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QUMRÁN

Nombre de un • Wadi, al noroeste del mar Muerto y de unas antiguas ruinas cercanas. En
esta región se han descubierto desde 1947 once cuevas con importantes depósitos de
documentación precristianos que iluminan varios aspectos de los estudios bíblicos.

EL SITIO
Las excavaciones (1951–1956) en • Khirbet Qumrán indican que este grupo de edificios
constituía la sede de la comunidad monástica que produjo los rollos del mar Muerto. El sitio
estuvo ocupado durante la monarquía de Judá (siglos VIII—VI a.C., cf. Jos 15.62; «ciudad
de la sal»), cuando se hizo una cisterna circular. Pero las fases más interesantes de la
ocupación son las que se asocian con la secta que produjo los rollos:
Fase Ia
Fechas aproximadas
130–110 a.C.
Acontecimientos principales
Limpieza de la cisterna antigua. Construcción de dos nuevas, varios cuartos y un horno de
alfarero.
Fase Ib
Fechas aproximadas
110–31 a.C.
Acontecimientos principales
Reconstrucción de la sede, con miras a acomodar más miembros. Terremoto que devastó
los edificios.
Fase
II
Fechas aproximadas
4 a.C.—68. d.C.

Acontecimientos principales
Reparación de los edificios (sala de asamblea, aula de copiar escrituras, cocina, lavadero,
instalación de cerámica, molinos de cereales, etc.) y del complicado sistema hidráulico.
Gran auge y vitalidad. Destrucción del monasterio por los soldados romanos al mando de
Vespasiano; los sectarios habían escondido previamente sus manuscritos en las cuevas
cercanas.
En una fase posterior (III) los romanos reconstruyeron ciertos cuartos y mantuvieron allí una
guarnición por algún tiempo. Posteriormente dejaron allí sus huellas los insurrectos de Bar-
Kochbá (pretendiente mesiánico, 132–135 a.C.), así como también monjes bizantinos y
pastores árabes. Dos kilómetros al sur de Khirbet Qumrán, en Ain Fesjáh, yacen ruinas de
otras instalaciones accesorias y dependientes del centro principal; su historia parece
paralela a la de Qumrán.

LOS ROLLOS
La biblioteca de la secta, prudentemente escondida en once cuevas, constaba de rollos
bíblicos y extrabíblicos. Se han identificado unos 500 documentos, en su mayoría
fragmentarios. Un centenar son libros del Antiguo Testamento en hebreo, incluso cuando
menos un ejemplar de todos nuestros libros canónicos menos Ester. Estos manuscritos
datan de ca. 200 a.C.—68 d.C. y son de capital importancia para el estudio del • Texto del
Antiguo Testamento. Se han hallado también fragmentos de la LXX y algunos • Tárgumes;
es de especial importancia uno de Job en arameo. Además, se han identificado unos pocos
libros de la apócrifa, entre ellos Tobías (en arameo y hebreo), Eclesiástico (en hebreo), La
Epístola de Jeremías (en griego), I Enoc (en arameo) y Jubileos (en hebreo).
Los manuscritos extrabíblicos tienen que ver principalmente con la comunidad; estos y las
ruinas muestran un cuadro bastante exacto de las prácticas y creencias de la secta (cf. III
abajo). Los comentarios bíblicos, especialmente el relativo a Habacuc, arrojan mucha luz
sobre la historia de la secta, pues interpretan a los profetas como prediciendo los últimos
tiempos, en que los sectarios creían vivir. El Rollo de la guerra es un curioso documento
que da normas de conducta para la futura guerra escatológica entre los hijos de la luz (los
sectarios) y los hijos de las tinieblas. El midrash (• Talmud) del Génesis, que se conserva
solo en parte, da una versión fantástica de este libro. Más importante para conocer la
comunidad es un rollo compuesto, el Manual de disciplina. Contiene las condiciones de
ingreso al noviciado; el ceremonial para la admisión solemne de nuevos miembros y para
la revisión anual; un tratado sobre el conflicto en el alma entre la luz y las tinieblas, una
sección sobre la vida y disciplina de la comunidad, con una lista de penitencias y un himno
de alabanza. No son más amenos los Himnos, que revelan muchas creencias teológicas
de la secta, y su devoción personal. Finalmente, cabe mencionar el Documento de
Damasco. Este documento se conocía desde antes, pero a juzgar por los fragmentos
descubiertos en Qumrán, también pertenecía a la misma secta. La primera parte es una
exhortación; la segunda, un código de normas para una sociedad de casados.
De menos importancia para el estudio bíblico, porque proceden de otras comunidades, son:
El rollo de cobre, que describe tesoros enterrados en Jerusalén y cerca de ella; Textos de
Murabbaat (al sur de Qumrán) referentes a la guerra de Bar-Kochbá; y Textos de Khirbet
Mird (al norte del Valle de Cedrón) que datan de los siglos V—VIII d.C.

LA COMUNIDAD
Estos sectarios eran probablemente una rama de los • Esenios. Surgieron de los judíos
piadosos (jasidim) que resistieron la apostasía durante la persecución de Antíoco Epífanes
(175–163 a.C.). Después de años de indecisión, se retiraron al desierto de Judá dirigidos
por un líder carismático conocido como el Maestro de justicia (o Maestro autorizado) para
organizarse como el justo «remanente de Israel». Aunque los primeros miembros debían
ser casados, pues el celibato era poco usual en Israel, la secta fue adoptando poco a poco
la vida célibe. En un cementerio cerca de las ruinas se han encontrado más de mil
esqueletos, casi todos de varones. Estos monjes esperaban que la pronta llegada de la
nueva era pondría fin a la presente «era de maldad». Buscaban, mediante el estudio
diligente y la práctica de la Ley, merecer el favor divino y expiar los errores de los demás
israelitas; pensaban que serían los ejecutantes del juicio divino en el momento final.
Como señal de los tiempos postreros, creían que surgirían tres figuras profetizadas en el
Antiguo Testamento: el profeta semejante a Moisés (Dt 18.15ss), el Mesías davídico y un
gran sacerdote del linaje de Aarón. Este sacerdote sería jefe de estado, superior al Mesías.
El Mesías davídico sería un príncipe guerrero que conduciría las huestes fieles de Israel a
una victoria aplastante sobre los «hijos de las tinieblas»; entre estos los principales serían
las fuerzas gentiles de los • Quitim (¿romanos?) El profeta comunicaría al pueblo de Dios
la voluntad divina al fin de la era, como Moisés lo había hecho al comienzo de su historia.
Los sectarios rehusaron reconocer a los sumos sacerdotes de Jerusalén por dos razones:
1. Estos no pertenecían a la legítima casa de Sadoc (depuesta por Antíoco Epífanes).
2. Eran moralmente ineptos para su oficio sagrado.
A uno de ellos, un sacerdote real de los asmoneos, se le describe como el «sacerdote
malvado» por excelencia, debido a la hostilidad que mostró al Maestro de justicia y sus
seguidores. La secta conservó entre sus rangos las categorías de sacerdotes sadocitas y
de levitas, para el futuro restablecimiento de un culto digno en el templo purificado. Su
calendario religioso discrepaba también del usado en Jerusalén.
La comunidad practicaba una disciplina rigurosa e interpretaba la Ley aun más severamente
que los fariseos. Sus abluciones ceremoniales y comidas comunales, a las cuales la entrada
se reglamentaba estrictamente, eran símbolos de su esperanza. Toda interpretación bíblica
la recibían del Maestro de justicia, para ellos el último de los grandes iluminados, porque él
sabía lo que otros profetas ignoraban: el momento final de la historia humana, el de la
comunidad. Cuando esta expectación resultó frustrada, los sectarios se dispersaron.
Algunos pueden haberse aliado con la iglesia de Jerusalén, que huía también de las tropas
romanas (ca. 70 d.C.), pero la secta como tal desapareció.

SU IMPORTANCIA
Los posibles puntos de contacto con el movimiento cristiano se han estudiado con esmero.
Las semejanzas respecto a la escatología, la doctrina del remanente, la exégesis del
Antiguo Testamento y las prácticas religiosas no deben cegarnos a las diferencias
esenciales: el evangelio no es esotérico ni asceta; en él, Jesucristo es proclamado como
profeta, sacerdote y rey davídico en una sola persona. Nuestro Redentor murió
(violentamente, a diferencia del Maestro de justicia) y resucitó (los sectarios nunca
afirmaron esto de su fundador) de una manera salvífica. Si los rollos arrojan luz sobre los
orígenes de Juan el Bautista, el dualismo ético de las epístolas, la organización de la iglesia
en Jerusalén o los destinatarios de la Epístola a los hebreos, estaremos agradecidos a sus
autores, sin llamarlos protocristianos.

Bibliografía:
CBSJ V, 68:66–110. M. Burrows, Los rollos del mar Muerto, 1958 y Más luz sobre los
rollos, 1964, Fondo de Cultura Económica, México. J.T. Milik, Diez años de
descubrimientos en el desierto de Judá, Madrid, 1961. A. González Lamadrid, Los
descubrimientos del mar Muerto, Madrid, BAC, 1972. R. Schubert, La comunidad del mar
Muerto, Uteha, México, 1961. Y Yadin, Los rollos del mar Muerto, Editorial Israel, Buenos
Aires, 1959.

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