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Examen de conciencia

“Sean… de mirada limpia, de alma


trasparente… La Iglesia no necesita
de la oscuridad para trabajar”.
Papa Francisco

Personal

Mira en lo profundo de tu corazón, mira en lo íntimo de ti mismo, y


pregúntate: ¿tienes un corazón que desea algo grande o un corazón
adormecido por las cosas? ¿Tu corazón ha conservado la inquietud de la
búsqueda o lo has dejado sofocar por las cosas, que acaban por atrofiarlo?
Dios te espera, te busca: ¿qué respondes? ¿Te has dado cuenta de esta
situación de tu alma? ¿O duermes? ¿Crees que Dios te espera o para ti esta
verdad son solamente “palabras”?

«¿Quién eres Tú?» (Jn 1, 20) En mi conducta habitual, ¿encuentro elementos


de debilidad, de pereza, de flojedad? ¿Son conformes mis conversaciones
al sentido humano y sobrenatural que un sacerdote debe tener? ¿Estoy
atento a actuar de tal manera que en mi vida no se introduzcan particulares
superficiales o frívolos? ¿Soy coherente en todas mis acciones con mi
condición de sacerdote?

«El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8, 20) ¿Amo la
pobreza cristiana? ¿Pongo mi corazón en Dios y estoy desapegado,
interiormente, de todo lo demás? ¿Estoy dispuesto a renunciar, para servir
mejor a Dios, a mis comodidades actuales, a mis proyectos personales, a mis
legítimos afectos? ¿Poseo cosas superfluas, realizo gastos no necesarios o
me dejo conquistar por el ansia del consumismo? ¿Hago lo posible para vivir
los m omentos de descanso y de vacaciones en la presencia de Dios,
recordando que soy siempre y en todo lugar sacerdote, también
en aquellos momentos?

«Has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los
pequeños » (Mt 11, 25) ¿Hay en mi vida pecados de soberbia: dificultades
interiores, susceptibilidad, irritación, resistencia a perdonar, tendencia al
desánimo, etc.? ¿Pido a Dios la virtud de la humildad?

¿Soy un poco mundano y un poco creyente?


¿Como, bebo, fumo o me divierto en exceso?
¿Me preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes?
¿Cómo utilizo mi tiempo?
¿Soy perezoso?
¿Me gusta ser servido?
¿Amo y cultivo la pureza de corazón, de pensamientos, de acciones?
¿Nutro venganzas, alimento rencores?
¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz?

Vocacional

Podemos preguntarnos: ¿estoy inquieto por Dios, por anunciarlo, para darlo
a conocer? ¿O me dejo fascinar por esa mundanidad espiritual que empuja
a hacer todo por amor a uno mismo? Nosotros, consagrados, pensamos en
los intereses personales, en el funcionalismo de las obras, en el carrerismo.
¡Bah! Tantas cosas podemos pensar... Por así decirlo ¿me he “acomodado”
en mi vida cristiana, en mi vida sacerdotal, en mi vida religiosa, también en
mi vida de comunidad, o conservo la fuerza de la inquietud por Dios, por su
Palabra, que me lleva a “salir fuera”, hacia los demás?

«Por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados
en la verdad » (Jn 17, 19) ¿Me propongo seriamente la santidad en mi
sacerdocio? ¿Estoy convencido de que la fecundidad de mi ministerio
sacerdotal viene de Dios y que, con la gracia del Espíritu Santo, debo
identificarme con Cristo y dar mi vida por la salvación del mundo?

«Este es mi cuerpo» (Mt 26, 26) ¿El santo sacrificio de la Misa es el centro de
mi vida interior? ¿Me preparo bien, celebro devotamente y después, me
recojo en acción de gracias? ¿Constituye la Misa el punto de referencia
habitual de mi jornada para alabar a Dios, darle gracias por sus beneficios,
recurrir a su benevolencia y reparar mis pecados y los de todos los hombres?

«El celo por tu casa me devora» (Jn 2, 17) ¿Celebro la Misa según los ritos y
las normas establecidas, con auténtica motivación, con los libros litúrgicos
aprobados? ¿Estoy atento a las sagradas especies conservadas en el
tabernáculo, renovándolas periódicamente? ¿Conservo con cuidado los
vasos sagrados? ¿Llevo con dignidad todos las vestidos sagrados prescritos
por la Iglesia, teniendo presente que actúo in persona Christi Capitis?

«Permaneced en mi amor» (Jn 15, 9) ¿Me produce alegría permanecer ante


Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento, en mi meditación y
silenciosa adoración? ¿Soy fiel a la visita cotidiana al Santísimo Sacramento?
¿Mi tesoro está en el Tabernáculo?

«Explícanos la parábola» (Mt 13, 36) ¿Realizo todos los días mi meditación
con atención, tratando de superar cualquier tipo distracción que me separe
de Dios, buscando la luz del Señor que sirvo? ¿Medito asiduamente la
Sagrada Escritura? ¿Rezo con atención mis oraciones habituales?

Es preciso «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18, 1) ¿Celebro cotidianamente


la Liturgia de las Horas integralmente, digna, atenta y devotamente? ¿Soy
fiel a mi compromiso con Cristo en esta dimensión importante de mi
ministerio, rezando en nombre de toda la Iglesia?

«Ven y sígueme» (Mt 19, 21) ¿Es, nuestro Señor Jesucristo, el verdadero amor
de mi vida? ¿Observo con alegría el compromiso de mi amor hacia Dios en
la continencia del celibato? ¿Me he detenido conscientemente en
pensamientos, deseos o actos impuros; he mantenido conversaciones
inconvenientes? ¿Me he puesto en la ocasión próxima de pecar contra la
castidad? ¿He custodiado mi mirada? ¿He sido prudente al tratar con las
diversas categorías de personas? ¿Representa mi vida, para los fieles, un
testimonio del hecho de que la pureza es algo posible, fecundo y alegre?

«Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6) ¿Conozco en profundidad


las enseñanzas de la Iglesia? ¿Las asimilo y las transmito fielmente? ¿Soy
consciente del hecho de que enseñar lo que no corresponde al Magisterio,
tanto solemne como ordinario, constituye un grave abuso, que causa daño
a las almas?

«Vete, y en adelante, no peques más» (Jn 8, 11) El anuncio de la Palabra de


Dios ¿conduce a los fieles a los sacramentos? ¿Me confieso con regularidad
y con frecuencia, conforme a mi estado y a las cosas santas que trato?
¿Celebro con generosidad el Sacramento de la Reconciliación? ¿Estoy
ampliamente disponible a la dirección espiritual de los fieles dedicándoles
un tiempo específico? ¿Preparo con cuidado la predicación y la
catequesis? ¿Predico con celo y con amor de Dios?

«¡Ahí tienes a tu hijo! ¡Ahí tienes a tu madre!» (Jn 19, 26-27) ¿Recurro lleno de
esperanza a la Santa Virgen, Madre de los sacerdotes, para amar y hacer
amar más a su Hijo Jesús? ¿Cultivo la piedad mariana? ¿Reservo un espacio
en cada jornada al Santo Rosario? ¿Recurro a su materna intercesión en la
lucha contra el demonio, la concupiscencia y la mundanidad?

«Padre, en tus manos pongo mi espíritu » (Lc 23, 44) ¿Soy solícito en asistir y
administrar los sacramentos a los moribundos? ¿Considero en mi meditación
personal, en la catequesis y en la ordinaria predicación la doctrina de la
Iglesia sobre los Novísimos? ¿Pido la gracia de la perseverancia final e invito
a los fieles a hacer lo mismo? ¿Ofrezco frecuentemente y con devoción los
sufragios por las almas de los difuntos?
Comunitario

¿Cómo estamos con la inquietud del amor? ¿Creemos en el amor a Dios y


a los demás? ¿O somos nominalistas en esto? No de modo abstracto, no sólo
las palabras, sino el hermano concreto que encontramos, ¡el hermano que
tenemos al lado! ¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades o nos
quedamos encerrados en nosotros mismos, en nuestras comunidades, que
muchas veces es para nosotros “comunidad-comodidad”?

La inquietud del amor empuja siempre a ir al encuentro del otro, sin esperar
que sea el otro a manifestar su necesidad. La inquietud del amor nos regala
el don de la fecundidad pastoral, y nosotros debemos preguntarnos, cada
uno de nosotros: ¿cómo va mi fecundidad espiritual, mi fecundidad
pastoral?

Una fe auténtica implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo.


He aquí la pregunta que debemos plantearnos: ¿también nosotros tenemos
grandes visiones e impulsos? ¿También nosotros somos audaces? ¿Vuela
alto nuestro sueño? ¿Nos devora el celo? (cf. Sal 69, 10) ¿O, en cambio,
somos mediocres y nos conformamos con nuestras programaciones
apostólicas de laboratorio?

«Al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34) ¿Tengo la convicción de que, al
actuar “en la persona de Cristo” estoy directamente comprometido con el
mismo cuerpo de Cristo, la Iglesia? ¿Puedo afirmar sinceramente que amo
a la Iglesia y que sirvo con alegría su crecimiento, sus causas, cada uno de
sus miembros, toda la humanidad?

«Tú eres Pedro» (Mt 16, 18) Nihil sine Episcopo —nada sin el Obispo— decía
San Ignacio de Antioquía: ¿están estas palabras en la base de mi ministerio
sacerdotal? ¿He recibido dócilmente órdenes, consejos o correcciones de
mi Ordinario? ¿Rezo especialmente por el Santo Padre, en plena unión con
sus enseñanzas e intenciones?

«Que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 34) ¿He vivido con diligencia la
caridad al tratar con mis hermanos sacerdotes o, al contrario, me he
desinteresado de ellos por egoísmo, apatía o indiferencia? ¿He criticado a
mis hermanos en el sacerdocio? ¿He estado al lado de los que sufren por
enfermedad física o dolor m oral? ¿Vivo la fraternidad con el fin de que
nadie esté solo? ¿Trato a todos mis hermanos sacerdotes y también a los
fieles laicos con la misma caridad y paciencia de Cristo?
«Llamó a los que él quiso y vinieron junto a él » (Mc 3, 13) ¿Estoy atento a
descubrir los gérmenes de vocación al sacerdocio y a la vida consagrada?
¿Me preocupo de difundir entre todos los fieles una mayor conciencia de la
llamada universal a la santidad? ¿Pido a los fieles rezar por las vocaciones y
por la santificación del clero?

«El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20, 28) ¿He
tratado de donarme a los otros en la vida cotidiana, sirviendo
evangélicamente? ¿Manifiesto la caridad del Señor también a través de las
obras? ¿Veo en la Cruz la presencia de Jesucristo y el triunfo del amor?
¿Imprimo a mi cotidianidad el espíritu de servicio? ¿Considero también el
ejercicio de la autoridad vinculada al oficio una forma imprescindible de
servicio?

«Tengo sed» (Jn 19, 28) ¿He rezado y me he sacrificado verdaderamente y


con generosidad por las almas que Dios me ha confiado? ¿Cumplo con mis
deberes pastorales? ¿Tengo también solicitud de las almas de los fieles
difuntos?

¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo?


¿Juzgo sin piedad tanto de pensamiento como con palabras?
¿He calumniado, robado, despreciado a los humildes y a los indefensos?
¿Soy envidioso, colérico, o parcial?
¿Me avergüenzo de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los
enfermos?
¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte?
¿Incito a otros a hacer el mal?
¿Observo la moral conyugal y familiar enseñada por el Evangelio?
¿Cómo cumplo mi responsabilidad en la educación de mis hijos?
¿Honro a mis padres?
¿He rechazado la vida recién concebida?
¿He colaborado a hacerlo?
¿Respeto el medio ambiente?

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