28,t9).

Pero muchas veces nos hemos concentrado en la evangelización, trabajando


para que se llegue a un verdadero compromiso con Cristo, y esto en
detrimento de la formación cristiana. Con lo cual hemos pasado por alto el
final de mandamiento tan importante: “... enseñándoles a guardar todo lo que
yo os he mandado” (Mt 28,20).

La resultante de todo esto es que muchos cristianos no han llegado a formarse


una idea cabal de lo que significa vivir como ciudadanos del Reino de Dios.
Conocen los principios básicos del Evangelio, pero no se han apropiado su
poder ni saben tampoco cómo aplicar la enseñanza cristiana a la vida de cada
día.

He aquí el desafío con el que se enfrenta la Iglesia y la Renovación


Carismática: profundizar su impacto en el mundo por la restauración del ideal
y la práctica de la iniciación cristiana. En múltiples casos los grupos de
oración y las comunidades se enfrentan con la necesidad de tener que reeducar
en la fe a cristianos que entraron en la fe de un modo inadecuado.

Es importante formarse una idea clara de lo que pasa en la iniciación cristiana.


Al hacerse uno cristiano, no recibe simplemente una experiencia de amor y
perdón adoptando una filosofía nueva de la vida. En realidad se da el paso de
un mundo a otro distinto. “Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó
al Reino del Hijo de su amor” (Col t.13). Lo mismo que en otros lugares de la
Escritura, Pablo aquí compara el hacerse cristiano al hacerse ciudadano de una
nación distinta.

Es un cambio muy radical. Cuando uno se hace cristiano se encuentra metido


de lleno en una nueva dimensión de la realidad, en una visión del mundo y un
modo de vivir nuevos. Todo cambia en la propia vida: nuestros ideales, las
creencias, el uso que hacemos de lo que poseemos y de nuestro tiempo,
nuestras relaciones con los demás. Hace falta tiempo, enseñanza y atención
personal para que tales cambios puedan operarse tal como conviene. Es
función de la formación cristiana el facilitar toda esta ayuda.

HUYAMOS DE LA IMPROVISACION

El ayudar a otros a entrar en la vida plena del Reino de Dios es cosa que no
podemos hacer así al azar, como salga. No se puede dejar a la improvisación o
a un modo informal de compartir, como quien dice “quizá podamos hablar un
poco de los dones espirituales, o... mejor, dialogar sobre la lectura de la
Biblia”. No, hay cosas concretas y específicas que tienen que darse en la vida
de un cristiano nuevo. Hemos de procurar que sucedan verdaderamente y de
un modo ordenado. Es indispensable cierto orden o estructura; sin esto es
imposible asegurar que se den todos los pasos necesarios.

Haríamos bien en seguir el ejemplo de la Iglesia primitiva a este respecto. En


aquel proceso de iniciación estaba muy claramente definido cómo había que
entrar a formar parte de la vida de la Iglesia.

Y las razones que se aducían eran muy importantes. Así, todo el que estaba en
periodo de rodaje en su vida cristiana o en proceso de iniciación jamás
esperaba que se le pudiera colocar en un puesto de dirección, ni asumir otras
responsabilidades superiores antes de que pasara el tiempo apropiado.
Siempre se atenía al siguiente razonamiento: “Dios está reordenando toda mi
vida y sé que esto me ha de llevar un tiempo. Concentraré todos mis esfuerzos
para que esto se realice y no me preocuparé por ahora de otras cosas”.

Igualmente, cuando para cualquiera llegaba el momento de entrar a formar


parte de la Iglesia, se trataba de una decisión trascendental y muy definida que
sólo se tomaba una vez. El candidato no entraba inmediatamente en la Iglesia.

La práctica que la Iglesia primitiva tenía de la iniciación cristiana me recuerda


la canción que a veces cantamos en las reuniones de oración: “He decidido
seguir a Cristo sin retornar...". Unirnos al Cuerpo de Cristo, o renovar nuestro
compromiso activo con el mismo, es un paso importante que se ha de
considerar siempre como un todo.

CUATRO ELEMENTOS DE FORMACION CRISTIANA

Trataré de examinar lo que es la formación cristiana a través de cuatro


elementos:
1. El primer elemento es simplemente el Evangelio, la Buena Nueva de la
Salvación. Es algo que hay que entender muy claro y de forma apropiada al
comienzo del proceso. Entonces es cuando hay que comprender muy bien lo
que significa arrepentirse, comprometer la vida por Cristo, ser bautizado en el
Espíritu Santo. El mensaje cristiano básico de arrepentimiento de los pecados
y reconciliación con Dios por la Muerte y Resurrección de Jesús debe estar en
el núcleo de toda formación cristiana.

Pero no basta entender la Buena Nueva. Esto ha de ser de una manera


apropiada. No basta entender lo que significa arrepentirse; hay que seguir
adelante y hacerlo: hay que comprometer la propia vida por Cristo, decidir
formar parte del Pueblo de Dios y recibir el poder del Espíritu.

A veces trazamos diagramas en el encerado, o recomendamos que se lean


ciertos libros, o tenemos una charla y parece que damos por supuesto que
todos han aprendido de memoria las cosas que les hemos presentado. Pero en
la mayoría de los casos es necesario que ayudemos a los hermanos,
dialogando con ellos, sobre los pasos que hay que dar en aquellas cosas de las
que les hemos hablado. Es importante predicar el mensaje, pero no basta.
Tenemos que ayudarles a actuar de acuerdo con el mismo y a encarnarlo en
sus propias vidas.

2. Supuesto que el mensaje de salvación ha sido apropiado, hay que dar


enseñanza práctica sobre la manera de aplicar la verdad cristiana a todos
los aspectos de la vida.

Si hacerse cristiano significa ser trasladado de un reino a otro, no será muy


difícil comprender por qué muchos cristianos nuevos se encuentran de pronto
como a la deriva en un contorno que no les resulta familiar. Necesitan un guía
en este nuevo orden de la realidad, un mapa del territorio nuevo en que han
entrado. Hemos de ofrecer enseñanza práctica para atender a esta necesidad.

Un ciudadano nuevo del Reino de Dios tiene que ser iniciado en la oración
diaria, la lectura de la Escritura, la participación en las reuniones de oración y
la recepción de los sacramentos. Ha de aprender qué significa ser miembro del
Cuerpo de Cristo: y esto es saber compartir la propia vida, el arrepentimiento
y el perdón, el amar y ayudar a sus hermanos. Necesita aprender cómo tiene
que comportarse en ciertas áreas de la propia vida que se hallan fuera de la
comunidad cristiana: su profesión, sus relaciones con aquellos que no son
cristianos. Debe aprender a llevar bien su matrimonio, a dominar sus
emociones, a ejercer los dones espirituales. Hay toda una riqueza de sabiduría
y enseñanza que se debe comunicar a aquellos que en adelante van a vivir una
vida nueva en Cristo.
3. Lo mismo que sobre el mensaje básico del Evangelio diremos sobre la
enseñanza práctica: tiene que ser apropiada. Y es aquí donde la atención
personal cobra una gran importancia. Un cristiano nuevo necesita la ayuda de
hermanos y hermanas maduros para llegar a aplicar la verdad cristiana a su
propia vida y superar los problemas que surjan.

Para poder prestar esta atención hace falta cierta habilidad pastoral. Y los que
realicen este ministerio tienen que haber madurado en la vida cristiana. Deben
estar capacitados para explicar claramente los principios básicos y hacer
comprender, tanto con la palabra como con el ejemplo, cómo llevar tales
principios a la práctica. Han de tener sabiduría para discernir si la mejor forma
de resolver una situación práctica que surja es con la oración, la exhortación,
una explicación más profunda, o más bien mediante la corrección y la
amonestación.

Cualquiera de nosotros pudiera pensar que este tipo de atención personal sólo
lo puede hacer un verdadero experto, y por tanto se sentiría inducido a desistir
de todo intento. Pero es posible ofrecer una atención personal de una forma
muy simple y sencilla. Orar con algún hermano para pedir una fe más
profunda, o más liberación en la alabanza, o la solución de un problema: he
aquí unas formas de ayuda real. Resulta muy útil hacer grupos para compartir
después de las charlas, estimulando a todos a la reflexión y a descubrir la
manera de aplicar lo que han escuchado. El vivir momentos de convivencia de
manera informal con los hermanos nuevos les ayudará a desarrollar unas
relaciones personales profundas y a aprender del ejemplo de otros.

Pueden aflorar problemas para cuya solución no basta el procedimiento


normal de entrevista, arrepentimiento y oración. En algunos casos será
necesaria la oración de curación o la de liberación de malos espíritus. El
pecado causa heridas en nuestras vidas, heridas que pueden perdurar incluso
después de habernos hecho cristianos, y estas heridas han de ser curadas.
También es cierto que Satán puede mantener el dominio en ciertas áreas de la
vida del nuevo cristiano. Hay que romper este bloqueo.

Muchos se sentirán retraídos ante la curación y la liberación, y con razón,


hasta cierto punto: son áreas difíciles en las que hay mucho peligro si no
estamos debidamente preparados. Los grupos no deben aventurarse en estos
ministerios si no tienen cierto conocimiento y experiencia, pero otros grupos
sí pueden y deben abordar el problema. Romper el dominio del maligno y
curar las heridas del pasado son aspectos de los que no debemos
desentendernos.

4. Cuando se escribió el Nuevo Testamento, “ser en Cristo” significaba formar


parte del Cuerpo de Cristo, la comunidad cristiana local. La Iglesia primitiva
no tuvo otro modo de formarse la verdadera idea de lo que son los cristianos
más que como miembros de una comunidad visible y tangible de creyentes.
Hoy también el incorporar nuevos miembros a una comunidad viviente y que
progrese forma parte integral del proceso de la formación cristiana.

Jesús dijo que por la unidad y el amor de sus discípulos llegaría el mundo a
creer en Él (Jn 17, 20-23). Hemos de tomar muy en serio la prioridad que ha
establecido el Señor en la unidad y el amor entre los cristianos. Tenemos que
hacer que esta unidad y amor sean visibles y concretos: algo que los demás
puedan ver, tocar y experimentar.

Por «comunidad” entiendo, no simplemente un grupo de cristianos que se


reúnen semanalmente para la oración o el estudio bíblico, sino un grupo de
cristianos que han empezado a unir sus vidas de una forma más profunda y
comprometida. Pienso en personas que se identifican, no con una actividad
particular o con un conjunto de actividades, sino con una vida común,
entregados a servir juntos al Señor como un mismo cuerpo.

La comunidad les proporciona la configuración de una vida cristiana mucho


más profunda y atractiva que lo que ellos pueden ver en la mayoría de otros
ambientes. Cuando contemplamos cómo otros viven así una vida cristiana
entregada, en la unidad y el poder del Espíritu Santo, descubrimos que el
compromiso serio con el Evangelio es factible. El atractivo de la vida de
comunidad es lo que ha hecho posible muchas veces que la R.C. reevangelice
a un ingente número de cristianos, haciendo llegar el Evangelio a aquellos que
no tenían ni siquiera un mínimo de tradición cristiana.

Por otra parte, a medida que nuevos hermanos van entrando en la vida
cristiana, la comunidad les ofrece un ambiente adecuado para poder crecer y
madurar rápidamente. Es aquí donde el nuevo cristiano podrá llevar a la
práctica, día a día, los principios que recibe de la Escritura y de la enseñanza
cristiana. La comunidad es el contexto en el que la iniciación cristiana se
realiza de la manera más eficaz. Todo programa de formación cristiana debe
incluir una etapa para incorporar a los hermanos en la comunidad cristiana.

Lo más importante que tenemos siempre presente en nuestra mente es que la


R.C. se propone unas metas mucho más ambiciosas, que no terminan cuando
conseguimos que los hermanos reciban la efusión del Espíritu. Hemos de
reconocer esto y asumir la responsabilidad que ello supone. Si un hermano
recibe la efusión del Espíritu en nuestro grupo de oración o comunidad, ya
hemos entrado en la formación cristiana y debemos seguir adelante de la
mejor manera posible.

Es fácil minimizar nuestras posibilidades en este aspecto. A primera vista


puede parecer que nuestro grupo no está preparado para emprender un
programa completo de formación cristiana. Pero mediante el uso de los
Seminarios sobre la Vida en el Espíritu, hasta los grupos más pequeños
pueden predicar el Evangelio. Se pueden beneficiar también de un gran
número de libros y de casetes para ofrecer enseñanza cristiana práctica. Si
bien es cierto que tenemos que aceptar nuestras limitaciones y no pretender
demasiadas cosas, hemos de responsabilizarnos para hacer aquello que
podemos hacer.

¿QUE ES ENSEÑANZA BASICA?


Por BRUCE YOCUM

(BRUCE YOCUM es coordinador de la Comunidad "La Palabra de Dios» de


Ann Arbor, y autor del importante libro Profecías, traducido por
Publicaciones "Nueva Vida» de Puerto Rico)

Por desgracia en pocos grupos se llega a realizar un esfuerzo considerable


para dar lo que podríamos llamar “enseñanza básica”. Y esto ocurre porque no
se sabe apreciar el valor que ello puede tener para nuestras vidas.

Es importante distinguir la enseñanza básica de otras clases de enseñanza


cristiana. Lo que se da en muchas reuniones de oración pertenece a una de las
siguientes categorías: “exhortación”, que es para motivar a las personas, o
“enseñanzas de las verdades de la fe”, que intenta profundizar en la verdad
revelada.

La enseñanza básica aborda el problema de cómo tiene que vivir el cristiano


en la vida de cada día. Quizá sea muy inspirada y profunda, pero si no
contribuye a hacer vivir una vida verdaderamente cristiana, no es la enseñanza
básica ideal.

UNOS CONSEJOS PRÁCTICOS.

Lo primero que se necesita para poder dar una buena enseñanza básica es
saber apreciar las necesidades reales de los hermanos. Y para esto hay un
procedimiento muy sencillo que de ordinario no se nos ocurre: preguntarles en
qué aspectos necesitan más enseñanza.

Esta no debe ser demasiado teórica. Ha de ser práctica. Tan solo debemos
recurrir a la teoría cuando tengamos que profundizar doctrinalmente el
consejo práctico que deseamos dar.

Hay que presentarlas también de forma que las personas se sientan


identificadas con ella. Cualquier tema que tratemos, hemos de lograr que los
que nos oigan puedan decir: “Comprendo muy bien lo que quiere decir: eso es
precisamente lo que a mí me pasa”. Cuando llegamos a los oyentes en este
nivel, pueden aceptar y aplicar mucho más a fondo la enseñanza que les
damos. Si queremos, por ejemplo, orientarles sobre su vida de oración,
debemos hablar también de “¿cómo orar cuando el teléfono está
constantemente sonando?”, “¿cómo orar con tres niños en casa?”, “¿cómo
conseguir meter en las ocho horas diarias de trabajo el tiempo para la
oración?”

¿QUIEN DEBE DAR LA ENSEÑANZA?


Por PETER WILLlAMSON

(PETER S. WILLIAMSON es uno de los tres directores de publicación de la


"Pastoral Renewal", revista que se publica en Ann Arbor para líderes de la
R.C.)

(Fragmento traducido de un artículo más amplio aparecido en PASTORAL


RENEWAL, julio 1977).

Las Escrituras hablan del que da la enseñanza.

Santiago escribe: «No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos


míos, sabiendo que nosotros tendremos un juicio más severo» (St 3,1). En la
Epístola a los Efesios 4,11 se presentan vinculados los dones de los pastores y
los maestros. En la Primera a Timoteo 3,2 Pablo escribe sobre las cualidades
para gobernar la Iglesia, y uno de los pocos requisitos que se refieren a la
habilidad más que al carácter es que el candidato sea «apto para enseñar».

En otros muchos pasajes del Nuevo Testamento van asociadas las cualidades
del «anciano» y las del maestro.

O sea, que es el pastor que verdaderamente cuida de la vida de los hermanos


el que da la enseñanza sobre la manera de vivir cada día como cristiano.

Los líderes pastorales que viven sinceramente en contacto con las vidas de
aquellos de quienes cuidan son los que pueden tomar en consideración las
necesidades de los hermanos, sus fuerzas y sus debilidades y todas sus
circunstancias. Lo suyo es que aquellos que tienen la responsabilidad de los
cristianos de un grupo sean los que enseñen cómo deben vivir, la vida
cristiana. Ellos se hallan en posición privilegiada para discernir qué cosas han
de tener prioridad, y cómo hay que llevar a los miembros del grupo a través de
todos los cambios. Son también los únicos que tendrán que enfrentarse con las
consecuencias de su enseñanza.

Los escritores del Nuevo Testamento subrayan el carácter de los que


pastorean y enseñan (1 Tm 3,1-7; Tt 1,5-9).

Los maestros deben dar ejemplo de la instrucción que dan; son personas que
saben gobernar su propia casa (1 Tm 3,4). No basta que una persona tenga
excelentes conocimientos de la Escritura, que sepa hablar muy bien, o posea
abundante ciencia teológica. Todo esto son ventajas, pero lo que realmente se
necesita es que la persona sea madura en vivir la vida cristiana y sepa
comunicar a los demás lo que él ha aprendido.

El Nuevo Testamento habla también de los diversos dones espirituales que se


relacionan con la enseñanza. La “palabra de sabiduría” que menciona 1 Co
12.8 seguramente se refiere a la capacidad para enseñar sobre cómo hemos de
vivir; la “palabra de conocimiento”, puede ser sobre la enseñanza del dogma.
Al escoger a los que han de enseñar debemos fijarnos en aquellos a quienes el
Señor ha dado dones. Al dar la enseñanza tenemos que desear y orar para
recibir la ayuda del Espíritu.

DENTRO DE UN CONTEXTO PASTORAL

Para poder enseñar, el líder pastor no sólo debe poseer cualidades personales.
También tiene que encontrarse en una forma de relación con aquellos de los
que él cuida, de manera que puedan recibir su enseñanza. Tienen que respetar
y fiarse de su pastor, y mirarle como quien puede enseñarles sobre el Señor y
sobre una abundante vida cristiana. Esta relación es necesaria, tanto si la
enseñanza se da de persona a persona, como si va dirigida a todo un grupo.

Aquellos que la reciben deben anhelar crecer en el Señor y estar dispuestos a


pagar el precio del cambio. Muchos grupos cristianos no están preparados
para dar enseñanza sobre cómo hay que vivir porque les falta algo
fundamental en su relación con Dios. Más que enseñanza, lo que necesitan es
evangelización.

Allí donde las personas lo deseen será muy conveniente vincular la enseñanza
con algún compromiso concreto. Por ejemplo, a los matrimonios que reciban
enseñanza sobre la vida de familia se les podría pedir que dediquen una hora
cada semana a hablar sobre los temas que se les ha ofrecido.

Es muy distinto cuando se da la enseñanza a personas que viven en una


relación estrecha y comprometida de unos para con otros. En este caso, el
líder pastor sabe que se prestarán ayuda unos a otros para vivir la enseñanza.
Los líderes deben procurar crear estructuras pastorales que ayuden a todos a
asimilar la enseñanza; la meta del maestro no ha de ser dar buena enseñanza,
sino cambiar las vidas de las personas.

UN PLAN COMPLETO

Los cristianos han de aprender lo que Dios quiere en cada área de su vida. Los
líderes deben desarrollar un curso completo de enseñanza cristiana que
incluya las relaciones familiares, las relaciones con cristianos y con las
personas que no pertenecen a la comunidad cristiana, el dinero, la forma de
hablar, el uso del tiempo, y otros muchos temas.

Por supuesto, es posible que en un momento determinado los hermanos


solamente necesiten una parte de todo el plan de enseñanza, pero nosotros los
líderes pastorales hemos de tener una visión y comprensión lo más amplias
posible del modo cómo Dios quiere que vivan los cristianos, y luego, sobre la
marcha, debemos enseñar todo lo que podamos. Los nuevos que acaban de
convertirse necesitan una presentación sistemática de los fundamentos de la
vida cristiana. Gentes que han estado viviendo largo tiempo dentro de la
Iglesia, no precisamente los cristianos de nombre, sino los fervientes, saben
mucho sobre algunos puntos del mensaje cristiano, pero no saben mucho
sobre la manera de vivir como cristianos.

Los líderes pastorales que empiezan a impartir enseñanza práctica sobre la


vida cristiana deben considerar cuáles son sus prioridades. ¿Necesitan
instrucción sobre el crecimiento básico las personas de las que ellos cuidan?
¿Responden verdaderamente a sus responsabilidades diarias? ¿Cómo actúan
con aquellas personas con las que más estrechamente se relacionan,
especialmente sus familiares? ¿Existen áreas problemáticas que
constantemente están apareciendo en las entrevistas? ¿Qué aspectos más
necesitados de enseñanza suele mencionar la gente?

UN ENFOQUE PRÁCTICO

La meta de la enseñanza sobre la vida cristiana debe ser la que configure la


forma de presentarla. La meta no es primariamente motivar o inspirar, o
comunicar una visión teológica, u ofrecer exégesis bíblica. Se trata de dar
instrucciones claras que se puedan llevar a la práctica.

Por esta razón la enseñanza debe ser rica en ejemplos tomados de la vida
diaria. Es de una gran utilidad si el líder pastoral sabe compartir con los que le
escuchan ciertos ejemplos, tomados de la propia experiencia, sobre la forma
de cumplir la enseñanza del Señor.

CONFIAR EN LOS RECURSOS DISPONIBLES


Finalmente, ningún líder pastoral debe tratar de poner en circulación su propia
enseñanza cristiana, presentada en un plan completo y partiendo de cero. Cada
uno puede poseer dones diferentes por lo que se refiere a la enseñanza y
distintos matices en la comprensión de los diversos aspectos de la vida
cristiana. Pero todos deben preocuparse principalmente por hallar fuentes
fidedignas de la enseñanza que han de ofrecer a aquellos de los que cuidan.

No es tarea fácil saber seleccionar las fuentes de la enseñanza. Además de


libros, disponemos de seminarios y de conocidos maestros que viajan por todo
el país, así como de grupos que ofrecen enseñanza. Disponemos de sólida
enseñanza cristiana relacionada con muchos aspectos de la vida diaria, aunque
también puede haber chatarra inservible en circulación. Se necesita criterio
para discernir buenas fuentes y buena enseñanza sobre la vida cristiana. Sin
querer entrar en detalles, trataré de ofrecer algunos criterios que resumen lo
dicho anteriormente.

1. La enseñanza se ha de basar en la Escritura, no sólo evitando


contradicción directa con la enseñanza de la Escritura sobre cómo hemos de
vivir, sino procurando perfilar las metas, la mentalidad y el enfoque desde la
perspectiva de la Palabra de Dios.

2. La enseñanza debe estar llena de sabiduría. A veces la enseñanza que se


da es bíblica, pero falta una elemental sabiduría, humana y espiritual, al hacer
su aplicación. Revisemos la enseñanza con preguntas como éstas: ¿Es la
enseñanza práctica? ¿Refleja una comprensión madura de la vida y de la
forma como las personas funcionan? ¿Admite la necesidad de discernimiento
y flexibilidad, o más bien presenta reglas y principios rígidos? ¿Comunica
gracia y esperanza a los que la reciben o es más bien pesada?

3. Respecto al maestro, ¿lleva una vida cristiana que otros deberían emular?
Si la fuente de enseñanza es un grupo cristiano ¿ha contribuido el grupo a
ayudar a las personas a conseguir una madurez cristiana en su manera de
vivir?

4. En cuanto sea posible, tratemos de evaluar los resultados de la


enseñanza en las vidas de los que la han recibido. ¿Es bueno el fruto?

Al final del Sermón de la Montaña, Jesús dijo: “Todo el que oiga estas
palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que
edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los
vientos y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba
cimentada sobre roca” (Mt 7,24-25). Cuando el pueblo de Dios está viviendo
la forma de vida que Dios quiere, los resultados son gloriosos: su pueblo es
luz del mundo y sal de la tierra. ¡Dediquémonos a enseñar la forma de vida
que el Señor nos ha enseñado!
SELECCIONEMOS NUESTRAS LECTURAS
Por JUDITH TYDINGS

FUENTE DE ENSEÑANZA Y ENRIOUECIMIENTO ESPIRITUAL

(Traducido y adaptado de NEW COVENANT. enero 1978, págs. 26-27.)


(Muchos libros no los hemos pasado, ya que hoy día el abanico de libros
contemporáneos es muy diferente).

La palabra impresa ofrece inmensas posibilidades para satisfacer la necesidad


que tenemos de saber más sobre la manera de vivir para el Señor, pero muchas
veces este tesoro queda sin explotar o se canaliza en forma improductiva. Leer
exige tiempo y concentración: dos fuentes de inmenso enriquecimiento a
nuestro alcance. Hay a quienes se les hace difícil y aburrida la lectura,
mientras que a otros les falta criterio para leer con un sentido productivo.

En mi comunidad, por ejemplo, procuramos ayudar a los hermanos para que


lleguen a comprender el lugar que debe ocupar la lectura en su vida cristiana y
cómo han de saber usar un criterio de selección.

¿DE QUE MATERIAL DISPONEMOS?

Podemos distinguir diferentes tipos de lectura que nos ayudarán a crecer y


madurar espiritualmente:
1. Los relatos de testimonios espirituales son la forma más popular de
lectura espiritual de que todos disponemos.

En esta categoría podemos incluir libros contemporáneos, como “la Cruz y el


Puñal”, de David Wilkerson.

Podemos también añadir:


De autores católicos: los libros de la Madre Teresa de Calcuta y los de Carlos
Carretto; “Escuche mi confesión” de Orsíni, “El peregrino ruso”.

De autores protestantes: “El Poder de la Alabanza” y “el Secreto del poder


espiritual”, “Respuestas a la alabanza”, de Merlin R. Carothers, “A las nueve
de la mañana”, de Dennis J. Bennett; “Corre Nicki, Corre”, de Nicki Cruz.

Estos libros pueden ser instrumentos para llevar a otros a comprometer por
primera vez su vida por el Señor o a desear una mayor liberación del Espíritu
Santo.
En la misma línea están las vidas de los santos, o biografías espirituales:
historias de hombres y mujeres, cuyas vidas nos inspiran un amor más
profundo a Dios y anhelo de santidad. De las muchas que existen algunas
parten de información dudosa o buscan el sensacionalismo, en detrimento de
los mismos santos, pero otras son equilibradas, exactas y recomendables. Un
ejemplo es la “Vida de Santa Teresa”, escrita por ella misma; “la
Autobiografía y Diario Espiritual”, de San Ignacio de Loyola; “Escritos,
Biografías y Florecillas”, de San Francisco de Asís.

2. Los libros de instrucción. Se les presta menos atención que la que se


merecen.
Estos escritos nos ofrecen sabiduría práctica sobre los distintos aspectos de la
vida cristiana.

La temática es Inmensamente variada y ni siquiera la podemos resumir en


estas páginas.

3. La lectura más importante que todos hemos de hacer es la Sagrada


Escritura.
Es importante que nuestra lectura de la Biblia incluya también algún
comentario o algún estudio del ambiente histórico y del contexto cultural.

4. Busquemos algún medio para estar informados sobre los sucesos más
importantes.

Podremos orar con más eficacia por los lugares de mayor conflicto, como por
ejemplo El Líbano y Uganda, si comprendemos lo que está ocurriendo allí.
Para esto habremos de saber seleccionar los periódicos y las revistas, evitando
aquellas publicaciones que son claramente tendenciosas y sensacionalistas.

Algunas Hojas Diocesanas y Boletines de información y documentación


pueden ser buenas fuentes de información religiosa.

TENGAMOS CRITERIO

Por lo general no leemos demasiado.

La época en que vivimos y los medios de comunicación social nos hacen cada
vez más pasivos. Pero cuando recibimos la información por la lectura solemos
ejercitar nuestras facultades críticas mucho mejor que si la recibimos por la
radio y la televisión.

Muchas personas no dedican tiempo a la lectura, a pesar del buen material


existente. Quizá la lectura nunca formó parte de sus vidas o son lectores
lentos, porque no consiguieron el hábito en la edad del crecimiento.
Nuestro objetivo debe ser la regularidad, no la cantidad. Empecemos por
dedicar cada día un tiempo breve a la lectura, relacionándola con la oración y
con el uso que hacemos de la Biblia.

Sepamos seleccionar nuestras lecturas y no sigamos automáticamente la ley


del menor esfuerzo. Busquemos también la ayuda de algún hermano o
hermana más experimentado que nosotros y que también sepa de nuestras
fuerzas y debilidades.

En los Hechos de los Apóstoles el Evangelizador Felipe se encontró con el


eunuco que leía el Libro de Isaías. Felipe le preguntó: “¿Entiendes lo que vas
leyendo?” Él contestó: "¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?".
(Hch 8,30•31).

Lo mismo que el eunuco, nosotros también podemos ser guiados en nuestro


lectura espiritual: o por el Espíritu Santo, o por una evaluación exacta de
nuestras necesidades individuales, o por otros cristianos más maduros.

Sin un guía sabio, nuestra lectura puede quedar al azar y ser una aventura sin
fruto, en vez de algo que nos conduzca a la renovación de la mente (Rm 12,2).

12 - UNA GRAN RESPONSABILIDAD.

UNA GRAN RESPONSABILIDAD


Sí, habitantes todos de Jerusalén, “fortaleced las manos débiles, afianzad
las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no
temáis!” (Is 35,4), porque «edificarán las ruinas seculares, los lugares de
antiguo desolados levantarán y restaurarán las ciudades en ruinas, los
lugares por siempre desolados” (Is 61,4).

Sí, nunca como ahora parecen ser más reales las palabras de los profetas que
hablan de renovación y restauración, de unir a los dispersos, y de cómo el
Señor derramará abundantemente su Espíritu y la tierra se llenará de su
conocimiento como cubren las aguas el mar (Is 11,9) y se manifestará el
Pueblo de Dios, luz de todos los pueblos y antorcha de las naciones,
apareciendo la gloria de Yahvé (Is 60, 1-5).
Todo esto adquiere un significado especial ante la forma como Dios está hoy
llevando a cabo su designio de salvación en el mundo entero.

El plan del Señor es grandioso y de nosotros se requiere que tengamos una


visión lo más completa posible para saber apreciar la Renovación en el
Espíritu en toda su extensión, profundidad y grandiosidad.

En la Conferencia Internacional sobre la Renovación Carismática Católica,


que se acaba de celebrar en Dublín, hemos escuchado admirables testimonios
de lo que el Señor está haciendo hoy, y los mensajes proféticos han Avivado
nuestra fe invitándonos a asumir la responsabilidad que tenemos en el
momento presente. El tema central ha sido la necesidad de la evangelización
para tantos cristianos que desconocen el mensaje esencial del cristianismo y
tantos hombres que viven en tinieblas.

Si el Señor nos ha enriquecido con su abundante vida y nos ha renovado por la


fuerza de su Espíritu, esto no es solamente para nosotros. Forma parte del plan
universal que incluye a todas las Iglesias cristianas de todos los países y
también aquellos que están lejos, para hacer “de los dos pueblos unan

(Ef 2,14), plan unitario que busca la unidad, creando lazos de comunión y
amor entre unos y otros, y llevando el Señor la iniciativa más que los
hombres: Él es el que actúa y se manifiesta con signos y señales innegables
que sólo los que están ciegos pueden ignorar (Jn 9,39-41).

Lo que el Señor espera de nosotros es que seamos fieles al don que hemos
recibido, pues “a quien se le dio mucho se le reclamará mucho; y a quien se
confió mucho, se le pedirá más» (Lc, 12,48).

Nuestra responsabilidad es saber presentar la Renovación del Espíritu tal


como es en sí, con todo lo que tiene y representa, sin fragmentaria o
adulterarla, y saliendo al paso de la información falsa o equívoca que
propagan diarios y revistas, que, más que en su contenido profundo, se fijan
en los detalles exteriores y llamativos, Hemos de reflejar la verdad completa
de lo que es esta Renovación ante los que la miran con recelo, o se forman una
falsa imagen y la rechazan como algo que no está de acuerdo con la línea que
piensan ha de seguir hoy la Iglesia.

Hemos de ofrecer, por tanto, la imagen de sencillez, austeridad y pobreza


espiritual que nos hace sentir el Espíritu del Señor y que reflejamos, no sólo
en la oración compartida, sino en todas nuestras relaciones humanas, y estilo
de vida, conforme al espíritu de las bienaventuranzas, que hace que los
pobres, humildes y enfermos se sienten acogidos; el sentido de sinceridad,
apertura y acogida a todos; el anhelo de solidaridad, comunión y amor a todos
los hombres y de crear relaciones de comunidad para compartirlo todo.
El compromiso más grande de la Renovación es el mismo Jesús Resucitado, el
Señor a quien se conoce personalmente, a partir de su presencia en los
hermanos y de un encuentro muy personal con El, de donde deriva (a
exigencia de su Espíritu de darnos en servicio total a los demás.
Humanamente no se puede vivir cómodo dentro de la Renovación
Carismática, pues hay que abandonar los antiguos hábitos de independencia,
aislamiento e instalación para aceptar a todos y empezar a compartir nuestras
cosas. Hay quien ha sentido la necesidad de ensanchar su casa o de hacer
reformas para acoger a los hermanos, o quien lo dejó todo para marchar
adonde le impulsaba el Espíritu del Señor, o quien cambió sus hábitos y estilo
de vida en una línea de conversión y entrega total, o quien emprendió una vida
de contemplación, o grupos de jóvenes que dedican sus horas a la oración y la
alabanza.

Estas realidades no se pueden ignorar ni tampoco minusvalorar. Esto es


posible tan sólo por la gracia del Espíritu. Son frutos de vida.

Todos sentimos la preocupación por la Iglesia de Dios que es el Cuerpo de


Cristo. El discernimiento es hoy una de las tareas más difíciles. Pero una
necesidad urgente que a todos nos interpela, pastores y fieles, es la de crear,
tomar iniciativas, fomentar y alentar “todo cuanto hay de verdadero, de noble,
de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa
digna de elogio» (Flp 4,8), para “no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y
retener lo que es bueno» (Lg, 12).

Dentro de la Iglesia Católica la Renovación Carismática, con las actitudes más


que con las palabras, es denuncia y llamada profética hacia el camino de la
verdadera renovación y autenticidad cristiana, su mensaje no puede quedar
desatendido. En el Pueblo de Dios hoy se necesita un gran sentido de
integración de todo lo bueno que hay, más que una actitud exclusivista y
dialéctica.

El Espíritu tiene muchas formas de manifestarse, formas que a veces no


comprendemos los hombres; y si no tenemos una visión universalista y
“católica”, entonces el Espíritu de sinagoga, que prevaleció en los judaizantes,
o de secta, que puede darse entre nosotros, o «un espíritu de timidez que no
nos dio el Señor” (2 Tm 1,7) nos impedirá aceptar y amar a los “que han
recibido el Espíritu Santo como nosotros” (Hch 10,47).
LA MUJER EN LA COMUNIDAD
CRISTIANA
Por RODOLGO PUIGDOLLERS

”Ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumpla en plenitud”.


(Mensaje del Concilio Vaticano II)

No hay ni hombre ni mujer

El Concilio Vaticano II, el día de su clausura (8-XII-1965), afirmó claramente


que la Iglesia está orgullosa de haber elevado y liberado a la mujer, de haber
hecho resplandecer, en el curso de los siglos, dentro de la diversidad de los
caracteres, su innata igualdad con el hombre. (Mensaje a las mujeres).

Ya en su primera página la Palabra de Dios contiene la siguiente frase:


Dios creó a la humanidad a imagen suya, a imagen de Dios la creó, y la creó
hombre y mujer (Gn 1.27). La humanidad, en el designio de Dios, está
constituida por el hombre y la mujer, como algo inseparable y en igualdad de
derechos. Hombre y mujer son semejantes (Gn 2.18), son los mismos huesos y
la misma carne (Gn. 2,23). Sólo por el pecado del hombre ha surgido el
dominio de la mujer por parte del marido (Gn 3.16) y la desigualdad de
derechos (Gn 4,19).

Si queremos situar en su cuadro histórico la enseñanza y la actuación de Jesús


hemos de recordar el pensamiento común entre los judíos de su tiempo.
Recordemos algunas frases: ¡Desdichado de aquel cuyos hijos son niñas! (b.
Quid. 82); La mujer es en todo inferior al hombre (Josefo. C. Ap. 11 24. 201):
Mejor quemar la Biblia que explicársela a las mujeres (Rabi Eliezer). Dentro
de este ambiente y esta mentalidad, Jesús predicó y actuó según la visión de
Dios. Cuando los fariseos le expusieron la doctrina de la inferioridad de la
mujer y los privilegios del hombre en el matrimonio, Jesús rechazó
enérgicamente esta idea y dijo que al principio de la creación Dios los hizo
hombre y mujer (Mc 10.6). La defensa de la mujer por parte de Jesús fue tan
fuerte que los discípulos se escandalizaron (Mt 19,10).

San Lucas, en su evangelio, nos presenta a Jesús predicando y evangelizando


por aldeas y ciudades. Nos indica que no iba solo, ni siquiera con los Doce
exclusivamente. Dice: le acompañaban los Doce y algunas mujeres (Lc 8.1-2).
Entre ellas, María Magdalena, Juana (que era la mujer de uno de los
administradores de Herodes), Susana y otras. Serán precisamente estas
mujeres las únicas que le permanecerán fieles en el momento del Calvario y
las primeras que anunciarán su resurrección.
Esta doctrina y esta costumbre con respecto a la mujer es la misma que
encontramos en la primitiva comunidad cristiana. Con una afirmación clara y
rotunda, San Pablo rechaza todo tipo de discriminación, sea por motivos
culturales, sociales o sexuales: todos los bautizados en Cristo os habéis
revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni
mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Ga 3.27-28).

La mujer y los carismas

Para comprender que no hay ningún límite sexual para la vida carismática,
hemos de recordar que María es la primera carismática. No sólo
cronológicamente, sino en intensidad. Ella es, como dice el ángel, la llena de
gracia (Lc 1.28).

Pero repasemos algunos de los carismas comunitarios, para ver cuál era la
práctica en la Iglesia primitiva:

a) Oración en lenguas: Tradicionalmente se considera que el día de


Pentecostés estaban reunidos los Doce con algunas mujeres, María madre de
Jesús y los hermanos de Jesús (Act 1,14): todos se pusieron a hablar en
lenguas (Hch 2.4). Igualmente, en casa de Cornelio estaban todos sus
parientes y sus amigos íntimos (Act 10.24): al oír a Pedro, todos se pusieron a
hablar en lenguas y a celebrar la grandeza de Dios (Act 10.46).

b) Profecía: En la comunidad de Corinto las mujeres profetizaban y Pablo


está de acuerdo con ello (I Co 11.5). Por otra parte, Felipe, uno de los Siete,
tenia cuatro hijas vírgenes que profetizaban (Act 21,9).

Hacia finales del siglo II, S. Ireneo, obispo de Lyón, escribe que S. Pablo ha
hablado mucho de los profetas carismáticos y conoce la costumbre de que
hombres y mujeres profeticen en la Iglesia (Ad Haer. III, 11,9).

c) Enseñanza: En la Iglesia primitiva no había la costumbre de que mujeres


diesen la enseñanza o presidiesen. Eran en este asunto deudores de las
costumbres judías que decían: No se permite a una mujer salir a leer (la Torá)
en público (Tos. Meg. IV, 11).

Cuando a finales del siglo II, Maximila y Priscila (montanistas) empezaron a


introducir la costumbre de mujeres dando la enseñanza, gran parte de la
Iglesia reaccionó en contra considerándolo contrario a la tradición. En la secta
montanista se llegó hasta admitir a las mujeres al sacerdocio.

Es seguramente de esta época (finales siglo II), y como expresión de la


costumbre común, la introducción de dos añadidos en las cartas de S. Pablo.
Una simple lectura atenta nos hace ver que no se tratan de textos del Apóstol,
sino de añadidos posteriores. El primero se encuentra en I Co 14,34-35. Lo
que colocamos entre paréntesis es el texto añadido:

”Podéis profetizar todos por turno para que todos aprendan y sean exhortados
ya que los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas, pues Dios
no es un Dios de confusión, sino de paz, como en todas las iglesias de los
santos.
(Las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la
palabra, antes bien, estén sumisas como también la ley lo dice. Si quieren
aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa, pues es indecoroso
que la mujer hable en la asamblea)...
¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios? O ¿solamente a vosotros ha
llegado? Si alguien se cree profeta o inspirado por el Espíritu…”

Las palabras que están entre paréntesis no sólo modifican el sentido del texto
primitivo, sino que caen fuera de contexto. Por otra parte hay varios
manuscritos griegos que tienen estos versículos en otro lugar, lo que indica
que es un añadido.

La segunda interpolación está en I Tm ?2, 11•15. Veamos también el texto:

” Quiero que oréis así: los hombres…; igualmente, las mujeres, correctamente
arregladas, compuestas con decencia y sencillez, nada de grandes peinados, ni
joyas, nada de collares de perlas ni grandes vestidos, sino, como corresponde
a mujeres que se profesan piadosas, con buenas obras…
• (La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que
la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio.
Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar, y el engañado no
fue Adán, sino la mujer, que, seducida, incurrió en la transgresión. Con todo,
se salvara por su maternidad)...
si perseveran con sencillez en la fe, el amor y la vida santa”.

Las palabras entre paréntesis cortan la última frase del texto primitivo e
introducen de forma extraña el singular (“la mujer”). El añadido se ve muy
claro en la última frase, que tiene el sujeto en singular y el verbo en plural (Cf.
J. ALONSO DIAZ, Restricción en algunos textos paulinos de las
reivindicaciones de la mujer en la Iglesia, en Estudios Eclesiásticos 50. 1975.
núm. 192. pp. 77-94).

Por consiguiente, estos dos textos pueden servir para ver la costumbre de la
Iglesia del siglo II, pero ni son del tiempo de S. Pablo, ni expresan su
enseñanza, ya que éste permitía que las mujeres profetizasen en la asamblea (I
Co 11,5).
La experiencia carismática actual nos muestra que todos los carismas se
encuentran indistintamente en hombres o en mujeres, porque el Espíritu lo da
a cada uno según su voluntad (1 Co 12,11). Sobre el discernimiento de
espíritus y la palabra de sabiduría y de ciencia nos ilustran perfectamente las
vidas de Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús. Estos carismas se
encontraban en ellas con tanta fuerza, que hace unos años Pablo VI las
proclamó doctoras de la Iglesia.

La mujer y los ministerios

Es difícil hacernos una idea exacta de los ministerios en la Iglesia más


primitiva. Sin embargo, en las cartas de San Pablo tenemos algunos indicios
que nos permiten afirmar la gran importancia de la mujer en las comunidades
más primitivas. Varias veces S. Pablo saluda a matrimonios o a mujeres
alrededor de los cuales se había constituido una comunidad. Así en la epístola
a los Romanos saluda a “Filólogo y Julia (¿un matrimonio?), a Nereo y a su
hermana, y a Olimpas y a todos los hermanos que viven con ellos” (Rm
16,15). Cuando escribe a los Corintios les habla de “la casa de Estéfana, que
es la primicia de Acaya y se ha consagrado al servicio de los santos” (1 Co
16.15), y, cuando escribe a los Colosenses, saluda a "Ninfa y a la iglesia de su
casa” (Col 4,15).

Entre los colaboradores de San Pablo encontramos en primer lugar al


matrimonio Prisca y Aquila, "mis compañeros en Cristo Jesús” (Rm 16,3),
que fueron quienes catequizaron a Apolo, un gran apóstol y colaborador de
Dios (Act 18,26). En la epístola a los Romanos saluda también a “Andrónico
y Junia (¿un matrimonio?), mis parientes y compañeros de cautiverio,
apóstoles muy apreciados" (Rm 16,7); en este texto la palabra apóstol
significa que “participaban activamente en el apostolado misionero de la
Iglesia" (TOB). En la epístola a los Filipenses hace una exhortación a Evodia
y a Sintique, que eran colaboradores suyas (Flp 4,2-3).

Por último debemos citar a Febe, que viene presentada a los Romanos como
diaconisa de la iglesia de Cencres (Rm 16,11). Para algunos autores, de las
diaconisas se habla también en el texto de I Tm 3,11.

Todo este panorama nos hace comprender que en la Iglesia primitiva los
ministerios de la mujer eran algo muy importante y abundante. El ministerio
de las diaconisas se conservó sobre todo en la Iglesia Oriental.

La experiencia y la costumbre de la Renovación Carismática en España nos ha


mostrado cómo las mujeres pueden desempeñar cualquiera de los ministerios
laicales. Y tenemos así la experiencia del ministerio de dirección, tanto a nivel
de grupos de oración, como a nivel de Coordinación Nacional.
El ministerio sacerdotal

Un punto importante lo constituye el ministerio sacerdotal. En todas las


Iglesias, hasta hace muy poco tiempo, este ministerio estaba reservado a los
hombres. Recientemente algunas comunidades anglicanas y protestantes han
admitido a las mujeres a este ministerio. La Congregación para la Doctrina de
la Fe, por parte católica, ha manifestado que “la Iglesia, por fidelidad al
ejemplo de su Señor, no se considera autorizada a admitir a las mujeres a la
ordenación sacerdotal”. (15 octubre 1976).

Sobre este punto E. Schillebeeckx, uno de los teólogos católicos más


importantes, ha dicho: “desde el punto de vista teológico no hay dificultad
alguna en conferir el sacerdocio a las mujeres. No se trata de un dogma. Si
Cristo no eligió mujeres es porque se encontraba en una situación cultural
muy concreta ».

La Iglesia católica, por el momento, continúa esta costumbre tan antigua; pero
nada impide pensar que con el cambio de la situación cultural y pastoral no se
haga conveniente un día el confiar también este ministerio a mujeres. Lo que
sí que es cierto es que el discernimiento definitivo sobre esta conveniencia no
reside en la opinión personal de cada uno sino, en última instancia, en el
discernimiento de los Obispos.

¿Sumisión en el matrimonio?

San Pablo emplea a veces la expresión "el hombre es la cabeza de la mujer"


(Ef 5,23; I Co 11,3). ¿Significa esto una inferioridad de la mujer con respecto
al marido? Hay que tener en cuenta que esta frase no es propia de San Pablo,
sino que corresponde al pensamiento judío del siglo I. Si San Pablo la cita es
sólo para introducirle importantes correcciones, para indicar que los esposos
cristianos deben actuar como Cristo y la Iglesia: en una donación total.
Tampoco podemos quedarnos unilateralmente con la frase “las mujeres estén
sometidas a sus maridos” (v. 22), sin leer todo el texto, que afirma muchas
más cosas. He aquí el texto completo:

“Estad sometidos los unos a los otros con reverencia cristiana:

*las mujeres estén sometidas a sus maridos como al Señor: porque “si el
marido es cabeza de la mujer” debe serlo como Cristo es cabeza de la Iglesia:
como su salvador. Por eso la sumisión de las mujeres a sus maridos debe ser
como la de la Iglesia a Cristo.
*y, vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la
Iglesia: dando su vida por ella”.
No se habla aquí de una sumisión de la mujer, sino de una mutua sumisión, de
una mutua sujeción, de un mutuo amor. Tenemos así el mismo pensamiento
que San Pablo presenta en I Co 7.4: la mujer no es dueña de sí misma: el
dueño es el marido; e igualmente el marido no es dueño de sí mismo; la dueña
es la mujer.

Para la doctrina de la Iglesia no hay ninguna inferioridad de la mujer, ni


ninguna sumisión unilateral, ni ninguna dirección espiritual de la mujer por
parte del marido.

Fundamentalismo

En noviembre de 1974 la Conferencia Episcopal de Estados Unidos advertía


ya sobre los peligros de un fundamentalismo bíblico “que se opone al mismo
tiempo a las normas auténticas de la Sagrada Escritura y a la enseñanza de la
Iglesia”.

¿Qué es el fundamentalismo bíblico? Es la lectura al pie de la letra de la


Biblia, sin tener en cuenta para su interpretación ni la exégesis científica ni la
doctrina de la Iglesia. Se comprende que una lectura de este tipo puede llevar
a muchas equivocaciones.

Un versículo de la Biblia puede ser explicado por otro, y debe leerse siempre a
la luz de toda la Sagrada Escritura; algunas afirmaciones, aparentemente muy
claras, pueden ser simplemente normas para una época o pueden estar
condicionadas por una situación cultural concreta. Para poner un ejemplo: es
claro que la norma de San Pablo que las mujeres oren con la cabeza cubierta
es una norma pastoral para unas comunidades concretas y de un tiempo
concreto: las comunidades griegas del siglo I.

Algunos cristianos de otras denominaciones realizan una lectura de algunos


textos bíblicos que, a nuestro modo de ver, es excesivamente fundamentalista.
Entre estos textos están los referentes a la autoridad de la mujer en las
asambleas y al papel de la mujer en el matrimonio. Dentro de la renovación
carismática católica se ha introducido en algunos lugares esta visión sobre la
mujer, que debe rechazarse enérgicamente: a) porque se basa en una lectura
fundamentalista de la Biblia, que no llega a captar en plenitud el mensaje de
Jesús; b) porque está en contradicción con la doctrina de la Iglesia sobre la
mujer.

Como dijo el Concilio: ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se


cumpla en plenitud. Y la Renovación Carismática debe ayudar a todas las
personas y a todas las comunidades a romper los esquemas culturales que
impiden el pleno desarrollo de esta vocación de la mujer y ayudar a las
mujeres -y con esto a toda la comunidad- a adquirir la verdadera libertad de
Cristo.

ENTRE EL ASEDIO DE LAS TENTACIONES Y EL


FUEGO DE LAS PRUEBAS
Por LUIS MARTIN

La vida del cristiano se encuentra siempre polarizada por dos fuerzas


antagónicas de atracción, que podríamos llamar, según el lenguaje de San
Pablo (Rm 7,21-25), «la ley de Dios” y “la ley del pecado”.

La ley de Dios es la fuerza del bien, la presencia del Espíritu en nosotros, con
todos sus dones y frutos y cuanto la vida sobrenatural lleva consigo de gozo,
consuelo y vida abundante, al mismo tiempo que situaciones de desierto y la
interminable gama de pruebas por las que podemos pasar.
La ley del pecado es la fuerza del mal, el pecado en si, sus heridas y efectos, la
acción del maligno, la tentación.

"Me complazco en la ley de Dios, según el hombre interior, pero advierto otra
ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la
ley del pecado que está en mis miembros. (Rm 7,22-23): de la misma manera
cualquiera de nosotros se puede sentir escindido y desgarrado interiormente,
hasta el punto de parecernos a veces como si experimentáramos en nosotros
una doble personalidad.

Es importante que conozcamos algunos detalles de cómo actúan siempre estas


dos fuerzas, para atraernos hacia el bien o atraernos hacia el mal.
La fuerza del bien actúa en forma de llamadas, invitaciones, arrepentimiento,
anhelo y hambre de Dios.

La fuerza del mal tiene su peculiaridad engañosa. Cuando la vida del espíritu
está débil o muerta, entonces hay un continuo ceder a la tentación y
solicitaciones del mal. Apenas si se experimenta el combate espiritual y
entonces no hay problemas de desgarramiento interior.

Pero cuando la vida del espíritu empieza a hacerse firme e intensa enseguida
se moviliza el reino y las fuerzas del mal presentando el combate por donde
haya menor resistencia. Se tiene entonces la sensación de que surgen
problemas que antes ni siquiera se daban, pareciendo que ahora todo se vuelve
más complicado.
La neutralidad o el armisticio nunca se dan y si fueran posibles serían una
rendición pues “el que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge
conmigo, desparrama” (Lc 11,23).

Empezar una vida nueva del Espíritu implica tener que enfrentarse con
innumerables pruebas y tentaciones que antes no imaginábamos. Para
esquematizar y formarnos una idea más clara vamos a fijarnos en dos formas
típicas: primero en la tentación y después en las pruebas.

DIOS NO PUEDE SER TENTADO POR EL MAL NI ÉL TIENTA A


NADIE (St 1,13)
Tanto si vivimos una vida floja cono si vivimos una vida intensa del espíritu,
la tentación es inevitable, y dado el medio ambiente en el que hoy tenemos
que vivir es espontánea y nos llega de todas partes.

Unas veces procederá del mundo y de lo que hay en el mundo, "la


concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de la
riquezas” (1 Jn 2.16), es decir, la vanidad, la mentira, el lujo, el frenesí del
consumo, el imperio del dinero, la injusticia y la opresión, pues “el mundo
entero yace en poder del maligno" (1 Jn 5,19) y “por eso os odia” (Jn 15,19),
dice Jesús, porque, “a mí me ha odiado antes que a vosotros” (Jn 15.18).

Otras veces procede de la carne, entendiéndose por tal cuanto en el hombre


hay de contrapuesto a Dios. “Carne de pecado” (Rm B,3) puede ser tanto
nuestro cuerpo, como nuestra mente o nuestra voluntad siempre que se hallen
bajo el dominio de una tendencia contraria a Dios que pueda arrastrar al
pecado, como, por ejemplo, el orgullo, la soberbia, la ira y toda forma de
concupiscencia.

La tentación puede provenir también, y en este caso amañada con una gran
dosis de malicia y engaño, de Satán al que la Escritura llama “el tentador" (Mt
4,3; 1 Ts 3,5), “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,4), “el seductor del
mundo entero” (Ap 12,9), y “el acusador de nuestros hermanos" (Ap 12-10), y
por tanto, “homicida desde el principio” (Jn 8,44).

Jesús sufrió la tentación, no sólo en el desierto, sino prácticamente toda su


vida, tentación cuya estrategia iba o en contra de la forma humilde de
encarnación que Dios había escogido por haberse “despojado de sí mismo
tomando condición de siervo” (Flp 2.7), o en contra del plan de salvación que
había de ser “un Cristo crucificado... fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1
Co 1.23-24). Enérgicamente tuvo que rechazar la tentación que el mismo
Pedro le presentó con toda su buena voluntad: "¡Quítate de mi vista, Satanás!
...“ (Mt 16,23).
El sentido de la tentación siempre es tratar de apartarnos de Dios y por tanto
engendra muerte.

Pero “fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas.
Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito” (1 Co
10,13).

Por esto la tentación vencida humilla a Satanás y pone de manifiesto el poder


y la gloria de Dios en nosotros, dejando el alma más purificada, en humildad,
arrepentimiento y confianza en Dios y desconfianza de sí misma, y en anhelo
de orar más intensamente.

Si vivimos una vida intensa del Espíritu, es muy normal que experimentemos
la tentación de una manera mucho más fuerte. Esto lo hemos de tener muy en
cuenta para no sentirnos desconcertados.

En la Renovación Carismática podemos sufrir, entre otras muchas, cierta clase


de tentaciones que podríamos reducir a las siguientes categorías:

- Soberbia espiritual, bien por creerme parte de una élite de súper cristianos,
o por considerarme conocedor de todos los secretos y experiencias de la vida
espiritual en forma superior a otros, o por pretender estar capacitado para
guiar a otros, o que a mí me lo dice todo directamente el Espíritu
(iluminismo).

Cuantos desempeñamos funciones de dirigentes podemos incurrir en una


variante de soberbia espiritual por creer que somos nosotros los únicos que
poseemos el discernimiento y no conceder demasiada importancia a la opinión
del resto de los hermanos (1 Co 14,36), ni tener en cuenta que el beneplácito
de Dios ha sido siempre el escoger “lo necio y débil del mundo” (1 Co 1,27) y
ocultar estas cosas a sabios e inteligentes para revelárselas a los pequeños (Mt
11,25•26: Lc 10.21).

- Súper-espiritualismo: cuando, en espera de que el Señor lo resuelva todo,


minusvaloramos los talentos naturales o la iniciativa propia, o la ciencia, la
teología, la reflexión bíblica y los métodos científicos de interpretación
(fundamentalismo), o cuando vivimos en constante repliegue de nosotros
mismos sobre la propia experiencia del Espíritu, evadiéndonos de la realidad y
necesidades del medio en que vivimos o buscando una compensación de las
decepciones y frustraciones que nos prodiga la vida.

- Desplazamiento del centro esencial de la vida cristiana: cuando amamos


la organización, el ministerio, la comunidad más que a Dios y a los hermanos,
o las tareas a realizar (charlas, retiros, etc.) absorben toda la atención y tiempo
que tendríamos que dedicar al Señor (Lc 10,41-42), o ponemos todo el interés
en los carismas instrumentalizándolos (Mt 7.15-23) en detrimento del amor.
Estas formas de tentación suelen suceder a nivel subconsciente más que en
forma refleja o con plena advertencia, incluso obrando nosotros con buena
voluntad. Sólo la sabiduría y la misericordia de Dios podrán hacernos tomar
conciencia de tales peligros.

FELlZ EL HOMBRE QUE SOPORTA LA PRUEBA! (St 1,12)

La prueba se puede llamar tribulación, persecución, incomprensión,


sufrimiento, enfermedad, fracaso, situación de desierto, noche oscura.
Es necesario que sepamos distinguir bien entre lo que es una tentación y lo
que es una prueba.

Ya hemos visto qué sentido tiene la tentación.


La prueba en cambio es don de gracia que debemos saber aprovechar y está
ordenada a la vida, al contrario de la tentación que está ordenada a la muerte.
La prueba es condición indispensable de crecimiento, robustez y humildad: el
camino de la pascua interior y del amor que espera. Dios prueba a los suyos,
“pues a quien ama el Señor, le corrige... como a hijos os trata Dios, y ¿qué
hijo hay a quien su padre no corrige?” (Hb 12,6-7).

Jesús fue “probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” [Hb
4,15).

A nosotros la prueba nos prepara para llegar a un mayor don del Espíritu,
realizando no sólo una obra de liberación, sino también de fortalecimiento,
pues “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm
8,28).

Esto hace posible lo que San Pedro deseaba que “la calidad probada de
vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se
convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de
Jesucristo” (1 P 1,7).

Las pruebas pueden ser muy variadas.

Para adquirir una visión más clara las agrupamos de la siguiente manera:

-El sufrimiento en general: es escándalo y misterio incomprensible para el


que no cree, pero para el cristiano presenta un valor incalculable, pues sus
sufrimientos son “los sufrimientos de Cristo” (2 Co 1,5) entrando así en “la
comunión de sus padecimientos” (Flp 3,10).

Imposible llegar a la madurez sin sufrimiento. Aquellos que saben sufrir con
aceptación y la paz de Jesús adquieren un gran enriquecimiento espiritual.
Las características del apóstol son: "paciencia perfecta en los sufrimientos y
también señales, prodigios y milagros” (2 Co 12,12).

No cabe duda de que nos purifica. San Pablo decía: “llevamos siempre en
nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la
vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Co 4,10).

Pero a partir de Jesús que “debía sufrir mucho” (Mc 8,31) para “entrar así en
su gloria” (Lc 24,46J, “y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la
obediencia...” (Hb 5,8) tiene para nosotros un valor redentor y de intercesión.
Por esto sufrir por Cristo es una verdadera gracia, ? (Flp 1.29), lo cual siempre
lleva consigo un gran consuelo y gozo (Hch 5,41; 2 Co 1,5). Comprendemos
así cuando Pablo escribe: “Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en
todas nuestras tribulaciones” (2 Co 7,4).

-La tribulación, el fracaso, la enfermedad. Aquí entra también la


humillación en la que nuestro orgullo y amor propio pueden ser purificados.
La corrección fraterna que representa una humillación, pero si se sabe aceptar
es prueba de gracia.

La Palabra de Dios nos dice que “es necesario que pasemos por muchas
tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,22; cfr.: 1 Ts 3,3-4),
pero “nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación
engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada, esperanza, y la esperanza
no falla, porque el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,3-5).

Una forma gloriosa de tribulación es la persecución, “bautismo” con el que


Jesús tuvo que ser bautizado (Mc 10,39; ?Lc 12,50). Sus palabras son
terminantes: “el siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido,
“también os perseguirán a vosotros” (Jn 15,20), lloraréis y os lamentaréis, y el
mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo"
(Jn 16,20).

En la persecución se experimenta como en ninguna otra prueba todo el


consuelo y Amor del Señor, porque la persecución va contra El (Hch 9,4;
5,41). Pablo exclama: “¡Qué persecuciones hube de sufrir! y de todas me libró
el Señor. Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán
persecuciones” (2 Tm 3,11-12).

Aun “si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a si mismo
(2 Tm 2,13), mucho más experimentaremos si perseveramos en sus pruebas
(Lc 22,28). Tan sólo entonces es posible comprender sus palabras:
“Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira
toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos...” (Mt
5,11-12).

LAS PRUEBAS QUE VIENEN DE DIOS

Se trata de las situaciones de desierto, de sequedad y aridez, que unas veces


afecta al espíritu y otras sólo al corazón. La más tremenda es cuando Dios
"parece” haberse retirado del alma.

Algunas de estas situaciones pueden proceder de nuestra infidelidad, fatiga,


cansancio, método inadecuado de orar, tentaciones molestas, etc. Pero otras
muchas veces son prueba de Dios que nos retira el consuelo sensible que
estábamos experimentando en la oración, para realizar una obra de
purificación.

Cuando estas situaciones se prolongan puede ser que se haya entrado en las
noches del alma, según el lenguaje de los místicos, imprescindibles, sin duda,
para lograr una completa purificación y llegar a la plena perfección cristiana.

Cuando se empieza a entrar en la contemplación, para poder seguir avanzando


y creciendo en esta clase de oración, hay que pasar primero por la llamada
noche del sentido, que consiste en una serie prolongada de arideces y
oscuridades por las que el Señor trata de despegarnos de los consuelos
sensibles de la oración. La gracia trabaja así en nosotros de forma que sea el
Amor de Dios lo que busquemos más que nuestra propia complacencia y
gusto espiritual en los resplandores de la contemplación.

Es tan difícil de soportar esta crisis que una gran mayoría de los que pasan por
ella retroceden y no llegan a progresar en la oración. Generalmente alternan
períodos de luz y de oscuridad para que no desfallezcamos. Hubo
contemplativos en los que esta etapa duró años.

Todavía queda la noche del espíritu, purificación dolorosa pero necesaria para
poder seguir avanzando. A mayor capacidad de amor corresponde siempre
mayor capacidad de sufrimiento.

Las pruebas por las que hemos de pasar son múltiples e interminables.
Cualquiera de nosotros podrá reconocerse en alguna de ellas o quizás en
varias al mismo tiempo.

Siempre habremos de recordar la abundante enseñanza que nos suministra la


Palabra de Dios sobre la importancia y el papel tan imprescindible que juegan
las pruebas en nuestro crecimiento. Con ello nos será más fácil comprenderlas
y superarlas tal como el Señor espera de nosotros. Su sabiduría nos dice: “Hijo
mío, no desprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido
por Él. Pues a quien ama el Señor, le corrige. (Hb 125; Pr 3,11-12).

Además de las pruebas personales que cualquiera de nosotros estemos


viviendo en nuestra relación íntima con el Señor, la situación que vivimos en
el grupo o en la comunidad y las relaciones con los más cercanos aportan
abundantes pruebas de las que no podremos escapar, hasta el punto que, quien
más quien menos, sentiremos más de una vez la tentación de abandonar la
R.C. y volver a nuestra cómoda vida de antes.

Cuántas veces han de surgir distintos puntos de vistas en determinados


aspectos sobre los que nos resultará difícil ponernos de acuerdo, sobre todo en
los servidores a quienes el servicio que prestamos en el grupo exige largas
reuniones y discusión de problemas. ¿Sabremos entonces seguir siendo
hermanos, aceptarnos y amarnos, a pesar de todas las discrepancias teóricas?
He aquí una prueba de nuestra madurez espiritual.

Igualmente en cualquier tipo de roce o tensión que pueda surgir, o cuando nos
sintamos incomprendidos o que no se reconocen plenamente nuestros dones.
Todo esto sucede en cualquier grupo. La docilidad, la sinceridad, la sumisión,
la facilidad para dar y recibir perdón, la rectitud, la serenidad y la fe cuando
las cosas parece que no marchan bien, son exigencias constantes a las que
hemos de responder en cualquier prueba.

Tomemos “como modelo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que


hablaron en nombre del Señor” (St 5,10).

“El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo,


después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os
consolidará. ¡A Él el poder por los siglos de los siglos! Amén. (1 Pe 5,10•11).

NOTA: Pura profundizar en el tema se puede leer el artículo de Derek Prince,


"Pruebas de fe" en ALABARE, núm. 28, págs. 21-26.

FALLOS POSIBLES EN EL MINISTERIO DE LA


CURACION INTERIOR
Por MICHAEL SCANLAN

Esto es lo que os anunciamos: “Lo que existía desde el principio, lo que


hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y
tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida" (1 Jn 1,1).
Hace unos años publiqué un libro titulado Curación interior que comenzaba
con la buena nueva de la carta de Juan. La buena nueva de la fe, la esperanza
y el amor, la buena nueva de como muchos estábamos siendo testigos del
poder curador de Dios, operante en nuestros hermanos y hermanas.

Sabía por una parte que estábamos contemplando el poder transformador de


Dios y nos sentíamos privilegiados de poder administrarlo, pero al mismo
tiempo estaba convencido de que lo escrito en 1974 no era el mensaje
completo. Lo mismo que el anuncio de Juan, el nuestro se limitaba a lo que
otros y yo habíamos visto con nuestros propios ojos y tocado con nuestras
manos.

Los años sucesivos me han confirmado en la importancia de la curación


interior y en la necesidad que de ella tenemos en la Iglesia. También me han
enseñado dos cosas: la necesidad de una mayor integración de la curación
interior en la vida cristiana normal, y al mismo tiempo me han hecho
descubrir los peligros que corremos de centrarnos insistentemente en un
aspecto determinado de la curación interior, o que no sepamos reconocer la
necesidad de otro ministerio distinto en una situación determinada.

?Y más importante por lo que hace en este artículo, creo que Dios nos ha
concedido cierta sabiduría sobre la curación interior a los que nos dedicamos a
este ministerio en el grupo “Servidores del Amor de Dios” de Steubenville.
Esto se ha ido realizando a través de la experiencia, la enseñanza de unos a
otros, el compartir, y por gratuita bondad de Dios. Esta sabiduría es la que
quisiéramos poder comunicar a todos, en la esperanza de que el poder curador
de Dios se ponga mucho más de manifiesto en el conjunto de su Cuerpo.

DOS FALLOS FRECUENTES


Según nuestro punto de vista, tal como se practica en la Renovación
Carismática, el ministerio de la curación interior se ha visto afectado por dos
problemas diferentes: la superficialidad y el excesivo emocionalismo.

Un enfoque superficial
El primer problema deriva del enfoque superficial que podemos dar a este
ministerio y que se reduciría a: “ora y déjalo en manos de Dios”. En este caso
oramos por la curación interior lo mismo que si oráramos por el tiempo:
“Luisa tiene un problema de ansiedad y depresión; que cada uno se ponga a su
alrededor y ore por ella”. Todos se ponen a su alrededor, le imponen las
manos y empiezan a orar: “Señor, bendice a Luisa, cúrala, dale tu libertad, y
envía tu Espíritu de paz sobre ella, dale la gracia de ponerlo todo en tus manos
y confiar sólo en Ti. Gracias, Señor, porque oyes nuestras oraciones. Sabemos
que has respondido ya. Reconocemos esta curación y te damos gloria”.
Habrá veces en que Luisa, o quien sea, quedará curada por el poder soberano
de Dios. Pero en muchas ocasiones no sucederá nada en su vida. Se ha orado
por ella, pero en realidad ella no se ha enfrentado con el problema de su vida.

Este primer enfoque es deficiente porque no llega a abordar:

- las causas más profundas del problema de ansiedad y depresión,


- la posible presencia del pecado que estaría exigiendo arrepentimiento,
- la probabilidad de endurecimiento de corazón debida al resentimiento, la
amargura, el rechazo a perdonar, lo cual exige llegar a tomar decisiones para
perdonar, amar, confiar.

Frecuentemente en el ministerio de la curación hay un fallo para enfrentarse


con el mal y el pecado. Muchas veces nos hallamos ante un obstáculo, un
muro que no deja pasar el amor curativo de Dios. Seguimos orando en sesión
particular y hasta tratamos de hacerla diariamente procurando suscitar más fe
en nosotros y en la persona por la que oramos. Pero el resultado puede ser
frustración y confusión.

Hemos de comprender que una persona que ha estado sufriendo una herida
profunda durante años puede estar muy influenciada por el mal. Puede
hallarse en una forma de pecado tan sutil que ni siquiera ella misma es
consciente de las ramificaciones que ha realizado en sus actitudes.

Pongamos un ejemplo. Un hombre me explicó que necesitaba curación


interior en un problema que estaba sufriendo en relación con las personas
constituidas en autoridad. Por la acción de los dones espirituales,
principalmente discernimiento y palabra de ciencia, llegamos a descubrir
fácilmente que la raíz estaba en sus relaciones con su padre, el cual había
abusado de la autoridad sobre la vida de su hijo.

En este caso orar por la curación no hubiera sido más que rascar sobre la
superficie. Fue primero necesario ayudar a este hombre a enfrentarse con
aquella actitud de profunda rebelión en contra de cualquiera constituido en
autoridad que durante varios años había estado desarrollando. Hubo que
emplear gran coraje, en colaboración con los que administraban la curación,
para ayudarle a tomar autoridad sobre lo que estaba minando sus relaciones y
provocando la dureza de corazón. Una vez que lo hizo, pudo experimentar el
amor de Dios en vez del sufrimiento que le producían el odio, el abandono y
el desprecio. Cuando tomó autoridad sobre el espíritu de rebelión, le fue fácil
perdonar a su padre, y la oración de curación interior empezó a fluir con paz y
poder.

Siempre que nos enfrentemos con un caso parecido de poder bloqueado,


hemos de considerar atentamente bajo qué formas puede estar actuando el mal
espíritu, y tomar autoridad sobre él. Si permitimos que la persona en cuestión
permanezca durante el ministerio de la curación sin tomar autoridad sobre su
propia vida cuando sea necesario, sin arrepentirse de su conducta pecadora, y
sin tomar las decisiones necesarias para poder aceptar la curación de Dios,
entonces es muy posible, no sólo que estemos fomentando una dependencia
emocional respecto al que administra, sino que también incrementemos la
incapacidad de aquella persona para asumir la responsabilidad sobre su vida.
Esta falta de responsabilidad personal es evidente cuando alguien

- pide que oremos para llegar a la curación de una relación en su propia vida,
pero no llega decididamente a un acuerdo claro sobre cómo ha de enfrentarse
con aquella relación:

- busca oración para llegar a la curación radical de un problema inveterado,


pero no hace un plan de vida diaria y de prioridades para corregir el hábito:

- pide oración para conseguir una confianza más profunda en el Señor y


depender más de su amor, pero no hace un compromiso firme de oración
diaria, y así sucesivamente...

Emocionalismo excesivo
Otra serie de problemas se dan porque se enfoca el ministerio de la curación
interior de una forma demasiado emocional. Esta prevalencia de la
"sensibilidad” tiene lugar cuando centramos nuestra atención en hacer aflorar
y ventilar al exterior sentimientos y experiencias pasadas. Se parte del
principio de que cuanto mejor se consiga que el enfermo vuelva a
experimentar sus heridas pasadas y exprese sus sentimientos sobre tales
heridas, tanto más fácilmente va a ser curado. Pero este enfoque induce a
pensar que uno ha sido curado simplemente por haber vivido la experiencia de
ventilar sus sentimientos pasados y que esto hace que se encuentre mejor. Con
demasiada frecuencia, cuando tal ha sido el alcance de la “curación” o
enseguida se encuentra uno de nuevo en su antigua situación, lamentándose de
los mismos problemas.

Si bien es verdad que el evocar el sufrimiento y la soledad de los primeros


años puede ser una experiencia que emocionalmente purifica, sin embargo, si
nos limitamos a hacer revivir estas experiencias, no se consigue la curación
interior. La curación es acción de Dios. El hombre tiene que tomar la decisión
de aceptarla y de vivir por ella, Es decir, debe asumir la responsabilidad de lo
que Dios ha hecho. Esta actitud es esencial para la verdadera curación interior.
Sin esta actitud y sin sentido de responsabilidad, el ministerio sólo causaría
inestabilidad emocional y no llegaría al poder del Espíritu de Dios.

Hay otra forma de centrarse en los elementos emocionales y de la sensibilidad


no tan evidente como la anterior. No sólo implica la evocación del pasado y la
liberación de la expresión emocional, sino además hace de la investigación de
la causa principal de los problemas un fin por sí mismo. Supongamos, por
ejemplo, que un hombre sufre problemas en aceptar su propia sexualidad. Al
expresar sus miedos de ser varón revive la experiencia pasada por el temor
que sintió al tener que relacionarse con mujeres. Manifiesta entonces sus
sentimientos de frustración, culpabilidad y ansiedad. Pero también se remonta
a la primera infancia y nos describe la incapacidad de su padre para
relacionarse con él y el amor atosigante de su madre.

La causa raíz de este problema es, con toda probabilidad, el hecho de que sus
padres no supieron amarle y orientarle rectamente. Pero si nada más se
considera la causa, no se aborda el problema. Hay que tomar la decisión de
buscar el Poder del Señor para curar, y la respuesta para vivir de acuerdo en el
Reino de Dios. Quedarse en el descubrimiento de la raíz es limitarse a hacer lo
que harían muchos tipos de psicoterapia, y esto, a pesar de que se haga
oración y estemos empleando una terminología carismática para remontarnos
a la causa. Una vez que se ha determinado la causa, es muy importante acudir
al Señor en busca de su amor que cura. Es el momento de orar para pedir el
poder de Dios y su gracia para curar, ser restablecido y tener valor para
cambiar. De lo contrario, dejaríamos a aquel hermano con el conocimiento del
peso que le abruma y sin poder para verse liberado. La confusión emocional
es muchas veces el resultado de un ministerio realizado a medias.

UNA LlBERACION MAS PROFUNDA DEL ESPIRITU


Es evidente que se requiere mucha sabiduría. En orden a conseguir la
disposición necesaria para alcanzar esta sabiduría, tenemos que definir los
límites entre los dos enfoques diferentes que acabo de diseñar. Lo esencial es
que veamos la curación interior como una prolongación de la liberación del
Espíritu Santo en nuestras vidas.

¿Qué significa esto? Normalmente, cuando recibimos el Bautismo en el


Espíritu Santo, quedan todavía zonas en nuestras vidas que siguen bloqueadas,
por así decirlo, y que interceptan la acción del Espíritu Santo; no llegan a caer
plenamente bajo el señorío de Jesucristo. Cuando comenzamos a caminar en
el Señor hay en nosotros una gran paz y gozo, pero en el fondo hay muchas
cosas de nuestra vida que no están plenamente a la luz y en el reino de Dios.

Conforme estas cosas se van haciendo más evidentes, descubrimos cómo las
heridas y cicatrices del pasado afectan a nuestras relaciones con Dios y a las
de unos para con otros, y anhelamos llegar a ser libres. Es entonces cuando
tenemos que detectar alguna experiencia dolorosa o algún pecado habitual,
como zona nueva dentro de nosotros que requiere una liberación más
profunda de la vida de Dios por la fuerza de su Espíritu. Tenemos que tomar
la decisión de comprometer esta zona de nuestra vida con el Reino de Dios,
perdonar cuando sea necesario, abandonar el resentimiento, arrepentirnos de
aquello que necesitemos, y orar para que el Espíritu Santo ejerza de nuevo su
señorío.

IMPORTANCIA DEL AUTODOMINIO


Los que administran la curación interior lo hacen para que una hermana o
hermano determinado pueda experimentar el Amor de Dios en una zona de
dolor u oscuridad. Pero tendrían también que enfocar el ministerio como el
medio por el que la persona que busca curación pueda adquirir un mayor
control sobre su propia vida. Esto significa, en concreto, que, además de la
oración real para pedir curación interior, habría que incluir en el ministerio los
siguientes elementos:

1. Ser muy claros en cuanto a la zona específica de esclavitud o de heridas.


Esto quiere decir que sepamos con seguridad qué es lo que pedimos en
concreto y contra qué cosas oramos. Aseguremos a la persona por la que
oramos que Dios quiere que sea libre. Hablemos con las palabras del
Evangelio de Juan: "Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,31-32).

2. Animémosla a tomar la iniciativa y responder en forma activa a la oración


con una decisión de rechazar el mal y la esclavitud emocional. - Podemos
hacer que repita la oración con nosotros. O, si es oportuno, invitarla a ponerse
de pie o a arrodillarse como un signo de su decisión para rechazar lo que no es
de la vida de Dios.

3. Una vez que ha tomado la decisión, guiémosla con el poder del Espíritu a
comprometer la zona de que se trata al señorío de Jesucristo. Al hacer esto,
todos los que están actuando en el ministerio deben centrarse en Jesús. Si por
experiencia sabemos muy bien que es esencial centrarnos en Jesús para la
liberación del Espíritu en nuestras vidas, por desgracia no llegamos fácilmente
a centramos en Él mientras hacemos la oración por la curación interior.
Solemos centrarnos en las heridas o en los elementos de la decisión. Si
queremos conocer el señorío de Jesús en esta zona hemos de mirarle fijamente
en la oración. La decisión de comprometer una zona problemática al Señor
nos capacita para responder al amor curativo de Dios. Pero Dios es el único
que cura con su amor personal, misericordioso y eterno.

4. Manifestemos a la persona por la que oramos que tiene el poder de


conservar la nueva libertad, incluso cuando se encuentre en momentos de
lucha. Hay que animarla a ser fiel a la oración diaria y a que asista a la reunión
de cristianos en la que su fe y su curación recibirán apoyo.

ABRIR ZONAS A LA CURACION


Es importante saber distinguir entre los medios empleados para abrir zonas a
la curación y el proceso básico de curación y autocontrol que hemos descrito
anteriormente.

Los que buscan curación necesitan experimentar un ambiente cálido de amor


entre personas en las que puedan confiar. Han de conocer, por la fe y el amor
de los que administran, que el amor de Dios está verdaderamente presente,
que el perdón está al alcance de los que lo piden. Tienen que experimentar la
atención y el apoyo de los que escuchan sus sufrimientos y les imponen las
manos en la oración. Tales elementos son convenientes en este ministerio,
pero tan sólo en la medida en que no acaparen la atención central del
ministerio. De lo contrario, no realizaríamos más que una sesión de
minisensibilidad. Hemos de considerar estos elementos como concomitantes
en el ministerio, como algo que sobriamente rodea y apoya el trabajo central
que hay que realizar.

Una vez hayamos comprendido el proceso de abrirse a Dios, que consiste en


someter nuevas áreas de nuestras vidas al Señorío de Jesús mediante una
liberación más profunda de su Espíritu y en ejercer sobre nuestras vidas la
autoridad que se nos ha dado por la muerte y resurrección de Jesús, debemos
empezar a considerar la curación interior como parte normal del crecimiento
cristiano.

Por ejemplo, cuando queremos responder al mandato del Señor de amarnos


unos a otros y se nos hace difícil, tenemos que pedir una mayor liberación del
Espíritu en aquellas zonas en las que nos falte amor. Cuando nos
comprometemos a dar nuestras vidas unos por otros con la mejor buena
voluntad de nuestros corazones, pero descubrimos zonas en nuestra vida que
no ceden ni se rinden al servicio a los demás y a una entrega desinteresada,
debemos orar para que el Espíritu de Dios quede más profundamente liberado
en estas áreas, de forma que hallemos una generosidad y poder nuevos.
Cuando escuchamos la llamada de Dios para vivir más estrechamente unidos a
nuestros hermanos y hermanas, quizá tengamos que luchar con el miedo y la
rebeldía. Entonces también vendrá el Espíritu con poder a curarnos, a
restablecernos y capacitarnos para comprometer nuestras vidas con paz y
libertad.

CURACION INTERIOR EN LA VIDA DIARIA


Deberíamos como cosa ordinaria, orar nosotros mismos por nuestra curación
interior, sobre todo después de haber recibido de otros un ministerio efectivo.

Tenemos que examinar con frecuencia en nuestra oración personal qué es lo


que nos impide servir más plenamente al Señor. Porque, no me cansaré de
repetir, que a pesar de que deseemos que Jesús sea nuestro Señor y le
hayamos invitado a entrar en nuestras vidas, siguen todavía cerradas dentro de
nosotros muchas puertas, de algunas de las cuales no siempre somos
conscientes. Cualquiera que sea el precio que tengamos que pagar, cada día
tenemos que hacerle señor y dueño nuestro por medio de la decisión, el
arrepentimiento, la conversión y el compromiso.

Hemos de hacer que la oración de curación interior forme parte ordinaria de la


oración que hacemos en familia y en los grupos pastorales. Los padres deben
orar regularmente por los niños cuando resulte claro que han sufrido heridas
internas. Los que ejercen una dirección pastoral, deben en momentos
oportunos orar por los que están encomendados a su cuidado, para que el
crecimiento en el Señor no quede bloqueado por cualquier obstáculo que
pueda surgir.

Y quizá lo más importante es que deberíamos considerar la curación inferior


como una ayuda más o como un arma que el Señor nos suministra para el
crecimiento espiritual. Tiene que formar parte ordinaria de nuestra armadura,
ni descuidada ni exagerada. Hay que integrarla con todas las demás armas y
ayudas con la liberación, el consejo y la disciplina. Es una herramienta
especialmente diseñada para nuestra libertad interior. El Señor quiere
completarnos y liberarnos para que nos podamos acercar a Él, unidos unos a
otros en el Reino de Dios, y no cabe duda de que Él lo hará. “Si, pues, el Hijo
os da la libertad, seréis realmente libres” (Jn 8.36).

(Traducido de NEW COVENANT, mayo de 1978, págs. 13-16).

13 - LA RENOVACION CARISMATICA ES LA VIDA CRISTIANA


NORMAL.

LA RENOVACION CARISMATICA ES LA
VIDA CRISTIANA NORMAL
Por RALPH MARTIN

(Texto resumido de la conferencia pronunciada en la 1I Asamblea Nacional, en


Alcobendas, Madrid, 1978)

LA IGLESIA EN EL MUNDO ACTUAL


Para comprender lo que el Señor está haciendo con la Renovación Carismática hemos
de comprender algo de la situación de la Iglesia en eI mundo, de hoy.

En tiempos pasados toda Europa fue cristiana. Pero hace centenares de años que
ciertas fuerzas trabajan para descristianizar a Europa.

Durante cuatrocientos años la Iglesia ha presentado ante el mundo, no un testimonio


de amor y unidad, sino de desunión, de luchas y rivalidades. En el siglo pasado
algunos profesores de la Sagrada Escritura empezaron a enseñar de una forma que
minaba la confianza de los cristianos en la Palabra de Dios. Dentro de Europa ha
habido una disminución progresiva de la fuerza y de la fe cristiana. Escandinava, por
ejemplo, país en otro tiempo cristiano, tiene ahora el porcentaje más alto de
alcoholismo, drogas y suicidios. De la Iglesia Anglicana, que fue tan fuerte, ahora
sólo van un dos o tres por ciento a la iglesia el día de Pascua. Igual situación en los
países católicos: en Bruselas sólo un diez por ciento va a la iglesia el domingo.
Semejante es la situación en Italia y Francia, y muchos otros países del mundo.

Pero durante los últimos setenta años ha habido un fuerte movimiento del Espíritu
entre todos los cristianos.

El primer día del siglo XX el Papa León XIII en carta dirigida a todos los Obispos
afirmaba: “El empezar un nuevo siglo es una nueva efusión del Espíritu Santo”. En el
mismo día comenzaba en Topeka (Kansas, USA) lo que llamamos Movimiento
Pentecostal Clásico. Aquel Papa se sorprendería en el cielo al ver dónde dio fruto su
mensaje. Hoy día esta corriente del Espíritu Santo es la fuerza mayor que se
desarrolla y propaga por todos los cristianos del mundo.

Entre los años 1957 y 1960 este movimiento entra en algunas iglesias protestantes.
Luteranos y Episcopalianos también experimentan el Bautismo en el Espíritu y todos
los dones carismáticos, sin abandonar sus iglesias, aunque no les fue nada fácil.
En 1967 el Espíritu Santo nos sorprende a nosotros los católicos, y empieza entonces
la R.C. en la Iglesia Católica.

EXTENSION DE LA R.C. EN LA IGLESIA CATÓLlCA

Según encuestas realizadas últimamente, unos cinco millones de católicos en Estados


Unidos han tenido alguna relación con la Renovación Carismática. Esto supone el 10
por ciento de los católicos norteamericanos, lo cual es de gran influencia en la Iglesia
Católica de este país.

También se esparce muy pronto por todo el mundo en la Iglesia Católica. Crece
rápidamente en América del Sur, por ejemplo, en Colombia, donde hay más de diez
mil grupos de oración. En Centroamérica y Venezuela ha habido conferencias con
más de 25.000 personas.
En Montreal (Canadá) se reunieron 50.000 católicos de habla francesa para una
Conferencia de la R.C. En el Pentecostés de este mismo año, en Nueva Jersey (USA)
se reunieron 70.000 cristianos en un encuentro ecuménico.

Crece abundantemente en Francia, en Irlanda. También en los países asiáticos, de


manera especial en Filipinas y en Shiri Lanka (antes Ceilán).
Se está dando una nueva efusión del Espíritu Santo por todo el mundo. ¿Por qué hace
esto el Señor? Creo que ÉL quiere restablecer nuestra confianza en la Iglesia, reparar
el daño que durante los últimos siglos se hizo en la Iglesia, que redescubramos la
Biblia como su Palabra, reforzar los lazos de amor y unidad entre los cristianos,
reparar toda la fragmentación que hay en los países europeos.

A veces pensamos: ¿en qué consistirá esto?


Hace un año el Cardenal Suenens, a dirigentes de la R.C. y teólogos que reunió, nos
pidió que tratáramos de buscar y comprender en profundidad lo que Dios quiere
hacer y está haciendo a través de la R.C. Nos pareció ver cada vez más claro que
Dios está derramando su Espíritu para restaurar y restablecer simplemente la vida
cristiana, la vida normal de la Iglesia.

El Cardenal Suenens suele decir que los católicos normales viven una vida que “es
anormal” y nos pidió que buscásemos en el Nuevo Testamento aquellos aspectos que
manifiestan una vida cristiana normal. ¿Cuál es la Visión que nos da el Nuevo
Testamento de una vida cristiana normal? Descubríamos cuatro elementos
fundamentales que deseo compartir con vosotros hoy.

PRIMER ELEMENTO: ACEPTAR A CRISTO COMO SALVADOR Y


SOMETERNOS A ÉL COMO NUESTRO SEÑOR

No es normal para los cristianos el no conocer a Jesús como su Salvador, el ignorar


en su interior que Cristo, murió por ellos, que derramó su sangre para salvarnos.

Vida cristiana normal significa reconocer a Cristo como nuestro Salvador, el que
quita nuestros pecados y restablece nuestra unión con el Padre. Jesús es el que nos
une con Él para siempre y nadie más que Jesús. ¡Aleluya!

No basta recibir y aceptar a Jesús como nuestro Salvador y gozar la alegría de


saberlo. Hay que someterse a ÉL como Señor. Esto quiere decir que aprendamos que
le pertenecemos a ÉL.

Fuimos creados por ÉL y para ÉL. El primer capítulo de la carta a los Colosenses nos
dice que Dios creó el universo por Jesús y para Jesús. Hemos sido creados para el
Hijo de Dios. No nos pertenecemos, pertenecemos al Hijo de Dios.

Por el precio de su sangre fuimos comprados y rescatados del pecado y de la muerte.


Por estos dos motivos le pertenecemos a ÉL.

Cuando damos algo a Jesús, nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestras cualidades para
que las use, cuando nos entregamos a nuestros hermanos y hermanas, sólo le
devolvemos propiedad robada: si todo le pertenece, devolvámosle todo. ¡Aleluya!

Someterse a Jesús como Señor quiere decir entregarle nuestro tiempo, nuestro dinero,
nuestros dones, nuestras relaciones, nuestras decisiones. No son ya nuestras
posesiones. Han de ser usadas para el Reino de Dios. Hemos de recibir orientaciones
de Jesús sobre cómo quiere ÉL que usemos nuestras vidas y todo lo que tenemos para
ÉL.

¿Qué significa amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra
mente, con todas nuestras fuerzas? Someterse a Jesús como Señor y dejar que ÉL use
nuestras vidas como ÉL quiera.

Por tanto: vida cristiana normal quiere decir: conocer a Jesús como nuestro Salvador
y someternos a Él como Señor. Aunque vayamos a la iglesia todos los domingos,
recitemos el rosario y demos nuestro dinero en las colectas, si no reconocemos a
Jesús como Salvador y no nos sometemos a ÉL como Señor, no vivimos vidas
cristianas normales.

SEGUNDO ELEMENTO: UNA VIDA VIVIDA EN EL PODER Y LA


FUERZA DEL ESPIRITU

Si el Espíritu Santo es invisible, los resultados de su presencia y su acción son muy


visibles. Donde no vemos los resultados de su presencia, tal vez es porque no esté allí
como debería estar.

Se nos ha dado el Espíritu para que se manifieste en nuestras vidas, cambiar las
cosas, dar testimonio y hacer a Jesús visible en el mundo. Jesús habló de cosas
concretas que el Espíritu iba a hacer en el mundo.

El capítulo octavo de la carta a los Romanos habla de nuestra debilidad y flaqueza


para orar, pero el Espíritu nos ayuda con gemidos inefables. Jesús habló un día a la
Samaritana de la verdadera adoración, del culto a Dios en espíritu y en verdad.

Jesús vino a hacer de su pueblo el nuevo templo de Dios. Nosotros somos este pueblo
y este templo que puede dar culto a Dios en espíritu y en verdad.

Una de las cosas más importantes que suceden en la R.C. es la alabanza y la


adoración: Dios es adorado y glorificado en Espíritu y en verdad.

Esto es lo que quisiera decir a mis hermanos de España: no dejéis de alabar a Dios
continuamente. ¡Aleluya! Jesús respondió un día a los fariseos que le pedían
reprendiera a sus discípulos porque alababan a Dios a grandes voces: “Os digo que si
éstos callan gritarán las piedras” (Lc 19,37-40).

Jesús nos da el Espíritu para que podamos dar testimonio de Él. Un día, Jesús mandó
a sus apóstoles que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa
del Padre, y les dijo: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos” (Hch 1,8).

Fijaros en lo que dijo Jesús: No seréis testigos de una institución o de una moralidad
o de un credo. Seréis testigos de Mí, del Hijo de Dios vivo que habéis encontrado.
Seréis testigos de Jesús resucitado. Podréis decir: ¡JESUS VIVE!

TERCER ELEMENTO: UNA VIDA DE RELACION EN COMUNIDAD

Jesús vino a hacer de nosotros un pueblo, un cuerpo, una comunidad. Dio los dones
carismáticos para fortalecer nuestra mutua relación en comunidad. En el capítulo XII
de la Primera a los Corintios nos dice S. Pablo que las relaciones de los cristianos
entre sí son como las de los miembros del cuerpo humano entre sí.

La conversión cristiana no es sólo conversión a la persona de Cristo, a una vida en el


Espíritu. Es también una conversión a nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Es no
sólo aceptar a Cristo, sino también aceptar a los hermanos y hermanas en Cristo. No
es completa hasta que no entramos en una relación de hermanos y hermanas en
Cristo.

¿En qué consiste esta relación? Relacionarnos unos con otros, no sobre la base de la
propia conveniencia, sino fundándonos en un compromiso. Porque estamos
comprometidos no solamente con Cristo, sino también con nuestros hermanos.

La R.C. permanecerá superficial si no nos comprometemos unos con otros.

Es decir, ser hermanos y hermanas en Cristo quiere decir que no sólo vamos a buscar
a dos o tres con los que nos llevamos bien, con los que nos gusta estar, de los que
podemos ser amigos. Relacionarse a este nivel no es más que amarse unos a otros
como la gente del mundo se ama y no como Cristo nos amó a nosotros.

Nada agradable le resultó a Jesús amarnos a nosotros. Ningún apoyo emocional


recibió de sus discípulos, ni le comprendieron muy bien, continuamente le
decepcionaron, pero ÉL siguió amándolos. Este es el amor que Jesús quiere que
tengamos unos con otros. Amar, no solamente porque recibimos algo en retorno, sino
por el poder y el Espíritu de Jesús “que está” en nosotros.

Por tanto, ser hermanos y hermanas, es preocuparme no sólo de mi bien, sino del bien
de los demás. Orientar mi vida, mis decisiones no apoyándome sólo en lo que es
bueno para mí, sino en lo que es bueno para «nosotros».
Muchas de mis decisiones personales tienen que dejar de serlo. Por ejemplo, cuando
se trata de tomar nuestras vacaciones, etc. Son decisiones que afectan al Cuerpo de
Cristo.

El Cuerpo de Cristo sufre numerosos problemas porque muchos hermanos y


hermanas no se han preocupado de las necesidades de los demás.

Jesús nos ha dicho que este amor a los hermanos es la señal y el secreto para atraer a
aquellos que no crean en ÉL.

Si nos preocupamos de una obra de evangelización, por ejemplo, de recristianizar a


España, tenemos que ocuparnos y preocupamos de nuestras relaciones de hermanos
entre nosotros.

CUARTO ELEMENTO: UNA VIDA CRISTIANA QUE PRODUZCA FRUTO

Jesús murió en la Cruz, resucitó y envió su Espíritu para que nosotros nos hiciéramos
sus discípulos y diéramos fruto, el fruto de su Espíritu en nuestras vidas y en nuestras
relaciones, el amor de Cristo en todas nuestras obras, el fruto de que nuevos
hermanos lleguen a ÉL por la obra de la evangelización.

La voluntad de Dios es que crezca su Iglesia, que el mundo llegue a la fe, no que la
Iglesia pierda la fe; que la Iglesia evangelice al mundo y no que el mundo evangelice
a la Iglesia.

Se necesita una profunda renovación en la Iglesia. En las parroquias no se vive una


vida cristiana normal: los cristianos no se aman unos a otros y cada vez son menos
los que se preocupan de entrar a formar parte de la vida parroquial.

La Iglesia necesita ser restaurada a una vida cristiana normal.

¿Cómo podemos restablecer esta vida cristiana? La misión puede ser abrumadora, los
problemas enormes, la fuerza del secularismo puede resultar muy fuerte, la Iglesia
puede aparecer débil, la visión que nos presenta el Nuevo Testamento nos puede
parecer demasiado excelsa: en definitiva, podemos sentirnos abrumados.

Quiero deciros cuál es el secreto importante: a aquél que es fiel en lo poco se le


confiarán cosas grandes. Si no sois fieles a lo que Dios os da hoy, aun lo que tenéis se
os quitará. En esto Jesús es muy claro.

Nuestra fidelidad y nuestra falta de fidelidad tienen consecuencias importantes para


nosotros y también para los demás. Es estrecho y costoso el camino que conduce a la
vida y pocos lo encuentran.

Jesús nos da fuerza hoy, nos da luz e inspiraciones del Espíritu Santo, puede
movernos a orar por los miembros de nuestras familias, por los de nuestras
congregaciones religiosas, puede inspirarnos a comprar un libro y dárselo a un amigo
o ir a casa y amar más de lo que hasta ahora hacíamos a nuestro marido o mujer; a
aquél que es fiel a la gracia que se le da hoy se le dará más gracia mañana. La
Renovación en España está empezando, relativamente es pequeña: pero recordad: al
que es fiel en lo poco se le confiarán cosas mayores. ¡Gloria a Dios!

14 - LA INTERCESION.

LA INTERCESION UNA FORMA DE


ORAClÓN
Por KATY Martínez

Al decir de Teresa de Ávila, orar es “hablar de amor con quien sabemos nos
ama” o parafraseando el dicho, intercesión es presentar el dolor que
padecemos en el hermano a quien sabemos que nos cuida.

Aquel que ha conocido el dolor en que viven seres humanos muy concretos, al
sentirse saturado de tanto sufrimiento y tratar de olvidarlo huyendo, descubre
que es imposible, y el corazón le estalla en pedazos.

¿Qué camino queda cuando se ha tomado contacto con el dolor humano, si la


huida está penada con la muerte? Hay una salida viable: la intercesión.

Interceder es tanto como asumir el sufrimiento ajeno haciéndolo nuestro,


palpar nuestra incapacidad para salir de él, gritar a los que están cerca:
¡ayudadnos!, y mirando al que puede salvar decirle: ¡Ven, Señor, no tardes!

Los cuatro peldaños de la oración de intercesión son: compasión, pobreza,


unidad y confianza.

COMPASION

En su sentido originario quiere decir compartir una pasión, participar de ella,


hacerla propia. Pero ¿hasta qué punto es real esto de hacer propio el dolor
ajeno? Respondería con otra pregunta: ¿hay algo más indómito que el
corazón? A la razón se la puede someter, a la inteligencia se le pueden dar
órdenes; pero a tu corazón, no pierdas el tiempo, como se apasione en algún
lugar allí se queda. Quien tiene un corazón misericordioso, es decir, un
corazón que no puede evitar el permanecer junto al mísero (miseri-cor), que
su lugar y su pasión están junto al que sufre, puede hacer suyo el dolor ajeno
hasta el punto de implicar toda su existencia.

“Misericordia quiero y no sacrificios” son palabras proféticas que siguen


resonando hoy cada vez que abrimos nuestros oídos a la voz del Señor. Si
tenemos entrañas de misericordia, dejaremos que nuestro Corazón corra junto
al que sufre para permanecer y padecer con él.

“Lo que os mando es que os améis los unos a los otros, de modo que todo lo
que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda” (Jn 15.16-17).

POBREZA

Experimentar que nada se puede hacer ante el dolor es aceptar el desgarrón de


María junto a la Cruz de Jesús. Es la máxima pobreza y la máxima compasión.

”No está en el número tu fuerza, ni tu poder en los valientes, sino que eres el
Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, apoyo de los débiles,
refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados” (Jdt 9,11): Estas son
nuestras credenciales para comparecer ante Dios, el ser pequeños y débiles,
desvalidos, desesperados: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a
pequeños” (Lc 10.21).

UNIDAD

”Separados de mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Es necesaria la unidad en


el Cuerpo del Señor. El cuerpo es la cabeza y los miembros: “Donde hay dos o
tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18 20). Esta
es la fuerza de la unidad, la fuerza que nos da el Espíritu del Señor que hace
que nuestra oración sea siempre oída. “Si permanecéis en mí, pedid lo que
queráis y lo conseguiréis, la gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto”
(Jn 15,7-8).

Esta condición y este ruego, “si permanecéis... pedid...", van dirigidos a unos
cuantos, no hace falta que sean numerosos, basta que haya un mínimo, dos o
tres. ¿Qué puede unir a unos cuantos, si no es el Espíritu del Señor? Donde
hay unidad está el Espíritu y allí se hacen presentes los frutos. "La gloria de
mi Padre está en que deis mucho fruto” (Jn 15,8).
La unidad está representada por dos o tres, pero es unidad que se integra en
toda la Iglesia orante. Es unidad que lleva a la comunión con todos los Santos,
que va más allá de toda apariencia humana porque salta las barreras del:
tiempo y del espacio.

CONFIANZA

¿Cómo pueden confiar los desesperados, los pobres, los desvalidos? En la


desesperación de los que creen puede abrirse una ventana que da a su pasado.
Es el recuerdo de los beneficios recibidos del Señor, el reconocimiento de su
fidelidad a lo largo de toda su propia vida. No hay más que repasar una a una
las maravillas del Señor, como solía hacer Israel cuando se veía indefenso
ante un nuevo peligro. Un ejemplo es el salmo 106: “Muchas veces los libró,
mas ellos, indóciles adrede, se hundían en su culpa; y los miró cuando estaban
en su angustia escuchando su clamor. Se acordó en favor de ellos de su
alianza, se enterneció según su inmenso amor. ¡Sálvanos, Yahvé, Dios
nuestro, reúnenos de entre las naciones!” (Sal 106, 43-47).

Al recordar los favores recibidos del Señor, brotan la alegría y la paz. Con
ellas es posible la confianza firme. Entonces se advierte cómo la Palabra de
Dios estaba interpelando: “¿Acaso se ha vuelto mi mano demasiado corta para
rescatar, o quizá no habrá en mi vigor para salvar?” (Is 50,2). Como
consecuencia, el creyente no espera a ver superado su dolor; la confianza
puesta en el Señor hace brotar de él un canto nuevo de alabanza y de acción de
gracias.

UNA DESVIACION A PREVENIR

En el intento de superar la desesperación, en vez de abrir una ventana sobre el


pasado, podemos intentar abrir una puerta sobre el futuro, como cuando
marcamos el camino al Señor, indicándole cómo ha de actuar para venir a
salvarnos. También Israel sucumbió en esta tentación. Leemos en el libro de
Judit cómo esta mujer recrimina a los jefes de la ciudad de Getulia porque en
su desesperación ante la sed que padecía el pueblo habían emplazado a Dios
para que actuara en su favor en el plazo improrrogable de cinco días:

“Escuchadme, jefes de los moradores de Betulia. No están bien las palabras


que habéis pronunciado hoy delante del pueblo, cuando habéis interpuesto
entre vosotros y Dios un juramento, asegurando que entregaríais la ciudad a
nuestros enemigos si en el plazo convenido no os enviaba socorro el Señor.
¿Quiénes sois vosotros para permitiros poner hoy a Dios a prueba y suplantar
a Dios entre los hombres? ¡Así tentáis al Señor Omnipotente, vosotros que
nunca llegaréis a comprender nada! Nunca llegaréis a sondear el fondo del
corazón humano, ni podréis apoderaros de los pensamientos de su
inteligencia, pues ¿cómo vais a escrutar a Dios que hizo todas las cosas,
conocer su inteligencia y comprender sus pensamientos? No hermanos, no
provoquéis la cólera del Señor, Dios nuestro. Si no quiere socorremos en el
plazo de cinco días, tiene poder para protegemos en cualquier otro momento,
como lo tiene para aniquilarnos en presencia de nuestros enemigos. Pero
vosotros no exijáis garantías a los designios del Señor nuestro Dios, porque
Dios no se somete a las amenazas como un hombre, ni se le marca como a
hijo de hombre una línea de conducta. Pidámosle más bien que nos socorra,
mientras esperamos confiadamente que nos salve, y El escuchará nuestra
súplica, si le place hacerlo” (Jdt 8,11-17).

Este pasaje es toda una enseñanza que no necesita aclaración.

Orar, presentando el dolor que padecemos en el hermano, a quien sabemos


que nos cuida, es interceder, y ello conduce a un acontecimiento sorprendente,
no sabemos cuál, pero, desde luego, será algo que nos ha de llevar a la
alabanza, porque veremos una nueva manifestación del amor del Señor para
con nosotros.

"Todo el puebla quedó lleno de estupor, y postrándose adoraron a Dios y


dijeron a una: ¡Bendito seas, Dios nuestro que has aniquilado el día de hoy a
los enemigos de tu pueblo!” (Jdt 13-t 7).

LOS GRUPOS DE INTERCESION


Por BEATRIZ GRACIAS

Uno de los ministerios de máxima importancia que tenemos en nuestros


grupos y comunidades para someter a la oración de los demás cualquier tipo
de problema o dificultad que podamos experimentar en nuestra vida en el
Espíritu son los llamados grupos de intercesión.

Todos sabemos por experiencia las maravillas que obra el Señor en las
personas a través de este ministerio.

Jesús nos da verdaderamente su poder y unción para orar con fe y pedir “en el
nombre del Señor” (St 5.14) la curación interior, la liberación de complejos,
miedos, traumas, la fortaleza en momentos de decaimiento.

Aquí palpamos la acción del Señor y el cumplimiento de sus palabras:


"Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el
que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama se le abrirá... Si vosotros
siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre
del cielo dará el Espíritu a los que se lo pidan!” (Lc 1 t .8•13).
Aquellos grupos y comunidades que han llegado a cierto grado de crecimiento
y madurez organizan este ministerio mediante un grupo estable de intercesión
que en momentos determinados de la semana está a disposición de los
hermanos que quieran acudir. Es importante para todos, saber que, tal día y a
tal hora se puede acudir al grupo, que está para ofrecer una atención espiritual
muy personal a las necesidades concretas. En cualquier atasco en que nos
podamos encontrar, o en cualquier dificultad para orar por nosotros mismos,
tenemos este medio de experimentar que no estamos solos y que el Señor nos
fortalece a través de los hermanos.

¿POR QUE UN GRUPO PERMANENTE?

Se trata de un ministerio o servicio que la comunidad ha encomendado a unos


hermanos, después de haber discernido quiénes poseen los dones necesarios.
Instituir un equipo permanente es importante, tanto para los que lo forman
como para los que acuden a la intercesión.

Si tenemos un grupo estable, éste podrá reservarse el día de la semana y el


tiempo necesario para atender a su ministerio sin prisas, con toda la paz y
tranquilidad que se necesita en ambiente de oración y recogimiento.

Se podrá también llegar a la necesaria compenetración y entendimiento entre


las personas que forman el equipo. En la medida en que sean “todos del
mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos
sentimientos” (Flp 2,2), tendrá fuerza la oración que hagan por cada hermano.

Como grupo estable irá adquiriendo, cada vez en mayor grado la experiencia,
discernimiento y, sobre todo, la sabiduría del Espíritu que tanto se precisa en
este ministerio.

A veces, en los retiros, nos encontramos con mucha gente que necesita acudir
al grupo de intercesión, y recurrimos, a la formación de otros grupos echando
mano del equipo de servidores o de las personas que llevan mucho tiempo en
el grupo de oración. Estos grupos improvisados presentan una gran
desventaja, o porque a veces se pone a personas que no tienen las suficiente
experiencia, o por la dificultad de que sepan compenetrarse en la oración.

De todas maneras, si se encuentran con problemas difíciles que requieren


varias sesiones, deben saber remitirlos al grupo estable.

Para los que acuden a la intercesión es muy importante que se encuentren con
personas que tienen experiencia en este ministerio, que conozcan otros casos y
sepan cómo deben tratar el suyo y que lo puedan seguir después en las
sesiones que se necesiten. Hay personas que siempre que se forma un grupo
acuden a él. Esto se evitará con el grupo estable que podrá discernir qué tipo
de oración necesita, si curación interior, o física o liberación, o el sacramento
de la reconciliación, o una orientación y consejo más apropiados.

El encontrase con las mismas personas cuando se acude al grupo facilita la


confianza y ayuda a abrirse más directamente.

CUALIDADES DE LOS QUE FORMAN EL GRUPO

Las personas que forman el grupo no conviene que sean muchas. Como
máximo pueden ser cuatro. Cuantos más sean, tanto más difícil resultará
abrirse a los que vienen a la intercesión, pues siempre se desea que haya pocos
testigos. El grupo ha de ser mixto, ni sólo hombres ni sólo mujeres. Será
bueno que haya un sacerdote.

Deben ser personas con un conjunto de cualidades humanas y espirituales.


Como base humana se requiere que sean personas equilibradas, libres de
problemas psicológicos y emocionales, mentalmente sanos y capaces de una
relación interpersonal fácil, con el don de saber escuchar y por tanto con
mucha paciencia.

Es aconsejable que posean ciertos conocimientos de psicología y que estén


enteradas de todo tipo de problemas.

En cuanto a las cualidades espirituales, lo más importante es que sean


personas de oración intensa y por tanto que tengan el don de la fe. Las
personas que acuden al grupo muchas veces necesitan fe más que ninguna otra
cosa, y los que oran por ellos deben comunicarles esta fe.

Han de estar llenas del amor del Señor que a través de ellas pase a los demás
para curar.

El don del discernimiento no puede faltar. Siempre habrá que distinguir en


cada hermano que viene al grupo qué clase de oración necesita, cuál es el
verdadero problema, si son necesarias más sesiones, o si el tipo de ayuda que
precisa es orientación y consejo. Hay personas que lo que necesitan es
desahogarse, que alguien las escuche, y entonces después de esto basta una
oración de fortalecimiento.

De las personas que forman el equipo debe haber una que lleve la iniciativa
tanto en la entrevista como en la oración, y que sólo ella haga las preguntas, y
si las demás han de intervenir, sea con parquedad y discreción. Se requiere
mucho tacto, delicadeza, discernimiento y amor para saber hacer las preguntas
sin herir, y apreciar cuándo no hay que insistir, cuándo hay que retroceder.
Cuando llega el momento de reunirse para este ministerio, deben orar todos
juntos antes de empezar y pedir al Señor la asistencia que necesitan. Cada uno
debe ir muy purificado, y si un día uno no se encuentra bien o está
experimentando alguna dificultad importante, es mejor o que no participe ese
día o que procure orar intensamente.

Después de la oración se debe guardar secreto sagrado sobre todo lo que en el


grupo se ha dicho y oído. Entre las personas que forman el grupo no se deben
hacer comentarios sobre las personas que han acudido a la intercesión, pues
les encomendaron algo muy íntimo y se fiaron totalmente del grupo. Por muy
difíciles y problemáticas que sean las personas que han acudido no se debe
hablar de ellas fuera del grupo.

Como una prolongación del ministerio que realizan en el grupo de intercesión,


cada uno de sus componentes debe seguir encomendado a los hermanos por
los que oraron en su oración personal y diaria. Nuestra fidelidad en la
intercesión diaria por las necesidades de los demás exige que las pongamos en
primer lugar antes que nuestras conveniencias y comodidades.

Habrá veces que nuestra oración de intercesión no nos traiga gozo, o que
pierda su atractivo para nosotros, o que nos sintamos tentados de dejarlo y
olvidarlo todo. Pero la intercesión es precisamente esto: cargar con los
problemas y enfermedades de los demás y en cierta manera también sufrirlos
nosotros.

Por la Palabra del Señor sabemos que El recibe con gozo nuestras oraciones y
que las oye. Y por experiencia comprobamos cómo la oración hace que todo
cambie.

El orar unos por otros es una dimensión indispensable del amor que debemos
tenernos, y de esta manera nos ayudamos "mutuamente a llevar nuestras
cargas y a cumplir así la ley de Cristo” (Ga 6,2).

LAS PERSONAS QUE ACUDEN AL GRUPO

Deben saber ante todo para qué es el grupo de intercesión, que de ningún
modo es algo que obra automáticamente, ni una especie de “agua de Lourdes”,
ni que todo se soluciona con que oren por ellas imponiéndoles las manos.
Deben ser conducidas a una fe profunda en el poder de Jesús, y sobre todo a
aceptarle como el Señor de sus vidas.
Para esto han de comprometerse de alguna manera, principalmente en la
oración personal de cada día y en la relación que están viviendo con el Señor.

De los casos que he conocido hay uno que me ha enseñado de manera


especial.
Un día vino al grupo de intercesión una joven que se sentía abandonada de los
suyos y era adicta a drogas. Permaneció en silencio y no manifestó nada. Su
problema era tan grande y complicado que no se atrevió a exponerlo. El grupo
se limitó a hacer una breve oración por ella.

Pocos días después solicité hablar personalmente con ella, y sintió confianza
para abrirse al ver que yo disponía de tiempo. Durante las cuatro horas y
media que estuvimos hablando yo me limité a escuchar, excepto cuando hice
de vez en cuando alguna pregunta.

Al terminar yo no sabía qué decirle. Sentí un gran amor por ella, necesitaba
algo más que curación de recuerdos. El Señor me iluminó para sugerir que
fuera al sacramento de la penitencia. Como se manifestaba refractaria, prometí
acompañarla a un sacerdote lleno de Dios y comprensivo.

En la confesión encontró a Jesús. Lo más importante es que por fin pudo


perdonar, aceptó al Señor en su vida, y su odio se convirtió en amor. A partir
de entonces empezó su verdadera conversión.

Después he mantenido contacto permanente con ella en sesiones


complementarias, y a pesar de que no le faltan tentaciones y pequeños
fracasos, está creciendo profundamente en la vida del Espíritu. y ahora es
instrumento para que otras personas lleguen a conocer al Señor.

Después de todo lo dicho, no deja de tener importancia el ambiente en que se


realiza este ministerio. Los factores exteriores también influyen, como el
silencio, la intimidad, una luminosidad discreta, de forma que la persona que
viene se sienta tranquila y relajada y todos los del grupo le inspiren confianza
y seguridad.

El PODER EN LA INTERCESION EN
LA “CASA DE BETANIA”
Por MANUEL CASANOVA, S. J.

En junio de 1974 tuve ocasión de participar en el Encuentro Internacional de


la Renovación Carismática en la Universidad de Notre Dame, South Bend,
Indiana, EE.UU. En esta Asamblea me enteré que inmediatamente después,
del 18 de junio al 27 de julio, se iba a celebrar un retiro muy especial: 40 días
de intercesión, abierto a sacerdotes, diáconos y obispos, y cuya finalidad era
hacer intercesión, con oración y ayuno, por los sacerdotes, diáconos y obispos.
Había la posibilidad de que los que no pudieran estar los 40 días se les
aceptara para 15 días o una semana.

No sabía yo lo que podía sacar de todo aquello, pero queriendo aprovechar las
tres semanas de estancia en EE.UU., me fui, después de estar unos días en la
comunidad carismática de Ann Arbor, al seminario Sto John, en Plymouth,
Michigan.

Cuando llegué allí fui recibido por unos 25 sacerdotes, la mayoría de EE.UU.
y Canadá, pero también de Alemania. Japón, Méjico. Bélgica e Inglaterra.
Había sacerdotes diocesanos, jesuitas, benedictinos, basilianos y un monje
trapense. Su trabajo era en parroquias, colegios y universidades, casas de
Ejercicios, hospitales, cargos administrativos y también en ministerios
especializados: apostolado familiar, renovación carismática y “counseling”.

George Kosicki era el responsable. Un basiliano que en 10 años ha dado


muchos retiros y ejercicios espirituales a sacerdotes desde Corea hasta Perú.
Le pregunté cómo se les había ocurrido organizar un retiro de esta clase.
"Hace unos meses -me dijo- Geral Farell, M.M. y yo estábamos de
peregrinación en Asís. Gerry es misionero en Seoul, Corea. Allí, siguiendo los
pasos y el recuerdo de Francisco, sentimos la llamada a hacer algo por los
sacerdotes cuyos problemas llevábamos como un peso grande en nuestro
corazón. Nos dimos cuenta que la solución estaba en una conversión radical a
Jesucristo.

Unos días después, en la celebración de la Eucaristía, el mismo P. Kosicki nos


expresaba su inquietud por los sacerdotes: “¿Es Jesús el Señor de nuestros
hermanos sacerdotes? Después de más de 60 retiros con sacerdotes por todo el
mundo, una de mis mayores penas es constatar qué pocos conocen realmente a
Jesús. Qué pocos sacerdotes oran, qué pocos saben escuchar su voz y
responder a su voluntad. Qué pocos sacerdotes realmente lo desean. Y al
mismo tiempo quedé maravillado del hambre profunda que tienen de Jesús.
Me decían: Enséñame a orar otra vez, enséñame a orientar mi vida de nuevo
para que pueda ser libre, libre de mis tinieblas y de mi pecado, de mi ansiedad
y de mis miedos! ¿Cómo puede uno liberarse?”.

Esta inspiración les vino en Asís y decidieron reservar 40 días del verano para
orar por los sacerdotes. Se comprometieron el uno con el otro delante de Dios
a llevar a cabo esta decisión aunque nadie más se uniera a ellos. Al final de los
40 días más de 100 sacerdotes habían pasado por "Bethany House”.

”BETANIA” ¿POR QUE BETANIA?

Al entrar en la sala-capilla donde nos reuníamos para orar se leían en la pared,


escritas con grandes trazos, las palabras: “¡Desatadle y dejadle andar!" Fue en
Betania donde Jesús llamó de nuevo a la vida a Lázaro, y, aquí al pedir día
tras día por los sacerdotes de la Iglesia, la historia de Lázaro parecía tomar
vida de nuevo entre nosotros. Jesús de pie junto a la tumba ora al Padre:
“Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me
escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me
has enviado”. Dicho esto gritó con fuerte voz "Lázaro, ¡sal fuera!”. Y salió el
muerto atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario.
Jesús les dice: "¡Desatadle y dejadle andar!” (Jn 11, 41•44). Así pues, al
interceder por nuestros hermanos sacerdotes, Jesús iba desatándonos a
nosotros y a ellos, y nos liberaba.

En este retiro el acento no estaba en buscar renovarnos a nosotros mismos,


sino en interceder por los demás según la inspiración del Espíritu Santo. El
programa diario comprendía Laudes y Vísperas en común, dos horas de
oración personal, dos horas de intercesión en común, la Eucaristía
concelebrada, una hora de enseñanza, una hora de compañerismo, y, al final
del día, una hora de compartir la fe en grupos.

Fue, sobre todo en los períodos de intercesión comunitaria, cuando


experimentamos con más tuerza la verdad de que Dios siempre da mucho más
de lo que podemos pensar o pedir. Que Dios da por añadidura lo que no le
hemos pedido para nosotros. Fue en esos momentos cuando algunos
sacerdotes recibieron la Efusión del Espíritu, una manifestación de los dones
de curación, de enseñanza, de profecía, de lenguas o de discernimiento, o
renovaron su entrega al Señor por los votos sacerdotales o religiosos. Muchos
recibieron mayor libertad para alabar y adorar al Señor.

Esta experiencia de intercesión por los sacerdotes se repitió en Roma en el


Año Santo, mayo-junio 1975 a continuación del Congreso Internacional de
Pentecostés.

Después de esta segunda experiencia cinco de ellos se sintieron llamados a


formar una comunidad de vida en una casa de oración. Así nació “Bethany
House of Intercesión”, Seminario de Ntra. Señora de la Providencia, en
Warwick, Rhode Island, EE.UU. Es una casa de acogida para todos los
sacerdotes, diáconos y obispos que necesitan un lugar de descanso, de oración
y de ayuda fraterna, sean de donde sean. Durante el año 75, 76, 300 sacerdotes
de todo el mundo han pasado por allí. En una carta reciente G.Kosicki se
expresaba así: “Es una alegría inmensa ver hermanos sacerdotes con la fe
reconstruida y la esperanza renovada”. Y los miembros de la pequeña
comunidad han prestado ayuda a centenares de sacerdotes en retiros,
ejercicios y conferencias por todo el continente americano.

El haber participado en las dos ocasiones, junio 74 y mayo 75, en estos largos
encuentros de intercesión me dio un gran deseo de compartir con hermanos
sacerdotes de España lo que viví allí. Tal deseo se hizo concreto este año de
1078 en la primera semana para sacerdotes que tuvo lugar en el “Casal Borja”,
PP. Jesuitas, de San Cugat del Vallés, Barcelona. 60 sacerdotes participaron, y
pudimos experimentar la verdad de que Jesús es quien da la vida
(“¡LÁZARO, SAL FUERA!”) y a nosotros nos invita a desatarnos unos a
otros (“Desatadle y dejadle andar”) para poder caminar con la libertad del
Espíritu en el ministerio sacerdotal.

Para el año 1979 se prevé otra semana para sacerdotes, de forma que muchos
más puedan participar de esa convivencia e intercesión fraterna.

15 - LA PROFECIA.

BAJO LA LEY DEL ESPIRITU


La voluntad de Dios, así como la gloria y alabanza que nosotros podemos
darle, consiste en que sepamos acoger ardientemente «el Don de Dios” (Jn
4,10), “la Promesa del Padre” (Hch 1,4), y en que “vivamos y obremos según
el Espíritu» (Ga 5,25), en que siempre seamos “conducidos por el Espíritu»
(Ga 5,18), y, por tanto, que la Iglesia entera se rija por «la ley del Espíritu»
(Rm 8,2), y que toda clase de ministerio sea «el ministerio del Espíritu» (2 Co
3,8).

El Señor Resucitado se hace presente y opera entre nosotros por la acción de


su Espíritu, «porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor,
allí está la libertad» (2 Co 3,17).

El cristiano, felizmente, no tiene otra alternativa más que vivir del Espíritu.
Jesús nos lo ha querido dar todo enviándonos al Paráclito «de junto al Padre»
(Jn 15,26):

Él es “el Espíritu de la verdad” (Jn 14,17),


«os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,13),
«os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26).
«os anunciará lo que ha de venir» (Jn 16,13),
«recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis
testigos» (Hch 1,8),
«Él dará testimonio de Mi» (Jn 15,26),
«Él me dará gloria» (Jn 16,14),
«No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que
hablará por vosotros” (Mt 10,20).

Esta es la perspectiva que Jesús nos presenta del plan divino. En contra puede
haber por parte nuestra dos tendencias equivocadas:

1ª: Actitud de ignorancia del Don del Espíritu:


- O de forma teórica, como es el caso de todos los cristianos que necesitan
evangelización y que a la pregunta sobre el Espíritu darían la consabida
respuesta: «pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el
Espíritu Santo” (Hch 19,2).

Lo que se ignora difícilmente se ama ni se desea. Desconocer “la Promesa del


Padre» (Hch 1,4) es quedarse fuera de la fiesta, en la antesala de la vida divina
a la que estamos llamados a compartir.

- O en sentido práctico: muchos cristianos, a pesar de que a nivel de la


confesión de fe lo creen, o no han llegado a gustar y experimentar el Don de
Dios, la vivencia de su presencia, o ni siquiera se plantean la necesidad de ser
fieles al Espíritu.

No escuchar la voz del Espíritu es una grave responsabilidad, porque «tiene


deseos ardientes el Espíritu que Él ha hecho habitar en nosotros» (Sí 4,5). Esto
ocurre cuando no se saben «discernir las señales de los tiempos» (Mt 16,3),
aquello que el Espíritu pide y sugiere a través de muchos y variados signos en
cada época, o cuando se confía más en los medios humanos y técnicos que en
los divinos en lo que se refiere a la obra de evangelización y ministerio (Le
10,2-12; 9,1-6).

En los planes de catequesis y educación de la fe, en las actividades de


gobierno del pueblo de Dios, en la organización de las comunidades y familias
cristianas puede haber muchas y variadas formas de pecar contra el Espíritu.

Por esto se echa de menos en numerosas obras cristianas la fuerza del


testimonio: no se aprecia un signo convincente del Reino de los cielos, ni se
percibe la luz encendida que ha de brillar para que los hombres «glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16).

“EI testimonio de Jesús es el espíritu de profecía” (Ap 19,10), nos dice la


Palabra de Dios. Es necesario que todo sea recreado y renovado por un hálito
pneumático, que todo sea «bautizado» en Espíritu Santo.

Es necesario que descubramos y apreciemos más los dones, poderes y


carismas que el Señor nos ha conferido, que no enterremos tantos talentos (Mt
25,24-30), y que produzcan fruto para la gloria del Padre (Jn 15,8).
No dar los pasos necesarios para la renovación y reforma que pide el Espíritu
es ir en contra del Reino de Dios y, en definitiva, contra el Señor. «El que no
recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30): el pecado de omisión es una
resistencia y negación formal del Espíritu.

2ª. Otra actitud en contra del plan divino es todo lo que de alguna manera
implica el querer manipular nosotros el Espíritu del Señor.

Sus manifestaciones más frecuentes son el abusar de los dones, no


poniéndolos al servicio de la comunidad, y el actuar como si uno
monopolizara al Espíritu, es decir, como si a él sólo manifestara el Señor lo
que se debe hacer y no hablara también a la comunidad y a través de ella (1
Co 14,36). Es una postura iluminista que conlleva la presunción de estimarse
“más de lo que conviene» (Rm 12,3) y no «siervos inútiles» (Le 17,10), o sea,
cierta soberbia espiritual de la que es difícil salir por la seguridad y
obcecación en que uno se encuentra.

Una variante de esta actitud es la minusvaloración de los dones naturales, del


esfuerzo y trabajo personal, con la excusa de que el Señor lo hará.

Toda desviación y exageración, que en un extremo supone negar al Espíritu,


contando más con nuestros propios medios humanos, y en el otro, creer que
está a merced de nuestra forma de entender a Dios, denota un intento, al
menos inconsciente, de querer apropiarse la gloria de Dios, que no a nosotros
sino a su nombre se debe (Sal 115,1; Is 42,8; 48,11).

El Señor lo prometió y ahora derrama sobre nosotros su Espíritu para hacer de


todos uno, su propio Cuerpo, de forma que siendo miembros los unos de los
otros, con vida y frutos abundantes, vivamos en la docilidad y en el
sometimiento, en el discernimiento comunitario.

Actitud de apertura constante al Espíritu, de anhelo del don de Dios, de sentir


humildemente la propia insuficiencia y pequeñez ante el Padre de las luces de
donde procede «toda dádiva y todo don perfecto” (St 1,17). Porque Dios no
cambia las leyes de la historia de la salvación: «da su gracia a los humildes”
(St 4,6) y colma «a los hambrientos de bienes» (Lc 1,53).

DlMENSION PROFETICA DEL


PUEBLO DE DIOS
Por LUIS MARTIN
El Antiguo Testamento es una preparación, pero también figura y anuncio del
Nuevo Testamento. En la multitud de personajes y sucesos que lo
protagonizan descubrimos unas líneas de convergencia: todo anuncia el
designio de salvación que se llegó a concretar y cumplir en una sola realidad:
Jesucristo.

Todo el Antiguo Testamento es una profecía del Nuevo Testamento.


En este anuncio del plan salvador destacan los profetas, hombres
excepcionales y dotados del carisma de revelación, que “movidos por el
Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios •. (2 P 1.211.

Moisés, vidente privilegiado de la gloria de Dios, “a quien Yahvé trataba cara


a cara”, y profeta como después “no ha vuelto a surgir en Israel" (Dt 34,10),
llegó a sentir un gran anhelo por todo su pueblo: “¡Quién me diera que todo el
Pueblo de Yahvé profetizara porque Yahvé les daba su Espíritu!” (Nm 11,26-
29).

Joel, siglos más tarde, contempló en visión la realización de este sueño y


predijo la efusión universal del Espíritu: “Derramaré mi Espíritu sobre toda
carne... y Yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu” (JI
3,1-6).

Tal habría de ser el acontecimiento de Pentecostés, con el que se inaugura


también una época de conocimiento universal de Dios dentro del Nuevo
Israel, conforme anunciara Jeremías: “Ya no tendrán que adoctrinar más el
uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: “¡Conoced a Yahvé”, pues
todos ellos me conocerán del más chico al más grande ...” (Jr 31,34).

San Juan en su primera epístola nos aclara esta clase de conocimiento: “La
unción que de Él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que
nadie os enseñe. Porque como su unción os enseña acerca de todas las cosas –
y es verdadera y no mentirosa-, según os enseñó, permaneced en Él” (1 Jn
2,27).

Sin duda que es un conocimiento, no puramente intelectual, sino, más bien, de


experiencia de alguien, del mismo Dios, con el que cada miembro del Nuevo
Israel puede tratar y hablar, en “libre acceso al Padre en un mismo Espíritu”
(Ef 2,18), por lo que ahora todos “con el rostro descubierto reflejamos como
en un espejo la gloria del Señor” (2 Co 3,18).

Esto nos da la clave para comprender cómo a partir de Pentecostés comienza


otra realidad característica del Pueblo de Dios, anunciada también por Joel: “y
profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas... y sobre mis siervos y siervas
derramaré mi Espíritu y profetizarán” (JI 3,1-6; Hch 2,17-21).
Es el profetismo universal que ha venido a realizarse tal como soñara un día
Moisés.

Es la participación universal del Espíritu del Mesías glorificado que, “exaltado


por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha
derramado lo que vosotros veis y oís” (Hch 2,33).

Todos pueden ahora profetizar en el Pueblo de la Nueva Alianza.


Todos participan del don profético de Cristo en virtud del envío del Espíritu
Santo en Pentecostés.

LA PROFECIA EN LA IGLESIA APOSTOLICA


En aquellas comunidades carismáticas de la Iglesia Apostólica, tal como
atestiguan los escritos del Nuevo Testamento, había hombres y mujeres que
poseían el don profético. Había profetas en la Iglesia de Jerusalén (Hch 15,32:
21,10), en la de Antioquia (Hch 13.1), en la de Efeso (Hch 19,6) y en Cesarea
(Hch 21,9).

En el seno de las comunidades se reconocía su competencia y relevancia, y


enseguida se vio cómo en el ejercicio profético, ya en un sentido más estricto,
sólo ciertos miembros eran llamados por el Espíritu y, en consecuencia,
reconocidos y aceptados como profetas por la comunidad.

Según San Pablo la profecía es un carisma que debe ser deseado: “por tanto,
hermanos, aspirad al don de la profecía” (1 Co 14,19), “no extingáis el
Espíritu; ni despreciéis la profecía: examinadlo todo y quedaos con lo bueno”
(1 Ts 5,1921), porque la profecía es para la edificación de la Iglesia.

Los profetas comunicaban la palabra viva de la revelación, el plan divino de


salvación del mundo y de la comunidad, la voluntad de Dios en la vida
concreta de cada cristiano, como en el envío de Pablo y Bernabé (Hch 13,2).
Ellos exhortaban de manera especial a los perezosos y cansados, y consolaban
a los tristes (1 Co 14.31: Hch 15,32) o ponían de manifiesto la malicia oculta
del hombre (1 Co 14,25).

Según la clasificación que nos da San Pablo, los profetas ocupan un lugar
importante en la Iglesia Apostólica: después de los Apóstoles y antes de los
Doctores o Maestros. Inmediatamente después de los Apóstoles, que poseían
la plenitud del carisma y un poder total sobre las comunidades tal como el
Señor les confiriera, vienen los profetas y doctores, como los más
directamente ligados con aquéllos, y porque las comunidades eran edificadas
y sostenidas por ellos de manera especial (Ef 2.20). Este era el fin de todos los
dones del Espíritu, por lo cual se llevaron la preferencia entre los demás
carismáticos.
Muy pronto se vio el peligro de los falsos profetas, de aquellos que sin razón
afirmaban poseer el Espíritu presentando como mensaje del Señor lo que no
era. Surgen enseguida las primeras reglas del discernimiento y el carisma del
discernimiento (1 Co 1210).

Lo mismo que ocurriera en el Antiguo Testamento, los profetas destacaban


por su asiduidad a la oración, y por su trato frecuente y profundo con el Señor.
Profecía y oración, si no fueron dones idénticos, estaban íntimamente unidos.

DEBILITAMIENTO DE LA PROFECIA
Pasada la etapa apostólica disminuyó el número y la importancia de los
profetas. En la segunda mitad del siglo II declina la época de los profetas en
las comunidades cristianas, y ya en los comienzos del siglo III es algo que
pertenece al pasado.

Generalmente se aducen dos causas para explicar este fenómeno: 1) la lucha


contra los falsos profetas, principalmente aquellos que surgen entre los
gnósticos, y la reacción contra el Montanismo. Esto provocó una desconfianza
general y hasta un rechazo del profetismo. 2) El progreso de la
institucionalización de la Iglesia, que dio pie a un debilitamiento de las
fuerzas carismáticas.

Historiadores y teólogos opinan que la desaparición del profetismo fue una


pérdida grave para la Iglesia y que, en cierta manera, favoreció una
acentuación excesiva de los elementos institucionales y del ministerio oficial.
La consecuencia fue que los carismas se desarrollaron en ciertos momentos
fuera de los circulas oficiales y hasta en las áreas periféricas del cristianismo,
como las sectas, por ejemplo.

Sin embargo, la manifestación de los dones del Espíritu pertenece a la esencia


de la vida de la Iglesia que es carismática por naturaleza. Podemos afirmar
que a lo largo de la historia de la Iglesia cada movimiento de reforma y
renovación, cada santo que apareció, fue una manifestación del carisma y de
la profecía, y que en cada época el Espíritu ha soplado en formas y
expresiones muy variadas.

ASPIRAD AL DON DE LA PROFECIA (1 Co 14,39)


El Magisterio supremo ha reconocido en el Concilio Vaticano II la
importancia de los carismas para la edificación de la Iglesia. Sus funciones y
cualidades entran dentro de las manifestaciones normales de la fe cristiana. En
la Constitución Dogmática sobre la Iglesia declara:

”EI mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios


mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que
también reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier condición,
distribuyendo a cada uno según quiere… Estos carismas, tanto los
extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con
gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la
Iglesia” (LG n, 12).

Respecto al profetismo se ha dado un primer paso al afirmar: “El Pueblo


Santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo
su testimonio vivo, sobre todo con la vida de fe y caridad, y ofreciendo a Dios
el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre”
(LG, n. 12).

Si antes se consideraba el profetismo en la Iglesia como función ministerial o


propia del magisterio jerárquico, ahora se reconoce su ejercicio comunitario
como actividad común a todos los fieles:

”Cristo, el gran Profeta, que proclamó el reino del Padre con el testimonio de
la vida y con el poder de la palabra, cumple su misión profética hasta la plena
manifestación de la gloria, no sólo a través de la Jerarquía, que enseña en su
nombre y con su poder, sino también por medio de los laicos, a quienes,
consiguientemente, constituye en testigos y les dota del sentido de fe y de la
gracia de la palabra (Cf.: Hch 2,17-18: Ap 19.10), para que la virtud del
Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social” (LG, nº35).

Al mismo tiempo que saludamos con gozo este gran progreso en el magisterio
eclesiástico respecto a la participación de los laicos en el ministerio profético
de Cristo y en general en todos los dones del Espíritu, constatamos cómo
dentro de toda la Iglesia, aun en las esferas donde no ha penetrado todavía la
Renovación Carismática, se siente una gran necesidad del don profético.

Son las personas proféticas las que más nos ayudan a mantener vivo el
Espíritu en la Iglesia (1 Ts 5.19) y a que las comunidades cristianas sean signo
visible de unidad, paz y amor.

No hay posibilidad de reforma y renovación en la Iglesia sin profetismo.


Los carismas son para la Iglesia tan esenciales corno el ministerio apostólico.

Si los apóstoles y los profetas fueron el fundamento de la Iglesia apostólica,


¿no será esto mismo válido para nuestra época?

.
FUNCIONES DE LA PROFECIA EN
LA CONSTRUCCION DE LA IGLESIA
JUAN MANUEL MARTIN MORENO, S. J
”Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres
por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio
de su Hijo” (Hb 1,1-2).

La Renovación Carismática en la Iglesia ha venido a restaurar una imagen


más completa del Cuerpo de Cristo que es su Iglesia, a devolverle el brillo y
los colores a ese hermoso cuadro que por el paso del tiempo podría quedar un
tanto empolvado. El carisma profético, tanto en el enfoque y atención que le
presta la teología como en lo que ha de suponer de experiencia en el seno de
cada comunidad cristiana, es uno de los aspectos que más necesita de esta
restauración.

La profecía nos hace presente una gran verdad que siempre hemos de tener en
cuenta: Dios habla. Nuestro Dios no es un dios muerto, ni un dios mudo,
como los de los gentiles que “tienen boca y no hablan” (Sal 115,5). Nuestro
Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, es Comunión de sí mismo. El
carisma profético viene a recordarnos que Dios ha hablado por medio de su
Hijo. Él es la Palabra del Padre.

Desde este punto de vista, su Palabra ya está completa. La Revelación ya


terminó, y no cabe esperar nuevas revelaciones, nuevas palabras. Pero sí que
es necesario actualizar cada día, a los oídos de las distintas generaciones, esta
Palabra que es Jesús: hay que modularla de nuevo para cada hombre en cada
circunstancia concreta. He aquí la tarea del carisma de la profecía: modular
para cada generación, para cada circunstancia, para cada hombre, esa Palabra
del Padre que es Jesús.

RENOVACION DEL CARISMA DE PROFECIA


Tradicionalmente la Iglesia siempre ha experimentado en su seno el don de la
profecía como algo que renueva su juventud, aunque es posible que en ciertos
momentos cayera en el olvido la palabra "profecía” para designar este
carisma.

Los grandes reformadores de la Iglesia, los maestros de espiritualidad, los


fundadores de órdenes religiosas han sido verdaderos profetas.

Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, la devoción al Corazón de Jesús


como reacción al moralismo jansenista, la espiritualidad de la infancia de
Santa Teresita no son sino diversas manifestaciones del carisma de profecía
que Dios envía para el rejuvenecimiento de la Iglesia.

Una de las grandes contribuciones de la R.C. ha sido volver a usar el nombre


bíblico de “profecía” para designar esa realidad viva de la Iglesia que antes se
consideraban como revelaciones privadas, corrientes de espiritualidad, etc.
Hoy podemos considerar profetas de la Iglesia a Santa Margarita María, a
Carlos de Foucauld, Helder Cámara, Juan XXIII, la madre Teresa de Calcuta.

Y es interesante notar cómo este carisma profético no coincide necesariamente


con el jerárquico. En numerosas ocasiones de la vida de la Iglesia la palabra
ardiente del Señor no ha llegado a través de la Jerarquía, sino por medio de
personas muy sencillas, como una Bernardita Soubirous o un hermano Carlos
de Foucauld. La Jerarquía ejercerá su propio carisma de discernimiento, pero
el carisma profético no es exclusivo de la jerarquía.

Otra de las grandes contribuciones de la R.C. a la renovación de la profecía es


el haber llamado la atención sobre el hecho de que este carisma es mucho más
común y frecuente de lo que tradicionalmente se pensaba. El Cardenal
Suenens habló de la democratización de los carismas, en el sentido de que no
son algo reservado para espíritus muy selectos, como los que antes hemos
mencionado, sino carismas “normales" que habitualmente deben darse en
todas las comunidades cristianas.

Por supuesto que no todas las intervenciones proféticas tienen la misma


trascendencia ni el mismo alcance para la construcción de la Iglesia. Hay
palabras proféticas, como la de Carlos de Foucauld, por ejemplo, que han
revolucionado la Iglesia y han renovado hasta los mismos cimientos de la
concepción de la vida consagrada.

Pero también es profecía la palabra pronunciada en un pequeño grupo de


oración, que no tiene más trascendencia que traer un poco de consuelo a una
persona que está sufriendo una gran angustia. O la palabra de un simple laico
que con temblor pide audiencia a su obispo para presentarle sus temores sobre
algún error que se está cometiendo en el gobierno de la diócesis. La
transcendencia de los tres casos mencionados es muy diversa, pero en todos
ellos nos encontramos con el ejercicio de un mismo carisma: la profecía, que
no es más que hablar en nombre de Dios y comunicar su mensaje con poder.

A veces se desconfía de los profetas y de sus denuncias. Se teme la


intromisión de los “no iniciados” en la dirección de la Iglesia. O por temor a
los falsos profetas se llega a eliminar la profecía de las comunidades.
Semejante actitud es como si se impidiera aprender a leer a los niños para
evitar que lleguen a leer libros malos. Ya en el siglo IIII se quejaba San Ireneo
de esta actitud: “Desgraciados aquellos que para evitar falsos profetas
rechazan el carisma de la profecía. Actúan como quien se apartase de la
comunión con sus hermanos para evitar el riesgo de caer en la hipocresía”
(Adversus Haereses III, 11,9). Es olvidar la recomendación de San Pablo: "No
extingáis el Espíritu; no despreciéis la profecía” (1 Ts 5,19-20).
EL LENGUAJE DE LA PROFECIA
La profecía se transmite con formas de lenguaje muy diversas. En la R.C. la
identificamos con cierto estilo literario en que se expresa el mensaje de Dios
en primera persona, como, por ejemplo: "Hijos míos, pueblo mío. Yo soy
vuestro Dios, etc....” Es el lenguaje clásico de la profecía, pero el mensaje de
Dios nos puede llegar de muchas otras maneras. En nuestros grupos de
oración hemos escuchado palabras tremendamente proféticas y de gran
trascendencia para el grupo que fueron expuestas según este estilo.

El mensaje profético de Dios a veces ni siquiera viene dado en palabras.


Puede ser un gesto sencillo o la acción del hermano la que resultó profética
para mí. Por ejemplo, la sonrisa de un hermano en el grupo puede ser un
mensaje muy personal de Dios, un gesto profético que habla más que mil
palabras.

¡Cuántos han comprendido el amor que Dios les tiene al recibir el abrazo de
paz de un hermano! Este abrazo ha sido profético. Basta recordar que los
profetas de Israel profetizaban también con el gesto y la palabra.

Otras veces nos puede llegar la profecía a través de la música, o en visión o en


sueño. San Pablo nos habla de “cánticos inspirados” (Col 3,16). El ministerio
de la música deben ejercerlo personas que tengan cierto carisma.

El escoger determinado canto en cierto momento de la oración puede


significar un claro mensaje de Dios para la comunidad o para alguno de sus
miembros.

La canción inspirada que se improvisa en ciertos momentos de la oración


puede llegar a convertir un corazón, como fue para San Agustín aquel niño
que cantaba el "toma y lee”.

El destinatario de la profecía puede ser toda la Iglesia, como en el caso de


Juan XXIII, o una comunidad concreta, como en el caso de las Iglesias del
Apocalipsis.

Otras veces se trata de un mensaje recibido para una persona concreta, como
el que recibió Ananías para transmitir a Pablo que acaba de convertirse (Hch
9,1016), o el que llegó a Pedro en una visión para Cornelio (Hch 10,1-43).

A veces la profecía puede ser para un miembro concreto de la comunidad,


pero el que la recibe no sabe para quién es. En algunas ocasiones hemos
experimentado cómo después de una profecía se ha levantado un hermano y se
ha identificado diciendo: "Esas palabras eran para mí”.
DISTINTAS FUNCIONES DE LA PROFECIA
Las diversas funciones que la profecía tiene dentro de la vida de la comunidad
están resumidas en la vocación de Jeremías: "para extirpar y destruir... para
edificar y plantar” (Jr 1,10).

En todos los libros de los Profetas podemos distinguir dos partes: una, de
denuncias y amenazas, y otra, de promesas y exhortaciones. Corresponden a
las dos partes de la función profética: destruir y construir.

Un profeta puede pecar o por sólo comunicar mensajes agradables (Cfr.: 1 R


22,5•38), o por no anunciar más que mensajes condenatorios, denuncias
amargas, planteamientos pesimistas.

Quizá algunos sectores de la Iglesia de hoy se han limitado a la denuncia


profética amarga y aun les falta por escribir el libro de la consolación:
“Consolad, consolad a mi pueblo, dice el Señor” (Is 40,1).

a) Revelación
Dentro del objetivo de plantar y construir, una de las principales funciones de
la profecía es la de revelar. Por supuesto que no se trata de nuevas
revelaciones dogmáticas, sino que nos revela los secretos de los corazones. A
veces una palabra profética saca a flote recuerdos enterrados en el
subconsciente de una persona, como tantas veces hemos presenciado en la
sanación de recuerdos.

Quizá nos revele la profecía el sentido de algún episodio de nuestra vida que
nunca habíamos llegado a comprender, llevándonos así a un mayor
conocimiento de nosotros mismos.

Ejemplos de profecías reveladoras los hallamos por doquier en la Escritura.


Simeón descifra a María el sentido de su vocación de madre de Jesús y el
destino más universal de ese niño que toma en sus brazos.

Jesús desvela a la Samaritana lo más profundo de su vida, y ella tiene que


proclamar: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho”
(Jn 4,29).

A este tipo de profecía se refiere Pablo cuando dice: “Si todos profetizan y
entra un infiel o no iniciado... los secretos de su corazón quedarán al
descubierto, y postrado rostro en tierra adorará a Dios, confesando que Dios
está verdaderamente entre vosotros” (1 Co 14,24-25).

Dentro de las profecías revelatorias incluimos aquellos casos más


excepcionales en los que se da una revelación sobre el futuro. Para mucha
gente éste es el significado típico de la palabra profecía: predicción del futuro,
para nosotros la profecía tiene un sentido mucho más amplio, pero no
excluimos todo este sentido de predicción que se da en contadas ocasiones.
Así, por ejemplo, el profeta Agabo predijo una gran hambre que había de
venir (Hch 11.28), y Jesús predijo su Resurrección, las negaciones de Pedro,
la destrucción de Jerusalén.

b) Dirección
Otras veces con la palabra profética, especialmente en momentos de
discernimiento, manifiesta el Señor su voluntad muy concreta respecto a una
persona o una comunidad. Así fue como por inspiración profética fueron
enviados Pablo y Bernabé como misioneros (Hch 13,2).

En la Comunidad «Magnificat” a la que pertenezco, el Señor ha manifestado


en repetidas ocasiones su voluntad por medio de la profecía. Tenemos un
cuaderno en el que vamos copiando todas las palabras que nos han sido
dirigidas desde el comienzo de la comunidad, y su contenido es tema de
meditación para todos nosotros, especialmente para el equipo de
discernimiento a la hora de tomar decisiones en el Señor.

Por supuesto que la presencia de este carisma de profecía no nos exime de


usar también el sentido común, otro precioso don que también hemos recibido
del Señor.

c) Denuncia
Esta clase de mensaje nos lo da el Señor a veces denunciando a las personas y
comunidades, y todas aquellas acciones y estructuras que no están de acuerdo
con la voluntad de Dios. Recordemos a Natán presentándose ante David, a
Juan el Bautista ante Herodes, a Amós ante el lujo y la opresión de los ricos
de su tiempo.

Mi impresión personal es que en los grupos de la R.C. se ejercita poco la


denuncia profética. Las profecías más frecuentes son del tipo consolatorio.
Pero no debemos olvidar que el Señor tiene muchas cosas que corregir en
nuestras comunidades, como tenía que corregir en las siete iglesias de las que
habla el Libro del Apocalipsis.

d) Exhortación
Entre los objetivos citados por San Pablo está el de la exhortación: “El que
profetiza habla a los hombres para su consolación, exhortación y edificación”
(1 Co 14.3). De los profetas Judas y Silas en Antioquía se nos dice que
"exhortaban a los hermanos y les confortaban” (Hch 15.32).

Muchas de las profecías que se pronuncian en nuestros grupos de oración son


meramente exhortativas. No contienen orientaciones concretas, ni
revelaciones, ni denuncias, ni predicciones. Se limitan a exhortarnos, a crecer,
esperar y amar. Su finalidad es animar, fortalecer, alegrar, pacificar, serenar
los ánimos, ahuyentar temores y angustias.

En este sentido la profecía ocupa un lugar capital en el culto. Hay días en que
la oración resulta muy apagada y sin inspiración, pero como resultado de las
palabras de un hermano, no necesariamente en «estilo profético”, toda la
comunidad se siente inflamada y sobrecogida ante una presencia especial del
Señor. Lo importante de las palabras no ha sido el contenido de ideas, sino su
valor para hacer experimentar la presencia del Señor y hacer subir de tensión
la oración comunitaria. Por esto es muy de desear que los que dirijan la
oración estén dotados de este carisma profético de “exhortar”, para poder así
levantar el espíritu de la comunidad en oración.

CRITERIOS PARA DISCERNIR LA


PROFECIA
Por XAVIER OUINCOCES I BOTER

Si leemos atentamente lo que la Escritura nos dice acerca de la profecía,


fácilmente podemos descubrir que cualquier mensaje que se trate de dar a la
comunidad puede provenir de una fuente muy distinta: o de Dios, o de nuestra
naturaleza humana, o del espíritu del mal.

- La exhortación, la denuncia o la predicción que se pronuncia sobre la


asamblea quizás esté inspirada por el Espíritu Santo y entonces se trata de una
palabra profética a la que hemos de prestar toda nuestra atención y dar la
respuesta que el Señor espera de nosotros.

- Pero quizá no sea más que producto de la inteligencia, de la imaginación, de


la emotividad del que habla. En este caso es una palabra o reflexión
simplemente humana que no alcanza la categoría de profecía, y que si es
inofensiva podemos dejarla pasar.

- O. en el peor de los casos, pudiera ser una palabra inspirada por el espíritu
del mal, por la “prudencia de la carne”, y entonces sería una falsa profecía
contra la que el Señor nos previene rotundamente en el Evangelio para que
nos guardemos del mal que encierra (Mt 7,15-20).

Esto nos da una idea de lo necesario que es el discernimiento para el recto


ejercicio del don de la profecía.

El Señor da al que ejerce la profecía y a la comunidad el discernimiento


necesario: ambos deben compartir esta responsabilidad de discernir,
cumpliendo aquello que dice San Pablo: “examinadlo todo y quedaos con lo
bueno” (1 Ts 5,21).

Hay unos criterios básicos que siempre se han de tener en cuenta, tanto por el
que da el mensaje, antes de expresarlo, como por la comunidad que lo recibe.
No se pretende con ello encadenar al Espíritu que "sopla donde quiere” (Jn
3,8), sino el que sepamos aprender a escuchar al Señor cuando nos habla.

1º. CONFORMIDAD CON LA PALABRA DE DIOS EN LA BIBLIA.


Se entiende con la palabra de Dios escrita tal como comúnmente la acepta e
interpreta la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo. El Señor nunca se contradice
con lo que nos dice ahora y nos dijo hace siglos. “Siendo Jesús la revelación
preeminente de Dios al hombre, toda profecía, toda enseñanza y toda
sabiduría acerca de Él, tiene su raíz y origen en la Palabra de Dios” (KEVIN-
DOROTHY RANAGHAN, Pentecostales Católicos. Logos International
1971, Pág. 147).

Es por tanto una conformidad con la fe, y, en concreto, con la confesión de


Cristo.

Hay dos textos fundamentales que así nos lo enseñan:

“Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede
decir: “¡Anatema es Jesús!”; y nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!", sino con
el Espíritu Santo” (1 Co 12,3).

“Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus


vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis
conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiese a Jesucristo
venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiese a Jesús, no es de
Dios; ése es del Anticristo” (1 Jn 4,1-3).

Por esto, tanto el profeta como la comunidad, necesitan poseer un


conocimiento muy completo de la Escritura: el uno, para saber antes de hablar
que su palabra es conforme con la Escritura, y la comunidad, para poder
fácilmente confirmarla.

2º. CONFORMIDAD CON LA MANIFESTACION ANTERIOR DEL


ESPIRITU
Generalmente una profecía en cualquier asamblea o celebración no es una
declaración aislada. No es una declaración aislada en el conjunto de la Iglesia,
ya que el Espíritu fue dado a toda la Iglesia y a todos los fieles y no puede
haber oposición entre el consentimiento general de la fe y los profetas
particulares.
Tampoco es una declaración aislada en el conjunto de lo que el Señor está
hablando a una comunidad determinada. El Señor suele seguir una línea, de
forma que lo que dice ahora es complemento de lo anterior. Debe haber una
correspondencia con lo que el Señor ha dicho también a otros y con los textos
que han salido.

Por esto los profetas están también sometidos a la comunidad y en cierta


manera son juzgados por ella. Igualmente enseña San Pablo: “Los espíritus de
los profetas están sometidos a los profetas, pues Dios no es un Dios de
confusión sino de paz” (1 Co 14,32-33).

El falso profeta no está dispuesto a este sometimiento y trata de lanzar su


mensaje en el círculo de los cristianos débiles o vacilantes. Allí en cambio
donde haya hombres llenos del Espíritu quedará anulado.

En las grandes concentraciones, como son las asambleas nacionales e


internacionales, el ministerio del discernimiento de la profecía se realiza a
través de un grupo de hermanos a los que sus respectivas comunidades
reconocen este don. Todos los mensajes que se quieran comunicar a la
asamblea se han de presentar por escrito a este grupo al que se ha
encomendado el ministerio de la palabra profética. Es frecuente que los
mensajes que reciban giren en torno a una misma idea, por lo que se agrupan
en una sola profecía que en el momento oportuno se leerá a la asamblea.
Aquellos mensajes que según las normas del discernimiento no reúnen las
condiciones exigidas quedan descartados.

En cada grupo o comunidad el equipo de responsables es quien ejerce este


discernimiento, procurando estar muy atentos al camino que sugiere el Señor.

Cuando se advierte que un hermano profetiza repetidamente sin inspiración se


le debe advertir a solas con todo amor instruyéndole en el discernimiento de la
profecía.

3º. UNCION.
Si la profecía es transmitir un mensaje de parte de Dios, en el profeta
verdadero se da siempre un sentimiento de temor e indecisión para proclamar
su Palabra, como ocurriera en Isaías: "¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy
un hombre de labios impuros y entre un pueblo de labios impuros habito!” (Is
6,5), o en Jeremías: “¡Ah, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme, que soy
un muchacho. Y me dijo Yahvé: No digas: "Soy un muchacho", pues
adondequiera que yo le envíe irás, y todo lo que te mande dirás” (Jr 1,6-7).

Pero el Señor hace sentir en él su voluntad para que hable, y esto por medio de
un conjunto de indicaciones, que es lo que llamamos unción.
La unción es como un poder del Espíritu, una urgencia o necesidad de
transmitir el mensaje, con la convicción interior de que viene de Dios y una
paz profunda después de haber obedecido a esta insinuación. Puede variar
mucho de un individuo a otro. A veces implica también sensaciones físicas,
que no deben extrañar, pero que tampoco deben considerarse como necesarias.
Nunca es una necesidad incontrolada de hablar.

La inspiración profética es algo más que una experiencia espiritual interna. Es


el encuentro con una realidad viva y concreta: la persona de Dios y su Palabra.

4º. EDIFICACION DE LA COMUNIDAD.


Edificar significa: alentar, despertar el arrepentimiento, fortalecer el amor de
Dios, consolar o cualquier otro fruto bueno.

Hay algo dentro de nosotros que siempre puede reconocer el Espíritu de Dios
cuando entramos en contacto con Él. Los frutos que la profecía produce en la
comunidad y en nosotros mismos son un medio de discernimiento.

La comunidad que está en el Espíritu posee una gran sensibilidad para captar
la verdadera palabra inspirada. Es por esto por lo que la profecía sólo tiene
sentido dentro de la comunidad y nadie se puede autoproclamar profeta, ni
menos pretender poseer él solo el Espíritu.

Todo el que posee un don espiritual lo ha de ejercer siempre en beneficio de la


comunidad cristiana y por tanto ha de someterse a los responsables de la
misma. Rehusar la corrección o el discernimiento de su mensaje sería causar
disensión y división. Y por esto mismo dejaría de ser Instrumento útil para
hacer llegar la palabra de Dios a su pueblo.

Si el profeta puede discernir las palabras que él habla, la comunidad de la que


forma parte, por estar integrada por hermanos comprometidos, sometidos al
Señor y unos a otros, que oyen atentamente su palabra, en los que se cumple
la promesa del Señor de escribir su Ley en sus corazones, esta comunidad
puede estar más dotada con dones naturales y sobrenaturales para hacer el
discernimiento.

Por esto hemos de desconfiar de los que dejan sus grupos y van solos sin
aceptar el discernimiento de los hermanos.

Para terminar, recordemos siempre que la palabra inspirada es una gracia del
Señor para los grupos, que les ayuda a crecer en la fe y a caminar en el
Espíritu. “Deseo que habléis todos en lenguas; prefiero sin embargo que
profeticéis” (1 Co 14.51.
Si estamos centrados en el Señor durante la oración del grupo es muy
explicable que esperemos que Él nos hable y que le prestemos toda nuestra
atención haciendo momentos de silencio, sobre todo después del canto en
lenguas o de profunda alabanza. Una vez recibido su mensaje, lo acojamos
con gozoso agradecimiento y sepamos guardarlo en nuestro corazón.

16 - RENOVACION CARISMATICA DE LOS SACRAMENTOS.

TODO PARA EDIFICACION DEL


CUERPO DE CRISTO.

Entre las muchas maravillas que podemos admirar del plan de salvación,
destaca el hecho de que, desde el momento que acogemos la Palabra y
somos bautizados (Hch 2,41), empezamos a formar parte de una gran
familia, en la que ya no somos “extraños ni forasteros, sino conciudadanos
de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los
apóstoles y profetas… siendo juntamente edificados, hasta ser morada de
Dios en el Espíritu” (Ef 2,19-22). Como piedras vivas entramos “en la
construcción de un edificio espiritual» (1 P 2,5).

«Llamados de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que un tiempo no


erais pueblo y que ahora sois Pueblo de Dios» (1 P 2,9-10).

Esta es la unidad, solidaridad e interdependencia que se establece entre todos


los que recibimos el Espíritu del Señor. La Palabra de Dios lo expresa con una
gran profundidad: “Vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y sus miembros cada
uno por su parte” (1 Co 12,27).

¡Somos Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo!

Ya no estamos solos en la marejada de nuestras dificultades y peligros, en los


desiertos por los que hemos de peregrinar. El Señor y con El la muchedumbre
de hermanos que se le han incorporado, una «gran nube de testigos” (Hb
12,1), siempre nos acompañan.

A medida que nos acercamos al Resucitado vamos descubriendo quién es:


siempre Él y sus hermanos (Hch 9,4•5; 22,7-8; Le 9,48; Mt 25,31-46).
No es posible separar la Cabeza de los miembros y ya «no formamos más que
un solo Cuerpo de Cristo» (Rm 12,5). La relación profunda que nos une es la
de ser «los unos miembros de los otros» (Rm 12,5).
De aquí nace una de las verdades fundamentales de la vida en el Espíritu que
siempre habremos de inculcar en la enseñanza: sin la plena integración en el
Cuerpo no es posible mantener vida abundante ni tampoco contribuir a la
edificación del Cuerpo de Cristo.

El Paráclito es Espíritu de unidad e integración, y primordialmente fue


enviado a la Iglesia, al Cuerpo de Cristo.

Esto fácilmente lo olvidamos, siempre propensos a enfocar la vida en el


Espíritu bajo el aspecto personal, postergando su exigencia comunitaria y
eclesial.

Si formamos un Cuerpo, no podemos caminar solos, menos aún crecer y


madurar, por mucho que se pueda sentir la tentación hacia el elitismo.

El objetivo del plan divino es “reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos” (Jn 11,52), para «que todos sean uno» (Jn 17,21). El
acontecimiento de Pentecostés es en sentido inverso al de Babel.

La Renovación Carismática, no nos cansemos de repetirlo, más que


experiencia personal del Espíritu, es integración en el Pueblo de Dios y
formación del Cuerpo de Cristo.

Si no se llega a esto, por muy profunda que haya sido la experiencia del
Espíritu, todo se reducirá a un hecho aislado y anecdótico, árbol truncado que
no llega a dar el fruto esperanzado de compromiso y entrega, fuego que se
deja extinguir (1 Ts 5,19).

En la edificación del Cuerpo todo funciona de acuerdo con las coordenadas de


la unidad, la comunión, el servicio, el sometimiento, el sentido comunitario, y,
por encima de todo esto, el Amor “que es el vínculo de la perfección» (Col
3,14).

Esto exige un mismo actuar, que todos avancemos coordinadamente, y no en


sentido disgregador y de dispersión que tan eficazmente haría el juego al
espíritu del mal. Todas las líneas de fidelidad al Señor convergen hacia el
mismo punto, y los grandes ataques contra su plan siempre tratan de asestar un
golpe a la unidad, hasta romper el amor y la comunión: «todo reino dividido
contra si mismo queda asolado» (Mt 12,25).

En su impresionante discurso a la Conferencia de Puebla, Juan Pablo II


apelaba a los mismos principios cuando afirmaba: “Evangelizar no es para
nadie un acto individual ni aislado, sino un acto profundamente eclesial que
no está supeditado a un poder discrecional que actúe según criterios y
perspectivas individualistas, sino que debe ser realizado en comunión con la
Iglesia y sus pastores».

En cualquier grupo o comunidad, “vigente la diversidad de miembros y


oficios” (LG, 7), hemos de seguir siempre la tendencia integradora del
Espíritu. Con ello fortaleceremos el sentido eclesial de los miembros y
evitaremos la dispersión de fuerzas, pero, sobre todo, habremos sabido obviar
una gran parte de los problemas que surgen del espíritu individualista.

Si llegamos a ser “un solo Cuerpo y un solo Espíritu” (Ef 4,4), “un solo
corazón y una sola alma» (Hch 4,32), con “un mismo hablar… una misma
mentalidad y un mismo juicio» (1 Co 1,10), podremos llegar a crecer “en todo
hasta Aquél que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo recibe trabazón
y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la
actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del
Cuerpo para su edificación en el Amor (Ef 4,15-16).

REDESCUBRIMIENTO DEL
BAUTISMO Y LA CONFIRMAClON
Por RODOLFO PUIGDOLLERS

SITUACION ACTUAL

En los últimos decenios se ha notado entre los fieles y aun entre los sacerdotes
una serie de interrogantes sobre los sacramentos de la iniciación cristiana. Por
una parte se sentía una cierta incomodidad frente al bautismo de los niños:
algunos lo consideraban una costumbre sin fundamento bíblico, basada en una
teología de los siglos V-VI, que acentuaba la necesidad de “borrar la mancha
del pecado original”; parecía una ruptura entre el sacramento y la posibilidad
de una respuesta de fe personal o un atentado contra la libertad del niño a
quien se le hacía cristiano sin su propio consentimiento. Por otra parte se
había perdido casi por completo el sentido de la confirmación: Parecía un
sacramento sin fundamento bíblico: si ya recibimos el Espíritu Santo en el
bautismo, ¿para qué la confirmación?

A toda esta problemática católica hay que añadir el hecho de que para muchos
grupos protestantes, al tratar de la iniciación cristiana se habla solamente del
bautismo, considerando la confirmación como una costumbre católica sin
fundamento bíblico. Por otra parte, en grupos nodenominacionales o en los
judíos por el Mesías se habla solamente del bautismo del Espíritu (una efusión
no sacramental del Espíritu), considerando el bautismo (de agua) como algo
ya superado.

La renovación de la liturgia promovida por el Concilio Vaticano II ha puesto


las bases para un redescubrimiento de estos dos sacramentos. Al mismo
tiempo, la experiencia carismática está ayudando considerablemente a ver con
una nueva luz estos interrogantes y, por lo tanto, a redescubrir el bautismo y la
confirmación.

¿CUANDO RECIBIMOS EL ESPIRITU SANTO?

Podemos decir que uno de los frutos principales de la experiencia carismática


ha sido el redescubrimiento de la dimensión comunitaria y profética de la fe:

Jesús no sólo quiere salvarme a mí, sino que me llama a construir una
comunidad de salvación y a dar testimonio de Él. Esto ayuda a comprender
cómo en el cristianismo ocurre algo análogo a lo que ocurre en Jesús: nacido
del Espíritu, recibe la unción profética en el Jordán. Si la dimensión de la
salvación personal del cristianismo, del perdón de los pecados, del nacimiento
a una nueva vida, se refleja fuertemente en el simbolismo del sumergirse en el
agua o del lavatorio con el agua (bautismo), no podemos decir lo mismo de la
dimensión profética de misión y testimonio. Hemos de afirmar que “en el
bautismo se nos concede el Espíritu Santo, pero no principalmente con vistas
a la salvación de los demás sino en vistas a nuestra propia salvación". (H.
MUHLEN, Espíritu. Carisma. Liberación, Salamanca, 1976, pp. 248).

La fuerza del testimonio apostólico nace del Pentecostés: “recibiréis la fuerza


del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos” (Hch 1,8).
Esta fuerza del Espíritu era pedida por la comunidad primitiva mediante la
imposición de manos; así Pedro y Juan oran por los bautizados de Samaria:
“Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” (Hch 8,17). Como dijo
Pablo VI, “esta imposición de las manos es justamente considerada en la
tradición católica como el inicio del sacramento de la confirmación, que
continúa en cierto modo en la Iglesia de Pentecostés” (15 agosto 1971).

Podemos decir, pues, que la iniciación en la comunidad cristiana tiene dos


dimensiones: una más centrada en la salvación personal, que se expresa
sacramentalmente en el bautismo, y otra más centrada en la dimensión
comunitaria y profética, que se expresa sacramentalmente en la confirmación.
En el bautismo recibimos el Espíritu Santo en cuanto perdón de los pecados y
fuente de vida; en la confirmación recibimos el Espíritu Santo en cuanto
espíritu profético y fuerza de testimonio.
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO

El hecho de que en la mayoría de casos de bautismo de que nos habla el


Nuevo Testamento se trate de personas adultas, así como la existencia del
catecumenado de adultos, ha hecho pensar a muchos que la costumbre de
bautizar a los niños es una costumbre sin fundamento bíblico y una de las
causas del debilitamiento de la fe en las comunidades cristianas. Esta opinión,
sin embargo, no tiene ningún fundamento histórico. El exégeta protestante J.
Jeremías en un estudio sobre el bautismo de los niños en los cuatro primeros
siglos ha mostrado que ésta era la costumbre en las familias cristianas hasta
que no se inició una fuerte crisis a mediados del siglo IV.
Hay abundantes referencias indirectas en el Nuevo Testamento cuando se nos
habla del bautismo de una persona y de “toda su familia" (Hch 11,14; 16,15;
16,31•34; 18,8; 1 Co 1,16). San Policarpo, muerto hacia el 167 a los 86 años,
da testimonio ante sus verdugos de haber sido bautizado de pequeño.
Orígenes, a mediados del siglo III, escribe: “la Iglesia ha recibido de los
apóstoles la tradición de administrar el bautismo aun a los niños. (In Rm 6,6);
y de la misma época son varias tumbas de niños bautizados halladas en las
Catacumbas de Roma.

El bautismo de los niños en las familias cristianas es algo que nace espontáneo
cuando el sentido de este sacramento no está reducido a un “borrar la mancha
del pecado” y no se ha perdido el sentido comunitario de la fe. En los
ambientes carismáticos católicos, en que se tiene conciencia fuertemente de la
comunidad y también de la gratuidad del don de Dios, esta costumbre de la
Iglesia primitiva ha recuperado su hondo sentido.

EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACION

Hemos visto ya como la experiencia carismática ha sensibilizado de nuevo a


las comunidades cristianas para comprender el sentido de una efusión del
Espíritu Santo como espíritu profético y de fuerza testimonial. Es recuperar el
sentido del Pentecostés y de la imposición de manos de los apóstoles. Parece
increíble que alguien haya podido decir que no tiene fundamento bíblico.

Hemos de afirmar, con H. Mühlen, que “la confirmación es, de cabo a rabo,
un sacramento carismático. En él se confiere inicialmente, como un
ofrecimiento y una promesa, y de modo eficaz, el carisma de la alabanza
testimonial de Dios, y con ello también el testimonio de la vida. (op. cit., pp.
250).

El nombre de “confirmación”, no debe entenderse en el sentido de repetición


o en el sentido de volver a asumir más conscientemente lo que ya se ha
realizado, como si el joven o la persona mayor renovase ahora los
compromisos del bautismo. En el lenguaje litúrgico antiguo “confirmar”
significa llevar a la plenitud, llevar a la madurez. “En este sacramento se
recibe la plenitud del Espíritu Santo para la fuerza espiritual que corresponde
a una edad adulta, del mismo modo que el hombre, cuando se hace adulto,
empieza ya a actuar de cara a los demás, mientras que durante la infancia vive
casi para él mismo solamente” (Sto. TOMAS DE AQUINO, ST III, q. 72, a.
2, corpus).

NECESIDAD DE UNA NUEVA EFUSION DEL ESPIRITU

El crecimiento en la vida del Espíritu requiere catequesis y gran vitalidad en la


comunidad cristiana. Del mismo modo que el bautismo de adultos exige un
catecumenado previo, el bautismo de los niños requiere una atención muy
grande a estos niños y una gran vitalidad en la comunidad. Cuando esto falta
hay peligro de que los bautizados nunca lleguen a asumir conscientemente su
propio bautismo. De ahí la necesidad urgente en los tiempos actuales de
experiencias por parte del bautizado que le permitan asumir conscientemente
en la edad adulta el compromiso cristiano. Esta necesidad debe entenderse
más como una gracia de renovación que como un periodo da formación (lo
que ha venido a llamarse un “neocatecumenado”), catequesis siempre
conveniente.

Esta gracia de renovación puede adoptar la forma de una conversión, pero de


por sí -como la infancia tienda a la edad adulta- tiende siempre a llegar a ser ?
una misión profética. Esta gracia de renovación la encontramos ya reflejada en
los Hechos de los Apóstoles: «Después de la primera persecución, la
comunidad se reúne para orar, y pide su fortalecimiento. Al terminar la
oración retembló el lugar en donde estaban reunidos, los llenó a todos el
Espíritu Santo, y anunciaban con valentía el mensaje de Dios (Hch 4,31). La
vibración del lugar de reunión es una versión plástica de la sacudida interior
que alcanzó a los que estaban reunidos. Y esto fue, sin duda alguna, como una
renovación de la experiencia de Pentecostés. Los llenó a todos el Espíritu
Santo, quiere decir: de nuevo, en una nueva situación. Para los apóstoles, la
gracia de Pentecostés no fue, a todas luces, una posesión otorgada firmemente
de una vez para siempre, sino que deben solicitar siempre de nuevo que
permanezca viva. Si se quiere, esto fue la renovación de la confirmación de
los apóstoles, la renovación de su afianzamiento en la fe” (H. MÚHLEN, op.
cit., pp. 252).

La experiencia fundamental de la Renovación Carismática (lo cual se ha


llamado el “bautismo en el Espíritu”) es una experiencia -y valga la
tautología- de renovación: una conversión hacia Cristo que supone un
descubrimiento de la fuerza testimonial del Espíritu. Por eso, la nueva efusión
del Espíritu que supone la experiencia carismática podemos llamarla una
renovación de la confirmación, lo que supone implícitamente una renovación
del bautismo. Hablando de esta experiencia fundamental, escribe Múhlen:
“este hecho puede ser caracterizado como una renovación de la confirmación
en cuanto que en este sacramento, mediante la imposición de las manos y la
unción, se indica (de forma sacramental) la continuidad con la experiencia
inicial de la Iglesia” (op. cit., pp. 245). Es para la comunidad y para el
individuo un nuevo Pentecostés.

¿NUEVA EFUSION SIN CONFIRMACION?

A veces nos encontramos con personas no confirmadas que quieren recibir la


efusión del Espíritu. ¿Qué hacer? ¿Orar por ellas sin más? ¿Prepararlas para la
confirmación? ¿Orar por ellas y luego prepararlas para la confirmación? Sto.
Tomás de Aquino señala claramente que uno puede recibir la efusión del
Espíritu sin el sacramento de la confirmación, “sin embargo, del mismo modo
que nadie recibe los efectos del bautismo sin el deseo del bautismo, así nadie
recibe los efectos de la confirmación sin el deseo de la misma” (ST III, q. 72,
a. 6, ad. 1). La efusión del Espíritu está íntimamente ligada a la confirmación:
el deseo de la efusión del Espíritu debe desembocar pastoralmente en una
preparación para la confirmación. En circunstancias normales lo más
apropiado parece ser convertir la preparación a la efusión del Espíritu en una
preparación a la efusión sacramental del Espíritu, es decir, a la confirmación.

Recuerdo que en un retiro un grupo de adolescentes pidió la efusión del


Espíritu: "queremos notar el Espíritu en nuestras vidas", decían. Se oró
solamente por aquellos que ya habían recibido la confirmación, pidiendo una
renovación de la confirmación, es decir, una nueva efusión del Espíritu. Para
los que no estaban confirmados se llamó al Obispo paro que los confirmase y
recibiesen así la efusión del Espíritu. Este comportamiento de los catequistas
se convirtió en una auténtica catequesis práctica de la dimensión carismática
de la Iglesia: no se hizo ninguna ruptura entre carisma e institución, entre
sacramento y Espíritu.

FUENTE PERENNE DE VIDA

Pero es en la vida cotidiana donde la experiencia carismática lleva a


redescubrir con más fuerza el sentido del bautismo y de la confirmación. El
verdadero cristiano sabe que la oración sacramental que un día hizo la Iglesia
sobre él es una fuente perenne de donde brota vida continuamente. Dios es
fiel, y cuando ha prometido y ofrecido gratuitamente el Espíritu Santo, lo da
sin cesar. De este modo el bautismo y la confirmación se convierten para el
cristiano en la fuente de donde mana toda su vida cristiana, la fuente de donde
deriva su incorporación a la comunidad cristiana.
LA ASAMBLEA EUCARISTICA CENTRO DE LA
COMUNIDAD Y DE LA MANIFESTACION DE LOS
CARISMAS.
Por JUAN MANUEL MARTlN MORENO

"Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer”


(Lc 22,15). Ojalá que este ardiente deseo que tuvo Jesús de comer la Pascua
con nosotros se nos comunique, y cada vez que nos acerquemos a la
celebración eucarística tengamos este ardiente deseo de la Pascua con El.

Lo único esencial que se nos pide para acercarnos a esta Cena es tener
hambre. Jesús pone su pan, pero nosotros tenemos que poner nuestra hambre.
No pueden comer la Cena del Señor aquellos que tienen el estómago lleno. El
ayuno eucarístico era un bello recordatorio de esta actitud de pobreza radical y
de hambre que se necesita para participar en la Eucaristía. Ya Pablo criticaba a
los que se acercaban con los estómagos llenos (1 Co 11,21). Y en la parábola
de los invitados al banquete son los pobres quienes aceptan voluntariamente la
invitación: “Id rápido a las calles y a los caminos y traed aquí a los pobres, a
los lisiados, a los ciegos y a los tullidos” (Le 14,21).

La Asamblea eucarística es una asamblea de pobres que tienen hambre y sed


de justicia, hambre de salvación, hambre de comunidad, hambre de Jesús.
“Comerán los pobres y se saciarán y alabarán al Señor los que le buscan” (Sal
22,26).

Él reparte su pan en saciedad. Como se saciaron aquellas muchedumbres de


pobres que tenían hambre y a quienes Jesús partió el pan. “Todos se saciaron
y recogieron en cestos el sobrante” (Mt 14,20). Y este pan no cuesta nada. Es
don. Se da gratis a los que tienen hambre. “Todos los que no tenéis dinero,
venid. Comprad trigo sin dinero y tomad de balde vino y leche. ¿Por qué
gastar dinero en lo que no es pan y vuestros jornales en lo que no puede
saciar?” (Is 55,1).

Por ello la renovación de la Eucaristía nunca puede quedarse en una


renovación litúrgica de los ritos externos, procurando darles variedad, belleza,
intimidad, alegría. No habrá verdadera renovación eucarística en la Iglesia
mientras no haya más hambre en los corazones de quienes se acercan al Pan
de vida. Para que la Eucaristía nos “diga algo”, “nos llene”, hace falta que
haya hambre en nosotros.

1. LA EUCARISTIA, LA PASCUA CRISTIANA


En este sacramento se nos hace presente la salvación de Jesús, o mejor dicho
Jesús Salvador en su misterio redentor que se renueva en la comunidad. La
Eucaristía es la Pascua cristiana, el nuevo Éxodo de la esclavitud del pecado a
la libertad de Jesús, del destierro del mundo a la tierra prometida de una
comunidad de redimidos. La Eucaristía es la renovación que en la Iglesia se
hace día a día, minuto a minuto, de la Alianza nueva y eterna.

Cuando Moisés ratificó la alianza antigua en el Sinaí con sangre de becerros


roció con ella al pueblo y dijo: “Esta es la sangre de la alianza que Yahvé ha
hecho con vosotros” (Ex 24,8). El paralelo con Jesús es sobrecogedor cuando
en la víspera de su pasión toma el cáliz en la mano y dice: "Esta copa es la
nueva alianza en mi sangre que será derramada por vosotros” (Lc 22,20). Y
esta alianza es la que es renovada continuamente en nuestros altares. “Por
tanto cada vez que coméis de este pan y bebéis de esta copa, proclamaréis la
muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Co 11,26).

Y no es pura coincidencia que esta renovación de la alianza se celebre en el


contexto de una comida de hermandad. La Pascua, el paso de la muerte a la
vida, se celebra en el amor de hermanos. “Nosotros sabemos que hemos
pasado de la muerte a la vida en que amamos a nuestros hermanos” (1 Jn
3,14), En el amor de hermanos se revela la realidad de la Pascua, el paso de la
muerte a la vida, "el paso de Jesús de este mundo al Padre” (Jn 13,1).

De ahí el contrasentido de los corintios que celebraban la Eucaristía sin


compartir sus bienes, sin verdadero amor de hermanos. Pablo les reprende el
que celebren el paso de la muerte a la vida cuando no hay verdadero amor,
porque "ésa ya no es la Cena del Señor” (1 Co 11,20).

Resumiendo diríamos que la Eucaristía en la que se congrega la comunidad


cristiana es nuestra Pascua, nuestro continuo Domingo. En ella sabemos que
pasamos de la muerte a la vida al reunirnos en el amor. Somos liberados por la
sangre del Cordero de la esclavitud de Egipto y de la opresión del poder del
faraón. Entramos en comunión y alianza íntima con Dios. Se congrega la
Iglesia como un solo Cuerpo, sin facciones y compartiendo los bienes.
Entramos en la tierra prometida de una nueva comunidad que todavía vive en
el mundo pero que ya no es del mundo. Cantamos el Maranatha y anticipamos
la vuelta del Señor. Y todo, gracias al sacrificio pascual del Cordero
inmolado, que ha cargado con nuestros pecados para lavarnos con su sangre y
reconciliarnos con Dios.

2. LA RENOVACION CARISMATICA DEL SACRAMENTO DE LA


EUCARISTlA

Después de este breve resumen de la teología pascual eucarística quisiera


tocar algunos aspectos concretos sobre la forma de renovar la liturgia por una
mayor presencia de los carismas del Espíritu Santo en el curso de la
celebración.

Si los carismas contribuyen a la construcción del cuerpo eclesial, es lógico


pensar que estarán presentes de una manera muy especial en el momento
cumbre de la Iglesia en que el Cuerpo de Cristo se construye y se une. La
Eucaristía debe ser el lugar en que con mayor intensidad se manifiesten los
carismas: los de alabanza para dar fuerza a la plegaria, los carismas de
profecía para dar incisividad y unción a la predicación y a la escucha de la
Palabra proclamada, los carismas de sanación para hacer más efectiva entre
los fieles la liberación del poder del Maligno, y sobre todo el carisma del
amor, el más excelente, para lograr la identificación plena con Jesús en el
momento de comulgar y el clima de amor fraterno de todos los componentes
de la Asamblea.

Estos son los puntos que desarrollaremos en este trabajo.

3. EL ESPIRITU SANTO EN LA EUCARISTIA

Antes de hablar de la presencia de cada uno de los carismas en el curso de la


celebración, sería bueno hacer una referencia general a la presencia del
Espíritu Santo. La Eucaristía comienza en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, y es en el Espíritu como entramos en comunión con la vida de
Dios.

Hay dos momentos especiales en la Eucaristía en los que se invoca la


presencia del Espíritu:

La epiclesis, momentos antes de la consagración, cuando el sacerdote extiende


sus manos sobre las ofrendas, contiene esta oración: “Santifica, Señor, estos
dones con la efusión de tu Espíritu” [P.E. II). Hay que devolver todo su valor
a esta oración tan importante en la liturgia griega y que se ha oscurecido un
poco en la liturgia latina.

La segunda invocación tiene lugar después de la consagración. Esta vez se


pide una efusión del Espíritu sobre toda la comunidad: “Te pedimos
humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos
participamos en el Cuerpo y Sangre de Cristo” (P.E. II). “Llenos de su
Espíritu Santo formemos en Cristo un solo Cuerpo y un solo Espíritu. Que nos
transforme en ofrenda permanente...” (P.E. 111). “Congregados en un solo
Cuerpo por el Espíritu Santo seamos en Cristo víctima viva para su alabanza"
(P.E. IV).

En el primer momento se pide la efusión del Espíritu con su poder para


santificar y transformar los dones, para hacer presente a Jesús en el pan y en el
vino. No olvidemos que la presencia real de Jesús en la Eucaristía es una
presencia en el Espíritu. Debemos ponernos en guardia frente a una
interpretación demasiado carnal, demasiado material de la presencia de Jesús.
"El Espíritu es el que da vida. La carne no aprovecha para nada. (Jn 6.63).

En la segunda invocación pedimos que el Espíritu Santo construya la unidad


del Cuerpo de Cristo: que así como ha transformado las ofrendas en Cuerpo y
Sangre de Jesús, transforme ahora a toda la comunidad en Cuerpo de Jesús. Al
pedir esta efusión estamos pidiendo la efusión de los carismas que son
precisamente los dones espirituales por los que la Iglesia se construye y crece
el Cuerpo de Cristo.

En la Eucaristía Jesús manifiesta su poder en medio de su pueblo, da a beber a


todos de un mismo Espíritu, y derrama sus carismas sobre la comunidad para
unirla y santificarla. Ojalá que todos los días en nuestra Eucaristía pusiéramos
una fe renovada en esta doble petición de la efusión del Espíritu Santo con
todos sus dones.

4. LOS CARISMAS DE ALABANZA EN LA EUCARISTIA

La palabra Eucaristía significa, “acción de gracias”. Si se trata de un sacrificio


de alabanza, es necesaria en la asamblea una presencia especial del Espíritu
para que nos infunda el don de alabanza. Esta no es fruto de esfuerzos ni de
preparaciones. Es un carisma infuso que el Señor pone en nuestros labios. “Le
curaré... poniendo alabanza en sus labios” (Is 57,18). "Señor, abrirás mis
labios y mi boca proclamará tus alabanzas” (Sal 51,15) “El Espíritu del Señor
sobre mí... para darles alabanza en vez de espíritu abatido” (Is 61,1-3).

La presente renovación litúrgica y musical fracasará si se basa sólo en la


calidad de la música o de los instrumentos. Solamente el soplo del Espíritu
puede hacer vibrar las cuerdas de esa lira que es la comunidad, para
transformarla en “ pueblo de alabanza" (1 P 2,9).

La Iglesia tiene que aprender a cantar de nuevo. Hace falta para ello un
carisma del Espíritu que sacuda la modorra, los respetos humanos, la rigidez
de los cuerpos, los conceptualismos de muchos de los cantos religiosos, para
dar paso a una melodía más inspirada, más sencilla, con más unción, en la que
la sola palabra Gloria o Aleluya sea capaz de crear un clima de adoración en
la Asamblea.

Entonces resonará en su templo un grito unánime al cantar "Gloria” (Sal.


28,9). Entonces se cantará el Hosanna con la misma vibración que tenían las
voces de los niños hebreos al acoger al Bendito que venía en el nombre del
Señor. Entonces el Amén al final de la Plegaria eucarística resonará en
nuestras asambleas como “la voz de una gran multitud, como la voz del
océano o el bramido del trueno” (Ap 19,7).

La renovación del canto en nuestras asambleas es carisma del Espíritu, porque


es transformación del corazón, como muy bellamente dice S. Agustín: "Para
cantar un canto nuevo hace falta ser un hombre nuevo” (Enarr. in Ps 32).

Así devolvemos la faz festiva a nuestra liturgia, y podremos decir de verdad


que la Eucaristía es una fiesta, un banquete, las bodas del Cordero, donde el
Señor multiplica su vino de júbilo como en Caná, donde se mata el Becerro
cebado y donde a través de los cristales de nuestras iglesias se escuche “el
sonido de la música y la danza” que anuncia a los hermanos que están en el
campo que el Padre ha encontrado a sus hijos perdidos (cf. Lc 15.25).

5. LOS CARISMAS DE PROFECIA EN LA EUCARISTlA

Mucho se ha hecho ya desde el Concilio para la renovación de la liturgia de la


Palabra durante la Misa: la Introducción de las lenguas vernáculas, la
abundancia y variedad de textos bíblicos, la lectura continuada, la importancia
dada a la homilía... Todo esto ha contribuido mucho a hacer de la Palabra de
Dios una realidad viva e interpelante, una comunicación más directa de Dios
con su pueblo.

Pero todavía queda camino por andar. De nada sirve que los textos se lean en
castellano, o que se hayan seleccionado mejor, o que se expliquen en una
homilía, si todo este proceso no va acompañado por unos carismas del
Espíritu Santo que den relieve y profundidad a la Palabra proclamada, que
abran el corazón y no sólo el oído para la escucha, que nos den “oído de
discípulo” (Is 50.4).

Son estos carismas los que hacen que la predicación no tenga nada de los
persuasivos discursos de la sabiduría humana, sino que sean “una
manifestación del Espíritu y de poder” (1 Co 2,4), “no con palabras
aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando
realidades espirituales en términos espirituales. (1 Co 2, 131. Es
absolutamente necesario renovar los carismas de profecía y enseñanza en los
sacerdotes encargados de partir el pan de la Palabra.

Pero no sólo los sacerdotes, sino todo el pueblo son comunidad de profetas.
¡Cómo se transformaría una asamblea en la que la Palabra de Dios suscitase
toda clase de interpretaciones de entre el pueblo! Así se hacía en la primera
comunidad.

Es curioso ver cómo muchos de los que citan a S. Pablo diciendo que la mujer
debe llevar velo en la Iglesia se callan lo más importante de este texto. Pablo
dice que la mujer debe orar y profetizar con velo. Con esto nos da a entender
que las mujeres están llamadas a profetizar durante la asamblea. Con velo o
sin velo es secundario, lo importante es que profeticen (1 Co 11,5).

”Aspirad también a los dones espirituales, especialmente al de profecía... El


que profetiza habla a los hombres para su edificación, exhortación y
consolación... El que profetiza edifica a toda la asamblea” (1 Co 14, 1. 3-4).

Y ¡cuánta necesidad tienen nuestras asambleas eucarísticas de ser consoladas,


de ser exhortadas, de ser edificadas! ¡Cuánta necesidad de que toda la
predicación de la Iglesia esté empapada en esta unción del Espíritu que toque
los corazones, que “ponga al descubierto el secreto de cada corazón" (1 Co
14,25), que inspire a la comunidad, que la guíe en sus decisiones, que
denuncie sus idolatrías! Sin estos carismas la lectura y predicación de las
Misas se convertirá en una clase de teología, o en un mitin político de
derechas o de izquierdas, o en un diletantismo espiritual de espíritus
exquisitos.

6. LOS CARISMAS DE SANACION EN LA EUCARISTlA

Ya nos hemos referido a cómo la Eucaristía es la nueva Pascua en la que


celebramos la salvación de Jesús, el paso de la muerte a la vida, la liberación
de Egipto. También habría que renovar estos aspectos de liberación y sanación
tan esenciales a la Eucaristía.

Tanto nos han hablado de la limpieza con la que hay que recibir a Jesús, que
podemos olvidarnos que uno de los frutos de la Eucaristía es perdonarnos los
pecados y limpiarnos. Dejemos que sea El quien nos limpie en su Comunión.
El acto penitencial al principio de la Eucaristía debe ser algo más que una
mera fórmula. Tiene la virtud de sanar nuestros corazones al repetir: “Tú que
has venido a sanar los corazones afligidos ".

En una de las oraciones que reza el sacerdote para prepararse a la Comunión


se pide: “Que la comunión de tu Cuerpo... me sirva para defensa y medicina
de alma y cuerpo”. La eucaristía es verdaderamente una medicina para nuestra
alma y para nuestro cuerpo. Y un momento antes de comulgar le repetimos a
Jesús: “Una Palabra tuya bastará para sanarme".

Tras el Padre Nuestro se reza la oración por la liberación que es una glosa del
“Líbranos del mal". “De todos los males pasados, presentes y futuros",
decíamos en el rito antiguo. Convendría dar mayor importancia a este rito y a
esta oración de liberación interior dentro de la Eucaristía, para romper las
cadenas por las que se puedan sentir atados los asistentes.
Pero una vez mas no se trata meramente de renovar algo exterior, sino de una
mayor presencia del Espíritu Santo y su fuerza de sanación durante la
celebración eucarística. Si el roce de la fimbria del manto de Jesús pudo traer
la sanación a la mujer que padecía flujo de sangre, ¡cuánto más la comunión
más íntima con el Cuerpo y Sangre de Jesús será sanación y restauración de
todos los destrozos causados por el Maligno!

7. EL CARISMA DEL AMOR EN LA EUCARISTIA

Finalmente en la renovación carismática de este sacramento habría que


renovar ante todo el más excelente de los carismas. Tanto más vivificante será
la Eucaristía cuanto más signifique y realice el amor de Jesús que “nos amó y
se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio a Días en olor de suavidad”
(Ef 5,1).

Recordábamos antes cómo S. Pablo avisa a los corintios que no se atrevan a


celebrar la Eucaristía si no hay entre ellos un verdadero amor y un verdadero
compartir. El sentarse a comer en una misma mesa es uno de los signos más
antiguos de la intimidad familiar. Otro de los signos de ese amor es el beso de
paz que no debe ser un símbolo muerto.

Desgraciadamente en muchas Misas dominicales se reduce todo a un darse la


mano vergonzante, que crea una cierta incomodidad y acaba por desaparecer.
En la renovación carismática tratamos de devolver a este signo su valor
expresivo. "Saludaos unos a otros con el beso santo” (1 Ts 5 27). No es un
folklore, ni es algo distractivo, sino que es la mejor preparación para dar a
Jesús ese abrazo intimo en la comunión.

Pero lo importante para renovar nuestro amor no serán los signos, sino una
mayor efusión de los carismas del Espíritu que den vida a esos signos, “ese
amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5).

Serán los carismas, vividos humilde pero intensamente en el seno de la


comunidad, los que devolverán a la Eucaristía su sentido de Pascua cristiana.

LA FUERZA DE LA
RECONCILlACION
Por MICHAEL SCANLAN
EL SACRAMENTO DE LA RECONCILlACION HOY

La Eucaristía y la Reconciliación son las principales fuentes del perdón en la


vida cristiana. Sin embargo, mientras a partir del Concilio se ha tomado una
mayor conciencia de la dimensión de reconciliación de la Eucaristía, el
sacramento de la Penitencia ha caído cada vez más en desuso.

La experiencia carismática indica que el sacramento de la reconciliación es


fuente de curación y de liberación. Hay que hacer un esfuerzo por recuperar
estos aspectos.

TEOLOGIA DE LA RECONCILlACION

El pecado es la separación del hombre de la comunión con Dios. Sólo por la


acción salvadora de Jesús el hombre puede reconciliarse con Dios. Esta
reconciliación no es sólo un acto jurídico, sino que es una conversión y, en
cuanto afecta a la psicología humana, supone una dimensión de curación.

La historia del sacramento de la reconciliación muestra una gran tradición de


este sacramento como curación y del sacerdote como “médico espiritual que
cura las heridas" (Orígenes). El perdón por sí solo no restaura la relación con
Dios: el hombre tiene que acoger voluntariamente este perdón y esto supone
una conversión, una curación de heridas pasadas que entorpecen la apertura
hacia Dios.

UN ENFOQUE "CARISMATICO"

El confesor debe respetar los deseos del penitente. Hay personas que sólo
quieren ser perdonadas y nada más: otras buscan un encuentro personal con
Cristo, una curación, un fortalecimiento, una conversión. En estos casos el
autor propone seguir la siguiente dinámica, surgida de la experiencia:

1. Confesión de los pecados.


2. Identificación de la raíz de la dificultad.
3. Confirmación de la raíz de la dificultad.
4. Explicación.
5. Penitencia y absolución.
6. Oración de curación, liberación y fortalecimiento.

CONFESION DE LOS PECADOS

Con frecuencia el penitente recita una serie de pecados con los que intenta
expresar su conciencia de ser pecador, pero que en sí son tan insignificantes
en su vida que difícilmente le llevan a una auténtica conversión.
En tales casos puede resultar efectivo que el sacerdote ayude al penitente a
hacer un examen de conciencia. Por ejemplo:

”Ponte en la presencia de Dios... Vacía tu mente y deja que el Espíritu Santo


te muestre los aspectos de tu vida que necesitan arrepentimiento... Dios quiere
amar a los demás a través tuyo... Pide al Espíritu Santo que te muestre lo que
está entorpeciendo o impidiendo que Dios ame a través tuyo....•.

El resultado de este examen es generalmente que el penitente manifieste uno o


dos puntos de su vida que han supuesto un fallo o que requieren una
conversión.

IDENTIFICACION DE LA RAIZ DE LA DIFICULTAD

Ordinariamente el pecado confesado por el penitente es sólo la punta de un


iceberg, que esconde la raíz. Muchos son alcohólicos, p. ej., no porque les
guste el alcohol, sino porque tienen problemas y necesidades básicas de las
que intentan huir. El odio, la envidia, la mentira, la violencia son muestras de
un desorden interior.

El sacerdote puede decir al penitente: “Hagamos una pequeña pausa y


pidamos que el Espíritu Santo nos manifieste lo que está entorpeciendo tu
crecimiento en la unión con Dios”. Es un momento de fe. El sacerdote debe
estar abierto a las manifestaciones carismáticas del Espíritu, debe superar el
miedo a hablar simplemente por intuición humana.

Muchas veces, ante una dificultad, es bueno preguntar:” ¿qué crees que es la
causa de este problema?” o bien,” ¿cuándo empezó?”.

La raíz puede ser la falta de confianza, la falta de aceptación, el tener miedo


de Dios, el no creer que Dios me ame, el ansia de dinero, el querer ser siempre
el centro, etc.

CONFIRMACION DE LA RAIZ DE LA DIFICULTAD

Es importante que el sacerdote no se haga dueño de la confesión: debe dejar la


identificación al nivel que el penitente libremente admita y confiese su falta.
El sacerdote es simplemente instrumento del Espíritu Santo para asistir al
proceso de arrepentimiento y preparar al penitente para la absolución y la
curación, liberación o fortalecimiento.

La confirmación de la dificultad se realiza simplemente por el asentimiento


del penitente y la confirmación interior del Espíritu en el sacerdote.

EXPLlCACION
Una vez haya una confirmación de la raíz del problema, el sacerdote explica al
penitente que Jesús quiere perdonarle mediante la absolución sacramental. Si
la raíz del problema es una herida o un fallo que pide una curación por parte
de Dios, el sacerdote indica que pedirá al Señor esta curación. Lo mismo si se
necesita una oración de fortalecimiento.

Ordinariamente los escrúpulos, el alcoholismo, la masturbación habitual, la


depresión continua, requieren una oración de curación.

PENITENCIA Y ABSOLUCION

La penitencia debe simbolizar el crecimiento futuro y no algo con lo que se


consigue el perdón, pues éste es un don completamente gratuito del amor de
Dios. Debe estar en relación con la naturaleza de la confesión hecha.

ORACION DE CURACION, LlBERACION O FORTALECIMIENTO

Con sencillez el sacerdote ora por el penitente, imponiéndole las manos


cuando esto es conveniente. Al comienzo de la oración puede presentarle ante
el Señor en nombre de la Iglesia y en virtud del sacramento de la
reconciliación. Es de gran ayuda recordar su arrepentimiento y, sobre todo, su
regreso a Dios.

La oración de curación presenta las heridas a Dios para que sean sanadas en el
nombre de Jesucristo. El poder de curación es el poder del amor a través de
Jesús.

El sacerdote debe evitar todo dramatismo o tonos afectados, evitando al


mismo tiempo el ponerse él en el centro o distraer al penitente. Debe ser
sincero consigo mismo y pedir conforme a su fe, dejando de lado todo
lenguaje falso que asegure una curación si ésta no se ha dado.

La oración de fortalecimiento debe tocar los puntos débiles por los que se pide
un crecimiento en la vida y en el amor del Señor.

REFLEXIONES FINALES

1. Lo dicho en este artículo pone el acento en la celebración de la


reconciliación con un solo penitente. No debe considerarse esto como una
oposición a las celebraciones comunitarias. En la tradición de la Iglesia
durante muchos años se han mantenido con gran provecho estas dos formas.

2. Parece inadecuado el que las oraciones de curación se realicen casi


exclusivamente fuera del sacramento de la reconciliación: ambos están
íntimamente unidos.
3. El enfoque dado en este artículo, adaptado a cada circunstancia concreta,
puede utilizarse aun con personas no habituadas a los grupos de renovación.
La experiencia muestra que realizado con sencillez la gente se adapta con gran
provecho.

4. Las implicaciones sociales de la reconciliación son grandes y no deben


olvidarse. El énfasis en el poder de reconciliación en el sacramento de la
penitencia es el necesario comienzo de un proceso de reconciliación en los
hogares, en las comunidades religiosas, en las instituciones ciudadanas,
nacionales y mundiales. No hay otro lugar por donde empezar.

(Este escrito es un resumen realizado por KOINONIA del folleto El poder en


la Penitencia. Publicaciones Nueva Vida, Aguas Buenas. 1975).

PORQUE YAHVEH TU DIOS ES UN FUEGO


DEVORADOR, UN DIOS CELOSO (Dt.4, 24)
Por LUIS MARTlN

Hay cristianos en los que predomina un concepto pagano de Dios. Para ellos
Dios no es alguien, sino algo impersonal, vago y lejano, que se teme, pero no
se ama. Es un comportamiento de pura religiosidad, pero no de fe cristiana en
el “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (2 Co 1.3), que se nos ha
revelado en el Hijo, cuya gloria hemos contemplado.

Otros muchos tratan de vivir una vida más acorde con el Evangelio, pero sus
relaciones con Dios siguen siendo frías y formalistas, y a lo más que aspiran
es a cumplir pasablemente los mandamientos e ir a la iglesia los domingos.
Puede haber algo más de fe que en el caso anterior, pero viven en una
situación que no es de hijos sino de siervos, como si hubieran recibido “un
espíritu de esclavos para recaer en el temor” (Rm 8,15).

Tenemos también el caso de una minoría que conoce muy a fondo la


revelación, pero todo lo enfocan desde un plano puramente racional y
especulativo sin llegar a la verdadera experiencia y conocimiento íntimo de
Dios.

No es posible conocer a Dios sin acercarse a Él, sin llegar a un encuentro


personal con El. Una cosa es poseer conocimientos acerca de Dios por lo que
nos han contado y hemos estudiado nosotros, y otra muy distinta es conocer
personalmente a Dios. Sólo en este segundo caso podemos dar testimonio
personal de El.

Conocemos a las personas tratando con ellas. Moisés conoció así al Dios de
sus padres en la zarza ardiente en la montaña de Horeb (Ex 3,1-6); Elías se
retiró más tarde al “monte de Dios” para encontrar al Dios de la Alianza en el
susurro de una brisa suave (1 R 19,1-18). Isaías conoció al “Santo de Israel”
en la visión de Yahvé que con sus haldas llenaba el templo (Is 6,1-13).

«A DIOS NADIE LE HA VISTO JAMAS: EL HIJO UNICO QUE ESTA


EN EL SENO DEL PADRE, ÉL LO HA CONTADO” (Jn 1,18)

Para llegar a este encuentro se ofrecen algunas vías, a las que hoy se añade la
oferta, profusa y en creciente boga, de las religiones orientales, pero sólo hay
una que verdaderamente sea “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6).
Nadie va al Padre si no es por El que es “la Luz del mundo” (Jn 8, (2).

Siendo ya El “Imagen de Dios invisible” (Col 1,15), Jesús nos ha simplificado


de tal manera las cosas, presentándonos un camino tan simple y asequible,
incluso para el más pequeño, que la razón humana, orgullosa de sus propias
conquistas y sistemas conceptuales, y el mundo que “mediante su propia
sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría” (1 Co 1,21), llegan a
despreciarlo como pura necedad. Pero para los que llegan a “ser iluminados”
(Hb 10.32) es “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 1,24).

Esta posibilidad que se nos ofrece gratuitamente de “gustar el don celestial”


(Hb 6,4) no está al alcance de las grandes conquistas del genio humano, ni
tampoco es fruto de técnicas o de entrenamiento intelectual.

Hay que despojarse del propio orgullo y autosuficiencia, y en actitud


reconocida de pecador, pobre y enfermo, en anhelo expectante, con hambre y
sed, presentarse ante el Señor en actitud orante, aceptando el perdón y el amor
“como un niño” (Mc 10,15).

Orar es centrar en el Señor la mente y el corazón. Nunca lo primero sin lo


segundo, como es muy corriente, pues buscamos llegar a ser “limpios de
corazón” (Mt 5,8) para poder “ver a Dios”.

Situados con esta transparencia ante “el que escruta los corazones” (Rm 8,27)
hemos de clamar “desde lo más profundo” (Sal 130.1): ¡Señor! siento que
estoy tan lejos de Ti, que no me veo libre del pecado y que mi corazón se
contamina tan fácilmente. Límpiame, acoge mi clamor, dame tu Espíritu para
sentir y amar igual que Tú, pues eres Tú lo que verdaderamente necesito y
busco.

Sólo así es posible experimentar como su presencia nos envuelve, penetrando


hasta el fondo del ser, de manera más íntima que nuestro propio yo, e
invadiéndonos con una suavidad de paz, luz y amor.
La oración empieza entonces a discurrir cada vez más espontánea, sin
esfuerzo, como si algo nos atrajera hacia Él, donde quisiéramos permanecer
para siempre. Esto es ya comenzar a gustar y gozar de Dios, no de forma
sensible por supuesto, sino de una manera espiritual pero muy real, más allá
de la sensibilidad, del sentimiento o de la emotividad.

Es una comunicación con “palabras inefables que el hombre no puede


pronunciar” (2 Co 12,4), haciéndose presente en el corazón un Amor “que
excede a todo conocimiento” (Ef 3.19), muy por encima “de lo que podemos
pedir o pensar” (Ef 3,20).

A partir de esta experiencia comprobamos como cualquier falta deliberada por


pequeña que sea, puede empañar nuestra visión y debilitar la luz que ha
invadido el espíritu, deteriorando nuestra relación con el Señor.

Siento ahora que me duele mi propio pecado, mi facilidad para el pecado,


como algo que se interpone amenazante entre dos amantes. Veo que nunca
puedo presentarme limpio ante Él, yo siempre incoherente, contradictorio,
débil y egoísta, que ni siquiera comprendo mi proceder (Rm 7,15).

Yahveh se llama Celoso (Ex 34,14), el Señor es “un Dios celoso” (Dt 4,24;
5,9; 6,(5). Sí, tiene que ser así. No a la manera de los hombres: por
inseguridad, miedo, egoísmo. Sino porque ama inmensamente, con un amor
que exige correspondencia para que yo pueda gozar y vivir todo lo que Él es
para mí.

Dios ha entendido las relaciones con su Pueblo escogido, lo mismo que con
cualquiera de nosotros ahora, en forma de alianza, de compromiso de amor.
“Con amor eterno te he amado” (Jr 31,1): un amor muy superior al de un
padre por sus hijos o al de un hombre por una mujer. En la Biblia habla con
lenguaje de enamorado: “Yahveh tu Dios está en medio de ti ¡un poderoso
Salvador! Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con
gritos de júbilo como en los días de fiesta” (So 3,17•18).

Es por esto que yo debo amarle con todo mi corazón, con toda mi alma, con
todas mis fuerzas (Me 12,30; Dt 6.4) porque Él es único y no hay otro fuera de
Él”. Esta es la relación obvia y lógica que debe existir entre Él y yo, y pedirme
esto no es exigirme mucho, sino algo que yo puedo dar y para lo que está
hecho mi corazón.

Sólo Él es fiel (2 Ts 3,3). Sólo Él puede guardar “el amor por mil
generaciones” (Dt 7,9). Por todas las páginas de la Biblia resuena la misma
melodía: ¡Porque es eterna su misericordia!
«Porque tu esposo es tu hacedor, Jahveh Sebaot es su
nombre; y el que te rescata, el Santo de Israel. Dios de
toda la tierra se llama». (Is.54, 5)

17 - EL MISTERIO DE MARIA.

«LA BIENAVENTURADA MARIA ORA POR LA


IGLESIA»
UNA ESPERANZA ECUMENICA
Tal como entrecomillamos el título de este editorial, así quedó reconocido por
la Iglesia Protestante en la Confesión de Augsburgo, redactada por
Melanchton en 1530 con el asentimiento de Lutero.

Desde entonces se han ido sucediendo las incomprensiones y alejamientos


entre la Iglesia Católica y la Protestante, recrudeciéndose siempre en los dos
puntos de oposición más profundos: el primado pontificio y el culto mariano.

Hoy en cambio, desde hace apenas unos doce años, nos estamos encontrando
en muchos grupos de oración y comunidades de la R.C. hermanos de la
confesión Católica y de la Protestante. Sentimos muy vivamente que «en un
solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo,
judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”
(1 Co 12,13), pero al mismo tiempo, escribía Pablo VI, “somos conscientes de
que existen no leves desacuerdos entre el pensamiento de muchos hermanos
de otras Iglesias y comunidades eclesiales y la doctrina católica en torno a la
función de María en la obra de la salvación, y, por tanto, sobre el culto que le
es debido” (Marialis cultus. n. 33).

Ante tales diferencias y dificultades y queriendo ser todos fieles a la propia


conciencia, descubrimos que el Señor nos llama, con una vocación muy
especial, a trabajar y orar por la restauración entre todos los cristianos del
Amor y la Unidad. Esta es la voluntad de Cristo Jesús, el Maestro a quien
todos queremos seguir y servir, y ésta es la forma de que “la Buena Nueva sea
proclamada a toda la creación” (Mc 16,15), para llegar a hacer “discípulos a
todas las gentes” (Mt 28,19; Rm 11.25).

En relación con el culto a Santa María, «la Madre de Jesús" (Jn 2,1; Hch
1,14), además de los diálogos que en el campo académico mantienen
especialistas y pastores, ¿qué podemos hacer nosotros en respuesta a
semejante reto y exigencia del Espíritu?

- Lo primero que necesitamos unos y otros es fidelidad total al Espíritu Santo,


“el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,17), que, según prometió Jesús, “os lo
enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). Es así
como será posible realizar una búsqueda común de la verdad total.

- Esto nos lleva a un examen de conciencia en humildad y apertura, para


distinguir bien entre dogma y opiniones, entre piedad auténtica y formas
abusivas o la mentalidad particular de una época o región, y que los católicos
nos cuestionemos, al menos, ante el reproche que nos hacen los hermanos
separados de sustitución o de eclipse del Espíritu Santo en provecho de María,
que “no puede dejarnos indiferentes y bien merece nos detengamos
estudiándolo” (C. SUENENS, ¿Un Nuevo Pentecostés?, p. 199).

- Así podremos adquirir una nueva actitud de diálogo, no de discusión y


polémica, es decir, actitud de caridad en la verdad, “sinceros en el amor” (Ef
4,15), para llegar a conocernos mutuamente, a comprendernos, a comprender
también las situaciones, los condicionamientos históricos y la dinámica de
unión, de forma que desaparezcan los equívocos y prejuicios, y, en lo posible,
lleguemos también nosotros a las raíces de las oposiciones que hay que
resolver.

- Toda renovación es una vuelta a las fuentes: Cristo revelador, su Palabra y la


Iglesia carismática de Pentecostés. Esto exige no disminuir la auténtica
doctrina para facilitar la unión, ya que el oportunismo no debe ser el criterio a
seguir. Tampoco el criterio verdadero ha de ser el ecumenismo, sino que éste
tiene que ser sometido a criterios. En este sentido «los grupos católicos no
deben temer expresar ante la presencia de los protestantes aquello que creen
respecto a María. Pero deben evitar el vincular la expresión de la devoción
marial a ciertas formas particulares de la misma, que tienen su origen en
alguna revelación privada” (Documento Segundo de Malinas, n." 62).

En tales condiciones podemos confiar que “la veneración a la humilde Esclava


del Señor, en la que el Todopoderoso obró tales maravillas, será aunque
lentamente, no obstáculo sino medio y punto de encuentro para la unión de
todos los que creen en Cristo” (PABLO VI, MC. 33).

LA FIGURA DE MARIA EN LA BIBLIA


RODOLFO PUIGDOLLERS
Un buen conocimiento de la figura de María debe basarse en lo que de ella
nos dice la Biblia. En este artículo no vamos a presentar una enseñanza
completa sobre María, sino que nos limitaremos a presentar los textos bíblicos
que hablan de ella.

ESCRITOS DE SAN PABLO

Si San Pablo nos habla muy poco de la vida terrena de Jesús, no nos ha de
extrañar que no haga ninguna referencia explícita a María o a la concepción
virginal de Jesús. La expresión nacido de mujer (Ga 4,4) es una expresión
habitual en el lenguaje bíblico (cf. Jb 14.1: Mt 11.11) Y no es sino una
referencia a la debilidad de la naturaleza humana: Jesús apareció entre
nosotros como un recién nacido, como todos los humanos. La expresión
nacido del linaje de David según la carne (Rm 1,3) no indica una
concepción de modo carnal, sino que Jesús en cuanto hombre pertenece al
linaje de David: de ahí que el Nuevo Testamento Inter-confesional traduzca
“descendiente de David en cuanto hombre”.

Sin embargo, hay que reconocer que cuando S. Pablo hace referencia al
nacimiento de Jesús (Ga 4,4; Rm 1,3; Flp 2,7) se aparta del vocabulario
bíblico normal sobre el nacimiento de las demás personas: no hay nunca
referencia al padre terreno y, en vez del verbo habitual “ser engendrado”
(gennaomai), emplea el verbo “llegar a ser” (ginomai).

Sobre la referencia a los "hermanos” de Jesús [Ga 1 ,19; 1 Co 9,5) ya


hablaremos más adelante; señalemos ahora solamente que en S. Pablo aparece
claramente como un título honorífico referido a Santiago [Ga 1,19) o a un
circulo cristiano concreto (1 Co 9.5). Este elemento honorífico se ve en el
empleo de la expresión "hermanos del Señor” y no “hermanos de Jesús”.

Otro punto a destacar es el paralelismo que establece S. Pablo entre Jesús y el


primer Adán [cf. Rm 5; 1 Co 15): de modo que Adán es figura del que había
de venir [Rm 5,14). Normalmente se interpreta que la desobediencia de Adán
es por contraste figura de la obediencia de Jesucristo (así Orígenes), sin
embargo, otros autores han apuntado que el nacimiento de Adán es una figura
del nacimiento de Jesús (así Sto. Tomás de Aquino).

En conclusión: si bien S. Pablo no nos dice nada directamente sobre María,


hay indicios para pensar que el nacimiento del Espíritu no se refiere
exclusivamente a la resurrección, sino que hay que situarlo en la concepción
(es decir, la concepción virginal).

EVANGELIO DE S. MARCOS
En el evangelio de S. Marcos encontramos dos referencias a María. Algunos
autores las han considerado como los restos históricos más antiguos referentes
a María, sin embargo, como veremos, no es así.

La primera referencia es el episodio sobre el verdadero parentesco de Jesús


(3,31-35). Todo este fragmento está confeccionado para conservar la frase de
Jesús el que hiciere la voluntad de Dios éste es mi hermano y hermana y
madre (vs. 35). Recoge dos tradiciones anteriores: a) una, reflejada en los vs.
20-21 y que establece una tensión entre la familia de Jesús según la carne y su
nueva familia, sin una referencia explícita a su madre; y b) otra (cf. Lc 8,19-
21) que establece una tensión semejante a la de Lc 11,27-28. Históricamente
se puede afirmar una tensión entre Jesús y su familia (cf 3,20-21; Jn 7,5), pero
no entre Jesús y su madre; la referencia a su madre se debe a una influencia de
la frase "éste es mi hermano y hermana y madre” (vs. 35). Así en el vs. 21 se
habla de “los suyos", en el vs. 31 de "su madre y sus hermanos” y en el vs. 32
(en algunos códices) de “su madre y sus hermanos y sus hermanas”.

El segundo texto es 6,3: ¿No es éste el carpintero, el hijo de María?


Algunos autores quieren ver en la expresión “el hijo de María” una referencia
a un nacimiento ilegítimo (como en Jc 11,2). Sin embargo, la denominación
por la madre aparece en el Antiguo Testamento en los casos de poligamia (cf.
Gn 36.10) y en el Nuevo Testamento cuando el padre ha muerto y la viuda no
tiene más hijos (cf. Lc 7,12): éste último es el caso de Jesús. Por otra parte, el
texto de Marcos no es aquí el más primitivo, sino que es una corrección de Mt
13.55: reemplaza la expresión el hijo del carpintero, por el carpintero, el
hijo de María. De este modo este texto de San Marco hace una referencia
indirecta a la concepción virginal (cf. M-E. BOISMARD, Synopse II, nota
144, II 4).

La expresión “los hermanos de Jesús” (Mc 3,20.21.31-35=Mt 12,46-50=Lc


8,19-21; Mc 6,3=Mt 13,55-56; Jn 2,12; 7,3.5.10; Hch 1,14; 1 Co 9,5; Ga 1,19)
indica para algunos a los hijos de José y María (Helvidio y muchos autores
protestantes), a los hijos de un matrimonio anterior de José (S. Epifanio y la
tradición oriental), a los primos de Jesús (S. Jerónimo y la tradición católica).
El término “hermano” (adelfós) no indica sin más a los primos, pero sí en
hebreo, arameo y griego bíblico, "en el lenguaje abreviado (para evitar largos
circunloquios) y en el honorífico (revalorización terminológica del grado
efectivo de parentela)" (J. Blinzler). El Nuevo Testamento llama “hermanos" a
los primos de Jesús; es un uso honorífico (cf. claramente en Ga 1,19) y no es
preciso referirse a la muerte prematura de José (J. Blinzler) o de Clopás (J. B.
Belser) para imaginar que Jesús y sus primos crecieron juntos. En cuanto al
verdadero grado de parentela de Santiago y Joset, parecen ser hijos de una
María, hermana de San José (J. McHugh) o bien casada con un hermano de la
Virgen Maria [J. Blinzler); Simeón y Judas parece ser hijos de Clopás,
hermano de S. José (J. Blinzler, J. McHugh).
EVANGELIO DE SAN MATEO
El evangelio de San Mateo habla de María sobre todo en los dos primeros
capítulos. Estos se diferencian del resto del evangelio en cuanto son, sobre
todo, una reflexión teológica midráshica (midrash = explicación edificante a
partir del Antiguo Testamento) sobre la persona de Jesús.

En 1,16 utiliza una expresión inusitada: José, el esposo de María, de la que


nació Jesús; cambia así la fórmula habitual de la genealogía “X engendró a
Y". María, que por su virginidad no debía figurar en la genealogía del Mesías,
es incluida por la misericordia de Dios que mira la pobreza de los hombres
(cf. la inclusión en la genealogía de tres mujeres, todas ellas no judías).

En 1,18-25 se nos narra la concepción virginal de Jesús. Esta no es presentada


como un privilegio mariano, sino como una afirmación cristológica: Jesús es
un hombre de nuestro pueblo (1,1-17), pero nacido del Espíritu Santo (1,18-
25).

Expliquemos algunas expresiones de esta perícopa: a) desposada [vs. 18):


entre los judíos se celebraban en primer lugar los desposorios, y, al cabo de un
año, el matrimonio; los desposorios, sin embargo, suponían ya un compromiso
real, de forma que se llamaban ya "marido” y “mujer” y toda infidelidad era
considerada un adulterio; las relaciones sexuales durante el tiempo de
desposorios no estaban permitidas, sobre todo en Galilea. b) Antes de
empezar a estar junto (vs. 18): no indica las relaciones sexuales sino el acto
del matrimonio por el que marido y mujer empezaban a vivir bajo el mismo
techo. c) Como era justo (vs. 19): el texto no indica que San José
desconociese la concepción extraordinaria, y por lo tanto, su justicia no
consiste en no quererse mezclar en la supuesta falta de María o en querer
cumplir la ley sobre los adulterios; el texto supone que San José está al
corriente del origen del niño (el aviso del ángel del vs. 20 hay que traducirlo
así: "ciertamente lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” ) y, por lo tanto,
su justicia consiste en no querer aparecer como padre de un hijo que procede
del Espíritu; San José quiere respetar plenamente la obra de Dios: María
pertenece a Dios y él se retira ("no tengas miedo de tomar contigo a María"
vs. 20); pero, para no tener que llevar la separación a los tribunales o bien para
no tener que explicar la maravilla obrada en María antes de que Dios mismo la
manifestase, “decidió separarse de ella en secreto” (vs. 19). Este pensamiento
de San José indica que María pertenece plenamente a Dios; si él debe tenerla
en casa es con la misión de dar un nombre al niño (cf. Vs.21): ¿no presupone
esto la idea de la virginidad perpetua de María? La obra del Espíritu en María
la consagra para siempre. d) No la conocía hasta que ella dio a luz un hijo
(vs. 25): la conjunción griega heos (hasta que) indica sólo la perspectiva en la
que se sitúa el autor, no afirma que después sí; el uso del imperfecto (y no del
aoristo) indica la permanencia en esta actitud, de ahí que la mejor traducción
es la de J. Mateos: "sin haber tenido relación con él, María dio a luz un hijo”.
El capítulo segundo de San Mateo presenta una serie de narraciones
midráshicas sin fundamento histórico (adoración de los magos, huida a
Egipto, matanza de los inocentes). No podemos deducir, por lo tanto, de estos
episodios ningún dato sobre María. Sólo un dato teológico: María acompaña
siempre a Jesús, en las alegrías y en las penas. El capítulo concluye
dejándonos a Jesús en Nazaret, que es la ciudad donde pasó toda su infancia y
juventud.

Aparte de estos dos primeros capítulos, el primer evangelio sólo nos habla de
María en 12,46-50 y 13.55-56. Sobre estos textos ya hemos hablado en el
apartado dedicado al evangelio de San Marcos. Señalemos únicamente que en
12,46 la madre y los “hermanos” de Jesús quieren sólo hablar con él y no
"hacerse cargo de él" como en Mc 3,21 (cf. 3,22).

LA OBRA DE SAN LUCAS


Cuando se estudia el tercer evangelio hay que tener en cuenta que los Hechos
de los Apóstoles constituían primitivamente una misma obra con éste. Por eso
hemos de estudiarlos juntos.

El evangelio de San Lucas se abre con dos capítulos -el relato de la infancia -
en que se nos habla abundantemente de María. Estos hay que relacionarlos
con los dos primeros capítulos del evangelio de San Mateo, ya que
seguramente San Lucas se inspira aquí en San Mateo, al mismo tiempo que lo
corrige. Su género literario es histórico con abundantes elementos
midráshicos: no tiene fundamento histórico, sin embargo, el parentesco entre
María e Isabel, la visitación, la escena de los pastores, el encuentro con
Simeón y Ana, y la pérdida de Jesús en el Templo.

María es presentada en toda su pobreza (virgen no es aquí un título de honor,


sino la incapacidad radical para engendrar: más que la esterilidad de Isabel).
Pero Dios ha puesto los ojos en esta pobreza (1.48); sin ningún mérito por su
parte (cf. en cambio la justicia de Zacarías e Isabel: “caminaban sin tacha en
todos los mandamientos y preceptos del Señor” 1.6), ha hallado gracia delante
de Dios (1,30), es “llena de gracia”. (1,28; Beda, el Venerable escribió: .. con
justo título es llamada llena de gracia, ya que ha recibido la gracia que
ninguna otra mujer ha merecido, es decir, la de concebir y dar a luz al autor
mismo de la gracia.). Su respuesta es única y exclusivamente la fe: “he aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (1,38). “¡Bienaventurada la
que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!” (1.45).

Esta descripción de María como “virgen”, “pobre de Yahvé”, cuya única


actitud es la fe, y que recibirá al “salvador” y será “madre” - coincide
completamente con la descripción profética de la “Hija de Sion”. Se discute
esta afirmación desde su presentación en 1945 por parte del exégeta luterano
H. Sahlín, pero hay que reconocer que la salutación del ángel (“Alégrate llena
de gracia, el Señor está contigo... No temas, María, porque has hallado gracia
delante de Dios” 1,28.30) está reproduciendo el oráculo escatológico de
Sofonías 3,14-17 (cf, también Jl 2,21; Za 9,9): .Alégrate, hija de Sion,... el
Señor está en medio de ti... No temas, Sion,... el Señor, tu Dios está en medio
de ti”.

En paralelismo con María, la pobre y la creyente, que recibe el Espíritu Santo


en la Anunciación (principio del evangelio), debemos situar a la comunidad
cristiana,
pobre y creyente, que recibe el Espíritu Santo en el Pentecostés (principio de
los Hechos de los Apóstoles). La presencia de María, “la madre de Jesús”, en
Hch 1,14 establece la unión entre ambos episodios. De este modo hemos de
afirmar que, para San Lucas, María es modelo y tipo de la Iglesia, no sólo por
su fe, sino por su fe y su maternidad gratuita; fe y recepción del Espíritu son
inseparables.

Añadamos algunas anotaciones más: a) ¿Cómo será esto, puesto que no


conozco varón? (1,34): algunos autores antiguos han querido ver en esta frase
la existencia de un voto de virginidad por parte de María; sin embargo, esta
frase no es más que un modo literario de resaltar la concepción virginal y
permitir la siguiente frase del ángel (también Zacarías hace una pregunta:
1,18). b) A ti misma una espada te atravesará el alma (2.35): María es aquí
símbolo del pueblo de Israel y la espada una metáfora que indica la revelación
que trae Jesús (cl. Ef 6,17: ?Hb 4.12) en cuanto realizadora del juicio que
muestra "las intenciones de muchos corazones". c) En el texto da Lucas hay
dos restos de himnos de la primitiva comunidad cristiana (hacia el 75-80 o
antes) que ensalzan a María; el primero de ellos es la frase de Isabel: “Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (1,42), inspirada en Jdt
13,18; y el segundo la frase del Magnificat “desde ahora todas las
generaciones me llamarán bienaventurada” (1.48) y que podría hacer
referencia a lo dicho anteriormente por Isabel: “¡Bienaventurada la que ha
creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor"
(1,45).

Sobre la denominación “los hermanos de Jesús” (8,19•20; Hch 1,14) hemos


hablado ya al estudiar el evangelio de San Marcos. El episodio sobre el
verdadero parentesco de Jesús (8,19-21) presenta en Lucas una forma muy
condensada, sin ningún rasgo polémico contra la familia (vienen sólo a verle:
vs. 20). Presenta así un significado paralelo al episodio sobre la verdadera
dicha (11,27•28). María es dichosa no por una simple maternidad física, sino
por haber escuchado y guardado la Palabra de Dios (11,28), por haber
escuchado y cumplido la Palabra de Dios (8.21): es exactamente lo dicho por
María en la anunciación (1 38; “hágase en mí según tu palabra”) y por Isabel
?(1.45: “¡bienaventurada la que ha creído que se cumplirían las cosas que le
fueron dichas de parte del Señor!”). La maternidad de María es el don
completamente gratuito de las gracias de Dios, el fruto de la fe.

EL EVANGELIO DE SAN JUAN


Para estudiar rectamente los textos sobre María en el cuarto evangelio hay que
leerlos teniendo en cuenta la obra de Lucas, en la que seguramente se inspiran.
Hay sólo dos referencias a la madre de Jesús, la primera al principio del
evangelio (2,1-11) y que, por lo tanto, hay que ponerla en paralelismo con la
anunciación; y la segunda al final (19,25-30) y que hay que ponerla en
relación con el Pentecostés.

María en Caná es presentada como símbolo de la comunidad cristiana,


constituida por judíos, samaritanos y griegos, que por la muerte y resurrección
de Jesús (“la hora”) recibirá el gran don escatológico: el Espíritu Santo
(simbolizado por el vino). María, como la comunidad cristiana, invita a la fe:
“haced lo que él os diga” (2,5: cf. Hch 2,37-38).

El episodio de la madre de Jesús y el discípulo junto a la Cruz ha sido


diversamente interpretado: a) expresaría el cariño filial de Jesús para con su
madre (Santo Tomás de Aquino); b) María sería un símbolo de la Iglesia,
madre de los cristianos (San Efrén y San Ambrosio); c) María simbolizaría la
Iglesia judeocristiana y el discípulo amado, la Iglesia paganocristiana
(Bultmann); d) indicaría la maternidad espiritual de Maria (F. M. Braun). Si la
frase, mujer, ahí tienes a tu hijo, podría indicar a la madre de Jesús como
símbolo de la fecundidad de la Iglesia; la frase ahí tienes a tu madre, no
puede indicar esto. Es María misma, como persona histórica, la que es
designada aquí como madre. Hace bien F. M. Braun cuando parafrasea el vs.
27 del siguiente modo: “a partir de esta hora el discípulo la recibió en su casa
y la acogió como a su propia madre, como una parte de la herencia espiritual
que le legaba su Señor”.

EL APOCALIPSIS

En el Apocalipsis hay un texto muy discutido: el capítulo 12, en el que se


describe a una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una
corona de estrellas sobre su cabeza. Son muchas las interpretaciones: a) se
refiere al Pueblo de Dios (del AT o del NT o a ambos) sin referencia a María;
b) se refiere primariamente a la Iglesia bajo los rasgos de María: c) describe
sobre todo a María, pero como arquetipo de la Iglesia.

También se discute si el nacimiento del Mesías a que hace referencia el texto


es el nacimiento en Belén o el nacimiento escatológico por la cruz y la
resurrección.

Parece que el texto hay que referirlo al nacimiento escatológico por la cruz y
la resurrección. La referencia a la Iglesia (concebida como el pueblo del
Antiguo y del Nuevo Testamento) parece también clara (cf. Vs. 6ss). En tal
caso es difícil negar un cierto paralelismo con el episodio de la madre de Jesús
junto a la Cruz y, por lo tanto, una posible lectura mariana del texto. Si el
texto del Apocalipsis se inspira en el evangelio de Juan, la referencia mariana
sería indiscutible: en caso contrario, como es lo más probable, es fácil que el
texto propiamente dicho no suponga ninguna referencia explícita a la persona
histórica de María. Escribe el teólogo protestante Max Thurian: “el gran signo
en el cielo es la Iglesia-madre, que avanza hacia el Reino glorioso del
Resucitado a través de las tribulaciones de este mundo, simbolizada en la
historia y particularmente al pie de la cruz, por María, madre del Crucificado
y del Resucitado”.

ANTIGUO TESTAMENTO
Como es natural, el Antiguo Testamento no dice nada sobre María. Sin
embargo, “estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y tal
como se interpretan a la luz de la ulterior y plena revelación, evidencian poco
a poco, de una forma cada vez más clara, la figura de la mujer Madre del
Redentor” (LG 55). De este modo podemos leer proféticamente Gn 3,15
(promesa de victoria sobre la serpiente), Is 7,14 (“la virgen concebirá”) y Mi
5,2-3 (“y dará a luz”). En cuanto a los temas teológicos, tienen una
importancia profética el tema de “los pobres de Yahvé” (cf. Lc 1,48.52) y el
tema de la “Hija de Sion” (Sof 3,14-17: cf. Lc 1,28-38)

MARÍA LA MADRE DE JESUS


RODOLFO PUIGDOLLERS

1. MADRE DEL SEÑOR

La Sagrada Escritura nos dice que Jesús es el Hijo de Dios, primicia de la


nueva creación, nacido del Espíritu Santo. El evangelio de San Mateo nos dice
que María, cuando sólo estaba prometida con José, “quedó embarazada por la
acción del Espíritu Santo” (2,18) y el evangelio de San Lucas pone en boca
del ángel las siguientes palabras: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti” (1,35).
Esto es lo que la Iglesia está expresando cuando dice que María es la Madre
de Dios (Concilio de Efeso) y que Jesús “por obra del Espíritu Santo se
encarnó de María, la Virgen” (Credo), es decir la concepción virginal.

2. LLENA DE GRACIA

La obra del Espíritu Santo en María la consagra completamente en su


dedicación a Jesús. Esto viene ya insinuado por el temor de José a casarse con
María (cf. Mt 1,19•21). Ella es la “kejaritomene” como la llama en griego el
ángel (Lc 1,28), es decir, “la más favorecida de Dios” (NT 1), “la llena de
gracia” (Vulgata). Y es lo que la Iglesia expresa cuando habla de la
virginidad perpetua de María.

Es más, la gran maravilla que el Espíritu Santo realiza en ella inunda toda su
vida. Escribe una autora evangélica: "es lógico, pues, entender que después de
ser fecundada por el Espíritu se mantuviera pura y viviera en la presencia de
Dios. Incluso con anterioridad, puesto que Dios prepara durante largo tiempo
y educa a los que le han de servir como instrumentos” (M.B. Schlink). De ahí
que la Iglesia llama a María “totalmente santa e inmune de toda mancha de
pecado” o “enriquecida desde el primer instante de su concepción con el
resplandor de una santidad enteramente singular” (Concilio Vaticano II): es lo
que en la tradición católica expresamos con la afirmación de la inmaculada
concepción (Pío IX, 8 diciembre 1854). Del mismo modo, la gracia
completamente gratuita de Dios se manifiesta en María hasta el final, en que
“terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la
gloria celestial” (Pío XII, 1 noviembre 1950): es lo que en la tradición católica
expresamos con la asunción de María.

3. MADRE NUESTRA

Pero la Sagrada Escritura no solamente nos habla de la maternidad de María y


de su virginidad (es decir, de su consagración a Dios), sino que nos la presenta
como la “pobre de Yahvéh”, la “hija de Sion”, es decir, como figura y
modelo de la Iglesia. Con esto la Sagrada Escritura no nos está mostrando
solamente una imagen, como si se tratase simplemente de un artificio literario.
María misma es un carisma, un don del Espíritu para la Iglesia. Esto queda
expresado muy claramente en el evangelio de San Juan con las palabras de
Jesús en la cruz: “Aquí tienes a tu madre” (Jn 19,27). Esto es lo que la Iglesia
quiere decir cuando habla de la maternidad espiritual de María, cuando dice
que “Maria, en tanto que Madre de Cristo, ha de ser considerada también
como madre de los fieles y de los pastores, es decir, de la Iglesia” (Pablo VI.
21 noviembre 1964). María, por don completamente gratuito de Dios, en
cuanto Madre de Jesús, tiene una influencia efectiva y ejemplar sobre todo
cristiano (es lo que a veces se quiere expresar con expresiones como
“auxiliadora”, “abogada”, “medianera”, “reina”). María es para el cristiano,
modelo de fe, pero no un modelo meramente externo, sino un modelo que es
ayuda (“haced lo que él os diga”) y es madre (“Aquí tienes a tu madre”).

4. ¡BENDITA TU!

Por último, la Sagrada Escritura nos enseña también a invocar a María:


“desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48),
“¡bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno!” (Lc 1,42). Esta
invocación difiere totalmente de la adoración, debida solamente a Dios
(Concilio Vaticano II), de la tendencia a quedarse en simples elusiones de
sentimiento (Juan XXIII) y de toda superstición. La verdadera invocación a
María es un canto a la gratuidad plena del amor de Dios manifestado en ella.
Invocar a María es acoger su carisma.

BIBLlOGRAFIA MARIANA

1. ESTUDIOS CATÓLICOS: para la parte bíblica: J. McHUGH, La madre


de Jesús en el Nuevo Testamento, Desclée de Brouwer, 1979, p. 552; para
un estudio general del tema: R. GUARDINI, La Madre del Señor, Madrid
1960; E. H. SCHILLEBEECKX. María, madre de la redención, Madrid
1971 (hay trad. catalana, en Col.leció Blanquerna, Barcelona 1966); K.
RAHNER, María, Madre del Señor; para una antología de textos: María
del Evangelio, Misión abierta, núm. 2, abril 1976; B. DALMAU, Pregar a la
Mare de Déu, Montserrat 1978; para la doctrina del Concilio Vaticano II:
R. LAURENTIN, La Vierge au Concile, París, 1965 (hay trad. catalana en
Ed. Litúrgica Espanyola, Barcelona, 1968).

11. ESTUDIOS NO CATOLlCOS: M. LUTERO, El Magníficat traducido y


comentado, en Obras, Salamanca, 1977, pp. 176-204: M. THURIAN, María,
madre del Señor, figura de la Iglesia, Zaragoza, 1966 (hay trad. catalana
Barcelona, 1965); B. SCHLINK, Maria, el Camino de la Madre del Señor,
Terrassa, 1978.

COMENTARIO AL MAGNIFICAT
MARTIN LUTERO

Entre noviembre de 1520 y junio de 1521, escribió Lutero un emocionado y


ferviente comentario al Magníficat. Seleccionamos algunos fragmentos.

Para la ordenada comprensión del Magníficat es preciso tener en cuenta que la


bienaventurada Virgen María habla en fuerza de una experiencia peculiar por
la que el Espíritu Santo la ha iluminado y adoctrinado. Porque es imposible
entender correctamente la palabra de Dios, si no es por mediación del Espíritu
Santo...

Precisamente porque la Santa Virgen ha experimentado en si misma que Dios


le ha hecho maravillas, a pesar de ser ella tan poca cosa, tan insignificante, tan
pobre y despreciada, ha recibido del Espíritu Santo el don precioso y la
sabiduría de que Dios es un Señor que no hace más que ensalzar al que está
abajado, abajar al encumbrado y, en pocas palabras, quebrar lo que está hecho
y hacer lo que está roto...

Por el ejemplo de su experiencia y por medio de su palabra María nos dice la


forma en que se tiene que reconocer, amar y alabar a Dios... Es una lástima
que cántico tan precioso como éste se utilice con tanto desmayo por parte
nuestra, si le entonamos sólo mientras nos van bien las cosas. Si salen mal, se
deja de cantar, se deja de estimar a Dios, se piensa que no puede, que no
quiere hacer nada por nosotros y se prescinde del Magníficat...

¿No te parece maravilloso el corazón de María? Se sabe madre de Dios,


ensalzada por todos los humanos, y a pesar de ello permanece tan
tranquilamente sencilla, que no hubiera menospreciado a la más humilde
criada... El corazón de María permanece fuerte y ecuánime en todas las
circunstancias, deja que Dios actúe en ella según su voluntad, sin tomarse más
que el buen consuelo y el gozo de la confianza en Dios. ¡Qué hermoso
Magníficat entonaríamos nosotros si siguiésemos su ejemplo!...

Quien recta y únicamente ama y alaba a Dios, le alaba sólo porque es bueno,
se fija exclusivamente en su bondad, y en ésta, no en otra cosa, encuentra su
placer y su gozo. He aquí una forma sublime, limpia y delicada de amar y de
alabar, perfectamente adecuada a un espíritu sublime y delicado como el de
esta Virgen...

¿Cómo tenemos que dirigirnos a María? Fíjate bien en las palabras; te dicen
que tienes que hablarla de la siguiente manera: “¡Oh, tú, bienaventurada
Virgen y Madre de Dios; qué nada e insignificante eres, qué despreciada has
sido, y, sin embargo, qué graciosa y abundantemente te ha mirado Dios y qué
grandes cosas ha realizado contigo! Nada do eso has merecido, pero la rica y
sobreabundante gracia que Dios ha depositado en ti es mucho más alta y más
grande que todos tus méritos. ¡Dichosa de ti! Desde este momento eres
eternamente bienaventurada, porque has hallado a un Dios así”...

Quien la quiera honrar correctamente, debe no representársela aislada, sola,


sino colocarla en relación con Dios y muy por debajo de él, despojarla de toda
excelencia y contemplar su nada, como ella dice. Después vendrá la
admiración ante esta maravilla de la sobreabundante gracia de Dios, que tan
pródiga y bondadosamente mira, abraza y bendice a un ser tan pequeño e
insignificante. La contemplación de este ser te conducirá a amar y alabar a
Dios en tales gracias, te llenará de entusiasmo y confianza para esperar toda
suerte de bienes de este Dios que tan graciosamente se fija en los pequeños,
insignificantes y despreciados sin que los desprecie. Tu corazón se reforzará
en la fe, esperanza y caridad a los ojos divinos. ¿Piensas que puede haber otra
cosa que le resulte más grata que este llegar tú a Dios por medio suyo, que
aprender por su ejemplo a confiar y esperar en Dios, aunque sea a costa de ser
despreciado y anonadado? De todas formas, suceda durante la vida o en la
muerte, lo que desea no es que acudas a ella, sino que por su medio te dirijas a
Dios...

Las “grandes cosas” que ha realizado en ella no son más que el haber sido la
madre de Dios: con ello le han sido otorgados tantos y tales bienes, que nadie
es capaz de abarcarlos. De ahí provienen todo honor, toda la felicidad, el ser
una persona tan excepcional entre todo el género humano, que nadie se le
puede equiparar, porque, con el Padre celestial, ha tenido un Hijo. ¡Y qué
Hijo! Tan grande, que ni darle nombre puede por esa magnitud súper
excelente, y se ve precisada a quedarse proclamando balbuciente que es algo
muy grande, que no puede expresarse ni mensurarse. Y de esta suerte ha
encerrado en una palabra todo su honor, porque quien la llama madre de Dios
no puede decirle nada más grande, aunque contase con tantas lenguas como
hojas y hierbas hay en la tierra, estrellas en el firmamento y arenas en el mar...

Dejemos esto aquí por el momento, y pidamos a Dios que nos conceda la
correcta inteligencia de este Magníficat: que no se contente con iluminar y
hablar, sino que inflame y viva en el cuerpo y en el alma. Que Cristo nos lo
conceda por la intercesión y la voluntad de su querida madre María. Amén.

JESÚS ESPERA QUE LA VENEREMOS Y QUE LA


AMEMOS
M. BASILEA SCHLINK

Este texto está tomado de la obra “María, el camino de la Madre del Señor”.
La M. Basilea Schlink es evangélica y fundadora de la Hermandad
Evangélica de María, en Darmstadt (Alemania).

Martín Lutero escribe sobre María: “¿Quiénes son todas las muchachas,
siervos, señores, mujeres, príncipes, reyes, monarcas de la tierra en
comparación con la Virgen María, que, nacida de descendencia real, es,
además, madre de Dios, la mujer más sublime de toda la tierra? Ella es, en la
cristiandad entera, el más noble tesoro después de Cristo, a quien nunca
podemos ensalzar bastante: la más noble esperadora y reina, exaltada y
bendita sobre toda la nobleza, con sabiduría y santidad. (Comentario al
Magnificat).

?Quien lea estas palabras de Lutero, de quien es notorio que hasta el fin de su
vida honraba a María, santificaba sus fiestas y cantaba diariamente el
Magníficat, se dará perfecta cuenta de cuánto nos hemos alejado del recto
enfoque hacia ella como Martin Lutero nos lo mostró desde la perspectiva de
la Sagrada Escritura. Por tal razón, los herederos de la Reforma en cuyas
confesiones leemos frases como ésta: “María es digna del más supremo honor
en la más grande medida”(art. IX de la Apología en torno de la Confesión de
Augsburgo), tenemos el deber de preguntarnos si no hemos sido nosotros
enrollados más o menos conscientemente en una actitud o manera de pensar
racionalista.

En efecto, el racionalismo no acepta nada del misterio de la concepción


sobrenatural de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, ante cuyo
misterio no cabe más que una postura: la humilde adoración. Porque no
resulta fácil de comprender el misterio de cómo el Creador de cielos y tierra
pudo hacerse hombre, lo rechaza olímpicamente el cristianismo llamado
“modernista”. Sin embargo, la Sagrada Escritura afirma explícitamente el
sublime misterio y lo expone con todo detalle y delicadeza.

Porque el racionalismo solamente deja en pie lo que puede explicar con la


razón humana, se han suprimido en la Iglesia Evangélica, en tiempos
posteriores a la Reforma, todas las fiestas de María y todo lo que nos traía el
recuerdo de ella: es decir, se ha perdido toda clase de relación bíblica en torno
a la Virgen María. Y todavía estamos padeciendo las consecuencias de esta
herencia de recelo y temor.

Sin embargo, si Martín Lutero nos dice en aquella frase antes citada que nunca
podremos ensalzar suficientemente a la mujer que constituye el mejor tesoro
para la cristiandad después de Cristo, yo misma debo contarme entre aquellas
personas que no lo han hecho durante los largos años de su vida, y que, por
consiguiente, no han seguido la invitación de la Sagrada Escritura según la
cual “desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones de la
tierra” (Lc 1,48).

Yo no me había incluido entre esas generaciones. Es verdad que había leído


en la Escritura cómo Isabel -la mujer bendecida por Dios- había hablado
inspirada por el Espíritu Santo y la había reconocido como madre de su Señor.
Su anciana prima le tributó la más grande alabanza diciendo: “De dónde a mí
que la madre de mi Señor venga a visitarme?” Ciertamente hubiese yo podido
aprender mucho antes a honrar a María, pero nunca lo hice por espacio de
largos años, no teniendo ningún pensamiento de especial afecto para ella en
mi corazón, ni haciéndola objeto de ningún cántico en memoria de ella, a
pesar de lo que Lutero escribe de que no se la puede ensalzar bastante.

?El señor me concedió la gracia, en los últimos decenios, de amar y venerar a


María, tanto más cuanto más profundamente intentaba imitar su conducta
sumergiéndome en la consideración de aquellos duros caminos por los cuales
fue conducida por la especial providencia de Dios, según nos revela la
Sagrada Escritura. Es, por tanto, un deseo profundo de mi corazón poder
ayudar ahora a que de parte de nosotros, los cristianos evangélicos, María sea
nuevamente amada y venerada como madre de nuestro Señor. Y esto como
corresponde al testimonio de la Sagrada Escritura y también a lo que nuestro
reformador Martín Lutero nos había indicado.

El temor a aminorar la gloria de Jesús fue la causa de que en nuestras Iglesias


evangélicas se negara a María la veneración y la alabanza debidas. Y, sin
embargo, hemos de afirmar que a través de la recta veneración que a los
apóstoles y a ella corresponde se multiplica la gloria y la alabanza del Señor,
porque Él es quien la eligió y la convirtió por su gracia en instrumento suyo.
Por medio de su fe, de su amor y de su entrega a Dios a quien servía, Dios
mismo vuelve a ser colocado en el centro y a ser verdaderamente glorificado.

Jesús espera que la veneremos y que la amemos. Así nos lo dice la Palabra de
Dios, y ésta es, por tanto, su voluntad. Y sólo aquellos que guardan su palabra
son los que aman verdaderamente a Jesús (Jn 14.23).

MARIA Y LA IGLESIA
ENTREVISTANDO A MAX THURIAN. TEOLOGO PROTESTANTE DE
TAIZE.

Esta entrevista con el teólogo Max Thurian, de la comunidad de Taizé, ha


sido realizada por H. M. Catta y publicada en “Il es vivant", núm. 16.

- Con algunos teólogos protestantes usted cree que la reflexión teológica


debería dedicar un lugar más grande a Maria.

La reflexión cristiana sobre la Virgen María es para mí motivo de alegría y


fuente de oración. Demasiado a menudo, por miedo o por oposición, el
protestantismo no se ha atrevido a meditar libremente sobre lo que el
Evangelio nos enseña sobre la Madre de Nuestro Señor. Ya que ella ha tenido
una función eminente en la Encarnación del Hijo de Dios, es teológicamente
necesario y espiritualmente provechoso reflexionar libremente sobre la
vocación de María.

- Muchas veces se dice que los protestantes siguen la “Escritura sola”,


mientras los católicos tendrían dos fuentes de la revelación: la Escritura y
la Tradición
Hay que disipar este malentendido histórico. En 1963, la Conferencia
Ecuménica de Monyreal (ortodoxos, anglicanos y protestantes) criticó
fuertemente el principio de la "Escritura sola» y defendió una concepción viva
de las relaciones entre Escritura y Tradición. Por otra parte, el Concilio
Vaticano II ha subrayado que la Tradición no puede oponerse a la Escritura.

La Tradición es el Espíritu Santo que explica el Evangelio a la Iglesia. Pero,


por otra parte, sin la Escritura, la Tradición no tendría ni normas ni límites. La
Tradición viva nos autoriza a acoger lo que no es contradictorio con el
testimonio de la Sagrada Escritura, todo lo que manifiesta la vida del
Evangelio en la Iglesia guiada por el Espíritu.

En lo concerniente a la doctrina y piedad mariana, hay que estar muy atentos a


lo que el Espíritu ha permitido a la Iglesia profundizar en la vocación y
función de María en la historia de salvación y en la vida de los cristianos.

¿Aceptan los protestantes la virginidad de María?

Toda la tradición de la Iglesia ha creído en la virginidad perpetua de María


como signo de su consagración y del don pleno de Dios que ella ha recibido.
Los mismos Reformadores han respetado esta convicción. Lutero predicó la
virginidad perpetua de María durante toda su vida. El 2 de febrero de 1546, en
la fiesta de la Presentación de Jesús al Templo, dijo: "Virgen antes de la
concepción y antes del parto, ella permaneció virgen también en el parto y
después del parto»

Zvinglio afirmó lo mismo. Habló muchas veces de la virginidad perpetua de


María. En enero de 1528, declaró: "Apelo a la piadosa Iglesia de Zurich y a
todos mis escritos: reconozco a María como siempre virgen y santa». Calvino
también afirma que María no tuvo más que un hijo, el Hijo de Dios, que fue su
plenitud de gracia y de alegría.

- A pesar de que doctrinalmente parece que no hay grandes divergencias,


sin embargo, en la práctica, muchos protestantes se escandalizan al ver
honrar a María en la liturgia y en la oración católica.

Usted sabe que en este punto se trata en primer lugar de una cuestión de
sensibilidad. Y esta sensibilidad, más o menos refractaria a María, se debe a
una educación fundamentalmente «contra». Sin embargo, el reconocimiento
de la función de la Virgen María en la historia de salvación y en la vida de la
Iglesia implica una piedad que sea consecuente con la verdad. Y la fe se
traduce necesariamente en la liturgia comunitaria y en la oración personal.
?El mismo Lutero conservó las fiestas marianas de la liturgia tradicional y en
ellas pronunció hermosos sermones sobre María.

- ¿Hay objeciones graves a pedir la intercesión de María o a dirigirle


directamente una oración?

Si en la tierra yo pido a un amigo que pida por mí, ¿por qué no podré recurrir
a la intercesión de un santo que vive en Cristo y, sobre todo, a María, nuestra
madre espiritual? Lutero indica cómo ve él esta petición de intercesión: "Se la
debe invocar para que, por su voluntad, Dios dé y haga lo que pedimos: así
hay que invocar a todos los santos, para que todo sea obra de Dios solamente»
(Magníficat).

En cuanto a la petición directa a María, está atestiguada desde los primeros


siglos de la Iglesia. Así, por ejemplo, esta oración de un papiro conservado en
Manchester: «Bajo el amparo de tu misericordia nos acogemos, oh Madre de
Dios; no dejes caer en la tentación a los que te piden, mas líbranos de todo
peligro, oh única pura y bendita». Creo que esta oración dirigida a María debe
dejarse a la libertad del cristiano, en la medida en que es consciente de que la
Virgen María no hace otra cosa que ensalzar la gloria del Señor y pedirle que
derrame su gracia

¿COMO INTERPRETAR Y VIVIR HOY LA


DEVOCION A MARIA?

LUIS MARTIN

La R.C. ha venido a renovar nuestro cristianismo y a purificarlo de toda


desviación, para centrar la atención en lo que es la realidad medular de la vida
cristiana: Cristo Jesús, Salvador y Señor.

Un problema grave que se da en muchos cristianos es no saber distinguir,


según su importancia, entre la jerarquía de verdades y realidades que tenemos
en el cristianismo. Este puede ser el caso de aquellos que acudieran en todo a
la Intercesión de María sin que se llegue a dar en ellos una relación de amor y
entrega al Señor. Sería poner a María en el puesto que en sus vidas debe
corresponder a Jesús.
Son numerosas las razones que han contribuido a que disminuya el énfasis que
se ponía en la figura de María por parte de los católicos. Una de las más
importantes sin duda es que no se daba un enfoque adecuado al culto mariano.

Así se puso de manifiesto en algunas sesiones del Concilio Vaticano II, en las
que el debate mariano se agudizó ante una alternativa: o redactar un
documento especial sobre la Virgen María, que prácticamente resumiera toda
la doctrina mariológica, como pretendía el ala más conservadora, o que se
incluyera en la Constitución sobre la Iglesia, como un capítulo de la misma, la
enseñanza del Concilio sobre María. La asamblea optó por esta segunda
proposición, a pesar de la insistencia contraria en que tal decisión restaría
importancia a la figura de María en la Iglesia.

Posteriormente se ha demostrado lo infundado de tales temores. Pues si bien


la doctrina mariológica del Vaticano II no representa un progreso cuantitativo,
como algunos deseaban, en el sentido de que se llegara a nuevas
formulaciones y definiciones, es un progreso cualitativo de considerable
importancia por el nuevo enfoque que se ha dado a la figura de la Virgen
María dentro de la perspectiva general de la historia de la salvación y en la
vida de la Iglesia de acuerdo con una visión más profunda, bíblica. Patrística y
litúrgica. En el proceso no faltó la preocupación ecuménica, teniendo siempre
muy presentes a los hermanos de otras Iglesias cristianas.

Unos años más tarde, el 2 de febrero de 1974, Pablo VI publicaba su famosa


Exhortación Apostólica "Marialis Cultus” (MC), para la recta ordenación y
desarrollo del culto a la Santísima Virgen.

LA FIGURA DE MARIA
EN SU VERDADERA PERSPECTIVA

El capítulo octavo de la Constitución sobre la Iglesia (LG), dedicado a la


Santísima Virgen, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia, y la
Exhortación «Marialis Cultus” (MC), de Pablo VI, nos ofrecen la línea más
acertada para interpretar y vivir hoy la devoción a María en la R.C.

La fuente auténtica donde hallar el retrato de la Virgen es el Evangelio.

"El Concilio Vaticano II ha denunciado ya de manera autorizada, tanto la


exageración que llega a falsear la doctrina, como la estrechez de mente que
oscurece la figura y la misión de María. Ha reprobado asimismo, algunas
formas de devoción: la vana credulidad, que busca más las prácticas exteriores
que el empeño serio; el estéril y pasajero sentimentalismo, tan ajeno al estilo
del Evangelio, que exige obras perseverantes y activas. Repetimos aquí esta
denuncia, porque se trata de formas de devoción que no están en armonía con
la fe católica y por tanto no deberían encontrar lugar en el culto. La defensa
vigilante contra estos errores y desviaciones hará que el culto a la Virgen sea
más vigoroso y genuino. Un culto sólido en sus fundamentos, de modo que el
estudio de las fuentes reveladas y la atención a los documentos del Magisterio
prevalezcan sobre la desmedida búsqueda de novedades o de hechos
extraordinarios. Un culto objetivo, basado en la verdad histórica, eliminando
todo aquello que sea manifiestamente legendario o falso. Un culto acorde con
la verdadera doctrina, evitando presentaciones unilaterales de la figura de
María que, insistiendo excesivamente sobre un elemento, comprometen el
conjunto de la imagen evangélica. Un culto, por fin, diáfano en sus
motivaciones, de modo que se mantenga cuidadosamente lejos del santuario
todo aquello que pueda interpretarse como mezquino interés” (MC. 38).

Aquellos cantos y oraciones sentimentales del pasado, toda devoción basada


en leyendas, apariciones, milagros o en toda una serie de privilegios que casi
llegan a endiosar a la Virgen son desviaciones o exageraciones contra las que
Pablo VI levanta su denuncia. Es lamentable que se siga incurriendo en los
mismos defectos en ciertos ambientes y regiones, y todos sabemos que a la
mentalidad popular no se la cambia tan fácilmente. Pero es necesario que
nosotros sepamos adoptar el verdadero enfoque.

En el fondo todas las exageraciones se deben principalmente a la dificultad de


nuestro espíritu humano, siempre necesitado de conversión, para aceptar la
sencillez y pobreza como Dios se ha querido encarnar. Los judíos del tiempo
de Jesús no podían aceptar que el Mesías fuera precisamente “el Hijo del
carpintero" (Mt 13,55), “el Hijo de María... y se escandalizaban a causa de El"
(Lc 6.3).

Hoy también nos cuesta a nosotros aceptar la sencillez y simplicidad


evangélica de “la esclava del Señor" (Lc 1.38). Vestiduras, joyas y coronas:
¿responde todo esto al espíritu del Evangelio y al deseo del Padre de ser
adorado “en Espíritu y en Verdad”? (Jn 4,23).

La religiosidad, cosa muy distinta de la fe, necesita alimentarse de lo


maravilloso, de lo sensacional y milagroso, y siempre perseguiré una
“desmedida búsqueda de novedades o de hechos extraordinarios" (MC, 83).
La fe, en cambio, confronta siempre la realidad con la Palabra de Dios y sabe
ver sus maravillas en la pequeñez de su Esclava. No necesita pedir “una señal
del cielo" (Mt 16.1).

Para evitar todo esto es necesario que consideremos la figura de María dentro
de una perspectiva muy distinta. La veneración de la Virgen debe expresar el
carácter trinitario y cristológico que le es esencial.

María en sí sola y por sí sola no tiene sentido.


“En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él. En vistas
a Él, Dios Padre la eligió desde la eternidad como Madre toda santa y la
adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro.
Ciertamente la auténtica devoción cristiana no ha dejado nunca de poner de
relieve el vínculo indisoluble y la esencial referencia de la Virgen al Divino
Salvador. Sin embargo, nos parece particularmente conforme con la
espiritualidad de nuestra época, plenamente centrada en la figura de Cristo,
que en las expresiones de culto a la Virgen se ponga particular énfasis en el
aspecto cristológico y se haga que reflejen el mismo plan de Dios, que
preestableció con un mismo decreto el origen de María y la encarnación de la
divina Sabiduría” (MC, 25).

La reflexión teológica lo mismo que la Liturgia han puesto de manifiesto la


acción del Espíritu Santo en la Virgen María. Esto nos ayudará a comprender
la función de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

La nota trinitaria, cristológica y eclesial debe marcar toda forma de veneración


mariana.

CUATRO DIMENSIONES IMPORTANTES DE LA PIEDAD


MARIANA

1) Siempre hemos de mantener una clara visión bíblica de todo lo que


decimos de María.

Si leemos atentamente los Evangelios, hallamos una mujer muy distinta de la


virgencita acaramelada de los cuadros florentinos y de las estampas y
devocionarios antiguos. Encontramos a "la primera y la más perfecta discípula
de Cristo" (MC. 35), que supo escuchar siempre la Palabra de Dios, caminar
en fe y sumisión a la voluntad del Padre, que fue alabada por haber “creído
que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1
,45), que supo seguir fiel a su Hijo hasta los últimos momentos en que “los
discípulos le abandonaron todos y huyeron” (Mt 26,56), y que en los
comienzos de la Iglesia naciente perseveró con todos en la oración, “con un
mismo espíritu" (Hch 1,14) hasta la efusión del día de Pentecostés.

2) Tal como se celebra en la Liturgia el culto a María para nosotros es el


verdadero modelo de la devoción mariana, no sólo por su equilibrio, sino por
el contenido teológico y la forma como nos presenta a María: siempre a partir
de las Escrituras.
Los tiempos litúrgicos, como el Adviento y la Navidad, lo mismo que el día
de Pentecostés en que aparece María con la comunidad apostólica, nos
ayudarán a vivir el debido recuerdo.
En nuestras reuniones y asambleas de oración hemos de seguir este mismo
espíritu de la Iglesia en la Liturgia.

En efecto, nuestra alabanza de ordinario se centra en la persona de Cristo


Jesús, el Señor resucitado, y por Él asciende al Padre en el Espíritu Santo.

“El culto cristiano es por su misma naturaleza un culto dirigido al Padre y al


Espíritu, o, como se dice en la Liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu. En
esta perspectiva se extiende también legítimamente, aunque de un modo
radicalmente distinto, a la Madre del Señor de manera singular, y después a
todos los Santos, en quienes la Iglesia proclama el Misterio Pascual, porque
ellos han sufrido con y con Él han sido glorificados” (MC, 25).

3) En nuestras reuniones también hemos de mantener la dimensión


ecuménica en lo que se refiere al culto mariano, “porque es voluntad de la
Iglesia católica que en dicho culto, sin que por ello se debilite su carácter
particular, se evite con cuidado toda clase de exageración que pueda inducir a
error a los demás hermanos cristianos acerca de la verdadera doctrina de la
Iglesia católica y se haga desaparecer toda forma de culto contraria a la recta
práctica católica" (MC, 32).

Esto exige observar cierta consideración con los hermanos de otras Iglesias y
tener en cuenta sus creencias y sentimientos. La voluntad del Señor es que sus
hijos nos unamos cuanto antes en la oración y en el amor, aceptándonos en
espíritu de “mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor,
poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”
(Ef 4,2-3).

4) Por último hemos de tener en cuenta la dimensión humana o


antropológica, de acuerdo con “las adquisiciones seguras y comprobadas de
las ciencias humanas. Esto ayudará a eliminar una de las causas de la
inquietud que se advierte en el campo del culto mariano: es decir, la distancia
entre algunos aspectos del mismo y las actuales concepciones antropológicas
y la realidad psicosociológica, profundamente cambiada, en que viven y
actúan los hombres de nuestro tiempo” (MC, 34).

Si veneramos e imitamos a María “no es precisamente por el tipo de vida que


llevó y mucho menos por el ambiente sociocultural en que se desarrolló, hoy
día superado casi en todas partes, sino porque en sus condiciones de vida Ella
se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios, porque acogió su
Palabra y la puso en práctica, porque su conducta estuvo animada por la
caridad y por el espíritu de servicio, porque fue la primera y más perfecta
discípula de Cristo. Y todo esto tiene un valor universal y permanente” (MC,
35).
ALGUNOS ASPECTOS CONCRETOS

Como puntos prácticos en que concretar todo lo dicho anteriormente,


podemos observar los siguientes aspectos:

- Ante todo debe ser para nosotros modelo y objeto de imitación en su


apertura a la Palabra y a la acción del Espíritu. Ella fue “la primera cristiana,
la primera carismática” y, como enseña Pablo VI, virgen oyente, virgen
orante, virgen madre, virgen oferente y maestra de vida espiritual.

- En lo que se refiere a su invocación hemos de mantener el equilibrio


necesario. No ha de ser considerada principalmente como el medio o
instrumento de pedir cosas al cielo, lo cual sería un desenfoque de la
verdadera devoción. El rosario, por ejemplo, “oración inspirada en el misterio
de la Encarnación y de la Redención, debe considerarse una oración
profundamente cristológica” (MC, 46), en la que hay que “recalcar, al mismo
tiempo que el valor que tiene como alabanza y súplica, la importancia de otro
elemento: la contemplación. Sin ésta es como un cuerpo sin alma y su rezo
corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas” (MC, 47).

- Un aspecto bastante olvidado, pero quizá el que más nos pueda ayudar a
situamos en la verdadera línea, es el de los motivos y múltiples posibilidades
que nos ofrece para la alabanza a Dios “porque ha puesto sus ojos en la
humildad de su esclava... y ha hecho en (su) favor maravillas el Poderoso” (Lc
1,48-49).

Todo culto mariano, más que centrarse en María, se debe dirigir a Dios Padre
por medio de su Hijo y en el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.

JUAN PABLO II DA TESTIMONIO DE MARÍA


COMO MADRE DE LA IGLESIA.
Al final de su admirable Encíclica Redemptor Hominis, Juan Pablo II, tras
haber hecho una ferviente exposición de lo que es su fe en Cristo Redentor y
de su fe en el hombre liberado por el Hijo de Dios vivo, explica por qué se
dirige a María como Madre de la Iglesia.

Si somos conscientes de esta incumbencia, entonces nos parece comprender


mejor lo que significa decir que la Iglesia es madre y más aún lo que significa
que la Iglesia, siempre y en especial en nuestros tiempos, tiene necesidad de
una Madre. Debemos una gratitud particular a los Padres del Concilio
Vaticano II, que han expresado esta verdad en la Constitución Lumen
Gentium con la rica doctrina mariológica contenida en ella. Dado que Pablo
VI, inspirado por esta doctrina, proclamó a la Madre de Cristo "Madre de la
Iglesia”, y dado que tal denominación ha encontrado una gran resonancia, sea
permitido también a su indigno Sucesor dirigirse a María, como Madre de la
Iglesia, al final de las presentes consideraciones, que era oportuno exponer al
comienzo de su ministerio pontifical. María es Madre de la Iglesia, porque en
virtud de la inefable elección del mismo Padre Eterno y bajo la acción
particular del Espíritu de Amor, ella ha dado la vida al Hijo de Dios, “por el
cual y en el cual son todas las cosas” y del cual todo el Pueblo de Dios recibe
la gracia y la dignidad de la elección. Su propio Hijo quiso explícitamente
extender la maternidad de su Madre -y extenderla de manera fácilmente
accesible a todas las almas y corazones- confiando a ella desde lo alto de la
Cruz a su discípulo predilecto como hijo. El Espíritu Santo le sugirió que se
quedase también ella, después de la Ascensión de Nuestro Señor, en el
Cenáculo, recogida en oración y en espera junto con los Apóstoles hasta el día
de Pentecostés, en que debía casi visiblemente nacer la Iglesia, saliendo de la
oscuridad. Posteriormente todas las generaciones de discípulos y de cuantos
confiesan y aman a Cristo -al igual que el apóstol Juan- acogieron
espiritualmente en su casa a esta Madre, que así, desde los mismos comienzos,
es decir, desde el momento de la Anunciación, quedó inserida en la historia de
la salvación y en la misión de la Iglesia. Así, pues, todos nosotros, que
formamos la generación contemporánea de los discípulos de Cristo, deseamos
unirnos a ella de manera particular. Lo hacemos con toda adhesión a la
tradición antigua y, al mismo tiempo, con pleno respeto y amor para con todos
los miembros de todas las comunidades cristianas.

Lo hacemos impulsados por la profunda necesidad de la fe, de la esperanza y


de la caridad. En efecto, si en esta difícil y responsable fase de la historia de la
Iglesia y de la humanidad advertimos una especial necesidad de dirigirnos a
Cristo, que es Señor de su Iglesia y Señor de la historia del hombre en virtud
del misterio de la Redención, creemos que ningún otro sabrá introducirnos
como María en la dimensión divina y humana de este misterio. Nadie como
María ha sido introducido en él por Dios mismo. En esto consiste el carácter
excepcional de la gracia de la Maternidad divina. No sólo es única e
irrepetible la dignidad de esta Maternidad en la historia del género humano,
sino también única por su profundidad y por su radio de acción en la
participación de María, imagen de la misma Maternidad, en el designio divino
de la salvación del hombre, a través del misterio de la Redención.
18 - VARIOS TEMAS

RENOVACION DEL MINISTERIO


SACERDOTAL
La problemática sacerdotal ha sido de lo más delicado y preocupante para toda
la Iglesia en esta época posconciliar. Es mucho lo que se ha discutido y
escrito, pero el problema persiste.

La carta, que con motivo del Jueves Santo, acaba de dirigir a todos los
sacerdotes de la Iglesia Juan Pablo II, con la convicción y sabiduría que tanto
le caracterizan, aborda luminosa y esperanzadamente los aspectos más
importantes.

En este número se habla de la II Semana de R.C. para Sacerdotes celebrada en


España, en la que han participado unos 105 con resultados tan admirables.
Algo de gran trascendencia ha empezado a manifestarse en la Iglesia que nos
está llevando a una renovación en profundidad del sacerdote y que promete
aportar un fuerte soplo de Pentecostés sobre todo el Pueblo de Dios. Como ya
se ha dicho, nosotros no podemos dirigir el viento, pero sí orientar nuestras
velas.

Nos parece vislumbrar ya una revitalización de su figura en medio de la


comunidad cristiana, como hombre lleno del Espíritu, con una mayor toma de
conciencia de su función y del don tan extraordinario de Dios que representa,
lo cual hará sentir más que nunca su necesidad.

Sin el menor asomo de triunfalismo, sino por la gran fe que tenemos en "la
Promesa del Padre “ (Hch 1,4) y en que "el Señor es el Espíritu” (2 Co 3,17)
que actúa con gran poder, podemos constatar una contribución peculiar de la
R.C. para la renovación del sacerdote en los siguientes aspectos:

1º. En la dimensión personal:


- Experimenta intensa necesidad de vivir en verdadera intimidad con el Señor
como la única relación coherente con la vocación por la que fue llamado. Por
encima de todo fue una mirada de amor la que le invitó (Mc 10,21). Todos los
problemas y aspectos de su realidad de pastor podrían quintaesenciarse en la
triple pregunta que Jesús dirigió a Pedro: “¿me amas?» (Jn 21,15•17). Sin
duda que ha sido una pregunta no contestada y la hemos silenciado con
interminables planteamientos y discusiones teóricas.
Para muchos esta aproximación del problema les podrá parecer caer en pura
ñoñería, pero, por ejemplo, en los casos de crisis profundas de fe o de
conflictos afectivos, que han provocado tantas deserciones, vemos que lo que
el sacerdote necesita por encima de todo es amar intensamente y sentirse
amado, tal como él está llamado, so pena de llegar a la situación de no hallar
sentido a su vida.

- A todo esto acompaña un redescubrimiento más vivencial de su propio


carisma: compromiso para trabajar por el Reino de los cielos, sintiendo que el
celibato, más que renuncia, es una entrega gozosa de generosidad y un don del
Espíritu, que, por una mayor disponibilidad para todos, le capacita de forma
singular para construir y pastorear la comunidad. De aquí el anhelo de dejarse
llenar más y constantemente del Espíritu del Señor, de ser contemplativo, y
hombre de interioridad y alabanza.

2º: En los aspectos estructurales o de su ministerio:


- El sacerdote que plenamente se integra y camina en esta Renovación del
Espíritu experimenta un enriquecimiento y potenciación de su ministerio,
"ministerio glorioso del Espíritu” (2 Co 3,8).

- Lo cual le devuelve una confianza perdida, no en lo que él es humanamente


considerado, pues Dios siempre escoge, “lo débil del mundo” (1 Co 1,27),
sino en lo que él ha recibido con tanta abundancia, en “la fuerza tan
extraordinaria” que encerrada en "recipientes de barro» (2, Co 4,7) debe
funcionar como "una demostración del Espíritu y del poder” (1 Co 2,4).

- Por mucho protagonismo que en buena hora han asumido los laicos, vive
profundamente su identidad dentro del pueblo de Dios. Muchas veces ha
tenido que decir como dijera San Agustín: “con vosotros soy cristiano”, y
ponerse al mismo nivel de todos los hermanos en la oración humilde, en la
transparencia, en la corrección fraterna y hasta en el sometimiento, pero más
que nunca ha sentido la necesidad de actuar y presentarse “débil, tímido y
tembloroso” (1 Co 2,3), como el hombre de todos, en el que antes que al
intelectual, o al administrador o al funcionario burocrático, o al ilustre
profesor o al militante político, todos puedan hallar al hermano, al hombre de
Dios, al verdadero pastor, lleno del don de sabiduría y discernimiento, que
irradia el Espíritu y el amor de Cristo, y al que se puede acudir para encontrar
vida y experiencia de Dios.

Siente que el Señor lo utiliza y que toda celebración litúrgica en la que él


actúa se ha de tomar con más tiempo, serenidad y clima de oración y que,
lejos de ser acción puramente ritualista, fría y cosificada, por muy impecable
que se realice técnica y estéticamente, tiene que ser acción y "palabra de fe”,
encuentro con el Señor que sigue sanando, acogiendo, consolando y
derramando su Espíritu.
La experiencia del Espíritu lleva a descubrir y experimentar la Palabra de Dios
como “Palabra de salvación” (Hch 13,26), “que permanece operante” (1 Ts
2,13) y basta proclamarla para que produzca fruto (Hch 10,44) por sí misma.
Por esto vive en una actitud y mentalidad distinta que hasta se manifiesta en el
lenguaje y los signos.

3º. En relación con el mundo y la sociedad de hoy:


En tanto en cuanto hay relación profunda con el Señor es posible situarse en la
misma línea en la que Él se presentó, sin complejos ni temores, sino en
disposición gozosa de hasta “sufrir ultrajes por el Nombre” (Hch 5,41) y pasar
por el mundo «haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo”
(Hch 10,38), como mensajero de paz, esperanza y vida divina.

Con esto no queremos afirmar que el sacerdote que está en la R.C. haya
logrado ya todo esto, pero lo que importa es la nueva perspectiva y orientación
hacia la que se siente encaminado, la renovación que experimenta en su
ministerio y todo lo que pasa en su vida, cuyo testimonio es necesario saber
escuchar.

Esta inesperada contribución a una renovación sacerdotal y también a la


promoción de nuevas vocaciones para todos los ministerios en la Iglesia
justifica ya por sí sola el paso de esta nueva corriente del Espíritu. Es preciso
saber observar los nuevos signos.

Desde estas páginas, con humildad, respeto y amor, pero con una fe y certeza,
quisiéramos hacer llegar este mensaje de manera especial hasta nuestros
Pastores. No les pedimos que nos crean en todo, de momento, pero sí que
tomen en consideración la buena nueva de hambre de Dios, fidelidad y
entusiasmo que se empieza a dar en la vida de muchos sacerdotes.

CRECIMIENTO, MADUREZ Y
FRUTO EN LA VIDA CRISTIANA
DEL ESPÍRITU
Luis Martín

El plan y deseo amoroso de Dios es comunicarnos su misma Vida.

El Hijo de Dios, el Verbo en el que “estaba la Vida, y la Vida era la luz de los
hombres” (Jn 1,4) para esto se encarnó: “Yo he venido para que tengan Vida y
la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Con “multiforme sabiduría” (Ef 3,10) y superabundancia de medios Dios
derrama sus dones y bendiciones para que todos “sellados con el Espíritu
Santo de la Promesa” (Ef 1,13) lleguemos de verdad a estar “en comunión con
el Padre y con su Hijo, Jesucristo” (1 Jn 1,31.

Es el plan de la comunicación de la Vida Divina.

La Palabra de Dios nos dice que en este plan Dios ha puesto una ley normal y
general: la ley del crecimiento.

Es significativo el número de parábolas que nos hablan del crecimiento: el


grano de mostaza (Mt 13,31-32), la levadura (Mt 13,33), los talentos (Mt
25,14-30) o su equivalente, las minas (Le 19.11-27), la semilla que crece por
sí sola (Me 4,26-29), la higuera estéril (Le 13,6-9), la alegoría de la vid
verdadera (Jn 15,1-8).

Es voluntad expresa de Dios, es el deseo ardiente del “Espíritu que El ha


hecho habitar en nosotros” (St 4,5) que en cada uno de sus hijos, y asimismo
en cada comunidad, en cada iglesia, haya constante crecimiento y desarrollo.

No crecer es parar la vida y frustra el designio que Dios tiene sobre cada uno
de nosotros en los que quiere complacerse amorosamente reconociendo el
rostro de su “Hijo amado”.

Todo lo cual, por otra parte, nos ayuda a formarnos una idea más elevada de
lo que somos, no por nosotros mismos, sino por lo que Dios ha hecho y puesto
en nosotros y por lo que significamos para El. Por eso quiere que amemos y
sepamos apreciar en su debido valor cuanto Él ha depositado en nuestras
almas, pues nos “ha revestido de ropas de salvación, en manto de justicia” nos
ha envuelto (Is 61, 10). Es así como gozándonos en El, debe cada uno amarse
a sí mismo, con amor de agradecimiento y reconocimiento del don divino.

CRECER PARA SER ADULTOS EN LA FE

En la vida del Espíritu el crecimiento es aún más importante y vital que en la


vida natural. O se crece o se muere. No avanzar es retroceder.

No basta haber recibido y estar ya gozando la vida de Dios. Ha de crecer en


nosotros. La efusión del Espíritu es algo que pasa muy pronto si no hoy
crecimiento.

Pablo decía a los cristianos de Éfeso que habían empezado con una
experiencia muy fuerte del Espíritu: “no seamos ya niños, llevados a la deriva
y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia
humana y de la astucia que conduce al error, antes bien, siendo sinceros en el
amor, crezcamos en todo hasta Aquél que es la Cabeza, Cristo” (Ef 4,15).

En contra de lo que pudiera parecer y sería lógico esperar de nosotros, a veces


no queremos crecer, no tenemos gran interés en aumentar la Vida del Espíritu
en nosotros ni hacer producir los dones que hemos recibido. Esto puede ser
porque nos aferramos a nuestra independencia y comodidad, o por querer vivir
nuestra propia vida para nosotros, o porque buscamos escapar de las
complicaciones, sufrimientos y exigencias que nos han de sobrevenir.

Según el Evangelio, este apego a nuestras seguridades o a la propia


comodidad en la que estamos instalados supone perder la Vida, y perder, en
cambio, aquello otro es ganarla: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero
quien pierda su vida por Mí y por el Evangelio, la salvará” (Me 8,35).

Cada vez que nos resistimos a salir de nosotros mismos, a tener que viajar, a
dormir menos, a responder a esta o aquella llamada, a atender a este hermano
que necesita venir a hablar conmigo, a dedicar tanto tiempo a reuniones de
trabajo que nos podrían parecer fatigosas y de poca fruición espiritual, etc.,
nos negamos a crecer y a poner en uso los dones recibidos.

Nuestras faltas y pecados deliberados es lo que más impide el crecimiento,


sobre todo cuando se llega a la dureza de corazón o a cualquier forma de
esclavizamiento espiritual. Dejarnos dominar de la ira o del mal humor, por
ejemplo cuando vamos conduciendo entre el complicado tráfico de la ciudad,
o de cualquier forma de aversión hacia alguien: todo esto es de lo que más
maltrata y destruye al hombre interior, contribuyendo a su vez a cierta forma
de envejecimiento no sólo espiritual sino también humano. Sería interesante
profundizar para ver hasta qué punto nos envejece el pecado, aun cuando
nuestro físico parezca estar en toda su lozanía y esplendor. San Pablo decía a
los Corintios: “Os di a beber leche y no alimento, pues todavía no lo podíais
soportar. Ni aun lo soportáis al presente, pues todavía sois carnales. Pues
mientras haya entre vosotros envidia y discordias ¿no es verdad que sois
carnales y vivís en lo humano?” (1 Co 3,2-3).

Cuando, por el contrario, acogemos en nosotros la vida divina y dejamos que


el amor se desarrolle en nosotros, empezaremos a sentirnos liberados y
renovados, empezamos a rejuvenecer: “el hombre interior se va renovando de
día en día” (2 Co 4,16), como se experimenta en aquellos que empiezan a
vivir la vida del Espíritu de una forma más intensa y desconocida antes para
ellos. Así es posible recobrar el tiempo perdido y hasta la inocencia inicial de
nuestra vida.
Si no crecemos, estamos en estado de retroceso, de envejecimiento. “Creced ",
se nos dice, “para la salvación” (1 P 2,2), “creced en la gracia y en el
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P 3,18).

Supuesta la primera conversión y todos los medios de crecimiento que se nos


inculcó en la séptima semana del Seminario de introducción a la Vida del
Espíritu, el crecimiento, para llegar a 1a adultez espiritual, supone:

- aceptación y acogida constante de la Vida y los dones con corazón


agradecido;

- entrar en el compromiso del Amor, es decir, ratificar la Alianza de Amor que


el Señor ha contraído ya;

- correspondencia o fidelidad a sus exigencias;

- lo cual implica caminar en fe, en dependencia de la voluntad de Dios, que se


aprende a descubrir y amar.

HACIA LA MADUREZ: “HASTA LA TOTAL PLENITUD DE DIOS”


(Ef 3,19)

Podemos comprender lo que significa la madurez espiritual si nos fijamos en


algunos elementos esenciales que la componen:

1º. Cierta estabilidad en nuestras relaciones con el Señor, principalmente en


el trato íntimo o vida de oración que se convierte en hábito.

2º. Estilo de vida evangélico en escucha constante de la Palabra y en


respuesta a sus exigencias.

3º. Integrar en la propia vida la experiencia del Espíritu, es decir, que


aquella no se quede en hecho aislado, sino que llegue a afectar a la conducta
total. En otras palabras, que se transforme en actitud, ya que la actitud, más
que los hechos concretos, es lo que nos define. Integrar es armonizar y
compaginar en nosotros lo humano y lo divino, de forma que no haya
disyunción, por ejemplo, entre vida de oración y compromiso por los demás, o
entre vida afectiva y alabanza, ni cualquier desajuste importante consigo
mismo. De esta manera la vida del Espíritu no se reduce a sus manifestaciones
entusiásticas y extraordinarias, sino que caracteriza y define la vida de cada
día, personal y comunitaria, aun en aquellos momentos en los que la emoción
brilla por su ausencia.

En tales momentos el que está lleno del Espíritu puede mantenerse en una paz
y serenidad como ni el mundo ni la psicología la pueden dar, en una afabilidad
y gozo que no dependen de las circunstancias favorables, y que “nadie os
podrá quitar” (Jn 16,22).

4º. Pasar por purificaciones y persecuciones: con ellas se desarrolla mucho


más la fe y la confianza en Dios.

5º. Compartir la vida del Espíritu en sentido comunitario. La R. C. siempre


ha puesto un acento especial en el compartir. Cada miembro debe saber
compartir dentro del grupo, en el pequeño grupo de profundización o
fraternidad, en la comunidad.

También sentir la necesidad de compartir con los hermanos de otros grupos


que quizá no tengan los mismos hábitos que nosotros, y de los que podremos
enriquecernos por la diferente experiencia que tengan del Señor.

Si nos quedamos en nosotros mismos, contentos de nuestro pequeño círculo,


ponemos impedimentos a las posibilidades de crecimiento. Compartir con
todos los hermanos que podamos los dones gratuitos de Dios es saber
construir comunión entre los hombres, pues el hombre de Espíritu tiene que
ser artesano de paz (Mt 5.9). Y por donde quiera que vaya ha de ir creando
comunión. El criterio de autenticidad de la vida en el Espíritu son los frutos de
unidad y comunión.

6º. Participación en la construcción del Cuerpo de Cristo de acuerdo con


los dones recibidos y el ministerio de servicio que le sea propio. Las formas
de participación son múltiples y cada uno está llamado a buscar y encontrar su
puesto, y no esperar pasivamente.

Este elemento de la madurez espiritual nos habla más de dar que de recibir, de
ser canal transmisor de lo mucho que se nos ha dado, de ser “obreros del
Reino” porque el Espíritu es fuerza y dinamismo que nunca nos dejará
pasivos.

ALGUNAS MANIFESTACIONES DE FALTA DE MADUREZ

Es necesario que sepamos tener una capacidad crítica respecto a nosotros


mismos. Necesitamos transparencia y corrección fraterna para reconocer y
confesar nuestros fallos.

Un capitulo frecuente de fallos proceden de la falta de humildad y sumisión,


en lo cual se manifiesta nuestro afán de independencia y o de protagonismo, y
todo deriva en falta de unidad o impide que todos marchemos a una, única
forma de poder construir el Cuerpo del Señor.
La piedra de toque de nuestra humildad es la capacidad que tenemos de recibir
con sencillez y sin entristecernos la corrección de nuestros hermanos. Quizás
en este punto fallamos todos.

Con respecto al Señor: la seguridad que tenemos en nosotros mismos tiene


su típico disfraz: “el Señor me ha dicho a mí... ", o “ahora veo claro lo que el
Señor me pide a mí…”, sin tener en cuenta el discernimiento de la comunidad
y de los responsables. También puede ser nuestra pasividad y el no utilizar los
medios que tenemos a nuestro alcance lo que nos hace decir: “ya lo hará el
Señor” o “¿qué querrá el Señor con eso?”. O nuestra falta de fe y
perseverancia se manifiesta diciendo: "ya se lo pido, pero el Señor no me
oye”.

En relación con los hermanos: nos cuesta mucho aprender una lección
importante: los defectos de los hermanos son también mis propios defectos.
Cuando no estamos verdaderamente centrados en el Señor empezamos a mirar
con sentido crítico y todo lo encontramos fatal, tanto lo que se dice, como lo
que se canta y las personas que intervienen. Entonces es muy mal consejero el
subjetivismo: pensar que las cosas son como a mí me parecen.

Si estamos en el Señor, en corazón contrito y humillado, todo resulta


diferente. Cuando decimos: “si está fulano a mi lado, yo no puedo orar, me
quita la paz”, o. "coarta mi oración y me impide abrirme”: el problema no es
suyo, es mío; soy yo el que le está rechazando.

Otra manifestación de falta de madurez es dejarme llevar de la sensibilidad o


de la simpatía: buscar las personas agradables o aquel grupo donde
predominan los jóvenes, o medir la calidad de la oración por la intensidad de
los cantos y las manifestaciones efusivas.

Cuando me encuentro en un estado o situación de decaimiento o de infidelidad


me cuesta mucho asistir al grupo, tengo que vencer una gran resistencia y
fácilmente me excuso. Ante las preguntas de los que se interesan y preocupan
por mi, suelo exclamar: “¡ya estoy con el Señor...!", o, “no me siento
acogido”, “no me comprenden”, “no recibo nada del grupo...!”, “no cuentan
conmigo”, o llorar porque no me comprenden, o disgustarme porque no me
eligieron para aquel cargo... ?o enfadarme cuando alguien disiente de mí, y
decir enseguida que no me como prenden: en todos estos casos lo que
hacemos es arrojar contra los hermanos nuestro problema o complejo,
objetivándolo en su falta de amor, y yo me quedo tan justificado y tan
tranquilo.

A todos nos llega en un momento o en otro la tentación de dejarlo todo y


volver a nuestra vida cómoda y tranquila de antes. Para estas situaciones el
espíritu del mal ha sabido también escoger su frasecita, y como en
muchísimas ocasiones recurriendo a la Palabra de Dios: “¡Yo tengo que
desaparecer!”. Y casi siempre que se dice esta frase cae muy bien. Pero lo que
el Señor quiere verdaderamente de nosotros es gente entregada y siempre
dispuesta y disponible, con ganas de trabajar para Él y los hermanos.

A nivel de grupo: falta de madurez es discutir las decisiones del equipo de


servidores, en vez de tratar con ellos en espíritu de humildad y colaboración.

En la reunión de oración es fácil caer en la rutina o el formalismo. Si las


personas no están centradas en el Señor, si no hay oración privada además de
la comunitaria, si tampoco lectura frecuente e “inteligencia de las Escrituras”,
entonces la oración del grupo se resiente y resulta vacía y formalista. La
alabanza se convierte en frases hechas.

Cuando predomina la falta de interioridad en los hermanos, el grupo queda


lastrado. Y esto ocurre porque no hay silencio interior. Domina el ruido de las
preocupaciones, de los sentimientos excitados, de la emotividad impulsiva o
de una sensibilidad incontrolada: todo esto ocupa y contamina el plano de la
conciencia; es una situación en la que fácilmente discutimos o nos enfadamos
por cualquier cosa. Sin el silencio interior no se puede orar en grupo.

Sin el silencio interior, el exterior resulta embarazoso y molesto porque denota


vacío. En cambio cuando hay silencio interior, el silencio exterior es silencio
compartido, lleno de presencia del Señor y de contemplación, y es verdadera
alabanza.

En la forma de dar los testimonios se aprecia también la madurez: no es


necesario exagerar nada, ni los propios defectos o las “fechorías” de la vida
antigua, ni tampoco lo que hizo el Señor. No hemos de buscar excitar la
hilaridad del grupo: entonces el testimonio se convierte en alabanza de sí
mismo, más que del Señor. Hace falta humildad, sinceridad en la verdad,
modestia, sencillez y naturalidad. Huir de los detalles superfluos e ir a lo
esencial. No es lo inaudito, lo sensacional, lo grandioso, sino las cosas
sencillas dichas con humildad y amor lo que mejor puede edificar. A veces
andamos con excesiva timidez para testimoniar del Señor. Todos hemos de
estar dispuestos y ansiosos de compartir y contar las misericordias del Señor.

DAR FRUTO ABUNDANTE

La madurez de una vida coincide con el momento de dar fruto.

La madurez encierra siempre en sí un anhelo de creación, de dar fruto. Dios ha


comunicado al hombre la posibilidad y el deseo de participar él también en la
obra creadora, de propagar la vida y poder siempre proyectarse más allá del
tiempo y el espacio.
En el Reino de Dios el Espíritu hace sentir de la misma manera el deseo de
sembrar, construir, comunicar vida, en una palabra, de dar fruto.

"Yo os he elegido para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto
permanezca” (Jn 15,16).
El Señor tiene pleno derecho a esperar y exigir el fruto, como de forma tan
expresiva nos muestra la canción de la viña (Is 5.1-7) y la parábola de la
higuera (Lc 13.6•9). En toda la Biblia vemos que el Señor es siempre exigente
a la hora de pedir el fruto. Es severo con el siervo que enterró los talentos por
miedo a correr un riesgo. Parece como si Jesús aceptara y perdonara todo,
incluso el adulterio, pero es tremendo lo que dice al siervo que tuvo miedo, en
contraste con las consoladoras palabras y la gratificación que hay para los que
supieron utilizar y hacer fructificar sus talentos.

Y esto, hasta el punto de que “todo árbol que no dé buen fruto es cortado y
arrojado al fuego” (Mt 7,19), y “a todo sarmiento que no da fruto, el viñador
lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto” (Jn 15,2).

Al pueblo escogido, que no llega a dar el fruto que de él cabría esperar, Jesús
le dice terriblemente: “Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo
que rinda sus frutos” (Mt 21,43).

Si nosotros hemos recibido tal abundancia de dones ordinarios y


extraordinarios, es para que “cada cual los ponga al servicio de los demás” (1
P 4,10): para servir a los hermanos. Si la motivación es el amor, hemos de
pedir al Señor que nos use en todos los dones y carismas que Él quiera, y esto
lo podemos hacer con confianza y sin miedo, porque el ejercer los dones
espirituales no es señal de santidad, sino un servicio o ministerio. No son los
dones, ni siquiera los extraordinarios, los que constituyen la prueba de la
santidad, sino el Amor.

El servicio es una forma de dar fruto: “el fruto de la luz consiste en toda
bondad, justicia y verdad” (Ef 5,9).

Sólo podremos vivir “de una manera digna del Señor, agradándole del todo”,
si estamos “fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento
de Dios” (Col 1,10).
El fruto entonces viene a decantarse en la santidad: “fructificáis para la
santidad” (Rm 6,22) y “ésta es la voluntad de Dios” (1 Ts 4.3).

Elegidos “antes de la fundación del mundo para ser santos e inmaculados en


su presencia, en el Amor” (Ef 1,4), no podemos glorificar a Dios si no es
dando fruto (Jn 15,8), ni tampoco ofrecerle el “sacrificio de alabanza, es decir,
el fruto de los labios que celebran su nombre, si no es en santidad, haciendo el
bien y ayudándonos mutuamente: “esos son los sacrificios que agradan a
Dios” (Hb 13.16), porque, lo tenemos que recordar muchas veces, “Dios nos
llamó a la santidad” (1 Ts 4,7).

10 CONSEJOS PARA UNA VIDA


RECONCILIADA
M. BASILEA SCHLINK

1.- ¿Qué tengo que hacer si no me dan la razón y yo creo tenerla?

Lo primero que debes hacer es aceptar la reprimenda o reproche que hayas


recibido, en vez de tratar de justificarte o pretender salir del apuro con mucha
palabrería.

Ora en silencio, pidiendo al Señor que te dé el Espíritu de verdad, déjate


conducir por El para ver claro hasta dónde tienes tú parte de culpa en el error
que se te atribuye o en tu comportamiento. Déjate convencer de culpabilidad,
es decir, de lo que Jesús llama «ver tu propia viga» (Mt 7). Si a pesar de
haberte examinado a conciencia no encuentras ninguna equivocación,
entonces pide a Dios que te ilumine acerca de si has de poner la cosa en su
punto o si lo has de soportar y dejarlo.

2.- ¿Qué tengo que hacer cuando he hecho mal, pero no me sabe mal; o
sea, cuando he pedido durante tiempo que Dios me dé arrepentimiento,
pero no lo siento?

El arrepentimiento ha de ser pedido porque no es propio de nuestra naturaleza.


Es la «tristeza según Dios» y por esto puede ser causada solamente por Dios.
Cree siempre en la redención de Jesús y alaba de nuevo la sangre de Jesús que
puede ablandar los corazones más duros, y ocurrirá según tu fe. Ponte bajo la
mirada de Jesús para que te enseñe como a Pedro, a quien «Jesús le miró... y,
saliendo afuera, lloró amargamente».

¿Y si lo hago y no me sirve de nada?

Generalmente es tan largo el camino de vuelta como el de ida. Si hemos


vivido mucho tiempo sin arrepentimos y hemos despreciado muchas
advertencias al respecto, hace falta que ahora, por bastante tiempo, tengamos
disposición de esperar recibir la gracia de un corazón quebrantado. Pedir
arrepentimiento es una petición según el corazón de Dios y será escuchada
con toda seguridad, pero en el tiempo de Dios.
3.- ¿Qué tengo que hacer cuando el arrepentimiento llega demasiado
tarde y no puede arreglarse nada?

Mientras vivimos, el arrepentimiento nunca llega demasiado tarde. Las


lágrimas de arrepentimiento no solamente riegan nuestro presente, sino
también nuestro pasado. Confía en la sangre de Jesús que lo borra todo. Piensa
en María Magdalena. El «vete en paz» que Jesús le dijo no sólo abarcaba el
perdón, sino también la transformación de todas las consecuencias que le
había traído el pecado.

4.- ¿Qué tengo que hacer cuando he pedido perdón a otras personas y
después de algunas semanas se reproduce otra vez la amargura?

Dios no sana superficialmente, sino que quiere quitar el veneno de raíz.

Cuanto más tiempo dura este proceso del combate de fe, más grave era el mal
que se sufría. Por esto, no te canses cuando te sientas arrastrado a la tentación
de pensamientos amargos. Clama, día tras día, pidiendo por el poder de la
sangre de Jesús poder vencer tu tendencia a tener compasión de ti mismo y tú
querer tener razón.

5,- ¿Qué tengo que hacer cuando he pedido perdón a alguien y todavía no
se ha allanado todo?

Pregúntate entonces si tu humillación era verdadera y si tu arrepentimiento era


lo suficientemente profundo. A lo mejor sólo quisiste vencer una
desavenencia y por eso procuraste llegar a unas paces rápidas. Sigue orando.
A veces Dios endurece el corazón de otra persona para que tú aprendas a
ponerte más bajo la mano poderosa de Dios, humildemente y esperando, hasta
que la otra persona te dé su perdón.

6.- ¿Qué tengo que hacer cuando he orado mucho tiempo para que una
persona cambie y no cambia?

Pregúntate entonces si del mismo modo que pides que esa persona cambie,
está pidiendo que tú también cambies. No pidas en primer lugar para que
cesen las dificultades, sino para que tú cambies. Ora que desaparezca el punto
pecaminoso de tu vida que Dios desea enseñarte por medio de esa persona
difícil. Cuando te arrepientas de tu pecado, vendrá el arrepentimiento de la
otra persona, porque el arrepentimiento es contagioso. Lo que tú tienes que
hacer es bendecir a Dios y humillarte dentro de ti mismo por la dificultad de
carácter que quizá tú mismo también tienes, y amar mucho. El amor es el
poder más grande para resolver las discrepancias.
7.- ¿Qué tengo que hacer cuando note que alguna persona tiene algo
contra mí, pero no me lo dice abiertamente?

Pregúntate primero si te importa más que Dios tenga algo en contra de ti o que
lo tenga otra persona, pues en tal caso significaría que estás delante de
personas en vez de estar delante de Dios. Podría ser que este sentimiento -de
creer que alguna persona tiene algo contra ti- proviene de tu propio deseo de
ser amado y de un afán de imponerte que no te fue correspondido. Pero si
orando recibes la confirmación de tu impresión, entonces ve hacia aquella
persona para comprobar si tiene algo contra ti, dispuesto a dejarte decir todo
lo que le plazca y a reconciliarte con ella cueste lo que cueste.

8.- ¿Qué tengo que hacer cuando pienso que un ruego de perdón no sería
prudente por motivos de autoridad y disciplina?

Sé escéptico contigo mismo en este punto. Por humillarse no queda dañada


ninguna autoridad; al contrario, queda confirmada por el ejemplo. Si tu
humillación es verdadera, entonces el Espíritu de Dios que te dio el humillarte
dará también a tu corazón la expresión apropiada que no perjudique ?a la otra
persona, sino que la ayude.

9.- ¿Qué tengo que hacer si veo faltas en otra persona y no sé si se lo


tengo que decir?

Tienes una gran responsabilidad. La Biblia dice que cuando veas pecar a tus
hermanos y no les adviertes, Dios pedirá su sangre de tu mano (Ez 3,18).

10.- ¿Qué tengo que hacer cuando de verdad he hecho todo para una
reconciliación con mi prójimo y él la rechaza?

Entonces tienes que querer sufrir como Jesús sufrió a causa de nuestro rechazo
hasta la misma cruz. Dite: “necesito esta cruz». Dios quiere con ello hacer que
nazca en tu corazón la virtud más sublime, el amar a tus enemigos, y con esto
la imagen de Jesús en ti. Si a pesar de orar y bendecir a Dios por tu prueba
durante años no se ha producido la unidad, aplícate entonces la palabra
consoladora de Jesús: “El discípulo no es más grande que el Maestro, ni el
siervo más que su Señor» (Mt 10,24).

Solamente en el "Sí" a la cruz,


en aguantar a personas difíciles,
la injusticia y la enemistad,
nace el amor reconciliador
que busca Jesús en nosotros.
19 - LA ORACION.

LA SOBRIA PROFUSIÓN DEL


ESPÍRITU
Sobre los que estamos en la R.C. hay personas que piensan, más bien por falta
de información exacta, que somos exagerados en las exteriorizaciones de la fe
y de la alabanza al Señor. Y hasta se trata de buscar interpretaciones de todo
género, desde los que hablan de neurosis y desequilibrio hasta los que nos
tachan de fanatismo. Cuando la interpretación se quiere hacer desde la
perspectiva de la psicología o de la sociología, las explicaciones que se dan
son también bastante peregrinas recurriendo a ciertos tópicos demasiado
socorridos, menos a lo que puede ser la verdadera causa: la espontaneidad, la
naturalidad de la fe, la admiración y el amor a Alguien a quien de verdad se
ama y por quien se está dispuesto a darlo todo. Y esto sí que no es fanatismo
ni neurosis.

También los sabios y doctores de la época dieron de Jesús las más variadas
explicaciones: sus parientes dijeron que estaba "fuera de sí" (Mc 3,21) Y "ni
siquiera sus hermanos creían en Él" (Jn 7. 5); otros recurrieron al príncipe de
los demonios para explicar su poder espiritual (Mt 12. 24-31), le acusaron de
"malhechor" (Jn 18, 30) y de blasfemo (M t 26. 65) que se tenía "por Hijo de
Dios" (Jn 19, 7).

A nosotros, como a cualquier cristiano convencido, no debe preocuparnos


mucho que los demás nos calumnien y difamen, o que no nos comprendan, si
nuestra fe es sincera y consecuente. Es la persecución anunciada por Jesús y
que ha de tocar sufrir a los discípulos por su Maestro (Jn 15,20).

Y esto no tiene que disminuir nuestro entusiasmo, decisión y coraje para dar
testimonio de admiración por Aquél que es nuestro Líder, nuestro Maestro y
Señor, y difundir su mensaje. Que sus discípulos llegaran a "alabar a Dios a
grandes voces” (Le 19.37) es un hecho que recogen los Evangelios, un gesto
que agradó al Señor, es más, que El mismo provocó, y que siempre será
necesario repetirlo de cara al mundo y para que lo aprendan muchos cristianos
demasiado cohibidos e inseguros ante el que es "el Primogénito de entre los
muertos, y el Príncipe de los Reyes de la tierra" (Ap. 1, 5), porque, de callar
sus discípulos, habrán de "gritar las piedras" (Lc 19, 40).
Toda exteriorización de fe sincera y auténtica es algo que arrastra e invita a
los demás, y también será alabanza del Señor. Y si hay apertura al Espíritu sin
duda que se darán sus frutos. Una buena regla de discernimiento es que donde
haya "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5, 22) no se puede negar la presencia del
Espíritu y, en consecuencia, no procede hablar de exageraciones ni de
emocionalismo. Es algo tan natural y sencillo como el desahogo y la efusión
de un amor.
El Espíritu Santo realiza en las personas una admirable integración de lo
humano y de lo divino, de la humildad y del arrojo, de ser como niños pero
maduros en la fe, "prudentes como las serpientes y sencillos como las
palomas" (Mt 10, 16).

Es la difícil sobriedad del Espíritu, según la fórmula que Pablo VI nos


proponía en el Congreso de Roma: "Laeti bibamus sobriam profusionem
Spiritus", y que él mismo traducía y nosotros recogemos y subrayamos como
un seguro lema: "alegres absorbamos la bien identificada y bien medida
profusión del Espíritu.

NECESIDAD DE LA ORACIÓN
PERSONAL.
Por el Sr. Obispo de Tortosa, D. Ricardo Carles.

Presentamos a continuación el tema de la oración con el resumen de la charla


del Sr. Obispo de Tortosa, pronunciada en el Encuentro Interregional de
Levante.

Un primer punto sobre esta necesidad de la oración.- No es una excepción en


nuestra vida humana. En toda actividad la contemplación es necesaria.
Cuando digo que he contemplado algo se supone que me he detenido y mirado
atentamente. En la contemplación el ser entero se centra en lo que contempla.
Cualquier vida que quiera ser humanamente fecunda, si se quiere evitar
desastres, hay que detenerse y mirar: hay que contemplar.

Un planteamiento falso es el dilema que se propone: ¿acción o


contemplación? La acción y la contemplación no se excluyen, sino que se
complementan. Hemos de ver en qué medida nuestra acción es auténtica: si es
un rebosar de contemplación o más bien una doctrina que ya no es
evangelizadora ni santificadora. Y en qué medida nuestra contemplación es
auténtica: si se queda sólo en un gusto espiritual o es algo que se traduce en
obras apostólicas.
Nuestra civilización actual favorece todo lo que significa acción, ganar
tiempo, disminuir esfuerzos. Nos lleva a una extraversión, haciéndonos estar
siempre pendientes de los estímulos exteriores y ser incapaces de
interiorización. Este es el problema de mucha gente para poder orar: no tienen
capacidad de interiorización, no saben pensar ni revisar su vida, en cuanto
quedan solos se aburren.

La acción no es cristiana si no hay contemplación. El símil del fuego nos


ayuda a comprenderlo: si el fuego es pequeño, si apenas hay llama y echamos
encima unos grandes troncos, lo apagamos. Pero cuando es muy potente, si
echamos un leño grueso el fuego se hará más grande. Así también, con poca
oración, con poco fuego en tu vida, si le echas mucha acción, apagará el
fuego; pero si tu vida tiene suficiente oración, cuanto más trabajes y más te
muevas, el fuego será más grande. Habrá veces que tendremos que frenar un
poco y volver al desierto porque el fuego se está apagando y no admite mucho
más trabajo. Hay que tener la humildad para reconocer muchas veces que el
fuego se nos está apagando y que necesitamos unos días de retiro y soledad
para reanimarlo.

También la oración es necesaria para algo tan elemental como es cumplir los
mandamientos fundamentales. No es un trabajo de adorno, ni se puede vivir
como cristiano sin hacer oración. Lo fundamental en la vida cristiana es amar
a Dios y al prójimo: y para esto es necesaria la oración. No hablo de la oración
considerada sólo como experiencia de lo sagrado, de lo luminoso, sino de la
oración que comporta una unión vital con Cristo por la fuerza del Espíritu
para acercarnos al Padre. Y esto exige una conversión, reforma de vida. Si en
nuestra oración nos quedáramos con un sentirnos a gusto con Dios, sin llegar a
una radical exigencia de conversión, nuestra oración no sería cristiana.

Jesús nos recordó el principal mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con


todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas; y
al prójimo, como a ti mismo". Para amar a alguien hace falta tres cosas:
conocerlo, que tenga cierta amabilidad y contacto personal.

El amor depende del conocimiento y conocemos a Dios en la medida en que


conocemos a Jesús, que nos dijo:

"A Dios nadie lo vio jamás: el Unigénito que está en el Padre, éste le ha dado
a conocer" (Jn 1, 18). "Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn
14, 9). Por Jesús conocemos a Dios y esto lo hemos de cultivar en la oración.

La amabilidad por lo que se refiere a Dios no es problema: no hay nadie que


se haga querer como Dios cuando se le conoce.
La amistad, el amor se enfrían con la falta de contacto. También se enfría el
amor de Dios cuando falta el trato con El en la oración. Y si disminuye el
amor en cuanto hace referencia a Dios y al prójimo, aumentará en cuanto a mi
amor propio se refiere. "O el amor de Dios crece hasta el olvido de uno mismo
y crece el amor del prójimo, o bien crece el amor propio hasta el olvido de
Dios y del prójimo", decía san Agustín.

Cuando amamos a un hermano como Dios le está amando, el amor de Dios y


el mío se unen en el hermano: esto no es posible sin la oración. Hemos de orar
para tener amor, de lo contrario vamos cayendo en la espontaneidad de amar
aquello que nos gusta y entonces el amor sería una inclinación natural y no
una disposición sobrenatural para amar a toda persona.

¿COMO HAY QUE ORAR?

Mejor hacerlo que decirlo. Es muy difícil dar recetas para orar.

No hace falta que a nadie se le enseñe a orar, igual que a nadie se le enseña a
respirar. Para un cristiano orar es vital.

El problema no consiste en que los hijos de Dios no sepan hacer oración. Sí


que saben. El problema está en que a veces no tienen ambiente: o están bajo el
agua o rodeados de demasiado humo: así no se puede respirar, o porque
vivimos en ambiente de extroversión o de distracción total o de falta de
control de nosotros mismos. Es decir, porque dentro o fuera de nosotros
mismos hay un ambiente que no nos permite respirar.

Otras veces no se hace oración porque no queremos tocar el problema de


fondo que nos lo impide: allá dentro hay un tapón, el que sea, que no deja
entrar al Espíritu. Hasta que eso no desaparezca por la fuerza del Espíritu, la
oración se mantendrá a niveles muy superficiales, si es que llegamos a tener
oración.

Os diré una cosa muy elemental sobre cómo hay que orar. Es imprescindible
estar en gracia. Hoy no hay clara conciencia del pecado, se ignora la
necesidad de estar en amistad con Dios. Hoy todo el mundo está convencido
de que Dios es muy bueno, de que Dios es Padre, y esto es muy positivo, pero
es algo que comporta la necesidad de ponerse a tono con Dios y hacer su
voluntad. Y esta segunda parte es la que ya no está en la conciencia de
muchos cristianos de hoy: se acercan al Padre con una carga de pecados de los
que ni siquiera piensan plantearse. "¿Por qué me decís: ¡Señor! ¡Señor!, si no
hacéis lo que digo?" (Lc 6, 46), decía Jesús.

Hoy día son muchos los que dicen ¡Señor! ¡Señor!, pero no hacen lo que El
dice: por eso debo afirmar que es fundamental estar en gracia para hacer
oración y no esperar a una etapa posterior para buscar una reconciliación con
Dios.

FORMAS DE ORACION

Ha de haber tiempo para la oración. Cuando vamos a hacer oración es


fundamental el sentirnos amados. Más que buscar tal tema o tal pensamiento,
lo básico es que cuando te pones en presencia de tu Padre Dios tengas
conciencia de que eres amado por El, y así aún en el día más difícil para ti:
incluso cuando te falla la idea de que tú amas a Dios, porque no lo ves ni lo
sigues, la verdad de que Él te está amando será el mejor comienzo de la
oración. Te podrá fallar todo, dentro o fuera de ti, pero Dios es fiel y en ese
momento Dios te está amando. Esta es la postura radical para la oración:
sentirnos hijos amados por Dios.

De la oración bocal se ha hecho burla y menosprecio, pero digamos que al


menos inicia un ansia de Dios y para muchas personas es una ayuda para
conectar con Dios como pueden y como saben. ¡Cuántos enfermos y ancianos
se han santificado con una oración sencilla!

Al acercaros a hacer una lectura sobre la Biblia hacedlo con un gran respeto y
una ilusión mayor que cuando tenéis el periódico o la carta de un amigo.
Hasta los párrafos más leídos y que sabemos de memoria nos pueden dar un
mensaje nuevo.

La oración de petición está siendo ahora objeto de crítica. Algunos teólogos


nos dicen que Dios no es un tapa-agujeros, que Dios no está para que le
pidamos cosas tan concretas. Pero cuando Jesús nos dijo "Pedid y recibiréis,
llamad y se os abrirá" no nos dio una muestra falsa de un Padre que quiere
cuidar de nosotros hasta en las cosas más insignificantes. Por muy
bombardeada que haya sido la oración de petición no deja de ser oración
rotundamente cristiana.

La oración de ofrecimiento: hacedla cuando veis a los hombres trabajando,


por ejemplo, en la construcción de un rascacielos. ¿Por qué no ofrecerle a
Dios esa colaboración con la creación del mundo?

La oración de acción de gracias es la que da más alegría y la más


desinteresada.
Oración de presencia de Dios: algunos temen que el estar ante el Señor,
simplemente contemplándolo, sin decir nada, sea perder el tiempo. Si te
sientes así con Dios, deja pasar el tiempo, pues puede ser una oración muy
profunda; no te distraigas con la tentación de buscar un tema, ni de abrir un
libro. Déjate llevar por el Espíritu, pues estás a dos pasos de la oración de
unión con Dios. Alerta, porque esa oración que parece que se diluye, pero que
tiene una gran conciencia de la presencia de Dios, es en la que el Espíritu está
trabajando con más profundidad.

La oración de adoración o de sentimiento de admiración en su presencia, de


lo bueno que El es, es una oración silenciosa, no hay que pensar demasiado.
Es muy importante dejar crecer en el silencio el sentimiento de que Dios nos
ama.

No os dejéis atar a ningún método: habéis de estar en contacto con Dios como
El os dé a entender, ya sea una lectura lenta, una oración de petición, de
arrepentimiento, de ofrecimiento, de acción de gracias, de revisión de vida u
oraciones bocales: lo importante es que os sintáis cerca de Dios. Dejad el
Espíritu en libertad según os conduzca.

Tal como Jesús hacía la oración, es fundamentalmente oración de Hijo.

Quiero insistiros en que es inútil poneros a orar si no hemos perdonado de


corazón a quien nos haya hecho algo. Si no podemos perdonar, pidamos
fuerza para ello, pues el Señor no puede conectar con nosotros si tenemos algo
contra nuestro hermano. Jesús nos lo avisó. Si no podemos ir a reconciliarnos
con ese hermano, pedid al Señor con amor por él.

Si en mi oración no busco la voluntad del Padre, sino mis cosas concretas,


entonces intento hacer de Dios algo que se mueve con los hilos de mi oración.
Recordad el ejemplo del Libro Primero de Samuel, 9, 10: Saúl iba en busca de
unas asnas, pero Dios le dio un reino. Si en la oración Dios no os da las asnas
que pedís, pero sí os da el Reino, y esto siempre es verdad, no habéis perdido
el tiempo.

La oración no es magia: no debemos creer que es eficaz por los resultados


apetecidos. Dios te santifica y te da gracia, lo demás Él lo sabe mejor. Jesús
también pidió ser liberado de la muerte y fue escuchado, pero en la
Resurrección (Hb 5. 7-10). No sabemos a través de qué túneles y oscuridades
y de qué tropiezos Dios nos lleva a la gloria, a la casa del Padre.

No queramos en nuestra oración algo que valga menos que Dios. Esto sería
convertir a Dios en un instrumento de mi propio bienestar, tentación en la que
a veces caemos. La oración tiene que realizarse, como en el caso de nuestro
padre Abraham, contra toda esperanza. En ocasiones puede ser dramática,
pero indudablemente será una experiencia de fe.

LA ORACION PRIVADA
A) "ORAR SIEMPRE SIN DESFALLECER" (Le 18, 1)

Uno de los frutos más inmediatos de la efusión del Espíritu es el gusto por la
oración, al mismo tiempo que una gran necesidad de orar. Tras el
descubrimiento o más bien, experiencia de sentirse amado por el Señor, el
alma añora momentos de estar más a solas con El. Empezamos a comprender
el anhelo del salmista:

- "Tiene sed mi alma de Dios, del Dios viro" (Sal 42, 3)

- "¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!”

- “Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo”.

- “... Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre”.

- “Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa"(Sal 84,1-13).

A partir de este momento cambia para muchos cristianos el problema de su


vida de oración. Los que la practican experimentan una renovación en la
oración; los que apenas si oraban o nada más recitaban sus oraciones
empiezan a descubrir la oración y a entrar por sus caminos.

Toda la insistencia del Evangelio y del Nuevo Testamento de ser


"perseverantes en la oración" (Rom 12,12), de "orar constantemente" (1 Ts 5,
17) resulta fácil de cumplir.

La vida del cristiano es lo que es su oración. Si no hay oración, no hay vida.


Cual sea la oración, floja o ardiente, así será el tono de su vida. Uno de los
mayores males que hoy sufren los cristianos y la Iglesia, en general, es la
decadencia en la oración individual a la que hemos llegado. Muchos cristianos
se sienten dispensados de esta necesidad por la renovación que ha
experimentado la liturgia. Otros, por la revalorización de la acción y del
compromiso por el servicio al prójimo. Y esta crisis se acusa en las
comunidades religiosas hasta el punto de que se deja menos tiempo para la
oración, e incluso durante el tiempo reservado a la misma, que antes se
consideraba sagrado, se celebran reuniones para tratar asuntos de la vida de
comunidad o del trabajo específico que realiza. Incluso en aquellas
comunidades en las que aún se respeta esta observancia, muchas personas
pasan el tiempo de la oración simplemente meditando, sin llegar a una
comunicación y diálogo personal con el Señor. Otras, incluso aprovechan la
ocasión para leer algún libro piadoso, que fácilmente puede ser la última
novedad que ha salido de teología o de pastoral o el artículo de una revista.
B) MANTENER LA LAMPARA SIEMPRE ENCENDIDA (Lc 12,35)

Las mayores dificultades para la oración son de tipo personal e interno.

La principal es cuando permanecemos en estado de infidelidad contra Dios, o


por pecados deliberados que corrientemente cometemos y nunca nos
arrepentimos, o por arrepentimiento insuficiente.

De aquí derivan los estados de desgana, o de falta de inquietud espiritual, en


los que no se experimenta hambre de Dios y se vive en tibieza constante.
Nuestro estado psicológico en relación con el Señor es algo así como cuando
estamos reñidos con una persona: evitamos el trato porque nuestro interior se
resiste al encuentro, a dar la cara y a la reconciliación. Para llegar al
restablecimiento de la confianza, y sobre todo de la amistad y del amor, tiene
que mediar un diálogo, que a veces tiene que ser largo y muy sincero.
Solamente a partir de este encuentro puede empezar a fluir espontánea y fácil
la oración.

A las personas que manifiestan lo difícil que les resulta orar porque "no
sienten nada", porque "no se pueden concentrar", etc. etc., hemos de llevarles
siempre a la raíz de las mayores dificultades para la oración. Y para esto han
de empezar a orar humildemente y con fe al Espíritu Santo. En realidad no
hay estado de tibieza, sequedad o desgana, de falta de anhelo espiritual, del
que no se pueda salir en muy poco tiempo, a veces en muy pocas horas,
orando ardientemente al Espíritu.

Pero para esto habrá que insistir en el arrepentimiento. La calidad de la


oración cristiana depende en proporción muy considerable del
arrepentimiento. Es un gran error darlo por supuesto. De nuestra psicología lo
único que puede surgir es el sentimiento de culpabilidad, que angustia, oprime
y acobarda ante Dios y no libera. El arrepentimiento es purificación y lavado
interior, que ablanda el corazón endurecido y pone el espíritu en actitud de
alerta y apertura a Dios.

C) ENTRA EN TU APOSENTO Y CIERRA LA PUERTA (Mt 6,6)

Entrar en nuestro aposento y cerrar la puerta para orar al Padre "que está allí
en lo secreto" exige silencio exterior e interior.

El silencio exterior supone no sólo la ausencia del ruido que nos puede
impedir o distraer tanto la concentración necesaria, sino también la ausencia
de otros excitantes en los que a veces no reparamos.

Un clima de paz, luz discreta, la postura que adoptamos para que también
podamos orar con el cuerpo, mejor dicho, con toda nuestra persona. En esto
nos puede servir de gran ayuda el empezar la oración postrando el rostro en
tierra y durante unos minutos adorar profundamente al Señor que está
presente. En ciertos momentos, también levantar los brazos en actitud de
abandono, confianza y apertura, tal como expresa la Palabra de Dios (Sal 63,
5; 134; 1 Tm 2,8). Otra postura que prefieren los jóvenes es la de estar
sentados en el suelo, con las piernas cruzadas.

El silencio interior tiene aún más importancia. Lo primero que se requiere es


el silencio del corazón: todo estado de nerviosismo, cualquier choque
emocional, cualquier alteración fisiológica de ordinario repercute en el
corazón, acusando la falta de silencio. Hay que relajar el corazón de la
agitación que producen las emociones y sentimientos.

Cuando empezamos a entrar en oración profunda enseguida experimentamos


que nuestro corazón necesita purificación, y recordamos la doctrina de Jesús:
"De dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas... todas
estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre" (Mc 7,21-23).
"Los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5, 8), y para poder nosotros ir "tras
su rostro sin descanso"(Sal 105,4; 24.6) necesitamos esa limpieza progresiva y
constante del corazón y que el Señor prometió en su Palabra hablándonos de
un corazón nuevo (Ez 11, 19; 36, 26) y de "un corazón contrito y humillado"
(Sal 51, 19).

Sosegado y purificado el corazón es más fácil el silencio de la mente: quitar


de la mente ideas, preocupaciones, pensamientos y las mil cosas que
constantemente van a estar durante la oración tratando de invadir nuestra
consciencia y acaparar la atención y distraernos del objeto que ha de centrar la
oración: el Señor ante el que nos hemos presentado.

EL ESPIRITU VIENE EN NUESTRA AYUDA

En la oración no andemos con vaguedades. Nos dirigimos directamente a Dios


Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Es el Dios que se nos ha revelado
en el Verbo hecho carne. Cada vez que oramos hemos de entrar un poco más
en comunión con el misterio de Dios Trino.

Si la oración es movida por el Espíritu, y para nosotros no cabe otra forma de


orar, de tal forma que El lleve la iniciativa, es decir, que nos dejemos guiar
por sus insinuaciones y mociones interiores, por su toque suave, más que por
nuestras ideas y pensamientos, sin duda que nos llevará a alabar al Padre y al
Hijo, y a darle gracias a Él, el Espíritu de la verdad, que en nosotros "da
testimonio de que somos hijos de Dios" (Rm 8, 16) intercediendo por nosotros
con gemidos inefables.
Para el cristiano esta es el alma y el secreto de la oración y no es posible
hallarlo en otra parte.

?En toda la Sagrada Escritura se nos presenta la oración como un diálogo


íntimo con Dios en el que se da una respuesta profunda de amor personal, un
permanecer contemplativo en la presencia de Dios y un rendirse al Espíritu
buscando incesantemente la voluntad de Dios.

Son tres notas importantes que merecen les dediquemos atención. Nos
ayudarán a profundizar más en nuestra atención.

1. Que nuestra oración sea respuesta personal de amor.

No siempre la oración es personal. Con frecuencia son nuestras ideas las que
oran, no nosotros. Otras veces lo que hacemos es más bien hablar a nuestro
concepto del Señor, pero en realidad no nos abrimos a su presencia personal.

También es posible que nuestro ser íntimo más profundo no esté presente en
el diálogo. El Señor llega a nosotros, pero nosotros podemos seguir vagando
por entre nuestras preocupaciones, fantasías, planes, distracciones.

Si la oración es personal, hecha con la mente y el corazón, podemos llegar a


experimentar el amor personal de Dios, cosa que con frecuencia reconocemos
con la mente, pero que quizá nunca experimentamos de verdad. Para esto el
Espíritu nos invita a una apertura cada vez más personal a su amor. Entonces
la oración se convierte en intercambio de amor, en un sumergimos en su
presencia porque nos damos nosotros mismos de verdad a Él y ya no nos
quedamos tan sólo en el campo familiar de nuestras preocupaciones y
problemas.

Pero hagamos una oración insistente y ardiente que sea como un grito que sale
del alma. Esto hace actuar más nuestra fe. Y así también debe ser la oración,
afectiva. El ímpetu y la vehemencia de los dos ciegos de Jericó (Mt 20, 29-34)
y la insistencia de la siro fenicia (Mc 7. 24-30) es lo que muchas veces
necesitamos.

2. Que sea un estar contemplativo en la presencia de Dios.

La oración es un proceso en el que, más que decir nosotros cosas a Dios,


dejamos que nos invada su presencia y amor. Desde el punto de vista
psicológico puede parecer que la oración es algo muy pasivo, pero hemos de
saber que se dan distintos niveles de oración, desde el que solamente ora
cuando tiene necesidad, o el que ora mecánicamente y sin contacto profundo y
personal con Dios, hasta el que llega a permanecer contemplativo en la
presencia de Dios, y aquí se vive muy profundamente su presencia con toda la
actividad del espíritu. Más bien la oración tiene que llegar a convertirse en
ejercicio de amor, o sea, en momentos dónde más se renueva y actualiza
nuestro amor.

En esencia, es estar a los pies de Jesús, como María. Si llegamos a descubrir


lo que esto significa, estaremos siempre anhelantes de hallar más momentos a
lo largo del día en los que nos podamos sentar junto a El, escuchar y amar.

Pero estos momentos privilegiados llegarán si sabemos escuchar y acoger al


Señor en lo más íntimo de nuestro ser, en lo más íntimo de nosotros mismos,
donde nos encontramos con nuestro ser profundo, y a donde pocas veces
llegamos a entrar porque vivimos muy superficialmente, muy al exterior,
absorbidos por la realidad de afuera o por las cosas que pasan por nuestra
mente. Dios quiere establecer su morada dentro de cada uno, en las
habitaciones más íntimas de nuestra persona, cerrando detrás de nosotros
mismos las puertas de las habitaciones exteriores, para que no llegue todo su
ruido. En el curso de nuestro encuentro es de esperar que lleguemos a
rendirnos personal y conscientemente a Él, y que le hagamos entrega de las
llaves de todas estas habitaciones o áreas de nuestra personalidad, para que El
las limpie y ordene a su manera y tome posesión de las mismas, y ya no
sepamos nosotros salir afuera sin ir en su compañía.

3. Y un rendirse al Espíritu

La experiencia de este encuentro personal con el Señor, de este "entrar en su


descanso" (Hb 4,1-11) es algo muy grande. Pero el Espíritu Santo nos quiere
llevar aún más lejos. Quiere que seamos fortalecidos por su acción "en el
hombre interior", para conocer "la anchura y la longitud, la altura y la
profundidad" de un amor que supera todo conocimiento (Ef 16, 19). Para esto
es preciso rendirse y someterse a Él en todo. Es una meta que nos puede
parecer imposible o que nos puede asustar, pero todos estamos llamados.

Para dejar que el Espíritu pueda hacer esta obra en nosotros basta que nos
abramos cada vez más a Él en la oración, "orando en toda ocasión en el
Espíritu" (Ef 6, 18). Él nos dará los dones y los frutos y hará el resto que
nosotros no podemos hacer.

Si atendemos a que en nuestra oración se den estas tres notas, no hará falta
decir ya muchas más cosas sobre' la oración privada. El problema estará
principalmente en el grado de relación con el Señor en que nosotros queramos
vivir, y en la práctica.

A ejemplo de los grandes "amigos de Dios", que constantemente oraron no


sólo en forma de acción de gracias, de alabanza y de petición, sino también
como familiares que acostumbraban a hablar al Señor de cada cosa que se
proponían hacer o tenían que decidir, hemos de aprender nosotros a convertir
todas las cosas en oración, aun las más pequeñas. Solemos hablar con el Señor
de las cosas más importantes de nuestra vida y damos por supuesto que 1o
demás marchará bien automáticamente y que no hace falta presentarlas en la
oración. Confiamos en nuestras propias energías para hacerlo todo bien, y
parece que no nos importa gran cosa las muchas veces que hemos fracasado
por no pedir al Espíritu que nos guiara en algo de lo que nos parecía estar
seguros y que era demasiado fácil.

Es posible que en muchas cosas hayamos triunfado. Pero cada uno somos un
verdadero fracaso en el objetivo que verdaderamente nos interesa: el amor del
Señor y de los demás. El secreto está en aprender a someter cada cosa al
Espíritu Santo.

LA ORACION EN GRUPO
No tratamos de explicar aquí cómo ha de funcionar la reunión del grupo de
oración, sino, bajo un enfoque más personal, de la importancia y necesidad
que tenemos de esta oración, de las cualidades o actitudes evangélicas que
exige y de los objetivos que se logran.

A) SU IMPORTANCIA Y NECESIDAD

Yo estoy con vosotros todos los días (Mt 28, 20).

Para que la oración en grupo sea auténtica siempre supone la oración privada.
La una no sustituye a la otra, sino que se complementan y ambas son
necesarias para el crecimiento espiritual.

Aquí tengo que abrirme a la presencia del Señor, pero al mismo tiempo
también al hermano, a su plegaria, a sus sentimientos y situación y a todo lo
que va pasando en el transcurso de la oración. Tengo que saber "decir amén" a
la acción de gracias del hermano (1 Co 14, 16).

Por tanto, ir a orar en grupo no es ir a hacer cada uno nuestra oración, sino a
orar juntos, a orar con los hermanos, a ofrecer al cielo una alabanza conjunta,
el clamor unánime de unos hermanos unidos en el amor y la fe. Para que yo
personalmente haga bien esta oración he de saber conjugar estas dos
presencias: el Señor en medio de nosotros y la de mis hermanos: de ninguna
de ellas me puedo desentender.

Hoy quizá más que nunca el Espíritu del Señor hace sentir entre los cristianos
la necesidad de orar en grupo, en comunidad, de escuchar juntos la Palabra.
Vemos como aun fuera de la R.C. están surgiendo diversidad de grupos de
oración y de reflexión cristiana.

No podemos olvidar que Jesús dio una gran importancia al hecho de cuando
"están dos o tres reunidos en mi nombre" (Mt 18, 20), y la mayor efusión del
Espíritu en la historia se dio en esta circunstancia especial: "todos ellos
perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), y "al llegar el
día de Pentecostés estaban todos reunidos en un mismo lugar" (Hch 2, 1).
Igualmente, cuando tras haber sido apresados y conducidos al tribunal, Pedro
y Juan vuelven a los suyos y cuentan lo ocurrido, "al oírlo, todos a una
elevaron su voz a Dios ... acabada su oración, retembló el lugar donde estaban
reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra
de Dios con valentía" (Hch 4, 23-31).

Si permanecemos encerrados en el individualismo, sin darnos cuenta entramos


más fácilmente por un camino de rutina y conformismo, y difícilmente nos
renovamos.

Por otra parte, muchos sienten que no les basta la participación en la oración
litúrgica en la que echan de menos la espontaneidad, apertura y facilidad para
la comunicación e intercambio espiritual. Para esto se busca orar en grupo,
con un estilo no tan formal, pero sí con un clima más familiar.

B) ACTITUDES EVANGÉLICAS NECESARIAS

Vete primero a reconciliarte con tu hermano (Mt 5, 24).

Cuando oramos juntos, cualquier cosa que hagamos o digamos, hemos de


procurar "que todo sea para edificación de la asamblea". Tanta importancia da
a esto San Pablo, que lo repite cinco veces en el mismo cap. 12 de la 1 Co.

Y para esto lo primero que se requiere es la reconciliación de unos con otros,


de lo contrario sería imposible orar juntos. Con la reconciliación y el perdón
mutuo empiezan cayendo muchas cadenas y podemos aceptarnos tales como
somos, con nuestras enfermedades y pecados comunes.

Esto facilita la apertura y el que nos sintamos pobres, humildes, "como niños"
(Mt 18, 3) y tengamos sensibilidad espiritual ante el hermano, actitud de
acogida, haciendo nuestra su oración y alabanza. Entonces vemos cómo, si
cada uno se olvida de sí mismo y de sus propios problemas, para orar más con
el hermano y por el hermano, comprobará que su problema se ha solucionado,
o en todo o en parte.

Así es posible compartir la experiencia del Señor y las luces que recibimos en
la oración. La comunicación espiritual, que generalmente se desconoce en la
mayoría de cristianos y hasta entre los mismos esposos, por ciertas barreras e
inhibiciones, empieza a fluir sin dificultad. Y esta es una de las sorpresas que
desconocíamos, a pesar de una antigua amistad, y entramos más en sintonía
con él.

Si somos asiduos a esta oración en grupo, avanzaremos en el afianzamiento en


nosotros de todas estas actitudes evangélicas, que son fundamentales en la
vida cristiana, y que si les damos la importancia que tienen, sabremos hacer
comunidad y construir unidad.

C) OBJETIVOS A CONSEGUIR

Allí estoy Yo en medio de ellos (Mt. 18,20).

En la oración en grupo hallamos unas oportunidades que no podemos


despreciar:

1.) Por el sentido profundo a que se llega de la presencia del Señor en medio
de los que se reúnen, se vive una forma peculiar de gozo, fortaleza y aliento
espiritual y en cualquier crisis o dificultad en que nos hallemos siempre nos
reanimará e impulsará aún más a la oración individual.

Parece que experimentamos aún más la misericordia del Señor y salimos


renovados por la forma como el Señor nos ha hablado y ha actuado a través de
los hermanos.

2.) Nos compromete con los hermanos en el servicio y en el amor, en muchas


situaciones no podemos llegar a perdonarnos y amarnos si no oramos juntos.

Cuando descartamos esta forma de oración porque ya llevamos una vida


intensa de oración individual, corremos el riesgo de ir a buscarnos a nosotros
mismos en nuestra oración, olvidando que la calidad de nuestra oración ha de
tener su manifestación en la relación con el prójimo.

3.) Crea más fácilmente "un mismo Espíritu" (Hch 2, 46; 5, 12), "un solo
corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).

Especial importancia tiene en las comunidades de vida consagrada, en los


grupos de trabajo, en los equipos de evangelización y de acción apostólica, en
los encuentros ecuménicos. Hay comunidades en las que se ora juntos, pero la
oración no es más que la suma de muchos monólogos y no hay un verdadero
nosotros. Así no es posible vivir "de una manera digna de la vocación con que
habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia,
soportándoos unos a otros con amor, poniendo empeño en conservar la unidad
del Espíritu con el vínculo de ?la paz" (Ef4, 1-3).

La Renovación en el Espíritu lleva a crear comunión no sólo entre los


hermanos de la misma comunidad, sino con otras comunidades, iglesias,
grupos de espiritualidad distinta, trabajando para llegar a ser "todos del mismo
sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos"
(Flp 2, 2).

4.) Es así como en los que oran juntos se manifiesta "un solo cuerpo en Cristo,
siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros" (Rm 12,5).
Nuestra preocupación y actividad común no puede ser otra más que ésta:
formar el Cuerpo de Cristo.

5.) Allí donde se realiza el Cuerpo de Cristo también se manifiestan los


diferentes dones del Espíritu "para la edificación de la asamblea" (1 Co 12,
12). Lo mismo que cuando los primeros cristianos se reunían y cada uno solía
"tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lengua, una
interpretación" (l Co 12, 26), así' también hoy en la oración en grupo, tanto
dentro como fuera de la R.C., siempre tendrá su lugar privilegiado la
percepción intima de la Palabra, la revelación, la fe profunda, la exhortación,
la consolación, la palabra de sabiduría, la palabra de ciencia, la profecía, la
enseñanza, la curación, la oración en lenguas, etc.

LA ORACIÓN LITÚRGICA.
Después del Concilio Vaticano II son muchos los laicos que empiezan a
descubrir la riqueza y profundidad de la oración litúrgica a través del Oficio
Divino o la Liturgia de las Horas.

En los grupos de oración de la R.C. son también cada vez más numerosos los
hermanos que de esta forma tratan de orar sin interrupción, como enseña San
Pablo (l Ts 5,17) y de santificar el día.

Es una oración de gran excelencia. El Vaticano II dice que "el Oficio Divino
está estructurado de tal manera, que la alabanza de Dios consagra el curso
entero del día y de la noche, y cuando los sacerdotes y todos aquellos que han
sido destinados a esta función por institución de la Iglesia cumplen
debidamente este admirable cántico de alabanza, o cuando los fieles oran
junto con el sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de
la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su
Cuerpo al Padre" (Const. de Sagrada Liturg., núm. 84). "En cuanto oración
pública de la Iglesia, es además fuente de piedad y alimento de la oración
personal" (lb., núm. 90).

El deseo de la Iglesia es que cada vez sean más los laicos que sepan utilizar
esta oración y que adquieran también para ello una instrucción bíblica y
litúrgica, sobre todo acerca de los salmos.

El mismo Concilio encarece que "procuren los pastores de almas que las
Horas principales, especialmente las Vísperas, se celebren comunitariamente
en la iglesia los domingos y fiestas más solemnes. Se recomienda asimismo
que los laicos recen el Oficio Divino o con los sacerdotes o reunidos entre sí,
incluso en particular" (lb., núm. 100).

El precio de los libros del Oficio Divino puede resultar caro para algunos.
Pero para obviar esta dificultad se puede recomendar que, de los tres tomos de
que actualmente consta la edición castellana del Breviario, basta que se
compre y utilice el Tomo 1, llamado Diurnal, con el que, menos el oficio de la
Lectura o Maitines, se pueden rezar todas las demás Horas: Laudes, Hora
intermedia, Vísperas, Completas, durante todo el año.

La experiencia que tenemos de los retiros, en los que los Laudes nos duran
una o dos horas, nos da una idea de cómo podemos hacerla también a nivel
individual.

(Nota de la redacción. No nos hemos detenido más en la oración litúrgica


porque ha de volver a salir en números posteriores.)

LA ORACIÓN DE CONTEMPLACIÓN
Hace unos años hablar de oración de contemplación significaba referirse tan
sólo a aquéllos que se sentían llamados a la vida del monasterio o del desierto,
y apenas si se podía concebir que se diera la contemplación en medio del
mundo.

Por otra parte la vida contemplativa había quedado desvalorizada, más bien
diríamos que incomprendida y desconocida, no sólo por la incapacidad del
mundo occidental moderno para los valores del Espíritu, para la reflexión y la
concentración, sino también por los cambios y corrientes que han exaltado el
compromiso y la actividad temporal.
Pero hoy se observa un fenómeno nuevo dentro de la Iglesia en general y de
manera especial en la R.C.: son muchos los hermanos que, en medio del
mundo y llevando una actividad temporal, descubren la contemplación y se
sienten cada vez más atraídos hacia la misma y hasta la empiezan a vivir, sin
grandes pretensiones ni organización de ninguna clase, como una
consecuencia de la vida intensa del Espíritu. Los Hermanitos de Foucauld son
un testimonio elocuente. El libro de la Pustinía, que acaba de aparecer en la
edición española, es algo más que un caso curioso de espiritualidad rusa.
Como se lee en su capítulo final, "considerando bien las cosas, la pustinía no
es del todo un lugar... es un estado, una vocación, que pertenece a todos los
cristianos en virtud de su bautismo. Es la vocación contemplativa" (Pág. 185).

Esto será una gran riqueza para el cristianismo y obedece a una ley general de
la espiritualidad de la Iglesia: una difusión cada vez más universal de los
valores espirituales que en un principio fueron patrimonio de unos pocos.

Para que nos formemos una idea exacta de este fenómeno, hemos de advertir
que hay una diferencia respecto del pasado. Es decir, en la contemplación
cristiana hay unos elementos esenciales que nunca cambiarán: la relación
personal del cristiano con el Dios Trino, tal como se nos ha revelado en
Jesucristo, la cual por su misma naturaleza exige hacerse cada día más íntima
y profunda. Y hay también unos elementos accidentales y cambiantes: son los
medios y formas de expresión de las distintas épocas, como el alejamiento del
mundo, buscando vivir para Dios solo, no sólo en presencia de Dios, sino para
Dios solo: ciertas formas de ascesis y penitencia, la concepción filosófica y
teológica de entonces, la forma como se organizó e institucionalizó, etc.
Aunque hoy nos puedan parecer irrelevantes estos modos, no son motivo para
poner en duda la autenticidad de la experiencia contemplativa que se vivió en
otros tiempos siguiendo estas prácticas.

La novedad, o mejor, la creatividad imprevisible del Espíritu, es que hoy se


empieza a realizar en medio del mundo y en número cada vez más creciente.

¿EN QUE CONSISTE LA ORACION DE CONTEMPLACION?

En el itinerario espiritual de cualquier cristiano en el que haya crecimiento y


progreso en la vida de oración se puede llegar a una forma de orar que se hace
cada vez más sencilla, intuitiva y profunda, simple mirada o visión de fe,
simple presencia de Dios, en la que predomina más la actividad divina que el
esfuerzo humano. San Juan de la Cruz diría que es ciencia de amor que
juntamente va ilustrando y enamorando al alma.

En esta forma de oración predomina una iniciativa del Espíritu Santo por
medio de sus dones, actuando de manera especial el conocimiento y el amor
hasta adquirir una cierta intensidad. A medida que se va haciendo cada vez
más fácil, simplificada y penetrante, se va abandonando el discurso mental y
la multiplicación de los afectos para dar paso a un conocimiento más intuitivo
de Dios, conforme el alma va respondiendo con generosidad a la misericordia
divina. Es un conocimiento amoroso que cada vez une más con Dios. Los
dones de inteligencia y de sabiduría hacen gustar así y experimentar el amor
divino.

Hay un dato importante que siempre hemos de tener en cuenta: la causa de la


contemplación no es el esfuerzo natural del hombre, no es fruto de un
ejercicio o entrenamiento, ni tampoco algo que se pueda provocar cuando se
desee poniendo en juego unas técnicas de concentración. Esto es válido para
la contemplación que busca el yoga y el zen, pero no para la contemplación
cristiana. Hay aquí una diferencia esencial.

La iniciativa, la causa principal es Dios que, por la acción del Espíritu Santo,
eleva el conocer de nuestra fe y el amor de nuestra caridad a una simple
mirada u oración de quietud, en la que el hombre ya no habla sino que escucha
y contempla a Dios en silencio entregándose con generosidad a su acción.

Cierto que para llegar a esta cima de conocimiento y amor hay que entrar
antes por un camino de purificación, que puede ser más o menos largo, pero
en el que se viva un arrepentimiento profundo que lleve a una liberación de
toda falta deliberada, y el espíritu se despoje y libere de las muchas cosas que
atan y ocupan la atención y el amor, despego imprescindible para llegar a
centrarnos en él. Pero, sobre todo, tiene que haber respuesta constante a la
invitación del Espíritu, rindiéndonos y sometiéndonos totalmente a El,
dispuestos a dar al Señor todo lo que nos pida y a aceptar cualquier renuncia
que sea necesaria. En este proceso siempre se da pasividad y actividad: Dios
tiene la parte principal, aunque el hombre ha de poner su partecita, que
también es imprescindible. En la contemplación de tipo hindú, como el yoga,
o de tipo budista, como el zen, e incluso en algunas prácticas hesicastas que
vemos en la Filocalía, todo se cifra en la técnica del "no pensar en nada”, o del
"quietarse espiritual y corporal", y se considera la contemplación como un
término y un absoluto en la vida espiritual. Para el cristiano contemplativo el
término y el centro es Cristo, que nos lleva al Padre y nos comunica su
Espíritu, y no puede admitir otro absoluto.

TODOS ESTAMOS INVITADOS

Por muy altas que nos puedan parecer estas metas, no son más que un grado
de desarrollo de la vida cristiana en sus elementos más esenciales. No es más
que un proceso de responder siempre a Dios que se nos da en Cristo.
Dialogando con ese Dios a quien oye en Cristo y a quien responde por Cristo,
cada uno debe ser siempre un orante asiduo y fiel en espíritu y en verdad.
Todo cristiano está llamado a vivir una relación de intimidad con Dios por
medio del misterio de Cristo, y a vivirlo no de cualquier modo, sino con
intensidad y altura. Esto quiere decir que la contemplación debe existir en
todo cristiano, al menos en estado de germen, el cual es de desear que se
desarrolle hasta sus últimas consecuencias. Atrofiar este germen no es más
que frustrar las posibilidades que tenemos, los talentos que hemos recibido, y
desairar la invitación que a todos dirige el mismo Jesús: "Vosotros, pues, sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5,48).

Esto no quiere decir que todos estemos llamados al mismo grado de unión
contemplativa con Dios. Para cada uno hay una llamada concreta, unos dones
muy personales, una historia de salvación y unos condicionamientos humanos,
pero cada uno "está llamado ya en este mundo a ese mínimum de
conocimiento amoroso de Dios, a la luz de los dones del Espíritu Santo, sin el
cual sería incapaz de rezar, de amar al Señor y de vivir según el Evangelio"
(R. Voillaume).

Sí, podemos tratar de vivir inmersos en la humanidad y encarnados en el


mundo en que nos ha tocado vivir. Pero nunca perdamos de vista la
inspiración anticristiana y atea que inspira muchas de sus realizaciones y que
de hecho busca remodelar al hombre de acuerdo con las categorías de la
eficacia y la acción, y la productividad, considerados como valores absolutos.
Sólo el Espíritu Santo puede darnos una mirada más profunda de todas las
realidades, para llegar a descubrir al final el único que llena todos los deseos y
aspiraciones de nuestra alma.

Si vivimos la vida del Espíritu con intensidad, necesariamente ha de llevarnos


a vivir una vida de amor con el Señor, a vivir en diálogo continuo de
intimidad. Es la lógica de la fe.

Hoy día "se dan circunstancias en las que el cristiano puede sentirse acosado a
ser un contemplativo o a dejar de ser cristiano" (Voillaume).

METODOS DE ORACION
SEGÚN PRÁCTICAS ORIENTALES
EQUÍVOCOS Y PELIGROS PARA EL
CRISTIANO
A Occidente nos está llegando toda una invasión de civilización oriental a
través de ciertas técnicas y terapias, que revestidas de espiritualismo se
presentan como un camino de salvación, como algo mágico y fascinante, no
sólo por los efectos y poderes que prometen al que gradualmente se ejercita en
sus métodos, sino también por sus fanáticas exigencias y las normas éticas y
disciplinarias que imponen, mucho más exigentes que las del cristianismo.

Tal como las proponen sus maestros y gurús, exigen "una conversión" para
llegar a la reestructuración psicosomática de la persona, o al conocimiento
supramental o a la iluminación interior, según el método de que se trate.

Las corrientes actualmente más en boga son: la meditación trascendental, el


entrenamiento autógeno, el control mental de Silva, el yoga y el zen.

No tratamos de discutir aquí la eficacia que puedan tener como medios


terapéuticos, que utilizan la relajación para combatir ciertos trastornos
psicosomáticos.

Nos vamos a fijar en la pretensión con que se presentan algunos de ellos, en


cuanto movimientos de la consciencia que vienen a ofrecemos a los cristianos
unos métodos de oración y una espiritualidad muy peculiar.

En efecto, los "evangelizadores" de todas estas técnicas están cosechando


abundantes frutos y ganancias materiales entre los cristianos, y de manera
especial dirigen sus esfuerzos hacia sacerdotes, ministros y personas
consagradas. Saben que en las iglesias cristianas tienen muchos posibles
seguidores y piensan con buena razón que todos aquellos que se preocupan
por la oración han de estar interesados por unas técnicas que ofrecen un gran
poder espiritual.

Son cada vez más los sacerdotes y religiosos que se entregan al cultivo de
estos métodos, respondiendo a sus exigencias con una fidelidad que nunca
tuvieron para con las exigencias de la vida cristiana, llegando a confesar que
ello les ayuda a tomar una conciencia más profunda de su fe y a descubrir la
verdadera oración.
Algunas casas cristianas de espiritualidad incluyen en su programa anual
ejercicios espirituales según el yoga, o según el zen, o incluso cursos de
meditación trascendental.

He aquí un campo donde se requiere más discernimiento y la verdadera


sabiduría cristiana del Espíritu de la verdad que Jesús prometió.

Veamos más en detalle, algunos de estos métodos.

LA MEDITACION TRASCENDENTAL

Su fundador fue Maharishi Mahesh Yogi. Llegó a Estados Unidos en 1957


con un plan mundial de siete puntos, presentándolo como un movimiento
explícitamente espiritual con el nombre de Movimiento de Regeneración
Espiritual. Todo estaba fundamentado en una teología hindú según el
pensamiento de Shankara, filósofo hindú del siglo IX.

La meditación es presentada como el medio de unirse a Brahman, es decir, a


la conciencia impersonal que es la única realidad que existe, porque todo lo
demás que nosotros percibimos no es más que "maya" o ilusión.
Al principio consiguió un gran número de adeptos, pero más tarde empezó a
decaer el fervor, por lo que volvió a la India, para regresar unos años después
con una reelaboración del plan, que ahora sería presentado con nombre y
terminología científicos: La Ciencia de la Inteligencia Creativa, creando en
1969 la universidad de Stanford Californis, para estudiar y propagar los
resultados fisiológicos, clínicos o biológicos de la meditación. Se cree que
actualmente hay en el mundo más de millón y medio de personas que
practican la meditación trascendental, con centros en la mayor parte de los
países. El de Burdeos, del sur de Francia, cuenta con unos dos mil meditantes.
Hasta se ofrecen cursos a los soldados del ejército de USA.

La finalidad mística de esta meditación es permitir al espíritu individual la


unión con el espíritu cósmico. A los seguidores ya no se les habla de
Brahman, sino del campo de la conciencia, y se les pide meditar veinte
minutos por la mañana y otros veinte por la tarde, según el principio del
segundo elemento: el pensar positivo. Esencialmente la meditación consiste en
la repetición de un "mantra" o palabra sánscrita secreta, que el que la medita
hizo juramento, cuando la recibió del gurú, de no revelarla a nadie, y por la
que en Estados Unidos se llega a pagar hasta 150 dólares.

En el cuarto estado de conciencia trascendental el que medita pierde la


conciencia de las cosas para no quedar más que centrado en el ser.

Los reparos que se puede poner desde el punto teológico y cristiano son
bastante considerables:

1. La "puja", que es la ceremonia habitual a la que debe asistir el neófito para


ser iniciado en la meditación trascendental y recibir su "mantra", en sustancia
es un culto a divinidades hindúes, y el maestro se inclina ante el cuadro del
Guru Dev, el maestro Maharishi, ofreciendo flores, frutas y un mantel sobre el
altar. El "mantra" suele ser también la invocación de una divinidad hindú.

2. Tal como presenta Maharishi su movimiento, para el hombre no existen


problemas que él por sí mismo no pueda resolver. Es el hombre el que crea
sus propios problemas y tiene dentro de sí la capacidad de resolverlos. Y esto
a través de la meditación por la cual puede hasta llegar a comunicarse con
otros espíritus o los millones de dioses que hay en el panteón hindú.
3. Asimismo el hombre para ser feliz y sentirse salvo sólo necesita conocerse
a si mismo, pues es entonces cuando llega a encontrarse con su esencia íntima,
y esto se lo puede procurar el hombre por sí mismo. Basta que trate de
despertar la conciencia cultivando un estado pasivo de la mente.

La Revelación cristiana nos enseña que nuestro yo está corrompido por el


pecado y el egoísmo y que necesitamos una redención y salvación que sólo
Cristo Jesús puede ofrecer y que no tenemos bajo el cielo otro nombre "por el
que nosotros debamos salvarnos" (Hch, 4,12).

METODOS DE RELAJACION Y DE CONTROL CEREBRAL

Los métodos y las técnicas que están floreciendo en este sentido son muy
variadas, y algunos de ellos buscan cierta relación con el campo espiritual de
la persona a la que pretenden ofrecer una salvación espiritual.

No podemos ni siquiera mencionarlos todos; baste dar un toque de alerta


respecto a algunos métodos.

La relajación dinámica se basa en la nueva ciencia que se llama Sofrología. Su


creador es el médico español Alfonso Caycedo. Se practica en grupo y
comprende tres grados en los que se conjugan elementos procedentes de
técnicas budistas, del yogo y del zen. Uno de los objetivos es llegar a un
estado de contemplación y a dominar los fenómenos de desconexión de la
consciencia.

Las ondas alfa: Joe Kamiya, de la Universidad de Chicago, ha introducido la


técnica de dominar conscientemente nuestro ritmo alfa, provocando
voluntariamente ondas alfa relajantes. Pero esto forma parte de otro fenómeno
más amplio, el "biofeedback", con el cual se pretende conseguir en un día lo
que con las técnicas del yoga y del zen no se logra sino en varias semanas: un
estado de relajación y distensión mental en el que se tiene la sensación de
flotar.

El control mental de Silva: José Silva es el fundador en Estados Unidos de


este método que se atreve a presentar como el mayor descubrimiento del
hombre y que de momento no es más que el comienzo de la segunda fase de la
evolución humana.

Desde el punto de vista de la fe y la moral cristianas hay mucho que objetar


contra este método. De las cuatro partes que comprende el curso, las dos
primeras se orientan a la relajación controlada y al automejoramiento general,
utilizando el pensar positivo y la auto hipnosis. Un punto importante en el que
se insiste es en el "biofeedback" que es la capacidad de la mente para ejercer
cierto grado de control sobre funciones corporales que antes se creía eran
automáticas o al menos fuera de control consciente. En realidad el
"biofeedback" es la clave de un sistema místico-metafísico con la que la
mente, mediante un "master sense" que posee, puede realizar una gran
variedad de poderes psíquicos, como la telepatía, la transferencia del
pensamiento, el preconocimiento y la clarividencia. Siguiendo esta línea se
llega a enseñar a los adeptos a controlar a las personas y los acontecimientos
mediante los nuevos poderes psíquicos ocultos en la mente, y que para Silva
son el verdadero reino celestial que está dentro de nosotros.

En la segunda parte de la enseñanza se entrena a los estudiantes a entrar en ese


reino interior por medio de unos ejercicios con los que llegarán a saber
proyectar sus mentes sobre la vida animal y vegetal, y a controlar cualquier
situación externa: es la ciencia de la psicoorientología. Como una parte de esta
enseñanza, el estudiante llega a entrar en contacto con "seres espirituales" o
consejeros, que le ayudarán en sus operaciones psíquicas, los cuales, según la
clase de público a quien se hable, serán alteregos (si se habla a freudianos) o
ángeles de la guardia (si se habla a católicos).

No es necesario insistir sobre el grave peligro espiritual que existe en el


cultivar deliberadamente el contacto con otros seres espirituales desconocidos.
Y la gran inmoralidad que ello supone cuando lo que se busca es dominar e
influir sobre otras personas.

Es evidente que ciertas fuerzas espirituales malignas actúan en estas técnicas


con las que se busca liberar y aumentar los poderes personales. Prueba de ello
es que la práctica prolongada tanto de la meditación trascendental como del
método del Silva y de otros afines llega a causar serios problemas espirituales
a los que a ellos se entregan: además de que la persona se vuelve introvertida
y centrada sobre sí misma, queda abierta en cierta manera al hostigamiento de
malos espíritus.

EL YOGA

1.- ¿Qué es?


El Yoga viene de la India y del Tíbet, pero también del antiguo Egipto. No es
algo uniforme, sino que se distinguen numerosas tradiciones, métodos y
escuelas, entre las que destaca el yoga clásico. Asimismo hay diferentes clases
de yoga, según lo que preferentemente se busque: de éstas las más importantes
son: el yoga de la voluntad y del cuerpo o "hatha-yoga", el yoga de la
inteligencia y de la reflexión, que en un aspecto en que se utilice la mente será
"raja-yoga" y en otros aspectos será el "jnana-yoga", el yoga del amor y del
bienestar o "bakta-yoga".

El Yoga clásico es en su base y desarrollo ante todo una práctica, y en cuanto


tal es también un camino de salvación con unos objetivos muy concretos que
se van ofreciendo a los que gradualmente se entregan a su ejercicio. La meta a
la que se propone llegar es a un conocimiento de orden supramental. Para esto
hay que responder a tres grandes exigencias: un cambio de conducta, un
dominio somático y una actitud psíquica de búsqueda continua.

En este camino largo a recorrer hay ocho grados:

a) Para el cambio de conducta: grado primero: abstenciones; grado segundo:


obligaciones.

b) Para el dominio de si: grado tercero: las posturas o "asanas"; grado cuarto:
el control respiratorio o "pranayama"; y grado quinto: la abstracción o
"pratiahara".

c) Para el ejercicio superior o actitud psíquica de búsqueda continua: grado


sexto: la contemplación o "dharana"; grado séptimo: la meditación o
"dhyana"; y grado octavo: la concentración o "samadhi". Llegar al último
grado supone llegar al conocimiento de orden supramental.

En el "samadhi" se logra la supresión total y absoluta de los procesos


mentales, se rompen los circuitos del conocimiento lógico, deductivo,
científico, y la mente ha de llegar a la perfecta transparencia o vacío mental,
condición extática en la que se rompe la conexión con el mundo exterior y
hasta se pierde la conciencia del propio cuerpo. En esta forma de
concentración, en la que se dan también distintos grados, se ha de llegar a un
conocimiento supramental o supraconceptual para captar el ser absoluto, la
experiencia de cuyo conocimiento produce liberación.

La mayoría de los interesados apenas si pasan de los primeros grados, sin


llegar hasta las últimas consecuencias, manteniéndose en la variada gama de
recursos de entrenamiento fisiológico y psicológico.

2.- Su valor como método de oración cristiana.

Cuando se habla de yoga cristiano o cuando se nos quiere presentar un nuevo


método de oración, y, en general, para todo aquel que quiera entregarse en
serio a su práctica, hay que tener en cuenta algunas observaciones:

a) Tan fundamental resulta la práctica en el yoga, que de alguna manera


condiciona la aceptación de sus doctrinas filosóficas. Estas descartan la idea
de una creación a partir de la nada y toda moralidad está en función de la
liberación que es el único bien absoluto. Todo esto supone la adopción de
ciertos conceptos hindúes: trasmigración, reencarnación, una concepción
diferente del hombre y de Dios, repetición de fórmulas mágicas, etc.
b) Hay que aceptar unas normas éticas y disciplinares que tienen una fuerte
carga de contenidos religiosos hindúes ajenos totalmente al cristianismo. La
salvación se presenta como la conquista del autodominio, el cual se logra
mediante el esfuerzo humano. Consecuencia es el girar siempre en torno a si
mismo, como el propio centro, y la exaltación del "ego", lo cual crea
incapacidad para la comunidad. El descubrimiento de sí mismo, de las fuerzas
del universo, la liberación de sí mismo, el "yo originario", la armonía total:
todo esto ignora la realidad del pecado y pretende una deificación del hombre.

c) Tal como presentan el método algunos manuales, sobre todo los


vedánticofakiristas, hablan de los poderes y maravillas a las que se llega en los
últimos grados, cosa que el cristiano no puede aceptar ni tratar de buscar,
como el penetrar la mente en el cuerpo ajeno, la levitación provocada, el
conocimiento del pasado y del futuro, conocimiento de la mente ajena, y otros
poderes como el caminar sobre el fuego sin quemarse, o sobre el agua sin
hundirse, desarrollo de una energía extraordinaria, etc.

d) Los ejercicios corporales, por los que se empieza inocentemente para


superar el stress y fortalecer el cuerpo, a la larga son inseparables de los
aspectos espirituales, pues todo está encaminado a llegar, mediante el retardo
o la supresión de los pensamientos, al vacío artificial de la conciencia, la cual
así se abre a las fuerzas o energías del universo, y éstas son las fuerzas del
alma mundial hindú, el "Brahman". Estas fuerzas se presentan como mágicas
y, si se recorre todo el camino, terminan encerrando en un círculo tenebroso
en el que es incompatible la presencia del Señor Jesús, sin que jamás aporten
la felicidad, la paz interior y la armonía que nos ofrece la presencia del
Espíritu Santo. Los ejercicios gimnásticos están de por si orientados a
conseguir estos efectos.

e) Respecto al pretendido "Yoga cristiano", en el que se usan como "mantras"


palabras y frases de la Sagrada Escritura, como camino para renovar la vida de
oración y llegar a un mayor conocimiento espiritual, hemos de decir que tanto
los ejercicios físicos como los espirituales, en el más inocente de los casos,
podrían ser a lo más un método de tantos de oración. Pero la oración cristiana
no es cuestión de métodos ni de técnicas, sino de actitudes de fe y fidelidad a
Dios y a su Palabra que nos habla en Jesucristo, y no hay ningún "yo divino"
aprisionado dentro de nosotros mismos que podamos liberar más que la vida y
la luz que Jesús nos pueda dar por su Espíritu de manera gratuita y por pura
misericordia.

f) El yoga puede ser instrumento válido para el hindú que busca con
sinceridad la salvación y no ha conocido la verdad revelada por el Verbo de
Dios. Pero para el cristiano es un camino erizado de peligros y, a la larga, si
no le aparta de Jesucristo, le llevará a una gran confusión, pero no a la
verdadera perfección cristiana.
EL ZEN

Si el yoga procede de la India y es algo propio del hinduismo, el zen es propio


del budismo y procede principalmente del Japón.

Hoy día cuando el budismo atraviesa una honda crisis en el Japón, el zen
penetra firmemente en Occidente, principalmente en los monasterios y casas
de espiritualidad, en los que se practica el zezen o forma de meditación del
zen. En el Japón se han construido "zendos" (monasterios zen) en los que los
occidentales son amaestrados para marchar después a Europa y Estados
Unidos, donde ellos enseñarán el zen en su propia lengua. En Madrid acaba de
crearse una comisión entre los más veteranos en el zen para la organización de
sesiones de iniciación y práctica.

En el zen hay también diversidad de ramas o tradiciones, como el "soto•zen'. y


el "rinzai-zen": las diferencias, más que en el fin que buscan, están en el
camino que siguen. Algunos presentan el zen como religioso, como "el fondo
de toda religión" y algo que puede existir en todas las religiones, y hasta hay
quien afirma que converge con la Biblia, es más, que Cristo y Buda son
parecidos, buscando paralelismos entre el espíritu del zen y los pasajes del
Nuevo Testamento, sin escrúpulo de instrumentalizar la Palabra de Dios.

Es muy difícil para un occidental comprender y explicar lo que es el zen, ya


que el lenguaje y la mentalidad de las concepciones religiosas orientales son
tan diversas de las occidentales que prácticamente es imposible traducir. Esta
dificultad es aún mayor con el zen.

Si en el yoga la cumbre a la que se llega es el "samadhi", en el zen el punto


culminante a que se puede llegar por la experiencia meditativa es el despertar
o la iluminación interior en la que se da la toma de conciencia del Yo
universal y en la que uno mismo se identifica con el Todo: esto es lo que se
llama el Satori.

En el Satori toda la diferencia entre el Yo y el Tú, entre Dios y el hombre,


desaparece. Es el espíritu de Buda o Bodhi (el saber por el que se experimenta
la iluminación) o Prajna (suprema Sabiduría).

He aquí algunos reparos que un cristiano no puede minimizar:

a) La práctica del zazen implica de algún modo la adopción de la filosofía e


ideología que subyace en el mismo, en la que no se da una distinción entre un
Dios Creador y las cosas: el Ego absoluto es más bien el Dios casi personal.
Este es el punto neurálgico de la diferencia. De dios se hablará en tanto en
cuanto realización de sí mismo. El hombre “zen” podrá decir: "yo soy tan
grande como Dios, Él es tan pequeño como yo".
b) Bajo el análisis implacable de la luz zen, aquel que lo abraza ha de repensar
todo, hasta los conceptos que tiene de Dios, de su yo, de la persona. Y esto
necesariamente según el espíritu y la mentalidad del Budismo.

c) La semejanza del zen con la vida y la mística cristianas no tiene sentido


más que en la línea de una meditación de tipo intuitivo y no discursivo, lo cual
se da en la contemplación cristiana en grado mucho más profundo. Puede
haber ciertas coincidencias entre la iluminación del budista y la contemplación
del místico cristiano: en ambos se da una intuición del Ser, es cierto. Pero a
pesar de todas las concordancias, siempre hay una diferencia esencial.

Para terminar reconozcamos que una gran mayoría de cristianos nunca llegan
a descubrir la oración cristiana, ni a tener una experiencia profunda de Dios en
la oración. Habría que atender más a este aspecto tan esencial de la educación
de la fe, en la que se ha puesto más el acento en lo que a la transmisión de
conocimientos se refiere con detrimento de una preocupación por la creación
de actitudes evangélicas.

Es necesario llegar por una oración profunda, sosegada y humilde, a una


relación profunda con el Señor Resucitado, al que no podemos aceptar como
camino si no aceptamos como verdad y la vida.

Quizá se estaba perdiendo la clave de la oración y de la contemplación.


Tenemos un rico tesoro de sabiduría y experiencia en las Sagradas Escrituras
y en la tradición cristiana acumulada durante siglos. No tenemos por qué ir a
buscar el secreto de la oración y hasta la sustancia de los misterios divinos en
otras fuentes fuera del cristianismo.

Quizá también necesitemos redescubrir la experiencia de los místicos


cristianos, esa experiencia que brotó espontáneamente del desarrollo de las
grandes virtualidades de la vida cristiana, y que se manifestó en todos los
tiempos, desde la época de los Padres, pasando por la Edad Media y el
Renacimiento, hasta los grandes contemplativos de nuestros días.

20 - LA EVANGELIZACION.

PROBLEMA NUMERO UNO


VIVIR Y ANUNCIAR A JESUS
Nunca se vio la humanidad tan sobrecogida y agobiada por los problemas
como se encuentra hoy. La Iglesia también, además de tener que solidarizarse
con todos los sufrimientos de los hombres, ha de sobrellevar la carga de sus
propias tribulaciones y dificultades de tipo interno, algunas de las cuales
reclaman soluciones urgentes.

En los últimos años hemos dedicado mucho tiempo y energías a estudios y


planteamientos en busca de soluciones, y en ciertos momentos nos puede
haber parecido llegar a un callejón sin salida.

En la experiencia del propio fracaso y de nuestra impotencia, lo mismo que


ante cualquier situación límite, es cuando podemos llegar a descubrir la
verdadera solución. La tenemos siempre a mano, pero ocurre que, o hay
resistencia en nosotros a aceptarla como tal, o la dejamos relegada en espera
de otras. Esta solución no puede ser otra más que Aquél que fue constituido
"piedra angular", rechazada por los constructores, Cristo Jesús, y no tenemos
otro nombre por el que podamos ser salvos (Hch, 5,12).

Para los que consagramos nuestra vida al Reino de los Cielos, y en general,
para el cristiano empeñado en la causa de ser discípulo y testigo de Jesús, el
problema número uno de su vida es vivir o no vivir a Jesús. Se puede
consagrar toda una vida al ministerio o al apostolado, y no llegar a vivir a
Jesús, es decir, no llegar a llevar una relación de amistad con El, y entonces es
fácil convertirse en mero ejecutor, o en un funcionario más. Este fenómeno se
está dando hoy en muchos cristianos, y hasta en personas que gozan de buena
reputación.

Nuestra relación de identificación con el Señor, o mejor nuestro


enamoramiento de El: esto es decisivo para la construcción del Reino. Así
dicho, parece una visión simplista de los problemas, y será difícil convencer a
muchos de que éste es el problema primero. Se dará por supuesto que ya está
solucionado, o que la cosa no es tan grave. Pero veamos si existe la verdadera
paz interior, aquel gozo (Jn 16.22-24) que prometió Jesús a los suyos, el
ímpetu y la valentía (Hch 4. 29) ante la obra del Reino, la fuerza espiritual que
necesitamos no sólo para nosotros mismos, sino también para los demás. Si
todo esto no se da en nuestra vida, es que la luz que hay en nosotros se ha
convertido en oscuridad (Lc 11,35).

Para que todo sea luminoso en nuestra persona, para que sea el Espíritu el que
realice en nosotros la salvación, para que no sean pura mecánica nuestra
oración o nuestra administración de sacramentos, sino algo lleno de Espíritu y
de experiencia de Dios, para que el hombre que viene a nosotros se sienta
liberado de la desesperación, del odio, del miedo, y reciba esperanza, luz y
seguridad, hace falta tratar con el Señor en plan de sinceridad e intimidad,
llegar a centrarse en El hasta donde nos quiera llevar su Espíritu.
Solamente el Reino es absoluto y todo el resto es relativo, escribió un día
Pablo VI. Nuestro absoluto no puede ser o el trabajo, o la familia, o la tarea
que realizamos por muy santa que sea, o la dedicación a los demás.
Más que las cosas que hacemos, interesa cómo las hacemos, cuál es el alma y
el espíritu de mi oración y de mi acción.

Tan sólo es posible convencerse de esto por la acción del Espíritu. Nadie
puede llegar a Jesús si el Padre no le atrae (Jn 6.44). Nadie puede decir
"¡Jesús!" con valor de salvación si no es por la fuerza del Espíritu.

El cristianismo es Jesús, la fe es primordialmente aceptar a Jesús. El cristiano


no es nada si no vive y anuncia a Jesús.

EVANGELIZACIÓN
Y RENOVACIÓN CARISMÁTICA.
Por el Cardenal L. J. SUENENS

Habiendo venido a Madrid para participar en nuestra III Asamblea Nacional,


el Cardenal L. J. Suenens dio el 13 de octubre en el Colegio Calasancio una
importante conferencia sobre el tema de la evangelización y la R.C.
Ofrecemos a continuación una condensación de todo su contenido, como un
autorizado planteamiento del tema doctrinal de este número.

Antes de subir al cielo Jesús mandó a sus Apóstoles que no se ausentasen de


Jerusalén sino que aguardasen la fuerza del Espíritu. Es importante señalar
que no les dijo: "Id inmediatamente a convertir el mundo". Lo que les dijo
fue: ?"Preparaos y esperad a recibir la fuerza del Espíritu Santo".

Debemos mirar al Cenáculo de Jerusalén para ver lo que pasa en su interior y


luego en el exterior.

I. DENTRO DEL CENACULO:


UNA CONVERSION.

Muchas veces me he preguntado qué hicieron todos juntos allí durante diez
días, junto con María, la Madre de Jesús. Creo que podemos hallar una
indicación en las palabras de San Pedro cuando, después de su discurso, le
preguntaron: "Qué hemos de hacer, hermanos" (Hch 2, 37). Pedro respondió a
aquellas tres mil personas con estas palabras: "Convertíos y que cada uno de
vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de
vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38).

Esto es lo primero que pasó con los Apóstoles: una conversión.

Viendo lo que fueron antes y lo que eran después de Pentecostés descubrimos


unos hombres transformados. De ser discípulos del Maestro pasan a ser
cristianos vivificados por Jesucristo. Han vivido primero una conversión y
luego se han sumergido en la Muerte y la Resurrección de Jesucristo, como
dijo San Pedro, han hecho una experiencia pascual y también experimentaron
un estado de disponibilidad, de espera al Espíritu Santo.

Es precisamente esta experiencia la que está en el corazón de lo que llamamos


Renovación en el Espíritu Santo. Cada uno de nosotros tenemos necesidad de
un nuevo Pentecostés. En efecto, nosotros fuimos sumergidos en la Muerte y
Resurrección de Jesucristo por nuestro bautismo, y en el bautismo está la
conversión y la renuncia al mal. Pero todo esto sucedió en nuestras vidas de
una forma inconsciente. La R.C. trata de hacer que los cristianos, que
empezamos a ser cristianos inconscientemente, tomemos conciencia en
nosotros de lo que esto significa por la fuerza del Espíritu.

Y justamente las tres experiencias que tuvieron los Apóstoles: conversión,


sumergirse en la Muerte y Resurrección de Jesucristo y la apertura al Espíritu
Santo es lo que necesitamos experimentar los cristianos de hoy.

La R.C. quedó marcada desde el primer momento por conversiones


extraordinarias en aquel ambiente que entonces se vivía en Estados Unidos de
profunda crisis en el aspecto religioso.

Cuando yo me enteré de que existía este movimiento me trasladé al lugar


donde había comenzado y todo el mundo que había tenido contacto con los
primeros participantes me dijeron: Si, realmente han experimentado una
transformación muy grande. Es esto lo que se ha llamado, con expresión un
tanto equívoca, bautismo en el Espíritu Santo y que yo prefiero más bien decir
efusión del Espíritu.

Hoy queremos que los cristianos sean cristianos por una opción personal. En
muchos países de Europa y de América son cristianos solamente por tradición,
y estamos viendo cómo la juventud rechaza la tradición. Antes, el ser cristiano
se transmitía de padres a hijos lo mismo que se transmitían los empleos y
oficios. Pero hoy el ser cristiano es por decisión personal. Y esto significa un
descubrimiento nuevo de Jesucristo.

Cuando no hace mucho preguntaron al Cardenal Arns de Sao Paulo: "¿No


cree que después del Vaticano II se ha avanzado demasiado deprisa?", él
respondió: "No, no creo que se haya ido demasiado deprisa en la evolución
después del Vaticano II, sino que en realidad hemos ido aprisa en un momento
de la historia". Su respuesta me parece muy buena. Durante los siglos V y VI
convertimos un poco deprisa a las tribus bárbaras: fue aquélla una conversión
por la vía sociológica y global por medio de Clodoveo y Carlomagno. Pero ha
llegado la hora para cada cristiano de responder personalmente a la pregunta
de Jesús: "¿Quién decís que soy yo?". Y esta es la pregunta ante la que nos
encontramos todos: “¿Quién es Jesucristo para mí?”

Nadie puede descubrir a Jesucristo si no es por el Espíritu Santo. Nadie puede


decir "Padre" si no es por el Espíritu Santo. Y ésta es la invitación de la R.C.
para cada uno de nosotros: “¿Quién es Jesucristo para ti?".

Si yo tuviera que contestar ahora a esta pregunta a mis 75 años, tres cuartos de
siglo, he aquí lo que yo diría: "Señor Jesús, Tú eres para mí todo el pasado de
mi vida, el que me ha llamado al sacerdocio y me ha guiado por el camino
paso a paso. Eres Tú con quien me he encontrado en ciertos momentos
privilegiados de mi vida y Tú eres la fuerza y la alegría de mi pasado. Tú eres
con quien me he encontrado durante cincuenta años cada vez que celebraba la
Eucaristía. No era yo el que administraba el sacramento, sino que eras Tú a
través mío, y no solamente eres todo mi pasado sino que también eres todo mi
presente, todo mi hoy. Toda la realidad de mi vida se goza en ti, Señor. Y todo
el futuro también, porque Tú eres mi futuro. Todos los días vivo esas palabras
de San Pablo: Jesucristo ayer, hoy y siempre, y eres Tú, Señor, a quien yo
espero".

Y esta es la actitud que deberíamos tener todos: actitud de espera hasta el día
que vuelva el Señor. Cuando puse una inscripción sobre la tumba de mi madre
puse esta frase en latín: "Hasta que Tú vuelvas". Ahora, Señor, Tú eres ?el
pasado, el presente y el futuro. Tú eres el futuro absoluto, como dice Ranher.

Y ésta es realmente la idea fundamental, que nosotros nos identifiquemos con


El. En realidad no hay más que un solo cristiano: Jesucristo. Y hacia El
debemos todos tender si queremos ser el cristiano realizado. La palabra clave
es la de San Pablo: "No soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en
mí" (Ga 2. 20). Esto significa que debo mirar con los ojos de Cristo, que debo
hablar con los labios de Cristo, que debo amar con el corazón de Cristo, que
debo tender las manos como Cristo. Y una vez que se ha realizado esta
identificación, todas las esperanzas están permitidas. Porque cuando nos
convencemos de que no somos nosotros, sino que es Cristo quien vive en
nosotros, entonces hay toda una corriente de Dios que pasa a través nuestro.

Creo que adolecemos de una gran pobreza cristiana. Hace unos meses, cuando
tuvimos la beatificación de un hermano de las Escuelas Cristianas, Mutien
Marie, un periodista con carnet en mano me preguntó: ”¿Qué es un santo?". E
inmediatamente apenas si tuve tiempo para invocar al Espíritu Santo antes de
contestar: "Pues, señor, un santo es un cristiano normal". La dificultad está en
que todos nosotros somos poco más o menos anormales, todos tenemos un
hándicap. Y esto es lo que hace nuestra confianza en el futuro. No podemos
pensar que es mediodía a las dos de la tarde. Nos basta ser normalmente
cristianos. Porque inmediatamente toda una energía sale de nosotros. Si
pensáis ahora lo que en el mundo significa la energía nuclear, por ejemplo,
con un átomo se puede destruir el mundo. Si somos cristianos, si estamos
verdaderamente abiertos al Espíritu Santo, tenemos en nosotros un poder más
grande que la energía nuclear. Así que, si de verdad hemos entrado en el
Cenáculo con esta energía, entonces sí que podremos salir.

La Renovación Carismática es una llamada del Espíritu Santo para que los
cristianos se dejen transformar por el Espíritu. Y después, una vez que estén
transformados, la Renovación los invita a salir del Cenáculo. El primer
aspecto es entrar en el Cenáculo y allí pasar un tiempo, pero luego hay que
salir. Esta permanencia histórica en el Cenáculo duró diez días. En la
Renovación Carismática se invita hoy a los cristianos a permanecer en el
Cenáculo mediante un Seminario en el Espíritu, que es una introducción a la
vida cristiana renovada. Así se preparan a recibir este grado de
transformación: se preparan durante la semana con la lectura en común de las
Sagradas Escrituras, en particular de los Hechos de los Apóstoles o de San
Pablo. Se preparan también siendo sostenidos por una comunidad cristiana.
Hay toda una metodología en la preparación para recibir esta gracia. Algunas
veces se pasa por experiencias muy profundas.

Pero sería ilusorio pensar que si no se pasa por esas experiencias


extraordinarias no se ha recibido la gracia. Durante meses o semanas el Señor
no hace extraordinariamente cosas espectaculares. Lo que importa es esperar
humildemente que el Señor trabaje en nuestra alma como Él quiera. Es
cuestión de nuestra espera, de humildad, de disponibilidad. "¡Señor,
transfórmame en Ti!": esta es la oración que se hace durante las semanas de
preparación y ella es el alma de la Renovación.

Por desgracia cuando en la prensa, en la televisión y demás medios de


comunicación se habla de la R.C. se busca presentar aspectos sensacionales. Y
por esto se suele decir: "Ah, ¿ustedes son carismáticos? Esto quiere decir que
ustedes oran en lenguas, que levantan los brazos..." Pero esto no es
verdaderamente el fondo de la cuestión. Se puede ser perfectamente
carismático y no levantar los brazos. Lo importante no es levantar los brazos;
lo importante es ser capaz de hacerla, porque eso nos libera. Nosotros mismos
en la liturgia oramos así. Yo he tardado dos meses en levantar un poco los
brazos, otros dos meses en levantarlos algo más, y otro poco más hasta
levantarlos del todo. Pero esto no es verdaderamente esencial.
De la misma manera se dice; "Ah, ustedes son carismáticos, luego oran en
lenguas". Orar en lenguas no es orar en lenguas extranjeras, no se trata de eso,
sino que se trata de un don de oración espontánea, de orar sin utilizar frases, ni
pronunciar sonidos, ni preocuparse de las frases. Es una liberación, lo cual
quiere decir: yo sé que el Espíritu Santo ora en mí, que yo no sé orar, y que el
Espíritu ora con gemidos inefables, y yo me uno a esta oración del Espíritu,
sin saber las palabras ni elaborar la frase.

Hace tiempo un misionero me contaba cómo un anciano que él conocía y que


no sabía ni leer ni escribir oraba repitiendo constantemente el alfabeto. El
misionero le preguntó: ¿Qué haces? El respondió: "Pues, orar, yo lo único que
hago es decir el alfabeto, y el Señor ya pondrá las palabras". Esto es lo
importante. Hay que ir al corazón de las cosas y no mirar solamente los
fenómenos que existen y que no son lo esencial.

Hasta ahora hemos estado en el interior del Cenáculo. Ahora tenemos que
salir.

II. FUERA DEL CENACULO:


IR A EVANGELIZAR

En el Concilio Vaticano II se ha hablado de la Iglesia hacia adentro y de la


Iglesia hacia fuera. De la misma manera podríamos decir que hay un
Pentecostés hacia dentro y un Pentecostés hacia fuera.

Es necesario salir. Los símbolos de Pentecostés son muy expresivos. En el


mismo momento en que desciende el Espíritu Santo se siente un viento muy
fuerte, un viento muy revolucionario. Es un símbolo de que algo va a pasar.
Me gusta mucho la inscripción que vi en Dublín escrita en la pared, cuando el
Congreso Carismático: "No podemos dirigir el viento, pero podemos
adaptar nuestras velas". Es una invitación a navegar a vela, pero siempre es
una invitación a navegar, lo cual quiere decir a ir sobre las aguas, a abandonar
la tierra. Todos queremos tener un pie en el agua y otro en tierra, pero esto no
vale. Esto fracasó con Pedro y fracasará también con nosotros. Hay que
lanzarse al mar y abandonar la tierra. Símbolo del viento y simbología
también de las lenguas de fuego. Y esta es una imagen clara de las palabras de
Jesucristo cuando dijo: "He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto
desearía que ya estuviera ardiendo!" (Lc 12. 49).

Es así como a través de Pentecostés viene renovación y evangelización. Es un


misterio de transformación personal y exige una disposición de
evangelización.
Pero en el mundo de hoy nos hallamos ante una forma de tentación a no
anunciar el Evangelio antes de haber resuelto todos los problemas sociales del
mundo. Hay una idea que se ha hecho universal en el mundo cristiano, y es
que hay que humanizar al mundo, resolver los problemas sociales, y después
de esto, cuando surja el problema, entonces es cuando podemos anunciar el
Evangelio. Se dice de muchas maneras: primero hay que dar pan a la gente
que está hambrienta, y después más tarde se les hablará de Jesús. Y la
respuesta verdadera es que hay que dar a la vez las dos cosas: medios para
vivir y razones para vivir, y no hay que esperar a que se resuelvan todos los
problemas sociales.

Yo creo que aquí está la fuerza de la Renovación Carismática: salir del


Cenáculo para anunciar a Jesucristo valientemente, directamente, sin esperar a
que todos estos problemas se resuelvan, pero tratando también de resolverlos.
Cuando se dice: primero humanizar y después evangelizar, yo digo que no,
que hay que evangelizar y humanizar al mismo tiempo. Hay que salir del
Cenáculo donde hemos estado todos para anunciar y proclamar a nuestro
Señor Jesucristo.

Siempre hay entre nosotros gente que siente la tentación de ir a exorcizar ese
demonio mudo de que habla el Evangelio. Y la tentación es muy sutil.
Consiste en decir: la gente no está aún preparada para escucharnos. Yo
respondería: sí y no, porque en tiempos de Jesucristo ¿estaba el mundo
preparado para escucharle? Ya vemos lo que pasó: la crucifixión. Y cuando
Pablo anunciaba al Cristo crucificado en el Areópago de Atenas, ¿estaba la
gente preparada para escucharle? Le respondió: No tenemos por qué
escucharte; tenemos otras cosas más importantes que hacer.

En cierto sentido, el mundo nunca ha estado dispuesto a escuchar este mensaje


tan conmovedor. Pero, por otra parte, me atrevo a decir que el mundo está
dispuesto a escuchar este mensaje mucho más de lo que imaginamos. Estamos
haciendo la demostración por reducción al absurdo de que el mundo sin Dios
no puede vivir ni sobrevivir. Y en este sentido quiero decir que nuestra
generación y, sobre todo, la juventud están más cerca que nunca de escuchar y
recibir el mensaje del Evangelio.

Para mí el drama consiste en que nosotros decimos: el mundo no está


dispuesto a escucharnos, pero el verdadero drama es que nosotros no estamos
dispuestos a hablarle. Hablar no quiere decir predicar, lo cual es propio del
sacerdote; no pedimos que los cristianos prediquen el Evangelio, lo que se
pide es que hablen del Evangelio, que lo anuncien, que lo respiren, que lo
vivan. Y aquí está la fuerza de penetración, es decir, la evangelización por la
vida, la vida hecha luz, como dijo Jesús.
Pablo VI dijo estas palabras muy profundas: "El mundo tiene más necesidad
de testigos que de maestros". Es evidente que necesitamos maestros, pero lo
que llegará al corazón de la gente son los testigos y los testimonios. Es lo que
estoy tratando de hacer periódicamente en mi diócesis: invito a que vengan a
mi casa hombres de diferentes profesiones, e invito también a gente, que haya
hecho esta experiencia de la Renovación del Espíritu, para que den testimonio
y les cuenten lo que ha pasado en sus vidas. El mes pasado, por ejemplo, he
reunido a hombres de las finanzas y banqueros y he visto como escuchaban el
testimonio que daban aquellos cristianos que han vivido la Renovación, lo
cual era verdaderamente conmovedor.

Todos estamos invitados a dar testimonio con la vida, con el ejemplo de


nuestros hogares, por la vida que viven los matrimonios cristianos, haciendo
ver que el amor cristiano tiene para el mundo de hoy una demostración
extraordinaria: se habla del amor bajo todas las formas, pero esto no es amor.
Que se vea que el amor en el matrimonio cristiano tiene una dinámica muy
profunda. También en la vida familiar, porque tengo el convencimiento de que
el futuro del cristianismo va a depender muchísimo de la existencia de
comunidades verdaderamente cristianas.

Las comunidades existentes, y gracias a Dios ya hay muchas en la Iglesia,


deben ser renovadas en la fuerza del Espíritu Santo. Y al lado de las
comunidades, que podemos llamar clásicas, quiero poner también las
comunidades de cristianos que se unen de forma que, o habitan en el mismo
hogar, o forman la misma urbanización, para vivir juntos su cristianismo.
Creo que hemos de comprender el deber de evangelización de esta forma: a
partir de lo que nos rodea, para llegar a un círculo cada vez mayor, y así hasta
todas las dimensiones de la vida. Acabo de escribir un libro con el Obispo
Helder Cámara, que pronto aparecerá en español con el título Renovación en
el Espíritu y servicio del hombre, para hacer ver cómo la Renovación
Carismática debe estar proyectada, por el compromiso social, a todo el mundo
que le rodea.

III. CONCLUSION

He aquí lo que yo quería decir bajo el título de Renovación Carismática y


Evangelización: Cenáculo hacia el interior y Cenáculo hacia el exterior. Creo
que esto es en lo que todos necesitamos comprometernos.

Seguro que hay aquí personas que ya pertenecen a la Renovación. Quiero


dirigirles unas palabras muy especiales para comunicarles lo que yo pienso
que será el futuro de la Renovación.
Vemos surgir a través de los cinco continentes millares de grupos de oración,
y me alegro, porque esto es un descubrimiento de la plegaria de adoración y
de la plegaria de acción de gracias de una forma muy marcada. Espero que
esta renovación y este redescubrimiento de la oración se dejarán sentir en la
liturgia y en los sacramentos de la Iglesia.

Pero para que subsistan estos grupos de oración -porque es muy fácil verlos
surgir pero es mucho más difícil verlos sobrevivir, lo mismo que en la
primavera vemos muchos árboles con flores pero no todos dan fruto- creo que
su porvenir y el de la Renovación Carismática depende en gran manera de la
medida de su evangelización, es decir, de la forma como lleguen a
desembocar en una actividad apostólica.

Como ha dicho un pastor protestante, la Renovación no ha sido dada por el


Espíritu Santo para formar un club de carismáticos sino para la evangelización
del mundo. Mi gran deseo es que, cuando se reúnan estos grupos de oración y
de cristianos que reciben una iniciación, se comparta el trabajo apostólico, el
sometimiento mutuo y la revisión de este trabajo y no se contenten con decir:
"¡Padre! ¡Padre!". ¿Qué hacéis para traducir la voluntad de Dios sobre lo
terreno?

Durante muchos años, cuando yo estaba en la Legión de María, cada semana


se daba a los miembros un trabajo específico a realizar, había que reunirse.
Tenemos que realizar en comunidad este trabajo apostólico de una forma muy
precisa y compartirlo luego dando cuenta. Creo que esto es muy importante.

El primer consejo que yo daría sería éste: desembocar en una labor


pastoral.

El segundo es no quedarse en pequeños grupos sino pasar al grupo


grande: el grupo pequeño no puede sobrevivir sin apoyarse en un grupo más
grande, porque si tenéis, por ejemplo, en una ciudad grupos de doscientas o
trescientas personas, allí encontráis los líderes espirituales con el
discernirniento que se requiere más fácilmente que en grupos de quince o
veinte. No es que haya que mantener un ritmo prefijado, a veces hay que
asistir a grupos más grandes. Se pueden encontrar muchas fórmulas.

El tercer consejo que yo daría para el porvenir de la Renovación es suscitar


grandes comunidades de vida, donde vivir juntos esta vida cristiana de la
que hemos hablado, y que crezcan cada vez más, a condición de que tengan
vida. Creo que esto es un elemento importante para el futuro.

¿QUÉ ES LA EVANGELIZACIÓN?
Por RODOLFO PUIGDOLLERS

Cuando oímos hablar de evangelización pensamos casi instintivamente en el


anuncio del Evangelio a los no creyentes o bien en la predicación de la
Palabra de Dios. Son estos elementos integrantes de la evangelización, pero
no podemos reducirla exclusivamente a estos dos aspectos.

?La evangelización, considerada en su totalidad, es la acción de la Iglesia en


llevar el Evangelio a todos los ambientes de la humanidad, es decir,
transformar desde dentro a la humanidad por la fuerza del Evangelio.
Evangelizar es convertir nuestro mundo en un mundo evangélico. Es hacer
realidad las palabras del Apocalipsis: "He aquí que yo hago nuevas todas las
cosas" (21, 5). Un cielo nuevo y una tierra nueva. Una nueva humanidad
formada por hombres nuevos, renacidos del agua y del Espíritu.

Transformar las culturas

No se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez


más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de transformar por la
fuerza del Evangelio todos los elementos que constituyen la sociedad humana:
los criterios de juicio, las escalas de valores, los puntos de interés, las líneas
de pensamiento, las fuentes inspiradoras, los modelos de vida, las estructuras
sociales. Conformarlo a la Palabra de Dios.

Evangelizar no es, por lo tanto, dar un barniz de cristianismo a un pueblo,


introducir algunas costumbres piadosas o algunas normas ascéticas.
Evangelizar es transformar la persona, las relaciones interpersonales, las
relaciones con Dios, las estructuras sociales, las estructuras mentales.
Evangelizar es transformar una cultura -en el sentido más profundo de esta
palabra- por la fuerza del Evangelio.

Evangelio no es lo mismo que cultura. Pero, dado que todo hombre vive
enraizado en una cultura, no puede haber vivencia profunda del Evangelio si
ésta no encuentra su expresión en la cultura propia en que vive cada
comunidad cristiana. Toda proclamación del Evangelio supone una
regeneración de la cultura a partir de la Buena Nueva anunciada.

Esto significa una doble actitud: una actitud crítica y una actitud creativa.
Actitud crítica para no predicar una cultura al mismo tiempo que se predica el
Evangelio, o bien evitar una aculturación a partir de la cultura de donde se
reciba la Palabra. No tener esta actitud crítica nos llevaría a una auténtica
colonización cultural. Esto ha ocurrido muchas veces con la cultura occidental
predicada en África o en Asia. Hay que evitar que en la Renovación
Carismática ocurra lo mismo que con la cultura norteamericana. Sin una fuerte
actitud crítica podría darse una americanización de todas las comunidades
carismáticas.

Actitud crítica, pero también actitud creativa. Al mismo tiempo que hay que
filtrar las influencias culturales, hay que hacer un esfuerzo creativo para que la
experiencia religiosa adquiera nuevas formas en la propia cultura. Una
conversión, una renovación interior, debe expresarse en nuevas formas de vida
nacidas en la propia cultura.

Un punto de partida fundamental: la comunidad

El punto de partida fundamental de la evangelización se encuentra en la


comunidad cristiana. No son las personas quienes individualmente anuncian el
Evangelio o transforman una cultura. Es la Iglesia, la comunidad cristiana, que
es sacramento de salvación. El que anuncia la Palabra, el misionero, el que da
testimonio, es en primer lugar un enviado, un enviado de la comunidad. Quien
anuncia la Buena Nueva debe poder decir como Felipe: "Ven y lo verás" (Jn
1, 46). La vivencia del Evangelio necesita de la visibilidad de una comunidad
que se reúne en oración, que se reúne en asamblea eucarística, familias que
viven según el Evangelio, grupos de consagrados, etc.

Allí donde la vivencia del Evangelio está reducida a la vivencia personal, hay
sólo una semilla en formación que aún debe madurar en su dimensión
comunitaria para poder convertirse en auténtica semilla de Evangelio.

La palabra del que anuncia el Evangelio debe ser palabra de Iglesia, debe
poderse traslucir a través de ella la vivencia de una comunidad. De lo
contrario, la palabra es débil o bien engañosa. De ahí la ineficacia de la labor
de tantos sacerdotes, catequistas, colegios religiosos, etc. de ahí, por otra
parte, los frutos inmaduros de los grupos sectarios o de los predicadores no
denominacionales.

Un segundo elemento: el testimonio de vida.

Aún siendo fundamental, no basta para la evangelización la existencia de la


comunidad. Se requieren dos elementos más: el testimonio de vida y el
anuncio explícito de la Palabra.

El Evangelio se proclama, en primer lugar, mediante el testimonio.


Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la
comunidad humana donde viven, manifiesten su capacidad de comprensión y
de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad
con los esfuerzos de todos en cuanto hay de noble y bueno. Supongamos,
además, que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que
van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni
nadie osaría soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos
hacen plantearse a quienes contemplan su vida interrogantes irresistibles: ¿por
qué son así? ¿Por qué viven de esta manera? ¿Qué o quién es el que los
inspira? ¿Por qué están con nosotros?

Este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero muy


clara y eficaz, de la Buena Nueva.

Para que este testimonio exista no basta, sin embargo, la pertenencia a una
comunidad cristiana o la vivencia personal del Evangelio, se requiere una
relación profunda con los hombres: se requiere presencia en medio del mundo,
participación en los esfuerzos sociales y solidaridad con todos.

Como decían las comunidades primitivas, no se trata de "retirarse del mundo",


sino "ser del mundo", como Jesús.

Un tercer elemento: el anuncio explícito

El testimonio solo resulta insuficiente. El más hermoso testimonio se revela a


la larga impotente si no va esclarecido, justificado, explicitado por un anuncio
claro e inequívoco del Señor Jesús.

No hay verdadera evangelización mientras no se llega al anuncio del nombre,


doctrina, vida, promesa, Reino, misterio de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios.

Quien ha percibido los frutos, debe ser conducido al árbol. Quien ha visto la
estrella, debe ser llevado al día sin ocaso.

La culminación: la adhesión comunitaria

El anuncio de la Palabra adquiere toda su dimensión cuando es escuchado,


aceptado y asimilado, es decir, cuando hace nacer en quien lo ha recibido una
adhesión de corazón. Adhesión a la doctrina de Jesús, pero, más aún, adhesión
al programa de vida que Él nos propone. En una palabra, adhesión al reino, es
decir, al "mundo nuevo", al nuevo estado de cosas, a la nueva manera de ser,
de vivir, de vivir juntos, que inaugura el Evangelio.

Esta adhesión no puede quedarse en algo abstracto y descarnado, sino que


debe mostrarse concretamente por medio de una entrada visible en una
comunidad. Comunidad que, a su vez, será fuente de evangelización.

Podemos decir así que la evangelización parte de la comunidad cristiana y


concluye en la comunidad cristiana, por medio del testimonio de vida, el
anuncio explícito de la Palabra y la respuesta creyente. De este modo la
Palabra es la semilla que va haciendo crecer el Reino de Dios.
ELEMENTOS ESENCIALES DE LA
EVANGELIZACIÓN
Exposición esquemática.
Por LUIS MARTIN

A) PRIMERA ETAPA:
LLAMADA A LA FE Y CONVERSION

Cuando Jesús nos dice: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a
toda la creación" (Mc 16, 15), ¿qué nos manda hacer esencialmente?

1.- Hacer lo mismo que El hizo: proclamar el mismo mensaje de salvación.


No es nuestra palabra, ni nuestra doctrina. Lo que interesa es transmitir
fielmente el mismo mensaje sin recortes, añadidos o adulteraciones.

Así hicieron los Apóstoles en la predicación primitiva. Por ejemplo, Pedro, el


día de Pentecostés (Hch 2, 14-39), cuando la curación del tullido en el templo
(Hch 3, 12-26), en la casa de Cornelio (Hch 10, 34-43); Pablo en Atenas (Hch
17, 2231) o en la sala de audiencia ante el Rey Agripa y el procurador Festo
(Hch 26,4-23).

?Este primer anuncio es lo que se llama kerygma, que en esencia es la síntesis


de toda la historia de la salvación, o el primer anuncio de la Buena Nueva de
una manera simple y directa.

2.- El kerygma, más que un cuerpo de verdades o de doctrina, es una


persona: el Hijo de Dios hecho hombre y enviado como don del Padre a los
hombres. La Buena Nueva es Cristo

Para poderlo proclamar con fidelidad y eficacia salvadora nos valdremos de la


Palabra de Dios, partiendo del primer anuncio en las profecías del A. T. hasta
Juan el Bautista, para centrarnos en su vida pública, Muerte, Resurrección,
Ascensión, envío del Espíritu Santo y retorno glorioso en la Parusía.

Este Cristo, constituido Señor y Juez de vivos y muertos, es el único liberador


del pecado, de la muerte y de Satán. La Salvación y Vida que de Él recibimos
empiezan aquí y ahora, y su cumplimiento definitivo será en la eternidad.
3.- Este anuncio debe ir acompañado de:

a) el testimonio que se da del mismo Jesús (Hch 1, 8; 4, 33). Este testimonio


implica toda nuestra fe y toda nuestra vida, en la que se ha de manifestar la
salvación y el Amor de Jesús, pues nos presentamos como sus propios
seguidores y discípulos;

b) señales y poder del Espíritu (Mc 16, 20; Hch 5, 12'; 1Co 2, 1-5). El
mensaje debe ser proclamado con la fuerza del Espíritu y entonces éste
siempre se manifiesta.

4.- Cuando en el oyente hay una disposición adecuada, es decir, un mínimum


de apertura a la Palabra o de anhelo de Dios, el resultado inmediato es Fe y
arrepentimiento (Hch 2,37), es decir, la conversión o metanoia. La Fe
esencialmente es acoger al mismo Cristo como Salvador y Señor, lo cual
supone rechazo de cuanto en la propia vida se opone a Él.

B) SEGUNDA ETAPA:
LLAMADA A SER DISCIPULO DE JESUS

Si la primera etapa estaba definida por el kerygma, esta segunda está marcada
por el catecumenado y los sacramentos que llevan al compromiso
cristiano.

1.- El catecumenado consiste en:

a) la iniciación cristiana a través de una enseñanza o catequesis que no es


más que desarrollo de las verdades del kerygma y de todos los demás
misterios.

b) vivir y profundizar la conversión, es decir, llegar a hacerse discípulo de


Cristo, asimilando sus actitudes y pensamiento, hasta someterle la propia vida
y aceptarle como al único Señor.

2.- Este itinerario desemboca en los sacramentos de la iniciación cristiana,


el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, en los que el catecúmeno nace
del Espíritu y es fortalecido en la nueva Vida.

3.- De aquí surge el compromiso cristiano, que en síntesis se reduce a vivir y


anunciar a Jesús como testigos y discípulos del mismo.

Todo el proceso de la evangelización consiste, pues, en que el evangelizado


se convierta a su vez en evangelizador a partir de la comunidad eclesial.
C) PARA LOS CRISTIANOS NO CONVERTIDOS

En los países de antigua tradición cristiana nos encontramos con la realidad de


una enorme masa de bautizados en los que no se ha dado la conversión
cristiana, o porque nunca fueron evangelizados, o porque nunca recibieron la
iniciación cristiana, además de otras causas y condicionamientos de tipo
familiar, sociológico y eclesial.

Para que puedan llegar a una toma de conciencia de la fe que más o menos
explícitamente poseen, y, por tanto, al descubrimiento y aceptación de Jesús
como Salvador y Señor, necesitan evangelización y vivir el proceso de la
conversión.

Prácticamente hay que seguir el mismo plan anteriormente expuesto, que en


este caso se ha llamado neocatecumenado, con la diferencia de que no se
termina en el sacramento del bautismo, que ya recibieron y no se puede
repetir, sino en el redescubrimiento del mismo y en la aceptación del
compromiso que implica.

En la pastoral moderna de la Iglesia el Espíritu ha suscitado diversidad de


procedimientos y estilos, que responden a esta necesidad y que más o menos
llevan a la creación de comunidades cristianas de base. En la R.C. disponemos
de grandes posibilidades. Un instrumento de extraordinario valor es el
Seminario de la Vida en el Espíritu que, aunque concebido inicialmente
para siete semanas, se suele prolongar en todo un proceso catecumenal más
largo, en el que el punto de partida y el punto de referencia de la enseñanza es
siempre el kerygma.

Responde perfectamente a lo que debe ser norma de toda predicación: partir


del kerygma y volver a él sin cesar en forma de desarrollo o de
profundización. El término es la Efusión del Espíritu, la cual por su misma
naturaleza lleva a la aceptación de Jesús como Señor y a la plenitud del
Espíritu.

ACTITUDES EN LA
EVANGELIZACION
Por el P. Thomas Forrest
Este artículo es la segunda parte de la charla sobre la Evangelización dada
en la Semana de formación de dirigentes, en Burgos, el 12 de agosto de 1979.

Quisiera dar unos consejos prácticos sobre la forma de evangelizar


eficazmente:

1.- Tener la mentalidad de elegidos y enviados. Es algo que hasta los


sacerdotes están perdiendo. Se presentan tímidos, como disculpándose de
anunciar la Palabra, temiendo hablar con autoridad. Somos elegidos y
enviados de Dios. La Sagrada Escritura presenta a Juan Bautista como "un
hombre enviado por Dios" (J n ',6); Ananías dijo a Pablo: "el Dios de nuestros
padres te ha destinado para que conozcas su voluntad" (Hch 22, '4); y Jesús
decía de sí mismo: "el Padre me ha enviado" (Jn S, 36). Tú has sido elegido y
eres enviado de Dios. Has de proclamar la Buena Nueva con esa mentalidad
de elegido y de enviado. Esta actitud es esencial para el anuncio de la Palabra,
y al mismo tiempo te quita toda posibilidad de escaparte. Como Jonás, tú
tampoco puedes escapar de tu misión; has sido elegido por Dios y Él te envía:
tienes que ir, tienes que trabajar, tienes que obrar.

2.- Humildad. Juan Bautista sólo habló de Jesús; cuando se refirió a sí mismo
dijo: "yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia", lo que equivale a
decir "no soy digno de ser su esclavo".

San Pablo dijo: "me gloriaré sólo en mi debilidad, porque cuando soy débil es
cuando Él es más fuerte en mí". Dijo también: "yo siembro, Apolo riega, pero
es Dios quien hace fructificar".

Jesús es la prueba de la humildad de Dios. Su único deseo es revelarnos al


Padre.
Pablo VI dijo que la renovación de la Iglesia depende de nuestra humildad. Un
cristiano orgulloso es una contradicción de términos. La humildad es el
espíritu y el testimonio del cristiano.

3.- Predicar la Palabra, no tu palabra. En algunas enseñanzas y


predicaciones, en vez de la Palabra, lo que se anuncia es una filosofía o un
método o unas opiniones particulares. Debemos hacer como Pablo y como
Juan: anunciar la Palabra.

La Palabra de Dios tiene fuerza por sí misma, no debe ser anunciada entre
disculpas o con miedos, sino proclamada con fuerza. Para ello es preciso: a)
decir que se trata de la Palabra de Dios; b) mostrar con el tono, la actitud y el
modo de expresarla, que uno mismo cree en esa Palabra; c) decir que esa
Palabra es vida para uno mismo; d) anunciar que esa Palabra contiene vida
para el que la escucha.
4.- Ser testigo de la Palabra. Es muy fácil pronunciar unos sonidos: hay que
dar testimonio de que esta Palabra es la vida que llevo. Juan Bautista
proclamó la Palabra, vestido de piel de camello y comiendo saltamontes, es
decir, libre de todas las cosas de este mundo.

Pablo pudo decir: "sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo". No predicó
nada que no hiciera. La mejor forma de interpretar la predicación de Jesús es
la vida misma de Jesús. En el testimonio de la vida tenemos el secreto de la
fuerza de la Palabra.

5.- Depender del Espíritu Santo. Sólo después de recibir la fuerza del
Espíritu en el Jordán, Jesús salió a evangelizar. También nosotros debemos
depender del Espíritu Santo. Esa actitud debe ser explícita y no meramente
implícita. Debemos pensar continuamente: "yo no puedo, Señor, dame tu
Espíritu Santo".

Jesús prometió damos su Espíritu para que tuviésemos la fuerza de poder


anunciar su Palabra. "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1,8). El Espíritu Santo nos da la fuerza
para poder hablar de Cristo.

Una vez, un obispo católico le dijo a un gran predicador pentecostal: "Hay


algo que me sorprende. Vosotros, los pentecostales, proclamáis la Palabra y
algo sucede, la gente dice: ¡Aleluya, gloria al Señor! Nosotros predicamos la
Palabra y no pasa nada. ¿Cómo explicas tú eso?". El predicador pentecostal le
contestó: "En Texas tienen la costumbre de matar un becerro, partirlo, hacer
paquetes de carne y meterlos en el congelador. Al cabo de un tiempo, invitan a
los vecinos, sacan un trozo de carne y lo asan en medio del jardín. Al cabo de
un rato, todo el jardín está lleno del olor de la carne y les entra a todos el
hambre. Pues bien, tú y yo tenemos la misma carne, la misma Palabra de
Dios; el único problema es que vosotros tenéis la Palabra en el congelador y
nosotros la tenemos sobre el fuego del Espíritu Santo. Cuando este fuego toca
la Palabra, produce un sabroso olor que lo invade todo".

6.- Valor. Debemos predicar la Palabra sin miedo. Juan Bautista dijo a
Herodes: "Estás viviendo con la mujer de otro hombre". San Pablo dijo a los
judíos: "Vosotros habéis crucificado al Mesías", Jesucristo dijo a los fariseos:
"Víboras, sepulcros blanqueados llenos de huesos muertos". Por estas palabras
cortaron la cabeza a Juan, la cabeza a Pablo, y crucificaron a Jesús; pero las
amenazas no les quitaron el valor. Cuando empezó la persecución para los
primeros cristianos, éstos se reunieron y oraron (Hch 4,4). ¿Cuál fue su
oración? Nosotros hubiésemos dicho: Sálvanos, Señor, que no entren los
soldados. Pero ellos pidieron que Dios les diese valor para proclamar la
Palabra sin miedo. Salieron y murieron por Cristo.
Pero yo tengo miedo muchas veces de hablar de Jesús. Tengo miedo de que
mis compañeros de oficina me critiquen. Por miedo a los pensamientos y a las
palabras de los demás no hablamos del Seriar. Esto es tan exagerado que a
veces en los conventos se puede hablar de todo, menos de Jesús.

7.- Preparación. Hay que prepararse para la obra de la evangelización.


Algunos en la Renovación, cuando tienen que dar una charla, dicen: no voy a
prepararla porque quiero dejar libre al Espíritu para que hable por mí. Creen
que si abren la boca ya el Espíritu va a hablar. Si el Espíritu te quiere usar,
puede empezar a hablarte de lo que Él quiere que digas incluso un mes antes
de la conferencia. Él te hablará mejor cuando tú estés callado que no cuan do
estés hablando.

8.- Oración. La evangelización es una obra del Espíritu. Si no la preparas con


la oración y no muestras con ella que no es obra tuya, en vez del Evangelio lo
que vas a hacer es predicarte a ti mismo.

9.- Proclamación con señales y prodigios. Seamos carismáticos, sin miedo.


La Iglesia, el mundo, necesitan hoy señales y prodigios. Cristo mismo tuvo
necesidad de señales y prodigios: "si no creéis en mí, creed en las obras que
hago". Hoy tenemos necesidad de evangelistas que actúen con fe, con la
fuerza del Espíritu.

Somos elegidos y enviados. La ignorancia no salva al mundo, lo que salva es


la Palabra. Nosotros tenemos la Palabra que el mundo espera. Seamos fieles a
nuestra llamada.

DIVERSAS FORMAS DE
EVANGELIZAR HOY
Por XAVIER QUINCOCES

Pablo VI en su discurso al Sacro Colegio de los Cardenales, del 22 de Junio de


1973, decía: "Las condiciones de la sociedad nos obligan, por tanto, a revisar
métodos, a buscar por todos los medios el modo de llevar al hombre moderno
el mensaje cristiano, en el cual únicamente podrá hallar la respuesta a sus
interrogantes y la fuerza para su empeño de solidaridad humana".

Hay que llevar la Buena Nueva al hombre de hoy. Pero, ¿cómo la Palabra
salvadora de Dios podrá resonar en su corazón, metido como está en el ruido
ensordecedor de la sociedad de consumo? ¿Qué lenguaje emplear para que
nuestros hermanos lleguen a conocer a Jesús? La pregunta tiene su
justificación por el cambio constante de las circunstancias de tiempo, lugar,
cultura, mentalidad, etc.

La evangelización nos exige saber descubrir los signos de los tiempos, y el


evangelio es siempre palabra actual de salvación y como tal debe ser
proclamado.

Pululan por doquier doctrinas y filosofías que se presentan como una


salvación del hombre moderno. Fácilmente se podrá pensar que vienen a hacer
la competencia al mensaje cristiano. Pero nos asiste la seguridad de la fe que
nos dice que Cristo es el único Salvador (Hch 4, 12) y que su Palabra es eterna
y es Vida.

El éxito está asegurado siempre que se den dos factores característicos de vital
importancia:

a) El testimonio del poder del Espíritu; el verdadero evangelizador, más que


confiar en sus propias fuerzas y en los montajes humanos, que al final
terminan por derrumbarse como castillo de naipes, ha de atenerse a la misma
actuación que San Pablo hubo de recordar a los Corintios: "mi palabra y mi
predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino
que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se
fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (1 Co 2, 4-5).

El poder del Espíritu que experimentamos en nuestras comunidades y grupos


y que forma nuestras vidas nos debe hacer salir al exterior a proclamar que
Jesús es el Señor. Así salieron del Cenáculo los apóstoles que "daban
testimonio con gran poder de la Resurrección
“del Señor Jesús" (Hch 4, 33), y por su mano "se realizaban muchas señales y
prodigios en el pueblo" (Hch 5/ 12).

Este poder del Espíritu es lo que más se echa de menos en muchos


predicadores de hoy día y en muchos educadores de la fe. Y ciertamente los
resultados de su ministerio lo confirman aún más.

b) El testimonio de la propia vida, ante la desvalorización que actualmente


sufre la palabra por falta de autenticidad de tantos discursos, declaraciones y
slogans, el hombre de hoy tan sólo sabe dar crédito a lo que se le presenta
avalado por un gran testimonio.

Para proclamar que Jesús es el Señor es necesario que vean en nuestras vidas
la libertad del espíritu que sólo Él nos puede dar (Jn 8/ 36), que nos vean
libres de nuestro yo, del dinero, del afán de poder, de toda ambición. Para
poder anunciar que Jesús vive han de ver en nosotros su vida radiante y
hermosa, y nosotros hemos de atestiguar lo que hemos visto y oído (Hch 4,
20) y comprometer en esto hasta la propia vida.

Veamos algunas de las posibilidades y medios que tenemos para proclamar la


Buena Nueva.

A).- PREDICACION DIRECTA DE LA PALABRA DE DIOS.

1º) En templos.
Aquí tenemos el clima más apropiado y de ordinario buenas actitudes en los
que escuchan. Podemos distinguir:

a) la proclamación de la Palabra en las celebraciones litúrgicas: para


mucha gente la única oportunidad de escuchar el mensaje suele ser la
celebración dominical, o la de otros acontecimientos importantes, como una
boda, un bautizo, un entierro. En estos casos la homilía ha de ser la
actualización y la aplicación de la Palabra de Dios al momento presente, lo
mismo que hiciera Jesús en la sinagoga de Nazaret: "Esta Escritura, que
acabáis de oír, se ha cumplido hoy" (Lc 4,21). El predicador no puede
limitarse a darnos una fría y aséptica reflexión, envuelta quizá en la duda y en
la inseguridad, sino que ha de tener un acento de convicción. No
conocimientos teológicos solamente, sino también experiencia del Señor para
que pueda hablar lleno de fuerza del Espíritu y para que a través de él nos
llegue verdaderamente la Palabra de Dios y no tan sólo su persona, o su
doctrina o sus ideas, pues no interesan sus ideas.

Pablo VI escribió en su Exhortación sobre la Evangelización que


"evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma... siempre
tiene necesidad de ser evangelizada" (N. 15).

b) En los actos que se tienen en los lugares sagrados: como retiros, charlas,
exhortaciones. Antes que en los temas secundarios o en cuestiones de tipo
cultural y hasta temporal, habría que centrarse en la evangelización.

2º) En el hogar familiar.


Es otro lugar sagrado en el que los padres evangelizan a sus propios hijos.
Ellos deben ser los primeros evangelizadores y los primeros catequistas,
mucho antes que la parroquia o el colegio en los que injustificadamente se
delega, abdicando de una sublime vocación y olvidando el compromiso que se
contrae al pedir el bautismo para sus hijos.

Esta evangelización en el hogar debe estar hecha de las actitudes evangélicas


que viva la familia, de la oración en común, de la lectura de la Biblia en
familia, de la explicación de algún punto y de las enseñanzas que los padres
den a los hijos, de la asistencia siempre que sea posible en familia a la
celebración dominical.

3º) La catequesis
Tanto en la infantil como en la de adultos, y ya sea en la parroquia, en el
colegio o en el seno de una comunidad de vida, hemos de tener una clara
conciencia de que realizamos una importante obra de evangelización y que
por tanto actuamos en nombre de la Iglesia y transmitimos una fe que hemos
recibido.

Es ya hora de que los grupos de la R. C. se preparen y empiecen a trabajar en


la catequesis de las parroquias y de los colegios, y de manera especial en la
iniciación para el Sacramento de la Confirmación. Pero hay que obrar con
gran seriedad y discernimiento, pues no todos valen para este ministerio.

4º) El Seminario de la Vida en el Espíritu


Este Seminario que nosotros mantenemos como iniciación a la R. C. es una
forma excelente de catequesis de adultos dentro de una comunidad, impartida
por un equipo de hermanos que actúan en nombre de la comunidad y
apoyados por la oración de todos sus miembros. Por esto son tan palpables sus
resultados. Es una experiencia de evangelización que ha llegado a
perfeccionarse cada vez más y que hoy podemos ofrecer con gozo a la Iglesia.

5º) El contacto personal


Se trata de una predicación de persona a persona, como la que hizo Felipe, el
evangelista, al funcionario de Candace (Hch 8, 2639). Es una evangelización
que podemos dar en los equipos de acogida que tenemos en los grupos para
atender a los hermanos que vienen por primera vez, cuando atendemos a
personas con problemas, cuando visitamos un hospital o una cárcel, en las
visitas que nos vienen a casa, en los viajes, etc.

Una forma de contacto personal es el teléfono de la esperanza. La Comunidad


"Emmanuel", de París, tiene día y noche montado este servicio en el que se
suceden cuarenta hermanos para atender a cualquier persona que necesita ser
escuchada o que le hablen de Jesús o que oren por ella.

6º) Predicación en las plazas, calles y parques públicos


Hay grupos y comunidades que han sentido esta llamada. El procedimiento
consiste en ir siempre un grupo numeroso y situarse en un lugar concurrido y
allí a través de canciones acompañadas de instrumentos tratar de entablar el
contacto posible con la gente que siempre se para a preguntar o a escuchar lo
que se dice. Lo importante es darles el mensaje de Jesús, y atender a los que se
interesen, bien por el contacto personal o bien invitándoles a venir al grupo.
La comunidad "Emmanuel" de París lo realiza con bastante regularidad. Sus
canciones, alegría y el amor que se adivina en sus miembros interpelan a
muchos transeúntes. En España hay algunas experiencias de este tipo en los
grupos de Granollers y de Tortosa.

7º) Acampadas, convivencias, pascuas juveniles


Es la forma de llegar a muchos jóvenes que de otra forma no habrían recibido
el mensaje de salvación. La experiencia de algunos grupos, como Portugalete,
Asturias, Mallorca, son una sugerencia.

B).- POR LA TRANSMISION Y DIFUSION DE LA PALABRA

1º) Difusión y propagación de la Biblia


Una preocupación de todos ha de ser el que la Palabra de Dios escrita llegue al
máximo de personas, pues cuantos tengan el corazón abierto y busquen la
verdad recibirán por su lectura el mensaje de salvación.

Es incomprensible que haya cristianos que nunca lean la Biblia o que para
encontrar a Dios recurran a cualquier otro libro antes que a la fuente donde
todos se han de inspirar.

Las oportunidades de que disponemos pueden ser: regalar la Biblia siempre


que se nos presente un caso, como por ejemplo obsequio a los que se van a
casar, en las primeras comuniones, o a cualquier persona que veamos con
inquietud religiosa y que aún no la tenga; tener siempre ejemplares a la venta
en el servicio de librería del grupo, de forma que a cualquier hermano que
venga le sea fácil adquirirla. Otra sugerencia puede ser montar de vez en
cuando un puesto en la calle con variedad de Biblias, iconos, casetes, revistas
religiosas. Más que verdaderos 'puntos de venta pueden ser ocasiones de dar
testimonio y de salir a predicar a Jesús en las calles.

Al facilitar la Biblia demos siempre alguna orientación para su lectura, o para


acudir a alguna catequesis o a algún curso bíblico.

2º) Libros, revistas y casetes


Por supuesto que nos referimos a aquellas publicaciones que lleven
directamente la Buena Nueva o un mensaje de edificación en forma de
testimonio de las maravillas de Dios. Todos sabemos el bien que nos han
hecho ciertas lecturas. Regalemos espléndidamente esos libros a través de los
que el Señor nos ha hablado a nosotros. Las revistas que han surgido de la
R.C. son sin duda un gran instrumento de evangelización y quizás hoy
también son las mejores revistas de espiritualidad.

Todos los grupos han de velar para que funcione bien su servicio de librería,
pensando no solamente en sus propios miembros sino también en las personas
que los visitan.
3º) Medios sociales de comunicación
Siempre que sepamos y tengamos posibilidad los aprovechemos al máximo.
Para mucha gente la prensa, la radio y la TV es la única oportunidad para que
les llegue el mensaje de salvación. A propósito de la III Asamblea Nacional de
la R.C. hemos visto cómo algunos diarios y revistas han publicado reportajes
y testimonios que son también otra forma de evangelización.

Ejemplos de gran alcance en este sentido son la emisión" La Promesse est


pour vous", a través de Radio Luxemburgo, que cada sábado escuchan unas
400.000 personas (Cf.: KOINONIA núm. 18, pags. 11-12), y el programa de
TV que durante estos meses de octubre y noviembre se emite a través de
diversas cadenas en USA, como programa piloto de cuatro series, preparado
por el Comité Nacional de Servicio, y al que seguirán en lo sucesivo otras
producciones carismáticas.

El título que lleva es "Send forth your Spirit" (Envía tu Espíritu) y es


presentado por Kevin Ranaghan.

4º) Los medios audio-visuales


Aquí incluimos películas, filminas, grabaciones, pegatinas, posters,
banderitas, etc. Hemos de fomentar más en todos los grupos el espíritu
creativo y sin duda que saldrán cosas muy provechosas.

Otra modalidad son las representaciones escénicas, los espectáculos de luz y


sonido, como "Lumiere Joyeuse" de la Comunidad de la Santa Croix de
Grenoble, combinando la danza, la música y el mimo para proclamar el
Evangelio a los espectadores; o los conciertos que dan otros grupos en los que
se explica el mensaje en cada canción.

Busquemos también coadunar esfuerzos y coordinar actividades para que todo


tenga más fuerza.

Cada grupo debe preguntarse qué actividad evangelizadora puede desarrollar,


y empezar a proclamar el Mensaje de Salvación, precediendo, acompañando y
siguiendo siempre una campaña de oración.

JUAN PABLO II
VOZ PROFÉTICA PARA EL MUNDO
DE HOY.
TESTIMONIOS DE EVANGELIZACION

A lo largo del año que ha transcurrido desde su elección, Juan Pablo II ha


realizado un admirable ministerio de evangelización, no sólo dentro de la
Iglesia Católica, sino también para el mundo entero. Sin duda que es uno de
los aspectos más salientes de su pontificado. Tanto su palabra, firme, segura e
impregnada de Espíritu, como los gestos evangélicos que siempre le han
acompañado, han llegado al corazón de muchas gentes. Los viajes a México,
Polonia, Irlanda, Estados Unidos y las Naciones Unidas han sido una
proclamación de la Buena Nueva que ha resonado en todo el mundo.

Mons. Alfonso López Trujillo, actual presidente del CELAM, escribía ya hace
un año:

"Juan Pablo II ha sido un gran evangelizador. Son los clamores de un


evangelizador los que se oyeron en la plaza de San Pedro el día del inicio de
su servicio de Supremo Pastor, cuando invitaba al mundo, a los pueblos,
gobiernos y sistemas a abrir las puertas al Evangelio, sin temor. Sabe cómo la
misión de la Iglesia es evangelizar: es diáfana advertencia sobre el sentido de
las relaciones de la Iglesia dada a las Misiones acreditadas ante la Santa Sede
y a las delegaciones extraordinarias venidas para la inauguración de su
pontificado.

Su excelente trabajo en el Sínodo de la evangelización -de la cual fue Relator


general- permite sospechar, sin mayor aventura, que la Exhortación
Apostólica Evangelii Nuntiandi recoge buena parte de sus logradas síntesis en
el aula sinodal ... " (Osservatore Romano, Edic. Española, 3 de diciembre
1978).

Una de las ideas que más se repiten en los discursos y exhortaciones de Juan
Pablo II es la evangelización. En el primer viaje a América, al llegar a la
República Dominicana, proclamó:

"El Papa quiere estar cercano a esta Iglesia evangelizadora para alentar sus
esfuerzos, para traerle nueva esperanza, para ayudarle a mejor discernir sus
caminos, potenciando o modificando lo que convenga, para que sea cada vez
más fiel a su misión: la recibida de Jesús, la de Pedro y sus sucesores, la de los
Apóstoles y los continuadores suyos.

Y puesto que la visita del Papa quiere ser una empresa de evangelización, he
deseado llegar aquí siguiendo la ruta que, en el momento del descubrimiento
del continente, trazaron los primeros evangelizadores. Aquellos religiosos que
vinieron a anunciar a Cristo Salvador, a defender la dignidad de los indígenas,
a proclamar sus derechos inviolables, a favorecer su promoción integral, a
enseñar la hermandad como hombres y como hijos del mismo Señor y Padre,
Dios.

Es éste un testimonio de reconocimiento que quiero tributar a los artífices de


aquella admirable gesta evangelizadora... " (Osservatore Romano, 4 de febrero
1979).

En la catequesis de una de las audiencias de los miércoles habla de la


evangelización en los siguientes términos:

"Evangelizar no quiere decir sólo hablar "de Cristo". Anunciar a Cristo


significa obrar de tal manera que el hombre -a quien se dirige este anuncio-
"crea", es decir, se vea a sí mismo en Cristo, encuentre en Ella dimensión
adecuada de su propia vida; sencillamente, que se encuentre a sí mismo en
Cristo.

El hombre que evangeliza, que anuncia a Cristo es el ejecutor de esta obra,


pero sobre todo lo es el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesucristo. La Iglesia que
evangeliza permanece sierva e instrumento del Espíritu.

El hecho de encontrarse a sí mismo en Cristo, que es precisamente el futuro de


la evangelización, viene a ser la liberación sustancial del hombre. El servicio
al Evangelio es servicio a la libertad del Espíritu. El hombre que se ha
encontrado a sí mismo en Cristo ha encontrado el camino de la consiguiente
liberación de la propia humanidad a través de la superación de sus
limitaciones y debilidades; a través de la liberación de la propia situación de
pecado y de las múltiples estructuras de pecado que pesan sobre la vida de la
sociedad y de los individuos" (Osservatore Romano, 18 de febrero 1979).

En otra catequesis de los miércoles dirá más tarde:

"Quien realiza la obra de la evangelización no es sobre todo un profesor. Es


un enviado. Se comporta como un hombre a quien se le ha confiado el tesoro
mayor, como aquel "escondido en un campo", de la parábola de Mateo (Cf.
13.44). El estado de su alma, pues, está marcado también por la prontitud en
compartirlo con los otros. Más todavía que la prontitud, siente un imperativo
interior, en la línea de ese magnífico urget de Pablo (2Co 5, 14).

En la Iglesia, donde cada uno de los fieles es un evangelizador, Cristo


continúa eligiendo a los hombres que quiere "para que le acompañen y para
enviarlos a predicar a las gentes": de este modo la narración del envío de los
Apóstoles se hace historia de la Iglesia desde la primera a la última hora".
(Osservatore Romano, 27 de mayo 1979).
A propósito del viaje a Polonia escribiría el Director de la Edición Española
del Osservatore: "El viaje de Juan Pablo II a su patria de origen con sus
acciones y palabras, pasa a la historia como una gigantesca empresa de
evangelización, como una formidable misión dada a Polonia, a Europa, al
mundo entero. El Papa ha sido ante todo un peregrino de evangelización".
(Oss. Rom., 17 de junio 1979).

En la homilía pronunciada en la celebración con motivo del Simposio de


Obispos Europeos, el 20 de junio, afirmaba:

"Es de gran trascendencia y de importancia reflexionar sobre el problema de


la evangelización con relación al continente europeo. Lo estimo un tema
complejo, extremadamente complejo... Es necesario hacer surgir del análisis
de la situación presente la visión del futuro... en el análisis deberemos llegar a
cada uno de los países, a cada una de las naciones de nuestro continente...
Pienso que actualmente, en tiempo de ecumenismo, es la hora de mirar estas
cuestiones a la luz de los criterios elaborados por el Concilio: mirarlas en
espíritu de colaboración fraterna con los representantes de las Iglesias y de las
comunidades con las que no tenemos plena unidad, y, al mismo tiempo, es
necesario mirar con espíritu de responsabilidad por el Evangelio". (Oss. Rom.
1 de julio de 1979).

Con fecha del 15 de octubre y en el primer aniversario de su pontificado,


acaba de aparecer su gran Exhortación Apostólica "Catechesi tradendae" sobre
la catequesis en nuestro tiempo, en la que se recogen las principales
reflexiones del Sínodo de los Obispos de 1977.

Puede decirse que este documento, juntamente con la Exhortación Apostólica


de Pablo VI sobre la Evangelización del mundo contemporáneo, del 8 de
diciembre de 1975, son los que mejor nos ofrecen las líneas fundamentales de
la evangelización, tal como hoy se presenta a los ojos de la Iglesia. Hablando
de la catequesis como una etapa de la evangelización nos dice:

"Globalmente se puede considerar aquí que la catequesis es una educación de


la fe, de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende esencialmente una
enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y
sistemático, con miras a iniciados en la plenitud de la vida cristiana. En este
sentido, la catequesis abarca cierto número de elementos de la misión pastoral
de la Iglesia, sin confundirse con ellos, que tienen un aspecto catequético,
preparan a la catequesis o emanan de ella: primer anuncio del Evangelio o
predicación misional por medio del kerygma para suscitar la fe, apologética o
búsqueda de las razones de creer, experiencia de vida cristiana, celebración de
los sacramentos, integración en la comunidad eclesial, testimonio apostólico y
misional.
Recordemos ante todo que entre la catequesis y la evangelización no existe ni
separación u oposición, ni identificación pura y simple, sino relaciones
profundas de integración y de complemento recíproco.

La Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi" del 8 de diciembre de 1975,


sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, subrayó con toda razón
que la evangelización -cuya finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la
humanidad para que viva de ella- es una realidad rica, compleja y dinámica,
que tiene elementos o, si se prefiere, momentos, esenciales y diferentes entre
sí, que es preciso saber abacar conjuntamente, en la unidad de un único
movimiento (cf. nms. ?17-24). La catequesis es uno de esos momentos - ¡y
señalado!- en el proceso total de evangelización. (Num. 18).

La peculiaridad de la catequesis, distinta del anuncio primero del Evangelio,


que ha suscitado la conversión, persigue el doble objetivo de hacer madurar la
fe inicial y de educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento,
más profundo y sistemático, de la persona y del mensaje de Nuestro Señor
Jesucristo. Pero en la práctica catequética, este orden ejemplar debe tener en
cuenta el hecho de que a veces la primera evangelización no ha tenido lugar...
(Num. 19)". (Osservatore Romano, Edic. Española, 11 de noviembre de
1979).

21 - JUICIO DE LOS OBISPOS BELGAS SOBRE LA R.C.

SABER DAR LA RESPUESTA A UNA


LLAMADA
La Renovación en el Espíritu, más allá de los defectos y limitaciones con
que un grupo concreto, y hasta todo un país, la puede encarnar, es por su
misma naturaleza un compromiso cristiano integral, que se ha de entender
según el alcance de las exigencias que el Evangelio presenta al verdadero
discípulo de Jesús: dar la vida por Jesús y por el Evangelio (Mc 8, 35).

Dar la vida no es más que ponerla a su servicio e irla empleando y gastando


así, día tras día y año tras año, de forma cada vez más estable y madura, y
renovar constantemente este empeño, como si fuera el primer día.

La Renovación no es un camino de rosas, ni tampoco un festival, aunque en


ciertos momentos produzca tan grandes efusiones de gozo y alabanza. Para
algunas personas quizá no llegue a ser más que una racha de euforia que pasa,
o un puro remedio a sus problemas, o una novedad hasta el día en que deja de
ser novedad. Es posible incluso instalarse en la Renovación, o seguir
vegetando en el grupo, o no tomar más que aquellos elementos que mejor se
avienen a las propias necesidades y conveniencias, como su estilo exterior de
espontaneidad y fiesta, sus cantos, etc., y hasta instrumentalizarla porque se
empieza a poner de moda.

Como todos los grandes dones y gracias del Señor, es algo que los humanos
podemos malograr y perder, por no aceptar todas sus exigencias. Este es uno
de los grandes peligros que amenazan a cualquier grupo de la Renovación.

Por ser la efusión del Espíritu una entrada en todo un conjunto de exigencias
del Señor, pide una opción muy concreta, y por tanto unos cambios profundos
en la vida de cada uno. Cambio interior, pues nace un hombre nuevo, por una
conversión y curación, a una vida del Espíritu mucho más intensa, lo cual
también conlleva cambios externos en las costumbres particulares, familiares
y sociales, en la forma de vivir en actitud de acogida y entrega a los demás, en
el despego de las cosas y bienes de este mundo, en sobriedad y moderación,
en cierto grado de pobreza y afán de compartir, en contra del lujo y la
ambición que nos rodea.

Esta es la expresión y la lógica de esa forma de ascesis que ha creado ya la


Renovación, y que es la del hombre que se sabe hijo de Dios, porque lo ha
experimentado, amado del Padre e hijo en el Hijo, que nos comunica la vida
filial por el Espíritu que nos impulsa a vivir en consonancia con la exigencia
de este Amor. Esto requiere vivir unas relaciones con El que desarrollen el
precioso carisma de la oración, o de la alabanza y acción de gracias en todo y
por todo, porque es "lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere" de nosotros (1 Ts 5,
18).

La Renovación exige mucha entrega, y, en consecuencia, purificación


constante, así como también cruz y sufrimiento, y que nos fortalezcamos "en
el Señor y en la fuerza de su poder" (Ef 6,10), para aspirar al carisma superior
del Amor (1 Co 12,31), que conduce a una entrega y unión comprometida con
los hermanos en comunidad.

Aquél que se ha sentido llamado y regalado con esta gracia debe ser fiel hasta
el final.

Si el Señor le ha puesto en este camino y en relación con unos hermanos


concretos, debe seguir adelante en este "medio divino", a pesar de todas las
dificultades y sufrimientos por los que haya que pasar, sin volver la vista atrás
porque no sería "apto para el Reino de Dios" (Lc 9, 62). Dios sabe por dónde
nos lleva. Dejémonos guiar por El, aunque sea por un terrible desierto.
La Renovación no es unos grupos de oración, sino los elementos más
esenciales del cristianismo revitalizados por la acción del Espíritu para el
cristiano de hoy, plenitud de vida cristiana, y una llamada firme a la santidad.

LA RENOVACION CARISMATICA
EVALUACION PASTORAL DE LOS
OBISPOS DE BELGICA

INTRODUCCION

En un mundo en el que empieza a ponerse en duda las ideologías existentes,


cada vez más inseguras, y en el que la confusión moral y social se está
acentuando, vemos aparecer signos incontestables de renovación religiosa.

La necesidad de Dios se hace sentir cada vez más en el corazón y en la


conciencia de muchos contemporáneos.

Este despertar de lo espiritual se traduce, entre otros signos, en una renovación


de la oración, tanto personal como comunitaria, en una sed nueva de la
Palabra de Dios, en un atractivo por los retiros, compartir el Evangelio,
nuevas formas de vida según el Evangelio.

Entre estos signos de despertar religioso, la Renovación "carismática" ocupa


un lugar particular, por razón a la vez de su amplitud mundial y de sus
exigencias de vida. Quisiéramos hacer un análisis de la misma en estas
páginas desde un punto de vista pastoral. Esta corriente pastoral se ha
extendido por toda la Iglesia Católica en los últimos diez años con una rapidez
asombrosa: existen millares de grupos de oración de inspiración carismática, y
las comunidades de vida, bajo distintas formas, se multiplican en todas las
partes del mundo.

Esta Renovación tiene rasgos particulares que la caracterizan. En primer lugar,


no tiene fundadores reconocidos: se trata de un fenómeno espiritual que ha
surgido espontáneamente y casi simultáneamente en diversos continentes.

Además, la Renovación católica tuvo su origen en medios laicos,


particularmente entre jóvenes universitarios.
Finalmente, ha surgido en un principio, lo mismo que el movimiento
ecuménico, en medios cristianos no católicos y por esto abre un campo nuevo
a los encuentros entre cristianos de denominaciones diferentes.

Hay que tener en cuenta cada uno de estos aspectos para comprender los
problemas pastorales que plantean y abordarlos con apertura y lucidez. Se nos
pregunta sobre la significación de esta Renovación espiritual: ¿se trata de un
apasionamiento, de una llamarada, o hay en ella una acción de Dios en
profundidad que nos interpela a todos nosotros?

Esta es la pregunta que se nos plantea. Nosotros no queremos sustraernos a


nuestro deber de pastores y deseamos compartir con vosotros nuestros
sentimientos en este punto.

Diremos en primer lugar dónde se sitúa, a nuestro modo de ver, el carácter


fundamental, la clave, de la Renovación, lo que es y lo que no es.

A continuación expresaremos por qué, según la expresión de Pablo VI, ofrece


"una oportunidad para la Iglesia", si sabemos comprenderla.

Y por último diremos cómo el futuro de la Renovación está condicionado por


su inserción en el centro mismo de la iglesia.

I.- EL ALMA DE LA RENOVACION

Para captar el alma de la Renovación, más allá de una visión rápida y


superficial, hay que comprender que fundamentalmente se trata de una toma
de conciencia intensificada de la función activa del Espíritu Santo en todos los
aspectos de la vida de la Iglesia y de la experiencia cristiana. Al comienzo de
esta renovación interior se da con frecuencia una relectura, individual o en
grupo, de los Hechos de los Apóstoles y de las Cartas de San Pablo. El
misterio de Pentecostés toma entonces una actualidad nueva: la
transformación espiritual que los Apóstoles vivieron en el Cenáculo, según la
promesa del Maestro, es reconocida por la Renovación como accesible para
todo cristiano, no ignorando sin embargo el carácter único e incomunicable
del Pentecostés fundador de la Iglesia y del carisma apostólico propio de los
Apóstoles.

Se trata de una experiencia de conversión, de una adhesión consciente a


Jesucristo, Señor, Salvador, Redentor; de una disponibilidad al Espíritu Santo,
a sus impulsos, a sus dones. Todo esto ya estaba implícito en los sacramentos
de la iniciación que son el bautismo y la confirmación, recibidos de niño, pero
la toma de conciencia es nueva; es vivida por el adulto, que ratifica sus
consecuencias.
A esta experiencia se la llama muchas veces "bautismo en el Espíritu". El
término debe ser clarificado, porque podría hacer creer que se trata de un
nuevo tipo de bautismo, que reemplazara al bautismo sacramental o que se
sobrepone a éste. Sería una interpretación errónea, tanto más peligrosa cuanto
que abriría la puerta a una especie de Super-Iglesia y a una tendencia
"elitista". Por tanto, mejor es evitar esta expresión.

Bien entendida, esta experiencia espiritual, vivida en la fe, se presenta


atestiguada por demasiados testimonios de laicos, religiosos, sacerdotes y
obispos de todo el mundo, como para que no se le deba reconocer, en casos
numerosos, su autenticidad y provecho.

Es una gracia de conversión, o de "segunda conversión", para emplear un


término tradicional. Es competencia de los teólogos el continuar su
discernimiento y análisis y buscar una mejor formulación. Pero la realidad
vivida subyacente es experimentada como una gracia excelente.

II.- LA RENOVACION:
"UNA OPORTUNIDAD PARA LA IGLESIA"

En la audiencia que el lunes de Pentecostés el Papa Pablo VI dispensó a los


10.000 participantes en el Congreso Internacional de la Renovación, el Santo
Padre evocaba las principales manifestaciones del Espíritu en los siguientes
términos:

"Comunión profunda de las almas, contacto íntimo con Dios en fidelidad a los
compromisos asumidos en el bautismo, en una oración a menudo comunitaria,
donde cada uno, expresándose libremente, ayuda, sostiene y fomenta la
oración de los demás, basado todo en una convicción personal, derivada no
sólo de la doctrina recibida por la fe, sino también en una cierta experiencia
vivida, a saber, que sin Dios el hombre nada puede y que con El, por el
contrario, todo es posible: de ahí esa necesidad de alabarle, darle gracias,
celebrar las maravillas que obra por doquier en torno nuestro y en nosotros
mismos. La existencia humana encuentra su relación con Dios, la llamada
dimensión vertical, sin la cual el hombre está irremediablemente mutilado"
(1).

Se comprende entonces que Pablo VI pudiese decir: "esta renovación


espiritual, ¿cómo no va a ser una oportunidad ("une chance") para la Iglesia y
para el mundo? Y en este caso, ¿cómo no adoptar todos los medios para que
siga siéndolo?" (2).

Nosotros creemos, por tanto, que es nuestro deber de pastores poner en


práctica, por lo que a esto respecta, la enseñanza del Concilio, que recordaba a
los obispos su ministerio en materia de discernimiento espiritual: "El juicio de
su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la
autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu,
sino probarlo todo y retener lo que es bueno (1 Ts 5, 12. 19-21)" (3).

Este ministerio doctrinal y pastoral nos lleva, en consecuencia, a resaltar tanto


los aspectos de la Renovación como los escollos que debe evitar.

Empecemos por destacar los frutos que se deducen, no de una experiencia


fragmentaria y limitada, sino de una visión de conjunto, a escala mundial.

III.- FRUTOS ESPIRITUALES

Sin querer ser exhaustivos, y basándonos en numerosos testimonios se puede


resaltar ciertos rasgos comunes, frutos de experiencias diversas, pero
fundamentalmente idénticas.

1.- Un redescubrimiento de la persona viviente de Jesús, reconocido como


Hijo único de Dios, con el que el cristiano entra en relación personal como
Salvador, Señor, Mediador ante el Padre. Puesto que el Espíritu nos fue
prometido para revelarnos a Jesús e introducirnos en la plenitud de verdad que
El encarna, este descubrimiento de Jesús en profundidad responde a la
promesa misma del Maestro.

La oración adquiere con toda naturalidad, en aquel que ha hecho esta


experiencia, un acento más personal, más discreto. Toma cada vez una mayor
conciencia de que el cristianismo es un encuentro, una identificación con el
Cristo resucitado, viviente, que ha pasado por la cruz y por la muerte. ?

2.- Una libertad espiritual. Para muchos, la Renovación ha marcado el paso


por un comienzo de conversión, de curación interior, una liberación
progresiva de ciertas esclavitudes: alcohol, sexo, droga. Y, como
consecuencia de la liberación personal, una disponibilidad ante las miserias de
los demás, a su servicio, así como un redescubrimiento de la esperanza, virtud
tan rara en nuestra época, en la que cuesta creer que Dios es y sigue siendo "el
Maestro de lo imposible" y el verdadero creador de la alegría.

Parece que uno de los primeros frutos de esta renovación interior es la gracia
de un corazón nuevo, de una sensibilidad y de una ternura nueva. Los testigos
confiesan sentir más vivamente el amor de Dios por nosotros y por todos los
hombres.

En muchos casos, esta experiencia suscita el deseo de servir a los pobres y de


curar al mundo en sus estructuras pecadoras, por un amor fraterno más
realista.
3.- Un gusto nuevo por la Sagrada Escritura. Todos los testigos coinciden
en señalar esta sed nueva de conocer la Biblia, de un conocimiento espiritual
que sea fuente de vida. "Las palabras que os he dicho, dijo Jesús, son espíritu
y son vida...“ (Jn 6, 63).

Se trata de una escucha interior nueva de la Palabra de Dios para una


transformación de la vida. La Renovación ha ayudado a muchos cristianos,
por todo el mundo, a dejarse interpelar por la Palabra y a anunciarla luego en
una proclamación evangelizadora.

Se descubre así esta "lectio divina" que alimentó la piedad monástica


tradicional, en la cual la lectura seguía a la oración y la oración a la lectura.

El movimiento bíblico que, entre nosotros, católicos, puso de nuevo el acento


en la Palabra de Dios leída en Iglesia, ha abierto un camino cada vez más
frecuentado.

4.- Un sentido renovado de la oración. Alimentada en la fuente de las


Escrituras, de la Eucaristía y de los sacramentos, la oración toma de nuevo,
cada vez más, su lugar vital. La Renovación ayuda al cristiano a orar sin
respeto humano y sin formalismo. Le enseña a expresar su fe y su oración de
una forma que pone en juego toda la persona: espíritu, afectividad,
expresividad corporal.

Utiliza todos los registros de la oración cristiana: adoración, alabanza,


confianza, contrición, ofrenda de si, alegría, acción de gracias. Esta oración
llena de fe y de alabanza es también una terapia religiosa, moral y psicológica,
indispensable en nuestro tiempo, que adolece tan a menudo de anemia
religiosa.

5.- Un sentido más vivo de la comunión fraterna entre cristianos. Este


sentido de la "comunión en el Espíritu Santo" resulta tanto más reforzado
cuanto que se toma una mayor conciencia de la complementariedad de los
carismas en el seno de la comunidad cristiana. Los carismas, en efecto, no
existen más que en función de los demás, como servicios mutuos que ayudan
a construir toda comunidad verdaderamente eclesial.

La comunión, vivida a este nivel, favorece extraordinariamente la fraternidad


que une, por encima de las barreras humanas, ricos y pobres, intelectuales u
obreros, extranjeros o hermanos de raza.

Este sentido fraterno, nacido a partir de grupos o asambleas de oración, da


origen a estas múltiples experiencias de vida comunitaria que se observan un
poco por todas partes.
Estas comunidades, residenciales o no residenciales, agrupan a miembros
comprometidos en distintos estados de vida: matrimonio, celibato temporal o
definitivo.

Se trata de verdaderas comunidades de vida evangélica, que presentan


analogías sorprendentes con las órdenes o congregaciones religiosas de todos
los tiempos, pero con su propia originalidad.

La fecundidad espiritual de estas comunidades es indiscutible y muchas veces


evidente. Muchos de sus miembros viven una auténtica búsqueda de santidad:
fe sólida (que va directamente a lo esencial); sentido de oración; amor a la
Biblia redescubrimiento de la ascesis cristiana (del ayuno, por ejemplo);
revalorización del celibato religioso y de los votos; caridad fraterna exigente;
sentido de la humildad, de la obediencia, de la docilidad; atmósfera de paz y
de alegría. Muchos católicos tibios o no practicantes encuentran de nuevo en
ellas la necesidad de la Eucaristía y de los sacramentos, una renovación de la
piedad mariana.

6.- Un desarrollo de la vida familiar. En los hogares verdaderamente


tocados por esta corriente de gracias reina una atmósfera de ternura, de alegría
y de paz. Se encuentran en ellos los frutos del Espíritu, de los que habla San
Pablo a los Gálatas. Las comunidades presentan modelos de relación entre los
esposos, así como entre padres e hijos.

Parece que en muchos casos los padres consiguen transmitir mejor la fe a la


generación siguiente; todo el mundo sabe que el fracaso en este punto es el
drama actual de muchas familias profundamente cristianas.

Hasta aquí hemos señalado algunos aspectos de la Renovación


particularmente llamativos. Habría que destacar también las virtualidades
latentes que contiene para desarrollar y fortalecer la vida litúrgica y
sacramental de los fieles, así como para poner en práctica los diversos
carismas que el Espíritu suscita aún en nuestros días. Pero ahora deseamos
abordar el problema capital de la inserción de la Renovación en la vida de la
Iglesia.

IV.- INTEGRACION ECLESIAL

1.- La relación sacerdotes-laicos. La eclosión de riquezas espirituales que


acabamos de presentar exige para su desarrollo un estrecho contacto con el
ministerio ordenado de la Iglesia.

Hay que comprender, por consiguiente, en todos sus matices la relación entre
el ministerio presbiteral y el sacerdocio bautismal o común de los fieles. Se
trata de respetar a la vez el carácter específico del sacerdote y el libre juego de
la gracia en el alma de los fieles.

Para que el sacerdote pueda realizar su función propia e indispensable es


preciso que ante todo él mismo adopte una actitud de acogida, de comunión
fraterna con los laicos. Que sea, según la expresión inspirada de San Agustín,
"cristiano con ellos, sacerdote para ellos".

Los dos aspectos deben estar indisolublemente unidos, so pena de que el


sacerdote parezca como el que monopoliza la sabiduría y el discernimiento,
que "manipula" el grupo, que apaga el Espíritu.

Mientras el sacerdote juzgue la Renovación desde fuera, sin comulgar con ella
espiritualmente, difícilmente podrá ejercer en ella una función de
discernimiento, y tanto más porque la Renovación nació en un medio
plenamente laico y en él ha encontrado su dinamismo y vigor.

Por otra parte, si el impulso inicial vino del laicado y de los jóvenes, su
desarrollo exige algo más que una relación extrínseca deferente con la
autoridad eclesial. Se debe vivir una verdadera ósmosis entre sacerdotes y
laicos en el seno de la Renovación católica, para que ésta evite el escollo de
convertirse en una especie de Iglesia paralela, obediente a unas leyes propias.

Es importante que la Iglesia, en sus pastores, esté abierta a estas experiencias


del Espíritu. Pero ella debe también ofrecerles la atención pastoral sin la cual
estas comunidades corren el riesgo de marginarse en relación con la vida de la
Iglesia en su conjunto. La función del sacerdote asociado a estas
comunidades, de las que él no es necesariamente el responsable, debe
mantener aquello que le es específico: consiste en vigilar por la plena
integración de todos los aspectos de la vida cristiana normal, litúrgica,
sacramental, y, de manera especial, por su coronación en la celebración
eucarística.

Por el sacramento del orden que le une al obispo, responsable último del
discernimiento, es testigo cualificado y autorizado de la Tradición eclesial.

El sacerdote tiene igualmente que realizar una función específica en la


predicación de la Palabra de Dios. Su formación teológica normalmente le ha
dado un conocimiento más profundo de la doctrina de la Iglesia. Está, por lo
tanto, llamado a aportar el esclarecimiento de la tradición viviente a los
problemas que hoy suscita la interpretación de la Palabra de Dios.

Esta función de esclarecimiento atañe muy especialmente a los sacerdotes


delegados por el obispo para este fin. (4)
2.- Escollos que hay que evitar.
Como todo lo que tiene vida, la Renovación no se halla exenta de riesgos.

a) El primer escollo que hay que evitar es el de centrar la atención en los


carismas, y más particularmente en los carismas considerados como
"extraordinarios" en detrimento de la atención al Espíritu Santo mismo. (5)

Los cristianos que participan en la Renovación deben ser conscientes del


peligro que comportaría una atención excesiva, y, más aún, exclusiva, a los
dones del Espíritu, a los que la Renovación ha vuelto a colocar en honor;
consideren más bien a Aquél que es el dador: el Espíritu. Y que nunca olviden
aquello que San Pablo no cesa de recordar: la primacía de las virtudes
teologales, entre las que la caridad es la más excelsa (1 Co 13, 1-3).

b) Subjetivismo. La experiencia que en la Renovación se llama "bautismo en


el Espíritu" o mejor "efusión del Espíritu", puede ser tan profunda y que
marque tanto a algunas personas, que se dé el peligro de que la experiencia
subjetiva y psicológica resulte más importante que el hecho sacramental del
bautismo. Es indispensable destacar bien la relación entre el sacramento,
como elemento objetivo, y la toma de conciencia subjetiva del mismo.

c) Sobrenaturalismo exagerado o falsa inmediatez. Según la enseñanza


constante de la Iglesia y de los grandes maestros espirituales, hay que recordar
que en nuestra condición humana actual no se da una experiencia de Dios
directa e inmediatamente evidente. Hay peligro de iluminismo cuando uno se
cree directamente conectado con Dios, al practicar, por ejemplo, la glosolalia
o la "profecía" (6). Dios actúa habitualmente a través de mediaciones
humanas, que derivan del temperamento, la educación, la psicología
individual y colectiva. Toda expresión religiosa, cualquiera que ella sea,
exige, por consiguiente, un discernimiento, que de manera general necesita
tiempo y reflexión. A este respecto hay que procurar que se fomente una sana
formación escriturística, la cual evitará toda lectura de tipo fundamentalista.

Asimismo hay que desconfiar de la propensión a escamotear las mediciones


intelectuales y doctrinales de la experiencia cristiana, en general y en
particular.

Esto plantea el problema de la formación de animadores. A este respecto las


disposiciones, de las que son exponente la mayor parte de los grupos, son, por
lo general, muy positivas. Por todo el mundo se dan actualmente interesantes
realizaciones para asegurar una formación sólida y permanente de los
responsables, lo cual contribuye a la manifestación de nuevas formas de
servicio en la Iglesia.
d) La tentación pietista. Por último hay un peligro de cierta euforia religiosa
de tipo pietista poco abierta a las llamadas e interpelaciones del mundo en
búsqueda de justicia y de liberación, no suficientemente preocupada por la
reforma de las estructuras temporales. Sin renunciar por esto a su vocación
específica, los grupos de la Renovación deben, a este respecto, estar atentos al
siguiente fragmento de la alocución del Santo Padre a los congresistas de
Roma:

"Este es el reto a abrir vuestros corazones a los hermanos necesitados. No hay


límites para el reto del amor: los pobres, los necesitados, los afligidos y los
que sufren en el mundo y a vuestro lado, todos os dirigen su clamor como
hermanos y hermanas en Cristo, pidiéndoos la prueba de vuestro amor,
pidiendo la palabra de Dios, pidiendo pan, pidiendo vida ... Es deseo de Cristo
que el mundo vea vuestras buenas obras, la bondad de vuestros actos, la
prueba de vuestras vidas cristianas, y dé gloria al Padre que está en los cielos
(cf.: Mt 5, 16). Esto es renovación espiritual de verdad y sólo puede lograrse
mediante el Espíritu Santo...

Abrirnos al Espíritu Santo, eliminar todo lo que se opone a su acción y


proclamar, en la autenticidad cristiana de nuestra vida diaria, que Jesús es el
Señor". (7)

3.- Inserción eclesial de las comunidades de vida evangélica. Es muy


importante que las comunidades de vida, que tienden a instaurar un modo
nuevo de vida evangélica, se den a conocer a su obispo. Habrán de elaborar,
bajo su dirección, las disposiciones y garantías que permitan su
reconocimiento jurídico en la Iglesia. Actualmente se está elaborando un
estatuto-tipo con esta finalidad, para uso de las comunidades o fraternidades
católicas.

Estas comunidades deben recurrir con agrado a la sabiduría secular de la


Iglesia para resolver los problemas que pueden surgir en aquello que
concierne, no sólo a las relaciones con el obispo de la diócesis, sino también a
las relaciones mutuas entre sus miembros.

Los problemas relativos a la autoridad y a la obediencia son especialmente


delicados. La Iglesia desea salvaguardar a un mismo tiempo la legítima
libertad de los miembros, respetar en cada uno la acción del Espíritu, y
promover la unidad dentro del respeto a la autoridad legítima.

En lo que concierne a la inserción en la vida parroquial o diocesana no


queremos trazar aquí reglas fijas, detalladas. Nos limitamos a señalar que, por
lo que a este punto respecta, hay un problema pastoral que se debe resolver
mediante una leal colaboración de los responsables de estas comunidades y de
la autoridad diocesana.
Hay que prever, por ejemplo, la participación de los miembros de las
comunidades en la vida cultual, sacramental y apostólica de su parroquia, para
significar mejor la comunión de las comunidades que constituyen la Iglesia y
manifestar, incluso a nivel local, la dimensión católica de ésta.

CONCLUSION

El Espíritu sopla donde quiere.

No está limitado por ninguna barrera humana. Pero hay momentos en la


historia de la Iglesia en que actúa con un poder particular.

La renovación que no reivindica monopolio alguno del Espíritu, es una gracia


que pasa. Como toda gracia, respeta nuestras libertades. Exige nuestra
colaboración para poder dar frutos de renovación en la vida personal,
comunitaria, eclesial.

Que María, que acogió al Espíritu Santo con una fidelidad total, nos ayude a
todos, cualesquiera que sean nuestra vocación y la diversidad de nuestros
caminos, a dejarnos conducir por El.

Los obispos de Bélgica.


Octubre 1979

NOTAS.
1) L’Osservatore Romano, ed. esp. 25 de mayo 1975.

2) Ibidem.

3) Lumen Pentium, 12.

4) Para las orientaciones teológicas y pastorales que sirven de base, nos


remitimos
a los documentos conocidos bajo el nombre de "Documentos de Malinas".

Documento 1: Orientaciones Teológicas y Pastorales de la Renovación


Carismática Católica (por un grupo internacional de teólogos), traducción
española publicada en la Renovación Carismática-Documentación,
Secretariado Trinitario, Salarnanca 1978, pags. 148-204.

Documento 2: Cardenal L. J SUENENS, "Ecumenismo y Renovación


Carismática. Orientaciones teológicas y pastorales" Edt. Roma, S.A.,
Colección Nuevo Pentecostés, Barcelona 1979.
Documento 3: Cardenal L. J. SUENENS y Dom HELDER CAMARA,
Renovación en el Espíritu y servicio del hombre (traducción española de
inminente aparición).
Se atenderá muy especialmente a las orientaciones ecuménicas del
Documento 2.

(5) Por carisma se entiende en el lenguaje religioso y bíblico un don especial,


una
manifestación perceptible y gratuita del Espíritu Santo, una gracia particular
de Dios, destinada a todo el cuerpo de la Iglesia.

(6) Para la glosolalía o la oración en lenguas, cf.: Cardenal L. J. SUENENS,


¿Un Nuevo Pentecostés?, Desclée de Brouwer, Bilbao 1975, pags. 102-107.
Para la profecía, cf.: Documento de Malinas 2, capítulo 5.

(7) L'Osservatore Romano, ed. esp., 25 de mayo 1975. Cf.: Documento de


Malinas 3: Renovación en el Espíritu y servicio del hombre, por el
Cardenal L.J. SUENENS y Dom HELDER CAMARA. Este documento trata
de hacer la unión indispensable entre oración y compromiso.

22 - RELACIONES INTERPERSONALES.

"TODOS LLENOS DEL ESPIRITU


SANTO"
Aquello mismo que, después de haber perseverado todos "en la oración, con
un mismo espíritu" (Hch L 14), ocurrió con el primer grupo, a las nueve de la
mañana del día de Pentecostés (Hch 2.15), en "la estancia superior" (Hch 1,
13), donde "estaban todos reunidos" (Hch 2, 1), de forma que "quedaron todos
llenos del Espíritu Santo" (Hch 2, 4), aquello se puede repetir también aquí y
ahora con cualquier grupo de discípulos de Jesús, ya sean pastores del Pueblo
de Dios, ya sean cristianos sencillos.

No importa que el cristiano haya nacido ya del Espíritu. Aquel fenómeno se


volvió a repetir días después (Hch 4, 31): los Apóstoles, lo mismo que María
(Lc 1,28.35: Mt 1, 18: Hch 1, 14), tuvieron varias efusiones del Espíritu.
También nosotros podemos esperarlas.

Sin duda que este es el deseo ardiente del "Espíritu que Él ha hecho habitar en
nosotros" (St 4, 5), y nada impide la distancia que en el tiempo nos separa de
la Iglesia naciente, "pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y
para los que están lejos" (Hch 2,39).

Para que en la Iglesia de hoy acabe la duda, la inseguridad, el decaimiento, la


deserción, para poder confirmar a los hermanos en la fe de que Jesús vive y es
el Salvador y el Señor, y sea reconocible para el mundo de hoy: para que
después de haber estado "bregando toda la noche" (Le 5, S), se nos abran los
ojos y le reconozcamos presente (Lc 24, 31), necesitamos que cualquier
grupo, sea comunidad de vida consagrada, sea parroquia, presbiterio, consejo
pastoral. etc., se deje llenar de "la fuerza del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).

Tan solo entonces tendremos organizaciones, estructuras, comunidades que


reciban "nutrición y cohesión para realizar su crecimiento en Dios" (Col 2, 19)
y que, como las primeras comunidades, se edifiquen y progresen en el temor
de Dios, llenas de la consolación del Espíritu Santo (Hch 9, 31), en las que se
puedan reconocer las manifestaciones más salientes del Cristo resucitado: el
Amor, el Poder del Espíritu y el Testimonio.

El Amor es la fuerza de Dios y el don primero del Espíritu: sólo Él puede


crear comunión allí donde humanamente hablando no cabría más que esperar
división, rechazo y desencanto. Es el clima que se debe respirar en cualquier
grupo cristiano. Entonces se manifestará también el Poder del Espíritu.

Allí donde está apagado el Espíritu no se puede dar este Poder que presupone
"un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32), por lo que no habrá signos de
salvación, de liberación, de curación, de palabra profética.

Supuestos estos dos elementos, es posible el Testimonio. Si faltan no hay


testimonio de nada. Sólo por la acción del Espíritu es posible dar testimonio.
"El dará testimonio de Mí, pero también vosotros daréis testimonio" (Jn
15,26-27). "Seréis mis testigos" (Hch 1, 8): del Jesús vivo y resucitado,
presente entre nosotros, no de nuestras obras, ni de nuestra vida.

Si a diferencia de los Apóstoles, cuyo Testimonio tanto resalta el Libro de los


Hechos, no podemos nosotros dar testimonio con gran poder, es porque nos
falta un elemento esencial y poderoso del Cristianismo, y como cristianos no
podemos hablar de salvación al mundo de hoy.

Amor, Poder del Espíritu y Testimonio: he aquí el alma de la


Evangelización. Proclamar el Evangelio, que es Palabra de Dios "viva y
eficaz" (Hb 4, 12), sin estos tres elementos, es presentarlo desprovisto de su
fuerza de salvación, para dejarlo convertido en moralismo e ideología pura.
EL FUNDAMENTO DE NUESTRAS
RELACIONES,
ES JESUS
Por Luis Martín

Lo que nos une a unos y a otros en los grupos y comunidades en la R.C. no


son lazos humanos de simpatía o de amistad, de afinidad o de parentesco.

Lo que hace que nos sintamos todos hermanos, sin distinción de clases,
cultura, tendencias sociales o políticas, ni tampoco edades, es algo que ha sido
muy decisivo en nuestras vidas y que es lo que mejor podemos compartir: la
experiencia de Jesús a la que hemos llegado por la acción de su Espíritu
derramado sobre nosotros. Acogidos por otros hermanos, y en parte por su
oración y amor, hemos llegado a nuestra aceptación de Jesús, a un encuentro
personal con El, que nos ha seducido y nos ha marcado.

Esto es lo que más nos ha unido a unos y otros, sin que antes nos
conociéramos, y sin que previamente hiciéramos opción por estos hermanos o
aquellos. Es así como hemos entrado en relación y trato los que ahora nos
encontramos en este grupo determinado. El Señor es lo que verdaderamente
nos une: por El estamos dispuestos a renunciar a muchas cosas y hasta
daríamos la misma vida.

Por tanto las relaciones entre nosotros han de estar definidas por la
experiencia que tenemos del Señor y el compromiso al que por El hemos
llegado. En una palabra: por nuestra relación con Jesús.

A partir de esta experiencia común hemos llegado a descubrir, mucho más a


fondo de lo que antes sabíamos, cómo Dios es nuestro Padre y cómo nos ama
con un amor tan concreto y personal. Y esto ha hecho que también
descubramos vivencialmente cómo éste y éste son mis hermanos por un
motivo más especial: porque estamos compartiendo una profunda experiencia,
y porque el Señor nos ha puesto juntos en un mismo camino. Por el poder de
Dios operante en nuestros corazones hemos llegado a amar a todos, a perdonar
a aquellos que nos habían ofendido. La alegría de encontrarnos unidos, la
necesidad de vernos y compartir cuanto hacemos y nos pasa, todo se explica
porque nos sentimos hermanos.

Si en algún momento empiezo a cansarme de ellos o a perder interés por su


trato, si me impresionan más sus defectos que sus buenas cualidades, si no los
veo como don de Dios ni siento necesidad por el hermano (l Co 12, 21), la
explicación que por ley ordinaria me tengo que dar es que el Espíritu se está
apagando en mí (1 Ts 5, 19) y reaparecen mis antiguos complejos y recelos.
He aquí un termómetro de gran fidelidad que me puede dar los grados tanto de
mi unión con el Señor como de mi pecado.

CUANDO SURGE UNA TENSION

Si el nivel de vida espiritual se mantuviera siempre estable o más bien


creciente no experimentaríamos la menor dificultad en nuestras relaciones con
los hermanos. Pero la realidad es que vivimos oscilaciones, decaimientos y
retrocesos y estamos siempre sometidos al cansancio y a las pruebas, que
frecuentemente nos cogen desprevenidos. Es entonces cuando más difícil
resulta vencer el amor propio, los impulsos que no vienen del Espíritu, y por
tanto, mi relación con cualquier hermano se resiente. La tensión puede surgir
por cualquier incomprensión, por cualquier palabra desacertada, o por
cualquier desacuerdo que se ha dado entre nosotros. No debería ser así. Pero
somos humanos y muy débiles.

Como regla general se puede pensar que cuando tal o cual hermano me cansa,
es decir, me resulta molesto por un determinado rasgo de su personalidad, es
entonces para mí un aviso que me dice en qué estoy fallando, en qué tengo
aún que cambiar, o saber aceptar y adaptarme a los demás. Si, por otra parte,
cuando surge una tensión, me mantengo replegado o con ciertas reservas, me
hago más distante del otro hermano y la tensión empieza a subir de grados.

¿A quién no le ha pasado que en ciertos momentos parece que le molesta


"toda la gente"? Nuestro desequilibrio emocional puede hacernos tropezar.
Pero no cedamos a esta fácil tentación de replegarnos, de apartarnos un poco o
del todo, o de faltar al grupo mientras me dura ese malestar.

Hay otros momentos en que puede surgir la tensión. Por ejemplo, con motivo
de un determinado planteamiento que nos hemos de hacer al fijarnos un
objetivo concreto, o al discernir los dirigentes del grupo, o a quién hay que
encomendar tal ministerio: si no permanecemos pobres de espíritu y llenos del
Señor, habrá dificultades para ponernos de acuerdo y surgirá la tensión que
puede llevar cualquier nombre: protagonismo, rechazo de personas,
susceptibilidad, complejo de víctima.

En un grupo grande las relaciones interpersonales pueden ser más bien


superficiales, sin que se llegue a una gran apertura entre unos y otros. Pero
cuando se forman grupos pequeños de profundización, o se inicia una
fraternidad, una comunidad, se llega a conocer más a fondo a las personas. Es
entonces cuando afloran aquellos rasgos individuales de nuestra personalidad,
que no se manifestaban tan fácilmente en el grupo grande, y se pone más de
manifiesto toda nuestra debilidad: esas aristas hirientes del temperamento que
sólo bajo la acción del Espíritu llegan a limarse: peculiaridades, emotividad,
impulsos y fuerzas del inconsciente. Todo esto mezclado al mismo tiempo con
bondad y paciencia, los frutos del Espíritu mezclados con brotes de los frutos
de la carne, pues el Reino de los cielos presente en nosotros, mientras
permanezcamos en estado de peregrinación y de prueba, siempre estará
sometido a la ley de la provisionalidad, mezclado el trigo con la cizaña (Mt
13. 24-30), hasta que venga lo perfecto y desaparezca lo parcial (l Co 13.9-
10).

SOLO EL SEÑOR PUEDE CALMAR LA TEMPESTAD

En realidad conocemos y comprendemos muy poco de lo que pasa dentro de


nosotros, por lo cual resulta difícil que cada uno se acepte y se ame a si
mismo. Si no me amo a mi mismo en aquello que provoca más mi propio
rechazo, mi debilidad, mi cuerpo deforme, mi enfermedad, mis limitaciones,
etc., tampoco podré amar a los demás.

Para comprender mejor el mecanismo de los impulsos negativos y


destructores que en las relaciones interpersonales dan origen a las tensiones,
será bueno tener en cuenta lo que la psicología dice de las áreas determinantes
de la personalidad:

a) Un área que opera a un nivel inferior y profundo de la personalidad,


desconocido e incontrolado por el mismo sujeto: es el inconsciente, verdadero
substrato de la vida psíquica, donde nacen los deseos y se organizan los lazos
interhumanos y las conductas. En esta área, que escapa a nuestro
conocimiento, ejerce su señorío el egoísmo, siempre bajo la ley del placer. De
aquí surgen los impulsos de agresividad, de aversión, de venganza, o los que
nos llevan a escoger las personas que resultan más simpáticas y atrayentes.

b) Otra área, a un nivel superior, y de cuyos contenidos tenemos conciencia y


que podemos controlar, es el área de lo consciente o la conciencia. Aquí
conocemos nuestro interior, nos horroriza el mal y amamos lo bueno y lo
recto.

Los impulsos del área inferior tienden constantemente a penetrar en la


conciencia e imponer su ley, si se lo permite nuestro sentido ético. Siempre
exigen satisfacción urgente y presentan una justificación para ser admitidos en
el campo de la conciencia. Entre las dos áreas existe un constante conflicto. Si
dominan las fuerzas inconscientes, tenemos el caso del impulsivo, del
inmaduro. Si la conciencia logra impedir que imperen aquellos impulsos
salvajes, se establece cierto equilibrio.

e) También hay que tener en cuenta el equilibrio o desequilibrio de la propia


afectividad, que es el aspecto más fundamental de la vida psíquica, la base a
partir de la cual se forman las relaciones humanas y los lazos que nos unen a
nuestro medio vital. Cuando, en contra nuestro, se altera la organización
afectiva que hemos aceptado, ello repercute en toda la persona, en las
actitudes y en el comportamiento, provocando cierta inadaptación social. El
resultado puede ser angustia, inseguridad, ansiedad, cualquier trastorno
psíquico.

Con independencia de la validez que queramos dar a esta explicación, la


solución a los conflictos y tensiones no consiste en evitar que surjan los
impulsos, lo cual como sabemos no siempre es posible, sino en evitar que nos
dominen, imponiendo su ley y determinando nuestra conducta.

Para esto ha de darse una condición: que el Señor esté presente en nuestra
conciencia, que Él ocupe nuestra conciencia. Solamente Él tiene poder para
calmar las tempestades que de improviso puedan surgir en el fondo de mi ser.

Pero que Él esté verdaderamente vivo en mi corazón, que yo experimente su


fuerza y su paz y la seguridad que únicamente Él puede hacerme sentir,
depende del grado de oración en que yo esté viviendo. A mayor grado de
oración, más fuerza tendré de parte del Señor, más vivo estará Jesús en mi
interior. Y entonces no me dominarán las fuerzas ciegas y salvajes de mi
inconsciente.

Por otra parte, yo debo estar sobre aviso respecto a mis reacciones e impulsos
y tratar de tomar conciencia del motivo profundo que pueda subyacer en el
fondo de muchos de mis comportamientos. Porque el amor propio fácilmente
se disfraza de celo o de fidelidad. El amor propio herido siempre recurre al
procedimiento de cortar la comunicación en forma de frialdad para con el
hermano o siguiendo el impulso de fuga. De ordinario el Señor no me pide
que me aparte de los hermanos, o que desaparezca, lo cual me llevaría a la
soledad, a la tristeza, a la esterilidad, sino que me mantenga en la estacada
hasta el final, allí en el camino donde Él me puso. Si cuando aprecio que esto
empieza a suceder en mi corazón me vuelvo al Señor y clamo "Señor,
ayúdame, porque ni siquiera yo mismo ?me conozco y quisiera dejarme llevar
de este impulso...” Entonces me invadirá la paz, el arrepentimiento y la fuerza
necesaria para perdonar y seguir amando.

UNA GRAN RESPONSABILIDAD DE LOS DIRIGENTES

Los dirigentes de cada grupo han de estar siempre atentos para ver cómo
marchan las relaciones interpersonales dentro del grupo. Es una de las cosas
que más nos tendría que preocupar, y allí donde ha surgido una tensión los
dirigentes hemos de poner paz, reconciliación y amor: "Bienaventurados los
que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt
5,9).
Lo que construye y crea la comunidad, lo que más hace avanzar a un grupo, es
la unidad y el amor entre sus miembros. El amor entre los hermanos tal como
Jesús enseñó, es lo que construye la comunidad, muy por encima de todo
nuestro empeño y entusiasmo por crearla. Es preciso recurrir a todos los
medios posibles: diálogo paciente, reconciliación, transparencia, corrección
fraterna. Tener mucha paciencia y aprender a sufrir. Nunca nos podemos
desentender, ni desmoralizar. El Señor nos quiere unidos en el sufrimiento, en
la incomprensión, en la paciencia.

Cuando hay un conflicto hay que intensificar la oración. Las partes más
afectadas deben buscar primero reconciliación. Puede haber resistencias,
porque no siempre tenemos el deseo sincero de que se arreglen las cosas, o
porque nos faltan fuerzas para perdonar de verdad.

Un procedimiento que siempre da maravillosos resultados es cuando los dos


hermanos, que tienen dificultad para aceptarse o para amarse, se presentan
juntos ante el Señor sintiendo toda su pobreza y oran: "Señor, Tú nos has
unido. Quieres que nos amemos y caminemos juntos. En estos momentos nos
resulta difícil comprendernos y amarnos. Ven Tú en nuestra ayuda.

Ante Ti nos perdonamos y cada uno rechaza lo que hay contra el hermano.
Pon tu amor en nuestros corazones para que podamos amar de verdad". El
Señor no se resiste ante una oración como ésta.

Si al final no podemos ponernos de acuerdo en un asunto determinado y


seguimos discrepando, la solución no es romper. Siempre podemos decir:
Bien, pensamos distinto y no coincidimos en nuestros puntos de vista, pero
sigamos amándonos como hermanos, porque Él nos quiere unidos, y
trabajaremos para llegar a la unidad.

En toda acción reconciliadora será de gran ayuda saber apreciar todo lo bueno
y positivo que hay en el otro, sobre todo su voluntad sincera de agradar al
Señor y vivir a su servicio. Esto no nos puede dejar indiferentes.

Si nuestro espíritu no está plenamente centrado en el Señor, no podremos


hacer esto, y nos faltará el deseo sincero de la reconciliación: "En lo posible,
y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres" (Rm 12,
18).

Saber apreciar y estimar lo bueno de cualquier hermano es cualidad del alma


que supone otras muchas virtudes. Tenemos más desarrollado el espíritu de
justicia y de exigencia respecto al hermano que el espíritu de misericordia y
de bondad, capaz de reconocer siempre la bondad y los dones que el Señor ha
puesto en él. Si no le amamos, no podremos alabar a Dios por las maravillas
que ha hecho en él En este caso lo que solemos hacer es silenciar sus dones, o
quitarles valor o cerrarnos con un "sí... pero...". La magnanimidad y el amor
que el Padre de los cielos tiene para nosotros sus hijos es algo de lo que más
necesitamos en nuestro caminar en la vida del Espíritu, para que nuestras
relaciones interpersonales sean cada vez más santas y revistan esa elegancia
espiritual y espíritu magnánimo que San Pablo deseaba para los Filipenses:
"Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable,
de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso
tenedlo en cuenta" (Flp 4,8).

¿CÓMO HEMOS DE AMAR?


Por Javier Silva

Las relaciones entre los hermanos de un grupo o comunidad de la Renovación


se han de caracterizar por el amor, tal como el Señor nos mandó: "Amaos los
unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13, 34). Esto lo vemos todos
clarísimo. Es más, consideramos que tal es la esencia de la Renovación, y en
ciertos momentos esto se vive profundamente. Pero en la vida de cada día y en
el trato frecuente vemos que surgen nuestras limitaciones y experimentamos
ciertas dificultades, de tal forma que hay situaciones en las que no vemos
claramente cómo hay que amar al hermano. Y esto nos puede pasar queriendo
obrar con la mejor intención.

A estas dificultades se puede añadir el hecho de que no siempre tenemos una


idea clara de lo que es el amor fraterno, el amor cristiano que nos manda
Jesús.

1.- EL AMOR ES DON DE DIOS


DERRAMADO EN NUESTROS CORAZONES

Ante todo hemos de partir del ?hecho de que el amor es un don de Dios, que
no podemos alcanzar por nuestro propio esfuerzo o por nuestros méritos. Es
"derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado" (Rm 5, 5) y en cierta manera nos configura con Dios y transforma la
personalidad, hasta el punto que llegamos a experimentar que el Señor ama en
nosotros, y que podemos amar a todos los hombres, incluso a aquellos que
naturalmente no nos gustan, o a aquellos que nos ofenden.

Vemos enseguida que el amor cristiano, que es la esencia del mensaje


evangélico, es totalmente diferente de lo que el mundo entiende por amor.

Es algo que está por encima de las fuerzas naturales del hombre y de todos los
recursos y mecanismos de nuestra psicología humana, que de por si tiende
siempre a regirse por el principio del placer. No es compasión natural, ni
atracción hacia las persones, ni el sentir simpatía o llegar a congeniar con
determinados hermanos. Es algo que está muy por encima de los sentimientos
y de las emociones. Poder perdonar y amar de verdad a aquél que nos ha
herido no es cuestión de emociones, ni está al alcance de nuestros recursos
humanos.

El Nuevo Testamento usa la palabra ágape, la cual hace referencia a un amor


de donación, es decir, a un amor oblativo, que no consiste en dar cosas, sino
en darse a sí mismo, en forma de perdón, en forma de comprensión, en forma
de aceptación y acogida, en forma de paciencia. Todo esto exige siempre
morir al amor propio, al egoísmo, al resentimiento, a la aversión, etc.

Sus exigencias son grandes. Jesús fue el mejor ejemplo del grado de entrega y
donación a que se puede llegar. El discípulo amado supo captarlo con fina
sensibilidad. "En esto hemos conocido lo que es el amor: en que El dio su
vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los
hermanos. Si alguno que posee bienes en la tierra ve a su hermano
padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él
el amor de Dios? Por tanto, no amemos de palabra ni de boca, sino con
obras y según la verdad"(1Jn 3,16-18).

2.- PODEMOS AMAR COMO EL NOS HA AMADO

La norma que Jesús ofrece a sus discípulos no admite duda: "como yo os he


amado.” Porque Él supo vivirlo de muchas y variadas maneras en las que
podemos ver expresados todos los momentos de la vida cotidiana de nuestras
relaciones.

La forma como Jesús amó a sus discípulos estuvo marcada por toda la
sencillez y naturalidad del amor. Vivió con ellos, los alimentó, se ocupó de
ellos y de sus necesidades, los cuidó y los defendió: nada les faltó. Y aún más;
les enseñó el mensaje del Reino, les reveló la verdad, les dio hasta la propia
vida: "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el extremo"(Jn 13,1).

Las líneas constantes de su amor fueron siempre muy definidas.

- comprometerse a servir,

- ocuparse consecuentemente,

- fidelidad hasta el extremo.


En nuestro caso el amar a los hermanos es algo que no se puede reducir a
buenas palabras, sino a hechos. Y que ha de seguir también las mismas líneas
que el amor de Jesús:

a) Buscar servir de alguna manera: servir, no precisamente porque hay que


hacer unas cosas determinadas, sino porque es exigencia del amor, una forma
de amar. Y en un grupo o en una comunidad siempre hay oportunidad de
servir para cada uno de los miembros. Lo importante es querer. Siempre hay
trabajos humildes que fácilmente rehuimos, siempre hay que preparar un
salón, hacer limpieza, buscar alojamientos, encargarse de algo. Siempre se
necesita alguien que se responsabilice de determinados servicios.

Si no tenemos una voluntad decidida de servir a los demás es que no sabemos


amar aún. Si nos cuesta servir, ello nos da la medida de nuestro egoísmo.

b) Ocuparse consecuentemente: o sea, preocuparse positivamente del que


necesita algo, tomar siempre la iniciativa de salir al encuentro, de interesarme
y ofrecer antes de que se tenga que pedir. Estar dispuesto a dar y compartir:
mis cosas, mi tiempo, mi atención, los dones que el Señor ha puesto en mí y
que en cierta manera son de los demás. En el ocuparme consecuentemente de
los hermanos entran todos los detalles del amor, de amar al más débil, de
manera especial al enfermo, al cual cuando visitamos no vamos a ofrecerle
una visita de pura cortesía sino el amor de hermanos.

c) Fidelidad hasta el extremo:


"Fiel es el Señor" (2Ts 3, 3; 1Ts 5, 24): esta fidelidad del Señor de la que
tanto habla la Biblia, Ella quiere en nuestras relaciones interpersonales, como
una exigencia y manifestación del amor.

Fidelidad quiere decir lealtad, sinceridad, transparencia, respeto. La fidelidad


nos impide hablar desfavorablemente de cualquier hermano y exige gran
respeto ante aquellas actitudes suyas que no comprendemos.

Fidelidad es también un corazón humilde y pobre, o sea no sentirme nunca


mejor ni "colosal". A veces indisponemos al hermano, por ejemplo, cuando en
momentos de tristeza o decaimiento le exteriorizamos con triunfalismo
nuestra alegría. Esto se puede convertir para él en acusación o humillación
Entonces lo que necesita es nuestra capacidad de comprensión, de escucha y
de asumir su problema, y no que hagamos alarde de nuestra alegría por muy
santa que sea.

3.- NOS COMPROMETE CON TODOS LOS HOMBRES

Los sentimientos negativos surgen fácilmente ante cualquier incomprensión o


roce en forma de disgusto, desconfianza, recelo, resentimiento, irritación,
malhumor. El quedar taciturno ante determinadas situaciones, la frialdad que
en ciertos momentos adoptamos, son reacciones emocionales que denuncian la
debilidad o inconsistencia de nuestro amor a los hermanos.

Amar al hermano como ha enseñado Jesús no consiste en sentir amor lo cual


no siempre es posible, sino en actuar con amor. Dejemos entonces que el
Señor entre más en nuestro corazón y entonces desaparecerán enseguida los
sentimientos negativos. Tampoco es un amor caprichoso que pudiera hacer
acepción de personas. Decir, "hay un tipo de personas que no puedo amar", o
"personas con las que no puedo entenderme o que a mí no me van", es
también vivir de emociones. El amor de Jesús llega hasta amar a los
enemigos y su doctrina es tajante: "amad a vuestros enemigos" (Mt 5,44):
en este amor a los enemigos se manifiesta el poder de Dios y la grandeza del
amor cristiano.

Por esto es posible amar a todos los hermanos de un grupo grande, es más a
todos los hombres. El amor cristiano es el único amor capaz de amar a todas
las personas aunque sean desconocidas. Hay cristianos que llevan años
cultivando relaciones íntimas, familiares o comunitarias, que no conciben que
se pueda llegar a amar a aquellos que no son del mismo círculo. En todo grupo
o comunidad que no esté plenamente abierto al amor del Señor se puede
introducir el espíritu raquítico de capillita o de círculo cerrado por la
incapacidad de amar o de comprender a los que no son de la misma línea o del
mismo grupo. Aquí también se confunde el amor con las emociones.

El amor es una relación comprometida de mi vida con la de los hermanos.


Siendo así es posible llegar a amar a todos. Sólo podré tener intimidad o
amistad con un número reducido, pero puedo llegar a ser, por la acción del
Señor, de tal espíritu y actitud que ame a todos, incluso a aquellos que
desconozco.

Esto no quiere decir que el amor cristiano tenga que ser algo impersonal, o
carente de afecto y sensibilidad para con los hermanos. Aunque no se base en
lo sensible, no debe descartar aquellos sentimientos que puedan ayudar a amar
mejor. Hay quien dice amar, pero nunca sabe mostrar afecto, o tener un detalle
de delicadeza con el hermano. El amor implica toda la persona humana, y, a
medida que crece y madura, los sentimientos se convierten también en
expresiones de la verdadera donación.

Para terminar digamos que hemos de llevar a cabo el amor tal y como Jesús
nos ha amado, hasta el final, sin cansamos, en compromiso sincero de servicio
y donación.

Todos los dones y carismas, que el Espíritu Santo distribuye para que
sirvamos y edifiquemos la comunidad, nada aprovechan si no los ejercemos
en el amor (1 Co 13,3).

Entendamos y vivamos siempre el amor como compromiso que surge del


amor de Dios derramado en nuestros corazones, que nos va transformando en
su "misma imagen cada vez más gloriosos" (2 Co 3, 18).

LAS RELACIONES
INTERPERSONALES
EN LA COMUNIDAD CRISTIANA
Por Juan Manuel Martín

La comunidad cristiana es las primicias de Jesús resucitado. De su corazón


abierto brota la sangre y el agua que simboliza el Espíritu derramado sobre la
humanidad para crear una comunidad nueva, un pueblo de alabanza. Aquella
primera comunidad de Jerusalén, configurada por el don del Espíritu en
Pentecostés, será siempre el modelo y el último punto de referencia para
cualquier proyecto cristiano de comunidad.

Si miramos la comunidad como aspiración constante del corazón del hombre,


nos descorazonaremos al constatar el fracaso continuo de todos los proyectos
comunitarios humanos: familias, comunas, asociaciones vecinales,
comunidades políticas... La comunidad es una utopía, un horizonte que el
hombre sueña sin llegar nunca a alcanzar.

Sólo en el Espíritu de Jesús resucitado se hace posible esta utopía humana.


Porque la comunidad no es nunca un proyecto del hombre, sino un don de
Dios que hay que acoger con alegría.

Trataremos en este artículo de las cuatro estructuras básicas que deben regular
las relaciones interpersonales dentro de la comunidad. Sólo si las
consideramos como un don de Dios y no como una obligación jurídica, serán
estas exigencias un yugo suave y una carga ligera, y la convivencia íntima se
convertirá en fuente de un profundo gozo.

1.- EL COMPROMISO.

En el pasaje del endemoniado de Gerasa se nos habla de un pobre hombre


solo, desnudo, que habitaba en los sepulcros, vociferaba y se hería a sí mismo
con piedras. Muchas veces habían querido atarle, pero rompía todas las
ligaduras.

Este podría ser el símbolo de uno de los demonios que más frecuentemente se
posesionan del hombre de hoy: el espíritu de la insolidaridad, la
independencia, el aislacionismo. A aquel hombre muchas veces la comunidad
había intentado ligarlo con lazos, pero los rompía todos y vociferaba su
independencia.

Hay personas que por una inmadurez afectiva radical son incapaces de crear
relaciones estables comprometidas. Se resisten a cualquier tipo de solidaridad.
Les horroriza la responsabilidad. Pero esta libertad viene a ser la más horrible
de las esclavitudes: la esclavitud a los estados de ánimo, a los caprichos del
momento, a los vaivenes emocionales.

El querer ser libre para hacer en cada momento lo que más apetezca, sin tener
en cuenta los posibles intereses de otras personas implicadas en mi vida, es la
mayor de las esclavitudes. No hay déspota más tirano que el propio yo,
caprichoso, brutal, siempre insatisfecho.

Jesús consigue expulsar el mal espíritu de aquel hombre y nos descubre la


infelicidad tan grande en la que vivía. El demonio le había llevado al desierto,
a la soledad, a la incomunicación. Se atormentaba a sí mismo y a gritos
expresaba su profunda desgracia. Una vez sano Jesús le devuelve a los suyos:
"Vuelve a tu casa" (Lc 8, 39). Crea nuevos lazos, echa raíces en un hogar.

La verdadera libertad del hombre no es la independencia insolidaria, sino los


lazos del amor. "Habéis sido llamados a la libertad, sólo que no hagáis de
esta libertad pretexto para la carne, antes por el contrario, haceos siervos
los unos de los otros por el amor" (Ga 5, 13).

La libertad nos lleva a hacernos siervos por el amor. La madre que cuida de
sus hijos ha perdido toda su independencia, su autonomía. En adelante su vida
va a estar totalmente pendiente de ese pequeño ser. Porque ¡cómo se depende
de aquellos que dependen de nosotros! Ya no vive para sí, se ha hecho sierva,
pero sierva por amor. Lo que diferencia al compromiso cristiano de la
esclavitud es el amor. Y el amor es profundamente liberador, pues en él
solamente puede el hombre sentirse plenamente realizado.

Desaparece el yo para dar lugar a un "nosotros". Y en esta medida nos


sentimos ampliados, enriquecidos, multiplicados, dentro de la comunidad.

El paso de las relaciones de convivencia a las relaciones de compromiso es


esencial para la existencia de una comunidad cristiana. Si sólo se juntan las
conveniencias particulares no hay una base sólida para ningún proyecto
comunitario. Hay muchos "yo", pero no hay "nosotros". Nadie puede contar
conmigo, pero tampoco puedo yo contar con nadie, porque todo depende en
definitiva de si a él y a mí nos conviene en ese momento el ayudarnos.

Sólo en el verdadero compromiso se crea un espacio de libertad y el hombre


se libera de la tiranía de los impulsos del momento que pueden echar a perder
todo el proyecto de una vida.

A veces prolongamos indefinidamente una situación de búsqueda, dando


largas al compromiso, hasta estar seguros de si "esa chica me conviene" o "esa
comunidad me conviene". Y así hay personas que no "se casan con nadie",
que van de novia en novia, o de comunidad en comunidad. En cuanto la
relación comienza a comprometerles un poco, se echan atrás, y comienzan de
nuevo una nueva experiencia. Este horror al compromiso es en el fondo una
enfermedad psicológica que debe ser sanada por Dios. Quienes van
mariposeando de comunidad en comunidad, haciendo continuas
"experiencias" se quedan sin experimentar lo más maravilloso que hay en la
vida, que es precisamente la experiencia del compromiso.

Decía Saint Exupery en su pequeño príncipe, que sólo se ama aquello de lo


que uno se ha hecho responsable. Mi rosa no es necesariamente la más bonita
que existe en el mundo, pero es la mía, la que yo cuido: esto la hace más
preciosa que ninguna otra. Sólo llegamos a conocer y a amar profundamente a
las personas con quienes nos hemos comprometido y que sentimos
comprometidas con nosotros. Si amo a mi rosa no es porque sea la más bonita,
sino porque me he comprometido con ella para intentar que lo sea, amándola y
cuidándola.

Comprometerse es escoger, pero escoger es también renunciar. Quienes no


quieren renunciar a nada se quedarán sin nada. Escoger una comunidad es
renunciar a otras muchas posibles, quizá mejores. Pero nunca se debe esperar
a encontrar una comunidad perfecta para comprometerse con ella, pues la
comunidad es ante todo un proyecto, una ilusión a realizar en común.

El echar raíces en un compromiso es una muerte de otros miles de


experiencias y comunidades posibles. Pero como toda muerte, es una Pascua,
es inicio de una vida nueva, el paso de la adolescencia a la madurez, del
egocentrismo a la solidaridad, del diletantismo a la responsabilidad. Y al
hacemos siervos los unos de los otros por amor, encontramos nuestra
liberación más auténtica.

2. LA TRANSPARENCIA

En el libro del Génesis uno de los efectos de la irrupción del pecado en la vida
es el de la incomunicación entre los hombres. Antes del pecado de Adán y
Eva estaban desnudos y no se avergonzaban. Después de pecar sienten la
necesidad de cubrirse con vestidos.

En esta bella imagen del vestido y la desnudez está reflejando la Escritura dos
situaciones comunitarias. El vestido viene a representar la necesidad de
cubrirse, de taparse, de ocultarse ante los demás. Después de haber entrado el
pecado en nuestras relaciones, sentimos la necesidad de ocultar nuestra
intimidad, de escondernos tras máscaras y caretas. En un mundo en el que el
hombre es lobo para el otro hombre, hay que procurar a toda costa no hacer
confidencias que puedan dar al contrario armas para utilizar contra nosotros.
Como en un juego de baraja, el hombre procura ocultar el mayor número de
sus cartas ante otros jugadores en competencia.

Otra bella imagen con la que el Génesis expresa esta incomunicación causada
por el pecado, es la de la confusión de lenguas en Babel. Los hombres pasan
a hablar distintos idiomas, dejan de comprenderse. Es la experiencia de
muchos grupos y familias que, aún hablando el mismísimo castellano, hablan
de hecho lenguajes muy distintos que no comunican, sino que aíslan y
dividen.

Frente a este destrozo del pecado, Jesús ha venido a restablecer los lazos y la
comunicación mediante la transparencia de las conciencias dentro de una
comunidad. El otro deja de convertirse en un peligro para mí. El "otro" no es
ya un enemigo potencial ante quien debo ocultarme, sino que es "mi hermano"
a quien amo y por quien me siento muy amado.

La amistad es transparencia. El mismo Jesús transparentó todos sus secretos


ante sus amigos. "A vosotros os, he llamado amigos, porque todo lo que he
oído de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn J5, 15).

Si el Señor nos hace de verdad amigos, ya no habrá secretos entre nosotros.


Jesús es la revelación del Padre, y nosotros seremos revelación y libro abierto
para nuestros hermanos.

Quizás una de las cosas más difíciles de transparentar son nuestras propias
debilidades. Muchas personas hacen esfuerzos continuos para que no se les
note en la vida social aquellos fallos humanos o espirituales que hay en su
vida, para evitar que los otros les desprecien, o para evitar el posible
escándalo.

Pero en una comunidad verdadera no hay que tener este miedo. La


trasparencia supone una actitud de acogida mutua. "Acogeos mutuamente
como os acogió Cristo" (Rm 15,7). Sé que mis defectos no van a provocar
rechazo, sino que van a ser acogidos con amor. Mi debilidad es un tesoro para
la comunidad porque les da a los demás la oportunidad de ponerse a mi
servicio, de preocuparse de mí, y ejercitar el amor. La trasparencia supone una
sintonía de corazones en la que sé que lo mío les interesa a los demás, porque
hay "un mismo sentir de los unos para con los otros" entre hermanos que se
alegran con los que están alegres y lloran con los que lloran (Rm 12, 15-16).
Ya no estoy obligado a mantener una máscara, una imagen falsa de mí que me
obligue a vivir en tensión continua nerviosa para estar a la altura de las
expectativas de los demás, o para que no se trasluzcan en un momento mis
defectos y arruine mi imagen pública que tan laboriosamente he ido labrando
día a día.

Y a esto ayudará mucho el saber que también los demás trasparentan ante mí
sus dificultades y su debilidad. Así comprenderé que al recibir su confidencia
no empeora la imagen que de ellos tengo, sino que al contrario, les amo más.
"Ayudaos unos a otros a llevar vuestras cargas y así cumpliréis la ley de
Cristo" (Ga 6,2). Sólo si conozco la carga de mi hermano podré ayudarle.
Sólo si doy a conocer la mía podré ser ayudado. En una comunidad día a día
se van cambiando las tornas. Un día me toca ser el débil que necesita ser
ayudado. Al día siguiente me toca ser el fuerte que ha de ayudar a un hermano
que se siente muy débil. Pues "toca a los fuertes sobrellevar las flaquezas
de los débiles" (Rm 15, 1).

3. SOMETIMIENTO

La comunidad de Jesús no es un grupo fofo, invertebrado, sino que consta de


distintos miembros, y funciones, entre los que destaca el servicio de la
autoridad.

En su etimología latina autoridad significa hacer crecer, la fuente del


crecimiento. Desgraciadamente se ha abusado tanto de esta palabra que hoy
día llega a sonar mal a los oídos de muchos cristianos.

Se ha concebido la autoridad demasiado a menudo en la Iglesia de una manera


burocrática o cuartelera. El modelo del liderazgo no ha sido tanto el evangelio
como las cortes imperiales, o las oficinas de las multinacionales o los
cuarteles militares. Esto ha provocado en muchos un rechazo instintivo de la
palabra autoridad que nos hace pedir mil disculpas antes de usarla.

Sin embargo, en 1a comunidad evangélica hay una autoridad "en el Espíritu".


Debemos ser sanados por el Señor de los traumas que el mal uso de la
autoridad nos haya producido, para podernos acercar con una mente abierta y
sin prejuicios a este aspecto básico de la comunidad.

Frente a la autoridad "en el Espíritu" corresponde una actitud de


sometimiento: palabra de honda raigambre bíblica. Ya Jesús estuvo sometido
a sus padres (Lc 2, 51). Esta misma palabra la usa el Nuevo Testamento para
designar la actitud de los miembros de la comunidad para sus dirigentes.
"Someteos unos a otros en el temor de Cristo" (Ef 5, 21)

Como en todos los demás aspectos, se trata de un sometimiento en el espíritu.


No es la sumisión servil, ni la sumisión aduladora, ni la sumisión
irresponsable, ni la sumisión de los inseguros que se arriman a una
personalidad fuerte, ni la sumisión perezosa de quien no quiere molestarse en
tomar decisiones y prefiere que le den las cosas hechas.

La sumisión cristiana nace de unos presupuestos: una fe viva en la presencia


de Cristo en la comunidad, en todos los hermanos, y de una manera especial
de aquellos "que nos presiden en el Señor" (l Ts 5, 12); la conciencia
humilde de quien estima a los demás como superiores a uno mismo (Flp 2, 3);
el temor a la posibilidad del autoengaño y del subjetivismo. Todos estos
presupuestos llevan a dar un gran valor al juicio de los hermanos que aportan
un punto de vista externo, objetivo; especialmente cuando se trata de
hermanos que nos aman, que están dotados del carisma del discernimiento,
que desean sobre todo nuestro bien y nuestro crecimiento en el espíritu.
Pueden suponer una gran ayuda para salir del círculo cerrado de nuestro
subjetivismo, de nuestras racionalizaciones, de nuestra tendencia continua a
encontrar razones aparentes para justificar lo que en el fondo sólo deseamos
por motivos que no nos atrevemos a confesar a nosotros mismos.

Pero el presupuesto central de la sumisión es el sentirse amados. El cristiano


que busca la voluntad de Dios en su vida no se somete a una instancia
burocrática lejana, que estaría dotada de una infalibilidad automática "ex
opere operato" por el mero hecho de ser autoridad "legítima". El cristiano se
somete a aquellos hermanos por quienes se siente conocido y amado de una
manera cordial y próxima, en la que se ha dado un diálogo franco y una
transparencia mutua.

Esta espiritualidad del sometimiento dentro de la comunidad puede expresarse


de miles maneras distintas. En las comunidades de alianza que han surgido a
partir de la experiencia de Ann Arbor suele ejercitarse mediante la figura del
"head" o "cabeza", que otros traducen al español como "pastor" o "hermano
mayor". Cada miembro de la comunidad tendría así un hermano mayor; este
hermano de mayor experiencia de la vida en el espíritu y de mayor
discernimiento, le serviría como guía en su crecimiento y le arrancaría de su
propio subjetivismo. El hermano mayor es considerado ante todo como un don
del Señor. Entre ambos se desarrolla una gran amistad, una entrañable
fraternidad sin paternalismos, mediante el diálogo frecuente, la oración en
común, la transparencia y el amor. Sólo los que han experimentado cuánto les
ha ayudado esta relación pueden dar testimonio eficaz de cómo este tipo de
sometimiento no asfixia sino que ayuda al crecimiento en el Señor; en el
contexto de esta amistad, la corrección fraterna resulta fácil y aun gozosa
porque se ve iluminada por el amor y la consideración hacia aquellos que
"trabajan entre vosotros, os presiden en el Señor y os amonestan" (l Ts 5,
12).

4. LA COMUNIDAD DE BIENES

Ciertas cosas que en otro tiempo parecían exclusivas de las comunidades


religiosas, están pasando hoy a considerarse patrimonio común de toda vida
cristiana "normal". Gracias a Dios se han ido difuminando cada día más los
límites entre la vida religiosa y la vida seglar.
La llamada a la comunidad no es exclusiva de los religiosos, sino que es parte
de toda vocación cristiana. Por lo mismo la llamada a la comunión de bienes
no es exclusiva de quienes tienen voto de pobreza, sino que es esencial en
cualquier proyecto comunitario que se llame cristiano.

La comunidad de Jerusalén no es sólo modelo de las órdenes religiosas, sino


que debe ser modelo e inspiración de cualquier comunidad cristiana "normal".
Hacia este modelo deben irse aproximando todas nuestras comunidades.

No es posible hablar de verdadera fraternidad si no se da la comunión íntima.


El amor, o se da entre iguales, o hace iguales. "Si alguno posee bienes de la
tierra, ve a su hermano padecer la necesidad y le cierra el corazón, ¿cómo
puede permanecer en él el amor de Dios?" (1 J n 3, 17). El amor nos
convierte en vasos comunicantes en los que siempre existe un mismo nivel.
Este concepto de igualdad es básico en el pensamiento de san Pablo: "Al
presente vuestra abundancia remedia su necesidad, para que la
abundancia de ellos pueda remediar también vuestra necesidad y reine la
igualdad" (2Co 8, 14).

La manera concreta como se realiza esta comunión de bienes puede ser muy
diversa. Cada comunidad irá concretando en medidas prácticas esta
espiritualidad e irá creciendo progresivamente en ella. Puede ir desde una
ayuda más o menos esporádica a algún miembro de la comunidad que se
encuentre enfermo o en paro hasta la total puesta en común de las
propiedades.

Entre medio caben muchos grados posibles y cada comunidad debe ir


discerniendo en qué grado debe situarse. Puede haber una comunión más
permanente de una parte de los ingresos, fijando unos mínimos (sistema de los
diezmos). O puede darse una comunión en algunos bienes especiales, como
sería el tener una casa de vacaciones en común, o el poseer en común los
vehículos y aprovecharlos de un modo más solidario o menos egoísta.

La discreta caridad irá mostrando miles de signos vivos que manifiestan este
espíritu, teniendo siempre cuidado de evitar la excesiva reglamentación que
acabe en un mero legalismo, como hemos detectado en alguna congregación
religiosa en la que la comunión de bienes se ha convertido en algo jurídico,
desprovisto de imaginación, de generosidad, de alegría, de dinamismo, de
creatividad.

La comunión de los bienes materiales debe ser signo visible de una comunión
más profunda de todo lo que somos y poseemos, especialmente los dones
espirituales recibidos del Señor para el bien común. "A cada uno se le otorga
la manifestación del Espíritu para bien común" (l Co 12. 7). "Cada cual
tiene de Dios su don particular, unos de una manera, otros de otra" (l Co
7, 7).

Este don particular de cada uno para la comunidad hay que irlo descubriendo
para ponerlo al servicio de todos para la edificación mutua. "Que cada cual
ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos
administradores de las diversas gracias de Dios" (1 P 4, 10).

La comunidad debe ayudar a cada uno a descubrir su don y exhortarle a que lo


ejercite. Pero ante todo hay que saber que nuestro mayor don somos nosotros
mismos, la presencia siempre puntual, siempre activa, siempre benevolente y
positiva. Como irradiaciones de esta presencia, ¡qué maravillosa variedad de
dones!: el ministerio de la dulzura, el de la escucha atenta, el del servicio en
cosas pequeñas, el de la reconciliación, el de decir siempre la verdad, el del
discernimiento, el de la sonrisa, el de la enseñanza; el carisma de hacer
sentirse a los otros a gusto, el de apaciguar las discusiones; el ministerio
profético de la palabra oportuna para cada situación; el don de la imaginación
y la creatividad, el de la organización y coordinación, el de la curación interior
y física, el del conocimiento profundo de la Palabra de Dios; el don de
contagiar efusivamente a otros el espíritu de alabanza, el de alentar e inspirar
la música y el canto, el de hacer presente la gracia de Dios por medio de los
sacramentos de la Iglesia.

Cuando todos han puesto en común sus dones se consigue que "siempre esté
completo el cuerpo que formamos en Cristo y cada uno respete en su prójimo
el carisma que ha recibido" (S. Clemente a los Corintios). Símbolo vivo y
visible de esta comunión será la comunidad de bienes materiales a la que nos
hemos referido antes. Sin ella nunca podrá existir una comunidad cristiana.

COMO REPARAR EL MAL


CAUSADO A OTROS
Por M. Dolores Larrañaga

Cuando vivimos la conversión y el arrepentimiento con sinceridad, una de las


cosas que más duele es el mal que hemos causado a otros. Y aún después de
haber empezado una entrega al Señor, en nuestro acontecer diario, consciente
o inconscientemente, ofendemos a Dios y a los hermanos con nuestros
comportamientos, omisiones, olvidos, indiferencias, críticas, juicios,
marginaciones, malos ejemplos...

Cada uno de nosotros, que seguramente habremos experimentado la curación


interior de traumas y heridas que otros nos causaron, puede contribuir a su vez
a que sean curados aquellos a quienes hemos ofendido. Y esto de una manera
real y profunda, que no se quede en meras apariencias.

Aquí nada valen los formalismos mundanos que nada tienen que ver con el
Evangelio. Son necesarias unas actitudes básicas que responden a lo que Jesús
nos ha enseñado y definen también lo que han de ser nuestras relaciones
interpersonales.

1.- RECONOCERNOS PECADORES

Para vivir la vida en el Espíritu y recibir la salvación de Jesús, es actitud


fundamental e indispensable la aceptación alegre, ante Dios y ante nuestros
hermanos, de nuestra propia nada, de nuestra condición de naturaleza
pecadora.

El sentimiento de la propia justicia, el deseo autosuficiente de la propia


perfección, la falta de reconocimiento de nuestras propias caídas, son formas
de orgullo que nos cierran a la salvación de Jesús, a la acción del Espíritu en
nosotros.

En el Evangelio de San Mateo, Jesús contrapone estas dos actitudes: "No


necesitan de médico los sanos, sino los que están mal. Id pues a aprender
qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque
no he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mt 9, 12-13).

El fariseo, satisfecho de sus obras, de su propia justicia, se cierra a la


salvación de Jesús, mientras el publicano, que se reconoce pecador, es
justificado (Lc 18. 9-14).

La Iglesia, en su liturgia, presupone en todos nosotros la actitud del publicano,


antes de comenzar la Celebración Eucarística: "Yo confieso ante Dios
Todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de
pensamiento, palabra, obra y omisión... “Esto no es un formalismo, sino la
expresión consciente de una profunda realidad.
2.- ABRIRNOS A LA SALVACION DE JESUS

Una actitud sincera y humilde ante Dios y ante nuestros hermanos, atrae la
compasión del Señor. Entonces el fondo de nuestra miseria se convierte para
nosotros en ámbito de la glorificación del Padre, de alabanza por sus
misericordias, de experiencia de la salvación de Jesús, de humildad, de
compasión hacia nuestros hermanos y de punto de partida de relaciones
interpersonales profundas, en las que Jesús mismo construye la Comunidad.

En nuestras caídas nuestra primera mirada debe ser hacia Jesús, a quien le
mostramos nuestras llagas. Él es nuestro médico. "El cura nuestras
dolencias... sabe que somos polvo" (Sal 103). Entonces experimentamos el
gozo de sentirnos amados, precisamente por nuestra pobreza, y exultamos en
alabanza por sabernos necesitados de salvación.

También debe ser motivo de alabanza y de gozo en el Espíritu el vernos


imperfectos ante los demás, aceptando alegremente la humillación y
abandonando la situación en manos del Señor, sabiendo que "todo se
convierte en bien para los que son amados de Dios".

3.- RECONCILIARNOS CON EL HERMANO

La segunda mirada debe ser hacia el hermano ofendido de quien debemos


solicitar y recibir el perdón. Hemos de ir a su encuentro buscando reparar el
mal causado, y tratando de ser para él vehículo del amor y salvación de Jesús.
De este modo, nuestras palabras y nuestra actitud serán sinceras, humildes,
cariñosas. La reconciliación con el hermano ofendido es disposición necesaria
para que nuestra ofrenda agrade al Señor (Mt 20, 23-24). En ocasiones, una
sonrisa oportuna, un saludo amable, el hacer un favor o solicitarlo, puede
suavizar pequeños roces o resentimientos.

Ordinariamente la reconciliación sincera con el hermano ofendido, y más en


un ambiente de oración, es suficiente para que desaparezcan resentimientos y
no pocas veces es el comienzo de una amistad en la que la prevención y
antipatía se convierten en amor y en compasión.

A veces esta reconciliación va acompañada de corrección fraterna, que hemos


de recibir con agradecimiento y amor, permaneciendo a la escucha del
Espíritu. Siempre debemos estar dispuestos a dejarnos lavar los pies por el
hermano e incluso prestar este servicio cuando el amor a Dios y al hermano lo
requieren; pero solamente puede hacer bien el papel de Jesús, quien está
dispuesto a dejarse lavar los pies por el hermano.

Debemos reconciliarnos tantas cuantas veces sea preciso, lo mismo que


debemos estar siempre abiertos al perdón (Le 17,4). Esta doble actitud nos
mantiene, personal y comunitariamente, con salud espiritual y psíquica, y
abiertos a la misericordia y perdón del Señor.

4.- SANACION INTERIOR

Cuando las caídas se repiten y, a pesar de la reconciliación, ofendemos


frecuentemente a un hermano con críticas internas o externas, con rechazos,
palabras ofensivas, burlas, etc., hemos de hacernos conscientes de que nuestro
mal tiene una raíz profunda que es necesario extirpar.

Esta raíz puede ser:

- El resentimiento por una ofensa, quizá del pasado, pero no del todo
perdonada.

- El propio orgullo y ambición de prestigio que ven en ese hermano un rival.

- La envidia ante unas cualidades que yo no poseo.

- Una corrección fraterna que no supe recibir con humildad y cuyo recuerdo
irrita.

- La falta de capacidad de aceptación de las personas tal como son.

- Complejos personales que se proyectan en el otro.

- Chismes o críticas que han minado la imagen que tenía del hermano.

Estas situaciones y otras semejantes, necesitan muchas veces sanación


interior. Esta sanación la podemos hallar en el Sacramento de la
Reconciliación, en el que el Sacerdote nos ayuda a descubrir la raíz de
nuestras faltas y ora por Sanación. En el Sacramento de la Eucaristía en el que
la acción de Jesús presente cura nuestras enfermedades. En la oración
personal, en la oración de intercesión de los hermanos o en la oración de
sanación de recuerdos. Es también la oración de alabanza, y concretamente
por el hermano hacia quien sentimos rechazo, el ambiente propicio para que el
Espíritu nos libere.

Estas disposiciones, necesarias en todos, revisten mayor importancia en


quienes ejercen el ministerio de pastores. Actitudes de rechazo que no se
curan ni se reparan, pueden causar divisiones profundas, impedir el
crecimiento en los grupos, y frenar los carismas. Es frecuente que, al no
aceptar a las personas, no se reconozcan los dones que el Señor les ha dado,
impidiendo el ejercicio de su ministerio en bien de la Comunidad.
5.- ACTITUDES ANTE LAS OFENSAS

En la medida en que crecemos en la vida en el Espíritu y en la preocupación


por los demás, mayor es el olvido propio, y por tanto, más lejos estamos de
susceptibilidades y de resentimientos. Es señal de madurez humana y
espiritual no temer las ofensas ni darse nunca por ofendido, ser in enfadable,
no tenerse en cuenta.

La preocupación por el qué dirán, el temor a quedar malo a ser censurado, las
quejas, los lamentos, la autocompasión ante ofensas reales o imaginarias, el
divulgarlas. etc..., así como ciertas expresiones, v.g. "no merezco que se me
trate así", "cómo han hecho eso conmigo", denotan inmadurez humana y falta
de crecimiento espiritual, a la vez que son ?un mal para la Comunidad.
"Poned cuidado en que nadie se vea privado de la gracia de Dios; en que
ninguna raíz amarga retoñe ni os turbe y por ella llegue a inficionarse la
comunidad" (Hb 12, 15).

Viviendo la vida en el Espíritu, estando atentos a la acción de Dios, todo se


puede convertir en bien, tanto las propias faltas como las de los hermanos.
Ante las ofensas hemos de cambiar lo que puede ser signo negativo en
positivo.

- En primer lugar hemos de ver en la ofensa del hermano una ocasión de ser
para él testigos de Jesús, acogiéndole con su mismo amor y comprensión, que
le ayuden a crecer y a superar su agresividad y violencia.

- En segundo lugar, hemos de aprovechar esta ocasión para alabar al Señor por
la parte de dolor que nos pueda tocar.

- En tercer lugar, dejémonos corregir por el Señor, aceptando la parte de


verdad que encierra toda censura, así como las enseñanzas que pueda tener
para nosotros.

Jesús nos quiere unidos. No busquemos la unidad en políticas mundanas ni en


transigir con la mentira. Jesús es el fundamento de nuestra unidad, la vida de
nuestra vida, el amor y centro de todos los corazones. Dejémonos pastorear
por El, ser sus discípulos, y El irá haciendo nuestro corazón semejante al suyo,
y experimentaremos que todo, incluso las caídas, se convierten en medios para
unirnos más estrechamente con El y con nuestros hermanos.
ACOGER AL HERMANO COMO UN
DON
Por M. Victoria Triviño, osc.

El SEÑOR ME DIO HERMANOS

Francisco de Asís era un joven alegre, divertido, medio juglar medio trovador,
que sabía de la amistad y del compañerismo. Pero a partir del momento en que
fue poseído por el Espíritu e hizo un viraje hacia el servicio de Dios, cambió
sus apreciaciones. Ya no hablaría más de compañeros y amigos. ¡EI Señor
me dio hermanos!: ésta fue su nueva mentalidad. Para Francisco de Asís
cada hermano era "un don" de Dios, y como tal lo acogía, amaba, guardaba y
veneraba. Para él ya no había más que ¡mis benditos hermanos!

A LOS QUE MIRABA CON OJOS SENCILLOS

Sólo la mirada del sencillo es capaz de descubrir con admiración la acción del
Espíritu en los hermanos. Todos sabemos cómo el Espíritu distribuye sus
dones con profusión, pero no de manera uniforme. Lo mismo que tenemos una
fisonomía corporal que nos diferencia de los demás, así también la evolución
espiritual que cada uno seguimos bajo la acción de la gracia va marcando los
rasgos de nuestra fisonomía espiritual. Saber captar estos rasgos en cada uno
supone una cualidad hermosa y constructora.

Francisco de Asís, que tenía ojos y corazón sencillos para cantar al sol, a los
pajarillos, al agua, y a todas las criaturas, los tenía muy atentos para captar y
admirar los dones de sus hermanos y no temía llegar a proponerlos como
facetas de un ideal. Reuniendo las cualidades de todos aparecía el boceto del
hermano perfecto, con lo que cada hermano se sentía apreciado por él, daba
gracias a Dios por el carisma recibido y encontraba estímulo reconociendo
que aún estaba lejos del ideal y que le quedaba mucho que aprender de
aquellos con los que se codeaba cada día, de ¡los hermanos que Dios le
había regalado!

"Será un buen hermano menor aquél que reúna: ... la fe del hermano Bernardo
que con el amor a la pobreza la poseyó en grado sumo; la sencillez y pureza
del hermano León; la cortesía del hermano Ángel; la presencia agradable y el
porte natural, junto con la conversación elegante y devota del hermano Maseo;
la elevación de alma por la contemplación del hermano Gil; la virtuosa y
continua oración del hermano Rufino; la paciencia del hermano Junípero y el
supremo deseo de imitar a Cristo en el camino de la cruz; la fortaleza
espiritual y corporal del hermano Juan; la caridad del hermano Rogerio; la
solicitud del hermano Lúcido ... " (Spc 85): he aquí como Francisco de Asís
veía a sus hermanos y los estimulaba al mutuo aprecio y santa emulación.

CON ENTRAÑAS DE MISERICORDIA

Quizá la nota más impresionante, con la que en conformidad con el Evangelio


Francisco dejó marcada la espiritualidad de su Orden hasta nuestros días, sea
la misericordia.

La fraternidad es una flor delicada que no se hace de una vez para siempre. Si
se quiere que viva, hay que crearla cada día con amor siempre nuevo. El
pecado, la limitación y otras muchas cosas amenazan con turbar las más puras
y santas relaciones. ¿Qué hacer ante las caídas que amenazan deteriorar la
fraternidad?

"Si alguno de los hermanos, por instigación del enemigo, peca gravemente,
esté obligado a recurrir al guardián. Y ninguno de los hermanos que sepa que
ha pecado lo abochorne, ni lo critique, sino que tenga para él gran compasión
y mantenga muy en secreto el pecado de su hermano porque no son los sanos
los que necesitan de médico, sino los enfermos (Mt 9, 12). Y si el hermano
peca venialmente, confiésese con un hermano sacerdote, y si no hay allí
sacerdote, confiéselo con un hermano suyo cualquiera, hasta que tenga un
sacerdote hermano que le absuelva canónicamente. Y estos hermanos no
tengan en absoluto potestad de imponer ninguna otra penitencia que ésta: vete
y no vuelvas a pecar (Jn 8,11)" (Carta M.14-20).

No había en su corazón una exigencia perfeccionista para los demás, sino esa
inmensa comprensión que sabe esperar el momento de la gracia en el
hermano. Es la humildad que no puede echar en cara nada, porque uno se sabe
hecho del mismo barro. Es el amor al estilo de Jesús, el Señor. De esta
misericordia que redime sabían no sólo los hermanos de hábito de San
Francisco, sino cualquiera que hubiese caído.

Nos cuentan las Florecillas cómo llegaron un día al eremitorio de Monte


Casale unos bandidos a pedir que se les diera de comer. Fray Ángel aprovechó
la oportunidad para reprochar con dureza a los bandidos sus robos,
asesinatos... y la desvergüenza de ir todavía a aprovecharse del fruto de las
fatigas de los frailes. Después los despidió deseando no volver a verlos jamás
por allí.

Cuando regresó Francisco, Fray Ángel le contó "la visita de los bandidos" y
cómo los había recriminado duramente. No aprobó el Santo aquella acción,
sino que le causó pena. No es así como nos enseñó el Señor. Al momento le
entregó su alforja con todo lo que tenía y envió al fraile en busca de los
bandidos para pedirles perdón...

Aquellos hombres, asombrados, no acababan de creer lo que veían sus ojos, y


mientras vaciaban con apetito la alforja del hermano Francisco empezaron a
razonar: ¿Qué hace este fraile bueno pidiéndonos perdón a nosotros por unas
palabras que al fin son verdad? Y... ¿Qué hacemos nosotros que no tememos a
Dios con pecados tan graves?

Como consecuencia, los tres, siguiendo a Fray Ángel, volvieron al eremitorio


confusos a preguntar qué debían hacer. Francisco les habló largamente de la
misericordia de Dios, y mientras escuchaban despertó en su corazón el
arrepentimiento y una nueva vida. Ya no querían separarse de los hermanos...
Pero... ¿llegaría la misericordia de Francisco hasta aceptar en la fraternidad
como frailes a unos hombres que hasta no hacía más que unos minutos habían
sido unos bandoleros? ¿No sería una imprudencia, una temeridad? Francisco
los recibió al instante. Y los tres vivirían después entregados a la oración y a
la penitencia hasta morir santamente. ¡La misericordia de Francisco les había
transparentado la misericordia del corazón de Dios!

CON TERNURA DE MADRE

La Biblia, cuando habla del amor de Dios dice que nos acoge en su seno con
la ternura de una madre.

Esto mismo es lo que quería Francisco: "Y manifieste el uno al otro su propia
necesidad, para que le encuentre lo necesario y se lo proporcione. Y cada uno
ame y nutra a su hermano, como la madre ama y nutre a su hijo (l Ts 2, 7) en
las cosas para las que Dios le diere gracia. Y el que no come no juzgue al que
come" (1 Regla).

Así era aquella "fraternidad" en la que el cuidado y solicitud por el hermano


concreto no quedaba a merced de un superior. Todos y cada uno son
responsables en el servir, en el soportar, en el complacer, en el comprender, en
el amar.

Francisco intuía las penas, las tentaciones de sus hermanos, y trataba de


ofrecerles su afecto, un escrito, una bendición, un abrazo, una palabra, todo lo
que pudiera abrir el camino hacia la paz y la alegría del hermano necesitado.
No vacilaba en comer a media noche con un hermano que tenía necesidad,
para que no se sintiese humillado, ni madrugar al alba para satisfacer el
capricho de un enfermo que quería uvas.

No temía que abusasen de su generosidad. Yendo de camino con otro


hermano en un día de invierno, les salió al paso una mujer pidiendo limosna.
Francisco se quitó el paño, que le hacía de capa, y se lo dio para que se hiciese
una saya. Aquella mujer marchó contenta a su casa y se apresuró a meter la
tijera, pero... no le llegaba la tela. Se apresuró a alcanzar a su bienhechor para
decirle que necesitaba más paño. Francisco, mirando al hermano que se
protegía del frío con un paño parecido, exclamó: "¿Oyes lo que dice esta
pobrecilla? Mira, soportemos por amor de Dios el frío, y da ese paño a la
viejecita para que se pueda completar la túnica" (Spc 29).

En otra ocasión acudió al convento la madre de dos Hermanos Menores,


viuda, pidiendo que le ayudasen en la extrema necesidad en que se hallaba.
Enseguida Francisco buscó con qué socorrerla, pero... tampoco ellos tenían
nada. Únicamente un ejemplar del Nuevo Testamento, del que se servían los
hermanos para las lecturas del Oficio Divino a falta de breviarios para todos.
No vaciló el Pobrecillo y le entregó el libro a la mujer para que lo vendiese.

Por toda explicación y justificación de lo que acababa de hacer, dijo a sus


hermanos: "Más vale vivir el Evangelio que leerlo".

QUE TU PALABRA SEA DIGNA


Por Enrique Goiburu

La Sagrada Escritura es el punto de referencia para valorar todas nuestras


actitudes. Allí vemos cómo nuestras palabras son algo más que un mero
sonido o un medio de comunicación humana. Son la expresión de toda la
persona y participan de su dinamismo edificante o destructivo.

Para nosotros, discípulos de Jesús, la palabra tiene un alcance aún más


relevante.
Somos discípulos de la Palabra del Dios-Amor, hecha carne, y nos mueve su
mismo Espíritu que se reparte en lenguas de fuego sobre su Comunidad. Esta
Palabra de Dios, que es Jesús, ha venido a ser para nosotros la Bendición y la
Salvación; y el Aliento Santo, tan asociado a la vitalidad de la Palabra, es la
Comunicación de Amor de Dios en nosotros.

Tanto la Palabra como el Espíritu, que son expresión y comunicación de Dios,


son entregados y regalados para la Comunicación eclesial, para su
consistencia, crecimiento y edificación.
En este contexto podremos valorar el peso y alcance de nuestras palabras
humanas. Por pura bondad del Padre nos hallamos insertos en el misterio de
su Hijo Jesucristo y de su mismo Espíritu. Por El y en El, como miembros de
su Cuerpo, somos Expresión y Comunicación del Dios audible y palpable.

Sólo en su Iglesia se hacen perceptibles, por la acción del Espíritu, la


Salvación y el Amor de nuestro Dios. Y en cuanto que nosotros somos Iglesia,
nuestras mismas personas son también significativas y comunicativas de la
Gracia del Señor. Por lo que nuestras palabras son de un gran alcance. En
expresión de Santiago "de una misma boca proceden la bendición y la
maldición" (St 3, 10).

I.- NO SALGA DE VUESTRA BOCA PALABRA DAÑOSA.

El nuevo Testamento contempla el aspecto negativo de la palabra humana la


cual por su efecto nefasto se puede convertir en maldición, es decir, en el eco
inverso de la Palabra Divina realizadora de la Creación, en vado, muerte y
destrucción.

Comprendemos así como para nuestro Señor, Jesús, no hay palabras


insignificantes o neutras, porque siempre expresan y comunican el contenido
del corazón humano: "De lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre
bueno, del buen tesoro saca cosas buenas; el hombre malo, del mal tesoro saca
cosas malas. Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán
cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por
tus palabras serás condenado" (Mt 12,34-37).

"Ociosa" es lo mismo que "vana", trivial, innecesaria. Manifiesta un corazón


incultivado, estéril y negligente (cf.: ?Ef 5, 4-5). San Pablo relaciona la
ociosidad y la pereza, que producen vaciedad en las palabras, con el
chismorreo y la mentira (cf.: 1 Tm 5, 13; Tt 1, 12).

Y aún más cuando llega a decir: "Lo que sale de la boca viene de dentro, del
corazón, y eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón
salen las malas intenciones... falsos testimonios, injurias. Eso es lo que hace
impuro al hombre" (Mt 15, 11; 18-20). La boca es el conducto por el que se
exterioriza el corazón. La línea de demarcación entre la "palabra" y la
"acción" es muy tenue: lo que hace impuro al hombre no es tanto la palabra
como el estado de podredumbre de su corazón, que lo expresa con sus
palabras hirientes o mentirosas lo mismo que con sus acciones. Comunicamos
a los hermanos nuestro estado interior de muerte cuando los herimos con
nuestras palabras.

Por esto es Jesús tan intransigente: "Todo aquél que se encolerice contra su
hermano, será reo ante el tribunal pero el que llame a su hermano "imbécil",
será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado" será reo de gehenna de
fuego" (Mt 5, 22). Como el Nuevo Moisés que proclama la Buena Noticia del
Reino manifiesta la superioridad y la interioridad de la Nueva Alianza
respecto a la Ley Antigua y expone cómo debe ser el "corazón" de sus
discípulos.

El Señor nos dice que más allá de la pasión de ira y de los insultos que pueden
ser corrientes debemos ser intransigentes con el interior del hombre. La ira
interior queda prohibida porque es una pasión tan culpable como el asesinato,
ya que impulsa al crimen. Las expresiones de ira en el lenguaje merecen
castigos similares a los que los tribunales infligen a los homicidas. El fuego de
gehenna era el símbolo de la maldición, incluso de la maldición eterna, en
cuanto castigo final infligido por Dios mismo. El Dios que es Amor es
intransigente con el odio o rencor que podemos guardar vivo en nuestro
interior y que nos lleva a herir al hermano con las palabras.

San Pablo escribe a los Efesios: "Desechad la mentira... pues somos miembros
los unos de los otros No salga de vuestra boca palabra dañosa… Toda acritud,
ira, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad desaparezcan de entre
vosotros" (Ef 4, 25-31). "La fornicación, y toda impureza o codicia, ni
siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos. Lo mismo
que la grosería, las necedades o las chocarrerías, cosas que no están bien" (Ef
5, 3-4). Y a los Colosenses: "Mas ahora desechad también vosotros todo esto:
cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca.
No os mintáis unos a otros. Revestíos del Hombre Nuevo" (Col 3,8-10).

Podríamos clasificar en tres tipos los pecados de palabra que el Apóstol


considera indignos del cristiano: la mentira, las palabras que manifiestan el
egoísmo sensual y las contrarias al amor del prójimo.

La mentira entre creyentes rompe la unidad del Cuerpo Místico y es ofensa al


Espíritu que es la Comunión en Cristo Jesús. Es asociarse con "el padre de la
mentira", colaborar en la obra del "separador", del diablo. Por eso divide a la
persona que la dice y promueve la desintegración de las relaciones fraternas.

Por lo que respecta a las palabras que expresan el egoísmo sensual, San Pablo
exige que no sólo se excluya toda impureza relacionada con la materia sexual,
sino que ni siquiera se mencione entre cristianos, porque la persona del
creyente está consagrada a Dios, sellada por el Espíritu: "El cuerpo es para el
Señor y el Señor para el cuerpo. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son
miembros de Cristo?.. ¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu
Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios y que no os
pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto a Dios en
vuestro cuerpo" (1 Co 6, 13-20).

Aquel que es impuro, aunque nada más sea en sus palabras, no pertenece a
Cristo Jesús. Es esclavo del ídolo y no tiene parte en el Reino de Dios y de
Cristo.
El discípulo de Jesús está totalmente consagrado al Señor: su boca, su lengua,
sus palabras no pueden servir más que para su Señor y por tanto serán
palabras de alabanza y bendición de Dios.

Las palabras contrarias al amor fraterno son los gritos, la maledicencia, las
discusiones necias y su consecuencia, los altercados. Son expresión de los
pecados internos del corazón, especialmente de la amargura y de la acritud,
que son actitudes del hombre viejo opuestas a la mansedumbre y a la
comprensión fraterna. A este propósito escribe el autor de la Carta a los
Hebreos: "Poned cuidado... en que ninguna raíz amarga retoñe ni os turbe y
por ella llegue a inficionarse la comunidad" (Hb 12, 15). Las palabras de
crítica, inconcebibles también en el cristiano, suponen atribuirse una función
que sólo pertenece al Señor y que Él en su inmensa misericordia no quiere
adelantar, pues la reserva hasta el día final en que vendrá a "juzgar a vivos y
muertos".

El Apóstol Santiago llega a decir: "No habléis mal unos de otros. El que habla
mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la Ley; y si juzgas a la
Ley, ya no eres cumplidor de la Ley, sino un juez. Uno solo es el legislador y
juez que puede salvar o perder. En cambio tú, ¿quién eres para juzgar al
prójimo?" (St 4, 11-12).

El juzgar, el criticar, el chismorrear, roen la vida del hermano y destruyen la


Comunión eclesial: "La lengua es fuego, es un mundo de iniquidad... es uno
de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno,
prende fuego a la rueda de la vida desde sus comienzos... Con ella bendecimos
al Señor y al Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de
Dios... "(St 3,1-12).

La conclusión de cuanto hemos visto es que, según las Sagradas Escrituras, las
palabras vacías, dañosas o podridas son una manifestación del "Misterio de la
iniquidad" (2 Ts 2, 7) que ya está actuando por su instrumento que es "el
padre de la mentira" (Jn 8, 44). Y que los mentirosos, los de lenguaje
escabroso y los de lengua de doble filo son sus colaboradores.

Los discípulos de Jesús, en cambio, han de evitar toda palabra que pueda
destruir el Amor o enturbiar las relaciones fraternas y la comunión eclesial.
Sabiendo que esto es difícil y que "si alguno no cae hablando es un hombre
perfecto" (St 3, 2), pedimos al Señor de lo imposible: "Pon, Señor, guardia a
mi boca y vela a la puerta de mis labios" (Sal 141,3), o más bien, que abra
nuestros labios para que nuestra boca publique su alabanza (Sal 51, 17).
II.- LA PALABRA BUENA Y PROPICIA PARA LA EDIFICACION

Si nuestras palabras revelan el fondo de nuestro corazón, ponen de manifiesto


cuál es nuestra relación con el Señor y pueden ser una bendición y alabanza.

Por el contrario, bendecid. "Bendecid a los que os maldigan, rogad por los que
os difamen...“ (Lc 6, 28): de esta forma enseña Jesús a amar a los enemigos
para que seamos "hijos del Altísimo" (Lc 6, 35). Bendecir a los que nos
maldicen y maltratan (la palabra griega significa desprecio, envidia, mala
voluntad) no sólo exige decir dirigir una palabra buena al enemigo, sino ser
para él un don, una manifestación de la generosidad recreadora y vivificante
de Dios.

San Pablo repite lo mismo: "Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis"


(Rm 12, 14). Y San Pedro: "No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto;
por el contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición"
(1 P 3,9).

Si el discípulo de Jesús ha sido "bendecido con toda clase de bienes


espirituales" (Ef 1,3), debe ser con su palabra y misericordia bendición de
Dios para sus propios enemigos. Bendecir al que maldice, maltrata o insulta es
comunicarle "toda clase de bienes espirituales".

Pero, ¿qué han de tener nuestras palabras para llegar a ser bendición en favor
de los enemigos? He aquí las actitudes que nos enseña San Pablo para con
aquellos que no tienen "el perfecto conocimiento de la verdad", de forma que
nuestras palabras tengan un efecto evangelizador: "Evita las discusiones
necias y estúpidas, tú sabes bien que engendran altercados. Y a un siervo del
Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a enseñar,
sufrido y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les
otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad y volver al
buen sentido, librándose de los lazos del diablo que los tiene cautivos,
rendidos a su voluntad" (2 Tm 2, 23-26). Es así como la palabra cortés, fina
con todos, dicha con dulzura, puede ser bendición.

Enseñar con amabilidad y corregir con mansedumbre, ser manso y humilde de


corazón tienen siempre un efecto evangelizador y salvador para aquél que no
cree, y quizá sea la gracia especial que necesita para que Dios transforme su
corazón.

Palabra "que sea conveniente para edificar" (Ef 4, 29). Respecto a los
hermanos en la fe San Pablo dice: "Hablad con verdad, pues somos miembros
los unos de los otros... Salga de vuestra boca la palabra buena y propicia para
la edificación oportuna a fin de que otorgue una bendición divina a los que os
escuchan" (Ef 4,25-31). El contexto de estos versículos trata de los principios
de la renovación espiritual, de la vida nueva en Cristo, "como conviene a los
santos" (Ef S, 3).

En Cristo Jesús Resucitado el creyente ha llegado a ser un hombre nuevo,


renovado por el Espíritu, que lo sella y marca definitivamente, por lo que sus
palabras deben ser siempre buenas y verdaderas, como una exigencia de la
fidelidad al Cuerpo de Cristo, a la comunión y unidad de este Cuerpo.

Este cuerpo es la comunidad eclesial, edificio que tiene a Cristo como piedra
angular (Ef 2, 19-22; 4, 12-16), y del que todos somos "piedras vivas" (1 P 2,
5), miembros cuya función es el último crecimiento y el de todo el organismo.
Es una construcción que continuamente crece y se desarrolla.

Las palabras del cristiano, por consiguiente, no pueden ser sino "edificantes",
constructivas, que contribuyan al crecimiento de los hermanos y al desarrollo
y vitalidad del organismo. "Todo cuanto hagáis de palabra y de boca, hacedlo
todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre"
(Col 3, 17): También cuentan los detalles insignificantes de la vida de un
discípulo de Jesús.

Porque somos comunidad. Todos los bautizados formamos la comunidad


cristiana, el nuevo Israel, y somos "elegidos de Dios, santos y amados". La
caridad es el vínculo que nos une en "la paz de Cristo" y en la "vocación de un
solo cuerpo". En San Pablo la edificación está estrechamente vinculada a la
epíclesis (bendición) y a la palabra de aliento (1 Ts 5,11; 1 Co 14,3 Hb 12,13).

Entonces son una auténtica bendición espiritual. A través de palabras así


dichas en la verdad, con mansedumbre y dulzura, con sentido también del
humor, el Señor se manifiesta en la comunidad y realiza su obra salvadora en
el hermano que las escucha, y el Cuerpo de Cristo se edifica y crece siendo
más y más Morada de Dios en el Espíritu.

Ya que somos "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo


adquirido para proclamar las alabanzas de Aquel que nos ha llamado de las
tinieblas a su luz admirable" (1 P 2, 9), "ofrezcamos sin cesar, por medio de
Jesús, a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que
celebran su nombre". (Hb 13, 15).

LA PALABRA EN DIOS ES:

- Fuego, martillo que golpea la peña (Jr 23,29)

- Como la lluvia y la nieve que descienden de los cielos (Is 55.10)


- Nos engendra a la vida divina (St 1, 18)

- Fuerza que nadie puede encadenar (2 Tm 2, 9)

- Viva y eficaz, más cortante que una espada de dos filos (Hb 4. 12)

- Reconciliación ((2 Co 5,19)

- Fuerza de Dios para la salvación (Rm 1, 16; Hch 13, 26)

- Espíritu y vida (Jn 6,63)

- La espada del Espíritu (Ef 6, 17)

23 - LOS DIRIGENTES.

EL "HOMBRE ESPIRITUAL"
Si leemos el Nuevo Testamento con un corazón abierto y sencillo, dejándonos
iluminar por la acción del Espíritu, el único que "os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26), en frase del mismo Jesús,
sólo entonces podemos esperar que El, que está en el Padre, se nos manifieste
(Jn 14,21).

Jesús se presentó como el Ungido por el Espíritu, el "Cristo": "El Espíritu del
Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena
Nueva...” (Lc 4, 18). Su vida se movió siempre bajo la acción del Espíritu:
"lleno del Espíritu Santo se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu
en el desierto" (Lc 4. 1), y "por el Espíritu de Dios expulsaba a los demonios",
manifestando así que había llegado el Reino de Dios (Mt 12,28).

En la vida de Jesús hubo momentos de gran efusión del Espíritu, no sólo en el


Bautismo del Jordán y en la Resurrección, sino en varias ocasiones de su vida
de ministerio, que le indujeron a una ferviente alabanza al Padre: "en aquel
momento se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: "Yo te bendigo,
Padre, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has
revelado a pequeños... " (Lc 10, 21).

San Pablo nos lo presenta como "el último Adán" que fue hecho "espíritu que
da vida" (1 Co 15,45).

"En esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha
dado" (1 Jn 3, 24). Y si no tenemos su Espíritu, bien porque lo hemos dejado
apagar (1 Ts 5,19), o bien porque bloqueamos su acción con nuestra
resistencia o pecado, "el que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece"
(Rm 8,9).

El cristiano, que ha "nacido del Espíritu", en su realidad más propia, en cuanto


tal, "es Espíritu" (Jn 3, 6), o, como diría San Pablo, "hombre espiritual" (1 Co
2.15).

Llevar una "vida espiritual" y "ser espiritual" no es más que dejar que el
Espíritu de Dios habite en nosotros (Rm 8,9; 1 Co 3,16), ya que por la fe en
Jesucristo hemos recibido "el Espíritu de la Promesa" (Ga 3. 14), hemos sido
"sellados" (Ef 1. 13), y por consiguiente, lo propio nuestro es "vivir según el
Espíritu" (Ga 5, 16), "ser conducidos por el Espíritu" (Ga 5. 18), dejarse
llenar, bautizar, invadir por su presencia.

Y si el Espíritu es Amor derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5), y el


amor asemeja, configura y transforma a las personas, como podemos apreciar
hasta en los mismos rasgos fisonómicos, sin duda que nos hace cada vez más
parecidos a El y nos reviste de su misma gloria (Jn 17, 22), y así "reflejamos
como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa
misma imagen, cada vez más gloriosos" (2 Co 3, 18).

Si así es el cristiano en su ser, en el orden de la acción tiene que ser


"espiritual", es decir, debe obrar "según el Espíritu" (Ga 5, 25).

Sólo por la fuerza y la acción del Espíritu puede conocer en orden a la


salvación (1 Co 2,12), amar (1 Jn 4,7-19), orar como conviene y alabar al
Padre (Rm 8, 26•27), ser fortalecido (Hch 1, 8; Ef 3, 16), dar testimonio y
confesar que "¡Jesús es el Señor!" (1 Co 12, 3), proclamar la Palabra de
salvación (1 Co 2,13) y obrar con el poder de Dios (1 Ts 1,5).

La Iglesia necesita hoy hombres de espíritu, maestros "espirituales" que


puedan guiar a otros.

En toda acción ministerial hay que dar aún más oportunidad a la acción del
Espíritu.

De manera especial en:


- la proclamación de la Palabra,
- en las celebraciones litúrgicas en las que se respire más su hálito profundo y
no queden en frío ritualismo,
- en la oración pública y comunitaria,
- en las comunidades cristianas y en los hombres dedicados al ministerio, al
pastoreo,
a la enseñanza.

El Espíritu no se puede disimular: se trasluce en las expresiones, gestos,


palabras, actitudes, se irradia y comunica a los demás.

CUALIDADES PERSONALES Y
COMUNITARIAS
DEL DIRIGENTE DE R.C.
Por Rodolfo Puigdollers

Instrucciones de S. Pablo

Hay varios textos de la Sagrada Escritura, sobre todo de las cartas de S. Pablo,
que nos indican cuáles han de ser las cualidades de un dirigente cristiano. En 1
Tm 3,1-7 nos indica las cualidades del epíscopos; en 3, 8-13 las cualidades
del diácono; en 5, 17-25 las cualidades del presbítero; en Tt 1, 6-9 nos
vuelve a hablar de las cualidades del epíscopos. De todos estos textos vamos a
fijarnos en el primero, que es el que nos presenta de una forma más
catequética las cualidades de un dirigente.

Importancia de este ministerio

Empieza S. Pablo diciendo que este ministerio es una "gran función" (1 Tm


3,1), es decir, un ministerio importante. Ya desde el principio las comunidades
cristianas aparecen con unos dirigentes (cf. Hch 2, 42; 4, 35; 6, 5-6; 13, 1; 14,
23; 15, 6.22; 20,17). En contraste con los dones brillantes de curaciones,
milagros, profecía, está el trabajo oscuro y sin brillo del servicio de la
asamblea de oración y de dirección del grupo. Es un servicio que carece de
todo aliciente humano y que sólo representa un trabajo humilde, caritativo y
silencioso, pero importantísimo dentro de las comunidades. La marcha de los
grupos de oración y de las comunidades depende, en gran parte, de la calidad
de sus dirigentes.

1.- CUALIDADES PERSONALES

Dice S. Pablo: "es necesario que el dirigente sea intachable: profundamente


enamorado de su mujer, sobrio, equilibrado, educado, hospitalario, capaz de
enseñar; no dado al vino ni violento, sino comprensivo, enemigo de
discusiones, desprendido del dinero" (1 Tm 3, 2-3).

Intachable: cuanto mejor sea el dirigente, mejor para el grupo.


Profundamente enamorado de su mujer: no sólo una armonía y fidelidad
conyugal, sino también, profundamente metidos ambos en la Renovación.
Indudablemente cada uno debe vivir su ritmo de vida en el Señor, pero a nivel
de vivencia de la Renovación debe haber una experiencia conjunta; de lo
contrario, surgen problemas. Si esta armonía no se da es mejor no ser
dirigente, por el bien del matrimonio y de todos.

En los dirigentes no casados hay que esperar también una auténtica


integración de la sexualidad, con madurez. Esto supone una opción de vida.
Los miembros demasiado jóvenes es mejor que no sean dirigentes.

Sobrio: sobriedad significa austeridad. Pablo VI ponía como lema de la


Renovación: "bebamos alegres la sobria efusión del Espíritu" (S. Ambrosio).
Donde está el Espíritu está la sobriedad. Esta se expresa en el comer, en el
vestir, en el hablar, en el vivir; se expresa también en las manifestaciones
afectivas, sobriedad en los lloros, en los suspiros, en los abrazos.

Equilibrado: libre de desequilibrios psíquicos y emocionales graves. Una


persona con carácter firme y estable, probado y fortalecido en la tribulación.
El dirigente lleva el peso del grupo, el peso de muchos hermanos. J. Loew ha
escrito: "debéis aprender a no ser esa especie de caballero solitario que entra,
que sale, que hace lo que quiere, sin preguntar ni someterse a nadie; ni aquella
especie de flor sensitiva que nadie puede tocar sin que se produzca un drama;
ni aquel razonador que parece encantado en discutir, en oponerse a los otros;
ni aquel testarudo que vuelve siempre sobre las mismas cosas
incansablemente" (Seréis mis discípulos. p. 120).

Educado: algo muy sencillo, muy elemental, pero muy importante. El


dirigente es una persona de continuas relaciones interpersonales.

Hospitalario: el ministerio del dirigente es un ministerio de unidad. Ha de


saber acoger.

Capaz de enseñar: capaz de enseñar con el ejemplo.

No dado al vino: ni a ningún otro vicio.

Ni violento: no como esas personas que se descontrolan con tanta facilidad,


sino pacífico.

Comprensivo: con esa madurez que cubre multitud de pecados, que es capaz
de comprender tantas cosas, que sabe pasar por alto las incomprensiones.

Enemigo de discusiones: el dirigente no es guardián de la ortodoxia, sino


instrumento de paz. Siempre atento al crecimiento del grupo.
Desprendido del dinero: otro aspecto importante de la sobriedad.

2.- CUALIDADES COMUNITARIAS

S. Pablo dice: "tiene que llevar bien su propia casa, de modo que sus hijos le
obedezcan por su autoridad moral, porque si uno no sabe llevar su casa,
¿cómo va a cuidar de la asamblea de Dios?" (1 Tm 3,4-5).

No sólo se requieren unas cualidades personales, sino también unas cualidades


comunitarias: el dirigente es fundamentalmente el hombre de la comunidad, el
ministro de la unidad. Esto supone tres dimensiones:

a) una persona que haga crecer a su alrededor los carismas: no una


persona que tenga muchos carismas, sino que haga crecer carismas a su
alrededor. Algunos tienen más bien la tendencia contraria, la tendencia a
apagar carismas; es mejor que el dirigente tenga menos carismas pero que
haga crecer los carismas de los demás, que sepa descubrirlos y reconocerlos.

b) que sepa mirar por el bien de todos: qué es lo que va bien a todos, qué es
lo que hará crecer a los más débiles y a todo el grupo; es el que sabe captar
que todo es bueno, pero que no todo es conveniente en un momento dado.

c) que sepa mantener la unidad: su ministerio fundamental es el de la


unidad del grupo; por eso no puede ser fuente de división. Su autoridad no
puede ser despótica. Debe ser una persona respetada y aceptada por todos de
un modo natural; que los demás vean en el dirigente algo que les lleva por sí
mismo a una aceptación y respeto. Debe cuidar la "asamblea de Dios". No es
el grupo de fulanito o de fulanita, es el grupo de Dios. El dirigente debe ser
una persona que no se siente dueño del grupo, es más, una persona que no sea
insustituible. Quien aparece como insustituible significa que ha dejado de ser
servidor y se está convirtiendo en dueño.

Ha de ser una persona que tenga un sentido eclesial de comunión con los
demás. Hay personas que crean comunión dentro del propio grupo, pero que
no crean comunión con los demás grupos, con la diócesis, con el Obispo. El
dirigente ha de ser el hombre de la unidad interna y de la unidad con la
Iglesia.

3.- MADURO EN LA FE

Dice S. Pablo: "que no sea recién convertido, no sea que, llevado por la
soberbia, el diablo tenga de qué acusarle (1 Tm 3, 6). En otro lugar comenta
este mismo aspecto diciendo: "ha de ser fiel a la doctrina auténtica, para que
sea capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios" (Tí
1,9).

Esto supone en primer lugar personas con una experiencia espiritual, personas
de oración, personas que no estén recién convertidas, personas que hayan
crecido en la fe.

Igualmente personas católicas. Para ser dirigente de un grupo católico se debe


ser católico. No sólo de nombre, sino también haber descubierto ciertos
aspectos muy importantes del sentir católico: la dimensión sacramental, el
sentido ?del Bautismo, de la Confirmación, de la Eucaristía, de la
Reconciliación, el ministerio sacerdotal, la escucha de la Palabra en la
comunidad, el sentido del magisterio, el ministerio del Papa, el ministerio de
María. etc.

También personas que hayan captado profundamente lo que es la Renovación


Carismática. Algunos ven en ella simplemente una renovación de la piedad o
una devoción nueva, un método para avivar la liturgia o la vida parroquia1. La
renovación, ha dicho Ralph Martin, "es una verdadera revolución de nuestra
mentalidad, que produce un cambio radical en nuestra manera de
relacionarnos". El dirigente ha de haber comprendido lo que es la fuerza del
Espíritu Santo, haber pasado de "mis" dones, "mi" tiempo y "mi" dinero a
nuestros dones, nuestro tiempo y nuestro dinero. Es el paso de trabajar juntos
cuando existe armonía y alegría, a trabajar juntos a pesar de todo, en la
enfermedad y la salud, en la prosperidad y en la adversidad. Si no hay
compromiso profundo con la Renovación no hay posibilidad de ser un
dirigente.

4.- CON BUENA FAMA

Dice S. Pablo: "es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera,
para que no caiga en descrédito y en las redes del diablo" (1 Tm 3.7).

No se trata de una estrategia, ni de buscar honores o buscar que los demás


vean bien al grupo, sino de ese buen sentido común y profundo de que el
grupo de oración está llamado a realizar algo en medio de la comunidad
cristiana y que, por lo tanto, ha de dar testimonio, no escándalo.

El dirigente ha de tener buena fama ante los demás por su equilibrio, su vida
cristiana, su compromiso. Si los dirigentes no tienen capacidad de dar
testimonio, porque por sí mismos son causa de escándalo, entonces desaparece
toda posibilidad de testimonio. El comportamiento de una persona,
especialmente de un dirigente, puede convertirse en un obstáculo para que los
demás se acerquen a captar la gracia de Dios.
¿ COMO ES EL AUTENTICO LIDER
DE LA R.C.?
Por Tomas Forrest

De la charla que el P. Tomás Forrest pronunció en la Semana para


Dirigentes, celebrada en Burgos, Agosto de 1.979. Extractamos algunas
ideas.

La Renovación Carismática, por medio de esta gran efusión del Espíritu


Santo, más que un movimiento popular es una renovación del liderazgo de la
Iglesia. Esto quiere decir renovación sacerdotal, pero también renovación
laica, porque los laicos tienen que desempeñar una gran parte en esta función
de pastorear a las ovejas.

Si decimos que dentro de la Renovación hay problemas, dificultades, y hasta a


veces puede haber escándalos, siempre podremos expresar todos los
problemas y dificultades con una sola palabra: los líderes: es decir, por falta
de líderes auténticos.

¿Cómo es el líder auténtico de la R.C.? ¿Cuáles son sus cualidades?

1) Ante todo es un hombre de oración. El líder para ser líder debe hablar
con Dios. Si no habla con Cristo ¿cómo va a poder decir: "soy su discípulo"?
Debe escuchar en oración y obedecer la voz del Señor. A través de la oración
debe llegar a conocer a Dios, a Dios su Padre, a Dios su Salvador, hermano y
amigo, a Dios huésped de su alma.

Debe discernir, y para discernir tiene que orar. No hay discernimiento posible
sin oración. Debe ser testigo del Cristo que se apartaba para orar.?

2) Es hombre o mujer de estudio. San Francisco de Asís dijo una vez que el
sacerdote que no estudia es más peligroso que el pecado. Los sacerdotes han
tenido que estudiar al menos durante sus años de seminario. Si nosotros no
estudiamos, somos un peligro porque guiaremos por caminos de confusión.

Debemos entender bien lo que es esta Renovación. Si somos líderes de la


Renovación, hemos de tener un concepto muy claro de lo que es, una visión
del plan y del propósito del Señor.

Hemos de estar preparados para poder criticar "ciertas fuentes de doctrina" de


aquellos que hablan con tono de autoridad, pero que no andan en la verdad.
Debemos conocer la literatura católica de la Renovación. Ustedes aquí en
España están produciendo buena literatura, y poco a poco llegarán a producir
más. Hay una rica literatura carismática que nos puede ayudar a profundizar y
nos capacitará para bregar contra malas interpretaciones que a veces se dan
con tremenda autoridad.

El líder auténtico debe saber decir: "No sé, pero voy a estudiar: no sé, pero
voy a orar; no sé, pero voy a consultar": esto es sabiduría combinada con
humildad.

Por ser líder no debes pensar que a cada pregunta has de contestar con
autoridad. Nadie espera que lo sepas todo.

3) Debe estar guiado por el Espíritu Santo. Así como el Espíritu Santo
condujo a Jesús al desierto, después de haber sido bautizado en el Jordán, así
también ahora tiene que guiar a todo aquel que conduce a otros. Él nos dará su
poder si dejamos que nos guíe, puesto que la meta que nos proponemos
sobrepasa nuestras fuerzas. Decir "Sí" al Espíritu Santo, cueste lo que cueste,
y dejarse mover por El: sin esto no se puede ser líder de la Renovación. Decir
siempre "Sí" al Espíritu.

4) Tiene responsabilidad y autoridad. Ser responsable quiere decir tener que


rendir cuentas ante el Señor del rebaño, de su crecimiento, del éxito del grupo
que es aquello que Dios quiere. "¡Ay de vosotros, pastores!", dice el Señor.
Esto nos hace ver que si frente a Dios tenemos responsabilidad de estas
ovejas, también tenemos sobre ellas autoridad. Si Dios quiere que guíe a este
grupo, debo guiarlos con cierta autoridad. No estoy simplemente para ofrecer
sugerencias, consejos y que después hagan lo que quieran.

El espíritu del mundo de hoy no sabe interpretar la autoridad como un bello


servicio cristiano.
Una autoridad llena de amor, pero autoridad que controle las situaciones y
asegure que todo marche según el impulso del Espíritu, y por tanto proteja
contra el desorden, contra el abuso de los dones, contra las exageraciones
emocionales.

5) Debe ser humilde. El Dios a quien servimos es humilde. Los cristianos


somos los únicos en toda la historia que adoramos a un Dios humilde, hecho
hombre, nacido en un establo, conocido como "el hijo del carpintero” (Mt 13,
55), muerto en una cruz y hecho pan en un altar: "Aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón" (Mt 11,29).

En Italia, en una reunión como esta, de unos quinientos líderes de la


Renovación, me hicieron una pregunta: "¿Por qué hay desunión entre los
líderes? Yo contesté con una sola palabra: "Orgullo”.
No tratamos de ganar elecciones ni de complacer a todo el mundo. Muchas
veces tendremos que hacer lo que no obtendrá la aprobación de todos. Si
servimos a un Dios que es humilde, hemos de aprender de Él."

EL EQUIPO DE DIRIGENTES
Por Mª. Dolores Larrañaga

El equipo dirigente, o de discernimiento en los grupos de la R.C. está


formado, ordinariamente, por tres o cuatro hermanos, que tienen el ministerio
de abrir cauces para que sea realmente el Señor quien conduce a su Pueblo.
Jesús es el único Pastor, y por tanto este servicio supone, primordialmente el
procurar el clima y los medios para que se escuche la voz del Pastor y se le
siga fielmente (Jn 10,4).

Debe ser un auténtico Equipo

Los Hechos de los Apóstoles, refiriéndose a la multitud de los creyentes, dice:


"No tenían sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32). Todo grupo de
la R.C. debe tender a ese ideal, pero para el equipo dirigente es una exigencia.

Supuestas las cualidades y actitudes, ya mencionadas, en los hermanos que


ejercen este ministerio, se dará fácilmente la unidad, ya que Jesús es la vida, el
centro, el Señor de cada uno de los que componen el Equipo. Solamente El
puede hacer esta unidad, que no se realiza "por el poder de la carne ni de la
sangre”.

En el equipo, formado según la voluntad del Padre, y reunidos en nombre del


Señor Jesús, el Espíritu se hace especialmente presente, asistiéndolo con sus
luces, dones y carismas, y haciéndole sentir la paz y el gozo de su presencia, y
la seguridad de que "si confía en el Señor no la va a fallar".

Transparencia

Es este un signo de la presencia de Jesús. La transparencia excluye toda


interferencia causada por otros intereses que no sean los Suyos. "El que obra
la verdad va a la luz, para que quede manifiesto que sus obras están hechas
según Dios (Jn 3, 21). Esta transparencia no nace de un esfuerzo, es
consecuencia de la presencia del Espíritu.

Corrección Fraterna

Como consecuencia lógica, la corrección fraterna es algo connatural, ya que el


buscar sinceramente los intereses de Jesús, exige el que el equipo le sirva con
la mayor fidelidad posible, detectando todo cuanto lo pueda nublar o
entorpecer y poniendo los medios para evitarlo.

DISCERNIMIENTO

Sabiendo que el ministerio de este Equipo es el discernimiento, y discernir


significa descubrir la Voluntad del Padre, la escucha se impone como clima de
vida. a) Escucha al Señor en la Oración, b) escucha la Palabra, c) escucha de
la Profecía, d) escucha de los hermanos, e) escucha de los acontecimientos.

a) Escucha del Señor en la Oración. La exigencia de la oración personal


diaria, preferentemente de escucha, y en clima de alabanza durante el día,
llevará a los hermanos a entrar fácilmente en la oración al reunirse el equipo.
Oración que les sitúa en el clima de Dios, bajo su mirada, donde el Espíritu
puede iluminar las mentes y mover los corazones.

b) Escucha de la Palabra. Cuando un Equipo de Discernimiento tiene


conciencia de su grave responsabilidad, escucha asiduamente la Palabra de
Dios, ya que a través de ella el Señor va manifestando los planes que tiene
sobre el grupo, convirtiéndose la Palabra en la Roca firme sobre la que se
construye y en la expresión de la fidelidad de Dios. El Equipo sabe que es el
Señor quien conduce a su pueblo y que el discernimiento tiene su firme apoyo
en la Palabra.

c) Escucha de la Profecía. Es importante el discernimiento de la Profecía por


el papel que ésta desempeña en los planes de Dios. No todo lo que se dice en
tono de profecía es en realidad lo que pretende ser, pero una vez que se
reconoce como tal, el equipo de discernimiento debe acogerla con amor y
agradecimiento, para dar al Señor la respuesta que espera, y seguir sus
caminos que, ordinariamente, no son los nuestros (Conf. Is 55, 8-11). Esto
requiere una actitud de fe en que el Señor habla a su pueblo. La fe es don que
ordinariamente el Señor concede a los sencillos.

d) Escucha de los hermanos. El Señor manifiesta frecuentemente su voluntad


a través de los hermanos, de sus palabras, aspiraciones, necesidades y deseos.
La conciencia de la grave responsabilidad que pesa sobre el Equipo de
Discernimiento "como quienes han de dar cuenta de los hermanos" (Hb 13,
17) tratará de descubrir los planes de Dios en esta escucha, para en todo
momento buscar el rostro de Dios y cumplir su Voluntad, sin ser movido por
razones de prudencia humana, o de satisfacer deseos mundanos.

e) Escucha en los acontecimientos. El descubrir el plan de Dios a través de


los acontecimientos, y acoger este plan con gozo y alabanza, aunque suponga
sufrimiento y cruz, es secundar la obra del Señor sobre el grupo, sobre los
hermanos y sobre el propio equipo. Es un acto de discernimiento el
contemplar al Señor en su cruz, y alabarle y darle gracias por participar en su
Pasión que nos lleva a la Resurrección.

REUNION DE EQUIPO

Por todo lo que se ha dicho, se entiende que la reunión del Equipo de


Discernimiento no se puede desarrollar en un nivel "natural" en que se dan
"opiniones". Puede ser grave por la oposición que supone a los planes de
Dios, desconociéndolos, el que la reunión sea una confrontación de pareceres,
a nivel de razón humana, pero no de acuerdo con el querer de Dios.

Nuestra voluntad y nuestros planes no son muchas veces los del Señor, por
esto el Equipo no se reúne a hacer planes, sino a abrirse para que el Señor
manifieste los suyos.

Donde hay verdadero discernimiento las decisiones suponen un "consensus" o


sintonía de los que forman el equipo, en unión de corazones y de voluntades.
Si esto no sucede se debe orar hasta que el Señor una al equipo en un mismo
sentir.

Asuntos que debe tratar

a) Ralph Martin nos decía en la Asamblea Nacional de 1978:

"La responsabilidad más importante de todos aquellos que están al cuidado


pastoral no es primeramente organizar proyectos ni hacer planes o administrar
los detalles prácticos del grupo de oración, sino cuidar y vigilar por la vida de
las personas que están en grupo: su vida con Dios, su vida en relación con los
demás hermanos y las relaciones con aquellos que no
pertenecen al grupo.

Todo esto significa que las relaciones entre los dirigentes han de ser sanas. No
basta que trabajen juntos; lo más importante es que vivan como hermanos y
hermanas en el Señor. La vida de relación entre los dirigentes tiene que ser un
modelo y un testimonio para el resto del grupo. La calidad de las relaciones
que exista entre ellos determinará, en gran medida, la calidad de vida que
habrá en el mismo grupo.

Por tanto, los dirigentes tienen que tomar mucho tiempo, no sólo para trabajar
juntos, sino para compartir sus vidas, conocerse y amarse más. Deben buscar
la forma de responsabilizarse y de cuidar los unos de los otros. La función
primordial del liderazgo pastoral es ayudar a todo el grupo a que crezca en
amor y unidad. Y si los dirigentes no crecen en amor y unidad, será casi
imposible que el grupo crezca.
Prácticamente hablando, creo que los dirigentes deberían pasar la mayor parte
del tiempo de sus reuniones compartiendo sus propias vidas y lo que el Señor
hace en ellos; no tanto hablar de los problemas importantes que existan en el
grupo, sino más bien hablar de los problemas importantes que existan en la
vida de cada uno.

A medida que se desarrolle una buena relación entre los dirigentes, podrán
entonces cuidar y responsabilizarse de la vida de todo el grupo".

b) Al tratar del grupo o la asamblea de oración deben hacerse algunas


preguntas: ¿Está siendo el Señor realmente glorificado? ¿Cómo es la
alabanza? ¿La escucha de la Palabra? ¿La oración está movida por el Espíritu
o se detecta palabrería, protagonismos que distraen al grupo? ¿La oración es
de muchos hermanos o unos cuantos la monopolizan? ¿Hay alabanza conjunta
de todos los hermanos? ¿Canto en lenguas? ¿El ministerio de música ayuda
realmente la alabanza? ¿Hay un verdadero carisma de profecía? ¿Se nota
crecimiento en los hermanos?

La respuesta a estas preguntas puede orientar y discernir sobre el alimento que


necesita el grupo: Enseñanza, manera de llevar la Oración, de hacer la
introducción, avisos, corrección fraterna, personal o colectiva, etc.

c) Grupos de crecimiento o profundización. Es este otro asunto que debe


ser discernido (de esto se tratará en el artículo siguiente).

d) Tiempo de reunión del Equipo. El equipo necesita una dedicación a este


ministerio. Debe reunirse el equipo completo al menos durante dos horas cada
semana, más otra hora extra antes de comenzar la Asamblea, y siempre que
las circunstancias así lo exijan.

FUNCIONES PASTORALES DEL


EQUIPO DE DIRIGENTES
Por Xavier Quincoces i Boter

Los hermanos a los que, por sus dones de discernimiento y gobierno, el grupo
de oración o la comunidad ha reconocido y aceptado como dirigentes están
llamados a ejercer una función de pastoreo para guiar a todos los miembros
del grupo por caminos de constante escucha al Señor y de crecimiento
espiritual continuo.

De ellos depende en gran medida el que por un crecimiento armónico el grupo


llegue a fructificar en esa gran maravilla que es la comunidad.

A cada grupo el Señor dirige una llamada o vocación específica y le reserva


unos planes muy concretos. Habrá que velar y cuidar para que se cumpla esta
vocación que es la voluntad de Dios.

Pero al mismo tiempo han de tener siempre una visión amplia y profética de lo
que el Señor pretende hoy con esta "suerte para la Iglesia y para el mundo"
(Pablo VI) que es la Renovación, sobre todo en cuanto a las posibilidades de
evangelización que representa para muchos hombres y mujeres, que a través
de la experiencia personal de un nuevo Pentecostés se convertirán en
elementos dinámicos para proclamar la Buena Nueva, y en cuanto al
testimonio de sus comunidades cristianas que muestran al mundo de hoy la
presencia del Reino de Dios entre nosotros.

Deben tener siempre muy claro que no se trata de un movimiento de grupos de


oración. Los grupos no son más que un medio para llegar a un fin mucho más
amplio y ambicioso que es el renovar toda la Iglesia, por lo cual el grupo no se
puede quedar siempre en grupo de oración, sino que ha de crecer y progresar
hasta llegar a una auténtica comunidad cristiana.

Para el equipo de dirigentes tienen aplicación las mismas palabras que San
Pablo dirigió a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: "Tened cuidado de
vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo
como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la
sangre de su propio Hijo" (Hch 20, 28).

Veamos qué cuidados pastorales han de realizar, siempre, por supuesto, en


conexión con y en dependencia de los legítimos Pastores del Pueblo de Dios.

Fijándonos en un grupo cualquiera veremos que distintos hermanos requieren


distinta atención pastoral. No necesitan lo mismo aquellos que ya llevan seis
años y aquellos que apenas hace tres meses que han llegado al grupo.

DISTINTAS ETAPAS A SEGUIR

Todo crecimiento y maduración tiene unas etapas y por tanto unas


necesidades propias.

l.-Etapa de iniciación

Tanto a los que vienen a visitar el grupo como a los que se van añadiendo
atraídos por la vivencia que han experimentado y que se sienten deseosos de
un crecimiento espiritual, hay que dedicar un ministerio de acogida por el
que se llegue a un contacto personal en diálogo y escucha atenta de sus
problemas e inquietudes. Hay que alentarlos en el camino de la conversión,
invitándoles a participar en el Seminario de Iniciación a la vida en el Espíritu
y a recibir después la efusión del Espíritu.

Lo más importante de esta etapa es que se llegue a un encuentro personal con


el Señor, Jesús, y que se le acepte y acoja como al propio Salvador y Señor, al
cual se le entrega la vida en orden a vivirla para El.

2.-Etapa de integración y crecimiento.

Pero no basta eso. Hay que hacer que cada hermano se integre en la vida y
actividad del grupo según las aptitudes y carismas potenciales que se
empiezan a manifestar, que participe, por ejemplo, en alguno de los distintos
servicios y ministerios, como el de la música, la librería, la acogida, cuidado
de los enfermos, etc.

Si no hay verdadera integración en el grupo y asistencia asídua a sus actos


para alabar juntos al Señor y compartir con los demás hermanos la experiencia
de Dios, todo se irá desvaneciendo poco a poco sin que se llegue a profundizar
en la vida espiritual.

La piedra de toque y, en realidad, siempre lo más difícil, pero también


decisivo, son las relaciones personales, un espíritu de servicio cada vez mayor
y el compromiso que en el caminar juntos poco a poco se va contrayendo.

Los dirigentes han de estar atentos a la acción del Espíritu, pues no cabe duda
que a todos hará sentir la necesidad de un compromiso en cuanto a la oración
personal diaria, la asistencia al grupo, la lectura y estudio de la Palabra de
Dios y alguna forma de compartir bienes. En este sentido habrá que enfocar
muchas veces la enseñanza y llegar a la entrevista personal para revisar y
alentar el cumplimiento de estos compromisos.

3.-Etapa de profundización.

Los hermanos ya plenamente integrados y que se mantienen en los


compromisos, descubrirán que la reunión semanal de oración no es suficiente
para su crecimiento. Sentirán una llamada interior a una mayor entrega, y de
una forma u otra harán llegar estas aspiraciones y deseos a los dirigentes.

a) Para dar respuesta a estas nuevas necesidades pastorales se puede alentar


hacia la formación de pequeños gropos de profundización, de ocho a diez
personas, que se reúnen semanalmente para orar, compartir y profundizar más
en la enseñanza. Los dirigentes necesitan mucha luz y discernimiento para la
formación de estos grupos y deberán entrevistarse con cada uno de los que
deseen formar parte de un grupo pequeño, para ver en qué grupo encajan o si,
dadas sus condiciones o de trabajo o de situación familiar, es mejor que no
entren a formar parte de un grupo pequeño.

Estos grupos pequeños han de ser estables y, para conseguir una mayor
compenetración y apertura entre los que lo forman, conviene que se
mantengan cerrados durante algún tiempo hasta que estén en condiciones de
acoger a otros hermanos, una vez se haya llegado a crear un espíritu muy
definido.

Los compromisos pueden ser los mismos que en la anterior etapa, pero
vividos con mayor exigencia e intensidad, sobre todo la oración personal y el
servicio a los demás.

El grupo pequeño no debe sustituir a la gran asamblea de oración, a la que


concurren todos los grupos, al contrario ésta debe revitalizarse y adquirir más
fuerza.

b) Se puede introducir también un auténtico ministerio de acompañamiento


espiritual, de forma que cada hermano que está en esta etapa tenga un
compañero, también discernido por el equipo de dirigentes, a quien con cierta
periodicidad dé cuenta de la marcha de su vida.

Este compañero debe ser del mismo sexo. No es una dirección espiritual, sino
una forma de sometimiento y de acompañamiento espiritual, para revisar los
aspectos fundamentales: l) relación con el Señor: oración, tiempo; 2) relación
con los hermanos: dificultades, apertura, comunicación, servicio, compartir
bienes; 3) aspectos de la propia vida familiar, comunitaria, profesional, social.

Para que esta relación espiritual se desarrolle en conformidad con las


exigencias del Espíritu, el equipo de dirigentes tendrá reuniones periódicas
con los que tienen este ministerio, para contrastar dificultades y progresos,
casos en los que convenga introducir algún cambio, etc.

4.-Etapa de comunidad de alianza

Algunos, y ciertamente no todos, de los que forman parte de grupos de


profundización sentirán al cabo de unos años la llamada a dar un paso más
adelante: a formar parte de una comunidad de alianza.

La responsabilidad del equipo de dirigentes es enorme, cuando llega este


momento y ellos han de ser instrumentos de unidad entre la comunidad que
pueda surgir, la cual puede tener sus propios pastores, y el grupo de oración,
que debe saber apreciar y alabar al Señor el que algunos de sus hermanos
sientan la llamada a un mayor compromiso.
Los dirigentes de un grupo no están todos necesariamente llamados a formar
parte de una comunidad de alianza, pero sí de un grupo de profundización. Sin
embargo deben animar y alentar a aquellos que se sientan llamados en este
sentido y ofrecer toda la ayuda que puedan.

Cada grupo debe desear y pedir al Señor que le conceda la atención pastoral
adecuada, que tenga buenos dirigentes, pues de esto depende el que crezca y
madure. Habrá una rápida integración de los hermanos nuevos que llegan, se
formarán grupos de profundización a su debido tiempo, con un compromiso
cada vez más estable al servicio de la Iglesia y de todo el grupo, y un día,
como fruta madura, nacerá también una comunidad de alianza, que viviendo
en plenitud la vida carismática, el evangelio y las bienaventuranzas, será luz
para todos los que la contemplen.

¿ COMO ELEGIR A LOS


DIRIGENTES DE UN GRUPO?
Por Luis Martín

Cuando empieza a formarse un grupo lo importante es que haya al menos una


persona que tenga idea de lo que es la R.C. y cómo funciona un grupo, que
sepa alentar y acoger a las personas que acudan.

En realidad nos es difícil comenzar un grupo. Es más fácil de lo que pueda


parecer. Bastante más difícil es llevarlo hacia adelante, saberlo guiar bajo la
acción del Espíritu por caminos de maduración espiritual, de crecimiento y de
compromiso.

La persona que ha comenzado un grupo es la que en los primeros meses


asume las funciones de dirigente del grupo, dirige la reunión de oración y se
responsabiliza de todas las necesidades que empiezan a surgir. Pero desde el
primer momento debe sentir la necesidad de asociar a algún otro hermano a
este ministerio de la dirección del grupo y que se vaya formando así cierto
tipo de equipo informal de dirigentes, de tal forma que cuanto antes deje
aquella persona de ser ella sola el responsable o la responsable del grupo.

Hay que decírselo muy claro a los grupos incipientes que empiezan a crecer, y
con mayor razón a aquellos que ya no son incipientes, pero se mantienen en
esta situación: un solo responsable o dirigente al frente de un grupo es malo y
no menos peligroso, pues el que este dirigente haya comenzado el grupo no
quiere decir que ahora, al cabo de unos meses, sea la persona más indicada
para dirigirlo, y debe dar facilidades o para compartir este ministerio con otros
hermanos o para retirarse a tiempo. Es mala cosa que se diga: "el grupo de
Pepito o el grupo de Juanita...“ En la R.C. todo protagonismo es
contraproducente, y cuando surgen ídolos vemos como a su tiempo se
derrumban.

Ya cuando el grupo ha crecido y lleva cierto tiempo funcionando, llega el


momento delicado de formar un equipo pastoral. Habrá que discernir y elegir
un equipo de dirigentes.

Si el grupo es antiguo y ya tiene establecido este ministerio, le llegará también


el momento, de ordinario una vez al año o cada dos años, de revisar y volver a
discernir su equipo de dirigentes.

Para ambos casos son válidas las orientaciones que a continuación se exponen.
Ralph Martín, en el Seminario sobre líderes, que dirigió en la Asamblea
Nacional de 1978, afirmaba:

"Algunas veces es necesario hacer cambios en los líderes. Algunas personas


que tenían verdaderos dones para líderes de grupos pequeños, quizá no tengan
el don para ser líder del grupo grande. Una de las cosas sobre las que tenemos
que estar alerta es el hacer los cambios necesarios en un grupo a medida que
crece. A veces se dan cambios en la vida de un líder, que al cabo de un año o
dos después advierte que tiene que dedicar más tiempo a su propia familia o a
su propia comunidad religiosa y que por algún tiempo debe retirarse del
liderazgo del grupo carismático... No debemos aferrarnos a nuestros puestos
de líderes. Lo más importante de nuestra vida es ser hijos de Dios y el servicio
más grande que tenemos que realizar es amar a Dios y a nuestros hermanos.
No importa la función o la manera concreta como ejerzamos este amor a Dios
y a los hermanos, ya sea colocar sillas o predicar. Lo que importa es encontrar
nuestro modo de servir a nuestros hermanos".

Cuando se acerca el momento de discernir o revisar el equipo de dirigentes


conviene dar una o varias enseñanzas al grupo sobre: a) Cualidades que han
de tener los dirigentes, qué personas son aptas y cuáles no son aptas, tal como
se expone en artículos anteriores, resaltando de manera especial la
personalidad humana (equilibrio, emociones, carácter) y los dones del
Espíritu; b) funciones o ministerios que ha de ejercer el equipo a discernir.

Para este discernimiento se prepara un retiro, al que no han de asistir todos los
miembros del grupo, sino solamente aquellos que estén verdaderamente
integrados en el grupo, es decir, que participen asiduamente en sus reuniones
y en toda su vida, o al menos manifiesten con sus actitudes esta voluntad, si
por sus condiciones y responsabilidades familiares o de trabajo tienen que
faltar de vez en cuando. No basta que estén integrados en el grupo, sino que
tengan cierta antigüedad en el mismo, y por tanto hayan asimilado el espíritu
y la mentalidad de la Renovación y hayan visto por experiencia el papel que
desempeñan los dirigentes. Los nuevos, los que han llegado en los últimos
meses, no conocen aún suficientemente a las personas, no sólo sus dones y
cualidades sino también sus defectos, y difícilmente podrán ejercer un buen
discernimiento, hasta que no tengan más experiencia y conocimiento del
grupo y de la Renovación.

PROCEDIMIENTOS QUE HAY QUE EVITAR

1.- Hay que evitar un enfoque puramente humano o político.

No se trata de elegir un gerente por su preparación intelectual y dotes de


organización. Ni de presentar candidaturas a las que unos u otros apoyan,
como en los partidos políticos, en los que juega la mayoría popular.

Tampoco se pretende que sea un equipo lo más representativo posible de


forma que, por ejemplo, reúna a un matrimonio, a un sacerdote, a un joven, a
una religiosa, etc. Un equipo que se eligiera con estos criterios resultaría casi
siempre mal, pues no siempre saldrían las personas adecuadas, ni respondería
a las cualidades exigidas. No es cuestión de buscar una fórmula de
compromiso equilibrada entre todos.

"No queremos un grupo que funcione como un parlamento, queremos un


equipo de hermanos y hermanas que realmente hayan sido llamados y dotados
con los dones del Señor" (Ralph Martin).

2.-Elegir a una persona determinada para formar parte del equipo de dirigentes
no es una recompensa a su trabajo, a su antigüedad, a su celo. Estas razones
no significan que tenga los dones requeridos.

Ni tampoco ha de entrar en cuenta el escoger a una persona por miedo a que


se ofenda si no es elegida. El que se ofende por no salir elegido demuestra con
esto mismo que no servía para dirigente de un grupo de la R.C.

No es razón suficiente el escoger a las personas que consideramos de vida más


santa, pues no siempre los más santos han sido dotados por Dios con los dones
de gobierno o de pastoreo.

3.-No es criterio suficiente para elegir a un hermano el que sea sacerdote, o


que sea el párroco. Esto puede ser válido en algunos movimientos apostólicos,
pero no vale en la R.C.

A veces se piensa: "si tenemos a este sacerdote o aquel párroco en el grupo de


dirigentes, se integrará más plenamente en la R.C... "
Si el sacerdote no tiene verdadero interés y entusiasmo por la Renovación, si
no ha captado su espíritu y no ha pasado él también por la experiencia de la
efusión del Espíritu, de forma que esté abierto a todos los dones y haya
entrado como los demás por una nueva conversión de forma que se integre en
el grupo sintiéndose cristiano y hermano antes que pastor, difícilmente podrá
desempeñar el papel de un buen dirigente del grupo de la Renovación.

4.-Se ha de evitar el criterio de renovar, por sólo renovar, o el buscar que se


vaya rotando. Se puede pensar: "tal hermano o tal hermana ya llevan mucho
tiempo, demos oportunidad a otros que nunca han salido". Con esto
demostramos que consideramos este ministerio como un premio, o algo
apetecible en lo que nos vamos turnando para dejar a todos contentos.

Se trata de discernir comunitariamente en el Espíritu, es decir, dejándonos


guiar por la acción del Espíritu. No han de entrar en consideración los factores
de la simpatía, la amistad, el parentesco.

En algunos casos, los dirigentes antes que ser elegidos ya han sido
reconocidos por el grupo o la comunidad como tales por su servicio y entrega
a los demás, por su acción de integrar, unir, alentar, guiar al grupo por los
caminos de crecimiento en la vida del Espíritu. Esto se ha de tener en cuenta a
la hora del discernimiento.

¿ QUE FORMULA PODEMOS UTILIZAR?

Las fórmulas y procedimientos que se utilizan en los diversos grupos y


comunidades de la R.C. tanto si son grupos pequeños o grandes, de varios
años o de reciente creación, comunidad de alianza o simplemente grupo de
oración, varían tan sólo en ciertos detalles, pero coinciden en lo más esencial:
en poner toda la confianza para discernir a las personas adecuadas, más que en
la fórmula o en el procedimiento, en la acción del Señor, al que se somete
todo el proceso acompañado de oración intensa, tal como hiciera Jesús (Lc 6,
12-16) para elegir a los Doce, y en muchos casos también con ayuno, a
semejanza de la comunidad de Antioquía, en la que, "mientras estaban
celebrando el culto al Señor y ayunando" (Hch 13, 1-3) habló el Espíritu
Santo para designar a Pablo y Bernabé.

Sin duda que el Espíritu Santo actúa a través de una comunidad que se somete
a la acción del Señor, cuyos miembros pueden tener también un sentido
natural para descubrir quiénes entre ellos poseen los dones para guiar y
pastorear todo el cuerpo, como ocurrió con la elección de los Siete (Hch 6, 1-
6).

PROCEDIMIENTO QUE SIGUEN LAS GRANDES COMUNIDADES


En las grandes comunidades carismáticas se tiene ya institucionalizado y
experimentado el procedimiento para elegir tanto a los que se nombra como
últimos coordinadores como a otros dirigentes a los que se encomiendan
funciones de menor responsabilidad. En términos bíblicos es lo que se conoce
con el nombre de "ancianos".

Ralph Martin nos presentaba así en la Asamblea de 1978 el siguiente


procedimiento: "En nuestra comunidad damos una vez al año una enseñanza
sobre el liderazgo pastoral y las cualidades que se requieren. Después pedimos
oración y que se reflexione para ver cuáles son las personas que tienen estas
cualidades. En el discernimiento hay tres momentos importantes: 1) un
discernimiento de toda la comunidad, a partir de la enseñanza de la Sagrada
Escritura sobre el liderazgo espiritual; 2) después pedimos el discernimiento
del equipo de servidores; 3) y por último, el discernimiento de la persona a
la que se va a nombrar. Cuando coinciden estos tres discernimientos vemos
que es la persona adecuada. A las personas que hayan sido elegidas
procuramos darles una responsabilidad, no en cosas grandes todavía sino en
cosas pequeñas. Quizás empiezan por ser líderes de pequeños grupos de
diálogo en el Seminario sobre la Vida en el Espíritu, o se les pide que guíen a
personas que buscan información sobre la vida en el Espíritu, y más tarde que
tomen la responsabilidad de un grupo pequeño de personas que quieren
profundizar y crecer. Y así la mejor manera de verificar nuestro
discernimiento es darles pequeñas responsabilidades primero. Si lo hacen
bien, les pediremos un día que asuman responsabilidades mayores. Los líderes
que escogemos son primero para un tiempo corto. No tenemos una ceremonia
solemne en la que se les diga que van a ser líderes de la comunidad para
siempre. Si al cabo de un año o dos advertimos que están haciendo bien su
servicio, entonces les confirmamos en este servicio. Y después cada dos años
revisamos a ver si realizan su servicio de forma competente. O sea que
nosotros no lo hacemos por elección realmente, sino por discernimiento,
apoyados en los criterios de la Sagrada Escritura y de forma que los líderes
estén siempre supervisando todo este proceso de nombramiento, que incluye
un periodo de adiestramiento, un año o dos de servicio temporal, antes de que
una persona sea confirmada como pastor. En un grupo pequeño que acaba de
empezar quizá se pueda tener un proceso más sencillo que lo que hacemos en
mi comunidad".

En otras comunidades después de haber dado la enseñanza se deja una


semana para reflexionar, orar y que cada uno escriba unas
recomendaciones o sugerencias sobre las personas que considere más
apropiadas.

Es importante que las recomendaciones vayan firmadas y que se incluya


también las razones por las que se propone a tal hermano y el grado de
convicción que se tiene para recomendarlo, y si se le recomienda para que se
convierta en líder inmediatamente o más adelante en el futuro.

Los dirigentes actuales deberán leer las recomendaciones y hacer un


discernimiento a partir de ellas, guardando después estricto secreto sobre el
contenido de las cartas. Por supuesto que no hay que considerar las distintas
recomendaciones como votos y que se debe prestar especial atención a las
razones que se dan y a la persona que hace la recomendación, es decir, ¿hasta
qué punto este miembro de la comunidad conoce a la persona que
recomienda? ¿Qué madurez, compromiso y sabiduría se aprecia en quien hace
la recomendación?

Finalmente los dirigentes habrán de decidir a los que ellos creen que deben ser
líderes. Todos los líderes deben coincidir respecto a cada persona antes de ser
designada líder. Esta fase del discernimiento es la más crucial.

Si el discernimiento de la comunidad y de los dirigentes concuerda, vendrá


después el discernimiento de la persona que ha sido propuesta. Quizá tenga
razones particulares para no aceptar, pero debe exponerlas. Si es por falta de
celo y entusiasmo ante la responsabilidad y el duro trabajo que implica este
servicio, esto es razón suficiente para descalificarle, pues el pastor debe dar su
vida por las ovejas.

FORMULA SENCILLA PARA LOS GRUPOS

Después de la enseñanza que se ha dado al grupo y la preparación espiritual


que antes se dijo, se celebra el retiro al que se ha de asistir con la disposición
de escuchar al Señor y no dejarse llevar de ninguna inclinación natural.

Será bueno empezar con una celebración de la reconciliación de forma que se


llegue a una gran transparencia y abertura entre todos.

Se podrá hacer un poco de revisión comunitaria de la marcha del grupo desde


la última elección y lo que nos parecen ser las perspectivas que el Señor nos
está marcando para un futuro inmediato y que el nuevo equipo deberá
emprender con decisión.

Se debe aclarar cuántos se van a elegir, un número de tres a cinco, más no


conviene; y al cabo de cuánto tiempo, si de un año o dos, hay que volver a
revisar el equipo.

Después de haber vuelto a recordar la enseñanza que se dio a todo el grupo


sobre las cualidades de los dirigentes y las funciones que deben desempeñar,
se puede hacer un primer discernimiento de forma que, por el procedimiento
de votación secreta u otro apropiado, se obtenga una lista no muy larga de los
posibles candidatos, en la que haya tres o cuatro personas más del número que
se haya de elegir.

Si hay dispersión de votos o salen muchos nombres, ello muestra que el


discernimiento no es muy bueno.

Después de otro tiempo de reflexión y oración se hace una segunda votación


solamente entre las personas que forman la lista anterior. El equipo que salga
debe obtener la aceptación de todos.

Por muy bueno que sea el equipo si no cuenta con el apoyo y amor de todos
los miembros del grupo, de poco va a servir. Esto significa que no podemos
estar criticando la labor de los dirigentes. Si yo creo que hacen algo o que no
proceden según la acción del Espíritu, lo que he de hacer es hablarlo lealmente
con ellos, con sinceridad y amor, en plan de sugerencia y colaboración, pero
no de crítica o censura.

24 - ¿QUÉ ES LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA?

¿QUE ES LA RENOVACION
CARISMATICA?

Hay un conjunto de rasgos externos que por sí mismos no definen, ni tampoco


describen lo que es la Renovación: manos alzadas, cantos de alegría
acompañados de Aleluyas, oraciones susurradas, cantos en lenguas,
acompañar el canto con palmadas, a veces con danza, oración con imposición
de manos, saludo de acogida con el beso de la paz, etc. Centrar la atención en
esto, como con frecuencia sucede al que por primera vez asiste a un grupo de
oración, es quedarse en lo puramente externo y anecdótico y llevarse una
impresión distorsionada de la realidad.

Nada de esto define lo que es la Renovación, si bien todo tiene su significado


y razón de ser.

Es preciso penetrar en su esencia más íntima. Para ello vamos a fijarnos,


primero en algunos elementos esenciales y después en los cinco aspectos
más salientes.
ALGUNOS ELEMENTOS
ESENCIALES
El P. Tomás Forrest, C.Ss.R., en el informe que presentó con motivo del
histórico encuentro del Consejo Internacional de la R.C. con el Papa Juan
Pablo II, el 11 de Diciembre de 1979, resumía así estos elementos esenciales:

1) SU ENSEÑANZA BASICA: La R. C. católica es profunda y


esencialmente cristocéntrica: proclama a Jesús tanto como Salvador cuanto
como Señor. El anuncio de Jesús como Salvador se opone a la influencia,
sentida aun dentro de la Iglesia, de un nuevo pelagianismo, que implica que el
hombre puede salvarse a sí mismo por medio de la ciencia, la tecnología y los
métodos psicológicos de autorrealización. La proclamación de que Jesús es
Señor se opone a las filosofías modernas y a las políticas de "libertad", que
predican un individualismo tan radical que niega incluso el señorío personal
de Dios en nuestras vidas. La enseñanza básica de la Renovación es, por lo
tanto, que Jesús es el único Salvador y Señor de todo, y que conocerlo como
tal es el único camino para que el hombre alcance su paz y plenitud.

2) LA CARACTERISTICA DISTINTIVA: Si bien esta enseñanza y


propósitos básicos son los mismos para cualquier renovación o movimiento
auténtico de la Iglesia, lo que distingue a la Renovación es su interpretación
de que el papel del Espíritu Santo en la Iglesia no ha cambiado en
absoluto desde los primeros siglos, y que hoy podemos experimentar su
efusión, su poder y sus dones de la misma manera que los primeros cristianos.
Algunos han enseñado que el Espíritu Santo fue derramado de modo único
sobre los primeros cristianos para equiparlos en la singular tarea de
evangelizar al mundo pagano romano. El Espíritu que Cristo prometió como
fuerza (Lc 24,49; Hch 1,8) vino a ellos como una profunda experiencia
humana, con manifestaciones físicas y con efectos místicos y espirituales
sorprendentes. Fue una experiencia viva largamente recordada y comentada,
que los dejó con dones perceptibles para compartir la misión de Cristo y con
frutos del Espíritu que los unieron en comunidades y los sanaron de tal
manera que les fue posible vivir una vida de amor y servicio. Santo Tomás
dice que era la norma de los primeros cristianos el pasar por dicha
experiencia.

3) UN PENTECOSTES PERSONAL: Lo singular de la Renovación es


aceptar como normal para todos los miembros de la Iglesia de hoy esta
efusión y experiencia del Espíritu con todo su poder y carismas. Hay ahora
varios millones de católicos en el mundo que en vez de hablar de un
Pentecostés histórico, experimentado por otros, dan testimonio de un
Pentecostés personal: el suyo propio. Se encuentran no solamente en las
grandes ciudades, sino también en las islas del Caribe y del Pacífico, entre las
tribus africanas, entre los esquimales y en las chozas de adobe de América
Latina. Entre ellos hay obispos, sacerdotes, teólogos, religiosos y dirigentes
laicos. Cada uno cuenta cómo la profecía de Joel (Hch 2,16) y las promesas de
Cristo se han realizado en sus vidas. Y en estas historias hay una similitud
difícil de explicar. Primeramente hubo un tiempo de preparación, por medio
de la oración y la penitencia, un rendirse a Jesucristo como Salvador y Señor,
una confesión de fe en las promesas de Cristo de enviar su Espíritu, un clamor
de necesidad de ese Espíritu, y la plegaria "Ven, Espíritu Santo", todo seguido
de un período de activa alabanza y acción de gracias. Como resultado, el
Espíritu de Dios descendió de una manera que cambió radicalmente sus vidas.

4) DISCERNIMIENTO DE AUTENTICIDAD: La autenticidad de esta


experiencia no depende de un análisis de la misma en sí, sino que se
discierne por sus efectos en la vida de las personas. Los cambios testifican
un nuevo sentido de la presencia de Dios, una relación más personal con
Cristo, una mayor necesidad y éxito en la oración (con una nueva libertad para
alabar la bondad y lo maravilloso de Dios), un hambre por entender la Palabra
de Dios, un amor más universal y ecuménico, un corazón apostólico generoso,
junto con dones especiales que contribuyen a la edificación de comunidades y
a la evangelización. Estos dones comprenden lenguas, profecía y sanación,
que son considerados extraños por otros católicos, y aun cuando ciertos
individuos los usan indiscriminadamente y con poca sabiduría, los dones, en
general, conducen a una profunda y auténtica vida cristiana y a una mayor
unidad entre aquellos que los poseen. Con el tiempo han emergido miles de
grupos de oración altamente comprometidos y aún comunidades de alianza,
que han desarrollado una sólida sabiduría pastoral.

5) RENOVACION DEL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACION: En


la teología de la Renovación el sacramento de la confirmación debe tener
un impacto real y experimental en la vida de las personas que lo reciben.
En vez de mero ritual debe ser un paso de la niñez hacia la madurez cristiana,
una madurez espiritual en la que cada cristiano es fortalecido por el Espíritu
Santo para realizar una labor específica y difícil en la construcción del Reino.
El "Seminario de la vida en el Espíritu" es un método que se ha desarrollado
con gran éxito para conducir a una liberación total de los frutos y poder del
sacramento de la Confirmación.

6) UNA CORRIENTE MÁS QUE UNA ORGANIZACION: La tarea dada


a los cristianos es la misma que el Padre encomendara a Jesús (Jn 17,18), y
por lo tanto es sobrenatural; escapa a todo poder humano. El Espíritu Santo es
el único capaz de transformar hombres divididos en la imagen de Dios:
muchos-que-son-uno. Pero los hombres,

(Vemos que falta algo en la Revista; creemos que es error de imprenta)

En vez de decir: "Oh Dios, haré esto por ti", su actitud debe ser: "Espíritu de
Dios, úsame como quieras". Y con solo este cambio de actitud fluye
inconteniblemente el poder divino.

7) LABOR QUE SOLAMENTE EL ESPIRITU SANTO PUEDE


REALIZAR: La Renovación Carismática vendría a ser una revitalización
de la oración "Ven, Espíritu Santo”: La meta y dirección de la Renovación
sería enfocar cada esfuerzo en la Iglesia como un discernimiento del plan de
Dios, y no como proyecto humano; considerar los talentos evangélicos,
apostólicos y todo talento de servicio, como un don del Espíritu Santo;
comprender que sólo el Espíritu Santo es capaz de hablar verdaderamente al
corazón humano y hacerle oír la Palabra; conocer al Espíritu como el poder de
Dios entre nosotros, un poder que debe obrar a través tocados y dotados por el
Espíritu pueden servir de instrumentos, madurando y cumpliendo de esta
manera su responsabilidad cristiana. La Renovación Carismática no es una
nueva clase de organización en la Iglesia, sino una corriente de
pensamiento de la Iglesia que afirma que el hombre no es el agente
primordial de su misión, sino más bien un dócil instrumento dependiente del
Espíritu Santo.

(Vemos que falta algo en la Revista; creemos que es error de imprenta)

nuestro hoy, incluso con signos y prodigios, a medida que nos enfrentamos
con las fuerzas modernas del mal; rendirse como instrumentos de ese Espíritu,
haciendo todo sólo para la gloria del Padre; y conducir a los católicos a
comprender y realizar todo esto con humildad. La meta no es la liberación de
los dones por sí mismos, ni solamente buscar aquellos enumerados en 1 Co
12, sino una renovada comprensión de que la obra de Dios puede ser realizada
exclusivamente por Dios y que nosotros servimos únicamente como
instrumentos según los dones que el Espíritu libremente nos da. Él llena los
corazones de los fieles. Él enciende en nosotros el fuego de su divino amor. Él
recrea y renueva la faz de la tierra. Y cuando nos rendimos, Él nos usa como
herramientas en manos del Arquitecto.

8) EL FIN AUTENTICO: Penetrar con esta mentalidad todo


entrenamiento apostólico y sacerdotal, llevar a los individuos a un
entendimiento y experiencia personales del poder del Espíritu Santo,
convertirse como pueblo en instrumento del Espíritu para alabanza del Padre,
y contribuir en la renovación del sacramento de la Confirmación, serían las
verdaderas metas de esta corriente de la Iglesia conocida popularmente como
la Renovación Carismática Católica.

ASPECTOS MÁS SALIENTES


Fijémonos ahora en lo que podríamos considerar como los cinco aspectos más
salientes, por los que podremos apreciar más de cerca la dimensión del
compromiso que implica la Renovación.

Son:

- Los grupos y asambleas de oración,


- La alabanza
- La Efusión del Espíritu
- Los carismas
- Las comunidades carismáticas.

GRUPOS Y ASAMBLEAS DE ORACIÓN


Una de las características sociológicas más llamativas de R.C. es la formación
de grupos y de asambleas de oración (reuniones a las que asisten varios
grupos). Los que han pasado por la experiencia del Espíritu, en cualquier
población en que se encuentren, se suelen reunir al menos una vez a la semana
para orar juntos durante un espacio de dos horas.

No hay límite para el número de los asistentes y los grupos están siempre
abiertos a todos los que quieran participar. No se hace distinción de edades ni
de la condición social o cultural. Se experimenta el pueblo de Dios:
sacerdotes, religiosos, laicos, niños, jóvenes, adultos, ancianos; hombres y
mujeres; sanos y enfermos; cuerdos y locos: todos son bien acogidos, como
hermanos que el Señor envía. Todos deben ser aceptados.

La marcha de la oración no sigue estructura preestablecida. Según la moción


del Espíritu se van conjugando con cierto orden los diversos elementos que la
componen: oración espontánea, cantos, textos breves y frecuentes de la
Palabra de Dios, de acuerdo con la idea central y el hilo que sigue la oración,
silencio compartido, testimonios, peticiones, mensajes proféticos, oración en
lenguas, etc.

Para evitar la dispersión y mantener la unidad suele haber una persona, o más
bien un pequeño equipo, que de forma discreta dirige la oración. Su función es
más bien la de iniciar y concluir la oración a su debido tiempo, mantener
cierto orden y unidad, y, en caso de necesidad, exhortar y alentar a la
asamblea hacia la alabanza al Señor, procurando que el grupo se centre
siempre en la presencia del Señor.

La oración comunitaria sigue de ordinario el ritmo tradicional de las


asambleas cristianas, tal como se realiza en la celebración de la Eucaristía y en
la Liturgia de las horas: a) introducción: acogida, cantos de entrada,
bienvenida e inicio de la oración; b) oración: petición de perdón y paso
inmediato a la alabanza; c) lectura de la Palabra de Dios, silencio y respuesta;
d) catequesis o instrucción y testimonios; e) oración de petición.

La reunión del grupo responde así a tres objetivos importantes: la alabanza, la


instrucción o enseñanza, la comunión o compartir de unos con otros a través
de unas relaciones sanas.

La colocación externa del grupo suele ser en forma de círculo, lo cual expresa
más el carácter comunitario y de unidad entre todos y sobre todo la presencia
de "Jesús en medio de nosotros".

La oración adquiere su expresividad a través de los gestos, como el


acompañar los cantos con palmadas, el levantar los brazos en la alabanza,
gestos que a pesar de que los vemos en la liturgia, y los salmos nos hablan de
ellos, no dejan de producir cierta extrañeza en los que asisten por primera vez.
Pero cuando el gesto queda recuperado, pues también se ora con el cuerpo, el
espíritu se expresa con mayor libertad. Todo el ser de la persona, alma y
cuerpo, se eleva hacia Dios, esperándolo todo de Él.

LA ALABANZA
"Y mi boca proclamará tu alabanza"

Quizá la alabanza sea la flor más bella de toda la Renovación Carismática. Es


el elemento que más destaca, tanto en las reuniones de oración como en la
oración privada de aquél que verdaderamente ha entrado en el espíritu y
exigencia de la Renovación.

No es una cosa nueva, pues toda la Biblia, desde los libros del Pentateuco,
pasando por los Salmos, y hasta el Apocalipsis, está rezumando
constantemente esta forma de oración porque "grande es el Señor y muy digno
de alabanza" (Sal 96,4). De la misma manera en la oración oficial de la
Iglesia, tanto en la celebración de la Eucaristía y de los Sacramentos como en
la Liturgia de las Horas, predomina la alabanza y acción de gracias.
Por esto no deja de ser extraño que el cristiano, elegido para "alabanza de su
gloria" (Ef 1,6.12.14), había casi perdido el sentido de la alabanza.

Más que las palabras, más o menos bonitas que se puedan decir, la alabanza es
toda una actitud de gozo, agradecimiento, admiración, anhelo de entrega y de
correspondencia ante el Señor, ante un Dios que se ha compadecido de
nosotros, de nuestra miseria y pequeñez, librándonos "del poder de las
tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor" (Col 1,13). Esto no
quiere decir que seamos mejores que los demás o que lo hubiéramos merecido
por nuestra parte: nada de esto viene de nosotros, "sino que es don de Dios"
(Ef 2,8).

No es fácil descubrir lo que es la alabanza. Solamente aquél que ha


experimentado su miseria y se siente perdonado, curado, amado por el Señor
se puede encontrar sobrecogido y admirado ante Él, y, lo mismo que los que
en el Evangelio son liberados y sanados, experimentará la necesidad de alabar
a gritos al Señor, embargado de su amor y gozo.
La alabanza es una oración totalmente gratuita. Alabamos al Señor no porque
necesitemos algo de Él, sino porque Él es, "porque es eterno su amor" (Sal
136), y como la Iglesia le decimos: "Por tu inmensa gloria te alabamos, te
bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey
celestial, Dios Padre todopoderoso... "

Es más, hay muchos momentos que se siente una gran necesidad de alabar a
Dios, y entonces la alabanza es un impulso ardiente del corazón hacia Él, que
nos lanza así sacándonos del círculo de nuestros problemas y preocupaciones
para centrarnos en el Señor. Y este es el secreto del poder liberador de la
alabanza, por lo que en los momentos de contrariedad, de fracaso, de
enfermedad y sufrimiento sentimos que más que pedir a Dios cosas lo que
hemos de hacer es alabarle y darle gracias por todo. Con ello manifestamos al
Señor que nos fiamos totalmente de Él, pase lo que pase, y que nos
abandonamos a su amor. Y es entonces cuando Él también responde de una
manera muy concreta.

Los que participan en los grupos de oración sienten cada vez más la necesidad
de crecer en la expresión de la alabanza, sin inhibiciones ni respetos humanos.
Levantar los brazos responde al anhelo de abrirse y rendirse ante el Señor
como niño que se deja acoger en su abrazo amoroso. Es la forma como oraban
los primeros cristianos y es un gesto que libera el espíritu y ayuda a orar: "así
quiero en mi vida bendecirte, levantar mis manos en tu nombre" (Sal 63,5).

En el grupo hay una gran espontaneidad y cada uno alaba al Señor no sólo por
lo que ha hecho en él, sino por lo que ve en los demás, y todos acogen y hacen
suya la alabanza del hermano.
Hay momentos en que ésta adquiere más fuerza y expresión, como cuando
cada uno de los participantes, al mismo tiempo y en voz alta, alaba al Señor
espontánea y libremente, bien en su propia lengua, bien con "oración en
lenguas" o cantando suavemente. Entonces todas las voces se funden como en
un coro, que hace pensar en el sonido de la creación que alaba a Dios, en el
ruido suave de muchas aguas. Es lo que se llama palabra de alabanza.

Esta forma de alabanza crea enseguida en toda la asamblea un alto grado de


unidad, recogimiento y sentido profundo de la presencia de Dios, disponiendo
así a cada uno para interiorizar todo cuando se vaya diciendo, y muchas veces
termina en canto en lenguas o canto en el espíritu, lo cual no es más que la
palabra de alabanza cantada. Entonces unos cantan en lenguas, quizá con
sílabas o sonidos muy simples nada más, otros cantan en su propia lengua, y la
comunión que se crea en el Espíritu va modulando la armonía del conjunto en
ondulaciones, contrapuntos y disonancias que hasta el músico profesional
admira.

Como afirma un famoso teólogo, "no podemos abarcar ni pronunciar el


misterio de Dios con nuestro lenguaje humano corriente. Pero la oración en
lenguas es proferir aquello que permanece indecible por toda la eternidad" (H.
MUHLEN, Catequesis para la renovación cristiana, Secretariado Trinitario,
Salamanca 1979, p.182).

"Cuando alabamos a Dios y le glorificamos por la creación, entonces podemos


enumerar muchas criaturas que Él ha creado. Pero cuando lo alabamos y lo
bendecimos porque es él misterio inmenso, incomprensible e inenarrable, nos
faltan las palabras... Cuando se trata de Dios, no sabemos verdaderamente qué
y cómo debemos rezar. Entonces sólo podemos abandonarnos en la presencia
del Espíritu de Dios en nosotros" (Ibidem, p. 184).

"¡Oh Dios de mi alabanza!" (Sal 1 09,1).

"Viva mi alma para alabarte" (Sal 119,175).

"¡Alaba a Yahvé, alma mía!


A Yahvé mientras viva he de alabar,
mientras exista salmodiaré para mi Dios" (Sal 1 46,1-2).

''Alabad a Yahvé, que es bueno salmodiar,


a nuestro Dios, que es dulce la alabanza" (Sal 147,1)

"Todo cuanto respira alabe al Señor" (Sal 150, 6).

LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU


"La Renovación en el Espíritu se caracteriza por una experiencia espiritual
cuyos rasgos específicos son fácilmente reconocibles a través de una extensa
variedad de personas y de circunstancias.

Esta experiencia adviene ordinariamente a partir del deseo y de la oración del


sujeto y de la intercesión del grupo, a menudo con el rito informal de la
imposición de manos. Implica una doble perspectiva:

-una transformación íntima a la que se designa como "Bautismo en el


Espíritu" o "Efusión del Espíritu"
-una actividad significativa: los carismas, o, en otras palabras, el ejercicio de
los dones del Espíritu al servicio de la Iglesia" (RENE LAURENTIN,
Pentecostalismo Católico, PPC, Madrid 1975, p. 55).

La expresión "Bautismo del Espíritu" se puede prestar a confusión, por lo que


se prefiere decir "Efusión del Espíritu". Otros hablan de "liberación del
Espíritu": liberar en nosotros los dones que ya habíamos recibido,
principalmente en los sacramentos de la iniciación cristiana.

"La Efusión del Espíritu lleva consigo ordinariamente una impresión viva, a
menudo emotiva, a veces hasta las lágrimas. Pero lo esencial no está ahí. Son
numerosos los que subrayan la calma y la paz que implica esta experiencia. El
elemento emotivo no es aquí más que el epifenómeno de una transformación
profunda. Lo que irradia es un sentido nuevo de la presencia de Dios, más allá
incluso de la conciencia clara. Desaparecen las inhibiciones; se liberan
energías; se restaura una sinergia; se superan disociaciones. En esta línea es
como tendremos que comprender el sorprendente resurgimiento del "carisma
de curación": recuperación del equilibrio psicológico y físico, gracias a la
nueva integración personal y comunitaria del ser, pero por la intervención de
Dios y para Dios" (Ibidem, p. 59).

Externamente consiste en la oración que un grupo de hermanos, o más bien


toda la comunidad cristiana, eleva a Jesús glorificado para que derrame su
Espíritu de una manera nueva y en mayor abundancia sobre la persona por la
que se ora imponiéndole las manos. Se pide al Señor que realice en nosotros
de nuevo lo mismo que hizo con sus Apóstoles, reunidos con María su Madre,
y con los mismos efectos, es decir, que derrame de nuevo en nosotros "la
fuerza del Espíritu Santo" (Hch 1,8) para ser verdaderamente sus testigos.

La imposición de manos ni es un gesto mágico ni un gesto sacramental. Es un


gesto de comunión con el hermano, un signo de amor, una expresión de que
toda la comunidad ora por él.

La Efusión del Espíritu es una gracia particular que nos hace tomar conciencia
de una realidad que habíamos perdido de vista: el Espíritu Santo; "es la
correspondiente aceptación personal de aquello que nos fue prometido y
concedido sacramentalmente por Dios en el Bautismo y en la Confirmación.
Por consiguiente, la renovación del bautismo del Espíritu es, respectivamente,
la renovación del Espíritu" (H. MUHLEN, O.c., p. 123).

Para la Iglesia primitiva la experiencia del Espíritu era algo muy importante.
Para el cristiano de hoy la conciencia y sobre todo la vivencia de su presencia
y acción ha de ser algo decisivo.

No siendo ni el sacramento del Bautismo ni el de la Confirmación, el


Bautismo en el Espíritu Santo es una efusión más, una nueva efusión del
Espíritu.

La Efusión del Espíritu no cubre todas las riquezas de la Renovación. Para los
Apóstoles fue el principio de una nueva vida, para nosotros es como la puerta
de entrada en esta renovación, el punto de partida, el comienzo de un nuevo
caminar en el Espíritu.

En cada persona actúa de acuerdo con su idiosincrasia, su carácter, su historia,


su apertura al don de Dios. En unos puede ser una verdadera conversión y un
encuentro personal con Jesús, en otros una renovación de la vida cristiana que
estaban viviendo lánguidamente, y en otros puede ser llegar a cierta plenitud
del Espíritu.

¿CUALES SON LOS EFECTOS MAS


PERCEPTIBLES?

1) Jesucristo, don por excelencia, se convierte en el centro de la vida al que


se proclama como el Señor.

2) La Palabra de Dios se convierte en palabra viva que el Espíritu nos hace


gustar y comprender.

3) Los que por el Espíritu descubren a Jesús en una relación vital descubren
también que son hermanos en Cristo y sienten la necesidad de amarse y vivir
la comunión fraterna, como don manifiesto del Espíritu.

4) Libertad espiritual: la Renovación no es emoción sentimental ni evasión


de las realidades de la vida, sino fuerza para romper con todo
aquello que se oponga al Espíritu del Señor. '
5) Manifestación y crecimiento de los frutos del Espíritu, principalmente
del amor, la alegría, la paz, la mansedumbre.

6) Redescubrimiento de la Iglesia: el Espíritu, que es el alma de la Iglesia,


no divide sino que nos hace sentir miembros vivos de una Iglesia, institucional
y carismática a la vez.

7) Redescubrimiento de María como la que recibió la plenitud del Espíritu y


escuchó en su corazón su voz y, presente en el Cenáculo con los Apóstoles,
asistió al nacimiento de la Iglesia.

8) Un camino nuevo para el Ecumenismo, pues se trata de un fenómeno de


renovación que se está dando en todas las Iglesias cristianas y hasta en los
mismos judíos. La experiencia común es camino de encuentro, como se ve en
los numerosos grupos ecuménicos que surgen.

LAS COMUNIDADES CARISMÁTICAS


El que cada grupo se reúna un día a la semana para la oración hace que sus
miembros aprendan a conocerse, amarse y aceptarse. Sienten que el Señor los
ha puesto juntos para caminar en el Espíritu.

Pero hay otros muchos momentos de la vida del grupo que también
contribuyen a estrechar cada vez más los lazos fraternales y a vivir el
compromiso de unos para con otros: los días de convivencia, los retiros, las
celebraciones de la eucaristía, de la reconciliación, el sufrimiento o la alegría
de cualquier hermano y que todos han de compartir.

Todo esto va llevando al grupo, por la acción del Espíritu, hacia una cohesión
o compenetración constante en una marcha hacia la comunidad. Cada grupo
está llamado a crecer y progresar de forma que un día surja de su seno una
comunidad con aquellos hermanos que más se sientan llamados.

Al cabo de ciertas etapas y no pocas dificultades se ha de llegar a la


comunidad carismática, la cual no tiene límite en cuanto a los miembros que
acepta.

Hay comunidades en el mundo que pasan de varios cientos y alguna que se


aproxima a los dos mil miembros. Cuando la comunidad llega a crecer tanto
ha de estar integrada por otras subcomunidades, y cada una de éstas por
pequeñas comunidades domésticas o células de seis a diez personas, a veces
más que viven en el mismo hogar. Al frente de cada agrupación hay unos
coordinadores o equipo de coordinadores. Es decir, que las grandes
comunidades son más bien asociación de pequeñas comunidades domésticas.
Esto no quiere decir que todo miembro de una de estas comunidades tenga
que cohabitar con otros. En algunas comunidades hasta el 75 por ciento de sus
miembros viven en comunidades domésticas y los otros viven cada uno en su
propia casa. No hay grupos mixtos en la misma casa, a no ser en una familia
abierta, formada por un matrimonio con sus hijos, que admite a otros
hermanos, y todos están sometidos en obediencia al matrimonio, que siempre
será el responsable de la comunidad doméstica.

Dentro de la gran comunidad surgen diversas funciones: los coordinadores,


los servidores y las servidoras. Los coordinadores son como los responsables,
y son discernidos en reuniones de oración entre aquellos que tienen dotes de
pastor. El equipo de coordinadores es el responsable del funcionamiento de las
comunidades domésticas a las que ayudan en sus comienzos y aseguran su
crecimiento espiritual. Los coordinadores en el ejercicio de sus funciones
reciben la ayuda de los servidores y servidoras.

Este es un esquema frecuente de comunidades carismáticas. Sin embargo otras


comunidades tienen otra organización de acuerdo con su propio carisma y
llamada. Dentro de cada comunidad puede haber gran variedad de
compromisos, de forma de compartir bienes y de formas de convivencia. Hay
quienes comparten todos sus bienes y hay quien entrega una parte.

Es el Espíritu, no la organización, lo que impulsa y dirige el desarrollo de cada


comunidad. Las estructuras, y solamente las imprescindibles, están al servicio
de este proceso, por lo que la comunidad no es una organización, sino un
organismo, un cuerpo vivo de hermanos en el que se manifiesta el Cuerpo de
Cristo.

Lo que más distingue a las comunidades de la R.C. de aquellas que no lo son


quizá lo podamos condensar en las siguientes notas: 1) En la importancia
que se da a la acción del Espíritu Santo, para escuchar sus inspiraciones y
dejarse llevar por su acción, por lo cual es normal que se manifiesten los
mismos fenómenos carismáticos que nos describen el Libro de los Hechos y
las Epístolas: profecía, conocimiento íntimo de la Palabra de Dios, fe que
traslada montañas, curaciones, etc. 2) En la conciencia que viven sus
miembros de que han sido dados por Dios el uno para el otro y reunidos
por El para formar su Cuerpo, dar testimonio colectivo y evangelizar.

De aquí la importancia que tiene en estas comunidades el carisma del Amor,


como don del Espíritu, que madura y crece entre sus miembros a través de la
transparencia, el servicio, el sometimiento y la obediencia, la corrección
fraterna, todo lo cual no es posible sino mediante un compromiso profundo
con el Señor y una vida sólida de oración.

Todas estas comunidades sienten la necesidad de evangelizar, y así han


surgido ya varias formas de evangelización. Hay comunidades que salen
asiduamente cada semana por las calles y plazas en grupos a evangelizar.
"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma.
Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos".
(Hch 4,32)

LOS CARISMAS
Como indica su mismo nombre, una de las características de la R.C. son los
carismas.

Los carismas son "dones o talentos que el creyente o la comunidad reciben en


cuanto manifestaciones del Espíritu, obra gratuita de Dios, para servicio de la
construcción del Cuerpo de Cristo”.

Hablar de carismas es poner el acento en el carácter gratuito de los dones de


Dios, en su cualidad de servicio a la edificación del Cuerpo de Cristo y de
manifestación viva del Espíritu.

"Es Dios quien construye su Iglesia. Para esto ha instituido las estructuras de
esta Iglesia por medio de Jesucristo su santo Servidor, pero no cesa de
construirla actualmente por medio de los dones, los servicios o ministerios, los
diversos modos de acción de que habla S. Pablo en 1 Co 12,4-6. Y esto
distribuyendo talentos y dones a todos los fieles" (Y. CONGAR, Je crois en
l'Esprit Saint, tomo II, Cerf, Paris 1979, p. 210).

La R.C. trata de estar abierta a los carismas, es decir, intenta vivirlo todo
como carisma, recuperar la dimensión de "don" de toda la vocación cristiana.
Dentro de esta apertura no se rechaza nada que pueda venir de Dios. No es
casualidad que se presenten juntas la fe expectante y las curaciones, el sentido
de la gratuidad y la alabanza en lenguas, la escucha de la Palabra y la profecía.

San Pablo enseña que hay una gran diversidad de carismas. En una asamblea
de oración tan carisma es el que habla lleno de la sabiduría de Dios, como el
que habla lleno de la ciencia de Dios, como el que escucha a ambos con fe;
tan carisma son las curaciones como el compartir económico; tan carisma es el
hablar inspirado como el saber discernir lo escuchado; tan carisma es el hablar
en lenguas como el captar proféticamente el sentido de lo dicho. "Aspirad a
los carismas superiores" (1 Co 12,31), es decir, a lo que más ayuda a la
construcción del Cuerpo de Cristo.

Digamos alguna palabra más sobre los carismas más espectaculares, a causa
de la extrañeza que pueden causar. Sin embargo, ¿qué cosa más tradicional
que las curaciones, como encontramos en los Hechos de los Apóstoles, en las
vidas de los santos, en Lourdes y otros santuarios? ¿O más tradicional que el
hablar inspirado de algunos santos, de algunos predicadores, de tantas
personas? ¿o más tradicional que la "iubilatio" de un S. Agustín, o los
"cantos" de un S. Francisco, o los "bailes" de un S. Pascual, o los "aleluyas"
gregorianos, o las "saetas" de una procesión andaluza?

La oración en lenguas: "Se trata de una facultad de orar desde lo más


profundo de la persona, con sonidos que para la propia persona orante carecen
de todo significado definible. Estos sonidos no forman una lengua
determinada que el orante desconoce, aunque puedan reconocerse en ellos
reminiscencias inconscientes de otras lenguas.
El contacto con Dios en el don de lenguas es tan profundo que nos lleva más
allá de los límites del lenguaje comprensible y de la consciencia inteligible. Es
una de las manifestaciones de lo que podría llamarse “oración infusa”. Puede
utilizarse correctamente o puede hacerse un mal uso de ella, por ejemplo, para
llamar la atención" (SCHOONENBERG, en Concilium nov. 1974, p. 72).

"No puedes decir lo que es Dios y tampoco puedes callarte. Entonces, ¡qué
hacer sino exultar, abrir el corazón a una alegría que ya no tendrá necesidad
de buscar palabras, extender su alegría mucho más allá de los límites de las
sílabas!" (S. Agustín, Enarr. in Ps. 32).

La profecía: "Se trata de la edificación de las personas, por medio de la cual


se produce la edificación de la Iglesia. No es el don habitual de comprender y
de explicar la Palabra, no es la enseñanza. Pero tampoco se trata, como el
hablar en lenguas, de una expresión irracional: es una palabra inteligible, pero
que es dada, "inspirada" por el Espíritu. Esta palabra pone al que la escucha
ante la verdad de Dios y ante la verdad de sí mismo" (Y. CONGAR, o.c., II, p.
229).

"Ni el profeta ni su profecía constituyen por sí mismos la prueba de su


autenticidad. Las profecías han de someterse a la comunidad cristiana y a los
que ejercen las responsabilidades personales" (Documento de Malinas-l, E
5).

La curación: "La curación de hombres heridos, enfermos, abandonados, es un


signo de la llegada de los tiempos mesiánicos. S. Pablo pone los dones de
curación y el de obrar milagros entre los carismas del Espíritu: 1 Co 12,9.28-
30. ¿No es el Espíritu el don mesiánico por excelencia? Los Hechos de los
Apóstoles contienen muchos relatos de milagros y de curación. Y también la
historia de la Iglesia, a lo largo de todos los siglos, a pesar de que hay que
admitir que la literatura hagiográfica y monástica o la confianza popular han
exagerado la realidad efectiva: también muchos han pensado que los milagros,
como el don de lenguas, no habían sido concedidos más que para los
principios de la Iglesia. Nuestra época, a pesar de estar tan orgullosa de su
ciencia y de su dominio de los elementos, desmiente claramente esta
interpretación. Conoce los milagros, las apariciones y, especialmente en la
Renovación, el don de hablar en lenguas y obrar curaciones. Lo que ocurre en
la Renovación tiene un interés eclesiológico, además del evidente interés
pneumatológico. En la Iglesia católica los hombres de Dios han sido siempre
el instrumento de curaciones, y se han constatado muchas veces sensibles
mejorías después de la celebración del sacramento de los enfermos, pero las
curaciones han sido atribuidas sobre todo a santos del cielo, especialmente a la
Virgen María. Con la Renovación, vuelven a ser una característica de la
Iglesia de aquí abajo, un rasgo normal, cotidiano. Se intenta evitar el
sensacionalismo que fácilmente la marcaría.

El contexto es el de las reuniones de oración de la Renovación: don y fe


absoluta en Jesús que está vivo y cuyo Espíritu obra con fuerza; oración
fraterna, comunitaria, quien tiene el carisma de curación no obra solo, salvo
excepción; imposición de manos que, acompañando la oración en fe, es un
gesto clásico, bíblico, que expresa la acción poderosa del Espíritu; acción de
gracias aun antes de cualquier mejoría sensible. Se trata fundamentalmente de
vivir, con hermanos, en una comunión de fe y de oración, una relación con el
Dios vivo que transforma la relación consigo mismo, con su alma y con su
cuerpo. Ya que, si bien se producen curaciones físicas, se producen sobre todo
espirituales, interiores y, si se quiere, psíquicas" (Y. CONGAR, o.c., II, p.
230-232).

25 - JESÚS, LUZ DEL MUNDO.

BRILLE VUESTRA LUZ ANTE LOS


HOMBRES
”Este es el mensaje que hemos oído de El y que os anunciamos: Dios es Luz,
en El no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1, 5). El es "el único que posee la
inmortalidad, (y) que habita en una luz inaccesible" (1 Tm 6,16).
Y "el mismo Dios que dijo: de las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz
en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que
está en la faz de Cristo" (2 Co 4, 6).

Aún más, hemos sido hechos "luz en el Señor", "hijos de la Luz" (Lc 16, 8; Ef
5, 8; 1 Ts 5, 5), "aptos para participar en la herencia de los santos en la Luz"
(Col 1, 12).

Lo cual implica dos exigencias ineludibles:

a) aceptar y amar de veras el ser "luz del Señor", hombres en los que se
manifieste la presencia del Cristo Luz del mundo. Si no amamos o no
buscamos ser luz, es porque obramos mal (Jn 3, 19-21), y la luz que hay en
nosotros se puede volver oscuridad (Lc 11, 55);

b) dejar que esta luz ilumine también a otros, y que no pongamos la lámpara
encendida "debajo del celemín" (Mt 5, 15).

La Luz es vida divina comunicada a nosotros, es presencia de Jesús, es el


Reino de Dios que nos ha llegado como un don glorioso.

¿Cuáles son los factores que más impiden que brille esta Luz? Podríamos
reducirlos a una de las siguientes categorías:

1) Falta de fidelidad o de generosidad para seguir adelante con los cambios


que el Señor nos pida introducir en nuestras vidas. Este fallo suele frenar gran
cantidad de proyectos y de mociones del Espíritu.

2) Miedo de someternos totalmente al Espíritu, el cual nos ha de purificar y


adaptar más al ser de Dios. Tal miedo se manifiesta en el rechazo o
prevención contra los carismas, impidiendo su manifestación y desarrollo. En
el fondo es la autosuficiencia de pensar que no son tan necesarios. Si no
tratamos de ser hombres llenos del Espíritu, nos quedaremos en estéril
vaciedad. Los carismas nos exigen ser muy humildes y pobres ante Dios,
caminar en fe y en fidelidad.

3) Falta de visión del plan que el Señor está llevando a cabo. Lo que busca el
Señor con la RC. no es formar grupos de oración, ni desarrollar la devoción al
Espíritu Santo, sino renovar en profundidad su Iglesia para que se manifieste
como pueblo de salvación, de amor, de unidad, de testimonio, de alabanza, luz
para todas las gentes (Lc 2, 32).

Si enfocamos los problemas desde esta óptica del plan divino, no incurriremos
en la desviación frecuente de convertir lo accidental o secundario en el
objetivo principal, o de confundir la unidad del Espíritu con la uniformidad, lo
cual denota falta de creatividad o rutina perezosa. La unidad en la múltiple
diversidad de dones, situaciones y estilos es obra del Espíritu.

La RC. es una forma de manifestarse la Luz de Jesús, tanto para nosotros


como para el mundo entero. Es muy grande la responsabilidad que tenemos
contraída respecto a la Luz del Señor que categóricamente nos manda: "Brille
vuestra luz ante los hombres" (Mt 5, 16).

Su mandato postula que:

- transitamos y comuniquemos esta Luz ante todo dentro de la Iglesia,


proyectándola sobre los demás grupos cristianos, las comunidades, los
sacerdotes, y en general sobre los interminables problemas de pastoral que
constantemente se debaten. Porque lo hemos experimentado ya y tenemos un
haber no pequeño de conocimiento sobre cómo actúa el Señor y se manifiesta
la fuerza de la Resurrección allí donde haya creyentes que con fe y sencillez
se abran a la acción del Espíritu que El prometió y nos exhortó a pedir
insistentemente, debemos hacer ver a otros hermanos que esto es una realidad
tangible al alcance de todos, para propiciar la renovación de sus propias vidas
y de toda la Iglesia;

- pero también nos grita el Espíritu: " ¡ensancha el espacio de tu tienda!" (Is
54, 2). Fuera de la Iglesia, allá donde "la oscuridad cubre la tierra, y espesa
nube los pueblos" (Is 60, 2), tenemos mucho que ofrecer de la Luz que nos ha
llegado, llamados como estamos a evangelizar, a servir como Jesús sirvió y a
dar testimonio de lo que El es para el hombre que le acoge.

SOIS LUZ EN EL SEÑOR ¡VIVID COMO HIJOS DE LA LUZ! (Ef 5, 8).

JESUS LUZ DEL MUNDO EN EL


MISTERIO EUCARISTICO
Por Jesús Villarroel, O.P.

Publicamos a continuación un extracto de la charla que el P. Jesús Villarroel


pronunció en la IV Asamblea Nacional de la R.C., celebrada en San Lorenzo
del Escorial (Madrid), del 27 al 29 de Junio de 1980.

El Evangelio de S. Juan es el Evangelio de la Luz, de la Vida, de la Eucaristía,


del Espíritu. Desde el prólogo nos habla de la luz y las tinieblas, de la Vida y
de la muerte. San Juan es el profeta de esta asamblea, pues mejor que nadie ha
comprendido a Jesús como "la luz verdadera que ilumina a todo hombre que
viene a este mundo" (Jn 1,9).
Los Evangelios Sinópticos nos hablan en otra terminología, pues escribían en
un ambiente hebreo, nos presentan el Reino de Dios: "Convertíos, pues el
Reino de los Cielos ha llegado" (Mt 4, 17; Mc 1,15). Este Reino es Jesús. En
el Reino de Jesús el Espíritu se derramará sobre todos nosotros, sobre toda
carne y por su fuerza podemos caminar hacia la meta que nos propone: "Sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre Celestial. (Mt 5, 48).

Tenemos el Espíritu de Jesús dentro de nosotros, y El es el perfecto y el bueno


y el santo que nos hace santos a nosotros.

Este es un Reino que no se merece ni se conquista, sino que se hereda. Es un


don, un regalo.

San Juan utiliza las categorías de "luz" y "vida". Los griegos no entendían
bien el concepto de reino pues eran república democrática. Pero el Reino y la
Luz es lo mismo.

El Reino y la Luz coinciden porque Jesús es la Luz, es el Reino, es la Vida, y


al derramar su Espíritu sobre nosotros nos transforma en reino de sacerdotes
(Ap 5,10) y nos hace hijos de la luz, y "luz del mundo" (Mt 5,14) y
sacramento de salvación para los demás.

Hay una gran lucha en este mundo entre la luz y las tinieblas. Los hombres
nos empeñamos en seguir nuestra propia luz. Las tinieblas consisten en que
Jesús vino al mundo y los hombres no le hemos reconocido.

Desde hace siglos se predica otro evangelio distinto y sus profetas como
pueden ser Marx, Nietsche, Freud o Sartre, nos dicen que el hombre es único
Dios para el hombre, y que sólo es plenamente hombre cuando se
autodetermina y sigue su propia luz liberado de todas las alienaciones y de
todos los dioses. Su luz es la propia inteligencia, la razón humana. Y hasta
nosotros en nuestro corazón participamos muchas veces de esta sensibilidad,
compartimos con una gran parte de la humanidad la secreta esperanza de dar
solución por nosotros mismos, con nuestra propia luz, a todos los problemas
de la humanidad: la medicina, las ciencias naturales, la psicología, la
sociología. Uno de sus profetas, Nietsche, exclama:

"Si hubiera dioses ¿cómo iba yo a soportar no ser Dios?"

Y así vemos de acuerdo con esta luz una sociedad rica y opulenta: da la
impresión de ser la más rica y maravillosa en toda la historia de la humanidad,
pero en el fondo es la más herida de todas las sociedades, porque ninguna
sociedad como ésta necesita un consumo tal de drogas, de tabaco, de alcohol,
y de lucha por el poder y por la gloria, y, de violencia y desconcierto.
JESUS ES LA LUZ HOY, AQUÍ, PARA NOSOTROS Y PARA EL
MUNDO

Cuando el hombre se quiere guiar por su propia luz se desconcierta y cae en la


oscuridad, en la violencia y en todo cuanto nos dificulta el comprendernos y
ser verdaderamente hombres.

Pero Jesús dice: "Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en
tinieblas" (Jn 8,12). Hemos de partir de este texto: que el Señor es la luz del
mundo.

El es el mismo hoy, ayer y mañana y está vivo y presente en medio de


nosotros. La misma salvación que se realizó al salir de Egipto, la salvación de
la Cruz, se repite hoy aquí. Por esto hacemos Eucaristía aquí esta mañana y le
damos gracias a Dios porque el Señor ha sido bueno y grande con nosotros.

Como alguien ha dicho, el mayor problema que tiene la Iglesia es que su


fundador sigue vivo y no la dejará morir. Nuestro Dios no es una idea, o un
principio universal, o sólo el motor inmóvil de todas las cosas. Es "el que me
sacó de Egipto", "el que me liberó del Mar Rojo" y me hizo pasar el desierto y
hasta vencer siete naciones más poderosas que yo. Es el Dios de mi vida y de
mi experiencia y de mi historia, el Dios presente y vivo.

El Evangelio nos narra cómo invitó a Jesús un tal Simón, fariseo, y como una
pecadora llevó un frasco de alabastro de perfume y comenzó a llorar y con sus
lágrimas le mojaba los pies y los ungía con el perfume. Sintió que estaba
salvada, y llena de gratitud obró en contra de la costumbre de aquel momento.
Simón se escandaliza. ¿Por qué? Porque no tiene la experiencia transformante,
no se siente liberado, ni tiene un amor particular por Jesús, ni siente la
necesidad de convertirse.

Nosotros también hemos salido de Egipto, y es una gracia muy grande el que
el Señor haga que nos consideremos pecadores, pues entonces le
necesitaremos a El, su gracia y su vida. Todos partimos de esta experiencia
transformante. De todos los que estáis aquí el que no se sienta salvado y
perdonado, el que no tenga experiencia, que crea en la fe de los demás, con la
fe de la Iglesia, y pronto verá al Señor en su vida.

Lo que estamos haciendo esta mañana es acción de gracias, Eucaristía. Os


invito a que deis gracias profundas en vuestro corazón al Señor, aunque no
escuchéis demasiado mi charla, pues vale más una acción de gracias que
cuarenta mil charlas.
Todos estamos convocados aquí por el Señor. Cada uno viene de uno de los
rincones del mundo, y aunque no nos conocíamos ni aun nos conocemos bien,
sabemos que en el corazón hay la misma sangre. Todos debemos vivir esta
fiesta y celebración porque estamos siendo salvados por el Señor en este
momento.

Un día le preguntaron a Jesús: "¿Quién pecó, él o sus padres, para que haya
nacido ciego? Respondió Jesús: Ni él pecó ni sus padres; es para que se
manifiesten en él las obras de Dios" (Jn 9,1-4).

Y las obras de Dios es hacernos ver. Si alguno de vosotros se siente ciego, el


Señor le va a hacer ver. Si alguno no se siente ciego, que se tape los ojos,
porque necesita sentirse ciego para que la obra del Señor se realice en él.

JESUS COMO LUZ DEL MUNDO SE MANIFIESTA EN UNA


ASAMBLEA Y EN UNA COMUNIDAD DE AMOR Y TESTIMONIO

La primera parte del misterio eucarístico es la asamblea.

El sacramento no es solo el pan y el vino. La asamblea es también sacramento


de salvación, pues como dice el Papa en su última Encíclica, la Iglesia hace a
la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia.

A través de una asamblea Jesús derrama su luz sobre el mundo. La Iglesia, y


en este caso nosotros, somos el Cuerpo de Cristo, el elemento perceptible y
material, el signo que pueden ver los hombres para creer en Cristo.

Las notas de una comunidad que sea eucarística y misionera en el sentido que
acabo de decir, son tres:

a) la unidad de acuerdo con la oración de Jesús: "Como Tú, Padre, en mí y yo


en Ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú
me has enviado" (In 17,21).

b) El Amor. "En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis
los unos a los otros" (Jn 13,55).

Estos dos signos son luz. Los hombres se preguntarán de dónde viene este
amor y esta unidad, y entonces, porque todos somos testigos, hemos de
utilizar la pastoral de "Ven y verás". Si alguien te pregunta: ¿qué es el amor?,
probablemente no sabrás decirle lo que es, pero sí podrás responder:

"Ven a mi grupo, a mi comunidad, a mi familia y verás". No hay fuerza más


poderosa ni misión más eficaz que una comunidad en oración, en unidad y en
amor.
c) El otro signo es la confesión, el testimonio, la proclamación. Que nadie
dude quién es para nosotros el bien supremo. Nuestra religión no es una
religión de sabios, es una religión de testigos.

Decimos que el mundo está mal. Pero si realmente creemos que el único que
salva y transforma, que cambia al mundo y renueva la faz de la tierra es Jesús
y su Santo Espíritu, mucha culpa de que el mundo no cambie y se transforme
la tenemos nosotros, fundamentalmente por una razón: porque nos falta
confesión, ser testigos, confesar en todo lugar y momento cuál es el bien
supremo para nosotros. Este es uno de los grandes males del cristianismo de
los últimos tiempos: que tiene miedo.

Atrás hemos dejado una teología que se llamaba la teología de la muerte de


Dios, la cual nos hizo a todos vivir un poco acomplejados como si Dios
hubiera desaparecido. Gracias a Dios ha venido la Renovación Carismática
cuyo principio es ¡JESUS VIVE! Es lo contrario de la teología de la muerte
de Dios: Jesús vive y está presente en medio de nosotros y una forma de
expresarlo es confesar que JESUS ES LA LUZ DEL MUNDO.

SU PRESENCIA EN LA EUCARISTIA NOS CONVOCA A NUESTRA


MUERTE Y AMOR A LOS DEMAS

La primera forma de presencia del Señor en la celebración eucarística, ya lo


sabéis, es por su palabra.

Cuando en la celebración leemos las Sagradas Escrituras, tenemos que leerlas


con la convicción de que el autor de lo que se dice es el mismo Espíritu de
Jesús, y que es Jesús mismo el que proclama su Evangelio todos los días. San
Pedro nos dice que los profetas profetizaron por "el Espíritu de Cristo, que
estaba en ellos" (1 P 1, 11).

La Palabra es eficaz por sí misma, es sacramental. Como decían los santos


Padres es esperma y vehículo del Espíritu. Por ella el Espíritu nos cuenta lo
que Dios ha hecho por nosotros.

Si juzgas la palabra, no te dirá nada, por eso hay que escucharla con el
corazón más que con la inteligencia.

El contenido más hondo del misterio eucarístico se nos da en la anáfora, en el


canon, sobre todo en las palabras de la consagración y de la comunión. El
mismo Cristo es el Sacerdote, la Víctima y el Altar. El celebrante habla "in
persona Christi", es decir en lugar de la persona de Cristo, y por esto sólo él
recita el canon, y no el pueblo, y todos respondemos al final ¡Amén!, es decir,
respondemos: ¡Gloria a ti, Señor!, ¡Sí!, ¡Amén!, es decir que se realice en
nosotros eso que es don y obra de Dios.
El Espíritu eterno consagra el pan y el vino mediante la imposición de manos
y las palabras del celebrante, y de nuevo se actualiza la presencia de Jesús en
medio de nosotros, de forma que de nosotros puede decirse que nos hacemos
contemporáneos de Cristo y que le podemos sentir y vivir con la misma fuerza
que los apóstoles, pues ellos llegaron a creer en el Señor mucho más cuando
desapareció que antes, ya que Cristo les entró hasta lo más profundo de su ser,
y esto fue por la fuerza del Espíritu que nos da una certeza superior a la que
nos puede dar la visión corporal.

El sacramento que celebramos es una pascua: lo mismo que el Señor pasó y


liberó a los israelitas de los egipcios y lo celebraron cada año con la
inmolación de un cordero, así Cristo pasó por el mundo, se inmoló y nos ha
sacado a todos y cada uno de nuestro Egipto. Se ha constituido una nueva y
eterna alianza sellada con la sangre de Cristo. De su costado salió sangre y
agua: el precio y el Espíritu como nos dice S. Juan (19,34): Jesús nos hace
entrar en su Pascua, en su Muerte y en su Resurrección.

¡Jesús nos convoca a la muerte! La esencia del sacrificio está en expresar


nuestra dependencia del Creador. Hacer de la criatura un absoluto, como
hacen los humanismos ateos, es descentrarla, y llenarla de violencias, de
sinrazón v sinsentido, porque no sabe para qué vive. Ser convocados a la
muerte significa aceptar el vivir la vida, como Jesús, en dependencia de la
voluntad de Dios, que El nos conduzca, que sea El "el que lleva el volante". El
Señor nos irá llevando a través de las muertes de cada día a la entrega final, a
la cruz por la salvación del mundo.

Realizamos así nuestra misa personal, nuestro sacrificio, nuestra muerte,


nuestra entrega. El amor a los demás es lo que da sentido a este sacrificio.

Cada eucaristía tendría que ponernos en crisis, porque no es solo acción de


gracias, sino que también nos ha de llevar a nuestra muerte. La cruz con
Jesucristo muerto pone en crisis nuestro no querer morir, nuestros pecados,
nuestras envidias, nuestros celos, nuestro no saber perdonar, nuestras
opresiones y atropellos a los demás, nuestra soberbia y autosuficiencia.

Por eso la Eucaristía nos tiene que recordar a los pobres y a todos los que
sufren por el pecado de los demás. El sufrimiento del mundo es efecto del
pecado, y Jesucristo sigue crucificado mientras exista en el mundo sufrimiento
y no libertad. La Eucaristía nos señala un compromiso muy fuerte: la Cruz de
Cristo, la cual extiende toda su eficacia hasta donde exista cualquier rastro de
pecado, un niño que llora, una persona con hambre, una muerte violenta
injusta...

El sufrimiento actual del mundo, sus pecados, los atropellos y opresiones de


cada día nos arguyen que las eucaristías que celebramos no son del todo
verdaderas por nuestra parte. ¿Qué podemos hacer?

Primero, nosotros mismos: salvar nuestro propio corazón de la discordia, y


después nuestra propia comunidad, nuestro grupo, nuestra familia. Salvemos
de la discordia interior, para que crezca la unidad y el amor.

EL ESPIRITU ES EL PRIMER FRUTO DE ESTE SACRAMENTO Y


BANQUETE

La Eucaristía es también un banquete. "Un hombre dio una gran cena y


convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los
invitados: "Venid que ya está todo preparado". Pero todos a una empezaron a
excusarse...“ (Lc 14, 16 - 24). El alimento de esta cena es: "Yo soy el pan vivo
bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que le
voy a dar es mi carne para vida del mundo" (Jn 6,51).

El Padre da a los invitados un gran banquete. El alimento es la carne de su


propio Hijo, el Cordero sacrificado, el cordero de una nueva Pascua.

Los judíos en Egipto marcaban sus puertas con la sangre del cordero para ser
liberados de la espada del ángel. Con su propia sangre el nuevo Cordero,
Jesús, sella una Alianza Nueva y eterna. A quien el Padre da este pan, es
porque lo quiere para El y lo marca con su sello, el sello del Padre, las arras y
la prenda de la Nueva Alianza. El fruto de este banquete es el Espíritu Santo.

Doy gracias a la R.C. porque me hizo descubrir la dimensión del Espíritu. Yo


antes siempre hablaba de la gracia y de los sacramentos como medios para
obtener la gracia. Fácilmente la transformaba en una categoría del
pensamiento y dejaba de ser algo vivo para mí. Ahora digo que los
sacramentos son cauce para que se nos dé el Espíritu, el cual es una persona
con la que puedo hablar, al que puedo invocar y se derrama sobre todos
nosotros, nos ayuda, nos consuela, nos arguye y corrige. Como he dicho antes,
el problema que tenemos es que el Espíritu está vivo y sigue actuando con
fuerza en medio de nosotros.

El Espíritu es, pues, el primer fruto de este sacramento y banquete. Sabemos


que estamos en el Reino, comunidad e Iglesia, si tenemos el Espíritu, si
estamos marcados (Ef 1,13). Lo mismo que un pastor conoce sus ovejas por la
marca que cada una lleva de su rebaño, el Señor a nosotros nos marca en lo
más profundo de nuestro ser con su propio Espíritu, dimensión que, si no
tenemos el Espíritu del Señor, ni siquiera sabemos que exista dentro de
nosotros.
Por medio de su Espíritu ejerce Jesús su sacerdocio en nosotros. El Espíritu,
en efecto,

- construye la comunidad fraterna. Al darnos a comer el pan y el vino el


Espíritu construye una comunidad eucarística haciéndonos a todos semejantes
a El, una misma cosa con El, "ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,
20)

- Esto lo hace con una lógica extraña, con la lógica de la cruz: "A todo el que
te pida, da, y al que tome lo que es tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis
que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente" (Lc 6,30 - 31). Es
la lógica del Espíritu.

- nos hace descubrir en la comunidad que todo es don, regalo y gracia


maravillosa de Dios. Son un don tu mujer y tus hijos. Y los que viven contigo
en tu comunidad, y todos los hombres son un don del Señor. Si aprendemos a
dar gracias a Dios por los hermanos de nuestra comunidad, dejarán de ser
pronto extraños o competidores y descubriremos que tenemos infinitas más
cosas por las que dar gracias al Señor que por las que maldecir al prójimo.

- finalmente, si tenemos el Espíritu de Jesús, se construye la comunidad y el


mundo verá una luz grande. "En otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois
luz en el Señor" (Ef 5,8). El fruto de la luz es bondad, justicia, verdad y
comunidad.

Jesús es luz e ilumina a través de la Iglesia. Si tenemos el Espíritu de Jesús,


los hombres reconocerán en la Iglesia una invitación y no un obstáculo. Que la
R.C. como parte de la Iglesia sea una invitación.

Por participar en su banquete somos comensales, familiares de Dios. Pero la


voluntad de Jesús es que en su familia entren muchos. Nuestra acogida debe
ser muy buena. El dijo: "Atraeré hacia mí todas las cosas". Y esto se realiza
por medio del Espíritu y de la Iglesia. Cuando la Iglesia sea la comunidad
eucarística de toda la humanidad y todos los hombres den gracias al Padre por
Jesús, entonces se hará efectiva aquella oración que repiten continuamente el
Espíritu y la Novia: "¡Maran atha! ¡Ven, Señor Jesús!".

ESTAMOS VIVIENDO LA EPOCA


DEL ESPIRITU
Homilía del Cardenal Enrique y Tarancón
Publicamos íntegra la homilía que el Presidente de la Conferencia Episcopal
Española, D. Vicente Enrique y Tarancón, Cardenal de Madrid, pronunció en
la Eucaristía de clausura de la IV Asamblea Nacional de la R.C. celebrada en
El Escorial, el 29 de Junio.

Hermanos, en este ambiente festivo y alegre de la Eucaristía refrendáis vuestra


Asamblea, al mismo tiempo que celebramos una fiesta importante en la
Iglesia: la de San Pedro y San Pablo.

Y si he subrayado este carácter alegre y festivo que vosotros dais a la


Eucaristía, es porque es una lástima que muchos cristianos no se hayan
enterado todavía que la Eucaristía es una fiesta. Yo diría que es la gran fiesta,
el gran gozo para los cristianos, y, al fin y al cabo, es la realidad de la
presencia de Jesús en medio de nosotros, y ¿cómo podemos estar tristes
estando con Jesús?

Pero yo quisiera fijarme, hermanos -ya que estoy hablándoos a vosotros, (he
de confesar que es el primer contacto, he dicho el primero, y el primero trae
un segundo) digo que en este primer contacto que tengo con vosotros en este
día en que acabamos de escuchar esta página del Evangelio en la cual aparece
claramente que el Espíritu ilumina a Pedro y pone las palabras en sus labios
"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios" -en cómo efectivamente la Iglesia está
fundamentada en el Espíritu, y cómo el proceso y el desarrollo de la Iglesia es
obra del Espíritu.

Podríamos decir con verdad que ahora estamos viviendo la época del Espíritu
Santo.

Creo que esta afirmación que estoy haciendo es profundamente teológica,


porque es el Padre el que preparó la Redención, es Jesucristo el que la llevó a
cabo, pero recordad cómo Jesucristo antes de ausentarse de nosotros dijo: "Yo
os enviaré al Espíritu Santo para que os dé a conocer toda la verdad", de tal
manera que, diríamos, la Redención de Jesucristo, que se perpetúa por medio
de la Iglesia, es por la presencia del Espíritu.

Y si esa presencia del Espíritu, que siempre ha sido una realidad en la Iglesia,
aunque muchas veces no nos habíamos enterado de ella, si esa presencia, digo,
del Espíritu está quizá floreciendo ahora de una manera especial en estos
grupos de Renovación Carismática -como en otros grupos también de
cristianos, que todos ellos quieren adentrarse, yo diría, en el Misterio de la
Iglesia, que, al fin y al cabo, es el Misterio del Espíritu, y todos quieren recibir
la luz necesaria para esta orientación nueva en los momentos actuales, y todos
quieren recibir la fortaleza para saber en estos momentos y en estas
circunstancias del mundo cuando nos dicen que todo anda mal, que Dios está
marginado de la vida de los hombres (y sin embargo para mí son los tiempos
de la gran esperanza, porque el mundo no lo sabe pero está esperando al
Redentor, está esperando el mensaje de Jesús, está esperando la inspiración
del Espíritu, y por esto no cabe duda ninguna de que en estos tiempos de
renovación eclesial, que ha promovido de una manera intensa el Concilio
Vaticano II, y que los Papas y este último, Juan Pablo II, un don de Dios, no
cabe duda, a su Iglesia, la está potenciando de una manera extraordinaria - es
porque la Iglesia está necesitando, es verdad, de una renovación de estructuras
¿cómo no?, de una renovación que podríamos decir también jurídica, es cierto,
pero, sobre todo, necesita de una renovación en el Espíritu.

Hace falta una renovación en el Espíritu, hermanos, porque quizá en los


tiempos anteriores, -y todos tenemos parte de culpa, son las circunstancias
quizá las que nos obligaban a ello-, nos habíamos fijado más en la juridicidad
que en el Espíritu en la Iglesia, y parecía que habíamos arrumbado los
carismas, cuando la Iglesia será siempre obra del Espíritu.

Pero digo que en estos momentos y circunstancias, cuando no cabe duda ha


cambiado notablemente la cultura de los pueblos y la psicología de los
hombres, ahora cuando nosotros hemos de hacer que el mensaje de Jesús que
es eterno, pero que tenga garra para los hombres de hoy, y necesitamos
nosotros, por lo tanto saber encarnar la fe en esta cultura y en esta psicología
de los hombres y de los pueblos, ahora más que nunca necesitamos de la
acción del Espíritu.

Porque, es verdad, los científicos, los teólogos pueden ir abriendo caminos de


renovación; pero si aún ellos no saben escuchar más al Espíritu que a los
elementos naturales, y si sobre todo la Iglesia no sabe renovarse íntima y
espiritualmente, esta renovación sería una renovación estructural, todo lo
fuerte que queráis, pero no sería una renovación de la auténtica Iglesia de
Jesucristo.

Porque la renovación de la Iglesia, - ¡qué cosa tan rara! es volver a lo pasado,


es volver a lo antiguo, al Evangelio, al Evangelio y a la figura de Jesús. Pero
al Evangelio sin interpretaciones cómodas; al Evangelio en toda su integridad;
al Evangelio cuya práctica resulta enormemente difícil, yo diría imposible
para los hombres, pero todo es posible para Dios. Y en esta vuelta al
Evangelio es precisamente en lo que ha de consistir esencialmente podríamos
decir, esta renovación.

Y así como Pedro por inspiración del Espíritu intuyó quién era Jesucristo y lo
profesó públicamente, así también, hermanos, hace falta que ahora nosotros
los cristianos, empezando por los que tenemos cargo de autoridad en la
Iglesia, - porque sin querer por eso de que tenemos autoridad, de que hemos
de ser prudentes en la evolución de las cosas, porque dicen que la prudencia es
la virtud de los gobernantes, muchas veces podemos poner cortapisas al
Espíritu, y el Espíritu yo creo que ha irrumpido en la Iglesia de hoy
precisamente porque hoy más que nunca tenía necesidad la Iglesia de esa
presencia del Espíritu, - pero os decía que ahora, como Pedro por inspiración
del Espíritu conoció que Jesús era el Hijo de Dios y supo confesado
públicamente, a pesar de aquella divergencia de criterios y pareceres que
había con respecto a la figura de Jesucristo, así hace falta, hermanos, que
ahora en este mundo que dicen secularizado, en este mundo que dicen que ha
marginado a Dios, en este mundo consumista que arrastra incluso a muchos
que se llaman cristianos y que parecen serlo de verdad en algunas
manifestaciones de su vida, hace falta tener una luz muy clara para saber cual
es la verdad y hace falta tener mucha fuerza para proclamarla públicamente a
fin de que demos testimonio de esta verdad del Evangelio que nosotros
queremos vivir en nuestra vida.

Y por esto es el momento, diríamos, del Espíritu en la Iglesia de Dios. Y


cuando yo he visto ese espectáculo, y os lo confieso, primeramente cuando he
visto a tantos sacerdotes, - porque dicen que el sacerdote está en crisis, dicen
que los curas parece que van detrás de cosas más bien terrenas y humanas, -y
cuando yo he visto aquí un centenar de sacerdotes que han venido aquí para
estar con vosotros, convencidos de este movimiento de Renovación
Carismática, que es al fin y al cabo de fe en la presencia del Espíritu en su
Iglesia, cuando he visto, digo, a tantos sacerdotes, os lo confieso, se me ha
ensanchado el corazón.

Se me ha ensanchado el corazón por dos razones que yo quiero deciros con


toda claridad:

a) primeramente porque estos sacerdotes son la prueba, yo diría la garantía de


que el sacerdocio actual está en línea, aunque tengamos deserciones y haya
miserias también entre los sacerdotes;

b) pero además porque, oídme seglares, estos grupos carismáticos necesitan


del sacerdote, no porque los sacerdotes sepamos más, ni porque seamos más
buenos que vosotros, sino sencillamente porque lo ha querido Jesús, que ha
querido perpetuar su presencia en el mundo, primero quedándose real y
verdaderamente en la Eucaristía, pero prolongando su ministerio sacerdotal
por medio de nosotros, que seremos todo lo inútiles que vosotros queráis, pero
que al participar de los poderes de Cristo tenemos la garantía de la acción del
Espíritu.

Y por esto me he alegrado de ver tantos sacerdotes, porque entonces ya puedo


tener confianza en estos grupos carismáticos.

Me parece que no lo he dicho bien del todo, porque ¿es que hubiera venido si
no tuviese ya confianza en vosotros?

Porque estoy convencido, estoy plenamente convencido como obispo de la


Iglesia que, en estos momentos en que vivimos, la principal misión de los
Obispos es estar a la escucha. A la escucha, pero no de lo que el Espíritu
Santo nos diga a nosotros personalmente también, pues el Espíritu suele
infundirse en el Pueblo de Dios, y hemos de estar a la escucha de ese Pueblo
de Dios que movido por el Espíritu nos está diciendo a nosotros quizá que
habíamos de ser un poco más atrevidos y osados en algunos momentos de la
vida para llevar a la Iglesia en estas circunstancias que está viviendo, que son
difíciles pero para mí son muy esperanzadoras, porque se están viendo en la
Iglesia fenómenos como éste que estoy contemplando que no se daban en años
anteriores, cuando era quizá de una piedad más externa, si queréis, y con
algunos formulismos, y con muchas prácticas y muchas procesiones, etc., pero
sin embargo el meollo de la vida cristiana es la unión con Cristo, es la apertura
al Espíritu, que es el que nos habla y nos ha de guiar y mover en nuestra vida
cristiana, y no era tan claro y tan abierto como es en los momentos actuales.

Y por eso digo que nuestra misión es estar a la escucha, ir viendo todos estos
movimientos que el Espíritu está suscitando en la Iglesia de Dios, quizá con
algunos detalles que puedan enmendarse, ¿por qué no? Al fin y al cabo es
normal, sobre todo cuando son multitudes las que asumen cualquier idea por
sublime que sea y es natural que puedan fallar algunos detalles.

Pero no cabe duda que cuando uno ve estos fenómenos entonces se entiende
que la Iglesia es eternamente joven, y digo eternamente joven porque ¿qué es
esto que estamos haciendo aquí?

Yo me imaginaba, quizá no en número tan pleno como es hoy ni con todos


estos medios técnicos que facilitan el que nos entendamos aun siendo mucha
gente, pero ¿cómo sería, hermanos, una Eucaristía de aquellas primitivas
comunidades cristianas? Esto: la alegría, el gozo, la alabanza que rebosaba de
todos los corazones y el recibir a Jesucristo, porque sabían que allí estaba la
luz, la vida, la paz y todo lo que necesitaban para vivir su vida cristiana.

Y esta armonía y esta alegría y esta paz y esta fraternidad que se ve en


vosotros es manifestar que la Iglesia está renaciendo, está reviviendo y
estamos entendiendo lo que significa la comunidad, y la comunidad alegre y
gozosa reunida en torno al altar, a la mesa de la Eucaristía para participar de
este pan que Jesucristo ha querido prepararnos con su propio cuerpo.

Por eso, hermanos, yo os digo: sed fieles al Señor, sed fieles al Espíritu.

Nuestra misión, la de los Obispos, no es apagar ninguna mecha que humea,


menos el parar estos movimientos que están surgiendo en la Iglesia por
voluntad del Señor. Sí que puede ser encauzarlos.

Y efectivamente quizá sea esta la razón, y creo que debo decirlo también, por
la cual la figura de nuestro Papa actual, Juan Pablo II, es un poco
controvertida. Porque, es verdad, unos dicen blanco y otros dicen negro; otros
dicen que es involucionista y otros que es avanzadísimo. Está siendo un
auténtico signo de contradicción. ¿Por qué? Sencillamente, porque después
del Concilio, de esta renovación que se produjo en la Iglesia, era natural que
se produjera un trastorno, un confusionismo, hasta, yo diría, que un ambiente
de conflictividad dentro de la Iglesia, muchas veces con sombras en la
doctrina y con fallos en la disciplina, etc.

Y ahora a este Papa le está tocando la misión más difícil: clarificar


doctrinalmente, encauzar eclesial y disciplinariamente, y esto es difícil, y esto
es lo que está haciendo el Papa, que como digo es un don que el Señor ha
concedido a su Iglesia en estos momentos. Porque esto es lo grande, lo que
manifiesta más claramente que el Espíritu está con nosotros, que en cada
momento histórico tenemos siempre el Papa que la Iglesia en aquellos
momentos necesita. Y este es el Papa que necesita la Iglesia de hoy.

Termino, porque estáis alargando vosotros excesivamente mis palabras, y creo


que hay más aplausos que palabras, y entonces esto resultaría interminable.

Yo no os digo más que una cosa. Os confieso: estoy contento. Os digo más:
estoy emocionado. Y estoy emocionado porque siempre me emociona el ver la
acción del Espíritu, y aquí estoy viendo la acción del Espíritu.

Perseverad, hermanos. Abríos cada vez más a la palabra del Espíritu. No


desfallezcáis, aunque el camino algunas veces os resulte difícil y aunque
encontréis la contradicción en este mundo, que normalmente ha de ser hostil a
la predicación del Evangelio, para que como Pedro, con esa entereza, después
de conocer por la inspiración del Espíritu, sabe proclamar públicamente su fe
en Jesús, también nosotros, no sólo con nuestras palabras, sino sobre todo con
nuestra vida y con la alegría y el gozo que rezuma el sabernos hijos de Dios,
vamos a proclamar públicamente, delante de todos, que Jesucristo es el Hijo
de Dios y el único Salvador del hombre.

JESUS LUZ DEL MUNDO EN LA


COMUNIDAD EVANGELIZADORA
Por Tomás Forrest, C.Ss.R.
Conferencia pronunciada en la IV Asamblea Nacional celebrada en San
Lorenzo del Escorial, del 27 al 29 de Junio.

Una noche, hace varios años, me encontraba sentado en un avión en el


aeropuerto de Boston listo para despegar, cuando de pronto desapareció la luz
no sólo en el aeropuerto, sino en toda la ciudad de Boston, en todo el estado
de Massachussets y en todo el sector nordeste de los Estados Unidos, un área
más grande que toda España. Para los habitantes de la zona afectada se había
apagado la luz del mundo. Tuve que abandonar el avión y con grandes
dificultades volver a la casa parroquial de los PP. Redentoristas en Boston. No
funcionaban los semáforos, ni trenes eléctricos, ni ascensores, ni restaurantes,
ni había protección pública, y el colmo: no había televisión... El mundo había
perdido su poder. Se había ido la luz.

El mundo vive hoy en terror y bajo la continua amenaza de esta clase de


apagón. Arthur Hailey, el autor de Aeropuerto, llegó a escribir otro bestseller
famoso: Apagón (Over Load). La crisis energética monopoliza los titulares de
los periódicos del mundo entero. Este ha sido el tema de los líderes políticos
del Oeste, reunidos durante estos días en Venecia, y los analistas explican que
la misma crisis energética ha sido lo que motivó a Rusia para atacar a
Afganistán...

Pero por muy grande que sea esta crisis de energía que hace dudar a muchos
de que el mundo pueda subsistir, hay otra crisis de energía de la que muy
pocos se dan cuenta, pero que en sus consecuencias es profundamente grave.
Me refiero a la pérdida del poder divino, a la desaparición de la luz de nuestro
Señor Jesucristo, de la Luz que es Cristo.

Si desapareciera este poder y esta luz, el hombre espiritual sufriría un daño


incomparablemente mayor que el que ha sufrido el hombre material con la
desaparición de la electricidad y del gas. El espíritu del hombre es de un valor
muy superior al de su cuerpo, y sin Cristo este espíritu se encuentra:

-sin protección: en una oscuridad que invita al diablo a robar;

-sin movimiento: no se trata de falta de avión, de ascensor o de coche, sino de


una ausencia de gracia que debilita y paraliza hasta tal punto que hace
imposible cualquier movimiento hacia un más elevado nivel de vida, hacia un
crecimiento y desarrollo del ser humano;

- sin semáforo: es decir, sin nada para distinguir lo bueno de lo malo, sin nada
para frenar las pasiones, emociones y apetitos, el egoísmo tan dañino y
peligroso del hombre. El hombre así se estrella;
- sin luz: privado de Cristo que es la Luz, el hombre no puede ver el camino,
no sabe cuál es el camino, no tiene guía para su caminar, ha perdido la verdad
que le hace libre.

San Juan nos dice que Jesucristo es la luz que "brilla en la oscuridad" (Jn 1,5).
Y cuando San Pablo proclama que estamos en lucha contra fuerzas
espirituales de maldad "que tienen mando, autoridad y dominio sobre este
mundo oscuro" (Ef 6,12), nos indica también que un mundo sin Cristo es un
reino de oscuridad.

ACERCARSE A LA LUZ DE CRISTO PARA VIVIR

La mejor manera de visualizar esta realidad no es el modo de una pequeña


bombilla que transmite luz a todas partes del salón. Cristo, la Luz, se asemeja
más bien a un rayo láser que emite una línea de luz a través de la oscuridad,
pero una luz que se limita al rayo mismo sin extenderse por el salón. Para
escapar de la oscuridad hay que acercarse y ponerse bajo el rayo mismo. De la
misma forma, aquellos que deseen beneficiarse de la Luz de Cristo tienen que
acercarse voluntariamente a esta luz y seguir su dirección o quedarse, de lo
contrario, sumidos en profunda oscuridad.

La Luz de Cristo es Luz que guía, que sana, que protege. Da seguridad, trae
victoria, ofrece respuesta a las ansiedades más profundas del hombre
revelando la verdad y dándonos a compartir la sabiduría divina que produce
gozo y bondad en el hombre. Es la Luz de la vida (Jn 8,12). Es la luz intensa
que brilla sobre "los que vivían en tierra de sombras" causando gozo y alegría,
quebrando el yugo pesado y la vara tiránica que pesaba sobre sus hombros (Is
9, 1-4).

Aunque Cristo nos dice con claridad que "si uno anda de noche, tropieza
porque no está la luz en él" (Jn 11,10), el mundo de hoy ama apasionadamente
la obscuridad, o sea los peligros y daños inevitables de una vida sin Cristo, de
una vida sin luz. El deseo de los que son del mundo es quedarse lejos del rayo
de luz, lejos del reflejo o del más pequeño brillo de la Luz de la vida, porque
como dice Cristo, la luz revelará sus pecados (Jn 3,20-21). Su tendencia,
aunque subconsciente, es a suicidarse por su determinación a alejarse cada vez
más de la luz y a perderse y esconderse en la oscuridad.

La obscuridad puede ser:

-materialismo,

-adoración del dinero y del cuerpo,


-adicción a drogas,

-pornografía,

-destrucción familiar,

-alcoholismo,

-odio, agresividad y terrorismo,

-racionalismo glorificado como una religión,

-egoísmo predicado como doctrina de fe,

-virginidad considerada como una vergüenza y el adulterio como un orgullo.

LA TAREA MÁS URGENTE:


AYUDAR A LOS HOMBRES A SALIR DE LA OBSCURIDAD

Creo de corazón que es un sagrado deber cristiano buscar comida para los
pobres. Pero aún en esta época, en la que se da la tendencia, incluso en la
misma Iglesia, a poner todo el énfasis en la acción y en el compromiso social,
no temo proclamar públicamente que lo más importante es ayudar a los que
viven en la obscuridad para que vuelvan a la luz. En otras palabras, la
evangelización es la caridad y el amor supremo, como indica el Papa Pablo VI
en la Exhortación "Evangelii nuntiandi" y Juan Pablo II en sus palabras a los
obispos de Francia. Es la misión de Cristo mismo, es el Reino de Dios, con el
que todo lo demás viene como añadidura y, como dicen los papas, el corazón
de su mensaje es la noticia de salvación.

Según sus propias palabras, Jesucristo es la Luz. Por eso, si guiamos a una
persona hacia Cristo practicamos la caridad del que conduce un ciego a la
visión de la luz. Somos como la luz de la estrella que guió a los Magos hacia
Cristo, o como Juan el Bautista que gritó en el desierto para indicar el camino
y señalar el cordero de Dios. Pero, una vez hallado, Cristo mismo es la Luz
que nos guía hacia el cielo y nos revela el rostro de Dios mismo.

Cristo fue profetizado como Luz: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio
una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció"
(ls 9,1). Cristo fue anunciado con una nueva luz en el cielo, la luz de la
estrella (Mt 2,2). Repetidamente Cristo es llamado Luz por San Juan y San
Pablo. “En El estaba la vida y esta vida era la Luz para los hombres; brilla en
la obscuridad y la obscuridad no ha podido apagarla" (Jn 1,4-5), "Vivid como
hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y
verdad... no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas... Despierta...
y levántate... y te iluminará Cristo" (Ef 5,8-14). Y Cristo mismo dice que El es
la luz: ?"Yo, la Luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no
siga en las tinieblas" (Jn 12,46).

Sin embargo el mundo sigue codiciando la obscuridad y rechazando la Luz.


Aun más, desprecia la luz como si fuera obscuridad, ignorancia, una
esclavitud, tristeza, una pérdida, o de poca importancia. Y esto es el colmo de
las mentiras.

La verdad es que los que siguen a Cristo son los únicos que dejan de ser hijos
de la obscuridad y llegan a ser hijos de la Luz (Ef 5,8, etc.).Esta es la luz que
da calor, que hace que las flores y las plantas crezcan y produzcan su fruto. La
verdad es que la visión de esta luz produce vida (Sal 36, 10), y su carencia
produce y ya es en sí muerte (Sal 49,20; Jb 18,5; Pr 13,9; Si 22,9). La verdad
es que los siervos de Yahvé se dedican a transmitir esta Luz y de este modo
también se convierten en Luz (ls 42,6 y 49,6; Dn 12,3).

Nuestra misión es enseñar a las gentes a gritar como los dos ciegos del
Evangelio: "¡Señor, que se abran nuestros ojos!" (Mt 20, 33). Jesús explicó
claramente esta misión cuando le dijo a San Pablo:
"Te he puesto como luz de los gentiles para que lleves la salvación hasta el fin
de la tierra" (Hch 13, 47). Una misión tan importante que Pablo VI llega a
preguntar si podemos esperar nuestra propia salvación si no la cumplimos
(EN, n. 80). Como afirma Mons. Joseph McKinney, "nosotros debemos
entender que para muchas personas nosotros somos la única página del Nuevo
Testamento que leerán".

¿QUE NECESITAMOS PARA CUMPLIR ESTA MISION?

Qué debemos hacer para cumplir esta misión? Jesucristo dijo: "Mientras estoy
en el mundo, soy luz del mundo" (Jn 9,5). Y El está en este mundo, ya sea
presente en carne, ya sea presente en sus discípulos. Y El brilla o por sí mismo
o en sus propios discípulos como la luz de una lámpara. Por eso nos dice:
"Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz" (Jn 12,36)

Todo esto quiere decir que:

-NOSOTROS MISMOS DEBEMOS VER LA LUZ. "Id Y contad a Juan lo


que oís y veis" (Mt 11,4). No sirve comunicar sólo conceptos e ideas;
debemos hablar de un Cristo que conocemos. Como San Pablo que se
convirtió por haber visto "una luz venida del cielo más resplandeciente que el
sol" (Hch 26,13).
-DEBEMOS ESTAR EN LA LUZ. Nosotros mismos debemos escapar de la
obscuridad. "El que me siga no caminará en la obscuridad, sino que tendrá la
luz de la vida" (Jn 8,12). En otras palabras, debemos vivir el mensaje de los
salmos que nos invitan a caminar en la luz (Sal 27,1; 43,3; 44,4). De nada
sirve imitar a las cinco vírgenes necias que llegaron al banquete sin aceite en
sus lámparas, sin luz para el camino. Si nosotros mismos no tenemos luz para
llegar, no podemos conducir a otros.

-LA LUZ DEBE BRILLAR EN NOSOTROS. Cristo nos dice: "Vosotros


sois la luz del mundo" (Mt 5,14). Y explica que "nadie enciende una lámpara
y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que
los que entren vean el resplandor" (Lc 11,33). El plan de Jesucristo es
encender en nosotros la luz de su propia santidad, de su propio amor, de su
mismo Espíritu, y situarnos con esta luz brillante en nosotros ante los ojos del
mundo para que el mundo vea.

San Juan Bautista es el mejor ejemplo del funcionamiento de este plan divino:

-él supo que él no era la Luz, sino el testigo de la Luz (Jn 1,8);

-él supo que no era la Palabra, sino la voz que gritaba la palabra en el desierto
(M t 3,3);

-él supo que no era el Mesías, sino el último de los profetas, enviado para
anunciarlo;

-él se sintió contento al ver disminuir y desaparecer su propia luz, es decir,


morir, para que otros pudieran ver con más claridad la ?Luz verdadera. El
envió a sus propios seguidores para que siguieran a Cristo explicando: "Aquél
que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las
sandalias" (Mt 3,11), "es preciso que El crezca y que yo disminuya" (Jn 3,30);

-él se llenó tanto de la Luz, porque, según fue profetizado, fue "lleno de
Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15), y el Espíritu Santo es
fuego que enciende la luz. Y así entusiasmado empezó ya a evangelizar desde
el seno materno con un salto de gozo que anunció la llegada de la Luz;

-fue un hombre tan lleno de la Luz que Cristo le señaló como un caso único,
como un hombre que "era la lámpara que arde y alumbra, y vosotros quisisteis
recrearos una hora con su luz" (Jn 5,35).

En otras palabras, Juan Bautista fue la lámpara perfecta de Cristo Luz Divina.
El mundo necesitaba a Cristo y no a Juan, y Juan era consciente de ello. Hoy
día nosotros tenemos que entender también que el mundo no nos necesita a
nosotros, sino solamente a Cristo. Pero debemos y podemos servir como
lámpara que refleja la Luz y hace que se vea mejor la Luz. La meta es poseer
la Luz y no la lámpara, pero la lámpara puesta en alto es parte del plan divino,
que es el utilizarnos como nuevos "ángeles de luz" (Hch 12, 7), mensajeros de
un Dios "arropado de luz como de un manto" (Sal 104,2), un Dios cuya
bendición es el resplandor de la luz de su rostro (Nm 6,25; Sal 4,7; 89,16).

Su plan es transformarnos en hijos de la Luz, y aún más, en Cuerpo de Luz, en


su propio Cuerpo.

Su plan es transformarnos en comunidad de luz, en Comunidad


Evangelizadora, y así en ciudad puesta sobre una montaña, en faro de luz para
todas las naciones. Un faro que transmita el gozo, la protección, el poder y la
vida de Cristo, la Luz celestial, la Luz de la Nueva Jerusalén. "La ciudad no
necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de
Dios, y su lámpara es el Cordero. Las naciones caminarán a su Luz"(Ap
21,23-24).

La misión de la comunidad evangelizadora no se limita a una proclamación


por medio de palabras. Tal comunidad tiene que brillar con la Luz de Cristo
por medio de su santidad y amor fraternal. A través de un proceso de
arrepentimiento, penitencia, encuentro con Cristo, obediencia, liberación por
el camino de la verdad, discipulado, y una muerte a sí mismo, podemos y
debemos llegar a ser ángeles, mensajeros, hijos, hombres de luz, que brillen
sólo con Cristo que alumbra el camino y conquista definitivamente el reino de
la obscuridad.

26 - LA VIDA EN EL ESPÍRITU - I.

POR ENCIMA DE TODO AMAMOS A


NUESTROS PASTORES
Si amamos a nuestros Pastores, los Obispos, y a los sacerdotes, sus
colaboradores más inmediatos, no porque pretendamos congraciarnos con su
amistad y pleno apoyo, pues es el Señor el que tiene dispuesto el futuro de la
R. C., sino por varias razones queremos manifestar aquí nuestra sincera
actitud para con ellos:

-Como recordaba San Pablo a los presbíteros de Éfeso y por medio de ellos a
los pastores de las Iglesias, ellos tienen como misión el cuidar de "la grey, en
medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear
la Iglesia de Dios" (Hch 20.28). Y es el mismo Espíritu el que a nosotros nos
hace sentir respeto, obediencia, pero sobre todo amor para con ellos.

-Para con ellos principalmente deseamos cumplir el mandato de S Pablo: "Con


nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13.8), pues como decía
S. Agustín: ''Lo de ser cristiano es por nuestro propio bien; lo de ser obispo,
por el vuestro".

-Apreciamos en ellos los carismas que han recibido del Señor y para usar en
forma carismática en medio del Pueblo de Dios, para ser voces proféticas y
hombres llenos de la inspiración del Espíritu, revestidos de la sabiduría de
Dios, es decir, de los mismos gestos de Jesús en medio de los discípulos. La
Palabra del mismo Espíritu nos dice: "que tengáis en consideración a los que
trabajan entre vosotros, os presiden en el Señor y os amonestan. Tenedlos en
la mayor estima con amor por su labor" (I Ts 5, 12-13).
No queremos tratarlos de otra forma. Nunca como algo que nos resultara
extraño o alejado, sino como algo que es muy nuestro, lo cual implica además
del respeto, confianza y familiaridad.

-Nunca como hoy se ha desobedecido y hecho tanto desacato a la Jerarquía,


aún dentro de la misma Iglesia. Entendemos que así, todo "reino dividido
contra sí mismo queda solado" (Mt 12,25), y que el Espíritu nos hace sentir la
necesidad, hoy también, de ser asiduos "a la enseñanza de los Apóstoles" (Hch
2,42), de obedecer y seguir sus orientaciones, como aquellos primeros
cristianos de Roma cuya "obediencia se había divulgado por todas partes"
(Rm 16.19).

Nos quieran o no nos quieran, e incluso a sabiendas de que por ahora no


podemos gozar de todas las simpatías, cosa que comprendemos muy
fácilmente, queremos ser dóciles y leales, porque no hay otra forma de
edificar y hacer que crezca el Reino de Dios.

A pesar de todas las incomprensiones, conscientes de que en algunos Pastores


y sacerdotes suscitamos desconfianza y hasta desprecio, estamos dispuestos a
aceptarlo con gozo si éste ha de ser el precio para que se haga su voluntad. Si
el Señor quiere que seamos discriminados, en relación con otros grupos no
muy disimilares a nosotros, también lo aceptamos con gozo.

¿Qué más podemos desear que servir a la Iglesia "templo del Espíritu”? ¿Qué
más anhelamos que una Iglesia nueva, más evangélica, más llena del Espíritu?
¿Qué mayor alegría sino poder aportar un mensaje de esperanza y alegría?

Esto no quiere decir conformismo con todo lo que vemos que en la Iglesia no
es obra del Espíritu, sino un deseo de que se oiga más su voz tan queda y se le
siga dócilmente.

Sin embargo nos parece que siempre hemos de proporcionar verdadera


información de lo que somos y hacemos, no solo para romper prejuicios y
barreras, sino para que no quede desaprovechada esta “oportunidad para la
Iglesia" (Pablo IV), que con no pocas dificultades trata de llegar a una
verdadera renovación; y en definitiva para que no se apague el espíritu
profético, para que se escuche más la Palabra de Dios y arda constantemente
entre nosotros la llama de la oración.

LA FE Y LA ESPERANZA
FUNDAMENTO DE LA VIDA
CRISTIANA
Por Luis Martín.

"El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de
muchas naciones, según le había sido dicho: 'Así será tu descendencia '. No
vaciló en su fe al considerar ya sin vigor -tenía unos cien años- el seno de
Sara, igualmente estéril. Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a
la duda con la incredulidad, más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios,
con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo
prometido. Por eso le fue reputado como justicia" (Rm 4,18-22).

No pretendo en este artículo exponer, ni siquiera resumir, todo lo que se puede


decir sobre la Fe y la Esperanza cristianas. Solamente trataré de tocar algunos
aspectos de ambos dones, para hacer ver hasta qué punto son el fundamento
de la vida del Espíritu. Habría que tratar también del Amor, pero siendo el
tema en el que se centra el artículo siguiente, no entraré en su consideración
en estas páginas.

Para mayor claridad en la exposición será conveniente tratar primero de la Fe


y a continuación de la Esperanza.
LA FE INICIO Y FUNDAMENTO DE LA
SALVACION
Hay cristianos que opinan que tienen fe cristiana porque nacieron en una
familia o país cristianos, pero que igualmente podrían haber sido musulmanes
o hindúes, de haber venido a este mundo en otras circunstancias.

Cuando así se piensa se está confundiendo la Fe cristiana con la virtud de la


religión. Pero Fe no es lo mismo que religión. Uno puede creer en Dios y
hasta dar culto a Dios, como son los adeptos de cualquier religión no cristiana,
y no tener Fe, sino que tan solo practica la religión.

La religión parte de la iniciativa del hombre, que ante un mundo misterioso de


cataclismos, enfermedades y muerte que le sobrecoge, se siente impotente y
presiente la existencia de un Ser superior, cuya voluntad y agrado trata de
propiciarse. La religión es un movimiento de abajo hacia arriba, del hombre
hacia Dios, y la iniciativa está tomada por el hombre.

Pero con la Fe ocurre todo lo contrario. Es un don recibido gratuitamente de lo


alto, un movimiento de arriba hacia abajo, y la iniciativa está tomada en forma
graciosa y misericordiosa por Dios que "muchas veces y de muchos modos
habló en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas: en estos
últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo" (Hb 1,1-2).

A El es a quien fundamentalmente se cree, pero también a su Palabra, y


después de El al "kerygma" o mensaje inicial, a saber: que Dios ha enviado a
su Hijo al mundo, y convertido en "Siervo" de todos sin dejar de ser Dios,
ofreció su vida por nuestros pecados, de acuerdo con el designio divino, pero
"Dios le resucitó" y "exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el
Espíritu Santo prometido" (Hch 2,32-33), y todo el que le acoge y cree en El
recibe la Salvación y el Don del Espíritu.

La Fe es la respuesta positiva del hombre a la acción y a la Palabra de Dios a


través de su Hijo, Cristo Jesús.

Muchos cristianos tienen más religión natural que Fe, o viven de una vaga fe
teñida de religión.

Llegar a tener Fe significa poseer un inmenso tesoro que no siempre sabemos


valorar, y si tenemos fe no es por tradición recibida de nuestros padres sino
por pura misericordia de Dios, pues es inmenso el número de los nacidos de
familias muy cristianas que no tienen fe.

El cristiano que no sabe valorar o apreciar su Fe cristiana es porque no ha


experimentado al vivo toda su miseria. Llegar a sentir la miseria del propio
pecado y considerarse verdaderamente pobre es una de las mayores gracias
que podemos recibir de Dios, porque nos dispone a anhelar la salvación, como
el náufrago que se agarra ansioso a una tabla que le ofrecen.

Toda nuestra vida cristiana parte de la fe y tiene la fe como base. Si se debilita


grandemente la fe o se pierde, se encuentra uno en un estado de incapacidad
para ni siquiera desear la salvación o para orar o para recurrir a cualquiera de
los medios que tenemos a nuestro alcance.

A la medida de nuestra fe, será la vida del Espíritu. Y a su vez, el nivel de


nuestra fe está condicionado por nuestra propia vida. Si estamos viviendo en
una relación de fidelidad e intimidad con Dios, la fe se robustece cada vez
más. Si por el contrario estamos vegetando en nuestra infidelidad constante, o
en indiferencia, la fe se debilita y de seguir por este camino puede llegar a
perderse.

Tan importante y fundamental es la Fe que en toda tentación, en toda


infidelidad, en todo pecado lo que más se debilita es nuestra Fe.

En la pérdida de la fe tienen más importancia la propia infidelidad a Dios y las


situaciones constantes de pecado, que llegan a endurecer el corazón, mucho
más que los procesos del razonamiento o del estudio crítico de la verdad
revelada.

LA FE ES CREER EN JESUS SALVADOR Y SEÑOR

La Fe no es solamente asentimiento intelectual a la verdad revelada. Es esto,


pero principalmente es adhesión de toda nuestra persona a la Palabra que Dios
nos dirige, a su mismo Verbo Encarnado "imagen de Dios invisible" (Col
1,15). Es un acto por el cual el hombre se entrega a Dios manifestado en
Cristo, como la única fuente de salvación, fiándose totalmente de su veracidad
y de su fidelidad a las promesas.

"¿Qué hemos de hacer para obrar la obra de Dios? Jesús les respondió:
La obra de Dios es que creáis en quien El ha enviado" (Jn 6, 28-29). Y esto
significa asentir con toda nuestra persona, con todo nuestro ser, con todo lo
que somos y amamos, siempre bajo la acción del Espíritu, a Cristo Jesús,
como Salvador y Señor, el cual como consecuencia nos comunica la misma
vida de Dios.

El punto central de la Fe es esta adhesión a Jesús como Salvador y Señor y


este es el baremo por el que tenemos que medir la fe de una comunidad
cristiana o de una sola persona. La enseñanza de Jesús es reiterativa hasta más
no poder:
- "El que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Jn 3.36)

- "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá,
y todo el que vive y cree en Mí no morirá jamás" (Jn 11 25-26).

- "Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en El


tenga vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn 6,40).

-”... así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea
tenga por El vida eterna. Porque tánto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna
... El que cree en El no es condenado, pero el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios" (Jn 3, 14-18).

La Fe recibe su sello particular de la personalidad de Cristo, aceptado tanto


como Salvador y Señor, cuanto como Maestro.

Estas afirmaciones tan rotundas del Mensaje de Jesús tendríamos que tenerlas
más asimiladas y actuadas, y siempre a mano para poder evangelizar con ellas
a cualquiera a quien tengamos que presentar brevemente el "kerygma". Así lo
hicieron los Apóstoles: "De Este todos los profetas dan testimonio de que todo
el que crea en El alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados" (Hch
10,43).

Y San Juan escribe: 'Todo el que crea que Jesús es el Cristo ha nacido de
Dios" (I Jn 5,1), "pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que crea que
Jesús es el Hijo de Dios?" (I Jn 5.5).

Quizá lo más expresivo sea el pasaje de S. Pablo: "Cerca de ti está la Palabra:


en tu boca y en tu corazón, es decir, la Palabra de la fe que nosotros
proclamamos. Porque si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu
corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el
corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para
conseguir la salvación. Porque dice la Escritura: “Todo el que cree en El no
será confundido” (Rm 10,8-11). "Estamos en paz con Dios, por nuestro Señor
Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta
gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de
Dios" (Rm 5,1-2).

En suma, que la fe tanto en su momento inicial, en el que supone cierta


apertura a la Palabra y a la Salvación y no tener el corazón endurecido y ciego
por el pecado, cuanto en un estadio más avanzado, en el que supone constante
fidelidad y obediencia ante el Señor que se nos revela y manifiesta, constituye
una verdadera experiencia vital que implica a toda la persona, llevando
consigo un cambio o conversión de vida. Por eso Jesús es lo primero que
exige siempre: ''Creed en el Evangelio" (Mc 1,15), "Convertíos porque el
Reino de los Cielos ha llegado" (M t 4,17).

LAS PARADOJAS DE LA FE

1.- La fe es ante todo obscura y luminosa. En efecto, es "la prueba de las


realidades que no se ven" (Hb 11,1), porque "ahora vemos en un espejo, en
enigma" (I Co 13,12), pero a pesar de todo, a medida que la fe crece y se hace
más intensa se va convirtiendo en un conocimiento divino que resulta "tan real
o más que el conocimiento de las realidades sensibles".

Este conocimiento lleva consigo una certeza que puede llegar a ser superior a
la certeza que nos proporciona el conocimiento experiencial, que proporciona
en el que la vive una luz misteriosa, divina, interior.

La ausencia de la fe es incertidumbre, vaciedad de la mente, tiniebla. La fe es


certeza, luz que todo lo ilumina.

Este conocimiento, en un grado extraordinario de la fe, "realmente es, en


cierto modo, una visión, aunque se trate, según toda la tradición, de una visión
obscura, la visión de una luz que es al 'mismo tiempo tiniebla: esa luz
inaccesible donde mora Dios (J Tm 6,16), pero donde El mismo puede
hacernos entrar, ya aquí en la tierra, si nos adherimos a El por la fe, en el
corazón de la obscuridad presente. Es, en efecto, una visión, porque es un
conocimiento sin intermediario, en el que conocemos a Dios por su propia
presencia y su propia actividad en nosotros" (L. BOUYER, Introducción a la
vida espiritual, Herder, Barcelona 1964, p. 340).

Cuando se ha pasado de un estado de incredulidad a un estado de fe es más


fácil comprender el lenguaje que utiliza el N.T.: "El nos libró del poder de las
tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor" (Col 1,13), "os ha
llamado de las tinieblas a su luz admirable" (I P 2.9), "viváis ya no como
viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento
en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en
ellos" (Ef 4,17-18).

2. - Inseguridad y seguridad, o incertidumbre y confianza. La fe en el


sentido más propiamente bíblico pone en juego toda la personalidad humana,
conllevando consigo un alto grado de confianza en Dios, en contra y a pesar
de todas las apariencias. Es inseguridad porque no se apoya en nada de lo que
se ve, como cuando Dios ordenó a Abraham: "Vete de tu tierra y de tu patria,
y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré" (Gn 11.1), y "ante las
promesas divinas no cedió a la duda con la incredulidad, más bien fortalecido
en su fe dio gloria a Dios" (Rm 4,20). Por esto la Escritura lo considera como
prototipo de la fe, el Padre de los creyentes.
Pero al mismo tiempo es seguridad y certeza que hace exclamar a San Pablo:
"Sé bien en quién tengo puesta mi fe", (2 Tm 1,12), "y más aún: juzgo que
todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor,
por quien perdí todas las cosas y las tengo como basura" (Flp 3,8).

Tánta importancia daba Jesús a la fe, entendida en su pleno sentido, que los
Apóstoles exclamaron un día: "¡Auméntanos la Fe!" (Lc 17,5).

Basta que nosotros pongamos en práctica sus palabras, que tan solo tengamos
"fe como un grano de mostaza" (Le 17,6), para que a través de nuestra oración
lleguemos a contemplar verdaderas maravillas de Dios que "acompañarán a
los que crean" (Mc 16,17) en su nombre, porque "el que crea en Mí hará el
también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque voy al Padre. Y
todo lo que pidáis en mi nombre yo lo haré, para que el Padre sea glorificado
en el Hijo"(Jn 14,12-13).

3.- Te hace libre, y al mismo tiempo te sientes seducido, atenazado por el


Señor. El que verdaderamente ha tenido una experiencia de su Amor ya no
puede vivir tranquilo lejos de El: "Me has seducido, Yahvé, y me dejé seducir;
me has agarrado y me has podido" (Ir 20,7). "Continúo mi carrera por si
consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo" (Flp 3,12).

4.- No olvidemos, por otra parte, que la fe también significa el contenido del
mensaje, de la verdad revelada, que se abraza íntegramente, ya que aceptar
a Jesús es aceptar también toda su doctrina. Con Jesús no es posible, como
con los demás seres humanos, aceptar a la persona, y no aceptar totalmente
sus ideas.

Considerada en este sentido, como el contenido del mensaje, no puede


separarse de su aspecto principal, de la plena adhesión del hombre al Hijo de
Dios Encarnado. Ambos aspectos son complementarios tanto en la vivencia
como en el crecimiento y maduración de la fe.

¿COMO CRECE Y MADURA NUESTRA FE?

Si esencialmente es adhesión a Cristo, no por el camino del raciocinio, sino


por un movimiento de todo ser, por una experiencia vital, no cabe duda que su
crecimiento y desarrollo dependerá del trato, relación y fidelidad que
observemos con el mismo Señor.

La fe no necesita pruebas. Lo que necesita es acudir a Dios hasta para las


cosas más pequeñas, y entonces, ya se trate de tomar una decisión como si se
trata de abordar un problema difícil, y sobre todo cuando nos sentimos
indefensos ante cualquier situación, con la experiencia constante de cómo
responde el Señor siempre se irá consolidando y robusteciendo.
El Evangelio de Marcos nos dice a propósito de la visita que Jesús hizo a
Nazaret, "a su patria", que "no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de
unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló
de su falta de fe" (Mc 6,5-6).

Nos preguntamos a veces ¿por qué en nuestro grupo no se dan tantos casos de
curación de enfermos como en aquel otro grupo o comunidad? La respuesta
no puede ser otra: porque no oramos lo suficiente, ni con fe ni con
perseverancia y sencillez, y sobre todo con amor. Tomemos más en serio la
Palabra el Señor, no busquemos nuestra propia gloria y satisfacción, lo
abandonemos todo a su amor y admiremos sus maravillas.

La fe, lo mismo que el amor, necesita vivir constantemente de cosas pequeñas.


Es entonces cuando puede crecer hasta llegar a ser una fe extraordinaria y
carismática, "fe en el mismo Espíritu confiere como una gracia especial -
enseña San Cirilo de Jerusalén ?en una de sus catequesis-, además de tener
relación con las verdades, lleva consigo un poder que supera las fuerzas del
hombre. Quien tuviere esta fe dirá en un momento: “desplázate de aquí allá; y
se desplazará”. Al decir alguno una cosa así, movido por la fe, creyendo sin
duda que ha de suceder tal como dice, es cuando recibe dicha gracia" (PG
33,518-519).

La fe, en cuanto contenido de la verdad revelada, también puede crecer en el


sentido de adquirir una mayor penetración, por el Espíritu, en los misterios de
la fe, contemplados y meditados bajo la luz del Paráclito que el Padre en
nombre de Jesús nos envía para que nos lo enseñe todo y nos recuerde todo lo
que El nos ha dicho (Jn 14,26).

La fe necesita verdadera instrucción, de forma que el creyente sepa siempre


distinguir lo esencial de lo accesorio, y apreciar aquello que "se le ha
transmitido" (1 Co 11,23; 15,3-8), "conservando la fe y la ciencia recta" (1 Tm
1,19), "el depósito" (1 Tm 6,20) de cuanto ha recibido de la Iglesia.

El trato con el Señor y la lectura asidua de la Palabra le ayudarán a que su


vida y su fe no constituyan más que una misma realidad, no caminen
disociadas. Es decir que su pensamiento y su acción marchen siempre de
acuerdo con su fe.

Hoy día el que no es cristiano a fondo, es decir, el que no considera a su fe


como unida a su propia vida y al conjunto de sus convicciones humanas,
prácticamente termina por perderla.
LA RAZON Y NECESIDAD DE LA ESPERANZA
CRISTIANA
Lo mismo que la Fe, la Esperanza es un don que se recibe de Dios,
estrechamente unida a la presencia del Espíritu, pero al mismo tiempo es obra
humana producida por Dios en nosotros.

El que no cree llega a veces a dar una explicación muy simplista al decir que
no es más que la proyección idealizada de los propios sueños y ambiciones
hacia el futuro. Otros creen que puede ser una forma de sugestión.

Pero tales explicaciones suponen una gran ignorancia, la cual por desgracia se
da en muchos cristianos que no esperan nada, ni a Jesús, ni su Parusía, ni
tampoco la propia resurrección.

Por mucho que lo intente, el hombre por sí mismo, es decir, únicamente con
sus fuerzas, jamás podrá llegar a la esperanza cristiana, puesto que de nada
sirve la ilusión, ni se funda tampoco en los méritos y buenas obras que uno
pueda acumular durante toda su vida.

Si tenemos en cuenta que la esperanza no se refiere a las cosas visibles o que


pertenezcan al mundo de la carne, sino a algo que es invisible, a la Salvación
y a cuanto con ella se relaciona, comprenderemos mejor cómo escapa siempre
a nuestro propio poder y dominio.

"Nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se, no es esperanza,


pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve?" (Rm 8,24).

La salvación es un don que se recibe de Dios juntamente con la salvación. Es


el elemento característico de los cristianos que se sienten salvados, "siempre
dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza",
"con dulzura y respeto" (1 P 3,15).

INSEGURIDAD TOTAL Y CONFIANZA TOTAL

Tal como nos hace ver la Palabra de Dios, en la Esperanza cristiana, lo mismo
que en la Fe, se da una desconcertante paradoja, porque es a la vez
inseguridad total y confianza total.

Es inseguridad total porque no se apoya en nada de lo que vemos en este


mundo, en nada que sea nuestro o de lo que nosotros podamos disponer.
Se oculta y escapa a todos nuestros cálculos, a todas nuestras seguridades
humanas, a toda pretensión. Como en el caso de Abraham, en múltiples
ocasiones tendrá que "esperar contra toda esperanza" (Rm 4,18).

Pero, al mismo tiempo, es confianza total, porque tan sólo se funda en la


misericordia y fidelidad de Dios. "Fiel es el Señor" (2 Ts 3,3), "fiel es el que
os llama y es El quien lo hará" (J Ts 5,24), y por esto "la esperanza no falla,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5).

Lo grande de la esperanza cristiana es que resulta más firme y segura que


todas las esperanzas humanas juntas. "El cristiano es, esencialmente un ser
que espera" (G. Thils) y la Palabra le invita a mantener "firme la confesión de
la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa" (Hb 10.23).

AHORA SUBSISTEN LA FE, LA ESPERANZA Y LA CARIDAD,


ESTAS TRES. PERO LA MAYOR DE TODAS ELLAS ES LA
CARIDAD (1Co 13,13).

La Esperanza está profundamente unida a la Fe. Encuentra toda su seguridad


en la Fe que "es garantía de lo que se espera" (Hb 11,1). Pero a su vez la Fe
recibe de la Esperanza toda su paz y alegría: "El Dios de la esperanza os
colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la
fuerza del Espíritu" (Rm 15,13). La fe es consciente de que vive "aguardando
la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador
nuestro Jesucristo" (Tt 2,13).

La Esperanza está muy unida al Amor. Todo lo que espera para sí lo espera
también para aquellos a los que ama. Por lo demás, no es posible amar al
hermano sin esperar para él todo lo que esperamos para nosotros, lo cual hace
exclamar a San Pablo: "Es firme nuestra esperanza respecto a vosotros; pues
sabemos que como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo
seréis también en la consolación" (2 Co 1,7).

Fe, Esperanza y Amor son la base, el fondo y gran parte del contenido de la
vida del Espíritu, y las tres virtudes teologales, recibidas infusamente de Dios
y que nos orientan directamente a El, hallan todo su apoyo y toda su fuerza en
la misericordia y el "amor que nos ha tenido el Padre, para llamarnos hijos de
Dios, pues ¡lo somos!" (J Jn 3,1).

NOSOTROS ESPERAMOS EN JESUCRISTO

¡Sí, en "Cristo Jesús nuestra Esperanza"! (1 Tm 1,1).


Nuestra esperanza, no importa repetirlo, no se apoya en nada que nos
pertenezca. Tampoco es una idea o una ilusión.

Se apoya en la persona viviente del Cristo Resucitado. En El tenemos la


seguridad de las cosas que esperamos, en El tenemos la demostración de lo
que todavía no vemos, pero que esperamos ver un día (Hb 11, 1), porque si El
dio su vida por nosotros, no puede querer para nosotros otra cosa más que
nuestro propio bien, si le acogemos por la Fe.

Y aún más. San Pablo llega a decir que "nuestra salvación es en esperanza"
(Rm 8.24) Y que Dios "nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis
sido salvados- y con El nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo
Jesús" (Ef 2,4-6). Sólo la esperanza cristiana puede llegar a semejante nivel de
confianza y seguridad.

Esperanza, en definitiva, es sinónimo de Jesucristo en nosotros. El es


"nuestra Esperanza" (I Tm 1,1), El es para nosotros, los creyentes, "la
esperanza de la gloria" (Col 1,27).

La Palabra de Dios, igualmente rotunda, afirma esto mismo desde otro punto
de vista. Nos llega a decir nada menos que "poseemos las primicias del
Espíritu" (Rm 8,23), porque es Dios "el que nos ungió, y el que nos marcó con
su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2 Co 1,21-22;
5,4-5).

Tener "las primicias del Espíritu" o haber recibido de Dios "las arras del
Espíritu": ¿puede haber algo que nos dé mayor garantía y confianza?

LO ESPERAMOS TODO

La vida del cristiano es un largo peregrinaje, en constante lucha y combate


espiritual. La Esperanza es una luz colocada en la cima de la montaña que está
escalando, una energía que siempre le hará mirar hacia adelante.

Se ha dicho que la esperanza cristiana tiene alas. Por muy pesadas que sean
las contradicciones y más arrecien las tribulaciones, vive inquebrantable en la
certeza de que nada ni nadie, "ni la muerte ni la vida... ni criatura alguna podrá
separamos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor Nuestro" (Rm
8,38-39), en constante tensión hacia la Consumación final del Reino, "porque
la apariencia de este mundo pasa" (1 Co 7,31), de este mundo en el que
muchas veces nos sentiremos "como extranjeros y forasteros" (1 P 2,11),
porque "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la
del futuro" (Hb 13,14) y "esperamos según nos lo tiene prometido, nuevos
cielos y nueva tierra" (2 P 3,13).
A nivel personal el cristiano lo espera todo: "el Reino y su justicia" (Mt
6,33), o sea su Salvador y Señor, y con ello todas las demás cosas por
añadidura, la perseverancia hasta el final, el don del Espíritu Santo, la
Resurrección final y hasta las mismas cosas materiales que necesite para vivir
sobriamente, "pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de
todo eso" (Mt 6,12), el pan de cada día, el trabajo, la casa, etc. Pero la
esperanza consiste en esperar a "alguien", al Señor.

A un nivel más universal el cristiano espera la plena consumación y


revelación del Reino de Dios. En un mundo obscuro, lleno de odio, crueldad y
desesperación espera que un día llegará la purificación y transfiguración de
todo. "Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios" (Rm 5.2), y
estamos "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de
nuestra esperanza (1 P 3, 15).

Nuestra esperanza será siempre escatológica, porque lo que esperamos es


algo futuro pero que ya está presente en nosotros. "Ahora somos hijos de Dios
y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se
manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2).
Lo que ahora necesitamos es que el Espíritu de Jesús ilumine los ojos de
nuestro corazón para que comprendamos cuál es la esperanza a la que hemos
sido llamados por El (Ef 1,18).

Sí la esperanza se desarrolla en nosotros y la vivimos intensamente, imprimirá


en toda nuestra vida cristiana una acusada característica de serena alegría, y en
más de una ocasión nos hará sentir una impaciencia divina de que llegue
pronto el momento de nuestro encuentro definitivo y final con el Señor en el
que podamos verle "cara a cara" (1 Co 12,12), y hasta el mismo Espíritu
clamará en nosotros con "la Esposa": .. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap
22,20).

Vivir la Esperanza cristiana es vivir la vida del Espíritu en toda su plenitud.

¡MARANA THA! ¡SEÑOR NUESTRO, VEN!

EL ESPIRITU Y SUS DONES


Por Juan Manuel Martín-Moreno, S. J.

La especulación teológica medieval construyó sobre la arena movediza de una


exégesis arbitraria de un texto de Isaías un grandioso edificio doctrinal
sumamente elaborado, acerca de los siete dones del Espíritu Santo. Los
materiales bien endebles con los que se llevaba a cabo esta construcción
consistían en aplicar el análisis de objetos formales a cada uno de los dones
mencionados en el texto.
Si a esto se suma que había que dejar espacio para la gracia santificante, las
gracias actuales, las siete virtudes infusas y los doce frutos del Espíritu, nos
vemos un poco perdidos en una jungla conceptua1 muy lejana de nuestra
sensibilidad moderna y bien lejana también del mundo de nuestras
experiencias del Espíritu.

¿Quiere decir esto que toda aquella construcción teológica es algo inservible
que haya que relegar a la historia? Pensamos que no. De las ruinas de aquel
edificio que hoy día no puede tenerse en pie, podemos rescatar elementos e
intuiciones muy valiosas para una mejor comprensión de nuestra experiencia
del Espíritu y de nuestra vida de transformación en Cristo. Esto es lo que
pretendemos hacer en estas breves líneas, a la manera como de las ruinas de
los antiguos templos se han aprovechado columnas y materiales para integrar
en nuevas construcciones enmarcadas en el estilo de la nueva época.

1. El Texto de Isaías.

Decíamos que la piedra angular de aquel edificio doctrinal sobre los siete
dones del Espíritu Santo era el texto de Isaías 11, 1-3a:

” Saldrá un vástago del bronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará.


Reposará sobre él el Espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le
inspirara en el temor de Yahveh".

En el texto hebreo original sólo aparecen seis dones, estando repetido dos
veces el temor de Yahveh. El séptimo don, o don de piedad, solo aparece en la
traducción griega de los LXX y en la Vulgata latina. Es sólo apoyándose en
estas traducciones como el texto ha podido servir de fundamento para una
teología de los siete dones.

Además, el texto de Isaías tiene un sentido mesiánico. Y se refiere


primariamente al futuro Rey que establecerá el perfecto Reinado de Dios. Los
dones del Espíritu son dones del Mesías, y por eso el Nuevo Testamento
aplicará este texto a Jesús en el momento de su unción mesiánica, al ser
bautizado en el Jordán (Mt 3,16; Mc 1,10).

Solo en un sentido muy secundario se puede aplicar este texto a los cristianos,
en la medida en que participan del don de Jesús Mesías y concurren por su
vocación a realizar el Reino de Dios.

Pero aquí hay una nueva dificultad. En el texto de Isaías se habla de dones del
Espíritu para la tarea de la construcción del mundo y la sociedad nueva. En
cambio en la teología clásica los siete dones tenían, como finalidad la
santificación personal, y se contraponían a los carismas que eran los que sí
ayudaban para la construcción de la nueva comunidad.

Por todo ello vemos que el citado texto de Isaías mal puede dar pie para una
teología de siete dones de santificación personal de cada cristiano.
Prescindiremos de este texto y reflexionemos sobre otros textos bíblicos que
nos parecen más relevantes para el tema. Prescindiremos de numerar los
dones, del número siete o de cualquier otro número concreto, y no trataremos
de delimitar con exactitud el área correspondiente a cada uno de ellos.

II. Si conocieras el don de Dios.

Antes de hablar de la pluralidad de los dones convendría fijarse en todo el


poder de sugerencia que tiene el término don, regalo. En el discurso de Pedro
el día de Pentecostés se exhorta a la multitud: "Que cada uno se haga bautizar
y recibiréis el don del Espirita Santo" (Hch 2,38). Se nos habla del don así, en
singular, ese don del agua del Espíritu del que Jesús hablaba también en
singular a la Samaritana: “Sí conocieras el don de Dios...” (Jn 4.10).

Antes de diversificarse en un haz de dones concretos, el gran don de Dios en


su mismo Espíritu, que nos viene dado como manifestación de su amor y de
su generosidad. De la misma manera que el rayo de luz blanca, al refractarse
en el prisma, da lugar a un haz de diversos colores, así también, el don del
Espíritu en nosotros se diversifica en un haz multicolor de dones concretos.
Pero el mayor regalo que una persona puede hacer es el don de sí. Y esto es lo
que hace el Padre con nosotros, infinitamente mejor que esos padres que
siendo malos saben dar cosas buenas a sus hijos (cf Mt 7,11). El que nos
entregó a su propio Hijo, “¿cómo no nos dará todas las otras cosas juntamente
con El?" (Rm 8.32). Padre e Hijo nos hacen donación de su mismo Espíritu
por el que son Uno, para hacernos vivir de su misma vida.

Pero para acoger el don de Dios hace falta una conversión previa. Hace falta
estar abierto a recibir. Una espiritualidad demasiado voluntarista ha centrado
todo en el esfuerzo del hombre, en el merito humano, en el precio que
pagamos para recibir los dones de Dios. La Renovación Carismática quiere
subrayar la gratuidad del don divino. La sociedad nos envuelve en sus hábitos
mercantilistas. Las cosas valen por lo que cuestan. Estamos habituados a
pensar que lo que no cuesta no tiene valor. Por eso hay que convertirse para
apreciar el don de Dios. Hay que llegar a comprender que las cosas
verdaderamente valiosas no cuestan nada, que una puesta de sol es más bella
que el más lujoso espectáculo. ¿Qué hay tan valioso como el aire? Sin
embargo no cuesta nada. Ahí está gratis; sólo hace falta abrir los pulmones
para acogerlo. ¿Qué hay tan valioso como el agua? Ahí esta gratis, siempre
dispuesta a satisfacer nuestra sed.
Pero habitualmente apreciamos las cosas por su precio o por nuestro esfuerzo
en conseguirlas. Y hay que convertirse de esta actitud, para poder conocer el
don, apreciarlo y acogerlo en su gratuidad. Y para acoger la vida como don
gratuito hay que sentirse pobre y renunciar definitivamente a nuestros
esquemas mercantiles en nuestro trato con Dios. “¡Oh todos los sedientos
venid por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed sin plata, y
sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan y vuestro
jornal en lo que no sacia?" (Is 55,1-2). Venid al mundo nuevo en el que no
hay dinero, en el que "todo es gracia".

El concepto de gratuidad viene reforzado por el término infuso que la teología


medieval aplicaba a los dones del Espíritu. Infuso quiere decir infundido,
derramado, y hace alusión al agua derramada en el bautismo, que es el
momento en que recibimos estos dones. Junto con el agua que se derrama
sobre nuestras cabezas, son derramados los dones del Espíritu. Y este
concepto de infusión se opone radicalmente a cualquier idea de adquisición,
de logro, de compra o de mérito.

Se oponen estos dones infusos a las virtudes que uno puede ir adquiriendo
poco a poco a base de ejercicio, de constancia, de ascética, de esfuerzo
humano. Hay evidentemente en la vida unas virtudes que vamos adquiriendo
poco a poco como fruto de nuestro esfuerzo. Pero no nos referimos a ellas al
hablar de los dones, sino a un regajo gratito de quien “nos amó primero".
“Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de
vosotros sino que es don de Dios: tampoco viene de las obras para que nadie
se gloríe." (Ef 1.8-9).

III. Dones de Santificación.

Otro elemento válido e iluminador de la teología medieval era la distinción


que hacia entre los dones santificantes (los siete dones) y los carismas o
gracias "gratis datae". Según esto habría que distinguir, en el plano de la
gracia, unos dones preferentemente destinados a la santificación personal del
cristiano, y otros destinados a la edificación del cuerpo de la Iglesia
(carismas).

No conviene insistir demasiado en esta diferencia, ya que se da una relación


mutua entre ambos. Una persona santa (interiormente abierta a la acción del
Espíritu) será forzosamente un instrumento más apto para acoger los carismas
en la tarea de la construcción de la Iglesia. Sin embargo sí puede ser útil
señalar la diversidad de funciones entre dones y carismas.

Hay que resaltar primariamente una llamada del cristiano a la santidad. ¿Qué
es santidad? En el Nuevo Testamento santidad significa consagración. Los
santos son aquellos que están consagrados para el servicio de Dios. El Santo
de Dios es Jesús, consagrado por el Padre, sellado con la unción del Espíritu,
para realizar la misión salvadora que el Padre le confió. El cristiano en su
bautismo es también escogido, consagrado por e1 Espíritu para asimilarse a
Cristo, revestirse de Cristo, conformarse a su imagen. El ideal de santidad es
entrar en el misterio pascual de Jesús, en su profunda actitud de despojo
interior para la entrega al amor de los hermanos. Santidad es emprender el
éxodo que nos saca de este mundo y sus criterios, para vivir a la luz de las
bienaventuranzas: "A los que de antemano conoció los predestinó a reproducir
la imagen de su Hijo, para que fuera El el primogénito entre muchos
hermanos" (Rm 8.29).

El Espíritu Santo nos consagra con sus dones, nos aparta para una dedicación
exclusiva al servicio de Dios, nos reviste de la misma entrega de Cristo por
amor, y nos da un corazón nuevo, manso, pobre y limpio, hambriento de
justicia, paciente y misericordioso, instrumento de paz. Y esta acción del
Espíritu se interioriza en el hombre. Además de las llamadas gracias actuales
o inspiraciones pasajeras, hay en el hombre nuevo una disposición permanente
de docilidad, de prontitud para dejarse moldear según la imagen de Jesús. Es
como una segunda naturaleza.

La santidad es una vocación, una llamada que tiene su propio dinamismo, que
se va desplegando en el tiempo y va creciendo "hasta llegar al estado del
hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo" (Ef 4, 13). Es un
proceso en el que nos vamos despojando del hombre viejo y revistiendo del
nuevo.

Pues bien, todo este proceso y dinamismo tiene dos polos: uno exterior al
hombre, que son las gracias y ayudas concretas que vienen de Dios, y otro
interiorizado dentro del cristiano, que son los dones como capacidad de
respuesta, como facilidad y agilidad del hombre interior para dejarse conducir
por e1 Espíritu en su tarea de recrear en nosotros el hombre nuevo. Esta
facilidad y capacidad permanente de respuesta interior en sus diversos
aspectos es lo que llamamos dones del Espíritu Santo.

IV. Docilidad al Espíritu.

Definíamos, pues, los dones como docilidad interior y permanente a la obra


del Espíritu en nosotros. Decíamos que esta actitud no es adquirida sino
infusa, otorgada. Podemos explicarla mejor con algún ejemplo.

Hay personas que nacen con buen oído y con una capacidad especial para
gustar la música. Este buen oído no se puede adquirir ni aprender, y no es
fruto de mucho trabajo o de muchos estudios. Se nace con él; es un don de la
naturaleza, que capacita al hombre para gustar la música, para componer
melodías nuevas o interpretarlas. Es un don permanente, habitual que hay que
distinguir de los momentos pasajeros de inspiración para componer una
melodía. La inspiración es pasajera, pero la facilidad para la música es
habitual.

En la vida del Espíritu ocurre algo semejante. ¿Por qué hay personas que se
aburren habitualmente en la oración, a quienes la Biblia no les dice nada,
incapaces de vibrar o emocionarse ante la belleza de las bienaventuranzas,
torpes para captar la vocación o los impulsos con los que Dios quiere ir
conduciendo su vida? En el fondo es la carencia de los dones del Espíritu la
que lleva a esta situación de pasividad y aburrimiento, semejante a la que
siente en un concierto un hombre que no tiene ningún interés ni facilidad para
la música. Tardos de corazón para creer (Le 24,25), incapaces de comprender
las cosas que son de arriba (Jn 3,12), sin sentido del misterio, sin capacidad de
maravillarse y extasiarse. Lo que ocurre sencillamente es que "el hombre
animal no tiene sensibilidad para el Espíritu”. (1 Co 2,14). Es romo, zafio,
insensible, tosco, superficial. Se aburre, bosteza, no capta los matices, no es
capaz de ilusionarse. En el fondo es que no hay en él esa sensibilidad, ese don
interior que le haga vibrar y resonar en armonía con la acción del Espíritu.

En cambio el hombre espiritual muestra una gran connaturalidad con las


mociones espirituales, que conlleva facilidad, gusto, agilidad, sensibilidad a
los detalles, perspicacia, agudeza intuitiva, profundidad, docilidad y
abandono. Son estos dones interiorizados los que posibilitan que el hombre
pueda responder de una manera dinámica y crecer en santidad, es decir, irse
asimilando progresivamente a Cristo.

En los picaderos distinguen entre caballos de boca dura, a quienes hay que
regir con un grueso hierro en la boca (bocado), y los caballos finos a quienes
se rige con un finísimo hilo de metal (filete) y son sensibles al más suave tirón
de las riendas. Es de esta docilidad habitual al Espíritu de la que estamos
tratando.

V. Diversidad de dones.

¿Por qué hablar de dones así, en plural? Hasta ahora sólo hemos hablado de
palabras en singular: docilidad, sensibilidad, etc.... ¿En qué sentido podemos
hablar de los dones en plural, de docilidades, sensibilidades, etc.?

Sin insistir en el número siete, ni tratar de diversificar los dones con precisión
según el criterio de sus objetos formales, sí podemos decir que esta actitud de
docilidad puede recibir diversos nombres, al ser aplicada a las distintas áreas o
aspectos de nuestra vida en las que se ejercita la acción del Espíritu.
Encontramos personas sencillas que sin muchos estudios han llegado a una
comprensión muy profunda de los misterios del Reino. Hay en ellos una
inteligencia natural. Ese es un don del Espíritu.

En otras personas encontramos un don especial para saborear las cosas de


Dios, para asombrarse ante sus maravillas, para gustar contemplativamente la
alabanza, la música y la poesía de la oración. Es otro don del Espíritu.

En otras personas encontramos un gran don para discernir interiormente las


mociones del Espíritu y los signos por los que Dios nos muestra su voluntad
en nuestra vida. En otras detectamos una gran capacidad de ilusión por el
programa evangélico, y una gran creatividad para concretarlo en formas
renovadas y en dar sentidos proféticos nuevos a la propia existencia bajo la
acción del Espíritu.

De alguna manera podemos decir que hay una gran variedad de dones de
santificación personal: sensibilidad para captar los valores de la castidad
consagrada; sensibilidad para vibrar emocionalmente ante un compromiso
radical de pobreza evangélica; docilidad al Espíritu para transformar
situaciones de intenso dolor o humillación en signo de amor y misericordia...

Verdaderamente "cada uno recibe de Dios un don particular; éste de una


manera, aquél de otra" (1 Co 7,7). Así como en la llamada a construir la
Iglesia hay distintos carismas para distintos individuos, así también en la
llamada a la santidad hay diversas vocaciones a encarnar algún aspecto
especial de Cristo, a especializarse en su actitud contemplativa, en su
misericordia, en su amor fiel en medio del sufrimiento, etc.... A cada una de
estas vocaciones corresponde un don del Espíritu que prepara y capacita para
responder activamente a las diversas mociones que se irán dado a lo largo del
proceso de crecimiento en Cristo.

Distinguían también los teólogos entre dones y virtudes. Quizás esta


distinción pueda parecer demasiado sutil, pero quiero recogerla porque nos
ayuda a ilustrar algo muy importante. Según esta teología las virtudes nos
disponen para poder actuar conforme al dictado de la razón. En cambio los
dones nos disponen para actuar conforme a los dictados del Espíritu Santo.
Hay algo muy importante en esta distinción. Pone de manifiesto que la acción
del Espíritu, aunque nunca sea absurda o antirracional, sí desborda con mucho
los límites de la razón. Los santos han llegado a hacer cosas a las que nunca
hubieran llegado por el solo ejercicio de su razón.

En el caso del discernimiento espiritual, por ejemplo, S. Ignacio de Loyola


distingue dos momentos en que entran en juego distintas capacidades del
hombre. En un primer momento se sopesan los pros y los contras a favor de
una u otra opción en cualquier alternativa que se nos presente, y todo ello
según la luz de la razón. Aquí estaría en juego la virtud de la prudencia. Pero
hay un segundo momento en que se captan las mociones concretas del Espíritu
por vía de signos, diversidad de espíritus, consolaciones o desolaciones,
intuiciones que ya no pueden ser discernidas por la razón humana. La
capacidad para este discernimiento nos viene de un don especial del Espíritu.
Lo entenderemos mejor con un ejemplo. La razón es apta para captar tan solo
aquellos mensajes que llegan en una cierta frecuencia dentro de una banda
determinada. Pero hay mensajes de Dios emitidos en unas frecuencias que no
corresponden a la banda de la simple razón. Necesitamos un receptor
equipado con una banda especial para estas frecuencias. Los dones del
Espíritu son esta banda especial que nos capacita para captar frecuencias que
escapan a la simple razón.

"El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios ... Nosotros no
hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para
conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales hablamos también,
no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu,
expresando realidades espirituales en términos espirituales. El hombre
naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios: son necedad para él. Y
no las puede conocer, pues sólo espiritualmente pueden ser discernidas" (1 Co
2,10.12-14).

Son los dones del Espíritu los que nos constituyen, por tanto, en hombres
espirituales, capaces de sondear hasta las profundidades de Dios (v. 10),
"captar las cosas del Espíritu de Dios" (v. 14) y no "naturalmente" (v. 13) ni
"con una sabiduría humana" sino con una nueva sensibilidad recibida de Dios
por todos cuantos tenemos la mente de Cristo".

LOS FRUTOS DEL ESPIRITU SE


REDUCEN AL AMOR
Por José Antonio Martínez, C. M. F.

San Pablo, en Gálatas 5,22-23, contrapone a aquellos que viven sometidos a


las obras de la carne "el" fruto del Espíritu que es único: el Amor, y que
florece en toda clase de virtudes. Signos del reino del Amor son: "alegría y
paz": sus manifestaciones son "paciencia (tolerancia), amabilidad, bondad"; y
las condiciones para su nacimiento y desarrollo: "fidelidad (lealtad),
mansedumbre (humildad) y dominio de sí mismo".

El don del Espíritu de Jesús testifica que se han cumplido las promesas. El
fruto del Espíritu no es una mayor exigencia del hombre para una generosidad
moral. No. La presencia del Espíritu de Jesús en el cristiano significa que
estamos en el tiempo en que el hombre podrá cumplir lo que jamás podría
cumplir por sí mismo. El Reino de Dios no consiste, pues, en que se le exija
más al hombre, sino en que para todo aquello que debe o está invitado a hacer
se vea potenciado y posibilitado. Y por esto es la Buena Noticia.

Dios comunica al hombre su Espíritu Santo, el cual transformará su "corazón


de piedra", tal como lo había prometido:” Infundiré mi Espíritu en vosotros y
haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis
normas" (Ez 36,27; Jr 31,31-34).

Los que han recibido el don del Espíritu se encuentran, por gracia, trasladados
a esa dimensión inconcebible que jamás pudieron soñar: que sólo Dios basta,
y que ha llegado el momento en que Dios hace sentir al hombre que El es su
propia plenitud: "recibiréis la fuerza del Espíritu Santo" (Hch 1,8).

Y este Nuevo Pentecostés que tantos hermanos pueden anunciar, para todo el
que crea en Jesús, es algo que va mucho más allá de los dones y carismas que
a veces pueden deslumbrar. La presencia del Espíritu en el bautizado le
transforma y configura con los rasgos de Cristo, es decir, con lo que es el fruto
del Espíritu: el Amor.

Los dones son exteriores, pero el fruto es interior. Los dones pasan, se
desvanecen o se inutilizan (1 Co 13), pero el fruto del Espíritu, el Amor,
permanece. Dios ve en lo profundo de nuestro ser y escruta la riqueza interior
de cada uno, la docilidad y disponibilidad a la presencia vivificante de su
Espíritu, más allá de los relumbrones y esplendores exteriores, que causan
admiración y asombro y que muchas veces coexisten con nuestro orgullo y
vanidad, "porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes
señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos
elegidos" (Mt 24,24).

La presencia del Espíritu en el creyente no es para causar admiración,


asombro, ni para acomplejar a nadie, sino para fructificar en servicio y amor
al hermano a quien vemos, al que podemos amar con el mismo amor con que
somos amados por Dios.

I. AM O R

La palabra que emplea Pablo es "ágape", que significa una relación personal
de amor del hombre con Dios y de los hombres entre sí como hermanos en
Cristo e hijos de un mismo Padre.

Esta relación personal de amor del hombre con Dios es instaurada y producida
por la comunicación del Espíritu. Y es entonces cuando verdaderamente
podemos dialogar amorosamente con el hombre.
Este Amor, fruto de la presencia del Espíritu de Jesús, nada tiene que ver con
los intereses humanos egoístas, condicionados por las propias conveniencias.
Nace este Amor del Don de Dios e irradia hacia el hermano y vuelve a Dios
como a su origen. El amor humano es potenciado y liberado de todo
egocentrismo posesivo y explotador, en el fondo, del prójimo.
En la Primera Carta a los Corintios, capítulo 13, Pablo describe lo que
entiende por amor cristiano, fruto del amor que Jesús nos tiene. No se puede
elegir entre unas cualidades u otras del amor. El cristiano que ama con el amor
de Cristo, movido por el Espíritu, las posee todas (1 Co 13). Podemos dar sin
amor, pero no podemos amar sin dar y darnos.

II. SIGNOS DEL REINO DEL AMOR

ALEGRIA.- La alegría, fruto del Espíritu Santo, supera las categorías


humanas, de manera especial, por lo que se refiere a un amor gozoso.

La alegría puede depender de un estado de ánimo originado por la euforia


biológica o psicológica de la persona. Entonces resulta cambiante, con unos
altibajos según los acontecimientos sean agradables o penosos.

Puede depender también del bien de la amistad poseída, y entonces connota


algo superior, pues este gozo desbordante va vinculado al amor actual de los
que se aman, que nace de su misma presencia. Dentro, pues, de este segundo
aspecto de la alegría por el amor, el Espíritu Santo es la expresión de la
autoposesión gozosa de Dios amándose a sí mismo. Y este mismo don es el
que recibimos con el Espíritu. Amor personal de Dios, amor referido al Padre
y al Hijo, constituyendo su suprema alegría. Por eso para Pablo la alegría
cristiana es fruto del Espíritu y nota característica del Reino de Dios (Rm
14,17).

Siendo realistas hemos de reconocer que encontramos tantos cristianos


sinceros y honrados que no han experimentado el gozo desbordante del
Espíritu, o que en el mejor de 1os casos lo único que experimentaron fue el
entusiasmo pasajero que suscita la Palabra pero que desaparece en cualquier
tribulación (Mc 4,16). Por eso, esta alegría, fruto del Espíritu, no pertenece
sino a la fe probada. Para poder disfrutar de la alegría cuando se revele Cristo,
es preciso que su discípulo llegue a regocijarse en la medida en que participa
de sus sufrimientos (1 P 4,13).

Pablo, ministro de Jesús, saborea esta alegría de la Cruz, y éste es un elemento


de su testimonio: los ministros del Señor "afligido" están siempre alegres (2
Co 6,10). El Apóstol sobreabunda de gozo en sus tribulaciones (2 Co 7,4); es
más, se regocija con tal que se anuncie a Jesucristo (Flp 1,17ss).
Ni siquiera nuestro pecado puede abatir al cristiano, pues está seguro que el
Señor se valdrá de ese mismo pecado y de la lucha contra él para mostrarle su
misericordia (Lc 7,36-50; Jn 4,8; 21 ,15-19; Hch 9).

PAZ.- Isaías (9,5) dice del Emmanuel: se llamará su nombre... Príncipe de la


Paz. Lucas traza de forma especial el retrato del Rey Pacífico. En su
nacimiento anuncian los ángeles la paz a los hombres en quienes se complace
el Señor (Lc 2,14).

Una idea superficial de paz, como si fuera una ausencia de declaración de


guerra, por ejemplo, nos puede hacer pensar que hay contradicción entre las
profecías sobre Jesús y sus mismas palabras: "no he venido a traer paz sino
guerra" (Mt 10,34-36). Sin embargo antes de que la paz verdadera pueda
llenar nuestra vida, antes de que seamos cristianos pacíficos, hay que extirpar,
destruir, derrocar (Jr 1,10) falsos ídolos, ideales, actitudes, mentalidad... y esto
produce tensión. Antes de gustar la paz, de poder dar paz, hay que renacer
como hombres nuevos, pacificados desde nuestro interior. Esto, en parte, es
difícil y se recurre a pactos de conveniencia, de no beligerancia, incompatibles
con la paz que da el Espíritu.

La paz que Jesús ofrece no es la de la "buena conciencia" o la de los estoicos


que se mortificaban anulando sus sentimientos, o la de los epicúreos (que hoy
se traduce en confort, comodidad, mínimo esfuerzo, pasotismo...) que
evitaban todo dolor, pena, esfuerzo. La Paz de Jesús, por el contrario, es una
calma profunda que es don, regalo, fruto de la presencia del Espíritu de Jesús
en el alma, y que permanece inalterable en toda tensión y circunstancia allá en
lo más profundo del ser. Es una paz que nos reconcilia con el hermano
formando en Cristo un solo Cuerpo (Ef 2,14-22). Y como "estamos en un
mismo Cuerpo", "la paz de Cristo reina en nuestros corazones" (Col 3,15)
gracias al Espíritu que crea en nosotros un vínculo sólido (Ef 4,3).

III. MANIFESTACIONES DEL AMOR

PACIENCIA (tolerancia).- Jesús con su actitud para con los pecadores y a lo


largo de toda su enseñanza ilustra y encarna la paciencia y la tolerancia divina.
Reprende a sus discípulos impacientes y vengativos (Lc 9,55). Las parábolas
de la higuera estéril (Lc 13,6-9), la del hijo pródigo (Lc 15), la del servidor sin
piedad (Mt 18,23-35) son revelaciones de la paciencia de Dios que quiere
salvar a los pecadores, al mismo tiempo que constituyen verdaderas lecciones
de tolerancia y de amor para uso de sus discípulos.

El ejemplo de Jesús es signo del fruto del Espíritu en el creyente, le da


resistencia en toda situación, capacidad para soportar, ánimo grande y
esforzado para el combate espiritual.
Paciencia es perseverancia, firmeza, constancia en el compromiso adquirido.
En el sufrimiento y en la persecución, permitidos por Dios, el hombre halla su
fuerza en Dios mismo que le da por su Espíritu la salvación y la esperanza, y
en la vida cotidiana la paciencia que practica para con sus hermanos es una de
las manifestaciones del amor.

Cosas muy pequeñas pueden llevar al creyente a la desesperación.


Frustraciones no resueltas que parecen tontas se pueden amontonar y
acumular unas sobre otras hasta bloquear por completo el camino espiritual.
El cristiano no está exento de sufrimientos, angustias, incomprensiones,
vacíos... que le irritan. Jesús no prometió ausencia de sufrimiento y
tribulación, sino su fuerza y asistencia en el momento de la prueba.

La paciencia es el fruto de la acción del Espíritu en nosotros por la que


esperamos con oración, lágrimas, ayunos nuestra propia conversión y la de los
hermanos. Es fruto activo espiritual que participa (Flp 3,10; Rm 8,17), lucha
(Hb 12,1 ss.), espera (Rm 5,5), soporta (Ap 2,10; 3,21), persevera (2 Co 6,4;
12,12).

AMABILlDAD.- La amabilidad es manifestación de la presencia del Espíritu


en el cristiano. En primer lugar, en el trato respetuoso, acogedor, amable con
toda persona que se le acerque, sea cual sea su clase social, temperamento,
simpatía... Tantos y tantas personas como al cabo del día nos encontramos,
tratamos, ayudamos, amamos ... y quizá no vean en nosotros más que al
individuo exigente, distante, amargado, tenso y cerrado, sin que lleguemos a
transparentar ese interior habitado por el Espíritu, al que quizá tenemos como
encadenado.

En segundo lugar amabilidad para con nosotros mismos. Muchas veces esa
dureza y frialdad con que tratamos a los demás no es más que proyección de
la dureza que tenemos para con nosotros mismos. Queremos ser
perfeccionistas, no admitimos faltas porque en el fondo creemos que nosotros
mismos podemos evitarlas. Este es el orgullo que nos pierde. Cierto que
debemos considerarnos, como Pablo, el último de los hermanos; pero no
podemos dejar que un complejo de culpabilidad morbosa anule nuestra
libertad y nuestra relación amable tanto con nosotros mismos como con los
demás.

Hay quienes nunca perdonan sus faltas, defectos o pecados. Viven una
existencia atormentada, y su alma gime en agonía. Pedro no se desesperó, ni
abandonó el apostolado por haber renegado de su Maestro. Tomás no se
apartó de los Doce por haber dudado. Marcos no se desanimó porque en cierta
ocasión tuvo miedo y abandonó la misión. Y Pablo, perseguidor de la Iglesia,
recuerda su pecado, no para achicarse sino para glorificar al Señor que le
eligió como Apóstol. Descubrieron el poder redentor y creativo de aceptarse
tales como eran para poder así aceptar el Don de Dios.

BONDAD.- Como manifestación del Amor, que es el fruto total del Espíritu
Santo, la bondad se confunde a menudo con la amabilidad. La verdadera
bondad requiere mucha fortaleza espiritual que sobrepasa la mera decisión de
ser "bueno".

La bondad nace del Espíritu, fuente final de toda bondad, y llega a tomar el
control de nuestro actuar cuando nos sometemos a su acción. Algunos
traducen esta bondad en generosidad para dar nuestro tiempo, energía, salud,
talento, dinero, etc., puesto que son dones también de Dios. Estar con las
manos abiertas, sin atar ni querer aprisionar a nadie que se nos acerque, sino
para levantar, animar, curar, abrazar amorosamente.

IV. CONDICIONES PARA EL NACIMIENTO Y DESARROLLO DEL


AMOR

FIDELIDAD (Lealtad).- La fidelidad, lealtad al Evangelio y por el Evangelio


al hombre, sólo puede nacer de Cristo, el Señor. Cristo Jesús, Hijo y Verbo de
Dios, el verdadero fiel quiere cumplir la Escritura y la obra de su Padre (Mc
10,15; Lc 24,44; Jn 19,28-30; Ap 19,11ss.).

La fidelidad de Dios (1 Ts S, 23ss), cuyos dones son irrevocables (Rm 11,29)


se manifiesta en Jesús con plenitud, y para confirmar en la fidelidad invita a
seguir la constante de Cristo (2 Ts 3,3).

Cristo, "el Testigo fiel" (Ap 1,5), cuestiona e interroga al creyente, le ofrece
una alianza para que la acepte libremente. La fidelidad a Dios lleva en sí la
fidelidad al hombre. Cuando una de las dos desaparece, siempre es en
detrimento de la otra.

Fidelidad a Dios y al hombre sin acomodos, pactos secretos,


contemporizaciones que el hombre se busca para no alterar su "buen modo" de
vivir el Evangelio, ya asimilado y hasta domesticado para que no resulte
perturbador. Fidelidad que crea compromisos y provoca la decisión de
cumplirlos porque se cuenta con la fuerza del único fiel: Jesús.

MANSEDUMBRE (humildad).- Este fruto del Espíritu se confunde a veces


con una dulzura que es pasividad o debilidad.

La mansedumbre cristiana es energía, fuerza y fortaleza bajo el propio


dominio. En la Biblia y en la historia de la Iglesia aparecen hombres que
reconocían su pobreza y eran al mismo tempo conscientes de la vocación y
misión que habían recibido de Dios y actuaban en consecuencia. Dotados al
mismo tiempo de enorme humildad, mansedumbre y grandeza de espíritu,
consideraban como una de sus obligaciones el vivir atados como "débiles" a
otras voluntades más dominantes. Esa mansedumbre o humildad que es
debilidad nunca jamás hubiera podido dotar de dirigentes responsables a Israel
y a las comunidades cristianas.

No es mansedumbre cristiana la falta de carácter, sino una fuerza recibida del


Espíritu de Dios que nos hace ser decididos, limpios, transparentes, honrados
y rectos al vivir y testimoniar el Evangelio.

El manso y humilde reconoce quién es su Creador y Señor, y acepta que El


dirija su vida y al mismo tiempo se somete a Dios, lo cual hace brotar en él
una fuerza superior, que nunca podrá apropiarse, para cumplir el plan trazado
por Dios en su vida, sin que ningún obstáculo pueda acobardarle o disuadirle.

Moisés es el modelo de la verdadera mansedumbre que no es debilidad, sino


humilde sumisión a Dios, basada en su amor (Nm 12,3; Si 45,4).

Mansedumbre es conocer, experimentar el amor misericordioso y


transformante de Dios para con uno mismo. Este es el milagro del nuevo
nacimiento en el Espíritu.

DOMINIO DE SI.- El hombre por su misma naturaleza, es a la vez pesado


como la materia, vegetativo como la planta, e instintivo como el animal. Pero
también inteligente y libre como Dios, cuya imagen es (Gn 1,27). El dominio
de sí, como fruto del Espíritu, es el gobierno que debe ejercer el creyente
sobre todo su ser, sus actos, y surge del centro mismo de 1a persona (2 P 1,5).
El dominio de sí es entrenamiento, aprendizaje lento (1 Co 9,25-27) que el
don de Dios y su presencia provocan, potenciando todas las cualidades,
fuerzas, instintos y pasiones del cristiano y la responsabilidad de cada una de
sus decisiones.

La vida humana es como un río útil, fresco y fecundo en su energía, pero


nefasto y mortífero en sus desbordamientos. Los que han buscado la libertad
en sus excesos, abandonando el control de sus pasiones, apetencias, instintos,
etc., se han cerrado en la más tiránica y penosa esclavitud (Rm 1,26-29 1 Co
5,1.10.11; 6,9-10; 1 Tm 1,9-10; 1 P 4,3).

Dios ha dotado al hombre de un potente y temible poder. No es una máquina


diseñada para efectuar sólo trabajos especializados. Es persona libre que
puede elegir lo bueno y dominar lo malo que hay en él, en su opción y
compromiso.

Pablo nos recomienda: no os emborrachéis, si no queréis dar en el libertinaje.


Llenaos, por el contrario, del Espíritu (E 5,18), pues el que se embriaga con
vino, con instintos, pasiones, malas tendencias, pierde el control de sí para
convertirse en mero objeto. La plenitud del creyente le restablece en un clima
armonioso y prudente, y realiza en él un ideal de equilibrio vital.

El cristiano vive para Cristo, en servicio y trabajo a tiempo completo y para


siempre; y no hay lugar a vacaciones, paros, huelgas ni jubilaciones por las
que el timón de su vida lo tome otro sino el Señor, y es consciente de que el
Espíritu le capacita por el dominio de sí y de todas sus virtualidades más allá
de su pobreza y debilidad.

27 - LA VIDA EN EL ESPIRITU - II.

CONOCER MEJOR EL MISTERIO DE


CRISTO Y TESTIMONIARLO

Juan Pablo II, en la audiencia del 23 de Noviembre concedida a los grupos


de la Renovación en el Espíritu de Italia, cuyos representantes según la
prensa vaticana oscilaban entre los 18.000 y los 20.000, terminaba
sintetizando su exhortación con las palabras que ya había escrito en su
Encíclica Catequesi tradendae, en la que decía que la Renovación en el
Espíritu "tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no en la medida en
que suscite carismas extraordinarios, sino más bien en la medida en que
lleve al mayor número posible de fieles, en los caminos de la vida
cotidiana, al esfuerzo humilde, paciente, perseverante por conocer siempre
mejor el misterio de Cristo y testimoniarlo ".

Deliberadamente hemos subrayado la última frase porque es lo que mejor


resume y expresa no sólo el deseo del Papa, sino también lo que es e intenta
comunicar esta corriente del Espíritu.

En efecto, nuestra Renovación es ante todo cristocéntrica: en nuestras


asambleas y celebraciones es Cristo el que lo llena todo con su presencia y al
que dirigimos nuestras exclamaciones, alabanzas y acción de gracias, al que
reconocemos y proclamamos como Salvador y Señor porque El es "el
esplendor de la gloria del Padre" (Hb 1,3), el "Rey de la gloria" (Sal 24, 1; Co
2.8), el Alfa y la Omega, el principio y el fin de todo (Ap 1.8.17.18), el único
nombre por el que somos salvos (Hch 4.l2), porque nos ha rescatado con su
propia sangre (Ap 5.9) y nos apacienta y guía a los manantiales de las aguas
de la vida (Ap 7.17).

Todo esto es lo que encierra y expresa nuestro lema preferido: JESUS ES EL


SEÑOR, " ¡a El la gloria por los siglos de los siglos. Amén!" (Rm 16.27).

A Pablo le fue comunicado el conocimiento del Misterio de Cristo por


revelación, y revelado también a los santos Apóstoles y Profetas por el
Espíritu (Ef 3.1-l0s).

Nosotros no podemos pretender siquiera vislumbrar el Misterio de Cristo y su


inescrutable riqueza, mucho menos conocer su Amor que excede todo
conocimiento, y poderlo anunciar a otros, si no es también por la fuerza del
Espíritu, el único que nos dará "sabiduría y revelación" y nos llevará a la total
plenitud de Dios.

Lo que más necesita el cristiano de hoy es encontrarse personalmente con su


Señor y sentirlo vivo en la vida de cada día.

Este encuentro ha de ser en los principales aspectos que para nosotros encierra
el Misterio de Cristo:
-En nuestra vinculación, como miembros vivos, a El que es la Cabeza de la
Iglesia (Col 1,18). El vive en nosotros y nuestra relación con El no puede
limitarse a ciertos momentos del día o de la semana. Sólo este trato continuo
con El puede llevamos a profundizar en su misterio, trato que es personal,
pero también comunitario, por ser miembros unos de otros.

-Ser verdaderamente discípulos suyos (Jn 8,31), con toda la seriedad que esto
representa, lo cual exige asimilar su pensamiento, su doctrina y escala de
valores, y adoptar sus actitudes evangélicas, su manera de ser.

-Solamente el que conoce personalmente al Señor puede profundizar en su


misterio y hablar persuasoriamente de El a otros. Nadie da lo que no tiene.
Nadie se acerca a El, si el Padre no le atrae. Ni con diálogo, ni con bellas
palabras podremos dar testimonio de Cristo, si no le conocemos y vivimos sus
actitudes evangélicas.

Nuestros grupos de oración deben ser ante todo escuelas donde se aprenda a
ser verdaderos discípulos de Jesús y a vivir comprometidos por el Reino de
Dios.

ENCUENTRO CON CRISTO EN LOS


SACRAMENTOS
MOMENTO PARA EL
ARREPENTIMIENTO, LA
CONVERSION Y LA CURACION
Por Domingo Fernández, O.C.D.

El mensaje cristiano es una invitación al amor y al servicio del Señor y de los


hombres, pero por encima de todo es una invitación a recibir, con alma de
pobre y como un don gratuito, la fuerza que posibilita este servicio.

Dios se escogió desde antiguo un pueblo de creyentes (Gn 12,2), pueblo


sacerdotal (Ex 6.6: 19, 5-6), con el que estableció una Alianza y al que dio una
Ley e hizo una Promesa. En la plenitud de los tiempos Dios llegaría a cumplir
su Promesa estableciendo una nueva Alianza con un pueblo formado de
dentro y de fuera de Israel (Rm 9, 24), pueblo sacerdotal y profético, al que el
hombre se incorpora por la fe y el bautismo. Esta Alianza está sellada con la
sangre del Cordero (Lc 22, 20) Y el nuevo Pueblo está formado por
adoradores del Padre y seguidores de Cristo su Hijo, con poder para alabar a
su Señor, para amar como El amó y ser testigos de su Resurrección salvadora.
Esta fuerza se recibe de lo alto (Lc 24,49), la Promesa del Padre es la fuerza
del Espíritu Santo (Hch l. 8).

Desde el primer momento este Nuevo Israel ha reconocido y vivido unos


momentos fuertes en los que el Cristo Resucitado se hace infaliblemente
presente para comunicar esa fuerza liberadora y transformadora. Son las
celebraciones sacramentales, los signos de la Nueva Alianza. Nada hay que
pueda sustituir al encuentro sacramental con Cristo.

La R.C. ha llevado a muchos cristianos a redescubrir el tesoro oculto de los


sacramentos cuando con el corazón convertido y una fe expectante se llega a
un encuentro personal con el Señor.

ENCUENTROS DE PRESENCIA INFALIBLE DEL SEÑOR

La presencia del Señor y la manifestación de la fuerza de su Espíritu no se


limitan a los encuentros sacramentales, pues desbordan incluso el marco de la
Iglesia visible porque Dios quiere ser Padre de todos los hombres y Cristo es
Salvador de todo hombre venido a este mundo. Dios se hace encontradizo y
presente de múltiples maneras. Las asambleas de oración carismática, por
ejemplo, son una realización de la promesa que hizo el Señor de estar presente
de una manera especial cuando dos o tres se reúnen en su nombre (Mt 18,20).
Todo esto en nada aminora el carácter único del encuentro con Cristo en los
sacramentos: su presencia infalible con misericordia y fuerza liberadora. Son
muchos los cristianos que pueden dar testimonio de esta verdad de fe. La
experiencia de la "Efusión del Espíritu" ha sido algo decisivo en la vida de
muchos hermanos de la R.C. aunque nada más hubiera sido que por ver como
se actualizan en sus personas los efectos de los Sacramentos, sobre todo del
Bautismo y de la Confirmación, al vivir por el don del Espíritu la certeza de
ser hijos de Dios, con poder para ser testigos del Cristo vivo. La
Reconciliación y la Eucaristía son encuentros muy reales con el Señor
resucitado que perdona, que cura, que da luz, paz y esperanza.

Entre los hombres y mujeres de Palestina que contemplaron y oyeron al Jesús


histórico hubo muchos, los más numerosos, que no llegaron a reconocer al
"Salvador" y "Señor" en aquel maestro y profeta, a pesar de los muchos signos
de curación, perdón y amor que matizaron siempre su vida de ministerio. Ni
siquiera la primera Eucaristía en la cena pascual produjo todo el efecto posible
en sus discípulos; algunos, Pedro entre ellos, le negaron, todos le abandonaron
y huyeron (Mt 26,56).

Pero hubo muchos que con verdadera fe reconocieron en aquel maestro al


Señor que tenía poder sobre el pecado, sobre la vida y la muerte, y por tanto
sobre toda clase de dolencias del alma y cuerpo, y al acudir a El como
Salvador recibieron el perdón, la paz, la salud, la esperanza.

Esto mismo sucede hoy, aunque en distinta medida, con los signos
sacramentales.

Para algunos ni siquiera son un encuentro de verdad, en otros casos quizá es


posible que no signifiquen gran cosa como el que exclama: “1a confesión, o la
misa, me dicen muy poco", o también: "sé que el sacramento da gracia, pero
no veo sus efectos en mi vida".

En contraposición está la experiencia de muchos para los que los sacramentos


son decisivos en la vida de cada día en forma de curación, fortaleza y
crecimiento espiritual.

¿Por qué esta diferencia de efectos en unos y en otros? Jesucristo es el mismo


siempre, deseoso de curar, salvar, confortar y fortalecer. Su acción en los
sacramentos es eficaz por sí misma, o como dice la Teología, "ex opere
operato”.

La diferencia debemos buscarla en el distinto grado de receptividad que cada


persona dispensa a la acción de Cristo. Se requiere algo que es mínimo pero
necesario para recibir: abrir la mano al que nos ofrece, o como diría San Juan
de la Cruz, abrir ''las fauces del alma” de par en par. La teología lo llama
disposiciones "ex opere operantis”.

No cabe duda que, al recibir un sacramento, cualquiera de nosotros puede


bloquear la acción liberadora y transformante de Cristo, simplemente no
abriéndose a ella. Los sacramentos no actúan de forma mecánica o como si
fueran una medicina de poderes mágicos.

ACTITUDES BASICAS DE CONVERSION EVANGELICA Y FE


EXPECTANTE

EL Señor actúa en nosotros en juego constante con nuestra libertad, con un


amor incondicional de hermano y Salvador, y con un poder total sobre el
pecado y el mal, como Señor de todo.

El secreto para experimentar toda su acción liberadora y santificadora, por


nuestra parte, no consiste más que en aceptarle a El como Salvador y Señor,
que me invita a recibir "su salvación", y en una fe expectante, es decir, en una
fe que espera, que al entrar El "en mi casa" por este encuentro sacramental,
voy a obtener toda esa salvación.

Son las actitudes básicas que animaron a todos los contemporáneos de Jesús a
quienes llegó "su salvación" en forma de perdón, curación, fortalecimiento,
etc.; se sentían en necesidad, pobres, enfermos, sin sentido fundamental en sus
propias vidas, "¿a quién iremos, si Tú tienes palabras de vida eterna?"; y le
reconocieron con poder para perdonar, curar y hasta para amainar los
elementos de la naturaleza, percibiendo en El un corazón lleno de compasión
hacia ellos. Aquellos gritos que resonaron al recorrer Jesús los caminos de
Palestina: “¡Señor, ten compasión de nosotros!". "si quieres puedes curarme"
o "di una sola palabra y será salvo" eran gritos de hombres y mujeres que se
sentían verdaderamente pobres y necesitados y al mismo tiempo con una fe
expectante de que la Buena Nueva que anunciaba iba a cumplirse en ellos. Y
El fue fiel a su palabra y a la misión para la que había venido, y les dio el
perdón, la salvación, la vida.

Estas mismas actitudes son las que hoy nos abren a nosotros a la acción
salvadora de Cristo en los Sacramentos. Ante todo conversión radical,
renovada en cada encuentro sacramental, la cual supone reconocer mi
pobreza, mi indigencia, mi dependencia de Dios y hacerme como niño (Mt
18,3) para que el Reino de los cielos, los frutos del Espíritu Santo, se hagan
realidad en mi vida. Esto se expresa a veces en hambre de sustento, como en
la Eucaristía, en sentimiento profundo de perdón y curación, en deseo
indigente de poder alabar a Dios y ser testigo del Cristo Resucitado con esa
fuerza que sólo El puede conferir por la acción de su Espíritu.
Elemento central de esta conversión es que yo acepte o renueve mi aceptación
de Jesús, como mi Salvador y Señor personal, y que lo haga con un gozo
creciente, como fruto de la seguridad que tengo de que El me ama con amor
incondicional y de que El desea mucho más que yo dirigir mi vida según los
designios de paz y amor del Padre.

De aquí surge la fe expectante. Cuánto más viva sea mi fe en el amor


incondicional de Dios Padre y del Señor hacia mí, cuanto más cierta sea mi fe
en el poder de Cristo Resucitado sobre todo mal, más amplia y segura será mi
respuesta en el encuentro sacramental en el que recibo de Cristo lo que el
signo sacramental significa.

Hoy se está haciendo un gran esfuerzo para llevar a los fieles a una más
adecuada recepción de los sacramentos: preparación catequética, preparación
de ceremonias y símbolos que mejor ayuden a significar la acción de Cristo y
de la Iglesia como comunidad en los sacramentos. Pero la clave para una
preparación más eficaz debe ser ayudar a que surja en la mente y en el
corazón del cristiano una actitud de conversión evangélica y que se fomente
esa fe expectante, a la que nunca se había llegado o por una deficiente
educación cristiana o por el influjo negativo de una sociedad secularizada.

No hace mucho tiempo, al dirigir un retiro a un buen grupo de jóvenes de 17


años como preparación inmediata para recibir el sacramento de la
Confirmación, cuando les subraya en mi charla que la fuerza del Espíritu
Santo que iban a recibir en el Sacramento podía cambiar sus vidas y hacerles
verdaderos testigos de Cristo, como estaba sucediendo en la vida de muchos
jóvenes cristianos, una joven me respondió: ''Yo creo en confirmar mi fe al
recibir el Sacramento, pero no creo en eso del Espíritu".

No echo la culpa a la preparación catequética que aquella joven tuvo. Pero si a


pesar de todos los laudables esfuerzos de preparación que se hacen en muchas
parroquias, no se lleva a los jóvenes más que a la idea de confirmar su fe, lo
cual es necesario e indispensable, pero no a la fe y a la seguridad de la fuerza
del Espíritu Santo, que significa y confiere el Sacramento, tenemos que nunca
podrán vivir en profundidad la recepción del Sacramento, no se llegará a la
experiencia de pedir y recibir el Espíritu que transformó a los Apóstoles en el
primer Pentecostés, y, una vez acabada la celebración del Sacramento,
volverán a la vida diaria con voluntad renovada de confesar a Cristo, pero sin
la seguridad y el gozo de que esto va a ser posible por el don del Espíritu
Santo que les ha sido dado, ni tampoco podrá mantenerse aquella voluntad
mucho tiempo entera.

Lo mismo puede decirse respecto a los Sacramentos de la unción de los


enfermos si el enfermo y grupo de cristianos que le rodean "no esperan en
realidad" que la acción de Cristo traiga la curación; o del matrimonio si los
que contraen no esperan con fe expectante y en conversión a Cristo que para
ellos va a ser fuente perenne de fortaleza para vivir la unión matrimonial en
amor y entrega mutua, a prueba de cualquier crisis que pueda surgir.

Estas actitudes básicas son aún más decisivas en los Sacramentos de la


Reconciliación y de la Eucaristía. Si ellas faltan, no se llega al verdadero
encuentro con Cristo y estos sacramentos pueden llegar a parecernos una pura
inutilidad, pero si las poseemos se convertirán las celebraciones en momentos
fuertes de encuentro con el Señor, en fuentes inagotables de liberación y de
vida, y siempre se esperarán con gozo.

ENCUENTRO SACRAMENTAL DE RECONCILIACION

Según el plan de Dios, en el Sacramento de la Reconciliación, celebración


penitencial de la Nueva Alianza, se realiza la parábola del Padre
misericordioso que recibe con gozo, amor y ternura al hijo pródigo y se vive
el encuentro con el Señor Resucitado que perdona y fortalece, lo mismo que
un día pudieron experimentar la mujer pecadora, la Magdalena, Pedro y tantos
otros.

Las parábolas de la misericordia, en el Capítulo 15 del Evangelio de San


Lucas, subrayan todas un elemento común: la alegría que hay en el cielo por
la vuelta de un pecador arrepentido.

La conversión y el perdón en el sacramento de la Reconciliación confluyen


con el gozo y la fiesta del Padre de las misericordias, que no quiere ver a sus
hijos heridos y maltrechos, y la emoción del hijo al sentirse abrazado por el
amor del Padre.

La nueva liturgia del Sacramento de la Reconciliación, sin minimizar la


necesidad de la confesión y de la penitencia, ha puesto de relieve la esencia
del Sacramento que es reconciliación con el Padre y la Iglesia. Esta es la
exigencia de la primera actitud fundamental de quien se acerca al Sacramento:
volver al Padre que espera para recibirlo, proclamando su misericordia y la
decisión de permanecer en "la casa paterna". Es la conversión que supone
sentirse miserable y pecador y que es posible por la esperanza cierta que se
tiene de que el Padre está esperando para acogerme de nuevo.

Pero aquí está también la dificultad de experimentar una conversión


evangélica esperanzadora para quien no haya vivido nunca una relación con
Dios como Padre, o para quien se forme la imagen de un Dios lejano o juez
severo sin entrañas de misericordia.

La conversión evangélica nace de una luz del Espíritu, que por una parte me
hace ver mi pecado para rechazarlo (Jn 16,8) y por otra imprime en mi
corazón una certeza de que Dios me ama tan entrañablemente que goza
perdonándome y acogiéndome de nuevo. Por eso, no me acerco al Sacramento
simplemente para quitarme una carga molesta o porque me haga sentir
finalmente bien, sino para responder a ese amor del Padre que me invita a la
reconciliación.

La certidumbre de este amor hace que mi arrepentimiento sea más profundo y


más firme mi decisión de orientar mi vida de acuerdo con los designios del
Padre misericordioso, y al mismo tiempo hace brotar en mí una actitud de fe
expectante de que el encuentro con el Señor va a ser un toque que producirá
perdón, curación, fortaleza.

La mayoría de los cristianos sólo piensan en el perdón, y lo obtienen,


ciertamente, pero hemos de abrirnos a una acción más abundante del Señor
que ya está sugerida en la nueva liturgia del Sacramento y de la que muchos
cristianos de la R.C. pueden testificar. Es la acción liberadora y sanante del
Señor, que viene a curar las raíces de las que brotan muchos de nuestros
pecados y a fortalecer las áreas más débiles de nuestra personalidad.

No hay espacio para tratar aquí de la dimensión curativa de este sacramento,


que exige una acción conjunta del sacerdote y del penitente para discernir con
la ayuda del Espíritu Santo las raíces de nuestras dolencias y dar la respuesta
que pide el Señor. Está comprobado que el Espíritu es la luz que ilumina áreas
negativas y fuerza que ayuda a desbloquear los obstáculos que impiden el
gozar de la plenitud de vida que Dios quiere darnos. Hasta la barrera más
firme v tenaz, como la de no poder perdonar: se derrumba ante la acción del
Señor. La absolución, que lleva el perdón del Señor, y la oración de sanación,
que clama por el toque curativo de su Espíritu, convierten al Sacramento de la
Reconciliación en un encuentro gozoso y rejuvenecedor para el penitente, y
también, no cabe duda, para la comunidad cristiana. El miembro que se siente
perdonado y curado por el Señor se hace a su vez portador de la esperanza del
perdón y de la curación.

LA EUCARISTlA

Si la Eucaristía es el rito cultual por excelencia de los cristianos, en el que se


reúne la comunidad con su Señor Resucitado para adorar al Padre por la
fuerza del Espíritu Santo, es también para cada uno de nosotros la gran
invitación a un encuentro muy personal con Jesús, y por tanto momento
privilegiado para abrirse al Espíritu y a sus carismas de adoración, de
alabanza, de profecía para edificación en la fe, en el amor y en la unidad de
toda la asamblea.
Es también el Sacramento en el que la curación interior -a veces también la
física- y el robustecimiento de la fe, de la esperanza y del amor corren parejos
a las necesidades diarias de los hijos del Padre. La comunidad cristiana vivió
esta realidad desde sus comienzos. Lo expresa San Lucas en el relato de los
discípulos de Emaús (Lc 24.13-35). La crucifixión y muerte del Maestro les
había dejado tristes y desesperanzados y abandonaban la compañía de los
discípulos de Jesús con una herida abierta en el alma, raíz de la congoja y
desaliento que los dominaba. El forastero que encuentran, después de
explicarles las Escrituras y encender sus corazones, se puso a la mesa con
ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron" (Lc 24,30-31) Y en ese
momento El desapareció. No necesitaban ya más su presencia visible.

Fue éste un encuentro sacramental en fe, que sanó la memoria de los días
pasados e iluminó sus mentes con la certidumbre de la presencia de Cristo
resucitado y vivo, y les devolvió al seno de la comunidad de los discípulos
reunidos, para compartir con ellos el mismo gozo.

La experiencia de los discípulos de Emaús es la misma que se nos ofrece a


nosotros en el encuentro eucarístico con el Señor. Nosotros también nos
encontramos, por los diversos sucesos de nuestra vida, con oscuridad en los
ojos, que nos impide reconocerle, y con tristeza y desaliento en el corazón,
que nos llevan a centrarnos en nosotros mismos y a alejarnos de los hermanos.
Pero El viene para darnos nueva luz, nueva esperanza y nuevo amor...

La liturgia de la Iglesia ha ido preparando a lo largo de los siglos los pasos,


los signos, por los que podemos abrirnos a esta presencia transformante del
Señor. Son los pasos de la conversión, de la escucha de la palabra de Dios, de
la alabanza, de darse mutuamente el perdón y la paz del Señor hasta llegar a
recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo que dan vida.

Lo importante es vivir estos signos con sinceridad, y, sobre todo, en la fuerza


del Espíritu Santo.

Nos apoyamos en el poder y en la luz del Espíritu, al celebrar los ritos de la


reconciliación y del perdón fraterno, para prepararnos por esa conversión
interior a los carismas de la alabanza y del amor. La experiencia de nuestras
celebraciones eucarísticas nos muestra que cuanto más se siente uno
perdonado y reconciliado con Dios y los hermanos, con tanta más fuerza brota
el grito de alabanza al Señor. Al “¡Señor, ten piedad!" hay con toda seguridad
una respuesta misericordiosa del Padre, que es la mejor preparación para el
"Gloria a Dios en los cielos".
LAS ASAMBLEAS DE ORACION Y LOS ENCUENTROS
SACRAMENTALES

Todo lo dicho en líneas anteriores subraya la verdad de que los encuentros


sacramentales con Cristo Resucitado en la Nueva Alianza no se pueden
substituir por nada. En efecto, los grupos de R.C. encuentran la máxima
expresión de su fe, amor y presencia del Señor en las asambleas penitenciales,
y de manera especial en las celebraciones eucarísticas.

La experiencia también nos muestra cómo muchos cristianos han llegado a


descubrir las riquezas de las celebraciones sacramentales por haberse abierto
antes, en las asambleas de oración, a la escucha de la palabra de Dios, al amor
fraterno, manifestado en signos visibles, por haberse abierto a la acción del
Espíritu Santo y a sus carismas. Todo ello les ha preparado para acercarse
después a los sacramentos con un corazón convertido, con fe expectante y en
amor de hermanos. Con ello las asambleas de oración están prestando un gran
servicio de preparación catequética y vital para la recepción de los
sacramentos como encuentros personales con Cristo Resucitado.

MEDIOS PRACTICOS PARA CRECER


EN LA VIDA DEL ESPIRITU
Por Alejandro Balbás Sinobas

Todo caminar, como todo desarrollo, supone un punto de partida, un origen.


De este modo será un caminar consciente, con sentido y con perspectiva de
futuro.

En nuestro caso, por tanto, todo crecimiento en la vida del Espíritu ya supone
la vida del Espíritu. Así, al hablar del caminar o del crecimiento, afirmamos
una consecuencia lógica y honrada. Suponemos que ha habido un encuentro y
experiencia personal, como fuera, con Jesús, que es quien cambia y
transforma nuestras vidas por su Espíritu. Afirmamos la efusión del Espíritu
Santo y la opción clara y decidida por Jesús para que sea real y personalmente
Camino, Verdad y Vida, (Jn 14-6)

Considerando los Sacramentos como un encuentro personal y también


comunitario con Cristo, se reavivará y fortalecerá dicho encuentro con la
Eucaristía y el Sacramento de la reconciliación por amor, fuerza, oblación y
también ante la propia debilidad.
Solamente así podremos hablar de caminar y de crecer. Y es así como nos
fundamentamos en la Renovación Carismática, abriendo nuestras vidas a la
acción del Espíritu Santo para poder ser luz y sal de la tierra, para responder a
la llamada urgente de Jesús: "Id, id, id...” (Mt 28. 19) .

El futuro de nuestros grupos y comunidades está en que sean transparentes de


su identidad carismática por la vida pletórica y dinámica de sus miembros.

Partiendo, pues, de Jn 15,5: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que
permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no
podéis hacer nada", presentamos los pasos, o medios prácticos, para
solidificar, hacer perdurar con eficacia lo que se comenzó, y crecer así en la
vida del Espíritu.

I.-ORACION PERSONAL: EL TRATO CON EL SEÑOR

"De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a
un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros
vinieron en su busca; al encontrarle, le dicen: Todos te buscan" (Mc 1, 35-37).
Estamos ante un modo de orar, que creo atañe a nuestro caso. Siguiendo a
Jesús tendremos que levantarnos de lo ordinario, de lo corriente, tal vez de la
comodidad, y salirnos de la multitud, del vivir "pagano" de la gente y
marcharnos a solas con Dios.

Tendremos que ir donde está Dios. "Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra
en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo
escondido; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará" (M t 6,6). Dios
no se deja "atrapar" con nuestras cosas y nuestro bullicio y nuestros líos. Es
necesario ir donde está Dios, donde todo es puro y donde se deja oír.

Es decir, Dios ve en lo escondido, en la sencillez de la verdad, donde a uno


nada le estorba ni le oculta. Allí habla Dios y da su recompensa.

La oración es Dios con nosotros, que nos recibe y se nos comunica. Dios se
desborda en su paternidad, en su amor y también en su llamada.

La oración es poder llamar a Dios Padre y esto es válido en cuanto que


nosotros, al estar unidos a Jesús, su único Hijo, hacemos nuestra su oración y
terminamos siempre en la voluntad del Padre. Hemos de buscar siempre su
voluntad por encima de nuestro bienestar personal.

Así la oración es un don, cuando es movida y guiada por el Espíritu Santo. "El
Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo
pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros
con gemidos inefables" (Rm 8,26).

No pequemos de palabreros que oculte el verdadero rostro de Dios. El es


quien tiene que construir. Por nuestra parte haya una apertura confiada y
esperanzada siempre.

Tampoco consideremos la oración como un simple acto piadoso que responda,


o bien a una obligación que tengo que cumplir, o bien a un gusto subjetivo. Es
Dios mismo quien nos ama y nos llama y quiere construirnos y transformarnos
en su Hijo por el Espíritu. Toda la alabanza para EL.

Necesitamos orar, pues en este caso del crecimiento la efusión del Espíritu no
se agotó ni en los sacramentos ni el día de la oración de los hermanos. Y es
precisamente la oración un medio por el que seguirá derramándose en Espíritu
con sus dones y frutos.

II - EN COMUNION COMO MIEMBROS DE UN MISMO CUERPO

Recuerdo haber leído, creo que de Ralph Martin, que en la Renovación


Carismática nada es obligatorio, pero que recibida la efusión del Espíritu no se
puede menos de buscar y vivir en grupo, en comunidad.

Es claro que Dios nos quiere caminando unidos. La doctrina de S. Pablo,


voluntad de Dios, reflejo de una realidad es clarísima: Todos hemos sido
bautizados con el único Espíritu para formar un solo cuerpo y sobre todos se
ha derramado el único Espíritu (1 Co 12,13).

Del mismo capítulo 12 de la 1ª a los Corintios se deduce clarísimamente el


objetivo de comunidad. Hablando de la variedad de carismas, dice que, sin
embargo, todos proceden del mismo y único Espíritu para la edificación
común. Y a continuación habla de la variedad de personas, que teniendo todos
el único y mismo Espíritu, han de formar un solo cuerpo.

Creo que todo esto más que ulteriores explicaciones y razonamientos lo que
necesita es mucha oración, oración auténtica y llena de generosidad por
nuestra parte.

Para que la efusión del Espíritu no resulte nula, es necesario el grupo, la


comunidad, que apoye y confirme a los que desean vivir la vida en el Espíritu.
Porque tratar de vivir la vida cristiana aisladamente es una forma de
espiritualidad egoísta, no del Espíritu. Hablando de la fe, es igualmente
nuestro caso, un autor francés, Liégé, dice: "La fe o será fraterna, es decir,
vivida en comunidad, o no será fe".
Las relaciones interpersonales constituyen un medio necesario de crecimiento
comunitario. Han de ser en nombre del Señor, selladas con su Espíritu y, por
tanto, limpias de todo egoísmo, conveniencias o gustos personalistas.

Cada hermano ha de procurar ser hermano de todos los demás. Ello no


excluye el que haya que buscar las relaciones siempre que cada uno las
necesite para sí. Y entonces, tampoco habrá que esperar a que vayan los
demás, amparado en un egocentrismo aislante. Salir de uno mismo es
apertura, comunión, comunidad.

El someterse es señal también de comunión y de crecimiento. El sometimiento


es fundamental. La vida y el crecimiento de un cuerpo se lleva a cabo
contando siempre con el sometimiento de todos sus miembros, que producen
la unidad.

Someterse es corresponsabilidad y enriquecimiento mutuo.

Someterse es contribuir a la construcción y desarrollo del grupo, del cuerpo de


Cristo, según S. Pablo.

Someterse es negarse uno a sí mismo, primera condición que pone Jesús a sus
seguidores, (Mt 16,24).

Someterse es ponerse en actitud de búsqueda y dar con la voluntad de Dios,


juntamente con los otros hermanos, prueba de mayor garantía. Libertad sí, la
de los hijos de Dios guiados por su Espíritu, independencia no.

En comunión. Es un proceso constante y necesario.

III.-COMPROMETIDOS EN EL SERVICIO Y EN EL COMPARTIR

El compromiso es síntoma y expresión de crecimiento. Me refiero ahora al


compromiso con los demás hermanos del grupo y sus derivaciones o
exigencias. No trato aquí del compromiso expreso y pretendido de
evangelizar.

Podemos considerarlo, pues, en una doble dimensión: el servicio y el


compartir. Ambas manifestaciones demuestran la seriedad de la opción por
Jesús, la fuerza de su amor y la acción del Espíritu.

"Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues


si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis
lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también
vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,13•15). Lo propio del
discípulo de Jesús, del que le ha dicho "sí", es seguirle en el servir, en el amar,
en el ser útil a los demás.

El servicio desborda los límites de las meras obligaciones y sobre todo si no


pasan de ser meramente asistenciales. El servicio supone o exige de nosotros
la generosidad, la amplitud de espíritu, el corazón nuevo que se mueve a favor
de los demás y cuya fuerza es el mismo Espíritu. Con sentido de
corresponsabilidad los que son movidos por el Espíritu van haciendo de su
vida una verdadera prestación personal espontánea.

El crecimiento de su vida en el Espíritu se va manifestando en algunos de los


más variados servicios que van siendo necesarios en el grupo y que pueden ir
desde el preparar el local para la reunión de oración, pasando por un compartir
oración y llegar hasta una asistencia personal.

Igualmente se manifiesta colaborando en algún ministerio: música, p.e.,


secretaría, acogida, biblioteca, etc, etc.

Todos estos compromisos, siendo vida, servirán además para una mayor
integración en el grupo y para ir descubriendo su propia vocación cristiana
dentro de la comunidad.

La otra dimensión del compromiso es la de compartir. Cuando Dios ha


irrumpido en un alma, en una vida, es muy difícil guardarlo a solas. Cuando
uno busca al Señor de verdad movido por su Espíritu, necesita de los
hermanos, de su misma actitud o situación para alabar o dar gracias, para
dejarse así construirse por el Señor. El poderse reunir dos o más en el nombre
del Señor (Mt 18.20), es una invasión amorosa y de poder del Señor, es una
plataforma básica de lanzamiento, de crecimiento.

El apóstol Santiago (5 ,6) nos enseña a orar juntos e incluso a confesarnos


mutuamente nuestras faltas y encontrar así curación. Necesitamos compartir
nuestras vidas. Pero por encima de la simple, aunque buena, amistad, de la
frialdad del acto u obligación.

Pueden darse grupos pequeños de compartir. Pero siempre habrán de ser cauce
de crecimiento, no ghetos, y tampoco meta o simple necesidad psicológica.
Serían espontáneos e informales.

Porque para un compromiso más serio y de crecimiento no solo personal, sino


del grupo está el llamado grupo de profundización. Su reunión tendrá como
base la oración, la enseñanza y el compartir las propias experiencias de vida.
El Espíritu del Señor se ha de mover necesariamente, habiendo un clima de fe
y de unidad. Esas vidas en una transformación enriquecedora llegarán a ser
una levadura en todo el grupo, crecerá todo él, el Espíritu derramará sus
dones, será muy alabado el Señor y otros muchos hermanos podrán descubrir
al Señor.

IV.-EL ESTUDIO COMO FORMA DE ENSEÑANZA

Nos lamentamos frecuentemente de la ignorancia de los cristianos.


Constatamos, por otra parte, los grandes deseos de formación de los hermanos
de nuestros grupos. Es que la enseñanza, el estudio, de mil formas, es
necesario. Todo grupo sin enseñanza languidece y la persona sin el debido y
adecuado estudio no crece.

En el mandato que deja Jesús, según Mt 28.19-20, queda constancia no solo


de hacer discípulos, sino de enseñar cuanto EL les había mandado.

Y ya S. Lucas en los Hechos 2,42 nos dice cómo aquellos primeros cristianos
perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles.

Por eso, Ralph Martín, hablando de esta cuestión, dice que la efusión del
Espíritu Santo es tan solo una parte del largo proceso de la formación
cristiana.

De todo lo cual se deduce que no es suficiente para crecer en la vida del


Espíritu la sola evangelización primera, es decir, la aceptación de la Buena
Nueva de Jesús como Señor y Salvador, que es necesario. Traducido a nuestro
caso equivaldría a decir que las catequesis de iniciación para la efusión del
Espíritu, y ?ésta, nunca son una meta, un fin de curso, sino que exigen una
enseñanza posterior y constante. En el caso de los primeros cristianos, repito,
se dice claramente que perseveraban, acudían asiduamente en la enseñanza de
los Apóstoles.

Por parte del que enseña habrá de haber discernido sobre las personas y el
grupo. ¿En qué situación están? ¿Qué es lo que necesitan? ¿Cómo hay que
presentárselo? No caer en el peligro de una bella exposición y poco fruto. La
enseñanza ha de ir en orden no de una simple ilustración, sino de una
profundidad práctica y progresiva de tal modo, que se identifiquen con la
enseñanza, queden enriquecidos y se de una verdadera transformación, aunque
lenta, firme.

Todos necesitan enseñanza. En todos ha de haber una preocupación e interés


especiales, que han de traducirse en acciones, tiempos, instrumentos,
personas, libros, revistas, etc. Es peligrosa la autosuficiencia. No podemos
contentarnos con que ya lo sé todo o que ya somos un grupo promocionado.
Qué bien que todos los grupos dispusieran de una biblioteca adecuada y que
se pudiera preguntar a cada uno ¿qué libro estás leyendo? y nos pudiera
contestar favorablemente.
La Palabra de Dios merece una atención especial al tratar del estudio. Uno de
los frutos de la efusión del Espíritu es el amor y lectura de la Palabra de Dios.
Jesús alababa a los judíos el que estudiaran las Escrituras y les interpelaba a
que le descubrieran a El en ellas, pues daban testimonio de El, (Jn 5,39).
Ningún día sin meditar, sin orar sobre las Sagradas Escrituras.

Glosando l Tes 2.13, en la Palabra de Dios hemos de ver y reconocer al


mismo Dios que habla. No es palabra de hombre, no es mera idea o doctrina,
sino vida de Dios, el Hijo de Dios, la Fuerza de Dios, el mensaje de Dios de
salvación revestido de palabra humana.

Por nuestra parte sea bien acogida para que sea operante (Is 55,10-11).
Oremos personalmente con la Biblia y su lectura sea, a su vez, oracionada.
Acudamos a la Biblia, a Dios, en nuestra circunstancia difícil, en nuestro
problema agobiante o encrucijada de indecisión. El nos dará su Palabra.
Sepamos también mostrar a otros la riqueza de la Biblia que es revelación de
Dios y revelación del hombre.

Para vivir, para crecer y luchar, sea según Jer 15.16: "Cuando recibía tus
palabras (Yahveh), las devoraba, tu palabra era mi gozo y mi alegría íntima,
yo llevaba tu nombre, Señor. Dios de los ejércitos".

DOS ETAPAS INICIALES PARA EL


CRECIMIENTO EN EL ESPIRITU
Por Francisco López, Aranjuez

Respecto a los hermanos que comienzan a venir a los grupos de oración


observamos que hay muchos que desconocen la vida en el Espíritu y que
deben descubrirla y empezarla a vivir.

Para ellos es necesario un plan de iniciación y de integración.

PRIMERA ETAPA: INIClACION A LA VIDA EN EL ESPIRITU

Esta etapa implica dos aspectos importantes y simultáneos: información y


experiencia en la vida del espíritu. Los dos van íntimamente unidos y si
atendemos solamente a uno no habrá verdadera iniciación. Es lo mismo que
ocurría con el catecumenado cristiano de los primeros siglos, que ponía el
acento en la conversación y en la catequesis.
La forma más común de realizar esta etapa es a través del Seminario de las
siete semanas sobre la vida en el Espíritu, que de ordinario exigirá que sean
más de siete semanas para ampliar y profundizar más en los temas. El
Seminario quedará completado con el retiro de dos o tres días, con que acaba,
y en el que se recibe la Efusión del Espíritu.

En el Seminario, a la vez que se exponen los temas principales, se va dando


información sobre los aspectos más importantes de la vida en el Espíritu:
fundamentalmente sobre la Efusión del Espíritu y todo lo que es la R.C., "
sobre el valor y la práctica de la oración, que deberá ser una de las
preocupaciones más importantes del semanista hasta llegar a hallar gusto y
facilidad para la oración. La Renovación es fundamentalmente una
experiencia del Espíritu a través de la oración. Por tanto al hermano nuevo hay
que aconsejarle un tiempo determinado de oración, que al principio debe ser
breve para que resulte fácil de cumplir. El dirigente o acompañante debe
orientarle y revisarle este compromiso.

Para empezar, es de aconsejar que no se adquieran otros compromisos más


que el de la fidelidad a la oración. Si se quieren adquirir otros, que sean de
forma que no les perturbe en su vida de oración.

Este compromiso de oración deberá estar animado y protegido con ciertas


prácticas ascéticas, por ejemplo, vigilias de oración, servicios prestados a los
hermanos, obras de misericordia, y hasta el ayuno practicado algún día, pues
hay que tener muy presente que la vida del Espíritu es una lucha decidida
contra todo lo que representa el mundo, la carne y el demonio (Rm 8,5: Ga5,
16). Por esto necesitamos espiritualizar nuestro cuerpo, hacerlo ágil y
obediente a las exigencias del Espíritu, no en plan de guerra, sino de
adiestramiento para la lucha contra las fuerzas del mal y de nuestro propio
egoísmo.

Las dificultades que van a encontrar los nuevos van a ser tentación para
abandonar el camino emprendido, que es un camino de conversión, personas
que califican la Renovación como algo raro o extravagante, falta de tiempo
para la oración, desconfianza y dudas sobre la misma Renovación.

Por esto se aconseja que un dirigente o un servidor se encargue del


acompañamiento espiritual de los hermanos iniciados y les vaya aclarando las
dificultades que se les van presentando. Esto es ya una forma de discipulado
en el seguimiento del Señor.

Una vez hecho el Seminario se celebra el retiro para que se llegue a la


verdadera experiencia de fe y de vida en el Espíritu. Se ha de procurar
prevenir a los nuevos contra las emociones, pues fácilmente se da un engaño
al confundir el estado emocional con la experiencia del Señor. Todo lo que sea
emocional es muy transitorio y no deja cambio permanente en la persona ni
llega a cambiar una vida.

Después habrá que fomentar las convivencias y encuentros para conseguir


unas relaciones personales profundas, muy necesarias para el proceso de
integración en el grupo. Si se presenta la oportunidad también es bueno asistir
a otros retiros o convivencias de otros grupos para un mayor enriquecimiento.

En esta primera etapa no se aconseja dar a los iniciados puestos de


responsabilidad en el grupo, por muy admirable que nos parezca su
conversión, ya que la falta de conocimiento y experiencia podrían crear
problemas tanto para los dirigentes como para el mismo grupo. En cambio sí
que pueden ayudar en alguno de los servicios.

Después conviene seguir dando instrucción. A algunos habrá que adiestrarlos


en el manejo de la Biblia y enseñarles a gustar y amar la Palabra de Dios que
es luz y vida. Será útil, para el que sea posible, asistir a cursillos o cursos
completos sobre la Biblia.

También se debe leer libros que completen la formación, literatura sobre la


Renovación, sobre la oración, los carismas, la vida espiritual, y hasta utilizar
folletos, cassettes, cantos. etc.

En cuanto a la enseñanza se deberá aclarar los temas fundamentales y


repetirlos una y otra vez: qué es la Renovación, la oración de alabanza, la
intercesión, la liberación y la curación, la oración en lenguas, el bautismo en
el Espíritu, las principales tentaciones y dificultades, la necesidad de
comprometerse con el Señor y los hermanos y de caminar juntos, etc.

La duración de esta etapa puede llevar un par de años. Los dirigentes


discernirán si el hermano deberá pasar a la siguiente.

SEGUNDA ETAPA: INTEGRACION Y CRECIMIENTO

Esta segunda etapa se da cuando el hermano, convencido ya de que este es el


camino claro para la realización de su vida cristiana, y habiendo sido
orientado y discernido por los dirigentes, desea seguir en su crecimiento de la
vida en el Espíritu. Desea formar parte de un grupo en el que se sienta
plenamente aceptado, y que pueda integrarse.

Deberá tener ya una cierta garantía de fidelidad a la oración, tanto personal,


como de constancia y asiduidad en el grupo.

Aceptará a los dirigentes en sus orientaciones, pensando que el Señor los ha


puesto en su camino para su crecimiento espiritual.
Deberá dar muestras de espíritu de servicio y de disponibilidad al grupo.

Se deberán fomentar mucho las convivencias en el grupo a fin de crecer en las


relaciones humanas con todos y cada uno de los hermanos.

En cuanto a la formación, tendrá como objetivo: el llegar a conocer más


profundamente a Jesús y por tanto a su plena aceptación, o mejor, a entregarle
plenamente la vida.

Esta enseñanza se puede dividir en los siguientes periodos:


1.-Purificación y desmonte de la fe, hasta llegar a una verdadera liberación
de todo aquello que es obstáculo para aceptar a Jesús, como único Salvador y
Señor. Podemos seguir unos textos bíblicos que nos presentan los diccionarios
bíblicos.

2.-Construcción y fortalecimiento de la fe, mediante la insistencia sobre el


tema de Jesús. Conocerlo más profundamente, para terminar con una
aceptación de su vida.

3.-De crecimiento en la fe, insistiendo en los temas: frutos y carismas del


Espíritu, vida en el Espíritu, lo que supone dejarse guiar por El y ser llenados
de sus dones.

Otros temas que se pueden tratar en la enseñanza son los Sacramentos, y de


modo especial la Confirmación.

Al término de cada uno de estos periodos, se deberá tener un retiro, con una
celebración o rito de compromiso. Al final del primero con una renuncia
especial a todo lo que significa el pecado, el demonio, el mal. En el segundo,
haciendo una profesión de fe, con la aceptación de Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Y al finalizar el tercero, recibiendo el sacramento de la
Confirmación, para los que no lo hayan recibido, o renovando la Efusión del
Espíritu, o recibiéndola por primera vez.

La duración de esta etapa puede ser de dos o más años.

Los hermanos irán sintiendo la necesidad de un mayor compromiso, de un


mayor crecimiento en la vida del Espíritu.

Los compromisos de esta segunda etapa serán de una mayor fidelidad a la


oración, tanto personal como comunitaria. Más integración en el grupo, más
transparencia y espíritu de disponibilidad en algún servicio o ministerio del
grupo. También podrán aceptar algunos servicios y compromisos fuera del
grupo, como pueden ser en las parroquias, y también habrá que iniciar ya
alguna forma de compartir bienes en el grupo.

Estas son las que podríamos llamar etapas iniciales, pues aún podemos
distinguir otras dos siguientes: etapa de grupos de profundización y etapa de
comunidad de alianza.

EL ACOMPANAMIENTO
ESPIRITUAL
MEDIO DE CRECIMIENTO
Por Xavier Quincoces i Boter

"Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba
sesenta estadios de Jerusalén y conversaban entre sí sobre todo lo que había
pasado. Mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y
siguió con Ellos". (Lucas 24, 13-15)

San Lucas empieza y termina su Evangelio con dos experiencias maravillosas


de Acompañamiento espiritual.

La primera la tenemos en Lc 1,39-45: "En aquellos días se levantó María y se


fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa
de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando oyó Isabel el saludo de María saltó de
gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando
con gran voz dijo: 'Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y
¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque apenas llegó a
mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que
ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!'"

María a impulsos del Espíritu Santo lo deja todo, y en el momento oportuno,


cuando Isabel la necesitaba, se dirige a su casa para ayudarla, para
acompañarla.

La segunda experiencia está en Lc 24,13•35: es el texto, con el que hemos


encabezado este artículo, de los discípulos de Emaús. En este pasaje vemos en
Jesús todas las cualidades del acompañante ideal, como se dirá al final de
estas líneas. Jesús se acerca a ellos en un momento muy decisivo, sin ruido,
con dulzura, los acepta como son, les pregunta, les escucha, no se impone... y
provoca en ellos una oración de petición: "Quédate con nosotros" (Lc 24,29).
LA ACOGIDA EL PRIMER ACOMPAÑAMIENTO

Si observamos un grupo de oración durante varias semanas, posiblemente dos


asambleas de oración con un interés evidente y faltas de acogida regresan a
sus casas con una serie de preguntas que posiblemente no podrán ser
contestadas, pues nadie se ha acercado a ellos. Estas personas terminan por
dejar de asistir al grupo. Otras, haciendo un acto de fe en Dios y de confianza
en la oración, se deciden a hacer el Seminario de iniciación, encuentran un
equipo que las atiende durante estos días y normalmente piden la efusión del
Espíritu. Pero si falla el acompañamiento difícilmente podrán superar los
combates espirituales y tentaciones que acompañan a todo crecimiento
auténtico en la vida del Espíritu. Les puede ocurrir que aquellos que les
animaron a pedir la fuerza del Espíritu no estén ahora a su alcance en
momentos en que necesitarían una palabra de aliento, un pasaje oportuno de la
Biblia, una oración de intercesión, para superar las primeras dificultades que
se les presentan.

Del ministerio de acogida depende en gran parte el crecimiento y el porvenir


de los grupos de oración. Ha de ser un ministerio responsable y activo y su
acción se notará en la vida del grupo.

EL ACOMPAÑAMIENTO NECESARIO PARA UN CRECIMIENTO


ARMONICO

Hoy por desgracia no es fácil encontrar buenos maestros de la vida espiritual.


Los grandes santos sintieron necesidad de ayuda espiritual y siempre temían
actuar por su propia cuenta, como San Francisco de Asís, Santa Teresa de
Ávila, San Juan de la Cruz, etc. En su crecimiento espiritual, tal como ellos
manifiestan, debieron mucho a sus maestros o directores espirituales.

Ante la dificultad que tenemos para hallar buenos acompañantes, la


Renovación Carismática ha ideado un modo sencillo de cierto
acompañamiento espiritual, que es distinto de la dirección espiritual y no trata
de suplirla, pero que es una forma de acogernos mutuamente como nos acogió
Cristo para gloria de Dios (Rom 15.7) y de "ser sumisos los unos a los otros
en el temor de Cristo" (Ef 5,21), y, sin duda, un medio de vivir la
transparencia y de crecer en la vida del Espíritu.

El papel del acompañante es muy limitado, pero su importancia reside


precisamente en esta misma limitación, ya que está solamente para dar
testimonio de la presencia de Jesús que espera mucho de nosotros. Deberá
hacer de guía como un montañero; a veces irá delante, a veces de lado y otras
detrás del acompañado.

Y PARA EL CRECIMIENTO EN LA VIDA COMUNITARIA


En el acompañamiento espiritual se revisan todos los aspectos de nuestra vida:

a) Nuestra relación con el Señor. Nos relacionamos con el Señor de manera


especial a través de nuestra oración personal y comunitaria.

El acompañante discernirá el tiempo que debemos dedicar cada día a la


oración, una hora, media hora ... más o menos tiempo, en relación con nuestra
situación espiritual o llamada del Señor, nuestro ministerio y las condiciones
que nos impone el trabajo y la vida de familia. No se puede pedir el mismo
tiempo de oración a una persona que sale a las seis de la mañana para su
trabajo y que regresa a casa por la noche, que a otra con un horario mucho
más holgado y flexible.

También el acompañante verá cuál es el momento más adecuado para la


oración, si por la mañana o por la noche antes del descanso.

Por supuesto su ayuda ha de servir también para encontrar o mejorar la forma


de hacer la oración. Son muchos los hermanos de la Renovación que rezan las
horas del Oficio Divino, que es la oración oficial de la Iglesia universal, y
están llenas de inspiración y profundo contenido espiritual. Si para alguno no
es posible rezarlas todas completas, al menos la oración de la mañana, que son
los Laudes, o la oración de la tarde, las Vísperas, o la oración de retirarse al
descanso, las Completas.

b) Nuestra relación con los hermanos. En nuestro diálogo y transparencia


con el acompañante habrá que revisar también la relación con todos los
hermanos del grupo o comunidad, sobre todo cuando las relaciones
interpersonales se han deteriorado. El nos hará ver la necesidad de una pronta
reconciliación y hasta nos puede ayudar.

Otro aspecto importante es nuestra asistencia al grupo e integración en los


servicios y ministerios. Si, por ejemplo, estoy en el ministerio del canto,
¿acudo a los ensayos con puntualidad e interés?; si estoy en la acogida o en el
ministerio de la Palabra, ¿acudo media hora antes del comienzo de la oración
para acoger, o para preparar con oración la asamblea que tendremos
momentos después?

Un aspecto que no se debería pasar nunca por alto es el del servicio. Hay
hermanos que tardan en comprender esto y no prestan ningún servicio al
grupo, es decir a los demás hermanos. Todos tenemos que tener la
preocupación de servir en algo. Para esto he de procurar de no ser de los que
siempre llegan tarde, cuando ya todo está preparado y hasta ya ha empezado la
asamblea.

Revisaremos también nuestro compromiso económico con la comunidad. El


acompañante deberá discernir cuál debe ser la aportación mensual para
contribuir a compartir bienes en comunidad; puede ser una aportación fija,
pero revisable de vez en cuando, ya que la situación económica puede variar
de un mes a otro. En su revisión se han de tener en cuenta los ingresos de cada
persona, pero también los gastos y la situación familiar, número de hijos, etc.
Este compromiso nos va enseñando poco a poco, teniendo en cuenta las
propias necesidades, a compartirlo todo y a practicar el desprendimiento
evangélico y la sobriedad de vida. Nos enseña a dar, pero también a recibir y a
pedir con humildad cuando nos haga falta. Cuando alguien está en dificultad
económica, el acompañante deberá hablar con los dirigentes del grupo no solo
para que sea liberado del compromiso de aportar algo, sino para que reciba de
la comunidad la ayuda que necesita.

c) Aspectos de la propia vida. Con el acompañante debemos poner en común


la vida de cada día en los siguientes aspectos:

Nuestro Trabajo: ¿cómo marcha nuestro trabajo?, ¿es el que nos conviene
para dar testimonio de la presencia del Señor Jesús en nuestras vidas, o
deberíamos cambiarlo si fuera posible?, ¿trabajamos con honradez y eficacia?
Si somos empresarios, ¿se mueve nuestra empresa en un ambiente de justicia
social?

Nuestra vida familiar o comunitaria: los matrimonios debemos examinar


cómo vamos creciendo cada día a nivel de pareja y cómo es nuestro diálogo,
las relaciones con nuestros hijos y con los demás miembros de la familia, y
qué oración familiar hacemos, etc....

El religioso o la religiosa debe revisar cómo van sus relaciones con la


comunidad desde que se encuentra en la Renovación. ¿Estoy al servicio de los
hermanos y soy asequible a todos?

Nuestra vida social. La sociedad está enferma y la situación socio-política de


nuestro país necesita constantemente del testimonio de comunidades cristianas
y de cristianos que tengan el Evangelio como ideario, y que sean luz y
esperanza para todos los hombres, especialmente para los más pobres y
marginados.

¿A qué clase de acción socio-política nos llama el Señor? Quizá a colaborar


activamente en la asociación de padres del colegio de nuestros hijos, quizá a
comprometerme mucho más en la parroquia, quizá alguna forma de
compromiso político. El acompañante deberá discernir nuestra situación en
este aspecto.

A veces estamos absorbidos por demasiadas actividades y reuniones a la


semana. Esto dificulta nuestro crecimiento espiritual, familiar y comunitario, y
hasta puede poner en peligro nuestra salud. Con el acompañante hemos de
discernir qué debemos dejar.

Naturalmente quedan más puntos que tratar. Este esquema que presentamos
aquí debe ser adaptado a las situaciones concretas de cada comunidad, cuyos
dirigentes debe discernir quiénes necesitan acompañante y quiénes pueden
ejercer este ministerio. El acompañante y el acompañado deben poder actuar
con gran libertad de espíritu, de forma que si conviene en algún momento se
pueda pedir un cambio a los dirigentes, sin ninguna dificultad.

CUALIDADES DEL ACOMPAÑANTE

El que acompaña debe ser alguien:

-que ore,
-que experimente en su propia vida ?la acción del Espíritu,
-que tenga fe en la Palabra y en su eficacia,
-que sepa maravillarse,
-que viva la transparencia,
-que sepa y admita que puede caer,
-que ame y conozca la paz,
-que sepa perdonar sin resentimiento,
-debe saber acoger con buen humor, con alegría y cordialidad,
-debe saber escuchar no solamente con el oído, sino con los ojos, con todo el
ser,
-debe saber callarse y no tener respuesta para todo; el otro, solamente podrá
hablar si nosotros callamos; entonces podremos descubrir todas sus riquezas,
sus deseos, su interior.

ALGUNAS CONSIDERACIONES PRÁCTICAS

Estas consideraciones son fruto de la experiencia, y conviene tenerlas en


cuenta para el buen fin de este ministerio.

-El acompañante, a ser posible, debe ser del mismo sexo que el acompañado,
incluyendo a los sacerdotes, pues el acompañamiento no debe ser nunca
confundido con la dirección espiritual.

-A ser posible, los matrimonios tendrán a otro matrimonio como


acompañante: se verán primero a solas hombre con hombre y mujer con
mujer, y a continuación tendrán una entrevista todos juntos, teniendo
naturalmente la suficiente discreción para mantener en reserva las
confidencias personales que se puedan haber hecho.

-Si no hay dificultad, se procurará que el acompañante de un sacerdote sea


otro sacerdote, y el de una religiosa sea otra religiosa, aunque naturalmente
puede haber todas las excepciones necesarias.

-No debe haber ningún caso de acompañamiento mutuo, yo soy tu


acompañante y tú eres el mío, ya que lleva el peligro de cierto confusionismo.

-La entrevista puede ser una vez al mes, con una duración que no es necesario
que pase de una hora.

-Se procurará que nadie tenga más de tres acompañados, para no tomar un
trabajo que luego le resulte difícil de cumplir.

-¿Cómo se escoge un acompañante? Primeramente se debe hablar con los


dirigentes del grupo, manifestándoles nuestro deseo de tener un hermano que
nos ayude a avanzar en la vida, en el Espíritu. Si los dirigentes lo ven
conveniente (a veces hay que dar antes otro pasos), pedirán al hermano que les
sugiera tres nombres de personas que él crea le pueden ayudar. Después de un
discernimiento, los dirigentes hablarán con una de estas tres personas para
recomendarle este ministerio en nombre de toda la comunidad.

- Todos los acompañamientos espirituales en una comunidad son públicos o


sea que todos saben quién acompaña a quién. Esto facilita las relaciones
comunitarias, pues si veo algo inadecuado en algún hermano podré hablar con
su acompañante, el cual en momento oportuno y si lo cree conveniente le
podrá, transmitir mi inquietud.

Este acompañamiento espiritual es una forma sencilla y profunda de caridad.


Si amo a mi hermano, desearé que se acerque a Jesús, que le conozca y forme
parte de su vida. Así somos verdaderos cooperadores de Cristo unos para con
otros.

EL CANTO EN LA ASAMBLEA DE
ORACIÓN.
Leyendo los capítulos 29 y 30 del II Libro de las Crónicas, en los que se narra
la preparación para la celebración de la Pascual, instaurada por Ezequías,
vemos cómo los levitas músicos se establecen en el templo con toda suerte de
instrumentos, y esto se hace “por mandato de Dios, por medio de los
profetas”. Cuando los músicos está ya colocados en su sitio, el dirigente hará
comenzar la oración (29,27).

En nuestras asambleas litúrgicas y de oración el canto ha de revestir la misma


dignidad y esplendor, ya que ante todo es oración y alabanza. Esto quiere
decir que nunca puede ser signo de evasión o de distracción en la oración.
"Toda la asamblea estaba postrada (adoraba), mientras los cantores cantaban y
las trompetas sonaban" (2 Cro 29. 28).

Lo mismo que ocurría en aquellas celebraciones de Israel, en las nuestras


también la oración y la música se dan paralelamente "hasta el fin del
holocausto” (29, 28), es decir, hasta que nos abandonamos totalmente al Señor
en la oración. El comienzo, por tanto, deberá estar apoyado con cantos de
entrega y abandono en El (purificación, toma de conciencia de su presencia,
invocación, etc.) para después comenzar los cantos alabanza exultante (29,
30s). Es necesario que esta alabanza y el canto se manifiesten en el grupo
como adoración profunda. Entonces se podrá aplicar la palabra de Ezequías:
"ahora estáis totalmente consagrados al Señor" (29, 31).

a).- Casi todos los grupos tienen ya establecido el ministerio de música, lo


cual quiere decir que se encomienda a los hermanos que lo componen la
responsabilidad de escoger en cada momento la canción oportuna, y no es
conveniente que cada hermano de la asamblea entone un canto en cualquier
momento o simplemente pida que se cante tal número. Desde luego en la
realización de este ministerio han de estar en completa sintonía con los que
dirigen la oración y en alguna ocasión serán ellos los que sugieran un canto u
otro. Para esto convienen que se sitúen junto a los que llevan la oración. No es
indiferente poner un canto u otro. Debe haber un criterio muy claro para la
elección: estar muy atentos al ritmo que lleva la oración y cómo el Espíritu del
Señor se está manifestando. Por tanto, hay que estar haciendo un
discernimiento constante para elegir un canto u otro.

Para esto es necesario que los que participan en este ministerio de la música
lleguen ante todo a centrarse en la oración.

Este ministerio es para "estar de continuo en la presencia del Señor" (1 Cro


16,37 y 6, 16). Cuando se reconoce la presencia de Cristo entre nosotros,
entonces nuestro canto es oración. Nuestra vida y nuestro canto han de reflejar
al Dios que vive en nosotros, y por esto debe ser una expresión gozosa y
alegre.

b).- "Alabad a Yahveh, que es bueno salmodiar, a nuestro Dios, que es dulce
la alabanza" (Sal 14 7, 1).

Los hermanos que llevan el ministerio de la música de cada grupo deben


reunirse con cierta regularidad. Deberán orar mucho en común y ayudarse en
la maduración de la oración y de su ministerio. En estas reuniones
programarán también sus actividades, ensayos y harán revisión de los actos
celebrados.

Después deberán organizar los ensayos del grupo. Los ensayos ya deberían ser
oración, y habría que saberlos valorar en cada grupo y por tanto no
considerarlos como algo ajeno a la oración.

Durante los ensayos también se puede ir dando una breve catequesis de cada
canto, lo cual ayudará a ensayar con espíritu de oración y a profundizar en el
canto.

c).- Generalmente los hermanos del ministerio son los que animan la oración e
invitan a la asamblea a la alabanza. Al presentar el número del canto sería
conveniente a veces hacerlo con una breve "oración" que una la línea general
de la oración del grupo con el canto escogido. Es así como este ministerio es
un elemento catequizador y evangelizador que hay que saber aprovechar.

d).- Conviene tener un poco clasificadas las canciones. Hay unas que son de
gran expansión y euforia de alegría, otras que son de evangelización, otras de
oración íntima y de adoración o de contemplación.

e).- A este respecto es importante recordar la importancia que tienen en las


asambleas los momentos de silencio, sobre todo después de haber escuchado
la lectura de un texto bíblico que viene muy oportunamente al grupo, o
después de los mensajes proféticos, o después del canto en lenguas. No hay
que tener miedo al silencio. A veces los que dirigen la oración, si no tienen
experiencia, se ponen nerviosos cuando hay un silencio y enseguida recurren
al canto como una buena salida. Quizá lo que necesite la asamblea sea una
exhortación o personas que sepan dirigir la oración.

f).- Todos sabemos el gran valor que tienen en ciertos momentos el canto
cuando se acompaña con gestos, movimientos, o danza. Es importante hacer
saber al grupo que todo esto es una forma de alabar al Señor, pues también el
cuerpo participa en la alabanza. Que "los hijos de Sión alaben su nombre con
la danza" (Sal 149,3). El baile y la danza sagrada, que Israel tenía en su
liturgia, es un elemento que hemos perdido en la Iglesia, y la Renovación en el
Espíritu nos los está devolviendo en buena hora, haciéndonos ver que no son
cosas irreverentes, cuando se hacen con espíritu de oración, sino alabanza
profunda, como lo fue para David (1 Cro 13, 8), y la misma Escritura dice que
el Señor "exulta de gozo por ti, te renueva por su amor, danza por ti con gritos
de júbilo, como en los días de fiesta" (So 3, 17-18).
"Un buen ministerio musical cuidará de dosificar convenientemente la
palabra, el canto y el silencio. Sabrá conservar los mejores cantos conocidos,
prefiriendo lo bueno a lo nuevo, sin dejar que el afán de novedad lleve al
olvido de las canciones de antaño, pero ensayando también otras nuevas que
impidan caer en la rutina, vitalicen la asamblea y le proporcionen formas
inéditas de orar. Aún las formas conocidas se pueden perfeccionar. Un
ministerio musical estará siempre en camino de progreso, educándose de
continuo y ayudando a la formación de toda la asamblea.

Se debe examinar el contenido de los cantos, su mensaje, su letra, para


destacar la relación que guardan con la fe, porque a veces fueron compuestos
en ambientes que no guardan plena comunión con la Iglesia Católica o
inadvertidamente se escapó algún error doctrinal.

A veces la letra puede estar recargada de sentimentalismo, de modo que


resulte empalagosa...

El canto de la asamblea, de la coral y de los solistas puede alternarse de


diferentes maneras. Mencionemos las más usadas:

- Forma de melopea: el lector o el solista entonan el himno o salmo y la


asamblea subraya las palabras, musitando la melodía a "boca cerrada".

- Forma responsorial: El solista o la coral entonan las estrofas del cántico, o


los versículos del salmo, y la Asamblea responde con el "coro" o con la
"antífona".

- Forma litánica: Los solistas entonan las diversas invocaciones y la Asamblea


responde con una corta plegaria, que puede variar según la índole de la
letanía.

- Forma coral: Toda la Asamblea interviene en el coro y en las estrofas.

- Forma alternada: La Asamblea se divide en dos coros que se responden


mutuamente alternando las estrofas del himno o los versos del salmo.

- Forma de "canon". La Asamblea se divide en dos, tres o más coros que


entonan una estrofa entrando cada coro gradualmente, de manera que se dé
una bella polifonía, muy sencilla de enseñar".

(DIEGO JARAMILLO, Cantemos al Señor, Centro Carismático "El Minuto


de Dios", Bogotá, pag. 12 y 17).
28 - LA FAMILIA.

CAMINO DE LA CRUZ SIN


TRIUNFALISMOS
En el Evangelio vemos cómo la seducción del poder y de la gloria está
constantemente acechando al Reino de los Cielos. Las tentaciones de Jesús en
el desierto van directamente contra el procedimiento de anonadamiento que el
designio de Dios había escogido como medio de Redención. Los Apóstoles,
que no acababan de entender el camino de la cruz (Mt. 16. 21-23) y hasta se
peleaban por ocupar los primeros puestos (Mt. 20,20-28), siguieron hasta
Pentecostés esperando un reino mesiánico de poder y gloria.

En el transcurso de los siglos la Iglesia ha sufrido siempre esta tentación, y en


determinadas épocas de su historia ha vivido el poderío temporal. Asimismo,
sus instituciones y las órdenes religiosas.

En la Renovación Carismática no estamos inmunes de esta debilidad. Las


formas como toma cuerpo son muchas. Podemos respirar triunfalismo en
nuestras grandes asambleas, en los congresos nacionales e internacionales, en
los que miles de personas vibran de gozo y aclaman entusiásticamente al
Señor. Estas celebraciones masivas son necesarias, pues para todos
constituyen una firme convocación a responder a la llamada de Dios, y el
Señor actúa poderosamente, sanando y salvando a los hombres y dejando oír
su palabra, y ofrecen el testimonio y una proclamación pública del Señorío de
Jesús, Salvador del mundo. Todos nos sentimos muy bien en esos momentos,
en ambiente de fiesta y manifestación desbordante de alegría.

Pero no debemos hacernos a la idea de que la Renovación Carismática


consista en esto. El grado de presencia del Espíritu del Señor en los grupos y
comunidades, la calidad y autenticidad de la Renovación no hemos de medirla
por estos acontecimientos, que siempre serán necesarios y maravillosos, sino
por otros parámetros en los que nada hay de triunfalismo.

Son los hitos que ha de recorrer la verdadera renovación y que con anhelo
hemos de buscar en cada grupo. He aquí algunos de los más importantes:

l. El grado de conversión a que llegamos, que se ha de apreciar por los


cambios profundos en nuestra vida, por la perseverancia a través las muchas
pruebas y crisis por las que hay que pasar, por la manifestación constante del
amor y de la paz entre unos y otros.

2. Si hay conversión, habrá entrega de sí mismo y de la propia vida al


Señor según El nos invita: "Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio la
salvará" (Mc. 8.35). Cada hermano está llamado a ser un comprometido por el
Señor, a servir a los demás (Mt. 20,27-28) a confesarle públicamente con el
testimonio y la evangelización (Mt. 10,32-33). De aquellos que vienen al
grupo con gran entusiasmo, pero que no llegan a tal compromiso, no se puede
esperar mucha perseverancia. No obstante hay que acogerlos y con la
enseñanza y el testimonio invitarlos siempre a darse al Señor.

3. La conversión se manifiesta en el amor a la voluntad de Dios, es decir, en


la fidelidad a su palabra, a las directrices de la Iglesia y de sus responsables
más inmediatos, en esa sumisión siempre tan difícil de entender y practicar.
Nadie puede vivir la Renovación a su aire, ni caminar en solitario, pues somos
un cuerpo.

4. La vida cristiana es una lucha constante (Ef. 6. 10-20). Quisiéramos no


tener que luchar. Pero para el cristiano no hay otra alternativa: no es posible
evadir la Cruz (Flp 3.18: Mt 10.38) o vivir una idílica vida del Espíritu sin
persecución ni tribulaciones (Jn. 15, 18-17 y 16.1-4; 2 Tm. 3.12).

"La comunión en sus padecimientos" (Flp. 3.10) es la forma de compartir


ahora con Cristo su Cruz y su Muerte (2Co. 4.10), y de completar, por lo que a
cada cristiano respecta, "lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de
su Cuerpo que es la Iglesia" (Col. 1 .24).

Mantengamos celosamente en los grupos el sentido de autenticidad de una


renovación que debemos medir por los frutos del Espíritu, por la profundidad
de la conversión, por la entrega y compromiso de las personas, más que por
las manifestaciones de los dones y por los desbordamientos de gozo.

Sigamos dispuestos a trabajar en la obscuridad, al ritmo callado del


crecimiento de cada día, conforme el Señor va forjando en nosotros al hombre
maduro en la fe: "¡Manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en
la obra del Señor, conscientes de que nuestro trabajo no es vano en el Señor!"
(1 Co. 15,58).
LA FAMILIA EN SU DIMENSIÓN
MÁS ESENCIAL:
PAREJA- HIJOS- DIOS.
Por Luis Martín

La familia cristiana está llamada a ser reflejo y viva imagen del misterio de la
Trinidad, una comunidad de vida y de amor. El clima constante entre sus
miembros no puede ser otro que el de armonía, amor, solicitud de unos por
otros. El desarrollo humano, integral y equilibrado, de los hijos no se realizará
si no se logra este grado de bienestar espiritual.

Para que cumpla con todos sus fines y llegue a producir aquello que exige su
propia naturaleza es necesario que la familia funcione bien en estas tres
dimensiones:

- la pareja
- la relación padre-hijos
- su fundamento en el Señor.

Cierto que hay otros aspectos de la familia que son muy importantes, como
son su dimensión eclesial, su participación en la vida de la sociedad, su
servicio a los demás. Sin embargo vamos a limitarnos a las tres dimensiones
primeras, ya que son el fundamento y la esencia misma de la familia. De ellas
depende la pervivencia de la familia y toda su proyección hacia el exterior.

I.- La realidad de la pareja


Son muchos los matrimonios en los que, a pesar de hallarse lejos del
rompimiento, no llega a realizarse la unidad y armonía de la pareja. Se da una
considerable falta de entendimiento, no es un matrimonio bien logrado y no se
mantiene el espíritu de la pareja.

l. Una de las cosas que más suele fallar en muchos matrimonios es la


comunicación. Cuando falta comunicación uno se hace totalmente extraño al
otro, y entonces dejan de ser una sola carne y empiezan a ser dos, cada vez
más distintos y lejanos el uno del otro.

Si esto ocurre, cada uno trata de evadirse como puede de la tensión que se
crea, y se puede refugiar en los hijos, en la profesión, en el trabajo, en
cualquier actividad creativa o social, por no mencionar más que los escapes
lícitos, pero todo puede llegar más lejos, hasta buscar incluso otras
compensaciones prohibidas.

En la mayoría de los matrimonios se da por supuesta la comunicación, y sin


embargo no hay nada más engañoso.

La comunicación es fundamental para la pervivencia de la pareja y también de


toda la familia, la clave de su unidad y del clima de amor en que debe vivir,
resultando imprescindible para la solución de cualquier conflicto que pueda
surgir.

Más que tener unos momentos programados, la comunicación tiene que ser
una atmósfera constante que se extienda a todos los momentos y actividades
en forma de presencia amante, en forma de comprensión, en forma de diálogo
en el que se sepa y se quiera escuchar al otro. Escuchar no es solamente oír lo
que el otro dice, sino hacerse consciente de lo que quiere expresar, de sus
sentimientos, de su situación.

Cuando se ha llegado a cierta indisposición para la comunicación entre los


esposos resulta muy difícil conseguir un verdadero encuentro de apertura y
transparencia. Sin embargo, hay que buscarlo y hacer lo que sea necesario
para salvar la pareja y el matrimonio. El Encuentro Matrimonial ha logrado
grandes resultados en este aspecto y para muchos matrimonios que se hallaban
ante obstáculos insalvables ha sido una solución providencial.

2. El éxito de cualquier matrimonio hay que buscarlo siempre en lo que hay de


más espiritual en la persona, por tanto en un constante intercambio afectivo,
intelectual y espiritual. Si en cualquiera de estos tres niveles se impide o se
dificulta la comunicación se provoca una ruptura, que quizá nunca llegue a
consumarse externamente, pero siempre nos encontraremos en un foso
infranqueable entre dos personas que tendrían que ser una misma carne.
Imprescindible, por tanto, mantener un intercambio afectivo que exige una
constante manifestación de afecto y una relación sexual adecuada; un
intercambio intelectual por el que se comunique y se diga todo sin mantener
reservas ni zonas obscuras; un intercambio espiritual en el que también se dé
una comunicación recíproca de la vivencia religiosa.

3. Más importante que los hechos es el espíritu con que se vive la unión
matrimonial, es decir, la actitud física, moral y espiritual que está siguiendo
cada uno de los esposos para con el otro.

El diálogo, por ejemplo, es escuchar, son unas palabras, pero sobre todo son
unos sentimientos y unas actitudes. Si tenemos el caso de que hay diálogo,
pero se está tratando al otro con desconfianza, con ira, con criticismo o
rechazo, o queriendo ganar a toda costa mi propia razón en contra del otro, el
resultado no va a ser más que provocar que él responda de la misma manera o
que en él quede una herida profunda

"Toda unión conyugal lleva consigo dificultades inevitables ligadas con todo
lo que diferencia y separa a los miembros de la pareja. Surgirán los
obstáculos, paralizando la buena voluntad de ambos, engendrando dudas,
miedos y sospechas de que uno se ha engañado... No hay por qué alarmarse
ante semajantes retrocesos. Responden a las sacudidas de una sensibilidad
directamente afectada por todos esos imponderables que condicionan la vida
de la pareja. Lo esencial es que no nos detengamos en ellos y que no les
concedamos mayor importancia de la que efectivamente tienen. Pero es
evidente que el éxito del matrimonio tropieza con obstáculos imprevistos
cuyas tempestuosas repercusiones no se podían haber previsto. Sucede a veces
que la pareja sale a su encuentro y las acepta tranquilamente, sin darse mucha
cuenta de los riesgos que suponen; pero lo más frecuente es que no se
preocupen de ellos más que cuando está ya comprometido el equilibrio del
hogar" (ELISABET GRIGNY, Un matrimonio logrado?, en Amor y
Familia, Ed. Sígueme, Salamanca 1967, p. 114-115).

Alerta constante ante los verdaderos obstáculos


4. La misma autora que acabamos de citar distingue los falsos obstáculos en
la vida de cada pareja, como pueden ser las distintas crisis de toda vida
conyugal, que solamente serán obstáculo en la medida en que cada uno se
cierra dentro de ellas sin llegar a dominarlas, la falta de hijos, la falta de
dinero, las tentaciones que pueden surgir.

Pero los verdaderos obstáculos se basan en manifestaciones mucho más


profundas de la personalidad y de e1los depende en gran medida la madurez
psicológica. Todos pueden reducirse a uno de los siguientes:

a) El egoísmo que a cada uno le hace replegarse sobre sí mismo y le impulsa a


buscar su propio gusto, anteponiéndole siempre al del otro.

b) El orgullo que subrepticiamente se introduce, tratando de establecer unos


derechos ficticios del uno sobre el otro, como forma de buscar una
superioridad sobre el otro a quien se juzga inferior. Entonces queda falseada la
verdadera intimidad y se hace imposible la comunicación, el diálogo sereno,
el olvido y el perdón. El orgullo se disimula bajo muchas formas: falso amor
propio, autoritarismo, susceptibilidad, la mentira, los derechos que cada uno
se arroga, los celos injustificados.

c) La pereza o desgana de querer cambiar y mejorar la situación. Cuántas


veces uno es consciente de que la cosa está mal, pero en el fondo tampoco se
quiere que mejore o que cambie.
d) La falta de madurez afectiva: es la causa más frecuente de los fracasos.
Por muy adultos que seamos, es posible que en el plano afectivo sigamos en
una fase infantil o adolescente. Como consecuencia, uno se centra en sí
mismo, incapaz de atender al otro, y ante los propios fallos trata de hacer
responsables a los demás, pues nunca será capaz de asumir la parte que le
corresponde en sus equivocaciones.

A pesar de todas las dificultades, es posible y debemos afirmarlo claramente,


como un hecho innegable, que hay matrimonios felices y completamente
logrados, los cuales no se han de considerar excepción, sino que hemos de
verlos más bien como la norma de lo que tiene que ser y a lo que es posible
llegar.

Para hallar su verdadero grado de equilibrio y tratando de salir al encuentro de


su propia realización, cada pareja ha de vivir a su manera una unión que
siempre tendrá que crecer y madurar, procurando seguir una línea general de
actitudes internas que siempre han sido comunes a todas las parejas bien
logradas:

- conocerse y aceptarse: el conocimiento del otro no termina jamás, ya que


cada uno está siempre evolucionando, y los repliegues más profundos de la
personalidad se van revelando a medida que se van presentando unas
determinadas circunstancias. Aceptar al otro tal como es, significa rechazar las
falsas ilusiones que se había formado del otro.

- darse a conocer: lo cual significa presentar al otro toda la propia


personalidad, no sólo un aspecto. Para esto, el diálogo, en el que uno no se
repliegue sobre sí mismo ni se refugie en el silencio.

- ayudarse y compartir: porque cada uno tiene necesidad del otro para que se
realice la concordia y porque ayudarse es querer el verdadero bien del otro. La
ayuda será más fácil si se comparte todo, y compartirlo todo es el verdadero
símbolo de la relación que el amor establece entre dos.

- entregarse: es la última condición para que el matrimonio tenga éxito.


Entonces todo lo dicho anteriormente no resulta duro ni difícil.

II. - La relación padres- hijos.


La relación padres-hijos presenta muchos aspectos y en las familias de hoy se
hace cada vez más compleja y problemática. Para muchos matrimonios llega
un momento en que se convierte en verdadera pesadilla, pues no saben cómo
tratar a los hijos cuando empiezan a ser mayores, ni a quién recurrir.
Nadie puede ofrecer soluciones fáciles ni métodos preconcebidos. Pero sí se
pueden marcar unos principios y unas líneas a seguir.

Lo primero que se requiere y que es básico para que la relación padres-hijos


sea buena es que la pareja funcione bien tal como se ha visto en el capítulo
anterior. En muchos matrimonios hay que buscar aquí la raíz del problema tan
grande que sufren con sus hijos. Que funcione bien la pareja es la primera
base para solucionar y también precaver muchos problemas respecto a los
hijos.

l. Si tuviéramos que establecer un principio y fundamento de la verdadera


educación, habría que formularlo poco más o menos así: para educar bien al
hijo, los padres deben amarse tanto que no formen más que una sola cosa
al amar al hijo.

"Un niño, para vivir y para crecer como es debido, tiene necesidad de ser
amado y de sentirse amado. Nunca jamás su padre y su madre lo amarán
demasiado. Pero, es precisamente de su amor mutuo de donde brota el amor
con que aman a sus hijos, ya que está allí la fuente del mismo. Y volvemos de
nuevo a la misma verdad que indicábamos. Para educar al hijo que ha nacido
de ellos, el padre y la madre tienen que formar una unidad. Para amar al hijo
nacido de su amor tienen que ser una sola cosa. Ahora bien, no serán una sola
cosa más que por su amor mutuo”. (JEAN RIMAUD, S.J., La educación
familiar, Amor y Familia. p. 59).

2. Igualmente es importante saber amar. Todos los padres creen que aman a
sus hijos, pero en muchos casos, más que amor lo que existe es una necesidad
psicológica del hijo, otras veces se busca dar respuesta a los propios conflictos
personales, o se proyectan en el hijo los problemas no resueltos.

Se ha dicho que la familia es una comunidad compuesta de dos comunidades,


la de los padres y la de los hijos, unidas ambas pero distintas y relativamente
independientes. Sin querer o sin darse cuenta, algunos padres impiden que se
forme esta comunidad que los niños necesitan para su pleno desarrollo. No
hay que interferir en su mundo, sino respetar su autonomía.

3. Saber educar a los hijos es algo que supone y exige muchas cosas: una
personalidad equilibrada en cada uno de los padres. Un matrimonio unido y
logrado, ir siempre los dos de común acuerdo como si fueran una misma cosa,
ofrecerles constantemente actitudes de amor, equilibrio, paz, serenidad y
alegría.

Hay padres que piensan haber cumplido con su deber cuando hacen a los hijos
una reflexión o les dan muy sabios consejos, sin llegar nunca a reparar hasta
qué punto en el compartimiento de la vida diaria en el hogar sus propias
actitudes de agresividad, de orgullo, de ira, de irritación desenfrenada, de
angustia, o sus discusiones constantes están marcando y condicionando la
conducta presente y futura de sus hijos.

Lo que hacen los padres y el ambiente que se respira habla y modela más
directamente a los hijos que todas las palabras.

Esto es de especial importancia en lo que se refiere a la educación de la fe,


pues los padres como "cooperadores de la gracia y testigos de la fe", como,
"los primeros evangelizadores y educadores de la fe, (Vat. II) son los que han
de transmitir convicciones religiosas profundas. También en la fundación
insustituible de infundirles el sentido de respeto al trabajo, haciéndoles
participar en las pequeñas tareas de casa para aprender así el sentido de
solidaridad, de participación, del orden y, lo más importante: aprender a tener
en cuenta a los demás, a interesarse por ellos por encima del egocentrismo, a
compartirlo todo, es decir, aprender a amar.

En este sentido hay que orientar también la educación sexual, que es un deber
de los padres y que se ha de realizar dentro de la educación de la inteligencia y
del corazón, de forma que no se quede sólo en la explicación del origen de la
vida, sino que sea una preparación para amar y les abra los ojos a la grandeza
de la verdadera donación.

Saber amar quiere decir también que antes que acceder a muchos gustos y
caprichos, es más importante y supone mayor amor el mantener siempre unas
actitudes serenas de bondad, paciencia, buen estado de ánimo y humor ante
los niños.

4. Ante los casos, cada vez más numerosos, de familias en las que se está
viviendo un terrible conflicto entre padre e hijos, es necesario tener en cuenta
algunas normas que siempre serán básicas, pero que no son más que la forma
natural de amar a los hijos, y de amarlos como ellos tienen derecho a ser
amados.

a) Como algo fundamental que hay que darles desde que empieza la
educación, cabe señalar:

- ir siempre los dos, el padre y la madre, de común acuerdo en lo que a la


educación se refiere, sin que se den discrepancias o contradicciones
manifiestas entre lo que dice uno y el otro. Toda discusión entre los padres
delante de los niños les infunde inseguridad, angustia, y desconfianza
inconsciente respecto a sus padres;

- dedicarles tiempo, todo el que se pueda, sin que parezca tiempo perdido,
pues lo necesitan. Esta ha de ser en la vida diaria, en las sobremesas, a la
vuelta del colegio, en los fines de semana, en las vacaciones. Dedicarles
tiempo quiere decir escucharles e interesarse por todo lo que les pasa en el
colegio, pero también jugar con ellos, sobre todo cuando ellos lo piden, en
algún deporte, en excursiones que organiza la familia, en el campo.

El niño tiene que irse forjando la imagen del padre y de la madre que saben
escuchar, a los que puede contar todo porque le comprenden y ayudan.
Cuando empiece más tarde a vivir la crisis de la adolescencia, le será tanto
más fácil dialogar con los padres y seguir confiando en ellos.

b) Al llegar a la adolescencia, un asunto muy delicado es saber dosificar la


libertad en su justo grado. Ni coartarles demasiado, ni tampoco
desentenderse.

Es en esta edad cuando más necesitan los padres mantener la confianza de los
hijos, el dialogar pacientemente y el conservar la autoridad sin necesidad de
recurrir a las amenazas, a las voces. Este procedimiento es un gran error, pues
si de momento zanja la discusión y se impone la autoridad, sin embargo es
aún más contraproducente el efecto negativo que produce de resentimiento,
desconfianza y distanciamiento creciente. Hay padres que no saben como
actuar, sufren enormemente y quisieran poder acertar con la solución
adecuada. Si juntos hacen oración, recibirán el aliento necesario y también
una gran luz para proceder acertadamente.

c) Ante casos más graves, como el disparate de aquel hijo u aquella hija, el
camino de perdición que se empeña en seguir, el deshonor que sobreviene a
toda la familia, etc., si de momento no se puede evitar, al menos hay que
procurar que no se agraven aún más las cosas.

Entonces necesitan mantenerse más unidos que nunca y compartir el


sufrimiento. Una tribulación de este orden sólo pueden sobrellevarla sin que
destruya sus vidas si saben compartirla en verdadero amor. Los sufrimientos
soportados juntamente unen mucho más que las alegrías compartidas.

La fe hace ver que si se acepta ante el Señor el fracaso o el sufrimiento,


podrán llegar a experimentar la fuerza de Dios tanto en su propio matrimonio
como en toda la familia.

En algunos casos hemos visto cómo, cuando los padres se unieron en la


desgracia de un hijo, metido por los caminos de la droga o de la delincuencia,
y ante el Señor se sintieron impotentes y humillados, entonces llegaron a
reencontrar su matrimonio y empezaron a vivir de forma salvadora la
presencia de Dios en sus vidas, para terminar al final viendo cómo el hijo se
salvaba.
Lo que nunca pueden hacer unos padres cristianos, en nombre del Evangelio y
de los sentimientos humanos más elementales, es cerrar la puerta al hijo que
se ha marchado de casa o que ha cometido cualquier otro desafuero. Esta
actitud no es más que una forma de orgullo y de auto defensa por no querer
arrostrar la humillación que les acarrea la conducta del hijo.

Cuando un hijo ha cometido un disparate no es para estar constantemente


recriminándolo. Lo que necesita es alguien que le ayude a reflexionar, a tomar
conciencia de su acción, a recomponer su mundo trastocado y a recuperar la
confianza.

III.-Arraigados en el fundamento del Señor


l. Vivir el sacramento del matrimonio. Para muchos cristianos el sacramento
del matrimonio no es más que una forma jurídica y solemne de dar comienzo
a su vida de casados y que después se queda relegado al rincón de los
recuerdos del pasado.

Sin embargo es un sacramento cuya riqueza y acción permanece operante


durante toda la vida de los casados, asegurando la asistencia del Señor para
principalmente mantener y fortalecer su amor y unión a lo largo de todas las
pruebas y dificultades, tanto de orden externo como interno, a que se verán
sometidos. El Vaticano II afirma que "los esposos cristianos, para cumplir
dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por
un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y
familiar, imbuidos del Espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe,
esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua
santificación y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios" (GS 48).

Haberse casado bajo el sacramento del matrimonio significa poner a Cristo


como el fundamento de toda la vida conyugal y familiar. Siendo este
sacramento signo de la unión indisoluble de Cristo con su Iglesia, del misterio
de amor y entrega de Cristo a su esposa la Iglesia, su fuerza empuja a entrar
en el sentido y la dimensión del verdadero amor humano y cristiano.

Las Orientaciones Doctrinales y Pastorales del Ritual del Matrimonio


igualmente nos enseñan que: "dada su condición de miembros de Cristo, que
no se pertenecen a si mismos, sino al Señor, los esposos cristianos se entregan
y reciben mutuamente, como don del mismo Cristo, que sale al encuentro de
los mismos y actúa en ellos y a través de ellos. Y así por este sacramento,
imbuídos del Espíritu de Cristo. 'su amor conyugal es asumido por el amor
divino'. 'están fortificados y como consagrados' 'para cumplir su misión
conyugal familiar' y 'llegan cada vez más a su pleno desarrollo personal, a su
mutua santificación y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios"
(N. 5).

Este sacramento representa un enorme potencial de gracia divina, de


asistencia y de presencia de Dios en la vida de la pareja, y basta caminar en la
fe y en la apertura a la acción del Señor para experimentar todo su efecto.
Cada vez que se unen en la oración, en la escucha de la palabra de Dios, cada
vez que oran al Señor por sus hijos o tratan de transmitirles la fe cristiana,
cada vez que experimentan alguna dificultad para la comunicación y el amor,
deben actualizar la fuerza y la presencia de este Sacramento.

2. Compartir espiritual. Son pocos los matrimonios en los que los casados
llegan a orar juntos. Orar juntos no quiere decir estar los dos en el mismo
lugar y al mismo tiempo haciendo cada uno su propia oración, sino tener una
oración participada, de forma que cada uno abra su corazón y se llegue a un
compartir la vivencia espiritual con el otro.

Muchos matrimonios sienten una forma de respeto humano que se lo impide,


en otros casos hay una resistencia del amor propio, ya que para llegar a orar y
compartir así cada uno se tiene que transparentar al otro tal como es, con todas
sus miserias y debilidades. Esto requiere humildad, apertura, aceptación plena
del otro. Cuesta ceder de las posiciones que tácitamente ha ido adoptando
cada uno.

Por otra parte la educación recibida, el ambiente cultural y social en que


vivimos han desconocido todo esto, y en los programas de preparación para el
matrimonio tampoco se ha tenido en cuenta.

Hoy día son muchas las parejas cristianas que están llegando a este compartir
espiritual, descubriendo así algo nuevo e imprevisto en este compartir
espiritual, descubriendo así algo nuevo e imprevisto en su matrimonio que les
ayuda a profundizar más en la comunicación, en el conocimiento mutuo, y
sobre todo les lleva a un amor más profundo y maduro.

Esta es la forma de transparencia ideal, pues si se ha llegado a este compartir,


están ya de antemano vencidas muchas dificultades y el camino para la
reconciliación siempre estará expedito.

Esto también les ayudará a estar unidos y saber discernir ante los problemas
que presenta la educación de los hijos. A partir de este compartir entre ellos es
también posible que toda la familia ore unida y participen con naturalidad
todos y cada uno de sus miembros.

Todo resulta fácil cuando los dos están viviendo la misma experiencia del
Espíritu, y no deja de tener su dificultad cuando la vive uno y el otro no.

El ideal es que en la R.C. esté siempre el matrimonio y toda la familia


completa. Pero no siempre será posible porque en toda pareja cada uno es
distinto, y entonces tendrán que llegar a un acuerdo. El que no desea asistir al
grupo de oración, porque dice que esto no es para él, deberá hacer un esfuerzo
de adaptación, para no contrariar demasiado al que ha llegado a una
experiencia profunda del Señor, que puede significar algo importante y
decisivo en su vida. Y así mismo, éste que está viviendo la efusión del
Espíritu tendrá que ser prudente y respetuoso con el otro, para no exigirle
demasiado ni llegar a forzarle. Nunca se ha de producir una tensión ni se ha de
alterar la armonía de la pareja por este motivo,

Saber esperar y obrar con tacto y mucha fe en el Señor puede ser la fórmula
más eficaz y el camino más corto para que un día lo compartan todo los dos.

A la hora de asignar en un grupo de R.C. a cualquier hermano para


determinado servicio o ministerio hay que mantener siempre el principio
general de no proponer a esta persona si ello va a alterar la armonía de su
matrimonio. El deseo del Señor es fortalecer cada vez más la unión de cada
matrimonio

3. La Iglesia doméstica. Esta expresión tan lograda es del Vaticano II "En


esta especie de Iglesia doméstica los padres deben ser para los hijos los
primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben
fomentar la vocación propia de cada uno, pero con cuidado especial la
vocación sagrada" (LG 11).

Todo matrimonio cristiano ha de preguntarse constantemente si efectivamente


están siendo ellos los primeros evangelizadores de sus hijos y cómo están
realizando este ministerio tan delicado y excelso. Ellos contribuyen a la acción
de Dios, son los instrumentos para que cada uno de sus hijos llegue a ser el
cristiano comprometido o el santo de mañana.

Cada familia será Iglesia doméstica si forman la verdadera comunidad


cristiana. De nuevo el Ritual del Matrimonio en las Orientaciones Doctrinales
y Pastorales expone: "La familia, llamada a ser comunidad, integrada por los
padres, hijos y demás personas que conviven en el hogar, debe hacer
constantes esfuerzos por lograrlo. De ordinario no será fruto espontáneo de la
convivencia, sobre todo cuando los hijos van siendo conscientes de su propia
personalidad. Trabájese, pues, con constancia, para acercarse lo más posible al
ideal de una comunidad humana y cristiana: en la que se respete a la persona y
su vocación, donde cada uno se sienta libre, donde todos participan según su
capacidad en el clima de responsabilidad comunitaria, donde toda iniciativa es
recibida, es posible la corrección humana, el diálogo es frecuente y el
conocimiento es profundo, donde todos sirven a la comunidad y la comunidad
vive el desarrollo y la madurez de los individuos, donde, en definitiva, se vive
el verdadero amor" (N. 78).

Esta comunidad de alguna manera tiene que estar abierta para dar y recibir
vitalidad humana y cristiana. "Sin embargo la familia no debe ser considerada
como organismo cerrado, sino como célula abierta al servicio de la sociedad;
por lo que “superando los límites de la propia familia, abran su espíritu a la
idea de la comunidad, tanto eclesiástica como temporal”. Lo cual será
verdaderamente eficaz, si la misma comunidad familiar, especialmente los
padres, se preocupan de las necesidades materiales y espirituales del prójimo,
y son fieles a la justicia, a sus deberes profesionales y viven plenamente
integrados en la sociedad civil y en la Iglesia" (N. 79).

Todo lo que ayude a la familia a salir de sí misma para practicar las virtudes
de la acogida, de la hospitalidad, el compartir bienes con otros hermanos, será
algo liberador y la mejor forma de practicar la pobreza evangélica y de dar un
gran testimonio cristiano.

LA FAMILIA SEGÚN EL SÍNODO


En el pasado mes de octubre se celebró en Roma, bajo la presidencia del Papa,
un Sínodo de obispos sobre el tema de la familia. En el mensaje final se
expresan una serie de ideas que recogemos en este artículo y que son
importantes para una reflexión cristiana sobre la familia.

Situación actual de la familia


La vida familiar en el mundo de hoy está pasando por gozos y consuelos,
dolores y dificultades. Ciertamente, de todo esto conviene fijarse ante todo en
lo positivo para poder desarrollarlo y perfeccionarlo cada vez más, con la
firme confianza de que Dios está siempre presente entre los hombres y que su
voluntad se nos va manifestando en los signos de los tiempos.

Quien contempla la situación actual de la familia se siente alentado por las


muchas cosas buenas y edificantes que hay. Uno se alegra de que haya tantas
familias que, aunque se encuentren presionadas a obrar de otra manera, están
realizando, sin embargo, gustosamente la obra que Dios les ha confiado. De
día en día aumentan por todas partes las familias que de una forma consciente
desean vivir según el Evangelio, dando testimonio de los frutos del Espíritu.

Dos necesidades amenazan fuertemente a la familia. Dos necesidades que


pueden resumirse en una: la pobreza. Por una parte la pobreza material,
producida por unas estructuras sociales, económicas y políticas que muchas
veces no hacen sino favorecer la injusticia, la opresión y la dependencia. En
las situaciones de pobreza material hay muchos hombres y mujeres jóvenes
que se encuentran en graves dificultades para ejercitar su derecho a contraer
matrimonio o para vivir dignamente.

Por otra parte, sobre todo en los países más desarrollados, aparece otro tipo de
pobreza, un vacío espiritual en medio de ?una abundancia material: un
empobrecimiento intelectual y espiritual que hace difícil a los hombres
comprender el plan de Dios sobra la vida humana y les hace estar angustiados
por el presente y temerosos por el futuro. Sus manos están vacías, pero su
corazón herido espera al buen samaritano que cure sus heridas, echando el
vino y el aceite de la gracia y de la salvación.

Importancia de la fe
El substrato de muchos de los problemas que sufren las familias -y el mundo
en general- es el hecho de que muchas personas parecen rechazar su vocación
fundamental a participar en la vida y el amor de Dios. Están obsesionados con
el deseo de poseer, el afán de poder, el ansia de placer. No ven ya a los demás
como hermanos y hermanas de una sola familia humana, sino más bien como
estorbo y adversarios.

Donde falta el sentido de Dios, Padre celestial, desaparece también la


conciencia de ser familia humana. ¿Cómo pueden los hombres reconocerse
mutuamente como hermanos y hermanas si pierden la conciencia de tener un
Padre común? La paternidad de Dios es el único fundamento de la fraternidad
entre los hombres.

El designio eterno de Dios es que las mujeres y los hombres participen y


compartan en Cristo la vida y naturaleza divinas. Dios Padre llama a los
hombres a realizar este designio en unión con los demás hombres, formando
así la familia de Dios.

Ministerio de la familia
La familia está llamada de una manera especial a realizar ese plan de Dios de
crear entre todos los hombres la gran familia de Dios. La familia es, por
decirlo así, la primera célula de la sociedad y de la Iglesia, ya que ayuda a los
hombres a ser, a su vez, personas activas en la historia de la salvación y signos
vivos del plan amoroso de Dios sobre el mundo.

Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, y nos ha dado la misión de


crecer y multiplicarnos, llenar la tierra y someterla (cf. Gn 1, 26-28). Es para
realizar este plan que el hombre y la mujer se unen en íntimo amor al servicio
de la vida. El esposo y la esposa son llamados por Dios a participar de su
potestad creadora transmitiendo con su amor el don de la vida.
El amor de Jesús en la cruz, muriendo para damos la vida, ha enriquecido
maravillosamente el amor humano que da la vida. De este modo la alianza de
amor entre un hombre y una mujer para dar la vida, se hace partícipe de la
alianza de amor de Cristo que da la vida.

Así el mismo amor de Cristo a la Iglesia se convierte en modelo del amor del
hombre a la mujer y de la mujer al hombre. Esta presencia del amor de Cristo,
esta gracia sacramental del matrimonio es fuente de gozo y de fortaleza para
los esposos. Ellos, como ministros de este sacramento, actúan realmente en
nombre de Cristo y se santifican mutuamente. Son el uno para el otro
auténtico signo de la presencia y el amor de Dios. Es preciso que los esposos
tomen conciencia cada vez más de esta gracia y de la presencia del Espíritu
Santo. Cristo repite cada día a los esposos: "¡Si conocierais el don de
Dios!"(Jn 4, l0).

Este plan de Dios es el que nos hace comprender por qué la Iglesia cree y
enseña que la alianza de amor y donación entre los esposos unidos por el
matrimonio sacramental es perpetua e indisoluble. Es una comunión de amor
y de vida. La vida es algo que nace inseparablemente del amor conyugal.

Familia y comunidad cristiana


Este plan de Dios sobre la familia solamente puede ser entendido, aceptado y
vivido por las personas que han experimentado la conversión del corazón: un
radical retorno a Dios por el cual uno se despoja del hombre "viejo" y se
reviste del "nuevo". Es necesaria, pues, la conversión y la santidad, pues todos
nosotros hemos de llegar a conocer y amar al Señor y a experimentar su
presencia en nuestras vidas, alegrándonos plenamente de su amor y
misericordia, de su paciencia, compasión y perdón, y amándonos unos a otros
como él nos amó. Los esposos y esposas, padres e hijos, son instrumentos y
ministros de la fidelidad y el amor de Cristo en sus diversas relaciones
mutuas. Esto es lo que hace al matrimonio cristiano y a la vida de familia
signos auténticos del amor de Dios hacia nosotros e igualmente del amor de
Cristo y la Iglesia.

Como en toda vida cristiana, en la familia aparece también el misterio de la


cruz. El dolor de la cruz, como la alegría de la resurrección, son parte de la
vida de cada uno de los hombres, que, peregrinos de la tierra, intentan seguir a
Cristo. Solamente aquellos que se abren plenamente al misterio pascual
pueden aceptar las difíciles pero amorosas exigencias que Jesucristo nos
impone.

La gran misión de la educación de los hijos


La gran tarea de las familias es la educación de los hijos.
La familia debe formar hombres libres que posean fina sensibilidad moral y
conciencia crítica, junto con el sentido de responsabilidad en orden a trabajar
para conseguir una mejor condición personal del hombre y la santificación del
mundo. La familia debe formar hombres en el amor y además ejercitar el amor
en relación con los demás, de modo que el amor esté abierto a la comunidad y
movido por un sentido de justicia y respeto hacia los otros, y que sea
consciente de su responsabilidad hacia toda la sociedad. La familia debe
formar hombres en la fe, esto es, en el conocimiento y amor de Dios, así como
en el afán de cumplir su voluntad en todas las cosas. La familia debe
transmitir los valores fundamentales humanos y cristianos y formar hombres
que sean capaces de integrarlos en sus propias vidas. La familia es tanto más
humana cuanto más cristiana es.

La familia como "Iglesia doméstica "


La familia podrá realizar esta gran misión de educación de los hijos si es
realmente una "Iglesia doméstica ", una comunidad de fe que vive en la
esperanza y el amor, que está al servicio de Dios y de la familia universal.

Liturgia y oración en común son fuentes de gracia para las familias. Es


necesario que la familia, para realizar su misión, se nutra con la Palabra de
Dios y con la participación en la vida sacramental, especialmente en el
sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía.

La familia evangelizadora
La familia es el primer y fundamental ambiente de evangelización y
catequesis. La educación en la fe, en la castidad y en las demás virtudes
cristianas, además de la educación de la sexualidad, debe empezar en el hogar.

Pero las perspectivas de la familia cristiana no han de ser estrechas y limitadas


sólo a la parroquia, sino que deben de abrazar a toda la familia humana.
Dentro de la comunidad social más amplia, también la familia cristiana tiene
responsabilidades como testigo de valores cristianos, promotora de la justicia
social y favorecedora de los pobres y oprimidos.

Por espíritu de fidelidad al Evangelio, la familia ha de estar hoy dispuesta a


acoger la nueva vida, a compartir los propios bienes y riquezas con los pobres,
a la apertura y hospitalidad para con los demás. Está obligada hoy a elegir,
algunas veces, un género de vida contrario al ambiente actual en materias tales
como el uso de la sexualidad, la autonomía personal y el uso de las riquezas.

Ante el pecado y las caídas, la familia cristiana debe dar testimonio de la


solidez del espíritu cristiano al palpar profundamente en su vida y en las vidas
de otros, bienes tales como son la penitencia, el perdón de las culpas, la
reconciliación y la esperanza. Debe dar testimonio de los frutos del Espíritu
Santo y de las bienaventuranzas. Debe practicar un estilo de vida sencillo y
ejercer un apostolado verdaderamente evangélico para con todos los demás.
Conservar siempre la alegría de la Buena Nueva
Para concluir es bueno recordar unas palabras del Papa Pablo VI a los
matrimonios: "El caminar de los esposos, como toda vida humana, tiene
marcadas las etapas y las fases difíciles y dolorosas. Pero hay que decirlo muy
alto: jamás la angustia y el miedo deberían anidar en las almas de buena
voluntad, porque, al fin, el Evangelio no es también para los hogares una
buena nueva y un mensaje que, aunque exigente, es también profundamente
liberador? Ser consciente de que no se ha conquistado la libertad interior, de
que aún se está sometido al impulso de los instintos, reconocerse como
incapaz de respetar, por el momento, la ley moral, suscita naturalmente una
reacción de desesperación. Pero es el momento en que el cristiano, en medio
de su confusión, en vez de abandonarse a la rebelión estéril y destructora,
llega, por la senda de la humildad, al descubrimiento desconcertante del
hombre ante Dios, considerándose un pecador en presencia del amor de Cristo
salvador" (4-V-I970).

(Refundió y resumió para KOINONIA Rodolfo Puigdollers)

SIETE FORMAS DE FORTALECER


LA VIDA DE FAMILIA.
Por Kevin Perrotta

1.- Compromiso y servicio


Los dirigentes deben ofrecer enseñanza sobre el matrimonio considerado
como una relación de compromiso y de servicio. Se ha de poner el acento
en la concepción de una fidelidad de alianza. Procurar contrastarla con otras
nociones populares de matrimonio.

Una consecuencia es el que ayudar a las parejas que están casadas y a las que
están comprometidas a entender el compromiso de servicio que encierra el
matrimonio es una solución mucho mejor que ayudarles simplemente a
establecer una buena comunicación de los sentimientos. La fidelidad de
alianza, cuando se entiende lo que es y se la acepta, es un fundamento mucho
más sólido que la intimidad emocional. Esto no quiere decir que no sea
también de gran utilidad una orientación sobre las emociones y su
comunicación.

2.- Enseñanza sobre las relaciones


Otra segunda consecuencia a tener en cuenta es la siguiente: los dirigentes
deben dar instrucción práctica sobre las relaciones personales de los
cristianos, de las que el matrimonio es una forma; es decir: qué significa
para un cristiano en su vida diaria producir fruto del Espíritu, amar y
servir unos a otros, encauzar positivamente sus sentimientos, etc. Que
vivan el marido y la mujer de acuerdo con la enseñanza que nos da el Nuevo
Testamento sobre la manera de ser y las relaciones personales, es ya una gran
parte de su fidelidad en vivir el compromiso que como esposos han contraído
el uno para con el otro.

Es esencial comprender cómo en la Nueva Alianza los hermanos y las


hermanas deben servir y dar su vida unos por otros, para saber también
cumplir la alianza del matrimonio.

3.- Actividades domésticas


En muchas familias la relación entre padres e hijos es más débil de lo que
debiera ser. Quizá los padres no abandonen a los hijos ni los maltraten, pero
no están lo suficientemente disponibles para los hijos. Viven preocupados e
inaccesibles física y psicológicamente. Quizá los hijos no estallan en rebelión,
pero se resisten a la orientación que se les da, indiferentes a los deseos,
valores y creencias de los padres. Padres e hijos viven en diferentes mundos.

Para ayudar a la familia a luchar contra esta situación, históricamente nueva,


han aparecido las teorías de diversos especialistas seculares, como Thomas
Gordon y Rudolph Dreikurs, que exponen cómo padres e hijos, con diferentes
estilos de vida y diferentes leyes, pueden llegar a vivir juntos cívicamente. El
estilo de vida amigable que ofrece la Educación de la Efectividad de los
Padres (Parent Effectiviness Training) quizá sea preferible a la disensión y
alboroto emocional que se vive en el hogar, pero es una solución muy lejana
del ideal cristiano. La Escritura nos presenta un esquema de vida de familia en
la que hay unidad de amor y servicio mutuo y se da a los hijos una formación
personal efectiva.

Se pueden recomendar distintos enfoques complementarios para fortalecer en


el hogar la relación tan atenuada entre las generaciones. Uno de los cambios
sociales que explica el alejamiento entre padres e hijos es que el hogar ya no
es centro de trabajo, ni de educación, ni de atención a los enfermos y
ancianos. Como consecuencia ya no se realizan en él unas actividades que son
esenciales para la vida y que hace que padres e hijos trabajen juntos y les
implica en la educación. Para compensar esta pérdida las familias pueden hoy
tomar alguna iniciativa: las familias deben buscar oportunidades para
ensanchar el campo de tareas y servicios a realizar en el hogar, de forma
que trabajen juntas las dos generaciones.

Cómo pueda una familia realizar esto, depende de numerosos factores y quizá
exigía un reajuste de prioridades y cierta originalidad. La esposa, por ejemplo,
puede tomar la decisión de dedicar más tiempo a la cocina, a cocer en el
horno, a confeccionar ropas y hacer que las hijas trabajen con ella. Y el
marido puede decidir hacer él mismo, juntamente con los chicos, algunas
reparaciones en la casa en vez de tener que pagar a unos profesionales. Se
puede abrir la hospitalidad a hermanos cristianos y a otros, como un servicio
importante que enriquece no sólo el hogar sino también a los visitantes.

A aquellas familias que se animan a desarrollar oportunidades para que padres


e hijos trabajen juntos les puede resultar muy provechoso unirse con otras
familias. Mi familia, por ejemplo, está compartiendo un gran huerto con otras
cuatro familias cristianas: mis chicos y yo trabajamos con otros compañeros y
sus hijos en cortar leña para las estufas y el fogón. Cuando en nuestra
comunidad cristiana se traslada una familia, las otras le ayudan. La
cooperación entre familias multiplica las formas cómo padres e hijos pueden
hacer juntos un trabajo. Esto nos lleva a la siguiente recomendación.

4.- Vida familiar compartida


Al mismo tiempo que se ha reducido la interacción entre padres e hijos en el
hogar, también ha disminuido la interacción entre distintas generaciones fuera
del hogar. En los ambientes de trabajo, en los educativos, en los recreativos,
en las sociedades modernas se coloca a las personas con las de su misma edad,
y son aisladas de aquellas que son o de más edad o más jóvenes. Los mundos
separados de los niños, de los jóvenes, de los adultos y de los de edad
avanzada conduce a los miembros de cada familia, cuando están fuera de casa,
a agrupaciones sociales desconectadas unas de otras. Este fenómeno es lo que
más contribuye al debilitamiento de la relación padres-hijos, de manera
especial al debilitamiento de las posibilidades que tienen los padres de educar
a sus hijos cuando éstos llegan a la edad escolar.

Como respuesta pastoral a este fenómeno, podemos afirmar: las familias


cristianas deben buscar la forma de compartir sus pidas unas con otras.
Compartir aquí no sólo se refiere a la comunicación hablada, sino también a
trabajar juntos, a llevar juntos una vida social y a ayudarse unos a otros de una
manera práctica que comprenda a personas de distintas edades. Esto quiere
decir que algunas familias se decidan a hacer con otras familias cosas que de
otra forma harían cada una de ellas por su cuenta: compartir una velada
familiar semanal, pasar juntos las vacaciones, ayudarse en las comidas y,
cuando ha nacido un niño, en el cuidado del niño. Esto significa hacer amistad
duradera con otras familias, de tal forma que el contorno social en el que
padres e hijos obran recíprocamente sea ensanchado a partir de la familia
nuclear hasta un marco social cristiano más amplio.

5.- Los medios de comunicación y el tiempo


Volviendo nuestra atención a la misma familia nuclear, vemos que muchos
cristianos no llegan a ejercer suficiente control en dos áreas. He aquí la quinta
recomendación: Las familias deben aprender a ejercer mayor control
sobre el uso de los medios de comunicación y sobre el uso del tiempo.
Son muchas las familias que no se enfrentan con suficiente energía con la
intrusión de los medios de comunicación social. No cabe duda de que estos
medios tienen un acceso sin límites a muchos hogares. Los ojos de los padres
no llevan control sobre la avalancha que irrumpe en el hogar de libros,
revistas, comics, discos, programas de radio y de televisión. Estamos
abandonando la formación de las mentes juveniles a las industrias de la
información y del esparcimiento de una sociedad, agresivamente secular, que
constantemente inyecta una mezcla de sofisticación agnóstica y de vulgaridad.

No sólo compiten los medios de comunicación con lo padres en la función de


modelar las mentes de sus hijos, sino que también amortiguan la actividad y la
comunicación. El ver televisión reemplaza a la conversación de sobremesa a
la hora de la cena y del juego de los niños. El leer el periódico substituye a la
conversación entre esposo y esposa. Cada vez se dedica menos tiempo a las
actividades de la familia y a la educación que imparten los padres.

Mi esposa y yo hemos decidido que en nuestra familia no se vea televisión


más de dos horas a la semana, y sólo programas que merezcan la pena. Otras
familias que conozco han puesto el límite en una hora diaria. De cualquier
forma que lo enfoquen los padres, son ellos los que deben decidir cuánto
tiempo, y atenerse a la decisión.

Esto nos lleva al tema de la programación del tiempo. En muchas familias el


tiempo de estar juntos ha quedado reducido por las horas extra del padre, por
el horario distinto de trabajo que tiene la madre, por la pequeña liga deportiva
en la que juega el niño y por las actividades extraescolares de la nena. Esta
irrupción de exigencias sobre el tiempo de la familia presenta un reto a los
cristianos que quieren fortalecer el tiempo de vida familiar. En el conflicto de
exigencias quien sale perdiendo es el tiempo adecuado para la comunicación
de marido y esposa y la posibilidad de encontrar oportunidad para que los
padres se relaciones con sus hijos de un modo que sea formativo. Ante la
complejidad de la vida moderna, las familias han de esforzarse para fijar sus
prioridades y controlar su tiempo de acuerdo con ello.

6.- El entorno de los de la misma edad


La siguiente recomendación se refiere a la separación de las generaciones,
pero vista desde distinta perspectiva a como se considera en las
recomendaciones 3ª y 4ª. Mientras que las familias pueden agrupar a jóvenes
y a viejos en un ambiente cristiano en el que comparten sus vidas, es de gran
sabiduría reconocer la fuerza que tienen los ambientes que se forman con
personas de la misma edad en nuestra sociedad. Los moldes sociales que
hacen que los grupos juveniles de la misma edad tengan una poderosa fuerza
sobre las vidas de los jóvenes es algo que no se puede fácilmente cambiar. Por
consiguiente: los cristianos deben crear ambientes cristianos de personas
de la misma edad para jóvenes, los cuales estén estrechamente vinculados
a las agrupaciones cristianas a las que pertenecen.

Esto no consiste simplemente en tener un grupo de jóvenes que organice


algunas actividades recreativas, con sus responsables, y celebre un retiro anual
y una celebración dominical de vez en cuando. Ni tampoco consiste en un
estudio bíblico semanal organizado por los jóvenes en el colegio local.
Tampoco en enviar a los hijos a una escuela cristiana. Todas estas cosas
pueden ser elementos de solución, pero lo que realmente se necesita es un
ambiente que reúna a los jóvenes bajo la guía del mejor liderazgo pastoral
disponible y que modele sus relaciones de acuerdo con los principios
cristianos. Debe ser lo suficientemente fuerte como para ofrecer una
alternativa real al ambiente juvenil, intensamente secular muchas veces, que el
mundo profano reivindica en favor de los jóvenes. También tendría que estar
vinculado a la vida de toda la comunidad cristiana, tanto en lo que se refiere a
orientación como a la de dedicación de recursos pastorales que se requieren
para hacerlo funcionar.

7.- El pastoreo de los hijos


La recomendación séptima es: los padres deben hacerse pastores de sus
hijos. Deben trabajar activamente para educar y formar a sus niños y niñas en
la fe cristiana y en la personalidad.

Muchos padres sólo tienen una vaga idea de las metas a conseguir en la
crianza de los hijos, a lo cual corresponde una falta de estrategia en la manera
de formar a sus hijos con vistas a las influencias competidoras. Los padres
deben definir las metas en la educación de sus hijos según la disciplina del
Señor: es decir, deben formarse una idea suficientemente clara de la
masculinidad y de la feminidad cristianas para las que están educando a sus
hijos. Deben después decidir sobre los medios básicos con los que lo van a
conseguir. En muchos casos tendrán que decidirse a arrebatar la iniciativa al
colegio, a los compañeros de la misma edad y a los medios de comunicación.

De manera especial, algunos padres tienen que trabajar con más diligencia que
lo están haciendo para formar a sus hijos, y asimismo, muchas madres para
formar a sus hijas. La debilidad en estas relaciones trae como consecuencia
muchos problemas psicológicos y emocionales frecuentes, como por ejemplo,
la confusión e inseguridad que sienten muchas personas en relación con su
identidad sexual. El fracaso de muchos maridos para educar y disciplinar a sus
muchachos es visto por algunos expertos como un factor de debilitamiento en
el control de los impulsos (capacidad para subordinar la gratificación personal
a valores más elevados y encauzar adecuadamente la agresividad). Es causa
principal de las aberraciones en el desarrollo de los muchachos como
hombres: la feminización, por una parte, por ejemplo en la forma afeminada
de expresar las emociones, y el machismo, por otra parte, que es una
afirmación exagerada de la masculinidad. Ambas cosas se dan cuando el padre
abdica de los chicos, y éstos son primariamente educados por la madre.

Igualmente importante para las niñas es su relación formativa con la madre.


De la fuerza de esta relación depende en gran medida la apropiación que
hagan de su identidad femenina ante la vida. Las madres deben procurar
desarrollar esta faceta, dada la sociedad en que vivimos, que recorta la
identidad femenina y los moldes de relación.

(Adaptado y traducido por KOINONIA de PASTORAL RENEWAL.


P.O. Box 8617, Ann Arbor. Michigal1 48107, USA. Junio 1980. Pp. 99-/01
Con el debido permiso).

EN BUSCA DE LA ESPIRITUALIDAD
DEL MATRIMONIO
Por Pedro y Antonia Manén

Cuando nos casamos, los dos teníamos una base de vida cristiana. Asistíamos
a Misa y cada uno pertenecía a su congregación y llevaba una vida espiritual
de una forma individual, y esto hasta tal punto que no sólo no nos
comunicábamos las vivencias religiosas sino que hasta nos ocultábamos
nuestro interior por un pudor espiritual mal entendido. Vivíamos, por decirlo
así, una especie de divorcio espiritual, cada uno iba por su propio camino.
Llegábamos a compartir los aspectos de la misión específica que cada uno
tenía dentro del matrimonio, pero la vida espiritual íntima no la compartíamos
y estábamos muy lejos de ello.

Al llegar a conocer el Movimiento Familiar Cristiano enseguida entramos a


formar parte de él y así empezamos una nueva etapa. Descubrimos entonces,
lo que era la verdadera espiritualidad matrimonial. La verdad es que al
principio nos costó mucho. Éramos fruto de tiempos pasados y el dejar el
individualismo y tener que abrirnos el uno al otro nos costó mucho. Esto se
ponía más de manifiesto cuando teníamos que hacer las "encuestas" los dos
juntos. Optamos por hacerlas por separado y luego teníamos una sentada para
unificarla, pero la cosa no iba bien. Muchas veces la dejábamos y a última
hora la respondía uno de los dos, el que tenía tiempo para ello. Esta etapa fue
como un tormento.

El Señor nos ayudó y poco a poco nos fuimos conociendo íntimamente,


tratando de aceptarnos tal y como éramos cada uno y a partir de aquí todo
mejoró hasta que descubrimos algo muy importante y que nosotros no le
habíamos dado todo su valor: el orden de valores que debíamos tener
dentro del matrimonio.
Creemos que este orden de valores es indispensable para que un matrimonio
llegue a iniciar una vida de espiritualidad conyugal. Nosotros lo vimos así:

- Tener conciencia del don de la fe.

- Conocer lo que es el Sacramento del Matrimonio, la gracia que comporta, y


responder a sus exigencias. Descubrir el don del Señor dentro del Matrimonio
y verlo en su plan divino.

- Aceptar los hijos, educarlos, y aceptar el trabajo, la casa...

Fuimos descubriendo que el orar juntos no era más que un aspecto de la


espiritualidad matrimonial, ya que ésta se logra plenamente viviendo los dos
el mismo orden de valores, adoptando las mismas actitudes y viviendo las
mismas inquietudes, a pesar de nuestra manera de ser tan distinta. Ante
cualquier situación habíamos de actuar los dos de acuerdo con estos
principios. Sobre esta base creemos que debe estar cimentada nuestra
espiritualidad.

Tenemos la gracia de estado, la gracia que lleva en sí el Sacramento y que


nunca nos ha de faltar.

Lo que nos ha dado la Renovación en el Espíritu


La Renovación Carismática y la Efusión del Espíritu Santo hizo cambiar de tal
forma nuestras vidas que ahora nos maravillamos. Viviendo la vida del
Espíritu hemos llegado a una compenetración en nuestra espiritualidad
matrimonial mucho más profunda y sentimos, como nunca habíamos sentido,
lo que es vivir unidos en el Espíritu, con Cristo el Señor y por medio de El con
el Padre. Nos hemos familiarizado con este misterio que nos parecía tan
lejano.

El resultado ha sido que hemos llegado a un nivel más hondo de


comunicación a nivel de vida interior, a nivel de fe y de vida en el Espíritu
Santo. Oramos espontáneamente a cualquier hora y lugar, siempre la alabanza
a flor de labios, compartimos la Palabra y la buscamos en nuestras decisiones.

Es así como hemos encontrado la realización de la Espiritualidad Matrimonial


en unión con nuestros hermanos de comunidad. Esto nos enriquece y nos hace
más abiertos a todos. En cada encuentro con los hermanos constatamos cómo
el Señor quiere renovar todas las familias y toda la Iglesia para hacer un solo
Pueblo, su Pueblo.

La Espiritualidad del Matrimonio no se alcanza solamente con los buenos


propósitos de la pareja. Hay que tener en cuenta otros aspectos como son los
siguientes:
- Todo matrimonio está compuesto por dos personas, y cada una de ellas tiene
su personalidad bien definida, su diverso grado de conversión y de
enamoramiento del Señor.

- El matrimonio constituye una unidad pluralista: los dos serán siempre


distintos porque han sido diferentes los condicionamientos que traen desde su
infancia y la proyección de cada uno dentro de la vida matrimonial.

- Conviene que cada uno de los esposos sepa siempre actuar con un respeto
total al otro. Si en la vida puramente humana es muy necesario este respeto
para que funcione bien el matrimonio, mucho más lo es en la vida espiritual,
que en definitiva es lo más íntimo y profundo del ser humano.

¿Cómo coordinar, entonces, la total realización de cada uno de los dos y al


mismo tiempo formar una unidad espiritual de forma que no se produzcan
conflictos interiores y sea sana?

Sin duda que la clave está en que se viva un auténtico amor entre los dos. Sin
este amor nos parece casi imposible que surja la espiritualidad conyugal. En el
matrimonio, cuando no hay amor o se da un amor falso, el egoísmo se
adelanta siempre a la mini comunidad que podría formar el matrimonio y
difícilmente puede surgir una espiritualidad y una apertura sincera dentro del
hogar.

El auténtico amor produce la felicidad, incluso humana, y, a pesar de las


dificultades y problemas que pueden surgir en todo matrimonio, crea la unidad
espiritual de la pareja. Como expresión de todo esto surge la transparencia, el
diálogo, la necesidad de compartirlo todo, sea el tiempo o los acontecimientos,
las alegrías o las penas, y hasta la misma vida interior.

Entonces ocurre que sin acuerdo previo, tanto si es conjuntamente como si es


por separado, los dos tomamos las mismas actitudes ante diversas situaciones
que se presentan en el vivir de cada día en lo que se refiere a la familia, los
hijos, el trabajo, la comunicación con los demás, etc., y esto nos parece que es
el signo y testimonio que, en cada caso, tenemos que dar de la pareja cristiana
carismática, renovada en el Espíritu.

No hay dos matrimonios iguales. Cada uno de nosotros tiene que partir de su
propia realidad. Adoptando este orden de valores al iniciar el camino de la
espiritualidad matrimonial se podrá comprobar cómo es el Señor el que lleva
la iniciativa y que nosotros no tenemos más que poner por nuestra parte el
granito de arena de cada día. El amor, la paz, la paciencia, la sinceridad, el
servicio, las buenas palabras, la mansedumbre, la sencillez, la fidelidad, el
buen ejemplo, la constancia, la unidad, el celo: todo esto constituye la base
para crear un ambiente de verdadera alegría, ya que son los frutos de la misma
espiritualidad y unión con el Señor.

Esto facilita el camino de la oración. Sin duda que no se puede orar en un


hogar donde hay gritos, malos tratos, orgullo, amor propio, tirantez.

Diálogo y transparencia
En todo matrimonio siempre hay uno que es más espiritual y el otro más
práctico: cada uno tiene una espiritualidad con distintos matices. Creemos que
se debe insistir en el respeto que se han de tener mutuamente y no es bueno
que el uno tire del otro en su campo. Esto crearía una tensión interior y podría
ser el comienzo de hipocresía e incluso de ruptura espiritual.

Asimismo, cuando uno de los dos es llamado a algún ministerio específico,


conviene que el otro le entienda y le ayude, pues aunque no participe del
trabajo material, se solidariza con él y puede orar con él. Este aspecto no
separa, antes, al contrario, enriquece la espiritualidad del conjunto.

Ciertamente, los dos, a partir de un auténtico amor, tienen que entrar por el
camino del diálogo y de la transparencia para llegar a un discernimiento y a un
buen entendimiento. Cuando hay diálogo y transparencia todo cambia de
aspecto, ya que los esposos no se pueden comunicar a medias palabras
pensando que el otro ya lo entiende. Esto podría llevar a confusiones,
disgustos y penas que pueden calificarse de "tontas e inútiles". Si se hablan
con transparencia se ahorrarán muchos disgustos. La pareja que tiene por
norma decirse todas las cosas, las buenas, las no tan buenas y también las
malas, con la sinceridad del amor es la que más pronto llega a alcanzar una
espiritualidad conyugal sana y fuerte.

Cuando en un matrimonio hay cierto grado de espiritualidad, se trasluce hacia


fuera, se les ve serenos, contentos, a pesar de las pruebas por las que tengan
que pasar, y es de admirar la forma como reaccionan ante las dificultades. En
una palabra: inspiran confianza y ayudan a los demás simplemente con estos
signos.

También los hijos nos miran y observan, aunque parezca lo contrario por el
ambiente que respira nuestra sociedad, y les hace pensar. A la larga nos imitan
en muchas cosas. Para consuelo de muchos esposos, estamos convencidos que
no se perderá ninguno de nuestros hijos. Quizá nosotros no lo veamos, pero
ellos nos tienen muy presentes en sus vidas y ningún detalle se les escapa.
Algún día fructificará esta semilla.

No nos agobiemos. Busquemos primero el Reino de Dios y su Justicia, que lo


demás nos lo dará el Señor. La R.C. nos da una espiritualidad gozosa. Vivir la
buena noticia de la salvación es vivir la más grande de las alegrías. Hagamos
que los que nos rodean participen de este mismo gozo y que nuestra
espiritualidad salga fuera para proclamar la gloria del Señor resucitado a quien
proclamamos y del que damos testimonio.

El hogar abierto
Uno de los frutos de la espiritualidad matrimonial es tener el hogar abierto.

Puesto que el hogar está formado por los dos esposos, esta apertura no puede
ser cosa de uno solo. Cuando ponemos nuestras vidas al servicio del Señor
también ponemos todas las demás cosas. El Señor nos ha dado todo
gratuitamente, por tanto también creemos que debemos poner todo
gratuitamente al servicio de los hermanos. Es así como empieza la trayectoria
de abrir nuestra casa a los demás.

Cuando nuestros hijos empiezan a tener necesidad de comunicarse con otros


niños y ven que en casa se puede jugar, pronto traerán a sus amigos, y con sus
amigos también a sus padres. En este sentido nuestra casa está abierta por una
necesidad educadora.

Pero hay motivaciones más profundas. El fruto de la Espiritualidad


Matrimonial nos lleva a un clima de no negarle nada al Señor y vemos que
nuestro hogar-familia es una célula viviente de la iglesia, es Iglesia en todo su
sentido, es parte de la Comunidad y parte del Don de Dios.

Esta apertura o disponibilidad de servicio viene progresivamente y no tiene


por qué espantarnos ni agobiarnos. Si tuviéramos que hacer balance de todos
los hermanos que han pasado por nuestras casas, de seguro que nos
sentiríamos muy agobiados. Pero todos sabemos que no es así: los
acontecimientos vienen día a día, es un caminar de todos los días. Viviendo
así no agobia, sino que vemos que todo es don de Dios.

La disponibilidad de los esposos al tener la casa abierta tiene que estar


reforzada por el aceptar con gozo la renuncia a las pequeñas cosas a las que
podemos apegarnos en casa: el orden establecido, aquel sillón, el sentido de
propiedad. Sin estas pequeñas renuncias no vemos posibilidad de una apertura
en nuestro hogar.

Igualmente en lo que se refiere a las personas: no hacer ninguna acepción,


sino que hay que ver en cada hermano que viene a nuestra casa un enviado por
el Señor, sea quien sea, pobre o rico, simpático o pesado, educado, de fuera,
de cerca, de lejos...

Si abrimos nuestra casa veremos acudir a muchas personas, grupos para


compartir, para orar, para hablar simplemente de sus problemas, para vivir. El
hogar abierto será compartido en la medida en que en él se encuentre la
presencia del Señor, la paz, el clima de verdadera apertura, la ausencia de
discusiones tensas, comprensión, atención sin cohibir y que nadie se sienta
como en visita.

La simplicidad y la naturalidad no se improvisan. Tan sólo es necesario un


estar en presencia, una presencia que te hace estar a punto, disponible para
todo. Si de verdad es así, cuando acuda el hermano a casa lo acojamos con esa
simplicidad del corazón, y sólo es cuestión de poner otro plato en la mesa, y
de seguro que encontrará nuestra comida más que excelente porque lo que
recibe es algo más que comida.

Cuando un hogar está abierto no podemos ponerle límites. Puede ser acoger a
una familia con la madre enferma, recibir a comer a un estudiante de fuera,
acoger a hermanos que viajan, compartir nuestras vacaciones. También hay
otras facetas que se presentan como necesidades en cada localidad. Lo
importante es acoger a todos aquellos hermanos que de alguna u otra manera
necesitan de nosotros, y que más que nuestra casa lo que buscan es consejo,
compañía, amor, comprensión, orar, etc. etc.

En la Renovación hemos dado un paso muy grande en comprender lo que es


un hogar abierto. Cuántas veces el Señor nos ha hecho el regalo de poder
celebrar la Eucaristía en nuestra casa o compartir la oración no sólo con
hermanos de aquí, sino con grupos y hermanos de países lejanos, que nos han
traído la alegría de sus vivencias y testimonios y han dejado un nuevo fervor
en nuestras vidas.

Lo importante es que nuestros hermanos sepan que en nuestros hogares se les


acoge siempre, que cuando nos necesitan nuestras cosas pasan a segundo
plano. Y no temamos, el Señor vela por la integridad y la intimidad de nuestro
matrimonio-hogar-familia. No temamos abrir nuestros hogares.

Si ocurre que tenéis vuestro hogar abierto y no acude nadie, no preocuparos ni


hacer nada, sólo esperar el momento del Señor, pues no se trata de llenar la
casa porque nos guste. Pongamos nuestra disponibilidad y el Señor nos usará
cuando y en el momento en que esté en su plan.

Si transcurre mucho tiempo y nadie se acerca, hay que hacer una reflexión a
fondo para ver si está verdaderamente el Señor en nuestra casa, si se respira su
paz y se da el clima propicio, o más bien cohibimos a los que vienen y se
sienten, como "en visita", si aceptamos a los hermanos como son y no
pretendemos cambiarlos.

La hospitalidad es una de las obras de misericordia. La Palabra de Dios nos


dice: "Permaneced en el amor fraterno. No os olvidéis de la hospitalidad;
gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles" (Hb 13, 1-2).

De la misma forma nos habla el pasaje de San Lucas: “¿Ves a esta mujer? Al
entrar en tu casa no me diste agua para los pies. Ella en cambio ha mojado mis
pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella
desde que entró no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con
aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume". Aquí el Señor alaba las
delicadezas, que son un aspecto del amor fraterno y al hermano carismático le
hacen creerse de veras en deuda con todos.

Quien acoge a los hermanos acoge a Cristo. En su nacimiento no hubo lugar


en la posada. Hasta el final de su vida el mundo (los hombres) no le
reconocieron y los suyos no le recibieron. Los que creen en El reciben en su
nombre a sus enviados.

Jesús encontraba la casa abierta en Betania. Allí se respiraba una dulce


intimidad.

LA FELICIDAD DE LOS ESPOSOS


CRISTIANOS
He aquí como Tertuliano, autor cristiano del siglo II y de principios del III,
escribía sobre el matrimonio en su tratado Ad uxorem, una especie de
testamento espiritual dirigido a su esposa. Hablando de la felicidad de los
esposos cristianos escribe:

"¿Quién estará nunca a la altura para describir la felicidad de un matrimonio


que la Iglesia consagra, la Eucaristía confirma, la bendición lo sella, los
ángeles lo aclaman y que el Padre aprueba?

¡Qué bello es el gozo que une a dos creyentes que tienen una única esperanza,
un solo deseo, una misma regla de vida, una idéntica voluntad de servicio!
Ambos hermanos, ambos consiervos; ninguna separación entre ellos ni de la
carne ni del espíritu. Son verdaderamente "dos en una sola carne"; y porque
son una sola carne son también un solo espíritu: juntos oran, juntos se
mortifican, juntos ayunan. Si hay algo que vencer, se exhortan a vencer y se
sostienen.

Juntos en la Iglesia de Dios, juntos en la mesa del Señor, juntos en la


dificultad y en la persecución, juntos porque ninguno va solo.
Ninguno de los dos se esconde del otro, ninguno es gravoso para el otro. Si se
trata de visitar a un enfermo o de ayudar a un indigente, lo hace con toda
libertad. Ningún tormento en dar limosna, el sacrificio sin escrúpulo, la
observancia cotidiana sin impedimento, no es necesario hacer furtivamente la
señal de la cruz, de alabar con cautela o de decir en silencio la bendición. Al
cantar los salmos lo hacen como si estuvieran en medio del Señor.

Al ver y sentir estas cosas Cristo está allí con su paz. Donde están dos allí está
El y con El no puede estar el maligno."

ATENCIÓN A LOS MATRIMONIOS


EN LOS GRUPOS DE ORACIÓN.

Desde hace ya algún tiempo se venía experimentando en el grupo "Agape" de


Barcelona la necesidad de atender más concretamente a los matrimonios
integrados en la R .C. para que pudiesen caminar como pareja en la vida del
Espíritu en proyección hacia la familia y la sociedad.

Lo mismo que en su día se fueron instituyendo algunos ministerios, respecto a


los matrimonios veíamos que había que procurar el que se encontraran juntos
para orar y ayudarse en los problemas familiares.

En la Renovación caminamos todos unidos, sacerdotes, matrimonios, jóvenes,


religiosos, viudas, etc., formando el Pueblo de Dios que actualmente el Señor
está uniendo por toda la tierra. La llamada universal del Pueblo de Dios no
debe desvirtuarse, al contrario, viviendo todos como pueblo unido hemos de
encontrar nuestro crecimiento y nuestra identidad en el mismo.

Es indispensable que todos los que deseamos participar en el ministerio de


matrimonios comprendamos bien su finalidad y objetivo, de forma que
mantengamos la unidad entre todos y todos con el grupo-comunidad, del que
recibimos la fuerza.

Como consecuencia se han formado grupos de cuatro a cinco matrimonios y


en cada grupo se ha nombrado a un matrimonio como responsable y
animador. Cada grupo se reúne una vez al mes y durante la reunión oramos y
después leemos y comentamos la Palabra en torno a un tema que ha sido
seleccionado para todos los grupos. También compartimos la vivencia de lo
que nos ha manifestado la Palabra a cada uno, y esto por supuesto en clima de
transparencia. Esta transparencia nos lleva a la comunión con cada hermano y
también a cierto grado de apertura, necesario para que nos podamos ayudar
con la intercesión y la sanación, lo cual facilita que cada uno haga suyos los
problemas de los demás.

Durante este curso, que es más bien de rodaje, se ha puesto el acento en


alcanzar una armonía dentro del matrimonio bajo todos los aspectos. La
oración, los temas bíblicos, la aportación personal y de cada matrimonio se
orientan hacia este objetivo.

Los temas seleccionados son los siguientes:

- El plan de Dios en nuestro matrimonio.

- Amor conyugal.

- Jesucristo y el matrimonio-sacramento.

- Estabilidad y fidelidad matrimonial.

- Cómo se vive hoy el matrimonio.

- El matrimonio carismático.

También se celebra de vez en cuando una convivencia de todo un día, mejor


en el campo, a la que acuden todos los grupos junto con sus hijos y con los
amigos que deseen participar, para así conocernos mejor, orar juntos,
compartir y recibir instrucción adecuada. Cada año nos uniremos a los retiros
que organicen la coordinación nacional o la regional, con la alegría de vernos
allí con los matrimonios de otros grupos.

El equipo de servidores para este ministerio, formado por Antonia y Pedro


Manén, Ascensión y Ramón Costa y el P. Melchor Fullana, está siempre a
disposición de los matrimonios o de los grupos que lo precisen.

Una de las metas a las que nos sentimos llamados por el Señor es la
evangelización. Que sintamos la necesidad de que sean muchos los
matrimonios que vivan y se renueven en el Espíritu Santo. Podemos en este
campo apostólico hacer verdaderas maravillas si nos abandonamos en las
manos del Señor. El nos dará esta fuerza para proclamarlo dentro de nuestra
sociedad, en la que muchas veces se quiere desprestigiar el matrimonio, y para
dar a conocer a todos esta buena nueva de salvación.
29 - EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA.

EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA
En los años que lleva desde su aparición en la Iglesia Católica, la Renovación
Carismática ha estado viviendo algo así como una vida de catacumbas. Los
grupos fueron apareciendo imperceptiblemente, sin ninguna iniciativa oficial,
suscitando extrañezas, recelo y hasta alguna burla irónica. En sus comienzos
quedó aquélla necesariamente marginada de la vida eclesial, unas veces por
incomprensión o rechazo, y otras por no haber sido reconocida por la
autoridad local. Algunos grupos han perdurado en verdadero desamparo del
pastor local, sufriendo aquella persecución que viene de los mismos de casa
(Mt. 10, 36). Ello no obstante, en algunas parroquias se ha podido constatar
que el grupo verdaderamente disponible e incondicional para cualquier
servicio era el de la R.C., sin que, a pesar de todo, llegara a ser aceptado.
Esta marginación ha sido un hecho innegable y los factores que la han
provocado son de doble procedencia: unos provienen de la misma
Renovación, cuyo lenguaje, pensamiento y estilo resultan de difícil
comprensión para el que no haya pasado por la misma experiencia del
Espíritu, a la vez que exige una conversión radical en forma de servicio,
compromiso y vida de oración sólida, a todo lo cual la debilidad humana
siempre opone resistencia. Otros factores actúan desde el exterior en forma de
prejuicios en una opinión pública, no suficientemente informada y más
preocupada por los problemas operativos de la acción pastoral que por el
verdadero espiritualismo y la interiorización de la vida cristiana, con el
contraste de aparecer entre sacerdotes y religiosos inquietudes que buscan
saciar sus anhelos en corrientes espirituales orientalistas.
En el momento a que hemos llegado en la historia de la R.C. Católica nos urge
a todos la necesidad de presentar su mensaje esencial en forma más decidida
desde el centro de la vida de la Iglesia. Así se ha dicho solemnemente en la IV
Conferencia de Líderes de Roma, pero ya era una instancia que con bastante
anterioridad se empezaba a vivir en los círculos de la Renovación.

Esta urgencia no es una exigencia de táctica, para que, por ejemplo, crezca la
Renovación o caso parecido, sino que es el mismo Espíritu el que hace sentir
la necesidad de una renovación profunda para nuestras vidas y para toda la
Iglesia, siendo El siempre aliento de vida renovador. En este sentido creemos
que podemos aportar muchos elementos de renovación tanto para la acción
pastoral como para la vivencia espiritual de las asambleas y comunidades. El
mensaje central de la Renovación es la llamada a una nueva conversión y a
aceptar de verdad y por la fuerza del Espíritu a Jesús como Salvador y Señor,
y constantemente debe ser proclamado para toda la Iglesia. Siempre, pero de
modo especial en los momentos actúales de la vida eclesial, es necesario que
nos centremos más en la realidad de Jesús Salvador y Señor.
Una de las mayores desgracias que nos puede ocurrir, tanto a la Iglesia entera
como a cualquier miembro aislado, es no sentir la necesidad de mayor
perfección y de conversión, tranquilos con el anquilosamiento espiritual en
que podamos haber caído. Es la situación típica de los siervos que no esperan
con las lámparas encendidas la vuelta de su Señor (Lc 12,35-40) y que el
Espíritu reprueba duramente en el Apocalipsis (Ap 3,14.16).

Cuando el Espíritu sopla tratemos de escuchar su voz, aquello que El dice a


las iglesias, llamando a una vida más abundante, a mayor purificación y
santidad.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO


II
A los participantes en el IV Congreso de Líderes
Carismáticos.
Traducimos del inglés el discurso completo del Santo Padre tal como fue
pronunciado y reproducido después en "L 'OSSERATORE ROMANO ",
edición del 9 de Mayo. págs. 1 y 2. La edición semanal en lengua Española lo
publica en el número del 17 de Mayo, pág. 9 y 12. Las frases subrayadas que
van dentro de los paréntesis son palabras improvisadas por el Papa y que no
reproduce el diario Vaticano.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:


En el gozo y la paz del Espíritu Santo os doy la bienvenida a todos los que
habéis venido a Roma para participar en la Cuarta Conferencia Internacional
de Líderes de la Renovación Carismática Católica, y deseo que "la gracia del
Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con
todos vosotros" (2 Co. 13, 13). (Aplausos. Todos responden: Y con tu espíritu.
El Papa se para unos momentos y después añade: Esta noche vengo a
enseñaros, pero también vengo a aprender algo. Más aplausos.)

1.- La elección que habéis hecho de Roma como lugar para esta conferencia es
un signo especial de vuestra comprensión sobre la importancia de estar
arraigados en esa unidad católica de fe y caridad que halla su centro visible en
la Sede de Pedro. Vuestra reputación marcha delante de vosotros, como la de
sus queridos Filipenses que impulsó al Apóstol Pablo a comenzar la Epístola
que les dirigió con un sentimiento del que me siento feliz en hacerme eco:
"Doy gracias a Dios cada vez que me acuerdo de vosotros ... y lo que pido en
mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento
perfecto y todo discernimiento, con que podáis aquilatar lo mejor para ser
puros y sin tacha para el día de Cristo" (Flp 1,3. 9-10).

2.- En 1975 mi venerable predecesor Pablo VI se dirigió al Congreso


Carismático Internacional que se reunió aquí en Roma y subrayó los tres
principios que trazó San Pablo para guiar el discernimiento de acuerdo con el
mandato: "Examinadlo todo y quedaos con lo bueno" (1 Ts 5,21). El primero
de estos principios es fidelidad a la doctrina auténtica de la fe; todo lo que
contradice a esta doctrina no viene del Espíritu. El segundo principio es
valorar los dones más altos -los dones otorgados para servicio del bien común.
Y el tercer principio es la búsqueda de la caridad, la única que lleva al
Cristiano a la perfección, de acuerdo con lo que dice el Apóstol: "Por encima
de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección" (Col
3,14). No es menos importante para mí en este momento subrayar estos
principios fundamentales para vosotros a quienes Dios ha llamado a servir
como líderes en la Renovación.

El Papa Pablo VI describió el movimiento de la renovación en el Espíritu


como "una oportunidad para la Iglesia y para el mundo", y los seis años
pasados desde aquel Congreso han confirmado la esperanza que inspiró
aquella visión. La Iglesia ha visto los frutos de vuestra devoción a la oración
en un profundo compromiso por la santidad de vida y el amor a la palabra de
Dios. Con gozo particular hemos constatado cómo los líderes de la renovación
han desarrollado una visión eclesial cada vez más amplia y se han esforzado
para que esta visión se convierta cada vez más en realidad en aquellos que
dependen de su guía. Y también hemos visto los signos de vuestra
generosidad en compartir los dones de Dios en justicia y caridad con los
desheredados de este mundo, de forma que todos puedan experimentar la
inapreciable dignidad que poseen en Cristo. ¡Que esta obra de amor ya
comenzada en vosotros se lleve a fructuoso cumplimiento! (cf. 2 Co 8,6. 11).
A este respecto recordad siempre estas palabras que Pablo VI dirigió a vuestro
Congreso durante el Año Santo: "No hay límites para el desafío del amor: los
pobres y los necesitados y los afligidos y los que sufren por todo el mundo y a
vuestro lado, todos os gritan, como hermanos y hermanas en Cristo,
pidiéndoos la prueba de vuestro amor, pidiendo la palabra de Dios, pidiendo
pan, pidiendo vida".
3.- Sí, me siento muy feliz por tener esta oportunidad de hablaras con el
corazón a vosotros que habéis venido de todo el mundo a tomar parte en esta
Conferencia concebida para ayudaros a cumplir vuestra función de líderes en
la Renovación Carismática. De manera especial deseo hablar sobre la
necesidad de enriquecer y hacer práctica aquella visión eclesial que es tan
esencial para la Renovación en esta etapa de su desarrollo.

La función del líder es, en primer lugar, dar ejemplo de oración en su propia
vida. Con esperanza confiada y esmerada solicitud se exige principalmente del
líder que los que buscan renovación espiritual conozcan y experimenten el
patrimonio multiforme de la vida de oración de la Iglesia: meditación sobre la
palabra de Dios, pues "ignorar la Escritura es ignorar a Cristo", como insistía
San Jerónimo, apertura a los dones del Espíritu, sin exagerada concentración
en los dones extraordinarios; imitar el ejemplo del mismo Jesús en asegurar el
tiempo para la oración a solas con Dios; entrar más profundamente en el ciclo
de los tiempos litúrgicos, de manera especial por la Liturgia de las Horas; la
celebración apropiada de los sacramentos --con particular atención al
Sacramento de la Penitencia- que realizan la nueva dispensación de gracia de
acuerdo con la voluntad manifiesta de Cristo; y, por encima de todo, amor a la
Eucaristía y una creciente comprensión de la misma como centro de toda la
oración cristiana. Pues como el Concilio Vaticano II nos ha inculcado, "la
Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación
evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a
la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado
bautismo y la confirmación, se insertan, por la recepción de la Eucaristía,
plenamente en el Cuerpo de Cristo" (Presbyterorum Ordinis, 5).

En segundo lugar, debéis preocuparos de suministrar sólido alimento para la


nutrición espiritual mediante el partir el pan de la verdadera doctrina. El amor
a la palabra revelada de Dios, escrita bajo la guía del Espíritu Santo, es señal
de vuestro deseo de "permanecer firmes en el Evangelio" predicado por los
Apóstoles. Este mismo Espíritu, como nos lo asegura la Constitución
Dogmática de la Divina Revelación, es el que "constantemente perfecciona la
fe con sus dones, de forma que la Revelación pueda ser comprendida cada vez
más profundamente" (Dei Verbum, 5). El Espíritu Santo que distribuye sus
dones, ahora en mayor o ahora en menor grado, es el mismo que inspiró las
Escrituras y que asiste al Magisterio viviente de la Iglesia, al cual confió
Cristo la interpretación auténtica de estas Escrituras (cf. Alocución de Pablo
VI, 19 de Mayo de 1975), según la promesa de Cristo a los Apóstoles: "Yo
pediré al Padre y os daré otro Paráclito, para que esté con vosotros para
siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque
no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis porque mora con vosotros y
en vosotros estará" (Jn 14,16-17).

Por esto Dios quiere que todos los cristianos crezcan en la comprensión del
misterio de salvación que nos revela cada vez más la propia dignidad
intrínseca del hombre. Y El desea que vosotros, que sois líderes en esta
Renovación, estéis cada vez más formados en la enseñanza de la Iglesia, cuya
tarea bimilenial ha sido el meditar en la palabra de Dios, para sondear sus
riquezas y darlas a conocer al mundo. Procurad, pues, que como líderes
busquéis una formación teológica sana que pueda asegurar para vosotros y
para todos los que dependan de vuestra orientación una comprensión madura
y completa de la palabra de Dios: ?"La palabra de Cristo habite en vosotros
con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría" (Col 3,16-17).

En tercer lugar, como líderes de la Renovación debéis tomar la iniciativa de


construir lazos de confianza y cooperación con los Obispos, los cuales tienen
la responsabilidad pastoral (aplausos... ¡Es una buena señal!... Más aplausos)
según la providencia de Dios de pastorear todo el Cuerpo de Cristo, incluida la
Renovación Carismática (aplausos calurosos... Podéis decir que el Papa hace
lo mismo... Aplausos). Aun cuando ellos no compartan con vosotros las
formas de oración que vosotros habéis hallado tan enriquecedoras, tomarán en
serio vuestro deseo de renovación espiritual para vosotros mismos y para la
Iglesia, y os ofrecerán la orientación segura, según la función que les fue
encomendada. El Señor Dios no falla en ser fiel a la promesa de la oración
consecratoria de su ordenación en la que se le pidió: "Derrama ahora también
sobre este siervo tuyo la fuerza que procede de Ti: el Espíritu Santo que
comunicaste a tu Hijo Jesucristo, y que El transmitió a los Apóstoles, que
fundaron en todo lugar la Iglesia, como santuario tuyo, para alabanza y gloria
de tu nombre" (Rito de la Ordenación del Obispo).

Por todo el mundo muchos Obispos, tanto individualmente como a través de


declaraciones de sus respectivas Conferencias Episcopales, han alentado y han
ofrecido orientaciones a la Renovación Carismática -y en ocasiones hasta una
saludable palabra de precaución- y en general han ayudado a la comunidad
cristiana a comprender mejor el lugar de aquélla en la Iglesia. Así, con el
ejercicio de su responsabilidad pastoral, los Obispos nos han ofrecido a todos
un gran servicio, en orden a asegurar para la Renovación una pauta de
crecimiento y desarrollo plenamente abierta a todas las riquezas del amor de
Dios en su Iglesia.

4.- En este momento me gustaría también llamar vuestra atención sobre otro
punto de especial importancia para esta Conferencia de líderes: se refiere a la
función del sacerdote en la Renovación Carismática. Los sacerdotes en la
Iglesia han recibido el don de la ordenación como cooperadores en el
ministerio pastoral de los Obispos, con los que comparten el mismo y único
sacerdocio y ministerio de Jesucristo, lo cual exige su estrecha comunión
jerárquica con el orden de los Obispos (Presbyterorum Ordinis, 7). Como
resultado, el sacerdote tiene una función única e indispensable a realizar en y
para la Renovación Carismática, lo mismo que para toda la comunidad
cristiana. Su misión no está en oposición a, o paralela a, la legítima función
del laicado. Por el vínculo sacramental del sacerdote con el Obispo, cuya
ordenación confiere una responsabilidad pastoral de toda la Iglesia, aquél
contribuye a asegurar en los movimientos de renovación espiritual y de
apostolado laical su integración en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia,
de manera especial por medio de la participación en la Eucaristía; en ella
decimos: "para que, fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de
su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (III
Plegaria Eucarística). El sacerdote participa en la responsabilidad propia del
Obispo sobre la predicación del Evangelio, para la cual debe equiparlo de
manera especial su formación teológica. Como resultado, él tiene una singular
e indispensable función para garantizar esa integración en la vida de la Iglesia
que evite la tendencia a formar estructuras marginales y alternativas, y que
lleve a una más plena participación especialmente en la parroquia, en su vida
apostólica y sacramental. Por su parte, el sacerdote no puede ejercer su
servicio en favor de la Renovación a no ser que y hasta que no adopte una
actitud acogedora respecto a ella (aplausos...), basada en el deseo que
comparte con cada cristiano por el Bautismo de crecer en los dones del
Espíritu Santo (aplausos).

Vosotros, pues, líderes de la Renovación, sacerdotes y laicos, debéis dar


testimonio del vínculo común que tenéis en Cristo, y fijar la pauta para esa
colaboración efectiva que tiene como norma el mandato del Apóstol:
"poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu, como una es la
esperanza a que habéis sido llamados" (Ef 4,3-5).
5.- Finalmente, por vuestra experiencia en muchos dones del Espíritu Santo
que también son compartidos con nuestros hermanos y hermanas separados,
tenéis el gozo especial de crecer en el deseo de la unidad, a la que el Espíritu
nos guía, y en un compromiso por la obra seria de ecumenismo (aplausos).

¿Cómo hay que llevar a cabo esta obra? El Concilio Vaticano II nos dice:
"antes que nada, los católicos, con sincero y atento ánimo, deben considerar
todo aquello que en la propia familia católica debe ser renovado y llevado a
cabo para que la vida católica dé un más fiel y más claro testimonio de la
doctrina y de las normas entregadas por Cristo a través de los Apóstoles"
(Unitatis Redintegratio, 4). El auténtico esfuerzo ecuménico no busca evadir
las tareas difíciles, como la convergencia doctrinal, apresurándose a crear una
especie de autónoma "iglesia del Espíritu" independientemente de la Iglesia
visible de Cristo. Más bien, el verdadero ecumenismo contribuye a
incrementar nuestro anhelo de unidad eclesial de todos los cristianos en una
misma fe, para que "el mundo se convierta al Evangelio y de esta manera se
salve para gloria de Dios (Unitatis Redintegratio, 1) (aplausos). Confiemos en
que si nos rendimos a la acción de una verdadera renovación en el Espíritu,
este mismo Espíritu Santo nos hará ver la estrategia para un ecumenismo (…
aplausos), el cual hará realidad nuestra esperanza de "un solo Señor, una sola
fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por
todos y en todos" (Ef 4,6) (aplausos).
6.- Queridos hermanos y hermanas, la Epístola a los Gálatas nos dice que "al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!"
(Gal 4,4-6) (aplausos)

Y a esta mujer, María la Madre de Dios y nuestra Madre, siempre obediente al


impulso del Espíritu Santo, yo confiadamente encomiendo vuestra importante
obra para la renovación en y de la Iglesia (aplausos). En el amor de su Hijo,
nuestro Señor Jesucristo, yo gustosamente os imparto mi Bendición
Apostólica.

Roma, 7 de Mayo de 1981

Tradujo KOINONIA

UNA VISIÓN PARA EL LÍDER


CARISMÁTICO
Por el P. Tom Forrest

(Extracto de la charla pronunciada en la sesión de apertura del IV Congreso


Internacional de líderes de la Renovación Carismática, celebrado en Roma
del 4 al 9 de mayo de 198I)

No ha sido fácil hacerles venir a todos ustedes a Roma. Hemos invitado a 102
países de todo el mundo, pero no todos han podido enviar representación, bien
por dificultades económicas, o bien por dificultades de tipo político o social.
Están aquí representados unos 95 países, y esta presencia es prueba de lo que
está haciendo el Espíritu Santo. Como me decía Ralph Martín esta tarde, el
Congreso ya es un éxito aunque nada más sea por todos los que han venido.

Alabo al Señor y le doy las gracias por la venida de todos ustedes y por las
cosas grandes que va a hacer aquí.

I. MOMENTO DE TRANSICION EN LA RENOVACION


CARISMATICA

Durante estos días ICO (Oficina Internacional de Comunicación) ha realizado


su traslado a esta ciudad de Roma. Toda mudanza es un tiempo de transición y
los tiempos de transición en nuestras vidas son por lo general tiempos
difíciles, pues hay que dejar seguridades y marchar a un lugar y a una vida
nueva.

Pero una transición es una nueva oportunidad. Cuando uno se muda es para
vivir y trabajar mejor, y así el tiempo de transición y de mudanza trae un
nuevo vigor.

También es un tiempo de fe. ¿Por qué nos hemos trasladado? Porque creemos
que el Señor nos llama a Roma. Al traer la Oficina a Roma lo que
pretendemos hacer es seguir la llamada de Dios.

En toda transición hay cosas positivas y negativas, como ocurre en los


principales momentos de transición en nuestra vida, al casarse, cuando
envejecemos, y sobre todo el más importante de todos, en el que
experimentamos la muerte. En todos los periodos de transición de la vida
humana hay algo de negativo, pero sobre todo hay cosas buenas.

Si así es toda transición en nuestra vida, creo que al reunirnos para este IV
Congreso de Líderes de la R.C debemos advertir claramente que la
Renovación Carismática Católica al cabo del corto periodo de su historia de
14 años se encuentra en un momento de transición, lo cual quiere decir que
hay cosas negativas, pero también hay cosas muy buenas e importantes que
están sucediendo.

Decir que estamos en momento de transición es lo mismo que decir que nos
hallamos ante distintas etapas, pasando de una primera etapa de la Renovación
a una segunda fase o etapa quizá mucho más importante La primera etapa tal
como lo hemos experimentado ha sido una etapa en la que hemos sentido
nuestro poder, es decir, el poder de la Renovación en el Espíritu como
poderosa fuerza de la maravillosa efusión internacional y mundial de Espíritu
Santo. Ha sido la nueva era de Pentecostés en la que fuimos llamados a vivir.

En esta primera etapa parecía que todo lo que teníamos que hacer era decir:
Oh Dios hazlo Tú, y todo estaba hecho. Todo lo que teníamos que hacer era
decir: Ven Espíritu Santo, y cada vez que lo decíamos había una efusión del
Espíritu Santo, una experiencia de Pentecostés.

Podemos decir que en esta primera etapa hemos estado funcionando y


actuando de forma irrealista, con la idea de que siempre iba a ser así y de esta
manera tan fácil para nosotros. Podríamos llamarla la edad del bebé. Quizá a
algunos nos gustaría retornar y volver a empezar a vivir todo nuevo y a ver
cómo Dios por sí solo hacía todas las cosas, mientras que nosotros no
teníamos más que esperar y estar contentos de que sólo actuara El.
También podríamos llamar esta etapa, la etapa de nuestra inmadurez, porque
al fin y al cabo no fue más que la etapa de los principios, y al comienzo
cuando se hace algo nuevo, siempre actuamos y pensamos un poco como
niños y por tanto inmaduramente.

Pero ahora estamos entrando de una forma muy decisiva en una segunda
etapa. No somos tan fuertes como éramos al principio ni podemos conocer
todas las respuestas, puesto que Dios todavía no ha revelado la plenitud de su
plan. Lo cual quiere decir que tenemos que ser mucho más humildes de lo que
somos y más conscientes de nuestras propias debilidades. Cada uno de
nosotros debe ser mucho más consciente de lo débil que es, de lo poco que
sabe y de lo poco que se ha rendido a la voluntad de Dios.

Si hacemos esto seremos más realistas y advertiremos que hemos sido


llamados por Dios no a lo fácil sino a lo difícil. El Consejo de ICO ha vivido
la semana pasada en Asís, discerniendo, dialogando y orando allí en la tierra
de san Francisco. Para darles una visión más clara de la situación actual de la
? Renovación utilizaré algunas ideas de nuestro diálogo.

Si nos fijamos en la vida y llamada de san Francisco, veremos también los dos
estados o etapas de que he hablado antes. En la primera etapa Francisco tuvo
la alegría de su experiencia, el gozo de su Porciúncula y de oír a Cristo que le
hablaba desde la cruz. Después de este gozo y experiencia se le reveló la
maravilla de toda la creación, sintió el calor de la fraternidad que formó con
sus primeros seguidores, gozó de la amistad de santa Clara, encontró
excelente respuesta a su predicación por dondequiera que fuese, contó con la
ayuda de un cardenal poderoso y hasta tuvo la oportunidad de encontrarse con
el Papa. Esta fue su primera etapa: dulce, suave, fácil y maravillosa. Pero esta
no es la historia de este gran santo.

Después de esto vino el momento de ser rechazado por su propia familia, vino
la realidad de la pobreza total a la que fue llamado por Cristo, la experiencia
de la gran debilidad de sus mismos seguidores, la enfermedad y el dolor de su
propio cuerpo, la conciencia de lo inmensa que era su labor. Todo lo que él
había empezado se resintió aún antes de su muerte. Pero Francisco no se
quedó en lo fácil, sino que pasó a esa segunda etapa y a lo largo de ella se
mantuvo fiel a su llamada. Por esto hoy, seis siglos después, san Francisco es
uno de los grandes héroes que conoce este mundo. Hubo un heroísmo en su
vida porque permaneció fiel a su llamada. Escuchó al Señor que le decía: "Ve,
Francisco, y reconstruye mi Iglesia", y desde aquel momento hasta el día de su
muerte y hasta el día de hoy, Francisco ha trabajado e intercedido por la
reconstrucción de aquella Iglesia.
Para Francisco hubo también una tercera etapa. Porque permaneció fiel en la
segunda pasó también a la tercera. Como nos decía un franciscano durante
nuestra permanencia allí, el mundo de hoy ha descubierto a Francisco en una
pequeña población de 2.000 habitantes. El año pasado la visitaron seis
millones de peregrinos y este año se esperan ocho millones. Francisco
perseveró a través de las dificultades y así ha llegado a ese gran fruto.

Ahora bien, ¿qué decir de nuestra transición? Nosotros no estamos aquí para
pensar, analizar, reflexionar y hablar de cualquier persona. Estamos aquí para
hablar de nosotros, reflexionar sobre nosotros y orar por nosotros mismos.

¿Cómo vamos a responder cuando la prueba en la que Dios nos ha introducido


se vuelva difícil? ¿Cómo vamos a responder cuando Jesús nos diga: Yo te he
llevado conmigo al Tabor a presenciar mi gloria, pero ahora camina conmigo
hacia el Calvario? Algunos sencillamente abandonan porque, según dicen, hay
bellas razones para abandonar, y empiezan a acusar la debilidad de los demás
sin reconocer su propia debilidad: "Lo que me pasa es que estoy cansado, o
estoy solo, o que tengo otras obligaciones ... quizá todo lo que hay que hacer
no es tan importante ... etc. ".

Sabemos, hermanos, que hay una cosa que no se puede negar, es esta: que
Dios nos ha tocado, que Dios nos ha llamado y que tiene unos planes para
usarnos, que El conoce muy bien nuestra debilidad y que, a pesar de ella, nos
utilizará para la reconstrucción de la Iglesia. Nada es más importante que esto.

Las transiciones son parte de la vida y forman parte del plan de Dios para
llevarnos a la madurez. ¿Abandonó Moisés o le dijo a Dios que los israelitas
eran muy débiles para salir de Egipto? Dios le dijo lo que tenía que hacer y él
lo hizo exactamente. ¿Y qué pasó con Pablo? Al principio, en su camino de
Damasco, hubo un momento de gloria y de vida en el que escuchó la voz del
mismo Cristo. Pero cuando llegó el momento del dolor, de las lágrimas, del
naufragio, de la persecución, cuando se le dijo que fuera a Roma, sabiendo
que en Roma iba a encontrar la muerte, no abandonó, sino que siguió por el
camino que Dios le había trazado y así se convirtió en el hombre que quizá,
después de Jesús, más ha hecho cambiar el curso de la historia humana. Y
porque estos héroes han perseverado a través de las dificultades, a través de la
incertidumbre, siguen todavía influyendo en el mundo, en la vida humana de
hoy. Lo mismo podemos decir de Jesucristo, el Hijo de Dios. Mientras
caminaba sobre la tierra tuvo una vida maravillosa en Nazaret, los ángeles
cantaron en su nacimiento, le acompañó la adulación de las multitudes, el
esplendor de sus milagros, el amor de los discípulos, pero esto no fue más que
el comienzo. Después vino la conspiración, la traición, el odio y todo el drama
que terminó en la muerte. Jesús perseveró y como él mismo dijo, obedeció en
todo al Padre y fue así como llegó a su tercera etapa: la Resurrección.
Lo que Dios nos pide es heroísmo, ni más ni menos. Debemos estar
preparados para lo más difícil, aunque de momento no veamos claro por
dónde nos lleva el Señor y qué es lo que nos va a pedir; esto no es importante.
Hemos sido llamados por Dios, y si alguno aquí no cree en esto, ¿por qué ha
venido? Hemos de pagar cualquier precio y afrontar cualquier dificultad y
debemos seguir adelante.

Se halla aquí presente un sacerdote polaco de Poznan, a quien yo visité en su


propia ciudad, y una vez preguntó al Papa actual ¿Qué hemos de hacer con la
Renovación Carismática? La respuesta fue: "Canta Aleluya y sigue adelante".
Esto es lo que tenemos que hacer: cantar aleluya en la primera etapa y seguir
adelante en la segunda, y no andar haciendo círculos.

II.- HACIA EL CENTRO DE LA MISMA IGLESIA

El traslado de nuestro centro internacional a Roma forma parte de este


momento de transición. Creo con todo mi corazón que es voluntad de Dios el
que vengamos a Roma en este momento. Debo decir que no solamente ha
cambiado nuestra dirección sino también el nombre. Lo que hasta ahora se
llamaba Oficina Internacional de Comunicación (ICO) al servicio de la
Renovación Carismática, en adelante se llamará Oficina Internacional de la
Renovación Carismática Católica (ICCRO).

Mientras nos hallábamos en Asís, una de !as cosas sobre las que el Consejo
Internacional ha dialogado fue el hecho de que la Renovación Carismática
hasta ahora se ha mantenido más bien en la periferia de la Iglesia y que
todavía no ha sido absorbida en la vida normal católica. Y uno de los
miembros del Consejo dijo que a muchos Obispos y sacerdotes les gustan los
frutos de la Renovación pero no les gusta la Renovación. Les gusta el que
oremos, el que leamos y estudiemos la palabra de Dios, el que cantemos y
animemos la Liturgia por todo el mundo. Aprecian el que estemos a su
servicio, pero siempre encuentran algo extraño.

Hallándome en la parte norte de Nigeria, me alojaba en una parroquia en la


que el párroco acababa de llegar y la Renovación Carismática era muy fuerte.
Una noche estuvo dándome quejas sobre la Renovación y que a él no le
gustaba. Al día siguiente, por la mañana me encontraba yo en la iglesia y de
pronto llegó un grupo de hombres en motos y empezaron a entrar en la iglesia
con escobas y cubos y a limpiar diligentemente todo el templo. Yo me quedé
admirado de aquella gente que en la mañana del sábado habían madrugado
para venir a limpiar la iglesia. Fui después al Párroco que me había dado
tantas quejas y le pregunté quiénes eran aquellos hombres y me respondió:
"¡Oh, son los carismáticos!". Los admitía por el placer de ver limpia la iglesia,
pero no le gustaban las demás cosas.
Muchos católicos ven a los carismáticos como gente extraña y diferente y que
no hay que aceptar necesariamente.

En Asís hemos hablado sobre las razones que explican este hecho. Los
carismáticos ofrecen una teología muy ortodoxa y hay muchos en la Iglesia a
los que no interesa una teología tan ortodoxa. Los carismáticos toman la
Escritura como Palabra de Dios muy en serio: Dios dijo esto, debemos
hacerlo; creen que los carismas de que habla la Escritura son algo real;
consideran la autoridad como una necesidad; proclaman lo sobrenatural: Dios
no ha muerto, Dios es real y está obrando ahora.
Tenía razón Kevin al exponer las distintas críticas que hemos ido recibiendo y
cómo hemos sido distintos de los demás.
En efecto, respecto a estas cuestiones nosotros no andamos con medias tintas
y no podemos dudar de la acción de Dios en el mundo. Pero por otra parte
utilizamos un vocabulario y un lenguaje nuevos, algunas veces hemos
manifestado los dones con exceso y sin discernimiento, hablamos de haber
tenido una experiencia personal, a veces somos elitistas o hablamos de
nosotros mismos como si fuéramos supercristianos.

También había razones para mantenernos en la periferia de la Iglesia. Todo


movimiento de renovación comienza siempre de la misma manera. Así
podíamos ofrecer algo nuevo a la Iglesia sin estar completamente atados por la
estructura rígida, por el tradicionalismo de algunas expresiones y devociones
que había en la Iglesia. Teníamos que estar en una posición de crítica
constructiva, hecha con amor pero muy realista, sobre lo que teníamos que
cambiar; debíamos quedar al margen de ciertos elementos negativos que
atacaban a la Iglesia en aquellos momentos, como el humanismo pagano y el
espíritu secular, cierta permisividad que no llama al pecado por su único
nombre que es el pecado, el confusionismo teológico y la incertidumbre en
cuestiones de fe. Teníamos que reflexionar y ver dónde necesitaba la Iglesia
renovación y dónde la podíamos servir mejor, de forma que en el momento
oportuno pudiéramos entrar en el corazón de la Iglesia.

Creo que ha llegado el momento de ir al mismo centro de la Iglesia, y es así


como la Oficina Internacional se traslada al centro geográfico, porque, según
las palabras de Mons. Paul Cordes, Roma es donde palpita el corazón de la
Iglesia Católica.

Cuando hablamos de tiempo de transición y de que ha llegado el momento de


ser cristianos normales, Iglesia renovada no quiere decir que vayamos a tener
un nuevo clericalismo, pues los sacerdotes siempre tendrán su propia función,
ni que vayamos a ofrecer todos los ministerios y servicios exclusivamente a
los sacerdotes, sino que el Espíritu Santo se mueve de otra forma al tratar de
activar las energías de todos y cada uno de los miembros de la Iglesia,
haciéndonos a todos cristianos y católicos activos.
La Renovación Carismática no va a poder hacer todo este trabajo por sí sola.
Ya hemos hecho muchas cosas. Los grupos de oración se han multiplicado por
doquier en cientos de miles, son quizá millones los que han experimentado
una conversión poderosa en sus vidas. Hemos hecho un gran bien a la Iglesia.
Pero no se ha renovado toda su vida, y si nos quedáramos al margen no
podríamos ofrecerle una nueva corriente vital.

Cuando uso este lenguaje no quiero insinuar en modo alguno que seamos
nosotros la única renovación de la Iglesia o lo único que actualmente está
haciendo el Espíritu Santo para revitalizar la Iglesia. Sino que nosotros somos
una parte importante en este plan de renovación y tan importante como Dios
quiere que nosotros seamos, ni más ni menos. Tendremos la importancia que
Dios nos quiera dar.

Como advertía el P. Diego Jaramillo en Asís, la Renovación Carismática


Católica no tiene otro objetivo que el mismo objetivo de la Iglesia. No se trata
de una renovación en la Iglesia, sino de una renovación de toda la Iglesia.

III.- NUESTRA RESPUESTA A LA ACCION DEL ESPIRITU EN LA


IGLESIA

Durante estos días de reuniones todos juntos tenemos que hallar la forma más
práctica de ser parte integral de esta acción plena del Espíritu Santo en la
revitalización de su Iglesia. Tenemos una gran responsabilidad para
determinar lo que podemos hacer en este servicio a la reconstrucción de la
Iglesia según las normas y principios del Evangelio.

No es fácil dar una respuesta universal sobre cómo hemos de movernos para
entrar dentro de las parroquias, de las diócesis y ser aceptados en la Iglesia
Católica como son aceptados los demás movimientos espirituales.

A sabiendas de que no existe una única forma de actuar en todas las partes del
mundo, todos hemos de responder en estos momentos de la historia de la
Renovación con los siguientes puntos:

1. Siendo personalmente santos, y todo lo demás viene después de esto. Como


dijo Ralph Martín en Asís, el carisma y la primera fuerza de san Francisco fue
su santidad. Esta tiene que ser nuestra primera fuerza y nuestra primera meta.

2. Seguir siempre nuestra llamada y responder de una forma incondicional. No


pongamos ninguna condición a Dios, sino que nos comprometamos.

3. Hemos de encontrar el lenguaje más adecuado para explicar nuestra


experiencia y proclamar la función del Espíritu Santo en toda la vida cristiana
y acción apostólica de la Iglesia, de forma que la Iglesia entera nos pueda
escuchar y comprender.

4. Debemos continuar manifestando todos los dones y carismas sin ninguna


clase de miedo más que a cualquier tipo de exageración o de sensacionalismo
innecesario. Ralph Martín observó que los carismas por sí mismos no son
todo, no son suficientes ni realizan toda esta tarea. Los carismas llevan
funcionando durante catorce años en la Renovación Carismática, pero la
manifestación de los carismas no produce por sí misma la renovación de la
Iglesia. Hemos de discernir también cuando son auténticos y cuando son
falsos.

5. Continuar creyendo en la Iglesia. A veces es difícil a nivel local pues hay


muchos obstáculos que nos impiden tener confianza en la Iglesia local. Pero si
miramos a la historia de la Iglesia, si miramos al Papa que en estos momentos
nos ha dado el Espíritu Santo, si recordamos la promesa que hizo el Señor de
estar siempre con la Iglesia hasta el fin del mundo, no podemos menos de
creer en la Iglesia.

6. Debe buscarse una nueva fuerza y vigor, nuevas orientaciones muy claras
para seleccionar los líderes. Necesitamos guía y directrices muy claras para
aquellos que deben ser líderes. No podemos hacer como al principio cuando
decíamos: "Dejemos que el Espíritu sople y vaya suscitando..." Siempre hay
algo que debe hacerse permanentemente y no podemos permitir que cualquier
persona en cualquier momento haga lo que quiera en nombre de la
Renovación Carismática, sin ninguna orientación ni guía y sin que nosotros
digamos cuál es la mejor manera de poner en práctica toda la experiencia que
hemos ido adquiriendo.

EL MISTERIO DE LA IGLESIA Y EL
LIDERAZGO EN LA RENOVACIÓN
Por el Cardenal L. J. Suenens

(Reproducimos, con pequeñas acomodaciones del estilo coloquial, el texto de


la Conferencia pronunciada por el Cardenal Suenens en el IV Congreso de
Lideres, celebrado en Roma)
Siento una gran alegría por encontrarme con personas de fe, de esperanza y de
amor. Doy gracias por este gozo de hallarme aquí y poder sentir qué
profundamente estamos en el corazón de la Iglesia. Yo te doy las gracias,
Señor, por el espíritu de fe que das a tu pueblo. Te pedimos que utilices el
instrumento de esta fe y de este amor para el mundo de hoy.

Comenzaré con una pregunta que se hizo a un sabio de China: "Si fueras el
dueño de todo el mundo y pudieras hacer una revolución, ¿qué es lo primero
que harías?". Su respuesta fue: "Volvería a establecer el significado de las
palabras".

Pensad en esto: el significado de las palabras.

Cuando hablamos de amor, ¿qué queremos decir? Cuando se oye hablar de


amor, es todo menos amor. Habría que restaurar el carácter sagrado de la
palabra "amor". Cuando utilizamos la palabra "cristiano", ¿qué queremos
decir? Según estadísticas sociológicas hay cristianos que no creen en la
Resurrección de Jesucristo.

Corno vemos, no todos los cristianos saben respetar la palabra.

A) EL MISTERIO DE LA IGLESIA Y EL ESPÍRITU SANTO.

Me gustaría profundizar con vosotros en el significado de la palabra Iglesia.


Es una cuestión fundamental. ¿Qué entendemos por Iglesia cuando oímos este
nombre? En los medios de comunicación social siempre es lo mismo: la
institución, la iglesia jerárquica, cualquier cosa menos Iglesia. Todo se mira
con ojos humanos y no se ve más que la realidad sociológica, la realidad
histórica, gentes como ustedes y como yo.

¿Qué creo cuando digo Iglesia? Recuerden lo que confesamos en el Credo:


Creemos en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Pero esto no lo
vemos. No vemos unidad, sino divisiones, fragmentaciones. No sé de ustedes,
pero, para mí, no somos santos, santos para ser canonizados. Creemos en la
Iglesia, una, santa y universal, pero no vemos que sea universal, no vemos la
Iglesia Católica en los grandes países como China o la India, sino sólo
pequeñas minorías.

Cuando digo creo en la Iglesia apostólica, veo la continuidad de los Apóstoles


enviados por el Señor, pero también veo otros líderes que se han nombrado a
sí mismos, y ésa no es mi Iglesia. Hay una dualidad entre la iglesia que veo y
la iglesia en la que creo. Y sin embargo sigo diciendo: creo que es una. La
unidad de la Iglesia no es algo para el futuro, sino que ya está ahí desde el
comienzo en Pentecostés. Todos los Apóstoles fueron bautizados en el único
Espíritu. El Espíritu y Jesús estarán ahí para siempre. Es la unidad
fundamental. Tenemos que restaurar la visibilidad de la unidad de la Iglesia,
pero su unidad ya está ahí.

Creo en la Iglesia, una y santa. No en la santidad de las personas, sino en la


unción y en la santidad del Espíritu en su Cuerpo. Cuando digo Santo Padre, y
así le hablaremos mañana al Papa, ¿quiere esto decir que él es un santo? Entre
nosotros, yo diría que sí, que lo es, pero no es esto lo que yo quiero expresar.
Creo en la santidad del Espíritu a través de instrumentos como el Papa y los
Obispos.

Y cuando digo: creo en la Iglesia universal, en la catolicidad de la Iglesia, es


porque su universalidad ya está ahí desde el primer día de Pentecostés, como
también estaba el símbolo del fuego y el de las lenguas.

Pienso que sería una verdadera gracia de este Congreso si llegáramos a


pronunciar la palabra Iglesia de una manera diferente, ahora y mañana, en el
sentido de que sólo el Espíritu Santo nos puede enseñar a decir este nombre
con profundidad, lo mismo que sabemos que sólo el Espíritu puede realmente
llamar a Dios Padre.

Sólo el Espíritu Santo puede decir en nosotros: Jesús, Tú eres mi Señor, Tú


eres mi salvador. Yo no puedo decir esto valiéndome de mi propia sabiduría
humana. Es el Espíritu Santo en ustedes y en mí. Cuando digo Jesús, es el
Espíritu Santo el que nos inspira e ilumina la imagen de Jesús, mostrándonos
su proximidad y bondad. Yo te doy gracias, Señor; con el Espíritu y en el
Espíritu.

Sólo el Espíritu puede decir María, porque ella estaba allí. Únicamente el
Espíritu puede penetrar en los misterios de Dios, y la Encarnación lo mismo
que la colaboración de María es algo que pertenece a las profundidades del
misterio de Dios. Sólo el Espíritu nos puede introducir en la profundidad de lo
que decimos al pronunciar la palabra María, y sólo el Espíritu nos puede
introducir en la palabra Iglesia porque la Iglesia es un misterio.

Hemos olvidado leer lo más importante del Vaticano II. Como ustedes saben,
la Lumen gentium, o Constitución Dogmática sobre la Iglesia, es el más
importante de todos los documentos del Concilio. En él se responde a la
primera pregunta: "¿quién decís vosotros que soy yo?". Es la pregunta
fundamental: ?"Iglesia. ¿Tú quién eres?". La primera palabra del capítulo
primero de la Lumen gentium nos habla del misterio de la Iglesia. No se habla
de la Iglesia como si fuera una estructura o una organización. Es un misterio,
el misterio de Dios, y en el misterio de Dios es donde encontraré el misterio
de Jesucristo que hoy me llega a mí y a todos de una forma sacramental. La
vida histórica de Jesucristo terminó al cabo de treinta y tres año, pero su vida
mística, su vida sacramental ahí está con nosotros: es el misterio y la realidad
sacramental de la Iglesia.

Es Jesús a quien encontramos en los sacramentos. Yo fui bautizado por tal o


cual sacerdote, pero en realidad fue Jesús el que me bautizó. Cuando me
acerco a un sacerdote para la reconciliación de los pecados, no es el sacerdote
el que me da el perdón. El me dirá: yo te perdono en el nombre de Jesucristo.

Podemos tomar cualquier sacramento y siempre es Jesús el que bautiza por el


ministerio de sus ministros ordenados, el que confirma por el ministerio de sus
Obispos, el que sana en el sacramento de los enfermos, el que reconcilia en el
sacramento de la reconciliación, el que está allí uniendo esposo y esposa, el
que actuó allí el día en que fuimos ordenados para continuar su misión a
través de su Espíritu enviado a nosotros.

Es así como vemos la Iglesia en la continuidad del misterio de la Encarnación


y en la visibilidad de los sacramentos. En ella encontramos a Jesús nuestro
Salvador. No podemos perder este encuentro. Es vital el misterio de Jesús en
su cuerpo que es la Iglesia y el misterio del Espíritu presente en la Iglesia.

Hablando con propiedad podemos decir que el Espíritu Santo no es una parte
de la Iglesia. Tampoco podemos presentar dos dimensiones de la Iglesia, la
institucional y la carismática. Esta es una visión muy pobre y no es la realidad.
La realidad es que la totalidad de la Iglesia es carismática en todos sus
aspectos. Tenemos cierta dificultad para ver esto porque pensamos que lo
carismático y la estructura son dos cosas distintas. Pero no es así. En lo
institucional tenemos esencialmente la sacramentalidad, y cada uno de los
sacramentos está lleno del Espíritu Santo. De esto deberíamos ser siempre
muy conscientes.

Recordando mi propia historia veo que primero fui ordenado como diácono.
¿Qué me dijo la Iglesia, mi Obispo, cuando ante él me arrodillé y fui hecho
diácono? Unas palabras un tanto extrañas: Recibe el Espíritu Santo para
fortalecerte y para luchar contra el poder de las tinieblas. Y cuando fui hecho
sacerdote mi Obispo me dijo: Recibe el Espíritu Santo, a quien perdones los
pecados en mi nombre le serán perdonados. Y cuando fui hecho Obispo, los
Obispos consagrantes dijeron: Recibe el Espíritu Santo. Hay una unción del
Espíritu en el ministerio sacramental de la ordenación.

No deberíamos hablar diciendo "esto es institucional" o "nosotros somos


carismáticos". Todos somos carismáticos. El Espíritu lo llena todo. Es como si
dijera que este dedo no está animado por mi alma, o que parte de mi cuerpo
está animada y la otra no. Mi alma anima todo el cuerpo en todos los aspectos.
Así es la Iglesia y ésta es la Iglesia de mi fe.
Creo que una vez que veamos esto a la luz del Espíritu, todo va a ser mucho
más fácil.

Respecto a la presencia del Espíritu en la Iglesia me gustaría recalcar el hecho


de que el Espíritu Santo no vino como una visión ya cuando Jesús había
establecido su Iglesia. El Espíritu Santo es parte de la estructura de la Iglesia.
No de la organización, que con el tiempo puede cambiar, lo mismo que puede
cambiar la ley canónica, pues todo se puede organizar de forma distinta. Es
posible introducir diversos cambios y que todo sea distinto para el mundo de
oriente y para el mundo latino: todo esto no es más que organización. Pero el
Espíritu está dentro de la estructura. No es un aditivo, como si tuviéramos un
coche al que se le acaba el carburante y el Espíritu tuviera que empujar. El es
parte de la realidad total y está en todas partes.

Si entendemos esto, no hay posibilidad de oposición entre una iglesia


institucional y una iglesia carismática. Esta oposición no existe. Todos
estamos juntos en una realidad carismática por el poder del Espíritu de Dios, y
esto es lo que hemos de cumplir en nuestra acción.

B) SUPLICA A LOS OBISPOS Y SACERDOTES QUE NO ESTAN EN


LA RENOVACION CARISMATICA

Mis palabras serán ahora para los Obispos, sacerdotes y diáconos que no se
hallan aquí presentes. Ellos forman parte del ministerio ordenado, ya que
recibieron el Espíritu Santo. Y siento el gran gozo de que se introduzca en la
Iglesia el diaconado permanente porque es una realidad sacramental.

Mi mensaje es doble: va dirigido primeramente a la parte invisible de


Obispos, sacerdotes y diáconos que no están aquí, a los que desde lo más
profundo de mi corazón quisiera presentar una súplica pidiéndoles tres cosas:
Reconozcan la Renovación, integren la Renovación, eviten ciertas cosas. Pero
también hablo para los líderes que se encuentran aquí, a los cuales pido lo
mismo, pero desde el otro lado.

1.- Mi gran sufrimiento es cómo convencer a nuestros Obispos y sacerdotes.


No a todos afortunadamente, pero tenemos que ser muy realistas: muchos no
ven lo que está sucediendo en la Renovación Carismática.

Mi primera petición es: por favor, reconozcan la visitación del Señor. Hay una
visita del Señor, una gracia dada a la Iglesia y al mundo de hoy en esta
Renovación, renovación extraña porque surge de la nada de una forma muy
inesperada y de América precisamente. ¿Cómo explicar esto? Yo no me lo
explico, también me sorprende a mí. Pero por favor reconozcan el gran don
que el Señor nos está dando.
Todo el mundo habla de los signos de los tiempos. No busquen solamente los
signos de los tiempos en el mundo. Búsquenlos también en las estrellas de los
cielos, pues hay algo, una gracia extraordinaria que viene a renovar a la
Iglesia desde dentro, sin que pretenda tener el monopolio de ningún tipo, ya
que todos somos carismáticos.

Esto es muy importante. No somos un pueblo especial, sino cristianos


normales. Naturalmente se utiliza la palabra carismática porque de alguna
forma se ha de caracterizar esta renovación. Es lo mismo que cuando se
pregunta ¿Sois de la compañía de Jesús? ¿Sois jesuitas? Podemos responder:
todos somos de la compañía de Jesús, aunque ellos han tomado el título.

Obispos, traten de abrir la mente y el corazón a las sorpresas del Espíritu


Santo. Es sorpresa porque no es la forma normal. Cuando el Espíritu sopla
escuchen, dejen que el Espíritu sople. Recuerden al Papa Juan XXIII cuando
oró por un Nuevo Pentecostés. El Vaticano II fue el comienzo de este Nuevo
Pentecostés y creo que la Renovación Carismática es una continuación del
Concilio. ¿Qué pasará dentro de veinte años? De momento yo veo un
movimiento muy grande del Espíritu.

Obispos, por favor, no vean la Renovación Carismática como un movimiento


cualquiera, sino como un movimiento del Espíritu. No pierdan el tiempo para
ver dónde se sitúa y se pone o cómo encaja dentro de sus planes. Olviden sus
planes y dejen que el Espíritu los inspire.

Les contaré un hecho gracioso. Me cuesta un poco, pero lo diré en acto de


humildad. Dos años antes de que llegara a ser el Papa Juan Pablo I me
encontré con él en cierta ocasión en Roma y me dijo: ''He leído el libro ¿Un
Nuevo Pentecostés?". Le contesté: "Se lo vaya enviar con una condición: que
no me responda diciendo 'he recibido su libro y es muy interesante, ya lo leeré
algún día...” Por favor, déme su reacción o de lo contrario no se lo enviaré".
El era entonces Patriarca de Venecia, y unas semanas más tarde después de
recibir el libro me escribió una carta muy divertida en la que comenzaba
diciendo: "He leído su libro y estoy en completo desacuerdo con lo que dice
en tal página y en tal línea". Miré a ver qué era y decía: “Me expreso muy
mal". Y seguía diciendo: "Usted se expresa muy bien. Yo creía que conocía
los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de San Pablo. Pero después de leer lo
que significa la Renovación Pentecostal, después de leer este libro, creo que
ahora leo los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas con ojos nuevos".

Queridos Obispos, crean en esto, es Pentecostés, es lo que sucedió al


comienzo de la Iglesia. No hay razón para que esto sólo sucediera al principio,
lo esperemos o no lo esperemos. Yo tampoco lo esperaba. En el Vaticano II
tuve un discurso en favor de los carismas y nunca pude suponer que unos años
más tarde llegara a ser una cosa tan fuerte.
Esta es, pues, mi súplica a los Obispos: Sepan que el Señor está haciendo algo
muy importante para la Iglesia. Estén abiertos a ello.

2.- Segundo paso: Presten su colaboración para integrar la Renovación en la


vida sacramental. La Renovación ofrece maravillosas oportunidades para que
cada uno de los sacramentos adquiera nueva vida.

Tomen cada uno de los sacramentos. Hemos sido bautizados y confirmados al


principio, pero el cristiano de hoy sólo puede seguir siendo cristiano si
encuentra a Jesús de una forma viva. No se trata de algo nuevo, sino de algo
renovado. Tenemos que ver cómo el Bautismo en el Espíritu -o cualquier otro
nombre que le queramos dar: esa realidad o esa experiencia del Espíritu-
puede aportar una gran vida a los sacramentos del Bautismo y de la
Confirmación que son el principio y raíz de la vida sacramental.

Piensen en la Liturgia del Sábado Santo. Hay un diálogo entre el celebrante y


los fieles a los que se les pide que renueven los compromisos bautismales y
ellos responden "Sí, renovamos". La Renovación puede ofrecer a esta vida
una profundidad y complementariedad de la fe. Necesitamos ambas cosas.

Miremos nuestra propia vida. Yo veo cómo ha cambiado mi manera de actuar


en los sacramentos. Antes, cuando tenía que visitar a un enfermo, solía decir:
"Anímate, amigo, yo oraré por ti..." Y esto era todo lo que hacía. Pero ahora
cuando visito a algún sacerdote enfermo o tengo que dar el sacramento de la
unción, me acompañan otros sacerdotes o un grupo de laicos y ellos oran
conmigo, y entonces hay algo que cobra nueva vida. De seguro que habrá
lágrimas en los ojos, porque esa es la vida, pero el sacramento es siempre el
sacramento y no podemos negar la realidad de esta complementariedad.

Si tenemos esta posibilidad de aportar sangre nueva a la vida sacramental,


¿por qué no integrar esto en profundidad en la formación de los sacerdotes?
En todo ello hay una oportunidad de Dios.

3.- Diría también humildemente a mis queridos hermanos, Obispos y


sacerdotes: no juzguen la Renovación Carismática por algunas personas quizá
no muy equilibradas.

Nunca fui a una iglesia, aun antes de que existieran los carismáticos, en la que
no hallara personas que daban sus mensajes morbosos como si fueran del
Señor. Si algún día se encuentran con personas de este tipo, pues las hay por
todas partes y son debilidades humanas, no juzguen la Renovación
Carismática ni tampoco un grupo cualquiera por estas pequeñas cosas.
Sabemos que la debilidad humana es la debilidad humana.
No sean demasiado prudentes. Esto me recuerda la charla que di en Turín hace
unos años. Estaba diciendo que los Obispos eran muy prudentes y junto a mí
estaba el Cardenal Pellegrino. Entonces añadí: ''Todos los Obispos son
demasiado prudentes menos vuestro Obispo ", y todos aplaudieron.
Estén dispuestos a dar cierta posibilidad incluso a los errores y no subrayen
sólo la prudencia.

C) SUPLICA A LOS LIDERES DE LA RENOVACION


CARISMATICA

Debo hablar ahora a los líderes carismáticos después de la súplica que hice al
principio para ver la Iglesia como el misterio de Jesucristo y el misterio del
Espíritu Santo y que fuera entendido por todos. Les diría lo mismo que dije a
los Obispos y a los sacerdotes: Reconozcan, integren y mediten.

1- Reconozcan la realidad carismática que hay en la vida sacramental de la


Iglesia. Reconozcan al Espíritu Santo en su Obispo, en sus sacerdotes y
diáconos. Reconozcan lo que dice el Credo: "Creo en la Iglesia, que es una,
santa, católica y apostólica”-. Oigan esta palabra.

Jesús fue enviado por el Padre y después dijo a los Apóstoles: ''Como el Padre
me envió, yo también os envío" (Jn 20. 21). Y desde aquel momento la Iglesia
es apostólica, lo cual quiere decir que los líderes de la Iglesia son puestos por
el Señor en una dimensión sacramental. Hay una unción dada por el Señor. El
Obispo está ungido por el Espíritu Santo, los sacerdotes, lo mismo que el
diácono, también recibieron esta unción del Espíritu en una
complementariedad de este ministerio.

Reconozcan al Espíritu Santo y no miren a su Obispo, sacerdotes y diáconos


como personas a las que tienen miedo porque son más o menos juristas, de
esta forma o de aquella. Vayan siempre a ellos con espíritu de fe. Llamen a la
puerta del Obispo con fe y si dice que no a lo que ustedes pidan vuelvan a
llamar. El Señor dice: "Llamad y se os abrirá" (Mt 7, 7), pero no dice cuántas
veces tenemos que llamar. No se trata de ir a convencer a un sacerdote u
obispo, sino de ofrecer una oportunidad, de traducir el amor de Dios y poder
hacer humildemente un servicio. Hinquen la rodilla a los pies de su hermano,
pues la humildad es la llave que abre las puertas.

Cuando empezó la Renovación Carismática en los Estados Unidos uno de los


Obispos dijo a los carismáticos: "No acepto que oren en lenguas". ¿Qué
hicieron? Obedecieron. Al cabo de tres meses estaba tan sorprendido de
aquella gente tan obediente, que les dijo: "Está bien, sigan como antes, y
obren en espíritu de fe",
No creemos lo suficiente, pero es muy importante cuando se obra con espíritu
de fe. Puede haber algo totalmente humano, pero ésta no es la forma como
creo se ha de reconocer al Espíritu en los Obispos y en su dirección, pues han
sido nombrados para esto.

Yo diría "Obispos" en plural, porque la Iglesia no es sólo el Papa, y tu Obispo


no representa al Papa. La Iglesia es una comunión de iglesias alrededor de la
iglesia madre de Roma, de la iglesia de Pedro y de Pablo. El Papa está allí
para confirmar a los hermanos en la fe. El Obispo en cada diócesis no
representa al Papa. En su debilidad humana representa a Jesús para ustedes.

Esta es la realidad. El es el que preside la Eucaristía y puede autorizar para


que se celebre. Esto tiene que hacerse por los sacerdotes porque él ha de
autentificar y ser fiel a las palabras del Señor Haced esto en memoria mía. No
se pueden hacer las cosas de cualquier modo sino en forma determinada y en
conexión con el pasado. Para esto se da la jurisdicción. Antiguamente cuando
un sacerdote tenía que predicar en presencia del Obispo debía arrodillarse ante
él para que le diera la misión, es decir, para autentificar su misión.

Pueden equivocarse, incluso el Papa se puede equivocar alguna vez, pero se


ha de obedecer no porque sea una persona infalible, sino porque el Señor lo
nombró para eso, y para ello fue ungido. Los errores son humanos. Cualquier
Obispo puede cometer errores.

Reconozcan al Espíritu Santo allí donde ha sido enviado. "Como el Padre me


envió, yo os envío" (Jn 20. 21). Recuerden las palabras del Señor en el último
momento cuando dijo a los Apóstoles que no se ausentasen de Jerusalén sino
que aguardasen la Promesa del Padre y que recibirían la fuerza del Espíritu
Santo que vendría sobre ellos para ser testigos hasta los confines de la tierra
(Hch l. 4-8). El les cubrirá a ellos, pobres hombres, al Papa, a los Obispos, a
los sacerdotes. ¿Son fieles? Esto es problema de ellos, nosotros somos fieles al
Señor yendo en Espíritu a ellos.

2.- El segundo deber, después de reconocer al Espíritu Santo en la Iglesia, es


integrar la Renovación en la vida sacramental.
Un teólogo americano escribió hace diez años que una de las tareas por hacer
en la Renovación Carismática es integrar la experiencia carismática a los
sacramentos. Pues bien, esta integración hay que hacerla por ambas partes.
Deben encontrarse las aguas de ambas procedencias. Para que la vida
sacramental adquiera mayor vitalidad debe ir unida también la experiencia de
la vida.

Podemos ver cómo realizar esta integración. Tomemos, por ejemplo, el


Bautismo en el Espíritu Santo. Al principio me sentía un tanto turbado, pues
solía oír a los carismáticos decir: "Hace tres años que fui bautizado". Yo les
preguntaba: "¿Es que no habías sido bautizado antes?". "Ah, sí, pero....”
Debes reconocer que eres cristiano desde el primer día de tu bautismo. No
digas que has sido bautizado después. Di que has tomado una nueva
conciencia de tu Bautismo.

Si les puedo pedir algo, será esto: que respeten el significado de las palabras y
no se hable en sentido vago.

Otro ejemplo es el sacramento de la Reconciliación que está en la Biblia:


"Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados" (St 5,16). Pero no
olvidemos que el Señor dio explícitamente el poder para absolver los pecados
a los sacerdotes. Pongan juntas ambas cosas. Yo sueño en que llegue el día en
que el sacramento penitencial se celebre no solo con el sacerdote, sino con el
grupo en torno a él, con todo el pueblo de Dios orando juntos.

Hay que integrar todos los aspectos de la vida cristiana en la vida de la Iglesia.
Otro ejemplo puede ser la lectura de la Biblia. Por supuesto que podemos
abrirla por cualquier página y leer. Siempre podemos hacerla y siempre nos
hablará. Pero la Iglesia nos abre cada día la Biblia y nos da esta lectura del
Evangelio o aquel pasaje del Antiguo Testamento. Es un mensaje que la santa
madre Iglesia nos quiere dar a los hijos y nos dice: ¿queréis compartir el pan
de la palabra y el pan de la vida? Sí, cierto, compartimos si damos prioridad a
la Palabra de Dios que nos habla en el Evangelio de cada día. Es una palabra
del Señor para mí en el día de hoy, y creo que el Señor me dirá algo a través
de estos textos sagrados de la liturgia.

A veces me he sentido un poco incómodo en algunas reuniones en las que se


oía Aleluya desde el principio del año hasta el final, incluso en Viernes Santo.
Por supuesto que se puede cantar Aleluya en Viernes Santo, no hay objeción
esencial en contra. Pero hay que hacer una integración en la vida litúrgica de
la Iglesia. Si ustedes desean reformarse y renovarse, nos dice la Iglesia,
vengan a mí y sigan el Año Litúrgico, yo tengo primero un tiempo de
Adviento para fomentar la esperanza en el Señor, después seguiremos a Jesús
en el camino a lo largo de la Cuaresma, y después les daré Pascua y
Pentecostés, síganlos.

Tenemos un ritmo litúrgico y es preciso entrar en él. Es importante que lo


comprendamos y lo hagamos. Por tanto, reconozcan la renovación en ambas
partes y las integren. Para abreviarlo y hacerlo más fácil tienen ahora en tres
volúmenes todas las afirmaciones y pronunciamientos de la Iglesia sobre la
Renovación.

D) TEMORES DE LOS OBISPOS


Veamos lo que podemos llamar temores de los Obispos sobre la Renovación.
Advertiremos que casi siempre se enuncian los mismos: cuidado con esto,
cuidado con aquello o con lo de más allá.

Esto es como las luces rojas que encontramos en la carretera. Las necesitamos,
no para evitar la posibilidad de seguir las luces verdes ni para impedirnos
caminar, sino para reducir la velocidad en algunos momentos.

Es importante que los periódicos y revistas de la Renovación se asuman estas


críticas, no como ataques, sino como invitaciones para ver que hay cosas que
se pueden cambiar.

Por ejemplo, no pongamos toda nuestra atención en los dones extraordinarios,


los cuales son excepcionales. No voy a entrar ahora en este análisis.
Solamente quiero decir a los líderes que tomen estas palabras en serio. No
miren las líneas que les agradan sino las que les desagradan.

Siempre ocurre lo mismo. Cuando el Papa publica una Encíclica la gente se


fija más en las cosas que le favorecen, y omite aquellas que no les conviene.
Si el Papa dice que se hable sobre liberación, en Brasil, o en cualquier parte
del mundo, buscamos lo que nos gustaría leer allí. Pero hemos de
acostumbrarnos también a leer aquello que nos desagrada. Evitemos, por
tanto, omitir esas líneas de los pronunciamientos de la Iglesia y leámoslas
completas.

Tengamos también cuidado con algunos sectores delicados. No deseo entrar


en detalles, pero quisiera mencionar lo que se ve en algunas partes del mundo,
por ejemplo "el descanso en el Espíritu". Un Obispo se puede preguntar: ¿qué
es eso del descanso en el Espíritu? ¿Qué decir sobre ello? Sin entrar en
pormenores, no llamemos a esto intervención directa del Espíritu Santo ni lo
tomemos por milagro. Dejemos a la prudencia del Obispo el discernirlo.

Lo mismo diría del ministerio de liberación. Debemos afirmar la existencia


del demonio, y cuando oramos por liberación "Padre nuestro que estás en los
cielos ... líbranos del mal", este tipo de oración de liberación no tiene
problemas. Pero el interpelar al demonio mediante el exorcismo trae muchos
problemas. Pidan permiso al Obispo, no tengan miedo de hablarle, no le
oculten nada y déjenlo a su prudencia y orientación. Creo que un día esto será
para toda la Iglesia, pero mientras tanto tengan sumo cuidado.

Podríamos seguir, pero tenemos que trabajar por ambas partes para conseguir
la integración en la única Iglesia carismática.

E) ESPERANZA EN LA UNIDAD VISIBLE


Ya que están aquí nuestros amigos de las Iglesias no católicas, con las que
estamos en comunión en el Espíritu Santo, creo que en la Renovación
Carismática hay una esperanza de que pueda llegar a realizarse un día la
unidad visible de la Iglesia antes del año 2.000. Compartir todo lo que
tenemos en común, la comunidad del amor en el único Espíritu, es algo que
nos llena de esperanza.

Sugiero que en alguna conversación con los representantes de las Iglesias nos
preguntemos si podemos celebrar juntos Pentecostés u orar en común durante
la semana de Pentecostés para preparar el día en que volvamos al Cenáculo de
Jerusalén de donde salimos.

En cierta ocasión me preguntó un sacerdote: "¿Dónde celebraría su


aniversario?". "Creo que el mejor lugar para celebrar mi aniversario sería
Jerusalén, en el Cenáculo", le respondí. Entonces pensé que podía ir con
algunos amigos a aquel lugar en el día de Pentecostés. Hablé con algunos, y
por fin allí nos encontramos unos cincuenta y dos, de los que tres cuartas
partes no eran católicos. Allí estuvimos juntos cerca del Cenáculo para
amarnos y orar unidos unos por otros. Es una acción simbólica por la que
volvemos.

Quizá conozcan los versos de Eliot: ?No cesaremos de explorar. Y el final de


toda exploración será llegar al punto de donde habíamos comenzado, ver el
lugar de la primera vez.

Comenzamos en aquel Cenáculo con la Iglesia apostólica, con María, unidos


no más de veinte personas. Ahora tenemos frente a nosotros una Iglesia que es
una, santa, católica y apostólica. Miremos y llevemos esta visión del pasado al
futuro y consigamos que Renovación Carismática nos renueve diariamente.

El sueño de los sueños debería ser que la Renovación Carismática


desapareciera un día porque todas las iglesias fueran carismáticas. Llevar la
conciencia de esta unidad a todos los hermanos será algo maravilloso. Yo les
agradezco su fe y su esperanza. Amén.

LA MUJER EN LA IGLESIA
Por María Olga de Serna

Seminario dado en la IV Conferencia Internacional de Dirigentes de la R.C.


Roma, 6 de Mayo de 1981. Cf, también "Fuego" núm. 54, págs. 4-5.
Calculo que en Colombia la Renovación Carismática Católica cuenta con
alrededor de tres mujeres por cada hombre. Se podrá pensar que esto se debe a
que la mujer ha sido siempre la mejor amiga que la religión ha tenido, aunque
el que tal piense, sabrá que la religión no ha sido la mejor amiga de la mujer.
A pesar de todo, la mujer nunca ha dejado de acercarse a Dios, porque nunca
le ha tenido miedo.

En líneas generales podemos decir que las mujeres somos la mitad de la


Iglesia y que tenemos la oportunidad de educar a la otra mitad, pero la verdad
es que no sólo vemos una desproporción en la Renovación Carismática, sino
también en la misa dominical. El 75 por cien son mujeres. ¿Por qué nosotras
seguimos asistiendo a la misa y la otra mitad se margina de ella? No lo sé. Sin
embargo debo agregar que esta cantidad de "hijas de Abraham" que congrega
una parroquia, forman una masa inactiva, espectadora y sin ninguna
influencia. Ni siquiera es eficiente en la evangelización de su propia familia.
Esto continuará así a menos que estudiemos a la luz del Evangelio qué es lo
que hacía Jesús para movilizar a las mujeres.

JESÚS Y LA MUJER

El nunca las consideró ciudadanas de segunda categoría. Nunca pensó en


gobernarlas. Nunca implantó su masculinidad frente a ellas. Para El, las
mujeres tenían la misma dignidad y la misma responsabilidad ante el Padre
celestial y ante la humanidad. En esto Jesús fue un revolucionario.

El sabía que si una mujer tenía la oportunidad de contemplarlo resucitado,


tendría al día siguiente un grupo de oración con los apóstoles. Mujer que lo
contemplara, mujer que se volvía misionera. Sabía que a la mujer le fascina
servir y, por eso, si alguna dificultad se lo estaba impidiendo, El se la quitaba.
Jamás se sintió impuro porque una mujer le tocara la túnica. Se desviaba de su
camino si tenía que resucitar a una niña. Decía que para seguirlo, no sólo el
hombre debía renunciar a los lazos familiares, sino que la mujer también debía
hacerlo.

Leemos que las mujeres lo seguían de pueblo en pueblo y seguramente las


más pudientes lo vestían. Una túnica sin costuras era algo muy costoso en ese
tiempo. La verdad es que la mujer jamás lo ha abandonado, así le haya tocado
quedarse lejos a mirar cómo los hombres acababan con El.

LA MUJER HOY

Hoy las mujeres no podemos quedarnos lejos mirando cómo el mundo está
haciendo desaparecer sistemáticamente a Jesús. Creo que las mujeres no
estamos actuando en las parroquias, porque desde hace mucho tiempo se nos
viene tratando como seres a medio fabricar. El hombre ha estado repudiando a
la mujer desde tiempos inmemoriales. El Señor fue muy claro con nosotros
cuando nos dijo que "al principio no fue así, pero por la dureza del corazón de
los hombres, se habían permitido ciertas cosas". Puebla, apoyándose en el
texto del Génesis: "Creó Dios al ser humano, a imagen suya, a imagen de Dios
lo creó hombre y mujer lo creó", afirma que la tarea de dominar al mundo, de
continuar con la obra de la creación, de ser con Dios co-creadores corresponde
tanto a la mujer como al hombre. Desde la creación, pues, se nos presenta en
la pareja la igualdad conjuntamente con la diferencia. El pasaje no dice que
todos deban casarse. Dice que para que el hombre alcance la plenitud del ser
que es la imagen de Dios, tendrá que hacerla con la mujer y viceversa. Sean
célibes o no. Mi experiencia ha sido que muy pocas mujeres entienden esta
igualdad en la creación de Dios y que sólo esas pocas son capaces de aceptar
la diferencia, diferencia que el mundo trata de borrar. La mujer, muchas veces
no ve que la condición para someter la tierra es labor conjunta con el varón, y
es por eso que muchas se retiran de la lucha, porque creen que el hombre solo,
sin la mujer, puede alcanzar la plenitud del género humano. Pero solo no la
alcanzará, a pesar de estar mejor situado que la mujer en la sociedad de hoy.
Si nos fijamos en la historia, veremos que la mujer hace su aparición en
momentos de necesidad, cuando el hombre no ha podido hacer frente a las
demandas que se acumulan sobre él. Debe ser por eso que Puebla dice que la
aparición de la mujer es "signo de los tiempos". Hoy todo está convulsionado,
todo es caos. Nadie puede decir que al menos en su pueblo las cosas marchen
bien.

Yo les diría a los Josés de hoy (los maridos de las mujeres carismáticas) que
no teman recibir a la mujer, porque lo que hay en ellas viene del Espíritu
Santo, y es salvífico. Lo mismo les diría a los jerarcas, si ellos me lo
permitieran. Nunca olvidemos que Dios escogió a una mujer para devolver al
ser humano la armonía en que debe vivir con su creador. La mujer cuando
aparece, llega en ayuda del hombre. Toda ayuda, toda colaboración femenina
forma parte del plan de Dios.

A la mujer, le hablo de la mujer por tratar de que entiendan esta igualdad, les
pido que colaboremos en la salvación del mundo, les ruego que perdonen a los
hombres, y como prueba de este perdón insisto en que depongan las armas,
que abandonen sus sutiles venganzas, que prediquen claramente sin rodeos,
porque todo lo debemos hacer sin espadas y sin ejércitos, con el Espíritu Santo
de Dios. La verdad es que a la mujer no le resulta difícil identificar su función
con la del Espíritu Santo, con El que se llama Abogado y Consolador, que
viene a dar gloria a otro y que no habla de sí mismo. Me atrevo a decir que el
pecado contra el Espíritu Santo es similar al pecado contra la mujer. Querer
usarla, querer dominarla, malinterpretarla, silenciarla hasta no poder oír sus
gemidos. El Espíritu Santo es el amor maternal de Dios para los hombres, que
llama a nuestra puerta y no abrirle es un pecado imperdonable.
NO HAY HOMBE O MUJER

Hoy el Señor está haciendo una nueva humanidad en Cristo, donde no tiene
cabida ningún tipo de división, como las hay en el mundo: divisiones entre
inferiores y superiores, mejores o peores, fuertes o débiles, sometedores y
sometidos. Dice que en el mundo nuevo no existe la discriminación racial
porque allí no hay griegos ni judíos, dice que debemos acabar con las clases
sociales porque para El no hay libre ni esclavo y que tampoco hay hombre o
mujer, antagonismos éstos, típicos de una humanidad caída. Hoy el Señor
Dios quiere hacernos uno solo en su Hijo, para que el mundo crea. Los
cristianos lo decimos pero no damos testimonio de esta nueva humanidad que
El quiere ver encarnada en nosotros.

La Iglesia ha luchado por acabar con la discriminación racial y con las


diferencias de clases, pero hemos luchado muy poco para acabar con el
antagonismo entre los sexos. Al menos las mujeres no vemos nada en este
campo. Es increíble que el mundo nos esté dando ejemplo, a nosotros que
hemos sido llamados por Dios para dar testimonio de la verdad. Hoy todo lo
que se está haciendo, es por fuera de la Iglesia, con el consiguiente riesgo que
tiene el dejar que sea el mundo quien abra caminos sobre un tema tan
fundamental.

La injusticia, todos la vemos, es grande: madres que deben prostituirse con sus
maridos para conseguir de ellos algún dinero con que alimentar a los hijos,
esposas golpeadas, madres abandonadas, niños que no van a la escuela porque
el padre decide que deben trabajar sin que la madre pueda oponerse. No tengo
que seguir enumerando casos, pero sí quiero decir que la Iglesia no se está
comportando a este respecto, en la práctica, como Madre y Maestra. Todo lo
que la mujer oye es un "ten paciencia, ofréceselo a Dios como sacrificio". A
Dios no se le ofrecen sacrificios manchados de injusticia. De estas cosas hay
que arrepentirse, pedir perdón y clamar pidiendo misericordia.

Hoy la juventud femenina no quiere casarse ante la Iglesia. Si se casan no


quieren tener hijos y si los tienen los ponen en guarderías para que otros los
críen. Ellas se van a trabajar porque han visto que la mujer que obtiene su
independencia económica no es maltratada. El número de hijos naturales es
altísimo y aunque la mujer diga que fue engañada, en muchos casos ella lo
quiso así para no tener que hacerse cargo de un marido.

LA R.C. Y LA MUJER

La Renovación Carismática llegó como un bálsamo para la mujer. Dentro de


ella ha podido comprobar que Dios la ama, que no la ha abandonado, que no
está sola y que con el poder del Espíritu ella puede contribuir para que las
nuevas generaciones sean más justas, más acordes con el plan de Dios para el
ser humano. Ha podido aprender a expresar la sabiduría de Dios, no sólo en
los grupos de oración, sino dentro de su hogar. Ha podido aprender a
compartir con los demás y a recibir el consuelo del Señor. Ha aprendido a
evangelizar y de ahí la gran afluencia femenina.

Tarde o temprano la Iglesia tendrá que recibir a esta mujer, tal cual ella es, tal
cual Dios la está redimiendo, sin tratar de hacer de ella un hombre. No somos
reproducciones; para eso habría bastado con que el Señor hubiera puesto un
espejo frente a Adán y le hubiera dicho: ''Hijo, cada vez que te sientas solo,
mírate".

No sé si en la Iglesia es la hora de que los hombres se saquen un ojo o se


corten una mano, como dice el Evangelio, pero sí sé que no podrá continuar
ignorando a la mujer o postergando la solución a su discriminación.

En la Renovación Carismática, y como miembros de la Iglesia, estamos


llamados a defender a la mujer, haciendo pública cualquier injusticia en este
campo, hasta llegar por la ayuda de Dios a restaurar la creación original: el ser
humano, hombre y mujer, portadores de la imagen de Dios en este planeta.
Si nos llamamos cristianos es porque Cristo habita en nosotros, y a Cristo
nunca se le oyó ni se le vio una actitud de desprecio cuando estaba con una
mujer. Muy por el contrario, todo en El era afable y nunca vimos que una
mujer se sintiera en peligro de ser tratada despóticamente por El. La mujer
samaritana habló con El y salió a evangelizar sin dejarle esa labor al hombre
con quien vivía. María Magdalena lo vio resucitado y corrió a anunciarlo a los
apóstoles, y María la Virgen Madre, se apresuró a visitar a Isabel y a cantar
las alabanzas del Creador, y más tarde a buscar al niño, en compañía de José.

Las últimas palabras de Cristo para nosotras fueron: "Hijas de Jerusalén, no


lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos". Me
pregunto ¿hasta cuándo tendremos que seguir llorando?

Seamos realistas, aceptemos que no estamos viviendo en el primer siglo de la


Iglesia. No veo razón para mantener el "status quo" reflejado en la Iglesia del
primer siglo, como si su ejemplo fuera a establecer normas rectoras para todos
los tiempos y lugares.(1) Yo creo que debemos abogar más bien por los
principios liberadores de que habla el Nuevo Testamento para alcanzar así el
ideal de una humanidad redimida por Cristo. Por otra parte, me parece que si
tratamos de insistir en la relación hombre-mujer propia del primer siglo,
deberíamos restituir la esclavitud. No olvidemos que cuando el hombre se
separa de su creador se enseñorea de la mujer y que cuando ésta decide
abandonar a Dios, su único pensamiento es su marido y cómo dominarlo.
Reflejemos pues la imagen de Dios. La humanidad es hombre-mujer y esta
relación de los dos entre sí, es por el Espíritu Santo. Incluyendo al Espíritu de
Dios es como seremos imagen de la Trinidad.
(1) Nota de la Redacción:
Sobre el sentido de algunos textos antifeministas del N. T. cf KOINONIA núm.
12, p. 5. Se trata de interpolaciones del siglo II, no del pensamiento de la
Iglesia primitiva.

LA DIMENSIÓN HORIZONTAL DE LA
R.C.
Por Mons. Carlos Talavera,
Obispo Auxiliar de México Ciudad

Conferencia pronunciada en el IV Congreso Internacional de Líderes en


Roma

Hemos de partir de este pensamiento fundamental que, es la frase de san


Pablo: "A quien no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros para
que viniésemos a ser justicia de Dios" (2 Co. 5, 21). Somos justicia de Dios en
Cristo Jesús, porque Jesús es la plenitud de la justicia.

La redención del mundo, este misterio tremendo del amor en el que la


creación es renovada, es, en su más profunda raíz, la plenitud de la justicia en
un corazón humano, el corazón del Hijo primogénito, para que pueda hacerse
justicia en los corazones de muchos hombres, que precisamente en este Hijo
primogénito han sido predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios,
llamados a la gracia y a ahora, llamados al amor. Habrá, pues, que regocijarse
y creer que somos justicia de Dios, porque nuestra justicia es Jesús, en quien
creemos. Esta justicia de Dios que somos, la mejor manera de creerla es
vivirla.

GRATUIDAD Y HUMILDAD

Veamos cómo se fundamentan estas relaciones de justicia. Parten de esta


verdad: No tenemos justicia por nosotros mismos, sino que la recibimos de
Dios. La segunda verdad es que nuestro trato de justicia con los demás debe
basarse en el hecho que los demás también reciben y han de recibir en
abundancia la justicia del corazón mismo de Jesús. Por lo tanto, las relaciones
de justicia son siempre relaciones de humildad. No están en el plano de la
exigencia sino del servicio. No sentirnos superiores a los demás. Sentir a los
demás superiores a uno mismo. Y esto es justicia.
Al realizar en su ida lo que es justo, el hombre va haciendo presente a Dios en
su vida, en todas las circunstancias; así la paga de la justicia es la presencia de
Dios en nuestras vidas. Nuestras relaciones de justicia son siempre un reflejo
de las relaciones que Dios guarda con los hombres. El nos hace justos en
Cristo Jesús porque él es justo, porque nosotros necesitamos la justicia.

Dios hace justicia por encima de lo que son nuestras pobres y mezquinas
relaciones de justicia con nuestro prójimo. Nuestras relaciones son "yo te doy
y tú me das" y a esto le llamamos justicia. Dios da sin que nadie le haya dado,
"¿Quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa?" (Rm 11, 34). Así
el hombre redimido, aunque ha de tener en cuenta esas relaciones de justicia
conmutativa, ha de superar esas relaciones.
Nuestras relaciones de justicia han de dar el derecho a los demás, porque Dios
es justo. Y lo dan porque los demás necesitan justicia, no porque los demás
nos den nada. Por tanto, las relaciones de justicia siempre serán gratuitas y
esto es una característica de la vida de justicia.

LA CRUZ

Una tercera reflexión. El Padre eterno en su decisión de hacer justos a los


hombres no retrocede ante nada y llega, en un acto supremo de justicia, a
entregar a su Hijo a la muerte. La Cruz es necesaria para la justicia. Sin Cruz
no hay justicia. La Cruz, la Pasión y la Muerte de Jesús son el ejercicio
supremo de la justicia de Dios para con la humanidad. Es necesario completar
en nuestro cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo para hacer la justicia en el
mundo.

¿QUE ES LA JUSTICIA?

Dentro de todo esto quisiera entender la definición que nos da santo Tomás de
Aquino sobre la justicia: "Justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a
cada uno según su derecho". Esta voluntad perpetua no la podemos tener sin
la ayuda de Dios. La justicia siempre va acompañada de actitudes que son
necesarias para mantener esa perpetuidad y esa constancia. Implica la rectitud,
la prudencia, el amor, la mansedumbre, la paciencia. etc. Por eso santo Tomás
la llamaba una virtud general, porque abarca todos los actos de las virtudes.

En esta misma perspectiva hay que entender este "dar el derecho a cada uno".
El derecho es lo que Dios quiere para el hombre. ¿A qué cosa el hombre tiene
derecho? A lo que Dios ha querido para él. Al hombre le es debido lo que
Dios quiere que el hombre sea y el hombre tenga. ¿Qué se le debe al hombre?
El ser hombre. Ser hijo de Dios. Se le debe el perdón de los pecados, ser
santo, ser culto, estar unido a los demás, relacionarse con las cosas en santidad
y justicia. El ser una sociedad con los demás.
Le es debido también el uso de las cosas materiales para su realización como
hombre. Por tanto, dar a los demás lo que es necesario para ser hombre, ése es
el objeto de la justicia. Dar a los demás lo que los demás necesitan para ser
hombres. El hombre, dice el Papa Juan PabloII, en la plena verdad de su
existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social, este
hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento
de su misión. El es el camino primero y fundamental de la Iglesia. Camino
trazado por Cristo mismo. Vía inmutable que conduce a través del misterio de
la encarnación y de la redención.

La justicia es la virtud general que hace al hombre gratuito y en humildad. Por


tanto, no hay lleno del Espíritu Santo que no ame al hombre al que tanto ha
amado Dios, hasta dar a su propio Hijo.

Yo diría que uno de los criterios importantes para saber cuánto estamos llenos
del Espíritu es cuánto amamos al hombre al que el Padre ama, qué tanto
entregamos y disponemos libremente de nuestra vida para construir al hombre
al que el Padre le ha entregado a su propio Hijo.

Yo diría que es importante que estemos atentos a todo lo que construye al


hombre, y, por lo tanto, a todo lo que lo destruye. Este es un criterio de
discernimiento en nuestra vida de la voluntad de Dios sobre nuestra
existencia. ¿Qué cosa es lo que construye y qué cosa es lo que destruye al
hombre? Porque todo lo que es auténtico bien del hombre es camino de la
Iglesia, es camino trazado por Cristo Jesús. Todo el trabajo que se necesita
para construir realmente al hombre es trabajo de los hijos de Dios. Igualmente,
todo lo que amenaza al hombre y lo destruye procede del verdadero enemigo
del hombre, de aquel que por la falsedad busca dar muerte al hombre. Y el
cristiano se esfuerza en construir al hombre y en destruir las obras del
enemigo y apartar y neutralizar su influencia maligna.

EL BIEN DEL HOMBRE

¿En qué consiste el bien del hombre? El bien del hombre está en su dignidad.
Y la dignidad del hombre es Jesús. Sólo en Jesús se puede entender
completamente la dignidad del hombre, nos dijo el Concilio Vaticano II.
Jesús, que es imagen del Dios invisible, es también el hombre perfecto, el que
ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina perdida por el
pecado. En él la naturaleza humana, asumida, no absorbida, ha sido elevada a
dignidad sin igual. El Hijo de Dios en su encarnación se ha unido en cierto
modo con todo hombre, trabajó con sus manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, amó con corazón de hombre, nació de la Virgen
María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a
nosotros menos en el pecado. Justicia, por lo tanto, va a ser construir esa
dignidad humana.
Por eso hay que poner bien en claro que en cada caso, mediante un
discernimiento hecho con los sentimientos de Cristo Jesús, sintiendo como
Cristo, si lo que vive el hombre lo acerca más al modelo que tiene en Cristo
Jesús, si lo hace más consciente, más responsable, más libre, más unido a los
demás hombres. Si lo hace crecer en el amor y en respeto a los demás
hombres y a los demás pueblos, si lo une de manera orgánica en la sociedad y
en el Cuerpo de Cristo. Esta pregunta es clave corno punto de discernimiento
para nuestra propia vida y para la vida de los demás.

Si no respondemos correctamente a esta pregunta podemos estar muy fuera


del camino primero y fundamental de la Iglesia. ¿Construimos o no
construimos la sociedad humana? Lo que hago, lo que vivo, ¿construye la
dignidad humana en mí, la dignidad de Jesús en mi persona, en el grupo, en
los demás? Con esto que estamos queriendo hacer, ¿nos hacemos más
hombres, más Cristo, más como el Padre nos quiere? Cuando nos
relacionamos con los demás ¿estas relaciones los hacen más hombres, más
Cristo? Evidentemente que a la luz de esto no podemos seguir muchos
criterios mundanos.

Justicia también significará oponerse a todo lo que daña a esa dignidad, a toda
esa falsedad con la que se pretende hacer vivir al hombre, a todos los modos y
formas de vida que destruyen la dignidad humana. Con mucha lealtad hemos
de ver en nuestra propia existencia si seguimos los modos y formas de vida
que construyen la dignidad humana)a de Cristo en nuestra vida o si seguimos
otras. También a la luz de esta reflexión se tendrá que revisar lo que algunos
hacen como acción social. Sólo lo que construye al hombre, lo que le hace
consciente, responsable y libre, sólo lo que construye en él el amor, sólo lo
que lo organiza dentro de la sociedad, sólo eso construye la dignidad humana;
lo demás, aunque se llame acción social, no merece tal nombre: es una manera
de destruir el hombre.

ASUMIR NO ABSORBER

Decíamos que nuestro Señor asumió, no absorbió nuestra naturaleza. Y a


veces, nosotros queremos absorber a los pobres y traerlos a nosotros. Eso no.
El pobre ha de ser lo que el Padre quiere que sea y yo he de ponerme a su
servicio. Al servicio de lo que el Padre quiere que él sea, no hacerla a mi
semejanza. Lejos de mí pensar que yo soy el hombre o la dignidad del
hombre. Ese es Jesús, no soy yo.

Algunas acciones asistenciales, cuando se prolongan demasiado o se


convierten en el modo normal de ayudar a los demás, minan la dignidad
humana, disminuyen la responsabilidad, quitan la libertad, impiden el
desarrollo de todas las capacidades que Dios quiere desarrollar en cada uno de
nosotros. Y esto es un obstáculo muy serio a la voluntad del Padre, es un serio
oponerse a la voluntad de Dios. Es una manera de destruir al hombre. O,
diciéndolo en otro lenguaje, es un modo de dominación. Y la dominación no
es de Dios.

¿Dónde se encuentra el verdadero bien del hombre? Se encuentra en sus


relaciones. Sus relaciones básicas son con Dios, con los hombres y con las
cosas. En estas relaciones se hace o se destruye al hombre, en estas relaciones
se hace el bien o el mal del hombre. El hombre salvado se hace en relaciones
de piedad para con Dios, de justicia para con los demás y de sobriedad frente a
las cosas.

San Pablo escribe a Tito: "Se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a


todos los hombres, que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las
pasiones mundanas, vivamos con sobriedad, justicia y piedad en el siglo
presente, aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del
gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2, 11-13). Sobriedad, justicia y
piedad. Estas tres cosas son básicas para construir la dignidad humana.

EL DERECHO DE PROPIEDAD

Hemos restringido el uso de las cosas en su capacidad de servicio, por eso el


hombre se apodera desesperadamente de las cosas. Y al hacerla produce
injusticias para con los demás hombres; así la posesión se convierte en un
instrumento de la soberbia, un instrumento del vano prestigio, un instrumento
de satisfacciones desordenadas, un instrumento para entrar en competencia
con otros. En cambio, el hombre redimido por Cristo y hecho en el Espíritu
Santo nueva criatura, puede y debe amar a las cosas creadas por Dios, pues de
Dios las recibe y las mira y respeta como objetos salidos de las manos de
Dios, dándole gracias por ellas al Creador y, usando y gozando de las criaturas
en pobreza y con libertad de espíritu, entra de veras en posesión de todo el
mundo como quien nada tiene y es dueño de todo. Como dice San Pablo
“Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios".

Por eso, una de las tareas fundamentales del hombre redimido es devolverle al
derecho de propiedad su auténtico sentido. Siendo las cosas bienes para el
provecho de todos los hombres, los hombres pueden poseerlas en propiedad
privada o colectiva -sólo con el fin de asegurar a las cosas el fin impuesto por
Dios-. Esto es muy importante. Toda la teología, la filosofía y la doctrina
social de la Iglesia hablan en este sentido, y es así corno justificamos la
propiedad privada. No la justificamos con el sentido liberalista que hemos
encontrado últimamente en todas nuestras legislaciones.

Si alguien es propietario de algo, sólo lo es para asegurar que esas cosas que
son suyas alcancen el fin que Dios les ha puesto. Y si no se es capaz de
asegurarles a esas cosas este sentido, esa persona no tiene capacidad para ser
responsable de esos bienes.

Una de las pruebas de que nuestra vida está llena del Espíritu Santo no es
precisamente la renuncia a la propiedad privada, sino el ejercicio del derecho
de propiedad. Y aquí tendrá que entrar en juego una imaginación guiada por
Dios y el conocimiento de las técnicas financieras para poner al servicio del
desarrollo de los demás hombres la posesión de los bienes de nuestras
personas y de nuestros grupos, de manera que nuestras posesiones sirvan para
que esas cosas obtengan el fin que Dios les ha querido dar. Dios quiere que
con ellas construyamos hombres, hijos de Dios, donde la imagen de Cristo
Jesús aparezca más clara.

La comunicación cristiana de bienes no significa desprenderse de los bienes


propios -de los superfluos desde luego-, sino que significa principalmente el
empleo de los carismas necesarios y ciertamente concedidos por Dios -de esos
carismas que llamamos comunes, pero que muchas veces no son tan comunes-
, carismas para administrar los bienes en tal forma que estos bienes cumplan
su destino.

LA SOLIDARIDAD

Las relaciones con los demás se hacen fundamentalmente por la solidaridad.


Por la solidaridad, el hombre pone libremente toda su persona al servicio de
sus hermanos. Es una libre disposición de sí mismo, de sus propias
capacidades, de la responsabilidad, de la creatividad, de los propios ideales, de
los propios valores, para unirlos a las libertades de los demás. Esto es
solidaridad.

Cuando el hombre se solidariza se abre y se hace capaz de aceptar la suerte de


los demás como propia. Y percibe que su propio desarrollo humano no puede
realizarse, sino combinando su suerte con la suerte de los demás, luchando por
lo que ellos luchan, sufriendo por lo que ellos sufren y permitiendo que su
propia vida quede influida por la vida de los demás. Por eso el hombre
solidario es sencillo y humilde; sabe que le quedan muchos mundos que
descubrir, muchas historias humanas que vivir, muchas cruces que subir y
muchos hombres que construir. Jesús, el solidario con cada hombre, se
despojó de sí mismo y se hizo como esclavo, y se humilló hasta la muerte, y
muerte de cruz. No se construye al hombre permaneciendo en un nivel alto, se
necesita la solidaridad.

EL COMPROMISO DE LA R.C.

La Renovación Carismática necesita, para ser un auténtico servicio de


renovación en el mundo, tocar todos los centros vitales de lo que es la Iglesia
y el hombre. Necesita tocar la dignidad humana, camino fundamental de la
Iglesia y necesita tocar allí donde están todas las relaciones humanas,
relaciones con Dios, con los hombres y con las cosas. El Espíritu Santo nos
pide y nos capacita para colaborar con alegría en la redención, en la
construcción del hombre. Nos llama a caminar con Jesús el redentor.
?No es necesario que nosotros aguardemos cruces que nos vengan de fuera,
¿no dijo Jesús "Yo tengo capacidad para dar mi vida y volverla a tomar"? Es
necesario que nosotros vayamos a la cruz, porque el Padre lo quiere y decirle
que yo también lo quiero. Esta cruz es la de la construcción del hombre, la
cruz de todo lo que es costoso por construir al hombre. La cruz en la cual se
conoce el amor que el Padre nos tiene. El primer camino y fundamental de la
Iglesia es el hombre.

30 - LA LITURGIA EFUSION DEL ESPÍRITU.

INTERIORIZACIÓN Y
PROFUNDIZACIÓN

Este número de la Revista va dedicado a la Liturgia como lugar


privilegiado en el que el Espíritu Santo actúa y se comunica.

La Liturgia es "la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo


tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (Vat. TI, SC 10). Renovación
en el Espíritu y renovación litúrgica son dos realidades correlativas. La una
llama enseguida a la otra, y no puede haber una renovación en el Espíritu seria
y auténtica si no la acompaña una profunda vida litúrgica. El Espíritu y la
Iglesia están siempre ordenados el uno a la otra y son inseparables entre sí:
"debes pertenecer al Cuerpo de Cristo si quieres vivir el Espíritu de Cristo"
(San Agustín).

La reforma litúrgica ha hecho aparecer abundante literatura al respecto y se ha


elaborado una bella teología que debemos apreciar y utilizar como don de
Dios.

Sin embargo el problema de siempre consiste en llegar a interiorizar toda la


actividad litúrgica, es decir, asimilar con la fe, gustar y contemplar
interiormente aquello que celebramos, y ser concordes con lo que recibimos,
de forma que mente y corazón se impregnen de ello en una participación
"consciente, activa y fructuosa". (SC 11).

Tanto si se trata de la vida divina en general como de los misterios que


celebramos en la Liturgia, el agente de interiorización y profundización es el
Espíritu Santo.

Así como El es el que nos hace sentir en el Hijo, hijos amados del Padre y
despierta en nosotros la verdadera adoración y alabanza, por lo que clamamos
en el Espíritu o El clama en nosotros (Rm 8, 15. 26; Ga 4, 6), de la misma
manera nos llevará a interiorizar sabrosamente la oración litúrgica, la Palabra
que celebramos, los sacramentos, la Ley.

Interiorizar la oración litúrgica significa que ésta sea un orar en el Espíritu y


por el Espíritu, pues tal es la genuina oración del cristiano, la propia de los
verdaderos adoradores (Jn 4, 24), que no admite parangón con ninguna otra y
nos eleva hacia el Padre celestial.

Interiorizar los sacramentos exige que se celebren y se reciban, con ese


estremecimiento sagrado del que vive conscientemente una acción tan fecunda
de la gracia divina. Esto quiere decir sintonizar con el Espíritu Santo en cada
sacramento y no quedarse en una iniciación teórica o en fría espiritualidad
cerebral, que siempre sería pobre e insuficiente.

Necesitamos la iniciación del Espíritu, que El nos enseñe y revele


interiormente "las gracias que Dios nos ha otorgado" (1 Co 2, 12) y nos lleve a
un conocimiento más experimental del contenido de los sacramentos. Si El
introdujo a los Apóstoles en la plena inteligencia de lo que Jesús hizo y
enseñó, también a nosotros nos dará "espíritu de sabiduría y de revelación"
(Ef 1, 17) para vivir el misterio que encierra cada sacramento.

Este conocimiento íntimo, que fue la sabiduría de los santos, formado de una
fe penetrante por el amor, es lo que nos puede adentrar en la profundidad del
"amor de Cristo, que excede todo conocimiento" (Ef 3, 19), pues el Espíritu
desea ardientemente (St 4, 5) llevarnos "hasta la total Plenitud de Dios" (Ef 3,
19). Así nunca se cae en la rutina ni se acostumbra uno a la celebración.

Interiorizar la Palabra que se proclama es conservarla cuidadosamente en el


corazón (Lc 2, 51) en toda su pureza. El Espíritu Santo es "el maestro que está
dentro" y tiene su cátedra en el cielo (San Agustín). El instruye los corazones
y nos llevará a la contemplación de las palabras que son "espíritu y vida" (Jn
6,61).

También necesitamos interiorizar la Ley de la Nueva Alianza, "la ley del


Espíritu que da vida en Cristo Jesús" (Rm 8, 2), escrita en los corazones (Jr
31, 33) y, como consecuencia, todo precepto que exija obediencia, pues en la
Nueva Ley obediencia significa sumisión y docilidad al Espíritu.

Interiorizar es colaborar con el Espíritu Santo y dejar que en el aposento


interior entren "ríos de agua viva" (Jn 7,38).

LA LITURGIA, EFUSIÓN DEL


ESPÍRITU SANTO
Por Rodolfo Puigdollers

¿Qué es la liturgia?

La palabra "liturgia", empleada entre los cristianos para designar la oración de


la Iglesia, procede del griego y significa "una acción pública".

Jesús dijo que allí donde haya dos o tres reunidos en su nombre, allí está él
(cf. Mt. 18, 20). El creyente tiene experiencia de esta presencia de Cristo en
medio de los hermanos y, de un modo especial, en las asambleas del grupo o
comunidad. Pero hay algunos encuentros en que esta presencia de Cristo
reviste unas características muy determinadas y, por lo tanto, también la
expresión de la realidad de la Iglesia. En una reunión de oración encontramos
a Cristo presente, pero su presencia es distinta en una asamblea eucarística:
una reunión de oración es algo importante en la vida de la comunidad, pero la
asamblea eucarística es su centro. En este grupo reunido en Eucaristía está de
un modo especial presente toda la Iglesia. Lo mismo podemos decir de otro
tipo de encuentros: si un hermano intercede por mí, encuentro a Cristo
presente: pero si este encuentro con un hermano es con uno que tiene el
ministerio sacerdotal y me perdona los pecados, la presencia de Cristo y la
realidad de la Iglesia reviste unas características diversas.

Estos momentos fuertes en que se manifiesta de modo objetivo la presencia de


Cristo y la realidad de la Iglesia constituyen lo que llamamos la liturgia. Esta
comprende, por lo tanto, en primer lugar, la asamblea eucarística, el bautismo,
la confirmación, la unción de los enfermos, la ordenación sacerdotal, el
matrimonio (los sacramentos), la oración de las horas y las bendiciones,
consagraciones y otros ritos comprendidos entre los sacramentales.

Importancia
El Concilio Vaticano II ha escrito una página muy acertada sobre la liturgia,
que puede ayudarnos a tomar conciencia de su importancia. Dice así: "La
liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo
tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos
se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos
se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y
coman la cena del Señor.

"Por su parte, la liturgia impulsa a los fieles a que, saciados con los
sacramentos pascuales, sean concordes en la piedad; ruega a Dios que
conserven en su vida lo que recibieron en la fe, y la renovación de la alianza
del Señor con los hombres en la Eucaristía, enciende y arrastra a fieles a la
apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la
Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con
la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella
glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su
fin" (SC 10).

La liturgia es la manifestación del Cuerpo de Cristo. En cuanto presencia y


acción de Cristo resucitado, dador del Espíritu, es la fuente de toda la vida de
la Iglesia. En cuanto realización y crecimiento de la comunidad cristiana es la
cumbre a la que tiende toda la actividad de la Iglesia. De este modo, por el
cuerpo de Cristo, que es Cristo, crece el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
Así se comprende que la Eucaristía sea el centro de la comunidad (cf. PO 5).

Y así este cuerpo de Cristo, formado por el Espíritu Santo y dador del mismo
Espíritu, hace que la liturgia sea también obra del Espíritu y efusión del
mismo Espíritu.

Características

Los momentos litúrgicos, hemos dicho, son momentos de una presencia


especial de Cristo y de su Iglesia. Podemos señalar en ellos tres características

a) La presencia y acción de Cristo.


En la liturgia podemos decir plenamente que es Cristo quién actúa a través de
los ministerios. Si uno bautiza, es Cristo quien bautiza; si uno perdona, es
Cristo quien perdona; si uno dice "Esto es mi cuerpo", es Cristo quien lo dice;
si uno ora, es Cristo quien ora.

b) La manifestación de la Iglesia.
La liturgia es el momento pleno de la manifestación de la Iglesia, es su fuente
y su cú1men. De ahí que la liturgia sea siempre:
- comunitaria: no se trata nunca de una oración particular, sino de una oración
común.
- eclesial: no se trata de la oración de un grupito o de una sola comunidad,
sino de la oración de toda la iglesia.

e) La efusión del Espíritu.


La presencia de Cristo y su acción se manifiesta en la efusión del Espíritu
Santo, que reúne y da vida a la comunidad eclesial.

La acción del Espíritu

"Durante demasiado tiempo, la casa de la liturgia ha permanecido fría, poco


acogedora. Descubrir que es la habitación, el lugar del Espíritu significa
respirar en una atmósfera de calor, de entusiasmo, de vida nueva: significa
gozar de realidades renovadas por la presencia del Espíritu" (S. RINAUDO,
La liturgia epifanía dello Spirito, Leumann, 1980, p. 42).

Del mismo modo que en la Anunciación Jesús fue concebido por obra del
Espíritu Santo en María, y en Pentecostés nació la Iglesia por obra del Espíritu
Santo con María, así también actualmente el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia
se forma, se reúne, se purifica, se alimenta por obra del Espíritu Santo.

En la segunda plegaria eucarística, la Iglesia reunida ora así: "Santifica estos


dones con la efusión de tu espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo
y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor". El que nació "por obra del Espíritu
Santo" se hace presente en medio de su comunidad por medio del Espíritu. El
Cuerpo de Cristo lo forma siempre el Espíritu: en el seno de María, en la
comunidad cristiana, en la asamblea eucarística.

Importancia de la comunidad

Hablar de liturgia es hablar de comunidad. Allí donde no existe una


comunidad cristiana viva es difícil que se pueda dar una liturgia viva.
La liturgia es la expresión de la Iglesia presente en una comunidad local. Si no
hay comunidad, falta el nivel de encarnación de la Iglesia, que hace posible
que unos ritos y oraciones sean auténtica expresión de una realidad.

Cuando nacen comunidades cristianas vivas, nace la posibilidad de una nueva


liturgia, que no supone necesariamente formas nuevas, sino un espíritu nuevo.
O, si se quiere, supone que el soplo del Espíritu sople sobre las formas
rituales.

El ritual puede ser comparado al libreto de una ópera: sólo cuando éste va
acompañado de la música nos encontramos verdaderamente ante una vivencia.
Leer el libreto, aunque sean sin omitir ni añadir nada, no es celebrar la
liturgia. Sólo cuando la liturgia es expresión de una comunidad movida por el
Espíritu nos encontramos con una verdadera liturgia según la mente del
Concilio Vaticano II. No basta la fidelidad al rito, se necesitan hombres
renovados, comunidades renovadas para tener una liturgia renovada.

Algunas deformaciones

La liturgia ha presentado históricamente diversas tergiversaciones a lo largo


de los siglos. Cuando se ha perdido la fuerza de la vida cristiana y se ha caído
en la rutina, la liturgia tiende hacia el ritualismo. Se concibe entonces como
unos formularios que hay que repetir. Como el sentido del rito y la repetición
de fórmulas es algo que pertenece a la estructura misma de la expresión
religiosa, esta desviación es siempre una tentación allí donde la fe se convierte
en una forma religiosa de vivir, más bien que en una vida.

Otra tergiversación de la liturgia, propia esta vez de comunidades vivas y


cultas, pero cerradas es el esteticismo. Consiste en una importancia excesiva
dada a la dimensión estética de la liturgia. En estas celebraciones la belleza
aparece como uno de los elementos fundamentales, sacrificándose así otros
valores más importantes. Normalmente, este tipo de liturgia se presenta
acompañado de fuertes reminiscencias del pasado.

No podemos olvidar nunca que la liturgia no es una representación ni un juego


ni un "happening" ni un rito mágico, sino el momento fuerte de una
comunidad cristiana. De ahí que como uno de los elementos fundamentales ha
de permanecer siempre la dimensión de del encuentro, de la comunicación, de
la manifestación. Es un encuentro con Dios y con los hermanos.

El Espíritu Santo reúne a la Asamblea


Por Marcos R Ruiz, O. P.

Una de las realidades más características de la vida cristiana es el hecho de


reunirse en asamblea. Los Hechos de los Apóstoles, desde los primeros
capítulos hacen referencia a las asambleas, tanto para la enseñanza dada por
los Apóstoles, como para la fracción del pan y las oraciones (Hch. 2,42). San
Pablo, escribiendo a sus comunidades, también tiene un interés especial por la
reunión en asamblea y por la forma de llevar dicha reunión (1 Co 11 y 14). En
tratados como la Didakhé (14.1), la Didascalía (c. 13) y las Constituciones
Apostólicas (2,59) se habla también de la obligación que tienen los cristianos
de asistir a la asamblea. Y entre los Santos Padres, San Juan Crisóstomo fue
quizá quien más se ocupó en su predicación y catequesis del significado que la
asamblea tiene para los creyentes (ver, por ejemplo. Homilía 27, 1-3, sobre la
1 Co P.G. 61. 526-527).

La asamblea es un signo fundamental, a través del cual se manifiesta la obra


realizada por Cristo y por su Espíritu, que se hacen misteriosamente presentes
en toda celebración litúrgica. No se puede hablar de la asamblea sin hacer
referencia a la obra de Jesús, que después de su crucifixión atrae a todos hacia
Sí (Jn 12,32), y de su Espíritu, enviado ahora por El desde el seno del Padre
para reproducir y continuar su obra en el mundo (Jn 16,7-14).

1.- La "Asamblea del Señor" en la Sagrada Escritura

a) En el Antiguo Testamento: La Sagrada Escritura muestra la importancia


que tiene para el pueblo de Israel el hecho de que sea el mismo Dios quien los
constituye como pueblo, como "su pueblo", como "un reino de sacerdotes y
una nación consagrada". Este acontecimiento primordial, relatado en el libro
del Éxodo 19-24, será conocido en la tradición bíblica con el nombre de
"Asamblea de Yahvé" ("Qahal Yahvé" en hebreo, y "Ekklesia tou Kyriou" en
griego). El momento de la constitución de Israel como pueblo o asamblea de
Dios será considerado como clave en la vida de Israel.

Los elementos de la Asamblea del Señor son cuatro: convocación divina,


presencia del Señor, escucha la Palabra, sacrificio de la Alianza. De una
manera o de otra, estos cuatro elementos se encontrarán también en las
asambleas del pueblo que se realizan más tarde, como una prolongación y un
recuerdo de aquella asamblea primera y primordial. Las más importantes
fueron: la dedicación del Templo (1 R 8), la Pascua de la restauración del
culto (2 Co 29-30), la renovación de la Alianza (2 R 23), la reunión después
del Exilio (Nm 8-9). En la organización posterior del culto tendrán gran
importancia las celebraciones festivas de los aniversarios de estas grandes
asambleas del pasado.

La significación teológica y espiritual de estas asambleas del A.T. es siempre


la misma: son signos de la realización del designio de Dios, es decir, de la
asamblea universal de todos los pueblos, de la reunión efectiva de todos los
hombres llamados a la salvación y al Reino de Dios.

b) En el Nuevo Testamento: La tradición evangélica presenta a Cristo como


el encargado de llevar a cabo el designio de reunión que los profetas del A.T.
atribuyen al mismo Yahvé (Mt 23, 37-39). Cristo es el que convoca y, al
mismo tiempo, el lugar de la convocación, el Nuevo Templo (Jn. 2, 19-22). El
misterio de salvación en Cristo consiste en la constitución de un nuevo Pueblo
de Dios (2 Co 6, 14-16), una reunión de los hijos de Dios dispersos (Jn 11,52),
una asamblea: la Ekklesia, la Iglesia (Mt 16,18). La asamblea convocada por
Cristo a través de los heraldos que El mismo envía (Mt 28, 16-20) está abierta
a todos los hombres sin excepción. Cristo convoca a toda la humanidad y
reúne "a los buenos y a los malos" (Mt 22.10). La convocatoria se realiza en
dos etapas: en la primera, el enviado debe invitar a todos los hombres y en la
segunda Dios mismo separará el trigo de la cizaña.

Esta asamblea es la Iglesia. Cuerpo de Cristo. Templo Nuevo. Esposa de


Cristo. Históricamente, los discípulos de Cristo tomaron conciencia de la
reunión en asamblea a través de las reuniones celebradas en torno al
Resucitado. Antes de la Resurrección no se ve todavía la realidad de la nueva
asamblea, sólo existe la promesa. Una vez resucitado y glorificado, Cristo
reivindica para sí el derecho de "reunir" o "convocar", ya que por la
Resurrección ha sido constituido Señor, a fin de "reunir todas las cosas, tanto
las del cielo como las de la tierra" (Ef 1.10). A partir de Pentecostés, la nueva
asamblea queda perfectamente constituida, si bien su situación es todavía de
tensión mientras camina hacia la perfección escatológica de la asamblea del
cielo.

2.- La "Asamblea del Señor" en la Litúrgia

La asamblea litúrgica, o la reunión de los cristianos para la celebración de su


fe, es el signo más claro de la "Asamblea del Señor" que es la misma Iglesia
(Conc. Val. II, Const. Liturgia, n. 41). La asamblea litúrgica manifiesta y
realiza la Iglesia. Y en cada celebración, aunque con distintos grados de
intensidad, se encuentra presente toda la Iglesia. Este es el misterio profundo
de la asamblea litúrgica: ser un signo de la Iglesia.

Hay una serie de valores que se ponen de manifiesto en la celebración de la


liturgia por una asamblea de creyentes. La Iglesia es la reunión de un pueblo.
Este pueblo no es una masa amorfa e indiferenciada, sino una comunidad
estructurada, con una jerarquía y unos ministerios. A pesar de su unidad
fundamental, contiene una gran diversidad humana, ya que, la unión del
cuerpo eclesial no es debida a unos factores sociales, culturales o
psicológicos, sino a la vinculación de los creyentes entre sí por la fe que es
común a todos. No es una comunidad cerrada en sí misma, sino abierta a todo
hombre que esté dispuesto a ponerse en contacto con Cristo por la fe y en
comunidad.

La asamblea litúrgica es signo de la Iglesia en las tres dimensiones del tiempo:


hace referencia al pasado, en cuanto lleva a su plenitud las figuras de la Iglesia
a lo largo de la Historia de la Salvación; hace referencia al presente porque en
cada momento de su dinamismo temporal hace presente la realidad viva de la
Iglesia; hace referencia al futuro, ya que es una anticipación de la realidad
escatológica, pues "en la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en
aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén" (Cons.
Lit. n. 8).
Podríamos decir que la asamblea litúrgica es "la reunión local de la
comunidad de los cristianos para celebrar el culto, reunión integrada en la
Iglesia universal a través del ministerio jerárquico, y como tal, memoria,
realidad y signo de la reunión de todos los hombres en Cristo". Es ésta una
definición teológica de la asamblea litúrgica, en la que están incluidos todos
los elementos que sustentan una verdadera espiritualidad litúrgica: la
comunión local y universal de los creyentes, la unión con el Señor Resucitado
y presente entre los suyos por la acción de su Espíritu y la esperanza de un
encuentro definitivo cara a cara con El en el Padre.

3.- El Espíritu Santo y la Asamblea

Las asambleas cristianas no son producto del esfuerzo humano, sino del
Espíritu de Dios que actúa en el corazón de los fieles y los llama a la reunión,
como una campana interior que los convoca a las horas del culto. Es Dios
quien convoca a su pueblo. Como hemos visto anteriormente, es Yahvé, es el
Señor quien tiene la iniciativa a la hora de la convocación. La asamblea es un
don gratuito de Dios a los hombres que, de otra forma, permanecerían
dispersos como ovejas sin pastor.

Hay un paralelismo claro entre los elementos que se daban en las asambleas
del Señor en el A.T. y los elementos de la asamblea cristiana. En efecto, se da
una convocación hecha por el mismo Dios; una presencia del Señor a través
de los diferentes signos (Cons. Lit. n. 7); la proclamación de la Palabra de
Dios; y el sacrificio de la Nueva Alianza, si se trata de asambleas eucarísticas,
o bien un rito sacramental, que siempre tiene relación con la Eucaristía, o una
oración del pueblo, que expresa el sacrificio espiritual de los cristianos.

En la Nueva Alianza, el sacrificio de Cristo, ya realizado en el Calvario y


hecho de nuevo presente en los sacramentos, fue el que fundó la Iglesia y es el
que ahora reúne a los hombres en asamblea de bautizados. Cristo, por su
Resurrección, ha sido constituido en "Espíritu que da vida" (1 Co 15,45) y por
la acción poderosa de su Espíritu llama y convoca a los suyos para dar un
culto agradable al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4,23). Si el obispo y los
sacerdotes convocan y presiden la asamblea, lo hacen porque tienen este poder
y ministerio por la misión que heredan de los Apóstoles y por el carácter
sacerdotal que los configura a Cristo cabeza de la Iglesia y de toda asamblea.

El Señor mismo se hace presente allí donde dos o más están reunidos en su
nombre (Mt 18,20). Los Padres de la Iglesia, sobre todo San Juan Crisóstomo,
aplican estas palabras de Jesús particularmente a la asamblea litúrgica, para
afirmar que implica una presencia del Señor. La presencia de Cristo en medio
de sus discípulos es una realidad fundamental de la fe, sobre todo cuando
éstos se reúnen para orar en su nombre. De no ser así, aunque la oración se
dirigiera a Dios, perdería su valor propiamente cristiano, ya que en la oración
de los cristianos es Cristo mismo quien ora al Padre, y en su presencia está
prometida cuando dos o más se reúnen en su nombre. El Espíritu del Señor, es
decir, el Señor mismo en persona, está en medio de ellos orando,
intercediendo o alabando al Padre. Por esta razón, los creyentes desde siempre
lo llaman y reclaman su presencia con fórmulas tan expresivas como el
"maranatha" (Ven, Señor Jesús) u otras semejantes. También por este motivo
se reúnen formando asamblea, indicando incluso de una forma sensible que
están unidos por el Espíritu del Señor, que son uno en Cristo, que El está en
medio de ellos. Esto lo hacen formando un círculo, a coros alternos, uniendo
las manos, etc. Todo es signo de la unidad y presencia del Señor.

Sin embargo, esta presencia del Señor, no es sacramental en el sentido estricto


del término y por el mero hecho de estar reunidos en asambleas y juntos los
cristianos. La asamblea deberá oír la Palabra de Dios, lo cual produce otra
presencia del Señor y de su Espíritu más explícita: tiende hacia los
sacramentos, que son actos del mismo Cristo, y sobre todo hacia la Eucaristía,
que es la plenitud de esta presencia, ya que hace realmente presente la
humanidad gloriosa del Señor Crucificado (Const. Lit. nn. 2, 6, 7, 33, 42, 48).

La acción del Espíritu Santo es fundamental en toda asamblea litúrgica.


No sólo es el Espíritu de Dios el que convoca a la reunión sino que El es el
que hace comprender la Palabra proclamada: por su invocación sobre los
elementos sacramentales se da en ellos la presencia del Señor y bajo su
moción los ministros realizan los diversos servicios o ministerios en la
asamblea. Propiamente hablando sólo hay un servicio que es el que realiza
toda la asamblea al celebrar el culto divino. Pero, dentro de la asamblea hay
distintos ministerios, que están destinados a conjugar armónicamente las
diversas actividades de todos los miembros de la asamblea, para que resulte
una acción verdaderamente comunitaria. La autenticidad y vitalidad de la
asamblea cristiana exige que se dé en ella una diversidad para asegurar los
distintos ministerios (presidente, diácono, lectores, salmista, pueblo) y que
cada uno ejerza fielmente lo que le corresponde, a fin de expresar mejor la
realidad del Cuerpo Místico de Cristo, que posee distintos miembros pero que
es un único organismo vivo (Const, Lit. n. 28; Instr. "Eucharisticum
mysterium", n. 16).

El Espíritu Santo es el que da vida a este único organismo o Cuerpo de Cristo


reunido en asamblea. De la misma forma que el Espíritu ha distribuido
diversos carismas para la edificación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo en la
tierra, y ha puesto una jerarquía u orden entre ellos (1 Co 12 y 13), así también
este mismo Espíritu ha distribuido unos dones en el Pueblo de Dios para los
momentos en que éste se reúne en asamblea de oración o culto, a fin de que
este culto sea la expresión de un cuerpo vivo y organizado. El Espíritu que da
el ser a la Iglesia como Cuerpo de Cristo, está también animando su obrar,
sobre todo en el momento del culto. Es entonces cuando Cristo está más unido
a sus miembros y los une más en su Espíritu, porque es el momento en que se
significa, se celebra y se gusta más la vida de Dios derramada entre los
hombres. El Padre que nos ha hecho hijos suyos en el Hijo, nos congrega
como hermanos por su Espíritu. En ello toda la Trinidad despliega su gracia y
recibe la gloria que le es debida.

LOS SACRAMENTOS COMO


MANIFESTACIÓN DEL ESPÍRITU
Por Luis Martín

En Jesús han hallado su "Sí" todas las promesas hechas por Dios "y por eso
decimos por El 'Amén' a la gloria de Dios" (2 Co l. 20). El es el "Amén", el
Testigo fiel y veraz" (Ap 3,14).

Después de la resurrección, queriendo resumir el Señor todo lo que el Padre


nos ha dado por medio del Hijo, utiliza esta expresión: "la Promesa de mi
Padre" (Lc 24, 49; Hch 1,4).

Sí, "la Promesa" (Hch 2, 39; Ga 3, 22), es "el Espíritu Santo prometido" (Hch
2,33; Ga 3, l4; Ef 1,13). La esencia da la Nueva Alianza es el don del Espíritu.
"La Ley Nueva es esencialmente la gracia del Espíritu Santo dada a los
cristianos" (1). El Nuevo Testamento se caracteriza ante todo por el hecho de
que el régimen de la Ley ha cedido su puesto al régimen del Espíritu.

Si el compendio de todos los dones de Cristo es el Espíritu, el compendio de


todo lo que el Espíritu hace a partir de Pentecostés es la aparición y
edificación del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Con la glorificación de Cristo se
inaugura el tiempo del Espíritu.

El tiempo de la Iglesia es lo mismo que el tiempo del Espíritu. "El Espíritu


Santo es el don del periodo presente y del periodo futuro de la historia de la
salvación" (2). La Iglesia es el lugar donde obra esencialmente el Espíritu. "El
Espíritu sin la Iglesia sería una fuerza sin medio de acción. La Iglesia sin el
Espíritu sería un cuerpo sin principio de vida" (3).

"Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de
Dios, allí está la Iglesia y toda Gracia", afirma S. Ireneo (4).

Por otra parte, Jesús es el gran Sacramento del encuentro del hombre con
Dios, el Sacramento Primordial de Dios, es decir, el mayor signo que ha
aparecido en el mundo de una realidad sagrada, que salva y santifica a los
hombres. Es Sacramento de Dios porque su humanidad contiene la presencia
personal de la divinidad.
La Iglesia es la prolongación de Cristo y se configura, a su vez, como el
Sacramento Universal de salvación. Como Cristo fue Sacramento Primordial
de Dios Salvador, la Iglesia es el Sacramento de Cristo y "Sacramento
Universal de salvación". "Del costado de Cristo dormido en la Cruz nació el
Sacramento universal de la Iglesia entera" (5).

Si la Iglesia es Sacramento, también los elementos esenciales que hay en ella,


y hasta cuanto ella hace, tienen una estructura sacramental, como, por
ejemplo, la Liturgia, el servicio de la caridad, el anuncio de la Buena Nueva.
De su raíz brotan los siete sacramentos, los cuales son actos de Cristo y de la
Iglesia, signos de gracia que detallan la acción de la Iglesia en diversas
situaciones de la vida.

Toda la Liturgia está verdaderamente invadida por la acción del Espíritu.


Podemos afirmar que de toda la actividad de la Iglesia la Liturgia es donde
más fácilmente palpamos el hálito del Espíritu que se derrama y actúa sobre
toda la asamblea.

"Todos los actos litúrgicos tienen lugar de facto "en" el Espíritu Santo,
piénsenlo o no los participantes. En realidad se trata de hacer conscientes a
todos los que participan en la Liturgia de esta acción del Espíritu de Cristo"
(6).

"En la Liturgia la virtud del Espíritu Santo actúa sobre nosotros por medio de
los signos sacramentales" (7).

Los siete sacramentos, "en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (8) y
en los que llegamos al encuentro con el Señor, "son signos del amor celestial y
signos de la gloria del Señor... signos del amor de Cristo, que tomó el amor de
Dios en su propio amor y nos lo regaló otra vez en el Espíritu Santo. El envío
del Espíritu Santo... desarrolla siempre de nuevo su dinámica salvadora en los
sacramentos" (9).

"El Espíritu Santo, alma y fuente vivificadora de la comunidad eclesial, no


limita su influencia solamente a las manifestaciones carismáticas, individuales
o colectivas. Su virtud, su poder santificador se manifiesta también por medio
de los diversos sacramentos que acompañan al discípulo de Cristo desde el
nacimiento hasta la muerte" (10).

En la pastoral y en la espiritualidad cristianas no siempre se ha acertado a


presentar los sacramentos en toda su riqueza y contenido de presencia del
Espíritu, por lo que muchos cristianos o no llegan a descubrir el Sacramento
como lugar de encuentro con el Cristo Salvador, o valoran y propician otras
prácticas muy por encima de los sacramentos.
Incluso en la R.C., si no estamos suficientemente precavidos, es posible que
alguien venga a buscar experiencias del Señor en la plegaria común, en la
efusión del Espíritu, en la intercesión, sin dar gran valor a los sacramentos. En
algunos casos puede ocurrir que se contraponga experiencia religiosa a
Sacramentos, o que se manifieste cierta decepción ante los sacramentos,
incluso en aquellos que han sido asiduos a su práctica durante largo tiempo sin
haber llegado a tener nunca una experiencia decisiva del Señor.

Se pueden dar dos razones que explican esta incomprensión ante los
sacramentos:

1) Son signos y acciones de fe, un misterio de fe donde se oculta una realidad


salvífica.

Signos de fe quiere decir que son realizados únicamente por la palabra de la fe


que se pronuncia sobre ellos, y aunque su eficacia se da por la fuerza y virtud
de Dios que el mismo Cristo quiso asegurar, el fruto que experimentamos
depende en gran parte de la fe del que los recibe. Esta fe no es solamente creer
en la eficacia del Sacramento, sino, ante todo, una disposición interna de
apertura y acogida ansiosa del don que Dios nos ofrece. Cuando se cae en la
rutina, en la mecanización o burocratización del sacramento, queda
desplazada la fe y no se llega a esa relación y encuentro personal con el Señor.

Lo mismo que Cristo era el misterio personificado y nadie podía llegar a El si


el Padre que lo había enviado no le atraía, así también ocurre ahora con los
sacramentos. En ellos el Espíritu Santo está presente dándoles toda su fuerza
santificador, "son realizados por el Espíritu Santo, lo mismo que la naturaleza
humana de Cristo, cuya continuación y prolongación son" (11).

Para el que se acerca sin fe, nada le puede decir el Sacramento. La fe es un


elemento constitutivo del Sacramento.

"Sin esta fe... la realidad salvífica de la vida de Cristo y de la Iglesia no se


hace presente en el signo; realidad salvífica que puede hacerse séptuplamente
en los sacramentos. El símbolo queda vacío, no se convierte en sacramento
pleno, en símbolo real. Pero no sólo se trata de la fe del ministro, sino también
de la del sujeto. No existe una comunicación salvífica sin una apertura de
carácter personal en el sujeto, a la que llamamos fe. Este no puede
comportarse de un modo meramente pasivo frente a una actividad exclusiva
del ministro, como tampoco éste puede, sólo por razón de su fe como órgano
de la voluntad salvífica de Cristo que se acciona en el Sacramento, ser
instrumento personal de la salud. De la acción de ambos, de la fe de ambos
surge el símbolo real sacramental y su fruto" (12).

Si sólo por la acción del Espíritu Santo, cuando lo dejamos que abra nuestras
inteligencias, podemos penetrar en la Palabra de Dios como realidad
salvadora, de la misma manera sólo por el Espíritu podremos tener acceso a la
realidad sagrada de los sacramentos. Es una fe que siempre se ha de procurar
y activar todo lo posible.

2) Otro hecho que ha motivado la incomprensión ante los sacramentos es que


se les ha dado muchas veces una significación predominantemente
moralista, como un medio más a nuestro alcance para llegar a la perfección.

"Si los Sacramentos fueron predicados como puros medios para mejorar
moralmente, no sólo se trastornaría su sentido, sino que además se harían poco
dignos de fe cuando faltara ese mejoramiento ético" (13).

Cristo no instituyó los sacramentos para mejorar éticamente al hombre. No


vino a mejorar a los hombres, sino a salvarlos, haciendo de cada uno de ellos
un hombre nuevo, una nueva creación. Por consiguiente, la vida que recibimos
en los sacramentos no hay que entenderla en relación con el orden moral, sino
con el nuevo ser, la nueva vida que el Señor nos ha dado, con la participación
en la vida divina.

Es preciso tener esto en cuenta para saber valorar la vida sacramental en su


dimensión salvífica. Esto no quiere decir que no tengan importancia el
esfuerzo moral, la ascesis, sino más bien que han de ser consecuencia de la
comunidad de vida con el Cristo resucitado que producen en nosotros los
sacramentos.

"Los sacramentos son, ante todo, un himno de alabanza a Dios, que la Iglesia,
comunidad de creyentes en Cristo, ofrece al Padre: son liturgia y culto. Pero al
glorificar el hombre a Dios y someterse a Él logra participar de su gloria, no
se salva de otra forma. En los sacramentos Cristo santifica al hombre
incorporándolo a la glorificación que El hizo del Padre y que sigue haciendo
sin cesar en la liturgia celestial. La santificación sacramental, según eso,
ocurre en un acto de adoración a Dios. El hombre logra su salvación y salud
en los sacramentos por cuanto se instaura en él el reino de Dios" (14).

"Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la


edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios: pero en
cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino
que a la vez la iluminan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y
de cosas; por eso se llaman sacramentos de la fe” (15).

LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACION CRISTIANA.


BAUTISMO - CONFIRMACION - EUCARISTIA
En la Iglesia primitiva iban siempre juntos formando cierta unidad los tres
sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo, la imposición de manos
(Confirmación) y la participación en la mesa del Señor (Eucaristía).

La iniciación cristiana era ante todo entrada en la luz y en la vida de Dios. Era
iluminación no sólo de la inteligencia, sino también de los corazones,
iluminación interior. Se trataba de entrar en contacto con el Cristo resucitado,
con su Santo Espíritu. Por eso esos tres sacramentos gravitan sobre el Espíritu
Santo y están penetrados de su acción.

EL BAUTISMO O EL BAÑO DE LA REGENERACION

Las primeras catequesis sobre el Bautismo en los comienzos de la vida de la


Iglesia llegaron a desarrollar una teología en la que resalta cómo el Espíritu
Santo comunica la nueva vida al bautizado.

Es en el Bautismo donde empieza la vida del Espíritu. El Espíritu Santo


purifica y limpia al catecúmeno, lo ilumina interiormente, y toma posesión del
mismo para convertirlo en su templo, haciéndole sentir en lo más íntimo de su
ser que es hijo de Dios y que ya ha entrado en el Reino de Dios de lo cual es
viva expresión su incorporación a la Iglesia, en cuya construcción entra, para
ser morada de Dios por el Espíritu (Ef 2,22).

La transformación espiritual que opera el Espíritu en el bautizado es


misteriosa y profunda: es un paso de las tinieblas del pecado a la luz de Cristo
(Ef 5, 8; Hb 6, 4), un nacimiento del agua y del Espíritu a la vida de Dios
mediante "el baño de la regeneración" (Tt 3, 5), quedando "revestido de
Cristo" (Ga 3, 27), de su santidad y justicia (Rm 6, 1-14: l Co 6, 11).

Algunas expresiones que utiliza el Nuevo Testamento son muy significativas


para indicar la acción del Espíritu Santo, como iluminación, sello bautismal,
unción.

Cuando se habla de iluminación a propósito del bautismo se resalta el


protagonismo del Espíritu Santo en la iniciación, en la llegada a la fe, como
entrada en el reino de la luz: "Cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el
don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las
buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro"." (Hb 6,4-5).

La expresión sello bautismal denota cómo el bautizado queda marcado con el


sello del Espíritu Santo. Estar sellado con el sello del Espíritu significa ser
propiedad de Dios, quedar consagrado a Él, y conocemos que permanecemos
en El y El en nosotros en que nos ha dado su Espíritu (l Jn 4, 13). Y el que no
tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece.
Se habla también de la unción refiriéndose al Espíritu recibido en el Bautismo
el cual instruye internamente y gracias a él las palabras de Jesús son "espíritu
y vida" (1 Jn 2, 27).

El Bautismo configura con la muerte y resurrección de Jesús, y en


consecuencia El nos comunica el principio mismo de su propia santidad: su
Espíritu que tan poderosamente se ha manifestado en su glorificación. "Por el
Bautismo los hombres entran en posesión del Espíritu" (16).

En el mármol del baptisterio de San Juan de Letrán, que data del siglo V, se
halla esculpida esta bella inscripción:
"La Iglesia concibe virginalmente a sus hijos en el Espíritu Santo y los
engendra en el agua. Si quieres ser inocente purifícate en este baño, tanto si
pesa sobre ti el pecado original como los pecados personales. Es esta la fuente
de vida que limpia a todo el universo y que arranca de las heridas de Cristo.
Esperad el reino de los cielos los que habéis renacido en esta fuente".

Esto mismo expresa la oración de bendición e invocación de Dios sobre el


agua para el bautismo, en la que, después de haber recordado la unción de
Jesús por el Espíritu, se pide que el Espíritu Santo descienda sobre el agua de
la fuente, para que el hombre, limpio en el bautismo, muera al hombre viejo y
renazca como niño a nueva vida por el agua y el Espíritu.

LA CONFIRMACION

La imposición de manos, de que habla el Nuevo Testamento, "ha sido


considerada por la tradición católica como el primitivo origen del sacramento
de la Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia la gracia de
Pentecostés" (17).

En los Hechos sólo se menciona la imposición de las manos y la invocación al


Espíritu Santo. En la Iglesia primitiva se confería la imposición junto con el
Bautismo. Hoy se confiere aparte con diverso rito que a lo largo de la historia
ha ido sufriendo sucesivas modificaciones, pero siempre se ha conservado el
significado de la comunicación del Espíritu Santo.

En la Iglesia Occidental se administró la Confirmación por medio de la


imposición de manos hasta muy entrada la Edad Media. En cambio, en la
Iglesia Griega predominó la unción. Hoy día, tras la reforma conciliar, se ha
adoptado la antigua forma del rito bizantino con la que se expresa el don del
Espíritu Santo y se recuerda la efusión del día de Pentecostés. En esencia
consiste en la unción del crisma en la frente, que se hace con la imposición de
la mano, pronunciando al mismo tiempo las palabras: Recibe por esta señal el
don del Espíritu Santo.
En todo el conjunto del rito hay una doble significación: a) por la imposición
de manos, que previamente hace el obispo juntamente con los sacerdotes
concelebrantes, se actualiza el gesto bíblico con el que se invoca el don de
Espíritu. b) Por la unción con el santo crisma y las palabras que la acompañan
se significa el efecto del don del Espíritu, el cual configura al cristiano más
perfectamente con Cristo y le otorga la gracia de confesar el nombre de Jesús
como testigo y de derramar el buen olor de Cristo entre los hombres...

Por tanto, aunque por el sacramento del Bautismo se comunica el Espíritu


Santo y así el cristiano queda convertido en templo del Espíritu, sin embargo
se administra después la Confirmación para que el cristiano reciba el mismo
don que los Apóstoles en Pentecostés, o sea una plenitud especial del Espíritu
que viene a obrar con una virtualidad superior a la producida por la presencia
del Espíritu que se recibe en el Bautismo.

Pero, ¿cuál fue el don que recibieron los apóstoles? En ellos se realizó una
doble transformación: 1) El Espíritu Santo hizo luminosas las palabras de
Jesús, haciéndoles entrar en contacto experiencial con el Cristo resucitado; 2)
Les impulsó a ser testigos de Cristo y a proclamar la Buena Nueva.

Por consiguiente en el que se confirma podemos decir: a) que este sacramento


lo pone en más íntima relación con Cristo resucitado, insertándole más
directamente en el misterio de su muerte y resurrección, y completando su
semejanza con el Señor de la gloria, con su sacerdocio; y b) que le comunica
el espíritu de fortaleza y de verdad para ser testigo valiente del Señor,
equipándole para difundir el Reino de Dios. Es el sacramento que más
directamente lanza a todo cristiano al testimonio, a la confesión de la fe y a la
evangelización.

Para que todo eso sea posible este sacramento también nos introduce más
íntimamente en la vida del Espíritu y en la comunidad de amor que desde el
seno de la Trinidad se irradia a la comunidad cristiana en la que el Espíritu
Santo da testimonio del poder del Padre y de la presencia del Resucitado.

LA EUCARISTIA

Es el lugar privilegiado para toda efusión del Espíritu, tanto sobre la


comunidad como sobre cada fiel en particular.

"Los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras
de apostolado están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se
ordenan. Y es que en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual
de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne
que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo...
Por lo cual la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la
predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son, poco a poco,
introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el
sagrado Bautismo y la Confirmación, se insertan, por la recepción de la
Eucaristía, plenamente en el Cuerpo de Cristo (I8).

La Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia, ya se la considere como


sacramento o como celebración. Si observamos las estructuras de la misma
celebración descubrimos la presencia del Espíritu en cada uno de los
momentos más significativos.

En el transcurso de la celebración de la Palabra la Iglesia "en las palabras de


los Apóstoles y los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo" (19). La
Escritura ha sido inspirada por el Espíritu Santo, es obra del Espíritu y
comunica el mismo Espíritu. Palabra y Espíritu siempre actúan en constante
ósmosis.

En la segunda parte de la celebración o liturgia eucarística, el Espíritu Santo


desciende sobre la asamblea reunida en nombre de Jesús, la hace comunidad
de amor. Varias veces se invoca al Espíritu Santo, pero sobre todo en dos
momentos importantes (epiclesis):

a) Invocación sobre los dones: el celebrante, antes de la consagración,


impone las manos sobre los dones de pan y vino y suplica: "Santifica estos
dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros Cuerpo y
Sangre de Jesucristo, nuestro Señor" (Anáfora II).

Si por obra del Espíritu Santo tomó el Verbo de Dios carne en las entrañas de
la Virgen María, también ahora es el mismo Espíritu el que santifica los dones
de la Iglesia y hace presente el Cuerpo y la Sangre del Cristo resucitado hecho
espíritu vivificante.

b) Invocación sobre lo personas: en el mismo canon, después de la


consagración, el celebrante suplica que "el Espíritu Santo congregue en la
unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo" (Anáfora II).

Santificar las ofrendas y santificar la comunidad que celebra son dos acciones
que se corresponden. El alimento consagrado por el Espíritu convertido en el
Cuerpo de Cristo, hace a su vez de los fieles el Cuerpo de Cristo, que vive de
su Espíritu, enriquecido con diversidad de dones, carismas y ministerios.

Por otra parte, la asamblea que pide formar "en Cristo un solo cuerpo y un
solo espíritu" hace memoria de su “pasión salvadora", "de su admirable
Resurrección y Ascensión al cielo" (anámnesis) y con El y en El presenta al
Padre, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria (doxología).
La imagen del Espíritu Santo se ilumina en la Eucaristía a través de la
epíclesis, de la anámnesis y de las doxologías. Por los demás, estas tres fases
de la celebración eucarística parecen evocar el misterio de la Trinidad.

Resplandece sobre todo el amor del Espíritu Santo en la transformación de los


dones en Cristo y en la cristificación del hombre como nueva criatura. Dios
toca así el interior del hombre, en su dimensión personal y comunitaria, por
medio de su Espíritu Santo" (20).

Al recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor en la Comunión, el Espíritu realiza


en nosotros una vinculación más íntima con el Cristo resucitado y una
comunicación del amor personal. Es cuando verdaderamente formamos con El
un solo espíritu, pues "el que se une al Señor se hace un espíritu con El" (1 Co
6, 17).

Es así cómo se realiza el alumbramiento de la Iglesia. "Háganse los fieles


cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo
no vive sino el Cuerpo de Cristo... ¿Quieres tú vivir del Espíritu de Cristo?
Penetra en el Cuerpo de Cristo... “(21).

LOS SACRAMENTOS MEDICINALES:


PENITENCIA y UNCION DE LOS ENFERMOS

La penitencia y unción de los enfermos son los sacramentos para comunicar el


perdón del pecado y la curación. Son propiamente los sacramentos
medicinales.

Cierto que el perdón de los pecados también se obtiene, según diversas


circunstancias, por el Bautismo y por la Eucaristía, y que la curación es un
efecto que producen todos los sacramentos, pero la penitencia y la unción lo
procuran de una manera especial, aunque de modo distinto, y en ello
apreciamos la acción del Espíritu Santo.

LA PENITENCIA

Es el sacramento de la conversión del creyente, que por el pecado rompió la


opción fundamental por el Señor que hizo en el Bautismo. La conversión o
metanoia que se vive en este sacramento ha de ser un cambio íntimo que
afecte a toda la persona, a su manera de pensar y de actuar.

El Espíritu actúa tanto para el perdón del pecado como para la curación.

a) Perdón del pecado: "Después de su resurrección envió el Espíritu Santo a


los Apóstoles para que tuvieran la potestad de perdonar y retener los pecados
y recibieran la misión de predicar en su nombre la conversión y el perdón de
los pecados a todos los pueblos" (22). Es así como el Ritual de la Penitencia
pone de manifiesto la acción del Espíritu Santo en el perdón del pecado, para
afirmar después que el Espíritu Santo es dado para la remisión de los pecados
y para que los fieles reconciliados y llenos de nuevo del Espíritu Santo puedan
en El presentarse al Padre.

El Espíritu Santo es en la Penitencia el artífice de la reconciliación y de la


unión con Dios Padre. Él es el que purifica e ilumina los corazones. La misma
fórmula del sacramento lo recalca: "Y derramó el Espíritu Santo para la
remisión de los pecados...".

La acción del Espíritu la descubrimos de manera especial en el


arrepentimiento y en la conversión. Es el Espíritu el que crea en nosotros un
corazón y un espíritu nuevos, como reiteradamente afirma la Palabra de la
Escritura: "Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis" (Ez 36, 25-28: 31, 14:
11, 17-20; 18,30-31).

Por esto, a la hora de acercamos a este sacramento, se debe implorar


insistentemente el Espíritu Santo, y se ha de poner el acento, más que en el
examen y la acusación minuciosa de los pecados o faltas leves, en el grado de
arrepentimiento y de sinceridad con Dios a que llegamos por la acción del
Espíritu. Por otra parte, el arrepentimiento forma parte del sacramento.

Cuando se dan estas condiciones, el perdón y la liberación interior fluyen


como una corriente de paz y suavidad interior. Dice R. Guardini que "el poder
de Dios no consiste únicamente en crear lo que todavía no existe, sino también
en convertir en inocente lo que ha sido culpable" y que "el arrepentimiento
existe donde existe el Dios vivo" y "arrepentirse significa apelar al Dios vivo".
(23)

El misterio de la reconciliación entre Dios y nosotros es algo muy grande e


inefable, y sin embargo apenas reparamos en ello. Es un don del Espíritu
Santo que se realiza en nosotros en virtud de la muerte y resurrección de Jesús
que con su sangre nos ha dado acceso al gozo entrañable del Padre de las
misericordias. La nueva creación que se opera en el pecador nace del Espíritu,
y al pecado que imponía la ley de la carne sucede la Ley del Espíritu y de la
justicia de Dios: a las obras de la carne, los frutos del Espíritu.

b) Curación. Todo pecado causa una herida más o menos profunda en el


alma, y muchos de nuestros complejos y enfermedades interiores o bien tienen
su origen directo en pecados personales o bien, indirectamente, se conexionan
con el pecado o con la condición pecadora del hombre. Sólo el
arrepentimiento y la gracia del perdón pueden devolver la paz interior y
restaurar el equilibrio allí donde había desorden y desasosiego. La presencia
del Espíritu es lo que verdaderamente cura.

Como vemos en el Evangelio, las curaciones que obraba Jesús no estaban


separadas de la salud espiritual. Siempre había una relación más o menos
manifiesta con el perdón de los pecados, y la curación corporal no era más que
una manifestación, repercusión o confirmación de la salud interior. "Por el
dedo de Dios" (Lc 11, 20), es decir, "por el Espíritu de Dios" (Mt 12, 28)
Jesús expulsaba los demonios y "el poder de Dios le hacía obrar curaciones"
(Lc 5 17). Después comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles para que
perdonaran los pecados (Jn 20, 22-23), el cual es el principio de la curación y
transformación que cualquier penitente pueda experimentar en el sacramento.

LA UNCION DE LOS ENFERMOS

Es un sacramento que cada día adquiere mayor actualidad y se está viendo su


acción maravillosa en los enfermos como constatamos en muchos casos, sobre
todo en las celebraciones comunitarias que de vez en cuando se tienen en
grupos y comunidades.

"La Unción es el sacramento específico de la enfermedad y no de la muerte"


(24). La fórmula sacramental y el resto de las oraciones están orientadas hacia
la salud, pero sobre todo hacia el fortalecimiento espiritual.

a) Perdón del pecado: La Unción "concede, si es necesario, el perdón de los


pecados y la plenitud de la penitencia cristiana" (25). Este sacramento es el
complemento y perfeccionamiento de la Penitencia.

b) Curación: La misma fórmula del sacramento es la que mejor habla: "Por


esta santa Unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la
gracia del Espíritu Santo. Amén. Para que, libre de tus pecados, te conceda la
salvación, y te conforte en tu enfermedad. Amén.

Como se afirma en el mismo Ritual, la Unción de los enfermos "otorga al


enfermo la gracia del Espíritu Santo con lo cual el hombre entero es ayudado
en su salud, confortado por la confianza en Dios y robustecido contra las
tentaciones del enemigo y de la angustia de la muerte" (26).

Para la curación interior y exterior se ofrece al enfermo la fuerza consoladora


del Espíritu Santo y la presencia fraternal de la Iglesia. El enfermo está
siempre sometido a una situación de debilidad y decaimiento, de tentación, de
angustia ante la muerte. Para que su fe no decaiga y sobre todo se mantenga
en paz y fortaleza espiritual, el sacramento de la Unción le confiere la gracia
del Espíritu Santo, del verdadero Consolador (27), para que lo salve, lo cure
de la enfermedad, le haga sólido en la fe y sereno en la esperanza.
En la gracia de este sacramento el enfermo es configurado a Cristo sufriente y
glorificado por el poder del Espíritu y la oración de la Iglesia.

LOS SACRAMENTOS FUNCIONALES O DE CONSAGRACION:


ORDEN y MATRIMONIO

Ambos sacramentos, en prolongación con el sacramento de la Confirmación,


santifican y consagran al cristiano para funciones eclesiásticas, a unos para
apacentar el pueblo de Dios, santificándolo y administrándole los misterios de
la salvación: a otros, para que participando en el misterio de unidad y amor
fecundo entre Cristo y la Iglesia sean "fortificados y como consagrados... para
cumplir su misión conyugal y familiar (28).

ORDEN SAGRADO
O SACERDOCIO MINISTERIAL

Es un sacramento tripartito por las tres ordenaciones de episcopado,


presbiterado y diaconado.

"Así, el ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos


órdenes por aquellos, que, ya desde antiguo, vienen llamándose obispos,
presbíteros y diáconos (29).

Estas tres ordenaciones se corresponden perfectamente y entre ellas hay una


clara simetría, pues en todas ellas se da como rito esencial la imposición de
manos y un prefacio litúrgico que invoca la venida del Espíritu Santo.

El Episcopado es un don del Espíritu ya que por el rito sacramental de la


imposición de las manos y las palabras de la consagración se confiere la
gracia del Espíritu Santo y se imprime el carácter sagrado (30), constituyendo
al obispo en la plenitud del sacramento del Orden, en sumo sacerdote, cumbre
del ministerio sagrado, comunicándole los oficios de enseñar, santificar y
regir.

Los obispos, "elegidos para apacentar la grey del Señor, son los ministros de
Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios (cf. 1 Co 4, 1), a quienes
está encomendado el testimonio del Evangelio de la gracia de Dios (cf. Rm
15, 16; Hch 20, 24) y la gloriosa administración del Espíritu y de la justicia (cf
2Co 3, 8-9). Para realizar estos oficios tan excelsos, los Apóstoles fueron
enriquecidos por Cristo con una efusión especial del Espíritu Santo, que
descendió sobre ellos (cf Hch 1, 8; 2, 4; Jn 20, 22-23), y ellos, a su vez, por la
imposición de las manos, transmitieron a sus colaboradores este don espiritual
(cf. 1Tm 4, 14; 2Tm 1, 6-7), que ha llegado hasta nosotros en la consagración
episcopal" (31).
Por tanto, los obispos no enseñan, santifican o rigen en nombre propio, ni
tampoco por sus cualidades personales o por su santidad personal. Es el
Espíritu Santo el que, por la consagración episcopal que recibieron, actúa en
ellos para conducir al Pueblo de Dios.

El Presbiterado. En la oración consecratoria el obispo pide a Dios Padre


Todopoderoso "que concedas a estos tus siervos la dignidad del presbiterado:
infunde en su interior el Espíritu Santo; que reciban de ti, ¡oh, Dios!, el
ministerio de segundo orden, y que su vida sea ejemplo para los demás".

"El Sacerdocio de los presbíteros supone, desde luego, los sacramentos de la


iniciación cristiana; sin embargo, se confiere por aquel especial sacramento
con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados
con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de suerte
que puedan obrar como persona de Cristo cabeza" (32).

El Diaconado. La sacramentalidad del Diaconado se sitúa en la


sacramentalidad del Orden, como una participación inferior de la
sacramentalidad, no del presbiterado sino del episcopado, que es el que
contiene la plenitud del sacramento del Orden.

En la ordenación de los diáconos se pide al Señor que derrame sobre ellos el


Espíritu Santo para que, robustecidos con la fuerza de su gracia septiforme,
cumplan con fidelidad este servicio. Pide también la Iglesia que resplandezca
en sus vidas un vivir siempre según el Espíritu.

"Reciben la imposición de las manos, no en orden al sacerdocio, sino en orden


al ministerio. Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el
obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia,
de la palabra y de la caridad" (33).

Como podemos apreciar, el Espíritu Santo es el agente principal en el


sacramento del Orden. El carácter sacerdotal que se recibe en la ordenación es
una impronta que configura al ordenado a Cristo Sacerdote, pero también es
un sello del Espíritu.

No cabe otra posibilidad de ejercer y vivir el ministerio del sacerdocio más


que viviendo siempre la vida del Espíritu poniendo en funcionamiento los
dones y carismas que se han recibido del mismo Espíritu, los cuales no se
pueden enterrar ni relegar al olvido por inanición. "Nuestra capacidad viene
de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza, no de la
letra sino del Espíritu" (2Co 3, 4-5).

Debe ser, pues, "el ministerio del Espíritu" (2Co 3, 8).


EL MATRIMONIO
El sacramento del Matrimonio es don de Dios en el Espíritu Santo, amor del
Padre y del Hijo.

Sólo aquellos que fueron "incorporados por el Bautismo al Cuerpo de Cristo,


que es la Iglesia, nacida del costado de Cristo, son capaces de celebrar el
sacramento del Matrimonio;... dada su condición de miembros de Cristo, que
no se pertenecen a sí mismos sino al Señor, los esposos cristianos se entregan
y reciben mutuamente, como don del mismo Cristo... y así, por este
sacramento, imbuidos del Espíritu de Cristo, su amor conyugal es asumido
para cumplir su misión conyugal familiar" (34).

Los esposos son el símbolo del amor de Cristo a la Iglesia, su esposa, a la que
está unido en alianza eterna de amor. Y el Espíritu Santo, que es el mismo que
une a Cristo con su Iglesia, es el que funda y fortalece la nueva comunidad
familiar. El es el iniciador y santificador de toda comunidad sobrenatural en la
que se hace presente Cristo Jesús.

Función suya es purificar los corazones de los esposos y hacerse vínculo


indisoluble entre ellos, realizando una alianza que es reflejo de aquella
Alianza que, en el Espíritu de Cristo, Dios Padre ha contraído con la
humanidad redimida.

El Matrimonio como sacramento de amor es también sacramento de la


Alianza entre Cristo y la Iglesia. De la unión entre Cristo y la Iglesia se
derrama sobre los esposos el espíritu de amor y de comunión.

El anillo nupcial es un signo también del Espíritu. En el sacramento del


Matrimonio se celebra el amor, o mejor la instalación en el amor, esa
situación en la que el amor por el otro se ha constituido en la razón y
denominador común de la vida.

Los casados cristianos si viven el sacramento, si dejan que el Espíritu Santo


actúe en ellos y fortalezca su amor, serán verdaderos testigos del misterio del
amor de Dios y ofrecerán al mundo un ejemplo único, y un testimonio de que
el amor, que es la vocación básica del ser humano, es realmente posible entre
los hombres.

"Las expresiones del afecto conyugal son un reflejo de lo que es el Espíritu en


la vida trinitaria, y del cual se da una participación en la vida conyugal, en el
beso, el abrazo, en el gozo y en la suavidad del amor, en el don recíproco, en
la fecundidad, en la comunión y en la unidad". (35).

NOTAS.
(1) S. TOMAS DE AQUINO. S. Theol 2-2, q. 106, a. 1 y 2
(2) OSCAL CULLMAN, Christ et le temps, Delachaux et Niestlé, Suiza,
1966, p. 160
(3) V. ALLMEN, Vocabulario bíblico, Marova, Madrid 1968, p. 110.
(4) SAN IRENEO, Adv. Haer. III, 38,1
(5) Vat. II, LG 48
(6) H. MUHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia, Secretariado Trinitario,
Salamanca, 1974, p. 715
(7) Vat. II, LG 50
(8) Vat. II, SC 6
(9) M. SCHMAUS, Teología Dogmática, VI, Los Sacramentos, Rialp, Madrid
1961, p.50
(10) Cardenal LJ. SUENENS, Ecumenismo y Renovación Carismática, Ed.
Roma, Barcelona 1979, p. 63
(11) M. SCHMAUS. ib., p. 24
(12) A. WINKLHOFFER. La Iglesia en los sacramentos, Fax, Madrid 1971,
p. 29-30
(13) M. SCHMAUS, ib., p. 52
(14) M. SCHMAUS. ib., p. 51-52
(15) Vat. II, SC 59
(16) SAN IRENEO, ib. III, 24,1
(17) Constit. Divinae Consortium
(18) Vat. II, PO 5
(19) Vat II, DV 21
(20) S. VERGES, Imagen del Espíritu de Jesús, Secretariado Trinitario,
Salamanca 1977, p 242.
(21) SAN AGUSTIN, Com. in Jn. Ev., 26, 13
(22) Ritual de la Penitencia, n. 1
(23) R. GUARDINI, El Espíritu del Dios viviente, Ed. Paulinas, Bogotá 1976,
p. 36 ss.
(24) Ritual de la Unción de enfermos, n.65
(25) Ib. n. 6
(26) Ib., n. 6
(27) Ib., n. 47
(28) Vat. II, GS 48
(29) Vat. II, LG 28
(30) Ib., 21
(31) Ib., 21
(32) Vat. II, PO 2
(33) Vat. II, LG 29
(34) Ritual del matrimonio, n. 5
(35) SPIRITO RINAUDO, La Liturgia Epifania dello Spirito, Leumann,
Torino 1980, p. 33
LOS DISTINTOS MINISTERIOS EN
LA ASAMBLEA EUCARÍSTICA
Por Rodolfo Puigdollers

La experiencia de las asambleas de oración en la R.C., con toda su fuerza de


espontaneidad y de apertura a la acción del Espíritu, no debe quedarse cerrada
en las oraciones del grupo carismático, sino que debe influir en la celebración
más importante para la vida cristiana: la celebración de la Asamblea
eucarística.

Quizá la costumbre de dejar la celebración de la Eucaristía en manos del


sacerdote o bien un deficiente conocimiento de su sentido profundo, lleva
normalmente en los grupos carismáticos a unas celebraciones eucarísticas
menos vivas que las asambleas de oración.

Es importante, por lo tanto, que reflexionemos sobre el sentido de la asamblea


eucarística y sobre la diversidad de ministerios en ella. La "Ordenación
general del Misal Romano", promulgada por el Papa Pablo VI el 3 de abril de
1969, nos puede ayudar a renovar la celebración eucarística siguiendo
fielmente el espíritu del Concilio Vaticano II.

Según esta "Ordenación general", en la Asamblea eucarística cada uno de los


presentes tiene el derecho y el deber de aportar su participación, en modo
diverso, según la variedad de ministerios y de carismas.

Hay un deber y un derecho del creyente al descubrimiento de la riqueza de la


celebración y de las distintas formas de participar. Tanto los sacerdotes como
los seglares deben hacer todo y sólo aquello que pertenece a cada uno. De este
modo, la misma celebración se convierte en una manifestación de lo que es la
comunidad cristiana, con toda su diversidad de ministerios y de carismas.

En la asamblea eucarística los fieles forman el "pueblo elegido, el sacerdocio


real, la nación consagrada" (1 P 2.9) que da gracias a Dios y ofrece la ofrenda
inmaculada. Esta acción de gracias y este sacrificio no lo realiza sólo por
manos del sacerdote, sino juntamente con él.

Realizar esta ofrenda del Cuerpo de Cristo en acción de gracias es, al mismo
tiempo, ofrecerse a sí mismos al Padre junto con Cristo. De este modo, en la
asamblea eucarística llega a su culminación la consagración del discípulo,
según la exhortación de S. Pablo: "Os exhorto, hermanos, a presentaros como
hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable" (Rm
12,1). Esta ofrenda del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, se hace palpable si
existe un verdadero amor entre los hermanos, un fuerte sentido de comunidad,
sin protagonismos, sin divisiones, con orden.

Para que la asamblea eucarística tome toda su verdadera dimensión ha de


existir este espíritu comunitario, este ambiente de fraternidad y de libertad. En
este sentido los momentos iniciales de la celebración son muy importantes
para poder formar este ambiente. Sencillez, fraternidad, acogida, calor
humano, son la ciencia concreta de la comunidad. Por eso, todo el rito de
entrada está constituido por elementos que ayudan a la expresión de esta
fraternidad comunitaria: cantos, saludos, acogida, reconciliación, alabanza.

El ministerio de música

Nunca se ponderará bastante la importancia del ministerio de música en la


celebración eucarística. Su importancia no se encuentra en la solemnidad, sino
en ser un elemento fundamental en este impulsar a todos a la participación
activa. El canto es una de las formas más importantes para la manifestación
comunitaria.

La perfección técnica debe estar sometida enteramente a su función de


impulso hacia la participación de todos. Las personas que forman parte de este
ministerio deben vivirlo continuamente en la oración, para que sea un
verdadero ministerio inspirado que no sirva de adorno, sino que se convierta
en expresión de toda la comunidad.

En este servicio importante de cara a la expresión de toda la comunidad, los


miembros del ministerio de música deben estar muy atentos en introducir: a)
el canto oportuno; b) en el momento oportuno: c) del modo oportuno. Al
mismo tiempo, han de tener en cuenta que la expresión de la comunidad se
realiza por: a) la palabra; b) el canto; c) el canto en lenguas: d) el silencio. El
ministerio de música ha de saber combinar todos estos elementos, según el
momento y las características de la asamblea.

Los lectores

Los lectores son los encargados de la lectura de la Sagrada Escritura durante


la asamblea (excepto la lectura del Evangelio, que la realiza el sacerdote o el
diácono). Han de ser personas que sepan leer bien, con voz que se oiga, con
unción del Espíritu: pues no se trata de una lectura privada, sino de la
proclamación de la Palabra de Dios.

Este servicio de los lectores es una función propia, por lo que no deben ser
sustituidos por un sacerdote. Al mismo tiempo, se trata de un servicio que
debe impregnar la vida del que lo realiza. Se ha de preparar con la oración, de
forma que lea la Palabra de Dios con una unción tal que la haga comprensible
a todos.

En este ministerio es tan importante la lectura del texto como la animación de


la asamblea a adherirse a la Palabra cuando es invitada mediante la frase
"Palabra de Dios". El lector debe cuidar también de buscar el lugar apropiado
para hacer la lectura, así como del respeto debido al libro que contiene la
Sagrada Escritura.

El salmista

Es conveniente que la respuesta o meditación de la primera lectura se haga


mediante un salmo (el llamado "salmo interleccional”). Para señalar la
diferencia entre la proclamación de la Palabra de Dios y la respuesta de la
asamblea, conviene que este salmo interleccional sea cantado o recitado por
una persona distinta del lector.

Como no siempre se dispone de la música del salmo que se quiere emplear


como respuesta, es una buena solución el emplear una antífona cantada,
seguida de las estrofas leídas del salmo. Es importante que el salmista tome
conciencia de que no está realizando una nueva lectura, sino que está
expresando la respuesta de toda la asamblea; por eso es conveniente que la
antífona cantada se repita después de cada versículo o estrofa.

El comentarista o monitor

El comentarista es el que da las explicaciones y avisos para que la asamblea se


vaya introduciendo y captando cada vez más la celebración.

El comentarista ha de recordar que el sacerdote también hace a veces algunas


explicaciones y que, por lo tanto, ha de actuar perfectamente al unísono con
él. Algunos comentarios deben ser preparados con anterioridad, para que
tengan la claridad, exactitud y brevedad necesarias. No se trata de hacer
ilustraciones eruditas, sino de ayudar a la asamblea a entrar cada vez más en la
celebración.

Servicio de orden y acogida

El servicio de orden y acogida son los encargados de recibir a las personas a la


entrada, acomodarlas en los puestos correspondientes, y cuidar de los
movimientos de la asamblea cuando se forma la procesión de comunión, etc.
Su función también es importante de cara a los niños, para ayudarles a
encontrar su lugar apropiado en la asamblea.

Encargados de la colecta
Los encargados de la colecta ayudan a la asamblea a compartir los bienes y a
manifestar el amor fraterno. Es importante que realicen su ministerio en el
momento oportuno con rapidez, alegría y discreción.

Encargados de la ofrenda

Si hay unas personas encargadas de entregar el pan, el vino, el agua (flores,


cirios. etc.) al sacerdote, antes del ofertorio, se pone de manifiesto que la
ofrenda que se está realizando es la expresión de toda la asamblea. Es
conveniente que esta entrega de la ofrenda se haga en forma de procesión.

Ministerio de discernimiento

En las asambleas numerosas puede ser muy conveniente que existan algunas
personas encargadas de discernir durante la misma asamblea algunos puntos
concretos que hayan podido surgir. Concretamente este ministerio es muy
conveniente de cara a discernir alguna palabra profética. La persona que
quiera expresar una palabra profética puede ponerla por escrito y pasarla a
este ministerio, para que se pueda discernir sobre su contenido y sobre su
oportunidad.

Hay que tener en cuenta que el momento propio de la profecía en la asamblea


eucarística es el momento después de la comunión.

Ministerio de intercesión

Durante la asamblea eucarística hay un momento muy importante de


intercesión que es la llamada "oración universal de los fieles". Durante esta
oración la asamblea intercede por las necesidades de la propia asamblea, de
toda la Iglesia y de todo el mundo.

Esta "oración de los fieles" puede estar abierta a la espontaneidad en su


momento final, pero es importante que al empezar se realicen algunas
peticiones preparadas; esto asegura, por una parte, que se interceda realmente
por toda la Iglesia, y, por otra, que las necesidades de la comunidad se vean
auténticamente expresadas. Este ministerio de intercesión pueden ser los
encargados de recoger las necesidades de la comunidad y de expresarlas
durante la oración.

Otros ministerios

Según las circunstancias, se necesitarán personas encargadas de llevar los


cirios, un encargado del incensario, etc.

Cuando la asamblea es grande y solemne, conviene que haya alguien


designado para la preparación adecuada de la celebración, y para ensayar a los
oficiantes de modo que todo salga con decoro, orden y edificación.

Un ministerio necesario, aunque anterior a la celebración, es el de los


sacristanes, es decir, las personas encargadas de la preparación material de la
celebración, arreglo del local, disposición de sillas, decoración, etc.

El sacerdote

El sacerdote, haciendo las veces de Cristo, preside la asamblea congregada:


dirige las oraciones, anuncia el mensaje de salvación, asocia a sí mismo al
pueblo al ofrecer el sacrificio por Cristo en el Espíritu a Dios Padre, y toma
parte con sus hermanos en el pan de la vida eterna. Por consiguiente, cuando
celebra la Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y humildad.
?La preparación de la asamblea eucarística se ha de hacer de común acuerdo
entre todos aquellos a quienes afecta, tanto en lo que toca al rito, como al
aspecto pastoral, como a la música, haciendo el sacerdote de moderador, y
oyendo también el parecer de la comunidad.

El sacerdote, por consiguiente, cuando prepara la liturgia, debe mirar más el


bien espiritual común de la asamblea que sus personales preferencias.

Hay que tener siempre presente que la eficacia pastoral de la celebración


aumentará sin duda si se saben elegir, dentro de lo que cabe, los textos
apropiados, las lecturas, oraciones y cantos que mejor respondan a las
necesidades y a la preparación espiritual y modo de ser de quienes participan.
Esto se obtendrá si se sabe utilizar la amplia libertad de elección prescrita por
la Iglesia.

EL TIEMPO DEL ESPÍRITU


Por Hna. Victoria Triviño, osc.

Nuestra existencia se desenvuelve simultáneamente en un ritmo diario


semanal y anual. La presencia operante del Espíritu Santo nos visita
amorosamente sobre este triple ritmo. Y, la Iglesia vive y responde a esta
llamada desde la Liturgia de las Horas, la celebración del Día del Señor y el
Año Litúrgico.

1.- LITURGIA DE LAS HORAS

La Liturgia de las Horas consagra el tiempo, es decir, a nosotros mismos en el


ritmo de la jornada.

Quien ha tenido la experiencia de Dios necesita orar. Más aún, dentro de la


R.C. se suceden los testimonios de cuantos descubrimos y aprendemos a orar
en comunidad. En adelante ya no basta orar a solas, se necesita además
"acudir a las oraciones" con los hermanos creyentes.

A medida que una comunidad de fe adquiere madurez, su ritmo de oración se


hace más frecuente. Puede ser llegado, entonces, el momento de verterla en el
esquema de la Liturgia de las Horas con las dos Horas que polarizan la
jornada:

Laudes

Es la oración de la mañana.
La mañana es el tiempo de la misericordia, manifiesta en el regalo de la vida,
cuando la naturaleza despierta.

Los Laudes consagran a Dios el día que comienza con la alabanza, la acción
de gracias y petición para servirle fielmente.

La Hora de Laudes es gozosa, llena de esperanza, abierta al futuro, no sólo de


nuestra jornada con sus pequeños afanes, sino de todo el mundo.

Vísperas

Es la oración del atardecer. Cuando el día declina y nosotros también


perdemos facultades por el cansancio.

Tienen una tonalidad muy marcada de acción de gracias.

Es la hora del "sacrificio de la tarde" (Sal 140,2), del recuerdo de la Cena del
Señor, del poder de las tinieblas (Lc 22. 53) mientras el sol se había ocultado
(Lc 23, 44). Es el momento de recapitular nuestro día en la acción de gracias y
dirigir la mirada a la Gloria que esperamos. Se canta el "Magníficat", canto de
las promesas cumplidas. El Espíritu ha fecundado nuestra tierra...

Estructura de Laudes y Vísperas

LAUDES
Invocación introductoria
Que nos sitúa ya en el plano de la gratuidad. Para alabar es Dios mismo quien
ha de abrir nuestra boca.
Salmo Invitatorio
Es exclusivo de Laudes como primera oración del día. Como indica su
nombre es una "invitación" a la alabanza que una persona sola dirige a toda la
asamblea.

Himno
Es una composición poética para ser cantada. Su finalidad es ambientarnos en
la alabanza y conviene que sea gozoso, brillante. Si no se canta se suprime.

Plegaria sálmica
Antífonas tomadas generalmente del mismo salmo que introducen, dan el
matiz del tiempo litúrgico o de la fiesta que se celebra.

Salmo matutino que suele ser meditativo, íntimo.


Cántico del Antiguo Testamento.
Salmo hímnico. Muy jubiloso, de alabanza o acción de gracias.

Lectura breve
Está tomada de la Biblia, pero nunca de los Evangelios.
Por su brevedad se presta a ser retenida y a profundizar su mensaje.

Silencio.
Responsorio.

Cántico Evangélico
Se proclama en pie, como el Evangelio de la Misa.

"Benedictus"
Con él nos llenamos del Sol que nace de lo alto, mientras la aurora trae el
recuerdo
de la Resurrección

Plegaria de los fieles


Es el espacio abierto a la oración de petición, a la intercesión por todos los
hombres de forma más explícita. En las peticiones de la tarde hay siempre un
recuerdo para los hermanos difuntos.

Padrenuestro.
Oración conclusiva.
Bendición.

VISPERAS
Invocación introductoria
Que nos sitúa ya en el plano de la gratuidad. Para alabar es Dios mismo quien
ha de abrir nuestra boca.

Himno
Es una composición poética para ser cantada. Su finalidad es ambientarnos en
la alabanza y conviene que sea gozoso, brillante. Si no se canta se suprime.

Plegaria sálmica.
Antífonas tomadas generalmente del mismo salmo que introducen, dan el
matiz del tiempo litúrgico o de la fiesta que se celebra.

Salmo
Salmo de alabanza
Cántico del Nuevo Testamento de aire festivo, salvador.

Lectura breve
Está tomada de la Biblia, pero nunca de los Evangelios.
Por su brevedad se presta a ser retenida y a profundizar su mensaje.

Silencio.
Responsorio.

Cántico Evangélico
Se proclama en pie, como el Evangelio de la Misa.

Magníficat.
Canto profético de las promesas cumplidas.

Plegaria de los fieles


Es el espacio abierto a la oración de petición, a la intercesión por todos los
hombres de forma más explícita. En las peticiones de la tarde hay siempre un
recuerdo para los hermanos difuntos.

Padrenuestro.
Oración conclusiva.
Bendición

Dentro de esta estructura se combinan los dos elementos de toda liturgia: la


alabanza a Dios y la salvación del hombre. Del mismo modo que la ofrenda de
Jesús en la cruz da la gloria al Padre y salva a la humanidad.

En las comunidades de la R.C. ocurre que, sin deformarse, esta estructura de


las Horas necesita abrirse espontáneamente para alcanzar una vibración y
resonancia siempre nueva. No se trata de añadir algo sino de gustar,
profundizar, comulgar realmente aquello que la Iglesia nos da: el pan de la
Palabra. Es lo que llamamos "eco" de los salmos, la alabanza... Y lo que se
nos da en mensaje profético o palabras inspiradas que actualizan la Palabra de
Dios.

"Orad en mi nombre... "

Jesús, el Señor, nos mandó orar en su nombre (Jn 14, 13; 15, 16; 16, 23)
porque El mismo vive siempre ante el Padre intercediendo por nosotros (Cf
Hbs 7, 25) y “... la unidad de la iglesia orante se realiza por el Espíritu Santo
que es el mismo en Cristo, en la totalidad de la Iglesia y en cada uno de los
bautizados. No puede darse, pues, oración cristiana sin la acción del Espíritu
Santo, el cual, realizando la unidad de la Iglesia, nos lleva al Padre por medio
del Hijo" (Ordenación General de la Liturgia de las Horas, n. 8).

Una liturgia incesante

"Es necesario orar siempre y no desfallecer... “(Lc 18, 1) La alabanza, la


acción de gracias, la intercesión no pueden cesar en la Iglesia, Cuerpo Místico
de Cristo.

Hay quienes se comprometen por vocación a mantener siempre ardiente este


fuego sagrado de un culto en el Espíritu. Son las comunidades contemplativas
que celebran íntegramente y a sus tiempos la Liturgia de las Horas como flujo
y reflujo desde el centro de la Eucaristía. Su vida manifiesta el Primado de
Dios. En esta celebración, en nombre de toda la Iglesia ¡como Iglesia que el
Espíritu reúne y alienta! Cristo está realmente presente.

Cuando puntual al tiempo del Espíritu se celebra siete veces al día, en ella
están representados e incluidos todos los hombres. Mientras unos descansan y
otros trabajan, la oración desinteresada de los contemplativos, que posee en sí
misma valor apostólico, les alcanza en todos sus afanes. “... los que toman
parte en la Liturgia de las Horas contribuyen de un modo misterioso y
profundo al crecimiento del Pueblo de Dios" (OGHL, 18).

Una Liturgia de todos

Aunque el saberse incluidos en la oración incesante de los contemplativos


puede ser un gozo, ello no dispensa de procurar la participación siempre que
sea posible. El Concilio Vaticano II acarició el deseo de que la Liturgia de las
Horas volviese a ser la oración de todos, e invita a todos los fieles, bien de
forma individual y sobre todo en su forma comunitaria. Bien sea en el
santuario doméstico o acudiendo a alguna comunidad donde la celebración es
regular.
El mismo Papa, Juan Pablo II, reitera expresamente esta invitación en el
discurso recientemente dirigido a los participantes en el IV Congreso
Internacional de Líderes de la R.C. (9 de Mayo de 1981): "La función del líder
es, en primer lugar, dar ejemplo de oración en su propia vida..., entrar más
profundamente en el ciclo de los tiempos litúrgicos, de manera especial por la
Liturgia de las Horas... “(KOINONIA, Nº 29, p. 6).

2.- EL DIA DEL SEÑOR

Acontecimiento del Día del Señor

Es esencial caer en cuenta de que el domingo es un "acontecimiento de fe".

A ritmo semanal celebra la Resurrección del Señor, su comida mesiánica con


los discípulos, el Don del Espíritu Santo y el envío misionero de la Iglesia...
Todo este insondable contenido de la Pascua cristiana es el "acontecimiento"
del Primer día de la semana.

Aspectos de la novedad del Día del Señor

La novedad del Día del Señor podríamos sintetizarla en estos puntos:

- Memorial de la resurrección del Señor.


Día en que Cristo se hace presente en medio de sus discípulos. Día que
actualiza la salvación, Día de la efusión gratuita y amorosa del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo... ¿Cómo podríamos revivir todo este caudal
inconmensurable sino en la Eucaristía? En el centro del día y cumbre de la
semana, queda la celebración de la Eucaristía. Y esta vuelta al Señor, presente
y operante, vivida como "acontecimiento de fe" por la asamblea, es la realidad
que colma en la admiración extática, el asombro humilde, la alabanza
desbordante.

- Espera de la vuelta del Señor.


Es la aparición de Dios que convoca a los creyentes a su Reino,
acontecimiento de la vida del mundo que es signo del mundo futuro, Fiesta del
pueblo rescatado todavía peregrino, como proclamación visible del Reino
futuro: "El cielo nuevo y la tierra nueva". Las mismas especies sacramentales
son el testimonio tangible de una transformación escatológica.
Es el encuentro con el que es, el que era y ha de venir" . (Ap 4, 8).

- Reunión de creyentes.
El Espíritu convoca en el anuncio de la Palabra, en el sacrificio de la
Eucaristía, en la presencia actual del Señor que nosotros comulgamos como
"iglesia". Reunión de creyentes como un solo corazón y un alma sola por el
amor que el Espíritu ha derramado entre nosotros. "No es el día de todo el
mundo sino de los que han muerto al pecado y viven para Dios" (S. Atanasio).

- El envío.
La celebración dominical contiene el "envío" de Pentecostés.
En la Eucaristía se reconoce el “acontecimiento" de la Resurrección y el fruto
es dar testimonio de él. Santificación de los creyentes, signo del mundo
futuro, presencia del que es Luz del mundo... son realidades luminosas como
una ciudad edificada sobre un monte.

El cristiano vuelve al sendero de la semana para continuar la "Obra de Dios"


en el Espíritu. "Id... “a proclamar lo que habéis visto y oído. "Id... " a dar
testimonio de lo que habéis vivido en la asamblea!

Testimonio de la Iglesia primitiva.

La generación apostólica vivió en continuidad la importancia de este día con


la celebración eucarística como cumbre. Desde ella tomó un ritmo semanal
que comienza el Primer día de la semana. En Ap 1, 10 (hacia el año 95) se le
da el nombre de "Día del Señor", de su forma latina deriva nuestro "Domingo"
.

Su celebración era fundamental en la vida eclesial de los primeros siglos, a


pesar de no ser día festivo ni de descanso hasta el año 321 en que Constantino
lo declaró tal como Día del Sol y, al mismo tiempo, del Cristo. En Didascalia
Apostolorum se lee esta exhortación: "No pongáis vuestros quehaceres
temporales sobre la Palabra de Dios, sino abandonad todo en el Día del Señor,
y marchad con diligencia a vuestra Iglesia, porque allí alabáis a Dios. ¿Pues
qué excusa tendrán delante de Dios los que no se reúnan en el Día del Señor
para oír la Palabra y nutrirse del alimento divino que permanece
eternamente?" (s. III).

Este dato histórico nos alecciona ante el hecho de que poco a poco el
calendario oficial se va separando del litúrgico. El que una fiesta litúrgica sea
día laborable no debería obstar para su celebración en asamblea de fe, aunque
requiera un esfuerzo y adaptación a las posibilidades reales.

Emocionante es el testimonio de los mártires de Abitinia (Túnez). 49 fieles


detenidos el 12 de Febrero del año 404 por haberse reunido en asamblea
cristiana dominical. Al reproche del procónsul de contravenir las leyes del
Imperio, respondió el sacerdote Saturninus: "Debemos celebrar el Día del
Señor. Esta es nuestra ley". También el lector Eméritus, en cuya casa tenían la
celebración, respondió: "Sí, es mi casa donde hemos celebrado el Día del
Señor, no podemos vivir sin celebrarlo". Por fin la virgen Victoria declaró con
firmeza: "Yo he estado en la asamblea porque soy cristiana".
He aquí cómo este racimo de mártires manifiesta con su testimonio, mejor que
muchos discursos, la realidad sacramental del Domingo que, en medio de las
pruebas, fortalecía e inundaba a los creyentes de gozo.

3.- EL AÑO LITURGICO

Con el Año Litúrgico seguimos el tema de la santificación del tiempo en ritmo


anual. Podríamos definirlo como una trayectoria de seguimiento, según la
llamada constante que la Iglesia siente reproducir en sí misma la imagen de
Cristo.

Dejados a nuestra individualidad tendemos a centrarnos en el pequeño círculo


de intereses que nos afectan, dentro del cual la experiencia de Dios se
empobrece. La Iglesia, atenta a educarnos en la fe, nos ofrece a través del Año
Litúrgico la vivencia progresiva de los misterios de la salvación de Cristo.
"Conmemorando así los misterios de la redención (la Iglesia) abre las riquezas
del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en
cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles
ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación" (Cont.
S.C., 102).

Eje del Año Litúrgico

La Resurrección del Señor en el Primer día de la semana, como nueva


creación en el Espíritu, inauguró un tiempo nuevo. Sobre los límites
convencionales o astrales, el tiempo del Espíritu toma un ritmo semanal y
anual. La Resurrección es el acontecimiento central.

La celebración solemne de la Pascua marca el ritmo anual.


La Vigilia Pascual se ha llamado con razón "Madre de todas las Vigilias" y
queda en el eje del ciclo cristológico.

Estructura del Año Litúrgico

a)- La preparación y celebración de la Pascua vienen a colmar un trimestre,


como una "estación de renovación", una verdadera "primavera" del Espíritu.

La Cuaresma "prepara a los fieles, entregados más inmediatamente a oír la


Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el Misterio Pascual, sobre
todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la
penitencia ... " (Cont. S.C., 109). Es el Espíritu que conduce a la Iglesia, en un
proceso de "muerte-resurrección", a una purificación y santificación constante
en espera de la transfiguración escatológica.

Pascua. Se celebra el domingo más próximo al plenilunio de la pascua judía.


Ocupa el centro del ciclo cristológico por su carácter salvífico: "Cristo murió
por nuestros pecados y resucitó por nuestra justificación".

El acontecimiento pascual se prolonga en la cincuentena pascual hasta


Pentecostés. Tiempo de cosecha y de misión. Bien podemos decir que, en
nuestra vivencia, Pascua y Pentecostés están fundidas.

La Iglesia en Pentecostés nace como templo del Espíritu, Cuerpo de Cristo,


signo y realidad anticipada del Reino, memorial de la Venida del Señor y
espera de su retorno, comunidad bautismal y eucarística, signo viviente de la
salvación celebrada en la Pascua.

b)- Con el solsticio de invierno viene la conmemoración de las epifanías o


ciclo de Navidad.

El Adviento es el tiempo de preparación en espera gozosa. La Navidad


celebra la primera Venida del Señor.

Epifanía, su manifestación, fiesta de luz.

c)- Paralelamente al ciclo cristológico se coloca el ciclo santoral, que tiene su


origen en el culto a los mártires.

Mientras nosotros vamos recorriendo los misterios de la vida del Señor


durante el año, la realidad operante de la Pascua y Pentecostés está siempre
presente.

Fuerza santificadora del Espíritu.

El devenir del Año Litúrgico no es un círculo cerrado en el recuerdo de los


misterios de Cristo. La obra de Dios no está limitada por nuestra cronología.
El Espíritu de Pentecostés los transforma HOY en memorial -que actualiza la
salvación celebrada-. Es memorial de la nueva creación en el Espíritu que nos
lanza en ese espacio abierto sobre nuestro tiempo que termina en el seno del
Padre.

Al celebrar los misterios de Cristo y hacer memoria de los santos, no nos


quedamos en un recuerdo piadoso. El Espíritu Santo actualiza en nosotros su
fuerza salvadora. Nos da la experiencia de la presencia operante de Dios en el
hombre y en la historia. Y, al vivir progresivamente el Año Litúrgico como
"acontecimiento" en que Dios mismo ha tomado la iniciativa, somos inmersos,
por el Espíritu Santo, en la vida trinitaria.

Las celebraciones litúrgicas, por el Espíritu, tocan siempre eternidad del Señor
y el futuro de su retorno, la Iglesia avanza como una novia al encuentro de su
Señor. Es el tiempo del Espíritu.

"El Espíritu y la novia dicen: ¡Ven!


y el que oiga, diga.' ¡Ven!" (Ap 22, 17)

31- VARIOS TEMAS (1).

«MIRAD ATENTAMENTE COMO


VIVIS» (Ef.5,15)
La vida en el Espíritu, cuando es auténtica, se ha de enfrentar con las
acometidas del mal, en lucha constante contra las tentaciones, decaimientos,
cansancio, tribulación, persecución. etc.

Todo esto, al mismo tiempo que pone de manifiesto la presencia y acción del
pecado dentro y fuera de nosotros mismos, nos hace sentir la necesidad de
salvación día tras día, y de recurrir incesantemente a la oración para
revestirnos "de las armas de Dios" y fortalecernos "en el Señor y en la fuerza
de su poder" (Ef 6, 11).

La Palabra de Dios nos enseña profusamente lo mucho que hay que pasar y
sufrir para llegar a la maduración de la fe, del amor y de la esperanza. De
forma equivalente a lo que ocurrió en el Señor, que tuvo que "sufrir mucho y
ser reprobado" (Me 8, 31), su discípulo ha de seguir siempre los mismos
pasos.

La autenticidad de la Renovación de cualquier grupo o comunidad se


comprobará por el grado de madurez cristiana a que llegan sus miembros a
través de las dificultades y momentos de prueba. En cada grupo ha de haber
siempre un núcleo de los que son más fieles y asiduos, con los que siempre se
puede contar y que son los que definen la solidez y capacidad del grupo para
acoger a todos los que no vienen más que a recibir y ser curados de sus
enfermedades: "Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis
pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo
dispone para mí" (Lc 22, 28-29).

¿Qué pruebas ha superado este hermano o esta hermana? ¿Qué capacidad de


sacrificio y sufrimiento hemos apreciado? Es la pregunta que deberíamos
hacernos a la hora de discernir a las personas, sobre todo si han de ser
dirigentes, por ser el ministerio de mayor exigencia, que para nadie es un
puesto de honor.

No es posible vivir de rentas en la R.C., ni seguir vegetando en una vida


anodina y de conformismo. Si a esto se llega, se vive en franco retroceso y en
infidelidad al Espíritu.

Estamos llamados a crecer, madurar y dar fruto abundante. Es la ley de la


Vida que hemos recibido y ello exige renovarnos constantemente dentro de la
misma Renovación. Renovarse para no caer en la rutina y el formalismo.
Renovarse en la profundidad del amor, de la unidad, del compromiso y de la
entrega. El Espíritu es siempre creativo y nunca nos puede dejar dormir.

Renovarse no quiere decir andar siempre con innovaciones cayendo en la


inestabilidad. Cada grupo ha de tener muy claro hacia dónde camina, qué
pretende, cuál es su esencia y forma de funcionar, pero sobre todo cuál es el
plan del Señor, mirar atentamente cómo vive, es decir, qué pide el Señor cada
año, cada día, en cada momento.

LÍDERES Y COMUNIDADES
Por Kevin Ranaghan

Kevin Renaghan es miembro del Consejo Mundial para la Renovación


Carismática católica y es líder de la comunidad South Bend, Indiana, USA. El
presente artículo es la conferencia que pronunció en el Congreso de Líderes,
celebrado en Roma, en mayo de 1981.

INTRODUCCIÓN

El tema que me toca desarrollar, "Líderes y Comunidades", es difícil, porque


la palabra líder tiene un sentido muy amplio y se aplica a distintos ministerios.
Es difícil también porque la palabra comunidad tiene una significación muy
extensa y se puede aplicar a grupos de diversa magnitud y finalidad: una
familia, una barriada, una orden religiosa o una de sus casas, una parroquia o
una comunidad de base, una ciudad, un grupo de oración carismática que se
reúne una vez a la semana, una eucaristía carismática que se celebra una vez
al mes, una comunidad carismática de alianza.

Las dificultades respecto a la palabra líder y la palabra comunidad se


complican por el hecho de que tanto la Iglesia Católica que es universal, como
la Renovación Carismática Católica (RCC) extendida por todo el mundo, y así
mismo nosotros, aquí reunidos en este salón, somos de distintos países,
multiculturales, con importantes diferencias de lengua, estilo de vida,
temperamento y pensamiento. Estas diferencias forman parte de lo que somos
y con nosotros han sido bautizadas en la muerte y resurrección de Cristo y
redimidas por su sangre. Si somos uno, somos también diferentes, y las
diferencias afectan a la forma como oímos y respondemos al Evangelio y a la
forma como vivimos nuestro cristianismo.

Estas diferencias, que son por supuesto muy explicables, conducen a legítimas
diferencias en el liderazgo y en los elementos de la vida comunitaria. Soy muy
consciente de que enfoco este tema como norteamericano y desde la
perspectiva de mi experiencia cristiana dentro de mi propia cultura. Por un
lado, no temo ser diferente de los demás, y me complace que los demás sean
diferentes de mí. Por otro lado, el objetivo que me propongo en esta
conferencia es, dejando a un lado lo que es diferente, abordar los elementos
más esenciales del liderazgo y de la comunidad que se puedan aplicar a los
católicos de todo el mundo.

1.- LA RENOVACION CARISMÁTICA Y LA COMUNIDAD

Permitidme primero enfrentarme con las dificultades que presenta la palabra


comunidad. ¿Qué es lo que distingue a un grupo que es comunidad de los
grupos que no lo son? Dejadme exponer mi propia experiencia. Durante varios
años tomé parte en diversos grupos, en el movimiento litúrgico, en los
Estudiantes Jóvenes Cristianos, en los Cursillos de Cristiandad, y más tarde en
la Renovación Carismática. Dorothy, mi esposa, y yo formamos parte del
primer grupo que recibió el bautismo en el Espíritu Santo -o que fue renovado
en el Espíritu Santo, si así preferís- en la Universidad de Notre Dame en 1967.
Nos vimos entonces profundamente implicados en la Renovación con
reuniones semanales de oración, seminarios de la vida en el Espíritu, retiros,
conferencias, teniendo que escribir, hablar y trabajar con otros carismáticos
católicos. En todos estos movimientos, y sobre todo en la RCC, he estado muy
atareado. Hice muchos proyectos y asistí a muchos acontecimientos. Pero la
realidad era que yo me encontraba solo. Después trabajé con mi esposa, pero
también nos hallábamos solos.

Teníamos amigos y colaboradores, orábamos, estudiábamos y


evangelizábamos mucho, y teníamos también nuestros momentos de
expansión y muy buenas amistades. Pero estábamos solos. Nos reuníamos con
los demás para el trabajo, pero no estábamos unidos a ellos para la vida.
Deseábamos y sentíamos anhelo de ser una familia. Las familias naturales
están muy dispersas en nuestra sociedad por todo el país y la familia nuclear
del marido, esposa e hijos es totalmente independiente y se encuentra aislada.
Durante los cuatro primeros años de la RCC experimentamos un gran poder y
grandes maravillas, pero también una falta de consistencia en nuestro trabajo,
marchando a la vez en distintas direcciones, una confusión, personal y del
grupo, por carencia de fuerza y efectividad en el ministerio, además de
encontrarme en realidad desconectado de los demás porque había tantas
entradas y salidas y persistía la incertidumbre de quiénes eran realmente los
demás.

Al cabo de cuatro años queríamos decididamente estar más unidos, y a este


estar más unidos lo llamamos comunidad. Dialogamos sobre ello
interminantemente, deseábamos ser uno en mente y corazón, y tener un apoyo
mutuo permanente, viviendo y actuando como un cuerpo.

Nada sucedió durante un largo tiempo. Después ocurrió algo. Dos hermanos
dieron un paso hacia adelante, pienso que guiados por el Señor, y dijeron:
"Dios nos ha llamado y nos ha dotado para formar una comunidad, para hacer
lo que muchos sentimos que Dios nos llama a hacer de verdad. Juntos
vayamos hacia adelante". Ellos guiaron y los demás siguieron: y en cosa de
tres o cuatro meses habíamos pasado de ser individuos desconectados a ser un
cuerpo unido, una gran familia de veintinueve adultos y muchos niños.
Fuimos movidos por la gracia a hacer este compromiso: ser hermanos y
hermanas unos para con los otros durante las veinticuatro horas del día,
pertenecer siempre unos a otros, cuidar siempre los unos de los otros y de los
niños de los demás como cuidábamos de nosotros mismos y de la propia
familia; nuestro tiempo, talentos, recursos y dinero pertenecerían al grupo,
oraríamos juntos; para nuestras relaciones personales básicas contaríamos
unos con los otros, buscaríamos juntos al Señor y juntos le seguiríamos en
nuestra vida común y también en nuestro ministerio.

Hace ya casi diez años que hicimos esta alianza, en la celebración de la


eucaristía, en el momento después del evangelio. Aún puedo recordar muy
claramente cómo, al mirar entonces por la habitación en que nos
encontrábamos, sentí que yo pertenecía a aquella familia, una familia más
comprometida y más dotada de dones espirituales que todo a lo que había
pertenecido antes. Veía no sólo a mi esposa Dorothy, sino a Paúl y a Jeanne, a
Clem y a Julie, y a todos los demás, y sentía que éramos totalmente hermanos
y hermanas en el amor autosacrificador de Jesús. Habíamos pasado de ser un
grupo de individuos separados a ser una comunidad.

Quiero recalcar el punto decisivo en esta historia. Durante largo tiempo


fuimos incapaces de formar comunidad, pero después Dios suscitó dos líderes
que respondieron a la llamada, caminaron en fe y guiaron. Pienso que los
líderes y el liderazgo son algo esencial para el nacimiento de cualquier
comunidad cristiana. Esta es una de las primeras lecciones que deben aprender
los católicos que busquen una comunidad más plena: sin líderes no hay
comunidad. Esta no surge así de cualquier modo por el Espíritu. Dios da
liderazgo a personas concretas, y cuando ellos guían y los demás siguen,
entonces surge la comunidad.

Desde el momento de aquella experiencia han florecido muchas comunidades


partiendo de esta efusión de gracia que es la RCC. No todas son como la mía
exactamente, pues el Señor ha llevado a diferentes grupos a formar comunidad
de distinto modo. De estas comunidades hay algunas que son
considerablemente distintas de la RCC. No todos los que están en la RCC
forman comunidad. En realidad sólo una parte numéricamente pequeña de los
católicos que están en la RCC forman comunidad.

Por otra parte parece que las comunidades son más fuertes, están más unidas,
y tienen más éxito que otros grupos de renovación, y con frecuencia lo son. En
muchos países la mayor parte de los Servicios de la RCC han salido de
comunidades, y las comunidades son como el lugar donde uno
verdaderamente se encuentra "en el centro de la acción".

Al mismo tiempo las comunidades tienen sus fallos, y los miembros que las
forman sus pecados. Se ha acusado a las comunidades de elitismo, de pensar y
actuar como si fueran mejores que los demás carismáticos, y se las ha
presentado como cerradas al resto de la Iglesia, prósperas y satisfechas de sí,
como si se bastaran a sí mismas, sin proyectarse hacia afuera. A veces estas
acusaciones son verdaderas, y allí donde lo sean los responsables deben
arrepentirse y cambiar. Con frecuencia las acusaciones no tienen fundamento,
y son fruto de la confusión y frustración, incluso de la envidia y de la
maledicencia, y en algunos casos pienso que derivan de verdadera malicia.

Es importante advertir que algunos de los mejores elementos que se dan en la


vida de comunidad aparecen también en grupos cristianos que no son
comunidades o que no se tienen por tales, y que incluso no tienen conexión
alguna con la RCC. Ni las comunidades ni la Renovación tienen el monopolio
del amor fraternal, del cuidado y protección mutuos, del buscar juntos al
Señor o del liderazgo inspirado por Dios. Son éstos elementos del cristianismo
normal y se les debe desear y acoger allí donde quiera que aparezcan.

He de indicar que tanto la RCC como las comunidades que de ella han surgido
son muy jóvenes. Quince años es un tiempo muy corto en toda la historia de la
Iglesia. No debe sorprendemos el que experimentemos dolores de crecimiento
y tensiones entre la Renovación y la Iglesia, o entre comunidades y la
Renovación en su conjunto.

Pero las actuales tensiones vienen a suceder en unos tiempos críticos.


Mientras que el Santo Padre nos enseña el verdadero espíritu, sentido y forma
de cumplir el Vaticano II, hay fuerzas en la Iglesia que luchan por rechazar la
obra del Espíritu en el Concilio y para hacernos retroceder a las viejas
estrategias del pasado. Al mismo tiempo están aquellos, a los que considero
más peligrosos, que manipulan el sentido del Concilio para llegar a un
compromiso sin fe con el secularismo. Mientras tanto, las fuerzas diabólicas
del materialismo y humanismo secular asedian a la Iglesia, atacándola por
todos los costados y tratando de ahogar la proclamación del Evangelio en el
mundo y de apagar el fuego del Espíritu en el alma cristiana.

Es así como se ven afectadas nuestras tensiones entre las comunidades y la


RCC., bombardeadas nuestras mentes y sobreexcitada nuestra emotividad al
tratar nosotros de seguir aquello que el Espíritu nos manda hacer. En el fragor
de esta gran batalla espiritual que arrecia a nuestro alrededor, nuestras propias
tensiones y frustraciones nos hacen más vulnerables.

Como líderes de la RCC debemos hacer frente al ataque y solucionar nuestras


tensiones. Hemos de respetar toda obra auténtica del Espíritu Santo en la
Iglesia. De manera especial, aquellos que se encuentran en comunidades
deben reconocer y valorar la obra del Espíritu en la RCC: en los individuos y
en las familias, en los grupos de oración, grandes o pequeños. Las gracias de
conversión a Jesús y de renovación en el Espíritu Santo, de fe y de oración, de
rectitud y de santidad; los dones de curación, predicación, profecía y la
atención a los pobres que allí florecen: son cosas que hay que mimar, alentar,
fomentar y ayudar.

Los que sólo están en la Renovación general deben estimar las cosas
adicionales que Dios está haciendo en las comunidades y a través de ellas: la
profundidad de amor fraternal, la unidad de mente y corazón, la fuerza que
deriva del compartir totalmente la vida, los talentos naturales, los dones
espirituales y los recursos materiales; el poder que da la unidad para ejercer el
ministerio de manera efectiva en la misión a nivel local, nacional y por todo el
mundo.

En suma, necesitamos dejar a Dios ser Dios, acoger y respetar las diferentes
obras del Señor y el desarrollo de su gracia y de su plan en el momento
oportuno. Debemos alegrarnos de ser lo que somos, de estar donde estamos,
haciendo lo que debemos hacer, con tal que estemos en la llamada y voluntad
de Dios. Como líderes de la RCC y de sus comunidades, tenemos la
responsabilidad de inculcar a todos nuestros hermanos este respeto mutuo en
el Señor.

II.- ELEMENTOS ESPECIFICOS DE LA VIDA COMUNITARIA

Quisiera poner de relieve, en el breve tiempo de que dispongo, algunos


elementos específicos de la vida comunitaria que se deben hallar en toda
comunidad. Creo que esto también es útil para los que no se encuentren en
comunidades, porque son elementos que también se pueden aplicar a otras
situaciones, por ejemplo a las familias y a los grupos de oración. Debo fijarme
en dos imágenes del Nuevo Testamento que considero de gran utilidad, pues
clarifican la realidad de la comunidad cristiana y ofrecen modelos y pasos a
seguir en el desarrollo de las comunidades en el contexto de la RCC.

Estos elementos son: koinonía. Es decir, comunión, tal como se encuentra en


el Libro de los Hechos, capítulo 2. Y en otros lugares, y soma tou Christou,
es decir, el cuerpo de Cristo, tal como lo vemos en 1 Co 12 y en otros pasajes.

1.0 - Koinonía (comunión)

En Hechos 2, 42 leemos:
"Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderó de todos, pues los
apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían
unidos y tenían todo en común: vendían sus posesiones y sus bienes, y
repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al
templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el
pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.
Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor
agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 2, 42-
47). Se puede comparar este pasaje con Hch 4, 32-37.

La palabra koinonía puede significar varias cosas en el Nuevo Testamento,


que no son más que distintas facetas de una misma realidad que es la piedra
angular para la vida de comunidad. La palabra básicamente significa
comunión, y muchas veces se traduce por comunidad. San Pablo usa la
palabra koinonía para referirse a la comunión del cristiano con Dios en Cristo
y a la unión espiritual de los cristianos o comunión de unos con otros. Para
Pablo koinonía no es solamente una realidad espiritual, porque también
significa la colecta de dinero que han hecho los cristianos de diferentes
iglesias para ayudar a la iglesia de Jerusalén (Rm 15, 26). Así debían haberlo
entendido los primeros cristianos, familiarizados con las cartas de Pablo, al oír
el uso específico de la palabra en el Libro de los Hechos.

El uso de otra palabra con la que se relaciona, koina, y que en Hch 2, 44 y


4,32 se refiere a la posesión de propiedad o dinero en común, da cuenta de la
naturaleza concreta de su koinonía. Pero la koinonía que aquí se presenta no
es solamente económica, sino que describe la comunidad en el culto. Se
refiere a las comidas compartidas de forma regular, al compañerismo de mesa
que llevaban consigo la enseñanza de los apóstoles, la eucaristía y la oración
en común.

Pienso que Hch 2,42 describe un servicio de culto o una liturgia. Y esto
porque la frase acudían asiduamente significa que participaban en un servicio
ordinario de culto. Este culto primitivo constaba de la enseñanza de los
apóstoles, de la comida en común (koinonía), de la fracción del pan
(tecnicismo cristiano que significaba la eucaristía) y de las oraciones.

El resto de los pasajes nos ofrece más luz sobre aquella vida de comunidad.
Oraban no sólo en el culto y en la comida común, sino que diariamente
acudían juntos al templo. Al ir al templo tenían gran oportunidad para la
predicación y los milagros de los apóstoles. Es importante advertir que en
aquel entonces el templo no sólo era el lugar del sacrificio de la antigua ley,
sino también la sinagoga central de Jerusalén: el lugar de la oración de la
mañana y de la tarde, de la que eran devotos todos los judíos piadosos. Como
en otros lugares, la comunidad primitiva siguió participando en la oración de
la mañana y de la tarde que se tenía en la sinagoga. Estos momentos de
oración permanecieron como parte de la vida cristiana después de la
separación del judaísmo, y se convirtieron en las horas principales del Oficio
Divino: la oración de la mañana (laudes) y la oración de la tarde (vísperas).

Finalmente, la comunidad era evangelizadora y misionera con la predicación


de los apóstoles y el testimonio que daban de Jesús por el ministerio
carismático de los milagros, al mismo tiempo que gozaba de la simpatía de
todos, y cada día se añadían más a ella.

¿Qué implicaciones tiene para nosotros, líderes de las nuevas comunidades


carismáticas, esta descripción de la vida de la comunidad cristiana primitiva?
Yo sugiero las siguientes:

1) La koinonía que nosotros formamos no es algo separado de la vida cristiana


normal, sino una intensificación específica de la misma. No es un club aparte
o un conjunto de actividades. Es, para sus miembros, la forma de compartir su
unión espiritual con otros cristianos. La comunión entre los miembros de la
comunidad debe concordar con esta conciencia y realización del supremo
misterio espiritual.

2) Esta koinonía, si es espiritual, es también práctica y concreta. Supone


compartir juntos la comida en la presencia del Señor, compartir nuestros
recursos materiales, considerar lo que tenemos como puesto a disposición de
la comunidad, y cuidar de las necesidades de cada miembro.

3) Debe estar estrechamente integrada y conectada con la liturgia de la Iglesia.


Ante todo, con la Eucaristía, y en segundo lugar, con la liturgia de las horas.
En cuanto sea posible estos grandes dones de Dios deben estar presentes en el
centro de la vida de culto de la comunidad y de sus miembros.

4) Esta koinonía debe estar informada por la enseñanza de los apóstoles. Esto,
desde luego, significa la Escritura, pero también la enseñanza apostólica que
nos llega por la tradición sagrada, por la auténtica interpretación que nos
ofrece el magisterio de la Iglesia. De manera especial, en estos tiempos de
renovación, nuestras comunidades deben atenerse a la enseñanza del Santo
Padre para hallar la auténtica interpretación del Vaticano II (pues en nombre
del Vaticano II se han dicho, se han propuesto y se han realizado tantas cosas,
.. ), y hemos de considerar la doctrina del Santo Padre para encontrar la
auténtica "palabra actual" del Espíritu Santo. En particular, siento que el
Señor quiere que prestemos atención a lo siguiente: a la enseñanza social de
los papas, a la Humanae vitae, así como a la doctrina vigente sobre la
sexualidad, el control de nacimientos y el aborto; a la Catechesi tradendae,
para la difícil acción de una educación religiosa ortodoxa; a la Redemptor
hominis, para el desarrollo de una antropología cristiana adecuada y de una
humanidad plenamente cristiana, y para el compromiso dialogal con la
sociedad moderna.

5) La koinonía que formamos debe ser evangelizadora, no creciendo para sí


misma y satisfecha de sí, impactando por el testimonio de Jesús y el
testimonio de su propia vida de comunidad, lo cual ganará el favor de todos e
impulsará a la humanidad a ser salvada día tras día.

6) Por último, la koinonía que formamos debe ser carismática, y el apostolado


de nuestra comunidad debe ir marcado con señales y maravillas, milagros,
curaciones, liberación de la esclavitud, lo cual respaldará la predicación de la
palabra.

Estas recomendaciones ofrecen una agenda muy exigente para los líderes de
las comunidades carismáticas. Reclaman gran sabiduría, solicitud y esfuerzo
en el desarrollo de comunidades católicas. Y todavía son más exigentes para
los líderes católicos que se encuentran en comunidades carismáticas
ecuménicas. Como sabéis, muchas de las grandes y famosas comunidades de
alianza carismáticas son ecuménicas, Por esto, para cumplir estas
recomendaciones es muy importante el desarrollo de fraternidades católicas
dentro de las comunidades ecuménicas. En estos últimos años pasados en
comunidades ecuménicas se han formado muchas de estas fraternidades con la
aprobación episcopal, y están respondiendo satisfactoriamente a estas
necesidades.

2,0 - El cuerpo de Cristo

Veamos ahora la segunda frase e imagen del Nuevo Testamento: soma tou
Christou (el cuerpo de Cristo). El tiempo disponible exige que se trate este
punto muy brevemente. La frase aparece en 1 Cor 12, 27: "vosotros sois el
cuerpo de Cristo". Frases parecidas se encuentran en Rm 12, 5: "nosotros,
siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo", y en Efesios,
4, 12: "para edificación del cuerpo de Cristo”.

Todos estos pasajes resultan familiares para los líderes de la RCC, porque son
fuente de la enseñanza sobre la realidad de los dones espirituales, sobre la
importancia de que aquellos que tienen dones se relacionen entre sí y
dependan unos de otros como miembros de un solo cuerpo bajo una sola
cabeza que es Cristo. Esto es verdadero, de manera especial en 1 Co 12, donde
se subraya la acción del Espíritu Santo como origen de todos y cada uno de
los dones espirituales, y al mismo tiempo se habla de cierto orden entre los
dones y ministerios, de forma que se asegure la unidad necesaria para
conseguir un solo cuerpo bajo Cristo como cabeza.

En muchas comunidades relacionadas con la RCC, estos pasajes fueron la


clave para hacer que sus miembros comprendieran la naturaleza de la unidad a
la que han sido llamados: a convertirse de verdad en cuerpo de Cristo, o si
preferís y me permitís la expresión, en el Jesús total, en una comunidad
carismática que aparezca como un cuerpo, porque en este todo, hecho de
muchas partes, en el único cuerpo hecho de muchos miembros, que funciona
como una sola mente y un solo corazón, y en el que cada uno desempeña su
propia responsabilidad en recta y ordenada relación con los demás, es donde
se encuentra esta plenitud del Señor.

He de hacer aquí una o dos advertencias sobre la palabra soma (cuerpo).


Soma es toda la persona de Jesús en acto de ofrecerse al Padre por la
salvación de la humanidad, Soma es Jesús en toda su actividad redentora
presente en la Ultima Cena, ofreciéndose en la cruz, aceptado en la
Resurrección, sentado a la derecha del Padre y continuando en el mundo por
la venida del Espíritu de Pentecostés.

Excepto en el capítulo sexto del Evangelio de Juan, donde aparece la palabra


sarx (carne), los evangelios usan regularmente la palabra soma (cuerpo) para
describir la nueva identidad del pan en la Ultima Cena (Mt 26,26; Mc 14,22;
Lc 22, 19). Jesús dice que este pan es su cuerpo, su soma, Él mismo en
sacrificio. Pablo usa la palabra soma, no precisamente en I Co 12 para
referirse a la comunidad de personas dotadas de dones, sino inmediatamente
antes, al describir la eucaristía, en 1 Co 11,24, y el discernimiento que la
Iglesia debe hacer, en 1 Co 11,29.

Para los corintios, lo mismo que para las otras iglesias del Nuevo Testamento
que escuchaban a Pablo y los Evangelios, la noción de cuerpo de Cristo estaba
penetrada de la realidad y significado de la Eucaristía. No sólo eran iglesias
alimentadas con el cuerpo sacrificial del Señor, sino que ellas mismas tenían
que ser su cuerpo inmolado, la presencia continuadora de su actividad
redentora. La dimensión eucarística de la palabra cuerpo les decía lo que
tenían que ser, y a nosotros, líderes de comunidades, nos dice hoy lo que
tienen que ser nuestras comunidades.

Sí, tienen que estar hechas de muchos miembros. Sí, los miembros han de
estar unidos, organizados bajo aquellos que tienen dones y el servicio de
dirigir. Sí, los miembros deben evitar la carismanía y un excesivo
individualismo. Sí, han de trabajar juntos con una sola mente que deriva de la
única cabeza que es Jesús. Sí, tienen que estar animadas por el único Espíritu.
¿Para qué? Para ser el cuerpo de Cristo.

¿Qué clase de cuerpo es? ¿Es una comunidad auto suficiente, cerrada, estática,
satisfecha de sí misma en el Señor? De ninguna manera. Aquellos que se
concentran en la integridad del servicio mutuo en el cuerpo o en el poder de la
gracia redentora del cuerpo ofrecen a veces esta impresión equivocada. Se
superará el problema si entendemos que la comunidad, como cuerpo de
Cristo, es cuerpo eucarístico.

Esto quiere decir dos cosas: 1) que es un cuerpo, que celebra la plenitud de la
eucaristía, y sus miembros se alimentan de la eucaristía, y 2) que es un cuerpo
en el que Cristo sigue ofreciéndose al Padre por la redención del mundo. Es
una comunidad que está siempre en ascensión hacia el Padre y en
acercamiento a la sociedad contemporánea. Si una comunidad no permanece
constantemente consumiéndose y vaciándose en el sacrificio de alabanza que
Cristo ofrece al Padre y en el sacrificio en el que Cristo da la vida por el
mundo, entonces no es el cuerpo de Cristo. Yo sugiero que los líderes de las
comunidades carismáticas tomen muy en serio la frase cuerpo de Cristo
cuando dirigen culto y cuando han de orientar la misión de sus comunidades
hacia los perdidos y los pecadores, a los oprimidos y a los pobres, a lo nocivo
y al daño que hay en torno a ellas.

TIPOS FUNCIONES Y CARACTER DE LOS LÍDERES DE


COMUNIDAD

Entendiendo bien la relación de nuestras comunidades dentro de la RCC y


para con la misma, y la exigencia que entraña la koinonía (la comunión) y el
soma tou Christou (el cuerpo de Cristo), ¿qué es lo que espera el Señor de los
líderes de comunidades y qué han de esforzarse ellos por llegar a ser?

Ya dije antes que sin líderes no puede haber comunidad. Estos líderes deben
formar parte de la comunidad, siendo miembros del cuerpo y participando en
la comunión. Deben tener el mismo compromiso de vida para con la
comunidad que cualquier otro miembro. No deben ser de fuera, ni en el
sentido de estar "sobre" la comunidad, ni en el sentido de un "experto" o
"asesor" externo. Tienen que estar dentro, totalmente dentro, plenamente
comprometidos con todos los hermanos y hermanas. En muchas cosas deben
considerarse a sí mismos como miembros ordinarios de la comunidad.
Además de vivir en pleno amor y comunión con todos los miembros de la
comunidad, los líderes necesitan ser entre sí mismos hermanos y hermanas
que se aman y cuidan de manera especial unos de otros. Esta relación cerrada
de amor mutuo y comunión entre los líderes es esencial para su propio
crecimiento y protección, y de gran importancia como ejemplo que dar a todos
los miembros de la comunidad. Los líderes deben guiar amándose unos a otros
con el amor sacrificial de Cristo e implicando a toda la comunidad en este
amor.

¿Cómo han de guiar? Deben guiar sirviendo. No sirviendo, en el sentido


superficial de la palabra, como se sirve en un comité, sino sirviendo en el más
profundo sentido, a imitación de Jesús el siervo sufriente de Dios. El nos
sirvió en todo y, ya de camino hacia su muerte, lavó los pies de sus líderes
para darles ejemplo, y dijo, a ellos y a nosotros, que no guiáramos siendo
señores sobre los demás, sino como servidores.

Hay muchas y distintas formas de ser líder, así como diferentes funciones y
oficios de liderazgo dentro de las comunidades. Varían de comunidad a
comunidad, según su magnitud, su vida íntima y la misión que desempeñan.
Quién tiene que dirigir, es decir, servir, y de qué modo es algo que dependerá
de ciertos factores: de la santidad, piedad y carácter cristianos, de los talentos
y capacidades humanas, de la educación, de la llamada de Dios y de la
concesión de dones espirituales, del discernimiento de la comunidad.

En mi comunidad, por ejemplo, hay ancianos que dirigen y se cuidan de la


vida de comunidad en general, hay asistentes y otras hermanas que atienden a
las necesidades específicas de nuestras mujeres, hay padres y madres de
familia, hay líderes de grandes comunidades domésticas y líderes de
agrupaciones de comunidades domésticas, y están los que guían en el pastoreo
y los que guían como profetas, maestros y evangelizadores. Están aquellos
que sirven administrando los asuntos de nuestra vida interna y los que sirven
administrando nuestra acción misional, los que nos guían en el culto y en la
música, los que se encargan del ministerio para con nuestros niños y nuestra
escuela, y los que llevan nuestro servicio para toda la RCC.

Pero todo el que guíe en nuestra comunidad, o en cualquier otra comunidad,


debe estar insertado dentro de la misma y totalmente comprometido en su vida
común. Todos deben estar llenos del Espíritu Santo para llegar a ser
servidores. Aun cuando el liderazgo en cualquiera de sus formas es de una
gran responsabilidad y comporta una pesada obligación, ningún líder es más
importante que cualquier otro miembro de la comunidad.

Estos dos principios, que los líderes deben estar dentro y no fuera de la
comunidad, y que deben ser servidores y no señores, son esenciales para las
comunidades que surjan de la RCC, si tales comunidades han de sobrevivir a
su nacimiento, madurar como koinonía, y servir al plan de Dios como el
cuerpo sacrificial de Cristo en el mundo.

LA DIMENSIÓN VERTICAL DE LOS


LÍDERES
Por Albert M. de Monleon, O. P.

Albert M. de Monleon es padre dominico francés, y está plenamente


implicado en la Renovación Carismática de Francia, sobre todo por su
ministerio de enseñanza y de animación espiritual. El artículo que publicamos
a continuación es la conferencia que pronunció en el Congreso de Líderes de
Roma.

Como se me ha pedido hablar sobre la dimensión vertical en la vida de un


responsable de la Renovación, es decir, de nuestra relación con Dios, relación
personal absolutamente indispensable, sin la cual nosotros no podemos nada,
no podemos ni siquiera vivir, quisiera ante todo darles tres razones muy
simples, pero fundamentales, por las que es indispensable y absolutamente
necesario el vivir en comunión constante con nuestro Dios.

1.- RAZONES PARA VIVIR EN COMUNION CONSTANTE CON


DIOS

1ª. Sin el Señor no podemos nada

La primera de estas razones es sencilla y la conocemos todos, porque no


cesamos de experimentarla, pero es bueno volver a decirla, y es que sin el
Señor nosotros no podemos hacer nada: si no estamos íntimamente unidos con
el Señor Jesús sobre todo, no podemos llevar nada a nadie sin Él.

Y es esta la palabra que el Señor nos dirige en un momento tan importante de


su vida, en la Cena con sus discípulos, y que tenemos en el capítulo XV de S.
Juan: "Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento
no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El
que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí
no podéis hacer nada" (Jn 15,4-5).

No hay modo de evitar esta palabra.


Continuamente tenemos que volver y reconocer este hecho, y venir otra vez a
Cristo y apoyarnos en El.

Anoche nos decía el P. Tom Forrest con mucha claridad que la gente ama los
frutos de la Renovación, pero que no ama la Renovación en sí. Yo creo haber
encontrado un símbolo en este pasaje de la vid. La vid es una imagen del
Pueblo de Dios, la Iglesia entre las naciones. La vid tiene una particularidad:
es que, si no da fruto, no sirve para nada. Otros árboles pueden dar sombra,
buen aroma, incluso madera para la construcción. Pero la vid, si no da fruto,
no sirve para nada. Nos gusta el fruto de la vid, pero no nos gusta su tronco, ni
formar parte de la savia porque esto es doloroso y es la aceptación de nuestra
limitación y debilidad.

Como nos decía ayer mismo el P. Forrest, poco a poco vamos descubriendo
nuestra debilidad, y esto es aceptar la vid para que dé fruto y aceptar también
que el poder viene de Dios.

2ª. Somos hijos de Dios

La segunda razón para estar siempre e incesantemente unidos a Dios es


también muy sencilla, pero muy importante. No se trata solamente de que
tengamos que producir fruto, sino que lo que nosotros somos como hijos de
Dios exige de nosotros esta relación con nuestro Padre.

Tenemos que convertimos cada vez más en aquello que somos, es decir,
hacernos pequeños, niños, amados del Padre, y, como consecuencia, vivir esta
relación constante con El.

Si no estamos en comunión con Dios, si no permanecemos en El, no somos


entonces lo que realmente somos. Somos hijos de Dios por los sacramentos de
la fe y por el Bautismo.

3ª.- Por la gratuidad del amor

Hay una tercera razón para estar en comunión con Dios, que creo es muy
importante y de la que no podemos escapar. Esta razón es la gratuidad del
amor de Dios.

No solamente debemos tratar de ser aquello que somos. No sólo debemos


procurar, y esta es nuestra tentación, producir fruto y ser eficaces. Esto no es
suficiente. Debemos vivir nuestra relación con Dios exclusivamente por amor,
para estar con El gratuitamente, sin ninguna otra razón. Vivir con El: ésta es la
razón máxima.

Creo que ésta es una exigencia muy importante en nuestras vidas siempre tan
atareadas, en el mundo que nos rodea con tanta eficacia y tecnocracia.
Debemos procurar este silencio, introducirnos en el amor de Dios. Poco a
poco tenemos que procurar retirarnos a un lugar de silencio, como en un
Sabat, y estar delante de El en el silencio y la adoración.

Para ilustrar y recordar las razones por las que debemos estar unidos con
nuestro Dios hemos de buscar otra vez y volver al ejemplo de los santos. En
toda la historia del Pueblo de Dios, desde Abel hasta el santo que en estos
momentos nos rodea, todos, absolutamente todos, han estado constante y
profundamente unidos a Dios, pero de modo especial aquellos que fueron
llamados a ser pastores de su pueblo. Por ejemplo, Moisés con su experiencia
inicial, que nunca olvidó, del encuentro con Dios en la zarza. Habló y
conversó incesantemente con Dios, como un amigo habla con su amigo, para
poder enseñar, guiar, consolar y reprender a su pueblo. El rey David, también
pastor de su pueblo, tenía los ojos constantemente fijos en el Señor y la única
vez que apartó su mirada del Señor fue cuando pecó.

Todos los grandes santos que han renovado su tiempo, Benito, Francisco,
Domingo, Ignacio, Vicente de Paúl, estuvieron en constante relación, en
comunión, en oración con Dios. Y en torno a nosotros conocemos hombres y
mujeres, ocultos o célebres, cuya eficacia de acción estuvo ligada a su
profunda unión con el Señor.

Debemos reafirmar y redescubrir en el amor esta gratuidad y necesidad


absoluta de nuestra vida con Dios.

II.- RASGOS CARACTERÍSTlCOS DE NUESTRA VIDA CON DIOS

Quisiera ahora dar algunos rasgos característicos de lo que es nuestra vida con
el Señor, después de haber recordado las tres razones fundamentales, que
podrían desarrollarse más ampliamente, y en las que se habrá reconocido el
carácter trinitario de Dios.

Para ilustrar este camino y mostrarles este gusto y amor por la vida con el
Señor voy a tomar un pasaje del libro del Éxodo. Lo leeré y después lo
comentaré:

"Entonces dijo Moisés: 'Déjame ver, por favor, tu gloria'. Él le contestó: 'Yo
haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre
de Yahvé, pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia a quien
tengo misericordia'. Y añadió: 'Pero mi rostro no podrás verlo; porque no
puede verme el hombre y seguir viviendo’. Luego dijo Yahvé: ‘Mira, hay un
lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña al pasar mi gloria, te pondré en
una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado.
Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se
puede ver" (Ex 33, 18-23).

Este encuentro, este diálogo de Dios con Moisés nos da los rasgos
fundamentales de toda la vida espiritual, de todo caminar con Dios.

Lo primero que tenemos es esta petición de Moisés: "Déjame ver, por favor,
tu gloria”.

Solo podremos encontrar al Señor si queremos verdaderamente encontrarlo. Si


no lo deseamos suficientemente debemos pedir la gracia de deseado, que
deseemos verlo y conocerlo, ver su gloria.

Y el Señor responde, pero como siempre responde de una manera no directa,


sino simbólica. Esto significa que el Señor va siempre mucho más allá de lo
que nosotros le pedimos.

Moisés pide ver la gloria que es el esplendor, la irradiación de la majestad y


de la bondad de Dios, y Dios le dice: no solamente verás mi gloria sino que te
haré gustar toda mi bondad, mi mismo ser, cuyo nombre te revelaré.

Y esto lo hace solamente por gracia, pues "hago gracia a quien hago gracia ",
y para hacerla da a conocer el nombre de Yahvé. El nombre de Dios en hebreo
significa invocar, y equivale a llamar, deletrear y aún orar. El Señor
pronuncia, deletrea, como una madre que enseña al hijo su nombre, el misterio
de su ser. Lo pronuncia a la vez con fuerza y con vigor, con esa voz del Señor
que como nos dice en otro lugar del Éxodo se va ampliando.

Cuando se toca un instrumento de viento, como puede ser una flauta o una
trompeta, cuanto más tiempo se está tocando, tanto más se fatiga uno y se
acaba el aliento. Con el Señor ocurre todo lo contrario. Cuanto más nos
manifiesta su nombre y nos habla, lo hace con mayor amplitud y poder, y al
mismo tiempo con una gran dulzura y ternura. Él nos grita su nombre, y lo
deletrea para enseñarnos a balbucearlo y a conocerlo.

Esta proclamación es una oración. Es la misma palabra que encontramos en


los salmos: "¿Qué daré yo al Señor por todo lo que me ha dado? Levantaré la
copa de Salvación e invocaré el nombre del Señor” (Sal 16,12-13).

El Señor se comunica con nosotros enseñándonos a orar. Cuando El nos


enseña su nombre nos da la oración.

Hay otro elemento en este pasaje que es tan bello para nuestro encuentro con
el Señor y que lo hallamos a lo largo de toda la Escritura. Es una palabra muy
sencilla: El Señor pasa. El Señor tiene algo que es absolutamente inaccesible.
El siempre pasa, y con frecuencia, después de su paso, reconocemos que fue
El quien pasó. A un mismo tiempo se da la dimensión del todo trascendente
de nuestro Dios, del que no podemos hacernos una idea ni formarnos una
imagen, pues ni se le puede asir, ni creer que ya llegamos, pues siempre está
más y más allá, y al mismo tiempo se da también como una prueba, porque si
lo deseamos, si anhelamos conocerlo aún más, hay que dejarse llevar tras El.
Como dice el Cantar de los Cantares, "Llévame en pos de ti: ¡corramos!" (Ct
1,4).

Debemos aceptar esa ráfaga de aire que es el paso del Señor. En el Evangelio
se dice varias veces que "Jesús pasó”. Es algo que manifiesta su divinidad y
no solo su humanidad. El Señor pasa... debemos estar muy atentos para
reconocerlo y recibirlo. Es una pascua del Señor, un paso del Señor.

Quisiera subrayar otro aspecto de este encuentro con el Señor: tiene lugar en
la roca. Los Padres de la Iglesia, y de manera especial S. Gregario de Nisa,
identifican esa roca con Cristo, según la palabra de Pablo: "la Roca era Cristo"
(I Co 10,4).

No podemos conocer ni gustar la dulzura de nuestro Dios si no estamos


fundamentados, apoyados y construidos, en esa Roca que es Cristo. No se
trata sólo de la Roca sino de la grieta de esa Roca. Esa cavidad de la Roca es
como el corazón abierto de Jesús. En el corazón abierto de Cristo, que es el
signo de su pasión, de sus sufrimientos y de su amor inacabable, es donde
podemos conocer, gustar, ver pasar a Dios.

El encuentro con Dios tiene siempre un carácter pascual: es a la vez prueba,


purificación, fuego, y en cierta manera, tinieblas. Es lo que todos hemos
experimentado en un momento o en otro de nuestra vida, y lo
experimentaremos aún.

Por nuestra parte no podemos soportarlo y vivirlo más que apoyados y


enraizados en Cristo sufriente, cuya Pascua es nuestra vida, y en quien la luz y
la gloria del Señor se manifiestan.

Debemos tener nostalgia del encuentro con Dios que evoca este pasaje y en el
que vemos cómo no podemos aún ver su faz, sino aprenderla tan sólo por
indicios, por signos, en ese lenguaje secreto que sólo Él nos comunica. Tener
un gran deseo de conocer a Dios, y comprobar hasta qué punto este encuentro
con el Señor, tal como está en la Escritura, es a la vez fuerte y poderoso,
fugitivo e inasible, con aspectos de luz y de noche, y que tiene una dimensión
pascual: es verdaderamente un diálogo.

Nuestro querido Papa Juan Pablo II decía a los jóvenes de París a propósito
del misterio de Cristo que en Él se desarrolla continuamente un diálogo: la
conversación de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Él es la palabra
del diálogo incesante que se desarrolla en el Espíritu Santo, porque el Señor
dice su nombre, el nombre del Hijo único y muy amado, el nombre de Jesús,
en nuestros corazones.

A partir de este aspecto del diálogo podemos ir algo más lejos en este texto,
valiéndonos de cierta ambigüedad que hay en él, y que no siempre aparece en
las traducciones. El texto comienza con estas palabras: Él dijo. El pasaje no
nos manifiesta de quién se trata. Las traducciones dicen por lo general: Moisés
dijo, y, desde luego, éste es el sentido más directo, pero en el texto sólo
leemos: Él dijo. Para nuestra aproximación al misterio se puede comprender
que ese Él dijo se refiere a la persona que acaba de hablar (verso 31), ya que
no se repite su nombre, y sólo se lee "él”. La persona que acaba de hablar es
Dios. Por tanto, se puede entender que Dios dijo a Moisés: Hazme ver tu
gloria.

Nuestra relación con el Señor es una relación de reciprocidad. No sólo


debemos ver al Señor. El Señor también desea ver nuestra gloria, porque la
gloria es el alma del hombre, según un sentido bíblico, es el corazón del
hombre, como dice el Salmo 57: "¡Gloria mía, despierta! ¡Despertad, arpa y
cítara! ¡A la aurora he de despertar!" (Sal 57, 9). La gloria del hombre es el
reflejo en él de la presencia de Dios, y el Señor desea ver nuestra gloria, y
entrar en relación de reciprocidad con nosotros.

Habremos franqueado un umbral muy importante de esta vida espiritual


cuando descubramos esta reciprocidad del amor que el Señor quiere tener con
nosotros, tal como nos permite la audacia de interpretar este texto. No es sólo
Moisés el que pide ver la gloria de Dios; es Dios quien dice a Moisés: "hazme
el favor de que yo pueda ver tu gloria, ábreme tu corazón, dame tu corazón”.
Dios tiene hambre y sed de nosotros. El Padre busca adoradores en Espíritu y
en verdad, y nosotros debemos adentrarnos cada vez en el descubrimiento de
la reciprocidad del diálogo con nuestro Dios.

El Señor que pasa dice: "haré pasar sobre ti mi bondad, y pronunciaré sobre ti
mi nombre”. Es como el viento del Señor, aquel soplo que pasaba sobre Adán
en el momento de la creación (Gn 2, 7), el soplo de su amor y de su
misericordia. El Señor pasa siempre entre nosotros para posibilitar el que
entremos en relación de reciprocidad, de diálogo con El.

III.- AYUDAS PARA PROGRESAR EN ESTA UNION CON EL


SEÑOR

En la tercera y última parte quiero presentar algunos puntos que nos ayuden a
progresar en esta vida de unión con el Señor. Digo progresar porque ya sé que
todos habéis entrado, pero es necesario continuar y seguir más lejos.
Los puntos que voy a presentar son muy conocidos, sólo los recordaré. En
alguno me extenderé más.

1) El primer punto ya evocado es desear la faz del Señor, buscar sin cesar su
faz, la unión con El, y, como consecuencia, disponemos para ello, porque no
se le puede recibir sino como don de su gracia, y hay que aceptado con acción
de gracias.

En los cuentos de Martin Buber se narra la historia de un niño que jugaba al


escondite con sus compañeros y que regresó a casa llorando. Su papá le
preguntó la causa y el pequeño contó que jugando al escondite cada uno se
escondía por turno y los otros le buscaban y le encontraban, y que cuando le
tocó el turno a él, él se escondió y nadie le quiso buscar. El padre dijo a su
hijo: "mira, con Dios pasa más o menos lo mismo. Él se oculta para dejarse
encontrar, pero los hombres no le buscan".

Nosotros debemos tener deseo, hambre de buscar a Dios.

2) Además hay que comprometerse de modo absoluto, con determinación,


humildad, abnegación, perseverancia en la vida de oración. Esta palabra,
"resueltamente", la tomo de Santa Teresa de Ávila. Es una palabra en la que
ella insiste. Resolverse a perseverar, a mantenerse en la oración, en la
comunión con el Señor, puede costarnos renuncia, desapego. No encontramos
a Dios sino a través de un camino de purificación, de renuncia, de desapego.

3) Otro modo de progresar es ser fieles a los sacramentos de la fe,


especialmente a la Eucaristía y a la Penitencia. Son vías privilegiadas para
crecer en el encuentro con Dios: dejamos tocar, iluminar, curar, fortificar,
embriagar por El. Todo esto fundamentado y enraizado en la gracia del
bautismo.

4) Hay otro punto que frecuentemente olvidamos y sobre el que quiero


extenderme un poco. Debemos nutrir nuestra oración, nuestra fe, nuestra vida
con el Señor, en la reflexión, en la meditación, en la contemplación del
misterio de la fe. Amar, recibir, descubrir a Dios como Él es. También los
santos, Santa Teresa o Santa Catalina de Siena, nos enseñan esto: tener la
mirada, los ojos de la fe vueltos hacia el Señor.

Si queremos vivir con El debemos saber quién es El. Jesús lo enseñó


ampliamente a las muchedumbres. No digo que haya que estudiar teología,
aunque es muy conveniente; lo que quiero decir es que es necesario entrar en
meditación para progresar, en esa meditación y contemplación del misterio de
la fe. Con frecuencia somos tentados de considerar la vida espiritual ante todo
bajo el aspecto de conducta moral, de vida en orden. Hay que vivirla así, pero
esta vida moral, esta vida santa a la que se nos llama se funda en la fe, en el
meditar las cosas de la fe.

Cuando en el capítulo 17 del Génesis le dice el Señor a Abraham: "Yo soy el


Sadday, anda en mi presencia y sé perfecto" (Gn 17, J), no le dice: "ante todo
sé perfecto para poder andar en mi presencia, bajo mi mirada”. Antes que
nada le revela su nombre y le pide estar y marchar en su presencia para llegar
a ser perfecto. Pero nosotros tenemos tendencia a querer ser perfectos antes de
caminar ante el Señor, y por esto corremos el peligro de esperar mucho tiempo
y así no llegaremos porque la orden fue a la inversa. Estar con el Señor nos
purifica, nos hace perfectos.

Hace pocos días hemos celebrado la festividad de San Atanasio, el gran doctor
del misterio de Cristo, y en la oración de la misa decíamos: "Señor,
concédenos, en tu bondad, que, fortalecidos con su doctrina y protección, te
conozcamos y te amemos cada vez más plenamente".

Nuestro meditar el misterio de la fe es para amar más, y cuanto más amemos


más desearemos conocer quién es Dios.

Vamos a tomar un último ejemplo de San Pablo que da consejos prácticos


sobre la vida doméstica corriente, sobre la conducta cristiana. En la epístola a
los Efesios, del capítulo 4 al 6, nos ofrece unos consejos muy prácticos, que se
basan ante todo en el hecho de que Dios manifestó el eterno designio, el
misterio del Padre: si los maridos deben amar a sus esposas, si los hijos deben
ser obedientes a sus padres, es porque el Señor manifestó su amor y envió a su
Cristo. Si partimos de la revelación, del desarrollo del misterio, no nos aparta
de la santificación de la vida cotidiana, sino que por lo contrario nos
compromete en ella.

5) Otro aspecto por el que debemos progresar en la vida con el Señor, y que es
absolutamente indispensable, al menos según la tradición católica y que el
Señor nos pide como católicos, es la presencia y la vida con María, la Madre
de Dios. Sin ese conocimiento, sin esa aceptación de María, como la Madre
que nos fue dada en la cruz, no puede lograrse cierto crecimiento o al menos
cierta facilidad en la vida espiritual. Hay una profundidad que no se alcanza si
no aceptamos, como San Juan, a María en nuestra casa con nosotros para tener
una intimidad cada vez mayor con Cristo su Hijo.

6) Finalmente quiero recordar tres últimos puntos que nos ayudarán a


progresar en la vida con el Señor:

a) Llevar una vida ordenada. Esto está claro y el Señor nos ha enseñado
mucho al respeto.

b) Recurrir a lo que en la Edad Media se llamaba el sacramento del hermano.


Un hermano que se apoya en su hermano es como una ciudad fortificada.
Debemos ser ayudados por nuestros hermanos y hermanas. Es absolutamente
indispensable para crecer en la vida espiritual, en la vida con el Señor.

c) Debemos también ejercitar los carismas. La experiencia lo demuestra. Los


carismas son para bien, crecimiento y, edificación del cuerpo. Nosotros somos
miembros de este cuerpo y crecemos con el ejercicio y buen uso de los
carismas.

Todos estos puntos nos pueden parecer difíciles y muy numerosos. Es lo que
ocurre cuando a uno se le enseña a conducir. Si se le enumera todo lo que
tiene que hacer, sentirá pánico el aprendiz, pero al cabo de poco tiempo lo
dominará todo con armonía y sencillez.

Todo esto nos hace crecer en la vida con el Señor.

CONCLUSION

Para concluir tenemos una palabra que resume esta dimensión de nuestra
relación con el Señor. No hay palabra ni llamada más urgente, más
indispensable que la de llegar a ser santos. No podemos llevar en el mundo
una vida mediocre. El Señor quiere que lleguemos a ser santos, no de un modo
general y vago, sino santos canonizables. Es un deseo que debemos tener y
esto nos hará crecer.

Sabemos que nuestra santidad no es nuestra. Cristo es nuestra santidad. En la


llamada gloriosa que recibimos de su cruz es como llegamos a ser santos.
Creo que no hay otra posibilidad ni otra urgencia que la de llegar a ser santos,
sin recortes, sin reducciones. El mundo necesita santos.

PRECISIONES SOBRE LA ORACIÓN


DE LIBERACIÓN Y EL EXORCISMO
Por el Cardenal L J. Suenens

No se puede negar que en ciertos lugares y en grupos carismáticos de varias


tradiciones, incluida la católica, ha crecido de un modo inquietante el número
de exorcismos. Estos pueden ser llamados o no con este nombre y pueden
tomar diversas formas, pero tienen siempre en común el hecho de enfrentarse
directamente con los espíritus malignos.

Es bueno, por consiguiente, examinar de cerca las críticas que se han hecho,
porque éstas invitan a todos, seamos o no "carismáticos", a reflexionar sobre
lo que nosotros, cristianos de hoy, creemos sobre el diablo y sobre las
potencias del mal. De hecho, antes de condenar los excesos, es importante
reafirmar que hoy, no menos que ayer, la existencia del Maligno y de sus
obras no puede ser puesta en duda por un creyente, y el silencio que
demasiado a menudo prevalece sobre este punto debilita nuestra fe cristiana y
la contradice. Porque ¿cómo podemos entender el cristianismo sin la cruz? ¿Y
cómo podemos comprender la cruz sin el "misterio de iniquidad" del que
habla San Pablo y que es un aspecto integrante de nuestra redención?

Es importante comprender que estamos entrando en un campo particularmente


misterioso: el campo demoníaco es por propia naturaleza oscuro, inaccesible a
la luz, elude nuestras categorías humanas, nuestra lógica racional, nuestra
preocupación de clasificarlo todo, y deberemos, por lo tanto, acercarnos con
extrema reserva, prudencia y humildad.

Un cierto número de incidentes inquietantes nos han hecho conscientes de los


graves riesgos y peligros inherentes al uso de la energía nuclear; a otro nivel,
lo mismo vale para la fuente de la energía espiritual que deriva del Maligno y
que devasta la obra de Dios. Es éste un campo en el que deberían entrar sólo
aquellos que han tomado las preocupaciones necesarias, lo que para nosotros
católicos significa: aquellos que tienen el poder sacramental y el mandato para
hacerlo (especialmente cuando se trata de un exorcismo "solemne", que está
reservado al obispo o a un delegado suyo). Esta norma no debería ser olvidada
ni siquiera en el caso del exorcismo "menor" (es decir, no oficialmente
reservado); hay toda clase de razones para no aventurarse en este campo sin
permanecer al mismo tiempo estrictamente fieles a las normas de las
autoridades eclesiásticas.

Reconozco que actualmente hay una falta de instrucciones pastorales sobre


este punto y que es urgente una actualización general del exorcismo reservado
y no reservado. El vacío presente favorece, en ciertos grupos carismáticos, la
difusión incontrolada y la proliferación de exorcismos que pueden ocurrir con
toda facilidad porque se presentan disfrazados bajo títulos menos dramáticos
como "el ministerio de la liberación".

Es urgente (y sería un signo saludable si lo hiciésemos) romper la


"conspiración del silencio" que demasiado a menudo se realiza en el trabajo
teológico de las universidades y de los seminarios, como si los teólogos se
avergonzasen de afirmar la presencia y la obra del Maligno, que viene descrito
como un mito generado por el subconsciente. Este silencio explica en parte el
crecimiento del número de exorcismos realizados por profanos con buenas
intenciones que se aventuran en un área inexplorada.

Pablo VI rompió valientemente este silencio cuando escribió: “Sale del cuadro
de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien rechaza reconocer su existencia: o
bien hace de ella un principio a sé, que no tiene, como toda criatura, su origen
en Dios: o bien la explica como una pseudorealidad, una personificación
conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestros males"
(Enseñanzas de Pablo VI, v. X, Tipografía Políglota Vaticana, Roma 1972,
pp. 1169-1170). Una declaración que no deja lugar a la duda sobre lo que la
Iglesia cree sobre este punto.

Dicho esto, es esencial reconocer el peligro de "liberaciones" dejadas a la


iniciativa y a la discreción de animadores no preparados que no han sido
encargados para esta función por la Iglesia.

Quisiera llamar la atención especialmente sobre los siguientes peligros:

1) El de disminuir o hasta eliminar la conciencia de la persona por quien se


ora, con respecto a su responsabilidad personal por su comportamiento; una
persona así cree estar sufriendo pasivamente la acción de espíritus malos (que
son interpelados directamente y designados con sus nombres y atributos) y se
espera algún signo exterior de liberación;

2) El de manipular involuntariamente a la persona que es "liberada", espiando


indebidamente en las profundidades de su conciencia y de su vida privada (un
terreno que la Iglesia tiene un cuidado particular de defender);

3) El de crear una psicosis general, como si la posesión diabólica, la


infestación o la obsesión por parte de espíritus malos fuesen cosas de todos los
días;

4) El de no reconocer la posibilidad de explicaciones psicológicas complejas y


de todos los datos adquiridos por la psiquiatría, ninguno de los cuales puede
ser olvidado impunemente.

Estos peligros particulares deberían ser evitados, pero deberíamos estar aún
más atentos a evitar el peligro mayor: el de distorsionar nuestra perspectiva
cristiana. La atención del cristiano debe estar concentrada no sobre el
Maligno, sino sobre Jesucristo, luz del mundo y su salvador, que nos enseña a
dirigir nuestra mirada hacia nuestro Padre del cielo, y a pedir que "nos libre
del mal" .

Es peligroso olvidar o minimizar el poder de curación inherente a los


sacramentos de la Iglesia, una curación que libera del mal. El primero de ellos,
el bautismo, sumerge al recién nacido en el misterio de la muerte y
resurrección de Cristo, haciéndolo desde el principio capaz de pasar del reino
misterioso al reino de la luz; y sucesivamente un poder de curación y de
liberación se encuentra en la Eucaristía y en los sacramentos de la
reconciliación y de la unción de los enfermos. Lo más importante es que el
mismo Señor indica el poder de la oración y del ayuno, cuando dice: "Esta
especie de demonios no se puede expulsar si no es con la oración y con el
ayuno" (Me 9, 29).

Finalmente el cristiano no debería olvidar que no está solo en su lucha contra


el mal, y que vive su vida cristiana en comunión con los santos de la Iglesia
triunfante, en cuyo centro, por especial privilegio de Dios, María tiene una
parte única en la lucha cotidiana contra todas las fuerzas de las tinieblas.

No pretendo que estas observaciones sean exclusivas. Mi finalidad ha sido


más bien la de atraer la atención especialmente sobre el doble peligro: por una
parte, del silencio; y, por otra, de los abusos unidos a la vulgarización y al
enfrentamiento directo con los espíritus malos; y de pedir que el magisterio dé
directrices actualizadas sobre esta materia, a fin de tener una interpretación
autorizada, para los cristianos de hoy, de la promesa de Jesús a sus futuros
discípulos: ¡ “En mi nombre expulsarán los demonios" (Mc 16. 17).

Esto debería ayudar a los animadores de la renovación, que con toda su buena
fe justificaban sus prácticas a partir de los Padres de la Iglesia o de los
moralistas de los siglos pasados, a reconocer los aspectos no actuales de estas
obras que fueron condicionadas por los conocimientos disponibles en el
tiempo en que fueron escritas.

Al trazar sus directrices, el magisterio debería distinguir claramente entre


exorcismo “solemne", reservado a un obispo o a un delegado suyo, y las
oraciones que pueden ser usadas por todo cristiano. Pablo VI pidió este
necesario "aggiornamento" en su audiencia general del 15 de noviembre de
1978; yo he llamado la atención sobre el peligro de la "demoniomanía" en el
Documento de Malinas-2 "Ecumenismo y Renovación Carismática".

Cuanto más claramente reconozcamos la realidad de los poderes del mal


(aunque evitando esa lectura fundamentalista de las Escrituras que se presta a
excesos), más capaces seremos de combatir este peligro. Un estudio amplio es
necesario para que los complejos aspectos teológicos pastorales del tema
puedan ser clarificados.

Y porque es un problema que concierne a todas las iglesias cristianas, ¿por


qué no debería ser un argumento de diálogo ecuménico, de modo que, unidos
en la afirmación de la victoria de Cristo, que se levantó vivo de la tumba como
vencedor de1 pecado, de la muerte y de las fuerzas del mal, podamos combatir
juntos contra las obras del Maligno, con las armas de la luz enumeradas por la
Escritura?

(Publicado en The Tablet del4 de Octubre de 1980)


32 - LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA Y LOS JÓVENES.

UNA JUVENTUD QUE NO PASA


NUNCA
I.- El mundo de hoy busca halagar y adular a la juventud a base de
ofrecerle slogans, valores falsos, ídolos y doctrinas de todo tipo, un
verdadero universo de diversiones, espectáculos y literatura, en el que
predomina la permisividad moral, y todo con vistas a unos fines sociales,
comerciales y políticos. Con mensajes mesiánicos e ilusorias promesas se
pretende llegar a convertirla en producto de explotación.

A duras penas encuentran muchos jóvenes en la sociedad de hoy su puesto


y, si pudieran, se evadirían de la misma con la misma facilidad con que
escapan de la casa paterna y rompen con sus raíces más ancestrales.

Como consecuencia se presenta el fenómeno de un envejecimiento


psicológico prematuro, con pérdida de ilusión ante el futuro, ya que el
panorama que les presenta la sociedad moderna no les resulta nada
prometedor.

II.- Lo que más necesita el joven de hoy es que se le ofrezcan razones para
vivir, luchar y tener esperanza: hallar el verdadero sentido de la vida.

Nosotros cristianos afirmamos rotundamente que para esto es necesario


que, sin rodeos ni disimulos, sepamos presentarles a Cristo Jesús, único
Salvador y Señor, con todo el mensaje del Evangelio y sus exigencias. El
joven no puede ser verdaderamente feliz hasta que no encuentre a
Jesucristo y empiece a sentirse amado por El y amarle. Sólo en El
encuentran los tesoros de la sabiduría, la ciencia, la paz y el gozo que todos
buscan.

III.- A los jóvenes de hoy no hay que condenarlos porque no son peores
que los adultos de hoy, sino, en parte, un producto de los mismos. Tampoco
hay que temerlos ni tratarlos con paternalismo, sino acercarse a ellos con
amor. Agradecen que se le hable claro, sin caer en el simplismo, con la
misma sinceridad que ellos acostumbran y partiendo de sus problemas y
sufrimientos.

Juan Pablo II, en el mensaje que dirigió en París a los jóvenes de Francia,
les hacía este diagnóstico: "cierta inestabilidad inherente a vuestra edad y
aumentada por la aceleración de los cambios de la historia: cierta
desconfianza respecto a las verdades adquiridas, exacerbada por las
enseñanzas recibidas en la escuela y el clima frecuente de crítica
sistemática; la inquietud por el futuro y las dificultades de inserción
profesional; la excitación y superabundancia de deseos en una sociedad que
hace del placer el objetivo de la vida; la sensación penosa de impotencia
para dominarlas consecuencias equívocas o nefastas del progreso, las
tentaciones de revuelta, de evasión o de abandono. Todo esto como
vosotros bien sabéis ha 1legado hasta la saturación" (L 'Osservatore R. ed.
española, 15 Junio 1980 p. 9)

Para representarles el verdadero rostro de Dios es necesario que lo puedan


reconocer en nuestras comunidades y en cada uno de nosotros, que no se lo
desfiguremos. Es el gran servicio y testimonio que corresponde a los
adultos.

Se requieren líderes que les ofrezcan seguridad, confianza, orientación y


perspectivas. Ayudarles a descubrir su verdadera vocación es quizá la más
bella labor que se pueda realizar con ellos. No podemos ignorar que a
muchos de ellos dirige el Señor una llamada específica para entregarse a un
servicio generoso a los demás, para el sacerdocio, la vida consagrada o el
trabajo en las misiones. No escuchar y seguir esta llamada supone tener que
marchar triste por la vida (Mc 10,22).

IV.- La fuerza del Señor que salva y transforma al hombre se manifiesta de


forma extraordinaria en aquellos jóvenes que se abren a su Espíritu, y
entonces nos admiramos de la generosidad y capacidad de entrega a la que
pueden llegar.

Esta es la juventud que no pasa. Que nuestros jóvenes la puedan conservar


como un estado de su espíritu más allá de una época de la vida.

MENSAJE DE LA R C. PARA LA
JUVENTUD DE HOY
Por el Dr. Eusebio Martínez, O.P.

Jesús dice mi nombre.

Actualmente algunos jóvenes parece que viven aprisa, quemando etapas, pero
a veces las experiencias con el entorno les golpean con cantinelas,
indiferencias, rechazos... que incrementan la búsqueda de la evasión en donde
sea, con quien sea y como sea. Se preguntan un por qué y para qué estudian,
están en familia, viven. Y empiezan a sentirse sin protagonismo en sus propios
acontecimientos y extrañarse de sí mismos. El entorno no lo soportan,
considerándolo una dictadura burda o fina, pero dictadura.

Algunos deciden vivir de espaldas al ambiente, sumergidos en un pasotismo


no significante, pero en donde encuentran bastantes gratificaciones eróticas y
hasta experimentan un protagonismo exacerbado mediante el consumo de
drogas. Un porro, por ejemplo, soluciona el problema de la soledad
disminuyendo o eliminando la conciencia de la misma, o sumergiéndoles en
un solipsismo excitante, con soliloquios fantásticos, experimentados a veces
como creaciones geniales.

En grupo, cada palabra del colega hace reír a pleno pulmón, aunque los
pulmones estén vacíos de aire puro. La presencia de otros colegas no significa
intercomunicación: "la vasca" no es un grupo social, sino una presencia, la
mínima de estímulos para cada uno, según su estado de ánimo y la calidad de
cómo sus neurotransmisores puedan, por lo libre, dejar resonar en sí mismo,
los estímulos que se presenten. En la "vasca" cada uno se comporta como si
tuviera un micrófono averiado con un altavoz también desajustado. Esta
calidad de comunicación permite un máximo de subjetividad en la emisión y
percepción de los estímulos, respetando así y facilitando el solipsismo
evasionista. Se siente uno pasota frente a los rollos de la sociedad. La
agrupación de la vasca se percibe como lugar de expresión ideal. Se idealiza
hasta la comida: es frecuente soñar allí con montones de pasteles, porque la
exagerada actividad cerebral consume mucho glucógeno. De todos modos se
vive sin nombre: lo más que puedo pronunciar es el nombre de mi "vasca".

La primera vez que se va a un grupo de oración, sin tener realmente un


nombre propio, suele gustar porque la persona que nos lleva nos introduce en
algo realmente nuevo: me llaman por mi nombre, me dicen que Jesús -
presidente nato y único de la asamblea- me ama: los hermanos con quienes
tropiezo sienten interés por mí, se tiene la impresión de que todos me dan algo
de estima personal, y nadie me pide nada. Esto es grande y parece demasiado.
Se suele salir con la impresión de que no se creía que eso pudiera existir. En
las reuniones de oración, los otros van configurando un entorno con mucho
relieve y el joven pasota no siente el deseo de pasar del grupo, porque el
relieve es muy significativo para él: se siente respetado por su nombre,
experimenta que él tiene un relieve significativo para los demás, que es tan
importante que Jesús ha dado su vida por él; que el Espíritu Santo, el mismo
Espíritu que dirigió los pasos de Jesús en su paso por la tierra, puede y quiere
dirigir sus pasos. Y suelen confesar lo que todos confesamos: el deseo de
sentirnos amados con gratuidad.
Este tipo de joven en el fondo, fondo, siempre creyó en el desprecio que los
otros hacían de él, en que había perdido su nombre propio, él mismo no creía
en él. Pasaba de los acontecimientos porque se sentía golpeado por los
mismos. En los grupos de oración de la Renovación Carismática Jesús quiere
detenerse delante de cada uno, nos llama por nuestro nombre, me siento algo
importante: Hijo de Dios y esto deja fuera de juego toda huella de pasotismo.
La fraternidad se funda en esta experiencia gratuita de ser hijos de Dios todos,
de poder experimentar en cada uno de los hermanos la misma imagen de hijos
de Dios. Esto engendra en mí un respeto por mí mismo y por los demás que
me transforma en el ser más dinámicamente movido a construir un mundo
justo, a ser en cada hermano un motivo para salir de mí mismo a un encuentro
creador, en donde la transparencia no se enturbia por egoísmos que crean
tensiones malsanas en las relaciones interpersonales.

El vacile.

La dinámica del vacile forma parte de un núcleo de jóvenes disconformes con


el mundo que les toca vivir. Las sesiones vacilonas crea una risa en los
colegas muy gratificante en apariencia, pero también nerviosa porque incluso
las carcajadas son entrecortadas, no son fluidas ni relajantes. Frecuentemente
las carcajadas de los otros son zumbonas, molestas; pero no se puede hacer
nada más que acompañarlas sin consentirlas, porque forman parte del
mogollón social del grupo. Tengo que evitar que los otros se den cuenta que
me molestan, a no ser que pueda ser contundente con ellos. Generalmente esa
molestia se pretende apagar con "caladas" más profundas, hasta que no salga
fuera de mí nada de lo que había aspirado, aunque sí salen los efectos, sin
darme cuenta de ellos. Hay toda una psicología del vacile que llega a veces a
producir una cierta seguridad, cuando el vacilón se convierte -con un cierto
grado de conciencia- en protagonista de los hechos. Protagonista de una
comedia cómica para los otros y frecuentemente de un drama para el sujeto
que lo protagoniza, llegando a veces incluso a mutilarse.

El ser "colega" es un conjunto de presiones escapistas que nos quieren hacer


protagonistas, pero que en realidad nos conduce a un vacile más morboso. En
las sesiones de vacile, cada uno se encuentra con un rol que poco a poco
configura un personaje llegando a sustituir al individuo natural. Parecen una
representación psicodramática o psicocómica de educación donde entran en
juego, entrecruzándose, sistemas de aspiraciones y frustraciones, hondamente
arraigadas en la historia de los sujetos.

Jesús fue el polo opuesto del vacilón. Tenía y manifestaba una seguridad sin
asomo de dudas, en sus gestos y palabras. Sabía de dónde venía y a dónde iba.
Y ni la preocupación de su Madre, ni el desplante de Pedro, le hicieron desviar
su camino.
En los grupos de la Renovación Carismática, el encuentro experiencial con
Jesús, proporciona una seguridad de medios y fines de tal manera que permite
positivizar los acontecimientos del creyente -tanto a nivel de aspiraciones,
como a nivel de ejecuciones-. Diríamos que el vacile es sustituido por una
seguridad que, a veces, puede parecer exhibicionista, cuando dejamos actuar
al Espíritu Santo derramado en la Iglesia, cuando se experimenta un impulso
interior que se prodiga en manifestaciones verbales y en conductas concretas
de reorganización de la vida individual y relacional, a través -sobre todo- de la
alabanza y del compromiso que la caridad suscita en los que la experimentan.
La caridad no es el amor humano, sino el Amor mismo de Dios, que a Jesús le
dio toda la seguridad en su vida misteriosa como Salvador.

Sentirse totalmente amados, de modo incondicional, con la lealtad y fidelidad


de Jesús, significa experimentar seguridad en todos los niveles en donde la
persona ha sido redimida por el amor. Un amor así, entraña un complejo de
finalidades y medios para conseguirlo, hondamente significantes para el sujeto
y para aquellos con los que se relaciona. Por eso no puedo vacilar. A medida
que el Amor de Jesús nos hace descubrir en nosotros y en los demás la imagen
que en lo profundo del ser imprimiera un día el Creador, encontramos con
gran gozo, la significación más profunda de nuestro ser y la motivación más
dinámica y poderosa para nuestros comportamientos; dejando la duda y el
vacile, frutos de la ignorancia y de la desmotivación personal.

Sentirse realmente libres.

Cuando uno actúa motivado por lo que "me da la gana", como no expresa
nada que no esté motivado por pulsiones interiores o por presiones externas,
nunca hace lo que realmente quiere, sino solamente lo que puede. Hacer lo
que uno le da la gana, es vivir empobrecido en un sistema sin opciones varias,
aparece como un paquete de impulsos sin posibilidad de freno, porque no
interviene un juicio crítico, que pueda analizar diversas opciones y decidirse
por la más conveniente. Solamente decimos que hacemos lo que nos da la
gana, expresando con ello una forma tardía de negativismo, frente a unas
exigencias de la realidad del entorno que me asustan y que superan mis
posibilidades, amenazándome con una experiencia de fracaso. Ese
negativismo de hacer lo que me dé la gana o el amodorramiento son las únicas
salidas.

El que hace lo que le da la gana no tiene ansias de libertad, ni tiene fe en la


libertad de los demás. Sólo cree que cada uno tiene su rollo. La libertad les da
mucho miedo, porque significa entre otras cosas una renuncia consciente a
gratificaciones impulsivas inmediatas: sin ellas parece que no pueden vivir.
Por eso la libertad se convierte, paradójicamente, en una amenaza. En el fondo
se tiene conciencia de estar atado y vendido a su rollo. Si leí "el Juan Salvador
Gaviota", me pudo hacer soñar, pero sólo eso, o tampoco creí en él,
considerándolo como otro rollo.

Cuando en una comunidad de oración "Cristo rompe las cadenas y me da la


libertad", se llega a sentir uno libre para saber discernir y optar, para no seguir
las determinaciones de los paquetes de impulsos, ni los empujes y rollazos de
los colegas más machos. Se siente uno libre para vivir consigo mismo y con
los demás, para estar a gusto dentro de mí y fuera de mí; para amarme y amar,
sin ser narcisista ni exhibicionista; para soñar esperanzado con un mundo
personal y social más intenso y con un abanico de posibilidades cada vez más
extenso. Esta experiencia de libertad parte de una fuerza interior cada vez más
rica en conocimiento propio y ajeno, en metas siempre abiertas a nuevas
realidades.

El que no es libre necesariamente está condenado a repetirse incluso en los


golpes; es reiterativo; carece de experiencia de novedad. La experiencia del
Espíritu de Jesús se caracteriza básicamente por la novedad, realmente es un
mundo nuevo, estreno vida todos los días. No veo a los otros como
competidores o posibles enemigos; ante ellos, al menos en los grupos de
oración, puedo transparentarme, yo abro mi vida y ellos me abren la suya,
adquiriendo constantemente nuevas posibilidades de realizarme, nuevos
caminos de expresión de vida, que anteriormente ni sospechaba.

Los psicólogos aplican con éxito un método de aprendizaje mediante modelos


(Bandura). En los grupos de transparencia de la Renovación Carismática, se
aprende a vivir en profundidad y se observa modelos variados de cómo Cristo
rompe cadenas y libera de ataduras, de cómo se conquista la libertad frente a
determinismos de otro modo infranqueables. Es una maravilla pedagógica
para sentirse libres y siempre esperanzados. Se sabe hacia dónde se camina y
se quiere sobre todo caminar.

Se puede soñar en el futuro.

Es muy difícil a un joven, que tiene mucha más vida por delante que la que ha
vivido, soñar en el futuro. Actualmente se desconfía hasta de la preparación
académica para poder soñar, con cierto realismo, en un futuro. Cuando en la
sociedad se empieza a respirar la copla de que "cualquier tiempo pasado fue
mejor", cuando el joven percibe en el entorno una creciente inquietud por el
futuro, que necesariamente será suyo; pues se le quitan las ganas de soñar y
prefiere amodorrarse como sea. Como hacer camino.... Las contradicciones
del mundo actual son muy fuertes. Hacen crisis los tres pilares fundamentales
que durante muchos siglos han cimentado la seguridad de la mayoría: La
Familia. La Patria, La Iglesia. El ocaso de las ideologías: la proliferación de
las opiniones y la alergia frente a las certezas -dogmático, por ejemplo, ya
suena hasta mal-. El predominio de una técnica consumista en medio de una
crisis económica. Algunos jóvenes tuvieron ilusión en movimientos políticos
de liberación sociopolítica, pero ahora se han visto atrapados por el mismo
movimiento, por la disciplina de partidos. En fin, el joven encuentra motivos
de desengaño, y sin embargo a un joven sano le hierve la sangre cuando se ve
frenado en su futuro, porque es más futuro que presente y pasado. Sin futuro,
su presente carece de sentido porque todas sus estructuras psicológicas y
dinámicas internas apuntan hacia el futuro. El fuego de sus funciones, sin
futuro se amortigua hasta cesar y no querer vivir, "en el porro está la
solución".

¿Qué se me ofrece en la Renovación Carismática? Si no se experimenta es


difícil comprenderlo, pero ofrece un futuro, con nuevas coordenadas, en
donde el más allá toca con la eternidad. El horizonte no se ve, porque es muy
fuerte el barrunto del más allá. La Renovación Carismática es como una
pirámide cuyos puntos de apoyo no están, paradójicamente, en la base, sino en
el vértice, afincado en la vida misma de Dios. Esta paradoja parece una locura
irreal, si la realidad se agotara en lo que se palpa y se siente en la base. Sí,
amigo, vamos un poco al revés de lo que dicen los partidos políticos
democráticos, que parece que se apoyan en la base, al revés de lo que
constituye un futuro apoyado exclusivamente o principalmente en la seguridad
económica, en la máxima capacidad de consumo, en la máxima cuantía de
propiedades.

Pero todo esto es normal que nos digan los que nos ven sin entendernos que
estamos "pirados", que somos un grupo -muchos grupos ya- de espiritualistas
chalados, sin contacto con la realidad. Para nosotros la insensatez es apoyarse
exclusivamente o buscar un máximum de apoyo en esas bases, que un viento
fuerte puede destruir, dejando todo en el aire a merced de su propia gravedad
y como el punto de gravedad está en la base, pues todo se viene abajo. Hace
años, por ejemplo, teníamos los nuevos ricos: ahora aparecen los nuevos
pobres con depresión, excluyo a los obreros parados, me refiero a sujetos que
habían puesto su seguridad futura en la economía y ahora se ven con X
millones, menos Y, siendo el valor de X mucho mayor que el de Y, con un
síndrome parecido al de los ricos de la gran recesión de los años 30.

La democracia en la Renovación Carismática es perfecta, todos tenemos el


mismo rango: todos somos hijos de Dios y este rango nos ha sido regalado.
Cada uno tendrá sus dones, pero no son para él sino para la comunidad. Hasta
los que la gente llama "dirigentes", nosotros llamamos servidores, y si su
carácter no les juega una mala pasada, realmente lo son siempre. Con este
esquema democrático, se puede soñar en una sociedad justa, como las
primeras comunidades cristianas, en donde nadie pase hambre. Y además no
estamos sometidos a las nomenclaturas, que las hay en todas partes, en donde
la propiedad de bienes y de dones sea exclusivista e individualista.
En esta comunidad de fieles se puede soñar porque existe una fuerza que nos
impulsa a ir más allá y en cierto modo estamos condenados a vivir con la
tensión del más allá, descubriendo la imagen original que Dios puso en cada
uno de los hombres, y modificando las lógicas actitudes de bienes y servicios
frente a los que vayamos descubriendo en el camino y experimentalmente
como hijos de Dios.

El futuro, lleno de verdades que el Espíritu Santo nos va descubriendo


condiciona los pasos de cada uno, tiene que condicionarlos. Aquí sin futuro no
se puede caminar, el pararse o el amodorrarse nos desclasifica. ¿Vivimos de
una ilusión? Pues sí, pero es que hay ilusiones, que se dan, porque son verdad.
A veces nos llaman "ilusos", yo ya los he oído. La ilusión aquí es poder ir
cada vez más allá, despojándose de todo aquello que pesa y entorpece el
caminar, de todo aquello que ata y no deja moverse, de todo aquello que
atonta y no deja ver. Y se puede ver hasta en la oscuridad, porque vivir en fe
es esperar conseguir lo que no se ve: bueno, siempre se barrunta algo, aún en
las llamadas noches obscuras, la noche de por sí, ya es bastante obscura. Hay
siempre un reflejo de la Resurrección de Jesús que tira pantallas y tapias.

. Si te quieres comprometer…

Hace un tiempo tuve la oportunidad de dialogar con una persona muy


comprometida con un cambio social y político. Es increíble, pero es verdad, el
motivo de todo ese compromiso era recuperar la estima de la madre, que de
niña no había tenido.

Y es que en esto de los compromisos tenemos que tener en cuenta un dicho de


un filósofo de hace dos mil años: "agere sequitur esse" el hacer sigue al ser. Si
yo llego a experimentar que soy un puro don de Dios, que todo lo que tengo es
un don de Dios, que soy hijo de Dios, que la fraternidad humana está
enraizada en la presencia de la imagen y semejanza de Dios en cada uno de
los hombres, no puedo quedarme indiferente ante la injusticia o el sufrimiento
de los demás, tiene que surgir fluidamente, el intentar reparar, en la medida de
mis posibilidades -que suelen ser más de las que queremos que sean- la
injusticia o el sufrimiento. Tengo que ser capaz de amar al que sufre, al que se
encuentra marginado, acortando algo la marginación y denunciar claramente
al que comete la injusticia. La conciencia de la imagen de Dios en el hombre y
la fraternidad radical y original de todos los hombres, no me permiten odiar a
nadie. Sólo podré denunciar clara y públicamente la injusticia si soy capaz de
amar de veras, y demostrar que los amo, a los que denuncio. Si no es así mi
denuncia se puede convertir en una nueva injusticia. Jesús que denunció sin
miedo a muchos, murió por amor de aquellos a los que denunciaba.

El compromiso del carismático es ineludible, pero tiene su estilo y su talante,


que no puedo conscientemente ser instrumento de salvación para un miembro
del cuerpo místico y de condenación para otro.

Dr. EUSEBIO MARTINEZ (Del grupo "Rosa de Sarón" de Madrid)

EVANGELIZANDO ENTRE JÓVENES


Por Alejandro Balbás Sinobas

Sobre los jóvenes se ha hablado y escrito mucho. Yo mismo hace años me


inclinaba con gusto hacia todo lo que fuera este tema. Recuerdo los
pensamientos, variedad y posibilidades, por ejemplo, de "LOS JOVENES,
NUESTRO FRENTE DE EVANGELIZACION" en Misión Abierta. Y otros
más. Hoy me encuentro ya en un campo muy concreto, el de la Renovación
Carismática, y pudieran ser buenas estas aportaciones.

Cuando se pregunta y se comenta sobre la situación de nuestros grupos, aflora


casi siempre la cuestión de los jóvenes. ¿Hay jóvenes? ¿Son muchos los
jóvenes? Si la respuesta no es un "no" rotundo con una pizca o mucho de
pena, surge animada conversación entre ansiedad y satisfacción, entre
preguntas y respuestas y no faltando, a pesar de todo, sus correspondientes
interrogantes.

Por qué los jóvenes

El abordar directamente este tema no responde a una medio psicosis que


pudiera tenerse sobre su necesidad, ni mucho menos a una mentalidad hecha
de criterios humanos con cuyo cumplimiento se reviste y adorna, e incluso
anima, cualquier reunión o cualquier grupo. No. En la Iglesia tienen cabida
todos. Todos somos Iglesia. Se trata de una renovación de la Iglesia. Y la
Iglesia ha de expresarse en toda su dimensión humana de los hombres, sin
exclusivismos, sin acepción de clases ni de personas. En este sentido los
jóvenes han de ser expresión y signo, entre otros, de la vida eclesial. Espero
llegue a tratarse también el tema de los niños.

Papel de los adultos.

Por otra parte, ¿no necesitan los jóvenes de los adultos? Qué bueno y qué
sorprendente el oír a jóvenes, por ejemplo: "Nosotros queremos también saber
de los mayores y convivir con ellos, porque así aprendemos". O el caso del
joven entonces que hoy se arrepiente de aquella su pretendida independencia
en base de que "el joven es joven".

Efectivamente, todas las personas que forman el grupo-comunidad, y ésta


como tal, han de estar abiertas siempre y a cualquiera, en este caso, a los
jóvenes. De una manera especial, mientras no se produzca la integración
efectiva, habrán de crearles un ambiente de acogida constante, de calor
aleccionador y de testimonio edificante. Habrá, igualmente, de prestarles toda
la atención y facilidad en orden al conocimiento del Señor, ordenación de su
vida y ejercicio del poder del Señor, siempre que sea necesario y un buen
discernimiento lo aconseje.

Los adultos, para los jóvenes, han de ser caminos de vida abiertos,
ofreciéndoles permanentemente ilusiones y esperanzas, así como respuestas
claras y reales a sus vidas, inmaduras aún, a sus vidas en desarrollo e incluso,
pueden ser a vidas prematuramente rotas.

Naturalmente que allí, en los adultos, ha de vivirse ya una vida en el Espíritu


clara y fecunda, capaz de traslucir la presencia del Señor con todo su poder y
capaz, así mismo, de absorber y transformar cuanto el joven sea y lleve
consigo. Se ha de llegar así a una unidad, bien que variada y multicolor. El
testimonio eclesial, en medio y con la complejidad de personas, ha de ser
claro y manifiesto. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo que nos haga
a todos un solo rebaño, una sola Iglesia.

Ante una situación.

El mundo de los jóvenes de un tiempo a esta parte ha entrado en una nueva


experiencia respecto de la religión. Se observa una desafección religiosa, que
no la podemos enmarcar ingenuamente en el simple y lógico proceso
evolutivo de la persona. Pasó aquella edad de crisis y nos encontramos con el
problema agudo y muy extendido.

Ese problema se traduce realmente en un indiferentismo religioso por el que la


religión queda reducida a lo superfluo, a lo que ni sirve ni, por tanto, importa.

Y es por eso mismo, por lo que a veces se expresan en una animosidad contra
las instituciones religiosas, que a uno le hace exclamar: ¿por qué?

La ignorancia religiosa es tremenda. Hay un vacío y un no saber que


deshumanizan al hombre, al joven, de tal manera que para él lo religioso
constituye otro mundo, que podría fácilmente dejar de existir y no pasar nada.
¿Dónde ha quedado la formación religiosa? ¿Cómo ha sido y cómo se ha
impartido? ¿Dónde están los frutos? Realmente es preocupante, lo suficiente
como para no dejarlo pasar por alto.

Y ¿qué decir del quietismo religioso? ¿Esa religión que deja "tranquilos" a
tanta gente o esa gente que se queda "tranquila" con una religión superficial,
que no compromete a nadie ni a nada? ¿Qué decir de la situación o caso de los
que ya "cumplen"?

Existe mucha masa. Hay jóvenes, entre abúlicos y alienados, viviendo de


prestado, de una forma totalmente impersonal, dejándose llevar y arrastrar con
perspectivas nada claras y sí muchos riesgos impensable. El mundo del
pecado existe. Y con nombrarlo basta para nuestro caso.

Digo todo esto, esta situación, en apuntes sin más enredos y explicaciones
porque hemos de arrancar de la realidad, y estos derroteros existen y están
extendidos de tal modo que no pocos jóvenes pueden discurrir por ellos.

Pistas para una iniciación pastoral

Y sin embargo, son necesarios los jóvenes. Quisiera ofrecer algunas


aportaciones sacadas de la misma experiencia, que pudieran servir de posibles
pistas en orden a una acción pastoral juvenil.

Lo primero que uno piensa es cómo conectar con los jóvenes, cómo llegar a
un encuentro, al menos inicial. Varios factores y elementos pueden influir.

Nos lo cuentan Roberto, Cristina y Javi:


"Nos hizo tomar contacto con la Renovación Carismática motivos como: el
que conocíamos a personas que conocían la Renovación Carismática y nos
invitaron. También porque quisimos enterarnos de qué era la R.C. o al menos
de qué es lo que hacían las personas que iban allí, a las que nasotras
conocíamos. Después tuvimos el primer contacto de diferentes formas: un
contacto en la Asamblea Nacional; a través de una fiesta de cumpleaños: a
través de una Eucaristía. A partir de esto nos incorporamos al grupo de
jóvenes unos antes y otros un poco después".

Otros jóvenes hablan en concreto de las personas que intervinieron para el


conocimiento o primer contacto. Fueron hermanos (as), amigos (as), y no falta
quien acudió por invitación de su propia madre.

Expresando el relato de una amiga hoy en el grupo, dicen:


"Ella quería divertirse. La invitaron a una fiesta de Navidad, (un encuentro de
jóvenes). No sabía de qué iba la cosa. La gente le pareció maja y decidió
meterse".

Hemos de resaltar dos cosas en este comienzo. Primeramente la acción


sencilla de invitar de unas personas, adultas o no, para ofrecer a otras la
oportunidad de participar de algo que ellas estaban viviendo, de algo tal vez
extraño, tal vez nuevo. Las personas que invitan están realizando un
compromiso de evangelización de tú a tú. Es el Señor que envía operarios. Es
el Reino que se extiende. En segundo lugar, es la fuerza de convocatoria que
encierra en sí un acto comunitario. Son celebraciones del paso del Señor, del
amor de los hermanos por el Señor, de la presencia del Señor en la Eucaristía
y manifestada en sus amigos, de cualquier fiesta en nombre del Señor, del
poder del Señor. Todos estos acontecimientos, o tiempos fuertes, en realidad
constituyen un auténtico pregón, al cual responden en expresión de interés, a
veces de curiosidad interesada y siempre la gracia del Señor que llama y
llama.

Mas ese pregón ha de convertirse en un verdadero "pregón kerigmático".


Quizás comenzó a serlo ya. Por eso es necesario más explicitación del mismo,
más claridad en la llamada y más sinceridad en la respuesta. Hacía yo esta
pregunta al grupo de jóvenes ya en marcha por los caminos de la R.C.: ¿"Qué
motivación última impulsó tu decisión de continuar o integrarte en el grupo "?
El grupo de Begoña, Lourdes, Roberto, José A. e Isaac responde:

"Mi motivo fue el seguir conociendo a Jesús a través de ese grupo que me lo
había descubierto por primera vez. El nuevo sentido que dio a mi vida y a las
relaciones con los demás hizo que quisiera vivir de ese modo diferente en
unión con los demás hermanos que compartían ese mismo Jesús. Mi motivo
fue que en el grupo encontré a Jesús, sencillo, humilde, sin todo el ornamento
del que me le habían rodeado y por el que había perdido el significado para
mí. Aquí encontré la Verdad.

Mi decisión última de integrarme en el grupo que no fue mía, sino de EL. Una
vez que había comenzado a conocerle y a amarle, no podía cerrarme a su
Amor. No podía olvidar que EL me estaba esperando. El grupo fue el que me
mostró a este Jesús-Amor del que ya no puedo separarme. En el grupo es
donde estoy aprendiendo a plasmar el amor de Jesús en los demás hermanos.
Bueno, pues lo que me impulsó a seguir viniendo, aunque a veces haya
faltado, fue después de la acampada de este año, que he visto que Jesús me
ayuda y me guía".

Nos damos cuenta cómo es Jesús el que se hace presente, el que se hace
cercano, hablando, llamando, Jesús es la motivación última y principal. Y
fuera de Jesús o al margen de Jesús no se puede caminar, ni comenzar bien.
Jesús ha de ser el que se convierta en la auténtica llamada eficaz. No quita el
manifestarse Jesús en los hermanos del grupo, para que la motivación sea la
misma. Por ejemplo, el grupo de Goyi, Begoña, Mª Ángeles y José Luís
contesta a la misma pregunta:

"Nos gustó la forma de cómo se vivía la religión católica, ya que ésta era muy
distinta a la que habíamos vivido anteriormente. Frente al mundo exterior
viven en unión con los hermanos. Por ejemplo, todos participan de las alegrías
y penas de los demás. El Jesús que conocimos aquí no era un Jesús de
ocasiones, sino que era toda la vida y le daba sentido. La gente con cariño a
todo el que va. Buscábamos, un grupo y vimos que éste era lo que
buscábamos, porque habíamos estado en otros, pero no nos llenaban".

Más, mirada esta iniciación o este anuncio kerigmático desde una posición
personal, el grupo de Javi, Cristina y Roberto contesta:

"Al haber estado buscando durante cierto tiempo el motivo de mi vida y no


encontrarlo, me di cuenta de que en la R.C. había algo especial, algo distinto a
todo lo demás. Ese algo era Jesús, que podía ser la razón de una vida bastante
completa y por eso me integré en el grupo.

El hecho de haber asistido con otros jóvenes a una acampada durante una
semana, me impulsó a pensar en algo que me hacía ser diferente, en algo, o
mejor, en Alguien que era capaz de transformar mi modo de ser, mi timidez
ante los demás, mi irresponsabilidad, etc. Empecé a buscar ese Alguien y me
di cuenta de que estaba a mi lado, pero no le conocía. Me di cuenta de que era
Jesús, pero que no sabía mucho de Él, sólo lo que me habían contado y decidí
conocerle y entablar una relación más profunda con EL.

Me impulsó a seguir el ambiente que había y el intentar averiguar el por qué


de ese ambiente y de esa alegría que no era frecuente encontrar".

Es cierto, la fe no es algo que la sola persona o se inventa o se crea. La fe


surge de un pregón o anuncio, que puede revestir diversas formas, o que se
traduce en una comunicación y muy bueno también en un testimonio personal
o comunitario. Y Dios tiene mil formas, por supuesto. Estamos constatando
una experiencia.

Perseverancia y mantenimiento de la vida comenzada.

Si para todos constituye problema el perseverar o no, mantenerse en el


seguimiento de Jesús más o menos, para los jóvenes mucho más. El joven está
sujeto de ordinario a altibajos en su conducta. Las crisis y sus estados de
ánimo lo zarandean, intentan apartarlo, ponerle el hoyo del hundimiento a sus
pies, amén de otras tentaciones y obstáculos. He aquí algunas respuestas que
contestan a este planteamiento:

"Mi vida ha ido cambiando desde que conozco a Cristo. Ha cambiado día a
día en la relación con el grupo y fuera del grupo. Ha cambiado mi forma de
pensar y toda la escala de valores. Te sientes protegida por una serie de
hermanos en los que me puedo apoyar porque sé que me los ha dado Jesús,
que es en quien verdaderamente me apoyo. Incluso cuando me siento apartar
de Jesús, son los hermanos los que me ayudan a volver a Él. Ahora me doy
más cuenta de que quien verdaderamente sostiene mi vida es Jesús, porque
cuando me siento alejar de Él, todo se viene abajo.
También he descubierto que a Jesús lo necesito no solo en los malos
momentos, sino siempre, porque es el único que puede hacer que tu vida valga
algo. Estar con Jesús no es estar "atado" a Jesús, es ser libre y encontrar la
libertad con Jesús. Jesús no te hace esclavo, te hace libre.

Me siento incorporado a un grupo de hermanos y, por tanto, esto me hace ser


más responsable y consecuente con este grupo y con Jesús en el que todos
vamos caminando día a día en una renovación personal y comunitaria.

También mi vida está sostenida por una gran esperanza en Jesús. Desearía
todavía una relación más completa entre todos los hermanos y que Cristo
fuera todavía más el Señor de mi vida". (Javi, Cristina, Alberto).

Es Jesús el que continúa sosteniendo su vida. Naturalmente que ahora mucho


más en profundidad y mucho más conscientes. Su vida ha de ser
cristocéntrica, llegando a constituir Jesús su gran ideal. Es de notar el cómo se
dan cuenta de la posible separación, del riesgo del abandono, que a su vez
puede ser un estímulo constante. Igualmente se busca el apoyo en los demás.
El individualismo y la soledad les hunden.

Y en la misma línea se expresan el grupo de Begoña, etc.:

"Mi vida la sostiene Jesús. Es quien la da sentido en la necesidad, en la


alegría, en la angustia, en cada momento de mi vida: Él está presente, Él lo
vive conmigo. Mi desarrollo debería ser el que Jesús vaya marcando en el
grupo. El va haciéndome más persona, más cristiana verdadera. Este es un
caminar lento, porque EL sabe mis limitaciones y me va exigiendo según la
medida de mis posibilidades. Desearía que en mi andadura en el grupo me
fuera abriendo cada vez más al amor que Jesús me pide tenga a los hermanos.

Mi vida la sostiene Jesús. El es quien me guía por el camino que ha elegido


para mí. Dentro del grupo El me ayuda a seguir sus pasos con ayuda de los
hermanos y quisiera que El me guiase siempre”.

En cambio hay una orientación distinta en la respuesta del grupo de Goyi, ete.
A la pregunta, que era: "qué sostiene tu vida y cómo se desarrolla en el
grupo". Se explaya más en los resultados prácticos de tener a Jesús como
centro de su vida y que pudiera constituir como el programa de su vida en
crecimiento: contestan escuetamente:

- "Fe mayor.
- Mayor relación con las tres personas de la Santísima Trinidad.
- Tenemos a Jesús como un amigo que está siempre a nuestro lado.
- Al tener a Jesús como amigo, tenemos mayor confianza y nos dirigimos más
a EL con la oración. Para acercarnos más a Jesús acudimos a los sacramentos.
- Utilizamos la Biblia, porque en ella está la Palabra de Dios y la vemos más
clara.
- En las canciones de la R.C. nos fijamos más en el contenido que en la
música.
- Jesús nos ayuda en todos los acontecimientos de nuestra vida:
. estudios
. y relaciones con nuestros amigos
y familia.
- Muchas más alegrías, porque vemos las cosas de otro modo.
- Mayor comunicación dentro de nuestras ideas, problemas con los demás
hermanos del grupo.
- Más compañerismo con los demás"

Su vida va discurriendo así por cauces realistas, se va traduciendo en algo


muy concreto y su propia religión, su cristianismo, va personalizándose y el
joven se va haciendo y madurando.

Naturalmente que todo esto ha de ser un proceso que necesita mucha atención
y orientación. En la práctica ha de convertirse en un auténtico catecumenado,
donde haya una enseñanza que vaya vertebrando sus ideas e iluminando su
vida; una vivencia y celebración de su propia fe individual y de grupo: un
cambio en su vida y comportamiento, signo de que son portadores de algo
trascendental, de un mensaje que es factible y a la vez atractivo.

Su vida va siendo una respuesta personal en línea de fe, de seguir a Jesús, de


dejarse guiar por el Espíritu Santo. Es momento, así mismo, de sentirse muy
unidos entre sí y al mismo tiempo considerarse Iglesia y en activo, no solo de
mente. Igualmente la Virgen María ha de ir ocupando su puesto en la propia
vida del joven, conforme a los planes de Dios y por tanto de su propia
necesidad. Ha de ser su Madre que le lleve de la mano, que interceda por él,
que le dé ejemplo de vida.

Otros tiempos y momentos.

Una atención especial ha de dirigirse también a algo de lo que el joven, sobre


todo el más joven, el adolescente, necesita en su propio desarrollo integral.
Me refiero a saber emplear tiempos libres o dedicar un tiempo especial a
ciertas actividades o al esparcimiento

Podrían, por consiguiente, entusiasmarse por ciertas actividades o trabajos


manuales. No sería suplantar ninguna labor institucional, pero sí ir más allá,
educando, por ejemplo el tiempo de ocio, fomentar la creatividad, crear
formas nuevas de expresión religiosa bien en objetos, escenificaciones
personales, música, etc. etc. Estamos en unos tiempos de comunicación, de
expresión y de anunciar de mil formas y maneras nuestras vivencias.

Igualmente, la alegría y la necesidad de convivir deben llevar a los


responsables a proporcionarles tiempos hábiles para ello: convivencias,
marchas, fiestas de santos, cantos, etc.

Todo ello podría convertirse también en lugar y cita para otros jóvenes.
Oportunidad de compañerismo, de apertura, de anuncio, de descubrimiento de
otra vida. Los que, tal vez, pasaron por esta experiencia, la pueden ofrecer
generosamente y con toda satisfacción y alegría.

Posible sin desearlo.

No se nos ha de ocultar el temor de algunos abandonos. Es que...? Sí, nunca


hay una confirmación definitiva en un proceso un tanto contingente y en una
edad tan voluble. La respuesta personal ha de ser una disposición, y a veces
tensión, constante. Exige lucha y esfuerzo ante un mundo por otra parte
asfixiante y tentador.

Se imponen manos alzadas al Señor en una oración permanente por unos y


otros, por jóvenes y adultos. Se impone saber prevenir o curar, saber acoger y
perdonar, saber advertir y corregir. Por la inestabilidad natural conviene no
abandonar a los abandonados ni alejarse de los alejados. Ah, y buena tarea de
compañerismo y de evangelización entre los mismos jóvenes.

Hacia una nueva experiencia cristiana

Toda esta vida tan aleccionadora y prometedora naturalmente que ha de


realizarse en una experiencia personal. Por ella han de hacer pasar cuanto ven,
oyen y hacen. Es necesario que el amor de Dios y su poder se hagan
experiencia, vivan y se sientan los jóvenes, en verdad, amados, perdonados,
alegrados, enriquecidos, transformados. Que algo haya pasado en sus vidas.
Que puedan pasar, para ello, de lo que pudieran ser simples emociones a
verdaderas vivencias y éstas, compartidas. Pasar de una pasividad cansina a
una vida cristiana en acción, a un protagonismo (no peyorativa) eficiente, a
una personalización de la fe responsable y comprometida. Vivan los
compromisos de tal manera que se vea que su vida se traduce en eficacia o
que da frutos. Esto es algo que, al mismo joven le hace vivir más y mejor.
Sepan, igualmente, llevar amor, alegría, fe en Jesús, de tal manera, que a su
alrededor y en sus ambientes haya fraternidad, comunión, compartir. Y todo
ello porque el Señor actúa con su Espíritu y ellos se sienten útiles para su
obra.

Hay oportunidad para que celebren su propia fe. Cómo hay que cuidar la
celebración de los sacramentos. Cómo hay que contar con la fuerza de la
Palabra de Dios y del Espíritu. Y en ese contacto y celebración y con esa luz
es donde se ha de encontrar a sí mismo, donde hará fiesta de su propia vida
renovada, reconfortada, animada, respondida generosamente por el poder del
Señor.

Cuando el empeño de un sacrificio se impone y cuando la fuerza de un Cristo


crucificado entran en su vida, podemos decir adelante y cantar victoria en
nombre del Señor. Se necesita madurez fraguada en el sacrificio y en el
vencimiento de obstáculos.

Y un joven así, que se va entendiendo, que va penetrando en la vida, en la


amistad de Jesús, ora, orará, encontrará gusto en orar. Entenderá lo que es
hablar con Dios, salir fortalecido de haber estado con Dios. Sí, que Dios
escucha a los humildes y de sincero corazón.

Es mucho y campo abierto el de los jóvenes. El Señor ante todo. A nosotros


nos toca plantar, regar. La obra es del Señor y por eso me lleva a creer en los
cambios de vida. He aquí algunos en expresión de los mismos jóvenes:

"Me doy más cuenta de lo que hago y de mis relaciones con los demás e
intento mejorarlas lo más posible y tengo una mayor fortaleza para afrontar las
cosas. Mi timidez se va superando. Miro la vida a través de otro prisma
distinto. No es que sea mejor o peor que antes, pero intento renovarme".

"Mi intento de conocer más a Jesús se ve traducido en un conocerle más a


través de la oración tanto personal como comunitaria. También en un mayor
intento de transformarme en el mundo en que vivo. Sin querer aspirar a hacer
grandes y fenomenales cosas, sino cambiar dentro de mi pequeño mundo.

Vemos la Misa de otra manera. No nos fijamos tanto en lo superficial, sino


que intentamos profundizar más y ver a Jesús realmente en la Eucaristía y no
solo al sacerdote.

También podemos dar testimonio de Jesús en los estudios, no quizás como


quisiéramos, pero algo sí".

"Jesús ha cambiado mi forma de ver a los demás. Cuando trato a las personas,
las busco a ellas en sus problemas, en sus preocupaciones y alegrías. He
dejado de buscarme a mí misma y mi satisfacción personal. Cuando sabes que
esa persona que tienes a tu lado, es tu hermano y en él está Jesús, todo cambia:
sus fallos, sus manías, sus virtudes adquieren una dimensión distinta. Deja de
importar el tiempo cuando en un hermano ves a Jesús, ya no se pierde, no se
desperdicia nada, todo es útil y es válido. He aprendido a hacer las cosas con
alegría, con un desprendimiento que es fruto de vivir con Jesús".
"Tengo un punto de vista del mundo, distinto del que el mundo nos quiere
hacer ver. El hecho de ver a las personas su punto positivo y valorar con los
ojos del amor que Jesús pone en mí. He cambiado a nivel personal, me he
liberado de varios complejos, ha nacido en mí una esperanza y una dedicación
a las personas que me rodean, a llevar esa esperanza a los demás y hacerles
partícipes de mi alegría en el Señor".

"El cambio de mi vida ha sido muy grande, pues EL me ha ayudado a seguir


por un camino del que me había desviado antes, había perdido lo importante
que tiene la vida y con EL lo he vuelto a encontrar. Ahora lo siento dentro de
mí. Aunque como cualquier persona tengo mis altibajos, en él vuelvo a
encontrar lo que había perdido y lo que es importante para estar contenta y
feliz. Me ayudo a comprender y ayudar a las personas que me necesitan y
procuro ayudarlas”.

De esta manera también los jóvenes podrían pasar por la experiencia de


convertirse en profetas ante su mismo mundo. A este respecto, sobre qué haría
o diría un joven, uno contesta:

"Intentaría preguntarle (a otro joven): ¿Qué es para él Jesús? Y después le


daría más o menos mi testimonio de lo que significa para mí el conocer a
Jesús, al menos en la forma que lo conozco. Le contaría cómo era antes y
cómo soy ahora, lo que ha cambiado mi vida, cómo Jesús puede llenar la vida
de una persona, sin necesitar cosas que te solucionan algo en un momento,
como la droga, el alcohol o en definitiva sin necesitar algo material, algo del
mundo que al final no sirve para nada.

También le diría que Jesús no es un Jesús lejano, sino un Jesús cercano a


nosotros y que Jesús está en todas las cosas que palpamos y que vivimos. Le
contaría cosas concretas que Él ha hecho en mi vida más que muchas teorías y
que viese que Jesús ha influido en mi vida.

Sobre todo trataríamos de conocer a Jesús y no tanto de dar a conocer a la


Renovación ya que lo importante verdaderamente es Jesús. Sobre todo no
trataríamos de convencerle, sino de presentarle a algo o Alguien que le pueda
y que de hecho nos ha ayudado a nosotros, como es JESUS”.

JÓVENES: ¿QUÉ NOS PIDEN? ¿QUÉ


LES OFRECEMOS?
Por Pedro José Cabrera
"Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y
conoceréis la Verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8, 31-32)

Ríos de tinta han corrido, y seguirán corriendo, en torno a la situación actual


de la juventud en nuestras sociedades industriales avanzadas. Desde todas las
instancias (políticas, comerciales, eclesiásticas, etc.) se han vertido sobre los
jóvenes multitud de proclamas, bandos y promesas más o menos alentadoras:
el colectivo juvenil ha sido y es, objeto de la atención más desmesurada por
parte de todos los que desde una posición u otra se han considerado parte
interesada en el asunto.

En todos los casos, ha existido, por lo general, un mismo denominador común,


se ha hecho a los jóvenes objeto de interés (cuando no baluarte a conquistar) y
muy pocas veces se les ha considerado como sujeto con intereses propios.

Como podríamos prever el resultado lógico ha sido que hemos llegado a un


momento en el que no son ya palabras lo que los jóvenes están dispuestos a
escuchar. Hoy por hoy, se "pasa" de cualquier rollo; a los jóvenes de hoy se
les han contado todos los cuentos,... y ya saben todos los cuentos.

1.- El Anuncio

Sin embargo, frente a todas las palabras, frente a todos los discursos y teorías,
nosotros sabemos que hay una palabra, la Palabra, de la cual una vez oída, es
imposible pasar, porque lo cambia todo, lo remueve todo, lo trastoca y lo
transfigura todo. Es la Palabra que, sabiéndolo o no, ansiándola o no, esperan
escuchar hoy los jóvenes, lo mismo o más que los mayores. La Palabra es:
Jesucristo. No hay otra.

2.- Autenticidad

Creo honradamente, que las personas jóvenes esperan encontrarse con alguien
que pronuncie con claridad y sin miedo esta palabra: Jesucristo. Lo que
sucede es que ésta es una palabra que no puede ser escuchada por los jóvenes
de nuestro mundo, a los que se les ha forzado a vivir en el escepticismo a
fuerza de decepciones, esta Palabra ha de ser pronunciada desde el corazón, y
poniendo la vida entera como garantía de que es cierto lo que se dice.

El primer paso por tanto es la Autenticidad, que ha de acompañar al anuncio


dándole fuerza y credibilidad.

3.- Libertad

En la Renovación Carismática, hemos sentido todos, el gozo inmenso que


supone poder expresar colectivamente con libertad nuestra fe, con "salmos,
himnos y cánticos inspirados" (Ef 5. 19), con nuestros brazos y nuestro cuerpo
entero. Pero quizás por eso mismo estamos especialmente llamados por el
Señor a vivir con libertad nuestra fe, dándole a ésta un contenido cada vez
mayor, acompañando con gestos concretos, vitales, aquellos otros más
externos que de no ser así se convertirán en pura palabrería vana.

Los jóvenes nos piden (pedimos) a la R. C., como a la Iglesia entera, que se
esfuerce en el intento de construir espacios en los cuales sea posible poder
vivir y expresar con libertad la relación que nos une a nuestro Padre Dios.
Espacios desde los que poder proclamar con libertad que Jesús es el Señor,
que Cristo ha resucitado en medio de nosotros.

Estos espacios de libertad, no son otra cosa que comunidades, los jóvenes
necesitan encontrar comunidades donde se viva, la libertad que da el Espíritu,
aquella que nace de la verdad acompañada del amor, la libertad de los hijos de
Dios. Comunidades donde "ofrezcamos nuestra vida entera como un culto en
el Espíritu, como un sacrificio de alabanza de la gloria del Padre".

Comunidades con capacidad de acogida; donde se practique la escucha, y en


donde, llegado e] momento, se pueda escuchar la única palabra que
verdaderamente importa: la Palabra que nos hace libres.

Comunidades fieles, donde se viva el compromiso con Dios y con los


hermanos: aprovechando y enriqueciéndose de los tesoros existentes en la
Iglesia, en su tradición y en su realidad presente.

Comunidades comprometidas y estables. Se dice de los jóvenes que son


inconstantes, pero esto quizás sea porque les gusta buscar detenidamente; una
vez que encuentran la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo, sienten
tanto como cualquier hombre la llamada a comprar ese campo y establecerse
en él.

Comunidades católicas, es decir universales. Y esto es siempre obra de Dios,


los hombres tendemos siempre a poner límites, a formar partido, a hacer
"rancho aparte" con aquellos que nos agradan, olvidando e incluso odiando, a
los que nos parecen "de fuera", de otro grupo, otra iglesia, otra comunidad. La
universalidad nos hace semejantes a Dios, que "hace salir el sol sobre justos y
pecadores”.

Comunidades luminosas que reflejen la Luz, que es Cristo. No es nuestra la


luz pero nos ha sido concedido poder reflejarla. No son nuestros los dones y
carismas, pero nos han sido concedidos para crecimiento de la comunidad.

Comunidades sencillas y pobres. Con la sencillez de Jesús, amigo de los


pequeños, obediente y sumiso al Padre, con la pobreza de los que lo han dado
todo (de verdad, sin metáforas) por seguirlo, confiados en su promesa: “Yo os
aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por
el Reino de Dios, quedará sin recibir mucho más al presente y, en el mundo
venidero, vida eterna" (Lc 18,29-30).

Y sin embargo, si las dos notas que marcan más positivamente a la juventud
actual son el deseo de autenticidad y de libertad, valores éstos de por sí
tremendamente positivos, también es cierto que en su intento de conseguirlos
corren el riesgo, de moverse en la más infeliz de las contradicciones,
adoptando comportamientos que en lugar de acercarlos a la meta que
pretenden les alejan de ella, o los encierran en laberintos de los que luego es
muy difícil salir.

Pero al fin y al cabo nadie nace sabiendo. Lo terrible del caso presente, es que
a los jóvenes de hoy todo nos invita a soltar amarras desligándonos
totalmente, a cortar las cadenas (y junto a ellas los vínculos) que nos atan al
pasado, un pasado que se ha mostrado incapaz de resolver los grandes
problemas del hombre (la guerra, el hambre). Se nos obliga casi a vivir sin
raíces, despojados de todo, como cometas arrancadas por el viento. El joven
se encuentra frente a un mundo que él no ha construido, no se puede esperar
que sin resistencias, lo acepte todo, tal y como se le presenta. ¿Por qué
comprometerme con una sociedad injusta y que pretende "devorarme"?

Surge entonces el problema ¿cómo encontrar razones para explicar a los


jóvenes los errores ajenos? Probablemente sólo las propias equivocaciones
sean un remedio eficaz. Llegado a este punto, la visión de la propia limitación,
de la propia pobreza, es lo que hace volver los pasos hacia la casa del Padre.
En ese momento es preciso que los hijos que ya nos encontramos conviviendo
en la casa con el Padre, nos mostremos dispuestos a celebrar la fiesta por el
que regresa.

4.- Compromiso

Una vez aquí, ha de haber posibilidad de insertarse efectivamente en la Iglesia


(en la R.C.), para ello se necesitan vías concretas, progresivas, adaptadas a la
situación de cada uno, por medio de las cuales se pueda nacer y, una vez
nacidos, crecer en la Vida en el Espíritu. ¿De qué serviría un momento de
gracia abundantísima, durante un seminario de las siete semanas, si esto no se
puede prolongar en una vida entera conformada y acorde con esta experiencia
cumbre?

Es necesario ofrecer a los jóvenes vías de compromiso, gradual, creciente, por


medio de las cuales llegar a ser un día hombres plenamente consagrados al
Señor.
El compromiso es necesario porque introduce en la fidelidad de Dios. El
compromiso es posible no porque nosotros seamos fieles (que no lo somos,
aunque lo intentamos) sino porque "fiel es quien nos llama y es El quien lo
hará" (1 Ts S, 24). El compromiso, la alianza, nos hace permanecer en Dios,
en la Vida Nueva, y sólo si "permanecemos en su palabra, seremos
verdaderamente sus discípulos, los que dejándolo todo le seguían día a día en
su peregrinar.

Durante un tiempo quizás largo, y sin duda doloroso, los jóvenes han dejado y
dejarán aún muchos la casa del Padre, la Iglesia, mientras esto dure a nosotros
se nos pedirá que participemos entretanto de la paciencia de Dios, de la
misericordia y la ternura entrañable de Dios, de la caridad y el amor de Dios
que "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" ( 1 Co 13,
1), de manera que el participar día a día del amor de Dios, vaya configurando
en nosotros al mismo Cristo, y sea El quien convoque, y llame, y se dé a
conocer a los jóvenes, y a todos los hombres.

PEDRO JOSE CABRERA Comunidad Magnificat. Madrid.

LA CURACIÓN DE LOS JÓVENES


Por Antonio Viguri, O. C. D

Jesús vive. Sigue curando. Y los jóvenes sienten esa presencia viva del Señor.
En Lc 7.11-17 nos encontramos con el joven de Naín. En Lc 8.49-56 con la
Hija de Jairo. Nos encontramos hoy con muchos jóvenes naturales de Naín y
con muchos jóvenes hijas de Jairo, que van por la vida encerradas en sus
féretros o adormecidos en su sueño de muerte.

Y Jesús sigue "tocando" los féretros y "levantando" de la cama. El Señor es la


alegría de la juventud.

El Señor los hace libres. El Señor les cambia el corazón. Les da un corazón
nuevo.

En mi experiencia con jóvenes he palpado esa presencia del Señor. Sobre todo
y de una manera más ágil, más patente, más bonita en estos últimos tres años;
desde que el Señor me fue llevando por donde ÉI quiso.
Voy a contaros un poco esa experiencia.

Necesidad de curación

Es muy frecuente encontrarte con jóvenes aparentemente alegres. Acampadas,


grupos, convivencias. Chicas con cara de felicidad, derrochando sonrisas,
cantando, levantando los brazos. Todo muy bonito, pero quizá detrás de todo
eso hay un corazón enfermo. Necesita ser curado. O ese chico, derroche de
simpatía, abierto y detrás de esa falsa seguridad hay un corazón triste y vacío.
Jóvenes que han recibido la efusión del Espíritu. Y no están curados.

Mientras los jóvenes y lo mismo los adultos no se sientan totalmente curados


es muy difícil que los grupos marchen con fuerza en el Señor.

Todos sabemos las heridas de los jóvenes.

No se han sentido arropados en su infancia. Otros pensaban que sus hermanos


eran más queridos por sus padres que ellos. Vivieron una infancia solos.
Nunca se han sentido con amigos. No han experimentado el cariño. Han
tenido envidias. Les han comparado con sus hermanos y primos o tal vez con
sus vecinos o compañeros de clase.

Y ya problemas más serios para ellos como han podido ser experiencias de
tipo sexual sin importancia, pero que para ellos fue causa de un trauma.
Familias rotas. Padres que riñen y el hogar es un pequeño infierno. Droga.
Alcohol.

Y otras muchas heridas que han marcado al joven desde que era muy niño.

Por el Sacramento de la Penitencia

Pero los jóvenes se curan. ¿Cómo? Al encontrarse con el Señor en el


Sacramento de la Liberación. En la Confesión. Sacramento de Sanación.

La Oración de Sanación sobre los jóvenes a nivel de grupo es fabulosa. Hace


tres semanas viví una experiencia muy fuerte. Eran 34 chicas. Una noche
oramos por algunas. Una llevaba tres años en grupos de oración. Pero tenía
una herida desde pequeñita. Oramos por ella. Y antes de un minuto el Señor se
manifestó. Y quedó curada. Después se confesó y su corazón era "otro".

Hay quienes se preguntan qué es lo primero, la oración de sanación y a


continuación la confesión o primero la confesión y después la sanación.
Depende. Si el joven es creyente quizá las dos cosas pueden ir juntas. Si el
joven no tiene experiencia de Dios pero busca algo es mejor orar por él, pues
esa oración prepara y abre puertas al sacramento.

Pero más bien me voy a fijar en esa sanación dentro del Sacramento.

Desde que sigo este camino el Señor está haciendo maravillas.

Hay que comenzar por decir que el corazón de un joven es apasionante.

Es alguien muy querido por Jesús y que debe ser mi amigo.

El joven se acerca al sacerdote con miedo, nervioso, con cierta desconfianza.


Pero con la esperanza. Y le molesta que tengamos prisa. A veces en las
grandes aglomeraciones defraudamos a los jóvenes.

Hay que abrirle al Señor. Charlar de todo un poco. No limitarnos a una


estadística de pecados. Que nos cuente su vida.

Y dialogar con él. Preguntarle. Meternos en su vida. Así como suena. Pero
dando tiempo al tiempo y sin brusquedades. Son muy pocos los jóvenes que se
molestan cuando te metes en su vida. Están deseando.

Los jóvenes me han enseñado a no tener miedo a preguntar ayudarles a


meterse en esas zonas que les duelen, pero que no saben como llegar a ellas.

Cuando el joven está con ganas de liberarse es una pena que por miedo, por un
respeto mal entendido no descubramos con él sus heridas.

Un método muy eficaz es invitarles a que escriban sus recuerdos. Desde que
eran pequeñitos hasta el momento presente. Lo considero el camino más
directo para la sanación. Que escriban todo lo que recuerde y que no dejen de
escribir eso que para ellos piensan que son tonterías. No hay ninguna tontería
subjetiva cuando nos ha venido al montón de nuestros recuerdos.

Cuando veo que el joven está dispuesto y tiene confianza le suelo preguntar:
¿Me dejas que te pregunte todo lo que me dé la gana. ¿Estás dispuesto? Si el
joven aunque le cueste dice que sí. "me tiro a matar". Y le pregunto hasta la
marca de la papilla que tomó de crío. Si el joven está dispuesto, no me consta
que haya herido a nadie en estos dos últimos años con mis preguntas, que a
veces son muy delicadas sobre todo en el terreno sexual que es donde
precisamente más heridas se encuentran.

Necesidad del Sacerdote

Es una exigencia de los jóvenes. Me decía Mari Carmen Velasco, del grupo de
Pamplona: "Mire el sacerdote a la persona y conózcala, vea si es sensible o
dura, tímida o abierta para poder meterse en su terreno de la manera más
adecuada y profundizar". "Rompa con el esquema y haga preguntas ni más ni
menos que indiscretas de todo lo que sea necesario". Ella ha tenido esa bonita
experiencia. "Tengo la seguridad de que Jesús está conmigo, me ayuda a ser
más pobre para servir a los demás".

Su hermana Mariví apunta: "Que el sacerdote sea decidido, que no tenga


miedo ni sienta reparo de confesar a un joven. Que no piense que por ser
jóvenes vamos a ser todos iguales,"

Y su amiga Anabel Jaurrieta añade:


"Me ayudó mucho la confianza que me dio. Me fue sacando todo por medio
de preguntas sencillas que en la vida ordinaria carecen de importancia y otras
que parecían ser “indiscretas”.

Y cientos de jóvenes van encontrando esa paz en Jesús.

Cuando han terminado de exponer sus heridas, su vida, sus proyectos, cuando
ya parece que no les queda nada oramos. Les impongo la mano con cariño y
vamos orando al Señor. Le pedimos que vaya acariciando las heridas de aquel
joven en medio de la alabanza y gracias al Señor. Es maravilloso.

Por otra parte el Señor se manifiesta claramente en los jóvenes que en ese
momento se van liberando. Algunos se curan rápidamente de cosas concretas.
Otros requieren más tiempo. Es obra del Señor.

Hay que animar al joven a dejarse querer por el Señor y a creer que el Señor
está ahí, curándole.

Llevaría mucho espacio el llegar a casos concretos de curaciones, que han


hecho que los jóvenes hayan comenzado una nueva vida, llena de gozo y
esperanza a pesar de seguir con los mismos problemas o a veces mayores,
pero ya no están solos nunca más. El Señor Jesús está con ellos.

Debemos orar mucho para que los sacerdotes se liberen ellos mismos del
miedo. No somos nosotros los que curamos. Es el Señor Jesús quien cura.
Dejemos que trabaje. Prestémosle nuestras manos vacías y nuestros labios
pobres de palabras.

Los jóvenes nos esperan. Los jóvenes quieren la libertad. Y esa libertad solo
la da el Señor Jesús. ¡Gloria a Ti, Señor!

P. Antonio Viguri O.C.D.


(Si algún hermano sacerdote le interesa, le puedo enviar a título privado la
serie de preguntas y de posibles heridas que he encontrado en mi largo trato
con jóvenes. Algunas son inverosímiles, pero a pesar de que parecen cosas
absurdas e irreales a algún joven le han ocurrido. Y le herían mucho).

LA SEÑAL DE LA ACCIÓN DEL


ESPÍRITU
(Adaptación de un texto de Abdicho Chassaja, monje del siglo VII)

¿Cómo reconocer al Espíritu Santo que obra en nosotros, en qué se descubre


su poder, cuáles son las señales que revelan su obrar en nosotros?

1. Ansia de Dios

La primera señal de que el Espíritu obra y actúa en nosotros es el ansia del


amor de Dios, ardiente como un ascua, en el corazón del hombre. De ahí nace
en ese corazón el apartarse del mal, el morir a sí mismo, el amor a su
condición de peregrino en esta tierra, y la renuncia, que hace brotar toda
virtud.

2. Humildad

La segunda señal en la que verás palpablemente que obra en ti el Espíritu que


has recibido en el bautismo, es la aparición en tu interior de la verdadera
humildad; esa humildad que nace del Espíritu y que lleva al hombre a
considerarse como nada, a pesar de las obras y maravillas que realice en él el
Espíritu Santo. Un hombre así considera a todos como más grandes y santos;
para él no hay buenos y malos, justos y pecadores. De esa humildad brota
espontáneamente en el corazón la paz, la sumisión y la perseverancia en las
tribulaciones.

3. Misericordia

El tercer distintivo de la obra que realiza en ti el Espíritu Santo es esa


misericordia que tiende a reproducir en ti la imagen de Dios, que es el rostro
de Cristo. Cuando tu espíritu abraza mentalmente a todos los hombres, brotan
las lágrimas y, en cierto modo, todos entran en tu corazón; tú los abrazas y los
besas con un amor lleno de misericordia, y derramas mentalmente sobre todos
ellos tu benevolencia. Al acordarte de ellos, tu corazón se enciende como una
brasa por el fuego del Espíritu Santo que mora y obra en ti. De ahí brota en tu
corazón la bondad y la amabilidad, hasta el punto de que en adelante resulta
imposible que dirijas a nadie una palabra ofensiva ni te permitas pensar mal
de ninguno; todo tu afán es hacer bien a todos, de pensamiento y de obra.

4. Amor

La cuarta señal en la que reconocerás que obra en ti el Espíritu Santo es el


verdadero amor, que si no es verdadero aleja de tu interior la presencia de
Dios. Esa es la llave espiritual que te permitirá abrir la puerta secreta del
corazón en que se oculta Cristo nuestro Señor. De este modo nace la fe que
nos hace contemplar lo que sólo el Espíritu conoce y que no se puede expresar
con palabras. El Apóstol llama a esta fe "garantía de los bienes que
esperamos" (Hb 11, 1). Los ojos de la carne no pueden percibir estas cosas,
pero para los ojos del Espíritu resplandecen claras y luminosas en el fondo del
corazón.

5. Discernimiento

La quinta señal característica de que obra en ti el Espíritu Santo -ese Espíritu


que has recibido en el bautismo- es la mirada luminosa de tu espíritu, que
brilla en tu corazón como una lente que concentra la luz recibida de la
Santísima Trinidad. Esta sabiduría te lleva a elevarte hacia las cosas
espirituales, cuando contemplas las cosas materiales, y así entrar en la
contemplación de Dios. De esta contemplación nace luego en ti ese lenguaje
espiritual y ese conocimiento de la voluntad de Dios, ese olfato y gusto
espiritual, esas palabras profundas del discernimiento espiritual: el gozo y la
alegría, el júbilo y la transfiguración, el canto de salmos, himnos y alabanzas,
la comunión con toda la Iglesia y con toda la creación.

MENSAJE EPISCOPAL A LOS


DIRIGENTES DE R C. DE CANADÁ
Por Mons. Luis Gonzaga Langevin

Mons. Langevin es actualmente obispo de la diócesis de Saint-Hyacinthe


(Canadá) y responsable episcopal de la Renovación Carismática en Québec.
Ha sido misionero en Uganda y Provincial de los Padres Blancos en Canadá.
El siguiente mensaje fue dirigido al Congreso de dirigentes diocesanos de la
R.C. de lengua francesa de Canadá, celebrado en Montreal los días 24 - 26
de abril de 1981. Lo reproducimos para los lectores de KO1NON1A por su
validez en la situación actual de la Renovación en nuestro país.
Queridos amigos:
Es para mí una gran alegría estar hoy en medio de vosotros en este congreso
de dirigentes diocesanos de la Renovación Carismática de lengua francesa de
nuestro país. Es un acontecimiento que hay que resaltar y del que hay que
felicitar a su promotor, el presidente de la Asamblea Canadiense Francófona
de la Renovación Carismática Católica, M, Jean-Noel Carpentier. Desde hace
tiempo y desde distintas partes, se deseaba un encuentro de este tipo y me
alegra constatar que sois numerosos los que habéis contestado a la invitación.
Demos gracias al Señor. Yo quiero aportaros mi apoyo y mi ánimo con alegría
y Esperanza.

El camino emprendido en este fin de semana es importante, a pasar de quo el


tiempo de que disponéis es corto. Es una puesta en marcha que deberá
continuarse de diversas formas que, sin duda, tendréis que precisar. Después
dc diez años de existencia de la Renovación Carismática y preguntándoos qué
espera el Señor de vosotros, qué os dice el Espíritu a través de los
acontecimientos pasados y presentes, por qué caminos el Espíritu os conduce.

En este contexto, me habéis pedido que os diga hoy lo que creo ver dibujarse
en el horizonte de la Renovación. Comprenderéis que no habiendo podido
participar en vuestros intercambios desde el principio, pido disculpas por
adelantado si toco algún punto que ya ha sido abordado. Me consolaré
pensando que es el mismo Espíritu quien inspira al pueblo de Dios y a un
obispo!

Antes de contestar a la pregunta que me hacéis, quisiera insistir en un punto.


Cuando somos llamados a revisar un trozo de vida, como es el caso hoy en el
camino emprendido, se pueden adoptar tres actitudes.

La primera actitud consiste en no querer ver sino lo positivo, los logros, los
éxitos, sin ni siquiera echar una mirada o admitir que pueda existir algo
negativo, errores de recorrido, o hasta deformaciones.

La segunda actitud, opuesta a la primera, se centra tanto en lo negativo, en los


obstáculos o hasta en las aberraciones, que las sombras casi escondan
completamente la luz. Una y otra actitud, lo comprendéis perfectamente,
pecan de falta de objetividad, escrutan la realidad a través de una mirada
deformada que se expone a engendrar o la exaltación o el abatimiento.

La tercera actitud intenta mirar la realidad con una mirada lo más objetiva
posible, es decir, una mirada que percibe las sombras y las luces, lo positivo y
lo negativo. Tal mirada permite una justa visión de las cosas, permite también
avanzar desarrollando lo que es bueno y corrigiendo lo que debe ser
corregido.
Frente a la Renovación, somos llamados, según una frase que tomo del
Cardenal Suenens, a decir SI a la Renovación que es un don de Dios a la
Iglesia y al mundo de nuestro tiempo, y a decir NO a la desviación de la
Renovación. Volvemos siempre a la frase de Pablo a los Tesalonicenses: "No
apaguéis el Espíritu... verificadlo todo: guardad lo que es bueno: preservaos de
toda clase de mal' (1 Ts 5,19).

I- RETROSPECTIVA DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA

A) Aspectos positivos.

Igual que la Renovación hizo correr tinta en sus comienzos, igual se puede
decir hoy, me parece, que esta Renovación forma parte de la vida de la Iglesia,
aunque encuentra aún aquí y allá resistencias, tanto entre los laicos como entre
los religiosos, religiosas y sacerdotes. Toda clase de documentos del
Magisterio han señalado los aspectos positivos de la Renovación. Basta
recordar el mensaje de los obispos canadienses en abril de 1975, el mensaje de
Pablo VI a los congresistas de la Renovación reunidos en Roma con motivo
del Pentecostés de mayo de 1975, las numerosas declaraciones de
Conferencias Episcopales de diversos países, etc. Al leer estos documentos, se
ve que la Renovación forma parte de la vida de la Iglesia.

Los aspectos positivos de la Renovación son muy numerosos y siempre


válidos "el gusto por una oración profunda, personal y comunitaria, una vuelta
a la contemplación y un acento puesto en la alabanza a Dios, el deseo de darse
totalmente a Cristo, una gran disponibilidad a las llamadas del Espíritu Santo,
una mayor asiduidad a la lectura de la Sagrada Escritura, una generosa entrega
fraterna, la voluntad de concurrir al servicio de la Iglesia. En todo esto
podemos reconocer la obra misteriosa y discreta del Espíritu, que es el alma
de la Iglesia". Estas palabras de Pablo VI a los dirigentes de la Renovación
Carismática, en noviembre de 1973, han sido citadas por muchos obispos de
todo el mundo. Cada uno de estos aspectos positivos podría ser ilustrado con
numerosos ejemplos.

En su documento de mayo de 1979, los responsables diocesanos de la


Renovación Carismática, preguntándose sobre la vida de la Renovación entre
nosotros, han señalado algunos puntos concretos que manifiestan la madurez
de la Renovación en nuestro ambiente: profundización de la fe que va unida a
una devoción mariana descubierta, purificada e integrada en una visión
renovada de la Iglesia; una vida contemplativa atraída hacia el silencio y que
tiene sed de mayor formación doctrinal y bíblica; perseverancia y constancia
de muchos en la oración; renovación vocacional que orienta a algunas
personas hacia el sacerdocio, el diaconado, la vida religiosa o los ministerios
laicos en los diferentes sectores de la Pastoral. "En esto, dicen los
responsables, reconocemos la obra del Espíritu que devuelve a la Iglesia de
Jesucristo el rostro que el mundo necesita para encontrar de nuevo el camino
de la verdad y de la vida".

Cuando miramos las aportaciones positivas de la Renovación Carismática, no


podemos sino reafirmar con los obispos canadienses que "la Renovación
Carismática emerge como una llamada... dirigida a la conciencia cristiana para
estimularla y renovarla en profundidad. Brota del corazón de la comunidad
eclesial como un himno de confianza incondicional en la presencia
todopoderosa del Espíritu en el mundo".

Si no insisto en desarrollar más estos aspectos positivos, es porque estoy


convencido que obráis dentro de la Renovación, porque constatáis
cotidianamente, si se puede decir, las aportaciones positivas de esta
Renovación a la vida de la Iglesia. Hacéis vuestras las palabras de Pablo VI en
el Pentecostés de 1975:
"Esta Renovación ¿no será una oportunidad para la Iglesia y para el mundo?".

B) Las sombras

Lo que acabamos de decir, aun permaneciendo en nuestra memoria, no debe,


sin embargo, empujarnos a una euforia que nos haga olvidar que haya algunas
sombras en este cuadro. Esto no debe extrañarnos; es lo contrario lo que
debería inquietarnos. Toda la vida de la Iglesia, no lo olvidemos, comprendido
el período primitivo de que nos hablan los Hechos de los Apóstoles, ha tenido
sus problemas y dificultades, sus sombras y sus luces. El Espíritu, que es el
alma de la Iglesia, hoy como ayer, ha sabido siempre servirse de las sombras
para hacer resaltar la luz y conducir a la Iglesia en una marcha hacia adelante.
Las recriminaciones de las viudas que se creían heridas en el servicio de las
mesas nos trajo la institución de los diáconos. Las tensiones suscitadas por los
judaizantes bien intencionados llevaron al Concilio de Jerusalén, que hizo
saltar los moldes demasiado estrechos del judaísmo, lo cual permitió que la
Buena Nueva fuera accesible al mundo entero.

Por nuestra parte, debemos revisar todo lo vivido en la Renovación para


discernir por qué caminos nos lleva el Espíritu. No se puede decir, como se
oye a veces, que algunos líderes no son carismáticos simplemente porque
tienen la valentía de atraer la atención sobre algunos puntos que presentan
dificultad o de emitir reservas sobre algunas prácticas que pueden llevar a
desviaciones o hasta poner en juego la credibilidad misma de la Renovación.
Permitidme ser más precisos y señalar algunos puntos.

1. Sensacionalismo y maravilloso. La Renovación Carismática aparecerá


como una gracia hecha a la Iglesia de nuestro tiempo para la toma de
conciencia experiencial de la acción del Espíritu, tanto en la profundidad de la
persona como en la vida de la Iglesia, la cual es invitada a acoger toda la gama
de dones del Espíritu que éste reparte entre los cristianos de toda condición.
La acogida y el ejercicio de estos carismas están ordenados a la construcción
del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

En los principios de la Renovación hubo, al menos en algunos lugares, un afán


desmesurado de lo maravilloso y de lo sensacional. Por esta razón los obispos
canadienses hablaron sobre este punto. Hoy, aunque la reacción ha disminuido
mucho, sin embargo, queda aún quizá algo. Todos vosotros conocéis personas
que en la práctica rechazan toda clase de enseñanza y de profundización seria
bajo el pretexto de que no es suficientemente carismática; estas mismas
personas, por el contrario, van por todas partes donde hay imposición de
manos, profecías, etc. "Esta forma de actuar muestra una mentalidad de
consumidor y una búsqueda de sensacionalismo"(R 18).

Hay que estar abierto a los dones del Espíritu y acogerlos con gratitud cuando
han sido autentificados, pero hay que recordar también que estos dones están
ordenados a la construcción del Cuerpo de Cristo y que lo esencial es la
caridad que nos introduce en el misterio de Cristo y hace de nosotros testigos
del Evangelio. Es lo que Juan Pablo II recordaba recientemente a los 18.000
peregrinos de la Renovación reunidos en Roma: "La Renovación en el
Espíritu tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no en la medida en que
suscite carismas extraordinarios, sino más bien en la medida en que lleve al
mayor número posible de fieles, en los caminos de la vida cotidiana, al
esfuerzo humilde, paciente, perseverante por conocer siempre y mejor el
misterio de Cristo y testimoniarlo" (KOINONIA, nº 27, p.14).

2. Falta de discernimiento. Todos vosotros os habéis encontrado


seguramente, un día u otro, personas que pretenden tener tal o cual carisma y
que se ponen a ejercer un ministerio que ellas califican de "carismático", pero
que se podría calificar de inoportuno porque se ejerce fuera de todo control de
personas autorizadas y competentes. Generalmente, estas personas rechazan
todo discernimiento eclesial, rechazan todo lo que no va en su línea. Se podría
decir lo mismo con respecto a las personas que se lanzan en aventuras de
todas clases en nombre de pretendidos mensajes recibidos del cielo.

Quizá sería bueno recordar que la obra del Espíritu se mide por sus frutos y
que uno de los grandes signos del Espíritu es la humildad que da la convicción
de que uno se puede equivocar y que no es el único que posee el Espíritu.

Quizá sería bueno recordar que cuanto más una cosa pueda alcanzar a un
número mayor de personas, más se tendrá que someter esta cosa al
discernimiento de un mayor número de personas. De este modo se explica el
papel de los responsables diocesanos a nivel de las diócesis, el papel de la
Asamblea Canadiense Francófona de la R.C.C., de su Ejecutiva y del Comité
de pastoral de la R.C. a nivel nacional; de este modo igualmente se explica,
¿por qué no?, el papel de los obispos. A ellos corresponde en última instancia
el juzgar por sí mismos, ayudados por personas intermediarias, la autenticidad
y la puesta en obra de los dones del Espíritu, tal como recuerda la Lumen
Gentium en el nº 12.

El discernimiento no debe ser hecho únicamente por nuestros amigos que


piensan como nosotros, sino debe ser también el de la comunidad eclesial. He
aquí, me parece, un punto en el que la Renovación tiene aún mucho camino
que recorrer y esto se refiere tanto a los miembros de la base como a los
grupos de oración y a los líderes.

3. Orgullo carismático. Los obispos canadienses, en el número 22 de su


declaración, hablaron, con mucha caridad, de un "exceso referente a la
pertenencia a la Renovación Carismática". "No es necesario, decían los
obispos, formar parte de un grupo carismático para recibir los carismas del
Espíritu que sopla donde quiere". Fruto del Espíritu, esta Renovación no posee
ningún monopolio, y no todos están llamados a formar parte necesariamente
de los grupos de oración para estar bajo el movimiento del Espíritu. Algunas
formas de actuar o de expresarse, algunas insistencias inoportunas pueden
explicar en parte estas resistencias que se encuentran en personas que ven a
los "carismáticos" como fanáticos que se pasean con la Biblia en la mano con
la pretensión de tener respuesta a todas las preguntas. Difícilmente se puede
evitar pensar en la parábola del fariseo y el publicano.

Otra forma de este orgullo se encuentra en el comportamiento de ciertas


personas que creen tener el monopolio de la verdad y que resuelven los
interrogantes más difíciles y más delicados, rechazan categóricamente la
posibilidad de que pueda haber otros puntos de vista distintos de los suyos y
que, para triunfar, no dudan en esparcir sospechas y falsos rumores sobre los
que no piensan como ellos. Esta forma de orgullo, con toda seguridad no
viene del Espíritu. Uno se tiene que preguntar sobre cuáles son los verdaderos
motivos que empujan a estas personas a actuar de esta forma.

4. Falta de formación. Desde hace algunos años se han realizado grandes


esfuerzos en las distintas diócesis para asegurar un resurgimiento espiritual,
una formación bíblica y doctrinal. Todo esto es excelente y merecéis una
felicitación por este trabajo. Es algo positivo. Pero, de todos modos, quedan
interrogantes cuando uno ve grupos que vegetan o que encuentran toda clase
de dificultades porque los dirigentes y los miembros de los ministerios no
quieren esforzarse en buscar una verdadera profundización espiritual. ¿Cómo
podéis llegar a nivel diocesano o local, a estos animadores para hacerles salir
de su gueto?

5. La cuestión demonológica. Quisiera, aunque sólo fuese mencionar, aun


sabiendo que me meto en un terreno resbaladizo, esta tan delicada cuestión
que choca a tantas personas dentro y fuera de la Renovación y que, me atrevo
a decirlo, divide las fuerzas vivas de la Renovación Carismática.

Sabéis perfectamente, y esto es muestra de un malestar notado por muchos de


vosotros, que el primer dossier entregado al Comité de pastoral de la
Renovación Carismática se refería a estas difíciles cuestiones de demonología,
ocultismo, exorcismo, liberación, etc. Sabéis quizás que un arzobispo africano
fue avisado por Roma, en tiempos del Papa Pablo VI, para que cesasen los
numerosos exorcismos que practicaba en su diócesis. Sabéis quizás también
que, contestando a cartas publicadas en el periódico inglés "The Times", el
Cardenal Suenens, en octubre de 1980, escribió un artículo en la revista "The
Tablet", artículo en el que el Cardenal se inquieta por la multiplicación
abusiva de sesiones de exorcismo, bajo distintas formas, con o sin el nombre,
que se encuentran en grupos carismáticos de diversas tradiciones. Se trata,
dice el Cardenal, de un campo en el que debemos entrar, y cito: "con extrema
reserva, prudencia y humildad. Recordando que los exorcismos solemnes
están reservados al obispo o a su delegado, el Cardenal pide al Magisterio que
dé directrices pastorales puestas al día, "actualizadas", que permitan poner
orden en la "vulgarización abusiva" que procede de personas bien
intencionadas pero que se aventuran sin preparación y sin unión estrecha con
la autoridad eclesial en un campo extremadamente difícil. Hay que recordar
que, en este campo, más vale ser demasiado prudente que poco. (Cf
KOINONIA, nº 31, pp. 12-13).

Sin querer elaborar más, quisiera simplemente hacer una pregunta: ¿No será
que el Maligno es tan sutil que es capaz de crear divisiones entre vosotros por
causa suya?

II.- MIRADA HACIA EL FUTURO.

De toda esta experiencia de la Renovación que acabo de evocar rápidamente,


¿qué rasgos podemos retener para el futuro? ¿Cuáles son los obstáculos que
pueden surgir? ¿Cuáles son las líneas de fuerza que estáis llamados a
desarrollar?

1.- Una renovación de la oración.

Fundamental y esencialmente, me parece que la Renovación como tal está


basada en la oración. Esta es su aportación original a la vida de la Iglesia de
hoy. No debéis apartaros de esta línea. No digo que no haya lugar para otra
cosa, sino que la oración es y debe permanecer en el corazón de la vida de la
Renovación. Debéis trabajar para que la oración sea cada vez más profunda,
resplandeciente y vivificante para toda la vida de la Iglesia.

Desde el principio, la Renovación ha sido requerida regularmente por toda


clase de organizaciones que querían meter a la Renovación en cruzadas de
todo tipo. La Renovación como tal, me parece que no debe "dejar la oración
por el servicio de las mesas" (Hch 6,2). Los miembros de la Renovación, a
título personal, son llamados a comprometerse allí donde el Señor les llama en
su medio respectivo, sea en obras eclesiales o extraclesiales, pero la
Renovación como tal debe permanecer centrada en la oración.

2. El trabajo de formación.

Cuanto más progrese la Renovación, más descubriréis que los miembros de la


Renovación tienen necesidad de una sólida formación bíblica, doctrinal, etc.
Ya se ha hecho una buena labor en las diversas diócesis y hay que continuarla
e intensificarla intentando alcanzar a los que tienen más necesidad,
especialmente a los dirigentes y miembros de los ministerios. La Iglesia
necesita hoy más que nunca creyentes que sean signo, capaces de hablar de su
fe. Tened cuidado que no sean siempre las mismas personas las que
frecuentan las sesiones de oración y los retiros. Incitad a estas personas a que
atraigan a otras. Este trabajo de formación contribuirá, por una parte, a dar
sólidas bases a la Renovación y, por otra, a atenuar los efectos del
sensacionalismo y de la búsqueda de lo maravilloso.

3.- Apertura al Espíritu y discernimiento.

La Renovación es una toma de conciencia existencial de la acción del Espíritu


tanto en el corazón de la vida de las personas como en el corazón de la vida de
la Iglesia; esta toma de conciencia se acompaña de una apertura y de una
acogida de los diversos dones que el Espíritu reparte entre los fieles de toda
condición para la construcción del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Si no
queréis que la Renovación se esclerotice, hay que permanecer abiertos a la
acción del Espíritu, abiertos a las sorpresas del Espíritu Santo.

Esta apertura y esta acogida deben sin cesar ir acompañadas de un


discernimiento juicioso. Este discernimiento, para el que hay que formar
seriamente a los miembros de la Renovación, deberá vivirse a todos los
niveles. Tendréis que encontrar los mecanismos necesarios para que este
discernimiento pueda ejercerse eficazmente en lo concreto de la vida cotidiana
según los diversos niveles de la vida de la Renovación. Una apertura al
Espíritu que no vaya acompañada de un sólido discernimiento lleva
necesariamente al iluminismo y al orgullo. Por el contrario, una apertura al
Espíritu que acepte humildemente el discernimiento eclesial es
necesariamente benéfico para todos.

4. Sostener a los que avanzan.

Muchas personas han encontrado en la Renovación al camino de la fe, la


vuelta a la práctica religiosa o, simplemente, un dinamismo nuevo en su vida
con el Señor. Realizado este arranque o este nuevo arranque, es preciso que la
Renovación pueda acompañar a estas personas y ayudarlas a progresar
espiritualmente. Ya han aparecido algunas iniciativas buenas, pero hay que
desarrollarlas y suscitar nuevas para que todos estos cristianos, felices de creer
en Jesucristo, no pierdan ánimo o se desanimen por no encontrar el alimento
sólido que necesitan o no comprender las etapas del caminar espiritual al que
han sido llamados.

5. Evitar la trampa de la demonología.

Aunque no se trate de un tema que se dé mucho entre nosotros, hay que


recordar que tocamos un punto que puede comprometer la credibilidad misma
de la Renovación Carismática. Se están haciendo estudios serios sobre todo
estas cuestiones delicadas y difíciles. No nos comportemos como aficionados
y vayamos a desarrollar fanatismos malsanos. Hasta que no tengamos más luz,
os pido que hagáis una presentación positiva, es decir, que introduzcáis a las
personas en el amor de Dios el cual, apoderándose cada vez más de sus vidas,
quitara todo lo que obstaculiza a este amor. En Jesucristo es en quien somos
salvados, él es nuestro liberador. Recordad, finalmente, que, según nuestra fe,
los sacramentos son la primera fuente de liberación y de curación.

6. Unidad de los líderes.

Desde hace diez años, la Renovación se está desarrollando entre nosotros y,


con el tiempo, se ha dotado y se dotará aún más de los instrumentos que
necesita para responder eficazmente a esta acción del Espíritu en la Iglesia de
hoy. El presente encuentro de líderes diocesanos de la R. C. marca un
momento importante. ¿Seréis llamados a repetir este encuentro? Sois vosotros
quienes tenéis que decidir. Por mi parte, y con esto termino, deseo que vuestra
unidad crezca cada vez más, porque el Espíritu que os reúne es un Espíritu de
Amor y, allí donde está presente, crea la unidad, apretando los lazos que nos
hacen hijos de la gran familia de Dios. Que crezcan en vosotros, cada vez
más, estos auténticos frutos del Espíritu que son la fe, la esperanza y la
caridad auténticas. Amén. Aleluya.

Texto francés en Selon sa Parole, juinjuillet 1981; traducción de KOINONIA


33/34 - LOS CARISMAS (Primera parte).

POR UNA LLUVIA DE CARISMAS


Una corriente de renovación espiritual que, a partir de la presencia permanente
de Pentecostés en la Iglesia, nos lleva, por una conversión y transformación de
la persona, a aceptar al Cristo resucitado como Salvador y Señor de nuestras
vidas y a compartirlo con los hermanos que pasan por la misma experiencia:
tal es en esencia la Renovación Carismática.

Ello supone prestar la necesaria atención y acogida al Paráclito que Jesús


prometió y envía para que more en nosotros (Jn 14, 16-17), nos recuerde todo
lo que El enseñó (Jn 14, 26) guiándonos "hasta la verdad completa" (Jn 16,
13) y sea el que verdaderamente dé testimonio en nosotros del Señor (Jn 15,
26).

Exaltado Jesús a la diestra del Padre, será el Espíritu, que El ha recibido y


derramado sobre nosotros (Hch 2, 33), el que en lo sucesivo extienda su obra
de redención en el tiempo y en el espacio, de modo que sin El nada puede
hacer el cristiano en orden a la salvación, ni siquiera "proclamar que Jesús es
el Señor" (lCo 12, 3), y siempre estará presente en el mundo como el poder de
vida que sacó a Jesús del sepulcro. Su presencia y acción en la Iglesia se
manifiesta por medio de dones y carismas, que distribuye entre los diversos
miembros para la edificación del cuerpo de Cristo.

Siendo los carismas manifestaciones del mismo Espíritu para provecho común
(l Co 12, 7), no es posible concebir una Iglesia salida de Pentecostés sin el
acompañamiento y la acción de los carismas. Son como el instrumento de
trabajo con que el Espíritu ha dotado a la Iglesia, y también a cualquier fiel, en
orden a la edificación, de forma que se pueda apreciar "la calidad de la obra
de cada cual" (1 Co 3, 13).

El papa Pablo VI, en la exhortación que hacía en la audiencia general del 16


de octubre de 1974, al hablar de la "exigencia de que el prodigio de
Pentecostés tenga que continuar en la historia de la Iglesia y del mundo",
afirmaba que "no podemos sino deseamos que una nueva abundancia, además
de gracia, de carismas sea concedida también hoy a la Iglesia de Dios"

Si en ciertos momentos y lugares de la vida de la Iglesia queda


considerablemente reducida la multiforme gama de los carismas, ello denota
que no se manifiesta allí suficientemente el Espíritu, como si se le hubiese
dejado extinguir (l Ts 5, 18) o que la sal hubiera perdido su sabor (Mt 5, 13),
lo cual restaría al cristianismo la fuerza necesaria para dar testimonio del
Resucitado (Hch 1, 8).

Todo esto no presenta gran dificultad de comprensión, si bien la Teología


actual se halla ante el reto de tener que clarificar con nueva luz no pocos
aspectos que plantea la cuestión de los carismas.

En el terreno de lo práctico y de la pastoral podemos tropezar con mayores


dificultades.

En un sector de la Iglesia actual no se concede la suficiente importancia a los


carismas, hasta el punto de quedar suplantados por ciertos valores naturales a
los que se confiere especial realce. Prácticamente se aprecia más el esfuerzo
humano que la acción del Espíritu.

En otro extremo, se peca muchas veces por la forma como se reivindica su


autenticidad. Siempre hubo en la Iglesia, y los habrá, presuntos profetas,
presuntos visionarios, presuntos...

Puesto que nunca estamos inmunes del engaño y de los subjetivismos, se ha


de mantener a toda costa el principio de que todo carisma, por el hecho de ser
don otorgado para el provecho común, es decir, comunitario, siempre ha de
estar dispuesto a someterse al discernimiento de los que en la Iglesia poseen
este don, para poder ser ejercido debidamente.

Esto nos advierte de la humildad con que deben aparecer revestidos los
carismas: humildad para que nada se apropie el sujeto de la gloria de Dios,
pues nada tiene que no haya recibido (l Co 4, 7), y humildad incluso para
aceptar que no se le reconozca tal carisma, sin resentimiento ni aflicción, tal
como cuadra al verdadero discípulo y siervo del Señor.

El triunfo de la gloria de Dios ha de ser a base de morir nosotros, pues ahora


nos corresponde compartir la etapa dolorosa del misterio de Cristo.

LA IGLESIA PRIMITIVA FUE


CARISMÁTICA
Por Alejandro Díez Macho, M. S.C.

El P. Alejandro Diez Macho pertenece a los Misioneros del Sagrado Corazón


y actualmente es catedrático de Filología Bíblica en la Facultad de Filología
de la Universidad Complutense de Madrid. Desde el año 1939 hasta el 1973
fue profesor de Lengua y Literatura Hebrea en la Universidad civil de
Barcelona, y es Doctor Honoris Causa por la Facultad de Teología, tanto de
la católica como de la protestante, de Estrasburgo. Forma parte del grupo de
la R.C. ''Ntra. Sra. del Sgdo. Corazón" de Madrid.

Pero después del destierro cesó la profecía en Israel; únicamente quedó el


"eco de la profecía" y se esperaba con ansia la llegada del Mesías para que de
nuevo la profecía y sus fenómenos concomitantes se derramasen sobre todo el
pueblo mesiánico, no sólo sobre algunos privilegiados. Lo había profetizado
Joel.

Efectivamente, el día de Pentecostés, fiesta de la "clausura" de la Pascua, los


judíos celebraban la donación de la Ley en el Sinaí y la constitución de la
Alianza o Antiguo Testamento. Lo celebraban particularmente las clases
sacerdotales y los esenios. Pero era una fiesta de carácter nacional, y por eso
se llenaba Jerusalén de peregrinos llegados de la diáspora.

"Espíritu de Jesús"

Ese día de fiesta fue el escogido por el Señor para enviar al Espíritu Santo que
había prometido.

Espíritu santo significa para el judaísmo sobre todo espíritu de profecía, y este
sentido tiene muchas veces en el Nuevo Testamento. Pero para los cristianos
significó, además, todos los dones comunicados por Dios e incluso lo que
llamamos el Espíritu Santo con mayúsculas, es decir la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad.

Jesús ascendió al cielo, es decir, cesó de comunicar su presencia visible a los


cristianos, para enviar al Espíritu Santo. Hasta el siglo IV, la fiesta de la
Ascensión se celebró junto con la fiesta de Pentecostés, con lo que se
subrayaba una finalidad importante de la Ascensión del Señor, o sea, el envío
del Espíritu Santo, también llamado en el Nuevo Testamento "Espíritu de
Jesús".

Vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés judío, y se comunicó con tal


abundancia y extensión que Pedro, en su primera alocución a los judíos en tal
fiesta tomó como texto la famosa profecía de Joel, en la que se profetizaba la
donación del Espíritu de Dios a todo el pueblo mesiánico. Desde ese día,
también fundacional de la Nueva Alianza o Nuevo Testamento, los dones del
Espíritu Santo se comunicaron a todo el pueblo cristiano, no solamente a
algunos individuos, particularmente agraciados con el don de profecía.

El sugestivo tema de los carismas

La Iglesia cristiana comenzó así a ser carismática.


Los dones que acompañan a la recepción del Espíritu Santo se llaman
carismas (jarismata en griego) cuya definición es dones del Espíritu Santo
para la edificación de la comunidad.

Esa es la diferencia básica respecto a los seis dones (en la Vulgata son siete,
pues se añade el don de la piedad), que recibirá el Germen de David, el
Mesías, y tras él, los cristianos. Dones que menciona Is 11, 2: don de
sabiduría, de inteligencia, de consejo, de ciencia, de fortaleza, de temor de
Dios. Estos dones se ordenan a la santificación del cristiano que los recibe.
Son -dicen los teólogos- unos hábitos que acompañan al Espíritu Santo en el
alma, a la gracia santificante, y que la habilitan para seguir las mociones del
Espíritu aun en situaciones o circunstancias difíciles. Estos dones exigen la
gracia santificante: los carismas, por sí mismos no la exigen. Por ejemplo,
Caifás profetizó que convenía que muriese un hombre para salvar al pueblo, y
Balaam pronunció, en contra de su voluntad, verdaderas profecías. Tanto
Caifás como Balaam son prototipos de personajes perversos.

No todas las comunidades cristianas primitivas recibieron en la misma medida


los carismas, que aparecían preferentemente en las asambleas litúrgicas
comunitarias. La comunidad más carismática fue la de Corinto.

Corinto, la comunidad carismática

Pablo habla de los carismas, sobre todo en el cap. 12 de la Primera Carta a los
Corintios, y hace la valoración de uno de ellos, el de lenguas -muy apreciado
por aquella comunidad- en el capítulo 14.

La comunidad de Corinto era "rica en toda cosa, en toda palabra y


conocimiento" (1, 5): "no le falta ningún carisma" (1. 7). Era la comunidad
carismática por excelencia.

La Primera Carta a los Corintios es polémica. Pablo se enfrenta, parece, a los


cristianos gnósticos de la comunidad, que se creían "perfectos" precisamente
por la "gnosis", por el "conocimiento" de los misterios divinos y por el
"éxtasis”. En consecuencia se consideraban llegados a la perfecta libertad
cristiana, permitiéndose atentados contra la ética y desatenciones con otros
cristianos débiles, cosas que Pablo no podía tolerar.

De entrada, Pablo recuerda a los corintios, en gran parte cristianos


procedentes de la gentilidad, que, cuando eran paganos, el "éxtasis" los sacaba
fuera de sí, de su libre albedrío, en el culto de los "dioses mudos". También en
el culto cristiano de Corinto ocurrían fenómenos extáticos, extraños.
¿Producidos por poderes demoníacos o por el Espíritu Santo? La comunidad
necesitaba un criterio para discernir la acción demoníaca de la acción del
Espíritu.

Y Pablo lo proporciona: un cristiano verdadero no puede decir "maldito sea


Jesús", como quizá -es la opinión de Smithals- algunos gnósticos cristianos
decían refiriéndose a "Jesús" en cuanto hombre, pues, según ellos, Jesús-
hombre nada tenía que ver con Cristo y, por tanto, con el Espíritu Santo. Por
eso se atreverían a maldecir de Jesús-hombre esos gnósticos que profesaban
que Cristo no había venido en carne. Eran los mismos que rechazaban la
resurrección corporal de los muertos, precisamente por ser corporal; los que
decían que la resurrección es puramente espiritual, y que había acontecido ya.

Tales gnósticos -viene a decirnos Pablo-, a pesar de su ciencia y de sus


manifestaciones extáticas, no tienen el Espíritu Santo.

Las "cosas del Espíritu"

En cambio, los cristianos que confiesan que "Jesús es el Señor", el Kyrios, que
admiran su encarnación, muerte y resurrección, éstos sí que tienen el Espíritu
Santo. Esa confesión, ese credo rudimentario, que fue uno de los primeros
credos de la Iglesia primitiva, no puede profesarse sin el Espíritu Santo.

Los de Corinto consultaron a Pablo acerca de las "cosas del Espíritu". De ellas
habla 1 Co 12•14.

Pablo dice que los dones del Espíritu son muchos, y que todos proceden del
Espíritu Santo. La fuente de esos dones espirituales es única, Dios uno y trino:
la distribución (¿o variedad?) de los carismas se atribuye al Espíritu Santo; la
de los servicios o ministerios a la comunidad, al Señor, Jesucristo; la de
actividades (sinónimo de jarismata en 1 Co 12, 9-10), a Dios Padre, quien es
el que "obra todo en todos".

Esta formulación ternaría, frecuente en el apóstol, es una manera de hacer


intervenir en los dones, en los carismas del Espíritu Santo, a las tres personas
divinas; pero no pretende acotar el campo de cada Persona, como si cada una
solamente interviniera en una clase de carismas.

Lo que Pablo enseña es esto: carismas, servicios (o ministerios) y


operaciones, todo procede del Padre a través de Jesús, quien lo otorga por
medio del Espíritu Santo, también llamado Espíritu de Jesús. Por eso en 1 Co
12, 6 se dice que "Dios (el Padre) obra en todos". Y en 12, 11 que "todas estas
cosas las obra un mismo y solo Espíritu repartiendo a cada uno según quiere".

Cada cristiano, un carisma

Los carismas son dones del Espíritu Santo para la edificación de la comunidad
(12, 7). Este es, según Pablo, el criterio para saber qué don del Espíritu merece
el nombre de carisma, y para valorar la mayor o menor importancia del don: el
servicio de la comunidad, el mayor o menor servicio de la misma. No
olvidemos que cada cristiano tiene una "manifestación del Espíritu", un
carisma (1 Co 12, 7-11).

A uno se le da el lenguaje de sabiduría; a otro, el lenguaje de ciencia. ¿En qué


se distinguen estos dos carismas? ¿Se diferencian de verdad o son dos
maneras de expresar el mismo don? No se puede responder con certeza. Se
trata de uno o dos carismas de conocimiento y, por tanto, muy apreciados por
los corintios, particularmente por sus gnósticos, que ponían la perfección en la
"gnosis", en la "sabiduría". Pablo tenía este carisma y hablaba, sirviéndose de
él, a los "perfectos" (1 Co 2, 6), a los cristianos del espíritu, a los que
realmente tenían este don. Un don que consistía en un conocimiento de las
"profundidades" de Dios (1 Co 2, 10), de su misterioso plan salvífico.

Otros cristianos están dotados del carisma de la fe. La palabra "fe" no


significa aquí, al parecer, simplemente la fe teologal más desarrollada, sino
una fe capaz de trasladar montañas, es decir, el don de hacer milagros, de
hacer "imposibles", que eso significa la expresión hebrea "trasladar
montañas".

Sigue el don de curaciones de enfermedades, el don de "obras" milagrosas,


tal vez exorcismos, y el carisma de la profecía.

¿Qué es el carisma de profecía? Es el don de predicar la penitencia y el juicio


como los antiguos profetas, la penitencia y el juicio escatológico, o sea,
profecía concerniente al presente de la comunidad o de sus miembros, y
también el futuro. En 1 Co 14, 3, Pablo detalla funciones de la profecía: "El
que profetiza habla a los hombres para su edificación, exhortación y
consolación." Según 14, 24-25, el profeta descubre los secretos del hombre, lo
pone de manifiesto y así lo convierte.

Sigue ensanchándose la lista de los carismas: la discreción de espíritus. Es la


capacidad de discernir si el carismático habla en nombre del Espíritu Santo o
movido por el mal espíritu. En el capítulo 14 San Pablo dice: "Si uno
profetiza, los otros 'disciernan': o todo el grupo carismático o el que tenga el
carisma de discernimiento" (14, 29).

Termina la enumeración con el carisma de hablar variedad de lenguas y de


interpretarlas. El don de las lenguas era el más estimado por los cristianos de
Corinto, pero Pablo lo relega de intención al último lugar. Su valoración la
reserva para el capítulo 14. La variedad de lenguas hace referencia a la plural
manifestación de este fenómeno. Una variedad es la lengua de los ángeles; en
las religiones helenísticas se creía que los ángeles se dirigían a la divinidad en
una lengua especial.

La conclusión de Pablo tras la enumeración de los carismas es que "todas


estas cosas las obra un mismo y solo Espíritu, que reparte en particular a cada
uno según Él quiere".

Como entre paréntesis

El don de lenguas consistía, y consiste en el movimiento carismático


contemporáneo, en orar mediante sonidos inarticulados o articulados, en
sílabas o palabras normalmente ininteligibles y sin significado aun para el que
las profiere, pues no son palabras de lenguas conocidas, vivas o muertas.

Parece que en contados casos el habla corresponde a alguna lengua existente,


del presente o del pasado, pero desconocida para el glosólalo.

Lo corriente es que sea a modo de oración, pero puede ocurrir que tal lenguaje
sea portador de un mensaje para la comunidad. Entonces precisa de
interpretación.

El fenómeno de hablar lenguas ha existido en religiones no cristianas. Hay


constancia de que se hablaban lenguas no conocidas en religiones paganas de
Mesopotamia casi dos mil años antes de Cristo. Se hablaron en Fenicia,
Canaán, entre los Hititas, en Egipto, en las religiones mistéricas del tiempo de
Pablo.

El que sea, o pueda ser un fenómeno natural, no quiere decir que el Espíritu
Santo no pueda valerse de él y convertirlo en carisma auténtico, a beneficio
del que lo recibe o de la comunidad.

Cuerpo místico

Pablo pasa seguidamente a exponer la doctrina del cuerpo místico de Cristo,


alegoría conocida por el apólogo de Menenio Agripa y porque fue usada
frecuentemente en la antigüedad para describir las relaciones del cuerpo
social.

Pablo pretende subrayar que los cristianos forman un cuerpo, una unidad,
dentro de la cual hay variedad de funciones, y que el funcionamiento de ese
cuerpo depende del cumplimiento de la función de cada miembro. Nadie
pretenda, pues, acaparar todos los carismas, nadie tenga el suyo en poca
consideración.

En la Iglesia -sigue Pablo aplicando la alegoría del cuerpo místico- Dios ha


puesto en primer lugar a unos como apóstoles; en segundo lugar los profetas,
en tercer lugar los doctores. Este es un grupo de privilegiados, nombrados por
orden, un grupo especial de carismáticos. En Ef 4, 11 se vuelve a nombrar el
grupo, aumentado: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Hay
quien cree que profetas, doctores y evangelistas eran misioneros peregrinantes
de comunidad a comunidad. Esto no excluye que algunos estuvieran
incardinados en una comunidad.

Hemos considerado la función de los profetas. Los maestros y doctores eran


los "transmisores e intérpretes de la tradición de Cristo, los que enseñaban los
mandamientos y artículos de la fe" (H. Fr. von Campenhausen); además, los
que cuidaban de la catequesis de los neófitos (Althaus). Pablo era, en una
pieza, apóstol, profeta y maestro, amén de hablar lenguas, de haber tenido
éxtasis y revelaciones.

Tras esta tríada de carismáticos, Pablo empalma una nueva lista detallando
otros carismas, sin orden ni jerarquía. Sin embargo, vuelve a poner en la cola
el carisma de hablar lenguas.

Observamos que Pablo pone entre los carismas las "obras de ayuda" al
prójimo y el "gobierno" de la comunidad.

La caridad

Pablo intercala en el capítulo 13 una página maravillosa acerca de la caridad,


que no es un carisma, pero que está en la base y sobre todos los carismas, y es
el camino más excelente, el modo de comportarse más perfecto, al que los
carismas se ordenan como los medios al fin.

En este capítulo 13 vuelven a aparecer los carismas para parangonarlos a la


caridad: para decir que los carismas no son nada, que no aprovechan nada sin
la caridad.

Empieza Pablo dicha contraposición por los carismas del lenguaje: "Si
hablando lenguas de hombres y de ángeles no tengo caridad, soy como bronce
que suena y címbalo que retiñe. Y si teniendo el don de profecía y conociendo
todos los misterios y toda la ciencia y tanta fe que trasladase los montes, si no
tengo caridad, no soy nada."

Establecido en el capítulo 13 que la caridad está por encima de todos los


carismas y que su relación con la caridad les da a éstos mayor o menor valor,
Pablo pasa, en el capítulo 14, a establecer el orden de importancia de dos
carismas: profecía y don de lenguas.

Entre líneas se lee que los corintos preferían el don de lenguas a profecía, es
decir, que preferían lo extático, lo incomprensible, lo que les parecía obra
superior del Espíritu. La profecía, ofrecida en palabras asequibles, les parecía
carisma inferior.

El apóstol mantiene todo lo contrario: al que reza en lenguas le entiende Dios,


pero no los hombres; por lo mismo, no edifica a la comunidad, a menos que él
u otro reciba el don de interpretar tal glosolalía y así la comunidad se
enriquezca con su mensaje. La profecía, por el contrario, habla a la comunidad
palabras de edificación, de exhortación, de consolación. Más tarde, en el
versículo 24, Pablo atribuye también a la profecía el desenmascarar el interior,
manifestar lo que es propio del hombre.

No es que Pablo, con esto, se oponga al carisma de lenguas; al contrario,


desearía -así dice- que todos hablasen lenguas. Lo que enseña es que la
profecía es carisma superior, a menos que el glosólalo, él mismo u otro,
interprete, y así edifique a la comunidad. Esto supone que puede hablar en
lenguas y al mismo tiempo recibir el carisma de la interpretación. Estos dos
carismas -glosalía e interpretación-, en todo caso, figuran como dones
otorgados a personas distintas.

Hablar en lenguas sin interpretación no aporta edificación. "¿Qué provecho -


continúa el apóstol- representaría que yo os empezase a hablar en lenguas, si
no os aportara alguna revelación, conocimiento, profecía o enseñanza?". Pablo
prefiere hablar en la comunidad cinco palabras con seso, dando instrucción a
los demás, que diez mil palabras en lengua (14, 59).

Hablar en lenguas no es carisma apto para convertir a incrédulos; éstos


tacharán el glosólalo de loco. Es únicamente para creyentes. Lo que convence
y convierte a los incrédulos es la profecía, pues sondea y descubre su interior
y los hace confesar al Señor.

La asamblea

Finalmente, Pablo, después de evaluar profecía y lenguas, establece normas


prácticas para el uso de los carismas en las asambleas comunitarias.

Supone Pablo que todos los participantes en la asamblea comunitaria tienen


algo que aportar. Cada uno aporta algo: un salmo, una enseñanza, una
revelación, una lengua, una interpretación. El apóstol permite hablar en
lenguas a dos o tres, con tal de que siga interpretación y que no hablen a la
vez, sino uno tras otro. Lo mismo a los profetas: dos o tres, y que los demás
dictaminen si la profecía es de Dios o del enemigo. Si entretanto surge una
revelación, que calle el profeta, pues puede controlar su profecía, y dé paso a
esa revelación.

Todo debe proceder en paz y en orden, pues Dios es "Dios de paz”.


¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA
«CARISMA»?
Por Rodolfo Puigdollers, Seh. P.

La Iglesia está viviendo un momento de "renovación carismática", un


reverdecer de los "carismas" dentro de la comunidad; es conveniente, por lo
tanto, que intentemos aclarar el significado de la palabra “carisma".

NECESIDAD DE EXPLICACIÓN

Hemos de reconocer que, a pesar de su continuo uso, la palabra carisma es una


"palabra imprecisa, expresión de un concepto no menos impreciso, que tal vez
no ha cristalizado todavía perfectamente dentro de la teología" (I, GOMA, El
Espíritu Santo y sus carismas en la Teología del Nuevo Testamento,
Barcelona 1954, p. SR).

La teología clásica entendió el carisma como toda gracia "por la cual una
persona coopera para que otro se encamine a Dios; este don se le llama
también 'gracia gratis dada', porque se concede a la persona por encima de las
facultades naturales y del mérito de cada uno. De ella dice el Apóstol: 'A cada
uno se le otorga la manifestación del Espíritu para utilidad', es decir, para los
otros" (S, TOMAS DE AQUINO, ST 1.2, q 111, a, Ic),

Es cierto que hay muchos estudios y escritos sobre los carismas, pero sobre
esta abundante bibliografía podríamos decir lo que un autor dice de los
estudios sobre el "hablar en lenguas": "una parte considerable de lo que se ha
escrito sería útil solamente para una antología de curiosidades" (I. GOMA. op,
cit., p.92, nota 77).

Un término paulino

En todo el Nuevo Testamento el término "carisma" lo encontramos utilizado


diecisiete veces, de las cuales dieciséis son en textos de S. Pablo (Rm 1, 11; 5,
15-l6; 6, 23; 11, 29; 12, 6; 1 Co 1, 7; 7, 7; l2, 4.9.28.30.31; 2 Co l, 11; 1 Tm 4,
14; 2Tm 1, 6) y una en 1 P4, 10.

De todos estos textos hay que destacar dos como principales; 1 Co. 12, 1ss; y
Rm 12, 3ss. Sin embargo, hay que tener también en cuenta Ef 4, 7-16 en que,
aunque no aparece la palabra "carisma", se habla de esta realidad.

S. Pablo aparece como el autor que ha introducido este término dentro del uso
religioso, por lo que si se quiere estudiar en profundidad hay que acercarse al
significado que le daba el Apóstol. (1)

La ayuda de la filología

"Carisma" es una palabra griega compuesta del término "charis" (léase "jaris")
y del sufijo "ma". El término "charis" significa "gracia"; referido a Dios
significa, por lo tanto, la gracia de Dios, el favor de Dios. S. Pablo emplea
este término muchas veces; pongamos ese saludo que se ha convertido en
saludo litúrgico: "Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13).

Esta benevolencia de Dios hacia nosotros se nos ha manifestado en Jesucristo,


tal como dice el Apóstol escribiendo a Tito: "Se ha manifestado la gracia de
Dios, que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar
a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida
sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos: la manifestación
gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo. El se entregó por
nosotros para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo
purificado, dedicado a las buenas obras" (Tt 2, 11-14).

Esta dimensión de manifestación de la gracia, la indica desde otra perspectiva


el prólogo del evangelio de S. Juan cuando escribe: "Lo que se nos ha dado
por medio de Moisés ha sido la Ley, pero por medio de Jesucristo se ha
manifestado la gracia verdadera" (Jn 1, 17). En Jesucristo se nos ha
manifestado la gracia, el amor de Dios; en él hemos alcanzado el perdón, en él
hemos alcanzado el favor de Dios.

Sabemos, pues, ya el significado de la primera parte de la palabra "carisma":


"charis" significa la gracia de Dios. Ahora nos tenemos que fijar en la segunda
parte, en el sufijo "ma". La lengua griega emplea este sufijo para indicar "una
cosa en acto", es decir, la "manifestación de una cosa". Un ejemplo de este
tipo de construcción lingüística lo tenemos en el término “energema", que
aparece también en l Col 2, 4. “Energeia" significa "actividad", más el su fijo
"ma" resulta: “acción”, “operación". (2)

Por lo tanto, si "charis" significa "gracia" y el sufijo "-ma" significa "algo en


acto", el término "charisma" significa: la manifestación de la gracia, la gracia
en acto.

EL TEXTO FUNDAMENTAL

Lo que se entiende por carisma lo ha sintetizado S. Pablo en 1 Co 12, 4-7:

"Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu. Hay diversidad de


servicios, pero un mismo Señor. Hay diversidad de trabajos, pero un mismo
Dios que obra en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien
común".

Como ha señalado muy certeramente el mejor comentarista católico de la


primera carta a los Corintios, E. M. Allo, el Apóstol no habla aquí de tres
cosas distintas sino que "se trata de los mismos fenómenos considerados bajo
tres aspectos" (Premiere épitre aux Corinthiens, Paris 1956. p. 323). (3) La
manifestación del Espíritu es siempre gracia, servicio y trabajo. De ahí que
siguiendo a I. Gomá, que se inspira en S. Juan Crisóstomo, podamos decir que
el carisma es la gracia de trabajar al servicio de la comunidad cristiana (cf. op.
cit., pp. 68-69). De este modo recuperamos las tres características principales
que ya señalaba la teología clásica:

a) Es una gracia, un don gratuito: "porque se concede a la persona por encima


de las facultades naturales y del mérito personal" (ST 1-2 q. 111 a. Ic). Lo que
supone que no es incompatible con el pecado (cf. la respuesta de ST 2-2 q.
172 a. 4 "si para la profecía se requiere bondad de costumbres"; q. 178 s. 2 "si
los malos pueden hacer milagros"). El que sea "por encima de las facultades
naturales" no quiere decir que se trate necesariamente de fenómenos
extraordinarios, sino que puede ser la dimensión sobrenatural de la vida
ordinaria;

b) Es una acción, un trabajo: "aquella por la cual un hombre coopera" (ST 1-2
q. 111 a. Ic). No se trata de la propia santificación interna, sino de acciones
externas encaminadas a la santificación de los demás. Es la cooperación en la
obra de Dios;

c) Es un servicio para el bien común: "un hombre coopera para que otro se
encamine a Dios" (ST 1-2 q. 111 a. Ic). No se dirige a la santificación de la
persona que la recibe, sino a la santificación de los otros.

CARISMA ES GRATUIDAD

Como vemos, para S. Pablo hablar de "carisma" es hablar de gratuidad, hablar


de la manifestación de la gracia de Dios. Esta dimensión de gratuidad hay que
tenerla muy en cuenta para entender bien la costumbre muy extendida de
traducir "carisma", por "don". La palabra "don" puede ser entendida de dos
modos: o bien fijándose en el origen gratuito, o bien fijándose en el hecho de
que es algo que se tiene. La palabra "carisma" sólo es entendida correctamente
si se mantiene siempre la dimensión de gratuidad. (4)

Dice Jesús a Nicodemo: "el espíritu sopla donde quiere y oyes su ruido, pero
no sabes de dónde viene ni a dónde va"(Jn. 3, 8). Esta libertad profunda del
Espíritu no es más que la expresión de su gratuidad.
Esta gratuidad está presente en toda manifestación del Espíritu, aunque de
formas distintas o según la característica de cada uno de los servicios. Así, por
ejemplo, el sacerdote tiene el don de perdonar los pecados. Es un don siempre
presente en su servicio sacerdotal, pero que está siempre como algo
completamente gratuito, de lo que no es dueño. Igualmente, el catequista, la
persona encargada del ministerio de los enfermos, la persona encargada del
ministerio de los necesitados, los dirigentes, etc. están viviendo el don gratuito
que han recibido de trabajar al servicio de los demás en un lugar y función
concretas. Es algo que viven en la gratuidad, pero al mismo tiempo en la
estabilidad de su ministerio.

Por el contrario, hay manifestaciones de la gracia que por sus propias


características se presentan de forma imprevisible, aunque a veces se
presenten con mayor frecuencia en alguna persona determinada. Es más, hay
manifestaciones de la gracia que pueden presentarse sin intermediarios, o a
través de la oración de la comunidad en su conjunto. Tomemos como primer
ejemplo el caso de la profecía: escribe de ella Sto. Tomás de Aquino: "La luz
profética no se halla en el entendimiento del profeta de forma permanente,
porque, en ese caso tendría siempre la facultad de profetizar, lo que es falso,
según dice San Gregorio: “A veas carecen los profetas del espíritu de profecía,
el cual no está siempre presente en la mente de ellos, de modo que, cuando no
le poseen, entiendan por esto que es un don de Dios cuando lo tienen” "(ST 2-
2, q. 171, a, 2c). Lo mismo hay que decir de las curaciones: éstas se presentan
a veces habiendo orado una persona, habiendo orado muchas o hasta sin que
nadie haya orado de una forma especial. Se manifiesta entonces la gracia de
Dios en la curación, sin que lo haga a través de persona alguna. Cuando el
Señor lo hace a través de alguna persona, se mantiene siempre esta dimensión
de gratuidad, como indica Sto. Tomás: "La causa (de los milagros) es la
omnipotencia divina, la cual no puede ser comunicada a ninguna criatura. Por
esto es imposible que el principio de obrar milagros sea alguna cualidad
habitual en el alma" (ST 2-2, q. 178. a. 1, ad I). Esto es muy importante para
no situar estas manifestaciones en algunas personas, como si éstas poseyesen
el poder de profetizar, o el poder de curar. (5) Podemos decir con toda
propiedad que la gracia de Dios se ha manifestado en medio de nosotros
cuando una persona ha sido curada, pero no podemos decir que una persona
tiene el don (poder) de curación. (6)

CARISMA ES ACCIÓN

Hablar de "carisma" es hablar de manifestación. No se trata de algo que está


dentro de nuestro interior, sino de la gracia del Espíritu que nos hace salir de
nosotros mismos y nos lleva, por encima de nuestra santificación personal,
hacia los demás.
Como dice S. Pablo, el "carisma" es energéma, es decir, acción. No podemos,
por lo tanto, imaginar una vida carismática como una postura quietista, como
un encerrarse dentro del Cenáculo para gozar de las delicias del Señor.

Hablar de carismas es hablar de Pentecostés, del rompimiento de las puertas


cerradas y de la apertura a la alabanza, la construcción de la comunidad
cristiana y la evangelización. El Pentecostés es el principio de los hechos de
los apóstoles.

CARISMA ES SERVICIO

La gracia de Dios se manifiesta para la construcción de la comunidad


cristiana. Es solamente en este sentido de servicio a los demás en la
construcción de la comunidad cristiana que podemos hablar con propiedad de
carismas.

El Señor, en su infinita misericordia, se manifiesta de muchos modos y en


muchas circunstancias. Dios puede manifestarse teniendo misericordia de un
enfermo, tocando el corazón de una persona y convirtiéndola, consolando a un
angustiado, sin que con esto esté confirmando el modo de proceder de
aquellas personas a través de las cuales se ha manifestado esta gracia. S.
Jerónimo, en su comentario al evangelio de S. Mateo (PL 26, 50), escribe:
"Profetizar o hacer milagros, a veces, no es por medio del que los obra, sino
que ocurren por la invocación de Cristo, para que los hombres honren al Dios
por cuya invocación se realizan tales prodigios". Lo mismo encontramos en
Sto. Tomás de Aquino: "Los milagros pueden ser obrados por quienquiera que
predique la verdadera fe e invoque el nombre de Jesucristo, lo cual hacen a
veces los mismos malos" (ST 2-2. q. 178, a 2c). Lo que no es sino el
comentario de las palabras de Jesús: "No todo el que me dice Señor, Señor
entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre
que está en el cielo. Aquél día muchos dirán: Señor, Señor, ¿no hemos
profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos
hecho en tu nombre muchos milagros? Yo entonces les declararé: Nunca os he
conocido"(Mt 7, 21-23).

No todo contribuye del mismo modo a la "común utilidad”, hay que tender
siempre a lo más útil para la construcción de la comunidad (cf. Pablo VI, 19-
V-1975). Como dice S. Pablo, "todo está permitido. Sí, pero no todo
aprovecha" (1 Co 6, 12). No basta el hecho de que algo sea una manifestación
del Espíritu, para ser un auténtico carisma y sobre todo para ser un carisma
que haya que desear y fomentar; esta manifestación de la gracia ha de ayudar
a un crecimiento en la recta doctrina, en la caridad fraterna, en la fe de todos,
en la construcción de la comunidad. Así S. Pablo escribe a los efesios: "El ha
constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a
otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función
de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo: hasta que
lleguemos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al
Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud" (Ef 4, 11-13). Por eso
a los corintios que sólo se fijaban en las manifestaciones espirituales más
espectaculares, les dice que no quiere que continúen en ese error (1Co 12, 1).
Este error en la comprensión de la acción del Espíritu hace que el Apóstol les
haya tenido que tratar no "como a personas carismáticas, sino como a gente
carnal, como a niños en Cristo. Por eso os alimenté con leche, no con comida,
porque no estabais para más" (1 Co 3, 1-2). Con esto S. Pablo nos indica que
el "supercarismatismo" es la negación misma de la dimensión carismática.
Poner el acento en los carismas más espectaculares, considerar carisma
exclusivamente las profecías, las curaciones y la oración en lenguas, es vaciar
la obra del Espíritu Santo de su verdadero contenido de construcción de la
comunidad cristiana. Es convertir el Espíritu de Jesucristo en el espíritu
irracional de los ídolos mudos (Cf. 1 Co 12, 2).

RESUMEN

Podemos concluir este artículo con el siguiente esquema:


l. Carisma significa manifestación de la gracia de Dios, es decir, el don de
trabajar al servicio de los demás, por la fuerza del Espíritu Santo.

2. La dimensión carismática consiste en verlo todo como un don gratuito,


movida por el Espíritu; salir de uno mismo y ponerse a trabajar, a imitación de
Dios Padre; vivir al servicio de los demás, como Jesús; para la construcción de
la comunidad cristiana.

3. Reducir los carismas a los fenómenos espectaculares es una actitud pagana


que vacía de sentido la verdadera manifestación del Espíritu Santo.

NOTAS.

(1) En el texto griego del Antiguo Testamento (versión de los LXX)


encontramos el término "charisma" en el códice Sinaítico de Si 7, 33 (37):
"Haz ?gracia ante todo viviente, y al muerto no le niegues tu gracia" (aunque
los códices Alejandrino y Vaticano tienen el término "charis", gracia).
También lo tiene el códice Vaticano en Si 38, 30: "se es fuerza por terminar la
gracia (?)", pero es una equivocación del copista que ha escrito "charisma" en
vez de "chrisma" (aceite, barnizado).

(2) Escribe G. Bertran, Th Wb II, 649: “energema” es el trabajo cumplido, la


obra o la acción”.

(3) Escribía ya F. Prat, La théologie de saint Paul, t. I, nta D: "Uno estaría


tentado referir las operaciones (milagros, curaciones, etc.) al Padre; los
ministerios (pastores, doctores, etc.) al Hijo; y los otros carismas (don de
lenguas, discernimiento de espíritus, etc.,) al Espíritu Santo; pero se ve que
estos son solamente tres aspectos diversos de las mismas gracias".

(4) El movimiento pneumático de Corinto "permutó la experiencia cristiana


originaria escatológica del Espíritu de Dios en la afirmación entusiástica de
que este Espíritu fuera el espíritu divino del hombre mismo, el cual se
liberaría ya aquí y ahora de su pérdida en el mundo. De este modo, el don del
Espíritu se transforma en su posesión, la nueva creación en el desprecio
entusiasta de lo creado, el hombre de Dios en el hombre divino, la alabanza
del Salvador en la apoteosis del hombre" (W. SCHMITALS, Experiencia del
Espíritu como experiencia de Cristo, en C. HEITMANN•H. MÜHLEN,
Experiencia y teología del Espíritu Santo, Salamanca, 1978, p. 157).

(5) No pretendemos negar la existencia del "don de curaciones" (cf. ST 2-2, q.


178, a. 1: "si se da alguna gracia gratis dada de obrar milagros"), sino
simplemente concebir la curación como una gracia que es dada en cada
momento, aunque sea a veces a través de alguna persona.

(6) Cuando de los santos decimos que han tenido el don de curación, no
hacemos sino constatar a posteriori que Dios se ha manifestado varias veces a
través de ellos.

¿QUÉ DICE SAN PABLO SOBRE LOS


CARISMAS?
Por Rodolfo Puigdollers, Seh. P.

Hemos visto en el artículo anterior cuál es el significado del término


"carisma". Hemos visto cómo en el Nuevo Testamento es una palabra que
emplea casi únicamente S. Pablo. Hemos visto como éste la entienda como
"don de trabajar al servicio" de los demás en la construcción de la comunidad
cristiana.

Una vez estudiado lo que significa el término "carisma" para S. Pablo, hemos
de ver qué es lo que el Apóstol nos dice sobre ellos.

Tres son los textos fundamentales en los que S. Pablo explica los carismas. El
primero de ellos comprende los capítulos 12-14 de la primera carta a los
Corintios (por razones de brevedad nosotros nos limitaremos a estudiar el
capítulo 12).

El segundo texto es de la carta a los romanos: 12, 3•8. El tercero presenta una
doble particularidad: en primer lugar no aparece de forma explícita la palabra
"carisma"; en segundo lugar, pertenece a una carta que no sabemos
exactamente si la escribió S. Pablo o alguno de sus discípulos (por lo que no
sabemos la fecha): se trata de un texto de la carta a los Efesios: 4, 7-16.

Los tres textos están escritos a partir de unas situaciones concretas de las
comunidades primitivas, sobre todo el texto escrito a la comunidad de
Corinto; pero las afirmaciones de S. Pablo se convierten para nosotros
actualmente en una enseñanza clara para la situación de nuestras propias
comunidades.

Primer texto: 1 Co. 12


El capítulo 12 de la primera carta a los Corintios es, sin lugar a dudas, uno de
los textos más leídos dentro de la Renovación Carismática. Es conveniente,
pues, que lo estudiemos con un poco de detención.

NO PODEMOS REDUCIR LOS CARISMAS A LOS FENOMENOS


ESPECTACULARES

"En cuanto a los fenómenos espirituales no quiero, hermanos, que sigáis en la


ignorancia. Recordáis que cuando no erais cristianos, os sentíais arrebatados
hacia los ídolos irracionales, siguiendo el ímpetu que os venía. Por eso os
advierto que nadie puede decir: ¡Afuera Jesús!, si habla impulsado por el
Espíritu de Dios. Ni nadie puede decir: Jesús es Señor, si no es bajo la acción
del Espíritu Santo. "(vv, 1-2).

S. Pablo escribe a los corintios sobre los "fenómenos espirituales". Es ésta una
expresión que Pablo emplea solamente aquí y en 14, 1, lo que nos hace pensar
que no forma parte de su vocabulario, sino que la toma de los mismos
corintios. Cuando éstos hablaban de los "espirituales" se referían a personas
que, según ellos, tenían una ciencia especial y que esto les convertía en una
especie de élite (los "perfectos''). S. Pablo, sin embargo, corrige ya en 2, 13-15
esta concepción y emplea el término "espiritual" referido al "hombre que, por
la virtud del Espíritu de Dios, confiesa la obra redentora de Dios" (E.
SCHWEITZER. en Th Wb VI, 435), es decir, al creyente.

S. Pablo se encuentra con que los corintios estaban haciendo una


interpretación de la vida cristiana a partir de la vida de Jesús. Por eso, según el
modo de ver de Pablo, los corintios presentaban una comprensión equivocada
de la acción del Espíritu Santo en medio de la comunidad.

Los corintios se sentían inclinados, por una parte, a dejar de lado el sentido
común ("os sentíais arrebatados hacia los ídolos mudos", es decir,
ininteligibles, irracionales) y, por otra parte, a dejarse llevar por impulsos
irrefrenables ("siguiendo el ímpetu que os venia"). Esta exaltación, según S.
Pablo, lleva a dos cosas: 1) a apreciar solamente las cosas espectaculares,
despreciando las sencillas; 2) a decir cosas completamente incongruentes o
fuera de sentido. Por eso, S. Pablo advierte a los corintios que todo el que diga
tonterías, todo el que diga algo fuera del sentido común, todo el que esté
diciendo o haciendo cosas contrarias a lo que decía o hacía Jesús, no está
actuando realmente de una forma carismática. Por otra parte, les recuerda que
todo el que cree, todo el que realiza la confesión más elemental ("Jesús es el
Señor'''), es decir, todo creyente que está viviendo su bautismo, está actuando
movido por el Espíritu, está actuando carismáticamente. (1)

"La diferencia entre el pensamiento de S. Pablo y la interpretación de los


corintios (sobre el modo de entender los carismas) es muy grande. En esta
última, la posesión del Espíritu en el hombre destruye su personalidad y lo
separa de los demás que, no siendo espirituales (o carismáticos), se le
convierten en totalmente extraños. Por el contrario, en S. Pablo, el
conocimiento está subordinado al amor. El conocimiento que da el Espíritu es
el del acto redentor de Dios y, por lo tanto, libera al hombre de sí mismo y lo
hace disponible a los demás. Renueva al mismo tiempo su individualidad,
permitiéndole estar verdaderamente presente para los demás.

"De este modo, la idea de comunidad es el elemento regulador. Cuando Pablo


habla de pertenecer al “cuerpo de Cristo”, subraya la unidad del cuerpo que
une entre ellos a los diversos miembros. El valor de los dones del Espíritu no
consiste en el hecho que demuestran que quien los tiene es un carismático,
sino en el hecho que edifican la comunidad (1 Co 14). Ciertamente ésta es
edificada por los carismáticos; pero todos son carismáticos, todos tienen su
carisma. Si algunos se separan (o se quieren distinguir), están demostrando
que no son carismáticos, sino carnales" (E. SCHWEITZER. en Th Wb VI,
430).

EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO SE MANIFIESTAN EN


TODO CRISTIANO.

"Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu. Hay diversidad de


servicios, pero un mismo Señor. Hay diversidad de acciones, pero un mismo
Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el
bien común" (vv. 4-7)

Esta orientación equivocada de los corintios les lleva a dos cosas: 1) a vivir
ciertos fenómenos como una acción "espectacular" del Espíritu, como si el
Espíritu Santo no fuese el Espíritu de Jesús (cuya vida todos conocemos),
enviado por el Padre; 2) a vivir de una forma independiente, destruyendo con
su propio orgullo la comunidad.

S. Pablo, en una fórmula completamente trinitaria, les señala que toda la vida
cristiana es al mismo tiempo manifestación del Espíritu, manifestación de
Jesús y manifestación de1 Padre. Por consiguiente, los carismas no pueden ser
entendidos como "fenómenos espectaculares" sueltos, sino como la acción del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Como ha señalado muy certeramente uno
de los mejores comentaristas católicos, cuando Pablo habla aquí de carismas,
servicios y acciones "se trata de los mismos fenómenos, pero considerados
bajo tres aspectos" (E. ALLO, Premiere epitre aux Corintiens. p. 323). Todo
carisma es un servicio y todo servicio es un carisma; toda acción cristiana
es un servicio y un carisma.

Esta unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu lleva también a la unidad de la
construcción de la comunidad cristiana ("En cada uno se manifiesta el Espíritu
para el bien común" V. 7). De este modo, el Espíritu Santo se manifiesta en
todos para la construcción de la comunidad.

UN EJEMPLO CONCRETO:
LA ASAMBLEA EUCARISTICA

"Y asi, uno recibe del Espíritu un hablar con sabiduría; otro, un hablar con
ciencia, según el mismo Espíritu; otro, por el mismo Espíritu, la fe. Uno, por
el mismo Espíritu, esas manifestaciones de la gracia (=ccarismas) que son las
curaciones; otro, esas obras de las posibilidades. Uno, una profecía; otro, el
discernir las inspiraciones. Uno, una fuerte oración en lenguas; otro, el orar
con lengua comprensible. El mismo y Único Espíritu obra todo esto,
repartiendo a coda uno en particular como a él le parece" (vv. 8-11).

Para entender correctamente estos versículos hemos de tener en cuenta que


san Pablo, después de haber indicado que las manifestaciones del Espíritu son
para la construcción de la comunidad ("para el bien común"), fija su atención
en un aspecto concreto, en la fuente y culmen de la comunidad cristiana, es
decir, en la asamblea eucarística.

Es por eso que los vv. 8-10 son una descripción de las distintas
manifestaciones del Espíritu que se dan en la asamblea. Esto nos indica que no
podemos reducir los carismas, es decir, las manifestaciones del Espíritu a esta
breve lista de nueve. El Apóstol ha indicado ya que toda la vida del cristiano,
desde lo más grande hasta lo más pequeño, es una continua manifestación de
la gracia de Dios, un servicio a los demás, una acción de Dios en medio de
nosotros.

Teniendo esto en cuenta, las tres primeras indicaciones que hace san Pablo
deben ser leídas formando una unidad (así, ya santo Tomás de Aquino en ST
1-2, q. III, a 4c): palabra de sabiduría, palabra de ciencia y fe. ¿Qué
significan? San Pablo está hablando de la primera parte de la asamblea
eucarística, lo que hoy llamamos liturgia de la Palabra; en ella, en una
comunidad viva, se presentan tres hechos diversos: las personas que escuchan
con fe ("fe”) (2), el sacerdote o catequista que instruye con la ciencia del
Señor ("una palabra de ciencia") (3) y, por último, alguna vez se presenta el
caso de alguien que habla con un fuego y una penetración especial (“una
palabra de sabiduría"). San Pablo las coloca en orden decreciente según el
grado de espectacularidad (4); la persona que ha hablado llena de sabiduría del
Espíritu, el catequista que ha dado su enseñanza con la ciencia del Señor y el
resto de la asamblea que ha acogido con fe la Palabra. Todo es manifestación
del Espíritu para la construcción de la comunidad. No se puede reducir el
carisma, como hacían lo corintios, únicamente a lo espectacular.

A continuación, san Pablo pasa a lo que tradicionalmente se realiza en la


asamblea eucarística entre la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística: la
oración de los fieles y la colecta. Cuando la comunidad ora por las
necesidades de la Iglesia, del mundo y de la propia comunidad, es normal que
ore de un modo especial por los enfermos presentes. A veces, atestigua san
Pablo (y no olvidemos que nos encontramos hablando de comunidades vivas),
algún enfermo es curado por el Señor. Es esto ciertamente una manifestación
de la gracia de Dios. A continuación se realiza la colecta de los bienes que los
miembros de la comunidad han traído para compartir con los más necesitados.
En esos momentos, se dan en las comunidades vivas hechos de gran
generosidad, como nos atestiguan ya los Hechos de los Apóstoles: "Bernabé...
tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a disposición de los
apóstoles" (Hch 4, 36-37). En esta colecta cada uno entrega según sus
posibilidades, las posibilidades económicas y las posibilidades de la fe. (5)
Ciertamente es mucho más espectacular una curación que un compartir
generoso, pero san Pablo indica a los corintios que tanto una cosa como la otra
son una manifestación del Espíritu y que no se pueden hacer distinciones. Se
manifiesta la gracia de Dios cuando hay una curación y se manifiesta la gracia
de Dios cuando hay un acto de compartir. Hay que notar, de paso, que el
Apóstol no habla aquí de la curación como de alguien que tiene el poder (o el
carisma) de curar, sino que se fija en la curación en sí misma como
manifestación de la gracia de Dios: se ha manifestado la gracia de Dios, a una
persona se le ha concedido (¿al enfermo o a la persona que oraba?) (6) una
manifestación de la benevolencia de Dios (un carisma). La gracia se ha
manifestado, en primer lugar, en la persona curada; no se puede hablar, pues,
de una persona que tiene el carisma de curaciones (Santo Tomás de Aquino,
ST 2-2, q. 178, a. I. ad 1: "es imposible que el principio de obrar los milagros
sea alguna cualidad habitual en el alma''). Es como si san Pablo nos estuviese
advirtiendo que cuando se da alguna curación demos gracias a Dios y
alabémosle sin fijarnos en el instrumento, sin decir "fulanito" tiene el don de
curar.

En tercer lugar, san Pablo se fija en la última parte de la asamblea eucarística,


la parte propiamente dicha de oración eucarística (plegaria eucarística y
comunión). En ella san Pablo se fija en dos hechos. En primer lugar, en los
que dicen alguna palabra inspirada, alguna profecía. Frente a este hecho más
notorio, el Apóstol recuerda que hay otro elemento más modesto que no se
puede olvidar: el discernimiento de la asamblea que sabe reconocer en las
palabras de un hermano la exhortación de Dios, o bien que las sabe escuchar
como los pensamientos piadosos de una persona, o que las rechaza como las
palabras de un exaltado. Tan manifestación de la gracia es la profecía como la
actitud de discernimiento de toda la asamblea.

El segundo hecho en el que se fija san Pablo en esta parte final de la asamblea
eucarística, es en la oración. Hay, en algunos momentos, hermanos que oran
con una lengua inteligible, y que es gracias a esta oración inteligible que la
oración de la comunidad tiene un sentido. Hasta tal punto que la oración
eucarística no puede ser hecha en lenguas, porque de lo contrario la asamblea
no podría contestar "Amén" a una oración que no ha entendido (cf. 14, 16); y
si no hay nadie que sepa dar sentido a las oraciones en lenguas, éstas no deben
hacerse (cf. 14, 28). Tan manifestación del Espíritu es, por lo tanto, la un poco
"chocante" oración en lenguas, como la sencilla oración realizada en la propia
lengua.

LO IMPORTANTE
ES LA CONSTRUCCIÓN DEL CUERPO DE CRISTO

"Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es
también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos
sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno
solo. Si el pie dijera: no soy mano, luego no formo parte del cuerpo, ¿dejaría
por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: no soy ojo, luego no formo
parte del cuerpo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo
entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada
uno de los miembros como Él quiso. Si todos fueran un mismo miembro,
¿dónde estaría el cuerpo?

Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no
puede decir a la mano: no te necesito; y la cabeza no puede decir a los pies:
no os necesito. Más aún, los miembros que parecen más débiles son más
necesarios. Los que parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos
decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no
lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando
mayor honor a los que menos valían. A si no hay divisiones en el cuerpo,
porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un
miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le
felicitan" (vv. 12-26).
San Pablo, mediante la imagen del cuerpo, señala dos puntos principales. En
primer lugar, que la acción del Espíritu va destinada a la formación del cuerpo
de Cristo, es decir, la formación de la comunidad. Por lo tanto, la verdadera
dimensión carismática es aquella que mantiene a la comunidad en la unidad,
que reconoce la función a cada uno de los miembros sin despreciarlos. En
segundo lugar, que dar la mayor importancia a las manifestaciones
espectaculares no lleva sino a la división de la comunidad y al
empequeñecimiento de la obra del Espíritu. Allí, donde está la acción del
Espíritu, allí está la diversidad en la unidad.

Es ésta una advertencia seria contra todo tipo de orgullo que pueda dividir a la
comunidad y formar una elite. Es también una advertencia a no empequeñecer
la obra del Espíritu, aunque sea a nueve manifestaciones espectaculares (los
"nueve carismas").

NO HAY QUE REDUCIR


EL ESPÍRITU A LOS LÍMITES DE NUESTRA EXPERIENCIA
PERSONAL

"Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. Y


Dios ha distribuido en la Iglesia: en primer puesto los apóstoles, en el
segundo los profetas, en el tercero los maestros; después las posibilidades (de
compartir los bienes), después las manifestaciones de la gracia, que son las
curaciones, la asistencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son
todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O todos tienen
posibilidades (de compartir los bienes)? ¿Reciben todos las manifestaciones
de la gracia que son las curaciones? ¿Hablan todos en lenguas? ¿Se expresan
todos de forma comprensible? Estáis ambicionando los carismas mejores"
(vv. 27-31)

San Pablo señala que dentro de la gran multiplicidad de manifestaciones de la


Iglesia, de cara a la construcción de la comunidad cristiana ocupan un lugar
fundamental esos dones más permanentes de trabajar al servicio de los demás
como son los apóstoles, los profetas y los doctores. Debemos entender por
estos tres carismas principales la función directora de las comunidades.

"El 'apóstol' es el fundador de la comunidad. No es preciso que haya sido uno


de los doce. Se da el nombre de apóstol ocasionalmente a otros varones, como
Bernabé, Silas y Apolo" (E, WALTER. Primera carta a los Corintios.
Barcelona, 1971, pág. 236). Los profetas y doctores son los dirigentes de cada
comunidad, como se ve en Hch 13, 1: ?"En la iglesia de Antioquia había
profetas y doctores". Seguramente esta doble denominación primitiva debía
entenderse como un binomio inseparable, una especie de frase hecha, sin que
se pudiese hablar de unos como profetas y otros como doctores. Los dirigentes
de la comunidad destacaban por su ministerio de la Palabra, que abarcaba
tanto la transmisión de la doctrina recibida como la palabra concreta de Dios
para la comunidad. Con el tiempo, este binomio se escindirá e irán
apareciendo dos funciones distintas. Esta fase quizá está ya algo presente en
nuestro texto, que habla primero de los profetas y luego de los doctores.

Sobre las "posibilidades" entendidas como la posibilidad de compartir los


bienes y no como el don de hacer milagros, hemos hablado ya anteriormente.
Lo mismo de los "carismas de curaciones" entendidos como la gracia de la
curación y no como el poder de curar. A continuación, san Pablo emplea dos
expresiones que sólo aparecerán en este texto a lo largo de todo el Nuevo
Testamento. Nos referimos a los antilempseís y kyberneseís. La primera de
ellas parece que hay que interpretarla en el sentido de asistencia. La segunda
en el sentido de dirección. Se trata seguramente de la denominación de los
dirigentes de la comunidad, que antiguamente eran llamados en algunas
comunidades "profetas y doctores".

San Pablo con esta lista y estas preguntas retóricas no hace sino señalar que
cada uno tiene su lugar; que no se puede reducir a unas pocas manifestaciones
del Espíritu. Del mismo modo que no se puede pensar que todos sean
apóstoles o dirigentes de la comunidad, así tampoco se puede reducir la
manifestación del Espíritu a los fenómenos espectaculares.

La frase final del capítulo es traducida normalmente por "ambicionad los


carismas mejores". Sin embargo, cada vez son más los comentaristas que
señalan que el verbo zéloute no puede entenderse como imperativo, sino como
indicativo. Escribe A. Díez Macho: "El apóstol termina el capítulo 12, todo él
dedicado al tema de las cosas pneumáticas, del Espíritu, sobre las que los
Corintios le habían consultado, con esta constatación: los de Corinto 'codiciáis
(zeloute, en indicativo) los carismas más excelentes', sin duda refiriéndose a
los carismas extáticos" (La Iglesia primitiva fue carismática, en "El Olivo".
1972, p. 17). San Pablo constata que los Corintios se están limitando a los
fenómenos más espectaculares (palabra de sabiduría, curaciones, profecía,
lenguas), con lo que, por una parte, están introduciendo juicios de valor sobre
las manifestaciones del Espíritu y, por otra, están reduciendo la acción del
Espíritu a lo espectacular.

Segundo texto: Rm. 12, 3-8


El segundo texto fundamental de san Pablo sobre los carismas es Rm 12, 3-8,
en el que se presenta la dimensión carismática de los distintos ministerios de
la comunidad. Este es el texto:

v.3 "Por la GRACIA de Dios que me ha sido dada os digo a todos y a cada
uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos
moderadamente, según la medida de la FE que Dios otorgó a cada uno.
v.4 Pues así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y
no todos desempeñan la misma función,

v.5 así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada
miembro está al servicio de los otros miembros.

v.6 Los carismas que poseemos son diferentes, según la GRACIA que se nos
ha dado, y se han de ejercer así:
- si es la profecía, de acuerdo con la fe;

v. 7 - si es el servicio, dedicándose a servir.


- el que enseña, aplicándose a enseñar;

v. 8 - el que exhorta, a exhortar.


- el que se encarga de la distribución, hágalo con generosidad;
- el que preside, con empeño;
- el que ejerce la misericordia, con alegría”.

En primer lugar, san Pablo habla de la gracia que él ha recibido. Esta debe
entenderse en este texto como referida a "una cierta misión específica que
debe ser reconocida por los otros miembros en el seno de la comunidad" (1.
SANCHEZ BOSCH, Le corps du Christ et les charismes dans 1'épitre aux
Romains, en Dimensions de la vie chrétienne -Rm 12-13-, Roma. 1979, p. 57);
lo que invita a entender del mismo modo el término "carisma" en el v. 6. De
este modo, san Pablo nos habla en este texto no de la dimensión carismática
en cuanto hechos aislados que ocurren dentro de la comunidad, como es el
caso de la curación, un acto de generosidad, una oración, ete., sino de la
dimensión carismática en cuanto funciones concretas o ministerios
reconocidos dentro de la comunidad.

Desde el punto de vista literario, san Pablo divide los siete puntos que indica
en los vv. 6b-8, en dos partes. En primer lugar indica dos puntos: "Si es la
profecía, de acuerdo con la fe, si es el servicio, aplicándose a servir". A
continuación indica cinco puntos más: el que enseña, el que exhorta, el que se
encarga de la distribución, el que preside, el que ejerce la misericordia. Los
dos primeros (profecía y servicio) están indicados con un sustantivo abstracto,
mientras los cinco restantes están indicados mediante un participio. Esta
diferencia gramatical nos muestra que lo que los dos primeros han de ser
tratados de forma distinta.

Profecía y servicio no son aquí dos funciones concretas, sino que abarcan lo
que es especificado más concretamente con los participios. La profecía es aquí
el nombre genérico que designa los ministerios de la Palabra, mientras que el
servicio es nombre genérico que designa los ministerios de servicio (si es
válida esta redundancia) (7). De este modo, san Pablo aquí explicita el
ministerio profético (o de la Palabra) en el que enseña y el que exhorta;
mientras explicita el servicio (o ministerios de servicio) en el que se encarga
de la distribución de los bienes, el que preside y el que encarga del ejercicio
de la misericordia. Son cinco, por lo tanto, los carismas que san Pablo
contempla en la comunidad en este texto.

CARISMA DE ENSEÑANZA

"En una comunidad en crecimiento debía haber alguno que se encargaba de la


iniciación de los nuevos convertidos: ?el catequista. Pero quizá había ya
'maestros' de mayor grado" (J. SANCHEZ BOSCH, op. cit., p. 66).

En 1 Co 12, 29 se habla por dos veces de los maestros, junto a los profetas. En
Ef 4, 11 se habla también de los doctores, junto a los pastores. Seguramente la
"palabra de ciencia" (I Co 12, 8) era la expresión normal del catequista o
doctor.

La función del catequista o doctor es esencialmente transmitir la doctrina (Rm


6, 17; I Tm 4, 6; 6, 3; Tt 1, 9; 2, 1; 7, 4) mediante la enseñanza (1 Co 14, 26; 1
Tm 4, 13; 5, 17; 2 Tm 3, 16).

CARISMA DE EXHORTACION

“En ningún texto, ni de Pablo ni de otros, encontramos la idea de que 'el que
exhorta' tenga un lugar específico en las comunidades. Vemos solamente que
Pablo exhorta muy a menudo en sus epístolas, y que los fieles son llamados a
exhortarse los unos a los otros (1 Tm 4, 18; 5, 11)" (J. SANCHEZ BOSCH,
op. cit., pp. 66-(7).

"Pero, ¿qué és la exhortación? Los términos que nos hablan de ella en nuestro
texto (parkalein, paraklésis) no tienen un sentido unívoco. A veces tienen el
sentido de consolar a uno que está triste (especialmente en 2 Co 1, 3•7; 2, 7; 7,
4- 6s.13), de suplicar a alguno, hasta a Dios mismo (2 Co 12, 8; cf. 1 Co 16,
12; 2 Co 8, 4; 12, 8), pero tienen también, y este es el sentido que tiene en
nuestro texto, el sentido de exhortar a hacer alguna cosa o a tomar una
determinada actitud, con una cierta fuerza de autoridad divina, aun cuando si
esta autoridad no va acompañada de ninguna obligación: 'Nosotros actuamos
como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro
medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios' (2 Co 5,
20). Esta exhortación se dirige a la persona en su situación concreta. Aplica la
llamada de Dios a la situación concreta de cada uno: 'Tratamos con cada uno
de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos, animándoos con
tono suave y enérgico a vivir como se merece Dios, que os ha llamado a su
reino y gloria' (1Ts 2, 11-12)" (Ibid.).
A nuestro modo de ver, esta dimensión de la exhortación es la misma que en
la primera carta a los Corintios viene presentada bajo el nombre de "profecía",
"profetizar", "profeta". Veamos algunos textos: "Si todos profetizan -es decir,
si hablan de forma comprensible y no en lenguas- y entra un no creyente o un
simpatizante, lo que dicen unos y otros le demuestra sus fallos, lo escruta,
formula lo que lleva secreto en el corazón" (1 Co 14, 24); "Profetizar podéis
todos, pero uno a uno, para que aprendan todos y queden exhortados todos" (l
Co 14, 31) (8).

Esta dimensión exhortativa tiene dos elementos que poco a poco se van
distanciando en sus funciones. Hay un elemento de aplicación del evangelio y
de la doctrina a la situación concreta de la comunidad, que se va sedimentando
en los responsables. Sería una de las funciones de los "pastores", que en Ef 4,
11 son puestos junto a los doctores. Cf. igualmente 1 Tm 5, 17: "Los
presbíteros... que se afanan en la predicación y en la enseñanza". Hay otro
elemento más imprevisible: es el que normalmente se entiende bajo el nombre
de “profecía”.

CARISMAS DE LA PALABRA. RESUMEN

Interpretando así este texto, san Pablo estaría indicando unos carismas de la
Palabra (profecía) que abarcan fundamentalmente dos: el carisma de
enseñanza (el que enseña) y el carisma de la exhortación (el que exhorta), que,
a su vez, abarca un elemento de predicación (que en parte será función de los
pastores) y un elemento de revelación (que es al que en lenguaje corriente
queda reducida la profecía).

CARISMA DE ADMINISTRACION DE LOS BIENES

San Pablo emplea la expresión "el que da". Muchos comentaristas la


entienden referida al que da de sus propios bienes. "Pero, en la Iglesia
primitiva, la renuncia total a sus propios bienes es tan conocida (cf. los
Evangelios y los Hechos, pero también 1 Co 13, 3: 'Si doy a los pobres todo lo
que tengo') que la simple generosidad habitual no puede contar como una cosa
extraordinaria, específica de algunos (que permite hablar de ‘el que da'). Por
esto comprendemos 'el que da' como 'el que distribuye los bienes de la
Iglesia'" (1. SANCHEZ BOSCH. op. cit., p. 68).

Se trata del carisma de distribución de aquellos bienes que en 1 Co 12, 10 (cf.


13, 3) se indica que los miembros de la comunidad han entregado según sus
posibilidades para la comunidad y los necesitados. Quizá se deba identificar
con la beneficencia o asistencia (antilémpseis) que se indica en I Co 12, 28
junto a la kyberneseis, que vamos a entender como referida a los dirigentes de
la comunidad.
CARISMA DE DlRECCION

La expresión utilizada por san Pablo y que hemos traducido por "el que
preside" tiene el significado base de "tener cuidado de", pero entendido aquí
referido a los que se encargan de la responsabilidad general de la comunidad.
Es la misma expresión que encontramos en I Ts 5, 12: "Os rogamos,
hermanos, que apreciéis a esos de vosotros que trabajan duro, haciéndose
cargo de vosotros por el Señor y llamándoos al orden".

Estos responsables de la comunidad deben ponerse en relación con los


"episcopoi” de Flp 1, 1; 1Tm 3, 2; Tt 1, 17. Y son los continuadores de ese
ministerio de dirección de las comunidades que en la Iglesia primitiva se
realiza en primer lugar por los "apóstoles" como autoridad máxima, y en cada
comunidad concreta por los "profetas y doctores" (Cf. Hch 13, 1). Esta
nomenclatura antigua queda aún reflejada en 1 Co 12, 28: "En el primer
puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los doctores".

CARISMA DE ASISTENCIA

“ ‘El que ejerce la misericordia' podría ser el que se ocupa, por medio de
cuidados materiales, de los que tienen necesidad (especialmente los enfermos,
ancianos, peregrinos) en nombre de la Iglesia" (1. SANCHEZ BOSCH, op.
cit. p.70).

Seguramente hay que ponerlo también en relación con la beneficencia o


asistencia (antilémpseis) de 1 Co 12, 28.

CARISMAS DE SERVICIO. RESUMEN

Siguiendo la interpretación que estamos haciendo de este texto, san Pablo nos
presenta los distintos carismas de servicio distribuidos en tres: un carisma de
administración (el que da) destinado a la administración de los bienes de la
comunidad, un carisma de dirección (el que preside) que es el responsable de
la comunidad, y un carisma de asistencia (el que ejerce la misericordia) para el
cuidado de los necesitados.

Según esta interpretación que hemos hecho, los carismas aparecen en este
texto claramente como "los dones de trabajar al servicio" de la comunidad en
los distintos ministerios reconocidos por la misma comunidad. Hay que notar
que no se trata de "dones que hacen idóneos a un puesto de servicio en la
comunidad" (B. YOCUM, Prophecy, Ann Arbor 1976, apend. II), sino del
servicio en sí mismo. San Pablo no distingue entre un ministerio y un don
(carismático) -para -poder-realizar -este-ministerio. Sino que, para él, el
ministerio es carisma, es decir, es el mismo ministerio que se realiza en la
manifestación de la gracia de Dios.
Tercer texto: Et: 4, 7-16
Por último vamos a acercarnos al tercer texto fundamental en que san Pablo
habla sobre los carismas, aunque propiamente no aparezca aquí explícitamente
el término. Veamos la primera parte del texto:

"A cada uno de vosotros se le ha dado la GRACIA según la medida del don de
Cristo. Por eso dice la Escritura: Subió a lo alto llevando cautivos y dio
dones a los hombres. Él subió supone que había bajado a lo profundo de la
tierra; el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para
llenar el universo. Y Él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a
otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el
perfeccionamiento de los santos, para la OBRA de SERVICIO, y para la
edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad en la
fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de
Cristo en su plenitud" (vv. 7-13)

San Pablo se fija, de nuevo en esta "edificación del cuerpo de Cristo" (cf. I Co
12, 7 "para el provecho común"), e indica que todo cristiano ha recibido su
forma de aportar (cf. I Co 12, 7 "cada uno ha recibido la manifestación del
Espíritu"). Esta aportación de cada uno de los creyentes es gracia para la obra
de servicio (Cf. I Co 12, 4 "hay diversidad de carismas... de servicios... de
acciones ")

IMPORTANCIA DE LOS DIRIGENTES

De todos estos dones de trabajar al servicio de la construcción de la


comunidad, san Pablo enumera de nuevo aquí los que él considera más
importantes de cara al crecimiento en plenitud (cf. 1 Co 12, 28 "Y Dios ha
distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los
profetas, en el tercero los doctores").

No es fácil encontrar una explicación de la diferencia entre la lista de I Co 12,


28 y la que encontramos aquí en Ef 4, 11. En primer lugar comprobamos que
la diferencia estriba en la inclusión de los "evangelistas" y de los "pastores"
entre la pareja clásica de la iglesia primitiva "profetas y doctores" (cf. Hch 13,
1). En segundo lugar hay que tener en cuenta, quizá como base para una
explicación, la distancia cronológica que hay entre las dos cartas. La primera
carta a los Corintios la escribió san Pablo en Éfeso hacia el año 56/57,
mientras la carta a los Efesios, según algunos comentaristas habría sido escrita
en Roma hacia el año 63 y según otros sería un escrito de algún discípulo
hacia finales del siglo I.

Nosotros pensamos que el autor de la carta a los Efesios ha adaptado la


trilogía primitiva "apóstoles-profetas-doctores" a la situación contemporánea
de sus comunidades y a la nomenclatura que en ellas se usaba. Se trata
indudablemente de describir los responsables de las comunidades, las
personas que tienen una autoridad especial. La función de los apóstoles y
profetas es vista por el autor de la carta sobre todo en su dimensión itinerante
y por eso viene adaptada a la situación de sus comunidades por la función de
los "evangelistas". Poca cosa sabemos sobre los "evangelistas"; es un término
que encontramos aplicado a Felipe, uno de los siete dirigentes helenistas, en
Hch 21, 8: "Salimos al día siguiente y nos hospedamos en su casa. Felipe tenía
cuatro hijas solteras con el don de profecía". Quizá también a esta labor de
predicación itinerante de la Palabra se refiere la exhortación de san Pablo a
Timoteo: "Cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu servicio" (II Tm 4,
5).

Frente a esta labor itinerante el autor de la carta a los Efesios señala también
la labor de dirección estable de una comunidad local. Esta la expresa mediante
el binomio "pastores y doctores". Escribe J. Huby: "Los pastores y doctores
se nombran juntos porque, según parece, consagraban su actividad - rasgo
común a los dos grupos- a una Iglesia determinada: y por ello, dice Teodoreto,
son colocados después de los evangelistas, que eran misioneros. Del hecho de
que ambos títulos, pastores y doctores, estén unidos estrechamente, no hay
que concluir su identidad. Si normalmente, como observaba san Jerónimo, el
pastor que gobernaba una Iglesia debía ser capaz de instruirla y por
consiguiente de ejercer el papel de doctor, podía haber también maestros que
no hacían de jefes de comunidades cristianas" (Cartas de la cautividad,
Madrid 1963, pp.181-182).

HACIA EL VERDADERO CRECIMIENTO

San Pablo resalta, por lo tanto en este texto, la acción del Espíritu Santo a
través de los ministerios principales de la comunidad. Una visión carismática
distinta que ésta mantiene a la gente en una situación de infantilismo, sin un
verdadero crecimiento espiritual, sin un descubrimiento profundo de lo que es
Cristo, sembrando la división y no la construcción de la comunidad.

Por eso el autor de la carta después de señalar los dones principales para esta
construcción de la comunidad, fijándose de un modo especial en los "pastores
y doctores", indica que éste es el don que Cristo ha derramado "para que ya no
seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de
doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error; sino
que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia El,
que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través
de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada
parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en
el amor" (vv. 14-16).
La descripción de una falsa concepción carismática es muy realista. Una
consideración de los carismas como "fenómenos extraordinarios" es una
mentalidad de "niños" que lleva a toda clase de desviaciones y que pone a la
gente en manos del primero que pasa o que dice algo exaltado ("sacudidos por
las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina"), cuando, en
realidad, estas personas que sostienen estas visiones exaltadas no son más que
personas que intentan tener poder sobre otras ("en la trampa de los hombres")
y que seducen desviando del verdadero camino de Cristo ("con astucia
conducen al error") .

NOTAS.

(1) “El cristiano sincero que dice simplemente: Jesús es el Señor (confesión
resumida de todo el cristianismo), está ya bajo la influencia del verdadero
Espíritu Santo" (E.M. ALLO, Premiere epitre aux Corinthiens, P. 322).

(2) Se han dado otras muchas interpretaciones de lo que significa aquí "fe": 1)
"una supereminente certeza de fe, que hace al hombre capaz de instruir a otros
en las cosas que pertenecen a la fe" (Sto. Tomás de Aquino, ST 1-2, q. 111, a.
4, ad. 2); 2) una fe que es capaz de trasladar montañas, es decir, de hacer
milagros; 3) una fe que ayuda a los demás a mantenerse firmes en la fe. Todas
estas explicaciones no tienen suficientemente en cuenta el texto y parten del
presupuesto que no se puede estar hablando de la fe como gracia santificante.
Pero, ¿qué hay que ayude más a la construcción de la comunidad que el
contemplar la fe de los demás? Esta fe es llamada carisma por san Pablo no en
cuanto es un fenómeno extraordinario de unos pocos, sino en cuanto se
manifiesta y, al hacerse palpable, construye la comunidad.

(3) El denominar "palabra de ciencia o de conocimiento" al anuncio de una


curación que Dios está realizando en ese momento, es una novedad que no
hemos encontrado en ningún escritor antiguo y que no tiene ningún
fundamento bíblico.

(4) Este orden decreciente de "espectacularidad" queda reflejado en el uso de


las preposiciones en el texto griego: "la primera (día) significa la acción
directa y exclusiva del Espíritu Santo, que forma él mismo los pensamientos
en la inteligencia del hombre espiritual que pronuncia los discursos de
sabiduría; mientras que la preposición kata indica la conformación a las
inspiraciones divinas de los pensamientos producidos por el intelecto humano
como causa propia; es siempre el Espíritu que obra, pero su función aquí no es
más que directora" (E. M. ALLO, op. cit., p. 325).

(5) El texto griego habla de "energemata dynameon (o dynameos, según


algunos códices)", lo que viene traducido ordinariamente por "operación de
milagros". Es cierto que la expresión dynamis (fuerza, poder, posibilidad)
empleada en plural puede significar las fuerzas milagrosas, es decir, los
milagros, pero nos parece que no es éste el significado que tiene aquí. La
"obra de la posibilidad" significa la generosidad económica según las propias
posibilidades. Varios textos nos invitan a hacer esta interpretación. 1Co 16,
2•3: "Los domingos poned aparte cada uno por vuestra cuenta lo que consigáis
ahorrar, para que, cuando yo vaya, no haya que andar entonces con colectas.
Cuando yo llegue daré cartas de presentación a los que vosotros deis por
buenos y los enviaré a Jerusalén con vuestra gracia (charis)". Hch. 11, 26:
"Los discípulos acordaron enviar un servicio (diakonía), según los recursos de
cada uno, a los hermanos que vivían en Judea", 2 Co 8, 1-5a: "Queremos que
conozcáis, hermanos, la gracia (charis) que Dios ha dado a las iglesias de
Macedonia: En las pruebas y desgracias creció su alegría; y su pobreza
extrema se desbordó en un derroche de generosidad. Con todas sus fuerzas
(kata dynamin) y aun por encima de sus fuerzas (para dynamin) -os lo
aseguro- , con toda espontaneidad e insistencia nos pidieron como una gracia
(charis) que aceptara su servicio (diakonia) en la colecta a favor de los santos,
y dieron más de lo que esperábamos".

(6) El texto griego dice "charismata hiamatón". El genitivo puede ser


entendido como especificativo ("carismas de curaciones") o bien como
epexegétivo ("carismas, que son curaciones"). Nosotros nos inclinamos por
esta segunda posibilidad, por lo que se hablaría de una forma directa de las
personas curadas y no de las personas a través de las cuales otras quedan
curadas. Aunque, en el fondo, la curación es un don no solamente para la
persona curada, sino para toda la comunidad.

(7) Esta interpretación nos parece que viene confirmada por el único texto no
paulino que utiliza el término "carisma": "Que cada uno, con el CARISMA
que ha recibido, se ponga al SERVICIO de los demás, como buenos
administradores de la múltiple GRACIA de Dios. El que toma la palabra, que
hable la Palabra de Dios. El que se dedica al servicio, que lo haga en virtud
del encargo recibido de Dios" (1 P 4, 10-11).

(8) "La profecía está íntimamente relacionada con 'consolación', como se ve


por ese pasaje de 1 Co 14, 3 y por un detalle en el que los autores no han
reparado: que al levita Barnaba se le llama en Hch 4, 36 hyos parakléseos,
'hijo de la consolación', significando literalmente su nombre 'hijo de la
profecía', 'bar nabu'. Sólo identificando profecía con 'consolación', puede
Barnaba, 'hijo de la profecía', significar 'hijo de la consolación'" (A, DIAZ-
MACHO, La Iglesia Primitiva fue carismática, en El Olivo (1977) 2, pp. 22-
23,)
33/34 - LOS CARISMAS (Segunda parte).

¿CUÁNTOS CARISMAS HAY?


Por Rodolfo Puigdollers, Sch. P.

Hemos visto ya que la palabra "carisma" es una palabra griega que emplea san
Pablo para designar el "don de trabajar al servicio de los demás" por la fuerza
del Espíritu. Se trata del dinamismo mismo de la vida cristiana que hace que
se manifieste el Espíritu Santo, la presencia activa de Jesús y la acción de
Dios Padre en medio de la comunidad cristiana y en medio del mundo.

Hablar de "carisma" es hablar de "acción", de "servicio", de "don gratuito". El


hecho que el Espíritu Santo haya sido derramado sobre nuestros corazones no
quiere decir que sus dones hayan sido acogidos con docilidad y se mantengan
vivos. Por eso san Pablo exhorta a los tesalonicenses a que "no ahoguen el
Espíritu" (I Ts 5, 19). El Espíritu Santo se manifiesta de forma estable en
gracias para la comunidad que se convierten en "ministerios" y de forma
esporádica en gracias "momentáneas". Tanto un modo como otro de
manifestarse el Espíritu es un "carisma". Las gracias "momentáneas",
precisamente por su misma naturaleza, se acostumbran a presentar siempre
con toda su vitalidad, ya que de lo contrario no se presentan. Así, por ejemplo,
una curación, una palabra llena de sabiduría, una profecía. Aunque también
pueden perder su fuerza carismática, como vemos en la oración en lenguas o
en la profecía si no se emplea adecuadamente. Las gracias estables que
implican un "ministerio" son gracias carismáticas, aunque a veces esta
dimensión puede quedar ahogada. El hecho que un ministerio no se realice
carismáticamente no quiere decir que el ministerio en sí no sea un "carisma" y
que la fidelidad misma al ministerio requiera esta recuperación de su
dimensión carismática.

Si por una parte hay que abrirse a todas las gracias "momentáneas" del
Espíritu, no menos urgente es el reconocimiento de la dimensión carismática
de cada uno de los ministerios dentro de la Iglesia. Hablar de Renovación
carismática es poner el acento en los dos puntos.

Mn. A. Uribe Jaramillo ha indicado muy certeramente que "la posición


negativa que tienen muchos respecto a los carismas obedece, en parte, a los
criterios erróneos o exagerados que se emiten frecuentemente cuando se habla
de ellos" (Los carismas en San Pablo, Bogotá 1976, p. 12). Entre estos
criterios erróneos o exagerados señala tres: 1) llamar carisma solamente a los
dones extraordinarios y sensacionales, como la glosolalia, las sanaciones y las
profecías; 2) limitar los carismas a los nueve que enumera san Pablo en el
capítulo 12 de su primera carta a los Corintios; 3) afirmar que los carismáticos
en la Iglesia son unos pocos privilegiados.

Es cierto que san Pablo en la primera carta a los Corintios pone una lista de
nueve carismas, pero ya hemos indicado en otro lugar que en ese texto, san
Pablo está hablando de una forma concreta sobre lo que ocurre en la
Asamblea eucarística de la comunidad, y que su modo de hablar no es
restrictivo, sino, al contrario, intenta abarcar todo lo que ocurre dentro de la
comunidad bajo el nombre de "carismas". Por eso, si queremos tener en
cuenta la dinámica interna del texto de san Pablo, podríamos traducir 1 Co 12,
7-10 del siguiente modo: "En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien
común; así, mientras uno recibe del Espíritu un hablar con sabiduría, otro
recibe un hablar con ciencia según el mismo Espíritu, y los demás la fe, por el
mismo Espíritu. Mientras unos reciben por el mismo Espíritu esas
manifestaciones de la gracia que son las curaciones, otros reciben la fuerza de
compartir sus bienes según sus posibilidades. Mientras unos reciben una
profecía, los demás reciben el saber discernir su inspiración. Mientras unos
reciben el orar en lenguas, otros reciben el orar de modo inteligible. Es el
mismo y único Espíritu el que lo hace todo, repartiendo a cada uno en
particular como a él parece".

El Papa Pablo VI dijo el año 1975 a los miembros de la Renovación


Carismática que la enumeración que hace san Pablo sobre los carismas "es
larga, pero sin pretender ser completa" (19-V-1975). Por eso Mons. Uribe,
hablando sobre los textos de las cartas de san Pablo, dice que "los carismas no
son únicamente los citados en aquellos textos, sino que son incontables, pues
la generosidad del Espíritu es infinita y nuestras necesidades no tienen límite"
(op. cit., pp. 12-13).

Teniendo en cuenta la doctrina de san Pablo sobre los carismas tomamos


conciencia de que toda la vida del cristiano tiene una dimensión carismática.
Si hablamos de carismas concretos es para ayudarnos a descubrir la acción del
Espíritu en medio de nosotros, para abrirnos más al Espíritu, para recuperar la
dimensión carismática allí donde puede estar ahogada. No es para limitar los
carismas, sino para ayudar a comprender que todo es carisma y que por lo
tanto en todo se ha de manifestar la fuerza carismática. (1) En nuestro
lenguaje corriente sería muchas veces conveniente no utilizar tanto la palabra
carisma e intentar descubrir más la dimensión carismática, La Renovación
carismática debe ayudar a abrirnos a carismas momentáneos a los cuales
normalmente las comunidades cristianas están cerradas y a recuperar la
dimensión carismática de otros muchos dones que ya están presentes, pero que
se ejercen sin la fuerza del Espíritu. Nuestro espíritu de fe nos hace descubrir
que los dones principales son aquellos que continúan presentes en medio de la
Iglesia; la recuperación de la dimensión carismática de estos dones principales
es el trabajo más urgente, sin olvidar la apertura a algunas gracias
momentáneas prácticamente olvidadas. Esta misión de la Renovación
carismática es la que ha sido señalada de un modo muy claro por el Papa Juan
Pablo II al final de su exhortación sobre la catequesis: "La renovación en el
Espíritu será auténtica y tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no
tanto en la medida en que suscite carismas extraordinarios, cuanto si conduce
al mayor número posible de fieles, en su vida cotidiana, a un esfuerzo
humilde, paciente y perseverante para conocer siempre mejor el misterio de
Cristo y dar testimonio " (CT 72).

En este sentido de ayudar al descubrimiento de la dimensión carismática de la


vida cristiana, señalamos a continuación algunos puntos:

CARISMA DE LOS APOSTOLES Y DE SUS SUCESORES

El Señor Jesús eligió a doce discípulos para que viviesen con él y para
enviarlos a predicar el reino de Dios; a estos Apóstoles los instituyó a modo
de "colegio", es decir, de grupo estable, al frente del cual puso a Pedro. Los
envió primeramente a los hijos de Israel, y después a todas las gentes, para
que, participando de su potestad, hiciesen discípulos de él a todos los pueblos,
los santificasen y los gobernasen; y así propagasen la Iglesia y la apacentasen,
gobernándola, bajo la dirección del Señor, todos los días hasta la consumación
de los siglos. En esta misión fueron confirmados plenamente el día de
Pentecostés, según la promesa del Señor: "Recibiréis la virtud del Espíritu
Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda
Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra". Este carisma fundamental
de los apóstoles de la comunidad cristiana es colocado siempre en primer
lugar por san Pablo cuando habla de este tema. (2)

Como esta misión confiada por Cristo a los apóstoles ha de durar hasta el fin
del mundo (cf. Mt 28, 20), los apóstoles se cuidaron de establecer en la
comunidad cristiana quienes continuasen este carisma, son los obispos. Así los
obispos han recibido este carisma con sus colaboradores, los sacerdotes y
diáconos, para que presidan en nombre de Dios la grey, de la que son pastores,
como maestros de doctrina, sacerdotes de la liturgia y ministros en el
gobierno. Y así como permanece el oficio que Dios concedió personalmente a
Pedro para que fuera transmitido a sus sucesores, así también perdura el
carisma de los apóstoles (cf. LG 20). De este modo, los apóstoles "por la
imposición de las manos, han transmitido a sus colaboradores este carisma"
(LG 11).

Sobre este carisma habló de un modo impresionante el Papa Pablo VI durante


una misa de consagración de obispos el 13 de febrero de 1972: "Hoy
escuchamos la voz del carisma de la potestad pastoral conferido a los obispos
en la Iglesia de Dios según la expresa voluntad de Cristo y la disposición del
Espíritu Santo (cf. Hch 20, 28); el Espíritu Santo os ha constituido obispos
para apacentar a la Iglesia de Dios. El carisma interior y exterior del obispo es,
pues, el de estar llamado a ponerse al frente de aquella parte de la grey que le
ha sido confiada, y que pertenece a la única Iglesia, y se explica en el ejercicio
de la triple función pastoral: de magisterio, de ministerio y de guía. Hemos
recibido el Espíritu Santo, que en la misión episcopal se manifiesta de este
modo, en esta simbiosis simultánea de magisterio, auxiliado por la luz del
Paráclito, de ministerio, santificado mediante su gracia, y de régimen, en la
caridad del servicio: son éstas, facultades del obispo y dones del Espíritu
Santo".

Es cierto que este don no siempre se mantiene con toda la fuerza carismática
que sería de desear, pero esto no quiere decir que no exista siempre latente el
carisma. La postura carismática es saber ver, reconocer y despertar la gracia
del Espíritu allí donde ha sido derramada, aunque en un caso concreto esté
escondida. Esta es la postura de san Pablo con Timoteo cuando le escribe: "Te
recuerdo que reavives el carisma de Dios que recibiste cuando te impuse las
manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de
energía, amor y buen juicio" (2 Tm 1, 6-7).

CARISMA DE PASTORES

Aunque los pastores son en primer lugar los obispos, nos referimos aquí a los
que tienen una responsabilidad pastoral a niveles más reducidos. Hablamos,
por lo tanto, en primer lugar de los sacerdotes y diáconos, pero también de los
responsables de grupos, dirigentes. etc. (3)

"El mismo Señor, con el fin de que los fieles formaran un solo cuerpo, en el
que no todos los miembros desempeñan la misma función, de entre los
mismos fieles instituyó a algunos como ministros, que en la comunidad
cristiana tuvieran la potestad sacerdotal para ofrecer el sacrificio eucarístico y
perdonar los pecados, y desempeñaran públicamente el servicio sacerdotal por
los hombres en nombre de Cristo. Este carisma es recibido por aquel
sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo,
quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo
Sacerdote, de suerte que pueden obrar como en persona de Cristo en cabeza"
(PO 2).

Lo mismo que hemos dicho del carisma de los obispos hay que decir aquí del
carisma de los sacerdotes, el hecho de que por la imposición de las manos
hayan recibido este carisma no quiere decir que siempre se encuentre vivo.
Pero, al mismo tiempo, el hecho de que no esté vivo no quiere decir que no
haya carisma. Allí donde exista un sacerdocio no realizado con fuerza
carismática, hay que reavivar el carisma, como diría san Pablo.
De este carisma de pastores participan también los dirigentes de las
comunidades, los responsables de los grupos y los miembros de los equipos
coordinadores. En toda esta misión pastoral hay que tener en cuenta que este
carisma está destinado a la construcción del cuerpo de Cristo y que, por lo
tanto, está subordinado al ministerio de los obispos y al de los sacerdotes
delegados por ellos. Hay que recordar también que para confiar a alguien estas
responsabilidades pastorales han de ser personas maduras y formadas, que
tengan este carisma. Es lamentable ver, a veces, personas que no tienen este
carisma, actuar como si fuesen pastores, aconsejando, dirigiendo y tomando
opciones pastorales que no hacen sino disgregar al pueblo de Dios.

CARISMA DE EVANGELIZACION

Todos los cristianos han recibido el carisma de trabajar para que el Evangelio
sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra
(cf. AA 3). El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas,
realizadas con espíritu evangélico, ayudan a atraer a los hombres hacia la fe y
hacia Dios. Pero este carisma no consiste sólo en el testimonio de la vida: sino
que busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los creyentes
para llevarlos a la fe, ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y
estimularlos a una vida más fervorosa (cf. AA 6).

Este carisma de la evangelización puede tomar muchísimas formas, pero no es


una de las menos importantes el anuncio del mensaje evangélico mediante los
medios de comunicación social, como son la prensa, los libros, la radio, la
televisión, el cine. etc.

Una forma especialísima de este carisma de la evangelización son los


misioneros, verdaderos heraldos del Evangelio enviados por la Iglesia para
realizar el encargo de predicar el Evangelio y de implantar comunidades entre
los pueblos o grupos que todavía no creen en Cristo (cf. AG 6).

CARISMA DEL TESTIMONIO

Todos los seglares tienen el carisma del testimonio de vida evangélica en


medio de la sociedad, esto supone el trabajo por devolver a la sociedad y a
toda la creación el sentido querido por Dios. Este carisma les lleva a obrar
directamente y de forma concreta, movidos por la luz del Evangelio y por la
mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana; también a cooperar
como ciudadanos con sus conocimientos especiales y su responsabilidad
propia, y a buscar en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios.

Este carisma impulsa a "establecer el orden temporal de forma que,


observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos
principios de la vida cristiana, adaptado a las variadas circunstancias de
lugares, tiempos y pueblos. Entre todas estas obras destaca la acción social"
(AA 7).

CARISMA DE LA ENSEÑANZA

El carisma de la enseñanza "se manifiesta por la capacidad que recibe una


persona del Espíritu Santo para captar el mensaje del Señor con claridad y
autenticidad y para poderlo comunicar a los demás, de manera tal que puedan
percibirlo" (A. URIBE, op. cit. p. 39).

La utilidad y necesidad de este carisma crece, no sólo para conservar la fe,


sino también para reconquistarla donde se ha ido perdiendo al soplo de
doctrinas falsas. "'Necesitamos que el Espíritu Santo derrame abundantemente
este carisma de enseñanza sobre los catequistas, los predicadores, los
profesores de religión y sobre todos los que tienen la misión de comunicar la
doctrina de salvación" (ib.). (4)

CARISMA DE PROFECIA

Profeta es la persona a través de la cual el Señor habla a su pueblo. Es la


persona que recibe este don de ponerse al servicio de la Palabra de Dios y
transmitir con fidelidad lo que Dios quiere comunicar. "Creemos en el
Espíritu Santo, Señor y dador de vida... que habló por los profetas". El
mensaje que transmite tiene muchas modalidades, y abarca muchos aspectos.
Unas veces corrige y amonesta, otras calienta y reconforta (cf. A. URlBE. op.
Cit, pp. 34-35).

"Cuando hablamos de la función profética en la Iglesia como carisma, no


debemos limitarla a determinadas personas que tienen renombre y gran
influencia por lo que dicen. Además de estos que podríamos también ahora
llamar 'grandes profetas', están los millares y millares de personas que reciben
este carisma del Espíritu para la utilidad y el crecimiento de hogares, grupos
de oración, comunidades religiosas, presbiterios diocesanos, organizaciones
apostólicas, conferencias episcopales, comunidades eclesiales de base. etc.
Porque este carisma de la profecía es tan importante, el Espíritu lo ha
derramado siempre sobre su Iglesia y ahora lo está dando con tanta profusión"
(A. URIBE. op. Cit., p. 36).

CARISMA DE EXHORTACION

Muy cercana a la palabra profética hay que situar el carisma de exhortación


que "da una fuerza especial y un poder de convicción muy grande mediante
los cuales se consigue que la persona, a quien se dirige el que exhorta, haga lo
que debe hacer en un momento dado, o se abstenga de realizar una mala
acción que tiene planeada.
En su primera carta a Timoteo le da el Apóstol una normas muy sabias acerca
de la manera como se debe ejercer este carisma de la exhortación con las
distintas clases de personas: “Al anciano no le reprendas con dureza, sino
exhórtale como a un padre; a los jóvenes, como a hermanos; a las ancianas
como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza (5, 1 -2)".
(A. URIBE, op. cit., p. 40).

CARISMA DE DISCERNIMIENTO

El carisma de discernimiento es la manifestación del Espíritu por la que se


distingue la inspiración de Dios, los impulsos del hombre y las tentaciones del
Maligno. Este carisma se manifiesta de un modo especial en el "sensus fidei"
del pueblo de Dios, como indica el Concilio: "la universidad de los fieles que
tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2, 20-27) no puede fallar en su creencia, y
ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentido sobrenatural de la fe de
todo el pueblo, cuando 'desde el obispo hasta los últimos fieles seglares'
manifiesta el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres. Con
ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el pueblo de Dios
bajo la dirección del magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la
palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios; se adhiere
indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los santos (cf. Jud 3);
penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en
la vida" (LG 12).

De un modo especial este carisma se manifiesta en los obispos "a los cuales
compete, ante todo, no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que
es bueno" (LG 12). Igualmente hay que pedirlo para todos los que tienen
alguna responsabilidad pastoral, para los que tienen que aconsejar, y en
general para cada cristiano para conocer cuándo las inspiraciones que siente
son verdaderas inspiraciones y no proyección de sus propios sentimientos o
deseos; o hasta las tentaciones del Maligno; ?"Aunque de suyo el
discernimiento de espíritus se refiere más bien a la distinción entre el bueno y
el mal espíritu, entre los verdaderos y falsos profetas, entre los movimientos
de la gracia y los de la simple naturaleza, sin embargo, llegado a su plenitud,
muestra también al descubierto los afectos íntimos del alma, las intenciones
del corazón y los movimientos buenos o malos que lo impulsan" (A ROYO
MARIN. Teología de la perfección cristiana, p. 901). "Es evidente que un
buen psicólogo, y aun una persona de simple experiencia en el trato con los
hombres, puede barruntar con bastante aproximación los pensamientos y
afectos íntimos del alma por el aspecto exterior de la fisonomía, por la
expresión sensible del gesto o de la mirada, por el tono de la voz, por la
postura del cuerpo, etc. Todas estas conjeturas más o menos aproximadas son
en sí mismas puramente naturales y efecto de una sagacidad natural o
resultado de la experiencia; y a veces pueden llegar a ser tan claras e
inconfundibles, que llevan al observador a una verdadera certeza moral sobre
las disposiciones íntimas de la persona observada" (Id., p. 902). El carisma,
sin embargo, de este discernimiento penetrante es de otro tipo, pues se trata de
un conocimiento sobrenatural y que alcanza las mismas disposiciones
sobrenaturales de la persona.

CARISMA DE COMPARTIR

Una manifestación grande del Espíritu Santo es el don de compartir los


propios bienes con los demás, así como el ponerlos a disposición de la
comunidad cristiana. Este carisma se manifestaba de forma muy abundante en
las comunidades primitivas. Los Hechos de los Apóstoles nos indican que el
grupo de los creyentes no llamaban suyo propio nada de lo que tenían; los que
poseían tierras o casas no necesarias, en cuanto aparecía alguna necesidad, lo
vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles (cf. Hch 4,
32-34).

Este carisma de compartir es algo muy necesario actualmente para poder


construir la comunidad cristiana y para poder recuperar el sentido verdadero
de las cosas. Sin este carisma de compartir, la propiedad se convierte en un
robo, en una profanación del sentido de la creación.

No se trata sólo de generosidad, sino de comprender que el Señor es el señor


de todas las cosas, que todos somos hermanos y que nada es nuestro. Sólo la
acción del Espíritu puede realizar en lo más profundo del corazón esta
conversión.

CARISMA DE CURACIONES

Las manifestaciones del Espíritu abarcan los campos de la creación. De ahí


que el amor de Dios se manifieste también en forma de curaciones físicas y
espirituales. Los evangelios nos muestran cómo se manifestaba el Espíritu a
través de Jesús en forma de muchas curaciones.

El sentido más profundo de la curación nos lo muestra la teología del cuarto


evangelio cuando la llama “signo". La curación es signo de la venida del
Reino, es decir, de la transformación profunda que Jesús, por medio de su
Espíritu, realiza en el creyente. Llamar a la curación "signo" ya significa
poner el acento en la realidad significada y no en el mismo signo. Así, por
ejemplo, san Juan ve ref1ejada en la curación del ciego de nacimiento la
iluminación que el Espíritu produce en nuestro interior por medio de la fe, en
la curación del paralítico de la piscina y en la resurrección de Lázaro la vida
nueva que recibimos mediante el bautismo, en la multiplicación de los panes
el banquete eucarístico, etc. Hablar de la curación como del plan de salvación
de Dios, como si lo que Dios quisiese de nosotros es que nuestros cuerpos
estuviesen sanos, es reducir el evangelio a un maravilloso plan de sanidad.

Las curaciones son auténticas manifestaciones del Espíritu en la medida que


permanecen como "signos”, es decir, como dones gratuitos del Señor que
ayudan a crecer en la fe y nos llevan a las realidades más profundas que son el
camino que de la Cruz nos lleva hacia la resurrección. En los mismos
evangelios se nota esta extrema atención para no reducir las curaciones a un
evangelio de la sanidad física. Jesús se resiste una y otra vez a realizar
curaciones cuando no hay una fe correcta, así como desconfía de los fervores
producidos por las curaciones. Hasta tal punto que puede llegar a decir, como
experiencia de la comunidad cristiana cuando se desvía el sentido significativo
de las curaciones, "bienaventurados los que sin ver han creído" (Jn 20, 29).

Otro punto a tener en cuenta en las curaciones es que Jesús es el único que
cura; como dice Sto. Tomás de Aquino, ”la omnipotencia divina no puede ser
comunicada a ninguna criatura; por esto es imposible que el principio de obrar
milagros sea alguna cualidad habitual en el alma" (ST 2-2, q. 178., a. l. ad 1).
La curación es siempre un don gratuito que se manifiesta cuando Dios quiere
y como quiere. Esto pone en evidencia la falsedad de algunas afirmaciones
que a veces se escuchan: a) "Dios quiere curar a todos": falso, porque de lo
contrario Jesús no habría muerto en la cruz (ni S. Pablo habría estado enfermo
de la vista, ni ningún santo); b) "fulanito tiene el don de curaciones": falso, la
curación es siempre un don gratuito que se manifiesta cuando Dios quiere; c)
"si uno no se cura es por falta de fe": falso, porque con esto estamos
colocando la curación dependiendo de nuestra fe y no de la gratuidad del
Señor.

Hemos de reconocer que los caminos del Señor no son nuestros caminos, y no
podemos reducir la acción desconcertante de Dios a una serie de principios.
"El Espíritu Santo es desconcertante y tan desconcertante que quien no se
haya desconcertado frente a su acción es porque no lo conoce" (P. Bertrand).
Es cierto que a veces Dios concede una curación después de la oración de una
persona, pero otras lo hace después de la oración de un grupo y otras lo hacen
sin que haya habido ninguna oración previa. Es cierto que a veces la curación
se manifiesta en personas que tienen una profunda fe o a través de personas
que tienen esta fe, pero otras veces la curación se manifiesta en personas que
no creen. Por otra parte. ¿Qué sabemos nosotros a veces lo que es una
curación sobrenatural y lo que ha sido una curación (que siempre es un don
saludable) producida por efectos psicosomáticos? ¡Cuántas cosas pueden
hacer la confianza en otra persona, el optimismo, las ganas de curarse, la
sugestión, etc.! Hay que ir con cuidado de no deducir una doctrina a partir de
unos casos concretos. Es mejor seguir el evangelio, que no doctrinas sacadas
de algunas experiencias.
CARISMA DE LA ORACION VOCAL

Uno de los grandes dones que ayudan a hacer creer en la fe, que encienden la
alabanza y edifican la comunidad, es la oración vocal. Esta puede presentarse
en forma de oración fija, como es el caso de tantas oraciones que empleamos
en la liturgia y que nos ayudan a expresarnos ante el Señor. Y en forma de
oración espontánea. En los grupos de oración hemos experimentado la
importancia de estas oraciones cuando son realmente inspiradas por el
Espíritu.

Como indica Sto. Tomás, "la alabanza de nuestros labios sirve para estimular
los efectos de los demás hacia Dios. 'Su alabanza estará siempre en mi boca',
canta el Salmista (Sal 33.2), y añade: 'la oirán los justos y se alegrarán. Cantad
conmigo las alabanzas del Señor' (Sal 33, 34)" (ST 2-2.q.91. a. Ic). Sin la
palabra no se puede construir la oración comunitaria. Esta expresa y unifica
los corazones. Si desapareciese la palabra, desaparecería la comunidad.

CARISMA DEL CANTO Y DE LA MUSICA

Si la oración vocal es un modo de expresar lo más profundo que llevamos en


nuestro corazón, el canto, cuando está realmente inspirado, ayuda a expresar
con más plenitud nuestros sentimientos.

Unida al canto, la música adquiere su valor significativo.


La música en sí sola no puede construir la comunidad. Si hay sólo música no
nos encontramos delante de una oración comunitaria sino en un concierto.
Pero cuando existe la palabra o el canto, la música prolonga el sentido de
éstos y adquiere un valor propio de expresión religiosa.

Sto. Tomás escribe: "Los cánticos que se escogen con todo cuidado para
deleitar el oído distraen. Pero cuando se canta únicamente por devoción, uno
se aplica con más devoción a lo que se dice. Porque su mirada descansa largo
tiempo sobre las mismas cosas, y, como dice San Agustín, 'todos los efectos
de nuestro espíritu, movidos por una misteriosa familiaridad, en toda su gran
diversidad, hallan su propia expresión en la voz y en el canto' “(St 2-2. q.92.
a.2, ad S).

CARISMA DE LA ORACION O DEL CANTO EN LENGUAS

Lo que hemos dicho sobre la música se debe decir igualmente sobre las
lenguas. Hablar, orar o cantar en lenguas es expresarse no como se cree a
veces en algunos medios en lenguas extranjeras o desaparecidas, sino dejando
de lado cualquier lengua, es decir, dejando de lado la expresión lógica. Como
dice S. Agustín, "prescindes de las palabras y queda sólo una melodía"
(Enarrat. in Ps 32, 1, 8).
Las lenguas son a la oración inteligible lo que la música al canto. Sin oración
inteligible la oración comunitaria se convierte en una casa de locos, se pierde
el sentido, no hay comunicación, desaparece la comunidad. Sin embargo,
cuando hay una oración comunitaria con palabras o con cantos, la expresión
momentánea en lenguas puede ser de una gran ayuda en la alabanza,
adoración o intercesión. Como dice S. Pablo, es la oración inteligible la que da
sentido a los momentos de oración en lenguas, y sólo cuando este sentido de
las lenguas está asegurado se pueden éstas utilizar como expresión del
Espíritu.

¿Qué pensar del mensaje en lenguas? En algunos grupos contemporáneos,


sobre todo pentecostales, se emplea el mensaje en lenguas, en el que una
persona no ora propiamente en lenguas, sino que habla a la asamblea de forma
incomprensible, y luego otra persona interpreta lo que la primera ha dicho.
¿Se trata realmente de lo que S. Pablo llama "hablar en lenguas" e
"interpretación de las lenguas?'' Es muy discutible que este fenómeno
interpretado así se diese realmente en la comunidad de Corinto, ya que S.
Pablo considera el hablar en lenguas como un "hablar a Dios y no a los
hombres" (1 Co 14. 2) lo que significa que se trata de una oración y no de un
mensaje. Tal como se realiza en esas comunidades actuales ese mensaje en
lenguas tendría que colocarse más bien dentro de la profecía (cf. ST 2-2,
q.175. a.2c). Sin embargo, todo lo que dice S. Pablo sobre este "hablar en
lenguas" lo sitúa claramente dentro del campo de la oración. Por eso podemos
pensar que el "mensaje en lenguas" es una práctica que no tiene fundamento
bíblico.

CARISMA DEL MATRIMONIO

El don del amor entre un hombre y una mujer, "por ser un acto eminentemente
humano -ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad-, abarca
el bien de toda la persona y, por tanto, enriquece y avalora con una dignidad
especial las manifestaciones del cuerpo y del espíritu y las ennoblece como
elementos y señales específicas de la amistad conyugal. El Señor se ha
dignado asumir este amor, perfeccionarlo y elevarlo por el don especial de la
gracia y la caridad. Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino,
lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por
sentimientos y actos de ternura, impregna toda su vida; más aún, por su misma
generosa actividad crece y se perfecciona" (GS 49).

El carisma del matrimonio es uno de los más preciosos de la comunidad


cristiana, pues gracias a él se manifiesta de un modo palpable el amor y la
fidelidad de Dios a su pueblo y se perpetúa en el tiempo la "nación santa, el
pueblo sacerdotal".

CARISMA DEL CELIBATO CONSAGRADO


El Espíritu Santo se manifiesta también en medio de la comunidad cristiana
por el precioso carisma del celibato consagrado. Personas de todo sexo y edad
se sienten llamadas a ponerse de un modo especial al servicio de Dios y de la
comunidad en la imitación de Jesucristo. Este carisma se manifiesta , entre
otros, en los sacerdotes, de modo que el Concilio Vaticano II ruega "no sólo a
los sacerdotes, sino también a todos los fieles, que amen de corazón este
precioso don del celibato sacerdotal y pidan todos a Dios que El mismo
conceda siempre copiosamente este don a su Iglesia" (PO 16).

CARISMA DE LA VIDA RELIGIOSA

"Los consejos evangélicos, castidad ofrecida a Dios, pobreza y obediencia,


como consejos fundados en las palabras y ejemplos del Señor y recomendados
por los apóstoles, por los Padres, doctores y pastores de la Iglesia, son un don
divino que la Iglesia recibió del Señor, y que con su gracia se conserva
perpetuamente.

"La autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se preocupó de


interpretar estos consejos, de regular su práctica y de determinar también las
formas estables de vivirlos. De ahí ha resultado que han ido creciendo, a la
manera de un árbol que se ramifica espléndido y pujante en el campo del
Señor a partir de una semilla puesta por Dios, formas diversísimas de vida
monacal o cenobita (vida solitaria y vida en común) en gran variedad de
familias que se desarrollan, ya para ventaja de sus propios miembros, ya para
el bien común de todo el Cuerpo de Cristo" (LG 13).

Este "carisma de la vida religiosa" es ciertamente "un fruto del Espíritu Santo
que actúa siempre en la Iglesia" (Evang. Test.).

CARISMAS NATURALES

Además de todos los dones sobrenaturales que el Espíritu Santo derrama sobre
la comunidad para la utilidad común, hay que señalar todos los dones
naturales que el hombre recibe y que tienen siempre, cual más cual menos,
una dimensión de servicio hacia los demás. Estos dones naturales, como nos
encontramos dentro de la economía de la gracia, siempre se encuentran en
cierto sentido imbuidos del sobrenatural y son auténtica expresión del Espíritu
Santo.

Es imposible hacer la lista de todas estas gracias naturales. Podemos situar


aquí la propia existencia, la salud, la enfermedad, el modo de ser, el sexo, la
personalidad, la cultura, etc. Así como todas las virtudes naturales. Una visión
carismática es aquella que se deja inundar en todo momento por esta
dimensión de la gratuidad de lo creado.
CARISMAS BÁSICOS

No podemos olvidar en esta lista de carismas todos los dones que el Espíritu
Santo da y que suponen su misma presencia. Nos referimos en primer lugar a
la fe, a la esperanza y a la caridad. Estas virtudes teologales han de ser
comprendidas en toda su amplitud. Por ejemplo, no solamente la fe que es
capaz de trasladar las montañas, de hacer milagros, de llegar hasta el martirio,
de sostener la fe de los demás, sino también la fe más sencilla y humilde que
es, siempre que se manifiesta, ayuda para los demás.

Además de estas virtudes teologales, hemos de pensar en las virtudes morales,


que tradicionalmente se condensan en las cuatro cardinales: prudencia,
justicia, fortaleza y templanza (cf. 5b 8, 7).

Lo mismo hemos de decir de los dones del Espíritu (cf. Is 11, 2: sabiduría,
entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios) y de los
frutos que brotan de los dones, que S. Pablo enumera del modo siguiente:
"amor, alegría, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza" (Ga 5, 22).

El SUPREMO CARISMA: El AMOR

S. Pablo dice a 1os Corintios que quiere mostrarles "un camino excepcional"
(1 Co 12, 31) y les indica: "si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es
paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado
ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin
límites, aguanta sin límites" (1 Co 13, 3 -7).

Este texto clásico que acompaña a las explicaciones sobre los carismas en la
primera carta a los Corintios, debe ser leído con los textos que concluyen la
explicación de los carismas en la carta a los Romanos y en la carta a los
Efesios. Dice S. Pablo a los Romanos: "que vuestra caridad no sea una farsa;
aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed
cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo. En la
actividad, no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes. Servid
constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres; estad firmes en la
tribulación, sed asiduos en la oración. Contribuid en las necesidades de los
santos; practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid,
sí, no maldigáis. Con los que ríen, estad alegres; con los que lloran, llorad.
Tened igualdad de trato unos con otros; no tengáis grandes pretensiones, sino
poneos al nivel de la gente humilde. No mostréis suficiencia. No devolváis a
nadie mal por mal. Procurad la buena reputación entre la gente; en cuanto sea
posible y por lo que a vosotros toca, estad en paz con todo el mundo. Amigos,
no os toméis la venganza, dejad lugar al castigo, porque dice el Señor en la
Escritura: Mía es la venganza, yo daré lo merecido. En vez de eso, si tu
enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; así le
sacarás los colores a la cara. No te dejes vencer por el mal, vence al mal a
fuerza de bien" (Rm 12, 9-21).

Y el autor de la carta a los Efesios escribe: "realizando la verdad en el amor,


hagamos crecer todas las cosas hacia Él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo
el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que
lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del
cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor" (Ef 4, 15-16).

Terminamos con las palabras del Papa Pablo VI al III Congreso Internacional
de la Renovación Carismática: "Por deseables que sean los dones espirituales -
y lo son ciertamente-, sólo el amor de caridad, el ágape, hace perfecto al
cristiano, sólo é1 hace al hombre 'agradable a Dios', gratia gratum faciens,
dirán los teólogos. Porque este amor no sólo supone un don del Espíritu;
implica también la presencia activa de su Persona en el corazón del cristiano.
Comentando estos versículos, los Padres de la Iglesia lo explican a porfía.
Según San Fulgencio, por citar nada más un ejemplo, 'el Espíritu Santo puede
conferir toda clase de dones sin estar presente El mismo; en cambio, cuando
concede el amor, prueba que El mismo está presente por la gracia' (Contra
Fabianum, fragmento 28). Presente en el alma, junto con la gracia le comunica
la propia vida de la Santísima Trinidad, el amor mismo con que el Padre ama
al Hijo en el Espíritu, el amor con que Cristo nos amó y con que nosotros, por
nuestra parte, podemos y debemos amar a nuestros hermanos, 'no de palabra
ni de lengua, sino de obra y de verdad' (1 Jn 3, 18)" (19 mayo 1975).

NOTAS

(1) Todo lo que Dios da al ser humano, tanto en el orden sobrenatural como en
el natural, no son sino dones totalmente gratuitos que, en cierto sentido, tienen
una dimensión de servicio hacia los demás. En sentido amplio, por
consiguiente, todo cuanto hemos recibido de Dios para el servicio de los
demás es un "carisma". Pero esta expresión genérica puede tener varios
sentidos específicos que es preciso determinar. Cuatro son estos sentidos
principales:

1) En sentido amplio, carisma son todos aquellos dones gratuitos de Dios al


servicio de las demás que suponen la presencia misma del Espíritu Santo (es
decir, que no suponen la gracia santificante). En este sentido amplio podemos
llamar carismas a todos los dones naturales que Dios hace al hombre, en
cuanto tienen una dimensión de servicio a los demás.
2) En sentido estricto, carismas son todos aquellos dones gratuitos que, sin
suponer necesariamente la presencia del Espíritu Santo (es decir, el estado de
gracia), son sin embargo, acción sobrenatural del mismo, en cuanto tienen una
dimensión de servicio a los demás.

3) En sentido eminente, carismas son todos aquellos dones que suponen la


presencia misma del Espíritu Santo, en cuanto tienen una dimensión de
servicio a los demás. Estos dones son las virtudes teologales, 1 Co 13, 13: (fe,
esperanza y caridad), las virtudes morales infusas o virtudes cardinales (Sb 8,
7: prudencia, justicia, fortaleza y templanza), los dones del Espíritu Santo (Is
11, 2: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de
Dios) y los frutos del Espíritu Santo (Ga 5, 22: amor, alegría, paz,
longanimidad, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza).

4) En sentido supereminente, se aplica la palabra carisma a la caridad en


cuanto es presencia misma del Espíritu Santo (cf. 1 Co 12, 31b; 13, 13b).

(2) "Cuando en las listas del Nuevo Testamento se nombra a los Apóstoles,
estos se hallan en primer lugar: cf. 1 Co 12, 28-29 y Ef 4, 11 (comp. 2, 20; 3,
5); Lc 11, 49 (comp. Mt 10, 40s); Ap 18, 20. Aun en aquellas listas paulinas
que no hacen mención explícita del apostolado, se trasluce la importancia
normativa del mismo. Basado en su propio apostolado, Pablo actúa
autoritativamente sobre los dones espirituales de la gracia: cf. 1 Ts 5, 12s, 19-
22; 1 Co c.12•14 (en general) y Rm 12, 34. Y el apostolado no sólo es el
primero y el más importante de los dones de la gracia, sino que en cierto
sentido los recapitula a todos" (H. SCHURMANN, Los dones espirituales de
la gracia, en La Iglesia del Vaticano II, t. 1, P. 590).

(3) Es cierto que en las listas del Nuevo Testamento aparece en segundo lugar
los "profetas", pero "hemos de ver en la primitiva profecía del cristianismo,
junto con el apostolado, un ministerio de la naciente Iglesia, distinguiéndola
del don de profecía que le sustituye en el tiempo posterior" (H. SHURMANN,
op. cit., p. 591). Los "profetas y doctores" eran en la Iglesia primitiva los
dirigentes de las comunidades, como se deduce claramente de Hch 13, 1: "En
la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé Simeón, apodado el
Moreno, Lucio el Cireneo, Manahén, hermano de leche del virrey Herodes, y
Saulo". Esta correspondencia queda confirmada por una frase de la Didajé 15,
12: "Elegid obispos y diáconos... pues también ellos os hacen el servicio de
profetas y doctores". Esto explica la expresión "apóstoles y profetas" de Ef 2,
20, 3, 5:(profetas es aquí el resto de la denominación primitiva de los
dirigentes), y la expresión "pastores y doctores" de Ef 4, 11 (donde se indica
la función doctrinal de los actuales pastores, herencia de los primitivos
dirigentes).
(4) Hay que situar dentro de este carisma lo que en 1 Co 12, 8 viene llamado
"palabra de ciencia". Seguramente tal denominación sirve para recalcar el
hecho concreto de unas palabras inspiradas, mientras la denominación "doctor
o maestro" indica más bien el carisma en cuanto ministerio fijo en la
comunidad. No es fácil distinguir completamente entre "palabra de sabiduría"
y "palabra de ciencia o conocimiento" (1 Co 12, 8, cf. Col 1, 9; 2, 3; 3, 16),
Sólo las distintas preposiciones empleadas en 1 Co 12, 8 y algún otro texto
(cf. Hch 6, 10) permiten pensar que la "palabra de sabiduría" aparece como
una inspiración más espectacular, mientras la "palabra de ciencia" parece una
inspiración más sosegada.

ASPIRAD A LOS CARISMAS


SUPERIORES.
Por Jesús Villarroel, O.P.

Después de ocho años que lleva de camino la Renovación Carismática en


España no creo que quepa otra cosa más que una acción de gracias continua y
emocionada por esta obra maravillosa y por los abundantes frutos pastorales
que produce. Estamos rodeados de "una nube de testigos" que estarían
dispuestos a testificar todo esto. Muchos de nosotros podemos dar el
testimonio de que nuestra vida ha cambiado en profundidad, se ha dado en ella
un cambio cualitativo y hemos descubierto la clave para transformar en
alabanza hasta los más pequeños actos de cada día. El Espíritu del Señor Jesús
se ha hecho presente con fuerza poderosa en nuestras vidas, y en El hemos
experimentado que Jesús está vivo, que sigue amando, salvando y
construyendo su Iglesia como signo de salvación para todos los hombres. Y
todo esto con una experiencia personal, dentro de la fe y la obediencia de la
Iglesia, que hace se perciba todo ello con un talante de frescor, de juventud, de
renovación, de actualidad, de presencia viva del Señor en medio de nosotros y
de todo el pueblo de Dios.

La Iglesia renueva continuamente su juventud, "como la del águila", y la


presencia del Señor es siempre joven en gloria y poderío. Yo jamás pensé que
la reforma de la Iglesia siguiera estos caminos. Pensé que con amor, con
entrega y dedicación, evitando anti testimonios, sobre todo en la pobreza, con
muchas reuniones y cambiando las estructuras ya estaba todo hecho. La lucha
era contra estructuras viejas y caducas, ya no reales, que se empeñaban en
perseverar, y que en el fondo escondían muchos privilegios personales,
mecanismos de defensa y posturas estereotipadas. La verdad es que el Espíritu
del Señor me ha abierto los ojos, y me ha enseñado que Él es la fuerza y el
poder, que su Iglesia es un don maravilloso suyo, que lo nuestro es la acogida
de ese don, que Él es el Señor y que no cede su gloria a nadie. El actúa con
poder en su pueblo creándolo y haciéndolo crecer, y que no se trata de correr y
esforzarse desde nosotros, sino de que Él tenga misericordia.

Una de las formas en las que el Señor se muestra maravilloso es regalando a


su Iglesia lo que llamamos carismas. Son dones especiales que tienen como
función construir la Iglesia y darle consistencia. Carismas de santidad, de
apostolado, de gobierno, de discernimiento, de profecía, de liberación, de
curación, de todo tipo de compromisos, incluyendo a otros más pequeños
como el de lenguas, que, por ser también don del Espíritu, es algo sagrado y
digno de toda estima. Gracias a Dios, en la Renovación Carismática estas
cosas han dejado de ser teorías para convertirse en una experiencia viva en
medio de la Iglesia de hoy.

Ahora bien, el Señor actúa con nosotros, un pueblo histórico, pesado y de dura
cerviz, poco convertido y siempre en peligro de prostituirse con toda clase de
ídolos. De esta forma, somos una continua rémora para los planes y grandezas
del Señor. Un pueblo que necesita profetas que le hablen de parte del Señor,
que necesita signos, que necesita conocimiento, que necesita perdón y
liberación. Por eso se nos invita a la escucha, a despabilar el oído y a
descubrir los caminos del Señor. El Señor, en este momento, quiere
manifestarse actuando algunos carismas al parecer un poco dormidos en los
últimos tiempos. Nos está enseñando el poder enorme de construcción que
tienen en la Iglesia. Los carismas, por ejemplo, de curación, tanto interior
como física, sirven de maravilloso despertador de la fe, pues al ser dones del
Espíritu no actúan sólo espectacularmente, sino con fuerza interior en los
corazones. Lo mismo, un carisma de santidad, de liberación, la aparición de
verdaderos profetas, el despertar de algunas vocaciones en la pura fe, y en
definitiva la aparición de grupos y comunidades de oración y de apostolado en
su Iglesia.

Aquí en España, este año pasado, el Señor ha querido regalarnos una


comprensión más profunda de todo esto con la venida del padre Tardiff, la
Asamblea Nacional y los retiros dados por los hermanos hispano-venezolanos
Nicolás y M. Carmen. Hemos comprendido, al escucharlos y al ver cómo el
Señor actuaba por medio de ellos, que el apellido de "carismático" en la
Renovación no es algo secundario. Que nos tenemos que tomar en serio todo
esto y creer en ello, para que la Iglesia de España perciba también los frutos
que el Señor quiere derramar a nivel mundial. En definitiva, que tenemos que
estar abiertos al Espíritu, sin prevenciones y sin medida, para no ahogar el
plan de Dios que siempre va a ser más maravilloso que todo lo que podamos
pensar. El Señor quiere hacer verdad aquella recomendación de san Pablo:
"Aspirad a los carismas superiores" (I Co 13. 1), "Aspirad a los dones
espirituales" (Ibid. 14, 1). La teología de la Iglesia viene a confirmarnos esto
diciéndonos por boca de Tomás de Aquino: "Los dones espirituales no se
reciben a no ser que se deseen" (In Iohannem, 14, 6).

SOMETIDOS AL DISCERNIMIENTO DE LA IGLESIA

Ahora bien, ni en esto ni en nada podemos independizarnos del Magisterio de


la Iglesia, pues como suele decirse ni los individuos ni los grupos tienen
teléfono directo con el Espíritu Santo. Es la Iglesia la que posee todos los
dones y todos los carismas: ella es la que perdona los pecados, ella la que
bautiza, la que predica, la que tiene el don de curación, de profecía y todos los
demás. También el de discernimiento. Ninguna de estas cosas es de
administración privada.

Por eso hay que estar atentos a la enseñanza de la Iglesia para que el diablo no
nos tiente de nuevo diciendo: ¿Por qué no vas a comer esta manzana? Juan
Pablo II nos exhortaba en Roma a la “fidelidad a la auténtica doctrina de la fe;
todo lo que contradice a esta doctrina no viene del Espíritu". Esto
evidentemente se refiere no sólo a la teoría sino también a la praxis.

Pues bien, en lo que se refiere al deseo y ejercicio de los carismas hay una
enseñanza de la Iglesia últimamente que nos marca la pauta a seguir. Coincide
con Pablo en elogiar la grandeza de los dones de Dios y la gratitud con que se
deben recibir. Pero siempre se añade la coletilla: "Los dones extraordinarios
no deben pedirse temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción
los frutos del trabajo apostólico". Así hablaba el Vaticano II, L.G., 2. 12. Juan
Pablo II, en la Catechesi tradendae 72, dice: "La Renovación en el Espíritu
será auténtica y tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no tanto en la
medida en que suscite carismas extraordinarios, cuanto si conduce al mayor
número posible de fieles, en su vida cotidiana, a un esfuerzo humilde, paciente
y perseverante para conocer siempre mejor el misterio de Cristo y dar
testimonio de Él". El mismo Juan Pablo II en el Congreso de Roma nos decía:
"Estad abiertos a los dones del Espíritu, sin exagerada concentración en los
dones extraordinarios”.

"ASPIRAD A LOS CARISMAS SUPERIORES... "

De aquí se sigue como consecuencia clara algo que ha causado inquietud en


algunos grupos de España. El discernimiento acerca de si un grupo va bien o
no va bien no se puede hacer a nivel de carismas extraordinarios, o sea, don de
curaciones, de profecía, carismas especiales de discernimiento, palabras de
ciencia, poder de expulsar demonios; y el menos bueno sería el que careciera
de estos dones. No se puede hacer este juicio. Sería irnos por las ramas y
edificar sobre arena. Lo mismo le sucedió a Pablo con Corinto y Tesalónica.
Corinto fue la comunidad de los grandes dones que traían de cabeza a Pablo.
En Tesalónica, por el contrario, no brillaba al parecer ninguno de los dones
extraordinarios y, sin embargo, ved que derroche de ternura y de elogio
derramó Pablo en sus dos cartas a los Tesalonicenses. De todas formas,
también les amonestaba: "No extingáis el Espíritu, no despreciéis las
profecías" (l Ts 5, 19).

En una tesitura semejante a la nuestra se encontraba Pablo cuando escribió a


los corintios el famoso himno a la caridad, de 1 Co 13. Empieza así: "Aspirad
a los carismas superiores, pero os voy a mostrar un camino mejor...". Es decir,
aspirad a todo, pero el camino básico es este... Y sigue diciendo: "Aunque
hablara las lenguas de ángeles y tuviera todos los dones de la tierra y el cielo,
si no tengo amor no sería nada". El discernimiento hay que hacerlo siempre a
nivel de realidades esenciales y de intenciones fundamentales. El problema
aquí es que estas realidades e intenciones suelen ser menos llamativas, más
ocultas y halagan menos el triunfalismo inconsciente que anida dentro de cada
uno de nosotros.

La Teología de la Iglesia distingue desde antiguo tres clases de gracia: a)


santificante, que se objetiva en la caridad, el servicio, la negación de uno
mismo en la pobreza... b) actual, se refiere a mociones del Espíritu,
fundamentalmente en orden a la santificación, y c) gratis datae, es decir
gracias gratuitas, o sea doblemente gratis, que son los carismas. Estos sirven
para edificación de la Iglesia, y Dios los distribuye según épocas, según
naciones, según el estilo e idiosincrasia de las gentes y los pueblos. En unos,
dones de sabiduría, en otros, de milagros, en otros, de sencillez, y siempre
para la máxima edificación y testimonio de su Iglesia.

ABRIRSE A TODOS LOS DONES DEL ESPIRITU

Por eso debemos estar abiertos a los dones del Espíritu, dejándole al Señor la
libertad de distribuirlos según el beneplácito de su sabiduría y voluntad. Pero,
eso sí, abiertos a esos dones, valorándolos, recibiéndolos con gratitud y
poniéndolos al servicio de la comunidad "como buenos administradores de la
múltiple gracia de Dios" (1 P 4-10). Es necesario desearlos, aspirar a ellos.
Una cosa es poner con presunción la confianza en ellos, y otra muy distinta es
recelar o cerrarse a ellos. También de esta segunda forma se puede pecar
contra el Espíritu Santo, y por cierto, se hace con más frecuencia. Unas veces
por temor al ridículo, otras, amparados en las ideologías u opiniones humanas,
según las cuales estas cosas sólo fueron necesarias al principio de la Iglesia,
cuando aún no estaban sus estructuras suficientemente consolidadas. La
renovación carismática es toda ella un don de Dios, y lleva el apellido de
"carismática" como expresión de la voluntad de Dios para nuestro tiempo,
porque si de una cosa estamos seguros es de que esto no nos lo hemos
inventado nosotros. El mundo de hoy necesita signos, necesita muestras
especiales del amor de Dios, hundido como está en la desesperanza y en la
falta de motivaciones para vivir, necesita que la Iglesia sea reconstruida, y
finalmente necesita percibir que Jesús vive y actúa en medio de su pueblo. Por
lo tanto, los que hemos sido llamados a esta renovación bloquearíamos la
acción de Dios si, despreciando los carismas, nos conformáramos con
intensificar un poquito la piedad y devoción en nuestras vidas. Dejemos que el
Espíritu se muestre poderoso en nosotros, dejemos actuar en su Iglesia la
poderosa virtualidad de la sangre y la resurrección de Cristo. Aspiremos a los
carismas superiores: un sacerdocio renovado, una teología viva, una alabanza
que estalle en lenguas, unas estructuras revitalizadas. Aspiremos a que el
Señor cure y libere a su pueblo, a que nos envíe verdaderos profetas, que nos
comunique palabras de conocimiento, dones de interpretación y
discernimiento y que en definitiva la predicación del evangelio se vea
acompañada de signos de toda clase como nos tiene prometido en su Palabra.

La Renovación Carismática es un ámbito donde por gracia de Dios existe un


clima de fe propicio para que el Señor actúe de esta manera. Pero por eso
mismo, porque lo sublime está cerca de lo ridículo, tenemos que extremar
entre nosotros las precauciones y el discernimiento. Pablo VI describió la
Renovación como una flor delicada y como una oportunidad para la Iglesia.
Esto último lo volvió a subrayar Juan Pablo II en el congreso de Dirigentes.
La precaución que debemos adoptar consiste fundamentalmente en una actitud
interior que se llama pobreza de espíritu. El grupo carismático y sus
individuos deben cultivar al máximo esta pobreza, lo que tradicionalmente se
ha llamado humildad.

Los frutos del Espíritu son actitudes resultado de la acción de Dios en


nosotros. Estas actitudes son notas características de una personalidad
cristiana. Pero hay unos frutos especialísimos que constituyen la esencia del
ser y comportamiento cristiano en el mundo. Son las bienaventuranzas. Sólo
el Espíritu las puede producir en nosotros y tienen razón de gozo y felicidad a
pesar de expresar algo contrario a los criterios del mundo y de nuestras
propias concupiscencias. Por eso se llaman bienaventuranzas. El que tiene
experiencia de esto sabe que esa felicidad no es sólo promesa sino realidad
que se cumple en esas situaciones. Por eso, el pobre de espíritu es feliz. Feliz
en su pobreza.

SIENDO HUMILDES Y POBRES DE ESPÍRITU

Es necesario que nuestros grupos y cada uno de nosotros seamos pobres de


espíritu. Así nunca nos escandalizaremos de nuestra propia pobreza, de
nuestro pecado, del pecado en nuestros grupos, de los pocos que somos, de la
pobreza de nuestra alabanza y enseñanza, de lo poco guapos que somos y de
lo mal que cantamos. El Señor quiere crear personalidades bienaventuradas en
nuestros grupos. Felices en su pobreza y en su humillación. Estos nunca
desearán temerariamente los carismas superiores, pero paradójicamente será
en ellos donde el Señor actúe sus carismas poderosamente. Estos son los
verdaderos carismáticos sin prisas, sin ansiedades, sin angustias, al contrario:
con la profunda paz que les da el don de sabiduría al entrar en el tiempo y en
la paciencia de Dios y ver todas las cosas con los mismos ojos de Dios. La
verdad de todos nosotros está, como en María, en nuestra humillación. Todo
lo demás es gracia. Por eso proclamamos con ella, cuando Dios quiere y sólo
cuando El quiere, la grandeza del Señor, en nuestros grupos ?y nos alegramos
en Dios nuestro Salvador.

El pobre de espíritu no es un desidioso, ni un tibio, ni un "pasota". Al con


erario, ama la venida del Reino con toda intensidad y pone sus fuerzas y toda
su vida entera al servicio de ese Reino. Ora con emoción todos los días:
?"Venga a nosotros tu Reino". Y tiene los ojos convertidos, a la escucha y
vigilantes como una esclava en las manos de su señora. Pero para él, el Reino
ya ha llegado, porque es Jesús, y en Jesús y en su amor se goza, de lo que ha
recibido ya suficientes pruebas. Su corazón, a pesar del intenso deseo del
Reino, está en paz. El "todavía no" del Reino, con todas sus manifestaciones
lo confía a la voluntad de Dios.

Hay que pedirle al Señor el don de ser fieles en la pobreza de nuestra vida y
de nuestros grupos. Aún más, pedirle al Señor que nos empobrezca
continuamente. Hasta que sintamos el gozo bienaventurado y profundo de ser
pobres, pocos, perseguidos, insultados, incomprendidos y rechazados. Y en el
caso de que sintamos los consuelos y los signos del Señor no apegarnos a
ellos, porque nuestra verdad no está ahí. Y si el Señor obra grandes milagros
en medio de nosotros y nos da poder para expulsar demonios, debemos de
poner a prueba todos estos dones y no alegrarnos demasiado en todo ello.
Dejar, eso sí, que la alegría colme nuestra vida por la gratuidad de la elección
del Señor: "No os alegréis de que los espíritus se os sometan: alegraos de que
vuestros nombres estén escritos en los cielos" (Lc 10,20).

EL QUE ASPIRA A LOS CARISMAS QUE MUERA A LOS


CARISMAS

Por eso no nos fiemos de cualquier espíritu. Sin extinguir el Espíritu, sin
despreciar las profecías, examinémoslo todo y quedémonos con lo bueno (1
Ts 5, 19). Es bueno que al que tenga un carisma de los muy llamativos le sea
puesto a prueba por los dirigentes del grupo, para que todo sea pasado por el
crisol como el oro, y sea como la plata limpia de toda ganga "refinada siete
veces". Eso sí, los dirigentes pidiéndole al Señor una gran libertad de corazón
y en una escucha continua de la voluntad del Señor. Esta es la praxis constante
en la dirección espiritual de la Iglesia, que hace verdad la frase de que el que
aspire a los carismas muera a los carismas.

Por otra parte, el ejercicio de los carismas a que Dios nos llama, requiere cada
vez más el compromiso total, de toda nuestra vida. Esto no es un juego ni
ningún tipo de actividad simbólica. Un ejemplo. Si el Señor nos envía a orar
por la curación de los demás nos va a pedir seguramente con el tiempo que
carguemos con los sufrimientos y enfermedades de aquellos por los que
oramos. Si oro para que alguien se cure de un cáncer, el Espíritu me va a
mover a pedir que me pase a mí la enfermedad del hermano. Cuando el Señor
nos pueda mover a esta entrega de nuestra vida, nuestra oración será sincera,
no sólo subjetiva sino objetivamente. Así imitaremos al Señor que cargó con
todas nuestras dolencias.

Una obra del Señor tan preciosa, tan delicada, tan repleta de frutos de toda
especie, como es la Renovación Carismática, no podemos someterla a la
"pública infamia e irrisión de las naciones, ni a que meneen la cabeza los que
pasen por el sendero"... No por nosotros, sino para que no sea blasfemado el
nombre del Señor. ¡Qué experiencia tan sentida tendría de todo esto la
primitiva Iglesia para escribir Mateo, dentro del Sermón de la Montaña,
versículos tan duros como este: ''Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios y en tu
nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Jamás os conocí.
Apartaos de mi agentes de iniquidad"! Y sigue la parábola de los que edifican
sobre arena o sobre roca. (Mt 7, 21•27; Lc 6,46-49).

Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, a pesar de todas las cautelas que sean
necesarias, hay que aspirar a los carismas superiores. En ello realiza la
Renovación Carismática parte de su definición y de su vocación.

Chus VILLARROEL, O.P. Parroquia de Jesús Obrero Castillo de Uclés, 26


Madrid - 17

NECESITAMOS LOS DONES


PERO TAMBIÉN UNA GRAN
SABIDURÍA
Por Tomás Forrest, C.S.R

Demasiados vaivenes incontrolados en la soga de Tarzán explican en cierto


sentido algunos problemas de la Iglesia y del mundo hoy día. En general son
ejecutados cuando alguien ve la necesidad de un cambio, pero da un salto tan
incontrolado e impreciso que cae en el otro extremo opuesto de misas en
mangas de camisa celebradas en la cocina y con plegarias eucarísticas propias,
o los que en comunidades religiosas se alejan tanto de la aceptación de la
autoridad de sus superiores que terminan rechazando todo tipo de obediencia.
En estudios escriturísticos las tangentes van en ambas direcciones, y así
quienes nunca leyeron la Biblia, la citan ahora sin referencia alguna a la
enseñanza de siglos o al magisterio de la Iglesia, mientras que algunos
eruditos están tan fascinados con la ciencia moderna que hasta su propia fe
parece depender de ella.

Ejemplos similares son aún más fáciles de encontrar en el mundo de hoy. Los
esfuerzos de liberación de toda autoridad tiránica llevan a algunas personas a
rechazar toda clase de autoridad, incluso la familiar, la de la escuela, el
gobierno y aún la autoridad de Dios mismo. De una beatería exagerada, se
pasa a la proclamación que toda expresión sexual es un placer tan inocente y
asequible como comer helados sin conllevar en sí ninguna responsabilidad.

Creo que también vemos estos vaivenes en la renovación carismática. Antes


del Concilio Vaticano II, la Iglesia tenía poco interés en los dones espirituales
enumerados en 1 Corintios 12. Pero de esta carencia de interés vemos que el
péndulo pasa a un uso exagerado e imprudente de los carismas, un modo de
perder el poder real de los mismos. Aquí también se dan ejemplos que aclaran.
De un extremo de negar la existencia misma del diablo, se pasa a exigir que
legiones de demonios descubran su nombre cada vez que alguien tose o
estornuda en una asamblea de oración. Del hecho de nunca esperar que Dios
hable, se pasa a "profecías" tan interminables como los anuncios de televisión
sin siquiera intentar discernir los lindos pensamientos y los verdaderos
mensajes de Dios. De una fe exclusiva en médicos y píldoras, se puede
cambiar a la aseveración de que todo el que usa medicamentos o va al médico
en realidad carece de fe. Del mismo modo se puede pasar de una actitud
dubitativa ante la posibilidad de ser tocado por Dios, a una insistencia
desproporcionada en el "descanso en el Espíritu", que causa largas filas de
gente tumbada por el suelo. En cuanto a curaciones, el cambio va de
considerar todo dolor de estómago como un cáncer incurable, a hacer de cada
asamblea de oración una proclamación de curaciones físicas automáticas sin
referirse para nada al más salvífico de todos los misterios, el de la Cruz.

No hay manera de exagerar demasiado la imperiosa necesidad de los dones


espirituales para la Iglesia y el mundo actuales. Son la fuerza que viene de
arriba (Lc 24, 49), señales que firman el mensaje (Mc 16, 20), y la fuerza que
viene de Dios y nos capacita para ser testigos de Cristo hasta los confines de
la tierra (Hch 1, 8). Pero en vez de impedir los dones, se necesita sabiduría
para usarlos mejor y de manera más permanente en la Iglesia. Y si los dones
necesitan una disciplina, es mejor que la misma venga de los que creen en
ellos y no de aquellos que los niegan o nunca los han experimentado. El punto
de equilibrio es usarlos solamente para la gloria de Dios y según su plan,
evitando todo interés o preocupación personal por lo sensacional que nos hace
saltar de rama en rama en vez de aterrizar en tierra firme. Siempre habrá
alguien alrededor que de manera infantil querrá efectuar el salto más grande,
pero estos Tarzanes aficionados terminan por quebrar sus huesos y los de los
demás. Juegan en vez de trabajar duro, pero nuestra tarea es aprender del
ejemplo de Cristo mismo que usa los dones con una disciplina que libera todo
el poder que tienen y al mismo tiempo les hace cumplir sus fines. De Jesús
aprendemos que, si bien nos da un ministerio de curación importante, hay
momentos en que debemos evitar sus aspectos más sensacionales (Mc 7, 36;
Lc 8, 51-56). Nos enseña a echar fuera los malos espíritus, pero no de manera
que hagamos publicidad de la pretendida superioridad o poder del demonio
(Jn 16, 33), o que dé la impresión a cándidos exorcistas de que es alguien
difícil de importunar (Mc 9,29; Hch 19. 13-16). Se nos enseña a desear los
dones proféticos (1 Co 4. 1), pero también se nos muestra que la profecía es
de una gran responsabilidad (Jr 23, 22), y que los profetas mismos son los
primeros que deben desear un discernimiento autorizado (1 Co 14, 32-23; 1 Ts
5, 19-22; 1 Jn. 4, 1-3; 2 P 1, 21). Y que la armonía con la verdad revelada por
Cristo es el primer principio de este discernimiento (Ap 19, 10).

Cristo quiere que tengamos una fe capaz de mover montañas de sufrimiento


humano (Mc 11, 23), pero esto no significa que desee que invitemos a las
serpientes a que nos muerdan (Mt 4, 5-7) o a que toda curación que viene de
Dios debe ser milagrosa (Si 38, 19), o aplicar nuestra fe aun a caprichos más
egoístas (St 4, 3). Cristo se enoja si no caminamos sobre las aguas (Mt 14,
31), pero ello no justifica hacer de cada milagro un espectáculo de circo (Jn 4,
48; Mt 12, 39; 17, 9). Jesús desea que tengamos un vocabulario de alabanza
que nos haga trascender más allá de nuestras débiles palabras, pero no quiere
que lenguas sea nuestro único modo de orar (Mt 6, 7-13), o que sea un estilo
indisciplinado de oración que usamos para probar nuestra superioridad sobre
los que carecen de ese don pero que en vez tienen uno mayor al expresarse
con amor.

Necesitamos imperiosamente los dones, pero si queremos todo su poder


debemos usarlos con gran sabiduría. Los carismas son los mensajeros y no el
mensaje, signos que señalan a Jesús y no a sí mismos ni mucho menos a los
"carismáticos" que los reivindican. Si los dones son siempre y únicamente
considerados como fines en sí mismos nunca formarán una parte normal de
nuestra vida cristiana, y algún día quizás no muy lejano se volverán a perder.
Pero si, siguiendo el ejemplo de Jesucristo los dones son disciplinados según
la mente de Dios y usados para el único propósito de revelarlo y glorificarlo,
los experimentaremos como claves vitales de una fructífera evangelización y
de la edificación del reino.

LA ENFERMEDAD COMO
EXPERIENCIA DE NECESIDAD DE
SALVACIÓN.
Por François Bourassa, S. 1.

El P. Bourassa es un conocido teólogo canadiense, profesor en Montreal y en


Roma. Este artículo es la Tercera parte de su librito, L 'onction des malades
(Roma, 1970).

JESÚS HA VENIDO PARA LOS ENFERMOS

El amor de Cristo por los enfermos y su ministerio de curación es uno de los


rasgos más familiares y quizá el más luminoso de los relatos evangélicos,
signo por excelencia de la venida de Dios entre los hombres.

Cuando Jesús empieza a manifestar su designio de salvación, Juan Bautista


envía sus discípulos a preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir o hemos de
esperar a otro?". Y el Señor les contesta: "Id y contad a Juan lo que oís y veis:
los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos
oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva" (Mt 11,
2-2-5; cf. Lc 7, 18-23).

Este anuncio Lucas lo ha entendido como el establecimiento del reino de Dios


por la fuerza del Espíritu (Lc 4, 14-44). Las obras de Jesús en medio de los
hombres son de un modo ordinario y, por así decir, cotidiano, milagros de
curación (1).

Igualmente, para resumir la obra de Cristo en el recuerdo que les ha dejado,


san Pedro dirá simplemente: "Cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el
Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos
los oprimidos" (Hch 10. 38), y una tradición reproducida en San Mateo
descubre en esto el secreto de su destino personal como Siervo de Yahvé: "El
tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17: cf. Is
53, 4).

Jesús se manifiesta ahí no sólo como el taumaturgo revestido de1 poder de


Dios, sino en primer lugar como el médico divino "no para los sanos, sino
para los enfermos", y "para llamar no a los justos, sino a los pecadores a
penitencia" (Lc 5, 31-32 p); siervo de Dios, entregado al cumplimiento de su
plan, poniendo su poder al servicio de los hombres. Los reyes de la tierra
imponen su dominio por la fuerza, ... él, "el Hijo del hombre no ha venido
para ser servido, sino para servir y dar su vida por la redención de muchos"
(Mc 10, 42-45; Mt 20, 25-28: Lc 22, 24-28; Jn 13, 1-17).

LA BUENA NUEVA A LOS ENFERMOS

Finalmente en Lucas, igual que en Marcos y Mateo (Mc 6, 5•13; Mt 4, 3-24 y


9, 35 - 10, 8), este ministerio está íntimamente unido a la vocación de los
apóstoles y a la proclamación de las bienaventuranzas para consagrar la
misión de la Iglesia en medio de los hombres, la Buena Nueva del reino a los
pobres y a los afligidos: "Se pasó toda la noche en la oración a Dios. Cuando
se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que
llamó también apóstoles... Había una gran multitud de discípulos suyos y una
gran muchedumbre del pueblo... que habían venido para oírle y ser curados de
sus enfermedades... Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una
fuerza que sanaba a todos. [Lucas lo expresa también con las palabras: "El
poder del Señor le hacía obrar curaciones" (Lc 5, 17)] Y él, alzando los ojos
hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el
Reino de Dios" (Lc 6. 12-20).

PALABRA DE VIDA
EN MEDIO DE LA DEBILIDAD

Estos hechos y obras de Cristo son por sí mismos la Palabra de salvación que
quiere convencer a los hombres de que el poder de Dios operante en el mundo
desde el principio está desde ahora y para siempre entregado a la liberación.
Basta clamar en fe para oírse decir: ''Ten confianza, tu fe te ha salvado".

En el mismo momento en que la persona humana siente pesar sobre sí el peso


de su debilidad, esta fuerza soberana de Amor se le manifiesta para salvarla,
no por el poder o la voluntad del hombre, sino por la fuerza del Espíritu en la
debilidad de la carne. Y, en este sentido, el texto de San Mateo que resume el
ministerio de Cristo le da ya este carácter tan conmovedor, que se revelará en
toda su profundidad en el sufrimiento de Cristo: "eran nuestras dolencias las
que él llevaba... y con sus cardenales hemos sido curados" (Is 53, 4-5; cf. Mt
8, 17; IP 2, 24). Todos los autores del Nuevo Testamento han visto el
cumplimiento de esta obra en la pasión de Cristo, en que su amor compasivo
llega hasta asumir en la debilidad de la carne el dolor del hombre, para
liberarlo: "El poder de Cristo te ha creado -dice san Agustín-, su enfermedad
te ha recreado. La fuerza de Cristo ha hecho existir lo que no era, la debilidad
de Cristo ha hecho que aquello que era no pereciese. Nos ha creado por su
poder, nos ha buscado por su debilidad" (In Jo 15, 6).

Si es verdad que en San Juan las "obras" de Cristo son "signos" del misterio
que realiza, concretamente estos signos son todos signos de la Vida que está
en él desde el principio (2), y que ha venido a revelar y dar a los hombres con
abundancia (3). Y así, las curaciones, como la del paralítico (Jn 5), del ciego
de nacimiento (Jn 9) y finalmente la resurrección de Lázaro (Jn 11) son el
signo y la garantía de esta fuerza de vida "Espíritu vivificante" , "Espíritu de
Vida" (Jn 6, 63), que libera al cuerpo y al alma del poder de la muerte. Así no
son un despliegue de prodigios, ni signos en el cielo (Mc 8. 11), sino signos de
la vida y de la resurrección: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25).

CURACIÓN ES ENTRADA EN LA RESURRECCIÓN

¡Cuántas veces los evangelistas señalan este sentido del gesto de Cristo
diciendo al enfermo "Levántate", que significa de un modo bien característico
su victoria sobre la muerte (4)! No son sólo para afirmar su poder y manifestar
su divinidad, sino para revelar que en él la fuerza del Espíritu de Dios está
desde ahora entregada para siempre a la liberación del hombre. Así, cuando,
para asegurar a las generaciones futuras la presencia definitiva de su poder y
la perennidad de su obra de amor en medio de los hombres, da a los apóstoles
la misión de anunciar la venida de su reino, como él ha recibido "poder sobre
toda carne" (Jn 17, 1), "les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y
(poder) de curar los enfermos, y les envió a predicar el reino de Dios y obrar
curaciones" (Lc 9, 1-2).

Esta misión ya asociada a la de anunciar la remisión de los pecados (5), les


será confirmada para siempre por la resurrección (Mc 16, 15-20) con el poder
de perdonar los pecados (6). Ya durante la vida de Cristo en la tierra, los
apóstoles siembran por todas partes las curaciones con la Buena Nueva,
"ungiendo con aceite a los enfermos" (Mc 6, 13). Después de la resurrección,
revestidos con el poder del Espíritu (Hch 1, 8) continúan esta obra de
salvación, según el mandato del Señor (Mc 16, 15-20).

LA ACCION DE CRISTO HOY

Actualmente, el poder de Dios no ha disminuido. La Buena Nueva se dirige a


toda criatura, y el designio del Señor crece como el grano de mostaza,
mientras permanece su presencia activa en el corazón de los creyentes: "Quien
cree en mí hará las obras que yo hago, y las hará mayores" (Jn 14, 12: cf. Mt
17, 1 9; Lc.17, 6; Mc 16, 17-18).

Es en este convencimiento que la Iglesia ha continuado este ministerio de


Cristo. La comunidad de creyentes se ha hecho cargo de los enfermos, así
como de los pobres (Hch 4, 32; 2, 44-46) y los afligidos, a quienes pertenece
el reino. La cristiandad ha multiplicado los hospitales, las obras de
beneficencia y ha suscitado órdenes dedicadas al cuidado de los enfermos.
Pero sobre todo la solicitud de la Iglesia les procura con el pan de vida el
sacramento de la curación. Como en tiempo de Cristo, la virtud de Dios no
alcanza al hombre más que en la fe: "Tu fe te ha salvado": "La oración de la fe
salvará el enfermo" (St 5, 15).
LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE COMO CONDICION HUMANA

Mas esta condición forma parte de la naturaleza misma de la salvación y de la


Vida. Desde sus orígenes, el hombre vive en este mundo a la sombra de la
muerte. Paradoja de la condición humana: el hombre desde siempre sueña en
la inmortalidad, en poseer su vida. Su trabajo no tiene más que un sentido
desde el primer día de su historia: el amor de la vida; su búsqueda no tiene
más que un fin: la vida en plenitud. Y sin embargo, a pesar del éxito
maravilloso de su esfuerzo, el hombre se encuentra siempre simple mortal
aspirante a la inmortalidad.

"Hombre terrestre", su vida está, como toda vida sobre la tierra, marcada por
el nacimiento, la lucha, el sufrimiento y la muerte. La vida nadie se la da, y no
está en poder del hombre el apropiársela. El accidente más absurdo puede
arrebatársela. En cada momento se le escapa; y no puede asegurar el mañana:
?"Esta misma noche se te pedirá tu alma".

La vida en este mundo está no solamente amenazada en todo momento, sino


que está, desde su origen, encaminada hacia la muerte. Así, cotidianamente,
en la muerte, el hombre se enfrenta ante el misterio de la vida. Lo que es lo
más íntimo, lo más personal y lo más querido, la perla preciosa, el tesoro
escondido al que lo sacrifica todo, no está en su poder el apropiárselo o
poseerlo: nadie puede darse la vida o devolvérsela a sí mismo, ni por si mismo
salvarla: "¿Qué dará el hombre en cambio de su vida?" (Mt 16, 26: "Quien
quiera salvar su alma, la perderá" (Mt 16, 25).

Es esto mismo lo que manifiesta su precio. La vida no puede ser para el


hombre el bien más precioso y el más puro, sino, porque es justamente y a
condición de que lo sea siempre, lo que es imposible para el hombre.

LA VERDADERA SALUD

La experiencia de los siglos, progresivamente desarrollada en la filosofía


religiosa de la humanidad, ha encontrado aquí su expresión más alta en la
convicción de fe: la vida, la vida en plenitud que el hombre desea de todo
corazón, que desea y que busca como la fuente y el culmen de todos sus
bienes, es Dios, el Viviente, el Inmortal, el Dios vivo y "Dios de los
vivientes"; para el hombre, la vida es el don de Dios: "En ti está la fuente de la
vida (Sal 35, 10); "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo" (Sal 41, 3).

De este modo, lo que el hombre considera más precioso, más personal, no


puede ser para él sino un bien prestado, un tesoro que lleva en un vaso frágil,
pero por esto mismo ya la revelación y la presencia en él del "Dios más íntimo
a mí que yo mismo". Y así, cuando el hombre enfermo dirigiéndose al médico
le pide que le devuelva la salud, que le salve la vida, el médico, como el sabio,
lo sabe igual que el paciente, no es más que el servidor de un poder que se le
escapa siempre, llamado también él a ser el servidor de Dios.

Y precisamente ahí donde el hombre, "después de haber acabado todos sus


bienes" (Lc 8, 44), debe confesar su impotencia, viene Cristo, "el Autor de la
Vida", venido no para los sanos, sino para los enfermos. Lo que ofrece, lo que
da gratuitamente es una vida nueva, la vida en plenitud, la vida para siempre:
?"Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10);
la vida no se alcanza sino por una resurrección y un nuevo nacimiento: "En él
estaba la Vida".

LA FE, PUERTA DE LA VERDADERA VIDA

Pero esto sólo el creyente lo sabe, y por esto, esta vida, sólo la fe puede
alcanzada: "La Vida ha sido manifestada... para que creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y que creyendo tengáis la Vida en su nombre" (1 Jn 1,
2; Jn 20, 31).

El médico sabe por experiencia cuán necesaria es la confianza del enfermo en


su curación. Pero aquí se trata de una fe que nada puede defraudar, que
encuentra su apoyo en la fuerza soberana del Amor que se da. "Por la fe" nos
es concedido el "gloriarnos en la esperanza de la gloria divina. Más aún, nos
gloriamos hasta en nuestras tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce
la constancia, la constancia la virtud probada, la virtud probada, la esperanza.
Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 1-5).

La fe que salva es en el hombre esta voluntad soberana que, movida por la


convicción íntima del amor de Dios, autor de la vida, la pone completamente
en manos del Dios vivo, para encontrarla de nuevo en él: "Quien pierda su
vida por mí, la salvará" (Lc 9, 24); "Yo doy mi vida para tomarla de nuevo,
por esto el Padre me ama" (Jn 10, 17); "Yo soy el camino, la verdad y la vida"
(Jn 14, 6). Cristo, en su muerte y resurrección, es el camino único de la vida
en este instante único y eterno en que la vida se convierte para el hombre en el
acto más personal y más libre que exista por el don de su vida a Dios,
consagración perfecta de su libertad.

NOTAS

(1) A parte de los numerosos relatos de curaciones que constituyen el


trasfondo del Evangelio, he aquí los principales pasajes en que el ministerio
de curación ejercido por Cristo es presentado como su actividad ordinaria y
constante: Mt 4, 23-24; 8, 16; 9, 35; 10, 1-8; 12, 15-21; Mc 1, 32-39; 3, 7-15;
6, 6-13; Lc 4, 40-41; 5, 15-17; 6, 17-20; 7, 18-23; 9, 1-11; 10,1-9.
(2) Cf. 1 Jn 1, 1-2; Jn 1, 1-4; 5, 26; 11, 25.

(3) Cf. 1Jn 1, 2; Jn 10, 10; 17, 2; 5, 14-16; c. 6; c. l 1

(4) El verbo egeiro (St 5, 15) tiene como sentido usual: despertar (del sueño):
Mt 8, 25; Hch 12, 7. En pasiva: Mt 1, 24; 25, 7; Mc 4, 27.
- Hacer levantar, particularmente a un enfermo, lo que ordinariamente quiere
significar su curación: Hch 3, 7; Mc 1, 31; 9, 27; Hch 10, 26; Mt 12, 11;
pasivo: Mt 8, 15; 9, 7.
- Designa las más de las veces la resurrección de los muertos, y
principalmente la de Cristo: Jn 12, 1.17; ?Hch 3, 15; 4, 10; 13, 30; Rm 4, 24;
8, 11; 10, 9; Ga 1, 1; Ef 1, 20; CI 2, 12; 1 Ts 1, 10; Hb 11, 19; IP l, 21. Pasivo
o intransitivo: Rm 6, 4-9; 8, 34: l Co 15, 12.20; 2Tm 2, 8; Mt 14, 2; 27, 64;
28, 7; Mc 6, 16; 12, 26; 14, 28,etc.

(5) Cf. Mc 6, 12-13; Mt 9, 1-14; Jn 5, 14; 9, 35.

(6) Mt 28, 18; Lc 24, 46-49; Jn 20, 22-23; Mc 16, 16-20.

DE LA TRADICIÓN ESPIRITUAL
CRISTIANA
EL VERDADERO Y EL FALSO
PROFETA
El fragmento que reproducimos a continuación está tomado de un escrito del
siglo II conocido como El Pastor, de Hermas. Fue uno de los libros más
universalmente estimados de la antigüedad cristiana, hasta el punto de que
por algún tiempo se dudó si no pertenecería al canon de las Sagradas
Escrituras, cayendo después en el olvido, hasta ser re-descubierto en el siglo
pasado.

DISCERNIMIENTO DE ESPIRITUS

7. -Entonces, señor, le dije, ¿cómo se conocerá quién es verdadero y quién


falso profeta?
-Escucha -me contestó- acerca de uno y otro profeta. Y conforme te voy a
decir, así examinarás al verdadero y al falso profeta. Al hombre que afirma
tener el Espíritu divino, examínale por su vida.
8. Ante todo, el hombre que tiene el Espíritu divino, el que viene de arriba, es
manso, tranquilo y humilde; vive alejado de toda maldad y de todo deseo vano
de este siglo; se hace a sí mismo el más pobre de todos los hombres; no
responde palabra a nadie por ser preguntado; no habla a sombra de tejado; ni
cuando el hombre quiere, habla el Espíritu Santo, sino entonces habla, cuando
quiere Dios que hable.

9. Ahora bien, cuando un hombre, poseído del Espíritu divino, llega a una
reunión de hombres justos que tienen fe en el Espíritu divino, y en aquella
reunión de hombres justos se hace una súplica a Dios, entonces el ángel del
espíritu profético, que está junto a él, hinche a aquel hombre y así, henchido
del Espíritu Santo, habla en hombre a la muchedumbre conforme lo quiere el
Señor.

10. De este modo, pues, se pondrá de manifiesto el espíritu de la divinidad. Y


ahí has de ver cuán grande sea la virtud del Señor en orden al espíritu de la
divinidad.

11. Escucha ahora -continuó diciéndome- las señales del espíritu terreno y
vacuo que no tiene virtud alguna, sino que es necio.

12. En primer lugar, el hombre que aparenta tener espíritu, se exalta a sí


mismo, quiere ocupar los primeros puestos; se hace en seguida desvergonzado
y charlatán; vive entre toda clase de deleites y en muchos otros engaños;
recibe paga por sus profecías, y si no se le paga, no profetiza,

¿Conque es posible que un Espíritu divino profetice a jornal? No, no cabe que
así obre un profeta de Dios, sino que el espíritu de tales profetas es terreno.

13. En segundo lugar, el falso profeta no se acerca para nada a reunión alguna
de hombres justos, sino que huye de ellos. En cambio, anda pegado a los
vacilantes y vacuos, les echa sus profecías por los rincones y los embauca,
hablándoles en todo conforme a lo que ellos desean vacuamente. Y es que, en
efecto, a gente vacua responde. Un vaso vacío, chocando con otro vacío, no se
rompe, sino que resuenan uno con otro.

14. Mas si sucede que el falso profeta se presenta a una reunión llena de
hombres justos, que tienen el espíritu de la divinidad, y tratan de dirigir una
súplica a Dios, entonces el hombre se queda vacío, y el espíritu terreno, de
puro miedo, huye de él, y el hombre se queda mudo y se hace añicos y no es
capaz de soltar una palabra.

15. Al modo que si almacenas en tu bodega vino o aceite, y allí, entre las
tinajas llenas pones un cántaro vacío, luego, cuando quieras desocupar la
bodega, hallarás vacío el cántaro que pusiste vacío; así estos profetas vacuos,
cuando llegan a los espíritus de los justos, cuales vinieron, tales son hallados.

16. Ahí tienes la vida de uno y otro linaje de profetas. Así, pues, por sus obras
y por su vida has de examinar al hombre que se dice a sí mismo portador del
Espíritu.

17. Por tu parte, cree al espíritu que viene de Dios y tiene poder; mas al
espíritu terreno y vacío no le creas en nada, pues no hay en él fuerza alguna,
puesto que procede del diablo.

DONDE ESTÁ LA IGLESIA ALLÍ


ESTÁ TAMBIÉN EL ESPÍRITU.
La predicación de la Iglesia presenta en todos sus puntos una inquebrantable
solidez; permanece idéntica a sí misma y goza del testimonio de los profetas,
de los apóstoles y de todos sus discípulos, testimonio que engloba "el
principio, el medio y el fin", es decir, la totalidad del plan de salvación de
Dios y de su acción infaliblemente ordenada a la salvación del hombre para
fundamentar nuestra fe.

Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la conservamos con esmero, porque


sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como algo de gran valor
guardado en una vasija excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer a la misma
vasija que lo contiene.

Porque es a la misma Iglesia a quien se le ha confiado el "Don de Dios" (Jn 4,


10) como el aliento a la obra modelada (Gn 2, 7), para que todos los miembros
puedan formar parte de ella y ser así vivificados: es en ella que ha sido
depositada la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo, arras de la
incorruptibilidad (Ef 1, 14; 2 Co 1, 22), confirmación de nuestra fe (Col 2, 7)
y escalera de nuestra ascensión hacia Dios (Gn 18, 12), porque "en la Iglesia,
dice la Escritura, Dios ha colocado apóstoles, profetas y doctores" (1 CO 12,
28) y toda la restante obra del Espíritu (1Co 12, 11).

De este Espíritu se excluyen, por lo tanto, todos los que, rechazando el acudir
a la Iglesia, se privan ellos mismos de la vida, por sus doctrinas falsas y sus
acciones perversas. Porque allí donde está la Iglesia, allí también está el
Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda
gracia. Y el Espíritu de Dios es la Verdad (I Jn 5, 6).

Por esto los que se excluyen de él no se alimentan tampoco de los pechos de


su Madre para tener vida, y no tienen parte en la fuente límpida que brota del
Cuerpo de Cristo (Ap 22, 1; Jn 7, 37-38), sino que "se excavan cisternas rotas"
(Jr 2, 13) hechas de fosas de tierra, y beben el agua fétida allí estancada:
huyen de la fe de la Iglesia por miedo a ser desenmascarados, y rechazan el
Espíritu para no ser instruidos. Hechos extranjeros a la verdad, necesariamente
se revuelven en el error y son zarandeados por él, piensan de forma distinta
sobre las mismas cosas, según el momento y nunca tienen una doctrina
firmemente establecida, porque quieren ser sofistas de las palabras más que
discípulos de la Verdad. Porque no están fundados sobre la Roca única, sino
sobre la arena (Mt 7, 24-27), una arena que está llena de piedras.

SAN IRENEO DE LYON, Contra las herejías III, 24, 1-2

35 - SEMINARIO DE VIDA EN EL ESPIRITU –I

UN INSTRUMENTO DE
EVANGELIZACIÓN

I .- El Seminario de la vida en el Espíritu, o de las siete semanas, como


también se le conoce, simplemente es un plan de catequesis para adultos.

Los resultados y la experiencia acumulada, después de llevar impartiendo


su enseñanza durante una década de años en más de un centenar de países
de entre los cinco continentes, demuestran que es un extraordinario medio
de evangelización y de conversión cristiana, tanto para "los que están lejos"
como para el cristiano que aspira a una renovación espiritual.

Para nosotros es la mejor iniciación a la vida del Espíritu, tal como se vive
en la R.C., como preparación para llegar a una nueva efusión del Espíritu.

II.- El objetivo que se propone es el de llevar al cristiano, a través de un


itinerario de interiorización de la Palabra y de conversión profunda, hasta
un encuentro personal con el Señor Resucitado, que derrama sobre nosotros
el Espíritu Santo prometido. O, lo que es lo mismo, trata de conducirnos a
una experiencia del Espíritu de Cristo Jesús, Salvador y Señor,
actualizando los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, de forma
que el participante llegue a un compromiso cristiano y a su integración
como miembro activo en una comunidad.
III.- Su método no consiste en ofrecernos una nueva religión, ni tampoco
una catequesis completa de adultos, sino la substancia del mensaje
cristiano.

Nos presenta, pues, el núcleo de la predicación cristiana, es decir, unas


verdades bíblicas fundamentales, que forman el kerygma cristiano,
centrando toda su enseñanza en Jesús que es la Buena Nueva y el objeto
fundamental de la evangelización. No es solamente un cuerpo de doctrina,
mucho menos un conjunto de verdades abstractas. Nos presenta a Cristo
como la Buena Nueva, el don del Padre a cada uno de nosotros.

IV.- Los elementos de que se vale son la enseñanza, que siempre será
bíblica, la oración espontánea y en la que todos participan, el testimonio de
las maravillas del Señor en nuestras vidas, y el compartir espiritual, en
apertura y comunicación. Todo esto es vivido en el seno de, y a partir de,
una comunidad viva, que invocando la acción del Espíritu de Pentecostés,
acompaña solícita a cada uno de los participantes.

V.- Una vez haya completado esta etapa del seminario, el cristiano ya
integrado en una comunidad cristiana, carismática o como la queramos
llamar, ha de ir recorriendo un largo camino de progresiva formación para
aprender a ser auténtico discípulo de Jesús y hombre maduro en la fe. La
vida del Espíritu que de forma más intensa habrá de vivir en los
sacramentos y en la oración tanto individual como comunitaria, le
capacitarán para el testimonio cristiano y para una acción evangelizadora.

SUGERENCIAS PRÁCTICAS
PARA EL DESARROLLO DEL
SEMINARIO

EL EQUIPO

El Seminario se da en nombre de la comunidad.

Para resaltar más este hecho y por su exigencia práctica siempre se nombra un
equipo de hermanos que estará formado por un coordinador, los catequistas y
los animadores o acompañantes.

Entre todos ellos debe reinar desde el primer momento, y durante todo el
tiempo que dura el Seminario, una gran armonía y unidad. Para esto es
necesario que todo el equipo tenga una reunión al menos antes de que llegue
el día de empezar el Seminario, en la que se prepare entre todos y se estudie
un poco la situación de las personas que se han inscrito.

Cada día, antes de empezar, deberían orar todos juntos, como preparación y
para encomendarlo todo al Señor.

Después de que haya concluido el Seminario convendrá hacer alguna


evaluación y revisión de todo su desarrollo.

El coordinador es el que lleva la máxima responsabilidad y ha de procurar


estar en todos los detalles, supervisando principalmente la exposición del tema
de cada día, el ritmo a seguir en cada sesión y la evolución que va
experimentando cada uno de los hermanos que lo reciben.

Los catequistas deben llevar muy preparado el tema que han de exponer,
procurando llegar a una comprensión clara de cada uno de los puntos que han
de desarrollar y al mismo tiempo tener una vivencia personal del tema.

Cada catequista debe tener muy en cuenta que va a transmitir un mensaje de


salvación, que es portavoz del Señor, y que por tanto no va a predicarse a sí
mismo.

Debe ser hombre de mucha oración para que su palabra no resuene como algo
vacío sin vida ni contenido. Debe prepararse con la oración y el estudio, pues
tiene el privilegio de actuar como instrumento de Cristo que mandó predicar el
Evangelio a toda criatura para hacer discípulos y contribuir a que otros
acepten el mensaje.

Al exponer el tema debe transmitir una vivencia profunda y un gran


testimonio de entrega al Señor.

Los acompañantes son animadores de la oración y colaboradores en la acogida


y la atención que hay que prestar a todos los que vienen a hacer el Seminario.
Ellos también han de predicar con el testimonio. Entre estos deben figurar
algunos del ministerio de música.

DURACION

Si el Seminario de la Vida en el Espíritu se conoce también como el


Seminario de las siete semanas, esto no quiere decir que solamente deba durar
siete semanas. Se puede prolongar por más tiempo.
Dada su importancia y extensión, algunos de los temas se prestan a ser
desarrollados en más de una catequesis, y, tal como los presentamos aquí, se
puede exponer cada uno de ellos en una sola o en varias sesiones.

El prolongado a más de siete semanas tiene la ventaja de alargar su duración


en beneficio de una más fácil asimilación y mayor tiempo de preparación,
sobre todo cuando los que reciben el Seminario no tienen una formación
religiosa profunda.

COMO HAY QUE PRESENTAR LOS TEMAS

Ante todo hay que tener en cuenta que el catequista no puede ser un novato,
pues el Seminario no es un lugar de experimentación ni de entrenamiento.
Para catequista no vale cualquiera, aunque lleve muchos años en la
Renovación.

El catequista no puede ir con miedo o inseguridad, pues su palabra no


despertará respuesta ni confianza en el oyente.

No se trata de dar unas charlas en plan académico, ni de hacer gala de


erudición. Mucho menos, hablar para agradar.

El catequista al impartir la enseñanza debe predicar con toda su persona, con


gran unción de Espíritu. Lo que él diga debe llevar una gran dosis de vivencia
profunda. Y para esto tengamos presente que no vamos a presentar unas
verdades, sino vida, una vida para ser vivida, como un plan amoroso de Dios
para cada uno de nosotros, y la respuesta que le vamos a dar. Es transmisión
de un mensaje de salvación.

Hay que llevar una buena preparación y dominar muy bien el tema que se va a
exponer. El catequista tiene que haber logrado una clara comprensión de la
materia y haber asimilado muy bien el esquema y los diversos puntos en que
tiene que desglosar el tema, de forma que a los oyentes se les quede
prácticamente aprendido el tema.

En la exposición no hay que buscar decir muchas cosas. No perder el tiempo


en introducciones. Evitar palabras técnicas y expresiones con las que estamos
familiarizados en la R.C., pero que para los nuevos pueden resultar chocantes
o ininteligibles. Hay que ir al grano resaltando y recalcando los puntos
esenciales, midiendo muy bien el tiempo de que disponemos. Lo que hay que
decir es algo muy concreto: unas verdades muy fundamentales y muy claras.

Al terminar la exposición hay que resumir en pocas palabras todo el tema,


para que quede muy bien asimilado.
Puesto que toda la enseñanza ha de ser bíblica, el catequista debe hablar
siempre
con la Biblia abierta y a partir de la Biblia, lo cual ya es en sí otra enseñanza
que se transmite. Esto no quiere decir que tenga que acumular citas bíblicas o
limitarse a hacer exégesis. Más que leer muchos textos, con lo cual el oyente
se puede perder y no saber a qué atenerse, es mejor dar un pasaje fundamental
para cada punto.

Las citas bíblicas que van en cursivas se han de leer siempre por la Biblia,
nunca por los apuntes o por el manual. Cada uno de los participantes debe
llevar desde el primer día su Biblia, y en cada sesión se debería dar una
pequeña instrucción sobre el manejo de la Biblia.

Los acompañantes deben ayudar a los nuevos a encontrar las citas.

Después de la exposición puede haber un diálogo para pedir aclaraciones,


hacer preguntas y escuchar algún testimonio. A las preguntas debe responder
solamente el catequista o el coordinador.

Cada día hay que hacer ver la ligazón del tema con los precedentes, así como
las consecuencias y exigencias a donde nos lleva.

EL MENSAJE Y SU ESQUEMA

La primera parte, o semanas 1, 2 y 3, nos presenta el kerygrama cristiano. Los


temas se distribuyen de la siguiente manera:

1) El Amor de Dios
a) manifestado en su Hijo Jesucristo
b) y en la salvación que por El recibimos.

2) - Reconocimiento de Jesús, muerto y resucitado, como Señor.

3) - La conversión a Jesús
a) por el arrepentimiento
b) por la curación interior.

Toda esta parte podríamos resumirla en el siguiente enunciado fundamental:


Dios Padre nos ha amado siempre en su Hijo, Salvador y Señor nuestro, y nos
llama a compartir con El su vida divina por el don de su Espíritu Santo.

Este mensaje es la piedra angular de las demás verdades de la vida cristiana y


constituye el contenido esencial de la Buena Nueva.
Más que una teoría o un conjunto de principios, tratamos de presentar un
acontecimiento: que Dios nos ama y nos salva a través de Cristo.

La segunda parte, o semanas 4, 5, 6 Y 7, nos presentan la obra del Espíritu de


Jesús resucitado en nosotros:

4 - - La Promesa del Padre


a) Pentecostés y transformación de los primeros discípulos
b) nuestra acogida al Espíritu. Una nueva efusión.

5.- El fruto de Pentecostés: la Comunidad cristiana.

6.- Los dones para la construcción de la Comunidad cristiana

7,- Crecimiento en la vida del Espíritu


a) Oración, sacramentos y lectura de la Sgda. Escritura
b) Vida comunitaria
c) Testimonio y compromiso cristiano.

LA SESION DE CADA DIA

Procurar que ninguno de los participantes se salte alguna semana o se sume al


Seminario habiendo omitido algunos de los temas precedentes.

El primer día hay que procurar que cada uno de los participantes se presente y
diga algo de sí mismo, con qué inquietud viene, algo de su vida, de forma que
cuanto antes, se llegue a crear una atmósfera de familiaridad y de hermanos
que facilite el compartir espiritual. Ese día conviene también hacer una
presentación general de la R.C., de lo que es el Seminario y cómo va a
discurrir.

Cada día se empezará haciendo oración durante un cuarto de hora, al menos.


A continuación se expone el tema, resumiendo antes el tema del día anterior.
En el diálogo que sigue después es de desear que todos los nuevos participen.
Algún día se pueden formar grupos para dialogar sobre el tema, de acuerdo
con algunas preguntas que haya planteado el catequista.

Cada día puede haber un testimonio importante de algún hermano antiguo al


que se haya invitado. Unas veces será un testimonio que confirme e ilustre la
enseñanza, y otras veces que haga descubrir lo que significa haber empezado
una vida de relación profunda con el Señor. El que da el testimonio evite el
predicarse a sí mismo, evite el triunfalismo o el exagerar ni lo bueno ni lo
malo. Proclame la grandeza, el amor y la misericordia del Señor, y sea
sencillo, humilde y breve.
PRIMERA SEMANA
El Amor de Dios
INTRODUCCION

"El Dios del amor" (2Co 13, 11), desde el origen de la humanidad, busca
compartir con el hombre su propia vida y damos a conocer su poder y amor.

Dios empezó enseguida a revelarnos un misterio de salvación para el hombre,


que Israel fue acogiendo a través de la fe y del diálogo con Yahveh. Es así
como Dios nos ha revelado también su propia vida divina. Si Dios nos habla
es porque quiere darnos a conocer su plan de salvación, diciéndonos, más que
lo que Él es en sí, lo que El significa para nosotros.

Dios se nos ha manifestado, pues, más con hechos que con palabras o, mejor
dicho, por gestos y acciones salvadoras.

Es así como toda la Revelación, toda la historia de este plan de salvación que
Dios empieza a realizar desde los comienzos de la humanidad, nos conduce a
una conclusión que lo resume todo: DIOS ES AMOR (J Jn 4, 8.16).

I.- El amor de Dios manifestado en su Hijo Jesucristo


OBJETIVO: Con este tema tratamos de descubrir el amor que Dios nos tiene
para empezar a bendecirle y alabarle.

1.- Nuestro corazón y todo nuestro ser presienten que hay algo muy superior a
todo lo que conocemos de este mundo, a lo cual estamos destinados. La
necesidad que hay en todo ser humano de amar y ser amado es una expresión
de la meta a la que Dios nos ha destinado.

La historia de cada uno de nosotros, desde que fuimos concebidos en el seno


materno pasando por nuestra infancia, la educación que hemos recibido,
nuestra vocación personal y hasta las pruebas y sufrimientos que hayamos
vivido, todo nos habla de una providencia y amor muy personal de Dios,
como si sintiéramos que nos dirige la misma frase que al profeta Jeremías:
"Con amor eterno te he amado" (Jr 31 ,3).

Lo que Dios dice de su pueblo en el profeta Oseas, el amor de Dios como


causa de la elección de Israel, es nuestra misma historia:
"Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más
los llamaba, más se alejaban de mí: ... Yo enseñé a Efraím a caminar,
tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos.
Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como
los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de
comer" (Os 11, 14).

El deseo ardiente de Dios es que cada uno lleguemos a ser plenamente aquello
para lo que El nos ha destinado: felices compartiendo su misma vida. Llegar a
ser yo mismo es llegar a realizar en mí el plan de Dios, el plan que desde antes
de la ?creación ya Dios se había trazado:

"Nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en


Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para
ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de
antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el
beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que
nos agració en el Amado"(Ef 1, 3-6)

2. - Por su gracia divina y su gran misericordia, sin ningún mérito de nuestra


parte, un día fuimos introducidos en la fe de la Iglesia y al recibir el Bautismo
empezamos a compartir la vida de Dios y algo del esplendor de la gloria
venidera.

El nos atrae siempre "con lazos de amor". Si el hombre busca acercarse a Dios
no es por simple sentimiento o necesidad psicológica, como quieren
interpretar algunos psicólogos, sino para responder a la llamada del amor que
Dios constantemente nos lanza y que de muchas maneras podemos percibir.

Cuando a la palabra de Dios responde la palabra del hombre, y al amor de


Dios el amor del hombre, es cuando éste entra en la verdadera comunión
personal con su Creador.

Todo lo que Dios busca es atraernos hacia Sí para comunicarnos su misma


Vida. Por esto Dios es "el Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5, 45), que "da cosas buenas a los
que se las piden" (Mt 7, 11), que "es compasivo (Lc 6, 36), "Dios
misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que
mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el
pecado" (Ex 34, 6-7).

3.- Y este amor ha sido siempre gratuito, sin que preceda ningún mérito de mi
parte, como fue el amor de Dios para su pueblo elegido: "No porque seáis el
más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os
ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el
amor que os tiene ... Has de saber, pues, que Yahveh, tu Dios es el Dios
verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a
todos los que le aman y guardan sus mandamientos" (Dt 7, 7-9).

El hombre alcanza toda su dignidad de persona humana cuando llega a


responder a este amor. Todo el Antiguo Testamento nos insiste en que Dios no
mira tanto las acciones exteriores, la oración de los labios o los sacrificios
externos como el corazón del hombre. Lo que Dios, por tanto, quiere de
nosotros es nuestro corazón. "Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos
hallen deleite en mis caminos" (Pr 23, 26).

AL ENVIARNOS A SU PROPIO HIJO DIOS NOS LO DIO TODO

"Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea
en El no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su
Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por
él"(Jn 3, 16-l7).

"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo
a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos
envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (I Jn 4, 9-11). "Él
nos amó primero" (4, 19).

El amor de Dios se ha manifestado en la Encarnación de su Hijo. La venida de


su Hijo al mundo es una donación de Dios, pues Dios nos da lo mejor y nos
dice: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3, 17).

La venida de Jesús al mundo es la forma más clara y radiante como Dios se da


a conocer y sale al encuentro del hombre. Jesús viviendo como Dios y como
hombre en medio de nosotros es la máxima expresión del diálogo de amor
entre Dios y el hombre.

Pero Cristo no es solamente la presencia de Dios entre nosotros, el


"Emmanuel". Nos trae el Reino de los Cielos y nos lleva al Padre: estas son
las dos ideas centrales de todo su mensaje.

El Reino de los Cielos nos llega por El, y El mismo es, para los que le acogen
por la fe, el Reino. De todas las parábolas que empleó para hacernos
comprender lo que es el reino, la más expresiva es la parábola del banquete de
bodas, la cual nos resume la historia de Dios con los hombres en la que El
busca compartir su vida divina y revelarnos su bondad y amor. ..

Este banquete de bodas alcanza su plena realización en la Nueva Alianza con


la humanidad que Dios sellará con la sangre de su Hijo, Alianza por la que Él
se compromete a ser nuestro Padre y darnos abundantemente su vida, a vivir
El en nosotros y nosotros en El, y después, como herencia, la plena posesión
del Reino de los Cielos, con tal que aceptemos a su propio Hijo como
Salvador y Señor de nuestras vidas.

Es así como el hombre puede llegar a la plena felicidad, al convertirse en hijo


de Dios por la salvación que alcanza en Jesucristo, en el cual somos redimidos
y salvados y tenemos "libre acceso al Padre" (Ef 2, 18). Es la forma como
Jesús cumple su promesa: "El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea
en mí, no tendrá nunca sed" (Jn 6, 34).

Es en Cristo donde conocemos a Dios de verdad. Él nos revela lo que es Dios


y lo que han de ser nuestras relaciones con El. Cristo es "imagen de Dios
invisible" (Col 1, 15), "resplandor de su gloria e impronta de su sustancia"
(Hb 1, 3).

JESUS NOS DIO LA PRUEBA SUPREMA DEL AMOR DE DIOS

Al empezar a describir la última Cena de Jesús con sus discípulos, el


evangelista Juan nos presenta el lavatorio de los pies y nos dice de Jesús:
"Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo" (Jn 13, 1).

En el final de la cena Jesús se desahoga con sus discípulos y manifiesta:

"Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en


mi amor... Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo
sea colmado... Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he
llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a
conocer... “(Jn 15, 9-15).

Y en el pasaje en el que Jesús se presenta como el Buen ?Pastor que da su


vida por sus ovejas nos ofrece la misma idea:

"Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo.
Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y
poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi
Padre" (Jn 10, 17-18).
"Me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga 2, 20).

La Pasión y Muerte de Jesús, Hijo de Dios, como grano de trigo que cae en
tierra para morir y dar fruto (Jn 12, 24), como cordero sin defecto ni mancha,
es la medida del Amor, y también la victoria del Amor.
El quiso aceptar el tormento de la Cruz, y entregándose se sometió a la muerte
y a una muerte de Cruz (Flp 2, 8), hasta el punto de no parecer ya hombre ni
tener aspecto humano. Es así como fue "el testigo fiel" (Ap 1, 5) de la Verdad
y del Amor de Dios.

Dios en su Hijo nos ha dado testimonio del Amor con sus palabras, pero sobre
todo con su sangre: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8), "a quien no
conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser
justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).

"Como yo os he amado" (Jn 13, 34): he ahí hasta dónde puede llegar el gran
Amor de Dios.

CONCLUSION

Señor, Tú has querido revelarnos la profundidad de tu amor divino por medio


de tu Hijo. El nos manifestó los secretos de tu amor de Padre. Él nos enseñó
que debemos asemejarnos a tí en el Amor (Mt 5, 48). Que tu Espíritu me
ayude a penetrar en el primer mandamiento que nos diste: "Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Estas
palabras que yo te confío las guardarás escritas en tu corazón" (Dt 6, 5-6).

Textos para meditar en la semana:


1. - Os 11, 14
2.- Mt 6, 25-34
3. - Rm 8, 31-39
4.- Dt 7, 6-13

5.- Sal 25, 1-22


6.- Sal 27, 1-14

7.- Si 43, 27-33

II.- El amor de Dios en el plan de salvación


OBJETIVO: Recibir con fe la salvación que Dios me ofrece en su Hijo y
llegar a sentirme salvado.

La salvación que recibimos de Dios a través de su Hijo es una prueba, aún


más personal, del amor de Dios. En sus designios eternos Dios, "que quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad"
(1 Tm 2, 4), concibió un plan de salvación que su Hijo llevó a término.

Jesús vino al mundo "para que el mundo se salve por El" (Jn 3, 17). Su mismo
nombre significa "Yahveh salva", y "no hay bajo el cielo otro nombre dado a
los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12).

A) JESUS VINO PARA SALVAR AL MUNDO

"Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor"


(Lc 2, 11): fue el mensaje venido del cielo al aparecer el Hijo de Dios en
medio de nosotros.

En su vida de ministerio procuraría Jesús aprovechar todas las ocasiones


posibles para recalcar su misión salvadora: "El Hijo del hombre ha venido a
buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 9-10), "no he venido para
juzgar al mundo, sino para salvar al mundo" (Jn 12,47).

Él es la única puerta de salvación (Jn 10, 9).

Leyendo atentamente el Evangelio llegamos a concluir que la misión principal


de Jesús, como Hijo de Dios venido al mundo, es la salvación de los hombres.
En su predicación expresa de diversas maneras en qué consiste la salvación y
cómo se ofrece a todos, aun a los más alejados de la casa del Padre.

Los Evangelios subrayan desde la infancia de Jesús su función salvadora,


como ya estaba anunciado en toda la Escritura; "Todos verán la salvación de
Dios" (Lc 3,6), y de forma detallada nos van presentando el desarrollo y la
manifestación de esta salvación, que en la Cruz y en la Resurrección tuvo su
punto culminante.

Cuando nosotros escuchamos hoy este mensaje del Evangelio a través de la


Iglesia, que nos lo trasmite fielmente, recibimos lo que para todos los hombres
es "palabra de salvación" (Hch 13, 26), y podemos nosotros también afirmar
con S. Pablo: "Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación:
Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy
yo" (1 Tm 1, 15).

B) ¿COMO ES LA SALVACION QUE OFRECE?

1.- La salvación que Jesús me ofrece es actual, para mí en concreto aquí y


ahora, para hoy, para mañana y para siempre. No es solamente para después
de la muerte. Él quiere que me sienta salvado todos los días de mi vida: "ahora
es el día de la salvación" (2 Co 6, 2). Si yo le dejo entrar en mi mundo, en mis
problemas y negocios, en mi casa, escucharé con gozo que me dice: "Hoy ha
llegado la salvación a esta casa" (Lc 19,9).

2.-- Si bien ya es aquí y ahora cuando El "me salva, me saca de las garras del
abismo y me lleva consigo" (Sal 49, 16), sin embargo mi salvación no alcanza
toda su plenitud y consumación hasta que no haya llegado a la casa del Padre
y obtenga la herencia de los santos y "la gloria del reino preparado", desde la
creación del mundo, para los que se salvan (Mt 25,34).

3.-- No procede hablar solamente de la salvación de mi alma, sino de todo mi


ser, de toda mi persona. La salvación es algo global que afecta a todas las
áreas de mi persona, y por tanto también a mi cuerpo, en el que siempre se da
una manifestación de cuanto ocurre en mi espíritu, para llegar un día a
resucitar como incorrupción, gloria, fortaleza y "cuerpo espiritual" (1 Co 15,
42-44).

4.- No soy yo el que me salvo. El Señor es el autor de la salvación y es El, el


que me salva de una forma gratuita, sin que yo haya merecido nada de mi
parte, "y si es por gracia, ya no lo es por las obras; de otro modo, la gracia no
sería ya gracia" (Rm 11, 6).

Cada día tengo que dar gracias a Dios por esta salvación que recibo con tanta
misericordia y amor. Un dÍa espero yo también unirme al canto de alabanza de
los elegidos: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y
del Cordero" (Ap 6. 10).

5. - A mí me corresponde disponerme, apartándome del pecado y


convirtiéndome al Señor, y como un pobre, como un enfermo, como un niño,
acoger por la fe en Jesucristo el don que graciosa y abundantemente me ofrece
la misericordia amorosa del Padre. La fe es el principio de mi salvación y el
fundamento de mi justificación ante Dios, pues "el justo vivirá por la fe" (Ga
3, 11).

6.- Esta fe no es sólo asentimiento intelectual, sino un SI total de todo mi ser a


Cristo Salvador, una acogida de su palabra y de su persona, lo cual supone un
rendirme a Él, que así me libera y quiere conservarme sano y salvo para el día
de la resurrección. No es tampoco una simple creencia o una vaga persuasión,
es un creer con la inteligencia y también con el corazón (Rm 10, 10), lo cual
implica mi incorporación por el Bautismo a Cristo, Verdad y Vida, y el que yo
empiece a vivir en El y por El. Es así como por la fe habita Cristo en mi
corazón (Ef 3, 17), y también por la fe recibo "el Espíritu de la Promesa" (Ga
3, 14), las "arras" puestas en mi corazón de la herencia prometida (2 Co 1, 22
y 5, 5).
C) ¿EN QUE CONSISTE ESTA SALVACION?

1. -. La salvación que Jesús nos trae es:

-un pasar de la muerte a la vida. Jesús nos dice: "El que escucha mi Palabra y
cree en el que me ha enviado tiene vida eterna, y no incurre en juicio, sino que
ha pasado de la muerte a la vida" (Jn 5,24);

-pasar de las tinieblas a la Luz. "Yo, la luz, he venido al mundo para que todo
el que crea en mí no siga en tinieblas" (Jn 12,46);

-pasar de la situación de esclavo y de ruptura con Dios, con los demás y


consigo mismo, a un estado de armonía y comunión consigo mismo, con los
demás y con Dios, como verdadero hijo de Dios;

-pasar de la tristeza, ruina y desesperación al gozo, paz y esperanza plenas.

2.-- Es esencialmente una liberación:


-del poder de Satanás,
-del pecado,
-de la muerte.

a) El poder de Satanás, el maligno, el señor de la muerte o el acusador, como


le llama la Escritura, que se opone a Dios y a la salvación de los hombres,
sufrió su gran derrota con la muerte de Jesús en la Cruz. Esta victoria de
Jesucristo anula el acta de acusación destinada a perder a la humanidad (Col 2,
14-15).

El cristiano, que por el Bautismo quedó incorporado al Cuerpo del Señor,


nada tiene que temer al poder del maligno, a no ser que él mismo
deliberadamente quisiera entregarse a su acción; y, por la gracia que recibe de
Jesucristo, siempre puede triunfar sobre Satanás, desbaratando su actuación y
maniobras (2 Co 2, 11; Ef 6, 11). Por el poder del Espíritu Santo podrá
discernir todo cuanto del espíritu maligno va en contra de Jesucristo, tanto si
es magia o supersticiones, como si se trata de ocultismo, idolatría u otras
prácticas. Por más que se vista de luz, Satán, ya vencido, no tiene más que un
poder muy limitado, y al final de los tiempos verá su derrota definitiva (Ap
20,1-10).

b) "En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y


el esclavo no se queda en casa para siempre; si, pues, el Hijo os da la libertad,
seréis realmente libres" (Jn 8 33-36).
En efecto, por el poder de Cristo resucitado somos liberados y salvados del
pecado:
- ante todo, el mayor beneficio que obra Jesús es el perdón del pecado. Su
muerte es un sacrificio salvador para remisión de los pecados: "Esta es mi
sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los
pecados. (Mt 26,28). Habiendo resucitado tiene toda potestad en el cielo y en
la tierra y comunica a su Iglesia el poder de perdonar los pecados (Jn 20, 23).

- También nos libera de los efectos nocivos y consecuencias del pecado: de su


poder esclavizante, de la debilidad y ceguera que produce, de todo estado de
culpabilidad y tristeza. Sus sacramentos tienen todos un maravilloso poder
sanador, y por ellos experimentamos cómo Cristo es la luz del mundo que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn I, 5.9); y por la fe y la
gracia somos convertidos en "luz en el Señor" (Ef 5,8).

c) Nos libera de la muerte. La resurrección de Jesús es la prueba de su victoria


sobre una de las consecuencias más dolorosas del pecado: la muerte. "El
último enemigo en ser destruido será la muerte, porque ha sometido todas las
cosas bajo sus pies... “(1 Co 15,26). "La muerte ha sido devorada en la
victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón?" (1 Co 15, 54-55).

Cristo "aceptó la muerte, uno por todos, para librarnos del morir eterno"
(Prefacio de difuntos, II). Su victoria sobre la muerte, garantía de nuestra
futura resurrección, nos infunde una gran seguridad ante el hecho de la
destrucción de nuestro cuerpo, haciéndonos ver que lo que los hombres
llamamos muerte no es más que el paso a la verdadera vida, porque la vida de
los que creen en el Señor no termina; se transforma.

Para el cristiano que vive en serio su fe y unión con el Señor, nada tiene de
terrible la muerte; al contrario, la espera con paz y hasta con gozo indecible,
como vemos en los santos y en hermanos que nos han precedido, cuya muerte
envidiamos. La hermana Isabel de la Trinidad en el momento de su muerte
dijo: "¡Me voy a la luz, a la vida, al amor'"

3.- Si la salvación, como hemos dicho antes, es perdón del pecado, también
es:
reconciliación con Dios, por la muerte de su Hijo, siendo nosotros justificados
por su sangre, por la cual Dios nos comunica el don del Espíritu Santo, y nos
hace hijos suyos adoptivos.

"Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos.


Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a Él, porque le
veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2). Entonces habremos alcanzado una liberación
y victoria total sobre la enfermedad, el sufrimiento, la muerte y todos los
males, "porque el mundo viejo habrá pasado" (Ap 21,4).

En el amor que Dios nos ha manifestado a través de su Hijo como salvador


nuestro se contiene toda nuestra salvación; y la glorificación del Hijo se
consumará en nosotros cuando definitivamente formemos parte del pueblo
adquirido para la alabanza de su gloria (Ef 1 , 14).

4. La salvación de Cristo, si quisiéramos resumir, diríamos que es una


liberación de la muerte eterna y entrar en posesión de la vida eterna;

En el Evangelio de Juan hay numerosos pasajes que nos hablan


constantemente de vida eterna:

unas veces a propósito de todo el que cree en Jesús: Jn 3, 16-36; 5,24 6,47;
10,28; 12,25; 17,3;

otras veces al hablar de aquel que come el pan vivo que Jesús nos ofrece: .Jn
6, 51-58. Hablando del pan vivo es cuando Jesús más nos habla de la
resurrección en el último día: Jn 6, 39.40.44.54, en correspondencia con la
vida eterna;

otras veces cuando nos habla de la luz de la vida: Jn 8, 12;

de no ver la muerte jamás: Jn 8, 51; 11,26;

o de cómo Él nos da su gloria para ser todos unos con El en el Padre: Jn 17,
21-22;y estar donde Él está: Jn 17, 24.

D) CRISTO JESUS, NUESTRO SALVADOR (Tt 1,4)

Nunca como hoy se ha encontrado el hombre con una oferta tan variada y
abundante de fórmulas y medios de salvación. Líderes de todo tipo, corrientes
y religiones orientales que se nos presentan como un nuevo mesías para
occidente, reformadores sociales, hallazgos de la técnica y de la ciencia, de la
medicina, de la psiquiatría, ete.

El cristiano tiene la verdadera "palabra de salvación" (Hch 13, 26; 11,14) para
todos los hombres de ayer, de hoy y de mañana. Y porque ha sido salvado
debe proclamar en nombre de Jesús el mensaje de la Buena Nueva, el
Evangelio que es "fuerza de Dios para salvación de todo el que cree"(Rm 1,
16). Recuérdalo siempre: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los
hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch4,12).

Textos para meditar en la semana:


1.- 1 P 1, 17-25
2.- Ef 1, 3-14
3. - Hch 2, 32-41
4. - Rm 10, 5-13
5.- Rm 5, 8-10
6.- Ap 7,1-17
7.- 1 Jn 4, 7 -2 1.

SEGUNDA SEMANA
Jesús es Señor
OBJETIVO: Llegar a tomar conciencia, por la acción del Espíritu Santo, de
lo que significa confesar y proclamar que Jesús es Señor, y reconocerle como
el único Señor de mi vida.

INTRODUCCION

Después de haber descubierto hasta qué punto Dios me ama y lo ha


manifestado de manera especial en su plan de salvación por medio de su Hijo,
Salvador del mundo, intentaremos esta semana llegar a un conocimiento más
profundo del misterio de Jesús, "para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo,
el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para
conocerle perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón para que
conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la
riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana
grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia
de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los
muertos y sentándole a su diestra en los cielos" (Ef 1, 17-20).

Para el cristiano verdadero todo está definido por su fe en Cristo Jesús,


Salvador y Señor. Su Dios no es el Dios de los filósofos, ni el Dios lejano de
la religión natural. Toda su relación con Dios, toda experiencia sobrenatural
que pueda vivir en este mundo será siempre a través de Jesús, "constituido por
Dios juez de vivos y muertos" (Hch 10,42), "Señor y Cristo" (Hch 2,36), "el
Señor de todos" (Hch 10,36).

Es, pues, de máxima importancia confesar y reconocer a Jesús como Señor, lo


cual significa aceptarle como Señor de todas las cosas y sobre todo, por lo que
a mí concierne, Señor de toda mi persona, de toda mi vida, de todo cuanto yo
soy y hago.
“Todo fue creado por Él y para Él: Él existe con anterioridad a todo, y todo
tiene en Él su consistencia. Él es también la Cabeza del cuerpo, de la Iglesia;
Él es el principio, el Primogénito de entre los muertos para que sea el primero
en todo" (Col 1, 16-18).

¡JESUS ES SEÑOR!: he aquí la confesión fundamental de la fe cristiana.

Es una fórmula que en su simplicidad encierra todo el contenido de nuestra fe.


Para la Iglesia primitiva fue el primer credo o símbolo de fe: confesando a
Jesús, como Señor, es como expresaban todo el misterio de Cristo, hijo del
hombre e Hijo de Dios, muerto y resucitado por nosotros.

Para el creyente del siglo XX tiene la misma fuerza y actualidad, y en tomo a


este misterio se pueden agrupar todos los demás artículos de la fe.

A) EL CRISTO DE NUESTRA FE

Hoy día se admira y contempla a Jesús bajo muy diversos aspectos. Son
muchos los que se entusiasman con Jesús visto tan sólo como liberador social,
un gran reformista, un revolucionario, un líder, un profeta... Pero, nada de
reconocerle como Señor.

Todo esto no es más que presentar a Jesús bajo su aspecto puramente humano,
sin llegar a la esencia de su misterio.

A nosotros también nos podría dirigir Jesús la misma pregunta que formuló a
sus discípulos:

"¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos le dijeron: 'Unos,
que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas:
Díceles él: 'Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: 'Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Replicando Jesús les dijo:
'Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado esto la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 13-17)

Reconocer a Jesús como el Hijo de Dios, confesarle como Señor es algo que
no podemos hacer por nosotros mismos; necesitamos la fe, la acción del
Espíritu Santo.

Es el Espíritu de la verdad el que nos revela interiormente el Cristo de nuestra


fe y nos da "en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento
del Misterio de Dios (de Cristo), en el cual están ocultos todos los tesoros de
la sabiduría y de la ciencia" (Col 2,2-3).
Este es el Cristo con el que nos relacionamos a través de la fe, de la oración y
de los sacramentos. Es el eterno viviente, a quien amamos sin haberle visto, en
quien creemos, aunque de momento no le veamos, rebosando de alegría
inefable y gloriosa (1 P. 1, 8). Es el que está sentado a la diestra de Dios Padre
(Me 16, 19) y permanece con nosotros todos los días hasta la consumación de
los siglos (Mt 28,20).

Si el cristiano no vive en profundidad su fe, corre el riesgo de quedarse


solamente con Jesús tal como vivió y predicó en Palestina, con el "Cristo
según la carne" (2 Co 5,16), en frase de S. Pablo, y su relación con el Señor
resulta fría, lejana y superficial, sin llegar a entrar en la atmósfera de su
intimidad y sin llegar en realidad a conocerle.

B) ¿QUE SIGNIFICA CONFESAR Y PROCLAMAR QUE JESUS ES


SEÑOR?

1.- El discurso que Pedro pronuncia el día de Pentecostés se centra en el


kerigma cristiano, es decir, en el anuncio de Jesús, hecho Cristo, hecho Señor
y Salvador por su resurrección:

"Ha este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y
exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo
prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís... Sepa, pues, con certeza
toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a
quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 32-36).

Por su resurrección Jesús fue constituido en el Señor de que habla el Salmo


110, con el que había tratado Jesús de enseñar a sus oyentes que, a pesar de
ser hijo de David, le era superior y anterior (Mt. 22,43).

Es así como Pedro, y con él toda la Iglesia primitiva, a partir de este Salmo
proclamó en su predicación el Señorío de Jesús, actualizado por la
resurrección, con lo cual se afirmaba que Dios, al resucitar y exaltar a Jesús, le
había entronizado como el Señor a su derecha, como el Cristo, es decir, el Rey
Mesías anunciado por la Escritura.

Tal como podemos ver por el libro de los Hechos, la Iglesia primitiva llamó a
Dios Señor, como consecuencia de la versión griega del Antiguo Testamento
en la que se tradujo la palabra Yahveh, el nombre propio de Dios, por la
palabra Señor. Pero dieron también este nombre a Jesús y se usó la expresión
Señor Jesucristo (Hch 28, 31), y se daba testimonio y se predicaba "tanto a
judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro
Señor Jesucristo" (Hch 20, 21).
2.- En la Epístola a los Filipenses tenemos un precioso fragmento, que
seguramente fue un himno anterior a San Pablo, en el que se nos exponen las
diversas etapas del Misterio de Cristo: su preexistencia divina, su humillación
en la Encarnación y el anonadamiento total de su muerte, su glorificación
celestial, la adoración del universo y el nuevo título de Señor conferido a
Cristo (Cf. Biblia de Jerusalén, nota a Flp 2,5):

"El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ?el ser igual a
Dios.
Sino que se despojó de si mismo tomando condición de siervo haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se
humilló a s' mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.

"Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre.
Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y
en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria
de Dios Padre”. (Flp 2, 6-11).

Proclamar que Jesús es Señor es confesar que merece el título supremo de


Señor o Kyrios, "en cuanto mesías entronizado en el cielo, que inaugura su
reinado por el don del Espíritu y está siempre presente a su Iglesia en la
asamblea eucarística en tanto llega el juicio" (León-Dufour).

C ) ¿QUE IMPORTANCIA TIENE ESTO EN MI VIDA?

Hay un texto fundamental de la Palabra de Dios que nos lo aclara todo:

"Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra


de fe que nosotros profesamos. Porque si confiesas con tu boca que Jesús es
Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás
salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se
confiesa para conseguir la salvación" (Rm 10,8-10).

Esta es la palabra de fe que nosotros profesamos: Jesús es el Señor.


Confesando con la boca y creyendo con el corazón tenemos la adhesión
interna del corazón y la profesión externa: las dos dimensiones de la fe por la
que nos abandonamos en Dios como único autor de la salvación en Cristo
Jesús.

El objeto propio de la fe es el misterio de Cristo, a quien Dios ha resucitado de


los muertos y le ha hecho Señor y único Salvador de todos los hombres,

De una forma más inmediata: es reconocer que en mí todo ha de ser suyo, que
todo le pertenece y debe estar sometido al imperio y señorío de su amor.
Cada vez que proclamo que Jesús es Señor debo expresar mi fe y mi decisión
de ser todo para El y de ofrecerle toda mi vida. Toda la existencia cristiana
consiste en consagrar la vida a nuestro Señor Jesucristo.

D) ESTO SOLO ES POSIBLE POR LA ACCION DEL ESPIRITU


SANTO

Jesús afirma rotundamente: "Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha


enviado no le atrae; y yo le resucitaré el último día" (Jn 6, 44).

Y San Pablo escribe:


"Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor! sino en el Espíritu Santo" (1 Co 12, 3).

Como hemos visto, confesar que Jesús es Señor es el acto de fe por


excelencia, y es además un acto que compromete nuestra vida.

Reconocer a Jesús como Hijo de Dios, lo mismo que confesarle como Señor,
es un acto de salvación, algo que nosotros no podemos hacer por nosotros
mismos.

No importa repetirlo: sólo por el Espíritu es posible descubrir a Cristo como el


Hijo de Dios, que ha sido constituido Señor.

Sólo por el Espíritu es posible confesarle como Señor. Sólo por el Espíritu es
posible entregarle nuestra vida y desear que Él se instale en nuestra vida y en
nuestro ser como el Señor de todo.

Una consecuencia de toda efusión del Espíritu sobre nosotros es la toma de


conciencia de que Jesús es el Señor y la necesidad que pone en nosotros de
proclamarlo y aceptarlo como Señor de nuestra vida.

El Espíritu es el que verdaderamente nos introduce en el misterio de Jesús y


nos lleva a vivir sometidos a su señorío.

E) JESUS ES EL CAMINO QUE NOS LLEVA AL PADRE

He aquí un texto muy profundo que con frecuencia debemos hacer objeto de
oración:

"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida: nadie va al Padre sino por mí. Si me
conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre... El que me ha visto a mí, ha
visto al Padre ... Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí'' (Jn 14,
6-11 ).

1.- EL CAMINO: El pueblo de Israel había orado con los salmos anhelando
marchar por el verdadero camino, por las vías del Señor (Sal 119), por "sendas
de vida" (Pr 2, 19; 5, 6; 6, 23, etc.). El camino de vida era el camino de la
justicia, de la verdad y de la paz.

Al presentarse Jesús como el CAMINO nos ofrece una nueva forma de


caminar según Dios. Quizá esto dio origen a que en el libro de los Hechos se
llame camino al cristianismo, al ser discípulo de Jesús (Hch 9, 2; 18, 25.26;
19, 9.23; 22, 4).

Jesús es el CAMINO no sólo porque sus palabras nos conducen a la Vida,


sino también porque El mismo nos lleva al Padre.

¿Cómo nos lleva al Padre?

a) Revelándonos al Padre: "El que me ve a mí, ve al Padre"(Jn 14,9; 12,45);

b) Mostrándonos el camino hacia el Padre;

c) El mismo es nuestro acceso al Padre: "A Dios nadie le ha visto jamás; el


Hijo único que está en el seno del Padre, Él lo ha contado" (Jn 1, 18);

d) Viene del Padre y va al Padre, y es uno con El. "Salí del Padre y he venido
al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre"(Jn 16,28).

2.- Él es la VERDAD: Y lo manifiesta con su palabra y con su obra: "Si os


mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis
la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8. 31-32).

3.-- Por ser la expresión del Padre, nos introduce en la comunión con el Padre,
en lo cual consiste la plenitud de la verdadera Vida. El Padre le ha enviado
"para que todo el que cree en Él tenga Vida eterna" (Jn 3, 16).

F) ESUS NOS INTRODUCE EN EL MISTERIO DE LA TRINIDAD

Toda la vida de Jesús, su persona, su palabra y su actividad son el lugar de la


manifestación perfecta del Padre, por estar unido a Él en una comunión
inefable.

El acontecimiento pascual nos trae una nueva efusión del Espíritu, y, como
consecuencia, un conocimiento más íntimo del misterio de Jesús y de su unión
con el Padre.

Es el Espíritu el que nos introduce en el misterio de la persona de Jesucristo,


Verbo de Dios, Hijo del Padre, y el que también nos introduce en el misterio
de Dios Padre. En otras palabras, el Espíritu nos revela a Jesús y Jesús nos
revela al Padre, "que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún
ser humano ni le puede ver" (1 Tm 6,16).
Por Jesús "unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,
18), pues Él es la imagen del Dios invisible (Col 1 , 15).

La vida cristiana esencialmente consiste en:

-vivir nuestra comunión con Dios Padre, en sumisión a su voluntad y


sintiéndose en Cristo hijos muy amados del Padre;

-nuestra comunión con el Hijo, incorporados a Él por el bautismo y


constantemente tocados, curados y transformados por su gracia en los
sacramentos;

-esta doble relación es obra del Espíritu Santo, que nos revela el verdadero
rostro de Jesús.

La auténtica vida del cristiano consiste en vivir el misterio de la Trinidad. Si


Dios se nos ha revelado como uno en la Trinidad de personas, y si queremos
amar a Dios, debemos adorarle y amarle como Él quiere ser adorado y amado.
Por eso en nuestra oración tratemos de vivir este misterio y nos dirijamos a
Dios tal cual Él es:

-alabemos al Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es bondad y misericordia,


-alabemos al Hijo hecho hombre, que es "el hijo de su Amor" (Col 1 ,13),
-alabemos al Espíritu Santo que es el Amor del Padre y del Hijo y que ha sido
derramado en nuestros corazones. Amén.

Textos para meditar y orar en la semana


1.-1Co 15,3-28
2.- Flp 2, 5-11
3.-Ap 1, 4-18
4.- Col 1, 13-20

5.-Ef 3, 1-2l

6.- Mc 8, 34-38

7.-Jn 14, 1-13.

TERCERA SEMANA
La conversión a Jesús
INTRODUCCION
Juan El Bautista empezó su vida de ministerio con una llamada a la
conversión (Mt 3, 2; Mc 1,4; Lc 3, 3-18).

Jesús da comienzo también a su predicación con el mismo mensaje: "


¡Convertíos porque ha llegado el Reino de los cielos!" (Mt 3, 2; 4, 17; Mc 1,4;
1,15).

Este mismo llamamiento se nos dirige también hoy a nosotros.

¿A quiénes interesa? A los que están alejados de Dios y a los que se


encuentran ya en camino de salvación. Hay una insistencia constante en el
Evangelio de que también necesitan convertirse los que se creen "justos". Si
ya éstos, por definición, son convertidos, sin embargo el Señor siempre nos
llama a más. El que haya más alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesitad de
conversión, denota más bien que los noventa y nueve justos son llamados
también a conversión (Lc 15,7).

En forma muy concreta Dios nos dirige hoy este llamamiento a cada uno de
nosotros. A todos nos llama de un modo general por el Evangelio, por su
Iglesia que en la Palabra, en los sacramentos y en su oración nos lo recuerda.

De una forma más particular Dios nos llama a cada uno por nuestro propio
nombre. En la vida de cualquiera de nosotros podemos distinguir toda una
sucesión de pequeñas y grandes llamadas, de gracias constantes. Es siempre
una llamada que resuena en el interior. Todos sin duda hemos sentido más de
una vez alguna llamada de Dios, una mirada de Jesús sobre nosotros. No
siempre nos hemos interesado, y más de una vez hemos tratado de eludir el
encuentro con El. Nuestras ocupaciones, el deseo de novedades, incluso
nuestros fracasos, son muchas veces la forma de escapar de Dios, y de dejar
que alguien o algo le suplanten, ocupando la atención que le corresponde.

Estas llamadas son los acontecimientos, los momentos dolorosos y los


momentos felices que vivimos, las personas, que para el que vive en una gran
fe son siempre un mensaje y un don de Dios, los testimonios y buenos
ejemplos, y en general todo lo que nos trae el recuerdo del Señor.

I.- Conversión y arrepentimiento


OBJETIVO: Profundizar en el arrepentimiento para llegar a rendirme más
decididamente a Jesús como mi único Señor.

A) ¿QUE ES CONVERSION?
1.- En nuestra vida podemos siempre distinguir una primera conversión, que
para muchos puede haber sido su misma educación cristiana como
consecuencia del Bautismo que para nosotros pidieron un día nuestros padres,
y para otros, quizá, un momento decisivo en su vida que ha marcado todo el
tiempo posterior.

Pero siempre cabe esperar una segunda conversión, y hasta una tercera, en el
sentido de que el Señor nos invita hoy a una entrega mayor, a tomar una
decisión, que, como ocurrió en la vida de los santos, cambie aún más nuestra
vida. Siempre será para ahondar más en lo que empezó con la primera
conversión. La invitación será entonces a vivir lo que ya somos, como si nos
dijera: eres ya salvo y fuiste colocado en el Reino de mi Hijo, vive, por tanto,
lo que has recibido; has resucitado con mi Hijo, busca más las cosas de arriba;
fuiste hecho templo del Espíritu Santo, vive más la vida del Espíritu.

Toda la vida cristiana es conversión, y como cristiano debo buscar llegar a ser
cada día en cada momento lo que ya soy por vocación: renacido a la vida de
Dios. ¿Hasta qué punto estoy tomando en serio mi condición de discípulo de
Jesús?, ¿estoy de verdad dispuesto a seguirle y vivir por El?

2.- La conversión es algo inacabado. Es un largo camino a recorrer que no


tiene fin, ni se termina al empezar una vida nueva en Cristo, sino más bien
comienza ahí. Lo que hay que vivir es una conversión continua.

Ese paso fundamental, por el que con la gracia de Dios llegué a dar un viraje
en mi existencia, debe seguir iluminando mi vida posterior y a él debo
remitirme muchas veces como un punto de referencia en los momentos de
turbación, vacilación, decaimiento, y sobre todo cuando advierta que no estoy
siendo fiel a la marcha que emprendí. Siempre habrá que renovar el don total
de sí a Dios.

Si mi conversión fue poco firme, todo se esfumará enseguida y lo consideraré


como una emoción del momento.

3.- ¿De qué conversión se trata?

Tanto si la llamada va dirigida al que está viviendo en el pecado, como si es


para el que sigue fiel en su vocación, la conversión no es simplemente un
cambio de conducta o de comportamientos.

Tampoco es solamente un cambio de pensar, aunque esto significa


literalmente la palabra metanoia, tal como se emplea en el Nuevo Testamento.

Ambos aspectos deben estar incluidos, pero es necesario algo más. La esencia
de la conversión es el cambio del corazón. Así como para Israel era un
retomar al amor primero de Dios o a una amistad más íntima, así también para
mí en concreto significa reanudar una relación más íntima y amorosa con
Dios, una relación que quizá se había cortado o no había llegado a cristalizar a
pesar de tantas invitaciones.

Este cambio del corazón implica:

a) un sincero arrepentimiento ante mi alejamiento de Dios o ante la dejadez y


mediocridad con que estoy viviendo mi relación con El;

b) una actuación de mi fe, por la que se me representará claramente el valor de


lo que el Señor me ofrece; lo que es el tesoro escondido o la perla preciosa
(Mt 13,41-46) ante todas las demás cosas;

c) una decisión a entregarme en serio y volver a vivir más de lleno la


transformación realizada por la gracia en mi primera conversión.

B) LA CONVERSION ESENCIALMENTE ES ARREPENTIMIENTO

1.- Cuando el hombre se encuentra con Dios o ha sido tocado profundamente


por la gracia, siempre hace la misma pregunta: "¿Qué he de hacer, Señor?"
(Hch 22,10), "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" (Hch 2,37).

Y la respuesta puede ser la misma que dio Pedro el día de ?Pentecostés: "
¡Arrepentíos!".

El arrepentimiento es siempre el elemento decisivo. En la Escritura


encontramos unidos:
-arrepentimiento y conversión: "Arrepentíos para que vuestros pecados sean
borrados" (Hch 3 , 19; 26, 20; M c 1,4) ;
-arrepentimiento y perdón (Lc 17, 3; 24, 47; Hch 2,38);
-arrepentimiento y fe (Hch 20,21);
-arrepentimiento y curación (Mc 6, 12-13).

2.- El arrepentimiento es un don de Dios


Ante la incompatibilidad de la vida que Dios nos ofrece y el amor o apego que
estamos teniendo a otras cosas, a mi pecado, a lo que sea, y bajo una luz
interior del Espíritu Santo, que nos ilumina con una gran claridad la realidad
verdadera, sentimos un suave impulso hacia la salvación, al cual podemos
acceder o resistir. Es el Señor que nos atrae hacia Sí', respetando siempre
nuestra libertad. "O ¿desprecias, tal vez, sus riquezas de bondad, de paciencia
y de longanimidad, sin reconocer que esa bondad de Dios te impulsa a la
conversión?" (Rm 2,4).

Sólo el poder del Espíritu Santo, "el Espíritu de la verdad" (Jn 15, 26; 16, 13),
es el que convence verdaderamente al hombre de su pecado (Jn 16, 8-9). Y
nos convence de nuestro pecado, no para acusarnos o para condenarnos, sino
para liberarnos y curarnos.

3.- Con frecuencia se entabla una lucha interior entre el bien y el mal, muchas
veces dramática, hasta que llegamos a rendirnos a la gracia.

Pero cuántas veces nos desentendemos, o buscamos una evasión, para no tener
que enfrentarnos con nosotros mismos y mirar en nuestro interior toda nuestra
miseria y fealdad.

Si es grande la dureza del corazón, por constantes infidelidades, aún se hace


más difícil el arrepentimiento.

El grado de arrepentimiento a que llegamos nos da la medida de nuestra


conversión. Si con frecuencia sigo cometiendo los mismos pecados, mi
arrepentimiento es insuficiente. Cuando es profundo, corta todo brote posible.

Siempre debemos dar una gran importancia al arrepentimiento. La


autenticidad y sinceridad de nuestra oración depende de ordinario del
arrepentimiento que tengamos. Nunca lo demos por supuesto, ya que nuestro
corazón cambia constantemente.

Puesto que yo por mí mismo no puedo arrepentirme ni librarme de mi


egoísmo, que es la raíz de mis pecados, debo pedir al Espíritu Santo el don del
arrepentimiento, sobre todo al acercarme a los sacramentos o cuando intente
encontrarme de verdad con el Señor.

4.- Cuando nos dejamos mover por ese impulso suave del Señor, cuando nos
decidimos por el bien, el arrepentimiento nos hace sentir el fruto del Espíritu:
amor, alegría, paz (Ga 5, 22). El arrepentimiento en sí ya es liberación del
pecado y encuentro con Dios en el amor y en su gran misericordia.

Por eso la conversión, lo mismo que el arrepentimiento, si bien en ciertos


momentos puede revestir una lucha encarnizada, sin embargo, una vez que
llegamos a acceder al don de la gracia, se convierte en una verdadera fiesta
(Lc 5, 27-29; 15, 20-24), y las lágrimas que pueden sobrevenir no se sabe si
son de dolor o de gozo en el Señor.

C) IMPLICADOS ASPECTOS ESENCIALES

1.- Un aspecto negativo: que es rechazo de todo lo que se opone a la llamada


del Señor, del pecado en general y de cuanto diga relación al mismo, no sólo
los actos realizados, sino también y de manera especial los comportamientos y
actitudes antievangélicas, los criterios y escala de valores tributarios más bien
del espíritu y sabiduría de este mundo y en abierta oposición al sentir del
Señor.

En los actos causados principalmente por mi egoísmo o por falta de amor se


pone de manifiesto la maldad que se ha ido acumulando en mi corazón que me
definen como tal pecador y enfermo que soy.

Debo rechazar también hábitos y costumbres opuestos a las actitudes del


Señor, así como el apego a cosas y personas que coartan la libertad de espíritu.

En definitiva se trata del abandono de mis propios ídolos, que hasta pueden
ser cosas lícitas y buenas: "Todo es lícito, más no todo conviene. 'Todo es
lícito', mas no todo edifica" (1 Co 10,23).

La conversión significa liberación del pecado, y esta liberación en una gran


parte de casos será gradual a medida que vaya entrando en una relación cada
vez más íntima con el Señor.

2.- Tenemos también el aspecto positivo de la conversión: volver al Señor,


rendirme totalmente a la invitación de su Espíritu.

Es el aspecto verdaderamente decisivo, pues, más que los males presentes o


que se temen para después de la muerte, lo que influye y provoca un cambio
radical en toda conversión es la experiencia del Reino de Dios, de su vida en
nosotros, el encuentro con El, cualquier manifestación de su amor. En Zaqueo
fue la visita de Jesús (Lc 19, 1-10), en la pecadora perdonada fue el Amor de
Jesús (Lc 7, 36-50), en Pablo la visión del Cristo resucitado, en los enfermos
la experiencia que tuvieron de salvación.

Este aspecto puede significar empezar a vivir como hijo de Dios, como
muerto y resucitado con Cristo, como renacido del Espíritu Santo, querer
acoger a Jesús como mi Señor y con El también su espíritu, sus criterios, sus
bienaventuranzas, su mansedumbre, humildad, pobreza y amor.

En el fondo la conversión se reduce a una humilde aceptación del Señorío de


Jesús, o, lo que es lo mismo, a dejar que Él se convierta en el centro de mi
propia vida. Y esto exige aprender a ser como El, llegar a conocerle de verdad
para imitarle y amarle de corazón.

3.- Toda la ley revelada y todo el Evangelio se reduce a ?un mandamiento de


amor:
"Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas
tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe
otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: 'Muy bien, Maestro;
tienes razón al decir que Él es el único y que no hay otro fuera de Él, y que
amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y
amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y
sacrificios" (Mc 12, 29-33).

La vida cristiana es lucha constante entre el amor de Dios y el amor a nosotros


mismos y a las cosas de este mundo. Los santos son los que supieron morir a
sí mismos para lograr el verdadero amor de Dios.

El grado de mi conversión se reducirá al final al grado de amor a que yo haya


llegado, porque lo que esencial y primordialmente me pide el Señor es que le
ame. Y si llego a amarle de corazón es cuando todo mi ser habrá alcanzado su
estabilidad y realización.

Textos para meditar y orar en la semana


1.- Lc 7, 36-50
2. - Mc 7, 14-23
3. - Lc 15, 11-32
4. - Lc 19, 1-10
5. - Lc 18, 9-14
6.- 2 Co 5, 14-21 y 6, 1-2
7.- Flp 3, 7-21

CELEBRACION PENITENCIAL
Después de la exposición del tema se puede hacer una simple celebración
penitencial del estilo de las que señala el Ritual, pgs. 127 -188, con vistas a
una preparación más fructuosa del sacramento.

Se ha de poner especial insistencia en el arrepentimiento. Si se aprecia ya un


ambiente propicio se puede tener más bien una celebración comunitaria del
sacramento de la penitencia, con confesión y absolución individual, de
acuerdo con el Ritual, pgs. 55-82.

II.- Conversión y curación interior


OBJETIVO: Descubrir los aspectos de mi personalidad que más necesitan la
liberación del Señor. (Es importante poder recuperar la palabra "liberación" en
el sentido de Jesús que rompe las cadenas que nos atan, y no en el sentido de
alejamiento de "malos espíritus", como a veces, por desgracia, se intenta
reducir el caso).

INTRODUCCION
A muchos la conversión es el comienzo de un nuevo caminar en el Señor. Con
ella se inicia en nosotros un proceso de transformación que se irá operando
conforme vamos viviendo intensamente la vida del Señor en nosotros.

A muchos sorprende la forma como se acentúa en nosotros, y ahora más que


antes, la lucha anterior entre el bien y el mal. Apreciamos claramente que la
vida cristiana es un duro combate (Ef 6, 10-20).

San Pablo ha sabido exponer con rasgos muy vivos la lucha y la división
interior que sentimos en nuestra naturaleza:

"Realmente, mi proceder no lo comprendo, pues no hago lo que quiero, sino


que hago lo que aborrezco... En realidad ya no soy yo quien obra, sino el
pecado que habita en mí... Descubro pues esta ley: aun queriendo hacer el
bien, es el mal el que se me presenta... “(Rm 7, 14-25).

Es Jesús el que mejor conoce nuestro corazón cuando nos dice que "de dentro,
del corazón de los hombres, salen las tentaciones malas... todas estas
perversidades salen de dentro y contaminan al hombre" (Mc 7, 20-23).

Si Él ha triunfado sobre el pecado y sobre todos sus efectos nocivos, podrá El


atacar el mal en su verdadera raíz y realizar en nosotros toda una curación
espiritual de ciertos males y enfermedades que sólo la fe puede ayudarnos a
detectar en el corazón del hombre, cuyo sentido él no puede descubrir por sí
mismo.

A) NECESITO UNA CURACION INTERIOR

1.- Si con la fe y la luz del Espíritu escrutamos dentro de nosotros mismos


empezaremos a descubrir cuáles son los mayores escollos con que tropezamos
en la vida del Espíritu. Apreciaremos algunos obstáculos más salientes, pero
sin duda que habrá muchos que quedarán en la penumbra o que hunden sus
raíces hasta las capas más profundas de nuestro ser.

El origen de cada una de estas dificultades suele ser múltiple y a veces muy
complejo, pero para más fácil comprensión los podemos reducir a tres grupos:

a) los que proceden de nuestra naturaleza, es decir, de nuestra constitución


psíquico-somática, en la que se encuentran las huellas del pecado original,
nuestra inclinación al mal, nuestra debilidad moral y la obnubilación que
tenemos para todo lo espiritual.

b) Todo aquello que pertenece a nuestra historia personal, como el medio en


que nos criamos, la familia de donde procedemos, la herencia, la educación, la
infancia que hemos vivido y en general todo el contexto histórico que nos ha
rodeado. Todo esto nos ha condicionado de una forma muy determinada que
explica muchos de nuestros comportamientos.

c) Los recuerdos y vivencias desagradables, muchas veces soterrados en el


subconsciente pero desde donde siguen actuando en la conducta, juntamente
con los traumas que se mantienen latentes, y su secuela de comportamientos
neuróticos, frustraciones, agresividad, emotividad y afectividad inmaduras,
enfermedad de escrúpulos, afecciones psicosomáticas.

El pecado deja siempre una huella en el hombre interior, la cual coarta la


libertad de espíritu y puede persistir en forma de odio, envidia, resentimiento,
amargura, angustia, complejos de culpabilidad, etc.

2.- ¿Cuáles pueden ser los escollos que resultan insalvables para mí? ¿En qué
área particular de mi personalidad necesito más la acción del Señor? ¿Cómo
verme liberado de esta y aquella tara que tanto frenan mi caminar en el
Espíritu?

Algunas de estas enfermedades interiores requieren el tratamiento de la


psicoterapia para que se pueda restablecer el equilibrio afectivo perturbado.

Pero en multitud de casos, y sin descartar el recurso al tratamiento médico, no


cabe duda que el Señor puede ejercer su poder de curación, si sabemos
someterlo con fe a su acción.

En todo aquello que me impida crecer en la vida del Espíritu o que para mí
represente una dificultad especial, el Señor quiere realizar una curación
interior. El, más que yo, anhela que la salvación que recibo de su misericordia
sea lo más completa posible, de forma que toda mi persona quede integrada en
su armonía divina y me aproxime cada vez más al ideal del hombre perfecto,
del "hombre nuevo creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad"
(Ef 4, 24), de acuerdo con el plan que Dios se propuso al crearme.

La acción de la gracia tiende siempre a restablecer el equilibrio de la primera


creación, y verdaderamente "el que está en Cristo es una nueva creación; pasó
lo viejo, todo es nuevo" (2Co 5, 17).

3.- Todos necesitamos curación interior en alguna zona determinada de


nuestra personalidad, pues nadie se encuentra inmune de pecado ni de
cualquier anormalidad. Quizá hasta ahora he vivido una imagen perfeccionista
de mí mismo, complaciéndome en mi propia bondad y en los logros de mi
esfuerzo, por lo que tengo reparo en verme como enfermo.

Pero dejémonos transparentar por la luz de la verdad y escuchemos lo que


también a nosotros nos dice el Espíritu: "Tú dices: 'Soy rico; me he
enriquecido, nada me falta'. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado,
digno de compasión, pobre ciego y desnudo" (Ap 3, 17).

Sólo se puede curar el que se reconoce enfermo y tiene voluntad de curarse.

"¿Es que también nosotros somos ciegos?" -le preguntaron a Jesús algunos
fariseos y El respondió: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, pero como
decís: 'Vemos', vuestro pecado permanece" (Jn 9, 40-41).

Cuando ante el Señor nos presentamos como los leprosos, como los ciegos,
como los paralíticos del Evangelio, y así lo reconocemos ante los hermanos,
es cuando la curación empieza de verdad para nosotros.

B) IMPORTANCIA DE LACURACION INTERIOR EN EL


EVANGELIO

Las curaciones que realiza Jesús no son simplemente milagros para demostrar
su divinidad o para obtener credibilidad ante sus desconcertantes palabras y
contrarrestar el escándalo que provocan.

a) Ante todo son un signo de la presencia del Reino de los Cielos en medio de
nosotros, tal como lo habían anunciado los profetas (Is 42, 1-9; 61, 1-2; Mt 11,
2-6; Lc 7, 18-23; 10, 9) un anticipo del estado de perfección que la humanidad
alcanzará plenamente cuando el Señor haga nuevas todas las cosas (Ap 21, 3-
5).

b) Son también manifestaciones de la salvación que ha venido a traer y que


aquí, en concreto, con este enfermo se opera ahora, de acuerdo con su misión
mesiánica (Lc 4, 16-22). El triunfo de Jesús sobre Satán, sobre el pecado y
todas sus consecuencias tiene esta proyección de curación. Son signo de
gracia y bendición, de bendición gratuita, por lo que los Evangelios al hablar
de los que son curados dice que fueron "salvados"(Mt 9,22; Mc 5,34; 6, 54-
56;10, 52; Lc 17, 19).

c) Tal como anunció Isaías en su Cuarto Canto del Siervo, el Mesías realizaría
la curación cargando El mismo con la enfermedad: “¡Eran nuestras dolencias
las que El llevaba, y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros lo tuvimos
por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras
rebeldías, molido por nuestras culpas" (Is 53, 4-5; Mt 8, 16-17).

No perdamos nunca de vista esta relación profunda de las curaciones con la


redención por el sacrificio expiatorio de la Cruz: Jesús, que rehusó curarse a sí
mismo (Lc 4,23) se hizo el Buen Samaritano de la humanidad (Lc 10, 29-37)
y se identificó con todos los enfermos (Mt 25, 36). De aquí deriva el sentido
de expiación y redención que puede adquirir todo nuestro sufrimiento si se
asocia al suyo.

d) En consonancia con el lenguaje del Evangelio, al decir que fueron


"salvados" los que quedaron curados, debemos recalcar que Jesús cuando
cura, salva, es decir, cura a toda la persona.

Por tanto, la curación física no es más que manifestación o exteriorización de


la curación que se espera en toda la persona, de manera especial de la curación
ocurrida en su espíritu. En otras palabras: la salvación abarca a toda la persona
humana y la curación actúa de dentro hacia afuera. En muchas curaciones
vemos que esencialmente libera del pecado, y la curación exterior es una
consecuencia o repercusión de la sanción interior, como, por ejemplo, en el
paralítico (Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12), en la pecadora perdonada (Lc 7, 36-50), en
la mujer encorvada (Lc 13, 10-17).

Esto nos da idea de dónde se enmarca la curación interior y la importancia que


tiene. Es la curación interior lo que todos necesitamos, y lo que el Señor
quiere primordialmente dar a todos los enfermos por los que podemos orar,
pues en la curación interior es la que trae "la libertad a los oprimidos" (Lc 4,
17-19).

C) ¿COMO SE PUEDE RECIBIR LA CURACION INTERIOR?

1.- La curación interior, puesto que tan profundamente afecta a la persona, es


algo sumamente delicado y que exige un gran discernimiento y experiencia.

El primer discernimiento que hay que hacer es ver si no es más bien


competencia del confesor o del psiquiatra. Si así es, remitamos al hermano al
tratamiento competente, sin interferencias por nuestra parte.

2. La forma ordinaria como se realiza la curación interior y que está al alcance


de todos es en el trato sincero y profundo con el Señor. El contacto con el
Señor siempre cura.

Cualquier vicio, trauma o malformación que tengamos, si empezamos una


relación más íntima con el Señor, abriéndonos a su Espíritu,
experimentaremos una sorprendente curación a medida que vayamos
creciendo en este diálogo de amor, alabanza y donación total.

Muchos hermanos de la R.C. pueden dar testimonio de cómo sin esfuerzo


pudieron dejar el tabaco o la droga, o de cómo se vieron libres del
resentimiento y llegaron a perdonar de verdad a quien antes no habían podido
durante años.
La oración personal es un medio extraordinario para la curación interior de
cualquier mal. Si te decides por fin a hacer oración diaria, comprobarás cómo
todo empieza a cambiar dentro de ti y como el trato con el Señor te hace más
equilibrado.

Si la oración no produjera un cambio apreciable, sería señal de que no se hace


oración de verdad, de que la oración es rutinaria, fría, formalista u oración
muerta en la que se busca a sí mismo y se centra en sí, sin llegar al encuentro
vivo con Dios.

Acércate a la zarza ardiente y descálzate de ti mismo porque el Dios vivo te


habla, te ilumina, te calienta y te transforma.

3.-- Los Sacramentos son el lugar privilegiado para la curación interior. Cada
sacramento produce la curación según la gracia que comunica.

El Bautismo no sólo perdona todos los pecados cometidos sino que también
cura y transforma en nueva creatura, pues es despojo del hombre viejo y
revestimiento del hombre nuevo (Rm 6, 6: Col 3, 9; Ef 4, 24), nueva creación
según la imagen de Dios (Ga 6, 15).

La Eucaristía es también sacramento de curación, medicamento del cuerpo y


del alma, ya que nos pone en íntimo contacto con Cristo médico y salvador.
Recibir la comunión del cuerpo y de la sangre del Señor es recibir el abrazo de
la humanidad gloriosa de Cristo que fue inmolado por nuestra salvación. Este
abrazo inefable necesariamente nos cura, aunque en esto influye mucho la
disposición con que se recibe, la acogida, la fe y la atención que prestamos a
la presencia del Señor.

El Sacramento de la Penitencia es el remedio contra el pecado, origen de


tantas heridas y desarreglos causados en nuestro espíritu.

Para sacar el máximo partido de sus virtualidades, de manera que se actualice


nuestra fe y el arrepentimiento sea más profundo, damos especial importancia
a la forma de su celebración: con calma, y con tiempo suficiente, al menos de
media hora, confesor y penitente oran juntos. El penitente se acusa después
ante el Señor, y luego oran de nuevo para pedir al Señor discernimiento sobre
la raíz principal de los pecados confesados. El confesor hace después una
oración de curación interior, con especial insistencia en el arrepentimiento y la
liberación interior, dando a continuación la absolución. El efecto que produce
así el sacramento es muy profundo.

Se puede consultar: M. SCANLAN, La fuerza de la reconciliación, en


KOINONIA, Núm. 16, pgs. 11-13.
La Unción de enfermos es sacramento de curación, principalmente interior, en
forma de fortalecimiento, consuelo, aliento e iluminación.

4.- La oración de curación interior la puede hacer sobre mí o un sacerdote, o


un grupo de intercesión, o un hermano con especial discernimiento y carisma
para este ministerio.

Después del discernimiento adecuado para identificar la raíz del mal interior,
se hace esta oración que esencialmente consiste en presentar al Señor no sólo
la enfermedad interior, sino también todo el contexto histórico en que se pudo
originar, y todas las ramificaciones que pueda tener en las distintas áreas de la
personalidad.

Para que la oración de curación sea efectiva se requiere a veces repetida en


distintas sesiones, pues se trata de todo un proceso regenerador que
progresivamente se irá operando.

Es de gran importancia que el hermano por el que se ora ponga todo lo que se
precisa de su parte y se comprometa entregándose totalmente al Señor.

(Se puede consultar el artículo de M. SCANLAN, Fallos posibles en el


ministerio de la curación interior, KOINONIA, Núm. 12, pgs. 12-16. Ver
también Ph. VERHAEGEN, Introducción a la Renovación en el Espíritu,
Colección Nuevo Pentecostés 1, Ed. Roma, Barcelona 1979, p. 86-89).

CELEBRACION DE LA ORACION DE CURACION INTERIOR

Sobre todo el grupo que recibe el Seminario se puede hacer una oración
general de curación interior, quizá después de la exposición del tema o bien
otro día.

Ayudará a todos a tomar conciencia por primera vez de aquello en lo que más
necesitan la curación del Señor.

Textos para orar y meditar en la semana


1.- Mc5, 21-43
2.- Jn 4, 1-42
3.- 2 Co 11, 24-33 y 12, 1-10
4.- Ef 4, 17-32
5. - Ga 5, 13 -26
6.- Mt 5, 1-12
7.- Rm 12, 14-21 y 13, 8-10.
36 - SEMINARIO DE VIDA EN EL ESPIRITU – II

Oigamos lo que el Espíritu dice a las


iglesias
El encuentro ecuménico-carismático de Estrasburgo ha congregado en la
oración, en la escucha de la Palabra de Dios y en el testimonio a unos 30.000
cristianos procedentes de distintas iglesias y tradiciones, que durante siglos
han vivido en hostilidad o en desconocimiento recíproco. Allí pudimos
experimentar la comunión que crea el Espíritu entre todos los que hemos sido
justificados en el bautismo por la fe e incorporados a Cristo.

En los mismos días se realizaba otro acontecimiento de singular importancia


para la unidad de los cristianos:
Juan Pablo II celebraba, en su viaje al Reino Unido, diversos encuentros con
hermanos anglicanos y de otras iglesias.

Prescindiendo de lo espectacular y grandioso de tales momentos, lo que ahora


nos corresponde es recoger en el corazón lo que el Señor nos ha dicho a unos
y a otros.

Con la simplicidad que siempre tiene la verdad lo podríamos resumir en muy


pocas palabras: vivir permanentemente el deseo ardiente de la unidad visible
en la Iglesia de Cristo.

Para cada iglesia esto significa una voluntad seria de renovación y de reforma,
iniciando todo un movimiento de conversión, ya que de otra manera no es
posible que unas iglesias acepten a otras en reconciliación y amor.

El mismo empeño tiene que ir extendiéndose a cada cristiano, para que a nivel
personal adoptemos con más decisión el espíritu del Evangelio.

Ya el Vaticano II nos había marcado en el Capítulo II del Decreto sobre


Ecumenismo unas líneas muy definidas, que nos concretan el cambio a
realizar, pero que aún no se han tenido en cuenta todo lo suficiente.

"El restablecimiento de la unión es cosa de toda la Iglesia, tanto de los fieles


como de los Pastores, y afecta a cada uno según su propia capacidad" (N. 5).
Para esto es necesario:
1.- Renovación de la Iglesia o aumento de la fidelidad hacia su vocación,
porque es Iglesia peregrina en este mundo, llamada por Cristo a una perenne
reforma (N. 6).

2.- Conversión interior o del corazón: "De la renovación interior, de la


abnegación propia y de la libérrima efusión de la caridad es de donde brotan y
maduran los deseos de la unidad" (N. 7). Esto es una verdadera curación
interior, sin la que no será posible "superar los obstáculos que impiden la
perfecta comunión eclesiástica", y nos exige "poner todos los esfuerzos para
eliminar palabras, juicios y acciones que no responden, según la justicia y la
verdad, a la condición de los hermanos separados y que por lo mismo hacen
más difíciles las relaciones entre ellos" (N. 4).

3.- La oración unánime: "Esta conversión del corazón y santidad de vida,


junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, han
de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico" (N. 8).

4.- El conocimiento mutuo de los hermanos: Sin conocimiento no hay amor,


y sin amor no se llega a la unidad. Es necesario que lleguemos a "un mejor
conocimiento de la doctrina y de la historia, de la vida espiritual y cultural, de
la psicología religiosa y de la cultura propia de los hermanos" (N. 9), y que los
católicos "reconozcan con gozo y aprecien los bienes verdaderamente
cristianos, procedentes del patrimonio común, que se encuentren entre
nuestros hermanos separados".

5.- La formación ecuménica

6.- Atender a la forma de expresar y de exponer la doctrina de la fe, "con


una forma y un lenguaje que (respecto a la fe católica) la haga realmente
comprensible" (N. 11).

7.- Buscar formas de cooperación, de todos los cristianos, la cual "expresa


con viveza la unión que ya los vincula entre sí, y expone a más plena luz el
rostro de Cristo siervo". "Todos los que creen en Cristo pueden aprender con
facilidad la manera de conocerse mejor los unos a los otros y de apreciarse
más y de allanar el camino a la unidad de los cristianos" (N. 12).

CUARTA SEMANA
La Promesa del Padre
I.- Pentecostés y la transformación de los primeros
discípulos
OBJETIVO: Tomar mayor conciencia de la acción del Espíritu Santo en la
historia de salvación.

A.- El deseo del Espíritu Santo.

La Sagrada Escritura nos habla del Espíritu desde su primera página: nos
presenta la creación como obra de Dios por medio de su Palabra y por medio
de su Espíritu. A lo largo de toda la Biblia aparecerá como una de las
características del Espíritu de Dios el ser espíritu creador:

"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión
y oscuridad por encima del abismo, pero el Espíritu de Dios aleteaba por
encima de las aguas" (Gn 1, 1-2).

El Pueblo de Israel, después de su experiencia de infidelidad, deseaba una


profunda renovación que llegase a lo más íntimo del ser, una renovación que
fuese como una nueva creación. Este era el deseo del Salmista:

"Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mi


renueva; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu"
(Sal 51, 11-12).

La profecía de Jeremías:

"Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su


Dios y ellos serán mi pueblo" (Jr 31, 33).

Y la profecía de Ezequiel:

"Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de
su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne" (Ez 11, 19).

Pero esto no podían realizarlo los antiguos jueces o los profetas o los reyes
ungidos de Israel, que sólo recibían la fuerza del Espíritu de modo pasajero;
esta obra sólo podía hacerla el Mesías sobre quien debía reposar de forma
estable el Espíritu Santo, tal como indica Isaías:

"Reposará sobre él el Espíritu del Señor" (Is 11,2).


O el canto profético del Siervo de Yahvé:

"El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido el Señor.
A anunciar la Buena Nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los
corazones rotos" (Is 61, 1).

Es sobre esta obra del Mesías que se centran los profetas de Israel cuando
anuncian un nuevo Pueblo movido por el Espíritu. Así la célebre profecía de
Joel:

"Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne.


Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán
sueños,
y vuestros jóvenes verán visiones.
Hasta en los siervos y en las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días"
(Jl 3, 1-2).

B) Jesús anuncia el cumplimiento de la promesa

Cuando pasamos a los escritos del Nuevo Testamento, vemos claramente


como Juan Bautista señala la proximidad del cumplimiento de esta promesa:

"Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo" (Mc
1,8).

Jesús, por su parte, antes de su resurrección indica también que es él el que


dará el Espíritu Santo:

"El que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás, sino que el agua que
yo le dé se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna"
(Jn 4,14).

- "El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: Si
alguno tiene sed, venga a mí, y beba el crea en mí, según dice según dice la
Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al
Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había
Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado" (Jn 7, 37-39).

- "Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el


Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré" (Jn 16,7).

Por eso, tal como nos indica S. Juan, la primera cosa que hace Jesús
resucitado cuando se aparece a sus discípulos es comunicarles su Espíritu
Santo:
"Jesús les dijo: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os
envío. Diciendo esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo"
(Jn 20, 21-22).

C.- Pentecostés

San Lucas recalca también a su modo el hecho de que Jesús es el que, lleno
del Espíritu Santo, da a sus discípulos su Espíritu, inaugurando un mundo
nuevo. El tercer evangelio termina con las siguientes palabras de Jesús a sus
discípulos:

"Yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte
permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder desde lo alto"
(Lc 24, 49).

Luego, al comenzar el libro de los Hechos de los Apóstoles, repite de nuevo


esta cercanía del cumplimiento de la Promesa:

"Les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la


Promesa del Padre que oísteis de mí. Que Juan bautizó con agua, pero
vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días" (Hch 1,
4).
"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis
mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaria, y hasta los confines de
la tierra" (Hch 1, 8).

A continuación, después de indicar el hecho de la ascensión, señala que "todos


estos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la
madre de Jesús, y con los hermanos de éste" (1,14). Y luego, se refiere a la
experiencia de Pentecostés:

"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.


De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso
que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas
lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de
ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en
otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse" (Hch 2, 1-4).

De este texto hemos de tener en cuenta varios detalles para comprender el


mensaje que nos quiere transmitir S. Lucas:

a) Pentecostés: significa cincuenta días, es decir, cincuenta días después de la


Pascua. Con ello se nos pone en relación la donación del Espíritu Santo con la
muerte y resurrección de Jesús (Pascua).
b) Todos reunidos: no se trata de una experiencia individual, sino
comunitaria. El Espíritu Santo es el don que Jesús hace a su Iglesia.

c) Viento: la imagen del viento es una forma de hacer gráfica la venida del
Espíritu Santo, ya que "viento" en griego se dice igual que "espíritu".

d) Lenguas como de fuego: simbolizan la fuerza ardiente de la predicación


apostólica. La venida del Espíritu Santo hace posible dar testimonio con
fuerza de la resurrección de Jesús.

e) Se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía


expresarse: el episodio de la Torre de Babel indica que la unidad de la
humanidad quedó rota por el egoísmo y el pecado; y esto lo simboliza con la
división de las lenguas (Gn 11, 1-9). Aquí la diversidad de lenguas no es
símbolo de división, sino, al contrario, teniendo un mismo Espíritu, se
convierte en símbolo de unidad. Por otra parte, había una leyenda judía que
hablaba de la proclamación de la Ley en el Sinaí en setenta lenguas, aquí la
presencia de lenguas indica que se trata de una Ley nueva y más grande: el
Espíritu derramado sobre toda carne.

Textos para meditar en la semana:


1.- Gn 1, 1-5
2.- Is 11, 1-5
3.- Is 61, 1-3
4.- Jl 3, 1-2
5.- Jn 4, 10-14
6.- Jn 7, 37-39
7.- Hch 1, 4-8

II.- Nuestra acogida al Espíritu: una nueva efusión

OBJETIVO: Tomar conciencia de la necesidad de una mayor apertura a la


acción del Espíritu y preparación para recibir una nueva efusión.

Cuando leemos los Hechos de los Apóstoles nos quedamos admirados de la


presencia de Cristo resucitado en las primeras comunidades cristianas y del
dinamismo del Espíritu de Pentecostés. Si comparamos esas primeras
comunidades con nuestra situación actual en las parroquias y en los grupos
cristianos, nos damos cuenta de la gran diferencia existente y de la necesidad
de esa fuerza interior que es el Espíritu Santo.

A) - Todos nosotros hemos recibido ya el Espíritu Santo

Todo cristiano ha recibido el Espíritu Santo, en primer lugar en los


sacramentos de iniciación, que son el Bautismo y la Confirmación:

a) el Bautismo. En el Bautismo hemos recibido el Espíritu Santo como


perdón de los pecados y como fuente de vida; de este modo, por el Espíritu de
Jesús hemos entrado en comunión con el Padre y con el Hijo, hemos entrado
en la comunidad cristiana.

b) la Confirmación. En la Confirmación hemos recibido el Espíritu Santo


como constructor de la comunidad y como fuerza de testimonio y
evangelización. Si la gracia del Bautismo se coloca en el orden del ser
cristiano, la gracia de la Confirmación va dirigida más bien hacia la misión.

Todas las demás celebraciones sacramentales son auténticas efusiones del


Espíritu para cada uno de nosotros. En la Asamblea Eucarística, después de
pedir que el Espíritu Santo descienda sobre las ofrendas del Pan y el Vino,
pedimos que para los que participen del Cuerpo y Sangre de Cristo se
convierta en una efusión que les convierta en un solo Cuerpo y en un solo
Espíritu, por la obra del Espíritu Santo, que es él mismo el perdón de los
pecados. En el sacramento de la unción de los enfermos pedimos igualmente
el Espíritu Santo capaz de fortalecer y curar al enfermo. En el sacramento del
matrimonio pedimos también el Espíritu Santo que es el amor y la alianza
entre Dios y los hombres. En el sacramento del Orden pedimos el Espíritu
Santo para que consagre en el ministerio sacerdotal a una persona.

L. MARTIN, "Los sacramentos como manifestación del Espíritu ", en


"Koinonía" núm. 30, pp. 8-13.

Pero no sólo en los sacramentos, sino a lo largo de toda nuestra vida cristiana,
en cada experiencia espiritual que supone para nosotros un crecimiento en la
fe, en la esperanza y en el amor, se realiza una efusión del Espíritu. El Espíritu
Santo es el que realiza las conversiones en el corazón, el que da la fuerza a los
mártires, el que nos mantiene en la perseverancia diaria, el que nos empuja a
perdonar, el que nos enseña a amar.

- B) La Iglesia ha de vivir en un continuo Pentecostés

Por otra parte, no sólo cada uno de nosotros ha de estar recibiendo


continuamente esta fuerza del Espíritu Santo, sino también toda la Iglesia. El
Papa Pablo VI decía que la Iglesia necesita "un continuo Pentecostés". La
realidad de la comunidad cristiana es un continuo milagro, que se ha de
realizar cada día. Las instituciones, la entrega al Señor, las comunidades
tienden siempre a caer en la rutina y a perder el entusiasmo, de ahí que la
Iglesia necesite continuamente períodos de Renovación para que este
Pentecostés sea permanente.
Así en la historia de la Iglesia podemos ver estas nuevas efusiones del Espíritu
a lo largo de los siglos. Si el primer Pentecostés fue los inicios, vemos en los
Hechos de los Apóstoles una nueva efusión del Espíritu cuando empiezan las
comunidades cristianas en Samaria, e igualmente cuando empezaron entre los
no judíos, como en el caso de Camelia. En los siglos III y IV las
persecuciones y la experiencia de los mártires supusieron también una
verdadera renovación de la Iglesia. En el siglo XIII con S. Francisco de Asís
se vive de nuevo un fuerte período de Renovación. Lo mismo en el siglo XVI
con las figuras de Sta. Teresa y S. Ignacio de Loyola. En este último siglo
hemos vivido los movimientos de renovación bíblica, litúrgica y ecuménica
que culminaron con el Concilio Vaticano II, que fue el principio de la gran
gracia de renovación para la Iglesia de hoy.

C) - La gracia de la Renovación Carismática

No nos ha de extrañar, pues, que después del Concilio el Espíritu Santo haya
suscitado en la Iglesia esta fuerte oleada de Renovación Carismática. No se
trata de ningún movimiento, sino de un momento fuerte de Renovación en la
Iglesia, un aplicar por la fuerza del Espíritu la gracia del Concilio.

Esta gracia de Renovación, tanto a nivel personal como comunitario, la


describía el Papa Pablo VI del modo siguiente:
-gusto por una oración profunda, personal y comunitaria,
-vuelta a la contemplación,
-gran disponibilidad a las llamadas del Espíritu Santo,
-mayor asiduidad a la lectura de la Sagrada Escritura,
-generosa entrega fraterna,
-voluntad de concurrir a los servicios de la Iglesia (10 octubre 1973).

¿Cómo llamar a esta gracia de Renovación que tantos de nosotros han


experimentado? En los primeros años de la R.C. y por influencia de la
terminología Pentecostal se la llamaba "bautismo en el Espíritu", haciendo
una referencia al texto de los Hechos de los Apóstoles "pasados no muchos
días, seréis bautizados en el Espíritu Santo" (Hch 1, 5). Dado que esta
terminología se presta a confusiones en cuanto puede parecer que se trata de
un segundo bautismo o de la verdadera recepción del Espíritu Santo,
actualmente entre los católicos se tiende más bien a emplear la expresión
"nueva efusión del Espíritu". De este modo queda claramente reflejado que
esta gracia de Renovación indica la experiencia espiritual por la que "la fuerza
del Espíritu Santo, comunicada en la Iniciación Cristiana (sacramentos del
Bautismo y de la Confirmación), llega a ser objeto de experiencia consciente y
personal" (Documento de Malinas-l, C 2 d).

Cfr. R. PUlGDOLLERS, Redescubrimiento del Bautismo y de la


Confirmación, en "Koinonía" núm. 16, pp. 4-6.
L. MARTIN, El bautismo en el Espíritu a la luz del NT, en "Koinonía" núm.
5, pp. 5-7.

D) - Condiciones para recibir esta nueva efusión del Espíritu

¿Qué disposiciones se necesitan para poder recibir esta gracia? Toda gracia es
un don gratuito y, por lo tanto, no podemos pensar en esperar merecer esta
gracia o estar preparados para recibirla. La única disposición que se requiere
es desearla ardientemente con gran sencillez. Jesús vino para los pobres, para
los enfermos, para los que tienen necesidad. Si tú no necesitas nada, si te
consideras satisfecho, no podrás recibir el regalo de Dios.

Pero señalemos algunas actitudes que es conveniente intensificar para


prepararse a recibir una nueva efusión del Espíritu Santo con un corazón
plenamente abierto:

a) espíritu de pobreza: no te asustes de tus necesidades ni tengas miedo de


verte tan necesitado. Jesús dijo: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y
sobrecargados, que yo os daré descanso" (Mt 11,28).

b) perdona de corazón a todos los que te han ofendido: el Espíritu Santo


que vas a recibir es él mismo el perdón de los pecados, por lo tanto perdona tú
a todos los que te han ofendido para que puedas recibirlo. A veces tenemos en
nuestro pasado personas que nos han hecho mal y que nunca hemos
perdonado.

c) reaviva fuertemente la fe en Jesús: es Jesús quien te dará su Espíritu.


Acércate a él como se acercaba la hemorroísa a tocar su manto, o como
Zaqueo se subió al sicómoro; grita como el ciego de Jericó: "Jesús, hijo de
David, ten piedad de mí".

d) invoca desde lo más profundo de tu ser al Espíritu Santo: deja que


nazca en tu interior este deseo profundo del Espíritu, deseo que sólo él puede
poner.

El papa Pablo VI dijo en una de sus audiencias este hermoso resumen: "Nos
limitaremos ahora a recordar las principales condiciones que deben darse en el
hombre para recibir el Don de Dios por excelencia, que es precisamente el
Espíritu Santo, el cual, lo sabemos, 'sopla donde quiere' (Jn 3, 8), pero no
rechaza el anhelo de quien lo espera, lo llama y lo acoge (aunque este anhelo
mismo proceda de una íntima inspiración suya). ¿Cuáles son estas
condiciones? Simplifiquemos la difícil respuesta diciendo que la capacidad de
recibir a este 'dulce huésped del alma', exige la fe, exige la humildad y el
arrepentimiento, exige normalmente un acto sacramental; y en la práctica de
nuestra vida religiosa requiere el silencio, el recogimiento, la escucha y, sobre
todo, la invocación, la oración, como hicieron los Apóstoles con María en el
Cenáculo. Saber esperar, saber invocar: ¡Ven Espíritu creador! ¡Ven Espíritu
Santo!" (16-X1974).

E) - Cómo se recibe esta gracia

En los grupos de Renovación Carismática es costumbre, aunque no sea una


cosa necesaria, prepararse a esta gracia mediante un tiempo fuerte de oración
y catequesis (las siete semanas que estás haciendo).

Durante este tiempo de preparación es conveniente hablar en particular con


alguno de los que llevan estas catequesis para poder discernir la situación de
cada uno, sus necesidades y su conveniencia o no de que pida ya esta gracia.

Cuando hay una o varias personas que lo desean y están preparadas se reúne
un grupo de hermanos para orar por los que han pedido esta gracia. Esta
oración se acostumbra a hacer de una forma que ni es completamente pública
ni completamente privada: acostumbran a asistir los catequistas que han
llevado las siete semanas, los dirigentes del grupo, las personas más
vinculadas a aquellos por los que se ora y algunas otras personas que se
sienten llamadas; de todos modos se acostumbra a evitar que haya demasiada
gente, sobre todo gente nueva, para evitar todo tipo de emocionalismo y al
mismo tiempo para no romper el clima de recogimiento y de confianza que las
personas por las que se ora requieren (lo importante es que las personas por
las que se ora se encuentren a gusto, con libertad para poder expresarse).

Una vez reunidos en oración y después de algunos cantos y alabanzas, se


acostumbra a invitar a las personas que desean que se ore por ellas que se
adelanten. Luego se las invita a que en su interior perdonen a todos los que les
han ofendido y renuncien al mal; a continuación se les invita a proclamar su fe
en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (para estos dos momentos se puede
emplear si se quiere el ritual de la renovación de las promesas bautismales en
la noche pascual). Por último todos oran por los hermanos que han pedido esta
gracia. Si son muchos hermanos es conveniente dividirlos en pequeños
grupos, si no se ora por cada uno de ellos individualmente. Si quieren pueden
ponerse de rodillas o bien sentados, lo importante es que se encuentren bien.
Se acostumbra a orar imponiendo las manos sobre la cabeza o sobre los
hombros; este gesto bíblico se emplea como signo de fraternidad y de
solidaridad con aquel por el que se ora. De todos modos, tampoco es un gesto
necesario; lo importante es que sea una oración sincera y fraterna.

Textos para meditar en la semana:


1.- Hch 2, 1-13
2.- Hch 2, 14-24
3.- Hch 4, 23-31
4.- 8, 14-17
5.- 9, 1-7
6.- 10, 34-48
7.- 19, 1-7.

QUINTA SEMANA
El fruto de Pentecostés: la comunidad cristiana

OBJETIVO: Tomar conciencia de que Jesús ha derramado su Espíritu Santo


no solamente para realizar una transformación individual, sino para crear una
verdadera fraternidad universal.

A) - Lo que nos dicen los Hechos de los Apóstoles

En los Hechos de los Apóstoles, S. Lucas nos indica en el episodio de


Pentecostés la obra que Jesús resucitado quiere realizar por medio de su
Espíritu Santo; ésta es la verdadera fraternidad entre todos los hombres:

a) deshacer la Torre de Babel: el egoísmo sólo consigue construir una Torre


de Babel en la que los hombres se alejan y dispersan; sólo el Espíritu Santo es
capaz de llevar a la unidad a los hombres.

b) hacer que los hombres se entiendan: en Jerusalén, en el Pentecostés se ve


entenderse a todos los pueblos de la tierra: "partos, medos y elamitas,
habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia,
Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos,
judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra
lengua las maravillas de Dios" (Hch 2, 9-11).

c) todos sin distinción: S. Pedro explica la experiencia de Pentecostés


mediante la profecía de Joel que habla del Espíritu derramado "sobre toda
carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán
visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre
mis siervas derramaré mi Espíritu" (Hch 2, 17-18).

Frente a esta llamada a construir un mundo nuevo, una nueva humanidad, la


gente reunida en Jerusalén le pregunta a Pedro y a los demás discípulos:
"¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y que cada
uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de
vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2, 37-38). Y a
continuación el texto indica que "los que acogieron su Palabra fueron
bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil personas. Acudían
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles... - (Hch 2, 41-42a.). Y a
continuación S. Lucas describe la comunidad cristiana. Es decir, la respuesta
al Pentecostés es unirse fuertemente a Jesús para recibir el Espíritu Santo y
que nazca así la comunidad cristiana.

B) Las características de la Comunidad Cristiana

Los Hechos de los Apóstoles nos resumen en tres textos fundamentales las
características de la comunidad cristiana nacida de la experiencia del Espíritu
Santo en Pentecostés. Leyendo estos textos nosotros podremos comprender
mejor la gracia que hemos recibido al ser insertos en la Iglesia y recibir el
Espíritu Santo:

a) "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión


fraterna, a la fracción del pan ya las oraciones" (Hch 2,42). La "enseñanza de
los apóstoles" es la escucha de la Palabra de Dios tal como nos viene
anunciada en medio de la comunidad. La "fracción del pan" es la asamblea
eucarística en la que se reúne toda la comunidad para participar del Cuerpo y
la Sangre de Cristo. Y todo esto "en la comunión fraterna" y "en las
oraciones".

- La primera característica de la comunidad cristiana es, por lo tanto, el


ser una comunidad de alabanza a Dios, centrada en la escucha de la Palabra
de Dios y en la celebración de la Asamblea eucarística.

b) "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola
alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre
ellos" (Hch 4, 32). La comunidad cristiana no está dirigida sólo hacia Dios,
sino que establece entre sus miembros una profunda unidad, por eso se ha de
establecer entre los creyentes esta unidad perfecta que es el tener "un solo
corazón y una sola alma". De esta unidad profunda brota el compartir, pues
sabiéndonos hermanos, hijos de un mismo Padre, aprendemos a reconocer
todo lo que somos y tenemos como un don de Dios para el servicio de los
demás. De ahí que en la comunidad cristiana Jesús sea reconocido como el
Señor de todo, y nosotros aparecemos como simples siervos, simples
administradores. De esta forma las cosas recuperan su verdadero sentido
mediante el compartir cristiano

-La segunda característica de la comunidad cristiana es, por lo tanto, el ser


una comunidad de amor fraterno, que tiene su expresión en el compartir
espiritual y material.

c) "Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del


Señor Jesús" (Hch 4, 33). La comunidad no está encerrada entre los miembros
que la forman, sino que con la fuerza del Espíritu Santo ("con gran poder")
dan testimonio de la resurrección de Jesús. No se trata de predicar una palabra
o manifestar una fe, sino dar testimonio de que Jesús está realmente vivo. Y
esto sólo se puede hacer si uno vive auténticamente como él vivía, es decir,
según su Espíritu.

-La tercera característica de la comunidad cristiana es, por lo tanto, el ser


una comunidad que da testimonio de la resurrección de Jesús por la
fuerza del Espíritu Santo.

C) - Crecer en todos los sentidos

Estas tres características de la comunidad cristiana, la alabanza, el compartir y


el testimonio, no son tres formas posibles de comunidad, como si pudiese
existir una comunidad centrada exclusivamente en la escucha de la Palabra de
Dios, o una comunidad de sólo ayuda fraterna, o una comunidad de sólo
testimonio. Los Hechos de los Apóstoles, nos muestran muy claramente la
comunidad cristiana primitiva como constando de estas tres características. La
alabanza lleva al compartir y al testimonio. El testimonio se basa en la
alabanza y en el compartir. El compartir sólo es posible a partir de la alabanza
y del testimonio.

Al haber recibido el don de la Iglesia, nosotros hemos recibido el don de la


comunidad cristiana y por lo tanto el don de la alabanza, del compartir y del
testimonio. A veces esta comunidad cristiana, en las parroquias o en los
grupos cristianos está muy poco desarrollada. Pero el don, el germen siempre
está. Y es sólo a partir del don de la Iglesia que hemos recibido como
podemos conseguir desarrollar y edificar la comunidad que vemos reflejada en
los Hechos de los Apóstoles.

El grupo de oración, en comunión con la Parroquia y con toda la Iglesia, debe


ser una ayuda para ir edificando esta comunidad cristiana, que no debe quedar
circunscrita al pequeño grupo de oración, sino inserta en toda la gran
comunidad cristiana.

Textos para meditar y orar en la semana:


1.- Hch 2, 42. 46-47
2.- Hch 4, 13-22
3.- Hch 4, 23-31
4.- Hch 4, 32. 34-35
5.- Hch 4, 36-37
6.- Hch 4, 33; 5, 12•16
7.- Hch 5, 27-33.
SEXTA SEMANA
Los dones para la construcción de la comunidad

OBJETIVO: Reconocer que todo lo que somos y tenemos es un don del


Señor para el servicio de los demás.

INTRODUCCION

S. Pablo advierte a los Corintios que no han de ser "niños en Cristo" (1 Co 3,


1) sino que han de ir creciendo hasta convertirse en adultos en Cristo.

¿Qué significa "ser niño en Cristo"? El niño es un ser que necesita


continuamente que se le dé todo: necesita las papillas, necesita que se le lleve
de paseo, que se le lleve a dormir, etc. Cuando aprende a hablar su expresión
preferida será "esto es mío". Luego, ya un poco más crecido sabrá decir "yo y
tú", pero sólo cuando tome verdadera conciencia de lo que es la sociedad y se
ponga al servicio de ella empezaremos a hablar de un adulto. El niño sólo
recibe; el adulto también da. Por lo tanto, "ser niño en Cristo" significa no
haber tomado aún conciencia de que somos el Cuerpo de Cristo y que hemos
sido llamados a construirlo, aportando todo lo que somos.

Jesús mediante varias parábolas nos muestra claramente este deseo suyo de
que crezcamos cada vez más. En primer lugar en la parábola de los talentos
(Mt 25, 14-30) en la que "un hombre, al ausentarse, llamó a sus siervos y les
encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a
cada cual según su capacidad; y se ausentó". Luego, cuando vuelve el amo
pide cuenta a cada uno de aquellos siervos sobre los frutos que han dado
aquellos talentos que habían recibido. El hecho que se trate de siervos y que
luego el amo pida cuentas, indica claramente que hay un único Amo y que
todos los demás si tienen algún talento es porque lo han recibido como
administradores para que lo hagan fructificar. Lo mismo encontramos en la
parábola del administrador fiel (Mt 24, 45-51) en que se elogia al siervo que
administra las provisiones de la casa según el Amo le ha encargado. Uno sólo
es el Amo de todo, el Señor, Jesucristo. Y todos nosotros no somos más que
siervos suyos y administradores de sus bienes. Si tenemos algo es que lo
hemos recibido para administrarlo al servicio de los hermanos.

-"¿Qué tienes que no lo hayas recibido?", nos pregunta S. Pablo (1 Co 4, 7).


Por lo tanto, Jesús es el Señor, todo lo que tenemos es un "don gratuito de
Dios". Nosotros no podemos considerarnos dueños de lo que tenemos, sino
que hemos de reconocer que todo procede de Dios poniéndolo al servicio de
los demás. Sólo por obra del Espíritu Santo podemos reconocer que todas las
cosas son un don gratuito de Dios: "Nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para conocer las gracias que
Dios nos ha otorgado" (1 Co 2, 12).

Esta actitud de recibir todas las cosas como un don gratuito de Dios para el
servicio de los demás es lo que llamamos actitud carismática. En griego
"carisma" significa "manifestación de la gracia" o como dice S. Pablo
"manifestación del Espíritu para provecho común" (1 Co 12, 7).

Cfr. R. PUlGDOLLERS, ¿Qué significa la palabra carisma? ¿Qué dice S,


Pablo sobre los carismas? ¿Cuántos carismas hay? en "Koinonía" núm. 33 y
34, pp. 8-25

Esta actitud que sabe apreciar la obra de Dios no solo en las cosas grandes,
sino también en las cosas pequeñas, es la que quiere inculcar S. Pablo a los
corintios en el célebre capítulo 12 de la primera carta. He aquí unos versículos
de este capítulo:

“A uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de


ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu. A otro,
carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, obras milagrosas. A otro,
profecía; a otro, discernimiento de espíritus. A otro, diversidad de lenguas; a
otro, interpretación de lenguas" (1 Co 12, 8-10).

En este texto S. Pablo exhorta a tener una actitud carismática en varias áreas
de la vida de la comunidad:

a) A ver la predicación de la Palabra de Dios como un don: tanto cuando se


anuncia con sabiduría (palabra de sabiduría), como cuando se anuncia con la
ciencia de Dios (palabra de ciencia), como cuando se recibe con la fe (fe).

b) A ver todos los bienes como un don: tanto en la curación que nos devuelve
la salud (curación), como en el compartir los bienes materiales (obras).

c) A ver la actualización de la Palabra de Dios como un don: tanto cuando ésta


se hace proféticamente (profecía), como cuando se realiza mediante el
discernimiento de la voluntad de Dios (discernimiento de espíritus).

d) A ver toda forma de oración como un don: tanto cuando es una oración
espontánea sin palabras (oración en lenguas), como cuando se trata de una
oración bocal (interpretación de lenguas).

A) - Acoger como un don la predicación de la Palabra

La Palabra de Dios a los hombres se hace presente en medio de nosotros a


través de los hermanos que por ministerio o de forma espontánea nos
proclaman la realidad evangélica.

• S. Esteban, tal como nos lo presentan los Hechos de los Apóstoles, es para
nosotros modelo de un modo de hablar fuertemente inspirado. S. Lucas nos lo
describe como un hombre "lleno de Espíritu y de sabiduría" (Hch 6, 3) de
forma que los que le escuchaban "no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu
con que hablaba" (Hch 6, 10). S. Esteban estaba lleno de esa sabiduría de Dios
de la que hablaba Jesús cuando decía:
"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños" (Mt 11, 25; Le
10, 21). Esa sabiduría que prometió a sus discípulos: "Yo os daré una
elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos
vuestros adversarios" (Lc 21, 15). Este "hablar con sabiduría" es un
carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

• S. Pablo se nos presenta él mismo como modelo de otro modo de hablar


también inspirado aunque menos espectacular. Él dice de sí mismo que carece
de elocuencia, "no así de ciencia" (2 Co 11, 6; cf. 6, 6). No se trata de una
ciencia humana, sino del "conocimiento del amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento" (Ef 3, 19). Los Hechos de los Apóstoles nos indican que
enseguida después de su conversión "se puso a predicar a Jesús en las
sinagogas: que él era el Hijo de Dios. Todos los que le oían quedaban
atónitos" (Hch 9, 20). Este "hablar con (1a) ciencia" de Dios es un carisma, es
decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

• Los Tesalonicenses son para nosotros ejemplo de otra actitud carismática


cual es el acoger la predicación con fe. San Pablo les escribía diciendo: "al
recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra de
hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece
operante en vosotros, los creyentes" (1 Ts 2, 13). Esta actitud de fe ante la
acción de Dios es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para
provecho de todos.

De este modo, S. Esteban, S. Pablo y los Tesalonicenses nos enseñan a acoger


como una manifestación del Espíritu Santo para provecho de toda una serie
amplia de manifestaciones que se presentan en la comunidad cristiana. Desde
la más espectacular del que habla con sabiduría de Dios que sólo el Espíritu
puede dar, pasando por el que habla de las cosas de Dios con esa ciencia que
penetra y está llena de unción, hasta llegar a la actitud humilde del que acoge
la Palabra con fe. En todo, en lo más espectacular y en lo más humilde hemos
de saber contemplar la obra de Dios que lo "obra todo en todos" (1 (1 Co 12,
6).

B) - Acoger como un don todos los bienes que Dios nos da


Todo lo que nosotros tenemos es un don de Dios. Tanto las cosas materiales
como las espirituales. Si acogemos con agradecimiento los dones espirituales,
también hemos de saber acoger los dones materiales.

Las comunidades cristianas primitivas sabían recibir todos los


acontecimientos como un don de Dios, de modo que san Pablo podía escribir:
"en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8, 28).
De esta aceptación de la voluntad de Dios es de donde nace la apertura a esas
manifestaciones como la curación y el compartir.

• El tullido que pedía en la puerta Hermosa del Templo de Jerusalén (Hch 3,


1-10) es para nosotros un ejemplo de esta actitud carismática de acogida del
don de Dios. Alaba y da gracias a Dios por la curación que ha recibido. Al
darse una curación tomamos mayor conciencia de que toda nuestra vida está
en manos de Dios y de que tanto la vida como la salud son un gran don de
Dios.

Los mismos Hechos de los Apóstoles nos muestran a continuación que cuando
se da una curación hay siempre el peligro de poner los ojos más en los
hombres que en Dios. De forma que san Pedro tiene que decir: "Israelitas,
¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis fijamente, como si por
nuestro poder o piedad hubiéramos hecho caminar a éste?" (Hch 3, 12). Es
Jesús y sólo Jesús el que cura. Por eso hemos de decir que la curación es un
carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

* Pero no sólo en las curaciones se manifiesta que todo lo material que


tenemos es un don de Dios, esto también queda claro cuando nosotros
compartimos nuestros bienes unos con otros. Hay varios milagros en los
Evangelios que nos muestran esta importancia de compartir, reconociendo que
todos los bienes son para el provecho de todos. Recordemos especialmente las
multiplicaciones de los panes (Mt 14,13-21; 15, 32-39; Mc 6, 31-44; 8, 1-10;
Lc 9, 11-17; Jn 6, 1-13), la conversión del agua en vino (Jn 2, 1-11), la viuda
de Sarepta (1 R 17, 7-16); pero también hay otros episodios no milagrosos que
nos muestran la manifestación de Dios en el compartir humano. Así el óbolo
de la viuda (Mc 12, 41-44; Lc 21, 1-4), y la actitud de Bernabé que vende el
campo que tenía y pone lo conseguido a disposición de los apóstoles (Hch 4,
36-37). De este modo la Sagrada Escritura nos muestra que el compartir los
bienes es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho
de todos.

C) - Acoger como un don la manifestación de la voluntad de Dios

El gran deseo de Jesús es realizar en todo momento la voluntad del Padre.


Este es "su alimento", tal como dice a sus discípulos en Samaría (Jn 4, 34), y
su oración en el Huerto no hace sino pedir que "se haga" la voluntad del
Padre. Pero, ¿cómo conocer la voluntad del Padre? San Pablo, al final del cap.
2 de la primera carta a los Corintios, hace esta pregunta: "Quién conoció la
mente del Señor para poder enseñarle?". Y contesta: "Pero nosotros tenemos
la mente de Cristo” (Co 2, 16). Esta mente de Cristo a que se refiere el apóstol
es el Espíritu Santo, porque "nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu
de Dios" (1 Co 2, 11). La manifestación de la voluntad de Dios es un don que
Dios nos hace, no podemos pretender conocer su voluntad por nuestro simple
esfuerzo humano.

* Judas y Silas se nos presentan en los Hechos de los Apóstoles como modelo
de esta manifestación de la voluntad de Dios que es el hablar profético.
Después de haber puesto en comunicación de las comunidades el contenido de
la carta escrita por los apóstoles en el Concilio de Jerusalén, "Judas y Silas
eran también profetas, exhortaron con un largo discurso a los hermanos y les
confortaron" (Hch 15, 32). El hablar profético es un hablar inspirado por el
Espíritu para "edificación, exhortación y consolación" de la asamblea (1 Co
14, 3). Los hemos visto en Judas y Silas y lo encontramos también en Agabo,
de la comunidad de Jerusalén (Hch 11, 27 ss.; y 21, 10 ss.), en los dirigentes
de la comunidad de Antioquía (Hch 13, 1), en los discípulos bautizados en
Efeso (Hch 19, 6), en las cuatro hijas vírgenes de Felipe (Hch 21, 9), en la
comunidad de Corinto (cf. 1 Co 14, 29 ss), en Pablo (1 Co 14, 19), en el autor
del Apocalipsis (Ap 1, 3 ss). En el Apocalipsis nos ha quedado recogida una
forma concreta de palabra profética que es aquella que se presenta en primera
persona, como en boca de Jesús. He aquí el texto:
"Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que
va a venir, el Todopoderoso" (Ap 1, 8). El hablar profético en cuanto
actualización de la Palabra de Dios y manifestación de su voluntad es un
carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

J. M. Martín Moreno, Funciones de la profecía en la construcción de la


Iglesia; en "Koinonía" núm. 15, pp. 6-9.
X. QUINCOCES, Criterios para discernir la profecía, en "Koinonía" núm.
15, pp. 10-12.

* Este hablar profético, sin embargo, está sometido al discernimiento (cf. 1 Co


14, 29-32). De tal forma que el discernimiento aparece como la forma
fundamental y básica del conocimiento de la voluntad de Dios. La primera
carta de S. Juan lo señala muy claramente: "No os fieis de cualquier espíritu,
sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas
han salido al mundo" (1 Jn 4, 1). S. Pablo señala la siguiente regla de oro:
"nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: 'Anatema es Jesús', y
nadie puede decir: 'Jesús es Señor', sino con el Espíritu Santo" (1Co 12, 3). El
discernimiento es un don gratuito de Dios, y ha de ir acompañado de la
oración y de una vida entregada al Señor. S. Pablo señala a los Romanos: "No
os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la
renovación de vuestra mente, de forma que podáis discernir cuál es la
voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12, 2). El
discernimiento es, pues, un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu
para provecho de todos.

D) - Acoger como un don todas las formas de oración

La oración no es sólo la expresión de nuestro espíritu, sino que ha de ser la


expresión del Espíritu de Dios. S. Pablo nos indica cómo en el cristiano es el
Espíritu Santo el que clama en nuestros corazones "Abba, Padre" (Ro 8, 15).
De modo que "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros
no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones
conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los
santos es según Dios" (Rm 8, 26-27).

* Una forma de oración que se utilizaba mucho en la Iglesia primitiva y que


posteriormente se ha utilizado sólo en algunos grupos aislados, es la que se
llama "oración en lenguas". Se trata de un orar con sonidos, pero sin palabras;
un orar dejando de lado la lengua como forma de expresión humana, de ahí la
expresión "en lenguas" o "en otras lenguas", que no quiere decir en lenguas
antiguas (latín, arameo, sánscrito, etc.) ni en lenguas actuales desconocidas
por el que habla, sino en ningún tipo de lengua entendida ésta como forma de
expresión conceptual. Tampoco se trata de un movimiento irrefrenable, como
si uno estuviese movido por un espíritu que lo domina; no se trata de ningún
histerismo, sino de una forma de orar que intenta expresar lo más profundo del
ser. Es una forma muy provechosa de oración afectiva. Como dice el Cardenal
Suenens: "es una forma de desprendimiento de sí mismo, de desbloqueo y de
liberación interior ante Dios y los hombres. Si al comienzo de la experiencia
se acepta este acto de humildad se probará la alegría de descubrir una manera
de orar por encima de las palabras y más allá de todo cerebralismo". Sin
embargo, como ya indica S. Pablo, es una forma de oración que se presta a
abusos y que sólo se debe emplear cuando la asamblea está preparada para
ello y con mucho discernimiento. (cf. 1 Co 14). La oración en lenguas es un
carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.

Cf. R. PUlGDOLLERS, ¿Qué es la oración en lenguas?, en "Koinonía" núm.


5, pp. 11-13.

• Pero no sólo la forma de orar en lenguas es una oración inspirada por el


Espíritu, sino que toda auténtica oración es una oración en el Espíritu. No sólo
la oración que no se entiende, sino también lo que llama S. Pablo "la
interpretación de las lenguas", es decir, la expresión bocal de estos gemidos
inenarrables del Espíritu que intentan reflejar las lenguas. La oración sencilla
del cristiano es siempre la oración del Espíritu Santo que ora por nosotros.
Como dice S. Pablo "nadie puede decir: 'Jesús es Señor', si no con el Espíritu
Santo" (1 Co 12, 3). Si podemos decir a Dios "Padre nuestro" es porque Jesús
nos ha dado su Espíritu que clama con nosotros 'Abba, Padre". La oración
bocal es, por lo tanto, un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para
provecho de todos.

CONCLUSION

Jesús ha derramado sobre todos nosotros sin distinción su Espíritu Santo que
obra en nosotros, para construir la comunidad cristiana, el Cuerpo de Cristo.
Sólo cuando nos abrimos a esta dimensión carismática de contemplar todas las
cosas como un don de Dios podemos vivir en la continua alabanza de Dios,
podemos reconocer el don que existe en cada hermano respetándolo, podemos
captar la voluntad de Dios que se manifiesta a través de sus dones. De lo
contrario, con una actitud cerrada, racionalista o autoritaria, limitamos la obra
del Espíritu y al fin Y al cabo nos encontramos siempre con nosotros mismos.
Dejamos de construir el Pueblo de Dios y empezamos a construir la Torre de
Babel que no es capaz de construir una verdadera hermandad entre los
hombres.

Textos para meditar y orar en la semana:


1. - Ef 4, 11-16
2. - 1 P 4, 8-11
3. - Rm 12, 3-13
4.- 1 Co 1, 17-31
5. - 1 Co 2, 1-5
6.-1 Co 12, 4-11
7.- 1 Co 12, 12-30.

SEPTIMA SEMANA
Crecimiento en la vida del Espíritu
OBJETIVO: Dar las pautas necesarias para asegurar un crecimiento real en
la vida del Espíritu, evitando que todo quede reducido al entusiasmo de unos
días.

INTRODUCCION

La obra que el Espíritu Santo quiere realizar en nosotros no es sólo la labor de


un día. Pentecostés, tal como lo vemos en los Hechos de los Apóstoles, es el
comienzo de una vida dedicada al Señor, vida en la que no van a faltar
dificultades, desalientos y fallos. También para nosotros el recibir una nueva
efusión del Espíritu Santo no marca un punto final, sino un nuevo punto de
arranque. Es una renovación de toda nuestra vida, pero una renovación que
debe mantenerse y crecer cada día.

S. Lucas nos indica en los Hechos de los Apóstoles que "los que acogieron su
palabra (de Pedro)... acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles"
(Hch 2, 41-42). También nosotros tenemos que mantenernos asiduos y firmes
en el camino emprendido. Para ello es necesario apoyarse en tres aspectos
fundamentales del crecimiento: 1) la oración (oración personal y comunitaria,
la lectura de la Sagrada Escritura, los sacramentos); 2) la comunidad (vida
comunitaria); y 3) el servicio (testimonio, evangelización, servicio y
compromiso cristiano).

I.- La oración
La importancia de la oración la descubrimos sobre todo al constatar el lugar
que ocupa en la vida de Jesús: se retiraba a orar (Mt 14, 23; Mt 1, 35; 6, 46;
Lc 5, 16; 6, 12; 9. 18; 9, 18-28ss; 11, 1), oraba durante la noche (Lc 6, 12),
enseñó a orar a sus discípulos (Lc 11, 1), oró después de su bautismo (Lc 3,
21), oró antes de elegir a sus discípulos (Mt 14, 23; Lc 6, 12-13), oró antes de
su pasión (Mt 26, 36ss; Mc 14, 32ss.; Lc 22, ?41ss); oró en la última cena (Jn
17), oraba sobre los niños (Mt 19, 13).

Por medio del Espíritu Santo nosotros nos adentramos en la oración de Jesús.
S. Pablo nos señala que "Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de
su Hijo que clama: ¡Abba! Padre!" (Ga 4, 6). Y S. Juan en el Apocalipsis dice
que "el Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven!" (Ap 22, 17). Si verdadera mente
nosotros nos dejamos mover por el Espíritu de Jesús también nosotros
haremos como él.

La vida de oración presenta distintos aspectos, tanto en su dimensión


individual como comunitaria. Si queremos crecer en la vida del Espíritu,
hemos de intentar crecer en todos ellos:

A) La oración comunitaria. Hemos tomado contacto con un grupo de


oración, donde hemos descubierto la oración comunitaria. Si queremos
mantenernos en un crecimiento continuo en la vida del Espíritu, el primer
punto que hemos de tener en cuenta es el mantenernos asiduos a la oración
semanal del grupo. Allí aprenderemos a salir cada vez más de nosotros
mismos y a ponernos a la escucha del Señor por medio de los hermanos.
Aprenderemos a unirnos a la oración de los demás, a pedir por sus
necesidades, a alegrarnos con ellos.
Para comprender cada vez más la oración comunitaria hemos de tener en
cuenta sus líneas de fuerza:

a) la presencia de Jesús y la apertura al Espíritu. Vamos a la oración a


centrarnos en Jesús por medio de su Espíritu. No se trata de hacer unas
reflexiones o de escuchar como los demás oran, o de hacer nuestra propia
oración personal, sino de ponernos todos ante la presencia de Jesús. Cuando
entres en la oración procura centrarte en Jesús y abrirte al Espíritu; a partir de
esta presencia de Jesús todo lo demás lo verás distinto.

b) la alabanza. Una de las razones principales por las que el grupo se reúne es
para alabar a Dios. Alabar es centrarse en Dios por lo que él es, por el amor
que nos tiene. Procura dejar de lado lo que tienes que pedirle y hasta aquello
por lo que quieres darle gracias. Repite: "¡Gloria a ti, Señor!". La alabanza nos
centra en Dios y nos hace salir de nosotros mismos.

c) dimensión comunitaria. No se trata de varias personas que se han reunido


para hacer juntas su oración personal, sino del Cuerpo de Cristo que, movido
por un solo Espíritu, eleva a Dios una misma alabanza. Es una misma y sola
oración la que debe elevarse entre todos: la oración de Jesús. Procura sentirte
profundamente unido a todos los demás hermanos, reconciliado con todos.
Escucha sus oraciones y hazlas tuyas, apóyalas. Que ellos oren a través tuyo y
tú ores a través de ellos.

d) escucha de la Palabra de Dios. En la oración comunitaria debe resonar la


Palabra de Dios; en primer lugar a través de lecturas de la Sagrada Escritura,
otras veces también por medio de palabras proféticas. No dejes que la Palabra
de Dios caiga en el vacío. Después de escuchada una lectura, haz silencio y
deja que el Señor te hable en tu corazón. Cuando el Señor habla es él el que
marca el ritmo de la oración.

Aunque la oración comunitaria en los grupos carismáticos es muy espontánea,


sin embargo en líneas generales acostumbra a presentar la siguiente estructura
que nos puede ayudar a orientarnos mejor en la oración:

1a. parte: Introducción: cantos, invocación. Alabanza. Palabra de Dios.


Adoración. 60-75 min.
2a. parte: Catequesis. 10-15 min.
3a. parte: Testimonios, compartir y avisos. 15-120 min.
4a. parte: Oraciones de petición. 10-15 min.

B) La oración personal. La oración comunitaria no es posible si no viene


respaldada por la oración personal diaria. Si hemos descubierto la importancia
de la oración comunitaria, nos daremos cuenta dentro de poco que ésta existe
porque hay un grupo de personas que diariamente realizan un rato de oración
personal. Si nosotros queremos crecer en la vida el Espíritu y no ser unos
niños en Cristo, debemos procurar tener también nosotros nuestro tiempo de
oración.

Hay momentos en nuestra vida en que la oración nos sale espontánea y


querríamos poder tener tiempos para orar. Son a veces momentos de gran
alegría, o de gran necesidad. Es bueno que vivamos esos momentos. Pero si
queremos crecer de una forma madura en la vida espiritual, no podemos
quedarnos a merced del viento que sopla y a esperar que llegue un tiempo de
euforia para orar. La oración debe entrar dentro de nuestra vida diaria.

En nuestro día hay algunos momentos privilegiados, que parecen pedir un


elevar más nuestro interior hacia Dios. Así, p. ej., al levantarse, la comida, al
acostarse. La alabanza parece que surge espontánea al empezar un nuevo día,
la acción de gracias al empezar la comida, la revisión con acción de gracias y
petición de perdón antes de acostarse. Estos momentos son importantes y no
debemos olvidarlos. Pero además de esto, es necesario tener un tiempo
concreto en que nosotros hacemos nuestra oración personal.

Para hacer posible esta oración personal es conveniente tener en cuenta los
siguientes consejos prácticos:

a) debemos determinar de antemano a qué hora haré mi oración


personal. Normalmente uno lleva un horario muy apretado, y sólo si lo he
previsto anteriormente encontraré tiempo para la oración. De lo contrario,
siempre diré "no tengo tiempo", o dejaré pasar el tiempo que tengo diciendo
"ya la haré más tarde".

b) debo determinar cuánto tiempo voy a hacer. No importa que sean sólo
cinco minutos, lo más importante es que sean diarios. Normalmente, como
principiantes, nuestra oración debe oscilar entre los diez minutos y la media
hora.

c) debo determinar en qué lugar la haré. A algunas personas les ayuda


mucho el hacer la oración siempre en el mismo lugar, en un lugar en que se
encuentren bien. No se trata de hacerlo en el lugar que me parezca más digno,
sino en el lugar en que me encuentre más recogido y que me ayude más a
hacerla.

d) la oración personal es para estar con el Señor, para escucharle, para


alabarle. No existen métodos fijos. Has de encontrar tu forma personal. Quizá
te ayude la lectura de la Sagrada Escritura, algún salmo...

(Cf. R, Caries, Necesidad de la oración personal, en "Koinonía", núm. 19, pp.


4-5).
C) La lectura de la Sagrada Escritura. La Biblia es la Palabra de Dios. Si
queremos saber qué es lo que el Señor nos dice debemos conocer la Sagrada
Escritura, San Jerónimo decía que desconocer la Sagrada Escritura es
desconocer a Cristo.

La Biblia es proclamada en primer lugar en medio de la asamblea litúrgica,


cuando toda la comunidad está reunida. Pero, también debe ser escuchada y
meditada continuamente a nivel personal.

No se trata de hacerla objeto de un estudio frío, sino lugar de meditación y


oración. Para ello, sin embargo, es muy conveniente tener una cierta
formación bíblica, sobre todo cuando ésta es impartida con unción y por
personas que han captado su dimensión espiritual. Este estudio nos ayudará a
situarnos rectamente para poder escuchar a Dios que nos habla, teniendo en
cuenta las características de algunos géneros literarios y de algunos textos más
difíciles.

Es conveniente que cada día dediquemos un tiempo a esta lectura gratuita de


la Palabra de Dios, en espíritu de oración. Podemos emplear para ello diversas
formas. A continuación señalamos tres:

a) Abrir la Biblia al azar. En algunos momentos de oración puede ser una


buena forma, pero a la larga tiene el inconveniente de que no nos ofrece una
lectura orgánica de la Biblia, de modo que puede haber textos que nunca
leamos.

b) Leer cada día los textos correspondientes a la Eucaristía del día. Puede
ser una gran forma para leer la Sagrada Escritura al mismo ritmo que toda la
Iglesia. Sobre todo, es válida si no se asiste a misa diariamente.

c) Leer cada día la lectura del Oficio de Lecturas (ciclo bienal). Es quizá
una de las formas más completas de leer la Sagrada Escritura al mismo ritmo
que toda la Iglesia. De esta forma se lee casi toda la Biblia en el plazo de dos
años. Esta forma es válida sobre todo para los que ya escuchan los textos de la
Eucaristía en la misa diaria.

D) La asamblea eucarística y el sacramento de la reconciliación. En el


crecimiento de nuestra vida espiritual no podemos dejar olvidado el alimento
principal, tanto a nivel individual como comunitario: la asamblea eucarística.
Somos el Cuerpo de Cristo y de él nos tenemos que alimentar. A medida que
van renaciendo las comunidades cristianas vamos redescubriendo cada vez el
sentido de asamblea de la comunidad que tiene la Eucaristía dominical. Es allí
donde se encuentra la comunidad en su máxima expresión. De modo que con
toda razón el Concilio Vaticano II dice que "es la fuente y culmen de toda la
vida cristiana" (S.C. 10).
La experiencia nos muestra que a medida que vamos descubriendo cada vez
más la dimensión comunitaria de la vida cristiana, aparece con una luz nueva
el sacramento de la reconciliación. Cuando nos vamos acostumbrando a que
los hermanos oren por nosotros en nuestras necesidades, descubrimos el gran
tesoro que es el que el Sacerdote, en nombre de toda la comunidad, ore por
nosotros por el perdón de nuestros pecados.

II.- La comunidad
El crecimiento en la vida del Espíritu no es sólo una relación con Dios, sino
también una relación con los hermanos.

San Pablo, en la Carta a los Corintios, dice que "del mismo modo que el
cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así
también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para
no formar más que un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu" (1 Co 12, 12-13). Todos los que hemos
recibido un mismo Espíritu, por lo tanto, hemos sido reunidos en una
comunión profunda que es el Cuerpo de Cristo, la comunidad cristiana.

Ahora bien, si es verdad que somos el Cuerpo de Cristo "el cuerpo no se


compone de un solo miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: 'Puesto que no
soy mano, yo no soy del cuerpo', ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Si
todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si fuero todo oído, ¿dónde
el olfato? Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo
según su voluntad. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde quedaría el
cuerpo? Ahora bien, muchos son los miembros, más uno el cuerpo. Y no
puede el ojo decir a la mano: '¡No te necesito!: Ni la cabeza a los pies: '¡No
os necesito!'. Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles,
son indispensables. Y los que nos parecen los más viles del cuerpo, los
rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes deshonestas las vestimos con
mayor honestidad. Pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha
formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él, para
que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se
preocuparan lo mismo los unos de los otros. Si sufre un miembro, todos los
demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte
en su gozo" (1 Co 12, 14-26)

Este texto nos muestra mejor que ninguno la realidad que crea en nosotros el
Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones. Un solo Espíritu,
un solo Cuerpo.

No siempre es fácil salir de nuestro egoísmo y de nuestra formación


individualista, para entrar dentro del plan de Dios y de la realidad comunitaria.
Pero vale la pena. A medida que nos abrimos a los hermanos, el rostro de Dios
se nos va revelando cada vez más. Hemos de pensar que Dios se nos ha
manifestado en Jesús, y Jesús es nuestro hermano.

Para irnos adentrando cada vez más en esta dimensión comunitaria de la vida
en el Espíritu es conveniente tener en cuenta una serie de puntos:

a) para que nazca en nosotros esta dimensión comunitaria es necesario que


asistamos a los actos del grupo de oración, de un modo especial a la oración
semanal. Si perdemos el contacto con el grupo, la experiencia que hemos
tenido se irá debilitando cada vez más.

b) procurar entrar cada vez más en relación con los hermanos del grupo.
Cuando conocemos al hermano se nos hace más fácil compartir sus penas y
sus alegrías. Al mismo tiempo nos damos cuenta de que cada hermano es
distinto y que hemos de vencer nuestro egoísmo para permanecer abiertos a
todos.

c) si queremos dar dos pasos seguidos en la dimensión comunitaria, hemos de


vigilar mucho nuestra lengua y eliminar todo rastro de crítica. Santiago en su
carta dice que "la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua que es
uno de ?nuestros miembros, contamina todo el cuerpo, y encendida por la
gehenna prende fuego a la rueda de la vida" (Sí. 3,6).

d) en toda comunidad hay una diversidad de ministerios, por lo tanto es


necesario para crecer en la dimensión comunitaria aprender a aceptar el
discernimiento de los dirigentes del grupo y saberse servir de las ayudas
espirituales que en él haya.

Cuando aquí hablamos de comunidad hay que saber entender la dimensión


comunitaria que toda verdadera vida cristiana comporta, es decir, nos
referimos a la comunidad en su sentido más amplio y eclesial. La llamada a
formar parte de una comunidad más cerrada, con unos compromisos concretos
y una vocación especial, no es cosa de todos. Es muy necesario darse cuenta
de esta distinción para no rechazar la dimensión comunitaria que comporta la
vida cristiana como si fuese cosa de unos pocos, o bien pensar que formas
cerradas de comunidad deben ser la llamada de todo cristiano. El grupo de
oración en principio se coloca en el ámbito de la comunidad cristiana abierta,
sin que esto quiera decir que algunos de los miembros del grupo de oración no
estén llamados a constituir entre ellos una comunidad más cerrada y con una
vocación más específica.

(Cf. J.M. Martín Moreno, Las relaciones interpersonales en la comunidad


cristiana, en "Koinonia", núm. 22, pp. 10-13., y X. Quincoces, El
acompañamiento espiritual, medio de crecimiento, en "Koinonía", núm. 27,
pp. 17-19)

III.- El servicio
El crecimiento en la vida del Espíritu no puede limitarse a nuestra relación
con Dios y a nuestras relaciones dentro de la comunidad, si queremos que
nuestro crecimiento espiritual y comunitario sea real debe convertirse en un
servicio a los demás. Jesús es para nosotros el modelo, él que no vino a ser
servido, sino a servir (Cf. Mt. 20, 28; Mc. 10, 45). Uno crece sólo en la
medida en que sirve. La misma comunidad cristiana no existe para estar
cerrada en sí misma, sino para realizar una misión en medio del mundo, es
decir, un servicio.

Este servicio cristiano lo podemos sintetizar en tres puntos, que son en los que
cada uno de nosotros y toda la comunidad debe centrarse si quiere que se
realice un verdadero crecimiento en el Espíritu:

A) - TESTIMONIO.

El primer punto a tener en cuenta es la importancia de nuestro modo de vivir.


Esta es la acción primera. La palabra de anuncio del Evangelio sólo tiene
sentido si se basa en una vivencia que corresponde a un intento de respuesta a
esta Palabra. Por eso, el primer servicio que debe realizar el cristiano es el
vivir toda su vida como un auténtico cristiano, dando así testimonio de la
resurrección de Cristo.

Este testimonio que es la propia vida queda enriquecido cuando compartimos


las obras que Dios realiza en nuestra vida, de modo que confesamos la acción
maravillosa de Dios, invitamos a los hermanos a la alabanza y les ayudamos a
contemplar y esperar esta acción del Señor en sus propias vidas. Hay cosas
que Dios obra en nuestra vida que deben permanecer guardadas, pero hay
otras que pueden ser compartidas para edificación de todos. Como dice el
ángel a Tobías: "Es bueno mantener oculto el secreto del rey y es bueno
publicar las obras gloriosas de Dios". - (Tb 12, 11). Para dar este testimonio
de autenticidad es conveniente tener en cuenta algunos puntos:

a) Se da testimonio para gloria de Dios, no para gloria propia;

b) Hay que centrase en la acción de Dios, no en las anécdotas de lo que ha


ocurrido;

c) Hay que ser breves;


d) Hay que discernir qué cosas hay que explicar públicamente y qué cosas hay
que callar.

B) - EVANGELIZACION

El anuncio del Evangelio no puede quedar reducido al testimonio de la propia


vida, sino que debe ir acompañado en algunos momentos del anuncio explicito
de Cristo.

Con demasiada facilidad dejamos que quede en silencio el mensaje de Jesús,


bajo la excusa de que ya todo el mundo conoce el Evangelio, o bajo la
costumbre de conservar la boca cerrada.

La propia experiencia nos mostrará que la gente está muchas veces ansiosa de
la Palabra de Dios o de una palabra de ánimo que les ayude a levantar los ojos
hacia arriba. No siempre es fácil encontrar la forma respetuosa y adecuada,
pero hay que pedir al Señor esta actitud correcta en la que se une el respeto
con la valentía.

Evangelizar no es anunciar con palabras el mensaje evangélico, sino que es


ayudar a transformar las personas, las relaciones interpersonales y las
estructuras sociales a la luz del Evangelio. En este punto hay que tener en
cuenta que todo anuncio, toda forma de expresarse, todo método empleado
lleva una carga cultural determinada y una serie concreta de valores. Hay que
saber ser muy crítico y muy respetuoso para poder hablar a cada uno según su
lenguaje y ayudarle a enfrentarse de verdad a la Palabra de Dios.

No hay que confundir la evangelización con la predicación por las calles, la


distribución de folletos o la organización de festivales o de retiros. Cada lugar
puede necesitar sus métodos propios. Lo único importante es que el anuncio
del Evangelio, con toda la realidad de la propia vivencia, se vaya haciendo
realidad en cada población.

(Cf. X. Quincoces, Diversas formas de evangelizar hoy, en "Koinonia", núm.


20, pp. 11-13)

C) - COMPROMISO CRISTIANO

La vida de seguimiento de Jesús supone dejarse mover por su mismo Espíritu


y, por lo tanto, no vivir para sí mismo, sino al servicio de los demás. El
Espíritu derramado sobre nuestros corazones nos hace reconocer en cada
persona a nuestro hermano y ponernos a su servicio.

Esta vida de servicio no está reducida a nuestras acciones sino también a todo
el enfoque de nuestra vida y a todo lo que tenemos. El sentido de todo lo
creado es el servicio del hombre y sólo cuando construimos una sociedad en
que todas las cosas están al servicio del hombre y no para su explotación,
estamos respetando realmente el designio creador.

Esta vida de servicio y este sentido cristiano de los bienes no se reduce al


ámbito de la comunidad cristiana, sino que es válida para toda nuestra vida.
Por eso, nuestro seguimiento de Cristo debe transformarse en un verdadero
compromiso cristiano que vaya haciendo posible cada vez más la construcción
de una sociedad más justa y más fraterna.

(Cf. R. Puigdollers, La. R.C. y el compromiso socio-político, en "Koinonia",


núm. 6, pp. 9-11. Y C. Talavera, La dimensión horizontal de la R.C., en
"Koinonia", núm. 29, pp. 20-22).

Textos para meditar y orar en la semana:


1. - Col 3, 12-l7
2. - Rm 12, 1
3. - 1 Tes 5, 12-22
4. - Ga 5, 22-23
5. - 1 Jn 4, 7-11
6. - Mt 5, 13-16
7. - 1 P 3, 15-17.

37 - VARIOS TEMAS. LA EXPERIENCIA DE DIOS.

La experiencia de Dios en
Santa Teresa de Jesús
P or Domingo A. Fernández, O.C.D

Teresa de Jesús ha sido la primera mujer declarada Doctora de la Iglesia. La


base de su magisterio es su experiencia de Dios. Ella se presenta como mujer
de experiencia de las cosas de Dios. Al final de su autobiografía, dice con
sencillez: “Creo que hay pocos que hayan llegado a la experiencia de
tantas cosas" (Vida, 40,8) (Citamos por la edición del P. Tomás Álvarez
O.C.D. Burgos 1977). Cuando ella habla de “saberlo por experiencia", nos
habla de un saber experiencial distinto a otros modos de conocer los misterios
de Dios, por ejemplo, el pensarlo, el creerlo, mucho más el oírlo de otros:
"Esto visto por experiencia, que es otro negocio que sólo pensarlo y
creerlo" (Camino, 6,3).

Teresa fue consciente del misterio de inefabilidad que envuelve a Dios y a las
comunicaciones de Dios a la creatura: ello hace que frecuentemente el hombre
no sepa qué le comunica Dios y cómo se lo comunica, y que no pueda
expresarlo en palabras. Se requiere una gracia especial para ello. Teresa ha
dicho con precisión a este respecto: "una merced es dar al Señor la merced,
y otra es entender qué merced es y qué gracia; otra es saber decirla y dar
a entender cómo es" (Vida, 17.5). Ella misma pasó por esos diversos
estadios. En primer término, tuvo la experiencia de comunicaciones divinas
fuertes e intensas, pero no tenía palabras para explicadas. Pero llega un
momento, hacia 1560-1562, cuando ella tiene de 45 a 47 años, en que el Señor
le hace merced de que vaya entendiendo en palabras a sus confesores y a los
lectores de sus escritos. La convergencia en ella de esa triple gracia: recibir la
merced, entenderla y poder comunicarla en palabras, hace de Teresa una
Maestra excepcional de la experiencia de Dios.

Y maestra en, y por sola, la experiencia. Lo afirma varias veces: "No diré
cosa que no lo haya experimentado mucho" (Vida, 18,8).

EXPERIENCIA DE DIOS, GRADUAL Y PROGRESIVA

En Teresa de Jesús hay una comunicación de Dios a ella real y dinámica: pero
durante muchos años, los de su búsqueda de Dios, ese donarse de Dios a ella
no es percibido a nivel experiencial. Ese período puede cubrir los primeros 30
o 40 años de su vida, años en los que Teresa busca el encuentro de Dios, con
altas y bajas de fidelidad, pero con sinceridad: ella quiere hacerle presente en
su oración y en su vida.

Pero llega un momento, y esto sucede después de su entrega total a él, después
de lo que ella llama su conversión (Cap. 9 de la Vida), en el que Dios mismo
parece hacerse presente. El parece tomar la iniciativa, comunicándose como
presencia en el interior de su ser. La certidumbre de su presencia es tan viva,
que "cuando el alma toma en sí en ninguna manera puede dudar que
estuvo en Dios y Dios en ella". (Vida, 18,15). No es experiencia de una
presencia de Dios abstracta, sino de un Dios Ser Viviente: "me acordé de
cuando S. Pedro dijo: 'Tú eres Cristo, hijo de Dios vivo' pues así estaba
Dios vivo en mi alma" (Rel. 54).

Esta experiencia es central en la vida de Teresa. Orientará su oración: hay que


entrar adentro, al centro de nuestro ser: allí está presente el Dios Vivo, Marca
su afectividad, curando sus soledades: ella nunca está sola. La ilumina sobre
nuestra dignidad: "no nos imaginemos huecas en lo interior, tenemos tal
huésped dentro de nosotros" (Caminos, 28,10). Estamos habitados por
alguien.

Por alguien, que está presente no de una manera pasiva, o como espectador,
sino con presencia activa, que por una parte abre ante los ojos maravillados
del alma, el misterio de Dios, Uno y Trino y del Cristo Encarnado, y por otra
parte la asienta en la verdad, la purifica, la dinamiza y compromete para la
misma obra de Dios en el mundo, haciéndola partícipe de su acción salvadora.
Es una experiencia de Dios que se comunica y actúa en ella a niveles cada vez
más profundos de su ser y de su esfera conciencial hasta que llega á hacerla
"en esa morada suya (el centro del alma), donde sólo El y el alma se gozan
en profundísimo silencio" (Moradas VII 3, 11).

No es nuestro propósito seguir esa experiencia de Dios en las manifestaciones


concretas que Teresa tiene en los últimos veintidós años de su vida, de 1560 a
1582. Son de una riqueza excepcional, como encajándose en la misión que
Dios le tenía preparada en la iglesia: Doctora de la experiencia del Dios que se
da sin tasa. Es experiencia mística, "sobrenatural" la llama Teresa, "que así
llamo yo lo que con industria ni diligencia no se puede adquirir aunque
mucho se procure, aunque disponer para ello sí y debe mucho al caso"
(Rel. 5, 3). Al recibir esas comunicaciones divinas, el mismo Dios le hace la
"merced" de comprenderlas y de poder expresarlas, de palabra y por escrito.

EL DIOS QUE PREVIENE CON SU AMOR PACIENTE Y AMIGO DE


DARSE

Desde esa atalaya de su experiencia, contempla su vida entera y, ¿cuál es el


Dios que ve Teresa de Jesús actuando en su vida, y qué nos presenta como
mensaje? Aparece ante ella un Dios que le ha precedido siempre con amor
gratuito. Al terminar la narración de los años de su infancia, en el Capítulo I
de su vida, se planta en diálogo con Dios: "Oh Señor mío!... no me parece
os quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad fuera toda
vuestra" (Vida. 1,8). Durante los años de su adolescencia, el período de sus
coqueteos de joven quinceañera despierta y agraciada, Dios fue más activo:
"... me libró Dios (de las ocasiones y peligros) de manera que se parece
bien procuraba contra mi voluntad que del todo no me perdiera" (Vida,
2,6).

Y tras los primeros años fervorosos de joven religiosa en la Encarnación,


vienen los años duros, de sus 23 a sus 39 años -de 1540 a 1554- en que se
debaten en su vida los dos amores totalitarios, el de Cristo y el del mundo:
"Quería concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno de otro, como
es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la
oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino
esclavo" (Vida, 7,17). Teresa se dolería siempre de lo ingrata que fue al amor
de Dios en esos años. Pero le hicieron experimentar el rostro de Dios
misericordioso. Un Dios que no parecía estar al acecho de sus pecados:
"luego los escondía... Dora sus culpas, y hace que resplandezca una virtud
que el mismo Dios pone en mí, casi haciéndome fuerza para que la tenga"
(Vida, 4,10). Un Dios que la sufre, que sabe esperar meses y hasta años y que
andaba "mirando y remirando por dónde podía tornarla a sí" (Vida, 2,9). Un
Dios que la asediaba con su amor.

Dios-misericordia es más fuerte que Teresa-miseria: "primero me cansé de


ofenderle que su Majestad de perdonarme. No se pueden agotar sus
misericordias" (Vida, 19,1 7). Dios no sólo le perdona, sino que la regala tras
el perdón: "Con regalos grandes castigaba mis delitos" (Vida, 7.18). Teresa ha
experimentado a un Dios para quien los pecados no son obstáculo, sino medio
de revelar su rostro de misericordia. Por ello, Teresa que quiere ser vocera de
esa misericordia, pide a su confesor con pasión que no quite del relato de su
vida nada de sus pecados: “Por amor de Dios, le pido de mis culpas no
quite nada, pues se ve más aquí la magnificencia de Dios y lo que sufre a
un alma" (Vida, 5,11).

Todo el problema, lo ha experimentado Teresa, está en el hombre. Cuando le


deja obrar a Dios, la donación de Dios se acelera. Así le ha sucedido a ella
inmediatamente a su entrega total, a su tomarle como dueño y Señor absoluto.
La comunicación de Dios se acelera: "…comenzó el Señor a hacerme
mercedes, como quien deseaba, a lo que pareció que yo las quisiera
recibir" (Vida 23, 2). Y así le experimenta a Dios: deseoso de darse y dar
gracias, si tuviese a quien darlas. "Qué no dará quien es amigo de dar y
puede dar todo lo que quiere" (Moradas V, 1,5). "Amigo de dar si tuviese a
quien" (Fundaciones 2.7; Conceptos, 6,1). Más aún, está como necesitado de
que recibamos su amor y gracias para que así pueda obrar en nosotros sus
maravillas: "Oh hijas mías, que tan aparejado está este Señor a hacernos
merced ahora como entonces (en tiempos antiguos), y aun en parte más
necesitado de que las queramos recibir, porque hay pocos que miren por
su honra, como entonces había" (Mor. V, 4,6).

UN DIOS HUMANADO, CRISTO, QUE SALVA Y LIBERA

En la vida de Teresa de Jesús, experiencia de Dios y experiencia de Cristo van


juntas. También, en esta faceta de su vivencia espiritual, hay un período largo
en que ella busca con pasión el encuentro con Cristo. Cristo entra en la praxis
oracional, que es nervio vital de su engranaje espiritual: "Procuraba lo más
que podía, escribe de cuando tenía 24-25 años, traer a Jesucristo, nuestro
bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi oración" (Vida, 4,7).
Presencia de Cristo amorosamente buscada. Pero lo hace apoyándose
demasiado en sus propias fuerzas, y tuvo que pasar por la experiencia dura de
que no podía ella merecer ni conseguir ese encuentro. Fueron casi veinte años
de lucha entre las exigencias íntimas de Cristo y la superficialidad. Cuando a
sus 47 años recuerda ese período anterior a su conversión, ella veía que algo
importante fallaba: "Suplicaba al Señor me ayudase: más debía faltar -a lo
que ahora me parece- de no poner en todo la confianza en su Majestad y
perderla de todo junto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no
debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la
confianza de nosotros, no la ponemos en Dios" (Vida, 8,12) ..

Cuando adopta esa actitud de no apoyarse en sí misma y de esperarlo del


Señor con fe expectante, y cuando asume la actitud de que haga el Señor lo
que quiera en su vida, llega el encuentro. Pero un encuentro en el que Cristo
lleva la iniciativa y la fuerza salvadora. Más que convertirse ella a Cristo, se
siente convertida por El. Ante la imagen de Cristo llagada, "parece le dije
entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le
suplicaba" (Vida, 9,1). Es el año 1554, y Teresa tiene 39 años. En 1556,
Cristo continúa su obra con una gracia que la libera de las desviaciones de su
afectividad desbordante: "En un día de oración y mientras rezaba el Veni
Creator Spiritus”; Cristo le imprime su palabra viva en el fondo de su ser,
reservando su amor para sí: "en un punto, en aquel momento, el Señor hizo
otra a su sierva…aquí me dio el Señor libertad y fuerza para ponerlo por
obra…Debía aguardar a que el Señor lo hiciese" (Vida, 24, 5-8)

Teresa tiene una vivencia intensa de ser salvada y liberada por Cristo. Y de
que lo hace por amor personal a ella. Y tiene una experiencia cada vez más
fuerte de que él es fiel y poderoso en su amistad. Hay momentos en que se
encuentra "sola" en su camino espiritual; hasta los confesores tienen miedo a
tratar con ella, en su ambiente de prejuicio contra todo lo místico. Pero el
Señor no la abandona: "¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero;
y cómo poderoso, cuando queréis, podéis y nunca dejáis de querer si os
quieren!... no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la
ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía" (Vida, 25,17).

Y toda esa liberación de esclavitudes de espíritu es para prepararla para la


gran experiencia pascual de Cristo, el encuentro con Cristo Resucitado de
junio de 1560. En ese encuentro, Cristo, Hombre Glorioso y Resucitado, se le
hace presente con presencia viva. Desconcertante para los mismos medio-
letrados, pero cierta para Teresa. Presencia de Cristo Resucitado que le
acompañará hasta el final, que curará radicalmente su efectividad, dándole la
capacidad del amor purificado y en Dios (Vida, 37, 4), dándole fortaleza en
las obras de fundadora que le encomienda (Vida, 26,5), y fijando sus
relaciones de vida y de oración en clave de amistad, de trato de amistad con
alguien que está vivo dentro de uno mismo. "Comenzóme mucho mayor
confianza de este Señor en viéndole como quien tenía conversación
continua. Veía que aunque era Dios, que era Hombre, que no se espanta
de las flaquezas del hombre... Puedo tratar como con amigo, aunque es
Señor"(Vida. 37,5). "Paréceme provechosa esta visión (de Cristo en el
centro del alma) para personas de recogimiento, para enseñarse a
considerar al Señor en lo muy interior de su alma, que es consideración
que más se apega, y muy más fructuosa que fuera de sí..." (Vida, 40.6).

UN DIOS QUE ESPERA NUESTRA RESPUESTA DE FE, DONACION


Y AMISTAD

Teresa cree que su caso, su historia personal de salvación, es tipo modélico.


Ella es testigo de un Dios misericordioso, amigo y esposo, que es el Dios de
todos, el mío y el tuyo. Y por eso, al compartir con el lector su historia
espiritual, lo hace creyendo que nos puede hacer bien. "Así puedo ser buen
testigo (del amor y poder del Dios Humanado); me podéis creer ser
verdad todo lo que en este dijere" (Mor. VI, 8,4). Al final de su
autobiografía nos revela qué es lo que quisiera que sacáramos de leerla:
"Plega a Su Majestad esto que aquí va escrito haga a vuestra merced (y al
lector) algún provecho" (Vida, 40, 23).

a) Creer en su amor. Y el primer provecho que quiere saquemos es que


creamos en el amor de Dios, que tan misericordiosamente ha actuado con ella.
"Fíen de la Bondad de Dios, y miren lo que ha hecho conmigo" (Vida,
19,15). Teresa se sentía desanimada a veces comprobando su debilidad. Tenía
un remedio para sacar fuerzas: "Mas considerando en el amor que me tenía,
tornaba a animarme" (Vida, 9,7). De ahí viene su consejo: "Quiero
concluir con esto: que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del
amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró en
darnos tal prenda de que nos tiene: que amor saca amor. Y aunque sea
muy a los principios y nosotros muy ruines, procuremos ir mirando esto
siempre y despertándonos para amar; porque si una vez nos hace el
Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos a todo
fácil y obraremos muy en breve y muy sin trabajo" (Vida, 22,14).

El "saberse" amado de Dios, la experiencia de estar favorecido de Dios es


básico para vivir en cristiano con esperanza y generosidad. Teresa lo ha dicho
de una manera precisa y contundente: "Es imposible -conforme a nuestra
naturaleza, a mi parecer-, tener ánimo para cosas grandes quien no
entiende está favorecido de Dios" (Vida, 10,6). Ello está unido con esas
actitudes de andar "con alegría", con "deseos grandes", con "gran
confianza, creyendo de Dios, que si nos esforzamos, poco a poco, aunque
no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor", -
actitudes que Teresa cree muy importantes desde el principio (Vida, 13, 1-2).

Y "saberse" amado de Dios es básico para poder vivir vida de oración, ya que
oración "no es sino tratar de amistad... con quien sabemos nos ama"
(Vida, 8,5).
b) Dejar obrar el Señor, por la propia donación. Un segundo mensaje de la
experiencia teresiana de un Dios, "amigo de darse, si tuviese a quien", es
que hay que "dejar actuar a Dios en nuestra vida". El hombre es definido
como receptivo de Dios, pero en tanto se puede recibir su amor, su gracia y su
poder, en cuanto se le deja actuar en nuestra vida, en nuestra persona. "Todo
el punto está en que se le demos por suyo este palacio de nuestra alma con
toda determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar
como en cosa propia" (Camino 28,12).

En tanto recibimos de Dios en cuanto nos damos a Dios, porque "darse a


Dios" -lo ha experimentado Teresa y así lo define- es "dejarle obrar",
hacerle dueño y Señor de nuestra vida y persona. Aunque nunca deja de
ofrecernos su amistad, no nos la impone. Su donación ofrecida sin reservas
queda condicionada a la receptividad nuestra, que es básicamente donarse a
Él. "Y como Él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos,
mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo" (Camino, 28,
12). Por eso, la invitación de Teresa a su confesor García de Toledo, a quien
entrega su autobiografía y a nosotros, es que nos demos "sin tasa", "a quien
tan sin tasa se nos da" (Vida, Epílogo 3).

e) Entrar en la "particular amistad ", la vida de oración.


Como medio de hacer posible y acrecentar esa donación y como
manifestación concreta de la misma, Teresa de Jesús subraya la importancia
decisiva de que entremos en el camino de "particular amistad" con el Señor.
Es el "camino real de la oración". Los que se determinan a seguirlo
"comienzan a ser siervos del amor", "que no me parece otra cosa
determinarnos a seguir por este camino de oración al que tanto nos amó"
(Vida, 11,1: 8,6).

En su experiencia, la oración, el determinarse a tener amistad con el Señor, y a


tener momentos frecuentes de "trato de amistad" a solas con El, fue remedio
de todos sus males, y puerta de las "mercedes grandes" que recibió (Vida,
8,8). Por ello, nos invita a todos que no tengamos miedo a entrar por "ese
camino real para el cielo. Gánase por él gran tesoro, aunque en esta vida
no lo dejemos por nada" (Camino, 21,2; Vida, 8,7; 13,11).

Su experiencia de la bondad, del poder de Cristo que nos invita a su amistad, a


que bebamos del agua viva, le da la seguridad para afirmar que quien
responda a esa invitación del Señor, beberá del agua viva: "Mirad que
convida el Señor a todos. Pues es la misma verdad no hay que dudar...
Tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les
faltará esta agua viva" (Camino, 19.14).
La Iglesia: autorretrato de
Dios
Por Tomás Forrest, C.Ss.R.

He recibido recientemente un recorte de periódico diciendo que "50


carismáticos católicos romanos abandonaron su iglesia para formar una
Comunidad de Comunión Cristiana". La portavoz del grupo decía
textualmente: "Hemos nacido de nuevo". La persona que me envió el recorte
estaba tan afligida al ver esto que me pedía que escribiese una corrección.
Lamentablemente, no podía hacerla. La información era exacta. Los hechos
habían sucedido; sucedió con un grupo de carismáticos católicos, y sucedió en
Irlanda.

Podríamos responder a este tipo de noticias de un modo defensivo, indicando


que quizás habrían dejado la iglesia antes de que la Renovación hubiera
llegado. O podríamos presentar el argumento de que en todo el mundo la
Renovación es la razón por la cual cientos de miles de personas atraídas por el
Pentecostalismo están todavía en la Iglesia. Pero estaríamos perdiendo el
tiempo. Lo importante es el hecho de que una cosa así ya ha sucedido, que no
debería haber sucedido nunca, y que tenemos la responsabilidad de procurar
que no vuelva a suceder de nuevo.

Los que se marchan pueden aducir razones aparentemente hermosas y


geniales: una oportunidad para usar sus dones y tener un sacerdocio propio, un
deseo de escuchar el evangelio proclamado con el sonido de buena noticia,
una necesidad de hacer una experiencia de Dios y de la sanación en un modo
que la recitación ritualística de los sacramentos sólo promete, un ansia de una
experiencia carismática que penetre toda la vida de la Iglesia y que conduzca a
un verdadero crecimiento en santidad y comunión. Pero incluso si aceptamos
la sinceridad que hay detrás de tales deseos no podemos concluir que éstos
justifiquen su abandono. Uno que deja la iglesia aun por tales razones, o
incluso por la menos idealista de haber sido ofendido por alguno de la iglesia,
no entiende la iglesia. Esta no es algo que se puede empaquetar y dejar -no
importa cuántas veces o cuán aparentemente hermosas y verdaderas sean las
razones.

LA IGLESIA IDEAL Y LA IGLESIA REAL

La clave para entender esto es la distinción entre la iglesia ideal y la iglesia


real. La iglesia ideal, todos nosotros unidos en Cristo, resplandeciendo en su
amor y santidad, y relacionándonos unos con otros sin ningún egoísmo, nos
espera en el Cielo. Llegaremos allí solamente después de nuestra propia
resurrección. Mientras tanto vivimos en la iglesia real, una iglesia que sufre y
lucha, y que en cualquier momento determinado no llega nunca a alcanzar el
nivel previsto en el ideal. Precisamente por eso Jesús llama "estrecha la puerta
y duro el camino que conduce a la vida" (Mt 7, 14). Los que están en la iglesia
son todavía pecadores, tocados por la redención, adoptados por el Padre, pero
todavía no plenamente curados, plenamente liberados, plenamente hijos
obedientes en la familia de Dios. Ellos necesitan madurez y crecimiento, y
luchan hacia ella viviendo en la iglesia real, sufriendo sus debilidades y las de
los demás.

Este es el modo en el que son puestos a prueba nuestro deseo del Cielo y
nuestra determinación por llegar a ser la iglesia ideal. No encontramos esta
iglesia intachable yendo a mirar de una iglesia a otra y descubriendo de
repente la perfecta, sino más bien haciendo de nuestras vidas un acto de
servicio a la iglesia en su lucha penosa y lenta hacia el ideal. El deseo de Dios
es ver nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor que sobreviven a esa
lucha.

Si solamente tuviéramos que ir a buscar a la vuelta de la esquina la iglesia


ideal que está ya allí y que nos espera, ¿por qué sería necesaria una vida de fe?
El plan de Dios es que la tierra sea un camino hacia el cielo y no el cielo
mismo. Él nos dice que el Cielo, la iglesia perfecta, nos espera (Jn 14, 2), pero
nosotros debemos lanzarnos hacia delante guiados solamente por la fe.

Lo mismo se puede decir de la esperanza. En Cristo tenemos todo bien, una


perfecta victoria y una vida abundante. Pero esto no quiere decir que desde el
mismo día de nuestro bautismo todo esto sea visible, tangible, y que sea una
cosa experimentada durante las 24 horas del día. Aunque Cristo da siempre
100 veces más de lo que se le da a Él, queda todavía sitio para la cruz. No
solamente la cruz de la enfermedad y de la muerte, sino la más parecida a la
cruz de Cristo de servir y de vivir con hermanos y hermanas pecadores y
débiles en una iglesia que no es perfecta. Mientras se lleva esta cruz debemos
todos esperar pacientemente, o, con otras palabras, esperar lo que no se ve, la
venida de la iglesia perfecta y eterna (Rm 8. 24-25). La esperanza debe
dominar sobre el desánimo e incluso sobre el miedo a la muerte (Lc 12, 4),
dejándonos con la gozosa expectativa de que todos los dolores y problemas se
convertirán en bendiciones (Rm 8, 28) y de que el pecado mismo será lavado
totalmente, dejándonos blancos como la nieve (Sal 51, 9; Is 1, 18), dispuestos
a gozar unos con otros para siempre.

Y naturalmente la iglesia real es también la prueba de nuestro amor. Si los


demás en la iglesia hubieran alcanzado ya la perfección de la iglesia ideal,
¿qué servicio necesitaría de nosotros? Cristo nos dice que no podemos esperar
una recompensa por ser buenos con los que ya son buenos y amables (Mt 5,
46). Imitándole a Él debemos amar a los pecadores, ayudándoles
pacientemente a alcanzar la perfección y de este modo alcanzarla nosotros
mismos también.

Todo esto describe la iglesia real e indica la ingenuidad de aquellos que van
buscando aquí en la tierra la iglesia que sea ya perfecta para "agregarse a ella",
o de aquellos que -Dios perdone la ignorancia- se hacen "fundadores" de su
propia nueva iglesia de inmediatos encantos. Estos están cometiendo un triple
error: no captar el claro mensaje de la Cruz, no escuchar la oración de Jesús
por la unidad, y no entender la apostolicidad como una divina protección de la
verdad.

LA ENSEÑANZA IMPRESCINDIBLE DE LA CRUZ

LA CRUZ: El Calvario no fue la única cruz de Cristo: Él también vivió aquí


en la tierra en la iglesia real. Por esto le escuchamos en diversas ocasiones
diciendo a sus propios compañeros: “¿Hasta cuándo tendré que soportaros?"
El sufrió por parte de ellos negaciones e incluso traición, y sin embargo no
respondió con una sorpresa pueril: "¡Dios mío, no son perfectos! Tendré que
buscar un poco más lejos para conseguir un grupo nuevo y ya perfectos". No,
aquellos eran los amigos y seguidores que el Padre le había dado, y Él les
enseñó, oró por ellos, los soportó y usó de ellos, con toda su ignorancia, como
cimientos e incluso poseedores de las llaves del Reino del Padre, la iglesia. El
milagro de Cristo es lo bien que usó de ellos. Seguir buscando instrumentos
más perfectos podría haber sido un camino más fácil, pero no era el camino
del Padre.

Como un matrimonio, la iglesia tiene sus momentos altos y sus momentos


bajos. Cuando está alta brilla con vitalidad y fuerza. Cuando está baja debe
gritar al Espíritu Santo pidiéndole renovación. Durante las horas bajas del
matrimonio, los débiles buscan el divorcio y comienzan a buscar un
compañero nuevo que sea más perfecto. Deberían más bien pedir a Dios la
renovación de su amor y una conversión de sus propios pecados que
contribuyen a esa situación. El matrimonio no se puede abandonar, y lo
mismo sucede con la iglesia, que es descrita por San Pablo como otro tipo de
matrimonio (Mt 19, 6; Ef 5. 25).

Recuerdo una visita de un pastor que me dijo que había "fundado" su propia
?iglesia. Yo he pensado siempre que otra "nueva iglesia" era la última cosa
que Dios necesitaba, pero con todo pregunté cortésmente: "¿Cuántos tiene
ahora usted en su iglesia?" Y el muy sincero y simpático señor respondió:
"Éramos 88. Pero después tuve problemas con mi ayudante, y él nos dejó para
comenzar su propia iglesia, y se llevó a la mitad de la comunidad con él".
Esta historia, repetida quien sabe cuántas veces, es la página más triste en la
historia de la iglesia y la principal debilidad del cristianismo de hoy. Cuando
llegó el reto, cuando la cruz se hizo pesada, ello produjo abandono en vez de
nuevos esfuerzos, nuevos signos de infidelidad y una nueva humildad
saludable. El conocer la historia de la iglesia podría ayudar mucho en este
aspecto. Los que ignoran la historia la repiten, y la iglesia es su víctima.

LA UNIDAD VISIBLE DEL CUERPO DE CRISTO

UNIDAD: El Concilio Vaticano II describe la iglesia como el pueblo de Dios,


pero podemos entender más claramente el plan de Dios si vemos a la iglesia
como un pueblo a semejanza de Dios. En la teología oriental la iglesia es
llamada el "Icono de la Santísima Trinidad", una imagen de Dios proyectada y
pintada por Dios mismo. Si esta Trinidad es tres que son uno, su icono debe
ser muchos que son uno. Un gran número de santos no cumplen los requisitos.
Todos los hijos e hijas de Dios santificados deben llegar juntos a una unidad
visible y claramente milagrosa. Según las palabras de la propia oración de
Cristo debe ser ésta la prueba visible que nosotros damos de la divina misión
de Cristo: "Padre, que sean uno en nosotros para que el mundo pueda creer
que Tú me has enviado" (Jn 17, 21). Como dice S. Pablo, Dios quiere que
nosotros "un cuerpo con un Espíritu... un Señor, una fe, un bautismo, un Dios
y Padre de todos que está sobre todos, que actúa a través de todos y que está
en todos" (Ef 4, 4-6).

Sólo con este tipo de unidad podemos parecernos a Dios, quien se hizo visible
hace dos mil años enviando a Su Hijo para que tomase el cuerpo de un
hombre, quien desea seguir siendo visible hoy en la unidad del Cuerpo de
Cristo, la iglesia (Col 1, 24). En los primeros días del cristianismo la iglesia
tenía este tipo de unidad visible (Hch 2, 44-47; 4, 32-34), y esto indica el error
de los que dicen: "Pero yo no estoy abandonando la iglesia en sí... sino
solamente la institución y las estructuras." En otras palabras, ellos están
"solamente abandonando" la visibilidad, los vínculos de unidad que dan
testimonio y que significan la imagen de Dios.

Periódicamente en la historia la iglesia sufre reveses que la alejan del ideal en


vez de acercarla a él. En tales momentos -y éste parece ser uno de ellos-
necesita claramente una renovación, incluso drástica y dolorosa. Pero esto no
pide que se abandone la iglesia, sino más bien que sea servida por cristianos
capaces de llevar la cruz sobre sus hombros. Romper la iglesia en pedazos,
afligir el Cuerpo de Cristo con una nueva herida de división no es el modo de
renovarla. Las nuevas bendiciones encontradas en otra parte pasan con el
tiempo, pero las heridas de la división permanecen y se hacen amargas. Esto
es probado suficientemente por desgracia por la historia de odios, calumnias,
persecuciones sangrientas e incluso guerras entre los promotores de estas
divisiones, aunque todos se decían a sí mismos cristianos.
El hombre puede ser egoísta incluso de un modo espiritual. Y es egoísta el
alejarse de la iglesia con la idea de encontrar o construir en otra parte un
"ambiente espiritual más satisfactorio", precisamente cuando hay una
necesidad extrema de heroicos esfuerzos para la renovación de la iglesia. La
primera tarea de un hijo de la iglesia que encuentra nuevas bendiciones -no
importa dónde- es la de llevar esas bendiciones a casa, a la iglesia, y no
alejarse egoístamente con ellas. Cuando leemos que hoy hay 6.000 iglesias
"independientes" sólo en África, nos deberíamos preguntar solamente de qué
son independientes. Si la respuesta es "Unas de otras", entonces cada una es
solamente otra amputación que aflige el Cuerpo de Cristo.

El plan de Dios es nuestra interdependencia, no independencia. Si una mirada


a la iglesia real nuestra que interdependencia y unidad no son claramente
visibles nos ponemos a trabajar con fe, esperanza y amor, y con la paciencia
del mismo Cristo, hasta que sean visibles de nuevo. El alejarse egoístamente,
lo único que hace es causar más daño a la unidad a imagen de Dios, que es el
único plan que el Padre ha tenido desde siempre para la familia de los
hombres. En esta familia Dios necesita trabajadores, no vagos.

Algunos juegan con estas verdades llamando a sus propias iglesias nuevas "sin
denominación". Pero esto quiere decir solamente que ellos han creado una
nueva denominación para otra nueva iglesia. Incluso si tratan de evitar la
palabra "iglesia" llamándose a sí mismos asociación, comunión, hermandad,
comunidad o cualquier otra cosa, no son sino otra herida de división en el
Cuerpo de Cristo. Al tener su propio cuerpo de enseñanza independiente, su
propia forma de culto, su manera de entender las Escrituras, su estilo de
disciplina y de dirección están dando visibilidad a su unidad provinciana. Y
son una "nueva iglesia", una "nueva secta", sin que tenga importancia su odio
a estas palabras.

LA APOSTOLICIDAD O CONTINUIDAD DE LA UNICA IGLESIA

APOSTOLlCIDAD: Una palabra que deberían odiar aún más es "fundador".


La iglesia nació hace 2.000 años, y el Hijo de Dios -cuyo Cuerpo es- es el
único fundador. La iglesia comenzó cuando ese Hijo se hizo hombre, murió
por nosotros, resucitó de entre los muertos, y desde el trono de Su Padre
derramó el Espíritu suyo y de su Padre sobre un pequeño grupo, que desde
aquel momento comenzó a vivir en unidad.

Si aquella iglesia, una vez comenzada, cesó alguna vez de existir necesitando
un nuevo comienzo, o si durante el más mínimo momento de transición una
iglesia muerta pudo ser abandonada, entonces las promesas de Cristo de que
las puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia (Mt 16, 18), y de que
él mismo no la abandonaría nunca (Mt 28, 20) son falsas. Podemos hablar de
"renovar la iglesia", pero no podemos hablar de "agregarse a" o "comenzar" o
''fundar'' una nueva. Una cosa así como una nueva o segunda iglesia es
teológicamente imposible, y cualquiera que diga que ha sido "llamado" a ser
el fundador de una, ha estado hablando con el diablo. La renovación, la única
respuesta válida a los problemas de la iglesia real se realiza permaneciendo en
ella, no abandonándola. La línea continua de aquellos que han permanecido en
la iglesia desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy, viviendo bajo la
autoridad espiritual de sus sucesores, es lo que llamamos apostolicidad. Una
ruptura significaría que en algún lugar de esta línea el único Cuerpo viviente
de Cristo, la Iglesia, habría muerto.

En la constitución sobre la Divina Revelación ("Dei Verbum") del Concilio


Vaticano II se leen estas palabras:

"La Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia,


según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal
forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que juntos, cada uno a su
modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la
salvación de las almas." (D. V. 10)

LA PRESENCIA DEL ESPIRITU SANTO EN LA IGLESIA

Una pregunta que clarifica estas palabras es la siguiente: "Ya que Cristo
prometió enviar a la iglesia el Espíritu de la Verdad, que nos guiaría a la
verdad completa (Jn 16, 19), y nos recordaría todo lo que él había enseñado
(Jn 14, 16), ¿cuándo llegó este Espíritu, y cuánto tiempo permanecerá?". La
fácil y única respuesta es que él llegó antes de que existiera un Nuevo
Testamento escrito, él estaba allí cuando éste fue escrito, y que él ha
permanecido siempre desde entonces.

Esta triple presencia del Espíritu Santo es a lo que se refiere el Concilio como
tradición, escritura y autoridad magistral de la iglesia. El Espíritu Santo estaba
en la iglesia cuando las enseñanzas de Cristo eran sólo tradición oral. El
estaba en la iglesia a lo largo de los años inspirando a los evangelistas que
pusieron por escrito esa tradición (de un modo incompleto según Juan 21, 25),
y también inspirando a los responsables de la iglesia para recoger estos y otros
textos en el único libro que hoy llamamos la Biblia. Y el Espíritu Santo ha
estado con la Iglesia desde siempre protegiendo la verdad a través de la
interpretación eclesial oficial de la Biblia en la luz total de la tradición. O,
usando el verdadero significado de la palabra tradición, Dios nos propone que
el Espíritu Santo sea eficaz en el “transmitir" la verdad revelada a través de
toda la historia de la Iglesia. El Espíritu está como alma de la Iglesia para
mantener la verdad continuamente viva en la iglesia, que es precisamente el
modo en el que Cristo, la personificación de la verdad, está eternamente vivo
y con nosotros (Jn 14, 6; Mt 28, 20).
Pero engañados y engañosos iluminados vienen en diversos momentos de la
historia dando la impresión de que el Espíritu Santo llegó con la verdad
solamente en el momento en que El comenzó a hablarles personalmente a
ellos. Así se sienten libres para proclamar enseñanzas que la iglesia misma
nunca ha oído o creído antes, sin darse cuenta de que una verdad que llega con
quince o diecinueve siglos de retraso no es la verdad.

Un entendimiento más profundo o mejores modos de expresar la doctrina son


posibles, pero no lo es el acuñar nuevas verdades. Lo que el Concilio Vaticano
llama el "designio sapientísimo de Dios" es la triple enseñanza de la tradición,
escrita y magisterio: los apóstoles y sus sucesores repiten las palabras de
Cristo, los evangelistas las ponen por escrito y la iglesia las proclama e
interpreta con autoridad apostólica. ¿De qué otro modo puede asegurarse que
el Espíritu de la verdad ha venido para quedarse?

¿Qué le sucede a la verdad en las miríadas de grupos cristianos que no tienen


tradición y que proclaman solamente interpretaciones personalizadas?
Recientemente me encontré con un "obispo" cuya iglesia no creía ni en la
Santísima Trinidad ni en la divinidad de Cristo, y visité a otro que no
bautizaba con agua. Esto es lo que sucede cuando alguno supone que el
Espíritu llegó solamente ahora o que en algún lugar a lo largo de la línea de
tradición se tomó una breve vacación mientras se trasladaba con algún
pequeño grupo a una nueva iglesia.

LO QUE ES IMPORTANTE O LO QUE NO ES IMPORTANTE

Falsas modas pueden atacar y hacer daño; pueden aparecer líderes débiles o
hasta malos; incluso teólogos brillantes pueden salirse del camino recto; los
reveses pueden reducir gradualmente la vitalidad. Todo esto fue profetizado
por Jesucristo, pero a su profecía Cristo añadió que la Buena Noticia sería sin
embargo predicada por todo el mundo a toda la humanidad y hasta el mismo
fin del tiempo (Mt 24, 11-14). Si a pesar de los reveses profetizados está
profetizado también que la luz, la verdad y la vida de Cristo será preservada
en la iglesia hasta el final, entonces lo que la iglesia debe experimentar es un
continuo e históricamente identificable renovarse en el Espíritu, y no una
fragmentación que una vez comenzada parece no acabar nunca.

He oído también muchas respuestas a esto: "Pero precisamente muchas de las


enseñanzas tradicionales sobre las que se ha disputado mucho no parecen
tener tanta importancia, comparada con la nueva vitalidad, comunión y apoyo
que hemos encontrado fuera de la iglesia". Estas palabras significan solamente
que al abandonar la iglesia el que habla está haciendo una experiencia mejor;
esto no prueba que él haya hecho lo mejor e incluso lo correcto. ¿Cómo podría
ser correcto el negar la importancia de la verdad misma cuando solamente la
verdad revela a Dios y nos muestra su voluntad? Los que llaman "no
importante" a la doctrina que se discute han olvidado claramente las palabras
de Cristo, quien nos dice que la verdad nos hará libres, y que los que caminan
en ella encontrarán la luz (Jn 8, 32; 3: 21). Estos han abandonado la búsqueda
de la verdad para conformarse confortable y perezosamente con la "buena
experiencia", que como cualquier experiencia resultará poco duradera.
Leemos que los primeros cristianos eran "un solo corazón y una sola alma"
(Hech 4, 32), pero éstos renuncian a la mitad de este ideal, la unidad de alma,
y hacen un mayor daño a nuestra universal unidad de corazón.

Y desde luego la primera verdad que están declarando "no importante" es el


plan que nosotros llamamos el Reino de Dios, la iglesia. Sintiéndose bien con
su propio pequeño grupo, olvidan que la voluntad revelada de Dios es tener un
pueblo que sea fiel y que esté unido. Contentos con sus buenos sentimientos,
abandonan ese pueblo cuando aparecen el sufrimiento y la necesidad y la tarea
de permanecer se hace ardua.

Vale la pena dar un rápido vistazo a algunas de las otras enseñanzas


tradicionales de la iglesia que son llamadas "no importantes". Si el papel del
Papa como sucesor de Pedro, y detentor de las llaves no es importante (Mt 16,
18-19), podemos sentirnos tranquilos borrando el papado de la historia de la
iglesia. Sin embargo, al hacer esto podríamos estar borrando fácilmente
nuestro propio cristianismo. Si Pedro hubiera sido el único Papa de la historia,
¿cómo podríamos garantizar el papel que el cristianismo tiene en el mundo y
en nuestras propias vidas? Por ejemplo, todo el bien que está haciendo el Papa
Juan Pablo en el mundo de hoy, simple y bruscamente se habría evaporado.
En este vacío de dirección en la iglesia, ¿qué nos habría salvado a través de
los largos siglos de llegar a convertirnos no sólo en cientos, sino en cientos de
miles de pequeñas sectas, y muchas de ellas agonizando al poco de aparecer, y
con ellas la fuerza y el papel histórico del mismo cristianismo en la
humanidad? ¿Se parecería esto realmente más al verdadero plan de Dios y
produciría un cristianismo más fructuoso? Recuerdo la impresión que tuve en
un grupo de pastores verdaderamente ecuménico en Buenos Aires de una
fraternal envidia por el centro visible de unidad y fuerza de que los católicos
gozan de su padre espiritual, el Papa. Y este sentimiento está creciendo.
Durante la visita del Papa Juan Pablo a Gran Bretaña, el "London Times"
comentaba la casi aterradora "combinación del poder de la personalidad del
hombre y de la majestad de su cargo."

Si María no fue siempre virgen, Jesús era sólo uno de un montón de hijos
suyos que un día se marchó de su casa para proclamar que él sólo, a diferencia
de los demás hijos de su madre, no tenía otro Padre que Dios mismo. Este
nuevo cuadro no es tan claro y convincente como el tradicional católico.
Además., si ?María no hubiera sido dada por Jesús como madre para todos los
miembros de la iglesia, ella sería la única cosa que él poseyó y que no dio a
todos y cada uno de nosotros, y ya no podríamos decir que El nos ha dado
todo lo suyo. Lo habría hecho sólo para el apóstol Juan (Jn 19, 27). Por otra
parte, si María fue verdaderamente concebida inmaculada mientras que
nosotros insistimos, a veces amargamente, en que también ella estuvo
manchada de pecado, estamos acusando injustamente a la misma madre de
Cristo de un pecado que nunca fue suyo.

Así también, si la Eucaristía es sólo un símbolo, millones de cristianos a lo


largo de siglos de historia han incurrido en idolatría arrodillándose delante del
pan para adorarlo como su Dios vivo y su Salvador. O si la inmersión de
adultos es el único bautismo válido, el único y exclusivo modo de llegar a ser
cristianos, incalculables millones de personas, pensando que eran cristianos,
han malgastado su vida. Per correctas o incorrectas que sean estas cuestiones
y docenas como ellas, no pueden ser llamadas lógicamente "no importantes".
Si lo son, la verdad misma es "no importante" y podemos dar culto y obedecer
a cualquier tipo de Dios que nos creemos o que queramos imaginarnos con tal
de que nos encontremos a gusto unos con otros.

EL VERDADERO ECUMENISMO

Al leer todo esto se podría decir que no es ecuménico. Pero ser ecuménico no
quiere decir que yo tengo que quitar del Credo de los Apóstoles las palabras
"Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica". La pérdida de las
convicciones católicas o del coraje de proclamarlas incluso a los católicos no
son requisitos para el ecumenismo. Tales requisitos no nos hacen ecuménicos,
sino realmente "sin denominación", convencidos de que ni la nuestra ni
cualquier otra iglesia es realmente importante, y que sería bueno pertenecer a
esta iglesia hoy, y a aquella mañana y a ninguna la semana próxima.

Por el contrario, un verdadero ecumenista cree en el valor primordial de su


propia iglesia. Y es precisamente por esto por lo que pertenece a ella y siente
como una obligación el estar fielmente en ella. Pero tiene también un
profundo respeto y un verdadero amor a aquellos que sienten lo mismo hacia
su iglesia, mientras que respetan sus convicciones. Incluso los "sin
denominación" no son nunca tan totalmente indiferentes en su denominación
como pretenden. Ellos dicen que nuestras convicciones eclesiales no son
importantes, pero se enfurecen si no estamos de acuerdo con esta convicción o
con cualquier otra enseñanza suya. El único modo de ser verdaderamente "sin
denominación" en la realidad actual de una cristiandad dividida es enseñar que
toda verdad es relativa. La fe en mi propia iglesia, con fallos y todo, no me
hace no-ecuménico, sino solamente un declarado y sincero creyente en que la
verdad se encuentra en los dogmas de mi iglesia, aunque nunca con una
perfección que elimine totalmente el misterio. Estoy dispuesto a amar a un
hermano sincero que piense lo mismo sobre otra iglesia, pero no lo estoy a
decirle a un católico que puede alejarse de su iglesia sin un serio pecado y una
gran pérdida que el tiempo mostrará con toda claridad.

Por otra parte, el "sin denominación" no es, ni con mucho, tan abierto. El que
dice que no tiene ninguna denominación ha recorrido ya la mitad del camino
para convertirse en el fundador de una nueva iglesia, una cuyo nombre más
apropiado sería "Iglesia del Mínimo Común Denominador". En ella se nos
invita a dejar de lado como no importante todo dogma serio sobre el que
tengamos una diferencia de opinión, con tal que -eso sí- estemos de acuerdo
con cualquier cosa que se le ocurra decir o hacer al nuevo fundador. Yo
personalmente preferiría un diálogo acalorado pero fraterno con un verdadero
ecumenista que está más sutil y peligrosa invitación de los "sin
denominación". "Ahora no es importante ninguna de estas otras creencias:
sólo ven y sígueme". Este es verdaderamente el falso profeta sobre el que
Jesús nos dio tan claros avisos (Mt 24: 23-26).

El poner en las manos a los católicos el permiso para abandonar la iglesia no


es condición para el ecumenismo. El verdadero ecumenismo es comprender
que aunque yo doy prioridad a mi propia iglesia y a sus creencias, reconozco
sin embargo en otras iglesias dones auténticos de santidad, oración, alabanza y
servicio. Admiro y respeto a los que poseen estos dones, y puedo recibir
bendiciones de ellos. Pero el descubrimiento de tales dones no me lleva a
abandonar mi iglesia convirtiéndome en otra de sus dolorosas amputaciones.
En cambio, llevo las bendiciones a la iglesia, comprendiendo que ellas son
una nueva llamada y una sabiduría para ayudarla en su renovación. Ellas me
permiten ver mejor en qué lugar el Icono se ha manchado o se ha estropeado,
y así me pongo a trabajar a toda costa limpiando, reparando y restaurando,
hasta que el Dios Uno y Trino pueda ser otra vez claramente visible en su obra
maestra, la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

Clara de Asís «Sagrario del


Espíritu Santo»
Por Hna. Mª Victoria Triviño, O.S.C.

Junto a Francisco de Asís, en una encrucijada de renovación de la historia de


la Iglesia, aparece la figura encantadora y sencilla de Clara de Asís, como un
lirio vigoroso y frágil, amoroso y fuerte.

No se puede penetrar en el secreto íntimo de su espiritualidad si no se la


contempla bajo la acción del Espíritu del Señor.
INSPIRADA POR EL ESPIRITU SANTO

La apertura al Espíritu Santo es el punto de partida de su camino.

Juan Ventura, el criado del palacio de los Favarone, fue llamado a declarar
para el Proceso de Canonización de la que había conocido en la intimidad del
hogar paterno desde su infancia y, con sabiduría, hizo la síntesis con la que
nos ofrecía la opinión popular y la suya propia: "Se creía que, desde el
principio, estaba inspirada por el Espíritu Santo" (P.C. XX, 5).

Un Domingo de Ramos, Clara se engalanó para celebrar la entrada en la


Semana Santa. Recibió la palma de manos del Obispo de Asís y escuchó la
lectura de la Pasión...

A la media noche del lunes santo, todavía engalanada como una novia, se
lanzó al seguimiento del Cristo pobre. A la luz de la luna huyó de la casa
paterna. Los compañeros de Francisco de Asís la esperaban junto a la muralla
y con devoción la acompañaron hasta la ermita de la Porciúncula. Allí, ante el
altar, se despojó... de sus vestidos, de su clase social privilegiada, de su
voluntad, de sí misma... tomó una túnica pobre que ciñó con una cuerda y
Francisco la consagró a Jesucristo.

Pocos días después, “¡Dios le dio hermanas!" y con la ilusión y el vigor de


todas las cosas nuevas, entre olivares, en la ermita que el mismo Francisco
había restaurado con sus manos, comenzaron a vivir su consagración en
pobreza radical.

EL PLAN DE VIDA

Clara se había puesto bajo la obediencia de Francisco. Él tenía 30 años y ella


18. Pero, era necesario trazar un plan de vida para la naciente fraternidad de
Hermanas Menores. Y Francisco... con el pensamiento fijo en el Evangelio de
la Anunciación, dejó caer las palabras que serían para siempre el núcleo, la
"Forma Vivendi” de las Clarisas:

"Ya que por inspiración divina os hicisteis


hijas del altísimo Rey y sumo Padre celestial,
y os desposasteis con el Espíritu Santo
eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio (en el Hijo-Siervo),
quiero y prometo, por mí y por mis fieles,
tener siempre de vosotras diligente cuidado
y especial solicitud, lo mismo que de ellos”

La vivencia de estas palabras densas supone la inmersión en la vida trinitaria.


Supone la experiencia de la paternidad divina y fraternidad universal desde la
más radical pobreza. Supone el seguimiento de las huellas del Hijo. Supone la
apertura al Espíritu que fecunda.

Conciencia de la filiación divina

La vida de Clara no fue fácil. Bajo su alegre serenidad, con su gozosa


fortaleza encubrió sus inquietudes, sus dolores, su lucha por vivir y defender
su ideal de pobreza.

En el conventillo de San Damián reinaba la Dama Pobreza. Vivían al día sin


ninguna seguridad terrena. Su caminar era siempre el riesgo en el vacío sin
más seguridad que sólo Dios. Y cuando faltaba el pan y el aceite... no era un
fallo de la Providencia sino el abrazo amoroso que las hacía partícipes de la
suerte de su Señor, aquel que "... no tiene donde reclinar la cabeza, sino que
entregó su espíritu en la cruz dejándola caer sobre el pecho" (Clara de Asís l
carta. a Inés de Praga, núm. 3).

Quien muere al afán de poseer y dominar se abre a recibir con admiración y


respeto. Quien se despoja con esta radicalidad se abre a la "gratuidad" y
experimenta profundamente que tiene Padre en el cielo. Más aún, experimenta
la fraternidad universal de todas las criaturas. Todo toma nueva luz y color
desde la paternidad de Dios.

Esposas del Espíritu Santo

La pobreza de Clara era "cavidad" profunda, tan profunda como su ser. Como
María, a1a que Clara y Francisco llamaban con ternura "la Virgen Pobrecilla",
su disposición debía ser un FIAT atento, amoroso, humilde al Espíritu que, a
la sombra del Padre de Amor, formaba en ella la imagen del Hijo,
manifestándole en todo su ser.

Esta imagen de "madre y esposa" de Cristo (Cf. Mt 12, 50) fue vivida por
Clara como una copia viviente de la Virgen. Bajo el mismo signo de sus
esponsales puso el estímulo amoroso de la imitación de la Madre de Dios
robre, humilde, esclava. Y es que Ella es "comienzo e imagen de la Iglesia" -
como la canta el Pref. de la Inmaculada- y "como esposa del Espíritu Santo, es
también bajo este aspecto para la Iglesia, ejemplo de entrega total a los planes
de Dios Padre, de total dedicación a Jesucristo y a su obra, de docilidad al
Esposo divino. María es, para el cristiano y para la Iglesia, no sólo el prototipo
de su realidad futura, sino también el ejemplo de vida evangélica" (YANES,
Elías. Arzobispo de Zaragoza. "María de Nazaret. Virgen y Madre", Zaragoza
1979, pág. 96).

Por la fidelidad exquisita con que Clara vivió y enseñó estas cosas
recapituladas en la forma de vida que le dio Francisco, los testigos de su obrar
a la hora de formular su recuerdo edificante no hallaron mejor punto de
referencia que la Virgen Madre. Y así la cubrieron con el más bello elogio que
se ha dicho de mujer alguna: "¡Ninguna como ella después de la Virgen
María!" (Cf. P.C. V, 2; VII, 11; XI, 5; XV, 3). Seguramente que estos
testimonios hubieran hecho estremecer al mismo Francisco... Ella, "su
plantita" más fiel y amada se había perdido en la transparencia de la Forma de
Vida inspirada en el Evangelio de la Anunciación.

Viviendo el Evangelio

Francisco y Clara son santos de la Encarnación. Para ellos seguir a Cristo era
perderse en su misma experiencia de anonadamiento, "seguir sus huellas"
animados de sus mismos sentimientos hacia el Padre y hacia toda criatura:
"He aquí que vengo para hacer tu voluntad...” (Hbr 10, 7), "se humilló a sí
mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 8), "no vino a
ser servido sino a servir" (Lc 22, 24-27; Jn 13, 4-15).

El hecho de que el Señor Jesús hiciese consistir su pobreza en ''vaciarse'' (Cf.


Flp 2, 6-11), en disponibilidad hasta la forma más humilde y dolorosa,
determina la forma de pobreza de quien le imita.

Pobreza-humildad-servicio de amor, son expresiones que matizan y se funden


en una manera de ser, espejo de la manera existencial del Hijo-Siervo.

ORAR FUE SU MODO SUPREMO DE AMAR

En el tiempo de Clara de Asís (s. XII) también había tareas sociales que
cubrir; ignorantes, pobres, leprosos... Allá acudían Francisco y sus hermanos -
los que un Papa de nuestro tiempo ha llamado "tapa-agujeros" de la Iglesia-.
Clara y sus hermanas permanecían en la quietud de la vida contemplativa
creando con su mismo ser un lugar de PAZ y BIEN en el mundo y para él.

ORAR era su modo supremo de AMAR a Dios ya los hermanos.

Los testimonios del Proceso de Canonización coinciden reiteradamente en


estos datos: "Pasaba largas horas en oración", ''Vivía inmersa en la
contemplación, en un estado de habitual alabanza", "Permanecía largos ratos
tendida en tierra orando en actitud humilde... derramaba abundantes
lágrimas... Cuando volvía de la oración su rostro aparecía más claro, animaba
y confortaba a las hermanas hablando siempre palabras de Dios”...

Clara se ocupaba incesantemente en las cosas del Señor (Cf. Lc 10, 42) y en
torno a sí creaba un hogar de comunión de amor. Sin cesar exhortaba, y así lo
recomendó para siempre en su regla, a la "SANTA UNIDAD": "Sean solícitas
siempre en guardar unas cosas con otras la unidad del amor recíproco que es
vínculo de perfección" (Regla Cl, X).

Ahí, en la "SANTA UNIDAD" estaba el secreto de la fuerza del Espíritu


operante en unidad de amor y trascendiendo más allá de la ermita de San
Damián.

Los vecinos de Asís, de Perusa, de Espoleta, de toda la Umbría, venían con


necesidades de toda clase: un niño que tenía nube en un ojo, un matrimonio
separado, un fraile enfermo... Y Clara los acogía con amor, trazaba la señal de
la cruz o imponía las manos mientras oraba sobre el enfermo y... los despedía
sanos. Llevaba a la oración sus necesidades y a veces, con palabra profética,
abría los corazones a la esperanza de una gracia que no tardaba en
manifestarse...

Pero, si de puertas afuera era un testimonio precioso y amable de la fuerza del


Espíritu, de puertas adentro era... ¡Un derroche!, un verdadero derroche de
amor y de ternura dado en humilde sencillez.

Y, por fin, daremos razón del título con que hemos encabezado estas líneas:
''Clara de Asís, Sagrario del Espíritu Santo".

El papa Gregario IX, desde que conoció a Clara siendo obispo de Ostia, la
visitaba cuando podía y la apreciaba profundamente. Siendo ya Papa, como no
pudiera visitarla con tanta frecuencia, le escribía añorando aquellos encuentros
en que se encendían en el amor del Señor. Y es entonces cuando dio a Clara
este título: "Sagrario del Espíritu Santo". Y aquel otro: "a la que es Madre de
mi salvación", que subraya el carisma de intercesión de Clara al encomendarle
con responsabilidad de "madre" los graves cuidados de la Iglesia universal y
de su propia salvación.

Porque el Espíritu no destruye la naturaleza sino que la purifica y transfigura,


he aquí toda la delicadeza, la fidelidad, la fortaleza y la ternura de aquella
mujer deliciosa, Clara de Asís, hecha "Sagrario del Espíritu Santo". He aquí la
"humilde plantita" de Francisco de Asís, la más bella flor del jardín
franciscano.

Diferencia de la oración
cristiana
respecto al yoga y al zen
Por una hermana eremita

El siguiente artículo que publicamos es un capítulo de la obra La lutte de la


contemplation. La vie monastique au désert aujourd'hui, escrito por una
hermana ermitaña y publicado por Desclée de Brouwer-Bellannin, Paris
1980, 236 págs.

La editorial nos ha concedido amable y desinteresadamente la autorización


necesaria, y desde estas líneas les manifestamos ?todo nuestro
agradecimiento.

Se trata de un libro que todo el que tenga inquietud espiritual y anhelo de


oración lo leerá con avidez y no lo dejará hasta ?haber terminado todas sus
páginas.

La autora nos habla de la vida monástica en el "desierto ", entendiendo por


"desierto" no un lugar alejado de los hombres sino una vida de soledad y
oración consagrada al Señor, algo que el Espíritu Santo está haciendo
anhelar a muchos cristianos ?del mundo de hoy.

Partiendo de la misma experiencia de S. Antonio Abad y de los primeros


Padres, escribe, ante todo, para los jóvenes sedientos de oración y de
absoluto que buscan la forma de responder a la llamada del Señor para
dedicarle toda su vida en oración, pero son páginas de un precioso contenido
para toda vocación contemplativa.

De acuerdo con una gran experiencia personal de nueve años de "desierto" y


del conocimiento que posee de la tradición monástica, nos ofrece los
elementos constitutivos de la vida monástica, y, de una forma más específica,
de lo que ha de ser una vida en el “desierto”. La autora piensa en un modelo
de comunidades dobles, es decir, formadas por una comunidad de hombres y
por una comunidad de mujeres, la una y la otra autónomas y paralelas, de
forma que tengan la liturgia en común Y se puedan ayudar en algunos
aspectos determinados de la vida monástica, con gran apertura ecuménica
para acoger a jóvenes pertenecientes a otras iglesias, además de la Iglesia
Católica, y en las que gran parte del tiempo está dedicado a la soledad y al
silencio pero de forma que cada uno trabaje con sus propias manos para
poder vivir de la comunidad.

Es un proyecto de comunidad y de vida en el que poder realizar la vocación


monástica eremítica, la cual hunde sus raíces en la vida de la Iglesia; siempre
antigua y siempre nueva, que hoy está recobrando esta rica y primitiva
tradición.
Publicamos este capítulo porque consideramos que puede contribuir a dar luz
en la gran confusión que sufren muchos cristianos ante el yoga y el zen como
métodos de oración.

Abordo un capítulo que exige tu atención particular. Es importante que


comprendas lo que sigue para poder llevar una vida monástica en el desierto.
No hago más que seguir el pensamiento de los Padres del desierto.

Hoy se habla mucho entre los cristianos de yoga, de zen, del método Vitoz
(1). Incluso se habla de un yoga cristiano. Del desconocimiento de lo que son
estas técnicas de oración, de lo que encubren en sí, y también del
desconocimiento de la misma oración cristiana se derivan graves confusiones.

1.- Primera confusión: sobre la palabra "oración"

Una primera confusión se origina en la misma palabra "oración". La


experiencia de la oración cristiana y las demás experiencias de oración,
exceptuando el judaísmo y el Islam (2), no tienen de común más que el
nombre. Sus movimientos, sus fines y sus puntos de partida son opuestos.
Para la oración cristiana el punto de partida es el Padre, la Santísima Trinidad.
El movimiento es el Espíritu Santo. El fin es el Padre, la Santísima Trinidad.
La oración tiene como nombre a Jesús, y como alma al Espíritu Santo.
Nuestro modelo es el Hijo hecho hombre. En El la oración es esencialmente
inmersión en el corazón del Padre, lazo de amor con El por el Espíritu,
compromiso único con la Santísima Trinidad y en ella, e intercesión por los
hombres.

En el bautismo hemos entrado en una corriente de vida, fuimos sumergidos en


el agua viva trinitaria, confirmados por el Espíritu. El alimento diario de
nuestra oración, lo que le da la substancia y la subsistencia, es Cristo, de
manera especial su Cuerpo y su Sangre, que nos entrega en la Eucaristía. La
vida cristiana consiste en estar cada vez más desposado con Cristo. El medio
esencial es la oración. "Nadie conoce al Padre si Él no se lo revela...; el que
come mi Cuerpo y bebe mi Sangre permanece en mí, y yo estoy en el Padre...
y haremos morada en él", dice Jesús.

Oramos en el nombre de Jesús, en el ser mismo de Cristo, y por eso la oración


que Él nos enseñó es el Padre Nuestro, que no podemos decir si no es bajo la
acción del Espíritu. El fin de la oración cristiana es el conocimiento de Dios,
permanecer en Dios, habitando El en nosotros, y la imitación de Dios cuando
nos dejamos penetrar de su voluntad y participamos en su obra de redención.

Los métodos no cristianos de oración, a pesar de que son diferentes unos de


otros, parten del hombre, van hacia el hombre, son un esfuerzo del hombre
para llegar a un absoluto que no tiene rostro, que transciende un mundo
contingente, pero que no es más que el producto de la inteligencia humana que
no tiene la revelación de Dios.

Estos métodos pueden hacer intuir al que esforzadamente se entrega a ellos la


existencia de un Dios bueno, de un Dios amor universal. Pueden aportar un
silencio y cierta unificación del hombre en su ser limitado. Pero esto queda
muy lejos del Dios revelado por Cristo. Y la ruptura con los hombres y con el
mundo contingente, que exigen y a la que llegan, nada tiene que ver con la
ruptura con el mundo tal como propone Cristo, la cual es ruptura con el mal y
no con los hombres ni con la vida.
Puedes comprender que, si para los no-cristianos son el apoyo de un ideal y de
una espiritualidad muy válidas, nada pueden aportar a los cristianos y menos
aún a los monjes.

Estos métodos de oración son el medio de hacer entrar al hombre corporal y


espiritualmente en una filosofía, y en una reflexión filosófica que tiene como
base una concepción muy determinada de la humanidad, del mundo y del
absoluto. Son una meditación y una sabiduría del hombre. La oración cristiana
es algo muy distinto. Aun en el caso de que sólo sea meditación, de hecho no
es más que "rumiar" la Palabra de Dios, una escucha y no ciertamente una
reflexión.

2.- Segunda confusión: sobre el silencio de Dios

Un segundo punto de confusión es que el silencio de Dios nada tiene que ver
con el silencio conseguido por tales métodos. El silencio en la oración
cristiana no es más que un medio y un don, el don del silencio de Dios, el don
de Dios mismo, el estallido infinito de la Palabra y de nuestras palabras.

Con el silencio adquirido por tales métodos no se llega más que a lo profundo
de sí mismo y aun ese silencio es un vacío de todo. Pero no es en absoluto la
"nada" de que habla, por ejemplo, San Juan de la Cruz. La "nada" de San Juan
de la Cruz es el abandono total del hombre viejo, y para aquel que lo vive esto
se le presenta siempre como un vacío total de sí mismo, atraído y muy pronto
lleno por la plenitud de Dios. Y si, en esta experiencia de la "nada", el mundo
nos da la sensación de que desaparece, sólo es por breves instantes, y después
se le encuentra aún más fuerte, más enraizado en sí. Más que nunca, como
dice Silouane de Athos, "nuestro hermano es nuestra propia vida"; más que
nunca se quema uno por la oración de intercesión por el mundo.

3.- Tercer punto de confusión: falta la humildad del pecador arrepentido

El tercer punto de confusión es muy grave. Los cristianos que de este modo se
entregan al yoga o al zen para conseguir el silencio en la oración, que
abusivamente confunden con el silencio obtenido por una larga práctica de
oración, y que creen que de este modo llegan rápidamente a la contemplación,
se engañan a sí mismos. Olvidan que antes de la contemplación, y para llegar
a la contemplación total, hay que seguir el humilde camino del pecador
arrepentido, que ha sido salvado hasta en sus fibras más insignificantes.

He aquí el único camino: reconocer sus propios pecados. Los Padres del
desierto lo repiten continuamente. Sólo reconociéndonos pecadores, y de una
forma cada vez más profunda, a medida que vamos avanzando, podemos
reconocer y recibir a Dios y su amor infinito. El único camino es el de la
humildad. Pretender seguir otro camino, como el de las técnicas de oración de
otras religiones, es una gran tentación de orgullo que puede conducir al
cristiano a muy graves errores.

Es necesario cambiar la sabiduría del hombre por la sabiduría de Dios, y ésta


es locura para los hombres, pues es la sabiduría de la cruz de Cristo. El que el
monje recurra a los métodos de oración es una gran tentación que se puede
pagar con una separación de Dios. "El que pone la mano en el arado y vuelve
la vista atrás no es apto para el reino de Dios". Porque el monje se ha
comprometido a despojarse de todo lo que es el hombre sin Dios, y he aquí
que recuperaría de nuevo los medios del hombre entregado a su sola sabiduría.

Se quiere regatear el don radical de sí mismo, que a veces es desconcertante.


Se quiere controlar este don de sí con medidas humanas y a veces erróneas. Y
por lo mismo se priva uno de recibir a Dios total y libremente y de sumergirse
en su profundidad. Se prefiere una imagen de Dios hecha por el trabajo del
espíritu humano, a la relación exigente que viene de Dios mismo. Es la vieja
historia del becerro de oro fabricado por Israel, porque Dios parecía
demasiado exigente y desconcertante.

Cierto que, aparentemente, el que practica tales métodos parece llegar con
mayor rapidez a una cumbre de "descanso", de silencio. Déjale a él con ese
bien. Tú has de preferir la Cruz de Cristo plantada hasta en tu oración. Tal vez
parezcas retrasado, pero has de preferir el duro desbastarte de ti mismo y la
verdad, para llegar más tarde a la verdadera visión cara a cara. Deja la
inmovilidad que han conseguido los cristianos que se entregan a tales
métodos, para correr, correr siempre una aventura apasionante, maravillosa,
hasta la muerte.

4.- Cuarta confusión: olvido de que la oración cristiana no es una técnica,


sino una vida.

El cuarto punto de confusión viene de la noción misma de oración como un


método o una técnica para conseguir un absoluto. Como métodos de oración,
el yoga y el zen son el soporte de una espiritualidad en la que cada gesto, cada
palabra son signo de esta espiritualidad, y tratan de hacerla entrar en el
hombre explotando de ordinario sus reflejos habituales en el cuerpo y en la
psicología humana. Pero la oración cristiana no es una técnica para llegar a
Dios o al silencio. Es una vida. Entonces, ¿qué necesidad tiene de técnicas? O
¿es necesario comparar las "escuelas" de oración cristiana, que en el
transcurso de los siglos se han ido elaborando, con estos métodos de oración?
No, nada tiene que ver lo uno con lo otro.

Si hay efectivamente formas de orar, medios para orar, esto no es otra cosa
más que medios.

Para que entiendas bien esto vuelvo de nuevo sobre "la ?oración del corazón"
que en realidad engloba todos los modos de orar de los cristianos. No hay que
confundir "la oración del corazón" con "la oración de Jesús" tal como se
practica en el Oriente cristiano. Este es un método de oración muy elaborado,
que se funda en la repetición de la oración "Señor Jesús, Hijo de Dios, ten
piedad de mí, pecador", acompañada de gestos precisos y estudiados, tales
como la señal de la cruz, cambios de postura, ritmo respiratorio, etc. Al
confundir esta última oración con la oración del corazón, se la hace remontar
abusivamente hasta los Padres del desierto, cuando en realidad los Padres
estuvieron muy lejos de dicha elaboración. Fue Nicéforo el solitario, monje
del Monte Athos, de la primera mitad del siglo XIII, el que elaboró las bases
de la técnica corporales que hoy 1a acompaña.

La oración del corazón, en cambio, se desarrolló tanto en Oriente como en


Occidente. Si en el momento actual hay tendencia a olvidar esto, es por una
recuperación del atractivo por el Oriente cristiano. Pero ya Nicéforo el
Hagiorita, el compilador de la Filocalía, conocía a San Ignacio de Loyola, la
tradición carmelitana y tal vez la escuela de oración cordial que había
florecido en Francia en el siglo XVII y que estaba muy próxima a los Padres
del desierto, sin olvidar todas las tradiciones de la oración del corazón de
diferentes órdenes monásticas.

Remontándonos a las fuentes, es decir, a los Padres del desierto, hallamos los
elementos fundamentales de "la oración del corazón" y, por consiguiente, de
la oración cristiana, elementos que se encuentran en cada escuela de oración
ya sea oriental u occidental.

5.- Unir el espíritu al corazón

Para orar hay que unir el espíritu al corazón, es decir, atraer toda la facultad de
pensar, imaginativa o intelectual, hacia el corazón para que hagan silencio y se
dejen tomar por el amor de Dios. Por esta razón dicen los Padres que hay que
practicar la guarda del corazón y del espíritu. Hay que luchar contra los
pensamientos, las distracciones. El primer medio es ocupando el espíritu y los
sentidos con la repetición de una oración muy corta que corresponde a lo que
se está viviendo: "Señor, yo te adoro", o "Señor, ten piedad de mí", o "Señor,
yo te alabo", etc. Otra forma consiste en encerrar toda la facultad de pensar en
las palabras de una oración muy corta que varía mucho de un Padre a otro.
Entonces se va pensando intensamente en cada una de las palabras que se
dicen y poco a poco el espíritu se centra en el corazón, en silencio, para
adorar.

Para orar hay que orar sin cesar. San Juan Clímaco en La Escala dice, citando
libremente a San Pablo: "El da la oración pura al que ora asiduamente, aun en
el caso en que su oración se vea adulterada por las oraciones y sea trabajosa"
(3). Otro medio es permanecer ante el Señor, con todo lo que pasa por uno
mismo, esperándole, amándole sencillamente, mientras brota
espontáneamente del corazón el murmullo de su nombre bendito.

Son momentos de la oración del corazón, la cual es movilización del ser


entero ante el Señor, para adorado v recibirlo en nosotros. Permite al Espíritu
Santo descender a nuestro corazón para hacer brotar en él unas palabras, que
son únicas para cada uno, como resultado de la relación de amor entre Dios y
nosotros, o para rodeado de silencio en la contemplación del amor de Dios.
Tal es la oración pura, la oración continua, la oración del corazón.

Pero si el Espíritu Santo desciende al corazón, es porque el hombre ha echado


fuera el pecado. A medida que el Espíritu Santo viene a él, le obliga a echar
fuera el pecado cada vez más profundamente, incluso aquel pecado del que
jamás tuvo conciencia, Y hasta la misma raíz del pecado. Es así como el
hombre encuentra todo el pecado del mundo presente en sí mismo lo mismo
que en cada hombre. Es la experiencia fundamental de la oración cristiana y
ésta es la diferencia radical respecto a las espiritualidades extremo-orientales.

La guarda del corazón o del espíritu es una lucha contra el ?pecado, contra las
tentaciones que el mal siembra en nuestro espíritu y en nuestro corazón. Aun
cuando en el principiante esta guarda del corazón deba ser incondicional para
con todo pensamiento, porque no tiene bastante discernimiento, no es una
abstracción de todo el mundo contingente, ni tampoco una ruptura con él por
menosprecio. Es una ruptura con el sembrador del pecado. Del mismo modo,
si el monje se mantiene incesantemente en la oración ante el Señor con amor,
dejando "pasar" las distracciones, podrá echar fuera el pecado humillándose
ante el Señor y reconociéndose pecador. Debe ayudarse también leyendo los
Evangelios, especialmente la Pasión.

La oración no puede estar desligada de toda la vida. Obliga al monje a


desterrar el pecado de su vida, de sus pensamientos, y a imitar a Cristo
pasando como El por las humillaciones, las pruebas, y llevando la cruz. No se
desentiende de un mundo en el que ya no quisiera tener parte.
El brote de la oración continua en el corazón del monje es un don de Dios.
Hay aquí también una diferencia fundamental con el yoga y el zen. El hombre,
por más santo que sea, no puede llegar por sí mismo a la oración continua.
Este don es un testimonio del imperio de Dios sobre él, de un paso decisivo
que se ha realizado en la relación de amor con El hacia la santidad, cuyo único
camino es la humildad: conseguir la Humildad de Cristo, la Humildad del
Padre y del Espíritu.

El humilde rosario a la Santísima Virgen, como la oración de Jesús, no es más


que un medio para ocupar el espíritu y la lengua, incluso interior, en repetir
palabras de amor y de intercesión embebidas en los grandes misterios de la fe.
Durante ese tiempo el corazón se entrega por entero al amor del Padre, del
?Hijo y del Espíritu Santo.

Es un medio excelente para evitar hacer de la oración algo ?intelectual,


incluso un silencio intelectual, y además, las palabras de amor o de intercesión
pasadas por el corazón de la Madre de Dios quedan purificadas de todo interés
o deseo propio.

La oración no nos pertenece. Por esto no podemos permitirnos preguntar a


Cristo por qué nos enseñó a orar diciendo Padre nuestro y no a inspirarnos en
tal otra forma de orar de las religiones "paganas". "¿Puede acaso la vasija
decir al alfarero: Por qué me has hecho de este modo y no de otro?" Por tanto,
en la oración cristiana se trata precisamente de dejarnos ?modelar y vivificar
por Dios.

6.- Ante el orgullo humano y la pobreza espiritual de hoy, conoce tu


propia vocación

Ha sido una tentación constante de la Iglesia el querer llegar a un compromiso


con espiritualidades o filosofías no cristianas. Esto fue lo que dio origen al
gnosticismo, a las herejías que derivan del mismo y, en ocasiones, a sectas.

Ya ves por qué necesitas conocer estos problemas. Son cuestiones graves que
ofrecen el riesgo de provocar grandes males y rupturas en la Iglesia.

Si se hubiese preguntado a un Padre del desierto, impregnado de oración, si le


gustaría hacer yoga para cristianizarlo o para traer su riqueza a la Iglesia,
habría respondido: "¡Lejos de mí, Satanás!" Esto no quiere decir que el yoga
sea obra de Satán, sino que su introducción en el monaquismo pudiera llegar a
ser obra de Satán. Para aquellos que "vean", por sus largos años de oración, tal
introducción no puede más que conducir a una herejía.

Pero he aquí que aquellos que no saben más que un balbuceo de oración se
atreven a hacer lo que aquellos monjes que hicieron tanta oración jamás se
atreverían a hacer para no tentar a Dios. Solamente osan considerarse exentos
de posibles confusiones los que nunca han practicado días y días de oración
instante.

Esto proviene del orgullo del hombre, de la presunción de hombres y mujeres


que pretenden saber sin tener experiencia real y que no escuchan a los que
tienen experiencia de oración. "¡Nada de eso, no moriréis! Pero Dios sabe que
el día que comáis se os abrirán vuestros ojos y seréis como dioses,
conocedores del bien y del mal" (Gn 2, 4-5). Siempre asalta al hombre la
misma tentación.

A esto hay que añadir la pobreza espiritual, en la que nos encontramos, y


nuestra mentalidad de confort. Se quisiera hallar una oración más fácil, más
confortable, con más seguridad de éxito. Por esta razón, las comunidades en
las que se respira un gran entusiasmo por el yoga o por el zen son
frecuentemente comunidades de una pobreza espiritual y de una carencia de
vida espiritual alarmantes.

Te comprometes con conocimiento de causa. Es necesario, ante todo, que


conozcas la vocación a la que perteneces y la tradición que lleva consigo, que
la poseas y que la hayas probado en tu vida. Hay que optar por la solidez, la
verdad de la tradición eclesial, que, para ser viva y crecer incesantemente, no
necesita mendigar experiencias espirituales fuera del Evangelio.

Con estos métodos de oración correrías el riesgo de perder la agudeza de la


experiencia del desierto y de perder, por esto mismo, también la verdad
integral de lo que el Señor, la Iglesia y el mundo esperan de ti.

La elección del desierto exige esta radicalidad, esta pureza de experiencia de


la oración de Cristo. Con estos métodos la comunidad corre el riesgo de abrir
una puerta a la acción del demonio y de hacer perder la exigencia de la
vocación a un miembro o a la comunidad. Si quisieras introducir este método
de oración en la comunidad, no importa bajo qué pretexto, incluso el de una
relajación física, tendrías que escoger: o quedarte en la comunidad y
abandonar esta intención o dejar la vida monástica en el desierto.

Piensa que has hecho opción por una vida fundamentalmente pobre en el
desierto, por una vida totalmente evangélica que necesariamente se expresa en
una gran sobriedad y en la que no hay lugar para este género de experiencia,
pues necesitas movilizar tanto tus fuerzas para vivir y llevar lo estrictamente
necesario.

Estas experiencias no pueden hacer otra cosa que distraerte de tu exigencia y


hacerte querer enseñar orgullosamente al Señor. Evidentemente, es menos
glorioso para ti postrarte como un pequeño ante El, tal vez envuelto en
distracciones, y confesar tu debilidad, tu pobreza, tu imposibilidad para hacer
silencio, que presentarte ante El como un buda, lleno de tu propio silencio,
adquirido con tus propios medios.

7.- La exigencia de la verdadera comunidad cristiana

Si hay dificultades en la comunidad, si se dan roces graves en una comunidad


reunida por Cristo y en torno a Él, ¿se puede pensar en usar métodos que
sabemos muy bien que distan mucho de centrarse en Cristo o en Dios y que
comportan una gran dosis de subjetivismo por parte del animador?

La comunidad no es un grupo de mujeres reunidas al azar y para sí mismas.


Cristo es el responsable de la comunidad y solo El. A Él pues hay que someter
los roces o las tensiones de la comunidad; y empezar por aquella que le
representa en el seno de la comunidad, en oración silenciosa y en diálogo
sometido a su Espíritu. A Él hay que implorar que nos dé su luz a cada una y a
todas.

El diálogo es verdaderamente exigente. Pero, lo hemos visto, es un


componente inamovible de la estructura de la comunidad eclesial, yendo
siempre a la par con la práctica de la autoridad. Exige precisamente este
abandono total de sí mismo en las manos del Señor, pero también el abandono
de todos los agravios, de todos los rencores que se tenga hacia una hermana, el
abandono de las ideas preconcebidas que tengamos contra aquella otra, la
superación de la ofensa por el amor. Es algo muy distinto de una dinámica de
grupo en la que podrán salir todas las agresividades acumuladas por unas y
otras.

Según esto, las comunidades que se aventuran en las experiencias de


"dinámica de grupo" son comunidades en las que, con frecuencia, ya no se da
diálogo, ni comunitario ni interpersonal.

Del mismo modo, las comunidades que suelen enviar a sus monjes a un
psiquiatra o a un psicoanalista son aquellas en las que la esclerosis ha
suprimido toda humanidad, todo amor fraterno y toda vida espiritual, o
también aquellas que por prurito de actualidad han eliminado toda substancia
de la vida religiosa.

Así, pues, para tomar la iniciativa de enviar una hermana a un psicoanalista


hay que haber pensado muy minuciosamente las cosas. La priora y la
comunidad comprometen su responsabilidad sobre una vida de la que tendrán
que responder ante el Señor.

Se suele olvidar que para poder poner remedio a un problema hay que conocer
su origen. Hay momentos en la vida espiritual que provocan perturbaciones
psicológicas pasajeras de comportamiento, dificultades relacionales, cierta
tristeza, inestabilidad. Si en momentos así se envía a un monje al
psicoanalista, es como si se le enviara a un oculista para una afección dental.

En realidad, todos los trastornos psicológicos que puedan acaecer en la vida


de un monje son de origen espiritual. El Único "médico" capaz de curarlo es
un padre o una madre espiritual y la comunión fraterna experimentada no sólo
a nivel relacional y afectivo, sino muy intensamente a nivel de oración. La
única forma de mitigar una falta de experiencia espiritual es la oración. Y la
oración de dos o tres reunidos en nombre de Cristo es todopoderosa sobre el
corazón de Dios.

Por otra parte, se olvida con frecuencia que la oración saca a la luz de nuestra
conciencia todo nuestro "inconsciente" y que no siempre es fácil vivir esta
prueba de verdad. Solamente aquellos que han hecho la experiencia, los que
han experimentado la desbandada de las tendencias al verse privadas de su
maestro, que era la propia voluntad, los que han experimentado la radicalidad
del pecado en sí mismos hasta la experiencia del infierno (4) pueden saber
hasta qué punto se equivocan gravemente los monjes cuando van a buscar en
el psicoanálisis el discernimiento y la ayuda.

Y aun más, los que tienen poca experiencia espiritual son los que proceden
así, sin humildad, sin cuidado del respeto debido a la persona, sin temor ante
la posible confusión entre un desarreglo psíquico debido a una prueba
espiritual grave, a veces imposible de explicar por la misma hermana que la
sufre, o debido a una acción del demonio, a una ilusión como consecuencia de
una falta de la hermana en cuestión. Algunos también proceden así porque se
sienten superados. Y en vez de recurrir al Señor en la oración, prefieren
cruzarse de brazos y confiarse al hombre.

No hay derecho a jugar con la propia vida, con la propia vocación ni con la de
una hermana. Hoy se da una gran ausencia de discernimiento espiritual, pero
no será el psicoanalista el que la va a reemplazar. Sólo la oración intensa
puede darlo.

Pobreza espiritual y carencia de discernimiento espiritual ocasionan en los


religiosos muchos contrasentidos o una gran esclerosis. Las consecuencias las
sufren los jóvenes de hoy, por el hecho de que no tienen raíces y no
encuentran verdaderos guías, o muy raras veces. Y así se lanzan a
experiencias que agotan sus esfuerzos y no les aportan nada y hasta amenazan
destruirlos, ya sea porque siguen a adultos que no tienen ningún
discernimiento espiritual, pero se dejan imbuir de sus ideas ?o van a la caza de
novedades, o ya sea porque se quedan con sus propias ideas, lo cual, si no se
tiene un guía espiritual, no puede llevar más que al fracaso.
El único medio de remediar tal pobreza espiritual, tal falta de discernimiento y
de guía espiritual, es la oración, la humilde y prolongada oración de los
pequeños. Los Padres decían que si un joven había buscado un guía espiritual
sin encontrarlo no tenía más que ponerse en manos de Dios y orar
intensamente. Dios mismo será su guía.

Lo que hoy más se necesita es humildad, fe y humildad. Porque un monje, por


poco experimentado que sea, si recurre con insistencia a Dios en la oración,
será iluminado. Pero el hombre prefiere acudir al hombre y a su limitada
ciencia. Prefiere remediarse a sí mismo antes que humillarse ante Dios. Cree
más en lo que ha conocido por su propia industria que en lo que podría saber
recurriendo humildemente a Dios.

Frente a la introducción en la vida monástica de métodos de oración no


cristianos procedentes de Oriente, o frente al recurso al psicoanálisis o la
psicología, se puede hacer la misma pregunta: ¿Quiere el hombre remplazar a
Dios o prescindir de El? Entonces rechaza el reconocimiento de su ser
pecador, o al menos, quiere reconocerse pecador con tal que esto no le impida
hacer lo que quiere.

¡Qué actualidad tienen los Padres del desierto en lo que se refiere a su


insistencia sobre el reconocimiento del pecado, la humildad y la oración de
arrepentimiento, que siempre deben preceder a la verdadera Adoración! Si no
fuera así, ¿para qué habría venido Cristo a la tierra? ¿Por qué habría sufrido
por nosotros? Solamente los que buscan conseguir la Humildad de Cristo, la
Humildad del Padre y del Espíritu, pueden llegar a ser columnas de luz para el
mundo.

NOTAS:
(1) El método Vitoz debe considerarse aparte. Se trata de un método que tiene
un fin médico y psicoterapéutico. Sin embargo, se le presenta al público junto
con los libros de oración, y si un monje pasa por dificultades espirituales,
llegan a proponerle como solución el método Vitoz. Es una grave confusión
de problemas espirituales con problemas psicológicos, o con problemas de
relajación, y todo por falta de discernimiento.

(2) Nuestras raíces espirituales son comunes. Nuestras raíces cristianas son
judías, y por esto tenemos una espiritualidad muy próxima, a pesar de que
Cristo dio radicalmente una dimensión muy distinta a la oración que existía
entonces, especialmente los salmos. En cuanto al Islam, es posible que su
espiritualidad fuera influenciada por la espiritualidad cristiana, sobre todo a
través de los Padres del desierto. Pero la dimensión cristológica de la oración
cristiana cambia todo radicalmente.
(3) S. JUAN CLIMACO.- La Escala Santa. L'Echelle Sainte en Spiritualité
orientale, núm. 24, Editions de Bellefontaine, Begrolles-en-Mau- ges
(49.720), p. 293.

(4) No quiero insistir más. Las páginas 79 hasta 104 de Buisson ardent de la
priere. D.D.B., París 1976, hablan de esto.

38 - SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL I.

Seminario sobre el
crecimiento espiritual
INTRODUCCION GENERAL

Después de haber hecho el Seminario sobre la Vida en el Espíritu es necesario


que todos los hermanos sigan recibiendo una formación sólida sobre todo
aquello que resulta más imprescindible para un crecimiento y desarrollo de la
vida espiritual, como pueden ser, por ejemplo, algunos temas fundamentales
sobre las verdades de la fe, de la Iglesia, de la vida en el Espíritu, de la
comunidad cristiana, etc. La lista de temas resultaría interminable, pero
tendremos que optar por aquellos que consideramos más básicos y urgentes.

En el Seminario de iniciación hemos presentado, en la primera parte, los


temas centrales del kerygma cristiano, y en la segunda parte, la obra del
Espíritu de Jesús resucitado en nosotros; todo de acuerdo con lo que exige una
primera .evangelización para llegar a la conversión cristiana y empezar a
caminar en la vida del Espíritu. , .

El que inicia esta nueva vida debe seguir creciendo en conocimiento, en


Amor, en compromiso, no solo para vivir más el misterio cristiano, sino
también para capacitarse ante la llamada que el Señor y la Iglesia le dirigen
respecto a la tarea de evangelizar a otros.

¿QUE NOS PIDE LA IGLESIA?


El Vaticano II, en el Decreto sobre el apostolado de los laicos, N. 28, exige
"una formación multiforme y completa" para una plena eficacia del
apostolado, de acuerdo con las siguientes pautas:
- "completa formación humana, acomodada al carácter y cualidades de cada
uno";

- aprender a "cumplir la misión de Cristo y de la Iglesia"; "esta formación


debe considerarse como fundamento y condición de todo apostolado
fecundo";

- además de la formación espiritual, se requiere "una sólida preparación


doctrinal, teológica, moral, filosófica, según la diversidad de edad, condición,
talento";

- fomentar los "auténticos valores humanos, sobre todo el arte de la


convivencia y de la colaboración fraterna, así como el cultivo del diálogo";

- aprender a "verlo, a juzgarlo y a hacerlo todo a la luz de la fe, a formarse y a


perfeccionarse a sí mismo por la acción con los demás y a entrar así en el
servicio activo de la Iglesia”,

- para cumplir todas estas exigencias de la formación "hay que tener siempre
muy presentes la unidad y la integridad de la persona humana",

Al hablar después de los "grupos y asociaciones cuyo fin sea el apostolado u


otros fines sobrenaturales", reconoce que "en ellos se da la formación
doctrinal, espiritual y práctica", por la que "cada uno debe prepararse
diligentemente" (N34).

Esta doctrina tan nítida y segura que la Iglesia ofrece para todos, adquiere en
la R.C. un mayor sentido de exigencia. Baste tan sólo recordar las
orientaciones que dos grandes Papas dedicaron a la R.C.C. de todo el mundo
en dos momentos solemnes.

Pablo VI, en el discurso que dirigió el 19 de Mayo de ?1975 al III Congreso


Mundial de la R.C.C. decía:

“Por eso sentís la necesidad de una formación doctrinal cada vez más
profunda: bíblica, espiritual, teológica. Sólo una formación así, cuya
autenticidad tiene que garantizar la jerarquía, os preservará de desviaciones
siempre posibles y os proporcionará la certeza y el gozo de haber servido a la
causa del Evangelio, “no como quien azota al aire'" (KOlNONIA, Nº 24, pag.
20-21).
Juan Pablo II, en la audiencia que el 7 de Mayo de 1981 concedió en los
jardines del Vaticano al IV Congreso Mundial de Líderes de la R.C.C.
proponía lo siguiente:

"Debéis preocuparos de suministrar sólido alimento para la nutrición espiritual


mediante el partir del pan de la verdadera doctrina... Procurad, pues, que como
líderes busquéis una formación teológica sana que pueda asegurar para
vosotros y para todos los que dependan de vuestra orientación una
comprensión madura y completa de la palabra de Dios" (KOINONIA, Nº 29,
Pág. 6-7).

Formación, por tanto, multiforme y completa, que sea a la vez doctrinal,


espiritual y práctica, formación teológica sana.

NUESTRO PLAN: EL SEMINARIO SOBRE CRECIMIENTO


ESPIRITUAL

Partiendo de lo que ya se ha dado en el Seminario sobre la vida en el Espíritu,


cuya doctrina habrá que seguir recordando porque siempre es básica, hemos
elaborado un plan en tres ciclos en el que se pretende dar de forma unitaria y
sistemática algunos de los temas más fundamentales para el crecimiento
espiritual y para nuestro compromiso cristiano.

Es lo que hemos llamado el Seminario sobre el crecimiento de la vida en el


Espíritu, que vendría a completar la enseñanza que se dio en el Seminario de
iniciación.

Este plan se puede desarrollar a lo largo de todo un curso, y aún durante más
tiempo, dada la extensión e importancia de los temas.

Lo hemos distribuido en tres ciclos. En este número de la Revista ofrecemos


el Ciclo I. Y los otros dos irán apareciendo sucesivamente.

El Ciclo I se centra en la relación personal con Dios. El Ciclo II aborda la


dimensión eclesial.

El Ciclo III presenta la comunidad como el lugar de la verdadera maduración


y crecimiento en el compromiso cristiano.

DIOS-IGLESIA-COMUNIDAD: diríamos, sintetizando todo en tres palabras.


Nos relacionamos con el Señor integrados en su Iglesia en la que recibimos la
Palabra, la fe, la vida divina, el Espíritu. Pero en la Iglesia nos reconocemos
desde la vivencia de una comunidad concreta en la que como miembros de un
mismo cuerpo compartimos la presencia del Señor y crecemos juntos en total
interdependencia.

METODOLOGIA A SEGUIR

El Seminario sobre el crecimiento ha de ser como una continuación y


complemento del Seminario de iniciación. En más de una ocasión habrá que
remitirnos a alguno de los temas de éste. No temamos pecar de reiterativos en
cualquier punto fundamental que tratemos, pues la repetición es la clave para
una asimilación profunda. No interesa ofrecer muchas cosas ni muchos temas,
sino profundizar más y adquirir unas ideas muy claras sobre cada una de las
cuestiones.

Cada Ciclo tiene cierta unidad entre sus siete semanas. Durante el tiempo que
dure el desarrollo de un ciclo se han de relacionar siempre unos temas con
otros, haciendo ver la gran unidad que existe en toda la vida espiritual.

Aunque cada ciclo consta de siete semanas, hemos de decir aquí lo mismo que
se dijo del Seminario de iniciación: para la exposición de todos los puntos son
necesarias más de siete semanas.

Hay unos temas que son más prácticos y otros más teóricos. Creemos, sin
embargo, que a todos hay que darles una orientación más teológica que
moralista, y con un matiz vivencial que supere el frío planteamiento teórico.
En la vida cristiana se necesita saber y obrar, pensar bien y actuar rectamente.
Pensar bien quiere decir tener rectos criterios cristianos de acuerdo con la
Palabra de Dios, tal como nos fue revelada, y con la doctrina que la Iglesia
nos ofrece en su Magisterio.

El cristiano se encuentra hoy inmerso en una sociedad abiertamente pagana y


hostil al pensamiento de Cristo y de su Iglesia, y el ambiente que le rodea
ejerce una constante presión contra los principios del Evangelio. Es más, en
ciertos sectores cristianos predominan planteamientos y actitudes que están en
abierta contradicción con la doctrina de la "Iglesia de Dios vivo, columna y
fundamento de la verdad" (1 Tm 3,15).

Es necesario, siguiendo el ejemplo del Papa Juan Pablo II, que ofrezcamos
orientaciones claras, firmes y seguras, y que tengamos una gran preocupación
por la formación de buenos criterios.

Tal como presentamos los temas, podemos ver que a algunos, que son de los
que menos hemos tratado hasta ahora, se les dedica una exposición más
completa, y que en cambio otros solamente se da un esquema o un material
que se ha de saber utilizar siguiendo las indicaciones y las citas que nos
remiten a otros números de la Revista en los que ya se han desarrollado. El
catequista debe tomar su tiempo y documentarse todo lo posible.

La bibliografía que se da es muy fácil y asequible para cualquiera, pues aquí


no escribimos para profesionales de la teología o de la pastoral, sino para
cualquier laico que no puede manejar tratados más profundos. Esto no obsta
para que el catequista utilice otras obras que le ayuden a aclarar y completar
cualquier punto.

CICLO I:
Relación personal con Dios
En este Ciclo I nos centramos en la vida espiritual del cristiano considerada
preferentemente en la relación personal con el Señor, la cual se ha de
mantener pujante en constante desarrollo.

No se trata de una visión individualista de la vida cristiana, sino de ayudar a


tomar conciencia de lo que es la vida del Espíritu y de los medios más
urgentes e imprescindibles para su crecimiento, sin olvidar que este Ciclo 1
supone y exige los otros dos siguientes en los que se presenta la dimensión
eclesial y comunitaria. Al desarrollarlo hay que tener en cuenta que en sí solo
considerado resultaría incompleto e insuficiente, y que es por razones
prácticas o de método por lo que seguimos este orden.

LOS TEMAS

1º.- La oración personal. Alabanza. Oración en lenguas.

2°.- Vida sacramental: Eucaristía.

3°.- Sacramento de la penitencia.

4°.- La Palabra de Dios:


-lectura espiritual de la Biblia,
-formación bíblica y teológica.

5°.- Dirección espiritual. Acompañamiento espiritual. Discernimiento.

6°._ Orden y ascesis en la propia vida:


a) sueño-alimentación-ocio y diversión,
7°.- b) Sobriedad- y austeridad: sentido de los bienes materiales.
Oración-sacramentos-Palabra-guía espiritual-ascesis: son los pilares sobre los
que se asienta el cultivo de la vida espiritual. De ninguno se puede prescindir.

Tema 1: La oración personal.


Alabanza. Oración en lenguas.
NOTA: Para una persona que ha pasado por la experiencia de una nueva
efusión del Espíritu, que le ha abierto a una vida cristiana más intensa, es
importante que desde las primeras semanas se pongan las bases para que
pueda perseverar y crecer en la gracia recibida. El primer punto es conseguir
introducirse en la práctica diaria de la oración personal y mantener el
entusiasmo de la entrega mediante la alabanza, para lo que ocupa un lugar
importante la oración en lenguas

I. ORACION PERSONAL

Presentación personalizada de la experiencia de la comunidad:


- La efusión del Espíritu nos ha llevado a un ansia de alabar al Señor en todo
momento.

- Son breves instantes en que a lo largo de la jornada nuestro espíritu se eleva


hacia el Señor, y le decimos "Gloria a ti, Señor", "Gracias, Señor", etc.

- Dos momentos de la jornada han adquirido una especial significación: la


primera hora de la mañana, con la alabanza para el nuevo día, la acción de
gracias por todo lo que nos dará; y la última hora antes de acostarnos,
pidiéndole perdón y agradeciéndole todo lo que nos ha dado.

- También la bendición de la mesa ha adquirido una nueva dimensión. En las


familias es un brevísimo momento de oración comunitaria.

- Pero además de todo esto, hemos experimentado que nuestra entrega al


Señor y a los demás no se mantiene si no dedicamos unos momentos
especiales diarios a la oración.

¿Qué hacer en este momento de oración?

- Lo importante es estar unidos al Señor. Por lo tanto, no existen métodos


fijos. Si hemos entrado en la oración, dejemos que el propio impulso del
Espíritu nos lleve.
- Démosle mucha importancia a la alabanza, no nos quedemos pidiendo cosas
al Señor. Pongamos nuestra mirada en él.

- Orar es escuchar a Dios

- Orar es ponerse ante Dios, mirarle y dejarse mirar.

• Orar es hablar a Dios como un amigo.

- Orar es salir de uno mismo.

- Algunas experiencias concretas que pueden ayudar en la oración:

. Utilizar algún salmo.


. Leer las lecturas de la misa del día,
. Cantar algún canto conocido
. Empezar alabando a Dios
. Ir presentando al Señor a cada una de las personas de la familia, comunidad,
grupo, etc.

Si queremos hacer oración cada día

- Hemos de determinar de antemano a qué hora la haremos


- hemos de determinar cuánto tiempo vamos a hacer
- hemos de revisarnos de cuando en cuando sobre este punto.

Algunos escritos:

J. LAPLACE. La oración, búsqueda y encuentro, Marova, Madrid. 1978

A. BLOOM, Comenzar a orar. PPC, Madrid, 1980

M. QUOIST, Oraciones para rezar por la calle, Ed. Sígueme, Salamanca, 1981

J. ESQUERDA BIFET, Prisionero del Espíritu, Ed. Sígueme, Salamanca,


1978

KOINONIA, núm. 19, dedicado al tema de la Oración.

II. ALABANZA

Uno de los aspectos más importantes de la experiencia de la Renovación es el


redescubrimiento de la alabanza.
Alabar a Dios es poner los ojos en él, sin fijarnos en nosotros. En la petición o
en la acción de gracias, aún tenemos puesta nuestra atención en lo que nos
pasa. En la alabanza nos dirigimos hacia Dios por lo que él es.

La alabanza supone un volcarse de todo nuestro ser hacia Dios. Por eso se
expresa con las palabras, con el gesto, con el canto. Pero nada de esto puede
expresar todo lo que es Dios. De ahí que la alabanza tienda hacia la "oración
en lenguas" y hacia la adoración en silencio.

Para mantenernos en la alabanza es muy importante vivir entusiasmados y dar


mucha importancia a la expresión. Frases como "Gloria al Señor", "Aleluya",
ayudan a mantenerse en alabanza.

La alabanza no se encuentra sólo en los labios, sino que ha de brotar de lo más


profundo del ser. Es toda la vida, nuestro comportamiento, el que ha de
convertirse en una alabanza a Dios.

Hay que alabar a Dios en todo momento, aún en los momentos de dificultad y
en que aparece algún problema grave.

La alabanza nos hace salir de nosotros mismos y purifica nuestra intención,


haciéndonos más dóciles a la Palabra de Dios o a la aceptación de su voluntad.

La alabanza, en cuanto nos coloca en el abandono en la voluntad del Padre, es


fuente de curación.

Algunos escritos:

J. M. MARTIN-MORENO, Alabaré a mi Señor, Ed. Paulinas, Madrid, 1982

M.R. CAROTHERS, El poder de la alabanza, Editorial Vida. Miami, 1977

III. ORACION EN LENGUAS

Es una de las cosas que pueden chocar más a los que se acercan a la
experiencia de la Renovación. Por eso es importante tener ideas claras.

Es algo muy sencillo. Se trata de una forma de oración.

Normalmente oramos con la boca diciendo palabras, o bien oramos en


silencio. Cuando oramos no todo son palabras o ideas, sino que también hay
sentimientos y "algo" que no se puede expresar con palabra. La "oración en
lenguas" es una mezcla de estos dos tipos de oración: por una parte se
expresan con la boca unos sonidos o una melodía, por otra no se dice nada. Es
un emitir sonidos sin decir palabras.

No es nada prodigioso o milagroso, todos lo podemos hacer. ?El niño, antes


de aprender a hablar, ya lo hace; lo hace también el que da un grito de alegría,
o el que improvisa una melodía porque está contento. La importancia está en
utilizarlo como forma de oración.

Ayuda mucho a la oración, y sobre todo la forma de "canto en lenguas" ayuda


a la oración comunitaria.

Uno debe mantenerse siempre dueño de su forma de orar y debe procurar estar
unido a los demás, sin molestados con gritos o cantando fuera de tono.

Esta forma de oración se empleaba mucho en la Iglesia primitiva, como


atestigua san Pablo en la primera carta a los Corintios (1 Co 12 y 14). Luego
se ha ido manteniendo de una forma u otra en la vida de la Iglesia. Es lo que
san Agustín llamaba el "canto de júbilo", san Francisco el “arrullo", santa
Teresa la "algarabía", san Ignacio la "locuela”... El alargar las vocales en el
canto gregoriano no es más que restos de esta forma de oración.

A principios de siglo, cuando empezó el movimiento Pentecostal, y aún ahora


algunas personas, creen que se trata de hablar en una lengua no aprendida.
Aun sin negar la posibilidad de tal milagro, ha de quedar muy claro que no se
trata de esto cuando se utiliza en los grupos de "oración en lenguas".

Algunos escritos:

R. PUIGDOLLERS, ¿Qué es la oración en lenguas?, en "Koinonia", núm. 5,


pp. 11-13

F. BENOIT, Significado espiritual de la oración en lenguas. en “Koinonia",


núm. 8. pp. 8-10

J.M. MARTIN-MORENO, La oración en lenguas: carisma de alabanza, cap


10 de "Alabaré a mi Señor", pp. 85-93.

L. J. SUENENS, Orar y hablar en lenguas, en" ¿Un nuevo Pentecostés?",


DDB, Bilbao, 1975, pp. 102-107

Tema 2:
Vida sacramental: La Eucaristía.
Nota: No todas las personas que se acercan a un grupo de oración tienen una
fuerte experiencia de vida cristiana. En muchos de los casos el descubrimiento
de la oración comunitaria no va acompañado de una conciencia eclesial y
sacramental. Por eso es muy importante ayudarles a un re descubrimiento de
la vida sacramental, empezando en primer lugar por la Eucaristía.

* La oración comunitaria y la vida del grupo nos está ayudando a redescubrir


el sentido de la comunidad cristiana. Venimos gozosos a la oración, sentimos
la alegría de reunirnos con los hermanos, nos sabemos solidarios con los
hermanos que están en otros lugares.

* Estamos redescubriendo el sentido de la comunidad cristiana, el sentido de


Iglesia. Experimentamos a Cristo presente y actuante en medio de la
comunidad. Pero hay unos momentos fuertes de la vida de la comunidad
cristiana, en que Cristo actúa de un modo especial. Así, por ejemplo, cuando
nos reunimos para celebrar la Eucaristía, cuando una persona entra en la
comunidad por medio del Bautismo, cuando por medio del sacerdote
recibimos el perdón de Dios, cuando dos cristianos que se aman se unen en
matrimonio ante toda la comunidad, etc. Estos momentos fuertes de la vida de
la comunidad es lo que llamamos las celebraciones sacramentales, los
sacramentos.

* La Eucaristía es la asamblea de la comunidad, y es el centro de toda la vida


cristiana. Si queremos redescubrir el sentido de la Eucaristía hemos de tener
en cuenta estos dos aspectos: a) que es asamblea; y b) de la comunidad
cristiana. Si no existe comunidad cristiana o la eucaristía no se celebra como
una verdadera asamblea difícilmente podemos encontrarle su verdadero
sentido.

* Desde los principios de la Iglesia primitiva, la comunidad cristiana se reúne


en asamblea una vez por semana, el domingo. Por eso la Eucaristía dominical
es el centro que hay que redescubrir, en la medida en que va habiendo
comunidades cristianas.

* Podemos recordar cuatro textos que nos muestran esa ?costumbre unánime
de las comunidades cristianas:

El primero es de los Hechos de los Apóstoles y nos habla de la visita que S.


Pablo hizo a la comunidad de Tróada hacia el año 56: "El primer día de la
semana (el domingo), estando nosotros reunidos para la fracción del pan...
"(Hch 20,7).

El segundo es una breve frase de la Didajé, uno de los escritos cristianos más
antiguos (siglo 1): "Reuníos en el día dominical del Señor" (Did. 14).
El tercero es un texto no cristiano de la carta del gobernador de Bitinia, Plinio
el Joven, al emperador Trajano (año 111/113) hablándole del resultado de
unos interrogatorios a cristianos: ''Afirmaban que... tenían la costumbre de
reunirse un día fijo (el domingo) antes de salir el sol... "

El cuarto es un fragmento de la Apología que S. Justino escribe en el año 150


al emperador Antonino: en ella nos describe la asamblea dominical: "El día
que se llama día del sol (el domingo), todos los que viven en las ciudades y en
el campo se reúnen en un mismo lugar: se leen las Memorias de los Apóstoles
y los escritos de los profetas. Cuando el lector ha acabado, el que preside la
asamblea pronuncia un discurso para advertir y exhortar a los presentes para
que cumplan estas enseñanzas. A continuación nos levantamos todos y
rezamos en voz alta. Después... cuando la oración está terminada, se trae pan
con vino y agua. El que preside eleva al cielo las plegarias y las acciones de
gracias y todo el pueblo responde exclamando Amén. Después se lleva a cabo
la distribución y el reparto de la eucaristía y se envía su parte a los ausentes
mediante el ministerio de los diáconos" (Apol. 1, 67).

* En el grupo de oración hemos redescubierto la importancia de encontrarnos


y de ir formando comunidad. La reunión de la comunidad cristiana es la
asamblea eucarística dominical.

* En el grupo de oración hemos redescubierto la importancia de escuchar la


Palabra de Dios y que el Señor nos da unos textos con una palabra muy
concreta y directa para cada uno de nosotros. En la asamblea eucarística, por
medio de la Iglesia, el Señor nos da su Palabra y unos textos concretos para
aquel día. Hemos de acoger esos textos como la Palabra de Dios para
nosotros.

* En el grupo de oración hemos redescubierto la importancia de la alabanza.


La Eucaristía es el momento más alto de la alabanza; el momento en que nos
unimos de un modo más pleno a la alabanza que Cristo dirige al Padre.

* En el grupo de oración hemos redescubierto la importancia de la intercesión.


En la asamblea eucarística esta intercesión se hace con la fuerza de toda la
Iglesia (la oración universal, intercesión por la Iglesia y por los difuntos en la
oración eucarística).

* No se trata sólo de "ir a Misa los domingos" , sino de redescubrir la


asamblea eucarística como centro y culmen de toda la vida de la comunidad
cristiana

* De este modo la oración de la semana y todas nuestras ?actividades se van


uniendo poco a poco a la celebración de la asamblea dominical. Ella ha de ser
la expresión y la fuerza de todo lo que hacemos.
* La participación en la comunión durante la semana es la continuación de la
Asamblea dominical y de la comunión con los hermanos.

Algunos escritos:

J .M. MARTIN-MORENO. La asamblea eucarística, centro de la comunidad


y de la manifestación de los carismas, en "Koinonia" Nº 16, pp. 7-11.

Tema 3:
El sacramento de la penitencia. ?¿Qué es
el pecado?
Nota: Para que sea posible un verdadero camino de conversión es muy
importante que el creyente tenga abiertas las puertas hacia la Reconciliación.
Muchas veces hay temores, rechazo, desconocimiento de este sacramento.
Normalmente es por falta de una buena catequesis, de una práctica renovada y
de una clara conciencia de lo que es el pecado.

A) La voluntad de Dios

* A medida que nos vamos abriendo a la escucha de la Palabra de Dios,


vamos experimentando lo que Dios quiere de nosotros y lo que nos va
pidiendo: vamos conociendo la voluntad de Dios.

* Toda la vida de Jesús no es más que un continuo cumplir la voluntad del


Padre.
- "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado"(Jn 4,34)

- "no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (J n 5,30)

- "he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me
ha enviado"(Jn 6,38)

- "Si este cáliz no puede pasar, hágase tu voluntad" (Mt 26,42)

• Por eso él quiere que también nosotros vivamos en la voluntad del Padre.

- "No todo el que me diga: Señor, Señor, sino el que haga la voluntad de mi
Padre" (M t 7,21)

- "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano" (Mt


12,50)
- "Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo"(Mt 6,10)

B) ¿Qué es el pecado?

• ¿Qué es el pecado? A veces nos creemos que cometer un pecado es hacer


algo que está prohibido o hacer alguna cosa mala. El pecado es no hacer la
voluntad de Dios. Esto queda reflejado muy claramente en la frase de S. Pablo
"todo lo que no procede de la fe es pecado"(R, 14, 23).

* Sólo estando a la escucha de la voluntad de Dios podemos tomar conciencia


de lo que es verdaderamente el pecado. Por eso S. Pablo nos dice: “No os
acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la
renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la
voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12, 2).

* Dios nos va mostrando su voluntad de muchas formas, a través de sus


pensamientos, de las normas éticas, a través del magisterio de la Iglesia, etc.

• A veces se oye la expresión "es que yo no tengo pecados", "yo no sé de qué


confesarme". ¿Diríamos lo mismo si se nos preguntara si estamos cumpliendo
en todo momento la voluntad de Dios? A medida que Dios va entrando en
nuestra vida y nos vamos haciendo sensibles a su Palabra, vamos
descubriendo nuestra dimensión pecadora. Chesterton decía que "un santo es
uno que se sabe pecador".

C) El sacramento de la Reconciliación

• El sacramento de la Reconciliación es la celebración comunitaria del amor


de Dios que nos perdona.

• Consta de cuatro partes principales:

1) Escucha de la Palabra de Dios. Sólo la Palabra de Dios puede invitarnos a


la Reconciliación y anunciarnos el amor de Dios. La Palabra de Dios es así
Buena Nueva para nosotros.

2) Reconocimiento de nuestro pecado. Nuestra respuesta a la Palabra de Dios


es reconocer que somos pecadores. Lo más importante es ponernos ante la
presencia de Dios y poder decir "soy pecador". La manifestación de nuestros
actos concretos en los que hemos pecado no es más que la expresión de este
"soy pecador”. Hemos de expresar todo lo que es un "pecado mortal'. Es
conveniente expresar todo lo que sentimos como un peso.
3) Absolución de nuestro pecado. La oración del sacerdote es la oración de
Cristo y de toda la Iglesia. Es una nueva efusión del Espíritu Santo que se
derrama sobre nosotros como amor de Dios y perdón de los pecados. Esta
oración es fuente de perdón, de curación y de fortalecimiento.

4) Acción de gracias. Es la respuesta nuestra al perdón de Dios y a su amor.

* Es muy importante poder superar todas las dificultades psicológicas,


nuestros temores, nuestra vergüenza, nuestro no saber cómo hacer, para que
no quede taponada esta fuente de gracia que es este sacramento.

* En los grupos de oración hemos descubierto la importancia de la intercesión


y de la oración de unos por otros. Si es importante la oración de unos
hermanos, ¿qué no será la oración de toda la Iglesia en el sacramento de la
Reconciliación? El sacramento de la Reconciliación es la cumbre del monte
de la intercesión y de la curación interior.

* En la renovación actual de la Liturgia hay tres formas de celebrar este


sacramento:

a) Reconciliación de un solo penitente: b) celebración comunitaria con


absolución individual: c) celebración comunitaria con absolución colectiva.
Esta última forma se utiliza sólo en circunstancias excepcionales, cuando hay
mucha gente y pocos sacerdotes. La comunidad cristiana ha de tener su ritmo
de celebraciones comunitarias a lo largo del año litúrgico (Adviento,
Cuaresma. etc.). Es muy conveniente que sigamos este ritmo de la comunidad.
Pero al mismo tiempo hemos de llevar nuestro ritmo personal según nuestras
propias necesidades.

* Es conveniente confesarse, no sólo cuando tenemos alguna falta grave, sino


también cuando nos encontramos en la preparación de algo importante en
nuestra vida espiritual o cuando nos encontramos en una situación de apatía o
turbación en que necesitamos volver a empezar.

Algunos escritos:

M. SCANLAN, La fuerza de la reconciliación, en "Koinonia" Nº 16, pp. 7-11.

Tema 4:
La Palabra de Dios.
1.- La Palabra de Dios es un elemento imprescindible en el Ciclo I sobre el
crecimiento de la vida espiritual.
Por sí misma, para todo el que la acoge con fe es:

a) La ley y regla de la vida, que nos enseña cómo vivir y por dónde caminar.
De ella se nutre la fe.

b) La manifestación o revelación de Dios. Con su Palabra Dios nos comunica


toda su intimidad, por lo que su Palabra es donación y gracia, luz que revela e
ilumina.

c) Pero no sólo ilustra, sino que por sí misma, en todo el que la lee con la
debida disposición, produce gracia, santifica, transforma, comunica vida. Es
viva y operante por ser "una realidad dinámica, un poder que opera
infaliblemente los efectos pretendidos por Dios" (León-Dufour). En el Nuevo
Testamento se la llama ''palabra de salvación" (Hch 13, 26), "palabra viva y
eficaz" (Hb 4, 12), "palabra de vida" (Flp 2, 16). Jesús dice que sus palabras
son "espíritu y vida" (Jn 6 ,63), de forma que todo el que escucha su palabra y
cree en el que le ha enviado "tiene vida eterna, y no incurre en juicio, sino que
ha pasado de la muerte a la vida" (Jn 5, 24): "si permanecéis en mí y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis" (Jn
15, 7).

Luz que revela y poder que opera: la Palabra de Dios produce siempre lo que
anuncia.

2'-La Biblia, por tanto, debe ocupar el primer puesto entre todos nuestros
libros, y su lectura debe ser alimento diario de nuestra vida espiritual. Ignorar
tan gran tesoro y auxilio de Dios, aunque nada más sea que un solo día, sería
prácticamente ignorar y menospreciar su Amor.

Benedicto XV escribió en su encíclica Espíritus Paráclitos:

"Jamás dejaremos de exhortar a todos los fieles cristianos para que lean
diariamente las Sagradas Escrituras, sobre todo los Evangelios, los Hechos y
las Epístolas de los Apóstoles, tratando de convertirlos en savia de su espíritu
y sangre de sus venas”.

El Vaticano II ha dedicado gran atención a la Palabra de Dios y en muchos


pasajes insiste sobre la necesidad de su lectura. Baste citar dos textos:

"Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la Palabra divina es


posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quien vivimos, nos
movemos y existimos (Hch 17. 28), buscar su voluntad en todos los
acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, próximos o
extraños, y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las
realidades temporales, tanto en sí mismas como en orden al fin del hombre"
(Decrt. Apostolado de los laicos, N. 4).

"El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente


a los religiosos, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la
conciencia suprema de Jesucristo (Flp 3, 8), “pues desconocer la Escritura es
desconocer a Cristo". Acudan de buena gana al texto mismo: en la liturgia, tan
llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual, o bien en otras instituciones
o con otros medios... Recuerden que la lectura de la Sagrada Escritura debe
acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre,
pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos su
palabras'" (Dei Verbum, N.25).

1.-. Lectura espiritual de la Biblia


¿COMO LEER?

Se trata de una lectura completamente distinta del que lee por curiosidad
científica, histórica, literaria, cultural. Son muchos los que leen así la Biblia, y
no buscan ni esperan otra cosa más que satisfacer este interés.

Pero para que produzca los efectos que hemos de esperar, "la Escritura se ha
de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita" (VAT. n, Dei Verbum,
N.12).

Es necesario que a la lectura acompañe la oración: es así como se podrá entrar


en diálogo con el Señor y se podrá escuchar su voz.

No lees un libro cualquiera, sino que te hallas ante Dios. Ponte por tanto, en
actitud de fe y recogimiento en su presencia, sintiéndote ignorante ante la
sabiduría y misterio de Dios, y clama con humildad: "Habla, Señor, que tu
siervo escucha" (1 S 3,10), "enséñame tu camino para que siga tu verdad,
mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre" (Sal 86,11), "para mis
pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero" (Sal 119,105).

Lee despacio, con profundo respeto, en actitud de escucha, a la expectativa de


lo que el Señor te quiera revelar interiormente, pues Él quiere instruirte y
enseñarte "el camino de la vida, hartura de goces, delante de su rostro" (Sal
16).

¿QUE EFECTOS PODEMOS ESPERAR?


Siempre que te pones a leer la Palabra de Dios con estas disposiciones entras
en contacto con el Señor. La Palabra de Dios es la "presencia verbal de
Cristo".

Este contacto te transforma y te hace más parecido al Señor, y va modelando


tu mente conforme a su mentalidad y a sus mismos sentimientos. Ese pálpito
de la vida de Dios que allí se encierra necesariamente impregna tu corazón de
la sabiduría divina.

Unas veces bastará que escuches al Señor, pues "a Dios escuchamos cuando
leemos su Palabra" (Vat. II), como María que "sentada a los pies del Señor,
escuchaba" (Lc 10,39).

Otras veces será recibir luz, inspiración, seguridad, aliento, "el consuelo que
dan las Escrituras" (Rm 15, 4). Y otras, se encenderá tu corazón, como cuando
el Señor hablaba en el camino a los discípulos de Emaús y les explicaba las
Escrituras (Lc 24, 32).

Además de todo esto, le vas conociendo a El cada vez más y mejor,


familiarizándote con la manera de ser de Dios.

La lectura asidua de la Palabra de Dios vitalizará tu oración y contribuirá al


desarrollo en ti de los diversos dones y carismas que el Espíritu te quiera
otorgar: sabiduría divina, don de inteligencia y de revelación interna,
crecimiento más profundo de la fe, de la esperanza y del amor,
discernimiento, profecía, unción para la enseñanza y la evangelización.

Será así como su Palabra estará siempre presente en tu memoria y en tu


corazón, de forma que ante cualquier situación, sea para ti o sea para ayudar a
otros, enseguida acuda a tu mente la respuesta adecuada.

FRECUENCIA Y PROCEDIMIENTO EN LA LECTURA

Siendo un tesoro de tan incalculable valor, cuyas palabras encierran tan divina
sabiduría, ¿cómo podemos justificar el que se nos pasen los días sin leer las
Sagradas Escrituras? ¿No supone esto una gran desconsideración para con el
Señor?

Cada día hemos de leer algo. Aquí más que nunca cumple seguir el lema:
nulla dies sine linea (ningún día sin leer una línea).

Deberíamos hacer este compromiso como un obsequio al Señor.

¿Qué orden conviene seguir?


Puede ser leer diariamente algo así como un capítulo, siguiendo con el mismo
libro hasta acabarlo, para después empezar con otro.

Otra modalidad sería atenerse a la lectura continuada de la Palabra de Dios


que sigue la Iglesia en la celebración de la Eucaristía y en la Liturgia de las
horas. Esta forma supone dar importancia a la Palabra de Dios que para ese
día nos ofrece la Iglesia, la cual "siempre ha venerado la Escritura, como lo ha
hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la Sagrada Liturgia nunca
ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de
la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo" (Vat. II, Dei Verbum, N.21).
"Cuando se lee en la iglesia la Sagrada Escritura es el Señor quien habla"
(Const. de Liturgia, N.7).

Conviene subrayar en el libro aquellas frases que más personal y directamente


nos hablen, pues así resultará fácil volver de nuevo sobre ellas en otro
momento.

UNA ADVERTENCIA

No se debe abusar en la utilización de la Biblia como medio de consulta de la


voluntad de Dios, tal como hacen algunos que en momentos de duda abren la
Biblia al azar para ver qué les dice el Señor.

Ante esto hay que decir que:

- Dios es siempre un misterio inabarcable para nosotros, que en este mundo


nunca podremos comprender, mucho menos acomodar a nuestra voluntad.

- Dios no se ha obligado a darnos respuesta a través de la Biblia precisamente


en el momento en que lo necesitamos siguiendo este procedimiento.

- No es esta la forma como se ha de utilizar la Biblia. ?Supone cierta ligereza,


presunción y en el fondo es una manipulación y hasta tentar a Dios, aunque en
la mayoría de los casos se obre con muy buena intención y con espíritu de fe y
sencillez.

- Esta no es la forma. Más bien, leyendo la Palabra de Dios tal como se ha


dicho antes llegarás siempre a "distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo
bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12, 2) con el discernimiento y la
sabiduría que el Señor te quiera comunicar.

II.- Formación bíblica y teológica


INICIACION Y FORMACION BIBLICA
Necesitamos un mínimo de iniciación bíblica para poder adentrarnos en la
lectura de la Sagrada Escritura sin tropezar con dificultades insalvables que
terminarían por desanimarnos y hacernos abandonar nuestro intento. Ello nos
facilitará el sacar más fruto del abundante contenido que encierran estas
páginas inspiradas por el Espíritu Santo.

La ignorancia de ciertos conocimientos introductorios a la Sagrada Escritura,


de algunos principios y normas, por lo demás muy sencillos, de interpretación,
puede llevarnos a caer en muchos engaños, manipulaciones y aun disparates
enormes al leer la Biblia.

Baste saber que no sólo estamos distanciados hasta treinta siglos del tiempo en
que se escribieron algunos libros de la Biblia, sino que también la geografía y
la cultura occidental nos han configurado conforme a una mentalidad racional
o cartesiana, que se expresa preferentemente a base de ideas abstractas, a
diferencia del alma oriental que utiliza más bien la parábola, la ficción, las
imágenes coloristas y atrevidas.

Al leer la Biblia hemos de tener en cuenta el género literario en que está


escrito el pasaje en cuestión, y cómo hay que distinguir entre el fondo y la
forma literaria, es decir, entre lo principal (el contenido doctrinal, los hechos
salvíficos fundamentales, el mensaje que encierra) y lo secundario (el ropaje
literario empleado, las expresiones, las imágenes, las representaciones
animadas y hasta antropomórficas, muy propias de la literatura oriental).

Esto significa que nunca podemos atribuir al texto sagrado un sentido que no
tiene. O sea, no lo acomodemos a nuestra forma de entenderlo, sino que
tratemos nosotros de acomodarnos al sentido que tiene, al sentido que quiso
dar el autor sagrado, porque de lo contrario no hallaríamos en la Biblia la
Palabra de Dios, sino la palabra puramente humana.

Para esto necesitamos unas nociones sobre lo que es la inspiración bíblica, los
géneros literarios y los diversos sentidos, la forma tan distinta a la de hoy en
que se escribieron cada uno de los libros de la Biblia, y cuál es el mensaje
central que encierra, cuáles son las ideas fundamentales del Antiguo
Testamento (la elección, la Promesa, la Ley, la Alianza, el Reino, el Exilio, la
espera del Mesías) que nos facilitan la clave para comprender el conjunto de
la Biblia y cada uno de los acontecimientos y personajes principales, todos los
cuales confluyen y se orientan hacia una misma meta: Jesucristo. Toda la
Biblia directa o indirectamente nos habla de Él, y su misterio centra toda la
historia de la salvación.

Apreciaremos así cómo los dos Testamentos constituyen dos etapas distintas
en la realización del mismo misterio de salvación.
El Antiguo Testamento es una etapa lenta y paciente de preparación, de
pedagogía divina para disponer al hombre a recibir libremente al Salvador. En
sus páginas, a pesar de los elementos caducos que podamos encontrar y que a
nosotros en la etapa del cristianismo ya nos dicen poco, admiraremos el plan
de revelación, de aproximación y de amor que Dios ha seguido siempre con el
hombre a pesar de la actitud rebelde y obstinada con que responde en
constantes avances y retrocesos. Es una historia del hombre con todas sus
miserias, sufrimientos y anhelos, y una historia del Amor misericordioso de
Dios: en este profundo misterio reconocemos nuestra propia historia, nuestro
pecado y nuestra salvación.

El Nuevo Testamento es la plena manifestación de "la bondad de Dios nuestro


Salvador y de su amor a los hombres" (Tt 3, 4). Dios nos revela su grandioso
misterio realizándolo en la encarnación y en el sacrificio redentor de su Hijo
Amado.

¿COMO EMPEZAR A LEER LA BIBLIA?

En esta formación bíblica que pretendemos tiene gran importancia el orden


como empezamos a leer la Biblia por primera vez.

No es aconsejable comenzar desde el principio hasta el final como hacemos al


leer otro libro cualquiera o una novela.

Es recomendable empezar por los cuatro Evangelios, con atención preferente


a la historia de Jesús y a los acontecimientos narrados según las etapas de su
misterio (Encarnación, infancia, vida de ministerio, pasión, muerte y
glorificación), así como a las ideas centrales de su enseñanza (el Padre, su
Amor a los hombres, envío y donación del Hijo, la Buena Nueva del Reino
ofrecido a todos, el envío del Espíritu Santo).

Seguir después con el Libro de Los Hechos de los Apóstoles, para pasar a
continuación a las Epístolas de San Pablo, como complemento y comentario
del Evangelio, que nos transmiten la vivencia que tuvieron los primeros
cristianos del Cristo resucitado, de su presencia invisible y la efusión de su
Espíritu.

Terminar el Nuevo Testamento con las Epístolas Católicas (las siete que no
son de S. Pablo), llamadas así desde antiguo porque no van dirigidas a una
comunidad o personaje particular, sino a los cristianos en general, y el
Apocalipsis, que es una visión profética, en forma de símbolos, de la gloria
futura y del destino final de la Iglesia, que pasando por diversos sufrimientos
y tribulaciones vive en la espera de la glorificación representada en la imagen
de la Nueva Jerusalén.
Leído todo el Nuevo Testamento, se puede empezar el Antiguo por los libros
históricos, con atención especial a la vida de los Patriarcas, a la de Moisés y a
la de David, y siguiendo la elección de Israel, el desarrollo de la Alianza, el
contraste entre la infidelidad del pueblo y la eterna misericordia de Yahvé.

Los Libros sapienciales y Los Salmos, a continuación, no resultarán difíciles.

Conocida ya la historia de Israel, el comportamiento de Dios y el constante


anuncio de salvación, se puede pasar a los Profetas y comprender ya en cierta
manera sus distintos oráculos y visiones.

Después de una lectura así, sería bueno hacer otra segunda lectura desde el
principio hasta el final de toda la Biblia, la cual contribuiría a darnos una
visión más clara del conjunto de la historia de la salvación.

MEDIOS DE FORMACION

Otros medios que están también a tu alcance para llegar a obtener una
formación bíblica adecuada pueden ser:

1º.- La lectura de algún tratado fácil que te sirva de introducción a la Biblia.


He aquí algún título:

-JESUS SAN CLEMENTE IDIAZABAL, Iniciación a la Biblia para


seglares, Descleé de Brouwer, Bilbao 1979.

-De la Colección CONOCE LA BIBLIA, editada por Ediciones Mensajero y


Editorial "Sal Terrae", algunos como:
Introducción al Pentateuco, Temas principales del A. T. Introducción a los
libros proféticos. Introducción a la literatura sapiencial. Introducción al N. T.

-ETIENNE CHARPENTlER, Para leer el Antiguo Testamento, y Para leer el


Nuevo Testamento, Editorial Verbo Divino, ambos de 132 pgs. cada uno.

2º.- El hacer algún curso bíblico, o bien matriculándote en algún centro de


estudios, o siguiendo algún curso por correspondencia, como por ejemplo:

-Cursos Bíblicos de la Casa de la Biblia, Santa Engracia, 20. Madrid 10. TEL
(91) 4487835

FORMACION TEOLOGICA
A la formación bíblica ha de ir unida una formación teológica.

Esto no debe asustar a nadie. Teología es reflexión sobre la verdad contenida


en la Palabra de Dios.

Todo el que se relaciona de verdad con Dios, de una u otra forma reflexiona y
saca conclusiones de la Palabra de Dios: hace teología, aunque nada más sea
en un grado muy elemental. La teología en los ocho primeros siglos de la vida
de la Iglesia fue patrimonio de grandes santos o amigos de Dios. Fueron los
Padres de la Iglesia que conjugaron la santidad de vida y la ciencia acerca de
Dios.

Como hemos visto en la introducción a este Seminario sobre el crecimiento,


pag. 4-5, la Iglesia espera de nosotros "una formación bíblica, espiritual y
científica" (Pablo VI).

Qué grado de formación?

El que podamos alcanzar según nuestros medios y posibilidades.

Para ello hemos de valernos de los siguientes recursos:

a) La lectura de libros de sólida doctrina espiritual y teológica al alcance de


nuestro nivel intelectual. Cada año deberíamos leer unas cuantas obras.

Leamos no solamente libros de testimonios o de temas relacionados con la


R.C., sino de todas las materias: documentos del Magisterio (Concilios,
encíclicas, alocuciones papales), tratados de autores clásicos y modernos de
sana doctrina, libros de consulta, diccionarios, artículos de revistas, etc. Si
tenemos inquietud, siempre encontraremos qué leer.

b) Aprovechemos siempre que se nos brinde la oportunidad de hacer algún


curso catequético, o catequesis para adultos, o cualquier ciclo de conferencias.

c) Si podemos hagamos algún curso de teología para seglares, tal como en


muchos lugares se organizan.

d) Añadamos a esto todas las oportunidades que encontramos en la R.C.:


encuentros de dirigentes, retiros, la instrucción semanal al grupo, y hasta se
puede organizar alguna vez jornadas de reflexión o algún cursillo o seminario
sobre cuestiones determinadas.

Si en el grupo faltan personas preparadas para la enseñanza, lo podremos


suplir a base de leer y comentar artículos, y hasta fragmentos escogidos de
algún libro.
Tema 5:
Dirección o acompañamiento espiritual.
Discernimiento
En la vida espiritual, para poder crecer de verdad, necesitamos de alguien a
quien dar cuenta de las dificultades, avances o retrocesos que vamos
experimentando.

Por mucho que uno sepa, y por muy grande que sea la experiencia que se
tenga, nadie se basta a sí mismo. Uno puede ser buen maestro espiritual para
los demás, pero para sí mismo necesitará de otro guía. Nadie puede ser juez o
médico de sí mismo.

El ejemplo de los grandes santos nos lo confirma, pues nadie como ellos
buscaron siempre un guía espiritual en la vida del Espíritu.

Esta ayuda puede ser: o el acompañamiento espiritual, o la dirección


espiritual.

1.- EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

El acompañamiento espiritual es algo que ha surgido en varios movimientos


espirituales nuevos y que en algunas comunidades y grupos de la R. C. ha
tenido especial importancia.

El objetivo es que cada hermano se sienta acompañado en su camino espiritual


por otro hermano, un poco, en cierta manera, en nombre de la comunidad y
como signo de la presencia amorosa del Señor.

El Señor se manifiesta a través de este ministerio humilde de acogida, de


misericordia, de asistencia al hermano en su deseo y esfuerzos por ser fiel al
Espíritu y querer cumplir en todo la voluntad del Padre.

No es una dirección espiritual, ni un sucedáneo de la misma, sino algo mucho


más sencillo, ya que no debe tratar asuntos íntimos de conciencia, que se
deben más bien presentar al confesor o a un director espiritual.

Se puede dar cuenta al acompañante de los siguientes puntos:

-vida de oración: si se hace, tiempo, dificultades;


-cómo se cumplen otros compromisos con el Señor: sacramentos, lectura de la
Palabra de Dios;

-cómo se integra en la vida de la comunidad o del grupo, asistencia y


participación activa en los distintos actos, como la asamblea de oración,
convivencias, retiros; relaciones interpersonales, actuación en los diversos
ministerios y servicios:

-orden y cambios que introduce en su propia vida, de acuerdo con las


exigencias de la conversión.

El acompañante, que puede muy bien ser un laico, debe ser persona de
madurez humana y espiritual, que lleve cierto tiempo en la Renovación, que
tenga discernimiento, vida de oración y que sea del mismo sexo.

Cada encuentro ha de limitarse a tratar estrictamente de los asuntos


concernientes al acompañamiento, en clima de oración y presencia de Dios.

Para más información sobre este tema recomendamos:

-Revista TYCHIQUE. N° 26, publicada bajo la responsabilidad de la


Communauté du Chemin Neuf. 10, rue Henri IV - 69002 LYON (Francia).
Este número está dedicado al acompañamiento. Leer sobre todo el artículo
Qu'est ce qu´accompagner?, de Régine Marie-Besser, pgs. 12-20.

-KOINONIA, N° 27, El acompañamiento espiritual, medio de crecimiento,


por Xavier Quincoces, ps. 17-19.

II- . LA DIRECCION ESPIRITUAL

SU IMPORTANCIA

En la vida espiritual puede haber dificultades, tentaciones, peligros,


decaimientos, retrocesos. El mal actúa en nosotros de múltiples maneras y la
debilidad humana está expuesta a cualquier ilusión o desviación. Cuántas
veces comprobamos que no nos comprendemos a nosotros mismos, ni
tenemos objetividad ante nuestro egoísmo, los engaños de la imaginación, la
soberbia espiritual, el subjetivismo, el iluminismo de que podemos ser
víctimas, por no mencionar los desequilibrios y enfermedades que nos pueden
aquejar.

Necesitamos alguien que conozca los caminos de la vida en el Espíritu, los


principios de la teología dogmática, de la moral, de la ascética y mística, y que
de vez en cuando nos guíe señalando la ruta que hemos de llevar y los peligros
a evitar.

A lo largo de la historia de la Iglesia se ha ido acumulando toda una ciencia y


tradición extraída de la experiencia abundante de los grandes santos y
maestros espirituales que antes que nosotros vivieron a fondo la vida del
Espíritu.

¿Cómo despreciar este tesoro? En la tradición Oriental tienen la Filocalía o


colección de textos de los Padres orientales sobre la vida espiritual. En
Occidente hay una pléyade de santos, doctores y místicos que nos han legado
una gran sabiduría, que hoy tenemos decantada en normas y principios muy
claros de dirección espiritual.

Todos ellos, de acuerdo con la práctica universal de la Iglesia, se valieron de


la dirección espiritual. Esta, sin embargo, aunque es moralmente necesaria
según la providencia ordinaria de Dios, no es absolutamente indispensable
para aquellos que, a pesar de su buena voluntad, no pueden encontrar la
persona indicada.

Esto admitido, siempre hay que dejar por sentado un principio innegable: El
Espíritu Santo es el que verdaderamente nos guía interiormente. El director
espiritual no tiene más que secundar la acción divina, contribuyendo a orientar
siempre a una fidelidad constante al Espíritu, a descubrir y ayudar a superar
los obstáculos que surjan.

¿QUIEN PUEDE SER DIRECTOR ESPIRITUAL?

De ordinario será un sacerdote, ya que por los estudios de teología, biblia y


moral que ha hecho, así como por la gracia de estado que recibió en la
ordenación puede tener la competencia necesaria y un mayor discernimiento.
Aunque no pocas veces, por desgracia, no todo sacerdote puede ser el guía
espiritual que cabría esperar por su estado y preparación, pues a su
competencia debe unir el ser hombre de oración y vida interior profunda, tener
cierta experiencia y sana formación teológica.

Si decimos que de ordinario será un sacerdote, es porque excepcionalmente


puede ser otra persona formada y experimentada, como, por ejemplo, tenemos
el caso de Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Sena, los Padres del
Desierto, San Francisco de Asís, los cuales ejercieron también la dirección
espiritual de otras personas.

El director espiritual puede ser distinto del confesor, pues son dos funciones
distintas y pueden separarse, aunque es recomendable que sea una misma
persona por la relación que hay entre ambos ministerios y la importancia que
tiene para la unidad de la vida espiritual.

¿QUE DONES HA DE REUNIR?

De ordinario ha de ser un director espiritual que posea la ciencia habitual del


sacerdote bien formado y equilibrado en su vida de oración y de acción.

El sacerdote se puede encontrar con casos que se salen de lo ordinario y que le


exigen una mayor competencia. Siempre debe estar preparado para atender a
los casos ordinarios y a los extraordinarios o fuera de lo común. Con todo, no
siempre ocurre esto y en todos los tiempos se han lamentado los grandes
santos de no encontrar el guía espiritual adecuado. Hay que escoger uno entre
mil, decía San Juan de Ávila.

San Juan de la Cruz escribe:


"Adviértase que para este camino, a lo menos para lo más subido de él y aun
para lo mediano, apenas se hallará un guía cabal según todas las partes que ha
menester, porque además de ser sabio y discreto, es menester que sea
experimentado" (Llama, Canc. 3,30).

Sabio, discreto y experimentado, por tanto:

a) De buena formación bíblica, teológica, moral y espiritual, sin excluir


también la psicológica para saber al menos distinguir entre lo que son casos
normales de la vida espiritual avanzada y lo que son enfermedades nerviosas o
mentales.

En este mismo sentido decía Santa Teresa de Jesús:


"Importa mucho ser el maestro avisado, digno de buen entendimiento y que
tenga experiencia: si con esto tiene letras, es grandísimo negocio. Mas si no se
puede hallar estas tres cosas juntas, las dos primeras importan más... “(Vida,
13,16). "Buen letrado nunca me engaño" (Vida 5.3).

b) Discreto: es decir hombre de discernimiento, que sepa distinguir lo


verdadero de lo falso, lo recto de lo torcido, que sepa aconsejar y exigir sin
cortar el vuelo, porque el Espíritu Santo actúa a veces de forma que rebasa
nuestra comprensión humana y hasta las luces ordinarias de la fe.

c) Experimentado, es decir, que reúna la experiencia de su propia vida


espiritual y también la experiencia ajena, pues en muchos casos, cuando el
Espíritu actúa en firme, se hallará desconcertado sin saber de qué se trata, a no
ser que tenga cierta experiencia.

d) A esto habría que añadir buena voluntad de querer ayudar, bondad de


carácter, con el amor de hermano y los sentimientos de Jesús, humildad para
desconfiar siempre de sí, desprendimiento afectivo para no buscarse a sí
mismo ni esperar agradecimiento.

EL DIRIGIDO

Es el más interesado en la guía espiritual. Para que resulte bien debe ser
sincero, dócil, obediente, perseverar y observar discreción.

No ha de buscar la dirección espiritual como un desahogo psicológico, mucho


menos por amistad puramente natural y sensible. Si se llega a una situación
así, es mejor cambiar de director y cortar por lo sano antes de seguir adelante.
Todo lo que pase de amor sobrenatural de hermanos en el Señor es un
retroceso y engaño.

III.- DISCERNIMIENTO

Relacionado con los dos puntos anteriores está el tema del discernimiento.

Discernimiento es saber juzgar y decidir a la luz del Espíritu Santo cualquier


acontecimiento o situación que se nos presente.

Juzgar, es decir, saber reconocer el origen de lo que sucede en la vida


espiritual de una persona o de una comunidad, examinando los signos
exteriores y las mociones internas.

El origen puede ser: a) o el Señor. b) o nuestra naturaleza (imaginación,


subconsciente, fuerzas naturales desconocidas). c) o el espíritu del mal.

Decidir, o sea, saber escoger el camino que nos marca la Palabra de Dios, o la
insinuación del Espíritu. O también, saber escoger en cada caso la voluntad de
Dios.

Las reglas que se dan para el discernimiento están sacadas de la Palabra de


Dios, de la Tradición de la Iglesia y de la experiencia de los grandes guías
espirituales.

Hay algunas muy generales, pero muy seguras, que se deben aplicar ante
cualquier situación:

a) Conformidad con la Palabra de Dios: cualquier manifestación que vaya


contra la Palabra de Dios, no es cosa del Espíritu, pues éste nunca se
contradice.
b) Conformidad con la enseñanza de la Iglesia en materia de fe y de moral.
Cuando en materia de fe y costumbres algo es definido por la Iglesia o
enseñado por el conjunto de los obispos en comunión con el Papa, estamos
ante la infalibilidad de la Iglesia. Cualquier afirmación que vaya en contra de
esta enseñanza constante de la Iglesia está en contradicción con el Espíritu
Santo.

c) Nunca se puede ir en contra del deber de estado: por ningún motivo se


puede contradecir las obligaciones de estado que se han contraído por el
Sacramento del matrimonio, del orden, o de la profesión religiosa.

Pablo VI, en el discurso que el 19 de Mayo de 1975 dirigió en la Basí1ica de


S. Pedro al III Congreso Internacional de la R.C., señalaba como criterios de
discernimiento la doctrina de San Pablo sobre los carismas reduciéndola a los
siguientes puntos:

-fidelidad a la doctrina auténtica de la fe: lo que contradice a esta doctrina no


viene del Espíritu Santo;

-todos los dones han de ser recibidos con gratitud;

-todo debe contribuir al Amor: "el Espíritu Santo puede conferir toda clase de
dones sin estar presente El mismo: en cambio, si concede el Amor, prueba que
El mismo está presente por la gracia". Y terminaba con otra gran regla de
discernimiento que nos da el Evangelio:

-por los frutos se conoce el árbol.

Esta misma regla explicita San Pablo un poco más en un célebre pasaje de la
Epístola a los Gálatas, al que hay que recurrir muchas veces para hacer
discernimiento:

- "la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la


carne, como que son entre sí antagónicos... En cambio el fruto del Espíritu es
amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
dominio de sí .. ." (Ga 5, 17-23).

Las célebres reglas de discernimiento que nos ofrece San Ignacio de Loyola
concuerdan bastante con el pasaje de la Epístola a los Gálatas y con la del
Evangelio; y hoy se las formula de muy variadas formas, pero en general
siempre hay que decir lo mismo: es acción de Dios lo que trae paz, Amor a Él
y a los demás, gozo interior, lo que busca la luz y huye de las tinieblas, lo que
se somete humildemente al juicio de la autoridad, de la comunidad.
Bibliografía sobre el discernimiento

RENE LAURENTlN, Trois Charismes: Discernement, Guerison. Don de


science, Pneumatheque, París 1982, p.

JACQUES CUSTEAU, SJ. El Carisma de discernimiento, Ediciones


Paulinas, Chile 1979, 32 pgs.

KOIN01A, N° 3, Tema doctrinal: El discernimiento

DOCUMENTO DE MALINAS I, en la Renovac. Carismática.


Documentación, Secretariado Trinitario, Salamanca 1978, pg. 179.

El discernimiento espiritual en una asamblea de oración de la Renovaci, por


ETIENNE GARIN, en Presencia de la Renovac. Carismática, Colec. Nuevo
Pentecostés, Edit. Roma, Barcelona 1981. pgs. 123-141.

Cfr. CARDENAL L. J. SUENENS Documento de Malinas 2, Ecumenismo y


Renovación Carismática, Colec. Nuevo Pentecostés, Roma 1979, pgs. 78-97.

HERIBERT MUHLEN, Catequesis para la renovación carismática,


Secretariado Trinitario, Salamanca 1979, pgs. 219-231.

REGINE MAIRE-BESSER, Pour "discerner le meilleur", en TYCHIQUE, N°


26. pgs. 45-55.

Tema 6 y 7:
Orden y ascesis en la propia vida.
Nota: Muchas personas no permanecen en la gracia recibida por falta de
orden y ascesis en su vida. Hay que recordar la explicación de la parábola del
sembrador "al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen
raíz en sí mismos, sino que son inconstantes..., las preocupaciones del mundo,
la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan
la Palabra, y queda sin fruto" (Mc 4, 16-19). El tema se presenta dividido en
dos, para una mayor profundización.

I.- Sueño, alimentación, ocio y diversión.


Nota: Este tema no tiene contenido doctrinal, por lo tanto hay que evitar dar
un discurso moralizante y unos consejos siempre discutibles. Lo mejor es
tratar el tema en forma de preguntas y de compartir. Se trata de revisar estos
puntos.

* El seguimiento de Jesús y la escucha de su Palabra no es algo que puede


quedar encerrado en un ámbito "religioso", sino que ha de influir en toda
nuestra vida. Son todas las áreas de nuestra vida que hemos entregado al
señorío de Jesús. Si hay desorden en alguna de estas áreas, nuestra vida
espiritual y de entrega a los demás se verá paralizada.

* Algunos textos nos pueden ayudar a comprender cómo esto queda ya


reflejado en las comunidades primitivas:

- "Nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven
desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A ésos les
mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego
para comer su propio pan" (I T ts 3, 11-12).

- (I Tm 3, 5)."Si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá


cuidar de la Iglesia de Dios?"

- “Pueda también llegar con alegría a vosotros por la voluntad de Dios, y


disfrutar de algún reposo entre vosotros" (Rm 15, 32).

- "Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un


poco. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni
para comer" (Mc 6, 31).

* Algunas preguntas:

- ¿Quito innecesariamente horas al descanso diario? ¿Duermo demasiado?

- ¿Mantengo un orden en las comidas y como suficientemente? ¿Cómo o bebo


demasiado?

- ¿Soy una persona trabajadora o permanezco ocioso demasiado tiempo? ¿Soy


responsable en el trabajo? ¿Dedico a la vida familiar el tiempo que ésta
requiere? ¿Dedico tiempo a mis hijos? ¿Y a mi esposa o a mi esposo?

- ¿Dedico demasiado tiempo al ocio? ¿A la televisión? ¿Al deporte? ¿Asisto a


demasiadas reuniones?

Algunas sugerencias concretas:


- Para mantener un mayor orden en nuestra vida puede ser conveniente
hacernos un horario del día, para saber cómo vamos a distribuirlo. Esto es
bueno hacerlo teniendo en cuenta toda la semana.

- A algunas familias les ha ayudado mucho el dedicar un día (una tarde, unas
horas) especialmente a la familia, a estar todos reunidos, hablar, salir juntos,
jugar. Es conveniente que el ritmo sea semanal.

- A muchos matrimonios les ha ayudado el dedicar un día (una tarde, unas


horas, una noche) especialmente a la pareja: hablar, festejar, estar juntos, salir.
El ritmo también ha de ser semanal.

II.- Sobriedad y austeridad.


Sentido de los bienes materiales.
Nota: La experiencia carismática en que se va contemplando todas las cosas
como un don de Dios es el modo más apto para descubrir el sentido cristiano
de los bienes materiales.

* La experiencia carismática nos hace descubrir poco a poco todas las cosas
como un don de Dios. Las cualidades naturales que hemos recibido, nuestro
arte o nuestro saber, lo vamos considerando como un don de Dios para el
servicio de los hermanos, según la expresión de S. Pablo "cada uno ha
recibido la manifestación del Espíritu para el provecho común" (1 Co 12, 7).

* Pero este mirar todas las cosas como un don para el servicio de los demás no
debe quedar reducido a los dones espirituales o naturales, sino que debe
extenderse también a los dones materiales. Así nos lo muestran las parábolas
de Jesús:

- nos dice que somos administradores (Lc 16, 1ss)

- nos dice que nos ha dado unos talentos para que los hagamos fructificar y de
los que nos pedirá cuenta (Mt 25, 14ss)

Así lo entendieron los primeros cristianos:

"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma.
Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos"
(Hch 4,32)
* Todos los bienes materiales que nosotros tenemos son un don que Dios nos
ha dado para que lo utilicemos todo al servicio de los demás. Quien retiene
para sí los bienes, es el don de Dios el que retiene. Quien derrocha los bienes
materiales, es el don de Dios el que derrocha. Quien pone los bienes
materiales al servicio de los demás, se ha hecho servidor del don de Dios.

* El reconocimiento de los bienes materiales como un don de Dios al servicio


de los demás nos ha de llevar a la no acumulación de riquezas y a poner al
servicio de los demás todo lo que tenemos.

* Esto impide todo tipo de lujo y nos invita a introducirnos en el campo de la


austeridad. Sólo la austeridad nos ayuda a quitar las barreras que nos separan
unos de otros y a estar siempre dispuestos al servicio.

* La austeridad simplifica mucho nuestra vida, abriéndola más al servicio de


los demás: nos da más posibilidades de tiempo, nos da más posibilidades
económicas, nos da más posibilidades comunitarias.

* El camino de la comunidad cristiana sólo es posible mediante el compartir y


éste sólo es posible si vivimos en la austeridad.

39-40 - SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL II -


LA IGLESIA (Primera parte).

LA IGLESIA NUESTRA
MADRE
La Iglesia es el lugar elegido por Dios, donde El establece su morada entre los
hombres (Ap 21, 3), es invocado su nombre y adorada la Trinidad.

Ella, Esposa de Cristo, es para nosotros seno maternal donde fuimos


regenerados a la Vida, redil que acoge a todos los pecadores, inmenso Pueblo
de Dios, siempre en marcha y peregrino hacia otra patria fuera ya de este
mundo.

Todos y cada uno de los que somos miembros de esta comunidad de


salvación, en la que recibimos el perdón y hallamos siempre acceso a la Vida
y a los dones del Espíritu, gozamos de la dignidad de ser hijos de la Iglesia.
Nunca podemos situarnos a considerar a la Iglesia desde fuera, en plan de
espectadores extraños, complacidos en resaltar sus pecados y fealdades. Como
hijos nos sentimos identificados con ella, Madre y Maestra, columna de la
verdad.

Hoy abunda toda una demagogia impía contra la Iglesia, y somos sus hijos los
que más hemos contribuido a crear esa animosidad a base de una crítica
despiadada. Todos queremos una Iglesia evangélica, pobre y humilde, al
servicio de los hombres, pero olvidamos que aquí en la tierra siempre estará
mezclado el trigo con la paja, que siempre será una Iglesia de santos y de
pecadores, y que esos pecadores, miembros secos o podridos o quizá muertos,
podemos ser cualquiera de nosotros.

¿Cómo somos nosotros, los que somos la Iglesia? ¿Cuál habría de ser nuestra
contribución a su edificación en este momento apasionante de su historia?

Ante todo aportar una vida joven y vigorosa, como nueva savia que brota de
su raíz más honda. La Iglesia de hoy necesita abundancia de carismas y que se
desarrollen más los ministerios laicales ante las innumerables necesidades que
surgen. Necesita comunidades vivas y florecientes, que ofrezcan al mundo,
juntamente con su servicio, el testimonio colectivo de la presencia del Reino
de Dios entre nosotros. Necesita cristianos que sepan vivir en lucha y
contemplación, al mismo tiempo que atareados en la ingente labor que hay
que desarrollar ante el mundo de hoy.

Debemos hacer nuestra la misión de la Iglesia.


Anunciar el Evangelio al mundo, ofrecerle la Verdad y la Vida, no es más que
llevar a Cristo al mundo.

A medida que ahondamos en la realidad y el misterio de la Iglesia, no


hallamos más que una sola cosa: Jesucristo. Todo en ella tiene sentido en tanto
en cuanto que hace referencia a Jesucristo. Él es su tesoro, lo único que tiene
que ofrecer a la humanidad.

En cierta manera la Iglesia no es otra cosa más que Jesucristo, pues ella,
juntamente con su Cabeza, no forma más que un solo Cuerpo, y este Cuerpo
es el Cristo total. Conforme se desarrolla su edificación, a medida que la
Iglesia avanza hacia el encuentro escatológico con su Señor, aparece cada vez
más diáfana la realidad de lo que ella es. Nunca habrá realizado en este mundo
toda su santidad, todo lo que encierra su misterio, hasta que no haya entrado
definitivamente en la consumación final.

Para toda la Iglesia, de manera especial para cuantos lo desconocen o no lo


viven, debemos ser testigos del Espíritu que alienta en su íntima estructura.
Hijos comprometidos en su servicio, debemos reflejar en nuestras vidas el
misterio de la Iglesia, viejo tronco del que incesantemente seguirán brotando
los profetas, los mártires, los santos, los testigos carismáticos de la fe, del
amor y de la esperanza. A todos hemos de proclamar que la Iglesia es el
mismo Jesucristo continuado entre nosotros.

Como Madre, como Cuerpo de Cristo, como la propia familia, no podemos


menos de amarla. La amamos entrañablemente. Ella es la prolongación de la
Trinidad hasta nosotros, y ella a su vez arranca de este mundo en constante
ímpetu ascendente que termina en la misma Trinidad.

SEMINARIO SOBRE
EL CRECIMIENTO
ESPIRITUAL
CICLO II: LA IGLESIA
INTRODUCCION

Dentro de nuestro programa de formación y crecimiento espiritual es de gran


importancia el tema de la Iglesia. Los cristianos de hoy si queremos salvar
nuestra fe y vivir el compromiso cristiano, necesitamos comprender mejor y
profundizar más en el misterio de la Iglesia.
A medida que se penetra en el conocimiento de la Iglesia de Cristo se percibe
con más profundidad el misterio de la acción de Dios en los hombres, la
presencia del Cristo Resucitado entre los cristianos, la forma como su Espíritu
se comunica a todos los que desde la fe están abiertos al don de Dios, y cómo
vive y actúa en los corazones.

¿Qué vida del Espíritu podríamos buscar o fomentar, si no fuera partiendo


siempre de la Iglesia, en la que nacemos del agua y del Espíritu?

¿Qué fe en Jesucristo. Hijo de Dios, es posible vivir hoy si no es recibiendo su


Palabra viva y operante, tal como la Iglesia, a través de su magisterio, nos
proclama y transmite, y con la que nos alimenta?

¿Dónde encontrar al Cristo viviente, con todo el dinamismo y poder de su


Resurrección, dónde ver sus mismos signos de salvación y hasta contemplar
su gloria, si no es descubriéndolos a través de las acciones sagradas de la
Iglesia?

¿Cómo entrar en comunión, nosotros cristianos de este siglo, con todos los
que nos han precedido en la fe, con tantos testigos de los que nosotros hemos
venido a ser depositarios? ¿Cómo empalmar con la Iglesia apostólica, tal
como salió de Pentecostés, si no es sintiéndonos plenamente integrados en la
realidad de la Iglesia de hoy?

Es necesario mirar a la Iglesia de Cristo, traspasando el velo de lo que


apreciamos sensiblemente. Lo mismo que muchos de los que se acercaron al
Jesús histórico no vieron en El más que al hombre, sin llegar por la fe al
misterio de su divinidad, así también hoy son muchos, incluso cristianos, los
que no ven en la Iglesia más que una sociedad homologable con cualquier otra
sociedad de este mundo.

La consecuencia es el hecho tan contradictorio y frecuente de los que dicen


creer en Cristo, pero no en la Iglesia. ¿Cómo creer en Cristo y no creer en la
Iglesia, si el Cristo que hoy existe para nosotros es el Cristo que se identifica
con los cristianos unidos en comunión, el mismo Cristo que así se lo hizo ver
a Saulo cuando los iba persiguiendo camino de Damasco?

En lo que no creen muchos cristianos es ciertamente en la caricatura de la


Iglesia. Hay que manifestar y hacer ver con claridad en qué consiste el
misterio de la Iglesia, de la única Iglesia que existe, la Iglesia de Jesucristo.

LA RESPONSABILIDAD DE LA R.C.

La R.C. no es un movimiento de Iglesia, se ha dicho muchas veces, sino la


Iglesia en movimiento.

Para que conozcamos lo que es la Iglesia, para poder apreciar también lo largo
y lo ancho, lo alto y lo profundo de ese gran movimiento, hasta dónde llegan
todas sus implicaciones, para que no hagamos fracasar el mensaje de la
Renovación, debemos conocer más a fondo lo que es la Iglesia.

Si no adquirimos ese imprescindible sentido eclesial, nos faltará una base


firme. Una comunidad cristiana sin sentido eclesial no es comunidad.
Nuestros grupos y comunidades no son formas de capillismo, y ni siquiera
deben parecerlo. Son Iglesia de Cristo: esta es nuestra verdadera identidad. En
el seno de nuestros grupos hemos de descubrir y vivir la presencia de la
Iglesia.

Si no nos sentimos Iglesia, si no somos Iglesia, no somos nada, ni tendría


interés para nosotros seguir en este empeño. Cuando falta esta perspectiva de
Iglesia siempre amenaza el peligro del individualismo o de la secta.

Hemos elaborado este Ciclo II del Seminario sobre el crecimiento espiritual,


centrado en el tema de la Iglesia, pensando en lo que los hermanos de los
grupos de la Renovación necesitan saber con vistas a ese crecimiento y
maduración espiritual.

No se trata ya de aquellos primeros elementos que ofrecíamos en el Seminario


de iniciación a la vida del Espíritu, en el que predominaba el kerygma
cristiano y las cuestiones más elementales de iniciación en orden a la
evangelización y acogida de los primeros convertidos.

Nos dirigimos a hermanos que ya están creciendo en la vida del Espíritu, con
un compromiso cada vez mayor, con una vida de testimonio y evangelización,
y en afán comunitario. Para ellos hay que ofrecer alimento sólido.

Hemos distribuido lo más esencial, lo que todos debemos saber sobre el


misterio de la Iglesia, en siete temas o exposiciones. Dada la amplitud de la
doctrina sobre la Iglesia, resulta imposible abarcar todos los puntos. Nos
parece que lo que presentamos es suficiente, pues son catequesis para
profundizar en la fe, y no un tratado completo sobre la Iglesia para desarrollar
en clases de teología.

Estos son los Temas:

1.- El misterio de la Iglesia


2.- El Espíritu Santo y la Iglesia
3.- La Iglesia es carismática e institucional

I .- Los Carismas
II.- Los Ministerios eclesiales

4.- La Iglesia institucional


5.- Función de la jerarquía en la Iglesia

I.- Triple ministerio de la jerarquía


II.- El Primado de Pedro

6.- La Evangelización como misión de toda la Iglesia


7.- Presencia de la Iglesia en el mundo

I.- En la familia
II.- En el trabajo
III.- En la sociedad
¿QUE ENFOQUE SEGUIMOS?

Hoy en día se trata el tema de la Iglesia de acuerdo con distintos enfoques o


eclesiologías.
Comúnmente se considera que prevalecen cuatro ec1esiologías, bastante
diversas unas de otras, y que son las siguientes por orden de su aparición:

-La eclesiología histórico-jurídica, en la que predomina la línea de la


autoridad en conexión con la autoridad de los Apóstoles, valiéndose para el
estudio de la Iglesia principalmente de la categoría de sociedad.

-La eclesiología sacramental, muy ligada al despertar litúrgico, pone en primer


plano los sacramentos, principalmente la Eucaristía, como órganos
constructores de la Iglesia, la cual aparece en la línea de los que la une con el
Cristo pascual, hecho Espíritu vivificante. Pone el énfasis en la Iglesia como
comunión, y se llama también eclesiología eucarística.

-La eclesiología carismática o pneumatológica, acentúa los carismas, y por


tanto la acción del Espíritu Santo, y apela al hoy de Dios tal como se detecta
en las personas, en las pequeñas comunidades y en los movimientos de base.
Acentúa la coparticipación y la corresponsabilidad.

-La ec1esiología ecuménico-misionera es la más reciente y tiene muchas


variantes. La comunión adquiere un sentido mucho más amplio, incluso más
allá de las fronteras de la Iglesia, buscando caminar unidos con todos los
hombres de buena voluntad.

La diferencia entre estas cuatro eclesiologías no está en cosas fundamentales,


pues entonces no serían admisibles las cuatro, sino en este o aquel elemento
constitutivo de la Iglesia que se subraya. Cada una es válida en tanto en
cuanto admita todos los elementos esenciales del misterio de la Iglesia, sin
omitir nada.

Más bien se complementan las cuatro, y ninguna puede excluir u oponerse a


las otras. Las cuatro están presentes también en la doctrina del Vaticano II.

Lo mismo que con el Evangelio, también hemos de ser muy honrados y


sinceros con la forma de interpretar el misterio de la Iglesia. No consiste en
presentar nuestra propia visión, sino en acoger y asimilar aquello que la
Iglesia nos ofrece y nos dice de sí misma.

Lo que hoy necesitamos los cristianos son verdades seguras y ciertas en las
que apoyarnos. Esto es lo que hemos de ofrecer en nuestra enseñanza, no
opiniones particulares, manteniéndonos a un nivel por encima de cuestiones
discutidas o de grupo.

Así nos lo recordaba a todos Juan Pablo II en su viaje apostólico a España:

"No seáis portadores de dudas o de 'ideologías', sino de 'certezas' de fe ...


Ante todo tenéis que transmitir, con fidelidad la doctrina de la Iglesia, esa
doctrina que ha quedado expresada en documentos tan ricos como los del
Concilio Vaticano II... “ (Discurso a los Religiosos)

"La Iglesia ha sido constituida por Cristo, y no podemos pretender hacerla


según nuestros criterios personales. Tiene por voluntad de su fundador una
guía formada por el Sucesor de Pedro y de los Apóstoles: ello implica, por
fidelidad a Cristo, fidelidad al Magisterio de la Iglesia... Ella es madre en la
que renacemos a la vida nueva de Dios; una madre debe ser amada. Ella es
santa en su fundador, medios y doctrina, pero formada por hombres
pecadores; hay que contribuir positivamente a mejorarla, a ayudarla hacia
una fidelidad siempre renovada, que no se logra con críticas Corrosivas. "
(Homilía en el Camp Nou de Barcelona)

METODOLOGIA

Al exponer los temas sería necesario hacerla del modo más activo posible para
todos los hermanos, de forma que cada uno participe en el estudio y en el
diálogo, y no se limite simplemente a escuchar.

Los que presentan el tema eviten el peligro de siempre: ser prolijos o vagos en
la exposición, o querer dar una clase magistral. La exposición ha de ser muy
sencilla y concreta, ceñida al orden de las ideas que se sigue, y de tal forma
clara e inteligible que el que escucha se quede con el esquema mental, con
ideas precisas, y no con un maremágnum de cosas imposibles de digerir.

Todos deberían tener los Documentos del Vaticano II, y al mismo tiempo que
se va desarrollando el Ciclo sobre la Iglesia, habría de ir leyendo cada uno la
Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium).

Al final de cada tema hay que volver a hacer una síntesis de lo expuesto,
recalcando los puntos principales, y procurando llegar también a aplicaciones
prácticas y a alguna revisión sobre nuestra vida eclesial.

El diálogo sobre los diversos puntos puede continuar también en los grupos de
profundización.
TEMA 1

El misterio de la Iglesia
La Iglesia no es un colectivo humano cualquiera, ni una sociedad como otra
cualquiera de hombres a los que les une un ideal común, ideológico, político,
cultural, o una tarea común a cumplir.

La Iglesia está formada por los hombres que han llegado a la fe en Jesucristo,
Hijo de Dios, y, por medio del sacramento del bautismo, se han incorporado a
El y han recibido el don del Espíritu. Ellos forman la comunidad de los que
creen en Cristo, su cuerpo viviente.

Es una comunidad muy especial de personas, que difieren de los demás


hombres por este don fundamental que es la fe en Cristo Jesús, en el que han
encontrado el sentido y la esperanza de la existencia humana y de toda la
historia de la humanidad.

El Concilio Vaticano II estructura todas sus enseñanzas en torno a un


documento fundamental: la Constitución dogmática sobre la Iglesia o Lumen
Gentium (LG). El título del primer capítulo es muy significativo: El Misterio
de la Iglesia.

El Misterio de la Iglesia deriva del Misterio de Dios que creó el universo y


llama a todos los hombres a participar de su vida divina para formar con El
una comunión de amor en Cristo su Hijo, por el Espíritu Santo (LG 2).

1.- LA IGLESIA,
MISTERIO Y SACRAMENTO DE SALVACION

El Vaticano II para hacernos comprender la naturaleza íntima del misterio de


la Iglesia nos presenta las diversas imágenes que emplea la Sagrada Escritura
"tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación, como también
de la familia y de los esponsales" (LG 6).

La Iglesia es:

-redil, cuya puerta es Cristo Un 10. 1-10): grey de la que el "Buen Pastor y
Príncipe de los pastores dio su vida parias ovejas" (Jn 10, 11-15: 2 P 5,4);
-labranza o arada de Dios, viña escogida, siendo Cristo la vida verdadera y
nosotros los sarmientos (1 Co 3,9; Jn 15, 1-5);

-edificación de Dios en la que Cristo es la piedra angular que rechazaron los


constructores (1 Co 3,9; Mt 21,42; Hch 4,11: 1 P 2,7). Esta edificación es casa
de Dios (1 Tm 3.15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el
Espíritu (Ef 2, 19-22), tienda de Dios entre los hombres (Ap 21, 3), templo
santo del que todos somos piedras vivas (1 P 2. 5). Se la compara también a la
ciudad santa de Jerusalén, la "Jerusalén de arriba" y "madre nuestra" (Ga 4,
26: Ap 12, 17);

-la Esposa del Cordero, a la que Cristo amó y se entregó, uniéndola consigo en
pacto indisoluble (Ap 19.7; 21,2; 22,17; Ef. 5, 25-26.29).

Cada una de estas imágenes nos presenta una dimensión distinta del misterio
de la Iglesia, y ninguna por sí sola es suficiente para expresarnos todos los
aspectos que integran la realidad de la Iglesia.

¿Qué queremos expresar con la palabra misterio?

Tal como se emplea este vocablo, tanto en la Liturgia como en la Teología,


significa un signo visible de una gracia invisible: algo que vemos
externamente, pero que significa y hace presente otra realidad espiritual, que
es invisible no solo para los sentidos sino también para la razón humana.

La Iglesia, por consiguiente, no es sólo lo que vemos externamente, los


hombres que la integran y la representan, con su organización y estructuras
(jerarquía, gobierno. ritos, etc.), sino que también hay algo que no podemos
descubrir si no es por la fe: la presencia y acción del Espíritu, esa comunión
en Cristo entre Dios y los hombres. Esta es la realidad invisible que está
significada por lo que vemos externamente. Pablo VI decía que la Iglesia es
una realidad imbuida por la presencia oculta de Dios.

Todo esto es lo mismo que decir, utilizando otra expresión importante del
Vaticano II, que:

"La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la


unión íntima de Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).

Retengamos esta palabra de Sacramento porque es de una gran riqueza


teológica. La Iglesia es el Sacramento de Jesucristo.

A Cristo se le considera el Sacramento de Dios, el Sacramento fundamental o


sacramento por excelencia, origen y soporte de los demás sacramentos.
Si Cristo es el Sacramento de Dios, la Iglesia es el Sacramento de Jesucristo,
es decir, "una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y
otro divino. Por eso se la compara, por una notable analogía, al misterio del
Verbo Encarnado" (LG 8).

Tenemos, pues, un elemento humano y un elemento divino: una realidad


externa y otra realidad interna. Lo humano y lo divino se compenetran.

Lo externo, o lo visible y social, es lo que llamamos lo institucional, una


institución de salvación: todo esto no es más que signo e instrumento que está
al servicio de lo invisible.

Lo interno, que es lo invisible o el elemento divino, constituye a la Iglesia en


su realidad más profunda, y es el Espíritu de Jesús resucitado, o lo que es lo
mismo, Cristo comunicado en el Espíritu Santo. He aquí el origen de toda la
fuerza y vitalidad de la Iglesia, lo que realiza la comunión de vida entre Dios y
los hombres, por lo cual también se define a la Iglesia como un misterio de
comunión entre Dios y los hombres. ''Lo que constituye a la Iglesia a manera
de principio es el Espíritu Santo en los corazones, y todo lo demás (Jerarquía,
magisterio, potestades de la Iglesia) está al servicio de esa transformación
interna" (Sacramentum mundi, t. 3, col. 605).

¡Este es el Sacramento de nuestra fe!: así podemos decir ante la realidad de la


Iglesia, de modo equivalente a como decimos ante el pan y el vino que
consagrados se han convertido en signo de la presencia del Cuerpo y Sangre
del Señor.

Sí, esta es la Iglesia, este es el Sacramento del Cristo Resucitado que de esta
forma tan maravillosa "ha plantado su tienda" en medio de la humanidad hasta
el fin de los tiempos.

"El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un


templo (I Co 3, 16:6,19)", dice el Vaticano II (LG 4). En este sentido se
considera a la Iglesia el templo del Espíritu, y la Liturgia en la alabanza del
prefacio exclama:

"de este modo tu Iglesia, unificada por virtud y a imagen de la Trinidad,


aparece ante el mundo como Cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, para
alabanza de tu infinita sabiduría"

Esta visión de la Iglesia como Sacramento nos introduce en el tema de los tres
aspectos más significativos y que mejor expresan el misterio de la Iglesia. Nos
referimos a:
a) la Iglesia como comunidad

b) la Iglesia como Cuerpo de Cristo

c) la Iglesia como Pueblo de Dios

II.- LA IGLESIA COMO COMUNIDAD

Si la Iglesia en su aspecto interno e invisible es, como hemos dicho, Cristo


comunicado en el Espíritu Santo, el cual realiza la comunión de vida entre
Dios y los hombres, necesariamente es un misterio de comunión, una
comunidad (koinonia).

"Cristo, el único mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a


su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible,
comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos" (LG 8).

Cristo mantiene en la tierra esta comunidad de fe, esperanza y caridad uniendo


a los hombres con Dios, haciendo que entren en comunión con el Padre por la
comunicación del Espíritu Santo.

Es, por tanto, una comunidad de los hombres con Dios. Pero, y puesto que su
Espíritu es siempre Espíritu de unión y de Amor, realiza también a un mismo
tiempo una gran comunión entre sí de los hombres que le aceptan por la fe.

La Iglesia es entonces comunidad de los hombres con Dios y de los hombres


entre sí, comunidad en la que por la acción del Espíritu Santo, Cristo se hace
presente y se comunica a los hombres.

En consecuencia, es también comunidad en el Espíritu Santo.

El fundamento de la Iglesia en cuanto comunidad, lo mismo que en cuanto


institución de salvación, es el Espíritu Santo.

Esta comunidad se realiza también bajo la forma de una comunidad


sacramental, en el sentido en que antes hemos dicho, porque siempre es signo
visible de esa comunión de vida (realidad invisible) entre Dios y los creyentes,
y también porque cuando toda asamblea de creyentes se reúne para celebrar
los sacramentos, y de manera especial la Eucaristía, constituye una
comunidad, comunidad sacramental reunida en Cristo.

III.- LA IGLESIA COMO CUERPO DE CRISTO

La Iglesia, como hemos visto, es la comunidad de los que creen en Cristo, los
cuales, según la expresión de San Pablo, forman su cuerpo viviente. Un
cuerpo en el que Cristo es la Cabeza y los creyentes son los miembros, y el
Espíritu Santo como el alma.

El Vaticano II nos dice que el Hijo de Dios redimió al hombre y lo transformó


en nueva criatura, "y a sus hermanos, congregados de entre todos los pueblos,
los constituyó místicamente su cuerpo, comunicándoles su Espíritu. En ese
cuerpo la vida de Cristo se comunica a los creyentes, quienes están unidos a
Cristo paciente y glorioso por los sacramentos de un modo arcano, pero real"
(LG 7).

Esta imagen hace resaltar la unidad de los miembros entre sí y su unión vital
con Cristo por medio del bautismo, hasta el punto de que el mismo Señor se
identifica con los cristianos.

Esto nos ayuda a profundizar en el punto anterior: la Iglesia en su misma


esencia es la comunidad de vida que resulta de los hombres incorporados a
Cristo, como miembros unidos a la Cabeza, los cuales reciben de Ella vida
divina, por lo cual resulta que la Iglesia es también la culminación del misterio
de Cristo: el Cristo total, y todo es "para edificación del Cuerpo de Cristo,
hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y el conocimiento pleno del
Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de
Cristo" (Ef 4, 12-13).

"La Cabeza de este Cuerpo es Cristo. El es lo Cabeza de su Cuerpo que es la


Iglesia... Es necesario que todos los miembros se hagan conformes a El hasta
el extremo de que Cristo quede formado en ellos. Por eso somos incorporados
a los misterios de su vida, configurados con El, muertos y resucitados con El,
hasta que con El reinemos... "(LG 7).

Al expresar esto, tocamos, por así decirlo, el corazón mismo del misterio de la
Iglesia. Por esta participación llegamos a ser "partícipes de la naturaleza
divina" (2 P 1,4), y la Iglesia ya no es sólo la Iglesia de Cristo, sino Cristo
mismo, y nosotros estamos asociados a su ser y a sus misterios, "configurados
con El, muertos y resucitados con Él".

Cristo posee la gracia, la vida del Espíritu en plenitud, nosotros en cambio la


conseguimos como miembros y por un don gratuito.

San Agustín decía: "El cuerpo y los miembros ¿no forman un solo Cristo?
¿Qué es la Iglesia?: el Cuerpo de Cristo. Añadidle la cabeza, y tendréis un
solo hombre: la cabeza y el cuerpo forman un solo hombre".

Esta unión entre Cristo y nosotros, sus miembros, no es una unidad física,
pero tampoco una unidad moral: se la llama unidad mística: muchas personas
formamos una sola persona mística, un cuerpo místico. "En esto consiste
precisamente el misterio del Cuerpo Místico: que muchos, siendo muchos,
tengan una misma vida" (Cangar).

Por esto se dice de la Iglesia que es la plenitud de Cristo, la consumación de


su misterio, el Cristo total:

"la Iglesia que es su Cuerpo, Plenitud del que lo llena todo en todo"(Ef 1,22-
23; 4, 13; Col 2. 10).

Esto nos ayudará a comprender un poco lo que quiere expresar el lenguaje de


la Escritura cuando llama a la Iglesia esposa de Cristo, la esposa del Cordero
(Ap 21, 9). Esta imagen expresa el mismo misterio que la del cuerpo, pero
subraya más el aspecto del amor mutuo entre Cristo y la Iglesia (Ef 5, 2530),
así como la distinción esencial que hay entre ambos, la gratuidad del don, y la
fecundidad de la Iglesia nuestra madre (Ap 12).

IV - LA IGLESIA COMO PUEBLO DE DIOS

El Concilio Vaticano II dedica todo el segundo capítulo de la Constitución


dogmática sobre la Iglesia a la consideración de la Iglesia como el Pueblo de
Dios.

Esta imagen está tomada del Antiguo Testamento y nos ayuda a captar bajo
otros aspectos el misterio de comunión de Dios con los hombres en su Hijo,
del cual ya nos han hablado las imágenes anteriores de la Iglesia, y la unidad
que existe en todo el plan de salvación realizado por Dios a lo largo de toda la
historia.

La Iglesia se configura así como la heredera de un largo pasado:


"Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente,
sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le
confesara en verdad y le sirviera santamente. Por ello eligió al pueblo de
Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente,
revelándose a sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia
de este pueblo, y santificándolo para sí. Pero todo esto sucedió como
preparación y figura de la Alianza Nueva y perfecta que había de hacerse por
el mismo Verbo de Dios hecho carne. He aquí que llegará el tiempo, dice el
Señor, y haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá...
Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios
para ellos y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me
conocerán, dice el Señor (Jer 31. 31-34). Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo
Testamento en su sangre (1 Co 11,25), lo estableció Cristo convocando a un
pueblo de judíos y gentiles, que se unificara no según la carne, sino en el
Espíritu, y constituyera el nuevo Pueblo de Dios. Pues quienes creen en
Cristo, renacidos no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible,
mediante la palabra de Dios vivo (1 P 1.23), no de la carne, sino del agua y
del Espíritu Santo (Jn 3, 5-6), pasan, finalmente, a constituir un linaje
escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición.... que en un
tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios. "(1 P 2. 9-10) (LG 9)

La consideración de la Iglesia como Pueblo de Dios destaca algunos aspectos


importantes:

a) El misterio de su elección, su vocación para ser "comunión de vida, de


unidad y de verdad.... instrumento de redención universal" (LG 9);

b) Tiene por cabeza a Cristo que reina gloriosamente en los cielos, pues El
adquirió a la Iglesia "con su sangre (Hch 20, 28), la llenó de su Espíritu y la
dotó de medios apropiados de unión visible y social" (LG 9);

c) En él se da una igualdad básica de todos sus miembros, "la dignidad y la


libertad de los hijos de Dios" (LG 9), anteriormente a la distinción de
funciones y ministerios; participando todos por igual del mismo misterio de
Cristo y del sacerdocio común, sacerdocio regio, "concurren a la ofrenda de la
Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y
acción de gracias, mediante el testimonio de ?una vida santa, en la abnegación
y caridad operante" (LG 10);

d) Es, pues, un pueblo consagrado por el bautismo y la unción del Espíritu, un


pueblo sacerdotal para alabanza de Dios, y todos los miembros se hacen
partícipes de la triple misión de Cristo: profética, sacerdotal y real. Como
pueblo sacerdotal alcanza su expresión más plena cuando reunido en asamblea
litúrgica proclama y celebra la Palabra y el misterio pascual de Cristo;

e) Es un pueblo profético en el que todos están llamados a “anunciar las


alabanzas de Aquél que nos ha llamado de las tinieblas a la luz admirable" (1
P 2.9). "El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de
Cristo, difundiendo su testimonio vivo, sobre todo con la vida de fe y caridad
y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que
confiesan su nombre" (LG 12);

f) Pueblo dotado también del carácter real de Cristo, y por esto un pueblo de
servidores en el que todos los miembros, cada uno según su propio carisma y
ministerio, están llamados a desempeñar una función como acto de servicio
para edificación de la comunidad;

g) Es un pueblo universal, pues “todos los hombres están llamados a formar


parte del nuevo Pueblo de Dios..., el cual debe extenderse a todo el mundo y
en todos los tiempos para así cumplir el designio de la voluntad de Dios... El
único Pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra, pues de
todas ellas reúne sus ciudadanos, y éstos lo son de un reino no terrestre, sino
celestial. Todos los fieles dispersos por el orbe comunican con los demás en el
Espíritu Santo, y así “quien habita en Roma sabe que los de la India son
miembros suyos’... Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de
Dios es un don del mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y
perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo
Cristo Cabeza, en la unidad de su Espíritu." (LG 13)

APLICACION PRÁCTICA

Creemos en la Iglesia, decimos en el Credo.

Debo darme cuenta de que siendo la Iglesia un Misterio, no puedo llegar a


conocer su realidad más profunda y verdadera si no es a través de la fe. Es
necesario mirar a la Iglesia siempre con mirada de fe.

Cuando digo Creo en la Iglesia afirmo que ella es la prolongación de Cristo en


el tiempo y en el espacio, que de ella recibo la fe y que en ella llego a entrar
en posesión de la salvación y del don del Espíritu. Rechazar a la Iglesia es
rechazar a Cristo.

Debo avivar la conciencia de mi pertenencia a este Pueblo.

En él es donde encuentro mi identidad de discípulo y seguidor de Cristo.

Estar en comunión con toda la Iglesia significa aceptar toda su fe, todos los
medios de salvación que me ofrece, y por tanto también toda su enseñanza y
preceptos.

"La Iglesia no es una realidad meramente humana, sino el Pueblo de Dios, el


Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu Sama, el “sacramento universal de
salvación”. La fidelidad a Cristo se prolonga así en fidelidad a la Iglesia, en
la que Cristo vive, se hace presente, se acerca a todos los hermanos y se
comunica al mundo. "
(Juan Pablo II, Viaje Apostólico a España)

Tema 2:
El Espíritu Santo y la
Iglesia
La efusión del Espíritu Santo en Pentecostés da origen a la primera comunidad
cristiana de los discípulos de Jesús, los cuales a partir de entonces son asiduos
a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan
y a las oraciones (Hch 2, 42).

Con esta primera comunidad empieza la Iglesia delineada ya en sus elementos


estructurales.

Este bautismo en el Espíritu Santo es como la investidura o inauguración


oficial de la Iglesia, y marca lo que en adelante será su mismo naturaleza. La
Iglesia nace carismáticamente del Espíritu Santo como una nueva creación,
como comunidad mesiánica, investida del don de la nueva Ley (Jr 31, 33; Ez
36, 27), que está llamada a extenderse a todos los pueblos (Hch 2, 5-11).

El Espíritu es el don por excelencia que Jesús Resucitado ha comunicado a su


Iglesia. En adelante la presencia y la acción del Cristo Resucitado en la Iglesia
será a través de la presencia y la acción de su Espíritu.

Por tanto hemos de concebir siempre a la Iglesia de Cristo, más que a partir
del Jesús carnal (2 Co 5, 16), a partir del Jesús Resucitado, a partir del "Señor
que es el Espíritu" (2 Co 3, 17), en el sentido de que el Jesús muerto por
nosotros fue devuelto a la vida por el Espíritu Santo (Rm 1,4) y constituido
Señor (Kyrios), cuyo cuerpo ha quedado constituido en Espíritu vivificante (1
Co 15,4549), por lo que el que se une al Señor resucitado, que vive en la
forma de Espíritu "se hace un solo espíritu con El" (1 Co 6, 17).

La Iglesia que es el Sacramento de Cristo, la hemos de entender como el


Sacramento, el signo y el instrumento del Cristo Resucitado, y en cierto
sentido como el sacramento del Espíritu.

El Espíritu será la fuerza que lleve siempre a la Iglesia hasta "los confines de
la tierra (Hch l. 8), guiará y acompañará a los Apóstoles (Hch 16, 16) y dará
autoridad a sus decisiones (Hch 15, 28). El Espíritu será también la fuerza que
incorpora al creyente a la comunidad, surgiendo así las primeras comunidades
edificadas en el temor del Señor y llenas de la consolación del Espíritu (Hch
9,31), y los discípulos en los momentos de prueba se verán "llenos del gozo y
del Espíritu Santo" (Hch 13,52).
Es el Espíritu el que crea la unidad de la comunidad, y como no hay más que
un solo Espíritu no habrá más que un solo Cuerpo, una sola Iglesia (Ef 4, 4;
Rm 12, 5; 1 Co 12, 12-13).

Si el Espíritu dado a la Iglesia es el Espíritu del Señor Resucitado, es también


la señal de que se ha iniciado y cumplido la última hora, los últimos tiempos,
es decir, el período que media entre la Ascensión de Jesús a los cielos y su
venida final o Parusía: el tiempo de la Iglesia, o lo que es lo mismo, el tiempo
del Espíritu. La Iglesia es, pues, el pueblo escatológico de Dios, el pueblo de
Dios de los últimos tiempos.

En adelante ya no será posible para nosotros concebir el Espíritu sin la Iglesia,


pues sería como una fuerza sin medio de acción, así como tampoco podremos
concebir a la Iglesia sin el Espíritu, lo cual no sería más que un cuerpo sin
principio de vida. Hay plena identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia del
Espíritu. No es posible hacer distinción como ocurrió con ciertas herejías
pasadas, ni se puede afirmar que a la era actual de Cristo ha de suceder la era
del Espíritu. La era nueva y última ya empezó en Pentecostés.

A partir del Pentecostés el Espíritu y la Iglesia están ordenados el uno a la


otra, y serán inseparables y seguirán unidos en la misma espera y anhelo del
advenimiento del Cristo glorioso.

“El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!" (Ap 22, 17).

FUNCION DEL ESPIRITU SANTO EN LA IGLESIA

La función del Espíritu Santo en la Iglesia ha sido comparada a la del alma en


el cuerpo:
"Nos concedió participar de su Espíritu, quien, siendo uno solo en la Cabeza
y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que
su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres a la función que ejerce el
principio de vida o el alma en el cuerpo humano" (LG 7)

Esto no quiere decir, hablando con rigor, que el Espíritu Santo sea el alma de
la Iglesia, pues el alma compone con el cuerpo un solo ser físico, pero el
Espíritu Santo no compone con la institución eclesial, sino que solamente le
está unido, la habita y la anima (Congar).

Podemos reducir la función del Espíritu Santo en la Iglesia a los siguientes


aspectos:

1.- El Espíritu es el principio de vida y de santificación

En el Credo afirmamos: Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida.


Y el Vaticano II enseña:

"Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra,


fue enviado al Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar
indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso
al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. Él es el Espíritu de vida o
la fuente de agua que salta hasta la vida eterna, por quien el Padre vivifica a
los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales
en Cristo" ( LG 4 ).

El Espíritu es el que nos lleva al conocimiento verdadero de Cristo el que nos


induce a creer en Él, el que infunde en nosotros la caridad, el que perdona los
pecados. En Él y por Él Cristo nos comunica la vida. Es, pues, el principio de
nuestra divinización.

Los Padres griegos decían que el Espíritu Santo es el que hace a Dios
comunicable. Es decir, el Espíritu que el Cristo glorificado nos comunica es el
principio de vida y la fuerza que configura a la Iglesia, por lo que ella está
animada y guiada por el Espíritu, y a Él debe su origen y continuidad.

Para asegurar “esta función" ininterrumpidamente quiso el Señor asegurar una


presencia constante del Espíritu en su Iglesia. Él es la ley interior de
distribución de vida en los distintos miembros del Cuerpo.

La Iglesia resulta así, como ya vimos, el templo del Espíritu, una construcción
penetrada de1 Espíritu de Dios.

“El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un


templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción de hijos" (LG 4).

Comprendemos entonces el célebre texto de San Ireneo:

''Allí donde está la iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu
de Dios allí está la Iglesia y la comunidad de gracia. El Espíritu es la verdad.
Por eso no participan de Él quienes no son alimentados al pecho de la madre
ni reciben nada de la pura fuente que mana del Cuerpo de Cristo“. (Adv. Haer.
III, 24, 1)

2.- El Espíritu Santo es el principio de unidad y diversidad en la Iglesia.

El Espíritu “guía a la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y


ministerio" (LG 4).

"Por esto envió Dios al Espíritu del Hijo, Señor y Vivificador, quien es para
toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes el principio de
asociación y unidad en la doctrina de los Apóstoles, en la mutua unión, en la
fracción del pan y en las oraciones...” (LG 13)

“Y del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo
muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo.
También en la constitución del cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de
miembros y oficios. Un solo es el Espíritu que distribuye sus variados dones
para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios."
(LG 7)

El Espíritu Santo es por consiguiente en la Iglesia, el Espíritu de la unidad y el


Espíritu de la diversidad a un mismo tiempo, el Espíritu de la comunidad y el
Espíritu de las personas que están en Cristo. "Por una parte, distribuye, a partir
de Cristo, los dones múltiples y diversos, de los cuajes el Señor es la fuente;
por otra parte, hace concurrir a la unidad los dones que ha puesto en cada uno"
(CONGAR, Pentecostés, Estela, Barcelona 1961, p. 51).

Sin embargo, siempre que hay unidad hay también complementariedad y


nunca contradicción entre lo que el Espíritu Santo realiza en el alma de cada
fiel, íntima y personalmente, y la acción que lleva a cabo a través de la
jerarquía. Esto hay que tenerlo siempre en cuenta como una gran regla de
discernimiento.

Por tanto, la vida en el Espíritu para que sea auténtica ha de ir siempre


marcada por un profundo sentido eclesial. El Espíritu que actúa en cada uno
de nosotros es el mismo que actúa en toda la Iglesia, y a todos nos conduce
siempre hacia la unidad y la comunión.

Si ya dijimos anteriormente que la Iglesia es un misterio de comunión, aquí


podemos añadir que precisamente esto es así porque el Espíritu Santo es la ley
de comunión de los diversos miembros del Cuerpo en la unidad.

"El Espíritu Santo que ha sido la ley interior de distribución de la vida en los
miembros, es también la ley de su comunión en la unidad. Se trata de la
unidad entre personas. Como decía Pascal, “un cuerpo lleno de miembros que
piensan”. En ese cuerpo que es la Iglesia, que llamamos místico, no en el
sentido más o menos vaporoso e irreal, sino para subrayar que es un cuerpo de
manera distinta de los cuerpos físicos de nuestro mundo terrestre, la unidad de
los miembros no puede ser una unidad de fusión: es una unidad de
comunión... Es el Espíritu Santo quien realiza eso en nosotros, según la forma
única de Jesucristo, a la vista del Padre que nos es común. Gloria al Padre, por
Cristo, en el Espíritu Santo, declaran los antiguos Padres; y muchos decían
equivalentemente: Gloria al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo en la Santa
Iglesia, porque eso es la Iglesia y eso es su profunda unidad" (CONGAR, ib.
p. 55•56).

3.- El Espíritu gobierna a la Iglesia

"El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda lo
Iglesia, realiza esa admirable unión de los fieles y tan estrechamente une a
todos en Cristo, que es el principio de la unidad de la Iglesia. Él es el que
obra las distribuciones de gracias y ministerios... Este es el misterio sagrado
de la unidad de la iglesia en Cristo y por Cristo, obrando el Espíritu Santo la
unidad de las funciones. El supremo modelo y supremo principio de este
misterio es, en la trinidad de personas, la unidad de un solo Dios Padre e
Hijo en el Espíritu Santo."
(Vat. II Decreto de Ecumenismo)

La acción del Espíritu en Pentecostés sobre los Apóstoles, como fundamento y


primicias de la Iglesia, a la que "provee y gobierna con diversos dones
jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos" (LG 4), tuvo como
efecto la consagración del ministerio apostólico para llevar a cabo la misión
que Cristo les había confiado. Esta consagración implica una asistencia
constante del Espíritu en el ejercicio de la función de enseñanza, gobierno y
santificación.

4.- El Espíritu rejuvenece y renueva la Iglesia

El secreto de la perenne juventud de la Iglesia está en su principio de vida que


es el Espíritu Santo. "Con la fuerza del Evangelio rejuvenece a la Iglesia, la
renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo"
(LG 4).

Sin embargo, es una Iglesia de pecadores, "encierra en su seno” a pecadores,


siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza
continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8), por lo
que "peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma, de
la que ella en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente"
(Decreto de Ecumenismo, 6).

CARACTER TRINITARIO DE LA IGLESIA

"Toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del


Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: "(LG4).

La Trinidad es en efecto el origen, el modelo y el término de la Iglesia.

Las palabras de Jesús nos dan a entender claramente esto:


"Como el Padre me envió, también yo os envío" (In 20, 21)

"Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré junto al Padre, el Espíritu de la


verdad, que procede del Padre, El dará testimonio de mí. "(Jn 15,26)

"Yo les he dado la gloria que Tú me diste; para que sean uno como nosotros
somos uno. "(Jn 17,22)

La Iglesia resulta ser así como una prolongación de la Trinidad, o el misterio


mismo de Dios extendido a la humanidad.

"Allí donde están los Tres, a saber, el Padre, el Hijo y el Espíritu, allí está la
Iglesia, porque la Iglesia es “el cuerpo de los Tres", decía Tertuliano.

"La Trinidad y la Iglesia es realmente Dios que procede de Dios y vuelve a


Dios llevando consigo, en sí, a su criatura humana." (Congar)

"De este modo tu Iglesia, unificada por virtud y a imagen de la Trinidad,


aparece ante el mundo como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, para
alabanza de tu infinita sabiduría. "(Prefacio Dominical VIII)

CARACTERISTICAS DEL PUEBLO DE DIOS

1.- Es una Iglesia indefectible

Esto quiere decir que no puede ser destruida, sino que ha de subsistir hasta el
final del mundo sin experimentar un cambio substancial que pudiera equivaler
a su destrucción.

Es indefectible por la fidelidad del Señor que ha dado su palabra (Mt 16.18) y
porque goza de la asistencia perpetua del Espíritu Santo que asegura su unión
con Cristo.

A pesar de las fuertes persecuciones que pueda sufrir en cualquier momento


de su historia, o de la presencia constante de hombres pecadores en su seno,
subsistirá victoriosa a través de todos los siglos.

2.- Es una Iglesia infalible

No puede caer en error contra la fe ni equivocarse en cuestiones de moral,


tanto por parte de los que ejercen su magisterio, como en el asentimiento que
el conjunto de los fieles pueda prestar.

"La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo, no puede
equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta
mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los
Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su consentimiento universal en
las cosas de fe y costumbres. "(LG 12)

3.- Las cuatro notas de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica

Cuando confesamos en el Credo que la Iglesia es una, santa, católica y


apostólica afirmamos aquellas propiedades esenciales por las que
exteriormente puede ser reconocida y discernida como la Iglesia de Cristo.

No basta cualquier propiedad, como por ejemplo la perennidad, sino que han
de ser propiedades que sean discernibles, verificables externamente, en otras
palabras, elementos constitutivos de la Iglesia que la den a conocer en cuanto
Iglesia de Cristo.

Si la Iglesia no pudiera ser reconocida externamente con certeza ya no sería


signo o sacramento de Cristo en medio de los hombres, ni podría llevar a cabo
lo que le encomendó su fundador.

-UNA quiere decir: 1) única. La Iglesia de Cristo es una sola, aunque "fuera
de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que,
como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica:
2) unidad en la fe y unidad de régimen, como expresión de la unidad de
comunión.

Ya hemos visto que la Iglesia es misterio de comunión en Cristo de los


hombres con Dios y de los hombres entre sí, y por eso "creemos que la Iglesia
fundada por Cristo Jesús, y por la cual El oró, es indefectiblemente una en la
fe, en el culto y en el vínculo de la comunión jerárquica.

Dentro de esta Iglesia, la rica variedad de ritos litúrgicos, lejos de perjudicar a


su unidad, la manifiestan ventajosamente" (PABLO VI, Solemne profesión de
fe, n. 21).

-SANTA, porque: 1) en sus principios constitutivos, como institución de


salvación o medio por el que Dios comunica su vida, lleva la santidad de Dios,
y 2) porque, aunque en este mundo está integrada por pecadores, es la Iglesia
de los santos. La Iglesia perfectamente santa sólo existe en el cielo. En este
mundo "la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo
tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda
de la penitencia y de la renovación" (LG 8).

Por ser la Iglesia Cristo comunicado en el Espíritu Santo, es un signo de


contradicción, y un signo que sólo se manifiesta a los que tienen alma de
pobre.
-CATÓLICA quiere decir universal, más que por la catolicidad cuantitativa,
o geográfica que no se puede ignorar, lo es por la cualitativa, es decir, por el
carácter universal de su doctrina y de los medios de salvación que ofrece, y
porque "todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de
Dios. Por lo cual, este Pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a
todo el mundo y en todos los tiempos... Este carácter de universalidad que
distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el que la Iglesia
católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con
todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la unidad "de su Espíritu". (LG 13).

-APOSTÓLICA quiere decir que hasta nuestros días y hasta el fin del mundo
se dará una sucesión directa de los Apóstoles en los Obispos, y de Pedro,
como jefe y cabeza visible, en el Romano Pontífice. Esto asegura a su vez una
sucesión ininterrumpida en doctrina, en medios de salvación, en culto.

Por la apostolicidad y por la asistencia del Espíritu Santo se asegura a lo largo


de la historia la transmisión del mensaje auténtico de Cristo y el que todos los
elementos esenciales de su Iglesia lleguen hasta nosotros partiendo de Cristo y
a través de los Apóstoles.

TEMA 3:
LA IGLESIA ES
CARISMÁTICA E
INSTITUCIONAL
Ya hemos visto en el tema anterior que la Iglesia por su origen y por su
esencia es obra del Espíritu de Jesús Resucitado.

Es una creación del Espíritu.

Si la Iglesia procede de Cristo y es su prolongación, está constantemente


animada y vivificada por el Espíritu, por el que El, una vez muerto, fue
devuelto a la vida y constituido Señor. No podría seguir siendo la Iglesia de
Cristo sin Cristo, ni sin el Espíritu Santo.
En la constitución íntima de la Iglesia el Espíritu Santo es el principio
invisible de su vida y unidad, y por Él es comunión de vida, Cuerpo de Cristo,
templo del Espíritu. El Espíritu es la Ley de su ser: he aquí la dimensión
carismática de la Iglesia.

Pero ]a Iglesia también la forman los hombres pecadores, y podemos apreciar


su organización externa, por lo cual resulta ser además una sociedad visible
con todas sus estructuras (la jerarquía -en sus distintos grados de orden y
funciones de gobierno. magisterio, servicios-, los sacramentos, en especial la
Eucaristía): es lo que llamamos elementos institucionales o la dimensión
institucional de la Iglesia.

La dimensión carismática de la Iglesia tiene su expresión y la podemos


apreciar en la variedad de carismas, que son manifestaciones del Espíritu para
edificación de la Iglesia.

La dimensión institucional tiene su expresión en los distintos ministerios o


servicios.

Carismas y ministerios, o, lo que es lo mismo, carisma e institución: he aquí


dos elementos que pertenecen a la constitución de la Iglesia, a su estructura
esencial.

Hemos de evitar a toda costa un planteamiento dua1ista, como si fueran dos


realidades contrapuestas. Así se hizo en ciertos momentos de la historia.

Carisma e institución (ministerios), aunque no se identifican, tampoco se


contraponen. Deben ir siempre unidos, porque más bien se incluyen y
complementan.

1.- Los Carismas


Al tratar aquí de los carismas solamente nos fijamos en su dimensión eclesial,
en el papel que desempeñan en la construcción de la Iglesia. En cuanto a los
demás aspectos que presenta el tema nos remitimos al estudio que se publicó
en KOINONIA, número doble 33-34, sobre todo, al estudio bíblico y a las
distintas clases de carismas.

LOS CARISMAS PERTENECEN A LA ESTRUCTURA ESENCIAL DE


LA IGLESIA
Los carismas pertenecen a la constitución íntima de la Iglesia, es decir a su
estructura esencial. Imposible concebir a la Iglesia de Cristo sin la presencia y
la acción del Espíritu, sin sus manifestaciones y operaciones. "La esencia de la
Iglesia reside en la acción de Cristo y de su Espíritu a través de su palabra, los
sacramentos y los ministerios-carismas, a los que deben responder la fe y la
caridad activa de la comunidad cristiana en tensión misionera y de testimonio
con respecto al mundo" (I).

La teología actual presta cada vez más atención al tema de los carismas, y se
les considera ya como principios estructurales de la Iglesia, además de la
autoridad y de los sacramentos.

Por más exagerado y nuevo que esto pueda parecer a algunos, ya la Encíclica
Místici Corporis de Pío XII, aparecida en 1943, aunque reduce los carismas a
los dones prodigiosos, habla prácticamente de los carismas como elemento
estructural de la Iglesia (Ds 3801). "La acción libre del Espíritu, que dispensa
sus dones, aun fuera de la jerarquía, es reconocida como momento
constructivo de la Iglesia en todos los tiempos... Todavía falta un paso
importante: reconocer que cualquier don AUTÉNTICO del Espíritu, incluso el
más común y el más humilde, puede ser carisma. Ese paso lo dará el Val. II"
(2).

El Vaticano II ofrece un rico material de textos en los que con diversos


nombres se habla de los carismas. Son cerca de un centenar de pasajes "y cabe
concluir que se trata de un hecho teológico absolutamente excepcional cuya
importancia no debe minimizarse, sobre todo teniendo en cuenta que todo el
discurso conciliar sobre los carismas se desarrolla en un clima positivo de
confianza y estima" (3).

Citemos tan solo dos textos importantes:


''El mismo Espíritu no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los
sacramentos y los ministerios, y le adorna con virtudes, sino que también
reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier condición,
distribuyendo a cada uno según quiere sus dones con los que les hace aptos y
prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la
renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: A
cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad.
Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos,
deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y
útiles a las necesidades de la Iglesia" (4).

"Es la recepción de estos carismas, incluidos los más sencillos, la que confiere
a cada creyente el derecho y el deber de ejercitarlos para bien de la humanidad
y edificación de la Iglesia...” (5).

Los carismas, pues, no solamente son algo ordinario y normal en la Iglesia, tal
como enseña el Vaticano II, sino un fenómeno universal: cada cristiano tiene
su propio carisma, o hablando con más propiedad, un conjunto de carismas,
por lo que bien puede decirse que cada cristiano es un carismático.

"Sí, lo carismático ha existido siempre de hecho en la Iglesia... El Espíritu ha


dominado siempre en la Iglesia, cada vez de una manera nueva, siempre en
sentido inesperado y creador, siempre otorgando el don de nueva vida... Lo
carismático forma parte de la Iglesia e incluso de su ministerio... La Iglesia
debe estar muy convencida de ser la Iglesia carismática en esa su
ministerialidad institucional..... (6).

"Los carismas no son un fenómeno primariamente extraordinario, sino


corriente; no un fenómeno uniforme, sino multiforme, no restringido a
determinadas personas, sino de todo en todo universal en la Iglesia. Y todo
esto significa, al tiempo, que no son un fenómeno de antaño (posible y real en
la primitiva Iglesia), sino presente y actual en sumo grado; no un mero
fenómeno periférico, sino central y esencial de la Iglesia. En este sentido se
debe hablar de una estructura carismática de la Iglesia, que comprende la
estructura ministerial y va más allá de ella. No cabe desconocer el alcance
teológico y práctico de este hecho" (7).

Se está dando una recuperación de los carismas como hecho ordinario y


normal, hasta admitir cada vez más generalizadamente "el carácter
carismático fundamental de toda la realidad eclesial... radicalmente todo es
don, todo es carisma; la estructura de la Iglesia nace como una estructura
carismática" (8).

LOS CARISMAS SON PARA LA COMUNIDAD


La gran unidad y diversidad de carismas nos habla de la multiforme acción del
Espíritu en la Iglesia, y también de la riqueza y dinamismo de ésta en la que,
manteniendo siempre el orden en la libertad, cada miembro ha de encontrar la
expresión de su servicio a la comunidad y a la totalidad de la Iglesia.
Admirando esa diversidad en la unidad hemos de contemplar el "carisma
general que es la Iglesia como don ofrecido por Cristo a la humanidad" (9). Es
este el carisma que entre todos hemos de fomentar para que aparezca siempre
ante el mundo como signo e instrumento de unidad y salvación en Cristo.

Los carismas son distribuidos libremente por el Espíritu entre los diversos
miembros de la comunidad, suscitando las disposiciones o cualidades
adecuadas para el desempeño de una función o una tarea que no es para
provecho propio, sino para los demás.

Por esto cada carisma es una llamada o vocación, una invitación, al mismo
tiempo que una capacitación con la que el Espíritu prepara a cada creyente
para incorporarse a esa ingente obra de la construcción del Cuerpo de Cristo.
Todo carisma tiene un destino eclesial.
Los carismas son por tanto de una gran importancia para la vida de la Iglesia.
"Como testimonio del Espíritu los carismas, junto con los sacramentos,
constituyen la vida de la Iglesia en su multiformidad. Su ausencia o su
opresión hace increíble a la Iglesia, conduce a la uniformidad, e impide toda
dinámica" (l0).

Toda vocación en la Iglesia es un conjunto de carismas con que el Espíritu


Santo ha dotado al llamado.

Carisma, vocación, servicio, ministerio: tienen una gran relación entre sí.
Toda vocación es carisma para el servicio. El ministerio es siempre un
servicio.

Cada cristiano debe descubrir y aceptar su propio carisma como un don, un


regalo del Espíritu, no para complacerse en él, sino para recibirlo con gratitud
y ponerlo generosamente al servicio de la comunidad eclesial.

Cada cristiano ha de tener siempre muy presente que los carismas que ha
recibido no le pertenecen. Son para la comunidad. Querer ejercerlos fuera de
la comunión de la Iglesia, fuera de la comunión con aquellos a quienes
compete "el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable" (LG 12), no
tiene sentido, sería desnaturalizar el carisma y pecar contra el Espíritu Santo.

Renunciar a los carismas o dejarlos apagar sería querer renunciar a su propia


naturaleza de cristiano como miembro de la Iglesia, sería enterrar unos
preciosos talentos (M t 25, 14-30) o dejar extinguir el Espíritu (1 Ts 5, 19). Es
este uno de los aspectos importantes del mensaje de la Renovación
Carismática para toda la Iglesia.

En todo ha de brillar siempre la caridad que es el carisma de los carismas, la


cual da sentido y justifica el ejercicio de cualquier carisma. Ella es el único
carisma que no pasará (1 Co 13,8).

No es fácil hacer una clasificación convincente de los carismas. San Pablo en


cuatro pasajes distintos (l Co 12, 8-10; 12,28-30: Rm 12.6•8 y Ef 4.11) ofrece
unas listas de carismas sin pretender ser exhaustivo. La dificultad para los
teólogos está en determinar cuál ha de ser el principio diferenciador.

Por otra parte, el carisma siempre es algo imprevisible, y lo mismo que la


acción del Espíritu rechaza todo límite o todo esquema, así también sus
manifestaciones. Además, en cada época surgen nuevos carismas y
ministerios o se actualizan otros que parecía habían desaparecido. El Espíritu
no fomenta ningún carisma particular más que el del Amor. Más que los
extraordinarios, que no han de faltar, debemos admirar "los más comunes y
difundidos", porque son los más necesarios, y la multiplicidad de carismas
personales al lado de la gran diversidad de carismas referentes a estados de
vida, a formas nuevas de contemplación y de consagración a Dios.

II.- LOS MINISTERIOS ECLESIALES


LOS MINISTERIOS SON CONSTITUTIVOS DE LA IGLESIA
Ya hemos visto cómo la Iglesia es sacramento de salvación: un signo visible,
en el que se da una realidad invisible, que es la presencia del Espíritu, el cual
constantemente actúa y suscita una gran diversidad de carismas en los
miembros de la comunidad, siendo a su vez el carisma una vocación o llamada
para el desempeño de un servicio.

De la sacramentalidad de la Iglesia nace el servicio, el ministerio.

Por otra parte, en el grupo de "los Doce", Cristo ha encomendado a toda su


Iglesia, comunidad de creyentes, una misión de salvación para todos los
hombres, en todas partes y hasta el fin del mundo (Mt 28, 19: Hch 8; Jn 20.
21). Toda la Iglesia está llamada a cumplir esta misión. Toda la Iglesia está
llamada a servir: al ministerio.

De la misión de la Iglesia surge el ministerio. Toda la Iglesia es ministerial.

Toda la Iglesia es ministerial: en cada comunidad eclesial se comparten


también tareas y responsabilidades, siempre al servicio de la comunidad, para
responder a la misión de salvación que Cristo le confió.

La Iglesia no podría cumplir esta misión si no fuera por medio de los


ministerios. Por consiguiente: Los ministerios son constitutivos de la Iglesia.

Todo ministerio nace de un carisma. No hay oposición entre carisma y


ministerio, como se les ha querido muchas veces contraponer. Ambos van
unidos y compenetrados en la Iglesia de Dios. El carisma en cuanto que es
llamada, vocación, disposición del Espíritu Santo, es previo al ministerio, más
genérico y universal, y no todos los carismas terminan en ministerios.

ESTRECHA UNION Y TRABAZON ENTRE CARISMA Y


MINISTERIO

Jesucristo que ha encomendado una misión a su Iglesia, le ha confiado


también unas funciones o servicios determinados. Él es el origen de los
ministerios en la Iglesia.
El Espíritu Santo, que suscita los carismas, es el que coordina los diversos
ministerios y el que asiste al ejercicio de cada uno.

Tanto los carismas como los ministerios son elementos esenciales o


constitutivos de la Iglesia, por ser ésta a la vez carismática e institucional.
Carismas y ministerios pertenecen a su estructura fundamental (11).

Los ministerios son una expresión de la sacramentalidad de la Iglesia.

Si tomamos el carisma en su sentido más amplio y universal, como don


gratuito del Espíritu (gratuita comunicación de Dios en la Iglesia y en sus
miembros -su acción salvífica y su presencia por el Espíritu- y también los
dones y acciones del Espíritu en orden al servicio), entonces el ministerio está
al servicio de la presencia carismática del Señor glorificado (12).

Esto no se contradice con el hecho de que a determinados ministerios


(gobierno) en la Iglesia le corresponda una vigilancia sobre los carismas
(discernimiento, orden).

Como los Sacramentos y la Palabra proclamada en la asamblea, el ministerio


ordenado en la Iglesia, y en cierto modo aunque en distinta escala los demás
ministerios, tienen una naturaleza carismática, ya que son la forma como la
acción del Cristo Resucitado se hace presente y se aplica por medio de su
Espíritu.

"El Apostolado, como misión recibida de Cristo, encomendada de modo


especial a los doce, a los discípulos y por medio de ellos a la comunidad, es un
ministerio constitutivo de la Iglesia, que tiene además la cualidad de ser
ministerio originante de la diversidad de ministerios" (13). Es "el ministerio
central y fundamental, del cual derivan todos los ministerios".

UNIDAD Y DIVERSIDAD DE MINISTERIOS


-Puesto que todo ministerio nace de un carisma y supone un carisma, y siendo
el Espíritu Santo el principio de unidad y el principio de diversidad de los
carismas, de la unidad y diversidad de carismas deriva la unidad y diversidad
de ministerios, y el Espíritu Santo es el mismo principio de su unidad y
diversidad (14).

-Las necesidades de las comunidades son diversas. Por tanto, sus servicios y
funciones, es decir, los ministerios también han de ser diversos.

"Hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión" (Decreto


Apostolado de los laicos, 2).

-Los ministerios son un servicio para edificación de la comunidad. Por


tanto, para un discernimiento adecuado sobre los ministerios hay que fijarse
en lo que contribuye a la edificación de la comunidad, armonizando en cada
ministerio la misión, la unidad en la diversidad, y la edificación.

-Todos los ministerios tienen su importancia eclesial, pero no todos


contribuyen de la misma manera a la existencia y a la vida de la Iglesia.

-"Entre los varios ministerios que desde los primeros tiempos se vienen
ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la Tradición, ocupa el primer
lugar el oficio de aquellos que, ordenados Obispos por una sucesión que se
remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla apostólica... Los
Obispos, pues, recibieron el ministerio de la comunidad con sus
colaboradores, los sacerdotes y diáconos, presidiendo en nombre de Dios la
grey" (LG 20).

-"Los laicos, por su parte, al haber recibido participación en el ministerio


sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la
parte que les atañe en la misión total del Pueblo de Dios" (Decreto apostolado
de los laicos, 2).

"Los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar


con sus Pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y
la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los
carismas que el Señor quiera concederles... Aliado de los ministerios con
orden sagrado... la Iglesia reconoce un puesto a ministerios sin orden sagrado,
pero que son aptos a asegurar un servicio especial a la Iglesia (15).

DIVERSIFICACION DE LOS MINISTERIOS


Para ver cómo se estructuran los distintos ministerios de un modo armónico y
complementario en la Iglesia, Pueblo de Dios, podemos fijarnos en dos
enfoques distintos (16):

1.- Podemos clasificarlos según su estructura eclesial, con lo cual tendríamos


el siguiente orden:

a) El ministerio en general: nace espontáneamente del servicio de cualquier


bautizado, por ejemplo, la visita a un enfermo, una colaboración espontánea
en una acción social, etc. Es espontáneo y pasajero, ocasional.

b) El ministerio "determinado" o el "ministerio no instituido" que


responde a necesidades y actividades habituales de la Iglesia. Suponen cierta
dedicación y compromiso, según el carisma y las disposiciones personales.
Entre ellos podemos considerar algunos de los que Pablo VI cita en su
Encíclica:
"catequesis, animadores de la oración y del canto, cristianos consagrados al
servicio de la Palabra de Dios o a la asistencia de los hermanos necesitados,
jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos apostólicos u
otros responsables" (17).

Estos ministerios no son clericales ni clericalizan, exigen una vocación o


aptitud ratificada por los pastores, se orientan a la vida y crecimiento de la
comunidad, y en cuanto a su diversidad según la variedad de carismas deben
coordinarse por su relación al ministerio jerárquico.

c) El ministerio instituido: es el que ha sido instituido oficialmente por la


Iglesia o reconocido públicamente mediante un determinado gesto o rito de
investidura. Este ministerio lleva cierto encargo por parte de la jerarquía y
exige cierta estabilidad y un compromiso públicamente aceptado por parte del
que lo realiza.

Los únicos ministerios laicales instituidos que existen en la Iglesia


actualmente son el lectorado y el acolitado. Se considera también como
ministerio instituido el del ministerio extraordinario de la comunión. En
algunos países de África es también ministerio instituido el del catequista.

d) El ministerio ordenado: es el que se encomienda a los que reciben el


orden sagrado por imposición de manos del Obispo. Es el de los obispos,
presbíteros y diáconos.

Al ministerio ordenado corresponde una tarea de dirección y gobierno en la


Iglesia, de mantener la comunión y la corresponsabilidad, de corrección y
reconciliación.

2.- Se pueden clasificar también según la triple función sacerdotal, profética


y real de Cristo, que Él comunica a su Iglesia. Así lo contempla el Vaticano
II cuando dice:

"A los Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de


enseñar, de santificar y de regir en su propio nombre y autoridad. Los
seglares, por su parte, al haber recibido participación en el ministerio
sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo
la parte que les atañe en la misión total del Pueblo de Dios" ( 18).

En torno a estas tres funciones se puede ordenar y estructurar la diversidad de


ministerios eclesiales, de forma que se abarque la totalidad de la misión que
Cristo ha confiado a la Iglesia.

De acuerdo con esta disposición tendremos la siguiente clasificación:


a) Servicio de la Palabra (función profética).
Los ministerios relativos a la Palabra son muy variados. En ellos podemos ver
la importancia que tiene la Palabra, pues el anuncio de la palabra de Dios es
siempre el punto de partida para toda obra de salvación. En esta área se
incluyen todos los ministerios a través de los cuales se ejerce la función
profética en la Iglesia, e incluye a todos los miembros de la Iglesia según su
responsabilidad y ministerio: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, laicos.

Los más importantes son:


proclamación de la Palabra de Dios; evangelización o proclamación del
kerigma: predicación bajo todas sus formas (homilía, exhortación);
enseñanza oficial o magisterio, tanto solemne y extraordinario del Papa y de
los obispos, como el que por participación ejercen los presbíteros, y, por
delegación eventual, los laicos; los documentos del magisterio, la enseñanza
académica en universidades y escuelas, instituciones educativas, conferencias,
disertaciones, investigación científica, divulgación escrita o a través de los
medios de comunicación; la catequesis de adultos e infantil; la profesión
pública de la fe, el testimonio de la Palabra.

Según el Nuevo Código de Derecho Canónico, que se acaba de promulgar


para toda la Iglesia, todos los fieles en virtud del sacramento del bautismo y
de la confirmación, pueden ser colaboradores del obispo o de los sacerdotes
en el ministerio de la Palabra (can. 714).

b) Servicio del culto (función sacerdotal)


Los ministerios que podemos encuadrar en esta área son todos los que se
ejercen en la Liturgia. "La Liturgia se considera como el ejercicio del
sacerdocio de Jesucristo. En ella... el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la
Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro" (I9).

En estos ministerios entran también todos los miembros del Pueblo de Dios.
Todos los fieles "en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la
Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y
acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación
y caridad operante" (LG, 10),

El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico,


"aunque diferentes esencialmente y no solo en grado, se ordenan, sin
embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único
sacerdocio de Cristo." (LG 10).

Los principales ministerios que aquí podemos distinguir son:


-Todos los del ministerio ordenado o sacerdocio ministerial que se ejercen
en la celebración litúrgica: presidencia y celebración de la Eucaristía, lugar
donde por excelencia se manifiesta la naturaleza del ministerio y donde mejor
aparece la estructura de la Iglesia en ordenación ministerial. Después en los
sacramentos, en los sacramentales, en el Oficio Divino o Liturgia de las horas,
en toda celebración litúrgica, en actos piadosos.

-Por lo que se refiere al sacerdocio común, todos los miembros de la Iglesia


están llamados a ejercer el ministerio del sacerdocio que poseen en virtud del
carácter bautismal. Los principales ministerios en los laicos pueden ser: en
cuanto al ministerio instituido: acólitos, lectores, distribuidores de la
comunión en la asamblea y a domicilio para los enfermos, el catequista en
algunos países. En cuanto al ministerio no instituido: comentaristas, los
miembros de la "schola cantorum", director del canto, el salmista, el organista,
el maestro de ceremonias, los que presentan las ofrendas, los que ejercen el
ministerio de la acogida a los fieles a la entrada y los mantenedores del orden,
etc.

c) Servicio de regir o de comunión (función real o pastoral)


La autoridad, según el Evangelio, es una inversión de valores: el que manda
tiene que hacerse siervo como Cristo que “no vino a ser servido, sino a servir"
(Mc 10, 43-45; Lc 22, 24-27; Jn 13, 12-17). Participar en la función real de
Cristo es participar en su función de Siervo y Pastor.

La autoridad y el gobierno en la Iglesia no es un mando, en sentido de


dominio y poder, sino el ejercicio del oficio de Cristo Cabeza y Pastor, "pues
los ministerios que poseen la sacra potestad están al servicio de sus hermanos"
(LG 18).

Por tanto, en esta área entran todos los ministerios del gobierno pastoral. El
Papa, "siervo de los siervos de Dios", tiene sobre toda la Iglesia "plena,
suprema y universal potestad" (LG 22).

"Los Obispos rigen como vicarios y legados de Cristo" (LG 27) Y "tienen el
sagrado derecho, y ante Dios el deber, de legislar sobre sus súbditos, de
juzgarlos y de regular todo cuanto pertenece a la organización del culto y del
apostolado (LG 27). "Ejercen el oficio de padre y pastor" (20). Los presbíteros
"ejercen el oficio de Cristo Cabeza y Pastor" (21).

A esto hay que añadir otros ministerios de gobierno y pastoreo, como


consejos presbiterales, consejos pastorales, parroquiales, coordinadores de
pastoral, los ministerios que mantienen la unidad y la comunión, los
ministerios de dirección o pastoreo de comunidades. Los dirigentes de
movimientos, grupos, comunidades, los consiliarios, consejeros, etc...

También los ministerios de dirección y acompañamiento espiritual, los que


se dedican a la educación de la fe, los que cultivan las vocaciones, los que se
dedican a los jóvenes, a los matrimonios, etc.
Entran aquí también todas las formas de servicio de la caridad. Es un
ministerio muy amplio y diverso: asistencia social, atención a los más pobres,
a emigrantes, a enfermos y moribundos, y en general a todos los necesitados.
No sólo las obras de caridad, sino todo lo que promueve la defensa de los
derechos humanos, la justicia, la solidaridad, la libertad, la atención a los que
están sin trabajo o sin vivienda.

CONCLUSION. Los ministerios no son algo accidental, sino algo


constitutivo y esencial para la edificación de la comunidad. Una comunidad
que no sepa organizar y distribuir los diversos ministerios, de acuerdo con las
distintas funciones que hay que desarrollar en cada una de las tres áreas
anteriores, será siempre una comunidad empobrecida, sin crecimiento ni
dinamismo. Quedarán muchas necesidades sin atender, y será infiel a la
misión que tiene confiada toda comunidad eclesial.

NOTA:
(1).- L. SARTORI, Iglesia, en "Nuevo Diccionario de Teología", Ed.
Cristiandad, Madrid 1982, p. 737.
(2).- L. SARTORI, Carismas, o.c., p. 135.
(3).- lb., p. 144.
(4).- Lumen Gentium, 12.
(5).- Decreto sobre apostolado de los laicos, 3.
(6).- K. RAHNER, Lo dinámico en la Iglesia, Herder, Barcelona 1968, p. 63-
66.
(7).- H. KUNG, La Iglesia, Herder, Barcelona 1967, p. 227
(8).- L. SARTOR 1, Poder jurídico y carismas en la comunidad cristiana, en
"Concilium-Revista Internacional de Teología" 129,1977, p. 355.
(9).- L. SARTORI, Carismas, a.c., p. 146.
(10).- SACRAMENTUM MUNDI, Herder, Barcelona 1972, Carismas, vol. 1,
clmn. 671.
(11).- D. BOROBIO, Ministerio Sacerdotal-Ministerios laicales, DDB, Bilbao
1982.pgs.117-130.
(12).- SACRAMENTUM MUNDI, Oficio y carisma, Vol. 4, col. 957 -961.
(13).- D. BOROBIO, a.c., lb.
(14).- D. BOROBIO, a.c., pgs. 132-151.
(15).- PABLO VI, Exhortación "Evangeli Nuntiandi", n. 73.
(16).- D. BOROBIO, O.c. pgs. 146-149.
(17).- PABLO VI. a.c., n. 73.
(18).- VAT. II, Decreto sobre apostolado de los laicos, 2.
(19).- VAT. II, Constitución sobre la sagrada LitUrgia, 7
(20).- VAT. II, Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos, 16.
(21) ,- VAT. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros,6.
TEMA 4
LA IGLESIA
INSTITUCIONAL
En el Tema 2 y en la primera parte del Tema 3 nos hemos fijado en la
dimensión carismática de la Iglesia. Allí veíamos cómo lo carismático es
constitutivo de la Iglesia.

En la segunda parte del Tema 3 hemos visto cómo la dimensión institucional o


ministerial de la Iglesia, o, lo que es lo mismo, cómo los ministerios son
también constitutivos de la Iglesia.

Seguiremos ahora profundizando en la dimensión institucional o visible de la


Iglesia, en la institución que esencialmente es la Iglesia del servicio, la Iglesia
del ministerio.

Ante la consideración de este aspecto no podemos nunca perder de vista algo


que ya hemos procurado recalcar y que hemos de recordar de nuevo:

La Iglesia es una realidad humana y divina, visible y dotada de elementos


invisibles, terrena y celestial, institucional y carismática.

La Iglesia aquí en la tierra no es solamente una comunión, ni una simple


organización religiosa.

Es las dos cosas a la vez: lo humano y lo divino están unidos


indisolublemente. Es comunidad de vida y sociedad externa.

En ella lo visible está ordenado y subordinado a lo invisible, lo institucional al


servicio de la comunión, del carisma.

Todo esto nos lo enseña el Vaticano II:


"Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada
de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación,
presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en
ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a la
invisible, la acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que
buscamos. "(Constitución de Liturgia. 2).
"Mas la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de
Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la
Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas
como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja
que está integrada de un elemento humano y otro divino. "(LG 8).

"Por eso se la compara, por una notable analogía, al misterio del Verbo
encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como
de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a Él, de modo
semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la
vivifica, para el acrecentamiento de su cuerpo .•. (LG 8).

LA IGLESIA DE CRISTO ES JERÁRQUICA

Hasta ahora al hablar de los ministerios lo hacíamos de una forma general,


fijándonos en su conjunto dentro de la estructura de la Iglesia.

Nos centraremos ahora en los ministerios permanentes y constantes de la


Iglesia o ministerios jerárquicos, que son los que forman, por excelencia, la
estructura esencial de la Iglesia.

Son los ministerios que el Vaticano II llama ministerios eclesiásticos de


constitución divina, los cuales son a su vez carismas, se remontan a la
comunidad apostólica y se reciben por la imposición de manos o Sacramento
del orden sagrado.

"El ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos


órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose Obispos,
presbíteros y diáconos." (LG 28).

Por estos ministerios, la Iglesia, en cuanto sociedad exterior, tiene un carácter


jerárquico.

El Señor antes de desaparecer visiblemente de entre sus discípulos, hizo


entrega a la Iglesia de un doble don:
-el don interior: el Espíritu Santo principio de vida;
-el don exterior: el ministerio apostólico o cuerpo apostólico el cual suplirá en
cierta forma la ausencia visible de su humanidad (I).

"El mismo Señor Jesús, antes de dar voluntariamente su vida para salvar el
mundo, de tal manera organizó el ministerio apostólico y prometió enviar el
Espíritu Santo, que ambos están asociados en la realización de la obra de la
salvación en todas partes y para siempre. El Espíritu Santo unifica en la
comunión y en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y
carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos. "(2)
El Espíritu Santo y el ministerio apostólico forman asociadamente un
principio de acción, operando conjuntamente. En los doce se identifican
Iglesia y ministerio. El ministerio apostólico (= Colegio Apostólico =
Apostolado) es un ministerio constitutivo de la Iglesia, y además es ministerio
central y fundamental del cual derivan todos los demás ministerios, o lo que es
lo mismo, el ministerio apostólico es el principio estructurante de todos los
demás ministerios, y por él la Iglesia aquí en la tierra es sacramento de
salvación.

LA SUCESION APOSTÓLICA

Recordemos lo que ya dijimos al hablar de las cuatro notas de la Iglesia. Allí


hablábamos de la apostolicidad fundamental de todo el Pueblo de Dios.

Ahora nos centramos en la apostolicidad de los ministerios jerárquicos


(apostolicidad ministerial).

El Colegio apostólico recibió de Cristo unos poderes y unos dones del Espíritu
Santo, y desde el principio los Apóstoles organizan la primera comunidad y
ponen en marcha, de una forma solidaria o colegial, los diferentes ministerios,
surgiendo enseguida nuevas comunidades o Iglesias locales, y todas juntas
forman la Iglesia que es una.

Cristo ha querido que los Apóstoles tuvieran sucesores en su ministerio


jerárquico.
''Jesucristo, Pastor eterno, edificó la santa Iglesia enviando a sus Apóstoles
del mismo que Él fue enviado por el Padre, y quiso que los sucesores de
aquellos, los Obispos, fueran los pastores de la Iglesia hasta la consumación
de los siglos. "(LG 18).

"Esta divina misión confiada por Jesucristo a los Apóstoles ha de durar hasta
el fin del mundo... Por esto los Apóstoles se cuidaron de establecer sucesores
en esta sociedad jerárquicamente organizada.... a fin de que la misión a ellos
confiada se continuase después de su muerte, dejaron a modo de testamento a
los colaboradores inmediatos al encargo de acabar y consolidar la obra
comenzada por ellos... Y así establecieron tales colaboradores y les dieron
además la orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran
cargo de su ministerio.

"Entre los varios ministerios que desde los primeros tiempos se vienen
ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la Tradición, ocupa el primer
lugar el oficio de aquellos que, ordenados Obispos por una sucesión que se
remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla apostólica.
''Así, como atestigua San Ireneo, por medio de aquellos que fueron instituidos
por los Apóstoles Obispos y sucesores suyos hasta nosotros, se manifiesta y se
conserva la tradición apostólica en todo el mundo.

Los Obispos, pues, recibieron el ministerio de la comunidad con sus


colaboradores, los sacerdotes y diáconos, presidiendo en nombre de Dios la
grey, de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto
sagrado y ministros de gobierno ... Por ello este sagrado Sínodo enseño que:
los Obispos han sucedido, por constitución divina, a los Apóstoles como
pastores de la Iglesia, de modo que quien los escuche, escuche a Cristo, y
quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien envió. "(LG 20).

Por tanto, la constitución jerárquica de la Iglesia, tal como desde el principio


del siglo II existe hasta nuestros días, no es invención humana. Responde a la
voluntad de Cristo, o sea, que es de institución divina, y es un don de Dios.
Tal como surge en la Iglesia primitiva es siempre un ministerio al servicio de
todo el Cuerpo de Cristo.

He aquí como Pablo VI enseñaba esta verdad:


"Como sabemos, dos son los elementos que Cristo ha prometido y ha enviado,
si bien diversamente, para continuar su obra, para extender en el tiempo y
sobre la tierra el reino fundado por El y para hacer de la humanidad
redimida su Iglesia, su Cuerpo místico, su plenitud, en espera de su retorno
último y triunfal al final de los siglos: el apostolado y el Espíritu. El
apostolado obra externa y objetivamente, forma el cuerpo, por así decirlo,
material de la Iglesia, le confiere sus estructuras visibles y sociales; mientras
el Espíritu Santo obra internamente, dentro de cada una de las personas,
como también sobre la entera comunidad, animando, vivificando,
santificando.

Estos dos agentes, el apostolado, al que sucede la sagrada jerarquía, y el


Espíritu de Cristo, que hace de ella su ordinario instrumento en el ministerio
de la Palabra y de los Sacramentos, obran juntamente: Pentecostés los ve
maravillosamente asociados al comienzo de la gran obra de Cristo, ahora ya
invisible, mas permanentemente presente en sus apóstoles y en sus sucesores,
“a quienes constituyó pastores como vicarios de su obra”; entrambos,
aunque de modo ciertamente diverso, concurren igualmente a dar testimonio
de Cristo Señor, en una alianza que confiere a la acción apostólica su virtud
sobrenatural. " (PABLO VI, Discurso en la apertura de la 3a sesión del Vat.
II. 14-IX-1964).

(1).- P. FAYNEL , La Iglesia, Herder, Barcelona 1974, tomo 1, pgs. 321-336.

(2).- VAT. 11, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, 4; Cf. LG 4


39-40 - SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL II -
LA IGLESIA (Segunda parte)

TEMA 5
FUNCIÓN DE LA JERARQUÍA EN LA
IGLESIA
En Cristo somos salvados por su humanidad.

Lo mismo que El, siendo el Hijo de Dios, quiso valerse de nuestra naturaleza
humana para realizar nuestra salvación, así también ahora durante el tiempo
de la Iglesia quiere valerse de ella para seguir llevando a cabo esta inmensa
tarea. La Iglesia resulta ser así la prolongación de su Encarnación.

Así como en Jesús su naturaleza humana era el sacramento de la divinidad, así


también ahora su Iglesia, en cuanto institución de salvación, en cuanto
sociedad visible, es sacramento de la comunidad de vida que Dios por medio
de su Hijo establece con nosotros.

La Iglesia es sacramento de Cristo en cuanto a tres grandes aspectos:


-como comunidad de la palabra;
-como comunidad de los sacramentos;
-como comunidad pastoral.

La función de la jerarquía es suplir o prolongar en la Iglesia la presencia


visible de la humanidad de Cristo, por lo que también ella es sacramento
viviente de Cristo.

Todos los que realizan un ministerio eclesiástico son representantes


ministeriales de Cristo, y por esta misma razón representan al conjunto del
pueblo cristiano.

"En la persona, pues, de los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, el


Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en medio de los fieles.
Porque, sentado a la diestra del Padre, no está ausente de la congregación de
sus pontífices, sino que, principalmente a través de su servicio eximio, predica
la palabra de Dios a todas las gentes y administra continuamente los
sacramentos de la fe a los creyentes, y por medio de su oficio pastoral va
congregando nuevos miembros a su Cuerpo con regeneración sobrenatural;
finalmente por medio de su Sabiduría y prudencia dirige y ordena al Pueblo
del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la eterna felicidad. "(LG 21).

“Los presbíteros son consagrados por Dios, siendo su ministro el Obispo, a fin
de que, hechos de manera especial partícipes del Sacerdocio de Cristo, obren
en la celebración del sacrificio como ministros de Aquél que en la liturgia
ejerce constantemente, por obra del Espíritu Santo, su oficio Sacerdotal en
favor nuestro. "(Decreto sobre el ministerio de los presbíteros, 5).

En esto vemos, por una parte, la grandeza del ministerio jerárquico, que
representa al mismo Jesucristo, pero al mismo tiempo su debilidad como seres
humanos.

Los miembros de la jerarquía estructuran a la Iglesia en cuanto que es


sacramento de Jesucristo, o lo que es lo mismo, en cuanto que es institución
sacramental de salvación, pues a través del ministerio de la jerarquía como
instrumento eficaz nos llega:
-la palabra (magisterio),
-la gracia que salva (sacramentos).
-los preceptos que nos llevan por el camino de la salvación (autoridad).

Es así como por la Jerarquía es la Iglesia el misterio de comunicación activa


del don que Dios hace a los hombres. Por esto es elemento constitutivo de la
Iglesia, en cuanto que ésta es institución de salvación.

1.- TRIPLE MINISTERIO


DE LA JERARQUÍA
SERVICIO DE LA PALABRA O FUNCION PROFETICA

El servicio de la Palabra tiene en el Nuevo Testamento un puesto prioritario y


casi central, pues de la Palabra surge la comunidad. Por eso en torno a ella se
agrupan un conjunto de ministerios: ministerio de los Apóstoles, de los
evangelistas, de los Profetas, de los Doctores, de los Maestros.

En la Iglesia de hoy este ministerio ha adquirido una gran amplitud y engloba


otros varios ministerios, los cuales a su vez agrupan otros muy variados, unos
que miran más al acceso de la fe (evangelización, predicación), otros que se
centran en la educación y desarrollo de la fe (catequesis, enseñanza, el
testimonio).

En todo ministerio que la Iglesia realiza respecto a la Palabra se atiene


siempre a una doble preocupación: guardar fielmente el depósito de lo que ha
recibido y transmitirlo. Esto nos habla de la importancia que adquiere en la
Iglesia la Tradición, pues nos pone en contacto con los orígenes de la misma
Iglesia y nos aporta la verdad viva tal como se recibió. El Espíritu Santo es el
principio viviente de la Tradición, el intérprete de su contenido, el que
mantiene a la Iglesia en la fidelidad.

Cuando la Palabra es transmitida a través de cualquiera de estos ministerios


por los miembros de la jerarquía, el Papa, los Obispos, tenemos la enseñanza
del magisterio eclesiástico, el cual propone con autoridad el mensaje de
salvación. Ellos son "los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la
autoridad de Cristo".

El magisterio puede ser:

a) Simplemente ordinario: el que en su diócesis realiza cada obispo "en


comunión con el Romano Pontífice", o el mismo Papa en su enseñanza
ordinaria. Entonces "deben ser respetados por todos como testigos de la
verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y
costumbres, deben aceptar el juicio de su obispo, dado en nombre de Cristo, y
deben adherirse a él con religioso respeto" (LG 25).

b) Ordinario y universal: "Aun cuando cada uno de los prelados no goce por
sí de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando
dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con
el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres,
convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso
proponen infaliblemente la doctrina de Cristo" (LG 25).

"Pero esto se realiza con mayor claridad cuando, reunidos en concilio


ecuménico, son para la Iglesia universal los maestros y jueces de la fe y
costumbres, a cuyas definiciones hay que adherirse con la sumisión de la fe."
(Ib.)

c) Solemne y extraordinario, el cual puede ser o a través del Concilio


ecuménico o a través de las definiciones "ex cáthedra". En ambos casos se da
la infalibilidad.

La infalibilidad, por consiguiente, se puede dar en los casos siguientes:

1.- En el Colegio Episcopal, bien sea reunido en Concilio Ecuménico, o bien


cuando disperso por el mundo conservando el vínculo de la comunión entre sí
y con el Sucesor de Pedro, hay unanimidad en una verdad de fe.

2.- En el sucesor de Pedro, cuando habla "ex cáthedra”.

3.- En el conjunto de la Iglesia, cuando sostiene unánimemente una verdad


como revelada por Dios (LG 12).

SERVICIO DEL CULTO O FUNCION SACERDOTAL

Función sacerdotal, poder de santificar y ministerio litúrgico prácticamente se


identifican.

"Así como Cristo fue enviado por el Padre, El a su vez envió a los Apóstoles,
llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda
criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos
libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al Padre, sino
también a realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el
sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica.
“(Const. sobre Liturgia, 6).

La Eucaristía y los Sacramentos centralizan la función sacerdotal de la Iglesia.


Como ya hemos visto, la Iglesia es "en Cristo, como un sacramento o señal e
instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género
humano". (LG 1).

Este gran sacramento originario que es la Iglesia se actualiza en la Eucaristía y


en cada uno de los sacramentos. Estos proceden de la Iglesia como Cuerpo de
Cristo y Sacramento originario: son realizaciones o aplicaciones concretas del
gran Sacramento que es la Iglesia. A través de estas realizaciones sagradas
que realiza la Iglesia, es Jesucristo, el único Sacerdote de la Nueva Ley, el que
verdaderamente actúa. Su presencia asegura la eficacia que tiene el
sacramento por sí mismo, es decir, la infalible presencia de la gracia, sin que
tenga que depender de las disposiciones del que lo administra o del que lo
recibe.

Por esto en los sacramentos, celebrados en el seno de la Iglesia, comunidad


sacramental congregada en Cristo, se da el verdadero punto de encuentro entre
Dios y el hombre.

Si en toda acción sagrada es Cristo quien actúa, en toda celebración se hace


también presente la Iglesia. "Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente
presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidos a
sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de iglesias.
Ellas son, en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo
y en gran plenitud. En ellas se congregan los fieles por la predicación del
Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que
por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la
fraternidad”. En toda comunidad de altar, bajo el sagrado ministerio del
Obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y “unidad del Cuerpo
místico, sin la cual no puede haber salvación”. En estas comunidades aunque
sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente
Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
Pues “la participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser
aquello que recibimos" (LG 26).

El resto de la actividad litúrgica está formado por la oración de alabanza de la


Iglesia (Liturgia de las horas) y los Sacramentales, que "son signos sagrados
creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se
expresan efectos, sobre todo, de carácter espiritual obtenidos por la intercesión
de la Iglesia. Por ellos los hombres se disponen a recibir el efecto principal de
los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida". (Const.
de Liturgia, 60).

Los ministros de la comunicación eficaz del don de Dios en la liturgia son los
miembros jerárquicos o sacerdocio ministerial, que se distingue del sacerdocio
común de los fieles por su naturaleza y no sólo por el grado mayor, por lo que
se confiere mediante un sacramento que deja marcados a los que lo reciben
con un "carácter" especial.

Cuando actúan en cualquier celebración representan a Cristo en su Iglesia y


participan en el oficio de Cristo como mediador, pastor y cabeza.

Los demás fieles ejercen el sacerdocio común, que obtuvieron en el bautismo,


en la recepción de los sacramentos y en la oración y acción de gracias.

SERVICIO DE COMUNION O FUNCION PASTORAL

El oficio de regir y apacentar, o de jurisdicción pastoral es un servicio de


comunión, propia del ministerio ordenado. Sus miembros ejercen el "oficio de
padre y pastor".

En la Iglesia se realiza por el Papa para la Iglesia universal, y por los Obispos
para su propia comunidad. Estos han de ser "en medio de los suyos como los
que sirven; buenos pastores que conocen a sus ovejas y a quienes ellas
también conocen; verdaderos padres que se distinguen por el espíritu de amor
y solicitud para con todos, y a cuya autoridad, conferida desde luego por Dios,
todos se someten de buen grado". (Decreto sobre el oficio pastoral de los
Obispos, 16).
En esta función "los Obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las
iglesias particulares que les han sido encomendadas... Esta potestad que
personalmente ejercen en nombre de Cristo es propia, ordinaria e inmediata...
En virtud de esta potestad, los Obispos tienen el sagrado derecho, y ante Dios
el deber, de legislar sobre sus súbditos, de juzgarlos, y de regular todo cuanto
pertenece a la organización del culto y del apostolado... “(LG 27).

El Romano Pontífice tiene sobre el conjunto de la Iglesia "un poder pleno,


supremo y universal". (LG 22).

El conjunto del cuerpo episcopal o Colegio Episcopal, en unión con el Papa,


puede legislar para toda la Iglesia a través del Concilio Ecuménico.

Cada uno en su propia comunidad o iglesia local (diócesis) ejerce esta función
no en nombre del Papa, sino en nombre de Cristo, aunque en el ejercicio está
sujeto a la regulación última de la autoridad suprema de la Iglesia.

II- EL PRIMADO DE
PEDRO
Al Primado de Pedro sucede el Primado Romano. Es decir, lo mismo que fue
Pedro al frente del Colegio apostólico, así también ahora, el sucesor de Pedro,
el Obispo de Roma, es el "principio y fundamento, perpetuo y visible, de
unidad y de comunión" (LG 18) en toda la Iglesia.

Esto quiere decir que la Cabeza visible del Colegio Episcopal y de toda la
Iglesia es el Papa, que es como se designa al Obispo de Roma en su calidad de
cabeza suprema de toda la Iglesia visible.

1.- LA PROMESA Y LA INSTITUCIÓN DEL PRIMADO DE PEDRO

En el Nuevo Testamento, Pedro aparece siempre como el primero entre los


apóstoles, su portavoz, el primero a quien se apareció el Señor (l Co 15,5).

Jesús promete a Pedro el Primado (ser Cabeza visible de la Iglesia) en Cesárea


(Mt. 16, 18-19). Jesús describe su función en varios detalles: nombre nuevo
(Kefas = Roca): le promete que será la roca o fundamento de su Iglesia, sin
excluir a los demás apóstoles con los profetas (Ef 2, 19 ss), lo cual nos dice
que cumple esta misión en conexión con los demás apóstoles y la Iglesia
universal.
Piedra fundamental, el poder de las llaves y el poder de atar y desatar, y luego
en Lc 22, 27-32 el confirmar a los hermanos en la fe son distintas expresiones
e imágenes de la misión confiada a Pedro, que más tarde, después de la
Resurrección, junto el lago de Tiberiades, le confirmará (Jn 21,15-17).

Pedro ejerció el Primado en la primitiva Iglesia. En los Hechos de los


Apóstoles aparece como dirigente responsable inspirado por el Espíritu. Esto
se puede ver en casi todos los primeros capítulos, aunque, dada la situación
sencilla de la Iglesia naciente, el ejercicio de esta prerrogativa es de una forma
modesta, y por otra parte la ejerce siempre en contacto y comunión de caridad
con toda la comunidad.

2.- LA SUCESIÓN EN EL PRIMADO DE PEDRO

Por la historia sabemos que Pedro fue a Roma y en esta ciudad ejerció el
Primado hasta que murió allí mismo el año 67 en la persecución de Nerón.

Los primeros sucesores en la sede de Roma (Lino, Cleto, Cemente) recibieron


obediencia de todas las comunidades cristianas, tal como vemos por varios
testimonios de los primeros siglos. Para aquellas comunidades o iglesias
locales Roma era la sede de Pedro, y el Obispo de Roma, su sucesor con los
poderes y funciones que le correspondieron.

A lo largo de los siglos el Primado Romano ha experimentado influjos


profanos y diversas formas accidentales, de acuerdo con la cultura y
situaciones político-sociales de cada época.

Como en el caso de los demás dogmas, la Iglesia ha llegado a tomar


conciencia del dogma del Primado romano viviéndolo primero y después lo
plasmó en fórmulas dogmáticas.

En virtud de los datos de la Escritura, la Tradición y las definiciones del


Vaticano II, hoy la Iglesia mantiene claramente en su magisterio estas dos
afirmaciones:

-el sucesor de Pedro es el Obispo de Roma,


-el Romano Pontífice es la Cabeza visible de toda la iglesia

3.- LA FUNCIÓN DEL PAPA EN LA IGLESIA

Pedro y los once, el Papa y los Obispos, no son los sucesores de Cristo, sino
sus vicarios, ya que el Señor sigue siendo el Pastor de su Pueblo, y realiza esta
función de manera invisible por el Espíritu, y de manera visible por los
miembros de la jerarquía.
El Papa es, pues, el Vicario de Cristo en la tierra.

Los sucesores de los Apóstoles han recibido de Cristo la misión de enseñar,


santificar y gobernar el Pueblo de Dios. Cada Obispo en su diócesis ejerce un
poder ordinario e inmediato: es decir, no es un delegado del Papa. Pero no lo
puede ejercer independientemente del cuerpo del que forma parte, y que está
representado por su Cabeza, el Papa.

Lo mismo que a Pedro, también a sus sucesores fueron dados estos poderes
para ejercerlos a nivel de la Iglesia universal.

La potestad del Papa sobre la Iglesia universal es suprema, total, ordinaria e


inmediata, o sea, se extiende al conjunto de la Iglesia, no depende de ningún
otro, y comprende la plenitud de los poderes confiados por Cristo.

Sin embargo, no es un poder absoluto: pues en el ejercicio de estos poderes


depende de Cristo y los ejerce en comunión con el conjunto de los Obispos.
Ni tampoco es el Obispo de todos los cristianos. El Papa es Obispo de Roma,
y Padre y Pastor supremo de toda la Iglesia.

El poder de enseñar o Magisterio en él puede ser ordinario o extraordinario,


según la forma de ejercerlo y si se extiende a toda la Iglesia.

Es ordinario el que ejerce constantemente para confirmar a los hermanos en


la fe, transmitir el mensaje de Cristo en su integridad y asegurar la unidad en
la fe. Las formas pueden ser muy diversas y más o menos solemnes:
encíclicas, bulas, cartas apostólicas, discursos, homilías, moniciones,
prescripciones canónicas, etc.

El extraordinario sólo lo ejerce cuando habla solemnemente ("ex cáthedra"),


definiendo verdades de fe o de moral, y como Pastor y Maestro de toda la
Iglesia. Esta forma de intervención está asistida por la infalibilidad,
actualmente es muy rara, y después de haberla definido conciliarmente en
1870, solamente la usó Pío XII en 1950 al definir el dogma de la Asunción.

El carisma de la infalibilidad no coloca al Papa por encima de la Iglesia. Al


definir una verdad se expresa en nombre de la Iglesia, no solitariamente, sino
solidariamente, porque, es su Cabeza visible.

El Papa es también Cabeza del gobierno supremo de la Iglesia, y por tanto el


legislador supremo. Él es, en consecuencia el que promulga las leyes de la
Iglesia, como acaba de hacer al promulgar el nuevo Código de Derecho
Canónico el pasado 25 de Enero.
LA VOZ DE LA
TRADICIÓN

La sucesión apostólica en la
sede de Pedro
Por San Ireneo de Lyón

San Ireneo nació hacia el 130, siendo educado en Esmirna, donde aprende la
doctrina cristiana de San Policarpo, discípulo del Apóstol San Juan. Más
tarde se traslada a Lyón, y allí ya era presbítero cuando es martirizado el
obispo. Poco después es elegido obispo de Lyón y fue martirizado hacia el
año 200. Combatió las doctrinas gnósticas. Su obra principal, de la que
damos a continuación algunos fragmentos, fue Adversus haereses (Contra las
herejías), que le acredita como el primer teólogo que aparece en la historia
del cristianismo, después de San Pablo.

(La traducción está tomada de la Obra de JOSE VIVES, Los Padres de la


Iglesia, Herder, Barcelona 1982, pgs. 188-193)

El orden sucesorio de las Iglesias.


La Iglesia romana

Sería muy largo en un escrito como el presente enumerar la lista sucesoria de


todas las Iglesias. Por ello indicaremos cómo la mayor de ellas, la más antigua
y la más conocida de todas, la Iglesia que en Roma fundaron y establecieron
los dos g1oriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, tiene una tradición que arranca
de los apóstoles y llega hasta nosotros, en la predicación de la fe a los
hombres (cf. Rom 1, 8), a través de la sucesión de los obispos. Así
confundimos a todos aquellos que, de cualquier manera, ya sea por
complacerse a sí mismos, ya por vana gloria, ya por ceguedad o falsedad de
juicio, se juntan en grupos ilegítimos.

En efecto, con esta Iglesia (romana), a causa de la mayor autoridad de su


origen, ha de estar necesariamente de acuerdo toda otra Iglesia, es decir, los
fieles de todas partes; en ella siempre se ha conservado por todos los que
vienen de todas partes aquella tradición que arranca de los apóstoles. En
efecto, los apóstoles, habiendo fundado y edificado esta Iglesia, entregaron a
Lino el cargo episcopal de su administración; y de este Lino hace mención
Pablo en la carta de Timoteo. A él le sucedió Anacleto, y después de éste, en
el tercer lugar a partir de los apóstoles, cayó en suerte el episcopado a
Clemente, el cual había visto a los mismos apóstoles, y había conversado con
ellos: y no era el único en esta situación, sino que todavía resonaba la
predicación de los apóstoles, y tenía la tradición ante los ojos, ya que
sobrevivían todavía muchos que habían sido enseñados por los apóstoles. En
?tiempo de este Clemente, surgió una no pequeña disensión entre los
hermanos de Corinto, y la Iglesia de Roma envió a los de Corinto un escrito
muy adecuado para reducirlos a la paz y para restaurar su fe y dar a conocer la
tradición que hacía poco habían recibido de los apóstoles, a saber, que hay un
solo Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, creador del hombre,
que causó el diluvio y llamó a Abraham, que sacó a su pueblo de Egipto,
habló a Moisés, estableció la ley, envió a los profetas y "preparó el fuego para
el diablo y para sus ángeles" (Mt 25, 41). Que este Dios es predicado por las
Iglesias como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, pueden comprobarlo a
partir de este mismo escrito los que quieran. Asimismo pueden conocer en él
cuál es la tradición apostólica de la Iglesia, ya que esta carta es más antigua
que los que ahora enseñan falsamente e inventan un segundo Dios por encima
del creador y hacedor de nuestro universo

A Clemente sucedió Evaristo, y a éste Alejandro. Luego, en el sexto lugar a


partir de los apóstoles, fue nombrado Sixto, y después de éste Telésforo, que
tuvo un martirio gloriosísimo. Luego, Higinio; luego, Pío, y luego Aniceto; y
habiendo Sotero sucedido a Aniceto, ahora, en el duodécimo lugar después de
los apóstoles, ocupa el cargo episcopal Eleuterio. Según este orden y esta
sucesión, la tradición de la Iglesia que arranca de los apóstoles y la
predicación de la verdad han llegado hasta nosotros. Esta es una prueba
suficientísima de que una fe idéntica y vivificadora se ha conservado y se ha
transmitido dentro de la verdad en la Iglesia desde los apóstoles hasta
nosotros. (Adv. Haer. IlI, 3, 2ss)

La pureza de la fe y la tradición de la Iglesia

Era tal el cuidado que tenían los apóstoles y sus discípulos, que ni siquiera
querían tener comunicación verbal con alguno de los que desfiguran la verdad,
tal como dice el Apóstol: "Después de una primera y una segunda
admonición, evita al hereje, pues has de saber que tal hombre es un pervertido,
que está en pecado y es autor de su propia condenación" (Tit 3,10).

Existe una carta muy bien escrita de Policarpo a los de Filipos: en ella los que
quieran y los que se preocupan de su salvación pueden aprender las
características de la fe de aquél y la verdad que predicaba.

Asimismo, la Iglesia de Éfeso, fundada por Pablo y en la que vivió Juan hasta
los tiempos de Trajano, es un testigo verdadero de la tradición de los
apóstoles. (Ib III, 3,4)

Hay que recurrir a la tradición apostólica

Siendo nuestros argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar todavía
de otros la verdad que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que los
apóstoles depositaron en ella, como en una despensa opulenta, todo lo que
pertenece a la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda tomar de ella la
bebida de la vida. Y esta es la puerta de la vida: todos los demás son
salteadores y ladrones. Por esto hay que evitarlos, y en cambio hay que poner
suma diligencia en amar las cosas de la Iglesia y en captar la tradición de la
verdad. Y esto ¿qué implica? Si surgiese alguna discusión, aunque fuese de
alguna cuestión de poca monta, ¿no habría que recurrir a las iglesias
antiquísimas que habían gozado de la presencia de los apóstoles, para tomar
de ellas lo que fuere cierto y claro acerca de la cuestión en litigio? Si los
apóstoles no nos hubieran dejado las Escrituras, ¿acaso no habrá que seguir el
orden de la tradición, que ellos entregaron a aquellos a quienes confiaban las
Iglesias? Precisamente a este orden han dado su asentimiento muchos pueblos
bárbaros que creen en Cristo; ellos poseen la salvación, escrita por el Espíritu
Santo sin tinta ni papel en sus propios corazones (cf 2 Cor 3, 3) y conservan
cuidadosamente la tradición antigua, creyendo en un solo Dios... (Ib. III, 4, 1
ss)

La Iglesia, custodio de la fe,


por la presencia del Espíritu en ella

La predicación de la Iglesia es la misma en todas partes y permanece igual a sí


misma, pues se apoya en el testimonio de los profetas y de los apóstoles y de
todos los discípulos, a través de los comienzos, el medio y el fin, a través de la
economía divina y de la acción ordinaria de Dios que se manifiesta en nuestra
fe en orden a la salud del hombre. Esta fe que la Iglesia ha recibido, nosotros
la custodiamos, y es como un licor exquisito que se guarda en un vaso de
calidad y que, bajo la acción del Espíritu de Dios se rejuvenece
constantemente y hace rejuvenecer al mismo vaso en el que está colocado.
Porque, en efecto, a la Iglesia ha sido confiado este don de Dios a la manera
como Dios nos confió su soplo al barro modelado, a fin de que al recibirlo
todos los miembros recibieran la vida: y con este don va implicada la
transformación en Cristo, es decir, el Espíritu Santo, que es prenda de
incorrupción, fuerza de nuestra fe y escala por la que subimos hasta Dios.
Porque, dice Pablo (1 Cor 12, 28): "Dios puso en su Iglesia apóstoles, profetas
y doctores" y todas las demás manifestaciones de la acción del Espíritu, del
cual no participan quienes no se acogen a la Iglesia. Estos se engañan a sí
mismos y se excluyen de la vida por sus doctrinas malas y sus acciones
perversas.

Porque, donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios: y donde está el
?Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y la totalidad de la gracia. El Espíritu es
la verdad. Por esto, los que no participan del Espíritu, ni van a buscar el
alimento de la vida en los pechos de su madre (la Iglesia), ni reciben nada de
la limpidísima fuente que brota del Cuerpo de Cristo, sino que por el contrario
"ellos mismos se construyen cisternas agrietadas" (Jer 2, 13) hurgando la
tierra y beben el agua maloliente del fango, al querer escapar a la fe de la
Iglesia por temor de equivocarse rechazan el Espíritu, y así no pueden recibir
enseñanza alguna. (Ib. III. 24, 1)

Los presbíteros de la Iglesia tienen el carisma de la verdad

Hay que obedecer a los presbíteros que están en la Iglesia, a saber, a los que
son sucesores de los apóstoles y que juntamente con su sucesión en el
episcopado han recibido por voluntad del Padre el carisma seguro de la
verdad. En cambio, hemos de sospechar de aquellos que se separan de la línea
sucesora original, reuniéndose en cualquier lugar: o son herejes y perversos en
sus doctrinas, o al menos cismáticos, orgullosos y autosuficientes, o bien
hipócritas que actúan por deseo del lucro o de vana gloria. Todos ellos se
apartan de la verdad... y de todos ellos hay que apartarse. Por el contrario,
como acabamos de decir, hay que adherirse a los que conservan la doctrina de
los apóstoles y a los que dentro del orden presbiteral hablan palabras sanas y
viven irreprochablemente para ejemplo y enmienda de los demás... Los tales
viven en la Iglesia... y el apóstol Pablo nos enseña dónde podemos
encontrarlos cuando dice: "Puso Dios en la Iglesia, primero los apóstoles,
luego los profetas, y en tercer lugar los doctores" (1 Cor 12, 28). Así pues, allí
donde han sido depositados los carismas de Dios, allí hay que ir a aprender la
verdad, es decir, de los que tienen la sucesión eclesial que viene de los
apóstoles, de los que consta que tienen una vida sana e irreprochable y una
palabra no adulterada ni corrupta. Estos son los que conservan nuestra fe en el
Dios único que hizo todas las cosas, y los que nos hacen crecer en el amor
para con el Hijo de Dios que ha cumplido en favor nuestro tan grandes
designios, y los que nos declaran las Escrituras de una manera segura, sin
blasfemar de Dios, sin deshonrar a los patriarcas y sin despreciar a los
profetas. (Ib. IV, 26,2)
Tema 6
La evangelización como
misión de toda la Iglesia
NOTA
Para el desarrollo de este tema basta seguir la Exhortación Apostólica de
Pablo VI sobre la Evangelización (Evangelli nuntiandi). Trataremos tan sólo
de introducir el tema utilizando ideas de la misma exhortación.

Remitimos también al número 20 de KOINONIA, dedicado a la


Evangelización.

El mandato de Jesús de proclamar el Evangelio y llevarlo hasta los confines


del mundo afecta a toda la Iglesia.

"El Concilio Vaticano II ha dado una respuesta clara: “Incumbe a la Iglesia


por mandato divino ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio a toda
creatura” (Declaración sobre la libertad religiosa, 13). Y en otro texto afirma:
“La Iglesia en?tera es misionera, la obra de evangelización es un deber
fundamental del Pueblo de Dios” (Decrt. sobre la actividad misionera, 35)"
(EN. 59)

Para la iglesia, por tanto, el proclamar el mensaje evangélico no es algo


facultativo, sino un deber que ha recibido por mandato del Señor, para que los
hombres crean y se salven.

JESUS Y LA EVANGELIZACION

La evangelización fue la misión de Jesús enviado por el Padre y ungido por el


Espíritu Santo para evangelizar a los pobres.

Jesús, la Palabra del Padre hecha carne, fue el verdadero evangelizador: no


sólo con sus palabras, sino también y principalmente con sus obras, con la
ofrenda y sacrificio de su propia vida.

- Anunció el Reino de Dios como lo verdaderamente importante y a lo que


hay que supeditar todas las demás cosas. "EI Reino es absoluto y todo el resto
es relativo" (EV, 8).

- El centro de la Buena Nueva fue la salvación, como don gratuito de Dios y


que es liberación de cuanto oprime al hombre. Esta salvación se logra por su
muerte y resurrección.

- El Reino y la salvación son para todo hombre como pura gracia, como pura
misericordia que Dios le ofrece, pero que cada uno debe aceptar con el
mínimo esfuerzo que se le pide, y en cierta forma conquistar (Mt 11, 12: Lc
16, 16), por sus disposiciones espirituales, arrepentimiento, conversión radical
o cambio de la mente y el corazón.

- La palabra de Cristo con la que El proclamó el Reino de Dios tiene el poder


de tocar el corazón del hombre y de hacerla cambiar.

- A su palabra acompañan los signos, los cuales, a su vez, cuestionan,


arrastran, atraen hacia El para escucharle y dejarse transformar. Entre estos
signos El da gran importancia a éste: los pobres son evangelizados, es decir,
son convertidos por la fe en sus discípulos para formar la comunidad de los
que creen en El.

Pero el signo más decisivo de toda evangelización fue su muerte, resurrección


y el envío del Espíritu Santo.

- Como consecuencia, los que acogen el mensaje de la Buena Nueva, es decir,


los que se convierten y llegan a la fe en El, forman una comunidad cristiana:
entran a formar parte del Pueblo de Dios, forman la Iglesia.

¿QUE ES EXACTAMENTE LO QUE MAS CLARAMENTE HAY QUE


PROCLAMAR?

"Evangelizar es ante todo dar testimonio, de una manera directa y sencilla, de


Dios, revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha
amado al mundo en su Hijo; que en su Verbo Encarnado ha dado a todas las
cosas el ser, y ha llamado a los hombres a la vida eterna" (EN, 26).

"Para muchos es posible que este testimonio de Dios evoque al Dios


desconocido, a quien invocan sin darle un nombre concreto, o a quien buscan
por sentir una llamada secreta en el corazón, al experimentar la vacuidad de
todos los ídolos. Pero este testimonio resulta plenamente evangelizador
cuando pone de manifiesto que para el hombre el Creador no es un poder
anónimo y lejano: es el Padre. 'Nosotros somos llamados hijos de Dios y en
verdad lo somos', y por tanto somos hermanos los unos de los otros. en Dios".
(Id.)

"La evangelización también debe contener siempre -como base, centro y, a la


vez. culmen de su dinamismo- una clara proclamación de que en Jesucristo,
Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a
todos los hombres, como don de la gracia. y de la misericordia de Dios" (EN,
17).

EVANGELIZAR ES LA MISION ESENCIAL DE LA IGLESIA

- A la comunidad de sus discípulos Jesús dio el encargo; "Id por todo el


mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se
bautice se salvará; el que no crea, se condenará" (Mc 16, 15-16).

Este encargo es para todos los cristianos, pues si ellos ya están en la


comunidad de salvación, ellos pueden y deben difundir esta salvación a los
demás.

- Toda la Iglesia es receptora de este mandato de evangelizar a todos los


hombres.

- Es la misión esencial de la Iglesia.

- "Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad


más profunda. Ella, existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar,
ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar
el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memoria de su muerte y resurrección
gloriosa" (EN. 14).

- La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce, y en el


desarrollo de su historia está vinculada a la evangelización.

- Nacida de la misión de Jesús es enviada a su vez por El: ella es su


prolongación en el mundo y en la historia, el signo de la presencia de Cristo
resucitado en el mundo.

La Iglesia debe continuar ante todo la misión de Jesús, debe seguir


evangelizando. Toda su riqueza interior, toda la posesión de la verdad y de los
dones de la gracia que hay en ella deben convertirse en testimonio que sea una
verdadera predicación de la Buena Nueva y que provoque la conversión de los
hombres.

- "Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma... Tiene


necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el
mandamiento nuevo del amor... En una palabra, esto quiere decir que la
Iglesia siempre ?tiene necesidad de ser evangelizada si quiere conservar su
frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio" (EN, 15).

- Es la Iglesia la que fue depositaria de la Buena Nueva que se debe anunciar:


a ella se le confió el contenido del Evangelio como un depósito viviente para
comunicarlo a todos los hombres ..

- "Enviada y evangelizada, la Iglesia misma, envía a los evangelizadores:


éstos no van a predicarse a sí mismos, ni tampoco sus ideas personales, sino el
Evangelio del que ni ellos ni la Iglesia son dueños, ni pueden presentarlo
conforme a su arbitrio" .

- Cristo - Iglesia - Evangelización: es una sucesión y concatenación de causa


que hemos de tener siempre presente.

"Evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino


profundamente eclesial... Si cada cual evangeliza en nombre de la Iglesia, que
a su vez lo hace en virtud de un mandato del Señor, ningún evangelizador es
el dueño absoluto de su acción evangelizadora, con un poder discrecional para
cumplirla según los criterios y perspectivas individualistas, sino en comunión
con la Iglesia y sus pastores" (EN, 60).

Tema 7:
Presencia de la Iglesia en el
mundo
1 - Pastores y laicos

Todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre el Pueblo de Dios afecta por igual
a los miembros de la jerarquía (pastores), a los religiosos y a los laicos...

A los Pastores corresponde "apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y


carismas de tal suerte que todos, a su modo, cooperan unánimemente a la obra
común" (LG 30, cf: Decreto sobre apostolado de los laicos, 3).

Los laicos están "incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados en el


Pueblo de Dios y hasta hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal,
profética y real de Cristo", y por tanto "ejercen en la Iglesia y en el mundo la
misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde" (LG
31: Decreto sobre apostolado de los laicos, 2).

Hay por tanto una igualdad previa de todos los miembros del Pueblo de Dios.

-Es común: -la dignidad de los miembros que deriva de su regeneración en


Cristo
-la gracia de la filiación,
-la llamada a la perfección: todos llamados a la santidad;

-Hay igualdad: - en cuanto a la dignidad y a la acción común en orden a la


edificación del Cuerpo de Cristo;

-Entre los pastores y laicos debe haber:


- solidaridad,
- recíproca necesidad,
- los Pastores están al servicio los unos de los otros y al de los restantes fieles.
- los fieles se asocien gozosamente al trabajo de los Pastores y doctores (LG
32).

Por consiguiente: hay "diversidad de ministerios, pero unidad de misión"


(Decreto apostolado de los laicos, 2)

2.- Misión de los laicos

Dentro de la Iglesia:

-están "llamados a contribuir con todas sus fuerzas al crecimiento de la Iglesia


y a su continua santificación" (LG 33). "Es tan estrecha la conexión y
trabazón de los miembros en este Cuerpo, que el miembro que no contribuye
según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe reputarse como inútil
para la Iglesia y para sí mismo" (Apostolado de laicos, 2):

-en virtud del bautismo y de la confirmación están destinados a participar en


la misma misión salvífica de la Iglesia (LG 33);

-especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos


lugares y circunstancias en que sólo pueden llegar a ser sal de la tierra a través
de ellos;

-pueden ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata


con el apostolado de la jerarquía;

-poseen aptitud de ser asumidos por la Jerarquía para ciertos cargos


eclesiásticos (LG 33).

Para con la Jerarquía:

-tienen la facultad, y a veces el deber, de exponer su parecer sobre asuntos


concernientes al bien de la Iglesia;

-acepten con prontitud la obediencia a los Pastores en cuanto representantes


de Cristo a aquello que establecen en la Iglesia como maestros y gobernantes;

-los Pastores, a su vez, deben reconocer y promover la dignidad y la


responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Deben recurrir a su consejo,
encomendarles cargos en servicio de la Iglesia, darles libertad y oportunidad
para actuar. Más aun, deben animarles a emprender obras por propia
iniciativa;

-entre laicos y Pastores debe haber un trato familiar: esto robustece el sentido
de su responsabilidad, se fomenta el entusiasmo y con ello se asocian las
fuerzas de los laicos al trabajo de los Pastores.

Para con el mundo:

-la misma misión de la Iglesia: es decir: "impregnar y perfeccionar todo el


orden temporal con el espíritu evangélico" (D. apostolado de los laicos, 5);

- "todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y


familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y cuerpo, si son hechos en
el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan
pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por
Jesucristo" (LG 34);

-consagran el mundo mismo a Dios;

-como partícipes de la misión profética de Cristo son testigos y, dotados del


sentido de la fe y de la gracia de la palabra, hacen que la virtud del Evangelio
bril1e en la vida diaria, familiar y social (LG 35);

-este anuncio de Cristo por el testimonio de la vida y por ?la palabra es su


forma de evangelización, de una característica específica y eficacia singular
porque se realiza en las condiciones comunes del mundo (LG 35);

-en toda esta tarea resalta la vida matrimonial y familiar;

-aunque estén ocupados en los cuidados temporales, pueden y deben desplegar


una actividad muy valiosa para la evangelización;

-todos contribuyen a la dilatación y crecimiento del Reino de Dios, lo cual les


exige un conocimiento más profundo de la verdad revelada y que pidan a Dios
el don de la sabiduría (LG 35).

Para con las estructuras humanas:

- “todo lo que constituye el orden temporal: bienes de la vida y de la familia,


la cultura, la economía, las artes y las profesiones, las instituciones de la
comunidad política, las relaciones internacionales y otras realidades
semejantes, así como su evolución y progreso, no son solamente medios para
el fin último del hombre, sino que tienen además un valor propio puesto por
Dios en ellos ... Es preciso que los seglares acepten como obligación propia el
instaurar el orden temporal y el actuar directamente y de forma concreta en
dicho orden" (Apostolado de los laicos, 7);

-"tengan en sumo aprecio el dominio de la propia profesión, el sentido


familiar y cívico y todas aquellas virtudes que se refieren a las relaciones
sociales, esto es, la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, los buenos
sentimientos, la fortaleza de alma, sin las cuales no puede darse una auténtica
vida cristiana" (Ib, 4);

- "con su competencia en los asuntos profanos y con su actividad elevada


desde dentro por la gracia de Cristo, contribuyen eficazmente a que los bienes
creados ... sean promovidos, mediante el trabajo humano, la técnica y la
cultura civil, para utilidad de todos los hombres sin excepción...;

-coordinen sus esfuerzos para sanear las estructuras y los ambientes del
mundo...;

-impregnen de valor moral la cultura y las relaciones humanas...;

-aprendan a saber distinguir los derechos y deberes que les conciernen por su
pertenencia a la Iglesia y los que les competen en cuanto miembros de la
sociedad humana. Deben saber conciliarlos entre sí: en cualquier asunto
temporal deben guiarse por la conciencia cristiana, pues ninguna actividad
humana puede sustraerse al imperio de Dios. "Es sumamente necesario que
esta distinción y simultánea armonía resalte con suma claridad en la actuación
de los fieles" (LG 36).

Campo del apostolado:

-los seglares ejercen su múltiple apostolado tanto en la Iglesia como en el


mundo. En uno y otro orden se abren variados campos a la actividad
apostólica, de los que queremos recordar aquí los principales. Son estos:

- las comunidades de la Iglesia,

- la familia,

- la juventud,

- el ambiente social,
- los órdenes nacional e internacional (Apostolado de laicos, 9).

Todo este compromiso lo podemos sintetizar en tres puntos fundamentales: la


familia, el trabajo y la sociedad en general.

1- LA FAMILIA

Cuando hablamos de un compromiso en la propia familia no nos referimos a


ninguna decisión unilateral que cada uno de nosotros debe tomar en el seno de
la familia, sino de la asunción responsable de la llamada de Dios. Como dice
San Pablo: “…cada uno tiene de Dios su carisma particular" (1 Co 7, 7). El
cristiano que ha recibido la llamada a la vida matrimonial ha recibido con ésta
una misión conyugal y familiar concreta. Hablar de compromiso en la propia
familia no es nada más que asumir responsablemente esta misión que Dios da
junto con cada vocación.

"¿Qué hemos de hacer?", preguntaba la gente a los apóstoles el día de


Pentecostés (Hch 2, 37). Acoger la Palabra de Dios es acoger en primer lugar
la propia vocación, y por lo tanto ponerse al servicio de la misión recibida por
Dios.

Cuando decimos que el matrimonio entre cristianos es un sacramento,


indicamos nuestra fe de que en la alianza de amor entre un hombre y una
mujer se hace presente también la alianza de Dios con estas personas, y que,
por tanto, nace ahí una pequeña comunidad cristiana.

San Juan Crisóstomo llamaba al matrimonio y a la familia, iglesia doméstica,


pequeña iglesia. El matrimonio cristiano es el inicio de una "pequeña
comunidad cristiana", una pequeña comunidad dentro de la gran comunidad.
En la medida que vamos descubriendo cada vez más el sentido de la
comunidad cristiana, podemos ir descubriendo este aspecto del matrimonio y
la familia cristiana. Tertuliano decía del matrimonio cristiano que "lo
consolida la Comunidad, lo fortalece la Asamblea eucarística y lo hace crecer
la Oración" (Ad Uxorem 2, 9).

La misión dentro de la propia familia se extiende por lo tanto a todos los


aspectos de la construcción de la comunidad familiar. Esta misión familiar es
primera y es la base para poder hablar de una misión o ministerio dentro de la
comunidad cristiana. San Pablo, decía refiriéndose a los que tenían que ocupar
un servicio de responsabilidad dentro de la comunidad: "si alguno no es capaz
de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?" (1 Tm
3, 5). Los distintos aspectos de la comunidad familiar los podemos sintetizar
en tres:
1) Comunidad de amor: Crecer cada día más en el amor mutuo, esta es una
de las misiones fundamentales del matrimonio cristiano. Esto supone:

-el reconocimiento cada vez mayor de la dignidad personal del hombre y de la


mujer en el mutuo y pleno amor (cf. GS 49). No podemos olvidar que nos
movemos en una sociedad que mantiene esquemas excesivamente machistas,
y que el cristiano si quiere vivir dentro de una verdadera conversión ha de
esforzarse continuamente por hacer desaparecer aun los rastros de este tipo de
mentalidad;

-el diálogo y la comunicación dentro de la pareja y con los hijos. No basta el


convencimiento del mutuo amor, sino que éste debe ir acompañado de
profundos momentos de diálogo en que cada uno pueda expresar lo que
piensa, lo que siente y lo que espera. Crecer en el diálogo es crecer en el amor.
Aunque esto suponga esfuerzo. El diálogo matrimonial puede ser en muchos
casos uno de los mejores caminos espirituales para salir de uno mismo y
romper el propio egoísmo;

-una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos. A este


respecto señala el Concilio: "La activa presencia del padre contribuye
sobremanera a la formación de los hijos; pero también debe asegurarse el
cuidado de la madre en el hogar" (GS 52). Los hijos acostumbran a necesitar
mucha más dedicación de la que el padre o la madre normalmente les dan;

-la mutua entrega y la fidelidad: son tantas las formas que adquiere la entrega
y la fidelidad que siempre hay aspectos en los que se puede crecer.

2) Comunidad de oración: Para la misma familia cristiana, en la medida en


que se va descubriendo el sentido de la comunidad cristiana, la familia va
apareciendo cada vez más como una pequeña comunidad en que se realiza la
palabra de Jesús: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos" (Mt 18, 20). Esta dimensión de oración supone:

-la comunión y participación en la comunidad cristiana. El matrimonio y la


familia deben sentirse miembros de una comunidad cristiana si quieren poder
vivir en plenitud la gracia de Cristo;

-la oración en común: uno de los grandes medios de crecimiento del


matrimonio es la oración matrimonial. No es ésta fácil. Pero es una gran
bendición cuando se produce. Lo mismo se puede decir de la oración familiar.
Costumbres como la de la bendición de la mesa son cosas que no se deberían
perder.

3) Comunidad de testimonio: Señala el Concilio con todo acierto que "si los
esposos cristianos brillan con el testimonio de su fidelidad y armonía en el
mutuo amor y en el cuidado por la educación de sus hijos, y si participan en la
necesaria renovación cultural, psicológica y social en favor del matrimonio y
de la familia, se apreciará notablemente el genuino amor conyugal y se
formará una opinión pública sana acerca del matrimonio" (GS 49). La mejor
forma de luchar por una renovación de la familia en nuestra sociedad y ayudar
a alejar la plaga del divorcio es el testimonio de familias configuradas de
verdad según el Evangelio.

II.- EL TRABAJO

El hombre no se realiza solamente en la familia, sino que gran parte de su


tiempo y de sus esfuerzos cotidianos están ocupados por el trabajo. Es, por
consiguiente, muy importante saber contemplar el trabajo a la luz del
Evangelio, la misión que el creyente tiene en él y el compromiso que de allí se
deriva.

Para ello es conveniente tener en cuenta tres puntos:

1) El trabajo es parte fundamental de la vocación humana.

El trabajo no es desde el punto de vista bíblico una maldición o una


esclavitud, sino una vocación que Dios ha hecho al hombre. En la expresión
"henchid la tierra y sometedla" (Gn l, 28) podemos ver ref1ejado el hecho que
"el hombre está desde el principio llamado al trabajo" (JUAN PABLO II,
Laborem exercens, introd.). Se trata de "una dimensión fundamental de la
existencia humana" (núm. 1) por medio de la cual "el hombre no sólo
transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se
realiza a sí mismo como hombre" (núm. 9).

De este modo, mediante el trabajo, el hombre puede acercarse a Dios, pues


cuando lo realiza de forma que resulte en servicio de los demás está
desarrollando la obra del Creador y está contribuyendo de modo personal a
que se cumplan los designios salvíficos de Dios (cf. núm. 24-25; GS 34). El
trabajo realizado al servicio de la humanidad:

-es colaboración en la obra creadora de Dios: "los cristianos lejos de pensar


que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios..., están,
por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la
grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio" (GS 34);

- es colaboración en la obra redentora de Cristo: por medio del esfuerzo, el


cansancio, la lucha, "el cristiano descubre en el trabajo humano una pequeña
parte de la cruz de Cristo", pero al mismo tiempo descubre "siempre un tenue
resplandor de la vida nueva... casi como un anuncio de “los nuevos cielos y
tierra nueva", que no es sino una participación de la resurrección de Cristo (cf.
núm. 27).

2) El valor humano del trabajo. Muchas veces el trabajo se realiza en


condiciones que tienden a reducir al hombre a una máquina, si no a un
esclavo. Es importante que el cristiano sepa aplicar la frase de Jesús "el
sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc
2, 27), tal como lo hace Juan Pablo II: "el trabajo está en función del hombre y
no el hombre en función del trabajo" (núm. 8). Esto quiere decir que desde el
punto de vista evangélico "el fundamento para determinar el valor del trabajo
humano no es en primer lugar el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho
de que quien lo ejecuta es una persona" (núm. 6). Esto supone:

-que no se puede valorar las personas por el tipo de trabajo que realizan,
introduciendo así distinción de personas. En la sociedad se valora de forma
distinta el trabajo directivo que el trabajo manual o intelectual: o se valoran
los trabajos según el rendimiento económico inmediato que producen;

-que no se pueden aplicar los baremos de eficacia, sin tener en cuenta el valor
fundamental de lo personal. Es a través de tales principios como se da en la
sociedad una desigualdad entre el trabajo de la mujer casada y el de la mujer
soltera; o se aleja del mundo del trabajo a los disminuidos o a los ancianos.

3) Una mayor justicia. El compromiso del cristiano en el trabajo debe ir


llevando a una lucha por una mayor justicia en todas las relaciones laborales.
Los problemas de la sociedad actual afectan profundamente al campo del
trabajo: paro, salarios bajos, absentismo, seguridad social. Es importante que
el compromiso del cristiano se exprese en todos estos aspectos, que tanto
afectan a la construcción de una sociedad más justa y al establecimiento de
unas relaciones humanas más fraternas. En este sentido quizá conviene
recoger algunos de los puntos señalados en la encíclica del Papa:

-necesidad de una mayor humanización del trabajo: "El hombre que trabaja
desea no sólo la debida remuneración por su trabajo, sino también que sea
tomada en consideración en el proceso mismo de producción, la posibilidad de
que él, a la vez que trabaja incluso en una propiedad común, sea consciente de
que está trabajando “en algo propio” (núm. 15);

-el sentido evangélico de la propiedad: "La tradición cristiana no ha sostenido


nunca este derecho, el derecho a la propiedad privada, como absoluto e
intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del
derecho común de todos a usar los bienes de la entera creación: el derecho a la
propiedad privada como subordinado al derecho al uso común, al destino
universal de los bienes... Los medios de producción no pueden ser poseídos
contra el trabajo, no pueden ser ni siquiera poseídos para poseer, porque el
único título legítimo para su posesión -y esto ya sea en la forma de la
propiedad privada, ya en la de la propiedad pública o colectiva- es que sirvan
al trabajo" (núm. 14);

-la necesidad de un esfuerzo de preparación cada vez mayor: "La capacidad de


trabajo (es decir, de participación eficiente en el proceso moderno de
producción) exige una preparación cada vez mayor y, ante todo, una
instrucción adecuada" (núm. 12);

-defensa de la mujer y de la familia: "Si se debe reconocer también a las


mujeres, como a los hombres, el derecho a acceder a las diversas funciones
públicas, la sociedad debe sin embargo, estructurarse de manera tal que las
esposas y madres no sean de hecho obligadas a trabajar fuera de casa y que
sus familias puedan vivir y prosperar dignamente, aunque ellas se dediquen
totalmente a la propia familia" (Familiaris Consortio, núm. 23).

III.- LA SOCIEDAD

Nada de lo que es humano puede ser ajeno al cristiano, discípulo de Jesús que
dio la vida por todo hombre. Por eso el compromiso cristiano se extiende a
todas las esferas de la sociedad, procurando que cada vez más se vaya
realizando en medio del mundo el proyecto creador de Dios, de que todos los
hombres y la sociedad realice la semejanza de Dios a cuya imagen ha sido
creada.

Este compromiso del cristiano se puede expresar a muchos niveles, pero no es


el menor el de la mentalidad y los valores que configuran el vivir cotidiano.
Señalamos a continuación algunas de las áreas más fundamentales:

1) Los derechos de la persona humana, que se ven conculcados tan a


menudo. El cristiano, por su parte, no puede olvidar que no sólo está llamado
a la defensa y vivencia de los derechos humanos universalmente reconocidos,
sino que debe recordar la palabra de Jesús: "Recordáis que se os dijo..., pero
yo os digo". Cuanto más grande es la imagen y dignidad que uno se forma de
la persona humana, más grande es el respeto y amor que por ella debe sentir.

2) La cultura, que forma parte de la historia de los pueblos y de toda la


humanidad. Es por medio de la cultura como el hombre puede desarrollarse en
sus verdaderos valores personales. De ahí la importancia del respeto,
conservación y desarrollo de la cultura propia de cada pueblo.

3) La conservación de la naturaleza. En la medida en que el hombre pierde


su contacto con la naturaleza y su respeto por ella, se va deshumanizando cada
vez más. De ahí la importancia del desarrollo de un equilibrado ecologismo
que nos ayude a mantener unas condiciones humanas de vida.
4) La dimensión política de la vida. La justicia social no puede construirse si
no es mediante de una estructuración política de la sociedad. Aquí,
conservando el respeto a las opciones personales de cada uno, hay que tomar
conciencia de la responsabilidad de nuestra participación y de la urgencia.
Dice en este punto el Concilio:

"Los cristianos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que


tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a
dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común; así
demostrarán también con los hechos cómo pueden armonizarse la autoridad y
la libertad, la iniciativa personal y la necesaria solidaridad del cuerpo social,
las ventajas de la unidad combinada con la conveniente diversidad" (GS núm.
75).

Para una mayor profundización en estos temas recordemos los siguientes


documentos del Magisterio:

CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual


"Gaudium et Spes"

JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica "Familiaris Consortio", sobre la


familia

JUAN PABLO II, Carta encíclica "Laborem exercens”: sobre el trabajo.

La Iglesia y la Virgen
María
por el Cardenal Henri de Lubac

PARALELISMO DE MARIA Y LA IGLESIA A LO LARGO DE LA


TRADICION

Los lazos que existen entre la Iglesia y la Virgen María no son solamente
numerosos y estrechos, sino también esenciales. Están íntimamente
entretejidos. Estos dos misterios de nuestra fe son más que solidarios: se ha
podido decir que son "un solo y único misterio". Digamos al menos que es tal
la relación, que entre ambos existe, que ganan mucho cuando el uno es
ilustrado por el otro; y aún más, que para poder entender uno de ellos, es
indispensable contemplar el otro.

En la Tradición, los mismos símbolos bíblicos se aplican sucesiva o


simultáneamente, y cada vez con mayor profusión, a la Iglesia y a la Virgen.
La una y la otra es la nueva Eva. La una y la otra es igualmente el Paraíso y el
árbol del Paraíso, árbol cuyo fruto es Jesús, y también el gran árbol que
Nabucodonosor vio en sueños, plantado en medio de la tierra. La una y la otra
es el Arca de la Alianza, la Escala de Jacob, la Puerta del cielo, y la Puerta
oriental por la que entra nuestro Pontífice, aquella Puerta elevada que abre el
paso al Señor de Israel. La una y la otra son la Casa construida en la cima de
las montañas, y el Vellón de Gedeón, y el Tabernáculo del Altísimo, y el
Trono de Salomón, y la Fortaleza inexpugnable. La una y la otra son la
Ciudad de Dios, la Ciudad del Gran Rey, aquella Ciudad mística cantada por
el Salmista, de la que se han dicho tantas cosas gloriosas. La una y la otra son
también la Mujer fuerte de los Proverbios, la Esposa ataviada para comparecer
ante su Esposo, la Mujer enemiga de la Serpiente, y aquel gran signo
aparecido en el cielo, que describe el Apocalipsis: la Mujer vestida de Sol y
victoriosa del Dragón. La una y la otra -después de Cristo son la morada de la
Sabiduría, o su mesa, e incluso, después de Cristo, la misma Sabiduría. La una
y la otra son "un mundo nuevo", "una creación prodigiosa". La una y la otra
reposan a la sombra de Cristo".

Pero en todo esto hay mucho más que un paralelismo o el uso alterno de
símbolos ambivalentes. La conciencia cristiana se percató muy pronto de ello,
y lo proclamó a lo largo de los siglos de mil maneras, tanto en el arte y en la
liturgia como en la literatura: María es la “figura ideal de la Iglesia". Ella es su
"sacramento". Ella es "el espejo en el que se refleja toda la Iglesia". Doquiera
encuentra en ella la Iglesia su tipo y su ejemplar, su punto de origen y de
perfección. Ad vicem Matris ejus (Christi), Matris nostrae Ecclesiae forma
constituitur. En cada momento de su existencia María habla y obra en nombre
de la Iglesia –figuram in se santae Ecclesiae demonstrat – no en virtud de
decisión sobreañadida ni, entiéndase bien, por efecto de una decisión explícita
por su parte, sino porque, por así decirlo, la lleva ya y la contiene toda entera
en su persona. Ella es, dice M. Olier, “el todo e la Iglesia. Ella es “la Iglesia,
reino y sacerdocio, reunida en una sola persona”. Lo que las antiguas
Escrituras anunciaban proféticamente de la Iglesia recibe como una nueva
aplicación en la persona de la Virgen María, de la cual la Iglesia viene a ser de
esta suerte la figura: “¡Qué bellas son las cosas que, bajo la figura de la
Iglesia. han sido profetizadas de María!"

Y en cambio, lo que el Evangelio refiere de la Virgen, prefigura de igual


modo la naturaleza y los destinos de la Iglesia: "Sicut María, ita et Ecclesia".
En todo cuanto de ella nos dice, latent Ecclesiae sacramenta. "De esta suerte,
la Virgen María, que fue la mejor parte de la Iglesia antigua anterior a Cristo,
mereció ser la Esposa de Dios Padre para ser también el ejemplar de la Iglesia
nueva, Esposa del Hijo de Dios". Esto es lo que de igual manera se verifica
tanto bajo el uno como bajo el otro de los dos aspectos fundamentales que
anteriormente hemos distinguido en la Iglesia, aquel según el cual aparece
como santificante y aquel bajo el cual se muestra como santificada.

LA MATERNIDAD DE MARIA Y LA MATERNIDAD DE LA


IGLESIA

Según el primero de estos dos aspectos, la maternidad de la Virgen es un


trasunto acabado de la maternidad de la Iglesia. "Aquel a quien la Virgen dio a
luz, también lo da todos los días la Iglesia". "La Virgen gloriosa, dice Honorio
de Autun, representa a la Iglesia, que también es virgen y madre. Madre
porque, fecundada por el Espíritu Santo, todos los días da a Dios nuevos hijos
en el bautismo. Virgen al mismo tiempo porque, conservando la integridad de
la fe de una manera inviolada, no se deja corromper en lo más mínimo por la
mancha de la herejía. Así también María, fue madre al dar a luz a Jesús y
Virgen al permanecer incorrupta después del parto. "La una ha dado la salud a
los pueblos, la otra da los pueblos al Salvador. La una ha llevado la Vida en su
seno, la otra la lleva en la fuente del sacramento. Lo que en otro tiempo fue
concedido a María en el orden carnal, ahora se le concede espiritualmente a la
Iglesia; ella concibe al Verbo en su fe indefectible, ella lo da a luz en un
espíritu libre de toda corrupción, ella lo contiene en un alma cubierta de la
virtud del Altísimo". Pero la semejanza es aún más perfecta. No es solamente
del orden carnal al orden espiritual, ya que antes de haberlo concebido según
la carne, María había concebido al Verbo de Dios en su fe virginal, al
escuchar la palabra del ángel. Et ipsa, quem credendo peperit, credendo
conceperat. Y por eso, añade Honorio, "todo lo que se ha escrito de la Iglesia
puede también leerse pensando en María"; y, añadiremos nosotros, todo lo que
se ha escrito de María, puede también, en lo esencial, leerse pensando en la
Iglesia. Pronto volveremos a tratar de este principio general.

Ya en el siglo II, en la célebre carta que nos ha conservado Eusebio, los


cristianos de Viena y de Lyón hablaban de la santa Iglesia, por una alusión
implícita pero clara a la Virgen María, como de "nuestra madre virginal". Una
inscripción del baptisterio de San Juan de Letrán dice igualmente que "en esta
fuente la Iglesia, nuestra madre, da a luz de su seno virginal los hijos que ella
ha concebido por el soplo de Dios". La predicación de los Padres celebra
frecuentemente "los misterios de la Iglesia virgen", y San Zenón de Verona
precisa que esta madre que nos da a luz sin gemidos permanece virgen
después del parto. La comparación se hace explícita con San Ambrosio:
"como la madre de Jesús, la Iglesia está desposada, pero intacta; ella, que es
virgen, nos ha concebido del Espíritu; ella, siendo virgen, nos da a luz sin
gemidos", Este tema es frecuente en San Agustín: nam Ecclesia quoque et
mater et virgo est. También él admira en la una y en la otra la misma
virginidad fecunda, o la misma fecundidad virginal. Para cantar esta perpetua
virginidad de la gran "Madre de los Vivientes", que la hace "imitar a la Madre
de su Señor" Agustín recuerda, siguiendo a otros, su fe siempre íntegra, su
esperanza firme y su amor sincero. El muestra también a esta "virgen
sagrada", a esta "madre espiritual”, "toda semejante a María", en el acto del
alumbramiento. Además, él subraya y precisa esta semejanza entre ambas
vírgenes madres cuando hace observar que, si la Iglesia engendra
muchedumbres, ella hace de todos sus hijos, congregados de todas partes, los
miembros de un cuerpo único: y de esta suerte, así como la Virgen María,
engendrando a uno solo, viene a ser la madre de la muchedumbre, también
ella, al engendrar a la muchedumbre, viene a ser "madre de la unidad".

(Henri de Lubac. Meditación sobre la Iglesia, Desclée de Brouwer, Bilbao


1964, pgs. 282-290).

Efusión del Espíritu y vida


consagrada
Después de recibir la efusión del Espíritu se pregunta uno: ¿ Qué es lo que ha
cambiado en la vida de aquellos que se han ofrecido al Señor con una especial
consagración?

La efusión del Espíritu no cambia de modo radical a las personas. Siguen


siendo lo que son. Pero les infunde una fuerza, por la acción de la gracia para
llegar a ser lo que realmente deben ser como consagrados.

El Espíritu Santo, difundido en ellos, no los ha apartado sino renovado al


potenciar el carisma propio de su vocación. Porque toda vocación es un
conjunto de carismas y dones del Espíritu que estaban adormecidos, como
enterrados. Y el Espíritu Santo los ha resucitado llamándolos fuera del
sepulcro, dándoles nueva vida.

Hay que reconocer que el testimonio luminoso de la renovación espiritual que


radica en el corazón, con frecuencia no es entendido y encuentra en torno suyo
frialdad, burla, rechazo e incluso prohibición. Esta incomprensión, estos
obstáculos ¿no nos revelan que tanto en el director espiritual como en los
mismos consagrados el don del discernimiento espiritual es aún muy débil? .

Los hermanos y hermanas que han entrado en la Renovación en el Espíritu, no


han traicionado su vocación, no han cambiado la espiritualidad propia de su
Instituto, no han abandonado su comunidad, no han dejado la observancia de
sus votos y reglas, no han dejado de orar y obrar según su vocación. Muy al
contrario. La renovación en el Espíritu no es para ellos un Instituto paralelo al
propio, porque la renovación es una corriente de gracia, no un Instituto. Es un
suplemento de animación espiritual para el cristiano, sin substituir ni suplantar
nada de aquello que pertenece a la Iglesia, a la familia, a la parroquia, a los
Institutos religiosos o seculares.

Los hermanos de la Renovación no buscan formar una nueva comunidad en


conflicto con la de su Instituto, porque se trata, simplemente, de una oración
dentro de la cual el Espíritu libera en ellos una nueva fuerza, y les otorga
aquellos dones que les ayudarán a la edificación de la comunidad y del propio
Instituto. No abre el Espíritu a una nueva espiritualidad distinta de la del
propio Instituto, sino que renueva la que le es propio. Así, los dominicos se
sienten más dominicos, los franciscanos más franciscanos, los benedictinos
más benedictinos, los salesianos más salesianos. La vida consagrada, en sí, es
un don y un carisma del Espíritu y el Espíritu cuando renueva no anula las
distintas vocaciones que son obra suya, sino que las enriquece y vigoriza.

Alabamos al Señor porque podemos dar testimonio de la vida renovada en


muchos religiosos y en comunidades enteras por la acción del Espíritu. Y lo
vemos en los distintos niveles de su vida.

A nivel personal, la efusión del Espíritu es la gracia de la segunda conversión


para los hermanos y hermanas que la han recibido. Esta segunda conversión es
un nuevo impulso en la donación total a Jesús, su Señor, en la negación de sí
mismos y lleva a un seguimiento más generoso del Señor según el carisma de
la propia vocación.

A nivel comunitario la efusión del Espíritu otorga el don del corazón nuevo,
que es la condición fundamental en cada uno de los consagrados para
construir la comunidad nueva. Nueva porque está animado de la nueva ley del
Espíritu, escrita en el corazón y porque da fuerza y vida a la ley escrita de la
Regla.

Comunidad de fe y de amor porque está ávida de nutrirse de la Sagrada


Escritura y de Jesús Eucaristía.

Comunidad de contemplación, adoración y alabanza a Jesús el Señor, es el


primer servido ante todo y ante todos.

Comunidad de servicio y ministerio, que pasa de la actitud de fijarse en los


defectos de los hermanos a interesarse por cada uno y reconocer su carisma
personal.
Comunidad de comunicación y corrección fraterna para el común
perfeccionamiento.

Comunidad de curación, que de la crítica, la intolerancia y el rechazo


recíproco pasa a rogar por cada uno pidiendo la curación interior de su
corazón y de su cuerpo.

Comunidad de discernimiento, viendo que lo ciertamente importante no debe


ser motivo de discusión, sino la oración y docilidad al Espíritu.

Comunidad de gozoso testimonio de que la observancia de los votos, no es un


peso, sino un don y una fuerza del Espíritu.

Finalmente, a nivel de gobierno, la efusión del Espíritu renueva en el Superior


y sus consejeros el sentido evangélico de gobierno. El sentido evangélico es,
ante todo, el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia,
?bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí. Además, el don de
discernimiento, de profecía, de sabiduría, de animación de la oración
comunitaria.

Así es como la vida renovada de nuestros hermanos y hermanas resulta


testimonio. Porque va dirigida a la totalidad del Instituto: comunidad,
superiores, hermanos y hermanas, para indicarles que la deseada renovación
de la vida consagrada no depende del voluntarismo, de la programación, de
los congresos y de los diplomas, sino que es obra, ante todo, de la efusión del
Espíritu y de sus dones. Solamente así tendrán los institutos numerosas
vocaciones porque, como dice Karl Rahner "cuanto más aparezca el elemento
carismático propio de una orden religiosa, tanto más atraerá a los jóvenes".

P. Francesco Caniato, S.J. 1980


III Convocazione nazionale dei gruppi di Rinnovamento nello Spirito (pág.
78) - Rimini aprile 1980. A cura di Alleluja

La oración del corazón


por Jean Lafrance

Agradecemos a la Revista TYCHIQUE la licencia que tan amablemente nos


da para traducir y publicar el siguiente artículo del P. Jean Lafrance.
Creemos que con gran sabiduría cristiana toca aspectos importantes de la
vida de oración, que bien merece lo conozcan nuestros lectores.
Del mismo autor puede leerse también La oración del corazón, libro de 102
pgs., publicado en Narcea, S.A. Ediciones, Madrid 1981, 2a. edic.

Con frecuencia en los retiros nos dicen: "Habladnos de la oración del corazón"
y los libros que tratan de este tema atraen porque dejan presentir que esta
oración que busca las raíces en el corazón es un manantial que alimenta la
oración continua. Pero no resulta fácil hablar de ella porque la oración del
corazón difiere de las formas de oración que conocemos: no es ni una oración
vocal, ni una meditación, ni una "lectio divina", ni la liturgia, aunque puede
impregnar con su unción todas estas realidades. Pero aunque impregne todas
estas formas de oración, no puede identificarse con ninguna de ellas.

Si fuera necesario buscar alguna referencia para situarla en la tradición


espiritual, podría aproximarse a lo que los Padres de Oriente expresan como
"oración pura", especialmente Isaac el Sirio. En Occidente, se aproximaría a la
oración de unión, incluso a la de quietud de la que habla Santa Teresa de
Ávila en el Camino de Perfección. Pero añade inmediatamente que es tan
difícil hablar de ella a los que no han tenido experiencia como hablarles en
árabe o en griego. Y si yo acepto hablar de ella en un retiro o en un artículo es
porque tengo la convicción de que no me lo pedirían si no hubiera un mínimo
de experiencia: no se puede hablar de la luz a un ciego.

Apelo pues a vuestra experiencia al empezar estas páginas. Quisiera


exponeros sencillamente la experiencia de dos hombres que parecen haber
percibido lo que era esta oración. Leed estos textos lentamente y examinad
luego vuestro corazón, y si sentís que algo en él vibra, existen probabilidades
de que el Espíritu Santo ya os haya concedido esta gracia o que esté próximo a
concedérosla.

La primera experiencia es la de un monje de hoy. Se ha servido de una imagen


para hacer entender esto. Es un hombre profundamente interior al que la
oración ha "cogido" sencillamente, dice Dom André Louf y que le ocupa de
continuo. Le preguntaron cómo había llegado a ello: "Hoy, dijo, tengo la
impresión de que desde hace muchos años llevaba la oración en mi corazón,
pero lo ignoraba. Era como un manantial, cubierto por una piedra. En un
momento dado Jesús quitó la piedra. Entonces el manantial empezó a brotar y
desde entonces corre siempre."

El segundo testimonio viene de un escritor, Julien Green. Se aproxima mucho


al anterior aunque de momento parece desconcertante. Habla de la oración,
sobre la cual dice, "no entiendo gran cosa", pero añade una observación que
empalma con la experiencia universal de los que oran: "No son los libros los
que nos enseñan a orar, como no son los libros los que nos enseñan inglés o
alemán. Sin embargo hay que indicar lo que escapa a muchos autores, que
existe un momento en el que de pronto el que ora pierde pie. Incluso las
oraciones recitadas pueden llegar a esto. ¿Qué significa perder pie? Significa
que uno no sabe ya lo que hace pero esto no tiene importancia. Es como el
momento en que uno cae en el sueño. Cuántas veces he intentado captar ese
momento de la caída en el sueño. Pero viene sin que nos demos cuenta y
pienso que ocurre algo así con la oración con o sin palabras" (JULIEN
GREEN, Vers l'invisible. Journal 1958-1968. Libro de bolsillo).

1.- LA ORACION OCULTA EN EL FONDO DEL CORAZON

Estos dos textos nos encaminan hacia una oración oculta en el fondo del
corazón, que brota de pronto en el momento en que se enciende el fuego de la
oración de los labios. Sylvano de Athos cuenta una experiencia de esta clase.
"Un día, dice, estaba orando ante el icono de la Madre de Dios, y de pronto la
oración de Jesús irrumpió en mi corazón y desde entonces no ha cesado más"
(SILOUANE, Ed. Bellefontaine, p. 52). Se podría creer que esta oración está
reservada a los grandes espirituales o a los monjes, nada de eso: pienso ahora
en esa viejecita que apenas sabe leer; me preguntaba un día si debía aún rezar
el rosario, porque, al levantarse por la mañana, me decía, "siento que mi
corazón repite: Dios te salve, María". En rigor del término, sorprendía a su
corazón en flagrante delito de oración.

Es así como la experiencia nos muestra que el hombre no debe buscar la


oración fuera de sí mismo y, menos aún, en libros y técnicas. El cristiano debe
tomar conciencia de que la oración ya existe en él, que no es cosa que se
adquiera por el esfuerzo, tampoco por un método determinado. Se encuentra
en estado de oración como se encuentra en estado de gracia. Estado de oración
es otro término para expresar el estado de gracia que recibió en el momento de
su bautismo. A un nivel muy profundo de su ser hay un lugar en el que el
estado de gracia se expresa por el estado de oración continua. Allí, el Espíritu
da testimonio a nuestro espíritu: hay un diálogo continuo entre el Espíritu
Santo y nuestro espíritu creado. Allí donde el Espíritu lanza incesantemente
gemidos inenarrables gritando: .. ¡Abba Padre!" (Rm 8. 15 y Ga1 4, 6).

El Espíritu escruta las profundidades de Dios y las profundidades del corazón


del hombre. Los que son guiados por el Espíritu, a ese nivel profundo, son
verdaderamente hijos de Dios. Sin embargo todos nosotros lo somos, pero no
somos conscientes de ello. Esta oración busca incluso sus raíces en lo
profundo de nuestro cuerpo, transfigurado por la gloria del Resucitado: "¿No
sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo que está en vosotros,
y habéis recibido de Dios...? Glorificad, pues, a Dios por vuestro cuerpo" (1
Co 6, 19- ?20). Todo el problema de la oración consiste en llegar a ser
conscientes de algo que se nos ha dado.

Antes de tomar conciencia de ello, es necesario que podamos percibir ese


lugar hacia el que hemos sido ya movidos por la oración: pero ese lugar está
escondido, velado, envuelto en una especie de caparazón. Es el corazón de
piedra de que habla el profeta Ezequiel (36, 26) o el corazón endurecido. A lo
largo de los años los autores espirituales han utilizado un vocabulario
diferente para designar este lugar: "profundidad", "fondo del corazón", "punta
del alma", "cima del alma", "profundidad de las profundidades", "querer
fundamental" (Taulero). San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila dirán:
"El centro más profundo del alma es Dios". Finalmente este vocabulario hace
siempre referencia a la misma profundidad, al “corazón". El corazón en
sentido bíblico de la palabra, o en el sentido que la literatura patrística o
monástica ha dado a esta palabra: es decir, no la inteligencia como facultad
discursiva o de razonamiento regulado por cierta lógica, y tampoco a la
afectividad o a la sensibilidad superficiales: ..., todos estos caminos no
desembocan en la oración si no están iluminados desde lo interior. El corazón
es el lugar "donde el hombre abre o cierra al mendigo del amor que llama a su
puerta" (Olivier Clément).

El obstáculo de la oración

Es ahí donde encontramos el verdadero obstáculo para la oración. No es la


falta de tiempo, ni la sobrecarga de trabajo lo que nos impide la oración, sino
nuestro corazón de piedra. En lo más íntimo, este corazón está habitado por el
Espíritu Santo, pero está rodeado por un caparazón de piedra. Somos atraídos
por la oración porque el Espíritu trabaja en nosotros en profundidad, pero
utilizamos caminos que son grandes rodeos, por ejemplo: la inteligencia, la
imaginación o la sensibilidad. Así razonamos sobre Dios, intentamos provocar
sentimientos piadosos o tomar buenas resoluciones para el día, pero muy
difícilmente llegamos a percibir en nosotros esa mirada de ternura del Padre,
para hablarle y orar a Él en lo secreto de nuestro corazón (Mt 6, 6). No se trata
de desacreditar la inteligencia o la afectividad, sino de situarlas en su
verdadero lugar y enraizarlas en el corazón, según la buena filosofía tomista
que quiere que las facultades tomen su origen en las profundidades del ser.
Esta profundidad es precisamente en nosotros el "corazón", el cual está en el
origen de nuestro ser. Cuando es liberado, cuando se ha quitado el velo,
entonces empapa desde el interior nuestra inteligencia, nuestra voluntad y
nuestra afectividad que podemos utilizar para escrutar respetuosamente el
misterio de Dios.

Para provocar esta misteriosa presencia de la oración en el corazón del


hombre, los espirituales, siguiendo el evangelio utilizan diversos símbolos: el
agua viva o el fuego. Hay, pues, en nosotros, un pozo abierto donde la vida de
Dios brota incesantemente en el corazón y donde estamos,
bienaventuradamente, sumidos en Dios. Todo esto es verdad en ese lugar en el
que por lo general no estamos presentes. Lo llevamos en nosotros, pero
nuestra mirada no está abierta; por otro lado, nuestros sentidos no han sido
profundizados hasta este nivel. En general, dice Dom André Laouf, vivimos
en las actividades, incluso espirituales, para "cultivar las virtudes" y hasta para
"hacer el bien", o en la "razón razonante", en la teología, a falta de otra cosa
mejor, lo cual es un mal necesario.

El otro símbolo es el de fuego o el de la luz. El fuego que Jesús vino a traer


sobre la tierra (Lc 12, 49) ha prendido en nuestro interior y acabará, quizá un
día, transfigurando nuestro cuerpo e incluso nuestro rostro. Por desgracia
estamos ocupados en nuestro interior en la adquisición de las virtudes; aunque
hubiera que hacer este esfuerzo, lo cual no sería más que por caridad para con
los demás, no sería lo más importante, y por poco que hubiéramos triunfado,
terminaríamos por estar satisfechos de ello, lo cual es una ilusión que nos
puede acechar. Sobre todo si llegásemos a olvidar el poder de la presencia del
Espíritu oculto en nosotros y que nos santifica desde el interior hacia el
exterior.

En realidad estamos dormidos, y es preciso despertarnos a esta misteriosa


presencia de la oración en nosotros; de aquí nace la tradición oriental de los
padres Népticos (nepsis = sueños) que despiertan el corazón profundizando en
él con la oración monológica. En Occidente, los antiguos tenían una expresión
muy bella; la emplea San Gregario hablando de San Benito. Antes de fundar
la vida cenobítica, se había retirado al desierto y en la soledad "vivía consigo
mismo" (habitavit secum). Habitar consigo mismo, con lo más íntimo de
nosotros mismos, estar perfectamente conectados y abocados hacia nuestras
profundidades. Sin embargo, no lo estamos. Hay una ruptura en nuestro ser,
una dispersión. En una palabra, no estamos unificados sino dispersos. Cuando
San Agustín se convirtió dijo que había pasado de la dispersión a la intención,
a la unificación. No hemos llegado a estas profundidades, allí donde está
nuestro verdadero rostro y donde somos nosotros mismos. Vivimos al lado de
nosotros mismos, al exterior de nuestra epidermis; estamos dispersos,
distraídos. Son estas las imágenes que emplea Evagrio el Póntico para
hacernos comprender que no estamos allí donde deberíamos estar.

Despertar la oración que está dentro

Por eso hay que despertar ante todo el corazón, liberarlo, quitar el velo que lo
cubre, para profundizar en él. No se trata de conquistar la oración. Ya está ahí.
Hay que quitar, renunciar, dejar caer; en general hay que hacer menos para
abrir la oración en nosotros. Siempre hacemos demasiado. Si pudiéramos
instalarnos en esta especie de despojo interior, la oración brotaría espontánea,
despertaría y se haría audible porque siempre está ahí. Los Padres llaman a
este estado: "hesychia", un estado de silencio y de paz interior que permite
que la oración brote.

Como decía un padre antiguo: "Tu alma es como la fuente, si ahondas la


fuente se vuelve aún más limpia, pero si echas en ella basura (ideas,
reflexiones, conceptos, imágenes) se ensucia y e vuelve turbia". Es preciso
dejar que el agua repose para que las impurezas vayan al fondo y el sol pueda
reflejarse en ella. Es, pues, necesario ahondar en el corazón y, para esto,
someterlo a cierto ayuno cordial, es decir, a un ayuno de sentimientos, de
imágenes e ideas, y no darle otro alimento más que el bendito nombre de
Jesús. Entonces la mirada interior se abre y el amor de fe (afectus fidei)
despierta en nosotros, para que el susurro del Espíritu se haga oír a nuestros
sentidos espirituales. La oración ya se nos ha dado, nos falta desvelarla.

¿Hay que resignarse a llevar este tesoro de la oración en vasos de barro, sin
tener nunca acceso a ella? ¡Si el Espíritu de Jesús es fuego, tiene que quemar;
si su amor es agua viva, tiene que apagar nuestra sed! No podemos vivir
siempre "por poderes", esta relación filial de ternura con nuestro Padre del
cielo. ¿Cuál será la fuerza misteriosa que nos dé acceso a estas profundidades?
La tradición espiritual nos indica caminos, nos traza sendas que nos permitan,
según la bella expresión de los Padres, hacer "la peregrinación hacia el
corazón". Quisiéramos escoger tres: la Palabra de Dios, la apertura del
corazón y la memoria espiritual. Por supuesto, nuestro intento no es exclusivo,
queda abierto a otras vías como la ascesis, el ayuno, las vigilias, la soledad.
etc. y dejamos a cada uno la solicitud de prolongar esta búsqueda.

2.- EL CAMINO DE LA PALABRA DE DIOS

En esta tradición espiritual, el mejor camino desde luego es la Palabra de


Dios, que según la carta a los Hebreos:
"Es viva, eficaz y más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta las
fronteras del alma y del espíritu, hasta las junturas y médulas" (Heb 4, 12).
Este deslumbramiento del corazón por la Palabra de Dios es un
acontecimiento en la vida del cristiano y un recuerdo inolvidable.
Bruscamente el Espíritu Santo circula a través de la Palabra escrita, ésta se
enciende, se ilumina desde dentro y se hace palabra personal que Dios nos
dirige concretamente. Reconocemos con certeza que es una palabra de Dios,
porque nos llama por nuestro propio nombre, nos arranca del anonimato y nos
hace reconocer nuestro propio rostro. En el libro de Las Moradas, Teresa de
Ávila nos da algunos ejemplos del corazón cautivado por la Palabra de Dios y
añade que estas palabras son al mismo tiempo actos, porque operan y rea1izan
lo que dicen. Por ejemplo, Dios nos dice: "Soy yo, no temas", y el alma
turbada se llena de pronto de una paz que el mundo no puede dar y que viene
directamente de Cristo resucitado (Moradas VI, Cap. III).

En este momento el corazón despierta y una sensibilidad espiritual se aviva en


nosotros. Los antiguos llamaban a esta experiencia La "katanuxsis", es decir,
la transfixión, la perforación del corazón. La Palabra de Dios en cierta manera
ha traspasado el corazón y algo ha "brotado en vida eterna". La Palabra de
Dios está hecha para el corazón del hombre y el corazón del hombre está
hecho para la Palabra de Dios. Sospecháis ya lo importante que es el no
interponer una pantalla entre la Palabra y el corazón, y ofrecer nuestro
corazón sencillamente desnudo y solitario a la Palabra de Dios.

Aquí hay que situar la función de la oración de Jesús, que no hay que
confundir con la oración del corazón. Los que han leído el Relato de un
peregrino ruso han presentido que hay en aquella un camino privilegiado
hacia la oración continua del corazón. El orante se recoge y murmura
dulcemente con los labios la oración de Jesús que es una síntesis entre la
oración del ciego Bartimeo y la oración del publicano: "Jesús, Hijo de Dios
Salvador, ten piedad de mí, pecador". Y poco a poco a un mismo tiempo, esta
oración de los labios baja al corazón, y hace brotar en él la oración del
Espíritu. San Serafín de Sarov hace notar que de este modo llamamos al
Espíritu Santo, pero, desde el momento en que brota en el corazón, ya se le
deja de llamar y de decir la fórmula porque Él está ahí. Puede reconocerse su
presencia en nosotros por la alegría, el calor y la dulzura que el Espíritu
derrama en el corazón.

Los autores de la Edad Media no tenían otros métodos de oración. Así


Guigues el Cartujo, en La escala de los claustros, aconseja a los monjes un
método muy sencillo que se resume en cuatro palabras: lectio, meditatio,
oratio, contemplatio. El monje lee despacio la Palabra de Dios (lectio) en la
espera y la pobreza, en el "desierto de los sentidos", dice Orígenes. Cuando ha
brotado la chispa, el corazón es fecundado por el Espíritu: es la meditatio. No
se trata de meditar, en el sentido cartesiano del término, con la materia gris del
cerebro, sino de "repetir con voz baja" una palabra (meditari en griego, hagha
en hebreo). El justo medita la palabra de Dios con la boca (Sal 37, 30). Se
trata de rumiar la palabra de Dios arrullándola en el corazón, no para
adormecerse, sino para despertarlo.

El Espíritu hiere el corazón y hace brotar la oración

Entonces brota la oración (oratio) que normalmente debe cesar para dar lugar
al silencio o a la quietud de la contemplatio. El Espíritu que yace en el fondo
del corazón es el mismo Espíritu que atraviesa la Palabra de Dios y actúa en
ella; cuando llega al corazón, lo hiere y hace brotar de él la oración como un
gran fuego, tal como se cuenta del gran taumaturgo Juan de Crosntadt: "Su
oración semejante a una columna de fuego se elevaba hasta el cielo". El orante
es entonces capaz de devolver la Palabra de Dios, porque ésta ha realizado su
curso activo en el corazón. Entonces el Espíritu la toma como por la mano
para incorporarla a su propia oración y hacerla suya. Es la única oración que
agrada al Padre: "De igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra
flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene: mas el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los
corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a
favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27). Si hubiera que traducir al
pie de la letra, se podría decir:
"Cuando no se sabe escoger las palabras para orar (o cuando no hay palabras),
el Espíritu ora en nosotros con gemidos demasiado profundos para expresarlos
en palabras".

Descubrimos aquí el nexo entre la celebración litúrgica y la celebración


privada de la Palabra de Dios en el corazón, o el lazo entre oración
comunitaria y oración personal. Varias veces al día (los salmos hablan de
siete) el creyente interrumpe su trabajo para volver a tomar contacto con la
Palabra de Dios, la escucha en el capítulo, la interioriza en su corazón y la
devuelve a Dios en el canto de los salmos. "Me brota del corazón un poema
bello, recito mis versos a un rey" (Sal 44, 1). Normalmente esta celebración
común de la palabra le lleva al fin de toda vida monástica, que es, según Juan
Casiano, "la oración ininterrumpida" (indisoratio). En el Evangelio Jesús lo
dice también: "Es preciso orar siempre sin desfallecer" (Lc 18, 1). El capítulo
es esta palabrita breve que se lleva como viático de la oración para todo el día.

3.- EL CAMINO DE LA APERTURA DEL CORAZON

Hay otro camino que pertenece a toda la tradición monástica y que se le puede
llamar la apertura del corazón. Por lo demás está íntimamente ligado al
camino de la Palabra de Dios, cuando se vive ésta en un ministerio de
acompañamiento. El que ha recibido la misión de acompañar a alguno de sus
hermanos por el camino de la oración continua le ayuda a descubrir la palabra
personal que Dios le dirige a través de las circunstancias concretas de su vida
y de su historia. Esto supone la presencia de un testigo que puede ser un
hermano o un padre espiritual: éste era el caso de la ?vida monástica. Es un
camino de oración porque es un camino de libertad espiritual y de renuncia a
la propia voluntad.

Los antiguos vivían esta actitud de apertura de una forma bastante sistemática.
El joven novicio se presentaba ante su padre espiritual y le manifestaba todos
sus "pensamientos", en el sentido de "logismoi", es decir, pensamientos
pasionales, que revelan una tirantez interior, buena o mala. En este compartir
se pueden expresar los deseos malos, neutros o buenos, que surgen en el
corazón. Todos estos deseos permanecen mezclados y confusos, mientras no
los estructuramos por medio de una palabra. Es lo que el P. Beirnaert llama
"la función sacrificadora de la palabra". Al expresar estos conflictos, tomamos
conciencia de ellos y se pueden convertir en "tentaciones", en el sentido
bíblico del término. No es siempre fácil discernir si un buen deseo en sí
mismo es bueno para nosotros, mucho menos los deseos neutros, sin hablar de
los malos deseos que incesantemente se deben purificar. Renunciando a la
satisfacción inmediata de un deseo, incluso bueno, dejamos al Espíritu la
libertad de hacer surgir en nosotros el verdadero deseo que Dios quiere para
nosotros. Nos acercamos así a la actitud de Cristo en su Pasión, que no vino
para cumplir su voluntad, sino la del Padre. A la vez que la voluntad de Dios
se hace evidente: se opera en nosotros una verdadera liberación interior que al
mismo tiempo es una re-creación del ser.

A fuerza de verse en la mirada de otro, que es el signo de la mirada llena de


ternura que el Padre le dirige, el novicio es enviado de nuevo a su propia vida,
para obrar por sí mismo esta obra de discernimiento. Sentirá a la vez menos
necesidad de recurrir a su padre espiritual, porque se habrá afinado en sí
mismo un tacto de discernimiento que le hará rechazar el mal y acoger el bien
(I Ts 5, 19-20). Estará siempre alerta a la puerta de su mañana. Examinará los
pensamientos que suben del corazón; si vienen del mal espíritu, los aplastará
contra la roca del nombre de Jesús (Regla de San Benito), y si vienen del buen
Espíritu, los revestirá con el mismo nombre, para ofrecerse al Padre en
verdadera adoración (Rm 12, 1). De este modo, a partir incluso de su
existencia pasará a Dios, con armas y bagajes, en la oración continua. Aún es
preciso que haya pasado por la experiencia de la apertura del corazón, en una
relación sincera con el padre espiritual: "Hay quien cambia continuamente de
padre espiritual para tener el placer de contar de nuevo su historia y para no
tener que obedecer en profundidad. No agotes a tu padre espiritual con vanas
palabras, no le cuentes de nuevo tu pasado, tus proyectos para el futuro.
Háblale del estado actual de tu alma, porque es ahora cuando debes recibir la
gracia del perdón y la fuerza del Espíritu. Si le hablas de lo que ya no es, o de
lo que todavía no ha sido, ¿en qué presente podrá depositar el don de Dios?"
(Palabras del Monte Athos, vie Sp. Marzo-Abril 1979, núm. 631, p. 279).

4.- EL CAMINO DE LA "MEMORIA ESPIRITUAL"

Este camino está menos presente en la tradición monástica, aunque San


Benito, en su Regla, recomienda al monje "huir del olvido de Dios" y caminar
siempre en su presencia. Esta forma de oración está más vinculada a la
corriente de espiritualidad ignaciana para los hombres que han "de encontrar a
Dios en todas las cosas", según la fórmula de Nadal a propósito de San
Ignacio: "Sentía y gustaba la presencia de Dios en todas sus palabras, sus
actos y sus diligencias". Esto corresponde, poco más o menos, a lo que San
Ignacio dice en los Ejercicios (Núm. 53) con la expresión "Examen de
conciencia". Con la condición de que se purifique a este ejercicio de su
connotación moral para vincularlo al discernimiento espiritual. Ahí están la
"relectura de la vida", la "revisión de vida", la "evaluación cotidiana", o "la
mirada sobre el día".

No es este el lugar de exponer esta forma de oración; los que han hecho los
ejercicios han tenido una pequeña iniciación sobre ella. Queremos
sencillamente decir que se relaciona también con la apertura del corazón,
porque se trata concretamente de la "filtración" de pensamientos y deseos en
el recuerdo del nombre de Jesús. De un modo más preciso el creyente trata de
leer la trama de su vida real para descubrir en ella las huellas de la acción de
Dios. Como la Virgen María, él conserva en la memoria de su corazón, para
meditarlos y orarlos, todos los acontecimientos de su vida (Lc 2, 19 y 51).
Entonces descubre, a la luz de la Palabra de Dios, la historia santa de su vida:

"Acuérdate de todo el camino que Yahvé, tu Dios te ha hecho andar durante


estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que
había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te
hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais
conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el
hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios. No se gastó el vestido que
llevabas ni se hincharon tus pies a lo largo de esos cuarenta años" (Dt 8, 2-4).

No hay que confundir el rezo del examen con la oración, y no dispensarse


fácilmente de él, sobre todo si uno cree que ya ha "llegado". Hay hombres que
oran mucho pero que nunca perciben lo que Dios hace en su vida, porque
descuidan ese cuarto de hora de oración diaria consagrada al examen de
conciencia. Lo que aquí importa no es tanto la cualidad moral de las acciones
buenas o malas, sino el modo como el Señor nos toca, nos mueve y nos
conduce (a veces sin saberlo) a lo profundo de los sentimientos que
experimentamos.

Es más importante lo que ocurre de improviso en nuestra conciencia espiritual


y la lleva más allá de nuestros actos cualificables jurídicamente como buenos
o malos. ¿Cómo experimentamos la atracción del Padre (Jn 66, 44), que
trabaja siempre con el Hijo (Jn 5, 17) en nuestra conciencia espiritual
concreta? ¿Cómo nuestra naturaleza pecadora nos tienta tranquilamente y nos
aleja del Padre, a través del juego sutil de nuestras disposiciones espirituales?
De esto se trata en nuestro examen diario, más que de dar respuesta a nuestras
acciones. Por eso San Ignacio hace pedir al ejercitante la luz del Espíritu,
dicho de otro modo, "los ojos de la fe", a fin de ver lo que ha sucedido en él,
lo que el Espíritu ha hecho, y lo que le ha pedido. Hay tonalidades tan tenues
que nuestros oídos acostumbrados al ruido ya no perciben.

Hay que comprender bien de qué manera se percibe la presencia de Dios en


una vida. No se encuentra uno con Dios cara a cara, sino en un movimiento y
en el momento en que El actúa, es la noche en el corazón. Muchos años
después de que reconocemos su paso. Con frecuencia nuestra actividad se
adelanta a la de Dios, y perdemos el sentido de la respuesta. Nos volvemos
auto-activos y auto-motivados, en vez de estar movidos y motivados por el
Espíritu Santo (Rm 8, 14).

Después damos gracias a Dios por los dones recibidos, porque hemos
identificado el paso de Dios por nuestra vida. Al mismo tiempo "pedimos
perdón a Dios nuestro Señor de las faltas y proponemos enmienda con su
gracia" (Ex n. 43). El examen no se acaba con la simple constatación de lo que
Dios ha hecho en nosotros. Ha de haber un esfuerzo de lucidez y de amor para
comprometernos en la dirección que el Espíritu imprime en nuestra vida. No
se trata entonces de querer hacerlo todo, ¡tropezamos con tantas cosas!, sino
de descubrir y de sentir el punto preciso de nuestra vida que se debe convertir.

CONCLUSION

Es aquí donde se sitúa la verdadera unión con Dios en la acción. No es un


alejamiento de las cosas, ni del mundo, en imposible conciliación. Lo que
cuenta es que estemos en lo más profundo de la vida de Dios con nuestra
plenitud de hombres (Ef 3, 19). La unión no se encuentra en una división
psicológica, pues "Dios debe ser hallado en todas las cosas", pero esta oración
en la vida no es posible sino a los que consienten en tener largos momentos de
contemplación gratuita. No hay recetas, ni técnicas; la oración continua del
corazón es un don, una gracia que Dios hace a los que oran (San Juan
Clímaco). Es la unificación del ser espiritual, a partir de la presencia operante
del Espíritu Santo en nosotros. Un joven adolescente, que está descubriendo
ahora la oración me escribe:
"Mira, tengo la impresión de tocar con la punta de los dedos la verdadera
felicidad que yo había olvidado: la sensación que tengo en el corazón es ésta:
se diría que late de un modo distinto desde que se ha vuelto a abrir a Dios".

"Cuando el Espíritu Santo fija su morada en el hombre, éste ya no puede


interrumpir la oración, porque el Espíritu no cesa de orar en él. Ya duerma, ya
vele, la oración no se separa de su alma. Mientras come, bebe, está acostado,
se exhala espontáneamente de su alma. En adelante, ya no domina la oración
en los períodos de tiempo determinado, sino en todo tiempo" (Isaac el Sirio,
Tratado, 174).

(Traducido con permiso para KOINONIA de la Revista TYCHIQUE,


Noviembre 82, Núm. 40, pgs. 3-11).

Tentaciones contra la
alabanza
por Manuel Rodriguez Espejo, Sch. P.
En Habacuc 3, 17-19 se lee: "Aunque no dé sus yemas la higuera, y sus frutos
la vida: aunque falte la cosecha del olivo y no den mantenimiento los campos;
aunque desaparezcan del redil las ovejas y no haya bueyes en el establo, yo
siempre me alegraré en Yahvéh y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Yahvéh, mi Señor, mi fortaleza, que me da pies como de ciervo y me hace
correr por las alturas".

Hacer oración de alabanza, alabar, es como entrar en una nueva dimensión de


la vida de oración. En la alabanza describimos la realidad de Dios, no nos
describimos a nosotros mismos. Por ejemplo:
"Te alabo, Padre, porque eres bueno…",
"Padre, eres maravilloso: te alabo…",
"Señor, todo lo has hecho bien. Aleluya... "

Así, la alabanza desarrolla una nueva y gran sensibilización a la presencia, a la


cercanía y a la acción de Dios (es decir, a su providencia) en nuestra vida y en
nuestra sociedad. Pero precisamente porque la alabanza es tan importante que
constituye "nuestro deber y la fuente de salvación", "cosa buena, justa y
bella", se dan muchas tentaciones contra la alabanza de parte del Maligno.
¡Bien sabe él que si nosotros alabamos, no tiene nada que hacer con nosotros!
Veamos algunas de estas tentaciones:

1.- Hacer o querer hacer todo en nuestra vida, menos alabar; estar de tal
manera ocupados en el "apostolado", entre comillas, o en la oración de
petición, que no dispongamos de tiempo para la alabanza.

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: que no tenemos confianza en el fruto de


la alabanza; que queremos ver el fruto de lo que hacemos; que nos
dejamos dominar de un criterio matemático y no de fe... ; y como si doy
limosna, o si visito a un enfermo, o si doy catequesis, o hago "apostolado
social"... me parece ver el fruto, mientras que si alabo, me parece perder el
tiempo de cara a las necesidades de los hombres, o me creo eso que a veces se
dice de los carismáticos, que somos intimistas, espiritualistas, desencarnados...
, entonces no alabo.

Deberíamos creer todo lo que la Palabra de Dios y la Plegaria eucarística IV


nos dice, y poner en el primer lugar de nuestra vida la alabanza.

2.- No alabar cuando nuestras obras no son buenas, por ejemplo porque
hemos pecado o hemos dejado de hacer algo positivo y posible; o porque en
ese tiempo nos encontramos poco generosos, o no nos encontramos
"consecuentes", porque nuestras obras no van de acuerdo con nuestras
palabras o deseos.

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: creer que nuestra alabanza toma su


valor de nosotros mismos, de nuestras buenas obras, olvidando que la
alabanza es especialmente un don gratuito que Dios otorga a quien quiere y
cuando Él quiere, y jamás se merece; olvidar que la alabanza es una oración
que el Espíritu hace en nosotros: es el Espíritu quien alaba al Padre en mí, y,
por esto, la alabanza es "fuente de salvación" y es lo que más agrada al Padre.
La raíz es, en síntesis, creer que son nuestras buenas obras -y no la gracia
(don, gratuidad) de Dios- lo que nos salva.
No deberíamos dejar de alabar cuando nuestras obras no son buenas. Más aún,
rolo alabando podremos un día, cuando Dios quiera y como Él quiera, no
cuando nosotros y como nosotros queramos, convertimos.

3.- No alabar cuando no sentimos en el corazón palabras de alabanza, es


decir, no alabar cuando nos parece que nuestra alabanza no sale espontánea y
alegre del corazón.

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: creer que soy un hipócrita si alabo con
palabras que no salen del corazón; creer que el hombre es pura
espontaneidad, puro sentimiento, y olvidar que la autenticidad humana es algo
más que pura espontaneidad...; creer que nuestra alabanza vale más cuando la
hacemos con palabras espontáneas y bellas...

Deberíamos tener siempre presente que quien mejor nos conoce es Dios - ¡es
El quien nos ha hecho como somos!- y, por tanto, Dios jamás nos pedirá nada
que en ese momento no podamos darle. Siendo verdad que debemos "darle
gracias, es decir alabarle, siempre y en todo lugar", sabemos que no siempre la
expresión de esta alabanza puede salir de lo profundo de un corazón alegre, y
que muchas veces nos faltan las "palabras sentidas”... Deberíamos recordar
siempre que Dios espera de nosotros en todo momento sólo aquello que le
podemos dar y todo (nada menos) aquello que le podamos dar: presencia sin
palabras, palabras sin sentimiento, sentimientos sin palabras... ¡Atentos,
hermanos: no deberíamos dejar de venir al Grupo cuando nos encontramos
incapaces de hablar, de alabar en alto; esto sería caer en la tentación que nos
tiende el Maligno.

4.- Abandonar la alabanza (comunitaria o privada) porque nos "molesta"


un hermano o una hermana del Grupo, nos molesta con su manera de
alabar o con su forma de ser y de obrar.

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: que hacemos depender nuestra alabanza


no de la realidad de Dios, sino de nuestra pequeña y limitada realidad. Si
es verdad que muchas veces hemos venido al Grupo de Oración por un
hermano, por no despreciar su invitación, por agradarle... no es menos verdad
que en la alabanza no deberíamos tener en cuenta ninguna persona ni ninguna
cosa, aunque estas palabras suenen muy duras. Por otra parte, en la vida
cristiana ocurre lo mismo, es decir, no creo ni obro el bien por lo que me han
dicho los hombres, sino por Dios. Lo que se dice de la alabanza puede decirse
igualmente de la fe y de toda la vida cristiana, porque alabar es vivir como
cristianos, y la vida del creyente consiste en alabar.

Deberíamos elevar nuestro corazón a Dios en la alabanza, deseándolo por sí


mismo y no por sus dones. Deberíamos centrar la atención en El y dejar que
ésta fuera la única preocupación de nuestra mente y de nuestro corazón.
Deberíamos hacer todo lo que esté en nuestras manos para olvidar, en el
momento de la oración de alabanza, a los restantes compañeros del Grupo, sus
formas de alabar, sus palabras... Es difícil de explicar, pero lo que deseo decir
es que en la alabanza tenemos necesidad de un corazón tan grande y tan tierno
que sea capaz de no pararse en las palabras del hermano para juzgarlo, que no
anda a la caza de herejías o exageraciones..., sino que seamos capaces, como
las madres que comprenden al hijito o al marido enfermo aun cuando no hable
correctamente, porque no escuchan con la cabeza sino con el corazón y un
corazón abierto, amoroso... Con otras palabras: deberíamos escuchar al
hermano que alaba en alto, para hacer nuestra su alabanza, y, al mismo
tiempo, no escucharlo para poder atender a Dios...

5.- Venir al Grupo a conseguir cualquier fruto concreto, es decir, venir a


convencer a Dios para que El haga mi voluntad en vez de escucharle yo y
poner en práctica su voluntad. Y quiero recordar que esta actitud es
igualmente nociva, aun en el caso de que lo que yo quiero imponer a Dios es
"que me haga mejor cristiano" o que me conceda "hacer esta o aquella obra
buena"...

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: en el fondo es la misma de las anteriores


tentaciones: que me cuesta una muerte el aceptar que sea Dios quien
disponga, quien tome la iniciativa. Más aún: que me cuesta aceptar que la
vida cristiana no consiste en domesticar yo a Dios, sino en dejarme yo
domesticar por El. Este precisamente es el objetivo de la oración de alabanza:
escuchar con el corazón la Palabra de Dios, su voluntad, su inspiración,
creerla confiadamente y, después, con su ayuda y no con mis pocas fuerzas,
practicarla, es decir, hacer de mi vida "una víctima de alabanza" (plegaria IV).
Deberíamos venir al Grupo "gratuitamente", sin postura comerciante..., venir
al Grupo a dar y no a recibir: a dar gloria a Dios, y no a robarle su gloria... Y,
por tanto, no deberíamos dejar de venir cuando Dios no nos hace ver nuestro
mejoramiento o cuando nos parece que Dios no nos otorga aquello que le
pedimos... La alabanza no se puede instrumentalizar: el cambio que podemos
ver en nuestra vida o la curación de otra persona, son la consecuencia de la
alabanza, pero no la causa o motivación.

6.- Creer que la alabanza es alienación o espiritualismo que exime de un


serio compromiso ascético y social, como dicen los que no nos conocen ni nos
aman.
¿Cuál es la raíz de esta tentación?: aquel sentimiento (no concorde con el
pensamiento de Jesús) que tuvo Pedro en la Transfiguración: "Señor, qué
bien se está aquí: si quieres, podemos hacer tres tiendas...". La raíz es,
con otras palabras, ir más allá de la fe, confundir la fe con la magia:
encontrarse tan a gusto alabando que nos olvidamos de trabajar seriamente en
nuestro progreso cristiano y en la mejora de las condiciones sociales de este
mundo, "como si Dios lo fuera a hacer sin nuestra colaboración". El hombre
vive continuamente la permanente tentación del extremismo: no creer nada o
creer todo indiscriminadamente...

Deberíamos creer que Dios puede hacer lo imposible, pero, al mismo tiempo
necesitamos tomar nuestra parte de responsabilidad. Por esto alabar no es sólo
orar, sino que es, también y en primer lugar, vivir en la obediencia a Dios,
quien nos envía a ayudar a los pobres y necesitados.

7.- Creer que alabar a Dios por todo (por lo bueno y por aquello que nos
parece desgracia, por la riqueza y la pobreza, por la salud y la enfermedad, por
la virtud y el pecado...) puede conducir a cierto fatalismo o indolencia.

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: tener como primer criterio nuestra


lógica humana, nuestra racionalidad; querer someter a Dios a nuestra manera
de juzgar las cosas: determinar nosotros lo que es bueno y malo, olvidando
que Dios ha hecho de la cruz gloria, del sufrimiento alegría, de la mujer estéril
madre de muchos hijos, de la debilidad fortaleza, de la muerte resurrección y
vida...

Deberíamos ser menos racionalistas y más creyentes; deberíamos siempre


hacer todo lo posible por obrar el bien y evitar el mal, pero después (después y
no antes de hacer nosotros todo lo posible) alabar al Señor por el resultado,
cualquiera que éste fuere, teniendo presente que José vendido por sus
hermanos será el que salvará a su casa del hambre.... que Jesús muerto será el
vencedor de la muerte...

8.- Creer que puesto que la alabanza es un don y yo soy "malo" con Dios,
no puedo obtener tal don, no estoy llamado a la alabanza: creer que alabar
es para los otros, para los puros y santos...

¿Cuál es la raíz de esta tentación?: creer que Dios, como hacemos los
hombres, ama sólo a los buenos y da sus dones sólo a éstos. El amor de
Dios es totalmente distinto al nuestro: en el cielo habrá más alegría por un
pecador que acoge la salvación gratuita de Dios que por 99 justos...

Alegrémonos, creamos en Dios, mirémosle a Él y no al Maligno; seamos


"pequeños" y confiados, y confesemos el amor, la potencia y la maravilla del
Dios tres veces santo: esto es alabar.

41 - SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL III - LA


COMUNIDAD (Primera parte)

El movimiento comunitario
A partir del Vaticano II han empezado a aparecer pequeñas comunidades
cristianas un poco por todas partes. Estas pueden ser de signo muy diverso
unas respecto de otras e incluso contrapuestas. Igualmente varía mucho el
nombre que se les da: comunidades de base, comunidades eclesiales, etc. En
todo este fenómeno cabe destacar un hecho importante: un fuerte movimiento
comunitario ha empezado entre los cristianos de hoy y cunde cada vez más.
Sólo en Brasil se admite que hay unas 70.000 comunidades de base.

Tal florecimiento de comunidades, considerado como una primavera de la


Iglesia, ha llamado la atención de teólogos, pastoralistas, y en hora muy
oportuna de la misma jerarquía.

Baste recordar que la Exhortación sobre la Evangelización de Pablo VI (N°.


58), resumiendo las reflexiones del Sínodo de los Obispos de 1974, nos ofrece
una abundante enseñanza sobre las pequeñas comunidades "que se forman en
la Iglesia para unirse a la Iglesia y hacer crecer a la Iglesia", las cuales, afirma,
"serán una esperanza para la Iglesia universal". La Conferencia del CELAM
en sus reuniones de Medellín (1968) y de Puebla (1979) da una gran
importancia a las comunidades eclesiales. La Comisión de Pastoral de la
Conferencia Episcopal Española publicó el 15 de Marzo de 1982 un muy
elaborado documento sobre el Servicio Pastoral a las Pequeñas Comunidades
Cristianas.

Esto nos hace ver hasta qué punto el fenómeno comunitario está adquiriendo
carta de naturaleza en la Iglesia de hoy.

Hay una gran coincidencia en reconocer que la pequeña comunidad, en orden


a la maduración de la fe y para profundizar en la Palabra de Dios, es un lugar
privilegiado de comunión, de compromiso de sus miembros entre sí y para
con sus respectivos pastores, plataforma de nuevos ministerios y servicios en
los que se manifiesta la participación y corresponsabilidad de los cristianos
ante las tareas de la Iglesia.
Una verdadera comunidad de hermanos es algo que rebasa los sentimientos de
amistad o simpatía. Es un milagro del Espíritu de Cristo Resucitado, un don
de Dios. En ella se supeditan los intereses de cada uno a la voluntad de Dios,
la independencia individualista al sometimiento y la obediencia, el afán de
poseer y acaparar bienes materiales al espíritu de compartir y de vivir en
sobriedad evangélica, y se fomentan otros muchos valores humanos, la
apertura al hermano, la corrección fraterna, etc. Sólo la fe en Jesucristo, al
?que se quiere seguir comunitariamente, nos puede dar la clave para entender
lo que es una comunidad.

De acuerdo con esta realidad que constatamos a nivel de Iglesia universal, la


R.C. también ha dado origen a numerosas y florecientes comunidades en las
que se vive un gran deseo de escuchar y seguir las inspiraciones del Espíritu
Santo, de acoger todos sus dones. Las comunidades carismáticas son una
realidad muy original por la forma como se vive la fraternidad cristiana, muy
en línea con la primitiva tradición cristiana, pues algunos de sus miembros
comparten totalmente bienes, otros viven con voto los tres consejos
evangélicos en total consagración al Señor, siendo norma comúnmente
aceptada la transparencia y la reconciliación.

Llama también la atención el que se encuentren en ellas familias enteras, el


que algunas sean ecuménicas y otras de orientación apostólica, de
evangelización, de asistencia a los pobres y enfermos, de acogida, o de vida
contemplativa y monástica, y la forma como crecen y se ramifican algunas de
ellas en nuevas células comunitarias en las que Cristo se hace visible en medio
del mundo.

Para muchos puede parecer esto una utopía, y sin embargo ahí están, a la vista
de todo el que las quiera visitar y gozar de su acogida. Ello no es más que
llevar la vida del Espíritu hasta sus últimas consecuencias, lo cual pone de
manifiesto cómo el don más maravilloso que el Señor nos da a través de la R.
C. es la misma comunidad, síntesis de todos los demás dones y
manifestaciones del Espíritu.

Para todos los grupos de la R.C. esto es una invitación o una interpelación.
¿Estamos dispuestos a escuchar esta llamada y seguir adelante en el
compromiso de entrega al Señor que posiblemente ya hayamos empezado?

En cada grupo, si no avanzamos en este sentido, si no somos más moldeables


a la acción del Espíritu en todo lo que nos ha de curar y cambiar para llegar a
la verdadera fraternidad, si nos instalamos cómodamente en lo que ya hemos
recibido, si no afrontamos los cambios necesarios, nos quedaremos al final en
una realidad que tiene más de asociación o de club, y aun lo poco que tenemos
se nos quitará (Mt 13,12. 25,29).
El Espíritu sopla constantemente y a nosotros corresponde el adaptar nuestras
velas conforme a su rumbo. Lo que es imposible para los hombres, es posible
para Dios. El puede convertir nuestra utopía cristiana en realidad.

Seminario sobre
el crecimiento espiritual
CICLO III
LA COMUNIDAD
Siguiendo con el SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL
dedicamos el Ciclo III al tema de la Comunidad. Después de haber presentado
en el Ciclo I el aspecto de la vida espiritual profunda de cara a Dios, y en el
Ciclo II, cómo esta relación con Dios tiene que ser a través de la Iglesia y en
la Iglesia, sacramento universal de salvación y de unidad en Cristo, trataremos
de ver a lo largo de este Seminario cómo el lugar adecuado para el
crecimiento y maduración de la relación con Dios y del compromiso eclesial
es la comunidad cristiana.

La Comunidad es la que verdaderamente nos ofrece el clima y la posibilidad


de vivir en intensidad y constancia nuestra entrega al Señor.

Es el lugar donde somos conocidos y aceptados por los hermanos por lo que
somos y tales como somos, el marco en el que descubrimos nuestro carisma
personal y realizamos los servicios y ministerios para los que hemos recibido
dones.

En la Comunidad pasamos por el proceso de ser limados, quebrantados,


corregidos y purificados en nuestras relaciones interpersonales con los
hermanos, de forma que más fácilmente vaya desapareciendo en nosotros el
hombre viejo y se manifieste el hombre nueva creación del Espíritu, el
verdadero discípulo y seguidor de Jesús.

Desde que recibimos la efusión o bautismo en el Espíritu hemos emprendido


un nuevo caminar, nos hemos encontrado con otros hermanos junto a los que
nos ha puesto el Señor, hemos compartido muchas cosas, y surgido entre
nosotros una relación de hermanos en Cristo. El Señor nos va llevando
siempre hacia una mayor unidad y compromiso.

La comunidad es la meta hacia la que cada grupo debe orientar sus esfuerzos,
a pesar de que pueda parecer que nunca se llega. Pasa lo mismo que con la
santidad: aunque nunca se llegue de verdad, lo importante es tender siempre
hacia ella.

¿UN GRUPO DE ORACION NO ES UNA COMUNIDAD?

Un grupo de oración de la R.C. de ordinario tiene todos los elementos


imprescindibles que se encuentran en lo que de ordinario se entiende por
comunidad eclesial.

Estos elementos son poco más o menos los siguientes:


- sus miembros se reúnen semanalmente una o dos veces; celebran juntos la fe
en oración, en la alabanza, en la escucha de la Palabra y en la enseñanza;

- comparten la eucaristía;

- se establece entre ellos unos lazos de amor mutuo y alguna forma de


compartir;

- hay una dirección pastoral (servidores o líderes) que todos aceptan y siguen;

- se organizan algunos ministerios;

- viven de acuerdo con la doctrina de la Iglesia en comunión con su Obispo y


con otras comunidades.

Además poseen estos elementos de una forma mucho más definida y estable
que muchas comunidades eclesiales de otro tipo.

Por tanto, de cara a la Jerarquía, a las parroquias y ante los diversos


movimientos cristianos se puede considerar a los grupos de oración como
comunidades eclesiales.

Así lo entiende el Documento Servicio a las pequeñas comunidades cristianas,


publicado con fecha del 15 de Marzo de 1982 por la Comisión de pastoral de
la Conferencia Episcopal Española, en el cual se reconoce a los grupos de la
R.C. entre las demás comunidades cristianas de la Iglesia española. Si
estudiamos las diversas comunidades que allí se mencionan y clasifican
veremos que los grupos de la R.C. (7,61 por ciento) son comunidades con el
mismo fundamento teológico y eclesial que las demás.

Este es un hecho que no debemos minimizar, y que debemos hacer valer a la


hora de presentar la R.C. en los distintos ambientes.

UNA COMUNIDAD MAS COMPROMETIDA

Supuesto lo anterior, procuremos tener una visión muy clara del plan hacia el
que nos conduce el Señor en los grupos de R.C. Sin duda hacia una forma de
comunidad más firme, consistente y comprometida, más testimonial y
evangelizadora, en la que vayamos mucho más lejos de lo que comúnmente se
hace en los grupos de oración.

Ante los muchos hermanos que constantemente vienen, entran y salen en los
grupos de la Renovación, ante otros para los que la Renovación no es más que
su asistencia regular al grupo, hemos de saber organizar mejor todas nuestras
actividades, utilizando para ello bajo la acción del Espíritu todos los dones y
talentos que hemos recibido, de forma que no lleguemos a quedarnos en lo
más inmediato, en la reunión semanal, en los retiros y convivencias, sino que
lleguemos a formar una comunidad en la que los hermanos más antiguos y de
cierta madurez espiritual lleguen a comprometerse más unos con otros, en
orden a una mayor entrega de su vida al Señor.

Siempre habrá, como los hay en todos los grupos, hermanos que nunca se
quieran comprometer o que no llegan a entender la verdadera libertad del
Espíritu, confundiéndola con su propia independencia. Tampoco faltarán por
parte de otros pretextos y excusas para no aspirar a más.

Pero nada de esto importa. Aquellos pocos que estén dispuestos deben seguir
adelante y llegar a formar un núcleo fuerte que más tarde atraerá a otros y será
un fermento en todo el grupo.

"Comunidad cristiana es la respuesta individual y colectiva de un pueblo a la


palabra de Dios, una decisión de someterse totalmente a esa palabra juntos,
consciente y explícitamente, y dejar que el Señor construya un pueblo, una
comunidad" (Ralph Martin).

¿Qué clase de comunidad se ha de buscar? En la R.C. han surgido muchas


formas de comunidad, y dentro de una misma comunidad encontramos
diversidad de compromisos, todo lo cual nos habla de la creatividad del
Espíritu.

En cada país, y más concretamente en cada grupo, si nos mantenemos unidos


en oración y en escucha de la Palabra de Dios, llegaremos a descubrir el tipo
de comunidad que el Señor desea crear entre nosotros.

Generalmente para empezar hay que valerse de la experiencia y ayuda de otras


comunidades que ya llevan cierto tiempo funcionando, no sólo para evitar
errores que ingenuamente podemos cometer, sino también para llegar a acertar
en los pasos y etapas que se han de ir recorriendo. Para ello será bueno visitar
alguna comunidad y pasar allí algunos días haciendo su misma vida.

Esto no quiere decir que haya que copiar necesariamente el mismo patrón.
Pero sin duda que nos ayudará a descubrir el compromiso comunitario por
donde podemos empezar y ciertos puntos prácticos.

LOS TEMAS
Tema 1: Una Comunidad eclesial y carismática.

Tema 2: Primeros pasos hacia la comunidad.

Tema 3: La Comunidad fruto de la Efusión del Espíritu Santo.

Tema 4: La relación consigo mismo


a) aceptación de sí mismo
b) equilibrio afectivo

Terna 5: La relación con los demás


a) respeto y aceptación del otro
b) reconciliación y amor

Tema 6: La transparencia comunitaria.

Tema 7: Obediencia y sometimiento.

PEQUEÑA BIBLIOGRAFIA SOBRE EL TEMA DE LA COMUNIDAD

WALTER SMET, Comunidades carismáticas, Editorial Roma, Barcelona


1978, 204 pgs. Ofrece doctrina sobre la comunidad y testimonios de algunas
comunidades concretas.

KOINONIA, N° 9 dedicado al tema de la Comunidad, Se puede consultar


también el N° 8.

TYCHIQUE, Revista publicada bajo la responsabilidad de la Communauté du


Chemin Neuf de Lyon. Dirección: 10, rue Henri IV- 69002 LYON. El N° 31
está dedicado al tema de la vida comunitaria.
LAURENT FABRE, Comunidad y vida comunitaria en la Renovación, en
"Presencia de la Renovación Carismática", Editorial Roma, Barcelona 1981,
pgs. 49-69.

JEAN VANIER, Comunidad: lugar de perdón y fiesta, Narcea, Madrid


1980, 221 pgs. Libro escrito en forma de reflexión y testimonio. Todo lo que
dice el autor, fundador de El Arca, está sacado de la experiencia de sus
comunidades. Sus reflexiones nos introducen en el corazón de una comunidad.

DIETRICH BONHOEFFER, Vida en comunidad, Ediciones Sígueme,


Salamanca 1982, 99 pgs. También en Editorial La Aurora, Buenos Aires
1966, 124 pgs. -Si exceptuamos lo que dice en el último capítulo a propósito
de la confesión, la cual, según la doctrina protestante que no admite el
Sacramento de la Penitencia, se puede hacer con cualquier hermano, todo lo
demás encierra una gran enseñanza sobre el espíritu que se ha de vivir en una
comunidad. Aunque publicado por primera vez en 1939 como manual para
estudiantes del Seminario que presidía el autor por cuenta de la Iglesia
Confesante de Pomerania, su espíritu coincide con el de la R.C.

Literatura general teológica y pastoral.

COMISION EPISCOPAL DE PASTORAL, Servicio pastoral a las


pequeñas comunidades cristianas, EDICE, Madrid 1982. Es un documento
doctrinal de gran interés en el que los Obispos españoles toman conciencia de
la importancia de las pequeñas comunidades, entre las que consideran también
a los grupos de la R.C., y ofrecen sabias orientaciones.

SECUNDINO MOVILLA, Del catecumenado a la comunidad, Ediciones


Paulinas, Madrid 1982, pgs. 228. Los dos últimos capítulos están dedicados a
la Comunidad cristiana como meta del catecumenado. Es una obra de
formación doctrinal que merece figurar en todas las bibliotecas de los grupos
de R.C.

JOSE RAMON GARCIA-MURGA, Comunidad, experiencia del Espíritu,


liberación, Marova, Madrid 1977, 145 pgs. Enfoca el tema de la Comunidad
desde el aspecto de la experiencia cristiana del Espíritu.

LEONARDO BOFF, Eclesiogénesis, Edil. Sal Terrae 1980. En las primeras


cincuenta páginas analiza la comunidad de base y lo que puede contribuir a la
renovación de la Iglesia.

TEMA 1
UNA COMUNIDAD
ECLESIAL
1.- Ya hemos visto en el Tema 1 del Ciclo II cómo la Iglesia es un misterio de
comunión, una comunidad.

La Iglesia es comunidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí,
comunidad en el Espíritu, comunidad sacramental reunida en Cristo,
comunidad de fe, esperanza y caridad.
La Iglesia empieza existiendo como una pequeña comunidad que enseguida se
acrecienta y desarrolla para expandirse y formar otras pequeñas comunidades.

La configuración de la Iglesia empieza por pequeñas comunidades. Desde el


principio siempre fue así. Allí donde hay un grupo de creyentes que
comparten la misma fe en Jesús y el mismo don del Espíritu se forma una
comunidad. Son cristianos que se reúnen para celebrar la fe, manteniéndose
asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y
a las oraciones" (Hch 2. 42).

Cada comunidad sentía, por otra parte, la necesidad lógica y vital de


permanecer en comunión con las demás comunidades. Si alguna perdía la
comunión quedaba cortada del árbol vital.

2.- La palabra que emplea el Nuevo Testamento para designar una comunidad
es ecclesia. Con el mismo término se expresa lo que hoy día nosotros
queremos designar al hablar de dos realidades que nos parecen distintas:
Iglesia y comunidad.

La palabra ecclesia adquirió los siguientes significados, yendo de menos a


más:

- la asamblea reunida para escuchar la Palabra y celebrar la fracción del pan

- la comunidad que reside en un lugar determinado, lo cual equivale a lo que


hoy entendemos por iglesia local

- la comunidad universal de todos los que creen en Cristo, formando el Pueblo


de Dios, que es lo que hoy entendemos por Iglesia universal.

La Iglesia universal se realiza y se expresa en y desde las comunidades


concretas. Por esto en la mayoría de los pasajes del Nuevo Testamento el
término Iglesia se refiere a la comunidad particular o local.
3.- Por tanto, una comunidad pequeña, cualquiera que sea, debe realizar en sí
misma por medio de la palabra y de los signos, y, sobre todo, por su vivencia
de fe, esperanza y amor, todo lo que se dice de la comunidad universal o
Iglesia, manteniéndose así mismo en comunión con todas las iglesias que
forman el Pueblo de Dios.

Una expresión comúnmente aceptada en la teología de hoy es que comunidad


es la reproducción de lo que el Nuevo Testamento llama Iglesia.

La Iglesia es comunidad y la comunidad es Iglesia.

"Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas


reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en
el Nuevo Testamento el nombre de Iglesias... En estas comunidades, aunque
sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en las dispersión, está
presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y
apostólica" (Vat II. LG 26).

“La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo,
son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y
han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos" (GS 1).
“Esta identificación de contenido teológico lleva a decir, ?con toda verdad,
que la Iglesia es comunidad y la comunidad es Iglesia, destacando por una
parte el carácter comunitario de la Iglesia y, por otra, el carácter ec1esial de la
comunidad... No hay, pues, lugar para oponer Iglesia universal y comunidad,
sino todo lo contrario: en ambas se da una mutua referencia implicante o
constitutiva, ya que si la Iglesia universal existe de algún modo porque existen
las comunidades, éstas existen como comunidades eclesiales porque existe la
Iglesia "(1).

4.- Sea cual sea la comunidad cristiana que deseemos formar, nos ha de
preocupar siempre el guardar y mantener su carácter eclesial, su referencia a
la Iglesia universal permaneciendo para ello en comunión con la Iglesia local
y con toda la Iglesia de Cristo.

Para esto se requiere:

a) que tenga una conciencia muy clara de formar parte de la Iglesia de Cristo,
que es carismática y jerárquica al mismo tiempo, y que no se quede reducida
en una especie de ghetto;

b) y que en su seno se dé la Iglesia, se realice la Iglesia, ?se tome conciencia


de ser Iglesia, se viva, en una palabra, el misterio de la Iglesia.

La comunión con los pastores de la Iglesia local y la sumisión a ellos será la


mejor garantía de estar en comunión con la Iglesia universal y con las demás
comunidades que forman esta Iglesia.

ELEMENTOS DE ECLESIALIDAD DE UNA COMUNIDAD


CRISTIANA

Para que una comunidad sea verdaderamente eclesial debe, al menos, reunir
las condiciones que se contienen en los cuatro elementos que nos da el Nuevo
Testamento respecto a la primera comunidad cristiana:

- asiduidad a la enseñanza de los Apóstoles,

- la comunión fraterna,

- la fracción del pan,

- las oraciones.

1- La asiduidad a la enseñanza de los Apóstoles la convertirá ante todo en


comunidad de la Palabra. A partir de la Palabra se va configurando el ser y el
actuar de toda comunidad, tanto hacia dentro como hacia fuera de sí misma en
forma de testimonio, servicio y evangelización. Con gran acierto se ha dicho
que el Evangelio es el carnet de identidad de la comunidad cristiana.

Si es comunidad de Palabra ha de ser también comunidad de fe. "La fe


constituye la realidad mínima constitutiva de la Iglesia particular"(2).

Esta fe es ante todo la fe en Cristo Jesús Resucitado.

Esto es precisamente lo más específico de toda comunidad cristiana, pues el


elemento fuerza que congrega y mantiene a sus miembros es Cristo Jesús
Resucitado mediante el don de su Espíritu.

A esta realidad se han de aferrar firmemente, éste es el núcleo de la


comunidad. Cristo Jesús es quien los llama y mantiene en la unidad.

"El primer fundamento teológico de la comunidad cristiana como tal es


reunirse en nombre de Cristo. Esto implica dos dimensiones, aparentemente
contradictorias: relación personal de la comunidad y de sus miembros a Jesús,
el Señor, y, por otra parte, identificación con El"(3),

Por otra parte, la asiduidad a la enseñanza de los Apóstoles exige también


fidelidad a todo lo que ellos recibieron, "la fe que ha sido transmitida a los
santos de una vez para siempre" (Judas 3), pues, como escribía San Pablo, "yo
recibí del Señor lo que os he transmitido" (1 Co 11.23): todo esto ha quedado
fielmente consignado en la Palabra escrita y en la Palabra transmitida
mediante la Sagrada Tradición, que nos llega a nosotros a través de la
sucesión apostólica.

"La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas,


manan de la misma fuente, se unen en el mismo caudal, corren hacia el mismo
fin" y "constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la
Iglesia" (4) .

2.- La comunidad fraterna incluye varios elementos a tener en cuenta:


a) Para que una comunidad sea verdaderamente una comunidad de Jesús y una
comunidad de fe tendrá que mantenerse en comunión con la Iglesia universal
y con la Iglesia local.

Ha de ser comunión de fe, de doctrina y de práctica de vida, o, lo que es lo


mismo, confesión de la misma fe cristiana y ec1esial, aceptación del
Magisterio de la Iglesia y sumisión a sus normas y preceptos.

La fidelidad a la Sagrada Tradición y al Magisterio constituyen una garantía


firme de permanencia en la comunión eclesial, por encima de las opiniones
individuales o de grupo.
Si la Iglesia es comunión, también debe serlo cada comunidad.

San Pablo utiliza la palabra comunión tanto cuando habla de la comunidad


como cuando habla de la Iglesia partiendo siempre de la comunión con Cristo
(Rm 6, 3s; Ef 2,ss). La Eucaristía es comunión del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo (1 Co 10, 16).

b) La comunión que es concordia de cada uno de los creyentes con los demás
y con Dios (1 Jn 1, 3) lleva a partir el pan de la Eucaristía (Hch 2, 42) y se
manifiesta en la comunidad de bienes y en la colecta a favor de las
comunidades necesitadas.

Aquí se contiene un elemento básico de toda comunidad: el compartir.

3.- Por la fracción del pan tenemos una comunidad que celebra los
sacramentos, una comunidad eucarística.

"La Iglesia hace la eucaristía, y la eucaristía hace la Iglesia" "Ninguna


comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de
la santísima eucaristía, por lo que debe, consiguientemente, comenzarse toda
educación en el espíritu de comunidad"(5).

La Eucaristía es la máxima expresión de la comunidad cristiana.


4.- La asiduidad a la oración crea una comunidad de oración, en la que se
hace sentir la presencia de Cristo entre los que se reúnen en su nombre (Mt
18,20).

Esta presencia invisible del Resucitado une, fortalece, guía, hace madurar,
realiza entre ellos la reconciliación constante, la transparencia y la unidad
verdadera: una mente, un corazón, un mismo espíritu.

CONSECUENCIAS DE LA ECLESIALIDAD DE UNA COMUNIDAD

Si una comunidad es eclesial de verdad, las consecuencias que se derivan para


su propia vida y crecimiento son de suma importancia.

Son unos derechos y unas obligaciones que se han de tener siempre en cuenta,
y que derivan de los derechos y obligaciones que tienen todos los cristianos,
tal como están reconocidos en el Nuevo Código de Derecho Canónico (6).

1.- Podemos destacar los siguientes DERECHOS que son válidos no


solamente para cualquier cristiano sino también para las comunidades
eclesiales:

a) Derecho de petición o derecho de exponer a los Pastores sus propias


necesidades, principalmente espirituales, así como también sus deseos (c,
212,2).

b) Derecho de opinión pública o derecho de manifestar a los Pastores sus


propias opiniones en lo que se refiere al bien de la Iglesia, cada uno según su
ciencia, competencia y prestigio, y también a darlos a conocer a los demás
cristianos, salva siempre la integridad de la fe y costumbres, y a tendiendo a la
utilidad común y a la dignidad de las personas (c. 212,3).

c) Derecho de reunión y de asociación, pues los fieles tienen el derecho de


fundar y dirigir libremente asociaciones, para dedicarse a la caridad, a la
piedad, al fomento de la vocación cristiana en el mundo. También el de
reunirse para trabajar en común esos mismos fines (c. 2 I 5).

d) Derecho a ser reconocida como comunidad eclesial por la jerarquía


aquella comunidad que reúna las debidas condiciones, "derecho básico a que
se les reconozca como parte de la diócesis a todos los efectos; una ciudadanía
eclesial análoga -no necesariamente idéntica por diferencia de circunstancias a
la que tienen las parroquias y otras instituciones y organizaciones pastorales
de la Iglesia local..."(7).
e) Derecho de atención espiritual o derecho de recibir ayuda espiritual,
principalmente la Palabra de Dios y los Sacramentos (c. 213).
Una comunidad tiene derecho a recibir por parte de su Obispo el pastoreo y
acompañamiento espiritual que al menos recibe cualquier grupo o comunidad
(lb. N. 38).

f) Derecho a evangelizar y a ejercer el apostolado: tienen el derecho y el


deber de trabajar para que el mensaje cristiano de salvación llegue más y más
a todos los hombres, de todos los tiempos y de todos los lugares (c. 21 1).

Partícipes de la misión de la Iglesia todos tienen el derecho de promover el


apostolado, aportando sus propios planes, cada uno según su estado y
condición (c. 216).

2.- En cuanto a las OBLIGACIONES hemos de recordar las siguientes:

a) Ante todo guardar la comunión con la Iglesia (c. 209.


En virtud de esta comunión han de responder también a las necesidades
materiales de la Iglesia para atender a lo necesario para el culto divino, obras
de apostolado y sustento de los ministros (c. 222, 1).

Deben también promover la justicia social y cumplir con el mandato del Señor
de ayudar a los pobres con sus propios ingresos.

b) Cumplir los deberes eclesiales tanto con la Iglesia universal como con la
particular a la que pertenecen (c. 209, 2).

"Si una comunidad o un grupo de comunidades viven aisladas, sin conexión


práctica con el cuerpo de la Iglesia diocesana, que constituye el entorno
sociológico y teológico de la pequeña comunidad, ésta no puede sobrevivir
como “comunidad eclesial” a la larga. Las pequeñas comunidades cristianas
deben sentirse afectiva y efectivamente, parte integrante de la Iglesia local o
diocesana" (lb.N.42).

c) En asuntos de fe y costumbre obediencia a la Iglesia a través de sus


Pastores que son maestros y guías del Pueblo de Dios.

d) Presencia y participación en el conjunto de la actividad pastoral


diocesana, de manera especial en las actividades catequéticas, litúrgicas,
evangelizadoras y testimoniales.
Una comunidad que viva ajena a los Pastores del Pueblo de Dios, a la
parroquia, al Magisterio de la Iglesia, no es una comunidad eclesial ni
carismática.
e) Mantenerse también en contacto y diálogo con las demás comunidades e
instituciones eclesiales.

NOTAS:
1) DIONISIO BOROBIO, Ministerio sacerdotal, ministerios laicales, DDB,
Bilbao1982, p. 153-154.

2) LEONARDO BOFF, Eclesiogénesis. Las comunidades de base


reinventan la Iglesia, Sal Terrae, Santander 1980, p. 32.

3) J.R. GARCIA MURGA, Comunidad, experiencia del Espíritu,


liberación, Morova, Madrid 1977, p. 51.

4) Vat. II, Constitución “Dei Verbum”, 9 y 10.

5) Vat. II, Presbyterorum Ordinis, 6.

6) J.M. PIÑERO CARRION, Nuevo Derecho Canónico. Manual practico,


Edit. Atenas, Madrid 1983, pgs.118-119.

7) CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA – COMISIÓN DE


PASTORAL, Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas,
EDICE, Madrid 1982, n.34.

RECONOCIMIENTO ECLESIAL DE
LAS PEQUEÑAS COMUNIDADES
Del Documento Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas de
la Comisión Episcopal de Pastoral entresacamos algunos puntos que no se
pueden ignorar aquí. Recomendamos encarecidamente la lectura de este
documento. Se puede pedir a: EDICE (Editorial de la Conferencia Episcopal
Española) Vía de los Poblados, 75 (Hortaleza) MADRID - 33.

En esta línea, nos parece necesario reconocer públicamente con realismo que,
en general, las Pequeñas Comunidades Cristianas no sólo no han nacido por
iniciativa de los obispos y vicarios de pastoral, sino que durante mucho
tiempo han vivido ignoradas o meramente toleradas por nosotros; que no
siempre hemos sabido acercarnos a ellas con comprensión y acompañarlas en
su camino con paciencia, mirándolas, por el contrario, con ojos demasiado
críticos, o manteniéndonos a tal distancia que nos ha impedido ejercer la
corrección fraterna de manera cercana, realista y pastoral.

Si expresamos aquí esta constatación -que no afecta por igual a todos los
obispos y vicarios, pero que asumimos lealmente como colectivo- es para que
sea ante la Iglesia un signo de cambio de actitud, de conversión y de renovado
compromiso por ayudar con empeño a todos los grupos cristianos, respetando
el legítimo pluralismo que representen; como quisiera ser también invitación a
los hermanos de las comunidades cristianas a un discernimiento de sus
posibles defectos y a la consiguiente conversión (N. 33).

Reconocimiento de la eclesialidad de las Pequeñas Comunidades


Cristianas

Las Pequeñas Comunidades Cristianas constituyen una expresión más entre


otras de la vida de la Iglesia. En cuanto comunidad de bautizados que se
reúnen para compartir y celebrar su fe y su compromiso con la Iglesia y con el
mundo, tienen un derecho básico a que se les reconozca como parte de la
diócesis a todos los efectos; una ciudadanía eclesial análoga -no
necesariamente idéntica, por diferencia de circunstancias- a la que tienen las
parroquias y otras instituciones u organizaciones pastorales de la Iglesia local.
Tanto la Parroquia territorial como la Pequeña Comunidad Cristiana, los
movimientos apostólicos y las demás agrupaciones pastorales, son
expresiones diferentes y legítimas de la misma Iglesia diocesana, presidida
por el obispo. Este reconocimiento no debe quedar por parte del obispo y de
las demás instituciones diocesanas en una actitud meramente teórica o
distante, sino traducirse en concreto apoyo, afectivo y moral, jurídico y
material (N. 34).

Actitud de diálogo

Como primer paso y el más urgente trataremos, por todos los medios a nuestro
alcance, de iniciar contactos con las Comunidades Cristianas de nuestras
diócesis, si no lo hemos hecho ya, y de continuarlos y profundizarlos en todo
caso. Comprenderemos que quizá sea preciso dedicar un largo tiempo a
entablar relaciones sinceras y cordiales para desbloquear prejuicios mutuos,
para buscar una comprensión que facilite la colaboración, sin que nosotros las
pretendamos forzar con actitudes autoritarias ni juridicistas, sino conducirlas
con espíritu pastoral, que debe presuponer la libertad, el respeto y el amor ...

En este sentido, reconocemos como una situación deseable para nosotros,


obispos y vicarios de pastoral, la de vivir la experiencia comunitaria de una u
otra ?manera. Y cuando así no esté ocurriendo ya, nos proponemos insertarnos
en la dinámica de las Pequeñas Comunidades Cristianas del modo más
adecuado y dentro de las circunstancias concretas de cada uno de nosotros, en
cuanto nos sea posible (N. 35).

Acompañamiento pastoral

Dando por supuesto el empeño común para llegar a establecer unas relaciones
cercanas, sinceras y cordiales entre los obispos-vicarios y las pequeñas
comunidades, nos proponemos ofrecer nuestra ayuda positiva, en las formas
que la misma vida pastoral y la situación concreta de cada Iglesia local pueda
ir sugiriéndonos, con el fin de estimular el dinamismo y el crecimiento de las
comunidades. Entre otras, que en cada lugar puedan surgir por motivos y
circunstancias muy concretas, nos proponemos prestar una atención más
particular y continuada a las siguientes actividades:

- Extremar nuestro interés por el adecuado acompañamiento pedagógico de


cada comunidad o grupo de comunidades, según sus características o
circunstancias...

- Promover y facilitar la presencia y la participación corresponsable de las


Pequeñas Comunidades Cristianas en el conjunto de la actividad pastoral
diocesana; en la elaboración, realización y revisión de los programas de
pastoral de conjunto, y, en general, mediante su intervención en las
actividades catequéticas, litúrgicas, evangelizadoras y testimoniales de la
diócesis.

- Estimular la información, el contacto y el diálogo entre las diversas


comunidades y entre ellas y las demás instituciones eclesiales...

- Prestar toda la colaboración que sea posible y conveniente para resolver los
conflictos que puedan producirse al interior de las comunidades, o en la
relación de unas con otras, o con otras instituciones eclesiales, así como para
proporcionarles locales, ayudas materiales o respaldos morales.

- Exponerles con franqueza y sencillez, cuando se presente la ocasión,


nuestros interrogantes sobre sus posibles ambigüedades, nuestro parecer sobre
los pasos que van dando, nuestra corrección fraterna sobre sus defectos... (N.
38).

Promoción de nuevas comunidades

Por último, queremos proponernos y proponer a nuestros hermanos obispos y


vicarios de pastoral la promoción de nuevas comunidades como un
compromiso preferencial, reconociendo así, con toda la Iglesia universal, la
importancia de este movimiento que el Espíritu ha suscitado en nuestro
tiempo para que muchos hermanos puedan reencontrar el sentido de la fe y
crecer y madurar en la autenticidad de su vivir cristiano.

Es éste un objetivo que desde luego excede los límites del compromiso
personal de obispos y vicarios de pastoral, por lo que invitamos a asumirlo a
todos nuestros hermanos sacerdotes y también a los demás agentes de
pastoral. Sugerimos a este respecto un triple nivel de actuación:

- En primer lugar, será necesario iluminar y clarificar en nuestras diócesis la


imagen de las Pequeñas Comunidades Cristianas en general, subrayando las
grandes posibilidades que ofrecen, tanto para la adecuada maduración de la
vida cristiana individual como para el crecimiento de la vida comunitaria y de
compromiso eclesial con el mundo. Siendo plenamente personal, la fe es
también plenamente comunitaria. La fe no es una mera vivencia de Dios, sino
una vivencia compartida, una convivencia: se cree "en Iglesia". En este
sentido, hay que aclarar que las Pequeñas Comunidades Cristianas no son
fruto de una moda o de un capricho o hasta, si se quiere, de una llamada
especial para unos pocos; es por el contrario, una realidad estructural de la
Iglesia de Jesús, que en nuestra sociedad actual aparece como muy adecuada
para que el creyente pueda vivir la fe como una opción a la vez libre, personal
y comunitaria; es decir, como una realidad eclesial. Esta mentalización es un
trabajo que tal vez pueda realizarse sin grandes dificultades por medio de la
predicación y los demás medios de formación y de información ordinarios...
(N. 39)

Tema 2:
Primeros pasos hacia la
comunidad
El comienzo de una comunidad es como poner los cimientos sobre los que se
ha de asentar después. En cualquier edificación los cimientos no tienen
vistosidad ni están expuestos a la admiración de los demás, pero son los que
mantienen todo el conjunto de la obra.

Para que salga adelante y perdure después una comunidad, deben quedar muy
definidos desde el principio su objetivo, estilo y espíritu, y un poco también su
configuración, de forma que todos los que hayan de entrar en ella acepten
desde el principio unánimemente y de corazón todas sus exigencias.

Un punto crítico es el despegue. En algunos grupos de oración se puede


experimentar cierta dificultad, casi siempre por alguno de los siguientes casos:

- no llegan a ponerse de acuerdo los que desearían formar comunidad: unos la


conciben de una forma y otros de otra;

- quizá se hayan puesto fácilmente de acuerdo, pero al cabo de cierto tiempo


aquel comienzo y proyecto resulta inviable, terminando por disgregarse,
quedando un deje de disgusto e indisposición para nuevas tentativas;

- En otros casos la dificultad podría residir en el hecho de que los miembros


del grupo, al conocerse con todos sus defectos, se fijan más en que tal
hermano será siempre así y no cabe esperar un cambio, o en la
incompatibilidad o rechazo entre unos y otros, que desisten del proyecto
comunitario.

Ante situaciones como estas que ponen muy de manifiesto nuestros pecados y
miserias, más que desanimarnos, lo que debemos hacer es reflexionar y tomar
conciencia de dónde estamos y dónde nos quiere el Señor.

He aquí algunos puntos que nunca hemos de olvidar:

1- ) "Si el Señor no construye la casa...”. Antes que amar a la comunidad hay


que amar a los hermanos. Si llega a surgir la comunidad, no va a ser como
resultado de nuestro esfuerzo o del gran interés que tengamos por ella, sino
como fruto del amor que nos tengamos en el Señor. Él es el que crea la
comunidad de acuerdo con los planes que Él tiene sobre nuestras vidas. A
nosotros corresponde seguir fielmente la invitación del Señor. Por muchas
dificultades que podamos encontrar, allí donde hay fidelidad a la Palabra y a
la voluntad del Señor, surge la verdadera comunidad.

2-) En la raíz de todos los fracasos podemos hallar siempre nuestra falta de
espíritu de reconciliación, de compasión, de aceptación y amor al hermano tal
cual es.

3-) Los hermanos de la comunidad no los escogemos nosotros. El Señor nos


ha puesto providencialmente juntos, no para que nos quedemos parados, sino
para que caminemos unidos. Cuando la selección se quiere hacer de forma
muy particular y tendenciosa el fracaso es inevitable.

4- ) A pesar de todas las dificultades e intentos fallidos, sigue siendo posible


el formar comunidad si se llega a proceder con rectitud y sinceridad en
verdadero arrepentimiento, lo cual es un cambio importante de actitud,
buscando el apoyo más en el Señor que en nosotros mismos.

ACIERTO EN EL VERDADERO ENFOQUE

l. En el comienzo de una comunidad suele haber cierta inspiración o carisma,


cierta manifestación o gracia del Espíritu. Así pasó con la primera comunidad
en Jerusalén que dio comienzo a la Iglesia, y así ha pasado con las verdaderas
comunidades a lo largo de la historia. El Señor utiliza a personas concretas,
dotándolas de los dones necesarios o haciéndoles sentir una llamada, una
moción del Espíritu, y después han sabido contagiar este fuego a otros
hermanos.

Siempre, pero sobre todo en los comienzos, se necesita mucha oración,


personal y comunitaria. Los que se sienten llamados a empezar han de orar
perseverantemente unidos.
Para dar el verdadero enfoque al proyecto comunitario evitemos idealizar la
comunidad. Esta no va a ser un paraíso de delicias, sino una forma de
consagración y servicio al Señor y a los hermanos.

2. En los que van a empezar la comunidad se requiere un mínimo de madurez


humana: es decir, cierto equilibrio y estabilidad afectiva y emotiva, vida
familiar sana. No se puede buscar la comunidad como un refugio de
problemas de soledad, de falta de trabajo, de mala situación económica, o
como evasión de los deberes del propio estado de vida.

La comunidad no es para solucionar estos problemas, aunque si se encuentra


con ellos, no los debe desatender. Si un hermano quisiera entrar en comunidad
por alguna de estas razones, habría que orientarle y disuadirle adecuadamente
en su propio beneficio.

La motivación principal no puede ser otra más que un deseo sincero y maduro
de entregarse más al Señor y ponerse más al servicio de los hermanos. Es una
donación, una entrega, consecuencia de un amor maduro.

3. No tiene objeto pensar en la comunidad si no se ha llegado en el


crecimiento espiritual a un nivel de madurez cristiana, de la que forman parte
elementos tan imprescindibles, para lo que aquí nos interesa, como la
sumisión y obediencia, la transparencia, la corrección fraterna, la
reconciliación constante, el amar y aceptar a todos por igual sin acepción de
personas hasta el punto de querer uno para sí mismo lo más humilde, sin afán
de protagonismo.

4. Desde el primer momento debe haber cierto liderato, es decir, dirección o


autoridad, o como lo queramos llamar, encarnada en un equipo pastoral. Esto
quiere decir que desde el comienzo debe funcionar muy bien la sumisión y
obediencia a los dirigentes de la comunidad. Sin sometimiento es inútil pensar
en la comunidad.

Querer darle un enfoque democrático, de forma que todas las decisiones se


tomen de acuerdo con el sentir de la mayoría, sería una ingenuidad y una
forma de rehuir el esfuerzo de la obediencia. Una comunidad no se puede
mantener así.

5. Hay que ser realistas en el planteamiento. No tratar de empezar por lo más


difícil, sino por lo más fácil y asequible a todos. Es decir, para que haya
verdadera comunidad no es necesario incluir desde el comienzo todos o
alguno de los siguientes elementos:

- convivir bajo el mismo techo,

- compartir totalmente los bienes,

- tener todos el mismo compromiso,

- ser muy perfectos en todo.

Ninguno de estos elementos se requiere para formar comunidad, aunque todos


o alguno se puedan dar.

Convivir bajo el mismo techo supone mucha más dificultad y exigencia. Si


algunos o todos los hermanos de una comunidad llegan a esto es un testimonio
maravilloso. A veces en una misma comunidad hay hermanos que viven en
convivencia, y otros, no.

El compartir totalmente bienes no es necesario para formar comunidad; basta


cierto grado, un tanto por ciento, el diezmo. etc. Sin embargo la comunidad
que llegue a compartir totalmente bienes es de un gran impacto evangélico
para creyentes y no creyentes... Cada familia debe sopesar la situación en que
se encuentra respecto a sus hijos...

Dentro de una misma comunidad carismática puede haber diversidad de


compromisos. En principio debe haber un compromiso común para todos,
según el cual todos se comprometan a ser hermanos unos de otros, a aceptar la
autoridad de la comunidad, el estilo y las normas que tenga establecidas. Pero,
además de esto, puede haber hermanos que se sientan llamados a hacer una
mayor consagración al Señor, por ejemplo, con los tres votos de obediencia,
pobreza y castidad, como la mejor expresión de vivir los consejos
evangélicos.
UNA ETAPA INTERMEDIA:
LOS GRUPOS DE CRECIMIENTO

Ante las dificultades que para las relaciones interpersonales se originan en el


grupo de oración a medida que crece numéricamente, se han comprobado, la
bondad y conveniencia de los grupos de profundización, llamados también
grupos de crecimiento o de compartir.

No se trata de un grupo más de oración, ni tampoco de sustituir el grupo


grande por otros más pequeños, sino de dar más fuerza y consistencia al grupo
grande, y al mismo tiempo, ofrecer una atención pastoral más personalizada a
cada uno de los hermanos.

El grupo de profundización puede estar formado por un número de seis a diez,


con un coordinador que tiene la solicitud de que se logre siempre el clima de
unidad y amor entre todos, procurando que cada participante se abra a la
comunicación. La distribución por grupos de profundización se hace según el
discernimiento de los servidores, entre ellos mismos y con cada uno de los
hermanos.

El grupo de profundización se puede reunir cada semana, o, si no es posible,


al menos cada quince días, tratando de responder a un triple objetivo: orar
juntos, profundizar en la Palabra de Dios o en algún tema de formación y
relacionarse más entre ellos, en verdadero compartir espiritual, para llegar a
conocerse mejor y conseguir mayor unidad y afinidad espiritual.

Ha de ser ya una pequeña fraternidad, como etapa intermedia y de aprendizaje


de todo lo que hay que practicar y vivir en una comunidad. La apertura, la
transparencia, la ayuda mutua, la corrección fraterna, el interceder unos por
otros, el compartir lo que se es y lo que se tiene, han de encontrar su expresión
de una forma sencilla y natural. Los problemas, los sufrimientos y las
necesidades de cada uno han de ser asumidos por todo el grupo.

Esto no quiere decir que se tengan que manifestar hasta los problemas más
íntimos, que solamente se deben exponer al confesor o al director espiritual,
pues esto no haría más que problematizar y agobiar al grupo obstaculizando su
crecimiento y buena marcha.

Con el tiempo quizá todos, o al menos algunos, se sentirán dispuestos a dar un


paso más hacia la comunidad. Pero aún en el caso de que no se llegara a esto,
si todos o casi todos los que asisten al grupo grande se integran en grupos
pequeños de profundización, se notará enseguida la fuerza y consistencia que
adquiere el grupo grande, y cómo cada uno se mostrará más identificado y
responsable, con más facilidad para participar en los distintos ministerios, y,
por añadidura, se habrá logrado una mayor perseverancia en todos los que
vayan llegando.

¿CUAL HA DE SER LA META?

Llegar a formar cuanto antes una verdadera fraternidad en la que ya se viva el


espíritu de la comunidad.

La celebración eucarística, que de vez en cuando puede tener cada grupo


como uno de los momentos más intensos, los tiempos de convivencia y de
oración asidua, todo lo que juntos vivan y hagan les irá dando paulatinamente
una configuración comunitaria.

Muy pronto cada grupo sentirá la necesidad de hacer algún compromiso de


dimensión comunitaria. Los servidores del grupo grande han de estar muy
atentos para guiar y pastorear a los grupos de profundización por este camino.

En los hermanos que al cabo de algún tiempo quieran empezar a formar


comunidad habría que tener en cuenta los siguientes elementos:

- asiduidad, de dos o más años, al grupo de R.C., con integración plena y


participación en los servicios y ministerios;

- deseo sincero de servir al Señor en la comunidad;

- espíritu fraternal, que se manifieste en actitudes de preconciliación,


misericordia y compasión para con todos, y, de manera especial, en una
conciencia rectamente formada, que sepa evitar críticas, murmuraciones,
chismes y discusiones;

- equilibrio y estabilidad en la vida familiar y en la afectividad, y


responsabilidad en el propio trabajo o profesión;

- humildad y docilidad manifestadas en la práctica del sometimiento y en la


aceptación plena del Magisterio de la Iglesia;

- oración personal diaria de al menos media hora;

- vida sacramental frecuente en cuanto a la Penitencia y Eucaristía;

- haber asimilado el espíritu de la R.C., que casi se la viva como una vocación;

- los casados, si ambos esposos están en la R.C., han de ir muy unidos y de


común acuerdo, tanto para integrarse en un grupo de profundización como a la
hora de hacer un compromiso comunitario. Cualquier forma de divergencia o
divorcio espiritual en la pareja matrimonial no sólo atenta contra la unidad del
matrimonio y de la familia, sino que para la comunidad sería un lastre. En esto
hay que ser claros y precisos.

Tema 3:
LA COMUNIDAD
FRUTO DE LA EFUSIÓN
DEL ESPÍRITU
por Miguel A. Vilchez, O.P.

Cuando una persona ha vivido en profundidad la efusión del Espíritu y siente


muy dentro el hambre y la sed de Dios que el Espíritu pone en su corazón, no
puede por menos cada día de buscar el alimento y el agua de la Palabra para
encontrar cauces cada vez más claros para calcar en su vida el proyecto de
Jesús. Por ello, el creyente tiene que seguir profundizando en su experiencia
fundamental para conseguir que de una forma progresiva pero continua las
consecuencias de la irrupción del Espíritu en su vida llegue hasta la vivencia
de una fe madura conforme a la estatura de Cristo: “....hasta que todos sin
excepción alcancemos la unidad que es fruto de la fe y del conocimiento del
Hijo de Dios, la edad adulta, el desarrollo que corresponde al complemento
del Mesías" (Ef 4,13).

Por ello, una mirada atenta al relato de los Hechos de los Apóstoles nos hace
ver que la descripción del acontecimiento de Pentecostés no termina con lo
ocurrido aquella mañana dando cumplimiento a las promesas contenidas en
las profecías de Joel (Hch 2, 2-21), sino que el apóstol sigue escribiendo para
que el lector descubra, como cosa lógica, que ese relato termina con la forma
de vida de los nuevos creyentes: la comunidad. "Los que aceptaron sus
palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil. Eran
constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de
vida, en el partir el pan y en las oraciones...“ (Hch 2,41-42).

La conclusión de la venida del Espíritu es la forma concreta de vida de la


comunidad. La efusión del Espíritu conduce al descubrimiento de la
comunidad. El autor de los Hechos resalta la consecuencia de la vida en el
Espíritu. La comunidad es una de las señales más claras de la actuación del
Espíritu en la vida de los creyentes.

LA COMUNIDAD SE REALIZA EN JESÚS...

Es Jesús, por medio de su Espíritu, el que nos convoca a vivir formando


comunidad. Y cuando Jesús nos llama de una forma concreta a vivir la unidad,
es siempre por algún designio especial, que redunda en beneficio nuestro.
Tenemos que ahondar en este designio de su misterio de amor para llegar a
descubrir cada vez con más nitidez cuál es nuestro cometido concreto. Jesús
nos inunda de carismas y dones comunitarios porque no hemos sido llamados
a vivir la vida del Espíritu separados.

En la medida en que mantenemos nuestra fidelidad a Jesús viviremos su plan


comunitario. La comunidad no la realizamos nosotros, la comunidad que Jesús
quiere, muy distinta de la meramente humana, sólo se puede realizar si Él está
en medio. En una comunidad humana la fuerza de cohesión viene dada o por
los lazos de la sangre o por otros lazos de simpatía, homogeneidad, de tareas a
realizar, etc. Pero la comunidad evangélica es distinta. Lo que une es Jesús.

Por eso, en el relato de los Hechos no se llama a los que forman la comunidad
hermanos, para no confundirla con agrupaciones humanas no dimanadas del
Espíritu, sino que se les denomina creyentes, la comunidad de los creyentes;
para recalcar que lo que une es la misma fe en Jesús. El que nos convoca a
vivir en comunidad es el Espíritu de Jesús. No formamos parte de una
comunidad movidos por la simpatía de las personas que la forman, ni movidos
por las tareas u objetivos que hay que realizar, ni por la coincidencia de
intereses. No formamos comunidad por los lazos de la sangre o por la afinidad
de caracteres o sentimientos, sino que es Jesús el que nos llama a vivir
comunidad y la realiza.

Por ello, si una comunidad falla, es porque los creyentes no han sido fieles a
Jesús, han comenzado a mirarse unos a otros y han desviado su mirada de
Jesús. Han dejado de estar tensos hacia Él y han surgido entonces otras
tensiones que la minarán por dentro. La unidad de la comunidad se mantiene
en la medida en que todos sus miembros están tensos hacia Cristo. Cuando los
miembros de una comunidad dejan de tener el objetivo de Cristo y cada uno se
fija en su propio objetivo, la comunidad se rompe. Cuando los miembros de
una comunidad en vez de estar mirando y tendiendo hacia Cristo, se ponen a
mirarse unos a otros, comienzan a verse sus propias diferencias, sus propios
defectos, las cosas que separan y entonces surgen los problemas. El único
problema grave de una comunidad es dejar de mirarse todos en Cristo.

Hay problemas cuando cada uno comienza a mirarse a sí mismo o a mirar a


otros sin pasar por la mirada de Cristo. Ya no miramos con la mirada de Jesús,
sino con la nuestra, cargada de prejuicios, y es normal que se vean los
problemas. Sólo en Cristo se pueden superar las diferencias. La comunidad no
es mirarse unos a otros, sino mirar todos hacia Cristo. En Él se funden todas
las miradas y todas las tendencias. En El confluyen armonizándose todas las
diferencias en una unidad que nos supera. Si la comunidad está fundada en
nuestras cosas, siempre estará fundada sobre arena. Si está cimentada en El
estará segura. ¡Nadie puede quitar el fundamento auténtico! Si la unidad se
cimenta en otra cosa que no sea Cristo, la comunidad vivirá siempre en un
equilibrio inestable.

LA COMUNIDAD UNIDA EN LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO


JESÚS...

San Pablo en su carta a los Filipenses, capítulo 2, dice lo siguiente: ''Tened


entre todos los mismos sentimientos que tuvo Cristo", a continuación entona
un himno que canta el abajamiento de Jesús. Si no cultivamos en nuestro
corazón los sentimientos de Jesús, si no vamos calcando sus actitudes,
estaremos siempre en nuestras cosas y bajo el influjo de nuestros propios
sentimientos que son dispares y a veces inarmonizables. La conversión a Jesús
y a la vida de su Espíritu supone que continuamente cada uno va asimilando
los gestos, actitudes y sentimientos de Jesús y en esa misma medida va
estrechando la unión entre los miembros de la comunidad. Una comunidad
basada en los propios sentimientos de cada uno dura muy poco. Por ello, si
queremos mantener la unidad y cohesión de unos con otros, encontrémonos en
Jesús. La fidelidad a Jesús es fidelidad a la comunidad, no se da la una sin la
otra.

Cuando nos dejamos llevar por nuestros arrebatos, por nuestras ideas sobre los
demás, por nuestro concepto estrecho de justicia, por nuestro puritanismo en
la verdad, corremos el riesgo de juzgar al otro dejándonos llevar por nuestros
prejuicios; mientras que si tratamos de sentir al otro como lo siente Jesús, todo
será distinto. Venceremos a nuestra justicia con la misericordia de Jesús y a la
verdad con la entrega y la generosidad de nuestra vida.

La comunidad de fe representa una nueva forma de vivir en comunión con los


demás, superando todas las barreras y encontrándose en Jesús -sin agruparse
por tendencias-o sabiendo que el encuentro cristiano con el otro tiende a
realizarse en la medida de nuestro encuentro con el Señor. La comunidad
eclesial significa la realidad y el reconocimiento de estar unidos mediante y en
Cristo. Cualquier otro grupo humano puede estar generado y expresado por la
palabra humana. La comunidad cristiana, sólo por la Palabra divina, que es
Jesús. Por eso, la comunidad cristiana trasciende a las personas que la
integran, ya que nos hace penetrar en la vida mistérica de Dios en Cristo. Un
grupo de personas se transforma en comunidad eclesial cuando se congrega
como comunidad de la Palabra, del culto y de vida evangélica, instaurada en
el nombre del Señor Jesús.

LA COMUNIDAD ME COMPROMETE CON LOS HERMANOS...

Es necesario comenzar con las palabras del mismo apóstol Pablo que en el
capítulo 12 de su carta a los Romanos dice lo siguiente: "En virtud de la gracia
que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en
más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de
la fe que otorgó Dios a cada cual. Pues, así como nuestro cuerpo, en su
unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la
misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que
un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de
los otros. Pero, teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido
dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si el
ministerio, en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación,
exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que
ejerce la misericordia, con jovialidad. Vuestra caridad sea sin fingimiento;
detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los
otros; estimando en más cada uno a los demás; con un celo sin negligencia:
con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor con la alegría de la esperanza;
constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las
necesidades de los santos; practicando la hospitalidad" (Rm 12).

La fidelidad al Señor es fidelidad a la comunidad. Una comunidad formada


por hombres de carne y hueso que viven unas situaciones concretas y que no
podemos soslayar. Si el camino del Señor pasa por el camino de los hombres,
mis hermanos, yo no puedo hacer mi camino independiente de los demás. El
compromiso se da en los bienes materiales, pero también, y muy importante,
en los bienes espirituales. Yo no puedo desentenderme de las cosas
espirituales de mi hermano, siendo así que demuestro en muchas ocasiones
que sus aspectos materiales sí me interesan. Caminar juntos no permite hacer
de las cosas espirituales un asunto exclusivamente personal. Ellas tienen que
suponer un continuo encuentro en profundidad con cada hermano.

Compartir con los hermanos es signo de fidelidad al Señor y a la comunidad.


No venimos a la comunidad cada uno a iluminar un pequeño rincón de la casa,
sino que estamos llamados a unir nuestras pequeñas llamas para fundirla en
una sola en Cristo. Sólo así la comunidad se convertirá en una gran luz puesta
sobre un monte que ilumina a todos los que se acercan a ella. No podemos
formar una playa si no juntamos todas nuestras arenas. No podemos hacer un
pan si mantenemos nuestros granos de trigo, separados y sin moler. No
podemos vivir ni hacer Eucaristía si no fundimos el zumo de nuestras uvas.

La fidelidad al Señor y a la comunidad nos hace ver que la tarea que tenemos
en común no es sólo el cometido de realizar el carisma que el Espíritu nos
confía a cada uno y el atender a sus necesidades materiales, sino también el
realizar el camino hacia la casa del Padre juntos. Para ello sé que tengo que
entregar todo a mi hermano: disponibilidad. Todo lo nuestro queda a
disposición del hermano, sin guardarnos nada.

Ni lo material ni lo espiritual. No se pueden compartir las cosas materiales con


autenticidad, no podemos estar auténticamente a disposición de los hermanos
que me comprometen, si no compartimos también la Palabra de Dios y la
experiencia de su paso por nuestra vida. A veces, nos atrevemos a compartirlo
todo, pero somos muy celosos de la Palabra, la guardamos para nosotros
solos, y el Señor nos la da gratis.

El gran compromiso contraído con los hermanos en la comunidad es la tarea


de ayudarnos todos a la identificación con Cristo y esto no puede hacerse si no
unimos las pequeñas capacidades de nuestras particulares identificaciones con
Cristo. Y esto yo no puedo hacerlo si no tengo la oportunidad de poder alabar
a Dios con mi hermano por las maravillas que Dios hace en él y viceversa. No
estamos sólo para orar junto a mi hermano, sino también para orar con mi
hermano, para orar con su oración y entregar mi oración, cederle mi oración.

La comunidad de la que formo parte, con sus limitaciones y su pobreza de


compartir y sus pecados, es un don que me ha hecho Dios, no la he escogido
yo. Debo dar gracias diarias por ella y por cada hermano en particular.
Sabiendo que después de la fe es el don más grande que me ha hecho. La
comunidad es el lugar de salvación para mí. Nunca agradeceremos
suficientemente el pertenecer a ella.

Tema 4
Aceptación de sí mismo
y equilibrio afectivo
por Pedro Femández, O.P.

El proceso de la identidad y de la realización de la persona, en sus diversos


niveles individuales y sociales, es una realidad siempre inacabada, como
aparece en la crisis de identidad del adulto hacia la mitad de su vida. La
maduración o desarrollo normal de la persona implica principalmente la mente
y el corazón, como nos sugieren estas palabras que encontramos al comienzo
del Libro de la Sabiduría: "Pensad rectamente del Señor y buscadle con un
corazón entero" (SI 1,1). En consecuencia, este proceso de la madurez
personal se apoya principalmente en el interior de uno mismo, y se manifiesta
como conocimiento y aceptación de uno mismo, como capacidad de asumir la
vida con sus maravillas y sus dificultades, y como fuerza para el perdón y para
la esperanza ante uno mismo y ante los demás. La reconciliación es la clave,
en personas tan vulnerables como los humanos, para llegar a tener un espíritu
de bronce y un corazón de carne.

La madurez es, pues, un crecimiento equilibrado de la mente y del corazón


que se manifiesta en unas relaciones sanas con los demás y con el mundo. La
salud corporal y psicológica tienen su importancia en este proceso, y la
calidad de las personas que le rodean a uno influyen también mucho para bien
o para mal. Pero, en nosotros cristianos, existe otra realidad, que es la
fundamental, en este proceso de crecimiento interior y social de la persona.
Me refiero al amor de Dios derramado en nuestros corazones lastimados ya
desde la concepción. Por tanto, es la fe en el poder y fuerza de la gracia de
Dios lo que nos anima en esta continua transformación y perfeccionamiento al
que Dios nos llama a cada uno según la vocación que Él nos haya concedido.
Recordemos aquellas palabras de San Agustín: "Nos hiciste para ti, Señor, y
nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti.

1. -MADUREZ HUMANA Y CRECIMIENTO ESPIRITUAL

Los cristianos, en consecuencia, no separamos la maduración humana del


crecimiento espiritual, como don o capacitación del Espíritu Santo. El Señor
nos dice también a nosotros:
"Si quieres ser un hombre perfecto... (M t 19,21). Y creer en Dios,
todopoderoso, Señor y Salvador, es la obra más perfecta que podemos y
debemos hacer. ¿Qué haremos, pues, para producir obras de vida eterna? La
respuesta clave del Evangelio es aceptar, desde nuestra humillación humana,
la mirada compasiva de Dios, que se acuerda de su misericordia de generación
en generación. Con otras palabras, hay que nacer de nuevo; nacer del agua y
del Espíritu. Hay que dejarse salvar por Dios, abandonando ya de una vez la
confianza en las propias obras buenas. ¡Maldito el hombre que confía en sí
mismo, en la fuerza de su propia carne, apartando el corazón de su Señor!
Mas, ¡bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será
un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces! (Jr 17,5-
8).

En conclusión, el principio de la maduración o crecimiento espiritual del


cristiano es el Espíritu Santo, el don de Jesús, concedido a quienes se dejan
salvar por El y bendicen incesantemente al Padre, de donde procede todo bien,
por el Cuerpo entregado y por la Sangre derramada. ¡El Cuerpo y la Sangre de
Jesucristo! El Israelita se consideraba maduro cuando era capaz de
comprender la Ley de Dios y de vivirla. Nosotros, los cristianos, llegamos a la
madurez, cuando advertimos en nuestros corazones la presencia consoladora y
fortalecedora del Espíritu. "Porque ésta será la alianza que yo haré con la casa
de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: Yo pondré mi ley en su
interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No
tendrán que enseñarse unos a otros, ni los hermanos entre sí, diciendo:
Conoced a Yahvé, sino que todos me conocerán, desde los pequeños a los
grandes, oráculo del Señor; porque les perdonaré sus maldades y no me
acordaré más de sus pecados" (Jr 31,33-34). En esta perspectiva, aparece
cómo la Renovación Carismática no es meramente un método pastoral, sino la
transformación o maduración personal, manifestada en el don de la conversión
teologal, como aceptación de Jesús y de su Iglesia, y en la capacidad
Pentecostal de la evangelización. Pentecostés fue la maduración de la Iglesia,
y el don permanente de Pentecostés, actualizado en la Renovación
Carismática, está llamado a ser nuestra maduración cristiana personal y
comunitaria.

Estamos hablando de una realidad interior, en relación con aquellas palabras


del Señor: "El reino de Dios está dentro de vosotros" (Luc 17, 21). Y este es el
misterio: entrar en el reino de Dios, cuya puerta es Jesucristo, levantado en
Cruz, para que todos podamos mirarle traspasado, y confesar nuestros pecados
ante Dios tan abiertamente como Jesús se manifestó crucificado ante los
hombres. Así, nos atrae el Señor hacia su corazón. ¡Este es el misterio de la
iniciación cristiana al misterio de la salvación en Cristo Jesús! Quien tenga la
experiencia de este nuevo y definitivo nacimiento advertirá en su corazón las
señales de la madurez espiritual: la sensibilidad a las cosas de Dios y a los
caminos de Dios para los hombres; la docilidad a las inspiraciones y mociones
más pequeñas del Espíritu en nuestros corazones; la capacidad de
comprometerse eficazmente en los proyectos nacidos de Dios y no de nuestro
propio protagonismo, buscando solo la gloria de Dios. Por consiguiente, este
proceso de maduración cristiana que intentamos describir se identifica con el
proceso de la iniciación cristiana, sacramental, naciendo del agua (en un
momento) y del Espíritu (en un proceso).

2. -LA ACEPTACIÓN DE SÍ MISMO

La maduración cristiana coincide, como hemos visto anteriormente, con la


experiencia del nuevo nacimiento del agua y del Espíritu; es un
acontecimiento concreto, con el que se intenta un largo camino de luz y de
lucha. Todo comienza con la conversión, palabra clave y don de Dios, que
consiste en gozarse en esa alegría grande que hay en el cielo por un pecador
que se convierte. La conversión se puede describir de formas diferentes. Por
ejemplo, como luz que puede manifestarse también visiblemente. "Si, pues, tu
ojo estuviere sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo estuviere
enfermo, todo tu cuerpo será tenebroso, pues si la luz que hay es tinieblas,
¡qué tales serán las tinieblas!" (Mat. 6, 22-23). También puede describirse
como libertad interior, traducida a veces en una espontaneidad profunda y
nueva en palabras y gestos con una gran eficacia apostólica. Igualmente, la
conversión se manifiesta como la advertencia iluminadora de que Dios nos
ama y que estamos llamados a amar a Dios por encima de toda otra persona y
realidad, para ser verdaderos discípulos de Jesús.

Esta experiencia del don teologal de la conversión implica, con otras palabras,
la aceptación de sí mismo. Cuando se acepta a Dios que me ama, desaparece
la agresividad, porque las heridas del corazón, dejadas por la vida, comienzan
a ser ungidas por la ternura compasiva de Dios.

¿Qué sentido tiene, por tanto, la aceptación de sí mismo? ?La aceptación


cristiana de sí mismo significa verdaderamente la aceptación de Jesús como
nuestro (mi) Señor y nuestro (mi) Salvador. Como Señor y Salvador único.
¡Qué bueno es darse cuenta de que uno se encuentra necesitado y que Jesús se
acerca para salvarme! Es preciso advertir cómo el proceso de la sanación
interior es necesario recorrerlo en cada una de nuestras vidas. Sin la
experiencia humillante de la propia pobreza, no llegaremos a ser humildes, lo
que nos permitirá decir al Señor con el corazón entero: ¡Señor, puedes hacer
lo que quieras! Con frecuencia, ahogamos en nosotros la voz interior que nos
llama a liberar esa fuente que hay en cada uno de nosotros. Tenemos miedo a
encontramos con esa corriente que mana del interior, que somos nosotros
mismos, y que es Dios en nosotros.

Recuerda algunos momentos de tu vida y algunos hechos, cuando no has sido


capaz de actuar con libertad; cuando no has sido capaz de controlar tus
palabras, tus sentimientos, tus deseos, tu misma vida. Examina las causas de
estas esclavitudes, cadenas, y no cierres los ojos a la verdad, aunque sea dura.
Salta la frontera, y no tengas miedo a conocer tu verdad; no tengas miedo a
manifestar tu verdad a quien pueda transmitirte la palabra y la luz de Dios.
Sobre todo, cuando estés frente a tu verdad, no dudes en acercarte a Jesús y
decirle de verdad: "el que amas está enfermo" (Jn 11,3). Para estar en armonía
con los demás y también con Dios, necesitamos estar igualmente en armonía
con nosotros mismos. Necesitamos encontrar el cauce de ese río, interior, que
salta hasta la vida eterna; tiene que decantarse la presencia de Dios en el
corazón. "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de
beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva" (Jn 4, 10). La aceptación
de sí mismo es lo que nos hace capaces también de estar por encima del
agobio, y cantar con el profeta: "Yahvé, mi Señor, es mi fortaleza, que me da
pies como de ciervo y me hace volar por las alturas" (Ha 3, 19). Esta es la
libertad de los hijos de Dios, que nos da la capacidad de ser uno mismo,
aunque por algún tiempo tuviera que quedarse uno aparentemente solo.

3. -EL EQUILIBRIO AFECTIVO


La aceptación de sí mismo nos lleva a la aceptación de los demás en cuanto
dones de Dios. Además esta maduración espiritual, fundada en ser nuevas
criaturas por el nuevo nacimiento, nos concede ese raro equilibrio entre el
espíritu y la carne: el temple del corazón cristiano. Hablamos de la entereza
del corazón, propia de quien lleva dentro el canto de los redimidos. Nos
referimos al corazón transformado por el amor de Dios y lleno de los frutos
del Espíritu, que son: "Caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad,
fe, mansedumbre y templanza" (Ga 5, 22-23). Esta es la perspectiva donde
planteamos la cuestión del equilibrio afectivo o equilibrio emocional,
advirtiendo que la afectividad influye en las realidades más profundas de
nuestro ser y de nuestra conducta humana y cristiana.

Cuando hablamos de afectividad, no nos quedamos en el sentimiento o en la


emoción superficial, sino que intentamos llegar al amor y a sus consecuencias
en la persona humana, tanto en el nivel ideológico como en el
comportamiento. Este es el interrogante que debemos plantearnos: ¿Existe
armonía o división entre tantas fuerzas como llevamos dentro? Por otra parte,
ya sabemos que "solo se ve bien con el corazón", y "donde está tu tesoro allí
está nuestro corazón" (Mt 6, 21). Son tantas las realidades que nos jugamos en
el campo de la afectividad, que no debemos olvidar aquellas palabras de
Jesús: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"
(Mt 5, 8). Ciertamente, no debemos equivocarnos en el camino; estamos
pidiendo al Señor su amor en orden a superar toda clase de frustración, todo
vacío afectivo, toda apariencia masoquista, toda agresividad...

¿Cuál es el método para asumir y orientar la afectividad en nuestra vida


cristiana, como uno de los dones con los que Dios ha enriquecido la vida
humana?

Primero: debemos conocer nuestra afectividad con sus cualidades propias para
aceptarnos como somos y cómo los acontecimientos de la vida, positivos y
adversos, nos han ido configurando.

Segundo: asumir las alegrías y también las heridas que la vida ha dejado en
nuestro corazón; aceptar a quienes nos han amado y a quienes nos han odiado,
despreciado o marginado, hiriendo profundamente nuestra afectividad. Dios
nos llama a dejarnos curar, abandonándonos en sus manos, que nos llevan
hacia nuestra vida interior para descubrir quizá derrumbamientos donde
tendría que haber esperanza. Dios llena el vacío de no haber sido amados o de
haber sido mal amados.

Tercero: debemos escuchar la voz de Dios en la oración, que nos dice: "Hijo,
dame tu corazón" (Pr 23, 26). En la oración debemos pedir a Dios un corazón
nuevo para ser criaturas nuevas; las criaturas que viven en la nueva tierra y en
los nuevos cielos.
Cuarto: una vez que hayamos experimentado que Dios nos ama,
comenzaremos ya a amar desde el corazón de Dios, con el amor de Dios (que
es un don, no un sentimiento), a Dios y a los hermanos que El nos vaya dando.

La afectividad tiene mucho que ver con la oración cristiana, y, además, será en
la oración donde el Señor nos irá conduciendo en medio de las amistades que
vayan surgiendo en nuestro camino. Nos referimos especialmente a la oración
comunitaria; donde se manifiestan más claramente los verdaderos hermanos
que Dios nos va dando. Hablando Santa Teresa de Jesús sobre la ternura y los
contentos, que no gustos, de la oración, como regalos de Dios, escribe: "Solo
quiero que estéis advertidas que, para aprovechar mucho en este camino y
subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en
amar mucho: y así lo que más os despertare a amar, eso haced. Quizá no
sabemos qué es amar y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor
gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y
procurar, en cuanto pudiéramos, no ofenderle y rogarle que vaya siempre
adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica. Estas
son las señales del amor, y no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa,
y que si os divertís un poco va todo perdido" (Moradas IV, 1, 7). Este amor de
Dios, experimentado en la oración, nos dará la clarividencia sobre las
motivaciones auténticas de nuestras amistades con otras personas, sobre todo
con personas del otro sexo. Esta clase de amistades son posibles y buenas,
siempre que las motivaciones sean cristianas, lo cual se advertirán en los
frutos, que deben manifestar el amor fraternal sin despertar el amor carnal. En
este sentido, lo más decisivo es la carga anímica (para nosotros, carga de amor
cristiano) que se ponga en las palabras y en los gestos. Con todo, la sobriedad
en gestos, como el abrazo y el beso, es algo que Dios exige, sin perder, por
ello, la espontaneidad sanamente fraternal.

4. -HACIA EL PROYECTO DE VIDA CRISTIANA

No me refiero a la necesidad de hacerse un programa de vida, con un conjunto


de propósitos y sus revisiones periódicas. En absoluto. Aludo, por el contrario,
al descubrimiento discernido de la vocación que Dios nos concede como don,
y que se concreta necesariamente en un estilo de vida, claro y distinto, al que
debemos de ser fieles, no a fuerza de buena voluntad, ni de esfuerzo de
voluntad (cosas que valen muy poco en la vida cristiana), sino por la gracia de
Dios. Es decir, es preciso descubrir la voluntad de Dios para cada uno, para sí
mismo, y caminar con la confianza puesta plenamente en el Señor, sin
idolatrar a nadie ni a nada. Este proyecto de Vida Cristiana, fundado en un
compromiso serio (estemos atentos, pues hay personas acostumbradas a tomar
superficialmente la palabra dada), se levanta sobre la gracia de Dios,
manifestada, por ejemplo, en la oración y en la ascesis. La oración nos da la
medida en nuestra relación con Dios; la ascesis, la medida en nuestra relación
con el mundo y con los hombres y mujeres. Este proyecto, no es algo
puramente intimista, pues tiene necesariamente unas consecuencias para la
vida comunitaria, e, incluso, socio-política. De todas maneras, recordemos
cómo las estructuras y las personas pasan, y a veces los protagonismos y los
proyectos ocultan los caminos de Dios.

La oración debemos entenderla carismáticamente. Es cuestión de obedecer al


impulso del Espíritu en nuestros corazones. Por eso, la oración consiste en
llegar a conocer a Jesús, y advertir que Él nos conoce. La oración, como
ejercitación espiritual que es, se manifiesta en un tiempo y transforma toda la
vida. La oración son lágrimas (Sal 80, 6); es gozo (Sa 36, 9); es ese río de
agua viva (Jn 7, 38; Is 55, 1-3). "Tus palabras eran para mí el gozo y la alegría
de mi corazón, porque yo llevo tu nombre, ¡oh Señor, Dios de los ejércitos!"
(Jr 15, 16). "Por nada os inquietéis, sino que en todo tiempo, en la oración y
en la plegaria, sean presentadas a Dios vuestras peticiones con acción de
gracias" (Flp 4, 6). La oración no es cuestión de pasarlo bien, ni tampoco de ir
a ver qué sucede, puesto que la oración es un don de Dios que exige por
nuestra parte disponibilidad y disciplina. En la oración nos damos cuenta de
que el amor de Dios nos rodea por todas partes, pues en El vivimos y en El
existimos.

La ascesis o disciplina espiritual, nos ayuda a superar la posible frivolidad


espiritual. Como somos débiles y vulnerables, necesitamos ejercitarnos (eso
significa su etimología) en los caminos de Dios para ir mejorando en
fortaleza. La ascesis, sobre todo espiritual, nos ayuda a ir dejando las cosas o
personas que nos esclavizan; nos ayuda a pedir a Dios con el corazón "que nos
libre del mal", del pecado que hay en nosotros y en el mundo. Para vencer al
mal con el bien, hay que morir como el grano de trigo a nosotros mismos; hay
que desaparecer en Jesús, como el río desaparece en el mar. Una gran
dificultad nuestra es la hipocresía: nos gustaría ser buenos, y, a veces, nos
gusta aparentar que somos buenos, y nos gozamos en las alabanzas de los
demás. Todo esto es veneno, que se evita sobre todo cuando aceptamos con
paciencia y gozo las incomprensiones de los demás; cuando no buscamos la
propia defensa (1 Co 6, 7); cuando asumimos lo que el Señor nos va quitando
y lo que El, en correspondencia, nos va regalando. Necesitamos vivir una vida
ascética, pues, por fuera, a veces parecemos justos, pero, por dentro, estamos
llenos todavía de hipocresía y de iniquidad (Mt 23, 28).

La Biblia en la comunidad
cristiana
por Santiago Guijarro
Santiago Guijarro, sacerdote que pertenece a la Hermandad de Sacerdotes
Operarios, Licenciado en Teología por Salamanca y en Sagrada Escritura
por el Bíblico de Roma, es el actual Director de la Casa de la Biblia, en
Madrid, la cual en colaboración con PPC imparte los Cursos Bíblicos por
correspondencia para España y numerosos países del extranjero.

"Como bajan la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber
empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar, dando la simiente
para sembrar y el pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve
a mí vacía, sino que hace mi voluntad y cumple su misión." (Is 55, 10-11)

Esta fuerza de la palabra que procede de Dios, y que hace germinar nuestras
comunidades para que den fruto, es la que nos convoca a una reflexión sobre
la función de la Biblia en nuestros grupos, y en la Iglesia en general. El
objetivo de estas líneas es contribuir a esta acción misteriosa, haciendo una
descripción de la situación actual de la Biblia dentro de nuestras comunidades
y proponiendo algunas sugerencias para que esta presencia sea cada vez
mayor.

Entiendo por "comunidad cristiana" el grupo de los creyentes en Jesús


resucitado, que, animados por la fuerza del Espíritu, viven con alegría su fe, la
comparten, la hacen eficaz y la transmiten a los demás. Desde la parroquia
hasta el pequeño grupo familiar, pasando por los brotes más recientes de
distintos tipos de comunidades que son, a mi modo de ver, uno de los signos
más claros de la vitalidad de la Iglesia hoy. Todos estos grupos tienen en
común el reconocimiento de la Sagrada Escritura como palabra normativa
para interpretarse a sí mismos e iluminar el camino que deben seguir.

Para responder a la pregunta planteada implícitamente en el título: ¿Cuál es o


ha de ser el papel de la Biblia en la comunidad cristiana?, dividiré la
exposición en tres etapas. En la primera hago un breve balance de la situación
actual bajo el signo de la pregunta: ¿Qué papel está desempeñando la Biblia
hoy en nuestras comunidades? La segunda parte es una invitación a volver la
mirada hacia los primeros siglos de la historia de la Iglesia, y, muy en
concreto, a la época apostólica, para descubrir los rasgos perennes de esta
presencia. Finalmente ofrezco algunas propuestas para el futuro, con la
esperanza de que sean enriquecidas con la creatividad de las distintas
comunidades.

l. LA BIBLIA EN LAS COMUNIDADES CRISTIANAS DE HOY:


ANHELO Y SEPARACION

En términos generales la situación actual es contradictoria. Por un lado los


estudios bíblicos y el ansia de conocer más la Biblia están cada vez más
presentes entre los creyentes. Puede decirse que la Biblia está de moda, que
todo pretende buscarse en la Biblia. Al mismo tiempo, y no con menor verdad,
puede decirse que los cristianos estamos aún lejos de una lectura asidua y
detenida de la palabra de Dios. La Biblia resulta muchas veces difícil de
comprender y la sentimos lejos de nuestro lenguaje y de nuestras
preocupaciones. La situación actual, es, pues, una mezcla de anhelo y de
separación.

El termómetro para medir esta separación es muy sencillo. Hagámonos


algunas preguntas. ¿Cuántos cristianos leen la Biblia fuera de las
celebraciones litúrgicas? ¿Cuántos se han propuesto en serio comprender
mejor la palabra de Dios a través de una lectura seguida o de un estudio
constante? Y, sin embargo, la Biblia se encuentra en casi todos los hogares.
¿Qué es lo que falla aquí? Falla la motivación, el ambiente eclesial y la falta
de animadores y orientadores en su lectura y estudio.

Y junto a la separación, el anhelo, la búsqueda y la inquietud por una mayor


comprensión y un mayor conocimiento. El deseo de enfocar todos los
problemas consultando antes a las raíces de nuestra fe, de buscar en la palabra
de Dios la orientación decisiva, la palabra adecuada para esta o aquella
situación que vive nuestra comunidad o que vivimos personalmente.

También este anhelo y esta búsqueda son fácilmente constatables. Ante


cualquier problema o situación nueva, enseguida se trata de buscar la palabra
autorizada de la Sagrada Escritura. Ante la reciente visita del Papa, una
escuela de catequistas me invitó a que les hablara sobre "lo que el Nuevo
Testamento dice sobre el Papa." Traté de hacerles comprender que el Nuevo
Testamento no lo decía todo sobre este ministerio; sin embargo ellos seguían
interesados en conocer lo que la Biblia decía acerca de la función de Pedro.
Casos como éste, que denotan un interés creciente por la Biblia, se repiten a
menudo. En los grupos parroquiales y en los nuevos tipos de comunidades
(neocatecumenales, carismáticos, populares...) se advierte claramente un
cambio muy importante en el papel que juega la Biblia. Al contrario de lo que
ha ocurrido en tiempos recientes, hoy sería impensable un creyente sin un
contacto asiduo y una referencia constante a la Biblia, sea en la celebración
litúrgica o a través de la lectura y meditación personal o por grupos.

Sobre el trasfondo de un divorcio secular entre la palabra y el pueblo de Dios,


se dibuja la esperanza de un anhelo creciente. La constatación de estas dos
realidades es, me parece, la mejor plataforma para plantearse con seriedad
cuál ha de ser en el futuro el camino a seguir para lograr la "reconciliación"
entre ambos. Para iluminar nuestra situación, vamos a describir brevemente el
uso que hacían las primeras comunidades de la palabra de Dios.
2. LA BIBLIA EN LAS PRIMERAS COMUNIDADES CRISTIANAS:
LA FUERZA DE LA PALABRA NORMATIVA

2.1. PARA ENTENDER MEJOR LO SUCEDIDO EN JESÚS

La preocupación más urgente de los primeros creyentes no fue la de entender


la Biblia, sino la de entender el acontecimiento de Jesús. Trataban de
comprender el anuncio fundamental, resumido por Pablo de modo admirable
en la carta primera a los Corintios: “... yo os transmití lo que a mi vez había
recibido: que Cristo murió según las Escrituras y fue sepultado; que resucitó
según las Escrituras y que se apareció ... " (1 Co 15, 3-5). La muerte y la
resurrección de Jesús fueron las primeras preocupaciones y las más urgentes.
Para ellos, que tenían esta experiencia de la resurrección, era fácil comprender
su sentido, pero se sentían impulsados a transmitir a otros lo que ellos habían
experimentado.

Precisamente para hacer comprender el sentido de estas afirmaciones


fundamentales hubieron de recurrir enseguida a la Escritura. Tenían que
mostrar a aquellos que no tenían la experiencia de la resurrección que todo lo
ocurrido en Jesús había sido predicho por Dios a través de la Ley y los
profetas. De este modo el Antiguo Testamento se convertía para ellos en
palabra normativa y era contemplado como anuncio o promesa de todo lo
sucedido en Jesús. Sintieron necesidad de comprender la Biblia para
comprender mejor a Jesús y el significado de su vida, muerte y resurrección.

Voy a poner un ejemplo concreto para ilustrar este uso de la Escritura, y me


voy a referir al problema más importante y decisivo que tuvo la Iglesia
naciente: el anuncio de un Mesías que murió en la cruz, necedad para los
griegos y escándalo para los judíos (1 Co 1, 23). ¿Cómo explicar que el
Mesías tenía que padecer? El Mesías esperado por los judíos era, ante todo, un
Mesías triunfante y victorioso que liberaría al pueblo de la opresión romana.
Era el Mesías-Rey, Hijo de David. ¿Cómo explicar y mostrar que Jesús,
muerto en la cruz como un malhechor, era el Mesías esperado por Israel y
prometido por Dios desde antiguo? Para responder a esta pregunta contaban
con tres datos: en primer lugar, los hechos ocurridos; en segundo, la
experiencia profunda e inequívoca de la resurrección del Señor y del envío del
Espíritu a los creyentes; y, en tercer lugar, la prueba de que lo sucedido en
Jesús correspondía al anuncio de las Escrituras. Los dos primeros datos eran
para ellos evidentes, pero era necesario el tercero para entrar en contacto con
sus destinatarios, que generalmente eran de origen judío. Era un puente
necesario, pues ambos, judíos y cristianos, concedían a la palabra de la
Escritura un valor decisivo; era para ellos una palabra normativa. Buscaron y
encontraron una explicación al sufrimiento de Jesús en los designios amorosos
de Dios.
Esto es sólo un ejemplo, que podría multiplicarse, para mostrar cómo desde
muy temprano la Escritura fue un factor decisivo en la explicación de la fe
cristiana. En él observamos el mecanismo que seguían los primeros creyentes
para llegar a tal explicación y los tres factores decisivos de esta reflexión
creyente: los hechos ocurridos en Jesús, la experiencia profunda de la
resurrección y de la salvación, y la iluminación desde la Palabra de Dios.
Vayamos anotando todos estos elementos: también nuestro acercamiento a la
palabra de Dios debe ser desde la fe en Jesús resucitado, y para comprender
mejor lo que El significa para nuestra vida.

2.2. PRESENTE EN TODA SU VIDA

La Iglesia apostólica desarrolló su actividad principalmente en tres ámbitos:


en el anuncio del mensaje cristiano fundamental, en la catequesis o enseñanza
y en la celebración litúrgica. En estos tres contextos la palabra de Dios tenía
un papel principal.

- Con el ejemplo anterior quedaría ilustrado el uso de la Biblia que los


cristianos hacían en el contexto del anuncio del mensaje central de la fe
cristiana. Otro ejemplo lo podemos encontrar en el pasaje de los discípulos de
Emaús (Lc 24, 13-35). En él también la explicación de los hechos a la luz de
las Escrituras es la clave para el reconocimiento de Jesús, y a su vez el
reconocimiento de Jesús es la clave para comprender las Escrituras.

- El uso en la catequesis estaba muy extendido. La Escritura era la clave para


explicar y apoyar muchos de los comportamientos cristianos o para iluminar
el sentido de tal o cual actividad que los cristianos realizaban. Esta catequesis
era el segundo momento de la instrucción de los que se habían acogido a la fe.
En el Nuevo Testamento encontramos muchos vestigios de esta catequesis
primitiva (p. e. Mt 5-7).

- Finalmente el uso en el culto. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que
los primeros cristianos se reunían asiduamente para partir el pan en las casas.
Por otros escritos de aquella época sabemos que el culto era una de las
actividades principales de la primera Iglesia. Sabemos también que la lectura
de la palabra de Dios era uno de los elementos importantes de éste. En esto,
las primeras comunidades debieron copiar el sistema de lecturas usado en las
sinagogas judías. San Justino nos informa en el primer libro de su Apología
(Apol. 1, 66-67) que hacia el año 160 los cristianos solían reunirse el día del
Señor para celebrar la Eucaristía, y que la primera parte consistía en la lectura
de pasajes de los profetas y de los "recuerdos de los apóstoles." El Antiguo
Testamento envolvía las celebraciones cristianas, y, para comprobarlo, sólo
tenemos que visitar las catacumbas romanas y contemplar las pinturas que
representan escenas del Antiguo Testamento, entendidas como promesa de lo
ocurrido en Jesús y en las primeras comunidades.
Dejemos por ahora otras muchas cosas interesantes que podrían recordarse del
uso que los primeros cristianos hicieron de las Escrituras y quedémonos con el
dato fundamental. Y el dato fundamental es: que las comunidades cristianas
de la edad apostólica estaban impregnadas totalmente de la meditación y la
lectura de la palabra de Dios; que se sentían imbuidas de sus conceptos y sus
promesas. La lectura y meditación del Antiguo Testamento hizo posible la
reflexión sobre el significado de lo ocurrido en Jesús y en los primeros
cristianos. Sin él no habría sido posible el Nuevo Testamento. Así pues, la
lectura y meditación de la Palabra de Dios, como palabra normativa, fue uno
de los motores que impulsaron la consolidación de los primeros creyentes en
torno a Jesús resucitado, cumplimiento y plenitud de toda la Escritura.

Después de esta mirada hacia atrás, volvamos de nuevo a nuestra realidad


eclesial. Tras la contemplación de la situación actual y el juicio que sobre ella
emite la época fundante de nuestra fe, llega el momento de mirar hacia el
futuro y proyectar.

3. LA BIBLIA EN LA COMUNIDAD CRISTIANA. SUGERENCIAS


PARA UN FUTURO MEJOR

3.1. LA B1BLIA PERTENECE A TODA LA COMUNIDAD

Simplificando un poco las cosas podemos decir que la interpretación de la


Escritura ha sido durante mucho tiempo patrimonio exclusivo del magisterio
eclesiástico. Más recientemente la exclusiva de la interpretación parecía
tenerla los estudiosos de la Biblia. No se podía decir nada sobre tal o cual
pasaje, sin antes haber consultado la opinión del magisterio o del especialista.
Se pasó de una hegemonía a otra, dejando siempre a un lado al pueblo de
Dios. Ahora que los cristianos se acercan con más frecuencia a la Palabra de
Dios, la leen y la interpretan, se plantea de nuevo la cuestión: ¿A quién
corresponde la interpretación auténtica de la Escritura?

La respuesta es sencilla. La palabra de Dios, como dice el Concilio Vat. II, ha


de ser leída con el mismo Espíritu con que fue escrita. Si el Espíritu se ha
derramado sobre toda la Iglesia, eso significa que toda la Iglesia, y no sólo
parte de ella, es el sujeto de la interpretación. Ahora bien, en la Iglesia existen
diversos carismas, y la interpretación ha de hacerse atendiendo a la
peculiaridad de cada uno de ellos. Podríamos concebir imaginativamente la
interpretación ideal de la Escritura como un triángulo construido con tres
lados: la ?interpretación magisterial, la interpretación de los estudiosos y la
interpretación del pueblo de Dios. La confluencia de estas tres aportaciones,
cada uno desde su campo, compondría la interpretación ideal de la Palabra de
Dios a la luz del mismo Espíritu con que fue escrita.
3.2 LA COMUNIDAD HA DE ACERCARSE MAS A LA BIBLIA

Vamos a dejar a un lado, sin olvidarlas, las otras dos partes, y vamos a fijarnos
en la que nos corresponde a nosotros, que formamos la comunidad de los
creyentes y no tenemos encomendada ni la misión magisterial ni la de ser
doctores o entendidos en materia de escritura. Tenemos el Espíritu y esta
credencial es título suficiente como para arrogarnos el derecho de poder decir
una palabra sobre el sentido de la Escritura, y para recordarnos que tenemos la
obligación y el deber de leer y meditar esta gran Carta de nuestro Padre. Voy a
proponer algunas postas que a mí me parecen adecuadas para que la Biblia
llegue a impregnar la vida de nuestras comunidades, como ocurría con las
comunidades apostólicas.

l. La lectura y meditación personal de la Palabra de Dios es un hábito difícil


de conseguir, probablemente por falta de orientación. En vez de leer otros
libros, aunque sean muy recomendables, los cristianos deberíamos leer más la
Biblia. No en grandes dosis, sino en pequeñas y orientadas dosis. Sin la
orientación, la lectura puede ser insoportable. Se comprende perfectamente a
aquél que empieza a leer la Biblia por el principio y con gran esfuerzo pasa
los libros del Génesis y del Éxodo, pero al llegar al de los Números o al
Levítico desiste de su empeño ante el maremágnum de leyes cúlticas o rituales
que en ellos encuentra. Completamente natural. En este caso el fallo está en
que hay que comenzar por otra parte, quizás por el N.T. Aparte de estas
dificultades de forma, yo creo que lo más importante es una de fondo: falta un
profundo convencimiento de que esta lectura y meditación personales son
muy importantes para el crecimiento cristiano. Si tuviéramos este
convencimiento, arbitraríamos los medios para l1evarla a cabo. Para l1egar a
una lectura y meditación personales sería necesario, pues, un mayor
compromiso y una mayor concienciación entre los miembros de las
comunidades cristianas de que es algo importante.

2. La presencia de la palabra de Dios en la celebración litúrgica es un dato


adquirido. En toda celebración está presente la palabra de Dios de una u otra
forma. El problema radica en el efecto que la escucha de esta palabra produce.
Yo tengo la impresión, puede que equivocada, de que muchas veces los
oyentes quedan como el cristal atravesado por la luz: ni rotos, ni manchados...
como antes de escucharla. Esta situación puede paliarse con moniciones
introductorias a dichas lecturas, las cuales desgraciadamente terminan
cayendo en la misma rutina; o por medio de la explicación diligente del
celebrante. Sin embargo la solución más radical está en otro sitio. Lo que
habría que hacer es caer en la cuenta de lo importante que es la proclamación
de la palabra de Dios en el contexto de la celebración y estar atentos para
recoger todas las resonancias y alusiones a nuestras vidas como individuos y
como comunidad, para dirigir nuestros pasos en el sentido en que ella nos
orienta. Es necesario que nos digamos y nos repitamos que en la celebración
litúrgica, con los fieles reunidos en el nombre del Señor Jesús, para compartir
y alimentar su fe, se encuentra el lugar más adecuado de la proclamación de la
palabra de Dios. ¿Cómo hacer que algo que se ha convertido en rutinario,
vuelva a ser sorprendente y exigente?

3. En tercer lugar la lectura, meditación y estudio en grupos. Este es un


fenómeno más reciente que puede recoger un amplio espectro de iniciativas.
Desde los círculos o grupos Bíblicos propiamente dichos, hasta otro tipo de
grupos que conceden a la lectura y estudio común de la Biblia un puesto
importante. Pienso aquí en las comunidades de base, comunidades de
renovación carismática, comunidades neocatecumenales y escuelas de
catequistas. En estos grupos a veces se combina el estudio y la meditación de
la Biblia con otro tipo de instrucción, pero siempre está presente ésta como
pieza clave. El problema en este ámbito radica en la falta de un itinerario o un
método, que pedagógicamente vaya conduciendo a los miembros de estos
grupos a un mayor conocimiento e interiorización del mensaje bíblico. No
obstante, con todos los defectos e inconvenientes que pueda tener, creo que es
uno de los cauces más válidos hoy para llevar a cabo este acercamiento de la
palabra de Dios al pueblo cristiano. Deberían promocionarse estos grupos a
todos los niveles: en las parroquias, en el interior de los diversos movimientos,
etc.

4. El último aspecto que quiero considerar viene exigido por los anteriores. Se
trata de la necesidad de formar dirigentes para que orienten y animen estos
grupos. Dentro del ámbito ministerial de la Iglesia latina sería el ministerio
típico de los "lectores". No son especialistas de altos vuelos, pero tienen un
conocimiento suficientemente profundo para orientar a otros. Su nivel de
preparación equivaldría al de las escuelas de teología, que ofrecen una
formación bíblica suficiente para este nivel; por otro lado tenemos
instituciones como la Escuela Bíblica de Madrid, dedicadas exclusivamente a
esta tarea; finalmente, para aquellos que no tienen la posibilidad de asistir a
unas clases, existen diversas instituciones de enseñanza a distancia, entre las
que sobresale en el campo bíblico, la patrocinada por PPC y la Casa de la
Biblia de Madrid (Cursos
Bíblicos a Distancia). Las diversas comunidades cristianas deberían encargar a
algunos de sus miembros la tarea de formarse en el estudio de la Biblia a este
nivel, y, luego, encargarles estas tareas que son propias del ministerio de
lector, y que sin duda contribuirían enormemente a esta reconciliación tan
anhelada entre la Palabra de Dios y el Pueblo cristiano.

Estas son sólo algunas pistas de solución que pueden y deben ser ampliadas y
corregidas en la discusión y en el contraste con la realidad que viven nuestras
comunidades. Por mi parte, me sentiría muy contento si estas reflexiones no
sirvieran para solucionar ningún problema concreto, sino para suscitar un
interés creciente por el estudio y el conocimiento en profundidad de la palabra
de Dios, que es como la lluvia y la nieve que no vuelve nunca vacía a las
manos del Padre, sino después de haber infundido fuerza y ánimo en nuestros
corazones y en nuestras comunidades.

Santiago Guijarro
Casa de la Biblia
Santa Engracia, 20
MADRID-10

42 - SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL III - LA


COMUNIDAD (Segunda parte)

COMPROMISO ECLESIAL
La VI Asamblea Nacional que se acaba de celebrar ha sido una proclamación
de nuestra dimensión eclesial.

Es para la Iglesia y es en la Iglesia donde se realiza esta corriente de


renovación en el Espíritu, y es en la Iglesia y por la Iglesia como nosotros
participamos de su fuerza revitalizadora. El Espíritu fue dado a la Iglesia, y en
su seno hemos bebido todos de la misma agua viva que salta hasta la vida
eterna.

Una Renovación en el Espíritu desconectada de los Pastores de la Iglesia


resultaría irrealizable, para quedar reducida a una secta más.

Mantener y fomentar esta eclesialidad es para nosotros cuestión de vida o


muerte.

En cualquier enfoque o planteamiento de nuestra actividad hemos de procurar


que permanezcan siempre muy claros ciertos principios de eclesialidad que en
la práctica deberían traducirse en gestos y detalles concretos.

Eclesialidad significa ante todo vivir en comunión con toda la Iglesia de Dios,
una, santa, católica y apostólica. Por ser apostólica, hay unos sucesores de los
Apóstoles, a cuya voz autorizada -llámese discernimiento, magisterio o
simples sugerencia - debemos responder con transparente docilidad, o, lo que
es lo mismo, con obediencia en fe, con sometimiento a Dios en fe, ya que sin
fe no se entiende la comunión ni la sacramentalidad de la que el Señor ha
querido investir a los pastores de la Iglesia.

Quien dice obediencia dice también colaboración gustosa en toda la acción de


conjunto que a ellos toca coordinar, ejerciendo así nosotros la
corresponsabilidad de la que participamos todos los miembros de la
comunidad cristiana.

La fuerza de la Iglesia es la presencia del Espíritu de Cristo Resucitado, que


en todos los miembros a El incorporados actúa a su vez y se manifiesta en
forma de fe, de amor y por medio de una múltiple gama de dones espirituales.

Si el Espíritu derrama tan copiosamente sus dones es para que los pongamos
al servicio del Cuerpo de Cristo.

No sólo nos sintamos Iglesia. Actuemos también como Iglesia. Estemos


atentos para ver qué servicios reclaman una colaboración y qué podemos
ofrecer nosotros. El Espíritu de Jesús es amplio y universal, capaz de integrar
en nosotros y hacer alentar todo lo que hay de bueno en el Pueblo de Dios, ya
sean otras corrientes espirituales, otros movimientos reconocidos por la Iglesia
-pues todos trabajamos armoniosamente por la construcción del Reino de
Dios-, ya sea cualquier interpelación que podamos recibir.

La nota de eclesialidad será siempre prenda de un buen sentido de equilibrio


en todo y de acierto en el cumplimiento de los planes divinos.

Tema 5
Respeto y aceptación al
otro.
Reconciliación y amor
por Serafín Gancedo, C. M. F.

De los primitivos cristianos decían: "Mirad cómo se aman". También el que


acude por primera vez a uno de nuestros grupos nota algo de eso. "Se ve que
os amáis mucho", oímos comentar alguna vez. Pero, ¿es cierto? Sin duda, los
primeros contactos con la Renovación Carismática producen en nosotros un
entusiasmo que facilita las relaciones mutuas. Pero conforme se apaga ese
entusiasmo vuelve la dificultad de amar. La convivencia prolongada nos
revela nuestras limitaciones, egoísmos, simpatías y antipatías, agresividades,
debilidades, bloqueos, Ambiciones, rencores, celos... Los nuestros y los de los
demás. Y amar en cristiano ya no resulta fácil. Sin embargo, hay que seguir
amando, a pesar de todo.

1. AMAR AL HERMANO

La ley de la comunidad es el amor. De la comunidad que es la Iglesia y de la


comunidad que es cada grupo carismático, célula de la Iglesia. En la primera
comunidad cristiana, como fruto inmediato de Pentecostés, "todos los
creyentes vivían unidos" (Hch 2, 44). Y no tenían sino un solo corazón y una
sola alma" (Hch 4, 32).

Las palabras de Jesús al respecto son de una claridad deslumbrante y de una


gravedad estremecedora:

"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros... En esto
conocerán que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn
13, 34.35). "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros
como yo os he amado" (Jn 15, 12). "En verdad os digo que cuanto hicisteis a
uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis ... Cuanto
dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis
de hacerla" (Mt 25, 40.45).
Mandamiento NUEVO, es decir, de la Nueva Alianza: si no lo cumplimos
vivimos aún bajo la Antigua Alianza que es incapaz de salvar. Mandamiento
MIO, como si los demás no lo fueran. Única SEÑAL de identidad cristiana.
Amar al prójimo es amar a Cristo; rechazarlo, es rechazar a Cristo. Nos
estamos jugando el ser o no ser cristianos, el salvarnos o condenarnos: ''Venid,
benditos de mi Padre... Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mt 25,
34.41). Jesús es consecuente: para el curso de la vida señala un programa de
amor, y el examen final es sobre el amor. Aprobar este examen es salvarse,
suspenderlo es condenarse.

Y esta misma es toda la razón de ser de la Iglesia: unir a los hombres con Dios
y entre sí (cf. LG 1). Y no es otro el sentido de la Renovación Carismática. O
nos empeñamos en que Jesús sea cada vez más el Señor de nuestra vida y en
amar a los hermanos, o estamos falsificando el Cristianismo y la Renovación.

Como signos de este amor y caminos para este amor, señalamos los siguientes

2. DESCUBRIR AL HERMANO
Un descubrimiento no es una creación ni una ciencia ficción, es encontrar lo
que estaba ahí cubierto y ponerlo al descubierto. América o tal planeta o los
elementos químicos estaban ahí, ocultos, tapados, hasta que un día alguien
cayó en la cuenta y los destapó, los descubrió. El prójimo está ahí, no es algo
abstracto, sino muy concreto: es el padre, el hermano, el vecino, el jefe, el
alumno, el gamberro, el terrorista, el pobre que llama a la puerta; es cada uno
de los hermanos del grupo. Tiene rostro concreto, nombre y apellidos
concretos.

Y hay que descubrirlo. Es un descubrimiento imprescindible, necesario hasta


para salvarse. Pero no es fácil. A pesar de que Jesús fue señalando al prójimo
con el índice de su palabra y de su vida, su descubrimiento tiene que hacerlo
cada uno. ¡Y cómo nos cuesta! Descubrirlo es creer que Dios lo ha creado y lo
ama, que Jesucristo ha muerto por él, que mi salvación está comprometida en
la suya, que somos miembros de un mismo Cuerpo, que formamos con él el
pueblo de los salvados, que somos los compañeros entrañables de camino
hacia la casa del Padre, y que por tanto el prójimo no es algo lejano o ajeno,
sino alguien cercano, íntimo, mío, profundamente mío. Hecho este
descubrimiento, ya todo nos resultará fácil. Habremos encontrado el tesoro
escondido (Mt 13, 44), el Cristo entrañable que es cada uno de los hermanos,
y estaremos dispuestos a venderlo todo para adquirido.

A este descubrimiento ayudará el hacer al hermano objeto de contemplación.


Llevémoslo a nuestra oración; gocémonos en el amor con que el Señor le está
amando y pidámosle que nos llene de ese amor al hermano, y en esa atmósfera
de amor y de gozo vayamos recorriendo, llenos de gratitud, la obra natural y
sobrenatural de Dios en él, paso a paso, detalle a detalle. Incluso vayamos
apuntando en un cuaderno todo lo positivo que descubramos en esa
contemplación. Nos asombraremos del descubrimiento.

3. ACEPTAR AL HERMANO

Y empezaremos por aceptar al hermano tal como es: con sus cualidades y
carismas, pero también con sus limitaciones y pecados. Es el prójimo
concreto, el único que existe. Dios lo ama así, y al amarlo lo va transformado.
Nosotros instintivamente queremos comenzar por cambiar al prójimo a
nuestra medida para luego poder aceptarlo y amarlo. Y debemos más bien
comenzar amando para ayudarle a cambiar a la medida de Dios.

Esta aceptación cordial del hermano tal como es, nos prohíbe hacerse
lecciones para idolatrar a unos y excluir o marginar a otros. Este sí: porque es
simpático o porque habla bien o toca la guitarra o es un gran animador o
sintoniza con mis ideas y sentimientos. Este no: porque no tiene carismas o es
dominante o agresivo o tiende al protagonismo o me resulta antipático.
El corazón cristiano no ama a los hombres porque sean amables, sino porque
lo suyo es amar. Como el corazón del Padre que "es bueno con los ingratos y
perversos" (Lc 6, 35) y "hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre
justos e injustos" (Mt 5, 45).

La comunidad funciona cuando cada uno se esfuerza por aceptar y amar a los
otros tal y como son. Pero ese esfuerzo, prolongado, resulta imposible al
hombre, necesita la fuerza de Dios para quien "nada hay imposible" (Le 1,
37). Además es insuficiente, porque el amor cristiano no es flor de nuestro
huerto, es don de Dios. Sólo podremos amar en cristiano al prójimo con el
amor mismo de Dios que "ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).

4. RESPETAR AL HERMANO

Todo ser humano en cuanto persona e hijo de Dios es un misterio sagrado. Es


como una presencia de Dios que a la vez invita a acercarse: confianza y
servicio, y manda descalzarse: delicadeza, estremecimiento, respeto.

Al hermano hay que dejarlo ser él, no violentarlo, no manipularlo para


nuestros intereses, no cosificarlo. Hay que reconocerle y respetarle su
condición de original e irrepetible. En los planes de Dios tiene asignado su
puesto y su tarea que nadie más que él puede llenar.

Es necesario y hermoso convencerse de que el hermano con su originalidad,


con sus dones y carismas, no es un enemigo, ni un competidor, es un amigo
que me complementa, y juntos, aportando cada uno su don, como piezas vivas
de un mismo mosaico, vamos construyendo la Iglesia.

No nos permitamos nunca juzgar al hermano. Carecemos de datos suficientes


para un juicio objetivo e imparcial, pero además nos lo prohíbe el Evangelio:
"No juzguéis y no seréis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis
seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá" (Mt 7, 1). Ni
siquiera Jesús ha venido a juzgar: "No he venido para juzgar al mundo, sino
para salvar al mundo" (Jn 12, 47). Si alguna vez la caridad o la
responsabilidad nos exigen un juicio del hermano, dejemos el bisturí que corta
y pongámonos los guantes de terciopelo que acarician, como solemos hacer
cuando nos juzgamos a nosotros mismos. Y entonces también nuestro juicio,
como el de Jesús, será para salvación.

Jesús tampoco clasificaba o ponía etiquetas a las personas como si fueran


objetos de museo. Estaba abierto a su capacidad de evolución. La mujer
clasificada por el fariseo Simón como "una pecadora", para Jesús es ya una
mujer nueva "porque ha mostrado mucho amor" (Lc 7, 36ss). El recaudador
Zaqueo era para los judíos "un hombre pecador"; para Jesús es un hijo de
Abrahán en cuya casa entra la salvación (Lc 19, ?1 ss). No encasillemos, no
colguemos etiquetas a los hermanos. Concedámosles la posibilidad de
cambiar, de llegar a ser hombres nuevos, hombres distintos transformados por
el poder del Espíritu. Mientras Dios nos da tiempo de vida es que espera más
de nosotros y confía en nuestro cambio. Y la historia del pueblo de Dios y la
nuestra personal es un muestrario de tales cambios y transformaciones.

Eliminemos también la murmuración. Característica de la Renovación


Carismática es la alabanza. Y el corazón y la lengua que alaban al Padre no
pueden ensuciarse murmurando de los hijos. Con la lengua "bendecimos al
que es Señor y Padre y con ella maldecimos a los hombres, creados a imagen
de Dios. De la misma boca sale bendición y maldición. Eso no puede ser,
hermanos míos" (St 3, 10). "Hermanos, no habléis mal unos de otros" (St 4,
11).

No, no maldigamos, ni digamos mal de nadie; no nos entretengamos en los


defectos ajenos, que sería convertir nuestra vida en un recogedor de basura.
Más bien empeñémonos en ver y en hacer ver lo bueno del hermano, y que
éste pueda estar seguro de que no le vamos a traicionar, ni nadie osará hacerlo
delante de nosotros.

5. RECONCILIARSE CON EL HERMANO

El hombre, desintegrado por el pecado, vive dividido y siembra división, y por


sí mismo es incapaz de restablecer la unidad perdida. Por eso vino Cristo, el
reconciliador.

“El es nuestra paz", "por él unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un
mismo Espíritu" (Ef 2, 14.18), y ya "todos sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3,
28).

Como Jesús, todo verdadero cristiano está llamado a ser un restaurador de la


paz, un reconciliado y un reconciliador.

A pesar de la buena voluntad, el vivir juntos implica roces, susceptibilidades,


malentendidos, palabras que hieren, choques... Y esto a diario, por eso debe
ser también diaria la reconciliación. Un cristiano vive en actitud perenne de
reconciliación, en estado de reconciliación. Es inaccesible al odio, al
resentimiento, a la venganza, al rechazo, al enfado, a la ingratitud. Todo lo
excusa, todo lo soporta, todo lo perdona, todo lo interpreta bien, todo lo
aprovecha para crecer en fe, en amor y en humildad. En su corazón está
siempre pidiendo perdón y perdonando. Y esta actitud interna florece en
concretas peticiones y concesiones de perdón.

Con frecuencia nos entretenemos en revolver las ofensas que nos han hecho,
los motivos que creemos tener para no perdonar. Si Jesús se hubiera detenido
en lo grave e injusto de las ofensas que le inferían, habría tenido razón, pero
no nos hubiera salvado. Si nos salvó es porque perdonó las ofensas y se dejó
llevar del amor. Dios no nos va a preguntar en el juicio si estábamos en la
verdad, si tuvimos siempre la razón, sino si amamos siempre. Como Jesús,
dejemos que triunfe en nosotros el amor.

Perdonemos aun unilateralmente, es decir, antes de que nos lo pidan, o aunque


no nos lo pidan, o incluso no crean necesitarlo o a nosotros nos lo nieguen. A
Jesús nadie le pidió perdón y él perdonaba: al paralítico (Mc 2, 5), a la
pecadora (Lc 7, 47), a la adúltera (Jn 8, 11), a los ejecutores de su crucifixión
(Lc 23, 24). También nosotros, tomemos la iniciativa de la reconciliación; que
por nuestra orilla no fallen los puentes de la concordia.

Es más, en la Iglesia y en la comunidad carismática, seamos elementos


integradores, constructores de unidad: quitemos importancia a las deficiencias,
desdramaticemos situaciones, excusemos los fallos de los hermanos,
ayudemos a superar dificultades, destaquemos lo positivo, prohibámonos la
amargura de quien todo lo ve negro y defectuoso, acudamos al grupo no a ver
qué me dan los demás, sino a ver qué puedo darles yo. Así seremos como un
aceite que facilita el funcionamiento de todas las piezas y contribuiremos a
crear un clima de bienestar en que lo fácil, lo espontáneo, lo normal es vivir la
reconciliación. Así realizaremos el ideal que Pablo proponía a los cristianos:
Sois elegidos de Dios; él os ha consagrado y os ha dado su amor. Sed, pues,
profundamente compasivos, benignos, humildes, pacientes y comprensivos.
Soportaos mutuamente, y así como el Señor os perdonó, perdonaos también
vosotros, si alguno tiene quejas contra otro. Y por encima de todo, practicad el
amor, que es la cumbre de la perfección. Que la paz de Cristo reine en
vuestras vidas; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo" (Col 3.
12-15).

Algunos escritos:
J. VANIER, Comunidad: lugar de perdón y fiesta, Narcea, Madrid, 1980.

I. LARRAÑAGA. Sube conmigo, Ed. Paulinas, Madrid. 1978, cap. 5°:


Relaciones interpersonales.

X. LEON-DUFOUR. Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona. art.


amor, II la caridad fraterna.
KOINONIA, nº 22, dedicado a las relaciones interpersonales.

Rasgos de la comunidad Emmanuel


(París)
La Comunidad "Emmanuel" reúne cristianos de cualquier edad y condición
social deseosos de vivir una vida a la vez contemplativa y apostólica en el
seno de la Iglesia católica.

1. LAS GRACIAS DE LA COMUNIDAD

"Emmanuel", significa "Dios con nosotros", presente en nuestra vida


cotidiana, y cuya voluntad queremos cumplir, de un modo personal y de
conjunto.

Para la mayoría de nosotros, esto significa llevar una vida totalmente "normal"
en apariencia: fundar una familia, ejercer una tarea profesional, vivir en la
ciudad. Pero, al mismo tiempo y, sobre todo, "estar en el mundo sin ser del
mundo."
De nuestros prolongados momentos de adoración ante Cristo, siervo sufriente,
puede nacer una compasión verdadera para los más pobres y desheredados.

Las gracias de adoración y de compasión no pueden dejar de llevarnos a hacer


conocer la misericordia de Dios hacia todos los hombres, es decir, evangelizar
en la alabanza y por la intercesión de María. La Comunidad Emmanuel es ante
todo una comunidad de servicio y de evangelización.

Estos servicios apostólicos requieren para ser eficaces, una organización a la


vez sencilla y estructurada.

II. SITUACION Y ORGANIZACION

La comunidad celebró el año pasado su décimo aniversario. El núcleo de


partida fue de algunos cristianos renovados por el Espíritu Santo. Pero hoy
reúne cerca de 1.500 personas en la región parisina, y 500 en distintas
provincias. Es una comunidad joven: la media de edad de los adultos es de
unos 30 años.

La comunidad está coordinada por un Consejo amplio, de 15 miembros,


asistido por un teólogo consejero.

Se estructura a partir de las maissonnées (comunidades domésticas),


residenciales o no, pequeñas unidades de talla humana, que agrupan entre 3 y
6 personas que comparten las exigencias de la vida cotidiana en el Señor y se
mantienen en la oración y la acción apostólica.

Cada miembro de la Comunidad está acompañado por un hermano o hermana


"mayor" que está a su disposición para aconsejarle y ayudarle en su caminar
comunitario.

Después de un periodo de observación de 3 a 4 meses, puede uno ser


postulante (durante 6 meses o un año), después novicio (durante 1 ó 2 años)
antes de comprometerse en la Comunidad, compromiso que, por otra parte se
renueva cada año.

Los compromisos suscritos ya desde el postulantado son en primer lugar de


orden espiritual: Eucaristía y largos ratos de adoración personal diarios; y
también aceptar ser acompañado de modo regular y participar en los servicios
internos y externos, aportar el diezmo justo, y vivir de acuerdo con las
orientaciones generales de la comunidad.

Pero la vida comunitaria es siempre un medio y no un fin en sí mismo. Es un


medio que nos da el Señor para santificarnos sirviendo al Reino de Dios en el
seno de la Iglesia.

Por esta razón la vida comunitaria desemboca en numerosas actividades


apostólicas y caritativas que seguidamente enunciaremos.

III. SERVICIOS APOSTOLICOS

En primer lugar, como es ya tradición en la Renovación, la comunidad anima


numerosas asambleas de oración semanales (por ejemplo unas veinte en la
región parisién), abiertas a todos, y que cada año afectan a miles de personas.

Desde hace tres años, estas asambleas, practican la evangelización por la calle,
proclamando así la buena noticia de la salvación fuera de la Iglesia, en un
clima de oración y de alabanza, en búsqueda de los que pasan por la calle.

Pero la Evangelización se orienta también hacia medios más especializados,


según las gracias, las llamadas y la competencia de los miembros de la
comunidad. De este modo actuamos más específicamente en medios
científicos junto a los ingenieros y cuadros de empresa, pero también en el
mundo obrero, cerca de los responsables sindicales, entre los gitanos, los
árabes cristianos o los estudiantes africanos.

La Revista IL EST VIVANT, informativa y de formación sobre la R.C., tiene


un tiraje de 20.000 a 30.000 ejemplares y unos 15.000 suscriptores. Un
importante servicio de difusión de libros (Renovación-Servicio), de grabación
y difusión de cassettes en el mundo entero y, más recientemente, una estación
de radio en la región parisiense permiten, por esos medios modernos, difundir
la Buena Nueva. Por otra parte, el Centro de Información sobre la Renovación
Carismática Internacional con base en París, 31 Rue de l' Abbé Grégoire,
asegura una permanente circulación de informaciones sobre las actividades de
la Renovación en el mundo entero.

Los jóvenes están en el centro de vida de la Comunidad. La Comunidad de


jóvenes de '"Emmanuel" anima las asambleas de oración particulares,
organiza fines de semana especializados, actividades de descanso y de
oración, por ejemplo vacaciones de ski en los Alpes o en los Pirineos, en la
casa de Sta. Teresa en Lourdes, centro de oración y acogida para jóvenes
abierta todo el año.

Igualmente la acción apostólica con las parejas, se desarrolla de un modo


notable. La Fundación Mundial Amor y Verdad, centro de formación para
parejas y familias, imparte por un lado enseñanzas sobre el modo de vivir las
gracias del sacramento del matrimonio, y, por otro, asegura todo un programa
de difusión de nuevos métodos naturales de regularización de nacimientos,
seguros y eficaces, verdadera revolución en el campo de la "planificación
familiar natural",

Un importante servicio de canto, de música y de liturgia permite responder a


las peticiones cada vez más frecuentes de numerosas parroquias, para
animación de la liturgia, por ejemplo, en la Catedral de Notre Dame de París.

Pero la animación parroquial no se limita a la animación litúrgica. En


Marsella, por ejemplo, es toda la parroquia de San Vicente de Paúl, situada en
un barrio céntrico de la ciudad, que ha sido confiada a la Comunidad para
asegurar la permanencia de los servicios parroquiales: acogida, preparación
para el bautismo, para el matrimonio, catequesis, liturgia, presencia de la
oración. En un año la asistencia a la misa se ha visto duplicada.

Además, el campo de misión de la comunidad, no queda restringido a las


fronteras del exágono. La FIDEFCO (Fundación internacional para el
desarrollo y la formación de los cooperadores y de las Comunidades de base)
(una ONG acreditada en la CEE) asegura a las peticiones de los obispos y
comunidades cristianas del Tercer Mundo, la ayuda financiera y técnica a
proyectos y el envío de cooperadores deseosos de participar en el desarrollo
técnico y espiritual, en conexión con las iglesias locales.

Igualmente, se han dado misiones o están en curso, a petición de los obispos,


en muchos países del tercer mundo:
Zaire, Marruecos y la Isla Mauricio donde la Renovación Católica ha pasado
de 3.000 a 30.000 miembros en dos años.

Todas estas actividades se apoyan en una formación doctrinal y teológica


profunda, impartida particularmente en el Centro Internacional Juan Pablo II
cuyas enseñanzas siguen anualmente 1.500 estudiantes y oyentes libres, y son
difundidas por cassettes, lo que multiplica por diez los auditores; pero también
durante el transcurso de fines de semana de formación abiertos a todos y que
en París se ofrecen mensualmente a un millar de personas; además el Centro
Samuel, abierto hace dos años, asegura la formación de los formadores de
catequistas; en fin, durante las grandes sesiones en Lourdes o en Paray-
leMoniaI han participado más de 5.000 personas en 7 años.

Finalmente, la comunidad está comprometida en los servicios de compasión


con los más pobres: S0S de oración es un servicio de acogida y de oración por
teléfono, en el que, desde hace tres años hermanos y hermanas de la
comunidad se turnan sin interrupción día y noche, durante todo el año, para
contestar a las llamadas de angustia, que llegan a ser actualmente más de un
centenar por día.

Varios equipos se ocupan de acudir a los medios hospitalarios para orar con
los enfermos más abandonados, de acuerdo con los capellanes.

Todas estas misiones se realizan para la gloria de Dios. En el transcurso del


tiempo han evolucionado y se multiplican a medida del crecimiento de la
comunidad y de las llamadas del Espíritu a las que, muy imperfectamente,
procuramos ser fieles en humildad y perseverancia.

Tomado de La Communauté Emmanuel, folleto policopiado en Mayo 1982


La Maison de l’Emmanuel 31, rue de l’Abbé Grégoire 75006-PARIS
(Francia)

Tema 6
La transparencia
comunitaria
por Xavier Quintana, S. J.

"¿Quieres, renunciando a toda forma de propiedad, vivir con tus hermanos no


solamente en comunidad de bienes materiales, sino también en comunidad de
bienes espirituales esforzándote a la apertura del corazón?"

Estas palabras, que se escuchan en la Iglesia de la Reconciliación de Taizé


cuando el Prior se dirige a algún hermano de la comunidad en el momento en
que realiza su profesión religiosa, nos introducen en el corazón del misterio de
la vida comunitaria. La llamada a vivir en comunidad exige y ofrece la
posibilidad de poner a disposición de los demás hermanos toda la persona. No
se trata solamente de poner en común cosas, algunos momentos de la vida o
retazos de habilidades, sino de entrar en comunión personal, de "poner a
disposición de los demás todo lo que uno tiene y es, y aceptar de ellos todo lo
que tienen y son" en expresión muy querida al P. Arrupe, Superior General de
los jesuitas.

El Santo Padre Juan Pablo II, en la homilía que pronunció durante la Misa
para las familias el pasado 2 de noviembre en Madrid hablaba de la
comunidad familiar "en la que todo hombre es amado por sí mismo, por lo que
es y no por lo que tiene". Como una extensión a toda comunidad cristiana de
este principio descubrimos esa llamada exigente a acoger a cada miembro en
su verdadero ser, y, como consecuencia, la necesidad de una transparencia de
unos para con otros, y del establecimiento de los cauces que posibiliten la
entrega y la acogida, el compartir profundo de sentimientos e ideales, de
sufrimientos, miserias y capacidades.

"Si la comunidad de bienes no alcanzara más que a los bienes materiales sería
muy limitativa, debe conducir a la comunidad de bienes espirituales, penas y
gozos", dice la Regla de Taizé, sugiriéndonos la importancia de la
transparencia comunitaria. Si la comunidad cristiana se basa en la comunión,
¿cómo amarse unos a otros sin un conocimiento profundo de lo que cada uno
es?; ¿cómo compartir sentimientos e ideales, penas y alegrías sin la presencia
gozosa y sencilla de la transparencia que preside todos los intercambios
comunitarios?

I . REQUISITOS PARA UNA TRANSPARENCIA COMUNITARIA


Para que se pueda hablar de transparencia es necesario que las personas sean
capaces de entregarse y acoger la entrega de los demás, por una parte; y que
sientan la llamada a pertenecerse mutuamente, por otra.

1) Para poder ser miembro transparente en una comunidad es necesario llegar


al conocimiento y a la aceptación de sí mismo. Nadie puede darse si antes no
se posee es la versión del conocido aforismo "nadie puede dar lo que no tiene"
cuando lo que se trata de compartir es la propia persona. Para poder entregarse
es, por tanto, necesario poseerse, es decir, tener un conocimiento certero de sí
mismo, un conocimiento que incluya la aceptación personal, la lucidez para
saber reconocer las propias posibilidades y logros así como los fallos y
carencias, y la confianza de creer que todo puede ser transformado, impulsado
y mejorado.

Es necesario vivir desde la profundidad de uno mismo y allí saber realizar una
cierta integración: la dispersión, la superficialidad, la fragmentación de la
persona en mil impulsos y sentimientos inconexos son obstáculos a la
comunicación, a la capacidad de entrega personal y de acogida de los demás.

Sólo en la medida en que la persona se conozca y acepte, y logre vivir desde


la intimidad unificada de sí misma, será capaz de ofrecer todo su ser y de
acoger, comprender y entrar en comunión con los demás. Por el contrario,
cuanto mayor sea la instalación en la superficie -en la búsqueda instintiva de
objetos que satisfagan el placer y la utilidad-, cuanto mayor sea el índice de
desintegración interior, mayor será la dificultad de ofrecerse a esa
transparencia exigida por la vida comunitaria.

2) Además de esta posesión de sí mismo que nos capacita para entregarnos a


los demás, para que esta entrega llegue a ser espontánea y gozosa se requiere
un fuerte sentido de pertenencia de unos a otros. Sólo desde esta conciencia de
pertenecernos unos a otros es posible la ruptura de esa soledad individualista
que le hace al hombre sentirse celoso propietario de su interioridad. Esta
convicción de pertenecernos unos a otros está basada en la toma de conciencia
de haber sido convocados por Otro. Es Dios el que nos ha llamado para estar
juntos, son su Palabra y su Espíritu los que nos entregan los unos a los otros,
es su Presencia en medio de nosotros la que convierte cada una de nuestras
existencias en existencias para los demás. El Señor nos ha entregado los unos
a los otros, y la acogida común de esta llamada a vivir juntos, a pertenecernos.
Una debilitación de este sentimiento de pertenencia dificultaría cualquier
intento de transparencia, que sólo podría entonces realizarse multiplicando
normas e imposiciones y no sin producir sentimientos de falta de
espontaneidad y de agresión injustificada a la propia intimidad.

Un caudal rico de interioridad unificada y serenamente poseída, y un maduro


sentido de pertenencia son, pues, las condiciones de posibilidad de esa
confianza en la donación de todo lo que somos y tenemos a nuestros hermanos
que llamamos transparencia.

Vamos a analizar ahora los elementos que incluye esa transparencia fraterna.

II. ELEMENTOS DE LA TRANSPARENCIA FRATERNA

1) Transparencia es sinónimo de confianza y apertura. Si nos pertenecemos,


¿cómo no entregarnos unos a otros?, ¿cómo no decirnos la verdad de nosotros
mismos, dejando caer las barreras, los miedos, las palabras a medias, los
grandes silencios, las "agendas encubiertas" -en las que anoto los proyectos,
los intereses, los objetivos sustraídos a la mirada de los demás?

La sociedad competitiva en la que nos encontramos, el consumismo que


intenta explotar la envidia y la ambición obligan al hombre moderno a ocultar
lo que "es" y a aparentar lo que le hacen desear ser, e interponen entre las
personas mil caretas y recelos. Una debilidad manifestada es una baza
ofrecida al competidor, una habilidad exhibida puede incitar sólo la envidia o
la agresión.

La comunidad cristiana en la que el amor debe ser la exigencia fundamental y


en la que el "nosotros" y el "ellos" -aquellos a quienes servimos- tengan
siempre primacía sobre el "yo", posibilitan esta confianza y sencillez en la
comunicación: puedo y debo aparecer como soy, con mis límites, que podrán
y deberán ser aceptados, y mis posibilidades, que podrán y deberán
incrementar el gozo común y la capacidad de servicio misionero de la
comunidad.

2) Como los llamados a vivir en comunidad son siempre personas frágiles,


con su caudal de miserias y debilidades, la transparencia incluye también el
perdón y la compasión. Mientras las personas se mantienen a distancia unas
de otras, la debilidad ajena puede ser desconocida y es fácil ponerse a salvo de
ella. Es cuando las personas aceptan el riesgo de acercarse, cuando se dejan
invadir por aquellos a quienes el Señor les ha vinculado, cuando van a
experimentar dolorosamente las flaquezas de los demás y la propia
incapacidad que aparece incluso terrible. "La comunidad es el lugar donde se
revelan nuestras limitaciones y egoísmos", dice Jean Vanier en ese magnífico
libro "Comunidad: lugar de perdón y fiesta", en el que desarrolla ampliamente
lo que aquí va a quedar sólo apuntado.

Por eso, como con la transparencia va a surgir dolorosamente la percepción de


la debilidad de unos y otros, la única forma de no mantenerse en una actitud
estéril de queja o de escándalo, de rechazo o de condena, es abrirse a la
compasión y al perdón. Saber hacer propias las debilidades de los demás,
dejar que lleguen a doler íntimamente, pasarlas por nuestra mejor capacidad
de perdón y de misericordia. El perdón generoso y abierto, la capacidad de
olvidar y de volver a empezar ?una y mil veces, la comprensión y la
misericordia son las actitudes que hacen de la transparencia un estilo de vida
permanente en la comunidad.

3) La transparencia es también un servicio a la vida de cada miembro de la


comunidad. Se comunica lo que se es, se comparte la vida no sólo por el mero
gozo de la comunicación sino porque la transparencia, la comunicación, el dar
y recibir generoso son la expresión más auténtica de la vida, y la forma
adecuada de dar crecimiento y expansión a nuestra vida interior. La
comunicación fraterna es el clima adecuado para ese crecimiento que incluye
la poda de lo defectuoso y la expansión continua de la vida auténtica.

Este servicio mutuo incluye la necesidad de la corrección fraterna. La


compasión y el perdón de los que antes se hablaba no pueden en ningún modo
confundirse con una actitud de permisividad indiferente en relación con los
fallos o defectos de los hermanos, que significaría más bien falta de amor y un
olvido culpable de la responsabilidad que unos han adquirido para con otros.
Si nos hemos entregado las vidas para seguir ayudándonos a crecer y a
caminar, la corrección fraterna deberá estar presente en nuestras relaciones: la
necesitamos para conocernos y para renovarnos. Necesitamos esa luz que nos
viene de fuera, que ilumina lo que no hemos todavía conocido o superado, y
que sugiere formas de luchar y de avanzar. Esta corrección, para que sea
transmisora de paz y creadora de vida, deberá realizarse sólo desde el amor. El
que va a corregir deberá captar el momento de vida espiritual en el que se
encuentra el que la recibe, y su propio momento emocional, para no llamar
corrección fraterna a lo que no sería sino un desahogo, un "sacarse la espina",
o una proyección de envidias o malestares interiores. Tener un amor profundo
a la persona del hermano cuya corrección se efectúa es la forma de ayudarle a
conocerse y no a rebelarse, a aceptarse en lugar de despreciarse.

La transparencia es creadora de vida en la medida en que el conocimiento


mutuo, las confidencias y la sinceridad no hayan impedido el que unos y otros
estén abiertos a la esperanza. "La caridad todo lo espera", dirá S. Pablo en el
capítulo 13 de la Carta a los Corintios; y la exhortación apostólica
"Evangélica testificatio" de Pablo VI recordará: "La caridad debe ser como
una activa esperanza de lo que los demás pueden llegar a ser gracias a nuestra
ayuda fraterna" (E.T. n.39).

Hemos indicado los requisitos para la transparencia y algunos elementos que


la integran. Habría que añadir, para acabar estas líneas, alguna palabra sobre
el diálogo.

III. EL DIALOGO COMUNITARIO


La transparencia reclama un ambiente de diálogo fraterno en el que sea
posible la comunicación de los propios sentimientos. La existencia de
momentos, establecidos o espontáneos, en los que las personas sean capaces
de hablar de sí mismas, de sus alegrías y sinsabores, de sus esperanzas y de
sus temores, es necesaria para que unos y otros dejen de estar aislados y
replegados sobre sí mismos. Dialogar no es sólo hablar de cosas, dialogar es
abrirse, comunicarse, manifestar lo que uno desea y siente, teme y sueña, lo
que uno "es", El diálogo es comunión, es expresión de amor y crea capacidad
de amar aún más intensamente.

Y con esta palabra terminamos. La transparencia es posible a los que


sintiéndose intensamente amados por Dios y por sus hermanos están abiertos
al amor y son creadores de amor. En la 1ª Carta a la comunidad de Tesalónica
-el documento más antiguo dcl Nuevo Testamento- después de decirles Pablo
que no necesita añadir1es nada sobre el amor porque ya Dios les ha iluminado
sobre ello ("En cuanto al amor mutuo no necesitáis que os escriba, ya que
vosotros habéis sido instruidos por Dios para amaros mutuamente" (1 Ts 4, 9),
al final de la carta se siente impulsado a recordarles lo importante que es para
el amor el diálogo, la acogida. la ayuda. el aliento mutuo... , la transparencia:
"Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los que viven desconcertados,
animéis a los pusilánimes, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos.
Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, antes bien, procurad siempre el
bien mutuo y el de todos. Estad siempre alegres. Orad constantemente. En
todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros"
(I Ts 5, 14-18).

Que sea El mismo, por la fuerza de su Espíritu, el que nos ayude a vivir esta
transparencia, creadora de comunidad y testimonio de fraternidad ante los
hombres.

La Comunidad «Madre de Dios» en


Washington, DC. (USA)
Entre las comunidades que surgieron desde el principio de la Renovación
Carismática en Estados Unidos, por el año 1967, está la comunidad Mother of
God. Aunque tiene la dirección postal en Washington DC., la mayoría de las
familias viven en núcleos comunitarios en la zona norte de Washington, en un
radio de 30 Km., en el estado de Maryland: Bethesda, Rockville.
Gaithersburg, Hay unas doscientas familias con un total de más de mil
miembros. Es un tipo de comunidad integrada en la ciudad, como presencia
cristiana en el mundo de hoy y una llamada fuerte a la evangelización a través
de la reunión de oración semanal, por la palabra escrita con la revista The
Word Among Us (La Palabra entre nosotros), el testimonio en el trabajo
secular y en las familias. Poco a poco se han ido formando núcleos de familias
que viven en la misma vecindad y ofrece un ambiente de apoyo mutuo y
convivencia cristiana.

La dirección es llevada por seglares, con un equipo pastoral de cinco


sacerdotes teólogos, que forman parte del equipo de redacción de la revista y
atienden a la enseñanza regular de la comunidad, junto con los seglares.

Mi contacto con esta comunidad ha sido a través del padre Francis Martin,
teólogo, profesor de Sagrada Escritura en la universidad de Steubenville,
Ohio, a quien invitamos, desde el Equipo Nacional, para dar un retiro a
dirigentes de la Renovación en España, y dirigir también unos ejercicios
espirituales a sacerdotes, el pasado año 1982.

A raíz de su visita, acompañado de un seglar, Tom Dilenno, me invitaron a


convivir una semana con ellos, y fue el mes de mayo cuando pude conocer
personalmente la vida de esta comunidad.

A lo largo de estas semanas he visto lo que podría llamar sus características:

l. Enseñanza sólida en lo básico de la fe y vida cristiana:

- Claridad acerca del pecado y el arrepentimiento.

- Vivir la Palabra de Dios, con experiencia personal de que Dios nos habla a
cada uno en la oración para orientar nuestras vidas.

- Base firme de oración personal y comunitaria (cada mañana más de cien


hombres se reúnen a las 6,15 para media hora de oración antes de ir al
trabajo).

- Los carismas del Espíritu se aceptan y se usan con naturalidad y sin


exageraciones: alabanza fuerte y lenguas, profecía, intercesión para fortaleza y
liberación, discernimiento, autoridad en el Señor.

2. Referente a la vida de comunidad: intensa vida de comunidad que atrae a


muchas familias:

- Muchos hombres

- Comunidad viva y bien ordenada.

- Relaciones personales sanas, entre mayores y jóvenes.


- Apoyo mutuo de hermanos.

- Conversaciones cristianas: con facilidad se habla de la fe, en familia, en


encuentros casuales...

- Cuidado especial para cada grupo: matrimonios, hombres, mujeres, jóvenes


(universitarios y colegiales), niños.

3. Reunión de oración numerosa (500•600 personas) y llena del poder del


Espíritu Santo. Y se procura que la enseñanza y lo que nos dice el Señor se
viva toda la semana. La reunión de oración es el domingo por la tarde, y el
martes por la mañana se distribuye un resumen para que se comparta y
comente en familia.

4. Dirección firme en el Señor. Interés y cuidado de los unos para con los
otros. Atención personal, que nadie vaya solo. Hay cabezas de grupo y
acompañantes.

5, Evangelización. Interés en testimoniar a personas individualmente y mirar


de traerlas a la oración, que es un gran momento de evangelización.

En el mundo de hoy, donde la influencia de la sociedad consumista y


hedonista es tan fuerte, se busca crear un ambiente, sin alejarse de la ciudad,
donde se pueda vivir la fe cristiana y desde donde se pueda evangelizar con el
poder de Jesucristo y la eficacia del Evangelio.

Manuel Casanova, SJ.


Madrid, junio 1983

Tema 7
Obediencia y sometimiento
por Juan Manuel Martín-Moreno, S. J.

Quizás de entre todas las virtudes cristianas sea la virtud de la obediencia la


que necesita hoy día de más explicaciones, pues choca con muchas alergias,
prejuicios y rechazos, entroncados a veces en heridas psicológicas de la propia
experiencia personal, o en ambientes generalizados sociológicos como virus
que flotan en el ambiente.

1. LA OBEDIENCIA DEL HIJO


"Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos
justos" (Rm 5, 19).

En este pasaje de la carta a los Romanos se contraponen dos actitudes


radicalmente opuestas del hombre: la desobediencia de Adán que es causa de
ruina, y la obediencia de Cristo que es causa de salvación. -Jesús nos lo dirá
de una manera más bella, en parábolas, cuando nos habla de un hijo que no
quiso vivir en la casa del padre. En su deseo de emancipación y autonomía,
pidió su herencia para administrársela a su propio antojo, cortando todo lazo
de dependencia. Enseguida lo malgastó todo (Lc 15, 11-13).

Con su propia actitud de Hijo obediente ("el que se queda en casa para
siempre", Jn 8, 35), Jesús denuncia nuestra fiebre de autonomía, de
insolaridad. En su actitud afectuosamente obediente, Jesús denuncia que
nuestro vano intento de "ser como dioses" (Gn 3, 5), encerrados en nuestra
autosuficiencia, es la fuente de todas nuestras desgracias. Lejos de conseguir
ser como dioses, lo único que logramos es destruirnos a nosotros mismos y a
cuantos nos rodean.

El hombre viejo, herido, identifica su propia realización humana con su


voluntad de dominio, de autonomía: el dejar de depender, el alcanzar la
mayoría de edad, la ruptura de todo tipo de lazos solidarios, el dejar de recibir.
Quiere toda su herencia para disponer de ella a su capricho. Entiende su
filiación como la del "hijo de papá" arbitrario y caprichoso. Por eso Jesús ha
tenido que venir a mostrarnos el verdadero rostro del Hijo que no deja de
recibirse continuamente, y que se realiza en el servicio, por amor a la voluntad
de Su Padre.

“Aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia y llegó a la


perfección" (Hb 5, 8-9). Normalmente solemos oponer obediencia y
realización propia. Sin embargo en este texto de Hebreos se nos habla de
cómo Jesús llegó a su perfección, a su consumación más perfecta,
precisamente a través de su conformidad con la voluntad del Padre.

Todo su ser, su realidad más íntima, queda definida en esa sola palabra: "El
Hijo" (Mc 13, 32), la total referencia a lo absoluto de Dios. Todo su ser viene
del Padre y vuelve al ?Padre; es todo él impulso de relación, como un pájaro
que no fuera sino vuelo.

Todo lo refiere al Padre como don gratuito. Su mano no se aprieta sobre


ningún don para poseerlo. Sus discípulos son "los que Tú me has dado" (Jn
17, 6); sus palabras son: "las palabras que Tú me has dado" (Jn 17, 8); aun su
propia Pasión no es sino "el cáliz que me da mi Padre" (Jn 18, 11). Su gloria
(su realización personal) no se encarga él de buscarla; sólo quiere recibirla del
Padre ("Es mi Padre quien me glorifica" (Jn 8, 53). ~

Sus obras no son suyas porque vive en una actitud de total disponibilidad y
abandono filial. "El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que ve
hacer al Padre" (Jn 5, 19). “Yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8. 29). "Mi
alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra"
(Jn 4, 34). Frente a esta voluntad, que es el norte de su existencia, no admite la
más mínima desviación, ni de sus parientes (Lc 2, 49), ni de sus discípulos
(Mc 8, 33), ni de sus propios sentimientos de temor o tristeza (Mc 14, 36).
"Abbá, Padre, no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú".

Y es precisamente en esta renuncia a su ganancia, a su voluntad, a aferrarse a


sus posesiones, en la que realiza profundamente su ser, como nos dice el
bellísimo himno cristológico de Filipenses: "Se despojó a sí mismo..., se
humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual
Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 7.9).
Y su obediencia fue causa de salvación para todos los hombres (Hb 5, 9; Rm
5, 19).

2. OBEDIENCIA Y LIBERTAD

La corriente del liberalismo filosófico y político sigue definiendo la libertad


como la ausencia de lazos y compromiso. Así entendido, este liberalismo es
semilla de insolidaridad y de muerte. Es un demonio que tiene poseídos a
muchos hombres de nuestra época. Podríamos verlos identificados en el
endemoniado de Gerasa.

"Al saltar Jesús a tierra vino de la ciudad a su encuentro un hombre poseído de


los demonios, que hacía mucho tiempo que no llevaba vestido, ni moraba en
una casa, sino en los sepulcros... Le sujetaban con lazos y cadenas para
protegerle, pero rompiendo las ligaduras, era empujado por el demonio al
desierto" (Lc 8, 27•29). Impresionante parábola del hombre que rompe todos
los vínculos, incapaz de morar en un hogar, de establecer lazos familiares de
convivencia. "Nadie podía dominar le..., dando gritos e hiriéndose con
piedras" (Mc 5, 4-5). Vocifera su propia libertad, pero en el fondo se está
hiriendo, se está destrozando a sí mismo.

Aparentemente nadie más libre que él, en su loca carrera de huída frente a
cualquier convivencia estable, como el potro salvaje que no se deja
domesticar. Pero en el fondo sabemos que no es un hombre libre. Está
esclavizado por un demonio interior. Parece que no obedece a nadie pero en
realidad "obedece a sus pasiones" (Rm 6, 12), a la tiranía de sus impulsos, de
sus estados de ánimo cambiantes. "El pecado tiraniza su cuerpo mortal” (Rm
6, 12). "Estoy vendido al poder del pecado" (7. 14), "en realidad no soy yo
quien obra, sino el pecado que habita en mí'" (7, 17).
Pablo contrapone dos clases de obediencia: una obediencia para la muerte (la
de las propias pasiones) y una obediencia para la salvación (Rm 6, 16). Los
fariseos, como tantos hombres de hoy, que presumen de ser hombres libres,
dicen a Jesús: "Nosotros nunca hemos sido esclavos de nadie, ¿cómo dices tú:
“Os haré libres'? Jesús les respondió: “Todo el que comete pecado es un
esclavo... Si pues el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 8, 33-
36).

3. OBEDIENCIA Y REALIZACION PERSONAL

En realidad esta actitud del Hijo es la propia de quien no inventa su destino, ni


escoge el sentido que quiere dar a su vida, sino que busca realizar el plano que
alguien ha trazado para él con amor. Elegir es consentir al plan de alguien
sobre mí. Esto podría ser profundamente alienante, si se tratara de renunciar a
mis propios planes en sometimiento a los planes de un extraño, de un tirano
que quisiese utilizarme y manipularme para sus propios planes, en los que yo
no sería más que una ficha impersonal. Pero no es algo alienante si en el fondo
se trata de consentir al plan de mi Padre, que me ha creado, que ha inscrito
este plan en lo más profundo de mis entrañas, en mi genética, mi psicología,
mi contexto social. Descubrir el plan de Dios sobre mí es descubrir aquella
vida concreta en la que voy a ser más profundamente feliz, en la que voy a
realizar las aspiraciones más profundas inscritas en mi ser.

Esto no se realiza sin una renuncia. Elegir es siempre renunciar, y toda


renuncia es dolorosa; toda poda es mutilante. Pero si no se podan algunas
ramas laterales no podrá crecer la rama guía, y el árbol se quedará sin crecer.

María entendió que elegir es consentir: "He aquí la sierva del Señor. Hágase
en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). No se trata, por tanto, de inventar uno sus
propios valores, sino de "descubrir qué es lo que agrada al Señor" (1 Jn 3,22).
Y esos valores que agradan a Dios ya nos han sido dados a conocer: son el
evangelio, las bienaventuranzas, el amor que es vínculo de perfección. A este
Evangelio hay que obedecer (2 Ts 1,8); a este modelo de vida hay que
someterse (Rm 6, 17).

4. LA AUTORIDAD EN LA COMUNIDAD

Muchos cristianos estarían dispuestos a aceptar todo lo dicho hasta ahora


sobre la obediencia a la voluntad de Dios. El conflicto para muchos comienza
cuando se trata de obedecer a los hombres que representan a Dios: la
mediación de la voluntad de Dios a través de hombres llenos de limitaciones y
errores, transistores de válvulas quemadas que transmiten una voluntad de
Dios desfigurada por tantas interferencias de sus propios intereses y
mezquindades. Preferimos atenernos a la voluntad de Dios que se nos revela a
través de nuestro propio criterio, quizás porque pensamos que nuestro
transistor no tiene tantas interferencias como el de los demás.

Sin embargo no cabe duda de que Dios ha querido correr este riesgo de
confiar su autoridad a hombres muy limitados para que rijan a sus propios
semejantes. "Apacienta mis corderos" (Jn 21, 16), es un bellísimo símil
bíblico por el que se transmite un encargo y una autoridad sobre el rebaño,
que habrá que ejercer con mansedumbre, pero con firmeza. "Apacentad la
grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no de mala gana, sino
voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de
corazón, no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de
la grey" (1 P 5, 2-3).

En su comunidad Jesús introduce un estilo de autoridad distinto al del mundo,


pero una verdadera autoridad. "Los reyes de las naciones los dominan como
señores absolutos y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar
bienhechores; pero no así entre vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea
como el más joven y el que gobierna como el que sirve" (Lc 22, 24-26).

En su sentido original la palabra autoridad viene del verbo “augeo” y significa


la facultad para hacer crecer. Pablo dirá "el poder que me otorgó el Señor para
edificar y no para destruir" (2 Co 13, 10). Tomado en este sentido, como
servicio de amor, como ayuda al crecimiento, sí existe una verdadera
autoridad en la comunidad cristiana. El rechazo del autoritarismo y el
paternalismo no nos debe llevar a rechazar la autoridad y la paternidad.

Ya en el mismo marco social hay una autoridad constituida que viene de Dios
y que debe ser ejercida con benevolencia. "Sométanse todos a las autoridades
constituidas, pues no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen,
por Dios han sido constituidas, de modo que quien se opone a la autoridad se
rebela contra el orden divino" (Rm 13, 1-2). Este origen divino de la autoridad
se aplica a todos los órdenes sociales, desde la familia ("hijos obedeced en
todo a vuestros padres porque esto es grato a Dios en el Señor" (Col 3, 20), al
orden político (a los mismos funcionarios corruptos del imperio romano, no
vacila Pablo en llamarles "funcionarios de Dios" a quienes hay que someterse,
no sólo por temor al castigo, sino también "en conciencia" (Rm 13, 5-8).

5. LA AUTORIDAD DE SAN PABLO SOBRE SUS COMUNIDADES

En el seno de la comunidad cristiana Pablo es muy consciente de sus


atribuciones como padre (Ga 4, 19; 1 Co 4, 14; 2 Co 6, 13), derivadas de la
misma autoridad del Señor Jesucristo. Esta autoridad se fundamenta en un
inmenso amor por sus cristianos: amor entrañable (testigo me es Dios de
cuánto os quiero en las entrañas de Cristo Jesús (Flp 1, 8), amor generoso
("No corresponde a los hijos atesorar para los padres, sino a los padres para
los hijos", (2 Co 12, 14); amor celoso ("la preocupación por todas las Iglesias,
¿quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo
me abrase?" (2 Co 11, 29), amor sacrificado ("Muy gustosamente me gastaré
y me desgastaré totalmente por vosotros", (2 Co 12, 15).
Su misión es a la vez consolar y llenar de alegría (2 Co 1, 4-6), estimular (2
Co 6, 1), organizar y dar instrucciones (1 Co 16, 14). Su talante está más
inclinado a la mansedumbre que a la dureza (" ¿Qué preferís, que vaya a
vosotros con palo o con espíritu de mansedumbre?" (1 Co 4, 21), sin embargo
su autoridad le lleva también a mandar y prohibir en nombre del Señor
Jesucristo (2 Ts 3, 6), a reñir ("insensatos Gálatas" (Ga 3, 1), a reprender (la
manera corintia de celebrar la Cena del Señor (1 Co 2, 22), a juzgar (al
incestuoso de Corinto (1 Co 5, 20), a imponer sanciones a los que no
obedecen (cf 2 Ts 3, 14; 2 Co 10, 6).

6. LA OBEDIENCIA A LOS RESPONSABLES EN LA COMUNIDAD

En el Nuevo Testamento hay una continua exhortación a someterse a los


responsables para facilitarles su tarea. "Obedeced a vuestros dirigentes y
someteos a ellos, pues velan sobre vuestras almas como quienes han de dar
cuenta de ellas, para que lo hagan con alegría y no lamentándose, cosa que no
traería ventaja alguna" (Hb 13, 17). "Os pedimos, hermanos, que tengáis en
consideración a los que trabajan entre vosotros, os presiden en el Señor y os
amonestan. Tenedles en la mayor estima, con amor por su labor" (1 Ts 5, 12).

El ejercicio de la obediencia en la comunidad entraña el desarrollo de muchas


virtudes sobre las que se funda:

-la humildad: frente al orgullo de considerarse uno a sí mismo el que siempre


tiene razón. Pablo exhorta a que "no hagáis nada por rivalidad, ni por
vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como
superiores a sí mismo" (F1p 2, 3). El mayor inconveniente contra la
obediencia es la dureza del juicio de quien a priori prefiere su opinión a la de
todos. El hombre humilde y prudente es consciente de la posibilidad de
equivocarse, de sus autoengaños y racionalizaciones, y aprecia las directivas
de sus hermanos como un don del Señor.

-la generosidad: "buscando cada cual no su propio interés, sino el de los


demás (Flp 2. 4). La conciencia de formar parte de un cuerpo, nos hace buscar
el bien de los otros, aun a costa del sacrificio de un bien particular egoísta de
cualquiera de sus miembros.

-la fe: fe en la presencia de Cristo en la autoridad: fe en cómo a veces el Señor


puede escribir derecho con renglones que en un principio nos parecen
torcidos, como la fe de Abraham, sometido a la prueba, que ofreció a su
querido hijo en obediencia, pues "pensaba que poderoso es Dios para resucitar
de entre los muertos" (Hb 11, 19).

Sin embargo no hay que presentar una teología de la obediencia centrada


sobre casos límites en que se nos pidan obediencias absurdas, sin diálogo
ninguno, por parte de superiores egoístas faltos de juicio y de prudencia,
desconocedores de las personas y circunstancias de quienes tienen que
obedecer.

El que Dios escriba derecho con renglones torcidos, el que en alguna ocasión
límite la obediencia sea el tributo de nuestro juicio y nuestra voluntad, no
implica ni muchísimo menos el que una obediencia sea tanto más perfecta y
meritoria cuanto más absurda sea la cosa que se nos pida, o cuanto menos se
haya contado con nosotros, o cuanto más subnormal sea el superior que nos la
exija.

Al revés, la obediencia será tanto más cristiana y según el Espíritu, cuanto


más espirituales sean los dirigentes (abiertos al Espíritu), cuanto más estén
dotados de dones de prudencia y sentido común, cuanto más diálogo haya en
el que se escuche a todas las partes implicadas, cuanto más amor y
conocimiento personal exista entre el responsable y los que obedecen, cuanto
mejor se intente coordinar el bien particular del individuo con el bien común
de todo el cuerpo, sin imponer renuncias dolorosas que no sean estrictamente
necesarias.

La finalidad de la obediencia no es machacar nuestra voluntad, sino ayudarnos


a encontrar la voluntad de Dios. El hombre viejo debe morir en nosotros, pero
nunca deberíamos matar al hombre nuevo con sus ilusiones y proyectos según
Dios. Y aunque en ocasiones la obediencia pueda ser onerosa, imponer alguna
carga pesada, resultar mutilante, y aunque esto pueda ser meritorio a los ojos
de Dios en casos límites, no es este tipo de mérito el que directamente se
busca a través de la obediencia, sino al revés. Se busca encontrar la voluntad
de Dios para la comunidad y el individuo, integrar el bien particular en el bien
comunitario, iluminar con una instancia de fuera de nuestros posibles
autoengaños y racionalizaciones, dotar a la comunidad de una unidad de
inspiración, de organización y de ejecución.

Del mismo modo que la vida en comunidad nos santifica ante todo por lo que
tiene de estímulo, de inspiración, de amor. de convivencia, de
enriquecimiento, y sólo residualmente por lo que tiene de crucificante, por lo
que nos exige de perdón y renuncia, así también la obediencia nos santifica
ante todo por lo que tiene de inspiración, y sólo residualmente por lo que en
ocasiones pueda tener de mutilante y oneroso.
Escuela evangelización y
comunidad cristiana
por P. Ángel Ruiz, Seh. P.

En un número de la Revista dedicado a la comunidad no podía faltar el tema


de la comunidad cristiana en la obra de educación. Le hemos pedido al padre
Ángel Ruiz, Superior General de las Escuelas Pías, el poder reproducir las
proféticas palabras que el 8 de septiembre dirigía a los centros Escolapios, y
que nos hacen ver las posibilidades de evangelización de todo centro docente
donde se forma la comunidad cristiana.

El Espíritu Santo sigue hoy purificando a su Iglesia. A través de las crisis que
la Iglesia sufre, se va decantando con más precisión lo auténticamente
cristiano. Y esta verificación se da también en las escuelas católicas.

Sin angustia, pero con conciencia crítica, leyendo en clave de fe y en actitud


preñada de esperanza los acontecimientos, los que se dedican a la educación
deben preguntarse qué quiere decirles el Señor con esta situación nueva.

Todas las escuelas llevadas por religiosos por definición son escuelas
cristianas. Pero entendidas en abstracto. Si nos referimos a las escuelas
concretas, ¿resultaría ofensivo afirmar que hay centros llevados por religiosos
que no son cristianos? Lo exacto, para mí, sería decir que quieren ser colegios
cristianos.

UNA ALTERNATIVA APREMIANTE:


LA COMUNIDAD CRISTIANA

La alternativa de la comunidad cristiana actuante en el ámbito escolar y


paraescolar nace como imperativo de situaciones nuevas que se dan
actualmente en los centros educativos, y que requieren respuestas nuevas. He
aquí algunas de estas situaciones:

l. Pluralismo religioso de los alumnos. La estructura de la escuela tradicional


no cuenta con una capacidad eficaz para el anuncio del Evangelio de Jesús. La
escuela católica existe como concepto abstracto solamente. En los centros
concretos hay que reconocer con lealtad que se está dando un pluralismo
religioso por más que presuman de tener un ideario y proyecto educativo de
orientación cristiana. Se definen confesionales, pero en la práctica no lo son.
La mayoría de alumnos están bautizados, aunque cada día se dan más casos de
no bautizados. Algunos han hecho una opción más o menos consciente de
adhesión a Jesús de Nazaret. Estos constituyen un grupo fluctuante. La
mayoría no ha hecho ninguna opción por Cristo. Algunos pocos sí que están
en actitud de optar por Cristo seriamente.

Tratar a todos indistintamente como personas que han hecho ya la opción de


adhesión a Cristo constituiría un error educativo y pastoral. Es bastante
objetivo afirmar que la mayoría de escuelas se encuentran, en la práctica, en
situación de misión. Hay que tener el valor de reconocerlo. Y organizar los
colegios coherentemente. La misión está dentro de los colegios concretos.

2. Motivaciones de los padres de los alumnos: Los motivos que llevan a los
padres de los alumnos a optar por la escuela católica constituyen una vasta
gama. Los motivos de orden social, humanístico, ético, científico, de prestigio,
eficacia, seriedad predominan sobre la motivación de la fe.

En la inscripción ordinariamente no se indaga acerca de las motivaciones. Por


parte de los colegios se aceptan los motivos enumerados y se admite, de
hecho, que los alumnos no vengan primariamente para recibir una formación
catequística. Pero también hay familias que: tienen un compromiso cristiano y
por eso eligen un colegio confesional.

3. La selección del profesorado. Los profesores son los que son. Con ellos
hay que contar. Y tal como son hay que aceptarlos. Estarán cargados de
méritos y valores. Serán competentes en sus materias, buenos profesionales,
solidarios y amantes de su colegio. Oficialmente, acaso todos son católicos.
Pueden ser magníficos profesores. Pero ¿son educadores cristianos?

Ante tal panorama, podemos preguntarnos:

- Si los componentes de la "comunidad educativa” son tal como aparecen


perfilados arriba, ¿se puede pensar que la evangelización a realizar en el
colegio quede confiada a la "comunidad educativa"?

- Si entre los componentes de la "comunidad educativa" hay miembros


creyentes, con actitud clara de opción por Cristo, ¿es utópico pensar que con
ellos se puede crear una "comunidad cristiana" que asuma la gestión
evangelizadora del centro?

EVANGELIZACION Y COMUNIDAD CRISTIANA

Todavía hay otras respuestas a la pregunta de “¿Por qué crear la comunidad o


comunidades cristianas?" que animen la evangelización de los colegios:
l. Quien evangeliza es siempre la comunidad cristiana: Evangelizar supone
iniciar, acompañar y estimular al catecúmeno que empieza el camino de Jesús,
para incorporarlo a la "comunidad cristiana". Esta no es medio, es fin en sí
misma. Dios es comunidad. Cristo comenzó por crear una comunidad. La
Iglesia naciente irradia la Buena Nueva desde la comunidad de creyentes. "La
fe se asimila, sobre todo, a través del contacto con personas que viven
cotidianamente la realidad. La fe cristiana nace y crece en el seno de una
comunidad" (EC 53).

Sin "comunidad cristiana" no se puede hablar de escuela católica. El colegio


en cuanto tal, pese a la perfección de sus estructuras, no es primariamente
evangelizador. Ingenuo sería esperar resultados evangelizadores.

Sin esta "comunidad cristiana", que actúa en el ambiente escolar, la estructura


del colegio cristiano carecería de cauces adecuados para quienes -alumnos,
profesores, padres u otras personas afectas al colegio- van dando una
respuesta de fe o van optando por la persona de Jesús. Estos necesitan un
clima que aliente y cultive las actitudes que comporta todo crecimiento en la
fe.

2. Esta "comunidad cristiana" será una presencia testimonial


significativa:
Crear la comunidad cristiana es hoy la respuesta al reto de los jóvenes. Más
que en otras épocas históricas, los jóvenes se mueven sobre todo por el
testimonio presencial y no por ideologías. Están hambrientos de
comunicación, de coparticipación. Reclaman con fuerza la comunidad.
Intuyen que sólo en ella encontrarán la fuerza para decir sí a Jesús.

Las comunidades religiosas, por diversas causas, están dejando de ser


presencia significativa en la escuela. Es un hecho que hay que aceptar. Este
vacío sólo lo puede llenar una comunidad cristiana testimonial. Un grupo
eclesial formado por profesores, religiosos, alumnos, familias y amigos del
colegio, comprometido con el Evangelio suscitará interrogantes en el resto de
la comunidad educativa: "¿Por qué se comportan así?, ¿Por qué viven de esta
manera?, ¿Por qué entregan su tiempo y vida gratuitamente? ¿Quién los
inspira y sostiene?, ¿Por qué hacen eso? A esos interrogantes seguirán sin
duda decisiones personales, que se traducirán en una opción por Cristo. Sin
esa comunidad cristiana testimonial no hay que esperar esa opción.

ALGUNAS PRECISIONES

"Comunidad educativa" y "comunidad cristiana": La comunidad educativa,


corazón, cerebro y objetivo perenne a conseguir, es punto de constante
referencia. De ahí la necesidad de afirmar desde el principio que no se puede
identificar "comunidad educativa" y "comunidad cristiana". El colectivo
formado por profesores, padres de alumnos, personas afectas al colegio y
religiosos constituye la comunidad educativa. Esta actúa con autonomía,
amparada, impulsada y dirigida por las estructuras básicas como son el
Ideario, el Proyecto educativo, el Estatuto jurídico y el Reglamento interno.

La comunidad religiosa no es lo que aquí entendemos por comunidad


cristiana. Esta comunidad cristiana es un grupo heterogéneo en la edad y en el
sexo, de creyentes que han hecho opción por Jesús de Nazaret, con voluntad
de lucha para modificar los condicionamientos de las estructuras educativas
que impiden filtrar con fidelidad el mensaje de Cristo. En él tienen cabida
alumnos, profesores seglares, religiosos, religiosas, padres de alumnos,
personal afecto al centro.

Su aspiración es que "todo el proceso educativo, en la teoría y en la práctica,


esté basado en Cristo Jesús" (EC 5). Esta comunidad cristiana nace en torno al
colegio y en función del mismo. Asume la responsabilidad evangelizadora de
algunos de sus miembros, en ese colegio que intenta llegar a ser cristiano. Esa
comunidad es "como el lugar de encuentro de aquellos que quieren
testimoniar los valores cristianos, en toda la educación". (EC 53)

No se identifica con la comunidad parroquial, pero no la excluye. Esta


comunidad cristiana, en comunión con el Pastor de la Iglesia, tiene como
objetivo, en unión con la comunidad educativa llegar a crear la escuela
cristiana. Pero sin asumir la estructura del colegio, sin interferir en las
competencias de la comunidad educativa. Esta, coherente con su Proyecto
educativo de corte cristiano, acepta la intervención transformadora de aquella,
a través de sus miembros, y respeta y apoya sus acciones evangelizadoras en
el colegio

El rol de la comunidad cristiana es de presencia, testimonio, voluntad


transformadora, anuncio de la Buena Noticia y signo del Evangelio. Su
programa de actividades va desde la clase de Religión y orientación cristiana
de las materias hasta la catequesis catecumenal y la celebración de la fe, fuera
y dentro del horario escolar, sobre la base de la libertad. Y todo esto en íntima
relación de respeto, colaboración y perfeccionamiento de las estructuras de la
comunidad educadora.

CAMINO A SEGUIR

Es un camino que hay que hacer. No hay experiencias consagradas. Se trata de


empezar esa andadura sin miedos, con fe y voluntad de lucha. La comunidad
cristiana a crear, como una criatura que ha de nacer, será fruto también de
fuerzas coordenadas y colaboraciones integradas. Pero, sobre todo, será fruto
de amor. Una criatura nace porque se la ha querido antes.
¿Se quiere que en un colegio nazca esa criatura nueva que es la comunidad
cristiana? Esta es fruto de la evangelización. Pero el Evangelio vino con
Cristo. Y Cristo no se hizo presente hasta que, como dice Pablo, "llegó la
plenitud de los tiempos". Ahora bien, el nacimiento de la comunidad cristiana
no es sino hacer más tangible, más viva la presencia de Jesús de Nazaret. La
llegada de Jesús supuso expectativa, preparación. El envío del Espíritu de
Jesús tiene su momento histórico para la escuela cristiana. Sin la superación
de ese "Antiguo Testamento" de esta etapa histórica de la escuela cristiana no
será posible que Jesús se haga presente con fuerza en la comunidad cristiana.
¿No habrá llegado esa "plenitud de los tiempos" para los colegios y
comunidades? ¿O será necesario seguir esperando? ¿Deberá la escuela
católica sentir aún más profundamente su propia impotencia, para que se
manifieste la fuerza y esplendor y gloria del Señor?

Comunidad carismática y vivencia


parroquial
por Gonzalo Chala, C. S. V.

Comunidad carismática, grupo carismático, grupo de oración, asamblea


carismática: son distintos nombres que expresan la realidad en la que el Señor
nos une; pero, por encima de todo, siempre hay una base firme que se pone de
manifiesto entre nosotros: somos Iglesia. No estamos o pertenecemos. Somos.

Desde esta perspectiva es necesario saber valorar, tanto en el pensamiento


como en la realidad, nuestra inserción diocesana a través de la inserción
parroquia.

Dentro de la misma Iglesia, la célula eclesial en la que se realiza la vivencia


de la fe es la parroquia, entendida como "comunión de familias", como
"comunión de comunidades”, como el lugar de encuentro y comunión para
todos los cristianos.

Vemos muy claro todos cómo es el Espíritu el que nos convoca a vivir en
comunidad, cómo es el Espíritu el que de un grupo de personas llenas de
miedo hace una Comunidad en Pentecostés. Él es el vínculo de unión en toda
la Iglesia y en todos los grupos humanos que se abren a su acción.

Es preciso que revaloricemos nuestro sentido comunitario eclesial, que nos


comprometamos a trabajar para conseguir una mayor profundidad y
transformación de nuestras comunidades parroquiales, las cuales no aparecen
siempre ante la opinión general como lugar de "comunión”.
"La parroquia es percibida hoy por la mayoría de la gente como una realidad
masificadora que dificulta las relaciones humanas directas y el conocimiento y
apoyo mutuo, como un marco organizativo y administrativo y como un lugar
donde se prestan unos servicios religiosos" (l).

En nuestras parroquias se echa de menos una vivencia de lo que se celebra, un


compromiso con lo que se celebra...

Quizá por esto los jóvenes han buscado muchas veces grupos humanos que
ofrezcan respuesta a sus deseos de vivencia espiritual, equivocando con
frecuencia el camino.

Por esto, y por otras muchas razones, debemos revitalizar y profundizar la


credibilidad de nuestras comunidades parroquiales como lugar de oración y
encuentro, como lugar de vida y esfuerzo comunitario. "Todo grupo o
comunidad cristiana debe vivir su fe y su proyecto misionero dentro de la
comunidad eclesial de su parroquia o sector, y vivir en comunicación con el
resto de las comunidades cristianas, que, dentro de la pluralidad de carismas
formamos la iglesia local. La Iglesia es, de este modo, una “comunidad de
comunidades”, unidas por la confesión significativa de la misma fe y
comprometidas en el anuncio universal del Evangelio" (2).

La R.C. es una corriente de renovación que ha logrado ya cierto grado de


renovación en la Iglesia. Por todo el mundo han surgido miles de grupos de
oración, de los que algunos han ido profundizando en su opción comunitaria
de una u otra forma para el enriquecimiento de la Iglesia.

DESDE LA R.C. ¿TENEMOS ALGO QUE OFRECER A NUESTRAS


COMUNIDADES PARROQUIALES?

Es evidente que sí, pero primeramente y como base hemos de afirmar que
nuestra vivencia diocesana y también eclesial a nivel personal se ha de realizar
a través de nuestra inserción parroquial. Es así como llegaremos al verdadero
sentido eclesial.

No podemos ser un grupo eclesial desconectado de la fatiga, de la alegría y de


la vida diaria de la parroquia. Hemos de potenciar la realidad comunitaria que
puede resultar visible para todos los hombres: la parroquia.

Hace ya muchos años que el Señor me concedió la gracia de conocer el don de


la R.C. Gracias a El, a través de mi trabajo y de mi opción personal como
religioso, he llegado a vivir fundamentalmente a la sombra de dos grupos de
oración y he podido conocer otros en diferentes localidades. Sé que muchos
grupos abiertos a la acción de Dios han ?madurado considerablemente y que
otros han quedado "atascados", “aislados", pudiéndose también observar cómo
miembros de distintos grupos de oración adolecen de una falta de sentido
parroquial de forma que el grupo se ha convertido para ellos en sustituto de la
comunidad parroquial a la que pertenecían.

Pero si somos fieles al Espíritu nunca puede convertirse la R.C. en una


evasión de nuestra inserción parroquial, sino todo lo contrario.

Creo necesario afirmar que, a no ser en el caso de una llamada especial, el


grupo de oración como tal, considerado en su conjunto, no debe tomar una
opción parroquial concreta, pues sus miembros generalmente pertenecen a
distintas parroquias, y además esta opción debe ser personal.

¿QUE HACER?

El discernimiento nunca debe faltar. Hemos de ser creativos y ponernos en las


manos del Señor. Siempre será necesario orar y pedir luz al Señor.

Nuestro ofrecimiento puede estar marcado por las siguientes pistas de acción:

- Animación litúrgica
Sin pretender que la liturgia parroquial se convierta en una continuación de
"nuestro" grupo de oración, sino realizando más bien un servicio según el
orden y esquemas de la parroquia, sin que obste para ello aportar la "vivencia
tranquila del Señor” que hemos recibido por pura gracia.

Entre otras cosas podemos señalar:


- animación musical de las celebraciones y encuentros, bien por la
instrumentación o bien por el simple canto, creando o insertándonos en el
servicio musical de la parroquia.

- animación litúrgica en las moniciones y en las lecturas bíblicas, tratando de


conseguir que se haga una verdadera "proclamación de la Palabra" y no una
simple lectura.

- Inserción en grupos de servicio pastoral

Caritas, pastoral de enfermos, grupos de catequesis, apoyo a grupos de


confirmación. Hay parroquias con dificultades para estos servicios y el trabajo
suele sobrar.

- Inserción en grupos de crecimiento.


No sólo hay grupos en las parroquias para "trabajar". También los hay para
profundizar o crecer en la vida cristiana, en los que nosotros podemos
participar: grupos de formación bíblica, catecumenado de adultos, grupos de
reflexión.

- Otros servicios parroquiales.

En todas las parroquias hay otros servicios más escondidos a los ojos de los
hombres, pero imprescindibles en la marcha de la comunidad parroquial, en
los que podemos poner nuestro granito de arena: limpieza de ?locales,
recogida de avisos y llamadas, secretarías, servicios de sacristía, etc. Cada
parroquia tiene sus necesidades concretas que solucionar.

Ir al párroco y ofrecerse, no con medallas o méritos, sino humildemente como


un miembro más de la comunidad parroquial, que desea participar en lo que
sea, no siempre es fácil. Unas veces el obstáculo puede estar en nosotros
mismos, y entonces hemos de revisar nuestros miedos u orgullos. Otras veces
puede ocurrir que el mismo párroco no esté "hecho" a tales colaboraciones o
que su carácter sea completamente distinto del nuestro.

NOTAS:
(1) MOVILLA, Secundino, Del Catecumenado a la comunidad, Ed. Paulinas,
Madrid 1982, p. 9
(2)PEREZ ALVAREZ, J.L., La fe en Jesús: proyecto de juventud. Folleto
Col. Juventud y fe cristiana, n. 2, Bilbao, 1982

La Comunidad «Maranatha» de
Bruselas
Hace ya varios años que un grupo de cristianos se viene reuniendo cada
semana. Han vuelto su corazón al Señor y le han implorado: "Ven, Señor
Jesús, Marana tha".

Los diques y las barreras han quedado derribados. El Espíritu ha inflamado los
corazones y se ha unido a su naciente comunidad para clamar: “¡Marana tha,
ven, Señor Jesús!”.

La comunidad ha tomado este nombre de "Maranatha", expresión aramea que


hallamos en el Apocalipsis y en la Primera Epístola a los Corintios. Se trata de
una breve oración que usaban los primeros cristianos al dirigirse al Señor
Jesús. Significa: "¡Ven, Señor nuestro!".

Han pasado meses y años en el deseo del Señor, en la escucha atenta y en la


disponibilidad a las llamadas del Espíritu. La comunidad se ha ido formando
siguiendo unas etapas. Hoy son más de 200 personas las que participan, cada
una a su manera, en la vida del conjunto. Siguiendo el ejemplo de los primeros
cristianos, "son asiduos a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión
fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42). Viven los
acontecimientos y el crecimiento de la comunidad, con sus gozos y
sufrimientos, en el Señor Jesús: bautizos, compromisos de todas clases, bodas,
defunciones... Las personas son muy distintas: edad, profesión, ambiente. Pero
han acogido el don que el Señor les ofreció: el amor fraternal.

Desde el comienzo se ha estado pidiendo este don al Señor y lo hemos


recibido en la oración de alabanza. Por todo demos gracias a Dios. La
alabanza empapa ?a cada uno en la fe confiada del pobre, del pequeño.

Fraternidad y alabanza: los dos raíles de una misma vía. No hay alabanza
verdadera sin amor, no hay fraternidad profunda sin alabanza al Señor. Se
recibe la fraternidad y la alabanza como un don, y se las experimenta como
una llamada, como una vocación.

I. CANTAR AL SEÑOR

Recitad juntos salmos, himnos y cantos inspirados, cantad y celebrad al Señor


con todo vuestro corazón. (Ef 5, 19).

La oración ha fundado la comunidad. Hemos escuchado la llamada urgente a


dar gracias... en todo tiempo y lugar (Ef 5, 20), tanto en la oración comunitaria
como en la oración personal.

l. Fuerte alabanza

Gritad de alegría a Dios, nuestra fuerza. Aclamad al Dios de Jacob. (Sal 80).

Cuando nos encontramos juntos, lo primero que hacemos es alabar


fuertemente al Señor con aclamaciones y cantos. Algo semejante a la entrada
triunfal en Jerusalén.

Esta alabanza fuerte es como la criba a través de la cual se pasa para ponerse
en presencia de Dios. La vida es tan alienante que nos distrae de Dios, de
nosotros mismos, de nuestros hermanos... En la alabanza nuestro espíritu y
nuestro corazón se lanzan hacia el Señor en un grito de amor y de confianza
que nos sumerge en su misericordia con todo el peso de la ciudad y del
mundo.
El día en que recibimos el impacto de esta alabanza fuerte, hubo un gran
cambio. Fuimos liberados. Libres para escuchar al Señor y aceptar su
llamamiento. Libres para amar a los hermanos. Libres para aceptar o inventar
los servicios necesarios a la comunidad fraterna y misionera.

2. Ocasiones para orar juntos.

No os inquietéis por nada, sino que en toda ocasión, por la oración y la


súplica, acompañados de acción de gracias, haced conocer a Dios vuestras
necesidades. (Flp 4,6).

Con el pasar de los años, las llamadas a reunirse para alabar al Señor se han
multiplicado. Y no han faltado intenciones que presentarle. Todo hay que
recibirlo, incluso la vocación, para que "la paz de Dios... guarde nuestros
corazones y nuestros pensamientos en Jesucristo" (Flp 4, 7).

El miércoles por la tarde.

Durante esta reunión nos ha sucedido que hemos comprendido cómo el Señor
pide tomar tal o cual orientación. Algunas actividades de la comunidad
encontraron aquí su origen y su fuerza.

Vigilia de la resurrección.

El sábado celebramos la vigilia de la resurrección del Señor Jesús. Después de


la eucaristía, abierta a todos, tiene lugar una comida fraterna y se comparte lo
que trae cada uno. ¡Cuántas cosas suceden en este encuentro gozoso! "Venid y
veréis”.

Dos veces al día.

A las 12.30, los hermanos y hermanas que pueden se reúnen para cantar la
oración del mediodía. Y por la tarde, a las 6, se encuentran de nuevo para la
eucaristía.

El canto.

No somos especialistas en el canto. Sin embargo, en la comunidad se canta


mucho. Cada lunes, los voluntarios se reúnen para aprender nuevas melodías,
frecuentemente de inspiración bizantina. No tenemos un coro separado: todos
estamos invitados a participar en la polifonía. Canto que une a la comunidad y
que la forma.

3. Oración personal
En cuanto a ti, cuando quieras orar, entra en tu aposento más retirado, cierra
la puerta y dirige tu oración al Padre que está allí en lo secreto. (Mt 6. 6).

Muchos hermanos y hermanas de la comunidad oran cada día durante una


hora, antes de ir al trabajo. Esta oración personal es como el pulmón de la
oración comunitaria.

Muchos practican la "oración de Jesús", y tratan de vivir "el desierto en la


ciudad".

Algunos han aceptado más particularmente la misión de interceder por sus


hermanos, por la ciudad, por el mundo entero.

4. Una locura por el Señor

Bendecid al Señor, vosotros los siervos del Señor, los que pasáis la noche en
la casa del Señor. (Sal 134).

Hemos empezado las noches de oración, una vez al mes, porque nos ha
parecido que el Señor nos lo pide. Velad porque no sabéis el día ni la hora (Mt
24, 42).

A esta oración vienen los que desean y pueden participar en la oración toda la
noche. El esquema es: oficio de la tarde, eucaristía, oficio de lecturas y oficio
de la mañana. Lo restante del tiempo, adoración en silencio u oración libre.

Es una gracia excepcional de purificación y de comunión. Es también para


nosotros una rica experiencia de escucha de la Palabra de Dios. La comunidad
entera queda unida en el combate de Jacob.

II. EL AMOR FRATERNO

La alabanza al Señor nos cura y nos hace más fraternales. Conocemos


nuestras debilidades, pero el Señor nos da amor y fraternidad.

La fraternidad, don de Dios

Con frecuencia hemos experimentado que no basta "optar" por la fraternidad;


hay que “pedirla". Es un don del Señor. Somos tan distintos: un general,
antiguos desertores, parados, profesores, enfermeros, médicos, belgas,
franceses, americanos, zaireños, estudiantes, viejos, jóvenes, célibes, casados,
marginados. Un bonito saco del que el Señor va sacando guijarros para
pulirlos. Sólo el Espíritu Santo puede cimentar la comunidad.

Compromisos múltiples
Tenemos una vocación común: esperar la vuelta de Jesús en la alabanza y en
la vida fraterna: "un solo corazón y una sola alma dirigidos hacia Dios" (San
Agustín). Sin embargo, los compromisos particulares son muy distintos.

Hay célibes que viven en fraternidades de estilo monástico, en las que


comparten todo: la oración, el techo, los bienes... Otros forman fraternidades
más abiertas, no viven en residencias comunes. El celibato y el matrimonio se
viven como compromisos que corresponden a una llamada. Los hay, en fin,
que vienen a buscar fuerza y ánimos en tal o cual actividad.

Los compromisos a nivel de organización y dimensión de la comunidad son


también muy diferentes. A cada uno, su llamada y su generosidad.

Al entrar en la comunidad, cada cual se compromete en un camino de


alabanza y fraternidad en el seguimiento de Jesús. Estamos llamados a dar
siempre más y a superar etapas.

Vacaciones comunitarias

Desde 1978, un número creciente de miembros de Maranatha se vienen


reuniendo cada verano para pasar juntos unos diez días de vacaciones, vividos
en la alabanza y en la vida fraterna. En 1978 fueron 22, en 1979, 44, y en
1980, 80.

III. COMPARTIR LA BUENA NUEVA

No te calles... porque tengo en esta ciudad un pueblo numeroso. (Hch 18, 10).

La comunidad ha nacido y crecido en el centro de la ciudad de Bruselas. Ir.


Nuestra misión es ir hacia ese pueblo numeroso que desconoce al Señor y, sin
embargo, le pertenece. Este llamamiento resuena cada vez más fuerte.

"Venid y ved"

El primer trabajo de nuestra comunidad es el testimonio de la vida fraterna,


principalmente en la liturgia que brota de la alabanza.

La celebración de la Vigilia Pascual, el sábado a las 17 h., está abierta a los


transeúntes y curiosos. El Señor bendice la alabanza fraterna hasta el punto de
tocar los corazones y convertirlos. Se juntaban cada día a la comunidad
aquellos que debían salvarse (Hch 2, 47).

En la parroquia

Para responder a la invitación de los párrocos, un domingo cada mes toda la


comunidad acude a una parroquia. La anima: eucaristía, "pique-nique",
enseñanza y compartir. Estos encuentros entre comunidades son muy
fructíferos.

Un lugar de alabanza

Levantamos nuestra tienda de alabanza en lugares muy distintos. Sin embargo,


pedimos al Señor un lugar para reunirnos, para alabarle a diario e implantar
las diversas fraternidades.

Escuela de evangelización

La sesión sobre evangelización, que la comunidad organizó en septiembre de


1980, animó a los misioneros, sobre todo a los que se hallaban en camino, "de
dos en dos" (Lc 10, 1), para llevar la Buena Nueva a los hermanos.

La apertura de una escuela de evangelización -Escuela de San Pedro y San


Pablo- permite a los hermanos y hermanas revisar sus iniciativas misioneras a
la luz de la Biblia y de la Tradición.

La enseñanza de esta escuela, centrada en la misión, reúne semanalmente a la


comunidad, cuya formación está integrada por la liturgia, los seminarios y el
Instituto de Estudios Teológicos (SJ.), donde numerosos hermanos y
hermanas siguen cursos.

Traducido de Communauté Maranatha, folleto de presentación de la


Comunidad.
Dirección: Communauté Maranatha Rue Zinner. 3 - 1000 Bruselas

Tolerancia en la Renovación Carismática


por Tomás Forrest, C. Ss. R

Siendo muchas las cosas buenas que suceden en la R.C., todavía podrían
suceder más si nos concentrásemos en los frutos del Espíritu Santo tanto como
en sus dones. Los dones nos ayudan a llevar a otros al Cuerpo de Cristo, pero
los frutos nos hacen resplandecer a nosotros mismos como partes de ese
Cuerpo. Uno de esos frutos es la paciencia (Ga 5, 22), y una expresión vital de
la paciencia es la tolerancia.

El diccionario define la tolerancia como "respeto y consideración hacia las


opiniones o prácticas de los demás; margen o diferencia que se consiente en la
calidad o cantidad de las cosas".

Una dosis abundante de tolerancia no haría ningún daño a la R.C. La


tolerancia nos enseña a dar cabida a las equivocaciones de los demás, y
protege nuestro derecho a hacer las cosas de una manera diferente, quizás
mejor o peor que los demás. Básicamente preserva a cualquier persona o
grupo de considerarse la medida de si los demás lo están haciendo bien o no, y
nos ayuda a evitar las inútiles comparaciones (Ga 6, 3 -4).

Veamos algunos ejemplos de intolerancia en la R.C.

ENCAJONAR LA RENOVACION

Algunos tratan de encerrar la Renovación en la estrecha caja de sus propias


experiencias, dones, ministerios, o, lo que es peor, inclinaciones personales.

Pero un modelo único, una única dirección, una única expresión para la R.C.
no va al paso del Espíritu Santo y está en contra de la naturaleza de los dones
como llamadas personalizadas (Ef 4, 11; Rm 12 4-8; I Co 12, 4-11). Ser un
sacerdote redentorista, por ejemplo, no me permite despreciar a los laicos en
la Iglesia ni criticar a los demás sacerdotes por no ser ellos también
redentoristas. Mi llamada y mis dones no son necesariamente los suyos, y
aunque yo pudiera demostrar que mi camino es objetivamente mejor, esto sin
embargo no lo haría obligatorio para los demás.

Como Jesús muestra en la parábola de los criados con diversos talentos (Mt
25, 14ss.), mi tarea es hacer las cosas lo mejor que pueda según mi llamada y
mis dones, no hacer las mismísimas cosas y tan bien como cualquier otro. Y, a
su vez, mi éxito no se convierte en la norma del éxito de los demás.

Sin duda que todos nosotros hemos sido llamados a las alturas de la santidad
(Mt 5, 48), pero esto no quiere decir que el Padre Eterno nos dé de plazo
solamente hasta mañana al mediodía para llevar a cabo toda la tarea. El
entiende, e incluso tiene previsto, que nuestra lucha pueda durar otros diez
años, o quizá el resto de nuestra vida y, además, un poco de Purgatorio.

Por tanto, es importante ser tolerantes con nosotros mismos, con los demás y
con Dios mismo.

Tolerantes con nosotros mismos, pues aunque algunos puedan estar muy por
delante de nosotros con dones más espectaculares, esto, no significa que de
alguna manera competitiva agradan más a Dios.

Tolerantes con los demás, ya que mis ideas e ideales, mis dones y mi llamada
no son necesariamente la norma y el camino para ellos.

Y tolerantes con Dios, porque nada le obliga a hacer las cosas a mi modo, a
dejarse llevar por mis inclinaciones, o a usar de mí y moverme tan
rápidamente como lo hace con otros. Dios es el último a quien podemos
encajonar en una caja estrecha, y ciertamente no en la caja de nuestros propios
gustos o antipatías. Si el criterio para el discernimiento espiritual fuera el "no
me gusta", el don de lenguas y quizá algunos otros dones auténticos no
habrían encontrado espacio.

A través de la tolerancia, a todos se nos permite desarrollar nuestra propia


función libremente, según nuestras posibilidades y circunstancias,
precisamente en el modo en que Dios lo planteó.

PRETENDER POSEER UNA VISION TOTAL

Aunque yo creo que somos parte de una nueva efusión del Espíritu Santo que
tendrá éxito en la renovación de la Iglesia, no creo que ninguno de nosotros
tenga una visión completa de cómo o de cuándo exactamente vaya a suceder
todo.

Cada uno no es más que una pieza de un divino rompecabezas y ha recibido


una misión específica, pero no conoce el plan de Dios para colocar todas las
piezas en su sitio, o si esto va a suceder dentro de un año, de una década, de
un siglo o dos.

Es algo como un carpintero, un albañil, un electricista y un encargado de la


grúa, que trabajan en distintas partes de un mismo edificio en construcción,
con el arquitecto que es el único que ve todos los planos completos. Ninguno
de nosotros es ese arquitecto.

Cada uno conoce o debe discernir de qué manera quiere Dios usar de él en ese
momento, pero cualquiera que piense que puede ver todo el camino hasta el
resultado final, se está preparando para encontrarse con algunas sorpresas.

El pensar que puedo ver claramente cómo Dios hace todo significa que me
estoy viendo a mí mismo demasiado en el centro, mientras que en realidad no
soy más que una parte pequeña, aunque especial.

Aquellos que no pueden dejar todo el cuadro final en manos de Dios se


convierten en especialmente intolerantes, demasiado seguros y demasiado en
el centro de lo que ven para dejar espacio a las demás partes importantes de
cuadro, diferentemente configuradas y ensambladas. A su último libro o
enseñanza lo llaman la última palabra, mientras que la última palabra sigue
siendo la prerrogativa de un Dios tan lleno de sorpresas que es siempre un
misterio (Is 5, 8-9).
EL METODO DEL "0... O...”

La idea de que "o tu camino, o el mío es correcto" es frecuentemente


equivocada. A menudo, tu camino será indicado para ti y el mío indicado para
mí. Y si pusiéramos juntos ambos caminos, en un esfuerzo unificado,
podríamos llegar a formar un gran equipo.

Recuerdo un país en el que los líderes de un centro estaban adoptando un


método de Renovación muy intelectual mientras el método de los líderes de
otro centro se basaba en la experiencia. Ambos grupos perdieron tiempo y
esfuerzos preciosos, cada uno atacando los errores del otro, mientras que el
único error era el no haber visto que cada uno necesitaba del otro. Un grupo
estaba produciendo una magnífica literatura carismática y una admirable serie
de enseñanzas, mientras que el otro tenía grandes dones de alabanza, música,
alegría, amor y oración. No era cuestión de "o... o... ", sino más bien de que
ambos trabajaran juntos como partes claramente diferenciadas del mismo
cuerpo.

Un perfecto punto de encuentro para un montón de nuestras diferencias está


muchas veces en el medio, un punto alcanzado tras un humilde compartir y
tras dejar que las ideas y direcciones de uno equilibren y corrijan las del otro.

CONFUNDIR LA CULTURA

La tolerancia hace que nos mantengamos pacientes con ciertas expresiones


?culturales de la R.C. que uno encuentra difícil de apreciar. La Renovación es
un fenómeno universal, y las distintas partes del mundo son muy diferentes.

Yo he visitado 80 países, y aunque evidentemente es el mismo Espíritu Santo


el que actúa en todas partes, hay una exquisita variedad cultural en sus
acciones.

Un ejemplo es una inolvidable liturgia en Costa del Cabo (Ghana). Cuando el


diácono elevó los Evangelios en alto por encima de su cabeza para proclamar
"Palabra de Dios", todos los presentes dejaron sus bancos, y con una
magnífica sonrisa danzaron ante el altar por turno, con los brazos extendidos,
haciendo una profunda reverencia a la Palabra de Vida. Es el ejemplo más
hermoso de danza litúrgica que yo he visto.

Pero eso no quiere decir que nosotros podamos o debamos esperar ver el
mismo hecho en un monasterio capto, en el monte Sinaí, o en la catedral de
Munich. Algo que es hermoso para África no se convierte en ley para otro
lugar: pero algo que está fuera de lugar en un monasterio no es, a su vez,
necesariamente equivocado para África.

Dios sabe quiénes somos y dónde nos encontramos, incluso mejor de lo que
sabemos nosotros mismos, y nos trata de conformidad con ello, con una
libertad y variedad de acciones muy sensible a la cultura y limitada solamente
por la única ley de actuar siempre con amor. El modo como El toca y conduce
a cada persona no se convierte nunca en el modo como EL DEBE tocar y
guiar a los demás.

Los principios de doctrina y las prudentes prácticas de pastoral deben ser, sin
duda, definidos claramente y seguidos por todos. Pero junto con la variedad de
dones y de llamadas, la amplia variedad de preciosas culturas puede hacerlas
maravillosamente provechosas allí donde existan, pero no siempre es posible
repetirlas, y quizás incluso parece que sería equivocado exportarlas a otros
lugares.

En Oriente, el signo de la paz es solamente el juntar las propias manos, una


dulce sonrisa y un intercambio de inclinaciones profundamente respetuosas.
Pero en América Latina es un caluroso abrazo, y en Bélgica y Zaire un triple
contacto de mejillas. No sólo la música y los estilos de alabanza siguen unas
líneas culturales, sino también el estilo de enseñar, imitando el propio ejemplo
de Cristo de adecuar sus palabras a la cultura de quienes le escuchaban.

En general, la tolerancia nos hace más lentos para juzgar y condenar otras
culturas y mucho más rápidos para estudiarlas y gozar de ellas. Cada una es
otro don del inagotable Espíritu Santo.

MOTIVADA POR EL PROPIO INTERES

Aunque tratada en último lugar, éste es el corazón del tema.

La intolerancia tiene su raíz en los celos y en el orgullo, en el miedo a que los


demás lo puedan hacer mejor, y en la inconsistente exigencia de ser
considerados los mejores al ser seguidos por todos.

"Si vivimos según el Espíritu -escribe san Pablo- obremos también según el
Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y
envidiándonos mutuamente" (Ga 5, 25).

Como Pablo da a entender en el capítulo 12 de la Primera Carta a los


Corintios, el oído no puede tener celos del ojo porque no ve, y el ojo no puede
ser intolerante con el oído que no ve. Cada uno es solamente una parte de un
plan divino llamado cuerpo, uno viendo y el otro oyendo, para el bien común.
Del mismo modo, cada uno de nosotros es una parte del más maravilloso plan
divino llamado Cuerpo de Cristo, cuando nos dejamos llevar, no por el propio
interés (Flp 2, 2-4), sino por el Espíritu de Dios, para servir uno al otro,
gozando los unos del encanto de los dones de los otros.

San Cipriano mártir mostraba este tipo del espíritu cuando escribía a Camelia:
"Hemos tenido noticia del testimonio glorioso que habéis dado de vuestra fe y
fortaleza; y hemos recibido con tanta alegría el gozo de vuestra confesión, que
nos consideramos partícipes y socios de vuestros méritos y alabanzas. En
efecto, si formamos todos una misma Iglesia, si tenemos todos una sola alma
y un solo corazón, ¿qué sacerdote no se congratulará de las alabanzas
tributadas a un colega suyo, como si se tratara de las suyas propias? ¿O qué
hermano no se alegrará siempre de las alegrías de sus otros hermanos?"
(Epístola 60).

Si ese tipo de espíritu tolerante y generoso nos guiase siempre, las piezas del
divino rompecabezas se deslizarían hacia su propio lugar muy rápidamente, y
nosotros veríamos muy pronto renovado el magnífico cuadro de la Iglesia.

44 - PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR.

"Revestíos del Señor


Jesucristo"
Hoy se hace al hombre una copiosa oferta de ideales de perfección, elaborados
por numerosas escuelas humanistas o por las distintas religiones naturales. No
faltan cristianos que tratan de entrar en esta reñida competencia, queriendo
hacer una amalgama sincretista de los elementos más contrapuestos y ajenos
al cristianismo. La santidad a la que el cristiano debe aspirar, de acuerdo con
las metas que le marca su Maestro, es algo único y sin precedentes, y que se
debe admitir en toda su pureza y sin adulteraciones extrañas.

La manifestación del Espíritu de Jesús en Pentecostés es lo que da origen a la


realidad de la santidad cristiana.

A diferencia de todos los demás ideales, es algo que el hombre no puede


elaborar con su propio esfuerzo, sino que le viene dado desde arriba como
pura gratuidad. El cristiano no se santifica, sino que es santificado, recibe la
unción venida del Santo, participa de la misma santidad de Dios, es animado
por el Espíritu Santo y lleva en sí la fuente de la santidad divina.

La expresión más bella y profunda que podamos hallar nos la ofrece el Nuevo
Testamento, cuando nos dice que el cristiano se despoja del hombre viejo para
revestirse del hombre nuevo según la imagen de Cristo (Col. 3, 9-10).

Esto es precisamente revestirse del Señor Jesucristo (Rm 13, 14). El hombre,
que tanto aprecia la buena presencia y el decoro de su persona, alcanza en
Jesús tal rango de dignidad y elegancia que en este mundo no podemos
imaginar. Es una vestidura sagrada, un "traje de boda" (Mt 22, 12), algo con lo
que también la misma Iglesia como "Esposa se ha engalanado y se le ha
concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura" (Ap. 19, 7-8), que no se
queda en el exterior, sino que, lo mismo que el bautismo en el Espíritu,
penetra y transfigura todo el ser. Un día lo contemplaremos cuando nos
veamos revestidos del Señor, "gloriosos como El" (Col. 3, 4), porque aún no
se ha manifestado lo que seremos, pero "cuando se manifieste seremos
semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2). La sabiduría divina
dice que el Señor es "glorificado en sus santos" (2 Ts. 1, 10) y que éstos
"juzgarán al mundo" (1 Co. 6, 2).

La exigencia de una vida santa es la base de todo el mensaje de la R.C., y el


primer objetivo de su acción ha de consistir en suscitar entre todos los
cristianos la inquietud y el anhelo sagrado de santidad, señalando también con
signos y realizaciones concretas la meta que nos propone el Señor: "como
vuestro Padre celestial" (Mt. 5, 18). No puede haber tan fácil concesión a la
mediocridad y decaimiento.

Lo que más necesita la Iglesia son cristianos en los que se pueda reconocer a
Jesús Salvador. El testimonio, la evangelización, el compromiso, la alabanza,
consisten ante todo en reproducir en la propia vida "la imagen de Jesús" (Rm.
8, 29).

Todo esto, si no lo conociéramos por la revelación divina, si no lo hubiéramos


visto realizado en torno nuestro en "tan gran nube de testigos" (Hb. 12, 1), nos
parecería un ideal inalcanzable para la flaqueza humana.

Pero creer en Jesús Salvador y Señor implica siempre la aceptación de la obra


que El realiza en nosotros y la seguridad de que "Dios, que da la vida a los
muertos y llama las cosas que no son para que sean" (Rm. 4, 17), llegará un
día en que "transformará este miserable cuerpo nuestro en cuerpo glorioso
como el suyo" (Flp. 3, 21), haciendo nuevas todas las cosas (Ap. 21, 5).
La R.C. como renovación
del misterio de la Iglesia
por el Cardenal L.J. SUENENS

Reproducimos a continuación la conferencia que el Cardenal SUENENS


pronunció en el Encuentro Internacional de la R. C. celebrado en Paray-le-
Monial (Francia) en julio de 1983. La traducción es de KOINONIA.

El Vaticano II fue un Pentecostés para toda la Iglesia.

En la prolongación de este Pentecostés se debe enmarcar la R.C.

Hemos de mirar siempre la Renovación bajo la perspectiva de continuación


del Concilio Vaticano II.

Misión importante de la Renovación es enseñar de nuevo a los hombres a


descubrir el Misterio de la Iglesia.

Ella misma es renovación de este misterio.

Todo cristiano es carismático.

Hay que dar a la Renovación un nombre que muestre que se trata de una
gracia para todos los cristianos. El verdadero rostro de la Renovación es entrar
en el misterio de la conversión. Para ello debe poner el acento
en las virtudes teologales.

Al principio fue la R.C. como una etiqueta para unos cristianos muy
especiales. Poco a poco va penetrando en el clima general de la Iglesia, para
convertirse en algo normal para todos.

Chesterton tiene una frase muy feliz a propósito de cierto autor llamado
Wilson que escribió un libro con el título "Lo que yo pienso sobre Dios". Al
hacer la recesión de esta obra escribió Chesterton: "el señor Wilson acaba de
escribir un libro para decirnos lo que piensa sobre Dios. Quizá sea esto
interesante, pero aún sería más interesante saber lo que Dios piensa sobre el
señor Wilson."
Quisiera aplicar esto mismo a la Renovación. En la R.C. es interesante saber
lo que piensa cada uno sobre la misma, pero yo preferiría descubrir lo que
Dios piensa sobre la Renovación. Es difícil escrutar el misterio de Dios, pero
¿cuál es exactamente el significado profundo de este acontecimiento mundial
que llamamos Renovación Carismática?

Creo que para penetrar en este significado, para leer realmente los signos de
Dios (se habla mucho de los "signos del cielo", pero se los busca en la tierra,
en vez de buscarlos en el cielo), hay que indagarlo en la continuidad de
aquella renovación de Pentecostés que fue el Vaticano II para toda la Iglesia a
nivel de Obispos. Hay que unir profundamente la Renovación con lo que pasó
durante el Concilio.

I. - LA R.C. ES ANTE TODO RENOVACION DEL MISTERIO DE LA


IGLESIA

A nivel de Obispos, el Vaticano II fue un Pentecostés para la Iglesia. Juan


XXIII les había escrito una carta antes del Concilio en la que decía: "no
sabemos lo que es un Concilio. Todos somos novicios en materia de Concilio,
pero os pido que leáis de nuevo los Hechos de los Apóstoles. "

El Vaticano II es una relectura que todos los Obispos hicieron de los Hechos
de los Apóstoles para aplicarla a la Iglesia universal. Releamos, por tanto,
nosotros los Hechos de los Apóstoles. Releamos la primera página de la
historia de la Iglesia. Releamos lo que pasó el día de Pentecostés cuando se
fundó la Iglesia. Es una vuelta a la fuente eclesial por excelencia.

Para poner bien de manifiesto este aspecto de Pentecostés Juan XXIII hizo
aquella oración tan preciosa:
"Te pedimos, Señor, que renueves entre nosotros, para nuestro mundo, la
gracia de Pentecostés cuando estuvieron reunidos los cristianos con María en
el Cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo, la gracia de un nuevo
Pentecostés para tu Iglesia."

Esta presencia profunda del Espíritu se pudo constatar en cada una de las
cuatro sesiones del Concilio. De ello puedo dar fe.

Todavía no está disponible para todos la documentación del Concilio, pero los
historiadores del futuro lo podrán comprobar. Se prepararon setenta y dos
documentos sobre todos los temas imaginables en relación con la renovación
de la Iglesia. Si miramos los documentos que al final resultaron de las cuatro
sesiones, podemos ver que solamente hay dieciséis. Se dio una metamorfosis
de aquellos textos, un cambio profundo. Excepto el primero, el de la Liturgia,
que estaba muy bien, todos los demás sufrieron modificaciones importantes y
algunos fueron rechazados. El documento que después quedaría con el
nombre Lumen gentium no mencionaba al principio ni una sola vez el Espíritu
Santo. Si nos fijamos ahora en él veremos la acentuación trinitaria que tiene.

Aquello que se dio en los Padres Conciliares fue el nuevo Pentecostés a nivel
de Obispos.

Pero el Espíritu Santo sigue una línea de continuidad. El nuevo Pentecostés,


que nosotros los Obispos vivimos entonces, el Señor quiere que se viva hoy a
nivel de todo el pueblo de Dios. Esta es la Renovación de la que hablamos: la
prolongación del Concilio. Nunca hay que separarla del Concilio, pues no es
algo distinto, sino que en sí constituye el mismo trabajo de renovación
Pentecostal que se realiza a nivel de todo el pueblo de Dios. No digo a nivel
de laicos, sino a nivel del pueblo de Dios que somos todos los bautizados.

Una página profética del Concilio

Si miramos la Renovación bajo la perspectiva de continuación del Concilio


hallaremos una página profética en el documento Lumen gentium, en la que
los obispos resaltan la importancia de creer en este reavivamiento de todos los
dones del Espíritu Santo. Es toda una página dedicada a los carismas, que ha
servido de preparación para la Renovación, ofreciéndonos por adelantado una
garantía de esta relectura que estamos viviendo de los Hechos de los
Apóstoles.

Hay que leer una y otra vez esta importante Constitución Lumen gentium.
Mucho me temo que no se lea hoy suficientemente este texto fundamental que
nos revela el misterio de la Iglesia.

Nos encontramos al comienzo con el capítulo primero sobre "el misterio de la


Iglesia", título que parece que no se ha leído lo suficiente, pues aún se sigue
hablando, sobre todo en la prensa y en la radio, de la Iglesia institucional, de
la Iglesia sociológica, de la iglesia en su visibilidad de pobres hombres que
somos todos nosotros.

Pero la Iglesia es el tesoro y el misterio de Dios, que nosotros llevamos en


vasos de barro, la Iglesia es Jesucristo que sacramental continúa su vida entre
nosotros. Esto es lo que nosotros ante todo debemos descubrir y hacerla vivir
después a nuestro alrededor.

Aquí se inserta la Renovación. Es una renovación del misterio de la Iglesia. A


Jesucristo hemos de encontrarlo allí donde está, de lo contrario no tendríamos
más que un Jesús de Nazaret histórico, deteniéndose la historia en su tumba.
Pero no es así. El misterio de la Iglesia es el misterio de esa resurrección
pascual, el misterio del Espíritu Santo enviado por Jesucristo vivo para animar
su Iglesia. No es el sacerdote quien nos ha bautizado, sino Jesucristo a través
del ministerio del sacerdote. No es el obispo quien me ha confirmado, es
Jesucristo por la unción del Espíritu a través del ministerio del Obispo. No es
el sacerdote quien me absuelve en la confesión. Es Jesucristo el que por su
boca me dice "Yo te perdono". Él está en el corazón de todos los sacramentos
actualizado por el Espíritu Santo.

Redescubrir la Iglesia

Por esto, para mí, la primera misión de la Renovación es enseñar de nuevo a


los hombres el misterio de la Iglesia. Los hombres necesitan volverlo a
escuchar. Los jóvenes principalmente dicen SÍ a Jesucristo, pero NO a la
Iglesia. ¿Pero esto qué quiere decir? Un SI a "cierto" Jesucristo nada más. Les
molesta el Jesucristo resucitado.

Hay que abrir camino y decir: Sin Iglesia no tendríamos a Jesucristo. Sin
Iglesia Jesucristo estaría muerto en el sepulcro de José de Arimatea. Sin
Iglesia no podríamos poseer su Palabra. Es la Iglesia la que nos ha transmitido
las Sagradas Escrituras y sin ella no tendríamos el Nuevo Testamento. Es la
Iglesia la que hizo el discernimiento de lo que es apócrifo y de lo que está
inspirado.

Sin la Iglesia no podríamos hacer las interpretaciones esenciales. Ella nos da


la garantía de auténtica interpretación en todo cuanto leemos en las Escrituras.
"Tomarán en las manos las serpientes... “(Mc. 16, 18): es un hipérbole y no
significa que haya que tomar las serpientes en la mano, la Iglesia me dice que
significa que hay que tener coraje. Pero si en páginas anteriores leo: "esto es
mi Cuerpo" o "esta es mi Sangre": ¿cómo sabemos que no se trata de un
símbolo? Es la Iglesia la que nos lo enseña y nos dice que hay que tomarlo en
su sentido profundo.

Sin la Iglesia no tendríamos a Jesucristo.

Estamos ante un misterio y no lo comprenderíamos sin el Espíritu Santo que


Jesucristo envió para que interiormente nos iluminara. "Tengo muchas otras
cosas que deciros, pero ahora no podéis con ello; cuando venga Él, el Espíritu
de Verdad, os guiará hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). El Espíritu Santo
nos da a comprender la Palabra de Jesús.

Transmitamos al mundo este primer capítulo de la Lumen gentium. Que la


Renovación sea ante todo esa renovación del misterio de la Iglesia.

Redescubrir el Pueblo de Dios


Si miramos al capítulo segundo vemos que lleva por título "El Pueblo de
Dios".

¿De qué se trata? De todos los fieles, de todos los bautizados; por
consiguiente, del Papa, de los obispos, de los sacerdotes, de todos los laicos:
de nuestra raíz común por la que todos somos hermanos.

En el capítulo siguiente se habla de la Jerarquía, ese otro aspecto de la


paternidad de Dios que se nos manifiesta a través de la paternidad del Papa y
de los obispos.

Es de gran importancia que seamos portadores de esta gracia para el mundo:


los sacerdotes que están en medio de vosotros son vuestros hermanos, pero
son también vuestros ?padres en Jesucristo. Los obispos que están en medio
de vosotros son vuestros hermanos, "hermanos con vosotros", como dice San
Agustín, "pero obispos para vosotros de parte del Señor". El Santo Padre es
nuestro hermano...

Leí una vez en el diario "Le Monde" un artículo que llevaba por título "Mi
hermano el Papa". No tengo inconveniente en este título, con tal que al final
se ponga "fraternal y filialmente". Es difícil imaginar que un hijo diga de su
padre que es su "hermano mayor"; en cierto sentido se puede entender si se
dice al mismo tiempo "mi padre".

Hemos de llevar al mundo estas cosas fundamentales y sencillas si queremos


que la Renovación se inserte en el corazón de la Iglesia y que no sea una
palabra que pasa, sino una gracia eclesial que recibimos para nosotros mismos
y transmitimos al mundo.

II.- DAR A LA RENOVACION UN NOMBRE DE CARACTER


UNIVERSAL

No se trata de hacer ahora toda una relectura del Concilio. Quiero detenerme
en la consideración de esta gracia que surgió cuatro años después del
Concilio.

Al principio fue muy difícil hallar el nombre exacto. Conviene que


reflexionemos sobre este nombre.

Puesto que el misterio de Pentecostés se había convertido en monopolio de los


Pentecostales (a David Du Plessis se le ha llamado "Mr. Pentecostés"), había
que disociar totalmente Pentecostés y Pentecostalismo. Al principio se dio a la
Renovación el nombre de "Neo-Pentecostalismo" o "Pentecostalismo
católico". No era expresión correcta, pues no se trata de una especie dentro del
género, y tuvimos que hacer toda una labor de purificación teológica.

El Pentecostalismo es una denominación Protestante hecha a partir de la


lectura de los Hechos de los Apóstoles, una lectura muy especial que nosotros
no podemos aceptar.

Una experiencia religiosa conmovedora, sí, pero una teología muy deficiente,
y en la práctica vemos cómo se dividen las denominaciones protestantes con
respecto a las interpretaciones. En cada uno de los carismas extraordinarios
hay que ver si se trata de una interpretación pentecostalista o de una
interpretación aceptable para la Iglesia Católica.

¿Movimiento carismático?

El nombre de "Pentecostalismo" no era correcto y al final se optó por la


expresión "Movimiento Carismático". Es algo que hay que revisar, pues si
analizamos los términos con rigor vemos que la renovación que estamos
viviendo no es un movimiento, ni tampoco algo que se centre en los carismas.
Sería peligroso llamar a una cosa según un aspecto que ni siquiera es
fundamental.

¿Dónde situar lo que nosotros estamos viviendo? No es un movimiento, no es


una organización. Es importante decir esto, porque de lo contrario bloqueamos
todas las salidas.

Explicando no hace muchos días a unos cardenales lo que es la Renovación,


me decían que está muy bien, pero que les parecía algo similar a otros
movimientos ("Comunión y liberación", Focolares, etc.).

Esto es desconocer de qué se trata en la Renovación. La culpa no es de ellos.


La historia de la Renovación ha ido evolucionando en este sentido de
movimiento y no hemos partido lo suficiente del punto de Pentecostés.

Abrirse a la Iglesia

Mientras no demos a la Renovación un nombre que tenga un significado


universal, no podremos salir de este equívoco del particular que se convierte
en lo general, y seguiremos en un callejón sin salida. Hay que salir de él y
llamar a la Renovación con un nombre que manifieste que se trata de una
gracia para todo el mundo, que el Vaticano II fue un Concilio para toda la
Iglesia universal a nivel de obispos, y que la renovación que hemos de vivir
ahora afecta a todos los cristianos y es una gracia de Pentecostés a nivel de
Iglesia universal. Para que lo podamos comprender hay que salir ante todo del
círculo de los que han hecho de ella una especialización.
Esto no es fácil, pero hemos buscado otras palabras. Hablé con el P. Congar y
me dijo que no le gustaba el término "carismáticos", porque da la impresión
de que hay dos clases de cristianos. Esta es la interpretación pentecostalista:
los que han recibido la efusión del Espíritu son unos supercristianos. Para los
pentecostalistas el primer bautismo es un bautismo en el agua y sólo tiene un
significado de conversión, ya que la santificación viene después. Según esta
interpretación hay dos capas superpuestas y los carismáticos son los que han
recibido de verdad el bautismo en el Espíritu.

Nosotros hemos de afirmar que el cristiano ha sido bautizado desde el


principio en agua y en el Espíritu. Esto se ha de tener muy claro, pero aquí nos
encontramos con la dificultad de una palabra que es al mismo tiempo genérica
y específica.

Estando una vez en Roma me pasó lo siguiente. A los Hermanos de las


Escuelas Cristianas, que en inglés se dicen "Christian Brothers" (Hermanos
Cristianos) les pregunté:

-¿Soy vuestro hermano?

-Sí -me contestaron.

-¿Soy Cristiano?

-Sí -volvieron a contestar.

- Entonces ¿soy "Christian Brother"?

-¡No! La misma palabra se usa en dos sentidos.

Todos los cristianos son carismáticos. Hay que salir de este callejón sin salida
y para ello creo que la mejor expresión sería Renovación en el Espíritu de
Pentecostés, Renovación Pentecostal, Renovación católica Pentecostal. No
encuentro otro término.

Ha de ser un término que nos ponga en esta perspectiva: vuelta a Pentecostés,


a la gracia de Pentecostés, al Cenáculo de Pentecostés. Allí se dio un misterio
de conversión, un misterio de reconocimiento de Jesucristo y de apertura al
Espíritu Santo.

III.- LA RENOVACION ES ALGO NORMAL PARA TODOS

Mientras se contemple a la Renovación como personas interesantes que oran


de un modo o de otro, y que explotan los carismas, no tendremos el verdadero
rostro de la Renovación, que es ante todo entrar en el misterio de la
conversión.

Los primeros cristianos eran todos unos convertidos. Tenían que haberse
convertido a Jesucristo de su medio ambiente y de su paganismo.

No se puede separar la conversión de la adhesión a Jesucristo: son dos


aspectos de la misma cosa. Hay que abandonar al hombre viejo -misterio de
despojamiento- para recibir una vida nueva y dejar que Cristo viva dentro de
uno mismo su misterio pascual de muerte y de vida. Esto es lo que está en el
corazón de la Renovación.

¡Ilumínanos, Señor, para saber lo que es esta apertura al Espíritu Santo, la


apertura primera que es el mismo Espíritu Santo!

Lo primero no son los dones, sino el Espíritu. Hay una especie de hipertrofia
con respecto a los dones del Espíritu Santo y a los carismas. Eres TÚ, Señor, a
quien yo busco." "Tú" y no "Tus", dice San Agustín. A ti y no tus dones.

Hay que hacer examen de conciencia. ¿Qué es lo que busco en la Renovación?


¿Un encuentro con el Espíritu Santo, dejando en segundo término los dones?
Esto es lo primero.

Y después de esto ¿qué? La literatura es extremadamente delicada, pues los


dones, los carismas, no tienen una definición definitiva. Es algo así como si
tratamos de definir los rayos del sol. Lo importante es el sol: el Espíritu Santo.
Después están los dones, las virtudes, los carismas. Entonces, ¿Dónde está lo
esencial?

Caminar en la fe, la esperanza y el amor

Es de suma importancia que la Renovación ponga el acento en las virtudes


teologales:

Caminamos en una fe desnuda, sin buscar signos ni milagros que ya vendrán


de vez en cuando, pero que no son lo primero.

¿Se da en nosotros una intensidad de esperanza ante este mundo desesperado?


Si el Espíritu Santo nos da el valor de esperar sobre toda esperanza, esto sí que
es un signo auténtico.

Y luego la caridad. Aquí sí que debo confesar que hay en los Hechos de los
Apóstoles una línea que me molesta. San Lucas indica que los demás al ver a
los cristianos decían:
Mirad cómo se aman. Las personas que pertenecen a los grupos ¿se aman de
esta manera? ¿Cómo aman al servicio de los que están a su alrededor, en sus
obligaciones sociales, en el mundo?

Es aquí donde hemos de centrar nuestra atención. Misterio de Pentecostés que


es encuentro con el Espíritu Santo, apertura a las virtudes teologales y después
a los dones y carismas.

Una vida carismática total

Distinguimos entre carismas ordinarios y extraordinarios, pero yo confieso


que no sé muy bien lo que significa esta distinción. Dios nos ama de una
forma extraordinaria y no nos dice: esto es ordinario y aquello extraordinario.
Admito que no es una distinción demasiado fuerte, pero no veo por qué no
valorizamos más los carismas ordinarios.

No hace mucho pronunció el Papa un discurso a los obispos de Bélgica y, sin


emplear el nombre, les habló de lo que llamaríamos carismas ordinarios. Les
decía que en el pueblo cristiano hay catequistas, personas que enseñan la
Religión, personas que dan testimonio del Señor, de su Palabra, personas que
dirigen la oración, etc. Esto es la vida de cada día.

Cuando entramos en esa zona peligrosa de los carismas extraordinarios


corremos el peligro de desconectar a la persona que tenga un don
extraordinario.

Pero, cuidado. Ahí está el Espíritu Santo y todos tenemos fundamentalmente


el tesoro en nosotros con variedades diferentes. Todos tenemos una voz, pero
no todos somos una Callas, todos tenemos el Espíritu Santo que habita en
nosotros, dándonos poder para orar por las curaciones y obtenerlas, y aquí y
allá hay personas escogidas por el Señor, quizá no por mucho tiempo, y por
medio de uno y de otro se producen curaciones.

Hay que hacer un discernimiento continuo y no se ha de considerar a los


carismas como algo que uno tiene en su bolsillo de una vez para siempre. Uno
puede decir una palabra inspirada (podemos decir "profética", en este sentido),
pero quizá mañana no. No se es profeta de una vez para siempre. Por tanto,
tengamos cuidado.

En cambio se es sacerdote de una vez para siempre y uno está bautizado de


una vez para siempre. Por tanto, hay carismas que forman parte de la
estructura misma de la Iglesia, y también está aquello que viene y se va, lo
que el Espíritu nos quiera dar.
Una oportunidad

Si miramos desde esta perspectiva del Cenáculo, con la mirada del Señor, creo
que la Renovación ha empezado y que aún estamos al diez por ciento de lo
que puede ser.

El Papa utilizó una palabra muy fuerte para nuestra responsabilidad. Habló de
"una oportunidad", de algo, por tanto, que hay que captar cuando pasa porque
quizá no vuelva a ocurrir.

Si queremos ser fieles tenemos por delante un camino enorme para que esta
renovación adquiera toda la dimensión de la Iglesia. Demos gracias al Señor
por habernos encontrado con ella y vivirla.

Pero debemos abrirnos y seguir abriéndonos para que no sea una


especialización sino una gracia universal. He ahí el verdadero Pentecostés.

Que se ha de convertir en algo normal para todos

Para comprender esto podemos fijarnos en la analogía que hay entre el


despertar litúrgico y el despertar Pentecostal en la Iglesia.

De vez en cuando hay que poner el énfasis en algún punto para mantener las
perspectivas. En el siglo XIX hubo que poner el acento en la Iglesia como
misterio de Dios. Los teólogos, y de manera especial los alemanes, como
Mühlen, Moeller, la escuela de Tubinga, prepararon el despertar del sentido de
la Iglesia. Para llegar a redescubrir el sentido del misterio de la Iglesia se dio a
la oración de la Iglesia una importancia preferencial sobre la oración personal.
No es que se llegara a destruir la oración personal, sino que se subrayó el culto
de la Iglesia, el misterio de la Iglesia, la oración de la Iglesia.

Todo esto no se hizo sin grandes dificultades. En Bélgica hicimos un gran


papel a través de Dom Boduin, benedictino del monasterio de Saint Cesar. En
un congreso que se celebraba sobre las obras católicas pidió que se le
permitiera hablar sobre "la oración de la Iglesia". Se consideró su proposición
como una cosa rara y se le dio como respuesta que el congreso era sobre las
obras católicas y que su tema no estaba previsto. Dom Boduin recurrió al
Cardenal Mercier, mi predecesor, el cual casi obligó a los organizadores a que
le diesen un tiempo. Al final se le puso en la sección de... arqueología.
Aquello era una cosa curiosa, una rareza de Dom Boduin: ¡hablar de la piedad
de la Iglesia!

Pero poco a poco aquello fue entrando en Mont Cesar con bastantes
dificultades, y los benedictinos fueron abriendo camino, convirtiéndose en los
grandes promotores de esta renovación litúrgica. Al principio daba la
impresión de que se trataba de una cosa de los benedictinos, pero poco a poco
se fueron dando retiros a los párrocos y algunos fueron cambiando. Fue una
larga historia. Baste recordar cómo en las misas antiguas celebradas en latín
apenas si había diálogo y cómo apareció más tarde el misal de los fieles.

Permitidme aquí una anécdota personal: cuando yo era joven recitaba durante
la misa unas trece letanías que yo había ido coleccionando, hasta que con el
tiempo descubrí el misal y más tarde la misa dialogada.

Fue ésta una transformación lenta que entrando por la puerta grande vino a
culminar en el Concilio Vaticano II con la Constitución sobre la Sagrada
Liturgia y la adaptación a las lenguas vivas. Pero esta historia no ha terminado
aún y queda todavía mucho trabajo que hacer para revitalizar la liturgia.

Estamos en el primer estadio

Lo mismo ocurre con la renovación carismática. Al principio parecía como


una especie de etiqueta para gente especial, pero poco a poco va penetrando
en el sentido de la Iglesia, convirtiéndose en algo normal para todos.

Actualmente nadie pensaría que el movimiento litúrgico fue una cosa de


benedictinos. Es algo que ha recibido toda la Iglesia.

Nosotros nos hallamos ahora en el primer estadio de la Renovación. Al


principio hay grupos de oración, pero esto no son más que las flores de
primavera, la cual no va necesariamente seguida del verano y del otoño. La
Renovación también son las comunidades con sus variantes, como también las
hay en los benedictinos (Subiaco, Montecasino, etc.), y esto es normal. Pero
es en esta gran familia donde se puede desarrollar un mismo espíritu y hemos
de entrar en el sentido ordinario de la Iglesia, en las parroquias, en las
comunidades. Ahí es donde la Renovación tiene que recorrer aún un largo
camino.

Algunos sacerdotes ya han hecho experiencias interesantes y otros se


preguntan cómo se puede hacer. Muchas veces los sacerdotes no quieren, y en
una parroquia lo primero que hay que hacer es convencer al párroco. Ha de
empezar por la conversión del párroco, y esto es delicado.

Conozco dos párrocos que han hecho esto admirablemente: Mons. Koeller, en
Viena, y Mons. Sullivan, en Inglaterra. Sería interesante conocer estas
experiencias.

Hay muchas cosas por hacer. Estamos en el principio. De nuestra fidelidad, y


de ser humildemente fieles a la gracia de hoy, depende que la Iglesia entera
pueda beneficiarse.
¡Gracias, Señor, por haber dado continuidad al Concilio Vaticano II! ¡Gracias
por este Pentecostés a nivel de obispos!

¡Gracias por este Pentecostés que estamos viviendo con todo el pueblo
cristiano que está abierto!

Que la gracia del Señor continúe. Amén.

El movimiento carismático
y la renovación carismática
por KEVIN RANAGHAN

Durante estos últimos meses el Comité Nacional de Servicio ha estado


dirigiendo una llamada a los participantes en la Renovación Carismática
Católica, para que reconsideren sus principios espirituales básicos. Nadie
afirma que esta lista de puntos fundamentales que el Comité de Servicio
publica en su Boletín sea una enumeración exhaustiva. Pero tanto en los
miembros del Comité de Servicio. como en los del Consejo de asesoramiento,
y en otros líderes del movimiento de la Renovación Carismática, existe una
convicción generalizada de que esta lista ofrece un punto de referencia y una
base segura para poder hacer una evaluación de la situación en la que nos
hallamos y de la dirección en la que nos debemos mover.

Entre los elementos fundamentales de la Renovación Carismática Católica


hemos de incluir los siguientes puntos importantes:

l. Conversión personal a Cristo Jesús como Salvador y Señor.

2. Efusión del Espíritu Santo.

3. Aceptación y uso de los dones espirituales carismáticos.

4. Desarrollo de una sólida espiritualidad personal.

5. En un contexto de fe y de praxis que sea plenamente católico.


Estos elementos básicos son los que uno debe esperar encontrar dondequiera
que se dé auténtica renovación carismática católica. Ellos han de ofrecernos
una fuente de unidad, de comunión, de apoyo mutuo y colaboración entre los
participantes de la Renovación Carismática. Aunque los grupos y los
individuos se desarrollen siguiendo distintas líneas de espiritualidad y de
ministerio, todos podrán mantener una unidad relevante si poseen en común
estos elementos fundamentales.

En opinión del Comité Nacional de Servicio, estos principios básicos ofrecen


una guía y un calendario concreto para su propio ministerio. Gran parte de la
enseñanza de la Revista New Covenant y del Boletín del Comité Nacional de
Sevicio estará dedicada a profundizar y exponer el contenido de estos
principios, y lo mismo cabe decir de las charlas que se den en la Asamblea
Nacional.

El centramos en estos puntos fundamentales nos ofrece una provechosa


oportunidad para reflexionar sobre la distinción entre lo que es la Renovación
Carismática Católica y lo que es el Movimiento de Renovación Carismática
Católica. El que no siempre se lograra una adecuada distinción llevó en el
pasado a cierta confusión y frustración.

¿Por qué se llamó Renovación Carismática?

Durante unos años estuvimos usando las expresiones "movimiento" y


"renovación" de una forma equivalente. En los comienzos hablábamos de
movimiento "Pentecostal" en la Iglesia Católica, después, del movimiento
carismático en la Iglesia Católica o de la renovación carismática en la Iglesia
Católica. Parecía que los tres términos expresaban perfectamente el
compromiso de todo el que había sido bautizado en el Espíritu Santo y asistía
a las asambleas de oración y a otras actividades carismáticas. Se tenía la
impresión de que esta múltiple terminología era válida, sobre todo con
respecto a los individuos y a los grupos que estaban plenamente implicados en
la renovación carismática y en su desarrollo. Pero tales expresiones no
tardarían mucho tiempo en presentar ciertas dificultades.

El movimiento Pentecostal Católico comenzó en 1967. Hacia el año 1969 o


1970 habíamos empezado conscientemente a adoptar la expresión "renovación
carismática" o “movimiento carismático". La razón principal para preferir la
palabra "carismática" en vez del término "Pentecostal" fue la constatación de
que, si bien había ciertas semejanzas entre los Pentecostales Protestantes y los
Católicos, mediaban también diferencias considerables en lo referente a la fe,
a la praxis y en la cultura religiosa. Muchos neo-Pentecostales protestantes de
primera línea (Luteranos, Episcopalianos y otros) estaban usando la palabra
"carismática" en vez de "Pentecostal", y a nosotros nos pareció conveniente
adoptar la misma expresión.
Pensábamos también que el usar la palabra "carismática" en vez de
"Pentecostal" ayudaría a presentar lo que el Señor estaba haciendo en nosotros
de una forma más atractiva para los hermanos católicos que se sentían
retraídos por la palabra "Pentecostal".

Creo que el cambio fue bueno, aunque no desprovisto de efectos negativos. La


palabra" carismático", por ejemplo, tiene también un significado secular
cuando se aplica a los líderes políticos o a figuras famosas. Y dentro de la
misma Iglesia algunos opinaban que al llamarnos Renovación Carismática
excluíamos a otros católicos, como si quisiéramos significar que no tienen
carismas porque no pertenecen a nuestro grupo. (Es muy parecido al problema
con el que tuvieron que enfrentarse los Jesuitas en el siglo XVI cuando
empezaron a llamarse Compañía de Jesús. Algunos les acusaban de afirmar
que los que no pertenecían a su sociedad no pertenecían a Jesús).

Finalmente, el uso de la palabra "carismática" puede haber implicado un


énfasis en "recibir los dones carismáticos" o en las experiencias espirituales,
más bien que en el acontecimiento Pentecostal del don que es el mismo
Espíritu Santo. Sea lo que fuere, nuestra renovación y el movimiento de
renovación se llaman" carismáticos" , y es muy probable que así queden.

La distinción importante que quiero hacer no es entre ?los términos


"Pentecostal" y "carismático". Creo de más utilidad distinguir entre la
renovación y el movimiento.

Inconvenientes al hablar de "un movimiento"

Desde el principio hubo quienes opusieron objeciones al uso de la palabra


"movimiento". El término connota una estructura, una organización, unos
programas de acción, un conjunto de asuntos a tratar y realizar, y otras cosas
por el estilo. Significa una actividad humana organizada y una gran dosis de
esfuerzo entre hombres y mujeres para llevar a cabo unas metas y objetivos.
Esto no formaba parte de la experiencia de muchos cuando se convirtieron al
Señor y fueron bautizados en el Espíritu Santo. Para ellos sus grupos de
oración no eran más que reuniones de amigos que se ayudaban unos a otros en
la oración, y la renovación que experimentaban era algo que sucedía entre
Dios y la persona. Las gracias de conversión y de Efusión del Espíritu Santo,
aunque no eran privadas, eran algo profundamente personal que nadie
consideraba directamente relacionado con el compromiso para con una
organización espiritual o un nuevo movimiento.

El movimiento carismático no fue primordialmente un movimiento, en el


sentido de organización, sino un movimiento de gracia de Dios a los hombres
y mujeres, un derramamiento gratuito sobre los individuos, para llevarlos a
una comunión más profunda con El mediante la Efusión del Espíritu Santo.
Esto se convirtió en una nueva vida de fe, de oración, y de frutos del Espíritu.

Pero el pensar y hablar de la renovación carismática como un movimiento


llevó a ciertas complicaciones. Hacia el año 1970 la renovación carismática
empezó a experimentar un rápido crecimiento y a adoptar todos los signos de
un movimiento, en sentido sociológico. Surgieron conferencias, boletines,
revistas, grabaciones, libros, comités de dirección, y cosas parecidas, como
estructuras nacionales y regionales para esta renovación. En los primeros siete
o diez años de la renovación carismática muchas personas comprobaban que
al entregarse a su desarrollo y organización apenas si tenían tiempo para otras
cosas.

Surgió cierta competencia entre el movimiento carismático y los demás


movimientos espirituales en la Iglesia Católica, como los Cursillos de
Cristiandad y el Encuentro Matrimonial. Para muchos resultaba muy difícil el
estar en más de un movimiento a la vez. Muchos abandonaron otros
movimientos y se entregaron a la obra de la renovación carismática porque
crecía con tanta rapidez.

Esto fomentó entre algunos de la renovación carismática una idea equivocada


de que su renovación era el único lugar en el que "se estaba dando una
renovación". En otros movimientos espirituales católicos despertó una
resistencia a ser bautizados en el Espíritu Santo y a recibir los dones
espirituales, por miedo a ser absorbidos o devorados por el nuevo movimiento
carismático. Al mismo tiempo que la experiencia de ser bautizados en el
Espíritu Santo acercaba a católicos y protestantes en un nuevo ecumenismo
popular, se construían nuevos muros de recelo y separación dentro de la
Iglesia Católica entre los que pertenecían al movimiento carismático y los que
pertenecían a otros movimientos.

¿Ha tocado techo la R.C.?

En los últimos años ha surgido un nuevo problema. Es la cuestión de si la


renovación carismática ha tocado techo.

Algunos líderes y observadores de la renovación carismática, advirtiendo un


descenso en la participación en la asamblea nacional, en las suscripciones a la
revista, y en el número de los que asisten a las reuniones de oración, afirman
que la renovación carismática ha tocado techo y que ha entrado en un periodo
de descenso. Nunca he estado de acuerdo con esta opinión. Pienso que no
tiene suficientemente en cuenta la proliferación de conferencias diocesanas,
locales y regionales, ni tampoco la abundancia de revistas y de boletines que
han aparecido por todo el país, y que atraen a muchos lectores que antes no
contaban más que con una o dos publicaciones periódicas carismáticas.
Admito, sin embargo, que el índice de crecimiento de la renovación
carismática católica ha disminuido en los últimos años. Aunque cada año
siguen inscribiéndose por millares en los distintos cursos introductorios y en
los seminarios de preparación para recibir la Efusión del Espíritu, no se da la
afluencia de gente nueva que caracterizó los primeros diez años de la
renovación carismática.

Una cuestión clave aquí es comprender lo que significa decir que unas
personas "dejan" el movimiento carismático. Muchas veces quiere decir que
ya no asisten a la reunión de oración y que, o que, ya no participan en las
conferencias locales o regionales de la renovación carismática, y que, o que,
ya no están suscritos a revistas de la renovación carismática. Pero dejar el
movimiento en este sentido ¿quiere decir que estas personas han abandonado
el proceso de renovación personal? ¿Quiere decir que ya no están bautizados
en el Espíritu Santo o que no reciben ni usan los dones espirituales?

Son éstas cuestiones no fáciles de responder, pero, vistas las cosas, tanto
desde dentro como desde fuera de la renovación carismática, revela que un
gran número de católicos, que en otro tiempo fueron activos en el movimiento
carismático, han abandonado las actividades y estructuras del movimiento
para entregarse a la Iglesia en otras formas de ministerio y servicio. Quizá
dejen tras de sí grupos de oración y días de renovación, pero ahora se están
dando al diaconado permanente, al asesoramiento matrimonial, a la actividad
catequética, a obras de misericordia, a programas de justicia social. Llegan a
estas nuevas áreas de servicio bautizados en el Espíritu Santo, templados por
las llamas de Pentecostés, y equipados con celo y dones espirituales para
servir a los demás.

Es posible que nos encontremos con hombres y mujeres que han dado de lado
el bautismo en el Espíritu y los dones espirituales. Quizá nunca tuvieron una
genuina experiencia de renovación en el movimiento carismático, ?o quizá la
tuvieron, pero por una razón o por otra la han dejado.

Yo admitiría que estas personas han abandonado. Pero no estoy de acuerdo en


que esta expresión sea la que haya que aplicar a los que fueron renovados,
criados, y fortalecidos en el movimiento carismático y después fueron
conducidos a nuevas áreas de servicio en la Iglesia. Cambiar de lugar no es
abandonar.

La renovación y el movimiento de R.C.

La renovación carismática comprende a todos esos hombres, mujeres y


jóvenes en la Iglesia Católica -en grupos, en colegios, parroquias,
comunidades, o solos, en sus propios hogares- que han sido bautizados en el
Espíritu Santo y que son guiados por Dios a una vida más profunda de
alabanza, santidad, servicio y amor. Pueden estar o dejar de estar
comprometidos en un movimiento, pero están implicados, en la vida y en el
ministerio de la Iglesia, en sus propias familias, en su trabajo en el mundo, en
sus diócesis, y en sus parroquias.

Por otra parte, el movimiento de la renovación carismática es la suma total de


todos los individuos, grupos y actividades que fomentan la renovación
carismática en la Iglesia en general. Incluye grupos de oración, seminarios de
iniciación, revistas, grabaciones, libros y conferencias, todo lo cual pretende
predicar la plenitud del Evangelio, la importancia de ser bautizados en el
Espíritu Santo y la realidad de los dones espirituales, en un contexto de fe y de
praxis totalmente católico.

El movimiento son las personas que han sido llamadas a realizar juntas la obra
de fomentar la renovación carismática. El movimiento no tiene por qué ser tan
amplio como la renovación. El movimiento existe como una forma de servicio
en la Iglesia para propagar el nuevo Pentecostés dentro de ella. La meta para
cada uno de los ochocientos millones que hay en nuestra Iglesia es que sea
renovado carismáticamente. La meta no es que todos lleguen a pertenecer a
nuestro movimiento.

Los que han sido llamados por Dios a trabajar en el movimiento de la


renovación carismática y a fomentar la renovación carismática en toda la
Iglesia se deben alegrar cuando otros son guiados a cambiar. También nos
debemos alegrar cuando los que están en los Cursillos de Cristiandad, en el
Encuentro Matrimonial y en otros movimientos espirituales son bautizados en
el Espíritu y permanecen fieles a la vocación específica con la que Dios los ha
llamado en su movimiento. Hemos de ver nuestro movimiento como una
herramienta en manos de Dios que con el tiempo terminará gastándose a
medida que Él vaya dando forma a la gloria futura de su Iglesia.

Creo que tendremos movimiento carismático en los años que han de venir. Y
si cada uno hacemos aquello a lo que Dios nos llama, entonces mucho después
de que haya cesado el movimiento seguirá floreciendo la renovación por toda
la Iglesia.

(Traducido con la autorización necesaria de NEW COVENANT, P.O. Box


7009, Ann Arbor, Michighan 48107, USA, Edición de Junio 1983. págs. 20-
22)
Que sean uno...
María y la Iglesia son una madre y varias madres; una virgen y muchas
vírgenes.

Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad


por obra del mismo Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia
de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la
Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la cabeza.
Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total
sin la otra.

Por ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón


como dicho en singular de la virgen María lo que en términos universales se
dice de la virgen Madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen Madre
Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen Madre María; y lo
mismo si se habla de una de ellas que de la otra lo dicho se entiende casi
indiferente y comúnmente como dicho de las dos.

También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de
Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual
la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente
de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel.

(De los Sermones del beato Isaac, abad del monasterio cisterciense del
I'Etoile, cerca de Poitiers, desde el año 1147 hasta 1167)

I - HERMANO, HERMANA Y MADRE DE JESUS

Dios nos habla siempre a través de su palabra.

A veces en su infinita bondad se vale de una expresión determinada para


hablarnos más íntimamente. Quiere vincularnos así a El de una forma
entrañable y manifestarse de modo que le podamos conocer y seamos uno con
El.

Una frase del Evangelio que me asombra y enternece es aquella:


Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi
hermana y mi madre (Mt 12, 50; Mc 3, 35; Lc 8, 21).
Esta afirmación nos sitúa ante el Dios que es Trinidad: la oímos de labios de
Jesús, el Hijo de Dios, el cual nos hace dirigir la mirada al Padre cuya
voluntad deseamos conocer, y comprendemos que sólo es posible percibir su
voluntad si abrimos nuestro ser al Espíritu Santo.

Cuando el Espíritu Santo cubrió con su sombra a aquella mujer de Nazaret,


entró en el seno de la Trinidad una criatura humana, María, y quedó
transformada a la vez en hija y en Madre de Dios. En hija, porque el Hijo
recibiéndola en el Espíritu le mostró a Dios como Padre, y asemejándola
consigo en el amor al Padre la hizo hermana suya. En Madre, porque el Padre,
recibiéndola en el Espíritu, le mostró al Hijo y asemejándola consigo en el
amor al Hijo la hizo Madre de su Hijo.

Jesús dice: Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre queda unido a mi


Padre y por tanto es de mi propia familia, queda unido a mí, y para mí es mi
hermano o mi hermana, hijo e hija del Padre. Queda tan unido al Padre que es
para mí mi madre.

II - VIRGEN Y MADRE: MARIA, LA IGLESIA, LA COMUNIDAD, EL


CRISTIANO

Que una criatura humana pueda oír de Dios que la llama Madre, sólo es
posible si acepta que esa maternidad sea obra exclusiva del propio Dios.

María es virgen porque ha sido la mujer llena del Espíritu Santo. María es
Madre porque es la mujer que recibió el don de amar al Hijo de Dios de una
forma equivalente a como el Hijo de Dios ama al Padre: el amor que va del
Padre al Hijo es el Espíritu Santo; el amor que va de María al Hijo de Dios es
obra del Espíritu Santo: por eso ella es Madre y por eso ella es virgen.

La Iglesia es virgen y madre porque siempre que hace presente al Hijo de


Dios lo hace por el don del Espíritu Santo: el Padre entrega a María el Hijo
para la salvación de la humanidad; el Padre entrega el Hijo a la Iglesia para
nuestra salvación hoy. El amor del Padre al Hijo no es un amor egoísta que lo
retuviera para sí, sino que es amor generoso, amor que entrega al Hijo. María
participó de este amor generoso del Padre, y la Iglesia participa hoy al
entregar a Jesús, fruto de su vida en Dios, para nuestra salvación.

La comunidad cristiana es virgen y madre. Es virgen cuando en su propia


debilidad y pobreza acoge al Espíritu Santo como única fuente de vida. Es
madre cuando no retiene para sí el amor de Dios y lo entrega generosamente
como el Salvador.
Todo cristiano está llamado a ser virgen y madre, porque todo creyente está
llamado a participar en la Trinidad de Dios, a recibir el don del Espíritu para
ofrecerse como el Hijo a la voluntad del Padre, para recibir al Hijo como lo
recibe una madre y, haciéndolo presente, entregarlo en nuestra historia de hoy.
Unos son llamados a ser vírgenes en su espíritu y madres en su cuerpo, otros a
ser madres en su espíritu y vírgenes en su cuerpo. En el Dios de la Trinidad
todo creyente que hace la voluntad del Padre es virgen y madre a la vez:
virgen por su propia pobreza en la que resplandece la obra de Dios, madre
porque Dios lo asemeja a Sí haciéndolo capaz de amar gratuita y fielmente.

III. NACIDA DE DIOS PADRE

Dios Padre mira siempre al Hijo, lo mira con tanto amor, con tanta
admiración, que siempre está descubriendo en El "algo nuevo". Así es como el
Padre nos va "descubriendo" como nuevos miembros en el Hijo. El Padre
"descubrió" en el Hijo a María, la hizo su hija nacida de su amor, nacida de su
Espíritu.

Dadora del Hijo

El don más precioso que el Padre podía hacer a María era entregarle aquello
que Él más ama: su propio Hijo. El Padre sólo entrega al Hijo a quien lo ama
con su mismo amor. El padre sólo entrega al Hijo a quien está unido a Él. Es
el Hijo el que saliendo del seno del Padre se entrega libremente a la
humanidad para unirla a Él y dar gloria al Padre presentándole una nueva
creación. María conoce el amor del Hijo al Padre: ¿No sabíais que yo debía
ocuparme de las cosas de mi Padre? (Lc 2, 29). María no retiene para sí al
Hijo de Dios; lo recibe del Padre y lo da a la humanidad.

En el Espíritu Santo

Es el Espíritu Santo quien realiza el misterio de la unidad en Dios, y de


nosotros con Dios. Por el Espíritu Santo tenemos acceso a Dios; para ello sólo
una cosa es necesaria: abrir la propia pequeñez a su presencia, abrirla
libremente, y, si permitimos que Él se adueñe de nuestra debilidad para que
nos una al Hijo de Dios que es en sí mismo Dios y hombre, podemos con el
Hijo llegar a ser uno sin renunciar a nada de nuestro ser, renunciando sólo al
mal. En el Hijo recibimos todo el amor del Padre y deseamos sólo cumplir su
voluntad. Y por el cumplimiento de esta voluntad del Padre devolvemos al
Padre todo el amor que Él nos da y quedamos unidos a Él por el amor. Así
somos uno en El por el Espíritu, que es este único amor que sale de Dios y que
Dios recibe.
Katy Martínez de Sas

45-46 - LA ALABANZA.

La alabanza como signo del


cristiano
Una contribución de inestimable valor a la espiritualidad de hoy y que está
adquiriendo unánime aceptación aún fuera de los sectores de la R.C. ha
sido el redescubrimiento que la Renovación en el Espíritu nos ha traído de
la alabanza, de su importancia y de la manera de expresarla y vivirla.

Hoy se vive en los cristianos un sincero anhelo de volver a las fuentes y


recobrar todo elemento auténtico del cristianismo que a lo largo de su
historia bimilenial pudiera haber quedado desfigurado o preterido.

El Espíritu que rejuvenece sin cesar la vida de la Iglesia es el que


verdaderamente da testimonio del Resucitado (Jn. 15, 26) y el que en
nosotros revela y glorifica al Hijo de Dios (Jn 16, 14).

La alabanza es un constitutivo esencial de la vida cristiana y su presencia o


ausencia en la espiritualidad del creyente puede definir el grado de
profundidad de la fe, de la esperanza y de la caridad a que ha llegado.

En efecto, el cristianismo implica cierta experiencia religiosa que en mayor


o menor intensidad marca la vida. Tal experiencia puede adoptar formas
muy variadas: conversión, vivencia profunda del Señor, evolución
espiritual progresiva, descubrimiento de una llamada particular, conciencia
de la propia miseria, salvación de una situación crítica, etc. En el fondo de
la verdadera experiencia cristiana hay un encuentro con el Cristo
Resucitado como alguien muy real que comunica salvación e ilumina toda
la vida.

La consecuencia que se sigue es una actitud muy definida ante Dios como
respuesta en admiración, agradecimiento, alabanza y amor.
La alabanza es el resultado de sentirse salvado y amado por Dios. ?Se
empieza a alabar a Dios, no porque nos lo hayan enseñado, sino por
necesidad interior ante algo inefable y conmovedor que recibimos de parte
del Señor.

No hay alabanza si no hay encuentro con el Dios vivo.

No puede uno alabar a Dios si no se siente salvado y amado por su Hijo.


Solamente "los vivos" pueden alabarle (Sal 115, 17).

La alabanza es la respuesta del hombre a la acción amorosa de Dios. Más


que algo que el hombre pueda ofrecer, o con lo que pueda corresponder a
Dios, la alabanza es un don que Dios pone en el corazón y en la boca del
que ha experimentado su salvación (Sal 40, 4).

Ahora bien, el hombre de hoy vive frecuentemente una vida sobrecargada


de tristeza y desesperación. Muchos cristianos acusan este fenómeno en
forma de pesimismo, angustia, desencanto, abandono espiritual, desarraigo
eclesial.

Si se alaba a Dios necesariamente se vive en fe, en esperanza, en


agradecimiento, en gozo, en amor. La alabanza se rinde totalmente a Dios y
se sobrepone ante cualquier circunstancia que pudiera provocar
desesperanza o angustia. El cristiano, o la asamblea de cristianos, que no
llega a la alabanza adolece siempre de una falta de luz y alegría.

Para que el ímpetu de la alabanza llegue también a despertar a otros


cristianos y haga irradiar su vida es necesario que nosotros sepamos vivirla
con autenticidad sin caer en el formalismo.

Alabar a Dios es celebrar y engrandecer a Dios por lo que Él es y dejar que


nuestro espíritu se alegre en Dios nuestro Salvador (Lc 1, 46-55).

Criaturas del Señor...


alabad al Señor
por Vicente Barragán, O.P.
El P. Vicente Borragán Mata, Dominico del Convento de Alcobendas y
Profesor de Sgra. Escritura, es autor del conocido libro VIVIR EN
ALABANZA, Ediciones Paulinas, Madrid 1983, 236 págs., que en poco
tiempo ha conseguido una gran difusión y en el que desarrolla con amplitud y
maestría el tema tratado en este artículo.

1. Hablar hoy de alabanza a Dios puede parecer una cruel ironía. Dios no está
demasiado brillante en nuestro tiempo. ¿Cómo puede, en efecto, permitir tanto
absurdo, tanto dolor, tantas lágrimas, tanta explotación, tantos fracasos...? El
dolor del mundo es un reto a nuestra capacidad de comprensión, un desafío
permanente a nuestra fe. No es fácil dar crédito y confianza a un Dios que
tolera o quiere tanto mal, que parece vengarse en nuestras carnes y satisfacer
su sed de venganza en los pobres hijos de los hombres.

La mayoría de los hombres viven en una queja permanente, como si hubieran


sido programados para la amargura. La humanidad no es feliz. La brújula de
la felicidad del hombre anda girando locamente, sin saber ya hacia dónde
dirigirse. Los hombres lo han probado todo pero su corazón sigue
desasosegado e inquieto porque en ningún bien creado han encontrado su
felicidad y contento.

Vivimos sujetos a una insatisfacción radical. Conseguimos un sueño y surge


inmediatamente otro, satisfacemos un deseo y aparece otro. Nada nos llena. Ni
la persona que más amamos, ni el sueño que más ambicionamos. Todas las
voces y deseos se pierden sin llegar al fondo de nuestro ser, a la infinita
profundidad de nuestro espíritu.

Encerrados en las mil prisiones de la vida (trabajos, inquietudes, dolores)


estamos esperando a Alguien que nos libere de nuestras cadenas, estamos
esperando, acaso sin saberlo, a Dios.

2. Pero ¿quién es Dios? ¿Qué ideas evoca esa palabra en nosotros? ¿Es una
necesidad del hombre o un invento de los poderosos para justificar sus
intereses y banderas? ¿Es un ser lejano y distante, frío e insensible, a quien no
sabemos cómo tratar, con quien no podemos entrar en relaciones amistosas,
contable y espía de nuestros actos, que impone su ley de terror en todo
momento? ¿Quién es ese ser a quien nunca hemos visto, con quien nunca
hemos hablado, a quien nunca hemos encontrado en nuestro camino?

Los hombres somos invitados a tomar posturas claras con respecto a Dios.
Cada uno de nosotros puede hacerse una idea de él, representarle a su antojo,
hacer de él un dios minúsculo o grande, manejable o intransigente. Pero sólo
hay un lugar donde él se ha manifestado: en la palabra revelada. Unos
hombres que tuvieron la osadía de decirnos que habían "visto" al Invisible y
que habían “oído" al Inaudible, nos han dejado escrito cómo es él, cómo es su
rostro, cuáles son sus intenciones. Y el Dios que vieron los ojos atónitos de
aquellos hombres es inimaginablemente hermoso: santo, transcendente,
espiritual, soberano y dueño de todo lo creado, que se preocupa de nosotros y
no es extraño a nuestra vida, que se abaja para salvar... un Dios cariñoso y
tierno como una madre, clemente y entrañable como un padre, el Dios de los
"amores y de los perdones", que todo lo pasa por alto y no guarda rencor
perpetuo, que no discute con el desmayado, que arroja al fondo del mar
pecados y rebeldías, que tiene "tatuado" al hombre en las palmas de sus
manos... el Dios que, en un momento determinado de nuestra historia y en un
punto concreto de nuestra geografía, se hizo carne de nuestra carne y pasó
"por uno de tantos" y se entregó a la muerte por nuestra salvación... un Dios
cuya esencia se concentra en una sola palabra: Amor. Dios es Amor.

De la aceptación o rechazo de esa palabra única e irrevocable dependerá por


siempre nuestro estilo de vida: o la alabanza o la queja, o el gozo o la
amargura.

Israel, un pueblo para la alabanza

3. Israel fue un pueblo pequeño pero observador y sabio. Llamó a las cosas
por su nombre: al dolor lo llamó dolor y a la muerte, muerte. Sus gritos de
queja fueron desgarradores. Pero, por encima de todo, fue un pueblo de
esperanza. Creyó siempre en el Dios que le había 1levado "como sobre alas de
águila" (Ex. 19, 4). Y terminó por comprender que una vida en alabanza era la
única respuesta proporcionada que podía ofrecer a su Dios a cambio de tanta
maravilla.

4. El hombre que ha sido "alcanzado" por Dios sabe que su vida ya no puede
ser otra cosa que “una pura alabanza de gloria". La alabanza le afecta en su
cuerpo y en su alma, en su interior y en su exterior, en su espacio y en su
tiempo.

Las viejas concepciones maniqueas pretendían que el cuerpo era algo malo, un
compañero pesado para el alma, una especie de potro al que había que domar.
Pero el hombre de Israel no conoció ni dualismos ni antagonismos entre
cuerpo y alma. Es el hombre, este ser humano entero y concreto, el que debe
alabar con todas sus fuerzas a Dios. Es esta carne dolorida la que debe
convertirse en una canción de alabanza para el Señor. La alabanza, partiendo
del corazón como de su fuente, va inundando de un ímpetu gozoso todos los
miembros del cuerpo humano: lengua, labios, boca, glándulas, nervios,
sangre, alma entera:

Mi boca está repleta de tu alabanza, de tu gloria todo el día (Sal. 71, 8)


Bendeciré a Yahvéh en todo tiempo, sin cesar en mi boca su alabanza (Sal. 34,
2)
Abre, Señor, mis labios, y publicará mi boca tu alabanza (Sal. 51, 17) mis
labios te glorificaban (Sal. 63, 4)

Viva mi alma para alabarte (Sal. 119,175)

La alabanza pone ritmo al cuerpo del hombre: le hace levantar las manos (Sal.
134, 1-2), bailar (Sal. 149, 3), adorar, posternarse (Sal. 95, 6) etc. El cuerpo no
permanece indiferente o inactivo ante la invitación a la alabanza. El ser entero
del hombre se convierte en melodía para el Señor.

Pero alabar a Dios no es sólo un acto, un gesto, una acción ocasional que se
hace en un momento, para volver a continuación a un estado de reposo o de
quietud. Es la vida entera del hombre la que está implicada en alabar a Dios.
La alabanza no conoce silencios, pausas, respiros... es para siempre:
Yo te ensalzo, oh Rey Dios mío,
y bendigo tu nombre para siempre jamás; todos los días te bendeciré,
por siempre jamás alabaré tu nombre (Sal. 145, 1-2)

Alabaré tu nombre sin cesar, te cantaré en acción de gracias (Eclo. 51, 10)
Bendeciré a Yahvéh en todo tiempo, sin cesar en mi boca su alabanza (Sal. 34,
2)

¡Alaba a Yahvéh, alma mía!


A Yahvéh mientras viva he de alabar, mientras exista salmodiaré para mi Dios
(Sal. 146, 1)

Mi corazón por eso te salmodiará sin tregua; Yahvéh, Dios mío, te alabaré por
siempre (Sal. 30, 13)
¡Bendito sea Yahvéh, Dios de Israel, por eternidad de eternidades! (Sal. 106,
48)

5. La grandeza de Dios no puede ser celebrada cumplidamente ni por una sola


voz ni por una sola vida de alabanza. Por eso, el hombre que ha "visto" a Dios
desea oír las voces de su gente, de sus hermanos. Con toda su pasión y
emoción convoca a su pueblo a la alabanza. Todas las voces y todas las vidas
de los hombres de Israel debían subir hacia el cielo unidas en una misma
canción de alabanza:
Oh Israel, bendice al Señor, alabadle, exaltadle eternamente (Dn. 3, 83)
Siervos del Señor, bendecid al Señor, alabadle, exaltadle eternamente...

Santos y humildes de corazón, bendecid al Señor, alabadle, exaltadle


eternamente (Dn. 3, 85.87)

Y nosotros, tu pueblo, rebaño de tu pasto, eternamente te daremos gracias,


de edad en edad repetiremos tu alabanza (Sal. 79, 13)
6. Israel supo desde el principio que era un "pueblo" para los demás. En él
habían de ser bendecidas todas las familias de la tierra (Gen. 12, 3). Él era el
sacerdote del mundo ante Dios. Por eso urgió a todos los pueblos de la tierra a
la alabanza. Hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, amos y esclavos,
príncipes, magnates y plebeyos... todos tenían que alabar a Dios:

¡Te den, oh Dios, gracias los pueblos, todos los pueblos te den gracias! (Sal.
67, 4.6)

Aclamad a Dios, la tierra toda, salmodiad a la gloria de su nombre (Sal. 6, 1-


2)

¡Alabad a Yahvéh, todas las naciones, celebradle, pueblos todos! (Sal. 117, 1)

Hijos de los hombres, bendecid al Señor, alabadle, exaltadle eternamente (Dn.


3, 82)

Reyes de la tierra y pueblos todos, príncipes y todos los jueces de la tierra,


jóvenes y doncellas también, viejos junto con los niños.
Alaben el nombre de Yahvéh... (Sal. 148, 11-13)

El hombre, la voz de la alabanza de todos los seres.

7. Junto al hombre está toda la creación, el espacio casi infinito poblado de


millones de estrellas... y dentro de ese mundo gigantesco hay un "corpúsculo"
llamado tierra, habitado por los hombres y animado por seres innumerables,
seres vivos o irracionales, seres que viven en el aire o se arrastran por la tierra,
seres que cantan, nadan, braman, aúllan... Cada constelación o estrella, cada
flor, pez, granito de arena, hoja de árbol, copo de nieve o gota de rocío, cada
cosa y cada ser de este vasto mundo es una voz que canta la alabanza del
Señor. Todos los seres celebran la gloria de Dios, pero no saben decir ni
expresar hasta qué punto es admirable su nombre. Su alabanza es
inconsciente. Por eso, el hombre, cuando contempla el mundo, se siente
arrastrado por una inmensa pasión. Él se sabe sacerdote de toda la creación. Él
puede prestar su voz a los "sin voz" y su conciencia a los "in-conscientes". El
hombre es la síntesis de todo lo creado: está hecho de ángel, de estrella, de
agua, aire y tierra. Él es la voz de alabanza de todos los seres:

Bendígante los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos (Tob. 8, 5)
¡Alábenle los cielos y la tierra, el mar y cuanto en él pulula! (Sal. 69, 35)
Obras todas del Señor, bendecid al Señor, alabadle, exaltadle eternamente...
cielos, bendecid al Señor, alabadle, exaltadle eternamente.
Aguas todas que estáis sobre los cielos, bendecid al Señor, alabadle, exaltadle
eternamente... astros del cielo... lluvia toda y rocío... vientos todos... fuego y
calor... frío y ardor... rocíos y escarchas, heladas y nieves... noches y días, luz
y tinieblas... rayos y nubes...
montes y colinas... fuentes, mares y ríos... cetáceos y todo lo que se mueve en
las aguas,
pájaros todos del cielo... fieras todas y bestias, bendecid al Señor,
alabadle, exaltadle eternamente (Dn. 3, 57-81)

Toda la creación es una canción. Los seres que la componen están


hermanados en una tarea común: alabar a Dios. En el mundo no hay nada
absurdo ni nada que esté de más. Toda la naturaleza es como un querer
rebasar sus propios límites y lanzarse a la búsqueda de algo que se ansía por
encima de todo. Alguien por quien vivir: Dios. Y cuando el hombre ama,
canta y alaba lo hace con las ansias del mundo entero, con los deseos de los
astros y de las montañas, de las flores y de los peces, del viento que roza su
cara. Toda la creación alaba con el hombre. Y el hombre recoge la alabanza
inconsciente de toda la creación y la pone, hecha sinfonía inacabada, a los pies
del Señor. El mundo entero se convierte en una canción de alabanza.

Solo en el cielo podemos dar cumplida alabanza al Señor

8. Y por último, en un acto de osadía sin límites, el hombre se cuela en el


cielo, se mezcla con la corte de los ángeles y, como si fuera su director, les
invita a que se unan al canto de alabanza que desde la tierra sube al cielo:

Ángeles del Señor, bendecid, al Señor, alabadle, exaltadle eternamente (Dn.


3,58)
¡Alabad a Yahvéh desde los cielos, alabadle en las alturas;
alabadle, ángeles suyos todos, todas sus huestes, alabadle! (Sal. 148, 1- 2)

9. Israel conoció, en los días de fiesta, ritos bellísimos de alabanza a Dios,


ritos traducidos, con cierta aproximación, con las palabras "aclamación",
"júbilo", "exultación”... Cuando el pueblo de Dios conmemoraba los grandes
acontecimientos de su historia, las grandes hazañas de Dios en su favor,
lanzaba hacia el cielo aclamaciones estruendosas, gritos ensordecedores,
vítores y aplausos... hasta que las gargantas se quedaban roncas de tanto
alabar. Y como si fueran personas humanas, todos los elementos de la
creación se unían al concierto general: los cielos gritan de gozo, la tierra
entera aclama a su Dios, las montañas lanzan gritos de júbilo, las honduras de
la tierra exultan, el mar retumba, los ríos baten palmas (Sal. 98, 4-8; Is. 44, 23;
35, 12; 49, 13; 1 Cro. 16, 31-33 etc.). La creación es feliz alabando a Dios.

10. Y sin embargo, la alabanza que la creación entera puede tributar a Dios no
es ni una gota en el inmenso océano de Dios. El Señor sobrepasa infinitamente
a sus criaturas. Él está más allá de toda medida, cálculo, sueño o imaginación.
Lo que de Dios conocemos no es más que "un eco apagado de su voz", "un
contorno de sus obras" (Job. 26, 14), una huella de su paso. Ninguna alabanza
puede celebrarle cumplidamente. Habría que tener su talla para alabarle como
él se merece. Y por eso, nuestra alabanza no puede tener límites. Siempre se
podrá alabar a Dios más y más:

¿Quién dirá las proezas de Yahvéh, hará oír toda su alabanza? (Sal. 106, 2)

¡Bendito seas, Yahvéh Dios nuestro, de eternidad en eternidad!


¡Y sea bendito el Nombre de tu Gloria, que supera toda bendición y alabanza!
(Neh. 9, 5)

Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos; broche de mis palabras:


"Ello es todo".
¿Dónde hallar fuerza para glorificarle?
¡Que él es grande sobre todas sus obras! Temible es el Señor, inmensamente
grande, maravilloso su poderío.

Con vuestra alabanza ensalzad al Señor, cuanto podáis, que siempre estará
más alto: y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca
acabaréis.

¿Quién le ha visto para que pueda descubrirle? ¿Quién puede engrandecerle


tal como es?
Mayores que éstas quedan ocultas muchas cosas, que bien poco de sus obras
hemos visto (Eclo.43. 27-32)

Sólo allá arriba en el cielo podremos dar al Señor una cumplida alabanza,
aquella, aquella infinita.

Alabar a Dios es el oficio y profesión del hombre

11. Alabar a Dios es el oficio y profesión del hombre en los días de su paso
por la tierra. Alabarle o no alabarle se contraponen como la vida y la muerte.
Donde no hay alabanza, la muerte ha hecho ya su acto de presencia. El
hombre que no alaba a Dios es, ya en vida, como un cadáver ambulante. La
alabanza da el pulso de la vida: si es pujante, la vida es plena: si pierde ritmo,
languidece o decae, la vida se debilita y extingue.

La alabanza será, en la vida eterna, la única ocupación del hombre. En el cielo


todo será bendición, acción de gracias y alabanza a Dios. Lo que vamos a
hacer por toda la eternidad no nos puede coger desprevenidos. Desde ahora,
nuestros cuerpos y nuestras almas deben ser instrumentos afinadísimos para
alabar a Dios. La alabanza es un anticipo de eternidad, un pregusto de cielo.

12. La nota más característica de la alabanza es su totalidad: se ha de alabar a


Dios con todo el cuerpo, con toda el alma y con todas las fuerzas; lo han de
hacer todos los hombres y todos los elementos, en todo tiempo y lugar... O
dicho con otras palabras: la alabanza ha de ser total en cuanto a su extensión
(todos los hombres, todos los seres creados, todos los ángeles), total en cuanto
a su duración (sin cesar, por siempre, por los siglos, por eternidad de
eternidades), total en cuanto a su intensidad (a pleno pulmón, con vítores y
aclamaciones, con danzas y música...) Todos los seres, en todo momento y
con todas sus fuerzas, tienen que alabar a Dios. Esa es su tarea, para eso
fueron creados.

En el cielo y en la tierra no debe existir ni una sola voz que no se emplee en


alabar a Dios. Cielo y tierra deberían ser un puro grito de alabanza, un clamor
unánime: ¡GLORIA!

LA ALABANZA EN EL
NUEVO TESTAMENTO
por Luis Martín

El Antiguo Testamento es anuncio y profecía del Nuevo Testamento. Cada


uno de los elementos más característicos y salientes de la antigua alianza, la
ley, el arca, el templo, el pueblo, el sacrificio, la Pascua, la Alianza anuncian y
preparan otra realidad superior que tendrá plena realización en el Nuevo
Testamento.

Si el pueblo escogido sintió la necesidad de que la alabanza estuviera siempre


en su boca (Sal 34, 2-3) y anheló vivir para alabar al Señor que hace "brotar la
alabanza ante todas las gentes" (Is 61, 11), podemos decir que en el Nuevo
Testamento con la oración del Mesías, el Hijo amado del Padre, adquiere la
alabanza una novedad y una profundidad como nunca había alcanzado en
labios de "los justos" que durante tantos siglos esperaron el cumplimiento de
las promesas.

Continuidad de la alabanza del A. T.

En principio descubrimos la presencia de la alabanza en la misma línea que en


el Antiguo Testamento: unas veces se manifiesta en forma de agradecimiento
y bendición ante los portentos del Señor, y otras prorrumpe en gozo ante la
salvación y la ternura de Dios.

En continuidad con esta tradición hallamos en las primeras páginas de los


evangelios la figura de María que con el Magníficat (Lc 1, 46- 55) entona el
canto más bello de alabanza a Dios que nos ha transmitido toda la Sagrada
Escritura. En sus estrofas dejó plasmada María la belleza de su alma "llena de
gracia" y el gozo incontenible del espíritu que halla en Dios toda su alegría, la
humildad y sencillez que deriva de una experiencia profunda de la divinidad.
La Iglesia se siente tan identificada con este canto que con él alaba todos los
días al Señor en la oración vespertina.

"Llena de Espíritu Santo" Isabel alabó a Dios "con fuerte voz":

"¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno!" (Lc 1, 41-42) Y


su alabanza se prolonga de generación en generación hasta el fin de los
tiempos.

Así también Zacarías, el padre del Bautista, "lleno de Espíritu Santo" (Lc 1,
67-79), profetizó alabando a Dios con el himno del Benedictus, utilizando
formas y expresiones tradicionales del Antiguo Testamento. La Iglesia lo
repite cada día en la oración de Laudes.

En el canto del Nunc dimittis, movido también por el Espíritu, el "justo y


piadoso Simeón" utilizó textos de Isaías para agradecer la salvación universal
que llegaba con el Mesías, como iluminación de todos los pueblos y gloria de
Israel (Lc 2, 29-32). Así mismo la profetisa Ana "alababa a Dios y hablaba del
niño a todos los que esperaban la redención de Israel" (Lc 2, 36-38).

En todos estos acontecimientos brota diáfana y natural la alabanza como algo


incontenible que el Espíritu Santo hace surgir ante las maravillas de Dios.

La alabanza en Jesús

En Jesús adquiere la alabanza una novedad, originalidad y sublimidad sin


precedentes en toda la historia sagrada. Sus rasgos más peculiares habrán de
caracterizar y definir la alabanza cristiana.

I.- Como buen conocedor de las Escrituras, Jesús utilizó frecuentemente los
salmos para alabar a Yahvéh lo mismo que cualquier fiel de Israel. En sus
labios cobraba especial significado y actualidad todo lo que los Salmos
comunican de parte de Dios a los hombres y todo lo que el hombre trata de
expresar a Dios, ya que en los salmos el que verdaderamente ora es Cristo, no
sólo porque Él es el Verbo de Dios revelado en los salmos, sino porque es de
El de quien principalmente hablan anunciando y proclamando el misterio de
su vida: "En los Salmos es constantemente Cristo quien habla, y
constantemente también es de nosotros de quienes habla, por nosotros y en
nosotros, del mismo modo que nosotros hablamos de El: 'No ha querido
hablar separadamente, porque no ha querido ser separado' (S. Agustín). De
una frase para otra, y hasta en la misma frase, en una especie de trabazón
continuada, tan pronto se expresa Cristo en su nombre sólo, como Salvador
nacido de la Virgen, como se identifica con sus miembros, y entonces entra en
escena la Santa Iglesia, aunque es siempre el mismo 'yo' quien se expresa en
ese doble papel" (HENRl DE LUBAC. Catolicismo. Barcelona 1963, p.138-
139).

Pero además de esto, la plegaria de Cristo fue la alabanza del Hijo al Padre,
alabanza llena de espíritu filial que supo responder a la voz que de los cielos
rasgados descendió sobre El en el momento del Bautismo: "Tú eres mi Hijo
amado, en ti me complazco" (Mc 1, 11).

Este sentido filial de su alabanza será lo más específico de la alabanza del


cristiano que recibirá "el espíritu de adopción" por el que clamará él también:
"¡Abba! ¡Padre!" (Rm 8, 15-17).

La alabanza estaba siempre presente en la oración de Jesús, ya fuera en forma


de bendición y de acción de gracias o ya fuera en forma de reconocimiento de
la gloria del Padre, como podemos apreciar a lo largo de todo el Evangelio,
por ejemplo al dar de comer a los cinco mil (Mt 14, 19), en la transfiguración
(Lc 9, 29), en la curación del sordo mudo (Mc 7, 34), en la resurrección de
Lázaro (Jn 11, 41), en la última Cena (Mt 26, 26; Jn 17, 1-26), en la agonía del
huerto (Mt 26, 36-44), al morir en la Cruz (Lc 23, 34-46; Mt 27, 46; Mc 15,
34).

Cuando uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar", Jesús les
transmitió junto con el Padrenuestro el mejor compendio de su pensamiento,
la clave para comprender no sólo su comportamiento, sino también su forma
de orar y alabar. Las primeras peticiones no son más que otras tantas
alabanzas:

-Padre nuestro que estás en los cielos,


-santificado sea tu Nombre,
-venga tu Reino,
-hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo..." (Mt 6, 7-15; Lc 11, 1-
4).

Llamar a Dios Padre, glorificar su santo Nombre, anhelar su Reino, desear y


buscar el cumplimiento de su Voluntad es como el Espíritu de Jesús nos
enseña a alabar al Padre en espíritu y en verdad.

II - Más que con las palabras, fue con su vida, de manera especial con su
actitud de obediencia y entrega al cumplimiento de su misión, como Jesús
alabó al Padre.

Y esto destaca en la forma como nos habló del Padre, hablando siempre lo que
el Padre le había dicho (Jn 12, 49-50), comunicándonos los secretos más
íntimos del corazón de Dios, y en las actitudes que nos transmitió haciendo
siempre lo que agradaba al Padre (Jn 8, 29). La expresión más sublime que la
alabanza alcanzó en Jesús, como nadie podrá jamás igualar, está en la entrega
que hizo de toda su vida a "hacer la voluntad" del que le había enviado y
"llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34), "y aún siendo Hijo, con lo que padeció
experimentó la obediencia" (Hb 5, 8; Rm 5, 19), "obedeciendo hasta la muerte
y muerte de cruz" (Flp 2, 8). Su muerte y resurrección, como cumplimiento
del mandato que del Padre había recibido: como ofrenda libre que hizo de sí
mismo (Jn 10, 18), fue la verdadera alabanza de la Nueva Ley, el acto
supremo de glorificación de Dios, con el que el Hijo del Hombre fue
glorificado y Dios fue glorificado en El (Jn 13, 31-32).

La forma más convincente como Jesús nos ha enseñado a alabar a Dios la


vemos en su anhelo ardiente de que el Padre fuera glorificado en el Hijo (Jn
14, 13):

"Yo te he glorificado en la tierra llevando a cabo la obra que me


encomendaste realizar..." (Jn 17, 1-5).

Es así como Jesús se convirtió en alabanza perenne de Dios y también en


nuestra alabanza: todo lo que nosotros podamos decir ahora sobre la alabanza
ha de tener necesariamente este punto de referencia, pues nunca sabremos qué
es alabanza si no lo vemos todo bajo el prisma de la alabanza de Jesús al
Padre.

La alabanza en las primeras comunidades cristianas

Si tan marcadamente la alabanza definió la vida de Jesús, necesariamente


habría de quedar integrada en la oración de los Apóstoles y de los primeros
discípulos, y así se transmitió a la Iglesia primitiva, como descubrimos en los
Hechos de los Apóstales, en las Epístolas y en el Apocalipsis.

Los fragmentos de himnos primitivos que hallamos en las Epístolas son otras
tantas expresiones de la alabanza con que aquellas primeras comunidades,
maravilladas por la obra reciente que Dios Padre había realizado por medio de
su Hijo, proclamaban el misterio de Cristo (Flp ?2, 6-11; Col 1, 13-20), el
misterio de la salvación (2 Tm 2, 11-13), el misterio de piedad realizado en
Jesucristo (1 Tm 3, 16). Otras veces proclamaban la manifestación de nuestro
Señor Jesucristo (1 Tm 6, 15-16) o alababan al Señor como el Rey inmortal de
los siglos (1 Tm 1, 17).

Si Dios había glorificado y exaltado a su Hijo, si había sido verdaderamente


glorificado en El por la obra que llevó a cabo, era lógico que fuera también
dirigida al mismo Cristo en persona, al mismo que ya en vísperas de la Pasión
la multitud de los discípulos alabó a grandes voces por las maravillas que
habían visto diciendo: "¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz
en el cielo y gloria en las alturas" (Lc 19, 37- 38).

La alabanza en la primitiva Iglesia es canto de las maravillas que Dios ha


realizado en nosotros por la obra de su Hijo y es también confesión de la fe y
de la vida cristiana.

Las Epístolas paulinas empiezan muchas veces con un canto de alabanza en el


que se expone bellamente la obra salvadora de Dios.

La expresión de esta alabanza es muy diversa:

a) Puede ser en forma de doxología (fórmula breve de oración litúrgica que


celebra la gloria de Dios o de Jesucristo por el que nos llegó la salvación),
como, por ejemplo, en Rm 1, 25; 7, 25; 16, 25-27; Ef 3, 21; Jud 25; Ap 7, 10;
11, 15; 12, 10.

La alabanza que se expresaba por medio de la doxología se relacionaba


frecuentemente con el banquete y la comida, como manifestaciones visibles
del don de Dios. Este aspecto se transmitió a las oraciones eucarísticas. La
costumbre de que los presentes respondieran con un Amén se reafirmó aún
más en el Nuevo Testamento (1 Co 14, 16), y ya a finales del siglo I la oración
del Padrenuestro había sido ampliada con una doxología, como lo atestigua la
Didaché.

b) Otras veces era en forma de acción de gracias, de acuerdo con la tradición


bíblica, que al comienzo de una acción señalada o con motivo del recuerdo de
las maravillas de Dios siente la necesidad de alabar a Dios.

c) Forma muy peculiar de alabanza son las expresiones que empiezan con el
bendito sea Dios o Eulogia (bendiciones a Dios en forma de alabanza muy
utilizadas en el A.T., bien como palabra eficaz e irrevocable que transmitía el
don que en ella se expresaba o como acción de gracias y alabanza por la
grandeza y bondad de Dios). Si bendecir es decir y comunicar el don divino,
Dios es por excelencia el que bendice y su bendición llega al colmo en su Hijo
y en el don del Espíritu Santo.

La Eulogia al pasar al Nuevo Testamento quedó en el culto cristiano como


recordatorio de los hechos salvíficos, y en adelante la bendición con que se
alaba a Dios se vincula a la persona de Jesucristo, principalmente a su
Resurrección (Rm 1, 4-5: 1 P 1, 3-5). El ejemplo más logrado de alabanza en
forma de bendición lo tenemos en la introducción de la Epístola a los Efesios,
en la que San Pablo recorre las bendiciones espirituales con las que Dios nos
ha bendecido en su Hijo desde la eternidad.
"Para ser nosotros alabanza de su gloria" (Ef 1, 12.14)

1.- La alabanza juntamente con la acción de gracias resalta en el Nuevo


Testamento como la actitud fundamental y permanente de la vida cristiana.

De la primera comunidad, nacida de Pentecostés, se dice que "alababan a Dios


y gozaban de la simpatía del pueblo" (Hch 2, 47). Ante un acontecimiento que
manifiesta la acción de Dios siempre se glorifica a Dios.

Mientras Pedro exponía al Centurión y a su casa el mensaje de salvación, "el


Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra..., pues les oían
hablar en lenguas y glorificar a Dios" (Hch 10, 44-46).

Cuando Pablo en Jerusalén, acompañado de algunos de sus discípulos, cuenta


en casa de Santiago a los presbíteros de Jerusalén "una a una todas las cosas
que Dios había obrado entre los gentiles por su ministerio, ellos al oírle
glorificaban a Dios"(Hch 21, 18-20). Y en la Epístola a los Romanos escribe
que los hombres "que aprisionan la verdad en la injusticia... son inexcusables,
porque habiendo conocido a Dios no le glorificaron como a Dios ni le dieron
gracias" (Rm 1, 18-21).

2.- La alabanza divina se convirtió en la comunidad cristiana en el auténtico


culto a Dios:

"llenaos más bien del Espíritu Santo. Recitad entre vosotros, salmos, himnos y
cánticos inspirados: cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando
gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor
Jesucristo" (Ef 5, 18-20).

"Cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y


cánticos inspirados" (Col 3, 16).
"Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto
es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1 Ts 5, 16-18).

"Para que el nombre del Señor Jesús sea glorificado en nosotros y nosotros en
El" (2 Ts 1, 12).

"Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo


adquirido, para anunciar los alabanzas de aquél que os ha llamado de las
tinieblas a su admirable luz...” (1 P 2, 9).

3.- El Apocalipsis nos describe la liturgia celestial, el cántico nuevo de los


bienaventurados, y nos transmite himnos preciosos de alabanza:

"La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero...
Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a
nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén." (Ap 7, 10-12).

Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso; justos y


verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de las naciones! ¿Quién no temerá, Señor, y
no glorificará tu nombre? Porque sólo Tú eres santo, y todas las naciones
vendrán y se postrarán ante ti, porque han quedado de manifiesto tus justos
designios" (Ap 15, 3-4).

"Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y
grandes... ¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor nuestro Dios
Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han
llegado las bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado, y se le ha
concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura... “(Ap 19, 1-8).

Todo esto nos da a entender que la alabanza era la auténtica forma existencial
de la comunidad cristiana, modelada de acuerdo con la liturgia celeste.

4.- La exigencia de la vida cristiana es ofrecer a Dios sin cesar y por medio de
Jesucristo "un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que
celebran su nombre" (Hb 13, 15).

Esta alabanza es auténtica y viva porque se ha encontrado con el Dios vivo,


porque ha palpado su acción en la vida personal.

Por eso la vida del cristiano es inconcebible sin alabanza. Al ser algo tan
primordial en la Iglesia primitiva no pudo menos de quedar reflejado así en la
rica Tradición que llega hasta nosotros en la oración litúrgica, en la que los
frecuentes aleluyas y gloria Patri marcan el ritmo de la alabanza.

Deja de ser alabanza cuando queda en mera exteriorización verbal o puro


formalismo, defecto del que frecuentemente se puede adolecer.

El cristiano debe convertirse en alabanza de Dios en Cristo, y su alabanza ha


de terminar siempre en la Trinidad. Debe elevarse a Dios Padre con Cristo y
en El y por El.

"A Aquél que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente
mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en
nosotros, a Él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las
generaciones y todos los tiempos. Amén" (Ef 3, ?20-21).

Pero el Señor es nuestra alabanza. Él es la mejor alabanza que podemos


ofrecer a Dios en nuestra plegaria, en nuestra liturgia eucarística y en toda
nuestra vida.
La oración del cristiano ha de estar por tanto hecha en sintonía con la oración
de Jesús, y al mismo tiempo ha de ser en nombre de Jesús (Ef 5, 18-20).

LA ALABANZA EN LA
LITURGIA.
Por Sor Ma. Victoria Triviño, osc.

El cristiano está llamado a ser en el santuario de su propio ser, una "alabanza


de Gloria", sin interrupción en el tiempo, hasta que el último instante de su
condición peregrina se pierda en el inmenso mar de la eternidad. Más, esta
actitud íntima no basta. El cristianismo es comunitario por su esencia y la
alabanza tiene su lugar de expresión familiar en la Liturgia.

El Pueblo de Israel, tan pronto como hubo cruzado el Mar Rojo, a las primeras
luces del alba, hizo una experiencia nueva. Reunidos maravillosamente en la
Ribera, mientras las aguas volvían a alcanzar su nivel, se sintieron y
descubrieron como "un pueblo de hermanos". Un mismo aliento de alabanza
henchía su pecho y juntos expresaron con canciones, danzas e instrumentos, la
alabanza al Dios que salva "en el Mediador, en la Nube y en el Mar”.

La misma experiencia iban teniendo los primeros cristianos al ser bautizados


en el Agua y en el Espíritu. Nacían como pueblo de hermanos que necesitaban
reunirse: para la enseñanza de los Apóstoles, para la Fracción del Pan y para
las oraciones. El calor de esta comunión fraterna era el signo de su
autenticidad entre los gentiles.

También nosotros, como comunidad de Redimidos, seguimos siendo


convocados en el Espíritu para alabar al Padre en Cristo, por El y en El. El es
nuestro Sacerdote, nuestro Liturgo en plenitud. En El la koinonía se derrama
enlazando tierra y cielo, todos los miembros de su Cuerpo Místico. En El la
alabanza litúrgica trasciende el tiempo y el espacio adentrándose en el
santuario del cielo... En Él es la alabanza en Espíritu y Verdad.

Algunos rasgos de la alabanza en la eucaristía

La realización por excelencia de la alabanza cristiana es la Eucaristía. No sólo


porque se concentra sobre la unidad de la obra creadora, sino también porque
es su fruto: el gran acto de reconocimiento, en el que la criatura salvada en
Cristo le alaba por la gracia recibida, y haciendo esto se asocia ya a la
alabanza perfecta, a la glorificación definitiva del Padre... ¡Hasta que El
vuelva!

El "Gloria"

Ya en el rito de Entrada, la Madre Iglesia pone en nuestros labios un legado


precioso de la poesía hímnica primitiva, una joya de inspiración bíblica que se
ha guardado en Oriente y Occidente, el Gloria. Entró en la Liturgia de la Misa
como una pieza excepcional reservada a brillar en el tiempo pascual. Sólo
posteriormente se hizo común a las misas dominicales. El conocer el aprecio
en que se ha tenido el Gloria a través de los siglos debe llevarnos a estimar y
cuidar su digna ejecución.

Su estructura se presenta en tres partes:

Se inicia con el anuncio de la salvación, canto de los ángeles que dan "Gloria
a Dios" y "Paz a los pastores" (Lc 2, 14) a todo hombre sencillo, pobre, capaz
de acoger el Don de Dios que tan gratuitamente nos hace en el Hijo entregado:
"Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor... "

Tras esta introducción a la alabanza llena de evocaciones salvíficas, brota


como una cascada incontenible de alabanzas al Padre.

Se acumulan después los títulos al Hijo. Y al fin se hace extensiva la alabanza


a la Trinidad. Y los predicados divinos se suceden con firmeza:

"Porque sólo Tú eres SANTO, sólo Tú, SENOR,


sólo Tú ALTISIMO...”
¡Sólo El!... Con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre.

¿Acertaríamos nosotros a ensartar una guirnalda de alabanzas más firmes y


bellas, más evocadoras que éstas que la Tradición nos ha legado? Tenemos la
responsabilidad de darles vibración en nuestras asambleas, para entregar con
amor lo que con tanto aprecio se nos ha transmitido a través de los siglos.

Prefacio

La Madre Iglesia, en el caminar progresivo hacia la Pascua del Año Litúrgico,


va canalizando nuestra alabanza en las expresiones más coherentes, según los
matices de nuestro itinerario participante en los Misterios de Cristo. La pieza
litúrgica especialmente sensible a estos matices es el prefacio.

La Gran Plegaria Eucarística


Lo pieza clave de la Liturgia de la Eucaristía es la Anáfora o Plegaria
Eucarística que se despliega solemnemente ante el Padre, por mediación del
Hijo, y es "centro y culmen" de toda la celebración. Sus acentos son de
alabanza y acción de gracias por las obras maravillosas y salvadoras del
Padre. Particularmente bella es la Plegaria IV. La recita únicamente el que
preside, en Persona de Cristo. Sin embargo tiene como dos polos en que se
apoya la expresión y participación de la asamblea y en los que se realiza la
plenitud del rito por medio del canto. Son el Santus y el Amén final.

El Santus

Se conoce en la estructura de la Misa, desde el s. IV en Oriente, y desde el s.


V en Occidente. Es el canto más antiguo y más importante del Ordinario.
Corresponde siempre a la asamblea, y para facilitar su participación vale la
pena potenciarla con técnicas de repetición.

Arranca de una escena bíblica, Is 6, 1 ss. la grandiosa visión del Santo alabado
sin cesar por los "seres ardientes":

"Santo, Santo, Santo...!"

Es una aclamación que integra la alabanza cósmica y universal, himno de los


Serafines que traspasa los límites de tiempo y espacio anticipado, como decía
Tertuliano, el "oficio de nuestra gloria futura".

El Amén

Viene a sellar como una ratificación solemne toda la Gran Plegaria


Eucarística. Es una intervención clara de nuestro sacerdocio de fieles, de
nuestra adhesión entusiasta a Cristo Resucitado que glorifica al Padre.

Una interpretación vibrante e insistente puede ser el "signo" expresivo de este


momento.

Liturgia de las horas

La alabanza lleva en sí misma la tendencia a ser incesante y simplicísima.


"Contempladlo y quedaréis radiantes!"

Si la Eucaristía es "Centro y cumbre", la Liturgia de las Horas la continúa y


prepara. Así tres -o siete- veces al día volvemos a unirnos a la Liturgia celeste,
nosotros..., los peregrinos que caminamos entre dificultades y desgarros. No
para evadirnos, sino para realizar este deber de alabanza clavado en nuestro
ser. Sabiendo que mientras lo realizamos amorosamente como Iglesia, se
fragua la salvación del mundo.
Vamos con todo lo que tenemos y somos a la presencia del Dios Santo. Los
Salmos, los Cánticos del A.T. y N.T. hacen desembocar en la alabanza toda la
oración del hombre que está en camino. Celebramos la Palabra divina, no solo
como revelación sino como Acontecimiento.

¡Dios que recuerda su Alianza... Dios que realiza en el Hijo el designio de su


Amor sobre nosotros... Dios que salva!

Dentro de las familias en que se agrupan los salmos, hay los llamados
hímnicos o salmos de alabanza. Son aquellos que, trascendiendo los demás
géneros literarios (lamentación, súplica, acción de gracias, etc.), se tejen con
acentos de pura alabanza. En Laudes se comienza con un salmo matutino al
que sigue un Cántico del A. T. Hasta aquí cabe recordar lo que podríamos
llamar "nuestro pan", pero el salmo siguiente se eleva siempre a la pura
alabanza. Se toma los salmos hímnicos marcando así la cumbre de una
progresión oracional que crece como la luz del alba.

Pero en realidad, aunque los géneros variados de los salmos se alternen, -


siendo preferentemente de acción de gracias los de Vísperas e históricos los
del Oficio de Lecturas-, la alabanza está alentando a lo largo de toda la liturgia
desde el primer Alleluia.

El Alleluia no es un canto esencial, pero cumple una función importante en la


Liturgia, matizando el carácter más o menos exultante de una celebración. Es
una alabanza que se apoya en sí misma: ¡Allelu- Yah! ¡Alabad a Yahvéh!

Así, al partir el Pan de la Palabra en la Liturgia de las Horas, se dilata la


alabanza glorificando al Padre en el Hijo y el Espíritu, al ritmo del AlIeluia en
la Pascua, y más todavía en todo tiempo a ritmo del Gloria Patri, que al final
de cada salmo o Cántico lo eleva, en una alabanza trinitaria pura,
suspendiéndolo en la contemplación admirada de lo que nos sobrepasa, ante el
Misterio que es y será por los siglos.

Hasta sentirse inmersos en la liturgia del reino

Toda celebración litúrgica debería ser un acontecimiento, pletórico de nuevas


experiencias. Allá donde la fe exultante se ensancha, se expresa al entrar en
comunión con la asamblea de los justos, de los humildes, de los que se
admiran ante la grandeza de Dios; al acoger la Presencia del Resucitado...

La alabanza nace... del embeleso, de la admiración, del fuego que se enciende


por dentro en presencia del Señor. Supone un alma dilatada que puede
expresarse de manera total. En la Liturgia esa expresión normalmente ha de
ser inteligible a la comunidad, y se vierte dentro de las formas de expresión
que realmente "significan" en el marco vital. Esas formas son frecuentemente
el canto, la música y la danza.

A este respecto os confiaremos un testimonio de un hermano, Fr. Josep Mª


Massana, ofm., que hasta hace poco estaba entre nosotros y ahora nos escribe
desde la Misión de Lilongwe (Malawi-África): " ... Cada día tengo el gozo de
participar con las hermanas Clarisas la Liturgia: Laudes a las 5.20, Eucaristía
a las 6, y a la tarde Vísperas a las 4,50. Os diré que, aunque de momento no
entiendo "ni papa" de Chichewa, vivo intensamente esta liturgia. Es
totalmente africana en contenido y expresión. Más de una vez me saltan las
lágrimas, por la vivencia profunda de presencia del Señor. ¿Cómo os lo diría?
La Liturgia es una perfecta síntesis de concierto (tambores, y otros
instrumentos típicos) y representación simbólica. Todo con una sencillez
sobrecogedora. Danza y texto, ritmo y música forman una perfecta unidad.
Todo es cantado y muchas cosas son representadas en danzas, gestos; a veces
en grupo, a veces todas. Aplaudir, elevar las manos en gesto de ofrenda, o de
petición, postración en gesto de profunda adoración... Cada día es diferente.

El primer día en que vi 28 monjas, negras todas, menos cuatro, descalzas


totalmente, danzando delicadamente en alabanza del Señor al son de los
instrumentos y cantando polifonías africanas... vi a Sta. Clara en rostro negro,
pero con ojos" claros" y rostro radiante... Me sentí inmerso en la liturgia del
Reino. (13-12-1983)."

¿No vale este testimonio más que muchas ponderaciones?

¡He aquí el ideal! Que al celebrar la Liturgia, la LUZ del Señor Resucitado lo
transforme e informe todo... hasta el punto de sentirnos "inmersos en la
Liturgia del Reino".

La Eucaristía, escuela de
alabanza
por Manuel R. Espejo, Seh. P.

Es muy importante, para crecer en la alabanza, profundizar en la Eucaristía,


como la mejor escuela de alabanza que se nos ha dado.

I.- UNAS AFIRMACIONES GENERALES

1. La Eucaristía es el memorial de la perfecta alabanza al Padre, puesto que es


el recuerdo sacramental de la alabanza que le tributó su Hijo Jesús con la
propia vida.

En el momento central de la consagración se dice: Jesucristo, elevando los


ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso, dándote gracias y
bendiciéndote... ". Creo no exagerado afirmar que la acción de gracias, la
bendición, el dar gloria, cantar himnos y alabar es substancialmente lo mismo.

2. La Eucaristía es "sacrificio de alabanza". Lo dice la misma Plegaria


eucarística-I, en la conmemoración de los vivos: "te ofrecemos, y ellos
mismos te ofrecen, este sacrificio de alabanza... ".

3. Cada Eucaristía es una Efusión del Espíritu Santo. Y nosotros sabemos que
la auténtica alabanza brota del Espíritu que habita el corazón del creyente y
"se desata" en la efusión. Veamos algunos textos:

• "santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu" (epíclesis de la plegaria-


ll).
• "Por eso, Señor, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos
dones que hemos separado para tí' (epíclesis-III).
• "Dirige tu mirada sobre la ofrenda... para que... llenos del Espíritu Santo...
“(memorial- III).
• "Dirige tu mirada... para que... bendecidos con tu gracia, tengamos también
parte en la plenitud de tu reino" (memorial- 1, que en la traducción italiana
dice así: descienda sobre nosotros la plenitud de toda gracia y bendición del
cielo).
• "Que este mismo Espíritu santifique, Señor, estas ofrendas" (epíclesis IV).

4. La Eucaristía es una celebración, una fiesta por la bondad del Padre, una
acción de gracias. Y qué otra cosa es la alabanza, sino una celebración, una
fiesta, una acción de gracias? En el memorial de las cuatro Plegarias se lee: "al
celebrar ahora el memorial... ".

II. ESCUELA DE ALABANZA

1. Desde el saludo inicial está presente la alabanza: reconocemos la gracia de


Jesús, el amor del Padre y la comunión del Espíritu. Esta es la raíz de la
alabanza.

2. En el acto penitencial confesamos (alabamos) a Dios todopoderoso y


perdonador. Levantamos nuestro corazón a Él en vez de encerrarnos en
nuestro pecado. Esta actitud es la clave de la alabanza.

3. En el gloria ensalzamos al Padre, al Hijo y a su Espíritu.

4. En la Colecta siempre se suele empezar por el reconocimiento (alabanza) de


un don del Padre: p. ej. "Señor, tú que en nuestra fragilidad nos ayudas con
medios abundantes... “(viernes de la 4ª semana de cuaresma). Sólo en un
segundo tiempo pedimos ser consecuentes con ese don que hemos alabado o
reconocido: "concédenos recibir con alegría la salvación que nos otorgas y
manifestarla a los hombres con nuestra propia vida".

5. En la Palabra de cada día se nos revela Dios, su amor. Y esta revelación es


la que saca de lo más profundo de nosotros la alabanza. He aquí por qué
contestamos a las lecturas "te alabamos, Señor", y por qué el salmo
interleccional y el aleluya tienen casi siempre formulación de alabanza: p. ej.
"Cantaré eternamente las misericordias del Señor" (24 diciembre).

6. En la presentación del pan y del vino, con la que comienza la liturgia


eucarística, no hay otro sentido que la alabanza: sacerdotes y fieles decimos
"bendito seas, Señor, Dios del universo por... "- "bendito seas por siempre,
Señor".

7. En los Prefacios, umbral de la Plegaria Eucarística, se encuentran las


enseñanzas más bellas sobre la alabanza:

• Todos los Prefacios comienzan con la invitación a dar gracias al Señor


(alabarlo), y el reconocimiento de que esto "es justo y necesario". ¿Se puede
decir más? Sin embargo, acabada la Eucaristía, muchos fieles nos olvidamos
de que lo justo y ne-ce-sa-rio es alabar al Señor, y hacemos todo menos
alabarlo...

"(Tengo realizado un estudio detenido de todo lo que los Prefacios dicen sobre
la alabanza, pero no quiero alargar estas notas. Lo dejo para otra ocasión.)

• .Al "justo y necesario" se añade, generalmente, "en verdad... es nuestro


deber y salvación darte gracias (alabarte) siempre y en todo lugar". Sobra todo
comentario. Quien ha recibido el don de la alabanza, posiblemente el mayor
después del de la fe, sabe que sólo es posible alabar "siempre y en todo lugar"
no mirándonos a nosotros mismos, sino a Dios y su fidelidad.

• Concluyen todos los Prefacios cantando la alabanza del Señor, con el himno
de su gloria: el Santo. Alabanza cósmica en la que unimos nuestras voces a las
de los ángeles y, por nuestro medio, alaban al Señor todas las criaturas (cf.
Prefacio de la Plegaria-IV).

8. En las cuatro plegarias eucarísticas se comienza con una fórmula de


alabanza:
• ''A ti, pues, Padre misericordioso... " (1).

• "Santo eres en verdad, Señor, y con rozón te alaban todas tus criaturas...
“(III).

"Te alabamos, Padre Santo, porque eres grande, etc." (IV).

9. En el desarrollo de las Plegarias existen múltiples alusiones a la alabanza:

• ''Te damos gracias (te alabamos) porque nos haces dignos de servirte en tu
presencia (memorial-II).

• "Seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus


alabanzas" (intercesión por un difundo-III).

Al decir la Liturgia que cantaremos eternamente la alabanza del Señor, está


diciendo que alabar aquí en la tierra es adelantar nuestro quehacer de la
eternidad... "Concede... seamos, en Cristo, víctima viva para tu alabanza"
(memorial-IV).

He aquí un texto programático profundísimo: estamos llamados a ser víctima


viva para alabanza del Señor.

Y es que la oración de alabanza nos lleva a la aceptación de la voluntad del


Padre, sea cual fuere ésta, y hayamos de dejar lo que hayamos de dejar. La
oración de alabanza se hace vida de obediencia, que nos lleva a la cruz
gloriosa. No conocen la alabanza quienes dicen que aliena y descompromete.

• "Padre de bondad, que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu


reino... y allí, junto con toda la creación, libre ya de pecado y de muerte, te
glorifiquemos por Cristo ... "(intercesión- IV).

La traducción italiana dice: "cantaremos tu gloria. ¡Qué texto más denso!: es


toda la creación quien alabará al Padre, por Cristo. Nuestra situación de
pecado impide la alabanza perfecta del Espíritu de Cristo que permanece
atado en nosotros...

10. En la conclusión de las cuatro Plegarias se repite la misma alabanza


trinitaria: todo honor y toda gloria, por siempre a Dios Padre por Cristo y en el
Espíritu.

11. En el rito de comunión existen también elementos que nos interesan:

a) Debo confesar mi sorpresa el día que descubrí que el Padre nuestro


comienza por una alabanza: el reconocimiento de la paternidad de Dios y el
deseo desinteresado de que sea santificado (reconocido, alabado).

b) Existen, además, repetidas indicaciones sobre la fuerza sanadora del cuerpo


de Cristo: la oración "Líbranos, Señor" es, según algunos, un resto de una
oración de liberación-sanación. Los dos textos que emplea el celebrante para
prepararse a la comunión piden la salud del cuerpo y del espíritu. El "Señor,
no soy digno" afirma la sanación...

¿Qué momento mejor para sanar que el de la comunión del cuerpo y la sangre
de Cristo?

c) La oración final recoge muchas veces esta idea de la Eucaristía como fuente
de liberación y sanación.

12. En el rito de conclusión se emplean en ciertas ocasiones bendiciones


solemnes cargadas de fórmulas de alabanza. Y siempre se concluye con el
"demos gracias a Dios" (alabamos a Dios).

III. P ARA TERMINAR

1. La Eucaristía nos señala el motivo para nuestra alabanza; p. ej. (sin entrar
en el rico análisis de los Prefacios) cuando se dice en la Plegaria II:

"Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad…”; “Jesús cuando iba a
ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada... "; "te damos gracias,
porque nos haces dignos de servirte en tu presencia",

O cuando se lee en la III:


"Al celebrar ahora el memorial... "; "por la inmolación (de Cristo) quisiste
devolvernos tu amistad.. ".

y cuando en la IV se afirma:
''Te alabamos, Padre santo, porque eres grande, etc., etc."; "Tú mismo has
preparado a tu Iglesia esta Víctima (Cristo)". ..

2. La Eucaristía nos enseña "la técnica" de la alabanza; p. ej. cuando se dice


en el rito de la paz:
"No mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia; y en la conmemoración
de los difuntos de la I: "acéptanos... no por nuestros méritos, sino conforme a
tu bondad”.

¿Cabe la alabanza, si no es con esta "técnica" de no mirar ni nuestros pecados


ni nuestras virtudes, sino la bondad del Señor y la fe de su Iglesia?

3. La Eucaristía nos recuerda el efecto de la alabanza; la conversión de la vida,


la aceptación de la voluntad del Padre, renunciando a la propia voluntad: en la
Plegaria IV se lee:
"Te alabamos, Padre... porque... nos enviaste como salvador a tu único Hijo,
quien envió desde tu seno al Espíritu Santo para que no vivamos ya para
nosotros mismos, sino para él... ". "Concede a cuantos compartimos este pan y
este cáliz que ... seamos, en Cristo, víctima viva para tu alabanza ".

4. La Eucaristía fomenta el deseo ecuménico de la unidad, otra dimensión


muy querida en los Grupos de la Renovación: • "Señor Jesucristo... conforme
a tu palabra concede a tu Iglesia la paz y la unidad" (Rito de la paz).

• "Que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantas participamos del


cuerpo y Sangre de Cristo" (memorial II).

• "Con la fuerza del Espíritu Santo... congregas a tu pueblo sin cesar" (inicio
III).

• "Fortalecidos con el cuerpo y sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo


formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (memorial III).

• ''Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el
munda" (intercesiones III).

• "Concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz que, congregados en


un solo cuerpo por el Espíritu Santo... "(memorial IV).

IV. OTRA ESCUELA DE ALABANZA

Quiero concluir con un texto del Vaticano II que nos pone en la pista de otra
gran Escuela de alabanza, la Liturgia de las Horas:

"Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre


aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo
une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino
himno de alabanza. Esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia,
que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo, no
sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente
recitando la Liturgia de las Horas" (Sacr. Conc. Nº .83).

Alabanza a Dios en unión con la Iglesia del cielo.


En la Liturgia de las Horas, la Iglesia, desempeñando la función sacerdotal de
Cristo, su cabeza, ofrece a Dios, sin interrupción, el sacrificio de alabanza, es
decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre. Esta oración es "la voz
de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún: es la oración de Cristo, con
su cuerpo, al Padre". "Por tanto, todos aquellos que ejercen esta función, por
una parte, cumplen el deber de la Iglesia y, por otra, participan del altísimo
honor de la Esposa de Cristo, ya que, mientras alaban a Dios, están ante su
trono en nombre de la madre Iglesia.”

Con la alabanza que a Dios se ofrece en las Horas, la Iglesia canta


asociándose al himno de alabanza que perpetuamente resuena en las moradas
celestiales, y siente ya el sabor de aquella alabanza celestial que resuena de
continuo ante el trono de Dios y del Cordero, como Juan la describe en el
Apocalipsis. Porque la estrecha unión que se da entre nosotros y la Iglesia
celestial se lleva a cabo cuando "celebramos juntos, con fraterna alegría, la
alabanza de la divina majestad, y todos los redimidos por la sangre de Cristo
de toda tribu, lengua, pueblo y nación, congregados en una misma Iglesia,
ensalzamos con un mismo cántico de alabanza al Dios uno y trino".

Esta liturgia del cielo casi aparece intuida por los profetas en la victoria del
día sin ocaso, de la luz sin tinieblas: "Ya no será el sol tu luz en el día, ni te
alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua." "Será un día
único, conocido del Señor, sin día ni noche, pues por la noche habrá luz." Pero
hasta nosotros ha llegado ya la última de las edades, y la renovación del
mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo
en el siglo presente. De este modo la fe nos enseña también el sentido de
nuestra vida temporal, a fin de que unidos con todas las creaturas anhelemos
la manifestación de los hijos de Dios. En la Liturgia de las Horas
proclamamos esta fe, expresamos y nutrimos esta esperanza, participamos en
cierto modo del gozo de la perpetua alabanza y del día que no conoce ocaso.

(Ordenación GENERAL DE LA LITURGIA DE LAS HORAS, Núms. I5-


16.en Breviario, t. I, pg. 36-37.)

ENTRESACANDO DEL
RICO TESORO DE LA
TRADICIÓN.
La Alabanza está siempre presente en la vida de los cristianos de todos los
tiempos. Algunos la llegaron a vivir de forma extraordinaria. Los santos son
los que mejor supieron plasmarla en toda su vida. Algunos han escrito
páginas preciosas sobre lo que es alabar a Dios.

En esta sección presentamos algunos textos que más a mano hemos


encontrado. Lo que se podía haber seleccionado sería un material cuantioso y
que no se puede encerrar en este pequeño espacio. Es un trabajo que quizá
algún hermano podría realizar y que sería una obra de gran belleza y
utilidad.

Los textos que aquí reproducimos son densos y requieren tiempo y atención
para asimilar el rico contenido que nos ofrecen. Los que transcribimos de los
Santos y Doctores quizá ya los conozcamos, pero aquí bien merecen nuestra
atención por lo mucho que nos enseñan.

Cantar salmos con el espíritu, pero cantarlos también


con la mente
¿Qué cosa hay más agradable que los salmos? Como dice bellamente el
mismo salmista: Alabad al Señor, que los salmos son buenos; nuestro Dios
merece una alabanza armoniosa. Y con razón: los salmos, en efecto, son la
bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de los fieles, el aplauso de
todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de
nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el
clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos claman nuestra ira, rechazan
nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un
arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las
festividades nuestra alegría; ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu,
son prenda de paz y de concordia, son como la cítara que aúna en un solo
canto las voces más diversas y dispares. Con los salmos celebramos el
nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su ocaso.

En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina: son a la vez un canto que


deleita y un texto que instruye. Cualquier sentimiento encuentra su eco en el
libro de los salmos. Leo en ellos: Cántico para el amado, y me inflamo en
santos deseos de amor, en ellos voy meditando el don de la revelación, el
anuncio profético de la resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a
evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos
cometidos.

¿Qué otra cosa es el Salterio sino el instrumento espiritual con que el hombre
inspirado hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como
quien pulsa la lira del Espíritu Santo? Unido a este Espíritu, el salmista hace
subir a lo alto, de diversas maneras, el canto de la alabanza divina, con liras e
instrumentos de cuerda, esto es, con los despojos muertos de otras diversas
voces, porque nos enseña que primero debemos morir al pecado y luego, no
antes, poner de manifiesto en este cuerpo las obras de las diversas virtudes,
con las cuales pueda llegar hasta el Señor el obsequio de nuestra devoción.
(S. AMBRIOSIO, Comentarios sobre los salmos. Traducción del Breviario, t.
III. págs. 288-289.)

Alabanza en la conversión
Movido ante estas cosas a volver sobre mí mismo, entré en mi interior guiado
por Dios, y lo pude hacer porque Él fue mi ayuda: entré y vi con los ojos de
mi alma -que no sé cómo decir que son- una luz fija sobre mis ojos, sobre mi
mente, no la luz que habitualmente vemos, ni siquiera parecida, sino mayor,
como si brillase más y con más claridad y lo iluminase todo con su grandeza:
no era la luz que siempre vemos, sino distinta, muy distinta a todas.

Ni su manera de estar ante mis ojos y en mi mente era como está el aceite
sobre el agua en la alcuza o el cielo sobre la tierra, sino más arriba, porque ella
me hizo, y yo muy abajo, porque he sido hecho por ella. Quien conoce la
verdad sabe cómo es, y quien sabe cómo es conoce la eternidad: es el amor
quien la conoce.

¡Eterna verdad, verdadero amor, amada eternidad! Ella es mi Dios: por ella
suspiro día y noche, y cuando por primera vez la conocí, me llevó con ella
para que viese que existía lo que yo debía ver y aún no estaba preparado para
ver. Hizo que la debilidad de mis ojos reflejasen su luz, dirigió con fuerza sus
rayos sobre mí y me estremecí de amor, y a la vez de miedo: y advertí
entonces que me encontraba lejos de ella, en una región extraña, desde donde
me pareció oír su voz que de lo alto me decía: Yo soy el manjar de los
grandes, crece y podrás comer. Tú no me cambiarás en ti; como cambias la
comida en tu propia carne, sino que yo te convertiré en mí.

Y supe que por su maldad el hombre fue condenado, y que su alma se secará
como una tela de araña, y me dije: ¿Es que no es nada la verdad por no
encontrarse extendida en el espacio? Y Dios me gritó desde lejos: ¡AI
contrario, Yo soy el que soy! y lo oí como se oye interiormente en el corazón,
sin dejarme lugar a la más mínima duda; con más facilidad dudaría yo de que
vivo que de que la verdad existe, de que, a través de las cosas creadas, se
advierte su existencia.

Miré las demás cosas, que están debajo de Dios, y vi que no sólo no son de
una manera absoluta, sino que absolutamente no son. Estrictamente hablando
son, es claro, porque proceden de Dios, pero no son porque no son lo que Dios
es, y sólo es verdaderamente lo que permanece inconmovible. Para mí el bien
está en adherirme a Dios, porque si no permanezco en El tampoco podré
permanecer en mí; pero El, al permanecer en sí mismo, renueva todas las
cosas, y Él es mi Señor porque no necesita de mis bienes.
(S. AGUSTIN. Confesiones, Edic. Palabra, Madrid 1980. págs. 124-125.)

Toda mi esperanza está puesta en tu gran misericordia


Señor, ¿dónde te hallé para conocerte -porque ciertamente no estabas en mi
memoria antes que te conociese- dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en
ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue
independientemente de todo lugar, pues nos apartamos y nos acercamos, y, no
obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides
en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a
todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas.

Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te


consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren.
Óptimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que el quisiera,
cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas
dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me
lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas
yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no
estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi
sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume
y lo aspiré, y ahora te anhelo: gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti:
me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo


para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti,
lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí
mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis
tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

(S. AGUSTIN, Confesiones, del Breviario Miércoles VIII.)

Nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en


ti
Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza; eres grande y poderoso, tu
sabiduría no tiene medida. Y el hombre, parte de tu creación, desea alabarte:
el hombre, que arrastra consigo su condición mortal, la convicción de su
pecado y la convicción de que tú resistes a los soberbios. Y, con todo, el
hombre, parte de tu creación, desea alabarte. De ti proviene esta atracción a tu
alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego
hasta que descansa en ti.

Haz, Señor, que llegue a saber y entender qué es primero, si invocarte o


alabarte, qué es antes, conocerte o invocarte. Pero, ¿quién podrá invocarte sin
conocerte? Pues el que te desconoce se expone a invocar una cosa por otra.
¿Será más bien que hay que invocarte para conocerte? Pero, ¿cómo van a
invocar a aquél en quien no han creído? Y ¿cómo van a creer sin alguien que
proclame?

Alabarán al Señor los que lo buscan. Porque los que lo buscan lo encuentran
y, al encontrarlo, lo alaban. Haz, Señor, que te busque invocándote, y que te
invoque creyendo en ti, ya que nos has sido predicado. Te invoca, Señor, mi
fe, la que tú me has dado, la que tú me has inspirado por tu Hijo hecho
hombre, por el ministerio de tu predicador.

(S. AGUSTIN. Confesiones, del Breviario, Domingo IX.)

El júbilo de la alabanza
Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría.
Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien...

Mas he aquí que El mismo te sugiere la manera cómo has de cantarle: no te


preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que
deleita a Dios. Canta con júbilo. Este es el canto que agrada a Dios, el que se
hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no
podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que
cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo,
empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan
grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras,
prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.

El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el


corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios
inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no
puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único
que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin
palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos.
Cantadle con maestría y con júbilo. "

(S. AGUSTIN, Salmo 32, sermo 1. Traducción de Breviario. Oficio del 22 de


noviembre.)
La manifestación del Señor
¿Cómo podría no buscarte? Tú te has revelado al alma de modo indecible. La
tienes prisionera de tu amor; ella no puede olvidarte.

De improviso el alma ve al Señor y le reconoce. ¿Quién puede describir esta


alegría y este consuelo? El Señor es reconocido en el Espíritu Santo y el
Espíritu Santo obra en todo el hombre: en el espíritu, en el alma y en el
cuerpo. Así es reconocido Dios, así en el cielo como en la tierra. En su infinita
bondad el Señor concedió esta gracia, a mi pecador, para que los hombres le
conozcan y se conviertan a Él.

Alabanza y acción de gracias a Dios y a su gran Misericordia, porque El


concede a nosotros, hombres pecadores, la gracia del Espíritu Santo. No se
necesita riqueza ni erudición para conocer a Dios, sino la obediencia y la
castidad, un espíritu humilde y amor al prójimo. El señor ama a un alma tal y
se revela a ella. La amaestra en la caridad y en la humildad y le da lo que es
necesario para alcanzar la paz en Dios.

Conozco a un hombre a quien el Espíritu Santo visitó con su gracia. Si el


Señor le hubiese preguntado: "¿Quieres que te dé todavía más?", él habría
respondido, en su impotencia carnal:

"Señor, tú lo ves, si fuese mayor, moriría." Porque el poder del hombre es


limitado y no puede contener la plenitud de la gracia.

SILVANO DEL MONTE ATHOS, Escritos, en Espiritualidad Rusa, Nebli.


Ed. Rialp. Madrid 1965, pg. 155-156).

Orar siempre y en todas partes


Para un verdadero sabio (o cristiano instruido), toda la vida es una fiesta sacra.
Sus sacrificios consisten, por tanto, en las oraciones y en las alabanzas, en la
lectura de la Sagrada Escritura antes de las comidas, en la recitación de los
salmos y de los himnos durante las comidas y antes de acostarse, y en la
oración de la noche. Así se une a la milicia celestial, mediante su pensar
incesante en una contemplación inolvidable. ¿Pero cómo? ¿No se reconoce el
otro sacrificio, que consiste en dar espontáneamente con doctrina y con
hechos a los necesitados? Cierto, pero durante la oración, que recita en alta
voz, no usa muchas palabras, porque ha aprendido también del Señor cómo se
ha de rezar. Reza, pues, en todo lugar, pero no públicamente y delante de los
ojos de todos. Y reza en toda circunstancia, bien sea al hacer un paseo, bien
sea cuando va en compañía de otros, o cuando reposa, o también al comienzo
de una obra espiritual. Y cuando en el interior de su alma alimenta un
pensamiento y con gemidos inenarrables invoca al Padre.

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata. ¡ESPIRITUALIDAD DE LOS


PRIMEROS CRISTIANOS, Rialp, Madrid 1979, págs. 166-167)

Como la oración puede ser Continua


Al cabo de tres semanas aproximadamente comencé a experimentar en el
corazón cierto dolor, pero acompañado de una alegría y un fervor
inmensamente agradables. Esto me indujo a insistir aún más en la oración:
dominaba completamente mis pensamientos, sentía una gran alegría y como
una liberación de la gravedad de mi cuerpo, de modo que me veía
transformado y arrebatado. Sentía gran amor por Jesucristo y por toda la
creación de Dios. Se me llenaban de lágrimas los ojos, lágrimas de gratitud
hacia el Señor. Tan misericordioso conmigo, obstinado pecador. Mi pobre
inteligencia se iluminó de tal manera, que podía contemplar cosas que antes
no hubiera osado pensar. A veces, un ardor celestial penetraba todo mi ser y,
en mi recogimiento, sentía la divina presencia. Sólo con pronunciar el nombre
de Jesús me sentía feliz. Entonces comprendí lo que significan aquellas
palabras: el reino de Dios está dentro de vosotros.

Todas estas experiencias me enseñaron que la oración interior produce


abundantes frutos: sincero amor de Dios, paz interior, rapto del espíritu,
pureza de pensamiento, agilidad y vigor en todos los miembros, un general
bienestar, insensibilidad a las enfermedades y dolores, nueva fuerza de
raciocinio, nueva inteligencia de la Sagrada Escritura: comprensión del
lenguaje de todas las criaturas, repulsa de toda vanidad, nuevo concepto de la
santidad y de la vida interior y, finalmente, la conciencia cierta de que Dios
está presente y de que su Amor lo abraza todo.

Después de pasar cinco meses en este recogimiento y con experiencias tan


dichosas me acostumbré de tal manera a la oración que no la abandonaba
nunca, la sentí resonar dentro de mí no sólo cuando estaba despierto, sino
también durante el sueño, sin interrumpirse por un solo instante, cualesquiera
que fuesen mis ocupaciones. Mi alma daba continuas gracias a Dios y mi
corazón se derretía de una beatitud infinita. Vino el tiempo de la tala del
bosque y por todas partes comenzaron a llegar obreros. Tuve que dejar mi
silenciosa morada. Di las gracias al guardabosque, oré, besé la tierra en que
Dios se me había mostrado tan liberal, cogí mi alforja y me fui.
Peregriné largo tiempo y por diversos lugares hasta llegar a Irkustk. El rezo
silencioso de la oración a Jesús en el fondo del corazón me confortaba y
sostenía en mi viaje. Ninguna circunstancia externa, ninguna ocupación la
impedían. Cuando me ocupaba de algún asunto, la oración me ayudaba a
resolverlo más rápidamente. Mientras escuchaba o leía, la oración seguía
brotando de mi corazón. Pensaba dos cosas a la vez como si se desdoblase mi
personalidad o hubiese dos almas en mí. ¡Cuán misteriosa es la naturaleza
humana! ¡Cuán grandes son tus obras, Señor! Todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tu riqueza (Sal 13, 24).

(EL PEREGRINO RUSO, Edic. de Espiritualidad, Madrid 1982, págs.85-87)

Alabar a Dios porque es Dios


Pero la oración de alabanza debe ir más lejos todavía. En efecto, la alabanza
es todavía imperfecta cuando se dirige a Dios en función de los beneficios que
recibimos de él - esta seria todavía una actitud demasiado interesada-, es
preciso darle gracias, alabarle, bendecirle porque es Dios, porque en sí mismo
es amor. Es la oración de bendición que encontramos en todas las páginas de
la Biblia, y que Cristo expresa maravillosamente en el padrenuestro: "Padre,
santificado sea tu nombre. " (Mt. 6.9) ..
Bendecir a Dios, es alegrarse de que exista y se manifieste como Dios: es
alegrarse profundamente de su presencia. Dios es Dios... ¡punto final! "Padre,
glorifica a tu nombre" (Jn. 12, 28).

A cambio, Dios hace bajar su bendición manifestando su rostro glorioso a sus


hijos que le bendicen y alaban. "Yahvé habló a Moisés y le dijo: Habla a
Aarón y a sus hijos y diles: Así habéis de bendecir a los hijos de Israel. Les
diréis: "Yahvé te bendiga y te guarde; ilumine Yahvé su rostro sobre ti y te sea
propicio. Yahvé te muestre su rostro y te conceda la paz. Que invoquen así mi
nombre, sobre los hijos de Israel, y yo les bendeciré'" (Nm. 6, 22-27).

Como dice muy bien Hélinaud de Froimont, un cisterciense del siglo XII:

" Hay unos que bendicen al Señor porque es poderoso; otros porque es bueno
para ellos, finalmente otros porque es bueno en sí mismo. Los primeros son
esclavos que tiemblan, los segundos, mercenarios que no piensan más que en
su interés, pero los terceros son hijos que sólo piensan en su padre... Sólo este
amor puede apartamos del amor del mundo o del egoísmo para dirigirlo hacia
Dios".

Se da una especie de recuperación de la condición parusíaca que se traduce en


el hecho de que la vida de los santos es un canto de gloria a la alabanza de la
Trinidad.

(JEAN LAFRANCE. La oración del corazón, Ed. Narcea. Madrid 1981. Pág.
74) .

¿Quién ha alcanzado el estado de oración perpetua? El hombre despierto a la


vida del Espíritu, que desde que se despierta por la mañana, vuelve a
encontrar la oración viva en él, que no le abandona hasta la noche; aún al
adormecerse desea que la oración penetre su sueño. No se trata de una
actividad psicológica, repitámoslo, sino de una espiritualización de toda su
persona. El hombre deificado no está en acto de oración, sino en estado de
oración. Un monje escribía: "Al acto de oración sucede el estado de oración."
Esto es muy importante porque el hombre es oración.

La verdadera naturaleza del hombre es oración, como verdadera naturaleza de


todas las cosas.
(H.B. Pág. 69)

La primera manifestación de la profecía es la alabanza


Las profecías del Antiguo Testamento y Nuevo Testamento están, al menos
indirectamente, centradas en Cristo; pero mientras que las profecías del
Antiguo Testamento deben volverse desde ahí hacia el futuro, la profecía
cristiana del Nuevo Testamento es esencialmente una celebración de lo que ya
está ahí. Todavía hay, por supuesto, un elemento de futurismo, todavía hay
una profecía cristiana que mira hacia delante, como vemos en el Apocalipsis.
Pero no hay nada que contenga el futuro que no esté ya contenido en el
presente de Jesucristo.

Por esto la primera manifestación de la profecía cristiana es alabanza,


celebración de lo maravilloso que es Dios. En Pentecostés, como Pedro
explicó a la multitud (Hch. 2, l7) el Espíritu de profecía prometido fue
derramado por el resucitado, el Señor exaltado; pero el resultado inmediato no
fue la profecía, como se hubiera esperado casi naturalmente, sino una
alabanza estrepitosa. Y no deja de tener significado el que fuera una alabanza
pronunciada bajo el poder del Espíritu Santo, "en otras lenguas". Nuestra
alabanza a Dios, en esta curiosa época intermedia, es una alabanza misteriosa,
su reino está presente de verdad, pero presente "en misterio", de modo que
muy a menudo nos encontraremos sumergidos en la maravilla de una acción
de Dios que no entendemos plenamente. Hay revelación, pero también hay un
algo escondido en ella, y así, nuestra alabanza y acción de gracias no es del
todo de la misma clase de la que ocurrirá cuando todo se revele plenamente al
final de los tiempos. Celebramos la victoria de Dios en verdadera alegría, pero
no siempre entendemos del todo lo que significa. Requiere una intuición
profética, profética verdadera y la profecía siempre es limitada incluso
entonces (1 Cor 13, 9). Esta alabanza en otras lenguas en Pentecostés es una
expresión muy apta tanto de la revelación como del misterio de todo esto.

Esta doble interrelación entre la profecía y la acción de gracias es de gran


importancia para nuestra vida cristiana. Dar gracias a Dios requiere
preparación para penetrar bajo la superficie de las cosas, preparación para no
juzgar superficialmente. Y de igual manera nuestro testimonio profético no
debe ir nunca sin su elemento de acción de gracias.

Es demasiado fácil llamar a alguien profético sólo porque tiene el valor de


decir cosas poco agradables, cosas que tienen que decirse. Pero el verdadero
testimonio cristiano siempre debe equilibrar sus críticas y denuncias con
sincera acción de gracias. Es muy instructivo ver a san Pablo, en acción.
Nunca se muerde la lengua, tiene por ejemplo, algunas cosas durísimas que
decir a los corintos. Sin embargo, su primer pensamiento no es la condena,
sino: "Continuamente doy gracias a mi Dios por vosotros, por la generosidad
que ha usado con vosotros como cristianos" (1 Cor'. 1, 4). Aunque no los
puede llamar espirituales (I Cor. 3, 1), todavía da gracias a Dios por ellos
siempre, por la gracia de Dios les ha otorgado.

(SIMON TUGWELL, Orar, hacer compañía a Dios, Ed. Narcea, Madrid


1982, págs. 163-164)

La Verdadera alabanza es trinitaria


¡Oh Deidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión de la naturaleza
divina diste tanto valor a la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna,
eres como un mar profundo en el que cuanto más busco, más encuentro, y
cuando más encuentro, más te busco. Tú sacias al alma de una manera en
cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de
tal forma que siempre queda hambrienta y sedienta de ti. Trinidad eterna, con
el deseo ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz.

Con la luz de la inteligencia gusté y vi en tu luz tu abismo, eterna Trinidad, y


la hermosura de tu criatura, pues, revistiéndome yo misma de ti, vi que sería
imagen tuya, ya que tú, Padre eterno, me haces partícipe de tu poder y de tu
sabiduría, sabiduría que es propia de tu Hijo unigénito. Y el Espíritu Santo,
que procede del Padre y del Hijo, me ha dado la voluntad que me hace capaz
para al amor.

Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la hechura, por lo que, iluminada por
ti, conocí, en la recreación que de mí hiciste por medio de la sangre de tu Hijo
unigénito, que estás amoroso de la belleza de tu hechura.
¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar profundo! ¿Podías darme
algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que siempre arde sin
consumir; tú eres el que consumes tu calor los amores egoístas del alma. Tú
eres también el fuego que disipa toda frialdad; tú iluminas las mentes con tu
luz, en la que me has hecho conocer tu verdad.

En el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien, bien
dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza,
sabiduría sobre toda sabiduría; pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de
los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres.

Tú, el vestido que cubre mi desnudez; tú nos alimentas a nosotros, que


estábamos hambrientos, con tu dulzura, tú que eres la dulzura sin amargor, ¡oh
Trinidad eterna!

(STA. CATALINA DE SIENA El Diálogo, Traducción del Breviario, t. II.


págs. 1430-1491.)

Una vocación: ser alabanza de gloria


¿Cómo llegar a realizar el gran sueño del corazón de nuestro Dios, ese querer
inmutable con relación a nuestras almas? ¿Cómo responder, en una palabra, a
nuestra vocación y llegar a ser perfectas alabanzas de gloria de la Santísima
Trinidad?

"Cada alma es en el Cielo una alabanza de gloria del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, porque cada una está asentada plenamente en el amor puro, y
ya no vive su propia vida, sino la vida de Dios. "Entonces le conocerá, como
dice San Pablo, como es conocida por El... "

Alabanza de gloria es un alma que mora en Dios, que le ama con amor puro y
desinteresado, sin buscarse a sí misma en el consuelo de ese mismo amor; que
le ama por encima de todos sus dones, y estaría dispuesta a amarle aun cuando
nada hubiese recibido de Él; que busca el bien del objeto amado con el mayor
desinterés por su parte.

Ahora bien: ¿de qué manera ha de buscarse y querer eficazmente el bien de


Dios sino cumpliendo su santísima voluntad, ya que esta divina voluntad es
que la dispone todas las cosas para su mayor gloria? Esta alma, por lo tanto,
debe entregarse plenamente, ciegamente, a cumplir esa voluntad, de tal
manera que llegue al extremo de no querer otra cosa sino lo que Dios quiere.
Alabanza de gloria es un alma que logra mantenerse como una lira dócil en las
manos misteriosas del Espíritu Santo, para que El haga saltar de sus cuerdas
armonías divinas.

Convencida de que el sufrimiento es la cuerda que emite los sonidos más


delicados, se complace en ver esta cuerda en su propio instrumento, a fin de
regocijar más deleitosamente el Corazón de su Dios.

Alabanza de gloria es un alma que está fija en Dios por medio de la fe y de la


simplicidad; un alma que es un reflejo vivo de lo que es El: un alma que es a
la manera de un abismo sin fondo donde Él puede difundirse, expansionarse;
un alma semejante a un cristal, a través del cual puede El hacer pasar sus
rayos, contemplar sus propias perfecciones, su propio resplandor.

Un alma que permite de este modo que el ser divino sacie su ansia de
comunicar todo cuanto Él es y todo cuanto Él tiene, es en realidad de verdad
la alabanza de su gloria en todos sus dones.

Alabanza de gloria, en fin, es un ser que vive de continuo en una perenne


acción de gracias: que todos y cada uno de sus actos, de sus movimientos, de
sus pensamientos, de sus aspiraciones, al propio tiempo que la arraigan más y
más en el amor, vienen a ser como un eco del "Sanctus" eterno.

En el cielo de la gloria, allá arriba, no se cansan los Bienaventurados de


repetir día y noche: "Santo. Santo. Santo es el Señor todopoderoso…, y
postrándose, adoran al que vive por los siglos de los siglos"

En el cielo del alma, acá abajo, la alabanza de gloria comienza a ejercer el


oficio que habrá de proseguir luego para siempre en la eternidad. Su canto no
se interrumpe un instante porque ella se mueve bajo la acción del Espíritu
Santo. Y aunque no siempre tenga conciencia de ello, porque la debilidad de
la naturaleza no le permite estar siempre fija en Dios, sin distracciones, canta
sin embargo en todo momento; se mantiene de continuo en una perpetua
adoración; se halla, por así decirlo, en perennes transportes de alabanza y de
amor, en un anhelo incesante por la gloria de su Dios.

ISABEL DE LA SMA. TRINIDAD. Obras Completas, Edit. de


Espiritualidad, Madrid 1964. págs. 168-171.

Balbucear a Dios y el canto según el espíritu


¿Y cómo podemos adorar el misterio de Dios si es incognoscible e
impronunciable? Nosotros podemos alabar a Dios por su creación y podemos
enumerar todas las criaturas y las cosas que ha creado. Así pronunciamos
contenidos que todos podemos entender. El himno de San Francisco es uno de
los más hermosos en este sentido: ¡Loado seas por el sol, la luna y las
estrellas; por el mar y la tierra firme; por la luz y la oscuridad; por los días y
las noches; por las fuentes, los campos y las montañas; por la mañana y por
los animales! Si adoramos a Dios, sólo podemos exclamar: ¡Te alabamos, te
bendecimos, te adoramos! Este "Tú" que decimos a Dios, no contiene algo
especial porque no podemos imaginarnos el "Tú" de Dios.

Ninguna de nuestras palabras humanas, incluso las palabras "Dios", "Padre",


"Santo", etc., pueden comprender el misterio de Dios. Siempre quedan
nuestras palabras llenas de nuestras experiencias humanas. La Biblia misma
aplica estas imágenes a Dios; pero quién y cómo es Dios, es un incognoscible
e inenarrable misterio. Si empezamos a enumerar las "cualidades" de Dios (tú
solo eres santo, tú solo el Señor, tú solo el Altísimo), entonces llenamos este
"Tú" referido a Dios con determinados "contenidos". En la oración de lenguas
tomamos muy en serio lo inefable de Dios. Por eso es esta oración para
muchos un enriquecimiento esencial y la puerta para la adoración de Dios por
lo que Él es.

En la sexta semana de la Parte Primera de este libro hemos dicho algo sobre
esta manera de rezar. San Pablo indica expresamente que Dios le ha
concedido hablar en diversas lenguas (cf. 1 Cor. 12, 28). Una de estas formas
es seguramente la aclamación: "Abba, Padre" (Rm. 8, 15; Gal. 4, 6). Su
continua repetición no tiene sentido para la "inteligencia". En la oración de
lenguas no digo nada de los otros, sino expreso mi mismidad al "TÚ"
impronunciable de Dios. En este sentido la oración en lenguas es un
"balbucear".

Si el Espíritu de Dios te ha llevado durante estas semanas, o tal vez ya antes, a


dar nuevos pasos en la fe, podrías pedir ahora este don, incluso sin que otros
te ayuden. En primer lugar, es algo natural, porque cada hombre ha recibido
desde su nacimiento la facultad básica para hablar; y ésta se desarrolla en el
niño pequeño, en su idioma familiar. En la oración de lenguas, esta capacidad
sube de nuevo de las profundidades de nuestro ser, fuera de todo sistema y se
hace expresión de nuestra fe. Si no se da el paso hacia una fe muy personal, la
oración en lenguas queda en un suceso psíquico como todos los demás.
Recuerda, en primer lugar, que Dios ha "instituido" este don, y con esto te lo
ha prometido también a ti (cf. I Cor. 12, 28). Cada uno no puede ni debe
practicar públicamente este don en el grupo de oración (v. 29); pero Dios lo da
a cada uno si se lo pide para la oración privada. Tienes que convencerte de
que Dios te lo ofrece también a ti. Tú no estás obligado a tener este don como
tampoco tienes que recibir necesariamente un regalo para tu cumpleaños. Tal
vez Dios te lo dé más tarde, después de la renovación en el Espíritu.
En comunidades grandes se puede introducir ante todo el "Canto" en lenguas:
"Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y
salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por
todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef. 5, 19 ss.).
"Cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y
cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo
en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre" (Col.
3, 16-17).

Con estas palabras no se quiere indicar, sin duda alguna, cantos compuestos
según las leyes de la música, sino cánticos que vienen del corazón y de la
plenitud del Espíritu, durante la oración. Se puede empezar con un canto en el
que todos participan, sin que sea una presentación artística. Hay una gran
diferencia si se canta algo con maestría y arte, o si se trata de una
presentación, al mismo tiempo, espiritual que viene de la plenitud del Espíritu
como servicio a la fe de los demás.

Un servicio semejante es también el sonido común de muchas oraciones y


cantos en lenguas que se unen en la armonía de este cuerpo de Cristo. A
continuación de uno de estos cantos "espirituales", o en un momento dado,
alguien empieza con un tono, los otros lo siguen y se busca un tono más arriba
o abajo o igual, resultando una armonía. Esto es ya también un dato socio-
espiritual; no se indican antes las notas, ni se dan los tonos, sino cada uno se
reduce al conjunto “para que no haya discordia en el cuerpo" (cf. 1 Cor. 12,
25). Cada uno puede subir o bajar en esta escala de notas. Según como lo
inspire el Espíritu. Puede ser aclamaciones en la propia lengua (Jesús es
Señor, Señor, ten piedad), un aleluya o una sola vocal. No importa lo que se
canta o suena, sino que uno canta delante de Dios en la profunda adoración de
su inexplicable misterio. Todos y cada uno pueden participar en el "canto
según el Espíritu", aunque no se tenga el don de lenguas en sentido más
estricto. A cada uno ha sido prometida la experiencia de que la oración es un
proceso de Dios en su inexplicable misterio. Dios, el Espíritu Santo, reza en
nosotros por medio del Hombre Dios, Jesucristo, a Dios, el Padre.

(HERIBERT MUHLEN, Catequesis para la renovación carismática,


Secretariado Trinitario, Salamanca 1979, págs. 339 – 343).

PARA LA MAYOR
GLORIA DE DIOS
Por. Manuel Martín-Moreno, S.J.
El mensaje que nos transmite el P. Juan Manuel Martín-Moreno, SJ., lo
hallaremos más ampliamente expuesto en su libro ALABARE A MI SEÑOR,
Ediciones Paulinas, Madrid 1982, 143 pgs., cuya primera edición se agotó
enseguida. Esperamos que su próxima obra, que está para salir, TU
PALABRA ME DA VIDA, tenga la misma acogida.

Recuerdo que cuando tuve mis primeros contactos con la Renovación


carismática, me resultaba muy extraña la forma como se repetía
continuamente la expresión: ¡Gloria al Señor! Me parecía que era una
muletilla, casi como un movimiento reflejo, un tic nervioso. Pero al mismo
tiempo advertía que en aquellas palabras había un acento familiar de algo que
había escuchado muchas veces.

Un día, de repente, comprendí. ¡Cuántas veces en mi vida de jesuita había


oído repetir la expresión ad maiorem Dei gloriam, "para mayor gloria de
Dios"! Esta expresión también llegó a convertirse para Ignacio de Loyola en
una muletilla, un tic nervioso -si queremos-; pero brotaba de lo más profundo
de su experiencia de Dios. Desde aquél día ya nunca me he avergonzado de
repetir a cada paso, en cualquier situación, en cualquier contexto, esta
bellísima expresión: ¡Gloria al Señor!

A) El hombre juglar de Dios

Todo el universo ha sido creado a gloria de Dios. Dios no ha podido pretender


otro fin en su creación que el de manifestar y participar su gloria. Esa gloria
que definen los manuales de teología como clara cum laude notitia: un
luminoso reconocimiento que lleva a la alabanza. Todas las cosas, pero de una
manera especial el hombre, han sido creadas para alabanza de su gloria (Ef. 1,
12.14).

Distinguen todavía los teólogos dos maneras de dar gloria a Dios. Una es la
gloria objetiva, la que dan también los cielos, las montañas, las aves y los
árboles, y todos los seres que no gozan de inteligencia. Ellos también
participando de la belleza de Dios, dan gloria al Creador. Los cielos cantan la
gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos... No es un
mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír, mas a toda la tierra alcanza
su pregón (Sal 19, 2.4).

Pero hay otra forma de dar gloria a Dios, la gloria formal que sólo pueden dar
los seres inteligentes, capaces de reconocer la belleza de Dios reflejada en la
creación. El hombre es el juglar de Dios. Con su inteligencia y con su corazón
puede poner letra a la música de las estrellas y transformarla en un canto de
amor. O mejor, si preferimos, la creación es como una partitura, un
pentagrama en el que están escritas las más bellas melodías. Pero la partitura
está muda hasta que la voz del hombre le arranca sus acentos.
El hombre participa a la vez de la gloria formal, en cuanto alaba a Dios con su
corazón y sus labios, y de la gloria objetiva en cuanto él mismo participa de la
belleza y de la santidad de Dios. Por eso el hombre alaba a Dios no sólo
cuando canta o cuando reza salmos, sino también cuando refleja en su vida la
santidad de Dios. Dice san Agustín:

"Procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y
vuestra voz deben alabar a Dios sino también vuestro interior, vuestra vida,
vuestras acciones.

En efecto, lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la iglesia, pero cuando


volvemos a casa parece que cesamos de alabado. Y no es así: si no cesamos en
nuestra buena conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a
Dios cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te
desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los
oídos de Dios atienden a tu corazón" (San Agustín, al Salmo 148. CCL 40,
2166).

Pedimos en el Padre nuestro: Santificado sea tu nombre, y en realidad lo que


estamos pidiendo es que Dios difunda su santidad en nosotros. En el fondo es
otra manera de decir: Venga tu Reino. Revístenos de tu santidad, para que así
tu nombre pueda ser santificado en nosotros. "Bendito el Señor que nos ha
bendecido" (Ef. 1, 3). Sólo cuando Dios nos bendice podemos nosotros
bendecirlo a Él. Sólo cuando nos santifica, podemos santificarlo a él. Nos
hace capaces de glorificarle comunicándonos su vida abundante. El seol no te
alaba, y la muerte no te glorifica, ni los que bajan al pozo esperan en tu
fidelidad. El que vive, el que vive, ése te alaba como yo ahora (Is. 38, 18-19).
La gloria de Dios es el hombre que vive y en la medida en que vive.

Esta vida de Dios en nosotros es la que cantan los juglares de Dios, como
Francisco de Asís, que pasó su vida cantando. Ya nos dicen sus biógrafos que
el día en que renunció a la herencia de su padre, se fue por los bosques
cantando las alabanzas del Señor. Y cuando por las calles de Asís pedía de
limosna piedras para restaurar la capillita de san Damián, lo hacía cantando,
hasta el punto de que le tomaban por loco.

B) Alabar y servir

Los Ejercicios Espirituales de san Ignacio se abren solemnemente con el


Principio y Fundamento: "El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y
servir a Dios nuestro Señor" (23). ¡Cuántas veces en la exposición de este
tema se escamotea la alabanza, para pasar demasiado rápido a hablar del
servicio! Cuando doy Ejercicios dedico una mañana entera a meditar en la
alabanza como fin del hombre. Porque en realidad alabar y servir son sólo dos
aspectos de una misma realidad.
Jesús mismo dice: Padre, te he glorificado sobre la tierra llevando a cabo la
obra que me encomendaste realizar (Jn. 17, 4). Como Jesús, también nosotros
estamos llamados a glorificar a Dios realizando su obra, su vocación para
nuestra vida. Alabar y servir son dos palabras íntimamente unidas en la
espiritualidad ignaciana, y se repiten juntas continuamente en los escritos de
Ignacio, que nos exhorta a hacer "lo que juzgare sea a mayor gloria y servicio
de Dios nuestro Señor y bien universal, que es el solo fin que en ésta y en
todas las otras cosas se pretende" (Constituciones, 508). "Siendo todas cosas
guiadas y ordenadas para mayor servicio y alabanza de Dios nuestro Señor"
(Examen, 133).

Cada vez que repetimos ¡Gloria al Señor!, lo que estamos en realidad


expresando es nuestro profundo deseo de que venga su Reino, de que seamos
revestidos de su santidad, de ?que su voluntad sea realizada en nuestra vida y
en el desarrollo de nuestra vocación. Es nuestra sed más profunda, como la
sed de Jesús al pozo de Sicar a la hora sexta, y sobre la cruz. Es nuestra
hambre más profunda, que sólo puede ser saciada con un alimento. Mi
alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra
(Jn. 4, 34).

C) Hasta el extremo

El evangelio de Juan suele dividirse en dos partes: El libro de los signos y El


libro de la gloria. En la primera parte se narra el ministerio de Jesús como una
sucesión de signos de misericordia en los que se trasparenta de algún modo la
gloria de Dios, se filtra su amor fiel por los hombres y su plan de salvación.
Pero es sólo en la segunda parte, al llegar la hora, cuando se revela en toda su
plenitud la gloria de Dios en Jesús, que consiste en la plenitud de su amor y su
fidelidad. Sólo en la cruz es donde Jesús glorifica plenamente al Padre,
mostrando en ella un amor hasta el extremo. El evangelista que vio el costado
de Cristo atravesado podrá decir: Hemos visto su gloria, la gloria que el Hijo
único recibe del Padre, la plenitud del amor y la fidelidad (Jn. 1,14).

La cruz revela el extremo de la gloria de Dios. Habiendo amado a los suyos


que estaban en el mundo, les amó hasta el extremo (Jn. 13, 1). Si san Juan
identifica la gloria de Dios con su amor fiel, la mayor gloria de Dios se
manifiesta allí donde el amor es mayor, y no hay mayor amor que dar lo vida
(Jn. 15, 13). Por eso en ninguna otra circunstancia brilla tanto la gloria de
Dios como en el hecho de dar nuestra vida por amor. Aquí está
verdaderamente la mayor gloria de Dios.

Por eso la alabanza a Dios no brota sólo cuando las cosas van bien, cuando
brilla el sol y todo es hermoso a nuestro alrededor. La alabanza a Dios se hace
perfecta en la entrega de la vida. Dirá san Ignacio: "Como en la vida toda, así
también en la muerte, y mucho más, debe cada uno de la Compañía esforzarse
y procurar que Dios nuestro Señor sea en él glorificado y servido".
(Constituciones 595). Por eso san Francisco incluyó la "hermana muerte" en el
cántico de sus criaturas y acogió la muerte cantando: "Mortem cantando
suscepit". En definitiva nuestra muerte será el más bello acto de alabanza a
Dios nuestro Señor, si hacemos de ella nuestro más profundo acto de amor a
Dios (Jn. 21, 19).

Y no sólo en la muerte, sino en la enfermedad, la persecución, las


contrariedades, podemos glorificar a Dios. Y de un modo muy especial es para
gloria de Dios el perdonar. Jesús manifestó la gloria de Dios, el amor fiel de
Dios, derramando su amor sobre los que le atravesaban con una lanza. San
Francisco incluye el perdón en su cántico de las creaturas:

"Alabado seas, mi Señor, por los que perdonan por tu amor, y aguantan las
enfermedades y la tribulación".

A propósito de la alabanza del perdón, quisiera recordar una hermosa


anécdota en la vida de san Ignacio, que él mismo nos cuenta en su
autobiografía: El relato de un peregrino. Cuando Ignacio llagó a París como
estudiante, llevó consigo un poco de dinero para asegurar su mantenimiento
los primeros meses. Lo dio a guardar a un español que vivía en la misma
posada. Pero éste se gastó todo el dinero, e Ignacio tuvo que ponerse a
mendigar.

Poco después aquel español cayó muy enfermo en Ruán. Enterado san
Ignacio, se puso en camino para visitarle y mostrar que no le guardaba ningún
rencor. Anduvo tres días a pie, descalzo, sin comer ni beber. Estando en el
camino, y llegando a un alto, "le vino una consolación y un esfuerzo
espiritual, con tanta alegría, que empezó a gritar por aquellos campos y hablar
con Dios" (Autobiografía 80).

¡Qué hermosa aquella alabanza, aquellos gritos en pleno campo, que brotaban
de un corazón que había perdonado. No hay himno tan bonito a la gloria de
Dios como el del perdón

D) Llevar mucho fruto

Esta es la gloria de mi Padre, que llevéis mucho fruto y seáis mis discípulos
(Jn. 15, 8).

Examinemos brevemente, ya para terminar, otra de las maneras como se


realiza en nosotros la alabanza y la gloria de Dios: llevando fruto. Y el fruto al
que se refiere el evangelio, el fruto que crece en la vid, es el fruto del amor a
los hermanos.
Decía san Irineo que la gloria de Dios es el hombre que vive. Daremos gloria
a Dios en la medida en que pasemos por el mundo dando vida abundante,
como pasó Jesús.

Ya decíamos que la gloria de Jesús se reveló a plena luz en la cruz, pero se


había ido ya revelando a través de los signos. Los signos de Jesús son sus
obras en favor del hombre herido, su restauración de la imagen de Dios en el
hombre destrozado. En estos signos Jesús manifiesta su gloria, y creen en él
sus discípulos (Jn. 2, 11).

La imagen de Dios en el hombre está rota, está empañada. Hay que devolver
la luminosidad a tantos rostros sin luz. Hay que devolver la sonrisa a tantos
rostros apagados. La manera de reparar el honor de Dios, es "reparar" a ese
hombre averiado. Multiplicando el bien sobre el mundo estamos
multiplicando los motivos de alabanza y de gloria a Dios, la gran obra de
Jesús fue descrita por el profeta Isaías en los siguientes términos:

El Espíritu de Yahveh está sobre mí, por cuanto me ha ungido Yahveh. A


anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones
rotos, a pregonar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad, a
pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza para nuestro Dios. Para
consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, perfume
de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido (Is. 61,
1-3).

Se describen en este texto dos situaciones existenciales totalmente diversas.


Una que se define como tinieblas, cautiverio, lágrimas, ceniza, vestido de luto,
en una palabra abatimiento. Otra que se define como visión, libertad,
consuelo, diadema, perfume de fiesta, en una palabra alabanza.

Jesús ha glorificado a su Padre realizando la obra que éste le encomendó, a


saber, trasladar a los hombres del país del abatimiento al país de la alabanza.
Restaurar la imagen destruida del hombre es hacer brotar la fuente más pura
de la alabanza de Dios.

Por eso el evangelio de san Lucas ha subrayado cómo, después de cada uno de
los milagros de Jesús en favor del hombre enfermo, brota un coro de
alabanzas a Dios.

El paralítico se volvió a casa dando gloria a Dios (Lc. 5, 25). El ciego


glorificaba a Dios y todos los que lo vieron alababan a Dios (Lc. 18, 43).
Todos los discípulos empezaron a alegrarse y a alabar a Dios con fuerte voz
por todas las obras tan grandes que habían visto (Lc. 19. 37). El samaritano
leproso, al sentirse curado, se volvió alabando a Dios con grandes gritos (Lc.
17, 15). El paralítico curado por Pedro y Juan junto a la Puerta Hermosa, de
un salto se puso en pie y andaba. Entró con ellos en el templo andando,
saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo le vio cómo andaba y alababa a
Dios (Hch. 3, 7-8).

Por eso se comprende que una Orden, como la de Ignacio, que tiene como
lema "la mayor gloria de Dios", esté dedicada a la predicación del evangelio, a
la salvación de los hombres. Porque es dando vida abundante, produciendo
mucho fruto, realizando la obra que nos ha sido encomendada, como toda
nuestra vida queda orientada al mayor servicio y alabanza de Dios nuestro
Señor, "AD MAIOREM DEI GLORIAM".

Los dones del Espíritu


Santo y la evangelización
Por Raniero Cantalamessa

El P. Raniero Cantalamessa es teólogo franciscano y predicador papal que


ha dado varios retiros a la Curia del Vaticano. En Italia desarrolla también
una gran actividad como predicador y como líder de la Renovación
Carismática. Puede leerse la entrevista que le hicimos en KOINONIA, N°.43,
pgs. 19-20. A continuación reproducimos parte de la conferencia que
pronunció en el I Encuentro Europeo para Líderes de la R. C. celebrado en
Roma. La segunda parte la presentaremos en el próximo número.

Es bueno comenzar este nuestro encuentro escuchando, antes que cualquier


otra palabra y antes que mi palabra, la Palabra de Jesús, precisamente las
últimas que pronunció en la tierra:

"No os toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos que el Padre se ha
reservado, pero tendréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos hasta
los confines de la tierra" (Hch 1, 7-8).

En el lenguaje del Nuevo Testamento la expresión testigo, testimonio de


Jesús, significa exactamente lo que hoy entendemos por evangelización. Lo
demuestran muchos textos del Nuevo Testamento, donde la expresión
testimonio de Jesús indica la palabra de Dios, el anuncio de esta palabra. El
apóstol es definido como el testigo de Jesús o de su resurrección, o, en
expresión de S. Pablo, el que ha sido elegido para anunciar el evangelio de
Dios.
Cuando dice Jesús: recibiréis el Espíritu Santo y seréis mis testigos enuncia
una ley, un principio importantísimo, universal. Dice que el Espíritu Santo es
la fuerza de la evangelización, aún más, la condición misma de su posibilidad.

No hay evangelización si no es en el Espíritu Santo.

Para mí está claro que debemos partir de esta palabra de Jesús para encuadrar
el tema de nuestro encuentro, de cómo reevangelizar Europa para Cristo.

Se celebran continuamente encuentros sobre evangelización y en estos


encuentros se suelen estudiar las formas, los medios, dificultades, las nuevas
exigencias de la evangelización, como los signos de los tiempos, la
inculturación, etc.

Nuestro objetivo debería ser hacer algo distinto. No porque seamos mejores
que otros, sino porque Jesús espera de nosotros otra cosa. Debemos ocuparnos
no tanto de las formas, cuanto de la substancia de la evangelización, no tanto
del cuerpo cuanto del alma, es decir, de aquel aspecto de la evangelización
para el cual no es suficiente el estudio o el análisis sociológico-pastoral, sino
que hay que dar un salto cualitativo hasta la fe y la oración.

1.- En Jesús el Espíritu era la fuerza de su palabra.

Volvamos al primer evangelizador, al modelo único, a Jesús de Nazaret.

Poco después de haber combatido contra Satanás en el desierto, Jesús, nos


dice Lucas, retornó a Galilea con la fuerza (el poder) del Espíritu Santo.

Con mucha frecuencia estas dos palabras están unidas: fuerza y Espíritu
Santo. Por tanto, volvió a Galilea por el poder del Espíritu Santo y enseñaba
en las sinagogas. Toda la actividad evangelizadora de Jesús es puesta de este
modo bajo la acción del Espíritu Santo. El mismo Jesús nos lo dice predicando
en la Sinagoga de Nazaret:

El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a anunciar a los pobres el


alegre mensaje, el evangelio (Lc 4, 18 - 19).

No le fue dado el Espíritu Santo a Jesús en el Jordán para comunicarle la


palabra que debía anunciar, porque Jesús es El mismo la Palabra de Dios, sino
para conferirle la fuerza de la palabra. El Espíritu es la fuerza y la eficacia de
la palabra de Jesús. Por eso la palabra de Jesús es siempre creadora, eficaz.
Cuando Jesús habla suceden cosas, se realizan hechos: el mar se calma, el
paralítico se levanta, la higuera se seca, recobran la vista, etc.

El Espíritu Santo da fuerza a Jesús principalmente, como decía Isaías


hablando del Siervo de Yahveh, para no abatirse ante las dificultades. Le es
dado el Espíritu Santo más bien en relación con el fracaso que con el éxito de
la predicación, porque su misión de siervo rechazado comporta una salvación
por medio del propio fracaso. La potencia máxima del Espíritu Santo en la
predicación de Jesús se manifiesta precisamente ahí: socorriéndole en la
derrota y en la humillación, en las cuales paradójicamente el Padre establecerá
el Reino.

En la predicación de Jesús admiramos la constancia, la perseverancia, nunca


se cansa ni se desalienta; admiramos magnanimidad, unción, dulzura,
sabiduría, piedad, todos los dones que ya Isaías había predicho acerca del
Mesías.

Es justo y teológicamente evidente que debería ser así, porque, como dice San
Cirilo de Jerusalén, "convenía que las cosas mejores y las primicias de lo que
el Espíritu Santo dona a los bautizados fueran derramadas sobre la humanidad
del Salvador, el cual después nos repartiría gracia tras gracia."

Es evidente que todos los dones que actúan en nosotros, en la Iglesia, deben
estar en la Cabeza pues de Él es de quien los recibimos. En Jesús, están, pues,
todos los dones imaginables de la evangelización.

2.- En la Iglesia el Espíritu se manifiesta por los signos y los carismas.

Si ahora pasamos de Jesús a la Iglesia, notamos una relación idéntica entre la


palabra y el Espíritu Santo.

Si la Iglesia hubiera tenido voz humana, después de Pentecostés hubiera


gritado como Jesús en Nazaret: "El Espíritu de Dios está sobre mí, me ha
enviado a predicar la Buena Nueva a los pobres”. Es el resumen de los Hechos
de los Apóstoles. En esta frase está todo.

Una vez recibido el Espíritu Santo, Pedro y los once comienzan a evangelizar
por las calles de Jerusalén. Y la fuerza de su palabra es tan grande y misteriosa
que la gente al oírles hablar sienten traspasado el corazón.

¿A qué se debe todo esto? ¿Por qué esta gente se derrumba ante la predicación
de Pedro que les dice: "Vosotros habéis crucificado a Jesús de Nazaret, pero
Dios lo ha resucitado y lo ha constituido Señor? (Hch 2, 36)¿Qué está
sucediendo? Lo que Jesús mismo había prometido: "El Espíritu Santo
convencerá al mundo de pecado" (Jn 16, 8-?9).

Esto percibido dentro, en el corazón, es la causa de que estas personas se


sientan compungidas y nazca la Iglesia y se reúnan los primeros cinco mil
miembros. Y es que dentro de la palabra de Pedro actuaba el Espíritu Santo
que tocaba con su dedo el corazón, les convencía de pecado y los inducía al
arrepentimiento.

Jesús había prometido en el Evangelio que haría irresistible a la palabra frente


a la Sinagoga y los Tribunales. Y de hecho, cuando Esteban habla ante el
Sanedrín, cuentan los Hechos que los adversarios no podían hacer frente a la
sabiduría y al Espíritu con que hablaba (Hch 6, 10).

Es conmovedor ver en los Hechos cómo cada una de las promesas de Jesús
sobre el Espíritu Santo se realizan puntualmente. Por ejemplo, Jesús dijo:

“…cuando venga el consolador dará testimonio de mí y también lo daréis


vosotros” (Jn 15, 26-27).

Y en efecto, en los Hechos vemos a Pedro que como asombrado dice:

De estos hechos -vida, muerte y Resurrección de Jesús- somos testigos


nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen (Hch 5,
32).
La evangelización, por tanto, es siempre el resultado de un doble testimonio:
el nuestro y el del Espíritu Santo.

Hay un primer testimonio visible, audible, de los Apóstoles y de la Iglesia que


habla de Jesús y transmite la noticia, pero está también el testimonio invisible
del Espíritu Santo que actúa dentro del testimonio de los Apóstoles y de la
Iglesia y lo hace eficaz. Por eso penetra y convence los corazones.

El testimonio interior del Espíritu, a diferencia del de los Apóstoles, de la


Iglesia y del mío, por ejemplo, es un testimonio invisible ciertamente. El
testimonio que el Espíritu Santo da en Jesús no se puede traducir en palabras
humanas; sin embargo se hace totalmente visible por medio de los efectos que
produce. San Pablo escribía:

Mi palabra y mi mensaje no se han basado sobre discursos persuasivos de la


sabiduría humana, sino sobre la manifestación del Espíritu y del Poder (l Co 2,
4) es decir, sobre la manifestación del Poder del Espíritu.

Estas manifestaciones del poder del Espíritu son de dos clases:

-Las primeras están destinadas a los oyentes para que crean y son los signos,
prodigios y milagros. Es el mismo Pablo el que dice: mi predicación entre
vosotros ha sido confirmada con signos, prodigios y milagros (2 Co 12, 12).

- Las otras son para el anunciador, sirven para potenciar al que transmite la
palabra, y son los carismas, los carismas de evangelización, que son muchos y
San Pablo enumera en diversos lugares, por ejemplo, el carisma de la palabra,
de la profecía, etc. Todas estas cosas, dice San Pablo, son manifestaciones del
Espíritu para utilidad común (1 Co 12, 7).

Por tanto, está claro que el Espíritu es una realidad invisible, pero que se
manifiesta y se hace visible a través de efectos concretos que son los signos y
los carismas.

El Espíritu es la fuerza de la Palabra

Bastan estos textos citados para hacernos comprender cómo la primitiva


comunidad cristiana consideraba al Espíritu Santo como la gran fuerza motriz
de la Palabra. Esa fuerza que permitía a la Palabra seguir su curso, como dice
San Pablo, hasta los confines de la tierra en extensión, y en profundidad hasta
lo más hondo del corazón del hombre.

Entre la Palabra y el Espíritu, el Nuevo Testamento pone la misma relación


que entre la espada y el que la empuña. La Palabra de Dios, dice la Carta a los
Hebreos, es viva y eficaz como espada de doble filo, que penetra y cambia los
corazones (Hb 4, 12). Pablo precisa que esta espada es la espada del Espíritu
(Ef 6, 17).

¿Qué quiere decir la espada del Espíritu? Quiere decir que es un arma usada
por el Espíritu para cambiar el corazón de los hombres. Por tanto, una palabra,
como el Evangelio, sin el Espíritu Santo es una espada afilada, cuanto se
quiera, pero que no corta nada porque no hay nadie que la usa. La Palabra de
Dios es el arma que el Espíritu Santo usa para cambiar el corazón de los
hombres y convertirlos.

El Espíritu es la fuerza del anunciador

Por lo demás, el Espíritu Santo... -y quisiera hacer un paréntesis, en el sentido


de que aunque nombro tan frecuentemente al Espíritu Santo no debemos caer
en el terrible error de reducirlo a una idea o a dos palabras; debemos
continuamente auscultar el interior de nuestro corazón, porque hablamos de
aquel Espíritu que está en nosotros derramado por el Padre; es nuestro amigo,
no una palabra; no un tema - decía que el Espíritu Santo no da sólo la fuerza a
la Palabra sino también al anunciador, al que debe transmitir la Palabra, como
espero me la esté dando a mí en este momento.

San Ambrosio escribió un bello texto para explicar cómo el Espíritu Santo es
la fuente de la fuerza del que anuncia la Palabra de Dios. Escribía a un colega
del episcopado comentando el versículo del Salmo que dice: levantan los ríos
su voz, levantan los ríos su fragor. (Sal 93, 3). Cito a San Ambrosio:
"Hay ríos que manan del corazón de aquél que ha sido enseñado por Cristo y
ha recibido el Espíritu de Dios. Son ríos los que salen de ese tal. Estos ríos
cuando se colman de gracias espirituales levantan su voz. Hay, en efecto, un
Río que se derrama sobre los santos como un torrente. (El torrente es un río
que corre veloz e impetuoso). Cualquiera que reciba de la plenitud de este
Río, como Juan, Pablo, Pedro, éste alza su voz, pero no de tono, no grita, sino
en el sentido de que su voz adquiere poder, fuerza, y como los Apóstoles han
difundido la voz de la predicación evangélica con festivo anuncio hasta los
confines de la tierra, así este río también comienza a anunciar al Señor.
Recíbelo, pues, de Cristo para que también tu voz se haga sentir".

3.- Silencio del Espíritu.

Ahora demos un salto grande. Antes lo hicimos de Jesús a la Iglesia. Ahora,


de la Iglesia apostólica a la Iglesia de nuestro tiempo.

Si miramos a la situación del anuncio cristiano en el contexto de la Europa


moderna, desde el humanismo y la Reforma, notamos una característica
predominante innegable. Se manifiesta en los niveles superiores de la
Teología y de la Filosofía, pero tiende a difundirse en todos los aspectos del
anuncio cristiano, y a condicionarlos. Trataré de explicar cuál es esta
característica negativa.

San Pablo escribía que su predicación no se había basado, a sabiendas, sobre


discursos persuasivos de la sabiduría, sino sobre el poder del Espíritu, y esto,
decía, para que vuestra fe no se fundara en la sabiduría humana sino sobre la
fuerza de Dios (1 Co 2, 4-5).

Ahora bien, en Europa, entre nosotros, se ha verificado precisamente lo que el


Apóstol Pablo temía. La predicación ha ignorado cada vez más el Poder del
Espíritu, para sustentarse en la sabiduría humana, aunque sea teológica o
apologética.

La diferencia es enorme. Los discursos de sabiduría humana son persuasivos,


sí, pero por sí mismo inducen a los oyentes, cuando los inducen, a una
adhesión al mensaje puramente humana e intelectual. Mientras que la
predicación cristiana se basa también en una demostración, pero en la
demostración del Espíritu, no de la sabiduría humana.

Por tanto, la adhesión es de un orden distinto: de fe, de fe y de fe. La carne no


aprovecha para nada, decía Jesús; sirve para hacer doctos, pero no justificados
ante Dios. Y la carne es lo que queda de la predicación cristiana cuando no
hay poder del Espíritu.
La predicación reducida a la letra y a la carne

Sin querer generalizar y sabiendo que en estos siglos se han dado excepciones
validísimas que nos dan envidia, debemos sin embargo decir que la
predicación cristiana en la Europa moderna ha recaída en lo que S. Pablo
llama letra y carne. El Racionalismo, que es la enfermedad típica de Europa,
pretendía que el cristianismo presentase su anuncio de un modo dialéctico, es
decir, sometiéndole en todo y por todo al análisis y a la discusión, de tal forma
que él también pudiera caber en el cuadro, juntamente con la Filosofía y otras
muchas cosas, de una autocomprensión del hombre y del mundo.

De esta forma, y casi sin darse cuenta, al anuncio cristiano se le hace servir a
una finalidad puramente humana, en vez de ser él servido, como es propio, por
toda otra realidad humana.

Los cristianos, en especial algunos teólogos modernos, se han dejado influir


demasiado por esta búsqueda mundana. Hemos sido durante siglos, y tal vez
aun ahora en buena parte, los herederos directos de aquellos griegos que según
San Pablo no buscan más que sabiduría y tuercen la nariz cuando se habla de
Cristo crucificado.

De un modo paralelo a estos hechos, advertimos que en este tiempo la idea


cobra un realismo superior al de la vida.

El idealismo como corriente filosófica es la forma aguda de esta enfermedad,


pero no es un caso aislado sino que toda la cultura y la Teología europea a
partir de cierto momento son fundamentalmente ideológicas.

Yo me pierdo, porque la verdad es que conozco muy poco de la Filosofía,


mucho menos de lo que aparento, pero me parece que el fenomenologismo en
el que estamos hoy en gran parte inmersos es una de las formas más grandes
de esto, es decir: el triunfo de la idea interior, del arquetipo, sobre la realidad.
También el Dios vivo es reducido a una idea. También el Espíritu Santo para
Hegel es una idea, la idea del Espíritu Absoluto.

Legalismo y juridismo

En los ambientes más cercanos a la Iglesia Católica y a la Tradición, me


refiero en especial a los países mediterráneos, este Radicalismo e Idealismo
han tenido una influencia menor, pero no por ello hemos visto mayores
manifestaciones del poder del Espíritu.

¿Por qué? Porque aquí en estos ambientes imperaba el legalismo y a veces el


juridismo. También el legalismo es una forma del triunfo de la letra, de la
carne, de la ley.
Pablo habla de la ley como opuesta al Espíritu cuando esta ley (cosa que
sucedía con frecuencia en la teología de los manuales que nosotros mismos
estudiamos) de espiritual se transforma en sistema de ideas y de cáscaras
vacías.

Podemos comparar (se entiende siempre que salvando las debidas


proporciones y reservas) los tres o cuatro últimos siglos que tenemos a la
espalda en Europa a los tres o cuatro siglos que en Israel precedieron a la
venida del Mesías, y que son conocidos como los siglos del silencio del
Espíritu y de la profecía.

Ciertamente el Espíritu Santo no ha abandonado a la Iglesia y por eso no es


justo hablar del retorno del Espíritu Santo. Es mejor hablar del retorno al
Espíritu Santo, que es distinto. Por tanto, el Espíritu no ha abandonado a la
Iglesia, de lo contrario la Iglesia estaría hoy muerta y no sería más que un
cadáver. Sin embargo, la falta de atención de los hombres al Espíritu Santo
impedía al poder del Espíritu manifestarse plenamente en la predicación
cristiana.

Un obispo ortodoxo, Ignatios Lattaquié, ha escrito un bello texto sobre el


Espíritu Santo que tal vez conocéis:

"Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos, Cristo se queda en el pasado, el


Evangelio en letra muerta, la Iglesia no pasa de simple organización, la
autoridad se convierte en dominio, la misión en propaganda..."

Sin el Espíritu Santo la misión de la Iglesia es propaganda, y de hecho el


anuncio cristiano con frecuencia se parecía a una propaganda. Permitidme
aquí una nota un poquito maliciosa: también la Congregación romana para la
Evangelización se llamaba de Propaganda Fide.

Teniendo en cuenta que Jesús llama en el Evangelio palabras inútiles a todas


las palabras, aun las que nos hablan de Dios, que son palabras de hombre y no
de Dios, podemos realmente decir que estamos inmersos bajo una avalancha
de palabras inútiles, es decir, ineficaces, que no transmiten vida, a diferencia
de la Palabra de Dios.

4.- Resurgir actual de la acción del Espíritu.

Si ahora limitamos nuestro horizonte a la Iglesia Católica, debemos constatar


con alegría y estupor que existen hechos nuevos que están cambiando en
profundidad esta situación de silencio del Espíritu. No que sea la única iglesia
en la que existen los signos del Espíritu, pero nosotros aquí nos ocupamos de
la Iglesia Católica, por eso restrinjo el horizonte.
Nosotros sólo entendemos algunas manifestaciones de esta presencia del
Espíritu y tal vez ni siquiera las más profundas, pues las más profundas son
las que están sucediendo en el secreto de los corazones, las que están haciendo
a los santos de nuestra época y que sólo mañana se conocerán.

Entre los hechos más importantes de este despertar del Espíritu que podemos
enumerar está sin duda el Concilio Vaticano II. En la intención del Papa Juan,
que convocó este Concilio, debía ir acompañado por el deseo y la invocación
de un nuevo Pentecostés para la Iglesia. La importancia de esta intuición del
Papa se ha ido revelando poco a poco, como por lo demás las cosas que
vienen de Dios nacen siempre de una pequeña semilla. Tal vez en el corazón
del Papa Juan esto nació como un pequeño pensamiento percibido a lo lejos:
"un nuevo Pentecostés... ¿por qué no?... un nuevo Pentecostés... “y esta
pequeña semilla en el corazón de un Papa contenía en sí la virtualidad y
potencia de todo lo que está sucediendo ahora en la Iglesia.

El Pentecostalismo católico nació entre los hermanos de los Estados Unidos y


se lo agradecemos, yo en particular porque allí entre ellos recibí el bautismo
en el Espíritu.

Sin embargo, aunque surgió concretamente en los Estados Unidos, el


Pentecostalismo católico nació en el corazón de la Iglesia con aquella
intuición del Papa Juan cuando tuvo el coraje de pensar y desear un nuevo
Pentecostés para la Iglesia.

El teólogo Yves Congar, que como se sabe tiene simpatía por la Renovación,
aunque no pertenece a ella, y no sólo simpatía sino también críticas, en la
Relación que tuvo en el Congreso Internacional de Pneumatología, celebrado
aquí en Roma el año 1982 por voluntad del Papa para conmemorar el XVI
Centenario del Concilio de Constantinopla, decía las siguientes palabras:

"Cómo no situar aquí, entre los signos del despertar del Espíritu, la corriente
carismática, llamada mejor Renovación en el Espíritu, que se ha difundido
como un fuego que corre por el cañaveral? Se trata de algo muy distinto de
una moda. Se parece más bien a un movimiento renovador, sobre todo por una
característica: por la dimensión pública y constatable de su acción espiritual
con la que cambia las vidas".

A nosotros que estamos en la Renovación tal vez no nos es fácil caracterizarla


en su rasgo más sobresaliente. Para un teólogo, desde fuera, entendida
globalmente da esta impresión: la de ser un movimiento cuya característica
más singular es la de cambiar las vidas.

A mí me agrada esta característica de la Renovación.


La Renovación no es un hecho aislado. Es más bien una expresión concreta,
emergente podríamos decir, de un soplo que embiste a toda la Iglesia y que
tiende a renovar todos los aspectos de la Iglesia.

El Papa Juan Pablo II, en el escrito en el que conmemoraba el Concilio de


Constantinopla decía estas palabras:

"Toda la obra de renovación del Concilio no se puede realizar si no es en el


Espíritu Santo, es decir, con la ayuda de su luz y de su fuerza".

" En el original están subrayadas las palabras "renovación de la Iglesia en el


Espíritu Santo".

(Continuará la 2a• parte en el próximo número)

47 - LA VOCACIÓN.

La vocación, un carisma importante


El Señor, que "cuenta el número de las estrellas y a cada una llama por su
nombre" (Sal 147,4) no podía hacer menos con nosotros sus hijos. Para cada
uno tiene un plan, a cada uno dirige una llamada muy singular y concreta y
nos podría aplicar las mismas palabras que a Jeremías: "antes de haberte
formado yo en el seno materno, te conocía... “(Jr 1, 5). En Jesucristo su Hijo
"nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa" (2 Tm 1, 9; Ef 1,
4). He aquí un carisma que cada cristiano debe descubrir.

Todo encuentro con el Señor es una experiencia que nos hace replantear la
orientación de nuestra vida: ¿Qué quiere el Señor de mi? ¿Qué camino he de
seguir? Descubrir y vivir la propia vocación es de importancia trascendental
para acertar a responder en fidelidad a la llamada de Dios y no errar en la
orientación de nuestra vida.

El problema de la vocación exige discernimiento, consejo y acompañamiento


espiritual. Es preciso poseer unas ideas básicas en lo referente a esta cuestión,
que constantemente se está suscitando, ya que en la Renovación Carismática
son muchos los que descubren su propia vocación. Unos como laicos: o en el
matrimonio, o viviendo como célibes por el Reino de los cielos en medio del
mundo, ya sea integrados en una comunidad, en una asociación de fieles o en
una sociedad de vida consagrada. Otros: para dedicarse a la actividad
misionera, al ministerio sacerdotal o entregarse al Señor en un instituto de
vida consagrada.

La vocación en su estado incipiente es una pequeña semilla que irá echando


raíces, se desarrollará y adquirirá consistencia hasta definir toda la
personalidad, con tal que encuentre el cultivo espiritual adecuado. Es
necesario ofrecerle el clima imprescindible, no sólo por parte del sujeto
interesado, llamado a una mayor intimidad con el Señor, sino también por
parte de la comunidad cristiana que debe cuidar de las vocaciones con especial
esmero y delicadeza.

A lo largo de la historia el Señor ha suscitado santos e instituciones para


dedicarse a trabajar en este campo. En el momento presente de la Iglesia el
Espíritu está haciendo sentir una gran inquietud y necesidad de crear la
necesaria pastoral vocacional en todo lo referente a la orientación vocacional a
través de cursos, centros vocacionales, delegados diocesanos de vocaciones, y
también haciendo tomar conciencia a toda la comunidad cristiana de la
responsabilidad que tiene en este aspecto.

Por lo que a nosotros concierne, uno de los mejores servicios que podemos
prestar a la Iglesia en orden a la renovación en el Espíritu son las vocaciones
que surjan en nuestros grupos y comunidades. En este número queremos
llamar la atención para que todos sepamos cuidar un poco esta parcela
predilecta de la Iglesia y estemos más atentos a las llamadas del Espíritu:
¿Cómo facilitar el que cada uno descubra y siga su propia vocación? ¿Cómo
cuidar de las vocaciones que suscita el Espíritu para la vida consagrada y el
sacerdocio?

La vocación del cristiano


por Vicente Hernández Alonso

Vicente Hernández Alonso es Sacerdote Operario y lleva años dedicado a la


pastoral vocacional como miembro del equipo del Instituto Vocacional
Maestro Ávila y de la Revista SEMINARIOS, desde donde se organizan cursos
de orientación y animación vocacional y trabaja también en la formación de
las vocaciones para el Sacerdocio.
l. - La vocación vista desde el plan de
Dios
1.- Origen de la vocación: Dios nos llama a ser hijos.

La fe cristiana enseña que en el origen del hombre está Dios, que lo ha creado
a su imagen y semejanza, con capacidad para conocer y amar a su Creador
(Cf. Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia en el mundo, Gaudium et Spes -
GS- n.12). No somos, pues, producto del azar, sino que Dios tiene un plan de
amor para nosotros. "Él nos eligió en Cristo -antes de crear el mundo - para
que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha
destinado... a ser sus hijos" (Ef 1, 4-5).

Por eso dice el Concilio: "La razón más alta de la dignidad humana consiste
en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento,
el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el
amor de Dios... Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad
cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador"
(GS 19).

Esa es, pues, la vocación del hombre de acuerdo con la fe cristiana. Y no del
hombre tomado en general, como humanidad, sino de cada hombre. Como
resalta el papa Pablo VI: ?"En el designio de Dios cada hombre es llamado a
un desarrollo, porque cada vida es vocación" (Populorum Progressió, 15). El
cristiano puede descubrir entonces que aquellas preguntas que están en el
hondón de su ser -¿quién soy yo? ¿Qué he de hacer de mi vida? han sido
puestas allí por su Creador, quien, por otra parte, es el único que puede darles
respuesta. La Iglesia a su vez "sabe perfectamente que su mensaje está de
acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica
la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes
desesperan ya de sus destinos más altos" (GS 21).

Preguntarme quién soy yo es tanto como buscar a mi origen y mi hacedor. Y


si se me hace entender que soy hijo de Dios, es como empezar a descubrir que
ese regalo misterioso que soy yo mismo es desbordantemente maravilloso,
algo que con dificultad sabré comprender y valorar.

Ser y obrar son realidades inseparables en el hombre. Si nuestra vocación es


ser hijos, la segunda pregunta (¿qué hacer de mi vida?) tendría en principio
una fácil respuesta: actuar como hijos de Dios, obrar en consecuencia.

Sin embargo, en la realidad de nuestra vida ese es nuestro problema: concretar


mi vocación de hijo de Dios desde mi vida singular y desde mis circunstancias
históricas. Porque mi experiencia me dice que yo soy en mi mundo concreto,
en mi historia, soy con los demás y con las cosas. Así, pues, la pregunta queda
sustancialmente en pie: ¿para qué me llama Dios a mí aquí y ahora? A su vez
esta cuestión nos remite a otra previa: ¿cómo me llama?, es decir, ¿cómo me
hace entender que me llama para esto o para lo otro?, pues es claro que Dios
no acostumbra a escribir cartas ni a llamar por teléfono.

Vamos a remitirle estas preguntas a la Escritura, ya que los creyentes la


entendemos como Palabra de Dios para nuestra salvación. A ver cuál es su
respuesta.

2. La vocación es misión.

En vano buscaremos en la Escritura un tratado sistemático sobre la vocación


al modo de los libros de ciencia modernos. En cambio sí encontraremos sin
dificultad multitud de narraciones vocacionales concretas. Dios llama en
primer lugar al pueblo para ser su pueblo. Y llama también a individuos
concretos. De casi todos los personajes decisivos en la historia de la salvación,
tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, se nos narra la llamada que les
hizo Dios (1). Leyendo, pues, y comparando estos relatos, podremos saber en
qué consiste la vocación, para luego hacer una aplicación a nuestra propia
vida.

Un aspecto coincidente en todos estos relatos es el sujeto de la llamada: Dios


(Yahvé en el AT, Jesús y el Espíritu Santo en el NT). El objeto de la llamada,
en cambio, es siempre el hombre. Por eso, en buena lógica, no deberíamos
decir, “tengo" vocación, sino más bien "padezco" vocación, es decir, soy
llamado.

Por otra parte, es sorprendente y resulta capital descubrir en esas narraciones


que las expresiones claves, situadas en el centro del relato, no identifican la
vocación con la llamada sino, más bien, con la misión, con él envió. A Moisés
le dice Yavé: "Y ahora, anda, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto
a mi pueblo" (Ex, 10). A Gedeón: "Vete, y con tus propias fuerzas salva a
Israel de los madianitas" (Jueces 6. 14). A Jeremías: "Adonde yo te envíe irás,
lo que yo te mande lo dirás" (Jer 1, 7). Por su parte a María le dice el ángel:
"Concebirás y darás a luz un hijo" (Lc 1, 31). Y Jesús a los discípulos: "Como
el Padre me ha enviado, así os envío yo" (Jn 20, 21); 'Id por todo el mundo
anunciando el evangelio" (Mc 16, 15).

Todas estas expresiones están en tono imperativo, como queriendo decir que
Dios tiene mucho interés en que se cumpla esa misión. Por eso y para eso
llama. Si no existiera esa misión que cumplir, no tendría sentido llamar. Al
hombre le toca sencillamente obedecer, aceptar agradecidamente: "He aquí la
esclava del Señor". Siente, no obstante, que la misión es desproporcionada a
su condición, que le desborda totalmente. Por eso Moisés aduce que tiene
dificultades para hablar, Jeremías, que es un niño; María, que no conoce
varón; Isaías, que es un hombre de labios impuros. Pero la respuesta del Señor
es siempre la misma: "Yo estaré contigo”.
Según esto, vemos cuán lejos está la visión bíblica de la idea vulgar de
vocación extendida en nuestra cultura y que recogen los diccionarios:
inclinación hacia algún estado o profesión. La idea teológica medular de la
Biblia, en cambio, es el envío de Dios. Un envío que en muchas ocasiones va
en contra de los planes y de la voluntad del enviado. Moisés no quiere ir al
Faraón, a Pablo se le vuelve el proyecto del revés y Jeremías, el eterno
protestón, llegó a maldecir sus días, aunque nada puede hacer contra el poder
seductor de Yahvé.

En la actualidad decimos con frecuencia: busco una vocación para realizarme


como persona. Cuando, desde una mentalidad bíblica, habría que decir: trato
de encontrar la misión que Dios quiere encomendarme. La misión es la
finalidad, y su ejecución será la que nos realice como personas y nos dé
plenitud.

Esto mismo es ya adelantar otro aspecto que dejan claros muchos de estos
relatos: la vocación no se queda en lo exterior de la persona, sino que afecta a
su misma entraña. Dios, para enviar, capacita y transforma "Yo estaré
contigo" no se pronuncia en vano. A Isaías un ascua encendida le purifica los
labios. Jeremías oye estas palabras: ''Antes de salir del seno materno te
consagré". Y María: "El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra”. En cuanto a
los discípulos, junto con el envío, les dice Jesús: "Recibid el Espíritu Santo".
Algunos de los llamados incluso cambian de nombre con la llamada Abram-
Abraham, Simón-Pedro, Saulo-Pablo. ¡Tan decisivo es el acontecimiento para
su persona!

Así, pues, desde la visión bíblica, ser y misión se abrazan estrechamente. Las
dos preguntas existenciales de base, quién soy y qué he de hacer, difícilmente
se pueden deslindar cuando Dios llama. O, dicho de otra manera: el envío de
Dios les da respuesta simultáneamente.

Por consiguiente, se podría decir, en resumen, que Dios es el que llama y al


llamar consagra y envía.

Hasta ahora, hemos visto cuál es el origen y la sustancia de la vocación. Nos


quedan aún pendientes aquellas cuestiones más próximas y más "prácticas"
para nosotros: cómo llama y para qué llama Dios.

3. ¿Cómo llama Dios?


Si seguimos analizando los relatos bíblicos de las vocaciones individuales,
veremos que la llamada y el envío, en todos los casos, se inscriben en un
marco histórico plagado de circunstancias personales y sociales. El llamado es
siempre un individuo concreto, de carne y hueso, con unas características muy
singulares, que se mueve -como cualquier hombre- entre personas muy
próximas -familiares, amigos, enemigos, clan, pequeña comunidad...- y en un
pueblo que está viviendo una fase singular de su propia historia. Sería
interminable aducir todos los datos a este respecto. Recordemos, no obstante,
algunas constantes, por lo que pueden tener de significativas para nuestro
propósito.

Así, cuando le llega la vocación a Moisés, el pueblo de Israel está en situación


de esclavitud, realizando trabajos forzados. Gedeón vive en un momento en
que su pueblo se ha entregado a la idolatría y además sufre el constante
hostigamiento de los madianitas, que les destruyen las cosechas. En tiempos
de Jeremías, el profeta contempla cómo Israel vive alejado de Yahvé y
amenazado por "los pueblos del norte". Cuando Jesús llama a sus discípulos
está necesitando “pescadores de hombres"; él no alcanza a anunciar a todos la
buena noticia. En el caso de Matías, hay que llenar el hueco dejado por Judas.
Por su parte Los Siete son elegidos porque había surgido un serio problema a
propósito de la distribución de suministros en la primera comunidad. Y así
podríamos seguir.

No es difícil adivinar lo que estos datos nos sugieren. Dios llama porque
existe en el pueblo o en la comunidad una necesidad concreta que a él no le es
indiferente "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas
contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos", (Ex 3, 7). Y no sólo
llama por ese motivo, sino que llama, está llamando, en esa necesidad, a
través de esa necesidad. La situación se hace "sacramento", manifestación de
la voluntad de Dios cuyos deseos son "que todos los hombres se salven".
Cuando Jesús quiere inculcar a sus oyentes la forma que utiliza Dios para
llamar, les cuenta la Parábola del Samaritano o les describe el juicio final
(“Tuve hambre y me distéis de comer...”).

Quizá la narración más ilustrativa en este sentido sea la de Gedeón. Él está


escondido en el lagar trillando a látigo por miedo a los madianitas y medita la
situación. Ha oído a sus mayores los prodigios de Yahvé para con su pueblo
cuando los sacó de Egipto. ¿Por qué los tiene ahora abandonados? Desde esa
situación Yahvé le va haciendo entender que con sus "propias fuerzas" puede
salvar a Israel. Comprende Gedeón que la voluntad de Dios para su pueblo no
puede haber cambiado: sigue deseando su liberación. Pero le necesita a él, a
Gedeón, como antes necesitó a Moisés. Por eso llega a convencerse -sin duda
a lo largo de un proceso- que detrás de su empresa estará Yahvé (“Yo estaré
contigo”). el cual no puede abandonar a su pueblo, y que por consiguiente
puede aventurarse a pesar de sus limitaciones.

Otras muchas circunstancias aparecen en los relatos mencionados que


contribuyen a la toma de conciencia de la llamada de Dios hasta identificarse
con la misión. Pero hemos de destacar también, y de manera especial, la
actuación de las personas que rodean al llamado. En este aspecto los relatos
del NT son más explícitos. Por ejemplo, Juan Bautista indica a sus discípulos
quién es el Mesías cuando Jesús pasa. Jesús recibe a Andrés, el cual le
presenta a su hermano Simón. Felipe es llamado por Jesús y en seguida va a
buscar a su amigo Natanael. Pablo necesita de Ananías y Bernabé. A Matías
lo elige la comunidad y otro tanto puede decirse de Los Siete. No cabe duda,
por tanto, de que las personas, con su testimonio, su acompañamiento, su
invitación -también otras con su oposición, como muestran algunos relatos-, o
la comunidad con su llamada expresa, son también un medio a través del cual
Dios va dando vocación.

Por lo demás, esta es la experiencia concreta de todos los que viven su


vocación desde la fe. Cuando le preguntamos a una persona -casada, religiosa,
sacerdote, profesional...- qué entiende por vocación, de ordinario responden
narrando su vocación. Es decir, hacen historia de salvación y nos van
señalando los momentos, las situaciones, los acontecimientos, los encuentros
con personas a través de los cuales han ido entendiendo cuál era la voluntad
de Dios para con ellos.

4. El lenguaje de las mediaciones

Aunque dejemos por un momento el hilo de los relatos, convendría detenernos


un poco en este punto para inscribir en un marco más amplio lo que nos van
sugiriendo, pues en realidad apuntan a la estructura misma de nuestra fe
cristiana.

A Dios no lo ha visto nadie. Las pretensiones del hombre de encontrarse


directamente con él siempre han conducido y conducen al puro fracaso. Es su
iniciativa la que posibilita el encuentro. Y para ello él idea un camino
indirecto, adecuado a nuestra condición de seres que, aunque hechos a imagen
de Dios, somos naturaleza y somos historia.

-Dios crea un primer nivel de encuentro con él que es el mundo. El mundo,


como obra salida de las manos de Dios, puede hacerse para nosotros
sacramento del encuentro con él, puede transparentarnos a Dios. Nuestra
misma condición física, nuestro cuerpo, el ser varón o mujer, puede ser ya un
lugar de encuentro con Dios, una llamada, una vocación. Habrá por eso, sin
duda, una vocación masculina y una vocación femenina. Por otro lado, toda la
naturaleza, todo lo físico y material, a la vez que nos transparenta a Dios, nos
llama para que realmente l1egue a ser transparencia de Dios, para que sea
según Dios quiere que sea. No es extraño, por tanto, ver ya aquí una esfera de
vocación para el hombre: en el dominio del mundo, en su ordenación y
desarrollo según Dios, tienen lugar múltiples profesiones de los hombres, que
son auténticas vocaciones de Dios, misiones que Dios encomienda.

-Al crear Dios a la humanidad, establece otro nivel de encuentro con él. Los
hombres y la historia de los hombres, con las relaciones sociales y políticas y
todo el tejido que constituyen, también pueden ser para nosotros "lugar" de
encuentro con Dios donde percibir la vocación. Sobre todo si partimos de que
el hombre es hecho a imagen de Dios y sabemos los planes que él tiene para la
historia humana. Aquí se nos abre, por tanto, un campo inmenso donde
percibir la llamada de Dios y a la vez donde realizar la misión en las infinitas
posibilidades de servicio al hombre.

-Dentro del mismo transcurso de la Historia, Dios se elige un pueblo con el


que establece una Alianza, vocación de Dios al pueblo para que sea su Pueblo
y a la vez respuesta del pueblo que realmente se hace Pueblo de Dios. Los
mismos hechos de su historia, la Ley, las fiestas, los ritos, los sacerdotes, los
profetas... se constituyen en lenguaje de Dios para con su Pueblo y del Pueblo
para con su Dios.

-Por fin, en "la plenitud de los tiempos", Dios se encuentra con el hombre y da
vocación al hombre en Jesucristo. El autor de la carta a los Hebreos reconoce
que anteriormente Dios había hablado ya de muchas maneras a los hombres;
ahora lo hace por su mismo Hijo (Cf. l, 1-2). Él es el verdadero sacramento de
encuentro con Dios. Todo lo que pueda hablarnos de Dios, transparentamos a
Dios, ser palabra-mensaje de Dios, apunta a Jesucristo, se vincula a Él y es
asumido por El. En síntesis, la carta a los Hebreos nos dice que Él es el único
mediador entre Dios y los hombres.

-Por eso, cualquier vocación-misión que reciba el hombre de parte de Dios,


pasa por Jesucristo. El es el enviado del Padre -así lo llama S. Juan y el
consagrado por el Espíritu Santo, que posee en plenitud. El da cumplimiento
perfecto a la vocación-misión encomendada por el Padre, el cual le otorga "Un
nombre sobre todo nombre". De esta manera Cristo, “manifiesta plenamente
el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS
22). El cristiano por lo tanto, al conformarse con la imagen de Cristo,
"primogénito de muchos hermanos" (Rom 8, 29), no puede tener otra
vocación-misión que la de Jesús. Se puede decir incluso que "esto vale no
solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena
voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por
todos, y la vocación del hombre en realidad es una sola" (GS 22).
-Así, pues, tendremos que pasar a través del mundo en que vivimos, a través
de los hombres que nos rodean y de su historia concreta, a través del Pueblo
de Dios -hablaremos en seguida de la Iglesia- y a través de Jesucristo, llave,
centro y fin de toda la historia humana (Cf. GS 10), si queremos descubrir
nuestra vocación, es decir, la misión a la que Dios nos destina, pues ese es el
lenguaje que Dios emplea. Un lenguaje que podríamos llamar el lenguaje de
las mediaciones y que necesita unos sentidos despiertos para ser percibido. El
que para descubrir su vocación se quedase sentado esperando la llamada
directa de Dios, ciertamente le sorprendería la muerte en esa postura sin haber
oído nada.

Pero prosigamos con los relatos bíblicos para no perder el fundamento y el


hilo de nuestra reflexión.

5. Para qué llama Dios.

Citando de nuevo a los personajes antes mencionados, el "para qué" de su


vocación quedaría expresado en una breve frase. "Para que saques de Egipto a
mi pueblo" (Ex 3, 10), se le dice a Moisés. A Gedeón: "Salva a Israel de los
madianitas" (Jue 6, 14). Y a Jeremías: "Hoy te establezco sobre pueblos y
reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar" (Jer 1,10).
María a su vez oye del ángel: "concebirás y darás a luz un hijo" (Le 1, 31). En
la elección de Matías necesitan a uno "para que, en este ministerio apostólico,
ocupe el puesto que dejó Judas "(Hech 1, 25). Y en el caso de los Siete, dicen
los Apóstoles: "No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para
ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de
vosotros... y los encargaremos de esta tarea" (Hech 6, 2-3).

Quizá sea a esto a lo que más claramente responden las narraciones. En el


"para qué", en la finalidad de la vocación, nunca encontramos a la persona del
llamado, sino a la comunidad o al pueblo en situación de necesidad. Tratar de
remediar la situación concreta es siempre el objetivo de la llamada.

Profundizando un poco más en la finalidad de estas vocaciones, percibimos,


de manera especialmente clara en el Antiguo Testamento, como dos
direcciones. Por una parte, la liberación de la esclavitud o de la opresión, que
queda de manifiesto en las citas anteriores. Por otra, la comunión de los
hombres entre sí y con Dios. Efectivamente, Moisés no sólo saca a Israel de
Egipto, sino que lo forma como pueblo y establece la Alianza con Yahvé.
Gedeón destruye el altar de Baal y tala el árbol sagrado, construyendo a
cambio un altar a Yahvé. En el relato de la vocación de Jeremías aparecen
estrechamente vinculadas la idolatría del pueblo y la amenaza de invasión de
los pueblos del norte. Por lo demás, esto es casi una constante en todos los
profetas.
En Jesucristo, esta doble dimensión de la vocación de Dios se realiza de forma
total. La acción de Jesús se nos muestra en los relatos evangélicos como un
pasar liberando a los hombres concretos del peso de la Ley, del pecado, de la
enfermedad, de la muerte. El amor de Dios, del que él es encarnación, siempre
libera y salva. Por otra parte, su muerte y resurrección desde el primer
momento es interpretada en el Nuevo Testamento como un poner en paz a los
hombres entre sí y con Dios, como la verdadera Alianza que habían soñado
los profetas del Antiguo Testamento.

Así, pues si la vocación- misión de Jesús es un servicio de liberación y de


comunión, está claro que la vocación-misión de quienes se incorporan a El no
podrá ser otra cosa sino un servicio de liberación y de comunión en los niveles
antes indicados: a nivel mundo, a nivel humanidad y a nivel Pueblo de Dios.
Y esto nos está invitando a que pasemos a considerar la vocación en la Iglesia,
en la comunidad de los incorporados a Jesucristo.

II. - La vocación en la
Iglesia
A) Servicios y carismas

Cristo en su humanidad es el sacramento visible de la salvación de Dios.


Después de su resurrección, la misma ley de la Encarnación exige una
mediación corporal que prolongue la acción de Jesús. Por eso "a sus hermanos
congregados de entre todos los pueblos los constituyó místicamente su cuerpo,
comunicándoles su espíritu" (Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen
Gentium" -LG- n.7). Los que integran este cuerpo saben que él es "el autor de
la salvación y el principio de la unidad y de la paz "; de ahí que la Iglesia se
constituya de tal forma que sea "para todos y cada uno el sacramento visible
de esta unidad salutífera y a la vez "instrumento de redención universal" (LG
9). De esa manera puede hacerse posible que "lo que una vez se obró para
todos en orden a la salvación alcance su efecto a todos en el curso de los
tiempos" (Decreto "Ad Gentes", 3).

Así, pues, la vocación-misión de la Iglesia se identifica con la del mismo


Jesús. Esa vocación puede sintetizarse en el término "evangelización". Y, así,
Pablo VI, recogiendo el pensamiento de los padres del sínodo sobre la
evangelización, nos dice:
"Nosotros queremos confirmar un vez más que la tarea de la evangelización
de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia... Evangelizar
constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad
más profunda" (Exhortación Evangelii Nuntiandi. 14).

Vemos que en estas palabras del papa se identifica vocación con misión y
misión con identidad, con el ser mismo. Pues he aquí la vocación de la Iglesia,
es decir, de todos los creyentes. No podemos caer en la opinión trasnochada
de identificar Iglesia con jerarquía y aplicarle a ésta en consecuencia esa
vocación.

Si algo nos ha dejado claro el Concilio Vaticano II es la idea de Iglesia como


pueblo de Dios. Y ese "Pueblo de Dios, por El elegido, es uno: un Seño, una
fe, un bautismo (Ef 4, 5). Es común la dignidad de los miembros, que deriva
de su regeneración en Cristo; común la gracia de filiación, común la llamada a
la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad...
Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores,
dispensadores de los misterios y pastores de los demás, existe una auténtica
igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los
fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo" (LG 32).

1. Puesta en acción de la misión de Jesús.

La comunidad de los primeros cristianos se pone en marcha como Iglesia


dispuesta a continuar la obra de Jesús. Esa obra la va llevando a cabo de
acuerdo con las circunstancias. Y no le preocupa fundamentalmente la
estructura, sino la misión. Para realizarla va adoptando diversos servicios y
promoviendo personas de acuerdo con las necesidades que le salen al paso.
No podemos hacer aquí un estudio de cómo se fue realizando todo esto según
el testimonio que nos da de ello el Nuevo Testamento. Recordemos
simplemente uno de los pasajes de los Hechos de los Apóstoles que nos
resume la vida de la comunidad:

"Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida en


común, en la fracción del pan y en las oraciones... Vendían posesiones y
bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno" (Hech 2,
42.45).

Este sencillo texto viene a resumir las líneas de actuación que la Iglesia va
concretando: el testimonio-palabra (“martiriar”), el servicio a los necesitados
("diakonia "), la unidad (“koinonia”) y la fracción del pan y oración
("leíturgia”).

No es de extrañar que sea así, pues en realidad esto resume la actuación


salvadora de Jesús. A Él se le da el título de Profeta porque lo es por
excelencia. El profeta transmite la Palabra de Dios; Jesucristo es la misma
Palabra de Dios hecha carne. Se le llama también Rey porque Dios "le
concedió el nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble" (Fil 2, 9-10):;pero para llegar a esto antes "se despojó de su
rango y tomó la condición de siervo" (Fil 2. 7). Como Siervo pasó
acercándose a todos los necesitados y se situó en medio de sus discípulos
"como quien sirve". Se le denomina igualmente Pastor que congrega y cuida
el rebaño; su muerte reúne "a los hijos de Dios dispersos" (Jn 11, 52). Y se le
denomina Sacerdote porque su vida fue un "aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad"; porque fue el verdadero adorador del Padre "en espíritu y en
verdad" al ejercer su misión de Profeta, Siervo y Pastor, pasando incluso por
la muerte.

Cristo confía su misión a los Apóstoles, quienes a su vez se procuran


sucesores. Los Obispos "por una sucesión que se remonta a los mismos
orígenes, conservan la semilla apostólica" (LG 20). Por eso "de modo visible
y eminente hacen las veces del mismo Cristo. Maestro, Pastor y Pontífice, y
actúan en lugar suyo" (LG 21). No es que acaparen la misión de Jesús, sino
que encarnan visiblemente todas las dimensiones de su ministerio de un modo
colegial. Efectivamente: "Así como, por disposición del Señor, San Pedro y
los demás Apóstoles forman un solo Colegio Apostólico, de igual manera se
unen entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores
de los Apóstoles" (LG 22).

Testigos

En comunión con los obispos, a todos los cristianos incumbe actualizar todas
las dimensiones de la misión de Jesucristo. Así, todos están obligados a
ejercer la "martyria ", a ser profetas con el testimonio y con la palabra.

Y dentro de esta dimensión aparece diversidad de servicios. Enumeremos


algunos que todos podemos reconocer en la Iglesia de hoy: la predicación, la
enseñanza de la religión, la catequesis, la enseñanza de la teología, el
comentario de la Palabra de Dios, las publicaciones de inspiración cristiana
(libros, revistas, periódicos...), el teatro, el cine, la televisión, en cuanto
vehículos del mensaje de Cristo, la dirección espiritual, la exhortación, el
consejo, el discernimiento. la enseñanza cristiana en toda su amplitud, el
testimonio con las obras cotidianas, el diálogo con los no creyentes, el anuncio
misionero a los no cristianos, etc.

Servidores

Lo mismo se puede decir con respecto a la "diakonia". Todos los cristianos


hemos de ser servidores, siervos al modo de Jesús, para hacer realidad aquello
de la comunidad de Jerusalén: que ninguno pasaba necesidad. Y también en
esta dimensión de la vocación de Cristo encontramos multitud de servicios,
que se van decantando en cada comunidad según sus propias necesidades y las
de su entorno: asistencia a enfermos, a ancianos, a huérfanos, a drogadictos...,
servicios para remediar el hambre, para promover el desarrollo y la justa
distribución de la riqueza, administración de bienes en las comunidades, etc.

Decíamos que el obispo encarna sacramentalmente a Cristo servidor. Por eso


el Concilio recuerda a cada uno que tenga siempre ante los ojos el ejemplo de
Jesús, "que vino no a ser servido sino a servir" y que trabaje "con todas las
obras de caridad tanto por ellos (sus fieles) como por los que todavía no son
de la única grey" (LG 27). Pero los obispos "han encomendado legítimamente
el oficio de su ministerio, en distinto grado, a diversos sujetos en la Iglesia"
(LG 28), en concreto, a los presbíteros y a los diáconos, a quienes se confiere
el mismo sacramento del orden para poner de manifiesto facetas particulares,

La persona que ejerce el diaconado en medio de la comunidad, es signo


sacramental de Cristo Siervo y de la condición servidora de la Iglesia. Como
dice la carta apostólica de Pablo VI "Ad Pascendum", el diácono es:
"Animador del servicio, o sea, de la díaconía de la Iglesia, en las comunidades
cristianas locales, signo o sacramento del mismo Cristo Señor, el cual no vino
a ser servido sino a servir". Así, pues, por una parte representa a Cristo Siervo
y a la comunidad servidora -en cuanto que la Iglesia es Cuerpo de Cristo-; por
otra, es animador de la comunidad para que se haga de hecho servidora en las
circunstancias concretas como Iglesia local.

El Concilio decidió que pudiera restablecerse el diaconado como ministerio


permanente y no sólo como paso obligado hacia el presbiterado (Cf. LG 29).
Desde entonces, las conferencias episcopales lo han ido estableciendo en
muchos países, ordenando a varones casados o bien a solteros con la
obligación de permanecer célibes después de ser ordenados. En varias diócesis
españolas trabajan ya estos diáconos permanentes.

Agentes de comunión

La "koinonia”, o servicio de la unidad, es otra dimensión de la vocación de


Jesucristo que corresponde a todo cristiano llevar a cabo. Aunque pudiera
pensarse en principio que esto debería ser obra de la jerarquía, sin embargo
todos han de velar por la unidad del Cuerpo, sin perjuicio del desempeño de
su propia función (Cf. 1 Cor I2). Y también esto genera servicios y tareas
específicas dentro de la comunidad. Así, nos encontramos con los que son
puestos al frente de pequeñas comunidades cristianas, los superiores y
superioras en las comunidades religiosas, los abades y abadesas, los padres y
madres dentro de la familia, los llamados jueces y embajadores de paz, el
“hombre bueno" que media en los conflictos, los que trabajan en el diálogo
interconfesional, etc.
Pero también en esta dimensión nos encontramos con el misterio
"encomendado legítimamente" por el obispo y que se hace signo sacramental
del Cristo que hace la unidad, es decir, de Cristo Buen Pastor y de Cristo
Cabeza del Cuerpo. Y también aquí hemos de decir que quienes lo ejercen no
sólo son signo y representan a Cristo Buen Pastor y a la Iglesia como hacedora
de la unidad -sacramento de comunión-, sino que además están al servicio de
la Iglesia para que realmente sea una.

Sacerdotes

Finalmente, el cristiano ejerce también la "leiturgia" al participar del


sacerdocio de Jesucristo. Pero, como ya indicábamos más arriba, el sacerdocio
de Cristo no es tanto una dimensión aparte de su obra salvadora cuanto la
expresión o el resultado de la misma. Es decir, su vida y su obra se ajustan de
tal modo a la voluntad de Dios Padre, que resultan un culto perfecto, la
auténtica alabanza, la ofrenda incomparable. Así también "los bautizados son
consagrados por la generación y la unción del Espíritu Santo como casa
espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre
cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales... Perseverando en la oración y
alabando juntos a Dios, ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y
grata a Dios" (LG 10).

Toda obra del hombre cristiano, por tanto, es ejercicio de su sacerdocio. Y, en


consecuencia, el ejercicio de las dimensiones de la misión anteriormente
mencionadas constituyen la verdadera "leiturgia" cristiana. Esto se expresa en
la oración y en la celebración de los sacramentos, o sea, en la asamblea
litúrgica, donde cada uno tiene su puesto en consonancia con su misión en la
Iglesia, sobre todo en la celebración de la Eucaristía.

En este sentido dice el Concilio hablando de los laicos: "Todas sus obras, sus
oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano
trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e
incluso las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacientemente, se
convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (Cf. I
Pe 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al
Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor" (LG 34).

También en la asamblea litúrgica se hace necesaria la aportación de todos y


por consiguiente aparecen servicios diversos: el servicio de la presidencia, del
lector, del acólito, de la acogida, de la animación de la oración, del canto, del
comentario de la Palabra, etc.

2. Los dones diferentes del Espíritu


Así, pues, la Iglesia, constituida Cuerpo del Señor por el Espíritu, participa de
su ser y de su misión en todas las dimensiones indicadas. Ahora bien, no todos
podemos hacer todo, debido a nuestra propia limitación humana y a que
existen dones diferentes en los fieles. Por consiguiente, la vocación del
cristiano, que en principio se identifica en toda su amplitud con la misión de
Jesús, puede y debe concretarse en ministerios o servicios especiales, pues en
la Iglesia existe unidad de misión pero en servicios diversificados "Esta
diversidad de servicios en la unidad de la misma misión constituye la riqueza
y la belleza de la evangelización" (Evangelii Nuntiandi, 66).

San Pablo nos ilustró maravillosamente esa condición de la Iglesia como


comunidad de servicios al definirla como un Cuerpo en el que existen
diversidad de miembros (Cf.1Cor I2; Rom 12, 3-8;Ef 4, 7-16). Es el mismo
Espíritu el que reparte todos los carismas, que se ordenan al bien del conjunto.
El Concilio lo expresa de esta manera: "El mismo conforta constantemente su
cuerpo... con los dones de los ministerios, por los cuales, con la virtud
derivada de El, nos prestamos mutuamente los servicios para la salvación"
(LG 7).

Como puede apreciarse, el Concilio menciona las palabras "ministerios" y


"servicios". San Pablo, por su parte, habla de carismas y hace una lista de
ellos. En realidad no existe contradicción, pues lo que San Pablo entiende por
carisma encierra estos tres aspectos: gratuidad, acción y servicio. Significa
carisma "el don de trabajar al servicio de los demás, por la fuerza del Espíritu
Santo"(2).

No debemos pensar, por tanto, al hablar de los carismas, en dones


extraordinarios y sensacionales. Se trata más bien de dones naturales, porque
hay una base natural, y también de dones de la gracia que el Espíritu utiliza
para la construcción del cuerpo. Así, pues, en estas condiciones, los
principales carismas se convierten en servicios en la Iglesia (3). No obstante,
el Espíritu puede repartir también gracias especiales y dones extraordinarios,
siempre para bien de la Iglesia, la cual juzgará de su autenticidad. Pero estos
"dones extraordinarios no deben pedirse temerariamente ni hay que esperar de
ellos con presunción los frutos del trabajo apostólicos (LG 12).

Quizá desde los primeros tiempos del cristianismo no haya habido en la


historia de la Iglesia una conciencia tan clara y unas realidades tan concretas
acerca de la responsabilidad de todos los miembros en la misión como la que
existe en nuestros días. En todos los continentes las iglesias han ido dotándose
de servicios diversos para hacer frente a las necesidades de cada comunidad,
sabiendo aprovechar los diferentes dones.

Esto no se debe sobre todo, aunque también, a la escasez de curas, sino


fundamentalmente a la nueva conciencia que la Iglesia ha tomado de sí misma
a partir del Concilio, entendiéndose toda ella como un cuerpo ministerial.
Basten como ejemplo estas palabras: "Los cristianos tienen dones diferentes.
Por ello deben colaborar en el Evangelio según sus posibilidades, facultad,
carisma y ministerio. Todos, por consiguiente, los que siembran y los que
siegan, los que plantan y los que riegan, han de ser necesariamente una sola
cosa, a fin de que "buscando unidos el mismo fin libre y ordenadamente",
dediquen sus esfuerzos con unanimidad a la edificación de la Iglesia" (Ad
Gentes 28).

3.- Ministerios y servicios laicales.

Esta mentalidad de la Iglesia del Vaticano II se ha ido encauzando en la


práctica a través de los que se han denominado ministerios y servicios
laicales. En el año 1972 Pablo VI publica el motu propio "Ministeria
Quaedam". A partir de él se abre a laicos varones la posibilidad de ser
instituidos en los ministerios de lector y acólito, anteriormente concebidos
como simples pasos hacia el presbiterado.

Esto constituye un paso decisivo en cuanto que supone el reconocimiento de


que también los laicos pueden ejercer ministerios en la Iglesia. El mismo
Pablo VI lo expresa así más tarde: "Es cierto que al lado de los ministerios con
orden sagrado... la Iglesia reconoce un puesto a ministerios sin orden sagrado
pero que son aptos a asegurar un servicio especial en la Iglesia" (Evang. Nunt.
73). Esto se justifica, según el mismo Pablo VI, mirando a los orígenes de la
Iglesia y atendiendo “a las necesidades actuales de la humanidad y de la
Iglesia" (Ibid.).

No han tenido mucho éxito en la práctica, al menos hasta el momento, los


ministerios del lector y del acólito. Sí han ido proliferando por todas partes, en
cambio, otros muchos servicios laicales en la línea de los apuntados en las
diversas dimensiones de la misión de la Iglesia, que además van siendo
asumidos indistintamente por hombres y por mujeres. Pablo VI enumera los
siguientes: "Catequista, animadores de la oración y del canto, cristianos
consagrados al servicio de la Palabra de Dios o a la asistencia a los hermanos
necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos
apostólicos u otros responsable. (Evang. Nunt.73).

La necesidad de la comunidad y el carisma personal son los dos factores


decisivos. En muchos casos estos servicios no se ejercen ya de manera
espontánea o informal, sino que existen programas de formación para los
mismos. Cuando se ha dado esa preparación y se ha comprobado en la
práctica que existe en el sujeto idoneidad, en muchas ocasione tiene lugar un
reconocimiento que consiste en la presentación a los fieles de forma oficial-
por parte de la autoridad competente- al que va a ejercer el servicio,
celebrándose también, a veces, un sencillo rito de instalación.
Hay que decir que en todo esto no existen aún criterios uniformes en la Iglesia
universal. Se tiene, por ejemplo, precaución de no establecer a muchos
servicios como ministerios instituidos de forma permanente, por temor a que
pudiera generarse una especie de clero paralelo. Pero esto no es óbice para que
de hecho las iglesias estén fomentando y encauzando esos servicios según sus
necesidades. Juan Pablo II en casi todos sus viajes apostólicos dirige
alocuciones a los laicos que trabajan en estos ministerios.

En España la experiencia más extendida y que nos resulta a todos más familiar
es el servicio del catequista a muy diversos niveles, lo cual responde a la
necesidad de mantener y madurar la fe en medio de una sociedad materialista
con muchos factores en contra. Pero existen también lectores y acólitos
instituidos en algunas diócesis, y otros muchos servicios reconocidos por los
obispos y por los párrocos (4). Una prueba palpable de que en España empieza
a tomarse con interés este asunto, lo refleja el hecho de que todos 1os vicarios
de pastoral de las diócesis españolas lo hicieron objeto de estudio en VIII
Reunión (5).

B) Diversidad y complementariedad de las funciones en la Iglesia

Observando el esquema de la Constitución sobre la Iglesia (Lumen Gentium),


podemos comprobar que el primer capítulo habla del misterio de la Iglesia, el
segundo, del Pueblo de Dios, y los siguientes se dedican a los fieles que
integran ese Pueblo, estableciéndose tres órdenes: los obispos-presbíteros-
diáconos, los laicos y los religiosos. En nuestro intento de ofrecer una visión
general de la vocación cristiana en la Iglesia, no podemos pasar por alto esta
triple dimensión, si queremos situar y valorar de forma adecuada nuestro
propio papel dentro de ella.

Hemos de empezar diciendo que esta triple división establece también una
triple funcionalidad del ser de la Iglesia. Por consiguiente, estas funciones
afectan al ser de los cristianos que las encarnan, aunque, naturalmente, el ser
se proyecta siempre en un actuar. Pero ese actuar tendrá siempre unas
connotaciones especiales en virtud de la función que cumple el sujeto por su
misma condición, por su mismo ser.

Quizás unos ejemplos puedan aclararnos cómo situar la cuestión. Decíamos


más arriba que todo cristiano dentro del Pueblo de Dios encarna la misión de
Jesús en la dimensión de la "diakonia”. Una concreción de ello puede ser, por
ejemplo, la visita a los enfermos. Pues bien, esa acción de visitar a los
enfermos puede llevarla a cabo tanto un presbítero, como un religioso/a, como
un laico, de forma esporádica o como un servicio permanente establecido en
una comunidad determinada. Si nos situamos en al área de la enseñanza como
profesión, por poner otro ejemplo, una clase de matemáticas igual puede
impartirla un laico que un sacerdote que un religioso/a. Alguien se preguntaría
entonces ante esto: si los tres hacen lo mismo ¿dónde está su diferencia?

Los tres, efectivamente, están realizando idéntica tarea en esos ejemplos. Su


diferencia, por tanto, ha de establecerse no a ese nivel de las tareas, sino a
nivel de las funciones que cumplen en la Iglesia, por su propia condición, aun
realizando tareas idénticas en algunos casos.

La función del laico en la Iglesia.

Dios, creador del mundo por su Palabra, corona su obra con el hombre, hecho
a su imagen y semejanza, a quien encarga el dominio de la creación. El
mundo, por tanto, es don de Dios al hombre, el cual desde el principio lo
desfigura por el pecado. Pero Dios, en su misericordia, recrea el mundo por su
misma Palabra encarnada, Jesucristo. En su resurrección la humanidad, y con
ella el mundo, llega a su plenitud. El, hecho creación, hecho humanidad, e
incorporados a El también nosotros, los hombres, hacemos de este mundo
morada del Espíritu y de la gloria del Padre, la reunión fraternal y filial del
Pueblo de Dios. La Iglesia, por tanto, es el mundo transfigurado en su
verdadera figura, el mundo que, viniendo de Dios, vuelve a Él como una
nueva creación (6).

Por eso la iglesia "trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el
Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo,
Cabeza de todos, se rinda al Creador universal y Padre todo honor y gloria"
(LG 17). Ese esfuerzo es necesario porque la Iglesia no se identifica, sin más,
con el mundo.

Pues bien, los laicos, vinculados a Cristo por el bautismo y la confirmación,


testimonian visible y socialmente a Dios Padre que crea el mundo y a Cristo
encarnado en el mundo para re-crearlo. Por eso "su vocación especifica los
coloca en el corazón del mundo" (Evang. Nunt. 70), y les corresponde "tratar
de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos y temporales y
ordenándoles según Dios... Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de
los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la
vida familiar y social, con las que su existencia está entretejida. Allí están
llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por
el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde
dentro, a modo de fermento" (LG 31).

Sobre esta base se sitúan las profesiones como vocación cristiana. Por
desgracia la mentalidad común tiende a considerar como llamada y misión de
Dios únicamente las vocaciones sacerdotales y religiosas. A veces se llega a
ver como vocación en el laico el ejercicio de algún servicio o ministerio laical
hacia el interior de la comunidad en la línea de todo lo dicho anteriormente al
respecto. Pero la profesión queda de ordinario marginada de la vocación
laical. En consecuencia, no existe una preparación específica para ser asumida
y ejercida en cristiano como sucede con otras vocaciones en la Iglesia.

Y sin embargo, los profesionales cristianos y en especial los jóvenes que se


abren al mundo del trabajo tendrían que saber que sus grandes ideales en este
campo se identifican precisamente con la vocación que Dios les da como
laicos. Así lo expresa incuestionablemente el Concilio: "Con su competencia
en los asuntos profanos y con su actividad elevada desde dentro por la gracia
de Cristo, contribuyan eficazmente a que los bienes creados, de acuerdo con el
designio del Creador y la iluminación de su Verbo, sean promovidos,
mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil, para utilidad de todos
los hombres sin excepción, sean más convenientemente distribuidos entre
ellos, y, a su manera, conduzcan al progreso universal en la libertad humana y
cristiana. Así Cristo, a través de los miembros de la Iglesia, iluminará más y
más con su luz salvadora a toda la sociedad humana" (LG 36).

Al llegar a este punto hemos de hacer mención de los llamados "institutos


seculares". La idea de estos institutos es antigua, aunque en realidad se fueron
gestando como movimiento espiritual a finales del siglo pasado. No obstante,
no adquirieron estatuto jurídico en la Iglesia hasta 1974, al promulgar Pío XII
la constitución apostólica "Provida Mater". En ella se los reconoce como
sociedades de laicos cuyos miembros permanecen "en el mundo", profesando
a la vez los consejos evangélicos (votos de obediencia, pobreza y castidad).
Esto en principio parece que tiende a identificarse con la vida religiosa. Pero
no es así, pues lo que aquí se acentúa es la secularidad, que les da razón de
ser.

Lo entenderemos mejor con estas palabras de Pablo VI a los responsables de


estos institutos: "Os encontráis en una misteriosa confluencia de dos
poderosas corrientes en la vida cristiana, recogiendo riquezas de la una y de la
otra. Sois laicos consagrados como tales por los sacramentos del bautismo y la
confirmación; pero habéis escogido acentuar vuestra consagración a Dios con
la profesión de los consejos evangélicos, asumidos con obligaciones y con un
vínculo estable y reconocido. Seguís siendo laicos, empeñados en los valores
seculares propios y peculiares del laicado; pero lo vuestro es una “secularidad
consagrada ". (Discurso a los miembros del II Congreso Mundial, 1- X - 72).

Así, pues, en estos institutos se dan cita personas que pueden ocupar muy
distintos lugares en la sociedad y ejercer todo tipo de profesiones. Por eso no
es normativo para ellos vivir en comunidad. Pero existe entre ellos una
comunión espiritual cultivada en encuentros habituales que les estimula a dar
sentido a su trabajo y a su presencia como cristianos en medio del mundo.

La función de la vida religiosa en la Iglesia


Decíamos que el laico se sitúa en el corazón del mundo. ¿Y la vida religiosa?
Primeramente hemos de decir que no es un estado intermedio entre la
jerarquía y el laicado, sino un don particular del que pueden participar tanto
laicos como presbíteros (Cf. LG 43). Por eso se sitúa en la Iglesia "en la línea
de los carismas y, más exactamente, en el dinamismo de esa santidad que es la
vocación primordial de la Iglesia" (Juan Pablo n. Alocución a los religiosos.
Saulo Paulo, 3-VII-80).

Pero el que se sitúe en esa línea de lo carismático no quiere decir que sea algo
accesorio en la Iglesia. El Concilio indica que pertenece de manera
indiscutible a su vida y santidad (Cf. LG 44). Y por su parte Juan Pablo II
dice: ''Es necesario reafirmar con fuerza que dicha vocación religiosa
pertenece a la plenitud espiritual que el mismo Espíritu Santo suscita y plasma
en el Pueblo de Dios" (Discurso a los Superiores Generales, 24-XI-78).

El fundamento de la vida religiosa es la consagración a través de los votos


públicos de pobreza, castidad y obediencia. "Jesús vivió su consagración
precisamente como Hijo de Dios; él se hizo dependiente del Padre, amándole
por encima de todo y entregado completamente a su voluntad. Estos
elementos de su vida de hijo son compartidos por todos los cristianos. A
algunos, no obstante, Dios les da, para bien de todos, el don de seguir a Cristo
más de cerca en su pobreza, en su castidad y en su obediencia, a través de una
confesión pública de estos tres consejos, recibidos por la Iglesia. Esta
profesión, hecha para imitar a Cristo, es el signo de una consagración
particular que se enraíza en la del bautismo y la expresa en plenitud... Tal
consagración es un don de Dios: una gracia dada gratuitamente" (7).

¿Supone esto de principio "más santidad" en quien asume este estado de vida?
La pregunta no está de más, porque muchos cristianos se la hacen e incluso se
piensa a veces que el que verdaderamente quiera ser santo ha de hacerse
religioso. A esto nos responde el Concilio: "Una misma es la santidad que
cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios... Pero cada uno debe caminar sin vacilación
por el camino de la fe viva, que engendra la esperanza y obra por la caridad,
según los dones y funciones que le son propios”. (LG 41). Y más adelante:
"Quedan invitados y aun obligados los fieles cristianos a buscar
insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado" (LG 42).

¿Cuál es, pues, la función de la vida religiosa en la Iglesia? Si el laico es signo


de que el mundo creado por Dios Padre y entregado a los hombres ha de ser
recreado, la vida religiosa por su parte cumple la función de ser signo en la
Iglesia "de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el
espíritu de las bienaventuranzas” (LG 31). Es decir, la vida religiosa recuerda
a la Iglesia de modo permanente cómo se ha de transformar el mundo. Y,
además, hacia dónde se dirige el mundo transformado, o sea, la Iglesia, cuál es
su fin. Los religiosos y religiosas testimonian "la vida nueva y eterna
conquistada por la redención de Cristo" y prefiguran "la ?futura resurrección y
la gloria del reino celeste" (LG 44). El mundo llega a su plenitud en la
resurrección de Cristo y a eso ha de tender. Por eso los religiosos son un signo
de la humanidad nueva inaugurada con la resurrección de Jesús, un signo que
nos está anticipando la resurrección de todo y de todos.

¿Cómo realiza esa función la vida religiosa? Con la propia vida, mediante su
propio estado. La consagración radical a Dios de forma pública es expresión
elocuente de que todo ha de someterse a Él, que es el Absoluto. Cristo se
sometió totalmente a Dios y eso le lleva a la resurrección, al hombre perfecto.

Ese someterse por entero a Dios se expresa en los tres grandes niveles de la
vida del hombre: el tener, el amor y el poder (los bienes, los afectos y la
autonomía). Cristo, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, despojándose
de sí mismo y no teniendo donde reclinar la cabeza. Amó con un corazón
indiviso y universal hasta el fin. Vino a hacer la voluntad de Dios Padre y la
cumplió haciéndose obediente hasta la muerte (8). Esa es la obediencia,
pobreza y castidad de la que los religiosos quieren ser testimonio en la Iglesia.

¿Quiere esto decir que ellos son los únicos pobres, castos y obedientes en la
Iglesia? De ningún modo. Ellos recuerdan a todos: que han de ser así, cada
cual en su puesto, para llegar a la humanidad nueva inaugurada por Jesús.
Recuerdan a los miembros de la Iglesia, e incluso a todos los hombres, que el
bien absoluto es Dios y que los bienes de la tierra no pueden ocupar su puesto
sino que han de ordenarse según Dios (ellos lo tienen todo en común; y así
debería ser en la humanidad; y así será en el mundo futuro) -voto de pobreza-.
Recuerdan a todos: que quien llena el corazón del hombre es Dios, que todo
amor para serlo en verdad ha de participar del amor de Dios, que todos hemos
de amarnos por encima de los lazos de la carne y de la sangre (ellos viven en
fraternidad y el mundo futuro será fraternidad) -voto de castidad-. Y nos
recuerdan también a todos: que el Señor Absoluto es Dios, que toda otra
obediencia absoluta es idolatría y esclavitud, que el verdadero poder y la
verdadera libertad no consisten en someter sino en servir (Ellos viven tratando
de buscar juntos la voluntad de Dios y liberados de ataduras que no les
dejarían estar disponibles. Y la vida futura será libertad en Dios) -voto de
obediencia.

De lo dicho se desprende que la vida en común es un elemento esencial de la


vida religiosa como marco donde vivir la pobreza, la castidad y la obediencia.
De esa manera los religiosos nos están recordando que la Iglesia está llamada
a ser comunidad en el Espíritu; que la salvación del mundo supone la reunión
de los hijos de Dios en el Reino; que esto es realizable para cualquier grupo
humano por la gracia del Espíritu y la propia colaboración (9).
Mencionemos, por fin, un último aspecto importante de la vida religiosa: la
misión evangélica. Ya señalamos con anterioridad que Dios consagra para
enviar, como en el caso de Jesucristo. La consagración religiosa tiene
necesariamente una dimensión misionera. Hay institutos religiosos que son
puramente contemplativos. El testimonio de su vida es ya un servicio
inapreciable a los hombres y puede tener de por sí una gran fecundidad
apostólica. Otros institutos tienen diferentes objetivos apostólicos en la
Iglesia, que llevan a cabo como una labor comunitaria de acuerdo con el
carisma de su fundador o fundadora y guiados por sus propias constituciones.

El mismo radicalismo de los consejos evangélicos empuja también a ser


radicales en el apostolado. Así, la pobreza "impele a la solidaridad práctica
con aquellos pobres para quienes la pobreza no es en absoluto una virtud, sino
una situación vital y una imposición social. Por otro lado, "la castidad como
virtud evangélica empuja a ponerse aliado de los que están cercados por la
ausencia de la esperanza y por la resignación”. Mientras que la obediencia
"lleva a la cercanía práctica paro con aquellos para quienes la obediencia es
señal de sometimiento, de minoría de edad y de humillación" (10).

La función del ministerio pastoral en la Iglesia

El ministerio pastoral es un servicio respecto a la comunidad de los creyentes


que tiene su origen en Cristo mismo. Por eso se puede decir que es un "don de
Cristo para la comunidad" (Juan Pablo II. Carta a los sacerdotes. 8-4-79. n. 4).
Así, pues, lo mismo que el laico se sitúa en el corazón del mundo y el
religioso en el dinamismo de la santidad de la Iglesia, el que ejerce el
ministerio pastoral tiene también su lugar propio; la comunidad de los fieles.

El sacramento del orden le capacita para representar a Cristo como Cabeza y


Pastor en medio de la comunidad, a la cabeza de la comunidad y frente a la
comunidad. Esta interviene, sin duda, en el proceso de elección, en la
formación y en la presentación del candidato, pero es Cristo quien lo establece
en ella. Así se lo hacía entender San Clemente Romano a los corintios:
"Habéis elegido obispos y presbíteros. Una vez que han recibido la imposición
de manos, no os pertenece ya a vosotros despedirlos. No dependen ya de
vosotros. Os han sido enviados".

¿Y para qué está el presbítero en medio de su comunidad? Es decir, ¿cuál es


su función? Ya quedó expresado más arriba: para reunir, para hacer unidad,
para hacer posible que la comunidad sea realmente comunidad de los hijos de
Dios. El representa a Cristo que une a su sacrificio, a su verdadero culto a
Dios, el sacrificio de los fieles, que son ellos mismos y sus obras que
transforman al mundo en Iglesia: él representa a Cristo que con su palabra
reúne y reconcilia a los fieles con Dios; él representa a Cristo que en el
Espíritu Santo edifica su Cuerpo y conduce a su rebaño.
Todas las labores del presbítero se encaminan, por tanto, a la edificación de la
Iglesia en la unidad. Unidad de los fieles entre sí y con Dios. Esto halla su
origen y a la vez su culminación en la Eucaristía, sacramento de la unidad, que
él preside. Allí él posibilita que Cristo se haga presente como Cabeza de la
Iglesia y, a la vez, representa a la comunidad que él conduce y preside como
distinta de su Cabeza (Cristo), pero unida a ella. Es, por tanto, testigo de
Cristo que reúne a su Cuerpo y testigo del Cuerpo reunido; icono de Cristo y
por lo mismo icono de la comunidad (11). Si fuera únicamente representante
del Pueblo de Dios, se convertiría en un mero funcionario, y si fuese sólo
representante de Dios, perdería su vinculación esencial con la comunidad. Es
las dos cosas simultáneamente (12).

Esta función les está exigiendo a los presbíteros que su trabajo pastoral se
centre en hacer la unidad dentro de su comunidad tanto en la dimensión de la
"martyria" -la palabra y el testimonio- como en la "diakonia" -el servicio de
amor-, como en la asamblea litúrgica. Y ello supone previamente fomentar y
sostener todos los carismas y cuidar con amor a cada uno de los fieles. Juan
Pablo II les recuerda que han de "permitir a cada cristiano desarrollar su
vocación personal según el evangelio..., ocupar plenamente su lugar en la
comunidad de los cristianos" (Alocución al clero en la catedral de Notre
Dame, 30-V-80). Y a su vez el Concilio: que "descubran con sentido de fe,
reconozcan con gozo y fomenten con diligencia los multiformes carismas de
los laicos"; que armonicen de tal manera las diversas mentalidades "que nadie
se sienta extraño en la comunidad de los fieles" (Presbyterorum Ordinis, 9).
En este sentido se puede decir, en frase sintética y feliz, que el presbítero es
"el llamado que despierta llamadas y vela sobre los llamados" (13).

Al contemplar estas tres funciones dentro de la misma y única Iglesia, el


cristiano puede comprender que efectivamente tienen su propia razón de ser y
que, a la vez, se ordenan a la mutua complementariedad, al igual que los
servicios y ministerios. Todas las funciones son valiosas e imprescindibles. El
laico necesita del religioso para tener presente cómo ha de transformar el
mundo, y el religioso necesita del laico para no olvidarse de que hay que
transformarlo de hecho. Ambos necesitan del ministerio pastoral para unirse a
Cristo Cabeza y no edificar en vano. Por eso el Concilio pide a todos que se
sirvan mutuamente y se traten como hermanos, "pues la misma diversidad de
gracias, servicio y funciones congrega en la unidad de los hijos de Dios" (LG
32).

III.- El cristiano ante su propia vocación.


1. Tres etapas
Al tratar de situarse ante su propia vocación, cualquier cristiano podrá
comprobar que se encuentra en alguna de estas tres etapas: o está tratando de
discernir cuál es su misión, o se está preparando para cumplirla, tras haberla
descubierto, o está ya en pleno ejercicio de la misma. En cualquiera de las
etapas la vocación tiene sus necesidades propias, dado que se trata de un
proceso, como la misma vida.

2. Algunas certezas

El cristiano sabe que en cualquier momento de su vida:


* Dios le llama.
• Dios mantiene su llamada, que no es algo puntual sino dinámico.
• Dios le llama y le sigue llamando con el lenguaje de las mediaciones: a
través de si mismo, a través de las cosas y de los acontecimientos de su
mundo, a través de personas concretas, a través de la Iglesia. Detrás está
Cristo. Detrás está Dios Padre.
* Dios le llama para cumplir una misión que es servicio a otras personas y que
dará sentido y felicidad a su vida.

3. Situar la vocación en la Iglesia

Es fundamental que el cristiano sitúe adecuadamente su vocación en la Iglesia.


Esto hará posible encontrar la identidad de su propia misión y a la vez la
complementariedad con otras misiones. Para ello hay que tener claro que
existe una vocación fundamental, la cual se concretará en varios niveles. O, si
se quiere, que existe una vocación fundamental y a la vez, en la misma
persona, otras vocaciones específicas, todo sobre una base ultima: ser hijo de
Dios y miembro de la Iglesia. Las vocaciones fundamentales son: laicado,
vida religiosa y ministerio pastoral.

El laico concreta su vocación fundamental al menos en estos niveles: en una


profesión determinada; en un estado de vida -casado, soltero, consagrado,
viudo-; quizá también en algún servicio o ministerio especial dentro de la
comunidad -en la dimensión de la palabra, el servicio, la unidad o la liturgia-:
como, por ejemplo, catequista, administrador de bienes, lector. etc. Todas
estas posibles concreciones son vocación laical y vocación especifica.

El religioso o religiosa concreta su vocación fundamental: integrándose en un


instituto particular con un carisma propio, que pondrá de relieve algún aspecto
de la misión de In Iglesia -la palabra, el servicio... -, como puede ser la
educación, la asistencia a marginados, ancianos. etc. Simultáneamente con
eso, o de manera expresa y preferente, puede realizar algún servicio o
ministerio en la parroquia o diócesis, al igual que el laico: animación de la
oración, visita a enfermos, presidencia de la asamblea cuando no hay
presbítero, ctc. Por otra parte, en el interior de su comunidad religiosa también
puede tener su papel: presidencia, administración, etc., concreciones, por lo
demás, a ese nivel, de la palabra, el servicio, la unidad, la liturgia. Pues bien,
todas esas posibles concreciones a los diversos niveles son vocación y
vocación como religioso/a.

El presbítero concreta su vocación especializándose en sectores pastorales


específicos -atención a jóvenes, a adultos, a religiosos/as... -. A veces,
simultaneando el ministerio con alguna profesión al modo de los laicos, lo
cual es muy viejo, pues ya San Pablo- trabajaba confeccionando tiendas. Y
como muchos presbíteros son a la vez religiosos o se integran en asociaciones
especiales, su vocación se concreta también en el carisma que les es propio
como institución: la enseñanza, la atención a marginados, las misiones. etc.
Todas estas concreciones son vocación y ministerio presbiteral.

4. Etapa de discernimiento.

Esta, como las otras etapas de la vocación, tiene su propio objetivo y ha de


disponer de los medios adecuados para su consecución. El objetivo,
obviamente, es lograr descubrir cuál es la vocación-misión a la que Dios
llama. Previamente el cristiano que se encuentra en este momento necesitará
saber:

• Que casi todos tenemos cualidades para casi todo y que se puede ser feliz
desempeñando cualquier misión.

• Que teniendo cualidades para algo en especial, puede que no se le llame para
eso porque tal vez no le necesitan.

• Que para el desempeño de cualquier misión es básico la madurez humana.

• Que difícilmente se podrá tener vocación cristiana si no existe una


experiencia seria de Jesús y de la Iglesia.

En cuanto a los modos de hacer el discernimiento, podemos apuntar algunos,


elementales, que se deducen de todo lo dicho:

• Entrar en contacto con las necesidades de la Iglesia y del mundo.

• Conocer el testimonio de cristianos que cumplen funciones y tareas


diferentes en la Iglesia.

* Informarse sobre los objetivos de las diversas instituciones eclesiales y


conocer de cerca su funcionamiento.
• Orar, es decir, contemplar ante Dios y desde la fe todo lo anterior y a uno
mismo.

* Conocer las propias aptitudes y las propias motivaciones.

Todo esto puede hacerse a título personal, en solitario. Pero difícilmente se


podría tener éxito. Es necesario, por una parte, estar integrado en una
comunidad cristiana, del tipo que sea, en cuyo ambiente se hará más fácil la
clarificación, pues no podemos olvidar que la vocación nace desde la Iglesia y
en orden a la Iglesia. Por otra parte, en muchas ocasiones se hace necesario
también un acompañamiento especial de otros cristianos maduros en ese
proceso de discernir. De ahí que la Iglesia ofrezca, o deba ofrecer medios
apropiados, como son: las delegaciones diocesanas de pastoral vocacional, los
centros de orientación vocacional, los grupos de acompañamiento, los
seminarios menores, aspirantazos, noviciados, etc.

La mayoría de las instituciones de religiosos y religiosas disponen de personas


dedicadas especialmente a este servicio. E incluso existen Instituciones
eclesiales cuyo objetivo fundamental es precisamente suscitar, formar y
mantener las vocaciones en la Iglesia (14). A cualquiera de estos servicios
podrá acudir el cristiano que desee esclarecer su vocación. Y si no los hubiese,
tendrá derecho a exigirlo a su párroco o a su obispo.

5. Etapa de formación

Una vez se ha logrado el discernimiento de la propia vocación, aparece una


nueva necesidad y, por tanto, un nuevo objetivo: prepararse adecuadamente
para esa misión específica. Eso es un proceso en el que cada individuo
necesitará adquirir los medios intelectuales y técnicos para el ejercicio de la
misión, pero además, y sobre todo, deberá madurar cristianamente en orden á
dicho ejercicio cultivando sus propios dones, y comprobar al final si posee o
ha logrado adquirir las aptitudes necesarias que la Iglesia exige.

Algunos de los medios propios para conseguir este objetivo tienen gran
tradición en la Iglesia, como es el caso de los seminarios mayores diocesanos
y los centros similares de las congregaciones de religiosos y religiosas. Por
otra parte, las nuevas necesidades han ido haciendo aflorar otros instrumentos,
tales como los cursillos prematrimoniales, las escuelas de catequistas, lectores
y otros ministerios laicales, los cursillos de capacitación para variados
servicios en las parroquias y comunidades, etc.

La capacitación en orden a las profesiones lógicamente la llevan a cabo


instituciones civiles. Existen, no obstante también, centros de la Iglesia a estos
niveles en algunos lugares. De cualquier forma, algo que debe procurarse el
laico cristiano es la asunción de su profesión como vocación cristiana. La
formación para ello podrá adquirirlo dentro de la Iglesia por cauces diversos.
Los centros de orientación vocacional pueden cumplir este servicio. Donde no
exista este medio, los párrocos y obispos deberían acudir a profesionales
cristianos para que ellos fuesen los encargados de transmitir ese espíritu a las
jóvenes generaciones.

6. Etapa de ejercicio

Al finalizar la etapa de formación llega el momento decisivo: la Iglesia de


manera oficial llama y encomienda la misión. De esta manera la vocación
adquiere certeza. El llamado puede estar seguro de que efectivamente Dios le
llama, al hacerla la Iglesia, sacramento de Dios. Ella hace auténtica y operante
la llamada que ha ido madurando previamente; pronuncia la llamada definitiva
con autoridad.

Esto se lleva a cabo normalmente en la asamblea litúrgica de la comunidad,


mediante un sacramento –bautismo, confirmación, matrimonio, orden-,
mediante una consagración pública que recibe la Iglesia -religiosos/as-,
mediante un rito de institución -ministerio de lector, de acólito u otros
posibles-, o mediante una encomienda especial para otros ministerios o
servicios.

En el curso del ejercicio de la propia vocación van apareciendo nuevas


necesidades: sobre todo, mantenerla y renovarla. Estas necesidades vienen
originadas por el mismo dinamismo de la vida humana y de la historia. Se
hacen necesarios, en consecuencia, medios adecuados que cubran estos
objetivos.

La vocación se mantiene y se renueva ante todo por el ejercicio fiel de la


misma, obra de la gracia de Dios, y por los medios que la Iglesia ofrece para
la santificación de los fieles: los sacramentos de la Eucaristía y Penitencia, la
oración... No obstante, se hacen necesarios también medios específicos
expresamente dirigidos a esos propósitos, como pueden ser ejercicios
espirituales, cursillos especiales, encuentros con personas que desempeñan la
misma misión, etc.

Es vital para una persona sentirse identificada con su propia misión y amarla,
y es no menos necesario estar al día en lo que implica su ejercicio. Ambos
niveles, que podríamos denominar espiritual y técnico, exigen un cultivo
asiduo. A cada cristiano le incumbe el deber de buscarse esos medios, bien
por iniciativa propia, bien aprovechando las iniciativas de su iglesia local o de
la institución de la que forme parte, sabiendo que Dios puede actuar en su vida
también a través de estos medios.
NOTAS.
(1) Señalamos aquí algunos de los relatos de vocaciones más significativos, a
los que iremos haciendo referencia.
Antiguo Testamento:
Moisés: Ex 3, 1-20; 4-1-17; 6, 2-13
Gedeón: Jue 6
Isaías: Is 6
Jeremias: Jer 1, 4-19; 15, 10-21
Nuevo Testamento:
María: Lc 1-2
Discípulos: Jn 1, 35-51; 6, 60-71; 20,19-29
Matías: Hech 1, 15-26
Los Siete: Hech 6, 1-7
Pablo: Hech 9, 1-30

(2) R. PUIGDOLLERS. Qué significa la palabra “carisma”? Koinonía nn. 33-


34 (1982) 10.

(3) Cf. Y.M. CONGAR,2 Los Ministerios en la Iglesia. Seminarios n. 55


(1975)14-15.

(4) Como estudio interesante a este respecto: L. RUBIO, Presencia y urgencia


de ministerios nuevos en la Iglesia española. Seminarios 23(1977) 149-183.
Y como estudio teológico amplio, a la vez (asequible, sobre el tema, contamos
en español con obra reciente de D. BOROBIO, Ministerios laicales. Manual
del cristiano comprometido. Sociedad de Educación Atenas, Madrid, 1984.

(5) Se recoge todo lo tratado allí en Seminarios n. 85, 1982.

(6) Cf. A. CHAPELLE, Pour la vie du monde. Institut d'Etudes Thélogiques,


Bruselas, 1978, p. 273-281.

(7) Sagrada Congregación para los Religiosos, Elementos esenciales de la


doctrina de la Iglesia sobre la vida consagrada. n. 7.

(8) Cf. Sda. Congr. para los Religiosos, Elementos esenciales..., n. 15

(9) Cf. LEBEL, El testimonio de la vida comunitaría. en la obra de la


Conferencia Religiosa Canadiense Le sens et la mission de la vie religieuse
dans l'Eglise local, Ed. de la C.R.C., Otawa 1980, p. 123-137.

(10) 1.B. METZ, Las órdenes religiosas. Herder. Barcelona, 1978, p. 109-110.

(11) Cf. A. CHAPELLE, Op. Ct pp. 318-320.


(12) L. BOFF. El destino del hombre y del mundo. Sal Terrae, Santander,
1978, p. 155.

(13) R ETCHEGARAY, Homilía, en Seminarios 24 (1978) 229-233.

(14) Perdone el lector si tenemos el atrevimiento de poner un ejemplo de esto


último: La Hermandad de Sacerdotes Operarios, instituto al que el director de
KOINONIA solicitó el presente artículo.

Libros vocacionales
COLECCION: "CAMINOS AL ANDAR"

En el caminar de la vida espiritual es muy importante para poder discernir con


autenticidad, el irse penetrando de la sabiduría del Espíritu. Para ello, uno de
los caminos mejores es el acercarse a la obra del Espíritu a lo largo de los
siglos en la Iglesia. De ahí la importancia de conocer los caminos que el
Espíritu ha ido suscitando al andar de tantos santos y personas entregadas a
Dios.

Bajo este mismo título "Caminos al andar", la Editorial VERBO DIVINO


(Estella) nos presenta una colección traducida del francés que presenta la
espiritualidad de algunas de las principales órdenes religiosas, espiritualidad
que ha marcado a muchos cristianos y que forma parte del tesoro de sabiduría
de la Iglesia.

André Louf es el autor de EL CAMINO CISTERCIENSE. EN LA


ESCUELA DEL AMOR. Tras presentar brevemente la historia del Cister y
los primeros pasos de entrada en la comunidad, comenta los puntos
principales de la vida cisterciense: la purificación por la Palabra, la ascesis, la
oración, la vida de trabajo, el amor fraterno, el ejemplo de María.

EL CAMINO DEL CARMELO. ORAR POR TODOS Y CON TODOS es


presentado por Lucien Florent. Tras una breve historia del Carmelo, nos
presenta la figura del profeta Elías. El camino carmelita viene sintetizado en
tres puntos: soledad, presencia y oración. A continuación nos resume la vida y
obras de tres grandes santos: Sta. Teresa de Jesús, S. Juan de la Cruz y Sta.
Teresa del Niño Jesús. El libro termina con unos capítulos sobre la oración
litúrgica y la oración privada.

Jean Marie Burucos es el encargado de presentar EL CAMINO


BENEDICTINO. SABOREAR LA BONDAD DE DIOS. El libro está
constituido por cuarenta y cinco meditaciones inspiradas en la Regla de S.
Benito. Están reunidas en tres grandes bloques: los primeros descubrimientos
del monje, algunos valores evangélicos y las exigencias de una vida entregada
a Dios en nuestro tiempo.

El libro UN CAMINO MONÁSTICO EN LA CIUDAD. JERUSALÉN,


LIBRO DE VIDA tiene la particularidad de presentar un camino nuevo de
vida monástica en la ciudad. Se trata de las Fraternidades Monásticas de
Jerusalén nacidas en 1975 en torno a la iglesia de St. Gervais de París. Por
otra parte, este libro no es una presentación del modo de vida, sino el texto
íntegro de su "Libro de Vida", es decir, de su texto de referencia.

La obra EL CAMINO DEL PERDON. PEREGRINACION y


RECONCILIACION, escrita por François Bourdeau se aparta quizás un poco
del resto de la colección en cuanto no presenta la espiritualidad de una orden
religiosa, sino la peregrinación como espiritualidad penitencial. Está lleno de
ricas sugerencias y puede ayudar a comprender el lugar que el camino
penitencial ocupa en la conversión.

Simon Decloux es el autor de EL CAMINO IGNACIANO. A LA MAYOR


GLORIA DE DIOS. Nos presenta en primer lugar el sentido de los "Ejercicios
espirituales"; luego, los estudios, la educación y la cultura como forma de
apostolado; para presentarnos finalmente la dimensión de enviados y de
comunidad, y la espiritualidad de la gloria de Dios.

EL CAMINO FRANCISCANO. LA ALEGRIA DE VIVIR EL


EVANGELIO ha sido escrito por Michel Hubaut y presenta el camino de S.
Francisco como un camino radical de fe. Camino que es para el servicio a los
hermanos, para la comunión y la paz universales, para la oración y la vida en
el Espíritu, para la pobreza que libera y que canta, para el asombro, para la
alegría y la sencillez evangélicas, para vivir el evangelio en el mundo del
trabajo, para vivir la Pascua del hombre nuevo, para anunciar la Buena Nueva
de la salvación.

Sólo hay que desear que esta colección nos continúe presentando la riqueza de
las diversas espiritualidades, para que los cristianos del siglo XX podamos
reconocer y acoger todos los dones de sabiduría que el Espíritu Santo ha ido
dando a su Iglesia.

Los dones del Espíritu Santo y la


evangelización (2.a parte)
por Raniero Cantalamessa
(Publicamos la 2ª parte del artículo aparecido en el número anterior de
KOINONIA con el título LOS DONES DEL ESPIRITU SANTO y LA
EVANGELlZACIÓN)

I.- Renovación carismática y evangelización

1.- Después que el Espíritu Santo ha renovado algunos aspectos de la Iglesia,


como la Teología y la Liturgia, parece que el ámbito en el cual más se
manifiesta ahora la necesidad y la acción del Espíritu es en la Evangelización.

Pablo VI en la Exhortación "Evangelii Nuntiandi" ya había iniciado esta


marcha. Dice cosas que son preciosísimas para nosotros en este encuentro.
Quiero leer al menos algunas:

"Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la


evangelización: Él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y
quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de
salvación. Pero se puede decir igualmente que Él es el término de la
Evangelización; solamente El suscita la nueva creación, la humanidad nueva a
la que la Evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que
la misma Evangelización querría provocar en la comunidad cristiana. A través
de El, la Evangelización penetra en los corazones, ya que Él es quien hace
discernir los signos de los tiempos".

Es importante recalcar esto: El Espíritu Santo es el agente principal de la


Evangelización, la fuerza, el principio; pero también el término, porque la
Evangelización tiende a crear la vida nueva en el Espíritu, la nueva creación.
Sigue la cita:

"El Sínodo de los Obispos de 1974, insistiendo sobre el puesto que ocupa el
Espíritu Santo en la Evangelización, expresó asimismo el deseo de que
Pastores y ?Teólogos -y añadiríamos también los fieles marcados con el sello
del Espíritu en el Bautismo- estudien profundamente la naturaleza y la forma
de la acción del Espíritu Santo en la Evangelización de hoy día. Este es
también nuestro deseo, al mismo tiempo que exhortamos a todos y a cada uno
de los evangelizadores a invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu
Santo y a dejarse guiar prudentemente por El cómo inspirador decisivo de sus
programas, de sus iniciativas, de su actividad evangelizadora" (Evangeli
Nuntiandi, 75).

Con esto podemos decir que ya está trazado el objetivo de la Renovación en el


Espíritu con relación a la Evangelización. Esto nos viene dado por el Papa y
los Obispos.
La aportación de la Renovación consiste en sacar a la luz, con el estudio pero
aún más con la experiencia y la vida, el papel del Espíritu Santo en la
Evangelización.

La Renovación, como frecuentemente dice el Cardenal Suenens, es una gracia


de Pentecostés, que poco a poco debe alcanzar y renovar todos los ámbitos de
la Iglesia. En el Concilio esta gracia se derramó sobre el Episcopado católico,
pero no debe quedarse en el Episcopado, ha de llegar a todos.

Tal vez haya llegado el momento de que esta gracia de Pentecostés que es
renovadora -después de haber renovado, o al menos haber empezado a renovar
nuestra vida personal, nuestra oración, el ministerio de sanación, el
matrimonio, en una palabra, todo el ámbito de nuestra vida individual -deba
alcanzar espacios más amplios y públicos de la Iglesia, como es en primer
lugar la Evangelización.

Por lo demás esto es lo que hizo el mismo Espíritu con Jesús. En un primer
momento lo llevó al desierto a orar, ayunar y a combatir con Satanás, pero
después, como dice Lucas, el Espíritu llamó a Jesús del desierto y lo envió a
Galilea a predicar el Evangelio de Dios.

Lo que sucedió con Jesús después del Bautismo en el Jordán debe suceder con
todo el que haya recibido el bautismo en el Espíritu.

2.- Yo creo, y lo creo porque lo he experimentado, que la primera aportación


que la RC., puede ofrecer a la Evangelización es el hacer descubrir el corazón
del mensaje cristiano que se resume en esta frase: JESUS ES SEÑOR.

Y aquí debo hacer una aclaración exegética:

En los comienzos de la Iglesia ya se dieron dos modos o canales diversos de


transmitir el mensaje cristiano: uno es el llamado en el Nuevo Testamento
kerigma, es decir, la predicación, el anuncio o el evangelio en sentido estricto.
Este canal no transmite lo esencial del misterio de Jesús, los hechos de Jesús,
la acción de Dios en Jesús que murió por nuestros pecados y resucitó para
nuestra justificación. La conclusión a la que lleva esto es a proclamar que
JESUS ES EL SEÑOR He aquí el kerigma.

Al mismo tiempo existió otra forma que es la catequesis o enseñanza


(didaché) cuya finalidad es, al contrario, transmitir normas morales y éticas en
orden al bien obrar del cristiano, normas que se resumen en el mandamiento
que nos dio Jesús sobre el amor recíproco.

Ahora bien, el primer acto de la fe, el salir de las tinieblas a la luz, acaece sólo
por la fuerza del kerigma y no por la didaché o catequesis. San Pablo dice a
los Corintios: "habéis sido engendrados en Cristo Jesús por el Evangelio" (1
Co 4, 15), es decir, por el anuncio descarnado de la Buena Nueva de Jesús. La
didaché o enseñanza, que hoy podemos llamar catequesis, no sirve para
engendrar la fe, sino para formarla mediante la caridad.

Así pues, esta frase JESUS ES EL SEÑOR es tan esencial en el anuncio


cristiano que Pablo afirma que no se puede pronunciar eficazmente sino es por
una gracia directa del Espíritu Santo. Y esto, porque dentro de esta
proclamación de JESUS ES EL SEÑOR acaece misteriosamente el paso de la
historia al hoy que vivimos, de aquel tiempo a nuestro tiempo y a nosotros.
Cuando digo JESUS ES EL SEÑOR no quiero decir lo que era en otro tiempo
o lo que es en abstracto, sino que digo que Jesús es mi Señor.

Siempre recordaré la escena de Kansas City en Julio de 1977, donde creo que
algunos de vosotros estuvisteis también presentes. Era una multitud de 40.000
personas, mitad católicos y mitad de otras confesiones cristianas, que se había
congregado ya al anochecer para orar y arrepentirse de las divisiones de la
Iglesia. Una pantalla enorme, encuadrada en el cielo negro de la noche
americana, presidía aquella reunión: allí estaba escrito "Jesus is Lord" (Jesús
es Señor). Me dio la impresión de que aquello era una visión profética de la
Iglesia, de una Iglesia reunida bajo el señorío de Jesús, proclamando este
señorío como se podía ver en aquel momento entre el cielo y la tierra, a luz y a
las tinieblas. Comprendí entonces, y no lo he vuelto a olvidar, que la fuerza de
la Renovación es la proclamación de Jesús Señor.

Sin embargo, esta fuerza no se agota en la predicación, aunque sea


kerigmática y autoritativa por la autoridad y el poder de Dios. Incluso me
atrevería a decir que la aportación de la Renovación no consiste en crear
nuevas formas de Evangelización, aunque tal vez puedan nacer algunas, pues
con el Espíritu Santo cualquier forma de Evangelización es buena, y sin el
Espíritu Santo ninguna forma de evangelización, sea nueva o antigua, vale
nada.

II.- Aspectos prácticos

Pasemos al aspecto práctico de nuestro encuentro: cómo animar desde dentro


con la fuerza del Espíritu Santo todo lo que hacemos en orden a la
Evangelización, especialmente la Evangelización de Europa, que como hemos
visto, sufre algunas enfermedades que se llaman idealismo, racionalismo,
sabiduría humana, legalismo, juridismo.

Presentaré tres puntos prácticos a este respecto que, me atrevería a decir, me


ha hecho entrever el Espíritu Santo. No es que sean los únicos, sino que me
parece que el Señor quiere os diga estos tres.
1.- El primer punto lo resumo en la palabra obediencia.

Me refiero con esta expresión a aquel amplio conjunto de actitudes que


permiten al evangelizador asemejarse a Jesús de Nazaret, el siervo obediente.

Jesús recibió la fuerza del Espíritu en el Jordán para predicar el Evangelio,


porque aceptó en aquel momento, en obediencia total al Padre, toda su misión
de Siervo de Yahvé obediente y sufriente.

San Pedro nos dice que "Dios da el Espíritu Santo a los que le obedecen" (Hch
5, 32). Es necesario morir a nosotros mismos y dejarse herir en el corazón
para acoger plenamente la voluntad de Dios que es tan santa y tan distinta de
la nuestra.

En la vida de Jesús hubo muchas noches de Getsemaní y no una sola. Tabor,


sólo hubo uno, pero noches de Getsemaní, muchas. En estas noches Jesús
luchaba con Dios, no para atraer a Dios a su propia voluntad, como hacía
Jacob, sino para rendir su voluntad humana a la del Padre y poder así decir
ante cualquier fracaso o rechazo de la gente: Sí, Padre. Fiat.

Después de estas noches Jesús volvía a predicar a la gente y ¿qué sucedía? La


gente estupefacta decía: "habla con autoridad”, pero ¿de dónde le viene esta
autoridad? .
Es cierto. Jesús hablaba con autoridad, pues hablaba con la autoridad misma
de Dios, porque cuando un hombre se rinde completamente a Dios, Dios se
rinde a él y le da su poder, y pone en manos su autoridad sabiendo que no
abusará ya de ese poder divino. Y entonces sucede que las palabras ya no son
palabras, sino acontecimientos y que la palabra de un predicador traspasa los
corazones, como está escrito en el Libro de los Hechos, e induce a la gente a
decir: "¿qué hemos de hacer hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y que
cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
remisión de vuestros pecados, y recibiréis ?don del Espíritu Santo" (Hch 2,
37-38).

La Biblia habla con frecuencia de la Palabra de Dios bajo la imagen del rollo
o pequeño libro que el profeta debe comerse, y que una vez comido resulta
dulcísimo en los labios y muy amargo en las entrañas (Ez 3, 1-4; Ap 10, 8-10).

La amargura se debe al hecho de que la Palabra es una espada que empieza


por herir en primer lugar el corazón del anunciador, cuando le revela su propio
pecado, sus incoherencias e hipocresías, y también por el hecho de que la
Palabra pone en contacto al anunciador con Aquel que por la Palabra murió en
la Cruz y dijo: "triste está mi alma hasta la muerte" (Mt 26, 38).
Un aspecto de esta lucha para morir a la carne y a nosotros mismos y para
vivir en el Espíritu es lo que Jeremías nos dice en la lectura proclamada al
principio: "No busquéis la propia gloria". Jesús decía: "Yo no busco mi
gloria" (Jn 8, 50). Y es que la búsqueda de la propia gloria es el cáncer de la
vida de la Iglesia.

Una vez en una predicación ante el Santo Padre, los Cardenales y otros
oyentes, dije estas cosas y otras más fuertes como éstas: "Aquí en Roma hasta
las piedras denuncian la búsqueda de la propia gloria por parte de los hombres
de la Iglesia: piedras escritas en lugares donde sólo deberían aparecer los
nombres de Cristo o de María, piedras que, por el contrario, llevan el nombre,
de su familia, de su casa". Después de la predicación dije: "Santo Padre,
perdóneme por haberme atrevido a hablar así ante vuestra presencia". Y él
respondiendo me dijo por tres veces: "es esto de lo que hay que hablar, es esto
de lo que hay que hablar, es esto de lo que hay que hablar".

2.- El segundo punto lo resumo en la palabra oración.

El Espíritu Santo viene del corazón de Cristo traspasado en la Cruz, y por esto
es necesario estar unidos a su Corazón para obtener la Palabra y el Espíritu.

Habréis notado que en el Evangelio se dice que el Espíritu Santo vino sobre
Jesús en el Jordán mientras estaba en oración, y sobre los Apóstoles cuando se
hallaban unánimes y asiduos en la oración. Jesús dice en el Evangelio de
Lucas que el Padre da el Espíritu Santo a quien se lo pide (Lc 11, 13).

Por tanto, la oración es la fuente misma de la Evangelización. Gracias a ella, -


voy a decir una frase que tal vez los teólogos me reprobarían porque
técnicamente sólo se puede decir de la humanidad de Jesús-, gracias a la
oración nos hacemos "instrumenti conjuncti", instrumentos unidos a Dios.

Lo mismo que en Cristo la humanidad estaba unida a la divinidad; nosotros,


no de modo hipostático sino espiritual, nos unimos a la divinidad, al poder de
Dios.

La palabra pronunciada de este modo es una palabra viva, lo mismo que el


agua tomada directamente de la fuente es agua viva, mientras que ésta, el agua
que tengo en la mesa, no es agua viva sino trasvasada. Así la Palabra
proclamada por alguien que está en contacto con Dios, con el corazón de
Cristo, es una Palabra viva, no trasvasada ni embotellada, y por eso es tan
eficaz.

Un don especial para la Evangelización es la profecía. En el Apocalipsis se


dice algo a este respecto que nos asombra: "El testimonio de Jesús es el
espíritu de profecía" (Ap 19, 10). Ya sabemos que el testimonio de Jesús es
una expresión que quiere decir la Evangelización.

Pero ¿qué comporta la profecía aplicada a la Evangelización? La capacidad de


transmitir a la gente, así a lo vivo, un juicio o una voluntad actual de Dios
sobre una situación o sobre una persona.

Consiste en poner al que escucha frente a Dios, en un tú a tú con Dios, hasta el


punto de poder decir: "así dice el Señor", o bien: "oráculo del Señor",
percibiendo que es Dios mismo el que allí pronuncia este juicio.

Para que esto sea posible es necesario que uno se anule, se quede vacío y se
mantenga unido a Dios en la oración. No hay espíritu de profecía en nuestro
hablar y actuar si nosotros primero escogemos lo que vamos a decir, el tema
del discurso, y lo seleccionamos tomándolo de nuestra cultura, de lo que
hemos aprendido, de nuestro discernimiento y después -tras haber escogido el
tema de la mesa- nos ponemos de rodillas para que el Señor haga llover sobre
esta palabra su poder.

Hay que hacer todo lo contrario: primero, ponerse de rodillas y pedirle al


Señor su palabra, la que tiene en su Corazón para aquella persona o para
aquella situación. Dejar escoger a Dios. Después nos iremos a la mesa para
poner al servicio de esta Palabra de Dios nuestra cultura, nuestra teología,
nuestra experiencia, etc. Es distinto, pues en este caso dejamos escoger a Dios
y la palabra que transmitimos es Palabra de Dios. Así ponemos todo lo nuestro
al servicio de la Palabra de Dios, y no al revés, como solemos hacer,
pretendiendo que sea Dios el que de brillo a nuestra palabra.

Ciertamente, es mucho más difícil ponerse de rodillas y esperar a que Dios


nos revele su Palabra, porque a veces sucede, como en este caso, que el Señor
te hace esperar, como me ha hecho esperar a mi hasta las últimas horas para
saber lo que os debía decir. Y no es nada agradable saber que al cabo de pocas
horas tienes que ponerte ante el micrófono para hablar, sin tener idea de lo que
debes decir. Pero si se resiste en la fe, el Señor es fiel y yo doy testimonio de
ello.

Otro don vital para la evangelización es la sabiduría, la cual sabemos que


viene de un contacto directo con Cristo que es la sabiduría de Dios.

Este contacto con Cristo solamente nos lo da la asiduidad en la oración. Una


fuerte relación personal de amigo, y también de servidor en sentido bueno -
porque puede haber mucha alegría en sentirse pequeño soldado o servidor de
Jesús - una relación de este tipo no nace sino de la asiduidad en el contacto
con Cristo en la oración.
Esto es lo que hace que amen a Cristo los hermanos a quienes se le anuncia.

No se puede acoger a Jesús como Señor si el que lo proclama no ama a Jesús.


Es necesario poder decir como Pablo: "el amor de Cristo nos apremia al
pensar que si uno murió por todos... (2 Co 5, 14).

3.- Llegamos al tercer punto de la vida práctica para poder vivificar con
el Espíritu nuestra Evangelización: es la comunidad.

No me refiero sólo a las comunidades más técnicas y específicas, sino también


al grupo de oración, pues éste también cuando se reúne, y aunque no esté
reunido, por el vínculo de la caridad, es una comunidad cristiana.

He constatado con frecuencia como la Palabra de Dios -la palabra profética


viene más fácilmente a una comunidad que a un individuo particular. ¿Por
qué? Porque el particular está siempre, como dice Jeremías, en peligro de
apropiarse esa Palabra para su gloria o de creerse sabio. Por eso Dios da con
más facilidad la Palabra a la comunidad, tal vez al más simple, porque así
evita que los hombres se gloríen en su Palabra. Y lo mismo ocurre con el
poder del Espíritu: viene mejor a la comunidad en la oración comunitaria.

Hay un ejemplo maravilloso de esto en el Libro de los Hechos y debo


agradecer al P. Sullivan el que me hiciera prestar atención a este pasaje: Pedro
y Juan han sido encarcelados por haber curado al tullido y predicado en el
nombre de Jesús. Son procesados y más tarde liberados, con órdenes estrictas
de no hablar más en nombre de Cristo.

Es ésta una situación muy delicada que se produjo y se produce aún en


distintos momentos de la historia de la iglesia, por ejemplo, bajo el nacismo.
¿Qué debe hacer la Iglesia y en este caso que tuvieron que hacer Pedro y
Juan? ¿Hablar claramente a pesar de todo, corriendo el riesgo de una
intervención brutal de la autoridad que lo reduce todo al silencio y para
siempre, o callarse más bien con el riesgo de traicionar el mandato de Cristo?

De hecho parece que Juan y Pedro están perplejos y no saben qué hacer.
Entonces van a la comunidad y ésta se pone en oración y en esta oración se
liberan todos los carismas ocultos en la comunidad: uno lee un texto de la
Escritura, del Salmo 2: "¿A qué esta agitación de las naciones, estos vanos
proyectos de los pueblos? Otro hermano, o tal vez el mismo, que tiene carisma
profético, aplica el texto a la situación presente. Entonces, de repente, la
comunidad cae gozosamente en la cuenta de que este caso no está en manos
del Sanedrín, como podría suponerse, sino bajo el control de Dios que ya de
tiempo conocía esta situación. Fortalecida con el descubrimiento del poder de
Dios, la comunidad libera el carisma de la fe, de la fe carismática que es la fe
que en este contexto hace que todos se unan para pedir que sucedan signos,
curaciones y prodigios en el nombre de Jesús y dicen: "y ahora, Señor, ten en
cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra
con toda valentía, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y
prodigios por el nombre de su santo Siervo Jesús. Acaba su oración, retembló
el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y
predicaban la Palabra de Dios con valentía" (Hch 4, 23-31).

El término griego es "parrexia", es decir, con valentía, con libertad de palabra


y sin miedos ni del Sanedrín ni de ningún otro.

En aquella ocasión la marcha de la Palabra de Dios fue salvada por la


comunidad.

48 - EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA (2).

El don de la perseverancia
Perseverancia es equivalente a fidelidad al Señor en el camino emprendido
de la conversión. Es un camino arduo, lleno de dificultades, que desafía la
debilidad e insuficiencia del cristiano. Pero éste sabe que "fiel es el Señor,
que le afianzará y le guardará" (2 Ts 3, 3). Él apoya su fidelidad en la
fidelidad de Dios.

El que es fiel es el que persevera, y sin perseverancia no habrá crecimiento en


la vida cristiana. Es condición exigida para llegar a la salvación final, "el que
persevere hasta el fin, ese se salvará" (Mt 10, 22; 24, 13), y, por tanto, para
que haya crecimiento. La vida de los santos, las grandes realizaciones de
apostolado y evangelización que llevaron a cabo a lo largo de la historia, el
grado de santidad y unión con el Señor a que llegaron, todo hubiera sido
imposible sin perseverancia.

El alma de la perseverancia, así como también de la fidelidad, es el amor, y lo


mismo que a la fidelidad está reservada la recompensa de tener parte en el
gozo del Señor, también a la perseverancia. El Señor insiste mucho en
permanecer en El y permanecer en su Amor (Jn 15, 5-10).

La perseverancia es un don que hay que pedir continuamente al Señor, porque


por parte de nuestra debilidad y de las fuerzas de nuestra voluntad nunca hay
garantías. Y Ella concede, lo mismo que otorga otros dones, a todo aquel que
es fiel y humilde.

En el Seminario de introducción a la vida en el Espíritu se ha de insistir


mucho en la perseverancia, piedra de toque de la verdadera conversión y del
crecimiento en la vida cristiana. Quizá pecamos de ingenuidad, pero un fuerte
entusiasmo inicial puede pasar enseguida. ¿Cómo es posible que hermanos
que recibieron tantas gracias en la Renovación la abandonen ante cualquier
prueba y no sepan perseverar? Antes que hablar de otros dones, habría que
insistir mucho más en el don de la perseverancia, porque en los grupos de la
Renovación todo es muy bonito al principio. Pero la vida cristiana es
inconcebible sin la cruz, sin la prueba y sin el sufrimiento. Lo mismo que para
Jesús no hubo glorificación sin pasar por todo esto, tampoco la habrá para el
cristiano, y "nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto
para el Reino de Dios" (Lc 9, 62).

La Asamblea de este año nos ha transmitido un mensaje de mayor


compromiso en la evangelización y el testimonio, y nada de esto es posible ni
en el individuo, ni en el grupo o comunidad, sin perseverancia.

Hay grupos que están constantemente haciendo experimentos, probándolo


todo. Pero necesitarían más continuidad en lo que empiezan, aunque sean
cosas muy sencillas y pequeñas. Lo pequeño, como haya continuidad, al final
se convierte en algo grande e importante.

Cuando nos preguntemos qué es lo que de nosotros puede desear el Señor en


este momento, podemos siempre responder: entre otras cosas, perseverar en el
camino de la entrega a Él y de lo que por El hemos emprendido y que haya
más continuidad en las personas y en la vida de cada grupo. Permanezcamos
en su Amor.

Enraizados en el corazón
de la Iglesia
por el Cardenal L. J. Suenens

Publicamos a continuación el discurso que el Cardenal Suenens pronunció en


la Asamblea Internacional de Dirigentes, celebrada en Roma del 30 de abril
al 5 de mayo de 1984. Es evidente que en algunos puntos polémicos da
soluciones que no siempre se siguen en todos los países y en todos los
ambientes de la R.C. Quizás en España necesitemos un examen y
planteamiento serio a nivel nacional para llegar todos a adoptar
unánimemente la línea marcada por el Cardenal, que no es otra sino la
doctrina que nos daría cualquiera de nuestros Obispos.

¡Señor, envíanos tu Espíritu de Vida y tu Espíritu de Amor! Sólo tu Espíritu


nos enseñará a decir "Padre", sólo tu Espíritu nos enseñará a decir "Jesús".
Sólo tu Espíritu puede enseñarnos a decir "Iglesia" y a decir "María". Sólo tu
Espíritu puede presentarnos las profundidades de la Trinidad y las
profundidades del corazón humano. María, Madre de la Iglesia, sé tú con
nosotros esta mañana. Amén.

En la Escritura tenemos aquel pasaje en el que se nos dice que los jóvenes
verán visiones y los ancianos soñarán sueños. Todos vosotros sois jóvenes y
tenéis derecho a tener visiones y yo, dada mi edad, tengo derecho a tener
sueños. Tal vez sea la última vez que me encuentro en una asamblea como
ésta, que tenemos cada tres años. No sé si dentro de tres años estaré con
vosotros. Haré todo lo que esté en mí, pero... depende del Señor.

Por esta razón me ha parecido bien compartir con vosotros algunos sueños
sobre el futuro de la Renovación. Lo mismo que la Madre Teresa hablaba de
los cinco dedos de la mano, yo hablaré de mis cinco sueños.

Sueño 1: Que el nombre de la Renovación se aclare y defina.


Sueño 2: Estar enraizados en la vida sacramental de la Iglesia.
Sueño 3: Estar enraizados en la vida local de la Iglesia.
Sueño 4: Estar enraizados en la fe apostólica de la Iglesia.
Sueño 5: Estar enraizados en la vida apostólica de la Iglesia.

Sueño número 1.- El nombre de la renovación debe


aclararse.

El nombre de la Renovación debe aclararse porque es un obstáculo para que la


Renovación se extienda.

La Renovación debería entrar en la sangre y en la vida cotidiana de la Iglesia


en todos los aspectos. Para esto es importante que tengamos un nombre.
Fácilmente decimos: este nombre no es el mejor y aquel otro es el mejor.
Yo propondré un nombre y me alegro de saber que en algunos países se haya
aceptado su uso.

Al principio hubo sus dificultades al hablar de "los Católicos pentecostales",


porque se confundía con el Pentecostalismo. Tenemos muchos amigos
pentecostales, pero esto es una cuestión del corazón, ya que en varios puntos
no compartimos su manera de pensar. Por tanto, hubo que hacer una
distinción: Pentecostales, sí; Pentecostalismo, no.
Así vieron las cosas al principio, y el cambio de nombre nos llevó a decir
"carismático" y "Renovación Carismática".

Pero esto es poco amplio porque no manifiesta más que un aspecto y no el


más importante. ¿Cuál es el aspecto más importante de la Renovación? Abrir
el corazón y el alma al Espíritu. El Espíritu, o el Dador, es mucho más
importante que los dones.

Si consideramos lo que recibimos, lo que el Señor Jesús nos envía, vemos que
es su mismo Espíritu, y con Él nos da lo que llamamos las tres virtudes
teologales: Fe, Esperanza y Amor. He aquí el primer don del Espíritu: Fe,
Esperanza y Amor. San Pablo decía que sin Amor todo lo demás no es nada.
En esto, por tanto, debemos centrarnos. Si, además de esto, observamos lo que
el Espíritu está haciendo en la Iglesia y en nosotros, vemos también un
aumento de carismas.

Carismas ordinarios y extraordinarios

Podemos considerar dos tipos diferentes de carismas: los normales u


ordinarios, y los extraordinarios.

Tenemos tendencia a perder de vista los carismas normales y cotidianos, que


se usan cada día por todos los cristianos del mundo, y no les prestamos la
atención suficiente, centrándonos demasiado en los carismas extraordinarios.

Cuando el Papa recibió a los Obispos belgas, les dirigió un importante


discurso en el que no usó la palabra "carisma", pero mencionó y remarcó todo
lo que el Espíritu está haciendo constantemente por todo el mundo a través del
trabajo de los cristianos: obra social, evangelización, etc. Mencionó todos los
carismas ordinarios.

Si nos fijamos en los carismas extraordinarios, vemos que San Pablo nos da
una lista de 27 carismas, pero el catálogo de carismas es interminable. No hay
una teología clara respecto a cada uno de ellos, ni podemos tocarlos o darles
una forma como si fueran objetos. No son como un negocio en el que se entra
y se compra un don. Es el Espíritu que trabaja en nosotros en formas distintas
y complementarias. Cuando se da una acción muy manifiesta lo llamamos
carisma, pero esto no excluye todos los demás aspectos.

No es necesario hablar mucho sobre este punto. Baste decir que la palabra no
es la mejor. Muchos tratan de convertir el carisma en objeto, como tener
dinero en el bolsillo. Pero no es así, no es algo que se tenga en el bolsillo.

Hemos de saber distinguir entre carismas que forman parte de la constitución


misma de la Iglesia, y carismas que son fluctuantes o que acaso desaparecen.

Cuando fui ordenado diácono el Obispo me dijo "recibe el Espíritu Santo y te


dará fuerza para resistir los poderes del mal". Después al ser ordenado
sacerdote, me dijo: "Recibe el Espíritu Santo", y fui ungido sacerdote por el
Espíritu Santo, y asimismo, cuando fui consagrado como Obispo, el Obispo
que me consagró me dijo: "Recibe el Espíritu Santo".

La Iglesia está por consiguiente ungida por el Espíritu en su dimensión


institucional.

Iglesia institucional y carismática

No me gusta la palabra "institucional", prefiero el término" sacramental". Así


se expresa el Papa, y también el P. Cantalamessa. Pero hablando en este
sentido, es el Espíritu de una manera prominente, porque la Iglesia es una
realidad al mismo tiempo visible e invisible.

Por lo cual no tiene sentido la distinción entre una iglesia carismática y una
iglesia institucional o sacramental. Sólo hay una Iglesia, con un aspecto
visible y un aspecto invisible, lo mismo que Cristo y el Espíritu son uno en la
misma misión.

Es la presencia mística de Cristo en la unidad del Espíritu. Cristo está en el


cielo. Es una acción a través de la vida sacramental. Es El quien nos bautiza:
es El quien se nos ofrece en la Eucaristía, es El quien nos absuelve de nuestros
pecados. Esta es la presencia mística de Cristo que en unidad con el Espíritu y
a través del Espíritu obra hoy. No debéis hacer nunca tal separación. Es la
misma realidad.

La Iglesia es una realidad carismática y al mismo tiempo una encarnación.


Una realidad sacramental. Hay que recalcar la unidad de todo esto porque aquí
estamos en la realidad de la fe.

A partir de esto tenemos razones para decir que la expresión "renovación


carismática" es demasiado estrecha. El P. Congar, que está a favor de la
Renovación, dijo: "No puedo aceptar que yo no sea un cristiano carismático,
ya que todo cristiano es carismático, pues ha sido ungido por el Espíritu".

El Papa, ¿es carismático? Por supuesto, porque es el Papa. Cuando decimos


"Santo Padre", digo: "eres ungido, ungido como Obispo de Roma que está al
cuidado de la parte visible de la Iglesia, de la unidad de la Iglesia". No digo:
"tú eres santo", sino: "estás ungido".

Por tanto cuando hacemos la división: este es el lado carismático y aquel es el


lado institucional, estamos perdidos desde el principio. Se crea una situación
difícil, como cuando la Madre Teresa de Calcuta dijo que ella no era de la
Renovación Carismática. ¿No es una persona carismática? Veis, por
consiguiente, la dificultad de esta palabra.

Renovación Pentecostal Católica

Por esto y por otras muchas razones, creo que la mejor forma de hablar sería
decir: "Renovación Pentecostal Católica”.

La objeción reside en que "Pentecostal" y "Pentecostalismo" están muy cerca


el uno del otro.

Es cierto. Pero el Vaticano II fue una renovación Pentecostal y tal fue el


significado al pedir el Papa Juan XXIII oraciones para que cayera sobre la
Iglesia de Cristo un nuevo Pentecostés. Fue en el Vaticano II donde la gracia
de la Renovación Pentecostal se derramó sobre 3.000 Obispos. Aquello fue la
gracia Pentecostal ofrecida a la Iglesia.

Pero, si me preguntáis: ¿asumió cada uno de los Obispos todo lo que se le


ofreció a la Iglesia y se acogió esta gracia? Tengo que decir que no. Sin
embargo, la gracia Pentecostal tocó muchos aspectos de la Iglesia: hubo
renovación en la Liturgia, renovación en el ecumenismo, renovación en la
vida sacramental. Así que tocó diferentes aspectos de la Iglesia, no todos, pero
sí aspectos importantes de la Iglesia.

Veo la Renovación Carismática en esta continuidad de la ejecución del


Vaticano II que realiza ahora -la renovación católica a nivel del Pueblo de
Dios traduciendo el impulso y la animación del Espíritu, en santificación de la
Iglesia por el Espíritu.

Esto es lo que a todos nos interesa. Y, para expresarlo en pocas palabras, no se


debería decir: ¿estáis en la Renovación? Sino: ¿está la Renovación en
vosotros? Eso es lo importante.
No hace mucho que tuve una conversación con un benedictino y un jesuita,
que están en la Renovación, y les pregunté:

"Bien, padre, usted es benedictino, ¿qué le ha dado la Renovación?" Me


respondió: "un sentido más profundo de la Liturgia; descubrí con más claridad
lo que significa la Liturgia para todo el pueblo cristiano". Luego me dirigí al
jesuita y le pregunté: "Y a usted, padre, ¿qué le ha dado la Renovación?" Me
respondió: "un mejor entendimiento del carisma de Ignacio.

Así es. Creo que hay que esperar que el Espíritu vivifique y anime todo lo que
del Espíritu hay en la Iglesia y en vosotros.

Pero si me decís que la Renovación es un buen movimiento, y esto lo oigo con


frecuencia, os diré: Sí, también son un buen movimiento los Focolaris, por
ejemplo, y tenemos unos 20 movimientos buenos en la Iglesia. Sin embargo,
no hablo de esto, sino de algo más profundo.

Se necesita una organización, porque siempre, hay algo que organizar, un


congreso como este debe ser organizado, y esto sólo es necesario para fines
prácticos. Pero la Renovación debe estar abierta a todo el mundo. Este es el
punto principal. No podríais estar en un movimiento y en otro al mismo
tiempo. Al menos sería difícil. Pienso que no se puede ser jesuita y dominico
al mismo tiempo. Pero se puede ser jesuita carismático y dominico
carismático porque no estamos en aquel tipo de subdivisión que significa
separación.

Sueño número 2: estar enraizados en la vida


sacramental de la Iglesia.
Mi sueño número 2 es exactamente el mismo que expresó el Santo Padre esta
mañana cuando recibió al grupo. Lo admirable es que el Papa ha dicho ahora
exactamente lo mismo que dijo hace dos años y que dijo Pablo VI en 1975
cuando abrió las puertas de S. Pedro a la Renovación Carismática.

Siempre es el mismo tipo de Palabra de Dios que se nos dice a través del
Santo Padre, la Palabra que debemos escuchar de la Iglesia Católica. Y lo que
dice ante todo es esto: permaneced enraizados en la vida sacramental de la
Iglesia.

1.- Vida sacramental

Estar enraizados en la vida sacramental de la Iglesia: cristológicamente


presupone la fe en esta realidad sacramental. La Iglesia no es meramente algo
establecido, ni solo una institución.
La realidad es que Jesús sigue su vida de una forma sacramental, y que El es
Sacramento del Padre. -"El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14, 9) -
Sacramento del Padre en forma única, lleno de la vida trinitaria. Pero es más
que un símbolo. Es un sacramento que contiene también la realidad. Tal es el
misterio, de Jesús, Sacramento del Padre.

Pero Jesús creó a través del Espíritu y en el Espíritu un Pentecostés. Por eso
nosotros estamos en el centro de Pentecostés, nacimos en Pentecostés, y así
tenemos que regresar al día en que nacimos. Si nacimos el día de Pentecostés,
es allí donde tenemos que encontrarlo, siendo la Iglesia el Sacramento de la
presencia sacramental de Jesús. No ya de la presencia histórica, sino de la
presencia sacramental.

Es importante comprender esto: cuando Jesús vino, hizo históricamente tal o


cual cosa, estuvo visiblemente presente. Ahora actúa a través de las vías
sacramentales, aunque, desde luego, no excluye otros medios y fuera de la
Iglesia también sopla el Espíritu. Pero este es otro problema.

La realidad es, así lo pensamos, que todo se debe a la presencia sacramental


de Jesús, y lo mismo que Jesús es el Sacramento del Padre, de forma
semejante la Iglesia es el Sacramento de Jesús. Él es quien nos bautizó, Él es
quien nos absuelve, Él es quien nos confirmó, y El quien creó el lazo de
unidad entre marido y mujer, y quien me ungió a mí como sacerdote. Él es
quien nos invita a la mesa de la Eucaristía.

Cuando el Papa nos dice que estemos enraizados en la vida sacramental de la


Iglesia, recalca dos sacramentos: el bautismo y la penitencia. Nosotros sólo
acentuamos el bautismo, la confirmación y la eucaristía, pero se puede seguir
en todos los demás aspectos. El día en que la Renovación sea plena y haya
llegado a su meta, toda la vida sacramental de la Iglesia será renovada en este
mismo sentido, con nuevo impulso y nueva vida.

2.- El Bautismo: Pascua y Pentecostés

Para empezar con el bautismo, todos fuimos bautizados en Jesucristo ya desde


el principio cuando éramos niños, y por esto no aceptamos la interpretación
del bautismo en el Espíritu que dan los Pentecostales, o al menos algunos de
ellos.

Tuve que reaccionar al principio cuando oía decir a algunos carismáticos:


"Hace dos años que soy cristiano". - "¿Hace dos años que fuiste bautizado?". -
"Oh, sí, estoy bautizado, pero... ".
¿No crees en la realidad sacramental, que Jesús te bautizó en la Iglesia cuando
eras niño, sin que tú te dieras cuenta, pero siendo unido a Él con toda la
riqueza del Señor? El hecho de que lo recibieras inconscientemente no quiere
decir que no lo hayas recibido. Está ahí y algún día lo descubrirás.

Por esta razón la Iglesia empezó con la tradición de bautizar a los niños, sin
esperar a que sean adultos, sino desde el principio, porque la historia del
Señor con nosotros es una historia de amor. Él tomó la iniciativa porque nos
amó primero, sin esperar a que nosotros decidiéramos seguirle. Él nos tomó en
la unidad con El desde el principio lo mismo que una madre toma a su niño
recién nacido, sin esperar a que le diga "qué bella eres, mamá". Desde los
inicios nos tomó así, y por esta razón el Derecho Canónico y distintas
Conferencias Episcopales insisten en que se debe administrar el Bautismo en
la Iglesia a los niños que acaban de nacer, tan pronto como la madre pueda
asistir. Es una buena idea.

Por tanto, si creemos que estamos arraigados en la realidad sacramental, hay


que bautizar cuanto antes, lo contrario sería una falta de fe. Es la lógica de
nuestra fe: desde el principio.

En contra de este sentir hay una tendencia entre cristianos de hoy por la que se
dice: "Vamos a esperar, no queremos imponer nuestras opiniones al niño,
hasta que tenga 18 o 20 años y tome entonces su propia decisión". Pero no se
espera para cosas importantes hasta que el niño esté de acuerdo. El niño
también puede decir: "yo no os pedí que me trajerais al mundo". Decidisteis
cosas que hay que hacer desde el momento en que el amor estaba ahí.

Pero, ¿cómo puede un joven a los 20 años tomar una decisión sobre su
cristianismo, si su familia nunca le permitió tocar el cristianismo, porque tenía
que vivir en libertad? No podrá tomar una opción por el cristianismo si no ha
visto antes cómo su padre y su madre viven ese cristianismo. Y si no ha orado,
no tiene experiencia, y ¿cómo podrá experimentar todo lo que esto es? Llegará
un día, día muy importante, en el que él deberá reconfirmar su bautismo, que
ya estaba ahí en él.

Cuando hablo de bautismo y confirmación tengo que establecer un nexo entre


ellos. Están, además, tan unidos que nos hallamos en el centro de la
Renovación. ¿Qué es la Renovación? Es tomar una nueva conciencia de la
confirmación, una nueva conciencia de lo que pasó en Pentecostés. Hay un
libro que se titula "Nuestro Pentecostés Personal". Bien, eso es la
confirmación: la renovación de Pentecostés.

Y ¿qué es el Bautismo? Es la fiesta de la Pascua. Pascua y Pentecostés son


uno, no podemos disociarlos, porque a través de Bautismo entramos en la
muerte y Resurrección de Jesús de forma que estamos abiertos para poder
recibir el Espíritu Santo al ser bautizados en el nombre del Padre y del
Espíritu Santo. Esta es la realidad central de la vida cristiana: no otra cosa,
sino Pascua y Pentecostés en continuidad.

3.- La Confirmación: reafirmar el Bautismo

Es importante que en las generaciones futuras se ponga cada vez más el


acento en la apertura a la reconfirmación.

No me gusta mucho la palabra, ni quiero decir que la confirmación no haya


sido una realidad sacramental previa. Pero hoy se necesita asumir la
confirmación y la decisión de reafirmar y tomar personalmente todo lo que
sucedió cuando uno fue bautizado de niño y recibió después en la
confirmación. Vemos en muchos países, y hablo principalmente de los países
que conozco en Europa, cómo hay cada vez más jóvenes que ya no desean ser
cristianos porque lo fueran sus padres. Esto es una tragedia y hemos de darles
una nueva oportunidad.

En la Renovación hay una introducción a las Siete semanas. Es una especie de


catequesis, un nuevo kerigma o anuncio: "¿Me aceptas como tu Señor y
Salvador? ¿Aceptas entrar de nuevo en el misterio de Pentecostés a través de
la conversión, entrar en la Muerte y Resurrección de Jesús? ¿Estás abierto a
recibir y conocer plenamente todo lo que el Espíritu quiere hacer en ti?".

Hemos de avanzar en este sentido, seamos carismáticos o no lo seamos. En


todas partes yo subrayo que necesitamos un momento en la vida de los
jóvenes para llevarlos a Cristo, como si nunca hubieran escuchado antes
hablar de Él. Deben tomar una decisión personal, con una experiencia
personal en la familia. Pero de no existir esta experiencia, debemos
ofrecérsela, anunciarla y evangelizarla, lo mismo que en los primeros tiempos
de la Iglesia. Esto es para mí la gracia maravillosa de la Renovación.

He conocido a tantos que han encontrado de verdad a Jesús y es emocionante


oírles hablar. Pasé una tarde con jóvenes de 20 a 25 años que viven en
Bruselas, aunque son de Estados Unidos, y les pregunté cuál era su historia
personal. La historia es siempre la misma: a los 17 o 18 años dejaron la Iglesia
por falta de interés. Después todos decían lo mismo: "Encontré al Señor
Jesús".

¿Qué le dices a Jesús? Has de encontrarte con El en el sendero de tu vida. En


la encrucijada se te hará esta pregunta.

Un estudiante me dijo: "No, no me encontré con Jesús, fue Jesús el que se


encontró conmigo y esto cambió mi vida".
Si la Renovación tiene esta capacidad de suscitar una plena conciencia o
descubrimiento: "Dios, ¿quién eres para mí?", creo que ya esto es importante.

Yo tengo 80 años, y tengo que decir también: "Señor ¿quién eres? ¿Qué me
dices que soy? Te doy gracias, Señor, porque desde el principio Tú eres mi
pasado y durante todo mi pasado he sido guiado por ti. No siempre lo he visto,
pero lo sé ahora".

Lo mismo que cuando abrís un libro, se encuentran todas las páginas impresas
y, de vez en cuando, dentro del texto hay filigranas, un dibujo, así también de
dos formas puede ser mi historia: desde fuera, como la parte externa del libro,
o desde dentro. "¡Señor!, Tú estabas allí, en aquella reunión, en aquel
encuentro, cuando conocí a mi mujer, en tal o cual oportunidad... Señor, me
has pedido que viniera y he dicho que sí. He leído tal o cual libro, esta o
aquella llamada telefónica, y he dicho que sí. Gracias por el pasado, por cada
momento del pasado."

"Señor, Tú eres mi presente, ¿cuál es la razón para que yo siga aquí en la


tierra? ¿Qué tengo que hacer yo en este mundo? No hay otra razón más que
Tú. Aquellos tres estuvieron en el Vaticano II y aquellos otros ya están en el
cielo, así supongo, pero ya no están aquí. Y ¿por qué sigo yo todavía vivo?
Simplemente para ser testigo de que Tú eres el Dios viviente y que tratas de
hacer vivir a los cristianos y de mantenerlos unidos. Tú Eres la plenitud de mi
vida diaria, Señor, y Tú eres el futuro, el mañana, el pasado mañana. Tú eres
la eternidad, el regocijo para siempre. Esto es lo que Tú eres."

Si cada uno de nuestra generación con fe puede proclamar esto y decir: "Al fin
me he encontrado con el Señor, y este es un testigo", será un día importante
para la Renovación.

4.- La Eucaristía: una prioridad de la vida espiritual

Renovación del Bautismo, renovación de la confirmación, y renovación de la


Eucaristía.

El Papa nos ha dicho: estad enraizados en la vida sacramental de la Iglesia, lo


cual significa: estad enraizados en vuestro bautismo sacramental, en vuestra
confirmación, y estad enraizados en la Eucaristía.

Esta es la piedra de toque: enraizados en la Eucaristía.

La Eucaristía se hace en la Iglesia y la Iglesia se hace en la Eucaristía. En cada


sacramento hay una conversión en dependencia de una reconversión de la
Eucaristía.
¡El misterio de la Eucaristía! Si algún día tenéis oportunidad, leed el bello
libro del P. Cantalamessa sobre "la Eucaristía de la Santificación", el cual
merece la pena y es digno de ser traducido a otras lenguas. Veréis que esto es
la Eucaristía: Jesús que nos invita a su mesa, y Jesús que nos dice: "Si no
coméis mi Cuerpo y no bebéis mi Sangre, no tenéis vida en vosotros."

En la realidad sacramental que hay detrás de estas palabras está el misterio de


la Eucaristía. Aquí es donde se debe alimentar la Iglesia y donde hay que
sentirla, y la Renovación Carismática será fuerte o débil según la importancia
que conceda a la Eucaristía. Este es el test del futuro: si redescubrimos en
profundidad el significado sacramental de la Eucaristía.

Pero si no vamos al corazón de la Iglesia, si nos perdemos este encuentro, que


al menos ha de ser cada domingo, y esto es el mínimo, -de no ser posible
hacerla cada día, por las muchas ocupaciones, lo cual seria un sueño porque
estoy soñando, se puede leer el Evangelio del día y el encuentro se da cada
mañana cuando abro mi libro y leo la palabra de Dios para mí en este día, y no
sólo para mi sino para todos los cristianos del mundo, y entonces la Madre
Iglesia nos dice: "Por favor meditad esto, hijos míos, este es el alimento que
yo os ofrezco, mi Palabra de Dios para vosotros, mi palabra de profecía para
vosotros" --si no recibimos la Eucaristía, nos quedaremos anémicos, no
tendremos vida plena.

Ahí está la prioridad, lo cual no excluye que leamos la Biblia en otras


circunstancias, pero ésta es la prioridad: el Señor me habla hoy a mí con esta
parte de la Eucaristía, y después de esto, entro en el misterio, y Jesús me dice:
"Deseo alimentarte, yo, personalmente. Ardientemente he deseado celebrar
esta fiesta de Pascua contigo”.

Y no tiene importancia el que lo sintamos. Los sentimientos no son el criterio


de la realidad. Se puede sentir o no sentir. Pero esto no es esencial. El Señor
está allí y su luz me penetra. Lo mismo que el enfermo va al hospital para
recibir radiaciones en sus pulmones y no siente nada, pero la realidad está ahí:
es la palabra del Señor en el misterio de su encarnación.

Sueño número 3: Estar enraizados en la vida local de la


Iglesia
Creo que no hemos entendido perfectamente el mensaje del Vaticano II en lo
que se refiere al fuerte acento que puso en el aspecto de las iglesias plurales en
unidad con la Iglesia central de Roma. La Iglesia es una realidad universal,
pero al mismo tiempo está compuesta de iglesias locales. Es una comunidad
de comunidades.
La comunidad estructurada con Jesús es una comunidad estructurada con los
sucesores de los Apóstoles, los Obispos. La Iglesia se da plenamente en cada
iglesia local, con tal que esté en comunión con los demás Obispos, y de
acuerdo con la Iglesia de Roma que tiene un papel especial.

Antes del Concilio, cuando yo iba por las parroquias, siempre había quien me
decía: "nos sentimos felices de recibirle como representante del Santo Padre",
y yo tenía que responder: "el representante del Santo Padre es el Nuncio, yo
no represento al Papa... ".

El Obispo no representa al Papa. Este es el error. Representa a Cristo. Una vez


que se ha comprendido esto, cambia la forma de ver las cosas.

Es muy bonito venir a Roma, pero no es necesario venir a Roma para escuchar
que debemos estar enraizados en las iglesias locales. Este es el mensaje del
Papa.

El Papa es ahora constantemente visto a través de la televisión. Es un hombre


admirable, y la televisión no se interesa por los Obispos, se interesa por el
Papa. Pero ¿qué es lo que hace el Papa cuando hace todo lo que está
haciendo? Trabaja y viaja por todo el mundo, haciendo cosas maravillosas: es
continuar la misión encomendada a Pedro, cuando el Señor le dijo: "Y tú, una
vez convertido, confirma a tus hermanos" (Le 22, 32).

El Papa viaja a todas partes para confirmar lo que los Obispos piden, dicen,
piensan y hacen en común, cuando hay Conferencias Episcopales, y también a
los Obispos locales, encargados en nombre de Jesús, a los cuales el Papa ha
nombrado dándoles jurisdicción.

Si se cree en la realidad sacramental de la Iglesia, el episcopado es parte de


ese Sacramento del que es sujeto el Obispo y también el presbítero y el
diácono. Esta es una realidad sacramental, y, en cambio, no lo es el papado.
Quizá pueda gustar esto a los pentecostales, éste no es un sacramento.

El Papa es el Obispo de Roma. El episcopado, la ordenación, es lo que


representa a Jesucristo. La función del Papa es coordinar, unificar, y esto es
otro aspecto de lo que hace el Papa, siendo Obispo de Roma, y por tanto
encargado de la unidad, porque alguien debe mantener esta unidad o
comunión de la Iglesia.

La institución de los apóstoles sigue hoy en los Obispos, aunque en otra


forma, en el sentido en que los Obispos continúan un aspecto de los
Apóstoles, pues no son testigos de la vida terrena de Cristo.
Por tanto debéis estar enraizados en la vida local de la Iglesia, lo cual significa
que habéis de estar muy en contacto con el Obispo local para llevar a cabo el
desarrollo de la Renovación en armonía con él. A veces será difícil, porque el
Obispo puede hacer objeciones al oír atentamente, otras veces porque no
estará informado, pero en última instancia es él quien debe tomar la decisión,
y esto es muy importante para que no tengamos simplemente grupos de
oración que empiezan y desaparecen.

El objetivo de la Renovación es que se renueven los árboles del bosque, y los


árboles del bosque son las parroquias, pequeñas o grandes. Pero los hongos no
son el bosque, y lo esencial es entrar en la vida cotidiana de la parroquia,
¿cómo?, este es el problema, y entrar así en la vida de la diócesis.

Por lo tanto, cuando empiezan las comunidades, desde un primer momento


debe haber un diálogo, para que el Obispo pueda pastorear y dar la enseñanza
adecuada, viendo cómo van evolucionando las cosas. Necesitó muchos años la
Iglesia para elaborar las normas por las que deben funcionar las comunidades
religiosas, como cuál es el derecho de cada uno de sus miembros, cómo se ha
de dividir la autoridad, etc.

Hay una gran sabiduría en este desarrollo de las comunidades en el aspecto


espiritual, y se ha visto necesario que haya cierta separación y no una mezcla
de unos y otros, y que haya un tiempo para el trabajo y para todo lo que
necesite cada uno. Todo debe estar previsto desde el primer momento.

Ahora tenemos el nuevo Derecho Canónico en el que no todo está precisado,


porque es un nuevo fenómeno, pero es por donde hay que empezar en algún
momento, y en las primeras etapas hay que ir a hablar con el Obispo y ver qué
considera oportuno que debáis hacer en este contexto.

Sueño número 4: Estar enraizados en la fe apostólica


de la Iglesia.
Cuando digo el Credo, digo que creo en la Iglesia que es una, santa, católica y
apostólica.

Apostólica: ¿qué significa esto? Esto quiere decir que nuestra fe tiene raíces
en la fe de los Apóstoles, lo cual significa que nos hallamos muy cerca de la
Revelación, pues cuando murió el último de los Apóstoles terminó la
revelación y ya no habrá revelaciones garantizadas por el Señor.

Por tanto, mi fe católica tiene raíces en la fe apostólica de la Iglesia, en la


Revelación pública de Jesucristo, tal como se nos ha transmitido por vía de los
Apóstoles y después por sus sucesores. Esta es mi fe y esto es lo único que se
nos pide para ser católicos: creer lo que la Revelación apostólica nos dice.

Si esta es nuestra fe, nadie está obligado a tener fe en otras cosas. Las
revelaciones privadas no son parte de nuestra fe. Se puede ser muy católico y
no creer en las revelaciones privadas. Esto no forma parte de la fe.

Pueden darse ciertas circunstancias en las que sea imprudente no creer,


especialmente en la vida de los santos, algo a lo que el santo está obligado a
creer, sobre todo, si se lo pide el Señor. Pero esto le afecta solamente a él, y
nadie más está obligado a creerlo.

Mi fe es la fe de los Apóstoles. Así que tenemos que hacer una distinción muy
clara: las revelaciones privadas no forman parte de la fe cristiana, y no sólo las
revelaciones, sino también las apariciones, las visiones, y todo eso.

Tened mucho cuidado, os lo pido encarecidamente, porque hay un peligro


para la Renovación de dar importancia a cosas que no son de autenticidad
católica.

Incluso antes de creer en alguna aparición, sepan ustedes que hay actualmente
unas ciento cincuenta apariciones en diferentes países del mundo, y de cada
una de ellas refieren que nuestra Señora dice tales o cuales cosas, que luego
resulta que ?son distintas unas de otras, por lo que no pueden ser todas
verdaderas.

Por tanto, ¿qué hemos de hacer? Creo que debemos estar enraizados en la fe
apostólica, la cual se encuentra en el Obispo del lugar. Esto es lo importante.
"¿Ha dicho ya sí o no respecto a su posibilidad?". No siempre será necesario
que haga una declaración sobre la autenticidad.

Pero esta es la clave: mientras el obispo encargado de una diócesis no hable, o


esté dudoso, o ponga objeciones, yo, como católico, no puedo decir que tengo
que obedecer a María en vez de al Obispo. Lo que la Señora dice es: escucha
al Obispo, escucha al Santo Padre.

La fe de la Iglesia no se basa en apariciones, sino sobre la fe de los apóstoles.

No podéis usar el argumento que fácilmente se maneja en todas partes


respecto a las apariciones: que si los frutos son buenos, el árbol es bueno. Es
un argumento delicado. Cierto que en la vida normal de cada día decimos que
si el fruto es bueno, el árbol es bueno, pero esto es en el orden físico. Si
hablamos sobre el orden moral, las cosas son mucho más complejas, pues algo
puede resultar bueno en un aspecto y malo en otro aspecto, o dudoso en otro
aspecto, o puede ser pura coincidencia. Es muy delicado usar este argumento.
En mi libro "Renovación y poder de las tinieblas" he dicho que no porque algo
que hacemos tenga éxito debemos deducir un argumento a su favor. Hay cosas
que pueden resultar de la nada. Lo que escribí quizá sea útil para ustedes que
van a vivir en el año 2.000.

Ya saben que cuando se aproximaba el año 1.000 cundió un gran miedo


porque se creía que el mundo iba a terminar en aquella fecha. Todos los libros
de historia hablan del gran miedo ante el año 1.000. Yo no soy profeta, pero,
hablando entre nosotros, yo profetizo que van a escuchar muchas cosas
también al acercarse el año 2.000. No teman, porque nadie sabe cuándo va a
ser el fin del mundo; es mucho lo que ha de venir y mucho lo que tiene que
ocurrir antes de esto.

En aquel entonces hubo grandes conversiones por todo el mundo. S. Vicente


Ferrer predicó incesantemente por todas partes para preparar a la gente ante
aquel momento, y era maravilloso ver el número de conversiones que se
daban, pero sin fundamento. Lo cual significa que se pueden tener buenas
razones a partir de algo que no tiene fundamento alguno. Pienso que el Señor
no se siente molesto si nos equivocamos en nuestras oraciones, porque no se
fija en si nos equivocamos, sino que escucha nuestras oraciones, que es lo más
importante.

Este es un punto a recalcar cuando decimos que hemos de tener raíces en la fe


apostólica de la Iglesia.

Si me preguntan qué voy a hacer durante el resto de mi vida, les diré que voy
a seguir escribiendo algún librito, cuyo título puede ser "El Descanso en el
Espíritu, o el fenómeno de caerse, y la Renovación", para decir a la gente que
sea muy precavida en todo esto, que se tenga mucho cuidado.

Y si quieren saber más sobre estas cosas, podemos preguntar a mi amigo Du


Plessis que ha dicho: "Católicos, por favor, no cometáis los errores que
nosotros hicimos en el pasado."

Es todo lo que tengo que decir a este respecto. Procedamos con mucho
cuidado, y no andemos hablando de milagros, ni de maravillosas gracias...
Posiblemente se den buenos frutos en algunos casos, sin embargo este es otro
fenómeno, que de vez en cuando en un contexto médico, como por ejemplo la
hipnosis, puede tener un efecto bueno, pero no lo miren como milagro, ni
pierdan la Renovación Carismática en tales cosas.

Deben recalcar otras cosas mucho más importantes en el corazón de la Iglesia


antes que insistir en estas cosas.
Lo mismo se diga respecto a la interpretación de algunos dones. Hay otros
puntos neurálgicos que se han de tener en cuenta. No se entiende fácilmente lo
que se quiere significar cuando hablamos de profecía. Muchos creen que es
algo que anuncia el futuro, lo cual no es así.

Profecía quiere decir hablar algo bajo el impulso del Señor para uso de alguno
o de todos los que escuchan, lo cual es muy distinto de cuando hablamos
acerca de hechos futuros.

Igualmente en cuanto a la interpretación de lo que llamamos orar en lenguas.


El otro día, en la televisión belga, hubo un espectáculo de personas que
cantaban y los científicos que discutían esto. Fue un desastre, porque se
convertía este don de lenguas en una especie de milagro.

Nosotros no aceptamos esta explicación. Es un fenómeno natural


supernaturalizado. Para orar en lenguas sólo tenemos que abrir la boca, eso es
todo. Y el orar en lenguas no es el don de lenguas; lo que le pasó a S. Pedro es
otra historia. Es una gracia de oración unida con la oración del Santo Espíritu
en mí. Este es su significado profundo.

Sueño número 5: Estar enraizados en la vida apostólica


de la Iglesia.
¿Qué quiere decir estar enraizados en la vida apostólica de la Iglesia?

Bien, para mí el futuro de la Renovación dependerá en gran medida de la


dimensión apostólica de sus grupos de oración y de sus comunidades.

Tenemos que entrar en la estancia superior de Jerusalén para renovar nuestro


Pentecostés, pero a continuación hemos de salir fuera para llevar al mundo la
Buena Nueva. Todos los cristianos están llamados a ser testigos de Cristo,
pero no todos están llamados a ser evangelistas en el sentido de dar enseñanza,
pues además de evangelizar hay que enseñar tal y cual cosa y este es otro
aspecto importante.

En un buen artículo de una revista americana leí cómo todos tenemos que ser
testigos, pero no todos tenemos que ser evangelistas, en el sentido de enseñar
teología y dar más formación.

Todos tenemos que ir a ser testigos de Cristo, diciendo nuestra experiencia del
Señor y todos escucharán. Si hacéis una exposición grande esto es solo para la
mente, pero si les decís sincera y llanamente lo que sabéis y lo que Cristo
significa para vosotros, os diré que nadie pondrá objeciones y que hay que ser
testigos de ello.
Creo que si los grupos de oración se limitan a orar juntos, centrándose en sí
mismos y sin abrirse para anunciar el mensaje al mundo, desaparecerán. No
salvaréis vuestra alma, si no perdéis vuestra alma. No hay otra salida.

Es muy importante que nos reunamos para orar y compartir nuestra vida
cristiana. Mi sueño sería ver en las parroquias muchas y muchas células de
personas que oran juntos, compartiendo la vida cristiana, y que se reúnen el
domingo, o, por lo menos, unas veces al mes para orar con todas las
comunidades que haya en la parroquia.

Este debería ser el modo de orar traducido en acción espiritual y en acción


social. Esta es la razón por la que escribí el libro con mi buen amigo Helder
Camara, para decir que si somos lógicos con la oración hay que traducirla en
apostolado, y él, a su vez, dice que si queremos tener raíces en el apostolado
cristiano hemos de tener raíces en la oración. Esa es la unidad que hay entre
nosotros dos y esto es lo que decimos.

Tenemos que descubrir medios para llevar el Evangelio donde se necesite y


debemos pensar y planificar la forma de llevarlo a cabo. A veces tomamos
iniciativas muy buenas pero que quizá no tienen la necesaria continuidad.

Una de las experiencias de apostolado aquí en Roma, creada por un grupo de


seminaristas, consiste en ir a cantar los viernes por la noche a la plaza Navona,
que es un lugar no muy bueno en Roma. Llevan un icono de la Virgen para
demostrar al mismo tiempo que no son Testigos de Jehová, y entran en
contacto con la gente en una interacción evangelizadora. Es una forma
maravillosa de testimoniar.

Alguien le habló de esto al Santo Padre y él respondió: "Bien, no os


sorprendáis si una noche me halláis a mí también en la plaza Navona" .

Y siguiendo soñando sueños, mi sueño es que los grupos de oración deben


encontrar su vida apostólica en la continuidad de lo que hacen, y así les
esperan bellos días en el futuro. Pero si se marcha por caminos accidentados,
no podrán sobrevivir para poder entrar en el corazón de la Iglesia.

El P. Cantalamessa dijo: "Debemos regresar a donde empezamos". Como dice


el poeta Eliot, "No vamos a cesar de explorar, y el final de toda exploración
será llegar a donde hemos comenzado y ver el lugar por primera vez".

Tenemos que regresar a donde hemos empezado y abrir el libro de los Hechos
de los Apóstoles para recibir la primera descripción del lugar de donde
salimos.
Creo que esto es lo que nos ha dicho el Papa. Y todo lo que nosotros podemos
decir y hacer ha de estar en continuidad con esto, y hemos de ir donde
empezaron los cristianos.

Los Hechos de los Apóstoles dicen que se reunían constantemente para


escuchar la enseñanza de los Apóstoles, y esto significa la Iglesia apostólica,
lo que nos dicen Pedro y Pablo. Se reunían también para compartir la vida en
común, para partir el pan y para orar.

Y si encontramos tribulación, sepamos que la Iglesia padece en diferentes


países tribulación por las persecuciones en alguna parte, y tribulación por falta
de fe en otras partes, y que el poder de las tinieblas sigue vivo, esta es la
realidad.

Pero no nos sorprendamos si debemos hacer todo lo que se hace en un jardín.


En un jardín hay que sembrar buena semilla, y no nos preocupemos si no hay
primavera siempre para la Iglesia, pues ninguna estación existe por sí misma.
La primavera es para hacer preparar el verano, y el verano está para crear el
otoño y dar frutos, y después viene el invierno.

En la Iglesia siempre hay luz y tinieblas, siempre hay primavera e invierno.


Que la Renovación sea cada vez más profundamente primavera para ser cada
vez más verano, y para acabar cada vez más ?plenamente en el corazón de la
Iglesia.

¡Amén! ¡Aleluya!

La Palabra viva que hace


presente la realidad vivida
por Francis Martin

En el Encuentro para Dirigentes, que se celebró en Alcobendas del 1 al 4 de


julio, el P. Francis Martin, de la Comunidad "Mother of God" (Madre de
Dios) de Washington, pronunció tres charlas sobre la Palabra Viva.
Presentamos a continuación la charla segunda.

La palabra que hace presentes las realidades divinas es la unción del Espíritu
Santo. Esta unción obra de dos maneras: primero preparando a las personas y
después otorgando la Palabra.
Podemos dar otros nombres a la Palabra: es una unción, es la presencia del
Hijo de Dios en nosotros.

Para nosotros resulta difícil comprender. El Nuevo Testamento habla mucho


de la Palabra y nosotros no tenemos experiencia de ella, ni conocemos su
poder. La palabra humana puede dar una descripción de las cosas, pero la
Palabra divina hace presente la realidad de lo que describe. Por eso nuestra fe
no termina en sus formulaciones, sino en Dios que revela.

San Pablo, hablando del Evangelio dice abiertamente: "No me avergüenzo del
Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree"
(Rm 1, 16). El Evangelio es la fuerza de Dios, porque, una vez que ha sido
predicado se hace presente la realidad salvífica de la Cruz y de la
Resurrección de Jesús y podemos quedar compenetrados por la personalidad
humana de Jesús y por la acción del Espíritu Santo.

En la Epístola de Santiago leemos: "Recibid con docilidad la Palabra


sembrada en vosotros que es capaz de salvar vuestras almas" (St 1, 21).

La Palabra tiene este poder.

También leemos en la primera Epístola de San Pedro: ?"Habéis purificado


vuestras almas obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros
sinceramente como hermanos. Amaos intensamente unos a otros, con corazón
puro, pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible, sino
incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente", y concluye
diciendo: "Esta es la Palabra: la Buena Nueva anunciada a vosotros" (l P 22-
23, 25).

Hemos nacido por la Palabra. Tenemos una vida por la Palabra, y esto es una
realidad existencial y actual.

La Palabra tiene el poder de cambiarnos.

La Palabra puede cambiamos y hacemos pasar de un estado a otro: es lo que


llamamos el principio del cambio.

En efecto, la vida cristiana no se puede mantener siempre en el mismo nivel,


pues si la vida es acción y movimiento, también lo es la vida cristiana. Y si la
vida cristiana es una vida nueva, es también una vida diferente, que debe
manifestarse en la personalidad humana por los cambios que produce: muerte
al pecado y nacimiento a la vida de Dios.

La vida cristiana no puede permanecer siempre en el mismo nivel. San Pablo


dice en la Epístola a los Romanos, hablando del hombre natural, que éste está
vendido al pecado (Rm 7, 14-23). Del cristiano no se puede decir que esté
vendido al pecado. El capítulo VII de la Epístola a los Romanos no es una
descripción de la vida cristiana normal, pues cuando Pablo dice: "no hago el
bien que deseo, sino el mal que detesto", podemos imaginar que, si ese es el
caso de Pablo, también es el nuestro. Pero aquí no se trata del caso de Pablo,
sino del hombre sin la gracia de Cristo. Si leemos las notas de la Biblias de
Jerusalén escritas por S. Lyonnet, veremos que todos los comentaristas, tanto
católicos como protestantes, están de acuerdo en que el yo de este capítulo no
es Pablo sino el hombre sin la gracia.

Por tanto el principio del cambio debe aplicarse a nuestra vida diaria. Si, por
ejemplo, me encuentro hoy con los mismos problemas que hace seis meses,
esto no es vida normal del cristiano, y así lo debemos entender en la práctica
del sacramento de la confesión cuando semana tras semana, y mes tras mes,
repetimos las mismas cosas.

La Palabra tiene el poder de cambiarnos, y así debe ser. Por eso el Nuevo
Testamento habla como habla.

Veamos otro pasaje en la Epístola 1ª de San Juan: "en cuanto a vosotros, estáis
ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis" (1 Jn 2, 20). La unción, es el
sentido del ungüento, no sólo es una acción sino también una cosa, y esta cosa
o realidad del ungüento es la Palabra ungida por la acción del Espíritu Santo.
En el versículo 27 añade: "y en cuanto a vosotros, la unción que de Él habéis
recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie ?os enseñe.

El poder, por consiguiente, de la Palabra consiste en la capacidad que tiene de


cambiarnos literalmente, y este es un cambio perceptible, de forma que
nosotros podemos apreciar nuestra vida transformada.

Evidentemente el momento del Bautismo en el Espíritu Santo es un momento


decisivo. Todos nosotros podemos ver cómo hemos cambiado. Como antes
nos hallábamos en un estado y ahora en otro. No conocíamos al Señor de la
forma que le conocemos ahora. Esto es una realidad perceptible.

También los pecados o hábitos pecaminosos de nuestra personalidad deben


desaparecer y nosotros hemos de tener autoridad sobre nuestra vida y no ser
esclavos de los impulsos emocionales, de los mentales y de todos los que hay
en nuestra personalidad. Debemos tener esta autoridad sobre nuestra vida. En
esto consiste la madurez cristiana.

No podemos llegar a este estado de autoridad sin la unción del Espíritu Santo,
la cual no es algo que se deba a las fuerzas o recursos humanos.

El poder de la Palabra está precisamente en dar vida nueva, y por esto San
Pedro, San Juan, Santiago y otros con la autoridad del Espíritu Santo hablan
en el Nuevo Testamento del hecho decisivo de que nosotros hemos nacido por
la Palabra.

Esto adquiere una gran importancia en nuestra vida personal y en la de


nuestros grupos de oración. La base de operaciones que el Espíritu Santo
utiliza en nosotros es la mente. Esta es de tan precioso valor que nosotros la
debemos aplicar diariamente a la verdad y a la realidad divina.

La alabanza reside en la mente y no es las emociones. Una alabanza


emocional puede durar cinco o diez minutos como máximo, pero la alabanza
que reside en la mente puede durar horas y al final toda la eternidad. Con la
mente apreciamos lo que Dios ha hecho por nosotros, quién es Jesús, cuál es
el poder del Espíritu Santo.

El hombre carnal vive de sus pensamientos y está encerrado en sí mismo.


Cuando este hombre es bautizado en el Espíritu Santo, el Espíritu abre su
mente y lo convierte en hombre nuevo, abierto, no cerrado, con recursos que
antes no tenía.

El bautismo del Espíritu Santo es una realidad nueva que penetra en la


personalidad humana por la mente. El espíritu del hombre está en el lugar de
su personalidad donde reside el Espíritu Santo, y desde este trono el Espíritu
Santo quiere dirigir toda la vida a través de la mente.

Podemos tener impulsos carismáticos buenos, pero en un estado en que se


encuentran tan mezclados con otros impulsos, que pueden ser manipulados
por fuerzas puramente humanas o más que humanas. Es un estado peligroso,
pues evidentemente el estado carnal no acaba del todo.

El bautismo en el Espíritu Santo

Si somos bautizados en el Espíritu Santo, ¿qué es este bautismo en el Espíritu?

Es una revelación otorgada por el Espíritu Santo al espíritu del hombre


creyente, comunicándole un conocimiento en la fe, un conocimiento seguro de
quién es Jesús, Hijo de Dios, Cabeza de su Iglesia, presente en la gloria del
Padre y presente en el corazón del creyente.

He aquí, pues, la palabra clave: una revelación comunicada por el Espíritu


Santo al espíritu del hombre, infundiéndole un conocimiento de fe seguro de
lo que es Jesús, Hijo de Dios, Señor en el sentido pleno de la palabra.

Cuando decimos "Jesús es Señor", decimos que Jesús es Yahvé. La Epístola a


los Filipenses dice: "toda lengua confiese que Cristo Jesús es SENOR" (Flp 2,
11): es la proclamación de la fe que salva. Él es el maestro de mi vida, sin
duda, pero es más todavía, es el Señor.

El Bautismo en el Espíritu Santo proporciona este conocimiento seguro en la


fe sobre Jesús, Hijo de Dios, Señor y Cabeza de su Cuerpo, presente en la
gloria del Padre y presente en el corazón del creyente. Este es el momento
decisivo de la vida. Idealmente se puede pasar en la vida cristiana al momento
del bautismo sacramental, pero para nosotros es imposible, porque todos
éramos muy niños cuando nos bautizaron y no pudimos entender.

En el bautismo pleno se dan tres elementos que no se ?encuentran en el


hombre carnal:

a) información, en el sentido cristiano, de que hay un Dios Padre, que Jesús es


su Hijo, el cual fue muerto por nuestros pecados y resucitado por el poder del
Padre, y ahora es la fuente del Espíritu Santo para todos los creyentes y
Cabeza de su Cuerpo.

Todo esto es información. En España y en todos los países que fueron


cristianos son muchos los que no tienen esta información básica y
fundamental.

b) Decisión a aceptar a Jesús como Señor, y Señor de mi vida.

c) Experiencia de cómo todo esto es verdad. La experiencia que, por ejemplo,


nos describe San Cipriano.

En nuestra vida, bautizados como estamos, es necesario pasar de este estado


carnal al estado espiritual por la gracia que siempre se ha encontrado en la
Iglesia y que ahora llamamos "Bautismo en el Espíritu Santo".
Frecuentemente es una experiencia que contiene en estado germinal la semilla
de estas realidades. Hay una dimensión emocional y una impresión espiritual.

Un principio teológico elaborado por Tertuliano dice: "Caro est cardo salutis":
la carne es la bisagra de la salvación. Un ejemplo de este principio es el
Bautismo en el Espíritu Santo, con la irrupción de los dones y esa capacidad
de ser consciente de la presencia del Señor como uno no lo era antes. Es el
primer aspecto de la doble bendición, pues en este estado se dan algunas veces
emociones fuertes, pero no sólo emociones sino también una impresión
espiritual, una capacidad de sentir la presencia del Señor.

Estoy hablando de una experiencia común y vosotros podréis recordar el


momento de esta gracia en vuestra vida con sus criterios: autoridad sobre la
vida, convicción del poder, majestad y realidad de Jesús. Es el momento de
pasar del estado carnal al estado espiritual, aunque este estado espiritual es
todavía poco maduro, es el del niño. Pero ahora al menos tenemos la
posibilidad de llevar una vida cristiana, estamos alegres y la presencia del
Espíritu Santo es perceptible en nuestra personalidad.

Por tanto, hay como dos aspectos de esta gracia clave, fundamento de toda la
Renovación Carismática, la cual no es un movimiento más, sino una gracia del
Señor para renovar toda la Iglesia, por lo que es también una gracia que
renueva la vida del Evangelio.

No solamente hay dones, a pesar de ser muy importantes en este estado


inicial. Los dones forman una parte de la revelación de la presencia del Señor,
y cuando usamos estos dones es siempre para los demás. Pero normalmente el
primer beneficiado es el sujeto que se encuentra en este estado, porque todos
los dones son una confirmación de la fe personal.

La lucha del cristiano

Después de esta gracia inicial viene la lucha verdadera entre esta vida nueva y
la vida del hombre viejo. Antes de llegar a este momento no se da una lucha
verdadera sino luchas falsas, muy bien descritas por S. Juan de la Cruz. Por
ejemplo, en el hombre cerrado puede existir lucha entre ambición y timidez u
orgullo y sensualidad. Hay cierta lucha y podemos aplicarle palabras
espirituales pero esto no es verdad. Es el hombre dominado por sus emociones
e impulsos carnales y son luchas falsas.

En el hombre abierto se da todo el principio de la vida nueva en estado


consciente que puede luchar contra el hombre viejo. Es una señal de la
presencia de esta vida nueva, que nos hace sentir convencidos de nuestro
estado pecaminoso.

La gran decepción para muchas personas en la Renovación Carismática está


en no saber entender la voluntad del Señor, en no aceptar esta lucha. Hemos
oído ya muchas cosas: arrepentimiento, lucha espiritual, etc. Pero seguimos
con la experiencia del estado carnal y de que no podemos salir de este estado,
con lo que se va reforzando el sentimiento de culpabilidad, y esto no es la vida
cristiana.

Hay que ayudar a los hermanos a entrar en esta vida nueva, a abrirse a la
acción del Espíritu Santo, y se verá claro por qué los santos han hablado como
han hablado.

Se puede escuchar a los jóvenes que nunca habían oído hablar de la lucha
contra los vicios. Espontáneamente empiezan a hablar así, porque en ellos se
da esa realidad. Es la señal primera y fundamental de la presencia del Espíritu
Santo en una personalidad humana que está convencida de su estado
pecaminoso.

Cuando hablamos de arrepentimiento no se trata de una cosa humana, sino de


una gracia. La clave de este arrepentimiento es el deseo fuerte e intenso de
cambiar, o mejor, de ser cambiado. Este deseo intenso de ser cambiado es
evidentemente una gracia y el fundamento del mismo cambio, que es
efectuado por el Señor.

Supongamos que no nos hallamos en estado de un deseo intenso de cambiar.


Podemos hallarnos en situaciones muy diversas, pero no importa. Con la
oración sincera admitamos que nos encontramos así y pidamos al Señor este
cambio, y El empezará aquí y ahora a cambiarnos de una cosa, y otra, y otra, y
finalmente nos veremos en estado de pleno cambio de todo vicio, de las cosas
a las que estemos apegados, alcohol, sexo, ambición, miedo.

Una vida transformada

Nuestra vida transformada es la señal principal de la Buena Nueva.

Una manera de predicar la Buena Noticia es decir al hermano: tú puedes vivir


de diferente manera, no tienes por qué ser dominado por esas cosas, por esos
vicios: ambición, miedo, cólera, envidia, y otras más. ¡No es necesario!

Y nos dirá: "¿Puedo? Tú me dices eso, pero ¿dónde puedo ver que eso es
verdad?"

"Yo lo que puedo decirte es lo que el Señor ha hecho por mí. Es la fuerza del
testimonio, no es algo abstracto, pues yo tengo una vida nueva que no tenía
hace un año o dos años; puedo ver los cambios de mi vida diaria, lo cual viene
del poder del Señor y esta es la Buena Nueva".

Por tanto empieza una lucha, y toda la lucha consiste en esto: en "permanecer
en la Verdad", según las palabras de S. Juan.

Veamos un ejemplo: si quiero viajar desde aquí hasta Bilbao, puedo ir


andando, es decir, usando sólo la fuerza que viene de mí mismo. Pero puedo ir
a caballo, y en este segundo caso todo mi esfuerzo consiste en mantenerme en
el caballo. Él pone el esfuerzo y yo estoy encima de él.

Eso es la vida cristiana. Yo tengo que hacer algo, pero no es el ir de Madrid a


Bilbao yo solo con mis propias fuerzas, sino el mantener en el caballo con la
fuerza del Espíritu Santo, y esto es difícil porque hay muchas zonas de mi
personalidad que no quieren. No quiero ir a la Cruz, a la Resurrección, a la
vida plena. Hay muchas áreas de mi personalidad que no quieren. Yo no
puedo superar estas zonas personalmente, pero puedo mantenerme con la
fuerza del Espíritu Santo, que es el poder de la Palabra.

Esta es verdaderamente la clave de toda renovación a lo largo de la historia de


la Iglesia. Si insistimos en el poder personal, no podemos hacer mucho. Con la
elocuencia humana podremos convencer a algunos por unos pocos días, no es
mucho. Si en lugar de esto ponemos a los otros en contacto directo con Cristo,
El puede cambiar toda la vida.

En mi comunidad tenemos como norma, respecto a los dirigentes pastorales


que siempre se encuentran cansados por exceso de trabajo y de celo,
considerar que esto es una mala señal, porque ellos no son Dios y el trabajo
del pastor consiste esencialmente en hacer entrar a los demás en contacto con
Cristo Jesús, el cual puede hacer todo sin cansarse. Con nuestras fuerzas
humanas mucho se puede hacer, pero no podemos convencer ni hacer cambiar
a los demás. Esto es también el principio del cambio aplicado a la vida
pastoral.

Actividad interior

Permanecer en la Palabra significa una actividad interior intensa, iniciada y


apoyada por el Espíritu Santo, por la cual la persona humana asimila e
interioriza la realidad del Hijo de Dios y su poder salvífico en todas las zonas
de su personalidad y de su ser.

La Palabra, el germen divino se convierte en una fuerza interior en el hombre


abierto, por cuya acción el alma cesa de estar de acuerdo o en armonía con el
pecado, y cuando se deja guiar por ella, por el dinamismo que hay en ella, el
alma se vuelve verdaderamente incapaz de escoger el mal. Es la enseñanza y
doctrina de la 1ª Epístola de S. Juan, capítulo 3, versículo 6 a19

Este poder de la Palabra para cambiar nuestra vida y permanecer en la Palabra


es eso, una actividad interior e intensa iniciada y apoyada por el Espíritu
Santo. Nosotros debemos cooperar, consentir, en el sentido de "sentir con", y
evidentemente hay una gran parte de nuestra personalidad que ni quiere hacer
esto.

Sí, por ejemplo, el Señor me hace ver mi ambición, me encuentro ante dos
posibilidades: obrar de esta manera o de aquella otra, y veo claro hacia dónde
me mueve la Palabra del Señor, pero estoy tan apegado a esta manera, que es
mucho más agradable a mi egoísmo, y no hago lo otro. Me cuesta mucho
romper. Es el ascetismo cristiano: debo hacer las cosas para asegurar que no
voy en esta dirección, pero el poder de cambiar no viene de mi, sino de la
fuerza de la Palabra que me conduce en esta otra dirección.
Una vez yo consiento a este impulso del Espíritu Santo llegaré aquí, no por mi
fuerza, sino por la Palabra del Señor.

El hecho de hallarme aquí es todo obra del Señor, y esto es un experiencia


diaria, es la base de lo que llamamos arrepentimiento.

Con este movimiento viene una iluminación interior que nos capacita para
darnos cuenta de la situación humana verdadera. Nosotros somos incapaces de
hacer nada para la salvación. Tal es la doctrina tradicional de la Iglesia. Basta
leer los capítulos de Concilio Tridentino sobre la justificación del hombre. En
medio de la lucha entre católicos y protestantes la Iglesia ha proclamado el
hecho de que el hombre con sólo sus fuerzas y recursos humanos no puede
salvarse. Lo único que podemos hacer con nuestras fuerzas humanas es
conseguir nuestra muerte infernal y eterna.

Es un hecho, no una cosa imaginaria, que cuando vemos esto lo vemos no con
nuestra mentalidad humana, porque con ella no queremos verlo ni podemos,
sino con la revelación otorgada por el Espíritu Santo. Tal es la situación
humana, y así entendemos que las cartas de S. Pablo no son meras
exhortaciones espirituales sino una descripción de la historia humana, una
filosofía de la historia inspirada por la autoridad del Espíritu Santo.

Entender esto significa entender la salvación como la obra de la Cruz, de la


Resurrección, la vida nueva. Lo entendemos primeramente de forma personal,
ya que sin esta experiencia personal podemos filosofar y no entender, y usar
solamente palabras que describen, pero no la palabra que hace presente.

De aquí deriva también la capacidad de compasión por el hermano, por haber


estado antes nosotros en su misma situación sin la gracia del Espíritu Santo. Y
con esta compasión viene el celo para evangelizar y para compartir esta vida
nueva utilizando todos los medios imaginables. Nosotros los dirigentes de la
Renovación Carismática tenemos esta responsabilidad de evangelizar a todo el
mundo, no imponiendo nuestras ideas, sino atrayendo a los demás a Jesús con
el poder del Espíritu Santo.

Gran dificultad: predicar el Evangelio con convicción

La gran dificultad por la que atraviesa la Iglesia en este momento es ésta: el


Evangelio no se predica con convicción, las palabras se repiten
continuamente, pero los que oyen no cambian porque son palabras humanas,

La base de operaciones de esta gracia de la convicción del hombre es


precisamente esta experiencia de la verdadera situación humana, esta
presencia del Espíritu Santo. Con esto hay una base en el hombre que habla
por el Espíritu Santo y con esta base el Espíritu Santo puede tocar el espíritu
del otro.

Las cosas que pasan de una mente humana a otra son ineficaces, pero cuando
pasa una realidad de un espíritu santificado a otro espíritu casi ahogado, si
entre los dos existe la Palabra, se puede operar la conversión del otro porque
esta palabra es ungida por el Espíritu Santo. El Espíritu habla al espíritu y la
mente a la mente, la emoción a la emoción.

Hay un texto muy fuerte en la 1ª Epístola a los Tesalonicenses. Pablo está


convencido de que Dios ama a los Tesalonicenses porque dice: "Conocemos,
hermanos vuestra elección; ya que os fue predicado nuestro Evangelio no sólo
con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo y con plena
persuasión". (1 Ts 1, 4-5). Todo esto: poder, Espíritu Santo y persuasión son
dones del Espíritu Santo. El hecho de que Pablo pudiera ver el resultado de
esto en los fieles de Tesalónica le llevó a la conclusión de que eran elegidos
de Dios. Es otra ampliación de este principio del cambio a la actividad
pastoral.

Si nosotros no permitimos que el Señor nos haga ver nuestro estado


pecaminoso, ¿qué es lo que creemos? "¿debemos permanecer en el pecado
para que la gracia se multiplique? ¡De ningún modo! Los que hemos muerto al
pecado ¿cómo seguir viviendo en él?" (Rm 6, 1-3). ¿O es que ignoráis que
cuando fuimos bautizados en Cristo Jesús, en el Espíritu Santo, fue en el pleno
sentido de la palabra, no sólo por la acción sacramental, tan importante como
es, sino por la asimilación de esta gracia con sus tres elementos: información,
decisión y experiencia?

"Porque si nos hemos hecho una misma cosa con El por una muerte semejante
a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que
nuestro hombre viejo fue crucificado con El, a fin de que fuera destruido este
cuerpo de pecado" (Rm 6, 5-60.

Destruido, literalmente reducido a la impotencia: ése es el poder de la Cruz.


Este capítulo es un tesoro inmenso para el pueblo cristiano.

Se puede dar una ilusión muy complicada, solamente propia de los


especialistas. Cualquier especialista, si no se convierte, no puede entender
esto: "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más y la
muerte ya no tiene dominio sobre El, su muerte fue un morir al pecado de una
vez para siempre" (Rm 6, 8-10). ¿Cómo se dice que su muerte fue un morir al
pecado, si El nunca pecó? Jesús ofreciendo su vida al Padre destruye la muerte
y el pecado. Su muerte es muerte a la vida del pecado y nosotros también en
El. "Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para
Dios en Cristo Jesús". (Rm 6, 11).
No es una exhortación, sino un hecho objetivo, lo mismo que todo este paso
del estado carnal al estado espiritual, que hemos descrito como un permanecer
en la Palabra. Todo es efectuado por el poder de la Cruz.

¿Qué quiere decir esto? Que cuando me encuentro con un hábito pecaminoso
ya inveterado, de 30 o 40 años, si pido al Señor el poder de su Cruz para hacer
morir este hábito, veré una autoridad nueva sobre esto. No del todo
evidentemente en el primero, segundo o tercer día, pero al cabo de unas
semanas o meses veré que queda reducido a la impotencia. Todos entendemos
lo que esto quiere decir y cómo es una práctica diaria, lo cual es otro aspecto
del arrepentimiento.

Se puede dar una serie de enseñanzas en cualquier grupo de oración sobre el


arrepentimiento usando estas mismas imágenes: el permanecer en la Palabra,
el poder de la Cruz, para exhortar a los hermanos hacia el amor del Señor y su
deseo de cambiarnos. Dios odia el pecado sin duda porque es una ofensa a su
majestad y una esclavitud para nosotros, y Él quiere y puede cambiar este
estado.

También se debe meditar, pidiendo la iluminación del Espíritu Santo y


preguntando al Señor: "Señor, ¿qué quiere decir esto?" Como se trata de una
revelación, no es algo así como demostrar o comprender que dos y dos son
cuatro. Es una experiencia personal que se vive, viendo cómo todo esto se me
aplica a mí no de una forma egoísta, sino dándome cuenta de que estoy
salvado, y salvado solamente por la gracia del Señor.

Finalmente, la "espada de la Palabra". Esta Palabra viva, en la cual


permanecemos, es una espada, como dice la Epístola a los Hebreos (Hb 4, 12-
13). Esta espada penetra entre el alma y el espíritu, penetra y corta entre las
fuerzas psíquicas y las fuerzas espirituales, con dolor espiritual y emocional,
pero también con alegría.

Cuando oímos hablar de los santos, pensamos casi siempre en los


sufrimientos, pero cuando leemos sus escritos, nos hablan de alegría, se
muestran muy contentos por lo que el Señor ha hecho en ellos. No hablan
mucho de sufrimientos. Hablan de la alegría.

Esta espada separa más y más, y nosotros lo podemos discernir y ver la


diferencia entre el hombre viejo y el hombre nuevo. La espada corta toda la
personalidad del hombre, haciéndole ver dónde es carnal y dónde espiritual.
Solamente con el crecimiento de este poder de la Palabra, personalmente
asimilada, vemos que la espada puede ejercer toda su capacidad y podemos
discernir y ver fácilmente en qué cosas estamos usando solamente nuestra
fuerza carnal y cómo nos sentimos impotentes.
También podemos ayudar a los demás a distinguir con sabiduría en qué casos
se trata de una fuerza psíquica y no de algo espiritual, porque el Señor es
abierto y acepta la buena voluntad.

No debemos ahogar el Espíritu, pero hemos de juzgar dónde se hallan las


fuerzas espirituales y dónde las psíquicas, y cómo las fuerzas psíquicas nada
válido pueden hacer para el Reino de Dios.

Para esto tenemos "la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios" (Ef 6,
17).

49 - RENOVACIÓN DE LA PARROQUIA.

Una llamada a la santidad


El Retiro Mundial para Sacerdotes que se ha celebrado en Roma con
asistencia de 92 Obispos y 6.000 sacerdotes, procedentes de unos 100
países de los cinco continentes, ha sido un mensaje de esperanza y aliento
para el Presbiterio de la Iglesia universal y para el Pueblo de Dios.

Para nosotros hay una cosa que ha quedado muy de manifiesto: cómo el
Espíritu Santo actúa hoy en toda la Iglesia y hace sentir también en los
sacerdotes un gran anhelo de santidad y de correspondencia a la gracia de
su vocación.

El Santo Padre en la homilía que pronunció en la magna Eucaristía de


clausura en la misma Basílica de S. Pedro, el martes 9 de octubre, recalcó
la función esencial que el Espíritu Santo desarrolla en la llamada específica
a la santidad de los sacerdotes, por haber recibido en la Ordenación del
Espíritu de Cristo que los hace semejantes a Él y los capacita para actuar en
su nombre y vivir sus propios sentimientos, en una línea coherente de
caridad pastoral de todo su ministerio.

Ha recordado también el Papa que al sacerdote corresponde una función


insustituible en la edificación de la Iglesia: reunir la familia de Dios como
fraternidad animada por el Espíritu de unidad. Esa guía espiritual que el
sacerdote debe ejercer es de pedagogía en la vida espiritual, en la oración y
contemplación, y la de optar por un compromiso concreto y social siendo él
siempre el garante de la verdadera doctrina, el responsable de la Eucaristía,
de los Sacramentos, y de la educación del sentido eclesial. Esto no es más
que una llamada a ser auténtico maestro espiritual, función de la que nunca
debe abdicar, a pesar de todas sus miserias y limitaciones.

Nos encontramos en un momento postconciliar en que se empieza a sentir


por toda la Iglesia un anhelo de más espiritualidad, de más interiorización,
de vivir de verdad el don del Espíritu. Este anhelo que cunde entre los
sacerdotes, tal como el retiro ha puesto de manifiesto, es el eco
correspondiente del mismo impulso renovador que el Espíritu está
suscitando en todo el Pueblo de Dios.

Todos nos congratulamos ante esta buena nueva, que saludamos con gozo,
y quisiéramos aportar el granito de arena que esté de nuestra parte. Las
Semanas para Sacerdotes que organiza la R.C. en tantos países del mundo
presentan unos resultados alentadores. Todos somos muy conscientes que
si se renuevan en el Espíritu los pastores, se renueva también toda la
comunidad eclesial, por lo que deberíamos potenciar y dar cierta prioridad
a estas semanas.

De momento no dejemos de mantener encendida esta llama del anhelo por


la santidad, pues será un signo inconfundible de la presencia del Espíritu.

Esta es la voluntad de Dios: nuestra santificación (1 Ts 4, 3). Esta es la


alabanza y el verdadero culto espiritual que El espera de nosotros. (Rm 12,
1)

LA RENOVACIÓN DE LA
COMUNIDAD PARROQUIAL DESDE
EL ESPÍRITU DE DIOS.
por Johann Koller

El P. Johann Koller, al que entrevistábamos en el Nº 45-46, pg. 25, ya es


conocido por el lector de KOINONIA. Presentamos en estas páginas la lª y 2ª
parte de la conferencia que pronunció en la V Asamblea Internacional de
Dirigentes en Roma sobre la Renovación de la parroquia (la 3ª parte saldrá
en el próximo número). Como párroco de una importante parroquia de Viena
y como Coordinador Nacional de la R.C. en Austria nos habla con una gran
experiencia.

Agradecemos a Mª Pilar Grosch y a su esposo todo el esfuerzo e interés que


generosamente han puesto en la traducción del alemán. ¡Que Dios bendiga su
hogar!

I. LA PARROQUIA, ¿OBSTACULO O GRACIA?


I. 1.- Problemas con los párrocos y las parroquias

Me encuentro con una gran dificultad para hacerme entender por todos: es el
idioma alemán, ya que la gran mayoría necesita la traducción. Espero que el
Señor ayude a los traductores.

Otra dificultad deriva del hecho de que yo soy párroco. ¿Puede un párroco ser
verdaderamente carismático? Porque es hombre que pertenece al oficio, y a la
institución, y ¿no consiste su carisma en "saber frenar la Renovación
Carismática”?

Alguien me dijo una vez que la Renovación Carismática es un movimiento de


laicos, y que si algún día llegara a caer en manos de los párrocos esto
significaría su muerte. Yo creo, sin embargo, que nosotros los párrocos hemos
sido instituidos en el Espíritu de Dios para dar pasto al rebaño de Dios (Hch
20, 28), y que a nosotros no se nos impide la comunicación del Espíritu de
Dios. Tan sólo somos obstáculo por razón de nuestros errores y pecados.

Hay otro problema: ¿Puede una parroquia ser carismática?

La parroquia es instituida por el Obispo como la unidad más pequeña de


organización dentro de la iglesia local que es su diócesis. No es una unión
libre de hombres que quieren vivir la comunidad espiritual. Es una unidad de
organización y comprende un territorio claramente delimitado. En el barrio en
que se encuentra han de realizarse los servicios esenciales de la Iglesia para
todos los hombres. Un cristiano no puede escoger su parroquia, ni a los
hermanos y hermanas de su parroquia, ni tampoco al párroco, que es
nombrado por el Obispo y desempeña el oficio de la guía espiritual, como
instrumento de unidad con el Obispo y con la Iglesia universal.

La parroquia es, y debemos decir esto a pesar de todo, como una facultad de la
Iglesia. Es la realidad que perdura, que sobrevive a las generaciones, a las
crisis, a los descensos de la vida cristiana y hace posible la comunidad
parroquial o reunión de los creyentes del lugar en que se encuentra. La Iglesia
hace a la parroquia, pero la parroquia no es la Iglesia en su plenitud. En la
parroquia se realiza la vida eclesiástica normal y por ella los hombres entran
normalmente en contacto con Cristo y son incorporados a la Iglesia.
¿Puede ser carismática esta forma eclesiástica?

Existe un deseo general de que la Renovación Carismática llegue a ser


efectiva en las parroquias. Sin embargo, por todo el mundo se dan grandes
dificultades entre los grupos de oración y las parroquias, y se teme que la
Renovación Carismática pierda en las parroquias toda su fuerza, y se extingan
así los carismas.

Por consiguiente, ¿debe haber grupos de oración dentro de las parroquias,


metidos en su misma vida, para poder seguir siendo "sal y luz" (Mt 5, 13s), o
han de emigrar, como Israel que tuvo que salir de Egipto? Trato de expresar
aquí algo de lo que se dice en muchos lugares.

En los lugares donde hay grupos de oración o centros carismáticos fuertes las
resistencias de los párrocos y de las parroquias pueden ser mucho más firmes.
No debemos minusvalorar este fenómeno, por lo que trataré de hablar con
mucha sinceridad.

De las resistencias que hay por parte de las parroquias tenemos nosotros una
gran parte de culpa. Sé muy bien que las tensiones son fenómenos
acompañantes e inevitables en el campo de la Renovación. Sin embargo, Dios
también quiere manifestarnos algo con las resistencias: quiere hacernos
descubrir nuestra falta de santidad, la cual dificulta el servicio que podríamos
ofrecer.

Por parte de la Renovación Carismática se da una gran dificultad si la


entendemos como “movimiento", como miembros, como movimiento de
grupos de oración con un estilo especial de oración y de vida, con una fuerte
comunidad y una religiosidad “carismaticocéntrica”. La cuestión de hacerse
miembro surge en aquellas parroquias que tienen una vida rica en
comunidades. Un párroco decía: "ya tengo treinta comunidades en la
parroquia y ahora vienen también los carismáticos". Los párrocos siempre
subrayan que deben estar para todos de igual manera y que no se pueden
vincular plenamente a un movimiento especial. Hay también una gran
resistencia a ser miembro de la Renovación Carismática Internacional, o
contra el así llamado "Aufbruch Carismatic International". Sienten también la
responsabilidad de preservar a sus comunidades de lo que es, o parece ser,
unilateral, exagerado, no católico.

Aquí surge la cuestión de nuestra identidad: ¿Somos un movimiento al lado de


otros movimientos o somos una amplia corriente que impulsa el Espíritu
Santo? ¿Se trata de una espiritualidad especial, o más bien de dar vida a la
espiritualidad del bautismo de todos los cristianos? ¿Tengo que ser miembro
de la Renovación Carismática para ser un cristiano verdadero, o como
cristiano debo permanecer abierto al Espíritu Santo? ¿Es suficiente pertenecer
a la Iglesia católica universal, o se necesita algo más?

Algunos carismáticos se sienten más pertenecientes a la Renovación


Carismática que a la Iglesia. Las parroquias no pueden incorporarse a una
federación de la Renovación Carismática. Pueden seguir siendo parroquias de
la Iglesia y tener una gran vitalidad a partir del Espíritu de Dios.

Como dicen los autores de la vida espiritual, en los principiantes y en los


retrasados en la vida espiritual se da el peligro de una inconsciente soberbia
espiritual. Esto se manifiesta al opinar que las parroquias están muertas y que
hay que comenzar a partir de cero porque es entonces cuando Dios empieza a
actuar. Los que así piensan no están abiertos a la misericordia para con su
parroquia, ni saben ver lo que el Espíritu ha obrado en ella hasta el presente.
No están dispuestos a recibir de las parroquias algo que ellos como grupo de
oración no tienen todavía.

De acuerdo con esta actitud, algunos vienen a la parroquia con el siguiente


planteamiento: hemos recibido de Dios dones irrenunciables y debemos hacer
ver a los demás lo poco cristianos que son, y la parroquia tiene que llegar a ser
lo que es nuestro grupo de oración.

Es como si se hiciera una sobrevaloración de lo carismático corrigiendo la 1a.


Epístola a los Corintios, en el cap 13: "Si solamente viviera el amor, pero no
tuviera los carismas, entonces yo no sería nada... ".

El acceso a las parroquias se nos abre solamente en el espíritu de un servicio


desinteresado. Si alguno entra en la parroquia como extraño, haciendo caso
omiso de su propia vida, y queriendo dar testimonio para demostrar cuánto le
falta en su fe, éste no cosechará más que resistencia. En esto se impone la
regla siguiente: el que venga amando encontrará las puertas abiertas, podrá
entrar y salir, pero el que venga "a hacer el bien" topará con las puertas
cerradas. En otras palabras: quien venga con amor y esté dispuesto a hacer
morir su propio yo, será aceptado; quien quiera dárselas de carismático
encontrará puertas cerradas.

El Obispo Klaus Hermmerle, de Aquisgran, hablando a varios movimientos de


renovación en el día Católico 1984, exclamaba: "Digo, o vuelvo a decir a los
sacerdotes de mi Obispado: volved a vuestro fundador, vivid como EL, no os
contentéis con imitaciones exteriores puramente esquemáticas sino -el nuevo
derecho eclesiástico tiene para esto una palabra maravillosa- preguntad por el
patrimonio, por esta herencia primaria, por este principio".

Los movimientos jóvenes necesitan más que otros el no tomar algo en sus
manos enseguida, sino que han de abrirse al Espíritu, como existía desde el
principio y como se puede ver en el rostro inconfundible de su respectiva
vocación, en su comunidad.

Pero aún queda lo tercero: quedémonos en el todo, en la Iglesia. Hemos de


pensar que la Iglesia es mayor que nosotros, más que nosotros, y que no todos
deben renovarse según nuestro modelo, sino que hemos de tener esa
envergadura interior para el todo. Sepamos hacer donación de nosotros
mismos a la Iglesia. Sólo si nos despojamos de nosotros mismos, podremos
entregamos a ella, pues regalos que retengo en la mano no son regalos. Los
debo entregar al todo, a la Iglesia, y he de esperar a que me los vuelvan a
regalar aún a riesgo de que la Iglesia me recorte algo. Solamente entonces se
nos podrá otorgar el todo. No debemos precavernos contra esta cepa del Cristo
Místico que es la Iglesia, sino que hemos de crecer dentro de este todo y a
partir de este todo.

Una pregunta fundamental que se suele hacer es si la Renovación halla su


entrada en la vida normal de las parroquias, o si deben desarrollarse
comunidades aliado de las parroquias, lo cual significaría salirse de la vida de
las parroquias. ¿Es que acaso no quiere o no puede el Espíritu Santo renovar
también la parroquia y darle vida? En esto se decide si llegamos al corazón de
la Iglesia concreta, si aceptamos la gracia de la Iglesia concreta, de la
parroquia, si construimos realmente en amor renovando a la Iglesia.

No quisiera que se me entendiera mal, pues no deseo pronunciar una sola


palabra contra las comunidades federadas de la clase que sean. Doy gracias a
Dios porque han surgido. Pero no son el único camino de renovación
carismática. La parroquia es también una gracia para la renovación.

I. 2.- Mi camino espiritual

Después de tocar tantos hierros candentes en la anterior exposición, es posible


que algunos duden de mi credibilidad. Debo, pues, presentarme y exponer mi
itinerario espiritual.

Desde 1969 soy párroco de una parroquia metropolitana de Viena. En aquel


tiempo aún había en mi parroquia 20.000 católicos: hoy solamente son unos
13.000. La emigración a distritos de nuevas urbanizaciones, la mortandad y
los abandonos de la Iglesia han conducido a un descenso de la población y del
número de católicos. En su fe son conservadores y de poca flexibilidad.

La Renovación ha crecido en la parroquia desde 1 978 como una explosión y


cerca de 800 personas han participado en los Seminarios de la parroquia.
Algunos centenares se encuentran semanalmente en la iglesia o en sus casas,
por grupos de oración. Son muchos los que vienen de toda Viena a los
seminarios y a los servicios divinos. Los Cursillos de Cristiandad han
aportado una fuerte preparación y han allanado el camino. Desde 1964 hasta
1980 colaboré en los Cursillos como sacerdote, y desde 1980 soy encargado
de la Renovación en la archidiócesis de Viena, y Presidente del grupo
austríaco de coordinación.

Mi primera renovación del bautismo se realizó cuando yo me preparaba en el


Seminario para el Sacerdocio y en mis primeros ejercicios espirituales. Allí,
ante el sagrario, después de una lucha de varios días, ofrecí a Dios mi vida de
una forma muy clara. Lo hice sin reservas, aunque al día siguiente tuviera que
morir. Hoy veo cómo actuaba en mí el Espíritu de Dios por aquel entonces.
Aquella entrega total fue como un sello que me dejó marcado y me ha
preservado después de muchas crisis. A pesar de mis debilidades, sigue como
elemento determinante hasta hoy.

La segunda renovación del bautismo se realizó durante un cursillo en el año


1963. Tenía entonces 31 años y fue también ante el sagrario, de una forma
nueva y más profunda que la vez primera, removiendo mi corazón e
imprimiendo en mi vida de sacerdote una nueva dinámica.

En 1977 el Cardenal Konig convocó a algunos sacerdotes al primer Seminario


de Introducción que daba en Viena el profesor Milhlen. Entre los invitados
estaba yo también. Este seminario me conmovió profundamente pero no fui
capaz de entregarme de nuevo a Dios ante todos los demás. Ni de día ni de
noche llegué a encontrar tranquilidad, aunque pude reconocer que la
conversión es algo que Dios realiza y regala.

Tres meses más tarde asistí a otro seminario, a 1.000 kms. de distancia, para
conseguir llegar a la meta. Después del paso de la entrega tuve un fuerte y
profundo encuentro con Dios en el misterio de la Santísima Trinidad, que duró
dos noches. Fue como una luz demasiado fuerte que me hizo olvidar las
experiencias anteriores de Dios. Era algo tan nuevo y tan grande que todo lo
exterior me parecía nada. Llegué a olvidar las experiencias espirituales de mis
primeros ejercicios y lo que había vivido en la KAJ y en la Legión de María.
De mi conciencia también parecía desaparecer toda la pastoral carismática de
los Cursillos y los milagros del Espíritu Santo, que ya por entonces podía
captar en los hombres.

Tan sólo hace tres años que he llegado a ser consciente de lo que Dios
anteriormente ya había hecho en mi vida, y de cómo los encuentros con Dios
en el Espíritu Santo se desarrollan en la historia de la vida del hombre en
etapas, que no se dan sólo en la Renovación Carismática. Sin embargo, estos
encuentros con Dios llegan a ser nuevos y por algún tiempo hacen olvidar lo
anterior. De esta forma puede suceder que los así llamados cristianos
bautizados por el Espíritu Santo se comporten como si antes Dios nunca los
hubiera conmovido, como si en la Iglesia y en otros movimientos espirituales
no se diera ninguna actuación del Espíritu.

Este encuentro con Dios, después de mi renovación del Bautismo, de la


Confirmación y de la Consagración, era como un vislumbrar la tierra
prometida. Mi vida diaria estuvo durante meses llena de alegría de interior y
me dejó un fuerte deseo de Dios. Todo esto no me ha impedido ser sacerdote
de acuerdo con el orden establecido por la Iglesia. Dios me ha ayudado a
liberarme del trabajo aburrido de la administración de la parroquia y a llegar a
ser más sacerdote. No tengo miedo de ser poco carismático, sino de ser poco
santo. Si vivo más santamente recibiré también carismas y estos carismas
serán sanos.

He descubierto que todos los santos fueron grandes carismáticos y que sus
carismas eran sanos porque crecían sobre el suelo de la mística. La Iglesia, sin
embargo, no ha metido mucho ruido a propósito de sus carismas, se ha fijado
en su amor heroico.

Creo que nosotros, los sacerdotes, ante todo debemos ser santos. Nuestra tarea
no es aspirar primordialmente a los carismas. El Señor nos los dará como El
quiera. Los santos de la Iglesia son nuestros grandes modelos. Ellos no
pusieron obstáculos a los carismas y son tan grandes que probablemente no
podemos alcanzarlos.

I.3.- Renovación de la parroquia.

En los países de habla alemana a la Renovación Carismática la llamamos


Renovación Carismática de la parroquia, porque los carismas son dados para
las parroquias y las comunidades, para la Iglesia. No queremos ser
"carismaticocéntricos". Por otra parte, desde los principios, los responsables
de las parroquias son los que han promovido esta corriente espiritual de
renovación, primero la Iglesia Evangélica, y después en la Iglesia Católica.
Por eso desde los comienzos no ha estado en primer plano el afán de despertar
a los individuos y unirlos en grupos de oración para formar comunidades
especiales, sino la apertura de las parroquias ya existentes a la acción del
Espíritu Santo y a todas sus actuaciones.

Por otra parte, ha sido una apertura teológica y católica, profundamente


reflejada por el Dr. Heribert Muhlen, ante todo lo que viene del Espíritu de
Dios. Apertura a la palabra viviente de Dios, pero también a la Tradición de la
Iglesia y al cargo de profesor. Se trataba de la aceptación del sacramento, del
cargo y de los carismas. Estas actuaciones del Espíritu están ligadas
inseparablemente las unas a las otras y no se excluyen. Nos hacen encontrar la
plenitud católica, y nos guardan de lo unilateral y de acentuar actuaciones
particulares del Espíritu.

La admiración personal por la Palabra de la Biblia tiene que estar de acuerdo


con la enseñanza de la Iglesia. La Biblia sola no es suficiente. La alabanza no
está por encima de la Eucaristía. Esta es nuestra verdadera alabanza y acción
de gracias.

La oración en lenguas no está por encima de los sacramentos como actuación


verdadera del Espíritu. La "experiencia" no debe conducir a la desatención de
la enseñanza y de los dogmas. La obediencia espiritual frente a la autoridad
puede resultar difícil a los cristianos "despertados", pero también el cargo del
sacerdote se nos ha dado por el Espíritu.

Importancia vital tiene también la tradición espiritual de los santos. Todos los
que aceptan la dirección del Espíritu necesitan la orientación de los maestros
de la vida espiritual y de los santos. Ellos son modelos auténticos. Con sus
carismas pisan sobre el terreno seguro de la entrega total en el amor. Los
santos son unos grandes carismáticos.

No hace mucho hablé con un amigo que había tenido un fuerte encuentro con
Dios, pasando de la incredulidad a la fe. Advertí cómo obraba en él una
dirección segura de Dios y le pregunté qué libros leía. Me contestó: "San Juan
de la Cruz y Teresa de Ávila". “Pero, ¿puede entender esos libros", le
pregunté, y él me respondió: “Yo los leo entendiéndolos hasta cierto grado. Si
no los leyera no podría orientarme de ninguna manera". Esta persona ha
vivido la experiencia de Pentecostés y ha sido guiada por el Señor: no puede
renunciar a la experiencia de los Santos.

No podemos dejar de ver cómo muchos movimientos de renovación se


adelantaron al Concilio: el movimiento litúrgico, el movimiento bíblico, la
Acción Católica, el KAJ, la Legión de María, los Focolaris, los Cursillos de
Cristiandad. etc. En estos movimientos fue y sigue siendo efectivo el Espíritu
de Dios.

La renovación de la comunidad debe estar abierta a todas las actuaciones del


Espíritu y no sólo a los carismas. Esta amplitud nos ha ayudado mucho: sobre
todo a nosotros, los sacerdotes, y fácilmente nos podemos identificar con la
Renovación. Cada vez son más los párrocos que se abren, y ellos mismos
abren las puertas en las parroquias. Es un desarrollo sereno y poco
espectacular, pero constante. En las parroquias nacen también con nosotros
pequeñas comunidades y comunidades federales.

En los países de habla alemana hay una gran dificultad ante la palabra
"carismático”, da lugar a malentendidos, crea barreras ante todo entre los
párrocos y en las parroquias, y sería mejor evitarla. En la Iglesia Evangélica
de Alemania a la Renovación se la llama ahora oficialmente "Renovación
Espiritual de la comunidad".

II. PUNTOS FUNDAMENALES PARA LA


RENOVACIÓN DE LA PARROQUIA.
II.1. - Cristo es el Señor de la parroquia

En cada párroco que ha experimentado la fuerza renovadora del Espíritu Santo


surge la pregunta: "¿cómo dar todo esto a mi parroquia? Nada debo
imponerle, ni reformarla según el modelo pastoral carismático. Mi parroquia
no tiene por qué llegar a ser como éste o aquél otro grupo, comunidad o
parroquia. No soy yo, sino Cristo, quien va a renovar esta parroquia a través
de su Espíritu, y para ello nos llevará por sus propios caminos. El ya ha estado
en ella actuando hasta ahora".

El párroco debe abandonar sus propios planes, por muy buenos y correctos y
necesarios que parezcan. Para párrocos con impulsos activistas y un gran
sentido de responsabilidad no es fácil entregarse como instrumento en las
manos de Cristo y dejarle ser Señor y Salvador.

En el capítulo 21 del Evangelio de S. Juan tenemos un mensaje alegre para los


párrocos. Al principio el bueno y activo apóstol Pedro dice que está listo para
el servicio de Cristo: "¡Voy a pescar!". Al final escucha esta palabra de Cristo:
"¡Tú sígueme!”. En Pedro esta palabra se convirtió en vida y acción. Cristo le
hizo sentir sus límites y entrar en la obediencia y en el amor. ¡Un bello
mensaje de la transformación por la gracia de Cristo!

II.2.- No poner límites

Es muy importante la visión básica: se trata de la renovación de toda la


parroquia y no sólo de la formación de grupos de oración. Se trata de la
renovación de la parroquia y no de la introducción de la Renovación
Carismática juntamente con otros movimientos. Se trata de renovar a partir de
la fuerza del Espíritu Santo todas las manifestaciones de la vida, estructuras y
servicios de la parroquia.

Hay que llegar a una renovación de toda la pastoral, de todas las actividades
de la parroquia. Todo debe hacerse de nuevo y viviente.

En concreto se trata de la renovación de la predicación, de la liturgia, de la


actividad caritativa, de la renovación de los individuos y de las comunidades,
así como de las distintas asociaciones, grupos, y de sus actividades. Se trata de
la renovación de los alejados y también del pueblo de la Iglesia. Este, sin
embargo, no lo comprenderá en seguida.

II. 3.- Un largo y difícil camino

El camino de la renovación de una parroquia no es fácil ni está exento de


problemas, sino más bien largo y difícil. Llega a través de muchas etapas, de
muchos campos, recaídas y obstáculos.

Cada parroquia tiene una historia de salvación y una historia de desdichas que
sigue actuando. Una parroquia es una formación sociológica, un organismo
con muchos miembros que llevan una vida y actividad acostumbrada con no
poca inercia. En mi parroquia hay más de 50 distintas comunidades, grupos y
círculos de trabajo, y más de 300 colaboradores. Cambiar de rumbo a tal
formación, un grupo que todos acepten, no es fácil y requiere su tiempo. La
experiencia nos dice lo difícil que es llevar unas comunidades cerradas a la
conversión. En cada formación sociológica hay resistencia al cambio y ésta se
hace especialmente fuerte si se tocan zonas del hombre profundamente
religiosas.

Muchas veces ocurre que los miembros y colaboradores más arraigados y


veteranos son los que oponen una resistencia constante a la renovación.

Muchos empiezan entusiasmados, pero después desisten. Los atrae un


entusiasmo impulsivo, pero los apartan de nuevo las decepciones, si no se
opera una conversión más profunda. Esto mismo pasaba también con los
discípulos de Jesús: un buen día muchos de ellos ya no le seguían (Jn 6, 66).

Otros, sin embargo, se quedan en la parroquia y tienen su posición e


influencia. El párroco deberá procurar no considerarlos ni tratarlos como
cristianos de segundo orden. Los miembros de la parroquia son libres para ser
infieles. Entonces resulta palpable el pecado en su dimensión social.

Por este motivo la renovación puede causar cierta perturbación. Sin embargo,
muchos son llamados a un mayor amor e intercesión de unos por los otros.
Los que se apartan son una interpelación viviente. Nos hacen descubrir las
deficiencias que puede haber en el grupo de oración, deficiencias quizá en la
fe, en la enseñanza, en la alabanza, falta de amor y despreocupación por el
servicio, demasiadas cosas humanas sin fuerza espiritual, arrogancia e
impertinencia en el testimonio, y otras cosas más.

La vida, por otra parte, tiene una gran variedad y es difícil. Las promesas de
Dios con frecuencia se cumplen tarde y de distinta manera a como se las
esperaba. La curación de muchos parece sufrir un contratiempo. No pocas
veces el pueblo de Dios empezará a quejarse en el camino de la fe y el párroco
tendrá que gritar a Dios como Moisés.

A través de tales contratiempos y resistencias el Señor quiere llevar a los


suyos a una conversión más profunda, a una segunda conversión. Después de
la renovación del Bautismo y del gozo inicial, el Señor lleva a cada uno y a la
comunidad por un camino de purificación. Este camino es indispensable. Lo
impuro, lo insano, el desorden y el pecado que hay en el corazón del hombre
debe quedar manifiesto para que el Señor lo pueda quitar.

Para nosotros ha sido una experiencia desconcertante en la parroquia el que


después de muchos seminarios y noches de oración no hayamos llegado a ser
mejores. Al principio pensábamos y esperábamos que pronto llegaríamos a ser
cristianos maravillosos, que darían un gran ejemplo, y otros muchos nos
seguirían, que el Señor nos curaría rápidamente y quitaría nuestros problemas.
Pero hoy nos sentimos peor ante nosotros mismos y ante los demás. Hemos
cometido errores desconcertantes y algunos preguntan abiertamente: ¿cómo
podéis ser así después de tantas oraciones y enseñanzas? Esta pregunta está
justificada. Hemos necesitado tiempo para que algunos nos diéramos cuenta
de que hemos de morir a nosotros mismos en nuestras esperanzas mesiánicas
y en nuestros sueños del Reino de Dios en la parroquia, que hemos de
quedarnos desamparados como los discípulos en el sábado de gloria -a esto no
hemos llegado todavía-, y que no nosotros, sino solamente Cristo es el que
debe crecer. Este año en Cuaresma se nos dijo que en Pascua algunos tendrían
su prerresurrección, pero que nuestra parroquia aún no estaba madura para
nuestro Pentecostés, que nos volveríamos arrogantes porque aún no estábamos
lo suficientemente vacíos a nosotros mismos y no somos humildes.

II.4.- ¡El grupo de oración es para la parroquia!

Existe el peligro de que el grupo de oración se quede como algo marginal en


la parroquia. Esto puede obedecer a muchos motivos y no es fácil que uno
acierte a descubrirlos. Pablo nos dice en la Epístola a los Filipenses que Cristo
se despojó de sí mismo y se hizo hombre, siervo y obediente hasta la muerte
(Flp 2). Se trata de dejarse penetrar de este modo de pensar, de este espíritu.
No es fácil admitir completamente la parroquia, incorporarse y ser servidor de
todos y obediente al párroco. Muchos piensan que de esta forma se extingue
antes la Renovación Carismática y se oponen a ello con toda su fuerza. Pero,
sólo la vida según el Espíritu de Cristo lleva a la Resurrección. Si los
carismáticos se presentan como extraños, de vez en cuando, dando consejos y
queriendo denunciar todo lo que está muerto en la parroquia, se obtendrán
pocos frutos.
Algo similar nos dice el mensaje de 1ª Corintios, cap. 13: el amor es más
importante que los carismas. Si tenemos todos los carismas, los ejercitamos y
guardamos, pero no tenemos amor para esta parroquia, no nos sirven para
nada. Los carismas son para la Iglesia, para la parroquia.

El Espíritu quiere capacitarnos para un servicio verdadero, paciente,


desinteresado, afable, fuerte. Sin seguir a Cristo no es posible este servicio.
No entraremos en las parroquias cantando el Hosanna y tomando posesión de
ellas. Las parábolas de Jesús nos dan aquí instrucciones decisivas: la semilla
debe morir. Lo sembrado crece lentamente, las malas hierbas también crecen,
pero el grano de mostaza será grande.

II.5.- Etapas de crecimiento del grupo de oración

En toda vida hay etapas de crecimiento que no se pueden saltar y por las que
hay que pasar.

1º) Hay una etapa necesaria de principiantes, etapa de niñez, en el grupo de


oración. Los miembros se reúnen en una habitación o sala de la parroquia,
lejos de la vida y actividad de la parroquia. Se encuentran en una atmósfera
familiar, crecen juntos espiritualmente, y demuestran una fuerte actitud de
consumo, pues buscan intensas experiencias carismáticas: aún no están
abiertos y no son capaces de un servicio en la parroquia, ni de dar un auténtico
testimonio. Tienen que sobreponerse a las primeras crisis de comunidad
(peleas entre niños). El párroco no debe exigir en esta etapa servicios
parroquiales, ni forzar el crecimiento, ni regañar porque "solamente recen". La
etapa de niñez es importante.

En los comienzos Dios quiere dar leche a los niños, alimentos agradables:
quiere tomar al hombre totalmente, también en sus sentimientos y emociones,
y hacerle adquirir gusto por lo espiritual. Los niños deben sentirse satisfechos
de amor y alegrarse con Dios. Forma parte del orden de la creación el que la
manera del conocer y entender humano se realice a través de los sentidos. Por
eso empieza Dios a tocar el alma en la profundidad, en el área más íntima de
los sentidos (S. Juan de la Cruz). También el Concilio de Trento habla de un
toque del corazón humano por la luz del Espíritu (DZ 1525). La experiencia a
través de los sentidos en el contexto del encuentro con Dios es algo bueno e
importante para los principiantes.

Pero la experiencia y alegría iniciales no permanecen. Un buen día han de


ceder. Sin embargo no debe desaparecer demasiado pronto mientras
signifiquen vida y alimento. Puesto que el egoísmo y la comunidad se
apoderan de la alegría espiritual, Dios nos la tiene que quitar y llevarnos por
encima de ella. Juan de la Cruz hace resaltar cómo no se debe, ni tampoco se
puede, provocar de nuevo la alegría inicial que como es sabido es un regalo de
Dios. El estilo de orar y de cantar en un grupo de principiantes puede estar
marcado de euforia. En esta etapa e1 grupo no podría quedar muy airoso ante
la parroquia en cualquier cosa que emprendiera: también está muy
condicionado por su propia experiencia y no es capaz de un auténtico servicio.
Toda tentativa de misión en la parroquia desde esta etapa fracasa.

2º) A través de las crisis de pubertad el Señor suele llevar a los suyos a una
etapa espiritual de adultos, haciéndolos discípulos, hermanos, hijos e hijas.
Entonces hace falta prescindir de la hermosa experiencia inicial y saber dar el
paso en la sequedad de la fe, hacia el desierto y la oscuridad de las nubes. Un
día Cristo llamó a la abnegación y al amor por el camino de la cruz y los
discípulos se resistieron. Nosotros también lo hacemos, pero si nos dejamos
llevar puede crecer en nosotros la libertad y la responsabilidad propia de los
hijos de Dios y podemos salir al mundo a pesar de los duros vientos contrarios
que también se dan en la parroquia.

Antes de seguir las huellas de Cristo, está la etapa de la pubertad con todas sus
tonterías, sus quejas, sus escapadas temporales, su autocomplacencia, con sus
medias tentativas de misión y fracaso, con sus depresiones y dudas. Bendito
sea el grupo de oración que sufre una fuerte pubertad. Será el momento en que
la parroquia se aparte, se abrirán fosos, habrá palabras hirientes y muchas
otras cosas más.

Por ejemplo: un grupo de oración puede decir a su párroco que encuentra


mucha vida y fuerza en las reuniones que tiene de oración, muy al contrario de
las frías celebraciones del domingo, y que han decidido no asistir a la misa del
domingo; o el caso de aquella mujer de otra parroquia que me pedía un
crucifijo. Cuando le dije que debía pedirlo en su parroquia me contestó
furiosa: "¿En mi parroquia? ¡Pero si yo soy carismática...!”.

3º) Solamente después de haber pasado esta pubertad queda libre el camino
para amar y servir en las asociaciones de la parroquia y llega la hora de poder
ser elegido para el consejo parroquial y se podrá tener sensibilidad para
percibir y aceptar la actuación del Espíritu en una parroquia aparentemente
muerta. Es una gracia el poder percibir la voz del Señor en un sermón
aburrido.

En esta etapa de maduración, no antes, puede el grupo de oración entrar en la


iglesia, dar testimonio y dirigir las celebraciones litúrgicas. Lo hará con
sencillez y fidelidad y será aceptado. En cambio un grupo que aún está en la
pubertad ahuyenta a muchos, trata de imponerse, se siente importante y
autoritario, hace mucho ruido y es rechazado.

Solamente entonces el grupo puede leer y comprender la Constitución de la


Liturgia, y los artículos 6, 7 y 10, para no mencionar más, serán para él vida.
II.6.- Restablecimiento de la relación con la parroquia

Muchos católicos que son buenos se encuentran en una relación deteriorada


con su parroquia, con el párroco o con toda la institución parroquial por causa
de experiencias negativas u ofensivas que han tenido en su vida. Para poder
llegar a esa armonización de la propia vida es necesario abrirse también en
este campo a la redención y saber perdonar. Es entonces cuando puede crecer
el amor que nos capacita para servir en la construcción de la comunidad y
cuando podemos descubrir al Cristo oculto en ella y todas las actuaciones de
su Espíritu.

Y así se podrán aceptar sin reservas las gracias de la parroquia, gracias que el
grupo de oración no tiene aún: la gracia de la Palabra y de su interpretación de
acuerdo con el cargo de enseñanza, la gracia de los sacramentos, sobre todo de
la Eucaristía, la gracia del oficio y sus servicios, la gracia de múltiples
servicios de la comunidad, y también la gracia del llamamiento a un servicio
concreto.

En los grupos de oración surge a veces el temor de que en la parroquia


solamente haya opción para atender a sus fines y que ella sea un verdadero
estorbo para los carismas. Pero sepamos distinguir: existe también el peligro
de salirse de la parroquia y crearse un mundo espiritual a la propia medida, se
da la tentación por comunidades de sectas, o la pretensión de una iglesia de
los puros, de los despertados por el espíritu y de los salvados, de una iglesia
de espíritu. Esto ha ocurrido muchas veces en la historia de la Iglesia.

Se trata de la gracia de poder amar a la parroquia, de aceptarla y dejarse tomar


por el Señor para el servicio de esta comunidad.

II.7.- Etapas en la entrega

En el V Encuentro Nacional de la Renovación Carismática de la comunidad


que se celebró en Austria en 1983 tuvimos el regalo de un acontecimiento que
fue un Pentecostés. El profesor Mühlen dirigió un servicio religioso de
conversión y de entrega al Señor de acuerdo con los siguientes pasos:

-al principio se pide a Dios que conceda dentro de un tiempo previsible la


gracia de la conversión completa y de tomar una decisión básica por El;

-el paso siguiente es pedir expresamente la gracia plena del Bautismo y las
gracias de la Iglesia. En esta etapa ya se ha llegado a la sinceridad ante todo lo
que Dios quiere:

-el tercer paso es la entrega total a Dios Trinidad, es la entrega de la vida y de


la persona, entrega hasta la muerte. Esta es la verdadera renovación del
Bautismo y de la Confirmación, y, dado el caso, también de la Confesión.
Queda sellada la nueva y eterna unión con Dios;

-el cuarto paso es la entrega al servicio en la Iglesia, en la comunidad, desde la


fuerza del Espíritu Santo. Es la entrega de la vida a la comunidad concreta.
Con esto empieza el sufrimiento por la Iglesia y termina el sufrimiento en la
Iglesia.

Cada participante pudo captar en su interior cuál era la etapa que el Señor
quería regalarle en aquel mismo lugar y momento, y después de acercarse y
arrodillarse ante un sacerdote para pedirle su ayuda. Como unas dos mil
personas se acercaron a pedir la gracia para el paso siguiente de su conversión.
Allí se hizo visible y palpable la Iglesia como comunidad de conversión.

Cada uno necesita la ayuda de los demás y es llamado al servicio de los otros.
El Señor quiere conducir a todos por cada uno de estos cuatro pasos. ¿No
deberían encontrar espacio también en la vida de nuestras parroquias estos
pasos de crecimiento y no se les debería posibilitar en el servicio de Dios?
Para la renovación de la parroquia es decisivo el crecimiento hasta la entrega
al servicio por la parroquia concreta.

En este contexto quiero llamar la atención sobre la gracia plena del Bautismo,
de la Confirmación y de la Eucaristía. Estos sacramentos no solamente dan
una profunda comunión nupcial con Dios, sino que incorporan también plena
y obligatoriamente a la Iglesia concreta y capacitan para la edificación
espiritual de esta comunidad, a no ser que Dios l1ame a un servicio en otra
parte.

En este sentido el Seminario de la Vida en el Espíritu tiene sus deficiencias.


Conduce a la experiencia espiritual, pero incorpora a la Iglesia solamente de
modo deficiente. Este Seminario tendría que realizarse a base de libros
litúrgicos, y especialmente a base del Ritual Romano para la "incorporación
de adultos a la Iglesia", Ritual que se nutre de la tradición catecumenal de la
Iglesia.

El antiguo catecumenado condujo al mundo pagano a la experiencia espiritual


del Bautismo y de la Confirmación y fue uno de los más grandes esfuerzos de
la Iglesia, tanto antes como después de Constantino. En aquel tiempo los
recién bautizados quedaban realmente llenos del Espíritu Santo. También hoy
un buen catecumenado cumple esta misma función en los países de misión.
Muchos de nosotros, que fueron bautizados de niños, no son más que
verdaderos catecúmenos (JUAN PABLO II, Catechesi tradendae, 44) Y
necesitan un catecumenado para bautizados (Seminario de instroducción o
Seminario de la vida en el Espíritu.
Aún hay otra razón: hemos de observar lo que Dios quiere hacer; debemos
hacer lo que Dios quiere que hagamos. Pero también debemos hacer lo que
hace la Iglesia, pues hace muchas cosas bajo la fuerza y acción del Espíritu.

(continará)

50 - RENOVACIÓN DE LA PARROQUIA (2)

Alabanza en espíritu y en verdad


La alabanza es uno de los elementos más característicos de la R. C., algo que
impacta a todo el que se acerca a los grupos y que tanto poder tiene en la
intercesión.

Surge la alabanza como consecuencia y fruto del descubrimiento del Señor y


del encuentro con El, ante la admiración, estima y amor que suscita en el
espíritu. El hombre está hecho para admirar, gozar y alabar a Dios. La
alabanza es la mejor comunicación y trato con Dios y el cielo será una
alabanza continua. En este mundo es la expresión más grande de la vida
cristiana y de la oración.

El cristiano que no llega a alabar a Dios se mantendrá siempre ante Él cómo


ante un extraño, alguien muy lejano, al que se aborda más bien con miedo o
sobrecogimiento. Pero Dios se merece otra cosa. Nos hizo para ser sus hijos y
compartir siempre su misma vida, su intimidad, su gloria y felicidad. Y algo
de todo esto es la alabanza.

En el cristiano todo debería ser alabanza al Señor: su vida, su persona, su


actividad, de forma que aquella no quedara sólo relegada a los momentos de
oración.

Toda la Palabra de Dios en la Biblia es alabanza constante y para nosotros son


los mejores textos que podemos hallar. Jesús puso el acento en adorar "al
Padre en espíritu y en verdad", porque así quiere el Padre que sean los que le
adoren. Dios es espíritu y los que adoran deben adorar en espíritu y verdad"
(Jn 4, 23-24).

El valor de la alabanza en la R.C. dependerá siempre del grado de verdad y de


sinceridad que implique más que de la intensidad o de su expresión
clamorosa. Insensiblemente se puede incurrir en formalismos, en frases
hechas que rutinariamente se dicen sin que tengan verdadero contenido de
"espíritu y de verdad", en gestos y expresiones que no siempre serán
oportunas o adecuadas para llegar a otros hermanos.

Incluso en la vida corriente y de relación se puede abusar de frases


estereotipadas, como "el Señor me ha dicho" en vez de decir humildemente
"me parece a mí... ", "gloria al Señor" muchas veces como evasión ante una
situación embarazosa que exige otra respuesta, canto en lenguas como forma
de soslayar algo desagradable, palabra de profecía que nada tiene de tal
porque no es más que objetivación de los propios sentimientos... Todo esto
adquiere proporciones exageradas cuando se crean situaciones conflictivas
entre hermanos.

Podemos pasar fácilmente de lo más sagrado y sublime a una indebida


manipulación humana.

Esto no es para censurar, sino para ponernos sobre aviso ante defectos en los
que como humanos siempre podemos caer y de hecho caemos. No suele haber
mala voluntad, sino inconsciencia o inadvertencia.

Ante esto, ¿qué hemos de hacer?

Más formación, ser más exigentes con nosotros mismos. Desconfiar siempre
de sí mismo, contar con el juicio de los que tengan más formación espiritual y
teológica, como supieron hacer los santos de todos los tiempos, los cuales
fueron los grandes carismáticos.

La unción del Espíritu sea la que nos enseñe a alabar en espíritu y en verdad.

La renovación de la comunidad
parroquial
desde el Espíritu de Dios.
Por Johann Koller.

III Parte

(A continuación ofrecemos la III Parte del artículo del P. Johann Koller, del
cual ya se publicó en el número anterior la I y II parte.)
III. ETAPAS EN LA RENOVACION DE UNA PARROQUIA

III. 1 Conversión y renovación del párroco.

El párroco por su oficio está encargado de servicios indispensables para la


comunidad: servicio de la dirección, de la proclamación del mensaje, de la
eucaristía, de la incorporación, de la reconciliación y de la unidad, de la
unidad con el Obispo y con toda la Iglesia, el servicio del discernimiento, y
también el servicio en los carismas.

Los laicos tienen vocaciones parciales y servicios parciales en relación con la


comunidad. El servicio de un laico en la parroquia llega hasta donde dispone
por encargo y carisma.

El servicio del párroco es extenso. También es indispensable para los grupos


de oración, de otra forma estos no podrán ser efectivos plenamente para la
Iglesia y para la renovación de la comunidad. La renovación de la comunidad
no se realiza sin el sacerdote, ni tampoco dándole de lado. Esto lo sabemos
por lo menos desde el Concilio de Trento. Sobre cada candidato consagrado se
implora el Espíritu Santo para que no quede sin efecto. Dios toma en serio el
oficio.

Nosotros los sacerdotes debemos aprender a recibir día tras día oficio y
carismas en entrega a Dios para poder ser y permanecer como dispensadores
de los misterios de Dios. Las experiencias espirituales de los sacerdotes
pueden ser más profundas, pues Dios los guía a otras dimensiones de la
participación en su vida y actuación.

La renovación de un párroco es, sin embargo, algo muy difícil y una gracia
muy grande.

III.1.1. Obstáculos en la conversión del sacerdote.

Hay ciertos aspectos problemáticos en el "despertar carismático",


principalmente en la forma de grupos de oración y de centros, en la
enseñanza, en la interpretación de la Biblia, en la oferta de literatura, en el
estilo del testimonio, en la seguridad de la salvación, etc.

Al párroco incumbe el examinar todo esto. Los temores de posibles sectas en


los grupos de oración han conducido a muchos párrocos al siguiente juicio: no
puedo tolerar ésta renovación para mi comunidad.

Si la Renovación Carismática aparece y se presenta como un movimiento


junto a otros movimientos, difícilmente la acogerán los párrocos tal como se
necesitaría para la renovación de la parroquia. El lema del párroco es: tengo
que estar presente para todos de la misma manera.

Considerada la Renovación desde este punto de vista, vemos que no todo


depende de la sinceridad para con el Espíritu y de la renovación de la
espiritualidad básica del Bautismo y de la Confirmación, lo cual es común a
todos los movimientos. Una orientación deficiente en la comprensión y en la
práctica de la Renovación es lo que ha cerrado las puertas en muchas
parroquias.

Otra dificultad es la falta de tiempo de los párrocos, cada vez más ocupados.
Cuando yo empecé a ocuparme de la Renovación tenía que dedicarme cada
noche al mismo tiempo a distintas tareas pastorales. Entonces llegué a dejar la
cuestión del tiempo en manos de Dios y esto ha valido la pena.

Aparecen también dificultades de tipo personal. Muchos se han vuelto duros


en un servicio infatigable durante decenas de años, o faltos de fortuna y de
felicidad por razones diversas, tal vez espiritualmente se han quedado
aislados, pero persisten con las últimas fuerzas. Necesitan mucha oración y
mucha gracia. No es fácil para un sacerdote que siempre tuvo que aguantar,
agotado quizá de admitir lo dudoso y de entregarse totalmente a Dios.

III.2. El principio en la parroquia.

En lo que digo a continuación no pretendo dar una receta. La Renovación en


el Espíritu Santo no es un método de cura de almas, que se efectúa de diversa
forma en cada parroquia.

El párroco ha de observar cuidadosamente las actuaciones del Señor en la


parroquia hasta el momento presente, dejarse guiar por Dios y consultará a
personas de experiencia. Ha de resistir a la tentación de aceptar solamente un
par de elementos o formas de los grupos de oración, o de limitarse
simplemente a ordenar la renovación de la parroquia. En medio de los
hermanos debe pedir a Dios las facultades para esta pastoral

En las parroquias de grandes ciudades es importante el grupo inicial. En cierto


modo se trata de conseguir "los doce" que tengan capacidad para la
conversión y para el servicio espiritual de la comunidad y a los que el Señor
llame para este fin. Estoy seguro que el Señor hará ver al párroco a quiénes
llama para este servicio de renovación de la comunidad. No es bueno
intentarlo con un grupo ya existente, pues por experiencia sabemos que no
todos los que se encuentran en tales grupos están dispuestos a la conversión y
que hay el peligro de no querer abandonar lo que ya era habitual o que se
estorben unos a otros en el camino a la conversión. Se necesita un olfato
especial para captar quién de la parroquia tiene hambre de renovación, quién
ha sido ya espiritualmente preparado por el Señor.
Cuando yo empezaba estuve durante semanas pidiendo al Señor que me
mostrara estos "doce" y siempre llevaba conmigo una hoja de papel en la que
anotaba nombres, los borraba y volvía a escribir hasta verlo todo claramente
ante el Señor. Después me dirigí a ellos. Todos inmediatamente me dieron una
respuesta afirmativa, aunque no habían entendido bien de qué se trataba.
Vinieron con alegría.

El párroco velará por si algunos quieren imponerse o colocarse en primera


fila. No podrá ni deberá explicar por qué llama a estos y no a otros. Cristo
tampoco lo hizo con los doce. Ni deberá invitar en la iglesia a todos pues
vendrían algunos que siempre acuden a todo pero que no tienen la vocación
para este camino.

En el grupo inicial debe haber gente sana, de edad entre 25 y 45 años,


hombres y mujeres por igual y si es posible matrimonios.

En mi caso empezamos enseguida con un cursillo de iniciación sin informar a


la parroquia, pues pensaba que no era bueno alabar al niño antes del
nacimiento y tampoco sabía si llegaría a subsistir. A todos los que
preguntaban con curiosidad o querían entrar los remitía a otro momento.

En las parroquias pequeñas es mejor familiarizar a todos con la Renovación en


el contexto de una misión popular y llevarlos hacia la entrega a Dios. Este
camino ha dado buenos resultados en los países de habla alemana.

Los participantes en el primer curso de introducción pueden de esta forma


aclimatarse ya a un servicio espiritual en el segundo cursillo como ayudantes
de los grupos de diálogo, y entonces se pondrá de manifiesto qué facultades se
desarrollan en cada uno. En mi parroquia se estuvieron dando tres seminarios
de introducción a la vida en el Espíritu con un número de participantes cada
vez más creciente sin que ocurriera nada especial en la parroquia. Yo no dije
nada de la Renovación Carismática ni hable a nadie de lo que me había pasado
a mi. Pero hacía una cosa: intentaba con la buena acogida y el despertar de la
fe en el Dios viviente preparar el suelo para la renovación.

Los Seminarios de introducción solamente son un comienzo. Las conversiones


rápidas muchas veces no son profundas, ni tampoco perduran. Esto lo sabe la
Iglesia desde el tiempo de los grandes predicadores de la penitencia. Se
necesita un camino de conversión distintamente largo, una enseñanza
profunda, un largo ejercicio en la vida eclesiástica.

Me quedé muy sorprendido cuando leí que Francisco de Asís necesitó siete
años para llegar a su conversión completa. También, aunque se den
estupendos Seminarios de introducción en las parroquias, los individuos y las
parroquias no quedan rápidamente renovados.

III. 3 Renovación del Consejo Parroquial.

Dios toma muy en serio a los miembros del Consejo parroquial. Tienen un
cargo de parte del Obispo. Cristo quiere tomarlos nuevamente y con más
profundidad en su servicio. Él también toma muy en serio a las diversas
asociaciones y los círculos de trabajo. La renovación de una parroquia no es
posible sin ellos.

Después de nuestro tercer Seminario de Introducción se eligió un nuevo


Consejo parroquial. Casi la mitad de los que fueron elegidos procedía del
grupo de oración. En otoño de 1978 nos reunimos en una asamblea de
clausura. Queríamos llegar a conocer qué teníamos que hacer en los próximos
cinco años. En ésta asamblea participaron 35 personas.

En cierto modo llegamos a planificar esta sesión de una forma nueva. En las
sesiones precedentes solía haber informes sobre todos los temas importantes y
se deliberaba sobre su realización. Al final de esta sesión estábamos muy
agotados y abrumados por la cantidad de resoluciones. Hicimos todo lo que
pudimos, pero advertíamos que mucho era estéril. Una gran experiencia había
sido el Año Santo de 1975. Escogimos el lema: "Tenemos una Buena Nueva"
y planificamos todo el año para dar a muchos una enseñanza más profunda de
la fe, al mismo tiempo que les entrenábamos en el ejercicio de la conversión
con la esperanza de que después predicarían el Evangelio. Pero a pesar de las
valiosas reuniones resultó que el interés iba disminuyendo. Al final un
miembro del Consejo parroquial decía: "No estoy tan seguro de que realmente
tengamos una Buena Nueva".

Esta vez no había relatores ni discursos. ?Nos hicimos una sola pregunta:
¿Qué se requiere para que crezca entre nosotros una comunidad viviente de
Cristo?

Seis grupos de diálogo se plantearon esta pregunta, hablaron unos con otros,
oraron juntos, se escucharon recíprocamente e intentaron escuchar a Dios.
Como lema me pasó por la mente que podría ser este: "Nos reunimos,
hablamos unos con otros, oramos juntos. Entonces vendrá el Espíritu Santo y
llegaremos a ver". Juan XXIII había dicho esto mismo antes del Concilio y yo
me preguntaba si al final de la sesión llegaríamos a ver claro. Los miembros
del consejo parroquial aparentemente no tenían este problema y empezaron las
deliberaciones con un gran afán. Al final de aquel día estábamos agotados.
Una gran cantidad de ideas habían visto la luz. En la hora del descanso yo
pregunté a un dirigente de grupo de diálogo cual había sido el tema central de
su grupo. Me dijo: "¡Conversión! Porque de otra manera construimos sobre
arena". Después pregunté a cada uno de los dirigentes de grupo por separado y
todos resaltaban la conversión.

Muy intranquilo me retiré a mi habitación e intenté repasar y ordenar todas las


propuestas e ideas, pero sin ver claro y muy cansado me fui a dormir. Más
tarde me despertó una llamada a la puerta, pero nadie estaba fuera. Eran las
cuatro de la madrugada. Ya no pude dormir más y empecé a orar. Enseguida
se hizo la luz en mi interior y empecé a ver los planes que Dios tenia sobre
nosotros. Cada vez me venía su palabra: "¡Yo soy Yahvé, vuestro Dios! Yo os
conduzco fuera de Egipto de la casa de los esclavos. Os llevo a una nueva
vida" (cfr. Ex 20. 2). Sorprendido y con gran alegría me di cuenta de que Dios
nos quiere sacar de la servidumbre de la vida de la gran ciudad, de lo
enfermizo, del consumo, de las manías y de la abundancia, y otra palabra
venía de nuevo: ''He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia"
(Jn 10, 10). Todo lo que había escuchado y anotado la noche anterior se
ensamblaba ahora como en un gran mosaico, todo era claro, era luz, gran gozo
y profunda paz dentro de mí que llenaba todo mi ser. Me escucharon después
y quedaron conmovidos dando su pleno asentimiento. Formulamos el lema
para el trabajo del año: "Juntos nos ponemos en marcha". Cuando sus esposas
y otros colaboradores vinieron para la eucaristía final advirtieron que algo
había pasado. Se respiraba una gran unidad como nunca habíamos tenido.
Todos se alegraban de ser consejeros de la parroquia y tenían la gran
esperanza de que el Señor nos guiaría. Se nos había dado el impulso inicial de
la renovación de nuestra parroquia y todo el Consejo estaba impresionado.

Ahora la situación era nueva. Si bien conocíamos el deseo de Dios y


estábamos dispuestos a obedecer, no sabíamos cómo hacerla y apenas si
habíamos llegado a acuerdos concretos. El año de trabajo empezó sin ideas ni
planificación concreta, pero todo el consejo parroquial estaba en los
Seminarios de Introducción a la vida en el Espíritu. Al llegar el Adviento y la
Cuaresma celebramos jornadas parroquiales según el modelo de aquel día de
clausura. Vimos que de esta manera muchos podrían iniciar un camino de
renovación. Ahora empezó también a cambiar la forma de trabajo de las
secciones del Consejo parroquial, se oraba más y se peleaban menos, la cura
de almas cobraba más importancia. El círculo de trabajo de CARlTAS llevaba
orando casi dos años, pero después empezó un trabajo complejo y el grupo de
colaboradores iba creciendo. Hoy algunos de ellos están trabajando con
drogadictos y alcohólicos.

Hubo también efectos negativos en esta jornada de clausura. No logramos


hacer comprender esta experiencia a la parroquia. El Consejo parroquial
cambiado ahora se distanciaba de la comunidad parroquial. A muchos
asustaron ciertas exageraciones, surgieron tensiones y algunos se pusieron en
la oposición. Por esto en la jornada de clausura del año siguiente tuvimos que
plantearnos la pregunta: ¿Qué se requiere para que crezca entre nosotros la
comunidad que Cristo quiere? Esta jornada estuvo caracterizada por una gran
lucha. De pronto nos dimos cuenta con qué poco amor nos tratábamos unos a
otros y qué poco unidos estábamos. Antiguas caídas, malentendidos y
discordias salieron a la superficie. Sin que se hubiera planeado empezó en la
capilla una eucaristía de reconciliación hasta muy tarde de la noche. Se
abordaron y se arreglaron muchas cosas ante el Señor. Todo empezó con mis
colaboradores más estrechos. Yo también sentí que debía pedir perdón a
todos. El Señor nos llamaba a la reconciliación.

Durante semanas y meses este impulso se mantuvo activo dentro de la


parroquia. Estábamos muy conmovidos porque veíamos que el verdadero
problema no era la falta de unión en la parroquia sino nuestra desunión.
Empezamos a comprender que ante todo debíamos cambiar nosotros y
después cambiaria también la parroquia. El Señor quería empezar con
nosotros. Y así fue como el Consejo parroquial se convirtió en el motor de la
Renovación. En todos los campos de la pastoral y de la vida diaria actuaban
impulsos espirituales, los Seminarios de introducción registraban cada vez
más afluencia, el equipo de responsables de los grupos de oración se convirtió
en círculo de trabajo del Consejo parroquial, y a iniciativa del Consejo se le
dio el nombre de "Círculo de trabajo para la renovación de la comunidad y la
evangelización".

El impulso inicial de la primera jornada de clausura se ha mantenido efectivo


hasta hoy. Entre tanto se han celebrado seis jornadas de clausura. Cada una
fue una aventura de la fe y los resultados han sido siempre nuevos y
sorprendentes. Nunca sabíamos con antelación lo que pasaría. Las
conclusiones de cada jornada han sido decisivas para los años subsiguientes.
Hemos visto que la llamada de Dios tiene un carácter permanente, que no es
un capricho del momento, y cómo sin embargo en muchas cosas no estábamos
siendo fieles. En la última jornada de clausura recibimos instrucciones de no
empezar nada nuevo: "Vosotros ya sabéis mucho y lo practicáis demasiado
poco".

En cada jornada de clausura también percibimos lo siguiente: los consejeros


de la parroquia debían hacer lo que de ellos dependiera. A la vista de tantas
ideas y de tantas proposiciones no podían llegar a un resultado claro. Después
de los informes de los grupos de diálogo en el pleno no pocas veces se creaba
una desorientación; en tal caso empezaba la tarea del párroco. Yo debía rezar,
examinar el material, comprobar todo y escuchar a Dios. Por la mañana mi
trabajo había de consistir en hacer el resumen y dar una orientación total. En
esto siempre notaba de nuevo la dirección del Señor.

III.4. El camino a la Iglesia.


La renovación empieza en una parroquia como una semilla y esta semilla debe
morir un día para que se pueda producir una transformación y surja la vida.

Con esta metáfora Bíblica (Jn.12, 24), quisiera describir un profundo proceso
espiritual que se realiza por pasos muy concretos: el camino de una sala de la
parroquia a la iglesia, del grupo marginal al centro de la parroquia, del grupo
de oración al servicio divino.

Para que se dé esta transformación del grupo de oración, tiene que haber
llegado la hora, no se la puede provocar. Solamente en su momento adecuado
puede darse el paso de la sala de la parroquia a la iglesia. En nuestro caso
coincidían ciertas circunstancias: la sala de reunión se hacía ya demasiado
pequeña, aumentaba la afluencia a los seminarios, cada semana ya había dos
noches de oración. Sentíamos que nuestro sitio estaba en la iglesia pues es la
casa de Dios. Pero ya con el primer pensamiento surgían las resistencias: los
bancos son incómodos, no son posibles las intervenciones personales por la
mala acústica, el tener que acercarse al micrófono es un obstáculo para la
gente, en invierno la iglesia no está tan caliente como la sala.

Pero al mismo tiempo nos preguntábamos también: "¿es que el Espíritu de


Dios depende de circunstancias externas?" El tiempo de Cuaresma ya estaba
próximo. En el equipo de responsables (por entonces aún no se había
convertido en el círculo de trabajo) no estábamos en condiciones de convertir
una misión cuaresmal en Seminario de introducción en la iglesia, pues como
grupo particular no estábamos autorizados para ello. Sin embargo pasó lo
singular. El consejo parroquial determinó que al día siguiente, dentro de pocos
minutos, empezaría la misión cuaresmal como un tiempo de unidad y claridad.
Yo advertía como el Señor tomaba muy en serio a los responsables de una
parroquia. La misión debía realizarse del modo siguiente: Los domingos los
sermones cuaresmales prepararían la comunidad para dar un paso de
conversión. Al jueves siguiente debían realizarse los pasos en profundización,
oración y en el diálogo de la reunión. Una hoja semanal de reflexión ofrecía
ayuda para la oración diaria, de esta forma se prepararía la comunidad para la
renovación pascual del bautismo.

Con esta preparación de la Cuaresma pasó algo decisivo: hasta ahora la


renovación había sido propio de un grupo, del consejo parroquial. Dentro de la
iglesia se convirtió en trabajo de toda la comunidad. Todos podían asistir y
vinieron muchos a la reunión que antes nunca hubieran venido. Claramente
advertían que para esto no era necesario pertenecer a un grupo determinado, y
que podían llegar a ser cristianos en más profundidad. Por lo general esta
reunión duraba dos horas, a pesar de lo cual se llenaba la iglesia. La fiesta de
Pascua adquiría nueva profundidad. Poco después de Pascua llegó un
momento en que se presentaron en la iglesia los primeros para dar su vida a
Dios. La noche de oración tenía que permanecer en la iglesia. Desde entonces,
y ya han pasado tres años, cada jueves por la noche tenemos una celebración
de la palabra y de la eucaristía en la misma iglesia. Estos servicios divinos no
se han suprimido durante el verano y en la sala pequeña se ha seguido
teniendo los miércoles por la noche una reunión más pequeña de oración.

111.5. La disposición de la comunidad y sus consecuencias.

En la iglesia es válido el principio de "la disposición de la comunidad". La


comunidad ha de poder entender, seguir y celebrar. Por esta razón en los
primeros meses no levantábamos las manos, ni orábamos en lenguas, sino que
nos comportábamos de una forma “normal". El amor exige prestar atención a
los hombres y hacer aquello que contribuye a su edificación (cfr. 1 Co 14, 26).
La oración en lenguas y el levantar las manos llegaron por si solos, sin que
nadie se escandalizara, aunque para los grupos de oración esto era doloroso.
La atmósfera ya no resultaba tan familiar y las intervenciones en la oración
eran más difíciles.

Algunos anhelaban los primeros tiempos en la sala de oración, pero ya no


entraba en cuestión el volver a aquello.

Ya que en la iglesia no era tan fácil el contacto personal por el número mucho
mayor de personas, muchos se reunían en comunidades pequeñas con más o
menos compromiso y se encontraban en las casas para oración y compartir
espiritual. Esto se hizo por iniciativa propia y de pronto advertimos que ya
había unas 15 pequeñas comunidades.

Hemos cambiado también las palabras. En todos los grupos, comunidades y


movimientos se crea un lenguaje de dominio común. Por esto no hablamos de
"reuniones carismáticas", ni de "noche de oración" o "círculo de oración", sino
de "servicio sagrado de la Palabra". No decimos "misa carismática", sino
"celebración eucarística". No hay "servicios sagrados de curación", sino
"servicios para los enfermos". No hablamos de "Bautismo en el Espíritu", sino
de "renovación del Bautismo", "renovación de la Confirmación", "renovación
del matrimonio", etc.

Tampoco hablamos muy pronto de carismas. Primero es importante la


conversión, la aceptación de la salvación y la decisión básica por el Señor en
la comunidad de la Iglesia. Los carismas se pueden recibir enseguida, pero
necesitan maduración prolongada. La palabra "carismático" o "los
carismáticos" deberían evitarse totalmente. Tampoco somos una parroquia
"carismática". Este cambio de las palabras no es solo externo, es cambio de
vida, apertura hacia los hombres, y servicio del amor y de la unidad.

Todo esto no nos ha llevado a una pérdida de identidad. De esta misma


manera actúan las demás parroquias en Austria en las que ha entrado la
renovación. Nosotros decimos "Renovación espiritual de la comunidad".

Lentamente hemos llegado a descubrir la importancia espiritual de la misa


dominical para muchos. El centro no es el grupo de oración, ni la noche de
oración, sino la misa dominical (cfr. Val. II: Constitución Litúrgica N.
10,106). La renovación de la congregación dominical parte de la misa del
domingo. Es así como la Renovación Carismática se convierte en renovación
de la Liturgia en su profundidad y fuerza espiritual. En la última jornada de
clausura el Consejo parroquial proclamó la celebración litúrgica del domingo
como "la fiesta de todos".

Si en la reunión de oración cada uno puede y debe participar, en la celebración


de la congregación dominical es distinto. Aquí están los ayudantes de la
liturgia: los lectores, los cantores, los acólitos, los que distribuyen la
comunión, los que recitan oraciones, el organista, el coro o grupo musical.
Todos estos deben tener el carisma para el servicio que realizan y no podrán
hacerlo sin conversión, curación de su vida y entrega a Dios. Necesitan
preparación, crecimiento y examen. Así es como hemos llegado con el tiempo
a tener los jueves la preparación de la celebración del domingo: oramos por
los feligreses que asistirán y damos el mensaje del domingo. Muchos guardan
ayuno y renuncian a la noche del sábado y las fiestas fatigosas. Algunos oran
en grupo, y hay intercesiones espontáneas, oraciones de intercesión y también
testimonios. Sin que se busquen formas especiales, es así como las
celebraciones ganan fuerza y el número de feligreses aumenta.

Si antes estaba en primer plano la actuación activa en el servicio divino, ahora


se da más importancia al servicio espiritual desde la entrega a Dios. Vemos
cómo la celebración de la Eucaristía es un legado santo de Cristo, que ha sido
ordenada por la Iglesia con la asistencia del Espíritu y que no debemos
acercarnos a ella con un corazón no convertido. Hemos experimentado que lo
que atrae y renueva a los hombres no son las formas nuevas sino la fuerza del
Espirita.

Tenemos dificultades por el tamaño de la parroquia y el gran número de


celebraciones en el domingo. No todas pueden celebrarse y prepararse de la
misma manera y también queda de vez en cuando cierto desorden en la
programación del tiempo.

III.6. El Don del año litúrgico.

La celebración más profunda del domingo y el haber tomado más en serio el


tiempo de Cuaresma nos ha hecho descubrir de nuevo el Año litúrgico.
Empecé a ?leer detenidamente los libros litúrgicos y ahora veo cómo la
Constitución sobre la Sagrada liturgia, las introducciones que hay en los
misales, en los leccionarios y en el ritual de incorporación de adultos a la
Iglesia son instrucciones para la renovación carismática de nuestra
congregación. Los Seminarios de la Vida en el Espíritu deberían realizarse
según estos documentos para evitar conductas muy cerradas. Pablo VI escribe
en el Misal que el Año litúrgico nos permite celebrar los misterios de la
Redención y que tiene especial fuerza y efecto sacramental para fortalecer la
vida cristiana. En la Constitución sobre la Sagrada liturgia leemos que la
Iglesia "considerando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del
poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que en cierto
modo se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en
contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación" (N. 102).

El tiempo de penitencia de los cuarenta días santos y de la Semana Santa


cumplen la función de renovar a la congregación de los fieles juntamente con
los catecúmenos y de prepararlos para las celebraciones pascuales mediante el
recuerdo o la preparación del Bautismo y por la Penitencia. Esto se realiza por
la liturgia. Yo tuve que aprender a interpretar las lecturas del domingo no solo
en función de la exégesis sino también en función del sentido litúrgico. Para
profundizar en los candidatos el hambre de liberación del pecado por Cristo
hay previstas tres celebraciones de penitencia durante este tiempo, las cuales
sirven más de ejercicio espiritual que de instrucción. Está en las lecturas del
Ciclo A de las semanas 3ª,4ª y 5ª. Estas celebraciones de penitencia
contribuyen a la conversión espiritual y a la renovación y se completan con las
oraciones para conseguir liberación. La meta es purificar el espíritu y el
corazón, proteger contra las tentaciones y fortalecer la voluntad.

Es muy importante el esfuerzo para comprender a Cristo y a su Iglesia más


profundamente y progresar en el conocimiento de sí mismo, en la formación
de la conciencia y en deseo de arrepentimiento. Estas celebraciones
penitenciales liberan de la influencia del mal, fortalecen en la vida espiritual y
preparan para recibir el don de la salvación del Redentor. Los candidatos
participan también de las bendiciones (Cfr. Vat. II Const lit. n. 109; Ritual
"para la celebración de la incorporación de adultos a la Iglesia" n. 21; Tir. 25,
101, 102,154, 159, 162). Aquí tenemos instrucciones litúrgicas para un
seminario de la congregación durante el tiempo de Cuaresma.

Mediante esta preparación los Sacramentos de la incorporación (Bautismo,


Confirmación, Eucaristía) se podrán recibir con mayor profundidad y la vida
espiritual se desarrollará más.

Tuvimos también el regalo de otro descubrimiento, el tiempo pascual o los


cincuenta días felices. Todo el que se entrega profundamente al Señor y vive
en el gozo de la proximidad de Dios, desde su nueva y personal experiencia,
necesita ejercitarse y profundizar especialmente en los sacramentos y en la
asamblea (mystgogia) (Rit, n. 40.37). Los principiantes necesitan
celebraciones más frecuentes, ser introducidos en la vida del Resucitado y
recibir una preparación para la venida del Espíritu. Los textos de los domingos
de Pascua tienen muy en cuenta la alegría de los principiantes, los problemas
que esto suscita, la vivencia de la presencia de Cristo, la captación de su voz,
la preparación para su ausencia y para la nueva venida del Espíritu. Por otra
parte los cincuenta días de Pascua son una única fiesta de alegría por el Señor,
sin penitencia y sin cuaresma ya, sino con muchos aleluyas.

El día de Pentecostés es el día de la efusión y de la plenitud. Ya enriquecidos


con el don de la Redención, los cristianos entran en el día hábil del Año. Por
desgracia a lo largo de la historia de la Iglesia se perdió el sentido de la
amplitud del tiempo pascual y por la secularización de los cristianos
disminuyó la fuerza del Espíritu.

Muchos cristianos durante la Cuaresma toman muy en serio el tiempo de


penitencia para volver luego en el tiempo de Pascua a la vida normal. Con
esto les queda mucha seriedad de penitencia año tras año, pero no la alegría ni
el ejercicio en la vida del Espíritu. Es como si prepararan un banquete, pero no
se sentaran a la mesa, o una boda y no vivieran el matrimonio, o como si
construyeran una casa, pero dejarán que se quedara de nuevo en ruinas. Con
estas parábolas podemos caracterizar la pérdida del tiempo pascual para
nuestras congregaciones.

Una consecuencia también de este fenómeno es la irritación ante los cristianos


que viven con alegría visible en Dios y tienen aspecto de redimidos. Nosotros
en este año 1984 no hemos terminado con el Seminario de congregación del
tiempo cuaresmal y hemos seguido hasta Pentecostés, Pero hemos descubierto
que todavía muchos no podían comprender completamente estos cincuenta
días y su mensaje, El próximo año seguiremos dejándonos conducir y
esperamos que un día Pascua y Pentecostés puedan desarrollar toda su fuerza
y que entremos realmente en profundo contacto con estos secretos.

IIL7. El principio de la Evangelización.

En la Cuaresma de 1977 empezamos con el primer seminario de introducción


a la Vida en el Espíritu. En la cuaresma de 1984 unas treinta personas han
empezado a evangelizar en la calle. La primera vez estaban de pie y con
miedo, inseguros y apoyados en el muro de la iglesia. Ahora se reúnen cada
dos semanas en la plaza más concurrida de la parroquia para alabar a Dios con
canto y oración y para predicar el Evangelio.

Aún tenemos que aprender mucho y recibir más fuerza. El Señor nos mostrará
de qué modo hemos de evangelizar en Viena. Agradecemos a Dios que el
camino de la Renovación a través de las instituciones de la parroquia no es sin
fin y que también una parroquia normal puede recibir la gracia de la
evangelización. La incorporación de "los nuevos" será un nuevo llamamiento
para nosotros.

IV Una Pastoral del Camino

Hay una pastoral estática: todos los años pasan las mismas cosas, todos están
ocupados, todos cumplen su deber y todo se desarrolla como siempre.

Hay una pastoral organizada de pensadores y de gente activa: se forman


grupos, se organizan actos y se hacen proyectos. La mayor actividad se
desarrolla al lado de las celebraciones litúrgicas, si es que estas no son
también "formadas" y "realizadas". Todos están muy ocupados.

Hay una pastoral de congregación: "el modelo" es la congregación desde los


comienzos de Jerusalén, en el primer plano está lo horizontal y con múltiples
métodos de entrenamiento se buscan buenas relaciones. El paso está marcado
por círculos agradables, pero en los que no se adelanta ni se crece en lo ancho
y profundo.

Hay una pastoral del camino, una pastoral dinámica: Presupone una
congregación. Un día sin embargo la llamada de Cristo a la conversión tiene
que ser perceptible y conmover y los cristianos se pondrán en el camino del
retorno, se abrirán a la Redención y salvación de su historia, de toda su vida.
Retorno y salvación son etapas indispensables del camino que un día conduce
a la decisión fundamental y personal por Dios y por la Iglesia dentro de la
congregación (renovación del Bautismo). Este paso es el momento del
nacimiento de la vida cristiana, de la gracia del bautismo, es una fiesta en la
vida de la comunidad. Otras etapas del camino por el que el Señor está
llevando ahora a los suyos son la purificación profunda y la iluminación. Un
día se realizará el segundo retorno, "la Nueva alianza" será realidad personal.

Sin este segundo retorno ningún sacerdote y ningún colaborador podrá


desarrollar plenamente su servicio. Este es el acto de todos los actos, el uno
necesario (Heinz Shurmann). Ahora es cuando los carismas tienen un buen
fundamento: el servicio a los hombres es posible desde la fuerza del Espíritu.
Ahora Dios puede hacer grandes cosas.

Estas etapas del camino espiritual son válidas para los individuos, para los
grupos y para las comunidades. Es importante que la congregación piense de
la misma manera en este camino y sienta unánimemente en su aspiración
hacia la renovación y en lo referente a la ayuda mutua, tanto humana como
espiritual. Sin el servicio espiritual del párroco la congregación no podrá
ponerse en marcha en este camino.

El servicio del párroco resulta ser entonces como el servicio de Moisés.


Escuchará a Dios y pedirá el carisma de la dirección. Dios indicará a qué
marcha se ha de avanzar por el camino, y El hará detenerse, apagar la sed y
seguirá conduciendo. El párroco gritará a Dios si el pueblo se queja porque
está desorientado, desorientado de Dios y de su párroco, pero el fruto también
dará gritos de júbilo ante las grandes acciones de Dios. ¿Llegará a la tierra de
promisión o perecerá en el desierto?

Con mi parroquia estoy en el camino. No somos una parroquia, ni somos


mejores que otras parroquias. Tenemos unas celebraciones completamente
normales, con cantos y formas normales, hacemos todo lo que se hace en una
parroquia, pero hay algo distinto, y así lo dicen muchos, que es difícil de
definir. Hay algo que atrae, conmueve y despierta, al mismo tiempo que hay
otras muchas cosas que son corrientes y otras que son pecaminosas, lo cual
puede decepcionar.

El grupo de oración ha dado mucho a la parroquia, pero él ha recibido todavía


más. Por la parroquia ha sido conducido de la estrechez a la extensión del
servicio, y de las escuetas ofrendas de antes a ser la iglesia. Paulatinamente
muchos han abandonado la actitud de oposición y los que aún no se
comprometen con la parroquia han quedado pensativos y se abren cada vez
más a la oración y al Espíritu Santo. Es sorprendente ver de qué manera tan
diversa Días conmueve y conduce a cada uno.

La semilla crece. No sé hasta qué altura ha crecido, pero las malas hierbas
también crecen y muy bien. Cuando dará su fruto lo que se ha sembrad y
cuanto fruto dará yo no lo sé.

Una parábola puede caracterizar nuestra situación: una parte de la


congregación ha pasado el Mar Rojo, la mayor parte todavía está en Egipto.
Ahora algunos de los que salieron quieren seguir, otros quieren volver, y de
los que se encuentran en Egipto algunos quieren ponerse en marcha para pasar
también el Mar Rojo y otros quieren quedarse. En esta tensión me encuentro
como párroco. ¿Llegará la vanguardia a la tierra prometida? ¡Dios sea
indulgente con nosotros! ¡Obra, Señor como os has prometido!

El canto espontáneo, una tradición a


renovar.
Por Rodolfo Puigdollers

El hablar en lenguas pentecostalista.

Uno de los distintivos del Movimiento Pentecostalista ha sido el "hablar en


lenguas", fenómeno de expresión aconceptual que se encuentra en la mayoría
de religiones primitivas y de un modo especial en los ritos mágicos.

La valoración y uso de este fenómeno en el Pentecostalismo se ha realizado a


partir de la propia experiencia y de una exégesis fundamentalista de la Biblia.
El fenómeno que se vivía en el Pentecostalismo se ha identificado sin más con
ciertas expresiones bíblicas de obscura interpretación. Esto ha permitido que,
sin más, la experiencia pentecostalista gozase de un pretendido fundamento
bíblico.

Es así como el hablar en lenguas pentecostalista se ha extendido a grupos


minoritarios de diversas iglesias, influenciados por este Movimiento. En una
línea de auténtica Renovación de la Iglesia nos tenemos que preguntar si es
correcto este salto de la experiencia actual a una exégesis fundamentalista de
la Biblia, dejando de lado la tradición de la Iglesia.

Hay que reconocer que la mayoría de grupos católicos que han utilizado
durante un tiempo el “hablar en lenguas” pentecostalista han visto como éste –
a causa de una mayor sensibilidad católica a la tradición eclesial – ha sufrido
una transformación profunda en su forma, utilización e interpretación
teológica. (1)

Es obligación del teólogo católico el interrogarse sobre este fenómeno e,


imbuido por toda la tradición de las comunidades cristianas en los casi veinte
siglos de historia, preguntarse por el punto de conjunción entre el "nova et
vetera".

El "canto espontáneo" originalidad cristiana, frente al "hablar en


lenguas" de origen pagano.

No es cierto que se haya dado una ruptura radical entre la vivencia de las
comunidades primitivas y las comunidades posteriores. El Movimiento
Pentecostalista con su poca atención a la tradición ha divulgado el error de tal
ruptura, lo que permitía sin más, de forma inconsciente, leer en la Biblia la
experiencia pentecostalista tal cual.

Un estudio de la tradición espiritual cristiana nos muestra que la forma de orar


de la que hablamos se ha vivido en la Iglesia durante al menos mil trescientos
años. ¿Qué nos enseña esta tradición? ¿Podemos dejarla de lado sin más e
interpretar a nuestro gusto la letra bíblica?

En primer lugar hay que reconocer que se ha dado una evolución. El P.


Alberto Ibáñez escribe: "De entre los diversos géneros de lenguas sólo quedan
abundantes constancias de las exclamaciones y cantos en espíritu. Las otras
formas se perdieron por la oposición contra el montanismo y contra los demás
excesos, por el enfriamiento del fervor que vino al aumentar el número y la
disciplina externa, pero -sobre todo- por la simple voluntad de Dios, que
distribuye sus dones como quiere" (2). Esta evolución ¿hay que situarla en el
siglo II o se encuentra ya en la vida misma de S. Pablo? ¿Es una muestra de
enfriamiento o, más bien, del discernimiento y de la maduración eclesial?
¿Acaso la primera referencia que tenemos al "hablar en lenguas" no es ya una
corrección que S. Pablo quiere introducir en la comunidad de Corinto?

Hacia el año 57 S. Pablo escribe a la comunidad de Corinto que ha tomado


costumbres equivocadas en el modo de orar, debido a la influencia de los
cultos paganos (“os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos sin palabra”
1 Cor. 12, 2). Esta influencia se encuentra claramente en el “hablar en
lenguas” que vaciado de su influencia a la Palabra "es como si hablarais al
viento”. (1 Co 14, 9). El entusiasme por el "hablar en lenguas" no es más que
una muestra de ser "niños en juicio", cuando hay que ser "niños en malicia,
pero hombres maduros en juicio" (1 Co 14, 20) (3).

El fenómeno religioso del "hablar en lenguas" S. Pablo lo cristianiza


aplicándole tres reglas: a) relativizándolo; no es en sí ninguna muestra del
Espíritu Santo, éste sólo se muestra en la profesión de fe (cf. 1 Co 12, 3); b)
uniéndolo a la Palabra: el hablar o el orar cristiano sólo tiene sentido si es
Palabra (profecía) o si va unido a la Palabra (interpretación); c) relegando a la
oración personal el "hablar en lenguas" sin relación a la Palabra: es sólo a
nivel personal interno que se puede mantener unida la Palabra o el sentimiento
a una expresión externa no conceptual (Cf. I Co 14, 28).

Es notable constatar que a partir de este incidente ocurrido en esta comunidad


corintia influenciada por los cultos paganos toda posible referencia a esta
forma de oración siga las pautas de esta carta:
a) En la oración comunitaria el "canto espontáneo":

• "cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y


cánticos inspirados" (Col 3, 16; la Biblia de Jerusalén comenta en nota "se
trata, sin duda, de improvisaciones carismáticas sugeridas por el Espíritu
durante las asambleas litúrgicas").

• "recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados" (Ef. 5, 19).

b) En la oración personal la "oración en espíritu":


• "siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en espíritu" (Ef. 6,
18).

• "edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en espíritu santo" (Jd 20;


Cf. 1 Co 14, 4).

De esta forma brota en las comunidades cristianas un nuevo modo de canto.


Un canto espontáneo, sin palabras, pero unido a la Palabra. No es un canto
irracional o un canto vacío, sino al contrario, es la respuesta a la Palabra, la
expresión total de la Palabra. El musicólogo judío A. Sendrey escribe:

"El canto sin palabras de los cristianos, aun cuando tuviera un paralelo en
equivalencias de música secular cualitativamente diferente, nació con la nueva
religión" (Musique ancienne d'Israe1. p. 202).

El "canto espontáneo" (la iubilatio)

Es sobre todo S. Agustín (354-430) quien nos ha descrito el canto espontáneo


en las asambleas cristianas:

• "¿Qué es iubílare? Prorrumpir en voz de gozos cuando no se puede con


palabras. Porque la iubilatio no es con palabras, sino que sólo se da el sonido
de los que se gozan, como el de un corazón que da a luz una alegría con una
voz que no se puede explicar con palabras" (Enarr. in Ps. 65, 2).

• "Ya sabéis qué es la iubilatio. Gozar y hablar. Si lo que gozáis no lo podéis


decir, jubilad. Si vuestro gozo no lo puede expresar las palabras, que lo
exprese la iubilatio, pero que no sea un gozo mudo. Que el corazón no silencie
a su Dios" (Enarr. in Ps. 97,4).

• "Antes de que lo sintieras, pensabas que podías hablar con Dios; comienzas
a sentir y entonces sientes que no se puede decir lo que sientes. Ahora que
sabes que no se puede expresar lo que sientes, ¿callarás? ¿no alabarás?
¿Quedarás mudo a las alabanzas de Dios y no le tributarás acción de gracias a
El que quiso dársete a conocer? Lo alabamos cuando lo buscabas, ¿callarás
cuando lo encontraste? De ninguna manera: no serás tan ingrato. Se debe
honor, se debe reverencia, se debe gran alabanza" (Enarr. in Ps. 99, 3-4).

• "¿Qué es cantar en iubilatio? No poder entender ni explicar con palabras lo


que se canta con el corazón. En efecto, los que cantan en la siega, en la
vendimia o en otro trabajo hecho con ardor, empiezan diciendo con palabras
de cánticos su alegría: después, como repletos de tanta alegría que no pueden
explicarla con palabras, dejan las sílabas de las palabras y van al sonido de la
iubilatio. De este modo la iubilatio es un sonido que nos indica que el corazón
da a luz una cosa que es incapaz de expresar. ¿Y a quién corresponde esta
iubilatio sino al Dios inefable? Es inefable aquel de quien tú no puedes hablar;
y si tú no puedes hablar pero tampoco callar. ¿qué queda sino jubilar para que
goce el corazón sin palabras, y la inmensa amplitud de los gozos no tenga los
límites de las sílabas?" (Enarr. in Ps. 32,8).

Estos textos impresionantes que reflejan tan íntimamente la alabanza de las


primeras comunidades cristianas nos enseñan varias cosas sobre el "canto
espontáneo":
* se trata de un canto.

* un canto comunitario.

• un canto comunitario que brota espontáneo tras un canto con palabras


("empiezan diciendo con palabras de cánticos su alegría, después dejan las
sílabas de las palabras y van al sonido de la iubilatio").

• es un canto de alegría y alabanza que expresa lo que el corazón no puede


expresar con palabras.

• es un canto inefable que nos acerca al Dios inefable.

Su uso en la liturgia.

Basta una simple lectura del Apocalipsis para percatarse que las páginas de
esta revelación situadas en un domingo, “un día del Señor" (Ap 1, 10), día de
la asamblea eucarística, tienen como continua música de fondo los cantos
litúrgicos y especialmente el "canto espontáneo": "y oí un ruido que venía del
cielo, como el ruido de grandes aguas o el fragor de un gran trueno; y el ruido
que oía era como de citaristas que tocaran sus cítaras. Cantan un cántico
nuevo (...) y nadie podía aprender el cántico" (Ap. 14, 1-3).

Tenemos indicios para pensar que las primitivas asambleas cristianas se abrían
al "canto espontáneo" en los siguientes momentos litúrgicos":

a) Después del canto del Gloria. El "Gloria" es un canto del siglo IV que
gozó de una gran popularidad. Se utilizaba sólo con motivo de las grandes
solemnidades, sobre todo en la Pascua y en las misas dominicales en que
presidía el Obispo. Luego se permite cantarlo el día de una primera misa.
Hasta que a finales del siglo XI se llegó a la costumbre actual. La explicación
de esta gran popularidad y al mismo tiempo de la reserva a los días más
solemnes se podría encontrar en que después el canto se prolongaba con el
"canto espontáneo". Seria así realmente el "canto angélico" según la expresión
de Ricardo Rolle (1300-1349): "elevando mis labios a la más grata alabanza
de El, saboreo el canto de gloria que los ángeles admiran".
b) Después del canto del Aleluya. Explica el gran liturgista J.A. Jungmann:
"En su periodo áureo, el canto gregoriano desplegó en el iubilus todas sus
magnificencias, y la comunidad fervorosa, en época que no estaba todavía
acostumbrada a los ricos acordes de la música polifónica, debió sentirse
extasiada ante la inacabable variedad del subir y bajar de los melismas" (El
sacrificio de la Misa, p. 547). Y en nota indica que los textos de S. Agustín en
que habla de la exultación sin palabras parecen referirse a este momento.

c) Después del Sanctus. Aunque no tengamos datos para afirmarlo, es difícil


no imaginar que lo que hemos dicho para el canto del Gloria es válido para el
canto más antiguo de la liturgia cristiana y que se encuentra citado en el
Apocalipsis (Ap 4, 8). S. Gregorio Niseno exhortaba así a la comunidad:

"Adhiérate al pueblo santo y aprende palabras arcanas, canta con nosotros lo


que los serafines de seis alas cantan juntamente con el pueblo de los
cristianos" (De bapt.: PG 46,421 C).

d) Después del Amén final de la Plegaria eucarística: S. Jerónimo nos


indica que en las basílicas romanas el "Amén" resonaba como un trueno
celestial" (In Gal. Conunent., 1. 2, PL 26.355). Esto es sin duda una muestra
del "canto espontáneo" que acompañaba a esta gran aclamación que tan
intensamente recalca ya S. Justino en su descripción de la asamblea
eucarística en el año 150: "Después que terminan las preces y la acción de
gracias, todo el pueblo aclama: Amén" (Apol 1, 65).

e) Después de la comunión. Si es cierto que la lista de manifestaciones


espirituales que hace S. Pablo en 1 Co 12,8-10 está reflejando una asamblea
cristiana primitiva, (4) tendríamos una indicación de que después de la
comunión la asamblea se abría a algún "canto espontáneo" continuando los
cantos en palabras.

f) Después del Te Deum. Tenemos un testimonio precioso de cómo el canto


del Te Deum sirvió en alguna ocasión para abrirse después el canto
espontáneo. Está en la descripción que Celano nos hace de la canonización de
S. Francisco: después de las palabras del Papa, "inmediatamente los
reverendos Cardenales y el Papa, con gran solemnidad, entonaron el Te Deum
laudamus. Al instante óyese el murmullo de las gentes alabando a Dios y
prorrumpiendo en entusiastas voces, y el aire resuena de cantos de alegría y
todos los rostros se bañan de lágrimas de júbilo. Resuenan nuevos cánticos, y
los servidores de Dios se alegran en la consonancia de los espíritus. Óyense
allí dulcísimos instrumentos músicos y se entonan con suavísimas voces
cánticos espirituales. Allí se respira suavísimo perfume y se percibe la
melodía más embriagadora, que conmueve el sentimiento" (Vida Primera,
libro III, nº 126: BAC nº 4,p. 372). Era el 16 de julio de 1228.
Ciertamente no hay que suponer que estas explosiones de "canto espontáneo"
se diesen en cada asamblea y con la misma intensidad. Uno de los puntos
importantes de la espontaneidad es precisamente el de responder a la situación
del momento.

El "canto espontáneo" y la música.

Otro de los puntos a tener en cuenta en el "canto espontáneo", para no caer en


el "hablar en lenguas" pentecostalista, es la importancia de la música.

Nos lo indica S. Agustín: Cantad bien al Señor. Todos investigan cómo hay
que cantar a Dios. Cántale, pero no le cantes mal. Él no quiere lo que no es
armonioso. Cantad bien, hermanos" (Enarr. in Ps. 32).

Aunque se trate de un canto espontáneo es un canto que brota a partir de un


canto fijo. Es como la prolongación del canto anterior. Se empieza expresando
la alegría con un canto fijo, luego se dejan las palabras y se va al sonido de la
iubilatio, al canto espontáneo (d. S. Agustín, Enarr. in Ps. 32)

Para ello es importante el apoyo de los cantores y de los músicos. Nos lo


indica claramente Casiodoro, cuando a finales del siglo VI nos describe el
canto espontáneo en una asamblea: "La lengua del cantor se alegra con esta
iubilatio, la comunidad la repite con alegría. Es como un adorno de la lengua
de los cantores, un tesoro inacabable sobre melodías renovadas sin cesar" (5).

El canto no se apoya en las palabras, pero sí en las vocales. Este punto es


importante y lo hace distinguir del "hablar en lenguas" pentecostalista que
tiene siempre apariencia de "hablar misterioso", cuando no mágico. Este
apoyo vocálico lo encontramos descrito por Demetrio de Falero en el siglo III
a. C.: "En Egipto los sacerdotes cantan himnos a los dioses mediante siete
vocales, que cantan seguidas en lugar de la flauta y la citara, y el sonido de
aquellas letras es agradable al oído" (De elocutione, c. 71). Este uso está muy
atestiguado entre los gnósticos de los siglos II y Ill, empleando las siete
vocales griegas a-e-ê-i-o-y-ó (6).

Dos advertencias espirituales

Para el correcto uso del "canto espontáneo" parece conveniente tener en


cuenta algunas advertencias que nos ha transmitido la tradición de la Iglesia.

La primera de ellas se refiere al respeto al mismo "sensus ecclesiae". A finales


del siglo II un anónimo obispo del Asia Menor escribe sobre Montano "dando
entrada en sí mismo al enemigo con la pasión desmedida de su alma
ambiciosa de preeminencia, quedó a merced del espíritu y de repente entró en
arrebato convulsivo como poseso y en falso éxtasis, y comenzó a hablar y a
proferir palabras extrañas, profetizando desde aquel momento en contra de la
costumbre recibida por la tradición y por sucesión desde la Iglesia primitiva"
(Eusebio de Cesarea, HE V,16,8) y sobre Maximila y Priscila, dos discípulas
suyas: "también ellas se pusieron a hablar delirando, a destiempo y de modo
extraño, como el mencionado antes" (HE V, 16,9). Hay ciertamente en el
"hablar en lenguas" (no tanto en el canto espontáneo) el peligro de
protagonismo, tanto personal como grupal.

La segunda advertencia la encontramos en una nota del Diario Espiritual de S.


Ignacio de Loyola. Después de haber experimentado varías veces la oración
que brota de una melodía interna escribe: "parecerme que demasiado me
deleitaba en el tono de la loqüela en cuanto al sonido" (jueves 15 mayo 1544).
Hay ciertamente una dimensión subyugadora en la música armónica que
puede llevar a un deleite religioso, pero que no introduce en la verdadera
oración cristiana.

Su presentación catequética

Si se quiere renovar el "canto espontáneo" en nuestras comunidades cristianas


se tendrían que evitar los defectos catequéticos y de contenido del intento de
renovación del "hablar en lenguas" promovido por los movimientos
pentecostalistas.

Ponemos a continuación algunos puntos que podrían servir de base para una
catequesis del "canto espontáneo":

• Una forma de orar milenaria. Se trata de renovar una forma de orar utilizada
tradicionalmente por las comunidades cristianas hasta como mínimo el siglo
XIII.

• Abrirse al canto espontáneo tras algún canto especial en algún momento


especial. La alegría la expresamos con algún canto determinado y luego,
dejando las palabras, se continúa la melodía improvisando, y utilizando sobre
todo las vocales.

• Es la forma de expresar todo lo que hay en nuestro corazón y no podemos


expresar con las palabras. La comunidad querría a veces expresar alegrías,
sentimientos, para los que no hay palabras o resultan insuficientes las palabras
del canto; entonces la comunidad expresa su alegría en el "canto espontáneo".

• Es la culminación de la alabanza al Dios inefable. La oración cristiana es


escucha de la Palabra y expresión de la Palabra, pero en ciertos momentos esta
Palabra se hace grito, se hace música, se hace canto sin sílabas. No son
sonidos inconexos, son el eco de la Palabra. La iubilatio del Aleluya
gregoriano es quizá la muestra más clara de esta realidad: no se pierde el
contacto con la palabra.

P .S. Somos conscientes de que lo que hemos escrito entra de lleno en la


pastoral litúrgica en la que nuestros obispos son sus guías y garantes.
Sometemos, pues, expresamente las ideas de este articulo a su discernimiento
pastoral.

Notas
(1) Intentábamos insinuar algo en nuestro artículo ¿ Qué es la oración en
lenguas?, en Koinonia (1977) nº 4, marzo-abril, pp. 11-13.

(2) Lenguas. Un don para los Corintios y para nosotros, Edición pro
manuscrito. Argentina, Segunda parte, p. 57. Este escrito contiene abundante
información que utilizamos.

(3) Para situar esta problemática Cf. nuestro articulo ¿Qué dice S. Pablo sobre
los carismas, en Koinonia VI (1982) 33-34, pp. 11-17.

(4) Cf. artículo citado en nota anterior.

(5) Citado por Eddy Ensley (cf. R. MARTIN, Dieu, c'est toi mon Dieu.
Pneumatheque, p. 205).

(6) Cf. M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia. T I, BAC nº 132, p. 592, nota


30.

La imposición de manos
por J. Aldazábal

El P. J. Aldazábal es especialista en Liturgia y conocido por sus


publicaciones y artículos en Revistas especializadas.

Le agradecemos cordialmente la autorización que nos ha concedido para


publicar las siguientes páginas de su obra Gestos y Símbolos, publicada en
DOSSIERS C.P.L. tomo I. Págs. 19-24, del CENTRE DE PASTORAL
LITURGICA, Barcelona. Creemos que este estudio puede contribuir a
clarificar el significado de la imposición de manos, no siempre comprendido.

Uno de los gestos más repetidos en la celebración de los Sacramentos es la


imposición de las manos.
Es éste un gesto de verdad polivalente, con la elocuente expresividad de unas
manos que se extienden sobre la cabeza de una persona o sobre una cosa, a ser
posible con contacto físico. Puede indicar perdón, bendición, transmisión de
fuerza... Su sentido queda concretado por las palabras que le acompañan en
cada caso: "yo te absuelvo de tus pecados", "envía, Señor, tu Espíritu sobre
éste pan y éste vino”, “envía Señor la fuerza de tu Espíritu sobre estos siervos
tuyos”...

La mano ha sido siempre símbolo de la fuerza, del trabajo, de la comunicación


interpersonal: la mano de Dios que obra proezas, la mano del hombre que
manda, que pide, que toca, que comunica... La mano que quiere expresar la
transmisión de algo invisible.

El modo mejor para captar el sentido de la imposición de las manos es


repasar, aunque sea brevemente, los pasajes bíblicos del A.T. y del N.T. en
que este gesto es empleado, y también su realización actual de los
Sacramentos.

Su sentido en el A.T.

En verdad este signo lo hemos heredado del lenguaje simbólico de Israel en el


que es muy variado el significado que se le da.

A veces significa bendición. Así Jacob bendice a sus nietos Efraím y Manasés,
los hijos de José, "extendiendo su diestra y poniéndola sobre la cabeza de
Efraím, y su izquierda sobre Manasés", mientras pronunciaba las palabra de
bendición: "Dios... bendiga a estos muchachos, y multiplíquense y crezcan en
medio de la tierra" (Gen. 48, 14-16). También Aarón, en su calidad de
sacerdote, "alzando las manos hacia el pueblo, le bendijo"(Lev.9, 22).

Otras veces el gesto quiere indicar la consagración para una tarea, la


designación de una persona para una misión. Moisés, por ejemplo, y por
encargo de Yahvé, eligió a Josué como sucesor suyo, y delante de todo el
pueblo "le impuso su mano" y le transmitió las órdenes divinas, para que
condujera a su pueblo con autoridad
(Núm. 27, 18-23). Por eso se podrá decir después: "Josué estaba lleno del
espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos" (Deut. 34,
9).

Con frecuencia la imposición de las manos tiene un tono sacrificial. Se hace


gesto, por parte del sacerdote o de los asistentes, sobre la cabeza del animal
que va a ser sacrificado. Es algo más que el mero señalar: de alguna manera se
quiere indicar que las personas se quieren identificar con el animal ofrendado
a Dios (cfr., por ejemplo, Lev. l, 4; 3, 4; 4, 15; 8, 14.18. 22). El rito más
solemne sucede en la fiesta de la Expiación, cuando un macho cabrío es
enviado al desierto "cargado con los pecados" del pueblo, cosa que se
simboliza con la exposición de manos: "imponiendo ambas manos sobre la
cabeza del macho cabrío vivo, hará confesión sobre él de todas las iniquidades
de los hijos de Israel y de todas las rebeldías y todos los pecados de ellos, y
cargándolas sobre la cabeza del macho cabrío, lo enviará al desierto" (Lev. 16,
21-22).

El gesto simbólico significa, pues, según las circunstancias, la invocación de


los dones divinos sobre una persona, su designación y consagración para una
tarea oficial, la elección y consagración de una ofrenda sacrificial, la
comunicación de poderes y fuerzas...

La imposición de manos en el N.T.

En el N.T. la acción de imponer sobre la cabeza de uno las manos tiene


también significados distintos, según el contexto en el que se sitúe.

Ante todo puede ser la bendición que uno transmite a otro" invocando sobre
él, en último término, la benevolencia de Dios. Así Cristo Jesús imponía las
manos sobre los niños, orando por ellos (Mt. 19, 13-15). En los textos se dice
que la gente le presentaba los niños "para que los tocara", y él "abrazaba a los
niños y los bendecía imponiendo las manos sobre ellos" (Mc. 10, 13-16); la
imposición era, pues, contacto físico. La despedida de Jesús, en su Ascensión,
se expresa también con el mismo gesto: "alzando sus manos, los bendijo" (Lc.
24, 50).

Es una expresión que muy frecuentemente va unida a la idea y a la realidad de


una curación. Jairo pide a Jesús: "mi hija está a punto de morir; ven impón tus
manos sobre ella, para que se cure y viva" (Mc. 5, 23). Le presentan al
sordomudo de la Decápolis "y le ruegan que imponga sus manos sobre él"
(Mc 7, 32), y asimismo al ciego de Betsaida: "le impuso sus las manos y le
preguntó... después le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver
perfectamente" (Mc 8, 23-25). Era el gesto más repetido en las curaciones:
"todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban, y
poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba" (Lc 4, 40). No es
de extrañar que la expresividad: del signo se prolongue en el encargo que
Jesús hace a sus discípulos: "los que crean... impondrán las manos sobre los
enfermos y se pondrán bien" (Mc 16, 18). Pablo, que fue curado precisamente
por la imposición de manos por parte de Ananías (Act 9, 17), curara a su vez
al padre de Publio: "entró a verle, hizo oración, le impuso las manos y curó"
(Act 28, 8-9).

El Espíritu de Dios se da a una persona o a una comunidad íntima y


misteriosamente. Pero por lo general hay un signo exterior que expresa esta
donación, y a la vez la medicina eclesial. Es el caso de los bautizados de
Samaria, que reciben la visita de los apóstoles Pedro y Juan para completar su
iniciación cristiana: "les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo"
(Act 8, 17). Lo mismo sucedió con los discípulos de Éfeso, "habiéndoles
Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a
hablar en lenguas y a profetizar" (Act 19, 6).

Imponer las manos sobre la cabeza de una persona significa, en otros varios
pasajes, invocar y transmitir sobre ella el don del Espíritu Santo para una
misión determinada. Así pasa con los elegidos para el ministerio de diáconos
en la comunidad primera: "hicieron oración y les impusieron las manos" (Act.
6, 6). Pablo y Bernabé son elegidos y enviados por la comunidad a una nueva
misión apostólica: es un momento importante en la historia de la primitiva
comunidad. El gesto es expresivo: "después de haber ayunado y orado, les
impusieron las manes y les enviaron" (Act 13, 3). Por eso Pablo podrá
recordar a otro ministro de la comunidad, Timoteo, el gesto sacramenta1 que
estaba en la raíz de su misión: "no descuides el carisma que hay en ti, que se
te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manes
del colegio de presbíteros" (1 Tim. 4, 14; cfr.2 Tim 1, 6).

También aquí es polivalente el gesto simbólico, pero siempre expresivo de


una transmisión de algo oculto: una bendición, el don del Espíritu, 1a fuerza
divina para una misión, la curación espiritual y corporal.

Así puede terminar su estudio sobre la imposición de las manes un autor como
Coppens, en 1925, con éstas palabras: la imposición de manos es un
antiquísimo rito de bendición y consagración que expresa la toma de posesión
por Dios de una persona o de una cosa, y por lo que queda llena del Espíritu
Santo”.

La imposición de manos en nuestros sacramentos.

Ha sido larga la lista de citas. Pero creo que vale la pena para darnos cuenta de
las raíces y del significado profundo de este gesto que repetimos en nuestra
celebración.

Actualmente todos los sacramentos han incorporado, con mayor o menor


centralidad, la imposición de manos en su lenguaje simbólico, lo cual, a la
vista de su sentido bíblico, no es de extrañar.

Como dice la monición del gesto en el Rito de la Confirmación: “la


imposición de manos es uno de los gestos que aparecen habitualmente en la
historia de la salvación y en la liturgia para indicar la transmisión de un poder
o de una fuerza o de unos derechos”.
En el bautismo, la imposición de manos puede sustituir a la primera unción, la
que está señalada para antes del bautismo. Las palabras que la ilustran son
claras: "Os fortalezca el poder de Cristo Salvador".

El Ritual de la Confirmación le da más relieve.

A pesar de que, por decisión de Pablo VI, el rito sacramental propiamente


dicho es la unción, sin embargo "la imposición de las manos, auque no
pertenece a la validez del sacramento, tiene gran importancia para la
integridad del rito y para una más plena comprensión del sacramento" (nº 9).
"Por la imposición de las manos sobre los confirmandos, hecha por el Obispo
y por los sacerdotes concelebrantes, se actualiza el gesto bíblico, con el que se
invoca el don del Espíritu Santo de un modo muy acomodado a la
comprensión del pueblo cristiano" (nº 9).

La oración con la que el Obispo acompaña la imposición de las manos le da


este significado: "Dios todopoderoso... escucha nuestra oración y envía sobre
ellos el Espíritu Santo, llénalos de espíritu de sabiduría..." (nº 32).

Hay dos momentos en la celebración de la Eucaristía en que el gesto


simbólico tiene particular énfasis.

Ante todo, cuando el presidente, en la Plegaria Eucarística, invoca por primera


vez al Espíritu (epíclesis), extendiendo sus manos sobre el pan y el vino:
"santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu". La segunda invocación
del Espíritu, hacia el final de la misma Plegaria, esta vez sobre la comunidad,
aunque es evidente su paralelismo con la primera, no suele acompañarse del
clásico gesto.

Sí, en cambio, en la bendición final cuando se quiere hacer con más


solemnidad La triple invocación de bienes sobre la asamblea queda así muy
bien subrayada por una imposición de manos sobre ella.

Ha sido una novedad el que también se recupera para el sacramento de la


Penitencia la imposición de manos.

En vez de hacer sólo la señal de la cruz sobre el penitente, ahora el sacerdote


pronuncia las palabras del perdón, “yo te absuelvo... “con la imposición de las
manos. Y esto no sólo en la forma C, cuando la absolución es colectiva, sino
también en la A y en la B, cuando se absuelve a cada penitente en particular:
extendiendo ambas manos, o al menos la derecha, sobre la cabeza del
penitente”.

Es un gesto muy expresivo de la reconciliación que el ministro de la iglesia,


personificando a Cristo, concede al penitente.
El que la unción de los enfermos también incluya la imposición de manos es
consecuente con todo lo que hemos visto en el N.T. La curación de los
enfermos se acompaña, tanto por parte de Cristo como de los apóstoles, de la
oración y de la imposición de manos.

Cuando el sacerdote, después de las letanías de la invocación, impone la mano


sobre la cabeza del enfermo, está en la realidad prorrogando y visibilizando la
fuerza salvadora de Cristo sobre un cristiano que necesita en estos momentos
de modo particular su apoyo y su gracia.

Tal vez el sacramento en que más énfasis tiene la imposición de las manos es
el del Orden.

El obispo las impone sobre la cabeza de cada uno de los que van a recibir el
presbiterado. Luego, todavía con las manos extendidas hacia todos ellos,
pronuncia la oración consecratoria: “Te pedimos… que concedas a estos tus
siervos la dignidad del presbiterado, infunde en su interior el Espíritu
Santo…”

Es una clarísima acción simbólica de la transmisión de la gracia y de la misión


ministerial de la Iglesia.

También el Matrimonio conoce la imposición de las manos. Después del


padrenuestro, el sacerdote extiende sobre los novios sus manos y dice su
oración: "extiende tu mano protectora sobre estos hijos tuyos... cólmales de
tus bendiciones" (fórmula 2), "descienda, Señor, sobre ellos tu abundante
bendición" (fórmula 3).

Don de Dios y mediación eclesial

Gesto plástico, intuitivo, el de la imposición de manos.

Fácil de comprender en el contexto de un sacramento, aunque no sea ahora


una acción muy repetida fuera de él.

Estupendo binomio: la mano y la palabra. Unas manos extendidas hacia una


persona o una cosa, y unas palabras que oran o declaran. Las manos elevadas,
apuntando al don divino, y a la vez mantenidas sobre una persona o una cosa,
expresando la aplicación y atribución del mismo don divino a estas criaturas.
Optimo lenguaje simbólico para significar la eficacia de un sacramento.

Por una parte, la imposición de manos nos educa para reconocer que en todo
momento dependemos de la fuerza de Dios, que invocamos humildemente. Es
la iniciativa de Dios, sus dones continuos, la fuerza de su Espíritu Santo, lo
que nos recuerda este gesto.

Y a la vez, porque lo está realizando un hombre, normalmente ?un ministro de


la comunidad, nos hace darnos cuenta también de que los dones de Dios nos
vienen en y por la Iglesia: nos educa a apreciar la medicación eclesial, su
intercesión maternal. La Iglesia es siempre el "lugar donde florece el
Espíritu", la esfera en que nos alcanza su acción vivificadora.

La mano poderosa de Dios que bendice, que consagra, que enviste de


autoridad, es representada sacramentalmente por la mano de un ministro de la
Iglesia, extendida con humildad y con confianza sobre las personas o los
elementos materiales que Dios quiere santificar.

Cuando el ministro repite este gesto simbólico, debería sentir toda la densidad
del momento: él se convierte en instrumento de la transmisión misteriosa de la
salvación de Dios sobre ese pan y vino de la Eucaristía, sobre ese pecador
arrepentido, sobre los enfermos, sobre los ordenandos...

Y cuando los fieles ven cómo el sacerdote realiza esta acción tan gráfica,
deberían también alegrarse y sentirse interpelados, porque el rito sacramental
les está asegurando que está siempre viva la cercanía de Dios y que sigue
actuando sobre nosotros en todo momento el Espíritu Santo, "Señor y dador
de vida".

La oración judía en tiempos de Jesús


Por P. Alejandro Díez Macho

Publicamos a continuación unos de los últimos artículos que escribió el P.


Alejandro Díez Macho, que entró en la gloria del Padre el 6 de Octubre de
1984. Sus profundos conocimientos de la Biblia nos pueden enseñar hoy a
nosotros cómo hemos de orar.

La liturgia judía antes de la destrucción del templo, el año 70 del siglo 1, se


desarrollaba en el propio templo y en las sinagogas.

La liturgia del templo era, esencialmente, de sacrificios. Allí, Y sólo allí, se


podían hacer los sacrificios desde la reforma deuteronomista, es decir, desde
bastantes siglos antes de Jesucristo.

Jesús asistía a la liturgia del templo. Como era de familia religiosa, acudía con
ocasión de las tres fiestas de peregrinación: Pascua, Pentecostés y
Tabernáculos. El evangelio recuerda que se perdió cuando, a los doce años,
comenzó a ir al templo. (Los judíos de la diáspora o de Palestina no estaban
obligados a participar cada año en las tres fiestas de peregrinación menciona,
pero las familias piadosas avecindadas en Palestina -ya lo hemos insinuado- sí
participaban.)

Rezar en el templo

En el templo, además de sacrificios, se hacía oración. La hacían los sacerdotes


y los fieles. Los sacerdotes, una vez sacrificadas las víctimas, se retiraban a la
"sala de piedras cuadradas" para rezar, primero, una "bendición" -oración de
alabanza- y para recitar después la profesión de fe, llamada "Escucha, Israel",
porque con estas palabras comienza.

Aquello era la recitación del credo judío, y de su dogma básico, el


monoteísmo, o sea, que Dios es uno. El rezo de "Escucha, Israel" pasaría de
los sacerdotes a los fieles judíos, quienes, desde antes de Cristo, continúan
rezándolo dos veces al día, por la mañana y por la noche. Lo repiten en las
sinagogas y fuera de ellas. Pero antes rezan dos "bendiciones", una de las
cuales era la de los sacerdotes en el templo. Y, volviendo a los sacerdotes, el
rezo de la "bendición" y del "Escucha, Israel" los ocupaba durante el tiempo
en que las víctimas se desangraban al pie del altar de los sacrificios.

El templo era también casa de oración para los laicos o seglares, para sus
oraciones individuales. Jesús expulsó de los atrios del templo a los mercaderes
con sus animales, porque convertían la "casa de oración" en cueva de
ladrones. Con la excusa de proveer a los fieles de animales para sus sacrificios
obligatorios o voluntarios, de ofrecerles cambio para pagar el medio siclo que
cada israelita debía abonar cada año al templo, estorbaban la oración de los
devotos.

Como en el Sancta Sanctorum del templo habitaba la "Presencia" de Dios, la


oración en sus recintos tenía que hacerse con la máxima reverencia, postrados,
la frente tocando el suelo. Fuera del templo, se podía rezar de pie, las manos
levantadas, las palmas abiertas para recibir los bienes de Dios.

Jesús rezó de la manera dicha en el templo y asistió en él al sacrificio


"perpetuo", el de la mañana y el de las tres de la tarde, en los que se
sacrificaba diariamente un cordero. Un cordero, figura de Jesús, "el cordero de
Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1, 29).

La liturgia de las sinagogas

Fuera del templo, el culto litúrgico tenía lugar en las sinagogas. Templo sólo
existía uno, el de Jerusalén. El que se hizo en Egipto por judíos desterrados
tuvo siempre enemigos. Se sospechaba que sus sacrificios no eran legítimos,
porque, según el Deuteronomio, sólo se debían hacer en el lugar por Dios
señalado, es decir, en el templo de Jerusalén.

Sinagogas las había en cantidad No faltaba la sinagoga ni en los pueblos de


mínima población. Nazaret, que era una aldea de labradores y pastores, tenía
su sinagoga. El único requisito consistía en contar con diez varones. Al
número diez lo llaman el minyán, el "número" mínimo para tener culto
sinagogal. No eran necesarios ni un lugar especial ni una arquitectura
determinados. Probablemente, la palabra sinagoga significaba en un principio
reunión, más que un lugar de reunión.

Se discute cuándo empezaron las sinagogas. Es corriente decir que en el


destierro de Babilonia, siglo VI antes de Cristo. En el siglo I antes de Cristo
había ya con toda certeza locales que servían para las reuniones litúrgicas
sinagogales.

El culto de las sinagogas se reducía a rezar y a leer la Biblia, sobre todo el


Pentateuco. El oficio de las sinagogas era el culto de los seglares, de los que
no eran ni sacerdotes ni levitas. La sinagoga no necesitaba ni sacerdotes ni
levitas para presidir la oración o leer, explicar o predicar la Biblia. Ni siquiera
necesitaba rabinos, que no eran sacerdotes, aunque habían recibido la
imposición de manos. Tal rito sólo les constituía doctores en teología y
derecho. Había rabinos que no frecuentaban la sinagoga y preferían rezar con
sus discípulos en el lugar mismo donde enseñaban la Escritura y su
interpretación.

Jesús, sin ser rabino, sin ser sacerdote de la familia de Aarón, al inicio de su
vida pública leyó y explicó en la sinagoga de Nazaret la haftará o fragmento
profético que él mismo escogió. Parece ser la primera vez que Jesús se
presentó como voluntario para leer y explicar la Biblia en la sinagoga.
Asistiendo cada semana a la sinagoga y pudiendo dirigir allí la oración y leer
y explicar la Escritura como cualquier otro seglar voluntario, por humildad,
por kénosis, esperó hasta los treinta años para actuar por vez primera en la
sinagoga. Hasta entonces había participado semanalmente en el culto como un
fiel más.

¿En qué consistía el oficio sinagogal? ?No había sacrificio, ni ofrenda de


incienso, ni altar. Allí se rezaba y se recitaba la Biblia.

La oración comenzaba con la lectura del credo "Escucha, Israel", del que ya
hemos hablado. Comprendía la recitación de algunos versículos del
Deuteronomio y de los Números.
Pero, como todo acto religioso del judaísmo, debe ir precedido por una
"bendición" o alabanza a Dios, la profesión de fe monoteísta iba encabezada
por dos bendiciones: una alabanza a Dios por la creación y otra alabanza a
Dios por haber librado al pueblo escogido.

La "bendición", la alabanza, es esencia de la oración judía. Nada más recitar


(originariamente, sólo el lector; después, toda la comunidad) el credo
monoteísta proclamando que Dios es uno y que es el Señor, el pueblo
prorrumpía en las siguientes alabanzas: "Sea bendito el Nombre de la Gloria
de su Reino en el tiempo y en la eternidad". Este responsorio lo reza la
comunidad en voz baja desde que el credo, que le precede, pasó de los labios
del lector a los de la comunidad. Pero el "día de la expiación", día en el que
los judíos ayunan y se arrepienten de sus pecados, tal responsorio, tal
alabanza, se pronuncia en voz alta. La razón es que dicho responsorio había
nacido el "día de la expiación" como respuesta del pueblo al sacerdote, que
pronunciaba, la única vez al año, el nombre inefable de Yahvé. Al oír el
tetragrama, toda la comunidad prorrumpía en ese responsorio, que después
pasó al oficio sinagogal (Petuchowski).

El rezo del credo, adicionado de dos bendiciones de introducción y de una


bendición de cierre, es una oración larga. Las bendiciones son largas y los
textos del Deuteronomio y de los Números, no cortos. En tiempos de Cristo, el
primer texto bíblico (Deut. 6, 4-9) se alargaba recitando tras estos versículos
(fe monoteísta y mandamiento de amar a Dios con todo el corazón y con toda
el alma y con toda la fuerza) los diez mandamientos. Cuando empezó la
controversia judeo-cristiana después de la destrucción de Jerusalén, acortaron
el credo suprimiendo el rezo de los diez mandamientos, para no dar pie a los
cristianos a quedarse con sólo diez de los 613 mandamientos que contiene el
Pentateuco.

El rezo de horas

El credo "Escucha, Israel" se recitaba en las sinagogas los sábados y días


festivos; en los días feriales se recitaba y recita, fuera de las sinagogas, dos
veces al día, mañana y noche, por todos los judíos, menos las mujeres, los
esclavos y los niños, que estaban y están dispensados.

Por lo tanto, Jesús recitó la profesión de fe monoteísta y los diez


mandamientos dos veces, al menos, cada día. Dos veces al día practicó Jesús
la "aceptación del yugo del Reino de los Cielos", que así llamaron los rabinos
a la confesión de que Dios es uno y Señor de todo y de todos (Deuteronomio,
6, 4-9).
Dos veces al día también, al recitar Deuteronomio 11, 13-21, Jesús practicó la
aceptación del "yugo de los mandamientos", como los rabinos llamaban a esa
parte del Deuteronomio, que inculca el cumplimiento de los mandamientos de
la ley.

Dos veces, en fin, Jesús recitó cada día Núm. 15,37 y siguientes -fragmento
que llamaban Salida de Egipto-, que ordena llevar flecos de lana en el borde
del vestido, como recordatorio de que hay que cumplir los mandamientos y de
que Dios redimió al pueblo de la esclavitud de Egipto.

Toda esta recitación de bendiciones, de dogma y de moral, no era nada más


que el prólogo de la verdadera oración o tefillá, llamada también "18
bendiciones", y "En pie", porque es oración compuesta de 18 bendiciones que
se rezan en pie. El rezo de las 18 bendiciones es obligatorio en la sinagoga, y
fuera de ella, para todo judío, Obliga también a las mujeres, esclavos y niños.
Es una oración larga, más larga que la recitación de ''Escucha, Israel", que los
judíos deben recitar tres veces al día, por la mañana, después del mediodía y
por la noche. Por la mañana y por la noche, tras el credo antes descrito; hacia
las tres de la tarde, las 18 bendiciones solas, sin credo.

Los judíos, pues, tenían y tienen su "rezo de horas". Tres veces al día debían y
deben rezar. Fuera de la sinagoga, la primera hora de rezo coincidía con el
levantarse del lecho o con el levantarse del sol. La oración postmeridiana
coincidía con el sacrificio del cordero que se sacrificaba en el templo a eso de
las tres de la tarde. El sacrificio de la mañana y de la tarde influyeron en la
oración o tefillá.

La cosa ocurrió de esta manera: Durante la época del segundo templo


sobraban sacerdotes para el servicio del templo de Jerusalén. Debido a esto, se
dividió a los sacerdotes en 24 guardias. A cada guardia le correspondía oficiar
en el templo dos semanas al año, una en cada semestre. Llegado su turno, se
dirigían los sacerdotes y levitas, acompañados de seglares píos, a Jerusalén.
También se había dividido el país en 24 circunscripciones, que agrupaban a
los seglares habitantes en ellas en el turno correspondiente. Cuando los
sacerdotes y levitas de su turno oficiaban en Jerusalén, algunos seglares de la
circunscripción respectiva asistían con ellos al templo; pero los más se
quedaban en sus lugares, reuniéndose a las horas del sacrificio, nueve y tres de
la tarde, para acompañarlos con la lectura de un versículo del Gen, 1 –cada
día, la lectura de una obra de los días de la creación – y con rezos cuya
naturaleza desconocemos.

A estas asambleas de rezo no faltaban los seglares piadosos, entre ellos los
fariseos, que en toda Palestina eran, en tiempo de Jesús, alrededor de 6.000.
Así parece haberse impuesto la costumbre de “rezar las horas” los seglares. La
costumbre de los fervorosos fariseos se impuso después a todo el pueblo, y se
añadió la oración vespertina, la tercera hora, coincidiendo con el cierre de las
puertas del templo.

Como la oración vespertina no coincidía con ningún sacrificio del templo, se


discutió largo tiempo si era o no obligatoria. En la práctica, se consideró
obligatoria, igual que la de la mañana y la del medio día.

Y se despreció como "gente de la tierra" (arre1igiosa) a todo judío que no


rezase tres veces al día la "Oración", las "18 bendiciones", la "Tefillá".

La última parte del oficio sinagogal.

En la sinagoga, tras la recitación del "Escucha, Israel" y de la "Oración", se


hacia la lectura de un fragmento del Pentateuco, con traducción al arameo.
También se leía un fragmento de los profetas; primero, en hebreo; después, en
arameo. Tras la lectura bíblica, seguía la predicación, el comentario. Jesús, al
principio de su vida pública, leyó un fragmento de Isaías (cap. 61) Y predicó
sobre él.

Tras la prédica, se recitaba el qaddis ("santo"), que es una breve bendición


dirigida a Dios, el "Santo", en la que se pedía la pronta venida del Reino de
Dios y la santificación, la glorificación del Nombre de Dios.

Estas dos peticiones, hechas a Dios en segunda persona, lo mismo que en el


padre nuestro, parece que inspiraron las dos primeras peticiones de la oración
dominical. Para los judíos, esas dos peticiones eran escatológicas, como
parecen serlo las dos primeras peticiones del padrenuestro. Judíos, en el
qaddis, y cristianos, en el padrenuestro, pedimos la pronta implantación total
del reinado de Dios y la glorificación definitiva del Nombre de Dios por los
hombres.

Como el qaddis seguía al sermón que se pronunciaba en arameo, que era la


lengua que el pueblo entendía, se rezaba también en arameo. Es la única
excepción en el repertorio de las oraciones judías, pues la lengua de la oración
era la lengua del templo, la lengua litúrgica, el hebreo, razón por la que esta
lengua se llama santa. Jesús enseñó el padrenuestro en arameo, en la lengua
del pueblo, en la lengua de qaddis.

El padrenuestro, cuyas dos primeras bendiciones están inspiradas, al parecer,


por el qaddis, sustituyó entre los cristianos el rezo de la “Oración” oficial
judía o Tefillá. La didajé, documento cristiano de finales del siglo I o
principios del siglo II, atestigua que el padrenuestro se rezaba tres veces al
día, tres veces, como la “Oración” judía.
Como La “Oración” judía, asimismo el padrenuestro empieza con
“bendiciones” y sigue con peticiones.

La oración personal, no litúrgica.

Además de las oraciones oficiales, litúrgicas, de los judíos, Jesús practicó la


oración personal.

Marcos señala (Mc. 6, 46-48) que Jesús, tras la multiplicación de los panes,
subió al monte a orar, después de haber ordenado a los apóstoles que bogasen
a la otra orilla del Mar de Tiberiades. Fue la suya una oración larga, pues sólo
en la cuarta vigilia -entre las tres y las seis de la madrugada- Jesús se presentó
de nuevo a los discípulos, que estaban luchando contra el viento y las ?olas.

Lucas, el evangelista que más se interesa por la oración de Jesús, informa que
el Maestro se pasó la noche en oración antes de elegir a los apóstoles (Lc. 6,
12). Jesús prolongaba la oración nocturna. A veces, madrugaba para hacer
oración. Tras haber estado curando a muchos enfermos hasta el anochecer, al
día siguiente, muy de mañana, "al amanecer, oscuro todavía, se levantó, salió
y se fue a un lugar solitario y allí hacia oración" (Mc. 1, 35). Pedro y los que
le acompañaban tuvieron que sacado de la Oración, porque corría el tiempo y
la gente lo buscaba. Jesús invita, en el Apocalipsis sinóptico, a "pasar la noche
en vela, en todo tiempo, orando, para que logréis escapar de todas esas cosas
que van a suceder” (Lc 21, 36)

Pablo, que a ejemplo del Señor, practicaba la oración nocturna, exhorta a los
efesios a hacer vigilias de oración. “Con la ayuda del Espíritu, no perdáis
ocasión de orar, insistiendo en la oración y en la súplica. Y para ello, velad
por la noche y pedid continuamente por todos los santos y también por mi”.
(Ef 6, 18). A ejemplo de Cristo, de Pablo, de Pedro, etc., los cristianos no solo
debían orar “incesantemente”, “en todo tiempo”, “día y noche” (expresiones
que parecen referirse al rezo cotidiano de las tres horas de oración judía), sino
a que debían practicar la oración personal en horas no litúrgicas.

El judaísmo conocía también la oración personal. Le daban mucha


importancia. Para rezar, había que tener atención, intención y espontaneidad.
Un rabino, R. Aha, decía que el orante debe rezar cada día algo nuevo. Para
evitar el peligro del formulismo, hasta se prohibió escribir: “bendiciones”. Se
decía: “Quien escribe bendiciones es como quien quema la Torá”.

Las oraciones personales judías se utilizaban fuera del culto litúrgico del
templo y de la sinagoga, y dentro de él. En la sinagoga, tras recitar las “18
bendiciones”, de dejaba espacio para oraciones personales, que se llamaron
“palabras” y “súplicas” y, por rezarse primitivamente con la frente tocando el
suelo, “oraciones de rostro caído”.

Aun ahora los judíos ortodoxos rezan la oración personal con la cabeza
inclinada. Jesús, en el huerto d Getsemaní, rezó su oración personal postrado
en tierra. (Mc 14, 35)

El Paráclito y el testimonio del cristiano


por Francis Martín

Es imposible leer el Nuevo Testamento sin asombrarse ante el número de


veces que se hace referencia a la palabra "testigo", al propósito del
"testimonio" y a la diversidad de personas que actúan como testigos. La
palabra griega que se traduce por testigo es martüs y aparece 173 veces en el
Nuevo Testamento. «Jesús es "el Testigo fiel, el Primogénito de entre los
muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra» (Ap 1, 5 ; 3, 14). El vino a la
tierra precisamente a dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37). Aquello de lo
cual él da testimonio es lo que ha visto y oído del Padre (Jn 3, 11). El
testimonio de nuestro Señor Jesucristo se describe de esta manera en la
epístola a Timoteo:
«Te recomiendo en la presencia de Dios que da vida a todas las cosas, y de
Jesucristo, que ante Poncio Pilato rindió tan solemne testimonio, que
conserves el mandato sin tacha ni culpa hasta la Manifestación de nuestro
Señor Jesucristo ... » (l Tm 6,13-14).

El mismo Dios Padre da testimonio de su Hijo. Jesús dice de él, "Otro es el


que da testimonio de mi, y yo sé que es válido el testimonio que da de mi." Y
añade más adelante, "Yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque
las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras
que realizo, dan testimonio de mí de que el Padre me ha enviado. Y el Padre,
que me ha enviado, es el que da testimonio de mí" (Jn 5, 32-37). A propósito
de esto, Juan nos dice:

«Quien cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio de sí mismo. Quien no cree


a Dios le hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha
dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida
eterna y esta vida está en su Hijo.» (1 Jn 5, 10-11).

El Espíritu Santo es también un testigo:


«Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de
la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también
vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio) (Jn 15,
26-27).

El Espíritu Santo da testimonio. En realidad es el Espíritu Santo quien da


testimonio a nuestro espíritu, y junto con nuestro espíritu, de que somos hijos
de Dios (Rm 8, 16).

Las escrituras mismas dan testimonio (Jn 5, 39). Los santos hombres y
mujeres del Antiguo Testamento son una "gran nube de testigos" (Hb 12, 1) y
nosotros también somos llamados a ser testigos de la realidad y de la majestad
de nuestro Señor Jesucristo:

«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la
tierra.» (Hch 1, 8).

I.- El papel del testigo y el contexto en el cual da testimonio.

Entonces, ¿qué es un testigo? El diccionario dice que testigo es "la persona


que ha presenciado una cosa y puede dar a otras seguridad de que ha ocurrido
y noticias de cómo ha ocurrido; uno que declara en un acto judicial ante un
juez o tribunal." Lo que hace es atestiguar de un hecho o acto y su declaración
es lo que sirve como prueba o evidencia.

Por tanto, el hecho mismo de que la palabra "testigo" se use tantas veces en el
Nuevo Testamento ofrece una visión muy clara de la obra de Dios para la
salvación y de la manera como ésta es recibida en el mundo. El testigo se
necesita es un proceso judicial, en una situación en la que hay algo que está en
disputa. En tal situación hay dos elementos implícitos:

l. El hecho en cuestión no está sujeto a un examen ordinario; es decir, algunas


personas lo conocen, pero otras no.

2. Se debate el hecho ya sea en cuanto a su existencia o a su significado, y


esto da lugar a conflicto o litigio.

3. En una situación como ésta, el testigo es alguien que tiene conocimiento


directo del hecho en cuestión. En la práctica judicial, si alguien hubiera
testificado en un proceso judicial y luego se comprobara que en realidad no
tenía conocimiento directo y personal de aquello sobre lo cual declaró, sería
inhabilitado como testigo y su testimonio sería rechazado.
Por tanto, nuestra función de testigos tiene también estos tres aspectos:
respecto de los dos primeros aspectos, tenemos que reconocer que nos
encontramos en una situación de conflicto. El conflicto es que existe un
antagonismo irreductible e inevitable entre la realidad y majestad de nuestro
Señor Jesucristo y las pretensiones del mundo. El mundo niega la
significación de Jesús. Y respecto al tercer punto, que somos capaces de dar
testimonio de la verdadera realidad de Jesucristo y establecer su verdad por
encima de todas las pretensiones del mundo, hasta el punto de que nosotros
mismos tenemos conocimiento vivo y directo de quién es Jesús, de lo que ha
hecho por el mundo, y de la verdadera situación en que se encuentra el
mundo, el cual debido al orgullo, la arrogancia, el miedo y la rebeldía que hay
en el corazón humano, opone resistencia a la verdad de Dios y a la sublime
obra salvífica que Él ha realizado en medio de nosotros por su Hijo Jesucristo,
llevándonos a todos a la vida imperecedera. La obra ya está terminada. La
palabra que corresponde a esa obra ya ha sido pronunciada, y este es el
principio del juicio.

«Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas, pues todo el que obra el mal
aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el
que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras
están hechas según Dios (Jn 3, 19-21).

«Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo porque no he


venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y
no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue; la Palabra que yo he hablado,
ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que
el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y
yo sé que su mandato es vida eterna, por eso, lo que yo hablo lo hablo como el
Padre me lo ha dicho a mí» (Jn 12,47-50).

La tradición evangélica contiene las palabras que nuestro Señor Jesucristo dijo
a sus discípulos con respecto a este conflicto y a la función que ellos tendrían
como testigos. El pone los siguientes principios:

«No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su
amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo.
Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebub, ¡cuánto más a sus
domésticos!» (Mt 10, 24; Lc 6, 40; Jn 13, 16; 15, 20).

«Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán


en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes,
para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os
entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que
hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que
hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt
10,17-19).

En todas estas instancias, el Señor asegura a sus discípulos que el Espíritu


Santo les dirá lo que tienen que decir (Mc 13, 13), y les promete: "Yo os daré
una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos
vuestros adversarios" (Lc 21, 15).

No sólo tenemos todas estas palabras del Señor, sino también la historia de la
Iglesia primitiva que nos dejó San Lucas, en la cual vemos el cumplimiento de
las predicciones de Jesús con respecto al futuro de los discípulos. En el
capítulo cuatro, del libro de los Hechos Pedro y Juan son llevados ante el
Sanedrín y enjuiciados. En el capítulo siete, Esteban es obligado a declarar y
también es llevado ante el Sanedrín (Hch 6, 12) donde presentan testigos
falsos. Esteban da el testimonio supremo de la verdad, por cuya defensa
entrega su vida. Proclama que ve los cielos abiertos y al Hijo del Hombre en
pie a la diestra de Dios (Hch 7, 56), y, finalmente, después de orar por los que
lo apedreaban, muere dando el testimonio supremo, para el cual todavía
usamos la palabra griega que significa "testigo", es decir, mártir. En otra
ocasión los apóstoles son encarcelados (Hch 5, 18), a la mañana siguiente
"entraron en el Templo y se pusieron a enseñar”, como les había dicho el
ángel, después Herodes, que había mandado matar a Santiago, toma preso a
Pedro. "Cuando ya Herodes le iba a presentar" (Hch 12, 6), Pedro es liberado
una vez más por un ángel. Al final del relato de los Hechos, vemos a Pablo
enjuiciado ante el Sanedrín y ante gobernadores y reyes, y la historia termina
con Pablo en Roma esperando su juicio ante el César.

¿No es extraordinario que estos hombres hayan dado testimonio de Cristo ante
el mundo cuando, en términos jurídicos, se encontraban literalmente
enjuiciados? Se trataba precisamente del conflicto que hay entre la realidad y
majestad de Jesucristo y las pretensiones del mundo. El mundo se resiste a
someterse a Dios y a su Hijo. Y busca incluso en el proceso jurídico la forma
de obligar a los discípulos a obedecerle a él Cuando ellos continúan dando
testimonio de la verdad de lo que conocen, el mundo piensa que dándoles
muerte ganará el caso. Esta es la ilusión de la oscuridad.

Puede ser que a nosotros mismos el mundo no nos llegue a enjuiciar, poniendo
en peligro nuestra vida, pero, si somos sinceros, todos los días estamos
llamados a dar testimonio de la verdad, de la realidad y majestad de nuestro
Señor Jesucristo. Y estas mismas cualidades son necesarias también para
nuestra vida. Debemos tener un conocimiento directo de lo que hablamos,
necesitamos la acción del Espíritu Santo en nosotros, y que él sea quien nos
haga capaces de dar testimonio.
II.- La obra del Espíritu Santo al dar testimonio.

Es precisamente a uno de los aspectos de esa obra del Espíritu Santo a lo que
quiero referirme ahora. En el Evangelio de San Juan, en el discurso que
nuestro Señor pronuncia antes de su muerte (capítulos 14 a 16), hay cinco
promesas distintas que se refieren al Paráclito (14,16-17; 14, 26; 15,26-27;
16,7b-1l; 12,15). En estos pasajes, al Paráclito se le llama Espíritu de la
verdad, "a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce" (Jn
14, 17), sin embargo él es el que "os lo enseñará todo y os recordará todo lo
que yo os he dicho" (14, 26). Este Paráclito dará testimonio de Jesús tal como
nosotros debemos dar testimonio de él (15, 26-27). Como dice San Agustín, el
Espíritu nos da testimonio a nosotros y nosotros lo damos al mundo.

En la quinta de estas promesas, Jesús nos promete que el Espíritu de la verdad


nos guiará hasta la verdad completa. El dará gloria al Señor porque tomará de
lo suyo y lo hará saber a nosotros (16, 12-15).

En la cuarta de estas extraordinarias promesas, tenemos la solemne palabra del


Señor con respecto a la función del Paráclito. El texto es el siguiente:

«Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el


Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré; y cuando él venga, convencerá al
mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia, y en lo referente
al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la
justicia, porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio,
porque el príncipe de este mundo está juzgado.»

En una magnífica frase la Biblia de Jerusalén explica el significado básico de


este pasaje: El Espíritu Santo que Jesús glorificado va a enviar unirá su
testimonio al de Jesús para que la justicia de la causa del Salvador
resplandezca a los ojos de los creyentes. El Paráclito actuando como abogado
ante los creyentes, les convencerá de la incredulidad del mundo, de la cualidad
del Hijo, probado por su paso al Padre, de la derrota de Satanás.

En la mente y el corazón de los creyentes es donde el Espíritu Santo establece


la culpabilidad del mundo. Demuestra que el mundo está en el error con
respecto al pecado, con respecto a la justicia y con respecto al juicio. El
Espíritu Santo nos puede hacer ver la verdad y la justicia de la causa de
Jesucristo, porque nos da testimonio de la verdadera realidad.

Por consiguiente, antes que nada debe quedar claro que el testimonio que da el
Espíritu Santo es para el creyente una prueba inequívoca, una convicción de
que el mundo está en el error. Si el mundo llegara a aceptar la demostración
de que está en el error, ya no estaría más equivocado, sino que seria
transformado en el reino de Dios.

En segundo lugar, Jesús ya ha dicho (Jn 14, 17) que el mundo no puede recibir
su Espíritu. Por tanto, debe quedar claro que esta promesa del Paráclito y su
actuación en el proceso judicial en el que se encuentra todo creyente es
precisamente para demostrar el error del mundo ante la conciencia del
creyente.

El mundo está en error con respecto al pecado porque "no cree en mi". El
núcleo del pecado es rechazar la verdad de Jesucristo. El mundo es culpable
de pecado porque rehúsa creer en el Hijo de Dios. "El mundo" en este sentido
es todo el universo del hombre que participa de una complicidad para hacer
desaparecer la verdad. Juan ve, en el corazón de este mundo, un núcleo
indomable de resistencia a Dios. El hombre es capaz de reunir un enorme
poder de negación y rechazo que va más allá de los límites humanos hasta
llegar a enterrar sus raíces en el tenebroso pantano del odio y la mentira. La
mirada de Juan descubre un abismo de tinieblas hacia el cual se dirige el
hombre y en el cual se encuentra atrapado por su propio pecado, "sin saber a
dónde va" (l Jn 2, 11).

«Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero


ahora no tienen excusa de su pecado» (Jn 15, 22). «Jesús les respondió, "Si
fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís, 'Vemos', vuestro pecado
permanece» (Jn 9, 41). «El mundo no puede odiaros; a mí sí me aborrece,
porque doy testimonio de que sus obras son perversas” (Jn 7, 7).

¿Nos ha hecho ver el Espíritu Santo el pecado del mundo cuando rehúsa creer
en Jesús? ¿Se angustia nuestro corazón hasta llegar a la compasión y a un sano
temor cuando vemos tanta gente que rechaza la realidad y majestad de
Jesucristo y que dice que la vida no tiene sentido o que el sentido de la vida se
encuentra en la reorganización de elementos materiales? ¿Cuántas mentes y
cuántas voces se alzan contra la verdad de Jesucristo? ¿Nos ha convencido el
Espíritu Santo de que el mundo está sumido en el pecado y que se encuentra
en grave peligro por no querer creer? ¿Podemos ver que este rechazo y
rebeldía tienen raíces profundas en las tinieblas? Tenemos que ver esto,
porque hemos sido llamados a ser testigos ante el mundo para demostrarle
cuán equivocado está. Con el poder del Espíritu Santo, y sobre la base de la
información de primera mano que tenemos, debemos demostrar a aquellos
corazones que estén dispuestos a escuchar, que es un error, que es un pecado,
no aceptar el testimonio de Dios con respecto a su Hijo Jesucristo. La vida
eterna depende de ello. Es imprescindible que dejemos que el Espíritu Santo
nos de pruebas de esto.
El Espíritu también demostrará que el mundo es culpable con respecto a la
justicia. En cada momento vivimos la repetición del juicio y muerte de
Jesucristo. El mundo está dispuesto a decir que Jesús fue un hombre bueno,
quizás un poco desorientado, que quizás cayó en la exageración y en la
ingenuidad, pero que era bueno; sin embargo ahora está muerto y el mundo
tiene que tener sentido común y vivir en la realidad. Está bien que se le haya
dado muerte a Jesús; él incomodaba al mundo con ideas e ideales que no eran
para el ser humano.

¿No hemos oído nosotros mismos estas palabras u otras parecidas? ¿Podemos
reconocer la verdad de esto? Este es el juicio que tiene el mundo al considerar
la justicia de la causa de Jesucristo; sin embargo el mundo está en error con
respecto a la justicia porque Jesús se ha ido al Padre, y ya no puede ser visto
con los ojos de la carne, ni sólo con los recursos de la naturaleza humana.
Ahora puede ser visto por la presencia misma del Espíritu Santo que es la
prueba viva de la justicia de Jesús. Jesús resucitó ?de entre los muertos. Jesús
está vivo y vive en su majestad, y esta verdad puede ser conocida en lo
profundo de la conciencia y del corazón de todo el que abre su ser al
testimonio que el Espíritu Santo le da. Nosotros fuimos creados para que
conociéramos con certeza y convicción la majestad de nuestro Señor
Jesucristo.

"Él ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los


Ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria"
(1 Tm 3, 16).

Jesús ha sido justificado. Se ha demostrado que está en lo cierto. El mundo


está errado y con respecto a Jesucristo y este error es trágico porque, si un
hombre no conoce la resurrección de Jesucristo, no conoce el significado de
su propia vida, no sabe que ha sido salvado de su pecado y que ha sido
llamado a una vida imperecedera. Si no conoce la resurrección de Jesucristo,
su propia vida no tiene sentido, y es presa del miedo, la ansiedad, la
desesperación, la vana rebeldía y la sensualidad. El mundo está equivocado
con respecto a la justicia de Jesucristo, y esto nos lo demostrará el Espíritu
Santo si le abrigamos nuestro corazón y si estamos dispuestos a aceptar las
consecuencias.

Por último, el mundo está en error con respecto al juicio, porque el príncipe de
este mundo ya ha sido juzgado. La hora de la pasión y muerte de nuestro
Señor Jesucristo fue el momento de la confrontación entre Jesús y el príncipe
de este mundo.

Cuando declaró que había llegado la hora, Jesús dijo:


"Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será
echado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia
mí" (Jn 12, 31-32).

"Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el príncipe de este
mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al
Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 30).

El príncipe de este mundo ya ha sido echado fuera, ya ha sido condenado.


¿Sabemos esto nosotros? ¿Es esta la base de nuestra fe? ¿Qué fuerza creemos
que mueve realmente al mundo? ¿En qué confiamos más, en el dinero que
tenemos en el banco o en la resurrección de Jesucristo? ¿En qué confiamos
más, en la influencia y poder que tenemos en este mundo, o en el hecho de
que somos siervos y discípulos de Jesucristo? ¿Sabemos en forma práctica que
el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado, o es que en nuestra vida diaria
pensamos que el mundo tiene razón; que es el poder, el dinero, el prestigio, la
violencia y el engaño lo que "mueve al mundo"? ¿Sabemos en nuestra propia
vida que el príncipe de este mundo ya ha sido condenado, que ha sido echado
fuera y que Jesucristo, que resucitó de entre los muertos, ha vencido el
pecado, la muerte y a Satanás? ¿Ponemos toda nuestra confianza en el plan
que el Señor tiene para nuestra vida?

III.- Resumen y conclusión.

Hemos de orar todos los días. Tenemos que dedicar tiempo a la oración, y por
oración quiero decir una interacción consciente con Jesucristo, el Hijo de
Dios. Esta actitud de fe es la que constituye el corazón y motor de todas
nuestras actividades religiosas, ya sea la Misa, el rosario, el breviario o
cualquier otra. Si no dedicamos un tiempo al día simplemente a orar, alabar al
Señor, a arrepentirnos de nuestros pecados, escuchar su palabra, leer las
Escrituras, orar por nuestras familias y por los demás, no viviremos en
contacto con la realidad y majestad de nuestro Señor Jesucristo. El Espíritu
Santo no tendrá ocasión de darle testimonio a nuestro espíritu para que
sepamos quién es Jesucristo y quiénes somos nosotros, y por lo tanto nuestra
vida y nuestras palabras no serán en absoluto las de un testigo que lleven
consigo un conocimiento directo de la realidad de Jesucristo resucitado.
Hemos de tomar la decisión de orar sin falta todos los días de nuestra vida.
Hemos de urgirnos y ayudarnos unos a otros a ser fieles a esta decisión.
Deberíamos decirnos los unos a otros, los maridos a sus esposas, las esposas a
sus maridos, los hijos a sus padres, y también todos nuestros amigos- que
estamos resueltos a orar todos los días, para que nos ayuden haciéndonos
recordar, animándonos y comentando con nosotros lo que el Señor nos está
enseñando en nuestra oración. Esto es absolutamente imprescindible. Este es
el fundamento de todo verdadero testimonio cristiano.
Santa Teresa de Ávila decía que su mayor deseo era correr de un extremo al
otro del mundo y pedir con insistencia a todo ser humano que orara para que
pudiera experimentar por sí mismo lo que verdaderamente significa conocer al
Señor, conocer la majestad de Jesucristo, el gran amor que nos tiene, la verdad
de la obra de la salvación que él forjó para nosotros. El Señor nos ha
prometido: "Vosotros seréis mis testigos". Reclamemos esta promesa y
tengamos valor para emprender una vida de oración diaria. Si lo hacemos,
llegaremos a conocer al Señor. Nuestro testimonio será eficaz y habrá muchos
que nos agradecerán para siempre el haber sido auténticos testigos del Señor.

55 - SANTIDAD SACERDOTAL.

La comunión implica comunicación y


compartir

El Espíritu Santo es comunicativo. El personifica en la Trinidad el amor del


Padre al Hijo y el amor del Hijo al Padre.

En la familia de los hijos de Dios es el Espíritu el que establece la gran


comunión de todos los que estamos incorporados a Cristo y esta comunión
constituye la Iglesia.

Signo de la presencia del Espíritu es la comunión que se establece entre


aquellos que están en el Señor. El crea esta comunión que se exterioriza en
unidad, estableciendo lazos profundos, canales de comunicación y de
compartir.

El gozo de los que están en el Señor es también el gozo de estar en comunión


con tantos hermanos en Cristo, y saber que en Cristo todos compartimos el
mismo Espíritu, la misma vida, la misma fe. De aquí deriva, entre aquellos
que siguen un mismo camino espiritual o que han recibido una misma gracia,
la necesidad de comunicación y de compartir la experiencia de la acción del
Señor en nosotros.

Entre comunidades y grupos de cristianos esto se hace una realidad que


produce mutua edificación, estímulo y ayuda de unos a otros, testimonio de
acción evangélica para todo el que lo contempla.
Lo mismo que los individuos nos podemos convertir en islas, también los
grupos y las comunidades. Llegamos a sentir la tentación de no necesitar de
los demás, de prescindir de ellos a la hora de construir nuestras vidas, de
sentirnos autosuficientes. Son pecados de egoísmo y de soberbia que llevan
consigo implícito un gran empobrecimiento, terminando a la larga por
erosionar la unidad y el amor entre los que se creían muy unidos y seguros.

La relación y la comunicación es el presupuesto para poder hacer algo en


común. Podemos explotar aún más los recursos que tenemos. Aquellos que
han sido "enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento" (1
Co 1, 5), lo mismo que los que se sienten pobres y pequeños, pueden
compartir mucho entre sí, mediante una relación y comunicación más
estrecha.

Un grado elemental, pero de un gran valor, en lo que a compartir se refiere, es


hacer partícipes a los demás de lo que el Señor está haciendo entre nosotros,
de forma que redunde en alabanza suya, y contribuya a enriquecer a otros. Si
creemos que no merece la pena porque nos parece muy pequeño, es que no
valoramos el don de Dios. Y si no vemos más que miserias entre nosotros, el
deseo y la humildad del compartir nos llevará a una liberación más rápida.

Cada grupo o comunidad tendría que estar siempre muy sobre aviso para no
caer en el aislamiento, como mal endémico que lleva al empobrecimiento
espiritual.

En las páginas de la Revista deberíamos todos hacer lo posible para reflejar


más esta inquietud, de forma que se constatara un mayor afán de comunicar,
no solo un acontecimiento aislado, como puede ser retiros, semanas y
acampadas, con el frío estilo de una crónica, sino la marcha y evolución que
va llevando el grupo, la experiencia espiritual que vive, la acción constante del
Señor.

Esto enriquece a todos, enseña y estimula grandemente, como páginas del


diario en las que se vuelcan las vivencias, y el que lee no puede menos de
sentirse movido.

"No sabemos si estamos destinados a ser río caudaloso o si hemos de


parecernos a la gota de rocío que envía Dios en el desierto a la planta
desconocida; pero más brillante o más humilde, nuestra obligación es cierta:
no estamos destinados a salvarnos solos" (M. Domingo y Sol).
Santidad sacerdotal
por el P. Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S.

"¡Sed santos para mí, porque Yo, el Señor, soy santo; y os he separado de
entre los pueblos para que seáis míos!"

“El sacerdote, como otra nueva Encarnación de Cristo:


También forja su santificación en las manos de María”

Charla pronunciada por el P.S. Carrillo en el Retiro Mundial de Sacerdotes


celebrado en Roma (5-9 Oct. 84)

I.- UNA LLAMADA A LA SANTIDAD.

1. "¡Sed santos para mí¡"

Es una gracia de Dios y un enorme privilegio estar presentes aquí en Roma, en


el corazón de la Iglesia de Cristo Jesús, para este Retiro Mundial de
Sacerdotes. Estos días brillarán con especial fulgor, porque son un paso de
gracia del Espíritu Santo en favor, no solamente de los sacerdotes
participantes, sino de la Iglesia universal. ¡Qué significado eclesial tan
venturoso el encontrarnos aquí 6000 pastores de 100 países, venidos de los
cinco continentes!

El lema del Retiro "Una llamada a la santidad" (1) trae a nuestra memoria una
palabra feliz de la Sagrada Escritura que, dirigida a todo el Pueblo de Dios,
tiene sin embargo una resonancia particular para nuestros oídos sacerdotales:

"¡Sed santos para mí, porque Yo, el Señor, soy santo; y os he separado de
entre los pueblos para que seáis míos!" (Lv 20, 26).

2. Somos "uno" con Jesús

"¡Os he separado... para que seáis míos!" Qué bien se conecta este
pensamiento con lo que Jesús dice a sus apóstoles, los primeros sacerdotes de
la Nueva Alianza: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he
elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que
vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16). Y en otro lugar dice también Jesús:
"¡Padre Santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno
como nosotros!" (Jn 17, 11).

Según estos textos, nosotros sacerdotes somos un regalo que el Padre le ha


hecho a Jesús. Y, ¿con qué finalidad? Para que, siendo uno con El,
continuemos su misión: "¡Santifícalos en la Verdad...; como tú me has
enviado al mundo, Yo también los he enviado al mundo, y por ellos me
santifico a mí mismo!" (Jn 17, 17-19). Consciente de esta participación
profunda del ser y de la misión de Cristo, Pablo exclamaba:
"Somos embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de
nosotros" (2Co 5, 20).

Esta relación íntima entre Cristo y el sacerdote ha quedado sintetizada en la


doctrina del Concilio Vaticano II:

"El sacerdocio de los presbíteros... se confiere por aquel especial sacramento


con el que ellos, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un
carácter particular, y así se configuran con Cristo Sacerdote, de suerte que
pueden obrar como en persona de Cristo Cabeza" (2).

"Por el sacramento del orden los presbíteros se configuran con Cristo


sacerdote... para construir todo su Cuerpo que es la Iglesia" (3).

Hermanos sacerdotes: Si nuestro ser y nuestra misión es ser reflejos vivos o


"transparencias de Cristo Sacerdote" ante el Padre y ante nuestros hermanos
los hombres, pidámosle al Espíritu Santo, él que tiene la misión de dar
testimonio de Jesús, que nos revele en lo más profundo de nuestro espíritu
quién es Cristo y que nos lo dé a conocer para tratar de ser como El (cf Mt 11,
27; Jn 14, 9-11; 15, 26-27).

II.- QUIEN ES JESÚS

1. Jesús es "el Santo de Dios"

Con su conducta y sus palabras, Jesús fue mostrando que entre él y Dios, a
quien llamaba su Padre (Jn 5, 18), existía una inter comunión total que quiso
expresar con estas palabras: "Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío" (Jn
17, 10); y "Todo lo que tiene el Padre es mío" (Jn 16, 15a).

Pues bien, si el Padre le comunica todo a su Hijo Jesús, eso significa que ante
todo le comunica aquel tributo por excelencia que define a Dios: su santidad.
Dios es "el Santo de Israel"; él es el "santo, santo, santo"; su Nombre es "el
Santo". Esta santidad evoca la trascendencia divina y su radical separación de
lo profano, y subraya que una lejanía abismal existe entre él y el pecado. Él es
la pureza misma. (4)

Adornado con la plenitud de la santidad divina, pudo Jesús preguntar: "¿Quién


de vosotros puede probar que soy pecador?" (Jn 8, 46). Y Pedro un buen día,
en nombre de los Doce, hizo esta solemne confesión de fe: "¡Tú tienes
palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de
Dios!" (5).

2. Jesús es "el Santo", porque ha sido ungido por el Padre con el Espíritu
Santo

Pero, tratando de profundizar, podríamos preguntarnos: ¿cómo fue que Jesús


recibió la comunicación de la santidad divina? La respuesta a esta pregunta
nos la brindan diferentes pasajes de la Escritura Sagrada; todos ellos en
conexión con el Espíritu Santo que actúa sobre la naturaleza humana de Jesús.

Jesús fue ungido por el Padre con el Espíritu Santo:

a) en su encarnación (Lc 1, 28-35);

b) en su bautismo en el Jordán (Lc 1, 10-11 y paralelos);

c) y en su glorificación celeste (Hch 2, 33).

a) Su unción en la encarnación

Después del saludo mesiánico "¡Alégrate, Llena de gracia!" que el ángel


Gabriel dirige a la Virgen María, éste le descubre el proyecto divino: ella será
la madre del rey davídico, esperanza del Pueblo de Israel. Ante tal revelación,
María pregunta: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?". A lo que
el ángel responde:

"El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la Fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra. Por lo cual, también el que va a nacer será llamado 'santo', Hijo de
Dios" (Lc 1, 35).

María nada tiene que temer. La acción soberana del Espíritu de Dios, que a lo
largo de la historia ha hecho irrupción sobre muchas personas para realizar a
través de ellas una obra salvífica (6), y que sobre todo actuó con omnímodo
poder al principio de la creación para hacer brotar la vida (Gn 1, 2), hará
fecundo ahora el seno de la virgen para que conciba y dé a luz al Mesías; y
como necesaria consecuencia de esa intervención creadora del Espíritu Santo,
el fruto que va a nacer también será llamado "Santo", esto es, heredará el
Nombre divino; y como tiene directamente a Dios por Padre, será llamado
"Hijo de Dios" a título especial y exclusivo (7).

En otros términos, Dios-Padre unge con su Espíritu de santidad la naturaleza


humana que en ese mismo instante es asumida por el Hijo, y será Jesús "el
Santo Hijo de Dios". Es la gracia de unión: la constitución de la realidad
divino-humana de Cristo por el poder del Espíritu Santo (8).

Más tarde, la Epístola a los Hebreos nos revelará que en ese mismo momento
Jesús quedaba también ungido "Sacerdote y Víctima":

"Al entrar en este mundo, dijo: 'Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has
formado un cuerpo'. Entonces dije: '¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu
voluntad!'. Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la
oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesú-Cristo" (Cf Hb 10, 5-10)
(9).

b) Su unción en el Jordán.

Un acontecimiento particularmente importante en la vida de Jesús es su


bautismo en el Jordán. Una vez que Jesús ha sido bautizado por Juan -
cerrándose así los tiempos de la preparación-, de inmediato, al salir del agua,
los Cielos (símbolo de Dios) se rasgan y de allí desciende sobre Jesús el
Espíritu Santo en forma como de paloma, a la vez que se escucha esta palabra:
"¡Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco!" (Mc 1, 11; Mt 3, 17; Lc 3, 22;
Jn 1, 32).

Es un momento trascendental en la vida de Jesús. El Espíritu Santo desciende


y entra en él, toma posesión de él y lo llena, y lo irá guiando en el transcurso
de su misión mesiánica (10). No se trata ciertamente de una efusión de
Espíritu que consagre o santifique a Jesús. Jesús es "el Santo" y fue lleno del
Espíritu desde el primer instante de su concepción en el seno virginal de
María, en el momento de la unión hipostática. La función que el Espíritu
Santo va a desempeñar ahora en Jesús se sitúa en el orden de su actividad
salvífica. Se trata de una efusión carismática del Espíritu Santo sobre Jesús
para inaugurar la era nueva ?de los tiempos mesiánicos. La teología oriental
ha dado particular realce a este misterioso momento de la vida de Jesús (11).

Ungido así por el Padre con el Espíritu... Jesús es manifestado como "el Santo
de Dios". Fácilmente se explica que, a partir del Jordán, Jesús "lleno del
Espíritu Santo" -según la bella expresión de san Lucas 4, 1-, haya comenzado
la proclamación del Reino de Dios en la tierra, y con ello su obra de liberación
y de santificación en el mundo (12).
San Juan, recordando en amplia perspectiva la vida de Jesús, sintetizó sus
experiencias en una fórmula preñada de sentido: ''Y hemos contemplado su
gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo Único, lleno de gracia y de
verdad" (Jn 1, 14; cf 1Jn 1, 1-3).

c) Su unción en la glorificación celeste

Finalmente, un dato de la revelación, grandioso a la vez que lleno de misterio,


es la unción que Jesús recibe en su naturaleza humana al ser exaltada
gloriosamente a la diestra del Padre (13). El Padre no solamente resucita a
Jesús con el poder de su Espíritu de santidad. El texto de san Pablo en
Romanos 1,4 lo insinúa, pero Lucas lo explicita en los Hechos con toda
claridad:

"A este Jesús, Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y
habiendo sido exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre el
Espíritu Santo prometido, ha derramado lo que vosotros veis y oís" (Hch 2,
32-33).

La efusión carismática del Espíritu Santo el día de Pentecostés fue hecha a


través de Jesús glorificado, ungido con el Espíritu Santo. Y el testimonio de
Pedro con los Once se cierra con esta decidida declaración de fe:

"Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que a este Jesús, a quien
vosotros habéis crucificado, Dios lo ha hecho Señor y Cristo" (Hch 2, 36).

Por su resurrección-ascensión-exaltación, y por su unción con el Espíritu


Santo, Jesús quedó constituido en plenitud "Señor y Cristo". El Apocalipsis
proclamará al Cristo celeste "Rey de reyes y Señor de señores" (Ap 17, 14; 19,
16); y la Carta a los Hebreos insistirá también ampliamente en que Cristo ha
sido constituido Sumo Sacerdote por toda la eternidad a su entrada en el
Santuario de los cielos (14).

3. Jesús, Hijo obediente del Padre

Jesús fue, pues, "el Santo-Hijo-de-Dios", resplandor de la gloria del Padre e


imagen de su sustancia (Col 1, 15; Hb 1, 3). En ese Jesús, reflejo perfecto de
la santidad de Dios, brillaron dos actitudes fundamentales que tienen entre sí
mutua relación: su actitud de Hijo y su actitud de obediencia filial.

El Cuarto Evangelio es todo un himno a Jesús, el Hijo Único, que conoce los
secretos del Padre (15); que ama al Padre y que es amado por él (16); y que
tiene un ideal: hacer la voluntad del Padre, hacer lo que le agrada, sabiendo
que su voluntad es la salvación del mundo (17).
Hermanos sacerdotes: Ese "ser y quehacer" de Jesús, ser santo y santificador
(1 Co 1, 30; Hb 2, 11), es nuestra herencia sacerdotal: ser santos, ser hijos en
forma particular del Padre de los Cielos, conocer sus secretos, recibir su amor
y darle el nuestro, hacer lo que le agrada, trabajar en la empresa de salvar a los
hombres.

III.- QUIEN ES EL SACERDOTE

1. Un elegido por Dios desde toda la eternidad

Con frecuencia se escucha esta afirmación: "Hemos sido escogidos por Dios
al sacerdocio desde toda la eternidad" (18). ¿Qué valor puede tener esta frase?
Ante todo, esa expresión ha brotado espontáneamente en la tradición de la
Iglesia; y creemos que tiene un fundamento bíblico teológico muy consistente.

En efecto, para Dios todo es presente; para él no hay ni pasado ni futuro. Por
eso san Pablo pudo escribir a los Efesios a propósito del llamamiento a
nuestra filiación adoptiva:

"Dios nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos
e inmaculados ante él por el amor; eligiéndonos en Cristo, por pura iniciativa
suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente
nos ha concedido en su querido Hijo redunde en alabanza suya" (Ef 1, 4-6).

Hemos estado desde toda la eternidad en la mente de Dios. En nuestro caso, se


trata de la elección para un ministerio salvífico. En la Escritura hay algunos
casos que sirven de ilustración. La elección de Jeremías viene de inmediato a
nuestra memoria. Dios le dice: "Antes de haberte formado yo en el seno
materno, te conocía; y antes de que nacieses, te tenía consagrado; yo te
constituí profeta de las naciones" (Jr 1, 5). Vocación semejante es la del
Siervo de Yahvé en Isaías (Is 49, 1). Y el Apóstol Pablo, a pesar de haber
perseguido a la Iglesia de Jesús, no teme escribir: "Mas, cuando Aquel que me
separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien
revelar en mí a su Hijo para que lo anunciase entre los gentiles... “(Ga 1, 15-
16).

Esta sorprendente realidad de nuestra elección eterna para ser sacerdotes:

- nos debe llenar primero de inmensa gratitud a Dios; él nos escogió para el
servicio sacerdotal sólo por amor, y nos escogió en la persona de Cristo-
Sacerdote;

-y luego debe despertar en nosotros una plegaria instante para implorar de él


mismo la gracia de la correspondencia a su elección y a su llamamiento.
2. Como Jesús, el sacerdote es un ungido con y por el Espíritu Santo

El Espíritu Santo acompaña con su acción santificadora al sacerdote a través


de toda su vida (19).

-Lo hace nacer en el bautismo como hijo de Dios, comunicándole la vida


divina, y lo introduce en el Reino: "En verdad, en verdad te digo: el que no
nazca de agua y Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3, 5).

-En la confirmación, el Espíritu Santo lo llena de su fuerza divina y lo


capacita para ser testigo de Cristo: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que
vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos... “(Hch 1, 8).

- Y en su ordenación sacerdotal, el Espíritu Santo lo invade de gracia y de


carismas, y le imprime el sello indeleble que lo configura a Cristo Sacerdote y
Víctima para la eternidad: "Tú eres sacerdote para siempre... “(Sal 110, 4; Hb
5, 6). A partir de este momento el sacerdote es "sacramento viviente de Cristo
Mediador entre Dios y los hombres" y actualiza constantemente en la tierra el
ejercicio sacerdotal del Cristo celeste; y todo esto, gracias a la acción eficaz y
soberana del Espíritu Santo que lo acompaña en cada instante, siempre que
ejerce el sagrado ministerio que le ha sido confiado (20).

El sacerdote es un triplemente sellado con el Espíritu y por el Espíritu; sellado


en el bautismo como hijo de Dios; sellado en la confirmación como testigo de
Cristo resucitado; sellado en su consagración sacerdotal como sacramento en
la tierra de Cristo sacerdote eterno. Tres veces sellado con y por el Espíritu, el
sacerdote es en plenitud una pertenencia del Espíritu. Es del Espíritu Santo.
Bien se comprende en esta perspectiva la palabra del apóstol Pablo: "¡Y es
Dios el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello, y el que nos dio como
arras el Espíritu en nuestros corazones!" (2Co 1, 21-22).

3. Como Jesús, el sacerdote está llamado a ser "santo"

El sacerdote, en cuanto tal, vive y actúa en una atmósfera impregnada de


Espíritu Santo. El Espíritu siempre está con él, mora en él, y lo conduce sin
cesar. Lleva, por tanto, en su mismo ser una vocación a la santidad (21).

La Constitución "Lumen Gentium", tratando de la vocación universal a la


santidad, afirma con nitidez: "Creemos que la Iglesia es indefectiblemente
santa" (22). Y aduce tres razones: "Porque Cristo 'el solo' Santo:

1º. Amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo por ella para
santificada (cf Ef 5, 25-26).
2°. La unió a sí mismo como su propio cuerpo.

3°. Y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios".

Aquí está la razón profunda del llamado a la santidad cristiana y la posibilidad


de alcanzarla. El Señor es fiel y no fallará a sus promesas de amor para con su
Iglesia.

Pues bien, si la santidad, que según el Concilio consiste en "la plenitud de la


vida cristiana y la perfección de la caridad" (23), es vocación de todo
cristiano, cuánto más lo será del sacerdote, cuya misión es tratar de las cosas
santas del Señor. A él se pueden aplicar con mayor urgencia las palabras que
san Pablo escribía a los fieles de Tesalónica: "Hermanos amados del Señor,
Dios os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción
santificadora del Espíritu y la fe en la verdad" (2Ts 2, 13).

En otros términos, el sacerdote es a los ojos del Padre, a partir de su


ordenación sacerdotal, corno el Jesús del Jordán, a quien bautiza con su
Espíritu, a quien llena de su Espíritu, y a quien le dice: "¡Tú eres mi Hijo, yo
te he engendrado hoy!" (Lc 3, 22). De allí dimana nuestra hermosa obligación
de ser y sentirnos predilectos hijos del Padre, y vivir relaciones
verdaderamente filiales respecto de él, como las vivió Jesús.

Jesús fue "el Consagrado", "el Santo de Dios", y su santidad práctica


consistió:
-en una ausencia total de pecado: "¿Quién de vosotros me arguye de pecado?"
(Jn 8, 44; cf 2Co 5, 21; Hb 4, 15);

-en una consagración y entrega absoluta de su vida: "Por eso me ama el Padre:
porque yo entrego mi vida" (Jn 10, 17);

- para gloria del Padre: "Yo te glorifiqué sobre la tierra llevando a cabo la obra
que me has encomendado hacer" (Jn 17, 4);

-y salvación del mundo: "No envió Dios al Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que el mundo fuera salvado por él" (Jn 3, 17).

4. El sacerdote es un transformado en Cristo Sacerdote y Víctima

En virtud de nuestra configuración sacerdotal con Cristo, nosotros sacerdotes


estamos llamados a ser transformados en Cristo Sacerdote y Víctima por la
acción poderosa del Espíritu Santo. Nuestra vocación es ser "transparencias en
la tierra de Cristo Jesús": quien ve al sacerdote, ve a Jesús; quien encuentra al
sacerdote, encuentra a Jesús; quien va al sacerdote, va a Jesús. El Señor
expresó esta idea en varios momentos de su ministerio (Mt 10, 40; Lc 10, 16;
Jn 13, 20).

Y por parte del sacerdote, él tiene que ver por los ojos de Jesús, oír por los
oídos de Jesús, tocar con sus manos, bendecir con sus palabras, entender con
?su mente, amar con su corazón, entregarse con la generosa voluntad de Jesús.
En una palabra, el sacerdote está llamado a ser "otro Cristo" - "alter Christus"
(24).

San Pablo describió esta transformación perfecta y total en aquella inolvidable


palabra: "Con Cristo estoy concrucificado; y no vivo yo, sino que es Cristo
quien vive en mí. Y la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe
del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 19-20).

5. El sacerdote tiene a su alcance óptimos medios de santificación

a) El ejercicio de las virtudes teologales.

La Constitución "Lumen Gentium" subraya que "una misma es la santidad


para todos", y la describe en cuatro puntos: dejarse guiar por el Espíritu Santo,
ser obedientes a la voz del Padre; adorar al Padre en espíritu y verdad; y
seguir a Cristo pobre y humilde y cargando la cruz. Y cada quien, según su
propia vocación, tiene que realizar ese plan mediante el ejercicio de una fe
viva, de una esperanza segura y de una caridad operante (25).

b) Otros recursos.

Por su parte, el Decreto sobre los Presbíteros menciona ocho recursos para
fomentar la santidad sacerdotal (26), a saber:

1°. La doble mesa de la Sagrada Escritura y de la Eucaristía.

2°. El sacramento de la reconciliación.

3°. Hacer la voluntad de Dios y seguir las mociones de la gracia.

4°. La devoción a la Santísima Virgen María.

5°. El culto personal a la Sagrada Eucaristía.

6°. El retiro espiritual.


7°. La dirección espiritual.

8°. La oración.

Permítaseme poner de relieve dos de estos medios: la oración y la celebración


de la Eucaristía.

1°. La oración (27).

La oración es un medio insustituible de santidad. Cristo Jesús fue el hombre


de la oración, del contacto íntimo y constante con el Padre; él dijo: "Es preciso
orar siempre" (Lc 18, 1) (28). Hay una conexión tal entre la oración y la
santidad, que no puede existir la una sin la otra.

En la oración el sacerdote entra en comunión directa con Dios Padre, con el


Hijo Cristo Jesús y con el Espíritu Santo; y el contacto con Dios-santo
siempre santifica. Orar es unirse íntimamente a Dios con el entendimiento y la
voluntad, "haciéndose un solo espíritu con él" (l Co 6, 17), mediante la fe.

Pero, ¿qué hará el sacerdote si hubiere perdido el gusto por la oración? La


respuesta es muy simple, pero sumamente eficaz: ¡Que sencillamente
comience de nuevo a orar! Una comparación pone de manifiesto la eficacia de
la oración aun en medio de una grande aridez espiritual: si me pongo bajo el
sol, me quemo; si me pongo al agua, me mojo: si al hielo, me congelo; ¿no
pasará por ventura algo importante en mi existencia sacerdotal si con fe, con
sencillez, con sinceridad, con humildad, con entrega, con constancia, me
postro ante Jesús Eucaristía para recibir su influjo de vida eterna? (Jn 6, 37-
40; 56-57).

2. ° La celebración de la Eucaristía

En la celebración de la Eucaristía hay dos momentos privilegiados de


santificación sacerdotal y de transformación en Cristo: el de la consagración
del pan y del vino, y el de la comunión.

En el primero, el sacerdote es tomado por el Espíritu Santo como "instrumento


vivo" y es elevado por él a un nivel divino para producir un efecto inaudito: la
verdadera, real y sustancial conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la
Sangre del Señor. Es el mismo Jesús quien habla por sus labios: "¡Este es mi
Cuerpo! ¡Esta es mi Sangre!" (29).

En el segundo, el corazón del sacerdote es habitado por Cristo resucitado y


glorificado de quien, como de fuente inagotable, brota el Espíritu Santo. El
primer regalo que Jesús hace en la comunión es la comunicación del Don por
excelencia de Dios: su Espíritu divino. En ese momento Cristo nos bautiza
con su Espíritu, nos unge con su Espíritu, nos envuelve con la luz de su
Espíritu, nos santifica y consagra con su Espíritu. Y al instante, el Espíritu
Santo por su parte derrama en nuestros corazones el amor de Dios, y con su
acción divina nos va transformando en la imagen de Jesús (30).

Así pues, la celebración eucarística -realizada en la fe y en el amor- es el


momento augusto de nuestra configuración con Cristo, cuando "con el rostro
descubierto vamos reflejando como espejo la gloria del Señor, y nos vamos
transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa. Así es como
actúa el Señor que es Espíritu" (2 Co 3, 18).

En esos instantes se impone que el sacerdote le diga al Señor:


"Cincela, Jesús, tu imagen en mí, con el fuego y el poder de tu Espíritu, hasta
ser transformado en ti".

6. El sacerdote santo es un glorificador del Padre

Siendo santos, glorificaremos al Padre de los Cielos. El Padre anda en busca


de verdaderos y auténticos adoradores que lo glorifiquen en Espíritu y Verdad,
esto es, que le rindan gloria al ser guiados y conducidos por el Espíritu Santo,
y al estar unidos y transformados en Cristo Jesús que es la Verdad (cf Jn 4,
23-24; 14,6).

Nuestra santidad es glorificación al Padre (31). El Padre será glorificado por


nosotros y en nosotros sacerdotes, si -como Jesús- realizamos en plenitud la
misión que nos ha sido encomendada:

"Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me


encomendaste realizar" (Jn 17, 4).

IV.- ¡SURSUM CORDA! ¡HACIA LA SANTIDAD!

1. "¡En tu palabra lanzaré las redes!"

Ante el grandioso panorama de nuestra santidad sacerdotal, haciendo a un


lado cansancios y olvidando infidelidades, lancémonos una vez más a su
conquista. Echemos nuevamente nuestras redes al mar, confiando en la
palabra del Señor (cf Lc 5, 5).

No digamos: "Mi vida ha pasado. Ante mis miradas no se abre ya porvenir


alguno". No, porque ante Dios un día es como mil años y mil años son como
un día (2 P 3, 8). Más bien, tengamos presente lo que decía san Pablo:
"Olvidándome de lo que dejo atrás y lanzándome a lo que me queda por
delante, puestos los ojos en la meta, sigo corriendo hacia el premio de la
soberana vocación de Dios en Cristo Jesús" (Flp 3, 13-14).

Esta hora es el momento de la humildad y de la confianza, de la entrega


renovada y de decirle al Señor: "Sí, Señor, tú lo sabes todo... Tú sabes que te
amo" (Jn 21, 18). No importa que haya pasado apenas un año desde nuestra
ordenación sacerdotal, o hayan transcurrido ya 10 o 25 o el jubileo de oro.
Todavía es tiempo. Más aún, esta es la hora en que Jesús, con el poder de su
Espíritu, puede hacer el prodigio de transformarnos en "santos" para su Padre:
"Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios" (Lc 18, 27).

Nuestras miserias y debilidades no son más fuertes que el infinito amor con
que Dios ama a sus sacerdotes. Si bastan unos minutos para que el oro y los
metales preciosos queden fundidos debido a los grados de calor de un alto
horno, y así se vean libres de su escoria; ¡cuánto más en nuestro caso, el
Espíritu Santo, Fuego de Dios, deshará nuestra miseria y pondrá como nuevo
el oro fino de nuestro sacerdocio!

¡Hombres nuevos, creación nueva! ¡Sacerdotes renovados! Santos en nuestro


ser y santificadores en nuestra acción. Si el sacerdote no arde en sí mismo, no
podrá incendiar a otros (32).

2. En nuestras manos están las fuentes de la santidad

¡Animo, que tenemos a nuestra disposición las fuentes mismas de la Santidad:


Porque:

-poseemos a Jesús, el Santo de Dios: "El que come mi carne y bebe mi sangre
mora en mí y Yo en él" (Jn 6, 56); poseemos al Espíritu Santo, principio de
santificación (l Co 6, 11);

-tenemos al Padre, fuente de toda santidad: "Si alguno me ama, mi Padre le


amará y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23).

San Pablo hacía esta oración: "Que el Padre os conceda que seáis fortalecidos
por la acción de su Espíritu en el hombre interior; que Cristo habite en
vuestros corazones por la fe, para que, arraigados y cimentados en el amor...,
os vayáis llenando de la total plenitud de Dios" (Ef 3, 16-19).

Además, con todo sacerdote está "la Santísima Virgen María", la Madre de
Cristo Sacerdote, la Theotókos hyperagía. Ella, que fue la formadora del
corazón sacerdotal de Cristo, intercede siempre con maternal amor por los
sacerdotes a fin de que, fieles como ella y dóciles al Espíritu Santo, seamos
transformados en Cristo Sacerdote por la acción del Espíritu; y que, al vernos
el Padre pueda decirnos: Este es mi hijo en quien me complazco y en quien
pongo mi Espíritu para que lo santifique y lo transforme (33).

3. ¡Envía, Señor, tu Espíritu!

Es necesario que en estos días elevemos hasta el trono de la gracia una intensa
"epíclesis" para que el Espíritu de Dios sea enviado y descienda al corazón de
todos los sacerdotes de la tierra y los transforme con su energía divina en
"hostias puras, hostias santas, hostias inmaculadas", en comunión con el Sumo
Sacerdote eterno que, siendo a la vez la Víctima purísima, alcanza del Padre el
perdón de los pecados y la santificación de todos los hombres.

¡Santo eres, en verdad, Padre, fuente de toda santidad. Santifica a todos estos
hijos tuyos con la efusión de tu Espíritu, para que se conviertan en sacerdotes
que sean imágenes vivas de tu Hijo Jesús, Sacerdote y Víctima, para alabanza
de tu gloria! Amén.

NOTAS
(1) Documentos del Magisterio de la Iglesia sobre el sacerdocio.
S. PIO X, Exhortación Apostólica "Haerent animo". 4 de agosto de 1908.
PIO XI, Encíclica "Ad catholici sacerdotii'•. 20 de diciembre de 1935.
PIO XII, Exhortación Apostólica "Menti nostrae". 23 de septiembre de 1950.
JUAN XXIII, Encíclica "Sacerdotii nostri primordia". 1 de agosto de 1959.
PABLO VI, Carta Apostólica "Summi Dei Verbum". 4 de noviembre de 1963.
CONCILIO VATICANO II, Constitución "Lumen Gentium". 21 de
noviembre de 1964, nn. 18-29.
CONCILIO VATICANO II, Decreto "Christus Dominus". 28 de octubre de
1965.
CONCILIO VATICANO II, Decreto "Presbyterorum Ordinis". 7 de diciembre
de 1965.
PABLO VI, Encíclica "Sacerdotalis coelibatus". 24 de junio de 1967.
SINODO DE LOS OBISPOS, Sobre el Sacerdocio ministerial. 30 de
noviembre de 1971.
JUAN PABLO II, Cartas a los Obispos y a los Sacerdotes: "Magnus dies" y
"Novo incipiente". Jueves Santo de 1979.
JUAN PABLO II, Carta "Dominicae Cenae". ?Jueves Santo de 1980.
JUAN PABLO II, Cartas con ocasión del Jueves Santo de 1982 y 1983.
Ver la coleccioín de estos Documentos en:
J. ESQUERDA BIFET, El Sacerdocio hoy. ?BAC, Madrid 1983.

(2) "Presbyterorum Ordinis" n. 2.


(3) "Presbyterorum Ordinis" n. 12.

(4) Lv 11, 44-45; 19, 2; 20, 7.26; Jos 24, 19; ls 2, 2; Sal 99, 3; 111, 9; Is 1, 4;
5, 19.24; 6, 3.
H. SEEBASS, Santo. Diccionario Teológico del NT Sígueme, Salamanca
1984. Vol. IV p.149-159.

(5) Jn 6, 69; 10, 36; 17, 19; Hch 3, 14; 4, 27.30; Jn 2, 20; 3,5; 1 P 1, 19; 1 Co
1, 30; 2 Co 5, 21; Hb 2, 11; 4, 15; 7, 26; Ap 3, 7.

(6) Nu 11,25-29; ls 10, 6.10; 16, 13; Is 32, 15; 42, 1; 61, 1

(7) El verbo griego acusa una expresión hebrea. En hebreo el verbo "ser
llamado" no indica solamente una denominación extrínseca, sino que expresa
una realidad intrínseca: Jesús será el Hijo del Altísimo y será el Hijo de Dios.

(8) CONCILIO DE EFESO. De la encarnación. Denzinger n.111a.


CONCILIO DE CALCEDONIA, De las dos naturalezas de Cristo. Denzinger
n. 148.
S. TOMAS DE AQUINO, Summa Theologica III q.2 a.2.

(9) S CIRILO DE ALEJANDRIA, Sobre el Evangelio de San Juan. Libro 4, 2:


PG 73, 563-566.
A. VANHOYE, El Sacerdocio de Cristo y Nuestro sacerdocio. En "La
llamada en la Biblia". Ed. Atenas, Madrid 1983, p. 226-233.

(10) Cf Mt 4, 1; 12, 18.28; Lc 4, 1.14.18; 10, 21; Hb 9, 14.

(11) W. KASPER, Espíritu, Cristo, Iglesia. Concilium, Nov. 1974, p. 30-47.


A. ORBE, La Unción del Verbo. Analecta Gregoriana 113. Roma 1961.
H. PAPROCKI, Le Saint Esprit dans les Sacrements de l'Eglise. lstina 28
(1983) 267-281.

(12) Lc 4, 18-19.33-36.40-43; Mc 2, 5.17; 3, 10-12; etc.

(13) S. CARRILLO, Los Hechos de los Apóstoles. Instituto de Sagrada


Escritura. México 1978, p. 53-54.

(14) Hb 4, 14; 5, 9; 6, 20; 7, 24-25; 8, 1; etc.

(15) Jn 1, 18; 3, 13.16-18; 6, 46; 10, 15; 17, 5. 24-26; Mt 11, 27; Lc 10, 22.

(16) Jn 3, 35; 10, 17; 14, 31; 15, 9; 17, 23. 24. 26.
(17) Jn 3, 17; 4, 34; 5, 30; 6, 38-40; 8, 29; 17, 4; 19, 30.

(18) J. ESQUERDA BIFET, El Sacerdocio hoy, BAC, Madrid 1983, p. 590.


C. CABRERA DE ARMIDA: "Los sacerdotes fueron elegidos por Mí, porque
no a Mí me eligieron ellos; mi amor se adelantó a su amor. Y aún antes de
darles el ser, y con él la vocación al sacerdocio para que sirvieran a mi Iglesia,
y a mi Padre, de toda la eternidad, los había engendrado en su mente con
singular elección, con mirada eterna de amor de Padre. Ya desde aquel
principio sin principio, me miraba a Mí en los sacerdotes y a los sacerdotes en
Mí" (CC 52, 3-4).

(19) "Presbyterorum Ordinis" n. 2.


PABLO VI, A los Sacerdotes y seminaristas residentes en Roma, Pentecostés,
6 de julio de 1965.
SINODO DE LOS OBISPOS, n. 17.

(20) Y. CONGAR, El Espíritu Santo. Herder, Barcelona 1983: El Espíritu


Santo y los sacramentos. p. 647-703.
H. PAPROCKI, Le Saint Esprit dans les sacrements de l'Eglise. Istina 28
(1983) 267-281.

(21) "Ad catholici sacerdotii" n. 36-44: Exigencias sacerdotales de santidad.


"Menti nostrae" n. 8-47: La santidad de la vida sacerdotal.
"Lumen Gentium" n. 41b-c: Santidad de los Obispos y Presbíteros.
"Presbyterorum Ordinis" n. 12: Importancia y significación de la santidad
sacerdotal.
PABLO VI, Siervos del pueblo. Sígueme, Salamanca 1971.
JUAN PABLO II, Cartas a los Sacerdotes. ?Jueves Santo 1979. 1980. 1982.
1983.

(22) "Lumen Gentium" n. 39.

(23) "Lumen Gentium" n. 40: Ver la nota n. 4.

(24) Ver la expresión "alter Christus" en "Haerent animo" n. 58; "Ad


catholici" n. 16; "Menti nostrae" n. 5; "Sacerdotii nostri" n. 6. PABLO VI, A
los nuevos sacerdotes. Manila, 28 de noviembre de 1970.
Sobre la transformación espiritual, obra del Espíritu Santo: S. BASILIO,
Tratados sobre el Espíritu Santo": Cap. 9 n. 22-23: PG 32, 107-110.

(25) "Lumen Gentium" n. 41.

(26) "Presbyterorum Ordinis" n. 18.

(27) "Haerent animo" n. 40-45; "Menti nostrae" n. 32.41; "Sacerdotii nostri"


n. 39-42; ,JUAN PABLO II, Jueves Santo 1979, n. 10.
PABLO VI, "Evangelica testificatio" n. 42.

(28) Lc 3, 21; 5, 16; 6, 12; 9, 16, 18. 28-29; 10, 21; 11, 1; 22, 17. 19.32; 22,
39-44; 23, 34, 46

(29) "Lumen Gentium" n. 26; "Christus Dominus" n. 15-30; "Presbyterorum


Ordinis" n. 6-7.

(30) Y CONGAR, El Espíritu Santo. p. 687-695.

(31) A propósito de este tema, es útil recordar cómo nuestra "castidad


sacerdotal" glorifica al Padre:" ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario
del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os
pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! ¡Glorificad, por tanto, a Dios con
vuestro cuerpo!" (l Co 6, 19-20)
El Espíritu Santo, que ha sellado nuestra alma y nuestro cuerpo, en nuestro
bautismo, en la confirmación y en la ordenación sacerdotal, y que habita en él
como en su santuario, es el principio y la fuente de nuestra fidelidad en la
castidad y pureza sacerdotal; como también, el principio de nuestra
renovación y purificación interior: "¡Pero habéis sido lavados, habéis sido
santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesu-Cristo y en
el Espíritu de nuestro Dios!" (l Co 6,11)

(32) Cf 2 Co 5, 17; Ga 6, 15; Ef 2, 15; 4, 24; Col 3, 10.


S. GREGORIO MAGNO: "Neque enim res, quae in se ipsa non arserit, aliud
incendit" (Mor. VII, 44.72).

(33) "Menti nostrae" n. 124-125; "Presbyterorum Ordinis" n. 18.


JUAN PABLO II, A los Sacerdotes. Jueves Santo 1979, n. 11.

LA ENSEÑANZA EN LOS
GRUPOS DE LA R. C.
Por Serafín Gancedo, CMF

I.- PROGRAMACION DE LA ENSEÑANZA

1. Necesidad de formación
La falta de formación cristiana es un hecho evidente en la gran mayoría de los
católicos. A pesar de que, al menos hasta hace poco, en los estudios básicos y
medios existía una asignatura de formación religiosa, la cultura que queda en
este terreno es muy escasa: en amplitud, en profundidad y en precisión. Y son
muy pocos los que por propia iniciativa cultivan sus conocimientos cristianos.

Sin embargo la formación es base indispensable de la vivencia cristiana y del


apostolado. Mucho más en nuestro ambiente social en que abunda el
pluralismo ideológico y religioso, y en que la vida, los criterios y los medios
de comunicación suelen moverse en un paganismo indiferente con frecuencia
hostil ante los valores religiosos.

La Iglesia urge esta formación en el seglar para que pueda desempeñar su


misión dentro de la misma Iglesia. Habla expresamente de ello el Vaticano II
en el ?Decreto sobre el Apostolado de los Seglares, números 28 y 29.
Entresaco algunas afirmaciones:

"El apostolado sólo puede conseguir su plena eficacia con una formación
multiforme y completa".

"La formación para el apostolado supone una completa formación humana,


acomodada al carácter y cualidades de cada uno".

"Además de la formación espiritual -de la que asegura el Concilio que 'debe


considerarse como fundamento y condición de todo apostolado fecundo'-
requiérese una sólida preparación doctrinal, teológica, moral, filosófica, según
la diversidad de edad, condición y talento".

Dice también Juan Pablo II: "Para llevar a cabo todo esto (la misión de los
seglares en la Iglesia) es necesario hacer de la adecuada formación de los
laicos una prioridad pastoral en cada una de las iglesias locales ... Tenía (antes
de ser Papa) la convicción, y la sigo teniendo, de que la formación espiritual,
moral y teológica de los laicos, hombres y mujeres, es una de las más urgentes
prioridades de la Iglesia" (Mensaje a los laicos de Asia, 24 noviembre 1983).

Y para terminar, recojo dos pasajes sobre el tema dirigidos expresamente a los
carismáticos. De Pablo VI:

"Por eso sentís la necesidad de una formación doctrinal cada vez más
profunda: bíblica, espiritual, teológica. Sólo una formación así, cuya
autenticidad tiene que garantizar la jerarquía, os preservará de desviaciones
siempre posibles y os proporcionará la certeza y el gozo de haber servido a la
causa del Evangelio, no como quien azota al aire" (Discurso al III Congreso
mundial de la Renovación c.c., 19 mayo 1975).
De Juan Pablo II:

"Debéis preocuparos de suministrar sólido alimento para la nutrición espiritual


mediante el partir del pan de la verdadera doctrina... Dios quiere que todos los
cristianos crezcan en el conocimiento del misterio de salvación... Quiere
también que vosotros, que sois dirigentes de esta Renovación, estéis cada vez
más sólidamente formados en la enseñanza de la Iglesia... a fin de ir
descubriendo sus riquezas y de darlas a conocer al mundo. Procurad, pues,
como dirigentes alcanzar una formación teológica segura encaminada a
ofreceros a vosotros y a cuantos dependan de vuestra orientación un
conocimiento maduro y completo de la Palabra de Dios" (Discurso al IV
Congreso internacional de Dirigentes de la R.C.C., 7 de mayo 1981).

Concluyamos que es necesario tomar conciencia de lo urgente de esta


formación. Necesitamos formarnos para nuestra personal vida cristiana y para
nuestra actuación apostólica. Cierto que la formación que exigen estos
documentos de la Iglesia es muy seria y no está al alcance de todos, supone
años de dedicación y estudio. Ni podemos pretender conseguirla con los
minutos que dedicamos a la enseñanza en nuestras reuniones semanales. Pero
sí es una llamada a tender a ese ideal de formación, y desde luego a tomar en
serio la enseñanza en nuestras asambleas.

Esta enseñanza no debe ser un puro cumplimiento, algo que hacemos a la


fuerza y que ojalá desapareciera para evitarnos preocupaciones, sino un
espacio imprescindible tomado y preparado con responsabilidad. No puede
llenarse con cualquier cosa, ni ser habitualmente sustituida por algún
testimonio. Hay que aprovecharla para formar al Pueblo de Dios en "la
enseñanza de los Apóstoles" (Hch 2, 42).

Lo deseable sería contar con algún curso de formación permanente aparte de


la reunión de oración, pero mucho me temo que en la mayoría de los grupos
esto sea imposible por múltiples causas: falta de profesores, falta de tiempo,
falta de compromiso... Por eso lo que voy a decir a continuación se refiere a
esta enseñanza en los grupos. De ser posible esa otra formación paralela en la
que estuviera comprometido casi todo el grupo, tal vez la cuestión tendría que
plantearse de otro modo.

2. Necesidad de Programación

No puede improvisarse sobre la marcha el tema de cada semana, ni puede


dejarse al criterio personal del hermano al que toque hablar. Eso conduciría a
una falta de visión unitaria del misterio cristiano, a insistencias y reiteraciones
sobre algunos temas olvidando otros, etc. Para evitar estos y otros
inconvenientes se impone una programación.
También es necesaria por parte de los catequistas, que muchas veces no
sabrán de qué hablar o no tendrán previsto el tema con tiempo para poder
prepararse debidamente.

Sería bueno preparar un programa de doctrina sólido y amplio para


desa?rrollar en varios años, de tal manera que no queden lagunas importantes
en el conocimiento del misterio de Cristo. Tanto si no se hace como si se hace
esta programación, cabe programar para un período inferior de tiempo: un
trimestre, un semestre, un año.

3. Tipos de programación

A la hora de programar, lo primero que se nos ocurre es preguntar cómo se


programa. Voy a intentar responder en este apartado y en el siguiente.

Pueden ser varios los tipos de programación. Insinúo algunos que, aunque se
enumeren por separado, no se excluyen entre sí.

BlBLICA

Consiste en proponerse el estudio total o parcial de la Biblia. Pueden darse


aspectos introductorios o más o menos generales: la composición o la verdad
de la Biblia, el profetismo, los evangelios sinópticos, etc.; o ir viendo un libro
determinado: Isaías, el evangelio de San Juan; o algún tema a lo largo de la
Biblia: la Alianza, la oración, la pobreza, el Reino, etc.

LITURGIA

Es la programación que sigue el ritmo del año litúrgico con sus diferentes
tiempos y celebraciones: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua... A lo largo
del año la Iglesia recorre los misterios de la vida de Cristo. Es el método de
santificación de la Iglesia. Pío XII llegó a decir que "el Año Litúrgico es el
mismo Cristo". Todo esto significa que, aunque llevemos otro tipo de
programación, no podremos dejar de hablar o al menos de conectar el tema
programado con los momentos fuertes de la Liturgia.

ECLESIAL

Podríamos llamar así a la que toma como base documentos de la Iglesia, como
el Concilio Vaticano II, las exhortaciones apostólicas de los Papas, los
documentos de los Sínodos o de las conferencias episcopales, etc.

"CARISMATICA"
Es la que se centra en el desarrollo de los elementos característicos de la
Renovación Carismática: gestos, ritmo de oración comunitaria, carismas,
alabanza, testimonios, etc. Hay grupos que acostumbran recordar alguno de
estos elementos al comienzo de cada sesión de oración. Me parece laudable,
entre otras cosas porque dispensa de tener que incluirlos en el programa de
enseñanza.

OCASIONAL

Se basa en los acontecimientos o circunstancias de distinto tipo que van


ocurriendo a lo largo de los días: una fiesta, la proximidad de una asamblea
nacional o de un sínodo, la publicación de un documento, un viaje papal, etc.
Tal programación -que es más bien una falta de programación- se presta a ser
floja, improvisada y fragmentaria. Es desaconsejable.

"INSPIRADA"

Llamo así a la que se hace siguiendo las guías o palabras proféticas que el
Señor va dando a través de los hermanos en la oración personal o comunitaria.
Aún admitiendo que los mensajes sean verdaderamente del Señor, se presta a
la improvisación, sobre todo si se pide esta luz de Dios en un tiempo
inmediatamente anterior a la asamblea en que se tiene que hablar.

TEMATICA

Atiende prioritariamente a los temas y presta un cuerpo doctrinal


sistemáticamente organizado. Es la programación que considero nuclear para
conseguir los objetivos de una sólida formación. Podemos proponernos
profundizar en uno o varios años todo el contenido del Credo, o los
mandamientos o la ?doctrina sobre Jesús o sobre la Iglesia, etc.

MIXTA

Precisamente porque, como decía antes, estos tipos de programación no se


excluyen entre sí, cabe una programación mixta, en la que entran varios de
ellos. Tal vez la mejor sea la temática, como base sólida bien organizada, en la
que se van incrustando la visión bíblica del tema, las referencias eclesiales,
conexiones con las principales celebraciones litúrgicas, y que admite
ocasionales interrupciones para tratar de sucesos importantes o de algún tema
concreto y reducido, impuesto tal vez por una situación o necesidad surgida en
el grupo.

4. Criterios para programar


Sigo respondiendo a la pregunta de cómo programar. Para realizarlo
acertadamente se imponen unos criterios de discernimiento. Señalo algunos:

4.1. Necesidades del grupo. Tipo de personas que lo integran: hay grupos en
que predominan los jóvenes y grupos en que predominan los mayores; grupos
cultos o de escasa cultura; de zona urbana o de zona rural, etc.

Grado de madurez humana, cristiana y "carismática": grupo reciente o


veterano; de personas maduras o de personas infantiles o problematizadas; de
una vida cristiana arraigada y convencida o más bien de personas que han
estado muy alejadas y comienzan a descubrir qué es ser cristiano; de gente
comprometida desde hace tiempo en la Renovación y que se lo toma en serio
o de los que acuden como aficionados y sin mucha convicción...

Problemas que presenta el grupo: tensiones, mal momento que tal vez esté
atravesando, crisis, presencia de algún factor o elemento perturbador...

4.2. Palabras proféticas recibidas para el grupo en oración personal o


comunitaria a través de los hermanos con reconocido carisma de profecía. No
es raro que el Señor, durante una temporada, vaya insistiendo sobre algún
punto. Conviene detenerse de vez en cuando a repasar las profecías. Si en
ellas descubrimos una constante, se trata sin duda de una clara llamada del
Señor que no debe caer en vacío.

4.3. Orientaciones de la Iglesia.


No podemos quedar, indiferentes, al margen del magisterio del Papa o de los
Obispos, sobre todo en cuestiones que nos presenten con carácter de urgencia.
También nos llega la voz del Señor a través de la Coordinadora Nacional y de
la respectiva Coordinadora Regional.

4.4. Y en cualquier caso, el desarrollo del "misterio íntegro de Cristo, es


decir, aquellas verdades cuya ignorancia es ignorancia de Cristo, e igualmente
el camino que ha sido revelado por Dios para glorificarle, y por eso mismo
para alcanzar la bienaventuranza eterna" (Ch D 12). La exposición, pues, del
misterio íntegro de Cristo, tal como aquí lo urge la Iglesia a los obispos, es un
deber y por tanto un criterio fundamental para programar nuestra enseñanza.

5. Temario

A pesar de las indicaciones anteriores, en los grupos persistirá la dificultad


para encontrar temas y materiales con que desarrollarlos. Por eso me permito
algunas indicaciones más concretas.
5.1. Los temas de las catequesis de iniciación –lo que llamamos "las siete
semanas" - son básicos y hay que volver a ellos con frecuencia. Se encuentran
ya desarrollados o con abundantes pistas de desarrollo en PhVERHAEGEN,
"Introducción a la Renovación en el Espíritu. Seminario de las siete semanas",
editorial ROMA, Barcelona, y en los números 35 y 36 de la revista
KOINONIA, de mayo-agosto de 1982.

5.2. Una ampliación y profundización de estos temas la tenemos en


KOINONIA, números 38-42, de noviembre de 1982 a agosto de 1983. Van
organizados en tres ciclos. Para facilitar el contenido y la visión de conjunto
ofrezco a continuación los títulos:

Ciclo I: Relación personal con Dios.

1) La oración personal. Alabanza. Oración en lenguas.

2) Vida sacramental: Eucaristía.

3) Sacramento de la Penitencia.

4) Palabra de Dios: lectura y formación bíblicas.

5) Dirección espiritual. Acompañamiento. Discernimiento.

6) Orden y ascesis en la propia vida: sueño, alimentación, ocio, diversión.

7) Sobriedad y austeridad: sentido de los bienes materiales.

Ciclo II: La Iglesia.

1) El misterio de la Iglesia.

2) El Espíritu Santo y la Iglesia.

3) La Iglesia es carismática e institucional: carismas, ministerios eclesiales.

4) La Iglesia institucional.

5) Función de la jerarquía en la Iglesia: triple ministerio, primado de Pedro.

6) La evangelización.

7) Presencia de la Iglesia en el mundo: familia, trabajo, sociedad.


Ciclo III: La comunidad.

1) Una comunidad eclesial y carismática.

2) Pasos primeros hacia la comunidad.

3) La comunidad fruto de la efusión del Espíritu.

4) La relación consigo mismo: aceptación, equilibrio.

5) La relación con los demás: respeto, aceptación, reconciliación, amor.

6) Transparencia comunitaria.

7) Obediencia y sometimiento.

5.3. Para un temario más completo conviene manejar algún libro donde se
exponga sistemáticamente todo el cuerpo doctrinal católico. He aquí algunos:

• "Con vosotros está". Catecismo para los preadolescentes, pero que en sus
74 temas ofrece una visión panorámica, aunque no profunda, del mensaje
cristiano, que nos puede servir a todos. Presenta un enfoque actual de los
temas destacando las dimensiones cristológicas, bíblicas y eclesiales. Tiene la
garantía de estar aprobado por el Episcopado Español y por la Sagrada
Congregación para el Clero, de la Santa Sede. En cada tema vayamos
derechos a la página o dos páginas finales del mismo donde figura el
contenido doctrinal. Las demás contienen fotos, pasajes bíblicos, experiencias,
citas variadas, etc. Podemos pasarlas por alto o aprovecharlas para el
desarrollo del tema.

• "Señor, ¿a quién iremos? Catecismo para adultos", de los obispos


italianos, elaborado durante diez años y editado en España por MAROVA en
1982. Es un libro de más de 600 páginas que recomiendo vivamente tanto para
lectura personal como para desarrollar los temas.

• "Libro básico del creyente hoy", preparado por un equipo pedagógico de


PPC. Intenta ofrecer una síntesis actualizada del "Credo" del Pueblo de Dios y
de sus criterios de actuación en el mundo; trata los contenidos fundamentales
de la fe católica y de la ética según la ley de Cristo. Prueba del servicio que
este libro puede presentar es que se han vendido ya más de 60.000 ejemplares.
Va por la décima edición.

• "Exposición de la fe cristiana. Catecismo católico para el estudio


personal y la enseñanza". Está basado en textos fundamentales para el
cristiano y la Iglesia: el Padrenuestro, el Credo, los Sacramentos y el
mandamiento de Cristo: la caridad. Editado en SIGUEME, Salamanca, 1983.

En estos libros los encargados de la formación de nuestros grupos encontrarán


material abundantísimo y organizado para sus programaciones.

II.- LA ENSEÑANZA COMO ELEMENTO DE LA ASAMBLEA


CARISMATICA

Vamos a fijamos ahora en el acto mismo de la enseñanza dentro de la reunión


de oración. Es uno de los elementos integrantes de la asamblea carismática
junto con otros, como la alabanza, los testimonios, las lecturas bíblicas, los
cánticos, etc., y del que no debe habitualmente prescindirse. Se designa
también con los nombres de formación, instrucción, catequesis. Quizá ninguna
de estas denominaciones exprese con exactitud el carácter que tiene el servicio
de la Palabra en la Renovación Carismática, pero tampoco importa demasiado
la denominación si entendemos debidamente su función, su modalidad y sus
exigencias.

1. Obra profética

Ante todo, la enseñanza carismática -como toda predicación en la Iglesia- es


obra profética. No es mera información o exposición para proporcionar ideas a
la mente, sino obra de la Palabra de Dios dotada de poder para cambiar las
vidas.

El objetivo último de esta enseñanza es producir cambio, ser instrumento a


través del cual el Señor pueda cambiarnos, convertirnos.

Para ello recordemos los dos aspectos de la Palabra de Dios:

• Palabra que simplemente describe, expone, orienta, indica. Como una flecha
en el camino, que señala la debida dirección, pero sin poder en sí misma: ni
ella se mueve ni mueve al caminante.

• Palabra que hace presente, que actúa, que es eficaz, que realiza lo que dice,
porque además de orientar, cambia la vida. Es Palabra sacramental: signo
eficaz. Y este es el objetivo de toda evangelización.

Considero muy importante insistir en esto. Frecuentísimamente convertimos


los medios en fines. Para unas charlas o una novena o un retiro o unos
ejercicios espirituales, lo primero que solemos buscar es un predicador que
hable bien, que sea brillante o que destaque por sus ideas originales o
llamativas; o desde otros puntos de vista: que sea famoso o titulado, o que sea
tradicional o progresista... No es normal preguntarse quién nos ayudará
más a convertimos, a cambiar de vida. Y sin embargo ésta debiera ser la
primera pregunta que nos hiciéramos. Porque el fin de toda predicación
cristiana, no es hablar, ni hablar bien, ni hablar de un determinado tema, ni
exponer ideas profundas o brillantes. Todo eso pueden ser medios; pero el fin
es ¡convertir! Si esto se olvida, todo se nos va en ideas, programaciones,
organizaciones, estructuras, montajes. Quizás ni al preparar todo eso ni al
revisarlo o evaluarlo, nos planteamos la pregunta fundamental: ¿Produce
conversión o no produce conversión? ¿Cambia o no cambia las vidas?

Debemos comenzar nosotros mismos por convencernos del poder divino de la


palabra que servimos al Pueblo de Dios. Lo afirma Pablo VI: "En cuanto
pastores, hemos sido escogidos por la misericordia del Supremo Pastor, a
pesar de nuestra insuficiencia, para proclamar con autoridad la Palabra de
Dios" (EN 68,4).

Nos resultará difícil aceptar esto si nos centramos en nuestra insuficiencia,


como les resultó difícil a los mismos Apóstoles. Para ellos "era fácil creer en
Jesús y en su poder, pero era mucho más difícil convencerse de que podían ser
instrumentos eficaces de la presencia prolongada del Salvador en el mundo"
("Señor, ¿a quién iremos?", pág. 160). Con Pentecostés comprendieron la
verdad de las palabras de Jesús: "El que cree en mí, también él hará las obras
que yo hago, y aún mayores" (Jn 14, 12).

Pablo debió de ser un pésimo orador (cf 2 Cor 10, 10), pero hablaba con
autoridad fundada en el poder de Dios (cf 1 Cor 2, 1-5). Debemos recobrar la
conciencia de esa autoridad que se nos ha concedido. Frecuentemente
nosotros somos los primeros que no creemos en nuestra propia palabra; quizá
porque somos conscientes de que no hablamos en nombre de Dios, sino en
nombre propio, apoyados en ideas o ideologías humanas, sin habernos
preguntado previamente en oración por los planes del Señor. Un hombre
convencido de que no predica lo suyo ni por propia iniciativa, sino lo de Dios
y por encargo de Dios, es irresistible.

2. Testimonio

El que sirve la palabra debe servirla sobre la bandeja de su propia vida. No se


acepta un buen manjar servido en una bandeja deteriorada o repugnante. La
eficacia y autoridad de la palabra que se predica está íntimamente conectada
con la vida del predicador. A éste se le exige ser una persona humanamente,
cristianamente y carismáticamente madura. Quien, por ejemplo, es caprichoso,
temperamental, parcial en sus juicios; quien murmura con facilidad o no sabe
guardar secretos; quien no administra bien su casa o no es responsable en su
profesión; quien, teniéndose por carismático, descuida habitualmente la
oración personal o con facilidad o sin causa justificada deja de asistir a las
reuniones y a los retiros, no puede ser maestro "profético”.

El auténtico evangelizador evangeliza ante todo con su propia persona, es


decir, él mismo es evangelio. Se dice en una hermosa fórmula de consagración
apostólica a la Virgen María: "Enséñame a guardar como tú la Palabra en el
corazón, hasta transformarme en evangelio de Dios". Nosotros mismos,
cambiados por la fuerza del mensaje que predicamos, somos Buena Nueva,
somos la encarnación de los frutos del Espíritu: gozo, paz, paciencia, amor...
Cuando los oyentes nos pidan una prueba de lo que anunciamos, que podamos
responder señalándonos a nosotros mismos: "Aquí está; la prueba soy yo".

Es un pasaje de la "Evangelii nuntiandi", Pablo VI exhorta a los obispos,


sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, y termina: "Les decimos a todos:
es necesario que nuestro celo evangelizador brote de una verdadera santidad
de vida y que, como nos los sugiere el Concilio Vaticano II, la predicación,
alimentada con la oración y sobre todo con el amor a la Eucaristía, redunde en
mayor ?santidad del predicador" (EN 76). Escribía D. Marcelino Olaechea a
sus sacerdotes de Valencia: "Haceos amar y predicaréis con eficacia... Si al
terminar vuestras palabras queda en el alma de los fieles esta expresión: ¡Qué
bueno es!, ¡qué gran sermón habréis predicado!" (Pastoral sobre la
predicación, 1947).

3. Trabajo

Es frecuente confundir lo carismático con lo espontáneo, o sea, con lo que nos


sale a la primera, con lo informal, con lo improvisado, con lo que no se
prepara. Y amparados en una ingenua superficialidad presumimos que el
Espíritu Santo en el momento de hablar nos inspirará lo que hayamos de decir.

Esto es una equivocación. Excepto casos raros en que la necesidad o la


obediencia nos impongan hablar sin posibilidad de prepararnos, el respeto a la
Palabra de Dios y al Pueblo de Dios nos exigen preparación a conciencia. El
caso del Santo Cura de Ars, a quien Dios concedió hablar improvisadamente,
no puede tomarse como norma.

Hay que invocar al Espíritu y contar con su asistencia, sin la cual no podemos
hacer nada, pero más en el momento de prepararse que al momento de actuar.
Si luego el Señor, como verdadero Señor, es decir, como quien dispone y
manda, nos borra lo preparado y nos pone en la mente, en el corazón y en los
labios otra cosa no prevista por nosotros, ¡bendito sea! Pero nuestra obligación
es prepararnos.
En su librito "Escuche mi confesión", Orsini se refiere a un sermón suyo
meditado, orado y escrito palabra por palabra, del cual no dijo nada porque a
la hora de pronunciarlo el Señor le cambió el plan, pero que resultó eficaz.

Naturalmente para esta preparación no todos necesitarán el mismo tiempo y el


mismo trabajo; dependerá de la cultura, del carácter, de la experiencia y
práctica de cada uno. Para lo que uno emplea una hora, tal vez otro necesite
una semana. Una preparación remota como son unos estudios teológicos,
facilitará mucho las cosas. La Iglesia, que rehúye los carismatismos baratos,
impone a los sacerdotes toda una carrera para que sean pastores no
improvisados del Pueblo de Dios.

4. Asimilación y control de la enseñanza

Si la enseñanza tiene como objetivo producir cambio, no termina con la


actuación en el grupo; requiere además que se empleen los medios adecuados
para que fructifique en dicho cambio.

Inmediatamente después de la enseñanza conviene dejar un silencio de


algunos minutos para la reflexión y asimilación antes de responder con un
cántico o con oración en voz alta. Este espacio de silencio evitará que el tema
recién desarrol1ado se nos evapore, y permitirá que se nos queden grabados
en el alma algunos puntos que interpelen nuestra vida y nos llamen a
conversión.

Los hermanos, en general, deben llevar un cuaderno donde vayan anotando las
principales ideas expuestas y alguna pregunta sobre la materia, no con el fin
primordial de alimentar el entendimiento y menos de discutir, sino con el fin
de meditar y orar y aplicárselo durante la semana.

Esta práctica difícilmente se implantará a corto plazo. Puede comenzarse


entregando a cada hermano una cuartilla con el esquema y alguna pregunta, o
dictándoles las dos o tres ideas principales y una o dos preguntas, hasta que
vayan adquiriendo cierta facilidad y logre cada uno realizarlo por sí mismo.

Esto, que puede parecernos demasiado reglamentado, complicado y rígido,


opuesto a la flexibilidad y libertad tan características de la Renovación, no es
más difícil que el balance económico que realizan aun las personas más
incultas en una tienda o en un negocio cualquiera al final de semana o de mes.
O sin salirnos de la ascética tradicional, es un sencillo examen de conciencia
sobre un punto tan importante como es la Palabra de Dios, que no debe
entrarnos por un oído y salirnos por otro. En la actitud ante la Palabra de Dios
nos jugamos nuestro cambio; por eso merece cuidado especial. Quien va a pie,
se ocupa y preocupa de avanzar, de moverse; quien va a caballo no se
preocupa de avanzar, sino del caballo, que será el que avance y lo haga
avanzar a él. El grupo debe ser conducido por la Palabra de Dios, servida por
sus profetas. La rendición de la Iglesia viene de los profetas. La Iglesia
siempre está dirigida por la palabra de los profetas. Por eso nuestro deber
fundamental es atender a la Palabra

56 - LA ENSEÑANZA EN LOS GRUPOS -2.

La enseñanza en los grupos de la R. C.


Continuación

Por Serafín Gancedo, CMF

III. ORIENTACIONES PARA EL DESARROLLO DEL TEMA

En este tercer apartado quiero tocar un aspecto que suele desatenderse, quizás
porque se da por sabido. Pero por mi experiencia en los contactos con los
grupos veo que es en lo que más se falla, y por tanto de lo que más necesitan
los encargados de enseñar.

Por falta de cultura o de orientación o de práctica, son muchos los que no


saben desarrollar un tema. A veces hermanos que oran, que leen la Biblia, que
escuchan al Señor, que incluso saben o sienten o intuyen lo que tienen que
decir, pero que no saben decirlo. A tales hermanos van destinadas las
siguientes orientaciones. Hay quienes por disposición natural o por gracia del
Señor, aun sin estudios, saben hablar y no las necesitan. Yo doy gracias a Dios
por ellos y les pido que disculpen estas orientaciones técnicas, que parecen tan
poco carismáticas, pero que ayudarán a otros hermanos.

Vayan por delante unas palabras de Pablo VI: "Las técnicas de evangelización
son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción
discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no
consigue absolutamente nada sin él. Sin él, la dialéctica más convincente es
impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin él, los esquemas más
elaborados sobre bases sociológicas o sicológicas se revelan pronto
desprovistos de todo valor" (EN VII, 75).
Por fe y por convicción me adhiero plenamente a estas palabras. No las
olvidemos. Si ahora me detengo en las técnicas, no es porque sea lo principal,
sino ?porque es lo más desconocido y descuidado.

Para hacerla más asequible, me pongo en la situación del hermano que quiere
preparar un tema y se sienta ante su mesa de trabajo. ¿Qué hacer? Que se vaya
formulando a sí mismo las siguientes preguntas. Le aconsejo que las escriba,
las tenga delante y las responda por escrito durante una temporada, hasta que
adquiera hábito de hacerla como por instinto sin necesidad de escribir. He
aquí las preguntas y unas orientaciones para las respuestas.

1. ¿CUAL ES EL TEMA EXACTO QUE DEBO DESARROLLAR?

Hay que centrarlo y formularlo con exactitud, separándolo bien de temas


parecidos o relacionados con él. Por extraño que parezca, a veces no se habla
del tema propuesto, sino de otro parecido o próximo. Hasta en ocasiones
solemnes me he encontrado con personas famosas, llamadas expresamente
para desarrollar un tema, que han hablado al margen del tema que se les había
asignado.

Un mismo tema puede presentar aspectos distintos. Si no nos señalan alguno


concreto, elegimos nosotros, pero si lo señalan, hay que hablar de ése y no de
otro. Ejemplo: si el tema es "Sacramento de la reconciliación", debo concretar
el aspecto: historia, necesidad, disposiciones para recibirlo, teología de la
reconciliación, frutos que produce, etc.

Comencemos, pues, enterándonos exactamente de qué tenemos que hablar.

2. ¿A QUIENES VOY A HABLAR?

No basta hablar "ante" alguien, hay que hablar "a" alguien: dirigirse a él,
conversar con él. Hablar ante alguien puede hacerse con un discurso
preparado en el despacho para oyentes desconocidos y que luego se suelta
como si éstos no existieran.

Sentado ante mi mesa de trabajo, pensaré qué oyentes voy a tener: su edad, su
formación, su cultura, su mentalidad, sus necesidades, sus ideales, el grado de
su compromiso cristiano, su situación actual concreta como grupo. De este
modo les hablaré de lo que les interesa, se entablará una comunicación,
estaremos conversando, aunque ellos lo hagan en silencio. ¿Será demasiado
afirmar que muchas predicaciones no interesan a nadie, incluso que ni siquiera
atraen la atención, porque se pronuncian "ante" un auditorio cuya situación e
intereses prácticamente se ignoran? Vienen a responder a preguntas que nadie
se plantea.
Una última cuestión sobre los oyentes, que no conviene olvidar es ver si
presentan algún especial problema respecto del tema, pues en caso afirmativo
habrá que cuidar el enfoque y la expresión: a veces afrontándolo con claridad
y valentía; a veces aludiéndolo con delicadeza; a veces eludiéndolo con
prudencia. El mismo Señor que nos manda: "Sea vuestro lenguaje: sí, sí; no,
no" (Mt 5, 37), nos manda también: "Sed prudentes como las serpientes" (Mt
10, 16).

3. ¿QUE ME PROPONGO CONSEGUIR AL DESARROLLAR ESTE


TEMA?

El objetivo de una predicación nunca es "hablar del tema". Eso será un medio
para lograr el objetivo. Quien es fértil en ideas y está dotado de palabra fácil
sucumbe con frecuencia a la tentación de hablar por hablar o de ir
simplemente a llenar el tiempo asignado, sin preguntarse qué es lo que
pretende conseguir con su actuación.

Los objetivos de una predicación pueden reducirse a cuatro:

1º - Explicar algo, para que se ENTIENDA. Por ejemplo: qué es orar. Se trata
de presentar, descifrar, aclarar el contenido de un concepto, de una verdad, de
la formulación de un misterio cristiano, etc., para que los oyentes lo entiendan,
sepan el significado, tengan idea clara.

2° - Probar una verdad, para CONVENCER. Por ejemplo: Por qué


necesitamos la oración... Ahora se dan razones con las que se demuestre que
una verdad es cierta y los oyentes queden convencidos de ello, y puedan decir:
"Pues es cierto, estoy de acuerdo, tienes razón".

3° - Ponderar el valor de un motivo, para HACER SENTIR. Por ejemplo:


¡Qué necesario es orar!... Se van presentando los valores o aspectos más
adecuados para que el auditorio ame, odie, admire, se alegre, etc.

4° - Persuadir, para que se ACTUE. Por ejemplo: que oren... Se trata no sólo
de que sienta, sino de que la voluntad tome una decisión, se decida a hacer
algo

5° - Frecuentemente en un mismo discurso se pretenden varios de estos


objetivos. Por ejemplo: que entiendan y se convenzan, o que se convenzan,
sientan y actúen.

Insisto en que el catequista se plantee de modo especial esta pregunta antes de


preparar el tema, se la responda por escrito y la tenga delante durante la
preparación. Es clave para un desarrollo adecuado.
4. ¿COMO LO CONSEGUIRE?

El hermano sigue en su mesa de trabajo. Ya conoce el tema exacto, conoce al


auditorio y conoce el objetivo que pretende conseguir. Ahora se plantea la
pregunta más práctica, la pregunta cuya respuesta más nos interesa.
Generalmente buscamos recetas que, aplicadas, den resultado mágico. No las
hay o al menos no las conozco. Me limito a unas observaciones de sentido
común, que irán dando fruto a medida que nos vayamos ejercitando.

4.1. Búsqueda de materiales.

Antes de hablar o escribir hay que disponer de materia o asunto sobre que
hacerlo. Por eso la primera tarea es buscar materiales. ¿Cómo?

No estará de más comenzar pidiendo luz al Señor, que es el que tiene planes
de salvación.

Recordar lo que se sepa o se haya oído sobre el tema.

Leer algo sobre el mismo: BIBLIA, diccionarios bíblicos o teológicos,


catecismos, otros libros, revistas... para ver ideas, enfoques, aspectos.

Reflexionar sobre el tema. Puede hacerse tratando de responder a preguntas:


qué, por qué, para qué, dónde, cómo, cuándo, cuánto, con qué medios...
Vamos anotando todo lo que se nos ocurra como respuesta. Si en alguna
pregunta no se nos ocurre nada, pasemos adelante sin preocuparnos. También
pueden considerarse aspectos que presenta el tema, cosas iguales o parecidas,
cosas contrarias, ejemplos, testimonios, citas. En algunos aspectos nos
detendremos más adelante.

Situaciones de la vida a que puede aplicarse. Todo el material que hallemos


mediante estos recursos, lo vamos anotando sin preocuparnos, por el
momento, de la organización.

4.2. Selección de materiales

Por la abundancia de material encontrado o por quedar fuera del tema exacto o
por otras razones, fácilmente debemos seleccionar. En este caso, ¿qué
tomamos y qué dejamos?

Unos criterios de selección:

El objetivo que nos proponemos. Se escoge lo más conducente a dicho


objetivo, y se deja lo que parezca menos eficaz y oportuno para su
consecución.
El tiempo disponible. Nos obligará a quedarnos con lo principal y omitir cosas
secundarias aunque pudieran estar bien.

El tipo de oyentes. No se escoge lo mismo para un auditorio de niños que de


adultos, de cristianos comprometidos que de cristianos superficiales, de
carismáticos veteranos que de nuevos...

La situación concreta o el momento que atraviesa el grupo.

En general y en igualdad de circunstancias: lo más eficaz y práctico, lo más


digno y noble, lo menos conocido, lo más positivo, lo más animado y
estimulante.

4.3. Organización de la materia

Ya tenemos reunidos los materiales y seleccionados los que vamos a emplear.


Es el momento de ordenarlos y relacionarlos entre sí. La piedra, la arena, el
agua, el cemento, la grava que entran en la construcción de un edificio tienen
que mezclarse y combinarse entre sí de modo adecuado siguiendo unos
planos, no se van soltando aisladamente de cualquier manera.

¿Cómo se organiza? No hay receta universal. Podemos distinguir tres partes


en un desarrollo:

la. Introducción o entrada.

Muy breve. En ella puede enunciarse el tema, apuntar la razón existente para
hablar del mismo, conectarlo con el tema del día anterior, lo cual sirve
también de repaso; valorarlo, o sea, decir que es práctico o necesario o muy
importante... ; exponer la situación de los oyentes respecto del mismo.

Ejemplo: Vamos a dedicar la catequesis de hoy a un elemento habitual de


nuestras reuniones: el canto. Es importante, porque del canto depende a veces
que nuestra oración sea libre, alegre, fluida, coherente y cálida, o que resulte
pesada, falta de ritmo. Notamos en el grupo que con alguna frecuencia se
piden cánticos que en vez de ayudar, estorban y perturban la oración.

2a. Cuerpo.

Señalo tres maneras posibles de proceder:

1) Ir comentando uno o varios textos bíblicos, expresamente escogidos para


desarrollar lo que nos proponemos.

Ejemplos: para hablar de los carismas en un recorrido rápido, puede seguirse


el pasaje de 1 Cor 12, 4-11. Para desarrollar el tema de Jesús Señor sirven
textos como Hch 2, 36; Filp 2, 5-11 y Rom 14, 7-9. Para dar una visión de la
comunidad cristiana se presta muy bien Hch 2, 42-47, y para ver lo que
implica la vida comunitaria, Rom 12, 3-13.

2) Recoger el contenido de la enseñanza en una frase, y luego ir


desentrañando cada uno de sus elementos.

Ejemplos: puede explicar lo que es un equipo de dirigentes siguiendo los


puntos enumerados y numerados en el siguiente párrafo: "Es 1) una comunión
2) de personas maduras, 3) que en clima 4) de entrega comprometida a Cristo
y a los hermanos, 5) de confianza, 6) de amor, 7) de humildad 8) y de
muchísima oración, 9) trata cada día 10) de ver qué quiere Dios del grupo y
11) de animarlo a caminar sin descanso por los caminos del Señor".

En el texto siguiente se recogen los elementos básicos de una asamblea de


oración carismática: "Es 1) una asamblea eclesial, 2) convocada en torno a
Cristo Señor y Salvador, 3) guiada por el Espíritu Santo, 4) desarrollada en
una oración comunitaria. 5) preferentemente de alabanza y acción de gracias,
6) hecha con toda la persona: cuerpo y alma, 7) potenciada en el canto, 8)
interiorizada en el silencio, 9) basada en la Palabra de Dios, 10) iluminada y
alimentada por la instrucción unciosa, 11) alentada por el testimonio, 12)
bendecida con los dones, frutos y carismas del Espíritu, 13) y amparada bajo
la protección maternal de María, la gran carismática".

3) Escoger algunos aspectos del tema para ir comentándolos. He aquí algunos:

- Noción, idea, es decir, explicar en qué consiste algo. Por ejemplo: el


ecumenismo, la conversión, la alabanza, la efusión del Espíritu. Con mucha
frecuencia este aspecto puede constituir un primer apartado de la enseñanza.

- Valoración. Consiste en exponer o probar lo importante, necesario,


excelente, fundamental, etc., que es una cosa. Por ejemplo: se puede dar una
enseñanza sobre las excelencias de la alabanza o la necesidad de la oración.

- El hecho. Hay temas que se prestan a apoyarse en la realidad, en los hechos.


Es un buen comienzo, porque se parte de lo concreto, que es lo que más atrae
la atención.

Ejemplos: en el tema de la conversión podemos partir del hecho de que todos


somos pecadores: soberbia, lujuria, pereza, ira, violencia, irresponsabilidad...
En el tema de la curación, partimos del hecho de que estamos enfermos:
cáncer, reuma, hepatitis, artrosis, complejos, miedos, agresividades. En
ecumenismo, partimos de las divisiones: en la familia, en la empresa, en la
sociedad, en la Iglesia ...
- Clases, tipos. Así, en el tema de la oración distinguimos oración de
alabanza, de perdón, de adoración, de acción de gracias, de confianza... Al
hablar de las enfermedades suelen distinguirse: enfermedad física, psíquica,
moral o pecado y de influencia diabólica. En una enseñanza sobre los salmos,
distinguimos salmos de alabanza, de súplica, de confianza, salmos reales,
sapienciales...

- Partes, elementos, cualidades, características. Es un aspecto riquísimo para el


desarrollo de un tema. Ejemplos: la oración eficaz tiene, según la Biblia, las
siguientes características: es humilde (Lc 18, 10-14; Mt 6, 5-6), confiada (Mt
6, 8), perseverante (Lc 11, 5-8;18, 1-8), hecha con fe (Mt 21, 22), en nombre
de Jesús (Mt 18, 19-20; Jn 14, 13-14)...

Partes que pueden distinguirse en la Eucaristía: ritos iniciales, liturgia de la


Palabra, liturgia eucarística, ritos finales.

Cualidades de un buen testimonio: breve, concreto, discernido, centrado en la


acción de Dios y que responda al tema que se pretende ilustrar o reforzar.

- Efectos. Así, del bautismo en el Espíritu: encuentro personal con Cristo, sed
de oración, amor a la Palabra de Dios, descubrimiento de la comunidad, gozo,
etc. Del pecado venial deliberado y frecuente: nos priva de muchas gracias
actuales, disminuye el fervor de la caridad, aumenta las dificultades para
practicar la virtud, predispone para el pecado mortal...

- Actitudes. Posturas que se adoptan o se pueden o deben adoptar ante algo.

Ejemplos: ante el hecho de que Dios nos ama respondemos creyendo en ese
amor, dándole gracias por él, dejándonos amar de él, entregándonos a su
servicio.

Actitudes ante dones y carismas: no temerlos, no sobrevalorarlos, apreciarlos,


abrirnos a ellos, desearlos, pedirlos, aceptarlos y usarlos.

Ante la Palabra de Dios: fe, humildad, gratitud, compromiso...

- Medios, recursos. Pasos para lograr alguna cosa. Responden a la pregunta


¿cómo?

Medios para el cultivo de la vida cristiana: sacramentos, oración, dirección


espiritual, grupos, compromiso de servicio...

Medios para que crezca un grupo carismático: asistencia fiel, actitud perenne
de conversión, oración personal, humildad, reconciliación fraterna, grupos de
profundización...
- Aplicaciones, es decir, personas o sectores de la sociedad, zonas de nuestro
ser o de nuestra actividad, etapas de la vida a que puede aplicarse el tema.

Ejemplos: en tema del Señorío de Jesús podemos considerar a Jesús como


Señor de nuestra mente, de nuestro corazón, de nuestro tiempo, de nuestra
familia, de nuestro dinero, de nuestras relaciones...

Hablando de la oración continua, podemos aplicarla a diversas situaciones:


orar con el periódico, con la naturaleza, en la enfermedad, en los viajes...

Termino advirtiendo que no todos los temas se presentan a todos estos


aspectos. Y, desde luego, no pretendamos hablar de todos. Para una enseñanza
nos bastará elegir dos o tres, y a veces uno solo.

3a. Conclusión

Muy breve. Consiste en sacar la lección principal que se deriva del desarrollo
o en resumir el tema en pocas palabras.

4.4. Expresión concreta

Y llegamos a la forma de presentar el tema: con estas palabras concretas, con


estas oraciones gramaticales, con estas comparaciones, con este tono psíquico.
No despreciemos la forma; es lo que realza o rebaja al contenido. Un buen
contenido puede quedar estirilizado o mediatizado por una mala forma, y un
contenido pobre puede resultar prestigiado y dinamizado por una buena
forma.

Así pues, ¿cómo decir las cosas para que logren impresionar y ser eficaces?
Voy a referirme a tres puntos importantes:

1º - Sensibilizar las ideas.

Es un principio fundamental que no debemos olvidar nunca. Las ideas


abstractas no interesan, ni logran atraer, y menos mantener la atención. Hablar
en abstracto es condenarse a la ineficacia y condenar al auditorio al
aburrimiento. Y, por desgracia, es defecto frecuentísimo en nuestras
predicaciones. Empeñémonos en presentar las ideas revestidas de un lenguaje
sensible. He aquí algunos recursos para ello.

- Concretar.

Es presentar realizada en uno o varios casos concretos y particulares la idea


abstracta y universal. Ejemplos:
Abstracto: No os preocupéis, que la preocupación es inútil. Quien os ha dado
lo más, os dará lo menos. Quien cuida de lo pequeño, cuidará de lo
importante.

Concreto: "No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por
vuestro cuerpo, con qué os vestiréis... “(Mt 6, 25-31).

Abstracto: Sois escrupulosos en cosas pequeñas y dejáis de cumplir las


grandes.

Concreto: "Pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y


descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe" (Mt
23, 23).

- Desentrañar.

Consiste en explicar los ingredientes contenidos en una idea o en un hecho


concreto y más adecuados al aspecto que se quiere destacar, para hacerla más
impresionante. Ejemplos:

Sin desentrañar: Es difícil vivir en comunidad.

Desentrañado: Vivir en comunidad es un sueño del hombre, pero de difícil


realización. Supone convivir con caracteres que no nos van, dialogar con
quienes tienen ideas opuestas a las nuestras, ceder en cosas que para nosotros
eran intocables, hablar cuando tienes ganas de callar y callar cuando tienes
ganas de hablar...

Sin desentrañar: Es hermoso vivir en comunidad.

Desentrañado: Vivir en comunidad es una gracia de Dios. Tenemos con


quién compartir, podemos orar juntos, en las penas nos consuelan, en la
enfermedad nos cuidan, en las crisis nos arropan y animan...

- Visualizar.

Es presentar las ideas pintadas y escenificadas como si se estuvieran viendo.


Ejemplo:

Sin visualizar: En la acogida del hijo pródigo, Jesús podía haber dicho: El
Padre lo recibió contento y celebró una fiesta.

Visualizado: "Estando él todavía lejos, lo vio su Padre, y, conmovido, corrió,


se echó a su cuello y lo besó efusivamente... “(Lc 15, 20).
- Teatralizar.

Consiste en presentar a las personas hablando en lo que se llama estilo directo,


poniendo en su boca las palabras textuales que dicen o piensan, en vez de
referirlas a través de un narrador. Ejemplo:

Sin teatralizar: El hijo reconoció haber pecado contra el cielo y contra su


padre, y no merecer llamarse hijo; pero el padre mandó a los siervos que
trajeran el mejor vestido...

Teatralizado: "El hijo le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya
no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus siervos: 'Traed
aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo... " (Lc 15, 21-22).

- Comparar.

Es relacionar el hecho o la verdad de que hablamos con otra cosa mayor,


menor o parecida, para aclarar, probar o hacer sentir la primera.

Ejemplo: San Antonio Ma Claret dice que al comenzar sus misiones nunca
hacía frente a los vicios y errores, para que los malos no se molestasen, sino
que procedía con amor, dulzura, caridad, y todos se iban convirtiendo. Y
emplea esta comparación: me porto como quien cuece caracoles, que los pone
en agua fría para que saquen su cuerpo de la cáscara y los calienta a fuego
lento, con lo que los caracoles insensiblemente se van cociendo; si los echase
sin más en agua caliente, se recogerían en su concha y no podrían sacarse.

- Narrar.

Se trata de reforzar o ilustrar lo que decimos con algún relato, real o


imaginario: una anécdota, un suceso, una parábola, una fábula... Las parábolas
abundan en el evangelio. Conviene ser sobrio, sin distraer del tema la atención
de los oyentes con pormenores secundarios. Está dotado de especial fuerza el
relato de hechos en los que uno mismo ha intervenido.

2° Graficismo y movimiento

Son dos aspectos que se refieren al estilo, a la expresión última de las ideas.
Detenerse en ellos desborda mi propósito. Sólo advierto que el estilo debe
estar lleno de colorido, de vida, de imágenes, de concretos; aunque sin
recargar. Que el ritmo sea cambiante, con predominio de las frases breves, con
contrastes, cortes bruscos, exclamaciones, interrogaciones, supresión de giros
y partículas de enlace lógico; "porque, pues, sin embargo, no obstante, por
consiguiente ... ", que al redondear las ideas matan las aristas y restan vigor y
agilidad a la expresión.
Como ejemplos, recuérdense palabras de Jesús tan gráficas como: "Deja a los
muertos que entierren a sus muertos"; "más le valiera no haber nacido", "quien
quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la
encontrará"; “si tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo
de ti; más te vale entrar en la vida manco o cojo que, con las dos manos o los
dos pies ser arrojado en el fuego eterno"; "es más fácil que un camello entre
por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los cielos";
"hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la
brizna que hay en el ojo de tu hermano" ... O el discurso recogido en Mt 23,
13-39.

3° Tono psíquico

Es la actitud psicológica, interior, con que se habla. Hay variedad de tonos:


agresivo, conciliador, lírico, irónico, humorístico... Cada persona, por instinto,
tiende a un tono propio, donde se encuentra más a gusto y se desenvuelve
mejor.

Me limito a insistir en que eliminemos el tono agresivo y autosuficiente, y en


que hablemos con la unción y el calor que nacen del convencimiento, de la
propia vivencia, del amor y de la fuerza del Espíritu.

5. ESCUELA DE FORMADORES

He llegado al final de mi intento al redactar estas páginas. He procurado ser


sencillo y práctico. A pesar de ello no quiero caer en la ingenuidad de pensar
que están resueltos los problemas de la enseñanza en los grupos. Queda el
largo camino del aprendizaje y del entrenamiento personal, que suponen
trabajo, constancia y paciencia.

Un óptimo sistema para que todo esto se convierta en realidad es la creación,


donde sea posible, -y ojalá lo fuera en todos los grupos- de lo que, con un
título demasiado ambicioso, llamaría Escuela de Formadores.

En nuestro grupo EMAUS, de Gijón, hemos intentado un ensayo muy


elemental de dicha escuela, que funcionó durante tres cursos, del 78 al 81, y,
tras otros tres cursos de interrupción, la hemos restablecido en el presente. Me
limito a exponer en unas líneas nuestra sencilla experiencia.

Nos reunimos durante una hora semanal de clase. Algunos años hemos podido
celebrar la Eucaristía antes o después. En esa hora de clase aclaramos y
profundizamos temas, explicamos y ejemplificamos algún aspecto de los que
se recogen en la parte tercera de este escrito, se señala a los alumnos una tarea
para trabajo personal durante la semana: se les da una idea para que la
concreten o la desentrañen, se les pide que aporten aspectos posibles sobre un
tema o que preparen un esquema bien organizado, y, desde luego, se les
asigna un tema para que lo traigan desarrollado. En cada clase uno o varios de
los alumnos leen su trabajo y todos lo vamos comentando y haciendo
observaciones sobre los logros y los fallos. Con estos comentarios y
observaciones el interesado reelabora el tema para clases sucesivas, lo vuelve
a leer y recibe de nuevo las opiniones de los demás. Todo en un clima de paz,
sinceridad y confianza, con la conciencia de que no vamos a deslumbrar ni a
ser aplaudidos o adulados, sino a aprender, precisamente porque no sabemos.

Cuando un hermano ha conseguido presentar aceptablemente un tema, se le


considera preparado para impartirlo oportunamente como enseñanza en la
asamblea de oración.

Puedo dar fe de que este sistema nos ayuda a profundizar en la Renovación


Carismática y en la vida cristiana y de que ha servido de hecho a un grupo de
seglares para aprender a desarrollar un tema con dignidad, a veces notable. Y
lo que en un grupo dio resultados, puede darlos en otros grupos.

Psicología y pastoral
juvenil
Por Juan Manuel Martín-Moreno, S.I.

1. TIPOLOGIA JUVENIL Y PASTORAL DIFERENCIADA

Uno de los principales obstáculos que podemos encontrarnos en la pastoral


juvenil es el considerar a los jóvenes como un grupo uniforme e
indiferenciado, con una misma psicología, o con unos valores o un estilo de
vida común.

Cuando se generaliza facilonamente diciendo: "Los jóvenes de hoy son así o


asa", me pregunto inmediatamente: "¿Cuáles?" ¿Los guerrilleros de Cristo
Rey, los ecologistas, los del Opus Dei, los macarras de la discoteca? Tarea
bien difícil meter a todos estos jóvenes en un mismo casillero, y por tanto
tarea difícil la de articular una misma pastoral para psicologías tan diversas.

Un compañero mío esbozó en un artículo una tipología juvenil, agrupando a


los distintos tipos de jóvenes en doce casilleros, que podrían últimamente
reducirse a tres, según predomine en ellos alguna de las tres dimensiones de la
persona: el ello, el súper yo o el yo, o dicho de otra manera, el niño, el padre o
el adulto que hay dentro de cada uno de nosotros. (J.M. Fernández Martos,
"Tipología de los jóvenes ... ", Sal Terrae, febrero 1980, pp. 95-111).

a) Jóvenes en los que predomina el "niño"

El niño, o ello, designa en el psicoanálisis la fuerza impulsiva que subyace a


todas nuestras búsquedas y nuestros rechazos. Fuente de vida, de creatividad,
de alegría. Expresividad y espontaneidad; encanto y transparencia. El niño es
la despensa de felicidad del adulto, el tesoro de memorias amables del que hay
que reaprovisionarse continuamente durante toda la vida. El niño es pura
impulsividad, capacidad de comunicación y acogida, del juego y la diversión.

Pero simultáneamente el niño herido es también la fuente de posesividad, de


celos y envidias. De sus impulsos frustrados proviene la agresividad que
deriva en violencia hacia los demás o en violencia contra sí mismo. En el niño
reside también la suspicacia, la sensibilidad hacia el rechazo, las fuerzas de
autodestrucción.

Aquellos jóvenes en cuya estructura de personalidad domina el niño son


personas dinámicas, comunicativas, impulsivas. Se desinteresan de la eficacia
o de las normas, para ir buscando ante todo relaciones interpersonales cálidas.
Son variables y espontáneos, reflejando a flor de piel sus estados de ánimo
cambiantes.

No tienen sensibilidad para los grandes organigramas, ni los reglamentos


elaborados. Pasan de todo lo que sea estructurado. Predomina en ellos la
intuición sobre la razón. Prefieren las pequeñas sectas cálidas y cercanas, a las
grandes Iglesias o partidos, impersonales y fríos. Tienen un amor romántico
por la naturaleza, y son sensibles a la contemplación, y enemigos del progreso
alienante de las multinacionales, de las luchas por el poder, del trabajo
concienzudo y monótono, de las estructuras autoritarias y del ejército.
Prefieren la chapuza al trabajo sistemático, vender baratijas por las calles a un
trabajo de oficina en el que haya que fichar a una hora fija.

Predomina en ellos la fantasía y la utopía. Sueñan sueños, pero no están


dispuestos a pagar el precio para que se hagan realidad, sobre todo cuando
este precio hay que pagarlo en la moneda de la constancia, método, disciplina,
rigor.. .

Más que en la afirmación individualista del propio yo, calman su angustia de


vivir en la fusión con el cosmos, la naturaleza, la humanidad, la madre tierra...
Sienten una continua añoranza por el claustro materno al que desearían volver,
y rechazan las figuras paternas que estructuren y frustren sus impulsos y
deseos.

Dentro de la amplia gama de personalidades en los que predomina el niño,


podemos incluir los movimientos contraculturales, los niños de las flores, los
ácratas, los ecologistas, los objetores de conciencia, los que buscan la evasión
en la mucha marcha, los adeptos de sectas orientales, los psicodélicos... Y
dentro ya de nuestros grupos religiosos se orientan en esta dirección
movimientos como el de Taizé y la renovación carismática.

b) Jóvenes en los que predomina el "padre"

El "padre" o superyo es aquella dimensión de la persona en la que se recogen


todas las experiencias de imposiciones autoritarias, advertencias, normas
sobre lo que se debe hacer o no se debe hacer. Lo característico de este tipo de
normatividad es su carácter absoluto, sin matices. Aquí residen todos los
prejuicios, los calificativos globales, los comportamientos mecánicos, los
tabúes.

Estas imposiciones que en un principio nos venían de fuera nos chantajeaban


con la amenaza de perder el cariño de nuestros padres. Una vez que esta voz
paterna se ha hecho ya interior, la gran amenaza contra el que se salte estos
dictados, es la angustia de perder la aprobación y estima propia.

Las personas que tienen un padre muy fuerte, están dispuestos a reprimir
todos sus impulsos y deseos, con tal de obtener la satisfacción de la norma
cumplida, del orden ético salvaguardado.

Las imposiciones de este "padre" asimilado por dentro, llevan a vidas muy
reprimidas y frustradas, en las que llegan a matarse gran parte de los deseos e
im?pulsos del niño. Como resultado vemos personas tristes, a quienes aburre
cualquier tipo de juego, sin sentido del humor, siempre adustos, sin chispa
vital, sin encanto personal, esclavos del deber cumplido, dispuestos a
sacrificar los aspectos humanos en aras de supuestos deberes abstractos.

Suelen ser personas dogmáticas y autoritarias. Dispuestos a vender su alma a


algún jefecillo que les proporciona seguridad. Les tranquiliza trazar unas
líneas divisorias claras entre buenos y malos. Tienden a ser fanáticos,
maniqueos e intransigentes. Para ellos cualquier componenda o consenso es
sencillamente una traición.

Dentro de este casillero los extremos se tocan y observamos actitudes


idénticas entre los guerrilleros de Cristo Rey y los doctrinarios marxistas.
Podemos incluir en este grupo las asociaciones eclesiales a quienes agradaba
el uso de términos paramilitares: legionarios, cruzados, guerrilleros de esto o
lo otro, o los grupos cristianos-marxistas muy ideologizados. En todos ellos se
manipula mucho el sentido de culpabilidad, para obligar a sus miembros a
conformarse estrictamente a la "ortodoxia" del grupo.
c) Jóvenes en los que predomina el "adulto"

El adulto es aquella dimensión de la persona capaz de tomar opciones en la


vida que satisfagan el máximo posible de los impulsos del "niño" sin incurrir
en las severas censuras del "padre". Lo característico del adulto es el principio
de realidad, la eficacia conseguida a base de pactos, consenso, realismo.

Para las personas que han desarrollado con exceso el "adulto" (yo) son
personas eminentemente prácticas, nada soñadoras, flexibles, poco amigos de
normas o principios absolutos. Atrofian los ideales y no tienen tiempo para el
sereno goce de las cosas sencillas.

Les interesa el cómo hacer las cosas bien, mejor que los por qués o los para
qués. En las discusiones filosóficas se pierden. Acusan de fanático a todo el
que tenga principios absolutos y no esté dispuesto a componendas. Les
interesan poco las relaciones interpersonales. Son insensibles al misterio, a la
contemplación, al juego, a la comunicación íntima, al análisis de sus propios
sentimientos.

De esta raza salen los ejecutivos de las multinacionales, los políticos del
consenso, capaces de vender sus principios por conseguir un voto, los amigos
del poder y las influencias, los hijos de la sociedad competitiva que cifra sus
logros en el éxito administrativo y el organigrama perfecto.

También en los movimientos de Iglesia cabe detectar este tipo de jóvenes que
consiguen armonizar a Dios con el dinero, y buscan en la Iglesia la
legitimación de un poder social y económico; personas individualistas, poco
sensibles a la comunidad, que sólo buscan en las asociaciones un grupo de
presión. Están siempre tentados de sucumbir a la tentación del pináculo del
templo y adorar a Satanás cuando les promete todo lo que se divisa desde lo
alto del monte.

d) Pastoral diferenciada

Dada esta diversidad de talantes entre las diversas psicologías juveniles, es


bueno que en la Iglesia haya distintos tipos de grupos que puedan acoger
mejor a los diversos tipos. El pluralismo no es algo condenable. Por eso no
puede hablarse de una pastoral juvenil, sino de diversas pastorales juveniles o
diversas espiritualidades. Con la espiritualidad franciscana sintonizarán más
fácilmente los jóvenes del "niño", con la ignaciana sintonizarán mejor los
jóvenes del "yo", y con las modernas formas de jansenismo los jóvenes del
"superyo".

Pero la pastoral con cada grupo de jóvenes debe seguir una doble línea: por
una parte acoger todo lo positivo que hay en los jóvenes, para darle cauce y
potenciarlo, pero al mismo tiempo denunciar sus limitaciones y
absolutizaciones.

De los jóvenes con un superyo demasiado fuerte debe acoger sus denuncias a
una Iglesia demasiado acomodaticia y mundana. De los jóvenes con un yo
fuerte, acogerá sus denuncias a una Iglesia falta de eficacia, de método, de
disciplina y realismo. De los jóvenes de un ello fuerte acogerá sus denuncias a
una Iglesia adusta, rígida, secularizada; sus denuncias a una Iglesia demasiado
convencional y fría, poco abierta al misterio y a la sorpresa de Dios.

Paralelamente la pastoral debe denunciar a los jóvenes llamándoles a una


continua conversión. A los jóvenes del superyo fuerte les debe reprochar su
maniqueísmo, el simplismo de sus juicios morales, el fariseo que llevan
escondido dentro. A los jóvenes ejecutivos del yo fuerte les denunciará su
falta de sensibilidad para el misterio y sus ambiciones, y les predicará la
sabiduría de la cruz, y el valor del fracaso en el camino hacia Jerusalén, hasta
que comprendan que la sabiduría del mundo es necedad para Dios. A los
jóvenes del ello hipertrofiado les denunciará su subjetivismo, su
sentimentalismo estéril, su ineficacia, su falta de disciplina interior, su
dependencia de los estados de ánimo, su refugiarse en el grupo para eludir
responsabilidades...

II. LA PASTORAL JUVENIL EN LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA.

Creo que entre los jóvenes que se acercan a la Renovación predominan


aquellos que hemos llamado jóvenes con un "niño" fuerte, o con un "ello"
preponderante.

Nos ayudará mucho en nuestra pastoral saber qué vienen buscando los jóvenes
en la Renovación, qué encuentran en ella que no han podido encontrar en
otros grupos eclesiales. Así podremos encauzarles y potenciarles evitando
cualquier unilateralidad.

a) Potenciar los aspectos positivos de nuestros grupos

Creo que la Renovación ofrece ante todo una imagen de Dios y de la


comunidad como Madre buena que acoge en su seno. Pura gratitud y acogida
benevolente de nuestras limitaciones, complejos e inseguridades. La fuerte
insistencia en Jesús Salvador atrae hacia la Renovación a jóvenes que han
caído en la cuenta de su profunda necesidad de ser salvados.

La Renovación ofrece un clima de fiesta, tan propicio para los jóvenes con un
"niño" fuerte, que disfruta con el juego, la alegría, la expresión corporal, la
música y el canto, la sencilla expresión de los sentimientos y la fusión familiar
y comunitaria.

La Renovación ofrece un fuerte sentido del misterio de Dios, de la sorpresa de


Dios, del poder de Dios, tan agradables a los jóvenes perdidos en una sociedad
técnica, racional, ordenancista, de jerarquías sociales rígidas. La Renovación
nos da una mirada más contemplativa y menos instrumental sobre la
naturaleza: el Cántico de las criaturas. Nos abre el sentido de la admiración y
la alabanza.

La Renovación ofrece una distensión a los jóvenes cansados de tanta


competitividad social, rotos en las luchas despiadadas por conseguir un puesto
brillante, psicologías manchadas en las oposiciones; a los que se automarginan
de una sociedad que cobra demasiada cara la entrada. Aunque en ocasiones
puedan sentirse a gusto en la Renovación jóvenes ejecutivos brillantes, son
aquellos que han tomado conciencia de una herida interior, y de su propia
pobreza en alguna fibra de su ser.

La Renovación ofrece una vida espiritual rica y auténtica a tantos jóvenes


desengañados del formalismo de ciertas liturgias o Misas dominicales. Les
ayuda a encontrar en el cristianismo un cauce para su dimensión mística, sin
tener que acudir a las religiones orientales o a las sectas.

La Renovación ofrece una espiritualidad del gozo del Espíritu, del amor
expansivo y radiante, que sirve de respiro a jóvenes que habían caído
anteriormente en espiritualidades culpabilizantes, en donde se sospechaba de
todo placer y alegría como pecado, las religiones de los tabúes, de los
escrúpulos de conciencia, del Dios concebido como Padre represivo.

La Renovación ofrece a los jóvenes una vivencia comunitaria cálida con


relaciones interpersonales muy gratificantes en medio de una sociedad en la
que predomina el individualismo y la soledad.

Hasta aquí algunos aspectos positivos de la Renovación, sus luces, sus


riquezas, que una Pastoral juvenil debería saber explotar al máximo.

b) Corregir y suplir desvíos y limitaciones

Pero junto con ello hay que ser consciente de las sombras y pobrezas de
nuestros jóvenes. Una pastoral acertada debería llevar a los jóvenes a
cuestionarse a sí mismos. No nos limitemos a halagarles y darles lo que
espontáneamente les agrada.

Esos jóvenes con talante profético respecto a la sociedad y a la Iglesia deben


ser también profetas que denuncien sus propias inconsecuencias, su ineficacia,
su comodonería, su excesivo gusto por la palabrería fácil, su dependencia de
los estados de ánimo, su subjetivismo, su falta de disciplina interior.

Una pastoral juvenil de la Renovación debe guiar a los jóvenes hacia una
mayor personalización, impidiéndoles ?depender excesivamente de la
vivencia grupal. Es frecuente que los jóvenes sólo hagan oración cuando están
en grupo, o que sólo acudan al sacramento de la Reconciliación cuando hay
experiencias grupales, pero nunca salga de ellos espontáneamente el acudir a
confesarse.

Igualmente una pastoral juvenil debe dar a los jóvenes un sentido eclesial,
para que se consideren no miembros de una pequeña secta, sino miembros de
la Iglesia de Jesucristo. Para ello es necesario educarles a sentirse a gusto en
las Misas "aburridas" de la parroquia, a descubrir la presencia de Jesús en los
sacramentos aún cuando se celebren fuera de su propio grupo cálido e
intimista.

Una pastoral juvenil en la Renovación debe corregir la excesiva importancia


dada por los jóvenes a sus estados de ánimo pasajeros. No es siempre bueno
andar preguntando: "¿Cómo te sientes?, ni acosar a los que tienen cara triste,
imponiéndoles una oración de intercesión. Está bien acompañar a los jóvenes
en sus conflictos, pero no pasa nada porque tengan sus "depres" pasajeras.
Más que un excesivo interés en sus estados de ánimo cambiantes, deberíamos
interesarnos por la raíz profunda de sus conflictos o frustraciones, para
ayudarles a enfrentarse de veras con ellos, y no limitarnos a alegrarles un poco
la cara.

Una pastoral juvenil de la Renovación debe dar a los jóvenes un


catecumenado serio. (No bastan las breves enseñanzas exhortativas que se
tienen en el grupo de oración). Hay que formarles no sólo en la vida del
Espíritu, sino también darles una doctrina sólida sobre la formación del
carácter, la Biblia, la Iglesia, los sacramentos, la educación sexual, los
problemas sociales de la época. Este catecumenado se debe dar de una forma
sistemática, y programada a lo largo de varios años.

Una pastoral juvenil de la Renovación debe llevar a los jóvenes a tomar en


serio sus responsabilidades familiares y laborables. Por supuesto no se
pretende que tomen el estudio como algo absorbente, como si fueran
ambiciosos opositores, para quienes la vida no tiene otro objetivo que
estudiar, y competir. Pero sí deben caer en la cuenta los jóvenes de su gran
responsabilidad en el estudio constante, serio, con método y profesionalidad.

Una pastoral juvenil de la Renovación debe llevar a los jóvenes a un


compromiso serio y permanente, y no a un mero mariposeo de experiencia en
experiencia, a la búsqueda de sensaciones y vibraciones nuevas o contactos
personales interesantes. Hay que guiarles a asumir compromisos con personas
concretas que exijan una dedicación estable, a quienes no se pueda estar
tomando o dejando según lo interesante que sea el programa de actividades o
las movidas originales del fin de semana de turno.

Una pastoral juvenil de la Renovación debe llevar a los jóvenes integrar en su


vida el espíritu de las bienaventuranzas en el amor a la pobreza y austeridad
de vida, creando un estilo juvenil que sea alternativa a la sociedad de consumo
de los asiduos clientes del estanco, el bar y la discoteca.

Una pastoral juvenil debe ir haciendo madurar al "niño" herido, que se siente
rechazado en sus deseos de protagonismo, susceptible, envidioso, promotor de
chismes, divisiones y enfrentamientos ...

Pero ¿quién le pone el cascabel al gato? Pienso que el gran instrumento


pastoral que corrija las deformaciones propias de los jóvenes con un "niño"
hipertrofiado, es un acompañamiento espiritual por parte de personas que
sepan darles la escucha, el cariño y la ternura que este tipo de jóvenes
necesitan, pero al mismo tiempo sepan cuestionarles, denunciar
proféticamente sus inconsecuencias, alentar sus éxitos, devolverles la
confianza en sí mismos tras sus fracasos. Estar muy cerca de ellos en el
momento en que pinchan para ayudarles a cambiar la rueda, impidiendo que
se queden perpetuamente en la cuneta.

Este acompañamiento espiritual debe ser prestado en condiciones ideales en el


seno de una comunidad donde se reconozca una auténtica autoridad para el
crecimiento de las personas, y no un mero grupo fraterno sin padre ni madre.

Los jóvenes con un "niño" predominante necesitan figuras paternas que les
ayuden a crecer y enfrentarse con sus propias responsabilidades, y no
meramente colegas con quienes compartir su ansiedad y su inseguridad.

A pesar de que se hable tanto de la "muerte del padre", los jóvenes siguen
necesitando figuras paternas con quienes identificarse, hermanos mayores
"menos autoritarios pero muy autorizados, menos impuestos pero más
propuestos, más cercanos al "modelo" que a la "ley".

57 Y 58 - PROCLAMAR LA PALABRA DE DIOS.


Proclamar la palabra de Dios
Por Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S.

Sí, la Palabra de Dios, y sobre todo la Liturgia de la Palabra reúne al Pueblo


sacerdotal y lo santifica. Y la razón es clara, pues la Palabra de Dios, cuando es
proclamada, congrega a los hombres (Mc 2, 2; 4, 1-2), Y como es Palabra santa -
ya que el Espíritu Santo está en su origen comunica santidad y vida (Jn 6, 63) (1).

Por otra parte, sabemos que Jesús es a la vez la Palabra del Padre y la
"santificación" de Dios: él es "el Santo de Dios" (Jn 1, 1; 3, 34; 6, 69; 1Co 1, 30).
Hay, pues, una relación muy estrecha entre Cristo Jesús, la Palabra de Dios y la
santidad.

San Jerónimo solía decir: "Desconocer la Escritura es ignorar a Cristo"; y en


consecuencia podemos decir, a la inversa, que conocer la Palabra de Dios en la
Escritura será también conocer a Cristo. En efecto, Jesús mismo invitaba a sus
contemporáneos a que lo descubrieran en los Libros Santos:

"Investigad las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son también
las que dan testimonio de mí" (Jn 5, 39).

Nuestro ministerio sacerdotal se ordena en forma muy directa a la proclamación de la


Palabra y a la santificación del Pueblo de Dios. Hagamos, pues, a este propósito
algunas reflexiones, guiados por la luz del Espíritu Santo.

I. MISION DEL SACERDOTE:


PROCLAMAR LA PALABRA SANTIFICADORA

1. "Id y proclamad la Buena Nueva"

Han transcurrido ya casi 20 siglos desde aquel día feliz en que Jesús resucitado y
glorificado se apareció a los Discípulos en el cenáculo y les dijo: "Como mi Padre me
envió, también Yo os envío" (Jn 20, 21); y poco después, en una montaña de Galilea,
les ordenaba con solemnidad:

"Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a
todos los gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,
18-20).

A partir de entonces, la Iglesia de Cristo ha estado siempre empeñada en la tarea


urgente de evangelizar y santificar al mundo; y, por lo que respecta a nuestra época,
todos somos conscientes de que vivimos un momento privilegiado de esa sublime
misión. En nuestros oídos resuena con todo su vigor el mandato de Jesús: "Id por el
mundo entero y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16, 15); y están
vivas en nuestra mente las luminosas directivas de las Exhortaciones Apostólicas
"Evangelii nuntiandi" del papa Pablo VI, y "Catechesi tradendae" de S.S. Juan Pablo
II..

Es, pues, nuestra tarea proclamar al mundo entero la Palabra del Señor para que se
convierta, se salve y viva (Lc 5, 32; 19, 10; Jn 3, 17; l Tim 2, 4). También para
nosotros vale la convicción del Apóstol Pablo: "Predicar el Evangelio no es para mí
ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no
proclamara el Evangelio!" (l Co 9, 16) (2).

2. Los Presbíteros, ministros de la Palabra de Dios

La noble y urgente misión de proclamar la Palabra de Dios, confiada por Jesús a sus
Apóstoles, ha sido recogida nuevamente en nuestros días por el Concilio Vaticano II,
y expuesta en varios documentos conciliares (3). Entre ellos llama particularmente la
atención el nº 4 de "Presbyterorum ordinis", en el que se destacan claramente algunas
ideas importantes:

1º. El Pueblo de Dios se congrega primeramente por la Palabra de Dios vivo. Por
tanto, los presbíteros tienen por deber primero el anunciar a todos el Evangelio de
Dios, de manera que... constituyan y acrecienten el Pueblo de Dios.

2°. Con la palabra de salvación se suscita la fe en el corazón de los no-creyentes y se


nutre en el corazón de los fieles.

3°. Los presbíteros se deben a todos para comunicarles la verdad del Evangelio, de
que gozan en el Señor: a los gentiles, a los no-creyentees, a los fieles todos.

4°. Su deber es enseñar no su propia sabiduría, sino la Palabra de Dios, e invitar a


todos instantáneamente a la conversión y a la santidad.

5°. El ministerio de la Palabra se ce de forma múltiple según las diversas necesidades


de los oyentes, y los carismas de los predicadores.

6°. La predicación de la Palabra se requiere para el ministerio de los sacramentos, ya


que son sacramentos de la fe, la cual nace de la palabra y de ella se alimenta; esto hay
que decirlo señaladamente de la Liturgia de la Palabra en la celebración de la Misa,
en la que se unen inseparablemente:

• El anuncio de la muerte y resurrección del Señor,


• la respuesta del Pueblo que oye,
• y la oblación misma, por la que Cristo confirmó con su sangre la Nueva Alianza,
oblación en la que los fieles comulgan de deseo y por la percepción del sacramento.

Il. LA PALABRA DE DIOS

1. La Palabra de Dios en la Escritura

La misión del sacerdote es proclamar la Palabra de Dios, y ésta se encuentra tanto en


la Tradición Apostólica como en la Sagrada Escritura (4). Refiriéndonos a la
Escritura, es útil recordar algunos pasajes particularmente significativos.

Pablo escribía a Timoteo:


"Las Sagradas Letras pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe
en Cristo Jesús; ya que toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar,
argüir, corregir y educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y
preparado para toda obra buena" (2 Tim. 3, 15-17).

Y el autor de la Carta a los Hebreos insistía:


"Ciertamente la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que espada alguna
de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y
médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella
criatura invisible; todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de
dar cuenta" (He 4, 12-13).

2. La Palabra de Dios en la proclamación

Sin embargo, para nosotros es de suma importancia saber que la Escritura llama
Palabra de Dios no únicamente a aquello que se lee en la Biblia, sino también a la
proclamación misma que brota de nuestros labios de evangelizadores. En esta línea,
las aportaciones del Apóstol Pablo son decisivas.

El escribe a los Tesalonicenses:


"Al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de
hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en
vosotros los creyentes" (l Ts 2, 13).

Y a los Romanos:
"No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para salvación de todo
el que cree" (Rm 1, 16).

Y a los Corintios:
"La Palabra de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se
salvan - para nosotros - es fuerza de Dios" (l Co 1, 18).

"Mi palabra y mi proclamación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la


sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder, para que
vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (l Co 2,
4-5).

3. Características de la Palabra de Dios

No queremos ser interminables citando multitud de textos. Bástenos decir que,


recogiendo testimonios tanto de los Profetas y de los Sabios del AT., como de Jesús y
de los Apóstoles en el N. T., la Palabra de Dios, ya sea escrita como proclamada,
aparece con una impresionante riqueza de matices: ante todo es "verdadera palabra de
Dios"; y luego: creadora, viva, vivificante, eficaz, operante, interpeladora, justiciera,
penetrante, iluminadora, fecunda, perenne, gloriosa; portadora de fuerza y de poder,
demostración del Espíritu de Dios, fuente de sabiduría divina, manantial de vida
eterna, comunicadora de espíritu y verdad, principio de felicidad, mensajera de paz;
purificadora, santificadora, permanente, generadora de vida nueva, liberadora,
consoladora, garantía de salvación y anunciadora de eternidad (5).

4. La Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia

Ante tal abundancia de prerrogativas, no es de extrañar que el Concilio, refiriéndose a


la Sagrada Escritura, haya condensado la tradición de la Iglesia en fórmulas preñadas
de sentido.

"La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un


espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo
recibe, hasta que le sea concedido el verlo cara a cara, tal como es (1 Jn 3, 2)" (6).

"Escritura y Tradición son la regla suprema de la fe. Las Escrituras, inspiradas por
Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la Palabra del
mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas
y de los Apóstoles" (7).

"El alimento de las Escrituras ilumina la mente, robustece la voluntad, enciende los
corazones de los hombres en el amor a Dios" (8).

5. Jesús, Palabra de Dios

Pues bien, todos los atributos de la Palabra de Dios a que hemos aludido se sintetizan
y se personalizan admirablemente en la persona de Jesús: Mesías, Hijo de Dios y
Palabra del Padre, quien es a la vez mediador y plenitud de toda la revelación (9). En
efecto, "Jesu-Cristo, ver al cual es ver al Padre (Jn 14, 9), con su propia presencia
personal y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, y sobre todo con
su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente con el envío del
Espíritu de la Verdad, completa la revelación y confirma con testimonio divino que
Dios vive con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte, y
resucitarnos a la vida eterna" (10).

III. EL SACERDOTE Y LA RIQUEZA DE LA ESCRITURA

1. Orar con la Palabra de Dios, leer la Escritura, estudiar la Biblia

¿Cómo podrá el sacerdote beneficiarse de tanta riqueza como existe en la Divina


Escritura? En la Constitución sobre la Divina Revelación se lee: "Todos los clérigos,
especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al
ministerio de la Palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no
volverse 'predicadores vacíos de la palabra, que no la escuchan por dentro'; y han de
comunicar a sus fieles, sobre todo en los actos litúrgicos, las riquezas de la Palabra de
Dios" (11).

Y poco más adelante: "Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe


acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a
Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras'"
(12).

Este importante texto del Concilio subraya tres verbos: leer, estudiar y orar. De aquí
brota todo un programa con diferentes enfoques con los que se puede y debe entrar en
contacto con la Escritura, Palabra de Dios.

Nadie da lo que no tiene, ni habla de lo que no conoce, ni hace gustar lo que no ama.
Por eso, para comunicar eficazmente la Palabra de Dios nos es necesario en primer
lugar conocerla, poseerla y gustarla. Es preciso que tengamos "experiencia" de lo que
es y produce la Palabra de Dios. Jesús decía: "Yo hablo lo que he visto donde mi
Padre" (Jn 8, 38). Y San Juan escribía: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca del Verbo de la
Vida... os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros"
(l Jn 1, 13) (13).

2. Tres principios para nuestro contacto con la Palabra de Dios.

Es un hecho evidente que el Pueblo de Dios en el mundo entero tiene "hambre y sed
de la Palabra de Dios" (Am 8, 11). Día con día se multiplican diferentes métodos de
aproximación a la Escritura. La Biblia se lee por todas partes y en diferentes grupos
de apostolado y de vida cristiana, tanto en los grandes movimientos de renovación en
la Iglesia, como en asambleas de oración y en grupos de reflexión. La Biblia se lee y
se comenta en público, principalmente en la Liturgia de la Palabra durante la
celebración eucarística, pero también se lee y se ora con ella en forma privada.

Esta feliz realidad, "signo de los tiempos", es una grande gracia de Dios para nuestro
mundo tan convulsionado y tan necesitado de lo divino, de lo trascendente y de lo
sobrenatural. Pero, ¿quién no sabe de las dificultades que han existido siempre para
una comprensión correcta de los Libros Santos? Sin una orientación adecuada en la
lectura de la Biblia, es muy fácil caer en una interpretación literalista de la Escritura,
o en una hermenéutica selectiva de textos que sirva para apoyar ideas personales o
propias ideologías.

En estas circunstancias, y dado nuestro oficio de "maestros, santificadores y pastores


del Pueblo de Dios" (14), nosotros sacerdotes tenemos la seria responsabilidad de
orientar a los fieles en el recto uso de la Palabra de Dios.

Para esta delicada tarea, hay que tener presentes tres principios importantes que nos
ofrece el magisterio de la Iglesia: un principio "fundamental", un principio "vital" y
un principio "eclesial".

1º. Conocer el sentido literal histórico de la Escritura


Este principio es "fundamental". La razón es obvia. "Dios habla en la Escritura por
medio de hombres y en lenguaje humano; por tanto, para conocer lo que Dios quiso
comunicarnos se debe estudiar con atención lo que los autores querían decir, y Dios
quería dar a conocer con dichas palabras" (15).

Para lograr esto, se requiere nuestro estudio y esfuerzo. Podría presentarse una
tentación, a saber: pensar que esta lectura es inútil, estéril, difícil. Sin embargo, para
una recta interpretación de la Escritura este principio es básico. Así se evita un cierto
"literalismo fundamentalista" en que siempre hay posibilidad de caer.

2°. "Leer o interpretar la Escritura con el mismo Espíritu con que fue Escrita"
(16)
Este principio es "vital", es decir, fuente de vida. Antes de leer o estudiar la Palabra
de Dios, es necesario invocar la asistencia actuante del Espíritu Santo. Solamente a la
luz y al calor del fuego del Espíritu podremos descubrir y gustar los tesoros
escondidos en la Palabra de Dios. Aquí está el secreto para ese "sentido espiritual o
pneumático" que siempre Dios ha querido que busquemos en su Palabra. Este sentido
espiritual se percibe gracias a la acción del Espíritu Santo. El Espíritu que inspiró a
los autores para escribir, ahora nos asiste iluminando nuestro entendimiento para
comprender y re-interpretar vitalmente el mensaje revelado, y enardece nuestro
corazón para que la palabra caiga en tierra fecunda y produzca fruto centuplicado de
vida eterna.

La luz de nuestra razón iluminada por la fe es ya indispensable para un acercamiento


adecuado a la Escritura, pero, para que la comprensión de la revelación sea más
profunda y provechosa, hay que pedir al Espíritu Santo que perfeccione
constantemente nuestra fe por medio de sus dones (17).

Así interpretaron ya la Escritura los autores del N. T.: el autor del Evangelio de San
Mateo, San Pablo, el teólogo que escribió la Epístola a los Hebreos, el Apóstol Juan,
etc.; así utilizaron los Libros Sagrados los Santos Padres y así los leyeron los grandes
Maestros de la espiritualidad.

Este principio es vital porque libera del "historicismo". Dios nos ha querido dar la
Escritura como alimento que produce "espíritu y vida" (Jn 6, 63), y esto no sólo para
los contemporáneos de los escritores sagrados, sino también para los creyentes de
todos los tiempos. Y así, la Palabra re-leída y re-interpretada en cada época es "apoyo
y vigor de la Iglesia, fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y
perenne de la vida espiritual. Excelentemente se aplican a la Sagrada Escritura estas
palabras, "pues la Palabra de Dios es viva y eficaz" (He 4, 12), y "puede edificar y
dar la herencia a todos los que han sido santificados" (Hch 20, 32; 1 Ts 2, 13) (18).

3°. Leer la Escritura dentro de la Tradición viva de la Iglesia


Este principio es "eclesial", y nos protege para no correr riesgo de "iluminismo" o de
"falsas interpretaciones". Dios ha dado la Escritura a la Iglesia y es dentro de ella y de
su Tradición secular como hay que leer e interpretar la Palabra de Dios.

Por esa razón, en la interpretación de la Escritura se debe tener muy en cuenta "el
contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, y la
analogía de la fe" (19). Esto quiere decir que la verdad de la Escritura no brota de un
texto particular sino de la totalidad de la Escritura; que la verdad revelada ha sido
percibida por la Iglesia gracias a la asistencia continua del Espíritu Santo, y que los
textos difíciles deben ser comprendidos a la luz de la claridad del conjunto.

3. Acción del Espíritu Santo en la comunidad de creyentes

La Palabra y el Espíritu son inseparables. Hay entre el Verbo y el Espíritu una


relación muy íntima y estrecha. Cristo envía el Espíritu, pero el Espíritu manifiesta a
Cristo (Jn 15, 26). La Escritura entera habla de Cristo, pero es el Espíritu quien lo da
a conocer (20).

El Espíritu Santo nos hace re-leer, reinterpretar, actualizar, aplicar la Palabra para el
"hic et nunc" (aquí y ahora) de nuestra vida personal y comunitaria. El Espíritu Santo
comunica vida a la Palabra para que ella penetre en la comunidad de los fieles y en el
corazón de cada cristiano, de acuerdo a los diferentes ambientes culturales y a las
diversas circunstancias de la historia concreta.

En esta perspectiva, cómo cobran sentido y valor las palabras del testamento de
Jesús:

"Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre.
El Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo
conoce; pero vosotros lo conocéis, porque con vosotros mora y en vosotros está (Jn
14, 16-17).
"El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará
todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26).

"Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa..." (Jn
16, 13a).

Y lo que el Espíritu Santo hizo vivir a nuestros primeros hermanos en la fe (Jn 2, 22;
12, 16), y ha hecho experimentar a lo largo de los siglos de cristianismo, lo realiza
también hoy entre nosotros y lo seguirá haciendo en lo inédito de la historia.

4. La Tradición Apostólica crece en la Iglesia

Mas no sólo los pastores, sino la comunidad cristiana entera se beneficia de la


asistencia del Espíritu Santo en la reinterpretación y actualización de la Palabra
siempre antigua y siempre nueva. El Espíritu Santo actúa suave y fuertemente
(suaviter ac fortiter) en toda la Iglesia, Pueblo santo de Dios: la vivifica, la gobierna,
la conduce y la ilumina de continuo de acuerdo a las promesas del Señor Jesús. Y, en
virtud de esa asistencia iluminadora del Espíritu, es como se comprende bien una
palabra audaz del Concilio:

"Esta Tradición que viene de los Apóstoles progresa en la Iglesia bajo la ?asistencia
del Espíritu Santo; ya que crece la comprensión tanto de las cosas como de las
palabras transmitidas:

- ya sea por la contemplación y el estudio de los fieles, que las repasan en su corazón
(cf Lc 2, 19.51);

- ya sea por la íntima penetración que experimentan de las realidades espirituales;

- ya sea por la proclamación de aquéllos que con la sucesión del episcopado


recibieron el carisma cierto de la verdad.

En esta forma, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la


plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios" (21).

Como claramente se percibe, en esta tarea de penetración en la verdad participa toda


la Iglesia en sus diferentes niveles:

1°. Los fieles (y allí tenemos cabida absolutamente todos: laicos, religiosos, clérigos)
con su contemplación y meditación.

2°. Los teólogos: con su íntima penetración de las realidades espirituales. Nótese que
no sólo se trata de un estudio penetrante, sino de una verdadera "experiencia
espiritual".
3°. Los obispos: con su oficio de maestros de la verdad y proclamadores de la misma.

No se trata en nuestro caso de una revelación "fundadora o constitutiva" como lo fue


la de la era apostólica; pero sí de una acción constante y positivamente iluminadora
del Espíritu sobre la Iglesia fundada por Cristo y por el Espíritu Santo (22). La
Constitución "Dei Verbum" dice que "por el Espíritu Santo la voz del Evangelio
resuena viva en la Iglesia, y por la Iglesia en el mundo" (23).

El Espíritu Santo inspiró las Escrituras; y Jesús a su impulso, proclamó el Evangelio


e instituyó la Eucaristía; pues bien, el Espíritu Santo actualiza las Escrituras y la
Eucaristía día con día en la Iglesia, a través de los siglos. Jesús y el Espíritu son
inseparables, como inseparables son del Padre Jesús y el Espíritu Santo (Jn 10, 30.38;
14, 11.16.17; 15, 16; 16, 14-16; 17, 21).

5. Oración y estudio; estudio y oración

Hermoso panorama para nuestra oración personal y para nuestra acción sacerdotal
como "maestros" de las cosas de Dios. Jesús decía a Nicodemo: "Nosotros hablamos
de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto" (Jn 3, 11). No
podemos entregar sino lo que primeramente hayamos contemplado. No podemos
incendiar a otros, si primero no ardemos dentro de nosotros mismos. (24)

Y la Palabra de Dios, primero se recibe, es decir, es leída y escuchada (25); después,


penetrando en el corazón, allí es acogida (26); luego, gracias a la luz del Espíritu
Santo, esa Palabra es comprendida (27); y finalmente produce frutos de vida eterna
(28).

IV. EL SACERDOTE, SACRAMENTO DE CRISTO E INSTRUMENTO DEL


ESPIRITU

1. La presencia de Cristo en la Liturgia

La Constitución "Sacrosanctum Concilium" nos estimula ardientemente a cumplir


con alegría y entusiasmo nuestro ministerio de la Palabra, particularmente en la
Liturgia Sagrada. En ella leemos:

"Cristo está siempre presente a su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica.

- Está presente en el sacrificio de la Misa,


• sea en la persona del ministro, 'ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes
el mismo que entonces se ofreció en la cruz',
• sea sobre todo bajo las especies eucarísticas.

- Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien
bautiza, es Cristo quien bautiza.

- Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es


El quien habla.

- Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que
prometió: 'Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos' (Mt 18, 20)" (29).

2. El sacerdote, sacramento de Cristo-Palabra

De aquí se sigue que así como el sacerdote es sacramento de la mediación de Cristo-


Sacerdote (30); así es también sacramento de Cristo-Palabra de Dios. En efecto, él
dijo: "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo...
Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros... Yo en
ellos, y tú en mí, para que sean perfectamente uno" (Jn 17, 18.21.23). De esa unión
estrecha entre Jesús y el sacerdote, se deduce la verdad de esa palabra del Señor:
"Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me
rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado" (Lc 10, 16).

Somos Cristo en medio de los hermanos, y él es la Palabra del Padre. Dejémosle que
sea él quien hable por nuestros labios. Que sea una realidad la palabra que el
sacerdote recita antes de proclamar el Evangelio: "Que el Señor esté en mi corazón y
en mis labios para que yo pueda anunciar digna y competentemente su Evangelio"
(31).

El Espíritu Santo llenó a Jesús en plenitud, lo impulsó, lo condujo, lo iluminó y con


su fuerza "in virtute eius" llevó a cabo su obra evangelizadora y santificadora, y su
sacrificio redentor (Lc 3, 21-22; 4, 1.14.18; He 9, 14).

Que ese mismo Espíritu, en el momento en que proclamemos la Palabra de Dios, nos
conduzca, derrame en nosotros el amor de Dios, unja nuestro entendimiento con su
luz de sabiduría, de inteligencia, de ciencia, de consejo; y robustezca nuestra
voluntad con la fortaleza, la piedad, el santo temor de Dios que es respeto, veneración
y obediencia incondicional a la voluntad del Padre de los Cielos (32). Que él nos
asista con su oficio de Paráclito permanente, dando vida a la palabra que
proclamamos.

Cuando leamos y prediquemos la Palabra, seamos conscientes que es verdadera


Palabra de Dios (1 Ts 2, 13), y dejemos que pase por nosotros -como el agua pasa a
través de un canal- con toda su divina eficacia, y que cumpla la misión que Dios ha
puesto en ella (Is 55,10-11); que penetre y toque los corazones (Hch 2, 37); que
purifique y santifique los espíritus (Jn 15, 3; He 4, 12); que llegue a lo profundo del
ser con todo su poder y persuasión (l Ts 1, 5).
3. Profetas de Cristo y del Espíritu

En otros términos, nuestro ministerio de la Palabra debe ser "profético", esto es, que
sea Cristo Jesús quien hable a través de nuestros labios; que sean sus palabras y no
las nuestras las que broten de nuestra boca. Jesús fue "profeta del Padre" porque
habló, no por su cuenta, sino lo que su Padre, que lo había enviado, le ordenó decir:
"Lo que Yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí" (Jn 12, 50; cf Jn 3,
34; 8, 38).

Y también que nuestro ministerio de la Palabra sea "profético", porque la palabra que
brote de nosotros sea lo que el Espíritu quiera decir por nuestros labios, ya que "en
las palabras de los Profetas y de los Apóstoles que nosotros proclamamos, resuena la
voz misma del Espíritu Santo" (33).

Si somos "profetas de Cristo y del Espíritu", la palabra proclamada por nosotros será
operante y eficaz, producirá vida, proyectará luz, comunicará pureza, educará en la
virtud y en la justicia, y mostrará los caminos de la santidad (34).

Y a propósito de la Liturgia de las Horas, hay que percibirla -pues lo es en realidad-


como un elemento eficaz de santificación: que Cristo, nuestra Cabeza, hable y alabe
al Padre por nuestros labios, al impulso del Espíritu: "Al Padre por Jesús en la
comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13, 13).

CONCLUSION:
Jesús, modelo y maestro en el arte de proclamar y de enseñar las Escrituras.

San Pablo escribía a los Romanos: "¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la


ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!"
(Rm 11, 33).

Eso mismo podemos decir acerca de los tesoros escondidos en la Palabra de Dios. Y
esos tesoros Dios los ha puesto en nuestras manos sacerdotales. Son para nosotros, y
para que los distribuyamos a nuestros hermanos los hombres. ¿Los aprovechamos
suficientemente?

¡Manos a la obra, y bebamos de esa fuente inagotable de la Palabra de Dios! No


pensemos que un día llegaremos a poseerla en su totalidad. San Efrén decía
refiriéndose a la Sagrada Escritura:

"Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar.
El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente.
La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed
queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo
beber de ella... Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la
abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado
es tu herencia" (35).

El mismo Jesús es nuestro modelo y "maestro" en el arte de proclamar y de enseñar


las Escrituras. Ello hizo al impulso del Espíritu; hagámoslo nosotros de la misma
manera. Que el Señor, a través de nuestro ministerio de la Palabra, abra las
inteligencias de los fieles para que comprendan las Escrituras (cf Lc 24, 45).

Qué gracia del Señor tan grande no será cuando nuestros fieles comenten, como los
discípulos de Emaús, después de escuchar nuestra proclamación:

"¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el
camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32).

¡Que para el Padre sea todo el honor y toda la gloria por Cristo-Jesús en el Espíritu
Santo! Amén.

NOTAS:

(1) Ya el Pueblo de Israel, al ser escogido por Dios-Santo, era un "Pueblo santo" (Ex
19, 6). La comunidad de los tiempos mesiánicos es anunciada como una comunidad
de santos (Dn 7, 18). Los cristianos, consagrados como nuevo "Pueblo santo" de Dios
(l P 2, 9) y reengendrados por la Palabra de Dios viva y permanente (l P 1, 23; 1 Co
4, 15), son llamados a ser santos, puros, sin mancha (l Co 7, 34; Ef 1, 4; 5, 3; Col 1,
22). La exigencia de santidad del cristiano se origina en su bautismo (Ef 5, 26-27) y
su ideal es la santidad misma de Dios (l P 1,15•16; Mt 5, 48; 1 Jn 3, 3).

(2) Cf "Evangelii nuntiandi" n. 14: La evangelización, vocación propia de la Iglesia;


nº. 42-44: Una predicación viva; la Liturgia de la Palabra; la Catequesis.
"Catechesi tradendae" n. 27: La Escritura como fuente de la catequesis; nn. 35-45:
Necesidad de la catequesis.

Hacia el año 600, san Gregorio Magno escribía: "Hay que reconocer que, si bien hay
personas que desean escuchar cosas buenas, faltan en cambio quienes se dediquen a
anunciarlas. Mirad cómo el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy
difícil encontrar un trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el
ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio"
(Homilía 17, 3.14: PL 76,1139 s).

(3) "Lumen Gentium" n. 25; "Presbyterorum Ordinis" n. 4; "Sacrosanctum


Concilium" nn. 33.35.48.52.

(4) Cf "Dei Verbum" nn.9-1O."La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura


constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia" (DV
10).
(5) Gn 1, 3; Is 6, 3-10;40, 9; 52, 7; 55, 10-11; Jr l,7-8.18-19; 20, 9; Mi 3, 8; Sal 119;
Pr 8; Eclo 24; Sab 7-8; Mt 13, 16-17; Jn 1, 1-3; 6-37-40.63; 12, 48-50; 15, 3; 17, 17;
Rm 1, 16; Rm 15, 4; 1 Co 1, 18.23-24; 2, 4-5; 2 Co 5, 18-21; l Ts 2, 13; 2 Ts 3, 1; He
4, 12-13; Sant 1, 18.21-25; 1 P 1, 23-25.

(6) "Dei Verbum" n. 7.

(7) "Dei Verbum" n. 21.

(8) "Dei Verbum" n. 23.

(9) "Dei Verbum" n. 2.

(10) "Dei Verbum" n. 4.

(11) "Dei Verbum" n. 25.

(12) "Dei Verbum" n. 25.

(13) Según el N.T., para poder "ser testigo" es necesario "haber visto y oído", lo cual
equivale a haber tenido un conocimiento experiencial de alguien o de algo: cf Mt 11,
4; 13, 13; Mc 4, 24; Lc 1, 2; 2, 20; 7, 22; Jn 1, 18.33-34; 3, 11.32; Hch 2, 33; 4, 20; 8,
6; 19, 26; 22, 15; 26, 16; 1 Co 9, 1; 1 Jn 1, 2-3.

(14) "Presbyterorum Ordinis" nn. 4-6.

(15) Cf "Dei Verbum" n. 12c.

(16) S. Hipólito, Orígenes, S. Agustín, S. Jerónimo, S. Tomás_-Benedicto XV, Enc.


"Spiritus Paraclitus" (15 Sept 1920): EB 469; CV II: ?"Dei Verbum" n. 12c.

(17) "Dei Verbum" n.5- Santo Tomás de Aquino enseña que los dones son ciertas
disposiciones o perfecciones o hábitos, más elevados que las virtudes, que Dios
infunde en el hombre y lo disponen para ser movido fácilmente por la inspiración
divina, y para obedecer prontamente la acción del Espíritu Santo: Summa Theologica
I-II q.68 a.1-3.

(18) "Dei Verbum" n. 21.

(19) "Dei Verbum" n. 12c.


"La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y
compenetradas; porque, surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto
modo y tienden a un mismo fin. De donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente
de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se
han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad" (DV n. 9)

(20) CI Jn 5, 39.46; 12, 41; 15, 26; Lc 24, 25•27; Hch 1, 8; 10, 43.

(21) "Dei Verbum" n. 8b.

(22) Y. Congar. El Espíritu Santo. Herder, Barcelona 1983: "La Iglesia es hecha por
el Espíritu. Él es su cofundador": pp. 207-217.

(23) "Dei Verbum" n. 8e.

(24) S. Tomás de Aquino, Summa Theologica: II.II qq. 179-182, sobre la vida
contemplativa y activa.- San Gregario Magno escribe en su Regla Pastoral: "Sit rector
actione praecipuus; prae cunctis in contemplatione suspensus" = "Sea el pastor el
primero en la acción; y entréguese más que nadie a la contemplación" (P. 2 c.l: MI
77,26). Y en sus Moralia dice: "Neque enimres, quae in se ipsa non arserit, aliud
incendit" (Mor. VII, 44.72).

(25) Cf l Ts 1, 13; 4, 1; STs 3, 6; 1 Co 11, 23; 15, 1.3; Ga1, 9; Rm 10, 17; Fip 4, 9;
Col 2, 6; Ef 1, 13.

(26) Cf l Ts 1, 6; 2 Ts 2, 10; 2 Co 11, 4; Rm 10, 8-10.

(27) Cf 1 Co 2, 6-16.

(28) Mc 4, 20; Lc 8, 15; Mt 13, 23.

(29) "Sacrosanctum Concilium" n. 7; cf SC 33. 35.48.52.

(30) Cf. A. Vanhoye. El Sacerdocio de Cristo y nuestro sacerdocio. En 'La llamada


en la Biblia'. Ed. Atenas, Madrid 1983, pp. 226-233.

(31) Missale Romanum: "Dominus sit in carde meo et in labiis meis ut digne et
competender annutiem Evangelium suum".

(32) S. Tomás de Aquino, Summa Theologica II-II q.8 a.6: Los dones de sabiduría,
entendimiento, ciencia y consejo perfeccionan la inteligencia; en tanto que los dones
de piedad, fortaleza y temor perfeccionan la voluntad.

33) "Dei Verbum" n.21b.

(34) Cf He 4, 12; Jn 1, 4; 6, 63.68; 15, 3; 2 Tim 3, 16-17.

(35) S. Efrén, Sobre el Diatéssaron: Cap. 1,18-19. SC 121, 52-53. (Liturgia de las
Horas, Domingo VI del Tiempo ordinario).

La corrección fraterna
Crítica constructiva y crítica negativa
Por John W. Alexander

La crítica expresada o no-expresada, concreta o vaga, válida o inválida, es algo


corriente dentro de la Iglesia, en grupos y fuera. Con frecuencia es malsana. Puede
enfrentar a las personas y destruir la comunidad. Puede traer división en el seno de
una comunidad de testimonio y de amor, secar su vida, a arruinar su culto a Dios y su
ministerio a las personas.

Pero la crítica puede ser sana. Puede ser el bisturí del médico que extirpa el cáncer en
tu vida y te prepara para una vida sana de nuevo. Necesitamos aprender cómo ofrecer
este tipo de crítica, o corrección fraterna, y cómo recibirla.

A continuación damos algunas normas para que la crítica negativa se haga más
constructiva, y algunas reglas para aquellos que reciben críticas negativas.

I - PARA EL QUE HACE LA CRITICA

1ª regla: ORA. "Señor, ayúdame a controlar y dirige tú mi expresión de crítica


negativa. Dame dominio para no propasarme ni llegar a la adulación. Ayúdame para
que no me calle cuando debería hablar. Guía mis palabras para que mis palabras de
crítica sean constructivas, y guárdame de sembrar discordia entre mis hermanos."

2ª regla: DILO DIRECTAMENTE AL INTERESADO. "Si tu hermano peca


contra ti, ve y díselo a él, para que quede entre los dos" (Mt 18, 15). Esto vale para
cualquiera, sea padre o hijo, vecino o amigo, sacerdote o seglar, profesor o alumno,
director o empleado. Y esté donde esté, lejos o cerca. Es válida también dentro de una
organización: Si desapruebo algo de un colega, mi crítica debería dirigirse a él
directamente (independientemente de su posición), a no ser que el procedimiento de
la organización sugiera que es más adecuado ir por los mandos intermedios.

3ª regla: DÍSELO EN PRIVADO. "Que sea entre tú y él sólo." (Mt 18, 15). Criticar
a una persona delante de los demás, sin haber ido antes a tratarlo en privado con él,
no sólo es ofensivo sino que va contra lo que dice 1 Cor, 13, 4: "El amor es paciente
y benigno". Si él no lo acepta, dile que vas a decirlo a un tercero -probablemente uno
que tenga autoridad sobre él- quien, contigo, procurará hacerle entender. "Pero si no
te escucha, toma uno o dos testigos contigo, para que toda palabra quede confirmada
por boca de dos o tres testigos" (Mt. 18, 15).
Se requiere mucha valentía para criticar directamente y en privado a uno. Lo fácil es
criticar por detrás de la persona. Es fácil hablar mal de otro a un superior. Si el que
critica no puede ir directamente a la persona, que busque a un tercero en el que
confíe, y a quien la persona implicada respete, y entonces le pida que se lo diga. Esta
manera de proceder no es tan satisfactoria como la comunicación directa, pero es
mejor que dejar de decirlo o airearlo en habladurías.

A veces es necesario decírselo en privado por escrito. Cuando una relación es tensa,
puede ser que te des cuenta que hablar cara a cara: o que te quita el valor, y no puedes
expresar la crítica, o bien que la otra persona se pone tensa para defenderse, y su
mecanismo de autodefensa le impide comprender tu corrección.

También es importante que ayudemos a esas personas a ver las quejas que hay contra
ellos -por escrito.

En otras palabras, si una persona es sorda a la corrección verbal, escríbele una carta
expresando claramente tu crítica, las quejas que hay, e insiste que te dé la
oportunidad de dialogar con él sobre el tema.

Una nota para los dirigentes: si uno de los que están a tu cargo, o grupo, no está
contento en su relación contigo, insiste que te ponga por escrito sus quejas, para que
después juntos en clima de oración podáis buscar la solución. Esto puede contribuir a
transformar una crítica negativa en constructiva.

4ª regla: SOLO LOS HECHOS: EMPIEZA CON PREGUNTAS POSITIVAS.


Una buena manera de proceder es hacer preguntas sinceras a la persona a quien se
ofrece la crítica, para que: 1°) el que la da, pueda tener más información y asegurarse
que tiene suficiente evidencia en la que apoyar su crítica, 2°) el que recibe la crítica,
pueda explicar su posición, y 3°) el que la da, pueda preguntar al otro si ha pensado
en soluciones. Las preguntas tienen que ser positivas: es posible que se usen
preguntas negativas o mal intencionadas, que sólo producen resultados negativos.

Hay buenas razones para proceder así. Primera: la persona criticada puede tener
información que no tiene el que critica. Si éste segundo va al primero, el que es
criticado puede darle una información y satisfacer al que preguntaba. Segunda: el que
ofrece la crítica puede tener información que el otro no tiene, y en ese caso puede
compartirla con él.

Pero, ¿qué hacer en el caso en que la persona criticada no tenga libertad para divulgar
la información? En tal caso el problema se reduce a ganar la confianza, o darle
nuestra confianza. Si uno confía en su colega, su hermano, volverá a su puesto de
trabajo y seguirá en la lucha contra el enemigo, no contra su compañero.

5a regla: COMPRUEBA TUS MOTIVACIONES. Pregúntate: ¿Por qué expreso


crítica negativa? ¿Me he sentido herido y quiero demostrárselo a alguien? ¿El motivo
es pagar con la misma moneda, o un deseo de promocionarme a mí mismo? ¿O, de
verdad, mi deseo es ayudar a la persona y fortalecer nuestro grupo cristiano?

La honradez aquí puede que te obligue a olvidar tus planes de crítica. Mira con
cuidado cómo pasas el test.

6a regla: HABLA CON CLARIDAD! Sé sincero. Comuniquemos verbalmente y


con la expresión de toda la persona lo que sinceramente pensamos y sentimos, y por
qué. Puedo llevar mis quejas directamente, puedo empezar con preguntas, y, sin
embargo, no comunicar mis verdaderos sentimientos.

¡Cuánta gente deja la Iglesia, o el grupo, y, al dar sus razones, se esconden detrás de
una cortina de humo que no expresa la verdadera razón! ¡Cuántas veces un dirigente
se da cuenta que un miembro del grupo falla, pero no tiene la valentía de decírselo!

Cuando tienes que ofrecer corrección, pídele al Señor que te dé valentía para ser
sincero. Reservarse información, o no revelar una crítica que el otro necesita, es
insinceridad.

Hay ocasiones, naturalmente, en las que no es prudente decir todo lo que pensamos o
sentimos. Es importante saber ser oportuno. Pero, que lo que digamos, sea sincero.
¡Qué tentación más grande la de decir a una persona una cosa, y, sin embargo, decir
algo completamente diferente sobre él a los demás! Delante de él expresamos crítica
positiva; detrás somos negativos. Eso es engaño.

7a regla: DI LA VERDAD CON AMOR. Las seis primeras reglas no bastan. Puedo
ir a una persona, empezar preguntando, hablar y decir la verdad, pero hacerlo de una
manera que le hiera, le aplaste. Uno puede aparentar sinceridad y dar rienda suelta a
la hostilidad. La regla 7 es la aplicación de 1 Cor 13, 4-7: "El amor es paciente y
benigno; no tiene envidia ni se engríe; no es arrogante o mal educado. El amor no
busca el interés propio: no se irrita ni guarda rencor: no se alegra del mal, sino que se
alegra en la verdad". Es esencial que "digamos la verdad con amor" (Ef 4. 15)

¿Cuántas veces mi crítica sobre los demás está basada en mi propia impaciencia, falta
de bondad, envidia, orgullo, placer diabólico de descubrir y hablar de las faltas de los
demás? El amor que nace de Dios es la única cura y remedio para esos impulsos. La
caridad auténtica suaviza la verdad que se expresa en la crítica.

8ª regla: SE OBJETIVO Y CONCRETO. Apoya tu crítica con evidencia objetiva,


más que con opiniones sujetivas. Haz tu tarea obteniendo datos concretos, para que
sepas de qué están hablando. Mucha crítica negativa proviene de personas que no
conocen los hechos reales y simplemente vocean opiniones. Aquí la palabra objetivo
quiere decir evidencia, que cualquiera puede observar si lo desea; evidencia que es la
misma, independientemente de quien lo mire, y, por tanto, no depende de los
prejuicios o sentimientos del observador.

La evidencia objetiva debería ser también concreta. ¿Estás insatisfecho con el


crecimiento de tu comunidad o grupo? En tal caso busca información objetiva, para
ver cuál ha sido el crecimiento, y después indica concretamente qué es un
crecimiento satisfactorio. ¿No te gusta la música en tu grupo o parroquia? Entonces,
habla con las personas responsables, y diles por qué no estás satisfecho. Una crítica
negativa expresada en términos sujetivos y vagos no produce ningún bien, a no ser
que prepare el camino para una evaluación objetiva.

9a regla: GANATE EL DERECHO DE SER ESCUCHADO. Si tu intención al


ofrecer crítica es que se consiga un cambio (más que airear tus quejas o dejar mal a la
persona criticada), es importante que te ganes el derecho de ser escuchado. El que te
oye dará más valor a tu evaluación si él te respeta.

Hay una manera y sólo una por la que puedes obtener su respeto: presenta una lista de
obras bien hechas. Lo cual lleva tiempo. Esta es la razón fundamental por la que es
peligroso para un neófito, no importa sus méritos y credenciales en otras partes,
presentarse demasiado pronto con crítica negativa. Lo cual no quiere decir que tengas
que callarte al inicio de tu trabajo. Pero la verdad es ésta: tu crítica negativa será
mejor recibida (y por tanto más fácilmente se tomarán medidas según ella), si tú te
has ganado primero el derecho de ser escuchado.

10ª regla: SUGIERE ALTERNATIVAS. Acompaña tu crítica con sugerencias


positivas. Condenar a una persona y no ofrecer un remedio o una alternativa es
inmaduro. Todo el mundo puede señalar debilidades; se necesita creatividad para
proponer soluciones.

Podría ser algo así:


"Mira, esto es lo que pienso debería evitarse."
"Esto es lo que creo podrías hacer."
"Esto es lo que creo deberías seguir haciendo, pero tal vez sería mejor de esta
manera."

Apoya las sugerencias diciendo que vas a orar por él. Y también ofrécete para ayudar
en lo que puedas.

II. ONCE REGLAS PARA RECIBIR CRÍTICA NEGATIVA O


CORRECCION FRATERNA

1ª regla: ORA. Pídele al Señor que te guíe para responder a la crítica, atento para
escuchar lo que debe ser oído, firme para desechar lo que no debieras pensar, y capaz
de controlar tu genio y tu ira.
2a regla: CUIDADO CON PONERTE A LA DEFENSIVA. La reacción natural es
reaccionar con tácticas defensivas, explicaciones y excusas. La ansiedad brota
rápidamente cuando la crítica negativa da en el clavo. Es como si un muelle bien
comprimido de repente se dispara desde dentro en defensa propia. Rohrer, Hibler, y
ReplogIe dicen: "Es humano defendernos. Todos defendemos nuestro yo en grados
diversos. Es casi tan automático como la acción refleja que cierra el párpado cuando
algún objeto extraño se acerca al ojo. Así, cuando nuestro yo es atacado por la
crítica... nuestra reacción automática es buscar alguna manera de proteger ese yo
íntimo". (You are what you do, pag. 5).

3a regla: DEJALE QUE TERMINE. No le interrumpas. Las interrupciones en


auto-defensa pueden privarle de decir lo que quiere decir y tú no recibirías toda la
historia. Cuando parezca que ya terminó, anímale a seguir para que no quede nada
por decir. Pregúntale: "¿Ya terminaste?". Si él sigue, y luego se para otra vez, puedes
preguntarle: "¿Hay algo más que quisieras decirme?" Muestra sinceramente que
deseas oír todo lo que tiene en la mente acerca de tus limitaciones o de lo que él crea
es criticable.

4a regla: PIDELE LA EVIDENCIA SOBRE LA QUE BASA SU CRITICA.


Puede ser que descubras que la evidencia es válida; por otra parte, puede ser un
rumor o habladurías.

Si su evidencia es correcta y sus conclusiones válidas, él te ha hecho un favor


ofreciéndote orientaciones para corregirte. Puede que te haya hecho caer en la cuenta
de una debilidad que tú ignorabas, o una equivocación de la que no te diste cuenta, o
descuidos de los que no eras consciente, o fallos que no habías visto. "¿Por qué no
me lo dijeron?", decimos a veces. El crítico negativo puede que se esfuerce en hacer
simplemente esto: decírnoslo.

Puede que Dios se sirva de él. Tal vez el Señor ha estado buscando por mucho tiempo
hacerte caer en la cuenta de ello. Y el que te ofrece esa crítica o corrección puede que
sea el último recurso del Señor para que nos humillemos y podamos cambiar.

Por otra parte, si la evidencia del crítico es insuficiente o su conclusión inválida,


tienes una oportunidad para llamarle la atención sobre lo incorrecto de la crítica.
Puede que no te escuche, en tal caso pide al Señor que te dé un corazón compasivo,
una mente abierta, una voluntad fuerte, y piel dura.

5a regla: PUEDE QUE TENGAN RAZON. PREGUNTATE A TI MISMO:


"¿Qué quiere el Señor hacer en mí o a través de mí por medio de esta crítica o
corrección? ¿Sabía El de antemano que yo recibiría esto? Si es así, ¿por qué permitió
que me llegara este ataque? El debe tener alguna razón. ¿Cuál será?".

Tal vez necesitas cambiar alguna actitud. Si es así, esta crítica puede ayudarte a
descubrir esas actitudes y moverte a cambiar. Tal vez eres demasiado orgulloso o
autosuficiente. O tal vez pasas por alto información a la que deberías prestar
atención, y sólo la sacudida de esta crítica te hará ver las cosas tal como son.

6a regla: TOMA LA CRÍTICA COMO UNA OCASION DE APRENDER. "La


ayuda de los demás es una ayuda poderosa para conocernos mejor a nosotros mismos.
Estamos tan metidos en nosotros mismos y somos tan parciales que nos es difícil ser
objetivos y exactos en nuestro auto-examen. Sabemos cómo querríamos ser, y esta
imagen idealizada está siempre en pugna con lo que de verdad somos en realidad, y
con lo que deberíamos esforzarnos en llegar a ser. Podemos usar medios externos que
nos manifiestan lo que somos y cómo influimos en los demás.

"La crítica constructiva es una fuente muy valiosa de información para los que la
aceptan. Cuántas veces empleamos más tiempo justificándonos, excusándonos o
racionalizando una equivocación, que en tratar de comprender y sacar provecho de
una crítica. Cuando no estamos a la defensiva, nos damos cuenta de que la crítica
constructiva es un cumplido para nosotros. La persona que nos la ofrece suele
sentirse mal al hacerlo, pero si está dispuesta a hacerlo para ayudarnos, deberíamos
escuchar y apreciar sus sugerencias. Se toma el riesgo de provocar nuestra enemistad,
pero su interés por nosotros es tal que acepta correr este riesgo".

"La manera más eficaz de crecer en auto-conocimiento desde los demás es buscar
abiertamente una relación de confianza mutua con otra persona y pedirle que nos diga
regularmente cómo nos ve. Según aceptemos y valoremos su consejo, sin recurrir a
tácticas defensivas, él se sentirá animado o desanimado a sostener el espejo ante
nosotros". (You are what you do, pag. 6-7).

7a regla: MUESTRA RESPETO: DATE CUENTA DE SI EL QUE CRITICA


REVELA SUS PROPIAS NECESIDADES CON SU CRITICA. Si es así, ¿qué
puedes hacer para en?cauzar y dirigir la atención a ayudarle a él más que a defenderte
a ti mismo? Es posible que una persona esté pidiendo ayuda, y sea incapaz de decirlo
de otra manera más que criticando a los demás. Si eres tú la persona a quien le toca
recibir, necesitas la ayuda de Dios para evitar estar demasiado a la defensiva y poder
darte cuenta de la necesidad del que critica.

8a regla: DETERMINA POR QUE EL CRÍTICO HA CRITICADO. ¿Tendrá él


algún motivo diferente del que aparece a simple vista? Es importante determinarlo si
es posible. Pero cuidado con hacer psicología. Da a cada persona el respeto que se
merece, y no tengas prisa en pensar que él se equivoca al criticarte.
Desgraciadamente es muy fácil engañarse a sí mismo cuando uno es criticado.

9a regla: DETERMINA CUAL ES EL PROBLEMA REAL. Lo que dice el


crítico es de verdad el problema real, o más bien toca algo superficial que esconde un
problema más importante que necesita solucionarse? Encuadra la crítica en el marco
más amplio que puedas visualizar. Busca los factores secretos que puedan esconderse
bajo el tema mencionado. Y ayuda al crítico a ver lo que hay debajo de todo el tema.

10ª regla: DETERMINA CON CALMA COMO DEBERIAS RESPONDER.


¿Una confrontación cara a cara? ¿Una llamada por teléfono? ¿O escribirle? ¿O
empezar por medio de un tercero? La forma más directa es normalmente la mejor,
como dijimos antes. Lo importante es responder con sinceridad y honradez. Mostrar
respeto por el crítico ayudará mucho a resolver las diferencias.

11ª regla: HABLA SOBRE EL ASUNTO. Primero a Dios, y después a un amigo de


confianza. Busca el consejo de amigos cuya visión y sabiduría puede aumentar la
tuya. Es particularmente útil cuando el amigo conoce al crítico y el tema de que se
trata. Cuando un amigo te escucha en ese momento, te ayuda a sacar provecho de "la
cura por la palabra". Uno de los aspectos debilitantes de la crítica negativa es que
quita energías de la persona criticada, a no ser que tenga una piel muy dura. Es
especialmente verdad en el caso de dirigentes. Tengo la impresión de que la mayor
parte de los dirigentes de grupos cristianos (sea de un grupo de catequesis, un grupo
parroquial, o grupo regional o nacional) son gente sensible. La crítica les hiere. En
verdad lo sienten. No es tanto la crítica que viene de fuera, lo que les duele, sino los
comentarios de otros hermanos. El sufrimiento mayor, el que despierta a uno en
medio de la noche y no le deja volver a dormir, viene de los hermanos de nuestro
mismo grupo u organización.

La cuestión es cómo afrontar esos ataques. "La cura por el diálogo" es muy útil:
hablado con Dios primero en la oración, y hablado después con otras personas que te
van a escuchar. Si son bastante comprensivas y pueden darte alguna sugerencia, tanto
mejor. Pero si no te pueden decir nada como respuesta, aun así el mero hecho de que
te hayan escuchado contribuye enormemente a ayudar a la persona criticada a
sobrellevar la carga.

(Reproducido con la debida autorización de PASTORAL RENEWAL, Julio-Agosto


1985, USA, Boletín para dirigentes. Tradujo Manuel Casanova)

Conocer la gloria de la eterna Trinidad


Por Luis Martín

Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el


Espíritu de la Santificación
para revelar a los hombres tu admirable misterio,
concédenos profesar la fe verdadera,
conocer la gloria de la eterna Trinidad
y adorar su unidad todopoderosa.
I. INICIACIÓN EN EL MISTERIO TRINITARIO

Recuerdo que una vez ante la festividad de la Santísima Trinidad oí a un sacerdote


que casi se lamentaba de la siguiente manera: "Mañana es la fiesta de la Santísima
Trinidad... ¿qué digo yo en la homilía? ¿Qué les puedo decir de la Trinidad?".

Este no es un hecho aislado. Ha sido bastante corriente. El misterio de la Trinidad ha


quedado en la predicación cristiana reducido poco menos que a un malabarismo
racional de teólogos y especialistas, de lo que sólo se podía hablar a personas muy
formadas y de profunda espiritualidad.

Para muchos cristianos es un misterio desconocido, y en la práctica de su vida se


relacionan con Dios como lo hiciera un monoteísta de cualquier otra religión.

Allí donde esto ocurre falta la verdadera formación en la fe cristiana, o ésta se reduce
a puro contenido intelectual, mal comprendido y vivido.

Parte de la responsabilidad quizá esté en la forma como lo estuvo tratando la teología,


la pastoral, y muchos autores espirituales hasta no hace muchos años, con un enfoque
preferentemente especulativo.

Una cosa es conocer la metafísica del misterio y otra muy distinta es conocer la vida
trinitaria, a partir de lo cual es posible aportar lo que más directamente cala en
nuestro espíritu: la dimensión vivencial, tal como se puede percibir en la Liturgia, eco
y alma de la Iglesia orante, y en la tradición en la que se ha condensado el alma de
tantos santos que han vivido en profundidad este misterio.

El misterio de la Trinidad no es sólo una inefable y sublime verdad que sabemos de


Dios porque El nos lo ha revelado, tal como se contiene en las Sagradas Escrituras y
nos ha expuesto el Magisterio de la Iglesia desde los primeros siglos, por lo cual la
Trinidad, juntamente con la Redención, es el misterio más importante que tenemos
que creer, el núcleo de la fe cristiana, en torno al que se estructura todo el Credo.

Pero, más allá de esto, es una realidad, la realidad de Dios y de la vida del cristiano.
El misterio de la Trinidad es donde ha empezado el ser del cristiano, y por tanto es lo
que él tiene que vivir esencialmente en este mundo, hacia donde está siendo atraído
en toda su existencia, y donde esperanzadamente ha de terminar.

Es el misterio de los misterios y lo más inasequible a la razón humana. Pero nada de


esto justifica el que se le aborde con miedo, el que se rehúya tratarlo en la
predicación. No sólo una vez al año, cuando llega la Solemnidad de la Santísima
Trinidad, el domingo después de Pentecostés, sino constantemente hay que estar
hablando de este misterio, de forma que para el cristiano corriente sea lo más familiar
y personal, núcleo de su fe y de toda su vida cristiana, algo que a través del desarrollo
de su fe, de la vivencia espiritual, de la oración e interiorización en el contenido del
misterio, se llegue a convertir en carne de su propia carne.

Otro desenfoque en el que se ha incurrido fue el considerarlo como "una devoción".


La Trinidad no puede ser una devoción como otra cualquiera, sino la misma vida del
cristiano, y, conforme vaya creciendo, es lo primero que tiene que descubrir, lo que
más ha de amar y vivir. La verdadera espiritualidad debe estar marcada por una
perspectiva cristológica y trinitaria.

Santa Isabel de la Santísima Trinidad, joven religiosa que muere a los 26 años, nos ha
dejado un precioso mensaje y una demostración de cómo no es tan difícil, y está al
alcance de cada cristiano que sepa responder a la gracia, el que el Misterio de la
Trinidad se pueda convertir en el centro y esencia de la propia vida.

A través de los humildes y sencillos, a los que el Padre se complace en revelar estas
cosas (Lc 10, 21), Dios nos hace ver cómo, para los que nos creemos sabios, El sigue
siendo "el Dios desconocido" (Hch 17, 23).

II. CONFESAR NUESTRA FE EN LA TRINIDAD SANTA Y ETERNA

Con la Iglesia decimos: "Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, que con tu
único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona,
sino tres Personas en una sola naturaleza. Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo
revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu Santo, sin
diferencia ni distinción. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna
Divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su
dignidad" (Prefacio de la solemnidad de la Santísima Trinidad).

La unidad de Dios está en la unicidad de su esencia divina, y es lo que solemos tener


en el primer plano de nuestra conciencia de creyentes.

En segundo lugar solemos considerar a las Personas divinas. Como nuestro espíritu
limitado no puede abarcar con una sola mirada la esencia y las Personas al mismo
tiempo, miramos primero a la esencia y después a las Personas.

Pero debería ser al revés, si es que nos dirigimos a un Dios personal y no a un Dios
abstracto.

Más allá de lo que es la formulación teológica, que se ha elaborado en el transcurso


de los siglos, como respuesta a herejías y falsas interpretaciones, y en este sentido el
Credo tiene un valor incalculable, el misterio de la Trinidad es ante todo la vida de
Dios participada en nosotros, que se nos revela en plenitud a medida que aceptamos
al Hijo ("creer en el Hijo"), porque "todo el que ve al Hijo y cree en El tiene la vida
eterna" (Jn 6, 40). "Nadie conoce bien al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se
lo quiere revelar" (Mt 11, 27). Si "el Padre está en El y El en el Padre" (Jn 10, 38;14,
10.11.20), conocer a Jesús es llegar a conocer al Padre.

Es una pena que el sentido trinitaria sea tan débil entre tantos cristianos, que la
Trinidad sea una realidad tan lejana y abstracta para muchos, ausente de la psicología
religiosa de cada día.

La iniciación cristiana, la catequesis y toda la pastoral deberían hacer un esfuerzo


mayor para que el cristiano llegue a captar el sentido de Dios, uno en tres Personas, y
pueda centrar su vida en la vivencia del misterio.

Dios es Amor, y un Amor entre personas: he aquí el secreto que nos ha sido revelado
por medio de Jesucristo. En Dios el que ama (el Padre), el amado (el Hijo), y el Amor
(el Espíritu Santo), viven en comunión una vida íntima y dichosa, y este Amor hace
que sean una sola realidad: es lo que llamaríamos el aspecto inmanente del misterio.

Pero si contemplamos el misterio desde el aspecto económico y salvífico, es decir,


desde lo que es para nuestra salvación y vida de fe, vemos que nosotros hemos
conocido el Amor "porque El nos amó primero" (1 Jn 4, 19). Nos lo ha revelado
plenamente en su Hijo (Jn 3, 16) al entregarle a la muerte por nosotros. Dios nos ama
con el amor que tiene a su propio Hijo.

Es más, nos comunica el don de su mismo Amor, el don del Espíritu Santo, que une
amorosamente al Padre y al Hijo

Todo nos viene del Padre, por medio de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, en la
presencia en nosotros del Espíritu Santo. Es el movimiento descendente del plan de
Dios.

Como consecuencia, por parte nuestra, debe responder un movimiento ascendente en


el mismo sentido: todo en nosotros, en la presencia del Espíritu Santo, por medio del
Hijo encarnado, Jesucristo, debe retornar al Padre.

Si todo nos viene del Padre, por medio del su Hijo Encarnado, Jesucristo, en la
presencia del Espíritu Santo en nosotros, es lógico que todo nuestro movimiento
hacia Dios haya de ser un retornar al Padre, por medio de su Hijo Encarnado,
Jesucristo, y en la presencia del Espíritu Santo.

La tarea importante es empezar a vivirlo, empezar a amar. A Dios le conocemos por


el camino del amor más pronto y con más profundidad que por el camino de la
reflexión. Los santos, que son los que más han amado a Dios, son por esto los que
llegaron al más alto grado de conocimiento de Dios.

Nuestra vida ha de tender a ser un himno continuo de alabanza a la Trinidad. Lo


mismo que hace la Iglesia en la Liturgia, así también toda nuestra oración ha de tener
presente el misterio de la Trinidad, ha de dirigirse al Padre, por Cristo y en el Espíritu
Santo.

Se trata de llegar a donde Dios quiere que lleguemos, de acuerdo con todo el plan de
salvación: a entrar en la vida íntima del misterio, pues en el Hijo, como hijos nosotros
también, "unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 3,
11). El movimiento del Espíritu en nosotros es arrastrarnos hacia esa intimidad de la
misteriosa vida de la Trinidad para que también nosotros la participemos, la gocemos
y vivamos.

III. LA TRINIDAD, NUESTRO ORIGEN, NUESTRA VIDA Y NUESTRA


META

El Padre, en cuento origen y fuente del Hijo y del Espíritu Santo es eternidad, unidad,
omnipotencia.

El Padre es la decisión. A El se atribuye la creación. "Padre todopoderoso, Creador


de cielo y tierra, de todo lo visible y lo invisible".

El Hijo es el Verbo, la Palabra, la Imagen del Padre. "Hijo único de Dios, nacido del
Padre antes de todos los siglo: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien
todo fue hecho".

El Padre se expresa en el Hijo y se contempla en El con una complacencia infinita. El


Hijo, en cuanto Verbo e "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), expresa todos los
tesoros de la Sabiduría de Dios. El es la Sabiduría el Verbo, la Verdad, la Belleza.

El Hijo es la realización. A El se atribuye la Redención. "Que por nosotros los


hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se
encarnó de María, la Virgen y se hizo hombre".

El Padre y el Hijo dan la plenitud de la vida divina al Espíritu Santo, "que procede
del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".

El círculo de la comunión de vida y de amor en Dios es sellado por el Espíritu Santo.


El Espíritu Santo, en cuanto vínculo amoroso y personal del Padre y del Hijo, es la
Bondad, la Santidad, la dicha y la bienaventuranza.

Todas las obras "ad extra", es decir, fuera de la naturaleza divina, son realizadas por
las tres divinas personas en el origen de los orígenes intradivinos. Pero el Amor de
Dios es el fundamento de todas las obras divinas, tanto de la Creación como de la
Redención, con razón, pues, son atribuídas al Espíritu Santo y, por tanto, a El se
atribuye la producción de la naturaleza humana de Cristo; y si el Espíritu Santo es el
Espíritu de Cristo, es también el Espíritu de la Iglesia.
El Espíritu Santo es la realización intradivina, la unión del Padre y del Hijo, y para
nosotros la revelación del Amor de Dios, la consumación. "Señor y dador de vida", a
El se atribuye la santificación.

De la Trinidad venimos, estamos hechos a su imagen y semejanza, y en nuestro ser se


puede descubrir su presencia.

En la Trinidad vivimos y a la Trinidad vamos caminando.

Ella es nuestro gozo, nuestra misma vida.

En nuestro Bautismo fuimos regenerados, salvados, y, como sus templos vivientes,


seguimos siendo santificados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Allí se trazó la cruz sobre nuestra frente como signo de salvación y de la fe que
profesamos, y en adelante, cuando la hacemos sobre nuestra persona invocamos al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

El santiguarse, si se hace con fe y unción, tiene un valor y un poder inmenso: hacer la


Cruz sobre nuestra persona, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
significa confesar a la vez el misterio de la Trinidad y el de la Redención, y al mismo
tiempo cobijar todo nuestro ser bajo la Cruz de Cristo y la presencia en nosotros de la
Trinidad.

En el Bautismo, el Hijo, hecho hombre, muerto y resucitado por nosotros, nos ha


lavado y regenerado con su propia sangre, nos ha hecho nacer a la misma vida de
Dios, marcándonos con su sello y dándonos en arras el Espíritu en nuestros corazones
(2 Co 1, 22; 5, 5), y "el mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio
de que somos hijos de Dios", y "nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!" (Rm 8, 15-16).

Todos los Sacramentos los administra la Iglesia en el nombre del Padre, y del Hijo y
del Espíritu Santo.

Hemos quedado prendidos de un abrazo inefable de la Santísima Trinidad, envueltos


en el insondable océano de Amor que fluye del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, y
que es el mismo Espíritu Santo.

Es más, Dios nos ha introducido en su misma intimidad hasta la relación íntima que
hay entre el Padre y el Hijo, beso inefable que eternamente une al Padre y al Hijo,
aspiración misteriosa de amor, el Espíritu Eterno.

Así, perdido en esa inmensidad de Amor, experimento todo el ser que El me ha dado
y todo el amor con que me abraza, y que este es el seno de donde salí y a donde estoy
destinado a volver para compartir la fruición del amor que es Dios.

Verdaderamente el cielo no es un lugar, sino el mismo Dios, llegar a caer ?en sus
brazos amorosos y recibir sobre nuestro espíritu la luz tierna y sonriente de su rostro,
paternal y maternal a la vez, que nos mira con dulzura, y al reconocer la imagen del
Hijo y el sello de su Espíritu (Ef 1, 13) nos dice de nuevo: "Tú eres mi hijo amado".

He aquí el "lugar" que Jesús se fue a prepararnos para que donde El está estemos
también nosotros (Jn 14, 2-3).

¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!

La vida del Espíritu es en esencia el misterio de esa intimidad con Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Nuestra espiritualidad puede llegar a tal desarrollo, a través del
crecimiento en el amor de la purificación, y de la contemplación, que ya en este
mundo podemos tener una visión o anticipo de lo que es el cielo.

El afán de Jesús es meternos a nosotros también en el seno de la Santísima Trinidad,


para que con El compartamos todo: el Padre y el Espíritu Santo. A partir de la
resurrección de Jesús el Espíritu Santo fluye de su humanidad glorificada hacia
nosotros. En la Cruz nos ha dado su Espíritu. Llenos de su Espíritu, Jesús nos lleva
ante el rostro del Padre. Dios hace que seamos admitidos a la realización vital de las
personas divinas, que en cierta manera participemos también nosotros.

Aquí en este mundo, todo esto no tiene su realización perfecta, como va a ser después
en la visión de Dios. En el hombre en gracia mientras vive el tiempo de la
peregrinación se realiza ya ocultamente lo que después en el cielo se revelará
plenamente, el intercambio vital de las tres Divinas Personas.

Jesús nos comunica la misma gloria que recibe del Padre para que seamos una misma
cosa con El, donde El esté estemos también nosotros y en El veamos su gloria (Jn 17,
22-24). Y esto es porque Dios nos creó, y nos regeneró después por su Hijo, para que
llegáramos nosotros también a entrar en esa corriente de Amor que fluye del Padre al
Hijo y del Hijo al Padre en el Espíritu Santo.

"Aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste


seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2).

59 - LOS SALMOS.

LOS SALMOS.
Por Rodolfo Puigdollers

1.- ¿QUÉ SON LOS SALMOS?

Los salmos son los cantos de alabanza utilizados por el pueblo de Israel en
el Templo de Jerusalén para expresar su respuesta a Dios como pueblo de
la Alianza.

La Iglesia los utiliza en la liturgia –especialmente desde finales del s. II –


tomados en sentido mesiánico, es decir, viendo en ellos a Cristo clamando
al Padre o la voz de la Iglesia alabando a Cristo. (cf. OGLH 109).

De la descripción que hemos hecho de lo que es un salmo podemos


subrayar tres puntos:

a) No son lecturas ni oraciones escritas en prosa, sino cantos de alabanza.


Por eso son llamados en hebreo Tehillim, es decir,”cantos de alabanza”, y
en griego Psalmoi, que quiere decir, “cánticos que han de ser cantados al
son de la cítara”. Cada salmo tiene una índole musical propia, que
determina la forma conveniente de recitarlos. De hecho, aunque dan un
texto al pensamiento, intentan más mover el corazón del que salmodia o del
que escucha. (Cf. OGLH 103) Por eso los salmos han de ser cantados “con
alegría del alma y con la dulzura del amor, tal como conviene a una poesía
sagrada y a un canto divino y, sobre todo, a la libertad de los hijos de Dios.
(Cf. OGLH 104).

b) “Todos los salmos son culturales. Lo que es más que decir que están
destinados al uso litúrgico. Ninguno de ellos es ocasional, es decir,
compuesto con ocasión de un acontecimiento determinado, catástrofe o
victoria; todos han sido compuestos para ocupar un lugar en el ciclo
litúrgico, en vista de las festividades o de un objetivo propio” (M Mannati.
Les psaumes, I 39).

c) Todos los salmos son la expresión del Pueblo de Dios. Se presenten bajo
una forma individual o colectiva, bajo la voz de un rey, un profeta, un
levita, un pobre, un enfermo, un grupo, es siempre el Pueblo de Dios que se
está expresando con el salmo. "Cada vez que un salmo tiene la forma
individual, el yo representa a Israel" (lb.). Por eso el cristiano que canta un
salmo "no lo hace tanto en nombre propio, como en nombre de todo el
Cuerpo de Cristo, es más, lo hace en persona de Cristo. Si esto se tiene
presente, desaparecen las dificultades cuando el que ora ve que sus
sentimientos discrepan de los del salmo. EI que ora en nombre de la Iglesia
siempre encontrará una causa de alegría o de tristeza, porque en este caso
conserva toda su aplicación la frase del Apóstol: “Alegraos con los que
están alegres, llorad con los que lloran'”y así la debilidad humana, herida
por el amor propio, queda curada en aquel grado de amor en que el espíritu
concuerda con la voz del que salmodia" (OGLH 108).

2. LOS DIFERENTES GENEROS DE SALMOS

"El que salmodia abre su corazón a los afectos que los salmos inspiran,
según el género literario de cada uno de ellos, ya sea de lamentación, de
confianza, de acción de gracias, o de otros sentimientos que los exégetas
enseñan" (OGLH 106).

Por eso para una mayor comprensión de los salmos es necesario tener en
cuenta los diversos géneros literarios. Estos según M. Mannati se pueden
clasificar del modo siguiente:

a) Salmos del ritual de renovación de la Alianza

Son los cantos utilizados por el pueblo de Israel en el núcleo central de la


liturgia de la fiesta de las Tiendas y de Pascua, en que se realizaba una
renovación de la Alianza entre Dios y su pueblo. Son sobre todo un
recuerdo de la historia del pueblo de Dios, seguido de una llamada a
permanecer fieles a la Alianza con Dios, fuente de bendiciones y
maldiciones.

Un ejemplo de este tipo de reflexión sapiencial es el Sal. 50 (949):

"No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños...
Ofrece a Dios el sacrificio de tu confesión, cumple tus votos al Altísimo,
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria" (vv.8-9.14-15).

Los salmos de este estilo son:

• haciendo referencia al rito de renovación en su conjunto: 50(49), 81(80),


111(110), 115(114), 135 (134), 145(144).
• haciendo referencia al discurso conmemorativo de la Alianza: 78(77),
105(104), 106(105), 114(113), 136 (135).
• invitación a la renovación del amén: 95(94), 100(99).
• haciendo referencia a las bendiciones-maldiciones que brotan de la
Alianza: 1,37(36),112(111).

b) Himnos
Son los cantos de alabanzas a Dios que se utilizaban en la liturgia como
aclamaciones al Dios de la Alianza: el Dios creador, el Dios salvador del
pueblo. Son las reacciones entusiastas del pueblo.

Un ejemplo lo tenemos en el Sal 117(116):

"Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos:


firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre.
¡Aleluia!".

Los salmos de este estilo son:

• alabanza por la creación: 8, 104(103), 148.


• alabanza por la historia de salvación: 33(32), 92(91), 113(112), 117
(116),138(137), 146(145), 149.
• alabanza por la creación y por la historia: 19(18), 65(64), 147(146 y 147).
• invitación a la alabanza: 150.

c) Salmos de acción de gracias

Son los cantos de acción de gracias del pueblo de Israel por el don de la
Alianza; se utilizaban durante el sacrificio de acción de gracias (en el que
se realizaba una libación), en la fiesta de Las Tiendas y de Pascua. Se
presentan bajo la forma literaria de una acción de gracias de un rey, de un
levita, de un profeta o de un sabio que sube al Templo a hacer el sacrificio
de acción de gracias, recordando la liberación recibida, pero bajo esta
dramatización literaria está la acción de gracias del Pueblo de Dios.

Un ejemplo lo tenemos en el Sal 30(29):

"Te ensalzaré, Señor, porque me has librado


y no, has dejado que mis enemigos se rian de mi...
Cambiaste mi luto en danzas,
me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
te cantaré mi alma sin callarse, Señor, Dios mío, te daré gracias por
siempre" (vv.2.12-13).

Los salmos de este estilo son:

• acción de gracias en general: 34(33), 40(39), 66(65), 116(115).


• acción de gracias de un enfermo curado y perdonado: 30(29), 32(31),
41(40), 103(102), 107:17,22 (106).
• acción de gracias de un condenado liberado de la muerte: 22(21).
• acción de gracias de un prisionero liberado: 107:10-16(106).
• acción de gracias de un guerrero vencedor de los enemigos: 18(17),
118(117).
• acción de gracias de un viajero perdido: 107:4-9 (106).
• acción de gracias de un náufrago salvado: 107:23-32 (106).

d) Salmos del Reino

Eran los cantos utilizados en la fiesta de las Tiendas en la celebración de


Dios como Rey de Israel mediante una ceremonia simbólica de
entronización real. Cantan la obra de la creación como una victoria de Dios
rey, los prodigios que hizo en favor de su pueblo, el dominio de Dios sobre
las demás naciones y su juicio de salvación. Son una actualización de la
realeza divina y un deseo de la venida del Reino escatológico.

Un ejemplo de este tipo de salmos es el Sal 24(23):

"¡Portones!, alzad los dinteles,


que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria.
-¿Quién es ese Rey de la Gloria?
-El Señor, Dios de los Ejércitos:
él es el Rey de la Gloria" (vv.9-10)

Los salmos de este estilo son:

• haciendo referencia a la procesión hacia el Templo: 24(23), 68(67).


• haciendo referencia a la coronación y aclamación: 47(46). 98(97).
• haciendo referencia a la presentación del rey sentado en el trono:
93(92),97(96).
• haciendo referencia al homenaje de los súbditos: 29(28), 96(95). 99 (98).

e) Cánticos de Sión

Eran los cantos procesionales de la ceremonia de proclamación de la


supremacía de Sión, la ciudad del Gran Rey, y del Templo, en la fiesta de
las Tiendas, prefigurando la subida universal de los pueblos a la montaña
santa

Un ejemplo de este tipo de cánticos es el Sal 48(47):

"Grande es el Señor. y muy digno de alabanza


en la ciudad de nuestro Dios.
Su Monte Santo, una altura hermosa, alegría de toda la tierra:
el monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey.
Entre sus palacios, Dios descuella como un alcázar" (vv.2-4)
Los salmos de este estilo son: 46(45), 48(47), 76(75), 87(86), 132 (131).

f) Salmos reales

Eran los cantos que se utilizaban en la ceremonia de celebración de la


alianza davídica y las promesas mesiánicas. Bajo imágenes tomadas del
ceremonial de entronización del rey se cantan las promesas mesiánicas. Son
salmos que hacen referencia al Mesías.

Un ejemplo es el Sal 110(109):

"Oráculo del Señor a mi Señor: 'Siéntate a mi derecha


y haré de tus enemigos estrado de tus pies'.
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos" (vv.1-2).

Los salmos de este estilo son:

• haciendo referencia a la coronación y aclamación del Mesías rey con los


"testimonios" de su realeza: 2, 21(20), 89(88), 110(109).
• haciendo referencia a la presentación del Mesías rey con el discurso y
oración real: 72(71), 101(100).
• haciendo referencia al homenaje de los súbditos: 45(44).

g) Salmos del Huésped del Señor

Son cantos que dan una enseñanza profética bajo la forma dramática de un
personaje (levita, rey, profeta, peregrino) que se acerca al Templo para
reflexionar sobre el sentido de la Alianza y la elección de Israel. El tema
fundamental de estos salmos es la confianza.

Un ejemplo es el Sal 27(26):

"Una cosa pido al Señor, eso buscaré:


habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo.
El me protegerá en su tienda el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzaré sobre la roca y así levantaré la cabeza
sobre el enemigo que me acerca" (vv.4-6a).

Los salmos de este estilo son: 4,5, 16(15), 23(22), 27(26), 31(30), 36 (35),
49(48), 61(60), 63(62), 73(72), 139(138).

h) Salmos de exhortación profética contra los impíos


Eran cantos proféticos dirigidos a la multitud congregada para la fiesta, en
los que se lanzaban maldiciones contra los impíos, es decir, contra aquellos
que iban contra la Alianza: los israelitas que cometían injusticias y los
paganos. "Fuera de su referencia a la Alianza, los salmos contra los impíos
pueden parecer no ser más que gritos de venganza. Pero colocados en su
contexto cultural, se convierten en la expresión del odio del mal, que debe
ser real, vigoroso, profético, sentido en función de la santidad del Dios de
la Alianza, de la santidad de su Alianza y de la santidad que debe ser la del
pueblo de la Alianza" (M. Mannati, l 59).

Un ejemplo es el Sal 94(93):

"Enteraos, los más necios del pueblo, ignorantes, ¿cuánto discurriréis?


El que plantó el oído, ¿no va a oír? El que formó el ojo, ¿no va a ver?
El que educa a los pueblos, ¿no va a castigar?
El que instruye al hombre, ¿no va a saber?" (vv.8-10).

Los salmos de este estilo son: 9(9A), 10(98), 11(10), 12(11), 14(13),
?28(27), 52(51), 53(52), 58(57), 59 (58), 62(61), 64(63), 75(74), 82(81),
83(82), 94(93)

i) Súplicas y lamentaciones

Eran los cantos de las ceremonias penitenciales, con duelo, ayuno,


lamentaciones y sacrificio por los pecados contra la Alianza. Se presentan
bajo una dramatización colectiva o bajo una dramatización individual, de
una persona que está en peligro: enfermo, acusado inocente, anciano,
exiliado, vencido en manos del enemigo, justo sometido a tentación,
"pobre" oprimido, persona rodeada de adversarios.

Un ejemplo es el Sal 44(43):

"Despierta, Señor, ¿por qué duermes? levántate, no nos rechaces más.


¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?
Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorremos, redímenos por tu misericordia" (vv.24-27).

Los salmos de este estilo son:

• súplicas pidiendo la fidelidad a la Alianza: 25(24), 86(85), 119(118).


• súplicas pidiendo perdón: 51 (50), 130(129).
• súplicas en la enfermedad: 6, 38(37), 71(70), 88(87), 102(101).
• súplicas en la proximidad de la muerte: 39(38), 90(89), 143(142).
• súplicas de un acusado inocente, pidiendo el examen de Dios y el derecho
de asilo: 7, 17(16), 26(25), 35 (34), 69(68), 109(108).
• súplicas en la persecución: 13 (12), 55(54), 70(69), 140(139), 142 (141).
• súplicas en el destierro: 42-43 (41-42), 79(78), 137(136).
• súplicas en la tentación: 141 (140).
• súplicas en la guerra: 44(43)*, 74(73)*, 77(76), 80(79)*.

j) Liturgias centradas en un oráculo

Son cantos centrados en unas palabras proféticas (un oráculo) que llenaban
de alegría y seguridad al pueblo reunido en la fiesta. Las palabras proféticas
son de salvación y confianza.

Un ejemplo es el Sal 85(84):

"Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.


Voy a escuchar lo que dice el Señor:
'Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón’.
La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra
tierra" (vv.8-10).

Los salmos de este estilo son:

• oráculo de confianza: 3, 56(55), 57(56), 108(107)*.


• oráculo de salvación: 20(19)*, 54(53), 60(59)*, 85(84)*.
Tienen también esta forma literaria el Sal 28(27) (salmo de exhortación
profética contra los impíos) y el 61 (60) (salmo del Huésped del Señor).

k) Bendiciones

Eran los cantos del pueblo reunido en el Templo pidiendo la bendición de


los sacerdotes y levitas.

Un ejemplo es el Sal 67(66):

"El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación" (vv. 2-3).

Los salmos de este estilo son: 67 (66), 144(143).

1) Salmos de peregrinación y graduables


Eran los cantos utilizados para la gran peregrinación a Jerusalén, expresión
de la pertenencia al pueblo de Dios y encuentro con la ciudad de David y el
Templo.

Un ejemplo es el Sal 122(121):

"Qué alegría cuando me dijeron: 'Vamos a la casa del Señor'.


Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén (vv. 1-2).

Los salmos de este estilo son:

• salmos de peregrinación: 15(14), 84(83), 91(90), 121(120) (salida),


122(121) (llegada).
• salmos graduables propiamente dichos:
-salida: 120(119).
-llegada: 123(122), 124(123), 125(124), 126(125).
-estancia: 126(125), 127(126), 128(127), 129(128).
-adiós: 131(130), 133(132), 134 (133).

3. LOS SALMOS EN LA ORACION DE LA IGLESIA

Los salmos son utilizados en la oración de la comunidad cristiana de tres


formas principales:

a) En el llamado salmo responsorial después de la primera lectura en la


Asamblea eucarística. Es el canto principal de la Liturgia de la Palabra y
reviste las siguientes características:

- no se utilizan todos los versículos del salmo, sino sólo aquellos que sirven
para meditar la lectura anterior o para realzar el tema de la fiesta.
- se canta de forma responsorial, con participación de toda la asamblea en la
respuesta.
- no concluye con el "Gloria al ?Padre", muestra de su gran antiguedad en este
uso litúrgico (anterior al s. IV).

b) En la Liturgia de las Horas, que es la oración comunitaria de la Iglesia


según el ritmo de las horas del día (Oficio de Lecturas, Laudes, Hora
intermedia, Vísperas y Completas). Los salmos constituyen una parte muy
importante de la Liturgia de las Horas, junto con los cánticos del Antiguo
Testamento y los cánticos del Nuevo Testamento. Tradicionalmente los
salmos vienen cantados íntegramente, precedidos de una antífona que ayuda a
hacer una lectura litúrgica del mismo. La salmodia se realiza a dos coros,
aunque modernamente se está introduciendo también la forma responsorial
(cf. OGLH 125).
e) En la oración comunitaria no litúrgica y en la oración personal del
cristiano. Los salmos en la oración comunitaria y personal se convierten en
una gran escuela de oración cristiana, ya que difícilmente pueden rezarse,
sobre todo si se utilizan todos los salmos, manteniendo un espíritu "intimista"
en la oración.

Orar con los salmos enseña a abrirse a la oración en el Espíritu que es al


mismo tiempo la oración de Jesús y la oración de la Iglesia. Generalmente en
los salmos encontramos un yo que se dirige a un tú. Hacer una lectura
cristiana de los salmos, es decir, cristificar los salmos se puede hacer poniendo
a Cristo en el yo del salmo (cristificar "por abajo") o poniéndolo en el tú del
salmo (cristificar "por arriba"). En el primer caso tenemos la "voz de Cristo al
Padre":

TU = PADRE
YO = JESUCRISTO

En el segundo caso tenemos la “voz de la Iglesia a Criso”.

TU = JESUCRISTO, EL SEÑOR
YO = IGLESIA, CADA CRISTIANO

(Cf. H. RAGUER, La Iglesia y los salmos, en "Phase" n° 134, pp. 91108).

4. LA UTILIZACION TRADICIONAL DE ALGUNOS SALMOS

En la oración comunitaria o personal los salmos pueden ser escogidos al azar


o por algún motivo temático. Así antiguamente se utilizaban para la oración
de la mañana los salmos del 1 al 108 y para la oración de ]a tarde del 109 al
150. Igualmente, en la oración personal, se puede tomar el primer salmo que
aparece a la vista.

Pero normalmente las comunidades y los individuos tienden a escoger los


salmos por algún motivo temático, sea por el tema principal (alabanza,
confianza, súplica, acción de gracias), por la referencia a un momento del día
(salida del sol, luz vespertina, noche) o por la lectura cristológica que se hace
(referencia a la resurrección, al Mesías).

Al ver los distintos géneros literarios de los salmos hemos visto ya que, en
líneas generales, éstos determinan el tema principal. Y así podemos establecer
el siguiente cuadro:

Acción de gracias: Salmos de Acción de gracias


Alabanza: Himnos
Bendición: Bendiciones
Confianza: Salmos del Huesped del Señor. Liturgias centradas en un oráculo
Mesías: Salmos reales
Petición: Súplicas y lamentaciones.

La referencia al momento del día queda establecida especialmente por los


llamados tradicionalmente salmos matutinos (referencia a la mañana) y
salmos del lucernario (referencia al atardecer, cuando se encendían las
lámparas). A estos hay que añadir los salmos de alabanza matutina y los
salmos nocturnos:

a) Salmos matutinos. El primer salmo de Laudes -generalmente un salmo de


súplica- acostumbra a tener una referencia a la mañana: 5, 36(35), 42-43(41-
42), 57(56), 63(62), 77(76), 80(79), 84(83), 90(89), 92(91), 101(100), 108
(107),118(117),119:19(118),143 (142). Aunque también se emplean salmos
sin referencia a la mañana: 24(23), 51(50), 85(84), 86 (85),87(86),93(92). El
salmo más tradicional es el 63(62) por su referencia a la resurrección, y eI
51(50) como súplica penitencial.

b) Salmos de alabanza. El tercer salmo de Laudes es siempre un salmo de


alabanza. Los más tradicionales son el 148, 149 u 150. Se utilizan también el:
8, 19A(18A), 29(28), 33(32), 47(46), 48(47), 65(64), 67(66), 81(80), 96(95),
97(96), 98(97), 99(98), 100(99), 117 (116), 135(136), 143A(144A), 146(145),
147 (146 y 147).

c) Salmos del lucernario. En Vísperas se utilizan algunos salmos que hacen


referencia a la luz y que se utilizaban en el lucernario (bendición de la
lámpara): 27(26), 67 (66), 110(109), 112(111), 113 (112), 119:14(118),
122(121), 132(131), 141(140), 142(141). El más tradicional es el 141(140).

d) Salmos nocturnos. En Completas se utilizan salmos que hacen referencia a


la noche o al descanso: 4, 15(15), 31(30), 86(85), 88(87), 91(90), 130(129),
134(133), 143 (142). Los más tradicionales son el 4,91(90) y 134(133).

Por último hemos de hacer referencia a los salmos que tradicionalmente la


Iglesia lee aplicados a los misterios de Cristo:
-Adviento: 24(23), 80(79), 85 (84),96(95).
-Navidad: 2, 85(84), 90(89), 98 (97), 102(101), 103(102), 110(109).
-Epifanía: 24(23), 45(44), 72 (71). 90(89), 93(92), 132(131). –
-Pasión: 2, 22(21), 31(30). 35 (34), 55(54), 69(68), 88(87).
-Resurrección: 45(44), 68(67), 104(103), 114(113), 115(114), 118 (117),
126(125), 136(135). –
-Ascensión: 24(23), 47(46), 57 (56), 68(67).
-Pentecostés: 29(28), 46(45), 48(47), 99(98), 104(103), 119(118) 146(145).
-Parusía: 11(10),75(74),76(75), 82(81), 94(93), 96(95), 98(97), 149.

5. LOS SALMOS EN LA INTRODUCCIÓN A LA VIDA CRISTIANA.


Los salmos deben recuperar en la vida del cristiano y de la comunidad el papel
que había ocupado siempre en la antigüedad. No se podía concebir una
iniciación a la vida cristiana sin una iniciación al rezo de los salmos.

En la antigua liturgia napolitana (sVIl) se había llegado a realizar una traditio


psalterii (entrega del salterio) a los catecúmenos el tercer domingo de
Cuaresma. Los catecúmenos eran invitados a aprender de memoria el salmo
23(22) o el 117(116).

• "El Libro de los Salmos es algo así como un resumen de la Biblia, es


toda la Biblia en forma de oración" (Abadia de S. Andrés. Bruges).

• "Nacemos con este libro en las entrañas” (A. Chouraqui).

60 - KOINONIA 60.

La pobreza del grupo, o cuerpo de Cristo


Por Chus VilIarroel O.P.

Para entender este tema, no he encontrado nada más bello que el Cap. 53 de
Isaías. Sería bueno que quien quiera leer estas líneas repasara este pasaje por
un momento.

Es un retrato vivo de Cristo, siglos antes de que naciera, y expresa el profundo


significado y sentido de su mesianismo.

Pero este capítulo lo vamos a referir hoy a nuestro grupo o comunidad, ya que
somos Cuerpo de Cristo. Por tanto, todo lo que se dice de Cristo, se dice
también de nosotros que somos su Cuerpo. Es muy importante que esta verdad
no se nos quede como algo abstracto e inoperante, ya que es fuente de vida.

Me da gusto poder escribir algo de esto, y mientras lo escribo le digo al Señor:


"Gracias por poder servir a tu Cuerpo escribiendo esto". Y desde ahí, desde el
servicio, entiendo que la fidelidad a Dios, es la fidelidad a su Cuerpo, es decir,
a esta Renovación, a este grupo al que el Señor me ha llamado. A Dios nadie
le ha visto jamás y nadie le ama, si no ama al hermano; lo mismo, nadie es fiel
a Dios si no lo es allí donde el Señor le ha puesto, en su grupo, en su
comunidad. Aquí está la verdad, aquí la obediencia, aquí la presencia real de
Cristo en medio de nosotros. Aquí en este grupo que El ha elegido para formar
su Cuerpo. Ninguno de nosotros nos hemos elegido. Andábamos errantes y
extraviados. El nos congregó y dijo: "Este es mi pueblo".

Entonces este pueblo mesiánico se hace para cada uno de nosotros algo muy
entrañable, muy querido, porque es un vivo retrato de Jesucristo, su presencia
viva en medio de nosotros. Tan viva o más que en el Sacramento, porque el
Sacramento está hecho para el Cuerpo, para la Iglesia. Jesucristo resucitado se
identifica con su Cuerpo, del cual es Cabeza y al cual anima por su Espíritu.
La Cabeza está en el cielo pero tiene a los miembros aun en la tierra.

Estar con los hermanos, servir a los hermanos, hablar con los hermanos es
estar, servir y hablar con Cristo. Y esto es algo muy serio. Hay que pedir para
que se nos revele esto en el Espíritu, porque de ahí van a brotar el crecimiento,
la fidelidad y fecundidad. Esto nos mete de lleno en un compromiso profundo
al cual el Señor nos ha llamado: el compromiso de servir a Cristo, de tener
piedad de El, de no juzgarle y crucificarle. ¿Y cómo vamos a tener compasión
de Cristo? Teniéndola de su Cuerpo roto, lacerado, pobre y destrozado que
son mis hermanos, elegidos de Dios.

1. CRISTO EN EL GRUPO

El Espíritu Santo por boca de Isaías nos va a describir cómo es la pobreza del
grupo o Cuerpo de Cristo. Y empieza diciendo: "¿quién creerá lo que voy a
decir? ¿Quién aceptará esto? ¿Quién tiene el corazón preparado?"

"Creció como raíz en tierra árida" ¿Quién ha visto una raíz en el desierto?
No es otra cosa que un intento frustrado, pues no hay ni agua, ni frescura, ni
humedad. Es una quimera. Y así es como habla el Señor de nosotros, de
nuestro grupo. El que venga a buscar glorias y se cree sus expectativas
exhibicionistas, de frutos, triunfos, de significar, influir etc., está fuera de
contexto.

A mi me gustaría que el Señor nos revelara al corazón esta inutilidad. Porque


realmente lo somos, pero en la fuerza del Espíritu esta inutilidad tiene un
sentido muy profundo, que es el sentido mesiánico del mismo Cristo.

"Creció como un retoño". No somos árbol, sino simple retoño, es decir, un


rebrote en pequeña floración de un tronco cortado, pero sin la apariencia de
árbol, sin la frondosidad y exhibición de un árbol. Un retoño delante de Dios.

"No tenía apariencia, ni presencia, ni hermosura que pudiésemos


estimar". En la renovación Carismática no hay demasiada presencia, ni
apariencia, ni figura. No contamos demasiado, no somos de los más sabios,
ricos, poderosos, atractivos. Pero estamos en la Palabra de Dios. Desde fuera a
veces, se nos juzga como un poco atípicos, y con razón, porque hacemos una
serie de cosas que no tienen apariencia alguna. ¿Podemos imaginar lo que
significa para el mundo que nos oigan un rato cantar en lenguas? ¿Hay cosa
más pobre que orar en lenguas? De esta forma hablan sólo los niños, o el tonto
del pueblo. Pero un grupo de personas que por edad ya podían ser algo
seriecitas no es comprensible que lo hagan. La pobreza de las lenguas es
grande, porque lo que se expresa no tiene apariencia, ni significado, ni
sentido. Pero el que entiende esto en el Espíritu sabe que ahí hay fuerza y
presencia de Dios. Incluso llega a sentir que no hay palabra o idea por bella y
significativa que sea, que se pueda comparar con un balbuceo en lenguas que
salga del corazón.

Yo a veces pienso lo incómodos que se sentirían algunos teólogos entre


nosotros. Y no es que haya que fomentar esto, pero viene dado por la fuerza
de las cosas. La teología ha caído a veces en una expresión demasiado
conceptual e ideológica de modo que se pierde el sentido del misterio. Dios
siempre estará por encima de lo que es razonable para el hombre. Por eso se
complace en el grupo pobre, como en Cristo pobre, para confundir a los sabios
y fuertes con la debilidad. De este modo, la fuerza que resucitó a Jesús de
entre los muertos, que es la única fuerza que salva al mundo se valdrá de
nuestra pobreza para dar vida al mundo. El Señor no necesita de nada ni de
nadie, por eso se complace en el pobre y le escoge para obrar sus maravillas.
Pero primero tiene que empobrecer nuestro corazón. De ahí que los grupos
pasen por etapas de gran pobreza, donde no se percibe crecimiento; no
aumenta el número de hermanos, incluso disminuye; no se tiene sacerdote, no
hay alabanza, hay problemas y nos escandalizamos y juzgamos los unos a los
otros.

Y este es el problema más grande, no lo que digan los de fuera, sino


escandalizamos y juzgar en el interior nuestra pobreza. El juicio siempre se
hace desde un corazón rico que busca imponer sus criterios. Generalmente hay
buena voluntad, pero un gran desconocimiento de Cristo.

2. SENTIRSE IGLESIA

Tenemos que creer en el grupo como pueblo y Cuerpo de Cristo. "Creo en la


Iglesia Católica". El grupo como parte de la Iglesia es objeto de nuestra fe.
Porque no lo vemos, no vemos que nuestros comportamientos sean divinos.
Al contrario, demasiado humanos. Entonces la duda y la serpiente que están
en nuestro corazón comienzan sus intrigas contra el grupo. y nos
escandalizamos de que no haya apariencia, ni hermosura, de que seamos tan
pocos, que no haya guitarras ni nadie que entone, que no haya enseñanza ni
ideas profundas, que no aumente el grupo. Nos escandalizamos de que ni el
obispo, ni los sacerdotes, ni otros grupos o asociaciones nos hagan demasiado
caso. Y nos desanimamos y nos juzgamos y echamos la culpa a los dirigentes
y al final si no podemos manipular el grupo a nuestro aire, nos marchamos
llenos de razón, pero sin Cristo.
Sí, llenos de razón, porque vistas las cosas humanamente hay en los grupos
mucho pecado, mucha falta de compromiso, de fidelidad, de entrega, de
escucha y en el fondo de interés. Y este problema se puede enfocar de dos
maneras. O bien tratando de encarrilar el grupo tras una serie de ideales, que
aunque brillantes, al fin fracasan por ser humanos; o bien seguir esperando en
la gratuidad y misericordia de Dios. En esta línea va la pobreza de espíritu,
que no es excusa para nuestro pecado, desgana, falta de conversión, pero que
tampoco puede ser enterrada bajo una serie de ideales perfeccionistas y
moralistas que nos darían brillantez aparente pero expulsarían al Cristo pobre
del grupo.

"Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba”. Son nuestros
pecados, heridas, rebeldías y culpas las que él soportó. Es decir, nuestra
pobreza. El mundo fue redimido porque fue aceptado, amado tal como es. Sin
idealismos ni perfeccionismos. Cristo no vino a hacer un mundo nuevo,
producto de sus ideales o de su fantasía. Fue siervo. Y porque lo aceptó,
soportó el peso de todas sus miserias. Todo en obediencia a la voluntad del
Padre en orden a la salvación del mundo.

Cristo no juzgó las cosas, no gritó, no protestó, no reivindicó para sí ningún


derecho, no quiso transformar el mundo. Al contrario, al asumir el pecado del
mundo fue juzgado por ese peso y condenado. Pero como era inocente fue
salvado él y la realidad que asumió.

Cuando Dios elige una comunidad que quiere hacer profundamente cristiana
la lleva a esta humillación donde le es negada toda justicia. La gracia de la
Renovación que es gracia de Bautismo en Espíritu y fuego, o sea cruz, nos
lleva a estas profundidades. No es una gracia barata para consumo de
superficiales, sino muy cara, pero que produce verdadera conversión.

Es cierto que la cruz del cristiano es una cruz gloriosa, resucitada. Es cierto
que El ha cargado con el peso mayor. Es verdadera la experiencia de vida, de
alabanza, de resurrección, de comunión que se experimenta en el grupo
carismático. El gozo y la alegría son auténticos. Y lo mismo la gran esperanza
a la que somos convocados. Pero esto no impide que nos haga pasar por la
muerte y que suplamos lo que falta a la pasión de Cristo en favor de la Iglesia
y del mundo?.

3.- PASAR POR LA MUERTE

Esto va a ser el baremo que indique la profundidad de nuestro ministerio en


favor del mundo. Cualquier individuo o grupo cristiano que no sea hecho
pasar por la muerte, no producirá frutos que permanezcan. Todo tiene que ser
probado en el fuego, "para que vuestra fe sea más preciosa que el oro".
Hay aquí un momento de verdad que hay que superar para que "no hayan sido
en vano tan magníficas experiencias".

"Si se da en expiación, mi Siervo justificará a muchos". La muerte en el


grupo consiste en dejarnos juzgar por la pobreza de los hermanos y cargar con
ella. Esta pobreza nos va a condenar a morir a nosotros mismos. Pero es ahí
donde se manifiesta el poder del Espíritu que resucitó a Cristo de entre los
muertos y que hace del grupo fermento de salvación para el mundo. No se
trata, claro está, de gozarnos en la pobreza humana en cuanto humana. La
pobreza, como obediencia, castidad, el amor al enemigo, etc., si fuera sólo en
un orden humano nos haría daño y nos destruiría como personas. En la carne
es ridículo y escandaloso gloriarnos de nuestras debilidades. Aquí hablamos
en otra clave, con otra "sabiduría, misteriosa, escondida y que nos ha sido
revelada por el Espíritu". Entramos en el lenguaje y en la realidad de las
bienaventuranzas. Por tanto, el que pueda entender que entienda.

Pero a los grupos carismáticos se les ha concedido el inmenso don de ir


entendiendo estas cosas en el Espíritu. Este don es una preciosa y delicada flor
que hay que cuidar con esmero.

Pertenece al secreto del Espíritu la medida, y el cómo y el cuándo de la


eficacia espiritual. "Mi siervo justificará a muchos". Sólo Dios conoce el
sentido total de esta frase. Pero sí sabemos que la pobreza es el suelo de donde
brota la semilla de la conversión y de la libertad cristiana. "Yo soy el que me
manifestaré”.

El hombre puede con sus propias fuerzas cambiar y transformar muchas cosas
en el mundo y también los cristianos están llamados a esta tarea de
humanización del mundo. Pero un cambio cualitativo en el corazón del
hombre que produzca un mundo nuevo en justicia, paz y santidad es sólo obra
del Espíritu que renovará la faz de la tierra. La Renovación carismática sin
descuidar la tarea histórica a la que está convocada en estos momentos la
humanidad, debe estar muy atenta al actuar del Espíritu en la hora presente. Y
esto no por ningún escapismo alienante, sino por amor al Reino de Dios que
se quiere hacer presente y salvador en esta humanidad de hoy, la nuestra, la
que nos ha tocado amar.

Eucaristía y pobreza.
Por Pedro Fdez. Reyero O.P.
El texto de la Carta de S. Pablo a los Efesios (4,1-13) nos habla del servicio a
la comunidad y también a la Eucaristía.

Impresiona ver cómo Jesús, en su misión, comienza, antes de subir, por bajar
a las regiones inferiores de la tierra. y que este mismo que bajó es el que subió
y el que concedió, después de ser humillado, de ser muerto, de ser grano de
trigo enterrado en la tierra, ser a unos apóstoles, a otros profetas, a otros
predicadores... ; concedió dones y carismas a su Iglesia sólo después de haber
subido, porque antes había bajado.

Si nos dejamos vivir por el sentido profundo de este texto se nos revelarán al
corazón las actitudes interiores que necesitamos para celebrar la eucaristía.

PRIMERA ACTITUD

Celebramos la eucaristía con .pan y con vino. No con muchos granos de


trigo sino con muchos granos de trigo muertos a sí mismos -triturados en el
molino- para formar una sola unidad; tampoco celebramos la eucaristía con
muchas uvas, sino con un vino de muchas uvas muertas a sí mismas -pisadas
en el lagar-.

Esto quiere decir que celebramos la eucaristía "en Jerusalén". El Señor


celebró la Eucaristía allí y nosotros hemos de continuarla allí. Quien no quiera
celebrarla en Jerusalén celebrará su propia Eucaristía pero no la del Señor. La
Eucaristía del Monte Tabor ¡qué bien celebrarla siempre aquí! Pero el Señor
dijo a Pedro: apártate de mí, Satanás... hemos de bajar e ir a Jerusalén y allí
morir, porque sin morir no hay Eucaristía.

No podemos pedir al Señor que celebre su Eucaristía en nosotros haciéndola


desde nosotros mismos, desde nuestros modos de pensar y de ver las cosas,
desde nuestras comunidades separadas y divididas, desde nuestros fieles sin
corazón de comunidad (alguien que tenía el corazón separado de los hermanos
tuvo que irse en la primera y definitiva Eucaristía). Y, sobre todo, si nuestro
corazón no ha descendido, no se ha humillado acogiendo su propia pobreza -
como lo hizo el Señor-, desde la que podemos entender que los dones que se
dan en la Eucaristía y que se dan para la Iglesia son fruto de la muerte, de la
entrega, del puro amor del Señor.

Esto nos lleva a comenzar la Eucaristía con alma de pobre: ni la eucaristía, ni


la comunidad que ésta forma, son fruto de nuestra sabiduría o de nuestro
trabajo. Mientras no creamos en la gratuidad de Dios, estaremos pensando en
los valores que tenemos para configurarla, en modos humanos de crear
comunidad y en ofrecérsela desde nosotros mismos al Señor.
Creer en lo imposible es el modo más adecuado de morir a nosotros mismos:
Dios va a dar unidad a nuestra comunidad, lo va a hacer él. Y cuando vemos
así la eucaristía y la comunidad, se vuelve a repetir la historia de Dios entre
los hombres; a construir, como Noé, una barca en medio de la arena del
desierto. Es claro que una barca no puede navegar en el desierto; tan claro
como nos es imposible a nosotros formar una comunidad en el Señor.

Nos manda el Señor vivir en comunidades que han nacido y navegan como
barcas en el desierto, donde no hay agua, donde no vemos que haya agua,
donde no tenemos sentidos para captar que exista agua; pero el Señor nos ha
dicho que sobre el desierto habrá agua y esa barca va a navegar.

Por mucho que se rían los hombres, como de Noé, de esta acogida de la
gratuidad de Dios, de la ineficacia para el mundo, tenemos que estar
preparados para esta forma de muerte a nosotros mismos y a nuestra
autosuficiencia. Poca gente cree en la gratuidad de Dios, en que va a haber
agua en el desierto. Pero estamos en el terreno del misterio, de la presencia de
Dios y de su fidelidad: "yo estaré con vosotros... sin mí no podéis hacer
nada”.

Si no entramos en este misterio de gratuidad, ese pan y ese vino nos matarán,
nos escandalizarán; nos llevarán a la increencia y nos convertiremos en
administradores de algo en lo que no creemos; funcionarios del pan y del vino,
funcionarios del rito y de la ley, pero no de la gracia.

Si no entramos en este misterio de gratuidad, nos escandalizará la pobreza de


la comunidad, en la que nos será imposible ver la presencia del Señor; nos
escandalizará la pobreza de los hermanos, a través de los cuales él va a
manifestar su poder y su gloria; y, sobre todo, no veremos que los hermanos
son dones gratuitos de Dios, caminos necesarios para que él venga a nuestra
vida.

Desde estos elementos tan pobres nos van a llegar el milagro de la presencia
de Dios. Y esto será lo que nos cure de "vivir de apariencias". Porque nosotros
observamos y clasificamos todo por apariencias, también a los hermanos. Es
la apreciación de nuestro pecado. Y, desde ahí, tratamos de imponer nuestros
proyectos a esa comunidad... como si al Señor le fuéramos a encontrar en esas
cosas maravillosas que nosotros pensamos y proyectamos desde nuestros
propios criterios. El Señor viene en ese viento suave y apenas imperceptible...
en esa pobreza. Ahí encontró Eliseo al Señor y ese símbolo de pobreza le
llevó a encontrarse consigo mismo y a una profunda conversión.

Por eso, y porque los seres humanos tenemos la tendencia invencible a


afirmarnos, a que nuestro hombre natural crezca, por eso clasificamos,
juzgamos y, a veces, condenamos. Quien comience la eucaristía adorando el
misterio de lo imposible para él, pronto aprenderá a ver cada día un milagro
en sus manos; pronto tendrá ojos para acoger a su comunidad como nacida de
Dios, para saber que Dios es su vida y su fin; pronto aprenderá ese
discernimiento espiritual tan necesario para juzgarse uno a sí mismo: "cuanto
dista el oriente del ocaso así distan mis caminos de vuestros caminos"; así
dista el juicio de Dios sobre estas cosas de nuestros juicios.

Y es hermoso ir aprendiendo a subir al altar de Dios cada vez con menos


escándalo, con más comprensión y amor a la pobreza y a la cruz; nadie que
vaya por este camino querrá "ocultar" la pobreza y la desnudez de Dios entre
los hombres. ¿Cómo entender al crucificado si no entendemos la pobreza de
nuestras comunidades, su oración tan pobre, sus palabras balbuceantes, su
canto lejos de todo perfeccionismo? ¿Cómo, si antes no entendiéramos la
pobreza con la que Jesús se nos manifiesta y se nos entrega a cada uno de
nosotros, sus sacerdotes?

Tiene que escandalizarnos el pan para entender, y la comunidad para entender,


como la impotencia de Jesús aquella noche escandalizó a sus discípulos:
"todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche". Es difícil encontrar a
alguien que no se haya escandalizado ante una comunidad carismática. Y es
que se repite la misma historia: la pobreza y el fracaso de Jesús nos hacen
huir, ¿a dónde?, a buscar apariencias y ropajes para ocultar al pobre. Pero
Jesús dijo: "dichoso el que no se escandalice de mi.

Esta primera actitud nos preparará el alma para no caer en el pecado que
destruye la eucaristía y la comunidad: el juicio. Reconciliados con nuestra
pobreza no podemos seguir en el altar de Dios con juicio en el corazón,
porque hasta el juicio más oculto es rechazo de la propia pobreza y rompe el
cuerpo de Cristo y su unidad.

SEGUNDA ACTITUD

Los dos polos entre los que se mueven nuestros juicios son: la no aceptación
de nuestra propia pobreza y el deseo que tenemos de ser Dios. Y desde esta
situación juzgamos a Dios y a los hermanos. En realidad nos hacemos medida
de la santidad de los hermanos, les juzgamos si no son imagen y semejanza
nuestra; y tenemos tentaciones de huir cuando no es asÍ, porque su pobreza
nos escandaliza, de la misma forma que nos sigue escandalizando, y así será
por los siglos de los siglos, la Cruz de Jesucristo, el Señor.

Y aquí entramos, de nuevo, en la gratuidad y en la impotencia. ¿Quién puede


no juzgar? Únicamente el pobre; y pobre que asuma y ame serIo no ha habido
más que uno: Jesucristo. Ser totalmente pobre, aunque lo es, no le corresponde
al hombre; le corresponde solamente a Jesucristo.
Si en algún momento tiene que ser santo el precepto del Señor: "no juzguéis ...
", es en la eucaristía; si en algún lugar, en la comunidad. Precepto imposible,
eucaristía imposible, comunidad imposible... para nosotros. Y es que el
segundo peldaño en la subida al altar de Dios también es gratuidad - no
llevábamos más que pobreza -. Y quien no la acoja celebrará "su" eucaristía:
en ella aparecerán su sabiduría, sus cualidades, su lógica, sus ideas...; pero la
verdad, que estaba ante nosotros -como ante Pilato- desnuda y pobre, seguirá
oculta. Y ¿qué es la verdad? La tenía delante Pilato, pero su modo de mirar le
llevó al juicio.

Si esta imagen de Jesús en los hermanos nos fuera cada día más familiar, más
amiga, ¡qué bien nos sentiríamos en nuestra comunidad!, ¡qué bien
celebraríamos el "paso" del Señor! Lo descubriríamos enseguida, lo
disfrutaríamos, nos alegraríamos..., porque nuestras apariencias ya no nos lo
impedirían; porque nos sentiríamos todos amados en los pobres que somos, en
lo pecadores. Y un amor que ama todo esto y así ya no es humano: es Dios.

¿Dónde las diferencias? ¿Dónde los juicios? Sólo muere el juicio en quienes
se dejan amar por Dios como son. Estos entienden que Dios ha creado a cada
hermano como ha querido y que nos los ha dado no para juzgarlos o
dominarlos sino para que nosotros le encontremos a él a través de ellos
muriendo a nosotros mismos, que es el mejor modo de encontrarnos. De la
misma forma que nos ha dado una cruz para que encontremos a Cristo en ella,
si la pobreza de nuestros hermanos nos escandaliza, seguiremos
escandalizándonos de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

Por este camino podremos ahondar más en el misterio del Cuerpo de Cristo;
no sólo en el de su unidad sino en el de su diversidad. Ni en la eucaristía ni en
la comunidad se puede dar el juicio, la división, pero todos somos distintos. Y
aquí sucede el milagro: que nuestras diferencias ya no son obstáculos para
celebrarla, no son motivo de discusión. De nuevo la gratuidad de Dios, el
misterio de lo nuevo: lo que es imposible para el hombre lo hace el Señor. Un
milagro nacido de la pobreza: cuando asumimos morir a nuestra apariencia, a
nuestro cascarón, a nuestra piel... Dios realiza en nuestra diversidad un pan
nuevo, un vino nuevo, una unidad nueva, "para que sean uno" a imagen de la
Trinidad.

Hemos de cuidar en nuestras eucaristías y en nuestras comunidades de no


ocultar al pobre; de no recubrirlo de estéticas, de lógicas, de palabras muertas.
¿Alguien ha visto en ellas al Pobre? Le hemos tapado con tantas riquezas,
ocultado con tantas voces mixtas, con dorados y obras muertas de museo, que
¿cómo descubrir en un poco de pan y en un poco de vino y en cada hermano...
al que está vivo?
Cuando deje de atraernos todo lo que no es pobre en la eucaristía y en la
comunidad es que vamos entrando de verdad en el misterio de la Encarnación
de Dios en la historia, por ese camino llegó. El Señor no viene a que le
rindamos honores ni grandes homenajes; viene sólo a que le acojamos como
es en nuestro corazón, para hacernos pueblo suyo y fermento para el mundo.
A él sólo hemos de escuchar, a él celebrar y en comunidad, que es el lugar de
su revelación. Esto nos llevará a no prescindir de nadie, sobre todo de los
miembros más pobres, más enfermos y débiles; desde ellos ha querido venir el
Señor muchas veces a nuestra vida, pero, como no hemos visto en ellos figura
ni apariencia, hemos vuelto el rostro, no hemos descubierto en ellos "al que
tampoco tenía figura ni apariencia", al Siervo de Jahvéh, al Salvador.

TERCERA ACTITUD

Las actitudes anteriores nos conducen hasta la más profunda; aquella con la
que Jesús celebró la eucaristía y construyó la comunidad: la de servidor. Tiene
alma de servidor quien ejerce la misericordia, quien tiene puestos sus ojos y su
corazón en la necesidad, en la carencia, en el dolor y en el pecado de los
demás, y los tiene puestos no con juicio sino con amor.

No tendremos este don si antes no hemos tenido nosotros mismos experiencia


de la misericordia de Dios, que nos ha amado como somos. Sólo cuando
sentimos sobre nuestra vida que Dios nos ha amado como somos podemos
tener corazón de servidores; la liberación que produce ser amados así es el
bien que nos lleva a servir a los hermanos, el mismo amor de Dios.

Todo nuestro ser tiene que estremecerse cuando tenemos entre las manos al
Siervo, al grano de trigo triturada y al racimo pisado, al que prefirió no vivir
ya nunca para sí. Esta es la actitud del consagrado, la del liberado de sí
mismo; tener así el corazón, y tenerlo siempre -Jesús no se quitó el mandil en
la última cena- es que el corazón de Dios vive entre nosotros en este mundo
nadie se ama por eso, nadie da la vida por eso... si no mora en él el amor de
Dios.

A medida que vamos adquiriendo actitudes de siervo descubrimos que le


competen dos tareas importantes: la de escuchar y la de acoger. El siervo que
no escucha no vive desde las necesidades de los demás; contesta a preguntas
que nadie le hace y, en el fondo habla de sí y se sirve a sí mismo.

Al Señor, o se le sirve desde las necesidades de los demás o no se le sirve;


ellas son las que convierten al siervo, las que le sacan de sí mismo; desde ellas
nacerá la exigencia de oración-vivir desde los demás es una forma de muerte
contra la que se rebela toda nuestra naturaleza -y la exigencia de formación-
para no imaginar que podemos servir a la comunidad desde nuestras propias
teorías, desde nuestros proyectos.
Los sacerdotes debemos ser los hombres de la escucha, aunque nos hayan
enseñado todo lo contrario. El púlpito y la tarima, símbolos del que habla
desde arriba; la cultura y hasta la misma tradición, nos han hecho los hombres
de la primera y última palabra. Pero, cuando no escuchamos no sabemos por
dónde nos quiere llevar el Señor, y vamos solos. Una buena decisión
consistiría en nombrar a la comunidad como nuestro director espiritual. Desde
ella y sus necesidades nos santificará el Señor y nos identificará con él; desde
esta escucha cambiará nuestra jerarquía de valores y aprenderemos a escuchar
a Dios, porque quien no escucha a los demás acaba por no escuchar tampoco a
Dios; se escucha a sí mismo, reflexiona y todo acaba siendo fruto de su
reflexión. El Señor nos habla desde las necesidades que tiene cada uno de sus
hijos... pero ¡no tenemos tiempo! Porque escuchar no es eficacia.

Acoger es la tarea por la que el siervo asume como propio el peso, la debilidad
de aquellos a los que sirve. En esto se distingue de quien no es verdadero
servidor, quien no es verdadero siervo se despreocupa del peso de los demás
y, a lo sumo, compadece de palabra, da consejos que no afectan para nada a la
propia vida. Al verdadero siervo le obsesiona sobre todo el pecado y las
situaciones de opresión de sus hermanos. Sabe que son peso e infelicidad. Por
eso, a ejemplo de Jesucristo, el único siervo de verdad, quiere ayudar a los
demás a llevar sus cargas, sus pecados.

Es propio de los sacerdotes ahondar de modo especial en la realidad de la


"comunión de los santos"; tener el corazón lleno de compasión, puesto que no
sólo estamos sumidos en la debilidad para que podamos entender, sino que el
Señor Jesús, a ejemplo suyo, nos ha confiado esa misión. ¿Alguna vez hemos
querido cargar con el peso de quien viene a nosotros y no puede más?

Tal vez ese comienzo de la eucaristía, la reconciliación, a la que dedicamos


apenas unos segundos sea la clave del primer amor necesario para celebrar la
eucaristía y sentirnos hermanos. Jesús le dedicó mucho tiempo... porque es
difícil sentirse reconciliado por unas simples fórmulas. Y, tal vez aquí
encontremos la clave para aceptar o no el final: compartir, romperse por los
demás, comulgar con la realidad, que es el cuerpo de Cristo. La eucaristía, y la
comunidad que forma, comienza por la muerte a nuestro propio egoísmo; sin
esta forma de muerte no hay experiencia de presencia de Dios ni de
comunidad. Todo consiste, al fin, en que no celebremos nosotros la eucaristía
o hagamos la comunidad sino que la eucaristía y la comunidad pasen como
don de Dios por nuestra vida real y la cambien.

Pobreza en el espíritu y vacío espiritual


(la experiencia oriental y la experiencia cristiana)

Por Fr. Marcos Ruiz O.P.

En la época de la postsecularización, que ha comenzado ya, son muchos los


caminos por donde se va buscando de nuevo el tesoro perdido de la
espiritualidad. Entre estos caminos están los sistemas orientales de
espiritualidad, que en los últimos años han tenido no poca influencia entre
nosotros. En efecto, muchos creyentes, con muy buena voluntad y no menos
ingenuidad, intentan aprovechar estas ofertas, creyendo que al final de su
experiencia encontrarán la ansiada unión con Dios y el gozo de su presencia.
Olvidan lo que dice el Evangelio: "Lo nacido de la carne, es carne; lo
nacido del Espíritu, es espíritu" (Jn. 3,6). Thomas Merton, pensador y
místico moderno que también conoció la experiencia del Oriente, llegó a
escribir:

"No te hagas ilusiones. Como Dios no se diga a Sí mismo dentro de ti, no eres
más que esa piedra que está en el campo".

Aunque soy consciente de moverme en un terreno delicado, el terreno de la


experiencia espiritual que nunca es del todo descifrable, con estas líneas
quiero aclarar algunas ideas y salir al paso de dificultades reales que,
precisamente por estas corrientes que circulan entre nosotros, no pocos
creyentes encuentran hoy en su camino espiritual.

1. LA MEDITACION, CAMINO ESPIRITUAL EN EL ORIENTE

Los sistemas orientales más conocidos entre nosotros, y que tratan de ser
aprovechados como caminos para el encuentro con Dios, son: el Yoga, el Zen
y la Meditación Trascendental. Todos ellos hunden sus raíces en el
Hinduismo. Los grandes maestros o gurús han sido y son personas de gran
valor espiritual, lo mismo que son de gran valor para sus propósitos las
técnicas que utilizan y proponen a sus seguidores. Su vida ascética en general
es admirable. La austeridad es para ellos un elemento necesario para la
práctica de la meditación, la oración y el encuentro espiritual con el Absoluto.

Para el Hinduismo sólo existe verdaderamente el Absoluto, el Ser, Dios.


Todos los demás seres reciben la existencia de él y son verdaderos en tanto en
cuanto son y no en lo que aparecen ser. Lo cual es válido para el hombre y
para todos los seres que existen. Una flor no es ni tiene valor por la belleza
que tiene, sino simplemente porque existe y participa del Ser, que se expresa
en ella en forma de belleza. Lo mismo cada uno de nosotros. De tal manera
que el aspecto exterior que nos identifica o las cualidades que nos enriquecen,
no son lo más valioso que cada uno tiene. Lo que interesa y es realmente
válido es que somos, el ser que está dentro de nosotros, nuestra profundidad.
Por tanto, cada hombre, si desea vivir en la verdad, debe vivir en su propia
profundidad y desde ahí. Cuanto más tiempo pueda permanecer dentro de sí
mismo, tanto mejor, porque estará en la verdad, que le dará la felicidad
liberándole de todo lo demás. De ahí que establecerse en la soledad y en la
interioridad sea lo que pretenden los buscadores de perfección. Fácilmente
abandonan todo, tanto alrededor de ellos como dentro de sí mismos, para
establecerse en la verdad que está en la profundidad. Allí cada uno encuentra
su verdadero yo (Atman) y encuentra a Dios (Brahman) .

Es evidente que el Hinduismo es un pensamiento filosófico-espiritual de tipo


panteísta, en el que Dios y todos los seres se unen en el ser. Son, y siendo o
desde el ser, son uno.

Ahora bien, ¿cómo llegar al fondo de uno mismo? El camino para llegar a la
profundidad, a esa experiencia del ser, a la unión con el Absoluto, el Ser o
Dios, es la meditación. La meditación es el elemento común a todos los
caminos espirituales del Oriente. Mediante las técnicas de interiorización que
proponen, practicadas asiduamente, el meditante consigue unos efectos
positivos para su sistema nervioso, su psiquismo e incluso su cuerpo. Todos
ellos son el resultado del estado de quietud en que sitúa la meditación. El fin,
sin embargo, de la meditación es la unión con Dios en el nivel de la
profundidad o trascendencia, más allá de todo lo que no es él, en un estado
puramente espiritual, donde simplemente se es y se está. Allí el proceso
meditativo se detiene y la misma meditación deja de existir, porque allí "el
verdadero vidente ve al Divino, real y sin meditación alguna, como idéntico a
su mismo yo" (Yoga davshana Upanishad IV, IX, X).

El vacío espiritual

El piadoso meditante del Oriente llega de esta forma al vacío. Sin embargo, la
vacuidad no es para él la no existencia, la nada. Pero, ¿acaso por no ser la no
existencia deja de ser vacío? ¿No habría que decir más bien que este vacío es
incluso más angustioso precisamente por ser vacío en la existencia y ser
experimentado por el que sabe que existe y está vacío? Este es el gran
problema que tal camino espiritual plantea al hombre occidental, y por
supuesto al cristiano, cuya idea de Dios y del hombre son totalmente distintas.
Es éste un problema no solamente religioso, sino también psíquico y
biológico, que puede tener consecuencias muy negativas para quien se vea
afectado por él.

Es de suponer que el hombre religioso oriental, hinduista, no vea ni viva así su


experiencia espiritual. Partiendo de la idea de Dios como el Ser supremo que
subyace a todos los seres y que se identifica con ellos en cuanto son, el
hombre que busca la unión con Dios necesariamente ha de intentar encontrarle
en ese nivel. El camino más corto, y en realidad único, es la propia
interioridad. Se le impone, por tanto, vaciarse de todo lo que no sea el ser,
desprenderse de todo y de todos, incluso de su propio yo exterior, que no es su
yo auténtico. Se queda así en la pura existencia, que ciertamente es un vacío
de todo, pero para él es el encuentro de su verdadero yo, el yo interior, y en el
del Ser, el Absoluto, Dios. De nuevo, no hay que olvidar que el Hinduismo es
panteísta, y ofrece al hombre religioso la absorción en la Divinidad, como la
meta del proceso espiritual y de la vida entera.

El vacío espiritual aquí es el lugar de la experiencia de Dios a través de la no


experiencia de otras realidades. Es el estado de la trascendencia, del puro y
simple acto de ser en el Ser, donde el devoto hindú encuentra su verdadera
identidad, aunque sea perdiéndola en su identificación con lo divino. Estado
para él de felicidad, inmunidad y bienaventuranza, incluso en este mundo.

2. - EL CAMINO ESPIRITUAL CRISTIANO

La espiritualidad cristiana discurre de muy distinta manera, y por eso es


radicalmente incompatible con la espiritualidad oriental. No entender esto, es
exponerse a un sincretismo teórico y práctico nada aconsejable.

Comunión, inhabilitación, amor.

El Dios de la Biblia es un Dios personal, distinto e inconfundible con ninguno


de los seres de la creación salida de él (Gn 1: Ex 3, 14). Entra ciertamente en
comunión con los hombres, con quienes realiza una Historia de Salvación,
hasta el punto de tomar su propia carne en seno de una Virgen (Lc 1, 26-38),
pero nace como alguien distinto en la persona de Jesús de Nazaret (Lc 2, 1-
20), por más que éste apareciera como uno de tantos (Fil 2, 6-7). La vida y las
enseñanzas de Jesús revelarán a los hombres que Dios es también un Padre
(Mt 6, 9-15), Padre suyo y Padre nuestro (Jn 20, 17), con quien vive en
estrecha unión por el Espíritu (Jn 16, 13-15; 17,22) Y con quien desea venir a
habitar en el corazón de quien les acoja por la fe (Jn 14, 23), una vez
resucitado y hecho espíritu que da vida (lCo 15, 45). Pero nunca esta unión de
Dios con el hombre será una fusión, con-fusión o absorción de uno en otro. La
espiritualidad cristiana habla de comunión y de inhabitación. Lo cual es puro
don de Dios, que el hombre a lo sumo puede desear, pedir y recibir del mismo
Dios, que ciertamente desea comunicarse a todos los hombres (Rm 11, 32).

La unión del hombre con Dios, siendo ambos distintos, sólo es posible a
través del camino de la unión personal: el amor. Por el amor uno va al
encuentro del otro y ambos consuman la unión en el encuentro amoroso,
permaneciendo sin embargo distintos entre sí, en comunión o íntima unión. En
la tradición espiritual cristiana el camino para llegar a esta unión se ha
llamado siempre contemplación, no como opuesta a la meditación, sino como
último peldaño al que el Espíritu Santo conduce "fuerte y suavemente", dice
San Juan de la Cruz, desde la meditación (Subida al M.C.,II,14,2). Es ésta una
vivencia del orden del amor que, lejos de experimentarse en forma de vacío,
se experimenta como un sentimiento fuerte de plenitud. Más que ausencia de
algo, es presencia de Alguien. Una experiencia inefable, que los que la viven
difícilmente consiguen expresar.

Cuando el contemplativo cristiano que busca la unión con Dios se ve


agraciado por su presencia en él, se da cuenta de que su actitud debe ser más
de dejarse hacer que de hacer. Dios es de otro orden, está por encima del
hombre y éste debe ser elevado al nivel de Dios. Es el orden de lo
sobrenatural. Para conseguirlo, el creyente deberá ciertamente despojarse de
todo aquello que, en el orden natural, sea incompatible con el don de Dios.
Pero es un despojo, un vaciamiento, para dejar paso a una nueva presencia, y
ésta más plena. Basta que ame, que desee, que abra la puerta de su corazón al
nuevo huésped que quiere entrar en él

"Atención amorosa a Dios"

Tal proceso no lleva a la angustia del puro vacío, sino al gozo de la posesión
de algo infinitamente superior. No hay intervalos de pura nada entre estos dos
momentos. Es una continuidad de presencias. Ocurre que, a medida que el
contemplativo avanza hacia la contemplación perfecta, el mismo Espíritu
Santo le va empobreciendo, desprendiendo de multitud de cosas en su entorno
exterior y en su interior. Se va dando en él incluso la suspensión de las
facultades internas y va pasando de la actividad a la pura pasividad. Y llegado
este momento, dice San Juan de la Cruz, "el alma gusta de estarse a solas con
atención amorosa a Dios sin particular consideración, en paz interior, quietud
y descanso, y sin actos ni ejercicios de las potencias, memoria, entendimiento
y voluntad" (Subida al M.C.,II,13,2,3 y 4).

El contemplativo cristiano comienza este camino atraído por el mismo Dios


que, de alguna manera, se ha hecho presente en su vida. En él ha encontrado el
tesoro escondido de que habla el Evangelio (Mt 13, 44). A partir de ese
momento, todo lo demás pierde valor para él. Dios, de quien ha tenido noticia
directa por la revelación de algunos de sus atributos, atrae poderosa e
irresistiblemente a su alma, sigue diciendo San Juan de la Cruz (Subida al
M.C.,II,26,3 y 6). Todo su quehacer será dejarse llevar por quien se ha hecho
presente en su vida, "sumergiéndose cada vez más en la profundidad de su
Misterio" (Sor Isabel de la Trinidad, Elevación).

Lo que produce tales efectos en un alma contemplativa no es el esfuerzo


personal, la renuncia, la relajación o la suspensión del pensamiento, como
propugnan las técnicas orientales. En este orden de cosas, tales técnicas no
dan como resultado más que el vacío y la angustia para quien ha confesado
previamente a Dios como un ser personal. Quien, a pesar de todo, se empeñe
en practicar tales métodos de oración, puede producirse inocentemente la
experiencia de tal vacío, que su punto de comparación más semejante para
nosotros puede ser el mismo infierno, como ausencia de Dios y resistencia a
ofrecerle morada en él A veces habría que temer incluso la influencia
poderosa, y a todas luces perjudicial, del Espíritu del Mal en un espíritu
humano que se empeñe en permanecer vacío. Por eso, absolutamente
hablando, los caminos del Oriente no son compatibles con el camino espiritual
cristiano. El cristiano sólo tiene un camino para ir a Dios, Jesucristo, que ha
dicho de Sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 5), y que
actúa ahora por medio de su Espíritu. Fuera de él, el creyente debe saber que
nunca más encontrará a Dios, sino únicamente a sí mismo o la nada.

Por el contrario, cuando un creyente se deja conducir por la acción del


Espíritu del Señor que le va llevando por los caminos de la contemplación
hacia la plenitud del encuentro con Dios, puede pasar por el vaciamiento de sí
mismo, la pobreza y el despojo, pero el resultado final es el gozo y una
sensación de paz tal, que bien puede decirse es un adelanto de la
bienaventuranza del cielo. A este estado se refiere San Juan de la Cruz cuando
habla del sosiego espiritual en la noche: "En este sueño espiritual que el alma
tiene en el pecho de su Amado posee y busca todo el sosiego, descanso y
quietud de la pacífica noche, y recibe juntamente en Dios una abisal y oscura
inteligencia divina; y por eso dice que su Amado es para ella "la noche
sosegada" (Cántico Espiritual B, estro 14-15).

En un contemplativo cristiano hay pobreza, austeridad, desprendimiento, sí.


Pero son obra del Espíritu Santo, fruto de la presencia de Dios en él, y no del
ejercicio de sus propias potencias espirituales. No hay en él vacío, sino
presencia de Alguien. Su pobreza se ha convertido en riqueza sobreabundante,
pero de otro orden, y sólo comprensible para quien tiene ojos de fe.
Aparentemente en el acto contemplativo no hay actividad en el sujeto, sino
pasividad o padecimiento de la nueva presencia. En realidad el vacío del
contemplativo está lleno, y su pasividad es la actividad de un amor que se
abandona.

3.- ESPIRITUALIDAD CRISTIANA Y ESPIRITUALIDAD ORIENTAL:


REFLEXIONES y CONCLUSIONES

Llegado a este punto, fácilmente podemos comprender cómo, a pesar de la


semejanza aparente en cuanto al recorrido espiritual, la espiritualidad cristiana
y la espiritualidad oriental tienen fundamentos absolutamente distintos que, al
menos a nivel de los principios, las hacen incompatibles entre sí.

-La espiritualidad oriental, cuyo fundamento está en los principios doctrinales


del Hinduismo, se presenta como un camino que el hombre recorre para llegar
al encuentro con Dios. La iniciativa la toma el hombre. Dios es, está. Es el Ser
y el fondo de todo ser, pero su acción es estática y a lo sumo actúa estando y
permitiendo que quien le busca le encuentre. Lo cual el hombre lo consigue
cuando, a través del desprendimiento y del camino interior de la meditación,
se encuentra consigo mismo, con su ser que es uno con el Ser. Allí reposa y
descansa en la experiencia de la pura existencia.

-La espiritualidad cristiana, sin embargo, tiene como fundamento el


acontecimiento histórico de la Encarnación de Dios en Jesús de Nazaret
preparada en el pueblo de Israel y continuada en la Iglesia. El espiritual
cristiano es el que contempla el gran amor de Dios, que le ha llevado a buscar
al hombre, a amarle primero (1 Jn 4, 10), hasta tomar carne en Jesucristo. La
iniciativa la tiene Dios, y el hombre es el que libremente recibe al Dios
que viene y puede colmar los deseos de su corazón. Dios se acerca al
hombre de corazón sencillo y limpio y le hace bienaventurado, se muestra a él
(Mt 5, 3-4). Por la acción del Espíritu le eleva a un nivel superior de
existencia, al nivel de su misma vida divina.

La acción del Espíritu Santo, la gracia santificante y elevante en el hombre fiel


que ha descubierto el amor de Dios, hacen que éste se vea irresistiblemente
provocado a amar a un Dios que ama hasta el punto de querer habitar en
medio de los hombres y en el corazón de cada uno. A partir de aquí tiene lugar
la experiencia fascinante de la contemplación cristiana, una experiencia de
gozo embriagador y sufrimiento purificador al mismo tiempo, lo más libre y
lo más difícil de resistir, lo más dulce y lo más hiriente. Cuando esta
experiencia se da en plenitud, es más pasiva que activa. Está fundada en el
amor de Dios y basada en todo momento en la confianza en Jesucristo, camino
de Dios hacia el hombre y del hombre hacia Dios. Es una experiencia que,
dadas todas sus características, resulta inefable, difícil de expresar. Hay que
vivirla para entenderla de verdad. De ella los verdaderos místicos sólo hablan
cuando se les pregunta y nunca quedan satisfechos de sus propias palabras.
Thomas Merton decía, hablando de la oración conternplativa: "El que piense
que puede decir algo acerca de la contemplación, es que nunca la ha
experimentado. Todo lo más que se puede hacer es anunciarla, apuntar hacia
ella, dar algunas analogías, algunos símbolos de lo que realmente es. Lo que
hay que hacer es experimentarla. Y, experimentándola, encontraremos que
nuestra vida cambia. Y nuestra idea de Dios también".

Esto es lo que he querido hacer aquí: aproximarme a la experiencia espiritual


fundamentalmente cristiana. El punto de comparación ha sido la experiencia
oriental, dada la influencia de sus métodos entre nosotros en estos últimos
años. Es preciso que sepamos aprovechar lo que hay de bueno en esos y otros
caminos que pretenden llevar a Dios (Fil 4, 8). Pero se impone un buen
discernimiento espiritual, sobre todo cuando se trata de asumir los valores de
las religiones. El cristiano debe saber que de la simple experiencia religiosa al
cristianismo hay un salto cualitativo que dar, nada menos que el salto del nivel
natural al nivel sobrenatural. Por eso para el cristiano cualquier mensaje, y
más si es religioso, debe ser una llamada a la reflexión comparada. Y,
tratándose de las creencias y los métodos espirituales que tienen como base el
Hinduismo, de no hacer un buen discernimiento, uno se expone a caer en el
vacío, en la angustia y en la decepción, en lugar de entrar en la plenitud y el
gozo del verdadero Dios, que quiere ser todo en todos (lCo 15, 28).

62 - La POBREZA EN LA BIBLIA

La pobreza en la Biblia
Por Vicente Borragán

La palabra pobreza es un término ambiguo y equívoco. No se presta a una


fácil definición. Es, todavía hoy, una noción poco trabajada teológicamente y
que, pese a todos los estudios realizados, permanece incierta. ¿Qué es la
pobreza? ¿Existen muchos tipos de pobreza? ¿Qué dice la Palabra de Dios
sobre los pobres? Las reflexiones que siguen sólo pretenden orientar en ese
difícil camino.

1. VOCABULARIO DE LA POBREZA

En la Biblia encontramos un vocabulario muy rico para designar la pobreza.


Los términos que la describen son muy concretos. He aquí los principales:

* ras (usado 21 vez en el texto hebreo de la Biblia): es el pobre, el necesitado,


el indigente.

* miskén (4): es el que depende de otro, el dependiente.


* ebyon (61): es el que desea, el mendigo, aquel a quien le falta algo y lo
espera de otro.

* dal (48): es el débil, el flaco; designa la situación de la clase inferior, del


pueblo pobre, desdichado, insignificante.

* aní (plural aniyyim, 80 veces): es el hombre que está siempre como en


situación de subordinado, el vasallo. Cuando se trata de una relación de
dependencia económica tiene el sentido de mísero, desposeído, pobre. Aní es
el encorvado, el que está bajo un peso, el humillado, el disminuido en su
capacidad y vigor. Es el incapaz de resistir, aquel que tiene que ceder y
someterse. Es un débil y oprimido sin defensa. El acento no cae de manera
especial sobre su carencia de bienes sino sobre su humillación, que le hace ser
una presa fácil de los poderosos. Es como un ciudadano de segunda categoría.

*Muy próximo a aní se encuentra anaw (usado siempre en plural: anawim,


usado 25 veces): es el pobre y doblado, el débil y el pequeño. Los textos
donde aparece la palabra tienden a darle un colorido religioso. Los anawim
serían los humildes ante Dios (pero jamás deberán ser forzados los textos en
esa dirección).

En griego existen dos palabras para designar a los pobres: penes y ptojós.
Penes (de la misma raíz que ponos = carga) es aplicado a la clase trabajadora,
a los pequeños terratenientes, a gente que tiene que trabajar duramente para
poder vivir. En el N.T. sólo aparece una vez (2 Co 9,9, cita del Sal. 112.9).

Ptojós (de la raíz pte = acurrucarse, asustarse, tímido, encogido...) designa la


situación de dependencia social absoluta. Ptojós es el hombre incapaz de
satisfacer sus necesidades vitales, reducido a la mendicidad, el pordiosero. Sus
derivados más importantes son: ptojeuo = mendigar, llevar vida de mendigo,
ser pobre; ptojeía = la actividad del mendigo, la mendicidad, la pobreza.

En el N.T. ptojós (34) es usado en el sentido de aquel que tiene necesidad de


otro para vivir, el miserable obligado a la mendicidad. Sólo en seis casos el
término tiene un sentido espiritual pero figurando en contextos que dan a la
palabra un sentido inmediato muy concreto.

Indigente, débil, encorvado..., términos utilizados para designar la situación de


muchos seres humanos. Las palabras fotografían al pobre concreto y viviente.
Ese es el subsuelo para toda comprensión de la pobreza.

2. LA POBREZA: UN ESTADO ESCANDALOSO

En los primeros libros bíblicos se da como una exaltación de los bienes


materiales. Los justos, los que observan la alianza eran recompensados por
Dios con riquezas, larga vida, salud, hijos numerosos... Si obedeces la voz de
Dios bendito serás en la ciudad y en el campo, bendito el fruto de tus
entrañas.... Yahvéh te hará rebosar de bienes (Dt 28, 1-14; 8, 7-10 etc.).

Por el contrario..., si no obedeces la voz de Yahvéh..., maldito serás en la


ciudad y en el campo, maldito el fruto de tus entrañas, cuando entres y cuando
salgas, no serás más que un explotado y oprimido toda la vida (Dt 28. 15-46:
Lv 26. 24-33 etc.). El lote de los que quebrantaban la alianza era la
enfermedad, la esterilidad, la muerte prematura, la pobreza.
La pobreza era una maldición, no un ideal de vida.

Hasta el s. X a.C., el nivel de vida fue casi idéntico para todos los hombres de
Israel. A partir del reinado de Salomón se produjo una gran transformación en
la sociedad israelita. Los oficiales y funcionarios del reino comenzaron a
enriquecerse. La antigua igualdad social y económica se rompió para siempre.
Aparecieron las clases sociales, la explotación de los pobres por parte de los
ricos. Así comenzó a plantearse el problema pobreza-riqueza tan importante
en el Antiguo Testamento.

Tal como fue evolucionando la historia del pueblo de Dios se podía ver con
claridad que la pobreza no tenía que ser necesariamente una fatalidad. En ella
intervienen los hombres. Son ellos los que la causan y la mantienen, los que
tuercen el juicio y venden al pobre por un par de sandalias (Am 8, 6). La
pobreza de los pobres no podía ser un castigo de Dios ni la prosperidad de los
ricos una bendición del Altísimo. Si hay pobres es porque hay hombres que
son víctimas de otros hombres, que pisotean sus derechos y los vejan.

Los profetas denunciaron todo tipo de abuso contra las clases humildes del
país, señalando con el dedo a los culpables. Se alzaron como campeones de
los desheredados, condenando el comercio fraudulento y la explotación (Os
12, 8; Am 8, 5; Mi 6, 10; Jer 5, 27;6, 12 etc.); el acaparamiento de las tierras
(Mi 2, 1-3; Ez 22, 29; Hab 2. 5-6); el abuso del poder y la perversión de la
justicia (Am 5, 7; Is 10, 1; Jer 22, 13-17; Mi 3, 9-11); la violencia de las clases
dominantes (Am 4, 1; Mi 3, 1-2; Jer 22,13-18); la esclavitud (Am 2, 6; 8. 6;
Neh 5, 1-5): los impuestos injustos, la violencia y el bandidaje.

DIOS EL UNICO PROPIETARIO

Se condena la pobreza y se dan medidas concretas para impedir que se instale


en la vida del pueblo de Dios. Los libros del Levítico y Deuteronomio
contienen una legislación precisa orientada a impedir la acumulación de
riquezas en manos de unos pocos con la consiguiente explotación de muchos:

Dt 24, 9-21: no deberá recogerse lo que queda en el campo después de la


siega, de la recolección del olivo, de la vendimia.... es para el pobre (Cf. Lv
19, 9-11).

Ex 22, 24; Lv 25, 35-37: prohibición del préstamo a interés (el interés es como
un "mordisco" al hermano).

Ex 23,11; Lv 25, 2-7: reposo de la tierra cada siete años para que los pobres
puedan comer.

Ex 21, 2-6: el séptimo año los esclavos recobrarán la libertad.


Dt 15, 1-18: se condonarán las deudas.

Lv 25, 8-19: legislación sobre el año jubilar, que llevaba consigo la liberación
de todos los habitantes del país, el reposo de la tierra, la recuperación del
patrimonio familiar, etc.

La pobreza era algo que contradecía el sentido mismo de la religión de Israel.


En la raíz misma del pueblo de Dios está el rechazo de toda explotación del
hombre por el hombre. Todos los seres humanos son iguales. La supremacía
de bienes de la tierra no da derechos a un hombre sobre otro. Dios es el único
propietario de la tierra.

La esclavitud del hombre es un atentado contra la voluntad de Dios. El


hombre es su imagen y semejanza (Gn 1, 26). Es señor y no esclavo. El
hombre que explota a otro hombre le convierte en siervo, le priva de su
dignidad de imagen divina. La existencia de la pobreza refleja una ruptura de
solidaridad entre los hombres y supone también una ruptura con Dios. La
existencia de la pobreza es la negación misma del amor y de la comunión.

La pobreza es un mal, un estado escandaloso e intolerable. Lo fue entonces y


lo sigue siendo hoy.

3. DIOS Y LOS POBRES

¿Permanecerá Dios pasivo ante el escándalo de la opresión? ¿Dejará que su


imagen sea pisoteada y despreciada? Los pobres son, en el Antiguo
Testamento, como los legítimos representantes de todos los que sufren: los
oprimidos, los afligidos, los prisioneros, cojos, ciegos, sordos, mudos,
huérfanos, viudas, extranjeros, los que andan en tinieblas, los abatidos, los
corazones quebrantados.

Y Dios no permanece inactivo o silencioso ante ese espectáculo. Dios vela por
ellos y manda que sus fieles se cuiden de ellos (Is 61, 13; 29, 18-19; 35, 3-6;
49, 10-13; Jer 31, 8-9; Ez 34; Dt 25, 18; Is 58, 6-7; 58, 9-10; Job 24, 2-11; 22,
6-9; 29, 12-17; Ecli 4, 1-4; etc.). Dios les ama y quiere concederles la
salvación y el consuelo.

Dios hace justicia a los pobres. La expresión "hace justicia" ha de ser


correctamente entendida. No debe entenderse solamente de hacer justicia
como se hace en un tribunal humano. 2 Sam 18, 19-31 puede ser ilustrativo a
este respecto. No se trata ahí de que David sea justo por sí mismo sino que el
derecho le asiste, está de su parte; es justo por oposición a Absalom que es
injusto. El pobre, análogamente, es víctima de sus opresores. Y desde este
punto de vista es justo, es decir, tiene el derecho de su parte, es justo por
oposición al explotador que es injusto. Puede ser que sea justo por otros
motivos, pero eso importa poco en nuestro caso. El pobre espera que Dios le
haga justicia. Es absolutamente necesario que Dios asegure el derecho del
pobre, de aquellos a quienes nadie hace caso, de aquellos que no pueden
hacerse valer. Dios es su única esperanza. Por eso Dios, como rey de Israel y
en ejercicio de sus prerrogativas reales, tiene que hacer suya la causa del
pobre, tiene que hacerle justicia. El es su abogado, su protector, su libertador.

EL MESIAS, ESPERANZA DE LOS POBRES

Al fin de los tiempos los pobres serán también los beneficiarios de la


intervención de Dios. El Señor hará justicia a los débiles y exterminará a los
opresores. Los pobres no tendrán nada que temer. Los corazones abatidos
serán consolados, los ciegos verán, los sordos oirán, el cojo saltará como un
ciervo, la lengua del mudo dará gritos de alegría (Is 35, 2-10; 61, 1-3; 29, 19-
21 etc.).

Dios vigila para que los que ejercen el poder defiendan los derechos del pobre.
Los reyes de Israel y los gobernantes fueron severamente recriminados por no
hacer justicia a los débiles (1 Re 21, 2; 2 Sam 12, 1-4; Jer 21, 12; 22, 3; 22,
13-17; Prov 29, 13-17; Jer 5, 28; Am 2. 67; Is 3, 14-15; Sal 82, 2-4 etc.). Cada
israelita en particular tenía una serie de obligaciones hacia los pobres (Ex 22.
20-26; Lv 19, 33-36; 25, 35- 37; Dt 10, 1 8; 23, 20; 24, 10-13; 15, 7-8; 24, 19-
21). Si se quiere ser grato a Dios hay que imitar su conducta. Dios protege a
los débiles. Los hombres deben hacerlo también.

Ante los fallos de la justicia humana, se comenzó a esperar en Israel al Rey


ideal, a Aquel que había de nacer de la estirpe de David, al Mesías de Dios. Y
el rasgo más fundamental del Ungido sería precisamente la justicia: "Justicia
será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos" (Is 11. 5).

4. EL MESlAS ESTA AHI

Un buen día del año 28, probablemente, Jesús de Nazaret, que iba seguido por
una gran multitud, subió a un pequeño monte y comenzó a enseñar. Y las
primeras palabras que salieron de sus labios fueron ocho palabras de felicidad.
Con ellas marcó a los ciudadanos del reino de los cielos, invirtiendo todas las
categorías humanas. Así comenzó la Buena Nueva.

Pero existe un grave problema al acercarnos a la primera bienaventuranza. El


evangelio de Mateo suena así: "Bienaventurados los pobres de espíritu porque
de ellos es el reino de los cielos" (5, 3). En Lucas está redactada en estos
términos: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (6,
20). Las diferencias son sensibles. La crítica más exigente da como seguro un
texto original que sonaría así: "Bienaventurados los pobres porque de ellos es
el Reino de los cielos". Resulta casi imposible explicar la omisión de la
expresión "de espíritu" en Lucas, si hubiera formado parte del texto original.

El tenor original de la primera bienaventuranza es el de una gozosa


proclamación de felicidad para los pobres de la tierra. Jesús enlazó con toda la
esperanza y toda la expectación de los pobres de Israel. A fuerza de insistir
sobre la expresión "pobres de espíritu" se ha perdido el carácter de alegre
noticia que contienen esas palabras. Los destinatarios son los pobres como
representantes, lo hemos visto, de todos los que sufren, de todos los "parias"
del mundo. A ellos se les anuncia la fausta nueva del reino de Dios. El Ungido
de Dios ha llegado, y con él el fin del dominio de los explotadores, la
instauración de un reino de justicia, en el que Dios, como rey, la ejercerá por
siempre. Felices los pobres porque con la llegada del Mesías sus males
comienzan a tener fin.

LA BUENA NUEVA A LOS POBRES

El texto original, tal como aparece en Lucas, no contiene ninguna nota moral.
No habla de las disposiciones de los pobres en favor de Dios, no se dice que
sean justos o que se apoyen en su palabra. Puede ser que efectivamente sean
buenos, pero el acento de las palabras de Jesús no recae sobre su bondad, sino
sobre las disposiciones de Dios en favor de ellos.

Sí, esto parece cierto. Las palabras de Jesús no parten como lo ha hecho notar
perfectamente D. Jacgues Dupont, de la psicología del pobre sino de la
psicología de Dios. Dios debe, como rey supremo, hacer justicia a los pobres.
¡Está en juego su honor! Y está también en juego la idea que nos hacemos de
Dios. Dios no es un excelente contable que calcula, mide, reparte premios o
castigos de acuerdo con méritos o pecados. El Dios anunciado por Jesús no es
un contable perfecto sino un Dios inmenso que se caracteriza por su ternura en
favor de los más desgraciados, que tiene a gala dar la felicidad a los pobres,
que toma partido en su favor. Bienaventurados los pobres. De ellos es el reino.
Dios les ha concedido un privilegio enorme y nosotros no podemos discutirle
a Dios sus motivos. Una inmensa esperanza y alegría se abre para la
?humanidad de todos los tiempos. ¡Dios es así de maravilloso!

Ha existido en la tradición y todavía existe una tendencia a trasponer del plan


sociológico al plan espiritual la significación de los términos de las
bienaventuranzas. La pobreza material se convierte en pobreza espiritual, el
hambre material en hambre de justicia, etc. Cuando se trata de la pobreza la
transposición es bastante fácil de hacer. Ya no es tan fácil, por ejemplo,
hacerla a propósito de los afligidos. Y la dificultad parece insuperable cuando
pensamos en esa larga lista de desgraciados: cojos, prisioneros, corazones
abatidos... Las bienaventuranzas tienen un sentido religioso claro. Pero
¿dónde buscar ese sentido? ¿En las disposiciones espirituales de los
designados por ellas? La nota moral que aparece en el texto de Mateo está
ausente en el texto de Lucas. Se puede dar por seguro que es Mateo quien las
ha retocado, con las precisiones "de espíritu", "de justicia", "por causa de la
justicia".

Las bienaventuranzas contienen una paradoja que hay que tomar muy en
serio: los pobres poseerán el reino, los hambrientos serán saciados, los
afligidos serán consolados. La felicidad es prometida a situaciones que el
mundo juzga como desastrosas. Las predilecciones de Dios van hacia esos
seres a quienes la sociedad, los hombres, consideran como pequeños, sin
importancia, despreciables. El motivo de su privilegio está en Dios y no en
ellos mismos. Dios es rey y les hará justicia.

Esa es la alegre noticia para el mundo. Dios está de parte del pobre. Dios no es
neutral. Estar de parte de los pobres es estar de parte de Dios. Si se quiere
saber de qué lado está Dios hay que ponerse siempre de parte de los pobres.

5. DE LOS POBRES A LOS "POBRES DE ESPIRITU"

Todo lo dicho anteriormente ha de ser tenido en cuenta si se quiere entender


bien una segunda corriente de pensamiento que aparece en la Palabra de Dios
y que corre paralela con la pobreza material: la pobreza espiritual. Sin sus
entronques con la pobreza material es difícil hablar de la pobreza espiritual.
La pobreza material es como el subsuelo para la comprensión de la pobreza
espiritual.

¿Por qué se expresó una actitud del alma con el término pobreza? No lo
sabemos con precisión. Los autores sagrados podrían haber escogido otras
palabras. A la base de la elección del término puede estar la afirmación del
señorío de Dios sobre todo, que es la espina dorsal de Antiguo Testamento. La
actitud de sus adoradores tenía que ser la de un profundo respeto y
acatamiento, la de una obediencia y humildad total, disposiciones que hallan
su expresión en la idea de pobreza. Una serie de pruebas nacionales, además,
hicieron del alma judía un alma esencialmente dolorosa y atormentada,
incapaz de hallar la esperanza y el descanso sino en Dios. La pobreza llegó a
ser sinónimo de religión y el pobre de justo y piadoso.

Es difícil la fidelidad a Dios en la abundancia. El peligro amenaza al individuo


y amenazó al pueblo de Dios a lo largo de su historia. "Cuando yo les lleve a
la tierra... que mana leche y miel, y ellos, después de comer hasta hartarse y
engordar bien, se vuelvan hacia otros dioses, les den culto y a mí me
desprecien y rompan mi alianza" (Dt 31, 20). "Se llenó su tierra de plata y oro,
y no tienen límite sus tesoros... se llenó su tierra de ídolos, ante la obra de sus
manos se inclinan" (Is 2, 7-8). La abundancia de bienes materiales puede
apartar al hombre de Dios. Las excesivas ganancias de unos hacen indigentes
a los otros.

El tránsito de lo sociológico a lo religioso en el término "pobre" no se dio


hasta bien entrada la historia de Israel, concretamente en el s. VII, unos años
antes del destierro de la comunidad israelita a Babilonia, con el profeta
Sofonías: "Buscad a Yahvéh, vosotros todos, humildes de la tierra, que
cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad" (Sof 2, 3). "Yo
dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y en el nombre de Yahvéh
se cobijará el Resto de Israel..." (Sof 3, 12-l3). Pero nunca se olvidará el
sentido primitivo de pobreza real. No hubo una sustitución sino una
superposición del sentido religioso añadido al social.

LA APERTURA A DIOS

La denuncia profética contra los ricos había preparado el camino para dar ese
paso. Los pobres eran atropellados. Su pobreza no podía ser un castigo de
Dios. Los ricos vejaban al pobre, le explotaban. Su riqueza no gozaba del
beneplácito de Dios. El rico, el explotador, se fue convirtiendo, poco a poco,
en el símbolo del impío, del orgulloso, del que se aleja de Dios, se burla de
sus planes, quebranta la alianza. El pobre, por el contrario, se fue convirtiendo
paulatinamente en aquel que pone en Dios su esperanza. El término "pobreza"
adquirió definitivamente un sentido espiritual. El libro de los Salmos nos
ayuda a precisar la actitud de los pobres de Israel: es el que conoce a Dios y le
busca, espera en él y le teme, observa sus mandamientos y se apoya en su
palabra; es el que mira a Dios, se acoge a él; es el santo, el justo, el de corazón
contrito, es el siervo, el que confía por completo en Dios (Sal 34).

En el destierro, en medio de las dificultades y las pruebas, se fue forjando el


pueblo de los pobres, de los "anawim de Yahvéh”, sus "clientes". La riqueza
dejó de ser un valor seguro y la pobreza fue subiendo de precio. La felicidad
no se coloca en la posesión de bienes de la tierra sino sólo en Dios. Si
fuéramos capaces de penetrar en el alma de aquellos hombres
comprenderíamos bien lo que es la pobreza de espíritu.

La pobreza espiritual sólo se comprende bien por analogía con la pobreza


material. El pobre es el indigente, el encorvado, el necesitado, el sometido, el
que depende de otro para vivir. El "pobre de espíritu" es el que vive esa
situación ante Dios: depende de él, le está sometido, es un indigente. Sólo
Dios es la razón de su vida. Sólo Dios es su seguridad y consistencia.
Existe, sin embargo, una diferencia esencial: la pobreza material no es
voluntaria, es un estado que se vive, se sufre o se padece; es un estado
lastimoso y degradante, impuesto desde fuera o heredado y recibido.

La pobreza espiritual es voluntaria, aceptada, querida.

Hay una pobreza material, la del hombre de condición modesta, y una pobreza
espiritual, la de aquellos hombres que son los "benditos de Dios", sus fieles y
sus clientes, los que lo ponen todo en sus manos. Pobreza espiritual significa
una abertura, una disponibilidad y una entrega sin límites a Dios. Es una
actitud libre, una decisión vital, una opción. Y quizás y antes que todo eso un
gran don que Dios da al hombre. Se diría que no es pobre quien lo desea sino
aquel a quien Dios le da el poder de serlo, a quien el Señor abre el corazón y
le capacita para la respuesta y la entrega. De todas las maneras, el hombre no
es un sujeto puramente pasivo: acepta su pobreza, acepta su dependencia, la
desea con su alma, la convierte en su estilo de estar ante Dios. La pobreza de
espíritu se convierte en un compromiso a no apoyarse en los bienes de la
tierra, a no buscar en ellos la seguridad, en una renuncia a toda consistencia
humana hecha en función de una adhesión a Dios.

El mensaje de la Buena Nueva podría ser traducido así: el hombre es hijo de


Dios, está destinado a vivir eternamente con él. La vida humana no termina a
dos metros debajo de la tierra. La pobreza del hombre ante Dios consiste en
reconocer la gratuidad de ese amor divino, aceptar que todo depende de él.
Pobre de espíritu es aquel que tiene el corazón libre frente a todos los afectos,
todos los bienes, todos los deseos de seguridad, de poder, de dominio y admite
su radical insuficiencia. Pobreza espiritual no es, en definitiva, una idea, un
concepto, un valor: es una Persona. Somos pobres si somos de Dios, si
reconocemos en él nuestro Único bien. Pobreza espiritual es entrar en una
dependencia de Dios, despojarnos de nuestras cosas, morir a nosotros mismos
y a nuestra suficiencia.

6. BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPIRITU

La pobreza espiritual tiene su más alta expresión en la bienaventuranza del


evangelio (Mt 5. 3). El tenor original de la bienaventuranza no contenía, como
ya hemos apuntado, la precisión "de espíritu" añadida a la palabra pobre. San
Mateo quien añadió esa nota moral. Al añadir "to pneúmati" (de espíritu) al
término pobre, en lugar de fijar la atención sobre la clase social de los
desamparados la fija en una actitud del alma, en una disposición interior.
Interpreta la bienaventuranza en función de la experiencia vivida por la
primera comunidad cristiana.
El añadido "de espíritu" a la palabra pobre es un dativo de relación o de modo.
No se encuentra en la Biblia un caso exactamente igual, aunque sí conocemos
fórmulas semejantes: "Yahvéh, tu Dios, circuncidará tu corazón y el corazón
de tu descendencia... “(Dt 30, 6); "incircunciso de corazón" (Jer 9, 26); "puros
de corazón, rectos de corazón" (Mt 5, 8; Sal 24, 4); "contritos de corazón" (Sal
34. 19), etc. En He18, 25 se habla de "fervor de espíritu"; en 20, 22 de "estar
encadenado en el espíritu”.

Todas esas fórmulas intentan interiorizar una cualidad, designan una


disposición del alma: de dureza o de contrición, de rectitud o de pureza. Al
tratar de la pobreza significa que esta pobreza tiene su sede en el espíritu: es
una pobreza interior, no una condición impuesta desde fuera; una disposición
personal inspirada y nacida en el interior del alma, no un estado exterior que
se sufre.

Como el pobre se muere de hambre si no tiene una mano que le dé un trozo de


pan, así el pobre de espíritu depende en su vida de Dios. El es su roca y su
alcázar. La palabra y la voluntad de Dios es el pan de la mesa del pobre, si le
falta, se muere.

En sentido estricto es necesario interpretar esa disposición del espíritu en


relación con los bienes materiales y en concreto con la riqueza. La pobreza de
espíritu es una actitud de liberación frente a ella, idea que incluye todo lo
anterior. Lleva consigo, como algo adherido, un impulso hacia la pobreza
material, un ansia de semejanza al Cristo pobre, un impulso que libera de la
esclavitud del ídolo de la riqueza y de la fascinación de la posesión, del tener,
del oro. No puede existir una pobreza espiritual sin una voluntaria y
progresiva independencia con respecto a la riqueza.

LA GRATUIDAD DE DIOS

Existe el peligro sutil de cambiar el sentido de la bienaventuranza


espiritualizándola hasta tal extremo que no conserve de su esencia sino el
nombre. No se concibe una pobreza espiritual sin una tendencia real hacia la
encarnación en la vida.

La pobreza de vida, como la del corazón, es una obra del amor. El Señor nos
invita a moderar nuestros apetitos, a no buscar en la ganancia ni en el dinero el
mayor atractivo de nuestra vida ni en la comodidad nuestro tesoro, a no buscar
nuestra seguridad en los bienes de esta tierra, que son como flor de campo, a
no olvidar jamás que el sentido final de nuestra vida está en Dios.

Todos estamos llamados a vivir esta bienaventuranza. Es difícil, sin embargo,


formular normas universales. No sirven las generalizaciones. Cada uno ha de
responder con su generosidad personal. No se trata solamente de vivir
austeramente. Jesús nunca pidió a sus seguidores que le siguieran a un vacío.
No quiso aumentar el número de los pobres con sus palabras. La pobreza de
espíritu es una liberación y una renuncia hecha en función de una adhesión a
Dios. Sin esa voluntad de dependencia no hay posibilidad de ser pobre de
espíritu.

Existe un bello relato de un asceta indio anónimo, titulado "'Las manos


vacías" que quiero recordar como fin de estas reflexiones.

"'Para encontrar a Dios renuncié al mundo. Años de penitencia encorvaron mi


cuerpo. Horas de meditación surcaron de arrugas mi frente. Mis ojos se
hundieron a fuerza de mirar. Y por fin me atreví a llamar a las puertas del
templo, a extender delante de Dios mis manos cansadas de pedir limosna a los
hombres... mis manos vacías... ¿Vacías?... ¡pero si estaban llenas de orgullo!

Y volví a salir del templo en busca de humildad. Era verdad, era verdad. Yo
había llevado una vida de penitencia, pero los hombres lo sabían bien y me
honraban... y a mí me complacía. Ahora procuré hacerme despreciar de todos.
Busqué humillaciones sin cuento. Hice que me trataran como al polvo del
camino. Y volví al templo a extender mis manos ante Dios. ¡Mira tus manos!
¡Todavía están llenas de tu humildad!... No quiero ni tu humildad ni tu
orgullo. Quiero tu nada.

Y volví a salir para desprenderme de mi humildad. Y ando por el mundo


tratando de aprender la lección de mi nada... Y entonces, cuando mis manos
estén vacías de todo..., de todo..., vacías de mí mismo, volveré al templo y
Dios depositará en mis manos vacías la limosna infinita de su divinidad."

63 - KOINONIA 63

¿Cómo leer los Hechos de los Apóstoles?


Por Rodolfo Puigdollers

EL SEGUNDO VOLUMEN DE UNA OBRA

Si queremos entender los "Hechos de los Apóstoles" hemos de partir de la


primera frase que encontramos en el texto: "En mi primer libro, querido
Teófilo, traté... “(1,1). Nos encontramos, pues, ante el segundo volumen de
una obra formada por el Evangelio de S. Lucas y por los Hechos de los
Apóstoles.

¿Por qué el autor no se ha contentado con escribir un Evangelio y ha añadido


un segundo volumen que habla de las primeras comunidades cristianas? ¿Qué
nos quiere decir con esto? Que la manifestación de Dios en Jesucristo no
puede entenderse plenamente si no se tiene en cuenta la Iglesia, que es la
continuación de la presencia salvadora de Dios. La obra de la Iglesia y la obra
de Cristo forman una única unidad.

EL TITULO

El libro del que estamos hablando lo conocemos actualmente con el nombre


de "Hechos de los Apóstoles", pero este título se debe al siglo II y no es
originario del autor. Por otra parte, si nos damos cuenta, tampoco corresponde
a su contenido. De los Doce apóstoles sólo presta una cierta atención a S.
Pedro; y a S. Pablo, de quien habla extensamente, no le considera propiamente
un apóstol.

Quizá serían más apropiados otros títulos como: "La expansión del
Evangelio", "El avance de la salvación", "La Iglesia, manifestación de la
salvación de Dios", etc.

NO SE TRATA DE UN LIBRO DE HISTORIA

La mayor formación bíblica que de un tiempo a esta parte va teniendo el


creyente cristiano le ha acostumbrado ya a leer los Evangelios no como una
biografía de Jesús, sino como las catequesis de las comunidades primitivas
sobre la figura de Jesús. Sin embargo, esta forma de leer los Evangelios no se
ha aplicado suficientemente a los Hechos de los Apóstoles, que continúan
siendo leídos por muchos como una crónica de las primeras comunidades. Los
Hechos de los Apóstoles son un libro tan ?teológico como los Evangelios, y su
preocupación principal no es la histórica.

La finalidad de los Hechos de los Apóstoles es mostrar cómo el mensaje que


por medio de S. Pablo llegó a la capital del Imperio, Roma, desde Jerusalén,
es el mismo que Jesús confió a los Doce apóstoles. La Iglesia es el fruto
nacido por obra del Espíritu Santo de la glorificación de Jesucristo, una Iglesia
abierta a todos (judíos, samaritanos y paganos) y llamada a extenderse por
todas partes.

De este modo podemos señalar varias ideas fundamentales que nos quiere
transmitir el autor con su obra:
a) La Iglesia es el fruto de la glorificación de Cristo y del don del Espíritu.

b) La primitiva comunidad de Jerusalén es presentada como modelo de


comunidad cristiana.

c) La Iglesia continúa la verdadera tradición de Israel y la obra de Jesús.

d) La difusión del Evangelio entre los samaritanos y paganos ha sido la


expresa voluntad del Señor; la Iglesia es abierta a todos sin distinción.

e) El mensaje evangélico no es una amenaza contra el Estado (romano).

La tradición ha atribuido desde los primeros siglos el tercer Evangelio y los


Hechos de los Apóstoles a Lucas, el colaborador de Pablo (Flm 24), médico
de profesión (Col 4, 14), que acompañó a Pablo en el cautiverio de Roma (2
Tim 4, 11). Tradicionalmente se han interpretado como referidos a Lucas las
secciones "nosotros" que aparecen en los Hechos de los Apóstoles, en que el
narrador parece ser un acompañante de Pablo. Según la tradición habría
nacido en Antioquia de Siria y habría sido seguramente paganocristiano.

Sin embargo, de la lectura de los Hechos de los Apóstoles se ve claramente


que el autor no conocía las cartas de S. Pablo, y que conocía de forma muy
deficiente su teología y hasta datos de su historia. Así, por ejemplo, los
Hechos hablan de dos viajes de Pablo a Jerusalén antes de la Asamblea,
mientras Pablo en sus cartas señala claramente que sólo había hecho uno.
Pablo utiliza y defiende continuamente el título de "apóstol", mientras Hechos
lo reserva a los doce.

Lo único que podemos afirmar claramente del autor de los Hechos es que no
tiene un conocimiento claro de la geografía de Palestina, escribe para
paganocristianos, no conoce las cartas de S. Pablo, no conoce suficientemente
su teología y pertenece a la segunda o a la tercera generación cristiana. Si ha
conocido y hasta colaborado con Pablo, lo ha realizado de una forma
superficial. Su escrito se debe situar cronológicamente entre el año 80 y 90.

CRISTO ACTUANDO EN SU IGLESIA

La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos da una serie de datos sobre los
problemas de las primeras comunidades. Por las cartas de S. Pablo conocemos
la crisis de los gálatas por causa del tema de la circuncisión, las tensiones en la
comunidad de Corinto causadas por exaltados, las dificultades de los
tesalonicenses motivadas por la espera inmediata del Señor, las discusiones de
Pedro y Pablo en Antioquía, etc. El libro de los Hechos nos habla también de
las tensiones en la comunidad de Jerusalén que llevó a la elección de los Siete
(6, 1-6), la falta de solidaridad del grupo palestinense con el grupo helenista
(8, 1), la oposición a Pedro después del bautismo de Cornelio (11, 1-3), la
oposición a la predicación de Pedro y Bernabé (15, 1- 2), la unidad
conseguida en la asamblea de Jerusalén (15, 6-31), la separación de Pablo y
Bernabé por causa de Marcos (16, 36-41).

Pero a pesar de todos estos problemas y tensiones, como muy bien ha


señalado J. Mateos, el autor de los Hechos "no se recrea ni se dilata en la
narración de las diferencias" (Nuevo Testamento, p. 349). "Para él ñp que
importa es la acción de Cristo en la humanidad; los asuntos internos de la
Iglesia le interesan sólo en cuanto inciden sobre el avance de la salvación en el
mundo. No le importa dejar cabos sueltos, pues el centro del relato no es la
Iglesia, sino la actividad de Cristo que actúa por medio de sus discípulos".

"Por eso presenta cuadros de la comunidad cristiana unida, instrumento eficaz


de la misión, estimula a la concordia, inculca el respeto a las diferencias
culturales, rechaza las posturas intransigentes; para él los obstáculos han de
existir sólo fuera".

"Esta es tal vez la gran lección del libro para el lector moderno: que la Iglesia
no puede vivir cerrada en sí misma ni preocupada por sí misma; su esencia es
ser instrumento de Cristo para la salvación de los hombres, y lo mismo su
organización que sus problemas han de ser resueltos mirando a la eficacia de
su misión, única razón de su existencia."

EL ESQUEMA DEL LIBRO

Un buen esquema es una gran ayuda para leer un escrito. Es como una guía
que nos acompaña por la aventura espiritual que supone el ponerse a la
escucha de la Palabra de Dios.

Esperamos que el esquema que ofrecemos ayude al lector:

INTRODUCCION:

La glorificación de Cristo y el don del Espíritu fundamentos de la Iglesia (1,


1- 2, 41)
• De Jesús a la Iglesia: la promesa del Espíritu (1, 1-14).
• La reconstitución de los Doce: dimensión apostólica de la Iglesia (1, 15-26).
• El Pentecostés: la Iglesia fruto del Espíritu de Cristo resucitado (2, 1-41).

PRIMERA PARTE:

La Iglesia, comunidad de todos (2, 42-8,3)

1. La Iglesia de Jerusalén modelo de comunidad cristiana (2, 42-5,42)


a. Comunidad que anuncia la Palabra:
• Sumario (2, 41-47).
• Pedro y Juan curan a un paralítico (3, 1-26).
• Pedro y Juan ante el Sanedrín (4, 1-22).
• Oración de la comunidad (4, 23-31).

b. Comunidad de amor y compartir:


• Sumario (4, 32-35).
• El ejemplo de Bernabé (4, 36-37).
• El escándalo de Ananías y Safira (5, 1-11).

c. Comunidad de servicio y testimonio:


• Sumario (5, 12-16).
• Testimonio de los apóstoles en medio de la persecución (5, 17-42).

II,- La apertura de la comunidad de Jerusalén: los judíos de lengua griega


(6,10-8,3)

a. La elección de los siete (6, 1-7).

b. Esteban:
• Arresto de Esteban (6, 8-15).
• Discurso de Esteban (7, 16-53).
• Muerte de Esteban (7, 54-8,la).
• Persecución (8,lb-3).

III.- La apertura de las comunidades de Samaria y Judea: los samaritanos (8,


4-11,18)

a. Felipe:
• Felipe en Samaría (8, 4-25).
• Felipe y el etíope, camino de Cesarea (8,26-40)

b. Saulo:
• Conversión de Saulo (9, 1-19).
• Saulo en Damasco y en Jerusalén (9, 20-31).

c. Pedro:
• Pedro en la costa: curación de Eneas (9, 32-43).
• Pedro en Cesárea:
• Pedro y Cornelio (10, 1-33).
• Discurso de Pedro (10, 32-48).
• Pedro informa a la Iglesia de Jerusalén (11, 1-18).
IV. La apertura de la comunidad de Antioquía: los paganos (11, 19-14,28)

a. La comunidad de Antioquía (11, 19-30).

b. Persecución: muerte de Santiago, prisión de Pedro, muerte de Herodes


(12,1-25).

c. Misión de Saulo y Bemabé:


• Llamada y misión (13, 1-3).
• Chipre (13, 4-12).
• Antioquía de Pisidia (13, 13-52).
• Iconio (14, 1-7).
• Listra (14, 8-20).
• Vuelta a Antioquía de Siria (14, 21-28).

SEGUNDA PARTE:

La asamblea de Jerusalén (15, 1-35)

a. Salida de Antioquía (15, 1-5).

b. Asamblea en Jerusalén (15, 6-29).

c. Vuelta a Antioquía (15, 30-35).

TERCERA PARTE:

La Iglesia, testimonio misionero para todos (15, 36-28, 31)

I- El testimonio misionero de Pablo en el mundo griego, modelo de misión


(15, 36-21,14)

a. Pablo en Asia Menor, Macedonia y Grecia:


• Pablo y Bemabé se separan (15, 36-41).
• Timoteo se une a Pablo y Silas (16, 1-5).
• Visión de Pablo (16, 6-10).
• En Filipos: conversión de Lidia (16,11-15).
• Prisión en Filipos (16, 16-40).
• En Tesalónica (17, 1-9).
• En Berea (17, 10-15).
• En Atenas (17, 16-34).
• En Corinto (18, 1-18a).
• Vuelta a Antioquía (l8, 18b-22).
b. Segundo viaje de Pablo por Asia Menor, Macedonia y Grecia:
• Salida (18, 23-28).
• Pablo en Efeso (19, 1-20).
• El motín de Efeso (19, 21-40).
• Pablo en Macedonia y Grecia ?(20, 1-6).
• Se despide de Troas (20, 7-12).
• De Troas a Mileto (20, 13-16).
• Discurso a los presbíteros de Efeso (20, 17-38).
• Viaje hasta Jerusalén (21, 1-14).

II.- El testimonio de Pablo, preso, en Jerusalén (21, 15-23,30)

• Subida a Jerusalén (21, 15-16).


• Pablo visita a Santiago (21, 17-26).
• Pablo arrestado en el templo ?(21, 27-36).
• Defensa de Pablo (22, 37-22.5).
• Cuenta su conversión (22, 6-16).
• Pablo enviado a los gentiles (22, 17-21).
• Pablo y el comandante romano ?(22, 22-29).
• Ante el Sanedrín (22, 30-23,11).
• Conjura contra Pablo (23, 12-22).
• Lo envían al gobernador (23, 23-30).

III.- El testimonio de Pablo, preso, en Cesárea (23, 31-26,32)

• Pablo llevado a Cesárea (23, 31-35).


• Acusación contra Pablo (24, 19).
• Defensa de Pablo ante Félix (24, 10,23).
• Pablo en prisión (24, 24-27).
• Pablo apela al Emperador (25, 1-12).
• Pablo ante Agripa y Berenice (25, 13-27). '
• Defensa de Pablo ante Agripa (26, 1-11 ).
• Pablo cuenta su conversión (26, 12-23).
• Pablo invita a creer en Cristo (26, 24-32).

IV. El testimonio de Pablo, ?preso, en Roma (27, 1-28,31)

• Salida hacia Roma (27, 1-12).


• La tempestad (27, 13-38).
• El naufragio (27, 39-44).
• En Malta (28, 1-10).
• De Malta a Roma (28, 11-16).
• En Roma (28, 17-31).
ALGUNAS PREGUNTAS P ARA REFLEXIONAR

Cuando leemos un texto bíblico es importante que nos hagamos algunas


preguntas para ayudamos a reflexionar y a acoger el mensaje que nos
transmite. Si nos hacemos estas preguntas, en oración, la Palabra de Dios llega
a nosotros.

l. ¿Qué relación hay entre Cristo y la Iglesia? ¿Se puede hacer un paralelismo
entre la Encarnación y la presencia de Cristo resucitado en el mundo a través
de la Iglesia? ¿Cuál es el significado del paralelismo de S, Lucas entre la
Anunciación y Pentecostés?

2, ¿Cuáles son las características de la Iglesia como Comunidad cristiana,


según los Hechos de los Apóstoles? ¿Cuál es tu comunidad cristiana? ¿Reúne
estas características?

3. ¿Cómo se manifiesta el Espíritu de Dios en la historia? ¿Qué luces nos da


S. Lucas para leer esta acción del Espíritu?

4. ¿Qué piensas de las tensiones de las primeras comunidades cristianas?


¿Eran un impedimento para la acción del Espíritu o llegaban a ser hasta un
medio? ¿Qué piensas de las tensiones de la Iglesia actual?

5. ¿Cómo hay que entender el relato de Pentecostés (Hch 2, 1-4)? ¿Qué


significado simbólico tienen aquí el viento y el fuego? ¿Qué luz aporta para
entender este texto la comparación con la narración de la torre de Babel (Gn
11,1-11)? ¿Se trata de la crónica de un hecho histórico o de la narración
simbólica de una experiencia eclesial?

EL “SERVICIO SACERDOTAL”
en el gozo del Espíritu Santo
por Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S

En el reciente Sínodo de Obispos, celebrado en Roma en diciembre de 1985,


el Papa Juan Pablo decía: "En este Sínodo se ha examinado más
profundamente la naturaleza de la Iglesia, en cuanto que es Misterio y
Comunión o Koinonía... Realmente, la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, está
al servicio del mundo y no desea otra cosa que servir y realizar la salvación
integral del hombre" (Osservatore Romano, 15 Dic. 1985, p. 10 Nº. 6).
Si la misión de toda la Iglesia es "servir" y "realizar la salvación integral del
hombre", ¡cuánto más puede decirse que ésa es la misión del sacerdote, el cual
es por definición "el hombre de Dios", "el hombre de Iglesia", "el hombre de
la comunión" que hace o forma la comunidad, "el hombre que se entrega
participando todo cuanto tiene, para la salvación integral del hombre"!

Pero éste su servicio debe realizarlo en el gozo y la alegría, porque "Dios ama
al que da con alegría" (2Co 9,7).

Ahora bien, servir es "dar", más aún, servir es "darse", es entregarse uno
mismo a los demás. Uno de los cuadros evangélicos más expresivos del
"servicio como donación de la persona" es aquel tan conocido, que leemos en
San Marcos, cuando Santiago y Juan tienen el atrevimiento y la osadía de
pedir para sí mismos estar a la derecha y a la izquierda de Jesús en su gloria
(Comparar con Mt 20,20 donde se dulcifica la escena, siendo la madre de los
hijos de Zebedeo quien hace la petición).

El pasaje termina con esta recomendación de Jesús: "Sabéis que los que son
tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y los
grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino el
que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que
quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el
Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
redención por muchos" (Mc 10, 42-45).

I. MODELOS EN LA TAREA DE "DAR" Y "DARSE"

Así pues, en la tarea de "dar" y "darse" el sacerdote tiene un modelo


excelente: Jesús, el Hijo de Dios y nuestro hermano mayor. Pero no sólo él,
Dios mismo es su máximo modelo, y luego la Sma. Virgen María, los
Apóstoles y tantos hermanos que han hecho la historia multisecular de la
Iglesia.

1. Dios

Dios es amor, y es propio del amor "dar". Dos son los "regalos" que nos ha
hecho el Padre, porque nos ama: el don de su Hijo y el don del Espíritu Santo,
y al dar esos dones, él mismo se nos da y viene a nosotros.

JESUS-HIJO es el don del Padre:


"De tal manera amó Dios al mundo que dió a su Hijo Único, para que todo el
que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). Pero Jesús es
también el don del Espíritu, pues el Padre nos lo da en el poder de su Espíritu:
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra" (Lc 1, 35).

EL ESPIRITU SANTO es el don del Padre y también el regalo de Jesús:


"Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito... Cuando venga el Paráclito, que
yo os enviaré de junto al Padre... Os conviene que yo me vaya; porque si no
me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré" (Jn
14, 16; 15, 26; 16, 7).

2. Jesús.

Los Evangelios nos enseñan cuantas cosas nos dió Jesús, pero sobre todo nos
muestran cómo:
-Se dió a sí mismo hasta la entrega de su propia vida, en la libertad y en la
obediencia, ¡admirable consorcio de "obediencia en la libertad" y "libertad en
la obediencia"! "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla
de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente Tengo poder para
darla y poder para recobrada de nuevo; ese es el mandato que he recibido de
mi Padre" (Jn 10, 17-18)

-Dió su vida por amor: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado.
Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 12-13;
1 Jn. 3, 16); llevando a cabo así una obra que su Padre le había encomendado:
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su
obra" (Jn 4, 34; cf. 17, 4).

-Y se entregó como "servidor" (diákonos) y más todavía como "esclavo"


(doulos), sabiendo que su entrega culminaría en "redención de muchos", esto
es, "de todos" (Mc 10,45; cf. Ga 1, 4; Ti 2, 14; 1 Tm 2, 6).

El Espíritu Santo hizo comprender a nuestros primeros hermanos cristianos el


sentido profundo de la entrega de Jesús; y así, Pablo de Tarso, tras un
momento de experiencia personal de la gracia de Dios que Jesús le había
conquistado, gritó: "Con Cristo estoy clavado en la cruz; y vivo ya no yo, sino
que vive en mí Cristo; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe, en la fe
del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 19-20).

3. Pablo de Tarso

Nobilísimo ejemplo de entrega total en el servicio a los demás es Pablo de


Tarso. Interminable sería recorrer su vida paso a paso. El dio cuanto el Señor
había puesto de dones en él, y luego él mismo se entregó a las almas que Dios
había puesto en su camino.

A los presbíteros de Efeso les decía: "Yo de nadie codicié plata, oro o
vestidos. Vosotros sabéis que estas manos proveyeron a mis necesidades y a
las de mis compañeros. En todo os he enseñado que es así, trabajando, como
se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presente la palabra del
Señor Jesús que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir" (Hch 20, 33-
35).

A los cristianos de Corinto, quienes tanto le habían hecho sufrir. les escribió:
"Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré a mí mismo
totalmente por vuestras almas. Amándoos más ¿seré yo menos amado? (2Co
12, 15).

'Y a los Filipenses, estando él en la cárcel y pensando en la posibilidad de


derramar su sangre, les expresaba su gozo ante la perspectiva de dar su vida:
"Y aun cuando mi sangre fuera derramada como libación sobre el sacrificio y
la ofrenda de vuestra fe, me alegraría y congratularía con vosotros" (Flp 2,
17). La fe de los Filipenses es ya una ofrenda y un sacrificio, y a ellos se
añadiría la sangre del martirio del Apóstol.

II. PASTORES QUE "DAN VIDA" Y "DAN SU VIDA" POR LAS


OVEJAS

1. El buen pastor

Hay en la actualidad un consenso entre los exégetas acerca de aquellos pasajes


evangélicos en que Jesús habla del pastor; y ese consenso consiste en que los
evangelistas no solamente transmiten palabras que dijo Jesús o que se aplicó a
sí mismo, sino que quieren dirigidas particularmente a los jefes y dirigentes de
las comunidades cristianas: ellos deben ser como Jesús "verdaderos pastores",
"auténticos pastores", esto es, dirigentes de las comunidades en quienes se
realice verdaderamente la definición de "pastor".

Y los pastores día a día conducen su rebaño, lo guían, lo cuidan, lo llevan a


pastar y abrevar; y todo esto, a fin de que las ovejas tengan vida. Cómo vienen
espontáneamente a la memoria las palabras de Jesús: "Yo soy el buen pastor...
El buen pastor da su vida por las ovejas... Yo conozco mis ovejas y ellas me
conocen a mÍ... Yo he venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia...” (cf. Jn 10, 10-15).

2. Dar a las ovejas vida en abundancia

"Dar vida" es la síntesis de la misión pastoral. "Dar vida" mediante el ejercicio


concreto del "carisma sacerdotal" que el Espíritu Santo ha dado, y en el "aquí
y ahora" de cada uno, que puede ser muy diferente en cuanto a circunstancias
externas: uno en una parroquia, otro en el Seminario: éste en el campo, aquél
en la ciudad; quién entre indígenas, quién entre universitarios: uno entre
laicos, otro entre personas consagradas a Dios; éste entre obreros, aquél
orientando a cristianos que dirigen el país ... ; etc. ... , etc.

"Dar vida" según los tres campos de la misión del presbítero; campos que no
se dan ni separados ni aislados, sino que se conjugan y complementan:
ministros de la Palabra de Dios, ministros de los sacramentos y de la
Eucaristía, y conductores del pueblo de Dios (Presbyterorum ordinis 4-6)

1º.- "Dar vida" en el ministerio de la evangelización y de la enseñanza de la


fe, partiendo y distribuyendo el pan de la Palabra de Dios. El pueblo de Dios
tiene hambre y sed de la Palabra de Dios en la Escritura. Pero para poder dar
la Palabra, es preciso haberla recibido, haberla hecho propia, haberse llenado
de ella en una cierta plenitud.

Que no suceda lo que pasó en tiempos de los profetas. Oseas escribió: "Perece
mi pueblo por falta de conocimiento. Ya que tú has rechazado el
conocimiento, yo te rechazaré de mi sacerdocio" (Os 4, 6). "Porque yo quiero
amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos" (Os 6, 6). Y
Malaquías dice: "Los labios del sacerdote guardan la ciencia, y la Ley se
busca en su boca; porque él es el mensajero del Señor Sebaot; pero vosotros
os habéis extraviado del camino... “(Mal 2, 7-8).

2º. "Dar vida en el ministerio sacramental". "Dar vida eterna" en el


sacramento de la filiación divina, como es el bautismo. "Dar vida" en el
sacramento del perdón y de la reconciliación. "Dar vida" en el sacramento de
la unción de los enfermos. Pero ante todo y sobre todo, "dar vida", y más aún,
"dar al que es la Vida" en el sacramento de la Eucaristía. El mayor regalo que
puede el sacerdote hacer es "regalar" al mismo Jesús con su cuerpo, alma y
divinidad, bajo las especies del pan y del vino consagrados.

3º. "Dar vida en el ministerio de conducción espiritual". En este campo, ¡qué


necesaria es la asistencia del Espíritu Santo para cumplir esta misión y este
deber! El mundo cristiano tiene necesidad de directores espirituales. Y son los
sacerdotes, los que por vocación han recibido ese encargo. Si no lo cumplen,
deben preguntarse: ¿dónde está la causa? ¿Cuál es la razón?

El sacerdote es instrumento del Espíritu para comunicar luz, vida, santidad, a


través de la comunicación de la Palabra de Dios y de la administración de los
sacramentos.

Hay que formularse un ideal: "dar santos a Dios". ¡Qué paradoja! Actualmente
son muy numerosas las personas que oran diariamente y entregan su vida
pidiendo a Dios sacerdotes santos. ¡Ojala lo alcancen! Pero, me pregunto:
¿Los sacerdotes tenemos el mismo interés respecto de las almas que Dios nos
ha confiado? ¿Oramos y trabajamos suficientemente, y dirigimos a nuestros
cristianos espiritualmente a fin de presentarle al Señor un buen grupo de almas
santas?

3. Cualidades del servicio sacerdotal

A menudo el ministerio sacerdotal se ve obstaculizado por causas ajenas o por


las propias limitaciones, y a veces todo se junta al mismo tiempo:
impertinencias de las personas, exceso de trabajo, preocupaciones,
incomprensión; cansancio, reacciones violentas, mal carácter, erupción
temperamental, inestabilidad emocional, etc., etc.

¿Qué hacer y cómo hacer para adquirir las "cualidades" necesarias para que un
servicio sacerdotal sea fecundo?

Se me antoja ir al fondo del problema y sugerir la necesidad de ir 1º a la


fuente misma de una sanación interior profunda e integral; y 2º al manantial
inexhaurible de donde brotan: el amor, la alegría, la paz; la comprensión, la
amabilidad, la bondad; la mansedumbre, la fidelidad, el dominio personal.

Ese manantial es el Espíritu Santo y esas cualidades son algunos de los frutos
de su habitación y de su acción en nosotros (Ga 5, 22). Si lo hacemos así, todo
"servicio" cambiará. Será como el servicio de Jesús:

1º.- El servicio en la alegría del Espíritu. La víspera de su pasión Jesús


decía: "Vuestra tristeza se cambiará de gozo" (Jn 16, 20); "Se alegrará vuestro
corazón y vuestra alegría nadie os la quitará" (Jn 16, 22); "Pedid y recibiréis
para que vuestra alegría llegue a su plenitud" (Jn 16, 24). Si Jesús hablaba
tanto de alegría es que su corazón rebosaba de ella, ¡y eran los momentos en
que se preparaba a la donación total y definitiva de su vida!

2º.- El servicio en la mansedumbre y la humildad. Dos fueron las virtudes


de las que el Señor dijo que aprendiéramos de él: la mansedumbre y la
humildad: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,
29).

3º.- El servicio en el amor-caridad que siempre va envuelto en misericordia,


compasión, perdón, comprensión hasta la entrega de la propia vida:
"Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12).

4º.- El servicio en la obediencia a Dios. La obediencia fue tal vez la virtud


preferida de Jesús: "Yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me ha enviado" (Jn 6, 38). "Yo hago siempre lo que le
agrada a él" (Jn 8, 29). "Esa es la orden que he recibido de mi Padre" (Jn 10,
18). "Yo sé que su mandato es vida eterna" (Jn 12, 50). "Para que el mundo
sepa que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado:
“¡Levantaos, vámonos de aquí!" (Jn 14, 31).

Así también, la obediencia sacerdotal llena de amor y de alegría debe ser hasta
la muerte, hasta la entrega de la vida, en la donación silenciosa, callada,
secreta, desconocida, monótona de cada día.

5º.- El servicio en el gozo, en la paz y en la santidad. La grande misión de


Jesús fue traer, inaugurar e implantar en el mundo el Reino de Dios. Una de
las plegarias que brotaban constantemente de sus labios era:
"Venga tu reino". Nosotros somos herederos genuinos de la misión de Jesús:
"Como el Padre me envió, también Yo os envío" (Jn 20, 21). "Y el Reino de
Dios es justicia y gozo y paz en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17).

6º.- El servicio en constante glorificación a Dios. "Padre, yo te he


glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar.
Ahora, Padre, glorifícame a mí junto a ti. .. “(Jn 17,4-5).

La Ceja (Colombia), 21-VIII-86

64 - KOINONIA 64.

La escucha de la Palabra
por Violaine Aufauvre

Este artículo es un resumen de una charla dada en julio de 1981 en la


sesión de Poermel. Ha sido publicada en la revista "Thimothée" (diciembre
1983, pp.5-l0 y 15). La traducción es de la Hna. Palmyra de Orovio.

Hablaremos de la escucha de la Palabra de Dios en nuestras asambleas de


oración fijándonos en la actitud pedagógica de Cristo. Recordaremos ante
todo nuestra VOCACION profunda: SER "OYENTES" DE LA PALABRA
de Dios. Después miraremos sin complacernos en ella, la realidad: todos
somos un poco sordos.

Oímos mal por motivos biológicos, psíquicos y espirituales. Vamos a hacer,


pues una especie de cuadro clínico que nos ayude a mirar frente lo que nos
impide oír bien. Semejante diagnóstico, podría entristecer, pero la Palabra
misma de Dios nos reconfortará; meditando la parábola del sembrador,
acogeremos el don de la Trinidad, ofrecido a todo hombre, el Espíritu nos
abrirá los oídos del corazón, que sobrepuja nuestra audición imperfecta.

NUESTRA VOCACION: SER OYENTES DE LA PALABRA

Todo hombre está llamado a escuchar la Palabra de Dios. En la Renovación


nos gusta cantar: "Shemá, Israel", "Escucha Israel". Hemos recibido este canto
de la más profunda tradición bíblica; es la profesión de fe de todo judío que
empieza por este versículo: ¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el
Señor UNO" (Dt 6 ,4).

La vocación profunda del pueblo de Dios, es estar a la "escucha". Escuchar es


fundamental. Escuchar es atender a alguno, volverse hacia él para oír lo que
desea, lo que quiere. En la Biblia el hombre se vuelve hacia Dios con todo su
ser para escucharle; es el corazón del hombre el que escucha a Dios con su
voluntad, su afectividad, su inteligencia, todo su ser. Escuchar a Dios, es salir
de sí mismo para acogerle tal cual es, tal como se entrega en nuestras
asambleas de oración.

Vamos a considerar las múltiples razones que nos hacen entender mal la
Palabra de Dios en nuestras asambleas de oración. Para mejor estudiarlas
distinguiremos tres planos: biológico, psíquico y espiritual; pero es importante
no olvidar que el hombre es único. Tenemos un sólo dinamismo vital que es a
la vez biológico, psíquico y espiritual.

ESCUCHA DEFECTUOSA POR RAZONES BIOLOGICAS:

La Asamblea de oración es un cuerpo, biológico en primer lugar, formado por


hombres y mujeres que tienen oídos con una audición más o menos fina. Las
causas de una audición defectuosa serán en primer lugar:

1. LA SORDERA. Algunas personas de la asamblea entienden con dificultad


lo que se musita casi en voz baja. Piden, a veces, se hable más alto. Con
demasiada frecuencia no tenemos en cuenta a hermanos y hermanas que son
duros de oído. Recuerdo una gran asamblea de oración en la que no se dudaba
de hacer circular un micro para que todos pudiesen oír la oración de cada uno.
Si el Señor nos reúne en asamblea es para que podamos escuchar su palabra
proclamada a través de lo que nuestros hermanos y hermanas viven tanto en
sus testimonios como en sus oraciones.

2. POCA VOZ. No tenemos todos una voz que arrastre. Es mi caso. Tal vez
pueda hacerse un aprendizaje, una reeducación. Pienso en una persona que
hablaba entre dientes y a media voz; sencillamente le pedimos que levantase
la cabeza y hablase de frente. Es un detalle pequeño, pero tiene más
importancia de lo que parece.

3. LA DISPERSION. Ciertos grupos, aun si rezan en una habitación


pequeña, tienen la costumbre de instalarse lo más lejos posible del centro. En
las iglesias, los primeros bancos, los más cercanos al altar quedan casi siempre
vacíos mientras los del fondo, están llenos. La palabra se pierde en el vacío.
Entre los servicios importantes de toda asamblea de oración está la
organización material: animar a las personas a ponerse en círculo, a ocupar el
centro del espacio. Ciertamente hay que respetar a los que tienen un corazón
de publicano y que prefieren quedarse al fondo de la sala, algo alejados del
círculo: pero se les puede insinuar diciéndoles es caridad para que la oración
sea audible.

ESCUCHA DEFECTUOSA POR RAZONES PSIQUICAS:

Hay enfermedades de orden psíquico que dificultan a la Asamblea la audición


de la Palabra de Dios. El psiquismo es el principio de organización de todo ser
vivo, lo que permite vivir, ser él mismo. La finalidad de esta organización es
que la vida brote de nosotros y pueda ser acogida por nosotros.

Nuestras enfermedades psíquicas bloquean algún nivel de esta organización,


el movimiento de vaivén, de salida y entrada, de exteriorización e
interiorización. La vida no pasa ya, no se comunica, no circula. En la
Renovación estos bloqueos nos son conocidos cuando vemos que desaparecen
en la sanación interior. La vida estaba detenida, paralizada y se manifiesta
como liberada.

En las asambleas de oración, las enfermedades psíquicas dificultan el escuchar


la Palabra, sean personales (debido a una persona de la asamblea) o
comunitarias (propias de toda asamblea). Citaremos las más corrientes.

1. LA ANGUSTIA. Puede manifestarse de muchas maneras, a nivel de todo


el grupo o a nivel personal. Con frecuencia puede reconocerse por el
fenómeno de la repetición. Por ejemplo una joven que asiste a la asamblea
hace más de cinco años, se expresa frecuentemente del mismo modo. En
cuanto alguno habla de la paz o de la alegría que le da el Señor, replica
enseguida: "Sí, Señor, estaba inquieta... y hoy tú me has dado la paz. Te doy
gracias porque mis compañeros de trabajo se han dado cuenta de mi paz y han
creído en Tí". El mismo esquema se repite regularmente. Su enfermedad
psíquica hace que en vez de acoger una Palabra de Dios que manifieste la paz
que el Señor da a su pueblo, esta joven vocea su angustia. Tras sus palabras
hay en realidad:
"Te doy gracias, Señor, porque apaciguas mi sensibilidad". Pero como la
Palabra de paz no ha sido acogida en verdad, no hay pacificación y siempre
hay que empezar de nuevo. Esta joven necesita una verdadera sanación
interior.

Todos tenemos de un modo u otro una enfermedad de esta clase; un


comportamiento repetitivo, un proceso parecido que aparece regularmente
cuando en la oración salen ciertos temas, es síntoma claro de tales
enfermedades.

Es importante que el núcleo de la asamblea de oración tome muy en serio


estas enfermedades. ¿Por qué prescindir de un hermano o una hermana cuando
nos descubre el mal que le hace sufrir y que estorba a la Asamblea para
escuchar la Palabra? El núcleo debe ayudarla a emprender un camino de
curación.

2. BULIMIA DE LA PALABRA DE DIOS. Esta enfermedad se origina por


diversas causas. Por ejemplo, un responsable reconocido como tal en la
Renovación pasa a otra Asamblea y declara: "no estáis bastante bajo la
moción del Espíritu, porque en vuestra oración no hay suficientes palabras de
Dios". Y he aquí que el núcleo se culpabiliza y esta culpabilidad provoca una
bulimia: y sucede que resulta imposible acoger, escuchar una palabra porque
en cuanto se proclama un texto, sigue enseguida otro... y resulta como una
cascada de palabras que se ahogan unas a otras. La culpabilización es una
enfermedad psíquica que envenena la vida y conduce a la muerte.

3. LO OPUESTO, ANOREXIA DE LA PALABRA DE DIOS. Un grupo


está persuadido que en la Renovación, el don del Espíritu se manifiesta ante
todo por los testimonios. Y he aquí que todos se fatigan para aportar su
testimonio, lo que ciertamente es laudable. Pero que hace imposible escuchar
la Palabra que viene de Dios y nos libera en profundidad.

4. EL SILENCIO. Hay silencios que son acogida, contemplación, pero un


grupo en exceso silencioso con frecuencia es un grupo que tiene miedo. Con
frecuencia este miedo nace al denigrarse lo que se vive; se juzgan ciertas
actitudes de un modo irónico, se hacen comentarios negativos. Cierto grupo
vivía cierta liberación y se toleraban oraciones un tanto "extrañas". Sabemos
que con frecuencia hay una cierta embriaguez desmesurada, cuando el
Espíritu nos libera. Ante las críticas que vienen del exterior, el núcleo tiene
miedo y decreta: "Antes de hablar en la Asamblea, cada uno pondrá por
escrito la palabra que desea decir". A partir de este día el miedo del núcleo se
comunica a toda la asamblea y empieza a reinar el silencio.

5. LA INTERCESION y LA LAMENTACION. Hay asambleas que poco a


poco se transforman en un grupo de intercesión o de lamentación.
Cuando los bloqueos psíquicos personales o colectivos en una asamblea de
oración son fuertes, la vida está trabada, el Espíritu no puede manifestarse en
la Asamblea con la espontaneidad propia de la Renovación. Nos convertimos
entonces en uno de esos grupos de oración que meditan en común u oran en
gran silencio. A no ser que esto lleve a una verdadera verborrea que podría
confundirse con una predicación continua y agotadora. No se reconocen ya los
signos que caracterizan a una asamblea de oración de la Renovación.

Una asamblea de Renovación es válida cuando una multitud, conducida por el


Espíritu se reúne en torno a Cristo: poco a poco se establece un diálogo entre
Cristo y las personas presentes, que se convierten en hermanos y hermanas,
una comunidad fraterna. No se trata de una asamblea litúrgica ni de una
reunión de personas que oran. Son hermanos y hermanas que se escuchan
mutuamente al dialogar con Cristo o por el hecho de su comunión dialogan
entre sí, movidos por el mismo Espíritu recibido de Cristo. A la oración de mi
hermano, responderé con la oración que el Espíritu suscita en mi corazón. La
riqueza de la asamblea se reconoce por la calidad de ese diálogo entre Cristo y
todos, entre cada uno y sus hermanos.

La asamblea vivirá modos distintos nacidos en una sucesión que el Espíritu


inventa: la palabra de Dios acogida se hará meditación, luego contemplación y
de ella podrá brotar una oración que será "dada". Y como nuestras asambleas
de oración, son ante todo asambleas de alabanza, la Palabra me hará
comprobar incesantemente mi realidad de criatura hecha para alabar y
llevarme siempre hacia el Padre.

ESCUCHA DEFECTUOSA POR CAUSAS ESPIRITUALES:

El Espíritu que nos mueve en nuestras asambleas de oración no es siempre


únicamente el Espíritu Santo. Hay enfermedades en una asamblea de oración
cuando el viento que sopla no es el espíritu de las Bienaventuranzas. Estas
enfermedades son, naturalmente muy numerosas.

1. LA RACIONALIZACION.
Se manifiesta sutilmente bajo formas diversas. Por ejemplo, la obligación de
encontrar el "hilo rojo" de la asamblea de oración.

El mal es sutil, porque es bueno descubrir lo que el Señor ha dado a la


asamblea. Cristo está entre nosotros, nos volvemos hacia El; nos hablará del
Padre y esta revelación será para nosotros manantial de vida. Al terminar un
hermano o una hermana que han estado a la escucha, sintetiza: "Esta noche,
Cristo nos ha revelado la paciencia del amor del Padre... ". Esto da fuerza al
grupo que de este modo puede guardar mejor el don recibido. Pero se ha
producido un desplazamiento sutil. Consiste en decir: "De todos modos, Dios
debe decirnos siempre algo coherente". Es necesario que "esto" suceda.
Entonces, a veces, por frases pseudo-teológicas, se procura recuperar algo de
lo dicho en un discurso coherente que no tiene nada que ver con la realidad
profunda de la oración de aquella tarde. Y si no es posible encontrar un hilo
rojo, se corre el riesgo de aventurar un juicio: "este grupo no está en
comunión".

Esta enfermedad espiritual es muy grave porque lleva a un juicio que mata la
vida. Es desconocer el misterio de la Trinidad que se da entre nosotros en una
relación de amor. Una relación de amor rara vez es lógica. El amor se da a
personas en las que hace brotar la vida. Testimoniar esta vida que nos ha sido
dada es lo que hay que decir al finalizar una asamblea de oración. Pero
intentar explicar gracias a un "hilo rojo" como se ha dado Dios, no es seguro
sea siempre manantial de vida.

2. LA OBSESION DE LOS CARISMAS. Ciertamente estamos en la


Renovación, y en la Renovación creemos que el Espíritu da carismas en
abundancia para la construcción de la asamblea. Pero ¡de ahí a vivir una real
"caza de carismas"! La enfermedad está en eso: ya que somos carismáticos, es
preciso que cada hermano y hermana tenga un carisma reconocido y lo ejerza.
De ahí que se sienta impelido a ejercer su o sus carismas.

El carisma más peligroso es el de la profecía: con frecuencia, casi se impone a


alguno que sea profeta. Ciertamente todo cristiano es profeta cuando transmite
una palabra que viene de Dios y Se revela manantial de vida para un hermano
o hermana. Pero el carisma de profecía que expresa el deseo de Dios para la
asamblea es un don que debe reconocerse tal por sus frutos. No se trata de
institucionalizarlo, como tampoco tener grupos de profetas esforzándose en
dar profecías. Ya que es un don gratuito de Dios, una profecía no puede
programarse.

Ysin embargo los carismas deben ser reconocidos. ¿Cómo sabré si tengo tal o
cual carisma? ¡Basta ejercerlo! No hay que detener el carisma que nace en ti,
ejércelo. Por ejemplo, si una persona os pide recéis por su curación, orad
según su deseo. Si se cura reconoced que en ti se ha ejercido un carisma de
curación.

3. LA IDEOLOGIA. Cierta teología sobre lo que debe ser una asamblea de


oración lleva a distribuir "papeles" y con frecuencia a congelar el grupo.

El Espíritu engendra en nosotros un movimiento de caridad, un deseo de


servir: somos en la asamblea humildes servidores unos de otros. No tenemos
que representar "papeles", Sin embargo, con frecuencia encerramos a los otros
en funciones y papeles. El pastor del grupo es el que sufre con mayor
frecuencia el peso de nuestro pecado. Exigimos que responda a nuestra
ideología de jefe. Por ejemplo en ciertos grupos, sólo el pastor dará la Palabra
de Dios. Ciertamente puede suceder que en un momento dado, para remontar
la comunión en el grupo será bueno que el Pastor dé esta Palabra. Pero es cosa
distinta afirmar como ley absoluta: "Sólo el pastor da la Palabra de Dios". De
este modo impiden al Espíritu escoger otro miembro de la asamblea para
nutrir la palabra de Dios, se impide a tal hermano comunicar la vida que el
Espíritu ha puesto en él para todos. En otro grupo, no podía empezarse a rezar
o cantar si el pastor no estaba presente. Y, como el pastor suele estar
solicitado en cuanto llega, quedaba retrasada la oración. La ideología hacía de
él un maestro de ceremonias.

Nuestra ideología y nuestros modos de concebir el lugar y el papel de unos y


otros pueden pervertir la caridad, cuando el Espíritu inspira a cada uno la
actitud de servidor que edifica la asamblea ofreciendo sus carismas con
humildad y gratuidad.

Evoquemos al Buen Pastor. Cristo, buen pastor, ¿no toma el último lugar? De
hecho un pastor va tras las ovejas; no va delante sino cuando debe guiarlas.
Cada oveja debe dejar brotar de ella, la vida, vida de caridad, vida carismática
que el Espíritu le ha dado. Pero no podrá dejar brotar esta vida si el pastor no
la anima. El pastor es aquel que asegura, que acoge, que tiene actitudes de
padre y madre; anima a cada hermano y hermana para que pueda expresar la
vida del Espíritu que habita en su corazón; es él quien ayudará al que recibe
un carisma de profecía a no temer exponerlo. Sueño con un pastor que actúa
con una delicadeza maravillosa. En su grupo, había una persona ligeramente
trastornada; ella lo sabía y tenía suficiente humildad para reconocerlo.
Alguien le dijo que su oración le había reconfortado, ella fue a encontrar al
pastor y le dijo: "No me atrevo a decir lo que llevo en el corazón porque sé
que estoy un poco desequilibrada". El pastor le respondió: "Durante la
asamblea de oración ponte a mi lado; si noto que en lo que dices te pasas de
raya te daré un codazo". Esto parece sin importancia, pero desde entonces,
esta persona tiene una oración llena de vida para muchos. El pastor le da
sencillamente un codazo cuando se excede algo en las palabras. He ahí la
actitud del buen pastor, ser servidor para que la vida que alberga el corazón de
un hermano o de una hermana pueda brotar y hacer crecer la asamblea.

Partiendo de esta sucinta enumeración de algunas enfermedades concernientes


a la escucha de la Palabra, podremos reconocer nuestras propias enfermedades
y tal vez, sin hacer en ello hincapié, también lo que falta en nuestros grupos de
oración.
66 - KOINONIA 66

Ungidos por el Espíritu


por Raniero Cantalamessa

La catequesis mistagógica

En los primeros siglos del cristianismo, la semana que seguía a la Pascua era
el tiempo en que el Obispo desarrollaba la catequesis mistagógica, llamada así
porque servía para introducir (ago, en griego) al conocimiento de los misterios
(los sacramentos).

Los neófitos, bautizados la noche de Pascua, volvían durante siete días,


vestidos de blanco, a los pies del Obispo, que les ilustraba, por primera vez, el
sentido profundo de los ritos y de los misterios que habían recibido. Era como
ser introducidos en la habitación de los tesoros de la Iglesia. Por la disciplina
del arcano, los ritos más sagrados de la fe eran tenidos escondidos a los
catecúmenos hasta el momento de esta solemne consigna. Era un momento
esperado e inolvidable.

La unción-consagración

Uno de los misterios que era explicado a los neófitos durante esta semana, era
el de la unción, la actual confirmación, que en aquel tiempo era conferida
inmediatamente después del bautismo, en el contexto de los ritos de la
iniciación cristiana. S. Cirilo de Jerusalén explicaba así esta unción:
"Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo habéis recibido una naturaleza
semejante a la del Hijo de Dios. Hechos partícipes de Cristo, no son llamados
indebidamente cristos, es decir, ungidos (consagrados). Os habéis convertido
en consagrados cuando habéis recibido el signo del Espíritu Santo. Mientras el
cuerpo era ungido con el Óleo invisible, el alma era santificada por el santo y
vivificante Espíritu" (Cat. misto 3, 1-3).

Volvamos también nosotros a la Iglesia, subamos sobre las rodillas de la


madre, para mamar y deleitarse de la abundancia de sus pechos (Is 66,11).
Nosotros no hemos tenido nunca nuestra catequesis mistagógica, o iniciación
profunda a los misterios de la fe, como ocurría cuando se llegaba al bautismo
adultos. Tengámosla ahora.

Israel, un pueblo consagrado al Señor.


Todas las grandes realidades cristianas han sido prefiguradas en el Antiguo
testamento, es decir, anunciadas y preparadas mediante símbolos y profecías.
La Pascua cristiana estaba prefigurada por la inmolación del cordero pascual,
el bautismo por la circuncisión, la Eucaristía por el maná, etc.

Así también la unción-consagración. Ella es el acto mediante el cual una cosa,


o una persona, o todo un pueblo, son escogidos, separados de todo el resto y
destinados de un modo especial al culto y al servicio de Dios, entrando así en
una relación especial con él, respecto a los otros pueblos, o respecto a las otras
categorías de personas al interior del mismo pueblo. Es el acto mediante el
cual los ungidos son hechos sagrados y da lugar a un estado, el estado de los
consagrados.

Israel, como pueblo, es consagrado al Señor y, como tal, diferente de todos los
otros pueblos: "Tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios; él te ha
elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los
pueblos que hay sobre la faz de la tierra. No porque seáis el más numeroso de
todos los pueblos se ha prendado el Señor de vosotros y os ha elegido, pues
sois el menos numeroso de todos los pueblos, sino por el amor que os tiene"
(Dt 7, 6-8a).

La unción de reyes, sacerdotes y profetas

Al interior de este pueblo consagrado, hay algunas personas consagradas de


un modo particular. El rito mediante el cual es conferida esta consagración
consiste en una unción mediante un aceite perfumado.

Para entender este gesto, hay que recordar que el aceite, para los antiguos, es
un elemento buscado y precioso. Un salmo menciona el aceite que hace brillar
el rostro del hombre, junto al vino que alegra su corazón y el pan que sostiene
su vigor (Sal 104, 15).

Con él se ungían las personas para ser hermosas en el rostro y los luchadores
para ser ágiles y rápidos en la lucha. No extraña, pues, que este elemento haya
sido tomado en la esfera religiosa para significar la dignidad y la belleza
conferidas por el contacto con Dios y que se haya convertido en símbolo del
Espíritu Santo.

Destinatarios de esta unción son esencialmente tres categorías de personas: los


reyes, los sacerdotes y los profetas. Sabemos que Samuel ungió al rey Saúl
(1S 10, 1ss) y luego a David (1S 16, 13), derramando sobre su cabeza un
cuerno de aceite perfumado.

En el Éxodo es descrita la unción de Aarón como sumo sacerdote, con la


descripción de todos los perfumes que deben entrar en la composición del
aceite (cf Ex 30. 22ss). Elías unge a Eliseo como profeta en su lugar (1R 19.
16); el profeta Isaías habla del Espíritu del Señor que lo ha ungido para
anunciar la Buena Nueva a los pobres (cf Is 61, lss) y Jeremías dice haber sido
consagrado profeta desde el seno materno (cf. Jr 1, 5).

La Iglesia, nuevo pueblo de consagrados

Pasando del Antiguo al Nuevo Testamento, encontramos enseguida la grande


y solemne afirmación que ahora la Iglesia es la nueva nación santa y el nuevo
reino de sacerdotes: "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación
santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha
llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1P 2, 9.). Todos y cada uno de
los bautizados han recibido una unción y son consagrados: "y es Dios -dice S.
Pablo- el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos
ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en
nuestros corazones" (2 Co 1, 21-22).

"Vosotros habéis recibido la unción que viene del Santo", escribe a su vez S.
Juan (1Jn 2, 20). Por esto todos los cristianos han sido consagrados o
santificados, es decir declarados y hechos santos, para servir a Dios: "Habéis
sido (¡en el bautismo!) lavados, habéis sido santificados" (1 Co 6, 11).

Cristo, el Ungido

Pero ¿qué significa decir que los cristianos han sido consagrados? ¿Qué clase
de unción han recibido? Para descubrirlo debemos partir de Jesús que es el
primer consagrado, aquel a quien tendían todas las consagraciones conferidas
en la antigua alianza. El nombre mismo de Mesías, en griego Christos y para
nosotros Cristo, significa Ungido, Consagrado.

En él ha ocurrido el paso de la letra al Espíritu, de las figuras a la realidad, de


lo externo y temporal a lo interno y eterno. Jesús hace suyas las palabras de
Isaías y declara: "El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para
anunciar a los pobres la Buena Nueva" (Lc 4. 18).

El momento al que Jesús se refiere con estas palabras es el del bautismo en el


Jordán, cuando como explica S. Pedro en los hechos de los Apóstoles- "Dios a
Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10, 38).

En el bautismo, Jesús es ungido, o consagrado, como Cabeza de la Iglesia, en


vistas de la misión que debe realizar; recibe la unción que debe transmitir a su
cuerpo que es la Iglesia. Viene ungido como Mesías, recibe una especie de
investidura oficial.
Escuchemos esta profunda verdad de los más antiguos maestros de la fe que
fueron los Padres de la Iglesia, para estar ciertos de que alcanzamos la
Tradición más auténtica, para no acontentarnos ya de prácticas devocionales
lánguidas, sino alimentarnos con alimento sólido.

"El Señor -escribe S. Ignacio de Antioquia- ha recibido sobre su cabeza una


unción perfumada para infundir sobre la Iglesia la incorruptibilidad" (Ep. ad
Eph. 17). S. Ireneo precisa: "El Espíritu de Dios ha bajado sobre Jesús y lo ha
ungido para que nosotros pudiésemos alcanzar la plenitud de su unción y ser
así salvados" (Adv. Haer. III, 9,3).

Y otro gran doctor, S. Atanasio, expresa la misma convicción:


"Era a nosotros que era destinada la bajada del Espíritu Santo sobre Jesús en
el Jordán; es para nuestra santificación, para que fuésemos partícipes de su
unción y se pudiese decir de nosotros: ¿No sabéis que sois templo de Dios y
que el Espíritu Santo habita en vosotros" (Or. c. Arian 1, 47).

Una unción a derramar sobre la Iglesia

El Espíritu se recogió plenamente en la humanidad purísima de Jesús, como el


perfume en un vaso de alabastro, pero no podía derramarse hasta que Cristo
no hubiese sido glorificado (cf. Jn 7, 39). El Espíritu, como decía S. Ireneo,
debía habituarse a habitar entre los hombres, debía primero encontrar un lugar
en que reposar.

En la pasión, el vaso de alabastro fue roto -la humanidad de Jesús fue


descuartizada- y el perfume llenó toda la casa, que es la Iglesia. "Entregó el
Espíritu", dice S. Juan (Jn 19, 30). El último respiro de Jesús se convierte el
primer respiro de la Iglesia.

La tarde misma de Pascua Jesús sopló sobre los discípulos y dijo: "Recibid el
Espíritu Santo" (Jn 20, 22). Entre nosotros y el Espíritu Santo había tres muros
de separación: la naturaleza, el pecado y la muerte. Jesús ha derruido el primer
muro, uniendo en sí, en la encarnación, la naturaleza divina y la naturaleza
humana, el Espíritu y la carne; ha derruido el segundo muro, el pecado,
muriendo en la cruz por los pecados; y el tercer muro, la muerte, resucitando
de los muertos.

Ahora ya nada impide al aceite derramarse. El Óleo perfumado, de la cabeza


de Aarón -del nuevo Sumo Sacerdote que es Cristo- se derrama por el cuerpo,
hasta la orla de su vestido (cf. Sal 1 33,2).

En la Iglesia -que es, por excelencia, el lugar donde los hermanos viven
unidos- se realiza esta hermosa imagen usada por el salmista.
Cristianos, es decir, ungidos

El bautismo es el momento en que cada uno de nosotros ha entrado a formar


parte de esta unción consagrante. Al principio, cuando el bautismo era
generalmente administrado en edad adulta, había un rito especial llamado
unción, que expresaba especialmente este significado del sacramento. Este ha
permanecido aún hoy, como rito complementario del bautismo, pero poco a
poco, con el predominio del uso de administrar el bautismo a los niños, se
convirtió en un sacramento aparte, llamado confirmación.

Corno Jesús fue plenamente Cristo, es decir, consagrado por su unción en el


bautismo en el Jordán, así -dice S. Cirilo de Jerusalén-los creyentes en él se
hacen y son llamados cristos, o cristianos, por su unción mediante la cual
participan de la unción de Cristo. El nombre de cristianos, para estos primeros
Padres, no significaba tanto, como se ve, seguidores de la doctrina de Cristo
(como era para los paganos que en primer lugar en Antioquía les dieron este
nombre: cf Hch 11, 26), sino significaba ungidos, consagrados, a imitación de
Cristo el Consagrado por excelencia.

Tenemos el mismo Espíritu de Jesús

La consecuencia que se deduce de todo esto, y que nos debería llenar de


asombro y de alegría, es que tenemos en nosotros el mismo Espíritu que
estuvo en Jesús de Nazaret. El Espíritu Santo que hemos recibido es realmente
la tercera persona de la Trinidad, pero en cuanto se ha convertido por la
encarnación en el Espíritu del Hijo.

Dios ha derramado sobre nuestros corazones el Espíritu de su Hijo (Ga 4,6), el


mismo Espíritu, no otro. Estamos empapados de su unción y somos, por esto,
el buen olor de Cristo (2Co 2, 15). ¡Qué alegría pensar que en mí hay el
mismo Espíritu que había en Jesús en los días de su vida terrena, que aquel
que fue su compañero inseparable (S. Basilio) es ahora también mi compañero
inseparable, el dulce huésped de mi alma! Cuando sentimos una inspiración,
es la voz de Jesús que nos habla, nos exhorta y nos aconseja.

Llevamos impreso en los más profundo de nuestro ser, a causa de la


consagración que hemos recibido, un sello misterioso, impreso a fuego por el
Espíritu Santo, un sello real. Por eso somos de nuevo imagen de Dios e
imagen de Cristo.

Pueblo real, profético y sacerdotal


Pero la consagración no es nunca un fin en sí misma; se es siempre
consagrados para algo, para algún fin. ¿Para qué hemos sido consagrados los
cristianos? También esto lo descubrimos en Jesús que es la fuente y el modelo
de nuestra consagración. Jesús reunió y cumplió en sí la triple consagración:
como rey, como profeta y como sacerdote.

En su bautismo, Jesús fue ungido sobre todo como rey para luchar contra
Satanás e instaurar el reino de Dios. En el Antiguo Testamento los reyes eran
ungidos para combatir en batallas materiales, contra enemigos visibles: los
cananeos, los filisteos, los amorreos... En el Nuevo Testamento Jesús es
ungido con la unción real para combatir en batallas espirituales contra
enemigos invisibles: el pecado, la muerte y aquel que tenía el dominio de la
muerte, Satanás.

En segundo lugar, Jesús fue ungido como profeta para anunciar la Buena
Nueva a los pobres. El se aplica a sí mismo las palabras con que Isaías
describe su consagración como profeta: "El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto me ha ungido el Señor, a anunciar la Buena Nueva a los pobres me
ha enviado" (ls 16, 1 y Lc 4. 18).

Finalmente, Jesús es ungido como sacerdote, tanto en la encarnación como en


el bautismo, para ofrecerse así mismo en sacrificio: "Cristo -dice la carta a los
Hebreos- por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, para
purificar de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios
vivo" (Hb 9, 14).

También nosotros hemos sido consagrados reyes, profetas y sacerdotes. En el


momento de la unción con el santo crisma, en los ritos que siguen al bautismo,
la Iglesia pronuncia estas palabras: "Dios todopoderoso, Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que os ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua
y el Espíritu Santo, os consagre con el crisma de la salvación para que entréis
a formar parte de su pueblo y seáis para siempre miembros de Cristo,
sacerdote, profeta y rey."

Como reyes, los cristianos son ungidos para luchar contra el pecado, para que
no reine más el pecado en su carne (cf. Rm 6, 12) y contra todos los enemigos
espirituales y en primer lugar contra Satanás; son ungidos para el combate
espiritual (cf. Ef 6, 10-20).

Son consagrados como profetas, en cuanto son llamados a proclamar las obras
maravillosas de Dios (cf. 1P 2, 9), a evangelizar.

Finalmente son consagrados sacerdotes para ejercer su sacerdocio real.


El sacerdocio universal de los cristianos

Me detengo aquí solamente en la tercera unción, la sacerdotal. Hay un


sacerdocio universal, o común, que nos une a todos, presbíteros y laicos. Hoy
tenemos la alegría de poder afirmar esto, sabiendo que expresamos el
pensamiento más auténtico de la Iglesia.

En la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II se lee: "Los bautizados son


consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por
la unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre
cristiano ofrezcan sacrificios espirituales... Por ello todos los discípulos de
Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios, han de ofrecerse a sí
mismos como hostia viva, santa y grata a Dios" (LG 10).

Este sacerdocio universal consiste principalmente en el ofrecerse a sí mismo


con Cristo. Es este el sacrificio espiritual del pueblo sacerdotal (cf. 1P 2, 5).
"Os exhorto -escribe S. Pablo- por la misericordia de Dios a ofrecer vuestros
cuerpos como sacrificio espiritual (Rm 12, 1). El cuerpo indica aquí toda la
vida en cuanto vivida en un cuerpo. Toda la vida, por lo tanto, -no sólo
algunos momentos de ella- constituye la materia de esta oblación. Las alegrías
y los dolores.

S. Agustín escribe: "Sacrificio es toda obra con la que uno se esfuerza en


unirse a Dios en santa comunión. El hombre mismo consagrado en el nombre
de Dios y a él prometido, en cuanto muere al mundo y vive para Dios, es un
sacrificio" (De civ. Dei X, 6).

Sacrificio viviente es la vida de una madre gastada en mil pequeñas cosas por
los hijos y la familia; sacrificio viviente es la jornada de un trabajador: no se
aliena y no se consume en el vacío por los otros, su sudor no cae en tierra,
sino que sube hacia Dios.

Sacrificio viviente es la vida de una hermana, de un sacerdote, de los


religiosos que son, en la Iglesia, los consagrados a un título especial.

Sacrificio viviente es la vida de un joven o de una joven que se preparan para


la vida muchas veces con tantas luchas.

Sacrificio viviente son los días, muchas veces tan solitarios, del anciano; su
edad no es una edad inútil si es vivida así, sino preciosa a los ojos del Señor.

Sacrificio viviente es finalmente la vida de quien está enfermo. Puede orar


para que pase su cáliz, como oró también Jesús, y también los que están a su
alrededor pueden y deben orar por su curación. Pero si, con la gracia potente
de Dios, él consigue aceptar su enfermedad como su modo de ofrecerse en
sacrificio, bienaventurado él. Su vida, mientras está coartada y limitada por
una parte, se desarrolla por otra en una fecundidad maravillosa. Se convierte
también él, como Jesús, en eucaristía.

Una vida rescatada por nuestra consagración

Toda existencia puede, por lo tanto, ser rescatada de la banalidad y de la


vanidad, gracias a nuestra consagración, si nosotros la ponemos en práctica.
Al ofrecerse a Dios en oblación pura y santa, junto con Cristo, se realiza el
sentido y la finalidad última de la existencia humana.

¿Para qué Dios nos ha dado la vida y el ser, sino para que tengamos algo
precioso en nuestras manos para ofrecerle y dárselo como don? En la vida
ocurre como en la Eucaristía. En la Misa ofrecemos a Dios en sacrificio aquel
pan que hemos recibido de su bondad:
"Este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, -decimos en el ofertorio-
que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos."

Hemos sido consagrados todos los sacerdotes para restituir en don a Dios
nuestra vida, quemarla ante él como incienso de suave olor. Del hacer algún
sacrificio en la vida, se pasa, en esta perspectiva, a hacer de la vida un
sacrificio. En la Imitación de Cristo encontramos esta hermosa oración con
que renovar la ofrenda a Dios de nuestra vida: "El cielo y la tierra con todo lo
que contienen tuyos son, Señor. Por mi parte, ansío hacerte voluntaria
donación de todo mí ser y ser tuyo por siempre. Señor, con sencillez de
corazón me consagro hoy a ti y hago profesión de ser siempre tu siervo como
víctima de sacrificio y de perpetua alabanza. Acéptame juntamente con esta
sagrada oblación de tu precioso cuerpo" (IV, 9).

70 - KOINONIA 70.

Alegraos
(Flp 3,1)
Por Rodolfo Puigdollers
S. Pablo a los Filipenses

A quien lee la carta de S. Pablo a los Filipenses le sorprende la insistencia de


sus exhortaciones a la alegría. Esto sorprende más cuando se comprueba que
el Apóstol escribe desde la cárcel y en medio de diversas dificultades. Por una
parte está pasando la tribulación que comporta la propia situación entre
cadenas, "pasando hambre y privación" (4, 12). Por otra, la enfermedad de
Epafrodito, a quien los Filipenses habían enviado para que estuviese a su
servicio; pesar que se ve aumentado al saber que la noticia de la grave
enfermedad ha llegado a Filipos y que la comunidad teme por su vida. Por
último, el saber que hay miembros de la comunidad donde se encuentra el
Apóstol (seguramente Efeso) que, negando el sentido de la prisión de Pablo,
están predicando a Cristo llenos de rivalidad y envidia.

Y en medio de todas estas situaciones, en la intimidad de la relación del


Apóstol con su querida comunidad de Filipos, resuena la invitación a la
alegría (l, 4.18.25; 2,2. 17.18.28.28.29; 3,1.4.10).

La alegría brota de la Buena Nueva

Pablo da gracias a Dios cada vez que se acuerda de los Filipenses, rogando
siempre y en todas sus oraciones con alegría por todos ellos a causa de la
colaboración que han presentado al Evangelio desde el primer día (1, 3-5)
Esta colaboración de los Filipenses no es tanto los socorros pecuniarios de que
hablará más adelante (4.14- 16), cuanto el haber acogido la Buena Nueva y
haberla hecho vida.

La acogida del Evangelio fue iniciada un día y va creciendo hasta la


consumación el Día de Cristo Jesús (1, 6). Esta acogida se expresa
fundamentalmente en el amor, que tal como pide el Apóstol a los Filipenses,
va creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento
hasta la pureza sin tacha para el Día de Cristo (1, 9-10).

La alegría de la Buena Nueva es fuente a su vez de alegría cuando ésta es


acogida. La alegría del Apóstol que anuncia a Cristo se ve convertida en la
alegría del que ve a Cristo acogido, la obra de su Espíritu actuante.

La alegría es Cristo

La fuente de toda esta alegría se encuentra en Cristo. En medio de la


tribulación de las cadenas (1, 17), Pablo se alegraba de que Cristo sea
anunciado, aunque sea en algunos por rivalidad. Se alegra y se seguirá
alegrando (1, 21), él es su alegría. Así en la tribulación de las cadenas, como
en todas las circunstancias de su vida, Cristo será glorificado en el cuerpo de
Pablo, por su vida o por su muerte (1, 20).
Así también si como él presiente se verá liberado de la cárcel, esto será
motivo de progreso y de alegría de la fe entre los Filipenses (1, 25). Si en la
tribulación de las cadenas hay motivos para la alegría, mucho más en la
perspectiva de la liberación. En toda ocasión Cristo es glorificado y se
manifiesta su obrar.

La alegría colmada

La alegría del Apóstol -basada en el vivir en Cristo de él y de los Filipenses en


el amor mutuo y en la comunión en el Espíritu- desea verse colmada con el
comportamiento de la comunidad siendo todos del mismo sentir, con un
mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos..., los
sentimientos que tuvo Cristo (2, 14).

El crecimiento en el amor mútuo, la transformación de la vida en Cristo es la


verdadera acogida del Evangelio, la fuente de alegría. Amor que se manifiesta
crucificado. He aquí la fuente de la "perfecta alegría", como diría S.
Francisco: "siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios; sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo (...) y se
humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (2, 6-8).

La alegría de la donación de la vida

Pablo se enorgullece de que los Filipenses sean ante el mundo como


antorchas, presentando la Palabra de vida. Está orgulloso de haber podido
llevarles el Evangelio y de que ellos lo hayan acogido. Por eso la comunidad
de Filipos será motivo de orgullo para el Apóstol el Día de Cristo, ya que será
la muestra de que no ha comido ni se ha fatigado en vano.

La realidad de Cristo, la acogida del Evangelio, lo transciende todo. Por eso el


Apóstol se alegra y se congratula con los Filipenses, aun cuando su sangre sea
derramada como liberación sobre el sacrificio y la ofrenda de su fe. Es más,
pide a los Filipenses que se alegren y se congratulen con él, a pesar de la
situación de cárcel en que está viviendo y de la posibilidad de su muerte
cruenta (2, 17-18).

Nada puede impedir la alegría cuando se ha convertido en ofrenda al Padre, en


acción de gracias, en alabanza. El derramamiento de la sangre no será sino la
libación sobre la ofrenda. Todo ha quedado transformado, y puede resonar con
alegría el canto espiritual.

Las alegrías y tristezas fraternas

En medio de estos desahogos de profunda espiritualidad, el Apóstol no pierde,


sino al contrario, la riqueza de sus sentimientos más humanos. En medio de
estas exhortaciones a la alegría, Pablo manifiesta su tristeza por la enfermedad
que ha tenido Epafrodito, hermano, colaborador y compañero de lucha,
enviado por los Filipenses para ayudarle. Pero Dios se compadeció de
Epafrodito y de Pablo, para que éste no tuviese tristeza sobre tristeza. Por eso,
una vez restablecido, el Apóstol envía de nuevo a Filipos a Epafrodito,
añorado y angustiado porque sabe que ha llegado a los Filipenses la noticia de
su grave enfermedad.

Así, viéndole de nuevo sus hermanos se podrán alegrar y Pablo quedará


aliviado en su tristeza. "Recibidle en el Señor con toda alegría", les indica el
Apóstol. Tristeza y alegría se hacen aquí expresiones profundas del amor
fraterno, de la delicadeza cercana, de quien conoce los recovecos del alma
humana.

Alegraos en el Señor

Hacia el final de la carta S. Pablo hace dos exhortaciones a los Filipenses:


"hermanos míos, alegraos en el Señor" (3, la), "alegraos en el Señor siempre;
os lo repito, alegraos" (4, 4). Son indudablemente exhortaciones intensas a la
alegría cristiana transformando en profundidad la salutación griega "alégrate",
"alegraos" (Jaire, jairete).

Se trata de una alegría "en el Señor", que tiene en él su fundamento, y


"siempre". No es, pues, una alegría psicológica que pueda basarse en los
humores, en los sentimientos, en las circunstancias de la vida o en los vientos
de la fortuna.

Se trata de la alegría escatológica. Es la alegría de la Buena Nueva, del


anuncio de la presencia del Señor. Es la alegría de su cercanía: "El Señor está
cerca" (4, 5).

Resuenan en estas exhortaciones del Apóstol la alegría escatológica del


"Jaire" del ángel en la anunciación, o del "Jairete" de Cristo resucitado a las
mujeres. Estamos en la plenitud escatológica, ha resonado el Mensaje gozoso,
la Buena Nueva, el Señor está cerca: "alegraos, alegraos en el Señor, alegraos
siempre".

La Iglesia, alegría del Apóstol

Esta plenitud escatológica, este Evangelio anunciado y acogido, tiene su fruto


en la comunidad cristiana nacida de la predicación, que crece y se mantiene
firme en el Señor. Por eso no nos ha de extrañar que S. Pablo escriba a sus
queridos y añorados Filipenses: "mi alegría y mi corona".
Ciertamente la comunidad cristiana es la alegría del Apóstol, no sólo en el
sentido de su satisfacción, sino sobre todo como realización del Evangelio.
Ellos son ese Cuerpo de Cristo, esa presencia del Resucitado en medio del
mundo.

La alegría del amor fecundo

En la acción de gracias de Pablo a los Filipenses por el envío de Epafrodito (4,


10-20, fragmento que seguramente pertenece a una carta anterior), el Apóstol
se ha alegrado grandemente en el Señor por el hecho que hayan florecido los
buenos sentimientos de los Filipenses para con él, enviándole a Epafrodito con
una ofrenda, que Dios acepta con agrado. No se trata del alivio del hambre y
las privaciones pasadas en la cárcel, pues ha aprendido a contentarse con lo
que tiene, pudiéndolo todo en Aquél que le conforta. Es la alegría de ver los
frutos del Evangelio, el fruto del Espíritu, los sentimientos de Cristo.

LA ORACION
Por Rosa Mª. Serra

¿Qué es orar?

Orar es escuchar a Dios. Orar es ponernos ante Dios, mirarlo y dejarnos mirar.
Orar es hablar con Dios, como con un amigo. Orar es salir de uno mismo, es
la preparación para encontrarnos cara a cara con Dios.

Jesús le dijo a la samaritana cuando se la encontró en el pozo de Jacob: "Si


conocieras el don de Dios y quién es el que te pide agua, serías tú quien le
pedirías a él, y te daría agua viva". El Señor nos necesita, tiene sed de
nosotros. Quiere darnos agua viva que mana de la fuente que es él. Quiere que
nos abandonemos a él. Quiere que le digamos:"Señor, quédate entre
nosotros". Pero nosotros con nuestras prisas de cada día y con el corazón tan
lleno de cosas humanas, inconscientemente le decimos "pasa de largo que
tengo prisa".

Caminos para llegar a la oración

Del mismo modo que para hacer un pastel y quede bueno no puede faltar
ningún ingrediente, nos podemos preguntar qué ingredientes hemos de poner
para hacer oración. Nos ayudará utilizar algún salmo, y a partir de aquí ir
repitiendo las frases que nos gusten más o las que más entendamos. E irlas
repitiendo.
También nos puede ayudar las lecturas del día. Tomar algún canto conocido.
También nos ayudará a entrar en oración, empezar alabando a Dios por todo.
Un rato de nuestra oración ha de estar ocupado por presentar ante el Señor
nuestra familia, los hermanos de fe. Todos estos ingredientes son para
ayudarnos a hacer oración personal, sobre todo. Pero por ahí se empieza. Si
estamos acostumbrados a hacer oración personal, la oración comunitaria sale
sola.

Condiciones correctas para orar

Nos cuesta a todos encontrar un rato para el Señor. Es verdad que todos
tenemos muchas obligaciones, llevamos una vida agitada, pero pongámonos la
mano en el corazón al final del día y preguntémonos: ¿realmente no he tenido
ni un minuto para el Señor?

Para ponernos en actitud de oración necesitamos utilizar nuestra voluntad.


Pensemos que nuestra vida estará vacía, no dará frutos ni gloria a Dios si no
tenemos la oración inserta en nosotros del mismo modo que tenemos el hábito
de comer o de peinarse.

El Señor es bueno y misericordioso con nosotros, pero no le devolvemos con


la misma moneda. No hemos descubierto aún el calor del amor.

Nos pasa como a aquellas parejas que hace años que viven juntos, uno al lado
del otro, pero cada uno hace su vida y no han descubierto aún la alegría, los
valores del otro.

Lo que nos pasa en la vida de fe es lo mismo. Hace años que caminamos al


lado del Señor y aún no nos hemos dado cuenta, aún no le hemos descubierto.

Nos hemos de abrir a la acción de Dios, hemos de salir de la rutina y de tanto


en tanto respirar el oxígeno que viene del cielo. Una vez hayamos respirado
este aire que viene del cielo, ya no podremos volver a vivir en el aire
contaminado.

Nuestra oración no será un acto aislado en la vida, sino que oraremos en todas
partes, en todo momento, por todo y con todo. Cuando ha entrado en nuestra
vida el gusanillo de la fe y todo lo que esto comporta de buenas obras, perdón,
hacer en cada momento la voluntad de Dios, etc., la oración no puede
abandonarse.

Todo esto sólo podremos hacerlo con el Espíritu Santo que está en nosotros.
Tomarlo bien fuerte de la mano y dejarnos conducir por él. Esto lo podemos
entender mediante un ejemplo gráfico. Si queremos ir de Barcelona a Lugo,
podemos ir andando utilizando nuestras fuerzas. También podríamos ir a
caballo, y nuestro esfuerzo consistiría en mantenernos agarrados fuertes sobre
el caballo para no caer. El hace el esfuerzo más grande y nosotros estamos
encima. En la vida de fe hemos de poner algo de nuestra parte, pero no
podemos hacer nosotros todo el esfuerzo. Nos podemos aguantar sobre el
caballo sin caer gracias al Espíritu Santo que nos ayuda a caminar.

Actitudes del que ora

Dentro del clima de oración podemos tomar muchas actitudes:


agradecimiento, alabanza, acción de gracias, adoración, petición. Todo
consiste en ponerse en presencia de Dios, pero con actitudes diferentes:

Actitud de alabanza: es ponernos ante Dios reconociendo su superioridad, su


única grandeza, su gran amor, su fidelidad. Es reconocer su justicia, la
salvación, el poder liberador. Por más pesos que llevemos encima, por muchos
problemas que pasemos, si estamos cerca de Dios nos sentimos liberados. No
se sentirá nunca liberada una persona que humanamente se siente muy llena,
rica, con orgullo. El Señor nos quiere pobres y humildes, sencillos; sólo así
podremos reconocer su grandeza.

Oración de acción de gracias: Dar gracias es tomar conciencia de los dones


del Señor. Dar gracias es en cierta manera dar testimonio de lo que hace el
Señor en nuestra vida. Dar gracias es confesar nuestra fe. La oración de acción
de gracias por excelencia es la Eucaristía. Jesús da gracias al Padre y todos los
cristianos nos unimos a él.

Oración de adoración: Es la expresión espontánea, consciente y voluntaria


de la reacción del ser humano impresionado por la proximidad de Dios.
Cuando en la naturaleza vemos una cosa muy hermosa nos quedamos
mirándola con la boca abierta. Pues con Dios pasa igual, nos gusta adorarle,
mirarlo un buen rato, admirar su grandeza.

Oración de petición: Actitud de aquel que todo lo espera del Padre y le


presenta cada una de las necesidades que lleva en su corazón. Quien ama no
puede permanecer callado ante las necesidades de quienes ama.

Frutos de adoración

Todas las personas tenemos, desde que nacemos hasta que morimos, un
camino que hemos de recorrer; unos fácil, otros no tanto. A lo largo de este
camino la vida nos tiene preparadas muchas sorpresas. Suerte que vienen poco
a poco, porque si desde un principio supiésemos todo lo que hemos de vivir,
muchos ya lo dejarían.
El ser humano tiene un alma, inteligencia y libertad. La vida cada uno puede
enfocarla como quiere, para eso tenemos la libertad, y el Señor nos deja bien
libres. Pero como nosotros somos privilegiados y hemos recibido la gracia de
la fe, nuestras vidas tienen un sentido nuevo, un sentido renovado.

Aunque en el momento de la verdad a veces seamos un desastre y todo nos


salga mal, nuestra vida está enfocada hacia Dios, para nosotros es lo más
importante de nuestra vida. ¿Qué es ser cristiano? "Por sus frutos los
conoceréis" .Cuando una persona ora, se conoce por los frutos.

Los frutos de la oración son: paz, paciencia, valentía, fuerza para la lucha,
caridad, humildad, amor hacia los demás, etc.

El Señor sana los corazones


enfermos
Por Mons. Alfonso Uribe Jaramillo

El Salmo 147, ese hermoso himno al Todopoderoso, nos dice:


"Nuestro Dios sana los corazones atribulados y venda sus heridas". Por eso
cuando Jesús leyó la profecía de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuando me ha ungido Yahvéh. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a
los pobres, a vendar los corazones destrozados" (Is 61, 1), dijo: "Esta escritura
que acabáis de oír, se ha cumplido hoy" (Lc 4, 21).

En efecto, gran parte del ministerio del Señor se dedicó a sanar a los hombres
del pecado, del odio, del miedo y de los demás males que los mantenían
interiormente enfermos. Si borrásemos del Evangelio la maravillosa sanación
interior que efectuó el amor de Jesús en muchas vidas, suprimiríamos muchas
páginas y de las más admirables.

Jesús sanó el odio

La peor enfermedad interior que sufre el hombre es la del odio. "¿Quién de


nosotros puede decir que no la padece? Hemos sido muy heridos y hemos
herido a muchos en esta área.

Cuando Jesús nació en Belén encontró un mundo dominado por la violencia,


el resentimiento, la guerra y la esclavitud. Por eso vino a ofrecerle su paz. Esta
palabra bendita fue el canto de los ángeles en esa noche maravillosa. A lo
largo de su ministerio salvador prodigó este regalo de su paz y sanó muchos
corazones heridos por el odio.

Sanó el odio racial

En su tiempo, como ahora, existía el odio racial. "Los judíos y los samaritanos
no se trataban" (Jn 4, 9). Este odio impedirá que la samaritana obsequie a
Jesús el poco de agua que le pide. "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber
a mí, que soy samaritana?" (Jn 4, 9).

Pero Jesús no odiaba a los samaritanos; los amaba, como amaba sus hermanos
los judíos. Por eso no reacciona con agresividad ni dureza contra esta mujer
despectiva. Al contrario, ofrece el agua del Espíritu a quien le niega la del
pozo. Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te
dice: dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva".
(Jn 4, 10).

Jesús dice esto porque estaba interiormente sano.

A lo largo de un diálogo lleno de amor divino, Jesús va sanando el odio de


esta mujer, que termina "dejando su cántaro" a los pies de Jesús. Después ella
corre hasta la ciudad y dice a la gente: "Venid a ver a un hombre que me ha
dicho todo lo que he hecho" (ln 4, 28-29), Y habló con tanto entusiasmo de
Jesús que "muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las
palabras de la mujer" (4, 39), "Le rogaron que se quedara con ellos. Y se
quedó allí dos días. Y fueron muchos los que creyeron por sus palabras"
(4,40-42). Todo esto porque el amor de Cristo sanó el odio racial de aquellos
samaritanos.

Cristo en nuestra paz

La sanación del odio que separaba a dos pueblos y que sólo pudo ser
efectuada por Jesús está sintetizada admirablemente por San Pablo en su Carta
a los Efesios en estas palabras: "Pues Cristo es nuestra paz, que hizo de los
dos pueblos uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando
en su carne la ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí
mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con
Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la Cruz, dando en sí mismo
muerte a la enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais
lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por él, unos y otros tenemos acceso
al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2, 14-18).

El mundo actual está destrozado por odios personales, nacionales y raciales, y


este odio ha llegado hasta el deporte y a las manifestaciones de la cultura.
Todos los esfuerzos de las Naciones Unidas y de las Conferencias de paz han
sido inútiles, y lo serán mientras no las anime el Espíritu del Señor. Solamente
Jesús es capaz de derribar los muros que separan a los pueblos y de dar muerte
al odio con su infinita paz.

Perdonar para sanar

El odio enferma y el perdón sana. Esta es la gran verdad que todos debemos
tener presente en nuestra conducta. Solamente en la medida en que
perdonemos de corazón, esto es, en la medida en que lleguemos a amar al que
nos ha ofendido, sanarán nuestras heridas íntimas. Pero esto no es posible sin
la acción del Espíritu del Señor en nosotros. Sólo El puede capacitarnos para
realizar el anhelo de San Francisco de Asís: "que donde hay odio, ponga yo
amor".

Lo primero que se requiere para esto es que descubramos todo el odio que hay
acumulado en nosotros a lo largo de nuestra vida. Que sepamos en realidad a
quien odiamos y en qué grado. Y esto no es fácil porque muchas veces
creemos que amamos a las personas porque vivimos con ellas, las respetamos,
les prestamos servicios, oramos por sus intenciones: y sin embargo guardamos
resentimientos muy profundos porque nos han rechazado muchas veces.

Dediquemos el tiempo que sea necesario para clasificar y determinar las


personas contra las cuales tenemos resentimientos.

Perdonemos a Dios

Empecemos por Dios Nuestro Señor ¿No estamos resentidos con El porque
creemos que no nos ama como a los demás y porque ha permitido tal o cual
pena y porque no ha atendido aparentemente la súplica que le hemos hecho
por tal o cual intención? Hay más resentimiento contra Dios en muchas
personas del que creemos. Por eso vemos tantas virtudes negativas en el
campo de la fe y de la oración, y por eso también oímos a veces en los
cristianos ciertas expresiones contra Dios que son verdaderas blasfemias.

Encontramos este resentimiento particularmente en personas que han perdido


un ser querido en circunstancias muy dolorosas; en quienes padecen una
enfermedad larga y penosa; en quienes sufren por una calumnia grave o por
un trato muy injusto; en quienes padecen los rigores de la pobreza, de la
incomprensión o del abandono.

Cada día descubro en mi ministerio la necesidad que tienen muchas personas


de reconciliarse con el Señor por quien experimentan un profundo
resentimiento a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios y a El gritamos:
¡Abba, Padre! (Rm 8, 15-16).
La luz del Espíritu Santo nos va descubriendo la maravilla de la paternidad
amorosísima de Dios y nos hace ver en todos los acontecimientos expresiones
de amor de Dios, siempre adorable. Una luz nueva se proyecta sobre los
acontecimientos y empezamos a alabar al Señor y a expresarle nuestra gratitud
por su misericordia. Así se sana esta terrible enfermedad que nos impide
disfrutar de la paternidad de Dios y abandonarnos confiadamente en su
providencia.

Perdonémonos a nosotros mismos

En este proceso de sanación del odio tenemos también que perdonarnos.


Hemos acumulado más odio contra nosotros mismos del que suponemos.
Defectos personales, fracasos, el trato recibido en el hogar y fuera de él y otras
causas nos han llevado a crear una imagen personal muy mala. Así es
imposible que nos amemos y que miremos el futuro con optimismo.

Los resultados de este auto rehechazo son funestos y llevan a la auto


conmiseración, la depresión. El auto rechazo aviva el fuego de la rebelión en
nuestros corazones contra todo y contra todos. Esto sucede más, ahora, cuando
vivimos en una sociedad cuyo ambiente es la rebeldía. También crea un
exagerado interés por las cosas materiales y por el placer como única
compensación del fracaso interior que se experimenta. Estas personas nunca
saborearán la vida del Espíritu, ni el amor de Dios mientras no se contemplen
en El y reciban la gracia de amarse tal como el Señor las hizo y no descubran
con la luz del Espíritu sus valores y sus grandes posibilidades.

Sólo cuando nos miremos en el rostro de Dios podremos cambiar nuestra mala
imagen personal por una digna de un hijo de Dios.

En la medida en que establezcamos una relación personal con Dios a través de


la oración mejoraremos nuestra imagen y aprenderemos a apreciarnos y a
amarnos. Poco a poco aprenderemos a alabar al Señor por todo y a descubrir
su amor en todos los acontecimientos.

71 - KOINONIA 71
La Renovación
Carismática
Por el P. Yves Congar

El P. Ives Congar es uno de los más grandes teólogos vivos que ha preparado
y asistido como asesor del Concilio Vaticano II. Su obra ha destacado sobre
todo por el acento puesto en la acción del Espíritu Santo y la construcción de
la Iglesia. Editorial Herder hace unos años nos ofrecía la traducción de su
libro "El Espíritu Santo"; recientemente nos ha ofrecido una publicación más
sencilla bajo el título "Llamados a la vida". Se trata de una serie de artículos
de teología y espiritualidad. Nosotros publicamos gran parte del artículo
titulado "Teología del Espíritu Santo y Renovación Carismática" (pp. 107-
116).

Las vidas cambian

¿Y la Renovación carismática?
Muchos de entre vosotros la conocéis y participáis en ella. Recuerdo para los
demás, lo que es, aunque hay excelentes libros que la han dado a conocer:
Wilkerson, los Ranaghan, René Laurentin, el Cardenal Suenens, Monique
Hébrard...

De entrada, un don incondicional de uno mismo a Cristo viviente, en el


sentimiento de una radical miseria de nuestra vida; una apertura al Espíritu a
través del cual actúa el Señor vivo, un acogimiento filial a aquello que él
quisiera hacer en nosotros y por nosotros, una ofrenda confiada de nosotros
mismos a la oración de hermanos cristianos visitados o habitados por el
Espíritu. Entonces sucede una cosa. No de golpe; nada automático. Pero las
vidas cambian, están en la paz y alegría, animadas por un gusto nuevo de la
oración, sobre todo de alabanza, por un gusto nuevo de la palabra de Dios, por
una serena y diligente apertura a los demás.

Las reuniones de oración tienen su estilo propio, con el cual se puede estar o
no de acuerdo; también en ellas sucede alguna cosa, no solamente oración o
canto "en lengua", sino palabras que pueden iluminar toda una vida
("profecía") y curaciones espirituales o corporales.

Podemos preguntamos por qué suceden estas cosas allí y parece que no
suceden en otras partes (cosa que habría que ver). Evidentemente, podemos
pensar que hay un entrenamiento, es decir, un condicionamiento del grupo,
unos fenómenos de imitación.
Personalmente, no pertenezco a la Renovación, sin embargo, creo que vivo del
Espíritu Santo que me da también el gusto por la oración y la palabra de Dios.
Con gusto repetiría la oración de San Simeón el Nuevo Teólogo al Espíritu
Santo:

"Ven, tú el Solo al solo, puesto que como ves, estoy solo... Ven, tú que en mí
te has hecho deseo, que has hecho que te desee... ".

Pero pienso que una explicación psicológica refiriéndose a grupos de intenso


poder de entrenamiento es excesivamente corto y hay que acudir al dato
auténticamente cristiano de una presencia y de una acción particular del Señor
allí donde dos o tres están reunidos en su nombre (Mt. 18, 20), en una
comunidad reunida, como tal, en su nombre. Acerca de esto hay testimonios
muy claros de la época de los mártires, de san Ireneo: "Allí donde está la
ekklesia y toda la gracia" (A.H., 1Il, 24, 1); de san Hipólito: "Se irá
diligentemente a la ekklesia, a la asamblea, allí donde florece el Espíritu"
(Trad. ap., 35). Me quedo con esta interpretación positiva.

Algunas preguntas

No se trata de que no tenga ninguna pregunta que hacer a la Renovación. Las


he formulado en otra parte. Muy brevemente: no me gusta mucho la etiqueta
"carismática", en proporción, precisamente, de mi interés por los carismas
comprendidos como los talentos y los dones recibidos, que el Espíritu Santo
hace servir para la construcción del cuerpo de Cristo.

No quisiera que lo extraordinario, lo espectacular, la expresión entusiasta,


eventualmente excesiva, de algunas manifestaciones lleven a identificar
carisma con excepcional o sensacional. Pero no quiero insistir en este punto.
Experimento un malestar más serio ante una cierta ingenuidad un poco
simplista que ve la acción inmediata del Espíritu con demasiada facilidad por
todas partes. Inmediatez, es esto: Dios nos indicaría de rondón y en detalle
aquello que debemos hacer, interrumpiendo el sano uso de nuestra prudencia;
el sentido del texto me sería dado al instante... En todo esto, por mi parte,
aprehendería una búsqueda de respuesta o de solución en una relación corta,
inmediata y personal, economizando pasos largos y difíciles.

Los autores espirituales han hablado siempre en favor de la sobriedad, en


favor de una aplicación paciente y onerosa. Ya sé que se preocupan de esto en
la Renovación y no insistiré más en las preguntas o las críticas. Creo que, en
conjunto, la Renovación es un don de la gracia de Dios a nuestro tiempo y
vaya decir, sin pretender ser completo, cómo vería su lugar y su papel en la
Iglesia de hoy.
El Espíritu construye la Iglesia

Hemos conocido una Iglesia tan organizada, estabilizada, que parecía


funcionar sola por medio de un encuadre perfecto de la vida. Recuerdo un
encuentro ecuménico de los años treinta en el que el pastor Charles Westphal
nos decía:

"Vosotros, los católicos, nos dais la impresión de querer economizar el


Espíritu Santo... " No hay que pensar que ataco una institución a la que he
consagrado lo mejor de mi trabajo. Pero creo que Dios nos llama hoy a darnos
cuenta realmente de que es él quien construye su Iglesia. Es Dios, Jesucristo,
quien por el Espíritu Santo, suscita sin cesar las actividades por las cuales se
edifica la Iglesia, que es su obra.

Ciertamente, Dios actúa en y por las instituciones cuyas bases él mismo ha


puesto. No lo discutimos. ¡Oh santo bautismo, oh santa eucaristía de Jesús!
Pero vemos que Dios actúa en y por las personas.

Para preparar mis clases del Instituto Católico, he estudiado recientemente los
movimientos que abundaron en el protestantismo, sobre todo en el anglosajón,
durante el siglo XIX. Provienen de aquello que se denomina el Despertar,
cuyos orígenes se remontan a Wesley. Son obra de personas captadas por
Jesucristo y que se consagran a su causa con la intención de convertirle el
mundo: "en esta generación", decía John Mott.

Esta gran abundancia queda expuesta, en un capítulo de Rouse y Neill, con el


título de "Voluntary movements". Es esto: movimientos que no provienen de
las instituciones existentes, aunque se inserten en ellas y las revitalicen, sino
que tienen su origen en personas que se agrupan y formas un movimiento.

La Renovación me parece emparentada con el Despertar, pero quizás la


diferencia de los términos tiene un sentido que sería interesante precisar. No
es el único movimiento de este estilo que existe en nuestra Iglesia. Pío XII
habló, refiriéndose a la renovación litúrgica, de "un paso del Espíritu Santo
por la Iglesia de Dios" (22 de septiembre de 1956).

Lo mismo podría decirse acerca del ecumenismo y de otros movimientos


también, pero el parentesco con el Despertar y con los "Voluntary
movements" es más claro en la Renovación carismática, que incluso está
menos instituida que estos otros movimientos. Hallamos en ella mujeres y
hombres conquistados por Jesucristo, entregados a él como al Señor vivo de
su existencia, que se reúnen, celebran asambleas libres de oración sin la
presidencia de un ministro ordenado, y si alguno de estos ministros toma parte
en ella, lo hace como persona atraída, a su vez, por el Señor viviente.
Es verdad que esta moción del Espíritu impulsa a estas personas a ser vivas y
fervientes en la Iglesia y a animarla mucho más que a contestarla. Más de un
grupo estabilizado se somete al obispo y a su aprobación.

Un rasgo de la Iglesia de hoy

En la medida en que la Renovación se extiende en nuestra Iglesia, entra a


formar parte de lo que me parece ser un rasgo de la Iglesia hoy. La Iglesia es
todavía aquel gran marco, aquella cuadrícula del país que hemos conocido, y
la vida anima marco y cuadrícula. Pero éstos son menos potentes y eficientes
que antes.

Por otra parte, me maravilla contemplar, un poco por todas partes,


resurgimientos de evangelio en la vida de hombres y mujeres que, visitados
por el Espíritu, se entregan de diversas formas a la causa de Jesucristo, el
Señor viviente. Se va confeccionando así un tejido de Iglesia de gran valor
evangélico, pero que corre el riesgo de ser precario y lleno de lagunas. Un
tejido requiere el entrecruzamiento de la urdimbre y la trama.

Esto significa, según mi opinión, la complementariedad de lo instituido y de lo


espontáneo, suscitados ambos por el Señor viviente para el mismo fin, la
construcción de su cuerpo, hecho de hombres.

Cristo y el Espíritu

Teológicamente se puede vincular esta doble operación de Dios para construir


el cuerpo eclesial de Cristo a la doble misión del Hijo-Verbo y del Espíritu-
Hálito, que el genial y querido san Ireneo compara a las dos manos del Padre
con las cuales forma al hombre. Si solamente pudiera conservar una
conclusión del intenso estudio que halló su expresión en mi voluminosa obra
sobre el Espíritu Santo, sería la unión de la pneumatología y la cristología: no
hay Palabra sin el Soplo, no hay Soplo sin la Palabra.

La salud de toda renovación carismática es la palabra de Dios, la verdad, la


doctrina. Pero una doctrina sin el Soplo es una letra muerta y podría
convertirse en una pantalla; un impulso del Espíritu sin doctrina podría derivar
en ilusión, en anarquía, en un peligroso y vano iluminismo.

Desde el punto de vista de una teología de la Iglesia, se trata de no


considerarla solamente como una institución que tiene su origen en el Cristo
histórico como su fundador hace casi 2.000 años -aunque lo es- sino como
hecha actualmente por el Cristo Señor vivo, como su fundamento permanente.
Ahora bien, el Señor vivo actúa por su Espíritu, de tal manera que no se les
puede distinguir funcionalmente y que san Pablo escribe:

"El Señor es el Espíritu" (2 Cor 3, 17). No es que confunda las personas: hay
una treintena de textos trinitarios en san Pablo; sino que desde el punto de
vista de su operación actual el Señor y el Espíritu realizan la misma cosa, el
cuerpo universal de Cristo.

El Soplo es aquel que proyecta la Palabra hacia fuera; el Espíritu asegura el


porvenir de Cristo en los cristianos a través de la historia. Hace avanzar, en el
devenir del tiempo, la verdad que toma del Verbo.

Para el ecumenismo

He vuelto a la teología de la tercera persona, porque la Renovación,


considerada como un elemento de la vida de nuestra Iglesia, me parece fundar,
por su parte, una conclusión extremadamente importante desde el punto de
vista ecuménico. Después de mil años de ruptura y quince años de diálogo
caritativo, el diálogo teológico empezó el año 1981 entre la Iglesia ortodoxa y
la iglesia católica romana. Felizmente se decidió por unanimidad que este
diálogo empezaría por aquello que es profunda y claramente común, a saber,
los sacramentos o incluso la naturaleza sacramental de la Iglesia, en virtud de
lo cual, a pesar de graves divergencias, los ortodoxos y nosotros pertenecemos
fundamentalmente a la misma Iglesia.

Sí, la santa Iglesia católica de Oriente y de Occidente brotada de las mismas


raíces, que reconoce los mismo concilios, los mismos padres, y que no ha roto
jamás totalmente la comunión. Pero entre estas dos familias existe, desde el
mismo tronco, un contencioso grave que se refiere precisamente a la teología
del Espíritu Santo. El Oriente mantiene la forma neotestamentaria, "que
procede del Padre" (Jn 15, 26); el Occidente confiesa "que procede del Padre
y del Hijo". Dejo de lado, sin desconocer su gravedad, la cuestión de la
adición unilateral de estas palabras al símbolo. Considero solamente el
problema doctrinal.

Una misma fe

Lo he estudiado cuidadosamente en el tercer libro de El Espíritu Santo cuyo


subtítulo es: "un río de agua viva fluye a Oriente y a Occidente." He llegado a
una conclusión cuya gravedad y alcance puedo medir, pero que, si no me
equivoco, no soy el único en mantenerla: los mejores especialistas, el padre
André de Halleux en Bélgica, el padre Louis Bouyer en Francia, parece que la
apoyan, sin hablar del padre Sergio Bulgakov, que citaré. Mi conclusión es
que la misma fe es conservada y vivida en Oriente y Occidente, pero que ha
sido formulada en dos teologías diferentes, cada una de las cuales es completa
y coherente, y que no pueden superponerse.

Hay que decir también: en dos dogmáticas, puesto que, entre nosotros por lo
menos, el Filioque tiene valor dogmático. Es grave.

Habrá que encontrar para el dogma profesado una fórmula de acuerdo o de


equivalencia, como ya se intentó en Florencia, pero en mejores condiciones
que en 1439. Existen bases serias para ello. Pero la fe vivida es la misma aquí
y allí. Miembros de la Renovación, sois la prueba de ello. Todos somos la
prueba de ello.

No sé si los ortodoxos leen a nuestros autores espirituales, pero nosotros


alimentamos nuestra vida con los de ellos. Me encuentro a mí mismo en san
Basilio, san Gregorio Nacianceno el Teólogo, en san Simeón el Nuevo
Teólogo, san Sergio, san Serafín de Sarov, en Silvano de Atos, en tantos otros
que sería demasiado prolijo citar. Sin hablar de los actuales, Paul Evdokimov
u 01ivier C1ément. Sin espíritu anexionista, son nuestros. Alimentan y
expresan nuestra experiencia del Espíritu y lo que nosotros creemos acerca de
él. Con rasgos particulares, sin duda -puesto que la misma planta, en otro
clima, desarrolla aspectos distintos-, la Renovación es la prueba de que el
mismo río de agua viva, que procede del trono de Dios y del Cordero (Ap 22,
1), corre tanto en Occidente como en Oriente. Uno de sus poetas, Daniel-
Ange, está lleno del raudal oriental, y Olivier Clément lo ha prologado con
cariño.

El padre Sergio Bulgakov, a quien he conocido, escribió en su libro Le


Paraclet (París 1946, p. 124 Y 141):

"Durante muchos años, en la medida de nuestros medios, hemos buscado las


huellas de esta influencia (de la divergencia dogmática acerca de la procesión
del Espíritu Santo en la vida y la doctrina de las dos Iglesias hermanas) y nos
hemos esforzado en comprender de qué se trataba, cuál era el significado vivo
de esta divergencia, dónde y a través de qué se manifestaba prácticamente.
Confieso que no he conseguido descubrirla: es más, sencillamente me
atrevería a negarla (...). Las dos partes... no pueden demostrar prácticamente
ninguna diferencia en su veneración del Espíritu Santo, a pesar de su
desacuerdo sobre la procesión. Parece muy raro que una divergencia
dogmática tan capital aparentemente no tenga ninguna repercusión práctica,
mientras que, normalmente, el dogma tiene siempre una importancia práctica
y determina la vida religiosa (...).

Se puede afirmar que ni la Iglesia oriental ni la occidental conocen ninguna


herejía vital acerca del Espíritu Santo, la cual hubiera sido inevitable si
hubiera habido herejía dogmática. "
Todos vivimos del Espíritu

En la Renovación o sin pertenecer a ella, éste es mi caso, todos vivimos del


Espíritu Santo. Esta vida envuelve la teología y la dogmática. A ellas he
consagrado el trabajo de mi vida. Creo estar alejado del antidogmatismo y del
pragmatismo, pero tengo conciencia del carácter imperfecto de nuestras
formulaciones. Tomás de Aquino, mi maestro, dio la siguiente definición del
dogma:

"Una percepción de la verdad que tiende a alcanzar esta misma verdad",


perceptio veritatis tendens in ipsam. En la vida y la experiencia espirituales
tocamos esta verdad o esta realidad misma; o más bien es ella la que nos toca,
ya que nosotros no conocemos a Dios -en el sentido bíblico de esta palabra,
que implica el amor y un trato familiar- si antes no hemos sido conocidos por
él, es decir amados y atraídos a su proximidad... Las representaciones y
formulaciones son segundas. No son secundarias, tienen una gran importancia,
pero tienden solamente a alcanzar la realidad.

Hermanos, hermanas, os pido que oréis intensamente para que las dos Iglesias
hermanas reciban del mismo Espíritu que las habita y las anima el
reconocimiento de que confiesan la misma fe recibida de los apóstoles, de los
padres y de los concilios que les son comunes.

El sacramento de la Unción
de los enfermos
Por Rodolfo Puigdollers

Oración de la Iglesia por los enfermos

El sacramento de la unción de los enfermos ha sido visto con una nueva luz
desde el Concilio Vaticano II. En él se nos recordaba que su nombre más
apropiado es el de "unción de los enfermos" y no el de "extrema unción", en
cuanto "no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos
momentos de su vida".

La unción de los enfermos es la oración de toda la Iglesia por la cual ésta


encomienda los enfermos al Señor paciente y glorioso. Como todos los
sacramentos se trata de la oración de la Iglesia que hace presente el cuidado
solícito de Jesucristo junto a los más débiles.
La carta de Santiago

Esta solicitud de la Iglesia por los enfermos está atestiguada por el célebre
texto de la carta de Santiago, considerado como la promulgación de este
sacramento de la unción de los enfermos.

En este texto se señala en primer lugar que la actitud del cristiano debe ir
acompañada siempre de la oración: "¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore.
¿Está alguno alegre? Que cante salmos" (St. 5, 13). Estamos muy cerca de la
exhortación de S. Pablo: "siempre en oración y súplica, orando en toda
ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por
todos los santos, y también por mí" (Ef. 6, l8-l9a). El cristiano debe vivir
siempre en la oración, personal y comunitaria, sea en los momentos de
sufrimiento, sea en los momentos de alegría.

Sufrimiento y alegría indica aquí toda la vida. Son los "gozos y las esperanzas,
las tristezas y las angustias" de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de
los pobres y de cuantos sufren, que -como indica el Concilio- son a la vez
"gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo".

Pero en medio de esta situación de "gozos y tristezas" vividos en la oración,


aparece la situación de la enfermedad. Las enfermedades y los dolores son una
de las mayores dificultades que angustian la conciencia de los hombres, es
decir, una de las mayores tentaciones. El escándalo de la enfermedad y del
sufrimiento ha oscurecido para muchos el rostro de Dios. Sólo a la luz del
misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo la enfermedad y el
sufrimiento reciben una luz nueva.

Éste es el significado fundamental del texto de la carta de Santiago: "¿Está


enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen
sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la oración de
fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y si ha cometido pecado, lo
perdonará" (St. 5, 14-15).

Libre de tus pecados, te conceda la salvación

La oración de los presbíteros de la Iglesia se expresa mediante la unción del


enfermo y la petición de la ayuda del Señor con la gracia del Espíritu Santo
"para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu
enfermedad".

Se trata en primer lugar de una unción que sumerge en aquel Espíritu que es el
perdón de los pecados, en el misterio de la salvación que nos llega por la
muerte y la resurrección de Cristo. Como dice el Concilio de Trento, se trata
de "la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es que aún
quedan algunos por expiar, y las reliquias del pecado". Para el cristiano la
salvación, es en primer lugar la purificación interior, la unión profunda a
Cristo.

Y te conforte en tu enfermedad

La segunda dimensión de la unción del Espíritu viene expresada con el deseo


"te conforte en tu enfermedad". Como dice el Ritual, "confortado por la
confianza en Dios y robustecido contra las tentaciones del enemigo y la
angustia de la muerte... pueda no sólo soportar sus males con fortaleza, sino
también luchar contra ellos". Se trata de colocar la enfermedad dentro del
misterio de la pasión y resurrección del Cristo; de este modo, mediante la
oración de la Iglesia, insertándose más profundamente en el sacramento del
encuentro de Dios y la humanidad queda vencida la tentación de la
enfermedad y el sufrimiento.

No se trata solamente de un consuelo psicológico, de la cercanía de la


comunidad o del consuelo de la visita o de la oración cercana. Es el consuelo
de la iluminación de la enfermedad y del dolor, puestos a la luz del misterio
pascual. Es entrar en la victoria de la muerte y resurrección de Cristo.

La salud

Así, mediante el perdón y el consuelo, el enfermo adquiere la primera y


principal salud cristiana. Puede hacerse de nuevo realidad el texto de la carta
de Santiago: "¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. ¿Está alguno alegre?
Que cante salmos". No se encuentra la salud cristiana en la simple salud física,
sino en la recta ordenación de todo el ser hacia Dios, aún en medio de la
enfermedad.

La verdadera "salud" se encuentra en la unión con la voluntad de Dios. Se


trata por lo tanto, en primer lugar, de una "asociación voluntaria a la pasión y
a la muerte de Cristo, contribuyendo así al bien del Pueblo de Dios". Unido
profundamente a Jesucristo mediante el misterio eclesial, por la unción
espiritual de los presbíteros de la Iglesia, el enfermo se sitúa en postura de
salvación.

Es dentro de esta salud principal que se sitúa la verdadera salud corporal.


Descubrimos la dimensión sanante de la fe, de la recta ordenación. Como dice
el Ritual, mediante la gracia del Espíritu Santo "el hombre entero es ayudado
en su salud... de tal modo que pueda... incluso conseguir la salud si conviene
para su salvación espiritual'. La salud física, cuando ésta se presenta, brotará
como un efecto de la recta ordenación de toda la persona hacia Dios, del
equilibrio recuperado con la victoria sobre la tentación introducida por la
enfermedad y el dolor.
Alivio y consuelo

La dimensión del consuelo de la unción del Espíritu sobre la enfermedad


viene recalcada en las oraciones que el Ritual pone a continuación. En ellas se
van describiendo distintos aspectos de este consuelo.

En la primera oración (n" 144) se indica: "Te rogamos, Redentor nuestro, que
por la gracia del Espíritu Santo, cures el dolor de este enfermo, sanes sus
heridas, perdones sus pecados... ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo y de
su alma y le devuelvas la salud espiritual y corporal, para que, restablecido
por tu misericordia, se incorpore de nuevo a los quehaceres de su vida". En
otra oración (n" 145) se pide: "reconforta y consuela con tu poder a quien
hemos ungido en tu nombre con el óleo santo, para que levante su ánimo y
pueda superar todos sus males, y ya que has querido asociarlo a tu Pasión
redentora, haz que confíe en la eficacia de su dolor para la salvación del
mundo". En la unción de un anciano se indica (n" 146): "concédele que,
confortado con el don del Espíritu Santo, permanezca en la fe y en la
esperanza, dé a todos ejemplo de paciencia y así manifieste el consuelo de tu
amor". En la oración por uno que está en peligro grave se pide (n" 147):
"aviva en él la esperanza de su salvación y conforta su cuerpo y su alma".
Cuando se administran conjuntamente la unción y el viático (n" 148): "alívialo
con la gracia de la santa unción y reanímalo con el Cuerpo y la Sangre de tu
Hijo, viático para la vida eterna". Finalmente, para uno que está en agonía se
pide (n" 149): "se vea aliviado en su cuerpo y en su alma, obtenga el perdón
de sus pecados y sienta la fortaleza de tu amor".

La petición de alivio y consuelo predomina sobre la petición del perdón de los


pecados y sobre la misma petición de salud corporal. Parece, pues, que en este
fortalecimiento espiritual, que nace de la purificación de los pecados y que
puede llevar hasta la curación física, se encuentra la gracia fundamental de la
unción de los enfermos. La victoria sobre la enfermedad y el dolor,
iluminando mediante la oración de la Iglesia la situación concreta en la que
vive el enfermo con la luz del misterio de la muerte y resurrección del Cristo,
es la gracia fundamental de la unción.

La dimensión sanante del misterio de la Encarnación

En la bendición del óleo la liturgia resalta la dimensión sanante del misterio


de Cristo. La primera bendición (nº 140) la expresa de una forma genérica:
"Señor Dios, Padre de todo consuelo, que has querido sanar las dolencia de los
enfermos por medio de tu Hijo". Parece que se sitúa más bien en una línea
creacional, cuando continúa: "Tú que has hecho que el leño verde del olivo
produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo, enriquece con tu
bendición este óleo, para que cuantos sean ungidos con él sientan en cuerpo y
alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y
dolores". Podría interpretarse esta oración en la línea de los milagros y las
curaciones.

Sin embargo, las otras bendiciones, más profundas teológicamente, hacen


resaltar la dimensión encarnatoria. Se recalca en primer lugar (nº 141) que
Dios, Padre todopoderoso, por nosotros y por nuestra salvación ha enviado a
su Hijo al mundo. Luego se recalca la dimensión sanante de la encarnación:
"Hijo Unigénito, que te has rebajado haciéndote hombre como nosotros, para
curar enfermedades". La encarnación de Jesucristo trae la salvación al género
humano, salvación que afecta toda la dimensión del ser y sitúa también el
cuerpo dentro de la historia de salvación. De este modo se realiza la verdadera
curación-salvación, que puede suponer en ciertas circunstancias la curación
física. En Cristo toda nuestra dimensión corporal y espiritual encuentra su
sanación. Unidos a él, encontramos la salud.

El Cristo sufriente

Hay que evitar reducir la unción de los enfermos a un perdón de los pecados o
a una oración de curación física. Como dice el Ritual:

"Aun cuando la enfermedad se halla estrechamente vinculada a la condición


del hombre pecador, no siempre puede considerarse como un castigo impuesto
a cada uno por sus propios pecados. El mismo Cristo, que no tuvo pecado,
cumpliendo la profecía de Isaías, experimentó toda clase de sufrimiento en su
Pasión y participó en todos los dolores de los hombres: más aún, cuando
nosotros padecemos ahora. Cristo padece y sufre en sus miembros
configurados con El". La salvación de Cristo no es la simple salud física. O,
mejor dicho, la simple salud del cuerpo no es la verdadera salud. La salud
integral se encuentra en la vivencia de la voluntad de Dios, en la ordenación
de toda la vida según el designio del creador, manifestado plenamente en el
misterio de la muerte y Resurrección de Jesucristo.

72 - KOINONIA 72.
Vocación carismática de la
existencia humana
Por Paul Lebeau, S.J.

Cuando se utilizan las palabras "Carisma", "Carismático", se piensa


normalmente, en los grupos y comunidades de la Renovación, en realidades
de orden espiritual, sobrenatural, directamente suscitadas por Dios.

Esto no es falso, siempre que entendamos bien el verdadero sentido de lo


"espiritual" o de lo "sobrenatural" en la perspectiva cristiana. Los dones de
Dios deben ser siempre situados, para el cristiano, en relación con la
Encarnación, es decir, con la revelación de Dios en lo más íntimo de lo
humano y por medio de lo humano. Lo espiritual no es accesible, para el
cristiano, fuera de la corporal. La gracia no se sobrepone a la naturaleza, la
purifica, la perfecciona y la transfigura. Allí donde actúa, permite a la persona
humana conocerse mejor a sí misma, a la vez e inseparablemente como hijo de
Dios y como verdadera persona humana. Más aún. Da a lo humano la
capacidad de acceder a la dignidad de signo, de transparencia, de lo divino.

Es esto lo que distingue el sobrenatural cristiano del sobre-naturalismo o del


iluminismo, es decir, de la concepción de un Dios que todo lo mezcla, que
actuaría sin tener en cuenta la consistencia ni las virtualidades de la naturaleza
que él mismo ha creado.

Esta concepción S. Pablo la había encontrado entre algunos miembros de la


comunidad cristiana de Corinto, que se enorgullecían de una inspiración tanto
más auténtica, a su manera de ver, cuanto más se exteriorizaba en fenómenos
espectaculares.

Pablo reacciona subrayado que lo que edifica, lo que "construye" la


comunidad, no son los "fenómenos de inspiración" en cuanto tales, sino los
carismas, es decir, según el sentido que le da esta palabra, la capacidad dada
por el Espíritu a cada uno, de manifestar la gracia de Dios revelada en
Jesucristo (cf. I Co 12, 7).

Es en este sentido que el Apóstol escribe, en la acción de gracias que abre su


primera carta a los Corintios: "Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a
causa de la gracia de Dios (Charis) que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, ...
así ya no os falta ningún carisma" (l, 47). Dicho de otro modo: así que tenéis
cada uno (cf. 12, 7) la capacidad, producida por el Espíritu, de vivir según esta
gracia y de manifestarla en vista a la edificación del Cuerpo de Cristo que es
la Iglesia.

Vocación simbólica de la persona humana

Esta aplicación de la noción de carisma, en tanto que manifestación del


misterio de Cristo, al mismo tiempo que de la realidad eclesial y, por tanto,
potencialmente, de toda la condición humana (puesto que toda la humanidad
tiene vocación de Iglesia), comporta una enseñanza antropológica, es decir,
nos ilumina un aspecto esencial de la condición humana. Este aspecto, o,
mejor dicho, esta cualidad; es su dimensión simbólica. Por medio de su
enseñanza sobre los carismas, Pablo nos recuerda que la persona humana, en
su ser corporal, en su contingencia y en sus límites mismos, hace referencia a
un más allá y a un más íntimo que sí mismo.

En este sentido, creo que podemos caracterizar la Renovación carismática


contemporánea, que invoca en favor propio justamente la enseñanza de S.
Pablo sobre los carismas, como una afirmación de expresividad cristiana en
un mundo secularizado.

En efecto, si libera a la persona de pesadas servidumbre, la civilización


técnica tiende, incontestablemente, a dejar de lado el sentido del símbolo. Lo
hace privilegiando un acercamiento utilitario de la naturaleza y de la actividad
humana, según una perspectiva de rentabilidad (económica) y de eficacia
(tecnocrática).

Nuevas formas de visibilidad

En este desierto simbólico, asistimos hoy día al resurgir multiforme del


sentido simbólico, donde co-existen por otra parte lo mejor y lo peor. Es
capital que la fe cristiana participe de este resurgir. Después de haberse
desembarazado, bastante felizmente, de formas esclerotizadas o ambiguas de
presencia en el mundo, la Iglesia está buscando hoy nuevas formas de
visibilidad. Un cristianismo "privatizado" o "anónimo" correría el riesgo de no
ser, tarde o temprano, más que un cristianismo insignificante, un espíritu sin
cuerpo. Estas formas de resurgir simbólico de la Iglesia aparecen por otra
parte a nuestro alrededor y todos somos llamados a participar en ellas. La
Renovación Carismática es una entre muchas: Taizé, las grandes
peregrinaciones, los encuentros con el Papa, la creatividad de tantas
comunidades litúrgicas, la irradiación de ciertas personalidades que son
calificadas justamente como "carismáticas": Madre Teresa, Dom Helder
Cámara... , y podríamos citar otros muchos ejemplos.
Al mismo tiempo que reafirma su constitución visible y sacramental, la Iglesia
realiza al hombre contemporáneo un señalado servicio: le recuerda su
vocación simbólica. En efecto, así como lo han señalado, siguiendo a Jung, el
etnólogo Mircea Eliade, el filósofo Paul Ricoeur y teólogos como Romano
Guardini y Karl Rahner, la persona humana es un ser simbólico, o, según la
fórmula del teólogo laico ortodoxo Paul Evdokimov, un "ser litúrgico" (1 ). La
actividad simbólica es esencial a toda realización humana, como es
constitutiva del universo religioso cristiano.

Jesucristo, símbolo por excelencia

En el universo cristiano, el símbolo por excelencia, el único símbolo que


realiza totalmente esta definición, es Jesucristo, Verbo de Dios encarnado. "El
Lagos, como el Hijo del Padre, es plenamente, en su humanidad en cuanto
tal, el símbolo revelador, porque pone ?como presente lo revelado (lo
simbolizado) mismo" (2).

Y si es cierto, como lo afirma S. Pablo, que el Verbo encarnado lo hace


subsitituir todo en él (Col 1, 17), es de él que toda realidad simbólica recibe
finalmente significación y consistencia. Es en este sentido que los escritores
del Nuevo Testamento y los Padres de los primeros siglos concentran en
Cristo toda una constelación simbólica: él es el pastor, el esposo, el hermano,
el rey, el cordero, la vida, el sol, la luz, la resurrección, el maestro que enseña.
etc.

"Manifestaciones", en el tiempo de la Iglesia y a través de la diversidad de los


temperamentos y de las culturas, de la presencia activa de Cristo, muerto y
resucitado, en la historia de la humanidad, los carismas pertenecen al registro
simbólico de la existencia humana. A una civilización secularizada, su
permanencia en la Iglesia recuerda que el hombre no sabría vivir mucho
tiempo en una mera superficialidad: que "el mundo verdadero es el mundo
transfigurado, vuelto a su transparencia original gracias a los hombres
transparentes a Dios" (3).

Es lo que yo querría ilustrar a partir de los escritos paulinos, acercándome


sucesivamente a dos categorías fundamentales de la existencia humana: la
acción y el lenguaje.

I. Vocación carismática del actuar humano


Es en la dimensión del actuar que surge, bajo la pluma de S. Pablo (o bajo su
dictado), el término "carisma". Se trata de situar en la dependencia del
misterio de Cristo y el movimiento del Espíritu de Jesús lo que ocurre y lo que
se hace en las asambleas culturales de Corinto: las energématha, los
"diversos modos de acción" de los que se habla en I Co 12, 6: palabras
proféticas, curación de enfermos, discernimiento de espíritus, glosolalia,
interpretación de oráculos glosolálicos.

Se trata de acciones evidentemente simbólicas: simbólicas de una actividad


privilegiada del Espíritu en ciertos miembros de la comunidad, según el
parecer de los Corintios.

Edificar el cuerpo eclesial

Pablo corrige lo que esta interpretación puede comportar de ambiguo, y


somete estos diversos comportamientos al doble criterio de toda simbólica
cristiana auténtica: " A cada uno se le ha dado la manifestación del Espíritu en
vistas a lo que es útil" (1 Co 12, 7) - nada de elitismo, por consiguiente, ni de
aristocracia "inspirada"; el objeto de esta "manifestación" del "único y mismo
Espíritu" es Jesucristo, en su cuerpo eclesial: 'Todos los miembros del cuerpo,
no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también
Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no ser
más que un cuerpo" (12, 12b- 13a).

Hay que subrayar que al enunciar este doble criterio, S. Pablo pasa del actuar
a la persona. Transpone a la persona de cada cristiano la capacidad simbólica,
que, como los Corintios, reconoce en ciertos modos de acción: "en un solo
Espíritu hemos sido bautizados para no ser más que un cuerpo" (12, 13a), es
decir, para manifestar juntos simbólicamente el misterio de Cristo en este
mundo. Todo el desarrollo que sigue a continuación se sitúa en esta
perspectiva; y cuando al concluir el capítulo 12, Pablo vuelve a tomar la
enumeración de los carismas característicos de Corinto, haciéndolos preceder
de la mención de los tres ministerios fundamentales que se ejercen en esta
época, en las iglesias paulinas, son, una vez más, las personas las que designa:
"los que Dios puso en la Iglesia son, primeramente, los apóstoles, luego los
profetas, en tercer lugar los maestros" (12, 28).

En un escrito posterior, la carta a los Efesios, los "dones" (domata) que Cristo
subido al cielo hace a su Iglesia, para hacer de ella "un solo Cuerpo y un solo
Espíritu" (4, 4), son igualmente identificados con las personas que ejercen un
ministerio: "él mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a
otros como evangelizadores, a otros como pastores y maestros" (4, 11). El
significado de este texto es claro: los dones de Dios, los carismas, no son
sobreañadidos a la persona que es llamada a ejercerlos: forman parte de ella,
se desarrollan a partir de lo que ella es en su originalidad humana y
sobrenatural, según la vocación simbólica que le es propia.

Iconos de la gloria de Cristo


Esta vocación simbólica del Cristiano, S. Pablo la expresa admirablemente en
este texto de la segunda a los Corintios: "Porque el Señor es el Espíritu (se ha
manifestado por el Espíritu), y donde está el Espíritu del Señor, allí está la
libertad. Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como
en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma
imagen de gloria en gloria, por el Señor que es Espíritu" (2 Co 3, 17-18).

Toda persona tiene así, por su parte, la vocación de significar que, en Cristo,
Dios ha visitado a su pueblo, y de anunciar la revelación de la Gloria futura
(cf. 1 Co 1, 7).

Es significativo a este respecto que, en las Iglesias orientales, la función de


iconógrafo (de pintor de iconos) es considerada como un carisma,
autentificado, por una bendición del obispo. Y según la antigua tradición, que
hoy vuelve a recuperarse, todo iconógrafo debe empezar a ejercer su arte
pintado, después de un período de recogimiento y de penitencia, el icono de la
Transfiguración, que ilustra de una manera particularmente expresiva la
manifestación del misterio de Dios a través de la corporeidad de Jesucristo.

Todo cristiano, en cierto sentido, ¿no es acaso llamado, a su modo, a ser un


iconógrafo, a hacer surgir, en su propia persona y a su alrededor, iconos de la
gloria de Cristo?

Es llamado hasta en estas frustraciones de su capacidad de actuar que son sus


limitaciones, sus debilidades y, finalmente, la muerte.

Fragilidad carismática

Según S. Pablo, la fragilidad, la vulnerabilidad de la persona humana (lo que


los filósofos llaman su "finitud") son un lugar carismático en que el cristiano
debe, por la "manifestación de la verdad", hacer resplandecer "la iluminación
del Evangelio de la gloria de Cristo" (2 Co 4, 4), muerto y resucitado. Tal
como lo escribía Pablo a los Corintios: "Llevamos siempre en nuestros
cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida
de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos
vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de
que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal". (2
Co 4, 10-11).

Implícitamente, el verbo empleado aquí por dos veces por S. Pablo, así como
el sustantivo "manifestación", phanerosis, en el v. 2 hace referencia a la
"definición" del carisma que hemos identificado en 1 Co 12, 7: 'El Espíritu da
cada uno el manifestar ( a Cristo) para el bien de todos". No es sin sentido que
este texto de 2 Co 4 sea citado por el Decreto sobre Ecumenismo del
Vaticano II, en el párrafo que compromete a los católicos en la humildad
ecuménica (nº 4): "Deben, cada uno según su condición, de esforzarse en
hacer que la Iglesia, llevando en su cuerpo la humildad y la mortalicación de
Jesús, se purifique y se renueve cada día".

El poder en la debilidad

Se trata éste de un tema mayor de la espiritualidad paulina.

A sus adversarios, los "superapóstoles" de Corinto, que, parece ser, pretendían


fundar su autoridad sobre sus experiencias carismáticas, Pablo opone la
paradoja de un poder que se manifiesta en su propia debilidad. Para él, una
experiencia carismática que pretenda eludir esta paradoja está llena de
peligros. "El poder sin la debilidad es destructor. Sólo los carismas que
manifiestan el poder en la debilidad pueden hacer crecer la comunidad" (4).

Esta interpretación "carismática" de la fragilidad, del sufrimiento y de la


muerte ha sido plenamente ratificado por la tradición cristiana ulterior. A los
ojos de los cristianos de los primeros siglos, los carismáticos por excelencia
eran los mártires. Tal como dan testimonio numerosos relatos de "pasiones",
el "mártir considerado como el instrumento del Espíritu de Dios", y se le
atribuyen, por este hecho, experiencias espirituales privilegiadas, tales como
sueños y visiones (5). Algunos autores llegan hasta afirmar, no sin razones
posibles, que los mártires fueron pronto considerados como los sucesores de
los profetas (6).

En algunos relatos, el acontecimiento mismo de la muerte del mártir es


presentada como una phanerosis, una "manifestación visible de la presencia
del Señor aún en la carne" (7). Especialmente significativo es, a este respecto,
el rasgo recogido por Jacobo de Vorágine en La Leyenda Áurea cuando
habla del martirio de S. Ignacio de Antioquia: "después de su muerte, se le
abrió el corazón y se encontró en su interior, escrito con letras de oro, el
nombre de Jesucristo; y a la vista de esto, muchos creyeron en Dios". La
liturgia ha recogido esta interpretación carismática del martirio. "Haces brillar
en tus mártires, Señor, el resplandor del misterio de la cruz" (Común de
mártires).

Constatación siempre actual, tal como observa E. Dussel (8): "El peligro de
muerte" que contiene la vocación carismática en su nivel profético, como era
el caso de los cristianos en los circos, y como es aún el de millares de
cristianos que soportan hoy en día por su fe la cárcel, la tortura y la muerte,
forma parte de la esencia de la praxis carismática. El justo perseguido realiza
la gloria del Altísimo".

II Vocación carismática del lenguaje


La persona humana no es solamente capaz de actuar y sufrir y, lo hemos visto
ya, de simbolizar de este modo la acción y la pasión de un Otro. Es también
capaz de hablar. Ahora bien, el lenguaje humano tiene, también él, vocación
simbólica y carismática, en el sentido que ya hemos definido. Es lo que
ilustran, de modo sorprendente, la mayor parte de los escritos bíblicos del
Antiguo y del Nuevo Testamento, así como las renovaciones espirituales que
se han manifestado a lo largo de la historia de la Iglesia.

La profecía

Una expresión particularmente chocante de esta vocación carismática del


lenguaje es la profecía. El profeta, según la etimología de la palabra, es aquel
que habla en nombre de otro: prophemi; aquel que profiere una palabra que
no es pura y simplemente la suya, aunque esté evidentemente marcada por su
temperamento y por su medio sociocultural.

El carisma de profecía manifiesta que hay en la palabra humana una


virtualidad extática según la cual escapa de algún modo a aquel que la
pronuncia. La persona no es siempre dueña de su propia palabra. A todos nos
ha pasado, alguna vez, pronunciar palabras que nos sorprenden a nosotros
mismos, o sentimos como empujados interiormente a decir algo de lo que
nosotros mismos somos los primeros sorprendidos.

Es lo que traducen ciertas palabras de nuestro lenguaje, como inspiración (=


acción de un soplo en el interior de nosotros mismos) o entusiasmo (= acción
interior de Dios en la persona).

Esta realidad antropológica, el cristiano es llamado a vivirla de una manera


específica y original. Para él, es Jesús que es el Profeta por excelencia (Jn 6,
14; Hch 3, 22-23; Hb 1, 1-2). Es él que concentra en su Persona la plenitud
carismática de la que los otros profetas ofrecen manifestaciones parciales y
siempre sujetas a discernimiento.

En contexto cristiano y eclesial, el ejercicio de la profecía no es, pues,


auténtico, si no es referido a la persona de Cristo muerto y resucitado. Esto
explica que la categoría de profeta se haya ido identificando poco a poco entre
los cristianos con la de apóstol, por una parte, y con la de mártir, por otra.
Apóstol, es decir, identificado a Cristo por el don total de sí mismo hasta la
muerte.

En resumen, la profecía cristiana consiste en manifestar, bajo la acción del


Espíritu, por la palabra, pero también de otros modos, la actualidad y las
exigencias de la Cruz y de la Resurrección del Señor.
Pero la forma más característica de la conversión carismática del lenguaje
humano, presente por otra parte con gran abundancia en los escritos
proféticos, es la oración de alabanza.

"Decir la gloria"

Es éste un trazo fundamental de toda renovación espiritual auténtica. Desde


que empieza a expresarse, a darse un lenguaje, la experiencia del Espíritu
suscita la alabanza, la "confesión", la acción de gracias, es decir, este tipo de
oración que, en la diversidad de sus acentos y de sus acordes, se califica de
"doxología" (del griego doxa y legein): oración que consiste en "decir la
gloria" de Dios, en "manifestar" en la historia la irradiación de su presencia
(según el sentido de la palabra hebrea kabod). Uno de los verbos más
frecuentes del vocabulario bíblico de la alabanza, hallel, de donde deriva la
aclamación aleluya, significa etimológicamente "ser claro", "brillar" o "hacer
brillar". Proclamar la alabanza de Dios es, en cierto sentido, permitir a Dios,
que es luz, nos dice S. Juan, de resplandecer, de irradiar en el mundo, de tal
modo que todos puedan "reconocerle" y alabarle a su vez.

Se percibe aquí la estrecha afinidad que existe entre oración doxológica y


carisma. Tal como lo hemos definido más arriba: es carismático todo lo que es
susceptible de significar simbólicamente el misterio de Cristo, es decir que la
oración doxológica es, en el orden del lenguaje, lo que es el carisma en el
orden de la acción. El salterio lo evoca muchas veces como una auténtica
teofanía: Dios "habita en la alabanza de Israel" (Salm 21, 4). O aún: "Tú eres
mi alabanza en la gran asamblea" (Salm 21, 16).

Y si es cierto, como lo hemos visto con Rahner, que Cristo es el carismático


por excelencia, es decir, el Símbolo originario de la presencia de Dios entre
los hombres -"La Palabra se hizo carne... y hemos visto su gloria, gloria que,
como Unigénito, tiene del Padre" (Jn. 1, 14)- esto se manifiesta con una
luminosa transparencia en su oración doxológica. Según S. Lucas, es bajo la
acción del Espíritu que estremece todo su ser y brota de sus labios: "En aquel
momento se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, -dijo: "yo te
bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre,
pues tal ha sido tu beneplácito.

Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el hijo


sino el Padre; y quién es el Padre sino el hijo, y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar" (Lc 10, 21-22; cf. Mt 11, 25-27).

Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, esta revelación doxológica del
misterio de Jesús está destinada a repercutir en el testimonio que la Iglesia
debe dar a este misterio, a través de la historia y en todas las lenguas de la
humanidad: "Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de
Dios" (Hch 2, 11).

La exultación espiritual (agalliasis: Hch 2, 46; cf. Lc 10, 21) y la alabanza


forman parte integrante del testimonio que autentifica la primera comunidad
de Jerusalén como aquella en que se manifiesta la gloria del Resucitado:
"Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo" (Hch 2, 47).

Las cartas paulinas no cesan de recordar a las iglesias su vocación doxológica:


"Llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y
cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor,
dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de
nuestro señor Jesucristo" (Ef 5, 18b-20).

Es de notar que todas las cartas de Pablo, excepto la escrita a los Gálatas,
empiezan con una oración de acción de gracias y de alabanza, y es en el
interior mismo de su oración litúrgica, en la eucaristía, que esta vocación
doxológica de la Iglesia no cesa de ejercerse: "Es verdaderamente justo y
necesario ?glorificarte, Señor, en todo momento ... "

¿Qué implica esta forma de oración como experiencia espiritual y como


fenómeno de lenguaje?

1. La oración doxológica en la Bíblia

La oración doxológica de "confesión", de alabanza, se enraíza en lo más


original y más profundo de la oración de Israel.

Tal como lo expresa una autoridad en oración judía, el rabino Ismar Ellogen
(9): "El tipo fundamental (Grundform) de la oración (judía) es llamado
beraká... Beraká viene de berak que significa primitivamente "caer de
rodillas", luego toma el sentido de "bendecir", para acabar finalmente con el
significado de "alabar" "glorificar a Dios".

La importancia religiosa de esta forma de oración se basa especialmente en el


hecho que el verbo hebreo berak (y la palabra griega que le corresponde,
eulegein) figura más de 400 veces en el Antiguo Testamento, sin hablar de sus
sinónimos hillel y yadah. Los LXX traducen estos verbos por diversos
términos cuyo trazo común es "la alabanza en tanto que proclamación pública
de lo que Dios es y de lo que hace en la historia" (10).

Queda que el verbo berak tiene un sentido preñante, particularmente rico, que
le distingue netamente de sus sinónimos, como del uso "profano", no bíblico,
del verbo eulogein del que los LXX se sirven para traducirlo en la mayor
parte de casos (eulogein significa, en griego no bíblico, hacer el elogio de
alguien, o pronunciar su panegírico).

Como ha señalado acertadamente L. Bouyer, la beraká judía no puede ser


reducida a una "alabanza desinteresada", como se encuentra en algunos
himnos de la antigüedad greco-romana. Como lo sugiere su etimología
probable, la beraká es un arrodillarse maravillado ante el don de Dios, en el
momento en que se experimenta, en que se le "reconoce".

Es quizá esta palabra reconocimiento -si se le da a esta palabra su sentido


profundo- que expresa mejor esta realidad. A este respecto, la palabra inglesa
acknowledgment- que significa más especialmente "el hecho de reconocer
públicamente alguna cosa, y, sobre todo, la obligación con alguna persona" -
es quizá la mejor traducción que se pueda dar del término beraká en una
lengua occidental. Como ha escrito el P. L. Bouyer (11), "la beraká es la
alabanza contemplativa de los mirabilia Dei,... de lo que Dios es y de los que
hace en la historia".

Los ejemplos de esta experiencia religiosa no pueden contarse en el Antiguo


Testamento (12). Limitémonos a un ejemplo particularmente típico. Una vez
cumplida su misión, el ángel Rafael toma aparte a Tobías y su hijo y les dice:

"Bendecid a Dios y proclamad ante todos los vivientes los bienes que os ha
concedido, para bendecir y cantar su nombre. Manifestad a todos los
hombres las acciones de Dios, dignas de honra" (TB 12, 6)

Normalmente, esta bendición es pronunciada, al interior del culto, por el


sacerdote -o, más tarde, por el oficiante de la sinagoga.

Pero es esencial que la asamblea se asocie a ella. Lo hace, sea bajo forma de
aclamaciones o de respuestas que escanden la beraká del oficiante, como en
el Cántico de los tres jóvenes en el horno (Dn 3, 52 ss: "A ti, la gloria y la
alabanza por siempre"), sea pronunciando el Amén final, que ratifica y
condensa a la vez esta adhesión, esta aquiescencia, que es el fondo mismo de
toda bendición. Así, en el capítulo 8 del libro de Nehemías, en la circunstancia
solemne que marca el principio del judaísmo, el principio del año judío, el
Rosh hashana: "Esdras abrió el libro a los ojos de todo el pueblo -pues
estaba más alto que todo el pueblo- y al abrirlo, el pueblo entero se puso
en pie. Esdras bendijo a Yaveh, el Dios grande; y todo el pueblo, alzando
las manos, respondió: ¡Amén! ¡Amén!; e inclinándose se postraron ante
Yaveh, rostro en tierra" (Ne 8, 5).

Como indica este texto, entre otros muchos, esta oración se inscribe en la
corporeidad del creyente. Este bendice con gestos no menos que con palabras,
por estos dos gestos sucesivos que se encontrarán en la Eucaristía cristiana: las
manos alzadas -gesto de admiración, de alegría, de reconocimiento; el
arrodillarse, el posternarse ante la Presencia misteriosa que se manifiesta en el
don. Es sin embargo el simbolismo de la elevación de las manos que es el más
conforme con el impulso de la bendición, como subraya esta "bendición de la
tarde", que figura en el oficio de completas:

Y ahora bendecid al Señor los siervos del Señor,


los que pasáis la noche
en la casa del Señor:
levantad las manos hacia el santuario,
y bendecid al Señor.
El Señor te bendiga desde Sión: el que hizo cielo y tierra"
(Salm 133).

2. Significado antropológico de la doxología

La oración doxológica resalta esta función de alabanza que consiste en


expresar y en favorecer al mismo tiempo una obertura a la realidad que no es
de dominio, sino de adhesión.

Se pueden distinguir, en efecto, tres funciones esenciales del lenguaje humano


según los tipos de relación que la persona instaura con la realidad que le
rodea.

Un primer tipo de lenguaje es de orden ideológico: intenta expresar y realizar


el dominio de una persona o de una colectividad, sobre la historia, sobre el
destino de la humanidad, o de una porción de humanidad. Este lenguaje es
siempre conflictivo y tiende a convertirse en totalitario. A veces toma un
carácter terrorista.

Pero el lenguaje humano comporta también una función extática, una


modalidad "eucarística" que niega el totalitarismo consciente o latente de los
otros tipos de lenguaje, y es el único que puede dar acceso a las profundidades
de la realidad. "¿Quién conservará la palabra en su sentido último, sino la
oración? ¿Quien evitará, sino la oración, de reducirse a la función verbal de
las utilidades de la vida cotidiana, de las técnicas, de las ciencias, de los
códigos, de la política, de los modales, de las convenciones?" (13)

3. El lenguaje de las primeras comunidades cristianas

El lenguaje de la primera comunidad cristiana, de la comunidad pascual ha


aportado una contribución decisiva a la iluminación de esta función esencial
del lenguaje humano. Tal como lo señala el Prof. Ad. Geshe (14):
"Releyendo los relatos del sepulcro vacío y de las apariciones, ¿no se tiene
la impresión de ver un grupo de personas constituirse en el cambio
mismo de un lenguaje que se busca, luego se encuentra y finalmente se
confirma en una unanimidad creciente? ...

El acontecimiento (de la resurrección) no está plenamente en su lugar si no es


confesado... La confesión de la resurrección (en los testigos, y para nosotros)
no es simplemente una afirmación en cierto sentido transitoria, necesaria, un
momento para transmitir el acontecimiento, pero de la que puedo
desentenderme a continuación, una vez "prestado el servicio". La resurrección
no es totalmente ella misma si no es confesada, es decir, medida en su
dimensión de fe... No se habla de no importa cómo de la resurrección: se la
confiesa; y sólo entonces, en ese lugar de la palabra (creyente), es
verdaderamente percibida por lo que es: acto de Dios salvador del creyente"
(Cf. Lc 24).

Se podría hacer el mismo análisis por lo que respecta a los relatos de S. Lucas
sobre la Encarnación. Lo que nos transmiten es un acontecimiento confesado,
y no solamente ocurrido. Por eso estos relatos están jalonados de cánticos, o,
más exactamente, de confesiones doxológicas del sentido salvífico de estos
acontecimientos:

Proclama mi alma la grandeza del Señor...


porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí (Cántico de María: Lc
1, 46ss).

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,


porque ha visitado y redimido a su pueblo... (Cántico de Zacarías: Lc 1,
68ss)

Gloria a Dios en el cielo... ("Alabanza" de los ángeles: Lc 2, 13-14).

El cántico de Simeón (Lc 2, 29-32) es igualmente calificado de "bendición"


por el evangelista (2, 28). Y el nombre de Jesús (1. 32) es una "confesión",
una proclamación del acontecimiento de salvación: "Dios salva".

Este lenguaje hunde, por otra parte, sus raíces -lo hemos visto ya- en el
Antiguo Testamento. El salmista que evoca el poder o la fidelidad de Dios no
hace ninguna descripción de Dios, sino que proclama su grandeza, y se
adhiere a la llamada que ésta dirige a todos. Es este lenguaje que, para él, sitúa
la persona humana en la plena objetividad de la realidad y de la historia.

Siguiendo esta línea, el lenguaje catequético y teológico de la Iglesia se ha


desarrollado a partir de las "confesiones de fe". Y éstas se presentan, no como
catálogos de enunciados dogmáticos, sino como proclamaciones de los
acontecimientos de la salvación:
"Creo en un solo Dios... ".

Como se ha subrayado justamente: "Es extremamente significativo que sea en


términos doxológicos que la consubstancialibilidad del Espíritu haya sido
proclamada en el símbolo de Nicea:
"Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria". Existe, en efecto, para los Padres una
ligazón intrínseca entre la rectitud de la fe y la glorificación de Dios" (15).

Haciéndose eco de esta tradición, el patriarca Antenágoras declaraba: "No hay


más que una sola teología, el anuncio de Cristo resucitado que nos resucita y
nos da la fuerza de amar".

Es igualmente en este sentido que el V Sínodo de los Obispos ha recordado


que uno de los elementos constitutivos de la catequesis es la celebración, es
decir, la expresión concreta que lo que es reconocido y vivido en la fe es un
don, y que no puede ser por lo tanto verdaderamente captado sino en una acto
de confesión y de acción de gracias (16).

Pero esto ilumina también una dimensión fundamental de la existencia


humana. La existencia humana no puede ser verdaderamente asumida si no es,
de una manera o de otra, objeto de celebración, de adhesión festiva.

Es el sentido, sobre todo, de la celebración de un aniversario. Desear a uno:


"¡Feliz aniversario!", es decirle: "Acepto que existes, consiento el misterio de
tu existencia, y doy gracias de ello". No se percibe realmente lo que es una
persona si no se consiente, incondicionalmente, su existencia, es decir, si no se
renuncia a disponer de ella como un medio para un fin. Es en este sentido que
el poeta Claude Roy dedicaba uno de sus libros a su amada en estos términos:
"A. M., para agradecerle su existencia".

Aun si debo oponerme al otro (lo que es inevitable y a veces necesario), debo
hacerlo de tal modo que un día sea posible, para él y para mí, darnos gracias
mútuamente de existir, y así pasar del antagonismo a la coexistencia, y de la
coexistencia a la comunión. Es en este sentido que hay que comprender el
rechazo cristiano, pero también humanista, de la violencia. No se trata de
ignorar situaciones de violencia objetiva (lo que sería una complicidad con
esta violencia); se trata de actuar con el deseo constante de que esta acción
lleve a un encuentro auténtico del otro y de los otros. Y esto lleva a excluir,
por el mismo hecho, ciertos comportamientos, ciertos modos de acción, al
menos de forma progresiva. Por ejemplo: la supresión física o el
aplastamiento psicológico del otro, que aniquilan toda posibilidad de
encuentro y de diálogo. O también: la renuncia a los medios "ricos" (las
armas, el poder, la razón del más fuerte) y el recurso al testimonio vulnerable
(Gandhi, M. L. King y la tradición no-violenta).

Tal como lo atestigua la historia, esta opción no es únicamente cristiana; pero


forma parte indiscutiblemente de la contribución que las comunidades
cristianas deben aportar a la convivencia de la humanidad. Estas comunidades
deben dar testimonio de que la llamada a la verdadera libertad no es una
llamada a la revolución, sino al reconocimiento y a la proclamación de una
comunión; de una comunión que es posible porque es realmente ofrecida. Esta
comunión, el cristiano, la Iglesia, conoce su secreto: "El amor de Dios ha sido
derramado sobre nuestros corazones por el Espíritu Santo (el Espíritu del
Padre y del Hijo) que nos ha sido dado" (Rm 5, 5)

Sobre nuestros corazones: es decir, que a pesar de todas las apariencias y de


todos los obstáculos, nos une en lo más íntimo de nosotros mismos en un
Nosotros eclesial, participación del Nosotros del Padre y del Hijo. Es éste un
dato irreductible de toda situación humana histórica: el amor es posible
porque se da.

Es este dato que la comunidad cristiana debe poder hacer aparecer en la


historia. Es su contribución al sentido de la historia. Y esta contribución, este
testimonio específico, es, a nivel del lenguaje, en la alabanza, la bendición, la
acción de gracias que ?encuentran su expresión más típica.

"Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:


caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo" (Salm 88 (89), 16-
17).

Como observa Pierre Eyt. "no puede haber vida plena en el Espíritu Santo y
en la comunión fraterna sin que se ensanche la capacidad de alabar, de
celebrar de expresar nuestra admiración" (17).

Notas
(1) La sainteté dans la Tradition de I'Eglise orthodoxe, en "Contacte", Revista
francesa de la Ortodoxia (23, n° 73-74), 1971. p.186.

(2) K. RAHNER, Pour la théologie du symbole. Ecrits théologiques, t.9.


DDB, 1968, p.31.

(3) O. CLEMENT, La vie et I'oeuvre de Paul Evdokimov, en "Contacts"' (n"


73-74), 1971, p.52.

(4) J. DUNN, Jesus and Spirit, ?The Westminster Press. 1975, p. 329.
(5) W. RORDORF, art. "Martyre"', Dictionnaire de Spiritualité, p. 727, que
cita especialmente Hch 7, 55-56; Martirio de Policarpo, 5: Pasión de Perpetua
y Felicidad, 4.

(6) CL M. LODS, Confesseurs et martyrs, successeurs des prophetes dans


I'Eglise des trois premiers siecles, Neuchatel-Paris, 1958.

(7) W. RORDORF, DSp, p. 723, que cita el Martirio de Policarpo (15,2),


obispo de Esmirna, muerto en la hoguera hacia el año 150.

(8) Distinction des charismes, en "Concilium"', n" 129, p. 67.

(9) Citado por K. HRUBY, L'action de grace dans la priere juive, en


"Eucharisties d'Orient et d'Occident" (Lex Orandi 46), Paris, Ed. du Cerf,
1970, p.21.

(10) Cf. RJ.LEDOGAR, Acknowlegement, Praise -verbs in the early Geek


Anaphora, Herder, Roma 1968, p. 124

(11) L. BOUYER, Eucharistie, p.118

(12) Cf. VTB, art. Bendición.

(13) P. EYT, "Glorifier!" en NRTh 100 (mars-avriI1978), pp.156-157. Cf P.


RICOEUR Histoire et Vérité, Paris, Ed. du Seuil, p.221.

(14) La résurrection de Jésus: Jésus, foi, événement, parole, en "La Foi et le


Temps" 4 (juillet-aout), p.413.

(15) PI. DESEILLE, Dictionnaire de Spiritualité: art. "Gloire de Dieu, 461.

(16) CL P.LEBEAU et J. CHARY TANSKI, Le Ve Synode des éveques et la


missions catéchétique de I'eglise, en "Lumen Vitae" 32 (1977), P.428-429.

(17) Op. cit. p. 257.

(Publicado en "Bonne Nouvelle", nº 35-36, pp.13-20; traducción de


KOINONIA)

73 - LOS ICONOS.
Los iconos, herencia
universal
Se conmemora este año el XII centenario del II Concilio Ecuménico de Nicea
(a. 787), en el que, al final de la conocida controversia sobre el culto de las
sagradas imágenes, fue definido que, según la enseñanza de los santos Padres
y la tradición universal de la Iglesia se podían proponer la veneración de los
fieles, junto con la Cruz, también las imágenes de la Madre de Dios, de los
Ángeles y de los Santos, tanto en las iglesias como en las casas y en los
caminos. Esta costumbre se ha mantenido en todo el Oriente y también en
Occidente. Las imágenes de la Virgen tienen un lugar de honor en las iglesias
y en las casas. María está representada o como trono de Dios, que lleva al
Señor y lo entrega a los hombre (Theotókos), o como camino que lleva a
Cristo y lo muestra (Odigitria), o bien como orante en actitud de intercesión y
signo de la presencia divina en el camino de los fieles hasta el día del Señor
(Deisis), o como protectora que extiende su manto sobre los pueblos (Pokrox),
o como misericordiosa Virgen de la ternura (Eleousa). La Virgen es
representada habitualmente con su Hijo, el niño Jesús, que lleva en brazos: es
la relación con el Hijo la que glorifica a la Madre. A veces lo abraza con
ternura (Glykofilousa); otras veces, hierática, parece absorta en la
contemplación de aquél que es Señor de la Historia (cfr. Ap. 5, 9-14).

Como ya ha sido recordado, también entre los hermanos separados muchos


honran y celebran a la Madre del Señor, de modo especial los Orientales. Es
una luz mariana proyectada sobre el ecumenismo. De modo particular, deseo
recordar todavía que, durante el Año Mariano, se celebrará el Milenio del
bautismo de San Vladimiro, Gran Príncipe de Kiev (a. 988), que dió comienzo
al cristianismo en los territorios de Europa Oriental; y que por este camino,
mediante la obra de evangelización, el cristianismo se extendió también más
allá de Europa. Por lo tanto, queremos, especialmente a lo largo de este Año,
unirnos en plegaria con cuantos celebran el Milenio de este bautismo,
ortodoxos y católicos, renovando y confirmando con el Con?cilio aquellos
sentimientos de gozo y de consolación porque «los orientales (... ) corren
parejos con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo en el culto de la
Virgen Madre de Dios». Aunque experimentamos todavía los dolorosos
afectos de la separación, acaecida algunas décadas más tarde (a. 1054),
podemos decir que ante la madre de Cristo nos sentimos verdaderos hermanos
y hermanas en el ámbito de aquel pueblo mesiánico, llamado a ser una única
familia de Dios en la tierra, como anunciaba ya al comienzo del Año Nuevo:
«Deseamos confirmar esta herencia universal a todos los hijos y las hijas de la
tierra».
(Redemptoris Mater, nº 50)

Los iconos
Por Rodolfo Puigdollers

¿ Qué son los iconos?

Actualmente entre los católicos occidentales se oye hablar bastante de los


iconos. No es extraño ver en las capillas o en las Asambleas una reproducción
de alguna tabla bizantina. En algunos monasterios y comunidades se pueden
adquirir láminas montadas sobre madera. Pero ¿qué son propiamente los
iconos?

La palabra icono es una palabra griega (eikon) que significa "imagen". En el


arte cristiano se aplica a las tablas religiosas pintadas para la veneración
litúrgica que representan a Jesucristo, la Virgen o los Santos.

Se trata siempre de tablas de madera pintadas. Y constituyen la más alta


expresión artística y espiritual del cristianismo oriental.

Presencia

La primera característica de los iconos es que son un tipo de pintura que


intentan más que evocar el recuerdo de una persona o de una escena, hacer
presente la persona o el misterio reflejado. Desde el punto de vista espiritual
son pinturas realizadas desde la oración y para la oración.

Según la tradición los pintores de iconos, que son generalmente monges que
pintan apoyados por la oración y la penitencia de todo el monasterio, inician
su servicio pintando el icono de la Transfiguración del Señor. De este modo se
manifiesta que el icono intenta expresar con las formas sensibles la realidad
glorificada.

El origen de la técnica de los iconos se encuentra seguramente en la pintura


romana con la que se representaba el rostro de los difuntos para conservar su
memoria y en los retratos del emperador que intentaban expresar la presencia
de su propia persona.

Los iconos hacen así presente a Jesucristo, a la Virgen o a los santos. No se


trata simplemente de una representación, sino de un sacramental que encierra
en sí una cierta presencia. Por eso, delante de los iconos hay siempre una vela
encendida que recuerda este tipo de presencia y que invita a la oración

Espejo

El icono es así el reflejo de la realidad espiritual. A través de la imagen


sagrada o de la representación del misterio se está expresando y haciendo
presente el misterio salvador de Jesucristo. Se trata de una contemplación
"como en un espejo".

A través de diversos planos de profundidad, quien ora ante el icono puede


contemplar y adentrarse en el misterio de Cristo. Es siempre el Cristo
resucitado presente en medio de su Iglesia el que aparece en los iconos. Aun
cuando correspondería representar a Jesús Niño, siempre se representa a
Cristo adulto, el que murió por nosotros y que resucitado está en medio de la
comunidad creyente.

La figura de María no es tan sólo la muchacha de Nazaret, sino en lo más


profundo de su misterio es la Virgen-Madre de Dios, prototipo de la Iglesia,
reflejo del misterio que se realiza en la comunidad cristiana.

De este modo, contemplando el icono, uno se adentra dentro del misterio de la


Trinidad Santísima.

Pintura hecha liturgia

Para entender los iconos hay que comprenderlos como pinturas nacidas en la
liturgia y realizadas para la liturgia. Nacen de la alabanza del pueblo cristiano
reunido en asamblea y son pintadas para expresar el contenido de la sagrada
liturgia. Como dice Evdokimov, son "pintura hecha liturgia".

En la liturgia oriental los iconos son incensados del mismo modo que el
pueblo creyente es incensado, como expresión de la vocación a la santidad
que ha recibido. Por eso, podemos decir que en el icono se hace presente toda
la Iglesia en su misterio más profundo.

No se tratan de un mero adorno, ni de una simple imagen religiosa. Son la


expresión de la Iglesia orante, de la Iglesia que alaba, contempla e intercede
en Jesucristo ante el Padre. Son expresión de la liturgia celeste. De este modo
el acercarse a un icono, el besarlo, el orar ante él, nos lleva a esa liturgia
celeste y a la asamblea de la comunidad en oración.

A las fuentes de la unidad


Los iconos forman parte del acerbo espiritual de la Iglesia de Oriente. Es un
hecho innegable. Algunos piensan por ello que se trata de una sensibilidad
espiritual que no se corresponde con la nuestra, y que por lo tanto deben ser
mirados solamente como una reliquia oriental.

Sin embargo, los iconos tienen sus orígenes hacia el siglo IV en un momento
de la historia en que la Iglesia se presenta en toda su unidad. Los mosaicos de
algunas iglesias romanas de esta época están muy cercanos al estilo de los
iconos. Uno de los focos fundamentales de donde nacen los iconos es el
convento de Santa Catalina, en el monte Sinaí. Allí se conservan dos de los
iconos más antiguos: una "Teótocos" del siglo VI, un S. Pedro del siglo VII y
uno que representa a Jesucristo.

Los iconos son un reflejo de la espiritualidad de la Iglesia anteriores a la gran


división del siglo XI. Acercarse a los iconos es así acercarse un poco más a la
fuente de la unidad. Las imágenes más antiguas de la Virgen que se nos han
conservado en Roma son las pinturas de las catacumbas, los mosaicos del s.
IV precursores de los iconos y algunos iconos: la célebre Virgen "Salus Populi
Romani", que se conserva en la basílica de Santa María la Mayor (s. VIII-IX),
una Virgen con el Niño que se conserva en la sacristía de la iglesia de Santa
Francisca Romana (s. V).

No podemos olvidar que el arte románico, tan importante en nuestras tierras y


que nos ha dado algunas de las representaciones religiosas más populares,
deriva del arte bizantino y del arte de los iconos.

Tipos de iconos

Los iconos reproducen siempre una serie de temas fundamentales que el


pintor ha recibido de la tradición y en los que no introduce grandes variantes.
Podemos clasificarlos del modo siguientes: iconos teofánicos (que expresan la
divinidad), iconos de las fiestas, iconos marianos e iconos hagiográficos (que
representan a los santos).

Los temas más conocidos de los iconos teofánicos son la Trinidad


(representada bajo la forma de los tres ángeles que visitan a Abraham), el
Pantocrator (que representa a Jesucristo como Señor y Creador del universo),
la "Deisis" (que representa la intercesión de María y de Juan Bautista frente a
Jesucristo), la Sabiduría Divina (la "Sophia"), la Santa Faz, el Juicio Final.

De los iconos que representan los misterios de la vida del Señor o de la Virgen
destacan los de las Doce fiestas de la liturgia ortodoxa: la Anunciación, la
Natividad, la Presentación de Jesús en el Templo, el Bautismo de Jesús, la
Transfiguración, la resurrección de Lázaro, la entrada de Jesús en Jerusalén, la
Crucifixión, la Anástasis (o Resurrección del Señor), la Ascensión,
Pentecostés y la Dormición de la Virgen.

De los iconos que representan a la Virgen María los principales son: la forma
"Theótocos" o Madre de Dios (que representa a la Virgen sentada en un trono
con el Niño en sus rodillas), la Virgen Orante (una de cuyas formas es la
"Virgen del Signo", de origen ruso, que la representa con las manos
levantadas y el Niño en un círculo sobre el pecho), la Virgen "Odigitría" (es
decir, la Virgen guía, que nos muestra a Jesús a quien sostiene en sus brazos:
así el icono de Santa María la Mayor, la Virgen del Perpetuo Socorro, la
Virgen de Czestochowa), y la Virgen "Eleusa" (o de la Ternura, que muestra a
la Virgen acariciada por el Niño, como el conocido icono de la Virgen de
Vladimir).

El rostro de los rostros


Por Olivier Clément

¿Qué es un icono?

Para mí, el icono, es en primer lugar esto: que Dios se ha encarnado, que Dios
no es solamente una palabra que se ha dejado escuchar por los profetas. Sino
que Le hemos visto, Le hemos tocado, Le hemos contemplado; los verbos de
visión van al lado de los verbos de audición en el Nuevo Testamento. Dios se
ha hecho rostro; Dios ha sido un rostro, un rostro que es el rostro de los
rostros, un rostro que me permite descubrir al otro como un rostro. Pues, para
mí, el icono es en primer lugar el rostro de Dios. Dios se ha hecho rostro y me
permite reconocer al prójimo como rostro.

El rostro de la luz santa

A continuación está el rostro de los santos, el rostro de la Madre de Dios, el


rostro de las personas que se han hecho transparentes a la gracia. Es ya, por
consiguiente, una apertura al Reino. El icono debe ser fiel a su modelo, en la
medida en que esto es posible, por supuesto; y en lo que concierne a los
principales apóstoles, hay un tipo casi tradicional: se reconoce a S. Juan, se
reconoce a S. Pedro, se reconoce a S. Pablo, se reconoce a S. Serafín de
Sarov. Son amigos; los amigos de Dios, como dice S. Juan Damasceno.

Los amigos de Dios

Y estos amigos de Dios se con vierten en mis amigos. No estamos solos; nadie
está solo. Estamos llenos de soledad y de frío: la Iglesia debería ser esta
inmensa amistad, con seres que no son sin amistad. Y una amistad totalmente
desinteresada en este mundo en que estamos y en que la amistad está siempre
o sectarizada, o sexualizada, o politizada, y en que hay esta espera de una
amistad desinteresada.

El icono es, pues, Cristo, Dios que se ha hecho rostro; y luego los rostros de
todos los amigos de Dios, y que son mis amigos y me introducen en su
círculo.

Y el icono representa ya el Reino de Dios, anticipa el Reino a partir del solo


lugar en que nosotros lo vemos anticiparse desde aquí abajo y que es el rostro
humano. El Reino de Dios se anticipa, creo yo, concretamente, sea a partir de
la belleza del mundo -la belleza del mundo es un icono del Reino, pero la
belleza del mundo es ambigua-, sea a partir de ciertos rostros, ciertos rostros
ancianos, configurados por una larga vida y que no se han ensombrecido con
el resentimiento, con la amargura, con el miedo a la muerte, que no caminan
marcha atrás hacia la muerte, que saben dónde están, que reencuentran el
espíritu de infancia.

Todo rostro humano es un icono

Pienso en lo que dijo una vez el gran cineasta sueco Bergmann: lo que le
había dado la posibilidad de vivir, el gusto de vivir era el rostro de una
anciana mujer, en una isla de Suecia. Tenía un aspecto tan lleno de confianza
y de gozo, cuando estaba en las fronteras entre la vida y la muerte, que le dio
ganas de vivir.

Y el icono es esto. El icono nos ayuda al mismo tiempo a descifrar todo rostro
humano como un icono. Todo rostro humano es un icono. Toda persona, por
más destruida que esté por su destino, por el destino de la historia, de la
civilización, lleva en él, bajo todas las máscaras, bajo todas las cenizas, la
perla preciosa, este rostro secreto. Cuando el sacerdote inciensa, en una iglesia
ortodoxa, inciensa cada icono, e inciensa a cada fiel; e inciensa en cada fiel la
posibilidad de icono, en cierta manera la posibilidad de la última belleza, la
verdadera belleza.

(Publicado en la revista "Prier", nº Icones; traducción de KOINONIA)

El icono de la Santísima
Trinidad
El icono de Andrei Rublev

Entre los iconos de la Santísima Trinidad, el más conocido es el pintado por el


monje Andrei Rublev, el cual es considerado como una de las más preciosas
joyas del arte universal. El santo iconógrafo lo pintó para el iconostasio de la
iglesia del Monasterio de la Trinidad, fundado a principios del s. XV por S.
Sergio de Rádonezh
.
En este icono se pueden distinguir tres planos superpuestos. En primer lugar la
reminiscencia de la narración bíblica de los tres peregrinos que se acercan a
Abraham (Gn 18, 1-15). La supresión de los rostros de Abraham y Sara invita
a penetrar en el icono con mayor intensidad y a pasar al segundo plano, el de
la economía divina. Los tres peregrinos forman el "Consejo Eterno" y el
paisaje cambia de significado: la tienda de Abraham se convierte en el
palacio-templo; la encina de Mambré, en el árbol de la vida; el cosmos en una
copa esquemática, signo ligero de su presencia. El cordero sobre la bandeja
deja su lugar a la copa eucarística.

La presencia de Dios

Los ángeles, ágiles y esbeltos, nos muestran el cosmos. Sus alas, y también la
manera esquemática de tratar el paisaje, dan la impresión inmediata de algo
inmaterial, de la ausencia de la gravedad terrenal. Por el hecho de no haber
perspectiva, desaparece la distancia, profundidad en la que todo está
sumergido en la lejanía y, por el efecto contrario, acerca las figuras, muestra
que Dios está allí y en todas partes. La agilidad alegre del conjunto, secreto
del genio de Rublev, se forma de una visión alada.

Los tres personajes mantienen una conversación. El tema habría de ser el texto
de Juan: "tanto ha amado Dios al mundo que le ha dado su Hijo unigénito".

El movimiento del amor

El tercer plano, intradivino, sólo está sugerido. Es transcendente e inaccesible.


Pero ciertamente presente, ya que la economía de la salvación brota de la vida
interior de Dios.

En su esencia trina Dios es amor en sí mismo, y su amor es trinitaria. La copa


expresa el don de si mismo, la sobreabundancia del amor, los ángeles se
reúnen alrededor del alimento divino. El contenido de la copa es el Cordero.
Esto hace referencia a la palabra del Apocalipsis: "El Cordero de Dios ha sido
inmolado antes de la creación del mundo". El amor, el sacrificio y la
inmolación preceden al acto de la creación del mundo, son su fuente.
Los tres ángeles están en reposo. Es la paz suprema del ser en sí. Pero este
reposo es un auténtico "éxtasis", salida de sí mismo. Toda la paradoja está en
este éxtasis que se continúa en su propia profundidad. San Gregorio de Nisa
expresó muy bien este misterio: "La paradoja más grande es que la estabilidad
y el movimiento sean lo mismo".

Unidad e igualdad

El movimiento surge del pie izquierdo del ángel de la derecha, continúa en la


inclinación de su cabeza, pasa al ángel del medio, se extiende
irremisiblemente al cosmos, la roca y el árbol, para entrar en reposo a través
de la posición vertical del ángel de la izquierda. Junto a este movimiento
circular, cuya finalidad es dirigir todo lo que existe tal como la eternidad rige
el tiempo, la vertical del templo y los cetros muestran la aspiración de aquello
que es terreno hacia lo que es celestial, donde el impulso encuentra su fin.

Esta visión de Dios irradia de la verdad transcendente del dogma. De la


concepción de los ángeles de Rublev se deduce la unidad y la igualdad -un
ángel se podría tomar por los otros. La diferencia aparece en la actitud
personal de cada uno hacia los otros y a pesar de eso no hay repetición ni
confusión. El oro de los iconos designa siempre la divinidad, su
sobreabundancia; las alas de los ángeles lo abrazan todo con su amplitud, los
contornos interiores de sus alas de color azul ponen de relieve la unidad y el
carácter celestial de su única naturaleza. Los cetros idénticos, signos de poder
real, que tiene cada ángel expresan un solo Dios y tres personas perfectamente
iguales. La forma divina de la unidad trina nos contempla, transciende
nuestras divisiones y rupturas. Es una llamada imperiosa que actúa por su sola
realidad y por su simple existencia" .

(Traducido de "Les Saintes Icones")

Del icono de la Trinidad al


amor del Hijo de Dios
Por Mª del Carmen Martínez de Sas

La unión con Dios

Cuando se puede contemplar un icono con los ojos cerrados porque ya se ha


grabado en el corazón, la viveza de sus colores, la riqueza de su figuras se
hacen presencia en uno mismo.
Es contemplando en el propio corazón el icono de la Trinidad, que uno
percibe que está habitado por Dios. Se hace entonces posible la oración sin
palabras, el entendimiento sin discurso. Se entiende así que Dios sea Padre,
Hijo y Espíritu Santo, que sea en sí mismo un solo Dios y Tres personas.

El Hijo está en el Padre por el Espíritu Santo, y por ese mismo Espíritu, el
Padre y el Hijo están en mí, llegando a entender que sin el Padre y el Hijo uno
mismo no sería, uno no existiría. Al captar esta unidad profundísima con Dios
se puede entrever que, de una manera semejante, se da la unidad de un solo
Dios en su diversidad de personas.

La unidad en Dios

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no podrían ser el uno sin los otros dos,
por eso son Uno siendo Tres.

No poder ser radicalmente sin otra u otras personas es la unidad en la


diversidad. La unidad en Dios no se da al estilo humano, por el intento de
comprender al otro, o por la mutua simpatía, o por tener aguante y luchar
contra la discordia y la división. La unidad en Dios y a la que nosotros
estamos llamados con El y entre nosotros es a no poder existir, a no poder ser
sin El, sin los otros.

De los primeros cristianos se decía que tenían un solo corazón y una sola alma
(Hch 4, 32). Es en lo esencial del ser humano, en su corazón y en su alma
donde podemos alcanzar la unidad de unos con otros.

La unidad es un atributo de Dios, propio sólo de su perfección, pero aquellos


que reconocen en su corazón y en su alma el estar habitados por Dios tienen el
don de la unidad al alcance de sus manos, porque saben que ellos mismos han
nacido de la fuente mismísima de la unidad que es la Trinidad de Dios.

El amor del Padre

Contemplar el icono de la Trinidad en el propio corazón es percibir el Amor


del Padre al Hijo y desear estar en el Padre, porque sólo desde El se puede
amar al Hijo; es poder recibir al Hijo oyendo del Padre estas palabras: «Tú,
siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo» (Lc 15, 31). Nada hay que sea
tan del Padre como su Hijo, el Amado, en el que se complace (Mc 1, 11).

Amar al Hijo con el Amor del Padre es entrar en la unidad de Dios por el
Espíritu Santo. Sentir la propia alma, el propio ser unido al Padre en su Amor
al Hijo, es mucho sentir. ¿Quién podría resistirlo?
Hay pasajes de los Evangelios que preparan el corazón humano para llegar
paso a paso a la unidad con el Padre en su Amor al Hijo: «Tanto amó Dios al
mundo que le dio a su Hijo único» (Jn 3, 16).

Sentirse carne y sangre, sentirse mundo, sentirse contradicción y debilidad es


algo por todos experimentado. Añadir a esta experiencia el conocimiento que
nos revela S. Juan -"tanto nos amó Dios, que nos ha entregado a su Hijo"-, es
el primer paso para desear abrir los brazos a ese Hijo que el Padre nos entrega
porque nos ama.

María

Los primeros brazos que se abrieron desde esta tierra al Hijo de Dios fueron
los de una mujer. María fue la primera que entendió que podía amar al Hijo de
Dios con el Amor del Padre. Por eso se encontró que había concebido en su
seno, no una criatura nacida de la carne y de la sangre, sino que había recibido
en su seno al mismo Hijo de Dios. El que es engendrado eternamente en los
cielos, no podía ser engendrado en la tierra sino por ese mismo Amor del que
María participó por don, por generosidad del Padre.

Pero puede ser aún mucha pretensión el intentar compararse a María, y eso
que Ella no es más que una mujer, y decir mujer es algo así como decir sierva
«casi» por naturaleza, pero con todo María ha sido ensalzada por todas las
generaciones (Lc 1, 48) Y todos reconocemos en Ella la obra de Dios, por su
apertura total al Espíritu Santo, que la llenó de gracia y de santidad y la
transformó en la Madre de Dios, en la más hermosa de todas las mujeres, para
las que es orgullo y señera de la dignidad de la humanidad.

El sepulcro

Pero hay aún en el Evangelio de Juan otra imagen más en consonancia con
nuestra nada, imagen que nos ilumina lo que puede significar abrirse y acoger
el Don del Padre, acoger a su Hijo amado que se nos entrega, sin apariencia ni
de Dios ni de hombre, hecho desprestigio y maldición «varón de dolores ante
quien se gira el rostro» (ls 53, 3).

Ante el Jesús casi glorioso y transfigurado del Tabor puede que muchos nos
sintiéramos demasiado miserables para abrirle nuestros brazos y nuestro
corazón, pero ¿quién no tiene sentimientos de piedad ante uno que ha sido
abandonado, humillado y condenado injustamente? La tierra, con sus entrañas
de roca, se abrió en sepultura para acoger aquel despojo humano del Jesús
muerto en cruz. Hasta tal punto había llegado el Padre en su entrega del Hijo
amado, que ni la rudeza de la tierra se resistió a recibirle en sus duras
entrañas. Aquel sepulcro de Jerusalén, excavado en la roca, es buena imagen
de lo que es nuestro corazón. El Padre ha entregado en él a su Hijo santo y
amado, que se ha hecho cadáver para entrar en él; pero el Padre no entrega al
Hijo sino a quien se ha dejado invadir por el Espíritu Santo, porque es en el
Espíritu Santo que el Hijo vuelve al Padre.

Jesús, el Hijo de Dios, hecho cadáver humano fue depositado en un sepulcro


vacío excavado en una roca. De no haber sido así, el Hijo de Dios nunca
hubiera entrado en las negras entrañas de la muerte; en las negras entrañas de
este mundo nunca hubiera sido arrojada la semilla de la vida eterna, ni en los
surcos de esta tierra ni en nuestros corazones, de los que brota la Resurrección
y la Vida.

Nuestro pobre corazón

Ver el propio corazón como sepulcro vacío, excavado en la roca de la dureza


de cada uno, no es demasiado pretencioso, es una imagen dura, sí, pero
realista. ¿Cómo mirar al Cristo que bajan de la Cruz y cerrarle las entrañas?
Nadie, nadie puede hacerlo. El dolor del inocente nos sacude, la muerte del
justo nos hace tomar partido por él, y eso ya es tanto como empezar a amarle
aunque sólo se le pueda ofrecer el sepulcro duro y frío de nuestro corazón.

Amar al Hijo de Dios, acogiendo su dolor en nuestro propio corazón, es ya


promesa de vida nueva, es haberse abierto al Espíritu Santo (“Cuanto hicisteis
a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» Mt 25, 40).
No importa ser tan sólo un sepulcro duro y frío si está lleno del Espíritu Santo,
desde él el Hijo vuelve al Padre llevándonos a Él como el fruto que nace de la
Vid.

Quien acoge al Hijo lo hace en el Espíritu Santo, que es lo mismo que decir:
Quien ama al Hijo de Dios lo ama con el Amor del Padre.

Perderse en ese Amor al Hijo de Dios, llenarse del Espíritu Santo, he ahí la
tarea única que se nos da para que la vida sea entrada en la unidad de la
Trinidad de Dios.

Padre, danos tu Espíritu

Grabar su icono en el propio corazón puede ser un estilo de orar que es tanto
como un estilo de vivir de Dios, en Dios y para Dios.

Una pregunta puede asaltar a nuestra mente: ¿Cómo sucederá esto de que yo
pueda amar al Hijo de Dios con el Amor del Padre? ¿Cómo hacer para
llenarse del Espíritu Santo?

La respuesta la dio Jesús, el Hijo de Dios: “Si vosotros que sois malos (y es
verdad, dicho sea entre paréntesis, que somos malos) ¿cómo vuestro Padre
celestial no va a dar el Espíritu Santo a quien se lo pida? (y esto sí que es
segurísimo)”.

Cualquier momento y lugar es apto para hacer una petición que va a ser
escuchada hágala quien la haga. Por eso volvamos nuestra mirada al Padre
para decirle sencilla y llanamente: Padre, Padre Santo, danos tu Espíritu;
llénanos de Él, es nuestro gran deseo, más aún, es nuestra única necesidad.

El icono de la Navidad
La Iglesia oriental canta en Navidad, antes de la doxología de los salmos:

"¿Qué te ofreceremos, oh Cristo, que apareces como hombre sobre la tierra?


Cada una de tus criaturas te da gracias: los ángeles te ofrecen cantos; los
cielos, las estrellas; los magos, sus presentes; los pastores, su admiración; la
tierra, la cueva; el desierto, el calor; y nosotros, la Virgen María. Tú que
existes desde antes de los siglos, oh Dios, ten piedad de nosotros".

Este texto litúrgico es un sobrio comentario del icono de Navidad. En el que


vemos, como centro, a Jesús y María. El simbolismo de la cueva llena de
oscuridad, en la que está el Niño envuelto entre vendas. Con su nacimiento el
Señor inaugura la Redención: "Has bajado a la tierra para salvar a Adán y, al
no encontrarlo, oh Maestro, lo has ido a buscar a los infiernos". Contemplando
este triángulo negro, el creyente comprende que, en el momento del
Nacimiento, María y José no han encontrado lugar en el hostal y que "se
ofrece la gruta a la Reina como un espléndido palacio" (Prefacio de la Vigilia
de Navidad). Pero se puede ir más lejos. El icono no es un cliché de lo que
sucedió, sino que nos sitúa en la perspectiva de la fe. Por ello el creyente
comprende, a través del simbolismo de la cueva, que la Encarnación es la
misericordiosa respuesta del Padre a la desesperación del ser humano sin Dios
o contra Dios.

Este es el mismo tema que ilustran las vendas con las que está envuelto el
niño Jesús; son semejantes a las que fueron dejadas en el sepulcro vacío
después de la Resurrección: la Redención forma una unidad que se inaugura
en la Encarnación. Esta dimensión del Misterio resalta sobre todo en los
Padres Griegos. Por parte de los latinos, sin embargo, hay que citar a San
León el Grande que orienta un sermón de Navidad en este sentido: por su
Encarnación y muerte, Cristo ha salido victorioso del pecado y de la muerte,
restableciendo la humanidad de una manera más admirable aún de como la
había creado.

El fondo de color púrpura sobre el que yace María, tiene mucha importancia.
Esta única mancha de color cálido, evoca los primeros siglos de la historia de
la Iglesia, la lenta y animosa elaboración teológica de la Revelación que le fue
confiada de forma definitiva, las luchas doctrinales y las magistrales
definiciones conciliares. En efecto, el misterio de la Encarnación es el
misterio de una de las tres Personas de la Trinidad que ha tomado naturaleza
humana en las entrañas de la Virgen María. Es preciso comprender la trabazón
que existe entre el dogma cristológico y María. Si, como pretendían algunos
herejes, había dos personas en Cristo, María sería la madre de un hombre.
Pero en el Salvador hay sólo una persona, la del Hijo de Dios. La Virgen
María, por tanto, tiene con toda justicia el título extraordinario de Madre de
Dios. Es bajo este título que todo el Oriente cristiano la llama, la bendice, la
canta...

En la parte posterior del icono, los ángeles adornan al Hijo de Dios encarnado
para salvar a la humanidad. A la izquierda y a la derecha de la parte central,
los Magos se acercan para ofrecer sus presentes y un pastor toca la trompeta
para anunciar la Buena Nueva que ha escuchado del ángel.

En la parte inferior izquierda, el icono representa la tradicional tentación de


San José tentado por el demonio, en forma de pastor, sobre la concepción
virginal de María. Este motivo sigue una tradición apócrifa.

En uno de los rincones inferiores, dos mujeres lavan al Niño. Vemos pues, al
Señor representado dos veces. La iconografía quiere revelarnos, a su estilo, lo
que la Iglesia profesa referente a las dos naturalezas de Jesucristo. En el
centro, el Niño de la gruta se nos muestra como el Hijo de Dios, quien no
tiene necesidad de criatura alguna para realizar su obra salvadora. En el rincón
inferior el niño que retienen las mujeres nos muestra su humanidad, la
necesidad que tiene, igual que toda criatura humana, de recibir ayuda,
cuidados, alimentos y amor. La miranda de ternura que le dirige su Madre,
desde el centro del icono, corrobora esta revelación.

Este detalle, en el que no es frecuente detenerse, nos muestra claramente que


la iconografía va más allá de la anécdota cuando presenta el mensaje
fundamental.

Desde el centro superior bajan hacia el Niño tres rayos de luz. En algunos
iconos de la Navidad se puede leer: "Ángeles del Señor", en la parte superior
y en el centro: "Natividad de nuestro Señor Jesucristo". Cerca del ángel que
anuncia se encuentra también, a veces: ?"No tengáis miedo, pues os anuncio
una gran alegría".
(Traducido de "Les Saintes icones")

El Icono de Santa María


del Jaire
Por Mª del Carmen Martínez de Sas

El icono de Sta. María del Jaire fue pintado en Rusia en el s. XIX,


probablemente para una comunidad familiar. Desde 1968 su original se
venera en Roma en el Monasterio Ruso Uspenskij. La advocación "Sta. María
del Jaire" nació en Granollers en 1980, donde en el año en curso (1988) se ha
dedicado una iglesia parroquial que ha tomado este nombre (situada en el
barrio de La Torreta, La Roca) y se ha bendecido un nuevo Icono.

El pasaje bíblico que inspira este icono es la profecía de Isaías a Ajaz: "El
Señor mismo va a daros una señal: 'He aquí que una virgen está en cinta y va
a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel''' (Is 7, 14). Se trata de
un icono de los que se conocen con el nombre de la Virgen del Signo, o grupo
de iconos en los que aparece representada María con Jesús en su seno,
recordando la Encarnación.

Está pintado en una tabla de madera de 26x30 cm., sobre una fina lámina de
oro, lo que le da una gran belleza y luminosidad.

Los signos que aparecen en este icono

Como todos los iconos, requiere ser mirado con unos ojos pacientes, capaces
de reposar sobre él sin prisas. Se podría decir que todo es oro y luz
combinados de tal manera que hacen surgir la pintura. Se trata de un icono de
María, nos la presenta como Virgen y como Madre de Dios.

La virginidad queda expresada en las tres estrellas que aparecen brillando con
luz blanca sobre el manto de María, situadas una sobre cada hombro y una
tercera sobre la frente. Significan, según el lenguaje de los iconos, que María
es virgen antes del parto, en el parto y después del parto.

La presencia de Jesús en su seno, que se hace transparencia en un círculo de


luz, nos habla de la Encarnación del Hijo de Dios en María. Nos la presenta
por tanto como la Madre de Dios.
María es representada con los brazos levantados. Esta actitud orante de María
nos lleva a escuchar el diálogo de la Anunciación (Lc 1, 26-38), el saludo del
Ángel "Jaire, María" que quiere decir: "Alégrate, llena de gracia. Alégrate,
María, porque el Señor está contigo".

María, misma es un signo, un signo de la Iglesia que en su universalidad


forma frente a Dios un solo cuerpo bien unido y trabado por muchos y
diferentes miembros. Un cuerpo que tiene la misma misión de María: encamar
en nuestro mundo al Hijo de Dios, darlo a luz en el hoy de la historia, hacerla
cercano y presente en cada época, en cada rincón del mundo, a través de cada
comunidad cristiana que vive enraizada en la sociedad, pero que levanta sus
brazos y su corazón al cielo en continua oración y recibiendo el saludo de
parte de Dios: "Jaire, alégrate que Yo estoy contigo".

Una vez que se ha entendido que María es signo de la Iglesia, se puede


percibir que este icono tiene un mensaje central: "La Eucaristía". El pan de la
Eucaristía es redondo, Jesús aparece en un círculo de luz intensísima. Cuando
se puede contemplar el original de este icono, llama la atención la viveza de
esta luz que rodea a Jesús, subrayando con ello la idea fundamental que quiere
comunicarnos: Jesús Eucaristía está presente en su Iglesia y de ahí la
actualidad del saludo "Jaire, alégrate, que Yo estoy contigo".

Jesús sostiene en su mano izquierda el rollo de las Sagradas Escrituras,


mientras su derecha se alza para bendecir, derramando su Santo Espíritu. La
Palabra de Dios y el Espíritu de Jesús son los dones por excelencia que
recibimos en la Eucaristía.

Cuatro Santos, a modo de columnas laterales, enmarcan el icono. A la


izquierda de María dos santos mártires, San Cosme y San Damián conocidos,
también como los "Santos Médicos". No es difícil interpretar su significado:
dar la vida en el cuidado de quienes sufren hasta la última gota de la propia
sangre. San Cosme y San Damián también nos traen el recuerdo de San
Francisco de Asís, el santo de la perfecta alegría, aquél que inició su
conversión en la ermita de San Damián, en Asís, y en ella dialogó con el
Crucificado a fin de restaurar y renovar su Iglesia que amenazaba ruina. San
Come y San Damián, ermitas restauradas por Francisco de Asís. He ahí otro
signo o llamada de Dios que recibimos a través de este icono: renovar la
Iglesia de Jesús.

A la derecha de María, en la parte superior, está pintado San Pantaleón,


también médico y mártir. De él sabemos, por la etimología de su nombre, que
es "quien tiene misericordia de todo". Esto nos apunta el único camino a
seguir como Iglesia de Jesús, nos apunta el camino de la nueva encarnación de
Dios en nuestras vidas el camino del amor a los más pequeños. La
misericordia es dejar escapar el corazón junto al que no es nada, junto al
mísero, el llorar la pasión de Cristo en el dolor del hermano hasta hacerla
propia, identificándose así con Aquél que cargó con el dolor de la humanidad.

El cuarto santo, en la parte inferior, es un monje ruso de nombre Pedro. Dos


cosas nos expresa este santo: por llamarse Pedro nos recuerda la Iglesia
universal, fundada sobre la roca que es Pedro, a la que está vinculada toda
comunidad cristiana por la unidad de la misma fe, y en la que nace todo
cristiano por un único Bautismo; por ser monje, nos recuerda la búsqueda de
Dios a través de la oración continua, que es, junto con la misericordia, la
forma más auténtica de encarnar en el hoy de la historia el Rostro siempre
amable de Jesús, el Señor.

Meditación sobre el icono

Una vez conocidos los signos del icono, descubiertos en la oración


perseverante, uno puede entrar en él como quien se adentra en un bosque,
dispuesto a descubrir novedades, a descubrir vida, a descubrir presencias
insospechadas. Lo que sucedió en María sucede en la Iglesia, sucede en cada
comunidad cristiana. El acontecimiento que dió a María su identidad peculiar
fue la Encarnación del Hijo de Dios en sus entrañas de mujer.

María acoge la voluntad del Padre y responde a ella con un "Hágase en mí


según tu Palabra" (Lc 1, 38). Acoge la voluntad del Padre con infinito amor,
porque el Espíritu Santo reposa sobre Ella, y he aquí que en un lugar de
nuestra tierra, en Nazaret, una mujer es capaz de amar tanto a Dios que puede
llamarle "Hijo". Es el momento en que se inician las bodas eternas entre Dios
y la humanidad. Lo que sucede en los cielos, el Padre que engendra
eternamente al Verbo por el Amor con que le ama, comienza a suceder en la
tierra, por la gracia de Dios, por la virtud del Espíritu Santo que se derrama
primero sobre María, luego sobre la Iglesia.

Dice la profecía de Isaías que una virgen está en cinta y va a dar a luz un hijo,
dice el evangelio de Lucas que fue enviado un ángel de Dios a una virgen de
Nazaret, insiste también la Iglesia en la virginidad perpetua de María,
reflejada en este icono con el simbolismo de las tres estrellas. Tanta
insistencia nos lleva a comprender que la virginidad es propia de la
humanidad entera, es el reclamo que siempre le está recordando que nada hay
en sí misma ni a su alrededor que la colme plenamente de la felicidad que
ansía, la respuesta que espera a su ardor incontenible de plenitud solo la tiene
su Creador, hacia quien es conducida "como novia que se adorna con sus
joyas" (Is 61, 10).

La virginidad brilla como estrella luminosa especialmente en María de


Nazaret, porque Ella es la novia en la que se anticipan las bodas entre Dios y
la humanidad, y desde este destello de la virgen de Nazaret, la Iglesia vive la
virginidad como expresión de que su sed de plenitud sólo se sacia en Dios.

La virginidad vista con ojos humanos es pobreza, es no poseer a nadie; vista


con mirada cristiana, es esperanza de plenitud; y vista desde Dios es ya fuente
de riqueza, porque es deseo de Él, deseo que Él colma con su propia donación,
y por eso "una virgen concibe y da a luz un Hijo, que será grande, que será
llamado Hijo del Altísimo" (Lc 1, 35). Y por eso una Virgen es Madre de
Dios. Dios se hace presente como Hijo en María y por Ella la humanidad se
hace madre de su propio Creador.

Contemplación del icono

No hay palabras en la contemplación, sólo amor, que no se puede describir.


Cuando de tanto mirarlo se ha grabado el icono en el propio corazón, para
contemplarlo basta cerrar los ojos y su dinamismo hace resonar la voz de Dios
que se percibe en el silencio:

"Tanto he amado al mundo que le he entregado a mi hijo unigénito" (Cf. Jn 3,


16).

Así quien mira con los ojos de Dios, descubre que la Encarnación del Verbo
en María se prolonga en la Iglesia, que el Jesús Resucitado nos llega por la
Iglesia, que ofrecer a Dios pan y vino es ofrecerle nuestra humanidad para que
Él tome de ella sus rasgos y la una a Él, la transforme a Él y se haga presente
no sólo en el pan y vino eucarísticos, sino en nuestras vidas, por el perdón
continuo, por el amor y la misericordia, por la fortaleza en la donación
constante de la vida, por la alegría que vence al mal con el bien. Contemplar
el icono con los ojos cerrados es percibir ese amor loco de Dios por la
humanidad, es percibir su deseo irresistible de unirse a ella, de entregarse
hasta llegar a identificarse con lo más pobre, con lo más pequeño que haya en
este mundo y desde ahí comunicarse y entregarse a quien le tienda su mano:
"Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo
hicisteis" (Mt 25, 40). De una forma mística, esto es misteriosa pero
perceptible en la fe, podemos percibir a Jesús suplicando nuestro amor y
nuestros cuidados en todas aquellas personas que sufren por una causa o por
otra. He ahí donde la pobreza es fuente de riqueza, donde se vive la paradoja
de que una virgen es madre, donde se recibe a Dios como a Hijo "porque nada
hay imposible para Dios" (Lc 1, 37), donde se capta su deseo eterno de unirse
a la humanidad, de hacer de cada ser humano la expresión de su esencia, de su
Amor que se entrega, esperando de cada creyente que encarne su Amor. De
forma semejante a como sucedió en María, de forma semejante a como sucede
en el pan y el vino eucarísticos, así también suceda en nuestras vidas.
Contemplar un icono es mirarlo con los ojos de fe, es mirarlo en Dios, en
oración, es grabarlo en el propio corazón de una forma tan real y dinámica que
el mayor deseo es hacer de la propia vida su reproducción más perfecta.

74 - CANTAR DE LOS CANTARES.

Leyendo el Cantar
Por Mons. Alfonso Uribe Jaramillo

Mons. Alfonso Uribe Jaramillo, obispo de Sonsón-Rionegro (Colombia) tiene


un pequeño folleto titulado "Comentario al Cantar de los Cantares" que
intenta ayudar al creyente a una lectura espiritual de este precioso poema
hebreo. Reproducimos a continuación el capítulo introductorio.

Una gracia especial

Ningún libro de las Sagradas Escrituras nos enseña mejor que el Cantar de los
Cantares la realidad del amor del Señor al hombre y sus exquisitas
manifestaciones.

Cuando el Espíritu del Señor proyecta su luz encontramos en este libro


"sacrosanto" riquezas que antes no habíamos siquiera imaginado.

Creo que se recibe una gracia especial cuando empezamos a leerlo con paz,
limpieza, y amor, y cuando aprendemos progresivamente a descubrir allí el
lenguaje del amor divino y la manera apropiada de dirigirnos al Señor que
tanto nos ama.

Cuando el Señor se convierte para nosotros en el Amado y cuando nos


sentimos amados por El, la vida experimenta el gran cambio y empezamos a
recorrer un camino nuevo y cada vez más maravilloso cual es el de la unión
con el Señor Amado.

El amor de Dios y su Pueblo


Con relación a este libro sagrado hay que tener en cuenta con el P. de Lubac
"que fue admitido en el canon judío de las Escrituras porque vieron que en él
se simbolizaban las relaciones de amor entre Israel y su Dios: 'como la esposa
es la alegría de su esposo, tú serás la alegría de tu Dios' (ls 62, 5)"

"En segundo lugar, en el cuadro de la historia de la Salvación, después de la


Encarnación del Verbo, la Iglesia ha sucedido a Israel en su misión. De ahí el
carácter cristológico y eclesial de los primeros comentarios del Cantar de los
Cantares". Pero además, "por otra parte lo que sucede a la Iglesia en general
sucede a cada cristiano en particular. Para decirlo en otros términos, la vida
espiritual reproduce en lo íntimo del alma el misterio de la misma Iglesia. Y
es en ella donde en fin de cuentas se realiza este misterio y se consume
interiorizándose. “Vel Eclesia, vel anima' ("Lo que se dice de la Iglesia, se
puede decir del alma")", como escribió Orígenes.

El amor de Cristo a la Iglesia

Las relaciones entre Cristo y la Iglesia, simbolizadas en el Cantar, tenían que


ser las relaciones del alma cristiana con el Verbo de Dios. "Cada unos de los
fieles tendrá parte, en cuanto que es miembro de la Iglesia, porque si cada
alma es amada con amor singular, ninguna lo es separadamente. De esta
suerte, lo que en un principio se había escrito para el pueblo elegido, puede ser
aplicado a cada alma que es esposa de Dios. El amor que Dios tiene a su
pueblo se extiende, por la mediación de Cristo, a todas las almas" (Meditación
sobre la Iglesia, p.342 ss).

Con razón escribe S. Pedro Damián que "cada alma es, en cierta manera, por
el misterio del Sacramento, la Iglesia en su plenitud.

El Santo de los Santos

Rabí Aqiba dijo: "Todos los libros de la Escritura son santos, pero el Cantar
de los Cantares es el Santo de los Santos". “El mundo entero es menos
hermoso que el día en que Israel recibió del Señor el Cantar de los Cantares".

Bendigamos al Señor por el regalo que nos ha hecho al inspirar este libro
sagrado del Cantar de los Cantares y estudiémoslo con reverencia, gratitud y
amor porque es mucho lo que el Señor puede enseñamos allí.

El más bello cantar


Por Mª Victoria Triviño, osc.

En todos los tiempos apreciado

"Toda la escritura es santa, pero el Cantar de los Cantares es el Santo de los


Santos", así decía Rabí Aqiba a sus discípulos a comienzos de nuestra era. Y,
desde Orígenes que descorrió el velo del sentido cristiano y espiritual del
Cantar de los Cantares con su magisterio ungido de sabiduría y piedad, los
místicos de todos los tiempos han quitado las sandalias de sus pies para entrar
en ese Santuario donde el Amor de Dios se canta con acentos de alianza
esponsal.

Hasta hace pocos años el único lugar de acceso al Cantar, como a los demás
textos bíblicos, era la Liturgia. Los más fervorosos retenían en su memoria los
textos que la Iglesia proponía en las fiestas, particularmente de la Virgen, y
los meditaban largamente en su corazón. Sucedía entonces que, aquellas
palabras que para Israel tenían un determinado sentido histórico, llegaban al
fiel con un sentido cristiano y con el colorido mariano, eclesial, ctc. de la
fiesta celebrada. Después de haber recorrido muchas veces el Año Litúrgico a
lo largo de la vida, podían citar de memoria y hasta ofrecer apretadas síntesis
con lenguaje del Cantar, como lo hace Santa Clara en la última carta que
escribió poco antes de dormir en el Señor: "Contempla, además, sus
inexpresables delicias, sus riquezas y honores perpetuos; y, suspirando de
amor, y forzada por la violencia del anhelo de tu corazón, exclama en alta
voz:' ¡Atráeme! ¡Corremos a tu zaga al olor de tus perfumes" (Cant 1, 3), oh
Esposo celestial! Correré, y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la
bodega" (2, 4), hasta que tu izquierda esté bajo mi cabeza y tu derecha me
abrace (2, 6) deliciosamente, y me beses con el ósculo de tu boca (1, 2)
felicísimo. Sumergida en esta contemplación, no te olvides de tu pobre madre,
pues sábete que yo llevo grabado indeleblemente tu recuerdo en los pliegues
de mi corazón..." (IV Carta de Sta. Clara de Asís a Inés de Praga).

No faltaron quienes lograron satisfacer su deseo de poseer el texto completo


en un tiempo en que era imposible para la mayoría el acceso a la Biblia por ser
muy elevado el precio de los libros manuscritos. No era tan imposible, por su
brevedad; conseguir una copia del codiciado libro. En el Monasterio de
Clarisas de Santa María de Pedralbes (Barcelona) se conserva un cuadernillo
manuscrito del s. XIV con la copia del Cantar de los Cantares que debió hacer
las delicias de más de una hija de Sta. Clara en la Edad Media.

Nosotros lo tenemos todo. El Año Litúrgico con la rica variedad de textos y el


colorido que reciben de cada Tiempo, y también la Biblia al alcance de la
mano. ¡Que esta facilidad, que nuestros antepasados hubieran soñado tener, no
nos lleve a valorar menos tan gran riqueza.
¿Libro para todos?

A causa del uso frecuente que han hecho del Cantar los grandes escritores
místicos como S. Juan de la Cruz, S. Pedro de Alcántara, V. Ángeles Sorazu...
no faltan personas que mantienen sellado este libro bajo el prejuicio de que es
doctrina reservada para almas extraordinarias; demasiado subido, si no
pretencioso, para los que caminamos por vías más trilladas.

Solo la ignorancia puede avalar esta prevención. El Cantar de los Cantares es,
ante todo, Palabra de Dios. Como tal, palabra inspirada cuyo mensaje se hace
penetrante, vivo y eficaz por el poder del mismo Espíritu, aquí y ahora, en el
corazón fiel que lo recibe en la fe de la Iglesia. Además, en su interpretación
profética encierra una rica teología de conversión que, expresada en lenguaje
de amor, se hace doblemente sugestiva. Desde el más empedernido pecador
que por primera vez siente el toque de la gracia, hasta el alma más amorosa y
fiel que ardientemente desea su Señor, pueden clamar con idéntico derecho:
"¿Que me bese con los besos de su boca" (1, 2) expresando su hambre de
Dios.

Uno y otra también podrán decir con verdad: "Negra soy pero graciosa" (1,
5) es decir, curtida por la adversidad y ennegrecida por todos los soles y
vientos, pero estimada de Aquel a quien ... "he caído en gracia".

El acercamiento al Cantar de los Cantares puede darse por varios caminos


según la vida interior y la manera de ser de cada persona. Un camino sencillo
y bien trillado de siglos, es recibirlo en la Liturgia, reteniendo los textos que
después se pueden releer en la Biblia.

Otro es el camino que para nosotros han dejado abierto en sus escritos los
autores espirituales, si son santos ¡mejor!, donde ya nos dan la experiencia de
"cómo" podemos apropiamos y vivir el bello poema.

Y por fin el laborioso camino del estudio y oración bajo la luz del Don de las
Escrituras. Aquí es preciso buscar lo que la letra del Cántico significaba para
el pueblo de Israel en el momento histórico en que fue escrito. Puede
interpretarse desde su sentido sapiencial o también desde los paralelos
proféticos que abren su perspectiva mesiánica. Luego, sin perder el hilo
conductor literal-histórico, sapiencial, profético, se puede transponer al
sentido cristiano y místico. Es decir: lo que Yahvéh, dice a Israel, se lee de
Cristo Resucitado y la Iglesia, o de Cristo Resucitado y el alma fiel.

La flor y el fruto de este trabajo es el que los autores espirituales y la Liturgia


nos ofrecen simplificado.

De la antigua a la nueva Alianza


En su sentido veterotestamentario, el Cantar de los Cantares contiene una
teología de conversión que culmina en la renovación de la Alianza. La
fórmula habitual: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" tiene su
equivalente en términos poético-nupciales en:
"Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado".

Se evocan los Montes de la Alianza (2, 17) donde Abraham cortó las víctimas
para sellar pacto con Dios; y el Monte de la Mirra y colina del incienso (4, 6)
que alude al lugar de la Presencia, el Templo de Jerusalén.

Yahvéh es el Esposo, el Rey, el Pastor...

El pueblo de Israel es la Esposa...

La Esposa que tantas veces renovó la Alianza y tantas veces la quebrantó. La


Esposa que ahora en el destierro, colgadas las cítaras en los sauces de
Babilonia, añora la Tierra Prometida... Reconoce que solo por su pecado
perdió el don de Dios: "¡Mi propia viña no guardé!" (1, 6); pero sabe que su
Pastor ama con amor eterno y no vacila en clamar con toda la fuerza de su
deseo: "¡Que me bese con los besos de su boca!" (1, 2), ¡que yo vuelva a
experimentar la presencia de mi Dios en el lugar donde habita su Gloria!

La Esposa... que desea, que duerme y vela, que se levanta y busca a su Señor,
que pasa la prueba del despojo y que al fin descansa en el abrazo nupcial con
que la Misericordia la acoge.

¿Quien no puede reconocerse en esta esposa si lleva en su seno las flaquezas,


los anhelos, las tribulaciones y los heroísmos de todos los hombres que buscan
a Dios?

Pero aquello que Israel-Esposa vivió en Esperanza y en el Cantar hizo clamor


de Encarnación.

- "Ah, si fueras tú un hermano mío amamantado en los pechos de mi


madre te podría besar... “(8, 1).

La Esposa-Iglesia, lo celebra y vive realizado:

"El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14),

Porque de la Madre Israel, personificada en la más pura y santa representante


de los Pobres de Yahvéh, María, se hizo "hermano" el Hijo de Dios "se
despojó de sí mismo tomando condición de siervo... apareciendo en su
porte como un hombre cualquiera... ' (Flp 2, 7) para darnos el beso de
reconciliación:
"Su izquierda bajo mi cabeza ?y con su diestra me abraza” (2, 6)

El cristiano que se apropia el Cantar de los Cantares, ya no escala los montes


de la Antigua Alianza, ni el Sinaí, ni el Templo de la Jerusalén terrena; su
Monte de la Mirra es el Calvario, donde se derrama la sangre de la Nueva y
eterna Alianza. Su Memorial: ¡le Eucaristía! Que en el Calvario abrió el
Esposo los brazos... y los soldados partieron su manto en cuatro partes
revelando en figura al verdadero goel que cubría como a esposa rescatada la
totalidad del Universo.

Con la Alianza Nueva recibimos una Ley Nueva. Si el israelita fiel ponía
como recordatorio sobre su frente y sobre su brazo el "Shemá", el hijo de la
Iglesia es verdadero testigo cuando recibe el sello del Espíritu santificador, la
capacidad de amar con el amor de Dios para vivir el Mandamiento nuevo:

"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros" (Jn 13,
34),

"Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo" (Cant
8, 6).

La Iglesia, huerto del resucitado

"¿Habéis visto al Amado de mi alma?" (Cant 3, 3)


Al alba del día de la Resurrección, María Magdalena, "la discípula", lloraba la
ausencia de su Señor junto al sepulcro vacío:

”... se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto... si tú lo has


llevado, díme donde le has puesto y yo me lo llevaré... " (Jn 20, 13.15).

Como la esposa del Cantar busca y halla:

"Apenas habíalos pasado cuando encontré al Amado de mi alma.


Le aprehendí y no soltaré... “(Cant 3, 4).

Las discípulas de Jesús realizan este anhelo de asirle. Las Mujeres que
caminan con sus perfumes hacia el sepulcro:

"Jesús les salió al encuentro: " Alegraos"


Y ellas, acercándose se asieron a sus pies y le adoraron" (Mt 28, 9).

Y a Magdalena:
"Déjame, que todavía no he subido al Padre" (Jn 20, 17).
En el huerto donde el Resucitado se manifiesta, que es la Iglesia, los
discípulos que buscan su Rostro lo hallan. Habrá que perseverar días y noches,
inviernos y primaveras..., habrá que subir al Monte de la Mirra... Allí, en la
Cruz de Cristo y en su Resurrección, sabrá que el Amor es más fuerte que la
muerte (Cf. 8, 6).

Tratando de la virtud poderosa del Amor para unir y transformar, el escritor


místico franciscano Fr. Diego de Estella escribe:

"Mira, pues, ahora, alma mía, en qué jardín tan lleno de flores y rosas
coloradas, llenas de rocío del cielo, entras, plantado dentro de aquel huerto
cerrado que es la Iglesia, el cual tanto alaba el esposo de los Cantares. Recoge
un manojo y guárdalo en tu seno... " (Meditaciones del amor de Dios. Med.
68, 2)

"Manojito de mirra es mi Amado para mí" (Cant 1, 13).

Introducción al Cantar
Por Rodolfo Puigdollers

Cumbre de la lírica

El Cantar constituye la joya más preciosa de la lírica hebrea y uno de los


culmines de la lírica universal. A pesar de las indudables influencias del
folklore palestino, se ha de reconocer en esta colección de cantos la mano
original de un autor. Este, sin embargo, permanece anónimo. Su atribución al
rey Salomón es completamente pseudo epigráfica. El lenguaje empleado, con
arameísmos y alguna palabra persa y griega, indica que nos encontramos ante
una obra posterior al Destierro y, por lo tanto, perteneciente al siglo V -IV a.
d. JC.

Cantos de amor

El Cantar es una colección de cantos de amor; y hay testimonios de que los


judíos del siglo I lo cantaban durante los siete días que duraban las fiestas de
bodas. Aunque se trata de una colección de cantos del novio y de la novia (cf.
Jr 7, 34; 16, 9) y, por lo tanto, debían cantarse sueltos según el momento de la
fiesta, no por eso hemos de dejar de ver una estructura en el conjunto de la
obra
.
Estructura
Una lectura detenida nos muestra la repetición de un conjuro en tres puntos
clave (1, 7; 3, 5; 8, 4). A estos indicios estructurales debemos añadir el
carácter introductorio de 1, 2-4. Entre 3, 5 y 8. 4 se debe señalar igualmente la
inclusión formada por dos intervenciones del poeta (3, 6; 5, 1 b). Todos estos
indicios nos permiten la siguiente división del texto:

Prólogo 1, 2-4

Primera parte 1, 5-2, 7

Segunda parte 2, 8-3, 5

Tercera parte:

I 3, 6 – 5. 1
II 6. 2 – 6, 1
III 6,3 – 8, 4

Epílogo 9, 5 - 14

Dinámica

Temáticamente se presenta una progresión en las tres partes. En la primera


hay una presentación de los amantes. La segunda se caracteriza por la
búsqueda mutua. La tercera se subdivide en tres: I) el cortejo del amado, su
canto a la amada; II) el levantarse de la amada, su canto al amado; III) el
saludo del amado, la turbación de la amada, la danza. En el epílogo se
consuma el amor. De ahí los subtítulos siguientes:

Inicial

Primera parte: LLAMADA

Segunda parte: SENDERO

Tercera parte: ENCUENTRO

I. Canto del amado


II. Canto de la amada
III Canto del amado y de la amada

Epílogo: POSESIÓN

El amado y la amada
A lo largo de los distintos cantos hay dos únicos personajes: la amada y el
amado. Ausencia, presencia; temor, deleite; búsqueda, encuentro.

La poesía inicial, puesta en boca ?de la amada, señala la perspectiva en la que


ha de colocarse el lector. Poco a poco, a medida que avanza la obra, lector y
amada se irán identificando. De mano de la amada, el lector recorrerá la
aventura del amor.

El amor viene descrito como plena posesión el uno del otro:

"Mi amado es mío y yo soy suya" (2, 16).

"Yo soy de mi amado) y mi amado es mío" (6, 3).

"Yo soy de mi amado, por mi suspira" (7, 11).

Toda la fuerza expresiva de la persona se unifica en esta posesión. Si los


elogios -cercanos al wasf árabe- cantan al amado v a la amada es para recoger
todo el ser.

La amada es una yegua, una paloma que anida en los huecos de la roca. Sus
ojos son dos palomas. Su pelo un rebaño de cabras que descienden por los
montes. Sus dientes un rebaño de ovejas blancas. Sus pechos dos cachorros
mellizos de gacela.

La amada surge como el alba, hermosa como la luna, refulgente como el sol.
Su cabeza se yergue como el monte Carmelo. Toda ella es fuente sellada.

La amada es bella como la ciudad de Tirsá, encantadora como Jerusalén. Su


rostro es hermoso como las liendas y los toldos de los beduinos. Sus piernas
son como ajorca de artesanía. Su vientre un crátera llena de vino, Su cuello
una torre de marfil. Sus ojos dos alberca. Su nariz la torre del Líbano.

También el amado viene descrito como jardín de perfumes, como bolsa de


mirra, como racimo de alheña. Su nombre es aroma esparcido. Sus mejillas
con balsameras, semilleros de perfumes. Su apariencia es como un cedro,
como un manzano. Sus labios amapolas.

Sus dedos son oro, su tronco marfil, sus piernas mármol; todo con piedras
preciosas, zafiros y remates de oro fino.

El amado es como una gacela, como un cervatillo. Su pelo es azabache como


los cuervos. Sus ojos son dos palomas.

Él es la mina del jardín, el manantial de frescas aguas que viene del Líbano. Él
es el cierzo, el austro.
Toda la naturaleza se convierte en la habitación de este amor: el lecho son las
flores, las vigas los cedros, el techo los cipreses.

Alianza

Si el amor, a través de la naturaleza, alcanza su plenitud espacial, es a través


de la alianza como adquiere su plenitud en profundidad:

"Ponme cual medalla en tu corazón, como anillo en tu dedo" (8, 6), en el


tú amado.

Contemplación del otro

La belleza del amante -representado por el personaje de la amada- procede del


amado. Hay en el amante una belleza escondida, oscurecida por trabajos que
no son el amor. Una belleza no cuidada. El amor del amado sabe descubrir en
la amada, sumida en la esclavitud a otros señores y el propio sueño, la belleza
latente; y anuncia, como promesa, su futuro esplendor en el amado.

Ante los ojos del amado la belleza de la amada se recrea: los ojos se hacen
hermosos como palomas. A partir de ahí, todo el ser del amante se ilumina:
blanco como el narciso, blanco como la azucena, blanco y sonrosado. Y
aparece radiante. Primero su rostro: sus ojos, su pelo, sus dientes, sus labios,
su boca, sus mejillas, su cuello, sus pechos; luego, todo su cuerpo: sus pies,
sus piernas, su vientre, su cintura, sus pechos, su cuello, sus ojos, su nariz, su
frente, su pelo.

"¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres!" (1, 15).

Mas esta belleza no queda encerrada en la forma, crece en toda su proyección


dinámica. No son ya los ojos, sino la mirada; no ya las mejillas, sino los
besos; no ya los labios, sino las palabras.

Cuerpo y naturaleza

La descripción de la amada se abre en toda su amplitud con las comparaciones


de la naturaleza. Así el canto adquiere cumbres de la más alta grandeza
poética. Si la lectura antropomórfica de la naturaleza mitologiza al hombre, la
lectura del hombre con imágenes naturales humaniza a la naturaleza.

La amada es viña, jardín, narciso, azucena. Su talle es como una palmera, sus
pechos son los racimos de dátiles. Sus mejillas dos mitades de granada. Su
piel es un vergel de granadas, lleno de frutos preciados, alheñas, nardos,
azafrán, canela, cinamono, incienso, mirra, áloe y todos los bálsamos. Su
cuerpo es un campo de azucenas. Su cintura una gavilla de trigo.
El deseo aparece insaciable, como algo que no pueden apagar grandes riadas
ni extinguir los mismos rios. El amor que ha desvelado el sentido de la vida
humana y de la naturaleza se alza finalmente ante todo temor y toda
oscuridad.

Durante el camino ha habido el enfado de los hermanos, el dar vueltas tras


rebaños de otros pastores, la servidumbre a otros señores, el invierno y las
lluvias, las raposas que destrozan las viñas, la brisa y las sombras de la noche,
los guardias de la ciudad, el temor de las tinieblas, el propio sueño. Aún el
mismo acercarse del amado causa turbación, su rumor estremece las entrañas,
su presencia deja sin aliento; su ausencia, sin embargo, es enfermedad de
amor y se ansía el beso sin temor.

Encuentro

Cuando se produce el encuentro total, viene el despertar y la huida de toda


tiniebla, la desaparición de todo desierto. Se alza el amor, fuerte como la
muerte, como la gran victoria que abre a la trascendencia. Al fin aparece el
gran misterio, la presencia presentida del gran amado. El amor es... llamarada
de Dios.

A través del amor, la amada nos ha llevado a las profundidades últimas del
hombre y del mundo. El amor parece avanzar, en realidad, por una atracción.
Y, al final, resuena la voz del Amado invitado -suplicando- a la Amada. Es la
petición del gran Fiat: "Date prisa, amado mío". Llegados a este punto, el
cántico se inicia de nuevo; mas ahora ya, de modo directo, la amada es la
persona humana -hombre o mujer- anhelante por el amado que es el Gran
Otro, el Dios que se manifiesta en la criatura humana (el poeta hebreo, en
compañía de Oseas, Isaías, Ezequiel, cantó durante siglos "date prisa", hasta
que el rostro del amado se hizo blanco y sonrosado, y su pelo azabache
como el cuervo", 51,11 Jesucristo, el "Dios con nosotros". Este cántico nos
lleva de nuevo al "date prisa amado mío" paralelo del final del Apocalipsis y
final de la Escritura: "el Espíritu y la Amada dicen: Ven Señor Jesús" (Ap.
22, 17-20). El es aquél "a quien amamos sin haberlo visto, en quien creemos
sin verle, en quien nos alegramos ya ahora con un gozo inefable y glorioso
(Cf. l P 1, 8).
75 - KOINONIA 75.

Divorciado,
Renuevo el "sí" a mi
esposa
Por Paul Slaiim

Testimonio

María y yo nos casamos en 1970, conscientes de nuestras heridas interiores,


pero deseosos de "amarnos fielmente en las alegrías y en las penas, y de
sostenernos el uno al otro a lo largo de toda nuestra vida". Después de un
comienzo difícil de nuestra relación de pareja, en 1976 llegó la prueba:
nuestro segundo hijo, traumatizado en el nacimiento, quedó minusválido. A
causa de ésto, se abrió entre mi esposa y yo un abismo que no hizo sino ir
creciendo, y que acabó, en 1978, con la separación y después con el divorcio.
Me encontré solo con treinta años.

En mi abandono, clamé al Señor, reconocida mi parte de responsabilidad en el


fracaso de nuestro matrimonio, decidido a tomar mi cruz con Jesús y a
permanecer fiel a mi esposa. Comencé entonces un camino de conversión
profunda y de curación interior, gracias a estancias reiteradas en la abadía de
Timadeuc, y gracias a la Renovación Carismática.

En 1981, encontré a un Padre trapista y, por medio de él, a una hermana


divorciada, Ana María, y gracias a ellos profundicé en el sentido de mi
fidelidad. Después de un tiempo, a finales de 1983, juntos fundamos la
comunión Nuestra Señora de la Alianza. La vocación de esta agrupación
espiritual es ayudar a los cristianos cuyo matrimonio está dividido, separado o
divorciado, a progresar, a su ritmo, en el camino del perdón y la fidelidad,
apoyándose en la gracia del sacramento del matrimonio.

En otro lugar he expresado el fundamento bíblico y teológico de esta fidelidad


("La vocation d'Osée", en "Communio", XI, 6, pp. 103-117). Se trata de un
caminar libre que, más allá de las heridas de nuestra afectividad, encuentra
apoyo en las virtudes teologales y descansa en la certeza de fe que, a pesar de
la separación o del divorcio, el vínculo sacramental con nuestro cónyuge
permanece para siempre. Por el sacramento del matrimonio, nuestro
compromiso mutuo de esposos ha sido consagrado (Cf. Gaudium et Spes 48-
49); y es en esto que, miembros de la comunión Nuestra Señora de la Alianza,
fundamos nuestro Carmino de renovación del "sí" a nuestro cónyuge, de modo
especial el día del aniversario de nuestra boda. Quisiera expresar aquí cómo
este caminar da sentido a toda nuestra vida.

1. Volviendo a decir "sí", asumimos la opción inicial

Lo sabemos perfectamente, quienes toman la iniciativa de la ruptura ponen


generalmente en discusión su compromiso inicial: "Me casé por
atolondramiento" dice uno un día. "Me he equivocando al casarme contigo,
dice otro, y todo el mundo tiene derecho a equivocarse". Quizá algunos de
nosotros hemos tenido la tentación de hacernos la misma reflexión para
escapar a un sentimiento de fracaso y a un sufrimiento intolerable.

Indudablemente hay casos graves en que el matrimonio no ha sido contraído


válidamente, y la Iglesia lo reconoce (Cf. Código de Derecho Canónico, c.c.
1083¬1094).

En la mayor parte de casos, en ausencia de "causas de nulidad", a pesar de


nuestra inmadurez al principio, hemos de reconocer la validez de nuestro
matrimonio. Entonces, Jesús nos llama a interiorizar el "sí" inicial
renovándolo hoy. Él, en efecto, se ha tomado muy seriamente nuestro
matrimonio, y ha inscrito nuestras alianzas en la palma de sus manos.
Igualmente, quien recupera su independencia reabre las llagas del Señor;
quien olvida su "sí" las deja sangrar; quien asume su compromiso inicial
derrama sobre las llagas de Jesús el bálsamo de su Amor, y recibe a su vez la
curación y las fuerza de la que estas heridas serán de ahora en adelante y para
siempre fuente inagotable.

No podemos tomar a la ligera el "sí" de nuestro matrimonio, nos debemos


dejar interpelar por la llamada de Jesús. Lo hemos verificado muchas veces:
son falsas razones las que impiden normalmente efectuar la verdad y
autentificar este "sí". En este punto el Padre de la mentira no le cuesta
engañarnos, sobre todo en el contexto de nuestro mundo. Es muy importante
iluminar plenamente ese instante en que quedó sellado el sacramento del
matrimonio, pues es a partir de esta fuente que brotará la gracia para irradiar
toda nuestra historia.

2. Volviendo a decir "sí", asumimos nuestra historia común pasada


En aquél que rompe una unión debidamente contractada, hay a menudo una
voluntad -más o menos consciente- de romper con todo el pasado, de
renegardo; y algunos, a causa de esto, llegarán hasta rechazar el volver a ver a
sus propios hijos... Pero nosotros mismos podemos vernos tentados a olvidar
nuestro pasado común, para escapar a un sufrimiento demasiado vivo, sobre
todo si la vida conyugal ha sido un tiempo de pruebas dolorosas, de conflictos
penosos...

El Señor, poco a poco, nos reconcilia con nuestra historia pasada haciéndonos
descubrir cuándo él estaba presente, aun cuando nosotros no éramos
conscientes; y volver a decir "sí" hoy es, para nosotros, aceptar el poner bajo
su mirada de Misericordia toda esta parte de nuestras vivencias, con sus
sombras, pero también sus tiempos luminosos. Entonces el Señor cura y
convierte nuestro modo de mirar nuestra historia, de mirar a nuestro cónyuge
y de mirarnos a nosotros mismos.

Respecto a nuestra historia común, nos invita en primer lugar a apartar


nuestros ojos de lo negativo que nos obsesiona, para considerar más bien los
acontecimientos positivos y felices que hemos vivido juntos -siempre los ha
habido. (Por otra parte, es un modo de actuar que lo aconsejan los mismos
psicólogos, o los partidarios del pensamiento positivo). Por esos momentos de
luz, el Señor nos conduce a dar gracias, y es en este sentido especialmente que
nos es posible vivir la alabanza en nuestra prueba. Detrás de todos estos
instantes de alegría y de auténtico amor, el Espíritu Santo estaba presente, es
justo que lo reconozcamos y le demos gracias al Señor.

En cuanto a los aspectos y hechos negativos, nos hacen daño sobre todo si han
sido provocados por nuestro cónyuge; por eso el Señor nos pide expresamente
entrar respecto de él en una actitud de perdón. Realmente es el perdón que
más procura la paz del corazón, es del perdón que nos viene la curación de las
heridas afectivas provocadas durante la vida común; es el perdón que hace
posible una mirada nueva, positiva, de nuestro cónyuge.

Y luego el Señor nos conduce a reconocer nuestros límites humanos que han
estorbado la comunicación en el matrimonio, nuestras propias
responsabilidades en el fracaso de nuestro hogar, nuestras viejas heridas,
nuestros pecados. Mientras todo está en carne viva, este reconocimiento es
imposible. Apaciguado por la experiencia de la Misericordia de Dios, por el
perdón recibido del Padre y dado al cónyuge, no solamente uno ya no teme
exponer al Señor sus heridas y sus pecados, sino al contrario uno desea más
bien verlos subir, porque se está seguro de recibir del Padre, por Jesús y en el
Espíritu, curación y reconciliación.
3. Volviendo a decir "sí", asumimos nuestra separación y nuestro
divorcio

Nuestra vida en común ha acabado en la crucifixión de la separación o del


divorcio. Ahora bien, lo sabemos perfectamente, aun después de años algunos
no llegan a aceptar este traumatismo, y esto no les permite volver a decir "sí"
de forma auténtica.

Aquí es necesario distinguir al máximo el nivel afectivo y el nivel espiritual,


cosa que no llegan a hacer quienes quedan bloqueados en este punto. Llegar
hasta el final del Amor cuando uno se encuentra frente a la separación y el
divorcio, es decir al mismo tiempo: "sí, creo en la unidad indestructible de
nuestro matrimonio, sellado en Dios el día de nuestro matrimonio" (nivel
espiritual); y "sí, respeto la libertad de mi cónyuge y su opción actual de
independencia", como el Padre de la parábola dejó ir a su hijo pródigo (sea lo
que sea lo que le costó afectivamente), sin dejar por eso de amarlo y de desear
reconciliarse con él. En esta perspectiva, -voy a hacer una afirmación loca
para el mundo, y escandalosa para los fariseos- la mejor prueba de Amor que
nosotros podemos dar a nuestro cónyuge cuando está absolutamente decidido
al divorcio, es aceptado, pues así le mostraremos hasta qué punto respetamos
su libertad.

Haciendo esto, creemos que este caminar humano no pone en discusión lo


esencial en el nivel espiritual: nuestra unidad místicamente realizada, y
continuamos deseando una reconciliación. Concediendo el divorcio a nuestro
cónyuge, no claudicamos respecto a nuestra responsabilidad para con nuestro
matrimonio. Reconocemos solamente que somos radicalmente impotentes
para llevar a nuestro cónyuge a la renovación de la Alianza; pensamos que las
leyes humanas también lo son; por eso colocamos nuestra esperanza
únicamente en la Omnipotencia del Señor para quien nada es imposible, y que
sabrá bien, por múltiples caminos, tocar el corazón de nuestro cónyuge.

Entonces encontramos la paz, y recibimos la gracia de vivir serenamente


nuestro presente. En efecto, sólo la aceptación de la situación (no del
principio) de la separación o del divorcio impide la rebelión o el desánimo, y
quita la carga emocional unida a este acontecimiento; y el Amor que es su
motor transfigura nuestra prueba, nos conduce a la alegría pascual. Dejamos
de hacernos la víctima, y asumimos libremente un estado que no hemos
escogido, ciertamente, pero que está ahí, y que es nuestro "lugar" para
encontrar al Señor hoy, nuestro camino de santidad.

4. Volviendo a decir "sí", miramos el futuro con esperanza


Mientras uno está con un sentimiento de fracaso, y mientras no ha descubierto
la profundidad del sacramento del matrimonio, uno está tentado por la
desesperación respecto al futuro. ¿Qué sentido tendrá de ahora en adelante
esta vida rota por el divorcio? En los testimonios que aparecen aquí y allá,
esta pregunta hiriente es claramente perceptible. Y esta angustia empuja
muchas veces a fundar un nuevo hogar para llenar este boquete, y esconder el
vacío dejado por la ausencia del cónyuge.

Poniendo toda nuestra confianza en el Señor, redescubrimos que nada le es


imposible; que, como él ha tocado nuestro corazón, puede también alcanzar el
de nuestro cónyuge; que en respuesta a nuestra oración, está actuando para
reconciliar nuestro matrimonio. De este modo, cuando Satanás busca
dividirnos, desesperamos, debemos reaccionar con una confianza
inquebrantable en nuestro Padre, y un Amor de perdón por nuestro cónyuge,
para vivir de ahora en adelante en la esperanza de nuestra reconciliación.

Solamente que no podemos saber cuando lo reconocerá: habrá también en esto


"obreros de la hora undécima". Quizá ni siquiera sabremos nosotros si lo ha
reconocido, pues es el secreto de su relación con Dios... Por eso debemos ser
muy pacientes, vivir en la fe y en la esperanza, y aprovechar este tiempo de
prueba para convertirnos y dejarnos santificar, recordando que a los ojos de
Dios "mil años son como un día" (2 P 3, 8), y "que los sufrimientos del tiempo
presente no son nada comparados con la gloria que debe revelarse en
nosotros" (Rm 8, 18).

Llegaré hasta afirmar que, para algunos de nosotros, es bueno si esta prueba se
prolonga un poco, pues, en este crisol, al fuego del Espíritu, nuestro Amor se
purifica, nuestro deseo de reconciliación crece. Todos tenemos nuestras
heridas profundas, nuestra parte de responsabilidad en el fracaso de nuestro
matrimonio. Estamos tentados de no reconocerlo. Por eso, si la reconciliación
llegase demasiado rápida, tendría el peligro de ser superficial; los verdaderos
problemas quedarían enterrados en vez de ser resueltos, y la pareja no volvería
a empezar sobre bases sólidas. (Es por esto que más de la mitad de los
segundos matrimonios fracasan.) Por otra parte, para algunos la vida en
común era un tal infierno que los destruía; y les hace falta tiempo para
reconstruirse en la paz, antes de poder pensar en una reconciliación y. quizá,
en una vuelta a la vida en común.

Sin embargo, el principal obstáculo a la reconciliación es la libertad del otro,


su actitud de rechazo. Dios, a pesar de ser el Todopoderoso, en su Amor no
violaría nunca la libertad de nuestro cónyuge. Pero puede actuar más o menos
fuerte -y sólo él lo puede- para tocar el corazón de él en respuesta a nuestra
oración. Más nosotros se lo pedimos, y más, misteriosamente, puede obrar en
nuestro cónyuge, en virtud del sacramento del matrimonio. A la inversa, si
cerramos nuestro corazón a nuestro cónyuge, si le negamos nuestro perdón,
Dios mismo no puede tocar su corazón por el canal privilegiado de nuestra
fidelidad, y nosotros tomamos una pesada responsabilidad: pecamos por
omisión.

Avancemos, pues, resueltamente por el camino del "sí" que permite a Dios
continuar llamando nuestro cónyuge de modo particular a la reconciliación y a
la renovación de la Alianza. Contribuimos así por nuestra parte a la obra
redentora de Jesús, al sacerdocio real que es el nuestro por nuestro bautismo, y
que se realiza en nosotros en primer lugar en nuestra familia. Entonces,
estemos seguiros, podremos experimentar la alegría pascual, y a menudo
podremos ver, en nuestro cónyuge, pequeños signos de la acción de Dios, que
son los frutos de nuestra actitud de perdón.

Fe - Esperanza - Amor

Nuestra esperanza es más fuerte que la muerte: cuando volvemos a decir "sí" a
nuestro cónyuge, afirmamos nuestra voluntad de volver a ver la unidad de
nuestra pareja, ya místicamente realizada el día de nuestra boda, desarrollarse
en el Reino, más allá de la muerte, y abrirse totalmente a la comunión con
todos los hombres que el Padre ha reconciliado con él por el Hijo, en el
Espíritu, y reunido en el Cuerpo-Esposa de Cristo (Cf. Ap 21, 1-7).

Permitidme, para acabar, tomar la oración que hemos compuesto para la


renovación de nuestro "sí":

"Padre eternamente fiel, hace 17 años, María y yo sellamos libremente ante ti


una Alianza que hiciste eterna en tu Hijo Jesucristo. Después nos hemos
separado. Pero yo creo que nuestra unidad permanece en ti. Yo renuevo mi
voluntad de permanecer fiel a María, en vistas de nuestra reconciliación, y te
ruego, en este día, de renovar, por tu Espíritu, mi Amor por ella". Amén.

(Publicado en "Tychique", nº 69, pp. 24-28; traducción de KOINONIA)

La Inspiración Cristiana en
la Institución Eclesial
Por el Cardenal Tarancón

En las comunidades cristianas primitivas prevalece, sin duda, el elemento


carismático. Nacen al impulso del Espíritu por la palabra y el testimonio de
los "testigos cualificados" de la vida, muerte y resurrección de Jesús.
Su misma aparición en un clima hostil -el judaísmo que no quiere reconocer
en Jesucristo al Mesías, o el paganismo, que ha inventado "dioses" a su
medida- está exigiendo una presencia mayor del Espíritu: una primacía de la
"inspiración" sobre la "institución".

Cuando surgen las primeras divisiones entre los creyentes, se hace


indispensable reforzar lo institucional -la autoridad de los apóstoles, las
normas objetivas- para mantener la unidad y reforzar su apertura
evangelizadora a todos los hombres.

Es lógico que lo "institucional" adquiera a través de los años una mayor


fuerza. Se multiplican las comunidades; aumenta considerablemente el
número de los cristianos; se encarna el Evangelio en culturas distintas, con el
peligro de dispersión que esto conlleva, y los apóstoles se ven constreñidos a
reunirse en Jerusalén -es éste el primer Concilio de la Iglesia- para precisar
algunos extremos que han de ser admitidos por todos. La "inspiración" -el
"carisma"- mantiene su vigencia. Es el reconocimiento explícito de la
presencia del Espíritu en el Pueblo de Dios. Pero esa inspiración ha de estar
"regulada" por el cauce que ha señalado el mismo Jesucristo.

La inspiración es esencialmente "creativa". Será siempre el impulso vital de la


Iglesia de Jesús. Pero encierra, por la condición del hombre, un peligro
radical: el subjetivismo, siempre pernicioso.

Por eso "lo institucional", que da consistencia y salvaguarda la unidad de la


comunidad de los creyentes, que por ser de diversa raza, cultura y condición
tiende a potenciar las diferencias con el peligro de la comunión, va
imponiéndose con cierta rigidez hasta poner en peligro la mima espontaneidad
de la "inspiración"; haciendo prevalecer lo institucional sobre lo carismático
por los motivos de seguridad.

Entonces se corre el riesgo de "secuestrar" la inspiración cristiana -los


carismas del Espíritu- en nombre de los intereses institucionales;
definitivamente, de la seguridad que casi se convierte en el valor supremo.

¿Se había «encadenado» al Espíritu en tiempos pasados en aras de una


«instalación más segura de la Iglesia en el mundo», como han afirmado
algunos? ¿Se está fomentando ahora el recelo contra la «inspiración» por las
tensiones que se han producido dentro de la Iglesia en esta época
postconciliar?

Hemos de partir de este principio: la coexistencia en la Iglesia -coexistencia


esencial- de estos dos elementos: "carismático" e "institucional", ha de
engendrar una tensión permanente. Una tensión que no se puede ahogar por
ningún motivo. Una Iglesia sin la vitalidad creadora de la inspiración -de los
carismas del Espíritu-, no sería la auténtica Iglesia de Cristo. Tampoco lo sería
si se despreciasen los cauces jerárquicos señalados por el mismo Jesús.

Lo institucional es parte esencial de la Iglesia como lo es lo carismático.

Por eso, los auténticos carismáticos: los santos -un San Francisco, un San
Ignacio, una Teresa de Jesús- resultan siempre "incómodos", hacen que
chirríen, no pocas veces, las estructuras y que la autoridad jerárquica se sienta
desbordada.

Ellos han sido, sin embargo, los auténticos renovadores o reformadores -


revitalizadores los llamaría más bien- de la Iglesia, en momentos de
confusión, desconcierto o "instalación excesiva" del cristianismo.

Es verdad que también han surgido muchas veces "falsos profetas",


carismáticos insolentes, "reformadores soberbios" que han sido causa de
muchos males para la comunidad de los creyentes en Cristo.

Por eso y para eso estableció Jesucristo la autoridad jerárquica en la Iglesia,


dándole un carácter institucional, que es indispensable tratándose de una
comunidad integrada por hombres, siempre limitados y excesivamente
subjetivos.

Y habrá de ser la jerarquía la que definitivamente confirme la autenticidad de


las inspiraciones y de los carismas. Pero es tan fácil que tratándose de
"hombres prudentes" -los que dirigen la Iglesia- se sacrifique la creatividad
fruto de la inspiración a la seguridad humana que dan las estructuras
institucionales...

Por eso dice el Concilio que "quienes presiden la Iglesia" tienen como primera
obligación "no apagar el Espíritu"; no poner trabas excesivas a las
inspiraciones del Espíritu.

(Publicado en "Vida Nueva", nº 1668, p. 9)

76 - CARISMAS.

Los carismas
Cuando este numero se encontraba ya en la imprenta ha aparecido la
exhortación apostólica "Christifideles laici" del Papa Juan Pablo II. El
apartado nº 24 tiene como titulo "Los carismas". Dada su importancia para el
tema que estamos tratando lo reproducimos íntegramente, aunque sin las
notas. Los subtítulos son de la Redacción.

Dones del Espíritu

El Espíritu Santo no sólo confía diversos ministerios a la Iglesia-Comunión,


sino que también la enriquece con otros dones e impulsos particulares,
llamados carismas. Estos pueden asumir las más diversas formas, sea en
cuanto expresiones de la absoluta libertad del Espíritu que los dona, sea como
respuesta a las múltiples exigencias de la historia de la Iglesia. La descripción
y clasificación que los textos neotestamentarios hacen de estos dones, es una
muestra de su gran variedad: "A cada cual se le otorga la manifestación del
Espíritu para la utilidad común. Porque a uno le es dada por el Espíritu
palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia por medio del mismo Espíritu;
a otro fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones, en el único
Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, el don de profecía; a otro, el don de
discernir los espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, finalmente el don
de interpretarlas" (1 Co 12,7-10; Cf. 1 Co 12, 4-6, 28-31; Rm 12, 6-8, 1 P 4,
10-11.

Para edificar la Iglesia

Sean extraordinarios, sean simples y sencillos, los carismas son siempre


gracias del Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad
eclesial, ya que están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los
hombres y a las necesidades del mundo.

Incluso en nuestros días, no falta el florecimiento de diversos carismas entre


los fieles laicos, hombres y mujeres. Los carismas se conceden a la persona
concreta; pero pueden ser participados también por otros y, de este modo, se
continúan en el tiempo como viva y preciosa herencia, que genera una
particular afinidad espiritual entre las personas. Refiriéndose precisamente al
apostolado de los laicos, el Concilio Vaticano II escribe: «Para el ejercicio de
este apostolado el Espíritu Santo, que obra la santificación del Pueblo de Dios
por medio del ministerio y de los sacramentos, otorga también a los fieles
dones particulares (Cf. 1 Co 12, 7), "distribuyendo a cada uno según quiere"
(Cf. 1 Co 12, 11), para que "poniendo cada uno la gracia recibida al servicio
de los demás", contribuyan también ellos "como buenos dispensadores de la
multiforme gracia recibida de Dios" (1 P 4, 10), a la edificación de todo el
cuerpo en la caridad (cf. El 4, 16).
Los dones del Espíritu Santo exigen -según la lógica de la originaria donación
de la que proceden- que cuantos los han recibido, los ejerzan para el
crecimiento de toda la Iglesia, como lo recuerda el Concilio.

Acogidos con gratitud

Los carismas han de ser acogidos con gratitud, tanto por parte de quien los
recibe, como por parte de todos en la Iglesia. Son, en efecto, una singular
riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad del entero
Cuerpo de Cristo, con tal que sean dones que verdaderamente provengan del
Espíritu, y sean ejercidos en plena conformidad con los auténticos impulsos
del Espíritu. En este sentido siempre es necesario el discernimiento de los
carismas. En realidad, como han dicho los Padres sinodales, «la acción del
Espíritu Santo, que sopla donde quiere, no siempre es fácil de reconocer y de
acoger. Sabemos que Dios actúa en todos los fieles cristianos y somos
conscientes de los beneficios que provienen de los carismas, tanto para los
individuos como para toda la comunidad cristiana. Sin embargo, somos
también conscientes de la potencia del pecado y de sus esfuerzos tendientes a
turbar y confundir la vida de los fieles y de la comunidad». Por tanto, ningún
carisma dispensa de la relación y sumisión a los Pastores de la Iglesia. El
Concilio dice claramente: «El juicio sobre su autenticidad (de los carismas) y
sobre su ordenado ejercicio pertenece a aquellos que presiden en la Iglesia, a
quienes especialmente corresponde no extinguir el Espíritu, sino examinarlo
todo y retener lo que es bueno (Cf. 1 Ts 5, 12.19-21), con el fin de que todos
los carismas cooperen, en su diversidad y complementariedad, al bien común.

1 Co 12
"En la cuestión de los dones espirituales no quiero, hermanos, que sigáis en
la ignorancia. Recordáis que, cuando erais gentiles, os sentíais arrebatados
hacia los ídolos mudos, siguiendo el ímpetu que os venía. Por eso os advierto
que nadie puede decir: ¡Afuera Jesús!, si habla impulsado por el Espíritu de
Dios. Ni nadie puede decir: Jesús es Señor, si no es bajo la acción del
Espíritu Santo.

Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de


servicios, pero un mismo Señor; hay diversidad de funciones, pero un mismo
Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el
bien común.
Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con
inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu,
recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le
han concedido hacer milagros; a aquel, profetizar; a otro, distinguir los
buenos y malos espíritus. A uno, el lenguaje arcano; a otro, el don de
interpretarlo. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada
uno en particular como a él le parece.

Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los


miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es
también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos
sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu" (1 Co 12, 1-13)

Significado de la palabra
"carisma" y "carismático"
Por el P. Giuseppe Mercuri

Recogemos casi en su totalidad el artículo que bajo el título" Una gracia que
Dios ha dado a nuestro tiempo" ha publicado el P. Giuseppe Mercuri,
capuchino italiano, a partir del estudio de la obra del P. Yves Congar "El
Espíritu Santo".

El término "carisma" en las cartas de S. Pablo

El término "chárisma" se encuentra sólo en S. Pablo (16 veces), si


exceptuamos una vez que se encuentra también en la primera carta de S. Pedro
(1, 11). El P. Congar observa que lo usa con tres significados.

1. Carisma = gracia, siempre

A pesar de que la teología clásica distingue entre carismas (= gratiae gratis


datae) y gracia santificante, es decir, gracias que el Señor concede para poder
ayudar a los demás (carismas) y gracia que concede para santificar la persona
a la que es concedida (es decir, la gracia de Dios santificante), el P. Congar
observa que en las cartas paulinas (y también en 1 P 1, 11) el término
carisma, carismas (chárisma, charísmata) es siempre puesto en relación con
gracia (charis).
Es decir, el carisma es siempre una cosa que depende de la gracia. Son
especialmente iluminadores tres pasajes:

• Rm 12, 6: "teniendo carismas diferentes, según la gracia que nos ha sido


dada".

• 1 C 1, 4. 7: "la gracia de Dios (charis) que os ha sido otorgada en Cristo


Jesús... así, ya no os falta ningún carisma a los que esperáis la Revelación de
nuestro Señor Jesucristo" (1 C 7, 7: "cada cual tiene de Dios su carisma: unos
de una manera, otros de otra").

• 1 C 12, 4: "hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo", es


decir, el Espíritu Santo presente mediante su gracia.

Por lo tanto (concluimos nosotros) los carismas no son dones dados a algunos
cristianos privilegiados, sino a todos los cristianos (diversos en cada uno) en
base a la gracia dada en el bautismo. Son dones y talentos, dice el P. Congar,
que hay que poner al servicio de la construcción del Cuerpo de Cristo, para
que cada uno pueda colaborar en la obra de salvación.

2. Carismas = manifestaciones sensibles del Espíritu

Tenemos este significado en 1 C 12, 7: "A cada cual se le otorga la


manifestación del Espíritu para provecho común".

El P. Congar observa que esta definición es la que caracteriza a la Renovación


llamada carismática. El escrito entregado a los periodistas por los
responsables del Congreso mundial de la Renovación celebrado en Roma en
Pentecostés del 1975, caracterizaba la Renovación carismática como "un lugar
en que se manifiesta de manera sensible la acción del Espíritu".

3. Carismas = manifestaciones extraordinarias del Espíritu

Desgraciadamente, dice el P. Congar, a menudo se identifican los carismas


con las manifestaciones extraordinarias y espectaculares del Espíritu, como el
hablar en lenguas, la profecía, las curaciones, los milagros; esta definición se
encuentra también en autores que gozan de prestigio no inmerecido y hasta en
algún documento eclesiástico. Pero el teólogo observa que S. Pablo llama
estas manifestaciones extraordinarias con el término pneumatiká (1 C 12, 1 y
14, 1), que se convierten en carismas sólo cuando se hacen útiles a la
construcción de la comunidad, de la Iglesia: entonces son dones hechos según
la gracia salvífica: charísmata.

El pensamiento del Concilio y el himno a la caridad de S. Pablo


En el célebre texto del Concilio (Lumen Gentium, 12) sobre los carismas,
encontramos la confirmación de esto que dice el P. Congar. En efecto, el texto
conciliar afirma que el Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al
pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios y lo enriquece con
las virtudes, sino que, distribuyéndolas a cada uno según quiere, reparte
entre los fieles gracias de todo género, incluso especiales...; estos carismas,
tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes...

Así se subraya su relación con la santificación (gracia, caridad) y con la


edificación de la comunidad cristiana. Esto se le escapa aún a muchos, a causa
de la tradicional doctrina de los carismas como dones dados gratuitamente a
los demás, junto con la gracia dada para la santificación de sí mismo.

En esta concepción que une los carismas a la gracia (charísmata, charis)


adquiere nueva luz el himno a la caridad (al amor) de S. Pablo en el cap. 13 de
la primera carta a los Corintios. No se debe entender que los carismas sin la
caridad no valen nada, sino que esas manifestaciones que parecen carismas,
sin la caridad no son verdaderos carismas, no son útiles a la santificación y no
edifican realimente la Iglesia. Como si dijese: Buscad sobre todo la caridad, si
queréis tener auténticos carismas; buscad sobre todo la caridad, pero desead
también los carismas que dan la capacidad de ejercer la caridad (con varios
servicios, realizados por verdadero amor sobrenatural) y la nutren finalmente,
edificando la Iglesia no sólo como una organización humana sino como
verdaderamente debe ser, Cuerpo de Cristo animado por el Espíritu.

¿Renovación "carismática"?
¿Manifestaciones extraordinarias del Espíritu?

Hechas estas premisas exegéticas, el P. Congar critica la denominación


movimiento carismático, porque así corre el riesgo de atribuir los carismas a
un movimiento o grupos particulares, como si el conjunto de los fieles no los
tuviesen. Por esto algunos prefieren hablar de renovación espiritual, de
renovación en el Espíritu, o simplemente de renovación.

Pero también las palabras renovación y movimiento son criticables desde


ciertos puntos de vista.

Es verdad, sin embargo, observa el P. Congar, que el movimiento se define


carismático precisando que todos los bautizados lo son y deberían tomar
conciencia. Así como todos los cristianos son llamados a conocer la Biblia y
la Liturgia, y a pesar de esto existe un movimiento bíblico y un movimiento
litúrgico.

Así también hay que evitar el peligro de restringir el concepto de carismas a


las manifestaciones extraordinarias del Espíritu.
El P. Congar recuerda la discusión que hubo en el Concilio. El cardenal
Ruffini sostenía que los carismas (y pensaba en los extraordinarios) no son
concedidos a todos los cristianos; pero le respondía el Cardenal Suenens
restableciendo la verdadera noción de carismas y testimoniando que en su
Iglesia existían en abundancia. S. Pablo de hecho habla también de carismas
bastante poco clamorosos, como el de la exhortación y de la consolación (Rm
12, 8), del servicio (Rm 12, 7), de la enseñanza (Rm 12, 7; I C 12, 28s.), de la
palabra de sabiduría y de ciencia (1 C 12,8), de la fe (1C 12, 9), del
discernimiento (1 C 12, 10), de las obras de asistencia y del gobierno (1 C 12,
28).

(Publicado en "Rinnovamento nello Spirito Santo", novembre 1988, pp. 6-8,


traducción de KOINONIA)

Palabra de sabiduría
Por Vicente Rubio, O.P.

El siguiente artículo es un resumen de una enseñanza del P. Salvador Carrillo


Alday, M.Sp.S., mejicano, bien conocido de nuestros lectores. El artículo ha
sido publicado en "Alabanza" n" 82, p. 13.

En los carismas enumerados por San Pablo en su primera carta a los Corintios
(12, 8 y ss.) el Padre Carillo distingue tres clases: Carismas en relación al
entendimiento, a la fe, y a las lenguas.

En los que dicen relación al entendimiento, coloca dos: la "palabra de


sabiduría" y la "palabra de ciencia”.

En estos dones, el énfasis no está tanto en la sabiduría o en la ciencia -que


pueden venir de lo alto, pero también pueden ser adquiridos por el estudio-
cuanto en la "palabra". El don del Espíritu está sobre todo en la palabra, es
decir, en el poder y en la eficacia que pone el Espíritu en aquel a quien toma
como instrumento para comunicar la sabiduría o la ciencia.

Para algunos autores no hay gran diferencia entre "palabra de sabiduría" y


"palabra de ciencia"; ambos son carismas para impartir una instrucción al
impulso del Espíritu.
Otros comentadores piensan que la "sabiduría" evoca la cualidad de los
autores de los libros de sabiduría del Antiguo Testamento, en tanto que la
"ciencia" alude al conocimiento intuitivo de los profetas. Ambas clases de
inspiración bíblica encontraron su proyección entre los dones distribuidos por
el Espíritu en la nueva economía (del Nuevo Testamento).

Para otros autores hay una diferencia más notable: "la palabra de sabiduría"
consiste en el conocimiento del plan de Dios y de los medios de salvación y es
un don más elevado que la palabra de ciencia; la palabra de sabiduría es dada,
a través del Espíritu; por este don sapiencial se conoce también el verdadero
valor de las cosas, es una mirada neumática y comprensiva, amplia y
perspicaz.

De todo lo hasta aquí dicho por el P. Carillo Alday se deduce que:

El carisma "palabra de sabiduría" tiene su énfasis en el vocablo "palabra",


porque es un carisma para enseñar y en el momento en que se enseña.

Consiste en dar una instrucción a impulso del Espíritu Santo, que es quien
dirige al enseñarte y le pone en sus labios palabras acertadas.

Se circunscribe a conocer profundamente todos los aspectos del plan de Dios


y de los medios de salvación y, en consecuencia, a medir el verdadero valor de
las cosas con una mirada espiritual y totalizadora, amplia y perspicaz.

PALABRA DE
CONOCIMIENTO
Bajo este título presentamos tres fragmentos de tres autores bien diferentes.
En el primero el P. Juan Leal, conocido biblista, expone lo que desde el punto
de vista bíblico se puede decir sobre la “palabra de conocimiento”, tal como
nos viene presentada en la Biblia. En el segundo texto el matrimonio
Ranaghan presenta una interpretación basada en la experiencia. En el
tercero el P. Tardiff nos habla de lo que ha venido a llamarse “palabra de
conocimiento” en la más reciente experiencia Pentecostal, sin ninguna
relación con el carisma bíblico.

Dificultades de interpretación bíblica


"No es fácil especificar con exactitud la naturaleza de cada carisma y en qué
se distingue del vecino. La dificultad empieza con la primera bina: discurso
de sabiduría (sophías), discurso de ciencia (gnoseos). Discurso, logos, es el
género. Los genitivos precisan la especie.

A juzgar por l Co 2, 6, la sabiduría puede indicar la penetración en los


misterios divinos, como Pablo la posee y expone a los perfectos. La Ciencia o
gnosis puede ser una forma más corriente de conocimiento hondo del Antiguo
Testamento, en cuanto se relaciona con el Nuevo. Tal vez es la ciencia propia
de los profetas y doctores.

Algunos biblistas (Lietzman, Bultmann) dudan que se pueda distinguir. Para


Héring, sophía se refiere a la doctrina moral, y gnosis al dogma" (Juan Leal,
SJ., en La Sagrada Escritura, B.A.C. nº 2 l 1, pp. 433-434).

Una "opinión" a partir de la experiencia

"Los eruditos difieren en sus esfuerzos por establecer exactamente lo que San
Pablo quiere decir con los varios dones del Espíritu. Esto se aplica
especialmente al don de la palabra de ciencia.

La opinión que nosotros hallamos más probable viene de la experiencia, y


tiene, al parecer una aplicación individual y otra para la comunidad. En el
caso del individuo, a primera vista este don mucho se asemeja al don de
discernimiento, aunque difiere en su operación

Muchas veces, por ejemplo, nos hemos encontrado con algún desconocido y
después de muy pocos minutos de conversación, lo que aquel necesitaba
brotaba de nuestros labios. Repentinamente, sin falla, penetrábamos a la raíz
de su necesidad o de su problema. Hablada, ésta es verdaderamente una
palabra de ciencia, pero siendo que los dones son dados no solamente a los
individuos, sino también a la Iglesia, y para la Iglesia, se sabe que uso más
frecuente de este don será de naturaleza eclesiástica.

Su función es hablar de la palabra de ciencia a toda la comunidad en el tiempo


presente. Por esto no es extraño que veamos una conexión íntima entre este
don y el de enseñar. Esto no quiere decir que este don opera en toda la
enseñanza de la Iglesia, (¡ojalá fuera así!). Pero, una vez más, se sabe cuándo
este don está presente. Se reconoce. Lo reconocemos mientras no estemos
esperando rayos y truenos. Una lluvia moderada puede remojar la tierra lo
mismo que una tormenta.

Si no podemos ver las manifestaciones del Espíritu si no son espectaculares,


puede ser que las perdamos todas. Repetidas veces en nuestras reuniones
hemos hallado que, como con la palabra de sabiduría, cuando la palabra de
ciencia es proferida, aunque la verdad sea conocida y el predicador el de
siempre, sin embargo, en aquel momento la lección penetra en el corazón, lo
azora, lo refresca como nunca antes. En aquel momento la cualidad, el tono, la
presentación, y el contenido es tal que solamente podemos describirlo con la
nomenclatura de nuestros hermanos evangélicos: tiene la unción" (K. Y D.
Ranaghan, Pentecostales católicos, pp. 138-139).

¿"Problemas para discutir"?

"Todos los signos carismático son maravillas de Dios. Sin embargo, a menudo
Dios nos da maravillas para contemplar, y nosotros las transformamos en
problemas para discutir. Así pasa con muchos carismas, en particular con el
carisma de la palabra de conocimiento, que también se llama palabra de
ciencia (1 Co 12, 8).

La palabra de conocimiento es un carisma del Espíritu Santo que sorprende


mucho a los que viven esta experiencia. Es la comunicación de una seguridad
interior, una certeza que no se adquiere a partir de una reflexión o de una
deducción. Es como una idea que invade nuestra mente con intensidad. Ésta
nos acapara como una palabra sin sonido, una palabra que viene del interior de
nuestro ser y permanece presente en nuestro espíritu durante algunos
momentos. Y resulta que, con este pensamiento en nuestra mente, estamos
seguros de algo, pero no podemos explicar cómo lo sabemos. Sabemos que no
viene de nosotros, pero sí pasa a través de nosotros.

Es como si la luz del Espíritu en nosotros iluminara una realidad que pasa, una
realidad que pasó en la vida de tal persona o de tal comunidad, y al mismo
tiempo, ese conocimiento nos viene a ayudar a resolver algún problema, a
anunciar alguna bendición del Señor que sucede en ése momento, como lo
podemos ver, por ejemplo, durante un ministerio de sanación " (E. Tardiff, El
don de conocimiento, en "Alabanza" nº 81, p. 8).

La fe dogmática y el
carisma de la fe
Por S. Cirilo de Jerusalén

Un texto del año 350 cobra actualidad. Su autor: Cirilo, obispo de Jerusalén
desde el 348 al 387. Dejó escritas 24 catequesis bautismales. Y en una de ellas
"el Credo y la Fe" encontramos estos hermosos párrafos que definen
claramente "la fe por la que creemos" o fe dogmática y "la fe que realiza obras
que superan las fuerzas humanas" o carisma de la fe:

"La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos realidades distintas. Hay, en
efecto, una fe por la que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu
atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades; esta fe es útil al
alma, como lo dice el mismo Señor: "El que escucha mi palabra y cree en
aquel que me ha enviado tiene vida eterna y no incurre en condenación"; y
añade: "El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado ya de la
muerte a la vida".

¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos,
ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos años
de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado generoso servicio
de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús realizarlo en un solo
momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el Señor y que Dios lo resucitó
de entre los muertos conseguirás la salvación y serás llevado al paraíso por
aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de
si ello va a ser posible o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de
una sola hora de fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.

La otra clase de fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito.
A unos es dado por Espíritu el don de sabiduría; a otros el don de ciencia en
conformidad con el mismo Espíritu; a unos la gracia de la fe en el mismo
Espíritu; a otros la gracia de curaciones en el mismo y único Espíritu.

Esta gracia de fe que da el Espíritu no consiste solamente en una fe


dogmática, sino también en aquella otra fe capaz de realizar obras que superan
toda posibilidad humana; quien tiene esta fe puede decir a un monte: "Vete de
aquí a otro sitio", y se irá. Cuando uno, ?guiado por esta fe, dice esto y cree
sin dudar en su corazón que lo que dice se realizará, entonces este tal ha
recibido el don de esta fe.

Es de esta fe de la que se afirma: "Si tuvieses fe, como un grano de mostaza".


Porque así como el grano de mostaza, aunque pequeño en tamaño, está dotado
de una fuerza parecida a la del fuego y, plantado aunque sea en un lugar
exiguo, produce grandes ramas hasta tal punto que pueden cobijarse en él las
aves del cielo, así también la fe, cuando arraiga en el alma, en pocos
momentos realiza grandes maravillas. El alma, en efecto, iluminada por esta
fe, alcanza a concebir en su mente una imagen de Dios, y llega incluso hasta
contemplar al mismo Dios en la medida en que ello es posible; le es dado
recorrer los límites del universo y ver, antes del fin del mundo, el juicio futuro
y la realización de los bienes prometidos.
Procura, pues, llegar a aquella fe que de ti depende y que conduce al Señor a
quien la posee, y así el Señor te dará también aquella otra que actúa por
encima de las fuerzas humanas".

Sanación total del hombre


por Thomas Forrest

Al pedir sanación a Cristo, muchos sólo quieren aspirina. Buscan el tipo de


salvación que se ofrece por televisión: instantánea y barata. Lo que desean no
es de veras sanación, sino aliviarse del dolor, y este alivio instantáneo
¡desaparece rápidamente como promete el anuncio que va a desaparecer el
dolor!

Hace algunos años, una de mis hermanas padecía de algo que los doctores
decían que sólo se mejoraría mediante una intervención quirúrgica. Sus
amigos le habían dicho que la recuperación sería sumamente incómoda y
dolorosa, así que ella prefería seguir dependiendo de medicinas que
mejoraban, pero no curaban. Fue entonces de vacaciones a mi casa y la ayudé
a vencer su miedo y someterse a la operación. Tuvo que operarse y se sanó.

Muchos de los que acuden a Jesús para sanación, ni siquiera piensan en


someterse a una operación. No buscan tanto una verdadera sanación sino más
bien un alivio a su dolor e incomodidad. Lo menos que quieren es una
operación, una acción radical necesaria de Jesús y de ellos mismos, que de
veras los sane.

Es un error acudir a Jesús buscando alivio para el dolor de los dedos, el


estómago o la cabeza; sólo alivios instantáneos. Durante la crisis, cuando el
dolor nos desespera, Jesús muchas veces actúa rápida y directamente,
aliviándonos hasta que recobramos nuestras fuerzas. En otras palabras, Jesús a
veces nos da aspirinas. A veces actúa con maravilloso poder, sanando
instantáneamente las distintas partes del cuerpo.

Pero Él no vino sólo para damos el alivio que nos promete la televisión
cuando la prendemos. Jesús no es sólo una aspirina, que alivia el dolor y sana
alguna parte de nuestro cuerpo. El es quien verdaderamente sana personas.

Distinto que la aspirina, el mejoral y el dolex, Jesús nos ofrece nada menos
que nueva vida. Nos ofrece corazones nuevos y mentes renovadas, un renacer
como hijos de Dios. Ser sus hermanos, sus amigos y templos de su espíritu.
En otras palabras, vino a hacernos personas sanas de acuerdo al plan que
recibió de su Padre para nosotros. Él se llamó a sí mismo el Camino, Camino
hacia la paz y hacia el Padre Celestial. Él es la Verdad que a veces es dolorosa
pero la única Buena Vida para el hombre, la Vida de los hijos de Dios.

No podemos cometer la equivocación de querer de Jesús sólo la salud fácil, la


instantánea, la física, la parcial. Cualquier sanación así, será temporal porque
no sanará nuestra personalidad.

Seguiremos con las llagas de nuestro cáncer de egoísmo, una enfermedad que
sólo se cura por medio de cirugía radical, la clase de cirugía que generalmente
tenemos y rehusamos, o que sencillamente jamás comprenderemos.

Hemos sido llamados a ser un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación
santa que camina en su luz admirable (1 P 2, 9). Aquí se nos promete mucho
más que el "alivio rápido", para usar el lenguaje de la televisión. Lo que
recibimos de Jesús es la promesa y la oportunidad de sanarnos totalmente.

Cuando escuchamos las promesas vemos que éstas van más allá de vivir sin
dolor.

Se nos ofrece "rebosar de alegría inefable y gloriosa" (1 P 1, 8), ser bendecido


con toda bendición (Ef 1, 3), recibir más de lo que podemos imaginar o pedir
(Ef 3, 20), una transformación más perdurable que el oro. Y se nos dice sin
más ni más que en comparación con lo que tenemos en Jesús, todo lo demás
es "basura" (Flp 3, 8).

Nos dicen que podemos pasar de la esclavitud a la libertad (Rm 6, 12-20), de


la condenación al perdón (Rm 15, 18), de las tinieblas a la luz (Col l, 13), de
ser hijos del príncipe de este mundo a ser hijos de Dios (1 Jn 3, 1-3).

Se nos dice que es posible y podemos lograrlo. Pero no positivamente. La


verdadera sanación de la persona no es para cristianos pasivos. De hecho no
existen cristianos pasivos. El cristianismo es vida, actividad. Es una respuesta
a la llamada de Jesús y del espíritu que nos urge. Jesús es el Sanador, ¡ya lo
creo!, pero mi fe en El no es pasiva. No me quedo quieto esperando a que me
sane.

Para curar, el médico empieza tocando al paciente, pero el tratamiento no


termina aquí. Él le receta algo y le da consejo que aunque bueno a veces es
muy duro. Si el paciente quiere que el médico lo cure solamente tocándolo, si
rehúsa las medicinas y no sigue el consejo, el médico pierde su tiempo.

Jesús es el que sana, el único Salvador. Pero al sanarnos, siempre deja algo
para que nosotros hagamos. Es importante que lo hagamos, tanto que la fe en
Jesús, sin hacer lo que Él enseña, es muerte. Nos enseña con autoridad cómo
vivir, para que podamos renacer a una buena nueva vida. Nos dice: "Venid a
mÍ... y yo os daré descanso" (Mt 11, 28), "guardad mi Palabra y os daré lo que
pedís" (Jn 15, 7), "manteneos unidos a la vid y vuestras vidas darán mucho
fruto" (Jn 15, 1-17), "acogedme y os daré el poder de ser hijos de Dios" (Jn 1,
12), "haced lo que os pido y seréis mis amigos"(Jn 15,4).

Su promesa es para los que tengan oídos para oír, voluntades para someter,
corazones con que amar y perdonar, manos con que trabajar y servir, y valor
para seguir adelante a pesar de la cruz. Por supuesto no me refiero a la cruz
con que el demonio espera aplastarnos, sino la cruz de Jesús, el precio de ser
como Él en Amor sacrificado y en el servicio.

No es suficiente, para ser verdaderamente sano, gritar: "Señor, Señor" (Mt 7,


21) y esperar el día en que la famosa hermana Fulana, o el Padre Tal y Cual te
impongan las manos. Debemos tener el valor para preguntar a otros: "Señor,
¿qué debo hacer?" (Mt 19, 16). Un hermano o hermana llenos de fe que te
impongan las manos pueden ser una fuente muy grande de alivio, de
esperanza y de sanación parcial. Pero sólo si cooperas y obedeces
absolutamente a Jesús serás completamente sano.

Esta sanación es para el que esté dispuesto a venderlo todo para conseguir la
perla de gran precio, o el tesoro escondido en el campo (Mt 13, 44-46), y para
el atleta que se entrena y se esfuerza en correr para ganar la victoria (1 Cor 9,
25), es para los que están dispuestos a desprenderse de todo para buscar sólo a
Jesús, adelantando sin miedo, cueste lo que cueste, cuando lo escuchan decir:
"Ven" (Lc 14, 25¬33). Sus caminos son misteriosos (Rm 11, 33-34; Sb 9, 13;
Is 55, 8). Él es señal de contradicción (Jn 1, 10; I P 2, 8), y piedra de tropiezo
(Ef 2, 20-21).

El mundo dice: "Dinero", y Él dice: "Pobreza". El mundo dice: "Fama", y Él


dice: "Humildad". El mundo dice: "Poder", y Él dice: "Sed mis servidores y
esclavos". El mundo dice: "Sed libres", y Él dice: "La verdadera libertad está
en hacer la voluntad del Padre". El mundo dice que todo es ridículo. Pero no
hay verdadera salvación, salud, ni ninguna otra cosa fuera de Él. Vino para
darnos la vida en abundancia y si dejamos de escuchar al mundo y
comenzamos de veras a escucharlo a Él con fe suficiente para hacer lo que Él
nos diga, seremos gente saludable corno Jesús, e hijos de Dios.

(Tomado de "Fuego" nº 64, pp.3 y 12)


El don de profecía
Reproducimos en este artículo dos documentos referentes a la profecía. Los
cuatro primeros apartados pertenecen al primer Documento de Malinas
(1974) y reproducen el punto cinco de las orientaciones pastorales. Los
restantes apartados son el punto 48 del segundo Documento de Malinas
(1978) escrito por el cardenal Suenes bajo el título "Ecumenismo y
Renovación Carismática".

1. La profecía en el A.T.

En el Antiguo Testamento el Espíritu estaba tan ligado a la profecía que se


pensaba que cuando el último de los profetas muriera, el Espíritu abandonaría
Israel. Según el profeta Joel la edad mesiánica comenzará cuando el Señor
derrame su Espíritu sobre toda la humanidad: "Decid lo a vuestros hijos; que
vuestros hijos lo digan a sus hijos, y sus hijos a la generación siguiente" (Jl 1,
3).

2. La profecía en el N.T.

En el nuevo Israel el Espíritu no se derrama solamente sobre algunos profetas


elegidos, sino sobre toda la comunidad: "quedaron todos llenos del Espíritu
Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía
expresarse" (Hech 2, 4). "Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban
reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la palabra
de Dios con valentía" (Hech 4, 31).

La Iglesia primitiva consideraba este don del Espíritu como el privilegio


exclusivo de los cristianos. Para muchos de los cristianos de esta época -pero
no para S. Pablo-, el don de profecía era la manifestación suprema del Espíritu
en la Iglesia. Dado que según el testimonio del Nuevo Testamento el Espíritu
era el agente creador de la vida en la Iglesia, no dudaban en afirmar -como el
mismo S. Pablo- que los cristianos forman parte de "una construcción que
tiene como cimiento los apóstoles y los profetas" (Ef 2, 20). S. Pablo coloca a
los apóstoles a la cabeza de los carismáticos y más de una vez menciona a los
profetas inmediatamente después de los apóstoles: "Y así los puso Dios en la
Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas... “(1
Cor 12, 28). "Misterio que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a
los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas
por el Espíritu" (Ef 3, 5). "El mismo dio a unos ser apóstoles; a otros profetas;
a otros evangelizadores; a otros pastores y maestros" (Ef 4, 11). Admitido que
el Espíritu Santo es como el origen y fuente de toda la vida eclesial, también
el profeta tenía su plaza fundamental en el ministerio y misión de la Iglesia.

3. Profecía e Iglesia local

El carisma de profecía pertenece, pues, a la vida ordinaria de toda Iglesia local


y no debe considerarse como una gracia excepcional. Una profecía auténtica
nos permite conocer la voluntad y la palabra de Dios, proyecta la luz de Dios
sobre el presente. La profecía exhorta, advierte, reconforta y corrige;
contribuye a la edificación de la Iglesia (1 Cor 14, 1-5). Es preciso usar
juiciosamente de la profecía, sea predictiva o directiva. No se puede actuar en
conformidad con una profecía predictiva sino después de haberla comprobado
y haber obtenido confirmación por otros medios.

Como ocurre con otros dones, una declaración profética puede variar en
calidad, en poder y en pureza. Está también sujeta a un proceso de
maduración. Además las profecías pueden ofrecer una variedad de tipos,
modos, finalidades y expresiones. La profecía puede ser simplemente una
palabra de ánimo, una admonición, un anuncio, o una orientación para la
acción. No se puede, por tanto, recibir e interpretar todas las profecías de una
misma forma.

4. Discernimiento

El profeta es miembro de la Iglesia y no está de ninguna manera por encima


de ella, aunque tenga que confrontarla con la voluntad y la Palabra de Dios. Ni
el profeta ni su profecía constituyen por ellos mismos la prueba de su propia
autenticidad. Las profecías han de someterse a la comunidad cristiana y a los
que ejercen las responsabilidades pastorales. "En cuanto a los profetas, hablen
dos o tres, y los demás juzguen" (1 Cor 14, 29). Cuando sea necesario deben
someterse al discernimiento del obispo (Lumen Gentium, 12).

5. El profetismo en el seno de la Iglesia

El carisma de la profecía es un carisma delicado de interpretar.

Un profetismo al margen, sin relación vital con la autoridad apostólica y


profética del Magisterio de la Iglesia, puede llegar a formar una iglesia
"paralela" y desviarse, constituyendo finalmente una secta.

Una larga historia de desviaciones en este sentido invita a la prudencia. Hay


que acoger la realidad de los dones proféticos en la Iglesia, pero es preciso
que los profetas estén en última instancia sometidos a los pastores. El
discernimiento de la profecía no es algo aislado: se necesita una sólida
formación espiritual y un tacto no común. El fiel católico se dejará aconsejar,
y se someterá normalmente al juicio del obispo la palabra interior, que cree
haber recibido, si comporta serias implicaciones para la comunidad. Los dones
de Dios a su Iglesia -y el don de profecía es uno de ellos- se sitúan en el Don
primero y fundamental que no es otro que la misma Iglesia en su misterio.

6. Dentro del don fundamental

Los dones que en la historia han vivificado, renovado o hecho progresar a la


Iglesia han sido dados por Dios dentro del don fundamental. Le están
sometidos. Están ordenados a la vida de la Iglesia, para hacerla más viva y
más fecunda. Han sido dados por el Padre para encaminar a la Iglesia hacia la
plenitud del Cuerpo místico de Cristo. Esta plenitud está contenida totalmente
-aunque no completamente desvelada- desde los orígenes de la fundación, en
el don mismo de la Iglesia en Jesucristo.

Así Francisco e Ignacio, Teresa y Domingo y todos los demás, siempre y en


todas partes, han comprendido que el don particular que habían recibido
estaba ordenado a este gran don fundamental. Han vivido de hecho la
sumisión a este don fundamental.

Habrían considerado que renegaban de sí mismos si no hubiesen vivido su


misión en comunión profunda con este don fundamental que recapitula el de
ellos.

El profetismo se relaciona muchas veces con un don inicial hecho a una


persona privilegiada que se convierte en fuente y canal de gracia para originar
una vasta corriente profética. La historia de la Iglesia muestra muchos
ejemplos, tanto en el pasado como en el presente. Pienso -sin querer ser
exhaustivo- en los movimientos contemporáneos como los Cursillos de
Cristiandad en España, la Legión de María en Irlanda, los Focolares en Italia,
Taizé en Francia, etc. Estas corrientes interpelan a la Iglesia por el acento que
ponen en valores olvidados o difuminados, por el radicalismo evangélico y
apostólico que recuerdan y realizan.

7. La R.C. corriente profética

En cuanto a la Renovación Carismática actual, nacida en Estados Unidos, es


una corriente profética con una doble particularidad. En primer lugar, no se
origina en el carisma de una persona concreta. No tiene un fundador: surge de
forma casi simultánea y espontánea por el mundo.

Por otra parte, por su amplitud y fuerza, representa un "oportunidad"


extraordinaria de renovación para la Iglesia, por todas las virtualidades que
encierra. A condición de que la Iglesia "institucional" sepa reconocer la gracia
de renovación que ofrece en tantos puntos y que sepa apoyarla guiando su
evolución. A condición también de que la renovación sea profundamente
eclesial, y evite la trampa de un profetismo marginal y arbitrario, a merced de
todos los falsos profetas y de toda sobrevaloración.

8. No es una vía paralela

Es necesario que nuestros hermanos separados -esencialmente los que


pertenecen a las Iglesias Libres- comprendan que para el católico el
profetismo no es un vía paralela, sino que debemos vivir este don en simbiosis
con el don eclesial que para nosotros es la garantía suprema.

Ayer Pedro y los apóstoles, hoy sus sucesores, el Papa y los obispos,
recapitulan y autentifican todos los dones particulares que pueden aparecer en
la Iglesia. El hecho de que a veces no hayan visto claro no cambia en nada la
realidad espiritual. Es a su mismo fundador Jesucristo, a través de Pedro y sus
sucesores, a quien los profetas se acercan cuando se acercan a los obispos. Es
en una realidad mística donde han de enraizarse, la única que les permitirá dar
plenamente el fruto de su propio don profético. Las ramas que no están unidas
al tronco no dan el fruto del tronco. No pueden formar más que un matorral al
lado del árbol y fragmentar un poco más la Iglesia, que ha sido hecha para ser
una.

Criterios Generales de
Discernimiento
Por Pedro Gil C.P.

Los criterios de discernimiento pueden enmarcarse en dos tipos: Objetivos o


externos y sugestivos o internos.

1. Criterios objetivos

a) Fidelidad a la doctrina de la fe

El Espíritu Santo resuena en la Palabra de Dios, cuya interpretación auténtica


ha sido confiada a la Iglesia. La Palabra de Dios es la Verdad absoluta y
válida "lo mismo hoy como ayer y por toda la eternidad" (He 13, 8). Por lo
tanto, toda inspiración que aparte de cualquier punto de la fe, no viene del
Espíritu Santo:

"Ningún inspirado puede decir: Maldito sea Jesús. Y tampoco nadie puede
decir: Jesús es el Señor, sino guiado por el Espíritu Santo" (1 Co 12, 3).
"Pero aunque viniéramos nosotros o viniera algún ángel del cielo para
anunciaros el Evangelio de otra manera que lo hemos anunciado, ¡sea
maldito!" (Ga 1, 8).

b) Fidelidad al estado de vida

El Espíritu Santo nunca se contradice. El estado de vida: matrimonio, vida


sacerdotal o religiosa, etc. es una llamada de parte de Dios, es una vocación
personal. Por lo mismo, ninguna inspiración del Espíritu Santo puede ir contra
nuestros deberes de estado. "Lo que para un cristiano constituye una decisión
correcta, para otro será incorrecta, porque tienen vocaciones diferentes o
porque tienen papeles diferentes dentro de la misma vocación. Un ejemplo:
una madre muy atareada que piensa debe pasar muchas horas en el templo o
entregada al apostolado, dejando su casa abandonada. El Espíritu Santo no
puede ser fuente de tal inspiración. En cambio, sí podría inspirar a un monje
cartujo el que prolongue su oración fuera de los actos comunes" (Adward
Carter, SJ. en Alabaré nº 17).

Pero aquí conviene hacer una aclaración importante. Puede suceder, y en la


práctica sucede con frecuencia, que al tratar de llevar a cabo la llamada o
inspiración de Dios, se produzcan tensiones y aun divisiones dentro de la
comunidad familiar, religiosa, laboral, etc. Jesús nos previno sobre esto: "No
piensen que vine a traer la paz, sino la espada. Porque vine a poner al hijo en
contra de su padre; la hija, en contra de su madre; y la nuera en contra de la
suegra. El hombre encontrará enemigos en su propia familia. No es digno de
mi el que ama a su hijo o a su hija más que a mi" (Mt 10, 34-37).

Y no es que Jesús quiera dividir, pues ha venido a sembrar amor y el gran


mandamiento que nos ha legado es: "Amaos los unos a los otros como yo os
he amado. Así reconocerán que todos sois mis discípulos: si os amáis unos a
otros" (ln 13, 34-35). Las tensiones y divisiones vienen porque, al tratar de
vivir la llamada del Espíritu Santo, se producen en nosotros unos gustos,
interés y criterios que chocan con los del mundo y, quizás, con los que nos
rodean.

Cuando esto suceda, siempre que tratemos de cumplir, según Dios, con
nuestros deberes de estando, no nos hemos de perturbar. La conducta a seguir
ha de ser: procurar "vencer el mal a fuerza de bien" (Rm 12, 21) y orar mucho
al Señor para que transforme los corazones.

e) Obediencia a la legítima autoridad

Uno de los criterios más seguros para discernir las auténticas inspiraciones del
Espíritu Sanito es la prontitud para obedecer. El Espíritu Santo no nos guía
para hacernos independientes en relación con estas autoridades humanas. Al
contrario, nos hace más obedientes a ellas, y nos da una felicidad mediante
nuestra obediencia y nuestra prontitud para obedecer a las autoridades como
"servidores de Dios para nuestro bien" (Rm 13, 4).

La persona que desatiende la autoridad legítima, razonando que el Espíritu


Santo la está dirigiendo, generalmente termina siendo un egoísta monstruoso o
la víctima de una ilusión absurda.

Es cierto que nadie tiene autoridad para ordenarnos hacer algo contrario a la
voluntad de Dios, y que algunas ocasiones Dios llama a la persona hacia una
empresa que incluye estar firme en contra la oposición hasta de aquellos que
ocupan lugares importantes. Pero el principio de obediencia a la autoridad
legítima no es suprimido por el Espíritu Santo.

"Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y


difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy
adecuados y útiles a la Iglesia... el juicio de su autenticidad y de su ejercicio
razonable pertenece a quienes tienen autoridad en la Iglesia, a los cuales
compete, ante todo, no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que
es bueno (1 Tes 5, 12. 19-20)" (LG nº 12).

Desde luego que la autoridad se puede equivocar; pero aun en este caso hay
que obedecer. Si la experiencia viene del Espíritu Santo, Él se manifestará y
hará que los oponentes la acepten, esto se ve a todo lo largo de la vida de la
Iglesia.

2. Criterios subjetivos

Aunque los criterios objetivos, que se acaban de señalar, son muy importantes
para detectar si las inspiraciones vienen o no del Espíritu Santo, por sí solos
no bastan. Para dar un juicio más acertando se precisan, además, ciertos
criterios subjetivos o interiores. Estos criterios los señala San Pablo cuando
escribe:

"El fruto del Espíritu es caridad, alegría y paz; generosidad, comprensión de


lo demás, hondad y confianza; mansedumbre y dominio de sí mismo. Si
tenemos la vida del Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu. No
busquemos la gloria vana; que no haya entre vosotros provocaciones ni
rivalidades" (Ga 5, 22-23. 25-26).

a) El Amor

El primero y principal criterio de autenticidad de que las inspiraciones y dones


vienen de Dios es si ellos llevan al amor. El Espíritu Santo es "el Amor de
Dios derramado en nuestros corazones" (Rm 5, 5); por lo que sus
inspiraciones nos inflaman en su amor: amor a Dios y amor al hermano. Y
como se juega mucho con la palabra amor hasta vaciarla de sentido y
convertirla en un modo de manipular al otro a nuestro favor (piénsese en la
frase "haz el amor"), San Pablo nos describe las características del verdadero
amor:

"El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace


el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se
deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra
de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo; todo lo
cree, todo lo espera y todo lo soporta" (1 Co 13, 4- 7; Cf. Rm 12, 9-21).

b) La Humildad

La humildad es una de las virtudes más difíciles, ya que la soberbia en sus


múltiples formas está inoculada en lo más profundo del ser humano, desde su
origen (Cf. Gn 3, 5)

Por este motivo, la humildad es otro de los criterios válidos para conocer la
genuina inspiración del Espíritu Santo. Propio de su acción es fomentar la
humildad: "Si tenemos la vida del Espíritu... no busquemos la gloria vana"
(Ga 5, 25-26; Cf. Mt 6, 1-8; Lc 22, 26-27; Jn 13, 4-5).

Jesús, después de las grandes manifestaciones de su poder, mandaba que éstas


no fueran publicadas (Mt 8, 4; Mc 8, 30; Lc 5, 14). Y cuando la muchedumbre
trata de aclamarle rey, Él se oculta (Jn 6, 15). De la misma manera reacciona
María al ver descubierta por su prima Isabel la obra realizada por Dios en ella
(Lc 1, 46-55).

Si, pues, en nuestro impulso experimentamos algún deseo de aparecer, de ser


tenidos en algo, debemos preguntarnos si tal impulso es del Espíritu Santo o
es nuestro. Lo mismo hemos de hacer cuando sentimos impulso de tratar con
personas famosas o de realizar cosas extraordinarias. No cabe duda que Dios
llama a determinadas personas para realizar grandes cosas en su nombre; pero
la reacción a esta llamada es siempre timidez ante la conciencia de la propia
incapacidad (Ex 4, 10; Is 7, 5; Jr 1, 6).

A veces Dios permite las desilusiones y los fracasos en las obras que hemos
emprendido por su gloria. Si a pesar de todo ello permanecemos firmes, sin
que nuestro orgullo nos haga explotar, aunque es natural que se rebele, quiere
decir que en nuestra actuación seguimos el impulso del Espíritu Santo.

e) La Paz
En toda la Escritura la paz aparece como el signo de la presencia de Dios. Al
anunciar el nacimiento de Jesús a los pastores, los ángeles cantan: "Gloria a
Dios en lo más alto y en la tierra gracia y paz a los hombres" (Lc 2, 14). El
saludo propio de los anunciadores del Reino de Dios ha de ser: "Paz para esta
casa" (Lc 10, 6). Cuando Jesús se despide de sus discípulos, antes de ir a su
Pasión, les dice: "Os dejo la paz, os doy mi paz, la paz que yo os doy no es
como la que da el mundo. Que no haya entre vosotros ni angustia ni miedo"
(Jn 14,27). Y al manifestarse, después de la resurrección, su saludo es éste:
"La paz esté con vosotros" (Jn 20, 21. 27).

La paz que producen las inspiraciones del Espíritu Santo es una profunda
seguridad de que estamos en el Señor y que el Señor está con nosotros. Es una
seguridad de que nuestras relaciones con Dios están en orden, y el orden
produce la paz. Esto lo vemos en la vida ordinaria. ¡Cuánto más en el plano
sobrenatural! Por eso afirma San Pablo: "Dios no es Dios de desorden sino de
paz" (1 Co 14, 33).

Desde luego que quien busca hacer la voluntad de Dios en ocasiones


encuentra oposición y, por lo mismo, tensiones y violencias en su contorno;
pero esas tensiones se parecen a las olas del mar, que están en la superficie,
mientras que en el fondo reina la calma.

La razón de esta calma en medio de las tensiones es la seguridad de "que Dios


dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, a los que él ha
llamado según su voluntad" (Rm 8, 28).

d) La Alegría

Finalmente, otro de los criterios de discernimiento del Espíritu de Dios es la


alegría.

La alegría es la emoción propia de aquel que está en posesión de algo bueno;


de algo que le llena. Ahora bien, nada hay tan bueno como Dios; en él se
encierra todo cuanto hay de bueno: es la Bondad en plenitud. Por algo dijo
Jesús al joven rico: "Solamente uno es bueno, y ese es Dios" (Lc 18, 19). Y
cuando viene a nosotros, Dios se nos da tal como es.

Por esta razón, las inspiraciones del Espíritu Santo, que son una venida de
Dios a nosotros, dan lugar a una alegría, la más profunda y pura que uno
puede tener en este mundo. Una vida cristiana auténtica lleva siempre consigo
la alegría: "Alegraos en el Señor en todo momento. Os lo repito: alegraos"
(Fp 4, 4). Esta alegría debe reinar aun en medio de los sufrimientos: "Ellos se
salieron del Sanedrín muy gozosos por haber sido considerados dignos de
sufrir por el nombre de Jesús" (Hch 5, 41). "Me siento muy animado y reboso
de alegría en todas mis pruebas" (2 Co 7, 5).
Una espiritualidad sin alegría es motivo de sospecha. Es conocido el dicho de
Santa Teresa: ?"Un santo triste es un triste santo". Desde luego que aun en la
vida más santa pueden darse momentos de sufrimiento y angustia, en los que
aparentemente desaparece la alegría; pero es sólo momentáneamente y
aparentemente, pues en el fondo del ser permanece la paz inalterable de la que
se ha hablado en el punto anterior.

3. Todos los criterios juntos

"No obstante, todas estas señales -tanto las objetivas como las subjetivas-
deben ocurrir en conjunto para confirmar cualquier obra genuina de Dios; sin
embargo, debido a las circunstancias, puede suceder que una u otra sea más
palpable en cierto caso. Asimismo, estas señales, son importante verificación
la una de la otra. Una falsa alegría puede ser descubierta porque no deja la
paz; a la paz falsa le faltará la humildad y el amor; y así por el estilo" (Edward
O’Connor, C.S. C.).

En la duda

Los criterios de discernimiento, que se acaban de dar, no son recetas de


laboratorio o cálculos electrónicos, que debidamente realizados, da resultados
ciertos y seguros. Los criterios de discernimiento nunca pueden ser una norma
de certeza absoluta, aunque sí guía que dan cierta seguridad de que las
inspiraciones vienen de Dios o del espíritu malo.

"Hay una complacencia que puede pasar por la paz, y alegrías falsas y clases
equívocas de amor que pueden ser confundidas con aquellas que vienen de
Dios. Aun cuando el amor es el más grande de los dones de Dios, también es
el más fácil para falsificar. Además de esas formas de amor ilícito, que
obviamente no son de Dios, también existen muchos afectos que pueden pasar
por amor de Dios, pero que realmente son ilusiones" (Edward O'Connor).

Pero esta falta de seguridad absoluta en el origen de nuestras inspiraciones y,


por lo mismo, en el acierto de las decisiones a tomar, no deben inquietarnos, si
es que tratamos de buscar en todo la voluntad de Dios. Toda decisión humana
corre un riesgo de inseguridad. Y el Señor tomará a su cargo el que realicemos
su voluntad, aunque no estemos seguros de que la estamos realizando.

Para los casos que, después de todo esfuerzo de discernimiento, persista la


duda, la norma más segura a seguir será inclinarnos por aquello que
contradice más a nuestro natural modo de ser, según lo expresado en el canto:

"Maestro, ayúdame a nunca buscar ser consolado, sino consolar;


ser comprendido, sino comprender;
ser amado como yo amar."
La razón es que el demonio ordinariamente trabaja aprovechándose de
nuestras debilidades.

En la medida en que vayamos creciendo en la vida del Espíritu, se irá


desarrollando en nosotros una como intuición hacia la acción de Dios en el
hombre, que nos facilitará cada vez más y más el verdadero discernimiento de
espíritus.

4. Inspiraciones del Espíritu Malo

Con lo dicho anteriormente parece que sobra este punto, "Pues los deseos de
la carne están contra los del Espíritu y los deseos del Espíritu están contra la
carne. Los dos se oponen uno a otro" (Ga 5, 17).

Pero para que mejor se vea por donde nos conduce la vida según el Espíritu
señalemos la acción del Espíritu Malo, según la expone San Pablo:

"Es fácil ver lo que viene de la carne: relaciones sexuales prohibidas,


impurezas y desvergüenzas; culto a los ídolos y supersticiones; odios y
violencias; .furores. ambiciones, divisiones, sectarismo, desavenencias y
envidias; borracheras. orgías y cosas semejantes" (Ga 5, 19-21; Cf. Rm 1,
21-32).

(Extraído del libro "Discernimiento de espíritus")

El canto del Espíritu


Por Diego Jaramillo

Hay unas palabras de Pablo a los Corintios que entreabren las puertas a una
oración, elevada al Señor, no con la mente que analiza los conceptos y capta el
sentido de cuanto decimos, sino con el espíritu, de donde brotan el anhelo, el
afecto y la emoción ante el Dios que nos crea y nos salva.

Las palabras del apóstol son estas:

"Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente. Cantaré salmos con
el espíritu, pero también los cantaré con la mente" (l Co 14, 15).

Cantar con el espíritu es dejar que nuestra voz module melodías espontáneas,
que musicalice los sonidos que brotan de nosotros, no por la fuerza del
pensamiento, sino por el deseo del corazón que desea alabar a Dios.

No importa decir de dónde provienen las palabras de oración en lenguas. ¿De


nosotros? ¿Del Espíritu Santo? El mismo Papa Pablo VI se lo pregunta al
escribir: "sólo con el Espíritu y acaso por el Espíritu mismo en nosotros y por
nosotros pronunciadas inefablemente". Las citas de Pablo a los Romanos y a
los Gálatas apoyarían ambas interpretaciones (Rm 8, 15; Ga 4, 6). Lo cierto es
que el Espíritu llena al creyente y por la fuerza de su presión le hace estallar
en alabanzas como brota el agua en los surtidores por la acción de las
presiones internas.

El júbilo o regocijo

En las antiguas costumbres cristianas había un modo de cantar llamado


"júbilo" o "regocijo". Liturgistas modernos dicen que se usa todavía y que se
hace prolongando en el aleluya la última sílaba, de manera que se simboliza el
gozo eterno del cielo, y que en las celebraciones de los coptos este canto se
prolonga hasta por un cuarto de hora.

Entre nosotros, los católicos, el regocijo ha quedado reducido a algunas


aclamaciones y ellas bastante empobrecidas, porque aunque son gritos de
júbilo o de súplica la manera de entonarlas en muchas asambleas las convierte
apenas en un eco apagado.

Cuando en algunas liturgias se canta: Amén, Aleluya, Señor ten piedad, Gloria
a ti, Te alabamos Señor, no parece que haya conciencia de lo que se debiera
estar gritando.

Max Thurian dice al respecto:

"Estas aclamaciones sencillas deben ser el estallido de la espontaneidad del


Espíritu que habla en la Iglesia. Están normalizadas, claro está, por la liturgia,
pero conviene que expresen la adhesión y el júbilo de la Iglesia al modo de un
primitivo hablar en lenguas. Quizá no se abarque todo el significado de la
palabra, pero este término debe ser el apoyo de una fe o de una alegría
racionalmente inexpresable, pero que estalla”.

La oración jubilosa es frecuentemente descrita por varios escritores de la


antigüedad. Pero es San Agustín quien más extensamente la comenta, de
manera especial en sus narraciones sobre los salmos. Suyos son estos apartes:

"Cantadle cántico nuevo. ?Desnudaos de la vejez, pues conocisteis el cántico


nuevo. Nuevo homhre, Nuevo Testamento, nuevo cántico.

No pertenece a los hombres viejos el cántico nuevo; éste sólo lo aprenden los
hombres nuevos que han sido renovados de la vejez por la gracia, y que
pertenecen ya al Nuevo Testamento.
El júbilo es cierto cántico o sonido con el cual se significa que da a luz el
corazón lo que no puede decir o expresar.

¿ Y a quién conviene esta alegría sino al Dios inefable? Es inefable aquel a


quien no puedes dar a conocer, y si no puedes darle a conocer y no debes
callar, qué resta sino que te regocijes, para que se alegre el corazón sin
pala?bras y no tenga límites de sílabas la amplitud del gozo".

Este júbilo cristiano hundía sus raíces en los cantos sagrados de Israel. El
júbilo era la aclamación que Israel hacía para alabar a Yahvé, e invitar que
todos los pueblos batiesen palmas en su honor. El "regocijo" era el grito de
guerra con que el pueblo escogido invocaba el nombre del Señor y le
imploraba protección en la batallas. Así fue el canto de Moisés, cuando el
pueblo superó la barrera del Mar Rojo y alcanzó el camino de la liberación.

A esa aclamación jubilosa del Antiguo Testamento sucede, en la Nueva


Alianza, el gozo por la presencia del Señor, la fruición de experimentar la
acción divina en la propia vida, y contemplada de modo especial actuando en
la vida de Jesús, a quien el Padre saca de entre los muertos y le constituye
como Señor del Universo.

Cuando el cristiano medita en la resurrección de Jesucristo, se siente llevado


por el Espíritu a reconocer el Señorío de Jesús, y a expresar su admiración en
palabras, en cantos, en risas, en sílabas entrecortadas, en silencios, en
lágrimas, según Dios da a cada uno. Lo básico no es lo que se dice, sino el
amor y la adoración que brotan del corazón.

El regocijo desemboca en la acción de gracias. Podemos recordar un suceso


acaecido en Hipona en el siglo V. Fue una manifestación del poder de Dios
que suscitó una exclamación de júbilo. Si acá lo citamos es por el parecido
grande que guarda con lo que actualmente sucede en los grupos carismáticos:
Dos hermanos enfermos, un hombre y una mujer, habían acudido a Hipona
para pedir oraciones por su salud. El hombre obtuvo la sanación y dio el
correspondiente testimonio. San Agustín comentaba entonces cómo Dios
puede sanar por intercesión de sus santos, cuando un tumulto interrumpió sus
palabras. Gritos gozosos resonaban por el templo. "Gracias a Dios, alabanzas
a Cristo". Ello se debía a que mientras el obispo predicaba, también la mujer
había sido sanada. El narrador anota:

"Al verla el pueblo continuó, derramando lágrimas, sus manifestaciones de


gozo, mas sin percibirse palabras, sino un estrépito confuso”.

¿Cómo sería esa manifestación de gozo y lágrimas (gáudio et flétu, dice el


latín), sin palabras (núllis interpósitis sermónibus) sino sólo con un gran
sonido (sed sólo strépito interpósito), que por un rato dejó oír su clamor
(aliquándiu clamórem protráxit)?

He querido citar el texto original porque me parece que tiene mayor fuerza
que la traducción de las Obras Completas.

Cuando el silencio se restableció, continúa el narrador, San Agustín concluyó


su sermón diciendo:

"Dispusímonos a orar, y fuimos oídos. Sea nuestro gozo la acción de


gracias”.

Una oración gozosa

El nombre de júbilo, de regocijo alude a una oración dichosa. El gozo es


característico de la oración de alabanza, es nota peculiar de la oración en el
Espíritu. Esa felicidad es tal que quien la siente se despreocupa de sus vecinos
y comienza a alabar al Señor, frecuentemente en alta voz.

Similares oraciones de alabanza gozosa se describen en el evangelio de San


Lucas. Allí, Isabel, llena del Espíritu, bendice con gran voz al Señor, mientras
Juan Bautista salta de alegría en las entrañas maternas (l, 41-44), allí un
paralítico, un leproso, un ciego que recuperan la salud glorifican a Dios con
entusiasmo (5, 25; 17, 15; 18, 43), allí la multitud se regocija por las
maravillas que Cristo realiza y alaba a Dios con gritos jubilosos(l3, 17; 19,38),
allí los discípulos testimonian, gozan, alaban y bendicen (10, 17; 24, 52-53).

Esa alegría es tal que con frecuencia aparece la acusación de embriaguez o de


locura para quienes por la fuerza del Espíritu se entregan a la alabanza:

"Están llenos de mosto", decían en la mañana de Pentecostés (Hch 2, 13).


"¿No dirán que estáis locos?" Pregunta Pablo a los Corintios (l Co 14, 23).
"No os embriaguéis con vino, llenaos más bien de Espíritu Santo", aconseja el
apóstol a los de Efeso (Ef 5, 18). "Están ebrios por haber bebido vino
espiritual", comenta San Cirilo. "El que se alegra en el Señor y le canta
alabanzas con gran exultación, ¿no es semejante a un ebrio?", se pregunta San
Agustín. "Anda el alma como uno que ha bebido mucho, más no tanto que
esté enajenado", escribe Santa Teresa. "Cuando oyereis hablar a alguna
persona y no entendiereis, tened paciencia... que por ventura hablará alguno lo
que Dios quiso, y diréis vos que está borracho", aconseja San Juan de Ávila, y
Santo Tomás de Villanueva habla de "ese vino misterioso"; San Ambrosio nos
invita a que, "alegres, bebamos la sobria profusión del Espíritu", y un autor
moderno titula su obra así: "Iglesia borracha o Iglesia inspirada".
Una manera muy usada para expresar la alegría es la danza. También la danza
sagrada ha servido para expresar el gozo ante Dios, y no únicamente en las
culturas primitivas sino en las páginas bíblicas y en los más refinados rituales.

Cuando Moisés da rienda suelta a su regocijo al pasar el Mar Rojo, todas las
mujeres tomaron tímpanos y danzaban en coro (Ex 15, 20), también el pueblo
israelita bailó ante el becerro de oro (Ex 32, 19). Ante el arca danzaba y giraba
David, porque, como diría a su esposa: "En presencia de Yahvéh danzo yo" (2
Sam 6, 14-21) Y el salmo 149 invita a todo el pueblo con estas palabras:

"Cantad a Yahvéh un cantar nuevo; su alabanza en la asamblea de sus


amigos! Regocíjese Israel en su Hacedor, los hijos de Dios exulten en su rey;
alaben su nombre con la danza. Con tamboril y cítara salmodien para él" (Sal
149.1-3).

Pero quizá el texto bíblico más bello al respecto es el que trae Sofonías (3, 17)
donde es el mismo Dios quien se goza y baila de amor por su pueblo:

"¡Yahvéh tu Dios está en medio de ti un poderoso salvador!. Él exulta de gozo


por ti, te renueva por su amor, danza por ti con gritos de júbilo, como en los
días de fiesta”.

También hoy es notoria la alegría en los grupos de oración, y sin llegar


propiamente a la danza, sí se ve como la asamblea marca el ritmo de los
cantos con las palmas de las manos y hasta con un ligero balanceo del cuerpo.

A subrayar esta expresión de felicidad puede ayudar grandemente el


ministerio de música, que marca el ritmo o imprime entusiasmo marcial en
algunos cantos.

Extraído del libro "Cantemos al Señor"

77 - KOINONIA 77.

Sensibilidad del líder ante


la acción del Espíritu
Por Heribert Muhlen

Introducción

Desde el comienzo de la Renovación Carismática, sus líderes se


convencieron que la dinámica de la Renovación no tiende a formar la
nueva Iglesia Carismática sino una Iglesia Católica carismáticamente
renovada.

Todos sufrimos por el hecho de que la única Iglesia, fundada por Cristo, esté
dividida en muchas Iglesias y reconocemos que la Renovación Carismática es
un instrumento ecuménico serio que podría unificar las diferentes tradiciones
espirituales. No hablo de Iglesias, sino de tradiciones espirituales, según el
querer de Cristo. Empero, esta unidad no sería posible si en esas tradiciones
no penetra una dinámica de Renovación espiritual que, ampliándoles la visión
lleve a las Iglesias a integrarse y comprenderse más. El tiempo y el modo de
esta integración no pueden establecerse racionalmente sino que han de ser
fruto de la acción del Espíritu Santo, en todo el mundo y en todas las Iglesias.

Quiero hablar de esta sensibilidad ante la acción del Espíritu en dos fases:

l. La experiencia de la aridez espiritual que sigue a la experiencia inicial y nos


sensibiliza ante la acción del Espíritu Santo, y

2. La sensibilidad hacia toda la Iglesia y hacia las estructuras que ella ha ido
desarrollando gradualmente y que, en líneas generales también provienen del
Espíritu Santo.

1. La aridez espiritual

La experiencia inicial de fe, dada en la fase inicial de Pentecostés, pertenece a


la naturaleza histórica de la Iglesia. También en la vida personal del cristiano
auténtico se da una experiencia inicial, es un acontecimiento en el cual el
hombre perceptiblemente afectado e influenciado en su corazón por el Espíritu
de Dios encuentra a Cristo de modo personal. Como dice el documento de
Malinas (1.74): "La experiencia espiritual que se vive hoy en el mundo entero
es el resultado de la acción de Dios captada y vivida por el hombre a nivel
personal". El corazón es tocado por el Espíritu Santo de modo sensible, todo
el hombre es alcanzado por Dios: su mente, su voluntad, sus sentimientos.

Es importante subrayar que el Espíritu Santo no se reduce a dar una


manifestación emocional, sino que fortalece la verdad y da una nueva visión
interior a la mente. Al afirmar que el Espíritu puede ser percibido por el
hombre, queremos decir que éste, con su mente, su voluntad y sus
sentimientos, percibe la presencia de Dios. Esta experiencia, por lo tanto, no
es completamente irracional, sino que incluye elementos racionales, contiene
en sí misma una interpretación y una explicación. Al experimentar esa
vivencia espiritual, aunque al principio no tengamos plena conciencia de ella,
podemos interpretarla, y explicarla.

Esta experiencia, que algunos llaman "Bautismo en el Espíritu Santo",


"Liberación del Espíritu Santo" o "Efusión del Espíritu Santo" puede suceder
en un momento cumbre o vivirse a lo largo de un período de crecimiento
espiritual. En ambos casos, Dios mueve los corazones a fin de que capten los
elementos racionales latentes en esa experiencia. Al respecto podemos
apreciar mucho de San Juan de la Cruz, maestro espiritual del siglo XVI,
quien enseña que pertenece al orden creado que el conocimiento del hombre
se realice a través de la percepción de los sentidos.

La percepción sensorial nos permite captar mejor la experiencia. Dios mueve


el alma en lo profundo y el resultado de su acción llega hasta la captación por
los sentidos. San Juan de la Cruz llama la atención acerca de que esas
experiencias sensibles y las emociones son dadas por Dios, y son buenas para
los principiantes. Esto debe tenerlo en cuenta el líder carismático, pues lo
importante no es la mayor o menor intensidad de la experiencia sensible, sino
el encuentro personal de Cristo. Pero este encuentro implica que seamos
afectados por Dios en nuestros aspectos sensibles y en nuestras emociones.
Esto nos puede hacer más sensibles ante la acción del Espíritu Santo, en
nosotros y en los demás y el plan de Dios para cada persona.

Los líderes de la Renovación Carismática y los grupos de oración se inclinan


al principio a procurar que los demás vivan pronto la experiencia del Espíritu,
quizá ejerciendo alguna presión sobre la gente, el resultado es el conocido
efecto de "la puerta giratoria", estudiada por Kevin Ranaghan en la revista
"New Covenant", que indica cómo en el primer entusiasmo muchos acuden a
la Renovación, pero al cabo de uno o dos años, se alejan de ella, porque no
viven en profundidad. Todos lo hemos observado. Sin embargo las
afirmaciones de San Juan de la Cruz nos pueden ayudar.

La noche del espíritu

Dios, a veces, lleva a los hombres a superar la experiencia del Espíritu, para
que vayan más lejos hasta "el no conocer, el no querer y el no sentir". Este es
un paso que puede llevar hasta las profundidades del mismo misterio de Dios.
Según la primera carta a los Corintios las profundidades de Dios son oscuras
para el hombre (1Cor 2, 10). Es la noche de los sentidos y la noche del
Espíritu, donde se permanece "sin querer ver o sentir alguna cosa". Según el
Nuevo Testamento la fe no es sólo una experiencia, es también "la certeza de
las cosas que no vemos" (Hb 11, I).
Por tanto al período de la primera experiencia gozosa de la unión con Dios
suele seguir una fase de aridez espiritual en la que Dios enseña que el hombre
no debe asistir a sus experiencias ni satisfacerse con ellas, sino que debe
confiar firmemente en la promesa de la permanente presencia de Dios. Solo
entonces el hombre puede experimentar la presencia del Señor en la vida
cotidiana. Es esencial que todo líder experimente y conozca por sí mismo esa
ley básica de la vida espiritual.

La sensibilidad a la acción del Espíritu Santo nos capacita para reconocer


cuándo llega el momento de superar la primera experiencia. San Juan de la
Cruz afirma que no debemos abandonar algo que nos fortalece, pero da
criterios que guían el actuar cuando debamos dejarlo. Esos criterios son dos:

1.1. Gozo y sufrimiento

A veces llega el tiempo en que la primera experiencia ya no produce gozo. O


se vive una exultación espiritual que ya no hace progresar. Esta es una
observación importante para todos los avivamientos. En la Renovación
Carismática muchos se inclinan a mantener constantemente viva la
experiencia inicial y a luchar por preservarla como si fuese un estilo de
oración. San Juan de la Cruz nos dice que cuanto más ansiosamente el hombre
quiere permanecer en la experiencia inicial y en la percepción inicial de la
proximidad de Dios, tanto menos capacitado está para penetrar en el abismo y
en la oscuridad de la fe. Una frase crucial de San Juan de la Cruz dice que no
podemos aspirar a vivir activamente lo que recibimos pasivamente de Dios.
Esto debemos repetirlo muchas veces. Quien de modo constante y consciente,
se empeña en permanecer en la experiencia inicial, sucumbe con rapidez en la
desilusión fatal, por buscar sus propios sentimientos y no la fe en Cristo
crucificado y resucitado. Es como si la experiencia del Espíritu se tomase en
una pecaminosa autoestima, que ciega al hombre, ante la dura realidad de la
cruz. Esta no es un acontecimiento entusiasta. Solo la oscuridad de la fe
sensibiliza al hombre ante las realidades de la Iglesia, del sufrimiento, del
hombre y la injusticia del mundo.

Los primeros discípulos no se mantuvieron fervorosamente apegados a la


experiencia de Pentecostés. Pedro no predica acerca de sus sentimientos, sino
acerca de Cristo muerto y resucitado. El entusiasmo exagerado y consciente
deseado, nos vuelve incapaces, con el correr del tiempo, de prestar atención al
trabajo del Espíritu. Cuando más cosas aspire el hombre a realizar por su
propio capricho, tantas menos podrá hacer el Espíritu Santo.

1.2. Paz y Adoración

San Juan de la Cruz dice que cuando llega el tiempo de superar la experiencia
inicial en el camino de crecer en la fe, el hombre recibe la gracia de
permanecer en el sosiego, en la paz y en la silenciosa adoración. Vivir en este
ambiente es signo de que Dios nos está ayudando a superar la experiencia
inicial.

San Juan de la Cruz acentúa, además, que al principio las acciones del Espíritu
Santo son muy suaves y casi incomprensibles, y el hombre no las percibe o no
las comprende. Es como la habitación silenciosa de Dios en el Corazón, que
sólo poco a poco se va conociendo. Así se descubre nuestra condición de
criaturas y se supera el peligro de refugiarnos en Jesús, como en el compañero
que debe solucionarnos todos nuestros problemas. Jesús no soluciona por
completo todos nuestros problemas, sino que nos capacita para que vivamos
con otras personas que tampoco tienen todas las soluciones. En la profundidad
de la fe percibimos a la vez la cercanía de Dios y su distancia...

Pidamos al Señor que nos dé, como líderes espirituales la sensibilidad


profunda a la acción del Espíritu Santo y nos capacite para discernir cuándo
llega el tiempo de ayudar a otros a superar la experiencia inicial. Esto lo hará
Dios oportunamente, no lo haremos nosotros con nuestros esfuerzos.

Personalmente opino que llegó la hora, Dios la mandó, en que la Renovación


Carismática, tras quince años de avivamiento, viva una pausa. Hace quince
años fue la experiencia inicial. Ahora la Renovación Carismática va a
transformarse, en profundidad, por su plena integración en la Iglesia Católica
e igualmente, en las Iglesias Protestantes.

2. Sensibilidad hacia la Iglesia

Deseo, en esta segunda parte, ocuparme de la sensibilidad del líder,


carismático hacia la Iglesia, como manifestación del actuar del Espíritu Santo.

En la experiencia inicial se requiere la subjetividad, porque el individuo es un


hombre comprometido e influenciado por Dios que se reúne con otros que
tuvieron la misma experiencia. Para que crezca en la vida espiritual necesita
relacionarse con otros. La experiencia inicial es, ante todo, un encuentro
personal con Jesús. La pregunta acerca de si un grupo pertenece a la Iglesia,
viene mucho tiempo después. En los seminarios de vida en el Espíritu se dice
acertadamente que la persona debe relacionarse con quienes haya tenido la
misma experiencia espiritual, pero la frase debería completarse, añadiendo: "Y
que, bajo la dirección del Espíritu Santo, estén dispuestos a superar la
experiencia inicial".

Solamente cuando un individuo o un grupo salgan de la subjetividad necesaria


en la primera experiencia, pueden crecer en su sensibilidad a la acción del
Espíritu que se realiza en la Iglesia y en las estructuras eclesiales.
Sentir con la Iglesia

En latín se llama "sentire cum Ecclesia", al sentir, querer y pensar con la


Iglesia. Sensibilizarse a la acción del Espíritu Santo en la Iglesia es tan
importante para el líder carismático como sensibilizarse a lo que el Espíritu
hace en cada persona. Si no hay un desarrollo paralelo en estos dos niveles:
Eclesial y Personal, la Renovación no le serviría a la Iglesia. Por el contrario
estaríamos llevando a los grupos a separarse, al menos emocionalmente, de la
Iglesia, y estaríamos preparando futuras divisiones en la cristiandad, corno lo
demuestra la historia eclesiástica.

Hay una inquietud acerca del futuro de la Renovación Católica Mundial. Toda
vida espiritual tiene necesariamente una estructura corno se demuestra
claramente en el Nuevo Testamento. Aun si al principio las estructuras no
estaban bien delineadas, se fueron desarrollando con el curso de los años. La
pregunta es: ¿A qué clase de estructuras dará origen la Renovación
Carismática? ¿Se tratará de una nueva Iglesia Carismática? ¿O deberíamos
caminar desde la periferia hacia el corazón de la Iglesia? Este es un
planteamiento que debe ser respondido por la Renovación Carismática
Católica.

Pienso que ha llegado la hora de preguntar más explícitamente a Dios acerca


de su plan para la Renovación y pedirle nos revele cómo va a integrarla, como
vida espiritual renovada, en la realidad total de la Iglesia Católica y de las
Iglesias Protestantes.

No me ocuparé en detalle del problema ecuménico. Trabajo en muchos


campos ecuménicos y estoy convencido de que no hay ecumenismo sin
Iglesias. La experiencia del Espíritu no separa al individuo de los grupos, que
brotan en las Iglesias y que lo hacen miembro activo de una Iglesia o de una
Comunidad. No se puede confesar a Jesús y luego cuestionar la Iglesia. La
conversión a Jesús incluye la conversión a la Iglesia a que se pertenece.
Además, como lo demuestra la historia, las nuevas Iglesias nacen sin que lo
hayan deseado explícitamente sus fundadores. Voy a cumplir estas ideas en
tres puntos:

2.1. La experiencia del Espíritu y la Iglesia

Corno cualquier experiencia humana, la experiencia del Espíritu tiene siempre


dos polos: la Realidad y la Dinámica del Espíritu Santo, de una parte, y de
otra, el elemento humano que vive esa realidad.

Esto significa que la persona o los grupos viven esta experiencia según todo lo
que ellos son. Por lo tanto, a pesar de la presencia de Cristo y del encuentro
personal con El, las experiencias espirituales serán influenciadas por las
vivencias que hayamos vivido anteriormente: esperanza, carácter, maneras de
pensar y de sentir, estilo de vida y también por la tradición de la Iglesia de
donde venimos. La experiencia del Espíritu se vive, por lo tanto, como una
experiencia que se interpreta. Al interpretar la experiencia no se logra
separarla del propio modo de actuar del que la vive. Por eso en las diferentes
Iglesias se acentúa diferentemente, tanto en el plano individual como en el
colectivo. Esa acentuación diferente es necesaria.

El Espíritu Santo va a integrar, con su dinámica renovadora y unificadora, las


diferentes tradiciones espirituales de la Iglesia. Este no es un trabajo de
interpretación teológica, sino que es el mismo Espíritu que penetra en la vida
de las Iglesias para reorientar con las experiencias espirituales históricamente
condicionadas, y mostrar los errores de su desarrollo. En la medida en que
superemos nuestra experiencia espiritual subjetiva, reconoceremos la
experiencia del Espíritu que nos ha sido dada, por medio de la Iglesia,
comunidad de fieles.

Es importante que lo afirmemos: como católicos, estamos convencidos de que


la Iglesia, a pesar de todos sus pecados y limitaciones es obra del Espíritu
Santo quien acentúa a través de sus estructuras fundamentales, como por
ejemplo el colegio de los Obispos, y también cada Iglesia en particular.

Esto significa que un grupo de oración no puede reducirse a ser una reunión
de cristianos que tratan de regresar a los tiempos del Nuevo Testamento,
resucitando un modelo de Iglesia naciente como la que el Nuevo Testamento
?describe, y rechazando cualquier tradición o, en otras palabras, prescindiendo
de toda interpretación eclesial y de toda estructura. Si ello fuese así, la
experiencia del pentecostalismo llevaría a la unidad.

2.2. Renovación y parroquia

Podemos afirmar que forma parte del plan divino el que se hayan formado al
principio, y que se sigan formado, comunidades y que se formen dentro de las
estructuras existentes, y por lo tanto también dentro de las actuales parroquias.

Creo que este es el próximo paso, ya hay ejemplo en varios países. La


Renovación Carismática tiende a ser, cada vez más, una Renovación
parroquial. No sabemos si la estructura parroquial que históricamente se ha
desarrollado, como hoy se da, seguirá siendo la estructura que quiere el
Espíritu Santo, pero la sensibilidad de los líderes Carismáticos hacia la Iglesia
lleva hoy día, a que también en las parroquias existentes se integre la
experiencia del Espíritu. En el Nuevo Testamento, el término "Ecclesia" alude
a toda la Iglesia: la Iglesia local, la diocesana, la familiar. Todo ello es la
Iglesia. Toda esa realidad concreta debe integrarse con sensibilidad y
habilidad profunda: la habilidad de la Renovación para integrarse en la Iglesia,
y para animar todos los aspectos de ésta.

En un documento preparado por los Obispos Alemanes, se dice:


"La Renovación en el Espíritu Santo, de acuerdo con la ley de desarrollo,
comenzó por pequeños grupos. Las formas exteriores que permitieron
manifestarse a esta experiencia espiritual capacitaron a los participantes para
actuar en los grupos. Ciertas formas o expresiones, estilos de oración y gestos
son fenómenos marginales y no pueden ser considerados como algo típico de
la Renovación. La palabra "carismático" no está en oposición con "sobrio" ni
denota una emoción, sino un ministerio en la Iglesia y en la sociedad, bajo la
guía del Espíritu Santo". Esto nos lleva a comprender cómo las formas
externas que asume la Renovación pueden insertarse en la vida parroquial y
no deben provocar antagonismos ajenos a la experiencia del Espíritu.

Los responsables de los grupos de oración deben prestar cuidadosa atención a


cualquier peligro posible: exceso de interés por la experiencia, ansiedad
misionera, autosuficiencia, peculariedades excesivas en la oración y los
cantos, dificultades de inserción en la parroquia que dificulta el crecimiento
comunitario. No ejerzan presión espiritual en nadie con vocabulario y
expresiones que él no comprenda.

2.3. Dos criterios de crecimiento

Me gustaría describir la sensibilidad espiritual de modo más concreto, en dos


partes: Para la mayoría, el camino de la Renovación empieza por una llamada
personal de Dios. Quienes la reciben se unen al comenzar, a las demás
personas del grupo de oración parroquial. Así todas las gracias del Espíritu
Santo sc tornan fructuosas para la parroquia y para la comunidad. La habilidad
del grupo de la renovación en volverse provechoso para la vida parroquial
aparece cuando se evitan las exageraciones que brotan del deseo humano. La
oposición a la renovación no es contra su mensaje sino contra los excesos
humanos. A veces es bueno pensar en quienes se ofenden aunque no tengan
razón objetiva para ello. Se aplica entonces la palabra de San Pablo: "Todo me
es lícito, pero no todo me conviene. Todo me es lícito pero no todo me
edifica" (1 Cor 10, 23).

El primer criterio es la construcción del reino de Cristo, que ninguno busque


su propio bien sino el de los demás. Originalmente, en esto hay un proceso de
pensamiento, a largo plazo. Debemos pensar en períodos de 10, 20 ó 30 años.

El segundo aspecto es la habilidad de los sacerdotes, muchas veces, ellos


buscan el contacto con la renovación porque ven en ella un cambio para salir
de la crisis actual. Frecuentan grupos y seminarios, esperando encontrar ideas
nuevas para su labor pastoral. Pero ello entraña el peligro de considerar la
renovación un nuevo método de trabajo parroquial. Algunos comienzan
introduciendo elementos de la Renovación en el servicio parroquial y en los
grupos existentes. Pero el Espíritu lleva a muchos cristianos a comprender que
la renovación no se basa en métodos, sino en la conversión personal del
individuo y también del sacerdote. En caso contrario, la Renovación parecería
sólo una empresa humana. Tras el fracaso del esfuerzo inicial, muchos
descubren que se requiere una entrega más profunda al Señor, que termina en
un proceso espiritual personal. Si éste se da subsiste la tentación de hablar de
esta experiencia para convencer a los demás de que la aceptan cuanto antes, y
el resultado es provocar una oposición, que no necesariamente es contra el
Espíritu Santo, en párrocos que se sienten presionados o rechazados.

La habilidad de la renovación en el trabajo parroquial guiada por un


pensamiento que planee a largo plazo, debe probarse según las leyes
espirituales. El fruto de la paciencia no es el resultado del esfuerzo humano
sino que es un don de Dios.

Los dos aspectos anteriores muestran que la habilidad parroquial se torna en


criterio, de la genuina experiencia del Espíritu. Opongámonos a cualquier
limitación que conduzca a excluir a otros, y pidamos a Dios comprensión de
su plan para la Renovación Carismática y sensibilidad a El.

Publicado en "Fuego", Junio 1982)

El retorno de los brujos


por Tomás Gálvez Campos

A veces hemos oído decir que los carismáticos practican la adivinación, el


curanderismo e incluso el espiritismo, llevados sin duda por una interpretación
errónea de lo que son para nosotros el don de sanación, el de profecía y la
invocación del Espíritu Santo. Otras veces, individuos aficionados a tales
prácticas ocultas acuden a nuestros grupos guiados por el mismo error de
apreciación, con lo que nos plantean ciertas dudas y problemas que no
sabemos cómo resolver. Por todo esto y porque el ocultismo es un tema que
está en la calle y nos ha cogido a todos desprevenidos, hemos creído
conveniente poner un poco de luz donde suele ser tan escasa. No temamos
acercamos a la verdad, porque, como dice Jesús: "La verdad os hará libres"
(Jn 8, 32).

El sueño de la razón produce monstruos

Paseo por una céntrica avenida. En la acera, un hombre sentado delante de una
mesita plegable echa las cartas del Tarot a una señora. No es el único en esta
calle. Sigo adelante: en un portal veo una placa con el horario de una adivina.
En el interior se distinguen algunas personas que esperan su turno. Me acerco
a un quiosco y observo que venden unos folletos dedicados a cada uno de los
signos del zodíaco, y también postales, llaveros y otros objetos con los
mismos signos. Me he comprado una revista y empiezo a hojearla: dos
páginas enteras están dedicadas al horóscopo de la semana. En otra página se
anuncia una cruz maravillosa prometiendo grandes beneficios a quien la lleve
puesta. Me he detenido ante un cine, atraído por la cartelera; en ella se
muestran a unos horribles seres de ultratumba con sus cuerpos hechos gironés
y a una mujer con el rostro desencajado por el miedo. En el videoclub de al
lado se anuncian películas como "El Exorcista", "La noche de los muertos
vivientes", "Poltergeit" y "El Resplandor"... Más adelante hay una juguetería
donde venden extraños y monstruosos muñecos, mezcla de extraterrestres y
demonios. Me acerco a una tienda de discos: en un lugar bien visible han
expuesto varios elepés de música heavy con título claramente religioso, pero
sus portadas están llenas de demonios. Más allá hay una librería. Se ve de
todo, pero no son raros los libros de parapsicología, astrología, magia y
fenómenos paranormales. Tampoco faltan los que mezclan lo religioso con lo
extraterrestre, o le dan un marcado acento misterioso. En la esquina hay un
grupo de jóvenes. Al pasar por su lado les he oído contar algo de una sesión
de espiritismo...

Nada más llegar a casa me he puesto a pensar: ¿Es éste el año dos mil que
predecían los futuristas? Aún recuerdo el interés de mis compañeros de
seminario por la teología de la secularización y de la muerte de Dios. Al calor
de los prodigiosos avances de la técnica y la ciencia -de la razón, en
definitiva-, se nos anunciaba el nacimiento de la ciudad secular, donde todas
las supersticiones habrían desaparecido y ya no serían necesarias ni tan
siquiera las formas religiosas para expresar y vivir la fe; una fe ?que debería
consistir fundamentalmente en entregarse en cuerpo y alma a la construcción
de un mundo mejor y más justo. Fueron aquellos años que, en nombre de la
razón, del progreso y de la mayoría de edad del hombre moderno, nos
entregábamos alegremente a demostrar tantas y tantas formas de religiosidad,
por considerarlas una pesada herencia del oscuro pasado medieval.

Pero, hete aquí que después de unos años nuestra avanzada sociedad, privada
ya de tales "supersticiones" de la religión, se ha buscado un sucedáneo en
otras formas que parecían ya desterradas para siempre de nuestro mundo
occidental. Se cumple una vez más aquella frase de Gaya, testigo de la crisis
del racionalismo ilustrado de su tiempo, que él supo plasmar genialmente en
muchos de sus cuadros y aguafuertes: "El sueño de la razón produce
monstruos". Algo muy grave debe estar ocurriendo en nuestra sociedad
cuando asistimos, en el umbral del siglo XXI, al despertar de miedos
ancestrales.

Entre el miedo y la ignorancia


Hemos avanzado mucho en el terreno material, es cierto, pero a costa de dar
de lado a la componente espiritual que todos llevamos dentro. Somos capaces
de descifrar las leyes que rigen el universo, pero desconocemos las que
gobiernan el espíritu humano.

Ante problemas tan elementales como el sufrimiento humano, el mal y el bien


o la misma muerte, preferimos cerrar los ojos porque nos produce una
sensación de vértigo e impotencia, saber que hay unas fuerzas superiores que
sobrepasan nuestra capacidad. Sin embargo, a pesar del pánico y la angustia
que sentimos, hay algo que nos atrae, que nos empuja acercarnos a ellas con
intención de dominarlas o, al menos, de aplicarlas, poniéndolas a nuestro
favor, de manera que consigamos protección, ayuda, seguridad, bienestar,
gracia o indulgencia. Cuando el mal o el bien se entrecruzan en nuestro
camino y no somos capaces de dominarlos, si nos falla la fe, es fácil atribuir
nuestras desgracias y fortunas a unos seres superiores, buenos y malos, a
quienes hay que rendir culto para que nos sean propicios y aplaquen su furor
contra nosotros. Este es el origen de todas las idolatrías que han existido,
existen y existirán en el mundo. El temor y el respeto que nos producen dichas
fuerzas está en el origen y es la causa primera de tantas supersticiones
idolátricas.

Si muchas de tales superticiones vuelven a cobrar fuerza en nuestro tiempo es


porque se dan algunos factores y circunstancias que contribuyen a reavivar el
temor más o menos solapado que todos llevamos dentro. El Concilio Vaticano
II ponía el dedo en la llaga de nuestro tiempo cuando decía: "Los
desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con otros
desequilibrios fundamentales que hunden sus raíces en el corazón humano.
Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre.
A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente,
sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído
por muchas solicitaciones, tiene que elegir y renunciar. Es más, como enfermo
y pecador, no es raro que haga lo que no quiere y que deje de hacer lo que
quería llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan
graves dicordias provoca en la sociedad. Son muchísimos los que, tarados en
su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara
percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no
tienen tiempo para ponerse a considerarlo... Sin embargo, ante la actual
evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o
acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Que es el
hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que a pesar de
tantos progresos hechos subsiste todavía? ¿Qué valor tienen las victorias
logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué
puede esperar de ella? ¿Qué hay después de la vida temporal?" (GS, 10).
El Concilio, como es natural, propone a Jesucristo resucitado como respuesta
a todos los interrogantes, pero ¿cuántos creen hoy en él de una manera
coherente? La fe de muchos se ha ido enfriando progresivamente. Sería muy
largo de explicar las causas, pero podemos indicar, entre otras, el
desenfrenado materialismo que nos rodea y el abandono de toda práctica
religiosa. Sin una vida interior, sin una experiencia religiosa, la imagen de
Dios se va desdibujando y. aunque sigamos creyendo en él teóricamente, en la
práctica es un perfecto desconocido a quien podremos temer, a lo sumo, pero
no amar, pues no se ama aquello que no se conoce.

La ignorancia es otro elemento importante a tener a cuenta. En nuestra


sociedad el nivel cultural ha aumentado y se ha extendido a mayores capas de
la población, pero la formación está orientada sobre todo al conocimiento
científico y práctico, al tiempo que se descuida el pensamiento humano, la
ética o la religión. Esta laguna es la que ha llevado a muchos a buscarse un
sucedáneo de Dios en las sectas y prácticas supersticiosas.

El creciente desarrollo de las comunicaciones entre pueblos de diferentes


culturas, nos ha puesto en contacto con otras creencias y prácticas
supersticiones -orientales y africanas, sobre todo-, que han comenzado a
extenderse entre nosotros: reencarnación, vudú, sincretismo, etc.

El culto que Dios reprueba

Llamamos superstición tanto a las creencias religiosas que favorecen las


prácticas ocultas como a las diferentes formas de culto que falsean la
verdadera religión. Es una actitud irracional del corazón y la mente humana,
provocada, como hemos dicho, por el miedo a lo misterioso y la ignorancia.
Va en contra de la religión en cuanto no ofrece a la divinidad el culto que le
corresponde sino, que lo hace por medios ilícitos o se dirige a falsas
divinidades -ídolos o espíritus- y, sobre todo, al demonio.

En la Biblia hay gran cantidad de textos en los que queda claro que Dios
reprueba las prácticas supersticiosas e idolátricas. La ley del Antiguo
Testamento era particularmente severa al respecto: Moisés ordena en el libro
del Éxodo: "No dejarás con vida a la hechicera" (Ex 22, 17). En el
Deuteronomio se previene al pueblo de contaminarse con dichos errores:
"Cuando entres en la tierra que va a darte el Señor tu Dios, no imites la
abominación de estos pueblos. No haya entre los tuyos quien queme a sus
hijos o hijas, ni vaticinadores, ni astrólogos, ni agoreros, ni hechiceros, ni
encantadores, ni espiritistas, ni adivinos, ni nigromantes. Porque el que
practica eso es abominable para el Señor... Sé íntegro en el trato con el
Señor tu Dios" (Dt 18. 10-12).
A pesar de una prohibición tan rotunda, el pueblo cayó en semejantes
prácticas, a las cuales achacaban los profetas la causa de tantos males que
sobrevinieron sobre Israel, por lo que tenían de rebeldía contra el único y
verdadero Dios: "El vidente de Efraín profetiza sin contar con Dios, es
trampa de furtivo en sus caminos, subversión en la casa de Dios" (Os 9, 8).
Para Ezequiel está claro que "tanto el profeta como quien lo consulta serán
reos de la misma culpa" (Ez 14.10).

Es impresionante el relato que nos cuenta cómo Saúl luego de intentar en vano
conocer la voluntad de Dios por medios legítimos, decidió acudir a una
nigromante -de las que él mismo había ordenado expulsar del reino- para que
le invocase el espíritu del difunto profeta Samuel (Sm 28). La ira del Señor se
cierne sobre su pueblo, pero también sobre otros pueblos, en especial
Babilonia, de donde provenían muchas de las prácticas supersticiosas
adoptadas por el pueblo de Dios, descritas en Is 47, 9-14.

Lo que para el pueblo judío fue considerado siempre un abominable pecado


que Dios reprueba, era práctica normal en los pueblos de la antigüedad,
incluidas las civilizaciones griega y romana. Por eso, San Pablo y los demás
apóstoles tuvieron que vérselas en más de una ocasión con magos y adivinos.
En Samaría vivía un mago famoso llamado Simón, que se bautizó,
impresionado por los grandes prodigios que realizaba el diácono Felipe.
Cuando llegaron Pedro y Juan a la ciudad, "al ver Simón que imponiendo las
manos los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero". La
reacción de Pedro fue fulminante: "¡Púdrete tú con tus cuartos por haberte
imaginado que el don de Dios se compra con dinero!" (Hch 8, 9-24).

Cuando Pablo llegó a Pafos (Chipre), encontró a un falso profeta judío, que
vivía con el procónsul Sergio Pablo. Como aquél intentase persuadir al
procónsul de que no escuchara a Pablo, éste le dijo: "Tú, plagado de
trampas y fraudes, secuaz del diablo, enemigo de todo lo bueno: ¿cuándo
dejarás de torcer los caminos derechos de Dios? Pues ahora mismo va a
descargar sobre ti la mano del Señor, te quedarás ciego y no verás la luz
del sol hasta su momento" (Hch 13, 6-12).

En Filipos, una criada adivina proporcionaba grandes beneficios a sus amos.


Al llegar Pablo y los suyos a dicha ciudad, ella los seguía a todas partes
gritando:
"Estos hombres son siervos de Dios soberano y os anuncian el camino de
la salvación". Hasta que Pablo se volvió un día a ella y le dijo al espíritu que
la poseía:
"En el nombre de Jesucristo, te mando que salgas de ella", y al instante
salió, lo que provocó la ira de sus amos, los cuales, viendo perdido su negocio,
levantaron tal alboroto que Pablo y sus compañeros acabaron en prisión (Hch
16, 16-24 ).
En Efeso había siete hermanos, hijos de un sumo sacerdote judío, exorcistas
ambulantes, los cuales intentaron arrojar un demonio "en el nombre de ese
Jesús que Pablo predica", pero el poseído se abalanzó sobre ellos,
haciéndoles huir desnudos y malheridos (Hch 19,11-16). Judíos y griegos de
Corinto se espantaron del hecho y muchos creyeron y se bautizaron: "Muchos
de los que ya creían, iban a confesar públicamente sus malas prácticas y
buen número de los que habían practicado la magia hicieron un montón
con los libros y los quemaron a la vista de todos" (Hch 19,17-19).

Formas de superstición

Fundamentalmente sólo existen dos formas de superstición: la primera, menos


grave, no vuelve la espalda a Dios, pero corrompe el verdadero espíritu
religioso con prácticas inútiles y vanas que no conducen a nada, con ritos que
Dios reprueba o con formas de culto que la Iglesia desaprueba. La segunda
forma es más grave, porque el culto ya no se dirige a Dios, sino a seres
creados, como son los espíritus, personajes divinizados, fuerzas de la
naturaleza, etc., con vistas a conseguir objetivos que escapan de las
posibilidades humanas (magia negra), para hacer daño a otros (maleficio),
para conocer las cosas futuras u ocultas (adivinación) o contactar con los
difuntos ( espiritismo).

Lo que en teoría puede resultar bastante claro, en la práctica es difícil de


discernir, pues normalmente se entremezclan unas formas con otras, a lo que
hay que añadir la extraordinaria habilidad que tienen para engañar y
convencer a los ingenuos quienes realizan tales prácticas. A ello se añade otra
dificultad: el empleo de los poderes de la mente (hipnosis, telepatía,
telecinesia), que sin tener nada de sobrenatural no deja de aparentar algo
mágico y misterioso. El ocultismo con que se hacen estas cosas pone aún más
difícil cualquier intento de desentrañar lo que hay en el fondo de cada práctica
supersticiosa.

Magia Blanca

En muchos casos no se puede hablar de auténtica superstición, pues hay


prácticas que se basan en capacidades psicológicas y habilidades naturales que
poseen algunas personas, y no se pretende en ningún momento manipular o
desviar el curso de los acontecimientos o de las fuerzas de la naturaleza. Es el
caso de los prestigiditadores, magos de circo, zahoríes, parapsicólogos y
algunos psiquiatras que aplican dichas facultades a la medicina. Todo lo más,
nos encontramos ante prácticas temerarias.

En el apartado de la magia blanca podemos incluir lo que se conoce más


comúnmente por superstición: la creencia de que algunos objetos o algunas
acciones traen buena o mala suerte o nos protegen de algún mal: herraduras,
rabos de conejo, gatos negros, pasar por debajo una escalera, hacer girar el
paraguas o una silla, derramar sal o vino, etc. Son cosas que parecen ridículas,
pero muchas personas sencillas, necesitan rodearse de amuletos y fetiches que
les protejan. Todo esto está muy lejos de lo que se, repite en la Biblia hasta la
saciedad: No temáis, el Señor es refugio, protector, escudo y armadura, roca y
baluarte, poderoso defensor en el peligro... ¿Qué más podemos necesitar?
Haríamos una buena labor ayudando a estas personas a salir de sus miedos y
de su ignorancia, haciéndoles ver, desde la fe, lo absurdo de tales creencias.
Jesucristo ha venido a liberarnos también de eso.

Curanderismo

El curanderismo puede ser incluido también en el apartado de la magia blanca,


siempre que no recurra a fuerzas ocultas y se limite al empleo de hierbas o de
ciertos ritos supersticiosos como echar sal en determinados lugares, encender
velas de un determinado modo o recitar determinadas oraciones, así como
imponer las manos sobre la parte enferma, etc. Con todo, no es ni conveniente
ni necesario acudir a los curanderos, pues los ritos que ellos realizan o
prescriben no tienen ningún poder para curar y carecen de toda base objetiva y
racional. Lo más que se consigue es que el enfermo mejore por la acción de
las hierbas medicinales o por autosugestión. También aquí la ignorancia y la
capacidad de persuasión de los curanderos hace que mucha gente acuda a ellos
con una fe que más bien harían en ponerla en los médicos y en el poder
sanador del Señor.

En la Renovación Carismática, donde es frecuente orar por la salud de los


enfermos, se debe evitar por todos los medios cualquier expresión, gesto,
palabras, oraciones, fórmula u objeto que pueda tener resonancias mágicas.
No hay que olvidar nunca que lo que sana es la fe del enfermo y de quienes
oran por él, no el rito o las palabras con que lo hacemos. Si el Señor actúa, lo
hará movido por la fe, por nuestra actitud interior, y no por unos simples ritos
externos. Ahí está la diferencia entre la verdadera y la falsa actitud cristiana.

Magia negra

Es una de las formas más graves de superstición. Consiste en invocar


expresamente al diablo para conseguir de él aquello que no es posible por
otros medios. En los últimos años han surgido entre nosotros sectas satánicas
que adoran al diablo y celebran misas negras en su honor. Algunos grupos
ingleses de música rock fomentan entre los jóvenes la curiosidad y el interés
por el diablo. A veces aparecen en la calle algunas pintadas con palabras
misteriosas, cuyas letras, leídas ordenadamente, componen el nombre de
Lucifer. Una cruz invertida es la firma de quienes las escriben.
Cuando la magia negra se emplea con la finalidad de hacer daño a algunas
personas, recibe el nombre de maleficio. Hay videntes o curanderos que los
practican por encargo o por propia iniciativa, cuando quieren vengarse de
alguien que no les cae bien. La inmigración de africanos a nuestro país en
estos últimos años ha favorecido la introducción del "vudú", que se practica
en aquel continente y entre los negros de algunos países sudamericanos. Para
el maleficio se suelen servir de fotografías u otras representaciones de la
persona a quien se quiere dañar, a las que se le aplican alfileres y otros objetos
punzantes o cortantes representativos del mal que se le desea.

Hay videntes y curanderos que se dedican a contrarrestar los efectos de un


maleficio utilizando la magia blanca, pero nosotros sabemos que no existe
mejor arma para combatir al diablo que Jesucristo, porque "el Hijo de Dios se
manifestó para deshacer las obras del diablo" (1Jn 3, 8). Aunque todos
podemos orar al Señor para que libere a un hermano de cualquier maleficio y
de las molestias del maligno, la oración tendrá más eficacia si la dirige un
sacerdote, por los poderes inherentes a su ministerio.

No hablemos aquí de posesiones diabólicas y exorcismos, pues es un tema


más delicado que requiere un tratamiento aparte.

Adivinación

Entendemos por adivinación cualquier intento de conocer cosas ocultas del


pasado, del presente o del futuro por medios ocultos o improporcionados,
prohibidos por Dios, o invocando expresa o implícitamente al demonio, o
atribuyendo a determinados signos o suertes un valor adivinatorio que no
tienen. Es querer entrar en los misterios de Dios no por la puerta, sino
furtivamente corno un ladrón. Es, pues, una grave injuria contra el Señor.
Mucho más grave cuando se recurre a la magia negra. En la práctica no suele
constituir falta grave pues se suele obrar más bien por ligereza, curiosidad e
ignorancia que por mala fe.

¿Qué criterio debemos seguir para valorar un caso concreto de adivinación?


Mientras no esté totalmente exc1uída una causa natural, debemos atribuirla a
una causa natural oculta desconocida. En muchos de los casos se trata
simplemente de fenómenos telepáticos. Es lo que suele ocurrir cuando el
adivino o adivina conoce nuestro problema sin que se lo contemos. Cuando se
haya excluido cualquier explicación natural del fenómeno, es preferible
atribuirlo a la intervención del maligno, aunque nos digan que la adivinación
procede de algún difunto o de una intervención o de la Virgen o de algún
santo.

En el caso de adivinaciones por suertes, corno son las cartas del Tarot o
incluso la astrología, debemos desecharlas como lo que son: pura superchería.
La experiencia demuestra que los adivinos suelen embrollar a la gente más de
lo que podamos imaginar, abusando de la buena fe de quienes confían en
ellos.

El asunto de las adivinaciones nos plantea el problema de su relación con el


espíritu profético que se da en la Iglesia y, muy en particular, en la
Renovación Carismática. La diferencia es bien patente: el don de profecía es
una gracia, un don gratuito que el Señor concede cuando y como quiere y a
quien quiere, sin intervención alguna por nuestra parte, excepto nuestra actitud
de apertura generosa a los carismas que él libremente quiere darnos. Por otra
parte, las revelaciones que el Señor nos hace no son para satisfacer nuestra
curiosidad, sino para animar, corregir, enseñar o manifestar su voluntad a la
persona o personas que él desea. En el don de profecía la iniciativa es siempre
del Señor. En el caso de los videntes, en cambio, las adivinaciones se
consiguen por iniciativa humana, sin contar en absoluto con la voluntad de
Dios y empleando medios que él rechaza. Es importante que tengamos
siempre presentes estos criterios para no equivocamos, pues no es raro que a
nuestros grupos acudan personas que practican las artes adivinatorias o que
tienen ciertas facultades paranormales que les permiten penetrar en algunos
misterios. A estas personas se les ha de imponer que se abstengan
absolutamente de tales prácticas mientras formen parte de la Renovación.

Espiritismo

El espiritismo es el arte de invocar a los espíritus para comunicarse con ellos.


Suele haber un espiritista, el cual, personalmente o a través de un médium
puesto en trance, convoca a los espíritus por procedimientos ocultos. Muchos
fenómenos que se dan en las sesiones espiritistas (movimiento de la mesa, de
un vaso, de una llama, levitaciones, etc.) se deben a la habilidad de personas
particularmente sensibles y con facilidad para la puesta en escena. Aunque a
los no iniciados les pueda resultar creíble la manifestación de los espíritus,
dichos fenómenos no tienen nada de sobrenaturales.

La participación en sesiones de espiritismo está prohibida a todo creyente,


aunque sólo sea como espectador. Falta gravemente quien acude al espiritismo
con ánimo de comunicarse con algún espíritu, en cuanto va contra la voluntad
divina y pretenda subvertir sus planes. Además, se expone a un serio peligro,
tanto para su fe como para la sana religiosidad.

La magia se mezcla también a veces con la práctica del espiritismo, lo que lo


hace aún más peligroso. El diablo no tiene inconveniente en hacerse pasar por
el espíritu de cualquier difunto si con ello consigue sembrar confusión e
inquietud.
Alguien ha comentado que lo que hacemos en la Renovación Carismática es
también espiritismo, pues invocamos al Espíritu Santo. En este sentido hemos
de cuidar mucho nuestro vocabulario. En la Renovación, como se hace en toda
la Iglesia, nos abrimos a la acción del Espíritu con todas nuestras fuerzas,
quitando obstáculos para que pueda obrar en nosotros a su gusto y dejando
que sea él quien lleve en todo momento la iniciativa, sin intención de
manipularlo o de hacerle actuar a nuestro antojo. Esa es la gran diferencia con
el espiritismo, el cual, por otro lado, nunca invoca al Espíritu Santo, sino a
espíritus creados, de los que se pretende algo que nunca podrán hacer sin el
consentimiento de Dios, porque la vida de los difuntos está en sus manos (Sb
3, 1).

Tanto en las adivinaciones como en el espiritismo es frecuente que aparezca el


tema de las reencarnaciones, doctrina procedente del hinduismo que es
abiertamente contraria a nuestra fe cristiana. Bastaría leer la entrevista de
Jesús con Nicodemo (Jn 3) para darnos cuenta de que el hombre nace una sola
vez en este mundo. Nicodemo interpretó el nuevo nacimiento anunciado por
Jesús en el sentido de la reencarnación material, pero éste le corrigió
inmediatamente, pues el nuevo nacimiento debe ser obra del Espíritu Santo
por el bautismo. Porque, como dice San Pablo: "Esto corruptible tiene que
vestirse de incorruptibilidad y esto mortal tiene que vestirse de
inmortalidad" (1 Co 15, 53).

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