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INDICE:
- 01 - LA REUNIÓN DE ORACIÓN. Contiene:
* Que la reunión de oración sea en espíritu y en verdad.
* Relaciones intercomunitarias.
* El discernimiento.
* Discernimiento eclesial.
* Discernimiento comunitario.
* Discernimiento personal.
* El Sometimiento.
- 09 - LA COMUNIDAD Contiene:
- 10 - LA CURACIÓN. Contiene:
- 14 - LA INTERCESION. Contiene:
- 15 - LA PROFECIA. Contiene:
* La fuerza de la reconciliación.
* Comentario al Magníficat.
* María y la Iglesia.
- 19 - LA ORACION. Contiene:
* La oración privada.
* La oración en grupo.
* La oración litúrgica.
* La oración de contemplación.
- 20 - LA EVANGELIZACION. Contiene:
* Actitudes en la evangelización.
* El hombre espiritual.
* El equipo de dirigentes.
- 28 - LA FAMILIA. Contiene:
* En el corazón de la Iglesia.
* Interiorización y profundización.
* Mensaje de la R.C. para la juventud de hoy. por Dr. Eusebio Martinez, O.P.
* Jóvenes: ¿Qué nos piden? ¿Qué les ofrecemos? por Pedro José Cabrera.
* Necesitamos los dones pero también una gran sabiduría, por Tomás Forrest,
C.S.R.
* Clara de Asís "Sagrario del Espíritu Santo", por Hna.Mª Victoria Triviño,
O.S.C.
* El movimiento comunitario.
* Compromiso eclesial.
* La R.C. como renovación del misterio de la Iglesia, por Card. L.J. Suenens.
* Los dones del Espíritu Santo y la evangelización (1ª parte), por Raniero
Cantalamesa.
- 47 - LA VOCACIÓN. Contiene:
* II - La vocación en la Iglesia.
* Libros vocacionales.
* Los dones del Espíritu Santo y la evangelización (2ª parte), por Raniero
Cantalamesa.
* El don de la perseverancia.
* La enseñanza en los grupos de R.C. (2ª parte) por P. Serafín Gancedo, CMF.
* El Señor sana los corazones enfermos, por Mons. Alfonso Uribe Jaramillo
(Nota: La segunda parte del artículo venía en koinonia 73, pero se juntó para
mayor comodidad de los lectores)
- 73 - LOS ICONOS. Contiene:
* Del icono de la Trinidad al amor del Hijo de Dios, por Mª del Carmen
Martínez de Sas.
* El Icono de la Navidad.
* El icono de Santa María del Jaire, por Mª del Carmen Martinez de Sas.
- 76 - CARISMAS. Contiene:
* Sensibilidad del líder ante la acción del Espíritu, por Heribert Muhlen
01 - LA REUNIÓN DE ORACIÓN.
LA REUNIÓN DE ORACIÓN
QUE LA REUNIÓN DE ORACIÓN SEA EN ESPÍRITU Y EN
VERDAD.
c) Crecer en el amor entre unos y otros, un amor exigente, y por esto, antes y
después de la oración los que participan han de tratar y comunicarse unos con
otros.
No se puede omitir ninguno de estos tres objetivos. Si falla alguno de ellos, no
crecerá mucho el grupo ni madurarán sus miembros en la vida cristiana de la
manera que podrían hacerla.
El señor no quiere que le dejemos a El construir solo, quiere más bien que
nosotros construyamos con El, que trabajemos con El y sigamos siempre sus
directrices. El Señor no quiere espectadores en su obra sino colaboradores.
En mi propia experiencia he visto que las veces que he ido a dirigir la oración
sin estar preparado, es decir, sin haber orado antes y estar por tanto actuado en
la presencia y en la unión con el Señor, en este caso la oración ha resultado
más deficiente que otras veces. He podido apreciar que algo no marchaba bien
esa noche: había fallado yo.
Una asamblea de personas cuyos corazones no están abiertos al Señor no
experimentará mucho la acción del Señor, menos todavía aquellos que vienen
a sentarse pasivamente.
Sin oración diaria es muy poco lo que podemos dar y recibir del grupo, y esto
forma parte de nuestra participación activa y de nuestra contribución a la vida
del grupo. En ese contacto individual con el Señor es donde hemos de
sincerarnos, purificarnos y crecer en el amor.
Objeto de nuestra oración individual ha de ser también orar por el grupo y por
todos los que participan en la reunión de oración, especialmente por los que
vendrán por primera vez. Hemos de pedir también que nos manifieste el Señor
lo que Él quiera decir en la oración y qué podemos hacer nosotros para
transmitir su mensaje.
PARTlCIPACION ACTIVA
?San Pablo nos dice: “buscad la caridad, pero aspirad también a los dones
espirituales, especialmente la profecía” (1 Cor 14,1). SI percibo que el Señor
quiere hablar a través de mi debo volverme entonces al Señor y manifestarle
que quiero obedecer, que me ayude, y esperar el momento oportuno para
hablar.
Quizá lo más importante es que haya una persona que dirija la oración.
Los responsables de los grupos tienen en esto una gran misión que cumplir. Es
necesario que den instrucción frecuente sobre las diversas formas de oración y
que alienten a todos los miembros a aceptarlas. A veces grupos que empiezan
tienen reparo a cantar en lenguas. Creen que van a espantar a los nuevos que
visitan el grupo.
Por esto hemos comprobado cómo el Espíritu nos hace ver que es muy
conveniente instruir a los hermanos en estas actividades y que si nos
abstenemos de hacerla no obramos de acuerdo con sus insinuaciones.
Por los datos que nos suministra el Nuevo Testamento vemos que en aquellas
comunidades destacaban los siguientes elementos:
1.º Presencia de Jesús: Hay una toma de conciencia de la presencia del Señor
en medio del grupo, cumpliendo El su promesa “donde están dos o tres
reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mt. 18,20). Presencia,
además, con su poder y con su amor para curar, iluminar, fortalecer, hablar y
reconfortar. Esta es la clave de la oración del grupo.
5º. Palabra de Días: Si, que "la palabra de Dios habite en vosotros con toda su
riqueza”. (Col 3,16): se siente como palabra vida, como mensaje de Dios
acogido con gozo y hambre, que da alimento a toda la oración.
El que dirige la oración ha de estar siempre muy atento para que se mantengan
siempre estas líneas de fuerza durante toda la reunión Sí alguna de ellas falta,
es que se está desvirtuando la reunión de oración.
Este responsable deberá "discernir, con la ayuda del grupo en oración, cual
sea la voluntad de Dios, cuando se presentan casos difíciles, discusiones,
disensiones, etc. A él toca corregir a quien estorbe la marcha normal de la
reunión. El responsable debe ser un testigo de Cristo ante su grupo, por su
oración, su lectura apasionada de la Biblia, su actitud de amor, acogida y
servicio a los hermanos. Deberá además caracterizarse por su "visión sobre la
acción del grupo y de sus miembros de modo que pueda urgirlos colectiva e
individualmente a comprometerse con el Señor. Para ello deberá trazarse
metas muy altas y señalar los pasos concretos para acercarse a ellas: recordará
que hay siempre mucho que aprender, mucho que profundizar, una
experiencia progresiva que vivir; deberá estar animado por un divino
descontento que le impida a él y al grupo instalarse. Sus responsabilidades se
acrecentarán a medida que el grupo se convierta en comunidad, pero se
compartirán con otros participantes, para que no se caiga en el paternalismo,
sino que en todos se logre crecimiento y madurez” (DIEGO JARAMILLO,
Los Grupos de oración, El Minuto de Dios, pp. 6 Y 7).
TURISMO CARISMÁTICO
RELACIONES
INTERCOMUNITARIAS
Dios en su misterio trinitaria es una comunión de vida y amor entre el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo
Hay otro nivel que aquí queremos acentuar: es el nivel ínter comunitario o de
grupo a grupo.
Aplicado a nuestros grupos, esto nos pide estar en comunión con la Iglesia,
con nuestros Pastores y con los demás grupos o comunidades.
El descuidar esta comunión sería obstruir la corriente de vida que nos llega al
grupo. Si surgen tensiones o distanciamientos entre grupos, o peor aún,
escisiones o separaciones, esto sería más terrible que cualquier amputación
que se efectuara en nuestro propio cuerpo; por la que sufre y pierde todo el
cuerpo, pero sobre todo el miembro escindido.
Sin llegar a tanto, es fácil que unos grupos se distancien de otros o que se
estén ignorando o viviendo en constante desinterés de unos a otros. Los
servidores tienen aquí una gran responsabilidad y han de tomar conciencia de
cómo esto no lo quiere el Señor y resta eficacia y vida a los grupos
implicados. Y si el problema fuera nada más que de un servidor a otro
servidor de distinto grupo, este mal no tienen por qué sufrirlo los miembros de
los grupos.
Todo esto es bueno y es parte de nuestro compromiso que nos pide darnos al
Señor y a los demás sin reparar en nosotros mismos y es una forma de hacer
realidad aquello del Evangelio: “quien quiera salvar su vida, la perderá; pero
quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. (Mc. 8,35).
Pero ser “prudentes como las serpientes” (Mt. 10,16) exige saber discernir y
desenmascarar la tentación en la que tan fácil e inadvertidamente caemos.
Esto ocurre cuando nos absorbe la acción, no solamente por el tiempo que le
dedicamos, sino principalmente cuando llega a ocupar sutilmente el centro de
nuestro interés. Y quien dice la acción, dice también las cosas, las tareas, los
problemas, etc. En los encuentros y retiros puede ocurrir que lo que más
descuidado queda sea la oración individual, el estar a solas tú a tú con el Señor
y dedicarle el tiempo que a cada uno nos pide. Esto es básico y primario, sin
que tengamos que darlo por supuesto, pues de ello depende todo lo demás.
“Hay necesidad de pocas cosas, o mejor, de una sola» (Lc. 10,42) nos diría
entonces el Señor. Y todos sabemos cuál es esa sola cosa: nadie más que Él.
Si cuanto hacemos en la R.C. nos aparta o distrae del Señor, o hace que el
centro de nuestros intereses y preocupaciones ya no sea Él, todo lo que
estamos haciendo, por más bueno y santo que nos parezca, se está
convirtiendo en nuestro ídolo.
Siempre tendremos que preguntamos: ¿es ahora el Señor el centro de mi vida?
EL GRUPO DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA
INTRODUCCION
La R.C, es algo más amplio y profundo que sus grupos, cada uno de los cuales
puede ser una realización más o menos auténtica de la misma, pero
difícilmente habrá uno que encarne totalmente todo lo que es la R.C.
Estos grupos son para nosotros el instrumento y el medio vital en el que nos
movemos para caminar y crecer en el Espíritu. En los grupos se experimenta
la presencia del Espíritu y la vida cristiana.
Los orígenes de todo grupo de la R.C. son siempre humildes. Las cosas del
Señor siempre tienen un comienzo pobre y humilde, como Nazaret, Belén. Es
el grano de mostaza.
Para empezar basta que haya algunas personas, más bien pocas, aunque nada
más sean dos o tres, que se reúnan a orar Con determinada frecuencia con
ansias de abrirse al Espíritu. No importa si saben mucho o poco de la
Renovación Carismática. Esta oración que empieza sea espontánea, sincera,
con espíritu de pobres, aceptándose y amándose unos a otros y a partir de la
palabra de Dios. Evitar desde el principio todo formalismo o rutina. Basta que
se atengan a lo que dice San Pablo: "cuando os reunís, cada cual puede tener
un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lenguas, una
interpretación; pero que todo sea para edificación”. (1 Co. 14,26).
Para que el grupo cuaje y siga adelante es necesario que este mínimo de
personas sigan orando así durante un tiempo razonable, tres o cuatro meses,
sin tener prisa para que crezca el grupo. Este tiempo, hasta que el grupo
empieza a crecer, es muy importante: en él se va formando como el núcleo del
futuro grupo, núcleo del que han de salir después los servidores y catequistas.
En este tiempo necesitan abrirse mucho unos a otros y compartir la palabra de
Dios y las vivencias por las que vayan pasando. Así se Inicia ya el proceso de
crecimiento y maduración espiritual y empezarán a despuntar los carismas.
Por otra parte, a los grupos siempre viene alguna persona difícil o
problemática que resulta incómoda para los demás. Entonces solemos pensar:
“si tal persona dejara de venir al grupo, todo sería más fácil, avanzaríamos
más, haríamos mejor la oración...” Pero esto es un engaño. Esa persona difícil
que se nos ha metido en el grupo es la piedra de toque de nuestro grado de
amor y aceptación a los demás. Si no la puedo amar, es la que me está
denunciando, como si hubiera sido enviada por el Señor, hasta qué punto el
pecado sigue en mi, hasta qué punto necesito un corazón nuevo para amar
corno el Señor ama. Por la fuerza del amor del Señor en mi llegaré a amarla
como amo a los demás.
La acogida tiene una gran importancia para que permanezcan los que vienen
por primera vez y ha de ser uno de los signos que constantemente está
ofreciendo el grupo.
Otro punto importante es la Iniciación que hay que ir dando a los nuevos. Si
hay ya un grupo considerable habrá que programar un seminario de iniciación;
si son pocos, se puede hacer de forma más sencilla, pero siempre en clima de
oración. Los seminarios de Iniciación no son simple transmisión de
conocimientos, sino que además y principalmente han de ir creando una
atmósfera espiritual de apertura y entrega al Señor.
Se percibe la presencia del Señor a través del Espíritu que libera ese fondo de
alegría y gozo profundos que todos llevamos dentro -zona de inocencia- con
frecuencia reprimido. Pensar que este nivel perdura, es utópico. No hay que
olvidar el elemento humano.
Pueden darse tensiones --como sucedía entre los corintios -- que son
problemas de poder. Eso podría hacer olvidar que lo que importa es que Cristo
sea proclamado, evangelizado. (Cfr.: 1 Cor. 1,10- 13 y 3,4-15) .
FE EXPECTANTE
Al hablar de grupos de renovación podríamos hacer una gran lista: grupos de
revisión de vida, grupos de oración según las más variadas orientaciones y
formas. En un grupo se insiste en la oración litúrgica, en otro en la
preparación de un tema o de un texto bíblico, en otro en el silencio o la
contemplación; en otros se busca una acción concreta o un compromiso
determinado.
Jesús prometió a sus discípulos, y en ellos a toda Iglesia que el Espíritu Santo
les guiaría a la verdad, les iluminaría sobre todo lo que El les había dicho (Jn
14,26), que el Espíritu vendría sobre ellos como una fuerza y poder para dar
testimonio de El con valentía (Hch 1,8). Si el Espíritu está, pues, en cada
cristiano y desea transformarnos como individuos y como cuerpo, debemos
reunirnos juntos para dar al Padre el culto que El espera de nosotros en
espíritu y verdad» (Jn 4,24), y para abrirnos cada vez más a la acción del
Espíritu en nosotros.
(Nota: K. RANAGHAN, «As the Spirit Leads Us», p. 52, Paulist Press, N. Y.
1971) .
DOCILIDAD Y DISPONIBILIDAD
Por lo tanto en la reunión de oración es muy importante que todos y cada uno
participen buscando al Señor y estando atentos al Espíritu Santo. En la
asamblea donde se dé esta fe expectante en la actuación del Señor, por su
Espíritu, a través de sus dones espirituales o carismas; donde haya gran
docilidad y disponibilidad al Espíritu, se dará la manifestación de tales dones,
en su gran diversidad, según las necesidades de la comunidad. «Cuando os
reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un
discurso en lenguas, una interpretación; pero que todo sea para edificación» (1
Co 14,26).
VARIEDAD DE DONES
Los dones se manifiestan según las necesidades orgánicas de la Iglesia, de la
comunidad. Don de dirigir la reunión, don de profecía, según 1 Co 14,3., don
de enseñar, don de discernir. Cuando un grupo crece y se va formando en
comunidad más amplia con un mayor radio de influencia, el número de dones
va aumentando, o mejor dicho, los dones ya existentes en los miembros de la
comunidad se van manifestando: dones de la palabra, dones de fe, dones de
servicio a todos niveles.
Los grupos de oración que saben apreciar y pedir con humildad, pero al
mismo tiempo con fe expectante, los dones espirituales, y los ponen al
servicio del amor fraterno, verán crecer la comunidad y darán testimonio, con
valentía, de Jesús resucitado.
EL DISCERNIMIENTO: UN SERVICIO
IMPORTANTE.
Los falsos profetas surgen siempre por doquier, tanto dentro como fuera del
Cristianismo. El ocultismo y el orientalismo que nos está invadiendo se
presentan utilizando poderes verdaderamente extraordinarios.
Siempre habrá que hacer la misma pregunta: «¿de qué espíritu procede todo
esto?”.
Más difícil es el discernimiento en sentido positivo cuando se llega a
afirmar: «esto procede del Señor”. Para esta clase de discernimiento están
capacitados menos servidores, y para ello necesitan aún más el concurso de
todos los dones del Espíritu.
En la R.C. se dan casos de servidores con discernimiento extraordinario o
más bien carismático. Es don que el Señor da a quien quiere y como quiere,
sin tener en cuenta las cualidades naturales de la persona y a veces ni
siquiera el grado de santidad. Es lo mismo que diríamos del don de
profecía: ambos dones se poseen de manera constante y habitual. Sólo en el
Señor fueron permanentes. Si no necesariamente exigen la santidad de la
persona, aquella siempre será uno de los mejores criterios para juzgar de la
sobrenaturalidad de tal discernimiento o profecía.
EL DISCERNIMIENTO
Introducción.
Es uno de los dones más necesarios en la R.C. La vida de cualquier grupo por
pequeño que sea exige un constante discernimiento. Personas,
acontecimientos, fenómenos, la marcha del grupo, la reunión de oración de
cada semana, los problemas de cualquier hermano o del grupo entero: todo
esto exige discernimiento para evitar desviaciones o enfoques torcidos.
Puede ser algo que afecte a una gran parte de la Iglesia o a toda la Iglesia: es
el DISCERNIMIENTO ECLESIAL.
De acuerdo con esta distinción, sigue la exposición del tema en tres artículos
distintos.
DISCERNIMIENTO ECLESIAL
EN EL ESPIRITU SANTO Y EN LA IGLESIA
Por MANUEL CASANOVA
Este deseo se vino a cumplir con motivo de Pentecostés de 1975. Unos 10.000
miembros de la R,C. y muchos de nosotros entre ellos; nos reunimos en la
explanada de las Catacumbas de San Calixto. Hoy recordamos con emoción
aquella celebración eucarística presidida por el Papa en el día de Pentecostés
en la Basílica de San Pedro, así como la del día siguiente, lunes, presidida por
el Cardenal Suenens y concelebrada por doce Obispos y 700 presbíteros y la
audiencia especial que en la misma Basílica nos dispensó el Papa. Como
Pastor Universal nos aceptó y recibió y nos dirigió la palabra como un padre
habla a sus hijos dejando vislumbrar un gran amor y alegría al hallarse entre
nosotros.
El árbol exuberante debe ser cuidado y podado para dar un fruto sazonado. En
un campo de buen trigo es fácil que nazcan también malas hierbas Como
declara el Señor en sus palabras (Mt 13,24 s).
Tres son los criterios que da el Papa, siguiendo a San Pablo, para un
discernimiento dentro de la comunidad cristiana:
2." Todos los dones han de ser recibidos con gratitud y, concedidos para el
bien común, no contribuyen todos en la misma medida.
No basta decir: “yo tengo tales dones, el Espíritu Santo me ha dicho, tal
hermana no tiene aquel carisma, en este grupo hay muchas profecías, allí se
dieron tales curaciones, etc.”. Estas cosas por sí mismas no son garantía de la
presencia del Espíritu Santo.
Las lenguas, los milagros, las profecías son precisamente las cosas que hay
que discernir y juzgar. (Declaración del Comité de Investigación y práctica
pastoral de la Conferencia Episcopal de EE.UU., Nov. 1974, núm. 3).
SIEMPRE EN EL AMOR
FRUTOS DE LA RENOVACION
Tanto el Papa como los Obispos reconocen los frutos que ha producido y está
produciendo la R.C. "interés renovado por la oración, tanto individual como
en grupo. Muchos de los que pertenecen al movimiento han experimentado un
sentido nuevo de los valores espirituales, una conciencia más viva de la acción
del Espíritu Santo, de la alabanza a Dios y un compromiso personal más
profundo con Cristo. Igualmente, numerosos son los que han visto crecer en
ellos la piedad eucarística y participan con más fruto de la vida sacramental de
la Iglesia. La devoción a la Madre de Dios reviste una significación nueva y
muchos reconocen que han adquirido un sentido más profundo de la Iglesia y
están más unidos a ella-.
Así se descubre la conformidad con los criterios arriba mencionados.
ELEMENTOS NEGATIVOS
Quiero concluir con las palabras del Papa que, hablando a los peregrinos de
habla inglesa, lanzaba un reto y en ellos también a nosotros: .Abrid vuestros
corazones a los hermanos necesitados. No hay límites para el reto del amor:
los pobres, los necesitados, los afligidos y los que sufren en el mundo y a
vuestro lado, todos os dirigen su clamor como hermanos y hermanas en
Cristo, pidiéndoos la prueba de vuestro amor, pidiendo la palabra de Dios,
pidiendo pan, pidiendo vida. Quieren ver un reflejo del amor inmolado y
generoso del propio Cristo al Padre y a los hermanos “.
Por eso, continúa el Papa, no cesamos de exhortaros vehementemente a
“aspirar a los mejores dones" (1 Co 12,31). Este fue ayer nuestro pensamiento
cuando dijimos en la solemnidad de Pentecostés: .. Sí, ésta es una jornada de
alegría pero también de resoluciones y propósitos: abrimos al Espíritu Santo,
eliminar todo lo que se opone a su acción, y proclamar, en la autenticidad
cristiana de nuestra vida diaria que JESUS ES EL SEÑOR”.
DISCERNIMIENTO COMUNITARIO.
Por Palmyra de Orovio
La R.C. es, según el Cardenal Suenens, “una corriente de gracias que hace
brotar en todas partes, de modo espontáneo, reuniones de oración de un tipo
nuevo.
Hoy las cosas han cambiado. Los miembros de una comunidad se sienten
interdependientes unos de otros y así mismo corresponsables. El Señor no está
únicamente en el centro para actuar y dirigir, sino que también se halla
actuando y dirigiendo en cada hermano. Cada uno recibe, en virtud del
Espíritu, un caudal de gracia, capaz de convertirse en vida abundante por la
fuerza latente que llevan en si los dones de Dios.
Nosotros también nos reunimos para orar y buscamos al mismo Señor. “El
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos ha sido dado”. (Rm 5,5). Es palabra de Dios y creemos en ella. A
nivel de razón estamos convencidos que el Espíritu está en nosotros. Pero esto
no basta. Es preciso vivirlo y experimentarlo. San Pablo nos dice:
“Transformaos mediante la renovación de vuestra mente de modo que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios”. (Rm 12,2).
Puede suceder que un grupo de oración siga durante un tiempo indefinido
actuando de un modo más o menos rutinario. Pero de pronto EL SEÑOR
HABLA. Ha sido en forma de profecía, de moción interna, o por un
acontecimiento o a través de una crisis en el mismo grupo. De muchos modos
y maneras nos habló el Señor" (Hb 1,1).
d) INTERDEPENDENCIA F R A T E R N A:
Es la actitud a la que se llega, porque el Señor se nos da como miembros que
forman parte de una comunidad. "A cada cual se le otorga la manifestación
del Espíritu para provecho común”. (1 Co 12,7) . ”Y todos hemos bebido de
un solo Espíritu”. (1 Co 12.13). El Espíritu siempre nos guiará de acuerdo con
el contexto de la comunidad. Debemos tener conciencia clara de que el
Espíritu no puede contradecirse.
¿COMO CONFIRMARLO?
DISCERNIMIENTO PERSONAL.
Por Luis Martín
”No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios,
para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado... El hombre naturalmente
no capta las cosas del Espíritu de Dios: son necedad para él. Y no las puede
entender, pues sólo el Espíritu puede juzgarlas-. (1 Co 2,12-14).
Por otra parte, siempre que tratamos de acercarnos más al Señor, siempre que
se intensifica en nosotros la vida espiritual, se produce como una reacción
infalible: nos enfrentamos con un nuevo combate espiritual. Una forma de este
combate son la serie de inspiraciones, mociones, deseos, tentaciones, e incluso
fenómenos extraordinarios que nos pueden ocurrir de una forma u otra y que
tienen su origen o en nuestra propia naturaleza o en el espíritu del mal, pero
que no podemos caer en la trampa de atribuírselos al Señor, a pesar de que
muchas veces imitan las inspiraciones de Dios y se presentan bajo capa de
bien “Y nada tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de
luz”. (2 Co 11,14).
Todo lo que procede del espíritu del mal viene envuelto en oscuridad y
falsedad y con algún matiz de tinieblas, angustia o inquietud. Nunca nos
puede dejar en paz, pues del espíritu del mal no puede derivar ninguno de los
frutos del Espíritu.
De nuestra propia naturaleza, es decir, de nuestra psicología, pueden surgir
estados anímicos que fácilmente atribuimos a Dios, cuando en realidad es obra
más de nuestras emociones o sentimientos que se exaltan o se abaten. Cuando
es cosa del Señor es algo bastante más permanente que cuando es
emocionalismo que muy pronto puede cambiar. Hay personas muy
impresionables o muy sugestionables y otras con apetito desordenado de estar
buscando siempre lo preternatural o experiencias nuevas.
Aquí el discernimiento nos hará ver cómo todo esto, por más revestido que se
nos presente de piedad o de santidad, no hay que atribuirlo a Dios y más bien
hay que tratar de superar la tensión de los sentimientos y emociones. Esto nos
explica cómo puede haber personas que de la oración salen fatigadas, o con
dolores de cabeza o molestias en otras partes del cuerpo. Aun siendo auténtica
su oración y habiendo llegado a verdadera unión con el Señor, puede haber
estado lastrada por una carga de emocionalismo o sentimiento que sin duda
tiene su repercusión somática en forma de dolor. La oración íntima, la acción
de la gracia, la fe profunda y la verdadera experiencia del Señor operan a
niveles más profundos y estables de nuestra persona, en la mayoría de los
casos más allá del alcance de nuestra conciencia y de nuestra sensibilidad.
LA INSPIRACION EXTRAORDINARIA
Visión, palabra hablada (no importa si la palabra es percibida con el oído o tan
sólo interiormente, ni si la visión es percibida con los ojos del cuerpo o tan
sólo interiormente) .
Este estado maravilloso es más bien una meta a la que apenas llegamos, un
ideal por el que constantemente tenemos que trabajar.
Sea cual sea el punto en el que nosotros nos encontramos, creo que nadie llega
a un estado en el que no tenga que preguntarse muchas veces qué quiere el
Señor de él, teniendo que ejercer el discernimiento sobre las inspiraciones que
parece recibir.
Hace años vivía yo en una casa con ocho cristianos más. Una noche, al
sentamos a cenar, uno de los compañeros empezó a hablar sobre un problema
que había en su vida. No fue una confesión que fácilmente se sacara de la
manga. Había vivido el problema durante años y de él habló con dificultad.
Cuando hubo terminado dijo: “Es la primera vez que he podido hablar a
alguien sobre este problema y si ahora he podido compartirlo ha sido por
vuestra entrega para conmigo».
Siguió diciendo que por primera vez en su vida veía que se hallaba en un
grupo de personas que le amarían sin reparar en lo que él tenía de malo. Tenía
razón. El que viviéramos juntos se basaba en el compromiso que habíamos
hecho de tratamos unos a otros como hermanos y de ayudamos en nuestra
vida cristiana. Pues nos habíamos comprometido a amarnos sin tener en
cuenta los propios sentimientos, por lo que este hombre experimentó una gran
libertad para abrirse a los demás.
Para mucha gente de hoy día el amor se basa en una mutua atracción y en
intereses comunes. Pero en la Sagrada Escritura el amor se fundamenta en la
entrega. Jesús nos vio con nuestros propios pecados, sin embargo nos amó
hasta el punto de morir por nosotros. Su entrega a nosotros fue inquebrantable.
Esta clase de amor firme es la que debería estar en el corazón de nuestras
relaciones con los demás. Los cristianos deben amarse no por sentimientos de
simpatía, sino porque se comprometen a amarse como miembros del mismo
cuerpo.
EXPRESIONES DE AFECTO
Yo solía pensar que el expresar amor era algo muy importante si se trataba de
amigos a los que veía con poca frecuencia y no así para con aquellos que tenía
constantemente de cerca. En consecuencia no me preocupaba por expresar mi
afecto a las personas con las que vivía. Y pensaba: «Bien, ya saben que las
quiero. Estamos juntos constantemente y durante mucho tiempo no hemos
tenido una discusión». Después comprendí que si el afecto pone paz y
seguridad en nuestras relaciones debería jugar un papel muy relevante en la
forma de relacionarme con aquellos a los que estoy viendo de ordinario. Es
importante expresar afecto a las personas que no conozco bien, pero lo es
todavía más importante saberlo expresar a aquellas con quienes convivimos,
como marido, esposa, hijos, compañeros.
RESPETO
SERVICIO
En la Ultima Cena, Jesús realizó deliberadamente una tarea impropia de quien
preside la mesa. "Se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con
la toalla con que estaba ceñido» (Jn 13,5). Una acción sin precedentes: el
anfitrión de un banquete nunca lavaba los pies de los individuos. Sin embargo
Jesús escogió servir a sus discípulos bajo una de las formas más humillantes y
después les dijo que hicieran lo mismo, "pues si yo, el Señor y Maestro, os he
lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque
os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con
vosotros» (Jn 13,14-15).
Amarse unos a otros significa estar prontos para prestar los más bajos e
insignificantes servicios. Debemos servir nos unos a otros en aquellas tareas
que se nos han confiado e ir todavía más allá de nuestras obligaciones en
aquello que no se nos ha pedido. Una voluntad de servicio es signo de nuestro
amor mutuo, ayuda a edificar el grupo de oración o la comunidad.
FORMAS DE LENGUAJE
Cuando iniciamos la vida cristiana descubrimos que necesitamos eliminar de
nuestro lenguaje un conjunto de paganismo, cinismo, insultos y otros malos
hábitos. Una vez eliminadas las faltas más salientes e importantes, solemos
pensar que nuestro lenguaje está en orden. Sin embargo, en su carta a los
Efesios escribe Pablo: «No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que
sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os
escuchen» (Ef 4,29). Pablo no dice simplemente: «eliminad los malos
hábitos», sino que exhorta a los cristianos a decir solamente aquello que pueda
edificar a los demás en la fe y fortalecerlos en el Señor. Pablo presenta el ideal
de cómo los cristianos debieran hablar, ideal muy superior al que la mayoría
de nosotros hemos escogido.
Hace varios años, una vez que algunos nos reuníamos para dialogar,
empezamos a hablar de los momentos en que el Señor nos había demostrado
su amor a cada uno de una manera especial. Algunas personas dieron
testimonio de acontecimientos en los que se sintieron singularmente cerca de
Dios, otros hablaron de cómo habían experimentado el amor de Dios en la
oración. Enseguida pude darme cuenta cómo todos nos sentíamos más cerca
del Señor y más cerca unos de otros. Hablar del Señor y de nuestros deseos de
amarle y servirle es algo que «comunica gracia» a nuestros oyentes y que nos
ayudará a controlar nuestro lenguaje.
Por otra parte, el expresar afecto de una forma sincera comunica seguridad,
paz y un sentido de dignidad ante el Señor. Aunque en nuestra cultura es
difícil y también embarazoso ser abiertamente afectuoso en la conversación,
los cristianos debemos abandonar toda forma de humor negativo y aprender a
ser afectuosos con espontaneidad.
LA VERDADERA LIBERTAD
CRISTIANA
¿QUE LIBERTAD NECESITAMOS?
No es fácil entender de qué se trata cuando se habla de libertad del Espíritu,
libertad interior o liberación.
¿Cuándo se puede afirmar que una persona está espiritualmente liberada?
¿Significa que el que está lleno del Espíritu y por tanto, goza de una gran
libertad interior, no tenga que someterse a la autoridad en la Iglesia, a las
normas y orientaciones que el Pueblo de Dios recibe?
A partir del bautismo, el cristianismo nacido del agua y del Espíritu, empieza
a ser liberado: “la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la
ley del pecado y de la muerte» (Rro 8,2), "para ser libres nos libertó
Jesucristo» (Ga 5,1), “habéis sido llamados a la libertad, sólo que no toméis de
esa libertad pretexto para la carne» (Ga 5,13).
La "aspiración del Espíritu» (Rm 8,27), cuyas tendencias son «vida y paz»
(Rm 8,6), es curar rápidamente en nosotros toda enfermedad espiritual, todo
trauma psíquico, hasta hacernos respirar la verdadera libertad.
La fórmula de S. Pablo no puede ser más completa. Quizá sea la que mejor
nos defina el problema de la libertad espiritual.
En los tres artículos que siguen. John Poole nos hace un planteamiento general
de la libertad cristiana, haciéndonos ver cómo se manifiesta su urgencia y
caminos para llegar a ella. Casanova, a través de un testimonio personal, nos
relaciona la libertad con la verdad, con el amor y el perdón. Maxfield nos
habla de la liberación y curación interior como punto de partida para llegar a
la libertad.
Que cada uno de nosotros y cada grupo seamos «conducidos por el Espíritu»
(Ga 5,18) porque «tiene deseos ardientes el Espíritu que Él ha hecho habitar
en nosotros» (St 4,5). *
A Dios le interesa todo lo que atañe al hombre. Él nos ama y envió a su Hijo
para liberamos de nuestras opresiones del miedo, ambición, malos hábitos,
ignorancia, racismo, materialismo, inseguridad, orgullo, celos.
Jesucristo, el liberador enviado por Dios, vino para enseñar al mundo a vivir
en libertad.
Las Sagradas Escrituras ponen de manifiesto que los que creen en Jesús deben
llegar a la libertad: «Para ser libres nos libertó», «porque, hermanos, habéis
sido llamados a la libertad» (Ga 5,1 y 13).
Esto mismo ocurre hoy cuando en un grupo se adopta un estilo fijo de orar,
predicar, enseñar o un vocabulario peculiar. Si fueron válidos para los que
inicialmente los adoptaron, no quiere decir que todos los tengan que asimilar
años después. Cuando en un grupo todos hacen las mismas cosas de acuerdo
con un estilo tradicional recibido no existe la verdadera libertad ni tampoco se
expresa la gran variedad del Espíritu.
Libertad significa aprender a ser dirigido por el Espíritu Santo más que vivir
continuamente atado por todo un sistema de convencionalismos y leyes. Sólo
una persona libre puede decir: «Sí, esto es verdad en la mayoría de los casos,
pero esta vez vamos a hacer una excepción». Un líder legalista, duro e
inflexible no produce la alegría y la paz que caracterizan la vida en el Reino
de Dios. Líderes cristianos que carecen de la libertad de los hijos de Dios
reproducirán siempre su propia imagen en los demás y el resultado será unos
creyentes legalistas con la rebelión como resultado final.
Nuestros grupos y comunidades tienen que hacer visible la libertad que vino a
traernos Cristo Jesús y la ayuda mutua que nos prestamos para llegar a esta
libertad ha de ser una meta importante. Hombres libres en Dios podrán
realizar muchas más cosas por El y serán más felices haciéndolo que un grupo
de personas asustadas, cerradas o súper cautelosas.
b) Por la amistad. - Nada ayuda tanto para la libertad como la buena amistad
personal. El apoyo y estímulo que percibimos de los amigos son ingredientes
importantes en el crecimiento de la libertad. Ellos son los que mejor nos
pueden hacer descubrir nuestros modos estereotipados de actuar y pensar que
ahogan la vida del Espíritu. Con su ayuda veremos fallos que de otra manera
pasaríamos por alto.
Hay palabras que tienen hoy un poder de captación especial. En todas las
épocas las ha habido. Hoy somos muy sensibles a todo lo que nos habla de
libertad, liberación, ser libres de injusticias, de opresión." No queremos ser
esclavos de nada ni de nadie. Y nos damos más cuenta de ello porque en
muchos países los hombres no son libres, se lucha por la libertad, se hacen
manifestaciones en favor de la libertad...
LIBERTAD Y VERDAD
Nuestra falta de libertad muchas veces está en relación con nuestra falta de
verdad. No podemos encontrar nuestra verdad lejos de Dios. Esa falta de
verdad puede manifestarse de varias maneras. Aquí veremos dos.
El Hijo nos hace libres enviándonos el Espíritu Santo. Es el Espíritu del Padre
y del Hijo que clama en nuestro interior:
Abba, Padre! Ya no eres esclavo sino hijo (Gal 4,6-7).
LIBERTAD Y PERDON
Evan Roberts, líder de una renovación en Gales por el año 1900, solía
preguntar a la gente: .. ¿Cuándo pediste perdón, la última vez? Watchman Nee
también solía decir: ¿Has pedido perdón recientemente? Medía la sensibilidad
al Espíritu por la disponibilidad al perdón.
Dios nos ama como hijos, y todos nuestros pecados no son un obstáculo a su
amor. Pero ese amor no puede llegar a nosotros si nos cerramos a Él por la
falta de perdón. Jesús termina la parábola de los deudores en Mt 18,23 con
estas palabras: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no
perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano”.
San Pablo insiste repetidas veces: “Habéis sido llamados a la libertad; sólo
que no toméis de esa libertad pretexto para la carne, antes al contrario servíos
por amor los unos a los otros”. (Ga 5.13).
Cada día son más numerosos los casos de personas afectadas por problemas
psíquicos o morales que les impiden llegar al amor a Dios, a los demás y a sí
mismos como Jesús nos exige.
Nuestra respuesta suele ser que tengan fe y esperanza, que sigan luchando.
Pero bastantes han perdido la fe y la esperanza, y han renunciado a toda lucha.
A veces les enviamos a un buen psiquiatra y hacemos bien en ello, pues Dios
también quiere curar a través de los hombres y de la medicina, pero el
psiquiatra es caro y suele tener una sobrecarga de pacientes. Personalmente,
como sacerdote, me he sentido ineficaz en muchos de estos casos. Entonces
me ha asaltado la idea de San Pablo: “No hago el bien que quiero, sino que
obro el mal que no quiero ... advierto otra ley en mis miembros que lucha
contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis
miembros”. (Rm 7, 19 Y 23).
Estoy personalmente convencido que Jesús quiere curar también toda clase de
problemas psíquicos y emocionales que podamos padecer. Digo «quiere",
porque seguramente el lector no dudará de su poder para sanarlos. Es
importante persuadimos de su deseo de hacerla: “Venid a mí todos los que
estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso” (Mt 11,28). Y que de
nosotros, sus sarmientos que llevan la misma vida y el poder de su Espíritu,
pide una cooperación. Si es verdad que sin Él no podemos nada, es también
cierto que con Él lo podemos todo: “El que crea en mí, hará él también las
obras que yo hago, y hará mayores aún" (J 13.12). Hay que tomar en serio esta
palabra del Señor.
Orar por una curación interior no es más que pedir al Señor que haga presente
el pasado de esta persona y que cure las heridas que causaron y siguen
causando su problema y que llene con su amor el vacío que estas heridas han
dejado.
No es cuestión de fe en sí mismo, sino de una gran fe en Jesús, esa fe que
adquirimos recordando sus palabras y promesas, y de un gran amor compasivo
al hermano por el que oramos.
El que ora ponga una gran fe en Jesús, ternura y compasión ante el hermano,
paciencia, saber escuchar, discreción, sentido común. Hace falta disponer de
tiempo. Esta oración puede hacerse, bien dentro del marco de la reconciliación
personal, o bien acompañada de otras personas con cierta iniciación en la
plegaria de curación.
Conviene buscar la raíz del problema: cuándo empezó, cómo, qué recuerda de
la niñez, si fue rechazado o herido por alguien o por algo. Si el paciente no lo
recuerda, se pide al Señor que traiga a su memoria los momentos dolorosos
del pasado y que cure las heridas. Es importante ayudar a la persona a
imaginar su pasado como presente y pedir a Jesús que lo que falló en el
pasado de nuestro hermano lo supla ahora con el Amor del Padre.
A medida que el problema se va revelando hay que pedir al Señor que llene el
hueco con su paz y amor, quitando los malos efectos de la herida.
Uno de los líderes más calificados de la R.C. en los medios luteranos, Larry
Christenson, ha escrito con acierto:
¿Tiene algo que dar a la Iglesia y ésta tiene algo que recibir?
Hay que evitar el considerar a la Iglesia como una realidad en sí misma aparte
del pueblo de Dios que somos nosotros. La Iglesia somos nosotros: la
renovación debe penetrar en cada uno de nosotros en cuanto que somos
miembros de nuestra comunión eclesial.
Hoy, y más aun mañana, será cristiano aquel que como adulto haya
reencontrado a Jesucristo y se haya adherido a su misterio de salvación con
pleno conocimiento de causa.
Esto supondrá una iniciación adecuada de nuevo tipo, una nueva toma de
conciencia del compromiso bautismal, iniciación que deberá hacerse en
distintos momentos de la vida según el avance espiritual de cada uno.
Seguir bautizando a los niños es algo vital, es una tradición bien establecida y
plenamente válida, pero también es esencial que en adelante haya lugar para
un nuevo descubrimiento de Jesucristo y para asumir voluntariamente los
compromisos hechos en nombre del niño. En una palabra: hay que dar paso a
un catecumenado para bautizados y confirmados.
Bajo una forma u otra, sea cual fuere la pedagogía que se adopte, el cristiano,
si ha de vivir como tal, debe rehacer el camino que a los carismáticos se invita
a seguir bajo el nombre de “life in the Spirit Seminar” (Seminario de la vida
en el Espíritu).
Y en forma parecida:
El discurso de Pedro en Jerusalén ofrece algunas pistas para llegar a una mejor
comprensión de los mismos:
Había empezado yo a hablar cuando cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como
al principio había caído sobre nosotros. Me acordé entonces de aquellas
palabras que dijo el Señor: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis
bautizados con el Espíritu Santo...” (Hch 11,15-16).
Para el cristiano es la garantía de una esperanza que “no falla porque el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
nos ha sido dado”. (Rm 5,5). Como prenda y garantía de todo lo que
esperamos “nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones”. (2 Co 1.21;
5.5).
No hay pasaje en el Nuevo Testamento que nos dé pie para pensar en una
auténtica iniciación cristiana sin el Espíritu: “en un solo Espíritu hemos sido
todos bautizados... y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12,13).
7) A la vista de estos datos podemos apreciar la diferencia de perspectiva
entre los cristianos primitivos y nosotros.
EL BAUTISMO EN El ESPIRITU,
MANIFESTAClÓN DEL PODER DE DIOS.
Por PEDRO FERNANDEZ
La R.C. es, por consiguiente, una llamada a dar más plenitud a la esperanza y
confianza del cristiano en el poder de Dios, mediante la apertura y
disponibilidad a los dones y carismas del Señor. El “bautismo del Espíritu” es,
así, un gran enriquecimiento para nosotros, en cuanto supone la experiencia
personal y la manifestación del poder de Dios, contenidos reales concedidos
por el sacramento del bautismo. Con otras palabras, el bautismo en el Espíritu
nos manifiesta las maravillas encerradas en la realidad del sacramento del
bautismo.
Para todo el que aspira a esta gracia no plantea más que una pregunta: ¿estoy
verdaderamente dispuesto a abrirme a la gracia del Espíritu Santo? Esta
pregunta puede ser una interpelación para toda una comunidad o para la
Iglesia entera.
El Bautismo en el Espíritu no es una experiencia nueva. Tratándose de una
efusión del Espíritu del Señor sobro el cristiano, es algo que siempre ha
ocurrido a lo largo de la historia, principalmente en la vida de los santos,
coincidiendo con su primera o segunda conversión. Por la descripción de esta
experiencia que algunos han dejado en sus escritos, vemos que para ellos fue
la base de una vida de oración y testimonio.
Para algunos fue como una sorpresa que un día les vino del cielo, para otros
fue la respuesta de la gracia a sus ardientes deseos de darse al Señor. Para
nosotros hoy día es una gracia que tenemos a nuestro alcance. ¿Qué es lo que
se requiere de nuestra parte?
Cuando el alma busca a Dios como busca la cierva los corrientes de agua,
cuando “tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo”, (Sal 42,3) y responde con
fe a la invitación del Señor “si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea
en mi” (Jn 7,37), entonces experimenta los “ríos de agua viva”.
?Esto supuesto, hay que encarecer a los que desean recibir el bautismo en el
Espíritu unas actitudes que siempre serán la base de la vida cristiana:
b) Alma de niño y de pobre: sentirse pobre ante Dios y ante los hermanos,
desembarazado de la propia autosuficiencia, como un mendigo, como pecador
perdonado; sólo entonces es posible recibir el reino de Dios como niño y
entrar en él (Mc 10,15).
La Palabra de Dios nos dice tanto de la ternura de Dios para los que en Él
confían, de la eterna misericordia de Dios, que parece inexplicable que tantos
cristianos no lleguen a una actitud de confianza y abandono en el Amor que el
Señor nos tiene del que “ni la muerte ni la vida... ni otra criatura alguna podrá
separarnos”. (Rm 8,38-39).
El SEMINARIO DE LAS SIETE SEMANAS
Respecto a la instrucción que hay que dar antes del Bautismo en el Espíritu, se
sigue comúnmente el plan de las siete semanas. En España se utiliza el manual
de Estados? Unidos, el de Latinoamérica o el de Bélgica. Todos coinciden con
ciertas acomodaciones a distintas áreas geográficas. Quizá pronto podamos
preparar uno para los grupos de España.
Durante estas siete semanas, demos, sí, toda la iniciación e instrucción posible
y que tomen parte en este ministerio todos los catequistas del grupo en
distintos días para conseguir una mayor riqueza. Presentemos siempre la R.C.
como “una corriente de gracia que pasa y que conduce a vivir una tensión
mayor y consciente de la dimensión carismática inherente a la Iglesia”
(Suenens), sin caer en el elitismo. Pero tengamos siempre puesta la mirada,
más que en los conocimientos que se transmiten, en el clima espiritual y en las
actitudes que hay que conseguir en aquellos que se preparan.
Sea siempre dentro del grupo, de forma que sea toda la comunidad la que ore,
“porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados para no formar más
que un cuerpo”. (1 Co 12,13). He aquí la fuerza de esta oración: “donde están
dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).
Supuestas las actitudes a que antes hemos hecho referencia, la fe y unción de
los que oran por el hermano obtienen el cumplimiento de las palabras de
Jesús: “... ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo
piden!” (Lc 10,13).
Algunos siguen cierto esquema: el que desea recibir la efusión del Espíritu
expresa primero su fe en Jesús, manifiesta después el arrepentimiento y el
rechazo de sus pecados, perdonando las ofensas, y pide al Señor que le llene
de su Espíritu: entonces un grupo de hermanos imponiendo sobre él las manos
hacen una invocación, dirigida al Padre, o al Señor Jesús Resucitado, pidiendo
en nombre de su Palabra que envíe abundantemente el Don de su Espíritu
sobre este hermano, tal como lo prometió. Hay que expresar también la acción
de gracias, porque si Jesús lo ha prometido, Jesús se ha comprometido y ahora
cumple su palabra.
Se ore o se cante en lenguas, y también empiece el que recibe la efusión, pero
si le resulta muy dificultoso no se le fuerce. Quizás algún hermano tenga una
palabra de sabiduría de profecía para él.
Las personas menos estructuradas mentalmente y más simples son las que más
fácilmente sentirán la necesidad de orar en lenguas y durante largo tiempo.
Hacerla ahora, si, pero en los días sucesivos no caer en la tentación de
aferrarse al don de la oración buscando por sí mismo o al intento de suscitar
nuevamente aquel fruto sensible.
Habrá otras personas que dirán no haber experimentado nada en la efusión del
Espíritu. La explicación de esto puede ser muy diversa, dejando siempre a
salvo los caminos incomprensibles de Dios y su modo de actuar en nosotros
de una forma imperceptible. Hay que mantenerse en la fe de que el Señor
cumple siempre su palabra y esperar. En estos casos casi siempre se inicia una
transformación lenta y progresiva que quizá no se interrumpa más.
Esta “luna de miel” espiritual puede durar más o menos según la situación
espiritual de cada uno, pero han de venir días de desierto, de aridez y
tentación. Jesús fue tentado en el desierto después de su Bautismo en el que
hubo una manifestación tan profunda de la presencia del Espíritu.
No Importan las dificultades e Incluso los retrocesos momentáneos con tal que
la resultante final sea de progreso. El Señor será el que más haga por nuestra
renovación y transformación.
Nos explica San Lucas: todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron
a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. (Act 2,4).
Se trata de la gran explosión carismática: un canto espontáneo de todos los
discípulos impulsados por el Espíritu Santo. Todos cantaban “las maravillas
de Dios" (2,11). Un canto de alabanza.
Algunos autores piensan que fue una oración o un canto colectivo. Los
peregrinos de Jerusalén, a pesar de sus diversas procedencias, entienden todos
que aquellos hombres están alabando a Dios, que el Espíritu Santo prometido
se ha derramado sobre los hombres. No se trata de un entender palabras
(algunos decían que estaban borrachos, y de un borracho no hay mucho qué
entender), sino de entender el acontecimiento: se ha cumplido la promesa de
Jesús de enviar su Espíritu.
San Pablo oraba mucho de esta forma (“hablo en lenguas más que todos
vosotros”. 14,18) y deseaba que todos orasen así (14.4). Pero no quería que se
le diese una importancia excesiva: las oraciones comunitarias no pueden estar
hechas sólo de oración en lenguas (et. 14.15): hay que tener mucha prudencia
y abstenerse cuando hay personas a las que puede chocar (cf. 14,23); lo que
construye la comunidad es sobre todo la oración inteligible, la profecía, la
enseñanza, el amor (cf. 13,1; 14.4. 17•19).
En las reuniones de oración hay momentos en que la oración se hace más viva
y no bastan las palabras para expresar la alabanza o la necesidad, y sobre todo
para expresarla comunitariamente. Es en estos momentos en que suavemente,
casi silenciosamente, algunos empiezan a orar en lenguas, pasando poco a
poco al canto. El murmullo se va unificando, como "els castellers” construyen
una torre humana. Cada uno, espontáneamente, va ocupando su lugar dentro
de esta armonía improvisada. Es el amor que va uniendo las voces: el
discernimiento de las necesidades de los hermanos, el no querer dominarlos,
el animarlos, el saber esperarlos, el saber seguirlos...
ALGUNAS DIFICULTADES
A veces alguno dice: “tengo miedo de que mi oración en lenguas sea algo que
me hago yo mismo” Cuando cantamos en lenguas somos nosotros quienes
cantamos y es natural que sea algo que hacemos nosotros. La oración en
lenguas no es una fuerza que actúa contra nuestra voluntad o un gran impulso.
Lo importante es que con el canto espontáneo uno ore y alabe al Señor.
Es una costumbre muy desaconsejable el pedir para otro este don con
demasiada insistencia o bien invitándole a imitar los propios sonidos. Todo
don del Espíritu debe recibirse en un ambiente de libertad y de gratuidad. Si el
hermano se siente forzado, no podrá orar por mucho tiempo con libertad.
CONCLUSION
Concluyamos con una larga cita de las orientaciones teológicas y pastorales
del Coloquio de Malinas (21-26 mayo 1974): “no se puede entender
correctamente el significado del carisma de lenguas si se lo aparta del
contexto de oración. El “hablar en lenguas» permite a quienes lo hacen el orar
a un nivel más profundo. Este don debe comprenderse, pues, como una
manifestación del Espíritu en un don de oración. Si algunas personas aprecian
este carisma es porque aspiran a orar mejor. Y esto es lo que les permite el
carisma de lenguas. Su función se ejerce principalmente en la oración privada.
La posibilidad de orar de una forma pre-conceptual, no-objetiva, tiene un gran
valor para la vida espiritual: permite expresar de una forma pre-conceptual lo
que no puede expresarse conceptualmente. La oración en lenguas es con
respecto a la oración normal, lo que una pintura abstracta, no figurativa, es
con respecto a la pintura ordinaria. La oración en lenguas pone en acción una
forma de inteligencia capaz hasta para los niños. Bajo la acción del Espíritu, el
creyente ora libremente sin expresiones conceptuales. Es una forma de
oración entre otras. Pero la oración en lenguas pone en acción a toda la
persona y, por lo tanto, también sus sentimientos. Pero no está unida, sin
embargo, a una excitación emocional”.
Los efectos más inmediatos que se pueden observar son un gran amor a la
persona de Jesús, paz profunda y duradera, alegría que brota de lo íntimo del
corazón. Los mismos efectos que hallamos en el Libro de los Hechos:
“tomaban el alimento con alegría de corazón y alababan a Dios”. (2,46).
Pablo opone aquí el concepto “fruto del Espíritu” a las “obras de la carne”. Es
la vía superior de que habla en la primera carta a los Corintios y que define
con la palabra “caridad”. El amor fraternal deriva del amor divino derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5.5). En
el Nuevo Testamento las palabras “amor” y “Espíritu” dicen la misma cosa. El
Espíritu de Dios es amor y creador de amor. Inspirados por este amor, los
carismas contribuyen eficazmente a la edificación y crecimiento del Cuerpo
de Cristo.
Este hombre, nacido del Espíritu para gozar una vida nueva:
Si la vida nueva del Espíritu así nos hace en relación con Dios,
necesariamente tenía que crear también dimensiones nuevas en relación con
los hombres. En efecto, desaparecen las barreras que los hombres han
establecido y que son elemento de discordia o división, como son las
distancias de raza, cultura, religión, clase social, para dar paso a una unidad
que es restauración de la unidad primitiva de la creación, “donde no hay
griego y judío; circuncisión e incircuncisión... sino que Cristo es todo y en “.
(Col 3,11). Esta unidad tan sólo es posible por la fuerza del Espíritu.
Esta novedad del Espíritu, que empieza ya aquí ahora al «ser derramado sobre
toda carne”, llegará a tener un día una culminación asombrosa con la
manifestación plena del Espíritu en toda la creación, llamada también a
“participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21). Entonces se
cumplirá la palabra: “Mira que hago un mundo nuevo” (Ap 21,5) Y aparecerá
«un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1 y 2 Pe 3,13).
Y es que esta es la realidad: "el que está en Cristo es una nueva creación; pasó
lo viejo, todo es nuevo” (2 Co 5,17).
El COMPROMISO DE LA
RENOVACIÓN CARISMÁTICA.
Esta exigencia es ya don y gracia del Señor que nos ha querido llamar a la
Renovación para colmarnos de vida y gozo y para que nosotros podamos
transmitir esto mismo a otros hermanos.
UN NUEVO PENTECOSTES
El año 1959 el Papa Juan XXIII invita a todos los católicos a que hagan la
siguiente invocación al Espíritu Santo: renueva tus maravillas en nuestros días
como en un nuevo Pentecostés. Esta oración profética del Papa había sido
precedida por la inspiración de convocar un concilio.
Para unos sus decretos se están aplicando muy lentamente, para otros los
cambios se realizan con demasiada precipitación, sin suficiente preparación.
El Concilio era el principio de la Renovación, el principio del Pentecostés. Al
concluir la gran Asamblea, el 8 dc diciembre de 1965, quedaban toneladas de
papel escrito, una colección de decretos y muchas esperanzas. Teníamos la
palabra, necesitábamos el Espíritu que nos la hiciera comprender y posibilitara
esta renovación.
ESPERANZA DE LA IGLESIA
Debe ser una renovación: volver a abrir los labios cerrados a la oración y
abrirlos al canto, a la alegría, al himno, al testimonio. Será una gran suerte
para nuestro tiempo que haya una generación que grite al mundo las glorias,
las grandezas de Dios en Pentecostés.
Que el Señor nos conceda realmente entrar en esta renovación. Que no sea un
nombre, sino una realidad. Y sepamos desaparecer, para que no existan sólo
unos grupitos de oración, sino que todas las parroquias, las congregaciones
religiosas, las familias, los movimientos, en una palabra: toda la Iglesia reciba
el don de una renovación en el Espíritu.
LA R.C. EN LA VIDA PERSONAL DEL
CRISTIANO:
MADUREZ DE LA FE
La acción del Espíritu siempre es algo dinámico, que purifica, libera, ilumina
y transforma.
BUSCANDO EL CENTRO DE LA FE
Creo que la R.C., por esta presencia y actuación del “Espíritu de la verdad que
os guiará hasta la verdad completa...” ¬(Jo 16.13), nos centra en unos puntos
muy concretos de la fe. Serán las palabras del N.T. el mejor modo de
expresarlo:
EN EL MISTERIO TRINITARIO
«Conocer el amor de Cristo que excede todo conocimiento para que os vayáis
llenando hasta la total plenitud de Dios- (Ef 3,19);
c) El Espíritu Santo:
“En Él... sellados con el Espíritu Santo de la Promesa ... para alabanza de su
gloria” (Ef 1,13-14);
_ “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para
siempre- (Jo 14,16).
Pero por otra parte para muchos resulta muy difícil, porque con esfuerzos a
veces titánicos y no poco de autosuficiencia, fiados en la propia fuerza y en
los recursos puramente humanos, pretenden llegar a Aquél a quien nadie
puede llegar “si el Padre que me ha enviado no le atrae” (Jo 6.44).
Lo que mejor define la verdadera actitud del cristiano ante Dios es la alabanza
al Señor en todo momento y circunstancia. Es algo muy espontáneo motivado
por la presencia de Dios en la propia vida, presencia en forma de amor que lo
llena todo. Ante semejan1e experiencia hay una admiración y un gozo
exultante por lo que Dios es en sí mismo y hace en nosotros y un dejarse
acoger y abandonarse en su providencia.
Esta alabanza más que en las palabras consiste en una actitud de afecto, de
respuesta y de entrega al Padre.
La experiencia del Espíritu, si bien puede ser individual, tiene una fuerza
especial en el seno de la comunidad. Cuando un conjunto de hermanos
experimenta la acción del Espíritu aparece en toda su profundidad la
comunidad cristiana.
Todos han de ser testigos de la presencia del Reino. Todos han de vivir en
actitud de servicio, y del servicio específico para el que sean llamados. Este
servicio puede ser multiforme, bien sea en una parcela silenciosa y anónima,
bien sea en el campo social y político.
LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA Y EL
COMPROMISO SOCIO-POLÍTICO.
UN EQUIVOCO
El mundo en que nos movemos está lleno de injusticias, unas injusticias que
no están sólo en el egoísmo personal, sino cristalizadas en las mismas
estructuras sociales, en las leyes, en la historia. Hablando en lenguaje cristiano
diremos que estamos inmersos en un mundo de pecado, el pecado del mundo
nos rodea y nos llena. Nuestra fe en Jesucristo que quita el pecado, que salva
del pecado, ha de llevar la liberación a todos los campos de nuestra vida.
a) Confundir lo que falta por hacer con lo que yo he de hacer. No basta con ser
conscientes de una injusticia, hay que saber discernir la aportación que el
Señor quiere que cada uno realice para hacer desaparecer esta injusticia. Sin
este discernimiento es muy fácil dejar la propia misión sin cumplir e intentar
mal cumplir una misión que no es la nuestra. Esta conciencia del impulso del
Espíritu Santo es el centro del enfoque carismático de los problemas sociales.
Jesús dijo: la Verdad os hará libres (Jn 8.32). El camino de la verdad parece a
veces oscuro, a veces radical, a veces lento, pero es el único que nos llevará
realmente a la libertad.
Mantener el grupo de oración como Iglesia, es decir, como presencia del amor
salvador de Dios parece impedir la existencia de un compromiso político por
parte del grupo en cuanto tal. El compromiso político del Grupo, aunque a
primera vista pueda parecer más “concreto”, más “eficaz”, no hace sino
reducir al grupo en su potencial salvífico. Una comunidad cristiana es algo
muy importante, motor de muchas acciones. Dentro de una comunidad caben
muchas acciones concretas, muchas asociaciones concretas, no podemos
empequeñecer el compromiso cristiano.
Recogemos estos dos testimonios concretos que nos ofrece Mons. Carlos
Talavera (cl. “New Covenant”, agosto 1976, pp. 4-8):
Una situación similar ocurrió entre las personas que viven junto al basurero de
ciudad Juárez y se ganan la vida escarbando entre los desperdicios buscando
materiales que se puedan vender. Aunque desde hacía algún tiempo había allí
un grupo de asistentes sociales muy activos, no se notó ninguna consecuencia
hasta que algunos asistentes no entregaron totalmente sus vidas al Señor. Este
cambio en la manera de ver las cosas los hizo mucho más efectivos y ayudó a
poner en acción otros cambios sorprendentes.
En 1972, el grupo de oración decidió compartir una comida de fiesta con las
personas más pobres que conocían: las personas que vivían en el basurero
resolvieron sus diferencias y vencieron viejas divisiones, volvieron a tener
sentido de su dignidad personal, sus hijos fueron curados de muchas
enfermedades. Y. una vez más, el Señor mostró su misericordia y su poder: el
gobernador entregó los ingresos del basurero de la ciudad a las personas que
vivían allí.
Estoy convencido de que el Señor quiere usar a los más pobres para
enseñarnos cómo vivir más completamente en Él.”
Y aun puede ser peor si por cerrazón, dureza o rebeldía del corazón
rechazamos positivamente la Palabra.
No son pocos los cristianos practicantes y comprometidos que confiesan
abiertamente que la Biblia les dice muy poco y que a la hora de buscar
alimento para el espíritu escogerían cualquier otro libro espiritual.
Pero la sabiduría de Dios nos habla de “la espada del Espíritu que es la
Palabra de Dios”. (Ef 6,17).
Ella sola tiene el poder de despertar eco en los niveles más profundos de
nuestro espíritu, allí donde la semilla cae en tierra buena para dar fruto y
producir (Mt 13,23). Y esto ocurre por la fuerza del Espíritu, es don de Dios:
“Nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo”. (Jo 3,27)
El Espíritu crea una capacidad, una dimensión de tipo infuso o intuitivo para
recibir la Palabra de forma que sea para nosotros “palabra de vida eterna” (Jo
6,68), pues siendo palabra del Espíritu ha de ser palabra de vida. “No es mi
Palabra como el fuego?” (Jr 23,29), nos dice por el profeta.
Que para cada uno de nosotros abrir la Biblia sea experimentar la presencia
del Señor que le habla “a su corazón” (Os 2,6).
APERTURA Y RECEPTIVIDAD
ELEMENTOS EXTERNOS
Para favorecer esta actitud, nos ayudarán ciertos elementos externos que
hemos de tener en cuenta:
- Los textos que se lean han de ser en forma armónica: en cada momento se
lean aquellos que estén en relación con el tema en el que se centra la oración.
No lean textos muy largos, lo cual sería en detrimento de la atención y de la
oración.
ABRIENDO AL AZAR
Abrir la Biblia al azar, como si el texto que nos saliera fuera el mensaje que
Dios nos dirige, hemos de decir que no es la forma de hablarnos Dios.
Tampoco la Biblia es un instrumento de adivinación, ni Dios se somete
porque queramos nosotros a darnos una respuesta ahora mismo a lo que
necesitamos saber.
Sin embargo habrá veces en que queramos hacer una interpretación o una
aplicación de la Palabra leída a una situación concreta.
Si vemos que el Señor nos quiere dar un mensaje aquí y ahora a través de su
Palabra, la aplicación de la Palabra de Dios es vida que Él da para sus hijos, y
el Espíritu de Dios nunca se contradice, sino que siempre edifica, orienta,
consuela, ilumina y fortalece.
TESTIMONIO:
Hace unos años antes de vivir en la R.C. creíamos que sabíamos orar.
La Palabra de Dios es Vida que nos desborda, que crea y construye, que nos
remueve interiormente para hacernos más a la medida de Dios. Todo depende
en parte de nuestra disposición, de nuestra atención e interés, del hambre que
tenemos de Dios, de si sabemos cómo María estar sentados a los pies del
Señor y escuchar su Palabra (Lc 10,38-42).
Dios está siempre muy cercano a nosotros, con una presencia que tal vez no
percibimos, porque nuestra fe está a veces tan condicionada por deseos
humanos, temores o distintas preocupaciones.
La palabra de Dios recibida tal como hemos dicho crea siempre una actitud de
fe que llega a acentuar el sentido de la presencia de Dios en nosotros. Decir el
sentido de la presencia de Dios es decir también el sentido del amor que Dios
nos tiene, de la elección eterna por la que el Señor nos está llamando a cada
uno por nuestro propio nombre, el misterioso nombre escrito en la piedrecita
blanca (Ap 2,17), que encierra todo el designio que Dios tiene sobre nosotros.
Podemos acudir a los Salmos cuando nos hallemos en una situación en la que
la Palabra de Dios leída no nos diga mucho. Otras veces podemos tomar frases
sencillas de la Biblia y repetirlas durante varios minutos, al estilo del
Peregrino Ruso: “Señor, si quieres puedes Limpiarme” (Mt 8,2). “Ten piedad
de mí, Señor” (Mt 15,22). “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38).
Es el Espíritu Santo quien nos hará comprender la Biblia. Pero para poder
escucharlo con mayor fidelidad es conveniente que sepamos algo sobre la
forma como está escrita la Biblia.
Si tenemos en cuenta la norma, cada texto hay que entenderlo según el género
literario en que fue escrito evitaremos muchas incomprensiones equivocadas y
muchas discusiones inútiles. Nos referimos muy especialmente a los textos
sobre la creación del mundo y a los textos sobre el fin del mundo. Si leemos
un texto de forma equivocada, difícilmente el Espíritu Santo podrá
inspirarnos. Abramos las puertas al Espíritu leyendo los textos según fueron
escritos.
08 - EL SOMETIMIENTO Y OTROS.
EL SOMETIMIENTO
El sometimiento es algo que cada vez se considera de la mayor importancia en
la R.C.
Es una consecuencia de la comunión que tiene que haber entre todos y a todos
los niveles. Si se rompe o deteriora la comunión, la Renovación empieza a
perder fuerza, porque la comunión es el paso de la corriente del Espíritu de
unos a otros.
Más en concreto, dentro de la R.C. hemos de tener muy en cuenta que nadie
puede trabajar y actuar en forma independiente sin contar con los demás. No
puede haber dirigentes ni líderes independientes. Porque el Espíritu del Señor
siempre lleva a la unión, a la comunión. Nunca es anárquico, ni actúa en
dispersión de fuerzas, ni desune.
Para ello hace falta humildad, disciplina del espíritu, orden, obediencia, pero
sobre todo fe y amor.
Cuando en una comunidad o en un grupo hay uno entre el equipo de dirigentes
que tiene la máxima responsabilidad, éste deberá someterse, no a uno, como
los demás dirigentes, sino a dos hermanos.
Empecemos, sobre todo los dirigentes, que son los que tienen encomendado el
ministerio de la unidad y de la comunión.
El Señor nos ha llamado a esto como lo primero y lo más urgente para cada
uno.
Pero sin duda que, o ha empezado ya, o empezará muy pronto a proponernos
metas más altas y a hablarnos de muchos modos para hacernos comprender
que aún quiere algo más de nosotros y que tiene unos planes muy concretos.
Esta es una de las primeras exigencias para caminar y crecer en la vida del
Espíritu. Los que se muestran inestables, los que cambian por cualquier
motivo, los que ante un acontecimiento episódico se retiran, demuestran que
no saben apreciar lo que el Señor les ha dado a través de la Renovación y que
si les puso en este camino, no es para que lo abandonen fácilmente. Quizá
pierdan la última oportunidad que tuvieron en su vida.
A todos nos llama a ejercer los dones que Él quiera comunicarnos para la obra
maravillosa y apasionante de la construcción de su Cuerpo. Cada hermano
tiene que preguntarse: ¿qué misión puedo yo desempeñar en mi grupo?
¿Cómo puedo yo ejercer el servicio a los demás? ¿Para qué me llama el
Señor?
No sólo los dirigentes sino todos los miembros del grupo, hemos de estar
siempre muy atentos para discernir cuánto y cómo el Señor nos pide dar un
paso más adelante.
Y cuando veamos que es llegado el momento, hay que darlo con decisión.
Algunos quedarán donde estaban. No Importa. Quizá al cabo de uno o varios
meses puedan ya sumarse ellos también.
Pero siempre serán una invitación y un ejemplo estimulante para todos los
demás hermanos del grupo.
En cada compromiso que hagamos el Señor nos llenará aún más de su amor y
de los dones del Espíritu y podrá hacer aún más cosas con nosotros.
Estemos atentos a todo lo que el Señor nos pida.
En cierto modo esto es una cosa buena. Tales personas pueden encontrar al
Señor y hasta tener una experiencia de su poder salvífico y de sanación.
Pero pueden surgir dificultades. Hay quien espera recibir del grupo una
constante ayuda y seguridad emocional. Hay personas que insistentemente
piden ayuda y llegan a convertirse en el centro de atención de los ministerios
del grupo. Si el grupo no cuenta con los medios suficientes para poder ofrecer
esta clase de ayuda, su fuerza disminuye, y quedará sin realizar el servicio de
que es capaz y los que tienen verdaderos problemas no podrán beneficiarse.
Puede ocurrir también que los que están dominados por estos problemas se
vuelvan más cerrados e inabordables. Después de haber recibido el bautismo
en el Espíritu Santo se aferran al convencimiento de que su conducta anormal
es obediencia a una guía especial del Espíritu Santo. El problema queda así
“canonizado” y en cierta manera intocable.
Cuanto antes adviertan los dirigentes que tal persona tiene serios problemas,
antes podrán decidir que hay que hacer para el mayor bien de aquella persona
y de todo el grupo.
Una mujer, por ejemplo, que pertenecía a nuestro grupo, presentaba síntomas
que nos ayudó a descubrir sus problemas. Sufría frecuentes altibajos, períodos
de euforia y generosidad, “quiero dar toda mi vida al Señor”, alternando con
tiempos de ira y depresión. Esta inestabilidad emocional creaba problemas en
la forma cómo se relacionaba con los demás: resentimientos, quejas de no ser
amada, inconstancia en su trabajo.
Algunos miembros del grupo de oración, sobre todo los más nuevos, estarían
dispuestos a ayudar a las personas con serios problemas, pero con frecuencia
no reconocen que ellos no están preparados para esto. Cuando nos
encontramos con alguien verdaderamente necesitado, es difícil aceptar nuestra
propia limitación. Pero hemos de entender que no somos nosotros ni tampoco
el grupo de oración quien salva: solamente salva Jesús. Nosotros quizá seamos
una parte del proceso. La mayoría de los grupos no son más que una parte
muy limitada del proceso de curación. Tal vez este proceso deba ser
completado en un ambiente más amplio o quizá haya que enviar a la persona
enferma a un consejero profesional
4. Aceptar ayudar a personas con serios problemas tan solo sobre la base de
un acuerdo claro.
Primero: Los dirigentes deben discernir entre ellos qué es lo que necesita la
persona y qué es lo que puede hacer el grupo para ayudarla. Tienen que
definir el objetivo y los medios.
Segundo: Deben hacer saber a la persona los problemas que ellos ven, y
preguntarle si quiere aceptar la ayuda. En caso de que no quiera, no se puede
hacer nada.
UN MINIMO DE PRUDENCIA
Si los problemas en la reunión del grupo son causados no por los nuevos que
vienen sino por alguien que asiste ocasional o regularmente, los dirigentes
deberán hablar con esta persona sobre su participación en el grupo. Podría ser
conveniente pedir a la persona que no hablara en las reuniones o que se limite
a hacer tan sólo aquello que contribuya a la edificación de los demás
miembros del grupo.
Si los problemas en la reunión del grupo son causados no por los nuevos que
vienen sino por alguien que asiste ocasional o regularmente. Los dirigentes
deberán hablar con esta persona sobre su participación en el grupo. Podría ser
conveniente pedir a la persona que no hablara en las reuniones o que se limite
a hacer tan sólo aquello que contribuya a la edificación de los demás
miembros del grupo.
Si los problemas en la reunión del grupo son causados no por los nuevos que
vienen sino por alguien que asiste ocasional o regularmente. Los dirigentes
deberán hablar con esta persona sobre su participación en el grupo. Podría ser
conveniente pedir a la persona que no hablara en las reuniones o que se limite
a hacer tan sólo aquello que contribuya a la edificación de los demás
miembros del grupo.
SI VIVIMOS
PARA EL SEÑOR VIVIMOS;
SI MORIMOS, PARA EL SEÑOR MORIMOS (Rm.14,8)
Para comprender el valor espiritual de la oración en lenguas hay que partir del
hombre interior, que aquí es la persona animada por el Espíritu Santo. He aquí
el manantial de este lenguaje y de este canto.
Desde este punto de vista, la oración en lenguas o glosolalía, puede
considerarse como la expresión externa de un clima interior de oración,
principalmente de oración de alabanza, que reina en lo más profundo del ser
animado por el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo no viene a reemplazar a nuestro espíritu para orar, sino que
se une a nuestro espíritu.
San Irineo de Lyón escribió que el hombre espiritual está constituido por la
unión íntima del cuerpo, del alma y del Espíritu Santo (Adversus Haereses, V,
9,1).
Si el Espíritu Santo orara en nosotros, sin nosotros, incluso con sonidos
emitidos por nuestros labios y garganta, esta oración sería para nosotros poco
menos que inútil, como las palabras que Yahvé puso en la boca de la burra de
Balaam (Nm 22.28). Si así entendiéramos la oración en lenguas estaríamos
vaciándola de toda su riqueza espiritual para edificar el hombre interior.
No es así. Sino que el orar y cantar en lenguas brota del manantial profundo
que es la persona animada por el Espíritu. Sus palabras y su canto son, de un
modo inseparable, suyos y del Espíritu Santo: es orar y cantar en el Espíritu.
Más que sustituirnos para entrar en relación de amor con el Padre, el Espíritu
del Hijo se acomoda a nuestra persona de tal modo que ésta llega a ser en el
Espíritu una participación única e irremplazable del Hijo en su relación de
amor con el Padre (Rm 8,14-17). Para el Padre, cada persona es en el Hijo
como “una flor única entre millones y millones de estrellas”. (Saint Exupéry).
Y por tanto su canto es totalmente personal e inexpresable. Es el “nombre
nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe “ (Ap 2,17).
”Y salió una voz que decía: "Alabad a nuestro Dios todos sus siervos y los que
le teméis, pequeños y grandes". Y oí el ruido de muchedumbre inmensa y
como el ruido de muchas aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían:
"¡Aleluya!". (Ap. 19,5•6).
- Una objeción:
09 - LA COMUNIDAD
LA COMUNIDAD
DEL GRUPO DE ORACION A LA COMUNIDAD ¿POR QUE Y
PARA QUE?
Las primeras comunidades surgieron sin que nadie les hablara de comunidad,
ni tuvieran la menor idea de lo que era una comunidad. Fue una creación
original del Espíritu de Pentecostés que hizo así que “todos los creyentes
vivieran unidos y lo tuvieran todo en común” (Hch 2,44), de forma que
aquella multitud “no tenía sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32).
Esto llevó a los primeros cristianos a formar la comunidad de Jerusalén y
después otras, Antioquia, Éfeso, Corinto, Roma, etc.
En el Pentecostés permanente de la Iglesia, y a lo largo de toda su historia a
través de los siglos, este mismo Espíritu siempre ha estado haciendo sentir la
necesidad de la comunidad en todos aquellos que se abrieron totalmente a la
acción del Señor. Tal es el ejemplo de los grandes reformadores y fundadores.
Su meta y aspiraciones son: para los que la forman: una mayor entrega al
Señor, ofreciéndole y consagrándole las propias vidas para estar más
disponibles para Él y para su Reino, y una forma de entender y practicar el
amor y el servicio a los demás como expresión del Amor que el Señor
derrama en nuestros corazones.
Como una consecuencia y algo que se nos “da por añadidura" (Lc 12,31), para
los que están dentro de ella se convierte en el medio y ambiente más adecuado
para un mayor crecimiento y maduración en la vida del Espíritu,
contrarrestando la presión cada día más fuerte de paganismo y corriente
anticristiana en que nos envuelve la sociedad de hoy.
A los que están fuera ofrece un signo visible y convincente de cómo «el Reino
de Dios ya está entre vosotros” (Lc 17,21). Presenta un anticipo de la
Jerusalén celestial y un testimonio de cómo viven y se aman los discípulos de
Jesús, y cómo le pueden hallar cuantos le buscan anhelantes.
En el Libro de los Hechos vemos cómo es el Señor quien actúa: “EI Señor
agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 2,47).
En el funcionamiento y en los momentos importantes de aquellas
comunidades primitivas la acción del Señor era siempre decisiva, como por
ejemplo en la comunidad de Antioquía, a propósito de la misión de Saulo y
Bernabé (Hch 13,2-3).
Aunque a algunos pueda parecer larga esta etapa, más bien que a abreviarla,
hay que tender a alargarla. Hay que respetar la ley del crecimiento y de la
madurez, que exige tiempo.
Durante esta etapa se ha de apreciar la estabilidad y fidelidad de la persona en
sus decisiones, y un compromiso cada vez mayor por el Señor, la apertura,
acogida y adaptación a los demás, progreso en la oración personal, mayor
conocimiento de la palabra de Dios, capacidad de compartir con los demás no
sólo la vida espiritual y las cosas materiales sino hasta las propias debilidades.
Los que empiezan se comprometen ante 'el Señor, redactando de ordinario una
“alianza” en la que se expresa el espíritu y la mística de la comunidad de una
forma más exigente que como se ha estado viviendo anteriormente.
Para que todo marche bien y en previsión de las dudas que puedan surgir, es
preciso que se formule de manera clara y precisa los principales aspectos de la
vida de la comunidad.
Hay que tener en cuenta que no es esencial de la verdadera comunidad el que
todos sus miembros vivan en convivencia doméstica. Cabe la posibilidad de
que algunos vivan en el mismo edificio y otros sigan viviendo en sus propios
hogares. La convivencia no es parte esencial de la comunidad, sino unas
relaciones profundas de hermanos.
Más que la estructura en sí, la cual no se debe minimizar, lo más decisivo para
la vida de la comunidad y a lo que en último término todo se reduce, es el
compromiso personal a que cada miembro ha llegado con el Señor y la
profundidad de vida espiritual que cada uno vive dentro del conjunto de la
comunidad.
¿QUE SE REQUIERE PARA CONSTRUIR UNA
COMUNIDAD?
El proyecto exige madurez, dirección, estructuras pastorales y la gracia
de Dios.
Pero en la comunidad, donde las personas ponen todas sus vidas en común,
estas opciones ya no son algo privado. Afectan al cuerpo local de hermanos y
hermanas; el resultado altera la capacidad del grupo para ser un pueblo que
sirve. En la comunidad las personas deberán decidir sobre cualquiera de estas
cuestiones consultando a su inmediato dirigente pastoral o a los hermanos más
antiguos.
Quizás el factor más importante sea ver si tienen dirigentes. Tiene que haber
alguien, algunas personas que sirvan como de cabeza de la comunidad, que
puedan asumir responsabilidad pastoral sobre el funcionamiento de todo el
grupo y sobre las vidas individuales de cada uno de los miembros. La
dirección de la comunidad requiere personas que no sólo tengan madurez
cristiana y carácter estable, sino que tengan un alto nivel de compromiso para
cuidar de las personas con sentido pastoral.
Los líderes potenciales deben tener dones para ser los cabezas pastorales de la
comunidad. Deben poseer cierta habilidad para dirigir personas. Deben estar
capacitados para enseñar, no una enseñanza necesariamente formal y
especializada, sino para dar enseñanza sobre la vida cristiana y el modo de
relacionarnos con los demás. Deben contar con ciertas cualidades de
discernimiento en cualquier situación y para poder tomar la acción apropiada,
deben ser pacientes pero firmes y que cuenten con la confianza y respeto de
los demás. No quisiera presentar como poco menos que imposibles los que
han de ser los criterios para una adecuada dirección. Pero cuando la Escritura
describe las características que se requieren en la persona que es líder pastoral
de una comunidad, la lista es impresionante. En la comunidad que empieza,
tales dones y características no estarán manifiestamente presentes en los
líderes. Pero los ingredientes básicos sí tienen que aparecer en algunos del
grupo antes de que yo me atreviera a alentar a este grupo a dar el paso hacia
una vida de comunidad totalmente compartida.
P.R. - ¿Qué cambios hay que hacer en el grupo cuando los cristianos
empiezan a formar comunidad?
2. º Tiene que haber mucha claridad sobre quién forma parte de la comunidad
y quién no. La vida de la comunidad supone un compromiso definitivo para
relacionarse unos con otros en forma fraternal durante todo el tiempo, no
precisamente cuando conviene o cuando lo necesitamos. Esto quiere decir que
nos ofrecemos con nuestros hermanos y hermanas a Dios para que Él pueda
unirnos de verdad. Ser miembro de una comunidad es algo muy definido. O
una persona ocupa su lugar en el cuerpo o no lo ocupa.
7:° Finalmente, hay que dar enseñanza de forma regular y progresiva, para
ayudar a los miembros de la comunidad a crecer en madurez y llegar a no
tener más que una sola mente y un solo corazón. Esto se puede dar en diversos
cursos, en reuniones de la comunidad, y utilizando otros medios.
R.M.: - Creo que es de máxima importancia que los líderes se mantengan muy
unidos. Si los líderes aprenden a amar, a ser pacientes, a confiar y trabajar
unos con otros de la mejor manera, entonces quedarán resueltos la mayor
parte de los problemas que han de sufrir los demás que entran a formar parte
de la comunidad.
Los líderes necesitan también asumir el cuidado pastoral unos de otros. Uno
de los mayores problemas en la Iglesia de hoy es éste: ¿quién pastorea a los
pastores? Será de gran utilidad el que los líderes más antiguos asuman la
responsabilidad pastoral de los más jóvenes. Aun cuando el grupo de líderes
esté formado por personas de la misma experiencia y madurez, conviene
introducir relaciones pastorales dentro del conjunto del cuerpo de líderes, de
forma que se cuide de todos.
R.M.: - Nuestra “alianza” empieza por afirmar nuestro deseo común de dar
todas nuestras vidas al Señor como respuesta a su amor e invitación. Después,
tratamos algunos elementos básicos de nuestra vida en común: a) nuestro
compromiso de ser hermanos y hermanas unos de otros, b) asistir
regularmente a las reuniones de la comunidad y a los cursos de enseñanza que
ofrezca, c) observar el orden de nuestra vida en común y el modelo de
dirección que tenemos constituido, d) ayudar a las necesidades materiales y
financieras que tengan la comunidad y sus miembros.
P.R.: - ¿Crees que la comunidad debe permitir que se sume a ella todo
aquel que acepta el compromiso requerido. o debe ejercer algún control
sobre los que quieran Ingresar en ella?
R.M.: - Hay tendencia en las personas que sufren serios problemas a venir a
un grupo de cristianos que se aman. Pera una comunidad no se podrá
desarrollar de forma que pueda emprender un servicio estable de largo alcance
si al principio acepta más de lo que sus miembros puedan abordar en forma
adecuada. Esto impediría al grupo desarrollar las relaciones básicas y la norma
de vida en común que les ayudará a llegar a una mejor situación para poder
atender a las personas que se encuentran con serios problemas.
R.M.: - En el futuro va a ser muy difícil para los cristianos perseverar y crecer
sin la ayuda de hermanos y hermanas que vivan alguna forma de vida
comunitaria. Va a ser difícil mantener un testimonio cristiano estable y
desempeñar la misión de Cristo con poder y gracia si no es en el contexto de
una comunidad cristiana. Creo que en la sociedad está aumentando la presión
anticristiana. Presión en las universidades, en los medios de comunicación, en
los esparcimientos: cada vez se hace más difícil para las personas mantenerse
en una vida cristiana gozosa y confiada fuera de una comunidad. Estoy
convencido que en los años que se avecinan se va a considerar a la
comunidad, no meramente como una opción para los cristianos, sino como
algo que está en la entraña del Evangelio y que es esencial para la vida
cristiana.
Los líderes necesitan sus líderes: “Para coordinar el trabajo de todos los
líderes se debería escoger a aquellos miembros del grupo de líderes que
tengan una mayor madurez y experiencia. Los demás líderes deben apoyarlos
•.
Se trata de algo que Él considera necesario para los hombres de todos los
tiempos.
La Iglesia, si quiere ser fiel a sí misma, ha de tener gran sensibilidad ante las
recomendaciones y actitudes más constantes de su Maestro. No podemos
hacer caso omiso, o relegar aspecto tan importante del ministerio evangélico
al archivo de antigüedades y curiosidades, ni tampoco recortar toda la
salvación que el Señor quiere ofrecernos. Nuestra fidelidad ha de ser al
contenido total de su mensaje.
Por otra parte, allí donde el cristianismo se deja contaminar por el espíritu
materialista, por acomodarse «al mundo presente” (Rm 12,2), pierde su
carácter profético, esfumándose el carisma de la curación. Y, a la inversa,
siempre que se da una renovación profunda del Espíritu, hay una mayor
fidelidad a la Palabra del Señor y una fe más intensa que hacen reaparecer este
poder sanador del Señor.
El Espíritu nos urge, tanto a los Pastores y ministros como a todos los
miembros del Pueblo de Dios, a un regreso genuino al Evangelio y a una
mayor identidad con el Maestro, viviendo, con la sencillez de aquellos por los
que Él alabó al Padre (Lc 10,21-22), la plenitud y potencialidad de la vida del
Espíritu con el que fuimos «sellados» (Ef 1,13).
La teología actual está poniendo cada día más de manifiesto la relación tan
estrecha que guarda la enfermedad con el poder del mal. En ella se
manifiestan el poder de la muerte y las consecuencias nefastas del pecado.
Es como un área donde se mantiene el dominio de los poderes del mal. “La
enfermedad, la muerte y lo que la existencia humana concreta contiene de
autodestrucción, pueden y deben explicarse en todo caso también como
expresión del influjo de las fuerzas demoníacas, incluso cuando procedan de
causas naturales próximas y cuando se les pueda y deba combatir con medios
naturales” (K. RAHNERH. VORGRIMLER, Diccionario Teológico. Herder.
Barcelona, 1966, 568).
Son textos conmovedores y llenos de ternura que nos manifiestan cómo siente
Dios respecto a nuestras enfermedades: “Yo doy la muerte y doy la vida, hiero
yo, y sano yo mismo” (Dt 32.39). “Yo soy Yahvé el que te sana” (Ex 15,26),
“el que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias” (Sal 103.3).
Jesús concede la salud del cuerpo siempre juntamente con la salud del alma, o
hablando con más propiedad: la salud del hombre entero. Esta es la sorpresa
del paralítico curado (Lc 5,18•20) y del enfermo junto a la piscina de Betesda
(Jo 5,14).
Por tanto, para ser curado, lo mismo que para ser perdonado y liberado del
pecado, Jesús exige la fe, que es aceptación plena de su persona, es decir, de
su Palabra y del don que Dios ofrece con su Hijo. Esta fe tiene que esperar,
desear y pedir, a veces insistentemente, hasta ser al menos “fe como un grano
de mostaza” (Lc 17,6). Donde no hay fe, diríamos que Jesús "no puede” curar:
?"Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a
quienes curó imponiéndoles las manos, y se maravilló de su falta de fe” (Mc
6,1-6).
Cuando Jesús transmite esta misma misión a los Apóstoles les da autoridad y
poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a
proclamar el Reino de Dios y a curar... saliendo, pues, recorrían los pueblos,
anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes” (Lc 9,1-6). San
Mateo habla de “poder para curar toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 10,1)
Al enviar a los setenta y dos discípulos les encarga: “Curad los enfermos que
haya en ella (la ciudad), y decidles: el Reino de Dios está cerca de vosotros“
(Lc 10,9).
Todos aquellos que crean verdaderamente en Jesús, que sean sus discípulos,
habrán de realizar las mismas maravillas, y por tanto: “Impondrán las manos
sobre los enfermos y se pondrán bien” (Mc 16.18).
Proclamación y realización del mismo mensaje con los mismos actos de poder
seguirán ocurriendo “por la fe en su nombre”, “la fe dada por su medio” (Hch
3,16). “por el nombre de Jesucristo... a quien Dios resucitó de entre los
muertos” (Hch 4,10).
Cuando se trata de fenómenos públicos o que afectan a una parte del Pueblo
de Dios hay que aceptar el discernimiento de los Pastores. En el ejercicio de
los carismas para edificación de la Iglesia corresponde a ellos, juzgar la
genuina naturaleza de tales carismas y su ordenado ejercicio, no por cierto
para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan
lo que es bueno” (VAT. II, Decrt. Apostolado Seglar, núm. 3).
De cualquier modo que sea, siempre ha habido una intervención del Señor, o
en forma extraordinaria, o a través del proceso ordinario de la medicina y la
cirugía, como respuesta a nuestra oración, y puede decirse que se ha
manifestado el Poder y el Amor del Señor, y para el enfermo ha sido un acto
de salvación.
2) “Yo no necesito esos milagros, me basta con la fe”: se cree que esto era
necesario en los comienzos de la Iglesia, pero no ahora, cuando ya ha pasado
la época de los milagros y la Iglesia no debe poner el acento en ellos.
Hace falta luz del Señor para saber cuándo tenemos que pedir para este
hermano que aleje esta enfermedad o más bien que le dé una muerte feliz.
Alguna enfermedad puede obedecer a un propósito superior: puede servir para
hacernos recapacitar, o para reorientar nuestras vidas en otro sentido. Se trata
del sufrimiento redentor, que suele ser la excepción, pues constituye en si una
llamada o una gracia especial del Señor.
Toda alteración en la armonía y equilibrio del ser humano se aleja del plan
inicial de Dios, va en contra de la creación de la que el hombre salió perfecto
y sano. En la medida en que se aleja de la idea inicial de Dios no contribuye a
alabar a Dios por su creación.
Toda enfermedad, de cualquier tipo que sea, es “la creación entera sometida a
la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la
esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en
la gloriosa libertad de los hijos de Dios... la creación entera gime hasta el
presente... y no sólo ella, también nosotros gemimos en nuestro interior
anhelando el rescate de nuestro cuerpo” (Rm 8,20-23).
Para aquel que ahora recibe la curación no significa ser simplemente curado,
como el que ha superado una operación complicada y peligrosa. Es
experimentar la salvación, la presencia y el amor del Señor. Cualquier
curación de este tipo es una experiencia religiosa profunda, una conversión,
una renovación de toda la vida. Es acto salvador de Jesús, del que brota la
alabanza y la glorificación a Dios, como pasa en todos los casos del
Evangelio.
Creer que Jesús sólo vino a “buscar las almas” o "la salvación del alma” es
una falsa comprensión del mensaje del Evangelio.
Afirmar que lo importante es que el alma esté sana, aunque el cuerpo esté
enfermo, es también otra equivocación, pues de ordinario no es posible lo uno
sin lo otro por la mutua interdependencia que existe entre ambos.
Al mismo tiempo el que ora debe experimentar un gran amor por el enfermo:
no emitir en su interior ningún juicio negativo, no admitir ningún sentimiento
de superioridad, ninguna reserva o rechazo.
A veces a los grupos vienen enfermos que tienen una gran fe en el grupo o en
determinada persona: creen que se curarán simplemente por la oración de
aquellas personas o de aquel hermano. En muchos de estos casos puede
ocurrir que el enfermo tenga más confianza en la oración de quienes oran por
ellos, que en el Amor y el Poder de Jesús. Pero quien cura es Jesús y
solamente Él, no tal orante o tal grupo.
Por esto es importante la fe y la actitud general del enfermo para que el Señor
lo cure. El Evangelio dice: “Y no podía hacer allí ningún milagro...” (Mc 6,5).
Es fundamental la actitud de abandono en las manos del Padre, de confiar
plenamente en Él, querer entregarle toda la vida y agradarle en todo. Esta
actitud comprende por supuesto la fe para ser curado. No hay que insistir
solamente al enfermo en que confíe en que el Señor le curará, sino en que se
abra totalmente al Señor.
ORACION DE ARREPENTIMIENTO
Comenta F. MacNutt: “Yo solía pensar que tales pasajes brincaban de un tema
a otro: en una frase Jesús manda tener fe en la oración; en la siguiente nos
manda perdonar. Pero ahora comprendo la íntima conexión entre ambas ideas.
Es como si el amor divino de salvación, de curación y de perdón no pudiera
fluir hacia nosotros, a menos que estemos preparados a dejarlo venir hacia
nosotros. El amor de Dios no puede estar con nosotros, si nosotros negamos el
perdón y la curación a otros. (pág. 117).
LA CURACION INTERIOR
Todo esto puede ser sometido al poder sanador de Jesús. “Ayer como hoy,
Jesucristo es el mismo, y lo será siempre” (Hb 13,8). Él quiere realizar una
cura espiritual importante que fundamentalmente consiste en: 1) Sanar las
heridas o traumas que aún persisten y que siguen afectando la vida del
paciente; 2) llenar con su amor todos los ámbitos que han permanecido vacíos
durante tanto tiempo.
Para esta clase de sanación hay una forma peculiar de entrevista y oración.
Este ministerio lo puede realizar una persona sola que tenga conocimiento,
discernimiento y dones para ello, o puede ser también un equipo, al que
llamamos grupo de intercesión.
Las personas que forman los grupos de intercesión deben ser cualificadas,
dotadas de algún don del Espíritu, unido al conocimiento de la psicología y de
una gran sensibilidad.
El tiempo dedicado a cada caso puede ser entre media hora y una hora o más,
y de ordinario se requieren varias entrevistas.
En la primera sesión siempre hay que seguir este esquema: a) sacar a la luz las
cosas que nos han herido. b) orar al Señor para que cure las heridas. En las
demás sesiones no hace falta insistir tanto sobre el pasado y sí dedicar más
tiempo a la oración.
Esta clase de oración suele tener una respuesta de parte del Señor muy
perceptible. La curación suele ser más bien progresiva, aunque a veces se
puede dar en una sola sesión o en el momento del bautismo en el Espíritu.
LA CURACION FISICA
Es la más difícil de admitir y la que más puede poner a prueba nuestra fe. Sin
embargo la oración por la curación física es la más sencilla de todas y la más
breve.
Si se trata de curación física no hay que emplear mucho tiempo en discutir los
síntomas.
El Espíritu nos indicará, si estamos atentos a su voz, por quién debemos orar.
Dios quiere que tratemos de averiguar si debemos o no orar por esta persona
concreta. Los experimentados en este ministerio conocen las muchas formas
como Dios orienta sobre el cómo, el cuándo y por quién orar pidiendo
curación.
LA ORACION DE LIBERACIÓN
Hay que distinguir muy bien entre posesión diabólica y opresión diabólica.
La posesión diabólica es bastante rara en nuestro continente europeo y en los
países de larga tradición cristiana. La oración formal de la Iglesia para liberar
a un poseído es el exorcismo. Para ejercer esta clase de oración se requiere el
permiso del Obispo que sólo se da a un sacerdote especialmente cualificado
para este ministerio, por los riesgos y peligros que implica.
Supuesta esta comprensión del contenido básico del mensaje evangélico, hay
que seguir dando enseñanza abundante, iluminando todas las verdades que se
transmiten “entre las que se da un orden o jerarquía, según el diverso nexo que
las relaciona y concreta con el contenido básico del anuncio o kerigma
apostólico” (Comisión Episcopal Española para la doctrina de la fe, La
Comunión eclesial, n:- 43).
Esta mentalidad nueva conlleva “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez.
18,31; 36,26-27) para poder tener “los mismos sentimientos que Cristo» (Flp
2,5; Rm 15,5).
Todo esto es adquirir un modo nuevo de pensar, sentir y amar, una metanoia o
conversión profunda, un cambio en la jerarquía que teníamos de valores y un
abandono del espíritu del mundo y de la carne.
Todos los dones de la mente y del corazón, pero de manera especial “espíritu
de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente” (Ef. 1,17).
Cada grupo debe hacer un esfuerzo por formar a sus maestros, pedir al Señor
los dones que necesitan, desarrollar ciertos programas de enseñanza, recabar
de otros grupos la enseñanza más profunda que ellos no puedan dar,
profundizar constantemente en la Palabra de Dios, ofrecer material de lectura
y grabaciones de charlas.
Los maestros o catequistas han de llenarse cada vez más, anhelar que se
desarrollen en ellos los dones de la sabiduría, de entendimiento y de ciencia, y
en general el carisma de la enseñanza que les capacita para este mismo
ministerio, “Hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros” (2
Tm 2,2), que sepan introducir en la mentalidad y en el sentir de Dios, que no
sólo hablen a la mente sino al corazón, creando las actitudes del Señor que
deben definir la vida del cristiano.
Han de haber captado el mensaje del Señor, pero también deben comunicarlo
con amor, gozo y atracción espiritual.
MINISTERIOS DE LA PALABRA EN EL N. T.
Por LUIS MARTIN
Estos tres ministerios tienen tanta importancia que, por lo que sabemos por
documentos posteriores, se encuentran en las iglesias primitivas, bajo nombres
diferentes, y se les considera indispensables para la vida de la misma Iglesia.
Para comprender la función de los maestros o doctores, que es lo que más nos
interesa en estas páginas, veamos en qué consiste cada uno de estos
ministerios:
APÓSTOLES: Tal como hoy entienden los comentaristas, aquí se trata no del
grupo de los Doce, sino de un grupo mucho más amplio de testigos del
Resucitado. Son misioneros enviados, a veces oficialmente por la comunidad,
a misionar, es decir, a proclamar el primer mensaje de la Buena Nueva. Suelen
viajar de dos en dos, provistos de cartas de recomendación y las comunidades
deben recibirlos, “como al Señor”. Su ministerio es universal o ecuménico, es
decir, sin límite territorial, y su autoridad reside en el testimonio del
Resucitado y en el mensaje que llevan. (El EVANGELISTA tiene la misma
función que el apóstol, pero no es testigo del Resucitado. De este ministerio
sólo se habla a propósito de Felipe (Hch 21.8) y de Timoteo (2 Tm 4.5).
Los ministerios de los profetas y de los maestros son más locales y se realizan
de ordinario dentro de una comunidad determinada, al servicio siempre de la
Palabra de Dios, de la que procede toda su autoridad y la cual es el criterio
para discernirla y valorarla.
Estos tres ministerios se asemejan por sus funciones y pueden ser ejercidos
por las mismas personas. Se diferencian sólo por las competencias que se les
atribuyen, y por títulos distintos: en nombre de una misión recibida de
Jesucristo Resucitado (apóstoles), de una inspiración del Espíritu (profetas), o
de una aptitud adquirida para enseñar (maestros) .
EL MINISTERIO DE LA ENSEÑANZA
El maestro tenía que estar “adherido a la palabra fiel” (Ti 1,9), “alimentado
con las palabras de la fe y de la buena doctrina” (1 Tm 4.6), “si alguno habla,
sean palabras de Dios” (1 P 4.11). Este servicio no era simplemente hablar o
discurrir, sino acoger y transmitir la semilla.
Por tanto, recibir la efusión del Espíritu Santo es tan sólo una parte del largo
proceso de la formación cristiana.
Desde la Iglesia primitiva vienen los cristianos utilizando este proceso para
introducir a los convertidos de una manera plena en la vida cristiana. A pesar
de las diferencias que pueda haber en la forma como lo practican las
diferentes tradiciones cristianas, esta formación incluye por lo general unos
mismos elementos: predicación, enseñanza y sacramentos.
HUYAMOS DE LA IMPROVISACION
El ayudar a otros a entrar en la vida plena del Reino de Dios es cosa que no
podemos hacer así al azar, como salga. No se puede dejar a la improvisación o
a un modo informal de compartir, como quien dice “quizá podamos hablar un
poco de los dones espirituales, o... mejor, dialogar sobre la lectura de la
Biblia”. No, hay cosas concretas y específicas que tienen que darse en la vida
de un cristiano nuevo. Hemos de procurar que sucedan verdaderamente y de
un modo ordenado. Es indispensable cierto orden o estructura; sin esto es
imposible asegurar que se den todos los pasos necesarios.
Y las razones que se aducían eran muy importantes. Así, todo el que estaba en
periodo de rodaje en su vida cristiana o en proceso de iniciación jamás
esperaba que se le pudiera colocar en un puesto de dirección, ni asumir otras
responsabilidades superiores antes de que pasara el tiempo apropiado.
Siempre se atenía al siguiente razonamiento: “Dios está reordenando toda mi
vida y sé que esto me ha de llevar un tiempo. Concentraré todos mis esfuerzos
para que esto se realice y no me preocuparé por ahora de otras cosas”.
Un ciudadano nuevo del Reino de Dios tiene que ser iniciado en la oración
diaria, la lectura de la Escritura, la participación en las reuniones de oración y
la recepción de los sacramentos. Ha de aprender qué significa ser miembro del
Cuerpo de Cristo: y esto es saber compartir la propia vida, el arrepentimiento
y el perdón, el amar y ayudar a sus hermanos. Necesita aprender cómo tiene
que comportarse en ciertas áreas de la propia vida que se hallan fuera de la
comunidad cristiana: su profesión, sus relaciones con aquellos que no son
cristianos. Debe aprender a llevar bien su matrimonio, a dominar sus
emociones, a ejercer los dones espirituales. Hay toda una riqueza de sabiduría
y enseñanza que se debe comunicar a aquellos que en adelante van a vivir una
vida nueva en Cristo.
3. Lo mismo que sobre el mensaje básico del Evangelio diremos sobre la
enseñanza práctica: tiene que ser apropiada. Y es aquí donde la atención
personal cobra una gran importancia. Un cristiano nuevo necesita la ayuda de
hermanos y hermanas maduros para llegar a aplicar la verdad cristiana a su
propia vida y superar los problemas que surjan.
Para poder prestar esta atención hace falta cierta habilidad pastoral. Y los que
realicen este ministerio tienen que haber madurado en la vida cristiana. Deben
estar capacitados para explicar claramente los principios básicos y hacer
comprender, tanto con la palabra como con el ejemplo, cómo llevar tales
principios a la práctica. Han de tener sabiduría para discernir si la mejor forma
de resolver una situación práctica que surja es con la oración, la exhortación,
una explicación más profunda, o más bien mediante la corrección y la
amonestación.
Cualquiera de nosotros pudiera pensar que este tipo de atención personal sólo
lo puede hacer un verdadero experto, y por tanto se sentiría inducido a desistir
de todo intento. Pero es posible ofrecer una atención personal de una forma
muy simple y sencilla. Orar con algún hermano para pedir una fe más
profunda, o más liberación en la alabanza, o la solución de un problema: he
aquí unas formas de ayuda real. Resulta muy útil hacer grupos para compartir
después de las charlas, estimulando a todos a la reflexión y a descubrir la
manera de aplicar lo que han escuchado. El vivir momentos de convivencia de
manera informal con los hermanos nuevos les ayudará a desarrollar unas
relaciones personales profundas y a aprender del ejemplo de otros.
Jesús dijo que por la unidad y el amor de sus discípulos llegaría el mundo a
creer en Él (Jn 17, 20-23). Hemos de tomar muy en serio la prioridad que ha
establecido el Señor en la unidad y el amor entre los cristianos. Tenemos que
hacer que esta unidad y amor sean visibles y concretos: algo que los demás
puedan ver, tocar y experimentar.
Por otra parte, a medida que nuevos hermanos van entrando en la vida
cristiana, la comunidad les ofrece un ambiente adecuado para poder crecer y
madurar rápidamente. Es aquí donde el nuevo cristiano podrá llevar a la
práctica, día a día, los principios que recibe de la Escritura y de la enseñanza
cristiana. La comunidad es el contexto en el que la iniciación cristiana se
realiza de la manera más eficaz. Todo programa de formación cristiana debe
incluir una etapa para incorporar a los hermanos en la comunidad cristiana.
Lo primero que se necesita para poder dar una buena enseñanza básica es
saber apreciar las necesidades reales de los hermanos. Y para esto hay un
procedimiento muy sencillo que de ordinario no se nos ocurre: preguntarles en
qué aspectos necesitan más enseñanza.
Esta no debe ser demasiado teórica. Ha de ser práctica. Tan solo debemos
recurrir a la teoría cuando tengamos que profundizar doctrinalmente el
consejo práctico que deseamos dar.
En otros muchos pasajes del Nuevo Testamento van asociadas las cualidades
del «anciano» y las del maestro.
Los líderes pastorales que viven sinceramente en contacto con las vidas de
aquellos de quienes cuidan son los que pueden tomar en consideración las
necesidades de los hermanos, sus fuerzas y sus debilidades y todas sus
circunstancias. Lo suyo es que aquellos que tienen la responsabilidad de los
cristianos de un grupo sean los que enseñen cómo deben vivir, la vida
cristiana. Ellos se hallan en posición privilegiada para discernir qué cosas han
de tener prioridad, y cómo hay que llevar a los miembros del grupo a través de
todos los cambios. Son también los únicos que tendrán que enfrentarse con las
consecuencias de su enseñanza.
Los maestros deben dar ejemplo de la instrucción que dan; son personas que
saben gobernar su propia casa (1 Tm 3,4). No basta que una persona tenga
excelentes conocimientos de la Escritura, que sepa hablar muy bien, o posea
abundante ciencia teológica. Todo esto son ventajas, pero lo que realmente se
necesita es que la persona sea madura en vivir la vida cristiana y sepa
comunicar a los demás lo que él ha aprendido.
Para poder enseñar, el líder pastor no sólo debe poseer cualidades personales.
También tiene que encontrarse en una forma de relación con aquellos de los
que él cuida, de manera que puedan recibir su enseñanza. Tienen que respetar
y fiarse de su pastor, y mirarle como quien puede enseñarles sobre el Señor y
sobre una abundante vida cristiana. Esta relación es necesaria, tanto si la
enseñanza se da de persona a persona, como si va dirigida a todo un grupo.
Allí donde las personas lo deseen será muy conveniente vincular la enseñanza
con algún compromiso concreto. Por ejemplo, a los matrimonios que reciban
enseñanza sobre la vida de familia se les podría pedir que dediquen una hora
cada semana a hablar sobre los temas que se les ha ofrecido.
UN PLAN COMPLETO
Los cristianos han de aprender lo que Dios quiere en cada área de su vida. Los
líderes deben desarrollar un curso completo de enseñanza cristiana que
incluya las relaciones familiares, las relaciones con cristianos y con las
personas que no pertenecen a la comunidad cristiana, el dinero, la forma de
hablar, el uso del tiempo, y otros muchos temas.
UN ENFOQUE PRÁCTICO
Por esta razón la enseñanza debe ser rica en ejemplos tomados de la vida
diaria. Es de una gran utilidad si el líder pastoral sabe compartir con los que le
escuchan ciertos ejemplos, tomados de la propia experiencia, sobre la forma
de cumplir la enseñanza del Señor.
3. Respecto al maestro, ¿lleva una vida cristiana que otros deberían emular?
Si la fuente de enseñanza es un grupo cristiano ¿ha contribuido el grupo a
ayudar a las personas a conseguir una madurez cristiana en su manera de
vivir?
Al final del Sermón de la Montaña, Jesús dijo: “Todo el que oiga estas
palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que
edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los
vientos y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba
cimentada sobre roca” (Mt 7,24-25). Cuando el pueblo de Dios está viviendo
la forma de vida que Dios quiere, los resultados son gloriosos: su pueblo es
luz del mundo y sal de la tierra. ¡Dediquémonos a enseñar la forma de vida
que el Señor nos ha enseñado!
SELECCIONEMOS NUESTRAS LECTURAS
Por JUDITH TYDINGS
Estos libros pueden ser instrumentos para llevar a otros a comprometer por
primera vez su vida por el Señor o a desear una mayor liberación del Espíritu
Santo.
En la misma línea están las vidas de los santos, o biografías espirituales:
historias de hombres y mujeres, cuyas vidas nos inspiran un amor más
profundo a Dios y anhelo de santidad. De las muchas que existen algunas
parten de información dudosa o buscan el sensacionalismo, en detrimento de
los mismos santos, pero otras son equilibradas, exactas y recomendables. Un
ejemplo es la “Vida de Santa Teresa”, escrita por ella misma; “la
Autobiografía y Diario Espiritual”, de San Ignacio de Loyola; “Escritos,
Biografías y Florecillas”, de San Francisco de Asís.
4. Busquemos algún medio para estar informados sobre los sucesos más
importantes.
Podremos orar con más eficacia por los lugares de mayor conflicto, como por
ejemplo El Líbano y Uganda, si comprendemos lo que está ocurriendo allí.
Para esto habremos de saber seleccionar los periódicos y las revistas, evitando
aquellas publicaciones que son claramente tendenciosas y sensacionalistas.
TENGAMOS CRITERIO
La época en que vivimos y los medios de comunicación social nos hacen cada
vez más pasivos. Pero cuando recibimos la información por la lectura solemos
ejercitar nuestras facultades críticas mucho mejor que si la recibimos por la
radio y la televisión.
Sin un guía sabio, nuestra lectura puede quedar al azar y ser una aventura sin
fruto, en vez de algo que nos conduzca a la renovación de la mente (Rm 12,2).
Sí, nunca como ahora parecen ser más reales las palabras de los profetas que
hablan de renovación y restauración, de unir a los dispersos, y de cómo el
Señor derramará abundantemente su Espíritu y la tierra se llenará de su
conocimiento como cubren las aguas el mar (Is 11,9) y se manifestará el
Pueblo de Dios, luz de todos los pueblos y antorcha de las naciones,
apareciendo la gloria de Yahvé (Is 60, 1-5).
Todo esto adquiere un significado especial ante la forma como Dios está hoy
llevando a cabo su designio de salvación en el mundo entero.
(Ef 2,14), plan unitario que busca la unidad, creando lazos de comunión y
amor entre unos y otros, y llevando el Señor la iniciativa más que los
hombres: Él es el que actúa y se manifiesta con signos y señales innegables
que sólo los que están ciegos pueden ignorar (Jn 9,39-41).
Lo que el Señor espera de nosotros es que seamos fieles al don que hemos
recibido, pues “a quien se le dio mucho se le reclamará mucho; y a quien se
confió mucho, se le pedirá más» (Lc, 12,48).
Para comprender que no hay ningún límite sexual para la vida carismática,
hemos de recordar que María es la primera carismática. No sólo
cronológicamente, sino en intensidad. Ella es, como dice el ángel, la llena de
gracia (Lc 1.28).
Pero repasemos algunos de los carismas comunitarios, para ver cuál era la
práctica en la Iglesia primitiva:
Hacia finales del siglo II, S. Ireneo, obispo de Lyón, escribe que S. Pablo ha
hablado mucho de los profetas carismáticos y conoce la costumbre de que
hombres y mujeres profeticen en la Iglesia (Ad Haer. III, 11,9).
”Podéis profetizar todos por turno para que todos aprendan y sean exhortados
ya que los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas, pues Dios
no es un Dios de confusión, sino de paz, como en todas las iglesias de los
santos.
(Las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la
palabra, antes bien, estén sumisas como también la ley lo dice. Si quieren
aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa, pues es indecoroso
que la mujer hable en la asamblea)...
¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios? O ¿solamente a vosotros ha
llegado? Si alguien se cree profeta o inspirado por el Espíritu…”
Las palabras que están entre paréntesis no sólo modifican el sentido del texto
primitivo, sino que caen fuera de contexto. Por otra parte hay varios
manuscritos griegos que tienen estos versículos en otro lugar, lo que indica
que es un añadido.
” Quiero que oréis así: los hombres…; igualmente, las mujeres, correctamente
arregladas, compuestas con decencia y sencillez, nada de grandes peinados, ni
joyas, nada de collares de perlas ni grandes vestidos, sino, como corresponde
a mujeres que se profesan piadosas, con buenas obras…
• (La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que
la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio.
Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar, y el engañado no
fue Adán, sino la mujer, que, seducida, incurrió en la transgresión. Con todo,
se salvara por su maternidad)...
si perseveran con sencillez en la fe, el amor y la vida santa”.
Las palabras entre paréntesis cortan la última frase del texto primitivo e
introducen de forma extraña el singular (“la mujer”). El añadido se ve muy
claro en la última frase, que tiene el sujeto en singular y el verbo en plural (Cf.
J. ALONSO DIAZ, Restricción en algunos textos paulinos de las
reivindicaciones de la mujer en la Iglesia, en Estudios Eclesiásticos 50. 1975.
núm. 192. pp. 77-94).
Por consiguiente, estos dos textos pueden servir para ver la costumbre de la
Iglesia del siglo II, pero ni son del tiempo de S. Pablo, ni expresan su
enseñanza, ya que éste permitía que las mujeres profetizasen en la asamblea (I
Co 11,5).
La experiencia carismática actual nos muestra que todos los carismas se
encuentran indistintamente en hombres o en mujeres, porque el Espíritu lo da
a cada uno según su voluntad (1 Co 12,11). Sobre el discernimiento de
espíritus y la palabra de sabiduría y de ciencia nos ilustran perfectamente las
vidas de Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús. Estos carismas se
encontraban en ellas con tanta fuerza, que hace unos años Pablo VI las
proclamó doctoras de la Iglesia.
Por último debemos citar a Febe, que viene presentada a los Romanos como
diaconisa de la iglesia de Cencres (Rm 16,11). Para algunos autores, de las
diaconisas se habla también en el texto de I Tm 3,11.
Todo este panorama nos hace comprender que en la Iglesia primitiva los
ministerios de la mujer eran algo muy importante y abundante. El ministerio
de las diaconisas se conservó sobre todo en la Iglesia Oriental.
La Iglesia católica, por el momento, continúa esta costumbre tan antigua; pero
nada impide pensar que con el cambio de la situación cultural y pastoral no se
haga conveniente un día el confiar también este ministerio a mujeres. Lo que
sí que es cierto es que el discernimiento definitivo sobre esta conveniencia no
reside en la opinión personal de cada uno sino, en última instancia, en el
discernimiento de los Obispos.
¿Sumisión en el matrimonio?
*las mujeres estén sometidas a sus maridos como al Señor: porque “si el
marido es cabeza de la mujer” debe serlo como Cristo es cabeza de la Iglesia:
como su salvador. Por eso la sumisión de las mujeres a sus maridos debe ser
como la de la Iglesia a Cristo.
*y, vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la
Iglesia: dando su vida por ella”.
No se habla aquí de una sumisión de la mujer, sino de una mutua sumisión, de
una mutua sujeción, de un mutuo amor. Tenemos así el mismo pensamiento
que San Pablo presenta en I Co 7.4: la mujer no es dueña de sí misma: el
dueño es el marido; e igualmente el marido no es dueño de sí mismo; la dueña
es la mujer.
Fundamentalismo
Un versículo de la Biblia puede ser explicado por otro, y debe leerse siempre a
la luz de toda la Sagrada Escritura; algunas afirmaciones, aparentemente muy
claras, pueden ser simplemente normas para una época o pueden estar
condicionadas por una situación cultural concreta. Para poner un ejemplo: es
claro que la norma de San Pablo que las mujeres oren con la cabeza cubierta
es una norma pastoral para unas comunidades concretas y de un tiempo
concreto: las comunidades griegas del siglo I.
La ley de Dios es la fuerza del bien, la presencia del Espíritu en nosotros, con
todos sus dones y frutos y cuanto la vida sobrenatural lleva consigo de gozo,
consuelo y vida abundante, al mismo tiempo que situaciones de desierto y la
interminable gama de pruebas por las que podemos pasar.
La ley del pecado es la fuerza del mal, el pecado en si, sus heridas y efectos, la
acción del maligno, la tentación.
"Me complazco en la ley de Dios, según el hombre interior, pero advierto otra
ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la
ley del pecado que está en mis miembros. (Rm 7,22-23): de la misma manera
cualquiera de nosotros se puede sentir escindido y desgarrado interiormente,
hasta el punto de parecernos a veces como si experimentáramos en nosotros
una doble personalidad.
La fuerza del mal tiene su peculiaridad engañosa. Cuando la vida del espíritu
está débil o muerta, entonces hay un continuo ceder a la tentación y
solicitaciones del mal. Apenas si se experimenta el combate espiritual y
entonces no hay problemas de desgarramiento interior.
Pero cuando la vida del espíritu empieza a hacerse firme e intensa enseguida
se moviliza el reino y las fuerzas del mal presentando el combate por donde
haya menor resistencia. Se tiene entonces la sensación de que surgen
problemas que antes ni siquiera se daban, pareciendo que ahora todo se vuelve
más complicado.
La neutralidad o el armisticio nunca se dan y si fueran posibles serían una
rendición pues “el que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge
conmigo, desparrama” (Lc 11,23).
Empezar una vida nueva del Espíritu implica tener que enfrentarse con
innumerables pruebas y tentaciones que antes no imaginábamos. Para
esquematizar y formarnos una idea más clara vamos a fijarnos en dos formas
típicas: primero en la tentación y después en las pruebas.
La tentación puede provenir también, y en este caso amañada con una gran
dosis de malicia y engaño, de Satán al que la Escritura llama “el tentador" (Mt
4,3; 1 Ts 3,5), “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,4), “el seductor del
mundo entero” (Ap 12,9), y “el acusador de nuestros hermanos" (Ap 12-10), y
por tanto, “homicida desde el principio” (Jn 8,44).
Pero “fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas.
Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito” (1 Co
10,13).
Si vivimos una vida intensa del Espíritu, es muy normal que experimentemos
la tentación de una manera mucho más fuerte. Esto lo hemos de tener muy en
cuenta para no sentirnos desconcertados.
- Soberbia espiritual, bien por creerme parte de una élite de súper cristianos,
o por considerarme conocedor de todos los secretos y experiencias de la vida
espiritual en forma superior a otros, o por pretender estar capacitado para
guiar a otros, o que a mí me lo dice todo directamente el Espíritu
(iluminismo).
Jesús fue “probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” [Hb
4,15).
A nosotros la prueba nos prepara para llegar a un mayor don del Espíritu,
realizando no sólo una obra de liberación, sino también de fortalecimiento,
pues “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm
8,28).
Esto hace posible lo que San Pedro deseaba que “la calidad probada de
vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se
convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de
Jesucristo” (1 P 1,7).
Para adquirir una visión más clara las agrupamos de la siguiente manera:
Imposible llegar a la madurez sin sufrimiento. Aquellos que saben sufrir con
aceptación y la paz de Jesús adquieren un gran enriquecimiento espiritual.
Las características del apóstol son: "paciencia perfecta en los sufrimientos y
también señales, prodigios y milagros” (2 Co 12,12).
No cabe duda de que nos purifica. San Pablo decía: “llevamos siempre en
nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la
vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Co 4,10).
Pero a partir de Jesús que “debía sufrir mucho” (Mc 8,31) para “entrar así en
su gloria” (Lc 24,46J, “y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la
obediencia...” (Hb 5,8) tiene para nosotros un valor redentor y de intercesión.
Por esto sufrir por Cristo es una verdadera gracia, ? (Flp 1.29), lo cual siempre
lleva consigo un gran consuelo y gozo (Hch 5,41; 2 Co 1,5). Comprendemos
así cuando Pablo escribe: “Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en
todas nuestras tribulaciones” (2 Co 7,4).
La Palabra de Dios nos dice que “es necesario que pasemos por muchas
tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,22; cfr.: 1 Ts 3,3-4),
pero “nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación
engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada, esperanza, y la esperanza
no falla, porque el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,3-5).
Aun “si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a si mismo
(2 Tm 2,13), mucho más experimentaremos si perseveramos en sus pruebas
(Lc 22,28). Tan sólo entonces es posible comprender sus palabras:
“Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira
toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos...” (Mt
5,11-12).
Cuando estas situaciones se prolongan puede ser que se haya entrado en las
noches del alma, según el lenguaje de los místicos, imprescindibles, sin duda,
para lograr una completa purificación y llegar a la plena perfección cristiana.
Es tan difícil de soportar esta crisis que una gran mayoría de los que pasan por
ella retroceden y no llegan a progresar en la oración. Generalmente alternan
períodos de luz y de oscuridad para que no desfallezcamos. Hubo
contemplativos en los que esta etapa duró años.
Todavía queda la noche del espíritu, purificación dolorosa pero necesaria para
poder seguir avanzando. A mayor capacidad de amor corresponde siempre
mayor capacidad de sufrimiento.
Las pruebas por las que hemos de pasar son múltiples e interminables.
Cualquiera de nosotros podrá reconocerse en alguna de ellas o quizás en
varias al mismo tiempo.
Igualmente en cualquier tipo de roce o tensión que pueda surgir, o cuando nos
sintamos incomprendidos o que no se reconocen plenamente nuestros dones.
Todo esto sucede en cualquier grupo. La docilidad, la sinceridad, la sumisión,
la facilidad para dar y recibir perdón, la rectitud, la serenidad y la fe cuando
las cosas parece que no marchan bien, son exigencias constantes a las que
hemos de responder en cualquier prueba.
?Y más importante por lo que hace en este artículo, creo que Dios nos ha
concedido cierta sabiduría sobre la curación interior a los que nos dedicamos a
este ministerio en el grupo “Servidores del Amor de Dios” de Steubenville.
Esto se ha ido realizando a través de la experiencia, la enseñanza de unos a
otros, el compartir, y por gratuita bondad de Dios. Esta sabiduría es la que
quisiéramos poder comunicar a todos, en la esperanza de que el poder curador
de Dios se ponga mucho más de manifiesto en el conjunto de su Cuerpo.
Un enfoque superficial
El primer problema deriva del enfoque superficial que podemos dar a este
ministerio y que se reduciría a: “ora y déjalo en manos de Dios”. En este caso
oramos por la curación interior lo mismo que si oráramos por el tiempo:
“Luisa tiene un problema de ansiedad y depresión; que cada uno se ponga a su
alrededor y ore por ella”. Todos se ponen a su alrededor, le imponen las
manos y empiezan a orar: “Señor, bendice a Luisa, cúrala, dale tu libertad, y
envía tu Espíritu de paz sobre ella, dale la gracia de ponerlo todo en tus manos
y confiar sólo en Ti. Gracias, Señor, porque oyes nuestras oraciones. Sabemos
que has respondido ya. Reconocemos esta curación y te damos gloria”.
Habrá veces en que Luisa, o quien sea, quedará curada por el poder soberano
de Dios. Pero en muchas ocasiones no sucederá nada en su vida. Se ha orado
por ella, pero en realidad ella no se ha enfrentado con el problema de su vida.
Hemos de comprender que una persona que ha estado sufriendo una herida
profunda durante años puede estar muy influenciada por el mal. Puede
hallarse en una forma de pecado tan sutil que ni siquiera ella misma es
consciente de las ramificaciones que ha realizado en sus actitudes.
En este caso orar por la curación no hubiera sido más que rascar sobre la
superficie. Fue primero necesario ayudar a este hombre a enfrentarse con
aquella actitud de profunda rebelión en contra de cualquiera constituido en
autoridad que durante varios años había estado desarrollando. Hubo que
emplear gran coraje, en colaboración con los que administraban la curación,
para ayudarle a tomar autoridad sobre lo que estaba minando sus relaciones y
provocando la dureza de corazón. Una vez que lo hizo, pudo experimentar el
amor de Dios en vez del sufrimiento que le producían el odio, el abandono y
el desprecio. Cuando tomó autoridad sobre el espíritu de rebelión, le fue fácil
perdonar a su padre, y la oración de curación interior empezó a fluir con paz y
poder.
- pide que oremos para llegar a la curación de una relación en su propia vida,
pero no llega decididamente a un acuerdo claro sobre cómo ha de enfrentarse
con aquella relación:
Emocionalismo excesivo
Otra serie de problemas se dan porque se enfoca el ministerio de la curación
interior de una forma demasiado emocional. Esta prevalencia de la
"sensibilidad” tiene lugar cuando centramos nuestra atención en hacer aflorar
y ventilar al exterior sentimientos y experiencias pasadas. Se parte del
principio de que cuanto mejor se consiga que el enfermo vuelva a
experimentar sus heridas pasadas y exprese sus sentimientos sobre tales
heridas, tanto más fácilmente va a ser curado. Pero este enfoque induce a
pensar que uno ha sido curado simplemente por haber vivido la experiencia de
ventilar sus sentimientos pasados y que esto hace que se encuentre mejor. Con
demasiada frecuencia, cuando tal ha sido el alcance de la “curación” o
enseguida se encuentra uno de nuevo en su antigua situación, lamentándose de
los mismos problemas.
La causa raíz de este problema es, con toda probabilidad, el hecho de que sus
padres no supieron amarle y orientarle rectamente. Pero si nada más se
considera la causa, no se aborda el problema. Hay que tomar la decisión de
buscar el Poder del Señor para curar, y la respuesta para vivir de acuerdo en el
Reino de Dios. Quedarse en el descubrimiento de la raíz es limitarse a hacer lo
que harían muchos tipos de psicoterapia, y esto, a pesar de que se haga
oración y estemos empleando una terminología carismática para remontarnos
a la causa. Una vez que se ha determinado la causa, es muy importante acudir
al Señor en busca de su amor que cura. Es el momento de orar para pedir el
poder de Dios y su gracia para curar, ser restablecido y tener valor para
cambiar. De lo contrario, dejaríamos a aquel hermano con el conocimiento del
peso que le abruma y sin poder para verse liberado. La confusión emocional
es muchas veces el resultado de un ministerio realizado a medias.
Conforme estas cosas se van haciendo más evidentes, descubrimos cómo las
heridas y cicatrices del pasado afectan a nuestras relaciones con Dios y a las
de unos para con otros, y anhelamos llegar a ser libres. Es entonces cuando
tenemos que detectar alguna experiencia dolorosa o algún pecado habitual,
como zona nueva dentro de nosotros que requiere una liberación más
profunda de la vida de Dios por la fuerza de su Espíritu. Tenemos que tomar
la decisión de comprometer esta zona de nuestra vida con el Reino de Dios,
perdonar cuando sea necesario, abandonar el resentimiento, arrepentirnos de
aquello que necesitemos, y orar para que el Espíritu Santo ejerza de nuevo su
señorío.
3. Una vez que ha tomado la decisión, guiémosla con el poder del Espíritu a
comprometer la zona de que se trata al señorío de Jesucristo. Al hacer esto,
todos los que están actuando en el ministerio deben centrarse en Jesús. Si por
experiencia sabemos muy bien que es esencial centrarnos en Jesús para la
liberación del Espíritu en nuestras vidas, por desgracia no llegamos fácilmente
a centramos en Él mientras hacemos la oración por la curación interior.
Solemos centrarnos en las heridas o en los elementos de la decisión. Si
queremos conocer el señorío de Jesús en esta zona hemos de mirarle fijamente
en la oración. La decisión de comprometer una zona problemática al Señor
nos capacita para responder al amor curativo de Dios. Pero Dios es el único
que cura con su amor personal, misericordioso y eterno.
LA RENOVACION CARISMATICA ES LA
VIDA CRISTIANA NORMAL
Por RALPH MARTIN
En tiempos pasados toda Europa fue cristiana. Pero hace centenares de años que
ciertas fuerzas trabajan para descristianizar a Europa.
Pero durante los últimos setenta años ha habido un fuerte movimiento del Espíritu
entre todos los cristianos.
El primer día del siglo XX el Papa León XIII en carta dirigida a todos los Obispos
afirmaba: “El empezar un nuevo siglo es una nueva efusión del Espíritu Santo”. En el
mismo día comenzaba en Topeka (Kansas, USA) lo que llamamos Movimiento
Pentecostal Clásico. Aquel Papa se sorprendería en el cielo al ver dónde dio fruto su
mensaje. Hoy día esta corriente del Espíritu Santo es la fuerza mayor que se
desarrolla y propaga por todos los cristianos del mundo.
Entre los años 1957 y 1960 este movimiento entra en algunas iglesias protestantes.
Luteranos y Episcopalianos también experimentan el Bautismo en el Espíritu y todos
los dones carismáticos, sin abandonar sus iglesias, aunque no les fue nada fácil.
En 1967 el Espíritu Santo nos sorprende a nosotros los católicos, y empieza entonces
la R.C. en la Iglesia Católica.
También se esparce muy pronto por todo el mundo en la Iglesia Católica. Crece
rápidamente en América del Sur, por ejemplo, en Colombia, donde hay más de diez
mil grupos de oración. En Centroamérica y Venezuela ha habido conferencias con
más de 25.000 personas.
En Montreal (Canadá) se reunieron 50.000 católicos de habla francesa para una
Conferencia de la R.C. En el Pentecostés de este mismo año, en Nueva Jersey (USA)
se reunieron 70.000 cristianos en un encuentro ecuménico.
El Cardenal Suenens suele decir que los católicos normales viven una vida que “es
anormal” y nos pidió que buscásemos en el Nuevo Testamento aquellos aspectos que
manifiestan una vida cristiana normal. ¿Cuál es la Visión que nos da el Nuevo
Testamento de una vida cristiana normal? Descubríamos cuatro elementos
fundamentales que deseo compartir con vosotros hoy.
Vida cristiana normal significa reconocer a Cristo como nuestro Salvador, el que
quita nuestros pecados y restablece nuestra unión con el Padre. Jesús es el que nos
une con Él para siempre y nadie más que Jesús. ¡Aleluya!
Fuimos creados por ÉL y para ÉL. El primer capítulo de la carta a los Colosenses nos
dice que Dios creó el universo por Jesús y para Jesús. Hemos sido creados para el
Hijo de Dios. No nos pertenecemos, pertenecemos al Hijo de Dios.
Cuando damos algo a Jesús, nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestras cualidades para
que las use, cuando nos entregamos a nuestros hermanos y hermanas, sólo le
devolvemos propiedad robada: si todo le pertenece, devolvámosle todo. ¡Aleluya!
Someterse a Jesús como Señor quiere decir entregarle nuestro tiempo, nuestro dinero,
nuestros dones, nuestras relaciones, nuestras decisiones. No son ya nuestras
posesiones. Han de ser usadas para el Reino de Dios. Hemos de recibir orientaciones
de Jesús sobre cómo quiere ÉL que usemos nuestras vidas y todo lo que tenemos para
ÉL.
¿Qué significa amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra
mente, con todas nuestras fuerzas? Someterse a Jesús como Señor y dejar que ÉL use
nuestras vidas como ÉL quiera.
Por tanto: vida cristiana normal quiere decir: conocer a Jesús como nuestro Salvador
y someternos a Él como Señor. Aunque vayamos a la iglesia todos los domingos,
recitemos el rosario y demos nuestro dinero en las colectas, si no reconocemos a
Jesús como Salvador y no nos sometemos a ÉL como Señor, no vivimos vidas
cristianas normales.
Se nos ha dado el Espíritu para que se manifieste en nuestras vidas, cambiar las
cosas, dar testimonio y hacer a Jesús visible en el mundo. Jesús habló de cosas
concretas que el Espíritu iba a hacer en el mundo.
Jesús vino a hacer de su pueblo el nuevo templo de Dios. Nosotros somos este pueblo
y este templo que puede dar culto a Dios en espíritu y en verdad.
Esto es lo que quisiera decir a mis hermanos de España: no dejéis de alabar a Dios
continuamente. ¡Aleluya! Jesús respondió un día a los fariseos que le pedían
reprendiera a sus discípulos porque alababan a Dios a grandes voces: “Os digo que si
éstos callan gritarán las piedras” (Lc 19,37-40).
Jesús nos da el Espíritu para que podamos dar testimonio de Él. Un día, Jesús mandó
a sus apóstoles que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa
del Padre, y les dijo: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos” (Hch 1,8).
Fijaros en lo que dijo Jesús: No seréis testigos de una institución o de una moralidad
o de un credo. Seréis testigos de Mí, del Hijo de Dios vivo que habéis encontrado.
Seréis testigos de Jesús resucitado. Podréis decir: ¡JESUS VIVE!
Jesús vino a hacer de nosotros un pueblo, un cuerpo, una comunidad. Dio los dones
carismáticos para fortalecer nuestra mutua relación en comunidad. En el capítulo XII
de la Primera a los Corintios nos dice S. Pablo que las relaciones de los cristianos
entre sí son como las de los miembros del cuerpo humano entre sí.
¿En qué consiste esta relación? Relacionarnos unos con otros, no sobre la base de la
propia conveniencia, sino fundándonos en un compromiso. Porque estamos
comprometidos no solamente con Cristo, sino también con nuestros hermanos.
Es decir, ser hermanos y hermanas en Cristo quiere decir que no sólo vamos a buscar
a dos o tres con los que nos llevamos bien, con los que nos gusta estar, de los que
podemos ser amigos. Relacionarse a este nivel no es más que amarse unos a otros
como la gente del mundo se ama y no como Cristo nos amó a nosotros.
Por tanto, ser hermanos y hermanas, es preocuparme no sólo de mi bien, sino del bien
de los demás. Orientar mi vida, mis decisiones no apoyándome sólo en lo que es
bueno para mí, sino en lo que es bueno para «nosotros».
Muchas de mis decisiones personales tienen que dejar de serlo. Por ejemplo, cuando
se trata de tomar nuestras vacaciones, etc. Son decisiones que afectan al Cuerpo de
Cristo.
Jesús nos ha dicho que este amor a los hermanos es la señal y el secreto para atraer a
aquellos que no crean en ÉL.
Jesús murió en la Cruz, resucitó y envió su Espíritu para que nosotros nos hiciéramos
sus discípulos y diéramos fruto, el fruto de su Espíritu en nuestras vidas y en nuestras
relaciones, el amor de Cristo en todas nuestras obras, el fruto de que nuevos
hermanos lleguen a ÉL por la obra de la evangelización.
La voluntad de Dios es que crezca su Iglesia, que el mundo llegue a la fe, no que la
Iglesia pierda la fe; que la Iglesia evangelice al mundo y no que el mundo evangelice
a la Iglesia.
¿Cómo podemos restablecer esta vida cristiana? La misión puede ser abrumadora, los
problemas enormes, la fuerza del secularismo puede resultar muy fuerte, la Iglesia
puede aparecer débil, la visión que nos presenta el Nuevo Testamento nos puede
parecer demasiado excelsa: en definitiva, podemos sentirnos abrumados.
Jesús nos da fuerza hoy, nos da luz e inspiraciones del Espíritu Santo, puede
movernos a orar por los miembros de nuestras familias, por los de nuestras
congregaciones religiosas, puede inspirarnos a comprar un libro y dárselo a un amigo
o ir a casa y amar más de lo que hasta ahora hacíamos a nuestro marido o mujer; a
aquél que es fiel a la gracia que se le da hoy se le dará más gracia mañana. La
Renovación en España está empezando, relativamente es pequeña: pero recordad: al
que es fiel en lo poco se le confiarán cosas mayores. ¡Gloria a Dios!
14 - LA INTERCESION.
Al decir de Teresa de Ávila, orar es “hablar de amor con quien sabemos nos
ama” o parafraseando el dicho, intercesión es presentar el dolor que
padecemos en el hermano a quien sabemos que nos cuida.
Aquel que ha conocido el dolor en que viven seres humanos muy concretos, al
sentirse saturado de tanto sufrimiento y tratar de olvidarlo huyendo, descubre
que es imposible, y el corazón le estalla en pedazos.
COMPASION
“Lo que os mando es que os améis los unos a los otros, de modo que todo lo
que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda” (Jn 15.16-17).
POBREZA
”No está en el número tu fuerza, ni tu poder en los valientes, sino que eres el
Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, apoyo de los débiles,
refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados” (Jdt 9,11): Estas son
nuestras credenciales para comparecer ante Dios, el ser pequeños y débiles,
desvalidos, desesperados: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a
pequeños” (Lc 10.21).
UNIDAD
Esta condición y este ruego, “si permanecéis... pedid...", van dirigidos a unos
cuantos, no hace falta que sean numerosos, basta que haya un mínimo, dos o
tres. ¿Qué puede unir a unos cuantos, si no es el Espíritu del Señor? Donde
hay unidad está el Espíritu y allí se hacen presentes los frutos. "La gloria de
mi Padre está en que deis mucho fruto” (Jn 15,8).
La unidad está representada por dos o tres, pero es unidad que se integra en
toda la Iglesia orante. Es unidad que lleva a la comunión con todos los Santos,
que va más allá de toda apariencia humana porque salta las barreras del:
tiempo y del espacio.
CONFIANZA
Al recordar los favores recibidos del Señor, brotan la alegría y la paz. Con
ellas es posible la confianza firme. Entonces se advierte cómo la Palabra de
Dios estaba interpelando: “¿Acaso se ha vuelto mi mano demasiado corta para
rescatar, o quizá no habrá en mi vigor para salvar?” (Is 50,2). Como
consecuencia, el creyente no espera a ver superado su dolor; la confianza
puesta en el Señor hace brotar de él un canto nuevo de alabanza y de acción de
gracias.
Todos sabemos por experiencia las maravillas que obra el Señor en las
personas a través de este ministerio.
Jesús nos da verdaderamente su poder y unción para orar con fe y pedir “en el
nombre del Señor” (St 5.14) la curación interior, la liberación de complejos,
miedos, traumas, la fortaleza en momentos de decaimiento.
Como grupo estable irá adquiriendo, cada vez en mayor grado la experiencia,
discernimiento y, sobre todo, la sabiduría del Espíritu que tanto se precisa en
este ministerio.
A veces, en los retiros, nos encontramos con mucha gente que necesita acudir
al grupo de intercesión, y recurrimos, a la formación de otros grupos echando
mano del equipo de servidores o de las personas que llevan mucho tiempo en
el grupo de oración. Estos grupos improvisados presentan una gran
desventaja, o porque a veces se pone a personas que no tienen las suficiente
experiencia, o por la dificultad de que sepan compenetrarse en la oración.
Para los que acuden a la intercesión es muy importante que se encuentren con
personas que tienen experiencia en este ministerio, que conozcan otros casos y
sepan cómo deben tratar el suyo y que lo puedan seguir después en las
sesiones que se necesiten. Hay personas que siempre que se forma un grupo
acuden a él. Esto se evitará con el grupo estable que podrá discernir qué tipo
de oración necesita, si curación interior, o física o liberación, o el sacramento
de la reconciliación, o una orientación y consejo más apropiados.
Las personas que forman el grupo no conviene que sean muchas. Como
máximo pueden ser cuatro. Cuantos más sean, tanto más difícil resultará
abrirse a los que vienen a la intercesión, pues siempre se desea que haya pocos
testigos. El grupo ha de ser mixto, ni sólo hombres ni sólo mujeres. Será
bueno que haya un sacerdote.
Han de estar llenas del amor del Señor que a través de ellas pase a los demás
para curar.
De las personas que forman el equipo debe haber una que lleve la iniciativa
tanto en la entrevista como en la oración, y que sólo ella haga las preguntas, y
si las demás han de intervenir, sea con parquedad y discreción. Se requiere
mucho tacto, delicadeza, discernimiento y amor para saber hacer las preguntas
sin herir, y apreciar cuándo no hay que insistir, cuándo hay que retroceder.
Cuando llega el momento de reunirse para este ministerio, deben orar todos
juntos antes de empezar y pedir al Señor la asistencia que necesitan. Cada uno
debe ir muy purificado, y si un día uno no se encuentra bien o está
experimentando alguna dificultad importante, es mejor o que no participe ese
día o que procure orar intensamente.
Habrá veces que nuestra oración de intercesión no nos traiga gozo, o que
pierda su atractivo para nosotros, o que nos sintamos tentados de dejarlo y
olvidarlo todo. Pero la intercesión es precisamente esto: cargar con los
problemas y enfermedades de los demás y en cierta manera también sufrirlos
nosotros.
Por la Palabra del Señor sabemos que El recibe con gozo nuestras oraciones y
que las oye. Y por experiencia comprobamos cómo la oración hace que todo
cambie.
El orar unos por otros es una dimensión indispensable del amor que debemos
tenernos, y de esta manera nos ayudamos "mutuamente a llevar nuestras
cargas y a cumplir así la ley de Cristo” (Ga 6,2).
Deben saber ante todo para qué es el grupo de intercesión, que de ningún
modo es algo que obra automáticamente, ni una especie de “agua de Lourdes”,
ni que todo se soluciona con que oren por ellas imponiéndoles las manos.
Deben ser conducidas a una fe profunda en el poder de Jesús, y sobre todo a
aceptarle como el Señor de sus vidas.
Para esto han de comprometerse de alguna manera, principalmente en la
oración personal de cada día y en la relación que están viviendo con el Señor.
Pocos días después solicité hablar personalmente con ella, y sintió confianza
para abrirse al ver que yo disponía de tiempo. Durante las cuatro horas y
media que estuvimos hablando yo me limité a escuchar, excepto cuando hice
de vez en cuando alguna pregunta.
Al terminar yo no sabía qué decirle. Sentí un gran amor por ella, necesitaba
algo más que curación de recuerdos. El Señor me iluminó para sugerir que
fuera al sacramento de la penitencia. Como se manifestaba refractaria, prometí
acompañarla a un sacerdote lleno de Dios y comprensivo.
El PODER EN LA INTERCESION EN
LA “CASA DE BETANIA”
Por MANUEL CASANOVA, S. J.
No sabía yo lo que podía sacar de todo aquello, pero queriendo aprovechar las
tres semanas de estancia en EE.UU., me fui, después de estar unos días en la
comunidad carismática de Ann Arbor, al seminario Sto John, en Plymouth,
Michigan.
Cuando llegué allí fui recibido por unos 25 sacerdotes, la mayoría de EE.UU.
y Canadá, pero también de Alemania. Japón, Méjico. Bélgica e Inglaterra.
Había sacerdotes diocesanos, jesuitas, benedictinos, basilianos y un monje
trapense. Su trabajo era en parroquias, colegios y universidades, casas de
Ejercicios, hospitales, cargos administrativos y también en ministerios
especializados: apostolado familiar, renovación carismática y “counseling”.
Esta inspiración les vino en Asís y decidieron reservar 40 días del verano para
orar por los sacerdotes. Se comprometieron el uno con el otro delante de Dios
a llevar a cabo esta decisión aunque nadie más se uniera a ellos. Al final de los
40 días más de 100 sacerdotes habían pasado por "Bethany House”.
El haber participado en las dos ocasiones, junio 74 y mayo 75, en estos largos
encuentros de intercesión me dio un gran deseo de compartir con hermanos
sacerdotes de España lo que viví allí. Tal deseo se hizo concreto este año de
1078 en la primera semana para sacerdotes que tuvo lugar en el “Casal Borja”,
PP. Jesuitas, de San Cugat del Vallés, Barcelona. 60 sacerdotes participaron, y
pudimos experimentar la verdad de que Jesús es quien da la vida
(“¡LÁZARO, SAL FUERA!”) y a nosotros nos invita a desatarnos unos a
otros (“Desatadle y dejadle andar”) para poder caminar con la libertad del
Espíritu en el ministerio sacerdotal.
Para el año 1979 se prevé otra semana para sacerdotes, de forma que muchos
más puedan participar de esa convivencia e intercesión fraterna.
15 - LA PROFECIA.
El cristiano, felizmente, no tiene otra alternativa más que vivir del Espíritu.
Jesús nos lo ha querido dar todo enviándonos al Paráclito «de junto al Padre»
(Jn 15,26):
Esta es la perspectiva que Jesús nos presenta del plan divino. En contra puede
haber por parte nuestra dos tendencias equivocadas:
2ª. Otra actitud en contra del plan divino es todo lo que de alguna manera
implica el querer manipular nosotros el Espíritu del Señor.
San Juan en su primera epístola nos aclara esta clase de conocimiento: “La
unción que de Él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que
nadie os enseñe. Porque como su unción os enseña acerca de todas las cosas –
y es verdadera y no mentirosa-, según os enseñó, permaneced en Él” (1 Jn
2,27).
Según San Pablo la profecía es un carisma que debe ser deseado: “por tanto,
hermanos, aspirad al don de la profecía” (1 Co 14,19), “no extingáis el
Espíritu; ni despreciéis la profecía: examinadlo todo y quedaos con lo bueno”
(1 Ts 5,1921), porque la profecía es para la edificación de la Iglesia.
Según la clasificación que nos da San Pablo, los profetas ocupan un lugar
importante en la Iglesia Apostólica: después de los Apóstoles y antes de los
Doctores o Maestros. Inmediatamente después de los Apóstoles, que poseían
la plenitud del carisma y un poder total sobre las comunidades tal como el
Señor les confiriera, vienen los profetas y doctores, como los más
directamente ligados con aquéllos, y porque las comunidades eran edificadas
y sostenidas por ellos de manera especial (Ef 2.20). Este era el fin de todos los
dones del Espíritu, por lo cual se llevaron la preferencia entre los demás
carismáticos.
Muy pronto se vio el peligro de los falsos profetas, de aquellos que sin razón
afirmaban poseer el Espíritu presentando como mensaje del Señor lo que no
era. Surgen enseguida las primeras reglas del discernimiento y el carisma del
discernimiento (1 Co 1210).
DEBILITAMIENTO DE LA PROFECIA
Pasada la etapa apostólica disminuyó el número y la importancia de los
profetas. En la segunda mitad del siglo II declina la época de los profetas en
las comunidades cristianas, y ya en los comienzos del siglo III es algo que
pertenece al pasado.
”Cristo, el gran Profeta, que proclamó el reino del Padre con el testimonio de
la vida y con el poder de la palabra, cumple su misión profética hasta la plena
manifestación de la gloria, no sólo a través de la Jerarquía, que enseña en su
nombre y con su poder, sino también por medio de los laicos, a quienes,
consiguientemente, constituye en testigos y les dota del sentido de fe y de la
gracia de la palabra (Cf.: Hch 2,17-18: Ap 19.10), para que la virtud del
Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social” (LG, nº35).
Al mismo tiempo que saludamos con gozo este gran progreso en el magisterio
eclesiástico respecto a la participación de los laicos en el ministerio profético
de Cristo y en general en todos los dones del Espíritu, constatamos cómo
dentro de toda la Iglesia, aun en las esferas donde no ha penetrado todavía la
Renovación Carismática, se siente una gran necesidad del don profético.
Son las personas proféticas las que más nos ayudan a mantener vivo el
Espíritu en la Iglesia (1 Ts 5.19) y a que las comunidades cristianas sean signo
visible de unidad, paz y amor.
.
FUNCIONES DE LA PROFECIA EN
LA CONSTRUCCION DE LA IGLESIA
JUAN MANUEL MARTIN MORENO, S. J
”Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres
por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio
de su Hijo” (Hb 1,1-2).
La profecía nos hace presente una gran verdad que siempre hemos de tener en
cuenta: Dios habla. Nuestro Dios no es un dios muerto, ni un dios mudo,
como los de los gentiles que “tienen boca y no hablan” (Sal 115,5). Nuestro
Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, es Comunión de sí mismo. El
carisma profético viene a recordarnos que Dios ha hablado por medio de su
Hijo. Él es la Palabra del Padre.
¡Cuántos han comprendido el amor que Dios les tiene al recibir el abrazo de
paz de un hermano! Este abrazo ha sido profético. Basta recordar que los
profetas de Israel profetizaban también con el gesto y la palabra.
Otras veces se trata de un mensaje recibido para una persona concreta, como
el que recibió Ananías para transmitir a Pablo que acaba de convertirse (Hch
9,1016), o el que llegó a Pedro en una visión para Cornelio (Hch 10,1-43).
En todos los libros de los Profetas podemos distinguir dos partes: una, de
denuncias y amenazas, y otra, de promesas y exhortaciones. Corresponden a
las dos partes de la función profética: destruir y construir.
a) Revelación
Dentro del objetivo de plantar y construir, una de las principales funciones de
la profecía es la de revelar. Por supuesto que no se trata de nuevas
revelaciones dogmáticas, sino que nos revela los secretos de los corazones. A
veces una palabra profética saca a flote recuerdos enterrados en el
subconsciente de una persona, como tantas veces hemos presenciado en la
sanación de recuerdos.
Quizá nos revele la profecía el sentido de algún episodio de nuestra vida que
nunca habíamos llegado a comprender, llevándonos así a un mayor
conocimiento de nosotros mismos.
A este tipo de profecía se refiere Pablo cuando dice: “Si todos profetizan y
entra un infiel o no iniciado... los secretos de su corazón quedarán al
descubierto, y postrado rostro en tierra adorará a Dios, confesando que Dios
está verdaderamente entre vosotros” (1 Co 14,24-25).
b) Dirección
Otras veces con la palabra profética, especialmente en momentos de
discernimiento, manifiesta el Señor su voluntad muy concreta respecto a una
persona o una comunidad. Así fue como por inspiración profética fueron
enviados Pablo y Bernabé como misioneros (Hch 13,2).
c) Denuncia
Esta clase de mensaje nos lo da el Señor a veces denunciando a las personas y
comunidades, y todas aquellas acciones y estructuras que no están de acuerdo
con la voluntad de Dios. Recordemos a Natán presentándose ante David, a
Juan el Bautista ante Herodes, a Amós ante el lujo y la opresión de los ricos
de su tiempo.
d) Exhortación
Entre los objetivos citados por San Pablo está el de la exhortación: “El que
profetiza habla a los hombres para su consolación, exhortación y edificación”
(1 Co 14.3). De los profetas Judas y Silas en Antioquía se nos dice que
"exhortaban a los hermanos y les confortaban” (Hch 15.32).
En este sentido la profecía ocupa un lugar capital en el culto. Hay días en que
la oración resulta muy apagada y sin inspiración, pero como resultado de las
palabras de un hermano, no necesariamente en «estilo profético”, toda la
comunidad se siente inflamada y sobrecogida ante una presencia especial del
Señor. Lo importante de las palabras no ha sido el contenido de ideas, sino su
valor para hacer experimentar la presencia del Señor y hacer subir de tensión
la oración comunitaria. Por esto es muy de desear que los que dirijan la
oración estén dotados de este carisma profético de “exhortar”, para poder así
levantar el espíritu de la comunidad en oración.
- O. en el peor de los casos, pudiera ser una palabra inspirada por el espíritu
del mal, por la “prudencia de la carne”, y entonces sería una falsa profecía
contra la que el Señor nos previene rotundamente en el Evangelio para que
nos guardemos del mal que encierra (Mt 7,15-20).
Hay unos criterios básicos que siempre se han de tener en cuenta, tanto por el
que da el mensaje, antes de expresarlo, como por la comunidad que lo recibe.
No se pretende con ello encadenar al Espíritu que "sopla donde quiere” (Jn
3,8), sino el que sepamos aprender a escuchar al Señor cuando nos habla.
“Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede
decir: “¡Anatema es Jesús!”; y nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!", sino con
el Espíritu Santo” (1 Co 12,3).
3º. UNCION.
Si la profecía es transmitir un mensaje de parte de Dios, en el profeta
verdadero se da siempre un sentimiento de temor e indecisión para proclamar
su Palabra, como ocurriera en Isaías: "¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy
un hombre de labios impuros y entre un pueblo de labios impuros habito!” (Is
6,5), o en Jeremías: “¡Ah, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme, que soy
un muchacho. Y me dijo Yahvé: No digas: "Soy un muchacho", pues
adondequiera que yo le envíe irás, y todo lo que te mande dirás” (Jr 1,6-7).
Pero el Señor hace sentir en él su voluntad para que hable, y esto por medio de
un conjunto de indicaciones, que es lo que llamamos unción.
La unción es como un poder del Espíritu, una urgencia o necesidad de
transmitir el mensaje, con la convicción interior de que viene de Dios y una
paz profunda después de haber obedecido a esta insinuación. Puede variar
mucho de un individuo a otro. A veces implica también sensaciones físicas,
que no deben extrañar, pero que tampoco deben considerarse como necesarias.
Nunca es una necesidad incontrolada de hablar.
Hay algo dentro de nosotros que siempre puede reconocer el Espíritu de Dios
cuando entramos en contacto con Él. Los frutos que la profecía produce en la
comunidad y en nosotros mismos son un medio de discernimiento.
La comunidad que está en el Espíritu posee una gran sensibilidad para captar
la verdadera palabra inspirada. Es por esto por lo que la profecía sólo tiene
sentido dentro de la comunidad y nadie se puede autoproclamar profeta, ni
menos pretender poseer él solo el Espíritu.
Por esto hemos de desconfiar de los que dejan sus grupos y van solos sin
aceptar el discernimiento de los hermanos.
Para terminar, recordemos siempre que la palabra inspirada es una gracia del
Señor para los grupos, que les ayuda a crecer en la fe y a caminar en el
Espíritu. “Deseo que habléis todos en lenguas; prefiero sin embargo que
profeticéis” (1 Co 14.51.
Si estamos centrados en el Señor durante la oración del grupo es muy
explicable que esperemos que Él nos hable y que le prestemos toda nuestra
atención haciendo momentos de silencio, sobre todo después del canto en
lenguas o de profunda alabanza. Una vez recibido su mensaje, lo acojamos
con gozoso agradecimiento y sepamos guardarlo en nuestro corazón.
Entre las muchas maravillas que podemos admirar del plan de salvación,
destaca el hecho de que, desde el momento que acogemos la Palabra y
somos bautizados (Hch 2,41), empezamos a formar parte de una gran
familia, en la que ya no somos “extraños ni forasteros, sino conciudadanos
de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los
apóstoles y profetas… siendo juntamente edificados, hasta ser morada de
Dios en el Espíritu” (Ef 2,19-22). Como piedras vivas entramos “en la
construcción de un edificio espiritual» (1 P 2,5).
El objetivo del plan divino es “reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos” (Jn 11,52), para «que todos sean uno» (Jn 17,21). El
acontecimiento de Pentecostés es en sentido inverso al de Babel.
Si no se llega a esto, por muy profunda que haya sido la experiencia del
Espíritu, todo se reducirá a un hecho aislado y anecdótico, árbol truncado que
no llega a dar el fruto esperanzado de compromiso y entrega, fuego que se
deja extinguir (1 Ts 5,19).
Si llegamos a ser “un solo Cuerpo y un solo Espíritu” (Ef 4,4), “un solo
corazón y una sola alma» (Hch 4,32), con “un mismo hablar… una misma
mentalidad y un mismo juicio» (1 Co 1,10), podremos llegar a crecer “en todo
hasta Aquél que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo recibe trabazón
y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la
actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del
Cuerpo para su edificación en el Amor (Ef 4,15-16).
REDESCUBRIMIENTO DEL
BAUTISMO Y LA CONFIRMAClON
Por RODOLFO PUIGDOLLERS
SITUACION ACTUAL
En los últimos decenios se ha notado entre los fieles y aun entre los sacerdotes
una serie de interrogantes sobre los sacramentos de la iniciación cristiana. Por
una parte se sentía una cierta incomodidad frente al bautismo de los niños:
algunos lo consideraban una costumbre sin fundamento bíblico, basada en una
teología de los siglos V-VI, que acentuaba la necesidad de “borrar la mancha
del pecado original”; parecía una ruptura entre el sacramento y la posibilidad
de una respuesta de fe personal o un atentado contra la libertad del niño a
quien se le hacía cristiano sin su propio consentimiento. Por otra parte se
había perdido casi por completo el sentido de la confirmación: Parecía un
sacramento sin fundamento bíblico: si ya recibimos el Espíritu Santo en el
bautismo, ¿para qué la confirmación?
A toda esta problemática católica hay que añadir el hecho de que para muchos
grupos protestantes, al tratar de la iniciación cristiana se habla solamente del
bautismo, considerando la confirmación como una costumbre católica sin
fundamento bíblico. Por otra parte, en grupos nodenominacionales o en los
judíos por el Mesías se habla solamente del bautismo del Espíritu (una efusión
no sacramental del Espíritu), considerando el bautismo (de agua) como algo
ya superado.
Jesús no sólo quiere salvarme a mí, sino que me llama a construir una
comunidad de salvación y a dar testimonio de Él. Esto ayuda a comprender
cómo en el cristianismo ocurre algo análogo a lo que ocurre en Jesús: nacido
del Espíritu, recibe la unción profética en el Jordán. Si la dimensión de la
salvación personal del cristianismo, del perdón de los pecados, del nacimiento
a una nueva vida, se refleja fuertemente en el simbolismo del sumergirse en el
agua o del lavatorio con el agua (bautismo), no podemos decir lo mismo de la
dimensión profética de misión y testimonio. Hemos de afirmar que “en el
bautismo se nos concede el Espíritu Santo, pero no principalmente con vistas
a la salvación de los demás sino en vistas a nuestra propia salvación". (H.
MUHLEN, Espíritu. Carisma. Liberación, Salamanca, 1976, pp. 248).
El bautismo de los niños en las familias cristianas es algo que nace espontáneo
cuando el sentido de este sacramento no está reducido a un “borrar la mancha
del pecado” y no se ha perdido el sentido comunitario de la fe. En los
ambientes carismáticos católicos, en que se tiene conciencia fuertemente de la
comunidad y también de la gratuidad del don de Dios, esta costumbre de la
Iglesia primitiva ha recuperado su hondo sentido.
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACION
Hemos de afirmar, con H. Mühlen, que “la confirmación es, de cabo a rabo,
un sacramento carismático. En él se confiere inicialmente, como un
ofrecimiento y una promesa, y de modo eficaz, el carisma de la alabanza
testimonial de Dios, y con ello también el testimonio de la vida. (op. cit., pp.
250).
Lo único esencial que se nos pide para acercarnos a esta Cena es tener
hambre. Jesús pone su pan, pero nosotros tenemos que poner nuestra hambre.
No pueden comer la Cena del Señor aquellos que tienen el estómago lleno. El
ayuno eucarístico era un bello recordatorio de esta actitud de pobreza radical y
de hambre que se necesita para participar en la Eucaristía. Ya Pablo criticaba a
los que se acercaban con los estómagos llenos (1 Co 11,21). Y en la parábola
de los invitados al banquete son los pobres quienes aceptan voluntariamente la
invitación: “Id rápido a las calles y a los caminos y traed aquí a los pobres, a
los lisiados, a los ciegos y a los tullidos” (Le 14,21).
La Iglesia tiene que aprender a cantar de nuevo. Hace falta para ello un
carisma del Espíritu que sacuda la modorra, los respetos humanos, la rigidez
de los cuerpos, los conceptualismos de muchos de los cantos religiosos, para
dar paso a una melodía más inspirada, más sencilla, con más unción, en la que
la sola palabra Gloria o Aleluya sea capaz de crear un clima de adoración en
la Asamblea.
Pero todavía queda camino por andar. De nada sirve que los textos se lean en
castellano, o que se hayan seleccionado mejor, o que se expliquen en una
homilía, si todo este proceso no va acompañado por unos carismas del
Espíritu Santo que den relieve y profundidad a la Palabra proclamada, que
abran el corazón y no sólo el oído para la escucha, que nos den “oído de
discípulo” (Is 50.4).
Son estos carismas los que hacen que la predicación no tenga nada de los
persuasivos discursos de la sabiduría humana, sino que sean “una
manifestación del Espíritu y de poder” (1 Co 2,4), “no con palabras
aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando
realidades espirituales en términos espirituales. (1 Co 2, 131. Es
absolutamente necesario renovar los carismas de profecía y enseñanza en los
sacerdotes encargados de partir el pan de la Palabra.
Pero no sólo los sacerdotes, sino todo el pueblo son comunidad de profetas.
¡Cómo se transformaría una asamblea en la que la Palabra de Dios suscitase
toda clase de interpretaciones de entre el pueblo! Así se hacía en la primera
comunidad.
Es curioso ver cómo muchos de los que citan a S. Pablo diciendo que la mujer
debe llevar velo en la Iglesia se callan lo más importante de este texto. Pablo
dice que la mujer debe orar y profetizar con velo. Con esto nos da a entender
que las mujeres están llamadas a profetizar durante la asamblea. Con velo o
sin velo es secundario, lo importante es que profeticen (1 Co 11,5).
Tanto nos han hablado de la limpieza con la que hay que recibir a Jesús, que
podemos olvidarnos que uno de los frutos de la Eucaristía es perdonarnos los
pecados y limpiarnos. Dejemos que sea El quien nos limpie en su Comunión.
El acto penitencial al principio de la Eucaristía debe ser algo más que una
mera fórmula. Tiene la virtud de sanar nuestros corazones al repetir: “Tú que
has venido a sanar los corazones afligidos ".
Tras el Padre Nuestro se reza la oración por la liberación que es una glosa del
“Líbranos del mal". “De todos los males pasados, presentes y futuros",
decíamos en el rito antiguo. Convendría dar mayor importancia a este rito y a
esta oración de liberación interior dentro de la Eucaristía, para romper las
cadenas por las que se puedan sentir atados los asistentes.
Pero una vez mas no se trata meramente de renovar algo exterior, sino de una
mayor presencia del Espíritu Santo y su fuerza de sanación durante la
celebración eucarística. Si el roce de la fimbria del manto de Jesús pudo traer
la sanación a la mujer que padecía flujo de sangre, ¡cuánto más la comunión
más íntima con el Cuerpo y Sangre de Jesús será sanación y restauración de
todos los destrozos causados por el Maligno!
Pero lo importante para renovar nuestro amor no serán los signos, sino una
mayor efusión de los carismas del Espíritu que den vida a esos signos, “ese
amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5).
LA FUERZA DE LA
RECONCILlACION
Por MICHAEL SCANLAN
EL SACRAMENTO DE LA RECONCILlACION HOY
TEOLOGIA DE LA RECONCILlACION
UN ENFOQUE "CARISMATICO"
El confesor debe respetar los deseos del penitente. Hay personas que sólo
quieren ser perdonadas y nada más: otras buscan un encuentro personal con
Cristo, una curación, un fortalecimiento, una conversión. En estos casos el
autor propone seguir la siguiente dinámica, surgida de la experiencia:
Con frecuencia el penitente recita una serie de pecados con los que intenta
expresar su conciencia de ser pecador, pero que en sí son tan insignificantes
en su vida que difícilmente le llevan a una auténtica conversión.
En tales casos puede resultar efectivo que el sacerdote ayude al penitente a
hacer un examen de conciencia. Por ejemplo:
Muchas veces, ante una dificultad, es bueno preguntar:” ¿qué crees que es la
causa de este problema?” o bien,” ¿cuándo empezó?”.
EXPLlCACION
Una vez haya una confirmación de la raíz del problema, el sacerdote explica al
penitente que Jesús quiere perdonarle mediante la absolución sacramental. Si
la raíz del problema es una herida o un fallo que pide una curación por parte
de Dios, el sacerdote indica que pedirá al Señor esta curación. Lo mismo si se
necesita una oración de fortalecimiento.
PENITENCIA Y ABSOLUCION
La oración de curación presenta las heridas a Dios para que sean sanadas en el
nombre de Jesucristo. El poder de curación es el poder del amor a través de
Jesús.
La oración de fortalecimiento debe tocar los puntos débiles por los que se pide
un crecimiento en la vida y en el amor del Señor.
REFLEXIONES FINALES
Hay cristianos en los que predomina un concepto pagano de Dios. Para ellos
Dios no es alguien, sino algo impersonal, vago y lejano, que se teme, pero no
se ama. Es un comportamiento de pura religiosidad, pero no de fe cristiana en
el “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (2 Co 1.3), que se nos ha
revelado en el Hijo, cuya gloria hemos contemplado.
Otros muchos tratan de vivir una vida más acorde con el Evangelio, pero sus
relaciones con Dios siguen siendo frías y formalistas, y a lo más que aspiran
es a cumplir pasablemente los mandamientos e ir a la iglesia los domingos.
Puede haber algo más de fe que en el caso anterior, pero viven en una
situación que no es de hijos sino de siervos, como si hubieran recibido “un
espíritu de esclavos para recaer en el temor” (Rm 8,15).
Conocemos a las personas tratando con ellas. Moisés conoció así al Dios de
sus padres en la zarza ardiente en la montaña de Horeb (Ex 3,1-6); Elías se
retiró más tarde al “monte de Dios” para encontrar al Dios de la Alianza en el
susurro de una brisa suave (1 R 19,1-18). Isaías conoció al “Santo de Israel”
en la visión de Yahvé que con sus haldas llenaba el templo (Is 6,1-13).
Para llegar a este encuentro se ofrecen algunas vías, a las que hoy se añade la
oferta, profusa y en creciente boga, de las religiones orientales, pero sólo hay
una que verdaderamente sea “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6).
Nadie va al Padre si no es por El que es “la Luz del mundo” (Jn 8, (2).
Situados con esta transparencia ante “el que escruta los corazones” (Rm 8,27)
hemos de clamar “desde lo más profundo” (Sal 130.1): ¡Señor! siento que
estoy tan lejos de Ti, que no me veo libre del pecado y que mi corazón se
contamina tan fácilmente. Límpiame, acoge mi clamor, dame tu Espíritu para
sentir y amar igual que Tú, pues eres Tú lo que verdaderamente necesito y
busco.
Yahveh se llama Celoso (Ex 34,14), el Señor es “un Dios celoso” (Dt 4,24;
5,9; 6,(5). Sí, tiene que ser así. No a la manera de los hombres: por
inseguridad, miedo, egoísmo. Sino porque ama inmensamente, con un amor
que exige correspondencia para que yo pueda gozar y vivir todo lo que Él es
para mí.
Dios ha entendido las relaciones con su Pueblo escogido, lo mismo que con
cualquiera de nosotros ahora, en forma de alianza, de compromiso de amor.
“Con amor eterno te he amado” (Jr 31,1): un amor muy superior al de un
padre por sus hijos o al de un hombre por una mujer. En la Biblia habla con
lenguaje de enamorado: “Yahveh tu Dios está en medio de ti ¡un poderoso
Salvador! Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con
gritos de júbilo como en los días de fiesta” (So 3,17•18).
Es por esto que yo debo amarle con todo mi corazón, con toda mi alma, con
todas mis fuerzas (Me 12,30; Dt 6.4) porque Él es único y no hay otro fuera de
Él”. Esta es la relación obvia y lógica que debe existir entre Él y yo, y pedirme
esto no es exigirme mucho, sino algo que yo puedo dar y para lo que está
hecho mi corazón.
Sólo Él es fiel (2 Ts 3,3). Sólo Él puede guardar “el amor por mil
generaciones” (Dt 7,9). Por todas las páginas de la Biblia resuena la misma
melodía: ¡Porque es eterna su misericordia!
«Porque tu esposo es tu hacedor, Jahveh Sebaot es su
nombre; y el que te rescata, el Santo de Israel. Dios de
toda la tierra se llama». (Is.54, 5)
17 - EL MISTERIO DE MARIA.
Hoy en cambio, desde hace apenas unos doce años, nos estamos encontrando
en muchos grupos de oración y comunidades de la R.C. hermanos de la
confesión Católica y de la Protestante. Sentimos muy vivamente que «en un
solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo,
judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”
(1 Co 12,13), pero al mismo tiempo, escribía Pablo VI, “somos conscientes de
que existen no leves desacuerdos entre el pensamiento de muchos hermanos
de otras Iglesias y comunidades eclesiales y la doctrina católica en torno a la
función de María en la obra de la salvación, y, por tanto, sobre el culto que le
es debido” (Marialis cultus. n. 33).
En relación con el culto a Santa María, «la Madre de Jesús" (Jn 2,1; Hch
1,14), además de los diálogos que en el campo académico mantienen
especialistas y pastores, ¿qué podemos hacer nosotros en respuesta a
semejante reto y exigencia del Espíritu?
Si San Pablo nos habla muy poco de la vida terrena de Jesús, no nos ha de
extrañar que no haga ninguna referencia explícita a María o a la concepción
virginal de Jesús. La expresión nacido de mujer (Ga 4,4) es una expresión
habitual en el lenguaje bíblico (cf. Jb 14.1: Mt 11.11) Y no es sino una
referencia a la debilidad de la naturaleza humana: Jesús apareció entre
nosotros como un recién nacido, como todos los humanos. La expresión
nacido del linaje de David según la carne (Rm 1,3) no indica una
concepción de modo carnal, sino que Jesús en cuanto hombre pertenece al
linaje de David: de ahí que el Nuevo Testamento Inter-confesional traduzca
“descendiente de David en cuanto hombre”.
Sin embargo, hay que reconocer que cuando S. Pablo hace referencia al
nacimiento de Jesús (Ga 4,4; Rm 1,3; Flp 2,7) se aparta del vocabulario
bíblico normal sobre el nacimiento de las demás personas: no hay nunca
referencia al padre terreno y, en vez del verbo habitual “ser engendrado”
(gennaomai), emplea el verbo “llegar a ser” (ginomai).
EVANGELIO DE S. MARCOS
En el evangelio de S. Marcos encontramos dos referencias a María. Algunos
autores las han considerado como los restos históricos más antiguos referentes
a María, sin embargo, como veremos, no es así.
Aparte de estos dos primeros capítulos, el primer evangelio sólo nos habla de
María en 12,46-50 y 13.55-56. Sobre estos textos ya hemos hablado en el
apartado dedicado al evangelio de San Marcos. Señalemos únicamente que en
12,46 la madre y los “hermanos” de Jesús quieren sólo hablar con él y no
"hacerse cargo de él" como en Mc 3,21 (cf. 3,22).
El evangelio de San Lucas se abre con dos capítulos -el relato de la infancia -
en que se nos habla abundantemente de María. Estos hay que relacionarlos
con los dos primeros capítulos del evangelio de San Mateo, ya que
seguramente San Lucas se inspira aquí en San Mateo, al mismo tiempo que lo
corrige. Su género literario es histórico con abundantes elementos
midráshicos: no tiene fundamento histórico, sin embargo, el parentesco entre
María e Isabel, la visitación, la escena de los pastores, el encuentro con
Simeón y Ana, y la pérdida de Jesús en el Templo.
EL APOCALIPSIS
Parece que el texto hay que referirlo al nacimiento escatológico por la cruz y
la resurrección. La referencia a la Iglesia (concebida como el pueblo del
Antiguo y del Nuevo Testamento) parece también clara (cf. Vs. 6ss). En tal
caso es difícil negar un cierto paralelismo con el episodio de la madre de Jesús
junto a la Cruz y, por lo tanto, una posible lectura mariana del texto. Si el
texto del Apocalipsis se inspira en el evangelio de Juan, la referencia mariana
sería indiscutible: en caso contrario, como es lo más probable, es fácil que el
texto propiamente dicho no suponga ninguna referencia explícita a la persona
histórica de María. Escribe el teólogo protestante Max Thurian: “el gran signo
en el cielo es la Iglesia-madre, que avanza hacia el Reino glorioso del
Resucitado a través de las tribulaciones de este mundo, simbolizada en la
historia y particularmente al pie de la cruz, por María, madre del Crucificado
y del Resucitado”.
ANTIGUO TESTAMENTO
Como es natural, el Antiguo Testamento no dice nada sobre María. Sin
embargo, “estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y tal
como se interpretan a la luz de la ulterior y plena revelación, evidencian poco
a poco, de una forma cada vez más clara, la figura de la mujer Madre del
Redentor” (LG 55). De este modo podemos leer proféticamente Gn 3,15
(promesa de victoria sobre la serpiente), Is 7,14 (“la virgen concebirá”) y Mi
5,2-3 (“y dará a luz”). En cuanto a los temas teológicos, tienen una
importancia profética el tema de “los pobres de Yahvé” (cf. Lc 1,48.52) y el
tema de la “Hija de Sion” (Sof 3,14-17: cf. Lc 1,28-38)
2. LLENA DE GRACIA
Es más, la gran maravilla que el Espíritu Santo realiza en ella inunda toda su
vida. Escribe una autora evangélica: "es lógico, pues, entender que después de
ser fecundada por el Espíritu se mantuviera pura y viviera en la presencia de
Dios. Incluso con anterioridad, puesto que Dios prepara durante largo tiempo
y educa a los que le han de servir como instrumentos” (M.B. Schlink). De ahí
que la Iglesia llama a María “totalmente santa e inmune de toda mancha de
pecado” o “enriquecida desde el primer instante de su concepción con el
resplandor de una santidad enteramente singular” (Concilio Vaticano II): es lo
que en la tradición católica expresamos con la afirmación de la inmaculada
concepción (Pío IX, 8 diciembre 1854). Del mismo modo, la gracia
completamente gratuita de Dios se manifiesta en María hasta el final, en que
“terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la
gloria celestial” (Pío XII, 1 noviembre 1950): es lo que en la tradición católica
expresamos con la asunción de María.
3. MADRE NUESTRA
4. ¡BENDITA TU!
BIBLlOGRAFIA MARIANA
COMENTARIO AL MAGNIFICAT
MARTIN LUTERO
Quien recta y únicamente ama y alaba a Dios, le alaba sólo porque es bueno,
se fija exclusivamente en su bondad, y en ésta, no en otra cosa, encuentra su
placer y su gozo. He aquí una forma sublime, limpia y delicada de amar y de
alabar, perfectamente adecuada a un espíritu sublime y delicado como el de
esta Virgen...
¿Cómo tenemos que dirigirnos a María? Fíjate bien en las palabras; te dicen
que tienes que hablarla de la siguiente manera: “¡Oh, tú, bienaventurada
Virgen y Madre de Dios; qué nada e insignificante eres, qué despreciada has
sido, y, sin embargo, qué graciosa y abundantemente te ha mirado Dios y qué
grandes cosas ha realizado contigo! Nada do eso has merecido, pero la rica y
sobreabundante gracia que Dios ha depositado en ti es mucho más alta y más
grande que todos tus méritos. ¡Dichosa de ti! Desde este momento eres
eternamente bienaventurada, porque has hallado a un Dios así”...
Las “grandes cosas” que ha realizado en ella no son más que el haber sido la
madre de Dios: con ello le han sido otorgados tantos y tales bienes, que nadie
es capaz de abarcarlos. De ahí provienen todo honor, toda la felicidad, el ser
una persona tan excepcional entre todo el género humano, que nadie se le
puede equiparar, porque, con el Padre celestial, ha tenido un Hijo. ¡Y qué
Hijo! Tan grande, que ni darle nombre puede por esa magnitud súper
excelente, y se ve precisada a quedarse proclamando balbuciente que es algo
muy grande, que no puede expresarse ni mensurarse. Y de esta suerte ha
encerrado en una palabra todo su honor, porque quien la llama madre de Dios
no puede decirle nada más grande, aunque contase con tantas lenguas como
hojas y hierbas hay en la tierra, estrellas en el firmamento y arenas en el mar...
Dejemos esto aquí por el momento, y pidamos a Dios que nos conceda la
correcta inteligencia de este Magníficat: que no se contente con iluminar y
hablar, sino que inflame y viva en el cuerpo y en el alma. Que Cristo nos lo
conceda por la intercesión y la voluntad de su querida madre María. Amén.
Este texto está tomado de la obra “María, el camino de la Madre del Señor”.
La M. Basilea Schlink es evangélica y fundadora de la Hermandad
Evangélica de María, en Darmstadt (Alemania).
Martín Lutero escribe sobre María: “¿Quiénes son todas las muchachas,
siervos, señores, mujeres, príncipes, reyes, monarcas de la tierra en
comparación con la Virgen María, que, nacida de descendencia real, es,
además, madre de Dios, la mujer más sublime de toda la tierra? Ella es, en la
cristiandad entera, el más noble tesoro después de Cristo, a quien nunca
podemos ensalzar bastante: la más noble esperadora y reina, exaltada y
bendita sobre toda la nobleza, con sabiduría y santidad. (Comentario al
Magnificat).
?Quien lea estas palabras de Lutero, de quien es notorio que hasta el fin de su
vida honraba a María, santificaba sus fiestas y cantaba diariamente el
Magníficat, se dará perfecta cuenta de cuánto nos hemos alejado del recto
enfoque hacia ella como Martin Lutero nos lo mostró desde la perspectiva de
la Sagrada Escritura. Por tal razón, los herederos de la Reforma en cuyas
confesiones leemos frases como ésta: “María es digna del más supremo honor
en la más grande medida”(art. IX de la Apología en torno de la Confesión de
Augsburgo), tenemos el deber de preguntarnos si no hemos sido nosotros
enrollados más o menos conscientemente en una actitud o manera de pensar
racionalista.
Sin embargo, si Martín Lutero nos dice en aquella frase antes citada que nunca
podremos ensalzar suficientemente a la mujer que constituye el mejor tesoro
para la cristiandad después de Cristo, yo misma debo contarme entre aquellas
personas que no lo han hecho durante los largos años de su vida, y que, por
consiguiente, no han seguido la invitación de la Sagrada Escritura según la
cual “desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones de la
tierra” (Lc 1,48).
Jesús espera que la veneremos y que la amemos. Así nos lo dice la Palabra de
Dios, y ésta es, por tanto, su voluntad. Y sólo aquellos que guardan su palabra
son los que aman verdaderamente a Jesús (Jn 14.23).
MARIA Y LA IGLESIA
ENTREVISTANDO A MAX THURIAN. TEOLOGO PROTESTANTE DE
TAIZE.
Usted sabe que en este punto se trata en primer lugar de una cuestión de
sensibilidad. Y esta sensibilidad, más o menos refractaria a María, se debe a
una educación fundamentalmente «contra». Sin embargo, el reconocimiento
de la función de la Virgen María en la historia de salvación y en la vida de la
Iglesia implica una piedad que sea consecuente con la verdad. Y la fe se
traduce necesariamente en la liturgia comunitaria y en la oración personal.
?El mismo Lutero conservó las fiestas marianas de la liturgia tradicional y en
ellas pronunció hermosos sermones sobre María.
Si en la tierra yo pido a un amigo que pida por mí, ¿por qué no podré recurrir
a la intercesión de un santo que vive en Cristo y, sobre todo, a María, nuestra
madre espiritual? Lutero indica cómo ve él esta petición de intercesión: "Se la
debe invocar para que, por su voluntad, Dios dé y haga lo que pedimos: así
hay que invocar a todos los santos, para que todo sea obra de Dios solamente»
(Magníficat).
LUIS MARTIN
Así se puso de manifiesto en algunas sesiones del Concilio Vaticano II, en las
que el debate mariano se agudizó ante una alternativa: o redactar un
documento especial sobre la Virgen María, que prácticamente resumiera toda
la doctrina mariológica, como pretendía el ala más conservadora, o que se
incluyera en la Constitución sobre la Iglesia, como un capítulo de la misma, la
enseñanza del Concilio sobre María. La asamblea optó por esta segunda
proposición, a pesar de la insistencia contraria en que tal decisión restaría
importancia a la figura de María en la Iglesia.
LA FIGURA DE MARIA
EN SU VERDADERA PERSPECTIVA
Para evitar todo esto es necesario que consideremos la figura de María dentro
de una perspectiva muy distinta. La veneración de la Virgen debe expresar el
carácter trinitario y cristológico que le es esencial.
Esto exige observar cierta consideración con los hermanos de otras Iglesias y
tener en cuenta sus creencias y sentimientos. La voluntad del Señor es que sus
hijos nos unamos cuanto antes en la oración y en el amor, aceptándonos en
espíritu de “mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor,
poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”
(Ef 4,2-3).
- Un aspecto bastante olvidado, pero quizá el que más nos pueda ayudar a
situamos en la verdadera línea, es el de los motivos y múltiples posibilidades
que nos ofrece para la alabanza a Dios “porque ha puesto sus ojos en la
humildad de su esclava... y ha hecho en (su) favor maravillas el Poderoso” (Lc
1,48-49).
Todo culto mariano, más que centrarse en María, se debe dirigir a Dios Padre
por medio de su Hijo y en el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
La carta, que con motivo del Jueves Santo, acaba de dirigir a todos los
sacerdotes de la Iglesia Juan Pablo II, con la convicción y sabiduría que tanto
le caracterizan, aborda luminosa y esperanzadamente los aspectos más
importantes.
Sin el menor asomo de triunfalismo, sino por la gran fe que tenemos en "la
Promesa del Padre “ (Hch 1,4) y en que "el Señor es el Espíritu” (2 Co 3,17)
que actúa con gran poder, podemos constatar una contribución peculiar de la
R.C. para la renovación del sacerdote en los siguientes aspectos:
- Por mucho protagonismo que en buena hora han asumido los laicos, vive
profundamente su identidad dentro del pueblo de Dios. Muchas veces ha
tenido que decir como dijera San Agustín: “con vosotros soy cristiano”, y
ponerse al mismo nivel de todos los hermanos en la oración humilde, en la
transparencia, en la corrección fraterna y hasta en el sometimiento, pero más
que nunca ha sentido la necesidad de actuar y presentarse “débil, tímido y
tembloroso” (1 Co 2,3), como el hombre de todos, en el que antes que al
intelectual, o al administrador o al funcionario burocrático, o al ilustre
profesor o al militante político, todos puedan hallar al hermano, al hombre de
Dios, al verdadero pastor, lleno del don de sabiduría y discernimiento, que
irradia el Espíritu y el amor de Cristo, y al que se puede acudir para encontrar
vida y experiencia de Dios.
Con esto no queremos afirmar que el sacerdote que está en la R.C. haya
logrado ya todo esto, pero lo que importa es la nueva perspectiva y orientación
hacia la que se siente encaminado, la renovación que experimenta en su
ministerio y todo lo que pasa en su vida, cuyo testimonio es necesario saber
escuchar.
Desde estas páginas, con humildad, respeto y amor, pero con una fe y certeza,
quisiéramos hacer llegar este mensaje de manera especial hasta nuestros
Pastores. No les pedimos que nos crean en todo, de momento, pero sí que
tomen en consideración la buena nueva de hambre de Dios, fidelidad y
entusiasmo que se empieza a dar en la vida de muchos sacerdotes.
CRECIMIENTO, MADUREZ Y
FRUTO EN LA VIDA CRISTIANA
DEL ESPÍRITU
Luis Martín
El Hijo de Dios, el Verbo en el que “estaba la Vida, y la Vida era la luz de los
hombres” (Jn 1,4) para esto se encarnó: “Yo he venido para que tengan Vida y
la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Con “multiforme sabiduría” (Ef 3,10) y superabundancia de medios Dios
derrama sus dones y bendiciones para que todos “sellados con el Espíritu
Santo de la Promesa” (Ef 1,13) lleguemos de verdad a estar “en comunión con
el Padre y con su Hijo, Jesucristo” (1 Jn 1,31.
La Palabra de Dios nos dice que en este plan Dios ha puesto una ley normal y
general: la ley del crecimiento.
No crecer es parar la vida y frustra el designio que Dios tiene sobre cada uno
de nosotros en los que quiere complacerse amorosamente reconociendo el
rostro de su “Hijo amado”.
Todo lo cual, por otra parte, nos ayuda a formarnos una idea más elevada de
lo que somos, no por nosotros mismos, sino por lo que Dios ha hecho y puesto
en nosotros y por lo que significamos para El. Por eso quiere que amemos y
sepamos apreciar en su debido valor cuanto Él ha depositado en nuestras
almas, pues nos “ha revestido de ropas de salvación, en manto de justicia” nos
ha envuelto (Is 61, 10). Es así como gozándonos en El, debe cada uno amarse
a sí mismo, con amor de agradecimiento y reconocimiento del don divino.
Pablo decía a los cristianos de Éfeso que habían empezado con una
experiencia muy fuerte del Espíritu: “no seamos ya niños, llevados a la deriva
y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia
humana y de la astucia que conduce al error, antes bien, siendo sinceros en el
amor, crezcamos en todo hasta Aquél que es la Cabeza, Cristo” (Ef 4,15).
Cada vez que nos resistimos a salir de nosotros mismos, a tener que viajar, a
dormir menos, a responder a esta o aquella llamada, a atender a este hermano
que necesita venir a hablar conmigo, a dedicar tanto tiempo a reuniones de
trabajo que nos podrían parecer fatigosas y de poca fruición espiritual, etc.,
nos negamos a crecer y a poner en uso los dones recibidos.
En tales momentos el que está lleno del Espíritu puede mantenerse en una paz
y serenidad como ni el mundo ni la psicología la pueden dar, en una afabilidad
y gozo que no dependen de las circunstancias favorables, y que “nadie os
podrá quitar” (Jn 16,22).
Este elemento de la madurez espiritual nos habla más de dar que de recibir, de
ser canal transmisor de lo mucho que se nos ha dado, de ser “obreros del
Reino” porque el Espíritu es fuerza y dinamismo que nunca nos dejará
pasivos.
En relación con los hermanos: nos cuesta mucho aprender una lección
importante: los defectos de los hermanos son también mis propios defectos.
Cuando no estamos verdaderamente centrados en el Señor empezamos a mirar
con sentido crítico y todo lo encontramos fatal, tanto lo que se dice, como lo
que se canta y las personas que intervienen. Entonces es muy mal consejero el
subjetivismo: pensar que las cosas son como a mí me parecen.
"Yo os he elegido para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto
permanezca” (Jn 15,16).
El Señor tiene pleno derecho a esperar y exigir el fruto, como de forma tan
expresiva nos muestra la canción de la viña (Is 5.1-7) y la parábola de la
higuera (Lc 13.6•9). En toda la Biblia vemos que el Señor es siempre exigente
a la hora de pedir el fruto. Es severo con el siervo que enterró los talentos por
miedo a correr un riesgo. Parece como si Jesús aceptara y perdonara todo,
incluso el adulterio, pero es tremendo lo que dice al siervo que tuvo miedo, en
contraste con las consoladoras palabras y la gratificación que hay para los que
supieron utilizar y hacer fructificar sus talentos.
Y esto, hasta el punto de que “todo árbol que no dé buen fruto es cortado y
arrojado al fuego” (Mt 7,19), y “a todo sarmiento que no da fruto, el viñador
lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto” (Jn 15,2).
Al pueblo escogido, que no llega a dar el fruto que de él cabría esperar, Jesús
le dice terriblemente: “Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo
que rinda sus frutos” (Mt 21,43).
El servicio es una forma de dar fruto: “el fruto de la luz consiste en toda
bondad, justicia y verdad” (Ef 5,9).
Sólo podremos vivir “de una manera digna del Señor, agradándole del todo”,
si estamos “fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento
de Dios” (Col 1,10).
El fruto entonces viene a decantarse en la santidad: “fructificáis para la
santidad” (Rm 6,22) y “ésta es la voluntad de Dios” (1 Ts 4.3).
2.- ¿Qué tengo que hacer cuando he hecho mal, pero no me sabe mal; o
sea, cuando he pedido durante tiempo que Dios me dé arrepentimiento,
pero no lo siento?
4.- ¿Qué tengo que hacer cuando he pedido perdón a otras personas y
después de algunas semanas se reproduce otra vez la amargura?
Cuanto más tiempo dura este proceso del combate de fe, más grave era el mal
que se sufría. Por esto, no te canses cuando te sientas arrastrado a la tentación
de pensamientos amargos. Clama, día tras día, pidiendo por el poder de la
sangre de Jesús poder vencer tu tendencia a tener compasión de ti mismo y tú
querer tener razón.
5,- ¿Qué tengo que hacer cuando he pedido perdón a alguien y todavía no
se ha allanado todo?
6.- ¿Qué tengo que hacer cuando he orado mucho tiempo para que una
persona cambie y no cambia?
Pregúntate entonces si del mismo modo que pides que esa persona cambie,
está pidiendo que tú también cambies. No pidas en primer lugar para que
cesen las dificultades, sino para que tú cambies. Ora que desaparezca el punto
pecaminoso de tu vida que Dios desea enseñarte por medio de esa persona
difícil. Cuando te arrepientas de tu pecado, vendrá el arrepentimiento de la
otra persona, porque el arrepentimiento es contagioso. Lo que tú tienes que
hacer es bendecir a Dios y humillarte dentro de ti mismo por la dificultad de
carácter que quizá tú mismo también tienes, y amar mucho. El amor es el
poder más grande para resolver las discrepancias.
7.- ¿Qué tengo que hacer cuando note que alguna persona tiene algo
contra mí, pero no me lo dice abiertamente?
Pregúntate primero si te importa más que Dios tenga algo en contra de ti o que
lo tenga otra persona, pues en tal caso significaría que estás delante de
personas en vez de estar delante de Dios. Podría ser que este sentimiento -de
creer que alguna persona tiene algo contra ti- proviene de tu propio deseo de
ser amado y de un afán de imponerte que no te fue correspondido. Pero si
orando recibes la confirmación de tu impresión, entonces ve hacia aquella
persona para comprobar si tiene algo contra ti, dispuesto a dejarte decir todo
lo que le plazca y a reconciliarte con ella cueste lo que cueste.
8.- ¿Qué tengo que hacer cuando pienso que un ruego de perdón no sería
prudente por motivos de autoridad y disciplina?
Tienes una gran responsabilidad. La Biblia dice que cuando veas pecar a tus
hermanos y no les adviertes, Dios pedirá su sangre de tu mano (Ez 3,18).
10.- ¿Qué tengo que hacer cuando de verdad he hecho todo para una
reconciliación con mi prójimo y él la rechaza?
Entonces tienes que querer sufrir como Jesús sufrió a causa de nuestro rechazo
hasta la misma cruz. Dite: “necesito esta cruz». Dios quiere con ello hacer que
nazca en tu corazón la virtud más sublime, el amar a tus enemigos, y con esto
la imagen de Jesús en ti. Si a pesar de orar y bendecir a Dios por tu prueba
durante años no se ha producido la unidad, aplícate entonces la palabra
consoladora de Jesús: “El discípulo no es más grande que el Maestro, ni el
siervo más que su Señor» (Mt 10,24).
También los sabios y doctores de la época dieron de Jesús las más variadas
explicaciones: sus parientes dijeron que estaba "fuera de sí" (Mc 3,21) Y "ni
siquiera sus hermanos creían en Él" (Jn 7. 5); otros recurrieron al príncipe de
los demonios para explicar su poder espiritual (Mt 12. 24-31), le acusaron de
"malhechor" (Jn 18, 30) y de blasfemo (M t 26. 65) que se tenía "por Hijo de
Dios" (Jn 19, 7).
Y esto no tiene que disminuir nuestro entusiasmo, decisión y coraje para dar
testimonio de admiración por Aquél que es nuestro Líder, nuestro Maestro y
Señor, y difundir su mensaje. Que sus discípulos llegaran a "alabar a Dios a
grandes voces” (Le 19.37) es un hecho que recogen los Evangelios, un gesto
que agradó al Señor, es más, que El mismo provocó, y que siempre será
necesario repetirlo de cara al mundo y para que lo aprendan muchos cristianos
demasiado cohibidos e inseguros ante el que es "el Primogénito de entre los
muertos, y el Príncipe de los Reyes de la tierra" (Ap. 1, 5), porque, de callar
sus discípulos, habrán de "gritar las piedras" (Lc 19, 40).
Toda exteriorización de fe sincera y auténtica es algo que arrastra e invita a
los demás, y también será alabanza del Señor. Y si hay apertura al Espíritu sin
duda que se darán sus frutos. Una buena regla de discernimiento es que donde
haya "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5, 22) no se puede negar la presencia del
Espíritu y, en consecuencia, no procede hablar de exageraciones ni de
emocionalismo. Es algo tan natural y sencillo como el desahogo y la efusión
de un amor.
El Espíritu Santo realiza en las personas una admirable integración de lo
humano y de lo divino, de la humildad y del arrojo, de ser como niños pero
maduros en la fe, "prudentes como las serpientes y sencillos como las
palomas" (Mt 10, 16).
NECESIDAD DE LA ORACIÓN
PERSONAL.
Por el Sr. Obispo de Tortosa, D. Ricardo Carles.
También la oración es necesaria para algo tan elemental como es cumplir los
mandamientos fundamentales. No es un trabajo de adorno, ni se puede vivir
como cristiano sin hacer oración. Lo fundamental en la vida cristiana es amar
a Dios y al prójimo: y para esto es necesaria la oración. No hablo de la oración
considerada sólo como experiencia de lo sagrado, de lo luminoso, sino de la
oración que comporta una unión vital con Cristo por la fuerza del Espíritu
para acercarnos al Padre. Y esto exige una conversión, reforma de vida. Si en
nuestra oración nos quedáramos con un sentirnos a gusto con Dios, sin llegar a
una radical exigencia de conversión, nuestra oración no sería cristiana.
"A Dios nadie lo vio jamás: el Unigénito que está en el Padre, éste le ha dado
a conocer" (Jn 1, 18). "Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn
14, 9). Por Jesús conocemos a Dios y esto lo hemos de cultivar en la oración.
Mejor hacerlo que decirlo. Es muy difícil dar recetas para orar.
No hace falta que a nadie se le enseñe a orar, igual que a nadie se le enseña a
respirar. Para un cristiano orar es vital.
Os diré una cosa muy elemental sobre cómo hay que orar. Es imprescindible
estar en gracia. Hoy no hay clara conciencia del pecado, se ignora la
necesidad de estar en amistad con Dios. Hoy todo el mundo está convencido
de que Dios es muy bueno, de que Dios es Padre, y esto es muy positivo, pero
es algo que comporta la necesidad de ponerse a tono con Dios y hacer su
voluntad. Y esta segunda parte es la que ya no está en la conciencia de
muchos cristianos de hoy: se acercan al Padre con una carga de pecados de los
que ni siquiera piensan plantearse. "¿Por qué me decís: ¡Señor! ¡Señor!, si no
hacéis lo que digo?" (Lc 6, 46), decía Jesús.
Hoy día son muchos los que dicen ¡Señor! ¡Señor!, pero no hacen lo que El
dice: por eso debo afirmar que es fundamental estar en gracia para hacer
oración y no esperar a una etapa posterior para buscar una reconciliación con
Dios.
FORMAS DE ORACION
Al acercaros a hacer una lectura sobre la Biblia hacedlo con un gran respeto y
una ilusión mayor que cuando tenéis el periódico o la carta de un amigo.
Hasta los párrafos más leídos y que sabemos de memoria nos pueden dar un
mensaje nuevo.
No os dejéis atar a ningún método: habéis de estar en contacto con Dios como
El os dé a entender, ya sea una lectura lenta, una oración de petición, de
arrepentimiento, de ofrecimiento, de acción de gracias, de revisión de vida u
oraciones bocales: lo importante es que os sintáis cerca de Dios. Dejad el
Espíritu en libertad según os conduzca.
No queramos en nuestra oración algo que valga menos que Dios. Esto sería
convertir a Dios en un instrumento de mi propio bienestar, tentación en la que
a veces caemos. La oración tiene que realizarse, como en el caso de nuestro
padre Abraham, contra toda esperanza. En ocasiones puede ser dramática,
pero indudablemente será una experiencia de fe.
LA ORACION PRIVADA
A) "ORAR SIEMPRE SIN DESFALLECER" (Le 18, 1)
Uno de los frutos más inmediatos de la efusión del Espíritu es el gusto por la
oración, al mismo tiempo que una gran necesidad de orar. Tras el
descubrimiento o más bien, experiencia de sentirse amado por el Señor, el
alma añora momentos de estar más a solas con El. Empezamos a comprender
el anhelo del salmista:
- “Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo”.
A las personas que manifiestan lo difícil que les resulta orar porque "no
sienten nada", porque "no se pueden concentrar", etc. etc., hemos de llevarles
siempre a la raíz de las mayores dificultades para la oración. Y para esto han
de empezar a orar humildemente y con fe al Espíritu Santo. En realidad no
hay estado de tibieza, sequedad o desgana, de falta de anhelo espiritual, del
que no se pueda salir en muy poco tiempo, a veces en muy pocas horas,
orando ardientemente al Espíritu.
Entrar en nuestro aposento y cerrar la puerta para orar al Padre "que está allí
en lo secreto" exige silencio exterior e interior.
El silencio exterior supone no sólo la ausencia del ruido que nos puede
impedir o distraer tanto la concentración necesaria, sino también la ausencia
de otros excitantes en los que a veces no reparamos.
Un clima de paz, luz discreta, la postura que adoptamos para que también
podamos orar con el cuerpo, mejor dicho, con toda nuestra persona. En esto
nos puede servir de gran ayuda el empezar la oración postrando el rostro en
tierra y durante unos minutos adorar profundamente al Señor que está
presente. En ciertos momentos, también levantar los brazos en actitud de
abandono, confianza y apertura, tal como expresa la Palabra de Dios (Sal 63,
5; 134; 1 Tm 2,8). Otra postura que prefieren los jóvenes es la de estar
sentados en el suelo, con las piernas cruzadas.
Son tres notas importantes que merecen les dediquemos atención. Nos
ayudarán a profundizar más en nuestra atención.
No siempre la oración es personal. Con frecuencia son nuestras ideas las que
oran, no nosotros. Otras veces lo que hacemos es más bien hablar a nuestro
concepto del Señor, pero en realidad no nos abrimos a su presencia personal.
También es posible que nuestro ser íntimo más profundo no esté presente en
el diálogo. El Señor llega a nosotros, pero nosotros podemos seguir vagando
por entre nuestras preocupaciones, fantasías, planes, distracciones.
Pero hagamos una oración insistente y ardiente que sea como un grito que sale
del alma. Esto hace actuar más nuestra fe. Y así también debe ser la oración,
afectiva. El ímpetu y la vehemencia de los dos ciegos de Jericó (Mt 20, 29-34)
y la insistencia de la siro fenicia (Mc 7. 24-30) es lo que muchas veces
necesitamos.
3. Y un rendirse al Espíritu
Para dejar que el Espíritu pueda hacer esta obra en nosotros basta que nos
abramos cada vez más a Él en la oración, "orando en toda ocasión en el
Espíritu" (Ef 6, 18). Él nos dará los dones y los frutos y hará el resto que
nosotros no podemos hacer.
Si atendemos a que en nuestra oración se den estas tres notas, no hará falta
decir ya muchas más cosas sobre' la oración privada. El problema estará
principalmente en el grado de relación con el Señor en que nosotros queramos
vivir, y en la práctica.
Es posible que en muchas cosas hayamos triunfado. Pero cada uno somos un
verdadero fracaso en el objetivo que verdaderamente nos interesa: el amor del
Señor y de los demás. El secreto está en aprender a someter cada cosa al
Espíritu Santo.
LA ORACION EN GRUPO
No tratamos de explicar aquí cómo ha de funcionar la reunión del grupo de
oración, sino, bajo un enfoque más personal, de la importancia y necesidad
que tenemos de esta oración, de las cualidades o actitudes evangélicas que
exige y de los objetivos que se logran.
A) SU IMPORTANCIA Y NECESIDAD
Para que la oración en grupo sea auténtica siempre supone la oración privada.
La una no sustituye a la otra, sino que se complementan y ambas son
necesarias para el crecimiento espiritual.
Aquí tengo que abrirme a la presencia del Señor, pero al mismo tiempo
también al hermano, a su plegaria, a sus sentimientos y situación y a todo lo
que va pasando en el transcurso de la oración. Tengo que saber "decir amén" a
la acción de gracias del hermano (1 Co 14, 16).
Por tanto, ir a orar en grupo no es ir a hacer cada uno nuestra oración, sino a
orar juntos, a orar con los hermanos, a ofrecer al cielo una alabanza conjunta,
el clamor unánime de unos hermanos unidos en el amor y la fe. Para que yo
personalmente haga bien esta oración he de saber conjugar estas dos
presencias: el Señor en medio de nosotros y la de mis hermanos: de ninguna
de ellas me puedo desentender.
Hoy quizá más que nunca el Espíritu del Señor hace sentir entre los cristianos
la necesidad de orar en grupo, en comunidad, de escuchar juntos la Palabra.
Vemos como aun fuera de la R.C. están surgiendo diversidad de grupos de
oración y de reflexión cristiana.
No podemos olvidar que Jesús dio una gran importancia al hecho de cuando
"están dos o tres reunidos en mi nombre" (Mt 18, 20), y la mayor efusión del
Espíritu en la historia se dio en esta circunstancia especial: "todos ellos
perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), y "al llegar el
día de Pentecostés estaban todos reunidos en un mismo lugar" (Hch 2, 1).
Igualmente, cuando tras haber sido apresados y conducidos al tribunal, Pedro
y Juan vuelven a los suyos y cuentan lo ocurrido, "al oírlo, todos a una
elevaron su voz a Dios ... acabada su oración, retembló el lugar donde estaban
reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra
de Dios con valentía" (Hch 4, 23-31).
Por otra parte, muchos sienten que no les basta la participación en la oración
litúrgica en la que echan de menos la espontaneidad, apertura y facilidad para
la comunicación e intercambio espiritual. Para esto se busca orar en grupo,
con un estilo no tan formal, pero sí con un clima más familiar.
Esto facilita la apertura y el que nos sintamos pobres, humildes, "como niños"
(Mt 18, 3) y tengamos sensibilidad espiritual ante el hermano, actitud de
acogida, haciendo nuestra su oración y alabanza. Entonces vemos cómo, si
cada uno se olvida de sí mismo y de sus propios problemas, para orar más con
el hermano y por el hermano, comprobará que su problema se ha solucionado,
o en todo o en parte.
Así es posible compartir la experiencia del Señor y las luces que recibimos en
la oración. La comunicación espiritual, que generalmente se desconoce en la
mayoría de cristianos y hasta entre los mismos esposos, por ciertas barreras e
inhibiciones, empieza a fluir sin dificultad. Y esta es una de las sorpresas que
desconocíamos, a pesar de una antigua amistad, y entramos más en sintonía
con él.
C) OBJETIVOS A CONSEGUIR
1.) Por el sentido profundo a que se llega de la presencia del Señor en medio
de los que se reúnen, se vive una forma peculiar de gozo, fortaleza y aliento
espiritual y en cualquier crisis o dificultad en que nos hallemos siempre nos
reanimará e impulsará aún más a la oración individual.
3.) Crea más fácilmente "un mismo Espíritu" (Hch 2, 46; 5, 12), "un solo
corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).
4.) Es así como en los que oran juntos se manifiesta "un solo cuerpo en Cristo,
siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros" (Rm 12,5).
Nuestra preocupación y actividad común no puede ser otra más que ésta:
formar el Cuerpo de Cristo.
LA ORACIÓN LITÚRGICA.
Después del Concilio Vaticano II son muchos los laicos que empiezan a
descubrir la riqueza y profundidad de la oración litúrgica a través del Oficio
Divino o la Liturgia de las Horas.
En los grupos de oración de la R.C. son también cada vez más numerosos los
hermanos que de esta forma tratan de orar sin interrupción, como enseña San
Pablo (l Ts 5,17) y de santificar el día.
Es una oración de gran excelencia. El Vaticano II dice que "el Oficio Divino
está estructurado de tal manera, que la alabanza de Dios consagra el curso
entero del día y de la noche, y cuando los sacerdotes y todos aquellos que han
sido destinados a esta función por institución de la Iglesia cumplen
debidamente este admirable cántico de alabanza, o cuando los fieles oran
junto con el sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de
la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su
Cuerpo al Padre" (Const. de Sagrada Liturg., núm. 84). "En cuanto oración
pública de la Iglesia, es además fuente de piedad y alimento de la oración
personal" (lb., núm. 90).
El deseo de la Iglesia es que cada vez sean más los laicos que sepan utilizar
esta oración y que adquieran también para ello una instrucción bíblica y
litúrgica, sobre todo acerca de los salmos.
El mismo Concilio encarece que "procuren los pastores de almas que las
Horas principales, especialmente las Vísperas, se celebren comunitariamente
en la iglesia los domingos y fiestas más solemnes. Se recomienda asimismo
que los laicos recen el Oficio Divino o con los sacerdotes o reunidos entre sí,
incluso en particular" (lb., núm. 100).
El precio de los libros del Oficio Divino puede resultar caro para algunos.
Pero para obviar esta dificultad se puede recomendar que, de los tres tomos de
que actualmente consta la edición castellana del Breviario, basta que se
compre y utilice el Tomo 1, llamado Diurnal, con el que, menos el oficio de la
Lectura o Maitines, se pueden rezar todas las demás Horas: Laudes, Hora
intermedia, Vísperas, Completas, durante todo el año.
La experiencia que tenemos de los retiros, en los que los Laudes nos duran
una o dos horas, nos da una idea de cómo podemos hacerla también a nivel
individual.
LA ORACIÓN DE CONTEMPLACIÓN
Hace unos años hablar de oración de contemplación significaba referirse tan
sólo a aquéllos que se sentían llamados a la vida del monasterio o del desierto,
y apenas si se podía concebir que se diera la contemplación en medio del
mundo.
Por otra parte la vida contemplativa había quedado desvalorizada, más bien
diríamos que incomprendida y desconocida, no sólo por la incapacidad del
mundo occidental moderno para los valores del Espíritu, para la reflexión y la
concentración, sino también por los cambios y corrientes que han exaltado el
compromiso y la actividad temporal.
Pero hoy se observa un fenómeno nuevo dentro de la Iglesia en general y de
manera especial en la R.C.: son muchos los hermanos que, en medio del
mundo y llevando una actividad temporal, descubren la contemplación y se
sienten cada vez más atraídos hacia la misma y hasta la empiezan a vivir, sin
grandes pretensiones ni organización de ninguna clase, como una
consecuencia de la vida intensa del Espíritu. Los Hermanitos de Foucauld son
un testimonio elocuente. El libro de la Pustinía, que acaba de aparecer en la
edición española, es algo más que un caso curioso de espiritualidad rusa.
Como se lee en su capítulo final, "considerando bien las cosas, la pustinía no
es del todo un lugar... es un estado, una vocación, que pertenece a todos los
cristianos en virtud de su bautismo. Es la vocación contemplativa" (Pág. 185).
Esto será una gran riqueza para el cristianismo y obedece a una ley general de
la espiritualidad de la Iglesia: una difusión cada vez más universal de los
valores espirituales que en un principio fueron patrimonio de unos pocos.
Para que nos formemos una idea exacta de este fenómeno, hemos de advertir
que hay una diferencia respecto del pasado. Es decir, en la contemplación
cristiana hay unos elementos esenciales que nunca cambiarán: la relación
personal del cristiano con el Dios Trino, tal como se nos ha revelado en
Jesucristo, la cual por su misma naturaleza exige hacerse cada día más íntima
y profunda. Y hay también unos elementos accidentales y cambiantes: son los
medios y formas de expresión de las distintas épocas, como el alejamiento del
mundo, buscando vivir para Dios solo, no sólo en presencia de Dios, sino para
Dios solo: ciertas formas de ascesis y penitencia, la concepción filosófica y
teológica de entonces, la forma como se organizó e institucionalizó, etc.
Aunque hoy nos puedan parecer irrelevantes estos modos, no son motivo para
poner en duda la autenticidad de la experiencia contemplativa que se vivió en
otros tiempos siguiendo estas prácticas.
En esta forma de oración predomina una iniciativa del Espíritu Santo por
medio de sus dones, actuando de manera especial el conocimiento y el amor
hasta adquirir una cierta intensidad. A medida que se va haciendo cada vez
más fácil, simplificada y penetrante, se va abandonando el discurso mental y
la multiplicación de los afectos para dar paso a un conocimiento más intuitivo
de Dios, conforme el alma va respondiendo con generosidad a la misericordia
divina. Es un conocimiento amoroso que cada vez une más con Dios. Los
dones de inteligencia y de sabiduría hacen gustar así y experimentar el amor
divino.
La iniciativa, la causa principal es Dios que, por la acción del Espíritu Santo,
eleva el conocer de nuestra fe y el amor de nuestra caridad a una simple
mirada u oración de quietud, en la que el hombre ya no habla sino que escucha
y contempla a Dios en silencio entregándose con generosidad a su acción.
Cierto que para llegar a esta cima de conocimiento y amor hay que entrar
antes por un camino de purificación, que puede ser más o menos largo, pero
en el que se viva un arrepentimiento profundo que lleve a una liberación de
toda falta deliberada, y el espíritu se despoje y libere de las muchas cosas que
atan y ocupan la atención y el amor, despego imprescindible para llegar a
centrarnos en él. Pero, sobre todo, tiene que haber respuesta constante a la
invitación del Espíritu, rindiéndonos y sometiéndonos totalmente a El,
dispuestos a dar al Señor todo lo que nos pida y a aceptar cualquier renuncia
que sea necesaria. En este proceso siempre se da pasividad y actividad: Dios
tiene la parte principal, aunque el hombre ha de poner su partecita, que
también es imprescindible. En la contemplación de tipo hindú, como el yoga,
o de tipo budista, como el zen, e incluso en algunas prácticas hesicastas que
vemos en la Filocalía, todo se cifra en la técnica del "no pensar en nada”, o del
"quietarse espiritual y corporal", y se considera la contemplación como un
término y un absoluto en la vida espiritual. Para el cristiano contemplativo el
término y el centro es Cristo, que nos lleva al Padre y nos comunica su
Espíritu, y no puede admitir otro absoluto.
Por muy altas que nos puedan parecer estas metas, no son más que un grado
de desarrollo de la vida cristiana en sus elementos más esenciales. No es más
que un proceso de responder siempre a Dios que se nos da en Cristo.
Dialogando con ese Dios a quien oye en Cristo y a quien responde por Cristo,
cada uno debe ser siempre un orante asiduo y fiel en espíritu y en verdad.
Todo cristiano está llamado a vivir una relación de intimidad con Dios por
medio del misterio de Cristo, y a vivirlo no de cualquier modo, sino con
intensidad y altura. Esto quiere decir que la contemplación debe existir en
todo cristiano, al menos en estado de germen, el cual es de desear que se
desarrolle hasta sus últimas consecuencias. Atrofiar este germen no es más
que frustrar las posibilidades que tenemos, los talentos que hemos recibido, y
desairar la invitación que a todos dirige el mismo Jesús: "Vosotros, pues, sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5,48).
Esto no quiere decir que todos estemos llamados al mismo grado de unión
contemplativa con Dios. Para cada uno hay una llamada concreta, unos dones
muy personales, una historia de salvación y unos condicionamientos humanos,
pero cada uno "está llamado ya en este mundo a ese mínimum de
conocimiento amoroso de Dios, a la luz de los dones del Espíritu Santo, sin el
cual sería incapaz de rezar, de amar al Señor y de vivir según el Evangelio"
(R. Voillaume).
Hoy día "se dan circunstancias en las que el cristiano puede sentirse acosado a
ser un contemplativo o a dejar de ser cristiano" (Voillaume).
METODOS DE ORACION
SEGÚN PRÁCTICAS ORIENTALES
EQUÍVOCOS Y PELIGROS PARA EL
CRISTIANO
A Occidente nos está llegando toda una invasión de civilización oriental a
través de ciertas técnicas y terapias, que revestidas de espiritualismo se
presentan como un camino de salvación, como algo mágico y fascinante, no
sólo por los efectos y poderes que prometen al que gradualmente se ejercita en
sus métodos, sino también por sus fanáticas exigencias y las normas éticas y
disciplinarias que imponen, mucho más exigentes que las del cristianismo.
Tal como las proponen sus maestros y gurús, exigen "una conversión" para
llegar a la reestructuración psicosomática de la persona, o al conocimiento
supramental o a la iluminación interior, según el método de que se trate.
Son cada vez más los sacerdotes y religiosos que se entregan al cultivo de
estos métodos, respondiendo a sus exigencias con una fidelidad que nunca
tuvieron para con las exigencias de la vida cristiana, llegando a confesar que
ello les ayuda a tomar una conciencia más profunda de su fe y a descubrir la
verdadera oración.
Algunas casas cristianas de espiritualidad incluyen en su programa anual
ejercicios espirituales según el yoga, o según el zen, o incluso cursos de
meditación trascendental.
LA MEDITACION TRASCENDENTAL
Los reparos que se puede poner desde el punto teológico y cristiano son
bastante considerables:
Los métodos y las técnicas que están floreciendo en este sentido son muy
variadas, y algunos de ellos buscan cierta relación con el campo espiritual de
la persona a la que pretenden ofrecer una salvación espiritual.
EL YOGA
b) Para el dominio de si: grado tercero: las posturas o "asanas"; grado cuarto:
el control respiratorio o "pranayama"; y grado quinto: la abstracción o
"pratiahara".
f) El yoga puede ser instrumento válido para el hindú que busca con
sinceridad la salvación y no ha conocido la verdad revelada por el Verbo de
Dios. Pero para el cristiano es un camino erizado de peligros y, a la larga, si
no le aparta de Jesucristo, le llevará a una gran confusión, pero no a la
verdadera perfección cristiana.
EL ZEN
Hoy día cuando el budismo atraviesa una honda crisis en el Japón, el zen
penetra firmemente en Occidente, principalmente en los monasterios y casas
de espiritualidad, en los que se practica el zezen o forma de meditación del
zen. En el Japón se han construido "zendos" (monasterios zen) en los que los
occidentales son amaestrados para marchar después a Europa y Estados
Unidos, donde ellos enseñarán el zen en su propia lengua. En Madrid acaba de
crearse una comisión entre los más veteranos en el zen para la organización de
sesiones de iniciación y práctica.
Para terminar reconozcamos que una gran mayoría de cristianos nunca llegan
a descubrir la oración cristiana, ni a tener una experiencia profunda de Dios en
la oración. Habría que atender más a este aspecto tan esencial de la educación
de la fe, en la que se ha puesto más el acento en lo que a la transmisión de
conocimientos se refiere con detrimento de una preocupación por la creación
de actitudes evangélicas.
20 - LA EVANGELIZACION.
Para los que consagramos nuestra vida al Reino de los Cielos, y en general,
para el cristiano empeñado en la causa de ser discípulo y testigo de Jesús, el
problema número uno de su vida es vivir o no vivir a Jesús. Se puede
consagrar toda una vida al ministerio o al apostolado, y no llegar a vivir a
Jesús, es decir, no llegar a llevar una relación de amistad con El, y entonces es
fácil convertirse en mero ejecutor, o en un funcionario más. Este fenómeno se
está dando hoy en muchos cristianos, y hasta en personas que gozan de buena
reputación.
Para que todo sea luminoso en nuestra persona, para que sea el Espíritu el que
realice en nosotros la salvación, para que no sean pura mecánica nuestra
oración o nuestra administración de sacramentos, sino algo lleno de Espíritu y
de experiencia de Dios, para que el hombre que viene a nosotros se sienta
liberado de la desesperación, del odio, del miedo, y reciba esperanza, luz y
seguridad, hace falta tratar con el Señor en plan de sinceridad e intimidad,
llegar a centrarse en El hasta donde nos quiera llevar su Espíritu.
Solamente el Reino es absoluto y todo el resto es relativo, escribió un día
Pablo VI. Nuestro absoluto no puede ser o el trabajo, o la familia, o la tarea
que realizamos por muy santa que sea, o la dedicación a los demás.
Más que las cosas que hacemos, interesa cómo las hacemos, cuál es el alma y
el espíritu de mi oración y de mi acción.
Tan sólo es posible convencerse de esto por la acción del Espíritu. Nadie
puede llegar a Jesús si el Padre no le atrae (Jn 6.44). Nadie puede decir
"¡Jesús!" con valor de salvación si no es por la fuerza del Espíritu.
EVANGELIZACIÓN
Y RENOVACIÓN CARISMÁTICA.
Por el Cardenal L. J. SUENENS
Muchas veces me he preguntado qué hicieron todos juntos allí durante diez
días, junto con María, la Madre de Jesús. Creo que podemos hallar una
indicación en las palabras de San Pedro cuando, después de su discurso, le
preguntaron: "Qué hemos de hacer, hermanos" (Hch 2, 37). Pedro respondió a
aquellas tres mil personas con estas palabras: "Convertíos y que cada uno de
vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de
vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38).
Hoy queremos que los cristianos sean cristianos por una opción personal. En
muchos países de Europa y de América son cristianos solamente por tradición,
y estamos viendo cómo la juventud rechaza la tradición. Antes, el ser cristiano
se transmitía de padres a hijos lo mismo que se transmitían los empleos y
oficios. Pero hoy el ser cristiano es por decisión personal. Y esto significa un
descubrimiento nuevo de Jesucristo.
Si yo tuviera que contestar ahora a esta pregunta a mis 75 años, tres cuartos de
siglo, he aquí lo que yo diría: "Señor Jesús, Tú eres para mí todo el pasado de
mi vida, el que me ha llamado al sacerdocio y me ha guiado por el camino
paso a paso. Eres Tú con quien me he encontrado en ciertos momentos
privilegiados de mi vida y Tú eres la fuerza y la alegría de mi pasado. Tú eres
con quien me he encontrado durante cincuenta años cada vez que celebraba la
Eucaristía. No era yo el que administraba el sacramento, sino que eras Tú a
través mío, y no solamente eres todo mi pasado sino que también eres todo mi
presente, todo mi hoy. Toda la realidad de mi vida se goza en ti, Señor. Y todo
el futuro también, porque Tú eres mi futuro. Todos los días vivo esas palabras
de San Pablo: Jesucristo ayer, hoy y siempre, y eres Tú, Señor, a quien yo
espero".
Y esta es la actitud que deberíamos tener todos: actitud de espera hasta el día
que vuelva el Señor. Cuando puse una inscripción sobre la tumba de mi madre
puse esta frase en latín: "Hasta que Tú vuelvas". Ahora, Señor, Tú eres ?el
pasado, el presente y el futuro. Tú eres el futuro absoluto, como dice Ranher.
Creo que adolecemos de una gran pobreza cristiana. Hace unos meses, cuando
tuvimos la beatificación de un hermano de las Escuelas Cristianas, Mutien
Marie, un periodista con carnet en mano me preguntó: ”¿Qué es un santo?". E
inmediatamente apenas si tuve tiempo para invocar al Espíritu Santo antes de
contestar: "Pues, señor, un santo es un cristiano normal". La dificultad está en
que todos nosotros somos poco más o menos anormales, todos tenemos un
hándicap. Y esto es lo que hace nuestra confianza en el futuro. No podemos
pensar que es mediodía a las dos de la tarde. Nos basta ser normalmente
cristianos. Porque inmediatamente toda una energía sale de nosotros. Si
pensáis ahora lo que en el mundo significa la energía nuclear, por ejemplo,
con un átomo se puede destruir el mundo. Si somos cristianos, si estamos
verdaderamente abiertos al Espíritu Santo, tenemos en nosotros un poder más
grande que la energía nuclear. Así que, si de verdad hemos entrado en el
Cenáculo con esta energía, entonces sí que podremos salir.
La Renovación Carismática es una llamada del Espíritu Santo para que los
cristianos se dejen transformar por el Espíritu. Y después, una vez que estén
transformados, la Renovación los invita a salir del Cenáculo. El primer
aspecto es entrar en el Cenáculo y allí pasar un tiempo, pero luego hay que
salir. Esta permanencia histórica en el Cenáculo duró diez días. En la
Renovación Carismática se invita hoy a los cristianos a permanecer en el
Cenáculo mediante un Seminario en el Espíritu, que es una introducción a la
vida cristiana renovada. Así se preparan a recibir este grado de
transformación: se preparan durante la semana con la lectura en común de las
Sagradas Escrituras, en particular de los Hechos de los Apóstoles o de San
Pablo. Se preparan también siendo sostenidos por una comunidad cristiana.
Hay toda una metodología en la preparación para recibir esta gracia. Algunas
veces se pasa por experiencias muy profundas.
Hasta ahora hemos estado en el interior del Cenáculo. Ahora tenemos que
salir.
Siempre hay entre nosotros gente que siente la tentación de ir a exorcizar ese
demonio mudo de que habla el Evangelio. Y la tentación es muy sutil.
Consiste en decir: la gente no está aún preparada para escucharnos. Yo
respondería: sí y no, porque en tiempos de Jesucristo ¿estaba el mundo
preparado para escucharle? Ya vemos lo que pasó: la crucifixión. Y cuando
Pablo anunciaba al Cristo crucificado en el Areópago de Atenas, ¿estaba la
gente preparada para escucharle? Le respondió: No tenemos por qué
escucharte; tenemos otras cosas más importantes que hacer.
III. CONCLUSION
Pero para que subsistan estos grupos de oración -porque es muy fácil verlos
surgir pero es mucho más difícil verlos sobrevivir, lo mismo que en la
primavera vemos muchos árboles con flores pero no todos dan fruto- creo que
su porvenir y el de la Renovación Carismática depende en gran manera de la
medida de su evangelización, es decir, de la forma como lleguen a
desembocar en una actividad apostólica.
¿QUÉ ES LA EVANGELIZACIÓN?
Por RODOLFO PUIGDOLLERS
Evangelio no es lo mismo que cultura. Pero, dado que todo hombre vive
enraizado en una cultura, no puede haber vivencia profunda del Evangelio si
ésta no encuentra su expresión en la cultura propia en que vive cada
comunidad cristiana. Toda proclamación del Evangelio supone una
regeneración de la cultura a partir de la Buena Nueva anunciada.
Esto significa una doble actitud: una actitud crítica y una actitud creativa.
Actitud crítica para no predicar una cultura al mismo tiempo que se predica el
Evangelio, o bien evitar una aculturación a partir de la cultura de donde se
reciba la Palabra. No tener esta actitud crítica nos llevaría a una auténtica
colonización cultural. Esto ha ocurrido muchas veces con la cultura occidental
predicada en África o en Asia. Hay que evitar que en la Renovación
Carismática ocurra lo mismo que con la cultura norteamericana. Sin una fuerte
actitud crítica podría darse una americanización de todas las comunidades
carismáticas.
Actitud crítica, pero también actitud creativa. Al mismo tiempo que hay que
filtrar las influencias culturales, hay que hacer un esfuerzo creativo para que la
experiencia religiosa adquiera nuevas formas en la propia cultura. Una
conversión, una renovación interior, debe expresarse en nuevas formas de vida
nacidas en la propia cultura.
Allí donde la vivencia del Evangelio está reducida a la vivencia personal, hay
sólo una semilla en formación que aún debe madurar en su dimensión
comunitaria para poder convertirse en auténtica semilla de Evangelio.
La palabra del que anuncia el Evangelio debe ser palabra de Iglesia, debe
poderse traslucir a través de ella la vivencia de una comunidad. De lo
contrario, la palabra es débil o bien engañosa. De ahí la ineficacia de la labor
de tantos sacerdotes, catequistas, colegios religiosos, etc. de ahí, por otra
parte, los frutos inmaduros de los grupos sectarios o de los predicadores no
denominacionales.
Para que este testimonio exista no basta, sin embargo, la pertenencia a una
comunidad cristiana o la vivencia personal del Evangelio, se requiere una
relación profunda con los hombres: se requiere presencia en medio del mundo,
participación en los esfuerzos sociales y solidaridad con todos.
Quien ha percibido los frutos, debe ser conducido al árbol. Quien ha visto la
estrella, debe ser llevado al día sin ocaso.
A) PRIMERA ETAPA:
LLAMADA A LA FE Y CONVERSION
Cuando Jesús nos dice: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a
toda la creación" (Mc 16, 15), ¿qué nos manda hacer esencialmente?
b) señales y poder del Espíritu (Mc 16, 20; Hch 5, 12'; 1Co 2, 1-5). El
mensaje debe ser proclamado con la fuerza del Espíritu y entonces éste
siempre se manifiesta.
B) SEGUNDA ETAPA:
LLAMADA A SER DISCIPULO DE JESUS
Si la primera etapa estaba definida por el kerygma, esta segunda está marcada
por el catecumenado y los sacramentos que llevan al compromiso
cristiano.
Para que puedan llegar a una toma de conciencia de la fe que más o menos
explícitamente poseen, y, por tanto, al descubrimiento y aceptación de Jesús
como Salvador y Señor, necesitan evangelización y vivir el proceso de la
conversión.
ACTITUDES EN LA
EVANGELIZACION
Por el P. Thomas Forrest
Este artículo es la segunda parte de la charla sobre la Evangelización dada
en la Semana de formación de dirigentes, en Burgos, el 12 de agosto de 1979.
2.- Humildad. Juan Bautista sólo habló de Jesús; cuando se refirió a sí mismo
dijo: "yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia", lo que equivale a
decir "no soy digno de ser su esclavo".
San Pablo dijo: "me gloriaré sólo en mi debilidad, porque cuando soy débil es
cuando Él es más fuerte en mí". Dijo también: "yo siembro, Apolo riega, pero
es Dios quien hace fructificar".
La Palabra de Dios tiene fuerza por sí misma, no debe ser anunciada entre
disculpas o con miedos, sino proclamada con fuerza. Para ello es preciso: a)
decir que se trata de la Palabra de Dios; b) mostrar con el tono, la actitud y el
modo de expresarla, que uno mismo cree en esa Palabra; c) decir que esa
Palabra es vida para uno mismo; d) anunciar que esa Palabra contiene vida
para el que la escucha.
4.- Ser testigo de la Palabra. Es muy fácil pronunciar unos sonidos: hay que
dar testimonio de que esta Palabra es la vida que llevo. Juan Bautista
proclamó la Palabra, vestido de piel de camello y comiendo saltamontes, es
decir, libre de todas las cosas de este mundo.
Pablo pudo decir: "sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo". No predicó
nada que no hiciera. La mejor forma de interpretar la predicación de Jesús es
la vida misma de Jesús. En el testimonio de la vida tenemos el secreto de la
fuerza de la Palabra.
5.- Depender del Espíritu Santo. Sólo después de recibir la fuerza del
Espíritu en el Jordán, Jesús salió a evangelizar. También nosotros debemos
depender del Espíritu Santo. Esa actitud debe ser explícita y no meramente
implícita. Debemos pensar continuamente: "yo no puedo, Señor, dame tu
Espíritu Santo".
6.- Valor. Debemos predicar la Palabra sin miedo. Juan Bautista dijo a
Herodes: "Estás viviendo con la mujer de otro hombre". San Pablo dijo a los
judíos: "Vosotros habéis crucificado al Mesías", Jesucristo dijo a los fariseos:
"Víboras, sepulcros blanqueados llenos de huesos muertos". Por estas palabras
cortaron la cabeza a Juan, la cabeza a Pablo, y crucificaron a Jesús; pero las
amenazas no les quitaron el valor. Cuando empezó la persecución para los
primeros cristianos, éstos se reunieron y oraron (Hch 4,4). ¿Cuál fue su
oración? Nosotros hubiésemos dicho: Sálvanos, Señor, que no entren los
soldados. Pero ellos pidieron que Dios les diese valor para proclamar la
Palabra sin miedo. Salieron y murieron por Cristo.
Pero yo tengo miedo muchas veces de hablar de Jesús. Tengo miedo de que
mis compañeros de oficina me critiquen. Por miedo a los pensamientos y a las
palabras de los demás no hablamos del Seriar. Esto es tan exagerado que a
veces en los conventos se puede hablar de todo, menos de Jesús.
DIVERSAS FORMAS DE
EVANGELIZAR HOY
Por XAVIER QUINCOCES
Hay que llevar la Buena Nueva al hombre de hoy. Pero, ¿cómo la Palabra
salvadora de Dios podrá resonar en su corazón, metido como está en el ruido
ensordecedor de la sociedad de consumo? ¿Qué lenguaje emplear para que
nuestros hermanos lleguen a conocer a Jesús? La pregunta tiene su
justificación por el cambio constante de las circunstancias de tiempo, lugar,
cultura, mentalidad, etc.
El éxito está asegurado siempre que se den dos factores característicos de vital
importancia:
Para proclamar que Jesús es el Señor es necesario que vean en nuestras vidas
la libertad del espíritu que sólo Él nos puede dar (Jn 8/ 36), que nos vean
libres de nuestro yo, del dinero, del afán de poder, de toda ambición. Para
poder anunciar que Jesús vive han de ver en nosotros su vida radiante y
hermosa, y nosotros hemos de atestiguar lo que hemos visto y oído (Hch 4,
20) y comprometer en esto hasta la propia vida.
1º) En templos.
Aquí tenemos el clima más apropiado y de ordinario buenas actitudes en los
que escuchan. Podemos distinguir:
b) En los actos que se tienen en los lugares sagrados: como retiros, charlas,
exhortaciones. Antes que en los temas secundarios o en cuestiones de tipo
cultural y hasta temporal, habría que centrarse en la evangelización.
3º) La catequesis
Tanto en la infantil como en la de adultos, y ya sea en la parroquia, en el
colegio o en el seno de una comunidad de vida, hemos de tener una clara
conciencia de que realizamos una importante obra de evangelización y que
por tanto actuamos en nombre de la Iglesia y transmitimos una fe que hemos
recibido.
Es incomprensible que haya cristianos que nunca lean la Biblia o que para
encontrar a Dios recurran a cualquier otro libro antes que a la fuente donde
todos se han de inspirar.
Todos los grupos han de velar para que funcione bien su servicio de librería,
pensando no solamente en sus propios miembros sino también en las personas
que los visitan.
3º) Medios sociales de comunicación
Siempre que sepamos y tengamos posibilidad los aprovechemos al máximo.
Para mucha gente la prensa, la radio y la TV es la única oportunidad para que
les llegue el mensaje de salvación. A propósito de la III Asamblea Nacional de
la R.C. hemos visto cómo algunos diarios y revistas han publicado reportajes
y testimonios que son también otra forma de evangelización.
JUAN PABLO II
VOZ PROFÉTICA PARA EL MUNDO
DE HOY.
TESTIMONIOS DE EVANGELIZACION
Mons. Alfonso López Trujillo, actual presidente del CELAM, escribía ya hace
un año:
Una de las ideas que más se repiten en los discursos y exhortaciones de Juan
Pablo II es la evangelización. En el primer viaje a América, al llegar a la
República Dominicana, proclamó:
"El Papa quiere estar cercano a esta Iglesia evangelizadora para alentar sus
esfuerzos, para traerle nueva esperanza, para ayudarle a mejor discernir sus
caminos, potenciando o modificando lo que convenga, para que sea cada vez
más fiel a su misión: la recibida de Jesús, la de Pedro y sus sucesores, la de los
Apóstoles y los continuadores suyos.
Y puesto que la visita del Papa quiere ser una empresa de evangelización, he
deseado llegar aquí siguiendo la ruta que, en el momento del descubrimiento
del continente, trazaron los primeros evangelizadores. Aquellos religiosos que
vinieron a anunciar a Cristo Salvador, a defender la dignidad de los indígenas,
a proclamar sus derechos inviolables, a favorecer su promoción integral, a
enseñar la hermandad como hombres y como hijos del mismo Señor y Padre,
Dios.
Como todos los grandes dones y gracias del Señor, es algo que los humanos
podemos malograr y perder, por no aceptar todas sus exigencias. Este es uno
de los grandes peligros que amenazan a cualquier grupo de la Renovación.
Por ser la efusión del Espíritu una entrada en todo un conjunto de exigencias
del Señor, pide una opción muy concreta, y por tanto unos cambios profundos
en la vida de cada uno. Cambio interior, pues nace un hombre nuevo, por una
conversión y curación, a una vida del Espíritu mucho más intensa, lo cual
también conlleva cambios externos en las costumbres particulares, familiares
y sociales, en la forma de vivir en actitud de acogida y entrega a los demás, en
el despego de las cosas y bienes de este mundo, en sobriedad y moderación,
en cierto grado de pobreza y afán de compartir, en contra del lujo y la
ambición que nos rodea.
Aquél que se ha sentido llamado y regalado con esta gracia debe ser fiel hasta
el final.
LA RENOVACION CARISMATICA
EVALUACION PASTORAL DE LOS
OBISPOS DE BELGICA
INTRODUCCION
Hay que tener en cuenta cada uno de estos aspectos para comprender los
problemas pastorales que plantean y abordarlos con apertura y lucidez. Se nos
pregunta sobre la significación de esta Renovación espiritual: ¿se trata de un
apasionamiento, de una llamarada, o hay en ella una acción de Dios en
profundidad que nos interpela a todos nosotros?
II.- LA RENOVACION:
"UNA OPORTUNIDAD PARA LA IGLESIA"
"Comunión profunda de las almas, contacto íntimo con Dios en fidelidad a los
compromisos asumidos en el bautismo, en una oración a menudo comunitaria,
donde cada uno, expresándose libremente, ayuda, sostiene y fomenta la
oración de los demás, basado todo en una convicción personal, derivada no
sólo de la doctrina recibida por la fe, sino también en una cierta experiencia
vivida, a saber, que sin Dios el hombre nada puede y que con El, por el
contrario, todo es posible: de ahí esa necesidad de alabarle, darle gracias,
celebrar las maravillas que obra por doquier en torno nuestro y en nosotros
mismos. La existencia humana encuentra su relación con Dios, la llamada
dimensión vertical, sin la cual el hombre está irremediablemente mutilado"
(1).
Parece que uno de los primeros frutos de esta renovación interior es la gracia
de un corazón nuevo, de una sensibilidad y de una ternura nueva. Los testigos
confiesan sentir más vivamente el amor de Dios por nosotros y por todos los
hombres.
Hay que comprender, por consiguiente, en todos sus matices la relación entre
el ministerio presbiteral y el sacerdocio bautismal o común de los fieles. Se
trata de respetar a la vez el carácter específico del sacerdote y el libre juego de
la gracia en el alma de los fieles.
Mientras el sacerdote juzgue la Renovación desde fuera, sin comulgar con ella
espiritualmente, difícilmente podrá ejercer en ella una función de
discernimiento, y tanto más porque la Renovación nació en un medio
plenamente laico y en él ha encontrado su dinamismo y vigor.
Por otra parte, si el impulso inicial vino del laicado y de los jóvenes, su
desarrollo exige algo más que una relación extrínseca deferente con la
autoridad eclesial. Se debe vivir una verdadera ósmosis entre sacerdotes y
laicos en el seno de la Renovación católica, para que ésta evite el escollo de
convertirse en una especie de Iglesia paralela, obediente a unas leyes propias.
Por el sacramento del orden que le une al obispo, responsable último del
discernimiento, es testigo cualificado y autorizado de la Tradición eclesial.
CONCLUSION
Que María, que acogió al Espíritu Santo con una fidelidad total, nos ayude a
todos, cualesquiera que sean nuestra vocación y la diversidad de nuestros
caminos, a dejarnos conducir por El.
NOTAS.
1) L’Osservatore Romano, ed. esp. 25 de mayo 1975.
2) Ibidem.
22 - RELACIONES INTERPERSONALES.
Sin duda que este es el deseo ardiente del "Espíritu que Él ha hecho habitar en
nosotros" (St 4, 5), y nada impide la distancia que en el tiempo nos separa de
la Iglesia naciente, "pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y
para los que están lejos" (Hch 2,39).
Allí donde está apagado el Espíritu no se puede dar este Poder que presupone
"un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32), por lo que no habrá signos de
salvación, de liberación, de curación, de palabra profética.
Lo que hace que nos sintamos todos hermanos, sin distinción de clases,
cultura, tendencias sociales o políticas, ni tampoco edades, es algo que ha sido
muy decisivo en nuestras vidas y que es lo que mejor podemos compartir: la
experiencia de Jesús a la que hemos llegado por la acción de su Espíritu
derramado sobre nosotros. Acogidos por otros hermanos, y en parte por su
oración y amor, hemos llegado a nuestra aceptación de Jesús, a un encuentro
personal con El, que nos ha seducido y nos ha marcado.
Esto es lo que más nos ha unido a unos y otros, sin que antes nos
conociéramos, y sin que previamente hiciéramos opción por estos hermanos o
aquellos. Es así como hemos entrado en relación y trato los que ahora nos
encontramos en este grupo determinado. El Señor es lo que verdaderamente
nos une: por El estamos dispuestos a renunciar a muchas cosas y hasta
daríamos la misma vida.
Por tanto las relaciones entre nosotros han de estar definidas por la
experiencia que tenemos del Señor y el compromiso al que por El hemos
llegado. En una palabra: por nuestra relación con Jesús.
Como regla general se puede pensar que cuando tal o cual hermano me cansa,
es decir, me resulta molesto por un determinado rasgo de su personalidad, es
entonces para mí un aviso que me dice en qué estoy fallando, en qué tengo
aún que cambiar, o saber aceptar y adaptarme a los demás. Si, por otra parte,
cuando surge una tensión, me mantengo replegado o con ciertas reservas, me
hago más distante del otro hermano y la tensión empieza a subir de grados.
Hay otros momentos en que puede surgir la tensión. Por ejemplo, con motivo
de un determinado planteamiento que nos hemos de hacer al fijarnos un
objetivo concreto, o al discernir los dirigentes del grupo, o a quién hay que
encomendar tal ministerio: si no permanecemos pobres de espíritu y llenos del
Señor, habrá dificultades para ponernos de acuerdo y surgirá la tensión que
puede llevar cualquier nombre: protagonismo, rechazo de personas,
susceptibilidad, complejo de víctima.
Para esto ha de darse una condición: que el Señor esté presente en nuestra
conciencia, que Él ocupe nuestra conciencia. Solamente Él tiene poder para
calmar las tempestades que de improviso puedan surgir en el fondo de mi ser.
Por otra parte, yo debo estar sobre aviso respecto a mis reacciones e impulsos
y tratar de tomar conciencia del motivo profundo que pueda subyacer en el
fondo de muchos de mis comportamientos. Porque el amor propio fácilmente
se disfraza de celo o de fidelidad. El amor propio herido siempre recurre al
procedimiento de cortar la comunicación en forma de frialdad para con el
hermano o siguiendo el impulso de fuga. De ordinario el Señor no me pide
que me aparte de los hermanos, o que desaparezca, lo cual me llevaría a la
soledad, a la tristeza, a la esterilidad, sino que me mantenga en la estacada
hasta el final, allí en el camino donde Él me puso. Si cuando aprecio que esto
empieza a suceder en mi corazón me vuelvo al Señor y clamo "Señor,
ayúdame, porque ni siquiera yo mismo ?me conozco y quisiera dejarme llevar
de este impulso...” Entonces me invadirá la paz, el arrepentimiento y la fuerza
necesaria para perdonar y seguir amando.
Los dirigentes de cada grupo han de estar siempre atentos para ver cómo
marchan las relaciones interpersonales dentro del grupo. Es una de las cosas
que más nos tendría que preocupar, y allí donde ha surgido una tensión los
dirigentes hemos de poner paz, reconciliación y amor: "Bienaventurados los
que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt
5,9).
Lo que construye y crea la comunidad, lo que más hace avanzar a un grupo, es
la unidad y el amor entre sus miembros. El amor entre los hermanos tal como
Jesús enseñó, es lo que construye la comunidad, muy por encima de todo
nuestro empeño y entusiasmo por crearla. Es preciso recurrir a todos los
medios posibles: diálogo paciente, reconciliación, transparencia, corrección
fraterna. Tener mucha paciencia y aprender a sufrir. Nunca nos podemos
desentender, ni desmoralizar. El Señor nos quiere unidos en el sufrimiento, en
la incomprensión, en la paciencia.
Cuando hay un conflicto hay que intensificar la oración. Las partes más
afectadas deben buscar primero reconciliación. Puede haber resistencias,
porque no siempre tenemos el deseo sincero de que se arreglen las cosas, o
porque nos faltan fuerzas para perdonar de verdad.
Ante Ti nos perdonamos y cada uno rechaza lo que hay contra el hermano.
Pon tu amor en nuestros corazones para que podamos amar de verdad". El
Señor no se resiste ante una oración como ésta.
En toda acción reconciliadora será de gran ayuda saber apreciar todo lo bueno
y positivo que hay en el otro, sobre todo su voluntad sincera de agradar al
Señor y vivir a su servicio. Esto no nos puede dejar indiferentes.
Ante todo hemos de partir del ?hecho de que el amor es un don de Dios, que
no podemos alcanzar por nuestro propio esfuerzo o por nuestros méritos. Es
"derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado" (Rm 5, 5) y en cierta manera nos configura con Dios y transforma la
personalidad, hasta el punto que llegamos a experimentar que el Señor ama en
nosotros, y que podemos amar a todos los hombres, incluso a aquellos que
naturalmente no nos gustan, o a aquellos que nos ofenden.
Es algo que está por encima de las fuerzas naturales del hombre y de todos los
recursos y mecanismos de nuestra psicología humana, que de por si tiende
siempre a regirse por el principio del placer. No es compasión natural, ni
atracción hacia las persones, ni el sentir simpatía o llegar a congeniar con
determinados hermanos. Es algo que está muy por encima de los sentimientos
y de las emociones. Poder perdonar y amar de verdad a aquél que nos ha
herido no es cuestión de emociones, ni está al alcance de nuestros recursos
humanos.
Sus exigencias son grandes. Jesús fue el mejor ejemplo del grado de entrega y
donación a que se puede llegar. El discípulo amado supo captarlo con fina
sensibilidad. "En esto hemos conocido lo que es el amor: en que El dio su
vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los
hermanos. Si alguno que posee bienes en la tierra ve a su hermano
padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él
el amor de Dios? Por tanto, no amemos de palabra ni de boca, sino con
obras y según la verdad"(1Jn 3,16-18).
La forma como Jesús amó a sus discípulos estuvo marcada por toda la
sencillez y naturalidad del amor. Vivió con ellos, los alimentó, se ocupó de
ellos y de sus necesidades, los cuidó y los defendió: nada les faltó. Y aún más;
les enseñó el mensaje del Reino, les reveló la verdad, les dio hasta la propia
vida: "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el extremo"(Jn 13,1).
- comprometerse a servir,
- ocuparse consecuentemente,
Por esto es posible amar a todos los hermanos de un grupo grande, es más a
todos los hombres. El amor cristiano es el único amor capaz de amar a todas
las personas aunque sean desconocidas. Hay cristianos que llevan años
cultivando relaciones íntimas, familiares o comunitarias, que no conciben que
se pueda llegar a amar a aquellos que no son del mismo círculo. En todo grupo
o comunidad que no esté plenamente abierto al amor del Señor se puede
introducir el espíritu raquítico de capillita o de círculo cerrado por la
incapacidad de amar o de comprender a los que no son de la misma línea o del
mismo grupo. Aquí también se confunde el amor con las emociones.
Esto no quiere decir que el amor cristiano tenga que ser algo impersonal, o
carente de afecto y sensibilidad para con los hermanos. Aunque no se base en
lo sensible, no debe descartar aquellos sentimientos que puedan ayudar a amar
mejor. Hay quien dice amar, pero nunca sabe mostrar afecto, o tener un detalle
de delicadeza con el hermano. El amor implica toda la persona humana, y, a
medida que crece y madura, los sentimientos se convierten también en
expresiones de la verdadera donación.
Para terminar digamos que hemos de llevar a cabo el amor tal y como Jesús
nos ha amado, hasta el final, sin cansamos, en compromiso sincero de servicio
y donación.
Todos los dones y carismas, que el Espíritu Santo distribuye para que
sirvamos y edifiquemos la comunidad, nada aprovechan si no los ejercemos
en el amor (1 Co 13,3).
LAS RELACIONES
INTERPERSONALES
EN LA COMUNIDAD CRISTIANA
Por Juan Manuel Martín
Trataremos en este artículo de las cuatro estructuras básicas que deben regular
las relaciones interpersonales dentro de la comunidad. Sólo si las
consideramos como un don de Dios y no como una obligación jurídica, serán
estas exigencias un yugo suave y una carga ligera, y la convivencia íntima se
convertirá en fuente de un profundo gozo.
1.- EL COMPROMISO.
Este podría ser el símbolo de uno de los demonios que más frecuentemente se
posesionan del hombre de hoy: el espíritu de la insolidaridad, la
independencia, el aislacionismo. A aquel hombre muchas veces la comunidad
había intentado ligarlo con lazos, pero los rompía todos y vociferaba su
independencia.
Hay personas que por una inmadurez afectiva radical son incapaces de crear
relaciones estables comprometidas. Se resisten a cualquier tipo de solidaridad.
Les horroriza la responsabilidad. Pero esta libertad viene a ser la más horrible
de las esclavitudes: la esclavitud a los estados de ánimo, a los caprichos del
momento, a los vaivenes emocionales.
El querer ser libre para hacer en cada momento lo que más apetezca, sin tener
en cuenta los posibles intereses de otras personas implicadas en mi vida, es la
mayor de las esclavitudes. No hay déspota más tirano que el propio yo,
caprichoso, brutal, siempre insatisfecho.
La libertad nos lleva a hacernos siervos por el amor. La madre que cuida de
sus hijos ha perdido toda su independencia, su autonomía. En adelante su vida
va a estar totalmente pendiente de ese pequeño ser. Porque ¡cómo se depende
de aquellos que dependen de nosotros! Ya no vive para sí, se ha hecho sierva,
pero sierva por amor. Lo que diferencia al compromiso cristiano de la
esclavitud es el amor. Y el amor es profundamente liberador, pues en él
solamente puede el hombre sentirse plenamente realizado.
2. LA TRANSPARENCIA
En el libro del Génesis uno de los efectos de la irrupción del pecado en la vida
es el de la incomunicación entre los hombres. Antes del pecado de Adán y
Eva estaban desnudos y no se avergonzaban. Después de pecar sienten la
necesidad de cubrirse con vestidos.
En esta bella imagen del vestido y la desnudez está reflejando la Escritura dos
situaciones comunitarias. El vestido viene a representar la necesidad de
cubrirse, de taparse, de ocultarse ante los demás. Después de haber entrado el
pecado en nuestras relaciones, sentimos la necesidad de ocultar nuestra
intimidad, de escondernos tras máscaras y caretas. En un mundo en el que el
hombre es lobo para el otro hombre, hay que procurar a toda costa no hacer
confidencias que puedan dar al contrario armas para utilizar contra nosotros.
Como en un juego de baraja, el hombre procura ocultar el mayor número de
sus cartas ante otros jugadores en competencia.
Otra bella imagen con la que el Génesis expresa esta incomunicación causada
por el pecado, es la de la confusión de lenguas en Babel. Los hombres pasan
a hablar distintos idiomas, dejan de comprenderse. Es la experiencia de
muchos grupos y familias que, aún hablando el mismísimo castellano, hablan
de hecho lenguajes muy distintos que no comunican, sino que aíslan y
dividen.
Frente a este destrozo del pecado, Jesús ha venido a restablecer los lazos y la
comunicación mediante la transparencia de las conciencias dentro de una
comunidad. El otro deja de convertirse en un peligro para mí. El "otro" no es
ya un enemigo potencial ante quien debo ocultarme, sino que es "mi hermano"
a quien amo y por quien me siento muy amado.
Quizás una de las cosas más difíciles de transparentar son nuestras propias
debilidades. Muchas personas hacen esfuerzos continuos para que no se les
note en la vida social aquellos fallos humanos o espirituales que hay en su
vida, para evitar que los otros les desprecien, o para evitar el posible
escándalo.
Y a esto ayudará mucho el saber que también los demás trasparentan ante mí
sus dificultades y su debilidad. Así comprenderé que al recibir su confidencia
no empeora la imagen que de ellos tengo, sino que al contrario, les amo más.
"Ayudaos unos a otros a llevar vuestras cargas y así cumpliréis la ley de
Cristo" (Ga 6,2). Sólo si conozco la carga de mi hermano podré ayudarle.
Sólo si doy a conocer la mía podré ser ayudado. En una comunidad día a día
se van cambiando las tornas. Un día me toca ser el débil que necesita ser
ayudado. Al día siguiente me toca ser el fuerte que ha de ayudar a un hermano
que se siente muy débil. Pues "toca a los fuertes sobrellevar las flaquezas
de los débiles" (Rm 15, 1).
3. SOMETIMIENTO
4. LA COMUNIDAD DE BIENES
La manera concreta como se realiza esta comunión de bienes puede ser muy
diversa. Cada comunidad irá concretando en medidas prácticas esta
espiritualidad e irá creciendo progresivamente en ella. Puede ir desde una
ayuda más o menos esporádica a algún miembro de la comunidad que se
encuentre enfermo o en paro hasta la total puesta en común de las
propiedades.
La discreta caridad irá mostrando miles de signos vivos que manifiestan este
espíritu, teniendo siempre cuidado de evitar la excesiva reglamentación que
acabe en un mero legalismo, como hemos detectado en alguna congregación
religiosa en la que la comunión de bienes se ha convertido en algo jurídico,
desprovisto de imaginación, de generosidad, de alegría, de dinamismo, de
creatividad.
La comunión de los bienes materiales debe ser signo visible de una comunión
más profunda de todo lo que somos y poseemos, especialmente los dones
espirituales recibidos del Señor para el bien común. "A cada uno se le otorga
la manifestación del Espíritu para bien común" (l Co 12. 7). "Cada cual
tiene de Dios su don particular, unos de una manera, otros de otra" (l Co
7, 7).
Este don particular de cada uno para la comunidad hay que irlo descubriendo
para ponerlo al servicio de todos para la edificación mutua. "Que cada cual
ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos
administradores de las diversas gracias de Dios" (1 P 4, 10).
Cuando todos han puesto en común sus dones se consigue que "siempre esté
completo el cuerpo que formamos en Cristo y cada uno respete en su prójimo
el carisma que ha recibido" (S. Clemente a los Corintios). Símbolo vivo y
visible de esta comunión será la comunidad de bienes materiales a la que nos
hemos referido antes. Sin ella nunca podrá existir una comunidad cristiana.
Aquí nada valen los formalismos mundanos que nada tienen que ver con el
Evangelio. Son necesarias unas actitudes básicas que responden a lo que Jesús
nos ha enseñado y definen también lo que han de ser nuestras relaciones
interpersonales.
Una actitud sincera y humilde ante Dios y ante nuestros hermanos, atrae la
compasión del Señor. Entonces el fondo de nuestra miseria se convierte para
nosotros en ámbito de la glorificación del Padre, de alabanza por sus
misericordias, de experiencia de la salvación de Jesús, de humildad, de
compasión hacia nuestros hermanos y de punto de partida de relaciones
interpersonales profundas, en las que Jesús mismo construye la Comunidad.
En nuestras caídas nuestra primera mirada debe ser hacia Jesús, a quien le
mostramos nuestras llagas. Él es nuestro médico. "El cura nuestras
dolencias... sabe que somos polvo" (Sal 103). Entonces experimentamos el
gozo de sentirnos amados, precisamente por nuestra pobreza, y exultamos en
alabanza por sabernos necesitados de salvación.
- El resentimiento por una ofensa, quizá del pasado, pero no del todo
perdonada.
- Una corrección fraterna que no supe recibir con humildad y cuyo recuerdo
irrita.
- Chismes o críticas que han minado la imagen que tenía del hermano.
La preocupación por el qué dirán, el temor a quedar malo a ser censurado, las
quejas, los lamentos, la autocompasión ante ofensas reales o imaginarias, el
divulgarlas. etc..., así como ciertas expresiones, v.g. "no merezco que se me
trate así", "cómo han hecho eso conmigo", denotan inmadurez humana y falta
de crecimiento espiritual, a la vez que son ?un mal para la Comunidad.
"Poned cuidado en que nadie se vea privado de la gracia de Dios; en que
ninguna raíz amarga retoñe ni os turbe y por ella llegue a inficionarse la
comunidad" (Hb 12, 15).
- En primer lugar hemos de ver en la ofensa del hermano una ocasión de ser
para él testigos de Jesús, acogiéndole con su mismo amor y comprensión, que
le ayuden a crecer y a superar su agresividad y violencia.
- En segundo lugar, hemos de aprovechar esta ocasión para alabar al Señor por
la parte de dolor que nos pueda tocar.
Francisco de Asís era un joven alegre, divertido, medio juglar medio trovador,
que sabía de la amistad y del compañerismo. Pero a partir del momento en que
fue poseído por el Espíritu e hizo un viraje hacia el servicio de Dios, cambió
sus apreciaciones. Ya no hablaría más de compañeros y amigos. ¡EI Señor
me dio hermanos!: ésta fue su nueva mentalidad. Para Francisco de Asís
cada hermano era "un don" de Dios, y como tal lo acogía, amaba, guardaba y
veneraba. Para él ya no había más que ¡mis benditos hermanos!
Sólo la mirada del sencillo es capaz de descubrir con admiración la acción del
Espíritu en los hermanos. Todos sabemos cómo el Espíritu distribuye sus
dones con profusión, pero no de manera uniforme. Lo mismo que tenemos una
fisonomía corporal que nos diferencia de los demás, así también la evolución
espiritual que cada uno seguimos bajo la acción de la gracia va marcando los
rasgos de nuestra fisonomía espiritual. Saber captar estos rasgos en cada uno
supone una cualidad hermosa y constructora.
Francisco de Asís, que tenía ojos y corazón sencillos para cantar al sol, a los
pajarillos, al agua, y a todas las criaturas, los tenía muy atentos para captar y
admirar los dones de sus hermanos y no temía llegar a proponerlos como
facetas de un ideal. Reuniendo las cualidades de todos aparecía el boceto del
hermano perfecto, con lo que cada hermano se sentía apreciado por él, daba
gracias a Dios por el carisma recibido y encontraba estímulo reconociendo
que aún estaba lejos del ideal y que le quedaba mucho que aprender de
aquellos con los que se codeaba cada día, de ¡los hermanos que Dios le
había regalado!
"Será un buen hermano menor aquél que reúna: ... la fe del hermano Bernardo
que con el amor a la pobreza la poseyó en grado sumo; la sencillez y pureza
del hermano León; la cortesía del hermano Ángel; la presencia agradable y el
porte natural, junto con la conversación elegante y devota del hermano Maseo;
la elevación de alma por la contemplación del hermano Gil; la virtuosa y
continua oración del hermano Rufino; la paciencia del hermano Junípero y el
supremo deseo de imitar a Cristo en el camino de la cruz; la fortaleza
espiritual y corporal del hermano Juan; la caridad del hermano Rogerio; la
solicitud del hermano Lúcido ... " (Spc 85): he aquí como Francisco de Asís
veía a sus hermanos y los estimulaba al mutuo aprecio y santa emulación.
La fraternidad es una flor delicada que no se hace de una vez para siempre. Si
se quiere que viva, hay que crearla cada día con amor siempre nuevo. El
pecado, la limitación y otras muchas cosas amenazan con turbar las más puras
y santas relaciones. ¿Qué hacer ante las caídas que amenazan deteriorar la
fraternidad?
"Si alguno de los hermanos, por instigación del enemigo, peca gravemente,
esté obligado a recurrir al guardián. Y ninguno de los hermanos que sepa que
ha pecado lo abochorne, ni lo critique, sino que tenga para él gran compasión
y mantenga muy en secreto el pecado de su hermano porque no son los sanos
los que necesitan de médico, sino los enfermos (Mt 9, 12). Y si el hermano
peca venialmente, confiésese con un hermano sacerdote, y si no hay allí
sacerdote, confiéselo con un hermano suyo cualquiera, hasta que tenga un
sacerdote hermano que le absuelva canónicamente. Y estos hermanos no
tengan en absoluto potestad de imponer ninguna otra penitencia que ésta: vete
y no vuelvas a pecar (Jn 8,11)" (Carta M.14-20).
No había en su corazón una exigencia perfeccionista para los demás, sino esa
inmensa comprensión que sabe esperar el momento de la gracia en el
hermano. Es la humildad que no puede echar en cara nada, porque uno se sabe
hecho del mismo barro. Es el amor al estilo de Jesús, el Señor. De esta
misericordia que redime sabían no sólo los hermanos de hábito de San
Francisco, sino cualquiera que hubiese caído.
Cuando regresó Francisco, Fray Ángel le contó "la visita de los bandidos" y
cómo los había recriminado duramente. No aprobó el Santo aquella acción,
sino que le causó pena. No es así como nos enseñó el Señor. Al momento le
entregó su alforja con todo lo que tenía y envió al fraile en busca de los
bandidos para pedirles perdón...
La Biblia, cuando habla del amor de Dios dice que nos acoge en su seno con
la ternura de una madre.
Esto mismo es lo que quería Francisco: "Y manifieste el uno al otro su propia
necesidad, para que le encuentre lo necesario y se lo proporcione. Y cada uno
ame y nutra a su hermano, como la madre ama y nutre a su hijo (l Ts 2, 7) en
las cosas para las que Dios le diere gracia. Y el que no come no juzgue al que
come" (1 Regla).
Y aún más cuando llega a decir: "Lo que sale de la boca viene de dentro, del
corazón, y eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón
salen las malas intenciones... falsos testimonios, injurias. Eso es lo que hace
impuro al hombre" (Mt 15, 11; 18-20). La boca es el conducto por el que se
exterioriza el corazón. La línea de demarcación entre la "palabra" y la
"acción" es muy tenue: lo que hace impuro al hombre no es tanto la palabra
como el estado de podredumbre de su corazón, que lo expresa con sus
palabras hirientes o mentirosas lo mismo que con sus acciones. Comunicamos
a los hermanos nuestro estado interior de muerte cuando los herimos con
nuestras palabras.
Por esto es Jesús tan intransigente: "Todo aquél que se encolerice contra su
hermano, será reo ante el tribunal pero el que llame a su hermano "imbécil",
será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado" será reo de gehenna de
fuego" (Mt 5, 22). Como el Nuevo Moisés que proclama la Buena Noticia del
Reino manifiesta la superioridad y la interioridad de la Nueva Alianza
respecto a la Ley Antigua y expone cómo debe ser el "corazón" de sus
discípulos.
El Señor nos dice que más allá de la pasión de ira y de los insultos que pueden
ser corrientes debemos ser intransigentes con el interior del hombre. La ira
interior queda prohibida porque es una pasión tan culpable como el asesinato,
ya que impulsa al crimen. Las expresiones de ira en el lenguaje merecen
castigos similares a los que los tribunales infligen a los homicidas. El fuego de
gehenna era el símbolo de la maldición, incluso de la maldición eterna, en
cuanto castigo final infligido por Dios mismo. El Dios que es Amor es
intransigente con el odio o rencor que podemos guardar vivo en nuestro
interior y que nos lleva a herir al hermano con las palabras.
San Pablo escribe a los Efesios: "Desechad la mentira... pues somos miembros
los unos de los otros No salga de vuestra boca palabra dañosa… Toda acritud,
ira, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad desaparezcan de entre
vosotros" (Ef 4, 25-31). "La fornicación, y toda impureza o codicia, ni
siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos. Lo mismo
que la grosería, las necedades o las chocarrerías, cosas que no están bien" (Ef
5, 3-4). Y a los Colosenses: "Mas ahora desechad también vosotros todo esto:
cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca.
No os mintáis unos a otros. Revestíos del Hombre Nuevo" (Col 3,8-10).
Por lo que respecta a las palabras que expresan el egoísmo sensual, San Pablo
exige que no sólo se excluya toda impureza relacionada con la materia sexual,
sino que ni siquiera se mencione entre cristianos, porque la persona del
creyente está consagrada a Dios, sellada por el Espíritu: "El cuerpo es para el
Señor y el Señor para el cuerpo. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son
miembros de Cristo?.. ¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu
Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios y que no os
pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto a Dios en
vuestro cuerpo" (1 Co 6, 13-20).
Aquel que es impuro, aunque nada más sea en sus palabras, no pertenece a
Cristo Jesús. Es esclavo del ídolo y no tiene parte en el Reino de Dios y de
Cristo.
El discípulo de Jesús está totalmente consagrado al Señor: su boca, su lengua,
sus palabras no pueden servir más que para su Señor y por tanto serán
palabras de alabanza y bendición de Dios.
Las palabras contrarias al amor fraterno son los gritos, la maledicencia, las
discusiones necias y su consecuencia, los altercados. Son expresión de los
pecados internos del corazón, especialmente de la amargura y de la acritud,
que son actitudes del hombre viejo opuestas a la mansedumbre y a la
comprensión fraterna. A este propósito escribe el autor de la Carta a los
Hebreos: "Poned cuidado... en que ninguna raíz amarga retoñe ni os turbe y
por ella llegue a inficionarse la comunidad" (Hb 12, 15). Las palabras de
crítica, inconcebibles también en el cristiano, suponen atribuirse una función
que sólo pertenece al Señor y que Él en su inmensa misericordia no quiere
adelantar, pues la reserva hasta el día final en que vendrá a "juzgar a vivos y
muertos".
El Apóstol Santiago llega a decir: "No habléis mal unos de otros. El que habla
mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la Ley; y si juzgas a la
Ley, ya no eres cumplidor de la Ley, sino un juez. Uno solo es el legislador y
juez que puede salvar o perder. En cambio tú, ¿quién eres para juzgar al
prójimo?" (St 4, 11-12).
La conclusión de cuanto hemos visto es que, según las Sagradas Escrituras, las
palabras vacías, dañosas o podridas son una manifestación del "Misterio de la
iniquidad" (2 Ts 2, 7) que ya está actuando por su instrumento que es "el
padre de la mentira" (Jn 8, 44). Y que los mentirosos, los de lenguaje
escabroso y los de lengua de doble filo son sus colaboradores.
Los discípulos de Jesús, en cambio, han de evitar toda palabra que pueda
destruir el Amor o enturbiar las relaciones fraternas y la comunión eclesial.
Sabiendo que esto es difícil y que "si alguno no cae hablando es un hombre
perfecto" (St 3, 2), pedimos al Señor de lo imposible: "Pon, Señor, guardia a
mi boca y vela a la puerta de mis labios" (Sal 141,3), o más bien, que abra
nuestros labios para que nuestra boca publique su alabanza (Sal 51, 17).
II.- LA PALABRA BUENA Y PROPICIA PARA LA EDIFICACION
Por el contrario, bendecid. "Bendecid a los que os maldigan, rogad por los que
os difamen...“ (Lc 6, 28): de esta forma enseña Jesús a amar a los enemigos
para que seamos "hijos del Altísimo" (Lc 6, 35). Bendecir a los que nos
maldicen y maltratan (la palabra griega significa desprecio, envidia, mala
voluntad) no sólo exige decir dirigir una palabra buena al enemigo, sino ser
para él un don, una manifestación de la generosidad recreadora y vivificante
de Dios.
Pero, ¿qué han de tener nuestras palabras para llegar a ser bendición en favor
de los enemigos? He aquí las actitudes que nos enseña San Pablo para con
aquellos que no tienen "el perfecto conocimiento de la verdad", de forma que
nuestras palabras tengan un efecto evangelizador: "Evita las discusiones
necias y estúpidas, tú sabes bien que engendran altercados. Y a un siervo del
Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a enseñar,
sufrido y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les
otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad y volver al
buen sentido, librándose de los lazos del diablo que los tiene cautivos,
rendidos a su voluntad" (2 Tm 2, 23-26). Es así como la palabra cortés, fina
con todos, dicha con dulzura, puede ser bendición.
Palabra "que sea conveniente para edificar" (Ef 4, 29). Respecto a los
hermanos en la fe San Pablo dice: "Hablad con verdad, pues somos miembros
los unos de los otros... Salga de vuestra boca la palabra buena y propicia para
la edificación oportuna a fin de que otorgue una bendición divina a los que os
escuchan" (Ef 4,25-31). El contexto de estos versículos trata de los principios
de la renovación espiritual, de la vida nueva en Cristo, "como conviene a los
santos" (Ef S, 3).
Este cuerpo es la comunidad eclesial, edificio que tiene a Cristo como piedra
angular (Ef 2, 19-22; 4, 12-16), y del que todos somos "piedras vivas" (1 P 2,
5), miembros cuya función es el último crecimiento y el de todo el organismo.
Es una construcción que continuamente crece y se desarrolla.
Las palabras del cristiano, por consiguiente, no pueden ser sino "edificantes",
constructivas, que contribuyan al crecimiento de los hermanos y al desarrollo
y vitalidad del organismo. "Todo cuanto hagáis de palabra y de boca, hacedlo
todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre"
(Col 3, 17): También cuentan los detalles insignificantes de la vida de un
discípulo de Jesús.
- Viva y eficaz, más cortante que una espada de dos filos (Hb 4. 12)
23 - LOS DIRIGENTES.
EL "HOMBRE ESPIRITUAL"
Si leemos el Nuevo Testamento con un corazón abierto y sencillo, dejándonos
iluminar por la acción del Espíritu, el único que "os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26), en frase del mismo Jesús,
sólo entonces podemos esperar que El, que está en el Padre, se nos manifieste
(Jn 14,21).
Jesús se presentó como el Ungido por el Espíritu, el "Cristo": "El Espíritu del
Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena
Nueva...” (Lc 4, 18). Su vida se movió siempre bajo la acción del Espíritu:
"lleno del Espíritu Santo se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu
en el desierto" (Lc 4. 1), y "por el Espíritu de Dios expulsaba a los demonios",
manifestando así que había llegado el Reino de Dios (Mt 12,28).
San Pablo nos lo presenta como "el último Adán" que fue hecho "espíritu que
da vida" (1 Co 15,45).
"En esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha
dado" (1 Jn 3, 24). Y si no tenemos su Espíritu, bien porque lo hemos dejado
apagar (1 Ts 5,19), o bien porque bloqueamos su acción con nuestra
resistencia o pecado, "el que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece"
(Rm 8,9).
Llevar una "vida espiritual" y "ser espiritual" no es más que dejar que el
Espíritu de Dios habite en nosotros (Rm 8,9; 1 Co 3,16), ya que por la fe en
Jesucristo hemos recibido "el Espíritu de la Promesa" (Ga 3. 14), hemos sido
"sellados" (Ef 1. 13), y por consiguiente, lo propio nuestro es "vivir según el
Espíritu" (Ga 5, 16), "ser conducidos por el Espíritu" (Ga 5. 18), dejarse
llenar, bautizar, invadir por su presencia.
En toda acción ministerial hay que dar aún más oportunidad a la acción del
Espíritu.
CUALIDADES PERSONALES Y
COMUNITARIAS
DEL DIRIGENTE DE R.C.
Por Rodolfo Puigdollers
Instrucciones de S. Pablo
Hay varios textos de la Sagrada Escritura, sobre todo de las cartas de S. Pablo,
que nos indican cuáles han de ser las cualidades de un dirigente cristiano. En 1
Tm 3,1-7 nos indica las cualidades del epíscopos; en 3, 8-13 las cualidades
del diácono; en 5, 17-25 las cualidades del presbítero; en Tt 1, 6-9 nos
vuelve a hablar de las cualidades del epíscopos. De todos estos textos vamos a
fijarnos en el primero, que es el que nos presenta de una forma más
catequética las cualidades de un dirigente.
Comprensivo: con esa madurez que cubre multitud de pecados, que es capaz
de comprender tantas cosas, que sabe pasar por alto las incomprensiones.
S. Pablo dice: "tiene que llevar bien su propia casa, de modo que sus hijos le
obedezcan por su autoridad moral, porque si uno no sabe llevar su casa,
¿cómo va a cuidar de la asamblea de Dios?" (1 Tm 3,4-5).
b) que sepa mirar por el bien de todos: qué es lo que va bien a todos, qué es
lo que hará crecer a los más débiles y a todo el grupo; es el que sabe captar
que todo es bueno, pero que no todo es conveniente en un momento dado.
Ha de ser una persona que tenga un sentido eclesial de comunión con los
demás. Hay personas que crean comunión dentro del propio grupo, pero que
no crean comunión con los demás grupos, con la diócesis, con el Obispo. El
dirigente ha de ser el hombre de la unidad interna y de la unidad con la
Iglesia.
3.- MADURO EN LA FE
Dice S. Pablo: "que no sea recién convertido, no sea que, llevado por la
soberbia, el diablo tenga de qué acusarle (1 Tm 3, 6). En otro lugar comenta
este mismo aspecto diciendo: "ha de ser fiel a la doctrina auténtica, para que
sea capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios" (Tí
1,9).
Esto supone en primer lugar personas con una experiencia espiritual, personas
de oración, personas que no estén recién convertidas, personas que hayan
crecido en la fe.
Dice S. Pablo: "es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera,
para que no caiga en descrédito y en las redes del diablo" (1 Tm 3.7).
El dirigente ha de tener buena fama ante los demás por su equilibrio, su vida
cristiana, su compromiso. Si los dirigentes no tienen capacidad de dar
testimonio, porque por sí mismos son causa de escándalo, entonces desaparece
toda posibilidad de testimonio. El comportamiento de una persona,
especialmente de un dirigente, puede convertirse en un obstáculo para que los
demás se acerquen a captar la gracia de Dios.
¿ COMO ES EL AUTENTICO LIDER
DE LA R.C.?
Por Tomas Forrest
1) Ante todo es un hombre de oración. El líder para ser líder debe hablar
con Dios. Si no habla con Cristo ¿cómo va a poder decir: "soy su discípulo"?
Debe escuchar en oración y obedecer la voz del Señor. A través de la oración
debe llegar a conocer a Dios, a Dios su Padre, a Dios su Salvador, hermano y
amigo, a Dios huésped de su alma.
Debe discernir, y para discernir tiene que orar. No hay discernimiento posible
sin oración. Debe ser testigo del Cristo que se apartaba para orar.?
2) Es hombre o mujer de estudio. San Francisco de Asís dijo una vez que el
sacerdote que no estudia es más peligroso que el pecado. Los sacerdotes han
tenido que estudiar al menos durante sus años de seminario. Si nosotros no
estudiamos, somos un peligro porque guiaremos por caminos de confusión.
El líder auténtico debe saber decir: "No sé, pero voy a estudiar: no sé, pero
voy a orar; no sé, pero voy a consultar": esto es sabiduría combinada con
humildad.
Por ser líder no debes pensar que a cada pregunta has de contestar con
autoridad. Nadie espera que lo sepas todo.
3) Debe estar guiado por el Espíritu Santo. Así como el Espíritu Santo
condujo a Jesús al desierto, después de haber sido bautizado en el Jordán, así
también ahora tiene que guiar a todo aquel que conduce a otros. Él nos dará su
poder si dejamos que nos guíe, puesto que la meta que nos proponemos
sobrepasa nuestras fuerzas. Decir "Sí" al Espíritu Santo, cueste lo que cueste,
y dejarse mover por El: sin esto no se puede ser líder de la Renovación. Decir
siempre "Sí" al Espíritu.
EL EQUIPO DE DIRIGENTES
Por Mª. Dolores Larrañaga
Transparencia
Corrección Fraterna
DISCERNIMIENTO
REUNION DE EQUIPO
Nuestra voluntad y nuestros planes no son muchas veces los del Señor, por
esto el Equipo no se reúne a hacer planes, sino a abrirse para que el Señor
manifieste los suyos.
Todo esto significa que las relaciones entre los dirigentes han de ser sanas. No
basta que trabajen juntos; lo más importante es que vivan como hermanos y
hermanas en el Señor. La vida de relación entre los dirigentes tiene que ser un
modelo y un testimonio para el resto del grupo. La calidad de las relaciones
que exista entre ellos determinará, en gran medida, la calidad de vida que
habrá en el mismo grupo.
Por tanto, los dirigentes tienen que tomar mucho tiempo, no sólo para trabajar
juntos, sino para compartir sus vidas, conocerse y amarse más. Deben buscar
la forma de responsabilizarse y de cuidar los unos de los otros. La función
primordial del liderazgo pastoral es ayudar a todo el grupo a que crezca en
amor y unidad. Y si los dirigentes no crecen en amor y unidad, será casi
imposible que el grupo crezca.
Prácticamente hablando, creo que los dirigentes deberían pasar la mayor parte
del tiempo de sus reuniones compartiendo sus propias vidas y lo que el Señor
hace en ellos; no tanto hablar de los problemas importantes que existan en el
grupo, sino más bien hablar de los problemas importantes que existan en la
vida de cada uno.
A medida que se desarrolle una buena relación entre los dirigentes, podrán
entonces cuidar y responsabilizarse de la vida de todo el grupo".
Los hermanos a los que, por sus dones de discernimiento y gobierno, el grupo
de oración o la comunidad ha reconocido y aceptado como dirigentes están
llamados a ejercer una función de pastoreo para guiar a todos los miembros
del grupo por caminos de constante escucha al Señor y de crecimiento
espiritual continuo.
Pero al mismo tiempo han de tener siempre una visión amplia y profética de lo
que el Señor pretende hoy con esta "suerte para la Iglesia y para el mundo"
(Pablo VI) que es la Renovación, sobre todo en cuanto a las posibilidades de
evangelización que representa para muchos hombres y mujeres, que a través
de la experiencia personal de un nuevo Pentecostés se convertirán en
elementos dinámicos para proclamar la Buena Nueva, y en cuanto al
testimonio de sus comunidades cristianas que muestran al mundo de hoy la
presencia del Reino de Dios entre nosotros.
Para el equipo de dirigentes tienen aplicación las mismas palabras que San
Pablo dirigió a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: "Tened cuidado de
vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo
como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la
sangre de su propio Hijo" (Hch 20, 28).
l.-Etapa de iniciación
Tanto a los que vienen a visitar el grupo como a los que se van añadiendo
atraídos por la vivencia que han experimentado y que se sienten deseosos de
un crecimiento espiritual, hay que dedicar un ministerio de acogida por el
que se llegue a un contacto personal en diálogo y escucha atenta de sus
problemas e inquietudes. Hay que alentarlos en el camino de la conversión,
invitándoles a participar en el Seminario de Iniciación a la vida en el Espíritu
y a recibir después la efusión del Espíritu.
Pero no basta eso. Hay que hacer que cada hermano se integre en la vida y
actividad del grupo según las aptitudes y carismas potenciales que se
empiezan a manifestar, que participe, por ejemplo, en alguno de los distintos
servicios y ministerios, como el de la música, la librería, la acogida, cuidado
de los enfermos, etc.
Los dirigentes han de estar atentos a la acción del Espíritu, pues no cabe duda
que a todos hará sentir la necesidad de un compromiso en cuanto a la oración
personal diaria, la asistencia al grupo, la lectura y estudio de la Palabra de
Dios y alguna forma de compartir bienes. En este sentido habrá que enfocar
muchas veces la enseñanza y llegar a la entrevista personal para revisar y
alentar el cumplimiento de estos compromisos.
3.-Etapa de profundización.
Estos grupos pequeños han de ser estables y, para conseguir una mayor
compenetración y apertura entre los que lo forman, conviene que se
mantengan cerrados durante algún tiempo hasta que estén en condiciones de
acoger a otros hermanos, una vez se haya llegado a crear un espíritu muy
definido.
Los compromisos pueden ser los mismos que en la anterior etapa, pero
vividos con mayor exigencia e intensidad, sobre todo la oración personal y el
servicio a los demás.
Este compañero debe ser del mismo sexo. No es una dirección espiritual, sino
una forma de sometimiento y de acompañamiento espiritual, para revisar los
aspectos fundamentales: l) relación con el Señor: oración, tiempo; 2) relación
con los hermanos: dificultades, apertura, comunicación, servicio, compartir
bienes; 3) aspectos de la propia vida familiar, comunitaria, profesional, social.
Cada grupo debe desear y pedir al Señor que le conceda la atención pastoral
adecuada, que tenga buenos dirigentes, pues de esto depende el que crezca y
madure. Habrá una rápida integración de los hermanos nuevos que llegan, se
formarán grupos de profundización a su debido tiempo, con un compromiso
cada vez más estable al servicio de la Iglesia y de todo el grupo, y un día,
como fruta madura, nacerá también una comunidad de alianza, que viviendo
en plenitud la vida carismática, el evangelio y las bienaventuranzas, será luz
para todos los que la contemplen.
Hay que decírselo muy claro a los grupos incipientes que empiezan a crecer, y
con mayor razón a aquellos que ya no son incipientes, pero se mantienen en
esta situación: un solo responsable o dirigente al frente de un grupo es malo y
no menos peligroso, pues el que este dirigente haya comenzado el grupo no
quiere decir que ahora, al cabo de unos meses, sea la persona más indicada
para dirigirlo, y debe dar facilidades o para compartir este ministerio con otros
hermanos o para retirarse a tiempo. Es mala cosa que se diga: "el grupo de
Pepito o el grupo de Juanita...“ En la R.C. todo protagonismo es
contraproducente, y cuando surgen ídolos vemos como a su tiempo se
derrumban.
Para ambos casos son válidas las orientaciones que a continuación se exponen.
Ralph Martín, en el Seminario sobre líderes, que dirigió en la Asamblea
Nacional de 1978, afirmaba:
Para este discernimiento se prepara un retiro, al que no han de asistir todos los
miembros del grupo, sino solamente aquellos que estén verdaderamente
integrados en el grupo, es decir, que participen asiduamente en sus reuniones
y en toda su vida, o al menos manifiesten con sus actitudes esta voluntad, si
por sus condiciones y responsabilidades familiares o de trabajo tienen que
faltar de vez en cuando. No basta que estén integrados en el grupo, sino que
tengan cierta antigüedad en el mismo, y por tanto hayan asimilado el espíritu
y la mentalidad de la Renovación y hayan visto por experiencia el papel que
desempeñan los dirigentes. Los nuevos, los que han llegado en los últimos
meses, no conocen aún suficientemente a las personas, no sólo sus dones y
cualidades sino también sus defectos, y difícilmente podrán ejercer un buen
discernimiento, hasta que no tengan más experiencia y conocimiento del
grupo y de la Renovación.
2.-Elegir a una persona determinada para formar parte del equipo de dirigentes
no es una recompensa a su trabajo, a su antigüedad, a su celo. Estas razones
no significan que tenga los dones requeridos.
En algunos casos, los dirigentes antes que ser elegidos ya han sido
reconocidos por el grupo o la comunidad como tales por su servicio y entrega
a los demás, por su acción de integrar, unir, alentar, guiar al grupo por los
caminos de crecimiento en la vida del Espíritu. Esto se ha de tener en cuenta a
la hora del discernimiento.
Sin duda que el Espíritu Santo actúa a través de una comunidad que se somete
a la acción del Señor, cuyos miembros pueden tener también un sentido
natural para descubrir quiénes entre ellos poseen los dones para guiar y
pastorear todo el cuerpo, como ocurrió con la elección de los Siete (Hch 6, 1-
6).
Finalmente los dirigentes habrán de decidir a los que ellos creen que deben ser
líderes. Todos los líderes deben coincidir respecto a cada persona antes de ser
designada líder. Esta fase del discernimiento es la más crucial.
Por muy bueno que sea el equipo si no cuenta con el apoyo y amor de todos
los miembros del grupo, de poco va a servir. Esto significa que no podemos
estar criticando la labor de los dirigentes. Si yo creo que hacen algo o que no
proceden según la acción del Espíritu, lo que he de hacer es hablarlo lealmente
con ellos, con sinceridad y amor, en plan de sugerencia y colaboración, pero
no de crítica o censura.
¿QUE ES LA RENOVACION
CARISMATICA?
En vez de decir: "Oh Dios, haré esto por ti", su actitud debe ser: "Espíritu de
Dios, úsame como quieras". Y con solo este cambio de actitud fluye
inconteniblemente el poder divino.
nuestro hoy, incluso con signos y prodigios, a medida que nos enfrentamos
con las fuerzas modernas del mal; rendirse como instrumentos de ese Espíritu,
haciendo todo sólo para la gloria del Padre; y conducir a los católicos a
comprender y realizar todo esto con humildad. La meta no es la liberación de
los dones por sí mismos, ni solamente buscar aquellos enumerados en 1 Co
12, sino una renovada comprensión de que la obra de Dios puede ser realizada
exclusivamente por Dios y que nosotros servimos únicamente como
instrumentos según los dones que el Espíritu libremente nos da. Él llena los
corazones de los fieles. Él enciende en nosotros el fuego de su divino amor. Él
recrea y renueva la faz de la tierra. Y cuando nos rendimos, Él nos usa como
herramientas en manos del Arquitecto.
Son:
No hay límite para el número de los asistentes y los grupos están siempre
abiertos a todos los que quieran participar. No se hace distinción de edades ni
de la condición social o cultural. Se experimenta el pueblo de Dios:
sacerdotes, religiosos, laicos, niños, jóvenes, adultos, ancianos; hombres y
mujeres; sanos y enfermos; cuerdos y locos: todos son bien acogidos, como
hermanos que el Señor envía. Todos deben ser aceptados.
Para evitar la dispersión y mantener la unidad suele haber una persona, o más
bien un pequeño equipo, que de forma discreta dirige la oración. Su función es
más bien la de iniciar y concluir la oración a su debido tiempo, mantener
cierto orden y unidad, y, en caso de necesidad, exhortar y alentar a la
asamblea hacia la alabanza al Señor, procurando que el grupo se centre
siempre en la presencia del Señor.
La colocación externa del grupo suele ser en forma de círculo, lo cual expresa
más el carácter comunitario y de unidad entre todos y sobre todo la presencia
de "Jesús en medio de nosotros".
LA ALABANZA
"Y mi boca proclamará tu alabanza"
No es una cosa nueva, pues toda la Biblia, desde los libros del Pentateuco,
pasando por los Salmos, y hasta el Apocalipsis, está rezumando
constantemente esta forma de oración porque "grande es el Señor y muy digno
de alabanza" (Sal 96,4). De la misma manera en la oración oficial de la
Iglesia, tanto en la celebración de la Eucaristía y de los Sacramentos como en
la Liturgia de las Horas, predomina la alabanza y acción de gracias.
Por esto no deja de ser extraño que el cristiano, elegido para "alabanza de su
gloria" (Ef 1,6.12.14), había casi perdido el sentido de la alabanza.
Más que las palabras, más o menos bonitas que se puedan decir, la alabanza es
toda una actitud de gozo, agradecimiento, admiración, anhelo de entrega y de
correspondencia ante el Señor, ante un Dios que se ha compadecido de
nosotros, de nuestra miseria y pequeñez, librándonos "del poder de las
tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor" (Col 1,13). Esto no
quiere decir que seamos mejores que los demás o que lo hubiéramos merecido
por nuestra parte: nada de esto viene de nosotros, "sino que es don de Dios"
(Ef 2,8).
Es más, hay muchos momentos que se siente una gran necesidad de alabar a
Dios, y entonces la alabanza es un impulso ardiente del corazón hacia Él, que
nos lanza así sacándonos del círculo de nuestros problemas y preocupaciones
para centrarnos en el Señor. Y este es el secreto del poder liberador de la
alabanza, por lo que en los momentos de contrariedad, de fracaso, de
enfermedad y sufrimiento sentimos que más que pedir a Dios cosas lo que
hemos de hacer es alabarle y darle gracias por todo. Con ello manifestamos al
Señor que nos fiamos totalmente de Él, pase lo que pase, y que nos
abandonamos a su amor. Y es entonces cuando Él también responde de una
manera muy concreta.
Los que participan en los grupos de oración sienten cada vez más la necesidad
de crecer en la expresión de la alabanza, sin inhibiciones ni respetos humanos.
Levantar los brazos responde al anhelo de abrirse y rendirse ante el Señor
como niño que se deja acoger en su abrazo amoroso. Es la forma como oraban
los primeros cristianos y es un gesto que libera el espíritu y ayuda a orar: "así
quiero en mi vida bendecirte, levantar mis manos en tu nombre" (Sal 63,5).
En el grupo hay una gran espontaneidad y cada uno alaba al Señor no sólo por
lo que ha hecho en él, sino por lo que ve en los demás, y todos acogen y hacen
suya la alabanza del hermano.
Hay momentos en que ésta adquiere más fuerza y expresión, como cuando
cada uno de los participantes, al mismo tiempo y en voz alta, alaba al Señor
espontánea y libremente, bien en su propia lengua, bien con "oración en
lenguas" o cantando suavemente. Entonces todas las voces se funden como en
un coro, que hace pensar en el sonido de la creación que alaba a Dios, en el
ruido suave de muchas aguas. Es lo que se llama palabra de alabanza.
"La Efusión del Espíritu lleva consigo ordinariamente una impresión viva, a
menudo emotiva, a veces hasta las lágrimas. Pero lo esencial no está ahí. Son
numerosos los que subrayan la calma y la paz que implica esta experiencia. El
elemento emotivo no es aquí más que el epifenómeno de una transformación
profunda. Lo que irradia es un sentido nuevo de la presencia de Dios, más allá
incluso de la conciencia clara. Desaparecen las inhibiciones; se liberan
energías; se restaura una sinergia; se superan disociaciones. En esta línea es
como tendremos que comprender el sorprendente resurgimiento del "carisma
de curación": recuperación del equilibrio psicológico y físico, gracias a la
nueva integración personal y comunitaria del ser, pero por la intervención de
Dios y para Dios" (Ibidem, p. 59).
La Efusión del Espíritu es una gracia particular que nos hace tomar conciencia
de una realidad que habíamos perdido de vista: el Espíritu Santo; "es la
correspondiente aceptación personal de aquello que nos fue prometido y
concedido sacramentalmente por Dios en el Bautismo y en la Confirmación.
Por consiguiente, la renovación del bautismo del Espíritu es, respectivamente,
la renovación del Espíritu" (H. MUHLEN, O.c., p. 123).
Para la Iglesia primitiva la experiencia del Espíritu era algo muy importante.
Para el cristiano de hoy la conciencia y sobre todo la vivencia de su presencia
y acción ha de ser algo decisivo.
La Efusión del Espíritu no cubre todas las riquezas de la Renovación. Para los
Apóstoles fue el principio de una nueva vida, para nosotros es como la puerta
de entrada en esta renovación, el punto de partida, el comienzo de un nuevo
caminar en el Espíritu.
3) Los que por el Espíritu descubren a Jesús en una relación vital descubren
también que son hermanos en Cristo y sienten la necesidad de amarse y vivir
la comunión fraterna, como don manifiesto del Espíritu.
Pero hay otros muchos momentos de la vida del grupo que también
contribuyen a estrechar cada vez más los lazos fraternales y a vivir el
compromiso de unos para con otros: los días de convivencia, los retiros, las
celebraciones de la eucaristía, de la reconciliación, el sufrimiento o la alegría
de cualquier hermano y que todos han de compartir.
Todo esto va llevando al grupo, por la acción del Espíritu, hacia una cohesión
o compenetración constante en una marcha hacia la comunidad. Cada grupo
está llamado a crecer y progresar de forma que un día surja de su seno una
comunidad con aquellos hermanos que más se sientan llamados.
LOS CARISMAS
Como indica su mismo nombre, una de las características de la R.C. son los
carismas.
"Es Dios quien construye su Iglesia. Para esto ha instituido las estructuras de
esta Iglesia por medio de Jesucristo su santo Servidor, pero no cesa de
construirla actualmente por medio de los dones, los servicios o ministerios, los
diversos modos de acción de que habla S. Pablo en 1 Co 12,4-6. Y esto
distribuyendo talentos y dones a todos los fieles" (Y. CONGAR, Je crois en
l'Esprit Saint, tomo II, Cerf, Paris 1979, p. 210).
La R.C. trata de estar abierta a los carismas, es decir, intenta vivirlo todo
como carisma, recuperar la dimensión de "don" de toda la vocación cristiana.
Dentro de esta apertura no se rechaza nada que pueda venir de Dios. No es
casualidad que se presenten juntas la fe expectante y las curaciones, el sentido
de la gratuidad y la alabanza en lenguas, la escucha de la Palabra y la profecía.
San Pablo enseña que hay una gran diversidad de carismas. En una asamblea
de oración tan carisma es el que habla lleno de la sabiduría de Dios, como el
que habla lleno de la ciencia de Dios, como el que escucha a ambos con fe;
tan carisma son las curaciones como el compartir económico; tan carisma es el
hablar inspirado como el saber discernir lo escuchado; tan carisma es el hablar
en lenguas como el captar proféticamente el sentido de lo dicho. "Aspirad a
los carismas superiores" (1 Co 12,31), es decir, a lo que más ayuda a la
construcción del Cuerpo de Cristo.
Digamos alguna palabra más sobre los carismas más espectaculares, a causa
de la extrañeza que pueden causar. Sin embargo, ¿qué cosa más tradicional
que las curaciones, como encontramos en los Hechos de los Apóstoles, en las
vidas de los santos, en Lourdes y otros santuarios? ¿O más tradicional que el
hablar inspirado de algunos santos, de algunos predicadores, de tantas
personas? ¿o más tradicional que la "iubilatio" de un S. Agustín, o los
"cantos" de un S. Francisco, o los "bailes" de un S. Pascual, o los "aleluyas"
gregorianos, o las "saetas" de una procesión andaluza?
"No puedes decir lo que es Dios y tampoco puedes callarte. Entonces, ¡qué
hacer sino exultar, abrir el corazón a una alegría que ya no tendrá necesidad
de buscar palabras, extender su alegría mucho más allá de los límites de las
sílabas!" (S. Agustín, Enarr. in Ps. 32).
Aún más, hemos sido hechos "luz en el Señor", "hijos de la Luz" (Lc 16, 8; Ef
5, 8; 1 Ts 5, 5), "aptos para participar en la herencia de los santos en la Luz"
(Col 1, 12).
a) aceptar y amar de veras el ser "luz del Señor", hombres en los que se
manifieste la presencia del Cristo Luz del mundo. Si no amamos o no
buscamos ser luz, es porque obramos mal (Jn 3, 19-21), y la luz que hay en
nosotros se puede volver oscuridad (Lc 11, 55);
b) dejar que esta luz ilumine también a otros, y que no pongamos la lámpara
encendida "debajo del celemín" (Mt 5, 15).
¿Cuáles son los factores que más impiden que brille esta Luz? Podríamos
reducirlos a una de las siguientes categorías:
3) Falta de visión del plan que el Señor está llevando a cabo. Lo que busca el
Señor con la RC. no es formar grupos de oración, ni desarrollar la devoción al
Espíritu Santo, sino renovar en profundidad su Iglesia para que se manifieste
como pueblo de salvación, de amor, de unidad, de testimonio, de alabanza, luz
para todas las gentes (Lc 2, 32).
Si enfocamos los problemas desde esta óptica del plan divino, no incurriremos
en la desviación frecuente de convertir lo accidental o secundario en el
objetivo principal, o de confundir la unidad del Espíritu con la uniformidad, lo
cual denota falta de creatividad o rutina perezosa. La unidad en la múltiple
diversidad de dones, situaciones y estilos es obra del Espíritu.
- pero también nos grita el Espíritu: " ¡ensancha el espacio de tu tienda!" (Is
54, 2). Fuera de la Iglesia, allá donde "la oscuridad cubre la tierra, y espesa
nube los pueblos" (Is 60, 2), tenemos mucho que ofrecer de la Luz que nos ha
llegado, llamados como estamos a evangelizar, a servir como Jesús sirvió y a
dar testimonio de lo que El es para el hombre que le acoge.
San Juan utiliza las categorías de "luz" y "vida". Los griegos no entendían
bien el concepto de reino pues eran república democrática. Pero el Reino y la
Luz es lo mismo.
Hay una gran lucha en este mundo entre la luz y las tinieblas. Los hombres
nos empeñamos en seguir nuestra propia luz. Las tinieblas consisten en que
Jesús vino al mundo y los hombres no le hemos reconocido.
Desde hace siglos se predica otro evangelio distinto y sus profetas como
pueden ser Marx, Nietsche, Freud o Sartre, nos dicen que el hombre es único
Dios para el hombre, y que sólo es plenamente hombre cuando se
autodetermina y sigue su propia luz liberado de todas las alienaciones y de
todos los dioses. Su luz es la propia inteligencia, la razón humana. Y hasta
nosotros en nuestro corazón participamos muchas veces de esta sensibilidad,
compartimos con una gran parte de la humanidad la secreta esperanza de dar
solución por nosotros mismos, con nuestra propia luz, a todos los problemas
de la humanidad: la medicina, las ciencias naturales, la psicología, la
sociología. Uno de sus profetas, Nietsche, exclama:
Y así vemos de acuerdo con esta luz una sociedad rica y opulenta: da la
impresión de ser la más rica y maravillosa en toda la historia de la humanidad,
pero en el fondo es la más herida de todas las sociedades, porque ninguna
sociedad como ésta necesita un consumo tal de drogas, de tabaco, de alcohol,
y de lucha por el poder y por la gloria, y, de violencia y desconcierto.
JESUS ES LA LUZ HOY, AQUÍ, PARA NOSOTROS Y PARA EL
MUNDO
Pero Jesús dice: "Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en
tinieblas" (Jn 8,12). Hemos de partir de este texto: que el Señor es la luz del
mundo.
El Evangelio nos narra cómo invitó a Jesús un tal Simón, fariseo, y como una
pecadora llevó un frasco de alabastro de perfume y comenzó a llorar y con sus
lágrimas le mojaba los pies y los ungía con el perfume. Sintió que estaba
salvada, y llena de gratitud obró en contra de la costumbre de aquel momento.
Simón se escandaliza. ¿Por qué? Porque no tiene la experiencia transformante,
no se siente liberado, ni tiene un amor particular por Jesús, ni siente la
necesidad de convertirse.
Nosotros también hemos salido de Egipto, y es una gracia muy grande el que
el Señor haga que nos consideremos pecadores, pues entonces le
necesitaremos a El, su gracia y su vida. Todos partimos de esta experiencia
transformante. De todos los que estáis aquí el que no se sienta salvado y
perdonado, el que no tenga experiencia, que crea en la fe de los demás, con la
fe de la Iglesia, y pronto verá al Señor en su vida.
Un día le preguntaron a Jesús: "¿Quién pecó, él o sus padres, para que haya
nacido ciego? Respondió Jesús: Ni él pecó ni sus padres; es para que se
manifiesten en él las obras de Dios" (Jn 9,1-4).
Las notas de una comunidad que sea eucarística y misionera en el sentido que
acabo de decir, son tres:
b) El Amor. "En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis
los unos a los otros" (Jn 13,55).
Estos dos signos son luz. Los hombres se preguntarán de dónde viene este
amor y esta unidad, y entonces, porque todos somos testigos, hemos de
utilizar la pastoral de "Ven y verás". Si alguien te pregunta: ¿qué es el amor?,
probablemente no sabrás decirle lo que es, pero sí podrás responder:
Decimos que el mundo está mal. Pero si realmente creemos que el único que
salva y transforma, que cambia al mundo y renueva la faz de la tierra es Jesús
y su Santo Espíritu, mucha culpa de que el mundo no cambie y se transforme
la tenemos nosotros, fundamentalmente por una razón: porque nos falta
confesión, ser testigos, confesar en todo lugar y momento cuál es el bien
supremo para nosotros. Este es uno de los grandes males del cristianismo de
los últimos tiempos: que tiene miedo.
Si juzgas la palabra, no te dirá nada, por eso hay que escucharla con el
corazón más que con la inteligencia.
Por eso la Eucaristía nos tiene que recordar a los pobres y a todos los que
sufren por el pecado de los demás. El sufrimiento del mundo es efecto del
pecado, y Jesucristo sigue crucificado mientras exista en el mundo sufrimiento
y no libertad. La Eucaristía nos señala un compromiso muy fuerte: la Cruz de
Cristo, la cual extiende toda su eficacia hasta donde exista cualquier rastro de
pecado, un niño que llora, una persona con hambre, una muerte violenta
injusta...
Los judíos en Egipto marcaban sus puertas con la sangre del cordero para ser
liberados de la espada del ángel. Con su propia sangre el nuevo Cordero,
Jesús, sella una Alianza Nueva y eterna. A quien el Padre da este pan, es
porque lo quiere para El y lo marca con su sello, el sello del Padre, las arras y
la prenda de la Nueva Alianza. El fruto de este banquete es el Espíritu Santo.
- Esto lo hace con una lógica extraña, con la lógica de la cruz: "A todo el que
te pida, da, y al que tome lo que es tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis
que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente" (Lc 6,30 - 31). Es
la lógica del Espíritu.
Pero yo quisiera fijarme, hermanos -ya que estoy hablándoos a vosotros, (he
de confesar que es el primer contacto, he dicho el primero, y el primero trae
un segundo) digo que en este primer contacto que tengo con vosotros en este
día en que acabamos de escuchar esta página del Evangelio en la cual aparece
claramente que el Espíritu ilumina a Pedro y pone las palabras en sus labios
"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios" -en cómo efectivamente la Iglesia está
fundamentada en el Espíritu, y cómo el proceso y el desarrollo de la Iglesia es
obra del Espíritu.
Podríamos decir con verdad que ahora estamos viviendo la época del Espíritu
Santo.
Y si esa presencia del Espíritu, que siempre ha sido una realidad en la Iglesia,
aunque muchas veces no nos habíamos enterado de ella, si esa presencia, digo,
del Espíritu está quizá floreciendo ahora de una manera especial en estos
grupos de Renovación Carismática -como en otros grupos también de
cristianos, que todos ellos quieren adentrarse, yo diría, en el Misterio de la
Iglesia, que, al fin y al cabo, es el Misterio del Espíritu, y todos quieren recibir
la luz necesaria para esta orientación nueva en los momentos actuales, y todos
quieren recibir la fortaleza para saber en estos momentos y en estas
circunstancias del mundo cuando nos dicen que todo anda mal, que Dios está
marginado de la vida de los hombres (y sin embargo para mí son los tiempos
de la gran esperanza, porque el mundo no lo sabe pero está esperando al
Redentor, está esperando el mensaje de Jesús, está esperando la inspiración
del Espíritu, y por esto no cabe duda ninguna de que en estos tiempos de
renovación eclesial, que ha promovido de una manera intensa el Concilio
Vaticano II, y que los Papas y este último, Juan Pablo II, un don de Dios, no
cabe duda, a su Iglesia, la está potenciando de una manera extraordinaria - es
porque la Iglesia está necesitando, es verdad, de una renovación de estructuras
¿cómo no?, de una renovación que podríamos decir también jurídica, es cierto,
pero, sobre todo, necesita de una renovación en el Espíritu.
Y así como Pedro por inspiración del Espíritu intuyó quién era Jesucristo y lo
profesó públicamente, así también, hermanos, hace falta que ahora nosotros
los cristianos, empezando por los que tenemos cargo de autoridad en la
Iglesia, - porque sin querer por eso de que tenemos autoridad, de que hemos
de ser prudentes en la evolución de las cosas, porque dicen que la prudencia es
la virtud de los gobernantes, muchas veces podemos poner cortapisas al
Espíritu, y el Espíritu yo creo que ha irrumpido en la Iglesia de hoy
precisamente porque hoy más que nunca tenía necesidad la Iglesia de esa
presencia del Espíritu, - pero os decía que ahora, como Pedro por inspiración
del Espíritu conoció que Jesús era el Hijo de Dios y supo confesado
públicamente, a pesar de aquella divergencia de criterios y pareceres que
había con respecto a la figura de Jesucristo, así hace falta, hermanos, que
ahora en este mundo que dicen secularizado, en este mundo que dicen que ha
marginado a Dios, en este mundo consumista que arrastra incluso a muchos
que se llaman cristianos y que parecen serlo de verdad en algunas
manifestaciones de su vida, hace falta tener una luz muy clara para saber cual
es la verdad y hace falta tener mucha fuerza para proclamarla públicamente a
fin de que demos testimonio de esta verdad del Evangelio que nosotros
queremos vivir en nuestra vida.
Me parece que no lo he dicho bien del todo, porque ¿es que hubiera venido si
no tuviese ya confianza en vosotros?
Y por eso digo que nuestra misión es estar a la escucha, ir viendo todos estos
movimientos que el Espíritu está suscitando en la Iglesia de Dios, quizá con
algunos detalles que puedan enmendarse, ¿por qué no? Al fin y al cabo es
normal, sobre todo cuando son multitudes las que asumen cualquier idea por
sublime que sea y es natural que puedan fallar algunos detalles.
Pero no cabe duda que cuando uno ve estos fenómenos entonces se entiende
que la Iglesia es eternamente joven, y digo eternamente joven porque ¿qué es
esto que estamos haciendo aquí?
Por eso, hermanos, yo os digo: sed fieles al Señor, sed fieles al Espíritu.
Y efectivamente quizá sea esta la razón, y creo que debo decirlo también, por
la cual la figura de nuestro Papa actual, Juan Pablo II, es un poco
controvertida. Porque, es verdad, unos dicen blanco y otros dicen negro; otros
dicen que es involucionista y otros que es avanzadísimo. Está siendo un
auténtico signo de contradicción. ¿Por qué? Sencillamente, porque después
del Concilio, de esta renovación que se produjo en la Iglesia, era natural que
se produjera un trastorno, un confusionismo, hasta, yo diría, que un ambiente
de conflictividad dentro de la Iglesia, muchas veces con sombras en la
doctrina y con fallos en la disciplina, etc.
Yo no os digo más que una cosa. Os confieso: estoy contento. Os digo más:
estoy emocionado. Y estoy emocionado porque siempre me emociona el ver la
acción del Espíritu, y aquí estoy viendo la acción del Espíritu.
Pero por muy grande que sea esta crisis de energía que hace dudar a muchos
de que el mundo pueda subsistir, hay otra crisis de energía de la que muy
pocos se dan cuenta, pero que en sus consecuencias es profundamente grave.
Me refiero a la pérdida del poder divino, a la desaparición de la luz de nuestro
Señor Jesucristo, de la Luz que es Cristo.
- sin semáforo: es decir, sin nada para distinguir lo bueno de lo malo, sin nada
para frenar las pasiones, emociones y apetitos, el egoísmo tan dañino y
peligroso del hombre. El hombre así se estrella;
- sin luz: privado de Cristo que es la Luz, el hombre no puede ver el camino,
no sabe cuál es el camino, no tiene guía para su caminar, ha perdido la verdad
que le hace libre.
San Juan nos dice que Jesucristo es la luz que "brilla en la oscuridad" (Jn 1,5).
Y cuando San Pablo proclama que estamos en lucha contra fuerzas
espirituales de maldad "que tienen mando, autoridad y dominio sobre este
mundo oscuro" (Ef 6,12), nos indica también que un mundo sin Cristo es un
reino de oscuridad.
La Luz de Cristo es Luz que guía, que sana, que protege. Da seguridad, trae
victoria, ofrece respuesta a las ansiedades más profundas del hombre
revelando la verdad y dándonos a compartir la sabiduría divina que produce
gozo y bondad en el hombre. Es la Luz de la vida (Jn 8,12). Es la luz intensa
que brilla sobre "los que vivían en tierra de sombras" causando gozo y alegría,
quebrando el yugo pesado y la vara tiránica que pesaba sobre sus hombros (Is
9, 1-4).
Aunque Cristo nos dice con claridad que "si uno anda de noche, tropieza
porque no está la luz en él" (Jn 11,10), el mundo de hoy ama apasionadamente
la obscuridad, o sea los peligros y daños inevitables de una vida sin Cristo, de
una vida sin luz. El deseo de los que son del mundo es quedarse lejos del rayo
de luz, lejos del reflejo o del más pequeño brillo de la Luz de la vida, porque
como dice Cristo, la luz revelará sus pecados (Jn 3,20-21). Su tendencia,
aunque subconsciente, es a suicidarse por su determinación a alejarse cada vez
más de la luz y a perderse y esconderse en la oscuridad.
-materialismo,
-pornografía,
-destrucción familiar,
-alcoholismo,
Creo de corazón que es un sagrado deber cristiano buscar comida para los
pobres. Pero aún en esta época, en la que se da la tendencia, incluso en la
misma Iglesia, a poner todo el énfasis en la acción y en el compromiso social,
no temo proclamar públicamente que lo más importante es ayudar a los que
viven en la obscuridad para que vuelvan a la luz. En otras palabras, la
evangelización es la caridad y el amor supremo, como indica el Papa Pablo VI
en la Exhortación "Evangelii nuntiandi" y Juan Pablo II en sus palabras a los
obispos de Francia. Es la misión de Cristo mismo, es el Reino de Dios, con el
que todo lo demás viene como añadidura y, como dicen los papas, el corazón
de su mensaje es la noticia de salvación.
Según sus propias palabras, Jesucristo es la Luz. Por eso, si guiamos a una
persona hacia Cristo practicamos la caridad del que conduce un ciego a la
visión de la luz. Somos como la luz de la estrella que guió a los Magos hacia
Cristo, o como Juan el Bautista que gritó en el desierto para indicar el camino
y señalar el cordero de Dios. Pero, una vez hallado, Cristo mismo es la Luz
que nos guía hacia el cielo y nos revela el rostro de Dios mismo.
Cristo fue profetizado como Luz: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio
una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció"
(ls 9,1). Cristo fue anunciado con una nueva luz en el cielo, la luz de la
estrella (Mt 2,2). Repetidamente Cristo es llamado Luz por San Juan y San
Pablo. “En El estaba la vida y esta vida era la Luz para los hombres; brilla en
la obscuridad y la obscuridad no ha podido apagarla" (Jn 1,4-5), "Vivid como
hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y
verdad... no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas... Despierta...
y levántate... y te iluminará Cristo" (Ef 5,8-14). Y Cristo mismo dice que El es
la luz: ?"Yo, la Luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no
siga en las tinieblas" (Jn 12,46).
La verdad es que los que siguen a Cristo son los únicos que dejan de ser hijos
de la obscuridad y llegan a ser hijos de la Luz (Ef 5,8, etc.).Esta es la luz que
da calor, que hace que las flores y las plantas crezcan y produzcan su fruto. La
verdad es que la visión de esta luz produce vida (Sal 36, 10), y su carencia
produce y ya es en sí muerte (Sal 49,20; Jb 18,5; Pr 13,9; Si 22,9). La verdad
es que los siervos de Yahvé se dedican a transmitir esta Luz y de este modo
también se convierten en Luz (ls 42,6 y 49,6; Dn 12,3).
Nuestra misión es enseñar a las gentes a gritar como los dos ciegos del
Evangelio: "¡Señor, que se abran nuestros ojos!" (Mt 20, 33). Jesús explicó
claramente esta misión cuando le dijo a San Pablo:
"Te he puesto como luz de los gentiles para que lleves la salvación hasta el fin
de la tierra" (Hch 13, 47). Una misión tan importante que Pablo VI llega a
preguntar si podemos esperar nuestra propia salvación si no la cumplimos
(EN, n. 80). Como afirma Mons. Joseph McKinney, "nosotros debemos
entender que para muchas personas nosotros somos la única página del Nuevo
Testamento que leerán".
Qué debemos hacer para cumplir esta misión? Jesucristo dijo: "Mientras estoy
en el mundo, soy luz del mundo" (Jn 9,5). Y El está en este mundo, ya sea
presente en carne, ya sea presente en sus discípulos. Y El brilla o por sí mismo
o en sus propios discípulos como la luz de una lámpara. Por eso nos dice:
"Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz" (Jn 12,36)
San Juan Bautista es el mejor ejemplo del funcionamiento de este plan divino:
-él supo que él no era la Luz, sino el testigo de la Luz (Jn 1,8);
-él supo que no era la Palabra, sino la voz que gritaba la palabra en el desierto
(M t 3,3);
-él supo que no era el Mesías, sino el último de los profetas, enviado para
anunciarlo;
-él se llenó tanto de la Luz, porque, según fue profetizado, fue "lleno de
Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15), y el Espíritu Santo es
fuego que enciende la luz. Y así entusiasmado empezó ya a evangelizar desde
el seno materno con un salto de gozo que anunció la llegada de la Luz;
-fue un hombre tan lleno de la Luz que Cristo le señaló como un caso único,
como un hombre que "era la lámpara que arde y alumbra, y vosotros quisisteis
recrearos una hora con su luz" (Jn 5,35).
En otras palabras, Juan Bautista fue la lámpara perfecta de Cristo Luz Divina.
El mundo necesitaba a Cristo y no a Juan, y Juan era consciente de ello. Hoy
día nosotros tenemos que entender también que el mundo no nos necesita a
nosotros, sino solamente a Cristo. Pero debemos y podemos servir como
lámpara que refleja la Luz y hace que se vea mejor la Luz. La meta es poseer
la Luz y no la lámpara, pero la lámpara puesta en alto es parte del plan divino,
que es el utilizarnos como nuevos "ángeles de luz" (Hch 12, 7), mensajeros de
un Dios "arropado de luz como de un manto" (Sal 104,2), un Dios cuya
bendición es el resplandor de la luz de su rostro (Nm 6,25; Sal 4,7; 89,16).
26 - LA VIDA EN EL ESPÍRITU - I.
-Como recordaba San Pablo a los presbíteros de Éfeso y por medio de ellos a
los pastores de las Iglesias, ellos tienen como misión el cuidar de "la grey, en
medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear
la Iglesia de Dios" (Hch 20.28). Y es el mismo Espíritu el que a nosotros nos
hace sentir respeto, obediencia, pero sobre todo amor para con ellos.
-Apreciamos en ellos los carismas que han recibido del Señor y para usar en
forma carismática en medio del Pueblo de Dios, para ser voces proféticas y
hombres llenos de la inspiración del Espíritu, revestidos de la sabiduría de
Dios, es decir, de los mismos gestos de Jesús en medio de los discípulos. La
Palabra del mismo Espíritu nos dice: "que tengáis en consideración a los que
trabajan entre vosotros, os presiden en el Señor y os amonestan. Tenedlos en
la mayor estima con amor por su labor" (I Ts 5, 12-13).
No queremos tratarlos de otra forma. Nunca como algo que nos resultara
extraño o alejado, sino como algo que es muy nuestro, lo cual implica además
del respeto, confianza y familiaridad.
¿Qué más podemos desear que servir a la Iglesia "templo del Espíritu”? ¿Qué
más anhelamos que una Iglesia nueva, más evangélica, más llena del Espíritu?
¿Qué mayor alegría sino poder aportar un mensaje de esperanza y alegría?
Esto no quiere decir conformismo con todo lo que vemos que en la Iglesia no
es obra del Espíritu, sino un deseo de que se oiga más su voz tan queda y se le
siga dócilmente.
LA FE Y LA ESPERANZA
FUNDAMENTO DE LA VIDA
CRISTIANA
Por Luis Martín.
"El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de
muchas naciones, según le había sido dicho: 'Así será tu descendencia '. No
vaciló en su fe al considerar ya sin vigor -tenía unos cien años- el seno de
Sara, igualmente estéril. Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a
la duda con la incredulidad, más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios,
con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo
prometido. Por eso le fue reputado como justicia" (Rm 4,18-22).
Muchos cristianos tienen más religión natural que Fe, o viven de una vaga fe
teñida de religión.
"¿Qué hemos de hacer para obrar la obra de Dios? Jesús les respondió:
La obra de Dios es que creáis en quien El ha enviado" (Jn 6, 28-29). Y esto
significa asentir con toda nuestra persona, con todo nuestro ser, con todo lo
que somos y amamos, siempre bajo la acción del Espíritu, a Cristo Jesús,
como Salvador y Señor, el cual como consecuencia nos comunica la misma
vida de Dios.
- "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá,
y todo el que vive y cree en Mí no morirá jamás" (Jn 11 25-26).
-”... así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea
tenga por El vida eterna. Porque tánto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna
... El que cree en El no es condenado, pero el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios" (Jn 3, 14-18).
Estas afirmaciones tan rotundas del Mensaje de Jesús tendríamos que tenerlas
más asimiladas y actuadas, y siempre a mano para poder evangelizar con ellas
a cualquiera a quien tengamos que presentar brevemente el "kerygma". Así lo
hicieron los Apóstoles: "De Este todos los profetas dan testimonio de que todo
el que crea en El alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados" (Hch
10,43).
Y San Juan escribe: 'Todo el que crea que Jesús es el Cristo ha nacido de
Dios" (I Jn 5,1), "pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que crea que
Jesús es el Hijo de Dios?" (I Jn 5.5).
LAS PARADOJAS DE LA FE
Este conocimiento lleva consigo una certeza que puede llegar a ser superior a
la certeza que nos proporciona el conocimiento experiencial, que proporciona
en el que la vive una luz misteriosa, divina, interior.
Tánta importancia daba Jesús a la fe, entendida en su pleno sentido, que los
Apóstoles exclamaron un día: "¡Auméntanos la Fe!" (Lc 17,5).
Basta que nosotros pongamos en práctica sus palabras, que tan solo tengamos
"fe como un grano de mostaza" (Le 17,6), para que a través de nuestra oración
lleguemos a contemplar verdaderas maravillas de Dios que "acompañarán a
los que crean" (Mc 16,17) en su nombre, porque "el que crea en Mí hará el
también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque voy al Padre. Y
todo lo que pidáis en mi nombre yo lo haré, para que el Padre sea glorificado
en el Hijo"(Jn 14,12-13).
4.- No olvidemos, por otra parte, que la fe también significa el contenido del
mensaje, de la verdad revelada, que se abraza íntegramente, ya que aceptar
a Jesús es aceptar también toda su doctrina. Con Jesús no es posible, como
con los demás seres humanos, aceptar a la persona, y no aceptar totalmente
sus ideas.
Nos preguntamos a veces ¿por qué en nuestro grupo no se dan tantos casos de
curación de enfermos como en aquel otro grupo o comunidad? La respuesta
no puede ser otra: porque no oramos lo suficiente, ni con fe ni con
perseverancia y sencillez, y sobre todo con amor. Tomemos más en serio la
Palabra el Señor, no busquemos nuestra propia gloria y satisfacción, lo
abandonemos todo a su amor y admiremos sus maravillas.
El que no cree llega a veces a dar una explicación muy simplista al decir que
no es más que la proyección idealizada de los propios sueños y ambiciones
hacia el futuro. Otros creen que puede ser una forma de sugestión.
Pero tales explicaciones suponen una gran ignorancia, la cual por desgracia se
da en muchos cristianos que no esperan nada, ni a Jesús, ni su Parusía, ni
tampoco la propia resurrección.
Por mucho que lo intente, el hombre por sí mismo, es decir, únicamente con
sus fuerzas, jamás podrá llegar a la esperanza cristiana, puesto que de nada
sirve la ilusión, ni se funda tampoco en los méritos y buenas obras que uno
pueda acumular durante toda su vida.
Tal como nos hace ver la Palabra de Dios, en la Esperanza cristiana, lo mismo
que en la Fe, se da una desconcertante paradoja, porque es a la vez
inseguridad total y confianza total.
La Esperanza está muy unida al Amor. Todo lo que espera para sí lo espera
también para aquellos a los que ama. Por lo demás, no es posible amar al
hermano sin esperar para él todo lo que esperamos para nosotros, lo cual hace
exclamar a San Pablo: "Es firme nuestra esperanza respecto a vosotros; pues
sabemos que como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo
seréis también en la consolación" (2 Co 1,7).
Fe, Esperanza y Amor son la base, el fondo y gran parte del contenido de la
vida del Espíritu, y las tres virtudes teologales, recibidas infusamente de Dios
y que nos orientan directamente a El, hallan todo su apoyo y toda su fuerza en
la misericordia y el "amor que nos ha tenido el Padre, para llamarnos hijos de
Dios, pues ¡lo somos!" (J Jn 3,1).
Y aún más. San Pablo llega a decir que "nuestra salvación es en esperanza"
(Rm 8.24) Y que Dios "nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis
sido salvados- y con El nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo
Jesús" (Ef 2,4-6). Sólo la esperanza cristiana puede llegar a semejante nivel de
confianza y seguridad.
La Palabra de Dios, igualmente rotunda, afirma esto mismo desde otro punto
de vista. Nos llega a decir nada menos que "poseemos las primicias del
Espíritu" (Rm 8,23), porque es Dios "el que nos ungió, y el que nos marcó con
su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2 Co 1,21-22;
5,4-5).
Tener "las primicias del Espíritu" o haber recibido de Dios "las arras del
Espíritu": ¿puede haber algo que nos dé mayor garantía y confianza?
LO ESPERAMOS TODO
Se ha dicho que la esperanza cristiana tiene alas. Por muy pesadas que sean
las contradicciones y más arrecien las tribulaciones, vive inquebrantable en la
certeza de que nada ni nadie, "ni la muerte ni la vida... ni criatura alguna podrá
separamos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor Nuestro" (Rm
8,38-39), en constante tensión hacia la Consumación final del Reino, "porque
la apariencia de este mundo pasa" (1 Co 7,31), de este mundo en el que
muchas veces nos sentiremos "como extranjeros y forasteros" (1 P 2,11),
porque "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la
del futuro" (Hb 13,14) y "esperamos según nos lo tiene prometido, nuevos
cielos y nueva tierra" (2 P 3,13).
A nivel personal el cristiano lo espera todo: "el Reino y su justicia" (Mt
6,33), o sea su Salvador y Señor, y con ello todas las demás cosas por
añadidura, la perseverancia hasta el final, el don del Espíritu Santo, la
Resurrección final y hasta las mismas cosas materiales que necesite para vivir
sobriamente, "pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de
todo eso" (Mt 6,12), el pan de cada día, el trabajo, la casa, etc. Pero la
esperanza consiste en esperar a "alguien", al Señor.
¿Quiere decir esto que toda aquella construcción teológica es algo inservible
que haya que relegar a la historia? Pensamos que no. De las ruinas de aquel
edificio que hoy día no puede tenerse en pie, podemos rescatar elementos e
intuiciones muy valiosas para una mejor comprensión de nuestra experiencia
del Espíritu y de nuestra vida de transformación en Cristo. Esto es lo que
pretendemos hacer en estas breves líneas, a la manera como de las ruinas de
los antiguos templos se han aprovechado columnas y materiales para integrar
en nuevas construcciones enmarcadas en el estilo de la nueva época.
1. El Texto de Isaías.
Decíamos que la piedra angular de aquel edificio doctrinal sobre los siete
dones del Espíritu Santo era el texto de Isaías 11, 1-3a:
En el texto hebreo original sólo aparecen seis dones, estando repetido dos
veces el temor de Yahveh. El séptimo don, o don de piedad, solo aparece en la
traducción griega de los LXX y en la Vulgata latina. Es sólo apoyándose en
estas traducciones como el texto ha podido servir de fundamento para una
teología de los siete dones.
Solo en un sentido muy secundario se puede aplicar este texto a los cristianos,
en la medida en que participan del don de Jesús Mesías y concurren por su
vocación a realizar el Reino de Dios.
Pero aquí hay una nueva dificultad. En el texto de Isaías se habla de dones del
Espíritu para la tarea de la construcción del mundo y la sociedad nueva. En
cambio en la teología clásica los siete dones tenían, como finalidad la
santificación personal, y se contraponían a los carismas que eran los que sí
ayudaban para la construcción de la nueva comunidad.
Por todo ello vemos que el citado texto de Isaías mal puede dar pie para una
teología de siete dones de santificación personal de cada cristiano.
Prescindiremos de este texto y reflexionemos sobre otros textos bíblicos que
nos parecen más relevantes para el tema. Prescindiremos de numerar los
dones, del número siete o de cualquier otro número concreto, y no trataremos
de delimitar con exactitud el área correspondiente a cada uno de ellos.
Pero para acoger el don de Dios hace falta una conversión previa. Hace falta
estar abierto a recibir. Una espiritualidad demasiado voluntarista ha centrado
todo en el esfuerzo del hombre, en el merito humano, en el precio que
pagamos para recibir los dones de Dios. La Renovación Carismática quiere
subrayar la gratuidad del don divino. La sociedad nos envuelve en sus hábitos
mercantilistas. Las cosas valen por lo que cuestan. Estamos habituados a
pensar que lo que no cuesta no tiene valor. Por eso hay que convertirse para
apreciar el don de Dios. Hay que llegar a comprender que las cosas
verdaderamente valiosas no cuestan nada, que una puesta de sol es más bella
que el más lujoso espectáculo. ¿Qué hay tan valioso como el aire? Sin
embargo no cuesta nada. Ahí está gratis; sólo hace falta abrir los pulmones
para acogerlo. ¿Qué hay tan valioso como el agua? Ahí esta gratis, siempre
dispuesta a satisfacer nuestra sed.
Pero habitualmente apreciamos las cosas por su precio o por nuestro esfuerzo
en conseguirlas. Y hay que convertirse de esta actitud, para poder conocer el
don, apreciarlo y acogerlo en su gratuidad. Y para acoger la vida como don
gratuito hay que sentirse pobre y renunciar definitivamente a nuestros
esquemas mercantiles en nuestro trato con Dios. “¡Oh todos los sedientos
venid por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed sin plata, y
sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan y vuestro
jornal en lo que no sacia?" (Is 55,1-2). Venid al mundo nuevo en el que no
hay dinero, en el que "todo es gracia".
Se oponen estos dones infusos a las virtudes que uno puede ir adquiriendo
poco a poco a base de ejercicio, de constancia, de ascética, de esfuerzo
humano. Hay evidentemente en la vida unas virtudes que vamos adquiriendo
poco a poco como fruto de nuestro esfuerzo. Pero no nos referimos a ellas al
hablar de los dones, sino a un regajo gratito de quien “nos amó primero".
“Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de
vosotros sino que es don de Dios: tampoco viene de las obras para que nadie
se gloríe." (Ef 1.8-9).
Hay que resaltar primariamente una llamada del cristiano a la santidad. ¿Qué
es santidad? En el Nuevo Testamento santidad significa consagración. Los
santos son aquellos que están consagrados para el servicio de Dios. El Santo
de Dios es Jesús, consagrado por el Padre, sellado con la unción del Espíritu,
para realizar la misión salvadora que el Padre le confió. El cristiano en su
bautismo es también escogido, consagrado por e1 Espíritu para asimilarse a
Cristo, revestirse de Cristo, conformarse a su imagen. El ideal de santidad es
entrar en el misterio pascual de Jesús, en su profunda actitud de despojo
interior para la entrega al amor de los hermanos. Santidad es emprender el
éxodo que nos saca de este mundo y sus criterios, para vivir a la luz de las
bienaventuranzas: "A los que de antemano conoció los predestinó a reproducir
la imagen de su Hijo, para que fuera El el primogénito entre muchos
hermanos" (Rm 8.29).
El Espíritu Santo nos consagra con sus dones, nos aparta para una dedicación
exclusiva al servicio de Dios, nos reviste de la misma entrega de Cristo por
amor, y nos da un corazón nuevo, manso, pobre y limpio, hambriento de
justicia, paciente y misericordioso, instrumento de paz. Y esta acción del
Espíritu se interioriza en el hombre. Además de las llamadas gracias actuales
o inspiraciones pasajeras, hay en el hombre nuevo una disposición permanente
de docilidad, de prontitud para dejarse moldear según la imagen de Jesús. Es
como una segunda naturaleza.
La santidad es una vocación, una llamada que tiene su propio dinamismo, que
se va desplegando en el tiempo y va creciendo "hasta llegar al estado del
hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo" (Ef 4, 13). Es un
proceso en el que nos vamos despojando del hombre viejo y revistiendo del
nuevo.
Pues bien, todo este proceso y dinamismo tiene dos polos: uno exterior al
hombre, que son las gracias y ayudas concretas que vienen de Dios, y otro
interiorizado dentro del cristiano, que son los dones como capacidad de
respuesta, como facilidad y agilidad del hombre interior para dejarse conducir
por e1 Espíritu en su tarea de recrear en nosotros el hombre nuevo. Esta
facilidad y capacidad permanente de respuesta interior en sus diversos
aspectos es lo que llamamos dones del Espíritu Santo.
Hay personas que nacen con buen oído y con una capacidad especial para
gustar la música. Este buen oído no se puede adquirir ni aprender, y no es
fruto de mucho trabajo o de muchos estudios. Se nace con él; es un don de la
naturaleza, que capacita al hombre para gustar la música, para componer
melodías nuevas o interpretarlas. Es un don permanente, habitual que hay que
distinguir de los momentos pasajeros de inspiración para componer una
melodía. La inspiración es pasajera, pero la facilidad para la música es
habitual.
En la vida del Espíritu ocurre algo semejante. ¿Por qué hay personas que se
aburren habitualmente en la oración, a quienes la Biblia no les dice nada,
incapaces de vibrar o emocionarse ante la belleza de las bienaventuranzas,
torpes para captar la vocación o los impulsos con los que Dios quiere ir
conduciendo su vida? En el fondo es la carencia de los dones del Espíritu la
que lleva a esta situación de pasividad y aburrimiento, semejante a la que
siente en un concierto un hombre que no tiene ningún interés ni facilidad para
la música. Tardos de corazón para creer (Le 24,25), incapaces de comprender
las cosas que son de arriba (Jn 3,12), sin sentido del misterio, sin capacidad de
maravillarse y extasiarse. Lo que ocurre sencillamente es que "el hombre
animal no tiene sensibilidad para el Espíritu”. (1 Co 2,14). Es romo, zafio,
insensible, tosco, superficial. Se aburre, bosteza, no capta los matices, no es
capaz de ilusionarse. En el fondo es que no hay en él esa sensibilidad, ese don
interior que le haga vibrar y resonar en armonía con la acción del Espíritu.
En los picaderos distinguen entre caballos de boca dura, a quienes hay que
regir con un grueso hierro en la boca (bocado), y los caballos finos a quienes
se rige con un finísimo hilo de metal (filete) y son sensibles al más suave tirón
de las riendas. Es de esta docilidad habitual al Espíritu de la que estamos
tratando.
V. Diversidad de dones.
¿Por qué hablar de dones así, en plural? Hasta ahora sólo hemos hablado de
palabras en singular: docilidad, sensibilidad, etc.... ¿En qué sentido podemos
hablar de los dones en plural, de docilidades, sensibilidades, etc.?
Sin insistir en el número siete, ni tratar de diversificar los dones con precisión
según el criterio de sus objetos formales, sí podemos decir que esta actitud de
docilidad puede recibir diversos nombres, al ser aplicada a las distintas áreas o
aspectos de nuestra vida en las que se ejercita la acción del Espíritu.
Encontramos personas sencillas que sin muchos estudios han llegado a una
comprensión muy profunda de los misterios del Reino. Hay en ellos una
inteligencia natural. Ese es un don del Espíritu.
De alguna manera podemos decir que hay una gran variedad de dones de
santificación personal: sensibilidad para captar los valores de la castidad
consagrada; sensibilidad para vibrar emocionalmente ante un compromiso
radical de pobreza evangélica; docilidad al Espíritu para transformar
situaciones de intenso dolor o humillación en signo de amor y misericordia...
"El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios ... Nosotros no
hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para
conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales hablamos también,
no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu,
expresando realidades espirituales en términos espirituales. El hombre
naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios: son necedad para él. Y
no las puede conocer, pues sólo espiritualmente pueden ser discernidas" (1 Co
2,10.12-14).
Son los dones del Espíritu los que nos constituyen, por tanto, en hombres
espirituales, capaces de sondear hasta las profundidades de Dios (v. 10),
"captar las cosas del Espíritu de Dios" (v. 14) y no "naturalmente" (v. 13) ni
"con una sabiduría humana" sino con una nueva sensibilidad recibida de Dios
por todos cuantos tenemos la mente de Cristo".
El don del Espíritu de Jesús testifica que se han cumplido las promesas. El
fruto del Espíritu no es una mayor exigencia del hombre para una generosidad
moral. No. La presencia del Espíritu de Jesús en el cristiano significa que
estamos en el tiempo en que el hombre podrá cumplir lo que jamás podría
cumplir por sí mismo. El Reino de Dios no consiste, pues, en que se le exija
más al hombre, sino en que para todo aquello que debe o está invitado a hacer
se vea potenciado y posibilitado. Y por esto es la Buena Noticia.
Los que han recibido el don del Espíritu se encuentran, por gracia, trasladados
a esa dimensión inconcebible que jamás pudieron soñar: que sólo Dios basta,
y que ha llegado el momento en que Dios hace sentir al hombre que El es su
propia plenitud: "recibiréis la fuerza del Espíritu Santo" (Hch 1,8).
Y este Nuevo Pentecostés que tantos hermanos pueden anunciar, para todo el
que crea en Jesús, es algo que va mucho más allá de los dones y carismas que
a veces pueden deslumbrar. La presencia del Espíritu en el bautizado le
transforma y configura con los rasgos de Cristo, es decir, con lo que es el fruto
del Espíritu: el Amor.
Los dones son exteriores, pero el fruto es interior. Los dones pasan, se
desvanecen o se inutilizan (1 Co 13), pero el fruto del Espíritu, el Amor,
permanece. Dios ve en lo profundo de nuestro ser y escruta la riqueza interior
de cada uno, la docilidad y disponibilidad a la presencia vivificante de su
Espíritu, más allá de los relumbrones y esplendores exteriores, que causan
admiración y asombro y que muchas veces coexisten con nuestro orgullo y
vanidad, "porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes
señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos
elegidos" (Mt 24,24).
I. AM O R
La palabra que emplea Pablo es "ágape", que significa una relación personal
de amor del hombre con Dios y de los hombres entre sí como hermanos en
Cristo e hijos de un mismo Padre.
Esta relación personal de amor del hombre con Dios es instaurada y producida
por la comunicación del Espíritu. Y es entonces cuando verdaderamente
podemos dialogar amorosamente con el hombre.
Este Amor, fruto de la presencia del Espíritu de Jesús, nada tiene que ver con
los intereses humanos egoístas, condicionados por las propias conveniencias.
Nace este Amor del Don de Dios e irradia hacia el hermano y vuelve a Dios
como a su origen. El amor humano es potenciado y liberado de todo
egocentrismo posesivo y explotador, en el fondo, del prójimo.
En la Primera Carta a los Corintios, capítulo 13, Pablo describe lo que
entiende por amor cristiano, fruto del amor que Jesús nos tiene. No se puede
elegir entre unas cualidades u otras del amor. El cristiano que ama con el amor
de Cristo, movido por el Espíritu, las posee todas (1 Co 13). Podemos dar sin
amor, pero no podemos amar sin dar y darnos.
En segundo lugar amabilidad para con nosotros mismos. Muchas veces esa
dureza y frialdad con que tratamos a los demás no es más que proyección de
la dureza que tenemos para con nosotros mismos. Queremos ser
perfeccionistas, no admitimos faltas porque en el fondo creemos que nosotros
mismos podemos evitarlas. Este es el orgullo que nos pierde. Cierto que
debemos considerarnos, como Pablo, el último de los hermanos; pero no
podemos dejar que un complejo de culpabilidad morbosa anule nuestra
libertad y nuestra relación amable tanto con nosotros mismos como con los
demás.
Hay quienes nunca perdonan sus faltas, defectos o pecados. Viven una
existencia atormentada, y su alma gime en agonía. Pedro no se desesperó, ni
abandonó el apostolado por haber renegado de su Maestro. Tomás no se
apartó de los Doce por haber dudado. Marcos no se desanimó porque en cierta
ocasión tuvo miedo y abandonó la misión. Y Pablo, perseguidor de la Iglesia,
recuerda su pecado, no para achicarse sino para glorificar al Señor que le
eligió como Apóstol. Descubrieron el poder redentor y creativo de aceptarse
tales como eran para poder así aceptar el Don de Dios.
BONDAD.- Como manifestación del Amor, que es el fruto total del Espíritu
Santo, la bondad se confunde a menudo con la amabilidad. La verdadera
bondad requiere mucha fortaleza espiritual que sobrepasa la mera decisión de
ser "bueno".
La bondad nace del Espíritu, fuente final de toda bondad, y llega a tomar el
control de nuestro actuar cuando nos sometemos a su acción. Algunos
traducen esta bondad en generosidad para dar nuestro tiempo, energía, salud,
talento, dinero, etc., puesto que son dones también de Dios. Estar con las
manos abiertas, sin atar ni querer aprisionar a nadie que se nos acerque, sino
para levantar, animar, curar, abrazar amorosamente.
Cristo, "el Testigo fiel" (Ap 1,5), cuestiona e interroga al creyente, le ofrece
una alianza para que la acepte libremente. La fidelidad a Dios lleva en sí la
fidelidad al hombre. Cuando una de las dos desaparece, siempre es en
detrimento de la otra.
Este encuentro ha de ser en los principales aspectos que para nosotros encierra
el Misterio de Cristo:
-En nuestra vinculación, como miembros vivos, a El que es la Cabeza de la
Iglesia (Col 1,18). El vive en nosotros y nuestra relación con El no puede
limitarse a ciertos momentos del día o de la semana. Sólo este trato continuo
con El puede llevamos a profundizar en su misterio, trato que es personal,
pero también comunitario, por ser miembros unos de otros.
-Ser verdaderamente discípulos suyos (Jn 8,31), con toda la seriedad que esto
representa, lo cual exige asimilar su pensamiento, su doctrina y escala de
valores, y adoptar sus actitudes evangélicas, su manera de ser.
Nuestros grupos de oración deben ser ante todo escuelas donde se aprenda a
ser verdaderos discípulos de Jesús y a vivir comprometidos por el Reino de
Dios.
Esto mismo sucede hoy, aunque en distinta medida, con los signos
sacramentales.
Son las actitudes básicas que animaron a todos los contemporáneos de Jesús a
quienes llegó "su salvación" en forma de perdón, curación, fortalecimiento,
etc.; se sentían en necesidad, pobres, enfermos, sin sentido fundamental en sus
propias vidas, "¿a quién iremos, si Tú tienes palabras de vida eterna?"; y le
reconocieron con poder para perdonar, curar y hasta para amainar los
elementos de la naturaleza, percibiendo en El un corazón lleno de compasión
hacia ellos. Aquellos gritos que resonaron al recorrer Jesús los caminos de
Palestina: “¡Señor, ten compasión de nosotros!". "si quieres puedes curarme"
o "di una sola palabra y será salvo" eran gritos de hombres y mujeres que se
sentían verdaderamente pobres y necesitados y al mismo tiempo con una fe
expectante de que la Buena Nueva que anunciaba iba a cumplirse en ellos. Y
El fue fiel a su palabra y a la misión para la que había venido, y les dio el
perdón, la salvación, la vida.
Estas mismas actitudes son las que hoy nos abren a nosotros a la acción
salvadora de Cristo en los Sacramentos. Ante todo conversión radical,
renovada en cada encuentro sacramental, la cual supone reconocer mi
pobreza, mi indigencia, mi dependencia de Dios y hacerme como niño (Mt
18,3) para que el Reino de los cielos, los frutos del Espíritu Santo, se hagan
realidad en mi vida. Esto se expresa a veces en hambre de sustento, como en
la Eucaristía, en sentimiento profundo de perdón y curación, en deseo
indigente de poder alabar a Dios y ser testigo del Cristo Resucitado con esa
fuerza que sólo El puede conferir por la acción de su Espíritu.
Elemento central de esta conversión es que yo acepte o renueve mi aceptación
de Jesús, como mi Salvador y Señor personal, y que lo haga con un gozo
creciente, como fruto de la seguridad que tengo de que El me ama con amor
incondicional y de que El desea mucho más que yo dirigir mi vida según los
designios de paz y amor del Padre.
Hoy se está haciendo un gran esfuerzo para llevar a los fieles a una más
adecuada recepción de los sacramentos: preparación catequética, preparación
de ceremonias y símbolos que mejor ayuden a significar la acción de Cristo y
de la Iglesia como comunidad en los sacramentos. Pero la clave para una
preparación más eficaz debe ser ayudar a que surja en la mente y en el
corazón del cristiano una actitud de conversión evangélica y que se fomente
esa fe expectante, a la que nunca se había llegado o por una deficiente
educación cristiana o por el influjo negativo de una sociedad secularizada.
La conversión evangélica nace de una luz del Espíritu, que por una parte me
hace ver mi pecado para rechazarlo (Jn 16,8) y por otra imprime en mi
corazón una certeza de que Dios me ama tan entrañablemente que goza
perdonándome y acogiéndome de nuevo. Por eso, no me acerco al Sacramento
simplemente para quitarme una carga molesta o porque me haga sentir
finalmente bien, sino para responder a ese amor del Padre que me invita a la
reconciliación.
LA EUCARISTlA
Fue éste un encuentro sacramental en fe, que sanó la memoria de los días
pasados e iluminó sus mentes con la certidumbre de la presencia de Cristo
resucitado y vivo, y les devolvió al seno de la comunidad de los discípulos
reunidos, para compartir con ellos el mismo gozo.
En nuestro caso, por tanto, todo crecimiento en la vida del Espíritu ya supone
la vida del Espíritu. Así, al hablar del caminar o del crecimiento, afirmamos
una consecuencia lógica y honrada. Suponemos que ha habido un encuentro y
experiencia personal, como fuera, con Jesús, que es quien cambia y
transforma nuestras vidas por su Espíritu. Afirmamos la efusión del Espíritu
Santo y la opción clara y decidida por Jesús para que sea real y personalmente
Camino, Verdad y Vida, (Jn 14-6)
Partiendo, pues, de Jn 15,5: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que
permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no
podéis hacer nada", presentamos los pasos, o medios prácticos, para
solidificar, hacer perdurar con eficacia lo que se comenzó, y crecer así en la
vida del Espíritu.
"De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a
un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros
vinieron en su busca; al encontrarle, le dicen: Todos te buscan" (Mc 1, 35-37).
Estamos ante un modo de orar, que creo atañe a nuestro caso. Siguiendo a
Jesús tendremos que levantarnos de lo ordinario, de lo corriente, tal vez de la
comodidad, y salirnos de la multitud, del vivir "pagano" de la gente y
marcharnos a solas con Dios.
Tendremos que ir donde está Dios. "Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra
en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo
escondido; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará" (M t 6,6). Dios
no se deja "atrapar" con nuestras cosas y nuestro bullicio y nuestros líos. Es
necesario ir donde está Dios, donde todo es puro y donde se deja oír.
La oración es Dios con nosotros, que nos recibe y se nos comunica. Dios se
desborda en su paternidad, en su amor y también en su llamada.
Así la oración es un don, cuando es movida y guiada por el Espíritu Santo. "El
Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo
pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros
con gemidos inefables" (Rm 8,26).
Necesitamos orar, pues en este caso del crecimiento la efusión del Espíritu no
se agotó ni en los sacramentos ni el día de la oración de los hermanos. Y es
precisamente la oración un medio por el que seguirá derramándose en Espíritu
con sus dones y frutos.
Creo que todo esto más que ulteriores explicaciones y razonamientos lo que
necesita es mucha oración, oración auténtica y llena de generosidad por
nuestra parte.
Someterse es negarse uno a sí mismo, primera condición que pone Jesús a sus
seguidores, (Mt 16,24).
Todos estos compromisos, siendo vida, servirán además para una mayor
integración en el grupo y para ir descubriendo su propia vocación cristiana
dentro de la comunidad.
Pueden darse grupos pequeños de compartir. Pero siempre habrán de ser cauce
de crecimiento, no ghetos, y tampoco meta o simple necesidad psicológica.
Serían espontáneos e informales.
Y ya S. Lucas en los Hechos 2,42 nos dice cómo aquellos primeros cristianos
perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles.
Por eso, Ralph Martín, hablando de esta cuestión, dice que la efusión del
Espíritu Santo es tan solo una parte del largo proceso de la formación
cristiana.
Por parte del que enseña habrá de haber discernido sobre las personas y el
grupo. ¿En qué situación están? ¿Qué es lo que necesitan? ¿Cómo hay que
presentárselo? No caer en el peligro de una bella exposición y poco fruto. La
enseñanza ha de ir en orden no de una simple ilustración, sino de una
profundidad práctica y progresiva de tal modo, que se identifiquen con la
enseñanza, queden enriquecidos y se de una verdadera transformación, aunque
lenta, firme.
Por nuestra parte sea bien acogida para que sea operante (Is 55,10-11).
Oremos personalmente con la Biblia y su lectura sea, a su vez, oracionada.
Acudamos a la Biblia, a Dios, en nuestra circunstancia difícil, en nuestro
problema agobiante o encrucijada de indecisión. El nos dará su Palabra.
Sepamos también mostrar a otros la riqueza de la Biblia que es revelación de
Dios y revelación del hombre.
Para vivir, para crecer y luchar, sea según Jer 15.16: "Cuando recibía tus
palabras (Yahveh), las devoraba, tu palabra era mi gozo y mi alegría íntima,
yo llevaba tu nombre, Señor. Dios de los ejércitos".
Las dificultades que van a encontrar los nuevos van a ser tentación para
abandonar el camino emprendido, que es un camino de conversión, personas
que califican la Renovación como algo raro o extravagante, falta de tiempo
para la oración, desconfianza y dudas sobre la misma Renovación.
Al término de cada uno de estos periodos, se deberá tener un retiro, con una
celebración o rito de compromiso. Al final del primero con una renuncia
especial a todo lo que significa el pecado, el demonio, el mal. En el segundo,
haciendo una profesión de fe, con la aceptación de Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Y al finalizar el tercero, recibiendo el sacramento de la
Confirmación, para los que no lo hayan recibido, o renovando la Efusión del
Espíritu, o recibiéndola por primera vez.
Estas son las que podríamos llamar etapas iniciales, pues aún podemos
distinguir otras dos siguientes: etapa de grupos de profundización y etapa de
comunidad de alianza.
EL ACOMPANAMIENTO
ESPIRITUAL
MEDIO DE CRECIMIENTO
Por Xavier Quincoces i Boter
"Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba
sesenta estadios de Jerusalén y conversaban entre sí sobre todo lo que había
pasado. Mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y
siguió con Ellos". (Lucas 24, 13-15)
Un aspecto que no se debería pasar nunca por alto es el del servicio. Hay
hermanos que tardan en comprender esto y no prestan ningún servicio al
grupo, es decir a los demás hermanos. Todos tenemos que tener la
preocupación de servir en algo. Para esto he de procurar de no ser de los que
siempre llegan tarde, cuando ya todo está preparado y hasta ya ha empezado la
asamblea.
Nuestro Trabajo: ¿cómo marcha nuestro trabajo?, ¿es el que nos conviene
para dar testimonio de la presencia del Señor Jesús en nuestras vidas, o
deberíamos cambiarlo si fuera posible?, ¿trabajamos con honradez y eficacia?
Si somos empresarios, ¿se mueve nuestra empresa en un ambiente de justicia
social?
Naturalmente quedan más puntos que tratar. Este esquema que presentamos
aquí debe ser adaptado a las situaciones concretas de cada comunidad, cuyos
dirigentes debe discernir quiénes necesitan acompañante y quiénes pueden
ejercer este ministerio. El acompañante y el acompañado deben poder actuar
con gran libertad de espíritu, de forma que si conviene en algún momento se
pueda pedir un cambio a los dirigentes, sin ninguna dificultad.
-que ore,
-que experimente en su propia vida ?la acción del Espíritu,
-que tenga fe en la Palabra y en su eficacia,
-que sepa maravillarse,
-que viva la transparencia,
-que sepa y admita que puede caer,
-que ame y conozca la paz,
-que sepa perdonar sin resentimiento,
-debe saber acoger con buen humor, con alegría y cordialidad,
-debe saber escuchar no solamente con el oído, sino con los ojos, con todo el
ser,
-debe saber callarse y no tener respuesta para todo; el otro, solamente podrá
hablar si nosotros callamos; entonces podremos descubrir todas sus riquezas,
sus deseos, su interior.
-El acompañante, a ser posible, debe ser del mismo sexo que el acompañado,
incluyendo a los sacerdotes, pues el acompañamiento no debe ser nunca
confundido con la dirección espiritual.
-La entrevista puede ser una vez al mes, con una duración que no es necesario
que pase de una hora.
-Se procurará que nadie tenga más de tres acompañados, para no tomar un
trabajo que luego le resulte difícil de cumplir.
EL CANTO EN LA ASAMBLEA DE
ORACIÓN.
Leyendo los capítulos 29 y 30 del II Libro de las Crónicas, en los que se narra
la preparación para la celebración de la Pascual, instaurada por Ezequías,
vemos cómo los levitas músicos se establecen en el templo con toda suerte de
instrumentos, y esto se hace “por mandato de Dios, por medio de los
profetas”. Cuando los músicos está ya colocados en su sitio, el dirigente hará
comenzar la oración (29,27).
Para esto es necesario que los que participan en este ministerio de la música
lleguen ante todo a centrarse en la oración.
b).- "Alabad a Yahveh, que es bueno salmodiar, a nuestro Dios, que es dulce
la alabanza" (Sal 14 7, 1).
Después deberán organizar los ensayos del grupo. Los ensayos ya deberían ser
oración, y habría que saberlos valorar en cada grupo y por tanto no
considerarlos como algo ajeno a la oración.
Durante los ensayos también se puede ir dando una breve catequesis de cada
canto, lo cual ayudará a ensayar con espíritu de oración y a profundizar en el
canto.
c).- Generalmente los hermanos del ministerio son los que animan la oración e
invitan a la asamblea a la alabanza. Al presentar el número del canto sería
conveniente a veces hacerlo con una breve "oración" que una la línea general
de la oración del grupo con el canto escogido. Es así como este ministerio es
un elemento catequizador y evangelizador que hay que saber aprovechar.
d).- Conviene tener un poco clasificadas las canciones. Hay unas que son de
gran expansión y euforia de alegría, otras que son de evangelización, otras de
oración íntima y de adoración o de contemplación.
f).- Todos sabemos el gran valor que tienen en ciertos momentos el canto
cuando se acompaña con gestos, movimientos, o danza. Es importante hacer
saber al grupo que todo esto es una forma de alabar al Señor, pues también el
cuerpo participa en la alabanza. Que "los hijos de Sión alaben su nombre con
la danza" (Sal 149,3). El baile y la danza sagrada, que Israel tenía en su
liturgia, es un elemento que hemos perdido en la Iglesia, y la Renovación en el
Espíritu nos los está devolviendo en buena hora, haciéndonos ver que no son
cosas irreverentes, cuando se hacen con espíritu de oración, sino alabanza
profunda, como lo fue para David (1 Cro 13, 8), y la misma Escritura dice que
el Señor "exulta de gozo por ti, te renueva por su amor, danza por ti con gritos
de júbilo, como en los días de fiesta" (So 3, 17-18).
"Un buen ministerio musical cuidará de dosificar convenientemente la
palabra, el canto y el silencio. Sabrá conservar los mejores cantos conocidos,
prefiriendo lo bueno a lo nuevo, sin dejar que el afán de novedad lleve al
olvido de las canciones de antaño, pero ensayando también otras nuevas que
impidan caer en la rutina, vitalicen la asamblea y le proporcionen formas
inéditas de orar. Aún las formas conocidas se pueden perfeccionar. Un
ministerio musical estará siempre en camino de progreso, educándose de
continuo y ayudando a la formación de toda la asamblea.
Son los hitos que ha de recorrer la verdadera renovación y que con anhelo
hemos de buscar en cada grupo. He aquí algunos de los más importantes:
La familia cristiana está llamada a ser reflejo y viva imagen del misterio de la
Trinidad, una comunidad de vida y de amor. El clima constante entre sus
miembros no puede ser otro que el de armonía, amor, solicitud de unos por
otros. El desarrollo humano, integral y equilibrado, de los hijos no se realizará
si no se logra este grado de bienestar espiritual.
Para que cumpla con todos sus fines y llegue a producir aquello que exige su
propia naturaleza es necesario que la familia funcione bien en estas tres
dimensiones:
- la pareja
- la relación padre-hijos
- su fundamento en el Señor.
Cierto que hay otros aspectos de la familia que son muy importantes, como
son su dimensión eclesial, su participación en la vida de la sociedad, su
servicio a los demás. Sin embargo vamos a limitarnos a las tres dimensiones
primeras, ya que son el fundamento y la esencia misma de la familia. De ellas
depende la pervivencia de la familia y toda su proyección hacia el exterior.
Si esto ocurre, cada uno trata de evadirse como puede de la tensión que se
crea, y se puede refugiar en los hijos, en la profesión, en el trabajo, en
cualquier actividad creativa o social, por no mencionar más que los escapes
lícitos, pero todo puede llegar más lejos, hasta buscar incluso otras
compensaciones prohibidas.
Más que tener unos momentos programados, la comunicación tiene que ser
una atmósfera constante que se extienda a todos los momentos y actividades
en forma de presencia amante, en forma de comprensión, en forma de diálogo
en el que se sepa y se quiera escuchar al otro. Escuchar no es solamente oír lo
que el otro dice, sino hacerse consciente de lo que quiere expresar, de sus
sentimientos, de su situación.
3. Más importante que los hechos es el espíritu con que se vive la unión
matrimonial, es decir, la actitud física, moral y espiritual que está siguiendo
cada uno de los esposos para con el otro.
El diálogo, por ejemplo, es escuchar, son unas palabras, pero sobre todo son
unos sentimientos y unas actitudes. Si tenemos el caso de que hay diálogo,
pero se está tratando al otro con desconfianza, con ira, con criticismo o
rechazo, o queriendo ganar a toda costa mi propia razón en contra del otro, el
resultado no va a ser más que provocar que él responda de la misma manera o
que en él quede una herida profunda
"Toda unión conyugal lleva consigo dificultades inevitables ligadas con todo
lo que diferencia y separa a los miembros de la pareja. Surgirán los
obstáculos, paralizando la buena voluntad de ambos, engendrando dudas,
miedos y sospechas de que uno se ha engañado... No hay por qué alarmarse
ante semajantes retrocesos. Responden a las sacudidas de una sensibilidad
directamente afectada por todos esos imponderables que condicionan la vida
de la pareja. Lo esencial es que no nos detengamos en ellos y que no les
concedamos mayor importancia de la que efectivamente tienen. Pero es
evidente que el éxito del matrimonio tropieza con obstáculos imprevistos
cuyas tempestuosas repercusiones no se podían haber previsto. Sucede a veces
que la pareja sale a su encuentro y las acepta tranquilamente, sin darse mucha
cuenta de los riesgos que suponen; pero lo más frecuente es que no se
preocupen de ellos más que cuando está ya comprometido el equilibrio del
hogar" (ELISABET GRIGNY, Un matrimonio logrado?, en Amor y
Familia, Ed. Sígueme, Salamanca 1967, p. 114-115).
- ayudarse y compartir: porque cada uno tiene necesidad del otro para que se
realice la concordia y porque ayudarse es querer el verdadero bien del otro. La
ayuda será más fácil si se comparte todo, y compartirlo todo es el verdadero
símbolo de la relación que el amor establece entre dos.
"Un niño, para vivir y para crecer como es debido, tiene necesidad de ser
amado y de sentirse amado. Nunca jamás su padre y su madre lo amarán
demasiado. Pero, es precisamente de su amor mutuo de donde brota el amor
con que aman a sus hijos, ya que está allí la fuente del mismo. Y volvemos de
nuevo a la misma verdad que indicábamos. Para educar al hijo que ha nacido
de ellos, el padre y la madre tienen que formar una unidad. Para amar al hijo
nacido de su amor tienen que ser una sola cosa. Ahora bien, no serán una sola
cosa más que por su amor mutuo”. (JEAN RIMAUD, S.J., La educación
familiar, Amor y Familia. p. 59).
2. Igualmente es importante saber amar. Todos los padres creen que aman a
sus hijos, pero en muchos casos, más que amor lo que existe es una necesidad
psicológica del hijo, otras veces se busca dar respuesta a los propios conflictos
personales, o se proyectan en el hijo los problemas no resueltos.
3. Saber educar a los hijos es algo que supone y exige muchas cosas: una
personalidad equilibrada en cada uno de los padres. Un matrimonio unido y
logrado, ir siempre los dos de común acuerdo como si fueran una misma cosa,
ofrecerles constantemente actitudes de amor, equilibrio, paz, serenidad y
alegría.
Hay padres que piensan haber cumplido con su deber cuando hacen a los hijos
una reflexión o les dan muy sabios consejos, sin llegar nunca a reparar hasta
qué punto en el compartimiento de la vida diaria en el hogar sus propias
actitudes de agresividad, de orgullo, de ira, de irritación desenfrenada, de
angustia, o sus discusiones constantes están marcando y condicionando la
conducta presente y futura de sus hijos.
Lo que hacen los padres y el ambiente que se respira habla y modela más
directamente a los hijos que todas las palabras.
En este sentido hay que orientar también la educación sexual, que es un deber
de los padres y que se ha de realizar dentro de la educación de la inteligencia y
del corazón, de forma que no se quede sólo en la explicación del origen de la
vida, sino que sea una preparación para amar y les abra los ojos a la grandeza
de la verdadera donación.
Saber amar quiere decir también que antes que acceder a muchos gustos y
caprichos, es más importante y supone mayor amor el mantener siempre unas
actitudes serenas de bondad, paciencia, buen estado de ánimo y humor ante
los niños.
4. Ante los casos, cada vez más numerosos, de familias en las que se está
viviendo un terrible conflicto entre padre e hijos, es necesario tener en cuenta
algunas normas que siempre serán básicas, pero que no son más que la forma
natural de amar a los hijos, y de amarlos como ellos tienen derecho a ser
amados.
a) Como algo fundamental que hay que darles desde que empieza la
educación, cabe señalar:
- dedicarles tiempo, todo el que se pueda, sin que parezca tiempo perdido,
pues lo necesitan. Esta ha de ser en la vida diaria, en las sobremesas, a la
vuelta del colegio, en los fines de semana, en las vacaciones. Dedicarles
tiempo quiere decir escucharles e interesarse por todo lo que les pasa en el
colegio, pero también jugar con ellos, sobre todo cuando ellos lo piden, en
algún deporte, en excursiones que organiza la familia, en el campo.
El niño tiene que irse forjando la imagen del padre y de la madre que saben
escuchar, a los que puede contar todo porque le comprenden y ayudan.
Cuando empiece más tarde a vivir la crisis de la adolescencia, le será tanto
más fácil dialogar con los padres y seguir confiando en ellos.
Es en esta edad cuando más necesitan los padres mantener la confianza de los
hijos, el dialogar pacientemente y el conservar la autoridad sin necesidad de
recurrir a las amenazas, a las voces. Este procedimiento es un gran error, pues
si de momento zanja la discusión y se impone la autoridad, sin embargo es
aún más contraproducente el efecto negativo que produce de resentimiento,
desconfianza y distanciamiento creciente. Hay padres que no saben como
actuar, sufren enormemente y quisieran poder acertar con la solución
adecuada. Si juntos hacen oración, recibirán el aliento necesario y también
una gran luz para proceder acertadamente.
c) Ante casos más graves, como el disparate de aquel hijo u aquella hija, el
camino de perdición que se empeña en seguir, el deshonor que sobreviene a
toda la familia, etc., si de momento no se puede evitar, al menos hay que
procurar que no se agraven aún más las cosas.
2. Compartir espiritual. Son pocos los matrimonios en los que los casados
llegan a orar juntos. Orar juntos no quiere decir estar los dos en el mismo
lugar y al mismo tiempo haciendo cada uno su propia oración, sino tener una
oración participada, de forma que cada uno abra su corazón y se llegue a un
compartir la vivencia espiritual con el otro.
Hoy día son muchas las parejas cristianas que están llegando a este compartir
espiritual, descubriendo así algo nuevo e imprevisto en este compartir
espiritual, descubriendo así algo nuevo e imprevisto en su matrimonio que les
ayuda a profundizar más en la comunicación, en el conocimiento mutuo, y
sobre todo les lleva a un amor más profundo y maduro.
Esto también les ayudará a estar unidos y saber discernir ante los problemas
que presenta la educación de los hijos. A partir de este compartir entre ellos es
también posible que toda la familia ore unida y participen con naturalidad
todos y cada uno de sus miembros.
Todo resulta fácil cuando los dos están viviendo la misma experiencia del
Espíritu, y no deja de tener su dificultad cuando la vive uno y el otro no.
Saber esperar y obrar con tacto y mucha fe en el Señor puede ser la fórmula
más eficaz y el camino más corto para que un día lo compartan todo los dos.
Esta comunidad de alguna manera tiene que estar abierta para dar y recibir
vitalidad humana y cristiana. "Sin embargo la familia no debe ser considerada
como organismo cerrado, sino como célula abierta al servicio de la sociedad;
por lo que “superando los límites de la propia familia, abran su espíritu a la
idea de la comunidad, tanto eclesiástica como temporal”. Lo cual será
verdaderamente eficaz, si la misma comunidad familiar, especialmente los
padres, se preocupan de las necesidades materiales y espirituales del prójimo,
y son fieles a la justicia, a sus deberes profesionales y viven plenamente
integrados en la sociedad civil y en la Iglesia" (N. 79).
Todo lo que ayude a la familia a salir de sí misma para practicar las virtudes
de la acogida, de la hospitalidad, el compartir bienes con otros hermanos, será
algo liberador y la mejor forma de practicar la pobreza evangélica y de dar un
gran testimonio cristiano.
Por otra parte, sobre todo en los países más desarrollados, aparece otro tipo de
pobreza, un vacío espiritual en medio de ?una abundancia material: un
empobrecimiento intelectual y espiritual que hace difícil a los hombres
comprender el plan de Dios sobra la vida humana y les hace estar angustiados
por el presente y temerosos por el futuro. Sus manos están vacías, pero su
corazón herido espera al buen samaritano que cure sus heridas, echando el
vino y el aceite de la gracia y de la salvación.
Importancia de la fe
El substrato de muchos de los problemas que sufren las familias -y el mundo
en general- es el hecho de que muchas personas parecen rechazar su vocación
fundamental a participar en la vida y el amor de Dios. Están obsesionados con
el deseo de poseer, el afán de poder, el ansia de placer. No ven ya a los demás
como hermanos y hermanas de una sola familia humana, sino más bien como
estorbo y adversarios.
Ministerio de la familia
La familia está llamada de una manera especial a realizar ese plan de Dios de
crear entre todos los hombres la gran familia de Dios. La familia es, por
decirlo así, la primera célula de la sociedad y de la Iglesia, ya que ayuda a los
hombres a ser, a su vez, personas activas en la historia de la salvación y signos
vivos del plan amoroso de Dios sobre el mundo.
Así el mismo amor de Cristo a la Iglesia se convierte en modelo del amor del
hombre a la mujer y de la mujer al hombre. Esta presencia del amor de Cristo,
esta gracia sacramental del matrimonio es fuente de gozo y de fortaleza para
los esposos. Ellos, como ministros de este sacramento, actúan realmente en
nombre de Cristo y se santifican mutuamente. Son el uno para el otro
auténtico signo de la presencia y el amor de Dios. Es preciso que los esposos
tomen conciencia cada vez más de esta gracia y de la presencia del Espíritu
Santo. Cristo repite cada día a los esposos: "¡Si conocierais el don de
Dios!"(Jn 4, l0).
Este plan de Dios es el que nos hace comprender por qué la Iglesia cree y
enseña que la alianza de amor y donación entre los esposos unidos por el
matrimonio sacramental es perpetua e indisoluble. Es una comunión de amor
y de vida. La vida es algo que nace inseparablemente del amor conyugal.
La familia evangelizadora
La familia es el primer y fundamental ambiente de evangelización y
catequesis. La educación en la fe, en la castidad y en las demás virtudes
cristianas, además de la educación de la sexualidad, debe empezar en el hogar.
Una consecuencia es el que ayudar a las parejas que están casadas y a las que
están comprometidas a entender el compromiso de servicio que encierra el
matrimonio es una solución mucho mejor que ayudarles simplemente a
establecer una buena comunicación de los sentimientos. La fidelidad de
alianza, cuando se entiende lo que es y se la acepta, es un fundamento mucho
más sólido que la intimidad emocional. Esto no quiere decir que no sea
también de gran utilidad una orientación sobre las emociones y su
comunicación.
Cómo pueda una familia realizar esto, depende de numerosos factores y quizá
exigía un reajuste de prioridades y cierta originalidad. La esposa, por ejemplo,
puede tomar la decisión de dedicar más tiempo a la cocina, a cocer en el
horno, a confeccionar ropas y hacer que las hijas trabajen con ella. Y el
marido puede decidir hacer él mismo, juntamente con los chicos, algunas
reparaciones en la casa en vez de tener que pagar a unos profesionales. Se
puede abrir la hospitalidad a hermanos cristianos y a otros, como un servicio
importante que enriquece no sólo el hogar sino también a los visitantes.
Muchos padres sólo tienen una vaga idea de las metas a conseguir en la
crianza de los hijos, a lo cual corresponde una falta de estrategia en la manera
de formar a sus hijos con vistas a las influencias competidoras. Los padres
deben definir las metas en la educación de sus hijos según la disciplina del
Señor: es decir, deben formarse una idea suficientemente clara de la
masculinidad y de la feminidad cristianas para las que están educando a sus
hijos. Deben después decidir sobre los medios básicos con los que lo van a
conseguir. En muchos casos tendrán que decidirse a arrebatar la iniciativa al
colegio, a los compañeros de la misma edad y a los medios de comunicación.
De manera especial, algunos padres tienen que trabajar con más diligencia que
lo están haciendo para formar a sus hijos, y asimismo, muchas madres para
formar a sus hijas. La debilidad en estas relaciones trae como consecuencia
muchos problemas psicológicos y emocionales frecuentes, como por ejemplo,
la confusión e inseguridad que sienten muchas personas en relación con su
identidad sexual. El fracaso de muchos maridos para educar y disciplinar a sus
muchachos es visto por algunos expertos como un factor de debilitamiento en
el control de los impulsos (capacidad para subordinar la gratificación personal
a valores más elevados y encauzar adecuadamente la agresividad). Es causa
principal de las aberraciones en el desarrollo de los muchachos como
hombres: la feminización, por una parte, por ejemplo en la forma afeminada
de expresar las emociones, y el machismo, por otra parte, que es una
afirmación exagerada de la masculinidad. Ambas cosas se dan cuando el padre
abdica de los chicos, y éstos son primariamente educados por la madre.
EN BUSCA DE LA ESPIRITUALIDAD
DEL MATRIMONIO
Por Pedro y Antonia Manén
Cuando nos casamos, los dos teníamos una base de vida cristiana. Asistíamos
a Misa y cada uno pertenecía a su congregación y llevaba una vida espiritual
de una forma individual, y esto hasta tal punto que no sólo no nos
comunicábamos las vivencias religiosas sino que hasta nos ocultábamos
nuestro interior por un pudor espiritual mal entendido. Vivíamos, por decirlo
así, una especie de divorcio espiritual, cada uno iba por su propio camino.
Llegábamos a compartir los aspectos de la misión específica que cada uno
tenía dentro del matrimonio, pero la vida espiritual íntima no la compartíamos
y estábamos muy lejos de ello.
- Conviene que cada uno de los esposos sepa siempre actuar con un respeto
total al otro. Si en la vida puramente humana es muy necesario este respeto
para que funcione bien el matrimonio, mucho más lo es en la vida espiritual,
que en definitiva es lo más íntimo y profundo del ser humano.
Sin duda que la clave está en que se viva un auténtico amor entre los dos. Sin
este amor nos parece casi imposible que surja la espiritualidad conyugal. En el
matrimonio, cuando no hay amor o se da un amor falso, el egoísmo se
adelanta siempre a la mini comunidad que podría formar el matrimonio y
difícilmente puede surgir una espiritualidad y una apertura sincera dentro del
hogar.
No hay dos matrimonios iguales. Cada uno de nosotros tiene que partir de su
propia realidad. Adoptando este orden de valores al iniciar el camino de la
espiritualidad matrimonial se podrá comprobar cómo es el Señor el que lleva
la iniciativa y que nosotros no tenemos más que poner por nuestra parte el
granito de arena de cada día. El amor, la paz, la paciencia, la sinceridad, el
servicio, las buenas palabras, la mansedumbre, la sencillez, la fidelidad, el
buen ejemplo, la constancia, la unidad, el celo: todo esto constituye la base
para crear un ambiente de verdadera alegría, ya que son los frutos de la misma
espiritualidad y unión con el Señor.
Diálogo y transparencia
En todo matrimonio siempre hay uno que es más espiritual y el otro más
práctico: cada uno tiene una espiritualidad con distintos matices. Creemos que
se debe insistir en el respeto que se han de tener mutuamente y no es bueno
que el uno tire del otro en su campo. Esto crearía una tensión interior y podría
ser el comienzo de hipocresía e incluso de ruptura espiritual.
Ciertamente, los dos, a partir de un auténtico amor, tienen que entrar por el
camino del diálogo y de la transparencia para llegar a un discernimiento y a un
buen entendimiento. Cuando hay diálogo y transparencia todo cambia de
aspecto, ya que los esposos no se pueden comunicar a medias palabras
pensando que el otro ya lo entiende. Esto podría llevar a confusiones,
disgustos y penas que pueden calificarse de "tontas e inútiles". Si se hablan
con transparencia se ahorrarán muchos disgustos. La pareja que tiene por
norma decirse todas las cosas, las buenas, las no tan buenas y también las
malas, con la sinceridad del amor es la que más pronto llega a alcanzar una
espiritualidad conyugal sana y fuerte.
También los hijos nos miran y observan, aunque parezca lo contrario por el
ambiente que respira nuestra sociedad, y les hace pensar. A la larga nos imitan
en muchas cosas. Para consuelo de muchos esposos, estamos convencidos que
no se perderá ninguno de nuestros hijos. Quizá nosotros no lo veamos, pero
ellos nos tienen muy presentes en sus vidas y ningún detalle se les escapa.
Algún día fructificará esta semilla.
El hogar abierto
Uno de los frutos de la espiritualidad matrimonial es tener el hogar abierto.
Puesto que el hogar está formado por los dos esposos, esta apertura no puede
ser cosa de uno solo. Cuando ponemos nuestras vidas al servicio del Señor
también ponemos todas las demás cosas. El Señor nos ha dado todo
gratuitamente, por tanto también creemos que debemos poner todo
gratuitamente al servicio de los hermanos. Es así como empieza la trayectoria
de abrir nuestra casa a los demás.
Cuando un hogar está abierto no podemos ponerle límites. Puede ser acoger a
una familia con la madre enferma, recibir a comer a un estudiante de fuera,
acoger a hermanos que viajan, compartir nuestras vacaciones. También hay
otras facetas que se presentan como necesidades en cada localidad. Lo
importante es acoger a todos aquellos hermanos que de alguna u otra manera
necesitan de nosotros, y que más que nuestra casa lo que buscan es consejo,
compañía, amor, comprensión, orar, etc. etc.
Si transcurre mucho tiempo y nadie se acerca, hay que hacer una reflexión a
fondo para ver si está verdaderamente el Señor en nuestra casa, si se respira su
paz y se da el clima propicio, o más bien cohibimos a los que vienen y se
sienten, como "en visita", si aceptamos a los hermanos como son y no
pretendemos cambiarlos.
De la misma forma nos habla el pasaje de San Lucas: “¿Ves a esta mujer? Al
entrar en tu casa no me diste agua para los pies. Ella en cambio ha mojado mis
pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella
desde que entró no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con
aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume". Aquí el Señor alaba las
delicadezas, que son un aspecto del amor fraterno y al hermano carismático le
hacen creerse de veras en deuda con todos.
¡Qué bello es el gozo que une a dos creyentes que tienen una única esperanza,
un solo deseo, una misma regla de vida, una idéntica voluntad de servicio!
Ambos hermanos, ambos consiervos; ninguna separación entre ellos ni de la
carne ni del espíritu. Son verdaderamente "dos en una sola carne"; y porque
son una sola carne son también un solo espíritu: juntos oran, juntos se
mortifican, juntos ayunan. Si hay algo que vencer, se exhortan a vencer y se
sostienen.
Al ver y sentir estas cosas Cristo está allí con su paz. Donde están dos allí está
El y con El no puede estar el maligno."
- Amor conyugal.
- Jesucristo y el matrimonio-sacramento.
- El matrimonio carismático.
Una de las metas a las que nos sentimos llamados por el Señor es la
evangelización. Que sintamos la necesidad de que sean muchos los
matrimonios que vivan y se renueven en el Espíritu Santo. Podemos en este
campo apostólico hacer verdaderas maravillas si nos abandonamos en las
manos del Señor. El nos dará esta fuerza para proclamarlo dentro de nuestra
sociedad, en la que muchas veces se quiere desprestigiar el matrimonio, y para
dar a conocer a todos esta buena nueva de salvación.
29 - EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA.
EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA
En los años que lleva desde su aparición en la Iglesia Católica, la Renovación
Carismática ha estado viviendo algo así como una vida de catacumbas. Los
grupos fueron apareciendo imperceptiblemente, sin ninguna iniciativa oficial,
suscitando extrañezas, recelo y hasta alguna burla irónica. En sus comienzos
quedó aquélla necesariamente marginada de la vida eclesial, unas veces por
incomprensión o rechazo, y otras por no haber sido reconocida por la
autoridad local. Algunos grupos han perdurado en verdadero desamparo del
pastor local, sufriendo aquella persecución que viene de los mismos de casa
(Mt. 10, 36). Ello no obstante, en algunas parroquias se ha podido constatar
que el grupo verdaderamente disponible e incondicional para cualquier
servicio era el de la R.C., sin que, a pesar de todo, llegara a ser aceptado.
Esta marginación ha sido un hecho innegable y los factores que la han
provocado son de doble procedencia: unos provienen de la misma
Renovación, cuyo lenguaje, pensamiento y estilo resultan de difícil
comprensión para el que no haya pasado por la misma experiencia del
Espíritu, a la vez que exige una conversión radical en forma de servicio,
compromiso y vida de oración sólida, a todo lo cual la debilidad humana
siempre opone resistencia. Otros factores actúan desde el exterior en forma de
prejuicios en una opinión pública, no suficientemente informada y más
preocupada por los problemas operativos de la acción pastoral que por el
verdadero espiritualismo y la interiorización de la vida cristiana, con el
contraste de aparecer entre sacerdotes y religiosos inquietudes que buscan
saciar sus anhelos en corrientes espirituales orientalistas.
En el momento a que hemos llegado en la historia de la R.C. Católica nos urge
a todos la necesidad de presentar su mensaje esencial en forma más decidida
desde el centro de la vida de la Iglesia. Así se ha dicho solemnemente en la IV
Conferencia de Líderes de Roma, pero ya era una instancia que con bastante
anterioridad se empezaba a vivir en los círculos de la Renovación.
Esta urgencia no es una exigencia de táctica, para que, por ejemplo, crezca la
Renovación o caso parecido, sino que es el mismo Espíritu el que hace sentir
la necesidad de una renovación profunda para nuestras vidas y para toda la
Iglesia, siendo El siempre aliento de vida renovador. En este sentido creemos
que podemos aportar muchos elementos de renovación tanto para la acción
pastoral como para la vivencia espiritual de las asambleas y comunidades. El
mensaje central de la Renovación es la llamada a una nueva conversión y a
aceptar de verdad y por la fuerza del Espíritu a Jesús como Salvador y Señor,
y constantemente debe ser proclamado para toda la Iglesia. Siempre, pero de
modo especial en los momentos actúales de la vida eclesial, es necesario que
nos centremos más en la realidad de Jesús Salvador y Señor.
Una de las mayores desgracias que nos puede ocurrir, tanto a la Iglesia entera
como a cualquier miembro aislado, es no sentir la necesidad de mayor
perfección y de conversión, tranquilos con el anquilosamiento espiritual en
que podamos haber caído. Es la situación típica de los siervos que no esperan
con las lámparas encendidas la vuelta de su Señor (Lc 12,35-40) y que el
Espíritu reprueba duramente en el Apocalipsis (Ap 3,14.16).
1.- La elección que habéis hecho de Roma como lugar para esta conferencia es
un signo especial de vuestra comprensión sobre la importancia de estar
arraigados en esa unidad católica de fe y caridad que halla su centro visible en
la Sede de Pedro. Vuestra reputación marcha delante de vosotros, como la de
sus queridos Filipenses que impulsó al Apóstol Pablo a comenzar la Epístola
que les dirigió con un sentimiento del que me siento feliz en hacerme eco:
"Doy gracias a Dios cada vez que me acuerdo de vosotros ... y lo que pido en
mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento
perfecto y todo discernimiento, con que podáis aquilatar lo mejor para ser
puros y sin tacha para el día de Cristo" (Flp 1,3. 9-10).
La función del líder es, en primer lugar, dar ejemplo de oración en su propia
vida. Con esperanza confiada y esmerada solicitud se exige principalmente del
líder que los que buscan renovación espiritual conozcan y experimenten el
patrimonio multiforme de la vida de oración de la Iglesia: meditación sobre la
palabra de Dios, pues "ignorar la Escritura es ignorar a Cristo", como insistía
San Jerónimo, apertura a los dones del Espíritu, sin exagerada concentración
en los dones extraordinarios; imitar el ejemplo del mismo Jesús en asegurar el
tiempo para la oración a solas con Dios; entrar más profundamente en el ciclo
de los tiempos litúrgicos, de manera especial por la Liturgia de las Horas; la
celebración apropiada de los sacramentos --con particular atención al
Sacramento de la Penitencia- que realizan la nueva dispensación de gracia de
acuerdo con la voluntad manifiesta de Cristo; y, por encima de todo, amor a la
Eucaristía y una creciente comprensión de la misma como centro de toda la
oración cristiana. Pues como el Concilio Vaticano II nos ha inculcado, "la
Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación
evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a
la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado
bautismo y la confirmación, se insertan, por la recepción de la Eucaristía,
plenamente en el Cuerpo de Cristo" (Presbyterorum Ordinis, 5).
Por esto Dios quiere que todos los cristianos crezcan en la comprensión del
misterio de salvación que nos revela cada vez más la propia dignidad
intrínseca del hombre. Y El desea que vosotros, que sois líderes en esta
Renovación, estéis cada vez más formados en la enseñanza de la Iglesia, cuya
tarea bimilenial ha sido el meditar en la palabra de Dios, para sondear sus
riquezas y darlas a conocer al mundo. Procurad, pues, que como líderes
busquéis una formación teológica sana que pueda asegurar para vosotros y
para todos los que dependan de vuestra orientación una comprensión madura
y completa de la palabra de Dios: ?"La palabra de Cristo habite en vosotros
con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría" (Col 3,16-17).
4.- En este momento me gustaría también llamar vuestra atención sobre otro
punto de especial importancia para esta Conferencia de líderes: se refiere a la
función del sacerdote en la Renovación Carismática. Los sacerdotes en la
Iglesia han recibido el don de la ordenación como cooperadores en el
ministerio pastoral de los Obispos, con los que comparten el mismo y único
sacerdocio y ministerio de Jesucristo, lo cual exige su estrecha comunión
jerárquica con el orden de los Obispos (Presbyterorum Ordinis, 7). Como
resultado, el sacerdote tiene una función única e indispensable a realizar en y
para la Renovación Carismática, lo mismo que para toda la comunidad
cristiana. Su misión no está en oposición a, o paralela a, la legítima función
del laicado. Por el vínculo sacramental del sacerdote con el Obispo, cuya
ordenación confiere una responsabilidad pastoral de toda la Iglesia, aquél
contribuye a asegurar en los movimientos de renovación espiritual y de
apostolado laical su integración en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia,
de manera especial por medio de la participación en la Eucaristía; en ella
decimos: "para que, fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de
su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (III
Plegaria Eucarística). El sacerdote participa en la responsabilidad propia del
Obispo sobre la predicación del Evangelio, para la cual debe equiparlo de
manera especial su formación teológica. Como resultado, él tiene una singular
e indispensable función para garantizar esa integración en la vida de la Iglesia
que evite la tendencia a formar estructuras marginales y alternativas, y que
lleve a una más plena participación especialmente en la parroquia, en su vida
apostólica y sacramental. Por su parte, el sacerdote no puede ejercer su
servicio en favor de la Renovación a no ser que y hasta que no adopte una
actitud acogedora respecto a ella (aplausos...), basada en el deseo que
comparte con cada cristiano por el Bautismo de crecer en los dones del
Espíritu Santo (aplausos).
¿Cómo hay que llevar a cabo esta obra? El Concilio Vaticano II nos dice:
"antes que nada, los católicos, con sincero y atento ánimo, deben considerar
todo aquello que en la propia familia católica debe ser renovado y llevado a
cabo para que la vida católica dé un más fiel y más claro testimonio de la
doctrina y de las normas entregadas por Cristo a través de los Apóstoles"
(Unitatis Redintegratio, 4). El auténtico esfuerzo ecuménico no busca evadir
las tareas difíciles, como la convergencia doctrinal, apresurándose a crear una
especie de autónoma "iglesia del Espíritu" independientemente de la Iglesia
visible de Cristo. Más bien, el verdadero ecumenismo contribuye a
incrementar nuestro anhelo de unidad eclesial de todos los cristianos en una
misma fe, para que "el mundo se convierta al Evangelio y de esta manera se
salve para gloria de Dios (Unitatis Redintegratio, 1) (aplausos). Confiemos en
que si nos rendimos a la acción de una verdadera renovación en el Espíritu,
este mismo Espíritu Santo nos hará ver la estrategia para un ecumenismo (…
aplausos), el cual hará realidad nuestra esperanza de "un solo Señor, una sola
fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por
todos y en todos" (Ef 4,6) (aplausos).
6.- Queridos hermanos y hermanas, la Epístola a los Gálatas nos dice que "al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!"
(Gal 4,4-6) (aplausos)
Tradujo KOINONIA
No ha sido fácil hacerles venir a todos ustedes a Roma. Hemos invitado a 102
países de todo el mundo, pero no todos han podido enviar representación, bien
por dificultades económicas, o bien por dificultades de tipo político o social.
Están aquí representados unos 95 países, y esta presencia es prueba de lo que
está haciendo el Espíritu Santo. Como me decía Ralph Martín esta tarde, el
Congreso ya es un éxito aunque nada más sea por todos los que han venido.
Alabo al Señor y le doy las gracias por la venida de todos ustedes y por las
cosas grandes que va a hacer aquí.
Pero una transición es una nueva oportunidad. Cuando uno se muda es para
vivir y trabajar mejor, y así el tiempo de transición y de mudanza trae un
nuevo vigor.
También es un tiempo de fe. ¿Por qué nos hemos trasladado? Porque creemos
que el Señor nos llama a Roma. Al traer la Oficina a Roma lo que
pretendemos hacer es seguir la llamada de Dios.
Si así es toda transición en nuestra vida, creo que al reunirnos para este IV
Congreso de Líderes de la R.C debemos advertir claramente que la
Renovación Carismática Católica al cabo del corto periodo de su historia de
14 años se encuentra en un momento de transición, lo cual quiere decir que
hay cosas negativas, pero también hay cosas muy buenas e importantes que
están sucediendo.
Decir que estamos en momento de transición es lo mismo que decir que nos
hallamos ante distintas etapas, pasando de una primera etapa de la Renovación
a una segunda fase o etapa quizá mucho más importante La primera etapa tal
como lo hemos experimentado ha sido una etapa en la que hemos sentido
nuestro poder, es decir, el poder de la Renovación en el Espíritu como
poderosa fuerza de la maravillosa efusión internacional y mundial de Espíritu
Santo. Ha sido la nueva era de Pentecostés en la que fuimos llamados a vivir.
En esta primera etapa parecía que todo lo que teníamos que hacer era decir:
Oh Dios hazlo Tú, y todo estaba hecho. Todo lo que teníamos que hacer era
decir: Ven Espíritu Santo, y cada vez que lo decíamos había una efusión del
Espíritu Santo, una experiencia de Pentecostés.
Pero ahora estamos entrando de una forma muy decisiva en una segunda
etapa. No somos tan fuertes como éramos al principio ni podemos conocer
todas las respuestas, puesto que Dios todavía no ha revelado la plenitud de su
plan. Lo cual quiere decir que tenemos que ser mucho más humildes de lo que
somos y más conscientes de nuestras propias debilidades. Cada uno de
nosotros debe ser mucho más consciente de lo débil que es, de lo poco que
sabe y de lo poco que se ha rendido a la voluntad de Dios.
Si nos fijamos en la vida y llamada de san Francisco, veremos también los dos
estados o etapas de que he hablado antes. En la primera etapa Francisco tuvo
la alegría de su experiencia, el gozo de su Porciúncula y de oír a Cristo que le
hablaba desde la cruz. Después de este gozo y experiencia se le reveló la
maravilla de toda la creación, sintió el calor de la fraternidad que formó con
sus primeros seguidores, gozó de la amistad de santa Clara, encontró
excelente respuesta a su predicación por dondequiera que fuese, contó con la
ayuda de un cardenal poderoso y hasta tuvo la oportunidad de encontrarse con
el Papa. Esta fue su primera etapa: dulce, suave, fácil y maravillosa. Pero esta
no es la historia de este gran santo.
Después de esto vino el momento de ser rechazado por su propia familia, vino
la realidad de la pobreza total a la que fue llamado por Cristo, la experiencia
de la gran debilidad de sus mismos seguidores, la enfermedad y el dolor de su
propio cuerpo, la conciencia de lo inmensa que era su labor. Todo lo que él
había empezado se resintió aún antes de su muerte. Pero Francisco no se
quedó en lo fácil, sino que pasó a esa segunda etapa y a lo largo de ella se
mantuvo fiel a su llamada. Por esto hoy, seis siglos después, san Francisco es
uno de los grandes héroes que conoce este mundo. Hubo un heroísmo en su
vida porque permaneció fiel a su llamada. Escuchó al Señor que le decía: "Ve,
Francisco, y reconstruye mi Iglesia", y desde aquel momento hasta el día de su
muerte y hasta el día de hoy, Francisco ha trabajado e intercedido por la
reconstrucción de aquella Iglesia.
Para Francisco hubo también una tercera etapa. Porque permaneció fiel en la
segunda pasó también a la tercera. Como nos decía un franciscano durante
nuestra permanencia allí, el mundo de hoy ha descubierto a Francisco en una
pequeña población de 2.000 habitantes. El año pasado la visitaron seis
millones de peregrinos y este año se esperan ocho millones. Francisco
perseveró a través de las dificultades y así ha llegado a ese gran fruto.
Ahora bien, ¿qué decir de nuestra transición? Nosotros no estamos aquí para
pensar, analizar, reflexionar y hablar de cualquier persona. Estamos aquí para
hablar de nosotros, reflexionar sobre nosotros y orar por nosotros mismos.
Sabemos, hermanos, que hay una cosa que no se puede negar, es esta: que
Dios nos ha tocado, que Dios nos ha llamado y que tiene unos planes para
usarnos, que El conoce muy bien nuestra debilidad y que, a pesar de ella, nos
utilizará para la reconstrucción de la Iglesia. Nada es más importante que esto.
Las transiciones son parte de la vida y forman parte del plan de Dios para
llevarnos a la madurez. ¿Abandonó Moisés o le dijo a Dios que los israelitas
eran muy débiles para salir de Egipto? Dios le dijo lo que tenía que hacer y él
lo hizo exactamente. ¿Y qué pasó con Pablo? Al principio, en su camino de
Damasco, hubo un momento de gloria y de vida en el que escuchó la voz del
mismo Cristo. Pero cuando llegó el momento del dolor, de las lágrimas, del
naufragio, de la persecución, cuando se le dijo que fuera a Roma, sabiendo
que en Roma iba a encontrar la muerte, no abandonó, sino que siguió por el
camino que Dios le había trazado y así se convirtió en el hombre que quizá,
después de Jesús, más ha hecho cambiar el curso de la historia humana. Y
porque estos héroes han perseverado a través de las dificultades, a través de la
incertidumbre, siguen todavía influyendo en el mundo, en la vida humana de
hoy. Lo mismo podemos decir de Jesucristo, el Hijo de Dios. Mientras
caminaba sobre la tierra tuvo una vida maravillosa en Nazaret, los ángeles
cantaron en su nacimiento, le acompañó la adulación de las multitudes, el
esplendor de sus milagros, el amor de los discípulos, pero esto no fue más que
el comienzo. Después vino la conspiración, la traición, el odio y todo el drama
que terminó en la muerte. Jesús perseveró y como él mismo dijo, obedeció en
todo al Padre y fue así como llegó a su tercera etapa: la Resurrección.
Lo que Dios nos pide es heroísmo, ni más ni menos. Debemos estar
preparados para lo más difícil, aunque de momento no veamos claro por
dónde nos lleva el Señor y qué es lo que nos va a pedir; esto no es importante.
Hemos sido llamados por Dios, y si alguno aquí no cree en esto, ¿por qué ha
venido? Hemos de pagar cualquier precio y afrontar cualquier dificultad y
debemos seguir adelante.
Mientras nos hallábamos en Asís, una de !as cosas sobre las que el Consejo
Internacional ha dialogado fue el hecho de que la Renovación Carismática
hasta ahora se ha mantenido más bien en la periferia de la Iglesia y que
todavía no ha sido absorbida en la vida normal católica. Y uno de los
miembros del Consejo dijo que a muchos Obispos y sacerdotes les gustan los
frutos de la Renovación pero no les gusta la Renovación. Les gusta el que
oremos, el que leamos y estudiemos la palabra de Dios, el que cantemos y
animemos la Liturgia por todo el mundo. Aprecian el que estemos a su
servicio, pero siempre encuentran algo extraño.
En Asís hemos hablado sobre las razones que explican este hecho. Los
carismáticos ofrecen una teología muy ortodoxa y hay muchos en la Iglesia a
los que no interesa una teología tan ortodoxa. Los carismáticos toman la
Escritura como Palabra de Dios muy en serio: Dios dijo esto, debemos
hacerlo; creen que los carismas de que habla la Escritura son algo real;
consideran la autoridad como una necesidad; proclaman lo sobrenatural: Dios
no ha muerto, Dios es real y está obrando ahora.
Tenía razón Kevin al exponer las distintas críticas que hemos ido recibiendo y
cómo hemos sido distintos de los demás.
En efecto, respecto a estas cuestiones nosotros no andamos con medias tintas
y no podemos dudar de la acción de Dios en el mundo. Pero por otra parte
utilizamos un vocabulario y un lenguaje nuevos, algunas veces hemos
manifestado los dones con exceso y sin discernimiento, hablamos de haber
tenido una experiencia personal, a veces somos elitistas o hablamos de
nosotros mismos como si fuéramos supercristianos.
Cuando uso este lenguaje no quiero insinuar en modo alguno que seamos
nosotros la única renovación de la Iglesia o lo único que actualmente está
haciendo el Espíritu Santo para revitalizar la Iglesia. Sino que nosotros somos
una parte importante en este plan de renovación y tan importante como Dios
quiere que nosotros seamos, ni más ni menos. Tendremos la importancia que
Dios nos quiera dar.
Durante estos días de reuniones todos juntos tenemos que hallar la forma más
práctica de ser parte integral de esta acción plena del Espíritu Santo en la
revitalización de su Iglesia. Tenemos una gran responsabilidad para
determinar lo que podemos hacer en este servicio a la reconstrucción de la
Iglesia según las normas y principios del Evangelio.
No es fácil dar una respuesta universal sobre cómo hemos de movernos para
entrar dentro de las parroquias, de las diócesis y ser aceptados en la Iglesia
Católica como son aceptados los demás movimientos espirituales.
A sabiendas de que no existe una única forma de actuar en todas las partes del
mundo, todos hemos de responder en estos momentos de la historia de la
Renovación con los siguientes puntos:
6. Debe buscarse una nueva fuerza y vigor, nuevas orientaciones muy claras
para seleccionar los líderes. Necesitamos guía y directrices muy claras para
aquellos que deben ser líderes. No podemos hacer como al principio cuando
decíamos: "Dejemos que el Espíritu sople y vaya suscitando..." Siempre hay
algo que debe hacerse permanentemente y no podemos permitir que cualquier
persona en cualquier momento haga lo que quiera en nombre de la
Renovación Carismática, sin ninguna orientación ni guía y sin que nosotros
digamos cuál es la mejor manera de poner en práctica toda la experiencia que
hemos ido adquiriendo.
EL MISTERIO DE LA IGLESIA Y EL
LIDERAZGO EN LA RENOVACIÓN
Por el Cardenal L. J. Suenens
Comenzaré con una pregunta que se hizo a un sabio de China: "Si fueras el
dueño de todo el mundo y pudieras hacer una revolución, ¿qué es lo primero
que harías?". Su respuesta fue: "Volvería a establecer el significado de las
palabras".
Sólo el Espíritu puede decir María, porque ella estaba allí. Únicamente el
Espíritu puede penetrar en los misterios de Dios, y la Encarnación lo mismo
que la colaboración de María es algo que pertenece a las profundidades del
misterio de Dios. Sólo el Espíritu nos puede introducir en la profundidad de lo
que decimos al pronunciar la palabra María, y sólo el Espíritu nos puede
introducir en la palabra Iglesia porque la Iglesia es un misterio.
Hemos olvidado leer lo más importante del Vaticano II. Como ustedes saben,
la Lumen gentium, o Constitución Dogmática sobre la Iglesia, es el más
importante de todos los documentos del Concilio. En él se responde a la
primera pregunta: "¿quién decís vosotros que soy yo?". Es la pregunta
fundamental: ?"Iglesia. ¿Tú quién eres?". La primera palabra del capítulo
primero de la Lumen gentium nos habla del misterio de la Iglesia. No se habla
de la Iglesia como si fuera una estructura o una organización. Es un misterio,
el misterio de Dios, y en el misterio de Dios es donde encontraré el misterio
de Jesucristo que hoy me llega a mí y a todos de una forma sacramental. La
vida histórica de Jesucristo terminó al cabo de treinta y tres año, pero su vida
mística, su vida sacramental ahí está con nosotros: es el misterio y la realidad
sacramental de la Iglesia.
Hablando con propiedad podemos decir que el Espíritu Santo no es una parte
de la Iglesia. Tampoco podemos presentar dos dimensiones de la Iglesia, la
institucional y la carismática. Esta es una visión muy pobre y no es la realidad.
La realidad es que la totalidad de la Iglesia es carismática en todos sus
aspectos. Tenemos cierta dificultad para ver esto porque pensamos que lo
carismático y la estructura son dos cosas distintas. Pero no es así. En lo
institucional tenemos esencialmente la sacramentalidad, y cada uno de los
sacramentos está lleno del Espíritu Santo. De esto deberíamos ser siempre
muy conscientes.
Recordando mi propia historia veo que primero fui ordenado como diácono.
¿Qué me dijo la Iglesia, mi Obispo, cuando ante él me arrodillé y fui hecho
diácono? Unas palabras un tanto extrañas: Recibe el Espíritu Santo para
fortalecerte y para luchar contra el poder de las tinieblas. Y cuando fui hecho
sacerdote mi Obispo me dijo: Recibe el Espíritu Santo, a quien perdones los
pecados en mi nombre le serán perdonados. Y cuando fui hecho Obispo, los
Obispos consagrantes dijeron: Recibe el Espíritu Santo. Hay una unción del
Espíritu en el ministerio sacramental de la ordenación.
Mis palabras serán ahora para los Obispos, sacerdotes y diáconos que no se
hallan aquí presentes. Ellos forman parte del ministerio ordenado, ya que
recibieron el Espíritu Santo. Y siento el gran gozo de que se introduzca en la
Iglesia el diaconado permanente porque es una realidad sacramental.
Mi primera petición es: por favor, reconozcan la visitación del Señor. Hay una
visita del Señor, una gracia dada a la Iglesia y al mundo de hoy en esta
Renovación, renovación extraña porque surge de la nada de una forma muy
inesperada y de América precisamente. ¿Cómo explicar esto? Yo no me lo
explico, también me sorprende a mí. Pero por favor reconozcan el gran don
que el Señor nos está dando.
Todo el mundo habla de los signos de los tiempos. No busquen solamente los
signos de los tiempos en el mundo. Búsquenlos también en las estrellas de los
cielos, pues hay algo, una gracia extraordinaria que viene a renovar a la
Iglesia desde dentro, sin que pretenda tener el monopolio de ningún tipo, ya
que todos somos carismáticos.
Nunca fui a una iglesia, aun antes de que existieran los carismáticos, en la que
no hallara personas que daban sus mensajes morbosos como si fueran del
Señor. Si algún día se encuentran con personas de este tipo, pues las hay por
todas partes y son debilidades humanas, no juzguen la Renovación
Carismática ni tampoco un grupo cualquiera por estas pequeñas cosas.
Sabemos que la debilidad humana es la debilidad humana.
No sean demasiado prudentes. Esto me recuerda la charla que di en Turín hace
unos años. Estaba diciendo que los Obispos eran muy prudentes y junto a mí
estaba el Cardenal Pellegrino. Entonces añadí: ''Todos los Obispos son
demasiado prudentes menos vuestro Obispo ", y todos aplaudieron.
Estén dispuestos a dar cierta posibilidad incluso a los errores y no subrayen
sólo la prudencia.
Debo hablar ahora a los líderes carismáticos después de la súplica que hice al
principio para ver la Iglesia como el misterio de Jesucristo y el misterio del
Espíritu Santo y que fuera entendido por todos. Les diría lo mismo que dije a
los Obispos y a los sacerdotes: Reconozcan, integren y mediten.
Jesús fue enviado por el Padre y después dijo a los Apóstoles: ''Como el Padre
me envió, yo también os envío" (Jn 20. 21). Y desde aquel momento la Iglesia
es apostólica, lo cual quiere decir que los líderes de la Iglesia son puestos por
el Señor en una dimensión sacramental. Hay una unción dada por el Señor. El
Obispo está ungido por el Espíritu Santo, los sacerdotes, lo mismo que el
diácono, también recibieron esta unción del Espíritu en una
complementariedad de este ministerio.
Si les puedo pedir algo, será esto: que respeten el significado de las palabras y
no se hable en sentido vago.
Hay que integrar todos los aspectos de la vida cristiana en la vida de la Iglesia.
Otro ejemplo puede ser la lectura de la Biblia. Por supuesto que podemos
abrirla por cualquier página y leer. Siempre podemos hacerla y siempre nos
hablará. Pero la Iglesia nos abre cada día la Biblia y nos da esta lectura del
Evangelio o aquel pasaje del Antiguo Testamento. Es un mensaje que la santa
madre Iglesia nos quiere dar a los hijos y nos dice: ¿queréis compartir el pan
de la palabra y el pan de la vida? Sí, cierto, compartimos si damos prioridad a
la Palabra de Dios que nos habla en el Evangelio de cada día. Es una palabra
del Señor para mí en el día de hoy, y creo que el Señor me dirá algo a través
de estos textos sagrados de la liturgia.
Esto es como las luces rojas que encontramos en la carretera. Las necesitamos,
no para evitar la posibilidad de seguir las luces verdes ni para impedirnos
caminar, sino para reducir la velocidad en algunos momentos.
Podríamos seguir, pero tenemos que trabajar por ambas partes para conseguir
la integración en la única Iglesia carismática.
Sugiero que en alguna conversación con los representantes de las Iglesias nos
preguntemos si podemos celebrar juntos Pentecostés u orar en común durante
la semana de Pentecostés para preparar el día en que volvamos al Cenáculo de
Jerusalén de donde salimos.
LA MUJER EN LA IGLESIA
Por María Olga de Serna
JESÚS Y LA MUJER
LA MUJER HOY
Hoy las mujeres no podemos quedarnos lejos mirando cómo el mundo está
haciendo desaparecer sistemáticamente a Jesús. Creo que las mujeres no
estamos actuando en las parroquias, porque desde hace mucho tiempo se nos
viene tratando como seres a medio fabricar. El hombre ha estado repudiando a
la mujer desde tiempos inmemoriales. El Señor fue muy claro con nosotros
cuando nos dijo que "al principio no fue así, pero por la dureza del corazón de
los hombres, se habían permitido ciertas cosas". Puebla, apoyándose en el
texto del Génesis: "Creó Dios al ser humano, a imagen suya, a imagen de Dios
lo creó hombre y mujer lo creó", afirma que la tarea de dominar al mundo, de
continuar con la obra de la creación, de ser con Dios co-creadores corresponde
tanto a la mujer como al hombre. Desde la creación, pues, se nos presenta en
la pareja la igualdad conjuntamente con la diferencia. El pasaje no dice que
todos deban casarse. Dice que para que el hombre alcance la plenitud del ser
que es la imagen de Dios, tendrá que hacerla con la mujer y viceversa. Sean
célibes o no. Mi experiencia ha sido que muy pocas mujeres entienden esta
igualdad en la creación de Dios y que sólo esas pocas son capaces de aceptar
la diferencia, diferencia que el mundo trata de borrar. La mujer, muchas veces
no ve que la condición para someter la tierra es labor conjunta con el varón, y
es por eso que muchas se retiran de la lucha, porque creen que el hombre solo,
sin la mujer, puede alcanzar la plenitud del género humano. Pero solo no la
alcanzará, a pesar de estar mejor situado que la mujer en la sociedad de hoy.
Si nos fijamos en la historia, veremos que la mujer hace su aparición en
momentos de necesidad, cuando el hombre no ha podido hacer frente a las
demandas que se acumulan sobre él. Debe ser por eso que Puebla dice que la
aparición de la mujer es "signo de los tiempos". Hoy todo está convulsionado,
todo es caos. Nadie puede decir que al menos en su pueblo las cosas marchen
bien.
Yo les diría a los Josés de hoy (los maridos de las mujeres carismáticas) que
no teman recibir a la mujer, porque lo que hay en ellas viene del Espíritu
Santo, y es salvífico. Lo mismo les diría a los jerarcas, si ellos me lo
permitieran. Nunca olvidemos que Dios escogió a una mujer para devolver al
ser humano la armonía en que debe vivir con su creador. La mujer cuando
aparece, llega en ayuda del hombre. Toda ayuda, toda colaboración femenina
forma parte del plan de Dios.
A la mujer, le hablo de la mujer por tratar de que entiendan esta igualdad, les
pido que colaboremos en la salvación del mundo, les ruego que perdonen a los
hombres, y como prueba de este perdón insisto en que depongan las armas,
que abandonen sus sutiles venganzas, que prediquen claramente sin rodeos,
porque todo lo debemos hacer sin espadas y sin ejércitos, con el Espíritu Santo
de Dios. La verdad es que a la mujer no le resulta difícil identificar su función
con la del Espíritu Santo, con El que se llama Abogado y Consolador, que
viene a dar gloria a otro y que no habla de sí mismo. Me atrevo a decir que el
pecado contra el Espíritu Santo es similar al pecado contra la mujer. Querer
usarla, querer dominarla, malinterpretarla, silenciarla hasta no poder oír sus
gemidos. El Espíritu Santo es el amor maternal de Dios para los hombres, que
llama a nuestra puerta y no abrirle es un pecado imperdonable.
NO HAY HOMBE O MUJER
Hoy el Señor está haciendo una nueva humanidad en Cristo, donde no tiene
cabida ningún tipo de división, como las hay en el mundo: divisiones entre
inferiores y superiores, mejores o peores, fuertes o débiles, sometedores y
sometidos. Dice que en el mundo nuevo no existe la discriminación racial
porque allí no hay griegos ni judíos, dice que debemos acabar con las clases
sociales porque para El no hay libre ni esclavo y que tampoco hay hombre o
mujer, antagonismos éstos, típicos de una humanidad caída. Hoy el Señor
Dios quiere hacernos uno solo en su Hijo, para que el mundo crea. Los
cristianos lo decimos pero no damos testimonio de esta nueva humanidad que
El quiere ver encarnada en nosotros.
La injusticia, todos la vemos, es grande: madres que deben prostituirse con sus
maridos para conseguir de ellos algún dinero con que alimentar a los hijos,
esposas golpeadas, madres abandonadas, niños que no van a la escuela porque
el padre decide que deben trabajar sin que la madre pueda oponerse. No tengo
que seguir enumerando casos, pero sí quiero decir que la Iglesia no se está
comportando a este respecto, en la práctica, como Madre y Maestra. Todo lo
que la mujer oye es un "ten paciencia, ofréceselo a Dios como sacrificio". A
Dios no se le ofrecen sacrificios manchados de injusticia. De estas cosas hay
que arrepentirse, pedir perdón y clamar pidiendo misericordia.
LA R.C. Y LA MUJER
Tarde o temprano la Iglesia tendrá que recibir a esta mujer, tal cual ella es, tal
cual Dios la está redimiendo, sin tratar de hacer de ella un hombre. No somos
reproducciones; para eso habría bastado con que el Señor hubiera puesto un
espejo frente a Adán y le hubiera dicho: ''Hijo, cada vez que te sientas solo,
mírate".
LA DIMENSIÓN HORIZONTAL DE LA
R.C.
Por Mons. Carlos Talavera,
Obispo Auxiliar de México Ciudad
GRATUIDAD Y HUMILDAD
Dios hace justicia por encima de lo que son nuestras pobres y mezquinas
relaciones de justicia con nuestro prójimo. Nuestras relaciones son "yo te doy
y tú me das" y a esto le llamamos justicia. Dios da sin que nadie le haya dado,
"¿Quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa?" (Rm 11, 34). Así
el hombre redimido, aunque ha de tener en cuenta esas relaciones de justicia
conmutativa, ha de superar esas relaciones.
Nuestras relaciones de justicia han de dar el derecho a los demás, porque Dios
es justo. Y lo dan porque los demás necesitan justicia, no porque los demás
nos den nada. Por tanto, las relaciones de justicia siempre serán gratuitas y
esto es una característica de la vida de justicia.
LA CRUZ
¿QUE ES LA JUSTICIA?
Dentro de todo esto quisiera entender la definición que nos da santo Tomás de
Aquino sobre la justicia: "Justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a
cada uno según su derecho". Esta voluntad perpetua no la podemos tener sin
la ayuda de Dios. La justicia siempre va acompañada de actitudes que son
necesarias para mantener esa perpetuidad y esa constancia. Implica la rectitud,
la prudencia, el amor, la mansedumbre, la paciencia. etc. Por eso santo Tomás
la llamaba una virtud general, porque abarca todos los actos de las virtudes.
En esta misma perspectiva hay que entender este "dar el derecho a cada uno".
El derecho es lo que Dios quiere para el hombre. ¿A qué cosa el hombre tiene
derecho? A lo que Dios ha querido para él. Al hombre le es debido lo que
Dios quiere que el hombre sea y el hombre tenga. ¿Qué se le debe al hombre?
El ser hombre. Ser hijo de Dios. Se le debe el perdón de los pecados, ser
santo, ser culto, estar unido a los demás, relacionarse con las cosas en santidad
y justicia. El ser una sociedad con los demás.
Le es debido también el uso de las cosas materiales para su realización como
hombre. Por tanto, dar a los demás lo que es necesario para ser hombre, ése es
el objeto de la justicia. Dar a los demás lo que los demás necesitan para ser
hombres. El hombre, dice el Papa Juan PabloII, en la plena verdad de su
existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social, este
hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento
de su misión. El es el camino primero y fundamental de la Iglesia. Camino
trazado por Cristo mismo. Vía inmutable que conduce a través del misterio de
la encarnación y de la redención.
Yo diría que uno de los criterios importantes para saber cuánto estamos llenos
del Espíritu es cuánto amamos al hombre al que el Padre ama, qué tanto
entregamos y disponemos libremente de nuestra vida para construir al hombre
al que el Padre le ha entregado a su propio Hijo.
¿En qué consiste el bien del hombre? El bien del hombre está en su dignidad.
Y la dignidad del hombre es Jesús. Sólo en Jesús se puede entender
completamente la dignidad del hombre, nos dijo el Concilio Vaticano II.
Jesús, que es imagen del Dios invisible, es también el hombre perfecto, el que
ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina perdida por el
pecado. En él la naturaleza humana, asumida, no absorbida, ha sido elevada a
dignidad sin igual. El Hijo de Dios en su encarnación se ha unido en cierto
modo con todo hombre, trabajó con sus manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, amó con corazón de hombre, nació de la Virgen
María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a
nosotros menos en el pecado. Justicia, por lo tanto, va a ser construir esa
dignidad humana.
Por eso hay que poner bien en claro que en cada caso, mediante un
discernimiento hecho con los sentimientos de Cristo Jesús, sintiendo como
Cristo, si lo que vive el hombre lo acerca más al modelo que tiene en Cristo
Jesús, si lo hace más consciente, más responsable, más libre, más unido a los
demás hombres. Si lo hace crecer en el amor y en respeto a los demás
hombres y a los demás pueblos, si lo une de manera orgánica en la sociedad y
en el Cuerpo de Cristo. Esta pregunta es clave corno punto de discernimiento
para nuestra propia vida y para la vida de los demás.
Justicia también significará oponerse a todo lo que daña a esa dignidad, a toda
esa falsedad con la que se pretende hacer vivir al hombre, a todos los modos y
formas de vida que destruyen la dignidad humana. Con mucha lealtad hemos
de ver en nuestra propia existencia si seguimos los modos y formas de vida
que construyen la dignidad humana)a de Cristo en nuestra vida o si seguimos
otras. También a la luz de esta reflexión se tendrá que revisar lo que algunos
hacen como acción social. Sólo lo que construye al hombre, lo que le hace
consciente, responsable y libre, sólo lo que construye en él el amor, sólo lo
que lo organiza dentro de la sociedad, sólo eso construye la dignidad humana;
lo demás, aunque se llame acción social, no merece tal nombre: es una manera
de destruir el hombre.
ASUMIR NO ABSORBER
EL DERECHO DE PROPIEDAD
Por eso, una de las tareas fundamentales del hombre redimido es devolverle al
derecho de propiedad su auténtico sentido. Siendo las cosas bienes para el
provecho de todos los hombres, los hombres pueden poseerlas en propiedad
privada o colectiva -sólo con el fin de asegurar a las cosas el fin impuesto por
Dios-. Esto es muy importante. Toda la teología, la filosofía y la doctrina
social de la Iglesia hablan en este sentido, y es así corno justificamos la
propiedad privada. No la justificamos con el sentido liberalista que hemos
encontrado últimamente en todas nuestras legislaciones.
Si alguien es propietario de algo, sólo lo es para asegurar que esas cosas que
son suyas alcancen el fin que Dios les ha puesto. Y si no se es capaz de
asegurarles a esas cosas este sentido, esa persona no tiene capacidad para ser
responsable de esos bienes.
Una de las pruebas de que nuestra vida está llena del Espíritu Santo no es
precisamente la renuncia a la propiedad privada, sino el ejercicio del derecho
de propiedad. Y aquí tendrá que entrar en juego una imaginación guiada por
Dios y el conocimiento de las técnicas financieras para poner al servicio del
desarrollo de los demás hombres la posesión de los bienes de nuestras
personas y de nuestros grupos, de manera que nuestras posesiones sirvan para
que esas cosas obtengan el fin que Dios les ha querido dar. Dios quiere que
con ellas construyamos hombres, hijos de Dios, donde la imagen de Cristo
Jesús aparezca más clara.
LA SOLIDARIDAD
EL COMPROMISO DE LA R.C.
INTERIORIZACIÓN Y
PROFUNDIZACIÓN
Así como El es el que nos hace sentir en el Hijo, hijos amados del Padre y
despierta en nosotros la verdadera adoración y alabanza, por lo que clamamos
en el Espíritu o El clama en nosotros (Rm 8, 15. 26; Ga 4, 6), de la misma
manera nos llevará a interiorizar sabrosamente la oración litúrgica, la Palabra
que celebramos, los sacramentos, la Ley.
Este conocimiento íntimo, que fue la sabiduría de los santos, formado de una
fe penetrante por el amor, es lo que nos puede adentrar en la profundidad del
"amor de Cristo, que excede todo conocimiento" (Ef 3, 19), pues el Espíritu
desea ardientemente (St 4, 5) llevarnos "hasta la total Plenitud de Dios" (Ef 3,
19). Así nunca se cae en la rutina ni se acostumbra uno a la celebración.
¿Qué es la liturgia?
Jesús dijo que allí donde haya dos o tres reunidos en su nombre, allí está él
(cf. Mt. 18, 20). El creyente tiene experiencia de esta presencia de Cristo en
medio de los hermanos y, de un modo especial, en las asambleas del grupo o
comunidad. Pero hay algunos encuentros en que esta presencia de Cristo
reviste unas características muy determinadas y, por lo tanto, también la
expresión de la realidad de la Iglesia. En una reunión de oración encontramos
a Cristo presente, pero su presencia es distinta en una asamblea eucarística:
una reunión de oración es algo importante en la vida de la comunidad, pero la
asamblea eucarística es su centro. En este grupo reunido en Eucaristía está de
un modo especial presente toda la Iglesia. Lo mismo podemos decir de otro
tipo de encuentros: si un hermano intercede por mí, encuentro a Cristo
presente: pero si este encuentro con un hermano es con uno que tiene el
ministerio sacerdotal y me perdona los pecados, la presencia de Cristo y la
realidad de la Iglesia reviste unas características diversas.
Importancia
El Concilio Vaticano II ha escrito una página muy acertada sobre la liturgia,
que puede ayudarnos a tomar conciencia de su importancia. Dice así: "La
liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo
tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos
se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos
se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y
coman la cena del Señor.
"Por su parte, la liturgia impulsa a los fieles a que, saciados con los
sacramentos pascuales, sean concordes en la piedad; ruega a Dios que
conserven en su vida lo que recibieron en la fe, y la renovación de la alianza
del Señor con los hombres en la Eucaristía, enciende y arrastra a fieles a la
apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la
Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con
la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella
glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su
fin" (SC 10).
Y así este cuerpo de Cristo, formado por el Espíritu Santo y dador del mismo
Espíritu, hace que la liturgia sea también obra del Espíritu y efusión del
mismo Espíritu.
Características
b) La manifestación de la Iglesia.
La liturgia es el momento pleno de la manifestación de la Iglesia, es su fuente
y su cú1men. De ahí que la liturgia sea siempre:
- comunitaria: no se trata nunca de una oración particular, sino de una oración
común.
- eclesial: no se trata de la oración de un grupito o de una sola comunidad,
sino de la oración de toda la iglesia.
Del mismo modo que en la Anunciación Jesús fue concebido por obra del
Espíritu Santo en María, y en Pentecostés nació la Iglesia por obra del Espíritu
Santo con María, así también actualmente el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia
se forma, se reúne, se purifica, se alimenta por obra del Espíritu Santo.
Importancia de la comunidad
El ritual puede ser comparado al libreto de una ópera: sólo cuando éste va
acompañado de la música nos encontramos verdaderamente ante una vivencia.
Leer el libreto, aunque sean sin omitir ni añadir nada, no es celebrar la
liturgia. Sólo cuando la liturgia es expresión de una comunidad movida por el
Espíritu nos encontramos con una verdadera liturgia según la mente del
Concilio Vaticano II. No basta la fidelidad al rito, se necesitan hombres
renovados, comunidades renovadas para tener una liturgia renovada.
Algunas deformaciones
Las asambleas cristianas no son producto del esfuerzo humano, sino del
Espíritu de Dios que actúa en el corazón de los fieles y los llama a la reunión,
como una campana interior que los convoca a las horas del culto. Es Dios
quien convoca a su pueblo. Como hemos visto anteriormente, es Yahvé, es el
Señor quien tiene la iniciativa a la hora de la convocación. La asamblea es un
don gratuito de Dios a los hombres que, de otra forma, permanecerían
dispersos como ovejas sin pastor.
Hay un paralelismo claro entre los elementos que se daban en las asambleas
del Señor en el A.T. y los elementos de la asamblea cristiana. En efecto, se da
una convocación hecha por el mismo Dios; una presencia del Señor a través
de los diferentes signos (Cons. Lit. n. 7); la proclamación de la Palabra de
Dios; y el sacrificio de la Nueva Alianza, si se trata de asambleas eucarísticas,
o bien un rito sacramental, que siempre tiene relación con la Eucaristía, o una
oración del pueblo, que expresa el sacrificio espiritual de los cristianos.
El Señor mismo se hace presente allí donde dos o más están reunidos en su
nombre (Mt 18,20). Los Padres de la Iglesia, sobre todo San Juan Crisóstomo,
aplican estas palabras de Jesús particularmente a la asamblea litúrgica, para
afirmar que implica una presencia del Señor. La presencia de Cristo en medio
de sus discípulos es una realidad fundamental de la fe, sobre todo cuando
éstos se reúnen para orar en su nombre. De no ser así, aunque la oración se
dirigiera a Dios, perdería su valor propiamente cristiano, ya que en la oración
de los cristianos es Cristo mismo quien ora al Padre, y en su presencia está
prometida cuando dos o más se reúnen en su nombre. El Espíritu del Señor, es
decir, el Señor mismo en persona, está en medio de ellos orando,
intercediendo o alabando al Padre. Por esta razón, los creyentes desde siempre
lo llaman y reclaman su presencia con fórmulas tan expresivas como el
"maranatha" (Ven, Señor Jesús) u otras semejantes. También por este motivo
se reúnen formando asamblea, indicando incluso de una forma sensible que
están unidos por el Espíritu del Señor, que son uno en Cristo, que El está en
medio de ellos. Esto lo hacen formando un círculo, a coros alternos, uniendo
las manos, etc. Todo es signo de la unidad y presencia del Señor.
En Jesús han hallado su "Sí" todas las promesas hechas por Dios "y por eso
decimos por El 'Amén' a la gloria de Dios" (2 Co l. 20). El es el "Amén", el
Testigo fiel y veraz" (Ap 3,14).
Sí, "la Promesa" (Hch 2, 39; Ga 3, 22), es "el Espíritu Santo prometido" (Hch
2,33; Ga 3, l4; Ef 1,13). La esencia da la Nueva Alianza es el don del Espíritu.
"La Ley Nueva es esencialmente la gracia del Espíritu Santo dada a los
cristianos" (1). El Nuevo Testamento se caracteriza ante todo por el hecho de
que el régimen de la Ley ha cedido su puesto al régimen del Espíritu.
"Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de
Dios, allí está la Iglesia y toda Gracia", afirma S. Ireneo (4).
Por otra parte, Jesús es el gran Sacramento del encuentro del hombre con
Dios, el Sacramento Primordial de Dios, es decir, el mayor signo que ha
aparecido en el mundo de una realidad sagrada, que salva y santifica a los
hombres. Es Sacramento de Dios porque su humanidad contiene la presencia
personal de la divinidad.
La Iglesia es la prolongación de Cristo y se configura, a su vez, como el
Sacramento Universal de salvación. Como Cristo fue Sacramento Primordial
de Dios Salvador, la Iglesia es el Sacramento de Cristo y "Sacramento
Universal de salvación". "Del costado de Cristo dormido en la Cruz nació el
Sacramento universal de la Iglesia entera" (5).
"Todos los actos litúrgicos tienen lugar de facto "en" el Espíritu Santo,
piénsenlo o no los participantes. En realidad se trata de hacer conscientes a
todos los que participan en la Liturgia de esta acción del Espíritu de Cristo"
(6).
"En la Liturgia la virtud del Espíritu Santo actúa sobre nosotros por medio de
los signos sacramentales" (7).
Los siete sacramentos, "en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (8) y
en los que llegamos al encuentro con el Señor, "son signos del amor celestial y
signos de la gloria del Señor... signos del amor de Cristo, que tomó el amor de
Dios en su propio amor y nos lo regaló otra vez en el Espíritu Santo. El envío
del Espíritu Santo... desarrolla siempre de nuevo su dinámica salvadora en los
sacramentos" (9).
Se pueden dar dos razones que explican esta incomprensión ante los
sacramentos:
Si sólo por la acción del Espíritu Santo, cuando lo dejamos que abra nuestras
inteligencias, podemos penetrar en la Palabra de Dios como realidad
salvadora, de la misma manera sólo por el Espíritu podremos tener acceso a la
realidad sagrada de los sacramentos. Es una fe que siempre se ha de procurar
y activar todo lo posible.
"Si los Sacramentos fueron predicados como puros medios para mejorar
moralmente, no sólo se trastornaría su sentido, sino que además se harían poco
dignos de fe cuando faltara ese mejoramiento ético" (13).
"Los sacramentos son, ante todo, un himno de alabanza a Dios, que la Iglesia,
comunidad de creyentes en Cristo, ofrece al Padre: son liturgia y culto. Pero al
glorificar el hombre a Dios y someterse a Él logra participar de su gloria, no
se salva de otra forma. En los sacramentos Cristo santifica al hombre
incorporándolo a la glorificación que El hizo del Padre y que sigue haciendo
sin cesar en la liturgia celestial. La santificación sacramental, según eso,
ocurre en un acto de adoración a Dios. El hombre logra su salvación y salud
en los sacramentos por cuanto se instaura en él el reino de Dios" (14).
La iniciación cristiana era ante todo entrada en la luz y en la vida de Dios. Era
iluminación no sólo de la inteligencia, sino también de los corazones,
iluminación interior. Se trataba de entrar en contacto con el Cristo resucitado,
con su Santo Espíritu. Por eso esos tres sacramentos gravitan sobre el Espíritu
Santo y están penetrados de su acción.
En el mármol del baptisterio de San Juan de Letrán, que data del siglo V, se
halla esculpida esta bella inscripción:
"La Iglesia concibe virginalmente a sus hijos en el Espíritu Santo y los
engendra en el agua. Si quieres ser inocente purifícate en este baño, tanto si
pesa sobre ti el pecado original como los pecados personales. Es esta la fuente
de vida que limpia a todo el universo y que arranca de las heridas de Cristo.
Esperad el reino de los cielos los que habéis renacido en esta fuente".
LA CONFIRMACION
Pero, ¿cuál fue el don que recibieron los apóstoles? En ellos se realizó una
doble transformación: 1) El Espíritu Santo hizo luminosas las palabras de
Jesús, haciéndoles entrar en contacto experiencial con el Cristo resucitado; 2)
Les impulsó a ser testigos de Cristo y a proclamar la Buena Nueva.
Para que todo eso sea posible este sacramento también nos introduce más
íntimamente en la vida del Espíritu y en la comunidad de amor que desde el
seno de la Trinidad se irradia a la comunidad cristiana en la que el Espíritu
Santo da testimonio del poder del Padre y de la presencia del Resucitado.
LA EUCARISTIA
"Los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras
de apostolado están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se
ordenan. Y es que en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual
de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne
que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo...
Por lo cual la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la
predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son, poco a poco,
introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el
sagrado Bautismo y la Confirmación, se insertan, por la recepción de la
Eucaristía, plenamente en el Cuerpo de Cristo (I8).
Si por obra del Espíritu Santo tomó el Verbo de Dios carne en las entrañas de
la Virgen María, también ahora es el mismo Espíritu el que santifica los dones
de la Iglesia y hace presente el Cuerpo y la Sangre del Cristo resucitado hecho
espíritu vivificante.
Santificar las ofrendas y santificar la comunidad que celebra son dos acciones
que se corresponden. El alimento consagrado por el Espíritu convertido en el
Cuerpo de Cristo, hace a su vez de los fieles el Cuerpo de Cristo, que vive de
su Espíritu, enriquecido con diversidad de dones, carismas y ministerios.
Por otra parte, la asamblea que pide formar "en Cristo un solo cuerpo y un
solo espíritu" hace memoria de su “pasión salvadora", "de su admirable
Resurrección y Ascensión al cielo" (anámnesis) y con El y en El presenta al
Padre, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria (doxología).
La imagen del Espíritu Santo se ilumina en la Eucaristía a través de la
epíclesis, de la anámnesis y de las doxologías. Por los demás, estas tres fases
de la celebración eucarística parecen evocar el misterio de la Trinidad.
LA PENITENCIA
El Espíritu actúa tanto para el perdón del pecado como para la curación.
ORDEN SAGRADO
O SACERDOCIO MINISTERIAL
Los obispos, "elegidos para apacentar la grey del Señor, son los ministros de
Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios (cf. 1 Co 4, 1), a quienes
está encomendado el testimonio del Evangelio de la gracia de Dios (cf. Rm
15, 16; Hch 20, 24) y la gloriosa administración del Espíritu y de la justicia (cf
2Co 3, 8-9). Para realizar estos oficios tan excelsos, los Apóstoles fueron
enriquecidos por Cristo con una efusión especial del Espíritu Santo, que
descendió sobre ellos (cf Hch 1, 8; 2, 4; Jn 20, 22-23), y ellos, a su vez, por la
imposición de las manos, transmitieron a sus colaboradores este don espiritual
(cf. 1Tm 4, 14; 2Tm 1, 6-7), que ha llegado hasta nosotros en la consagración
episcopal" (31).
Por tanto, los obispos no enseñan, santifican o rigen en nombre propio, ni
tampoco por sus cualidades personales o por su santidad personal. Es el
Espíritu Santo el que, por la consagración episcopal que recibieron, actúa en
ellos para conducir al Pueblo de Dios.
Los esposos son el símbolo del amor de Cristo a la Iglesia, su esposa, a la que
está unido en alianza eterna de amor. Y el Espíritu Santo, que es el mismo que
une a Cristo con su Iglesia, es el que funda y fortalece la nueva comunidad
familiar. El es el iniciador y santificador de toda comunidad sobrenatural en la
que se hace presente Cristo Jesús.
NOTAS.
(1) S. TOMAS DE AQUINO. S. Theol 2-2, q. 106, a. 1 y 2
(2) OSCAL CULLMAN, Christ et le temps, Delachaux et Niestlé, Suiza,
1966, p. 160
(3) V. ALLMEN, Vocabulario bíblico, Marova, Madrid 1968, p. 110.
(4) SAN IRENEO, Adv. Haer. III, 38,1
(5) Vat. II, LG 48
(6) H. MUHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia, Secretariado Trinitario,
Salamanca, 1974, p. 715
(7) Vat. II, LG 50
(8) Vat. II, SC 6
(9) M. SCHMAUS, Teología Dogmática, VI, Los Sacramentos, Rialp, Madrid
1961, p.50
(10) Cardenal LJ. SUENENS, Ecumenismo y Renovación Carismática, Ed.
Roma, Barcelona 1979, p. 63
(11) M. SCHMAUS. ib., p. 24
(12) A. WINKLHOFFER. La Iglesia en los sacramentos, Fax, Madrid 1971,
p. 29-30
(13) M. SCHMAUS, ib., p. 52
(14) M. SCHMAUS. ib., p. 51-52
(15) Vat. II, SC 59
(16) SAN IRENEO, ib. III, 24,1
(17) Constit. Divinae Consortium
(18) Vat. II, PO 5
(19) Vat II, DV 21
(20) S. VERGES, Imagen del Espíritu de Jesús, Secretariado Trinitario,
Salamanca 1977, p 242.
(21) SAN AGUSTIN, Com. in Jn. Ev., 26, 13
(22) Ritual de la Penitencia, n. 1
(23) R. GUARDINI, El Espíritu del Dios viviente, Ed. Paulinas, Bogotá 1976,
p. 36 ss.
(24) Ritual de la Unción de enfermos, n.65
(25) Ib. n. 6
(26) Ib., n. 6
(27) Ib., n. 47
(28) Vat. II, GS 48
(29) Vat. II, LG 28
(30) Ib., 21
(31) Ib., 21
(32) Vat. II, PO 2
(33) Vat. II, LG 29
(34) Ritual del matrimonio, n. 5
(35) SPIRITO RINAUDO, La Liturgia Epifania dello Spirito, Leumann,
Torino 1980, p. 33
LOS DISTINTOS MINISTERIOS EN
LA ASAMBLEA EUCARÍSTICA
Por Rodolfo Puigdollers
Realizar esta ofrenda del Cuerpo de Cristo en acción de gracias es, al mismo
tiempo, ofrecerse a sí mismos al Padre junto con Cristo. De este modo, en la
asamblea eucarística llega a su culminación la consagración del discípulo,
según la exhortación de S. Pablo: "Os exhorto, hermanos, a presentaros como
hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable" (Rm
12,1). Esta ofrenda del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, se hace palpable si
existe un verdadero amor entre los hermanos, un fuerte sentido de comunidad,
sin protagonismos, sin divisiones, con orden.
El ministerio de música
Los lectores
Este servicio de los lectores es una función propia, por lo que no deben ser
sustituidos por un sacerdote. Al mismo tiempo, se trata de un servicio que
debe impregnar la vida del que lo realiza. Se ha de preparar con la oración, de
forma que lea la Palabra de Dios con una unción tal que la haga comprensible
a todos.
El salmista
El comentarista o monitor
Encargados de la colecta
Los encargados de la colecta ayudan a la asamblea a compartir los bienes y a
manifestar el amor fraterno. Es importante que realicen su ministerio en el
momento oportuno con rapidez, alegría y discreción.
Encargados de la ofrenda
Ministerio de discernimiento
En las asambleas numerosas puede ser muy conveniente que existan algunas
personas encargadas de discernir durante la misma asamblea algunos puntos
concretos que hayan podido surgir. Concretamente este ministerio es muy
conveniente de cara a discernir alguna palabra profética. La persona que
quiera expresar una palabra profética puede ponerla por escrito y pasarla a
este ministerio, para que se pueda discernir sobre su contenido y sobre su
oportunidad.
Ministerio de intercesión
Otros ministerios
El sacerdote
Laudes
Es la oración de la mañana.
La mañana es el tiempo de la misericordia, manifiesta en el regalo de la vida,
cuando la naturaleza despierta.
Los Laudes consagran a Dios el día que comienza con la alabanza, la acción
de gracias y petición para servirle fielmente.
Vísperas
Es la hora del "sacrificio de la tarde" (Sal 140,2), del recuerdo de la Cena del
Señor, del poder de las tinieblas (Lc 22. 53) mientras el sol se había ocultado
(Lc 23, 44). Es el momento de recapitular nuestro día en la acción de gracias y
dirigir la mirada a la Gloria que esperamos. Se canta el "Magníficat", canto de
las promesas cumplidas. El Espíritu ha fecundado nuestra tierra...
LAUDES
Invocación introductoria
Que nos sitúa ya en el plano de la gratuidad. Para alabar es Dios mismo quien
ha de abrir nuestra boca.
Salmo Invitatorio
Es exclusivo de Laudes como primera oración del día. Como indica su
nombre es una "invitación" a la alabanza que una persona sola dirige a toda la
asamblea.
Himno
Es una composición poética para ser cantada. Su finalidad es ambientarnos en
la alabanza y conviene que sea gozoso, brillante. Si no se canta se suprime.
Plegaria sálmica
Antífonas tomadas generalmente del mismo salmo que introducen, dan el
matiz del tiempo litúrgico o de la fiesta que se celebra.
Lectura breve
Está tomada de la Biblia, pero nunca de los Evangelios.
Por su brevedad se presta a ser retenida y a profundizar su mensaje.
Silencio.
Responsorio.
Cántico Evangélico
Se proclama en pie, como el Evangelio de la Misa.
"Benedictus"
Con él nos llenamos del Sol que nace de lo alto, mientras la aurora trae el
recuerdo
de la Resurrección
Padrenuestro.
Oración conclusiva.
Bendición.
VISPERAS
Invocación introductoria
Que nos sitúa ya en el plano de la gratuidad. Para alabar es Dios mismo quien
ha de abrir nuestra boca.
Himno
Es una composición poética para ser cantada. Su finalidad es ambientarnos en
la alabanza y conviene que sea gozoso, brillante. Si no se canta se suprime.
Plegaria sálmica.
Antífonas tomadas generalmente del mismo salmo que introducen, dan el
matiz del tiempo litúrgico o de la fiesta que se celebra.
Salmo
Salmo de alabanza
Cántico del Nuevo Testamento de aire festivo, salvador.
Lectura breve
Está tomada de la Biblia, pero nunca de los Evangelios.
Por su brevedad se presta a ser retenida y a profundizar su mensaje.
Silencio.
Responsorio.
Cántico Evangélico
Se proclama en pie, como el Evangelio de la Misa.
Magníficat.
Canto profético de las promesas cumplidas.
Padrenuestro.
Oración conclusiva.
Bendición
Jesús, el Señor, nos mandó orar en su nombre (Jn 14, 13; 15, 16; 16, 23)
porque El mismo vive siempre ante el Padre intercediendo por nosotros (Cf
Hbs 7, 25) y “... la unidad de la iglesia orante se realiza por el Espíritu Santo
que es el mismo en Cristo, en la totalidad de la Iglesia y en cada uno de los
bautizados. No puede darse, pues, oración cristiana sin la acción del Espíritu
Santo, el cual, realizando la unidad de la Iglesia, nos lleva al Padre por medio
del Hijo" (Ordenación General de la Liturgia de las Horas, n. 8).
Cuando puntual al tiempo del Espíritu se celebra siete veces al día, en ella
están representados e incluidos todos los hombres. Mientras unos descansan y
otros trabajan, la oración desinteresada de los contemplativos, que posee en sí
misma valor apostólico, les alcanza en todos sus afanes. “... los que toman
parte en la Liturgia de las Horas contribuyen de un modo misterioso y
profundo al crecimiento del Pueblo de Dios" (OGHL, 18).
- Reunión de creyentes.
El Espíritu convoca en el anuncio de la Palabra, en el sacrificio de la
Eucaristía, en la presencia actual del Señor que nosotros comulgamos como
"iglesia". Reunión de creyentes como un solo corazón y un alma sola por el
amor que el Espíritu ha derramado entre nosotros. "No es el día de todo el
mundo sino de los que han muerto al pecado y viven para Dios" (S. Atanasio).
- El envío.
La celebración dominical contiene el "envío" de Pentecostés.
En la Eucaristía se reconoce el “acontecimiento" de la Resurrección y el fruto
es dar testimonio de él. Santificación de los creyentes, signo del mundo
futuro, presencia del que es Luz del mundo... son realidades luminosas como
una ciudad edificada sobre un monte.
Este dato histórico nos alecciona ante el hecho de que poco a poco el
calendario oficial se va separando del litúrgico. El que una fiesta litúrgica sea
día laborable no debería obstar para su celebración en asamblea de fe, aunque
requiera un esfuerzo y adaptación a las posibilidades reales.
Las celebraciones litúrgicas, por el Espíritu, tocan siempre eternidad del Señor
y el futuro de su retorno, la Iglesia avanza como una novia al encuentro de su
Señor. Es el tiempo del Espíritu.
Todo esto, al mismo tiempo que pone de manifiesto la presencia y acción del
pecado dentro y fuera de nosotros mismos, nos hace sentir la necesidad de
salvación día tras día, y de recurrir incesantemente a la oración para
revestirnos "de las armas de Dios" y fortalecernos "en el Señor y en la fuerza
de su poder" (Ef 6, 11).
La Palabra de Dios nos enseña profusamente lo mucho que hay que pasar y
sufrir para llegar a la maduración de la fe, del amor y de la esperanza. De
forma equivalente a lo que ocurrió en el Señor, que tuvo que "sufrir mucho y
ser reprobado" (Me 8, 31), su discípulo ha de seguir siempre los mismos
pasos.
LÍDERES Y COMUNIDADES
Por Kevin Ranaghan
INTRODUCCIÓN
Estas diferencias, que son por supuesto muy explicables, conducen a legítimas
diferencias en el liderazgo y en los elementos de la vida comunitaria. Soy muy
consciente de que enfoco este tema como norteamericano y desde la
perspectiva de mi experiencia cristiana dentro de mi propia cultura. Por un
lado, no temo ser diferente de los demás, y me complace que los demás sean
diferentes de mí. Por otro lado, el objetivo que me propongo en esta
conferencia es, dejando a un lado lo que es diferente, abordar los elementos
más esenciales del liderazgo y de la comunidad que se puedan aplicar a los
católicos de todo el mundo.
Nada sucedió durante un largo tiempo. Después ocurrió algo. Dos hermanos
dieron un paso hacia adelante, pienso que guiados por el Señor, y dijeron:
"Dios nos ha llamado y nos ha dotado para formar una comunidad, para hacer
lo que muchos sentimos que Dios nos llama a hacer de verdad. Juntos
vayamos hacia adelante". Ellos guiaron y los demás siguieron: y en cosa de
tres o cuatro meses habíamos pasado de ser individuos desconectados a ser un
cuerpo unido, una gran familia de veintinueve adultos y muchos niños.
Fuimos movidos por la gracia a hacer este compromiso: ser hermanos y
hermanas unos para con los otros durante las veinticuatro horas del día,
pertenecer siempre unos a otros, cuidar siempre los unos de los otros y de los
niños de los demás como cuidábamos de nosotros mismos y de la propia
familia; nuestro tiempo, talentos, recursos y dinero pertenecerían al grupo,
oraríamos juntos; para nuestras relaciones personales básicas contaríamos
unos con los otros, buscaríamos juntos al Señor y juntos le seguiríamos en
nuestra vida común y también en nuestro ministerio.
Por otra parte parece que las comunidades son más fuertes, están más unidas,
y tienen más éxito que otros grupos de renovación, y con frecuencia lo son. En
muchos países la mayor parte de los Servicios de la RCC han salido de
comunidades, y las comunidades son como el lugar donde uno
verdaderamente se encuentra "en el centro de la acción".
Al mismo tiempo las comunidades tienen sus fallos, y los miembros que las
forman sus pecados. Se ha acusado a las comunidades de elitismo, de pensar y
actuar como si fueran mejores que los demás carismáticos, y se las ha
presentado como cerradas al resto de la Iglesia, prósperas y satisfechas de sí,
como si se bastaran a sí mismas, sin proyectarse hacia afuera. A veces estas
acusaciones son verdaderas, y allí donde lo sean los responsables deben
arrepentirse y cambiar. Con frecuencia las acusaciones no tienen fundamento,
y son fruto de la confusión y frustración, incluso de la envidia y de la
maledicencia, y en algunos casos pienso que derivan de verdadera malicia.
He de indicar que tanto la RCC como las comunidades que de ella han surgido
son muy jóvenes. Quince años es un tiempo muy corto en toda la historia de la
Iglesia. No debe sorprendemos el que experimentemos dolores de crecimiento
y tensiones entre la Renovación y la Iglesia, o entre comunidades y la
Renovación en su conjunto.
Los que sólo están en la Renovación general deben estimar las cosas
adicionales que Dios está haciendo en las comunidades y a través de ellas: la
profundidad de amor fraternal, la unidad de mente y corazón, la fuerza que
deriva del compartir totalmente la vida, los talentos naturales, los dones
espirituales y los recursos materiales; el poder que da la unidad para ejercer el
ministerio de manera efectiva en la misión a nivel local, nacional y por todo el
mundo.
En suma, necesitamos dejar a Dios ser Dios, acoger y respetar las diferentes
obras del Señor y el desarrollo de su gracia y de su plan en el momento
oportuno. Debemos alegrarnos de ser lo que somos, de estar donde estamos,
haciendo lo que debemos hacer, con tal que estemos en la llamada y voluntad
de Dios. Como líderes de la RCC y de sus comunidades, tenemos la
responsabilidad de inculcar a todos nuestros hermanos este respeto mutuo en
el Señor.
En Hechos 2, 42 leemos:
"Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderó de todos, pues los
apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían
unidos y tenían todo en común: vendían sus posesiones y sus bienes, y
repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al
templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el
pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.
Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor
agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 2, 42-
47). Se puede comparar este pasaje con Hch 4, 32-37.
Pienso que Hch 2,42 describe un servicio de culto o una liturgia. Y esto
porque la frase acudían asiduamente significa que participaban en un servicio
ordinario de culto. Este culto primitivo constaba de la enseñanza de los
apóstoles, de la comida en común (koinonía), de la fracción del pan
(tecnicismo cristiano que significaba la eucaristía) y de las oraciones.
El resto de los pasajes nos ofrece más luz sobre aquella vida de comunidad.
Oraban no sólo en el culto y en la comida común, sino que diariamente
acudían juntos al templo. Al ir al templo tenían gran oportunidad para la
predicación y los milagros de los apóstoles. Es importante advertir que en
aquel entonces el templo no sólo era el lugar del sacrificio de la antigua ley,
sino también la sinagoga central de Jerusalén: el lugar de la oración de la
mañana y de la tarde, de la que eran devotos todos los judíos piadosos. Como
en otros lugares, la comunidad primitiva siguió participando en la oración de
la mañana y de la tarde que se tenía en la sinagoga. Estos momentos de
oración permanecieron como parte de la vida cristiana después de la
separación del judaísmo, y se convirtieron en las horas principales del Oficio
Divino: la oración de la mañana (laudes) y la oración de la tarde (vísperas).
4) Esta koinonía debe estar informada por la enseñanza de los apóstoles. Esto,
desde luego, significa la Escritura, pero también la enseñanza apostólica que
nos llega por la tradición sagrada, por la auténtica interpretación que nos
ofrece el magisterio de la Iglesia. De manera especial, en estos tiempos de
renovación, nuestras comunidades deben atenerse a la enseñanza del Santo
Padre para hallar la auténtica interpretación del Vaticano II (pues en nombre
del Vaticano II se han dicho, se han propuesto y se han realizado tantas cosas,
.. ), y hemos de considerar la doctrina del Santo Padre para encontrar la
auténtica "palabra actual" del Espíritu Santo. En particular, siento que el
Señor quiere que prestemos atención a lo siguiente: a la enseñanza social de
los papas, a la Humanae vitae, así como a la doctrina vigente sobre la
sexualidad, el control de nacimientos y el aborto; a la Catechesi tradendae,
para la difícil acción de una educación religiosa ortodoxa; a la Redemptor
hominis, para el desarrollo de una antropología cristiana adecuada y de una
humanidad plenamente cristiana, y para el compromiso dialogal con la
sociedad moderna.
Estas recomendaciones ofrecen una agenda muy exigente para los líderes de
las comunidades carismáticas. Reclaman gran sabiduría, solicitud y esfuerzo
en el desarrollo de comunidades católicas. Y todavía son más exigentes para
los líderes católicos que se encuentran en comunidades carismáticas
ecuménicas. Como sabéis, muchas de las grandes y famosas comunidades de
alianza carismáticas son ecuménicas, Por esto, para cumplir estas
recomendaciones es muy importante el desarrollo de fraternidades católicas
dentro de las comunidades ecuménicas. En estos últimos años pasados en
comunidades ecuménicas se han formado muchas de estas fraternidades con la
aprobación episcopal, y están respondiendo satisfactoriamente a estas
necesidades.
Veamos ahora la segunda frase e imagen del Nuevo Testamento: soma tou
Christou (el cuerpo de Cristo). El tiempo disponible exige que se trate este
punto muy brevemente. La frase aparece en 1 Cor 12, 27: "vosotros sois el
cuerpo de Cristo". Frases parecidas se encuentran en Rm 12, 5: "nosotros,
siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo", y en Efesios,
4, 12: "para edificación del cuerpo de Cristo”.
Todos estos pasajes resultan familiares para los líderes de la RCC, porque son
fuente de la enseñanza sobre la realidad de los dones espirituales, sobre la
importancia de que aquellos que tienen dones se relacionen entre sí y
dependan unos de otros como miembros de un solo cuerpo bajo una sola
cabeza que es Cristo. Esto es verdadero, de manera especial en 1 Co 12, donde
se subraya la acción del Espíritu Santo como origen de todos y cada uno de
los dones espirituales, y al mismo tiempo se habla de cierto orden entre los
dones y ministerios, de forma que se asegure la unidad necesaria para
conseguir un solo cuerpo bajo Cristo como cabeza.
Para los corintios, lo mismo que para las otras iglesias del Nuevo Testamento
que escuchaban a Pablo y los Evangelios, la noción de cuerpo de Cristo estaba
penetrada de la realidad y significado de la Eucaristía. No sólo eran iglesias
alimentadas con el cuerpo sacrificial del Señor, sino que ellas mismas tenían
que ser su cuerpo inmolado, la presencia continuadora de su actividad
redentora. La dimensión eucarística de la palabra cuerpo les decía lo que
tenían que ser, y a nosotros, líderes de comunidades, nos dice hoy lo que
tienen que ser nuestras comunidades.
Sí, tienen que estar hechas de muchos miembros. Sí, los miembros han de
estar unidos, organizados bajo aquellos que tienen dones y el servicio de
dirigir. Sí, los miembros deben evitar la carismanía y un excesivo
individualismo. Sí, han de trabajar juntos con una sola mente que deriva de la
única cabeza que es Jesús. Sí, tienen que estar animadas por el único Espíritu.
¿Para qué? Para ser el cuerpo de Cristo.
¿Qué clase de cuerpo es? ¿Es una comunidad auto suficiente, cerrada, estática,
satisfecha de sí misma en el Señor? De ninguna manera. Aquellos que se
concentran en la integridad del servicio mutuo en el cuerpo o en el poder de la
gracia redentora del cuerpo ofrecen a veces esta impresión equivocada. Se
superará el problema si entendemos que la comunidad, como cuerpo de
Cristo, es cuerpo eucarístico.
Esto quiere decir dos cosas: 1) que es un cuerpo, que celebra la plenitud de la
eucaristía, y sus miembros se alimentan de la eucaristía, y 2) que es un cuerpo
en el que Cristo sigue ofreciéndose al Padre por la redención del mundo. Es
una comunidad que está siempre en ascensión hacia el Padre y en
acercamiento a la sociedad contemporánea. Si una comunidad no permanece
constantemente consumiéndose y vaciándose en el sacrificio de alabanza que
Cristo ofrece al Padre y en el sacrificio en el que Cristo da la vida por el
mundo, entonces no es el cuerpo de Cristo. Yo sugiero que los líderes de las
comunidades carismáticas tomen muy en serio la frase cuerpo de Cristo
cuando dirigen culto y cuando han de orientar la misión de sus comunidades
hacia los perdidos y los pecadores, a los oprimidos y a los pobres, a lo nocivo
y al daño que hay en torno a ellas.
Ya dije antes que sin líderes no puede haber comunidad. Estos líderes deben
formar parte de la comunidad, siendo miembros del cuerpo y participando en
la comunión. Deben tener el mismo compromiso de vida para con la
comunidad que cualquier otro miembro. No deben ser de fuera, ni en el
sentido de estar "sobre" la comunidad, ni en el sentido de un "experto" o
"asesor" externo. Tienen que estar dentro, totalmente dentro, plenamente
comprometidos con todos los hermanos y hermanas. En muchas cosas deben
considerarse a sí mismos como miembros ordinarios de la comunidad.
Además de vivir en pleno amor y comunión con todos los miembros de la
comunidad, los líderes necesitan ser entre sí mismos hermanos y hermanas
que se aman y cuidan de manera especial unos de otros. Esta relación cerrada
de amor mutuo y comunión entre los líderes es esencial para su propio
crecimiento y protección, y de gran importancia como ejemplo que dar a todos
los miembros de la comunidad. Los líderes deben guiar amándose unos a otros
con el amor sacrificial de Cristo e implicando a toda la comunidad en este
amor.
Hay muchas y distintas formas de ser líder, así como diferentes funciones y
oficios de liderazgo dentro de las comunidades. Varían de comunidad a
comunidad, según su magnitud, su vida íntima y la misión que desempeñan.
Quién tiene que dirigir, es decir, servir, y de qué modo es algo que dependerá
de ciertos factores: de la santidad, piedad y carácter cristianos, de los talentos
y capacidades humanas, de la educación, de la llamada de Dios y de la
concesión de dones espirituales, del discernimiento de la comunidad.
Estos dos principios, que los líderes deben estar dentro y no fuera de la
comunidad, y que deben ser servidores y no señores, son esenciales para las
comunidades que surjan de la RCC, si tales comunidades han de sobrevivir a
su nacimiento, madurar como koinonía, y servir al plan de Dios como el
cuerpo sacrificial de Cristo en el mundo.
Anoche nos decía el P. Tom Forrest con mucha claridad que la gente ama los
frutos de la Renovación, pero que no ama la Renovación en sí. Yo creo haber
encontrado un símbolo en este pasaje de la vid. La vid es una imagen del
Pueblo de Dios, la Iglesia entre las naciones. La vid tiene una particularidad:
es que, si no da fruto, no sirve para nada. Otros árboles pueden dar sombra,
buen aroma, incluso madera para la construcción. Pero la vid, si no da fruto,
no sirve para nada. Nos gusta el fruto de la vid, pero no nos gusta su tronco, ni
formar parte de la savia porque esto es doloroso y es la aceptación de nuestra
limitación y debilidad.
Como nos decía ayer mismo el P. Forrest, poco a poco vamos descubriendo
nuestra debilidad, y esto es aceptar la vid para que dé fruto y aceptar también
que el poder viene de Dios.
Tenemos que convertimos cada vez más en aquello que somos, es decir,
hacernos pequeños, niños, amados del Padre, y, como consecuencia, vivir esta
relación constante con El.
Hay una tercera razón para estar en comunión con Dios, que creo es muy
importante y de la que no podemos escapar. Esta razón es la gratuidad del
amor de Dios.
Creo que ésta es una exigencia muy importante en nuestras vidas siempre tan
atareadas, en el mundo que nos rodea con tanta eficacia y tecnocracia.
Debemos procurar este silencio, introducirnos en el amor de Dios. Poco a
poco tenemos que procurar retirarnos a un lugar de silencio, como en un
Sabat, y estar delante de El en el silencio y la adoración.
Para ilustrar y recordar las razones por las que debemos estar unidos con
nuestro Dios hemos de buscar otra vez y volver al ejemplo de los santos. En
toda la historia del Pueblo de Dios, desde Abel hasta el santo que en estos
momentos nos rodea, todos, absolutamente todos, han estado constante y
profundamente unidos a Dios, pero de modo especial aquellos que fueron
llamados a ser pastores de su pueblo. Por ejemplo, Moisés con su experiencia
inicial, que nunca olvidó, del encuentro con Dios en la zarza. Habló y
conversó incesantemente con Dios, como un amigo habla con su amigo, para
poder enseñar, guiar, consolar y reprender a su pueblo. El rey David, también
pastor de su pueblo, tenía los ojos constantemente fijos en el Señor y la única
vez que apartó su mirada del Señor fue cuando pecó.
Todos los grandes santos que han renovado su tiempo, Benito, Francisco,
Domingo, Ignacio, Vicente de Paúl, estuvieron en constante relación, en
comunión, en oración con Dios. Y en torno a nosotros conocemos hombres y
mujeres, ocultos o célebres, cuya eficacia de acción estuvo ligada a su
profunda unión con el Señor.
Quisiera ahora dar algunos rasgos característicos de lo que es nuestra vida con
el Señor, después de haber recordado las tres razones fundamentales, que
podrían desarrollarse más ampliamente, y en las que se habrá reconocido el
carácter trinitario de Dios.
Para ilustrar este camino y mostrarles este gusto y amor por la vida con el
Señor voy a tomar un pasaje del libro del Éxodo. Lo leeré y después lo
comentaré:
"Entonces dijo Moisés: 'Déjame ver, por favor, tu gloria'. Él le contestó: 'Yo
haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre
de Yahvé, pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia a quien
tengo misericordia'. Y añadió: 'Pero mi rostro no podrás verlo; porque no
puede verme el hombre y seguir viviendo’. Luego dijo Yahvé: ‘Mira, hay un
lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña al pasar mi gloria, te pondré en
una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado.
Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se
puede ver" (Ex 33, 18-23).
Este encuentro, este diálogo de Dios con Moisés nos da los rasgos
fundamentales de toda la vida espiritual, de todo caminar con Dios.
Lo primero que tenemos es esta petición de Moisés: "Déjame ver, por favor,
tu gloria”.
Y esto lo hace solamente por gracia, pues "hago gracia a quien hago gracia ",
y para hacerla da a conocer el nombre de Yahvé. El nombre de Dios en hebreo
significa invocar, y equivale a llamar, deletrear y aún orar. El Señor
pronuncia, deletrea, como una madre que enseña al hijo su nombre, el misterio
de su ser. Lo pronuncia a la vez con fuerza y con vigor, con esa voz del Señor
que como nos dice en otro lugar del Éxodo se va ampliando.
Cuando se toca un instrumento de viento, como puede ser una flauta o una
trompeta, cuanto más tiempo se está tocando, tanto más se fatiga uno y se
acaba el aliento. Con el Señor ocurre todo lo contrario. Cuanto más nos
manifiesta su nombre y nos habla, lo hace con mayor amplitud y poder, y al
mismo tiempo con una gran dulzura y ternura. Él nos grita su nombre, y lo
deletrea para enseñarnos a balbucearlo y a conocerlo.
Hay otro elemento en este pasaje que es tan bello para nuestro encuentro con
el Señor y que lo hallamos a lo largo de toda la Escritura. Es una palabra muy
sencilla: El Señor pasa. El Señor tiene algo que es absolutamente inaccesible.
El siempre pasa, y con frecuencia, después de su paso, reconocemos que fue
El quien pasó. A un mismo tiempo se da la dimensión del todo trascendente
de nuestro Dios, del que no podemos hacernos una idea ni formarnos una
imagen, pues ni se le puede asir, ni creer que ya llegamos, pues siempre está
más y más allá, y al mismo tiempo se da también como una prueba, porque si
lo deseamos, si anhelamos conocerlo aún más, hay que dejarse llevar tras El.
Como dice el Cantar de los Cantares, "Llévame en pos de ti: ¡corramos!" (Ct
1,4).
Debemos aceptar esa ráfaga de aire que es el paso del Señor. En el Evangelio
se dice varias veces que "Jesús pasó”. Es algo que manifiesta su divinidad y
no solo su humanidad. El Señor pasa... debemos estar muy atentos para
reconocerlo y recibirlo. Es una pascua del Señor, un paso del Señor.
Quisiera subrayar otro aspecto de este encuentro con el Señor: tiene lugar en
la roca. Los Padres de la Iglesia, y de manera especial S. Gregario de Nisa,
identifican esa roca con Cristo, según la palabra de Pablo: "la Roca era Cristo"
(I Co 10,4).
Debemos tener nostalgia del encuentro con Dios que evoca este pasaje y en el
que vemos cómo no podemos aún ver su faz, sino aprenderla tan sólo por
indicios, por signos, en ese lenguaje secreto que sólo Él nos comunica. Tener
un gran deseo de conocer a Dios, y comprobar hasta qué punto este encuentro
con el Señor, tal como está en la Escritura, es a la vez fuerte y poderoso,
fugitivo e inasible, con aspectos de luz y de noche, y que tiene una dimensión
pascual: es verdaderamente un diálogo.
Nuestro querido Papa Juan Pablo II decía a los jóvenes de París a propósito
del misterio de Cristo que en Él se desarrolla continuamente un diálogo: la
conversación de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Él es la palabra
del diálogo incesante que se desarrolla en el Espíritu Santo, porque el Señor
dice su nombre, el nombre del Hijo único y muy amado, el nombre de Jesús,
en nuestros corazones.
A partir de este aspecto del diálogo podemos ir algo más lejos en este texto,
valiéndonos de cierta ambigüedad que hay en él, y que no siempre aparece en
las traducciones. El texto comienza con estas palabras: Él dijo. El pasaje no
nos manifiesta de quién se trata. Las traducciones dicen por lo general: Moisés
dijo, y, desde luego, éste es el sentido más directo, pero en el texto sólo
leemos: Él dijo. Para nuestra aproximación al misterio se puede comprender
que ese Él dijo se refiere a la persona que acaba de hablar (verso 31), ya que
no se repite su nombre, y sólo se lee "él”. La persona que acaba de hablar es
Dios. Por tanto, se puede entender que Dios dijo a Moisés: Hazme ver tu
gloria.
El Señor que pasa dice: "haré pasar sobre ti mi bondad, y pronunciaré sobre ti
mi nombre”. Es como el viento del Señor, aquel soplo que pasaba sobre Adán
en el momento de la creación (Gn 2, 7), el soplo de su amor y de su
misericordia. El Señor pasa siempre entre nosotros para posibilitar el que
entremos en relación de reciprocidad, de diálogo con El.
En la tercera y última parte quiero presentar algunos puntos que nos ayuden a
progresar en esta vida de unión con el Señor. Digo progresar porque ya sé que
todos habéis entrado, pero es necesario continuar y seguir más lejos.
Los puntos que voy a presentar son muy conocidos, sólo los recordaré. En
alguno me extenderé más.
1) El primer punto ya evocado es desear la faz del Señor, buscar sin cesar su
faz, la unión con El, y, como consecuencia, disponemos para ello, porque no
se le puede recibir sino como don de su gracia, y hay que aceptado con acción
de gracias.
Hace pocos días hemos celebrado la festividad de San Atanasio, el gran doctor
del misterio de Cristo, y en la oración de la misa decíamos: "Señor,
concédenos, en tu bondad, que, fortalecidos con su doctrina y protección, te
conozcamos y te amemos cada vez más plenamente".
5) Otro aspecto por el que debemos progresar en la vida con el Señor, y que es
absolutamente indispensable, al menos según la tradición católica y que el
Señor nos pide como católicos, es la presencia y la vida con María, la Madre
de Dios. Sin ese conocimiento, sin esa aceptación de María, como la Madre
que nos fue dada en la cruz, no puede lograrse cierto crecimiento o al menos
cierta facilidad en la vida espiritual. Hay una profundidad que no se alcanza si
no aceptamos, como San Juan, a María en nuestra casa con nosotros para tener
una intimidad cada vez mayor con Cristo su Hijo.
a) Llevar una vida ordenada. Esto está claro y el Señor nos ha enseñado
mucho al respeto.
Todos estos puntos nos pueden parecer difíciles y muy numerosos. Es lo que
ocurre cuando a uno se le enseña a conducir. Si se le enumera todo lo que
tiene que hacer, sentirá pánico el aprendiz, pero al cabo de poco tiempo lo
dominará todo con armonía y sencillez.
CONCLUSION
Para concluir tenemos una palabra que resume esta dimensión de nuestra
relación con el Señor. No hay palabra ni llamada más urgente, más
indispensable que la de llegar a ser santos. No podemos llevar en el mundo
una vida mediocre. El Señor quiere que lleguemos a ser santos, no de un modo
general y vago, sino santos canonizables. Es un deseo que debemos tener y
esto nos hará crecer.
Es bueno, por consiguiente, examinar de cerca las críticas que se han hecho,
porque éstas invitan a todos, seamos o no "carismáticos", a reflexionar sobre
lo que nosotros, cristianos de hoy, creemos sobre el diablo y sobre las
potencias del mal. De hecho, antes de condenar los excesos, es importante
reafirmar que hoy, no menos que ayer, la existencia del Maligno y de sus
obras no puede ser puesta en duda por un creyente, y el silencio que
demasiado a menudo prevalece sobre este punto debilita nuestra fe cristiana y
la contradice. Porque ¿cómo podemos entender el cristianismo sin la cruz? ¿Y
cómo podemos comprender la cruz sin el "misterio de iniquidad" del que
habla San Pablo y que es un aspecto integrante de nuestra redención?
Pablo VI rompió valientemente este silencio cuando escribió: “Sale del cuadro
de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien rechaza reconocer su existencia: o
bien hace de ella un principio a sé, que no tiene, como toda criatura, su origen
en Dios: o bien la explica como una pseudorealidad, una personificación
conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestros males"
(Enseñanzas de Pablo VI, v. X, Tipografía Políglota Vaticana, Roma 1972,
pp. 1169-1170). Una declaración que no deja lugar a la duda sobre lo que la
Iglesia cree sobre este punto.
Estos peligros particulares deberían ser evitados, pero deberíamos estar aún
más atentos a evitar el peligro mayor: el de distorsionar nuestra perspectiva
cristiana. La atención del cristiano debe estar concentrada no sobre el
Maligno, sino sobre Jesucristo, luz del mundo y su salvador, que nos enseña a
dirigir nuestra mirada hacia nuestro Padre del cielo, y a pedir que "nos libre
del mal" .
Esto debería ayudar a los animadores de la renovación, que con toda su buena
fe justificaban sus prácticas a partir de los Padres de la Iglesia o de los
moralistas de los siglos pasados, a reconocer los aspectos no actuales de estas
obras que fueron condicionadas por los conocimientos disponibles en el
tiempo en que fueron escritas.
II.- Lo que más necesita el joven de hoy es que se le ofrezcan razones para
vivir, luchar y tener esperanza: hallar el verdadero sentido de la vida.
III.- A los jóvenes de hoy no hay que condenarlos porque no son peores
que los adultos de hoy, sino, en parte, un producto de los mismos. Tampoco
hay que temerlos ni tratarlos con paternalismo, sino acercarse a ellos con
amor. Agradecen que se le hable claro, sin caer en el simplismo, con la
misma sinceridad que ellos acostumbran y partiendo de sus problemas y
sufrimientos.
Juan Pablo II, en el mensaje que dirigió en París a los jóvenes de Francia,
les hacía este diagnóstico: "cierta inestabilidad inherente a vuestra edad y
aumentada por la aceleración de los cambios de la historia: cierta
desconfianza respecto a las verdades adquiridas, exacerbada por las
enseñanzas recibidas en la escuela y el clima frecuente de crítica
sistemática; la inquietud por el futuro y las dificultades de inserción
profesional; la excitación y superabundancia de deseos en una sociedad que
hace del placer el objetivo de la vida; la sensación penosa de impotencia
para dominarlas consecuencias equívocas o nefastas del progreso, las
tentaciones de revuelta, de evasión o de abandono. Todo esto como
vosotros bien sabéis ha 1legado hasta la saturación" (L 'Osservatore R. ed.
española, 15 Junio 1980 p. 9)
MENSAJE DE LA R C. PARA LA
JUVENTUD DE HOY
Por el Dr. Eusebio Martínez, O.P.
Actualmente algunos jóvenes parece que viven aprisa, quemando etapas, pero
a veces las experiencias con el entorno les golpean con cantinelas,
indiferencias, rechazos... que incrementan la búsqueda de la evasión en donde
sea, con quien sea y como sea. Se preguntan un por qué y para qué estudian,
están en familia, viven. Y empiezan a sentirse sin protagonismo en sus propios
acontecimientos y extrañarse de sí mismos. El entorno no lo soportan,
considerándolo una dictadura burda o fina, pero dictadura.
En grupo, cada palabra del colega hace reír a pleno pulmón, aunque los
pulmones estén vacíos de aire puro. La presencia de otros colegas no significa
intercomunicación: "la vasca" no es un grupo social, sino una presencia, la
mínima de estímulos para cada uno, según su estado de ánimo y la calidad de
cómo sus neurotransmisores puedan, por lo libre, dejar resonar en sí mismo,
los estímulos que se presenten. En la "vasca" cada uno se comporta como si
tuviera un micrófono averiado con un altavoz también desajustado. Esta
calidad de comunicación permite un máximo de subjetividad en la emisión y
percepción de los estímulos, respetando así y facilitando el solipsismo
evasionista. Se siente uno pasota frente a los rollos de la sociedad. La
agrupación de la vasca se percibe como lugar de expresión ideal. Se idealiza
hasta la comida: es frecuente soñar allí con montones de pasteles, porque la
exagerada actividad cerebral consume mucho glucógeno. De todos modos se
vive sin nombre: lo más que puedo pronunciar es el nombre de mi "vasca".
El vacile.
Jesús fue el polo opuesto del vacilón. Tenía y manifestaba una seguridad sin
asomo de dudas, en sus gestos y palabras. Sabía de dónde venía y a dónde iba.
Y ni la preocupación de su Madre, ni el desplante de Pedro, le hicieron desviar
su camino.
En los grupos de la Renovación Carismática, el encuentro experiencial con
Jesús, proporciona una seguridad de medios y fines de tal manera que permite
positivizar los acontecimientos del creyente -tanto a nivel de aspiraciones,
como a nivel de ejecuciones-. Diríamos que el vacile es sustituido por una
seguridad que, a veces, puede parecer exhibicionista, cuando dejamos actuar
al Espíritu Santo derramado en la Iglesia, cuando se experimenta un impulso
interior que se prodiga en manifestaciones verbales y en conductas concretas
de reorganización de la vida individual y relacional, a través -sobre todo- de la
alabanza y del compromiso que la caridad suscita en los que la experimentan.
La caridad no es el amor humano, sino el Amor mismo de Dios, que a Jesús le
dio toda la seguridad en su vida misteriosa como Salvador.
Cuando uno actúa motivado por lo que "me da la gana", como no expresa
nada que no esté motivado por pulsiones interiores o por presiones externas,
nunca hace lo que realmente quiere, sino solamente lo que puede. Hacer lo
que uno le da la gana, es vivir empobrecido en un sistema sin opciones varias,
aparece como un paquete de impulsos sin posibilidad de freno, porque no
interviene un juicio crítico, que pueda analizar diversas opciones y decidirse
por la más conveniente. Solamente decimos que hacemos lo que nos da la
gana, expresando con ello una forma tardía de negativismo, frente a unas
exigencias de la realidad del entorno que me asustan y que superan mis
posibilidades, amenazándome con una experiencia de fracaso. Ese
negativismo de hacer lo que me dé la gana o el amodorramiento son las únicas
salidas.
Es muy difícil a un joven, que tiene mucha más vida por delante que la que ha
vivido, soñar en el futuro. Actualmente se desconfía hasta de la preparación
académica para poder soñar, con cierto realismo, en un futuro. Cuando en la
sociedad se empieza a respirar la copla de que "cualquier tiempo pasado fue
mejor", cuando el joven percibe en el entorno una creciente inquietud por el
futuro, que necesariamente será suyo; pues se le quitan las ganas de soñar y
prefiere amodorrarse como sea. Como hacer camino.... Las contradicciones
del mundo actual son muy fuertes. Hacen crisis los tres pilares fundamentales
que durante muchos siglos han cimentado la seguridad de la mayoría: La
Familia. La Patria, La Iglesia. El ocaso de las ideologías: la proliferación de
las opiniones y la alergia frente a las certezas -dogmático, por ejemplo, ya
suena hasta mal-. El predominio de una técnica consumista en medio de una
crisis económica. Algunos jóvenes tuvieron ilusión en movimientos políticos
de liberación sociopolítica, pero ahora se han visto atrapados por el mismo
movimiento, por la disciplina de partidos. En fin, el joven encuentra motivos
de desengaño, y sin embargo a un joven sano le hierve la sangre cuando se ve
frenado en su futuro, porque es más futuro que presente y pasado. Sin futuro,
su presente carece de sentido porque todas sus estructuras psicológicas y
dinámicas internas apuntan hacia el futuro. El fuego de sus funciones, sin
futuro se amortigua hasta cesar y no querer vivir, "en el porro está la
solución".
Pero todo esto es normal que nos digan los que nos ven sin entendernos que
estamos "pirados", que somos un grupo -muchos grupos ya- de espiritualistas
chalados, sin contacto con la realidad. Para nosotros la insensatez es apoyarse
exclusivamente o buscar un máximum de apoyo en esas bases, que un viento
fuerte puede destruir, dejando todo en el aire a merced de su propia gravedad
y como el punto de gravedad está en la base, pues todo se viene abajo. Hace
años, por ejemplo, teníamos los nuevos ricos: ahora aparecen los nuevos
pobres con depresión, excluyo a los obreros parados, me refiero a sujetos que
habían puesto su seguridad futura en la economía y ahora se ven con X
millones, menos Y, siendo el valor de X mucho mayor que el de Y, con un
síndrome parecido al de los ricos de la gran recesión de los años 30.
. Si te quieres comprometer…
Por otra parte, ¿no necesitan los jóvenes de los adultos? Qué bueno y qué
sorprendente el oír a jóvenes, por ejemplo: "Nosotros queremos también saber
de los mayores y convivir con ellos, porque así aprendemos". O el caso del
joven entonces que hoy se arrepiente de aquella su pretendida independencia
en base de que "el joven es joven".
Los adultos, para los jóvenes, han de ser caminos de vida abiertos,
ofreciéndoles permanentemente ilusiones y esperanzas, así como respuestas
claras y reales a sus vidas, inmaduras aún, a sus vidas en desarrollo e incluso,
pueden ser a vidas prematuramente rotas.
Y es por eso mismo, por lo que a veces se expresan en una animosidad contra
las instituciones religiosas, que a uno le hace exclamar: ¿por qué?
Y ¿qué decir del quietismo religioso? ¿Esa religión que deja "tranquilos" a
tanta gente o esa gente que se queda "tranquila" con una religión superficial,
que no compromete a nadie ni a nada? ¿Qué decir de la situación o caso de los
que ya "cumplen"?
Digo todo esto, esta situación, en apuntes sin más enredos y explicaciones
porque hemos de arrancar de la realidad, y estos derroteros existen y están
extendidos de tal modo que no pocos jóvenes pueden discurrir por ellos.
Lo primero que uno piensa es cómo conectar con los jóvenes, cómo llegar a
un encuentro, al menos inicial. Varios factores y elementos pueden influir.
"Mi motivo fue el seguir conociendo a Jesús a través de ese grupo que me lo
había descubierto por primera vez. El nuevo sentido que dio a mi vida y a las
relaciones con los demás hizo que quisiera vivir de ese modo diferente en
unión con los demás hermanos que compartían ese mismo Jesús. Mi motivo
fue que en el grupo encontré a Jesús, sencillo, humilde, sin todo el ornamento
del que me le habían rodeado y por el que había perdido el significado para
mí. Aquí encontré la Verdad.
Mi decisión última de integrarme en el grupo que no fue mía, sino de EL. Una
vez que había comenzado a conocerle y a amarle, no podía cerrarme a su
Amor. No podía olvidar que EL me estaba esperando. El grupo fue el que me
mostró a este Jesús-Amor del que ya no puedo separarme. En el grupo es
donde estoy aprendiendo a plasmar el amor de Jesús en los demás hermanos.
Bueno, pues lo que me impulsó a seguir viniendo, aunque a veces haya
faltado, fue después de la acampada de este año, que he visto que Jesús me
ayuda y me guía".
Nos damos cuenta cómo es Jesús el que se hace presente, el que se hace
cercano, hablando, llamando, Jesús es la motivación última y principal. Y
fuera de Jesús o al margen de Jesús no se puede caminar, ni comenzar bien.
Jesús ha de ser el que se convierta en la auténtica llamada eficaz. No quita el
manifestarse Jesús en los hermanos del grupo, para que la motivación sea la
misma. Por ejemplo, el grupo de Goyi, Begoña, Mª Ángeles y José Luís
contesta a la misma pregunta:
"Nos gustó la forma de cómo se vivía la religión católica, ya que ésta era muy
distinta a la que habíamos vivido anteriormente. Frente al mundo exterior
viven en unión con los hermanos. Por ejemplo, todos participan de las alegrías
y penas de los demás. El Jesús que conocimos aquí no era un Jesús de
ocasiones, sino que era toda la vida y le daba sentido. La gente con cariño a
todo el que va. Buscábamos, un grupo y vimos que éste era lo que
buscábamos, porque habíamos estado en otros, pero no nos llenaban".
Más, mirada esta iniciación o este anuncio kerigmático desde una posición
personal, el grupo de Javi, Cristina y Roberto contesta:
El hecho de haber asistido con otros jóvenes a una acampada durante una
semana, me impulsó a pensar en algo que me hacía ser diferente, en algo, o
mejor, en Alguien que era capaz de transformar mi modo de ser, mi timidez
ante los demás, mi irresponsabilidad, etc. Empecé a buscar ese Alguien y me
di cuenta de que estaba a mi lado, pero no le conocía. Me di cuenta de que era
Jesús, pero que no sabía mucho de Él, sólo lo que me habían contado y decidí
conocerle y entablar una relación más profunda con EL.
"Mi vida ha ido cambiando desde que conozco a Cristo. Ha cambiado día a
día en la relación con el grupo y fuera del grupo. Ha cambiado mi forma de
pensar y toda la escala de valores. Te sientes protegida por una serie de
hermanos en los que me puedo apoyar porque sé que me los ha dado Jesús,
que es en quien verdaderamente me apoyo. Incluso cuando me siento apartar
de Jesús, son los hermanos los que me ayudan a volver a Él. Ahora me doy
más cuenta de que quien verdaderamente sostiene mi vida es Jesús, porque
cuando me siento alejar de Él, todo se viene abajo.
También he descubierto que a Jesús lo necesito no solo en los malos
momentos, sino siempre, porque es el único que puede hacer que tu vida valga
algo. Estar con Jesús no es estar "atado" a Jesús, es ser libre y encontrar la
libertad con Jesús. Jesús no te hace esclavo, te hace libre.
También mi vida está sostenida por una gran esperanza en Jesús. Desearía
todavía una relación más completa entre todos los hermanos y que Cristo
fuera todavía más el Señor de mi vida". (Javi, Cristina, Alberto).
En cambio hay una orientación distinta en la respuesta del grupo de Goyi, ete.
A la pregunta, que era: "qué sostiene tu vida y cómo se desarrolla en el
grupo". Se explaya más en los resultados prácticos de tener a Jesús como
centro de su vida y que pudiera constituir como el programa de su vida en
crecimiento: contestan escuetamente:
- "Fe mayor.
- Mayor relación con las tres personas de la Santísima Trinidad.
- Tenemos a Jesús como un amigo que está siempre a nuestro lado.
- Al tener a Jesús como amigo, tenemos mayor confianza y nos dirigimos más
a EL con la oración. Para acercarnos más a Jesús acudimos a los sacramentos.
- Utilizamos la Biblia, porque en ella está la Palabra de Dios y la vemos más
clara.
- En las canciones de la R.C. nos fijamos más en el contenido que en la
música.
- Jesús nos ayuda en todos los acontecimientos de nuestra vida:
. estudios
. y relaciones con nuestros amigos
y familia.
- Muchas más alegrías, porque vemos las cosas de otro modo.
- Mayor comunicación dentro de nuestras ideas, problemas con los demás
hermanos del grupo.
- Más compañerismo con los demás"
Naturalmente que todo esto ha de ser un proceso que necesita mucha atención
y orientación. En la práctica ha de convertirse en un auténtico catecumenado,
donde haya una enseñanza que vaya vertebrando sus ideas e iluminando su
vida; una vivencia y celebración de su propia fe individual y de grupo: un
cambio en su vida y comportamiento, signo de que son portadores de algo
trascendental, de un mensaje que es factible y a la vez atractivo.
Todo ello podría convertirse también en lugar y cita para otros jóvenes.
Oportunidad de compañerismo, de apertura, de anuncio, de descubrimiento de
otra vida. Los que, tal vez, pasaron por esta experiencia, la pueden ofrecer
generosamente y con toda satisfacción y alegría.
Hay oportunidad para que celebren su propia fe. Cómo hay que cuidar la
celebración de los sacramentos. Cómo hay que contar con la fuerza de la
Palabra de Dios y del Espíritu. Y en ese contacto y celebración y con esa luz
es donde se ha de encontrar a sí mismo, donde hará fiesta de su propia vida
renovada, reconfortada, animada, respondida generosamente por el poder del
Señor.
"Me doy más cuenta de lo que hago y de mis relaciones con los demás e
intento mejorarlas lo más posible y tengo una mayor fortaleza para afrontar las
cosas. Mi timidez se va superando. Miro la vida a través de otro prisma
distinto. No es que sea mejor o peor que antes, pero intento renovarme".
"Jesús ha cambiado mi forma de ver a los demás. Cuando trato a las personas,
las busco a ellas en sus problemas, en sus preocupaciones y alegrías. He
dejado de buscarme a mí misma y mi satisfacción personal. Cuando sabes que
esa persona que tienes a tu lado, es tu hermano y en él está Jesús, todo cambia:
sus fallos, sus manías, sus virtudes adquieren una dimensión distinta. Deja de
importar el tiempo cuando en un hermano ves a Jesús, ya no se pierde, no se
desperdicia nada, todo es útil y es válido. He aprendido a hacer las cosas con
alegría, con un desprendimiento que es fruto de vivir con Jesús".
"Tengo un punto de vista del mundo, distinto del que el mundo nos quiere
hacer ver. El hecho de ver a las personas su punto positivo y valorar con los
ojos del amor que Jesús pone en mí. He cambiado a nivel personal, me he
liberado de varios complejos, ha nacido en mí una esperanza y una dedicación
a las personas que me rodean, a llevar esa esperanza a los demás y hacerles
partícipes de mi alegría en el Señor".
1.- El Anuncio
Sin embargo, frente a todas las palabras, frente a todos los discursos y teorías,
nosotros sabemos que hay una palabra, la Palabra, de la cual una vez oída, es
imposible pasar, porque lo cambia todo, lo remueve todo, lo trastoca y lo
transfigura todo. Es la Palabra que, sabiéndolo o no, ansiándola o no, esperan
escuchar hoy los jóvenes, lo mismo o más que los mayores. La Palabra es:
Jesucristo. No hay otra.
2.- Autenticidad
Creo honradamente, que las personas jóvenes esperan encontrarse con alguien
que pronuncie con claridad y sin miedo esta palabra: Jesucristo. Lo que
sucede es que ésta es una palabra que no puede ser escuchada por los jóvenes
de nuestro mundo, a los que se les ha forzado a vivir en el escepticismo a
fuerza de decepciones, esta Palabra ha de ser pronunciada desde el corazón, y
poniendo la vida entera como garantía de que es cierto lo que se dice.
3.- Libertad
Los jóvenes nos piden (pedimos) a la R. C., como a la Iglesia entera, que se
esfuerce en el intento de construir espacios en los cuales sea posible poder
vivir y expresar con libertad la relación que nos une a nuestro Padre Dios.
Espacios desde los que poder proclamar con libertad que Jesús es el Señor,
que Cristo ha resucitado en medio de nosotros.
Estos espacios de libertad, no son otra cosa que comunidades, los jóvenes
necesitan encontrar comunidades donde se viva, la libertad que da el Espíritu,
aquella que nace de la verdad acompañada del amor, la libertad de los hijos de
Dios. Comunidades donde "ofrezcamos nuestra vida entera como un culto en
el Espíritu, como un sacrificio de alabanza de la gloria del Padre".
Y sin embargo, si las dos notas que marcan más positivamente a la juventud
actual son el deseo de autenticidad y de libertad, valores éstos de por sí
tremendamente positivos, también es cierto que en su intento de conseguirlos
corren el riesgo, de moverse en la más infeliz de las contradicciones,
adoptando comportamientos que en lugar de acercarlos a la meta que
pretenden les alejan de ella, o los encierran en laberintos de los que luego es
muy difícil salir.
Pero al fin y al cabo nadie nace sabiendo. Lo terrible del caso presente, es que
a los jóvenes de hoy todo nos invita a soltar amarras desligándonos
totalmente, a cortar las cadenas (y junto a ellas los vínculos) que nos atan al
pasado, un pasado que se ha mostrado incapaz de resolver los grandes
problemas del hombre (la guerra, el hambre). Se nos obliga casi a vivir sin
raíces, despojados de todo, como cometas arrancadas por el viento. El joven
se encuentra frente a un mundo que él no ha construido, no se puede esperar
que sin resistencias, lo acepte todo, tal y como se le presenta. ¿Por qué
comprometerme con una sociedad injusta y que pretende "devorarme"?
4.- Compromiso
Durante un tiempo quizás largo, y sin duda doloroso, los jóvenes han dejado y
dejarán aún muchos la casa del Padre, la Iglesia, mientras esto dure a nosotros
se nos pedirá que participemos entretanto de la paciencia de Dios, de la
misericordia y la ternura entrañable de Dios, de la caridad y el amor de Dios
que "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" ( 1 Co 13,
1), de manera que el participar día a día del amor de Dios, vaya configurando
en nosotros al mismo Cristo, y sea El quien convoque, y llame, y se dé a
conocer a los jóvenes, y a todos los hombres.
Jesús vive. Sigue curando. Y los jóvenes sienten esa presencia viva del Señor.
En Lc 7.11-17 nos encontramos con el joven de Naín. En Lc 8.49-56 con la
Hija de Jairo. Nos encontramos hoy con muchos jóvenes naturales de Naín y
con muchos jóvenes hijas de Jairo, que van por la vida encerradas en sus
féretros o adormecidos en su sueño de muerte.
El Señor los hace libres. El Señor les cambia el corazón. Les da un corazón
nuevo.
En mi experiencia con jóvenes he palpado esa presencia del Señor. Sobre todo
y de una manera más ágil, más patente, más bonita en estos últimos tres años;
desde que el Señor me fue llevando por donde ÉI quiso.
Voy a contaros un poco esa experiencia.
Necesidad de curación
Y ya problemas más serios para ellos como han podido ser experiencias de
tipo sexual sin importancia, pero que para ellos fue causa de un trauma.
Familias rotas. Padres que riñen y el hogar es un pequeño infierno. Droga.
Alcohol.
Y otras muchas heridas que han marcado al joven desde que era muy niño.
Pero más bien me voy a fijar en esa sanación dentro del Sacramento.
Y dialogar con él. Preguntarle. Meternos en su vida. Así como suena. Pero
dando tiempo al tiempo y sin brusquedades. Son muy pocos los jóvenes que se
molestan cuando te metes en su vida. Están deseando.
Cuando el joven está con ganas de liberarse es una pena que por miedo, por un
respeto mal entendido no descubramos con él sus heridas.
Un método muy eficaz es invitarles a que escriban sus recuerdos. Desde que
eran pequeñitos hasta el momento presente. Lo considero el camino más
directo para la sanación. Que escriban todo lo que recuerde y que no dejen de
escribir eso que para ellos piensan que son tonterías. No hay ninguna tontería
subjetiva cuando nos ha venido al montón de nuestros recuerdos.
Cuando veo que el joven está dispuesto y tiene confianza le suelo preguntar:
¿Me dejas que te pregunte todo lo que me dé la gana. ¿Estás dispuesto? Si el
joven aunque le cueste dice que sí. "me tiro a matar". Y le pregunto hasta la
marca de la papilla que tomó de crío. Si el joven está dispuesto, no me consta
que haya herido a nadie en estos dos últimos años con mis preguntas, que a
veces son muy delicadas sobre todo en el terreno sexual que es donde
precisamente más heridas se encuentran.
Es una exigencia de los jóvenes. Me decía Mari Carmen Velasco, del grupo de
Pamplona: "Mire el sacerdote a la persona y conózcala, vea si es sensible o
dura, tímida o abierta para poder meterse en su terreno de la manera más
adecuada y profundizar". "Rompa con el esquema y haga preguntas ni más ni
menos que indiscretas de todo lo que sea necesario". Ella ha tenido esa bonita
experiencia. "Tengo la seguridad de que Jesús está conmigo, me ayuda a ser
más pobre para servir a los demás".
Cuando han terminado de exponer sus heridas, su vida, sus proyectos, cuando
ya parece que no les queda nada oramos. Les impongo la mano con cariño y
vamos orando al Señor. Le pedimos que vaya acariciando las heridas de aquel
joven en medio de la alabanza y gracias al Señor. Es maravilloso.
Por otra parte el Señor se manifiesta claramente en los jóvenes que en ese
momento se van liberando. Algunos se curan rápidamente de cosas concretas.
Otros requieren más tiempo. Es obra del Señor.
Hay que animar al joven a dejarse querer por el Señor y a creer que el Señor
está ahí, curándole.
Debemos orar mucho para que los sacerdotes se liberen ellos mismos del
miedo. No somos nosotros los que curamos. Es el Señor Jesús quien cura.
Dejemos que trabaje. Prestémosle nuestras manos vacías y nuestros labios
pobres de palabras.
Los jóvenes nos esperan. Los jóvenes quieren la libertad. Y esa libertad solo
la da el Señor Jesús. ¡Gloria a Ti, Señor!
1. Ansia de Dios
2. Humildad
3. Misericordia
4. Amor
5. Discernimiento
En este contexto, me habéis pedido que os diga hoy lo que creo ver dibujarse
en el horizonte de la Renovación. Comprenderéis que no habiendo podido
participar en vuestros intercambios desde el principio, pido disculpas por
adelantado si toco algún punto que ya ha sido abordado. Me consolaré
pensando que es el mismo Espíritu quien inspira al pueblo de Dios y a un
obispo!
La primera actitud consiste en no querer ver sino lo positivo, los logros, los
éxitos, sin ni siquiera echar una mirada o admitir que pueda existir algo
negativo, errores de recorrido, o hasta deformaciones.
La tercera actitud intenta mirar la realidad con una mirada lo más objetiva
posible, es decir, una mirada que percibe las sombras y las luces, lo positivo y
lo negativo. Tal mirada permite una justa visión de las cosas, permite también
avanzar desarrollando lo que es bueno y corrigiendo lo que debe ser
corregido.
Frente a la Renovación, somos llamados, según una frase que tomo del
Cardenal Suenens, a decir SI a la Renovación que es un don de Dios a la
Iglesia y al mundo de nuestro tiempo, y a decir NO a la desviación de la
Renovación. Volvemos siempre a la frase de Pablo a los Tesalonicenses: "No
apaguéis el Espíritu... verificadlo todo: guardad lo que es bueno: preservaos de
toda clase de mal' (1 Ts 5,19).
A) Aspectos positivos.
Igual que la Renovación hizo correr tinta en sus comienzos, igual se puede
decir hoy, me parece, que esta Renovación forma parte de la vida de la Iglesia,
aunque encuentra aún aquí y allá resistencias, tanto entre los laicos como entre
los religiosos, religiosas y sacerdotes. Toda clase de documentos del
Magisterio han señalado los aspectos positivos de la Renovación. Basta
recordar el mensaje de los obispos canadienses en abril de 1975, el mensaje de
Pablo VI a los congresistas de la Renovación reunidos en Roma con motivo
del Pentecostés de mayo de 1975, las numerosas declaraciones de
Conferencias Episcopales de diversos países, etc. Al leer estos documentos, se
ve que la Renovación forma parte de la vida de la Iglesia.
B) Las sombras
Hay que estar abierto a los dones del Espíritu y acogerlos con gratitud cuando
han sido autentificados, pero hay que recordar también que estos dones están
ordenados a la construcción del Cuerpo de Cristo y que lo esencial es la
caridad que nos introduce en el misterio de Cristo y hace de nosotros testigos
del Evangelio. Es lo que Juan Pablo II recordaba recientemente a los 18.000
peregrinos de la Renovación reunidos en Roma: "La Renovación en el
Espíritu tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no en la medida en que
suscite carismas extraordinarios, sino más bien en la medida en que lleve al
mayor número posible de fieles, en los caminos de la vida cotidiana, al
esfuerzo humilde, paciente, perseverante por conocer siempre y mejor el
misterio de Cristo y testimoniarlo" (KOINONIA, nº 27, p.14).
Quizá sería bueno recordar que la obra del Espíritu se mide por sus frutos y
que uno de los grandes signos del Espíritu es la humildad que da la convicción
de que uno se puede equivocar y que no es el único que posee el Espíritu.
Quizá sería bueno recordar que cuanto más una cosa pueda alcanzar a un
número mayor de personas, más se tendrá que someter esta cosa al
discernimiento de un mayor número de personas. De este modo se explica el
papel de los responsables diocesanos a nivel de las diócesis, el papel de la
Asamblea Canadiense Francófona de la R.C.C., de su Ejecutiva y del Comité
de pastoral de la R.C. a nivel nacional; de este modo igualmente se explica,
¿por qué no?, el papel de los obispos. A ellos corresponde en última instancia
el juzgar por sí mismos, ayudados por personas intermediarias, la autenticidad
y la puesta en obra de los dones del Espíritu, tal como recuerda la Lumen
Gentium en el nº 12.
Sin querer elaborar más, quisiera simplemente hacer una pregunta: ¿No será
que el Maligno es tan sutil que es capaz de crear divisiones entre vosotros por
causa suya?
2. El trabajo de formación.
Siendo los carismas manifestaciones del mismo Espíritu para provecho común
(l Co 12, 7), no es posible concebir una Iglesia salida de Pentecostés sin el
acompañamiento y la acción de los carismas. Son como el instrumento de
trabajo con que el Espíritu ha dotado a la Iglesia, y también a cualquier fiel, en
orden a la edificación, de forma que se pueda apreciar "la calidad de la obra
de cada cual" (1 Co 3, 13).
Esto nos advierte de la humildad con que deben aparecer revestidos los
carismas: humildad para que nada se apropie el sujeto de la gloria de Dios,
pues nada tiene que no haya recibido (l Co 4, 7), y humildad incluso para
aceptar que no se le reconozca tal carisma, sin resentimiento ni aflicción, tal
como cuadra al verdadero discípulo y siervo del Señor.
"Espíritu de Jesús"
Ese día de fiesta fue el escogido por el Señor para enviar al Espíritu Santo que
había prometido.
Espíritu santo significa para el judaísmo sobre todo espíritu de profecía, y este
sentido tiene muchas veces en el Nuevo Testamento. Pero para los cristianos
significó, además, todos los dones comunicados por Dios e incluso lo que
llamamos el Espíritu Santo con mayúsculas, es decir la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad.
Esa es la diferencia básica respecto a los seis dones (en la Vulgata son siete,
pues se añade el don de la piedad), que recibirá el Germen de David, el
Mesías, y tras él, los cristianos. Dones que menciona Is 11, 2: don de
sabiduría, de inteligencia, de consejo, de ciencia, de fortaleza, de temor de
Dios. Estos dones se ordenan a la santificación del cristiano que los recibe.
Son -dicen los teólogos- unos hábitos que acompañan al Espíritu Santo en el
alma, a la gracia santificante, y que la habilitan para seguir las mociones del
Espíritu aun en situaciones o circunstancias difíciles. Estos dones exigen la
gracia santificante: los carismas, por sí mismos no la exigen. Por ejemplo,
Caifás profetizó que convenía que muriese un hombre para salvar al pueblo, y
Balaam pronunció, en contra de su voluntad, verdaderas profecías. Tanto
Caifás como Balaam son prototipos de personajes perversos.
Pablo habla de los carismas, sobre todo en el cap. 12 de la Primera Carta a los
Corintios, y hace la valoración de uno de ellos, el de lenguas -muy apreciado
por aquella comunidad- en el capítulo 14.
En cambio, los cristianos que confiesan que "Jesús es el Señor", el Kyrios, que
admiran su encarnación, muerte y resurrección, éstos sí que tienen el Espíritu
Santo. Esa confesión, ese credo rudimentario, que fue uno de los primeros
credos de la Iglesia primitiva, no puede profesarse sin el Espíritu Santo.
Los de Corinto consultaron a Pablo acerca de las "cosas del Espíritu". De ellas
habla 1 Co 12•14.
Pablo dice que los dones del Espíritu son muchos, y que todos proceden del
Espíritu Santo. La fuente de esos dones espirituales es única, Dios uno y trino:
la distribución (¿o variedad?) de los carismas se atribuye al Espíritu Santo; la
de los servicios o ministerios a la comunidad, al Señor, Jesucristo; la de
actividades (sinónimo de jarismata en 1 Co 12, 9-10), a Dios Padre, quien es
el que "obra todo en todos".
Los carismas son dones del Espíritu Santo para la edificación de la comunidad
(12, 7). Este es, según Pablo, el criterio para saber qué don del Espíritu merece
el nombre de carisma, y para valorar la mayor o menor importancia del don: el
servicio de la comunidad, el mayor o menor servicio de la misma. No
olvidemos que cada cristiano tiene una "manifestación del Espíritu", un
carisma (1 Co 12, 7-11).
Lo corriente es que sea a modo de oración, pero puede ocurrir que tal lenguaje
sea portador de un mensaje para la comunidad. Entonces precisa de
interpretación.
El que sea, o pueda ser un fenómeno natural, no quiere decir que el Espíritu
Santo no pueda valerse de él y convertirlo en carisma auténtico, a beneficio
del que lo recibe o de la comunidad.
Cuerpo místico
Pablo pretende subrayar que los cristianos forman un cuerpo, una unidad,
dentro de la cual hay variedad de funciones, y que el funcionamiento de ese
cuerpo depende del cumplimiento de la función de cada miembro. Nadie
pretenda, pues, acaparar todos los carismas, nadie tenga el suyo en poca
consideración.
Tras esta tríada de carismáticos, Pablo empalma una nueva lista detallando
otros carismas, sin orden ni jerarquía. Sin embargo, vuelve a poner en la cola
el carisma de hablar lenguas.
Observamos que Pablo pone entre los carismas las "obras de ayuda" al
prójimo y el "gobierno" de la comunidad.
La caridad
Empieza Pablo dicha contraposición por los carismas del lenguaje: "Si
hablando lenguas de hombres y de ángeles no tengo caridad, soy como bronce
que suena y címbalo que retiñe. Y si teniendo el don de profecía y conociendo
todos los misterios y toda la ciencia y tanta fe que trasladase los montes, si no
tengo caridad, no soy nada."
Entre líneas se lee que los corintos preferían el don de lenguas a profecía, es
decir, que preferían lo extático, lo incomprensible, lo que les parecía obra
superior del Espíritu. La profecía, ofrecida en palabras asequibles, les parecía
carisma inferior.
La asamblea
NECESIDAD DE EXPLICACIÓN
La teología clásica entendió el carisma como toda gracia "por la cual una
persona coopera para que otro se encamine a Dios; este don se le llama
también 'gracia gratis dada', porque se concede a la persona por encima de las
facultades naturales y del mérito de cada uno. De ella dice el Apóstol: 'A cada
uno se le otorga la manifestación del Espíritu para utilidad', es decir, para los
otros" (S, TOMAS DE AQUINO, ST 1.2, q 111, a, Ic),
Es cierto que hay muchos estudios y escritos sobre los carismas, pero sobre
esta abundante bibliografía podríamos decir lo que un autor dice de los
estudios sobre el "hablar en lenguas": "una parte considerable de lo que se ha
escrito sería útil solamente para una antología de curiosidades" (I. GOMA. op,
cit., p.92, nota 77).
Un término paulino
De todos estos textos hay que destacar dos como principales; 1 Co. 12, 1ss; y
Rm 12, 3ss. Sin embargo, hay que tener también en cuenta Ef 4, 7-16 en que,
aunque no aparece la palabra "carisma", se habla de esta realidad.
S. Pablo aparece como el autor que ha introducido este término dentro del uso
religioso, por lo que si se quiere estudiar en profundidad hay que acercarse al
significado que le daba el Apóstol. (1)
La ayuda de la filología
"Carisma" es una palabra griega compuesta del término "charis" (léase "jaris")
y del sufijo "ma". El término "charis" significa "gracia"; referido a Dios
significa, por lo tanto, la gracia de Dios, el favor de Dios. S. Pablo emplea
este término muchas veces; pongamos ese saludo que se ha convertido en
saludo litúrgico: "Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13).
EL TEXTO FUNDAMENTAL
b) Es una acción, un trabajo: "aquella por la cual un hombre coopera" (ST 1-2
q. 111 a. Ic). No se trata de la propia santificación interna, sino de acciones
externas encaminadas a la santificación de los demás. Es la cooperación en la
obra de Dios;
c) Es un servicio para el bien común: "un hombre coopera para que otro se
encamine a Dios" (ST 1-2 q. 111 a. Ic). No se dirige a la santificación de la
persona que la recibe, sino a la santificación de los otros.
CARISMA ES GRATUIDAD
Dice Jesús a Nicodemo: "el espíritu sopla donde quiere y oyes su ruido, pero
no sabes de dónde viene ni a dónde va"(Jn. 3, 8). Esta libertad profunda del
Espíritu no es más que la expresión de su gratuidad.
Esta gratuidad está presente en toda manifestación del Espíritu, aunque de
formas distintas o según la característica de cada uno de los servicios. Así, por
ejemplo, el sacerdote tiene el don de perdonar los pecados. Es un don siempre
presente en su servicio sacerdotal, pero que está siempre como algo
completamente gratuito, de lo que no es dueño. Igualmente, el catequista, la
persona encargada del ministerio de los enfermos, la persona encargada del
ministerio de los necesitados, los dirigentes, etc. están viviendo el don gratuito
que han recibido de trabajar al servicio de los demás en un lugar y función
concretas. Es algo que viven en la gratuidad, pero al mismo tiempo en la
estabilidad de su ministerio.
CARISMA ES ACCIÓN
CARISMA ES SERVICIO
No todo contribuye del mismo modo a la "común utilidad”, hay que tender
siempre a lo más útil para la construcción de la comunidad (cf. Pablo VI, 19-
V-1975). Como dice S. Pablo, "todo está permitido. Sí, pero no todo
aprovecha" (1 Co 6, 12). No basta el hecho de que algo sea una manifestación
del Espíritu, para ser un auténtico carisma y sobre todo para ser un carisma
que haya que desear y fomentar; esta manifestación de la gracia ha de ayudar
a un crecimiento en la recta doctrina, en la caridad fraterna, en la fe de todos,
en la construcción de la comunidad. Así S. Pablo escribe a los efesios: "El ha
constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a
otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función
de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo: hasta que
lleguemos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al
Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud" (Ef 4, 11-13). Por eso
a los corintios que sólo se fijaban en las manifestaciones espirituales más
espectaculares, les dice que no quiere que continúen en ese error (1Co 12, 1).
Este error en la comprensión de la acción del Espíritu hace que el Apóstol les
haya tenido que tratar no "como a personas carismáticas, sino como a gente
carnal, como a niños en Cristo. Por eso os alimenté con leche, no con comida,
porque no estabais para más" (1 Co 3, 1-2). Con esto S. Pablo nos indica que
el "supercarismatismo" es la negación misma de la dimensión carismática.
Poner el acento en los carismas más espectaculares, considerar carisma
exclusivamente las profecías, las curaciones y la oración en lenguas, es vaciar
la obra del Espíritu Santo de su verdadero contenido de construcción de la
comunidad cristiana. Es convertir el Espíritu de Jesucristo en el espíritu
irracional de los ídolos mudos (Cf. 1 Co 12, 2).
RESUMEN
NOTAS.
(6) Cuando de los santos decimos que han tenido el don de curación, no
hacemos sino constatar a posteriori que Dios se ha manifestado varias veces a
través de ellos.
Una vez estudiado lo que significa el término "carisma" para S. Pablo, hemos
de ver qué es lo que el Apóstol nos dice sobre ellos.
Tres son los textos fundamentales en los que S. Pablo explica los carismas. El
primero de ellos comprende los capítulos 12-14 de la primera carta a los
Corintios (por razones de brevedad nosotros nos limitaremos a estudiar el
capítulo 12).
El segundo texto es de la carta a los romanos: 12, 3•8. El tercero presenta una
doble particularidad: en primer lugar no aparece de forma explícita la palabra
"carisma"; en segundo lugar, pertenece a una carta que no sabemos
exactamente si la escribió S. Pablo o alguno de sus discípulos (por lo que no
sabemos la fecha): se trata de un texto de la carta a los Efesios: 4, 7-16.
Los tres textos están escritos a partir de unas situaciones concretas de las
comunidades primitivas, sobre todo el texto escrito a la comunidad de
Corinto; pero las afirmaciones de S. Pablo se convierten para nosotros
actualmente en una enseñanza clara para la situación de nuestras propias
comunidades.
S. Pablo escribe a los corintios sobre los "fenómenos espirituales". Es ésta una
expresión que Pablo emplea solamente aquí y en 14, 1, lo que nos hace pensar
que no forma parte de su vocabulario, sino que la toma de los mismos
corintios. Cuando éstos hablaban de los "espirituales" se referían a personas
que, según ellos, tenían una ciencia especial y que esto les convertía en una
especie de élite (los "perfectos''). S. Pablo, sin embargo, corrige ya en 2, 13-15
esta concepción y emplea el término "espiritual" referido al "hombre que, por
la virtud del Espíritu de Dios, confiesa la obra redentora de Dios" (E.
SCHWEITZER. en Th Wb VI, 435), es decir, al creyente.
Los corintios se sentían inclinados, por una parte, a dejar de lado el sentido
común ("os sentíais arrebatados hacia los ídolos mudos", es decir,
ininteligibles, irracionales) y, por otra parte, a dejarse llevar por impulsos
irrefrenables ("siguiendo el ímpetu que os venia"). Esta exaltación, según S.
Pablo, lleva a dos cosas: 1) a apreciar solamente las cosas espectaculares,
despreciando las sencillas; 2) a decir cosas completamente incongruentes o
fuera de sentido. Por eso, S. Pablo advierte a los corintios que todo el que diga
tonterías, todo el que diga algo fuera del sentido común, todo el que esté
diciendo o haciendo cosas contrarias a lo que decía o hacía Jesús, no está
actuando realmente de una forma carismática. Por otra parte, les recuerda que
todo el que cree, todo el que realiza la confesión más elemental ("Jesús es el
Señor'''), es decir, todo creyente que está viviendo su bautismo, está actuando
movido por el Espíritu, está actuando carismáticamente. (1)
Esta orientación equivocada de los corintios les lleva a dos cosas: 1) a vivir
ciertos fenómenos como una acción "espectacular" del Espíritu, como si el
Espíritu Santo no fuese el Espíritu de Jesús (cuya vida todos conocemos),
enviado por el Padre; 2) a vivir de una forma independiente, destruyendo con
su propio orgullo la comunidad.
S. Pablo, en una fórmula completamente trinitaria, les señala que toda la vida
cristiana es al mismo tiempo manifestación del Espíritu, manifestación de
Jesús y manifestación de1 Padre. Por consiguiente, los carismas no pueden ser
entendidos como "fenómenos espectaculares" sueltos, sino como la acción del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Como ha señalado muy certeramente uno
de los mejores comentaristas católicos, cuando Pablo habla aquí de carismas,
servicios y acciones "se trata de los mismos fenómenos, pero considerados
bajo tres aspectos" (E. ALLO, Premiere epitre aux Corintiens. p. 323). Todo
carisma es un servicio y todo servicio es un carisma; toda acción cristiana
es un servicio y un carisma.
Esta unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu lleva también a la unidad de la
construcción de la comunidad cristiana ("En cada uno se manifiesta el Espíritu
para el bien común" V. 7). De este modo, el Espíritu Santo se manifiesta en
todos para la construcción de la comunidad.
UN EJEMPLO CONCRETO:
LA ASAMBLEA EUCARISTICA
"Y asi, uno recibe del Espíritu un hablar con sabiduría; otro, un hablar con
ciencia, según el mismo Espíritu; otro, por el mismo Espíritu, la fe. Uno, por
el mismo Espíritu, esas manifestaciones de la gracia (=ccarismas) que son las
curaciones; otro, esas obras de las posibilidades. Uno, una profecía; otro, el
discernir las inspiraciones. Uno, una fuerte oración en lenguas; otro, el orar
con lengua comprensible. El mismo y Único Espíritu obra todo esto,
repartiendo a coda uno en particular como a él le parece" (vv. 8-11).
Es por eso que los vv. 8-10 son una descripción de las distintas
manifestaciones del Espíritu que se dan en la asamblea. Esto nos indica que no
podemos reducir los carismas, es decir, las manifestaciones del Espíritu a esta
breve lista de nueve. El Apóstol ha indicado ya que toda la vida del cristiano,
desde lo más grande hasta lo más pequeño, es una continua manifestación de
la gracia de Dios, un servicio a los demás, una acción de Dios en medio de
nosotros.
Teniendo esto en cuenta, las tres primeras indicaciones que hace san Pablo
deben ser leídas formando una unidad (así, ya santo Tomás de Aquino en ST
1-2, q. III, a 4c): palabra de sabiduría, palabra de ciencia y fe. ¿Qué
significan? San Pablo está hablando de la primera parte de la asamblea
eucarística, lo que hoy llamamos liturgia de la Palabra; en ella, en una
comunidad viva, se presentan tres hechos diversos: las personas que escuchan
con fe ("fe”) (2), el sacerdote o catequista que instruye con la ciencia del
Señor ("una palabra de ciencia") (3) y, por último, alguna vez se presenta el
caso de alguien que habla con un fuego y una penetración especial (“una
palabra de sabiduría"). San Pablo las coloca en orden decreciente según el
grado de espectacularidad (4); la persona que ha hablado llena de sabiduría del
Espíritu, el catequista que ha dado su enseñanza con la ciencia del Señor y el
resto de la asamblea que ha acogido con fe la Palabra. Todo es manifestación
del Espíritu para la construcción de la comunidad. No se puede reducir el
carisma, como hacían lo corintios, únicamente a lo espectacular.
El segundo hecho en el que se fija san Pablo en esta parte final de la asamblea
eucarística, es en la oración. Hay, en algunos momentos, hermanos que oran
con una lengua inteligible, y que es gracias a esta oración inteligible que la
oración de la comunidad tiene un sentido. Hasta tal punto que la oración
eucarística no puede ser hecha en lenguas, porque de lo contrario la asamblea
no podría contestar "Amén" a una oración que no ha entendido (cf. 14, 16); y
si no hay nadie que sepa dar sentido a las oraciones en lenguas, éstas no deben
hacerse (cf. 14, 28). Tan manifestación del Espíritu es, por lo tanto, la un poco
"chocante" oración en lenguas, como la sencilla oración realizada en la propia
lengua.
LO IMPORTANTE
ES LA CONSTRUCCIÓN DEL CUERPO DE CRISTO
"Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es
también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos
sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno
solo. Si el pie dijera: no soy mano, luego no formo parte del cuerpo, ¿dejaría
por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: no soy ojo, luego no formo
parte del cuerpo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo
entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada
uno de los miembros como Él quiso. Si todos fueran un mismo miembro,
¿dónde estaría el cuerpo?
Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no
puede decir a la mano: no te necesito; y la cabeza no puede decir a los pies:
no os necesito. Más aún, los miembros que parecen más débiles son más
necesarios. Los que parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos
decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no
lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando
mayor honor a los que menos valían. A si no hay divisiones en el cuerpo,
porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un
miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le
felicitan" (vv. 12-26).
San Pablo, mediante la imagen del cuerpo, señala dos puntos principales. En
primer lugar, que la acción del Espíritu va destinada a la formación del cuerpo
de Cristo, es decir, la formación de la comunidad. Por lo tanto, la verdadera
dimensión carismática es aquella que mantiene a la comunidad en la unidad,
que reconoce la función a cada uno de los miembros sin despreciarlos. En
segundo lugar, que dar la mayor importancia a las manifestaciones
espectaculares no lleva sino a la división de la comunidad y al
empequeñecimiento de la obra del Espíritu. Allí, donde está la acción del
Espíritu, allí está la diversidad en la unidad.
Es ésta una advertencia seria contra todo tipo de orgullo que pueda dividir a la
comunidad y formar una elite. Es también una advertencia a no empequeñecer
la obra del Espíritu, aunque sea a nueve manifestaciones espectaculares (los
"nueve carismas").
San Pablo con esta lista y estas preguntas retóricas no hace sino señalar que
cada uno tiene su lugar; que no se puede reducir a unas pocas manifestaciones
del Espíritu. Del mismo modo que no se puede pensar que todos sean
apóstoles o dirigentes de la comunidad, así tampoco se puede reducir la
manifestación del Espíritu a los fenómenos espectaculares.
v.3 "Por la GRACIA de Dios que me ha sido dada os digo a todos y a cada
uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos
moderadamente, según la medida de la FE que Dios otorgó a cada uno.
v.4 Pues así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y
no todos desempeñan la misma función,
v.5 así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada
miembro está al servicio de los otros miembros.
v.6 Los carismas que poseemos son diferentes, según la GRACIA que se nos
ha dado, y se han de ejercer así:
- si es la profecía, de acuerdo con la fe;
En primer lugar, san Pablo habla de la gracia que él ha recibido. Esta debe
entenderse en este texto como referida a "una cierta misión específica que
debe ser reconocida por los otros miembros en el seno de la comunidad" (1.
SANCHEZ BOSCH, Le corps du Christ et les charismes dans 1'épitre aux
Romains, en Dimensions de la vie chrétienne -Rm 12-13-, Roma. 1979, p. 57);
lo que invita a entender del mismo modo el término "carisma" en el v. 6. De
este modo, san Pablo nos habla en este texto no de la dimensión carismática
en cuanto hechos aislados que ocurren dentro de la comunidad, como es el
caso de la curación, un acto de generosidad, una oración, ete., sino de la
dimensión carismática en cuanto funciones concretas o ministerios
reconocidos dentro de la comunidad.
Desde el punto de vista literario, san Pablo divide los siete puntos que indica
en los vv. 6b-8, en dos partes. En primer lugar indica dos puntos: "Si es la
profecía, de acuerdo con la fe, si es el servicio, aplicándose a servir". A
continuación indica cinco puntos más: el que enseña, el que exhorta, el que se
encarga de la distribución, el que preside, el que ejerce la misericordia. Los
dos primeros (profecía y servicio) están indicados con un sustantivo abstracto,
mientras los cinco restantes están indicados mediante un participio. Esta
diferencia gramatical nos muestra que lo que los dos primeros han de ser
tratados de forma distinta.
Profecía y servicio no son aquí dos funciones concretas, sino que abarcan lo
que es especificado más concretamente con los participios. La profecía es aquí
el nombre genérico que designa los ministerios de la Palabra, mientras que el
servicio es nombre genérico que designa los ministerios de servicio (si es
válida esta redundancia) (7). De este modo, san Pablo aquí explicita el
ministerio profético (o de la Palabra) en el que enseña y el que exhorta;
mientras explicita el servicio (o ministerios de servicio) en el que se encarga
de la distribución de los bienes, el que preside y el que encarga del ejercicio
de la misericordia. Son cinco, por lo tanto, los carismas que san Pablo
contempla en la comunidad en este texto.
CARISMA DE ENSEÑANZA
En 1 Co 12, 29 se habla por dos veces de los maestros, junto a los profetas. En
Ef 4, 11 se habla también de los doctores, junto a los pastores. Seguramente la
"palabra de ciencia" (I Co 12, 8) era la expresión normal del catequista o
doctor.
CARISMA DE EXHORTACION
“En ningún texto, ni de Pablo ni de otros, encontramos la idea de que 'el que
exhorta' tenga un lugar específico en las comunidades. Vemos solamente que
Pablo exhorta muy a menudo en sus epístolas, y que los fieles son llamados a
exhortarse los unos a los otros (1 Tm 4, 18; 5, 11)" (J. SANCHEZ BOSCH,
op. cit., pp. 66-(7).
"Pero, ¿qué és la exhortación? Los términos que nos hablan de ella en nuestro
texto (parkalein, paraklésis) no tienen un sentido unívoco. A veces tienen el
sentido de consolar a uno que está triste (especialmente en 2 Co 1, 3•7; 2, 7; 7,
4- 6s.13), de suplicar a alguno, hasta a Dios mismo (2 Co 12, 8; cf. 1 Co 16,
12; 2 Co 8, 4; 12, 8), pero tienen también, y este es el sentido que tiene en
nuestro texto, el sentido de exhortar a hacer alguna cosa o a tomar una
determinada actitud, con una cierta fuerza de autoridad divina, aun cuando si
esta autoridad no va acompañada de ninguna obligación: 'Nosotros actuamos
como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro
medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios' (2 Co 5,
20). Esta exhortación se dirige a la persona en su situación concreta. Aplica la
llamada de Dios a la situación concreta de cada uno: 'Tratamos con cada uno
de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos, animándoos con
tono suave y enérgico a vivir como se merece Dios, que os ha llamado a su
reino y gloria' (1Ts 2, 11-12)" (Ibid.).
A nuestro modo de ver, esta dimensión de la exhortación es la misma que en
la primera carta a los Corintios viene presentada bajo el nombre de "profecía",
"profetizar", "profeta". Veamos algunos textos: "Si todos profetizan -es decir,
si hablan de forma comprensible y no en lenguas- y entra un no creyente o un
simpatizante, lo que dicen unos y otros le demuestra sus fallos, lo escruta,
formula lo que lleva secreto en el corazón" (1 Co 14, 24); "Profetizar podéis
todos, pero uno a uno, para que aprendan todos y queden exhortados todos" (l
Co 14, 31) (8).
Esta dimensión exhortativa tiene dos elementos que poco a poco se van
distanciando en sus funciones. Hay un elemento de aplicación del evangelio y
de la doctrina a la situación concreta de la comunidad, que se va sedimentando
en los responsables. Sería una de las funciones de los "pastores", que en Ef 4,
11 son puestos junto a los doctores. Cf. igualmente 1 Tm 5, 17: "Los
presbíteros... que se afanan en la predicación y en la enseñanza". Hay otro
elemento más imprevisible: es el que normalmente se entiende bajo el nombre
de “profecía”.
Interpretando así este texto, san Pablo estaría indicando unos carismas de la
Palabra (profecía) que abarcan fundamentalmente dos: el carisma de
enseñanza (el que enseña) y el carisma de la exhortación (el que exhorta), que,
a su vez, abarca un elemento de predicación (que en parte será función de los
pastores) y un elemento de revelación (que es al que en lenguaje corriente
queda reducida la profecía).
La expresión utilizada por san Pablo y que hemos traducido por "el que
preside" tiene el significado base de "tener cuidado de", pero entendido aquí
referido a los que se encargan de la responsabilidad general de la comunidad.
Es la misma expresión que encontramos en I Ts 5, 12: "Os rogamos,
hermanos, que apreciéis a esos de vosotros que trabajan duro, haciéndose
cargo de vosotros por el Señor y llamándoos al orden".
CARISMA DE ASISTENCIA
“ ‘El que ejerce la misericordia' podría ser el que se ocupa, por medio de
cuidados materiales, de los que tienen necesidad (especialmente los enfermos,
ancianos, peregrinos) en nombre de la Iglesia" (1. SANCHEZ BOSCH, op.
cit. p.70).
Siguiendo la interpretación que estamos haciendo de este texto, san Pablo nos
presenta los distintos carismas de servicio distribuidos en tres: un carisma de
administración (el que da) destinado a la administración de los bienes de la
comunidad, un carisma de dirección (el que preside) que es el responsable de
la comunidad, y un carisma de asistencia (el que ejerce la misericordia) para el
cuidado de los necesitados.
Según esta interpretación que hemos hecho, los carismas aparecen en este
texto claramente como "los dones de trabajar al servicio" de la comunidad en
los distintos ministerios reconocidos por la misma comunidad. Hay que notar
que no se trata de "dones que hacen idóneos a un puesto de servicio en la
comunidad" (B. YOCUM, Prophecy, Ann Arbor 1976, apend. II), sino del
servicio en sí mismo. San Pablo no distingue entre un ministerio y un don
(carismático) -para -poder-realizar -este-ministerio. Sino que, para él, el
ministerio es carisma, es decir, es el mismo ministerio que se realiza en la
manifestación de la gracia de Dios.
Tercer texto: Et: 4, 7-16
Por último vamos a acercarnos al tercer texto fundamental en que san Pablo
habla sobre los carismas, aunque propiamente no aparezca aquí explícitamente
el término. Veamos la primera parte del texto:
"A cada uno de vosotros se le ha dado la GRACIA según la medida del don de
Cristo. Por eso dice la Escritura: Subió a lo alto llevando cautivos y dio
dones a los hombres. Él subió supone que había bajado a lo profundo de la
tierra; el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para
llenar el universo. Y Él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a
otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el
perfeccionamiento de los santos, para la OBRA de SERVICIO, y para la
edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad en la
fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de
Cristo en su plenitud" (vv. 7-13)
San Pablo se fija, de nuevo en esta "edificación del cuerpo de Cristo" (cf. I Co
12, 7 "para el provecho común"), e indica que todo cristiano ha recibido su
forma de aportar (cf. I Co 12, 7 "cada uno ha recibido la manifestación del
Espíritu"). Esta aportación de cada uno de los creyentes es gracia para la obra
de servicio (Cf. I Co 12, 4 "hay diversidad de carismas... de servicios... de
acciones ")
Frente a esta labor itinerante el autor de la carta a los Efesios señala también
la labor de dirección estable de una comunidad local. Esta la expresa mediante
el binomio "pastores y doctores". Escribe J. Huby: "Los pastores y doctores
se nombran juntos porque, según parece, consagraban su actividad - rasgo
común a los dos grupos- a una Iglesia determinada: y por ello, dice Teodoreto,
son colocados después de los evangelistas, que eran misioneros. Del hecho de
que ambos títulos, pastores y doctores, estén unidos estrechamente, no hay
que concluir su identidad. Si normalmente, como observaba san Jerónimo, el
pastor que gobernaba una Iglesia debía ser capaz de instruirla y por
consiguiente de ejercer el papel de doctor, podía haber también maestros que
no hacían de jefes de comunidades cristianas" (Cartas de la cautividad,
Madrid 1963, pp.181-182).
San Pablo resalta, por lo tanto en este texto, la acción del Espíritu Santo a
través de los ministerios principales de la comunidad. Una visión carismática
distinta que ésta mantiene a la gente en una situación de infantilismo, sin un
verdadero crecimiento espiritual, sin un descubrimiento profundo de lo que es
Cristo, sembrando la división y no la construcción de la comunidad.
Por eso el autor de la carta después de señalar los dones principales para esta
construcción de la comunidad, fijándose de un modo especial en los "pastores
y doctores", indica que éste es el don que Cristo ha derramado "para que ya no
seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de
doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error; sino
que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia El,
que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través
de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada
parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en
el amor" (vv. 14-16).
La descripción de una falsa concepción carismática es muy realista. Una
consideración de los carismas como "fenómenos extraordinarios" es una
mentalidad de "niños" que lleva a toda clase de desviaciones y que pone a la
gente en manos del primero que pasa o que dice algo exaltado ("sacudidos por
las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina"), cuando, en
realidad, estas personas que sostienen estas visiones exaltadas no son más que
personas que intentan tener poder sobre otras ("en la trampa de los hombres")
y que seducen desviando del verdadero camino de Cristo ("con astucia
conducen al error") .
NOTAS.
(1) “El cristiano sincero que dice simplemente: Jesús es el Señor (confesión
resumida de todo el cristianismo), está ya bajo la influencia del verdadero
Espíritu Santo" (E.M. ALLO, Premiere epitre aux Corinthiens, P. 322).
(2) Se han dado otras muchas interpretaciones de lo que significa aquí "fe": 1)
"una supereminente certeza de fe, que hace al hombre capaz de instruir a otros
en las cosas que pertenecen a la fe" (Sto. Tomás de Aquino, ST 1-2, q. 111, a.
4, ad. 2); 2) una fe que es capaz de trasladar montañas, es decir, de hacer
milagros; 3) una fe que ayuda a los demás a mantenerse firmes en la fe. Todas
estas explicaciones no tienen suficientemente en cuenta el texto y parten del
presupuesto que no se puede estar hablando de la fe como gracia santificante.
Pero, ¿qué hay que ayude más a la construcción de la comunidad que el
contemplar la fe de los demás? Esta fe es llamada carisma por san Pablo no en
cuanto es un fenómeno extraordinario de unos pocos, sino en cuanto se
manifiesta y, al hacerse palpable, construye la comunidad.
(7) Esta interpretación nos parece que viene confirmada por el único texto no
paulino que utiliza el término "carisma": "Que cada uno, con el CARISMA
que ha recibido, se ponga al SERVICIO de los demás, como buenos
administradores de la múltiple GRACIA de Dios. El que toma la palabra, que
hable la Palabra de Dios. El que se dedica al servicio, que lo haga en virtud
del encargo recibido de Dios" (1 P 4, 10-11).
Hemos visto ya que la palabra "carisma" es una palabra griega que emplea san
Pablo para designar el "don de trabajar al servicio de los demás" por la fuerza
del Espíritu. Se trata del dinamismo mismo de la vida cristiana que hace que
se manifieste el Espíritu Santo, la presencia activa de Jesús y la acción de
Dios Padre en medio de la comunidad cristiana y en medio del mundo.
Si por una parte hay que abrirse a todas las gracias "momentáneas" del
Espíritu, no menos urgente es el reconocimiento de la dimensión carismática
de cada uno de los ministerios dentro de la Iglesia. Hablar de Renovación
carismática es poner el acento en los dos puntos.
Es cierto que san Pablo en la primera carta a los Corintios pone una lista de
nueve carismas, pero ya hemos indicado en otro lugar que en ese texto, san
Pablo está hablando de una forma concreta sobre lo que ocurre en la
Asamblea eucarística de la comunidad, y que su modo de hablar no es
restrictivo, sino, al contrario, intenta abarcar todo lo que ocurre dentro de la
comunidad bajo el nombre de "carismas". Por eso, si queremos tener en
cuenta la dinámica interna del texto de san Pablo, podríamos traducir 1 Co 12,
7-10 del siguiente modo: "En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien
común; así, mientras uno recibe del Espíritu un hablar con sabiduría, otro
recibe un hablar con ciencia según el mismo Espíritu, y los demás la fe, por el
mismo Espíritu. Mientras unos reciben por el mismo Espíritu esas
manifestaciones de la gracia que son las curaciones, otros reciben la fuerza de
compartir sus bienes según sus posibilidades. Mientras unos reciben una
profecía, los demás reciben el saber discernir su inspiración. Mientras unos
reciben el orar en lenguas, otros reciben el orar de modo inteligible. Es el
mismo y único Espíritu el que lo hace todo, repartiendo a cada uno en
particular como a él parece".
El Señor Jesús eligió a doce discípulos para que viviesen con él y para
enviarlos a predicar el reino de Dios; a estos Apóstoles los instituyó a modo
de "colegio", es decir, de grupo estable, al frente del cual puso a Pedro. Los
envió primeramente a los hijos de Israel, y después a todas las gentes, para
que, participando de su potestad, hiciesen discípulos de él a todos los pueblos,
los santificasen y los gobernasen; y así propagasen la Iglesia y la apacentasen,
gobernándola, bajo la dirección del Señor, todos los días hasta la consumación
de los siglos. En esta misión fueron confirmados plenamente el día de
Pentecostés, según la promesa del Señor: "Recibiréis la virtud del Espíritu
Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda
Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra". Este carisma fundamental
de los apóstoles de la comunidad cristiana es colocado siempre en primer
lugar por san Pablo cuando habla de este tema. (2)
Como esta misión confiada por Cristo a los apóstoles ha de durar hasta el fin
del mundo (cf. Mt 28, 20), los apóstoles se cuidaron de establecer en la
comunidad cristiana quienes continuasen este carisma, son los obispos. Así los
obispos han recibido este carisma con sus colaboradores, los sacerdotes y
diáconos, para que presidan en nombre de Dios la grey, de la que son pastores,
como maestros de doctrina, sacerdotes de la liturgia y ministros en el
gobierno. Y así como permanece el oficio que Dios concedió personalmente a
Pedro para que fuera transmitido a sus sucesores, así también perdura el
carisma de los apóstoles (cf. LG 20). De este modo, los apóstoles "por la
imposición de las manos, han transmitido a sus colaboradores este carisma"
(LG 11).
Es cierto que este don no siempre se mantiene con toda la fuerza carismática
que sería de desear, pero esto no quiere decir que no exista siempre latente el
carisma. La postura carismática es saber ver, reconocer y despertar la gracia
del Espíritu allí donde ha sido derramada, aunque en un caso concreto esté
escondida. Esta es la postura de san Pablo con Timoteo cuando le escribe: "Te
recuerdo que reavives el carisma de Dios que recibiste cuando te impuse las
manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de
energía, amor y buen juicio" (2 Tm 1, 6-7).
CARISMA DE PASTORES
Aunque los pastores son en primer lugar los obispos, nos referimos aquí a los
que tienen una responsabilidad pastoral a niveles más reducidos. Hablamos,
por lo tanto, en primer lugar de los sacerdotes y diáconos, pero también de los
responsables de grupos, dirigentes. etc. (3)
"El mismo Señor, con el fin de que los fieles formaran un solo cuerpo, en el
que no todos los miembros desempeñan la misma función, de entre los
mismos fieles instituyó a algunos como ministros, que en la comunidad
cristiana tuvieran la potestad sacerdotal para ofrecer el sacrificio eucarístico y
perdonar los pecados, y desempeñaran públicamente el servicio sacerdotal por
los hombres en nombre de Cristo. Este carisma es recibido por aquel
sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo,
quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo
Sacerdote, de suerte que pueden obrar como en persona de Cristo en cabeza"
(PO 2).
Lo mismo que hemos dicho del carisma de los obispos hay que decir aquí del
carisma de los sacerdotes, el hecho de que por la imposición de las manos
hayan recibido este carisma no quiere decir que siempre se encuentre vivo.
Pero, al mismo tiempo, el hecho de que no esté vivo no quiere decir que no
haya carisma. Allí donde exista un sacerdocio no realizado con fuerza
carismática, hay que reavivar el carisma, como diría san Pablo.
De este carisma de pastores participan también los dirigentes de las
comunidades, los responsables de los grupos y los miembros de los equipos
coordinadores. En toda esta misión pastoral hay que tener en cuenta que este
carisma está destinado a la construcción del cuerpo de Cristo y que, por lo
tanto, está subordinado al ministerio de los obispos y al de los sacerdotes
delegados por ellos. Hay que recordar también que para confiar a alguien estas
responsabilidades pastorales han de ser personas maduras y formadas, que
tengan este carisma. Es lamentable ver, a veces, personas que no tienen este
carisma, actuar como si fuesen pastores, aconsejando, dirigiendo y tomando
opciones pastorales que no hacen sino disgregar al pueblo de Dios.
CARISMA DE EVANGELIZACION
Todos los cristianos han recibido el carisma de trabajar para que el Evangelio
sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra
(cf. AA 3). El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas,
realizadas con espíritu evangélico, ayudan a atraer a los hombres hacia la fe y
hacia Dios. Pero este carisma no consiste sólo en el testimonio de la vida: sino
que busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los creyentes
para llevarlos a la fe, ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y
estimularlos a una vida más fervorosa (cf. AA 6).
CARISMA DE LA ENSEÑANZA
CARISMA DE PROFECIA
CARISMA DE EXHORTACION
CARISMA DE DISCERNIMIENTO
De un modo especial este carisma se manifiesta en los obispos "a los cuales
compete, ante todo, no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que
es bueno" (LG 12). Igualmente hay que pedirlo para todos los que tienen
alguna responsabilidad pastoral, para los que tienen que aconsejar, y en
general para cada cristiano para conocer cuándo las inspiraciones que siente
son verdaderas inspiraciones y no proyección de sus propios sentimientos o
deseos; o hasta las tentaciones del Maligno; ?"Aunque de suyo el
discernimiento de espíritus se refiere más bien a la distinción entre el bueno y
el mal espíritu, entre los verdaderos y falsos profetas, entre los movimientos
de la gracia y los de la simple naturaleza, sin embargo, llegado a su plenitud,
muestra también al descubierto los afectos íntimos del alma, las intenciones
del corazón y los movimientos buenos o malos que lo impulsan" (A ROYO
MARIN. Teología de la perfección cristiana, p. 901). "Es evidente que un
buen psicólogo, y aun una persona de simple experiencia en el trato con los
hombres, puede barruntar con bastante aproximación los pensamientos y
afectos íntimos del alma por el aspecto exterior de la fisonomía, por la
expresión sensible del gesto o de la mirada, por el tono de la voz, por la
postura del cuerpo, etc. Todas estas conjeturas más o menos aproximadas son
en sí mismas puramente naturales y efecto de una sagacidad natural o
resultado de la experiencia; y a veces pueden llegar a ser tan claras e
inconfundibles, que llevan al observador a una verdadera certeza moral sobre
las disposiciones íntimas de la persona observada" (Id., p. 902). El carisma,
sin embargo, de este discernimiento penetrante es de otro tipo, pues se trata de
un conocimiento sobrenatural y que alcanza las mismas disposiciones
sobrenaturales de la persona.
CARISMA DE COMPARTIR
CARISMA DE CURACIONES
Otro punto a tener en cuenta en las curaciones es que Jesús es el único que
cura; como dice Sto. Tomás de Aquino, ”la omnipotencia divina no puede ser
comunicada a ninguna criatura; por esto es imposible que el principio de obrar
milagros sea alguna cualidad habitual en el alma" (ST 2-2, q. 178., a. l. ad 1).
La curación es siempre un don gratuito que se manifiesta cuando Dios quiere
y como quiere. Esto pone en evidencia la falsedad de algunas afirmaciones
que a veces se escuchan: a) "Dios quiere curar a todos": falso, porque de lo
contrario Jesús no habría muerto en la cruz (ni S. Pablo habría estado enfermo
de la vista, ni ningún santo); b) "fulanito tiene el don de curaciones": falso, la
curación es siempre un don gratuito que se manifiesta cuando Dios quiere; c)
"si uno no se cura es por falta de fe": falso, porque con esto estamos
colocando la curación dependiendo de nuestra fe y no de la gratuidad del
Señor.
Hemos de reconocer que los caminos del Señor no son nuestros caminos, y no
podemos reducir la acción desconcertante de Dios a una serie de principios.
"El Espíritu Santo es desconcertante y tan desconcertante que quien no se
haya desconcertado frente a su acción es porque no lo conoce" (P. Bertrand).
Es cierto que a veces Dios concede una curación después de la oración de una
persona, pero otras lo hace después de la oración de un grupo y otras lo hacen
sin que haya habido ninguna oración previa. Es cierto que a veces la curación
se manifiesta en personas que tienen una profunda fe o a través de personas
que tienen esta fe, pero otras veces la curación se manifiesta en personas que
no creen. Por otra parte. ¿Qué sabemos nosotros a veces lo que es una
curación sobrenatural y lo que ha sido una curación (que siempre es un don
saludable) producida por efectos psicosomáticos? ¡Cuántas cosas pueden
hacer la confianza en otra persona, el optimismo, las ganas de curarse, la
sugestión, etc.! Hay que ir con cuidado de no deducir una doctrina a partir de
unos casos concretos. Es mejor seguir el evangelio, que no doctrinas sacadas
de algunas experiencias.
CARISMA DE LA ORACION VOCAL
Uno de los grandes dones que ayudan a hacer creer en la fe, que encienden la
alabanza y edifican la comunidad, es la oración vocal. Esta puede presentarse
en forma de oración fija, como es el caso de tantas oraciones que empleamos
en la liturgia y que nos ayudan a expresarnos ante el Señor. Y en forma de
oración espontánea. En los grupos de oración hemos experimentado la
importancia de estas oraciones cuando son realmente inspiradas por el
Espíritu.
Como indica Sto. Tomás, "la alabanza de nuestros labios sirve para estimular
los efectos de los demás hacia Dios. 'Su alabanza estará siempre en mi boca',
canta el Salmista (Sal 33.2), y añade: 'la oirán los justos y se alegrarán. Cantad
conmigo las alabanzas del Señor' (Sal 33, 34)" (ST 2-2.q.91. a. Ic). Sin la
palabra no se puede construir la oración comunitaria. Esta expresa y unifica
los corazones. Si desapareciese la palabra, desaparecería la comunidad.
Sto. Tomás escribe: "Los cánticos que se escogen con todo cuidado para
deleitar el oído distraen. Pero cuando se canta únicamente por devoción, uno
se aplica con más devoción a lo que se dice. Porque su mirada descansa largo
tiempo sobre las mismas cosas, y, como dice San Agustín, 'todos los efectos
de nuestro espíritu, movidos por una misteriosa familiaridad, en toda su gran
diversidad, hallan su propia expresión en la voz y en el canto' “(St 2-2. q.92.
a.2, ad S).
Lo que hemos dicho sobre la música se debe decir igualmente sobre las
lenguas. Hablar, orar o cantar en lenguas es expresarse no como se cree a
veces en algunos medios en lenguas extranjeras o desaparecidas, sino dejando
de lado cualquier lengua, es decir, dejando de lado la expresión lógica. Como
dice S. Agustín, "prescindes de las palabras y queda sólo una melodía"
(Enarrat. in Ps 32, 1, 8).
Las lenguas son a la oración inteligible lo que la música al canto. Sin oración
inteligible la oración comunitaria se convierte en una casa de locos, se pierde
el sentido, no hay comunicación, desaparece la comunidad. Sin embargo,
cuando hay una oración comunitaria con palabras o con cantos, la expresión
momentánea en lenguas puede ser de una gran ayuda en la alabanza,
adoración o intercesión. Como dice S. Pablo, es la oración inteligible la que da
sentido a los momentos de oración en lenguas, y sólo cuando este sentido de
las lenguas está asegurado se pueden éstas utilizar como expresión del
Espíritu.
El don del amor entre un hombre y una mujer, "por ser un acto eminentemente
humano -ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad-, abarca
el bien de toda la persona y, por tanto, enriquece y avalora con una dignidad
especial las manifestaciones del cuerpo y del espíritu y las ennoblece como
elementos y señales específicas de la amistad conyugal. El Señor se ha
dignado asumir este amor, perfeccionarlo y elevarlo por el don especial de la
gracia y la caridad. Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino,
lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por
sentimientos y actos de ternura, impregna toda su vida; más aún, por su misma
generosa actividad crece y se perfecciona" (GS 49).
Este "carisma de la vida religiosa" es ciertamente "un fruto del Espíritu Santo
que actúa siempre en la Iglesia" (Evang. Test.).
CARISMAS NATURALES
Además de todos los dones sobrenaturales que el Espíritu Santo derrama sobre
la comunidad para la utilidad común, hay que señalar todos los dones
naturales que el hombre recibe y que tienen siempre, cual más cual menos,
una dimensión de servicio hacia los demás. Estos dones naturales, como nos
encontramos dentro de la economía de la gracia, siempre se encuentran en
cierto sentido imbuidos del sobrenatural y son auténtica expresión del Espíritu
Santo.
No podemos olvidar en esta lista de carismas todos los dones que el Espíritu
Santo da y que suponen su misma presencia. Nos referimos en primer lugar a
la fe, a la esperanza y a la caridad. Estas virtudes teologales han de ser
comprendidas en toda su amplitud. Por ejemplo, no solamente la fe que es
capaz de trasladar las montañas, de hacer milagros, de llegar hasta el martirio,
de sostener la fe de los demás, sino también la fe más sencilla y humilde que
es, siempre que se manifiesta, ayuda para los demás.
Lo mismo hemos de decir de los dones del Espíritu (cf. Is 11, 2: sabiduría,
entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios) y de los
frutos que brotan de los dones, que S. Pablo enumera del modo siguiente:
"amor, alegría, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza" (Ga 5, 22).
S. Pablo dice a 1os Corintios que quiere mostrarles "un camino excepcional"
(1 Co 12, 31) y les indica: "si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es
paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado
ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin
límites, aguanta sin límites" (1 Co 13, 3 -7).
Este texto clásico que acompaña a las explicaciones sobre los carismas en la
primera carta a los Corintios, debe ser leído con los textos que concluyen la
explicación de los carismas en la carta a los Romanos y en la carta a los
Efesios. Dice S. Pablo a los Romanos: "que vuestra caridad no sea una farsa;
aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed
cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo. En la
actividad, no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes. Servid
constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres; estad firmes en la
tribulación, sed asiduos en la oración. Contribuid en las necesidades de los
santos; practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid,
sí, no maldigáis. Con los que ríen, estad alegres; con los que lloran, llorad.
Tened igualdad de trato unos con otros; no tengáis grandes pretensiones, sino
poneos al nivel de la gente humilde. No mostréis suficiencia. No devolváis a
nadie mal por mal. Procurad la buena reputación entre la gente; en cuanto sea
posible y por lo que a vosotros toca, estad en paz con todo el mundo. Amigos,
no os toméis la venganza, dejad lugar al castigo, porque dice el Señor en la
Escritura: Mía es la venganza, yo daré lo merecido. En vez de eso, si tu
enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; así le
sacarás los colores a la cara. No te dejes vencer por el mal, vence al mal a
fuerza de bien" (Rm 12, 9-21).
Terminamos con las palabras del Papa Pablo VI al III Congreso Internacional
de la Renovación Carismática: "Por deseables que sean los dones espirituales -
y lo son ciertamente-, sólo el amor de caridad, el ágape, hace perfecto al
cristiano, sólo é1 hace al hombre 'agradable a Dios', gratia gratum faciens,
dirán los teólogos. Porque este amor no sólo supone un don del Espíritu;
implica también la presencia activa de su Persona en el corazón del cristiano.
Comentando estos versículos, los Padres de la Iglesia lo explican a porfía.
Según San Fulgencio, por citar nada más un ejemplo, 'el Espíritu Santo puede
conferir toda clase de dones sin estar presente El mismo; en cambio, cuando
concede el amor, prueba que El mismo está presente por la gracia' (Contra
Fabianum, fragmento 28). Presente en el alma, junto con la gracia le comunica
la propia vida de la Santísima Trinidad, el amor mismo con que el Padre ama
al Hijo en el Espíritu, el amor con que Cristo nos amó y con que nosotros, por
nuestra parte, podemos y debemos amar a nuestros hermanos, 'no de palabra
ni de lengua, sino de obra y de verdad' (1 Jn 3, 18)" (19 mayo 1975).
NOTAS
(1) Todo lo que Dios da al ser humano, tanto en el orden sobrenatural como en
el natural, no son sino dones totalmente gratuitos que, en cierto sentido, tienen
una dimensión de servicio hacia los demás. En sentido amplio, por
consiguiente, todo cuanto hemos recibido de Dios para el servicio de los
demás es un "carisma". Pero esta expresión genérica puede tener varios
sentidos específicos que es preciso determinar. Cuatro son estos sentidos
principales:
(2) "Cuando en las listas del Nuevo Testamento se nombra a los Apóstoles,
estos se hallan en primer lugar: cf. 1 Co 12, 28-29 y Ef 4, 11 (comp. 2, 20; 3,
5); Lc 11, 49 (comp. Mt 10, 40s); Ap 18, 20. Aun en aquellas listas paulinas
que no hacen mención explícita del apostolado, se trasluce la importancia
normativa del mismo. Basado en su propio apostolado, Pablo actúa
autoritativamente sobre los dones espirituales de la gracia: cf. 1 Ts 5, 12s, 19-
22; 1 Co c.12•14 (en general) y Rm 12, 34. Y el apostolado no sólo es el
primero y el más importante de los dones de la gracia, sino que en cierto
sentido los recapitula a todos" (H. SCHURMANN, Los dones espirituales de
la gracia, en La Iglesia del Vaticano II, t. 1, P. 590).
(3) Es cierto que en las listas del Nuevo Testamento aparece en segundo lugar
los "profetas", pero "hemos de ver en la primitiva profecía del cristianismo,
junto con el apostolado, un ministerio de la naciente Iglesia, distinguiéndola
del don de profecía que le sustituye en el tiempo posterior" (H. SHURMANN,
op. cit., p. 591). Los "profetas y doctores" eran en la Iglesia primitiva los
dirigentes de las comunidades, como se deduce claramente de Hch 13, 1: "En
la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé Simeón, apodado el
Moreno, Lucio el Cireneo, Manahén, hermano de leche del virrey Herodes, y
Saulo". Esta correspondencia queda confirmada por una frase de la Didajé 15,
12: "Elegid obispos y diáconos... pues también ellos os hacen el servicio de
profetas y doctores". Esto explica la expresión "apóstoles y profetas" de Ef 2,
20, 3, 5:(profetas es aquí el resto de la denominación primitiva de los
dirigentes), y la expresión "pastores y doctores" de Ef 4, 11 (donde se indica
la función doctrinal de los actuales pastores, herencia de los primitivos
dirigentes).
(4) Hay que situar dentro de este carisma lo que en 1 Co 12, 8 viene llamado
"palabra de ciencia". Seguramente tal denominación sirve para recalcar el
hecho concreto de unas palabras inspiradas, mientras la denominación "doctor
o maestro" indica más bien el carisma en cuanto ministerio fijo en la
comunidad. No es fácil distinguir completamente entre "palabra de sabiduría"
y "palabra de ciencia o conocimiento" (1 Co 12, 8, cf. Col 1, 9; 2, 3; 3, 16),
Sólo las distintas preposiciones empleadas en 1 Co 12, 8 y algún otro texto
(cf. Hch 6, 10) permiten pensar que la "palabra de sabiduría" aparece como
una inspiración más espectacular, mientras la "palabra de ciencia" parece una
inspiración más sosegada.
Ahora bien, el Señor actúa con nosotros, un pueblo histórico, pesado y de dura
cerviz, poco convertido y siempre en peligro de prostituirse con toda clase de
ídolos. De esta forma, somos una continua rémora para los planes y grandezas
del Señor. Un pueblo que necesita profetas que le hablen de parte del Señor,
que necesita signos, que necesita conocimiento, que necesita perdón y
liberación. Por eso se nos invita a la escucha, a despabilar el oído y a
descubrir los caminos del Señor. El Señor, en este momento, quiere
manifestarse actuando algunos carismas al parecer un poco dormidos en los
últimos tiempos. Nos está enseñando el poder enorme de construcción que
tienen en la Iglesia. Los carismas, por ejemplo, de curación, tanto interior
como física, sirven de maravilloso despertador de la fe, pues al ser dones del
Espíritu no actúan sólo espectacularmente, sino con fuerza interior en los
corazones. Lo mismo, un carisma de santidad, de liberación, la aparición de
verdaderos profetas, el despertar de algunas vocaciones en la pura fe, y en
definitiva la aparición de grupos y comunidades de oración y de apostolado en
su Iglesia.
Por eso hay que estar atentos a la enseñanza de la Iglesia para que el diablo no
nos tiente de nuevo diciendo: ¿Por qué no vas a comer esta manzana? Juan
Pablo II nos exhortaba en Roma a la “fidelidad a la auténtica doctrina de la fe;
todo lo que contradice a esta doctrina no viene del Espíritu". Esto
evidentemente se refiere no sólo a la teoría sino también a la praxis.
Pues bien, en lo que se refiere al deseo y ejercicio de los carismas hay una
enseñanza de la Iglesia últimamente que nos marca la pauta a seguir. Coincide
con Pablo en elogiar la grandeza de los dones de Dios y la gratitud con que se
deben recibir. Pero siempre se añade la coletilla: "Los dones extraordinarios
no deben pedirse temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción
los frutos del trabajo apostólico". Así hablaba el Vaticano II, L.G., 2. 12. Juan
Pablo II, en la Catechesi tradendae 72, dice: "La Renovación en el Espíritu
será auténtica y tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no tanto en la
medida en que suscite carismas extraordinarios, cuanto si conduce al mayor
número posible de fieles, en su vida cotidiana, a un esfuerzo humilde, paciente
y perseverante para conocer siempre mejor el misterio de Cristo y dar
testimonio de Él". El mismo Juan Pablo II en el Congreso de Roma nos decía:
"Estad abiertos a los dones del Espíritu, sin exagerada concentración en los
dones extraordinarios”.
Por eso debemos estar abiertos a los dones del Espíritu, dejándole al Señor la
libertad de distribuirlos según el beneplácito de su sabiduría y voluntad. Pero,
eso sí, abiertos a esos dones, valorándolos, recibiéndolos con gratitud y
poniéndolos al servicio de la comunidad "como buenos administradores de la
múltiple gracia de Dios" (1 P 4-10). Es necesario desearlos, aspirar a ellos.
Una cosa es poner con presunción la confianza en ellos, y otra muy distinta es
recelar o cerrarse a ellos. También de esta segunda forma se puede pecar
contra el Espíritu Santo, y por cierto, se hace con más frecuencia. Unas veces
por temor al ridículo, otras, amparados en las ideologías u opiniones humanas,
según las cuales estas cosas sólo fueron necesarias al principio de la Iglesia,
cuando aún no estaban sus estructuras suficientemente consolidadas. La
renovación carismática es toda ella un don de Dios, y lleva el apellido de
"carismática" como expresión de la voluntad de Dios para nuestro tiempo,
porque si de una cosa estamos seguros es de que esto no nos lo hemos
inventado nosotros. El mundo de hoy necesita signos, necesita muestras
especiales del amor de Dios, hundido como está en la desesperanza y en la
falta de motivaciones para vivir, necesita que la Iglesia sea reconstruida, y
finalmente necesita percibir que Jesús vive y actúa en medio de su pueblo. Por
lo tanto, los que hemos sido llamados a esta renovación bloquearíamos la
acción de Dios si, despreciando los carismas, nos conformáramos con
intensificar un poquito la piedad y devoción en nuestras vidas. Dejemos que el
Espíritu se muestre poderoso en nosotros, dejemos actuar en su Iglesia la
poderosa virtualidad de la sangre y la resurrección de Cristo. Aspiremos a los
carismas superiores: un sacerdocio renovado, una teología viva, una alabanza
que estalle en lenguas, unas estructuras revitalizadas. Aspiremos a que el
Señor cure y libere a su pueblo, a que nos envíe verdaderos profetas, que nos
comunique palabras de conocimiento, dones de interpretación y
discernimiento y que en definitiva la predicación del evangelio se vea
acompañada de signos de toda clase como nos tiene prometido en su Palabra.
Hay que pedirle al Señor el don de ser fieles en la pobreza de nuestra vida y
de nuestros grupos. Aún más, pedirle al Señor que nos empobrezca
continuamente. Hasta que sintamos el gozo bienaventurado y profundo de ser
pobres, pocos, perseguidos, insultados, incomprendidos y rechazados. Y en el
caso de que sintamos los consuelos y los signos del Señor no apegarnos a
ellos, porque nuestra verdad no está ahí. Y si el Señor obra grandes milagros
en medio de nosotros y nos da poder para expulsar demonios, debemos de
poner a prueba todos estos dones y no alegrarnos demasiado en todo ello.
Dejar, eso sí, que la alegría colme nuestra vida por la gratuidad de la elección
del Señor: "No os alegréis de que los espíritus se os sometan: alegraos de que
vuestros nombres estén escritos en los cielos" (Lc 10,20).
Por eso no nos fiemos de cualquier espíritu. Sin extinguir el Espíritu, sin
despreciar las profecías, examinémoslo todo y quedémonos con lo bueno (1
Ts 5, 19). Es bueno que al que tenga un carisma de los muy llamativos le sea
puesto a prueba por los dirigentes del grupo, para que todo sea pasado por el
crisol como el oro, y sea como la plata limpia de toda ganga "refinada siete
veces". Eso sí, los dirigentes pidiéndole al Señor una gran libertad de corazón
y en una escucha continua de la voluntad del Señor. Esta es la praxis constante
en la dirección espiritual de la Iglesia, que hace verdad la frase de que el que
aspire a los carismas muera a los carismas.
Por otra parte, el ejercicio de los carismas a que Dios nos llama, requiere cada
vez más el compromiso total, de toda nuestra vida. Esto no es un juego ni
ningún tipo de actividad simbólica. Un ejemplo. Si el Señor nos envía a orar
por la curación de los demás nos va a pedir seguramente con el tiempo que
carguemos con los sufrimientos y enfermedades de aquellos por los que
oramos. Si oro para que alguien se cure de un cáncer, el Espíritu me va a
mover a pedir que me pase a mí la enfermedad del hermano. Cuando el Señor
nos pueda mover a esta entrega de nuestra vida, nuestra oración será sincera,
no sólo subjetiva sino objetivamente. Así imitaremos al Señor que cargó con
todas nuestras dolencias.
Una obra del Señor tan preciosa, tan delicada, tan repleta de frutos de toda
especie, como es la Renovación Carismática, no podemos someterla a la
"pública infamia e irrisión de las naciones, ni a que meneen la cabeza los que
pasen por el sendero"... No por nosotros, sino para que no sea blasfemado el
nombre del Señor. ¡Qué experiencia tan sentida tendría de todo esto la
primitiva Iglesia para escribir Mateo, dentro del Sermón de la Montaña,
versículos tan duros como este: ''Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios y en tu
nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Jamás os conocí.
Apartaos de mi agentes de iniquidad"! Y sigue la parábola de los que edifican
sobre arena o sobre roca. (Mt 7, 21•27; Lc 6,46-49).
Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, a pesar de todas las cautelas que sean
necesarias, hay que aspirar a los carismas superiores. En ello realiza la
Renovación Carismática parte de su definición y de su vocación.
Ejemplos similares son aún más fáciles de encontrar en el mundo de hoy. Los
esfuerzos de liberación de toda autoridad tiránica llevan a algunas personas a
rechazar toda clase de autoridad, incluso la familiar, la de la escuela, el
gobierno y aún la autoridad de Dios mismo. De una beatería exagerada, se
pasa a la proclamación que toda expresión sexual es un placer tan inocente y
asequible como comer helados sin conllevar en sí ninguna responsabilidad.
LA ENFERMEDAD COMO
EXPERIENCIA DE NECESIDAD DE
SALVACIÓN.
Por François Bourassa, S. 1.
PALABRA DE VIDA
EN MEDIO DE LA DEBILIDAD
Estos hechos y obras de Cristo son por sí mismos la Palabra de salvación que
quiere convencer a los hombres de que el poder de Dios operante en el mundo
desde el principio está desde ahora y para siempre entregado a la liberación.
Basta clamar en fe para oírse decir: ''Ten confianza, tu fe te ha salvado".
Si es verdad que en San Juan las "obras" de Cristo son "signos" del misterio
que realiza, concretamente estos signos son todos signos de la Vida que está
en él desde el principio (2), y que ha venido a revelar y dar a los hombres con
abundancia (3). Y así, las curaciones, como la del paralítico (Jn 5), del ciego
de nacimiento (Jn 9) y finalmente la resurrección de Lázaro (Jn 11) son el
signo y la garantía de esta fuerza de vida "Espíritu vivificante" , "Espíritu de
Vida" (Jn 6, 63), que libera al cuerpo y al alma del poder de la muerte. Así no
son un despliegue de prodigios, ni signos en el cielo (Mc 8. 11), sino signos de
la vida y de la resurrección: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25).
¡Cuántas veces los evangelistas señalan este sentido del gesto de Cristo
diciendo al enfermo "Levántate", que significa de un modo bien característico
su victoria sobre la muerte (4)! No son sólo para afirmar su poder y manifestar
su divinidad, sino para revelar que en él la fuerza del Espíritu de Dios está
desde ahora entregada para siempre a la liberación del hombre. Así, cuando,
para asegurar a las generaciones futuras la presencia definitiva de su poder y
la perennidad de su obra de amor en medio de los hombres, da a los apóstoles
la misión de anunciar la venida de su reino, como él ha recibido "poder sobre
toda carne" (Jn 17, 1), "les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y
(poder) de curar los enfermos, y les envió a predicar el reino de Dios y obrar
curaciones" (Lc 9, 1-2).
"Hombre terrestre", su vida está, como toda vida sobre la tierra, marcada por
el nacimiento, la lucha, el sufrimiento y la muerte. La vida nadie se la da, y no
está en poder del hombre el apropiársela. El accidente más absurdo puede
arrebatársela. En cada momento se le escapa; y no puede asegurar el mañana:
?"Esta misma noche se te pedirá tu alma".
LA VERDADERA SALUD
Pero esto sólo el creyente lo sabe, y por esto, esta vida, sólo la fe puede
alcanzada: "La Vida ha sido manifestada... para que creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y que creyendo tengáis la Vida en su nombre" (1 Jn 1,
2; Jn 20, 31).
NOTAS
(4) El verbo egeiro (St 5, 15) tiene como sentido usual: despertar (del sueño):
Mt 8, 25; Hch 12, 7. En pasiva: Mt 1, 24; 25, 7; Mc 4, 27.
- Hacer levantar, particularmente a un enfermo, lo que ordinariamente quiere
significar su curación: Hch 3, 7; Mc 1, 31; 9, 27; Hch 10, 26; Mt 12, 11;
pasivo: Mt 8, 15; 9, 7.
- Designa las más de las veces la resurrección de los muertos, y
principalmente la de Cristo: Jn 12, 1.17; ?Hch 3, 15; 4, 10; 13, 30; Rm 4, 24;
8, 11; 10, 9; Ga 1, 1; Ef 1, 20; CI 2, 12; 1 Ts 1, 10; Hb 11, 19; IP l, 21. Pasivo
o intransitivo: Rm 6, 4-9; 8, 34: l Co 15, 12.20; 2Tm 2, 8; Mt 14, 2; 27, 64;
28, 7; Mc 6, 16; 12, 26; 14, 28,etc.
DE LA TRADICIÓN ESPIRITUAL
CRISTIANA
EL VERDADERO Y EL FALSO
PROFETA
El fragmento que reproducimos a continuación está tomado de un escrito del
siglo II conocido como El Pastor, de Hermas. Fue uno de los libros más
universalmente estimados de la antigüedad cristiana, hasta el punto de que
por algún tiempo se dudó si no pertenecería al canon de las Sagradas
Escrituras, cayendo después en el olvido, hasta ser re-descubierto en el siglo
pasado.
DISCERNIMIENTO DE ESPIRITUS
9. Ahora bien, cuando un hombre, poseído del Espíritu divino, llega a una
reunión de hombres justos que tienen fe en el Espíritu divino, y en aquella
reunión de hombres justos se hace una súplica a Dios, entonces el ángel del
espíritu profético, que está junto a él, hinche a aquel hombre y así, henchido
del Espíritu Santo, habla en hombre a la muchedumbre conforme lo quiere el
Señor.
11. Escucha ahora -continuó diciéndome- las señales del espíritu terreno y
vacuo que no tiene virtud alguna, sino que es necio.
¿Conque es posible que un Espíritu divino profetice a jornal? No, no cabe que
así obre un profeta de Dios, sino que el espíritu de tales profetas es terreno.
13. En segundo lugar, el falso profeta no se acerca para nada a reunión alguna
de hombres justos, sino que huye de ellos. En cambio, anda pegado a los
vacilantes y vacuos, les echa sus profecías por los rincones y los embauca,
hablándoles en todo conforme a lo que ellos desean vacuamente. Y es que, en
efecto, a gente vacua responde. Un vaso vacío, chocando con otro vacío, no se
rompe, sino que resuenan uno con otro.
14. Mas si sucede que el falso profeta se presenta a una reunión llena de
hombres justos, que tienen el espíritu de la divinidad, y tratan de dirigir una
súplica a Dios, entonces el hombre se queda vacío, y el espíritu terreno, de
puro miedo, huye de él, y el hombre se queda mudo y se hace añicos y no es
capaz de soltar una palabra.
15. Al modo que si almacenas en tu bodega vino o aceite, y allí, entre las
tinajas llenas pones un cántaro vacío, luego, cuando quieras desocupar la
bodega, hallarás vacío el cántaro que pusiste vacío; así estos profetas vacuos,
cuando llegan a los espíritus de los justos, cuales vinieron, tales son hallados.
16. Ahí tienes la vida de uno y otro linaje de profetas. Así, pues, por sus obras
y por su vida has de examinar al hombre que se dice a sí mismo portador del
Espíritu.
17. Por tu parte, cree al espíritu que viene de Dios y tiene poder; mas al
espíritu terreno y vacío no le creas en nada, pues no hay en él fuerza alguna,
puesto que procede del diablo.
De este Espíritu se excluyen, por lo tanto, todos los que, rechazando el acudir
a la Iglesia, se privan ellos mismos de la vida, por sus doctrinas falsas y sus
acciones perversas. Porque allí donde está la Iglesia, allí también está el
Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda
gracia. Y el Espíritu de Dios es la Verdad (I Jn 5, 6).
UN INSTRUMENTO DE
EVANGELIZACIÓN
Para nosotros es la mejor iniciación a la vida del Espíritu, tal como se vive
en la R.C., como preparación para llegar a una nueva efusión del Espíritu.
IV.- Los elementos de que se vale son la enseñanza, que siempre será
bíblica, la oración espontánea y en la que todos participan, el testimonio de
las maravillas del Señor en nuestras vidas, y el compartir espiritual, en
apertura y comunicación. Todo esto es vivido en el seno de, y a partir de,
una comunidad viva, que invocando la acción del Espíritu de Pentecostés,
acompaña solícita a cada uno de los participantes.
V.- Una vez haya completado esta etapa del seminario, el cristiano ya
integrado en una comunidad cristiana, carismática o como la queramos
llamar, ha de ir recorriendo un largo camino de progresiva formación para
aprender a ser auténtico discípulo de Jesús y hombre maduro en la fe. La
vida del Espíritu que de forma más intensa habrá de vivir en los
sacramentos y en la oración tanto individual como comunitaria, le
capacitarán para el testimonio cristiano y para una acción evangelizadora.
SUGERENCIAS PRÁCTICAS
PARA EL DESARROLLO DEL
SEMINARIO
EL EQUIPO
Para resaltar más este hecho y por su exigencia práctica siempre se nombra un
equipo de hermanos que estará formado por un coordinador, los catequistas y
los animadores o acompañantes.
Entre todos ellos debe reinar desde el primer momento, y durante todo el
tiempo que dura el Seminario, una gran armonía y unidad. Para esto es
necesario que todo el equipo tenga una reunión al menos antes de que llegue
el día de empezar el Seminario, en la que se prepare entre todos y se estudie
un poco la situación de las personas que se han inscrito.
Cada día, antes de empezar, deberían orar todos juntos, como preparación y
para encomendarlo todo al Señor.
Los catequistas deben llevar muy preparado el tema que han de exponer,
procurando llegar a una comprensión clara de cada uno de los puntos que han
de desarrollar y al mismo tiempo tener una vivencia personal del tema.
Debe ser hombre de mucha oración para que su palabra no resuene como algo
vacío sin vida ni contenido. Debe prepararse con la oración y el estudio, pues
tiene el privilegio de actuar como instrumento de Cristo que mandó predicar el
Evangelio a toda criatura para hacer discípulos y contribuir a que otros
acepten el mensaje.
DURACION
Ante todo hay que tener en cuenta que el catequista no puede ser un novato,
pues el Seminario no es un lugar de experimentación ni de entrenamiento.
Para catequista no vale cualquiera, aunque lleve muchos años en la
Renovación.
Hay que llevar una buena preparación y dominar muy bien el tema que se va a
exponer. El catequista tiene que haber logrado una clara comprensión de la
materia y haber asimilado muy bien el esquema y los diversos puntos en que
tiene que desglosar el tema, de forma que a los oyentes se les quede
prácticamente aprendido el tema.
Las citas bíblicas que van en cursivas se han de leer siempre por la Biblia,
nunca por los apuntes o por el manual. Cada uno de los participantes debe
llevar desde el primer día su Biblia, y en cada sesión se debería dar una
pequeña instrucción sobre el manejo de la Biblia.
Cada día hay que hacer ver la ligazón del tema con los precedentes, así como
las consecuencias y exigencias a donde nos lleva.
EL MENSAJE Y SU ESQUEMA
1) El Amor de Dios
a) manifestado en su Hijo Jesucristo
b) y en la salvación que por El recibimos.
3) - La conversión a Jesús
a) por el arrepentimiento
b) por la curación interior.
El primer día hay que procurar que cada uno de los participantes se presente y
diga algo de sí mismo, con qué inquietud viene, algo de su vida, de forma que
cuanto antes, se llegue a crear una atmósfera de familiaridad y de hermanos
que facilite el compartir espiritual. Ese día conviene también hacer una
presentación general de la R.C., de lo que es el Seminario y cómo va a
discurrir.
"El Dios del amor" (2Co 13, 11), desde el origen de la humanidad, busca
compartir con el hombre su propia vida y damos a conocer su poder y amor.
Dios se nos ha manifestado, pues, más con hechos que con palabras o, mejor
dicho, por gestos y acciones salvadoras.
Es así como toda la Revelación, toda la historia de este plan de salvación que
Dios empieza a realizar desde los comienzos de la humanidad, nos conduce a
una conclusión que lo resume todo: DIOS ES AMOR (J Jn 4, 8.16).
1.- Nuestro corazón y todo nuestro ser presienten que hay algo muy superior a
todo lo que conocemos de este mundo, a lo cual estamos destinados. La
necesidad que hay en todo ser humano de amar y ser amado es una expresión
de la meta a la que Dios nos ha destinado.
El deseo ardiente de Dios es que cada uno lleguemos a ser plenamente aquello
para lo que El nos ha destinado: felices compartiendo su misma vida. Llegar a
ser yo mismo es llegar a realizar en mí el plan de Dios, el plan que desde antes
de la ?creación ya Dios se había trazado:
El nos atrae siempre "con lazos de amor". Si el hombre busca acercarse a Dios
no es por simple sentimiento o necesidad psicológica, como quieren
interpretar algunos psicólogos, sino para responder a la llamada del amor que
Dios constantemente nos lanza y que de muchas maneras podemos percibir.
3.- Y este amor ha sido siempre gratuito, sin que preceda ningún mérito de mi
parte, como fue el amor de Dios para su pueblo elegido: "No porque seáis el
más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os
ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el
amor que os tiene ... Has de saber, pues, que Yahveh, tu Dios es el Dios
verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a
todos los que le aman y guardan sus mandamientos" (Dt 7, 7-9).
"Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea
en El no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su
Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por
él"(Jn 3, 16-l7).
"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo
a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos
envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (I Jn 4, 9-11). "Él
nos amó primero" (4, 19).
El Reino de los Cielos nos llega por El, y El mismo es, para los que le acogen
por la fe, el Reino. De todas las parábolas que empleó para hacernos
comprender lo que es el reino, la más expresiva es la parábola del banquete de
bodas, la cual nos resume la historia de Dios con los hombres en la que El
busca compartir su vida divina y revelarnos su bondad y amor. ..
"Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo.
Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y
poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi
Padre" (Jn 10, 17-18).
"Me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga 2, 20).
La Pasión y Muerte de Jesús, Hijo de Dios, como grano de trigo que cae en
tierra para morir y dar fruto (Jn 12, 24), como cordero sin defecto ni mancha,
es la medida del Amor, y también la victoria del Amor.
El quiso aceptar el tormento de la Cruz, y entregándose se sometió a la muerte
y a una muerte de Cruz (Flp 2, 8), hasta el punto de no parecer ya hombre ni
tener aspecto humano. Es así como fue "el testigo fiel" (Ap 1, 5) de la Verdad
y del Amor de Dios.
Dios en su Hijo nos ha dado testimonio del Amor con sus palabras, pero sobre
todo con su sangre: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8), "a quien no
conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser
justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).
"Como yo os he amado" (Jn 13, 34): he ahí hasta dónde puede llegar el gran
Amor de Dios.
CONCLUSION
Jesús vino al mundo "para que el mundo se salve por El" (Jn 3, 17). Su mismo
nombre significa "Yahveh salva", y "no hay bajo el cielo otro nombre dado a
los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12).
2.-- Si bien ya es aquí y ahora cuando El "me salva, me saca de las garras del
abismo y me lleva consigo" (Sal 49, 16), sin embargo mi salvación no alcanza
toda su plenitud y consumación hasta que no haya llegado a la casa del Padre
y obtenga la herencia de los santos y "la gloria del reino preparado", desde la
creación del mundo, para los que se salvan (Mt 25,34).
Cada día tengo que dar gracias a Dios por esta salvación que recibo con tanta
misericordia y amor. Un dÍa espero yo también unirme al canto de alabanza de
los elegidos: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y
del Cordero" (Ap 6. 10).
-un pasar de la muerte a la vida. Jesús nos dice: "El que escucha mi Palabra y
cree en el que me ha enviado tiene vida eterna, y no incurre en juicio, sino que
ha pasado de la muerte a la vida" (Jn 5,24);
-pasar de las tinieblas a la Luz. "Yo, la luz, he venido al mundo para que todo
el que crea en mí no siga en tinieblas" (Jn 12,46);
Cristo "aceptó la muerte, uno por todos, para librarnos del morir eterno"
(Prefacio de difuntos, II). Su victoria sobre la muerte, garantía de nuestra
futura resurrección, nos infunde una gran seguridad ante el hecho de la
destrucción de nuestro cuerpo, haciéndonos ver que lo que los hombres
llamamos muerte no es más que el paso a la verdadera vida, porque la vida de
los que creen en el Señor no termina; se transforma.
Para el cristiano que vive en serio su fe y unión con el Señor, nada tiene de
terrible la muerte; al contrario, la espera con paz y hasta con gozo indecible,
como vemos en los santos y en hermanos que nos han precedido, cuya muerte
envidiamos. La hermana Isabel de la Trinidad en el momento de su muerte
dijo: "¡Me voy a la luz, a la vida, al amor'"
3.- Si la salvación, como hemos dicho antes, es perdón del pecado, también
es:
reconciliación con Dios, por la muerte de su Hijo, siendo nosotros justificados
por su sangre, por la cual Dios nos comunica el don del Espíritu Santo, y nos
hace hijos suyos adoptivos.
unas veces a propósito de todo el que cree en Jesús: Jn 3, 16-36; 5,24 6,47;
10,28; 12,25; 17,3;
otras veces al hablar de aquel que come el pan vivo que Jesús nos ofrece: .Jn
6, 51-58. Hablando del pan vivo es cuando Jesús más nos habla de la
resurrección en el último día: Jn 6, 39.40.44.54, en correspondencia con la
vida eterna;
o de cómo Él nos da su gloria para ser todos unos con El en el Padre: Jn 17,
21-22;y estar donde Él está: Jn 17, 24.
Nunca como hoy se ha encontrado el hombre con una oferta tan variada y
abundante de fórmulas y medios de salvación. Líderes de todo tipo, corrientes
y religiones orientales que se nos presentan como un nuevo mesías para
occidente, reformadores sociales, hallazgos de la técnica y de la ciencia, de la
medicina, de la psiquiatría, ete.
El cristiano tiene la verdadera "palabra de salvación" (Hch 13, 26; 11,14) para
todos los hombres de ayer, de hoy y de mañana. Y porque ha sido salvado
debe proclamar en nombre de Jesús el mensaje de la Buena Nueva, el
Evangelio que es "fuerza de Dios para salvación de todo el que cree"(Rm 1,
16). Recuérdalo siempre: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los
hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch4,12).
SEGUNDA SEMANA
Jesús es Señor
OBJETIVO: Llegar a tomar conciencia, por la acción del Espíritu Santo, de
lo que significa confesar y proclamar que Jesús es Señor, y reconocerle como
el único Señor de mi vida.
INTRODUCCION
A) EL CRISTO DE NUESTRA FE
Hoy día se admira y contempla a Jesús bajo muy diversos aspectos. Son
muchos los que se entusiasman con Jesús visto tan sólo como liberador social,
un gran reformista, un revolucionario, un líder, un profeta... Pero, nada de
reconocerle como Señor.
Todo esto no es más que presentar a Jesús bajo su aspecto puramente humano,
sin llegar a la esencia de su misterio.
A nosotros también nos podría dirigir Jesús la misma pregunta que formuló a
sus discípulos:
"¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos le dijeron: 'Unos,
que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas:
Díceles él: 'Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: 'Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Replicando Jesús les dijo:
'Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado esto la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 13-17)
Reconocer a Jesús como el Hijo de Dios, confesarle como Señor es algo que
no podemos hacer por nosotros mismos; necesitamos la fe, la acción del
Espíritu Santo.
"Ha este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y
exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo
prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís... Sepa, pues, con certeza
toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a
quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 32-36).
Es así como Pedro, y con él toda la Iglesia primitiva, a partir de este Salmo
proclamó en su predicación el Señorío de Jesús, actualizado por la
resurrección, con lo cual se afirmaba que Dios, al resucitar y exaltar a Jesús, le
había entronizado como el Señor a su derecha, como el Cristo, es decir, el Rey
Mesías anunciado por la Escritura.
Tal como podemos ver por el libro de los Hechos, la Iglesia primitiva llamó a
Dios Señor, como consecuencia de la versión griega del Antiguo Testamento
en la que se tradujo la palabra Yahveh, el nombre propio de Dios, por la
palabra Señor. Pero dieron también este nombre a Jesús y se usó la expresión
Señor Jesucristo (Hch 28, 31), y se daba testimonio y se predicaba "tanto a
judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro
Señor Jesucristo" (Hch 20, 21).
2.- En la Epístola a los Filipenses tenemos un precioso fragmento, que
seguramente fue un himno anterior a San Pablo, en el que se nos exponen las
diversas etapas del Misterio de Cristo: su preexistencia divina, su humillación
en la Encarnación y el anonadamiento total de su muerte, su glorificación
celestial, la adoración del universo y el nuevo título de Señor conferido a
Cristo (Cf. Biblia de Jerusalén, nota a Flp 2,5):
"El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ?el ser igual a
Dios.
Sino que se despojó de si mismo tomando condición de siervo haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se
humilló a s' mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
"Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre.
Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y
en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria
de Dios Padre”. (Flp 2, 6-11).
De una forma más inmediata: es reconocer que en mí todo ha de ser suyo, que
todo le pertenece y debe estar sometido al imperio y señorío de su amor.
Cada vez que proclamo que Jesús es Señor debo expresar mi fe y mi decisión
de ser todo para El y de ofrecerle toda mi vida. Toda la existencia cristiana
consiste en consagrar la vida a nuestro Señor Jesucristo.
Reconocer a Jesús como Hijo de Dios, lo mismo que confesarle como Señor,
es un acto de salvación, algo que nosotros no podemos hacer por nosotros
mismos.
Sólo por el Espíritu es posible confesarle como Señor. Sólo por el Espíritu es
posible entregarle nuestra vida y desear que Él se instale en nuestra vida y en
nuestro ser como el Señor de todo.
He aquí un texto muy profundo que con frecuencia debemos hacer objeto de
oración:
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida: nadie va al Padre sino por mí. Si me
conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre... El que me ha visto a mí, ha
visto al Padre ... Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí'' (Jn 14,
6-11 ).
1.- EL CAMINO: El pueblo de Israel había orado con los salmos anhelando
marchar por el verdadero camino, por las vías del Señor (Sal 119), por "sendas
de vida" (Pr 2, 19; 5, 6; 6, 23, etc.). El camino de vida era el camino de la
justicia, de la verdad y de la paz.
d) Viene del Padre y va al Padre, y es uno con El. "Salí del Padre y he venido
al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre"(Jn 16,28).
3.-- Por ser la expresión del Padre, nos introduce en la comunión con el Padre,
en lo cual consiste la plenitud de la verdadera Vida. El Padre le ha enviado
"para que todo el que cree en Él tenga Vida eterna" (Jn 3, 16).
El acontecimiento pascual nos trae una nueva efusión del Espíritu, y, como
consecuencia, un conocimiento más íntimo del misterio de Jesús y de su unión
con el Padre.
-esta doble relación es obra del Espíritu Santo, que nos revela el verdadero
rostro de Jesús.
5.-Ef 3, 1-2l
6.- Mc 8, 34-38
TERCERA SEMANA
La conversión a Jesús
INTRODUCCION
Juan El Bautista empezó su vida de ministerio con una llamada a la
conversión (Mt 3, 2; Mc 1,4; Lc 3, 3-18).
En forma muy concreta Dios nos dirige hoy este llamamiento a cada uno de
nosotros. A todos nos llama de un modo general por el Evangelio, por su
Iglesia que en la Palabra, en los sacramentos y en su oración nos lo recuerda.
De una forma más particular Dios nos llama a cada uno por nuestro propio
nombre. En la vida de cualquiera de nosotros podemos distinguir toda una
sucesión de pequeñas y grandes llamadas, de gracias constantes. Es siempre
una llamada que resuena en el interior. Todos sin duda hemos sentido más de
una vez alguna llamada de Dios, una mirada de Jesús sobre nosotros. No
siempre nos hemos interesado, y más de una vez hemos tratado de eludir el
encuentro con El. Nuestras ocupaciones, el deseo de novedades, incluso
nuestros fracasos, son muchas veces la forma de escapar de Dios, y de dejar
que alguien o algo le suplanten, ocupando la atención que le corresponde.
A) ¿QUE ES CONVERSION?
1.- En nuestra vida podemos siempre distinguir una primera conversión, que
para muchos puede haber sido su misma educación cristiana como
consecuencia del Bautismo que para nosotros pidieron un día nuestros padres,
y para otros, quizá, un momento decisivo en su vida que ha marcado todo el
tiempo posterior.
Pero siempre cabe esperar una segunda conversión, y hasta una tercera, en el
sentido de que el Señor nos invita hoy a una entrega mayor, a tomar una
decisión, que, como ocurrió en la vida de los santos, cambie aún más nuestra
vida. Siempre será para ahondar más en lo que empezó con la primera
conversión. La invitación será entonces a vivir lo que ya somos, como si nos
dijera: eres ya salvo y fuiste colocado en el Reino de mi Hijo, vive, por tanto,
lo que has recibido; has resucitado con mi Hijo, busca más las cosas de arriba;
fuiste hecho templo del Espíritu Santo, vive más la vida del Espíritu.
Toda la vida cristiana es conversión, y como cristiano debo buscar llegar a ser
cada día en cada momento lo que ya soy por vocación: renacido a la vida de
Dios. ¿Hasta qué punto estoy tomando en serio mi condición de discípulo de
Jesús?, ¿estoy de verdad dispuesto a seguirle y vivir por El?
Ese paso fundamental, por el que con la gracia de Dios llegué a dar un viraje
en mi existencia, debe seguir iluminando mi vida posterior y a él debo
remitirme muchas veces como un punto de referencia en los momentos de
turbación, vacilación, decaimiento, y sobre todo cuando advierta que no estoy
siendo fiel a la marcha que emprendí. Siempre habrá que renovar el don total
de sí a Dios.
Ambos aspectos deben estar incluidos, pero es necesario algo más. La esencia
de la conversión es el cambio del corazón. Así como para Israel era un
retomar al amor primero de Dios o a una amistad más íntima, así también para
mí en concreto significa reanudar una relación más íntima y amorosa con
Dios, una relación que quizá se había cortado o no había llegado a cristalizar a
pesar de tantas invitaciones.
Y la respuesta puede ser la misma que dio Pedro el día de ?Pentecostés: "
¡Arrepentíos!".
Sólo el poder del Espíritu Santo, "el Espíritu de la verdad" (Jn 15, 26; 16, 13),
es el que convence verdaderamente al hombre de su pecado (Jn 16, 8-9). Y
nos convence de nuestro pecado, no para acusarnos o para condenarnos, sino
para liberarnos y curarnos.
3.- Con frecuencia se entabla una lucha interior entre el bien y el mal, muchas
veces dramática, hasta que llegamos a rendirnos a la gracia.
Pero cuántas veces nos desentendemos, o buscamos una evasión, para no tener
que enfrentarnos con nosotros mismos y mirar en nuestro interior toda nuestra
miseria y fealdad.
4.- Cuando nos dejamos mover por ese impulso suave del Señor, cuando nos
decidimos por el bien, el arrepentimiento nos hace sentir el fruto del Espíritu:
amor, alegría, paz (Ga 5, 22). El arrepentimiento en sí ya es liberación del
pecado y encuentro con Dios en el amor y en su gran misericordia.
En definitiva se trata del abandono de mis propios ídolos, que hasta pueden
ser cosas lícitas y buenas: "Todo es lícito, más no todo conviene. 'Todo es
lícito', mas no todo edifica" (1 Co 10,23).
Este aspecto puede significar empezar a vivir como hijo de Dios, como
muerto y resucitado con Cristo, como renacido del Espíritu Santo, querer
acoger a Jesús como mi Señor y con El también su espíritu, sus criterios, sus
bienaventuranzas, su mansedumbre, humildad, pobreza y amor.
CELEBRACION PENITENCIAL
Después de la exposición del tema se puede hacer una simple celebración
penitencial del estilo de las que señala el Ritual, pgs. 127 -188, con vistas a
una preparación más fructuosa del sacramento.
INTRODUCCION
A muchos la conversión es el comienzo de un nuevo caminar en el Señor. Con
ella se inicia en nosotros un proceso de transformación que se irá operando
conforme vamos viviendo intensamente la vida del Señor en nosotros.
San Pablo ha sabido exponer con rasgos muy vivos la lucha y la división
interior que sentimos en nuestra naturaleza:
Es Jesús el que mejor conoce nuestro corazón cuando nos dice que "de dentro,
del corazón de los hombres, salen las tentaciones malas... todas estas
perversidades salen de dentro y contaminan al hombre" (Mc 7, 20-23).
El origen de cada una de estas dificultades suele ser múltiple y a veces muy
complejo, pero para más fácil comprensión los podemos reducir a tres grupos:
2.- ¿Cuáles pueden ser los escollos que resultan insalvables para mí? ¿En qué
área particular de mi personalidad necesito más la acción del Señor? ¿Cómo
verme liberado de esta y aquella tara que tanto frenan mi caminar en el
Espíritu?
En todo aquello que me impida crecer en la vida del Espíritu o que para mí
represente una dificultad especial, el Señor quiere realizar una curación
interior. El, más que yo, anhela que la salvación que recibo de su misericordia
sea lo más completa posible, de forma que toda mi persona quede integrada en
su armonía divina y me aproxime cada vez más al ideal del hombre perfecto,
del "hombre nuevo creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad"
(Ef 4, 24), de acuerdo con el plan que Dios se propuso al crearme.
"¿Es que también nosotros somos ciegos?" -le preguntaron a Jesús algunos
fariseos y El respondió: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, pero como
decís: 'Vemos', vuestro pecado permanece" (Jn 9, 40-41).
Cuando ante el Señor nos presentamos como los leprosos, como los ciegos,
como los paralíticos del Evangelio, y así lo reconocemos ante los hermanos,
es cuando la curación empieza de verdad para nosotros.
Las curaciones que realiza Jesús no son simplemente milagros para demostrar
su divinidad o para obtener credibilidad ante sus desconcertantes palabras y
contrarrestar el escándalo que provocan.
a) Ante todo son un signo de la presencia del Reino de los Cielos en medio de
nosotros, tal como lo habían anunciado los profetas (Is 42, 1-9; 61, 1-2; Mt 11,
2-6; Lc 7, 18-23; 10, 9) un anticipo del estado de perfección que la humanidad
alcanzará plenamente cuando el Señor haga nuevas todas las cosas (Ap 21, 3-
5).
c) Tal como anunció Isaías en su Cuarto Canto del Siervo, el Mesías realizaría
la curación cargando El mismo con la enfermedad: “¡Eran nuestras dolencias
las que El llevaba, y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros lo tuvimos
por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras
rebeldías, molido por nuestras culpas" (Is 53, 4-5; Mt 8, 16-17).
3.-- Los Sacramentos son el lugar privilegiado para la curación interior. Cada
sacramento produce la curación según la gracia que comunica.
El Bautismo no sólo perdona todos los pecados cometidos sino que también
cura y transforma en nueva creatura, pues es despojo del hombre viejo y
revestimiento del hombre nuevo (Rm 6, 6: Col 3, 9; Ef 4, 24), nueva creación
según la imagen de Dios (Ga 6, 15).
Después del discernimiento adecuado para identificar la raíz del mal interior,
se hace esta oración que esencialmente consiste en presentar al Señor no sólo
la enfermedad interior, sino también todo el contexto histórico en que se pudo
originar, y todas las ramificaciones que pueda tener en las distintas áreas de la
personalidad.
Es de gran importancia que el hermano por el que se ora ponga todo lo que se
precisa de su parte y se comprometa entregándose totalmente al Señor.
Sobre todo el grupo que recibe el Seminario se puede hacer una oración
general de curación interior, quizá después de la exposición del tema o bien
otro día.
Ayudará a todos a tomar conciencia por primera vez de aquello en lo que más
necesitan la curación del Señor.
Para cada iglesia esto significa una voluntad seria de renovación y de reforma,
iniciando todo un movimiento de conversión, ya que de otra manera no es
posible que unas iglesias acepten a otras en reconciliación y amor.
El mismo empeño tiene que ir extendiéndose a cada cristiano, para que a nivel
personal adoptemos con más decisión el espíritu del Evangelio.
CUARTA SEMANA
La Promesa del Padre
I.- Pentecostés y la transformación de los primeros
discípulos
OBJETIVO: Tomar mayor conciencia de la acción del Espíritu Santo en la
historia de salvación.
La Sagrada Escritura nos habla del Espíritu desde su primera página: nos
presenta la creación como obra de Dios por medio de su Palabra y por medio
de su Espíritu. A lo largo de toda la Biblia aparecerá como una de las
características del Espíritu de Dios el ser espíritu creador:
"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión
y oscuridad por encima del abismo, pero el Espíritu de Dios aleteaba por
encima de las aguas" (Gn 1, 1-2).
La profecía de Jeremías:
Y la profecía de Ezequiel:
"Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de
su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne" (Ez 11, 19).
Pero esto no podían realizarlo los antiguos jueces o los profetas o los reyes
ungidos de Israel, que sólo recibían la fuerza del Espíritu de modo pasajero;
esta obra sólo podía hacerla el Mesías sobre quien debía reposar de forma
estable el Espíritu Santo, tal como indica Isaías:
"El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido el Señor.
A anunciar la Buena Nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los
corazones rotos" (Is 61, 1).
Es sobre esta obra del Mesías que se centran los profetas de Israel cuando
anuncian un nuevo Pueblo movido por el Espíritu. Así la célebre profecía de
Joel:
"Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo" (Mc
1,8).
"El que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás, sino que el agua que
yo le dé se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna"
(Jn 4,14).
- "El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: Si
alguno tiene sed, venga a mí, y beba el crea en mí, según dice según dice la
Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al
Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había
Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado" (Jn 7, 37-39).
Por eso, tal como nos indica S. Juan, la primera cosa que hace Jesús
resucitado cuando se aparece a sus discípulos es comunicarles su Espíritu
Santo:
"Jesús les dijo: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os
envío. Diciendo esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo"
(Jn 20, 21-22).
C.- Pentecostés
San Lucas recalca también a su modo el hecho de que Jesús es el que, lleno
del Espíritu Santo, da a sus discípulos su Espíritu, inaugurando un mundo
nuevo. El tercer evangelio termina con las siguientes palabras de Jesús a sus
discípulos:
"Yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte
permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder desde lo alto"
(Lc 24, 49).
c) Viento: la imagen del viento es una forma de hacer gráfica la venida del
Espíritu Santo, ya que "viento" en griego se dice igual que "espíritu".
Pero no sólo en los sacramentos, sino a lo largo de toda nuestra vida cristiana,
en cada experiencia espiritual que supone para nosotros un crecimiento en la
fe, en la esperanza y en el amor, se realiza una efusión del Espíritu. El Espíritu
Santo es el que realiza las conversiones en el corazón, el que da la fuerza a los
mártires, el que nos mantiene en la perseverancia diaria, el que nos empuja a
perdonar, el que nos enseña a amar.
No nos ha de extrañar, pues, que después del Concilio el Espíritu Santo haya
suscitado en la Iglesia esta fuerte oleada de Renovación Carismática. No se
trata de ningún movimiento, sino de un momento fuerte de Renovación en la
Iglesia, un aplicar por la fuerza del Espíritu la gracia del Concilio.
¿Qué disposiciones se necesitan para poder recibir esta gracia? Toda gracia es
un don gratuito y, por lo tanto, no podemos pensar en esperar merecer esta
gracia o estar preparados para recibirla. La única disposición que se requiere
es desearla ardientemente con gran sencillez. Jesús vino para los pobres, para
los enfermos, para los que tienen necesidad. Si tú no necesitas nada, si te
consideras satisfecho, no podrás recibir el regalo de Dios.
El papa Pablo VI dijo en una de sus audiencias este hermoso resumen: "Nos
limitaremos ahora a recordar las principales condiciones que deben darse en el
hombre para recibir el Don de Dios por excelencia, que es precisamente el
Espíritu Santo, el cual, lo sabemos, 'sopla donde quiere' (Jn 3, 8), pero no
rechaza el anhelo de quien lo espera, lo llama y lo acoge (aunque este anhelo
mismo proceda de una íntima inspiración suya). ¿Cuáles son estas
condiciones? Simplifiquemos la difícil respuesta diciendo que la capacidad de
recibir a este 'dulce huésped del alma', exige la fe, exige la humildad y el
arrepentimiento, exige normalmente un acto sacramental; y en la práctica de
nuestra vida religiosa requiere el silencio, el recogimiento, la escucha y, sobre
todo, la invocación, la oración, como hicieron los Apóstoles con María en el
Cenáculo. Saber esperar, saber invocar: ¡Ven Espíritu creador! ¡Ven Espíritu
Santo!" (16-X1974).
Cuando hay una o varias personas que lo desean y están preparadas se reúne
un grupo de hermanos para orar por los que han pedido esta gracia. Esta
oración se acostumbra a hacer de una forma que ni es completamente pública
ni completamente privada: acostumbran a asistir los catequistas que han
llevado las siete semanas, los dirigentes del grupo, las personas más
vinculadas a aquellos por los que se ora y algunas otras personas que se
sienten llamadas; de todos modos se acostumbra a evitar que haya demasiada
gente, sobre todo gente nueva, para evitar todo tipo de emocionalismo y al
mismo tiempo para no romper el clima de recogimiento y de confianza que las
personas por las que se ora requieren (lo importante es que las personas por
las que se ora se encuentren a gusto, con libertad para poder expresarse).
QUINTA SEMANA
El fruto de Pentecostés: la comunidad cristiana
Los Hechos de los Apóstoles nos resumen en tres textos fundamentales las
características de la comunidad cristiana nacida de la experiencia del Espíritu
Santo en Pentecostés. Leyendo estos textos nosotros podremos comprender
mejor la gracia que hemos recibido al ser insertos en la Iglesia y recibir el
Espíritu Santo:
b) "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola
alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre
ellos" (Hch 4, 32). La comunidad cristiana no está dirigida sólo hacia Dios,
sino que establece entre sus miembros una profunda unidad, por eso se ha de
establecer entre los creyentes esta unidad perfecta que es el tener "un solo
corazón y una sola alma". De esta unidad profunda brota el compartir, pues
sabiéndonos hermanos, hijos de un mismo Padre, aprendemos a reconocer
todo lo que somos y tenemos como un don de Dios para el servicio de los
demás. De ahí que en la comunidad cristiana Jesús sea reconocido como el
Señor de todo, y nosotros aparecemos como simples siervos, simples
administradores. De esta forma las cosas recuperan su verdadero sentido
mediante el compartir cristiano
INTRODUCCION
Jesús mediante varias parábolas nos muestra claramente este deseo suyo de
que crezcamos cada vez más. En primer lugar en la parábola de los talentos
(Mt 25, 14-30) en la que "un hombre, al ausentarse, llamó a sus siervos y les
encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a
cada cual según su capacidad; y se ausentó". Luego, cuando vuelve el amo
pide cuenta a cada uno de aquellos siervos sobre los frutos que han dado
aquellos talentos que habían recibido. El hecho que se trate de siervos y que
luego el amo pida cuentas, indica claramente que hay un único Amo y que
todos los demás si tienen algún talento es porque lo han recibido como
administradores para que lo hagan fructificar. Lo mismo encontramos en la
parábola del administrador fiel (Mt 24, 45-51) en que se elogia al siervo que
administra las provisiones de la casa según el Amo le ha encargado. Uno sólo
es el Amo de todo, el Señor, Jesucristo. Y todos nosotros no somos más que
siervos suyos y administradores de sus bienes. Si tenemos algo es que lo
hemos recibido para administrarlo al servicio de los hermanos.
Esta actitud de recibir todas las cosas como un don gratuito de Dios para el
servicio de los demás es lo que llamamos actitud carismática. En griego
"carisma" significa "manifestación de la gracia" o como dice S. Pablo
"manifestación del Espíritu para provecho común" (1 Co 12, 7).
Esta actitud que sabe apreciar la obra de Dios no solo en las cosas grandes,
sino también en las cosas pequeñas, es la que quiere inculcar S. Pablo a los
corintios en el célebre capítulo 12 de la primera carta. He aquí unos versículos
de este capítulo:
En este texto S. Pablo exhorta a tener una actitud carismática en varias áreas
de la vida de la comunidad:
b) A ver todos los bienes como un don: tanto en la curación que nos devuelve
la salud (curación), como en el compartir los bienes materiales (obras).
d) A ver toda forma de oración como un don: tanto cuando es una oración
espontánea sin palabras (oración en lenguas), como cuando se trata de una
oración bocal (interpretación de lenguas).
• S. Esteban, tal como nos lo presentan los Hechos de los Apóstoles, es para
nosotros modelo de un modo de hablar fuertemente inspirado. S. Lucas nos lo
describe como un hombre "lleno de Espíritu y de sabiduría" (Hch 6, 3) de
forma que los que le escuchaban "no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu
con que hablaba" (Hch 6, 10). S. Esteban estaba lleno de esa sabiduría de Dios
de la que hablaba Jesús cuando decía:
"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños" (Mt 11, 25; Le
10, 21). Esa sabiduría que prometió a sus discípulos: "Yo os daré una
elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos
vuestros adversarios" (Lc 21, 15). Este "hablar con sabiduría" es un
carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.
Los mismos Hechos de los Apóstoles nos muestran a continuación que cuando
se da una curación hay siempre el peligro de poner los ojos más en los
hombres que en Dios. De forma que san Pedro tiene que decir: "Israelitas,
¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis fijamente, como si por
nuestro poder o piedad hubiéramos hecho caminar a éste?" (Hch 3, 12). Es
Jesús y sólo Jesús el que cura. Por eso hemos de decir que la curación es un
carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.
* Judas y Silas se nos presentan en los Hechos de los Apóstoles como modelo
de esta manifestación de la voluntad de Dios que es el hablar profético.
Después de haber puesto en comunicación de las comunidades el contenido de
la carta escrita por los apóstoles en el Concilio de Jerusalén, "Judas y Silas
eran también profetas, exhortaron con un largo discurso a los hermanos y les
confortaron" (Hch 15, 32). El hablar profético es un hablar inspirado por el
Espíritu para "edificación, exhortación y consolación" de la asamblea (1 Co
14, 3). Los hemos visto en Judas y Silas y lo encontramos también en Agabo,
de la comunidad de Jerusalén (Hch 11, 27 ss.; y 21, 10 ss.), en los dirigentes
de la comunidad de Antioquía (Hch 13, 1), en los discípulos bautizados en
Efeso (Hch 19, 6), en las cuatro hijas vírgenes de Felipe (Hch 21, 9), en la
comunidad de Corinto (cf. 1 Co 14, 29 ss), en Pablo (1 Co 14, 19), en el autor
del Apocalipsis (Ap 1, 3 ss). En el Apocalipsis nos ha quedado recogida una
forma concreta de palabra profética que es aquella que se presenta en primera
persona, como en boca de Jesús. He aquí el texto:
"Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que
va a venir, el Todopoderoso" (Ap 1, 8). El hablar profético en cuanto
actualización de la Palabra de Dios y manifestación de su voluntad es un
carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para provecho de todos.
CONCLUSION
Jesús ha derramado sobre todos nosotros sin distinción su Espíritu Santo que
obra en nosotros, para construir la comunidad cristiana, el Cuerpo de Cristo.
Sólo cuando nos abrimos a esta dimensión carismática de contemplar todas las
cosas como un don de Dios podemos vivir en la continua alabanza de Dios,
podemos reconocer el don que existe en cada hermano respetándolo, podemos
captar la voluntad de Dios que se manifiesta a través de sus dones. De lo
contrario, con una actitud cerrada, racionalista o autoritaria, limitamos la obra
del Espíritu y al fin Y al cabo nos encontramos siempre con nosotros mismos.
Dejamos de construir el Pueblo de Dios y empezamos a construir la Torre de
Babel que no es capaz de construir una verdadera hermandad entre los
hombres.
SEPTIMA SEMANA
Crecimiento en la vida del Espíritu
OBJETIVO: Dar las pautas necesarias para asegurar un crecimiento real en
la vida del Espíritu, evitando que todo quede reducido al entusiasmo de unos
días.
INTRODUCCION
S. Lucas nos indica en los Hechos de los Apóstoles que "los que acogieron su
palabra (de Pedro)... acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles"
(Hch 2, 41-42). También nosotros tenemos que mantenernos asiduos y firmes
en el camino emprendido. Para ello es necesario apoyarse en tres aspectos
fundamentales del crecimiento: 1) la oración (oración personal y comunitaria,
la lectura de la Sagrada Escritura, los sacramentos); 2) la comunidad (vida
comunitaria); y 3) el servicio (testimonio, evangelización, servicio y
compromiso cristiano).
I.- La oración
La importancia de la oración la descubrimos sobre todo al constatar el lugar
que ocupa en la vida de Jesús: se retiraba a orar (Mt 14, 23; Mt 1, 35; 6, 46;
Lc 5, 16; 6, 12; 9. 18; 9, 18-28ss; 11, 1), oraba durante la noche (Lc 6, 12),
enseñó a orar a sus discípulos (Lc 11, 1), oró después de su bautismo (Lc 3,
21), oró antes de elegir a sus discípulos (Mt 14, 23; Lc 6, 12-13), oró antes de
su pasión (Mt 26, 36ss; Mc 14, 32ss.; Lc 22, ?41ss); oró en la última cena (Jn
17), oraba sobre los niños (Mt 19, 13).
Por medio del Espíritu Santo nosotros nos adentramos en la oración de Jesús.
S. Pablo nos señala que "Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de
su Hijo que clama: ¡Abba! Padre!" (Ga 4, 6). Y S. Juan en el Apocalipsis dice
que "el Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven!" (Ap 22, 17). Si verdadera mente
nosotros nos dejamos mover por el Espíritu de Jesús también nosotros
haremos como él.
b) la alabanza. Una de las razones principales por las que el grupo se reúne es
para alabar a Dios. Alabar es centrarse en Dios por lo que él es, por el amor
que nos tiene. Procura dejar de lado lo que tienes que pedirle y hasta aquello
por lo que quieres darle gracias. Repite: "¡Gloria a ti, Señor!". La alabanza nos
centra en Dios y nos hace salir de nosotros mismos.
Para hacer posible esta oración personal es conveniente tener en cuenta los
siguientes consejos prácticos:
b) debo determinar cuánto tiempo voy a hacer. No importa que sean sólo
cinco minutos, lo más importante es que sean diarios. Normalmente, como
principiantes, nuestra oración debe oscilar entre los diez minutos y la media
hora.
b) Leer cada día los textos correspondientes a la Eucaristía del día. Puede
ser una gran forma para leer la Sagrada Escritura al mismo ritmo que toda la
Iglesia. Sobre todo, es válida si no se asiste a misa diariamente.
c) Leer cada día la lectura del Oficio de Lecturas (ciclo bienal). Es quizá
una de las formas más completas de leer la Sagrada Escritura al mismo ritmo
que toda la Iglesia. De esta forma se lee casi toda la Biblia en el plazo de dos
años. Esta forma es válida sobre todo para los que ya escuchan los textos de la
Eucaristía en la misa diaria.
II.- La comunidad
El crecimiento en la vida del Espíritu no es sólo una relación con Dios, sino
también una relación con los hermanos.
San Pablo, en la Carta a los Corintios, dice que "del mismo modo que el
cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así
también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para
no formar más que un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu" (1 Co 12, 12-13). Todos los que hemos
recibido un mismo Espíritu, por lo tanto, hemos sido reunidos en una
comunión profunda que es el Cuerpo de Cristo, la comunidad cristiana.
Este texto nos muestra mejor que ninguno la realidad que crea en nosotros el
Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones. Un solo Espíritu,
un solo Cuerpo.
Para irnos adentrando cada vez más en esta dimensión comunitaria de la vida
en el Espíritu es conveniente tener en cuenta una serie de puntos:
b) procurar entrar cada vez más en relación con los hermanos del grupo.
Cuando conocemos al hermano se nos hace más fácil compartir sus penas y
sus alegrías. Al mismo tiempo nos damos cuenta de que cada hermano es
distinto y que hemos de vencer nuestro egoísmo para permanecer abiertos a
todos.
III.- El servicio
El crecimiento en la vida del Espíritu no puede limitarse a nuestra relación
con Dios y a nuestras relaciones dentro de la comunidad, si queremos que
nuestro crecimiento espiritual y comunitario sea real debe convertirse en un
servicio a los demás. Jesús es para nosotros el modelo, él que no vino a ser
servido, sino a servir (Cf. Mt. 20, 28; Mc. 10, 45). Uno crece sólo en la
medida en que sirve. La misma comunidad cristiana no existe para estar
cerrada en sí misma, sino para realizar una misión en medio del mundo, es
decir, un servicio.
Este servicio cristiano lo podemos sintetizar en tres puntos, que son en los que
cada uno de nosotros y toda la comunidad debe centrarse si quiere que se
realice un verdadero crecimiento en el Espíritu:
A) - TESTIMONIO.
B) - EVANGELIZACION
La propia experiencia nos mostrará que la gente está muchas veces ansiosa de
la Palabra de Dios o de una palabra de ánimo que les ayude a levantar los ojos
hacia arriba. No siempre es fácil encontrar la forma respetuosa y adecuada,
pero hay que pedir al Señor esta actitud correcta en la que se une el respeto
con la valentía.
C) - COMPROMISO CRISTIANO
Esta vida de servicio no está reducida a nuestras acciones sino también a todo
el enfoque de nuestra vida y a todo lo que tenemos. El sentido de todo lo
creado es el servicio del hombre y sólo cuando construimos una sociedad en
que todas las cosas están al servicio del hombre y no para su explotación,
estamos respetando realmente el designio creador.
La experiencia de Dios en
Santa Teresa de Jesús
P or Domingo A. Fernández, O.C.D
Teresa fue consciente del misterio de inefabilidad que envuelve a Dios y a las
comunicaciones de Dios a la creatura: ello hace que frecuentemente el hombre
no sepa qué le comunica Dios y cómo se lo comunica, y que no pueda
expresarlo en palabras. Se requiere una gracia especial para ello. Teresa ha
dicho con precisión a este respecto: "una merced es dar al Señor la merced,
y otra es entender qué merced es y qué gracia; otra es saber decirla y dar
a entender cómo es" (Vida, 17.5). Ella misma pasó por esos diversos
estadios. En primer término, tuvo la experiencia de comunicaciones divinas
fuertes e intensas, pero no tenía palabras para explicadas. Pero llega un
momento, hacia 1560-1562, cuando ella tiene de 45 a 47 años, en que el Señor
le hace merced de que vaya entendiendo en palabras a sus confesores y a los
lectores de sus escritos. La convergencia en ella de esa triple gracia: recibir la
merced, entenderla y poder comunicarla en palabras, hace de Teresa una
Maestra excepcional de la experiencia de Dios.
Y maestra en, y por sola, la experiencia. Lo afirma varias veces: "No diré
cosa que no lo haya experimentado mucho" (Vida, 18,8).
En Teresa de Jesús hay una comunicación de Dios a ella real y dinámica: pero
durante muchos años, los de su búsqueda de Dios, ese donarse de Dios a ella
no es percibido a nivel experiencial. Ese período puede cubrir los primeros 30
o 40 años de su vida, años en los que Teresa busca el encuentro de Dios, con
altas y bajas de fidelidad, pero con sinceridad: ella quiere hacerle presente en
su oración y en su vida.
Pero llega un momento, y esto sucede después de su entrega total a él, después
de lo que ella llama su conversión (Cap. 9 de la Vida), en el que Dios mismo
parece hacerse presente. El parece tomar la iniciativa, comunicándose como
presencia en el interior de su ser. La certidumbre de su presencia es tan viva,
que "cuando el alma toma en sí en ninguna manera puede dudar que
estuvo en Dios y Dios en ella". (Vida, 18,15). No es experiencia de una
presencia de Dios abstracta, sino de un Dios Ser Viviente: "me acordé de
cuando S. Pedro dijo: 'Tú eres Cristo, hijo de Dios vivo' pues así estaba
Dios vivo en mi alma" (Rel. 54).
Por alguien, que está presente no de una manera pasiva, o como espectador,
sino con presencia activa, que por una parte abre ante los ojos maravillados
del alma, el misterio de Dios, Uno y Trino y del Cristo Encarnado, y por otra
parte la asienta en la verdad, la purifica, la dinamiza y compromete para la
misma obra de Dios en el mundo, haciéndola partícipe de su acción salvadora.
Es una experiencia de Dios que se comunica y actúa en ella a niveles cada vez
más profundos de su ser y de su esfera conciencial hasta que llega á hacerla
"en esa morada suya (el centro del alma), donde sólo El y el alma se gozan
en profundísimo silencio" (Moradas VII 3, 11).
Teresa tiene una vivencia intensa de ser salvada y liberada por Cristo. Y de
que lo hace por amor personal a ella. Y tiene una experiencia cada vez más
fuerte de que él es fiel y poderoso en su amistad. Hay momentos en que se
encuentra "sola" en su camino espiritual; hasta los confesores tienen miedo a
tratar con ella, en su ambiente de prejuicio contra todo lo místico. Pero el
Señor no la abandona: "¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero;
y cómo poderoso, cuando queréis, podéis y nunca dejáis de querer si os
quieren!... no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la
ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía" (Vida, 25,17).
Y "saberse" amado de Dios es básico para poder vivir vida de oración, ya que
oración "no es sino tratar de amistad... con quien sabemos nos ama"
(Vida, 8,5).
b) Dejar obrar el Señor, por la propia donación. Un segundo mensaje de la
experiencia teresiana de un Dios, "amigo de darse, si tuviese a quien", es
que hay que "dejar actuar a Dios en nuestra vida". El hombre es definido
como receptivo de Dios, pero en tanto se puede recibir su amor, su gracia y su
poder, en cuanto se le deja actuar en nuestra vida, en nuestra persona. "Todo
el punto está en que se le demos por suyo este palacio de nuestra alma con
toda determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar
como en cosa propia" (Camino 28,12).
Este es el modo en el que son puestos a prueba nuestro deseo del Cielo y
nuestra determinación por llegar a ser la iglesia ideal. No encontramos esta
iglesia intachable yendo a mirar de una iglesia a otra y descubriendo de
repente la perfecta, sino más bien haciendo de nuestras vidas un acto de
servicio a la iglesia en su lucha penosa y lenta hacia el ideal. El deseo de Dios
es ver nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor que sobreviven a esa
lucha.
Todo esto describe la iglesia real e indica la ingenuidad de aquellos que van
buscando aquí en la tierra la iglesia que sea ya perfecta para "agregarse a ella",
o de aquellos que -Dios perdone la ignorancia- se hacen "fundadores" de su
propia nueva iglesia de inmediatos encantos. Estos están cometiendo un triple
error: no captar el claro mensaje de la Cruz, no escuchar la oración de Jesús
por la unidad, y no entender la apostolicidad como una divina protección de la
verdad.
Recuerdo una visita de un pastor que me dijo que había "fundado" su propia
?iglesia. Yo he pensado siempre que otra "nueva iglesia" era la última cosa
que Dios necesitaba, pero con todo pregunté cortésmente: "¿Cuántos tiene
ahora usted en su iglesia?" Y el muy sincero y simpático señor respondió:
"Éramos 88. Pero después tuve problemas con mi ayudante, y él nos dejó para
comenzar su propia iglesia, y se llevó a la mitad de la comunidad con él".
Esta historia, repetida quien sabe cuántas veces, es la página más triste en la
historia de la iglesia y la principal debilidad del cristianismo de hoy. Cuando
llegó el reto, cuando la cruz se hizo pesada, ello produjo abandono en vez de
nuevos esfuerzos, nuevos signos de infidelidad y una nueva humildad
saludable. El conocer la historia de la iglesia podría ayudar mucho en este
aspecto. Los que ignoran la historia la repiten, y la iglesia es su víctima.
Sólo con este tipo de unidad podemos parecernos a Dios, quien se hizo visible
hace dos mil años enviando a Su Hijo para que tomase el cuerpo de un
hombre, quien desea seguir siendo visible hoy en la unidad del Cuerpo de
Cristo, la iglesia (Col 1, 24). En los primeros días del cristianismo la iglesia
tenía este tipo de unidad visible (Hch 2, 44-47; 4, 32-34), y esto indica el error
de los que dicen: "Pero yo no estoy abandonando la iglesia en sí... sino
solamente la institución y las estructuras." En otras palabras, ellos están
"solamente abandonando" la visibilidad, los vínculos de unidad que dan
testimonio y que significan la imagen de Dios.
Algunos juegan con estas verdades llamando a sus propias iglesias nuevas "sin
denominación". Pero esto quiere decir solamente que ellos han creado una
nueva denominación para otra nueva iglesia. Incluso si tratan de evitar la
palabra "iglesia" llamándose a sí mismos asociación, comunión, hermandad,
comunidad o cualquier otra cosa, no son sino otra herida de división en el
Cuerpo de Cristo. Al tener su propio cuerpo de enseñanza independiente, su
propia forma de culto, su manera de entender las Escrituras, su estilo de
disciplina y de dirección están dando visibilidad a su unidad provinciana. Y
son una "nueva iglesia", una "nueva secta", sin que tenga importancia su odio
a estas palabras.
Si aquella iglesia, una vez comenzada, cesó alguna vez de existir necesitando
un nuevo comienzo, o si durante el más mínimo momento de transición una
iglesia muerta pudo ser abandonada, entonces las promesas de Cristo de que
las puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia (Mt 16, 18), y de que
él mismo no la abandonaría nunca (Mt 28, 20) son falsas. Podemos hablar de
"renovar la iglesia", pero no podemos hablar de "agregarse a" o "comenzar" o
''fundar'' una nueva. Una cosa así como una nueva o segunda iglesia es
teológicamente imposible, y cualquiera que diga que ha sido "llamado" a ser
el fundador de una, ha estado hablando con el diablo. La renovación, la única
respuesta válida a los problemas de la iglesia real se realiza permaneciendo en
ella, no abandonándola. La línea continua de aquellos que han permanecido en
la iglesia desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy, viviendo bajo la
autoridad espiritual de sus sucesores, es lo que llamamos apostolicidad. Una
ruptura significaría que en algún lugar de esta línea el único Cuerpo viviente
de Cristo, la Iglesia, habría muerto.
Una pregunta que clarifica estas palabras es la siguiente: "Ya que Cristo
prometió enviar a la iglesia el Espíritu de la Verdad, que nos guiaría a la
verdad completa (Jn 16, 19), y nos recordaría todo lo que él había enseñado
(Jn 14, 16), ¿cuándo llegó este Espíritu, y cuánto tiempo permanecerá?". La
fácil y única respuesta es que él llegó antes de que existiera un Nuevo
Testamento escrito, él estaba allí cuando éste fue escrito, y que él ha
permanecido siempre desde entonces.
Esta triple presencia del Espíritu Santo es a lo que se refiere el Concilio como
tradición, escritura y autoridad magistral de la iglesia. El Espíritu Santo estaba
en la iglesia cuando las enseñanzas de Cristo eran sólo tradición oral. El
estaba en la iglesia a lo largo de los años inspirando a los evangelistas que
pusieron por escrito esa tradición (de un modo incompleto según Juan 21, 25),
y también inspirando a los responsables de la iglesia para recoger estos y otros
textos en el único libro que hoy llamamos la Biblia. Y el Espíritu Santo ha
estado con la Iglesia desde siempre protegiendo la verdad a través de la
interpretación eclesial oficial de la Biblia en la luz total de la tradición. O,
usando el verdadero significado de la palabra tradición, Dios nos propone que
el Espíritu Santo sea eficaz en el “transmitir" la verdad revelada a través de
toda la historia de la Iglesia. El Espíritu está como alma de la Iglesia para
mantener la verdad continuamente viva en la iglesia, que es precisamente el
modo en el que Cristo, la personificación de la verdad, está eternamente vivo
y con nosotros (Jn 14, 6; Mt 28, 20).
Pero engañados y engañosos iluminados vienen en diversos momentos de la
historia dando la impresión de que el Espíritu Santo llegó con la verdad
solamente en el momento en que El comenzó a hablarles personalmente a
ellos. Así se sienten libres para proclamar enseñanzas que la iglesia misma
nunca ha oído o creído antes, sin darse cuenta de que una verdad que llega con
quince o diecinueve siglos de retraso no es la verdad.
Falsas modas pueden atacar y hacer daño; pueden aparecer líderes débiles o
hasta malos; incluso teólogos brillantes pueden salirse del camino recto; los
reveses pueden reducir gradualmente la vitalidad. Todo esto fue profetizado
por Jesucristo, pero a su profecía Cristo añadió que la Buena Noticia sería sin
embargo predicada por todo el mundo a toda la humanidad y hasta el mismo
fin del tiempo (Mt 24, 11-14). Si a pesar de los reveses profetizados está
profetizado también que la luz, la verdad y la vida de Cristo será preservada
en la iglesia hasta el final, entonces lo que la iglesia debe experimentar es un
continuo e históricamente identificable renovarse en el Espíritu, y no una
fragmentación que una vez comenzada parece no acabar nunca.
Si María no fue siempre virgen, Jesús era sólo uno de un montón de hijos
suyos que un día se marchó de su casa para proclamar que él sólo, a diferencia
de los demás hijos de su madre, no tenía otro Padre que Dios mismo. Este
nuevo cuadro no es tan claro y convincente como el tradicional católico.
Además., si ?María no hubiera sido dada por Jesús como madre para todos los
miembros de la iglesia, ella sería la única cosa que él poseyó y que no dio a
todos y cada uno de nosotros, y ya no podríamos decir que El nos ha dado
todo lo suyo. Lo habría hecho sólo para el apóstol Juan (Jn 19, 27). Por otra
parte, si María fue verdaderamente concebida inmaculada mientras que
nosotros insistimos, a veces amargamente, en que también ella estuvo
manchada de pecado, estamos acusando injustamente a la misma madre de
Cristo de un pecado que nunca fue suyo.
EL VERDADERO ECUMENISMO
Al leer todo esto se podría decir que no es ecuménico. Pero ser ecuménico no
quiere decir que yo tengo que quitar del Credo de los Apóstoles las palabras
"Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica". La pérdida de las
convicciones católicas o del coraje de proclamarlas incluso a los católicos no
son requisitos para el ecumenismo. Tales requisitos no nos hacen ecuménicos,
sino realmente "sin denominación", convencidos de que ni la nuestra ni
cualquier otra iglesia es realmente importante, y que sería bueno pertenecer a
esta iglesia hoy, y a aquella mañana y a ninguna la semana próxima.
Por otra parte, el "sin denominación" no es, ni con mucho, tan abierto. El que
dice que no tiene ninguna denominación ha recorrido ya la mitad del camino
para convertirse en el fundador de una nueva iglesia, una cuyo nombre más
apropiado sería "Iglesia del Mínimo Común Denominador". En ella se nos
invita a dejar de lado como no importante todo dogma serio sobre el que
tengamos una diferencia de opinión, con tal que -eso sí- estemos de acuerdo
con cualquier cosa que se le ocurra decir o hacer al nuevo fundador. Yo
personalmente preferiría un diálogo acalorado pero fraterno con un verdadero
ecumenista que está más sutil y peligrosa invitación de los "sin
denominación". "Ahora no es importante ninguna de estas otras creencias:
sólo ven y sígueme". Este es verdaderamente el falso profeta sobre el que
Jesús nos dio tan claros avisos (Mt 24: 23-26).
Juan Ventura, el criado del palacio de los Favarone, fue llamado a declarar
para el Proceso de Canonización de la que había conocido en la intimidad del
hogar paterno desde su infancia y, con sabiduría, hizo la síntesis con la que
nos ofrecía la opinión popular y la suya propia: "Se creía que, desde el
principio, estaba inspirada por el Espíritu Santo" (P.C. XX, 5).
A la media noche del lunes santo, todavía engalanada como una novia, se
lanzó al seguimiento del Cristo pobre. A la luz de la luna huyó de la casa
paterna. Los compañeros de Francisco de Asís la esperaban junto a la muralla
y con devoción la acompañaron hasta la ermita de la Porciúncula. Allí, ante el
altar, se despojó... de sus vestidos, de su clase social privilegiada, de su
voluntad, de sí misma... tomó una túnica pobre que ciñó con una cuerda y
Francisco la consagró a Jesucristo.
EL PLAN DE VIDA
La pobreza de Clara era "cavidad" profunda, tan profunda como su ser. Como
María, a1a que Clara y Francisco llamaban con ternura "la Virgen Pobrecilla",
su disposición debía ser un FIAT atento, amoroso, humilde al Espíritu que, a
la sombra del Padre de Amor, formaba en ella la imagen del Hijo,
manifestándole en todo su ser.
Esta imagen de "madre y esposa" de Cristo (Cf. Mt 12, 50) fue vivida por
Clara como una copia viviente de la Virgen. Bajo el mismo signo de sus
esponsales puso el estímulo amoroso de la imitación de la Madre de Dios
robre, humilde, esclava. Y es que Ella es "comienzo e imagen de la Iglesia" -
como la canta el Pref. de la Inmaculada- y "como esposa del Espíritu Santo, es
también bajo este aspecto para la Iglesia, ejemplo de entrega total a los planes
de Dios Padre, de total dedicación a Jesucristo y a su obra, de docilidad al
Esposo divino. María es, para el cristiano y para la Iglesia, no sólo el prototipo
de su realidad futura, sino también el ejemplo de vida evangélica" (YANES,
Elías. Arzobispo de Zaragoza. "María de Nazaret. Virgen y Madre", Zaragoza
1979, pág. 96).
Por la fidelidad exquisita con que Clara vivió y enseñó estas cosas
recapituladas en la forma de vida que le dio Francisco, los testigos de su obrar
a la hora de formular su recuerdo edificante no hallaron mejor punto de
referencia que la Virgen Madre. Y así la cubrieron con el más bello elogio que
se ha dicho de mujer alguna: "¡Ninguna como ella después de la Virgen
María!" (Cf. P.C. V, 2; VII, 11; XI, 5; XV, 3). Seguramente que estos
testimonios hubieran hecho estremecer al mismo Francisco... Ella, "su
plantita" más fiel y amada se había perdido en la transparencia de la Forma de
Vida inspirada en el Evangelio de la Anunciación.
Viviendo el Evangelio
Francisco y Clara son santos de la Encarnación. Para ellos seguir a Cristo era
perderse en su misma experiencia de anonadamiento, "seguir sus huellas"
animados de sus mismos sentimientos hacia el Padre y hacia toda criatura:
"He aquí que vengo para hacer tu voluntad...” (Hbr 10, 7), "se humilló a sí
mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 8), "no vino a
ser servido sino a servir" (Lc 22, 24-27; Jn 13, 4-15).
En el tiempo de Clara de Asís (s. XII) también había tareas sociales que
cubrir; ignorantes, pobres, leprosos... Allá acudían Francisco y sus hermanos -
los que un Papa de nuestro tiempo ha llamado "tapa-agujeros" de la Iglesia-.
Clara y sus hermanas permanecían en la quietud de la vida contemplativa
creando con su mismo ser un lugar de PAZ y BIEN en el mundo y para él.
Clara se ocupaba incesantemente en las cosas del Señor (Cf. Lc 10, 42) y en
torno a sí creaba un hogar de comunión de amor. Sin cesar exhortaba, y así lo
recomendó para siempre en su regla, a la "SANTA UNIDAD": "Sean solícitas
siempre en guardar unas cosas con otras la unidad del amor recíproco que es
vínculo de perfección" (Regla Cl, X).
Y, por fin, daremos razón del título con que hemos encabezado estas líneas:
''Clara de Asís, Sagrario del Espíritu Santo".
El papa Gregario IX, desde que conoció a Clara siendo obispo de Ostia, la
visitaba cuando podía y la apreciaba profundamente. Siendo ya Papa, como no
pudiera visitarla con tanta frecuencia, le escribía añorando aquellos encuentros
en que se encendían en el amor del Señor. Y es entonces cuando dio a Clara
este título: "Sagrario del Espíritu Santo". Y aquel otro: "a la que es Madre de
mi salvación", que subraya el carisma de intercesión de Clara al encomendarle
con responsabilidad de "madre" los graves cuidados de la Iglesia universal y
de su propia salvación.
Diferencia de la oración
cristiana
respecto al yoga y al zen
Por una hermana eremita
Hoy se habla mucho entre los cristianos de yoga, de zen, del método Vitoz
(1). Incluso se habla de un yoga cristiano. Del desconocimiento de lo que son
estas técnicas de oración, de lo que encubren en sí, y también del
desconocimiento de la misma oración cristiana se derivan graves confusiones.
Un segundo punto de confusión es que el silencio de Dios nada tiene que ver
con el silencio conseguido por tales métodos. El silencio en la oración
cristiana no es más que un medio y un don, el don del silencio de Dios, el don
de Dios mismo, el estallido infinito de la Palabra y de nuestras palabras.
Con el silencio adquirido por tales métodos no se llega más que a lo profundo
de sí mismo y aun ese silencio es un vacío de todo. Pero no es en absoluto la
"nada" de que habla, por ejemplo, San Juan de la Cruz. La "nada" de San Juan
de la Cruz es el abandono total del hombre viejo, y para aquel que lo vive esto
se le presenta siempre como un vacío total de sí mismo, atraído y muy pronto
lleno por la plenitud de Dios. Y si, en esta experiencia de la "nada", el mundo
nos da la sensación de que desaparece, sólo es por breves instantes, y después
se le encuentra aún más fuerte, más enraizado en sí. Más que nunca, como
dice Silouane de Athos, "nuestro hermano es nuestra propia vida"; más que
nunca se quema uno por la oración de intercesión por el mundo.
El tercer punto de confusión es muy grave. Los cristianos que de este modo se
entregan al yoga o al zen para conseguir el silencio en la oración, que
abusivamente confunden con el silencio obtenido por una larga práctica de
oración, y que creen que de este modo llegan rápidamente a la contemplación,
se engañan a sí mismos. Olvidan que antes de la contemplación, y para llegar
a la contemplación total, hay que seguir el humilde camino del pecador
arrepentido, que ha sido salvado hasta en sus fibras más insignificantes.
He aquí el único camino: reconocer sus propios pecados. Los Padres del
desierto lo repiten continuamente. Sólo reconociéndonos pecadores, y de una
forma cada vez más profunda, a medida que vamos avanzando, podemos
reconocer y recibir a Dios y su amor infinito. El único camino es el de la
humildad. Pretender seguir otro camino, como el de las técnicas de oración de
otras religiones, es una gran tentación de orgullo que puede conducir al
cristiano a muy graves errores.
Cierto que, aparentemente, el que practica tales métodos parece llegar con
mayor rapidez a una cumbre de "descanso", de silencio. Déjale a él con ese
bien. Tú has de preferir la Cruz de Cristo plantada hasta en tu oración. Tal vez
parezcas retrasado, pero has de preferir el duro desbastarte de ti mismo y la
verdad, para llegar más tarde a la verdadera visión cara a cara. Deja la
inmovilidad que han conseguido los cristianos que se entregan a tales
métodos, para correr, correr siempre una aventura apasionante, maravillosa,
hasta la muerte.
Si hay efectivamente formas de orar, medios para orar, esto no es otra cosa
más que medios.
Para que entiendas bien esto vuelvo de nuevo sobre "la ?oración del corazón"
que en realidad engloba todos los modos de orar de los cristianos. No hay que
confundir "la oración del corazón" con "la oración de Jesús" tal como se
practica en el Oriente cristiano. Este es un método de oración muy elaborado,
que se funda en la repetición de la oración "Señor Jesús, Hijo de Dios, ten
piedad de mí, pecador", acompañada de gestos precisos y estudiados, tales
como la señal de la cruz, cambios de postura, ritmo respiratorio, etc. Al
confundir esta última oración con la oración del corazón, se la hace remontar
abusivamente hasta los Padres del desierto, cuando en realidad los Padres
estuvieron muy lejos de dicha elaboración. Fue Nicéforo el solitario, monje
del Monte Athos, de la primera mitad del siglo XIII, el que elaboró las bases
de la técnica corporales que hoy 1a acompaña.
Remontándonos a las fuentes, es decir, a los Padres del desierto, hallamos los
elementos fundamentales de "la oración del corazón" y, por consiguiente, de
la oración cristiana, elementos que se encuentran en cada escuela de oración
ya sea oriental u occidental.
Para orar hay que unir el espíritu al corazón, es decir, atraer toda la facultad de
pensar, imaginativa o intelectual, hacia el corazón para que hagan silencio y se
dejen tomar por el amor de Dios. Por esta razón dicen los Padres que hay que
practicar la guarda del corazón y del espíritu. Hay que luchar contra los
pensamientos, las distracciones. El primer medio es ocupando el espíritu y los
sentidos con la repetición de una oración muy corta que corresponde a lo que
se está viviendo: "Señor, yo te adoro", o "Señor, ten piedad de mí", o "Señor,
yo te alabo", etc. Otra forma consiste en encerrar toda la facultad de pensar en
las palabras de una oración muy corta que varía mucho de un Padre a otro.
Entonces se va pensando intensamente en cada una de las palabras que se
dicen y poco a poco el espíritu se centra en el corazón, en silencio, para
adorar.
Para orar hay que orar sin cesar. San Juan Clímaco en La Escala dice, citando
libremente a San Pablo: "El da la oración pura al que ora asiduamente, aun en
el caso en que su oración se vea adulterada por las oraciones y sea trabajosa"
(3). Otro medio es permanecer ante el Señor, con todo lo que pasa por uno
mismo, esperándole, amándole sencillamente, mientras brota
espontáneamente del corazón el murmullo de su nombre bendito.
La guarda del corazón o del espíritu es una lucha contra el ?pecado, contra las
tentaciones que el mal siembra en nuestro espíritu y en nuestro corazón. Aun
cuando en el principiante esta guarda del corazón deba ser incondicional para
con todo pensamiento, porque no tiene bastante discernimiento, no es una
abstracción de todo el mundo contingente, ni tampoco una ruptura con él por
menosprecio. Es una ruptura con el sembrador del pecado. Del mismo modo,
si el monje se mantiene incesantemente en la oración ante el Señor con amor,
dejando "pasar" las distracciones, podrá echar fuera el pecado humillándose
ante el Señor y reconociéndose pecador. Debe ayudarse también leyendo los
Evangelios, especialmente la Pasión.
Ya ves por qué necesitas conocer estos problemas. Son cuestiones graves que
ofrecen el riesgo de provocar grandes males y rupturas en la Iglesia.
Pero he aquí que aquellos que no saben más que un balbuceo de oración se
atreven a hacer lo que aquellos monjes que hicieron tanta oración jamás se
atreverían a hacer para no tentar a Dios. Solamente osan considerarse exentos
de posibles confusiones los que nunca han practicado días y días de oración
instante.
Piensa que has hecho opción por una vida fundamentalmente pobre en el
desierto, por una vida totalmente evangélica que necesariamente se expresa en
una gran sobriedad y en la que no hay lugar para este género de experiencia,
pues necesitas movilizar tanto tus fuerzas para vivir y llevar lo estrictamente
necesario.
Del mismo modo, las comunidades que suelen enviar a sus monjes a un
psiquiatra o a un psicoanalista son aquellas en las que la esclerosis ha
suprimido toda humanidad, todo amor fraterno y toda vida espiritual, o
también aquellas que por prurito de actualidad han eliminado toda substancia
de la vida religiosa.
Se suele olvidar que para poder poner remedio a un problema hay que conocer
su origen. Hay momentos en la vida espiritual que provocan perturbaciones
psicológicas pasajeras de comportamiento, dificultades relacionales, cierta
tristeza, inestabilidad. Si en momentos así se envía a un monje al
psicoanalista, es como si se le enviara a un oculista para una afección dental.
Por otra parte, se olvida con frecuencia que la oración saca a la luz de nuestra
conciencia todo nuestro "inconsciente" y que no siempre es fácil vivir esta
prueba de verdad. Solamente aquellos que han hecho la experiencia, los que
han experimentado la desbandada de las tendencias al verse privadas de su
maestro, que era la propia voluntad, los que han experimentado la radicalidad
del pecado en sí mismos hasta la experiencia del infierno (4) pueden saber
hasta qué punto se equivocan gravemente los monjes cuando van a buscar en
el psicoanálisis el discernimiento y la ayuda.
Y aun más, los que tienen poca experiencia espiritual son los que proceden
así, sin humildad, sin cuidado del respeto debido a la persona, sin temor ante
la posible confusión entre un desarreglo psíquico debido a una prueba
espiritual grave, a veces imposible de explicar por la misma hermana que la
sufre, o debido a una acción del demonio, a una ilusión como consecuencia de
una falta de la hermana en cuestión. Algunos también proceden así porque se
sienten superados. Y en vez de recurrir al Señor en la oración, prefieren
cruzarse de brazos y confiarse al hombre.
No hay derecho a jugar con la propia vida, con la propia vocación ni con la de
una hermana. Hoy se da una gran ausencia de discernimiento espiritual, pero
no será el psicoanalista el que la va a reemplazar. Sólo la oración intensa
puede darlo.
NOTAS:
(1) El método Vitoz debe considerarse aparte. Se trata de un método que tiene
un fin médico y psicoterapéutico. Sin embargo, se le presenta al público junto
con los libros de oración, y si un monje pasa por dificultades espirituales,
llegan a proponerle como solución el método Vitoz. Es una grave confusión
de problemas espirituales con problemas psicológicos, o con problemas de
relajación, y todo por falta de discernimiento.
(2) Nuestras raíces espirituales son comunes. Nuestras raíces cristianas son
judías, y por esto tenemos una espiritualidad muy próxima, a pesar de que
Cristo dio radicalmente una dimensión muy distinta a la oración que existía
entonces, especialmente los salmos. En cuanto al Islam, es posible que su
espiritualidad fuera influenciada por la espiritualidad cristiana, sobre todo a
través de los Padres del desierto. Pero la dimensión cristológica de la oración
cristiana cambia todo radicalmente.
(3) S. JUAN CLIMACO.- La Escala Santa. L'Echelle Sainte en Spiritualité
orientale, núm. 24, Editions de Bellefontaine, Begrolles-en-Mau- ges
(49.720), p. 293.
(4) No quiero insistir más. Las páginas 79 hasta 104 de Buisson ardent de la
priere. D.D.B., París 1976, hablan de esto.
Seminario sobre el
crecimiento espiritual
INTRODUCCION GENERAL
- para cumplir todas estas exigencias de la formación "hay que tener siempre
muy presentes la unidad y la integridad de la persona humana",
Esta doctrina tan nítida y segura que la Iglesia ofrece para todos, adquiere en
la R.C. un mayor sentido de exigencia. Baste tan sólo recordar las
orientaciones que dos grandes Papas dedicaron a la R.C.C. de todo el mundo
en dos momentos solemnes.
“Por eso sentís la necesidad de una formación doctrinal cada vez más
profunda: bíblica, espiritual, teológica. Sólo una formación así, cuya
autenticidad tiene que garantizar la jerarquía, os preservará de desviaciones
siempre posibles y os proporcionará la certeza y el gozo de haber servido a la
causa del Evangelio, “no como quien azota al aire'" (KOlNONIA, Nº 24, pag.
20-21).
Juan Pablo II, en la audiencia que el 7 de Mayo de 1981 concedió en los
jardines del Vaticano al IV Congreso Mundial de Líderes de la R.C.C.
proponía lo siguiente:
Este plan se puede desarrollar a lo largo de todo un curso, y aún durante más
tiempo, dada la extensión e importancia de los temas.
METODOLOGIA A SEGUIR
Cada Ciclo tiene cierta unidad entre sus siete semanas. Durante el tiempo que
dure el desarrollo de un ciclo se han de relacionar siempre unos temas con
otros, haciendo ver la gran unidad que existe en toda la vida espiritual.
Aunque cada ciclo consta de siete semanas, hemos de decir aquí lo mismo que
se dijo del Seminario de iniciación: para la exposición de todos los puntos son
necesarias más de siete semanas.
Hay unos temas que son más prácticos y otros más teóricos. Creemos, sin
embargo, que a todos hay que darles una orientación más teológica que
moralista, y con un matiz vivencial que supere el frío planteamiento teórico.
En la vida cristiana se necesita saber y obrar, pensar bien y actuar rectamente.
Pensar bien quiere decir tener rectos criterios cristianos de acuerdo con la
Palabra de Dios, tal como nos fue revelada, y con la doctrina que la Iglesia
nos ofrece en su Magisterio.
Es necesario, siguiendo el ejemplo del Papa Juan Pablo II, que ofrezcamos
orientaciones claras, firmes y seguras, y que tengamos una gran preocupación
por la formación de buenos criterios.
Tal como presentamos los temas, podemos ver que a algunos, que son de los
que menos hemos tratado hasta ahora, se les dedica una exposición más
completa, y que en cambio otros solamente se da un esquema o un material
que se ha de saber utilizar siguiendo las indicaciones y las citas que nos
remiten a otros números de la Revista en los que ya se han desarrollado. El
catequista debe tomar su tiempo y documentarse todo lo posible.
CICLO I:
Relación personal con Dios
En este Ciclo I nos centramos en la vida espiritual del cristiano considerada
preferentemente en la relación personal con el Señor, la cual se ha de
mantener pujante en constante desarrollo.
LOS TEMAS
I. ORACION PERSONAL
Algunos escritos:
M. QUOIST, Oraciones para rezar por la calle, Ed. Sígueme, Salamanca, 1981
II. ALABANZA
La alabanza supone un volcarse de todo nuestro ser hacia Dios. Por eso se
expresa con las palabras, con el gesto, con el canto. Pero nada de esto puede
expresar todo lo que es Dios. De ahí que la alabanza tienda hacia la "oración
en lenguas" y hacia la adoración en silencio.
Hay que alabar a Dios en todo momento, aún en los momentos de dificultad y
en que aparece algún problema grave.
Algunos escritos:
Es una de las cosas que pueden chocar más a los que se acercan a la
experiencia de la Renovación. Por eso es importante tener ideas claras.
Uno debe mantenerse siempre dueño de su forma de orar y debe procurar estar
unido a los demás, sin molestados con gritos o cantando fuera de tono.
Algunos escritos:
Tema 2:
Vida sacramental: La Eucaristía.
Nota: No todas las personas que se acercan a un grupo de oración tienen una
fuerte experiencia de vida cristiana. En muchos de los casos el descubrimiento
de la oración comunitaria no va acompañado de una conciencia eclesial y
sacramental. Por eso es muy importante ayudarles a un re descubrimiento de
la vida sacramental, empezando en primer lugar por la Eucaristía.
* Podemos recordar cuatro textos que nos muestran esa ?costumbre unánime
de las comunidades cristianas:
El segundo es una breve frase de la Didajé, uno de los escritos cristianos más
antiguos (siglo 1): "Reuníos en el día dominical del Señor" (Did. 14).
El tercero es un texto no cristiano de la carta del gobernador de Bitinia, Plinio
el Joven, al emperador Trajano (año 111/113) hablándole del resultado de
unos interrogatorios a cristianos: ''Afirmaban que... tenían la costumbre de
reunirse un día fijo (el domingo) antes de salir el sol... "
Algunos escritos:
Tema 3:
El sacramento de la penitencia. ?¿Qué es
el pecado?
Nota: Para que sea posible un verdadero camino de conversión es muy
importante que el creyente tenga abiertas las puertas hacia la Reconciliación.
Muchas veces hay temores, rechazo, desconocimiento de este sacramento.
Normalmente es por falta de una buena catequesis, de una práctica renovada y
de una clara conciencia de lo que es el pecado.
A) La voluntad de Dios
- "he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me
ha enviado"(Jn 6,38)
• Por eso él quiere que también nosotros vivamos en la voluntad del Padre.
- "No todo el que me diga: Señor, Señor, sino el que haga la voluntad de mi
Padre" (M t 7,21)
B) ¿Qué es el pecado?
C) El sacramento de la Reconciliación
Algunos escritos:
Tema 4:
La Palabra de Dios.
1.- La Palabra de Dios es un elemento imprescindible en el Ciclo I sobre el
crecimiento de la vida espiritual.
Por sí misma, para todo el que la acoge con fe es:
a) La ley y regla de la vida, que nos enseña cómo vivir y por dónde caminar.
De ella se nutre la fe.
c) Pero no sólo ilustra, sino que por sí misma, en todo el que la lee con la
debida disposición, produce gracia, santifica, transforma, comunica vida. Es
viva y operante por ser "una realidad dinámica, un poder que opera
infaliblemente los efectos pretendidos por Dios" (León-Dufour). En el Nuevo
Testamento se la llama ''palabra de salvación" (Hch 13, 26), "palabra viva y
eficaz" (Hb 4, 12), "palabra de vida" (Flp 2, 16). Jesús dice que sus palabras
son "espíritu y vida" (Jn 6 ,63), de forma que todo el que escucha su palabra y
cree en el que le ha enviado "tiene vida eterna, y no incurre en juicio, sino que
ha pasado de la muerte a la vida" (Jn 5, 24): "si permanecéis en mí y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis" (Jn
15, 7).
Luz que revela y poder que opera: la Palabra de Dios produce siempre lo que
anuncia.
2'-La Biblia, por tanto, debe ocupar el primer puesto entre todos nuestros
libros, y su lectura debe ser alimento diario de nuestra vida espiritual. Ignorar
tan gran tesoro y auxilio de Dios, aunque nada más sea que un solo día, sería
prácticamente ignorar y menospreciar su Amor.
"Jamás dejaremos de exhortar a todos los fieles cristianos para que lean
diariamente las Sagradas Escrituras, sobre todo los Evangelios, los Hechos y
las Epístolas de los Apóstoles, tratando de convertirlos en savia de su espíritu
y sangre de sus venas”.
Se trata de una lectura completamente distinta del que lee por curiosidad
científica, histórica, literaria, cultural. Son muchos los que leen así la Biblia, y
no buscan ni esperan otra cosa más que satisfacer este interés.
Pero para que produzca los efectos que hemos de esperar, "la Escritura se ha
de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita" (VAT. n, Dei Verbum,
N.12).
No lees un libro cualquiera, sino que te hallas ante Dios. Ponte por tanto, en
actitud de fe y recogimiento en su presencia, sintiéndote ignorante ante la
sabiduría y misterio de Dios, y clama con humildad: "Habla, Señor, que tu
siervo escucha" (1 S 3,10), "enséñame tu camino para que siga tu verdad,
mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre" (Sal 86,11), "para mis
pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero" (Sal 119,105).
Unas veces bastará que escuches al Señor, pues "a Dios escuchamos cuando
leemos su Palabra" (Vat. II), como María que "sentada a los pies del Señor,
escuchaba" (Lc 10,39).
Otras veces será recibir luz, inspiración, seguridad, aliento, "el consuelo que
dan las Escrituras" (Rm 15, 4). Y otras, se encenderá tu corazón, como cuando
el Señor hablaba en el camino a los discípulos de Emaús y les explicaba las
Escrituras (Lc 24, 32).
Siendo un tesoro de tan incalculable valor, cuyas palabras encierran tan divina
sabiduría, ¿cómo podemos justificar el que se nos pasen los días sin leer las
Sagradas Escrituras? ¿No supone esto una gran desconsideración para con el
Señor?
Cada día hemos de leer algo. Aquí más que nunca cumple seguir el lema:
nulla dies sine linea (ningún día sin leer una línea).
UNA ADVERTENCIA
Baste saber que no sólo estamos distanciados hasta treinta siglos del tiempo en
que se escribieron algunos libros de la Biblia, sino que también la geografía y
la cultura occidental nos han configurado conforme a una mentalidad racional
o cartesiana, que se expresa preferentemente a base de ideas abstractas, a
diferencia del alma oriental que utiliza más bien la parábola, la ficción, las
imágenes coloristas y atrevidas.
Esto significa que nunca podemos atribuir al texto sagrado un sentido que no
tiene. O sea, no lo acomodemos a nuestra forma de entenderlo, sino que
tratemos nosotros de acomodarnos al sentido que tiene, al sentido que quiso
dar el autor sagrado, porque de lo contrario no hallaríamos en la Biblia la
Palabra de Dios, sino la palabra puramente humana.
Para esto necesitamos unas nociones sobre lo que es la inspiración bíblica, los
géneros literarios y los diversos sentidos, la forma tan distinta a la de hoy en
que se escribieron cada uno de los libros de la Biblia, y cuál es el mensaje
central que encierra, cuáles son las ideas fundamentales del Antiguo
Testamento (la elección, la Promesa, la Ley, la Alianza, el Reino, el Exilio, la
espera del Mesías) que nos facilitan la clave para comprender el conjunto de
la Biblia y cada uno de los acontecimientos y personajes principales, todos los
cuales confluyen y se orientan hacia una misma meta: Jesucristo. Toda la
Biblia directa o indirectamente nos habla de Él, y su misterio centra toda la
historia de la salvación.
Apreciaremos así cómo los dos Testamentos constituyen dos etapas distintas
en la realización del mismo misterio de salvación.
El Antiguo Testamento es una etapa lenta y paciente de preparación, de
pedagogía divina para disponer al hombre a recibir libremente al Salvador. En
sus páginas, a pesar de los elementos caducos que podamos encontrar y que a
nosotros en la etapa del cristianismo ya nos dicen poco, admiraremos el plan
de revelación, de aproximación y de amor que Dios ha seguido siempre con el
hombre a pesar de la actitud rebelde y obstinada con que responde en
constantes avances y retrocesos. Es una historia del hombre con todas sus
miserias, sufrimientos y anhelos, y una historia del Amor misericordioso de
Dios: en este profundo misterio reconocemos nuestra propia historia, nuestro
pecado y nuestra salvación.
Seguir después con el Libro de Los Hechos de los Apóstoles, para pasar a
continuación a las Epístolas de San Pablo, como complemento y comentario
del Evangelio, que nos transmiten la vivencia que tuvieron los primeros
cristianos del Cristo resucitado, de su presencia invisible y la efusión de su
Espíritu.
Terminar el Nuevo Testamento con las Epístolas Católicas (las siete que no
son de S. Pablo), llamadas así desde antiguo porque no van dirigidas a una
comunidad o personaje particular, sino a los cristianos en general, y el
Apocalipsis, que es una visión profética, en forma de símbolos, de la gloria
futura y del destino final de la Iglesia, que pasando por diversos sufrimientos
y tribulaciones vive en la espera de la glorificación representada en la imagen
de la Nueva Jerusalén.
Leído todo el Nuevo Testamento, se puede empezar el Antiguo por los libros
históricos, con atención especial a la vida de los Patriarcas, a la de Moisés y a
la de David, y siguiendo la elección de Israel, el desarrollo de la Alianza, el
contraste entre la infidelidad del pueblo y la eterna misericordia de Yahvé.
Después de una lectura así, sería bueno hacer otra segunda lectura desde el
principio hasta el final de toda la Biblia, la cual contribuiría a darnos una
visión más clara del conjunto de la historia de la salvación.
MEDIOS DE FORMACION
Otros medios que están también a tu alcance para llegar a obtener una
formación bíblica adecuada pueden ser:
-Cursos Bíblicos de la Casa de la Biblia, Santa Engracia, 20. Madrid 10. TEL
(91) 4487835
FORMACION TEOLOGICA
A la formación bíblica ha de ir unida una formación teológica.
Todo el que se relaciona de verdad con Dios, de una u otra forma reflexiona y
saca conclusiones de la Palabra de Dios: hace teología, aunque nada más sea
en un grado muy elemental. La teología en los ocho primeros siglos de la vida
de la Iglesia fue patrimonio de grandes santos o amigos de Dios. Fueron los
Padres de la Iglesia que conjugaron la santidad de vida y la ciencia acerca de
Dios.
Por mucho que uno sepa, y por muy grande que sea la experiencia que se
tenga, nadie se basta a sí mismo. Uno puede ser buen maestro espiritual para
los demás, pero para sí mismo necesitará de otro guía. Nadie puede ser juez o
médico de sí mismo.
El ejemplo de los grandes santos nos lo confirma, pues nadie como ellos
buscaron siempre un guía espiritual en la vida del Espíritu.
El acompañante, que puede muy bien ser un laico, debe ser persona de
madurez humana y espiritual, que lleve cierto tiempo en la Renovación, que
tenga discernimiento, vida de oración y que sea del mismo sexo.
SU IMPORTANCIA
Esto admitido, siempre hay que dejar por sentado un principio innegable: El
Espíritu Santo es el que verdaderamente nos guía interiormente. El director
espiritual no tiene más que secundar la acción divina, contribuyendo a orientar
siempre a una fidelidad constante al Espíritu, a descubrir y ayudar a superar
los obstáculos que surjan.
El director espiritual puede ser distinto del confesor, pues son dos funciones
distintas y pueden separarse, aunque es recomendable que sea una misma
persona por la relación que hay entre ambos ministerios y la importancia que
tiene para la unidad de la vida espiritual.
EL DIRIGIDO
Es el más interesado en la guía espiritual. Para que resulte bien debe ser
sincero, dócil, obediente, perseverar y observar discreción.
III.- DISCERNIMIENTO
Relacionado con los dos puntos anteriores está el tema del discernimiento.
Decidir, o sea, saber escoger el camino que nos marca la Palabra de Dios, o la
insinuación del Espíritu. O también, saber escoger en cada caso la voluntad de
Dios.
Hay algunas muy generales, pero muy seguras, que se deben aplicar ante
cualquier situación:
-todo debe contribuir al Amor: "el Espíritu Santo puede conferir toda clase de
dones sin estar presente El mismo: en cambio, si concede el Amor, prueba que
El mismo está presente por la gracia". Y terminaba con otra gran regla de
discernimiento que nos da el Evangelio:
Esta misma regla explicita San Pablo un poco más en un célebre pasaje de la
Epístola a los Gálatas, al que hay que recurrir muchas veces para hacer
discernimiento:
Las célebres reglas de discernimiento que nos ofrece San Ignacio de Loyola
concuerdan bastante con el pasaje de la Epístola a los Gálatas y con la del
Evangelio; y hoy se las formula de muy variadas formas, pero en general
siempre hay que decir lo mismo: es acción de Dios lo que trae paz, Amor a Él
y a los demás, gozo interior, lo que busca la luz y huye de las tinieblas, lo que
se somete humildemente al juicio de la autoridad, de la comunidad.
Bibliografía sobre el discernimiento
Tema 6 y 7:
Orden y ascesis en la propia vida.
Nota: Muchas personas no permanecen en la gracia recibida por falta de
orden y ascesis en su vida. Hay que recordar la explicación de la parábola del
sembrador "al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen
raíz en sí mismos, sino que son inconstantes..., las preocupaciones del mundo,
la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan
la Palabra, y queda sin fruto" (Mc 4, 16-19). El tema se presenta dividido en
dos, para una mayor profundización.
- "Nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven
desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A ésos les
mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego
para comer su propio pan" (I T ts 3, 11-12).
* Algunas preguntas:
- A algunas familias les ha ayudado mucho el dedicar un día (una tarde, unas
horas) especialmente a la familia, a estar todos reunidos, hablar, salir juntos,
jugar. Es conveniente que el ritmo sea semanal.
* La experiencia carismática nos hace descubrir poco a poco todas las cosas
como un don de Dios. Las cualidades naturales que hemos recibido, nuestro
arte o nuestro saber, lo vamos considerando como un don de Dios para el
servicio de los hermanos, según la expresión de S. Pablo "cada uno ha
recibido la manifestación del Espíritu para el provecho común" (1 Co 12, 7).
* Pero este mirar todas las cosas como un don para el servicio de los demás no
debe quedar reducido a los dones espirituales o naturales, sino que debe
extenderse también a los dones materiales. Así nos lo muestran las parábolas
de Jesús:
- nos dice que nos ha dado unos talentos para que los hagamos fructificar y de
los que nos pedirá cuenta (Mt 25, 14ss)
"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma.
Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos"
(Hch 4,32)
* Todos los bienes materiales que nosotros tenemos son un don que Dios nos
ha dado para que lo utilicemos todo al servicio de los demás. Quien retiene
para sí los bienes, es el don de Dios el que retiene. Quien derrocha los bienes
materiales, es el don de Dios el que derrocha. Quien pone los bienes
materiales al servicio de los demás, se ha hecho servidor del don de Dios.
LA IGLESIA NUESTRA
MADRE
La Iglesia es el lugar elegido por Dios, donde El establece su morada entre los
hombres (Ap 21, 3), es invocado su nombre y adorada la Trinidad.
Hoy abunda toda una demagogia impía contra la Iglesia, y somos sus hijos los
que más hemos contribuido a crear esa animosidad a base de una crítica
despiadada. Todos queremos una Iglesia evangélica, pobre y humilde, al
servicio de los hombres, pero olvidamos que aquí en la tierra siempre estará
mezclado el trigo con la paja, que siempre será una Iglesia de santos y de
pecadores, y que esos pecadores, miembros secos o podridos o quizá muertos,
podemos ser cualquiera de nosotros.
¿Cómo somos nosotros, los que somos la Iglesia? ¿Cuál habría de ser nuestra
contribución a su edificación en este momento apasionante de su historia?
Ante todo aportar una vida joven y vigorosa, como nueva savia que brota de
su raíz más honda. La Iglesia de hoy necesita abundancia de carismas y que se
desarrollen más los ministerios laicales ante las innumerables necesidades que
surgen. Necesita comunidades vivas y florecientes, que ofrezcan al mundo,
juntamente con su servicio, el testimonio colectivo de la presencia del Reino
de Dios entre nosotros. Necesita cristianos que sepan vivir en lucha y
contemplación, al mismo tiempo que atareados en la ingente labor que hay
que desarrollar ante el mundo de hoy.
En cierta manera la Iglesia no es otra cosa más que Jesucristo, pues ella,
juntamente con su Cabeza, no forma más que un solo Cuerpo, y este Cuerpo
es el Cristo total. Conforme se desarrolla su edificación, a medida que la
Iglesia avanza hacia el encuentro escatológico con su Señor, aparece cada vez
más diáfana la realidad de lo que ella es. Nunca habrá realizado en este mundo
toda su santidad, todo lo que encierra su misterio, hasta que no haya entrado
definitivamente en la consumación final.
SEMINARIO SOBRE
EL CRECIMIENTO
ESPIRITUAL
CICLO II: LA IGLESIA
INTRODUCCION
¿Cómo entrar en comunión, nosotros cristianos de este siglo, con todos los
que nos han precedido en la fe, con tantos testigos de los que nosotros hemos
venido a ser depositarios? ¿Cómo empalmar con la Iglesia apostólica, tal
como salió de Pentecostés, si no es sintiéndonos plenamente integrados en la
realidad de la Iglesia de hoy?
LA RESPONSABILIDAD DE LA R.C.
Para que conozcamos lo que es la Iglesia, para poder apreciar también lo largo
y lo ancho, lo alto y lo profundo de ese gran movimiento, hasta dónde llegan
todas sus implicaciones, para que no hagamos fracasar el mensaje de la
Renovación, debemos conocer más a fondo lo que es la Iglesia.
Nos dirigimos a hermanos que ya están creciendo en la vida del Espíritu, con
un compromiso cada vez mayor, con una vida de testimonio y evangelización,
y en afán comunitario. Para ellos hay que ofrecer alimento sólido.
I .- Los Carismas
II.- Los Ministerios eclesiales
I.- En la familia
II.- En el trabajo
III.- En la sociedad
¿QUE ENFOQUE SEGUIMOS?
Lo que hoy necesitamos los cristianos son verdades seguras y ciertas en las
que apoyarnos. Esto es lo que hemos de ofrecer en nuestra enseñanza, no
opiniones particulares, manteniéndonos a un nivel por encima de cuestiones
discutidas o de grupo.
METODOLOGIA
Al exponer los temas sería necesario hacerla del modo más activo posible para
todos los hermanos, de forma que cada uno participe en el estudio y en el
diálogo, y no se limite simplemente a escuchar.
Los que presentan el tema eviten el peligro de siempre: ser prolijos o vagos en
la exposición, o querer dar una clase magistral. La exposición ha de ser muy
sencilla y concreta, ceñida al orden de las ideas que se sigue, y de tal forma
clara e inteligible que el que escucha se quede con el esquema mental, con
ideas precisas, y no con un maremágnum de cosas imposibles de digerir.
Todos deberían tener los Documentos del Vaticano II, y al mismo tiempo que
se va desarrollando el Ciclo sobre la Iglesia, habría de ir leyendo cada uno la
Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium).
Al final de cada tema hay que volver a hacer una síntesis de lo expuesto,
recalcando los puntos principales, y procurando llegar también a aplicaciones
prácticas y a alguna revisión sobre nuestra vida eclesial.
El diálogo sobre los diversos puntos puede continuar también en los grupos de
profundización.
TEMA 1
El misterio de la Iglesia
La Iglesia no es un colectivo humano cualquiera, ni una sociedad como otra
cualquiera de hombres a los que les une un ideal común, ideológico, político,
cultural, o una tarea común a cumplir.
La Iglesia está formada por los hombres que han llegado a la fe en Jesucristo,
Hijo de Dios, y, por medio del sacramento del bautismo, se han incorporado a
El y han recibido el don del Espíritu. Ellos forman la comunidad de los que
creen en Cristo, su cuerpo viviente.
1.- LA IGLESIA,
MISTERIO Y SACRAMENTO DE SALVACION
La Iglesia es:
-redil, cuya puerta es Cristo Un 10. 1-10): grey de la que el "Buen Pastor y
Príncipe de los pastores dio su vida parias ovejas" (Jn 10, 11-15: 2 P 5,4);
-labranza o arada de Dios, viña escogida, siendo Cristo la vida verdadera y
nosotros los sarmientos (1 Co 3,9; Jn 15, 1-5);
-la Esposa del Cordero, a la que Cristo amó y se entregó, uniéndola consigo en
pacto indisoluble (Ap 19.7; 21,2; 22,17; Ef. 5, 25-26.29).
Cada una de estas imágenes nos presenta una dimensión distinta del misterio
de la Iglesia, y ninguna por sí sola es suficiente para expresarnos todos los
aspectos que integran la realidad de la Iglesia.
Todo esto es lo mismo que decir, utilizando otra expresión importante del
Vaticano II, que:
Sí, esta es la Iglesia, este es el Sacramento del Cristo Resucitado que de esta
forma tan maravillosa "ha plantado su tienda" en medio de la humanidad hasta
el fin de los tiempos.
Esta visión de la Iglesia como Sacramento nos introduce en el tema de los tres
aspectos más significativos y que mejor expresan el misterio de la Iglesia. Nos
referimos a:
a) la Iglesia como comunidad
Es, por tanto, una comunidad de los hombres con Dios. Pero, y puesto que su
Espíritu es siempre Espíritu de unión y de Amor, realiza también a un mismo
tiempo una gran comunión entre sí de los hombres que le aceptan por la fe.
La Iglesia, como hemos visto, es la comunidad de los que creen en Cristo, los
cuales, según la expresión de San Pablo, forman su cuerpo viviente. Un
cuerpo en el que Cristo es la Cabeza y los creyentes son los miembros, y el
Espíritu Santo como el alma.
Esta imagen hace resaltar la unidad de los miembros entre sí y su unión vital
con Cristo por medio del bautismo, hasta el punto de que el mismo Señor se
identifica con los cristianos.
Al expresar esto, tocamos, por así decirlo, el corazón mismo del misterio de la
Iglesia. Por esta participación llegamos a ser "partícipes de la naturaleza
divina" (2 P 1,4), y la Iglesia ya no es sólo la Iglesia de Cristo, sino Cristo
mismo, y nosotros estamos asociados a su ser y a sus misterios, "configurados
con El, muertos y resucitados con Él".
San Agustín decía: "El cuerpo y los miembros ¿no forman un solo Cristo?
¿Qué es la Iglesia?: el Cuerpo de Cristo. Añadidle la cabeza, y tendréis un
solo hombre: la cabeza y el cuerpo forman un solo hombre".
Esta unión entre Cristo y nosotros, sus miembros, no es una unidad física,
pero tampoco una unidad moral: se la llama unidad mística: muchas personas
formamos una sola persona mística, un cuerpo místico. "En esto consiste
precisamente el misterio del Cuerpo Místico: que muchos, siendo muchos,
tengan una misma vida" (Cangar).
"la Iglesia que es su Cuerpo, Plenitud del que lo llena todo en todo"(Ef 1,22-
23; 4, 13; Col 2. 10).
Esta imagen está tomada del Antiguo Testamento y nos ayuda a captar bajo
otros aspectos el misterio de comunión de Dios con los hombres en su Hijo,
del cual ya nos han hablado las imágenes anteriores de la Iglesia, y la unidad
que existe en todo el plan de salvación realizado por Dios a lo largo de toda la
historia.
b) Tiene por cabeza a Cristo que reina gloriosamente en los cielos, pues El
adquirió a la Iglesia "con su sangre (Hch 20, 28), la llenó de su Espíritu y la
dotó de medios apropiados de unión visible y social" (LG 9);
f) Pueblo dotado también del carácter real de Cristo, y por esto un pueblo de
servidores en el que todos los miembros, cada uno según su propio carisma y
ministerio, están llamados a desempeñar una función como acto de servicio
para edificación de la comunidad;
APLICACION PRÁCTICA
Estar en comunión con toda la Iglesia significa aceptar toda su fe, todos los
medios de salvación que me ofrece, y por tanto también toda su enseñanza y
preceptos.
Tema 2:
El Espíritu Santo y la
Iglesia
La efusión del Espíritu Santo en Pentecostés da origen a la primera comunidad
cristiana de los discípulos de Jesús, los cuales a partir de entonces son asiduos
a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan
y a las oraciones (Hch 2, 42).
Por tanto hemos de concebir siempre a la Iglesia de Cristo, más que a partir
del Jesús carnal (2 Co 5, 16), a partir del Jesús Resucitado, a partir del "Señor
que es el Espíritu" (2 Co 3, 17), en el sentido de que el Jesús muerto por
nosotros fue devuelto a la vida por el Espíritu Santo (Rm 1,4) y constituido
Señor (Kyrios), cuyo cuerpo ha quedado constituido en Espíritu vivificante (1
Co 15,4549), por lo que el que se une al Señor resucitado, que vive en la
forma de Espíritu "se hace un solo espíritu con El" (1 Co 6, 17).
El Espíritu será la fuerza que lleve siempre a la Iglesia hasta "los confines de
la tierra (Hch l. 8), guiará y acompañará a los Apóstoles (Hch 16, 16) y dará
autoridad a sus decisiones (Hch 15, 28). El Espíritu será también la fuerza que
incorpora al creyente a la comunidad, surgiendo así las primeras comunidades
edificadas en el temor del Señor y llenas de la consolación del Espíritu (Hch
9,31), y los discípulos en los momentos de prueba se verán "llenos del gozo y
del Espíritu Santo" (Hch 13,52).
Es el Espíritu el que crea la unidad de la comunidad, y como no hay más que
un solo Espíritu no habrá más que un solo Cuerpo, una sola Iglesia (Ef 4, 4;
Rm 12, 5; 1 Co 12, 12-13).
Esto no quiere decir, hablando con rigor, que el Espíritu Santo sea el alma de
la Iglesia, pues el alma compone con el cuerpo un solo ser físico, pero el
Espíritu Santo no compone con la institución eclesial, sino que solamente le
está unido, la habita y la anima (Congar).
Los Padres griegos decían que el Espíritu Santo es el que hace a Dios
comunicable. Es decir, el Espíritu que el Cristo glorificado nos comunica es el
principio de vida y la fuerza que configura a la Iglesia, por lo que ella está
animada y guiada por el Espíritu, y a Él debe su origen y continuidad.
La Iglesia resulta así, como ya vimos, el templo del Espíritu, una construcción
penetrada de1 Espíritu de Dios.
''Allí donde está la iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu
de Dios allí está la Iglesia y la comunidad de gracia. El Espíritu es la verdad.
Por eso no participan de Él quienes no son alimentados al pecho de la madre
ni reciben nada de la pura fuente que mana del Cuerpo de Cristo“. (Adv. Haer.
III, 24, 1)
"Por esto envió Dios al Espíritu del Hijo, Señor y Vivificador, quien es para
toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes el principio de
asociación y unidad en la doctrina de los Apóstoles, en la mutua unión, en la
fracción del pan y en las oraciones...” (LG 13)
“Y del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo
muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo.
También en la constitución del cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de
miembros y oficios. Un solo es el Espíritu que distribuye sus variados dones
para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios."
(LG 7)
"El Espíritu Santo que ha sido la ley interior de distribución de la vida en los
miembros, es también la ley de su comunión en la unidad. Se trata de la
unidad entre personas. Como decía Pascal, “un cuerpo lleno de miembros que
piensan”. En ese cuerpo que es la Iglesia, que llamamos místico, no en el
sentido más o menos vaporoso e irreal, sino para subrayar que es un cuerpo de
manera distinta de los cuerpos físicos de nuestro mundo terrestre, la unidad de
los miembros no puede ser una unidad de fusión: es una unidad de
comunión... Es el Espíritu Santo quien realiza eso en nosotros, según la forma
única de Jesucristo, a la vista del Padre que nos es común. Gloria al Padre, por
Cristo, en el Espíritu Santo, declaran los antiguos Padres; y muchos decían
equivalentemente: Gloria al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo en la Santa
Iglesia, porque eso es la Iglesia y eso es su profunda unidad" (CONGAR, ib.
p. 55•56).
"El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda lo
Iglesia, realiza esa admirable unión de los fieles y tan estrechamente une a
todos en Cristo, que es el principio de la unidad de la Iglesia. Él es el que
obra las distribuciones de gracias y ministerios... Este es el misterio sagrado
de la unidad de la iglesia en Cristo y por Cristo, obrando el Espíritu Santo la
unidad de las funciones. El supremo modelo y supremo principio de este
misterio es, en la trinidad de personas, la unidad de un solo Dios Padre e
Hijo en el Espíritu Santo."
(Vat. II Decreto de Ecumenismo)
"Yo les he dado la gloria que Tú me diste; para que sean uno como nosotros
somos uno. "(Jn 17,22)
"Allí donde están los Tres, a saber, el Padre, el Hijo y el Espíritu, allí está la
Iglesia, porque la Iglesia es “el cuerpo de los Tres", decía Tertuliano.
Esto quiere decir que no puede ser destruida, sino que ha de subsistir hasta el
final del mundo sin experimentar un cambio substancial que pudiera equivaler
a su destrucción.
Es indefectible por la fidelidad del Señor que ha dado su palabra (Mt 16.18) y
porque goza de la asistencia perpetua del Espíritu Santo que asegura su unión
con Cristo.
"La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo, no puede
equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta
mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los
Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su consentimiento universal en
las cosas de fe y costumbres. "(LG 12)
No basta cualquier propiedad, como por ejemplo la perennidad, sino que han
de ser propiedades que sean discernibles, verificables externamente, en otras
palabras, elementos constitutivos de la Iglesia que la den a conocer en cuanto
Iglesia de Cristo.
-UNA quiere decir: 1) única. La Iglesia de Cristo es una sola, aunque "fuera
de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que,
como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica:
2) unidad en la fe y unidad de régimen, como expresión de la unidad de
comunión.
-APOSTÓLICA quiere decir que hasta nuestros días y hasta el fin del mundo
se dará una sucesión directa de los Apóstoles en los Obispos, y de Pedro,
como jefe y cabeza visible, en el Romano Pontífice. Esto asegura a su vez una
sucesión ininterrumpida en doctrina, en medios de salvación, en culto.
TEMA 3:
LA IGLESIA ES
CARISMÁTICA E
INSTITUCIONAL
Ya hemos visto en el tema anterior que la Iglesia por su origen y por su
esencia es obra del Espíritu de Jesús Resucitado.
La teología actual presta cada vez más atención al tema de los carismas, y se
les considera ya como principios estructurales de la Iglesia, además de la
autoridad y de los sacramentos.
Por más exagerado y nuevo que esto pueda parecer a algunos, ya la Encíclica
Místici Corporis de Pío XII, aparecida en 1943, aunque reduce los carismas a
los dones prodigiosos, habla prácticamente de los carismas como elemento
estructural de la Iglesia (Ds 3801). "La acción libre del Espíritu, que dispensa
sus dones, aun fuera de la jerarquía, es reconocida como momento
constructivo de la Iglesia en todos los tiempos... Todavía falta un paso
importante: reconocer que cualquier don AUTÉNTICO del Espíritu, incluso el
más común y el más humilde, puede ser carisma. Ese paso lo dará el Val. II"
(2).
"Es la recepción de estos carismas, incluidos los más sencillos, la que confiere
a cada creyente el derecho y el deber de ejercitarlos para bien de la humanidad
y edificación de la Iglesia...” (5).
Los carismas, pues, no solamente son algo ordinario y normal en la Iglesia, tal
como enseña el Vaticano II, sino un fenómeno universal: cada cristiano tiene
su propio carisma, o hablando con más propiedad, un conjunto de carismas,
por lo que bien puede decirse que cada cristiano es un carismático.
Los carismas son distribuidos libremente por el Espíritu entre los diversos
miembros de la comunidad, suscitando las disposiciones o cualidades
adecuadas para el desempeño de una función o una tarea que no es para
provecho propio, sino para los demás.
Por esto cada carisma es una llamada o vocación, una invitación, al mismo
tiempo que una capacitación con la que el Espíritu prepara a cada creyente
para incorporarse a esa ingente obra de la construcción del Cuerpo de Cristo.
Todo carisma tiene un destino eclesial.
Los carismas son por tanto de una gran importancia para la vida de la Iglesia.
"Como testimonio del Espíritu los carismas, junto con los sacramentos,
constituyen la vida de la Iglesia en su multiformidad. Su ausencia o su
opresión hace increíble a la Iglesia, conduce a la uniformidad, e impide toda
dinámica" (l0).
Carisma, vocación, servicio, ministerio: tienen una gran relación entre sí.
Toda vocación es carisma para el servicio. El ministerio es siempre un
servicio.
Cada cristiano ha de tener siempre muy presente que los carismas que ha
recibido no le pertenecen. Son para la comunidad. Querer ejercerlos fuera de
la comunión de la Iglesia, fuera de la comunión con aquellos a quienes
compete "el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable" (LG 12), no
tiene sentido, sería desnaturalizar el carisma y pecar contra el Espíritu Santo.
-Las necesidades de las comunidades son diversas. Por tanto, sus servicios y
funciones, es decir, los ministerios también han de ser diversos.
-"Entre los varios ministerios que desde los primeros tiempos se vienen
ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la Tradición, ocupa el primer
lugar el oficio de aquellos que, ordenados Obispos por una sucesión que se
remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla apostólica... Los
Obispos, pues, recibieron el ministerio de la comunidad con sus
colaboradores, los sacerdotes y diáconos, presidiendo en nombre de Dios la
grey" (LG 20).
En estos ministerios entran también todos los miembros del Pueblo de Dios.
Todos los fieles "en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la
Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y
acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación
y caridad operante" (LG, 10),
Por tanto, en esta área entran todos los ministerios del gobierno pastoral. El
Papa, "siervo de los siervos de Dios", tiene sobre toda la Iglesia "plena,
suprema y universal potestad" (LG 22).
"Los Obispos rigen como vicarios y legados de Cristo" (LG 27) Y "tienen el
sagrado derecho, y ante Dios el deber, de legislar sobre sus súbditos, de
juzgarlos y de regular todo cuanto pertenece a la organización del culto y del
apostolado (LG 27). "Ejercen el oficio de padre y pastor" (20). Los presbíteros
"ejercen el oficio de Cristo Cabeza y Pastor" (21).
NOTA:
(1).- L. SARTORI, Iglesia, en "Nuevo Diccionario de Teología", Ed.
Cristiandad, Madrid 1982, p. 737.
(2).- L. SARTORI, Carismas, o.c., p. 135.
(3).- lb., p. 144.
(4).- Lumen Gentium, 12.
(5).- Decreto sobre apostolado de los laicos, 3.
(6).- K. RAHNER, Lo dinámico en la Iglesia, Herder, Barcelona 1968, p. 63-
66.
(7).- H. KUNG, La Iglesia, Herder, Barcelona 1967, p. 227
(8).- L. SARTOR 1, Poder jurídico y carismas en la comunidad cristiana, en
"Concilium-Revista Internacional de Teología" 129,1977, p. 355.
(9).- L. SARTORI, Carismas, a.c., p. 146.
(10).- SACRAMENTUM MUNDI, Herder, Barcelona 1972, Carismas, vol. 1,
clmn. 671.
(11).- D. BOROBIO, Ministerio Sacerdotal-Ministerios laicales, DDB, Bilbao
1982.pgs.117-130.
(12).- SACRAMENTUM MUNDI, Oficio y carisma, Vol. 4, col. 957 -961.
(13).- D. BOROBIO, a.c., lb.
(14).- D. BOROBIO, a.c., pgs. 132-151.
(15).- PABLO VI, Exhortación "Evangeli Nuntiandi", n. 73.
(16).- D. BOROBIO, O.c. pgs. 146-149.
(17).- PABLO VI. a.c., n. 73.
(18).- VAT. II, Decreto sobre apostolado de los laicos, 2.
(19).- VAT. II, Constitución sobre la sagrada LitUrgia, 7
(20).- VAT. II, Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos, 16.
(21) ,- VAT. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros,6.
TEMA 4
LA IGLESIA
INSTITUCIONAL
En el Tema 2 y en la primera parte del Tema 3 nos hemos fijado en la
dimensión carismática de la Iglesia. Allí veíamos cómo lo carismático es
constitutivo de la Iglesia.
"Por eso se la compara, por una notable analogía, al misterio del Verbo
encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como
de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a Él, de modo
semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la
vivifica, para el acrecentamiento de su cuerpo .•. (LG 8).
"El mismo Señor Jesús, antes de dar voluntariamente su vida para salvar el
mundo, de tal manera organizó el ministerio apostólico y prometió enviar el
Espíritu Santo, que ambos están asociados en la realización de la obra de la
salvación en todas partes y para siempre. El Espíritu Santo unifica en la
comunión y en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y
carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos. "(2)
El Espíritu Santo y el ministerio apostólico forman asociadamente un
principio de acción, operando conjuntamente. En los doce se identifican
Iglesia y ministerio. El ministerio apostólico (= Colegio Apostólico =
Apostolado) es un ministerio constitutivo de la Iglesia, y además es ministerio
central y fundamental del cual derivan todos los demás ministerios, o lo que es
lo mismo, el ministerio apostólico es el principio estructurante de todos los
demás ministerios, y por él la Iglesia aquí en la tierra es sacramento de
salvación.
LA SUCESION APOSTÓLICA
El Colegio apostólico recibió de Cristo unos poderes y unos dones del Espíritu
Santo, y desde el principio los Apóstoles organizan la primera comunidad y
ponen en marcha, de una forma solidaria o colegial, los diferentes ministerios,
surgiendo enseguida nuevas comunidades o Iglesias locales, y todas juntas
forman la Iglesia que es una.
"Esta divina misión confiada por Jesucristo a los Apóstoles ha de durar hasta
el fin del mundo... Por esto los Apóstoles se cuidaron de establecer sucesores
en esta sociedad jerárquicamente organizada.... a fin de que la misión a ellos
confiada se continuase después de su muerte, dejaron a modo de testamento a
los colaboradores inmediatos al encargo de acabar y consolidar la obra
comenzada por ellos... Y así establecieron tales colaboradores y les dieron
además la orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran
cargo de su ministerio.
"Entre los varios ministerios que desde los primeros tiempos se vienen
ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la Tradición, ocupa el primer
lugar el oficio de aquellos que, ordenados Obispos por una sucesión que se
remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla apostólica.
''Así, como atestigua San Ireneo, por medio de aquellos que fueron instituidos
por los Apóstoles Obispos y sucesores suyos hasta nosotros, se manifiesta y se
conserva la tradición apostólica en todo el mundo.
TEMA 5
FUNCIÓN DE LA JERARQUÍA EN LA
IGLESIA
En Cristo somos salvados por su humanidad.
Lo mismo que El, siendo el Hijo de Dios, quiso valerse de nuestra naturaleza
humana para realizar nuestra salvación, así también ahora durante el tiempo
de la Iglesia quiere valerse de ella para seguir llevando a cabo esta inmensa
tarea. La Iglesia resulta ser así la prolongación de su Encarnación.
“Los presbíteros son consagrados por Dios, siendo su ministro el Obispo, a fin
de que, hechos de manera especial partícipes del Sacerdocio de Cristo, obren
en la celebración del sacrificio como ministros de Aquél que en la liturgia
ejerce constantemente, por obra del Espíritu Santo, su oficio Sacerdotal en
favor nuestro. "(Decreto sobre el ministerio de los presbíteros, 5).
En esto vemos, por una parte, la grandeza del ministerio jerárquico, que
representa al mismo Jesucristo, pero al mismo tiempo su debilidad como seres
humanos.
b) Ordinario y universal: "Aun cuando cada uno de los prelados no goce por
sí de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando
dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con
el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres,
convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso
proponen infaliblemente la doctrina de Cristo" (LG 25).
"Así como Cristo fue enviado por el Padre, El a su vez envió a los Apóstoles,
llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda
criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos
libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al Padre, sino
también a realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el
sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica.
“(Const. sobre Liturgia, 6).
Los ministros de la comunicación eficaz del don de Dios en la liturgia son los
miembros jerárquicos o sacerdocio ministerial, que se distingue del sacerdocio
común de los fieles por su naturaleza y no sólo por el grado mayor, por lo que
se confiere mediante un sacramento que deja marcados a los que lo reciben
con un "carácter" especial.
En la Iglesia se realiza por el Papa para la Iglesia universal, y por los Obispos
para su propia comunidad. Estos han de ser "en medio de los suyos como los
que sirven; buenos pastores que conocen a sus ovejas y a quienes ellas
también conocen; verdaderos padres que se distinguen por el espíritu de amor
y solicitud para con todos, y a cuya autoridad, conferida desde luego por Dios,
todos se someten de buen grado". (Decreto sobre el oficio pastoral de los
Obispos, 16).
En esta función "los Obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las
iglesias particulares que les han sido encomendadas... Esta potestad que
personalmente ejercen en nombre de Cristo es propia, ordinaria e inmediata...
En virtud de esta potestad, los Obispos tienen el sagrado derecho, y ante Dios
el deber, de legislar sobre sus súbditos, de juzgarlos, y de regular todo cuanto
pertenece a la organización del culto y del apostolado... “(LG 27).
Cada uno en su propia comunidad o iglesia local (diócesis) ejerce esta función
no en nombre del Papa, sino en nombre de Cristo, aunque en el ejercicio está
sujeto a la regulación última de la autoridad suprema de la Iglesia.
II- EL PRIMADO DE
PEDRO
Al Primado de Pedro sucede el Primado Romano. Es decir, lo mismo que fue
Pedro al frente del Colegio apostólico, así también ahora, el sucesor de Pedro,
el Obispo de Roma, es el "principio y fundamento, perpetuo y visible, de
unidad y de comunión" (LG 18) en toda la Iglesia.
Esto quiere decir que la Cabeza visible del Colegio Episcopal y de toda la
Iglesia es el Papa, que es como se designa al Obispo de Roma en su calidad de
cabeza suprema de toda la Iglesia visible.
Por la historia sabemos que Pedro fue a Roma y en esta ciudad ejerció el
Primado hasta que murió allí mismo el año 67 en la persecución de Nerón.
Pedro y los once, el Papa y los Obispos, no son los sucesores de Cristo, sino
sus vicarios, ya que el Señor sigue siendo el Pastor de su Pueblo, y realiza esta
función de manera invisible por el Espíritu, y de manera visible por los
miembros de la jerarquía.
El Papa es, pues, el Vicario de Cristo en la tierra.
Lo mismo que a Pedro, también a sus sucesores fueron dados estos poderes
para ejercerlos a nivel de la Iglesia universal.
La sucesión apostólica en la
sede de Pedro
Por San Ireneo de Lyón
San Ireneo nació hacia el 130, siendo educado en Esmirna, donde aprende la
doctrina cristiana de San Policarpo, discípulo del Apóstol San Juan. Más
tarde se traslada a Lyón, y allí ya era presbítero cuando es martirizado el
obispo. Poco después es elegido obispo de Lyón y fue martirizado hacia el
año 200. Combatió las doctrinas gnósticas. Su obra principal, de la que
damos a continuación algunos fragmentos, fue Adversus haereses (Contra las
herejías), que le acredita como el primer teólogo que aparece en la historia
del cristianismo, después de San Pablo.
Era tal el cuidado que tenían los apóstoles y sus discípulos, que ni siquiera
querían tener comunicación verbal con alguno de los que desfiguran la verdad,
tal como dice el Apóstol: "Después de una primera y una segunda
admonición, evita al hereje, pues has de saber que tal hombre es un pervertido,
que está en pecado y es autor de su propia condenación" (Tit 3,10).
Existe una carta muy bien escrita de Policarpo a los de Filipos: en ella los que
quieran y los que se preocupan de su salvación pueden aprender las
características de la fe de aquél y la verdad que predicaba.
Asimismo, la Iglesia de Éfeso, fundada por Pablo y en la que vivió Juan hasta
los tiempos de Trajano, es un testigo verdadero de la tradición de los
apóstoles. (Ib III, 3,4)
Siendo nuestros argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar todavía
de otros la verdad que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que los
apóstoles depositaron en ella, como en una despensa opulenta, todo lo que
pertenece a la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda tomar de ella la
bebida de la vida. Y esta es la puerta de la vida: todos los demás son
salteadores y ladrones. Por esto hay que evitarlos, y en cambio hay que poner
suma diligencia en amar las cosas de la Iglesia y en captar la tradición de la
verdad. Y esto ¿qué implica? Si surgiese alguna discusión, aunque fuese de
alguna cuestión de poca monta, ¿no habría que recurrir a las iglesias
antiquísimas que habían gozado de la presencia de los apóstoles, para tomar
de ellas lo que fuere cierto y claro acerca de la cuestión en litigio? Si los
apóstoles no nos hubieran dejado las Escrituras, ¿acaso no habrá que seguir el
orden de la tradición, que ellos entregaron a aquellos a quienes confiaban las
Iglesias? Precisamente a este orden han dado su asentimiento muchos pueblos
bárbaros que creen en Cristo; ellos poseen la salvación, escrita por el Espíritu
Santo sin tinta ni papel en sus propios corazones (cf 2 Cor 3, 3) y conservan
cuidadosamente la tradición antigua, creyendo en un solo Dios... (Ib. III, 4, 1
ss)
Porque, donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios: y donde está el
?Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y la totalidad de la gracia. El Espíritu es
la verdad. Por esto, los que no participan del Espíritu, ni van a buscar el
alimento de la vida en los pechos de su madre (la Iglesia), ni reciben nada de
la limpidísima fuente que brota del Cuerpo de Cristo, sino que por el contrario
"ellos mismos se construyen cisternas agrietadas" (Jer 2, 13) hurgando la
tierra y beben el agua maloliente del fango, al querer escapar a la fe de la
Iglesia por temor de equivocarse rechazan el Espíritu, y así no pueden recibir
enseñanza alguna. (Ib. III. 24, 1)
Hay que obedecer a los presbíteros que están en la Iglesia, a saber, a los que
son sucesores de los apóstoles y que juntamente con su sucesión en el
episcopado han recibido por voluntad del Padre el carisma seguro de la
verdad. En cambio, hemos de sospechar de aquellos que se separan de la línea
sucesora original, reuniéndose en cualquier lugar: o son herejes y perversos en
sus doctrinas, o al menos cismáticos, orgullosos y autosuficientes, o bien
hipócritas que actúan por deseo del lucro o de vana gloria. Todos ellos se
apartan de la verdad... y de todos ellos hay que apartarse. Por el contrario,
como acabamos de decir, hay que adherirse a los que conservan la doctrina de
los apóstoles y a los que dentro del orden presbiteral hablan palabras sanas y
viven irreprochablemente para ejemplo y enmienda de los demás... Los tales
viven en la Iglesia... y el apóstol Pablo nos enseña dónde podemos
encontrarlos cuando dice: "Puso Dios en la Iglesia, primero los apóstoles,
luego los profetas, y en tercer lugar los doctores" (1 Cor 12, 28). Así pues, allí
donde han sido depositados los carismas de Dios, allí hay que ir a aprender la
verdad, es decir, de los que tienen la sucesión eclesial que viene de los
apóstoles, de los que consta que tienen una vida sana e irreprochable y una
palabra no adulterada ni corrupta. Estos son los que conservan nuestra fe en el
Dios único que hizo todas las cosas, y los que nos hacen crecer en el amor
para con el Hijo de Dios que ha cumplido en favor nuestro tan grandes
designios, y los que nos declaran las Escrituras de una manera segura, sin
blasfemar de Dios, sin deshonrar a los patriarcas y sin despreciar a los
profetas. (Ib. IV, 26,2)
Tema 6
La evangelización como
misión de toda la Iglesia
NOTA
Para el desarrollo de este tema basta seguir la Exhortación Apostólica de
Pablo VI sobre la Evangelización (Evangelli nuntiandi). Trataremos tan sólo
de introducir el tema utilizando ideas de la misma exhortación.
JESUS Y LA EVANGELIZACION
- El Reino y la salvación son para todo hombre como pura gracia, como pura
misericordia que Dios le ofrece, pero que cada uno debe aceptar con el
mínimo esfuerzo que se le pide, y en cierta forma conquistar (Mt 11, 12: Lc
16, 16), por sus disposiciones espirituales, arrepentimiento, conversión radical
o cambio de la mente y el corazón.
Tema 7:
Presencia de la Iglesia en el
mundo
1 - Pastores y laicos
Todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre el Pueblo de Dios afecta por igual
a los miembros de la jerarquía (pastores), a los religiosos y a los laicos...
Hay por tanto una igualdad previa de todos los miembros del Pueblo de Dios.
Dentro de la Iglesia:
-entre laicos y Pastores debe haber un trato familiar: esto robustece el sentido
de su responsabilidad, se fomenta el entusiasmo y con ello se asocian las
fuerzas de los laicos al trabajo de los Pastores.
-coordinen sus esfuerzos para sanear las estructuras y los ambientes del
mundo...;
-aprendan a saber distinguir los derechos y deberes que les conciernen por su
pertenencia a la Iglesia y los que les competen en cuanto miembros de la
sociedad humana. Deben saber conciliarlos entre sí: en cualquier asunto
temporal deben guiarse por la conciencia cristiana, pues ninguna actividad
humana puede sustraerse al imperio de Dios. "Es sumamente necesario que
esta distinción y simultánea armonía resalte con suma claridad en la actuación
de los fieles" (LG 36).
- la familia,
- la juventud,
- el ambiente social,
- los órdenes nacional e internacional (Apostolado de laicos, 9).
1- LA FAMILIA
-la mutua entrega y la fidelidad: son tantas las formas que adquiere la entrega
y la fidelidad que siempre hay aspectos en los que se puede crecer.
3) Comunidad de testimonio: Señala el Concilio con todo acierto que "si los
esposos cristianos brillan con el testimonio de su fidelidad y armonía en el
mutuo amor y en el cuidado por la educación de sus hijos, y si participan en la
necesaria renovación cultural, psicológica y social en favor del matrimonio y
de la familia, se apreciará notablemente el genuino amor conyugal y se
formará una opinión pública sana acerca del matrimonio" (GS 49). La mejor
forma de luchar por una renovación de la familia en nuestra sociedad y ayudar
a alejar la plaga del divorcio es el testimonio de familias configuradas de
verdad según el Evangelio.
II.- EL TRABAJO
-que no se puede valorar las personas por el tipo de trabajo que realizan,
introduciendo así distinción de personas. En la sociedad se valora de forma
distinta el trabajo directivo que el trabajo manual o intelectual: o se valoran
los trabajos según el rendimiento económico inmediato que producen;
-que no se pueden aplicar los baremos de eficacia, sin tener en cuenta el valor
fundamental de lo personal. Es a través de tales principios como se da en la
sociedad una desigualdad entre el trabajo de la mujer casada y el de la mujer
soltera; o se aleja del mundo del trabajo a los disminuidos o a los ancianos.
-necesidad de una mayor humanización del trabajo: "El hombre que trabaja
desea no sólo la debida remuneración por su trabajo, sino también que sea
tomada en consideración en el proceso mismo de producción, la posibilidad de
que él, a la vez que trabaja incluso en una propiedad común, sea consciente de
que está trabajando “en algo propio” (núm. 15);
III.- LA SOCIEDAD
Nada de lo que es humano puede ser ajeno al cristiano, discípulo de Jesús que
dio la vida por todo hombre. Por eso el compromiso cristiano se extiende a
todas las esferas de la sociedad, procurando que cada vez más se vaya
realizando en medio del mundo el proyecto creador de Dios, de que todos los
hombres y la sociedad realice la semejanza de Dios a cuya imagen ha sido
creada.
La Iglesia y la Virgen
María
por el Cardenal Henri de Lubac
Los lazos que existen entre la Iglesia y la Virgen María no son solamente
numerosos y estrechos, sino también esenciales. Están íntimamente
entretejidos. Estos dos misterios de nuestra fe son más que solidarios: se ha
podido decir que son "un solo y único misterio". Digamos al menos que es tal
la relación, que entre ambos existe, que ganan mucho cuando el uno es
ilustrado por el otro; y aún más, que para poder entender uno de ellos, es
indispensable contemplar el otro.
Pero en todo esto hay mucho más que un paralelismo o el uso alterno de
símbolos ambivalentes. La conciencia cristiana se percató muy pronto de ello,
y lo proclamó a lo largo de los siglos de mil maneras, tanto en el arte y en la
liturgia como en la literatura: María es la “figura ideal de la Iglesia". Ella es su
"sacramento". Ella es "el espejo en el que se refleja toda la Iglesia". Doquiera
encuentra en ella la Iglesia su tipo y su ejemplar, su punto de origen y de
perfección. Ad vicem Matris ejus (Christi), Matris nostrae Ecclesiae forma
constituitur. En cada momento de su existencia María habla y obra en nombre
de la Iglesia –figuram in se santae Ecclesiae demonstrat – no en virtud de
decisión sobreañadida ni, entiéndase bien, por efecto de una decisión explícita
por su parte, sino porque, por así decirlo, la lleva ya y la contiene toda entera
en su persona. Ella es, dice M. Olier, “el todo e la Iglesia. Ella es “la Iglesia,
reino y sacerdocio, reunida en una sola persona”. Lo que las antiguas
Escrituras anunciaban proféticamente de la Iglesia recibe como una nueva
aplicación en la persona de la Virgen María, de la cual la Iglesia viene a ser de
esta suerte la figura: “¡Qué bellas son las cosas que, bajo la figura de la
Iglesia. han sido profetizadas de María!"
A nivel comunitario la efusión del Espíritu otorga el don del corazón nuevo,
que es la condición fundamental en cada uno de los consagrados para
construir la comunidad nueva. Nueva porque está animado de la nueva ley del
Espíritu, escrita en el corazón y porque da fuerza y vida a la ley escrita de la
Regla.
Con frecuencia en los retiros nos dicen: "Habladnos de la oración del corazón"
y los libros que tratan de este tema atraen porque dejan presentir que esta
oración que busca las raíces en el corazón es un manantial que alimenta la
oración continua. Pero no resulta fácil hablar de ella porque la oración del
corazón difiere de las formas de oración que conocemos: no es ni una oración
vocal, ni una meditación, ni una "lectio divina", ni la liturgia, aunque puede
impregnar con su unción todas estas realidades. Pero aunque impregne todas
estas formas de oración, no puede identificarse con ninguna de ellas.
Estos dos textos nos encaminan hacia una oración oculta en el fondo del
corazón, que brota de pronto en el momento en que se enciende el fuego de la
oración de los labios. Sylvano de Athos cuenta una experiencia de esta clase.
"Un día, dice, estaba orando ante el icono de la Madre de Dios, y de pronto la
oración de Jesús irrumpió en mi corazón y desde entonces no ha cesado más"
(SILOUANE, Ed. Bellefontaine, p. 52). Se podría creer que esta oración está
reservada a los grandes espirituales o a los monjes, nada de eso: pienso ahora
en esa viejecita que apenas sabe leer; me preguntaba un día si debía aún rezar
el rosario, porque, al levantarse por la mañana, me decía, "siento que mi
corazón repite: Dios te salve, María". En rigor del término, sorprendía a su
corazón en flagrante delito de oración.
El obstáculo de la oración
Por eso hay que despertar ante todo el corazón, liberarlo, quitar el velo que lo
cubre, para profundizar en él. No se trata de conquistar la oración. Ya está ahí.
Hay que quitar, renunciar, dejar caer; en general hay que hacer menos para
abrir la oración en nosotros. Siempre hacemos demasiado. Si pudiéramos
instalarnos en esta especie de despojo interior, la oración brotaría espontánea,
despertaría y se haría audible porque siempre está ahí. Los Padres llaman a
este estado: "hesychia", un estado de silencio y de paz interior que permite
que la oración brote.
¿Hay que resignarse a llevar este tesoro de la oración en vasos de barro, sin
tener nunca acceso a ella? ¡Si el Espíritu de Jesús es fuego, tiene que quemar;
si su amor es agua viva, tiene que apagar nuestra sed! No podemos vivir
siempre "por poderes", esta relación filial de ternura con nuestro Padre del
cielo. ¿Cuál será la fuerza misteriosa que nos dé acceso a estas profundidades?
La tradición espiritual nos indica caminos, nos traza sendas que nos permitan,
según la bella expresión de los Padres, hacer "la peregrinación hacia el
corazón". Quisiéramos escoger tres: la Palabra de Dios, la apertura del
corazón y la memoria espiritual. Por supuesto, nuestro intento no es exclusivo,
queda abierto a otras vías como la ascesis, el ayuno, las vigilias, la soledad.
etc. y dejamos a cada uno la solicitud de prolongar esta búsqueda.
Aquí hay que situar la función de la oración de Jesús, que no hay que
confundir con la oración del corazón. Los que han leído el Relato de un
peregrino ruso han presentido que hay en aquella un camino privilegiado
hacia la oración continua del corazón. El orante se recoge y murmura
dulcemente con los labios la oración de Jesús que es una síntesis entre la
oración del ciego Bartimeo y la oración del publicano: "Jesús, Hijo de Dios
Salvador, ten piedad de mí, pecador". Y poco a poco a un mismo tiempo, esta
oración de los labios baja al corazón, y hace brotar en él la oración del
Espíritu. San Serafín de Sarov hace notar que de este modo llamamos al
Espíritu Santo, pero, desde el momento en que brota en el corazón, ya se le
deja de llamar y de decir la fórmula porque Él está ahí. Puede reconocerse su
presencia en nosotros por la alegría, el calor y la dulzura que el Espíritu
derrama en el corazón.
Entonces brota la oración (oratio) que normalmente debe cesar para dar lugar
al silencio o a la quietud de la contemplatio. El Espíritu que yace en el fondo
del corazón es el mismo Espíritu que atraviesa la Palabra de Dios y actúa en
ella; cuando llega al corazón, lo hiere y hace brotar de él la oración como un
gran fuego, tal como se cuenta del gran taumaturgo Juan de Crosntadt: "Su
oración semejante a una columna de fuego se elevaba hasta el cielo". El orante
es entonces capaz de devolver la Palabra de Dios, porque ésta ha realizado su
curso activo en el corazón. Entonces el Espíritu la toma como por la mano
para incorporarla a su propia oración y hacerla suya. Es la única oración que
agrada al Padre: "De igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra
flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene: mas el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los
corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a
favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27). Si hubiera que traducir al
pie de la letra, se podría decir:
"Cuando no se sabe escoger las palabras para orar (o cuando no hay palabras),
el Espíritu ora en nosotros con gemidos demasiado profundos para expresarlos
en palabras".
Hay otro camino que pertenece a toda la tradición monástica y que se le puede
llamar la apertura del corazón. Por lo demás está íntimamente ligado al
camino de la Palabra de Dios, cuando se vive ésta en un ministerio de
acompañamiento. El que ha recibido la misión de acompañar a alguno de sus
hermanos por el camino de la oración continua le ayuda a descubrir la palabra
personal que Dios le dirige a través de las circunstancias concretas de su vida
y de su historia. Esto supone la presencia de un testigo que puede ser un
hermano o un padre espiritual: éste era el caso de la ?vida monástica. Es un
camino de oración porque es un camino de libertad espiritual y de renuncia a
la propia voluntad.
Los antiguos vivían esta actitud de apertura de una forma bastante sistemática.
El joven novicio se presentaba ante su padre espiritual y le manifestaba todos
sus "pensamientos", en el sentido de "logismoi", es decir, pensamientos
pasionales, que revelan una tirantez interior, buena o mala. En este compartir
se pueden expresar los deseos malos, neutros o buenos, que surgen en el
corazón. Todos estos deseos permanecen mezclados y confusos, mientras no
los estructuramos por medio de una palabra. Es lo que el P. Beirnaert llama
"la función sacrificadora de la palabra". Al expresar estos conflictos, tomamos
conciencia de ellos y se pueden convertir en "tentaciones", en el sentido
bíblico del término. No es siempre fácil discernir si un buen deseo en sí
mismo es bueno para nosotros, mucho menos los deseos neutros, sin hablar de
los malos deseos que incesantemente se deben purificar. Renunciando a la
satisfacción inmediata de un deseo, incluso bueno, dejamos al Espíritu la
libertad de hacer surgir en nosotros el verdadero deseo que Dios quiere para
nosotros. Nos acercamos así a la actitud de Cristo en su Pasión, que no vino
para cumplir su voluntad, sino la del Padre. A la vez que la voluntad de Dios
se hace evidente: se opera en nosotros una verdadera liberación interior que al
mismo tiempo es una re-creación del ser.
No es este el lugar de exponer esta forma de oración; los que han hecho los
ejercicios han tenido una pequeña iniciación sobre ella. Queremos
sencillamente decir que se relaciona también con la apertura del corazón,
porque se trata concretamente de la "filtración" de pensamientos y deseos en
el recuerdo del nombre de Jesús. De un modo más preciso el creyente trata de
leer la trama de su vida real para descubrir en ella las huellas de la acción de
Dios. Como la Virgen María, él conserva en la memoria de su corazón, para
meditarlos y orarlos, todos los acontecimientos de su vida (Lc 2, 19 y 51).
Entonces descubre, a la luz de la Palabra de Dios, la historia santa de su vida:
Después damos gracias a Dios por los dones recibidos, porque hemos
identificado el paso de Dios por nuestra vida. Al mismo tiempo "pedimos
perdón a Dios nuestro Señor de las faltas y proponemos enmienda con su
gracia" (Ex n. 43). El examen no se acaba con la simple constatación de lo que
Dios ha hecho en nosotros. Ha de haber un esfuerzo de lucidez y de amor para
comprometernos en la dirección que el Espíritu imprime en nuestra vida. No
se trata entonces de querer hacerlo todo, ¡tropezamos con tantas cosas!, sino
de descubrir y de sentir el punto preciso de nuestra vida que se debe convertir.
CONCLUSION
Tentaciones contra la
alabanza
por Manuel Rodriguez Espejo, Sch. P.
En Habacuc 3, 17-19 se lee: "Aunque no dé sus yemas la higuera, y sus frutos
la vida: aunque falte la cosecha del olivo y no den mantenimiento los campos;
aunque desaparezcan del redil las ovejas y no haya bueyes en el establo, yo
siempre me alegraré en Yahvéh y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Yahvéh, mi Señor, mi fortaleza, que me da pies como de ciervo y me hace
correr por las alturas".
1.- Hacer o querer hacer todo en nuestra vida, menos alabar; estar de tal
manera ocupados en el "apostolado", entre comillas, o en la oración de
petición, que no dispongamos de tiempo para la alabanza.
2.- No alabar cuando nuestras obras no son buenas, por ejemplo porque
hemos pecado o hemos dejado de hacer algo positivo y posible; o porque en
ese tiempo nos encontramos poco generosos, o no nos encontramos
"consecuentes", porque nuestras obras no van de acuerdo con nuestras
palabras o deseos.
¿Cuál es la raíz de esta tentación?: creer que soy un hipócrita si alabo con
palabras que no salen del corazón; creer que el hombre es pura
espontaneidad, puro sentimiento, y olvidar que la autenticidad humana es algo
más que pura espontaneidad...; creer que nuestra alabanza vale más cuando la
hacemos con palabras espontáneas y bellas...
Deberíamos tener siempre presente que quien mejor nos conoce es Dios - ¡es
El quien nos ha hecho como somos!- y, por tanto, Dios jamás nos pedirá nada
que en ese momento no podamos darle. Siendo verdad que debemos "darle
gracias, es decir alabarle, siempre y en todo lugar", sabemos que no siempre la
expresión de esta alabanza puede salir de lo profundo de un corazón alegre, y
que muchas veces nos faltan las "palabras sentidas”... Deberíamos recordar
siempre que Dios espera de nosotros en todo momento sólo aquello que le
podemos dar y todo (nada menos) aquello que le podamos dar: presencia sin
palabras, palabras sin sentimiento, sentimientos sin palabras... ¡Atentos,
hermanos: no deberíamos dejar de venir al Grupo cuando nos encontramos
incapaces de hablar, de alabar en alto; esto sería caer en la tentación que nos
tiende el Maligno.
Deberíamos creer que Dios puede hacer lo imposible, pero, al mismo tiempo
necesitamos tomar nuestra parte de responsabilidad. Por esto alabar no es sólo
orar, sino que es, también y en primer lugar, vivir en la obediencia a Dios,
quien nos envía a ayudar a los pobres y necesitados.
7.- Creer que alabar a Dios por todo (por lo bueno y por aquello que nos
parece desgracia, por la riqueza y la pobreza, por la salud y la enfermedad, por
la virtud y el pecado...) puede conducir a cierto fatalismo o indolencia.
8.- Creer que puesto que la alabanza es un don y yo soy "malo" con Dios,
no puedo obtener tal don, no estoy llamado a la alabanza: creer que alabar
es para los otros, para los puros y santos...
¿Cuál es la raíz de esta tentación?: creer que Dios, como hacemos los
hombres, ama sólo a los buenos y da sus dones sólo a éstos. El amor de
Dios es totalmente distinto al nuestro: en el cielo habrá más alegría por un
pecador que acoge la salvación gratuita de Dios que por 99 justos...
El movimiento comunitario
A partir del Vaticano II han empezado a aparecer pequeñas comunidades
cristianas un poco por todas partes. Estas pueden ser de signo muy diverso
unas respecto de otras e incluso contrapuestas. Igualmente varía mucho el
nombre que se les da: comunidades de base, comunidades eclesiales, etc. En
todo este fenómeno cabe destacar un hecho importante: un fuerte movimiento
comunitario ha empezado entre los cristianos de hoy y cunde cada vez más.
Sólo en Brasil se admite que hay unas 70.000 comunidades de base.
Esto nos hace ver hasta qué punto el fenómeno comunitario está adquiriendo
carta de naturaleza en la Iglesia de hoy.
Para muchos puede parecer esto una utopía, y sin embargo ahí están, a la vista
de todo el que las quiera visitar y gozar de su acogida. Ello no es más que
llevar la vida del Espíritu hasta sus últimas consecuencias, lo cual pone de
manifiesto cómo el don más maravilloso que el Señor nos da a través de la R.
C. es la misma comunidad, síntesis de todos los demás dones y
manifestaciones del Espíritu.
Para todos los grupos de la R.C. esto es una invitación o una interpelación.
¿Estamos dispuestos a escuchar esta llamada y seguir adelante en el
compromiso de entrega al Señor que posiblemente ya hayamos empezado?
Seminario sobre
el crecimiento espiritual
CICLO III
LA COMUNIDAD
Siguiendo con el SEMINARIO SOBRE EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL
dedicamos el Ciclo III al tema de la Comunidad. Después de haber presentado
en el Ciclo I el aspecto de la vida espiritual profunda de cara a Dios, y en el
Ciclo II, cómo esta relación con Dios tiene que ser a través de la Iglesia y en
la Iglesia, sacramento universal de salvación y de unidad en Cristo, trataremos
de ver a lo largo de este Seminario cómo el lugar adecuado para el
crecimiento y maduración de la relación con Dios y del compromiso eclesial
es la comunidad cristiana.
Es el lugar donde somos conocidos y aceptados por los hermanos por lo que
somos y tales como somos, el marco en el que descubrimos nuestro carisma
personal y realizamos los servicios y ministerios para los que hemos recibido
dones.
La comunidad es la meta hacia la que cada grupo debe orientar sus esfuerzos,
a pesar de que pueda parecer que nunca se llega. Pasa lo mismo que con la
santidad: aunque nunca se llegue de verdad, lo importante es tender siempre
hacia ella.
- comparten la eucaristía;
- hay una dirección pastoral (servidores o líderes) que todos aceptan y siguen;
Además poseen estos elementos de una forma mucho más definida y estable
que muchas comunidades eclesiales de otro tipo.
Supuesto lo anterior, procuremos tener una visión muy clara del plan hacia el
que nos conduce el Señor en los grupos de R.C. Sin duda hacia una forma de
comunidad más firme, consistente y comprometida, más testimonial y
evangelizadora, en la que vayamos mucho más lejos de lo que comúnmente se
hace en los grupos de oración.
Ante los muchos hermanos que constantemente vienen, entran y salen en los
grupos de la Renovación, ante otros para los que la Renovación no es más que
su asistencia regular al grupo, hemos de saber organizar mejor todas nuestras
actividades, utilizando para ello bajo la acción del Espíritu todos los dones y
talentos que hemos recibido, de forma que no lleguemos a quedarnos en lo
más inmediato, en la reunión semanal, en los retiros y convivencias, sino que
lleguemos a formar una comunidad en la que los hermanos más antiguos y de
cierta madurez espiritual lleguen a comprometerse más unos con otros, en
orden a una mayor entrega de su vida al Señor.
Siempre habrá, como los hay en todos los grupos, hermanos que nunca se
quieran comprometer o que no llegan a entender la verdadera libertad del
Espíritu, confundiéndola con su propia independencia. Tampoco faltarán por
parte de otros pretextos y excusas para no aspirar a más.
Pero nada de esto importa. Aquellos pocos que estén dispuestos deben seguir
adelante y llegar a formar un núcleo fuerte que más tarde atraerá a otros y será
un fermento en todo el grupo.
Esto no quiere decir que haya que copiar necesariamente el mismo patrón.
Pero sin duda que nos ayudará a descubrir el compromiso comunitario por
donde podemos empezar y ciertos puntos prácticos.
LOS TEMAS
Tema 1: Una Comunidad eclesial y carismática.
TEMA 1
UNA COMUNIDAD
ECLESIAL
1.- Ya hemos visto en el Tema 1 del Ciclo II cómo la Iglesia es un misterio de
comunión, una comunidad.
La Iglesia es comunidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí,
comunidad en el Espíritu, comunidad sacramental reunida en Cristo,
comunidad de fe, esperanza y caridad.
La Iglesia empieza existiendo como una pequeña comunidad que enseguida se
acrecienta y desarrolla para expandirse y formar otras pequeñas comunidades.
2.- La palabra que emplea el Nuevo Testamento para designar una comunidad
es ecclesia. Con el mismo término se expresa lo que hoy día nosotros
queremos designar al hablar de dos realidades que nos parecen distintas:
Iglesia y comunidad.
“La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo,
son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y
han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos" (GS 1).
“Esta identificación de contenido teológico lleva a decir, ?con toda verdad,
que la Iglesia es comunidad y la comunidad es Iglesia, destacando por una
parte el carácter comunitario de la Iglesia y, por otra, el carácter ec1esial de la
comunidad... No hay, pues, lugar para oponer Iglesia universal y comunidad,
sino todo lo contrario: en ambas se da una mutua referencia implicante o
constitutiva, ya que si la Iglesia universal existe de algún modo porque existen
las comunidades, éstas existen como comunidades eclesiales porque existe la
Iglesia "(1).
4.- Sea cual sea la comunidad cristiana que deseemos formar, nos ha de
preocupar siempre el guardar y mantener su carácter eclesial, su referencia a
la Iglesia universal permaneciendo para ello en comunión con la Iglesia local
y con toda la Iglesia de Cristo.
a) que tenga una conciencia muy clara de formar parte de la Iglesia de Cristo,
que es carismática y jerárquica al mismo tiempo, y que no se quede reducida
en una especie de ghetto;
Para que una comunidad sea verdaderamente eclesial debe, al menos, reunir
las condiciones que se contienen en los cuatro elementos que nos da el Nuevo
Testamento respecto a la primera comunidad cristiana:
- la comunión fraterna,
- las oraciones.
b) La comunión que es concordia de cada uno de los creyentes con los demás
y con Dios (1 Jn 1, 3) lleva a partir el pan de la Eucaristía (Hch 2, 42) y se
manifiesta en la comunidad de bienes y en la colecta a favor de las
comunidades necesitadas.
3.- Por la fracción del pan tenemos una comunidad que celebra los
sacramentos, una comunidad eucarística.
Esta presencia invisible del Resucitado une, fortalece, guía, hace madurar,
realiza entre ellos la reconciliación constante, la transparencia y la unidad
verdadera: una mente, un corazón, un mismo espíritu.
Son unos derechos y unas obligaciones que se han de tener siempre en cuenta,
y que derivan de los derechos y obligaciones que tienen todos los cristianos,
tal como están reconocidos en el Nuevo Código de Derecho Canónico (6).
Deben también promover la justicia social y cumplir con el mandato del Señor
de ayudar a los pobres con sus propios ingresos.
b) Cumplir los deberes eclesiales tanto con la Iglesia universal como con la
particular a la que pertenecen (c. 209, 2).
NOTAS:
1) DIONISIO BOROBIO, Ministerio sacerdotal, ministerios laicales, DDB,
Bilbao1982, p. 153-154.
RECONOCIMIENTO ECLESIAL DE
LAS PEQUEÑAS COMUNIDADES
Del Documento Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas de
la Comisión Episcopal de Pastoral entresacamos algunos puntos que no se
pueden ignorar aquí. Recomendamos encarecidamente la lectura de este
documento. Se puede pedir a: EDICE (Editorial de la Conferencia Episcopal
Española) Vía de los Poblados, 75 (Hortaleza) MADRID - 33.
En esta línea, nos parece necesario reconocer públicamente con realismo que,
en general, las Pequeñas Comunidades Cristianas no sólo no han nacido por
iniciativa de los obispos y vicarios de pastoral, sino que durante mucho
tiempo han vivido ignoradas o meramente toleradas por nosotros; que no
siempre hemos sabido acercarnos a ellas con comprensión y acompañarlas en
su camino con paciencia, mirándolas, por el contrario, con ojos demasiado
críticos, o manteniéndonos a tal distancia que nos ha impedido ejercer la
corrección fraterna de manera cercana, realista y pastoral.
Si expresamos aquí esta constatación -que no afecta por igual a todos los
obispos y vicarios, pero que asumimos lealmente como colectivo- es para que
sea ante la Iglesia un signo de cambio de actitud, de conversión y de renovado
compromiso por ayudar con empeño a todos los grupos cristianos, respetando
el legítimo pluralismo que representen; como quisiera ser también invitación a
los hermanos de las comunidades cristianas a un discernimiento de sus
posibles defectos y a la consiguiente conversión (N. 33).
Actitud de diálogo
Como primer paso y el más urgente trataremos, por todos los medios a nuestro
alcance, de iniciar contactos con las Comunidades Cristianas de nuestras
diócesis, si no lo hemos hecho ya, y de continuarlos y profundizarlos en todo
caso. Comprenderemos que quizá sea preciso dedicar un largo tiempo a
entablar relaciones sinceras y cordiales para desbloquear prejuicios mutuos,
para buscar una comprensión que facilite la colaboración, sin que nosotros las
pretendamos forzar con actitudes autoritarias ni juridicistas, sino conducirlas
con espíritu pastoral, que debe presuponer la libertad, el respeto y el amor ...
Acompañamiento pastoral
Dando por supuesto el empeño común para llegar a establecer unas relaciones
cercanas, sinceras y cordiales entre los obispos-vicarios y las pequeñas
comunidades, nos proponemos ofrecer nuestra ayuda positiva, en las formas
que la misma vida pastoral y la situación concreta de cada Iglesia local pueda
ir sugiriéndonos, con el fin de estimular el dinamismo y el crecimiento de las
comunidades. Entre otras, que en cada lugar puedan surgir por motivos y
circunstancias muy concretas, nos proponemos prestar una atención más
particular y continuada a las siguientes actividades:
- Prestar toda la colaboración que sea posible y conveniente para resolver los
conflictos que puedan producirse al interior de las comunidades, o en la
relación de unas con otras, o con otras instituciones eclesiales, así como para
proporcionarles locales, ayudas materiales o respaldos morales.
Es éste un objetivo que desde luego excede los límites del compromiso
personal de obispos y vicarios de pastoral, por lo que invitamos a asumirlo a
todos nuestros hermanos sacerdotes y también a los demás agentes de
pastoral. Sugerimos a este respecto un triple nivel de actuación:
Tema 2:
Primeros pasos hacia la
comunidad
El comienzo de una comunidad es como poner los cimientos sobre los que se
ha de asentar después. En cualquier edificación los cimientos no tienen
vistosidad ni están expuestos a la admiración de los demás, pero son los que
mantienen todo el conjunto de la obra.
Para que salga adelante y perdure después una comunidad, deben quedar muy
definidos desde el principio su objetivo, estilo y espíritu, y un poco también su
configuración, de forma que todos los que hayan de entrar en ella acepten
desde el principio unánimemente y de corazón todas sus exigencias.
Ante situaciones como estas que ponen muy de manifiesto nuestros pecados y
miserias, más que desanimarnos, lo que debemos hacer es reflexionar y tomar
conciencia de dónde estamos y dónde nos quiere el Señor.
2-) En la raíz de todos los fracasos podemos hallar siempre nuestra falta de
espíritu de reconciliación, de compasión, de aceptación y amor al hermano tal
cual es.
La motivación principal no puede ser otra más que un deseo sincero y maduro
de entregarse más al Señor y ponerse más al servicio de los hermanos. Es una
donación, una entrega, consecuencia de un amor maduro.
Esto no quiere decir que se tengan que manifestar hasta los problemas más
íntimos, que solamente se deben exponer al confesor o al director espiritual,
pues esto no haría más que problematizar y agobiar al grupo obstaculizando su
crecimiento y buena marcha.
- haber asimilado el espíritu de la R.C., que casi se la viva como una vocación;
Tema 3:
LA COMUNIDAD
FRUTO DE LA EFUSIÓN
DEL ESPÍRITU
por Miguel A. Vilchez, O.P.
Por ello, una mirada atenta al relato de los Hechos de los Apóstoles nos hace
ver que la descripción del acontecimiento de Pentecostés no termina con lo
ocurrido aquella mañana dando cumplimiento a las promesas contenidas en
las profecías de Joel (Hch 2, 2-21), sino que el apóstol sigue escribiendo para
que el lector descubra, como cosa lógica, que ese relato termina con la forma
de vida de los nuevos creyentes: la comunidad. "Los que aceptaron sus
palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil. Eran
constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de
vida, en el partir el pan y en las oraciones...“ (Hch 2,41-42).
Por eso, en el relato de los Hechos no se llama a los que forman la comunidad
hermanos, para no confundirla con agrupaciones humanas no dimanadas del
Espíritu, sino que se les denomina creyentes, la comunidad de los creyentes;
para recalcar que lo que une es la misma fe en Jesús. El que nos convoca a
vivir en comunidad es el Espíritu de Jesús. No formamos parte de una
comunidad movidos por la simpatía de las personas que la forman, ni movidos
por las tareas u objetivos que hay que realizar, ni por la coincidencia de
intereses. No formamos comunidad por los lazos de la sangre o por la afinidad
de caracteres o sentimientos, sino que es Jesús el que nos llama a vivir
comunidad y la realiza.
Por ello, si una comunidad falla, es porque los creyentes no han sido fieles a
Jesús, han comenzado a mirarse unos a otros y han desviado su mirada de
Jesús. Han dejado de estar tensos hacia Él y han surgido entonces otras
tensiones que la minarán por dentro. La unidad de la comunidad se mantiene
en la medida en que todos sus miembros están tensos hacia Cristo. Cuando los
miembros de una comunidad dejan de tener el objetivo de Cristo y cada uno se
fija en su propio objetivo, la comunidad se rompe. Cuando los miembros de
una comunidad en vez de estar mirando y tendiendo hacia Cristo, se ponen a
mirarse unos a otros, comienzan a verse sus propias diferencias, sus propios
defectos, las cosas que separan y entonces surgen los problemas. El único
problema grave de una comunidad es dejar de mirarse todos en Cristo.
Cuando nos dejamos llevar por nuestros arrebatos, por nuestras ideas sobre los
demás, por nuestro concepto estrecho de justicia, por nuestro puritanismo en
la verdad, corremos el riesgo de juzgar al otro dejándonos llevar por nuestros
prejuicios; mientras que si tratamos de sentir al otro como lo siente Jesús, todo
será distinto. Venceremos a nuestra justicia con la misericordia de Jesús y a la
verdad con la entrega y la generosidad de nuestra vida.
Es necesario comenzar con las palabras del mismo apóstol Pablo que en el
capítulo 12 de su carta a los Romanos dice lo siguiente: "En virtud de la gracia
que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en
más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de
la fe que otorgó Dios a cada cual. Pues, así como nuestro cuerpo, en su
unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la
misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que
un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de
los otros. Pero, teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido
dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si el
ministerio, en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación,
exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que
ejerce la misericordia, con jovialidad. Vuestra caridad sea sin fingimiento;
detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los
otros; estimando en más cada uno a los demás; con un celo sin negligencia:
con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor con la alegría de la esperanza;
constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las
necesidades de los santos; practicando la hospitalidad" (Rm 12).
La fidelidad al Señor y a la comunidad nos hace ver que la tarea que tenemos
en común no es sólo el cometido de realizar el carisma que el Espíritu nos
confía a cada uno y el atender a sus necesidades materiales, sino también el
realizar el camino hacia la casa del Padre juntos. Para ello sé que tengo que
entregar todo a mi hermano: disponibilidad. Todo lo nuestro queda a
disposición del hermano, sin guardarnos nada.
Tema 4
Aceptación de sí mismo
y equilibrio afectivo
por Pedro Femández, O.P.
Esta experiencia del don teologal de la conversión implica, con otras palabras,
la aceptación de sí mismo. Cuando se acepta a Dios que me ama, desaparece
la agresividad, porque las heridas del corazón, dejadas por la vida, comienzan
a ser ungidas por la ternura compasiva de Dios.
Primero: debemos conocer nuestra afectividad con sus cualidades propias para
aceptarnos como somos y cómo los acontecimientos de la vida, positivos y
adversos, nos han ido configurando.
Segundo: asumir las alegrías y también las heridas que la vida ha dejado en
nuestro corazón; aceptar a quienes nos han amado y a quienes nos han odiado,
despreciado o marginado, hiriendo profundamente nuestra afectividad. Dios
nos llama a dejarnos curar, abandonándonos en sus manos, que nos llevan
hacia nuestra vida interior para descubrir quizá derrumbamientos donde
tendría que haber esperanza. Dios llena el vacío de no haber sido amados o de
haber sido mal amados.
Tercero: debemos escuchar la voz de Dios en la oración, que nos dice: "Hijo,
dame tu corazón" (Pr 23, 26). En la oración debemos pedir a Dios un corazón
nuevo para ser criaturas nuevas; las criaturas que viven en la nueva tierra y en
los nuevos cielos.
Cuarto: una vez que hayamos experimentado que Dios nos ama,
comenzaremos ya a amar desde el corazón de Dios, con el amor de Dios (que
es un don, no un sentimiento), a Dios y a los hermanos que El nos vaya dando.
La afectividad tiene mucho que ver con la oración cristiana, y, además, será en
la oración donde el Señor nos irá conduciendo en medio de las amistades que
vayan surgiendo en nuestro camino. Nos referimos especialmente a la oración
comunitaria; donde se manifiestan más claramente los verdaderos hermanos
que Dios nos va dando. Hablando Santa Teresa de Jesús sobre la ternura y los
contentos, que no gustos, de la oración, como regalos de Dios, escribe: "Solo
quiero que estéis advertidas que, para aprovechar mucho en este camino y
subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en
amar mucho: y así lo que más os despertare a amar, eso haced. Quizá no
sabemos qué es amar y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor
gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y
procurar, en cuanto pudiéramos, no ofenderle y rogarle que vaya siempre
adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica. Estas
son las señales del amor, y no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa,
y que si os divertís un poco va todo perdido" (Moradas IV, 1, 7). Este amor de
Dios, experimentado en la oración, nos dará la clarividencia sobre las
motivaciones auténticas de nuestras amistades con otras personas, sobre todo
con personas del otro sexo. Esta clase de amistades son posibles y buenas,
siempre que las motivaciones sean cristianas, lo cual se advertirán en los
frutos, que deben manifestar el amor fraternal sin despertar el amor carnal. En
este sentido, lo más decisivo es la carga anímica (para nosotros, carga de amor
cristiano) que se ponga en las palabras y en los gestos. Con todo, la sobriedad
en gestos, como el abrazo y el beso, es algo que Dios exige, sin perder, por
ello, la espontaneidad sanamente fraternal.
La Biblia en la comunidad
cristiana
por Santiago Guijarro
Santiago Guijarro, sacerdote que pertenece a la Hermandad de Sacerdotes
Operarios, Licenciado en Teología por Salamanca y en Sagrada Escritura
por el Bíblico de Roma, es el actual Director de la Casa de la Biblia, en
Madrid, la cual en colaboración con PPC imparte los Cursos Bíblicos por
correspondencia para España y numerosos países del extranjero.
"Como bajan la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber
empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar, dando la simiente
para sembrar y el pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve
a mí vacía, sino que hace mi voluntad y cumple su misión." (Is 55, 10-11)
Esta fuerza de la palabra que procede de Dios, y que hace germinar nuestras
comunidades para que den fruto, es la que nos convoca a una reflexión sobre
la función de la Biblia en nuestros grupos, y en la Iglesia en general. El
objetivo de estas líneas es contribuir a esta acción misteriosa, haciendo una
descripción de la situación actual de la Biblia dentro de nuestras comunidades
y proponiendo algunas sugerencias para que esta presencia sea cada vez
mayor.
- Finalmente el uso en el culto. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que
los primeros cristianos se reunían asiduamente para partir el pan en las casas.
Por otros escritos de aquella época sabemos que el culto era una de las
actividades principales de la primera Iglesia. Sabemos también que la lectura
de la palabra de Dios era uno de los elementos importantes de éste. En esto,
las primeras comunidades debieron copiar el sistema de lecturas usado en las
sinagogas judías. San Justino nos informa en el primer libro de su Apología
(Apol. 1, 66-67) que hacia el año 160 los cristianos solían reunirse el día del
Señor para celebrar la Eucaristía, y que la primera parte consistía en la lectura
de pasajes de los profetas y de los "recuerdos de los apóstoles." El Antiguo
Testamento envolvía las celebraciones cristianas, y, para comprobarlo, sólo
tenemos que visitar las catacumbas romanas y contemplar las pinturas que
representan escenas del Antiguo Testamento, entendidas como promesa de lo
ocurrido en Jesús y en las primeras comunidades.
Dejemos por ahora otras muchas cosas interesantes que podrían recordarse del
uso que los primeros cristianos hicieron de las Escrituras y quedémonos con el
dato fundamental. Y el dato fundamental es: que las comunidades cristianas
de la edad apostólica estaban impregnadas totalmente de la meditación y la
lectura de la palabra de Dios; que se sentían imbuidas de sus conceptos y sus
promesas. La lectura y meditación del Antiguo Testamento hizo posible la
reflexión sobre el significado de lo ocurrido en Jesús y en los primeros
cristianos. Sin él no habría sido posible el Nuevo Testamento. Así pues, la
lectura y meditación de la Palabra de Dios, como palabra normativa, fue uno
de los motores que impulsaron la consolidación de los primeros creyentes en
torno a Jesús resucitado, cumplimiento y plenitud de toda la Escritura.
Vamos a dejar a un lado, sin olvidarlas, las otras dos partes, y vamos a fijarnos
en la que nos corresponde a nosotros, que formamos la comunidad de los
creyentes y no tenemos encomendada ni la misión magisterial ni la de ser
doctores o entendidos en materia de escritura. Tenemos el Espíritu y esta
credencial es título suficiente como para arrogarnos el derecho de poder decir
una palabra sobre el sentido de la Escritura, y para recordarnos que tenemos la
obligación y el deber de leer y meditar esta gran Carta de nuestro Padre. Voy a
proponer algunas postas que a mí me parecen adecuadas para que la Biblia
llegue a impregnar la vida de nuestras comunidades, como ocurría con las
comunidades apostólicas.
4. El último aspecto que quiero considerar viene exigido por los anteriores. Se
trata de la necesidad de formar dirigentes para que orienten y animen estos
grupos. Dentro del ámbito ministerial de la Iglesia latina sería el ministerio
típico de los "lectores". No son especialistas de altos vuelos, pero tienen un
conocimiento suficientemente profundo para orientar a otros. Su nivel de
preparación equivaldría al de las escuelas de teología, que ofrecen una
formación bíblica suficiente para este nivel; por otro lado tenemos
instituciones como la Escuela Bíblica de Madrid, dedicadas exclusivamente a
esta tarea; finalmente, para aquellos que no tienen la posibilidad de asistir a
unas clases, existen diversas instituciones de enseñanza a distancia, entre las
que sobresale en el campo bíblico, la patrocinada por PPC y la Casa de la
Biblia de Madrid (Cursos
Bíblicos a Distancia). Las diversas comunidades cristianas deberían encargar a
algunos de sus miembros la tarea de formarse en el estudio de la Biblia a este
nivel, y, luego, encargarles estas tareas que son propias del ministerio de
lector, y que sin duda contribuirían enormemente a esta reconciliación tan
anhelada entre la Palabra de Dios y el Pueblo cristiano.
Estas son sólo algunas pistas de solución que pueden y deben ser ampliadas y
corregidas en la discusión y en el contraste con la realidad que viven nuestras
comunidades. Por mi parte, me sentiría muy contento si estas reflexiones no
sirvieran para solucionar ningún problema concreto, sino para suscitar un
interés creciente por el estudio y el conocimiento en profundidad de la palabra
de Dios, que es como la lluvia y la nieve que no vuelve nunca vacía a las
manos del Padre, sino después de haber infundido fuerza y ánimo en nuestros
corazones y en nuestras comunidades.
Santiago Guijarro
Casa de la Biblia
Santa Engracia, 20
MADRID-10
COMPROMISO ECLESIAL
La VI Asamblea Nacional que se acaba de celebrar ha sido una proclamación
de nuestra dimensión eclesial.
Eclesialidad significa ante todo vivir en comunión con toda la Iglesia de Dios,
una, santa, católica y apostólica. Por ser apostólica, hay unos sucesores de los
Apóstoles, a cuya voz autorizada -llámese discernimiento, magisterio o
simples sugerencia - debemos responder con transparente docilidad, o, lo que
es lo mismo, con obediencia en fe, con sometimiento a Dios en fe, ya que sin
fe no se entiende la comunión ni la sacramentalidad de la que el Señor ha
querido investir a los pastores de la Iglesia.
Si el Espíritu derrama tan copiosamente sus dones es para que los pongamos
al servicio del Cuerpo de Cristo.
Tema 5
Respeto y aceptación al
otro.
Reconciliación y amor
por Serafín Gancedo, C. M. F.
1. AMAR AL HERMANO
"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros... En esto
conocerán que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn
13, 34.35). "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros
como yo os he amado" (Jn 15, 12). "En verdad os digo que cuanto hicisteis a
uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis ... Cuanto
dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis
de hacerla" (Mt 25, 40.45).
Mandamiento NUEVO, es decir, de la Nueva Alianza: si no lo cumplimos
vivimos aún bajo la Antigua Alianza que es incapaz de salvar. Mandamiento
MIO, como si los demás no lo fueran. Única SEÑAL de identidad cristiana.
Amar al prójimo es amar a Cristo; rechazarlo, es rechazar a Cristo. Nos
estamos jugando el ser o no ser cristianos, el salvarnos o condenarnos: ''Venid,
benditos de mi Padre... Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mt 25,
34.41). Jesús es consecuente: para el curso de la vida señala un programa de
amor, y el examen final es sobre el amor. Aprobar este examen es salvarse,
suspenderlo es condenarse.
Y esta misma es toda la razón de ser de la Iglesia: unir a los hombres con Dios
y entre sí (cf. LG 1). Y no es otro el sentido de la Renovación Carismática. O
nos empeñamos en que Jesús sea cada vez más el Señor de nuestra vida y en
amar a los hermanos, o estamos falsificando el Cristianismo y la Renovación.
Como signos de este amor y caminos para este amor, señalamos los siguientes
2. DESCUBRIR AL HERMANO
Un descubrimiento no es una creación ni una ciencia ficción, es encontrar lo
que estaba ahí cubierto y ponerlo al descubierto. América o tal planeta o los
elementos químicos estaban ahí, ocultos, tapados, hasta que un día alguien
cayó en la cuenta y los destapó, los descubrió. El prójimo está ahí, no es algo
abstracto, sino muy concreto: es el padre, el hermano, el vecino, el jefe, el
alumno, el gamberro, el terrorista, el pobre que llama a la puerta; es cada uno
de los hermanos del grupo. Tiene rostro concreto, nombre y apellidos
concretos.
3. ACEPTAR AL HERMANO
Y empezaremos por aceptar al hermano tal como es: con sus cualidades y
carismas, pero también con sus limitaciones y pecados. Es el prójimo
concreto, el único que existe. Dios lo ama así, y al amarlo lo va transformado.
Nosotros instintivamente queremos comenzar por cambiar al prójimo a
nuestra medida para luego poder aceptarlo y amarlo. Y debemos más bien
comenzar amando para ayudarle a cambiar a la medida de Dios.
Esta aceptación cordial del hermano tal como es, nos prohíbe hacerse
lecciones para idolatrar a unos y excluir o marginar a otros. Este sí: porque es
simpático o porque habla bien o toca la guitarra o es un gran animador o
sintoniza con mis ideas y sentimientos. Este no: porque no tiene carismas o es
dominante o agresivo o tiende al protagonismo o me resulta antipático.
El corazón cristiano no ama a los hombres porque sean amables, sino porque
lo suyo es amar. Como el corazón del Padre que "es bueno con los ingratos y
perversos" (Lc 6, 35) y "hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre
justos e injustos" (Mt 5, 45).
La comunidad funciona cuando cada uno se esfuerza por aceptar y amar a los
otros tal y como son. Pero ese esfuerzo, prolongado, resulta imposible al
hombre, necesita la fuerza de Dios para quien "nada hay imposible" (Le 1,
37). Además es insuficiente, porque el amor cristiano no es flor de nuestro
huerto, es don de Dios. Sólo podremos amar en cristiano al prójimo con el
amor mismo de Dios que "ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
4. RESPETAR AL HERMANO
“El es nuestra paz", "por él unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un
mismo Espíritu" (Ef 2, 14.18), y ya "todos sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3,
28).
Con frecuencia nos entretenemos en revolver las ofensas que nos han hecho,
los motivos que creemos tener para no perdonar. Si Jesús se hubiera detenido
en lo grave e injusto de las ofensas que le inferían, habría tenido razón, pero
no nos hubiera salvado. Si nos salvó es porque perdonó las ofensas y se dejó
llevar del amor. Dios no nos va a preguntar en el juicio si estábamos en la
verdad, si tuvimos siempre la razón, sino si amamos siempre. Como Jesús,
dejemos que triunfe en nosotros el amor.
Algunos escritos:
J. VANIER, Comunidad: lugar de perdón y fiesta, Narcea, Madrid, 1980.
Para la mayoría de nosotros, esto significa llevar una vida totalmente "normal"
en apariencia: fundar una familia, ejercer una tarea profesional, vivir en la
ciudad. Pero, al mismo tiempo y, sobre todo, "estar en el mundo sin ser del
mundo."
De nuestros prolongados momentos de adoración ante Cristo, siervo sufriente,
puede nacer una compasión verdadera para los más pobres y desheredados.
Desde hace tres años, estas asambleas, practican la evangelización por la calle,
proclamando así la buena noticia de la salvación fuera de la Iglesia, en un
clima de oración y de alabanza, en búsqueda de los que pasan por la calle.
Varios equipos se ocupan de acudir a los medios hospitalarios para orar con
los enfermos más abandonados, de acuerdo con los capellanes.
Tema 6
La transparencia
comunitaria
por Xavier Quintana, S. J.
El Santo Padre Juan Pablo II, en la homilía que pronunció durante la Misa
para las familias el pasado 2 de noviembre en Madrid hablaba de la
comunidad familiar "en la que todo hombre es amado por sí mismo, por lo que
es y no por lo que tiene". Como una extensión a toda comunidad cristiana de
este principio descubrimos esa llamada exigente a acoger a cada miembro en
su verdadero ser, y, como consecuencia, la necesidad de una transparencia de
unos para con otros, y del establecimiento de los cauces que posibiliten la
entrega y la acogida, el compartir profundo de sentimientos e ideales, de
sufrimientos, miserias y capacidades.
"Si la comunidad de bienes no alcanzara más que a los bienes materiales sería
muy limitativa, debe conducir a la comunidad de bienes espirituales, penas y
gozos", dice la Regla de Taizé, sugiriéndonos la importancia de la
transparencia comunitaria. Si la comunidad cristiana se basa en la comunión,
¿cómo amarse unos a otros sin un conocimiento profundo de lo que cada uno
es?; ¿cómo compartir sentimientos e ideales, penas y alegrías sin la presencia
gozosa y sencilla de la transparencia que preside todos los intercambios
comunitarios?
Es necesario vivir desde la profundidad de uno mismo y allí saber realizar una
cierta integración: la dispersión, la superficialidad, la fragmentación de la
persona en mil impulsos y sentimientos inconexos son obstáculos a la
comunicación, a la capacidad de entrega personal y de acogida de los demás.
Vamos a analizar ahora los elementos que incluye esa transparencia fraterna.
Que sea El mismo, por la fuerza de su Espíritu, el que nos ayude a vivir esta
transparencia, creadora de comunidad y testimonio de fraternidad ante los
hombres.
Mi contacto con esta comunidad ha sido a través del padre Francis Martin,
teólogo, profesor de Sagrada Escritura en la universidad de Steubenville,
Ohio, a quien invitamos, desde el Equipo Nacional, para dar un retiro a
dirigentes de la Renovación en España, y dirigir también unos ejercicios
espirituales a sacerdotes, el pasado año 1982.
- Vivir la Palabra de Dios, con experiencia personal de que Dios nos habla a
cada uno en la oración para orientar nuestras vidas.
- Muchos hombres
4. Dirección firme en el Señor. Interés y cuidado de los unos para con los
otros. Atención personal, que nadie vaya solo. Hay cabezas de grupo y
acompañantes.
Tema 7
Obediencia y sometimiento
por Juan Manuel Martín-Moreno, S. J.
Con su propia actitud de Hijo obediente ("el que se queda en casa para
siempre", Jn 8, 35), Jesús denuncia nuestra fiebre de autonomía, de
insolaridad. En su actitud afectuosamente obediente, Jesús denuncia que
nuestro vano intento de "ser como dioses" (Gn 3, 5), encerrados en nuestra
autosuficiencia, es la fuente de todas nuestras desgracias. Lejos de conseguir
ser como dioses, lo único que logramos es destruirnos a nosotros mismos y a
cuantos nos rodean.
Todo su ser, su realidad más íntima, queda definida en esa sola palabra: "El
Hijo" (Mc 13, 32), la total referencia a lo absoluto de Dios. Todo su ser viene
del Padre y vuelve al ?Padre; es todo él impulso de relación, como un pájaro
que no fuera sino vuelo.
Sus obras no son suyas porque vive en una actitud de total disponibilidad y
abandono filial. "El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que ve
hacer al Padre" (Jn 5, 19). “Yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8. 29). "Mi
alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra"
(Jn 4, 34). Frente a esta voluntad, que es el norte de su existencia, no admite la
más mínima desviación, ni de sus parientes (Lc 2, 49), ni de sus discípulos
(Mc 8, 33), ni de sus propios sentimientos de temor o tristeza (Mc 14, 36).
"Abbá, Padre, no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú".
2. OBEDIENCIA Y LIBERTAD
Aparentemente nadie más libre que él, en su loca carrera de huída frente a
cualquier convivencia estable, como el potro salvaje que no se deja
domesticar. Pero en el fondo sabemos que no es un hombre libre. Está
esclavizado por un demonio interior. Parece que no obedece a nadie pero en
realidad "obedece a sus pasiones" (Rm 6, 12), a la tiranía de sus impulsos, de
sus estados de ánimo cambiantes. "El pecado tiraniza su cuerpo mortal” (Rm
6, 12). "Estoy vendido al poder del pecado" (7. 14), "en realidad no soy yo
quien obra, sino el pecado que habita en mí'" (7, 17).
Pablo contrapone dos clases de obediencia: una obediencia para la muerte (la
de las propias pasiones) y una obediencia para la salvación (Rm 6, 16). Los
fariseos, como tantos hombres de hoy, que presumen de ser hombres libres,
dicen a Jesús: "Nosotros nunca hemos sido esclavos de nadie, ¿cómo dices tú:
“Os haré libres'? Jesús les respondió: “Todo el que comete pecado es un
esclavo... Si pues el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 8, 33-
36).
María entendió que elegir es consentir: "He aquí la sierva del Señor. Hágase
en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). No se trata, por tanto, de inventar uno sus
propios valores, sino de "descubrir qué es lo que agrada al Señor" (1 Jn 3,22).
Y esos valores que agradan a Dios ya nos han sido dados a conocer: son el
evangelio, las bienaventuranzas, el amor que es vínculo de perfección. A este
Evangelio hay que obedecer (2 Ts 1,8); a este modelo de vida hay que
someterse (Rm 6, 17).
4. LA AUTORIDAD EN LA COMUNIDAD
Sin embargo no cabe duda de que Dios ha querido correr este riesgo de
confiar su autoridad a hombres muy limitados para que rijan a sus propios
semejantes. "Apacienta mis corderos" (Jn 21, 16), es un bellísimo símil
bíblico por el que se transmite un encargo y una autoridad sobre el rebaño,
que habrá que ejercer con mansedumbre, pero con firmeza. "Apacentad la
grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no de mala gana, sino
voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de
corazón, no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de
la grey" (1 P 5, 2-3).
Ya en el mismo marco social hay una autoridad constituida que viene de Dios
y que debe ser ejercida con benevolencia. "Sométanse todos a las autoridades
constituidas, pues no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen,
por Dios han sido constituidas, de modo que quien se opone a la autoridad se
rebela contra el orden divino" (Rm 13, 1-2). Este origen divino de la autoridad
se aplica a todos los órdenes sociales, desde la familia ("hijos obedeced en
todo a vuestros padres porque esto es grato a Dios en el Señor" (Col 3, 20), al
orden político (a los mismos funcionarios corruptos del imperio romano, no
vacila Pablo en llamarles "funcionarios de Dios" a quienes hay que someterse,
no sólo por temor al castigo, sino también "en conciencia" (Rm 13, 5-8).
El que Dios escriba derecho con renglones torcidos, el que en alguna ocasión
límite la obediencia sea el tributo de nuestro juicio y nuestra voluntad, no
implica ni muchísimo menos el que una obediencia sea tanto más perfecta y
meritoria cuanto más absurda sea la cosa que se nos pida, o cuanto menos se
haya contado con nosotros, o cuanto más subnormal sea el superior que nos la
exija.
Del mismo modo que la vida en comunidad nos santifica ante todo por lo que
tiene de estímulo, de inspiración, de amor. de convivencia, de
enriquecimiento, y sólo residualmente por lo que tiene de crucificante, por lo
que nos exige de perdón y renuncia, así también la obediencia nos santifica
ante todo por lo que tiene de inspiración, y sólo residualmente por lo que en
ocasiones pueda tener de mutilante y oneroso.
Escuela evangelización y
comunidad cristiana
por P. Ángel Ruiz, Seh. P.
El Espíritu Santo sigue hoy purificando a su Iglesia. A través de las crisis que
la Iglesia sufre, se va decantando con más precisión lo auténticamente
cristiano. Y esta verificación se da también en las escuelas católicas.
Todas las escuelas llevadas por religiosos por definición son escuelas
cristianas. Pero entendidas en abstracto. Si nos referimos a las escuelas
concretas, ¿resultaría ofensivo afirmar que hay centros llevados por religiosos
que no son cristianos? Lo exacto, para mí, sería decir que quieren ser colegios
cristianos.
2. Motivaciones de los padres de los alumnos: Los motivos que llevan a los
padres de los alumnos a optar por la escuela católica constituyen una vasta
gama. Los motivos de orden social, humanístico, ético, científico, de prestigio,
eficacia, seriedad predominan sobre la motivación de la fe.
3. La selección del profesorado. Los profesores son los que son. Con ellos
hay que contar. Y tal como son hay que aceptarlos. Estarán cargados de
méritos y valores. Serán competentes en sus materias, buenos profesionales,
solidarios y amantes de su colegio. Oficialmente, acaso todos son católicos.
Pueden ser magníficos profesores. Pero ¿son educadores cristianos?
ALGUNAS PRECISIONES
CAMINO A SEGUIR
Vemos muy claro todos cómo es el Espíritu el que nos convoca a vivir en
comunidad, cómo es el Espíritu el que de un grupo de personas llenas de
miedo hace una Comunidad en Pentecostés. Él es el vínculo de unión en toda
la Iglesia y en todos los grupos humanos que se abren a su acción.
Quizá por esto los jóvenes han buscado muchas veces grupos humanos que
ofrezcan respuesta a sus deseos de vivencia espiritual, equivocando con
frecuencia el camino.
Es evidente que sí, pero primeramente y como base hemos de afirmar que
nuestra vivencia diocesana y también eclesial a nivel personal se ha de realizar
a través de nuestra inserción parroquial. Es así como llegaremos al verdadero
sentido eclesial.
¿QUE HACER?
Nuestro ofrecimiento puede estar marcado por las siguientes pistas de acción:
- Animación litúrgica
Sin pretender que la liturgia parroquial se convierta en una continuación de
"nuestro" grupo de oración, sino realizando más bien un servicio según el
orden y esquemas de la parroquia, sin que obste para ello aportar la "vivencia
tranquila del Señor” que hemos recibido por pura gracia.
En todas las parroquias hay otros servicios más escondidos a los ojos de los
hombres, pero imprescindibles en la marcha de la comunidad parroquial, en
los que podemos poner nuestro granito de arena: limpieza de ?locales,
recogida de avisos y llamadas, secretarías, servicios de sacristía, etc. Cada
parroquia tiene sus necesidades concretas que solucionar.
NOTAS:
(1) MOVILLA, Secundino, Del Catecumenado a la comunidad, Ed. Paulinas,
Madrid 1982, p. 9
(2)PEREZ ALVAREZ, J.L., La fe en Jesús: proyecto de juventud. Folleto
Col. Juventud y fe cristiana, n. 2, Bilbao, 1982
La Comunidad «Maranatha» de
Bruselas
Hace ya varios años que un grupo de cristianos se viene reuniendo cada
semana. Han vuelto su corazón al Señor y le han implorado: "Ven, Señor
Jesús, Marana tha".
Los diques y las barreras han quedado derribados. El Espíritu ha inflamado los
corazones y se ha unido a su naciente comunidad para clamar: “¡Marana tha,
ven, Señor Jesús!”.
Fraternidad y alabanza: los dos raíles de una misma vía. No hay alabanza
verdadera sin amor, no hay fraternidad profunda sin alabanza al Señor. Se
recibe la fraternidad y la alabanza como un don, y se las experimenta como
una llamada, como una vocación.
I. CANTAR AL SEÑOR
l. Fuerte alabanza
Gritad de alegría a Dios, nuestra fuerza. Aclamad al Dios de Jacob. (Sal 80).
Esta alabanza fuerte es como la criba a través de la cual se pasa para ponerse
en presencia de Dios. La vida es tan alienante que nos distrae de Dios, de
nosotros mismos, de nuestros hermanos... En la alabanza nuestro espíritu y
nuestro corazón se lanzan hacia el Señor en un grito de amor y de confianza
que nos sumerge en su misericordia con todo el peso de la ciudad y del
mundo.
El día en que recibimos el impacto de esta alabanza fuerte, hubo un gran
cambio. Fuimos liberados. Libres para escuchar al Señor y aceptar su
llamamiento. Libres para amar a los hermanos. Libres para aceptar o inventar
los servicios necesarios a la comunidad fraterna y misionera.
Con el pasar de los años, las llamadas a reunirse para alabar al Señor se han
multiplicado. Y no han faltado intenciones que presentarle. Todo hay que
recibirlo, incluso la vocación, para que "la paz de Dios... guarde nuestros
corazones y nuestros pensamientos en Jesucristo" (Flp 4, 7).
Durante esta reunión nos ha sucedido que hemos comprendido cómo el Señor
pide tomar tal o cual orientación. Algunas actividades de la comunidad
encontraron aquí su origen y su fuerza.
Vigilia de la resurrección.
A las 12.30, los hermanos y hermanas que pueden se reúnen para cantar la
oración del mediodía. Y por la tarde, a las 6, se encuentran de nuevo para la
eucaristía.
El canto.
3. Oración personal
En cuanto a ti, cuando quieras orar, entra en tu aposento más retirado, cierra
la puerta y dirige tu oración al Padre que está allí en lo secreto. (Mt 6. 6).
Bendecid al Señor, vosotros los siervos del Señor, los que pasáis la noche en
la casa del Señor. (Sal 134).
Hemos empezado las noches de oración, una vez al mes, porque nos ha
parecido que el Señor nos lo pide. Velad porque no sabéis el día ni la hora (Mt
24, 42).
A esta oración vienen los que desean y pueden participar en la oración toda la
noche. El esquema es: oficio de la tarde, eucaristía, oficio de lecturas y oficio
de la mañana. Lo restante del tiempo, adoración en silencio u oración libre.
Compromisos múltiples
Tenemos una vocación común: esperar la vuelta de Jesús en la alabanza y en
la vida fraterna: "un solo corazón y una sola alma dirigidos hacia Dios" (San
Agustín). Sin embargo, los compromisos particulares son muy distintos.
Vacaciones comunitarias
No te calles... porque tengo en esta ciudad un pueblo numeroso. (Hch 18, 10).
"Venid y ved"
En la parroquia
Un lugar de alabanza
Escuela de evangelización
Siendo muchas las cosas buenas que suceden en la R.C., todavía podrían
suceder más si nos concentrásemos en los frutos del Espíritu Santo tanto como
en sus dones. Los dones nos ayudan a llevar a otros al Cuerpo de Cristo, pero
los frutos nos hacen resplandecer a nosotros mismos como partes de ese
Cuerpo. Uno de esos frutos es la paciencia (Ga 5, 22), y una expresión vital de
la paciencia es la tolerancia.
ENCAJONAR LA RENOVACION
Pero un modelo único, una única dirección, una única expresión para la R.C.
no va al paso del Espíritu Santo y está en contra de la naturaleza de los dones
como llamadas personalizadas (Ef 4, 11; Rm 12 4-8; I Co 12, 4-11). Ser un
sacerdote redentorista, por ejemplo, no me permite despreciar a los laicos en
la Iglesia ni criticar a los demás sacerdotes por no ser ellos también
redentoristas. Mi llamada y mis dones no son necesariamente los suyos, y
aunque yo pudiera demostrar que mi camino es objetivamente mejor, esto sin
embargo no lo haría obligatorio para los demás.
Como Jesús muestra en la parábola de los criados con diversos talentos (Mt
25, 14ss.), mi tarea es hacer las cosas lo mejor que pueda según mi llamada y
mis dones, no hacer las mismísimas cosas y tan bien como cualquier otro. Y, a
su vez, mi éxito no se convierte en la norma del éxito de los demás.
Sin duda que todos nosotros hemos sido llamados a las alturas de la santidad
(Mt 5, 48), pero esto no quiere decir que el Padre Eterno nos dé de plazo
solamente hasta mañana al mediodía para llevar a cabo toda la tarea. El
entiende, e incluso tiene previsto, que nuestra lucha pueda durar otros diez
años, o quizá el resto de nuestra vida y, además, un poco de Purgatorio.
Por tanto, es importante ser tolerantes con nosotros mismos, con los demás y
con Dios mismo.
Tolerantes con nosotros mismos, pues aunque algunos puedan estar muy por
delante de nosotros con dones más espectaculares, esto, no significa que de
alguna manera competitiva agradan más a Dios.
Tolerantes con los demás, ya que mis ideas e ideales, mis dones y mi llamada
no son necesariamente la norma y el camino para ellos.
Y tolerantes con Dios, porque nada le obliga a hacer las cosas a mi modo, a
dejarse llevar por mis inclinaciones, o a usar de mí y moverme tan
rápidamente como lo hace con otros. Dios es el último a quien podemos
encajonar en una caja estrecha, y ciertamente no en la caja de nuestros propios
gustos o antipatías. Si el criterio para el discernimiento espiritual fuera el "no
me gusta", el don de lenguas y quizá algunos otros dones auténticos no
habrían encontrado espacio.
Aunque yo creo que somos parte de una nueva efusión del Espíritu Santo que
tendrá éxito en la renovación de la Iglesia, no creo que ninguno de nosotros
tenga una visión completa de cómo o de cuándo exactamente vaya a suceder
todo.
Cada uno conoce o debe discernir de qué manera quiere Dios usar de él en ese
momento, pero cualquiera que piense que puede ver todo el camino hasta el
resultado final, se está preparando para encontrarse con algunas sorpresas.
El pensar que puedo ver claramente cómo Dios hace todo significa que me
estoy viendo a mí mismo demasiado en el centro, mientras que en realidad no
soy más que una parte pequeña, aunque especial.
CONFUNDIR LA CULTURA
Pero eso no quiere decir que nosotros podamos o debamos esperar ver el
mismo hecho en un monasterio capto, en el monte Sinaí, o en la catedral de
Munich. Algo que es hermoso para África no se convierte en ley para otro
lugar: pero algo que está fuera de lugar en un monasterio no es, a su vez,
necesariamente equivocado para África.
Dios sabe quiénes somos y dónde nos encontramos, incluso mejor de lo que
sabemos nosotros mismos, y nos trata de conformidad con ello, con una
libertad y variedad de acciones muy sensible a la cultura y limitada solamente
por la única ley de actuar siempre con amor. El modo como El toca y conduce
a cada persona no se convierte nunca en el modo como EL DEBE tocar y
guiar a los demás.
Los principios de doctrina y las prudentes prácticas de pastoral deben ser, sin
duda, definidos claramente y seguidos por todos. Pero junto con la variedad de
dones y de llamadas, la amplia variedad de preciosas culturas puede hacerlas
maravillosamente provechosas allí donde existan, pero no siempre es posible
repetirlas, y quizás incluso parece que sería equivocado exportarlas a otros
lugares.
En general, la tolerancia nos hace más lentos para juzgar y condenar otras
culturas y mucho más rápidos para estudiarlas y gozar de ellas. Cada una es
otro don del inagotable Espíritu Santo.
"Si vivimos según el Espíritu -escribe san Pablo- obremos también según el
Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y
envidiándonos mutuamente" (Ga 5, 25).
San Cipriano mártir mostraba este tipo del espíritu cuando escribía a Camelia:
"Hemos tenido noticia del testimonio glorioso que habéis dado de vuestra fe y
fortaleza; y hemos recibido con tanta alegría el gozo de vuestra confesión, que
nos consideramos partícipes y socios de vuestros méritos y alabanzas. En
efecto, si formamos todos una misma Iglesia, si tenemos todos una sola alma
y un solo corazón, ¿qué sacerdote no se congratulará de las alabanzas
tributadas a un colega suyo, como si se tratara de las suyas propias? ¿O qué
hermano no se alegrará siempre de las alegrías de sus otros hermanos?"
(Epístola 60).
Si ese tipo de espíritu tolerante y generoso nos guiase siempre, las piezas del
divino rompecabezas se deslizarían hacia su propio lugar muy rápidamente, y
nosotros veríamos muy pronto renovado el magnífico cuadro de la Iglesia.
La expresión más bella y profunda que podamos hallar nos la ofrece el Nuevo
Testamento, cuando nos dice que el cristiano se despoja del hombre viejo para
revestirse del hombre nuevo según la imagen de Cristo (Col. 3, 9-10).
Esto es precisamente revestirse del Señor Jesucristo (Rm 13, 14). El hombre,
que tanto aprecia la buena presencia y el decoro de su persona, alcanza en
Jesús tal rango de dignidad y elegancia que en este mundo no podemos
imaginar. Es una vestidura sagrada, un "traje de boda" (Mt 22, 12), algo con lo
que también la misma Iglesia como "Esposa se ha engalanado y se le ha
concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura" (Ap. 19, 7-8), que no se
queda en el exterior, sino que, lo mismo que el bautismo en el Espíritu,
penetra y transfigura todo el ser. Un día lo contemplaremos cuando nos
veamos revestidos del Señor, "gloriosos como El" (Col. 3, 4), porque aún no
se ha manifestado lo que seremos, pero "cuando se manifieste seremos
semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2). La sabiduría divina
dice que el Señor es "glorificado en sus santos" (2 Ts. 1, 10) y que éstos
"juzgarán al mundo" (1 Co. 6, 2).
Lo que más necesita la Iglesia son cristianos en los que se pueda reconocer a
Jesús Salvador. El testimonio, la evangelización, el compromiso, la alabanza,
consisten ante todo en reproducir en la propia vida "la imagen de Jesús" (Rm.
8, 29).
Hay que dar a la Renovación un nombre que muestre que se trata de una
gracia para todos los cristianos. El verdadero rostro de la Renovación es entrar
en el misterio de la conversión. Para ello debe poner el acento
en las virtudes teologales.
Al principio fue la R.C. como una etiqueta para unos cristianos muy
especiales. Poco a poco va penetrando en el clima general de la Iglesia, para
convertirse en algo normal para todos.
Chesterton tiene una frase muy feliz a propósito de cierto autor llamado
Wilson que escribió un libro con el título "Lo que yo pienso sobre Dios". Al
hacer la recesión de esta obra escribió Chesterton: "el señor Wilson acaba de
escribir un libro para decirnos lo que piensa sobre Dios. Quizá sea esto
interesante, pero aún sería más interesante saber lo que Dios piensa sobre el
señor Wilson."
Quisiera aplicar esto mismo a la Renovación. En la R.C. es interesante saber
lo que piensa cada uno sobre la misma, pero yo preferiría descubrir lo que
Dios piensa sobre la Renovación. Es difícil escrutar el misterio de Dios, pero
¿cuál es exactamente el significado profundo de este acontecimiento mundial
que llamamos Renovación Carismática?
Creo que para penetrar en este significado, para leer realmente los signos de
Dios (se habla mucho de los "signos del cielo", pero se los busca en la tierra,
en vez de buscarlos en el cielo), hay que indagarlo en la continuidad de
aquella renovación de Pentecostés que fue el Vaticano II para toda la Iglesia a
nivel de Obispos. Hay que unir profundamente la Renovación con lo que pasó
durante el Concilio.
El Vaticano II es una relectura que todos los Obispos hicieron de los Hechos
de los Apóstoles para aplicarla a la Iglesia universal. Releamos, por tanto,
nosotros los Hechos de los Apóstoles. Releamos la primera página de la
historia de la Iglesia. Releamos lo que pasó el día de Pentecostés cuando se
fundó la Iglesia. Es una vuelta a la fuente eclesial por excelencia.
Para poner bien de manifiesto este aspecto de Pentecostés Juan XXIII hizo
aquella oración tan preciosa:
"Te pedimos, Señor, que renueves entre nosotros, para nuestro mundo, la
gracia de Pentecostés cuando estuvieron reunidos los cristianos con María en
el Cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo, la gracia de un nuevo
Pentecostés para tu Iglesia."
Esta presencia profunda del Espíritu se pudo constatar en cada una de las
cuatro sesiones del Concilio. De ello puedo dar fe.
Todavía no está disponible para todos la documentación del Concilio, pero los
historiadores del futuro lo podrán comprobar. Se prepararon setenta y dos
documentos sobre todos los temas imaginables en relación con la renovación
de la Iglesia. Si miramos los documentos que al final resultaron de las cuatro
sesiones, podemos ver que solamente hay dieciséis. Se dio una metamorfosis
de aquellos textos, un cambio profundo. Excepto el primero, el de la Liturgia,
que estaba muy bien, todos los demás sufrieron modificaciones importantes y
algunos fueron rechazados. El documento que después quedaría con el
nombre Lumen gentium no mencionaba al principio ni una sola vez el Espíritu
Santo. Si nos fijamos ahora en él veremos la acentuación trinitaria que tiene.
Aquello que se dio en los Padres Conciliares fue el nuevo Pentecostés a nivel
de Obispos.
Hay que leer una y otra vez esta importante Constitución Lumen gentium.
Mucho me temo que no se lea hoy suficientemente este texto fundamental que
nos revela el misterio de la Iglesia.
Redescubrir la Iglesia
Hay que abrir camino y decir: Sin Iglesia no tendríamos a Jesucristo. Sin
Iglesia Jesucristo estaría muerto en el sepulcro de José de Arimatea. Sin
Iglesia no podríamos poseer su Palabra. Es la Iglesia la que nos ha transmitido
las Sagradas Escrituras y sin ella no tendríamos el Nuevo Testamento. Es la
Iglesia la que hizo el discernimiento de lo que es apócrifo y de lo que está
inspirado.
¿De qué se trata? De todos los fieles, de todos los bautizados; por
consiguiente, del Papa, de los obispos, de los sacerdotes, de todos los laicos:
de nuestra raíz común por la que todos somos hermanos.
Leí una vez en el diario "Le Monde" un artículo que llevaba por título "Mi
hermano el Papa". No tengo inconveniente en este título, con tal que al final
se ponga "fraternal y filialmente". Es difícil imaginar que un hijo diga de su
padre que es su "hermano mayor"; en cierto sentido se puede entender si se
dice al mismo tiempo "mi padre".
No se trata de hacer ahora toda una relectura del Concilio. Quiero detenerme
en la consideración de esta gracia que surgió cuatro años después del
Concilio.
Una experiencia religiosa conmovedora, sí, pero una teología muy deficiente,
y en la práctica vemos cómo se dividen las denominaciones protestantes con
respecto a las interpretaciones. En cada uno de los carismas extraordinarios
hay que ver si se trata de una interpretación pentecostalista o de una
interpretación aceptable para la Iglesia Católica.
¿Movimiento carismático?
Abrirse a la Iglesia
-¿Soy Cristiano?
Todos los cristianos son carismáticos. Hay que salir de este callejón sin salida
y para ello creo que la mejor expresión sería Renovación en el Espíritu de
Pentecostés, Renovación Pentecostal, Renovación católica Pentecostal. No
encuentro otro término.
Los primeros cristianos eran todos unos convertidos. Tenían que haberse
convertido a Jesucristo de su medio ambiente y de su paganismo.
Lo primero no son los dones, sino el Espíritu. Hay una especie de hipertrofia
con respecto a los dones del Espíritu Santo y a los carismas. Eres TÚ, Señor, a
quien yo busco." "Tú" y no "Tus", dice San Agustín. A ti y no tus dones.
Y luego la caridad. Aquí sí que debo confesar que hay en los Hechos de los
Apóstoles una línea que me molesta. San Lucas indica que los demás al ver a
los cristianos decían:
Mirad cómo se aman. Las personas que pertenecen a los grupos ¿se aman de
esta manera? ¿Cómo aman al servicio de los que están a su alrededor, en sus
obligaciones sociales, en el mundo?
Si miramos desde esta perspectiva del Cenáculo, con la mirada del Señor, creo
que la Renovación ha empezado y que aún estamos al diez por ciento de lo
que puede ser.
El Papa utilizó una palabra muy fuerte para nuestra responsabilidad. Habló de
"una oportunidad", de algo, por tanto, que hay que captar cuando pasa porque
quizá no vuelva a ocurrir.
Si queremos ser fieles tenemos por delante un camino enorme para que esta
renovación adquiera toda la dimensión de la Iglesia. Demos gracias al Señor
por habernos encontrado con ella y vivirla.
De vez en cuando hay que poner el énfasis en algún punto para mantener las
perspectivas. En el siglo XIX hubo que poner el acento en la Iglesia como
misterio de Dios. Los teólogos, y de manera especial los alemanes, como
Mühlen, Moeller, la escuela de Tubinga, prepararon el despertar del sentido de
la Iglesia. Para llegar a redescubrir el sentido del misterio de la Iglesia se dio a
la oración de la Iglesia una importancia preferencial sobre la oración personal.
No es que se llegara a destruir la oración personal, sino que se subrayó el culto
de la Iglesia, el misterio de la Iglesia, la oración de la Iglesia.
Pero poco a poco aquello fue entrando en Mont Cesar con bastantes
dificultades, y los benedictinos fueron abriendo camino, convirtiéndose en los
grandes promotores de esta renovación litúrgica. Al principio daba la
impresión de que se trataba de una cosa de los benedictinos, pero poco a poco
se fueron dando retiros a los párrocos y algunos fueron cambiando. Fue una
larga historia. Baste recordar cómo en las misas antiguas celebradas en latín
apenas si había diálogo y cómo apareció más tarde el misal de los fieles.
Permitidme aquí una anécdota personal: cuando yo era joven recitaba durante
la misa unas trece letanías que yo había ido coleccionando, hasta que con el
tiempo descubrí el misal y más tarde la misa dialogada.
Fue ésta una transformación lenta que entrando por la puerta grande vino a
culminar en el Concilio Vaticano II con la Constitución sobre la Sagrada
Liturgia y la adaptación a las lenguas vivas. Pero esta historia no ha terminado
aún y queda todavía mucho trabajo que hacer para revitalizar la liturgia.
Conozco dos párrocos que han hecho esto admirablemente: Mons. Koeller, en
Viena, y Mons. Sullivan, en Inglaterra. Sería interesante conocer estas
experiencias.
¡Gracias por este Pentecostés que estamos viviendo con todo el pueblo
cristiano que está abierto!
El movimiento carismático
y la renovación carismática
por KEVIN RANAGHAN
Una cuestión clave aquí es comprender lo que significa decir que unas
personas "dejan" el movimiento carismático. Muchas veces quiere decir que
ya no asisten a la reunión de oración y que, o que, ya no participan en las
conferencias locales o regionales de la renovación carismática, y que, o que,
ya no están suscritos a revistas de la renovación carismática. Pero dejar el
movimiento en este sentido ¿quiere decir que estas personas han abandonado
el proceso de renovación personal? ¿Quiere decir que ya no están bautizados
en el Espíritu Santo o que no reciben ni usan los dones espirituales?
Son éstas cuestiones no fáciles de responder, pero, vistas las cosas, tanto
desde dentro como desde fuera de la renovación carismática, revela que un
gran número de católicos, que en otro tiempo fueron activos en el movimiento
carismático, han abandonado las actividades y estructuras del movimiento
para entregarse a la Iglesia en otras formas de ministerio y servicio. Quizá
dejen tras de sí grupos de oración y días de renovación, pero ahora se están
dando al diaconado permanente, al asesoramiento matrimonial, a la actividad
catequética, a obras de misericordia, a programas de justicia social. Llegan a
estas nuevas áreas de servicio bautizados en el Espíritu Santo, templados por
las llamas de Pentecostés, y equipados con celo y dones espirituales para
servir a los demás.
Es posible que nos encontremos con hombres y mujeres que han dado de lado
el bautismo en el Espíritu y los dones espirituales. Quizá nunca tuvieron una
genuina experiencia de renovación en el movimiento carismático, ?o quizá la
tuvieron, pero por una razón o por otra la han dejado.
El movimiento son las personas que han sido llamadas a realizar juntas la obra
de fomentar la renovación carismática. El movimiento no tiene por qué ser tan
amplio como la renovación. El movimiento existe como una forma de servicio
en la Iglesia para propagar el nuevo Pentecostés dentro de ella. La meta para
cada uno de los ochocientos millones que hay en nuestra Iglesia es que sea
renovado carismáticamente. La meta no es que todos lleguen a pertenecer a
nuestro movimiento.
Creo que tendremos movimiento carismático en los años que han de venir. Y
si cada uno hacemos aquello a lo que Dios nos llama, entonces mucho después
de que haya cesado el movimiento seguirá floreciendo la renovación por toda
la Iglesia.
También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de
Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual
la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente
de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel.
(De los Sermones del beato Isaac, abad del monasterio cisterciense del
I'Etoile, cerca de Poitiers, desde el año 1147 hasta 1167)
Que una criatura humana pueda oír de Dios que la llama Madre, sólo es
posible si acepta que esa maternidad sea obra exclusiva del propio Dios.
María es virgen porque ha sido la mujer llena del Espíritu Santo. María es
Madre porque es la mujer que recibió el don de amar al Hijo de Dios de una
forma equivalente a como el Hijo de Dios ama al Padre: el amor que va del
Padre al Hijo es el Espíritu Santo; el amor que va de María al Hijo de Dios es
obra del Espíritu Santo: por eso ella es Madre y por eso ella es virgen.
Dios Padre mira siempre al Hijo, lo mira con tanto amor, con tanta
admiración, que siempre está descubriendo en El "algo nuevo". Así es como el
Padre nos va "descubriendo" como nuevos miembros en el Hijo. El Padre
"descubrió" en el Hijo a María, la hizo su hija nacida de su amor, nacida de su
Espíritu.
El don más precioso que el Padre podía hacer a María era entregarle aquello
que Él más ama: su propio Hijo. El Padre sólo entrega al Hijo a quien lo ama
con su mismo amor. El padre sólo entrega al Hijo a quien está unido a Él. Es
el Hijo el que saliendo del seno del Padre se entrega libremente a la
humanidad para unirla a Él y dar gloria al Padre presentándole una nueva
creación. María conoce el amor del Hijo al Padre: ¿No sabíais que yo debía
ocuparme de las cosas de mi Padre? (Lc 2, 29). María no retiene para sí al
Hijo de Dios; lo recibe del Padre y lo da a la humanidad.
En el Espíritu Santo
45-46 - LA ALABANZA.
La consecuencia que se sigue es una actitud muy definida ante Dios como
respuesta en admiración, agradecimiento, alabanza y amor.
La alabanza es el resultado de sentirse salvado y amado por Dios. ?Se
empieza a alabar a Dios, no porque nos lo hayan enseñado, sino por
necesidad interior ante algo inefable y conmovedor que recibimos de parte
del Señor.
1. Hablar hoy de alabanza a Dios puede parecer una cruel ironía. Dios no está
demasiado brillante en nuestro tiempo. ¿Cómo puede, en efecto, permitir tanto
absurdo, tanto dolor, tantas lágrimas, tanta explotación, tantos fracasos...? El
dolor del mundo es un reto a nuestra capacidad de comprensión, un desafío
permanente a nuestra fe. No es fácil dar crédito y confianza a un Dios que
tolera o quiere tanto mal, que parece vengarse en nuestras carnes y satisfacer
su sed de venganza en los pobres hijos de los hombres.
2. Pero ¿quién es Dios? ¿Qué ideas evoca esa palabra en nosotros? ¿Es una
necesidad del hombre o un invento de los poderosos para justificar sus
intereses y banderas? ¿Es un ser lejano y distante, frío e insensible, a quien no
sabemos cómo tratar, con quien no podemos entrar en relaciones amistosas,
contable y espía de nuestros actos, que impone su ley de terror en todo
momento? ¿Quién es ese ser a quien nunca hemos visto, con quien nunca
hemos hablado, a quien nunca hemos encontrado en nuestro camino?
Los hombres somos invitados a tomar posturas claras con respecto a Dios.
Cada uno de nosotros puede hacerse una idea de él, representarle a su antojo,
hacer de él un dios minúsculo o grande, manejable o intransigente. Pero sólo
hay un lugar donde él se ha manifestado: en la palabra revelada. Unos
hombres que tuvieron la osadía de decirnos que habían "visto" al Invisible y
que habían “oído" al Inaudible, nos han dejado escrito cómo es él, cómo es su
rostro, cuáles son sus intenciones. Y el Dios que vieron los ojos atónitos de
aquellos hombres es inimaginablemente hermoso: santo, transcendente,
espiritual, soberano y dueño de todo lo creado, que se preocupa de nosotros y
no es extraño a nuestra vida, que se abaja para salvar... un Dios cariñoso y
tierno como una madre, clemente y entrañable como un padre, el Dios de los
"amores y de los perdones", que todo lo pasa por alto y no guarda rencor
perpetuo, que no discute con el desmayado, que arroja al fondo del mar
pecados y rebeldías, que tiene "tatuado" al hombre en las palmas de sus
manos... el Dios que, en un momento determinado de nuestra historia y en un
punto concreto de nuestra geografía, se hizo carne de nuestra carne y pasó
"por uno de tantos" y se entregó a la muerte por nuestra salvación... un Dios
cuya esencia se concentra en una sola palabra: Amor. Dios es Amor.
3. Israel fue un pueblo pequeño pero observador y sabio. Llamó a las cosas
por su nombre: al dolor lo llamó dolor y a la muerte, muerte. Sus gritos de
queja fueron desgarradores. Pero, por encima de todo, fue un pueblo de
esperanza. Creyó siempre en el Dios que le había 1levado "como sobre alas de
águila" (Ex. 19, 4). Y terminó por comprender que una vida en alabanza era la
única respuesta proporcionada que podía ofrecer a su Dios a cambio de tanta
maravilla.
4. El hombre que ha sido "alcanzado" por Dios sabe que su vida ya no puede
ser otra cosa que “una pura alabanza de gloria". La alabanza le afecta en su
cuerpo y en su alma, en su interior y en su exterior, en su espacio y en su
tiempo.
Las viejas concepciones maniqueas pretendían que el cuerpo era algo malo, un
compañero pesado para el alma, una especie de potro al que había que domar.
Pero el hombre de Israel no conoció ni dualismos ni antagonismos entre
cuerpo y alma. Es el hombre, este ser humano entero y concreto, el que debe
alabar con todas sus fuerzas a Dios. Es esta carne dolorida la que debe
convertirse en una canción de alabanza para el Señor. La alabanza, partiendo
del corazón como de su fuente, va inundando de un ímpetu gozoso todos los
miembros del cuerpo humano: lengua, labios, boca, glándulas, nervios,
sangre, alma entera:
La alabanza pone ritmo al cuerpo del hombre: le hace levantar las manos (Sal.
134, 1-2), bailar (Sal. 149, 3), adorar, posternarse (Sal. 95, 6) etc. El cuerpo no
permanece indiferente o inactivo ante la invitación a la alabanza. El ser entero
del hombre se convierte en melodía para el Señor.
Pero alabar a Dios no es sólo un acto, un gesto, una acción ocasional que se
hace en un momento, para volver a continuación a un estado de reposo o de
quietud. Es la vida entera del hombre la que está implicada en alabar a Dios.
La alabanza no conoce silencios, pausas, respiros... es para siempre:
Yo te ensalzo, oh Rey Dios mío,
y bendigo tu nombre para siempre jamás; todos los días te bendeciré,
por siempre jamás alabaré tu nombre (Sal. 145, 1-2)
Alabaré tu nombre sin cesar, te cantaré en acción de gracias (Eclo. 51, 10)
Bendeciré a Yahvéh en todo tiempo, sin cesar en mi boca su alabanza (Sal. 34,
2)
Mi corazón por eso te salmodiará sin tregua; Yahvéh, Dios mío, te alabaré por
siempre (Sal. 30, 13)
¡Bendito sea Yahvéh, Dios de Israel, por eternidad de eternidades! (Sal. 106,
48)
¡Te den, oh Dios, gracias los pueblos, todos los pueblos te den gracias! (Sal.
67, 4.6)
¡Alabad a Yahvéh, todas las naciones, celebradle, pueblos todos! (Sal. 117, 1)
Bendígante los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos (Tob. 8, 5)
¡Alábenle los cielos y la tierra, el mar y cuanto en él pulula! (Sal. 69, 35)
Obras todas del Señor, bendecid al Señor, alabadle, exaltadle eternamente...
cielos, bendecid al Señor, alabadle, exaltadle eternamente.
Aguas todas que estáis sobre los cielos, bendecid al Señor, alabadle, exaltadle
eternamente... astros del cielo... lluvia toda y rocío... vientos todos... fuego y
calor... frío y ardor... rocíos y escarchas, heladas y nieves... noches y días, luz
y tinieblas... rayos y nubes...
montes y colinas... fuentes, mares y ríos... cetáceos y todo lo que se mueve en
las aguas,
pájaros todos del cielo... fieras todas y bestias, bendecid al Señor,
alabadle, exaltadle eternamente (Dn. 3, 57-81)
10. Y sin embargo, la alabanza que la creación entera puede tributar a Dios no
es ni una gota en el inmenso océano de Dios. El Señor sobrepasa infinitamente
a sus criaturas. Él está más allá de toda medida, cálculo, sueño o imaginación.
Lo que de Dios conocemos no es más que "un eco apagado de su voz", "un
contorno de sus obras" (Job. 26, 14), una huella de su paso. Ninguna alabanza
puede celebrarle cumplidamente. Habría que tener su talla para alabarle como
él se merece. Y por eso, nuestra alabanza no puede tener límites. Siempre se
podrá alabar a Dios más y más:
¿Quién dirá las proezas de Yahvéh, hará oír toda su alabanza? (Sal. 106, 2)
Con vuestra alabanza ensalzad al Señor, cuanto podáis, que siempre estará
más alto: y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca
acabaréis.
Sólo allá arriba en el cielo podremos dar al Señor una cumplida alabanza,
aquella, aquella infinita.
11. Alabar a Dios es el oficio y profesión del hombre en los días de su paso
por la tierra. Alabarle o no alabarle se contraponen como la vida y la muerte.
Donde no hay alabanza, la muerte ha hecho ya su acto de presencia. El
hombre que no alaba a Dios es, ya en vida, como un cadáver ambulante. La
alabanza da el pulso de la vida: si es pujante, la vida es plena: si pierde ritmo,
languidece o decae, la vida se debilita y extingue.
LA ALABANZA EN EL
NUEVO TESTAMENTO
por Luis Martín
Así también Zacarías, el padre del Bautista, "lleno de Espíritu Santo" (Lc 1,
67-79), profetizó alabando a Dios con el himno del Benedictus, utilizando
formas y expresiones tradicionales del Antiguo Testamento. La Iglesia lo
repite cada día en la oración de Laudes.
La alabanza en Jesús
I.- Como buen conocedor de las Escrituras, Jesús utilizó frecuentemente los
salmos para alabar a Yahvéh lo mismo que cualquier fiel de Israel. En sus
labios cobraba especial significado y actualidad todo lo que los Salmos
comunican de parte de Dios a los hombres y todo lo que el hombre trata de
expresar a Dios, ya que en los salmos el que verdaderamente ora es Cristo, no
sólo porque Él es el Verbo de Dios revelado en los salmos, sino porque es de
El de quien principalmente hablan anunciando y proclamando el misterio de
su vida: "En los Salmos es constantemente Cristo quien habla, y
constantemente también es de nosotros de quienes habla, por nosotros y en
nosotros, del mismo modo que nosotros hablamos de El: 'No ha querido
hablar separadamente, porque no ha querido ser separado' (S. Agustín). De
una frase para otra, y hasta en la misma frase, en una especie de trabazón
continuada, tan pronto se expresa Cristo en su nombre sólo, como Salvador
nacido de la Virgen, como se identifica con sus miembros, y entonces entra en
escena la Santa Iglesia, aunque es siempre el mismo 'yo' quien se expresa en
ese doble papel" (HENRl DE LUBAC. Catolicismo. Barcelona 1963, p.138-
139).
Pero además de esto, la plegaria de Cristo fue la alabanza del Hijo al Padre,
alabanza llena de espíritu filial que supo responder a la voz que de los cielos
rasgados descendió sobre El en el momento del Bautismo: "Tú eres mi Hijo
amado, en ti me complazco" (Mc 1, 11).
Cuando uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar", Jesús les
transmitió junto con el Padrenuestro el mejor compendio de su pensamiento,
la clave para comprender no sólo su comportamiento, sino también su forma
de orar y alabar. Las primeras peticiones no son más que otras tantas
alabanzas:
II - Más que con las palabras, fue con su vida, de manera especial con su
actitud de obediencia y entrega al cumplimiento de su misión, como Jesús
alabó al Padre.
Y esto destaca en la forma como nos habló del Padre, hablando siempre lo que
el Padre le había dicho (Jn 12, 49-50), comunicándonos los secretos más
íntimos del corazón de Dios, y en las actitudes que nos transmitió haciendo
siempre lo que agradaba al Padre (Jn 8, 29). La expresión más sublime que la
alabanza alcanzó en Jesús, como nadie podrá jamás igualar, está en la entrega
que hizo de toda su vida a "hacer la voluntad" del que le había enviado y
"llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34), "y aún siendo Hijo, con lo que padeció
experimentó la obediencia" (Hb 5, 8; Rm 5, 19), "obedeciendo hasta la muerte
y muerte de cruz" (Flp 2, 8). Su muerte y resurrección, como cumplimiento
del mandato que del Padre había recibido: como ofrenda libre que hizo de sí
mismo (Jn 10, 18), fue la verdadera alabanza de la Nueva Ley, el acto
supremo de glorificación de Dios, con el que el Hijo del Hombre fue
glorificado y Dios fue glorificado en El (Jn 13, 31-32).
Los fragmentos de himnos primitivos que hallamos en las Epístolas son otras
tantas expresiones de la alabanza con que aquellas primeras comunidades,
maravilladas por la obra reciente que Dios Padre había realizado por medio de
su Hijo, proclamaban el misterio de Cristo (Flp ?2, 6-11; Col 1, 13-20), el
misterio de la salvación (2 Tm 2, 11-13), el misterio de piedad realizado en
Jesucristo (1 Tm 3, 16). Otras veces proclamaban la manifestación de nuestro
Señor Jesucristo (1 Tm 6, 15-16) o alababan al Señor como el Rey inmortal de
los siglos (1 Tm 1, 17).
c) Forma muy peculiar de alabanza son las expresiones que empiezan con el
bendito sea Dios o Eulogia (bendiciones a Dios en forma de alabanza muy
utilizadas en el A.T., bien como palabra eficaz e irrevocable que transmitía el
don que en ella se expresaba o como acción de gracias y alabanza por la
grandeza y bondad de Dios). Si bendecir es decir y comunicar el don divino,
Dios es por excelencia el que bendice y su bendición llega al colmo en su Hijo
y en el don del Espíritu Santo.
"llenaos más bien del Espíritu Santo. Recitad entre vosotros, salmos, himnos y
cánticos inspirados: cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando
gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor
Jesucristo" (Ef 5, 18-20).
"Para que el nombre del Señor Jesús sea glorificado en nosotros y nosotros en
El" (2 Ts 1, 12).
"La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero...
Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a
nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén." (Ap 7, 10-12).
"Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y
grandes... ¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor nuestro Dios
Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han
llegado las bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado, y se le ha
concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura... “(Ap 19, 1-8).
Todo esto nos da a entender que la alabanza era la auténtica forma existencial
de la comunidad cristiana, modelada de acuerdo con la liturgia celeste.
4.- La exigencia de la vida cristiana es ofrecer a Dios sin cesar y por medio de
Jesucristo "un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que
celebran su nombre" (Hb 13, 15).
Por eso la vida del cristiano es inconcebible sin alabanza. Al ser algo tan
primordial en la Iglesia primitiva no pudo menos de quedar reflejado así en la
rica Tradición que llega hasta nosotros en la oración litúrgica, en la que los
frecuentes aleluyas y gloria Patri marcan el ritmo de la alabanza.
"A Aquél que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente
mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en
nosotros, a Él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las
generaciones y todos los tiempos. Amén" (Ef 3, ?20-21).
LA ALABANZA EN LA
LITURGIA.
Por Sor Ma. Victoria Triviño, osc.
El Pueblo de Israel, tan pronto como hubo cruzado el Mar Rojo, a las primeras
luces del alba, hizo una experiencia nueva. Reunidos maravillosamente en la
Ribera, mientras las aguas volvían a alcanzar su nivel, se sintieron y
descubrieron como "un pueblo de hermanos". Un mismo aliento de alabanza
henchía su pecho y juntos expresaron con canciones, danzas e instrumentos, la
alabanza al Dios que salva "en el Mediador, en la Nube y en el Mar”.
El "Gloria"
Se inicia con el anuncio de la salvación, canto de los ángeles que dan "Gloria
a Dios" y "Paz a los pastores" (Lc 2, 14) a todo hombre sencillo, pobre, capaz
de acoger el Don de Dios que tan gratuitamente nos hace en el Hijo entregado:
"Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor... "
Prefacio
El Santus
Arranca de una escena bíblica, Is 6, 1 ss. la grandiosa visión del Santo alabado
sin cesar por los "seres ardientes":
El Amén
Dentro de las familias en que se agrupan los salmos, hay los llamados
hímnicos o salmos de alabanza. Son aquellos que, trascendiendo los demás
géneros literarios (lamentación, súplica, acción de gracias, etc.), se tejen con
acentos de pura alabanza. En Laudes se comienza con un salmo matutino al
que sigue un Cántico del A. T. Hasta aquí cabe recordar lo que podríamos
llamar "nuestro pan", pero el salmo siguiente se eleva siempre a la pura
alabanza. Se toma los salmos hímnicos marcando así la cumbre de una
progresión oracional que crece como la luz del alba.
¡He aquí el ideal! Que al celebrar la Liturgia, la LUZ del Señor Resucitado lo
transforme e informe todo... hasta el punto de sentirnos "inmersos en la
Liturgia del Reino".
La Eucaristía, escuela de
alabanza
por Manuel R. Espejo, Seh. P.
3. Cada Eucaristía es una Efusión del Espíritu Santo. Y nosotros sabemos que
la auténtica alabanza brota del Espíritu que habita el corazón del creyente y
"se desata" en la efusión. Veamos algunos textos:
4. La Eucaristía es una celebración, una fiesta por la bondad del Padre, una
acción de gracias. Y qué otra cosa es la alabanza, sino una celebración, una
fiesta, una acción de gracias? En el memorial de las cuatro Plegarias se lee: "al
celebrar ahora el memorial... ".
"(Tengo realizado un estudio detenido de todo lo que los Prefacios dicen sobre
la alabanza, pero no quiero alargar estas notas. Lo dejo para otra ocasión.)
• Concluyen todos los Prefacios cantando la alabanza del Señor, con el himno
de su gloria: el Santo. Alabanza cósmica en la que unimos nuestras voces a las
de los ángeles y, por nuestro medio, alaban al Señor todas las criaturas (cf.
Prefacio de la Plegaria-IV).
• "Santo eres en verdad, Señor, y con rozón te alaban todas tus criaturas...
“(III).
• ''Te damos gracias (te alabamos) porque nos haces dignos de servirte en tu
presencia (memorial-II).
¿Qué momento mejor para sanar que el de la comunión del cuerpo y la sangre
de Cristo?
c) La oración final recoge muchas veces esta idea de la Eucaristía como fuente
de liberación y sanación.
1. La Eucaristía nos señala el motivo para nuestra alabanza; p. ej. (sin entrar
en el rico análisis de los Prefacios) cuando se dice en la Plegaria II:
"Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad…”; “Jesús cuando iba a
ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada... "; "te damos gracias,
porque nos haces dignos de servirte en tu presencia",
y cuando en la IV se afirma:
''Te alabamos, Padre santo, porque eres grande, etc., etc."; "Tú mismo has
preparado a tu Iglesia esta Víctima (Cristo)". ..
• "Con la fuerza del Espíritu Santo... congregas a tu pueblo sin cesar" (inicio
III).
• ''Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el
munda" (intercesiones III).
Quiero concluir con un texto del Vaticano II que nos pone en la pista de otra
gran Escuela de alabanza, la Liturgia de las Horas:
Esta liturgia del cielo casi aparece intuida por los profetas en la victoria del
día sin ocaso, de la luz sin tinieblas: "Ya no será el sol tu luz en el día, ni te
alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua." "Será un día
único, conocido del Señor, sin día ni noche, pues por la noche habrá luz." Pero
hasta nosotros ha llegado ya la última de las edades, y la renovación del
mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo
en el siglo presente. De este modo la fe nos enseña también el sentido de
nuestra vida temporal, a fin de que unidos con todas las creaturas anhelemos
la manifestación de los hijos de Dios. En la Liturgia de las Horas
proclamamos esta fe, expresamos y nutrimos esta esperanza, participamos en
cierto modo del gozo de la perpetua alabanza y del día que no conoce ocaso.
ENTRESACANDO DEL
RICO TESORO DE LA
TRADICIÓN.
La Alabanza está siempre presente en la vida de los cristianos de todos los
tiempos. Algunos la llegaron a vivir de forma extraordinaria. Los santos son
los que mejor supieron plasmarla en toda su vida. Algunos han escrito
páginas preciosas sobre lo que es alabar a Dios.
Los textos que aquí reproducimos son densos y requieren tiempo y atención
para asimilar el rico contenido que nos ofrecen. Los que transcribimos de los
Santos y Doctores quizá ya los conozcamos, pero aquí bien merecen nuestra
atención por lo mucho que nos enseñan.
¿Qué otra cosa es el Salterio sino el instrumento espiritual con que el hombre
inspirado hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como
quien pulsa la lira del Espíritu Santo? Unido a este Espíritu, el salmista hace
subir a lo alto, de diversas maneras, el canto de la alabanza divina, con liras e
instrumentos de cuerda, esto es, con los despojos muertos de otras diversas
voces, porque nos enseña que primero debemos morir al pecado y luego, no
antes, poner de manifiesto en este cuerpo las obras de las diversas virtudes,
con las cuales pueda llegar hasta el Señor el obsequio de nuestra devoción.
(S. AMBRIOSIO, Comentarios sobre los salmos. Traducción del Breviario, t.
III. págs. 288-289.)
Alabanza en la conversión
Movido ante estas cosas a volver sobre mí mismo, entré en mi interior guiado
por Dios, y lo pude hacer porque Él fue mi ayuda: entré y vi con los ojos de
mi alma -que no sé cómo decir que son- una luz fija sobre mis ojos, sobre mi
mente, no la luz que habitualmente vemos, ni siquiera parecida, sino mayor,
como si brillase más y con más claridad y lo iluminase todo con su grandeza:
no era la luz que siempre vemos, sino distinta, muy distinta a todas.
Ni su manera de estar ante mis ojos y en mi mente era como está el aceite
sobre el agua en la alcuza o el cielo sobre la tierra, sino más arriba, porque ella
me hizo, y yo muy abajo, porque he sido hecho por ella. Quien conoce la
verdad sabe cómo es, y quien sabe cómo es conoce la eternidad: es el amor
quien la conoce.
¡Eterna verdad, verdadero amor, amada eternidad! Ella es mi Dios: por ella
suspiro día y noche, y cuando por primera vez la conocí, me llevó con ella
para que viese que existía lo que yo debía ver y aún no estaba preparado para
ver. Hizo que la debilidad de mis ojos reflejasen su luz, dirigió con fuerza sus
rayos sobre mí y me estremecí de amor, y a la vez de miedo: y advertí
entonces que me encontraba lejos de ella, en una región extraña, desde donde
me pareció oír su voz que de lo alto me decía: Yo soy el manjar de los
grandes, crece y podrás comer. Tú no me cambiarás en ti; como cambias la
comida en tu propia carne, sino que yo te convertiré en mí.
Y supe que por su maldad el hombre fue condenado, y que su alma se secará
como una tela de araña, y me dije: ¿Es que no es nada la verdad por no
encontrarse extendida en el espacio? Y Dios me gritó desde lejos: ¡AI
contrario, Yo soy el que soy! y lo oí como se oye interiormente en el corazón,
sin dejarme lugar a la más mínima duda; con más facilidad dudaría yo de que
vivo que de que la verdad existe, de que, a través de las cosas creadas, se
advierte su existencia.
Miré las demás cosas, que están debajo de Dios, y vi que no sólo no son de
una manera absoluta, sino que absolutamente no son. Estrictamente hablando
son, es claro, porque proceden de Dios, pero no son porque no son lo que Dios
es, y sólo es verdaderamente lo que permanece inconmovible. Para mí el bien
está en adherirme a Dios, porque si no permanezco en El tampoco podré
permanecer en mí; pero El, al permanecer en sí mismo, renueva todas las
cosas, y Él es mi Señor porque no necesita de mis bienes.
(S. AGUSTIN. Confesiones, Edic. Palabra, Madrid 1980. págs. 124-125.)
¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas
dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me
lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas
yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no
estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi
sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume
y lo aspiré, y ahora te anhelo: gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti:
me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.
Alabarán al Señor los que lo buscan. Porque los que lo buscan lo encuentran
y, al encontrarlo, lo alaban. Haz, Señor, que te busque invocándote, y que te
invoque creyendo en ti, ya que nos has sido predicado. Te invoca, Señor, mi
fe, la que tú me has dado, la que tú me has inspirado por tu Hijo hecho
hombre, por el ministerio de tu predicador.
El júbilo de la alabanza
Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría.
Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien...
Como dice muy bien Hélinaud de Froimont, un cisterciense del siglo XII:
" Hay unos que bendicen al Señor porque es poderoso; otros porque es bueno
para ellos, finalmente otros porque es bueno en sí mismo. Los primeros son
esclavos que tiemblan, los segundos, mercenarios que no piensan más que en
su interés, pero los terceros son hijos que sólo piensan en su padre... Sólo este
amor puede apartamos del amor del mundo o del egoísmo para dirigirlo hacia
Dios".
(JEAN LAFRANCE. La oración del corazón, Ed. Narcea. Madrid 1981. Pág.
74) .
Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la hechura, por lo que, iluminada por
ti, conocí, en la recreación que de mí hiciste por medio de la sangre de tu Hijo
unigénito, que estás amoroso de la belleza de tu hechura.
¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar profundo! ¿Podías darme
algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que siempre arde sin
consumir; tú eres el que consumes tu calor los amores egoístas del alma. Tú
eres también el fuego que disipa toda frialdad; tú iluminas las mentes con tu
luz, en la que me has hecho conocer tu verdad.
En el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien, bien
dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza,
sabiduría sobre toda sabiduría; pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de
los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres.
"Cada alma es en el Cielo una alabanza de gloria del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, porque cada una está asentada plenamente en el amor puro, y
ya no vive su propia vida, sino la vida de Dios. "Entonces le conocerá, como
dice San Pablo, como es conocida por El... "
Alabanza de gloria es un alma que mora en Dios, que le ama con amor puro y
desinteresado, sin buscarse a sí misma en el consuelo de ese mismo amor; que
le ama por encima de todos sus dones, y estaría dispuesta a amarle aun cuando
nada hubiese recibido de Él; que busca el bien del objeto amado con el mayor
desinterés por su parte.
Un alma que permite de este modo que el ser divino sacie su ansia de
comunicar todo cuanto Él es y todo cuanto Él tiene, es en realidad de verdad
la alabanza de su gloria en todos sus dones.
En la sexta semana de la Parte Primera de este libro hemos dicho algo sobre
esta manera de rezar. San Pablo indica expresamente que Dios le ha
concedido hablar en diversas lenguas (cf. 1 Cor. 12, 28). Una de estas formas
es seguramente la aclamación: "Abba, Padre" (Rm. 8, 15; Gal. 4, 6). Su
continua repetición no tiene sentido para la "inteligencia". En la oración de
lenguas no digo nada de los otros, sino expreso mi mismidad al "TÚ"
impronunciable de Dios. En este sentido la oración en lenguas es un
"balbucear".
Con estas palabras no se quiere indicar, sin duda alguna, cantos compuestos
según las leyes de la música, sino cánticos que vienen del corazón y de la
plenitud del Espíritu, durante la oración. Se puede empezar con un canto en el
que todos participan, sin que sea una presentación artística. Hay una gran
diferencia si se canta algo con maestría y arte, o si se trata de una
presentación, al mismo tiempo, espiritual que viene de la plenitud del Espíritu
como servicio a la fe de los demás.
PARA LA MAYOR
GLORIA DE DIOS
Por. Manuel Martín-Moreno, S.J.
El mensaje que nos transmite el P. Juan Manuel Martín-Moreno, SJ., lo
hallaremos más ampliamente expuesto en su libro ALABARE A MI SEÑOR,
Ediciones Paulinas, Madrid 1982, 143 pgs., cuya primera edición se agotó
enseguida. Esperamos que su próxima obra, que está para salir, TU
PALABRA ME DA VIDA, tenga la misma acogida.
Distinguen todavía los teólogos dos maneras de dar gloria a Dios. Una es la
gloria objetiva, la que dan también los cielos, las montañas, las aves y los
árboles, y todos los seres que no gozan de inteligencia. Ellos también
participando de la belleza de Dios, dan gloria al Creador. Los cielos cantan la
gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos... No es un
mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír, mas a toda la tierra alcanza
su pregón (Sal 19, 2.4).
Pero hay otra forma de dar gloria a Dios, la gloria formal que sólo pueden dar
los seres inteligentes, capaces de reconocer la belleza de Dios reflejada en la
creación. El hombre es el juglar de Dios. Con su inteligencia y con su corazón
puede poner letra a la música de las estrellas y transformarla en un canto de
amor. O mejor, si preferimos, la creación es como una partitura, un
pentagrama en el que están escritas las más bellas melodías. Pero la partitura
está muda hasta que la voz del hombre le arranca sus acentos.
El hombre participa a la vez de la gloria formal, en cuanto alaba a Dios con su
corazón y sus labios, y de la gloria objetiva en cuanto él mismo participa de la
belleza y de la santidad de Dios. Por eso el hombre alaba a Dios no sólo
cuando canta o cuando reza salmos, sino también cuando refleja en su vida la
santidad de Dios. Dice san Agustín:
"Procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y
vuestra voz deben alabar a Dios sino también vuestro interior, vuestra vida,
vuestras acciones.
Esta vida de Dios en nosotros es la que cantan los juglares de Dios, como
Francisco de Asís, que pasó su vida cantando. Ya nos dicen sus biógrafos que
el día en que renunció a la herencia de su padre, se fue por los bosques
cantando las alabanzas del Señor. Y cuando por las calles de Asís pedía de
limosna piedras para restaurar la capillita de san Damián, lo hacía cantando,
hasta el punto de que le tomaban por loco.
B) Alabar y servir
C) Hasta el extremo
Por eso la alabanza a Dios no brota sólo cuando las cosas van bien, cuando
brilla el sol y todo es hermoso a nuestro alrededor. La alabanza a Dios se hace
perfecta en la entrega de la vida. Dirá san Ignacio: "Como en la vida toda, así
también en la muerte, y mucho más, debe cada uno de la Compañía esforzarse
y procurar que Dios nuestro Señor sea en él glorificado y servido".
(Constituciones 595). Por eso san Francisco incluyó la "hermana muerte" en el
cántico de sus criaturas y acogió la muerte cantando: "Mortem cantando
suscepit". En definitiva nuestra muerte será el más bello acto de alabanza a
Dios nuestro Señor, si hacemos de ella nuestro más profundo acto de amor a
Dios (Jn. 21, 19).
"Alabado seas, mi Señor, por los que perdonan por tu amor, y aguantan las
enfermedades y la tribulación".
Poco después aquel español cayó muy enfermo en Ruán. Enterado san
Ignacio, se puso en camino para visitarle y mostrar que no le guardaba ningún
rencor. Anduvo tres días a pie, descalzo, sin comer ni beber. Estando en el
camino, y llegando a un alto, "le vino una consolación y un esfuerzo
espiritual, con tanta alegría, que empezó a gritar por aquellos campos y hablar
con Dios" (Autobiografía 80).
¡Qué hermosa aquella alabanza, aquellos gritos en pleno campo, que brotaban
de un corazón que había perdonado. No hay himno tan bonito a la gloria de
Dios como el del perdón
Esta es la gloria de mi Padre, que llevéis mucho fruto y seáis mis discípulos
(Jn. 15, 8).
La imagen de Dios en el hombre está rota, está empañada. Hay que devolver
la luminosidad a tantos rostros sin luz. Hay que devolver la sonrisa a tantos
rostros apagados. La manera de reparar el honor de Dios, es "reparar" a ese
hombre averiado. Multiplicando el bien sobre el mundo estamos
multiplicando los motivos de alabanza y de gloria a Dios, la gran obra de
Jesús fue descrita por el profeta Isaías en los siguientes términos:
Por eso el evangelio de san Lucas ha subrayado cómo, después de cada uno de
los milagros de Jesús en favor del hombre enfermo, brota un coro de
alabanzas a Dios.
Por eso se comprende que una Orden, como la de Ignacio, que tiene como
lema "la mayor gloria de Dios", esté dedicada a la predicación del evangelio, a
la salvación de los hombres. Porque es dando vida abundante, produciendo
mucho fruto, realizando la obra que nos ha sido encomendada, como toda
nuestra vida queda orientada al mayor servicio y alabanza de Dios nuestro
Señor, "AD MAIOREM DEI GLORIAM".
"No os toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos que el Padre se ha
reservado, pero tendréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos hasta
los confines de la tierra" (Hch 1, 7-8).
Para mí está claro que debemos partir de esta palabra de Jesús para encuadrar
el tema de nuestro encuentro, de cómo reevangelizar Europa para Cristo.
Nuestro objetivo debería ser hacer algo distinto. No porque seamos mejores
que otros, sino porque Jesús espera de nosotros otra cosa. Debemos ocuparnos
no tanto de las formas, cuanto de la substancia de la evangelización, no tanto
del cuerpo cuanto del alma, es decir, de aquel aspecto de la evangelización
para el cual no es suficiente el estudio o el análisis sociológico-pastoral, sino
que hay que dar un salto cualitativo hasta la fe y la oración.
Con mucha frecuencia estas dos palabras están unidas: fuerza y Espíritu
Santo. Por tanto, volvió a Galilea por el poder del Espíritu Santo y enseñaba
en las sinagogas. Toda la actividad evangelizadora de Jesús es puesta de este
modo bajo la acción del Espíritu Santo. El mismo Jesús nos lo dice predicando
en la Sinagoga de Nazaret:
Es justo y teológicamente evidente que debería ser así, porque, como dice San
Cirilo de Jerusalén, "convenía que las cosas mejores y las primicias de lo que
el Espíritu Santo dona a los bautizados fueran derramadas sobre la humanidad
del Salvador, el cual después nos repartiría gracia tras gracia."
Es evidente que todos los dones que actúan en nosotros, en la Iglesia, deben
estar en la Cabeza pues de Él es de quien los recibimos. En Jesús, están, pues,
todos los dones imaginables de la evangelización.
Una vez recibido el Espíritu Santo, Pedro y los once comienzan a evangelizar
por las calles de Jerusalén. Y la fuerza de su palabra es tan grande y misteriosa
que la gente al oírles hablar sienten traspasado el corazón.
¿A qué se debe todo esto? ¿Por qué esta gente se derrumba ante la predicación
de Pedro que les dice: "Vosotros habéis crucificado a Jesús de Nazaret, pero
Dios lo ha resucitado y lo ha constituido Señor? (Hch 2, 36)¿Qué está
sucediendo? Lo que Jesús mismo había prometido: "El Espíritu Santo
convencerá al mundo de pecado" (Jn 16, 8-?9).
Es conmovedor ver en los Hechos cómo cada una de las promesas de Jesús
sobre el Espíritu Santo se realizan puntualmente. Por ejemplo, Jesús dijo:
-Las primeras están destinadas a los oyentes para que crean y son los signos,
prodigios y milagros. Es el mismo Pablo el que dice: mi predicación entre
vosotros ha sido confirmada con signos, prodigios y milagros (2 Co 12, 12).
- Las otras son para el anunciador, sirven para potenciar al que transmite la
palabra, y son los carismas, los carismas de evangelización, que son muchos y
San Pablo enumera en diversos lugares, por ejemplo, el carisma de la palabra,
de la profecía, etc. Todas estas cosas, dice San Pablo, son manifestaciones del
Espíritu para utilidad común (1 Co 12, 7).
Por tanto, está claro que el Espíritu es una realidad invisible, pero que se
manifiesta y se hace visible a través de efectos concretos que son los signos y
los carismas.
¿Qué quiere decir la espada del Espíritu? Quiere decir que es un arma usada
por el Espíritu para cambiar el corazón de los hombres. Por tanto, una palabra,
como el Evangelio, sin el Espíritu Santo es una espada afilada, cuanto se
quiera, pero que no corta nada porque no hay nadie que la usa. La Palabra de
Dios es el arma que el Espíritu Santo usa para cambiar el corazón de los
hombres y convertirlos.
San Ambrosio escribió un bello texto para explicar cómo el Espíritu Santo es
la fuente de la fuerza del que anuncia la Palabra de Dios. Escribía a un colega
del episcopado comentando el versículo del Salmo que dice: levantan los ríos
su voz, levantan los ríos su fragor. (Sal 93, 3). Cito a San Ambrosio:
"Hay ríos que manan del corazón de aquél que ha sido enseñado por Cristo y
ha recibido el Espíritu de Dios. Son ríos los que salen de ese tal. Estos ríos
cuando se colman de gracias espirituales levantan su voz. Hay, en efecto, un
Río que se derrama sobre los santos como un torrente. (El torrente es un río
que corre veloz e impetuoso). Cualquiera que reciba de la plenitud de este
Río, como Juan, Pablo, Pedro, éste alza su voz, pero no de tono, no grita, sino
en el sentido de que su voz adquiere poder, fuerza, y como los Apóstoles han
difundido la voz de la predicación evangélica con festivo anuncio hasta los
confines de la tierra, así este río también comienza a anunciar al Señor.
Recíbelo, pues, de Cristo para que también tu voz se haga sentir".
Sin querer generalizar y sabiendo que en estos siglos se han dado excepciones
validísimas que nos dan envidia, debemos sin embargo decir que la
predicación cristiana en la Europa moderna ha recaída en lo que S. Pablo
llama letra y carne. El Racionalismo, que es la enfermedad típica de Europa,
pretendía que el cristianismo presentase su anuncio de un modo dialéctico, es
decir, sometiéndole en todo y por todo al análisis y a la discusión, de tal forma
que él también pudiera caber en el cuadro, juntamente con la Filosofía y otras
muchas cosas, de una autocomprensión del hombre y del mundo.
De esta forma, y casi sin darse cuenta, al anuncio cristiano se le hace servir a
una finalidad puramente humana, en vez de ser él servido, como es propio, por
toda otra realidad humana.
Legalismo y juridismo
Entre los hechos más importantes de este despertar del Espíritu que podemos
enumerar está sin duda el Concilio Vaticano II. En la intención del Papa Juan,
que convocó este Concilio, debía ir acompañado por el deseo y la invocación
de un nuevo Pentecostés para la Iglesia. La importancia de esta intuición del
Papa se ha ido revelando poco a poco, como por lo demás las cosas que
vienen de Dios nacen siempre de una pequeña semilla. Tal vez en el corazón
del Papa Juan esto nació como un pequeño pensamiento percibido a lo lejos:
"un nuevo Pentecostés... ¿por qué no?... un nuevo Pentecostés... “y esta
pequeña semilla en el corazón de un Papa contenía en sí la virtualidad y
potencia de todo lo que está sucediendo ahora en la Iglesia.
El teólogo Yves Congar, que como se sabe tiene simpatía por la Renovación,
aunque no pertenece a ella, y no sólo simpatía sino también críticas, en la
Relación que tuvo en el Congreso Internacional de Pneumatología, celebrado
aquí en Roma el año 1982 por voluntad del Papa para conmemorar el XVI
Centenario del Concilio de Constantinopla, decía las siguientes palabras:
"Cómo no situar aquí, entre los signos del despertar del Espíritu, la corriente
carismática, llamada mejor Renovación en el Espíritu, que se ha difundido
como un fuego que corre por el cañaveral? Se trata de algo muy distinto de
una moda. Se parece más bien a un movimiento renovador, sobre todo por una
característica: por la dimensión pública y constatable de su acción espiritual
con la que cambia las vidas".
47 - LA VOCACIÓN.
Todo encuentro con el Señor es una experiencia que nos hace replantear la
orientación de nuestra vida: ¿Qué quiere el Señor de mi? ¿Qué camino he de
seguir? Descubrir y vivir la propia vocación es de importancia trascendental
para acertar a responder en fidelidad a la llamada de Dios y no errar en la
orientación de nuestra vida.
Por lo que a nosotros concierne, uno de los mejores servicios que podemos
prestar a la Iglesia en orden a la renovación en el Espíritu son las vocaciones
que surjan en nuestros grupos y comunidades. En este número queremos
llamar la atención para que todos sepamos cuidar un poco esta parcela
predilecta de la Iglesia y estemos más atentos a las llamadas del Espíritu:
¿Cómo facilitar el que cada uno descubra y siga su propia vocación? ¿Cómo
cuidar de las vocaciones que suscita el Espíritu para la vida consagrada y el
sacerdocio?
La fe cristiana enseña que en el origen del hombre está Dios, que lo ha creado
a su imagen y semejanza, con capacidad para conocer y amar a su Creador
(Cf. Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia en el mundo, Gaudium et Spes -
GS- n.12). No somos, pues, producto del azar, sino que Dios tiene un plan de
amor para nosotros. "Él nos eligió en Cristo -antes de crear el mundo - para
que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha
destinado... a ser sus hijos" (Ef 1, 4-5).
Por eso dice el Concilio: "La razón más alta de la dignidad humana consiste
en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento,
el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el
amor de Dios... Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad
cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador"
(GS 19).
Esa es, pues, la vocación del hombre de acuerdo con la fe cristiana. Y no del
hombre tomado en general, como humanidad, sino de cada hombre. Como
resalta el papa Pablo VI: ?"En el designio de Dios cada hombre es llamado a
un desarrollo, porque cada vida es vocación" (Populorum Progressió, 15). El
cristiano puede descubrir entonces que aquellas preguntas que están en el
hondón de su ser -¿quién soy yo? ¿Qué he de hacer de mi vida? han sido
puestas allí por su Creador, quien, por otra parte, es el único que puede darles
respuesta. La Iglesia a su vez "sabe perfectamente que su mensaje está de
acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica
la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes
desesperan ya de sus destinos más altos" (GS 21).
2. La vocación es misión.
Todas estas expresiones están en tono imperativo, como queriendo decir que
Dios tiene mucho interés en que se cumpla esa misión. Por eso y para eso
llama. Si no existiera esa misión que cumplir, no tendría sentido llamar. Al
hombre le toca sencillamente obedecer, aceptar agradecidamente: "He aquí la
esclava del Señor". Siente, no obstante, que la misión es desproporcionada a
su condición, que le desborda totalmente. Por eso Moisés aduce que tiene
dificultades para hablar, Jeremías, que es un niño; María, que no conoce
varón; Isaías, que es un hombre de labios impuros. Pero la respuesta del Señor
es siempre la misma: "Yo estaré contigo”.
Según esto, vemos cuán lejos está la visión bíblica de la idea vulgar de
vocación extendida en nuestra cultura y que recogen los diccionarios:
inclinación hacia algún estado o profesión. La idea teológica medular de la
Biblia, en cambio, es el envío de Dios. Un envío que en muchas ocasiones va
en contra de los planes y de la voluntad del enviado. Moisés no quiere ir al
Faraón, a Pablo se le vuelve el proyecto del revés y Jeremías, el eterno
protestón, llegó a maldecir sus días, aunque nada puede hacer contra el poder
seductor de Yahvé.
Esto mismo es ya adelantar otro aspecto que dejan claros muchos de estos
relatos: la vocación no se queda en lo exterior de la persona, sino que afecta a
su misma entraña. Dios, para enviar, capacita y transforma "Yo estaré
contigo" no se pronuncia en vano. A Isaías un ascua encendida le purifica los
labios. Jeremías oye estas palabras: ''Antes de salir del seno materno te
consagré". Y María: "El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra”. En cuanto a
los discípulos, junto con el envío, les dice Jesús: "Recibid el Espíritu Santo".
Algunos de los llamados incluso cambian de nombre con la llamada Abram-
Abraham, Simón-Pedro, Saulo-Pablo. ¡Tan decisivo es el acontecimiento para
su persona!
Así, pues, desde la visión bíblica, ser y misión se abrazan estrechamente. Las
dos preguntas existenciales de base, quién soy y qué he de hacer, difícilmente
se pueden deslindar cuando Dios llama. O, dicho de otra manera: el envío de
Dios les da respuesta simultáneamente.
No es difícil adivinar lo que estos datos nos sugieren. Dios llama porque
existe en el pueblo o en la comunidad una necesidad concreta que a él no le es
indiferente "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas
contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos", (Ex 3, 7). Y no sólo
llama por ese motivo, sino que llama, está llamando, en esa necesidad, a
través de esa necesidad. La situación se hace "sacramento", manifestación de
la voluntad de Dios cuyos deseos son "que todos los hombres se salven".
Cuando Jesús quiere inculcar a sus oyentes la forma que utiliza Dios para
llamar, les cuenta la Parábola del Samaritano o les describe el juicio final
(“Tuve hambre y me distéis de comer...”).
-Al crear Dios a la humanidad, establece otro nivel de encuentro con él. Los
hombres y la historia de los hombres, con las relaciones sociales y políticas y
todo el tejido que constituyen, también pueden ser para nosotros "lugar" de
encuentro con Dios donde percibir la vocación. Sobre todo si partimos de que
el hombre es hecho a imagen de Dios y sabemos los planes que él tiene para la
historia humana. Aquí se nos abre, por tanto, un campo inmenso donde
percibir la llamada de Dios y a la vez donde realizar la misión en las infinitas
posibilidades de servicio al hombre.
-Por fin, en "la plenitud de los tiempos", Dios se encuentra con el hombre y da
vocación al hombre en Jesucristo. El autor de la carta a los Hebreos reconoce
que anteriormente Dios había hablado ya de muchas maneras a los hombres;
ahora lo hace por su mismo Hijo (Cf. l, 1-2). Él es el verdadero sacramento de
encuentro con Dios. Todo lo que pueda hablarnos de Dios, transparentamos a
Dios, ser palabra-mensaje de Dios, apunta a Jesucristo, se vincula a Él y es
asumido por El. En síntesis, la carta a los Hebreos nos dice que Él es el único
mediador entre Dios y los hombres.
II. - La vocación en la
Iglesia
A) Servicios y carismas
Vemos que en estas palabras del papa se identifica vocación con misión y
misión con identidad, con el ser mismo. Pues he aquí la vocación de la Iglesia,
es decir, de todos los creyentes. No podemos caer en la opinión trasnochada
de identificar Iglesia con jerarquía y aplicarle a ésta en consecuencia esa
vocación.
Este sencillo texto viene a resumir las líneas de actuación que la Iglesia va
concretando: el testimonio-palabra (“martiriar”), el servicio a los necesitados
("diakonia "), la unidad (“koinonia”) y la fracción del pan y oración
("leíturgia”).
Testigos
En comunión con los obispos, a todos los cristianos incumbe actualizar todas
las dimensiones de la misión de Jesucristo. Así, todos están obligados a
ejercer la "martyria ", a ser profetas con el testimonio y con la palabra.
Servidores
Agentes de comunión
Sacerdotes
En este sentido dice el Concilio hablando de los laicos: "Todas sus obras, sus
oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano
trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e
incluso las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacientemente, se
convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (Cf. I
Pe 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al
Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor" (LG 34).
En España la experiencia más extendida y que nos resulta a todos más familiar
es el servicio del catequista a muy diversos niveles, lo cual responde a la
necesidad de mantener y madurar la fe en medio de una sociedad materialista
con muchos factores en contra. Pero existen también lectores y acólitos
instituidos en algunas diócesis, y otros muchos servicios reconocidos por los
obispos y por los párrocos (4). Una prueba palpable de que en España empieza
a tomarse con interés este asunto, lo refleja el hecho de que todos 1os vicarios
de pastoral de las diócesis españolas lo hicieron objeto de estudio en VIII
Reunión (5).
Hemos de empezar diciendo que esta triple división establece también una
triple funcionalidad del ser de la Iglesia. Por consiguiente, estas funciones
afectan al ser de los cristianos que las encarnan, aunque, naturalmente, el ser
se proyecta siempre en un actuar. Pero ese actuar tendrá siempre unas
connotaciones especiales en virtud de la función que cumple el sujeto por su
misma condición, por su mismo ser.
Dios, creador del mundo por su Palabra, corona su obra con el hombre, hecho
a su imagen y semejanza, a quien encarga el dominio de la creación. El
mundo, por tanto, es don de Dios al hombre, el cual desde el principio lo
desfigura por el pecado. Pero Dios, en su misericordia, recrea el mundo por su
misma Palabra encarnada, Jesucristo. En su resurrección la humanidad, y con
ella el mundo, llega a su plenitud. El, hecho creación, hecho humanidad, e
incorporados a El también nosotros, los hombres, hacemos de este mundo
morada del Espíritu y de la gloria del Padre, la reunión fraternal y filial del
Pueblo de Dios. La Iglesia, por tanto, es el mundo transfigurado en su
verdadera figura, el mundo que, viniendo de Dios, vuelve a Él como una
nueva creación (6).
Por eso la iglesia "trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el
Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo,
Cabeza de todos, se rinda al Creador universal y Padre todo honor y gloria"
(LG 17). Ese esfuerzo es necesario porque la Iglesia no se identifica, sin más,
con el mundo.
Sobre esta base se sitúan las profesiones como vocación cristiana. Por
desgracia la mentalidad común tiende a considerar como llamada y misión de
Dios únicamente las vocaciones sacerdotales y religiosas. A veces se llega a
ver como vocación en el laico el ejercicio de algún servicio o ministerio laical
hacia el interior de la comunidad en la línea de todo lo dicho anteriormente al
respecto. Pero la profesión queda de ordinario marginada de la vocación
laical. En consecuencia, no existe una preparación específica para ser asumida
y ejercida en cristiano como sucede con otras vocaciones en la Iglesia.
Así, pues, en estos institutos se dan cita personas que pueden ocupar muy
distintos lugares en la sociedad y ejercer todo tipo de profesiones. Por eso no
es normativo para ellos vivir en comunidad. Pero existe entre ellos una
comunión espiritual cultivada en encuentros habituales que les estimula a dar
sentido a su trabajo y a su presencia como cristianos en medio del mundo.
Pero el que se sitúe en esa línea de lo carismático no quiere decir que sea algo
accesorio en la Iglesia. El Concilio indica que pertenece de manera
indiscutible a su vida y santidad (Cf. LG 44). Y por su parte Juan Pablo II
dice: ''Es necesario reafirmar con fuerza que dicha vocación religiosa
pertenece a la plenitud espiritual que el mismo Espíritu Santo suscita y plasma
en el Pueblo de Dios" (Discurso a los Superiores Generales, 24-XI-78).
¿Supone esto de principio "más santidad" en quien asume este estado de vida?
La pregunta no está de más, porque muchos cristianos se la hacen e incluso se
piensa a veces que el que verdaderamente quiera ser santo ha de hacerse
religioso. A esto nos responde el Concilio: "Una misma es la santidad que
cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios... Pero cada uno debe caminar sin vacilación
por el camino de la fe viva, que engendra la esperanza y obra por la caridad,
según los dones y funciones que le son propios”. (LG 41). Y más adelante:
"Quedan invitados y aun obligados los fieles cristianos a buscar
insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado" (LG 42).
¿Cómo realiza esa función la vida religiosa? Con la propia vida, mediante su
propio estado. La consagración radical a Dios de forma pública es expresión
elocuente de que todo ha de someterse a Él, que es el Absoluto. Cristo se
sometió totalmente a Dios y eso le lleva a la resurrección, al hombre perfecto.
Ese someterse por entero a Dios se expresa en los tres grandes niveles de la
vida del hombre: el tener, el amor y el poder (los bienes, los afectos y la
autonomía). Cristo, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, despojándose
de sí mismo y no teniendo donde reclinar la cabeza. Amó con un corazón
indiviso y universal hasta el fin. Vino a hacer la voluntad de Dios Padre y la
cumplió haciéndose obediente hasta la muerte (8). Esa es la obediencia,
pobreza y castidad de la que los religiosos quieren ser testimonio en la Iglesia.
¿Quiere esto decir que ellos son los únicos pobres, castos y obedientes en la
Iglesia? De ningún modo. Ellos recuerdan a todos: que han de ser así, cada
cual en su puesto, para llegar a la humanidad nueva inaugurada por Jesús.
Recuerdan a los miembros de la Iglesia, e incluso a todos los hombres, que el
bien absoluto es Dios y que los bienes de la tierra no pueden ocupar su puesto
sino que han de ordenarse según Dios (ellos lo tienen todo en común; y así
debería ser en la humanidad; y así será en el mundo futuro) -voto de pobreza-.
Recuerdan a todos: que quien llena el corazón del hombre es Dios, que todo
amor para serlo en verdad ha de participar del amor de Dios, que todos hemos
de amarnos por encima de los lazos de la carne y de la sangre (ellos viven en
fraternidad y el mundo futuro será fraternidad) -voto de castidad-. Y nos
recuerdan también a todos: que el Señor Absoluto es Dios, que toda otra
obediencia absoluta es idolatría y esclavitud, que el verdadero poder y la
verdadera libertad no consisten en someter sino en servir (Ellos viven tratando
de buscar juntos la voluntad de Dios y liberados de ataduras que no les
dejarían estar disponibles. Y la vida futura será libertad en Dios) -voto de
obediencia.
Esta función les está exigiendo a los presbíteros que su trabajo pastoral se
centre en hacer la unidad dentro de su comunidad tanto en la dimensión de la
"martyria" -la palabra y el testimonio- como en la "diakonia" -el servicio de
amor-, como en la asamblea litúrgica. Y ello supone previamente fomentar y
sostener todos los carismas y cuidar con amor a cada uno de los fieles. Juan
Pablo II les recuerda que han de "permitir a cada cristiano desarrollar su
vocación personal según el evangelio..., ocupar plenamente su lugar en la
comunidad de los cristianos" (Alocución al clero en la catedral de Notre
Dame, 30-V-80). Y a su vez el Concilio: que "descubran con sentido de fe,
reconozcan con gozo y fomenten con diligencia los multiformes carismas de
los laicos"; que armonicen de tal manera las diversas mentalidades "que nadie
se sienta extraño en la comunidad de los fieles" (Presbyterorum Ordinis, 9).
En este sentido se puede decir, en frase sintética y feliz, que el presbítero es
"el llamado que despierta llamadas y vela sobre los llamados" (13).
2. Algunas certezas
4. Etapa de discernimiento.
• Que casi todos tenemos cualidades para casi todo y que se puede ser feliz
desempeñando cualquier misión.
• Que teniendo cualidades para algo en especial, puede que no se le llame para
eso porque tal vez no le necesitan.
5. Etapa de formación
Algunos de los medios propios para conseguir este objetivo tienen gran
tradición en la Iglesia, como es el caso de los seminarios mayores diocesanos
y los centros similares de las congregaciones de religiosos y religiosas. Por
otra parte, las nuevas necesidades han ido haciendo aflorar otros instrumentos,
tales como los cursillos prematrimoniales, las escuelas de catequistas, lectores
y otros ministerios laicales, los cursillos de capacitación para variados
servicios en las parroquias y comunidades, etc.
6. Etapa de ejercicio
Es vital para una persona sentirse identificada con su propia misión y amarla,
y es no menos necesario estar al día en lo que implica su ejercicio. Ambos
niveles, que podríamos denominar espiritual y técnico, exigen un cultivo
asiduo. A cada cristiano le incumbe el deber de buscarse esos medios, bien
por iniciativa propia, bien aprovechando las iniciativas de su iglesia local o de
la institución de la que forme parte, sabiendo que Dios puede actuar en su vida
también a través de estos medios.
NOTAS.
(1) Señalamos aquí algunos de los relatos de vocaciones más significativos, a
los que iremos haciendo referencia.
Antiguo Testamento:
Moisés: Ex 3, 1-20; 4-1-17; 6, 2-13
Gedeón: Jue 6
Isaías: Is 6
Jeremias: Jer 1, 4-19; 15, 10-21
Nuevo Testamento:
María: Lc 1-2
Discípulos: Jn 1, 35-51; 6, 60-71; 20,19-29
Matías: Hech 1, 15-26
Los Siete: Hech 6, 1-7
Pablo: Hech 9, 1-30
(10) 1.B. METZ, Las órdenes religiosas. Herder. Barcelona, 1978, p. 109-110.
Libros vocacionales
COLECCION: "CAMINOS AL ANDAR"
Sólo hay que desear que esta colección nos continúe presentando la riqueza de
las diversas espiritualidades, para que los cristianos del siglo XX podamos
reconocer y acoger todos los dones de sabiduría que el Espíritu Santo ha ido
dando a su Iglesia.
"El Sínodo de los Obispos de 1974, insistiendo sobre el puesto que ocupa el
Espíritu Santo en la Evangelización, expresó asimismo el deseo de que
Pastores y ?Teólogos -y añadiríamos también los fieles marcados con el sello
del Espíritu en el Bautismo- estudien profundamente la naturaleza y la forma
de la acción del Espíritu Santo en la Evangelización de hoy día. Este es
también nuestro deseo, al mismo tiempo que exhortamos a todos y a cada uno
de los evangelizadores a invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu
Santo y a dejarse guiar prudentemente por El cómo inspirador decisivo de sus
programas, de sus iniciativas, de su actividad evangelizadora" (Evangeli
Nuntiandi, 75).
Tal vez haya llegado el momento de que esta gracia de Pentecostés que es
renovadora -después de haber renovado, o al menos haber empezado a renovar
nuestra vida personal, nuestra oración, el ministerio de sanación, el
matrimonio, en una palabra, todo el ámbito de nuestra vida individual -deba
alcanzar espacios más amplios y públicos de la Iglesia, como es en primer
lugar la Evangelización.
Por lo demás esto es lo que hizo el mismo Espíritu con Jesús. En un primer
momento lo llevó al desierto a orar, ayunar y a combatir con Satanás, pero
después, como dice Lucas, el Espíritu llamó a Jesús del desierto y lo envió a
Galilea a predicar el Evangelio de Dios.
Lo que sucedió con Jesús después del Bautismo en el Jordán debe suceder con
todo el que haya recibido el bautismo en el Espíritu.
Ahora bien, el primer acto de la fe, el salir de las tinieblas a la luz, acaece sólo
por la fuerza del kerigma y no por la didaché o catequesis. San Pablo dice a
los Corintios: "habéis sido engendrados en Cristo Jesús por el Evangelio" (1
Co 4, 15), es decir, por el anuncio descarnado de la Buena Nueva de Jesús. La
didaché o enseñanza, que hoy podemos llamar catequesis, no sirve para
engendrar la fe, sino para formarla mediante la caridad.
Siempre recordaré la escena de Kansas City en Julio de 1977, donde creo que
algunos de vosotros estuvisteis también presentes. Era una multitud de 40.000
personas, mitad católicos y mitad de otras confesiones cristianas, que se había
congregado ya al anochecer para orar y arrepentirse de las divisiones de la
Iglesia. Una pantalla enorme, encuadrada en el cielo negro de la noche
americana, presidía aquella reunión: allí estaba escrito "Jesus is Lord" (Jesús
es Señor). Me dio la impresión de que aquello era una visión profética de la
Iglesia, de una Iglesia reunida bajo el señorío de Jesús, proclamando este
señorío como se podía ver en aquel momento entre el cielo y la tierra, a luz y a
las tinieblas. Comprendí entonces, y no lo he vuelto a olvidar, que la fuerza de
la Renovación es la proclamación de Jesús Señor.
San Pedro nos dice que "Dios da el Espíritu Santo a los que le obedecen" (Hch
5, 32). Es necesario morir a nosotros mismos y dejarse herir en el corazón
para acoger plenamente la voluntad de Dios que es tan santa y tan distinta de
la nuestra.
La Biblia habla con frecuencia de la Palabra de Dios bajo la imagen del rollo
o pequeño libro que el profeta debe comerse, y que una vez comido resulta
dulcísimo en los labios y muy amargo en las entrañas (Ez 3, 1-4; Ap 10, 8-10).
Una vez en una predicación ante el Santo Padre, los Cardenales y otros
oyentes, dije estas cosas y otras más fuertes como éstas: "Aquí en Roma hasta
las piedras denuncian la búsqueda de la propia gloria por parte de los hombres
de la Iglesia: piedras escritas en lugares donde sólo deberían aparecer los
nombres de Cristo o de María, piedras que, por el contrario, llevan el nombre,
de su familia, de su casa". Después de la predicación dije: "Santo Padre,
perdóneme por haberme atrevido a hablar así ante vuestra presencia". Y él
respondiendo me dijo por tres veces: "es esto de lo que hay que hablar, es esto
de lo que hay que hablar, es esto de lo que hay que hablar".
El Espíritu Santo viene del corazón de Cristo traspasado en la Cruz, y por esto
es necesario estar unidos a su Corazón para obtener la Palabra y el Espíritu.
Habréis notado que en el Evangelio se dice que el Espíritu Santo vino sobre
Jesús en el Jordán mientras estaba en oración, y sobre los Apóstoles cuando se
hallaban unánimes y asiduos en la oración. Jesús dice en el Evangelio de
Lucas que el Padre da el Espíritu Santo a quien se lo pide (Lc 11, 13).
Para que esto sea posible es necesario que uno se anule, se quede vacío y se
mantenga unido a Dios en la oración. No hay espíritu de profecía en nuestro
hablar y actuar si nosotros primero escogemos lo que vamos a decir, el tema
del discurso, y lo seleccionamos tomándolo de nuestra cultura, de lo que
hemos aprendido, de nuestro discernimiento y después -tras haber escogido el
tema de la mesa- nos ponemos de rodillas para que el Señor haga llover sobre
esta palabra su poder.
3.- Llegamos al tercer punto de la vida práctica para poder vivificar con
el Espíritu nuestra Evangelización: es la comunidad.
De hecho parece que Juan y Pedro están perplejos y no saben qué hacer.
Entonces van a la comunidad y ésta se pone en oración y en esta oración se
liberan todos los carismas ocultos en la comunidad: uno lee un texto de la
Escritura, del Salmo 2: "¿A qué esta agitación de las naciones, estos vanos
proyectos de los pueblos? Otro hermano, o tal vez el mismo, que tiene carisma
profético, aplica el texto a la situación presente. Entonces, de repente, la
comunidad cae gozosamente en la cuenta de que este caso no está en manos
del Sanedrín, como podría suponerse, sino bajo el control de Dios que ya de
tiempo conocía esta situación. Fortalecida con el descubrimiento del poder de
Dios, la comunidad libera el carisma de la fe, de la fe carismática que es la fe
que en este contexto hace que todos se unan para pedir que sucedan signos,
curaciones y prodigios en el nombre de Jesús y dicen: "y ahora, Señor, ten en
cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra
con toda valentía, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y
prodigios por el nombre de su santo Siervo Jesús. Acaba su oración, retembló
el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y
predicaban la Palabra de Dios con valentía" (Hch 4, 23-31).
El don de la perseverancia
Perseverancia es equivalente a fidelidad al Señor en el camino emprendido
de la conversión. Es un camino arduo, lleno de dificultades, que desafía la
debilidad e insuficiencia del cristiano. Pero éste sabe que "fiel es el Señor,
que le afianzará y le guardará" (2 Ts 3, 3). Él apoya su fidelidad en la
fidelidad de Dios.
Enraizados en el corazón
de la Iglesia
por el Cardenal L. J. Suenens
En la Escritura tenemos aquel pasaje en el que se nos dice que los jóvenes
verán visiones y los ancianos soñarán sueños. Todos vosotros sois jóvenes y
tenéis derecho a tener visiones y yo, dada mi edad, tengo derecho a tener
sueños. Tal vez sea la última vez que me encuentro en una asamblea como
ésta, que tenemos cada tres años. No sé si dentro de tres años estaré con
vosotros. Haré todo lo que esté en mí, pero... depende del Señor.
Por esta razón me ha parecido bien compartir con vosotros algunos sueños
sobre el futuro de la Renovación. Lo mismo que la Madre Teresa hablaba de
los cinco dedos de la mano, yo hablaré de mis cinco sueños.
Si consideramos lo que recibimos, lo que el Señor Jesús nos envía, vemos que
es su mismo Espíritu, y con Él nos da lo que llamamos las tres virtudes
teologales: Fe, Esperanza y Amor. He aquí el primer don del Espíritu: Fe,
Esperanza y Amor. San Pablo decía que sin Amor todo lo demás no es nada.
En esto, por tanto, debemos centrarnos. Si, además de esto, observamos lo que
el Espíritu está haciendo en la Iglesia y en nosotros, vemos también un
aumento de carismas.
Si nos fijamos en los carismas extraordinarios, vemos que San Pablo nos da
una lista de 27 carismas, pero el catálogo de carismas es interminable. No hay
una teología clara respecto a cada uno de ellos, ni podemos tocarlos o darles
una forma como si fueran objetos. No son como un negocio en el que se entra
y se compra un don. Es el Espíritu que trabaja en nosotros en formas distintas
y complementarias. Cuando se da una acción muy manifiesta lo llamamos
carisma, pero esto no excluye todos los demás aspectos.
No es necesario hablar mucho sobre este punto. Baste decir que la palabra no
es la mejor. Muchos tratan de convertir el carisma en objeto, como tener
dinero en el bolsillo. Pero no es así, no es algo que se tenga en el bolsillo.
Por lo cual no tiene sentido la distinción entre una iglesia carismática y una
iglesia institucional o sacramental. Sólo hay una Iglesia, con un aspecto
visible y un aspecto invisible, lo mismo que Cristo y el Espíritu son uno en la
misma misión.
Por esto y por otras muchas razones, creo que la mejor forma de hablar sería
decir: "Renovación Pentecostal Católica”.
Así es. Creo que hay que esperar que el Espíritu vivifique y anime todo lo que
del Espíritu hay en la Iglesia y en vosotros.
Siempre es el mismo tipo de Palabra de Dios que se nos dice a través del
Santo Padre, la Palabra que debemos escuchar de la Iglesia Católica. Y lo que
dice ante todo es esto: permaneced enraizados en la vida sacramental de la
Iglesia.
Pero Jesús creó a través del Espíritu y en el Espíritu un Pentecostés. Por eso
nosotros estamos en el centro de Pentecostés, nacimos en Pentecostés, y así
tenemos que regresar al día en que nacimos. Si nacimos el día de Pentecostés,
es allí donde tenemos que encontrarlo, siendo la Iglesia el Sacramento de la
presencia sacramental de Jesús. No ya de la presencia histórica, sino de la
presencia sacramental.
Por esta razón la Iglesia empezó con la tradición de bautizar a los niños, sin
esperar a que sean adultos, sino desde el principio, porque la historia del
Señor con nosotros es una historia de amor. Él tomó la iniciativa porque nos
amó primero, sin esperar a que nosotros decidiéramos seguirle. Él nos tomó en
la unidad con El desde el principio lo mismo que una madre toma a su niño
recién nacido, sin esperar a que le diga "qué bella eres, mamá". Desde los
inicios nos tomó así, y por esta razón el Derecho Canónico y distintas
Conferencias Episcopales insisten en que se debe administrar el Bautismo en
la Iglesia a los niños que acaban de nacer, tan pronto como la madre pueda
asistir. Es una buena idea.
En contra de este sentir hay una tendencia entre cristianos de hoy por la que se
dice: "Vamos a esperar, no queremos imponer nuestras opiniones al niño,
hasta que tenga 18 o 20 años y tome entonces su propia decisión". Pero no se
espera para cosas importantes hasta que el niño esté de acuerdo. El niño
también puede decir: "yo no os pedí que me trajerais al mundo". Decidisteis
cosas que hay que hacer desde el momento en que el amor estaba ahí.
Pero, ¿cómo puede un joven a los 20 años tomar una decisión sobre su
cristianismo, si su familia nunca le permitió tocar el cristianismo, porque tenía
que vivir en libertad? No podrá tomar una opción por el cristianismo si no ha
visto antes cómo su padre y su madre viven ese cristianismo. Y si no ha orado,
no tiene experiencia, y ¿cómo podrá experimentar todo lo que esto es? Llegará
un día, día muy importante, en el que él deberá reconfirmar su bautismo, que
ya estaba ahí en él.
Yo tengo 80 años, y tengo que decir también: "Señor ¿quién eres? ¿Qué me
dices que soy? Te doy gracias, Señor, porque desde el principio Tú eres mi
pasado y durante todo mi pasado he sido guiado por ti. No siempre lo he visto,
pero lo sé ahora".
Lo mismo que cuando abrís un libro, se encuentran todas las páginas impresas
y, de vez en cuando, dentro del texto hay filigranas, un dibujo, así también de
dos formas puede ser mi historia: desde fuera, como la parte externa del libro,
o desde dentro. "¡Señor!, Tú estabas allí, en aquella reunión, en aquel
encuentro, cuando conocí a mi mujer, en tal o cual oportunidad... Señor, me
has pedido que viniera y he dicho que sí. He leído tal o cual libro, esta o
aquella llamada telefónica, y he dicho que sí. Gracias por el pasado, por cada
momento del pasado."
Si cada uno de nuestra generación con fe puede proclamar esto y decir: "Al fin
me he encontrado con el Señor, y este es un testigo", será un día importante
para la Renovación.
Antes del Concilio, cuando yo iba por las parroquias, siempre había quien me
decía: "nos sentimos felices de recibirle como representante del Santo Padre",
y yo tenía que responder: "el representante del Santo Padre es el Nuncio, yo
no represento al Papa... ".
Es muy bonito venir a Roma, pero no es necesario venir a Roma para escuchar
que debemos estar enraizados en las iglesias locales. Este es el mensaje del
Papa.
El Papa viaja a todas partes para confirmar lo que los Obispos piden, dicen,
piensan y hacen en común, cuando hay Conferencias Episcopales, y también a
los Obispos locales, encargados en nombre de Jesús, a los cuales el Papa ha
nombrado dándoles jurisdicción.
Apostólica: ¿qué significa esto? Esto quiere decir que nuestra fe tiene raíces
en la fe de los Apóstoles, lo cual significa que nos hallamos muy cerca de la
Revelación, pues cuando murió el último de los Apóstoles terminó la
revelación y ya no habrá revelaciones garantizadas por el Señor.
Si esta es nuestra fe, nadie está obligado a tener fe en otras cosas. Las
revelaciones privadas no son parte de nuestra fe. Se puede ser muy católico y
no creer en las revelaciones privadas. Esto no forma parte de la fe.
Mi fe es la fe de los Apóstoles. Así que tenemos que hacer una distinción muy
clara: las revelaciones privadas no forman parte de la fe cristiana, y no sólo las
revelaciones, sino también las apariciones, las visiones, y todo eso.
Incluso antes de creer en alguna aparición, sepan ustedes que hay actualmente
unas ciento cincuenta apariciones en diferentes países del mundo, y de cada
una de ellas refieren que nuestra Señora dice tales o cuales cosas, que luego
resulta que ?son distintas unas de otras, por lo que no pueden ser todas
verdaderas.
Por tanto, ¿qué hemos de hacer? Creo que debemos estar enraizados en la fe
apostólica, la cual se encuentra en el Obispo del lugar. Esto es lo importante.
"¿Ha dicho ya sí o no respecto a su posibilidad?". No siempre será necesario
que haga una declaración sobre la autenticidad.
Si me preguntan qué voy a hacer durante el resto de mi vida, les diré que voy
a seguir escribiendo algún librito, cuyo título puede ser "El Descanso en el
Espíritu, o el fenómeno de caerse, y la Renovación", para decir a la gente que
sea muy precavida en todo esto, que se tenga mucho cuidado.
Es todo lo que tengo que decir a este respecto. Procedamos con mucho
cuidado, y no andemos hablando de milagros, ni de maravillosas gracias...
Posiblemente se den buenos frutos en algunos casos, sin embargo este es otro
fenómeno, que de vez en cuando en un contexto médico, como por ejemplo la
hipnosis, puede tener un efecto bueno, pero no lo miren como milagro, ni
pierdan la Renovación Carismática en tales cosas.
Profecía quiere decir hablar algo bajo el impulso del Señor para uso de alguno
o de todos los que escuchan, lo cual es muy distinto de cuando hablamos
acerca de hechos futuros.
En un buen artículo de una revista americana leí cómo todos tenemos que ser
testigos, pero no todos tenemos que ser evangelistas, en el sentido de enseñar
teología y dar más formación.
Todos tenemos que ir a ser testigos de Cristo, diciendo nuestra experiencia del
Señor y todos escucharán. Si hacéis una exposición grande esto es solo para la
mente, pero si les decís sincera y llanamente lo que sabéis y lo que Cristo
significa para vosotros, os diré que nadie pondrá objeciones y que hay que ser
testigos de ello.
Creo que si los grupos de oración se limitan a orar juntos, centrándose en sí
mismos y sin abrirse para anunciar el mensaje al mundo, desaparecerán. No
salvaréis vuestra alma, si no perdéis vuestra alma. No hay otra salida.
Es muy importante que nos reunamos para orar y compartir nuestra vida
cristiana. Mi sueño sería ver en las parroquias muchas y muchas células de
personas que oran juntos, compartiendo la vida cristiana, y que se reúnen el
domingo, o, por lo menos, unas veces al mes para orar con todas las
comunidades que haya en la parroquia.
Tenemos que regresar a donde hemos empezado y abrir el libro de los Hechos
de los Apóstoles para recibir la primera descripción del lugar de donde
salimos.
Creo que esto es lo que nos ha dicho el Papa. Y todo lo que nosotros podemos
decir y hacer ha de estar en continuidad con esto, y hemos de ir donde
empezaron los cristianos.
¡Amén! ¡Aleluya!
La palabra que hace presentes las realidades divinas es la unción del Espíritu
Santo. Esta unción obra de dos maneras: primero preparando a las personas y
después otorgando la Palabra.
Podemos dar otros nombres a la Palabra: es una unción, es la presencia del
Hijo de Dios en nosotros.
San Pablo, hablando del Evangelio dice abiertamente: "No me avergüenzo del
Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree"
(Rm 1, 16). El Evangelio es la fuerza de Dios, porque, una vez que ha sido
predicado se hace presente la realidad salvífica de la Cruz y de la
Resurrección de Jesús y podemos quedar compenetrados por la personalidad
humana de Jesús y por la acción del Espíritu Santo.
Hemos nacido por la Palabra. Tenemos una vida por la Palabra, y esto es una
realidad existencial y actual.
Por tanto el principio del cambio debe aplicarse a nuestra vida diaria. Si, por
ejemplo, me encuentro hoy con los mismos problemas que hace seis meses,
esto no es vida normal del cristiano, y así lo debemos entender en la práctica
del sacramento de la confesión cuando semana tras semana, y mes tras mes,
repetimos las mismas cosas.
La Palabra tiene el poder de cambiarnos, y así debe ser. Por eso el Nuevo
Testamento habla como habla.
Veamos otro pasaje en la Epístola 1ª de San Juan: "en cuanto a vosotros, estáis
ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis" (1 Jn 2, 20). La unción, es el
sentido del ungüento, no sólo es una acción sino también una cosa, y esta cosa
o realidad del ungüento es la Palabra ungida por la acción del Espíritu Santo.
En el versículo 27 añade: "y en cuanto a vosotros, la unción que de Él habéis
recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie ?os enseñe.
No podemos llegar a este estado de autoridad sin la unción del Espíritu Santo,
la cual no es algo que se deba a las fuerzas o recursos humanos.
El poder de la Palabra está precisamente en dar vida nueva, y por esto San
Pedro, San Juan, Santiago y otros con la autoridad del Espíritu Santo hablan
en el Nuevo Testamento del hecho decisivo de que nosotros hemos nacido por
la Palabra.
Un principio teológico elaborado por Tertuliano dice: "Caro est cardo salutis":
la carne es la bisagra de la salvación. Un ejemplo de este principio es el
Bautismo en el Espíritu Santo, con la irrupción de los dones y esa capacidad
de ser consciente de la presencia del Señor como uno no lo era antes. Es el
primer aspecto de la doble bendición, pues en este estado se dan algunas veces
emociones fuertes, pero no sólo emociones sino también una impresión
espiritual, una capacidad de sentir la presencia del Señor.
Por tanto, hay como dos aspectos de esta gracia clave, fundamento de toda la
Renovación Carismática, la cual no es un movimiento más, sino una gracia del
Señor para renovar toda la Iglesia, por lo que es también una gracia que
renueva la vida del Evangelio.
Después de esta gracia inicial viene la lucha verdadera entre esta vida nueva y
la vida del hombre viejo. Antes de llegar a este momento no se da una lucha
verdadera sino luchas falsas, muy bien descritas por S. Juan de la Cruz. Por
ejemplo, en el hombre cerrado puede existir lucha entre ambición y timidez u
orgullo y sensualidad. Hay cierta lucha y podemos aplicarle palabras
espirituales pero esto no es verdad. Es el hombre dominado por sus emociones
e impulsos carnales y son luchas falsas.
Hay que ayudar a los hermanos a entrar en esta vida nueva, a abrirse a la
acción del Espíritu Santo, y se verá claro por qué los santos han hablado como
han hablado.
Se puede escuchar a los jóvenes que nunca habían oído hablar de la lucha
contra los vicios. Espontáneamente empiezan a hablar así, porque en ellos se
da esa realidad. Es la señal primera y fundamental de la presencia del Espíritu
Santo en una personalidad humana que está convencida de su estado
pecaminoso.
Y nos dirá: "¿Puedo? Tú me dices eso, pero ¿dónde puedo ver que eso es
verdad?"
"Yo lo que puedo decirte es lo que el Señor ha hecho por mí. Es la fuerza del
testimonio, no es algo abstracto, pues yo tengo una vida nueva que no tenía
hace un año o dos años; puedo ver los cambios de mi vida diaria, lo cual viene
del poder del Señor y esta es la Buena Nueva".
Por tanto empieza una lucha, y toda la lucha consiste en esto: en "permanecer
en la Verdad", según las palabras de S. Juan.
Actividad interior
Sí, por ejemplo, el Señor me hace ver mi ambición, me encuentro ante dos
posibilidades: obrar de esta manera o de aquella otra, y veo claro hacia dónde
me mueve la Palabra del Señor, pero estoy tan apegado a esta manera, que es
mucho más agradable a mi egoísmo, y no hago lo otro. Me cuesta mucho
romper. Es el ascetismo cristiano: debo hacer las cosas para asegurar que no
voy en esta dirección, pero el poder de cambiar no viene de mi, sino de la
fuerza de la Palabra que me conduce en esta otra dirección.
Una vez yo consiento a este impulso del Espíritu Santo llegaré aquí, no por mi
fuerza, sino por la Palabra del Señor.
Con este movimiento viene una iluminación interior que nos capacita para
darnos cuenta de la situación humana verdadera. Nosotros somos incapaces de
hacer nada para la salvación. Tal es la doctrina tradicional de la Iglesia. Basta
leer los capítulos de Concilio Tridentino sobre la justificación del hombre. En
medio de la lucha entre católicos y protestantes la Iglesia ha proclamado el
hecho de que el hombre con sólo sus fuerzas y recursos humanos no puede
salvarse. Lo único que podemos hacer con nuestras fuerzas humanas es
conseguir nuestra muerte infernal y eterna.
Es un hecho, no una cosa imaginaria, que cuando vemos esto lo vemos no con
nuestra mentalidad humana, porque con ella no queremos verlo ni podemos,
sino con la revelación otorgada por el Espíritu Santo. Tal es la situación
humana, y así entendemos que las cartas de S. Pablo no son meras
exhortaciones espirituales sino una descripción de la historia humana, una
filosofía de la historia inspirada por la autoridad del Espíritu Santo.
Las cosas que pasan de una mente humana a otra son ineficaces, pero cuando
pasa una realidad de un espíritu santificado a otro espíritu casi ahogado, si
entre los dos existe la Palabra, se puede operar la conversión del otro porque
esta palabra es ungida por el Espíritu Santo. El Espíritu habla al espíritu y la
mente a la mente, la emoción a la emoción.
"Porque si nos hemos hecho una misma cosa con El por una muerte semejante
a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que
nuestro hombre viejo fue crucificado con El, a fin de que fuera destruido este
cuerpo de pecado" (Rm 6, 5-60.
¿Qué quiere decir esto? Que cuando me encuentro con un hábito pecaminoso
ya inveterado, de 30 o 40 años, si pido al Señor el poder de su Cruz para hacer
morir este hábito, veré una autoridad nueva sobre esto. No del todo
evidentemente en el primero, segundo o tercer día, pero al cabo de unas
semanas o meses veré que queda reducido a la impotencia. Todos entendemos
lo que esto quiere decir y cómo es una práctica diaria, lo cual es otro aspecto
del arrepentimiento.
Para esto tenemos "la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios" (Ef 6,
17).
49 - RENOVACIÓN DE LA PARROQUIA.
Para nosotros hay una cosa que ha quedado muy de manifiesto: cómo el
Espíritu Santo actúa hoy en toda la Iglesia y hace sentir también en los
sacerdotes un gran anhelo de santidad y de correspondencia a la gracia de
su vocación.
Todos nos congratulamos ante esta buena nueva, que saludamos con gozo,
y quisiéramos aportar el granito de arena que esté de nuestra parte. Las
Semanas para Sacerdotes que organiza la R.C. en tantos países del mundo
presentan unos resultados alentadores. Todos somos muy conscientes que
si se renuevan en el Espíritu los pastores, se renueva también toda la
comunidad eclesial, por lo que deberíamos potenciar y dar cierta prioridad
a estas semanas.
LA RENOVACIÓN DE LA
COMUNIDAD PARROQUIAL DESDE
EL ESPÍRITU DE DIOS.
por Johann Koller
Me encuentro con una gran dificultad para hacerme entender por todos: es el
idioma alemán, ya que la gran mayoría necesita la traducción. Espero que el
Señor ayude a los traductores.
Otra dificultad deriva del hecho de que yo soy párroco. ¿Puede un párroco ser
verdaderamente carismático? Porque es hombre que pertenece al oficio, y a la
institución, y ¿no consiste su carisma en "saber frenar la Renovación
Carismática”?
La parroquia es, y debemos decir esto a pesar de todo, como una facultad de la
Iglesia. Es la realidad que perdura, que sobrevive a las generaciones, a las
crisis, a los descensos de la vida cristiana y hace posible la comunidad
parroquial o reunión de los creyentes del lugar en que se encuentra. La Iglesia
hace a la parroquia, pero la parroquia no es la Iglesia en su plenitud. En la
parroquia se realiza la vida eclesiástica normal y por ella los hombres entran
normalmente en contacto con Cristo y son incorporados a la Iglesia.
¿Puede ser carismática esta forma eclesiástica?
En los lugares donde hay grupos de oración o centros carismáticos fuertes las
resistencias de los párrocos y de las parroquias pueden ser mucho más firmes.
No debemos minusvalorar este fenómeno, por lo que trataré de hablar con
mucha sinceridad.
De las resistencias que hay por parte de las parroquias tenemos nosotros una
gran parte de culpa. Sé muy bien que las tensiones son fenómenos
acompañantes e inevitables en el campo de la Renovación. Sin embargo, Dios
también quiere manifestarnos algo con las resistencias: quiere hacernos
descubrir nuestra falta de santidad, la cual dificulta el servicio que podríamos
ofrecer.
Los movimientos jóvenes necesitan más que otros el no tomar algo en sus
manos enseguida, sino que han de abrirse al Espíritu, como existía desde el
principio y como se puede ver en el rostro inconfundible de su respectiva
vocación, en su comunidad.
Tres meses más tarde asistí a otro seminario, a 1.000 kms. de distancia, para
conseguir llegar a la meta. Después del paso de la entrega tuve un fuerte y
profundo encuentro con Dios en el misterio de la Santísima Trinidad, que duró
dos noches. Fue como una luz demasiado fuerte que me hizo olvidar las
experiencias anteriores de Dios. Era algo tan nuevo y tan grande que todo lo
exterior me parecía nada. Llegué a olvidar las experiencias espirituales de mis
primeros ejercicios y lo que había vivido en la KAJ y en la Legión de María.
De mi conciencia también parecía desaparecer toda la pastoral carismática de
los Cursillos y los milagros del Espíritu Santo, que ya por entonces podía
captar en los hombres.
Tan sólo hace tres años que he llegado a ser consciente de lo que Dios
anteriormente ya había hecho en mi vida, y de cómo los encuentros con Dios
en el Espíritu Santo se desarrollan en la historia de la vida del hombre en
etapas, que no se dan sólo en la Renovación Carismática. Sin embargo, estos
encuentros con Dios llegan a ser nuevos y por algún tiempo hacen olvidar lo
anterior. De esta forma puede suceder que los así llamados cristianos
bautizados por el Espíritu Santo se comporten como si antes Dios nunca los
hubiera conmovido, como si en la Iglesia y en otros movimientos espirituales
no se diera ninguna actuación del Espíritu.
He descubierto que todos los santos fueron grandes carismáticos y que sus
carismas eran sanos porque crecían sobre el suelo de la mística. La Iglesia, sin
embargo, no ha metido mucho ruido a propósito de sus carismas, se ha fijado
en su amor heroico.
Creo que nosotros, los sacerdotes, ante todo debemos ser santos. Nuestra tarea
no es aspirar primordialmente a los carismas. El Señor nos los dará como El
quiera. Los santos de la Iglesia son nuestros grandes modelos. Ellos no
pusieron obstáculos a los carismas y son tan grandes que probablemente no
podemos alcanzarlos.
Importancia vital tiene también la tradición espiritual de los santos. Todos los
que aceptan la dirección del Espíritu necesitan la orientación de los maestros
de la vida espiritual y de los santos. Ellos son modelos auténticos. Con sus
carismas pisan sobre el terreno seguro de la entrega total en el amor. Los
santos son unos grandes carismáticos.
No hace mucho hablé con un amigo que había tenido un fuerte encuentro con
Dios, pasando de la incredulidad a la fe. Advertí cómo obraba en él una
dirección segura de Dios y le pregunté qué libros leía. Me contestó: "San Juan
de la Cruz y Teresa de Ávila". “Pero, ¿puede entender esos libros", le
pregunté, y él me respondió: “Yo los leo entendiéndolos hasta cierto grado. Si
no los leyera no podría orientarme de ninguna manera". Esta persona ha
vivido la experiencia de Pentecostés y ha sido guiada por el Señor: no puede
renunciar a la experiencia de los Santos.
En los países de habla alemana hay una gran dificultad ante la palabra
"carismático”, da lugar a malentendidos, crea barreras ante todo entre los
párrocos y en las parroquias, y sería mejor evitarla. En la Iglesia Evangélica
de Alemania a la Renovación se la llama ahora oficialmente "Renovación
Espiritual de la comunidad".
El párroco debe abandonar sus propios planes, por muy buenos y correctos y
necesarios que parezcan. Para párrocos con impulsos activistas y un gran
sentido de responsabilidad no es fácil entregarse como instrumento en las
manos de Cristo y dejarle ser Señor y Salvador.
Hay que llegar a una renovación de toda la pastoral, de todas las actividades
de la parroquia. Todo debe hacerse de nuevo y viviente.
Cada parroquia tiene una historia de salvación y una historia de desdichas que
sigue actuando. Una parroquia es una formación sociológica, un organismo
con muchos miembros que llevan una vida y actividad acostumbrada con no
poca inercia. En mi parroquia hay más de 50 distintas comunidades, grupos y
círculos de trabajo, y más de 300 colaboradores. Cambiar de rumbo a tal
formación, un grupo que todos acepten, no es fácil y requiere su tiempo. La
experiencia nos dice lo difícil que es llevar unas comunidades cerradas a la
conversión. En cada formación sociológica hay resistencia al cambio y ésta se
hace especialmente fuerte si se tocan zonas del hombre profundamente
religiosas.
Por este motivo la renovación puede causar cierta perturbación. Sin embargo,
muchos son llamados a un mayor amor e intercesión de unos por los otros.
Los que se apartan son una interpelación viviente. Nos hacen descubrir las
deficiencias que puede haber en el grupo de oración, deficiencias quizá en la
fe, en la enseñanza, en la alabanza, falta de amor y despreocupación por el
servicio, demasiadas cosas humanas sin fuerza espiritual, arrogancia e
impertinencia en el testimonio, y otras cosas más.
La vida, por otra parte, tiene una gran variedad y es difícil. Las promesas de
Dios con frecuencia se cumplen tarde y de distinta manera a como se las
esperaba. La curación de muchos parece sufrir un contratiempo. No pocas
veces el pueblo de Dios empezará a quejarse en el camino de la fe y el párroco
tendrá que gritar a Dios como Moisés.
En toda vida hay etapas de crecimiento que no se pueden saltar y por las que
hay que pasar.
En los comienzos Dios quiere dar leche a los niños, alimentos agradables:
quiere tomar al hombre totalmente, también en sus sentimientos y emociones,
y hacerle adquirir gusto por lo espiritual. Los niños deben sentirse satisfechos
de amor y alegrarse con Dios. Forma parte del orden de la creación el que la
manera del conocer y entender humano se realice a través de los sentidos. Por
eso empieza Dios a tocar el alma en la profundidad, en el área más íntima de
los sentidos (S. Juan de la Cruz). También el Concilio de Trento habla de un
toque del corazón humano por la luz del Espíritu (DZ 1525). La experiencia a
través de los sentidos en el contexto del encuentro con Dios es algo bueno e
importante para los principiantes.
2º) A través de las crisis de pubertad el Señor suele llevar a los suyos a una
etapa espiritual de adultos, haciéndolos discípulos, hermanos, hijos e hijas.
Entonces hace falta prescindir de la hermosa experiencia inicial y saber dar el
paso en la sequedad de la fe, hacia el desierto y la oscuridad de las nubes. Un
día Cristo llamó a la abnegación y al amor por el camino de la cruz y los
discípulos se resistieron. Nosotros también lo hacemos, pero si nos dejamos
llevar puede crecer en nosotros la libertad y la responsabilidad propia de los
hijos de Dios y podemos salir al mundo a pesar de los duros vientos contrarios
que también se dan en la parroquia.
Antes de seguir las huellas de Cristo, está la etapa de la pubertad con todas sus
tonterías, sus quejas, sus escapadas temporales, su autocomplacencia, con sus
medias tentativas de misión y fracaso, con sus depresiones y dudas. Bendito
sea el grupo de oración que sufre una fuerte pubertad. Será el momento en que
la parroquia se aparte, se abrirán fosos, habrá palabras hirientes y muchas
otras cosas más.
3º) Solamente después de haber pasado esta pubertad queda libre el camino
para amar y servir en las asociaciones de la parroquia y llega la hora de poder
ser elegido para el consejo parroquial y se podrá tener sensibilidad para
percibir y aceptar la actuación del Espíritu en una parroquia aparentemente
muerta. Es una gracia el poder percibir la voz del Señor en un sermón
aburrido.
Y así se podrán aceptar sin reservas las gracias de la parroquia, gracias que el
grupo de oración no tiene aún: la gracia de la Palabra y de su interpretación de
acuerdo con el cargo de enseñanza, la gracia de los sacramentos, sobre todo de
la Eucaristía, la gracia del oficio y sus servicios, la gracia de múltiples
servicios de la comunidad, y también la gracia del llamamiento a un servicio
concreto.
-el paso siguiente es pedir expresamente la gracia plena del Bautismo y las
gracias de la Iglesia. En esta etapa ya se ha llegado a la sinceridad ante todo lo
que Dios quiere:
Cada participante pudo captar en su interior cuál era la etapa que el Señor
quería regalarle en aquel mismo lugar y momento, y después de acercarse y
arrodillarse ante un sacerdote para pedirle su ayuda. Como unas dos mil
personas se acercaron a pedir la gracia para el paso siguiente de su conversión.
Allí se hizo visible y palpable la Iglesia como comunidad de conversión.
Cada uno necesita la ayuda de los demás y es llamado al servicio de los otros.
El Señor quiere conducir a todos por cada uno de estos cuatro pasos. ¿No
deberían encontrar espacio también en la vida de nuestras parroquias estos
pasos de crecimiento y no se les debería posibilitar en el servicio de Dios?
Para la renovación de la parroquia es decisivo el crecimiento hasta la entrega
al servicio por la parroquia concreta.
En este contexto quiero llamar la atención sobre la gracia plena del Bautismo,
de la Confirmación y de la Eucaristía. Estos sacramentos no solamente dan
una profunda comunión nupcial con Dios, sino que incorporan también plena
y obligatoriamente a la Iglesia concreta y capacitan para la edificación
espiritual de esta comunidad, a no ser que Dios l1ame a un servicio en otra
parte.
(continará)
Esto no es para censurar, sino para ponernos sobre aviso ante defectos en los
que como humanos siempre podemos caer y de hecho caemos. No suele haber
mala voluntad, sino inconsciencia o inadvertencia.
Más formación, ser más exigentes con nosotros mismos. Desconfiar siempre
de sí mismo, contar con el juicio de los que tengan más formación espiritual y
teológica, como supieron hacer los santos de todos los tiempos, los cuales
fueron los grandes carismáticos.
La unción del Espíritu sea la que nos enseñe a alabar en espíritu y en verdad.
La renovación de la comunidad
parroquial
desde el Espíritu de Dios.
Por Johann Koller.
III Parte
(A continuación ofrecemos la III Parte del artículo del P. Johann Koller, del
cual ya se publicó en el número anterior la I y II parte.)
III. ETAPAS EN LA RENOVACION DE UNA PARROQUIA
Nosotros los sacerdotes debemos aprender a recibir día tras día oficio y
carismas en entrega a Dios para poder ser y permanecer como dispensadores
de los misterios de Dios. Las experiencias espirituales de los sacerdotes
pueden ser más profundas, pues Dios los guía a otras dimensiones de la
participación en su vida y actuación.
La renovación de un párroco es, sin embargo, algo muy difícil y una gracia
muy grande.
Otra dificultad es la falta de tiempo de los párrocos, cada vez más ocupados.
Cuando yo empecé a ocuparme de la Renovación tenía que dedicarme cada
noche al mismo tiempo a distintas tareas pastorales. Entonces llegué a dejar la
cuestión del tiempo en manos de Dios y esto ha valido la pena.
Me quedé muy sorprendido cuando leí que Francisco de Asís necesitó siete
años para llegar a su conversión completa. También, aunque se den
estupendos Seminarios de introducción en las parroquias, los individuos y las
parroquias no quedan rápidamente renovados.
Dios toma muy en serio a los miembros del Consejo parroquial. Tienen un
cargo de parte del Obispo. Cristo quiere tomarlos nuevamente y con más
profundidad en su servicio. Él también toma muy en serio a las diversas
asociaciones y los círculos de trabajo. La renovación de una parroquia no es
posible sin ellos.
En cierto modo llegamos a planificar esta sesión de una forma nueva. En las
sesiones precedentes solía haber informes sobre todos los temas importantes y
se deliberaba sobre su realización. Al final de esta sesión estábamos muy
agotados y abrumados por la cantidad de resoluciones. Hicimos todo lo que
pudimos, pero advertíamos que mucho era estéril. Una gran experiencia había
sido el Año Santo de 1975. Escogimos el lema: "Tenemos una Buena Nueva"
y planificamos todo el año para dar a muchos una enseñanza más profunda de
la fe, al mismo tiempo que les entrenábamos en el ejercicio de la conversión
con la esperanza de que después predicarían el Evangelio. Pero a pesar de las
valiosas reuniones resultó que el interés iba disminuyendo. Al final un
miembro del Consejo parroquial decía: "No estoy tan seguro de que realmente
tengamos una Buena Nueva".
Esta vez no había relatores ni discursos. ?Nos hicimos una sola pregunta:
¿Qué se requiere para que crezca entre nosotros una comunidad viviente de
Cristo?
Seis grupos de diálogo se plantearon esta pregunta, hablaron unos con otros,
oraron juntos, se escucharon recíprocamente e intentaron escuchar a Dios.
Como lema me pasó por la mente que podría ser este: "Nos reunimos,
hablamos unos con otros, oramos juntos. Entonces vendrá el Espíritu Santo y
llegaremos a ver". Juan XXIII había dicho esto mismo antes del Concilio y yo
me preguntaba si al final de la sesión llegaríamos a ver claro. Los miembros
del consejo parroquial aparentemente no tenían este problema y empezaron las
deliberaciones con un gran afán. Al final de aquel día estábamos agotados.
Una gran cantidad de ideas habían visto la luz. En la hora del descanso yo
pregunté a un dirigente de grupo de diálogo cual había sido el tema central de
su grupo. Me dijo: "¡Conversión! Porque de otra manera construimos sobre
arena". Después pregunté a cada uno de los dirigentes de grupo por separado y
todos resaltaban la conversión.
Con esta metáfora Bíblica (Jn.12, 24), quisiera describir un profundo proceso
espiritual que se realiza por pasos muy concretos: el camino de una sala de la
parroquia a la iglesia, del grupo marginal al centro de la parroquia, del grupo
de oración al servicio divino.
Para que se dé esta transformación del grupo de oración, tiene que haber
llegado la hora, no se la puede provocar. Solamente en su momento adecuado
puede darse el paso de la sala de la parroquia a la iglesia. En nuestro caso
coincidían ciertas circunstancias: la sala de reunión se hacía ya demasiado
pequeña, aumentaba la afluencia a los seminarios, cada semana ya había dos
noches de oración. Sentíamos que nuestro sitio estaba en la iglesia pues es la
casa de Dios. Pero ya con el primer pensamiento surgían las resistencias: los
bancos son incómodos, no son posibles las intervenciones personales por la
mala acústica, el tener que acercarse al micrófono es un obstáculo para la
gente, en invierno la iglesia no está tan caliente como la sala.
Ya que en la iglesia no era tan fácil el contacto personal por el número mucho
mayor de personas, muchos se reunían en comunidades pequeñas con más o
menos compromiso y se encontraban en las casas para oración y compartir
espiritual. Esto se hizo por iniciativa propia y de pronto advertimos que ya
había unas 15 pequeñas comunidades.
Aún tenemos que aprender mucho y recibir más fuerza. El Señor nos mostrará
de qué modo hemos de evangelizar en Viena. Agradecemos a Dios que el
camino de la Renovación a través de las instituciones de la parroquia no es sin
fin y que también una parroquia normal puede recibir la gracia de la
evangelización. La incorporación de "los nuevos" será un nuevo llamamiento
para nosotros.
Hay una pastoral estática: todos los años pasan las mismas cosas, todos están
ocupados, todos cumplen su deber y todo se desarrolla como siempre.
Hay una pastoral del camino, una pastoral dinámica: Presupone una
congregación. Un día sin embargo la llamada de Cristo a la conversión tiene
que ser perceptible y conmover y los cristianos se pondrán en el camino del
retorno, se abrirán a la Redención y salvación de su historia, de toda su vida.
Retorno y salvación son etapas indispensables del camino que un día conduce
a la decisión fundamental y personal por Dios y por la Iglesia dentro de la
congregación (renovación del Bautismo). Este paso es el momento del
nacimiento de la vida cristiana, de la gracia del bautismo, es una fiesta en la
vida de la comunidad. Otras etapas del camino por el que el Señor está
llevando ahora a los suyos son la purificación profunda y la iluminación. Un
día se realizará el segundo retorno, "la Nueva alianza" será realidad personal.
Estas etapas del camino espiritual son válidas para los individuos, para los
grupos y para las comunidades. Es importante que la congregación piense de
la misma manera en este camino y sienta unánimemente en su aspiración
hacia la renovación y en lo referente a la ayuda mutua, tanto humana como
espiritual. Sin el servicio espiritual del párroco la congregación no podrá
ponerse en marcha en este camino.
La semilla crece. No sé hasta qué altura ha crecido, pero las malas hierbas
también crecen y muy bien. Cuando dará su fruto lo que se ha sembrad y
cuanto fruto dará yo no lo sé.
Hay que reconocer que la mayoría de grupos católicos que han utilizado
durante un tiempo el “hablar en lenguas” pentecostalista han visto como éste –
a causa de una mayor sensibilidad católica a la tradición eclesial – ha sufrido
una transformación profunda en su forma, utilización e interpretación
teológica. (1)
No es cierto que se haya dado una ruptura radical entre la vivencia de las
comunidades primitivas y las comunidades posteriores. El Movimiento
Pentecostalista con su poca atención a la tradición ha divulgado el error de tal
ruptura, lo que permitía sin más, de forma inconsciente, leer en la Biblia la
experiencia pentecostalista tal cual.
"El canto sin palabras de los cristianos, aun cuando tuviera un paralelo en
equivalencias de música secular cualitativamente diferente, nació con la nueva
religión" (Musique ancienne d'Israe1. p. 202).
• "Antes de que lo sintieras, pensabas que podías hablar con Dios; comienzas
a sentir y entonces sientes que no se puede decir lo que sientes. Ahora que
sabes que no se puede expresar lo que sientes, ¿callarás? ¿no alabarás?
¿Quedarás mudo a las alabanzas de Dios y no le tributarás acción de gracias a
El que quiso dársete a conocer? Lo alabamos cuando lo buscabas, ¿callarás
cuando lo encontraste? De ninguna manera: no serás tan ingrato. Se debe
honor, se debe reverencia, se debe gran alabanza" (Enarr. in Ps. 99, 3-4).
* un canto comunitario.
Su uso en la liturgia.
Basta una simple lectura del Apocalipsis para percatarse que las páginas de
esta revelación situadas en un domingo, “un día del Señor" (Ap 1, 10), día de
la asamblea eucarística, tienen como continua música de fondo los cantos
litúrgicos y especialmente el "canto espontáneo": "y oí un ruido que venía del
cielo, como el ruido de grandes aguas o el fragor de un gran trueno; y el ruido
que oía era como de citaristas que tocaran sus cítaras. Cantan un cántico
nuevo (...) y nadie podía aprender el cántico" (Ap. 14, 1-3).
Tenemos indicios para pensar que las primitivas asambleas cristianas se abrían
al "canto espontáneo" en los siguientes momentos litúrgicos":
a) Después del canto del Gloria. El "Gloria" es un canto del siglo IV que
gozó de una gran popularidad. Se utilizaba sólo con motivo de las grandes
solemnidades, sobre todo en la Pascua y en las misas dominicales en que
presidía el Obispo. Luego se permite cantarlo el día de una primera misa.
Hasta que a finales del siglo XI se llegó a la costumbre actual. La explicación
de esta gran popularidad y al mismo tiempo de la reserva a los días más
solemnes se podría encontrar en que después el canto se prolongaba con el
"canto espontáneo". Seria así realmente el "canto angélico" según la expresión
de Ricardo Rolle (1300-1349): "elevando mis labios a la más grata alabanza
de El, saboreo el canto de gloria que los ángeles admiran".
b) Después del canto del Aleluya. Explica el gran liturgista J.A. Jungmann:
"En su periodo áureo, el canto gregoriano desplegó en el iubilus todas sus
magnificencias, y la comunidad fervorosa, en época que no estaba todavía
acostumbrada a los ricos acordes de la música polifónica, debió sentirse
extasiada ante la inacabable variedad del subir y bajar de los melismas" (El
sacrificio de la Misa, p. 547). Y en nota indica que los textos de S. Agustín en
que habla de la exultación sin palabras parecen referirse a este momento.
Nos lo indica S. Agustín: Cantad bien al Señor. Todos investigan cómo hay
que cantar a Dios. Cántale, pero no le cantes mal. Él no quiere lo que no es
armonioso. Cantad bien, hermanos" (Enarr. in Ps. 32).
Su presentación catequética
Ponemos a continuación algunos puntos que podrían servir de base para una
catequesis del "canto espontáneo":
• Una forma de orar milenaria. Se trata de renovar una forma de orar utilizada
tradicionalmente por las comunidades cristianas hasta como mínimo el siglo
XIII.
Notas
(1) Intentábamos insinuar algo en nuestro artículo ¿ Qué es la oración en
lenguas?, en Koinonia (1977) nº 4, marzo-abril, pp. 11-13.
(2) Lenguas. Un don para los Corintios y para nosotros, Edición pro
manuscrito. Argentina, Segunda parte, p. 57. Este escrito contiene abundante
información que utilizamos.
(3) Para situar esta problemática Cf. nuestro articulo ¿Qué dice S. Pablo sobre
los carismas, en Koinonia VI (1982) 33-34, pp. 11-17.
(5) Citado por Eddy Ensley (cf. R. MARTIN, Dieu, c'est toi mon Dieu.
Pneumatheque, p. 205).
La imposición de manos
por J. Aldazábal
Su sentido en el A.T.
A veces significa bendición. Así Jacob bendice a sus nietos Efraím y Manasés,
los hijos de José, "extendiendo su diestra y poniéndola sobre la cabeza de
Efraím, y su izquierda sobre Manasés", mientras pronunciaba las palabra de
bendición: "Dios... bendiga a estos muchachos, y multiplíquense y crezcan en
medio de la tierra" (Gen. 48, 14-16). También Aarón, en su calidad de
sacerdote, "alzando las manos hacia el pueblo, le bendijo"(Lev.9, 22).
Ante todo puede ser la bendición que uno transmite a otro" invocando sobre
él, en último término, la benevolencia de Dios. Así Cristo Jesús imponía las
manos sobre los niños, orando por ellos (Mt. 19, 13-15). En los textos se dice
que la gente le presentaba los niños "para que los tocara", y él "abrazaba a los
niños y los bendecía imponiendo las manos sobre ellos" (Mc. 10, 13-16); la
imposición era, pues, contacto físico. La despedida de Jesús, en su Ascensión,
se expresa también con el mismo gesto: "alzando sus manos, los bendijo" (Lc.
24, 50).
Imponer las manos sobre la cabeza de una persona significa, en otros varios
pasajes, invocar y transmitir sobre ella el don del Espíritu Santo para una
misión determinada. Así pasa con los elegidos para el ministerio de diáconos
en la comunidad primera: "hicieron oración y les impusieron las manos" (Act.
6, 6). Pablo y Bernabé son elegidos y enviados por la comunidad a una nueva
misión apostólica: es un momento importante en la historia de la primitiva
comunidad. El gesto es expresivo: "después de haber ayunado y orado, les
impusieron las manes y les enviaron" (Act 13, 3). Por eso Pablo podrá
recordar a otro ministro de la comunidad, Timoteo, el gesto sacramenta1 que
estaba en la raíz de su misión: "no descuides el carisma que hay en ti, que se
te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manes
del colegio de presbíteros" (1 Tim. 4, 14; cfr.2 Tim 1, 6).
Así puede terminar su estudio sobre la imposición de las manes un autor como
Coppens, en 1925, con éstas palabras: la imposición de manos es un
antiquísimo rito de bendición y consagración que expresa la toma de posesión
por Dios de una persona o de una cosa, y por lo que queda llena del Espíritu
Santo”.
Ha sido larga la lista de citas. Pero creo que vale la pena para darnos cuenta de
las raíces y del significado profundo de este gesto que repetimos en nuestra
celebración.
Tal vez el sacramento en que más énfasis tiene la imposición de las manos es
el del Orden.
El obispo las impone sobre la cabeza de cada uno de los que van a recibir el
presbiterado. Luego, todavía con las manos extendidas hacia todos ellos,
pronuncia la oración consecratoria: “Te pedimos… que concedas a estos tus
siervos la dignidad del presbiterado, infunde en su interior el Espíritu
Santo…”
Por una parte, la imposición de manos nos educa para reconocer que en todo
momento dependemos de la fuerza de Dios, que invocamos humildemente. Es
la iniciativa de Dios, sus dones continuos, la fuerza de su Espíritu Santo, lo
que nos recuerda este gesto.
Cuando el ministro repite este gesto simbólico, debería sentir toda la densidad
del momento: él se convierte en instrumento de la transmisión misteriosa de la
salvación de Dios sobre ese pan y vino de la Eucaristía, sobre ese pecador
arrepentido, sobre los enfermos, sobre los ordenandos...
Y cuando los fieles ven cómo el sacerdote realiza esta acción tan gráfica,
deberían también alegrarse y sentirse interpelados, porque el rito sacramental
les está asegurando que está siempre viva la cercanía de Dios y que sigue
actuando sobre nosotros en todo momento el Espíritu Santo, "Señor y dador
de vida".
Jesús asistía a la liturgia del templo. Como era de familia religiosa, acudía con
ocasión de las tres fiestas de peregrinación: Pascua, Pentecostés y
Tabernáculos. El evangelio recuerda que se perdió cuando, a los doce años,
comenzó a ir al templo. (Los judíos de la diáspora o de Palestina no estaban
obligados a participar cada año en las tres fiestas de peregrinación menciona,
pero las familias piadosas avecindadas en Palestina -ya lo hemos insinuado- sí
participaban.)
Rezar en el templo
El templo era también casa de oración para los laicos o seglares, para sus
oraciones individuales. Jesús expulsó de los atrios del templo a los mercaderes
con sus animales, porque convertían la "casa de oración" en cueva de
ladrones. Con la excusa de proveer a los fieles de animales para sus sacrificios
obligatorios o voluntarios, de ofrecerles cambio para pagar el medio siclo que
cada israelita debía abonar cada año al templo, estorbaban la oración de los
devotos.
Fuera del templo, el culto litúrgico tenía lugar en las sinagogas. Templo sólo
existía uno, el de Jerusalén. El que se hizo en Egipto por judíos desterrados
tuvo siempre enemigos. Se sospechaba que sus sacrificios no eran legítimos,
porque, según el Deuteronomio, sólo se debían hacer en el lugar por Dios
señalado, es decir, en el templo de Jerusalén.
Jesús, sin ser rabino, sin ser sacerdote de la familia de Aarón, al inicio de su
vida pública leyó y explicó en la sinagoga de Nazaret la haftará o fragmento
profético que él mismo escogió. Parece ser la primera vez que Jesús se
presentó como voluntario para leer y explicar la Biblia en la sinagoga.
Asistiendo cada semana a la sinagoga y pudiendo dirigir allí la oración y leer
y explicar la Escritura como cualquier otro seglar voluntario, por humildad,
por kénosis, esperó hasta los treinta años para actuar por vez primera en la
sinagoga. Hasta entonces había participado semanalmente en el culto como un
fiel más.
La oración comenzaba con la lectura del credo "Escucha, Israel", del que ya
hemos hablado. Comprendía la recitación de algunos versículos del
Deuteronomio y de los Números.
Pero, como todo acto religioso del judaísmo, debe ir precedido por una
"bendición" o alabanza a Dios, la profesión de fe monoteísta iba encabezada
por dos bendiciones: una alabanza a Dios por la creación y otra alabanza a
Dios por haber librado al pueblo escogido.
El rezo de horas
Dos veces, en fin, Jesús recitó cada día Núm. 15,37 y siguientes -fragmento
que llamaban Salida de Egipto-, que ordena llevar flecos de lana en el borde
del vestido, como recordatorio de que hay que cumplir los mandamientos y de
que Dios redimió al pueblo de la esclavitud de Egipto.
Los judíos, pues, tenían y tienen su "rezo de horas". Tres veces al día debían y
deben rezar. Fuera de la sinagoga, la primera hora de rezo coincidía con el
levantarse del lecho o con el levantarse del sol. La oración postmeridiana
coincidía con el sacrificio del cordero que se sacrificaba en el templo a eso de
las tres de la tarde. El sacrificio de la mañana y de la tarde influyeron en la
oración o tefillá.
A estas asambleas de rezo no faltaban los seglares piadosos, entre ellos los
fariseos, que en toda Palestina eran, en tiempo de Jesús, alrededor de 6.000.
Así parece haberse impuesto la costumbre de “rezar las horas” los seglares. La
costumbre de los fervorosos fariseos se impuso después a todo el pueblo, y se
añadió la oración vespertina, la tercera hora, coincidiendo con el cierre de las
puertas del templo.
Marcos señala (Mc. 6, 46-48) que Jesús, tras la multiplicación de los panes,
subió al monte a orar, después de haber ordenado a los apóstoles que bogasen
a la otra orilla del Mar de Tiberiades. Fue la suya una oración larga, pues sólo
en la cuarta vigilia -entre las tres y las seis de la madrugada- Jesús se presentó
de nuevo a los discípulos, que estaban luchando contra el viento y las ?olas.
Lucas, el evangelista que más se interesa por la oración de Jesús, informa que
el Maestro se pasó la noche en oración antes de elegir a los apóstoles (Lc. 6,
12). Jesús prolongaba la oración nocturna. A veces, madrugaba para hacer
oración. Tras haber estado curando a muchos enfermos hasta el anochecer, al
día siguiente, muy de mañana, "al amanecer, oscuro todavía, se levantó, salió
y se fue a un lugar solitario y allí hacia oración" (Mc. 1, 35). Pedro y los que
le acompañaban tuvieron que sacado de la Oración, porque corría el tiempo y
la gente lo buscaba. Jesús invita, en el Apocalipsis sinóptico, a "pasar la noche
en vela, en todo tiempo, orando, para que logréis escapar de todas esas cosas
que van a suceder” (Lc 21, 36)
Pablo, que a ejemplo del Señor, practicaba la oración nocturna, exhorta a los
efesios a hacer vigilias de oración. “Con la ayuda del Espíritu, no perdáis
ocasión de orar, insistiendo en la oración y en la súplica. Y para ello, velad
por la noche y pedid continuamente por todos los santos y también por mi”.
(Ef 6, 18). A ejemplo de Cristo, de Pablo, de Pedro, etc., los cristianos no solo
debían orar “incesantemente”, “en todo tiempo”, “día y noche” (expresiones
que parecen referirse al rezo cotidiano de las tres horas de oración judía), sino
a que debían practicar la oración personal en horas no litúrgicas.
Las oraciones personales judías se utilizaban fuera del culto litúrgico del
templo y de la sinagoga, y dentro de él. En la sinagoga, tras recitar las “18
bendiciones”, de dejaba espacio para oraciones personales, que se llamaron
“palabras” y “súplicas” y, por rezarse primitivamente con la frente tocando el
suelo, “oraciones de rostro caído”.
Aun ahora los judíos ortodoxos rezan la oración personal con la cabeza
inclinada. Jesús, en el huerto d Getsemaní, rezó su oración personal postrado
en tierra. (Mc 14, 35)
Las escrituras mismas dan testimonio (Jn 5, 39). Los santos hombres y
mujeres del Antiguo Testamento son una "gran nube de testigos" (Hb 12, 1) y
nosotros también somos llamados a ser testigos de la realidad y de la majestad
de nuestro Señor Jesucristo:
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la
tierra.» (Hch 1, 8).
Por tanto, el hecho mismo de que la palabra "testigo" se use tantas veces en el
Nuevo Testamento ofrece una visión muy clara de la obra de Dios para la
salvación y de la manera como ésta es recibida en el mundo. El testigo se
necesita es un proceso judicial, en una situación en la que hay algo que está en
disputa. En tal situación hay dos elementos implícitos:
«Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas, pues todo el que obra el mal
aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el
que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras
están hechas según Dios (Jn 3, 19-21).
La tradición evangélica contiene las palabras que nuestro Señor Jesucristo dijo
a sus discípulos con respecto a este conflicto y a la función que ellos tendrían
como testigos. El pone los siguientes principios:
«No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su
amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo.
Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebub, ¡cuánto más a sus
domésticos!» (Mt 10, 24; Lc 6, 40; Jn 13, 16; 15, 20).
No sólo tenemos todas estas palabras del Señor, sino también la historia de la
Iglesia primitiva que nos dejó San Lucas, en la cual vemos el cumplimiento de
las predicciones de Jesús con respecto al futuro de los discípulos. En el
capítulo cuatro, del libro de los Hechos Pedro y Juan son llevados ante el
Sanedrín y enjuiciados. En el capítulo siete, Esteban es obligado a declarar y
también es llevado ante el Sanedrín (Hch 6, 12) donde presentan testigos
falsos. Esteban da el testimonio supremo de la verdad, por cuya defensa
entrega su vida. Proclama que ve los cielos abiertos y al Hijo del Hombre en
pie a la diestra de Dios (Hch 7, 56), y, finalmente, después de orar por los que
lo apedreaban, muere dando el testimonio supremo, para el cual todavía
usamos la palabra griega que significa "testigo", es decir, mártir. En otra
ocasión los apóstoles son encarcelados (Hch 5, 18), a la mañana siguiente
"entraron en el Templo y se pusieron a enseñar”, como les había dicho el
ángel, después Herodes, que había mandado matar a Santiago, toma preso a
Pedro. "Cuando ya Herodes le iba a presentar" (Hch 12, 6), Pedro es liberado
una vez más por un ángel. Al final del relato de los Hechos, vemos a Pablo
enjuiciado ante el Sanedrín y ante gobernadores y reyes, y la historia termina
con Pablo en Roma esperando su juicio ante el César.
¿No es extraordinario que estos hombres hayan dado testimonio de Cristo ante
el mundo cuando, en términos jurídicos, se encontraban literalmente
enjuiciados? Se trataba precisamente del conflicto que hay entre la realidad y
majestad de Jesucristo y las pretensiones del mundo. El mundo se resiste a
someterse a Dios y a su Hijo. Y busca incluso en el proceso jurídico la forma
de obligar a los discípulos a obedecerle a él Cuando ellos continúan dando
testimonio de la verdad de lo que conocen, el mundo piensa que dándoles
muerte ganará el caso. Esta es la ilusión de la oscuridad.
Puede ser que a nosotros mismos el mundo no nos llegue a enjuiciar, poniendo
en peligro nuestra vida, pero, si somos sinceros, todos los días estamos
llamados a dar testimonio de la verdad, de la realidad y majestad de nuestro
Señor Jesucristo. Y estas mismas cualidades son necesarias también para
nuestra vida. Debemos tener un conocimiento directo de lo que hablamos,
necesitamos la acción del Espíritu Santo en nosotros, y que él sea quien nos
haga capaces de dar testimonio.
II.- La obra del Espíritu Santo al dar testimonio.
Es precisamente a uno de los aspectos de esa obra del Espíritu Santo a lo que
quiero referirme ahora. En el Evangelio de San Juan, en el discurso que
nuestro Señor pronuncia antes de su muerte (capítulos 14 a 16), hay cinco
promesas distintas que se refieren al Paráclito (14,16-17; 14, 26; 15,26-27;
16,7b-1l; 12,15). En estos pasajes, al Paráclito se le llama Espíritu de la
verdad, "a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce" (Jn
14, 17), sin embargo él es el que "os lo enseñará todo y os recordará todo lo
que yo os he dicho" (14, 26). Este Paráclito dará testimonio de Jesús tal como
nosotros debemos dar testimonio de él (15, 26-27). Como dice San Agustín, el
Espíritu nos da testimonio a nosotros y nosotros lo damos al mundo.
Por consiguiente, antes que nada debe quedar claro que el testimonio que da el
Espíritu Santo es para el creyente una prueba inequívoca, una convicción de
que el mundo está en el error. Si el mundo llegara a aceptar la demostración
de que está en el error, ya no estaría más equivocado, sino que seria
transformado en el reino de Dios.
En segundo lugar, Jesús ya ha dicho (Jn 14, 17) que el mundo no puede recibir
su Espíritu. Por tanto, debe quedar claro que esta promesa del Paráclito y su
actuación en el proceso judicial en el que se encuentra todo creyente es
precisamente para demostrar el error del mundo ante la conciencia del
creyente.
El mundo está en error con respecto al pecado porque "no cree en mi". El
núcleo del pecado es rechazar la verdad de Jesucristo. El mundo es culpable
de pecado porque rehúsa creer en el Hijo de Dios. "El mundo" en este sentido
es todo el universo del hombre que participa de una complicidad para hacer
desaparecer la verdad. Juan ve, en el corazón de este mundo, un núcleo
indomable de resistencia a Dios. El hombre es capaz de reunir un enorme
poder de negación y rechazo que va más allá de los límites humanos hasta
llegar a enterrar sus raíces en el tenebroso pantano del odio y la mentira. La
mirada de Juan descubre un abismo de tinieblas hacia el cual se dirige el
hombre y en el cual se encuentra atrapado por su propio pecado, "sin saber a
dónde va" (l Jn 2, 11).
¿Nos ha hecho ver el Espíritu Santo el pecado del mundo cuando rehúsa creer
en Jesús? ¿Se angustia nuestro corazón hasta llegar a la compasión y a un sano
temor cuando vemos tanta gente que rechaza la realidad y majestad de
Jesucristo y que dice que la vida no tiene sentido o que el sentido de la vida se
encuentra en la reorganización de elementos materiales? ¿Cuántas mentes y
cuántas voces se alzan contra la verdad de Jesucristo? ¿Nos ha convencido el
Espíritu Santo de que el mundo está sumido en el pecado y que se encuentra
en grave peligro por no querer creer? ¿Podemos ver que este rechazo y
rebeldía tienen raíces profundas en las tinieblas? Tenemos que ver esto,
porque hemos sido llamados a ser testigos ante el mundo para demostrarle
cuán equivocado está. Con el poder del Espíritu Santo, y sobre la base de la
información de primera mano que tenemos, debemos demostrar a aquellos
corazones que estén dispuestos a escuchar, que es un error, que es un pecado,
no aceptar el testimonio de Dios con respecto a su Hijo Jesucristo. La vida
eterna depende de ello. Es imprescindible que dejemos que el Espíritu Santo
nos de pruebas de esto.
El Espíritu también demostrará que el mundo es culpable con respecto a la
justicia. En cada momento vivimos la repetición del juicio y muerte de
Jesucristo. El mundo está dispuesto a decir que Jesús fue un hombre bueno,
quizás un poco desorientado, que quizás cayó en la exageración y en la
ingenuidad, pero que era bueno; sin embargo ahora está muerto y el mundo
tiene que tener sentido común y vivir en la realidad. Está bien que se le haya
dado muerte a Jesús; él incomodaba al mundo con ideas e ideales que no eran
para el ser humano.
¿No hemos oído nosotros mismos estas palabras u otras parecidas? ¿Podemos
reconocer la verdad de esto? Este es el juicio que tiene el mundo al considerar
la justicia de la causa de Jesucristo; sin embargo el mundo está en error con
respecto a la justicia porque Jesús se ha ido al Padre, y ya no puede ser visto
con los ojos de la carne, ni sólo con los recursos de la naturaleza humana.
Ahora puede ser visto por la presencia misma del Espíritu Santo que es la
prueba viva de la justicia de Jesús. Jesús resucitó ?de entre los muertos. Jesús
está vivo y vive en su majestad, y esta verdad puede ser conocida en lo
profundo de la conciencia y del corazón de todo el que abre su ser al
testimonio que el Espíritu Santo le da. Nosotros fuimos creados para que
conociéramos con certeza y convicción la majestad de nuestro Señor
Jesucristo.
Por último, el mundo está en error con respecto al juicio, porque el príncipe de
este mundo ya ha sido juzgado. La hora de la pasión y muerte de nuestro
Señor Jesucristo fue el momento de la confrontación entre Jesús y el príncipe
de este mundo.
"Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el príncipe de este
mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al
Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 30).
Hemos de orar todos los días. Tenemos que dedicar tiempo a la oración, y por
oración quiero decir una interacción consciente con Jesucristo, el Hijo de
Dios. Esta actitud de fe es la que constituye el corazón y motor de todas
nuestras actividades religiosas, ya sea la Misa, el rosario, el breviario o
cualquier otra. Si no dedicamos un tiempo al día simplemente a orar, alabar al
Señor, a arrepentirnos de nuestros pecados, escuchar su palabra, leer las
Escrituras, orar por nuestras familias y por los demás, no viviremos en
contacto con la realidad y majestad de nuestro Señor Jesucristo. El Espíritu
Santo no tendrá ocasión de darle testimonio a nuestro espíritu para que
sepamos quién es Jesucristo y quiénes somos nosotros, y por lo tanto nuestra
vida y nuestras palabras no serán en absoluto las de un testigo que lleven
consigo un conocimiento directo de la realidad de Jesucristo resucitado.
Hemos de tomar la decisión de orar sin falta todos los días de nuestra vida.
Hemos de urgirnos y ayudarnos unos a otros a ser fieles a esta decisión.
Deberíamos decirnos los unos a otros, los maridos a sus esposas, las esposas a
sus maridos, los hijos a sus padres, y también todos nuestros amigos- que
estamos resueltos a orar todos los días, para que nos ayuden haciéndonos
recordar, animándonos y comentando con nosotros lo que el Señor nos está
enseñando en nuestra oración. Esto es absolutamente imprescindible. Este es
el fundamento de todo verdadero testimonio cristiano.
Santa Teresa de Ávila decía que su mayor deseo era correr de un extremo al
otro del mundo y pedir con insistencia a todo ser humano que orara para que
pudiera experimentar por sí mismo lo que verdaderamente significa conocer al
Señor, conocer la majestad de Jesucristo, el gran amor que nos tiene, la verdad
de la obra de la salvación que él forjó para nosotros. El Señor nos ha
prometido: "Vosotros seréis mis testigos". Reclamemos esta promesa y
tengamos valor para emprender una vida de oración diaria. Si lo hacemos,
llegaremos a conocer al Señor. Nuestro testimonio será eficaz y habrá muchos
que nos agradecerán para siempre el haber sido auténticos testigos del Señor.
55 - SANTIDAD SACERDOTAL.
Cada grupo o comunidad tendría que estar siempre muy sobre aviso para no
caer en el aislamiento, como mal endémico que lleva al empobrecimiento
espiritual.
"¡Sed santos para mí, porque Yo, el Señor, soy santo; y os he separado de
entre los pueblos para que seáis míos!"
El lema del Retiro "Una llamada a la santidad" (1) trae a nuestra memoria una
palabra feliz de la Sagrada Escritura que, dirigida a todo el Pueblo de Dios,
tiene sin embargo una resonancia particular para nuestros oídos sacerdotales:
"¡Sed santos para mí, porque Yo, el Señor, soy santo; y os he separado de
entre los pueblos para que seáis míos!" (Lv 20, 26).
"¡Os he separado... para que seáis míos!" Qué bien se conecta este
pensamiento con lo que Jesús dice a sus apóstoles, los primeros sacerdotes de
la Nueva Alianza: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he
elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que
vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16). Y en otro lugar dice también Jesús:
"¡Padre Santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno
como nosotros!" (Jn 17, 11).
Con su conducta y sus palabras, Jesús fue mostrando que entre él y Dios, a
quien llamaba su Padre (Jn 5, 18), existía una inter comunión total que quiso
expresar con estas palabras: "Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío" (Jn
17, 10); y "Todo lo que tiene el Padre es mío" (Jn 16, 15a).
Pues bien, si el Padre le comunica todo a su Hijo Jesús, eso significa que ante
todo le comunica aquel tributo por excelencia que define a Dios: su santidad.
Dios es "el Santo de Israel"; él es el "santo, santo, santo"; su Nombre es "el
Santo". Esta santidad evoca la trascendencia divina y su radical separación de
lo profano, y subraya que una lejanía abismal existe entre él y el pecado. Él es
la pureza misma. (4)
2. Jesús es "el Santo", porque ha sido ungido por el Padre con el Espíritu
Santo
a) Su unción en la encarnación
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la Fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra. Por lo cual, también el que va a nacer será llamado 'santo', Hijo de
Dios" (Lc 1, 35).
María nada tiene que temer. La acción soberana del Espíritu de Dios, que a lo
largo de la historia ha hecho irrupción sobre muchas personas para realizar a
través de ellas una obra salvífica (6), y que sobre todo actuó con omnímodo
poder al principio de la creación para hacer brotar la vida (Gn 1, 2), hará
fecundo ahora el seno de la virgen para que conciba y dé a luz al Mesías; y
como necesaria consecuencia de esa intervención creadora del Espíritu Santo,
el fruto que va a nacer también será llamado "Santo", esto es, heredará el
Nombre divino; y como tiene directamente a Dios por Padre, será llamado
"Hijo de Dios" a título especial y exclusivo (7).
Más tarde, la Epístola a los Hebreos nos revelará que en ese mismo momento
Jesús quedaba también ungido "Sacerdote y Víctima":
"Al entrar en este mundo, dijo: 'Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has
formado un cuerpo'. Entonces dije: '¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu
voluntad!'. Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la
oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesú-Cristo" (Cf Hb 10, 5-10)
(9).
b) Su unción en el Jordán.
Ungido así por el Padre con el Espíritu... Jesús es manifestado como "el Santo
de Dios". Fácilmente se explica que, a partir del Jordán, Jesús "lleno del
Espíritu Santo" -según la bella expresión de san Lucas 4, 1-, haya comenzado
la proclamación del Reino de Dios en la tierra, y con ello su obra de liberación
y de santificación en el mundo (12).
San Juan, recordando en amplia perspectiva la vida de Jesús, sintetizó sus
experiencias en una fórmula preñada de sentido: ''Y hemos contemplado su
gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo Único, lleno de gracia y de
verdad" (Jn 1, 14; cf 1Jn 1, 1-3).
"A este Jesús, Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y
habiendo sido exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre el
Espíritu Santo prometido, ha derramado lo que vosotros veis y oís" (Hch 2,
32-33).
"Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que a este Jesús, a quien
vosotros habéis crucificado, Dios lo ha hecho Señor y Cristo" (Hch 2, 36).
El Cuarto Evangelio es todo un himno a Jesús, el Hijo Único, que conoce los
secretos del Padre (15); que ama al Padre y que es amado por él (16); y que
tiene un ideal: hacer la voluntad del Padre, hacer lo que le agrada, sabiendo
que su voluntad es la salvación del mundo (17).
Hermanos sacerdotes: Ese "ser y quehacer" de Jesús, ser santo y santificador
(1 Co 1, 30; Hb 2, 11), es nuestra herencia sacerdotal: ser santos, ser hijos en
forma particular del Padre de los Cielos, conocer sus secretos, recibir su amor
y darle el nuestro, hacer lo que le agrada, trabajar en la empresa de salvar a los
hombres.
Con frecuencia se escucha esta afirmación: "Hemos sido escogidos por Dios
al sacerdocio desde toda la eternidad" (18). ¿Qué valor puede tener esta frase?
Ante todo, esa expresión ha brotado espontáneamente en la tradición de la
Iglesia; y creemos que tiene un fundamento bíblico teológico muy consistente.
En efecto, para Dios todo es presente; para él no hay ni pasado ni futuro. Por
eso san Pablo pudo escribir a los Efesios a propósito del llamamiento a
nuestra filiación adoptiva:
"Dios nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos
e inmaculados ante él por el amor; eligiéndonos en Cristo, por pura iniciativa
suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente
nos ha concedido en su querido Hijo redunde en alabanza suya" (Ef 1, 4-6).
- nos debe llenar primero de inmensa gratitud a Dios; él nos escogió para el
servicio sacerdotal sólo por amor, y nos escogió en la persona de Cristo-
Sacerdote;
1º. Amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo por ella para
santificada (cf Ef 5, 25-26).
2°. La unió a sí mismo como su propio cuerpo.
3°. Y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios".
-en una consagración y entrega absoluta de su vida: "Por eso me ama el Padre:
porque yo entrego mi vida" (Jn 10, 17);
- para gloria del Padre: "Yo te glorifiqué sobre la tierra llevando a cabo la obra
que me has encomendado hacer" (Jn 17, 4);
-y salvación del mundo: "No envió Dios al Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que el mundo fuera salvado por él" (Jn 3, 17).
Y por parte del sacerdote, él tiene que ver por los ojos de Jesús, oír por los
oídos de Jesús, tocar con sus manos, bendecir con sus palabras, entender con
?su mente, amar con su corazón, entregarse con la generosa voluntad de Jesús.
En una palabra, el sacerdote está llamado a ser "otro Cristo" - "alter Christus"
(24).
b) Otros recursos.
Por su parte, el Decreto sobre los Presbíteros menciona ocho recursos para
fomentar la santidad sacerdotal (26), a saber:
8°. La oración.
2. ° La celebración de la Eucaristía
Nuestras miserias y debilidades no son más fuertes que el infinito amor con
que Dios ama a sus sacerdotes. Si bastan unos minutos para que el oro y los
metales preciosos queden fundidos debido a los grados de calor de un alto
horno, y así se vean libres de su escoria; ¡cuánto más en nuestro caso, el
Espíritu Santo, Fuego de Dios, deshará nuestra miseria y pondrá como nuevo
el oro fino de nuestro sacerdocio!
-poseemos a Jesús, el Santo de Dios: "El que come mi carne y bebe mi sangre
mora en mí y Yo en él" (Jn 6, 56); poseemos al Espíritu Santo, principio de
santificación (l Co 6, 11);
San Pablo hacía esta oración: "Que el Padre os conceda que seáis fortalecidos
por la acción de su Espíritu en el hombre interior; que Cristo habite en
vuestros corazones por la fe, para que, arraigados y cimentados en el amor...,
os vayáis llenando de la total plenitud de Dios" (Ef 3, 16-19).
Además, con todo sacerdote está "la Santísima Virgen María", la Madre de
Cristo Sacerdote, la Theotókos hyperagía. Ella, que fue la formadora del
corazón sacerdotal de Cristo, intercede siempre con maternal amor por los
sacerdotes a fin de que, fieles como ella y dóciles al Espíritu Santo, seamos
transformados en Cristo Sacerdote por la acción del Espíritu; y que, al vernos
el Padre pueda decirnos: Este es mi hijo en quien me complazco y en quien
pongo mi Espíritu para que lo santifique y lo transforme (33).
Es necesario que en estos días elevemos hasta el trono de la gracia una intensa
"epíclesis" para que el Espíritu de Dios sea enviado y descienda al corazón de
todos los sacerdotes de la tierra y los transforme con su energía divina en
"hostias puras, hostias santas, hostias inmaculadas", en comunión con el Sumo
Sacerdote eterno que, siendo a la vez la Víctima purísima, alcanza del Padre el
perdón de los pecados y la santificación de todos los hombres.
¡Santo eres, en verdad, Padre, fuente de toda santidad. Santifica a todos estos
hijos tuyos con la efusión de tu Espíritu, para que se conviertan en sacerdotes
que sean imágenes vivas de tu Hijo Jesús, Sacerdote y Víctima, para alabanza
de tu gloria! Amén.
NOTAS
(1) Documentos del Magisterio de la Iglesia sobre el sacerdocio.
S. PIO X, Exhortación Apostólica "Haerent animo". 4 de agosto de 1908.
PIO XI, Encíclica "Ad catholici sacerdotii'•. 20 de diciembre de 1935.
PIO XII, Exhortación Apostólica "Menti nostrae". 23 de septiembre de 1950.
JUAN XXIII, Encíclica "Sacerdotii nostri primordia". 1 de agosto de 1959.
PABLO VI, Carta Apostólica "Summi Dei Verbum". 4 de noviembre de 1963.
CONCILIO VATICANO II, Constitución "Lumen Gentium". 21 de
noviembre de 1964, nn. 18-29.
CONCILIO VATICANO II, Decreto "Christus Dominus". 28 de octubre de
1965.
CONCILIO VATICANO II, Decreto "Presbyterorum Ordinis". 7 de diciembre
de 1965.
PABLO VI, Encíclica "Sacerdotalis coelibatus". 24 de junio de 1967.
SINODO DE LOS OBISPOS, Sobre el Sacerdocio ministerial. 30 de
noviembre de 1971.
JUAN PABLO II, Cartas a los Obispos y a los Sacerdotes: "Magnus dies" y
"Novo incipiente". Jueves Santo de 1979.
JUAN PABLO II, Carta "Dominicae Cenae". ?Jueves Santo de 1980.
JUAN PABLO II, Cartas con ocasión del Jueves Santo de 1982 y 1983.
Ver la coleccioín de estos Documentos en:
J. ESQUERDA BIFET, El Sacerdocio hoy. ?BAC, Madrid 1983.
(4) Lv 11, 44-45; 19, 2; 20, 7.26; Jos 24, 19; ls 2, 2; Sal 99, 3; 111, 9; Is 1, 4;
5, 19.24; 6, 3.
H. SEEBASS, Santo. Diccionario Teológico del NT Sígueme, Salamanca
1984. Vol. IV p.149-159.
(5) Jn 6, 69; 10, 36; 17, 19; Hch 3, 14; 4, 27.30; Jn 2, 20; 3,5; 1 P 1, 19; 1 Co
1, 30; 2 Co 5, 21; Hb 2, 11; 4, 15; 7, 26; Ap 3, 7.
(6) Nu 11,25-29; ls 10, 6.10; 16, 13; Is 32, 15; 42, 1; 61, 1
(7) El verbo griego acusa una expresión hebrea. En hebreo el verbo "ser
llamado" no indica solamente una denominación extrínseca, sino que expresa
una realidad intrínseca: Jesús será el Hijo del Altísimo y será el Hijo de Dios.
(15) Jn 1, 18; 3, 13.16-18; 6, 46; 10, 15; 17, 5. 24-26; Mt 11, 27; Lc 10, 22.
(16) Jn 3, 35; 10, 17; 14, 31; 15, 9; 17, 23. 24. 26.
(17) Jn 3, 17; 4, 34; 5, 30; 6, 38-40; 8, 29; 17, 4; 19, 30.
(28) Lc 3, 21; 5, 16; 6, 12; 9, 16, 18. 28-29; 10, 21; 11, 1; 22, 17. 19.32; 22,
39-44; 23, 34, 46
LA ENSEÑANZA EN LOS
GRUPOS DE LA R. C.
Por Serafín Gancedo, CMF
1. Necesidad de formación
La falta de formación cristiana es un hecho evidente en la gran mayoría de los
católicos. A pesar de que, al menos hasta hace poco, en los estudios básicos y
medios existía una asignatura de formación religiosa, la cultura que queda en
este terreno es muy escasa: en amplitud, en profundidad y en precisión. Y son
muy pocos los que por propia iniciativa cultivan sus conocimientos cristianos.
"El apostolado sólo puede conseguir su plena eficacia con una formación
multiforme y completa".
Dice también Juan Pablo II: "Para llevar a cabo todo esto (la misión de los
seglares en la Iglesia) es necesario hacer de la adecuada formación de los
laicos una prioridad pastoral en cada una de las iglesias locales ... Tenía (antes
de ser Papa) la convicción, y la sigo teniendo, de que la formación espiritual,
moral y teológica de los laicos, hombres y mujeres, es una de las más urgentes
prioridades de la Iglesia" (Mensaje a los laicos de Asia, 24 noviembre 1983).
Y para terminar, recojo dos pasajes sobre el tema dirigidos expresamente a los
carismáticos. De Pablo VI:
"Por eso sentís la necesidad de una formación doctrinal cada vez más
profunda: bíblica, espiritual, teológica. Sólo una formación así, cuya
autenticidad tiene que garantizar la jerarquía, os preservará de desviaciones
siempre posibles y os proporcionará la certeza y el gozo de haber servido a la
causa del Evangelio, no como quien azota al aire" (Discurso al III Congreso
mundial de la Renovación c.c., 19 mayo 1975).
De Juan Pablo II:
2. Necesidad de Programación
3. Tipos de programación
Pueden ser varios los tipos de programación. Insinúo algunos que, aunque se
enumeren por separado, no se excluyen entre sí.
BlBLICA
LITURGIA
Es la programación que sigue el ritmo del año litúrgico con sus diferentes
tiempos y celebraciones: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua... A lo largo
del año la Iglesia recorre los misterios de la vida de Cristo. Es el método de
santificación de la Iglesia. Pío XII llegó a decir que "el Año Litúrgico es el
mismo Cristo". Todo esto significa que, aunque llevemos otro tipo de
programación, no podremos dejar de hablar o al menos de conectar el tema
programado con los momentos fuertes de la Liturgia.
ECLESIAL
Podríamos llamar así a la que toma como base documentos de la Iglesia, como
el Concilio Vaticano II, las exhortaciones apostólicas de los Papas, los
documentos de los Sínodos o de las conferencias episcopales, etc.
"CARISMATICA"
Es la que se centra en el desarrollo de los elementos característicos de la
Renovación Carismática: gestos, ritmo de oración comunitaria, carismas,
alabanza, testimonios, etc. Hay grupos que acostumbran recordar alguno de
estos elementos al comienzo de cada sesión de oración. Me parece laudable,
entre otras cosas porque dispensa de tener que incluirlos en el programa de
enseñanza.
OCASIONAL
"INSPIRADA"
Llamo así a la que se hace siguiendo las guías o palabras proféticas que el
Señor va dando a través de los hermanos en la oración personal o comunitaria.
Aún admitiendo que los mensajes sean verdaderamente del Señor, se presta a
la improvisación, sobre todo si se pide esta luz de Dios en un tiempo
inmediatamente anterior a la asamblea en que se tiene que hablar.
TEMATICA
MIXTA
4.1. Necesidades del grupo. Tipo de personas que lo integran: hay grupos en
que predominan los jóvenes y grupos en que predominan los mayores; grupos
cultos o de escasa cultura; de zona urbana o de zona rural, etc.
Problemas que presenta el grupo: tensiones, mal momento que tal vez esté
atravesando, crisis, presencia de algún factor o elemento perturbador...
5. Temario
3) Sacramento de la Penitencia.
1) El misterio de la Iglesia.
4) La Iglesia institucional.
6) La evangelización.
6) Transparencia comunitaria.
7) Obediencia y sometimiento.
5.3. Para un temario más completo conviene manejar algún libro donde se
exponga sistemáticamente todo el cuerpo doctrinal católico. He aquí algunos:
• "Con vosotros está". Catecismo para los preadolescentes, pero que en sus
74 temas ofrece una visión panorámica, aunque no profunda, del mensaje
cristiano, que nos puede servir a todos. Presenta un enfoque actual de los
temas destacando las dimensiones cristológicas, bíblicas y eclesiales. Tiene la
garantía de estar aprobado por el Episcopado Español y por la Sagrada
Congregación para el Clero, de la Santa Sede. En cada tema vayamos
derechos a la página o dos páginas finales del mismo donde figura el
contenido doctrinal. Las demás contienen fotos, pasajes bíblicos, experiencias,
citas variadas, etc. Podemos pasarlas por alto o aprovecharlas para el
desarrollo del tema.
1. Obra profética
• Palabra que simplemente describe, expone, orienta, indica. Como una flecha
en el camino, que señala la debida dirección, pero sin poder en sí misma: ni
ella se mueve ni mueve al caminante.
• Palabra que hace presente, que actúa, que es eficaz, que realiza lo que dice,
porque además de orientar, cambia la vida. Es Palabra sacramental: signo
eficaz. Y este es el objetivo de toda evangelización.
Pablo debió de ser un pésimo orador (cf 2 Cor 10, 10), pero hablaba con
autoridad fundada en el poder de Dios (cf 1 Cor 2, 1-5). Debemos recobrar la
conciencia de esa autoridad que se nos ha concedido. Frecuentemente
nosotros somos los primeros que no creemos en nuestra propia palabra; quizá
porque somos conscientes de que no hablamos en nombre de Dios, sino en
nombre propio, apoyados en ideas o ideologías humanas, sin habernos
preguntado previamente en oración por los planes del Señor. Un hombre
convencido de que no predica lo suyo ni por propia iniciativa, sino lo de Dios
y por encargo de Dios, es irresistible.
2. Testimonio
3. Trabajo
Hay que invocar al Espíritu y contar con su asistencia, sin la cual no podemos
hacer nada, pero más en el momento de prepararse que al momento de actuar.
Si luego el Señor, como verdadero Señor, es decir, como quien dispone y
manda, nos borra lo preparado y nos pone en la mente, en el corazón y en los
labios otra cosa no prevista por nosotros, ¡bendito sea! Pero nuestra obligación
es prepararnos.
En su librito "Escuche mi confesión", Orsini se refiere a un sermón suyo
meditado, orado y escrito palabra por palabra, del cual no dijo nada porque a
la hora de pronunciarlo el Señor le cambió el plan, pero que resultó eficaz.
Los hermanos, en general, deben llevar un cuaderno donde vayan anotando las
principales ideas expuestas y alguna pregunta sobre la materia, no con el fin
primordial de alimentar el entendimiento y menos de discutir, sino con el fin
de meditar y orar y aplicárselo durante la semana.
En este tercer apartado quiero tocar un aspecto que suele desatenderse, quizás
porque se da por sabido. Pero por mi experiencia en los contactos con los
grupos veo que es en lo que más se falla, y por tanto de lo que más necesitan
los encargados de enseñar.
Vayan por delante unas palabras de Pablo VI: "Las técnicas de evangelización
son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción
discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no
consigue absolutamente nada sin él. Sin él, la dialéctica más convincente es
impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin él, los esquemas más
elaborados sobre bases sociológicas o sicológicas se revelan pronto
desprovistos de todo valor" (EN VII, 75).
Por fe y por convicción me adhiero plenamente a estas palabras. No las
olvidemos. Si ahora me detengo en las técnicas, no es porque sea lo principal,
sino ?porque es lo más desconocido y descuidado.
Para hacerla más asequible, me pongo en la situación del hermano que quiere
preparar un tema y se sienta ante su mesa de trabajo. ¿Qué hacer? Que se vaya
formulando a sí mismo las siguientes preguntas. Le aconsejo que las escriba,
las tenga delante y las responda por escrito durante una temporada, hasta que
adquiera hábito de hacerla como por instinto sin necesidad de escribir. He
aquí las preguntas y unas orientaciones para las respuestas.
No basta hablar "ante" alguien, hay que hablar "a" alguien: dirigirse a él,
conversar con él. Hablar ante alguien puede hacerse con un discurso
preparado en el despacho para oyentes desconocidos y que luego se suelta
como si éstos no existieran.
Sentado ante mi mesa de trabajo, pensaré qué oyentes voy a tener: su edad, su
formación, su cultura, su mentalidad, sus necesidades, sus ideales, el grado de
su compromiso cristiano, su situación actual concreta como grupo. De este
modo les hablaré de lo que les interesa, se entablará una comunicación,
estaremos conversando, aunque ellos lo hagan en silencio. ¿Será demasiado
afirmar que muchas predicaciones no interesan a nadie, incluso que ni siquiera
atraen la atención, porque se pronuncian "ante" un auditorio cuya situación e
intereses prácticamente se ignoran? Vienen a responder a preguntas que nadie
se plantea.
Una última cuestión sobre los oyentes, que no conviene olvidar es ver si
presentan algún especial problema respecto del tema, pues en caso afirmativo
habrá que cuidar el enfoque y la expresión: a veces afrontándolo con claridad
y valentía; a veces aludiéndolo con delicadeza; a veces eludiéndolo con
prudencia. El mismo Señor que nos manda: "Sea vuestro lenguaje: sí, sí; no,
no" (Mt 5, 37), nos manda también: "Sed prudentes como las serpientes" (Mt
10, 16).
El objetivo de una predicación nunca es "hablar del tema". Eso será un medio
para lograr el objetivo. Quien es fértil en ideas y está dotado de palabra fácil
sucumbe con frecuencia a la tentación de hablar por hablar o de ir
simplemente a llenar el tiempo asignado, sin preguntarse qué es lo que
pretende conseguir con su actuación.
1º - Explicar algo, para que se ENTIENDA. Por ejemplo: qué es orar. Se trata
de presentar, descifrar, aclarar el contenido de un concepto, de una verdad, de
la formulación de un misterio cristiano, etc., para que los oyentes lo entiendan,
sepan el significado, tengan idea clara.
4° - Persuadir, para que se ACTUE. Por ejemplo: que oren... Se trata no sólo
de que sienta, sino de que la voluntad tome una decisión, se decida a hacer
algo
Antes de hablar o escribir hay que disponer de materia o asunto sobre que
hacerlo. Por eso la primera tarea es buscar materiales. ¿Cómo?
No estará de más comenzar pidiendo luz al Señor, que es el que tiene planes
de salvación.
Por la abundancia de material encontrado o por quedar fuera del tema exacto o
por otras razones, fácilmente debemos seleccionar. En este caso, ¿qué
tomamos y qué dejamos?
Muy breve. En ella puede enunciarse el tema, apuntar la razón existente para
hablar del mismo, conectarlo con el tema del día anterior, lo cual sirve
también de repaso; valorarlo, o sea, decir que es práctico o necesario o muy
importante... ; exponer la situación de los oyentes respecto del mismo.
2a. Cuerpo.
- Efectos. Así, del bautismo en el Espíritu: encuentro personal con Cristo, sed
de oración, amor a la Palabra de Dios, descubrimiento de la comunidad, gozo,
etc. Del pecado venial deliberado y frecuente: nos priva de muchas gracias
actuales, disminuye el fervor de la caridad, aumenta las dificultades para
practicar la virtud, predispone para el pecado mortal...
Ejemplos: ante el hecho de que Dios nos ama respondemos creyendo en ese
amor, dándole gracias por él, dejándonos amar de él, entregándonos a su
servicio.
Medios para que crezca un grupo carismático: asistencia fiel, actitud perenne
de conversión, oración personal, humildad, reconciliación fraterna, grupos de
profundización...
- Aplicaciones, es decir, personas o sectores de la sociedad, zonas de nuestro
ser o de nuestra actividad, etapas de la vida a que puede aplicarse el tema.
3a. Conclusión
Muy breve. Consiste en sacar la lección principal que se deriva del desarrollo
o en resumir el tema en pocas palabras.
Así pues, ¿cómo decir las cosas para que logren impresionar y ser eficaces?
Voy a referirme a tres puntos importantes:
- Concretar.
Concreto: "No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por
vuestro cuerpo, con qué os vestiréis... “(Mt 6, 25-31).
- Desentrañar.
- Visualizar.
Sin visualizar: En la acogida del hijo pródigo, Jesús podía haber dicho: El
Padre lo recibió contento y celebró una fiesta.
Teatralizado: "El hijo le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya
no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus siervos: 'Traed
aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo... " (Lc 15, 21-22).
- Comparar.
Ejemplo: San Antonio Ma Claret dice que al comenzar sus misiones nunca
hacía frente a los vicios y errores, para que los malos no se molestasen, sino
que procedía con amor, dulzura, caridad, y todos se iban convirtiendo. Y
emplea esta comparación: me porto como quien cuece caracoles, que los pone
en agua fría para que saquen su cuerpo de la cáscara y los calienta a fuego
lento, con lo que los caracoles insensiblemente se van cociendo; si los echase
sin más en agua caliente, se recogerían en su concha y no podrían sacarse.
- Narrar.
2° Graficismo y movimiento
Son dos aspectos que se refieren al estilo, a la expresión última de las ideas.
Detenerse en ellos desborda mi propósito. Sólo advierto que el estilo debe
estar lleno de colorido, de vida, de imágenes, de concretos; aunque sin
recargar. Que el ritmo sea cambiante, con predominio de las frases breves, con
contrastes, cortes bruscos, exclamaciones, interrogaciones, supresión de giros
y partículas de enlace lógico; "porque, pues, sin embargo, no obstante, por
consiguiente ... ", que al redondear las ideas matan las aristas y restan vigor y
agilidad a la expresión.
Como ejemplos, recuérdense palabras de Jesús tan gráficas como: "Deja a los
muertos que entierren a sus muertos"; "más le valiera no haber nacido", "quien
quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la
encontrará"; “si tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo
de ti; más te vale entrar en la vida manco o cojo que, con las dos manos o los
dos pies ser arrojado en el fuego eterno"; "es más fácil que un camello entre
por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los cielos";
"hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la
brizna que hay en el ojo de tu hermano" ... O el discurso recogido en Mt 23,
13-39.
3° Tono psíquico
5. ESCUELA DE FORMADORES
Nos reunimos durante una hora semanal de clase. Algunos años hemos podido
celebrar la Eucaristía antes o después. En esa hora de clase aclaramos y
profundizamos temas, explicamos y ejemplificamos algún aspecto de los que
se recogen en la parte tercera de este escrito, se señala a los alumnos una tarea
para trabajo personal durante la semana: se les da una idea para que la
concreten o la desentrañen, se les pide que aporten aspectos posibles sobre un
tema o que preparen un esquema bien organizado, y, desde luego, se les
asigna un tema para que lo traigan desarrollado. En cada clase uno o varios de
los alumnos leen su trabajo y todos lo vamos comentando y haciendo
observaciones sobre los logros y los fallos. Con estos comentarios y
observaciones el interesado reelabora el tema para clases sucesivas, lo vuelve
a leer y recibe de nuevo las opiniones de los demás. Todo en un clima de paz,
sinceridad y confianza, con la conciencia de que no vamos a deslumbrar ni a
ser aplaudidos o adulados, sino a aprender, precisamente porque no sabemos.
Psicología y pastoral
juvenil
Por Juan Manuel Martín-Moreno, S.I.
Las personas que tienen un padre muy fuerte, están dispuestos a reprimir
todos sus impulsos y deseos, con tal de obtener la satisfacción de la norma
cumplida, del orden ético salvaguardado.
Las imposiciones de este "padre" asimilado por dentro, llevan a vidas muy
reprimidas y frustradas, en las que llegan a matarse gran parte de los deseos e
im?pulsos del niño. Como resultado vemos personas tristes, a quienes aburre
cualquier tipo de juego, sin sentido del humor, siempre adustos, sin chispa
vital, sin encanto personal, esclavos del deber cumplido, dispuestos a
sacrificar los aspectos humanos en aras de supuestos deberes abstractos.
Para las personas que han desarrollado con exceso el "adulto" (yo) son
personas eminentemente prácticas, nada soñadoras, flexibles, poco amigos de
normas o principios absolutos. Atrofian los ideales y no tienen tiempo para el
sereno goce de las cosas sencillas.
Les interesa el cómo hacer las cosas bien, mejor que los por qués o los para
qués. En las discusiones filosóficas se pierden. Acusan de fanático a todo el
que tenga principios absolutos y no esté dispuesto a componendas. Les
interesan poco las relaciones interpersonales. Son insensibles al misterio, a la
contemplación, al juego, a la comunicación íntima, al análisis de sus propios
sentimientos.
De esta raza salen los ejecutivos de las multinacionales, los políticos del
consenso, capaces de vender sus principios por conseguir un voto, los amigos
del poder y las influencias, los hijos de la sociedad competitiva que cifra sus
logros en el éxito administrativo y el organigrama perfecto.
También en los movimientos de Iglesia cabe detectar este tipo de jóvenes que
consiguen armonizar a Dios con el dinero, y buscan en la Iglesia la
legitimación de un poder social y económico; personas individualistas, poco
sensibles a la comunidad, que sólo buscan en las asociaciones un grupo de
presión. Están siempre tentados de sucumbir a la tentación del pináculo del
templo y adorar a Satanás cuando les promete todo lo que se divisa desde lo
alto del monte.
d) Pastoral diferenciada
Pero la pastoral con cada grupo de jóvenes debe seguir una doble línea: por
una parte acoger todo lo positivo que hay en los jóvenes, para darle cauce y
potenciarlo, pero al mismo tiempo denunciar sus limitaciones y
absolutizaciones.
De los jóvenes con un superyo demasiado fuerte debe acoger sus denuncias a
una Iglesia demasiado acomodaticia y mundana. De los jóvenes con un yo
fuerte, acogerá sus denuncias a una Iglesia falta de eficacia, de método, de
disciplina y realismo. De los jóvenes de un ello fuerte acogerá sus denuncias a
una Iglesia adusta, rígida, secularizada; sus denuncias a una Iglesia demasiado
convencional y fría, poco abierta al misterio y a la sorpresa de Dios.
Nos ayudará mucho en nuestra pastoral saber qué vienen buscando los jóvenes
en la Renovación, qué encuentran en ella que no han podido encontrar en
otros grupos eclesiales. Así podremos encauzarles y potenciarles evitando
cualquier unilateralidad.
La Renovación ofrece un clima de fiesta, tan propicio para los jóvenes con un
"niño" fuerte, que disfruta con el juego, la alegría, la expresión corporal, la
música y el canto, la sencilla expresión de los sentimientos y la fusión familiar
y comunitaria.
La Renovación ofrece una espiritualidad del gozo del Espíritu, del amor
expansivo y radiante, que sirve de respiro a jóvenes que habían caído
anteriormente en espiritualidades culpabilizantes, en donde se sospechaba de
todo placer y alegría como pecado, las religiones de los tabúes, de los
escrúpulos de conciencia, del Dios concebido como Padre represivo.
Pero junto con ello hay que ser consciente de las sombras y pobrezas de
nuestros jóvenes. Una pastoral acertada debería llevar a los jóvenes a
cuestionarse a sí mismos. No nos limitemos a halagarles y darles lo que
espontáneamente les agrada.
Una pastoral juvenil de la Renovación debe guiar a los jóvenes hacia una
mayor personalización, impidiéndoles ?depender excesivamente de la
vivencia grupal. Es frecuente que los jóvenes sólo hagan oración cuando están
en grupo, o que sólo acudan al sacramento de la Reconciliación cuando hay
experiencias grupales, pero nunca salga de ellos espontáneamente el acudir a
confesarse.
Igualmente una pastoral juvenil debe dar a los jóvenes un sentido eclesial,
para que se consideren no miembros de una pequeña secta, sino miembros de
la Iglesia de Jesucristo. Para ello es necesario educarles a sentirse a gusto en
las Misas "aburridas" de la parroquia, a descubrir la presencia de Jesús en los
sacramentos aún cuando se celebren fuera de su propio grupo cálido e
intimista.
Una pastoral juvenil debe ir haciendo madurar al "niño" herido, que se siente
rechazado en sus deseos de protagonismo, susceptible, envidioso, promotor de
chismes, divisiones y enfrentamientos ...
Los jóvenes con un "niño" predominante necesitan figuras paternas que les
ayuden a crecer y enfrentarse con sus propias responsabilidades, y no
meramente colegas con quienes compartir su ansiedad y su inseguridad.
A pesar de que se hable tanto de la "muerte del padre", los jóvenes siguen
necesitando figuras paternas con quienes identificarse, hermanos mayores
"menos autoritarios pero muy autorizados, menos impuestos pero más
propuestos, más cercanos al "modelo" que a la "ley".
Por otra parte, sabemos que Jesús es a la vez la Palabra del Padre y la
"santificación" de Dios: él es "el Santo de Dios" (Jn 1, 1; 3, 34; 6, 69; 1Co 1, 30).
Hay, pues, una relación muy estrecha entre Cristo Jesús, la Palabra de Dios y la
santidad.
"Investigad las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son también
las que dan testimonio de mí" (Jn 5, 39).
Han transcurrido ya casi 20 siglos desde aquel día feliz en que Jesús resucitado y
glorificado se apareció a los Discípulos en el cenáculo y les dijo: "Como mi Padre me
envió, también Yo os envío" (Jn 20, 21); y poco después, en una montaña de Galilea,
les ordenaba con solemnidad:
"Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a
todos los gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,
18-20).
Es, pues, nuestra tarea proclamar al mundo entero la Palabra del Señor para que se
convierta, se salve y viva (Lc 5, 32; 19, 10; Jn 3, 17; l Tim 2, 4). También para
nosotros vale la convicción del Apóstol Pablo: "Predicar el Evangelio no es para mí
ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no
proclamara el Evangelio!" (l Co 9, 16) (2).
La noble y urgente misión de proclamar la Palabra de Dios, confiada por Jesús a sus
Apóstoles, ha sido recogida nuevamente en nuestros días por el Concilio Vaticano II,
y expuesta en varios documentos conciliares (3). Entre ellos llama particularmente la
atención el nº 4 de "Presbyterorum ordinis", en el que se destacan claramente algunas
ideas importantes:
1º. El Pueblo de Dios se congrega primeramente por la Palabra de Dios vivo. Por
tanto, los presbíteros tienen por deber primero el anunciar a todos el Evangelio de
Dios, de manera que... constituyan y acrecienten el Pueblo de Dios.
3°. Los presbíteros se deben a todos para comunicarles la verdad del Evangelio, de
que gozan en el Señor: a los gentiles, a los no-creyentees, a los fieles todos.
Sin embargo, para nosotros es de suma importancia saber que la Escritura llama
Palabra de Dios no únicamente a aquello que se lee en la Biblia, sino también a la
proclamación misma que brota de nuestros labios de evangelizadores. En esta línea,
las aportaciones del Apóstol Pablo son decisivas.
Y a los Romanos:
"No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para salvación de todo
el que cree" (Rm 1, 16).
Y a los Corintios:
"La Palabra de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se
salvan - para nosotros - es fuerza de Dios" (l Co 1, 18).
"Escritura y Tradición son la regla suprema de la fe. Las Escrituras, inspiradas por
Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la Palabra del
mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas
y de los Apóstoles" (7).
"El alimento de las Escrituras ilumina la mente, robustece la voluntad, enciende los
corazones de los hombres en el amor a Dios" (8).
Pues bien, todos los atributos de la Palabra de Dios a que hemos aludido se sintetizan
y se personalizan admirablemente en la persona de Jesús: Mesías, Hijo de Dios y
Palabra del Padre, quien es a la vez mediador y plenitud de toda la revelación (9). En
efecto, "Jesu-Cristo, ver al cual es ver al Padre (Jn 14, 9), con su propia presencia
personal y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, y sobre todo con
su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente con el envío del
Espíritu de la Verdad, completa la revelación y confirma con testimonio divino que
Dios vive con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte, y
resucitarnos a la vida eterna" (10).
Este importante texto del Concilio subraya tres verbos: leer, estudiar y orar. De aquí
brota todo un programa con diferentes enfoques con los que se puede y debe entrar en
contacto con la Escritura, Palabra de Dios.
Nadie da lo que no tiene, ni habla de lo que no conoce, ni hace gustar lo que no ama.
Por eso, para comunicar eficazmente la Palabra de Dios nos es necesario en primer
lugar conocerla, poseerla y gustarla. Es preciso que tengamos "experiencia" de lo que
es y produce la Palabra de Dios. Jesús decía: "Yo hablo lo que he visto donde mi
Padre" (Jn 8, 38). Y San Juan escribía: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca del Verbo de la
Vida... os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros"
(l Jn 1, 13) (13).
Es un hecho evidente que el Pueblo de Dios en el mundo entero tiene "hambre y sed
de la Palabra de Dios" (Am 8, 11). Día con día se multiplican diferentes métodos de
aproximación a la Escritura. La Biblia se lee por todas partes y en diferentes grupos
de apostolado y de vida cristiana, tanto en los grandes movimientos de renovación en
la Iglesia, como en asambleas de oración y en grupos de reflexión. La Biblia se lee y
se comenta en público, principalmente en la Liturgia de la Palabra durante la
celebración eucarística, pero también se lee y se ora con ella en forma privada.
Esta feliz realidad, "signo de los tiempos", es una grande gracia de Dios para nuestro
mundo tan convulsionado y tan necesitado de lo divino, de lo trascendente y de lo
sobrenatural. Pero, ¿quién no sabe de las dificultades que han existido siempre para
una comprensión correcta de los Libros Santos? Sin una orientación adecuada en la
lectura de la Biblia, es muy fácil caer en una interpretación literalista de la Escritura,
o en una hermenéutica selectiva de textos que sirva para apoyar ideas personales o
propias ideologías.
Para esta delicada tarea, hay que tener presentes tres principios importantes que nos
ofrece el magisterio de la Iglesia: un principio "fundamental", un principio "vital" y
un principio "eclesial".
Para lograr esto, se requiere nuestro estudio y esfuerzo. Podría presentarse una
tentación, a saber: pensar que esta lectura es inútil, estéril, difícil. Sin embargo, para
una recta interpretación de la Escritura este principio es básico. Así se evita un cierto
"literalismo fundamentalista" en que siempre hay posibilidad de caer.
2°. "Leer o interpretar la Escritura con el mismo Espíritu con que fue Escrita"
(16)
Este principio es "vital", es decir, fuente de vida. Antes de leer o estudiar la Palabra
de Dios, es necesario invocar la asistencia actuante del Espíritu Santo. Solamente a la
luz y al calor del fuego del Espíritu podremos descubrir y gustar los tesoros
escondidos en la Palabra de Dios. Aquí está el secreto para ese "sentido espiritual o
pneumático" que siempre Dios ha querido que busquemos en su Palabra. Este sentido
espiritual se percibe gracias a la acción del Espíritu Santo. El Espíritu que inspiró a
los autores para escribir, ahora nos asiste iluminando nuestro entendimiento para
comprender y re-interpretar vitalmente el mensaje revelado, y enardece nuestro
corazón para que la palabra caiga en tierra fecunda y produzca fruto centuplicado de
vida eterna.
Así interpretaron ya la Escritura los autores del N. T.: el autor del Evangelio de San
Mateo, San Pablo, el teólogo que escribió la Epístola a los Hebreos, el Apóstol Juan,
etc.; así utilizaron los Libros Sagrados los Santos Padres y así los leyeron los grandes
Maestros de la espiritualidad.
Este principio es vital porque libera del "historicismo". Dios nos ha querido dar la
Escritura como alimento que produce "espíritu y vida" (Jn 6, 63), y esto no sólo para
los contemporáneos de los escritores sagrados, sino también para los creyentes de
todos los tiempos. Y así, la Palabra re-leída y re-interpretada en cada época es "apoyo
y vigor de la Iglesia, fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y
perenne de la vida espiritual. Excelentemente se aplican a la Sagrada Escritura estas
palabras, "pues la Palabra de Dios es viva y eficaz" (He 4, 12), y "puede edificar y
dar la herencia a todos los que han sido santificados" (Hch 20, 32; 1 Ts 2, 13) (18).
Por esa razón, en la interpretación de la Escritura se debe tener muy en cuenta "el
contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, y la
analogía de la fe" (19). Esto quiere decir que la verdad de la Escritura no brota de un
texto particular sino de la totalidad de la Escritura; que la verdad revelada ha sido
percibida por la Iglesia gracias a la asistencia continua del Espíritu Santo, y que los
textos difíciles deben ser comprendidos a la luz de la claridad del conjunto.
El Espíritu Santo nos hace re-leer, reinterpretar, actualizar, aplicar la Palabra para el
"hic et nunc" (aquí y ahora) de nuestra vida personal y comunitaria. El Espíritu Santo
comunica vida a la Palabra para que ella penetre en la comunidad de los fieles y en el
corazón de cada cristiano, de acuerdo a los diferentes ambientes culturales y a las
diversas circunstancias de la historia concreta.
En esta perspectiva, cómo cobran sentido y valor las palabras del testamento de
Jesús:
"Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre.
El Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo
conoce; pero vosotros lo conocéis, porque con vosotros mora y en vosotros está (Jn
14, 16-17).
"El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará
todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26).
"Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa..." (Jn
16, 13a).
Y lo que el Espíritu Santo hizo vivir a nuestros primeros hermanos en la fe (Jn 2, 22;
12, 16), y ha hecho experimentar a lo largo de los siglos de cristianismo, lo realiza
también hoy entre nosotros y lo seguirá haciendo en lo inédito de la historia.
"Esta Tradición que viene de los Apóstoles progresa en la Iglesia bajo la ?asistencia
del Espíritu Santo; ya que crece la comprensión tanto de las cosas como de las
palabras transmitidas:
- ya sea por la contemplación y el estudio de los fieles, que las repasan en su corazón
(cf Lc 2, 19.51);
1°. Los fieles (y allí tenemos cabida absolutamente todos: laicos, religiosos, clérigos)
con su contemplación y meditación.
2°. Los teólogos: con su íntima penetración de las realidades espirituales. Nótese que
no sólo se trata de un estudio penetrante, sino de una verdadera "experiencia
espiritual".
3°. Los obispos: con su oficio de maestros de la verdad y proclamadores de la misma.
Hermoso panorama para nuestra oración personal y para nuestra acción sacerdotal
como "maestros" de las cosas de Dios. Jesús decía a Nicodemo: "Nosotros hablamos
de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto" (Jn 3, 11). No
podemos entregar sino lo que primeramente hayamos contemplado. No podemos
incendiar a otros, si primero no ardemos dentro de nosotros mismos. (24)
- Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien
bautiza, es Cristo quien bautiza.
- Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que
prometió: 'Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos' (Mt 18, 20)" (29).
Somos Cristo en medio de los hermanos, y él es la Palabra del Padre. Dejémosle que
sea él quien hable por nuestros labios. Que sea una realidad la palabra que el
sacerdote recita antes de proclamar el Evangelio: "Que el Señor esté en mi corazón y
en mis labios para que yo pueda anunciar digna y competentemente su Evangelio"
(31).
Que ese mismo Espíritu, en el momento en que proclamemos la Palabra de Dios, nos
conduzca, derrame en nosotros el amor de Dios, unja nuestro entendimiento con su
luz de sabiduría, de inteligencia, de ciencia, de consejo; y robustezca nuestra
voluntad con la fortaleza, la piedad, el santo temor de Dios que es respeto, veneración
y obediencia incondicional a la voluntad del Padre de los Cielos (32). Que él nos
asista con su oficio de Paráclito permanente, dando vida a la palabra que
proclamamos.
En otros términos, nuestro ministerio de la Palabra debe ser "profético", esto es, que
sea Cristo Jesús quien hable a través de nuestros labios; que sean sus palabras y no
las nuestras las que broten de nuestra boca. Jesús fue "profeta del Padre" porque
habló, no por su cuenta, sino lo que su Padre, que lo había enviado, le ordenó decir:
"Lo que Yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí" (Jn 12, 50; cf Jn 3,
34; 8, 38).
Y también que nuestro ministerio de la Palabra sea "profético", porque la palabra que
brote de nosotros sea lo que el Espíritu quiera decir por nuestros labios, ya que "en
las palabras de los Profetas y de los Apóstoles que nosotros proclamamos, resuena la
voz misma del Espíritu Santo" (33).
Si somos "profetas de Cristo y del Espíritu", la palabra proclamada por nosotros será
operante y eficaz, producirá vida, proyectará luz, comunicará pureza, educará en la
virtud y en la justicia, y mostrará los caminos de la santidad (34).
CONCLUSION:
Jesús, modelo y maestro en el arte de proclamar y de enseñar las Escrituras.
Eso mismo podemos decir acerca de los tesoros escondidos en la Palabra de Dios. Y
esos tesoros Dios los ha puesto en nuestras manos sacerdotales. Son para nosotros, y
para que los distribuyamos a nuestros hermanos los hombres. ¿Los aprovechamos
suficientemente?
"Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar.
El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente.
La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed
queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo
beber de ella... Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la
abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado
es tu herencia" (35).
Qué gracia del Señor tan grande no será cuando nuestros fieles comenten, como los
discípulos de Emaús, después de escuchar nuestra proclamación:
"¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el
camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32).
¡Que para el Padre sea todo el honor y toda la gloria por Cristo-Jesús en el Espíritu
Santo! Amén.
NOTAS:
(1) Ya el Pueblo de Israel, al ser escogido por Dios-Santo, era un "Pueblo santo" (Ex
19, 6). La comunidad de los tiempos mesiánicos es anunciada como una comunidad
de santos (Dn 7, 18). Los cristianos, consagrados como nuevo "Pueblo santo" de Dios
(l P 2, 9) y reengendrados por la Palabra de Dios viva y permanente (l P 1, 23; 1 Co
4, 15), son llamados a ser santos, puros, sin mancha (l Co 7, 34; Ef 1, 4; 5, 3; Col 1,
22). La exigencia de santidad del cristiano se origina en su bautismo (Ef 5, 26-27) y
su ideal es la santidad misma de Dios (l P 1,15•16; Mt 5, 48; 1 Jn 3, 3).
Hacia el año 600, san Gregorio Magno escribía: "Hay que reconocer que, si bien hay
personas que desean escuchar cosas buenas, faltan en cambio quienes se dediquen a
anunciarlas. Mirad cómo el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy
difícil encontrar un trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el
ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio"
(Homilía 17, 3.14: PL 76,1139 s).
(13) Según el N.T., para poder "ser testigo" es necesario "haber visto y oído", lo cual
equivale a haber tenido un conocimiento experiencial de alguien o de algo: cf Mt 11,
4; 13, 13; Mc 4, 24; Lc 1, 2; 2, 20; 7, 22; Jn 1, 18.33-34; 3, 11.32; Hch 2, 33; 4, 20; 8,
6; 19, 26; 22, 15; 26, 16; 1 Co 9, 1; 1 Jn 1, 2-3.
(17) "Dei Verbum" n.5- Santo Tomás de Aquino enseña que los dones son ciertas
disposiciones o perfecciones o hábitos, más elevados que las virtudes, que Dios
infunde en el hombre y lo disponen para ser movido fácilmente por la inspiración
divina, y para obedecer prontamente la acción del Espíritu Santo: Summa Theologica
I-II q.68 a.1-3.
(20) CI Jn 5, 39.46; 12, 41; 15, 26; Lc 24, 25•27; Hch 1, 8; 10, 43.
(22) Y. Congar. El Espíritu Santo. Herder, Barcelona 1983: "La Iglesia es hecha por
el Espíritu. Él es su cofundador": pp. 207-217.
(24) S. Tomás de Aquino, Summa Theologica: II.II qq. 179-182, sobre la vida
contemplativa y activa.- San Gregario Magno escribe en su Regla Pastoral: "Sit rector
actione praecipuus; prae cunctis in contemplatione suspensus" = "Sea el pastor el
primero en la acción; y entréguese más que nadie a la contemplación" (P. 2 c.l: MI
77,26). Y en sus Moralia dice: "Neque enimres, quae in se ipsa non arserit, aliud
incendit" (Mor. VII, 44.72).
(25) Cf l Ts 1, 13; 4, 1; STs 3, 6; 1 Co 11, 23; 15, 1.3; Ga1, 9; Rm 10, 17; Fip 4, 9;
Col 2, 6; Ef 1, 13.
(27) Cf 1 Co 2, 6-16.
(31) Missale Romanum: "Dominus sit in carde meo et in labiis meis ut digne et
competender annutiem Evangelium suum".
(32) S. Tomás de Aquino, Summa Theologica II-II q.8 a.6: Los dones de sabiduría,
entendimiento, ciencia y consejo perfeccionan la inteligencia; en tanto que los dones
de piedad, fortaleza y temor perfeccionan la voluntad.
(35) S. Efrén, Sobre el Diatéssaron: Cap. 1,18-19. SC 121, 52-53. (Liturgia de las
Horas, Domingo VI del Tiempo ordinario).
La corrección fraterna
Crítica constructiva y crítica negativa
Por John W. Alexander
Pero la crítica puede ser sana. Puede ser el bisturí del médico que extirpa el cáncer en
tu vida y te prepara para una vida sana de nuevo. Necesitamos aprender cómo ofrecer
este tipo de crítica, o corrección fraterna, y cómo recibirla.
A continuación damos algunas normas para que la crítica negativa se haga más
constructiva, y algunas reglas para aquellos que reciben críticas negativas.
3ª regla: DÍSELO EN PRIVADO. "Que sea entre tú y él sólo." (Mt 18, 15). Criticar
a una persona delante de los demás, sin haber ido antes a tratarlo en privado con él,
no sólo es ofensivo sino que va contra lo que dice 1 Cor, 13, 4: "El amor es paciente
y benigno". Si él no lo acepta, dile que vas a decirlo a un tercero -probablemente uno
que tenga autoridad sobre él- quien, contigo, procurará hacerle entender. "Pero si no
te escucha, toma uno o dos testigos contigo, para que toda palabra quede confirmada
por boca de dos o tres testigos" (Mt. 18, 15).
Se requiere mucha valentía para criticar directamente y en privado a uno. Lo fácil es
criticar por detrás de la persona. Es fácil hablar mal de otro a un superior. Si el que
critica no puede ir directamente a la persona, que busque a un tercero en el que
confíe, y a quien la persona implicada respete, y entonces le pida que se lo diga. Esta
manera de proceder no es tan satisfactoria como la comunicación directa, pero es
mejor que dejar de decirlo o airearlo en habladurías.
A veces es necesario decírselo en privado por escrito. Cuando una relación es tensa,
puede ser que te des cuenta que hablar cara a cara: o que te quita el valor, y no puedes
expresar la crítica, o bien que la otra persona se pone tensa para defenderse, y su
mecanismo de autodefensa le impide comprender tu corrección.
También es importante que ayudemos a esas personas a ver las quejas que hay contra
ellos -por escrito.
En otras palabras, si una persona es sorda a la corrección verbal, escríbele una carta
expresando claramente tu crítica, las quejas que hay, e insiste que te dé la
oportunidad de dialogar con él sobre el tema.
Una nota para los dirigentes: si uno de los que están a tu cargo, o grupo, no está
contento en su relación contigo, insiste que te ponga por escrito sus quejas, para que
después juntos en clima de oración podáis buscar la solución. Esto puede contribuir a
transformar una crítica negativa en constructiva.
Hay buenas razones para proceder así. Primera: la persona criticada puede tener
información que no tiene el que critica. Si éste segundo va al primero, el que es
criticado puede darle una información y satisfacer al que preguntaba. Segunda: el que
ofrece la crítica puede tener información que el otro no tiene, y en ese caso puede
compartirla con él.
Pero, ¿qué hacer en el caso en que la persona criticada no tenga libertad para divulgar
la información? En tal caso el problema se reduce a ganar la confianza, o darle
nuestra confianza. Si uno confía en su colega, su hermano, volverá a su puesto de
trabajo y seguirá en la lucha contra el enemigo, no contra su compañero.
La honradez aquí puede que te obligue a olvidar tus planes de crítica. Mira con
cuidado cómo pasas el test.
¡Cuánta gente deja la Iglesia, o el grupo, y, al dar sus razones, se esconden detrás de
una cortina de humo que no expresa la verdadera razón! ¡Cuántas veces un dirigente
se da cuenta que un miembro del grupo falla, pero no tiene la valentía de decírselo!
Cuando tienes que ofrecer corrección, pídele al Señor que te dé valentía para ser
sincero. Reservarse información, o no revelar una crítica que el otro necesita, es
insinceridad.
Hay ocasiones, naturalmente, en las que no es prudente decir todo lo que pensamos o
sentimos. Es importante saber ser oportuno. Pero, que lo que digamos, sea sincero.
¡Qué tentación más grande la de decir a una persona una cosa, y, sin embargo, decir
algo completamente diferente sobre él a los demás! Delante de él expresamos crítica
positiva; detrás somos negativos. Eso es engaño.
7a regla: DI LA VERDAD CON AMOR. Las seis primeras reglas no bastan. Puedo
ir a una persona, empezar preguntando, hablar y decir la verdad, pero hacerlo de una
manera que le hiera, le aplaste. Uno puede aparentar sinceridad y dar rienda suelta a
la hostilidad. La regla 7 es la aplicación de 1 Cor 13, 4-7: "El amor es paciente y
benigno; no tiene envidia ni se engríe; no es arrogante o mal educado. El amor no
busca el interés propio: no se irrita ni guarda rencor: no se alegra del mal, sino que se
alegra en la verdad". Es esencial que "digamos la verdad con amor" (Ef 4. 15)
¿Cuántas veces mi crítica sobre los demás está basada en mi propia impaciencia, falta
de bondad, envidia, orgullo, placer diabólico de descubrir y hablar de las faltas de los
demás? El amor que nace de Dios es la única cura y remedio para esos impulsos. La
caridad auténtica suaviza la verdad que se expresa en la crítica.
Hay una manera y sólo una por la que puedes obtener su respeto: presenta una lista de
obras bien hechas. Lo cual lleva tiempo. Esta es la razón fundamental por la que es
peligroso para un neófito, no importa sus méritos y credenciales en otras partes,
presentarse demasiado pronto con crítica negativa. Lo cual no quiere decir que tengas
que callarte al inicio de tu trabajo. Pero la verdad es ésta: tu crítica negativa será
mejor recibida (y por tanto más fácilmente se tomarán medidas según ella), si tú te
has ganado primero el derecho de ser escuchado.
Apoya las sugerencias diciendo que vas a orar por él. Y también ofrécete para ayudar
en lo que puedas.
1ª regla: ORA. Pídele al Señor que te guíe para responder a la crítica, atento para
escuchar lo que debe ser oído, firme para desechar lo que no debieras pensar, y capaz
de controlar tu genio y tu ira.
2a regla: CUIDADO CON PONERTE A LA DEFENSIVA. La reacción natural es
reaccionar con tácticas defensivas, explicaciones y excusas. La ansiedad brota
rápidamente cuando la crítica negativa da en el clavo. Es como si un muelle bien
comprimido de repente se dispara desde dentro en defensa propia. Rohrer, Hibler, y
ReplogIe dicen: "Es humano defendernos. Todos defendemos nuestro yo en grados
diversos. Es casi tan automático como la acción refleja que cierra el párpado cuando
algún objeto extraño se acerca al ojo. Así, cuando nuestro yo es atacado por la
crítica... nuestra reacción automática es buscar alguna manera de proteger ese yo
íntimo". (You are what you do, pag. 5).
Puede que Dios se sirva de él. Tal vez el Señor ha estado buscando por mucho tiempo
hacerte caer en la cuenta de ello. Y el que te ofrece esa crítica o corrección puede que
sea el último recurso del Señor para que nos humillemos y podamos cambiar.
Tal vez necesitas cambiar alguna actitud. Si es así, esta crítica puede ayudarte a
descubrir esas actitudes y moverte a cambiar. Tal vez eres demasiado orgulloso o
autosuficiente. O tal vez pasas por alto información a la que deberías prestar
atención, y sólo la sacudida de esta crítica te hará ver las cosas tal como son.
"La crítica constructiva es una fuente muy valiosa de información para los que la
aceptan. Cuántas veces empleamos más tiempo justificándonos, excusándonos o
racionalizando una equivocación, que en tratar de comprender y sacar provecho de
una crítica. Cuando no estamos a la defensiva, nos damos cuenta de que la crítica
constructiva es un cumplido para nosotros. La persona que nos la ofrece suele
sentirse mal al hacerlo, pero si está dispuesta a hacerlo para ayudarnos, deberíamos
escuchar y apreciar sus sugerencias. Se toma el riesgo de provocar nuestra enemistad,
pero su interés por nosotros es tal que acepta correr este riesgo".
"La manera más eficaz de crecer en auto-conocimiento desde los demás es buscar
abiertamente una relación de confianza mutua con otra persona y pedirle que nos diga
regularmente cómo nos ve. Según aceptemos y valoremos su consejo, sin recurrir a
tácticas defensivas, él se sentirá animado o desanimado a sostener el espejo ante
nosotros". (You are what you do, pag. 6-7).
La cuestión es cómo afrontar esos ataques. "La cura por el diálogo" es muy útil:
hablado con Dios primero en la oración, y hablado después con otras personas que te
van a escuchar. Si son bastante comprensivas y pueden darte alguna sugerencia, tanto
mejor. Pero si no te pueden decir nada como respuesta, aun así el mero hecho de que
te hayan escuchado contribuye enormemente a ayudar a la persona criticada a
sobrellevar la carga.
Allí donde esto ocurre falta la verdadera formación en la fe cristiana, o ésta se reduce
a puro contenido intelectual, mal comprendido y vivido.
Una cosa es conocer la metafísica del misterio y otra muy distinta es conocer la vida
trinitaria, a partir de lo cual es posible aportar lo que más directamente cala en
nuestro espíritu: la dimensión vivencial, tal como se puede percibir en la Liturgia, eco
y alma de la Iglesia orante, y en la tradición en la que se ha condensado el alma de
tantos santos que han vivido en profundidad este misterio.
Pero, más allá de esto, es una realidad, la realidad de Dios y de la vida del cristiano.
El misterio de la Trinidad es donde ha empezado el ser del cristiano, y por tanto es lo
que él tiene que vivir esencialmente en este mundo, hacia donde está siendo atraído
en toda su existencia, y donde esperanzadamente ha de terminar.
Santa Isabel de la Santísima Trinidad, joven religiosa que muere a los 26 años, nos ha
dejado un precioso mensaje y una demostración de cómo no es tan difícil, y está al
alcance de cada cristiano que sepa responder a la gracia, el que el Misterio de la
Trinidad se pueda convertir en el centro y esencia de la propia vida.
A través de los humildes y sencillos, a los que el Padre se complace en revelar estas
cosas (Lc 10, 21), Dios nos hace ver cómo, para los que nos creemos sabios, El sigue
siendo "el Dios desconocido" (Hch 17, 23).
Con la Iglesia decimos: "Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, que con tu
único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona,
sino tres Personas en una sola naturaleza. Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo
revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu Santo, sin
diferencia ni distinción. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna
Divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su
dignidad" (Prefacio de la solemnidad de la Santísima Trinidad).
En segundo lugar solemos considerar a las Personas divinas. Como nuestro espíritu
limitado no puede abarcar con una sola mirada la esencia y las Personas al mismo
tiempo, miramos primero a la esencia y después a las Personas.
Pero debería ser al revés, si es que nos dirigimos a un Dios personal y no a un Dios
abstracto.
Es una pena que el sentido trinitaria sea tan débil entre tantos cristianos, que la
Trinidad sea una realidad tan lejana y abstracta para muchos, ausente de la psicología
religiosa de cada día.
Dios es Amor, y un Amor entre personas: he aquí el secreto que nos ha sido revelado
por medio de Jesucristo. En Dios el que ama (el Padre), el amado (el Hijo), y el Amor
(el Espíritu Santo), viven en comunión una vida íntima y dichosa, y este Amor hace
que sean una sola realidad: es lo que llamaríamos el aspecto inmanente del misterio.
Es más, nos comunica el don de su mismo Amor, el don del Espíritu Santo, que une
amorosamente al Padre y al Hijo
Todo nos viene del Padre, por medio de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, en la
presencia en nosotros del Espíritu Santo. Es el movimiento descendente del plan de
Dios.
Si todo nos viene del Padre, por medio del su Hijo Encarnado, Jesucristo, en la
presencia del Espíritu Santo en nosotros, es lógico que todo nuestro movimiento
hacia Dios haya de ser un retornar al Padre, por medio de su Hijo Encarnado,
Jesucristo, y en la presencia del Espíritu Santo.
Se trata de llegar a donde Dios quiere que lleguemos, de acuerdo con todo el plan de
salvación: a entrar en la vida íntima del misterio, pues en el Hijo, como hijos nosotros
también, "unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 3,
11). El movimiento del Espíritu en nosotros es arrastrarnos hacia esa intimidad de la
misteriosa vida de la Trinidad para que también nosotros la participemos, la gocemos
y vivamos.
El Padre, en cuento origen y fuente del Hijo y del Espíritu Santo es eternidad, unidad,
omnipotencia.
El Hijo es el Verbo, la Palabra, la Imagen del Padre. "Hijo único de Dios, nacido del
Padre antes de todos los siglo: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien
todo fue hecho".
El Padre y el Hijo dan la plenitud de la vida divina al Espíritu Santo, "que procede
del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".
Todas las obras "ad extra", es decir, fuera de la naturaleza divina, son realizadas por
las tres divinas personas en el origen de los orígenes intradivinos. Pero el Amor de
Dios es el fundamento de todas las obras divinas, tanto de la Creación como de la
Redención, con razón, pues, son atribuídas al Espíritu Santo y, por tanto, a El se
atribuye la producción de la naturaleza humana de Cristo; y si el Espíritu Santo es el
Espíritu de Cristo, es también el Espíritu de la Iglesia.
El Espíritu Santo es la realización intradivina, la unión del Padre y del Hijo, y para
nosotros la revelación del Amor de Dios, la consumación. "Señor y dador de vida", a
El se atribuye la santificación.
Todos los Sacramentos los administra la Iglesia en el nombre del Padre, y del Hijo y
del Espíritu Santo.
Es más, Dios nos ha introducido en su misma intimidad hasta la relación íntima que
hay entre el Padre y el Hijo, beso inefable que eternamente une al Padre y al Hijo,
aspiración misteriosa de amor, el Espíritu Eterno.
Así, perdido en esa inmensidad de Amor, experimento todo el ser que El me ha dado
y todo el amor con que me abraza, y que este es el seno de donde salí y a donde estoy
destinado a volver para compartir la fruición del amor que es Dios.
Verdaderamente el cielo no es un lugar, sino el mismo Dios, llegar a caer ?en sus
brazos amorosos y recibir sobre nuestro espíritu la luz tierna y sonriente de su rostro,
paternal y maternal a la vez, que nos mira con dulzura, y al reconocer la imagen del
Hijo y el sello de su Espíritu (Ef 1, 13) nos dice de nuevo: "Tú eres mi hijo amado".
He aquí el "lugar" que Jesús se fue a prepararnos para que donde El está estemos
también nosotros (Jn 14, 2-3).
La vida del Espíritu es en esencia el misterio de esa intimidad con Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Nuestra espiritualidad puede llegar a tal desarrollo, a través del
crecimiento en el amor de la purificación, y de la contemplación, que ya en este
mundo podemos tener una visión o anticipo de lo que es el cielo.
Aquí en este mundo, todo esto no tiene su realización perfecta, como va a ser después
en la visión de Dios. En el hombre en gracia mientras vive el tiempo de la
peregrinación se realiza ya ocultamente lo que después en el cielo se revelará
plenamente, el intercambio vital de las tres Divinas Personas.
Jesús nos comunica la misma gloria que recibe del Padre para que seamos una misma
cosa con El, donde El esté estemos también nosotros y en El veamos su gloria (Jn 17,
22-24). Y esto es porque Dios nos creó, y nos regeneró después por su Hijo, para que
llegáramos nosotros también a entrar en esa corriente de Amor que fluye del Padre al
Hijo y del Hijo al Padre en el Espíritu Santo.
59 - LOS SALMOS.
LOS SALMOS.
Por Rodolfo Puigdollers
Los salmos son los cantos de alabanza utilizados por el pueblo de Israel en
el Templo de Jerusalén para expresar su respuesta a Dios como pueblo de
la Alianza.
b) “Todos los salmos son culturales. Lo que es más que decir que están
destinados al uso litúrgico. Ninguno de ellos es ocasional, es decir,
compuesto con ocasión de un acontecimiento determinado, catástrofe o
victoria; todos han sido compuestos para ocupar un lugar en el ciclo
litúrgico, en vista de las festividades o de un objetivo propio” (M Mannati.
Les psaumes, I 39).
c) Todos los salmos son la expresión del Pueblo de Dios. Se presenten bajo
una forma individual o colectiva, bajo la voz de un rey, un profeta, un
levita, un pobre, un enfermo, un grupo, es siempre el Pueblo de Dios que se
está expresando con el salmo. "Cada vez que un salmo tiene la forma
individual, el yo representa a Israel" (lb.). Por eso el cristiano que canta un
salmo "no lo hace tanto en nombre propio, como en nombre de todo el
Cuerpo de Cristo, es más, lo hace en persona de Cristo. Si esto se tiene
presente, desaparecen las dificultades cuando el que ora ve que sus
sentimientos discrepan de los del salmo. EI que ora en nombre de la Iglesia
siempre encontrará una causa de alegría o de tristeza, porque en este caso
conserva toda su aplicación la frase del Apóstol: “Alegraos con los que
están alegres, llorad con los que lloran'”y así la debilidad humana, herida
por el amor propio, queda curada en aquel grado de amor en que el espíritu
concuerda con la voz del que salmodia" (OGLH 108).
"El que salmodia abre su corazón a los afectos que los salmos inspiran,
según el género literario de cada uno de ellos, ya sea de lamentación, de
confianza, de acción de gracias, o de otros sentimientos que los exégetas
enseñan" (OGLH 106).
Por eso para una mayor comprensión de los salmos es necesario tener en
cuenta los diversos géneros literarios. Estos según M. Mannati se pueden
clasificar del modo siguiente:
"No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños...
Ofrece a Dios el sacrificio de tu confesión, cumple tus votos al Altísimo,
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria" (vv.8-9.14-15).
b) Himnos
Son los cantos de alabanzas a Dios que se utilizaban en la liturgia como
aclamaciones al Dios de la Alianza: el Dios creador, el Dios salvador del
pueblo. Son las reacciones entusiastas del pueblo.
Son los cantos de acción de gracias del pueblo de Israel por el don de la
Alianza; se utilizaban durante el sacrificio de acción de gracias (en el que
se realizaba una libación), en la fiesta de Las Tiendas y de Pascua. Se
presentan bajo la forma literaria de una acción de gracias de un rey, de un
levita, de un profeta o de un sabio que sube al Templo a hacer el sacrificio
de acción de gracias, recordando la liberación recibida, pero bajo esta
dramatización literaria está la acción de gracias del Pueblo de Dios.
e) Cánticos de Sión
f) Salmos reales
Son cantos que dan una enseñanza profética bajo la forma dramática de un
personaje (levita, rey, profeta, peregrino) que se acerca al Templo para
reflexionar sobre el sentido de la Alianza y la elección de Israel. El tema
fundamental de estos salmos es la confianza.
Los salmos de este estilo son: 4,5, 16(15), 23(22), 27(26), 31(30), 36 (35),
49(48), 61(60), 63(62), 73(72), 139(138).
Los salmos de este estilo son: 9(9A), 10(98), 11(10), 12(11), 14(13),
?28(27), 52(51), 53(52), 58(57), 59 (58), 62(61), 64(63), 75(74), 82(81),
83(82), 94(93)
i) Súplicas y lamentaciones
Son cantos centrados en unas palabras proféticas (un oráculo) que llenaban
de alegría y seguridad al pueblo reunido en la fiesta. Las palabras proféticas
son de salvación y confianza.
k) Bendiciones
"El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación" (vv. 2-3).
- no se utilizan todos los versículos del salmo, sino sólo aquellos que sirven
para meditar la lectura anterior o para realzar el tema de la fiesta.
- se canta de forma responsorial, con participación de toda la asamblea en la
respuesta.
- no concluye con el "Gloria al ?Padre", muestra de su gran antiguedad en este
uso litúrgico (anterior al s. IV).
TU = PADRE
YO = JESUCRISTO
TU = JESUCRISTO, EL SEÑOR
YO = IGLESIA, CADA CRISTIANO
Al ver los distintos géneros literarios de los salmos hemos visto ya que, en
líneas generales, éstos determinan el tema principal. Y así podemos establecer
el siguiente cuadro:
60 - KOINONIA 60.
Para entender este tema, no he encontrado nada más bello que el Cap. 53 de
Isaías. Sería bueno que quien quiera leer estas líneas repasara este pasaje por
un momento.
Pero este capítulo lo vamos a referir hoy a nuestro grupo o comunidad, ya que
somos Cuerpo de Cristo. Por tanto, todo lo que se dice de Cristo, se dice
también de nosotros que somos su Cuerpo. Es muy importante que esta verdad
no se nos quede como algo abstracto e inoperante, ya que es fuente de vida.
Entonces este pueblo mesiánico se hace para cada uno de nosotros algo muy
entrañable, muy querido, porque es un vivo retrato de Jesucristo, su presencia
viva en medio de nosotros. Tan viva o más que en el Sacramento, porque el
Sacramento está hecho para el Cuerpo, para la Iglesia. Jesucristo resucitado se
identifica con su Cuerpo, del cual es Cabeza y al cual anima por su Espíritu.
La Cabeza está en el cielo pero tiene a los miembros aun en la tierra.
Estar con los hermanos, servir a los hermanos, hablar con los hermanos es
estar, servir y hablar con Cristo. Y esto es algo muy serio. Hay que pedir para
que se nos revele esto en el Espíritu, porque de ahí van a brotar el crecimiento,
la fidelidad y fecundidad. Esto nos mete de lleno en un compromiso profundo
al cual el Señor nos ha llamado: el compromiso de servir a Cristo, de tener
piedad de El, de no juzgarle y crucificarle. ¿Y cómo vamos a tener compasión
de Cristo? Teniéndola de su Cuerpo roto, lacerado, pobre y destrozado que
son mis hermanos, elegidos de Dios.
1. CRISTO EN EL GRUPO
El Espíritu Santo por boca de Isaías nos va a describir cómo es la pobreza del
grupo o Cuerpo de Cristo. Y empieza diciendo: "¿quién creerá lo que voy a
decir? ¿Quién aceptará esto? ¿Quién tiene el corazón preparado?"
"Creció como raíz en tierra árida" ¿Quién ha visto una raíz en el desierto?
No es otra cosa que un intento frustrado, pues no hay ni agua, ni frescura, ni
humedad. Es una quimera. Y así es como habla el Señor de nosotros, de
nuestro grupo. El que venga a buscar glorias y se cree sus expectativas
exhibicionistas, de frutos, triunfos, de significar, influir etc., está fuera de
contexto.
2. SENTIRSE IGLESIA
"Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba”. Son nuestros
pecados, heridas, rebeldías y culpas las que él soportó. Es decir, nuestra
pobreza. El mundo fue redimido porque fue aceptado, amado tal como es. Sin
idealismos ni perfeccionismos. Cristo no vino a hacer un mundo nuevo,
producto de sus ideales o de su fantasía. Fue siervo. Y porque lo aceptó,
soportó el peso de todas sus miserias. Todo en obediencia a la voluntad del
Padre en orden a la salvación del mundo.
Cuando Dios elige una comunidad que quiere hacer profundamente cristiana
la lleva a esta humillación donde le es negada toda justicia. La gracia de la
Renovación que es gracia de Bautismo en Espíritu y fuego, o sea cruz, nos
lleva a estas profundidades. No es una gracia barata para consumo de
superficiales, sino muy cara, pero que produce verdadera conversión.
Es cierto que la cruz del cristiano es una cruz gloriosa, resucitada. Es cierto
que El ha cargado con el peso mayor. Es verdadera la experiencia de vida, de
alabanza, de resurrección, de comunión que se experimenta en el grupo
carismático. El gozo y la alegría son auténticos. Y lo mismo la gran esperanza
a la que somos convocados. Pero esto no impide que nos haga pasar por la
muerte y que suplamos lo que falta a la pasión de Cristo en favor de la Iglesia
y del mundo?.
El hombre puede con sus propias fuerzas cambiar y transformar muchas cosas
en el mundo y también los cristianos están llamados a esta tarea de
humanización del mundo. Pero un cambio cualitativo en el corazón del
hombre que produzca un mundo nuevo en justicia, paz y santidad es sólo obra
del Espíritu que renovará la faz de la tierra. La Renovación carismática sin
descuidar la tarea histórica a la que está convocada en estos momentos la
humanidad, debe estar muy atenta al actuar del Espíritu en la hora presente. Y
esto no por ningún escapismo alienante, sino por amor al Reino de Dios que
se quiere hacer presente y salvador en esta humanidad de hoy, la nuestra, la
que nos ha tocado amar.
Eucaristía y pobreza.
Por Pedro Fdez. Reyero O.P.
El texto de la Carta de S. Pablo a los Efesios (4,1-13) nos habla del servicio a
la comunidad y también a la Eucaristía.
Impresiona ver cómo Jesús, en su misión, comienza, antes de subir, por bajar
a las regiones inferiores de la tierra. y que este mismo que bajó es el que subió
y el que concedió, después de ser humillado, de ser muerto, de ser grano de
trigo enterrado en la tierra, ser a unos apóstoles, a otros profetas, a otros
predicadores... ; concedió dones y carismas a su Iglesia sólo después de haber
subido, porque antes había bajado.
Si nos dejamos vivir por el sentido profundo de este texto se nos revelarán al
corazón las actitudes interiores que necesitamos para celebrar la eucaristía.
PRIMERA ACTITUD
Nos manda el Señor vivir en comunidades que han nacido y navegan como
barcas en el desierto, donde no hay agua, donde no vemos que haya agua,
donde no tenemos sentidos para captar que exista agua; pero el Señor nos ha
dicho que sobre el desierto habrá agua y esa barca va a navegar.
Por mucho que se rían los hombres, como de Noé, de esta acogida de la
gratuidad de Dios, de la ineficacia para el mundo, tenemos que estar
preparados para esta forma de muerte a nosotros mismos y a nuestra
autosuficiencia. Poca gente cree en la gratuidad de Dios, en que va a haber
agua en el desierto. Pero estamos en el terreno del misterio, de la presencia de
Dios y de su fidelidad: "yo estaré con vosotros... sin mí no podéis hacer
nada”.
Si no entramos en este misterio de gratuidad, ese pan y ese vino nos matarán,
nos escandalizarán; nos llevarán a la increencia y nos convertiremos en
administradores de algo en lo que no creemos; funcionarios del pan y del vino,
funcionarios del rito y de la ley, pero no de la gracia.
Desde estos elementos tan pobres nos van a llegar el milagro de la presencia
de Dios. Y esto será lo que nos cure de "vivir de apariencias". Porque nosotros
observamos y clasificamos todo por apariencias, también a los hermanos. Es
la apreciación de nuestro pecado. Y, desde ahí, tratamos de imponer nuestros
proyectos a esa comunidad... como si al Señor le fuéramos a encontrar en esas
cosas maravillosas que nosotros pensamos y proyectamos desde nuestros
propios criterios. El Señor viene en ese viento suave y apenas imperceptible...
en esa pobreza. Ahí encontró Eliseo al Señor y ese símbolo de pobreza le
llevó a encontrarse consigo mismo y a una profunda conversión.
Esta primera actitud nos preparará el alma para no caer en el pecado que
destruye la eucaristía y la comunidad: el juicio. Reconciliados con nuestra
pobreza no podemos seguir en el altar de Dios con juicio en el corazón,
porque hasta el juicio más oculto es rechazo de la propia pobreza y rompe el
cuerpo de Cristo y su unidad.
SEGUNDA ACTITUD
Los dos polos entre los que se mueven nuestros juicios son: la no aceptación
de nuestra propia pobreza y el deseo que tenemos de ser Dios. Y desde esta
situación juzgamos a Dios y a los hermanos. En realidad nos hacemos medida
de la santidad de los hermanos, les juzgamos si no son imagen y semejanza
nuestra; y tenemos tentaciones de huir cuando no es asÍ, porque su pobreza
nos escandaliza, de la misma forma que nos sigue escandalizando, y así será
por los siglos de los siglos, la Cruz de Jesucristo, el Señor.
Si esta imagen de Jesús en los hermanos nos fuera cada día más familiar, más
amiga, ¡qué bien nos sentiríamos en nuestra comunidad!, ¡qué bien
celebraríamos el "paso" del Señor! Lo descubriríamos enseguida, lo
disfrutaríamos, nos alegraríamos..., porque nuestras apariencias ya no nos lo
impedirían; porque nos sentiríamos todos amados en los pobres que somos, en
lo pecadores. Y un amor que ama todo esto y así ya no es humano: es Dios.
¿Dónde las diferencias? ¿Dónde los juicios? Sólo muere el juicio en quienes
se dejan amar por Dios como son. Estos entienden que Dios ha creado a cada
hermano como ha querido y que nos los ha dado no para juzgarlos o
dominarlos sino para que nosotros le encontremos a él a través de ellos
muriendo a nosotros mismos, que es el mejor modo de encontrarnos. De la
misma forma que nos ha dado una cruz para que encontremos a Cristo en ella,
si la pobreza de nuestros hermanos nos escandaliza, seguiremos
escandalizándonos de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo.
Por este camino podremos ahondar más en el misterio del Cuerpo de Cristo;
no sólo en el de su unidad sino en el de su diversidad. Ni en la eucaristía ni en
la comunidad se puede dar el juicio, la división, pero todos somos distintos. Y
aquí sucede el milagro: que nuestras diferencias ya no son obstáculos para
celebrarla, no son motivo de discusión. De nuevo la gratuidad de Dios, el
misterio de lo nuevo: lo que es imposible para el hombre lo hace el Señor. Un
milagro nacido de la pobreza: cuando asumimos morir a nuestra apariencia, a
nuestro cascarón, a nuestra piel... Dios realiza en nuestra diversidad un pan
nuevo, un vino nuevo, una unidad nueva, "para que sean uno" a imagen de la
Trinidad.
TERCERA ACTITUD
Las actitudes anteriores nos conducen hasta la más profunda; aquella con la
que Jesús celebró la eucaristía y construyó la comunidad: la de servidor. Tiene
alma de servidor quien ejerce la misericordia, quien tiene puestos sus ojos y su
corazón en la necesidad, en la carencia, en el dolor y en el pecado de los
demás, y los tiene puestos no con juicio sino con amor.
Todo nuestro ser tiene que estremecerse cuando tenemos entre las manos al
Siervo, al grano de trigo triturada y al racimo pisado, al que prefirió no vivir
ya nunca para sí. Esta es la actitud del consagrado, la del liberado de sí
mismo; tener así el corazón, y tenerlo siempre -Jesús no se quitó el mandil en
la última cena- es que el corazón de Dios vive entre nosotros en este mundo
nadie se ama por eso, nadie da la vida por eso... si no mora en él el amor de
Dios.
Acoger es la tarea por la que el siervo asume como propio el peso, la debilidad
de aquellos a los que sirve. En esto se distingue de quien no es verdadero
servidor, quien no es verdadero siervo se despreocupa del peso de los demás
y, a lo sumo, compadece de palabra, da consejos que no afectan para nada a la
propia vida. Al verdadero siervo le obsesiona sobre todo el pecado y las
situaciones de opresión de sus hermanos. Sabe que son peso e infelicidad. Por
eso, a ejemplo de Jesucristo, el único siervo de verdad, quiere ayudar a los
demás a llevar sus cargas, sus pecados.
"No te hagas ilusiones. Como Dios no se diga a Sí mismo dentro de ti, no eres
más que esa piedra que está en el campo".
Los sistemas orientales más conocidos entre nosotros, y que tratan de ser
aprovechados como caminos para el encuentro con Dios, son: el Yoga, el Zen
y la Meditación Trascendental. Todos ellos hunden sus raíces en el
Hinduismo. Los grandes maestros o gurús han sido y son personas de gran
valor espiritual, lo mismo que son de gran valor para sus propósitos las
técnicas que utilizan y proponen a sus seguidores. Su vida ascética en general
es admirable. La austeridad es para ellos un elemento necesario para la
práctica de la meditación, la oración y el encuentro espiritual con el Absoluto.
Ahora bien, ¿cómo llegar al fondo de uno mismo? El camino para llegar a la
profundidad, a esa experiencia del ser, a la unión con el Absoluto, el Ser o
Dios, es la meditación. La meditación es el elemento común a todos los
caminos espirituales del Oriente. Mediante las técnicas de interiorización que
proponen, practicadas asiduamente, el meditante consigue unos efectos
positivos para su sistema nervioso, su psiquismo e incluso su cuerpo. Todos
ellos son el resultado del estado de quietud en que sitúa la meditación. El fin,
sin embargo, de la meditación es la unión con Dios en el nivel de la
profundidad o trascendencia, más allá de todo lo que no es él, en un estado
puramente espiritual, donde simplemente se es y se está. Allí el proceso
meditativo se detiene y la misma meditación deja de existir, porque allí "el
verdadero vidente ve al Divino, real y sin meditación alguna, como idéntico a
su mismo yo" (Yoga davshana Upanishad IV, IX, X).
El vacío espiritual
El piadoso meditante del Oriente llega de esta forma al vacío. Sin embargo, la
vacuidad no es para él la no existencia, la nada. Pero, ¿acaso por no ser la no
existencia deja de ser vacío? ¿No habría que decir más bien que este vacío es
incluso más angustioso precisamente por ser vacío en la existencia y ser
experimentado por el que sabe que existe y está vacío? Este es el gran
problema que tal camino espiritual plantea al hombre occidental, y por
supuesto al cristiano, cuya idea de Dios y del hombre son totalmente distintas.
Es éste un problema no solamente religioso, sino también psíquico y
biológico, que puede tener consecuencias muy negativas para quien se vea
afectado por él.
La unión del hombre con Dios, siendo ambos distintos, sólo es posible a
través del camino de la unión personal: el amor. Por el amor uno va al
encuentro del otro y ambos consuman la unión en el encuentro amoroso,
permaneciendo sin embargo distintos entre sí, en comunión o íntima unión. En
la tradición espiritual cristiana el camino para llegar a esta unión se ha
llamado siempre contemplación, no como opuesta a la meditación, sino como
último peldaño al que el Espíritu Santo conduce "fuerte y suavemente", dice
San Juan de la Cruz, desde la meditación (Subida al M.C.,II,14,2). Es ésta una
vivencia del orden del amor que, lejos de experimentarse en forma de vacío,
se experimenta como un sentimiento fuerte de plenitud. Más que ausencia de
algo, es presencia de Alguien. Una experiencia inefable, que los que la viven
difícilmente consiguen expresar.
Tal proceso no lleva a la angustia del puro vacío, sino al gozo de la posesión
de algo infinitamente superior. No hay intervalos de pura nada entre estos dos
momentos. Es una continuidad de presencias. Ocurre que, a medida que el
contemplativo avanza hacia la contemplación perfecta, el mismo Espíritu
Santo le va empobreciendo, desprendiendo de multitud de cosas en su entorno
exterior y en su interior. Se va dando en él incluso la suspensión de las
facultades internas y va pasando de la actividad a la pura pasividad. Y llegado
este momento, dice San Juan de la Cruz, "el alma gusta de estarse a solas con
atención amorosa a Dios sin particular consideración, en paz interior, quietud
y descanso, y sin actos ni ejercicios de las potencias, memoria, entendimiento
y voluntad" (Subida al M.C.,II,13,2,3 y 4).
62 - La POBREZA EN LA BIBLIA
La pobreza en la Biblia
Por Vicente Borragán
1. VOCABULARIO DE LA POBREZA
En griego existen dos palabras para designar a los pobres: penes y ptojós.
Penes (de la misma raíz que ponos = carga) es aplicado a la clase trabajadora,
a los pequeños terratenientes, a gente que tiene que trabajar duramente para
poder vivir. En el N.T. sólo aparece una vez (2 Co 9,9, cita del Sal. 112.9).
Hasta el s. X a.C., el nivel de vida fue casi idéntico para todos los hombres de
Israel. A partir del reinado de Salomón se produjo una gran transformación en
la sociedad israelita. Los oficiales y funcionarios del reino comenzaron a
enriquecerse. La antigua igualdad social y económica se rompió para siempre.
Aparecieron las clases sociales, la explotación de los pobres por parte de los
ricos. Así comenzó a plantearse el problema pobreza-riqueza tan importante
en el Antiguo Testamento.
Tal como fue evolucionando la historia del pueblo de Dios se podía ver con
claridad que la pobreza no tenía que ser necesariamente una fatalidad. En ella
intervienen los hombres. Son ellos los que la causan y la mantienen, los que
tuercen el juicio y venden al pobre por un par de sandalias (Am 8, 6). La
pobreza de los pobres no podía ser un castigo de Dios ni la prosperidad de los
ricos una bendición del Altísimo. Si hay pobres es porque hay hombres que
son víctimas de otros hombres, que pisotean sus derechos y los vejan.
Los profetas denunciaron todo tipo de abuso contra las clases humildes del
país, señalando con el dedo a los culpables. Se alzaron como campeones de
los desheredados, condenando el comercio fraudulento y la explotación (Os
12, 8; Am 8, 5; Mi 6, 10; Jer 5, 27;6, 12 etc.); el acaparamiento de las tierras
(Mi 2, 1-3; Ez 22, 29; Hab 2. 5-6); el abuso del poder y la perversión de la
justicia (Am 5, 7; Is 10, 1; Jer 22, 13-17; Mi 3, 9-11); la violencia de las clases
dominantes (Am 4, 1; Mi 3, 1-2; Jer 22,13-18); la esclavitud (Am 2, 6; 8. 6;
Neh 5, 1-5): los impuestos injustos, la violencia y el bandidaje.
Ex 22, 24; Lv 25, 35-37: prohibición del préstamo a interés (el interés es como
un "mordisco" al hermano).
Ex 23,11; Lv 25, 2-7: reposo de la tierra cada siete años para que los pobres
puedan comer.
Lv 25, 8-19: legislación sobre el año jubilar, que llevaba consigo la liberación
de todos los habitantes del país, el reposo de la tierra, la recuperación del
patrimonio familiar, etc.
Y Dios no permanece inactivo o silencioso ante ese espectáculo. Dios vela por
ellos y manda que sus fieles se cuiden de ellos (Is 61, 13; 29, 18-19; 35, 3-6;
49, 10-13; Jer 31, 8-9; Ez 34; Dt 25, 18; Is 58, 6-7; 58, 9-10; Job 24, 2-11; 22,
6-9; 29, 12-17; Ecli 4, 1-4; etc.). Dios les ama y quiere concederles la
salvación y el consuelo.
Dios vigila para que los que ejercen el poder defiendan los derechos del pobre.
Los reyes de Israel y los gobernantes fueron severamente recriminados por no
hacer justicia a los débiles (1 Re 21, 2; 2 Sam 12, 1-4; Jer 21, 12; 22, 3; 22,
13-17; Prov 29, 13-17; Jer 5, 28; Am 2. 67; Is 3, 14-15; Sal 82, 2-4 etc.). Cada
israelita en particular tenía una serie de obligaciones hacia los pobres (Ex 22.
20-26; Lv 19, 33-36; 25, 35- 37; Dt 10, 1 8; 23, 20; 24, 10-13; 15, 7-8; 24, 19-
21). Si se quiere ser grato a Dios hay que imitar su conducta. Dios protege a
los débiles. Los hombres deben hacerlo también.
Un buen día del año 28, probablemente, Jesús de Nazaret, que iba seguido por
una gran multitud, subió a un pequeño monte y comenzó a enseñar. Y las
primeras palabras que salieron de sus labios fueron ocho palabras de felicidad.
Con ellas marcó a los ciudadanos del reino de los cielos, invirtiendo todas las
categorías humanas. Así comenzó la Buena Nueva.
El texto original, tal como aparece en Lucas, no contiene ninguna nota moral.
No habla de las disposiciones de los pobres en favor de Dios, no se dice que
sean justos o que se apoyen en su palabra. Puede ser que efectivamente sean
buenos, pero el acento de las palabras de Jesús no recae sobre su bondad, sino
sobre las disposiciones de Dios en favor de ellos.
Sí, esto parece cierto. Las palabras de Jesús no parten como lo ha hecho notar
perfectamente D. Jacgues Dupont, de la psicología del pobre sino de la
psicología de Dios. Dios debe, como rey supremo, hacer justicia a los pobres.
¡Está en juego su honor! Y está también en juego la idea que nos hacemos de
Dios. Dios no es un excelente contable que calcula, mide, reparte premios o
castigos de acuerdo con méritos o pecados. El Dios anunciado por Jesús no es
un contable perfecto sino un Dios inmenso que se caracteriza por su ternura en
favor de los más desgraciados, que tiene a gala dar la felicidad a los pobres,
que toma partido en su favor. Bienaventurados los pobres. De ellos es el reino.
Dios les ha concedido un privilegio enorme y nosotros no podemos discutirle
a Dios sus motivos. Una inmensa esperanza y alegría se abre para la
?humanidad de todos los tiempos. ¡Dios es así de maravilloso!
Las bienaventuranzas contienen una paradoja que hay que tomar muy en
serio: los pobres poseerán el reino, los hambrientos serán saciados, los
afligidos serán consolados. La felicidad es prometida a situaciones que el
mundo juzga como desastrosas. Las predilecciones de Dios van hacia esos
seres a quienes la sociedad, los hombres, consideran como pequeños, sin
importancia, despreciables. El motivo de su privilegio está en Dios y no en
ellos mismos. Dios es rey y les hará justicia.
Esa es la alegre noticia para el mundo. Dios está de parte del pobre. Dios no es
neutral. Estar de parte de los pobres es estar de parte de Dios. Si se quiere
saber de qué lado está Dios hay que ponerse siempre de parte de los pobres.
¿Por qué se expresó una actitud del alma con el término pobreza? No lo
sabemos con precisión. Los autores sagrados podrían haber escogido otras
palabras. A la base de la elección del término puede estar la afirmación del
señorío de Dios sobre todo, que es la espina dorsal de Antiguo Testamento. La
actitud de sus adoradores tenía que ser la de un profundo respeto y
acatamiento, la de una obediencia y humildad total, disposiciones que hallan
su expresión en la idea de pobreza. Una serie de pruebas nacionales, además,
hicieron del alma judía un alma esencialmente dolorosa y atormentada,
incapaz de hallar la esperanza y el descanso sino en Dios. La pobreza llegó a
ser sinónimo de religión y el pobre de justo y piadoso.
LA APERTURA A DIOS
La denuncia profética contra los ricos había preparado el camino para dar ese
paso. Los pobres eran atropellados. Su pobreza no podía ser un castigo de
Dios. Los ricos vejaban al pobre, le explotaban. Su riqueza no gozaba del
beneplácito de Dios. El rico, el explotador, se fue convirtiendo, poco a poco,
en el símbolo del impío, del orgulloso, del que se aleja de Dios, se burla de
sus planes, quebranta la alianza. El pobre, por el contrario, se fue convirtiendo
paulatinamente en aquel que pone en Dios su esperanza. El término "pobreza"
adquirió definitivamente un sentido espiritual. El libro de los Salmos nos
ayuda a precisar la actitud de los pobres de Israel: es el que conoce a Dios y le
busca, espera en él y le teme, observa sus mandamientos y se apoya en su
palabra; es el que mira a Dios, se acoge a él; es el santo, el justo, el de corazón
contrito, es el siervo, el que confía por completo en Dios (Sal 34).
Hay una pobreza material, la del hombre de condición modesta, y una pobreza
espiritual, la de aquellos hombres que son los "benditos de Dios", sus fieles y
sus clientes, los que lo ponen todo en sus manos. Pobreza espiritual significa
una abertura, una disponibilidad y una entrega sin límites a Dios. Es una
actitud libre, una decisión vital, una opción. Y quizás y antes que todo eso un
gran don que Dios da al hombre. Se diría que no es pobre quien lo desea sino
aquel a quien Dios le da el poder de serlo, a quien el Señor abre el corazón y
le capacita para la respuesta y la entrega. De todas las maneras, el hombre no
es un sujeto puramente pasivo: acepta su pobreza, acepta su dependencia, la
desea con su alma, la convierte en su estilo de estar ante Dios. La pobreza de
espíritu se convierte en un compromiso a no apoyarse en los bienes de la
tierra, a no buscar en ellos la seguridad, en una renuncia a toda consistencia
humana hecha en función de una adhesión a Dios.
LA GRATUIDAD DE DIOS
La pobreza de vida, como la del corazón, es una obra del amor. El Señor nos
invita a moderar nuestros apetitos, a no buscar en la ganancia ni en el dinero el
mayor atractivo de nuestra vida ni en la comodidad nuestro tesoro, a no buscar
nuestra seguridad en los bienes de esta tierra, que son como flor de campo, a
no olvidar jamás que el sentido final de nuestra vida está en Dios.
Y volví a salir del templo en busca de humildad. Era verdad, era verdad. Yo
había llevado una vida de penitencia, pero los hombres lo sabían bien y me
honraban... y a mí me complacía. Ahora procuré hacerme despreciar de todos.
Busqué humillaciones sin cuento. Hice que me trataran como al polvo del
camino. Y volví al templo a extender mis manos ante Dios. ¡Mira tus manos!
¡Todavía están llenas de tu humildad!... No quiero ni tu humildad ni tu
orgullo. Quiero tu nada.
63 - KOINONIA 63
EL TITULO
Quizá serían más apropiados otros títulos como: "La expansión del
Evangelio", "El avance de la salvación", "La Iglesia, manifestación de la
salvación de Dios", etc.
De este modo podemos señalar varias ideas fundamentales que nos quiere
transmitir el autor con su obra:
a) La Iglesia es el fruto de la glorificación de Cristo y del don del Espíritu.
Lo único que podemos afirmar claramente del autor de los Hechos es que no
tiene un conocimiento claro de la geografía de Palestina, escribe para
paganocristianos, no conoce las cartas de S. Pablo, no conoce suficientemente
su teología y pertenece a la segunda o a la tercera generación cristiana. Si ha
conocido y hasta colaborado con Pablo, lo ha realizado de una forma
superficial. Su escrito se debe situar cronológicamente entre el año 80 y 90.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos da una serie de datos sobre los
problemas de las primeras comunidades. Por las cartas de S. Pablo conocemos
la crisis de los gálatas por causa del tema de la circuncisión, las tensiones en la
comunidad de Corinto causadas por exaltados, las dificultades de los
tesalonicenses motivadas por la espera inmediata del Señor, las discusiones de
Pedro y Pablo en Antioquía, etc. El libro de los Hechos nos habla también de
las tensiones en la comunidad de Jerusalén que llevó a la elección de los Siete
(6, 1-6), la falta de solidaridad del grupo palestinense con el grupo helenista
(8, 1), la oposición a Pedro después del bautismo de Cornelio (11, 1-3), la
oposición a la predicación de Pedro y Bernabé (15, 1- 2), la unidad
conseguida en la asamblea de Jerusalén (15, 6-31), la separación de Pablo y
Bernabé por causa de Marcos (16, 36-41).
"Esta es tal vez la gran lección del libro para el lector moderno: que la Iglesia
no puede vivir cerrada en sí misma ni preocupada por sí misma; su esencia es
ser instrumento de Cristo para la salvación de los hombres, y lo mismo su
organización que sus problemas han de ser resueltos mirando a la eficacia de
su misión, única razón de su existencia."
Un buen esquema es una gran ayuda para leer un escrito. Es como una guía
que nos acompaña por la aventura espiritual que supone el ponerse a la
escucha de la Palabra de Dios.
INTRODUCCION:
PRIMERA PARTE:
b. Esteban:
• Arresto de Esteban (6, 8-15).
• Discurso de Esteban (7, 16-53).
• Muerte de Esteban (7, 54-8,la).
• Persecución (8,lb-3).
a. Felipe:
• Felipe en Samaría (8, 4-25).
• Felipe y el etíope, camino de Cesarea (8,26-40)
b. Saulo:
• Conversión de Saulo (9, 1-19).
• Saulo en Damasco y en Jerusalén (9, 20-31).
c. Pedro:
• Pedro en la costa: curación de Eneas (9, 32-43).
• Pedro en Cesárea:
• Pedro y Cornelio (10, 1-33).
• Discurso de Pedro (10, 32-48).
• Pedro informa a la Iglesia de Jerusalén (11, 1-18).
IV. La apertura de la comunidad de Antioquía: los paganos (11, 19-14,28)
SEGUNDA PARTE:
TERCERA PARTE:
l. ¿Qué relación hay entre Cristo y la Iglesia? ¿Se puede hacer un paralelismo
entre la Encarnación y la presencia de Cristo resucitado en el mundo a través
de la Iglesia? ¿Cuál es el significado del paralelismo de S, Lucas entre la
Anunciación y Pentecostés?
EL “SERVICIO SACERDOTAL”
en el gozo del Espíritu Santo
por Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S
Pero éste su servicio debe realizarlo en el gozo y la alegría, porque "Dios ama
al que da con alegría" (2Co 9,7).
Ahora bien, servir es "dar", más aún, servir es "darse", es entregarse uno
mismo a los demás. Uno de los cuadros evangélicos más expresivos del
"servicio como donación de la persona" es aquel tan conocido, que leemos en
San Marcos, cuando Santiago y Juan tienen el atrevimiento y la osadía de
pedir para sí mismos estar a la derecha y a la izquierda de Jesús en su gloria
(Comparar con Mt 20,20 donde se dulcifica la escena, siendo la madre de los
hijos de Zebedeo quien hace la petición).
El pasaje termina con esta recomendación de Jesús: "Sabéis que los que son
tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y los
grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino el
que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que
quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el
Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
redención por muchos" (Mc 10, 42-45).
1. Dios
Dios es amor, y es propio del amor "dar". Dos son los "regalos" que nos ha
hecho el Padre, porque nos ama: el don de su Hijo y el don del Espíritu Santo,
y al dar esos dones, él mismo se nos da y viene a nosotros.
2. Jesús.
Los Evangelios nos enseñan cuantas cosas nos dió Jesús, pero sobre todo nos
muestran cómo:
-Se dió a sí mismo hasta la entrega de su propia vida, en la libertad y en la
obediencia, ¡admirable consorcio de "obediencia en la libertad" y "libertad en
la obediencia"! "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla
de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente Tengo poder para
darla y poder para recobrada de nuevo; ese es el mandato que he recibido de
mi Padre" (Jn 10, 17-18)
-Dió su vida por amor: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado.
Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 12-13;
1 Jn. 3, 16); llevando a cabo así una obra que su Padre le había encomendado:
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su
obra" (Jn 4, 34; cf. 17, 4).
3. Pablo de Tarso
A los presbíteros de Efeso les decía: "Yo de nadie codicié plata, oro o
vestidos. Vosotros sabéis que estas manos proveyeron a mis necesidades y a
las de mis compañeros. En todo os he enseñado que es así, trabajando, como
se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presente la palabra del
Señor Jesús que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir" (Hch 20, 33-
35).
A los cristianos de Corinto, quienes tanto le habían hecho sufrir. les escribió:
"Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré a mí mismo
totalmente por vuestras almas. Amándoos más ¿seré yo menos amado? (2Co
12, 15).
1. El buen pastor
"Dar vida" según los tres campos de la misión del presbítero; campos que no
se dan ni separados ni aislados, sino que se conjugan y complementan:
ministros de la Palabra de Dios, ministros de los sacramentos y de la
Eucaristía, y conductores del pueblo de Dios (Presbyterorum ordinis 4-6)
Que no suceda lo que pasó en tiempos de los profetas. Oseas escribió: "Perece
mi pueblo por falta de conocimiento. Ya que tú has rechazado el
conocimiento, yo te rechazaré de mi sacerdocio" (Os 4, 6). "Porque yo quiero
amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos" (Os 6, 6). Y
Malaquías dice: "Los labios del sacerdote guardan la ciencia, y la Ley se
busca en su boca; porque él es el mensajero del Señor Sebaot; pero vosotros
os habéis extraviado del camino... “(Mal 2, 7-8).
Hay que formularse un ideal: "dar santos a Dios". ¡Qué paradoja! Actualmente
son muy numerosas las personas que oran diariamente y entregan su vida
pidiendo a Dios sacerdotes santos. ¡Ojala lo alcancen! Pero, me pregunto:
¿Los sacerdotes tenemos el mismo interés respecto de las almas que Dios nos
ha confiado? ¿Oramos y trabajamos suficientemente, y dirigimos a nuestros
cristianos espiritualmente a fin de presentarle al Señor un buen grupo de almas
santas?
¿Qué hacer y cómo hacer para adquirir las "cualidades" necesarias para que un
servicio sacerdotal sea fecundo?
Ese manantial es el Espíritu Santo y esas cualidades son algunos de los frutos
de su habitación y de su acción en nosotros (Ga 5, 22). Si lo hacemos así, todo
"servicio" cambiará. Será como el servicio de Jesús:
Así también, la obediencia sacerdotal llena de amor y de alegría debe ser hasta
la muerte, hasta la entrega de la vida, en la donación silenciosa, callada,
secreta, desconocida, monótona de cada día.
64 - KOINONIA 64.
La escucha de la Palabra
por Violaine Aufauvre
Vamos a considerar las múltiples razones que nos hacen entender mal la
Palabra de Dios en nuestras asambleas de oración. Para mejor estudiarlas
distinguiremos tres planos: biológico, psíquico y espiritual; pero es importante
no olvidar que el hombre es único. Tenemos un sólo dinamismo vital que es a
la vez biológico, psíquico y espiritual.
2. POCA VOZ. No tenemos todos una voz que arrastre. Es mi caso. Tal vez
pueda hacerse un aprendizaje, una reeducación. Pienso en una persona que
hablaba entre dientes y a media voz; sencillamente le pedimos que levantase
la cabeza y hablase de frente. Es un detalle pequeño, pero tiene más
importancia de lo que parece.
1. LA RACIONALIZACION.
Se manifiesta sutilmente bajo formas diversas. Por ejemplo, la obligación de
encontrar el "hilo rojo" de la asamblea de oración.
Esta enfermedad espiritual es muy grave porque lleva a un juicio que mata la
vida. Es desconocer el misterio de la Trinidad que se da entre nosotros en una
relación de amor. Una relación de amor rara vez es lógica. El amor se da a
personas en las que hace brotar la vida. Testimoniar esta vida que nos ha sido
dada es lo que hay que decir al finalizar una asamblea de oración. Pero
intentar explicar gracias a un "hilo rojo" como se ha dado Dios, no es seguro
sea siempre manantial de vida.
Ysin embargo los carismas deben ser reconocidos. ¿Cómo sabré si tengo tal o
cual carisma? ¡Basta ejercerlo! No hay que detener el carisma que nace en ti,
ejércelo. Por ejemplo, si una persona os pide recéis por su curación, orad
según su deseo. Si se cura reconoced que en ti se ha ejercido un carisma de
curación.
Evoquemos al Buen Pastor. Cristo, buen pastor, ¿no toma el último lugar? De
hecho un pastor va tras las ovejas; no va delante sino cuando debe guiarlas.
Cada oveja debe dejar brotar de ella, la vida, vida de caridad, vida carismática
que el Espíritu le ha dado. Pero no podrá dejar brotar esta vida si el pastor no
la anima. El pastor es aquel que asegura, que acoge, que tiene actitudes de
padre y madre; anima a cada hermano y hermana para que pueda expresar la
vida del Espíritu que habita en su corazón; es él quien ayudará al que recibe
un carisma de profecía a no temer exponerlo. Sueño con un pastor que actúa
con una delicadeza maravillosa. En su grupo, había una persona ligeramente
trastornada; ella lo sabía y tenía suficiente humildad para reconocerlo.
Alguien le dijo que su oración le había reconfortado, ella fue a encontrar al
pastor y le dijo: "No me atrevo a decir lo que llevo en el corazón porque sé
que estoy un poco desequilibrada". El pastor le respondió: "Durante la
asamblea de oración ponte a mi lado; si noto que en lo que dices te pasas de
raya te daré un codazo". Esto parece sin importancia, pero desde entonces,
esta persona tiene una oración llena de vida para muchos. El pastor le da
sencillamente un codazo cuando se excede algo en las palabras. He ahí la
actitud del buen pastor, ser servidor para que la vida que alberga el corazón de
un hermano o de una hermana pueda brotar y hacer crecer la asamblea.
La catequesis mistagógica
En los primeros siglos del cristianismo, la semana que seguía a la Pascua era
el tiempo en que el Obispo desarrollaba la catequesis mistagógica, llamada así
porque servía para introducir (ago, en griego) al conocimiento de los misterios
(los sacramentos).
La unción-consagración
Uno de los misterios que era explicado a los neófitos durante esta semana, era
el de la unción, la actual confirmación, que en aquel tiempo era conferida
inmediatamente después del bautismo, en el contexto de los ritos de la
iniciación cristiana. S. Cirilo de Jerusalén explicaba así esta unción:
"Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo habéis recibido una naturaleza
semejante a la del Hijo de Dios. Hechos partícipes de Cristo, no son llamados
indebidamente cristos, es decir, ungidos (consagrados). Os habéis convertido
en consagrados cuando habéis recibido el signo del Espíritu Santo. Mientras el
cuerpo era ungido con el Óleo invisible, el alma era santificada por el santo y
vivificante Espíritu" (Cat. misto 3, 1-3).
Israel, como pueblo, es consagrado al Señor y, como tal, diferente de todos los
otros pueblos: "Tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios; él te ha
elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los
pueblos que hay sobre la faz de la tierra. No porque seáis el más numeroso de
todos los pueblos se ha prendado el Señor de vosotros y os ha elegido, pues
sois el menos numeroso de todos los pueblos, sino por el amor que os tiene"
(Dt 7, 6-8a).
Para entender este gesto, hay que recordar que el aceite, para los antiguos, es
un elemento buscado y precioso. Un salmo menciona el aceite que hace brillar
el rostro del hombre, junto al vino que alegra su corazón y el pan que sostiene
su vigor (Sal 104, 15).
Con él se ungían las personas para ser hermosas en el rostro y los luchadores
para ser ágiles y rápidos en la lucha. No extraña, pues, que este elemento haya
sido tomado en la esfera religiosa para significar la dignidad y la belleza
conferidas por el contacto con Dios y que se haya convertido en símbolo del
Espíritu Santo.
"Vosotros habéis recibido la unción que viene del Santo", escribe a su vez S.
Juan (1Jn 2, 20). Por esto todos los cristianos han sido consagrados o
santificados, es decir declarados y hechos santos, para servir a Dios: "Habéis
sido (¡en el bautismo!) lavados, habéis sido santificados" (1 Co 6, 11).
Cristo, el Ungido
Pero ¿qué significa decir que los cristianos han sido consagrados? ¿Qué clase
de unción han recibido? Para descubrirlo debemos partir de Jesús que es el
primer consagrado, aquel a quien tendían todas las consagraciones conferidas
en la antigua alianza. El nombre mismo de Mesías, en griego Christos y para
nosotros Cristo, significa Ungido, Consagrado.
La tarde misma de Pascua Jesús sopló sobre los discípulos y dijo: "Recibid el
Espíritu Santo" (Jn 20, 22). Entre nosotros y el Espíritu Santo había tres muros
de separación: la naturaleza, el pecado y la muerte. Jesús ha derruido el primer
muro, uniendo en sí, en la encarnación, la naturaleza divina y la naturaleza
humana, el Espíritu y la carne; ha derruido el segundo muro, el pecado,
muriendo en la cruz por los pecados; y el tercer muro, la muerte, resucitando
de los muertos.
En la Iglesia -que es, por excelencia, el lugar donde los hermanos viven
unidos- se realiza esta hermosa imagen usada por el salmista.
Cristianos, es decir, ungidos
En su bautismo, Jesús fue ungido sobre todo como rey para luchar contra
Satanás e instaurar el reino de Dios. En el Antiguo Testamento los reyes eran
ungidos para combatir en batallas materiales, contra enemigos visibles: los
cananeos, los filisteos, los amorreos... En el Nuevo Testamento Jesús es
ungido con la unción real para combatir en batallas espirituales contra
enemigos invisibles: el pecado, la muerte y aquel que tenía el dominio de la
muerte, Satanás.
En segundo lugar, Jesús fue ungido como profeta para anunciar la Buena
Nueva a los pobres. El se aplica a sí mismo las palabras con que Isaías
describe su consagración como profeta: "El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto me ha ungido el Señor, a anunciar la Buena Nueva a los pobres me
ha enviado" (ls 16, 1 y Lc 4. 18).
Como reyes, los cristianos son ungidos para luchar contra el pecado, para que
no reine más el pecado en su carne (cf. Rm 6, 12) y contra todos los enemigos
espirituales y en primer lugar contra Satanás; son ungidos para el combate
espiritual (cf. Ef 6, 10-20).
Son consagrados como profetas, en cuanto son llamados a proclamar las obras
maravillosas de Dios (cf. 1P 2, 9), a evangelizar.
Sacrificio viviente es la vida de una madre gastada en mil pequeñas cosas por
los hijos y la familia; sacrificio viviente es la jornada de un trabajador: no se
aliena y no se consume en el vacío por los otros, su sudor no cae en tierra,
sino que sube hacia Dios.
Sacrificio viviente son los días, muchas veces tan solitarios, del anciano; su
edad no es una edad inútil si es vivida así, sino preciosa a los ojos del Señor.
¿Para qué Dios nos ha dado la vida y el ser, sino para que tengamos algo
precioso en nuestras manos para ofrecerle y dárselo como don? En la vida
ocurre como en la Eucaristía. En la Misa ofrecemos a Dios en sacrificio aquel
pan que hemos recibido de su bondad:
"Este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, -decimos en el ofertorio-
que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos."
Hemos sido consagrados todos los sacerdotes para restituir en don a Dios
nuestra vida, quemarla ante él como incienso de suave olor. Del hacer algún
sacrificio en la vida, se pasa, en esta perspectiva, a hacer de la vida un
sacrificio. En la Imitación de Cristo encontramos esta hermosa oración con
que renovar la ofrenda a Dios de nuestra vida: "El cielo y la tierra con todo lo
que contienen tuyos son, Señor. Por mi parte, ansío hacerte voluntaria
donación de todo mí ser y ser tuyo por siempre. Señor, con sencillez de
corazón me consagro hoy a ti y hago profesión de ser siempre tu siervo como
víctima de sacrificio y de perpetua alabanza. Acéptame juntamente con esta
sagrada oblación de tu precioso cuerpo" (IV, 9).
70 - KOINONIA 70.
Alegraos
(Flp 3,1)
Por Rodolfo Puigdollers
S. Pablo a los Filipenses
Pablo da gracias a Dios cada vez que se acuerda de los Filipenses, rogando
siempre y en todas sus oraciones con alegría por todos ellos a causa de la
colaboración que han presentado al Evangelio desde el primer día (1, 3-5)
Esta colaboración de los Filipenses no es tanto los socorros pecuniarios de que
hablará más adelante (4.14- 16), cuanto el haber acogido la Buena Nueva y
haberla hecho vida.
La alegría es Cristo
La alegría colmada
Alegraos en el Señor
LA ORACION
Por Rosa Mª. Serra
¿Qué es orar?
Orar es escuchar a Dios. Orar es ponernos ante Dios, mirarlo y dejarnos mirar.
Orar es hablar con Dios, como con un amigo. Orar es salir de uno mismo, es
la preparación para encontrarnos cara a cara con Dios.
Del mismo modo que para hacer un pastel y quede bueno no puede faltar
ningún ingrediente, nos podemos preguntar qué ingredientes hemos de poner
para hacer oración. Nos ayudará utilizar algún salmo, y a partir de aquí ir
repitiendo las frases que nos gusten más o las que más entendamos. E irlas
repitiendo.
También nos puede ayudar las lecturas del día. Tomar algún canto conocido.
También nos ayudará a entrar en oración, empezar alabando a Dios por todo.
Un rato de nuestra oración ha de estar ocupado por presentar ante el Señor
nuestra familia, los hermanos de fe. Todos estos ingredientes son para
ayudarnos a hacer oración personal, sobre todo. Pero por ahí se empieza. Si
estamos acostumbrados a hacer oración personal, la oración comunitaria sale
sola.
Nos cuesta a todos encontrar un rato para el Señor. Es verdad que todos
tenemos muchas obligaciones, llevamos una vida agitada, pero pongámonos la
mano en el corazón al final del día y preguntémonos: ¿realmente no he tenido
ni un minuto para el Señor?
Nos pasa como a aquellas parejas que hace años que viven juntos, uno al lado
del otro, pero cada uno hace su vida y no han descubierto aún la alegría, los
valores del otro.
Nuestra oración no será un acto aislado en la vida, sino que oraremos en todas
partes, en todo momento, por todo y con todo. Cuando ha entrado en nuestra
vida el gusanillo de la fe y todo lo que esto comporta de buenas obras, perdón,
hacer en cada momento la voluntad de Dios, etc., la oración no puede
abandonarse.
Todo esto sólo podremos hacerlo con el Espíritu Santo que está en nosotros.
Tomarlo bien fuerte de la mano y dejarnos conducir por él. Esto lo podemos
entender mediante un ejemplo gráfico. Si queremos ir de Barcelona a Lugo,
podemos ir andando utilizando nuestras fuerzas. También podríamos ir a
caballo, y nuestro esfuerzo consistiría en mantenernos agarrados fuertes sobre
el caballo para no caer. El hace el esfuerzo más grande y nosotros estamos
encima. En la vida de fe hemos de poner algo de nuestra parte, pero no
podemos hacer nosotros todo el esfuerzo. Nos podemos aguantar sobre el
caballo sin caer gracias al Espíritu Santo que nos ayuda a caminar.
Frutos de adoración
Todas las personas tenemos, desde que nacemos hasta que morimos, un
camino que hemos de recorrer; unos fácil, otros no tanto. A lo largo de este
camino la vida nos tiene preparadas muchas sorpresas. Suerte que vienen poco
a poco, porque si desde un principio supiésemos todo lo que hemos de vivir,
muchos ya lo dejarían.
El ser humano tiene un alma, inteligencia y libertad. La vida cada uno puede
enfocarla como quiere, para eso tenemos la libertad, y el Señor nos deja bien
libres. Pero como nosotros somos privilegiados y hemos recibido la gracia de
la fe, nuestras vidas tienen un sentido nuevo, un sentido renovado.
Los frutos de la oración son: paz, paciencia, valentía, fuerza para la lucha,
caridad, humildad, amor hacia los demás, etc.
En efecto, gran parte del ministerio del Señor se dedicó a sanar a los hombres
del pecado, del odio, del miedo y de los demás males que los mantenían
interiormente enfermos. Si borrásemos del Evangelio la maravillosa sanación
interior que efectuó el amor de Jesús en muchas vidas, suprimiríamos muchas
páginas y de las más admirables.
En su tiempo, como ahora, existía el odio racial. "Los judíos y los samaritanos
no se trataban" (Jn 4, 9). Este odio impedirá que la samaritana obsequie a
Jesús el poco de agua que le pide. "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber
a mí, que soy samaritana?" (Jn 4, 9).
Pero Jesús no odiaba a los samaritanos; los amaba, como amaba sus hermanos
los judíos. Por eso no reacciona con agresividad ni dureza contra esta mujer
despectiva. Al contrario, ofrece el agua del Espíritu a quien le niega la del
pozo. Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te
dice: dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva".
(Jn 4, 10).
La sanación del odio que separaba a dos pueblos y que sólo pudo ser
efectuada por Jesús está sintetizada admirablemente por San Pablo en su Carta
a los Efesios en estas palabras: "Pues Cristo es nuestra paz, que hizo de los
dos pueblos uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando
en su carne la ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí
mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con
Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la Cruz, dando en sí mismo
muerte a la enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais
lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por él, unos y otros tenemos acceso
al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2, 14-18).
El odio enferma y el perdón sana. Esta es la gran verdad que todos debemos
tener presente en nuestra conducta. Solamente en la medida en que
perdonemos de corazón, esto es, en la medida en que lleguemos a amar al que
nos ha ofendido, sanarán nuestras heridas íntimas. Pero esto no es posible sin
la acción del Espíritu del Señor en nosotros. Sólo El puede capacitarnos para
realizar el anhelo de San Francisco de Asís: "que donde hay odio, ponga yo
amor".
Lo primero que se requiere para esto es que descubramos todo el odio que hay
acumulado en nosotros a lo largo de nuestra vida. Que sepamos en realidad a
quien odiamos y en qué grado. Y esto no es fácil porque muchas veces
creemos que amamos a las personas porque vivimos con ellas, las respetamos,
les prestamos servicios, oramos por sus intenciones: y sin embargo guardamos
resentimientos muy profundos porque nos han rechazado muchas veces.
Perdonemos a Dios
Empecemos por Dios Nuestro Señor ¿No estamos resentidos con El porque
creemos que no nos ama como a los demás y porque ha permitido tal o cual
pena y porque no ha atendido aparentemente la súplica que le hemos hecho
por tal o cual intención? Hay más resentimiento contra Dios en muchas
personas del que creemos. Por eso vemos tantas virtudes negativas en el
campo de la fe y de la oración, y por eso también oímos a veces en los
cristianos ciertas expresiones contra Dios que son verdaderas blasfemias.
Sólo cuando nos miremos en el rostro de Dios podremos cambiar nuestra mala
imagen personal por una digna de un hijo de Dios.
71 - KOINONIA 71
La Renovación
Carismática
Por el P. Yves Congar
El P. Ives Congar es uno de los más grandes teólogos vivos que ha preparado
y asistido como asesor del Concilio Vaticano II. Su obra ha destacado sobre
todo por el acento puesto en la acción del Espíritu Santo y la construcción de
la Iglesia. Editorial Herder hace unos años nos ofrecía la traducción de su
libro "El Espíritu Santo"; recientemente nos ha ofrecido una publicación más
sencilla bajo el título "Llamados a la vida". Se trata de una serie de artículos
de teología y espiritualidad. Nosotros publicamos gran parte del artículo
titulado "Teología del Espíritu Santo y Renovación Carismática" (pp. 107-
116).
¿Y la Renovación carismática?
Muchos de entre vosotros la conocéis y participáis en ella. Recuerdo para los
demás, lo que es, aunque hay excelentes libros que la han dado a conocer:
Wilkerson, los Ranaghan, René Laurentin, el Cardenal Suenens, Monique
Hébrard...
Las reuniones de oración tienen su estilo propio, con el cual se puede estar o
no de acuerdo; también en ellas sucede alguna cosa, no solamente oración o
canto "en lengua", sino palabras que pueden iluminar toda una vida
("profecía") y curaciones espirituales o corporales.
Podemos preguntamos por qué suceden estas cosas allí y parece que no
suceden en otras partes (cosa que habría que ver). Evidentemente, podemos
pensar que hay un entrenamiento, es decir, un condicionamiento del grupo,
unos fenómenos de imitación.
Personalmente, no pertenezco a la Renovación, sin embargo, creo que vivo del
Espíritu Santo que me da también el gusto por la oración y la palabra de Dios.
Con gusto repetiría la oración de San Simeón el Nuevo Teólogo al Espíritu
Santo:
"Ven, tú el Solo al solo, puesto que como ves, estoy solo... Ven, tú que en mí
te has hecho deseo, que has hecho que te desee... ".
Algunas preguntas
Para preparar mis clases del Instituto Católico, he estudiado recientemente los
movimientos que abundaron en el protestantismo, sobre todo en el anglosajón,
durante el siglo XIX. Provienen de aquello que se denomina el Despertar,
cuyos orígenes se remontan a Wesley. Son obra de personas captadas por
Jesucristo y que se consagran a su causa con la intención de convertirle el
mundo: "en esta generación", decía John Mott.
Cristo y el Espíritu
"El Señor es el Espíritu" (2 Cor 3, 17). No es que confunda las personas: hay
una treintena de textos trinitarios en san Pablo; sino que desde el punto de
vista de su operación actual el Señor y el Espíritu realizan la misma cosa, el
cuerpo universal de Cristo.
Para el ecumenismo
Una misma fe
Hay que decir también: en dos dogmáticas, puesto que, entre nosotros por lo
menos, el Filioque tiene valor dogmático. Es grave.
Hermanos, hermanas, os pido que oréis intensamente para que las dos Iglesias
hermanas reciban del mismo Espíritu que las habita y las anima el
reconocimiento de que confiesan la misma fe recibida de los apóstoles, de los
padres y de los concilios que les son comunes.
El sacramento de la Unción
de los enfermos
Por Rodolfo Puigdollers
El sacramento de la unción de los enfermos ha sido visto con una nueva luz
desde el Concilio Vaticano II. En él se nos recordaba que su nombre más
apropiado es el de "unción de los enfermos" y no el de "extrema unción", en
cuanto "no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos
momentos de su vida".
Esta solicitud de la Iglesia por los enfermos está atestiguada por el célebre
texto de la carta de Santiago, considerado como la promulgación de este
sacramento de la unción de los enfermos.
En este texto se señala en primer lugar que la actitud del cristiano debe ir
acompañada siempre de la oración: "¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore.
¿Está alguno alegre? Que cante salmos" (St. 5, 13). Estamos muy cerca de la
exhortación de S. Pablo: "siempre en oración y súplica, orando en toda
ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por
todos los santos, y también por mí" (Ef. 6, l8-l9a). El cristiano debe vivir
siempre en la oración, personal y comunitaria, sea en los momentos de
sufrimiento, sea en los momentos de alegría.
Sufrimiento y alegría indica aquí toda la vida. Son los "gozos y las esperanzas,
las tristezas y las angustias" de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de
los pobres y de cuantos sufren, que -como indica el Concilio- son a la vez
"gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo".
Se trata en primer lugar de una unción que sumerge en aquel Espíritu que es el
perdón de los pecados, en el misterio de la salvación que nos llega por la
muerte y la resurrección de Cristo. Como dice el Concilio de Trento, se trata
de "la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es que aún
quedan algunos por expiar, y las reliquias del pecado". Para el cristiano la
salvación, es en primer lugar la purificación interior, la unión profunda a
Cristo.
Y te conforte en tu enfermedad
La salud
En la primera oración (n" 144) se indica: "Te rogamos, Redentor nuestro, que
por la gracia del Espíritu Santo, cures el dolor de este enfermo, sanes sus
heridas, perdones sus pecados... ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo y de
su alma y le devuelvas la salud espiritual y corporal, para que, restablecido
por tu misericordia, se incorpore de nuevo a los quehaceres de su vida". En
otra oración (n" 145) se pide: "reconforta y consuela con tu poder a quien
hemos ungido en tu nombre con el óleo santo, para que levante su ánimo y
pueda superar todos sus males, y ya que has querido asociarlo a tu Pasión
redentora, haz que confíe en la eficacia de su dolor para la salvación del
mundo". En la unción de un anciano se indica (n" 146): "concédele que,
confortado con el don del Espíritu Santo, permanezca en la fe y en la
esperanza, dé a todos ejemplo de paciencia y así manifieste el consuelo de tu
amor". En la oración por uno que está en peligro grave se pide (n" 147):
"aviva en él la esperanza de su salvación y conforta su cuerpo y su alma".
Cuando se administran conjuntamente la unción y el viático (n" 148): "alívialo
con la gracia de la santa unción y reanímalo con el Cuerpo y la Sangre de tu
Hijo, viático para la vida eterna". Finalmente, para uno que está en agonía se
pide (n" 149): "se vea aliviado en su cuerpo y en su alma, obtenga el perdón
de sus pecados y sienta la fortaleza de tu amor".
El Cristo sufriente
Hay que evitar reducir la unción de los enfermos a un perdón de los pecados o
a una oración de curación física. Como dice el Ritual:
72 - KOINONIA 72.
Vocación carismática de la
existencia humana
Por Paul Lebeau, S.J.
Hay que subrayar que al enunciar este doble criterio, S. Pablo pasa del actuar
a la persona. Transpone a la persona de cada cristiano la capacidad simbólica,
que, como los Corintios, reconoce en ciertos modos de acción: "en un solo
Espíritu hemos sido bautizados para no ser más que un cuerpo" (12, 13a), es
decir, para manifestar juntos simbólicamente el misterio de Cristo en este
mundo. Todo el desarrollo que sigue a continuación se sitúa en esta
perspectiva; y cuando al concluir el capítulo 12, Pablo vuelve a tomar la
enumeración de los carismas característicos de Corinto, haciéndolos preceder
de la mención de los tres ministerios fundamentales que se ejercen en esta
época, en las iglesias paulinas, son, una vez más, las personas las que designa:
"los que Dios puso en la Iglesia son, primeramente, los apóstoles, luego los
profetas, en tercer lugar los maestros" (12, 28).
En un escrito posterior, la carta a los Efesios, los "dones" (domata) que Cristo
subido al cielo hace a su Iglesia, para hacer de ella "un solo Cuerpo y un solo
Espíritu" (4, 4), son igualmente identificados con las personas que ejercen un
ministerio: "él mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a
otros como evangelizadores, a otros como pastores y maestros" (4, 11). El
significado de este texto es claro: los dones de Dios, los carismas, no son
sobreañadidos a la persona que es llamada a ejercerlos: forman parte de ella,
se desarrollan a partir de lo que ella es en su originalidad humana y
sobrenatural, según la vocación simbólica que le es propia.
Toda persona tiene así, por su parte, la vocación de significar que, en Cristo,
Dios ha visitado a su pueblo, y de anunciar la revelación de la Gloria futura
(cf. 1 Co 1, 7).
Fragilidad carismática
Implícitamente, el verbo empleado aquí por dos veces por S. Pablo, así como
el sustantivo "manifestación", phanerosis, en el v. 2 hace referencia a la
"definición" del carisma que hemos identificado en 1 Co 12, 7: 'El Espíritu da
cada uno el manifestar ( a Cristo) para el bien de todos". No es sin sentido que
este texto de 2 Co 4 sea citado por el Decreto sobre Ecumenismo del
Vaticano II, en el párrafo que compromete a los católicos en la humildad
ecuménica (nº 4): "Deben, cada uno según su condición, de esforzarse en
hacer que la Iglesia, llevando en su cuerpo la humildad y la mortalicación de
Jesús, se purifique y se renueve cada día".
El poder en la debilidad
Constatación siempre actual, tal como observa E. Dussel (8): "El peligro de
muerte" que contiene la vocación carismática en su nivel profético, como era
el caso de los cristianos en los circos, y como es aún el de millares de
cristianos que soportan hoy en día por su fe la cárcel, la tortura y la muerte,
forma parte de la esencia de la praxis carismática. El justo perseguido realiza
la gloria del Altísimo".
La profecía
"Decir la gloria"
Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, esta revelación doxológica del
misterio de Jesús está destinada a repercutir en el testimonio que la Iglesia
debe dar a este misterio, a través de la historia y en todas las lenguas de la
humanidad: "Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de
Dios" (Hch 2, 11).
Es de notar que todas las cartas de Pablo, excepto la escrita a los Gálatas,
empiezan con una oración de acción de gracias y de alabanza, y es en el
interior mismo de su oración litúrgica, en la eucaristía, que esta vocación
doxológica de la Iglesia no cesa de ejercerse: "Es verdaderamente justo y
necesario ?glorificarte, Señor, en todo momento ... "
Tal como lo expresa una autoridad en oración judía, el rabino Ismar Ellogen
(9): "El tipo fundamental (Grundform) de la oración (judía) es llamado
beraká... Beraká viene de berak que significa primitivamente "caer de
rodillas", luego toma el sentido de "bendecir", para acabar finalmente con el
significado de "alabar" "glorificar a Dios".
Queda que el verbo berak tiene un sentido preñante, particularmente rico, que
le distingue netamente de sus sinónimos, como del uso "profano", no bíblico,
del verbo eulogein del que los LXX se sirven para traducirlo en la mayor
parte de casos (eulogein significa, en griego no bíblico, hacer el elogio de
alguien, o pronunciar su panegírico).
"Bendecid a Dios y proclamad ante todos los vivientes los bienes que os ha
concedido, para bendecir y cantar su nombre. Manifestad a todos los
hombres las acciones de Dios, dignas de honra" (TB 12, 6)
Pero es esencial que la asamblea se asocie a ella. Lo hace, sea bajo forma de
aclamaciones o de respuestas que escanden la beraká del oficiante, como en
el Cántico de los tres jóvenes en el horno (Dn 3, 52 ss: "A ti, la gloria y la
alabanza por siempre"), sea pronunciando el Amén final, que ratifica y
condensa a la vez esta adhesión, esta aquiescencia, que es el fondo mismo de
toda bendición. Así, en el capítulo 8 del libro de Nehemías, en la circunstancia
solemne que marca el principio del judaísmo, el principio del año judío, el
Rosh hashana: "Esdras abrió el libro a los ojos de todo el pueblo -pues
estaba más alto que todo el pueblo- y al abrirlo, el pueblo entero se puso
en pie. Esdras bendijo a Yaveh, el Dios grande; y todo el pueblo, alzando
las manos, respondió: ¡Amén! ¡Amén!; e inclinándose se postraron ante
Yaveh, rostro en tierra" (Ne 8, 5).
Como indica este texto, entre otros muchos, esta oración se inscribe en la
corporeidad del creyente. Este bendice con gestos no menos que con palabras,
por estos dos gestos sucesivos que se encontrarán en la Eucaristía cristiana: las
manos alzadas -gesto de admiración, de alegría, de reconocimiento; el
arrodillarse, el posternarse ante la Presencia misteriosa que se manifiesta en el
don. Es sin embargo el simbolismo de la elevación de las manos que es el más
conforme con el impulso de la bendición, como subraya esta "bendición de la
tarde", que figura en el oficio de completas:
Se podría hacer el mismo análisis por lo que respecta a los relatos de S. Lucas
sobre la Encarnación. Lo que nos transmiten es un acontecimiento confesado,
y no solamente ocurrido. Por eso estos relatos están jalonados de cánticos, o,
más exactamente, de confesiones doxológicas del sentido salvífico de estos
acontecimientos:
Este lenguaje hunde, por otra parte, sus raíces -lo hemos visto ya- en el
Antiguo Testamento. El salmista que evoca el poder o la fidelidad de Dios no
hace ninguna descripción de Dios, sino que proclama su grandeza, y se
adhiere a la llamada que ésta dirige a todos. Es este lenguaje que, para él, sitúa
la persona humana en la plena objetividad de la realidad y de la historia.
Aun si debo oponerme al otro (lo que es inevitable y a veces necesario), debo
hacerlo de tal modo que un día sea posible, para él y para mí, darnos gracias
mútuamente de existir, y así pasar del antagonismo a la coexistencia, y de la
coexistencia a la comunión. Es en este sentido que hay que comprender el
rechazo cristiano, pero también humanista, de la violencia. No se trata de
ignorar situaciones de violencia objetiva (lo que sería una complicidad con
esta violencia); se trata de actuar con el deseo constante de que esta acción
lleve a un encuentro auténtico del otro y de los otros. Y esto lleva a excluir,
por el mismo hecho, ciertos comportamientos, ciertos modos de acción, al
menos de forma progresiva. Por ejemplo: la supresión física o el
aplastamiento psicológico del otro, que aniquilan toda posibilidad de
encuentro y de diálogo. O también: la renuncia a los medios "ricos" (las
armas, el poder, la razón del más fuerte) y el recurso al testimonio vulnerable
(Gandhi, M. L. King y la tradición no-violenta).
Como observa Pierre Eyt. "no puede haber vida plena en el Espíritu Santo y
en la comunión fraterna sin que se ensanche la capacidad de alabar, de
celebrar de expresar nuestra admiración" (17).
Notas
(1) La sainteté dans la Tradition de I'Eglise orthodoxe, en "Contacte", Revista
francesa de la Ortodoxia (23, n° 73-74), 1971. p.186.
(4) J. DUNN, Jesus and Spirit, ?The Westminster Press. 1975, p. 329.
(5) W. RORDORF, art. "Martyre"', Dictionnaire de Spiritualité, p. 727, que
cita especialmente Hch 7, 55-56; Martirio de Policarpo, 5: Pasión de Perpetua
y Felicidad, 4.
73 - LOS ICONOS.
Los iconos, herencia
universal
Se conmemora este año el XII centenario del II Concilio Ecuménico de Nicea
(a. 787), en el que, al final de la conocida controversia sobre el culto de las
sagradas imágenes, fue definido que, según la enseñanza de los santos Padres
y la tradición universal de la Iglesia se podían proponer la veneración de los
fieles, junto con la Cruz, también las imágenes de la Madre de Dios, de los
Ángeles y de los Santos, tanto en las iglesias como en las casas y en los
caminos. Esta costumbre se ha mantenido en todo el Oriente y también en
Occidente. Las imágenes de la Virgen tienen un lugar de honor en las iglesias
y en las casas. María está representada o como trono de Dios, que lleva al
Señor y lo entrega a los hombre (Theotókos), o como camino que lleva a
Cristo y lo muestra (Odigitria), o bien como orante en actitud de intercesión y
signo de la presencia divina en el camino de los fieles hasta el día del Señor
(Deisis), o como protectora que extiende su manto sobre los pueblos (Pokrox),
o como misericordiosa Virgen de la ternura (Eleousa). La Virgen es
representada habitualmente con su Hijo, el niño Jesús, que lleva en brazos: es
la relación con el Hijo la que glorifica a la Madre. A veces lo abraza con
ternura (Glykofilousa); otras veces, hierática, parece absorta en la
contemplación de aquél que es Señor de la Historia (cfr. Ap. 5, 9-14).
Los iconos
Por Rodolfo Puigdollers
Presencia
Según la tradición los pintores de iconos, que son generalmente monges que
pintan apoyados por la oración y la penitencia de todo el monasterio, inician
su servicio pintando el icono de la Transfiguración del Señor. De este modo se
manifiesta que el icono intenta expresar con las formas sensibles la realidad
glorificada.
Espejo
Para entender los iconos hay que comprenderlos como pinturas nacidas en la
liturgia y realizadas para la liturgia. Nacen de la alabanza del pueblo cristiano
reunido en asamblea y son pintadas para expresar el contenido de la sagrada
liturgia. Como dice Evdokimov, son "pintura hecha liturgia".
En la liturgia oriental los iconos son incensados del mismo modo que el
pueblo creyente es incensado, como expresión de la vocación a la santidad
que ha recibido. Por eso, podemos decir que en el icono se hace presente toda
la Iglesia en su misterio más profundo.
Sin embargo, los iconos tienen sus orígenes hacia el siglo IV en un momento
de la historia en que la Iglesia se presenta en toda su unidad. Los mosaicos de
algunas iglesias romanas de esta época están muy cercanos al estilo de los
iconos. Uno de los focos fundamentales de donde nacen los iconos es el
convento de Santa Catalina, en el monte Sinaí. Allí se conservan dos de los
iconos más antiguos: una "Teótocos" del siglo VI, un S. Pedro del siglo VII y
uno que representa a Jesucristo.
Tipos de iconos
De los iconos que representan los misterios de la vida del Señor o de la Virgen
destacan los de las Doce fiestas de la liturgia ortodoxa: la Anunciación, la
Natividad, la Presentación de Jesús en el Templo, el Bautismo de Jesús, la
Transfiguración, la resurrección de Lázaro, la entrada de Jesús en Jerusalén, la
Crucifixión, la Anástasis (o Resurrección del Señor), la Ascensión,
Pentecostés y la Dormición de la Virgen.
De los iconos que representan a la Virgen María los principales son: la forma
"Theótocos" o Madre de Dios (que representa a la Virgen sentada en un trono
con el Niño en sus rodillas), la Virgen Orante (una de cuyas formas es la
"Virgen del Signo", de origen ruso, que la representa con las manos
levantadas y el Niño en un círculo sobre el pecho), la Virgen "Odigitría" (es
decir, la Virgen guía, que nos muestra a Jesús a quien sostiene en sus brazos:
así el icono de Santa María la Mayor, la Virgen del Perpetuo Socorro, la
Virgen de Czestochowa), y la Virgen "Eleusa" (o de la Ternura, que muestra a
la Virgen acariciada por el Niño, como el conocido icono de la Virgen de
Vladimir).
¿Qué es un icono?
Para mí, el icono, es en primer lugar esto: que Dios se ha encarnado, que Dios
no es solamente una palabra que se ha dejado escuchar por los profetas. Sino
que Le hemos visto, Le hemos tocado, Le hemos contemplado; los verbos de
visión van al lado de los verbos de audición en el Nuevo Testamento. Dios se
ha hecho rostro; Dios ha sido un rostro, un rostro que es el rostro de los
rostros, un rostro que me permite descubrir al otro como un rostro. Pues, para
mí, el icono es en primer lugar el rostro de Dios. Dios se ha hecho rostro y me
permite reconocer al prójimo como rostro.
Y estos amigos de Dios se con vierten en mis amigos. No estamos solos; nadie
está solo. Estamos llenos de soledad y de frío: la Iglesia debería ser esta
inmensa amistad, con seres que no son sin amistad. Y una amistad totalmente
desinteresada en este mundo en que estamos y en que la amistad está siempre
o sectarizada, o sexualizada, o politizada, y en que hay esta espera de una
amistad desinteresada.
El icono es, pues, Cristo, Dios que se ha hecho rostro; y luego los rostros de
todos los amigos de Dios, y que son mis amigos y me introducen en su
círculo.
Pienso en lo que dijo una vez el gran cineasta sueco Bergmann: lo que le
había dado la posibilidad de vivir, el gusto de vivir era el rostro de una
anciana mujer, en una isla de Suecia. Tenía un aspecto tan lleno de confianza
y de gozo, cuando estaba en las fronteras entre la vida y la muerte, que le dio
ganas de vivir.
Y el icono es esto. El icono nos ayuda al mismo tiempo a descifrar todo rostro
humano como un icono. Todo rostro humano es un icono. Toda persona, por
más destruida que esté por su destino, por el destino de la historia, de la
civilización, lleva en él, bajo todas las máscaras, bajo todas las cenizas, la
perla preciosa, este rostro secreto. Cuando el sacerdote inciensa, en una iglesia
ortodoxa, inciensa cada icono, e inciensa a cada fiel; e inciensa en cada fiel la
posibilidad de icono, en cierta manera la posibilidad de la última belleza, la
verdadera belleza.
El icono de la Santísima
Trinidad
El icono de Andrei Rublev
La presencia de Dios
Los ángeles, ágiles y esbeltos, nos muestran el cosmos. Sus alas, y también la
manera esquemática de tratar el paisaje, dan la impresión inmediata de algo
inmaterial, de la ausencia de la gravedad terrenal. Por el hecho de no haber
perspectiva, desaparece la distancia, profundidad en la que todo está
sumergido en la lejanía y, por el efecto contrario, acerca las figuras, muestra
que Dios está allí y en todas partes. La agilidad alegre del conjunto, secreto
del genio de Rublev, se forma de una visión alada.
Los tres personajes mantienen una conversación. El tema habría de ser el texto
de Juan: "tanto ha amado Dios al mundo que le ha dado su Hijo unigénito".
Unidad e igualdad
El Hijo está en el Padre por el Espíritu Santo, y por ese mismo Espíritu, el
Padre y el Hijo están en mí, llegando a entender que sin el Padre y el Hijo uno
mismo no sería, uno no existiría. Al captar esta unidad profundísima con Dios
se puede entrever que, de una manera semejante, se da la unidad de un solo
Dios en su diversidad de personas.
La unidad en Dios
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no podrían ser el uno sin los otros dos,
por eso son Uno siendo Tres.
De los primeros cristianos se decía que tenían un solo corazón y una sola alma
(Hch 4, 32). Es en lo esencial del ser humano, en su corazón y en su alma
donde podemos alcanzar la unidad de unos con otros.
Amar al Hijo con el Amor del Padre es entrar en la unidad de Dios por el
Espíritu Santo. Sentir la propia alma, el propio ser unido al Padre en su Amor
al Hijo, es mucho sentir. ¿Quién podría resistirlo?
Hay pasajes de los Evangelios que preparan el corazón humano para llegar
paso a paso a la unidad con el Padre en su Amor al Hijo: «Tanto amó Dios al
mundo que le dio a su Hijo único» (Jn 3, 16).
María
Los primeros brazos que se abrieron desde esta tierra al Hijo de Dios fueron
los de una mujer. María fue la primera que entendió que podía amar al Hijo de
Dios con el Amor del Padre. Por eso se encontró que había concebido en su
seno, no una criatura nacida de la carne y de la sangre, sino que había recibido
en su seno al mismo Hijo de Dios. El que es engendrado eternamente en los
cielos, no podía ser engendrado en la tierra sino por ese mismo Amor del que
María participó por don, por generosidad del Padre.
Pero puede ser aún mucha pretensión el intentar compararse a María, y eso
que Ella no es más que una mujer, y decir mujer es algo así como decir sierva
«casi» por naturaleza, pero con todo María ha sido ensalzada por todas las
generaciones (Lc 1, 48) Y todos reconocemos en Ella la obra de Dios, por su
apertura total al Espíritu Santo, que la llenó de gracia y de santidad y la
transformó en la Madre de Dios, en la más hermosa de todas las mujeres, para
las que es orgullo y señera de la dignidad de la humanidad.
El sepulcro
Pero hay aún en el Evangelio de Juan otra imagen más en consonancia con
nuestra nada, imagen que nos ilumina lo que puede significar abrirse y acoger
el Don del Padre, acoger a su Hijo amado que se nos entrega, sin apariencia ni
de Dios ni de hombre, hecho desprestigio y maldición «varón de dolores ante
quien se gira el rostro» (ls 53, 3).
Ante el Jesús casi glorioso y transfigurado del Tabor puede que muchos nos
sintiéramos demasiado miserables para abrirle nuestros brazos y nuestro
corazón, pero ¿quién no tiene sentimientos de piedad ante uno que ha sido
abandonado, humillado y condenado injustamente? La tierra, con sus entrañas
de roca, se abrió en sepultura para acoger aquel despojo humano del Jesús
muerto en cruz. Hasta tal punto había llegado el Padre en su entrega del Hijo
amado, que ni la rudeza de la tierra se resistió a recibirle en sus duras
entrañas. Aquel sepulcro de Jerusalén, excavado en la roca, es buena imagen
de lo que es nuestro corazón. El Padre ha entregado en él a su Hijo santo y
amado, que se ha hecho cadáver para entrar en él; pero el Padre no entrega al
Hijo sino a quien se ha dejado invadir por el Espíritu Santo, porque es en el
Espíritu Santo que el Hijo vuelve al Padre.
Quien acoge al Hijo lo hace en el Espíritu Santo, que es lo mismo que decir:
Quien ama al Hijo de Dios lo ama con el Amor del Padre.
Perderse en ese Amor al Hijo de Dios, llenarse del Espíritu Santo, he ahí la
tarea única que se nos da para que la vida sea entrada en la unidad de la
Trinidad de Dios.
Grabar su icono en el propio corazón puede ser un estilo de orar que es tanto
como un estilo de vivir de Dios, en Dios y para Dios.
Una pregunta puede asaltar a nuestra mente: ¿Cómo sucederá esto de que yo
pueda amar al Hijo de Dios con el Amor del Padre? ¿Cómo hacer para
llenarse del Espíritu Santo?
La respuesta la dio Jesús, el Hijo de Dios: “Si vosotros que sois malos (y es
verdad, dicho sea entre paréntesis, que somos malos) ¿cómo vuestro Padre
celestial no va a dar el Espíritu Santo a quien se lo pida? (y esto sí que es
segurísimo)”.
Cualquier momento y lugar es apto para hacer una petición que va a ser
escuchada hágala quien la haga. Por eso volvamos nuestra mirada al Padre
para decirle sencilla y llanamente: Padre, Padre Santo, danos tu Espíritu;
llénanos de Él, es nuestro gran deseo, más aún, es nuestra única necesidad.
El icono de la Navidad
La Iglesia oriental canta en Navidad, antes de la doxología de los salmos:
Este es el mismo tema que ilustran las vendas con las que está envuelto el
niño Jesús; son semejantes a las que fueron dejadas en el sepulcro vacío
después de la Resurrección: la Redención forma una unidad que se inaugura
en la Encarnación. Esta dimensión del Misterio resalta sobre todo en los
Padres Griegos. Por parte de los latinos, sin embargo, hay que citar a San
León el Grande que orienta un sermón de Navidad en este sentido: por su
Encarnación y muerte, Cristo ha salido victorioso del pecado y de la muerte,
restableciendo la humanidad de una manera más admirable aún de como la
había creado.
El fondo de color púrpura sobre el que yace María, tiene mucha importancia.
Esta única mancha de color cálido, evoca los primeros siglos de la historia de
la Iglesia, la lenta y animosa elaboración teológica de la Revelación que le fue
confiada de forma definitiva, las luchas doctrinales y las magistrales
definiciones conciliares. En efecto, el misterio de la Encarnación es el
misterio de una de las tres Personas de la Trinidad que ha tomado naturaleza
humana en las entrañas de la Virgen María. Es preciso comprender la trabazón
que existe entre el dogma cristológico y María. Si, como pretendían algunos
herejes, había dos personas en Cristo, María sería la madre de un hombre.
Pero en el Salvador hay sólo una persona, la del Hijo de Dios. La Virgen
María, por tanto, tiene con toda justicia el título extraordinario de Madre de
Dios. Es bajo este título que todo el Oriente cristiano la llama, la bendice, la
canta...
En la parte posterior del icono, los ángeles adornan al Hijo de Dios encarnado
para salvar a la humanidad. A la izquierda y a la derecha de la parte central,
los Magos se acercan para ofrecer sus presentes y un pastor toca la trompeta
para anunciar la Buena Nueva que ha escuchado del ángel.
En uno de los rincones inferiores, dos mujeres lavan al Niño. Vemos pues, al
Señor representado dos veces. La iconografía quiere revelarnos, a su estilo, lo
que la Iglesia profesa referente a las dos naturalezas de Jesucristo. En el
centro, el Niño de la gruta se nos muestra como el Hijo de Dios, quien no
tiene necesidad de criatura alguna para realizar su obra salvadora. En el rincón
inferior el niño que retienen las mujeres nos muestra su humanidad, la
necesidad que tiene, igual que toda criatura humana, de recibir ayuda,
cuidados, alimentos y amor. La miranda de ternura que le dirige su Madre,
desde el centro del icono, corrobora esta revelación.
Desde el centro superior bajan hacia el Niño tres rayos de luz. En algunos
iconos de la Navidad se puede leer: "Ángeles del Señor", en la parte superior
y en el centro: "Natividad de nuestro Señor Jesucristo". Cerca del ángel que
anuncia se encuentra también, a veces: ?"No tengáis miedo, pues os anuncio
una gran alegría".
(Traducido de "Les Saintes icones")
El pasaje bíblico que inspira este icono es la profecía de Isaías a Ajaz: "El
Señor mismo va a daros una señal: 'He aquí que una virgen está en cinta y va
a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel''' (Is 7, 14). Se trata de
un icono de los que se conocen con el nombre de la Virgen del Signo, o grupo
de iconos en los que aparece representada María con Jesús en su seno,
recordando la Encarnación.
Está pintado en una tabla de madera de 26x30 cm., sobre una fina lámina de
oro, lo que le da una gran belleza y luminosidad.
Como todos los iconos, requiere ser mirado con unos ojos pacientes, capaces
de reposar sobre él sin prisas. Se podría decir que todo es oro y luz
combinados de tal manera que hacen surgir la pintura. Se trata de un icono de
María, nos la presenta como Virgen y como Madre de Dios.
La virginidad queda expresada en las tres estrellas que aparecen brillando con
luz blanca sobre el manto de María, situadas una sobre cada hombro y una
tercera sobre la frente. Significan, según el lenguaje de los iconos, que María
es virgen antes del parto, en el parto y después del parto.
Dice la profecía de Isaías que una virgen está en cinta y va a dar a luz un hijo,
dice el evangelio de Lucas que fue enviado un ángel de Dios a una virgen de
Nazaret, insiste también la Iglesia en la virginidad perpetua de María,
reflejada en este icono con el simbolismo de las tres estrellas. Tanta
insistencia nos lleva a comprender que la virginidad es propia de la
humanidad entera, es el reclamo que siempre le está recordando que nada hay
en sí misma ni a su alrededor que la colme plenamente de la felicidad que
ansía, la respuesta que espera a su ardor incontenible de plenitud solo la tiene
su Creador, hacia quien es conducida "como novia que se adorna con sus
joyas" (Is 61, 10).
Así quien mira con los ojos de Dios, descubre que la Encarnación del Verbo
en María se prolonga en la Iglesia, que el Jesús Resucitado nos llega por la
Iglesia, que ofrecer a Dios pan y vino es ofrecerle nuestra humanidad para que
Él tome de ella sus rasgos y la una a Él, la transforme a Él y se haga presente
no sólo en el pan y vino eucarísticos, sino en nuestras vidas, por el perdón
continuo, por el amor y la misericordia, por la fortaleza en la donación
constante de la vida, por la alegría que vence al mal con el bien. Contemplar
el icono con los ojos cerrados es percibir ese amor loco de Dios por la
humanidad, es percibir su deseo irresistible de unirse a ella, de entregarse
hasta llegar a identificarse con lo más pobre, con lo más pequeño que haya en
este mundo y desde ahí comunicarse y entregarse a quien le tienda su mano:
"Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo
hicisteis" (Mt 25, 40). De una forma mística, esto es misteriosa pero
perceptible en la fe, podemos percibir a Jesús suplicando nuestro amor y
nuestros cuidados en todas aquellas personas que sufren por una causa o por
otra. He ahí donde la pobreza es fuente de riqueza, donde se vive la paradoja
de que una virgen es madre, donde se recibe a Dios como a Hijo "porque nada
hay imposible para Dios" (Lc 1, 37), donde se capta su deseo eterno de unirse
a la humanidad, de hacer de cada ser humano la expresión de su esencia, de su
Amor que se entrega, esperando de cada creyente que encarne su Amor. De
forma semejante a como sucedió en María, de forma semejante a como sucede
en el pan y el vino eucarísticos, así también suceda en nuestras vidas.
Contemplar un icono es mirarlo con los ojos de fe, es mirarlo en Dios, en
oración, es grabarlo en el propio corazón de una forma tan real y dinámica que
el mayor deseo es hacer de la propia vida su reproducción más perfecta.
Leyendo el Cantar
Por Mons. Alfonso Uribe Jaramillo
Ningún libro de las Sagradas Escrituras nos enseña mejor que el Cantar de los
Cantares la realidad del amor del Señor al hombre y sus exquisitas
manifestaciones.
Creo que se recibe una gracia especial cuando empezamos a leerlo con paz,
limpieza, y amor, y cuando aprendemos progresivamente a descubrir allí el
lenguaje del amor divino y la manera apropiada de dirigirnos al Señor que
tanto nos ama.
Con razón escribe S. Pedro Damián que "cada alma es, en cierta manera, por
el misterio del Sacramento, la Iglesia en su plenitud.
Rabí Aqiba dijo: "Todos los libros de la Escritura son santos, pero el Cantar
de los Cantares es el Santo de los Santos". “El mundo entero es menos
hermoso que el día en que Israel recibió del Señor el Cantar de los Cantares".
Bendigamos al Señor por el regalo que nos ha hecho al inspirar este libro
sagrado del Cantar de los Cantares y estudiémoslo con reverencia, gratitud y
amor porque es mucho lo que el Señor puede enseñamos allí.
Hasta hace pocos años el único lugar de acceso al Cantar, como a los demás
textos bíblicos, era la Liturgia. Los más fervorosos retenían en su memoria los
textos que la Iglesia proponía en las fiestas, particularmente de la Virgen, y
los meditaban largamente en su corazón. Sucedía entonces que, aquellas
palabras que para Israel tenían un determinado sentido histórico, llegaban al
fiel con un sentido cristiano y con el colorido mariano, eclesial, ctc. de la
fiesta celebrada. Después de haber recorrido muchas veces el Año Litúrgico a
lo largo de la vida, podían citar de memoria y hasta ofrecer apretadas síntesis
con lenguaje del Cantar, como lo hace Santa Clara en la última carta que
escribió poco antes de dormir en el Señor: "Contempla, además, sus
inexpresables delicias, sus riquezas y honores perpetuos; y, suspirando de
amor, y forzada por la violencia del anhelo de tu corazón, exclama en alta
voz:' ¡Atráeme! ¡Corremos a tu zaga al olor de tus perfumes" (Cant 1, 3), oh
Esposo celestial! Correré, y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la
bodega" (2, 4), hasta que tu izquierda esté bajo mi cabeza y tu derecha me
abrace (2, 6) deliciosamente, y me beses con el ósculo de tu boca (1, 2)
felicísimo. Sumergida en esta contemplación, no te olvides de tu pobre madre,
pues sábete que yo llevo grabado indeleblemente tu recuerdo en los pliegues
de mi corazón..." (IV Carta de Sta. Clara de Asís a Inés de Praga).
A causa del uso frecuente que han hecho del Cantar los grandes escritores
místicos como S. Juan de la Cruz, S. Pedro de Alcántara, V. Ángeles Sorazu...
no faltan personas que mantienen sellado este libro bajo el prejuicio de que es
doctrina reservada para almas extraordinarias; demasiado subido, si no
pretencioso, para los que caminamos por vías más trilladas.
Solo la ignorancia puede avalar esta prevención. El Cantar de los Cantares es,
ante todo, Palabra de Dios. Como tal, palabra inspirada cuyo mensaje se hace
penetrante, vivo y eficaz por el poder del mismo Espíritu, aquí y ahora, en el
corazón fiel que lo recibe en la fe de la Iglesia. Además, en su interpretación
profética encierra una rica teología de conversión que, expresada en lenguaje
de amor, se hace doblemente sugestiva. Desde el más empedernido pecador
que por primera vez siente el toque de la gracia, hasta el alma más amorosa y
fiel que ardientemente desea su Señor, pueden clamar con idéntico derecho:
"¿Que me bese con los besos de su boca" (1, 2) expresando su hambre de
Dios.
Uno y otra también podrán decir con verdad: "Negra soy pero graciosa" (1,
5) es decir, curtida por la adversidad y ennegrecida por todos los soles y
vientos, pero estimada de Aquel a quien ... "he caído en gracia".
Otro es el camino que para nosotros han dejado abierto en sus escritos los
autores espirituales, si son santos ¡mejor!, donde ya nos dan la experiencia de
"cómo" podemos apropiamos y vivir el bello poema.
Y por fin el laborioso camino del estudio y oración bajo la luz del Don de las
Escrituras. Aquí es preciso buscar lo que la letra del Cántico significaba para
el pueblo de Israel en el momento histórico en que fue escrito. Puede
interpretarse desde su sentido sapiencial o también desde los paralelos
proféticos que abren su perspectiva mesiánica. Luego, sin perder el hilo
conductor literal-histórico, sapiencial, profético, se puede transponer al
sentido cristiano y místico. Es decir: lo que Yahvéh, dice a Israel, se lee de
Cristo Resucitado y la Iglesia, o de Cristo Resucitado y el alma fiel.
Se evocan los Montes de la Alianza (2, 17) donde Abraham cortó las víctimas
para sellar pacto con Dios; y el Monte de la Mirra y colina del incienso (4, 6)
que alude al lugar de la Presencia, el Templo de Jerusalén.
La Esposa... que desea, que duerme y vela, que se levanta y busca a su Señor,
que pasa la prueba del despojo y que al fin descansa en el abrazo nupcial con
que la Misericordia la acoge.
Con la Alianza Nueva recibimos una Ley Nueva. Si el israelita fiel ponía
como recordatorio sobre su frente y sobre su brazo el "Shemá", el hijo de la
Iglesia es verdadero testigo cuando recibe el sello del Espíritu santificador, la
capacidad de amar con el amor de Dios para vivir el Mandamiento nuevo:
"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros" (Jn 13,
34),
"Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo" (Cant
8, 6).
Las discípulas de Jesús realizan este anhelo de asirle. Las Mujeres que
caminan con sus perfumes hacia el sepulcro:
Y a Magdalena:
"Déjame, que todavía no he subido al Padre" (Jn 20, 17).
En el huerto donde el Resucitado se manifiesta, que es la Iglesia, los
discípulos que buscan su Rostro lo hallan. Habrá que perseverar días y noches,
inviernos y primaveras..., habrá que subir al Monte de la Mirra... Allí, en la
Cruz de Cristo y en su Resurrección, sabrá que el Amor es más fuerte que la
muerte (Cf. 8, 6).
"Mira, pues, ahora, alma mía, en qué jardín tan lleno de flores y rosas
coloradas, llenas de rocío del cielo, entras, plantado dentro de aquel huerto
cerrado que es la Iglesia, el cual tanto alaba el esposo de los Cantares. Recoge
un manojo y guárdalo en tu seno... " (Meditaciones del amor de Dios. Med.
68, 2)
Introducción al Cantar
Por Rodolfo Puigdollers
Cumbre de la lírica
Cantos de amor
Prólogo 1, 2-4
Tercera parte:
I 3, 6 – 5. 1
II 6. 2 – 6, 1
III 6,3 – 8, 4
Epílogo 9, 5 - 14
Dinámica
Inicial
Epílogo: POSESIÓN
El amado y la amada
A lo largo de los distintos cantos hay dos únicos personajes: la amada y el
amado. Ausencia, presencia; temor, deleite; búsqueda, encuentro.
La amada es una yegua, una paloma que anida en los huecos de la roca. Sus
ojos son dos palomas. Su pelo un rebaño de cabras que descienden por los
montes. Sus dientes un rebaño de ovejas blancas. Sus pechos dos cachorros
mellizos de gacela.
La amada surge como el alba, hermosa como la luna, refulgente como el sol.
Su cabeza se yergue como el monte Carmelo. Toda ella es fuente sellada.
Sus dedos son oro, su tronco marfil, sus piernas mármol; todo con piedras
preciosas, zafiros y remates de oro fino.
Él es la mina del jardín, el manantial de frescas aguas que viene del Líbano. Él
es el cierzo, el austro.
Toda la naturaleza se convierte en la habitación de este amor: el lecho son las
flores, las vigas los cedros, el techo los cipreses.
Alianza
Ante los ojos del amado la belleza de la amada se recrea: los ojos se hacen
hermosos como palomas. A partir de ahí, todo el ser del amante se ilumina:
blanco como el narciso, blanco como la azucena, blanco y sonrosado. Y
aparece radiante. Primero su rostro: sus ojos, su pelo, sus dientes, sus labios,
su boca, sus mejillas, su cuello, sus pechos; luego, todo su cuerpo: sus pies,
sus piernas, su vientre, su cintura, sus pechos, su cuello, sus ojos, su nariz, su
frente, su pelo.
"¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres!" (1, 15).
Cuerpo y naturaleza
La amada es viña, jardín, narciso, azucena. Su talle es como una palmera, sus
pechos son los racimos de dátiles. Sus mejillas dos mitades de granada. Su
piel es un vergel de granadas, lleno de frutos preciados, alheñas, nardos,
azafrán, canela, cinamono, incienso, mirra, áloe y todos los bálsamos. Su
cuerpo es un campo de azucenas. Su cintura una gavilla de trigo.
El deseo aparece insaciable, como algo que no pueden apagar grandes riadas
ni extinguir los mismos rios. El amor que ha desvelado el sentido de la vida
humana y de la naturaleza se alza finalmente ante todo temor y toda
oscuridad.
Encuentro
A través del amor, la amada nos ha llevado a las profundidades últimas del
hombre y del mundo. El amor parece avanzar, en realidad, por una atracción.
Y, al final, resuena la voz del Amado invitado -suplicando- a la Amada. Es la
petición del gran Fiat: "Date prisa, amado mío". Llegados a este punto, el
cántico se inicia de nuevo; mas ahora ya, de modo directo, la amada es la
persona humana -hombre o mujer- anhelante por el amado que es el Gran
Otro, el Dios que se manifiesta en la criatura humana (el poeta hebreo, en
compañía de Oseas, Isaías, Ezequiel, cantó durante siglos "date prisa", hasta
que el rostro del amado se hizo blanco y sonrosado, y su pelo azabache
como el cuervo", 51,11 Jesucristo, el "Dios con nosotros". Este cántico nos
lleva de nuevo al "date prisa amado mío" paralelo del final del Apocalipsis y
final de la Escritura: "el Espíritu y la Amada dicen: Ven Señor Jesús" (Ap.
22, 17-20). El es aquél "a quien amamos sin haberlo visto, en quien creemos
sin verle, en quien nos alegramos ya ahora con un gozo inefable y glorioso
(Cf. l P 1, 8).
75 - KOINONIA 75.
Divorciado,
Renuevo el "sí" a mi
esposa
Por Paul Slaiim
Testimonio
El Señor, poco a poco, nos reconcilia con nuestra historia pasada haciéndonos
descubrir cuándo él estaba presente, aun cuando nosotros no éramos
conscientes; y volver a decir "sí" hoy es, para nosotros, aceptar el poner bajo
su mirada de Misericordia toda esta parte de nuestras vivencias, con sus
sombras, pero también sus tiempos luminosos. Entonces el Señor cura y
convierte nuestro modo de mirar nuestra historia, de mirar a nuestro cónyuge
y de mirarnos a nosotros mismos.
En cuanto a los aspectos y hechos negativos, nos hacen daño sobre todo si han
sido provocados por nuestro cónyuge; por eso el Señor nos pide expresamente
entrar respecto de él en una actitud de perdón. Realmente es el perdón que
más procura la paz del corazón, es del perdón que nos viene la curación de las
heridas afectivas provocadas durante la vida común; es el perdón que hace
posible una mirada nueva, positiva, de nuestro cónyuge.
Y luego el Señor nos conduce a reconocer nuestros límites humanos que han
estorbado la comunicación en el matrimonio, nuestras propias
responsabilidades en el fracaso de nuestro hogar, nuestras viejas heridas,
nuestros pecados. Mientras todo está en carne viva, este reconocimiento es
imposible. Apaciguado por la experiencia de la Misericordia de Dios, por el
perdón recibido del Padre y dado al cónyuge, no solamente uno ya no teme
exponer al Señor sus heridas y sus pecados, sino al contrario uno desea más
bien verlos subir, porque se está seguro de recibir del Padre, por Jesús y en el
Espíritu, curación y reconciliación.
3. Volviendo a decir "sí", asumimos nuestra separación y nuestro
divorcio
Llegaré hasta afirmar que, para algunos de nosotros, es bueno si esta prueba se
prolonga un poco, pues, en este crisol, al fuego del Espíritu, nuestro Amor se
purifica, nuestro deseo de reconciliación crece. Todos tenemos nuestras
heridas profundas, nuestra parte de responsabilidad en el fracaso de nuestro
matrimonio. Estamos tentados de no reconocerlo. Por eso, si la reconciliación
llegase demasiado rápida, tendría el peligro de ser superficial; los verdaderos
problemas quedarían enterrados en vez de ser resueltos, y la pareja no volvería
a empezar sobre bases sólidas. (Es por esto que más de la mitad de los
segundos matrimonios fracasan.) Por otra parte, para algunos la vida en
común era un tal infierno que los destruía; y les hace falta tiempo para
reconstruirse en la paz, antes de poder pensar en una reconciliación y. quizá,
en una vuelta a la vida en común.
Avancemos, pues, resueltamente por el camino del "sí" que permite a Dios
continuar llamando nuestro cónyuge de modo particular a la reconciliación y a
la renovación de la Alianza. Contribuimos así por nuestra parte a la obra
redentora de Jesús, al sacerdocio real que es el nuestro por nuestro bautismo, y
que se realiza en nosotros en primer lugar en nuestra familia. Entonces,
estemos seguiros, podremos experimentar la alegría pascual, y a menudo
podremos ver, en nuestro cónyuge, pequeños signos de la acción de Dios, que
son los frutos de nuestra actitud de perdón.
Fe - Esperanza - Amor
Nuestra esperanza es más fuerte que la muerte: cuando volvemos a decir "sí" a
nuestro cónyuge, afirmamos nuestra voluntad de volver a ver la unidad de
nuestra pareja, ya místicamente realizada el día de nuestra boda, desarrollarse
en el Reino, más allá de la muerte, y abrirse totalmente a la comunión con
todos los hombres que el Padre ha reconciliado con él por el Hijo, en el
Espíritu, y reunido en el Cuerpo-Esposa de Cristo (Cf. Ap 21, 1-7).
La Inspiración Cristiana en
la Institución Eclesial
Por el Cardenal Tarancón
Por eso, los auténticos carismáticos: los santos -un San Francisco, un San
Ignacio, una Teresa de Jesús- resultan siempre "incómodos", hacen que
chirríen, no pocas veces, las estructuras y que la autoridad jerárquica se sienta
desbordada.
Por eso dice el Concilio que "quienes presiden la Iglesia" tienen como primera
obligación "no apagar el Espíritu"; no poner trabas excesivas a las
inspiraciones del Espíritu.
76 - CARISMAS.
Los carismas
Cuando este numero se encontraba ya en la imprenta ha aparecido la
exhortación apostólica "Christifideles laici" del Papa Juan Pablo II. El
apartado nº 24 tiene como titulo "Los carismas". Dada su importancia para el
tema que estamos tratando lo reproducimos íntegramente, aunque sin las
notas. Los subtítulos son de la Redacción.
Los carismas han de ser acogidos con gratitud, tanto por parte de quien los
recibe, como por parte de todos en la Iglesia. Son, en efecto, una singular
riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad del entero
Cuerpo de Cristo, con tal que sean dones que verdaderamente provengan del
Espíritu, y sean ejercidos en plena conformidad con los auténticos impulsos
del Espíritu. En este sentido siempre es necesario el discernimiento de los
carismas. En realidad, como han dicho los Padres sinodales, «la acción del
Espíritu Santo, que sopla donde quiere, no siempre es fácil de reconocer y de
acoger. Sabemos que Dios actúa en todos los fieles cristianos y somos
conscientes de los beneficios que provienen de los carismas, tanto para los
individuos como para toda la comunidad cristiana. Sin embargo, somos
también conscientes de la potencia del pecado y de sus esfuerzos tendientes a
turbar y confundir la vida de los fieles y de la comunidad». Por tanto, ningún
carisma dispensa de la relación y sumisión a los Pastores de la Iglesia. El
Concilio dice claramente: «El juicio sobre su autenticidad (de los carismas) y
sobre su ordenado ejercicio pertenece a aquellos que presiden en la Iglesia, a
quienes especialmente corresponde no extinguir el Espíritu, sino examinarlo
todo y retener lo que es bueno (Cf. 1 Ts 5, 12.19-21), con el fin de que todos
los carismas cooperen, en su diversidad y complementariedad, al bien común.
1 Co 12
"En la cuestión de los dones espirituales no quiero, hermanos, que sigáis en
la ignorancia. Recordáis que, cuando erais gentiles, os sentíais arrebatados
hacia los ídolos mudos, siguiendo el ímpetu que os venía. Por eso os advierto
que nadie puede decir: ¡Afuera Jesús!, si habla impulsado por el Espíritu de
Dios. Ni nadie puede decir: Jesús es Señor, si no es bajo la acción del
Espíritu Santo.
Significado de la palabra
"carisma" y "carismático"
Por el P. Giuseppe Mercuri
Recogemos casi en su totalidad el artículo que bajo el título" Una gracia que
Dios ha dado a nuestro tiempo" ha publicado el P. Giuseppe Mercuri,
capuchino italiano, a partir del estudio de la obra del P. Yves Congar "El
Espíritu Santo".
Por lo tanto (concluimos nosotros) los carismas no son dones dados a algunos
cristianos privilegiados, sino a todos los cristianos (diversos en cada uno) en
base a la gracia dada en el bautismo. Son dones y talentos, dice el P. Congar,
que hay que poner al servicio de la construcción del Cuerpo de Cristo, para
que cada uno pueda colaborar en la obra de salvación.
¿Renovación "carismática"?
¿Manifestaciones extraordinarias del Espíritu?
Palabra de sabiduría
Por Vicente Rubio, O.P.
En los carismas enumerados por San Pablo en su primera carta a los Corintios
(12, 8 y ss.) el Padre Carillo distingue tres clases: Carismas en relación al
entendimiento, a la fe, y a las lenguas.
Para otros autores hay una diferencia más notable: "la palabra de sabiduría"
consiste en el conocimiento del plan de Dios y de los medios de salvación y es
un don más elevado que la palabra de ciencia; la palabra de sabiduría es dada,
a través del Espíritu; por este don sapiencial se conoce también el verdadero
valor de las cosas, es una mirada neumática y comprensiva, amplia y
perspicaz.
Consiste en dar una instrucción a impulso del Espíritu Santo, que es quien
dirige al enseñarte y le pone en sus labios palabras acertadas.
PALABRA DE
CONOCIMIENTO
Bajo este título presentamos tres fragmentos de tres autores bien diferentes.
En el primero el P. Juan Leal, conocido biblista, expone lo que desde el punto
de vista bíblico se puede decir sobre la “palabra de conocimiento”, tal como
nos viene presentada en la Biblia. En el segundo texto el matrimonio
Ranaghan presenta una interpretación basada en la experiencia. En el
tercero el P. Tardiff nos habla de lo que ha venido a llamarse “palabra de
conocimiento” en la más reciente experiencia Pentecostal, sin ninguna
relación con el carisma bíblico.
"Los eruditos difieren en sus esfuerzos por establecer exactamente lo que San
Pablo quiere decir con los varios dones del Espíritu. Esto se aplica
especialmente al don de la palabra de ciencia.
Muchas veces, por ejemplo, nos hemos encontrado con algún desconocido y
después de muy pocos minutos de conversación, lo que aquel necesitaba
brotaba de nuestros labios. Repentinamente, sin falla, penetrábamos a la raíz
de su necesidad o de su problema. Hablada, ésta es verdaderamente una
palabra de ciencia, pero siendo que los dones son dados no solamente a los
individuos, sino también a la Iglesia, y para la Iglesia, se sabe que uso más
frecuente de este don será de naturaleza eclesiástica.
"Todos los signos carismático son maravillas de Dios. Sin embargo, a menudo
Dios nos da maravillas para contemplar, y nosotros las transformamos en
problemas para discutir. Así pasa con muchos carismas, en particular con el
carisma de la palabra de conocimiento, que también se llama palabra de
ciencia (1 Co 12, 8).
Es como si la luz del Espíritu en nosotros iluminara una realidad que pasa, una
realidad que pasó en la vida de tal persona o de tal comunidad, y al mismo
tiempo, ese conocimiento nos viene a ayudar a resolver algún problema, a
anunciar alguna bendición del Señor que sucede en ése momento, como lo
podemos ver, por ejemplo, durante un ministerio de sanación " (E. Tardiff, El
don de conocimiento, en "Alabanza" nº 81, p. 8).
La fe dogmática y el
carisma de la fe
Por S. Cirilo de Jerusalén
Un texto del año 350 cobra actualidad. Su autor: Cirilo, obispo de Jerusalén
desde el 348 al 387. Dejó escritas 24 catequesis bautismales. Y en una de ellas
"el Credo y la Fe" encontramos estos hermosos párrafos que definen
claramente "la fe por la que creemos" o fe dogmática y "la fe que realiza obras
que superan las fuerzas humanas" o carisma de la fe:
"La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos realidades distintas. Hay, en
efecto, una fe por la que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu
atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades; esta fe es útil al
alma, como lo dice el mismo Señor: "El que escucha mi palabra y cree en
aquel que me ha enviado tiene vida eterna y no incurre en condenación"; y
añade: "El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado ya de la
muerte a la vida".
¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos,
ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos años
de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado generoso servicio
de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús realizarlo en un solo
momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el Señor y que Dios lo resucitó
de entre los muertos conseguirás la salvación y serás llevado al paraíso por
aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de
si ello va a ser posible o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de
una sola hora de fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.
La otra clase de fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito.
A unos es dado por Espíritu el don de sabiduría; a otros el don de ciencia en
conformidad con el mismo Espíritu; a unos la gracia de la fe en el mismo
Espíritu; a otros la gracia de curaciones en el mismo y único Espíritu.
Hace algunos años, una de mis hermanas padecía de algo que los doctores
decían que sólo se mejoraría mediante una intervención quirúrgica. Sus
amigos le habían dicho que la recuperación sería sumamente incómoda y
dolorosa, así que ella prefería seguir dependiendo de medicinas que
mejoraban, pero no curaban. Fue entonces de vacaciones a mi casa y la ayudé
a vencer su miedo y someterse a la operación. Tuvo que operarse y se sanó.
Pero Él no vino sólo para damos el alivio que nos promete la televisión
cuando la prendemos. Jesús no es sólo una aspirina, que alivia el dolor y sana
alguna parte de nuestro cuerpo. El es quien verdaderamente sana personas.
Distinto que la aspirina, el mejoral y el dolex, Jesús nos ofrece nada menos
que nueva vida. Nos ofrece corazones nuevos y mentes renovadas, un renacer
como hijos de Dios. Ser sus hermanos, sus amigos y templos de su espíritu.
En otras palabras, vino a hacernos personas sanas de acuerdo al plan que
recibió de su Padre para nosotros. Él se llamó a sí mismo el Camino, Camino
hacia la paz y hacia el Padre Celestial. Él es la Verdad que a veces es dolorosa
pero la única Buena Vida para el hombre, la Vida de los hijos de Dios.
Seguiremos con las llagas de nuestro cáncer de egoísmo, una enfermedad que
sólo se cura por medio de cirugía radical, la clase de cirugía que generalmente
tenemos y rehusamos, o que sencillamente jamás comprenderemos.
Hemos sido llamados a ser un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación
santa que camina en su luz admirable (1 P 2, 9). Aquí se nos promete mucho
más que el "alivio rápido", para usar el lenguaje de la televisión. Lo que
recibimos de Jesús es la promesa y la oportunidad de sanarnos totalmente.
Cuando escuchamos las promesas vemos que éstas van más allá de vivir sin
dolor.
Jesús es el que sana, el único Salvador. Pero al sanarnos, siempre deja algo
para que nosotros hagamos. Es importante que lo hagamos, tanto que la fe en
Jesús, sin hacer lo que Él enseña, es muerte. Nos enseña con autoridad cómo
vivir, para que podamos renacer a una buena nueva vida. Nos dice: "Venid a
mÍ... y yo os daré descanso" (Mt 11, 28), "guardad mi Palabra y os daré lo que
pedís" (Jn 15, 7), "manteneos unidos a la vid y vuestras vidas darán mucho
fruto" (Jn 15, 1-17), "acogedme y os daré el poder de ser hijos de Dios" (Jn 1,
12), "haced lo que os pido y seréis mis amigos"(Jn 15,4).
Su promesa es para los que tengan oídos para oír, voluntades para someter,
corazones con que amar y perdonar, manos con que trabajar y servir, y valor
para seguir adelante a pesar de la cruz. Por supuesto no me refiero a la cruz
con que el demonio espera aplastarnos, sino la cruz de Jesús, el precio de ser
como Él en Amor sacrificado y en el servicio.
Esta sanación es para el que esté dispuesto a venderlo todo para conseguir la
perla de gran precio, o el tesoro escondido en el campo (Mt 13, 44-46), y para
el atleta que se entrena y se esfuerza en correr para ganar la victoria (1 Cor 9,
25), es para los que están dispuestos a desprenderse de todo para buscar sólo a
Jesús, adelantando sin miedo, cueste lo que cueste, cuando lo escuchan decir:
"Ven" (Lc 14, 25¬33). Sus caminos son misteriosos (Rm 11, 33-34; Sb 9, 13;
Is 55, 8). Él es señal de contradicción (Jn 1, 10; I P 2, 8), y piedra de tropiezo
(Ef 2, 20-21).
1. La profecía en el A.T.
2. La profecía en el N.T.
Como ocurre con otros dones, una declaración profética puede variar en
calidad, en poder y en pureza. Está también sujeta a un proceso de
maduración. Además las profecías pueden ofrecer una variedad de tipos,
modos, finalidades y expresiones. La profecía puede ser simplemente una
palabra de ánimo, una admonición, un anuncio, o una orientación para la
acción. No se puede, por tanto, recibir e interpretar todas las profecías de una
misma forma.
4. Discernimiento
Ayer Pedro y los apóstoles, hoy sus sucesores, el Papa y los obispos,
recapitulan y autentifican todos los dones particulares que pueden aparecer en
la Iglesia. El hecho de que a veces no hayan visto claro no cambia en nada la
realidad espiritual. Es a su mismo fundador Jesucristo, a través de Pedro y sus
sucesores, a quien los profetas se acercan cuando se acercan a los obispos. Es
en una realidad mística donde han de enraizarse, la única que les permitirá dar
plenamente el fruto de su propio don profético. Las ramas que no están unidas
al tronco no dan el fruto del tronco. No pueden formar más que un matorral al
lado del árbol y fragmentar un poco más la Iglesia, que ha sido hecha para ser
una.
Criterios Generales de
Discernimiento
Por Pedro Gil C.P.
1. Criterios objetivos
a) Fidelidad a la doctrina de la fe
"Ningún inspirado puede decir: Maldito sea Jesús. Y tampoco nadie puede
decir: Jesús es el Señor, sino guiado por el Espíritu Santo" (1 Co 12, 3).
"Pero aunque viniéramos nosotros o viniera algún ángel del cielo para
anunciaros el Evangelio de otra manera que lo hemos anunciado, ¡sea
maldito!" (Ga 1, 8).
Cuando esto suceda, siempre que tratemos de cumplir, según Dios, con
nuestros deberes de estando, no nos hemos de perturbar. La conducta a seguir
ha de ser: procurar "vencer el mal a fuerza de bien" (Rm 12, 21) y orar mucho
al Señor para que transforme los corazones.
Uno de los criterios más seguros para discernir las auténticas inspiraciones del
Espíritu Sanito es la prontitud para obedecer. El Espíritu Santo no nos guía
para hacernos independientes en relación con estas autoridades humanas. Al
contrario, nos hace más obedientes a ellas, y nos da una felicidad mediante
nuestra obediencia y nuestra prontitud para obedecer a las autoridades como
"servidores de Dios para nuestro bien" (Rm 13, 4).
Es cierto que nadie tiene autoridad para ordenarnos hacer algo contrario a la
voluntad de Dios, y que algunas ocasiones Dios llama a la persona hacia una
empresa que incluye estar firme en contra la oposición hasta de aquellos que
ocupan lugares importantes. Pero el principio de obediencia a la autoridad
legítima no es suprimido por el Espíritu Santo.
Desde luego que la autoridad se puede equivocar; pero aun en este caso hay
que obedecer. Si la experiencia viene del Espíritu Santo, Él se manifestará y
hará que los oponentes la acepten, esto se ve a todo lo largo de la vida de la
Iglesia.
2. Criterios subjetivos
Aunque los criterios objetivos, que se acaban de señalar, son muy importantes
para detectar si las inspiraciones vienen o no del Espíritu Santo, por sí solos
no bastan. Para dar un juicio más acertando se precisan, además, ciertos
criterios subjetivos o interiores. Estos criterios los señala San Pablo cuando
escribe:
a) El Amor
b) La Humildad
Por este motivo, la humildad es otro de los criterios válidos para conocer la
genuina inspiración del Espíritu Santo. Propio de su acción es fomentar la
humildad: "Si tenemos la vida del Espíritu... no busquemos la gloria vana"
(Ga 5, 25-26; Cf. Mt 6, 1-8; Lc 22, 26-27; Jn 13, 4-5).
A veces Dios permite las desilusiones y los fracasos en las obras que hemos
emprendido por su gloria. Si a pesar de todo ello permanecemos firmes, sin
que nuestro orgullo nos haga explotar, aunque es natural que se rebele, quiere
decir que en nuestra actuación seguimos el impulso del Espíritu Santo.
e) La Paz
En toda la Escritura la paz aparece como el signo de la presencia de Dios. Al
anunciar el nacimiento de Jesús a los pastores, los ángeles cantan: "Gloria a
Dios en lo más alto y en la tierra gracia y paz a los hombres" (Lc 2, 14). El
saludo propio de los anunciadores del Reino de Dios ha de ser: "Paz para esta
casa" (Lc 10, 6). Cuando Jesús se despide de sus discípulos, antes de ir a su
Pasión, les dice: "Os dejo la paz, os doy mi paz, la paz que yo os doy no es
como la que da el mundo. Que no haya entre vosotros ni angustia ni miedo"
(Jn 14,27). Y al manifestarse, después de la resurrección, su saludo es éste:
"La paz esté con vosotros" (Jn 20, 21. 27).
La paz que producen las inspiraciones del Espíritu Santo es una profunda
seguridad de que estamos en el Señor y que el Señor está con nosotros. Es una
seguridad de que nuestras relaciones con Dios están en orden, y el orden
produce la paz. Esto lo vemos en la vida ordinaria. ¡Cuánto más en el plano
sobrenatural! Por eso afirma San Pablo: "Dios no es Dios de desorden sino de
paz" (1 Co 14, 33).
d) La Alegría
Por esta razón, las inspiraciones del Espíritu Santo, que son una venida de
Dios a nosotros, dan lugar a una alegría, la más profunda y pura que uno
puede tener en este mundo. Una vida cristiana auténtica lleva siempre consigo
la alegría: "Alegraos en el Señor en todo momento. Os lo repito: alegraos"
(Fp 4, 4). Esta alegría debe reinar aun en medio de los sufrimientos: "Ellos se
salieron del Sanedrín muy gozosos por haber sido considerados dignos de
sufrir por el nombre de Jesús" (Hch 5, 41). "Me siento muy animado y reboso
de alegría en todas mis pruebas" (2 Co 7, 5).
Una espiritualidad sin alegría es motivo de sospecha. Es conocido el dicho de
Santa Teresa: ?"Un santo triste es un triste santo". Desde luego que aun en la
vida más santa pueden darse momentos de sufrimiento y angustia, en los que
aparentemente desaparece la alegría; pero es sólo momentáneamente y
aparentemente, pues en el fondo del ser permanece la paz inalterable de la que
se ha hablado en el punto anterior.
"No obstante, todas estas señales -tanto las objetivas como las subjetivas-
deben ocurrir en conjunto para confirmar cualquier obra genuina de Dios; sin
embargo, debido a las circunstancias, puede suceder que una u otra sea más
palpable en cierto caso. Asimismo, estas señales, son importante verificación
la una de la otra. Una falsa alegría puede ser descubierta porque no deja la
paz; a la paz falsa le faltará la humildad y el amor; y así por el estilo" (Edward
O’Connor, C.S. C.).
En la duda
"Hay una complacencia que puede pasar por la paz, y alegrías falsas y clases
equívocas de amor que pueden ser confundidas con aquellas que vienen de
Dios. Aun cuando el amor es el más grande de los dones de Dios, también es
el más fácil para falsificar. Además de esas formas de amor ilícito, que
obviamente no son de Dios, también existen muchos afectos que pueden pasar
por amor de Dios, pero que realmente son ilusiones" (Edward O'Connor).
Con lo dicho anteriormente parece que sobra este punto, "Pues los deseos de
la carne están contra los del Espíritu y los deseos del Espíritu están contra la
carne. Los dos se oponen uno a otro" (Ga 5, 17).
Pero para que mejor se vea por donde nos conduce la vida según el Espíritu
señalemos la acción del Espíritu Malo, según la expone San Pablo:
Hay unas palabras de Pablo a los Corintios que entreabren las puertas a una
oración, elevada al Señor, no con la mente que analiza los conceptos y capta el
sentido de cuanto decimos, sino con el espíritu, de donde brotan el anhelo, el
afecto y la emoción ante el Dios que nos crea y nos salva.
"Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente. Cantaré salmos con
el espíritu, pero también los cantaré con la mente" (l Co 14, 15).
Cantar con el espíritu es dejar que nuestra voz module melodías espontáneas,
que musicalice los sonidos que brotan de nosotros, no por la fuerza del
pensamiento, sino por el deseo del corazón que desea alabar a Dios.
El júbilo o regocijo
Cuando en algunas liturgias se canta: Amén, Aleluya, Señor ten piedad, Gloria
a ti, Te alabamos Señor, no parece que haya conciencia de lo que se debiera
estar gritando.
No pertenece a los hombres viejos el cántico nuevo; éste sólo lo aprenden los
hombres nuevos que han sido renovados de la vejez por la gracia, y que
pertenecen ya al Nuevo Testamento.
El júbilo es cierto cántico o sonido con el cual se significa que da a luz el
corazón lo que no puede decir o expresar.
Este júbilo cristiano hundía sus raíces en los cantos sagrados de Israel. El
júbilo era la aclamación que Israel hacía para alabar a Yahvé, e invitar que
todos los pueblos batiesen palmas en su honor. El "regocijo" era el grito de
guerra con que el pueblo escogido invocaba el nombre del Señor y le
imploraba protección en la batallas. Así fue el canto de Moisés, cuando el
pueblo superó la barrera del Mar Rojo y alcanzó el camino de la liberación.
He querido citar el texto original porque me parece que tiene mayor fuerza
que la traducción de las Obras Completas.
Cuando Moisés da rienda suelta a su regocijo al pasar el Mar Rojo, todas las
mujeres tomaron tímpanos y danzaban en coro (Ex 15, 20), también el pueblo
israelita bailó ante el becerro de oro (Ex 32, 19). Ante el arca danzaba y giraba
David, porque, como diría a su esposa: "En presencia de Yahvéh danzo yo" (2
Sam 6, 14-21) Y el salmo 149 invita a todo el pueblo con estas palabras:
Pero quizá el texto bíblico más bello al respecto es el que trae Sofonías (3, 17)
donde es el mismo Dios quien se goza y baila de amor por su pueblo:
77 - KOINONIA 77.
Introducción
Todos sufrimos por el hecho de que la única Iglesia, fundada por Cristo, esté
dividida en muchas Iglesias y reconocemos que la Renovación Carismática es
un instrumento ecuménico serio que podría unificar las diferentes tradiciones
espirituales. No hablo de Iglesias, sino de tradiciones espirituales, según el
querer de Cristo. Empero, esta unidad no sería posible si en esas tradiciones
no penetra una dinámica de Renovación espiritual que, ampliándoles la visión
lleve a las Iglesias a integrarse y comprenderse más. El tiempo y el modo de
esta integración no pueden establecerse racionalmente sino que han de ser
fruto de la acción del Espíritu Santo, en todo el mundo y en todas las Iglesias.
Quiero hablar de esta sensibilidad ante la acción del Espíritu en dos fases:
2. La sensibilidad hacia toda la Iglesia y hacia las estructuras que ella ha ido
desarrollando gradualmente y que, en líneas generales también provienen del
Espíritu Santo.
1. La aridez espiritual
Dios, a veces, lleva a los hombres a superar la experiencia del Espíritu, para
que vayan más lejos hasta "el no conocer, el no querer y el no sentir". Este es
un paso que puede llevar hasta las profundidades del mismo misterio de Dios.
Según la primera carta a los Corintios las profundidades de Dios son oscuras
para el hombre (1Cor 2, 10). Es la noche de los sentidos y la noche del
Espíritu, donde se permanece "sin querer ver o sentir alguna cosa". Según el
Nuevo Testamento la fe no es sólo una experiencia, es también "la certeza de
las cosas que no vemos" (Hb 11, I).
Por tanto al período de la primera experiencia gozosa de la unión con Dios
suele seguir una fase de aridez espiritual en la que Dios enseña que el hombre
no debe asistir a sus experiencias ni satisfacerse con ellas, sino que debe
confiar firmemente en la promesa de la permanente presencia de Dios. Solo
entonces el hombre puede experimentar la presencia del Señor en la vida
cotidiana. Es esencial que todo líder experimente y conozca por sí mismo esa
ley básica de la vida espiritual.
San Juan de la Cruz dice que cuando llega el tiempo de superar la experiencia
inicial en el camino de crecer en la fe, el hombre recibe la gracia de
permanecer en el sosiego, en la paz y en la silenciosa adoración. Vivir en este
ambiente es signo de que Dios nos está ayudando a superar la experiencia
inicial.
San Juan de la Cruz acentúa, además, que al principio las acciones del Espíritu
Santo son muy suaves y casi incomprensibles, y el hombre no las percibe o no
las comprende. Es como la habitación silenciosa de Dios en el Corazón, que
sólo poco a poco se va conociendo. Así se descubre nuestra condición de
criaturas y se supera el peligro de refugiarnos en Jesús, como en el compañero
que debe solucionarnos todos nuestros problemas. Jesús no soluciona por
completo todos nuestros problemas, sino que nos capacita para que vivamos
con otras personas que tampoco tienen todas las soluciones. En la profundidad
de la fe percibimos a la vez la cercanía de Dios y su distancia...
Hay una inquietud acerca del futuro de la Renovación Católica Mundial. Toda
vida espiritual tiene necesariamente una estructura corno se demuestra
claramente en el Nuevo Testamento. Aun si al principio las estructuras no
estaban bien delineadas, se fueron desarrollando con el curso de los años. La
pregunta es: ¿A qué clase de estructuras dará origen la Renovación
Carismática? ¿Se tratará de una nueva Iglesia Carismática? ¿O deberíamos
caminar desde la periferia hacia el corazón de la Iglesia? Este es un
planteamiento que debe ser respondido por la Renovación Carismática
Católica.
Esto significa que la persona o los grupos viven esta experiencia según todo lo
que ellos son. Por lo tanto, a pesar de la presencia de Cristo y del encuentro
personal con El, las experiencias espirituales serán influenciadas por las
vivencias que hayamos vivido anteriormente: esperanza, carácter, maneras de
pensar y de sentir, estilo de vida y también por la tradición de la Iglesia de
donde venimos. La experiencia del Espíritu se vive, por lo tanto, como una
experiencia que se interpreta. Al interpretar la experiencia no se logra
separarla del propio modo de actuar del que la vive. Por eso en las diferentes
Iglesias se acentúa diferentemente, tanto en el plano individual como en el
colectivo. Esa acentuación diferente es necesaria.
Esto significa que un grupo de oración no puede reducirse a ser una reunión
de cristianos que tratan de regresar a los tiempos del Nuevo Testamento,
resucitando un modelo de Iglesia naciente como la que el Nuevo Testamento
?describe, y rechazando cualquier tradición o, en otras palabras, prescindiendo
de toda interpretación eclesial y de toda estructura. Si ello fuese así, la
experiencia del pentecostalismo llevaría a la unidad.
Podemos afirmar que forma parte del plan divino el que se hayan formado al
principio, y que se sigan formado, comunidades y que se formen dentro de las
estructuras existentes, y por lo tanto también dentro de las actuales parroquias.
Paseo por una céntrica avenida. En la acera, un hombre sentado delante de una
mesita plegable echa las cartas del Tarot a una señora. No es el único en esta
calle. Sigo adelante: en un portal veo una placa con el horario de una adivina.
En el interior se distinguen algunas personas que esperan su turno. Me acerco
a un quiosco y observo que venden unos folletos dedicados a cada uno de los
signos del zodíaco, y también postales, llaveros y otros objetos con los
mismos signos. Me he comprado una revista y empiezo a hojearla: dos
páginas enteras están dedicadas al horóscopo de la semana. En otra página se
anuncia una cruz maravillosa prometiendo grandes beneficios a quien la lleve
puesta. Me he detenido ante un cine, atraído por la cartelera; en ella se
muestran a unos horribles seres de ultratumba con sus cuerpos hechos gironés
y a una mujer con el rostro desencajado por el miedo. En el videoclub de al
lado se anuncian películas como "El Exorcista", "La noche de los muertos
vivientes", "Poltergeit" y "El Resplandor"... Más adelante hay una juguetería
donde venden extraños y monstruosos muñecos, mezcla de extraterrestres y
demonios. Me acerco a una tienda de discos: en un lugar bien visible han
expuesto varios elepés de música heavy con título claramente religioso, pero
sus portadas están llenas de demonios. Más allá hay una librería. Se ve de
todo, pero no son raros los libros de parapsicología, astrología, magia y
fenómenos paranormales. Tampoco faltan los que mezclan lo religioso con lo
extraterrestre, o le dan un marcado acento misterioso. En la esquina hay un
grupo de jóvenes. Al pasar por su lado les he oído contar algo de una sesión
de espiritismo...
Nada más llegar a casa me he puesto a pensar: ¿Es éste el año dos mil que
predecían los futuristas? Aún recuerdo el interés de mis compañeros de
seminario por la teología de la secularización y de la muerte de Dios. Al calor
de los prodigiosos avances de la técnica y la ciencia -de la razón, en
definitiva-, se nos anunciaba el nacimiento de la ciudad secular, donde todas
las supersticiones habrían desaparecido y ya no serían necesarias ni tan
siquiera las formas religiosas para expresar y vivir la fe; una fe ?que debería
consistir fundamentalmente en entregarse en cuerpo y alma a la construcción
de un mundo mejor y más justo. Fueron aquellos años que, en nombre de la
razón, del progreso y de la mayoría de edad del hombre moderno, nos
entregábamos alegremente a demostrar tantas y tantas formas de religiosidad,
por considerarlas una pesada herencia del oscuro pasado medieval.
Pero, hete aquí que después de unos años nuestra avanzada sociedad, privada
ya de tales "supersticiones" de la religión, se ha buscado un sucedáneo en
otras formas que parecían ya desterradas para siempre de nuestro mundo
occidental. Se cumple una vez más aquella frase de Gaya, testigo de la crisis
del racionalismo ilustrado de su tiempo, que él supo plasmar genialmente en
muchos de sus cuadros y aguafuertes: "El sueño de la razón produce
monstruos". Algo muy grave debe estar ocurriendo en nuestra sociedad
cuando asistimos, en el umbral del siglo XXI, al despertar de miedos
ancestrales.
En la Biblia hay gran cantidad de textos en los que queda claro que Dios
reprueba las prácticas supersticiosas e idolátricas. La ley del Antiguo
Testamento era particularmente severa al respecto: Moisés ordena en el libro
del Éxodo: "No dejarás con vida a la hechicera" (Ex 22, 17). En el
Deuteronomio se previene al pueblo de contaminarse con dichos errores:
"Cuando entres en la tierra que va a darte el Señor tu Dios, no imites la
abominación de estos pueblos. No haya entre los tuyos quien queme a sus
hijos o hijas, ni vaticinadores, ni astrólogos, ni agoreros, ni hechiceros, ni
encantadores, ni espiritistas, ni adivinos, ni nigromantes. Porque el que
practica eso es abominable para el Señor... Sé íntegro en el trato con el
Señor tu Dios" (Dt 18. 10-12).
A pesar de una prohibición tan rotunda, el pueblo cayó en semejantes
prácticas, a las cuales achacaban los profetas la causa de tantos males que
sobrevinieron sobre Israel, por lo que tenían de rebeldía contra el único y
verdadero Dios: "El vidente de Efraín profetiza sin contar con Dios, es
trampa de furtivo en sus caminos, subversión en la casa de Dios" (Os 9, 8).
Para Ezequiel está claro que "tanto el profeta como quien lo consulta serán
reos de la misma culpa" (Ez 14.10).
Es impresionante el relato que nos cuenta cómo Saúl luego de intentar en vano
conocer la voluntad de Dios por medios legítimos, decidió acudir a una
nigromante -de las que él mismo había ordenado expulsar del reino- para que
le invocase el espíritu del difunto profeta Samuel (Sm 28). La ira del Señor se
cierne sobre su pueblo, pero también sobre otros pueblos, en especial
Babilonia, de donde provenían muchas de las prácticas supersticiosas
adoptadas por el pueblo de Dios, descritas en Is 47, 9-14.
Cuando Pablo llegó a Pafos (Chipre), encontró a un falso profeta judío, que
vivía con el procónsul Sergio Pablo. Como aquél intentase persuadir al
procónsul de que no escuchara a Pablo, éste le dijo: "Tú, plagado de
trampas y fraudes, secuaz del diablo, enemigo de todo lo bueno: ¿cuándo
dejarás de torcer los caminos derechos de Dios? Pues ahora mismo va a
descargar sobre ti la mano del Señor, te quedarás ciego y no verás la luz
del sol hasta su momento" (Hch 13, 6-12).
Formas de superstición
Magia Blanca
Curanderismo
Magia negra
Adivinación
En el caso de adivinaciones por suertes, corno son las cartas del Tarot o
incluso la astrología, debemos desecharlas como lo que son: pura superchería.
La experiencia demuestra que los adivinos suelen embrollar a la gente más de
lo que podamos imaginar, abusando de la buena fe de quienes confían en
ellos.
Espiritismo