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Coetzee y la construcción de la verdad desde la ficción

16 junio 2016 | Categoría: +Medios,top1 | y tagged con Escritores | Ficción | Fiction and Psychotherapy. | J.M
Coetzee |Psicoanálisis | The Good Story: Exchanges on Truth | Verdad

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M. Coetzee (sudafricano, premio Nobel de Literatura 2003) es conocido por su renuencia a conceder
entrevistas o a problematizar en ellas “el valor de las opiniones expresadas a través de mi persona pública”.
Sin embargo, en 2008 accedió a un intercambio de emails con la psicóloga británica Arabella Kurtz, publicados
en un libro de reciente aparición: The Good Story: Exchanges on Truth, Fiction and Psychotherapy.
El título deja pocas dudas sobre su temática: las relaciones entre la idea de verdad y ficción en un sentido
terapéutico y literario, no necesariamente como posiciones opuestas, sino como zonas de contacto donde las
verdades y ficciones adoptan valores pragmáticos para construir el mundo. En el caso de Coetzee la verdad
autobiográfica, por ejemplo, pasa siempre por el tamiz de la ficción: en novelas como Elizabeth Costello o los
tomos de memorias/ficción Infancia, Juventud y Verano, el autor utiliza personajes en el sentido de voces por
medio de las cuales puede narrarse sus propios hechos.

Kurtz enfatiza que algo similar es lo que tiene lugar a través de la terapia psicológica, proceso durante el cual
una persona se cuenta a sí misma su historia desde una perspectiva asistida; Coetzee cuestiona a Kurtz sobre
sus motivaciones en el trabajo terapéutico:

¿Qué es lo que te hace desear, como terapeuta, que tu paciente confronte una verdad sobre sí mismo, en
oposición a una colaboración o confabulación en una historia –llamémosla ficción, pero ficción empoderadora–
que haría al paciente sentirse mejor acerca de sí mismo, lo suficiente como para salir al mundo y ser capaz de
amar y trabajar?

La pregunta no es menor, pues cuestiona la pertinencia de los relatos cuando buscan establecer una verdad
sin fisura: en el libro, Coetzee recuerda los episodios que presenció durante el régimen del apartheid en
Sudáfrica desde niño y cómo existían narrativas históricas dedicadas a disfrazar una mentira de verdad con
fines políticos y de sometimiento, en este caso racial.

Para Kurtz, las categorías de verdad y ficción no están tan claras en la práctica cotidiana, por lo que el
individuo debe “contentarse con la versión de la verdad que le funcione.” Sin embargo, en su experiencia, “la
verdad ES lo que funciona”.

Así, vemos que la “verdad” narrativa de Coetzee busca incomodar y hacer dudar al lector de la congruencia de
las verdades sociales, mientras que la verdad terapéutica de Kurtz no se encamina, como podría pensarse, a
crear una fantasía ficticia donde el sujeto permanece como héroe o jugador inocente de su realidad, pues un
paciente se confronta también con los discursos ficticios disfrazados de verdad que su medio, su familia o él
mismo se han contado a través de los años. De esta manera vemos que la escritura no es necesariamente una
forma terapéutica, ni la psicología un discurso de poder para mantener al individuo subyugado a la lógica de la
producción capitalista; se trata más bien de comprensiones de la realidad en términos estéticos, en el sentido
en que un sujeto estético –para utilizar los términos de Leo Bersani– es aquel que vive en el umbral de sus
relaciones con las imágenes de su mundo, a través de una economía de los afectos, donde “estética” no tiene
la connotación de una búsqueda o estudio sobre la belleza, sino de las mismas elecciones de imágenes
(objetos, diría Freud) a través de las cuales nos construimos como sujetos.

Pero tratándose de un escritor como Coetzee, se puede distinguir también la importancia de la sospecha en la
construcción de una verdad resistente a las lógicas imperantes del poder, sospecha que no busca simplemente
a los “culpables” de la historia, sino que busca colocar al sujeto en un lugar justo, algo que podríamos asociar
a la verdad entendida desde la psicología (aunque no necesariamente desde el psicoanálisis); al respecto,
Coetzee destaca el peligro de las narrativas oficiales y la importancia de la sospecha como último reducto de la
verdad del sujeto, al menos de sí mismo: “He vivido como miembro de un grupo dominante… [el cual] creyó
que lo que lograban al establecerse en una tierra extranjera era algo de lo cual enorgullecerse”.

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