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u. • .•^v\* . \\t\fci>.*,'t.i,->-ui..-¿a
Héctor Ca\'ieres, Licenciado, Psicólogo y
Dr © en Psicología de la Universidad de
Chile. Profesor del área de psicología social.
Coordinador /Vcadémico y Profesor de la
carrera de Psicología de la Universidad
Católica Silva Henríc[uez.
Conzalo Miranda, Psicólogo y Magíster en
Psicología Clínica Pontificia Universidad
Católica. Profesor de las Universidades
)crto Hurtado y Católica Silva Henríquez.
udiante Programa de Doctorado en Salud
blica de la Facultad de Medicina de la
jiiversidad de Chile.
Antonio Stecher, Psicólogo y Magíster en
Filosofía, Universidad de Chile. Profesor
Asistente, Facultad de Psicología Unixersidad
Diego Portales. Investigador, Programa de
Estudios Psicosociales del IVabajo, Universidad
Diego Portales. Actualmente finaliza sus
Estudios de Doctorado en Psicología Social en
la Universidad Autónoma de Barcelona.
Rodrigo De La Fabián, Psicólogo, Doctor en
Psicopatología Fundamental y Psicoanálisis
Universidad Paris 7, Denis Diderot, Francia.
Director de Postgrado e Imestigación Facultad
de Psicología Universidad Diego Portales.
Docente de Pre y Postgrado Facultad de
Psicología UDR
Adriana Kaulino, Psicóloga clínica y licenciada
en Psicología. Magíster en Psicología
Social (UFRJ/BR). Doctor© en Psicología
Universidad de Chile. Docente y Decana de la
Facultad de Psicología de la Unix'crsidad Diego
Portales. Areas de trabajo: Epistemología,
Etica e Historia de la Psicología. Subjetividad
e Ideología.
Andrés Haye, Psicólogo Pontificia Universidad
Católica. Doctor en Psicología Social de la
Universit)'of Sheffield, Inglaterra. Investigador
y profesor asociado de la Escuela de Psicología
•de la Pontificia Universidad CatóHca de
•Chile.
índice

Introducción
Héctor Calieres Higuera

Apertura
Etica e Ideología: Nombres posibles para la Psicología
Gonzalo Miranda Hinart 1_3_

Primera parte: Psicología e ideología


La disputa de la ideología
Andrés Haye 23^

Poéticas del sujeto en el Chile actual:


Lecturas sobre los cambios sociolaborales,
culturales e idendtarios en el nuevo capitalismo
Antonio Stecher 33_

Ideología y subjetí\idad en el marco de la


Modernidad tardía
Xiklas Bornhauser 59_

Segunda parte: Psicología y ética


Compromiso Social y Pluralismo:
Cla\-es éticas de la psicología moderna
Adriana Kaulino 77_

De la édca trágica a la eródca de lo cómico:


Ni psicoanálisis, ni psicoterapia
Rodrigo de la Fabián 9j_
Sobre el uso de la psicoterapia como dispositivo
gubernamental
Esteban Radiszcz 1 11

Etica Negativa y Psicología: de las implicancias de una


propuesta filosófica para el retiro de las valoraciones
Héctor Calieres H. 127
Introducción
L os trabajos que reúne el presente libro fueron presentados en
el coloquio Psicología; Ética e Ideología, realizado el 19 de
octubre del 2007, en el Auditorium de la Facultad de Ciencias
Humanas y Educación de la Uni\'ersidad Diego Portales. Este
coloquio fue organizado por la Escuela de Psicología y el Magis-
ter en Psicología Social de la Universidad Diego Portales.

Esta instancia contó con la participación de docentes de la Uni-


versidad Alberto Hurtado, Universidad de Chile, Pontificia Uni-
\ersidad Católica de Chile y la participación y el Patrocinio de la
Uni\-ersidad Católica Silva Henríquez.

El texto que se presenta busca sumarse a la publicación "Episte-


mología y Psicología Preguntas Cruzadas" (2007), que recogió las
ponencias de un primer coloquio realizado entre las escuelas men-
cionadas, integrándose en esta \-ersión la Universidad de Chile.

Dado que los artículos aquí expuestos corresponden a transcrip-


ciones de las ponencias de los autores tanto las temáticas como los
formatos en los cuales se entregan son disímiles, la homogeneidad
está más bien dada por la temádca comocante: la relación entre
Psicología; Ética e Ideología. Los artículos trascritos fueron re\i-
sados por los propios autores aportando algunas modificaciones y
re\isiones a las ponencias originales, consen'ando eso sí el carác-
ter, formato y espíritu de lo expuesto en el marco del coloquio.

El origen de estos coloquios surge de la inquietud de un grupo


de académicos representantes de las di\'ersas casas de estudios
mencionadas, de distintas corrientes teóricas y ámbitos profe-
sionales, que buscaron generar un espacio para la reflexión y el
debate respecto a temáticas tanto emergentes como tradicionales
vinculadas al quehacer académico y a la prácúca profesional de
la psicología.

La apertura de Gonzalo Miranda propone un relación que no


sólo explicita la coherencia de los conceptos de ética, ideología
psicología, sino que además le entrega a esta última una función,
en tanto concibe a la ideología como conjuntos de creencias que
se operatixizan y norman a ni\'el comportamental en una ética,
postulándose entonces la psicología como el componente que
naturaliza este proceso.

El coloquio estuvo dixidido en dos partes. La primera aborda


la relación entre Ideología y étíca. En este apartado a traxés del
texto de Andrés Have es posible apreciar rápidamente los alcan-
ces y la complejidad de postular una relación entre psicología e
ideología. La noción de ideología es acaso el concepto más elu-
sivo de las ciencias sociales, y está en constante disputa. Desde la
psicología entonces será pertinente entender este carácter, para
lo cual el texto ayuda a identificar ciertos ámbitos de esta disputa
por la ideología, o disputa ideológica.

A través del texto de Antonio Stecher se retoma una de las prin-


cipales funciones, y cuestionamientos a la ideología esto es: su
relación con el poder Para ello se realiza una vinculación con la
psicología a tra\'és de lincamientos para el análisis de dos mode-
los de identidad que aparecen como hegemónicos en la sociedad
chilena actual.

Para terminar la primera parte de este texto, Niklas Bornhauser


en su ensayo; ronda sobre la pregunta de por qué en el mundo
contemporáneo tan e\ídentemente atravesado por problemas
ideológicos, la noción misma de ideología no sólo ha ido desapa-
reciendo sino que además incluso se ha asociado a cierto cariz
negativo como algo ajeno arcaico y de preocupación basada en
sendmientos románticos y poco pragmáticos.

La parte segimda y final del libro reflexiona en torno a la posible


\inculación entre psicología y édca. El primer artículo de esta
segunda parte escrito por Adriana Kaulino propone que la dis-

10
ciplina psicológica es en esencia una disciplina marcada por el
pluralismo, siendo este aspecto una cuestión que, entendiéndose
como medular, no es una deficiencia a superar. En este marco la
ética en psicología es también entonces una cuestión constituti-
\'amente plural siendo por tanto necesario retomar la pregunta
por las implicancias éücas de un saber psicológico.

Por su parte en un marco eminentemente psicoanalítico Rodrigo


de la Fabián e\idencia la paradoja ética de las contraposiciones
entre el sujeto y el analizante, en tanto el primero se resiste a pre-
sentarse a la luz del conocimiento, cuestión que al ser respetada
por el analizante marca una clínica de la no compresión, una clínica
que no sitúa la dimensión del acuerdo entre sus partes como algo
fundamental.

Asimismo asociado a una reflexión sobre el campo de la psico-


terapia Esteban Radiszcz \isualiza que ciertos modelos psicote-
rapéuticos se constituyen en dispositi\'os que se validan a través
de ciertas lógicas o dimensiones, de las cuales existe una propia-
mente moral en \irtud de la cual se \alida un modelo en tanto se
propone este ejerce una defensa de la población ante la amenaza
del atropello de sus derechos.

Por último la exposición de Héctor Ca\ieres busca introducir


la postura de la Eüca negati\a del Filósofo nacional Cristóbal
Holzapfel, y la analiza desde la psicología en particular desde la
psicología social, a partir de una implicancia concreta en una po-
tencial aplicación, esto es ¿qué ocurriría en caso de ser posible el
retiro de las \-aloraciones con la cuales operamos para referirnos
a los fenómenos instituciones o personas? Al parecer con ello se-
ría posible solucionar problemas como el prejuicio o la exclusión
pero ello no estaría exento de problemas.

A nombre del Departamento de Psicología de la Universidad


Católica Silva Henríquez damos las gracias a quienes participa-
ron como expositores así como a su respectivas escuelas. Fam-
bién agradecemos a nuestra Universidad por el apoyo para la
publicación de este libro.

Héctor Ca\ieres Higuera


Apertura
Ética e Ideología: Nombres posibles
para la Psicología
Gonzalo Miranda Hiriart
T al como lo anunciáramos el año pasado, las carreras de
Psicología de las universidades Católica de Chile, Católica
Siha Henríquez, Diego Portales, Alberto Hurtado, y ahora tam-
bién la Universidad de Chile, queremos reunimos cada cierto
tiempo en esta modalidad de coloquios, para reflexionar y deba-
tir sobre la disciplina psicológica, sobre lo que suele quedar como
no pensado en la coddianeidad de la prácdca de los psicólogos,
y sobre todo, para diseminar preguntas y contagiar con el virus
de la críüca. i\l igual que el año pasado, me corresponde la res-
ponsabilidad de la apertura, título que más que una presentación
y una bienvenida, evoca ese primer movimiento en el tablero de
ajedrez que debiera ser, si no definitivo, a lo menos relevante
para lo que sigue. Confieso que eso me tiene complicado.

Ya que estamos acá para devolver a la pregunta su lugar de pri-


vilegio, lo primero que deberíamos hacer es interrogarnos sobre
la razón para reunir bajo un mismo libreto ideología y édca. Por
supuesto, para quienes hayan echado un vistazo al mapa de des-
mitificación de la empresa moderna, trazado por Marx, Nietsz-
che y Freud, transitado por la Escuela de Frankfurt y ahondado
por Foucault, esto podría ser algo simple -demasiado quizás-:
la ideología se consdtuye como un conjunto de creencias que
legidman ciertas relaciones de poder y la éüca hace operadva
la ideología a nivel del comportamiento, traducida en normas.
Y la psicología se encarga de naturalizar la articulación entre
ideología y éüca.

Se ha dicho que la psicología emerge como disciplina especiali-


zada hacia fines del siglo XIX, en tanto refiíerzo de la medicina.
el derecho y la educación -pilares del proyecto biopolítico mo-
derno-, en su tarea de normalización del hombre, para hacerlo
económicamente funcional y socialmente adaptado. Ciertamen-
te hay motivos para pensar así. Las psicologías aplicadas al traba-
jo o al ámbito escolar, a simple vista se presentan como prácdcas
de disciplinamiento. Y aún está por demostrarse que las actuales
psicoterapias representen verdaderamente una noxedad respecto
del tratamiento moral... después de Foucault no es fácil ser psicó-
logo y dormir tranquilo.

Sabemos que la situación de las llamadas ciencias humanas o del


espíritu hace cien o ciento cincuenta años atrás, era de un gran
desarraigo y menoscabo con respecto de las ciencias de la natu-
raleza, y que los enormes deseos de legitimación de los que las
practicaban siguieron dos vertíentes: la búsqueda de semejanzas
con la ciencias positixas -así es como la economía se matematizay
los psicólogos empiezan a llamar laboratorios a los recintos donde
trabajan- y la demostración de su utilidad al momento de explicar,
predecir o controlar fenómenos sociales cada \'ez más complejos.
Sobre este úldmo punto, la psicología ha sido acusada muchas \'e-
ces, desde la izquierda, de ser un engranaje más en la maquinaria
de la dominación burguesa; se ha dicho que la psicometría no es
más que un mecanismo de consagración de la discriminación de
las clases oprimidas, que la psicoterapia es una forma de adoctri-
namiento y conformismo, y que el culto a la autorrealización, a
la espontaneidad, la exaltación del yo y la intimidad -del que se-
ría instigadora y beneficiaría la psicología post '60- no serían sino
formas de inhibir al homus politicus y legitimar un nuevo patrón de
hombre, apto para esta nueva fase del desarrollo capitalista.

Más allá de si son ciertos o no estos cargos, hay una cuota impor-
tante de injusticia en esta lectura, en tanto se desconoce el papel
de la psicología en el siglo XX como receptora de malestares a
los que no son sensibles las disciplinas hegemónicas (el caso más
claro lo tenemos en la relación psicología clínica y biomedicina)
y observadora privilegiada de lo que no funciona en las prácticas
que intervienen en lo social (por ejemplo, las brechas entre lo
que se enseña y lo que se aprende, o entre lo que se planifica y
lo que resulta).

16
Para entender mejor de qué vamos a hablar, es conveniente
hacer un poco de historia. Han visto en el programa que para
este coloquio tenemos planificadas dos mesas; la primera sobre
ideología y psicología. El término ideología nace en plena Re-
volución Francesa, y muy cerca de la noción de biología, para
designar al análisis de las sensaciones y las ideas. O sea, bien
pudo ser la rúbrica de nuestra disciplina, o algo parecido a una
ciencia cognitiva. Pero su destino quedó sellado por el uso que
diera Napoleón a la palabra ideólogo, que de manera despectiva
se refiere a alguien con escaso realismo y poco sentido político.
Una ideología pasa a ser entonces una doctrina más o menos pri-
\ada de x'alidez objetiva, que se sosdene en fiínción de los intere-
ses de un grupo particular. Ese es el uso que le da Marx, el gran
divulgador del término, mientras Engels no duda en calificar a
la ideología como una falsa conciencia. Por mucho tiempo, la
ideología se definía en oposición a una teoría científica; la ciencia
tendría una validez basada en la experiencia, mientras las ideo-
logías subsisten por su valor persuasivo y su efecto cohesivo en lo
social. Esto hasta que se instala la sospecha de que la ciencia y la
técnica también pueden ser utilizadas como ideologías.

Hay que considerar como un capítulo destacado en la historia


del concepto, el giro que con .\lthusser se produce en la noción
clásica de ideología, la cual pasa a ser constitutiva de la condi-
ción humana. Y aunque el concepto cae poco a poco en desuso
-la ideología sería algo tan impreciso como la metafísica de un
sistema polídco, las ideas que permiten explicar o justificar las
prácticas sociales cotidianas, o el conjunto de creencias que per-
miten la idenddad de un grupo- lo relevante de una ideología
sigue siendo su capacidad de control de los comportamientos.
He ahí el interés de la psicología por las ideologías. Y también el
parentesco de las ideologías con la ética (la segunda es subsidia-
ria de la primera; en el ADN de los códigos morales, explícitos o
implícitos, va cifrada la ideología de un grupo). Vamos a ver qué
es lo que dicen los panelistas, pero me parece que no es correcto
trazar la línea del análisis sólo desde la ideología a la psicología,
vale decir, ubicar a la psicología como un aparato ideológico más.
La psicología puede de hecho ayudar a desenmascarar ideologías
desde sus efectos subjetivos, por ejemplo, en el sufrimiento. Y lo
que es más importante, puede aportar al estudio de las ideologías
de\'elando las diversas formas de apropiación y uso que hacen
los sujetos de éstas, incluyendo desde luego las resistencias que
no son visibles a las miradas macrosociales. Si la nuestra es una
disciplina del sujeto, lo es de las resistencias.

El caso de la ética, tema de la segunda mesa, es a mi juicio más


problemático y de múltiples aristas. El término ética tiene una
larga historia, y sus relaciones con la psicología tocan al objeto
mismo de nuestra disciplina y a su origen.

Puede parecer un ejercicio pretencioso, pero si tuviésemos que


definir rápidamente qué es la ética, desde La República en ade-
lante y hasta Heidegger, podríamos decir que es la disciplina filo-
sófica que se ocupa del comportamiento humano, en el entendi-
do que su estudio no puede ser disociado de las definiciones que
se tengan sobre la naturaleza o condición humana. Mucho antes
que la psicología viera la luz, la ética se ocupaba de aquello que
en nuestra disciplina constituye el capítulo de la moti\-ación. Era
la reflexión, primero sobre el fin de la \'ida y los medios correc-
tos para alcanzar dicho fin, y luego sobre aquello que muexe al
hombre a hacer lo que hace, aunque siempre con \islas a dirigir,
a encaminar, la conducta del ser humano.

Es interesante que en la antigüedad clásica, ahí donde se dibujó


el tablero en el cual occidente ha jugado sus parfidas, no existe
una psicología propiamente tal. Existe una física y una ética. La
ética de la virtud, que de algún modo llega hasta nuestros días
convertida en una dietédca de vida a través de la medicina ga-
lénica, promoviendo la moderación y guía de las pasiones por
la razón. La filosofía medieval sólo coloca a Dios entre medio y
como fin último. Sin embargo, hace algo que es justo recordar:
legitima espacios para la pasión desenfienada; para la pasión
profética, mística, poética, incluso la pasión amorosa, derecho
que se va perdiendo con la modernidad y que está en el núcleo
de la psiquiatría de Pinel y Esquirol. En la filosofía moral del
siglo XVIII, y que está en la base de nuestra economía -cuestión
que no es menor en tiempos en los que la economía se trasfor-
ma en la lingua franca de lo social- la noción de fin va dejando de
ser un absoluto, y pasa a ser sustituida por la noción de valor.
Del Bien con mayiiscula pasamos a los bienes, objetos de deseo.
El progresivo pesimismo respecto de la naturaleza humana en
que cae la filosofía, se acompaña de una simplificación ética que
pone como orientaciones fiandamentales del comportamiento al
placer y la autoconser\'ación ¿les parece conocido? Es que en
ese escenario se constituyen las primeras corrientes psicológicas.
Cuando los psicólogos creemos haber descubierto algo nuevo es
bueno echar un vistazo a la historia de las ideas. Ya en la filosofía
y hace un par de siglos encontramos intentos de convertir a la
moral en una ciencia exacta, en la cual el ser humano se mo\'ería
por la \ida haciendo cálculos entre placer y dolor.

La psicología es heredera de la filosofía moral a tal punto, que


durante muchos años, hablar de ciencias humanas o ciencias
morales era lo mismo. Qrie la psicología sea el estudio del alma
es algo que merece ser despejado. Aunque es una definición re-
trospectixa, significa que su campo es el principio de la vida. Qiie
se manifiesta en la sensibilidad y las acti\idades espirituales, pero
que se inscribe en el capítulo de la fisiología (el estudio de la ps-
\hsis). Sin embargo, el alma (psykhe) -con o sin Dios- ha sido por
más de dos mil años, la garantía y el fijndamento de la moral en
occidente. El reconocimiento de ciertos procesos psíquicos lo es
en tanto manifestaciones de un principio autónomo, irreducible,
que llamamos alma. Nos puede parecer anacrónico o impropio
hablar en estos términos hoy Por cierto, al alma apetiti\-a la po-
demos dejar del lado de la biología para simplificar las cosas.
Lo mismo podemos hacer con los afectos (el alma sensitix^a), y
concentrarnos en los procesos de conciencia. Sin embargo, la
primacía de la noción de conciencia por sobre la de alma no
cambia sustancialmente las cosas. La realidad del alma es lo que
está a la base del ino\imiento introspectivo, limitado al hombre,
que llamamos conciencia, que es algo distinto al registro de la
información que llega a tra\és de los sentidos. Desde muy tem-
prano en la filosofia aparece la oposición entre conocimiento y
conciencia. El sabio accede a la realidad interna a través de la
conciencia. El cristianismo democratiza el conócete a ti mismo
socrático. Descartes ubica al pensamiento como el camino y la
\erdad de la conciencia y el protestanfismo acredita la conciencia
indixidual en tanto órgano capaz de juzgarse a sí mismo. El indi-

19
viduo moderno no es más que la emoltura de la conciencia, un
sofisticado producto de un largo camino de consagración de la
interioridad y la unicidad como atributos determinantes del ser
humano. Pero el enigma es el mismo: cómo explicar aquello que
aparta al hombre del animal, la vida menlal-moral del hombre
y su aspiración a la trascendencia. Especialmente si ya no hay
Dios. Sabemos que la secularización y el rechazo de la sujeción
moral a la religión nos dejan una ética laica que es también es un
orden universal que remite a una naturaleza humana.

Ciertamente \i\imos fiempos de cambio que tocan de manera


radical a la reflexión ética; no vamos a hacer metafísica del alma
en estos días, y hablar de naturaleza humana al interior de las
ciencias sociales suena pasado de moda. El problema es que los
psicólogos suelen no darse cuenta que esto toca a la disciplina
misma y sus posibilidades. La perspectiva de una psicología sin
ética no es algo evidente. La psicología desciende al mismo tiem-
po de la fisiología aristotélica del alma y de la filosofía moral. En
ese sentido, me parece necesario volver a analizar las operaciones
que permitieron separar los procesos mentales y morales, ya que
en la noción de alma no son disociables los procesos cognosciti-
vos o epistemológicos y los procesos éticos. Me parece c[ue no es
claro y es necesario investigar sobre los procedimientos teóricos
que hacen posible a la psicología académica hacer como si fíle-
se una ciencia descriptiva, no comprometida, amoral, apolítica,
que no tiene nada que decir sobre el bien y el mal.

Y no me refiero a la demanda legislativa que cae en los psicólo-


gos a diario. Sería por supuesto interesante salir por ahí y pre-
guntar a los colegas que andan prescribiendo un deber ser sobre
la infancia, la famiUa, las relaciones amorosas, etc. en nombre de
qué, qué los autoriza a dirigir a otros, a dictar sentencia sobre lo
bueno, lo adecuado o lo que corresponde. Lo más probable es
que en los más inteligentes tropecemos con el consabido truco
de la naturalización, y que en los menos dotados, sólo encontre-
mos un uso de la tribuna que significa ser psicólogos para gritar
en voz alta su propia socialización o pontificar en nombre del
sentido común. Tampoco me refiero al impacto que tienen las
corrientes epistemológicas contemporáneas que desnudan a las

20
ciencias como actixidades sociales y constructivas, o que dejan
en cxidencia el desdoblamiento implícito a la tarea científica. Se
trata de interrogarse sobre el origen y fundamentos de nuestra
disciplina tal como se encuentra constituida hoy.

Siempre es bueno hacer un contrapunto entre una definición


práctica de la psicología, \-ale decir: psicología es lo que los psi-
cólogos hacen -que sigue siendo la más acertada a mi juicio- y
una definición cjue provenga de las consideraciones teóricas. En
este caso, repasar cuanto y qué de nuestra psicología proviene
de la íilosofia moral, qué tensiones se derivan de esta condición,
cuáles son las consecuencias de optar por el camino de la ciencia
natural, y si es deseable hacerlo. En estos días, donde los desafíos
éticos son mayúsculos, donde la posibilidad de construir una éti-
ca colecfi\'a aparece amenazada, tal \'ez podamos sacar algo en
limpio que \'alga la pena más allá de nosotros mismos.

21
Primera parte:
Psicología e ideología
Lodisputadelaídeología^
Andrés Hoye
(Dedicado a Eduardo \ergara)
La ideología es el concepto más
elusivo de las ciencias sociales.'

L a historia de la noción de ideología va de la mano con la


historia de la formación de las ciencias sociales, pero no por
eso ha adquirido la sistematicidad de un concepto propiamente
dicho, es decir, de un concepto cuya polifonía ha logrado contro-
larse dentro de los marcos de otros conceptos. En efecto, la his-
toria de la noción de ideología es una historia de disputas que no
logran neutralizarse. Aquí no nos interesará definir un concepto
de ideología, sino aproximarnos a un concepto de disputa. Espe-
cíficamente, ensayaremos una manera de comprender la disputa
por la ideología, con la finalidad de mostrar eventualmente en
qué consiste el carácter ideológico de la disputa por la ideolo-
gía. Tal ensayo puede comprenderse como una contestación a
la sentencia de McLelland, que probablemente representa con
fidelidad una \isión de senddo común que vale la pena discutir.

Puede indicarse di\-ersos temas de disputa en torno a la ideo-


logía, temas que han tenido importancia desigual en diferentes
momentos de la historia de esta noción. Destacaré tres grandes
temas. En primer lugar, la idealidad. Se discute si la ideología es
el modo de \ida de una sociedad (xManheim) o si, por referirnos
a polos extremos, es una creación de poHticos ofilósofos,o acaso

1 McLelland, D, 1986/1995). Ideology (2' edicióni. Buckinghan; Open Universi-


t\ Press.

25
una maquinación de los poderosos (Enciclopedismo). También
se discute si la ideología es convergente con la base social, como
cuando se propone que el proceso ideológico reproduce las re-
laciones de producción (Althusser), o si es divergente en cuanto
idea desprendida de lo real (Aron). No sólo se ha puesto enjuego,
a propósito del problema de la idealidad, la identidad o diferen-
cia entre la idea y lo que es, sino también la naturaleza cognos-
citiva de las ideas, como cuanto se las entiende en términos de
representación de lo real, enfatizando así el riesgo de distorsión
propio de toda idea (Bacon), en contraste con el concepto de idea
como creación que refracta lo real (\bloshino\'). En síntesis, la
disputa en torno a la noción de ideología gira en parte en torno
al tema de la pretensión de autonomía de las ideas con respecto
al orden social existente.^

En segundo lugar, la verdad. Se plantea, por un lado, que la ideo-


logía es falsa conciencia, o sea, una comprensión engañosa de la
vida social, tergiversada por los intereses particulares subyacentes
(Marx), mientras que por otro lado se propone que la ideología es
el paradigma, o sea, la matriz de interpretaciones para una socie-
dad, cjue posibilita la comprensión de sí y que no puede juzgarse
falsa sino desde el exterior (Hermenéutica). Además, se discute si
la ciencia se enfrenta a la ideología, en su intento por conocer el
funcionamiento no transparente de esta última, o si por el con-
trario la ciencia no es más que una de las formas de la ideología,
una de las esferas de la producción cultural de una sociedad. Fi-
nalmente, se disputa la legitimidad de la crídca de las ideologías,
la posibilidad de un pensamiento capaz de resisdr al embrujo de
la ideología, sobreponerse a sus limitaciones, e intenenir en su
proceso mediante el desencubrimiento de sus distorsiones.^ Así,
la verdad es una dimensión fundamental, y muy ligada a la de la
idealidad, de la disputa de la ideología.

Para una discusión de este aspecto puede re\isarse .-\doino, T.; 1969,. La ideo-
logía. En La sociedad. Lecciones de sociología i^p. 183-205). Buenos .Aires: Proteo.
Asimismo, \blosino\; \ ' N. (1929/1992). El marxismo y la jilosofla del Imguaje.
Madrid: Manza.
La polémica Habermas-Luhmann con respecto a la po.sibilidad de una tal
crídca de las ideologías es instructiva en este punto.

26
En tercer lugar, la subjetividad. Se discute si los sujetos pueden o
no resistir a la ideología predominante en su sociedad, y si ésta se
aplica por igual a todos los sujetos de tal sociedad. Si los sujetos
son formados por la ideología y si éstos la reciben pasivamente,
como si la ideología programara su subjeti\idad, o si se relacio-
nan con la ideología de manera flexible y estratégica, empleán-
dola para sus fines subjeti\'os, o si reaccionan activamente a ella.
En resumen, la disputa en torno a la noción de ideología gira
también, en parte, en torno al tema de la relación entre los suje-
tos y el orden social.*
** *

La historia de esta disputa, en términos de estos y otros temas,


ciertamente no puede pasarse por alto al pensar la noción de
ideología, en todo caso no por un afán meticuloso de reunir los
antecedentes históricos del concepto sino porque no podemos
dejar de escuchar todas estas \oces, que se agolpan en cada ocu-
rrencia de la palabra ideología, y sin las cuales no podríamos
dar cuenta del carácter elusi\o del concepto. Es verdad que tales
\-oces suenan de manera desigual en cada ocurrencia, pues pro-
\ienen de procesos históricos que nos llegan con diversa fuerza
en los distintos momentos de la noción de ideología. Pero esto
mismo no quiere decir sino que la disputa por la ideología es, o al
menos ha sido, un proceso de formación ideológica. Es decir, se
trata de una disputa que no se reduce a contraposición lógica, y
que ha consistido en un recorrido histórico en el que la noción de
ideología ha ido adquiriendo densidad y se ha ido configurando
en términos de ciertos temas y no otros, y de ciertas perspectix'as
y no otras dentro de estos temas. Insisto: el carácter escurridizo
de la noción de ideología permite reconocer que el asunto mis-
mo de la ideología es una formación ideológica.

Como toda formación ideológica, la disputa de la ideología se


entiende a partir de las condiciones históricas bajo las que se
despliega. Por ejemplo, esta disputa se entiende a partir del pro-

4 Para una problematización resumida pero aguda de este aspecto véase Ibáñez,
r. :2001;. Zoom a la ideología. En Municiones para disidentes (pp. 183 196). Bar-
celona: Gedisa.

27
gresismo racionalita de inicios de la modernidad, así como de
su posterior "superación" relativdsta. Más fundamentalmente, la
disputa de la ideología se entiende sobre el trasfondo de los cam-
bios sociales que generaron y desarrollaron la diferencia entre
producción y creación, entre la cosa y la idea. Esta diferenciación
presupone la operación sistemática y en expansión de estructuras
de poder que, de acuerdo con Adorno, mediadzan el poder y, en
este sentido, lo atenúan hasta volver problemática la sociedad.
Se abre con ello el problema de la pretensión de autonomía de
las ideas con respecto a la totalidad social, el de la opacidad de la
cultura, y el de la libertad de los sujetos.

** *

La disputa de la ideología, entonces, es ella misma una formación


ideológica. Por lo mismo, la palabra "ideología" es una palabra
ideológica, un logos ideológico. Decimos, siguiendo a Voloshinov,
que una palabra es ideológica en la medida en que no es una for-
ma del sistema abstracto de la lengua, sino un discurso repleto de
perspecd\'as que se contestan las unas a las otras. Para especificar
esto basta con indicar algunos de los aspectos que hacen que, en
nuestro caso, la noción de ideología sea una palabra ideológica.

Primero, la noción de ideología se usa no como un concepto uní-


voco, claro y distinto, sino en el marco de un sentido común con-
tradictorio, de un conjunto de perspectivas antagónicas, como
hemos visto a propósito de los tres temas básicos mencionados.

Segundo, los diversos autores y participantes de la discusión


académica en las ciencias sociales, no codifican y decodifican la
noción de ideología sino que, en cuanto sujetos, se apropian de
ella. Se apropian de ella en el sentido de empuñarla para tomar
posición frente a otros sujetos, a otros autores.

Tercero, este tomar posición de parte de los di\ersos autores, en


el campo temático de la nociói/de ideología, consiste en hacer
un juicio evaluativo, en tomar partido en función de los diver-
sos ejes que articulan las contradicciones propias de este campo.
Pero esta evaluación no es la evaluación directa del asunto de

28
la disputa, o sea, de la noción de ideología, sino del objeto en
cuanto preevaluado por los otros. Es decir, los interlocutores en
la disputa de la ideología toman posición unos respecto de otros,
haciéndose toda clase de guiños y dirigiéndose las miradas más
se\-eras.

Cuarto, cada posicionamiento es contestado por otro, y por tan-


to cada posicionamiento tiene la estructura de una contestación
contestable. Esto riuerría decir cjue en la disputa de la ideología
los autores no se comportan como receptores pasivos del enun-
ciado del otro, sino como contestatarios. .41 mismo dempo, se
contestan sino para ser contestados, y por tanto cada respuesta se
sabe parcial y legítimamente susceptible de crítica.

Qiiinto, en cada posicionamiento de esta disputa por la ideología


se juega no un detalle académico sino una concepción de mun-
do, un ideal de sociedad, unos valores, unas propuestas acerca
del orden social posible versus real. Dicho de otro modo: cada
enunciado contiene un proyecto y empuja en esa dirección, o
sea, tiene un contenido objeti\'o.

Sexto, la disputa encierra el problema de la \'erdad. No sólo dis-


curre la disputa por rieles que tienen que ver con perspectivas
alternati\as acerca de la relación entre ideología y verdad, entre
representación y realización, entre conciencia y estructura so-
cial, sino que en ella misma se verifica el trabajo del pensamien-
to. Cada posicionamiento de esta disputa por la ideología es ya
una articulación de perspectivas -que eso es lo que entendemos
aquí por pensamiento-, y una articulación argumentativa, o sea,
precisamente un pensamiento que trabaja a la luz del ideal de
la \erdad. Pues la argumentación es efectivamente la principal
moneda de este intercambio en torno a la noción de ideología.
** *

x\hora podríamos recoger lo aprendido acerca de la disputa por


la ideología para aplicarlo a la palabra ideológica en general,
para comprender el carácter ideológico del discurso. Vale decir,
tras este rodeo en torno a la disputa por la noción de ideología,
nos preguntamos por la ideologicidad como determinación de la
palabra, como caracterización del lenguaje humano.

29
Cabe notar que la disputa de la ideología, en cuanto campo te-
mático, comporta la cualidad ideológica de cualquier tema o
asunto estructurante del discurso. Es decir, el carácter ideológico
de un campo temático se comprueba inmediatamente en que
condiciona el discurrir a las huellas, relieves y resonancias que la
historia de posicionamientos ha venido dejando en aquel campo,
al mismo tiempo que pro\'oca el discurrir, imita a la generación
de siempre nuevos posicionamientos frente a tales huellas y reso-
nancias. En esto se diferencia primeramente la palabra ideológi-
ca de la palabra como mera forma lingüística.

Más allá, la palabra ideológica consistiría, parafraseando a


Althusser, en la interpelación de los sujetos en cuanto tales, es
decir, en cuanto sujetos, y no en cuanto individuos, en cuanto
oyentes, o en cuanto cosas. Con esto queremos decir, esta \ez
más allá de Althusser, que el discurso es ideológico porcjue inter-
pela a los sujetos en cuanto contestadores acti\os o, lo que \'iene
a ser lo mismo, en cuanto el quién de la toma de posición, en
cuanto pretensión de unidad de posicionamiento. En términos
de aquél humanismo extremo que Bakhtin le atribuía a Dostoie-
\"ski, diríamos que la palabra predestina a los sujetos a ser libres.

Se trata de una libertad que no se ejerce en el \'acío, sino en el


medio de la palabra ideológica, desde las creencias de sentido
común hasta la crítica de las ideologías. Entre un extremo y otro
se lleva a cabo, cierto que a diferentes intensidades, la misma
operación fundamental, esto es, la reflexión argumentati\a a tra-
vés de temas contradictorios -aunque no asuma necesariamente
un tono fuerte ni una rigvirosidad lógica. Aun en su forma más
elemental, la toma de posición supone una mínima reflexividad a
partir de la cual el sujeto se las arregla para articular a su modo
perspectix'as disonantes entre sí, en el marco de un sentido co-
mún internamente asistemático y contradictorio. Dicho de otro
modo, el sujeto se las arregla pensando. Más específicamente,
argumentando: disputándose la palabra.

Reflotan aquí, entonces, una serie de caracterizaciones que ha-


bíamos hecho de la disputa de la ideología, pero esta \'ez a pro-
pósito de la ideologicidad misma. La palabra ideológica presu-

30
pone un mundo de perspectivas contradictorio en que la verdad
se ha \uelto un problema frente al que sólo cabe tomar partido
por cierta propuesta de sociedad, por infundada que sea.

Pero de estas determinaciones se desprende otra que sólo hay


que explicitar: la ideologicidad de la palabra consiste precisa-
mente en su contestabilidad.
** *

En conclusión, hemos dado un rodeo en torno a la disputa, para


luego \'ol\'er a la noción de ideología como por detrás, propo-
niendo un esbozo de toma de posición que podría resumirse así:
el concepto más elusi\'o es una categoría estructurante del dis-
curso de las ciencias sociales, no porque tengan desarrollos his-
tóricos paralelos sino porque es una palabra que, en virtud de su
naturaleza escurridiza y su polifonía, condiciona y moviliza la ar-
ticulación de los conceptos de sociedad, cultura y subjeti\idad.

31
Poéticas del sujeto en el Chile
actual: Lecturas sobre los cambios
sociolaborales, culturales e ídentitaríos
en el nuevo capitalismo
Antonio Stecher
Introducción

L a sociedad chilena ha experimentado en las últimas tres dé-


cadas un conjunto de profundas transformaciones económi-
cas, políticas y culturales que nos permiten hablar, al igual que
en gran parte del mundo occidental, de un tránsito desde un
modelo de "sociedad industrial del Estado Nacional" a un nue\'o
tipo societal asociado al concepto de "sociedad informacional
globalizada" iCastells, 2005; Carretón, 2000; PNUD, 2000).

El ingreso a esta nue\'a fase de la modernidad ("Wagner, 1997),


con sus específicos y muy singulares matices propios del particu-
lar trayecto a la modernidad de América Latina (Larraín, 1996),
puede ser descrito en términos de un progresi\'o desplazamiento
desde una matiiz societal estado-céntrica - basada en el desarrollo
y promoción de la industrialización y modernización desde Es-
tados nacionales fuertemente intenencionistas y proteccionis-
tas y donde la política y la economía son ejes centrales en la
construcción de los actores sociales - a una nueva matriz societal
mercado-centrada - donde los mercados productix'os, comerciales y
financieros, articulados transnacionalmente e impulsados por la
inno\ación tecnológica y el capital global se constituyen en los
principales agentes de la modernización y de las dinámicas de
integración/exclusión social, y donde la cultura, las comunica-
ciones y el consumo se constituyen en los referentes centrales de
las identidades de sujetos crecientemente individualizados- (Ca-
rretón, 2000; Hopenhayn, 1999; PNUD 2000, 2002; Stecher,
2000, 2007).

35
El interés del presente ensayo es reflexionar sobre las formas sub-
jetivas e idendtarias que emergen en Chile en el marco de este
proceso de reconfiguración societal. Más específicamente, el pro-
pósito de este artículo es describir, ilustrar y discutir críticamente
dos modelos de identidad (poéticas del sujeto) que han ido cris-
talizando y voKdéndose hegemónicas en el Chile postdictadura,
relevando, a su vez, las conexiones entre dichos modelos y los
discursos del nue\o capitalismo. Esperamos, por último, que la
argumentación presentada sir\'a para ilustrar la importancia del
concepto de ideología en una reflexión crítica sobre los modelos
de identidad hegemónicos en nuestra sociedad.

Poéticas del sujeto y narrativos identitorios


Siguiendo al sociólogo peruano Gonzalo Portocarrero (2001), al
hablar de una poética del sujeto nos referimos a una configura-
ción simbólica, a un entramado de discursos sociales en que se
cristaliza y condensa un cierto modelo de identidad, un ideal de
sujeto que opera como mandato social y como principio articu-
lador de la subjetividad en una sociedad específica. Así, indagar
en las poéticas o figuras del sujeto supone interrogar los discursos
sociales hegemónicos que instituyen una particular representa-
ción de lo que las personas deberíamos ser, de las metas y anhelos
que debemos perseguir, de las modalidades de relación con los
otros que debemos culti\'ar, si queremos progresar, ser \-alorados
y reconocidos en el orden social (Portocarrero, 2001). Al mismo
tiempo, cada una de estas poéticas supone un recorte de sentido,
que crea y requiere un dominio de alteridad, otras figuras del
sujeto que son tipificadas como aquello que se aleja del man-
dato social, como aquel "otro" abyecto que debe ser rechazado
por irracional, marginal, falto de sentido, anormal, monstruoso,
incorregible, perturbador del orden, y contra el cual se afirma y
sostiene el ideal hegemónico (Butler, 2002; Portocarrero, 2001).

Las poéticas del sujeto son parte de las formas simbólicas, de


los entramados de significación históricamente situados y so-
cialmente estructurados que definen una cierta matriz cultural
(Thompson, 1988,1990). Vehiculizan particulares modelos e
imágenes de individualidad y de lazo social, a partir de los cuales

36
los sujetos van configurando sus narrativas identitarias (Larraín,
2005; Portocarrero, 2001; Taylor, 1996). Estas narrativas, que se
construyen siempre como relatos para sí y para los otros en con-
textos interaccionales específicos, pueden ser entendidas como
apropiaciones personales y síntesis singulares de los mandatos y
modelos sociales dominantes (Melucci, 2001). Estudiar las poéti-
cas del sujeto, así como el modo en que éstas son movilizadas, ac-
tualizadas, resignificadas y resistidas en los procesos de construc-
ción idendtaria, constituye un camino posible para explorar la(s)
subjetividad(es) en el Chile actual. Esto es, el parücular entrama-
do - histórica y culturalmente situado, biográficamente inscri-
to y corporalmente encarnado - de percepciones, sentimientos,
anhelos, memorias, malestares, sensibilidades y representaciones
que orientan y animan la acción de una persona en el mundo y
que implican una particular perspectiva y posición desde la cual
se experimenta y significa la realidad (Guell, 2001; Ortner, 2005;
^Villiams, 1977)

A la luz de lo anterior es que podemos plantear que comprender


las formas emergentes de subjedvidad en el Chile actual exige ex-
plorar las poéticas del sujeto prevalecientes, las que operan como
matrices simbóHcas a parür de las cuales los sujetos procuran -
en el contexto de las vertiginosas transformaciones y desarraigos
que acarrean las contemporáneas formas de modernización-
construir narrativamente un sentido de si mismos cjue les permi-
ta esbozar ciertas respuestas a las preguntas de ¿quién soy?¿quién
soy para los otros?¿quién anhelo ser? (Bajoit, 2003). Por cierto
que estas narrativas no son enteramente transparentes, coheren-
tes e integradas. Como sabemos, toda forma de autocompren-
sión o definición de sí es dinámica, tensional y cambiante. Como
señala Melucci (2001), los sujetos al narrar(se) buscan expresar, al
mismo tiempo que ocultar, los conflictos, las diferencias de poder
y de recursos, las turbulencias de su propia biografía. Con todo,
y reconociendo que el campo de relaciones sociales y la propia
subjetividad alberga desequilibrios, fisuras y opacidades que los
individuos jamás colman ni adsban completamente, no es menos
cierto que las narrativas identitarias expresan el punto de vista
particular y la experiencia irremediablemente situada cjue todo
sujeto representa (Melucci, 2001).

37
Teniendo en mente estas consideraciones de orden más concep-
tual, en lo que sigue de este ensayo buscaremos describir y dis-
cutir críticamente dos poéticas del sujeto que se han ido consoli-
dando con particular fuerza en la sociedad chilena a partir de los
años 90, y que muestran profundas afinidades con los discursos
y valores del nuevo capitalismo. Se trata de un ejercicio reflexi-
\'o basado en un conjunto de investigaciones empíricas sobre los
cambios del mundo del trabajo en Chile, así como en diversos
análisis de índole más teórico y general sobre los procesos iden-
titarios en el mundo contemporáneo. Más que respuestas con-
cluyentes nuestro interés es abrir interrogantes, sugerir posibles
lecturas y explorar, en el diálogo con otros, la fecundidad y los
límites de las herramientas analíticas y las estrategias argumenta-
tivas que acá proponemos.

Nuevas poéticas del sujeto en la sociedad chilena: El


individualismo competitivo y la autorrealización narcisista
En el último tiempo en Chile diversas marcas deportivas (Adidas,
Nike y Reebook) han convocado con grandes campañas publi-
citarias a maratones públicas en distintas ciudades. A través de
comerciales en que famosos deportistas nos animan a participar,
estas marcas invitan a la ciudadanía a ser parte de un desafío
deportivo en que miles de individuos competirán por el triunfo,
pero donde al mismo tiempo, cada individuo podrá, más allá de
la competencia en si misma, intentar superar sus propias marcas
personales, templar su espíritu y conocerse mejor

Qj-ieremos apelar a estas corridas, su publicidad y las significa-


ciones movilizadas, como una imagen desde la cual intentar re-
construir dos poéticas del sujeto que se expanden por el mundo
global y que nos dan luces acerca de la especificidad de los pro-
cesos identitarios del mundo contemporáneo. Las dos poéticas
del sujeto a las que nos referiremos son la del "individualismo
competitivo" y la de la "autorrealización narcisista". Como ire-
mos viendo, ambos modelos de identidad proponen la metáfora
de la vida como una carrera, o como una suma de pequeñas
competiciones, en la que los individuos deben competir entre si

38
por el triunfo y el éxito, o en la que deben esforzarse por superar
desafios personales de tal modo de avanzar en el camino de la
autorrealización y la autenticidad^

La vida como una carrera competitiva contra los otros: la


búsqueda del éxito
En esta primera poética, la carrera, en tanto metáfora de la vida,
es claramente una competencia dura y descarnada donde sólo
uno de los participantes saldrá triunfador.

Muy en sintonía con la impronta neoliberal del capitalismo glo-


bal, del trabajo flexible y de ciertas deri\as de la individualiza-
ción contemporánea, se instituye una imagen de la individuali-
dad y del lazo social donde el éxito de un sujeto supone necesaria
e irremediablemente el fracaso de otros, }• donde esos "otros" son
representados fundamentalmente como competidores antagóni-
cos y distantes. Ser un indi\iduo -parece decirnos esta poética,
identificable en muchas de las producciones de las industrias me-
diáticas- es estar arrojado a un espacio social incierto y cambian-
te donde distintos sujetos luchan estratégicamente por alcanzar
sus metas personales y por obtener un conjunto de bienes mate-
riales y simbólicos que son escasos.

En esta carrera, la cla\e del éxito es prepararse y esforzarse in-


di\idualmente para salir adelante. Como lo señalan cada inicio
de año académico la masiva publicidad de las unixersidades en
Chile, la clave del triunfo está en "confiar en tus propios objeti-
vos", en "desarrollar tus propias capacidades", en "potenciar tus
habilidades de tal modo de sobresalir sobre el resto". Es intere-
sante notar como en este imaginario de un individualismo com-
petitix'o se desdibuja cualquier lógica de acción colectiva como
mecanismo de transformación y mejora de las condiciones de

El análisis que realizamos está muy inspirado en el libro de Bauman (2004)


"La sociedad sitiada" y en el texto de Gonzalo Portocarrero (2001) "Nuevos
modelos de identidad en la sociedad peruana", en que se describen trespoélkas
del sujeto: La del militante, la del hombre de éxito y la de la autorrealización.
Hemos presentado una descripción más exhausti\'a de estas dos poéticas, con
una ilustración de su presencia en la publicidad chilena, en Stecher (2007).

39
\iáa de los sujetos (Moulian, 1998). ^^1 igual que en las maratones
promovidas por las grandes marcas, el salir adelante depende
únicamente de la velocidad con que cada uno corre y del ser más
rápido que los otros competidores.

Como diversos autores lo han señalado crídcamente, esta poé-


tica o modelo de individualidad y lazo social, se basa y produce
una naturalización del orden social, una invisibilización de las
desigualdades sociales y una responsabilización indixidual de las
biografías personales (Bauman, 2000; Dubet y Martuccelli, 2000;
Lechner, 2002; Portocarrero, 2001). Veamos estos tres aspectos.

La sociedad, tal como una pista de carrera en que compiten los


atletas, es algo establecido )- pre-fijado, un espacio "natural" cjue
no depende de la voluntad de los agentes ni puede ser cambia-
do por ellos. Se contribuye, así, a la imagen, tan en boga de lo
social, como un mercado global autorregulado que sigue sus
propias leyes naturales, y que no puede ni debe ser cuestionado,
intervenido o regulado políticamente por los sujetos (Fairclough,
2003). Tal como un deportista que llega a la pista a competir, las
personas estarían ubicadas en un espacio social cuyas reglas no
pueden ser modificadas, y cuya lógica esencial es la de la com-
petencia individual, la de la búscjueda del triunfo. Son los gana-
dores en esta carrera los que podrán gozar de los beneficios de
consumo y bienestar que las actuales formas de modernización
otorgan a los sujetos exitosos.

La carrera deporti\'a como metáfora de la vida social, contribu-


ye, por otro lado, a oscurecer la enorme incidencia de las des-
igualdades sociales en los trayectos biográficos de los sujetos con-
temporáneos. Si uno observa, por ejemplo, la publicidad de las
maratones que estamos comentando, resulta claro que todos los
corredores salen en el mismo momento del mismo punto de par-
tida, y que por tanto el resultado final dependerá únicamente del
esfuerzo y la capacidad individual que cada uno puso en juego
en esa instancia puntual y acotada. Lo que queda imisibilizado
de este modo, es el hecho evidente de que los individuos en nues-
tras sociedades cuentan con capitales culturales, sociales y mate-
riales absolutamente desiguales en función de su particular inser-
ción en el orden socioeconómico, y que en las pruebas escolares,

40
laborales e incluso afectivas que debemos recorrer, los posibles
resultados del mérito y el esfuerzo individual están fuertemente
condicionados por variables de estructuración social (clase, etnia,
generación, género) que anteceden a los individuos y que abren
y cierran, en forma absolutamente desigual, posibilidades de de-
sarrollo y bienestar. Como hemos observado en investigaciones
con trabajadores de diferentes grupos ocupacionales, los actuales
procesos de individualización en la sociedad chilena tienen im-
plicancias muy distintas según los recursos con que cuenten los
actores (Díaz, Godoy Stecher, 2005). Para una élite de sujetos
incluidos y protegidos en diversas redes laborales, de consumo,
familiares, de servicios públicos, etc. la individualización es expe-
rimentada como una oportunidad, como una ampliación de la
libertad personal que llega con el alentador mensaje de "haz de
tu vida lo que quieras". Para otro grupo de sujetos, excluidos de
esas mismas redes y sin acceso a formas de protección desde el
Estado o el mercado, la individualización es vivida muchas veces
como precariedad, abandono, desafiliación, como una amena-
za que llega con el desolador mensaje de "estas solo, arréglatela
como puedas" (Castel, 2004; Robles, 2005).

Por último, pensar la vida social a partir de la metáfora de la ca-


rrera deportiva, lleva a una responsabilización individual de los
éxitos y fracasos de las biografías personales. Porque si todos co-
rremos en las mismas condiciones y en un espacio "natural" que
en sus regidandades desinteresadas no favorece a nadie en particular
¿a quién podemos atribuir el éxito o el fracaso social sino al es-
fuerzo y talento individual de cada uno de los sujetos que compi-
ten? Esta responsabilización (Alartuccelli, 2007) que hace a cada
individuo responsable de todo lo que le acaece, en función de lo
que hizo o dejo de hacer, tiene muchas veces efectos subjetivos
devastadores. Quien fracasa debe llevar la carga de ser culpable
de su propio fracaso, pues en el fondo, no se esforzó ni autoexi-
gió lo suficiente en la carrera por el éxito. Como ha señalado
Bauman (2000) está lógica conduce a una desreponsabilización
moral y política de nuestras democracias liberales respecto a los
sujetos "fracasados", excluidos, derrotados. Porque si los pobres
y marginales han terminado en donde están producto de una
serie de elecciones individuales erróneas, de una falta de esfuerzo

41
en las distintas pruebas recorridas, de no aceptar el desafío de
superación y autorrealización que la sociedad nos plantea a to-
dos por igual, ¿por qué habríamos de preocuparnos y ocuparnos
colectivamente de ellos?.

La vida como correrá por la autorrealización y superación


personal: la búsqueda de la verdad interior
En esta segunda poética, la vida es pensada también como una
carrera, pero una donde el esfuerzo está dirigido no tanto a de-
rrotar a otros competidores, sino más bien a conocerse a sí mis-
mo, a superar los propios límites, a autorrealizarse. En uno de
los comerciales con que Adidas convocaba a los habitantes de
Santiago de Chile a su Maratón, el mensaje explícito era que
uno debía ir a correr no tanto para superar a los otros, triunfar y
llegar primero a la meta, sino más bien para competir contra sí
mismo, para demostrarse que uno es capaz de afrontar los desa-
fíos que se propone.

En este modelo, la \ida podría ser pensada como una gran pis-
ta donde distintos sujetos buscan explorar individualmente sus
propios límites y configurar la propia identidad a la luz de los
anhelos más íntimos. Lo que en esta poética se cristaliza es el
mandato de la búsqueda de la propia vocación, de la autorreali-
zación singular y privada que nos ofrecería como un derecho y
un deber el mundo contemporáneo. Ser un indi\iduo legítimo
y valioso es comprometerse en una búsqueda incesante de au-
tenticidad, expresi\idad, liberación de las presiones externas y
las imposiciones de los otros. Una aventura de autoexploracion
que supone escuchar y cultix'ar nuestra voz interior dejando atrás
aquellos elementos que, desde dentro o fuera de nosotros, nos
condicionan, limitan y restringen.

En este modelo de identidad los otros ya no son centralmente


competidores y antagonistas, sino sujetos que como uno persi-
guen indi\'idualmente sus propios anhelos y proyectos persona-
les. La \ida es un camino de búsqueda donde compartimos y
nos cruzamos con otros que también persiguen, como dice Pablo
Coelho en el Alquimista, su propia leyenda personal (Portocarre-

42
ro, 2001). Podemos com'ersar con otros, apoyarnos mutuamente,
solidarizar con sus esfuerzos, incluso acompañarnos y nutrirnos
mutuamente en el marco de los vínculos de amor, afecto y fami-
liaridad que hemos construido, pero eso no debe hacernos olvi-
dar que cada uno debe correr individualmente esta carrera de
la autorrealización, y que cada uno puede ganar esa carrera si
es capaz de vencer sus propios límites, sus personales flaquezas
y debilidades que no le permiten encontrar y expresar su verdad
interior, única v singular.

Si la poética del individualismo competitivo instala la ficción


de una competencia en que todos concurren en condiciones de
igualdad de recursos, este modelo de una individualidad volca-
da a la autorrealización opera sobre la ficción complementaria
de que todos los corredores de la vida son absolutamente dife-
rentes, singulares y capaces de construir autorreferencialmente
sus propios horizontes de senddo. Lo que este modelo invisibili-
za es la fuerza de los procesos de socialización y la forma en que
las industrias mediátícas y la cultura del consumo dan forma
cotidianamente a las aspiraciones y deseos de los sujetos. Es de-
cir, se desatiende al modo en que los proyectos de autenticidad
aparentemente singulares y únicos están homogénea y masiva-
mente sujetados a los discursos de los mass media y a la oferta
incesante e inagotable de bienes de consumo altamente dife-
renciados, capaces de satisfacer los anhelos de originalidad, ex-
clusividad e identidad de públicos y sujetos muy diversos en sus
anclajes culturales y socioeconómicos (Bauman, 2000). Como
ha señalado Bauman (2000) esto conduce a que muchas veces
la autorrealización y la libertad personal sea experimentada por
los sujetos en términos únicamente de la libertad de consumir
tal o cual objeto, el que se constituye en un mecanismo de es-
tatus, reconocimiento, integración y soporte identitario. Permí-
tasenos decirlo exageradamente: ahí donde los sujetos creerían
estar siendo más auténticos, más fieles a su leyenda personal,
estarían reproduciendo los patrones de consumo altamente dife-
renciados que instituyen las industrias culturales y el capitalismo
flexible. Ahí donde se sentirían más libres y emancipados de
los disciplinamientos del fordismo y el Estado nacional, estarían
más capturados en las nuevas redes de control global que colo-

43
nizan, en las tramas seductoras del consumo y el espectáculo, a
las subjetividades tardomodernas.

El sujeto emprendedor y lo cultura del nuevo capitalismo: De


una crítica ideológica del individualismo a una defensa política
de la individualidad
En esta sección presentamos 4 breves puntualizaciones que bus-
can precisar y profundizar el argumento hasta acá desarrollado.

1. Más allá de sus diferencias ambas poéticas del sujeto compar-


ten ciertos elementos que explican su coexistencia y hegemonía
en el horizonte tardomoderno del capitalismo global. Tanto en
la carrera por el éxito, como en aquella en que buscamos la auto-
rrealización, encontramos como sustrato común una concepción
atomizada, deshistorizada y naturalizada de lo social, así como
el modelo de un sujeto emprendedor (enterprising self) (Rose,
1996). Un individuo cuya xida es una empresa incesante en pos
de maximizar su propio capital humano, proyectarse a futuro,
mejorar su calidad de \ida, trabajar sobre sí mismo, sobresalir,
alcanzar la excelencia y transformarse en aquello que sueña ser
(Rose, 1996). Estos dos modelos de identidad que expresan la
des-socialización del individuo y la individualización de lo social
propias de la matriz neoliberal se hermanan, a su vez, en su fuer-
te articulación con la cultura del consumo. Esto, en tanto, es el
consumo el parámetro crucial para establecer el logro o fracaso
en estos empeños -el éxito y la autenticidad- que comandan hoy
en día los deseos que nos constituyen.

Porque, f'No es acaso la capacidad de adquirir libremente, eli-


giendo una y otra vez sin restricciones, disdntos bienes y servicios
lo que nos otorga el estatus de ser alguien exitoso, de ser alguien
que ha triunfado y que destaca sobre los demás? Y porque ¿No es
acaso a través del consumo individual, incesante e insaciable, de
viajes, objetos, imágenes, sonidos, comidas, lugares, experiencias
donde los sujetos encontrarían la clave para descubrir/articular
su propia interioridad?

Vemos así, como más allá de sus diferencias y de su aparente ca-

44
rácter antagónico, ambos modelos de identidad, tal como circu-
lan y se encarnan hoy en día en distintas producciones simbólicas
y marcos institucionales, se hermanan en la configuración de un
imaginario profundamente individualista y mercantilizado que
reduce la vida social a una carrera incesante entre entes aisla-
dos, ansiosos por demostrar(se) su éxito y profunda autenticidad
amparados en los códigos y la estética del consumo. Los kioscos
que en los aeropuertos ofrecen a los miles de turistas, migrantes y
hombres de negocio un escaparate lleno de manuales de manage-
ment para emprender exitosamente nuevos negocios, y otro lleno
de libros de autoayuda para cultivar una renovada espirituali-
dad, son una imagen precisa de estos discursos hegemónicos cjue
contribuyen a modelar las subjetividades contemporáneas.

2. En segimdo lugar, nos interesa señalar las afinidades entre


estas dos poéticas del sujeto y, usando la expresión de Richard
Sennett Í2006], 'la cultura del nuevo capitalismo" que está re-
modelando profundamente los espacios, prácticas, imaginarios e
identidades laborales.

Chile ha sido un país pionero en los procesos de reorganización


productiva y flexibilización laboral alentados desde fines de los
años 70 por una nueva fase informacional y global del capitalis-
mo. Como sabemos, tanto para el caso de Cliile como para una
parte de .•\merica Latina, el desarrollo de estas políticas de ajuste
macroeconómico, de apertura y globalización de las economías,
de desregulación del mercado laboral, y de modernización tec-
nológica, fueron impulsadas inicialmente por dictaduras milita-
res en el marco de los denominados ajustes neoliberales de los
ochenta, y se consolidaron posteriormente en los años 90 en el
marco de gobiernos civiles democráticamente elegidos (De La
Garza, 2000\ 2000b, 2000c).

Estos cambios en el paradigma productivo y en la organización


del trabajo han venido acompañados por la instalación de un
nuevo imaginario laboral que - articulado en torno a las metáfo-
ras de la red, la flexibilidad, los equipos de trabajo, los proyectos,
las competencias y el emprendimiento individual, entre otros- ha
debilitado aquellos valores y representaciones del trabajo pro-
pios del paradigma productivo taylorista-fordista (Boltanski y

45
Chiapello, 2002; Sennett, 2000; Steelier, Godoy y Díaz, 2005).
Investigaciones realizadas los últimos años con grandes empresas
y sus trabajadores en Santiago de Chile (Díaz, Godoy y Stecher,
2005) muestran una fuerte individualización de las representa-
ciones del trabajo, una heterogeneidad de los espacios laborales,
el debilitamiento de las identidades de clase y de la cultura obre-
ra, y una significativa apropiación por parte de los trabajadores
de los discursos de gestión empresarial del nuevo management -en
particular en los sujetos más jóvenes, con cargos de jefatura o
gerencia, o insertos en el sector comercio-. Estos discursos apelan
a la apertura, la elasdcidad, la agilidad, la innovación, la flexibili-
dad, el desarrollo tecnológico, la compedd\idad, la adaptación al
cambio y la incerüdumbre, la (auto)mon\ación en base a nuevos
desaños, la innovación, la inteligencia emocional, la eficiencia,
la compedtividad, el desarrollo y autorrealización personal, al
referirse, no sólo a las transformaciones en las formas de orga-
nización de la producción y en las relaciones laborales, sino, y
esto es lo importante, al intentar dar cuenta del nue\o ideal de
"sujeto trabajador" requerido por la nueva fase global del capital
(Adkins & Lury, 1999; Díaz, Godoy y Stecher, 2005; Du Gay,
2003). La empresa flexible y la nueva cultura del capitalismo han
desarrollado un laborioso trabajo de desmontaje de anteriores
formas de subjetividad laboral, procurando, a tra\'és de variados
mecanismos de control (coercitivo pero sobre todo normadvo),
instituir nuevas formas de idenddad laboral que encarnen dicho
ideal (BatdsUni, 2004). Así, la reconfiguración de los contextos y
experiencias laborales ocurridas en las úldmas décadas ha impli-
cado el desphegue de un conjunto de (nuevas) prácucas, técnicas,
estrategias, autoridades y discursos que, dicho foucultianamente,
instalan nuevas formas de gobierno y subjeüvación de los traba-
jadores, instalando una nueva étíca del trabajo que define lo que
supone ser un buen empleado y que modela al trabajador como
sujeto moral comprometido libremente con ciertas virtudes, pro-
pias y funcionales al nuevo escenario laboral (Abal, 2004; Chan
& Garrick, 2002; Montes, 2005; Rose, 2003)

Ese nuevo ideal del trabajador flexible, esa nueva ética del tra-
bajo, esas nuevas formas de subjetivación laboral que relevan las
invesügaciones para el caso de Chile, tienen importantes simi-

46
litudes con las dos poéticas del sujeto que hemos analizado. Se
trata de un trabajador crecientemente individualizado, competi-
ti\'0, emprendedor, autoregulado, independiente, capaz de adap-
tarse a horarios, salarios y contratos flexibles; al mismo tiempo
que compromeddo intensamente con la búsqueda del éxito en
una carrera laboral donde los otros son vistos como amenazas o
aliados estratégicos y donde la lealtad principal es con el propio
proyecto de autorrealización personal y desarrollo profesional.

3. En tercer lugar, es importante destacar el carácter ideológico


de los modelos de indíviduaUdad y lazo social que vehicuHzan
las dos poéticas del sujeto presentadas. Dicho en términos muy
generales y siguiendo a J. B. Thompson (1984, 1988, 1990), se
trata de configuraciones simbólicas que movilizan significados
que contribuyen a sostener relaciones de dominación. Desde esta
perspectiva la noción de ideología no debe ser equiparada, a ries-
go de perder su filo crítico, con la idea de cultura o de sistemas de
valores y creencias en términos generales, ni con la noción más
específica de los proyectos (partidos) políticos seculares (libera-
les, democráticos, conservadores) de las sociedades modernas. El
análisis de la ideología supone, así, poner el foco específicamente
en el modo en que el poder y el significado se intersectan, en las
formas en que los significados son movilizados discursivamente
a favor de los grupos e intereses dominantes (Fairclough, 1989;
Thompson, 1988). Thompson (1984, 1988) distingue 3 formas
en que la producción de significados puede contribuir a sostener
las relaciones de dominación en un particular contexto históri-
co. \éamos brevemente estas tres formas, ilustrándolas con un
comentario sobre el modo que las dos poéticas del sujeto que
hemos analizando podrían estar favoreciendo las relaciones de
dominación en el Chile actual y en la nueva fase del capitalismo
global. En primer lugar, ciertos significados pueden contribuir a
legitimar un particular orden social, presentándolo como valioso,
digno de apoyo y legitimo. Así, puede decirse que las dos poéti-
cas señaladas contribuyen a construir la representación de que
el actual ordenamiento socioeconómico en Chile es básicamen-
te justo, pues cada sujeto lograría lo que merece en función de
sus esfuerzos individuales, y tendría la posibilidad de explorar su
interioridad y construir libremente su proyecto de vida. En se-

47
gundo lugar, las relaciones de dominación pueden ser sostenidas
a través de la movilización de sentidos qwt fragmentan y dividen a
los sujetos, impidiendo formas de identificación y acción colec-
tiva que cuestionen las formas de dominación. Para el caso de
las poéticas analizadas es claro el modo como éstas contribuyen
a generar una fuerte atomización e individualismo en la arena
social. El mandato de que cada quien debe buscar por si mismo
su camino, en una carrera que supone una competencia constan-
te contra otros, obviamente dificulta la configuración de alian-
zas, sentidos de pertenencia y proyectos políticos que desafien
las relaciones de poder imperantes. En tercer lugar, las formas
simbólicas hegemónicas pueden servir a los grupos dominantes
a trav^és de naturalizar las relaciones de dominación, presentando
como inevitables, a-históricas y naturales las relaciones de poder
de un parücular momento histórico. En el caso de las poéficas
presentadas, y como \o señalamos explícitamente arriba, es cla-
ro el modo en que ambas contribuyen al imaginario de que el
nuevo orden económico global es un proceso inevitable, que no
depende de los actores sociales y al cual sólo queda adaptarse
para poder sobrevivir. La matriz neoliberal de desarrollo, la cul-
tura y el sujeto empresarial, más que como un proyecto políti-
co particular es vista así como la única respuesta posible ante la
esencial e inmodificable naturaleza del mundo contemporáneo:
un mundo incierto, desbocado, competitivo, amenazante, en que
el único camino para sobrevivir es reinventarse, flexibilizarse,
transformarse en un empresario de uno mismo y buscar el éxito
individualmente.

Vemos así el carácter ideológico de los dos modelos de identidad


que hemos discutido. Más que como ideologías (en un sentido
sustantivo), lo que hemos sugerido es verlos como formas sim-
bólicas operando ideológicamente en un particular contexto so-
ciohistórico (Thompson, 1988), como configuraciones de sentido
que invisibilizan y/o naturalizan los antagonismos, contradic-
ciones y desigualdades sociales promoviendo una imagen de lo
social en que dichas contradicciones aparecen imaginariamente
reconciliadas y/o reificadas (no somos trabajadores y empresa-
rios, somos una gran empresa; no somos un marido jefe de fa-
milia y una esposa sometida, somos una familia unida; no somos

48
una élite política y una ciudadanía desprovista de poder, somos
una comunidad política en que todos sus individuos estamos lu-
chando en condiciones de igualdad por superarnos, progresar y
autorrealizarnos (Eagleton, 1997).

Avanzar en esta perspectiva del carácter ideológico de las poéti-


cas del sujeto implicaría por cierto profundizar en aspectos tales
como: el modo en que dichas configuraciones simbólicas están
inscritas en las prácticas sociales, encarnadas en las instituciones
y objetivadas en diversos procedimientos, espacios y técnicas a
través de distintos dominios de la vida social (Althusser, 1988;
\\'etherell & Potter, 1992); el modo en que sus significados per-
mean el sentido común, las formas cotidianas de pensamiento,
los valores, opiniones v- máximas a partir del cual los sujetos ar-
gumentan, discuten y se posicionan día a día en el espacio social
(Billig, 1998, 1991); el modo en que se han ido constituyendo
históricamente en el marco de diversas luchas sociales y de los
procesos de modernización; así como el modo en que favorecen
-como hemos discutido en este trabajo- particulares formas de
subjetivación.

4. Sintetizando el punto anterior y a modo de avanzar una última


consideración, podemos señalar que la progresiva consolidación
de las dos figuras del sujeto que hemos presentado ha ido trans-
formado, en una dirección preocupante, los horizontes interpre-
tati\-os y los marcos de autocomprensión a través de los cuales
los sujetos se narran a si mismos, imaginan el espacio social y
dotan de senddo a sus acciones. Tanto el modelo del "individua-
lismo compedtivo" como el de la "autorrealización narcisista"
contribuyen a la corrosión y desintegración de la ciudadanía y
el espacio público a través de la privatización de la experiencia,
la atomización de lo social, el debilitamiento de los imaginarios
colectivos, la naturalización de un orden socio-económico que
se presenta inmune a la autodeterminación democrática, la re-
ducción de la autonomía individual a la libertad de consumo
y la deconstrucción del vinculo indisoluble entre la autonomía
colectiva e individual (Lechner, 2002; Camps, 1999; Castoriadis,
2006; Cordna, 1998; Carretón, 2000).

49
Sin embargo, y este es el foco de esta cuarta puntualización, el
reconocimiento del carácter ideológico de estos modelos de iden-
tidad prevalecientes no debería llevarnos a una condena de la
individualidad como fuente de todos nuestros males, ni a reducir
la complejidad y ambivalencia de los procesos de autoafirmación
y despliegue de la subjetividad individual en el horizonte de la
modernidad. Estos han implicado -y eso es lo propio de la condi-
ción moderna y los procesos de modernización- combinaciones
variables e inestables de libertad y sujeción (Wagner, 1997). Más
allá de sus actuales deriv'as y versiones individualistas, empresa-
riales y narcisistas, el horizonte emancipatorio de la moderni-
dad supone la aspiración de construir sociedades democráticas
e individuos autónomos capaces de autodeterminarse y modelar
sus propias vidas. Pensamos que en el horizonte de la actual fase
de la modernidad, una de las tareas del pensamiento crítico es,
justamente, contribuir a modelar imaginarios alternativos de la
individualidad, capaces de recuperar el potencial crítico de las
nociones de autonomía y autorreahzaáón y de debiJiíar h he-
gemonía discursiva que las industrias mediáticas y el capitalismo
flexible han construido sobre lo que significa ser un individuo o
un trabajador exitoso, autónomo y realizado. En ese desafío, una
psicología de orientación cridca debería jugar un rol central, des-
tacando aspectos tales como: que no hay autonomía individual
sino al amparo de imaginarios colectivos y formas institucionales
que habilitan la autodeterminación democrática; que no podre-
mos proteger la pluralidad de formas de ser y vivir que nos ha
legado la modernidad sino cultivamos aquellos dempos y espa-
cios de encuentro no mercantílizados donde los sujetos forjan, a
través de la palabra y sus acciones, lazos de confianza y coope-
ración en torno a proyectos compartidos (Guell, 2001; Lechner,
2002); que no hay fidelidad a uno mismo, a aquel espacio de
interioridad singular y privado, que no se construya y sostenga
en los entramados intersubjeüvos y dialógicos en que se confi-
gura toda identidad (Taylor, 1997); que no hay libertad posible
sino en eí reconocimiento y eí trabajo reflexivo sobre ías deter-
minaciones sociohistóricas, las dependencias intersubjetivas y los
diversos límites que nos consdtuyen como agentes siempre suje-
tados, frágiles y divididos (Stecher, 2004); que no hay autonomía

50
sustentable sino se garantizan condiciones mínimas de igualdad
social entre los miembros de una sociedad. La visibilización y
actualización de estos núcleos de sentido son cruciales en la tarea
de impulsar, hoy en día, un imaginario y práctica de la indixi-
dualidad que encarne y expanda los principios ético-políticos de
autonomía, igualdad y democracia que dan forma al proyecto
crítico y emancipatorio de la modernidad.

Para finalizar
Los argumentos presentados son una imitación a seguir desa-
rrollando imestigaciones psicosociales sobre los procesos de
construcción identitaria en la actual sociedad chilena. Dentro
de nuestra disciplina estas imestigaciones deberían atender al
modo en que las prácticas discursivas de los saberes psicológicos
han contribuido a la cristalización del modelo del "indi\'idua-
lismo competiti\'o" y el de la "autorrealización narcisista". En
esta amplía tarea, el análisis de los procesos ideológicos resulta
fundamental para proponer lecturas críticas que contribuyan a
visibilizar las relaciones de dominación y a imaginar y concretar
nue\'as y más democráticas formas de organizar la vida social. Es
posible y necesario como propone Thompson (1984, 1988, 1990)
recuperar el específico potencial crítico de la noción de ideología,
sin que eso implique necesariamente afirmar la determinación
estructural de la cultura por la economía, o reducir las relaciones
de dominación al antagonismo de la relación capital-trabajo, o
desatender al acti\'0 proceso de interpretación y resignificación
que llevan a cabo los sujetos sobre los productos simbólicos'', o
reintroducir una oposición entre la falsa ideología y la verdadera
ciencia' (Chiapello, 2003).

Como señala Thompson ¡1988), no es posible afirmar el carácter ideológico


de un determinado discurso sin antes atender al modo como dicho discurso es
recepcionado y significado por los sujetos. Distintos sujetos, con recursos in-
terpretativos di\ersos, podrían asignar sentidos diferentes a una determinada
producción simbólica, siendo que en un caso esos sentidos contribuyan a las
relaciones de dominación y en el otro no.
La ideología más que en términos de su \erdad o falsedad debe ser pensada
en términos, por un lado, de su eficacia social, de su carácter productivo y
constituyente; y por otro, en términos de las formas alternati\'as (y e\entual-
Por último, es importante subrayar que la descripción de los mo-
delos de identidad hegemónicos a pardr del análisis de ciertas
producciones culturales (por ejemplo la publicidad de las gran-
des marcas deportivas que imitan a los ciudadanos a las marato-
nes públicas) es sólo un eje dentro de un programa más amplio
de investigación sobre las subjetividades contemporáneas. Esa
dimensión requiere ser complementada con aspectos tales como:
(i) el modo en que esos modelos se enraizan de formas múltiples
y heterogéneas en las prácticas sociales y en disüntos marcos ins-
ütucionales (Escuela, Familia, Política, Vida coddiana, etc.); (ii)
los modos diversos y tensionales en que dichas poéticas del sujeto
son movilizadas, actualizadas, reinterpretadas y encarnadas en
el trabajo idenlitario de disüntos actores sociales con pardculares
trayectos biográficos y posicionamientos socioculturales; (iii) las
formas en que dichos modelos o ideales de sujeto son resisddos,
resignificados e impugnados por disüntos actores a tra\és de la
apelación a otros discursos, si bien no dominantes, presentes en
la matriz cultural del Chile actual; (i\) las modalidades en que
dichas poéücas se actualizan en nuevas idenüdades culturales
(flexibles, transitorias, en torno al consumo) así como fa\-orecen,
al mismo tiempo que entran en tensión, con el resurgimiento de
idenüdades tradicionales (Bengoa, 1996, Castells, 2001); (v) la
historia y el proceso de formación de dichos modelos en el marco
de procesos históricos e insütucionales (locales y globales) de más
larga duración, así como la más breve historia de su actual hege-
monía** ; (vi) las implicancias ideológicas -punto arriba aborda-

mente más justas; de sociedad y sujeto que niega, oculta e impideflorecer.Así,


es \erdadera en la eficacia con que modela el presente, es falsa en la media
que oculta la contingencia, historicidad y posibilidades de transformación del
presente.
Es importante precisar, como es ob\io, que la figura de! indi\iduo compet¡d\o
)' la del indi\iduo que busca expresar su xerdad interior y autorrealizarse son
consustanciales al desarrollo del capitalismo y la modernidad Taylor, 1996¡. El
foco de nuestro argumento, más que su noxedad, es el modo en que en las últi-
mas décadas se articulan y expresan de inodos particulares, adquieren una es-
pecial fuerza y prexalencia en desmedro de otrasfigurasde la incli\idualidad, se
expanden y colonizan distintos dominios de la \ida social, y son introducidas )•
resignificadas dentro de la retórica del nue\-o capitalismo y la expansión de una
cultura empresarial iKeat & Abercrombie, 1990). Asi, es posible plantear que
hoy en dia la instalación de dichos modelos de identidad es parte consustancial

52
do- de dichas poéticas del sujeto, la forma en que su hegemonía
expresa y sostiene las relaciones de dominación, las rjue a su \'ez
son el resultado contingente y parcialmente estabihzado de la
historia de luchas sociales dentro de la sociedad. Dicho en otros
términos, es fundamental no dejarse seducir por la aparente uni-
dad, uni\-ocidad y dominancia de dichas poéticas del sujeto en
ciertas producciones simbólicas, cayendo en el error de equipar
la descripción genérica y abstracta de las mismas con una com-
prensión acabada de las subjeti\idades (múltiples, conflictuales,
di\ersas. constituidas v constituyentes) en el Chile actual.

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57
Ideología y subjetividad en el marco
de la Modernidad tardía
Níklas Bornhauser
L a mera mención del término "ideología" hoy en día e\'oca
un sentimiento nostálgico, melancólico, anacrónico, impro-
pio de estos dempos, caracterizados por la disolución de las sus-
tancias, la ligereza conceptual y la transitoriedad y arbitrariedad
-en el sentido de su intercambiabilidad ilimitada- de las forma-
ciones teóricas. En consecuencia, la alusión a este concepto po-
dría parecer un gesto arcaico, \'etusto, alusi\o a un momento y
un estilo del pensar remoto y caído en el olvido.

Pareciera ser que la expresión ideología, bajo cualquiera de sus


formas gramaticales, in\-oca a un pensamiento tradicional o, me-
jor dicho, tradicionalista, rancio y andcuado. Y es precisamente
desde algún sector de aquella fracción de pensadores, entre los
cuales dicho concepto gozó de pardcular popularidad durante
los úkimos decenios, que no se cesa de proclamar la caducidad
y el agotamiento de esta idea, asociada actualmente a discursos
apolillados, añosos y caducos. El bullicioso "in de los (grandes)
metarrelatos" (Lyotard, 1987), el cual, según algunos, coincidiría
con el fin de la Modernidad, al menos bajo aquella forma bajo
la cual la conocemos, parece \incularse tanto con el fin de la(s)
ideología(s) como con el compromiso político comprometido y
\inculante, consistente en el decidido combate contra la hege-
monía V el dominio establecido'.

\'éase, al respecto de este debate, Habermas, J.: El discursofilosóficode la Mo-


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61
La caída en descrédito del concepto de ideología -y de las tor-
maciones teóricas asociadas, en las cuales esta noción juega un
papel preponderante-, al menos a lo largo de la última década
coincide, paradójicamente, con el (re)surgimiento de una serie de
movimientos, por un lado, heterogéneos y disímiles, pero, por el
otro, lo suficientemente parecidos en cuanto a su forma o modo
como para constatar que clásicamente habrían sido designados
como ideológicos. Esta situación, portadora de la estructura de
una contradicción o de un contrasentido, arroja la siguiente pre-
gunta: A qué se debe que en el mundo contemporáneo, ator-
mentado por conflictos que cabe denominar como ideológicos,
la noción misma de ideología se haya e\"aporado, aparentemente
sin dejar huella alguna en los escritos postmodernos y postestruc-
turalistas?

Responder esta pregunta, desde luego, excede con creces el marco


en que se inscribe este ensayo. Sin embargo, sí es posible identi-
ficar algunos elementos claves, propios del pensamiento contem-
poráneo, cuya comergencia ha incidido, de una manera que aun
habría que precisar, en el \ertiginoso despresdgio sufrido por el
concepto de ideología. En relación a lo anterior, Terry Eagleton,
en Ideolog)'. An Introduction, distingue 3 razones que explicarían, al
menos parcialmente, el descrédito actual de la noción de ideo-
logía. Estos elementos son: la reconceptualización del lenguaje,
especialmente en lo que se refiere a su función nominativa; la
sustitución de la \erdad como adaecuatio por la verdad entendida
ya sea como acontecimiento o producto de refaciones de poder-
saber; la sustitución del concepto de ideología por un conjunto
acoplado de conceptos tales como \oluntad, deseo, relaciones de
poder, etc. En cuarto lugar, y esta es la hipótesis a ser expuesta,
se puede disdnguir un úhimo elemento, en el cual convergen y
se concentran los factores anteríormente enunciados, a saber, la
caída o desaparición del concepto de sujeto, portador y deposi-
tario del proyecto emancipatorio de inspiración ilustrada, cuyo
ocaso ha comprometido el de\'enir de toda empresa crítica, espe-
cialmente, la críüca de la ideología.

A contínuación, se desarrollarán algunas implicancias teórico-


prácticas de los factores en cuestión, con el propósito de contri-

62
buir a formular una respuesta a la pregunta inicialmente plan-
teada, centrándose, en particular, en el plexo de relaciones entre
el (desuso del) concepto de ideología y la concepción actual de
sujeto.

En primer lugar, recogiendo la argumentación de Eagleton, el


estallido del concepto de representación, asociado al llamado
giro lingüístico'", una quebradura que ha conducido a un suce-
si\'o rechazo del modelo empirista o nominalista, ha contribuido
significativamente al debilitamiento del concepto tradicional de
ideología".

El cuestionamiento de aquellas teorías del lenguaje, que conci-


ben a éste exclusi\amente de acuerdo a un modelo denominati-
\'o, cuya única función sería la de representar la realidad, respec-
ti\"amente, los referentes «reales» de los cuales ésta se compone,
según las respecti\-as reconstrucciones en circulación se remonta
ya sea a de Saussure, Peirce, Jakobson, Heidegger, Freud, Witt-
genstein, etc. Sin pretender agotar este punto, situado en el co-
razón de la discusión contemporánea, quisiera indicar, de modo
puntual y acotado, qué repercusiones tiene lo anterior sobre el
problema de la ideología. Para ello tomaré como punto de re-

10 Para una problematización del giro lingüístico remítase a Rorty, R.: The Lin-
guistic Turn. Essays in Philosophical Method. Chicago: L'ni\'crsit\- of Chicago,
1967; Wittgenstein, L.: Investigacionesfilosóficas.Barcelona: Crítica, 1988; Ga-
damer, H. G.: Mrdad v método. Salamanca: Sigúeme, 1996 y Lafont, C : Sprache
und W'eltcrschliessung ^ur linguistischen Wende der Hermeneutik Heideggers. Frankfurt
a. M.: Suhrkamp, 1994.
11 No se puede insistir lo insuficientemente en la absoluta imposibilidad de de-
finir, de manera tajante \ definiti\a, el concepto de ideología. Esta expresión
ha sido asociada a un amplio y contradictorio abanico de significaciones, las
cuales establecen, entre .sí, todo tipo de relaciones. Predomina, por sobre la
imi\ocidad posible de una e\entual definición, la proliferación de significa-
dos dispersos, heterogéneos )• múltiples, lo que obliga a concebir el vocablo
ideología como im punto sobredeterminado, tejido con diferentes filamentos
discursix'os, conformado, a modo de un nudo, por historias dispares y diferen-
tes. Sin embargo, si es posible distinguir ciertas formulaciones y usos, ligados
a tendencias o momentos del pensar, cuva especificidad y particularidad les
ot;organ un carácter singular e inconfundible a cada una de ellas, establecién-
dose, de este modo, un entramado de relaciones de diferencias en el cual uno
puede situarse con cierta precisión.

63
ferencia el texto "Nietzsche, Freud, Marx", escrito por Michel
Foucault, presentado en el marco del 8° "Colloque de Royau-
mont" dedicado a Friedrich Wilhelm Nietzsche, que fue realiza-
do en París durante el mes de julio de 1964.

Según lo argumentado por Foucault, la reflexión sobre el lengua-


je, al menos en la tradición occidental del pensar, ha hecho nacer
dos clases de sospechas. En primer lugar, y ante todo, la intuición
de que el lenguaje no dice exactamente lo que dice. O sea, que el
sentido que atrapa y apresa en un determinado enunciado y que
es identificado, la mayoría de las veces, con lo «inmediatamente»
manifiesto, no es sino un sentido menor, que protege, encierra,
enclaustra, aprisiona y, a pesar de todo, transmite otros sentidos.
Estos sentidos - alternati\'os, menores, marginales - son, quizá,
los más fuertes y han sido asociados, tradicional, pero no por ello
felizmente, con lo que se suele llamar el sentido latente, oculto,
que transcurre solapadamente o «por debajo»'^.

En segundo lugar, se puede pesquisar otra sospecha, a saber, el


hecho que el lenguaje desborda, con creces, lo que uno se sen-
tiría tentado de llamar su forma propiamente verbal, y que, en
consecuencia, hay muchas otras prácticas de enunciación simul-
táneas o paralelas que hablan - pero que no necesariamente son
escuchadas. Es decir, en lugar de estar ante un gran monólogo
lenguajero, un soliloquio único y unitario, uno se encontraría,
más bien, frente a un murmullo incesante de diferentes idiomas,
lenguas y dialectos, que establecen, entre sí, diferentes relaciones
ya sea de convergencia, colaboración o asistencia, ya sea de com-
petencia, antagonismo u oposición.

12 En el mismo texto, Foucault, de la mano de Nietzsche, despliega una poderosa


y comincente crítica a la profundidad, en la cual esclarece que habría que
entender por ella no la interioridad recóndita e insondable, sino, de lo contra-
rio, la exterioridad misma. El moximiento a ser recorrido por el intérprete, de
acuerdo a Foucault, es menos el de un \-iaje a las profundidades ideales, sino
el de un oteo, un a\izorar, cada vez más elevado, que exhibe, de manera pro-
gresi\-amente más ostensible, la profundidad. La profundidad, de este modo,
es restituida como secreto absolutamente superficial, de\ ciando que la profun-
didad no era sino un pliegue de la superficie. \'case también la desmitificación
del concepto de sub-consciente en Ruhs, A.: "Die Undefen der Seele", Der
Vorhang des Parrhasioi. Wien: Sonderzahl, 2003.

64
Foucault, en el ensayo en cuesdón, plantea asimismo que la in-
terpretación, lejos de apuntar a una interpretación definitiva y
concluyente, es, de lo contrario, una tarea infinita, inagotable,
interminable, pues, en estricto rigor, como se apresura inmedia-
tamente de esclarecer, no hay nada que interpretar Lo anterior
implica, a su vez, que no existe nada absolutamente primordial u
originario, anterior, primario o primero a lo cual se aplicaría, en
un segrmdo momento, la interpretación, sino que, de lo contra-
rio, todo es ya -desde y para siempre- interpretación. En con-
secuencia, por un lado, no es que la interpretación se aplique a
una materia prima, compuesta por el conjunto crudo y bruto de
las cosas en su estado natural, sino que la interpretación ya opera
sobre una interpretación precedente, y por el otro, la interpreta-
ción, por muy sofisticada y perspicaz que sea, nunca desemboca
en una interpretación concluyente y final.

En ese sentido, la interpretación no desenmaraña, desciñ^a y


transcribe una masa misteriosa e insondable, cjue es necesario
interpretar y que se ofi^ece pasiva y pacíficamente a la interpreta-
ción desinteresada, sino que la interpretación, más bien, se apo-
dera, un acto de apropiación mediante, de una interpretación ya
hecha. Por ende, no se inscribe exciusi\'amente en el ámbito del
sentido, sino que está atravesada por el fino retículo compuesto
por las relaciones de poder.

La muerte de la interpretación, de acuerdo a lo anterior, su de-


rrota definitiva, consisfiría precisamente en adherir a la creencia,
por un lado, de que puede haber una interpretación ultimativa,
final y terminante, capaz de resolver todas las dudas y ambigüe-
dades, y, por el otro, de que existe algo presimbólico, inicial y
primero, lo cjue puede ser descifi'ado de manera coherente, per-
tinente v sistemática'^

13 En este lugar ya se insinúa un primer adelanto, la relación entre interpretación


y subjetividad mediante, con respecto del punto final de este ensayo, a saber,
la relación entre ideologia y subjetividad. Según Foucault, el primer libro de
El capital, textos como El nacimiento de la tragedia v La genealogía de la moral, y la
Traumdeutung, provocaron una herida, una llaga lacerante en el pensamiento
occidental establecido, asentado sobre las bases de su nominalismo impene-
trable, pues estas técnicas de interpretación conciernen, no solamente, a las

65
En estrecha relación con lo anterior, lo que ha sido experimen-
tado como la disolución del sentido - al menos en su acepción
como sentido único, exclusi\'o y singular -, ha tenido sus reper-
cusiones sobre la manera de pensar el problema de la ideología.
Concretamente, mientras que durante la llamada fase "clásica"
del sistema, las apelaciones retóricas, morales y normativas a de-
terminados valores, fijos e inamovibles, desempeñaron un papel
central al interior de la estrategia de convencimiento/justifica-
ción, actualmente esta referencia argumentativa ha sido susti-
tuida por formas de gestión que son principalmente de tipo es-
tratégica o tecnocrática. En otras palabras, puede decirse que el
capitalismo tardío, a diferencia de sus precursores, actúa "por si
solo", sin necesidad de recurrir a justificación discursiva alguna.
La sociedad capitalista contemporánea ya no se preocupa de si
sus respectivos sujetos-soportes creen o no en ella, ya que lo que
la mantiene unida y asegura su reproducción no es la conciencia
o la ideología en su sentido más convencional, sino que sus pro-
pias operaciones sistémicas complejas.

A propósito del problema de la ideología se reproduce, entonces,


el desplazamiento descrito en relación al proceso de interpreta-
ción Mientras que la ideología es esencial, aunque no exclusiva-
mente, una cuestión de significado, la situación del capitalismo
avanzado se disdngue de ésta por ser una realidad configurada
por una consistencia o contextura diferente, caracterizada por
una radical no significación. El vaivén pragmático de utilidad
y eficiencia, cuyo medio privilegiado lo conforma la tecnología,
llenan y colman de "significado" la vida social, subordinando el
valor de uso al formalismo vacío del valor de cambio.

producciones simbólicas a ser interpretadas, sino que atañen, nada menos,


que al sujeto -moderno- mismo en tanto intérprete. El sujeto, a partir de una
discontinuidad producida a ni\el de la episteme, se habría puesto a interro-
gar e interpretarse a sí mismo mediante estas prácticas interpretati\'as en un
perpetuo y sempiterno juego de \ai\enes oscilantes. Ibucault se pregunta si
Freud, Nietzsche y Marx, al emolver al sujeto en una infinita tarea de inter-
pretación, que no hace otra cosa que reflejarse sobre sí misma, no ha cons-
tituido alrededor, y para él, esos espejos, desde los cuales le son eternamente
reen\-iadas las imágenes cuyas heridas imperecederas y incurables forman el
frágil equíHbrio dinámico del narcisismo contemporáneo.

66
El consumismo prescinde del problema de la significación, el que,
para éste, constituye, más bien, un obstáculo o una barrera a ser
sorteada, para envolver e involucrar al sujeto de manera libidinal
y prerreílexí\-a a ni\el de su repertorio de respuestas \iscerales
reflejas. En la medida en que el funcionamiento del capitalismo
tardío apela al deseo inconsciente en lugar de la conciencia re-
flexiva, su sustento está constituido no tanto por el sentido, sino
que por la falta - de él.

Segundo, el creciente escepticismo epistemológico, consistente


en la puesta en duda de ciertas certezas y garandas ligadas a
una teoría del conocimiento asentada sobre sus bases empiristas,
ligadas estrechamente con el punto anterior, ha puesto al descu-
bierto que el acto mismo de identificar una forma de conciencia
como ideológica entraña una noción - insostenible - de verdad
absoluta. Como diría Foucault, en una entre\ista con Alessandro
Fontana, publicada bajo el titulo "Verdad y poder", la noción de
ideología le parece «difícilmente utilizable», pues se encuentra,
quiéralo o no, en oposición a algo que sería del orden de la ver-
dad (Pbucault, 1992).

Esta oposición entre ideología y \"erdad se puede rastrear, por


ejemplo, en las formulaciones críticas de Braunstein a propósi-
to del problema de la relación entre ciencia e ideología, en las
cuales postula que '"epistemológicamente, no hay más que dos
posibilidades para un discurso con forma teóríca: o es ciencia o
ideología" (Braunstein, 1975, p. 1). El concepto de ideología, no
solamente se opone, una coupure o rupture épistémologigue (Bache-
lard, 1973) mediante, a la ciencia'^, pensada como un discurso

14 Más precisamente, en la obra de Bachelard se pueden distinguir dos tipos de


empleo del concepto de ruptura epistemológica: en primer lugar, aparece para
caracterizar la manera como el conocimiento científico se desprende del senti-
do común y se opone a éste, contradiciendo v desmitificando sus experiencias
y creencias, constituyendo, de este modo, a la ciencia en y como un domi-
nio cogniti\"0 separado y distinti\o. El progreso cicntifico, en ese sentido, es
el producto constantes rupturas entre el conocimiento ordinario, intuitivo o
espontáneo, por un lado, y el conocimiento científico, por el otro. La ciencia, de
acuerdo a lo anterior, rompe, de manera tajante, con la experiencia cotidiana,
examinando sus objetos a través de nuex'as categorías, que re\clan propiedades
y relaciones no disponibles para la percepción de sentido común y sencilla.

67
que tendría un acceso favorecido o aventajado a la verdad, sino
que, incluso, en la medida en que toda ciencia es ciencia de una
ideología a la que critica y explica, están entrelazadas recíproca
e inexorablemente en un movimiento dialécüco comprometido
en el desvelamiento de la verdad.

Sin aspirar a extenderse latamente sobre la problemática de la


verdad en general, en este lugar interesa subrayar, aunque sea
someramente, aquellos aspectos vinculados al problema de la
ideología que acjuí nos ocupa. Según la teoría de la adecuación,
de origen aristotélico-tomista, que goza de singular popularidad
al interior de la comunidad científica, la verdad, a grandes rasgos
y de manera introductoria, sería la adecuación entre las cosas y
el entendimiento. De acuerdo a lo anterior, la comprensión de
un determinado problema sería tanto más verdadera cuanto más
adecuada o semejante sea a las cosas. La sentencia adaequatio rei
et intellectus resume que la verdad se entiende como una relación
de concordancia entre el lenguaje, respectivamente, las represen-
taciones, por un lado, y su referente extralingüísdco, es decir, las
cosas, por el otro.

El escepticismo en cuestión, estrechamente vinculado con los


argumentos expuestos en el punto anterior, se sostiene en un
conjunto de objeciones, surgidas frente £i la llamada teoría de la
adaequatio, entre ellas, por ejemplo, las formulaciones de Martin
Heidegger en torno a la noción de aletheia como des-ocultamien-
to o la duda de Ludwig Wittgenstein, expresada en el Tractatus
logico-philosophicus, si el lenguaje puede o no ser una identidad
equi\alente al mundo físico y material, al cual presuntamente se
refiere, o si éste no es, de lo contrario, una figura de la realidad.

El segundo tipo de rupturas epistemológicas, situado en textos como El valor


inductivo de la relatividad y El nuevo espíritu científico, es el C|ue se da ya no entre el
sentido común y el conocimiento científico, sino entre dos conceptualizacio-
ncs científicas puntuales, pertenecientes ambas al dominio de la ciencia. Esta
segunda acepción de ruptura epistemológica sugiere que hay algo que romper,
una barrera, una traba o un obstáculo -epistemológico-, que debe ser derri-
bada. Dichos obstáculos son residuos o retazos de maneras previas de pensar,
las que, por muy «científicas» que hayan sido en su momento, comienzan a
bloquear la marcha de la imestigación.
Específicamente, interesa destacar que si el concepto clásico de
\erdad se ha \isto sometido a una serie de reformulaciones, el
concepto de ideología, en la medida en que se define, también,
a tra\"és de sus relaciones de oposición con la verdad, no pue-
de permanecer indiferente frente a dichas transformaciones. El
problema de la \'erdad, como revela la re\isión de la historia de
la teoría del conocimiento, tradicionalmente ha sido abordado
a partir de un procedimiento externo de control del espacio dis-
cursi\-o, responsable de establecer la oposición entre lo verdadero
y lo falso. Dicha oposición, lejos de obedecer al actuar objetivo,
neutro y desinteresado, despojado de toda \-oluntad, es, de lo con-
trario, una oposición arbitraria, forzosa, modificable, apoyada en
un extenso y preciso soporte institucional encargado de reforzar
y reconduciiia por una densa serie de prácticas inten-entoras.

En otras palabras, la \erdad, lejos de estar situada en un ámbito


trascendental, recóndito, ajeno a los procesos materiales inma-
nentes al mudo tangible y concreto, es un fenómeno intramun-
dano, contextualizado, perteneciente a este mundo. En lugar de
ser descubierta o desocultada por la mirada generosa y desintere-
sada del científico, la \erdad es producida, aquí y ahora, gracias
a múltiples imposiciones, regulaciones y coacciones, las cuales,
a su \ez, se articulan entre sí, dando origen a un régimen, una
política o una economía política de la \erdad'''.

La \erdad, contrariamente a lo postulado por toda teoría de la


adaecuatio, ha de ser comprendida como el producto deri\'ado,
preliminar y transitorio del operar concertado de un conjunto de
técnicas y procedimientos, reglamentados por la producción, la
ley, la repartición, la puesta en circulación y el funcionamiento
de los enunciados. En este sentido, la verdad está ligada circular

15 La economía política de la \-erdad está caracterizada por 5 rasgos: la \-erdad


está centrada en la forma del discurso ciendfico y en la instituciones que lo
producen; está sometida a una constante incitación económica y política; es
objeto bajo formas diversas de una inmensa difusión y consumo; es producida
y transmitida bajo el control no exclusi\o pero si dominante de algunos gran-
des aparatos políticos o económicos (universidad, ejército, escritura); en fin, es
el nticleo de la cuestión de todo un debate políticos y de todo un enfrentamien-
to social.

69
e inexorablemente tanto a los sistemas de poder, que la producen
y mantienen, como a los efectos de poder que ella induce.

En consecuencia de lo anterior, habría que concluir que "hay


que pensar los problemas políticos de los intelectuales no en tér-
minos de «ciencia/ideología» sino en términos de «verdad/po-
der»" (Foucault, 1992, p. 188).

En tercer lugar, de la mano de la relectura contemporánea de


Nietzsche, Freud y Marx, principal aunque no exclusivamente,
se han visto reformuladas las relaciones entre racionalidad, inte-
rés y poder, con lo que el concepto de ideología aparentemente
se habría vuelto redundante. En esta suerte de relevo conceptual,
el concepto clásico de ideología ha sido reemplazado por un re-
tículo conceptual denso y ramificado, que integra y redefine, en-
tre otras, las ideas de poder, represión, sometimiento, alienación,
etc., volviendo obsoletas e inoperantes a otras nociones, vincula-
das habitualmente a la crítica de la ideología.

A modo de ejemplo, quisiera mostrar en que medida la refor-


mulación del concepto de poder y la simultánea permuta de la
noción de dominación compromete y debilita la relevancia y el
poder explicativo de la idea de ideología.

La ideología, entendida como supraestructura ideológica, opues-


ta a la correspondiente infraestructura económica o material,
por un lado, se coloca en un plano derivado o secundario con
respecto a algo que debe funcionar como su base o fundamento
material, y, por el otro, en la medida en que adhiere a una con-
cepción puramente jurídica del poder no da cuenta, al menos no
lo suficientemente, de su dimensión productiva.

Primero, esta comprensión de ideología la circunscribe a una di-


mensión inmaterial, incorpórea e ideal -en el sentido platónico
del término -, oponiéndola a sus cimientos materiales y tangibles,
reproduciendo una oposición heredada de la tradición metafísica
occidental. De acuerdo a la crídca epistemológica aludida en el pri-
mer apartado, dicha representación, producto de la falta de toma
de conciencia y de problematización crítica de ciertos supuestos
y presunciones de la teoría platónica del conocer, al confinar la

70
ideología a un dominio abstracto y etéreo, ajeno a las prácticas de
liberación, sería un obstáculo y un impedimento al momento de
formular una teoría emancipatoria de la sociedad que cuente con
la idea de ideología entre sus conceptos fundamentales.

Segundo, la reformulación del concepto de poder de la mano de


Foucault'" ha conducido a desechar la noción restrictiva, prohibi-
tiva, inhibitoria de ideología, reemplazándola por el modelo de
una red productix'a, mó\il y plegable, que atra\iesa y sostiene todo
el cuerpo social, interactuando y compenetrándose de manera di-
námica y maleable con éste. Dicho entramado de relaciones de
poder, más que actuar únicamente como una instancia negativa,
que tiene como principal - y única - función el ejercicio de la
represión, entendida como prohibición, sobre sujetos ya constitui-
dos, ha sido repensado, como consecuencia de lo anterior, como
un soporte producti\o, prolífico, generador de modalidades sub-
jeti\'as, las cuales deben su existencia y sobre\ivencia a él. E^ste
punto, concretamente, la relación entre ideología y subjeti\idad
nos lleva al último de los factores inicialmente nombrados, a sa-
ber, el concepto de sujeto )• las reformulaciones de éste.

Cuarto y último, de acuerdo a lo expuesto, la ideología, al menos


según aquella concepción cjue hemos ido distinginendo como
clásica, requiere una cierta subjeti\idad «profunda» sobre o en
la que operar, una predisposición o recepti\idad congenita en-
carnada en sujetos precisos, preexistentes y ya constituidos. Em-

16 Comienc recordar que no se encuentra, en la obra de Foucault, una teoría


del poder, si por teoría se entiende una exposición sistemática y metódica al
modo de un cuerpo textual doctrinario articulado por una argumentación
coherente. Más bien se encuentran fragmentos textuales dispersos y fragmen-
tados, diseminados a lo largo de su producción escrita, inscritos en momentos
precisos del pensar, circunscritos a problemas históricamente determinados.
Ello se corresponde a su concepción de poder, la que exige abandonar toda
pretensión de uni\ersalidad y de conjunto, entregándose a la empresa de arti-
cular una filosofía analítica del poder. Véase, por ejemplo, Honneth, A.: Kritik
derMacht. Frankfurt a. M.: Suhrkamp, 1985; Dreyfus, H. y Rabinovv, P.: Michel
Foucault. Beyond Structumlum and Hermeneutics. Chicago: Universit\- of Chicago,
1982; Castro, E.: El vocabulario de Michel Foucault. Buenos Aires: Editorial Uni-
\ersidad Nacional de Quilmes, 2004 y Diaz, E.: Lafilosofia de Michel Foucault.
Buenos Aires: Biblos, 1995.

71
pero, si el capitalismo avanzado, tal como se desprende de la
argumentación precedente, convierte al ser humano - o devela
que siempre lo ha sido- en un manojo de funciones fisiológicas,
dispuestas a ser gatilladas ante el menor estímulo'^, para decir-
lo en términos cuandtativos, no hay suficiente subjetividad para
que la ideología «eche raíces» y se sujete a ella.

La modalidad predominante de sujeto en la actualidad, después


del declive y entierro del sujeto moderno, en la medida en que se
caracterizan por su tipo medroso, venido a menos, sin faz ni vo-
luntad, no es receptiva al significado ideológico, es decir, no está
en condiciones de recibirlo - ni dene necesidad de él. La noción
contemporánea de sujeto, al menos bajo su forma hegemónica,
obliga a renunciar a toda concepción de sujeto que piense a éste
como una suerte de núcleo elemental, átomo primitivo, mate-
ria inerte, sobre la cual se aplicaría o contra la cual golpearía la
ideología. El sujeto, más bien, es un efecto de la ideología y, al
mismo tiempo, o justamente en la medida en que es un efecto, un
elemento de conexión, el medio a través del cual circula ésta.

Conviene aclarar que estas observaciones no apuntan a un ani-


quilamiento absoluto de todo rastro de subjetividad, acaso al
modo de la proclamada muerte o defunción del sujeto, y, asi-
mismo, de toda modalidad de ideología. Simplemente se pre-
tende rescatar la heterogeneidad y pluralidad constitutivas del
sujeto contemporáneo en contra de toda concepción monolítica
y dogmática, que desmienta o ignore su carácter plural, diverso
y misceláneo.

La pertinencia del concepto de sujeto al momento de aproxi-


marse al problema de la ideología quizá se deje ilustrar a partir
de la siguiente interpretación de la tan manoseada frase de Karl
Marx, «Sie wissen das nicht, aber si tun es».

En ella se afirma que ellos (los sujetos) no lo saben, pero lo ha-


cen. Esta sentencia, repetida, ajada y distorsionada hasta el can-

17 Las representaciones contemporáneas del sujeto, emancipadas de la dualidad


mente-cuerpo, e\ocan todo tipo de metáforas vitales, tales como la de un ojo
\C)yeurista o de un estómago voraz y de\'orador

72
sancio, implica la diferencia entre la realidad social, los propios
presupuestos y las condiciones efectivas, por un lado, y la repre-
sentación distorsionada, el falso reconocimiento, la conciencia
deformada y desfigurada, por el otro. La respuesta o solución,
inmediatamente generada por los primeros teóricos de la ideo-
logía, es consabida: llevar la conciencia ideológica ingenua has-
ta un punto en el que pueda reconocer sus propias condiciones
efecti\'as.

Sin embargo, como revela una segimda lectura, no se trata de


\er las cosas como son «en realidad», despojadas de sus aparien-
cias engañosas. La máscara, contrariamente a lo que sugiere la
intuición, inmediata e ingenua, no es que encubra simplemente
el estado real de las cosas, al cual se puede acceder mediante la
correspondiente acción de desocultamiento. La distorsión ideo-
lógica, en vez de estar opuesta diametralmente a la realidad, está
inscrita en la realidad misma, la que, a su vez, no puede repro-
ducirse sin esta misüficación ideológica. Es decir, la realidad sólo
puede ser -para lo que requiere reproducirse- en la medida en
que es pseudorreconocida; en el momento en el que es recono-
cida por parte de los correspondientes sujetos-soporte «tal como
es», se disuelve, deshaciéndose en la nada, o, más exactamente,
pasa a ser otra clase de realidad'^.

De acuerdo a lo anterior, se torna necesario revisar aquel plan-


teamiento que postula la existencia -alienada- de sujetos artifi-
ciosos, apócrifos y adulterados, que habitan el mundo de manera
inauténtica debido a la conciencia ingenua, la ignorancia, el no
saber con respecto del mundo real.

Contrariamente a esta concepción de sujeto, heredera del proyec-


to ilustrado, se ofrece un concepto alternativo de sujeto, menos
centrado en la necesidad de adecuar su mundo representacional

La fantasía ideológica, en vez de oponerse categóricamente a la realidad, no


solamente está del lado de la realidad, sino que incluso es el soporte y sostén
que da consistencia -ontológica- a lo que se comicne en llamar realidad. I^a
realidad, de este modo, es una construcción, en la que convergen y se arremo-
linan las fantasías con tal de encubrir -\' \-ol\er soportable- lo Real del deseo.
Las relaciones sociales efectivas, reales, están estructuradas por una «ilusión»,
la que encubre un núcleo insoportable, real, imposible.

73
a la realidad fáctica y de salir de su adormecimiento ideológico.
Peter Sloterdijk, en Rntik der zynischen Vernunft, propone pensar a
un sujeto cínico, que sería aquel que sabe de la disünción entre
la máscara ideológica y la realidad social, que es conciente de
la brecha que las separa y de la inautendcidad de su existencia,
pero, pese a ello, insiste en la máscara, el disfraz y el velo. En ese
sentido, la célebre frase de Marx, aplicada a la realidad del sujeto
cínico, habría que ser reformulada de la siguiente manera: "Ellos
saben muy bien lo que hacen, pero aún así lo hacen."

Siguiendo a Sloterdijk, la razón cínica, en contra de la interpre-


tación habitual, no es que sea ingenua, candida o inocente, sino
que es paradoja de falsa conciencia ilustrada, ya que el sujeto
sabe perfectamente acerca de la falsedad, el disimulo o fingi-
miento, está muy al tanto de que hay un interés particular oculto
«tras» una uni\ersalidad ideológica, que hace de pantalla, tapa-
dera disfraz, pero, aun así, no renuncia a ella.

A nivel coddiano, los sujetos saben muy bien que son las relacio-
nes entre las personas las que determinan y se materializan en las
relaciones entre las cosas. El problema, que no es un problema
cognoscitivo, ni que se resueKa - al menos únicamente - a nivel
de la conciencia, consiste en que los sujetos, en su práctica social,
en lo que hacen, actúan como si el dinero, en su realidad mate-
rial, fuera la encarnación inmediata de la riqueza en cuanto tal.
Por decilio de manera abre\iada, son fedchistas en la práctica,
no en la teoría.

Por consiguiente, la ilusión no está del lado de lo que la gente


sabe, no es un problema de una percepción y de un conocimien-
to distorsionado, sino que, de un modo mucho más originario y
primordial, está ya del lado de la realidad, es decir, se sitúa a nivel
de de lo que las personas hacen.

De este modo, se puede concluir que el nivel fundamental de la


ideología no es el de una ilusión o de un espejismo, secundaria-
mente impuesta, montada sobre el estado real de cosas, al cual
encubre y enmascara, sino el de una fantasía inconsciente, fun-
damental y fundante, que estructura la misma realidad material.
La distancia cínica, en tanto modo disdnguido de subjetividad

74
contemporánea, es solo una manera - entre varias - para cegar-
se al poder estructurante de la fantasía ideológica, debido a que
por más que el sujeto cínico no se tome las cosas en serio, aún
cuando mantenga una distancia cínica - que no debe ser confun-
dirse con la distancia crítica -, aún así lo hace.

La cuestión de la ideología, por consiguiente, en la medida en


que no se circunscribe a un ámbito único y acotado, delimitado
por un perímetro preciso y restrictivo, sino que atra\iesa, de ma-
nera trans\ersal, x'arios estratos y sedimentos, requiere no tanto
de un sistema teórico definiri\'o y cabal, sino de estrategias par-
ciales, múltiples y plurales, capaces de considerar su diversidad
\' complejidad irreductibles. Recogiendo la concepción de fan-
tasía ideológica, se sugiere concebir a toda formación teórica al
respecto del problema de la ideología al modo de una «caja de
herramientas», o sea, como un acen'o de utensilios, artefactos y
artilugios, cuya principal relación no se establece tanto, o al me-
nos no exclusivamente, con el registro simbólico, con el ámbito
de la significación, sino que con el ámbito práctico, o sea, del
hacer concreto y material.

De acuerdo a lo anterior, la principal exigencia a la cual todo


análisis de la ideología debe responder en tanto teoria y práctica,
es que sir\'a, que funcione, una demanda que obliga a trabajar
con hipótesis y prácticas mucho más experimentales e instrumen-
tales, concebidas en términos de una lógica propia a las relacio-
nes de poder y a las luchas que se establecen alrededor de ellas.
De la capacidad de considerar e implementar oportunamente a
dichas sugerencias, más que de la precisión y minuciosidad de
sus correspondientes definiciones conceptuales, depende ya sea
la perünencia y actualidad o el carácter extemporáneo e intem-
pesti\-o, imzeitgemáss, del concepto de ideología.

Referencias Bibliográficas
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\Vittgenstcin, L.: Investigacionesfilosóficas.Barcelona: Crítica, 1988.

76
Segunda parte:
Psicologia y Ética
Compromiso Social y Pluralismo:
Claves éticas de la psicología moderna
Introducción

L a psicología moderna despliega una peculiaridad que la ha


diferenciado, sistemáticamente, de las llamadas ciencias na-
turales. Mientras los análisis historiográficos acerca de las cien-
cias naturales muestran la preponderancia de una lógica de de-
sarrollo hacia la configuración de ciertas unidades o consensos
metodológicos y paradigmáticos, la historia de la psicología de-
\ela, al contrario, la permanente comiNencia entre una plura-
lidad de perspectivas teóricas, técnicas y metodológicas que se
traduce, a su vez, en un reiterado sentimiento de crisis del campo
disciplinar Con esta tesis, también estaría de acuerdo Antonio
Caparros, para quien la psicología es una ciencia que "desde sus
inicios y de forma ininterrumpida ha presentado un rasgo que
no se da en las ciencias convencionales y que es característico de
ella: la propia conciencia de crisis". (2004: 11).

No obstante, no es suficiente con el reconocimiento de la con-


ciencia de crisis para alcanzar, en el campo de la psicología, una
suerte de consenso que asintiera a la pluralidad como un rasgo
propio de la identidad de la psicología moderna. Todo lo con-
trario. Lo que muchas veces ha sido reforzado, a partir de esta
constatación histórica, es la actitud reiterada por anular a todas
las perspectivas teóricas, técnicas y metodológicas que no res-
pondan a los cánones epistemológicos de las ciencias naturales.

De este modo, el giro desde la conciencia de crisis hacia el re-


conocimiento de una identidad marcada por la diversidad, re-
quiere de un proyecto \-olcado a la legitimación de esta vocación

79
pluralista de la psicología. Proyecto que sentara las condiciones
de posibilidad para la asunción de una identidad plural que, lejos
de representar una deficiencia a ser superada, ha sido la expre-
sión de los insoslayables compromisos de la psicología con los
contextos socio-históricos.

En este sentido, el reconocimiento de una identidad plural im-


plica la simultánea afirmación de un ámbito de reflexión muchas
veces olvidado o evitado por la psicología: la reflexión acerca
de las implicancias édcas del saber psicológico. Un olvido pre-
ocupante si aceptamos que ' la ética es el eje que atraviesa la
pluralidad de las teorías científicas de la psicología amarrándolas
a una praxis que es intrínsicamente vinculada a la posibilidad de
diferentes formas de subjetivación (Drawin, 2003)".

Por tanto, en el marco de ese proyecto, orientado a la resignifica-


ción y reinvención histórica de la idenddad de la psicología, se ins-
criben cuatro ejes de análisis que ustedes podrán conocer a partir
de noviembre con la publicación del texto compilado por mi y
Antonio Stecher: Cartografía de la psicología contemporánea:
pluralismo y modernidad ". Pero, de aquellas tesis, me gustaría
ahora centrarme en apenas una: la que desarrolla la relación
entre Etica y Pluralismo desde una perspectiva que supere la ten-
dencia, en psicología, a la prescripción moral.

Ética y Pluralismo o hacia un más allá de la prescripción


normativa
Si la legitimación del proyecto de una psicología pluralista re-
quiere del reconocimiento de la validez de las distintas propues-
tas teórico-metodológicas que componen el campo disciplinario
de la psicología y el identificar sus distintos fundamentos episte-
mológicos, este proyecto no estaría completo si no pudiéramos
discriminar los alcances o implicancias ético-normativas de estas
perspectivas. El pluralismo es justificado una vez que, exami-
nada desde una triple dimensión de análisis compuesta por lo
histórico, lo epistemológico y lo ético, cada perspectiva psico-
lógica aclarase la validez de sus planteamientos sin excluir, por
oposición simplista, a otras perspectivas. Así, si no es razonable
afirmar que el modelo de las ciencias naturales es más legítimo
que el de las ciencias hermenéuticas, tampoco sería sensato el
suponer que una ética liberal está más justificada que una co-
munitarista. Es importante para los psicólogos, saber analizar y
reflexionar permanentemente, acerca de las imbricaciones entre
las teorías y técnicas con las que trabaja y los planteamientos
éticos que configuran el debate social sobre lo justo e injusto,
el bien y el mal, lo correcto e incorrecto respecto de las normas
y las conductas morales. Es en este diálogo que se legitiman y
justifican las acciones pues, en las sociedades modernas se ha re-
nunciado, también en el ámbito de la édca, a la fijndamentación
metafísica y última de las decisiones morales.

.\hora bien, históricamente, es posible alinear las distintas tra-


diciones de la psicología con por lo menos tres grandes marcos
discursi\-os que se configuraron en el siglo XIX: los discursos del
liberalismo, el utilitarismo y el romanticismo (Figueiredo, 2002).
Cada una de estas prácticas discursivas implica distintos posi-
cionamientos éticos con relación al horizonte normativo de la
modernidad compromeüdo con la libertad, la igualdad y la fi-a-
ternidad. Dicho en términos más actuales, con la autonomía, la
justicia y la solidaridad. Aunque no sea prudente situar, de forma
exclusi\-a, las tradiciones psicológicas al interior de uno de estos
discursos, sí es iluminador mostrar cómo las distintas psicologías
se acercan más o menos a cada uno de ellos o se sitúan en la ten-
sión existente entre ellos. Este análisis, requiere el trabajar con el
propio objeto de origen de la psicología moderna: la subjedvidad
pri\-atizada.

El campo discursivo del siglo XIX, conformado por los discursos


liberal, utilitarista (o el conjunto de las prácticas disciplinares) y
romántíco, entrega un marco de referencia para concebir este
fenómeno propiamente moderno: la subjetixidad privatizada.
Desde el discurso liberal, la subjeti\'idad privatizada se refiere a
un sujeto libre por derecho cuya interioridad se revela a través de
un yo estable que se conforma en los procesos de socialización.
El ideal de sujeto para el discurso liberal, consiste en una idenfi-
dad bien lograda, estable, autónoma porque es capaz de autorre-
gulación. Esta es la garantía liberal de la con\'i\'encia social que

81
no debería solicitar la intervención del Estado para regular las
relaciones sociales. Es el yo autorregulado el que controla y con-
duce a los sujetos a una convivencia pacífica en la que se respetan
el derecho a la libertad de cada uno.

Asimismo, es la libertad individual la que permite a cada indivi-


duo ser el artífice de su propia vida privada, es decir, concierne
sólo a cada individuo qué hacer con su propia existencia y deci-
dir que es lo mejor para sí mismo. La única exigencia es el res-
peto por la libertad del otro que implica, desde luego, un saber
ponerse en el lugar del otro. En este sentido, no se trata de un
individualismo a ultranza pues, en una sociedad liberal, los indi-
viduos se VTielven autónomos y autorregulados por medio de sus
relaciones con los otros. Finalmente, hay una separación nítida
entre el ámbito de lo público referente a las leyes, las convencio-
nes y el principio de la racionalidad y fiíncionalidad, y el ámbito
de lo privado que expresa el espacio del ejercicio de la libertad
individual.

Al campo discursivo del romanticismo, están inscritos otros valo-


res, como la espontaneidad impulsiva y la autenticidad, la rela-
ción entre hombre y naturaleza, los sentimientos profundos y el
desarrollo de la espiritualidad. En este marco discursivo, la sub-
jetividad no está delimitada por una identidad estable y autocon-
trolada, al contrario, se exhorta a las experiencias de disolución,
desagregación del yo, de trasgresión de los límites impuestos por
la sociedad y las convenciones sociales.

No es casual la existencia de historias personales marcadas por la


enfermedad, los excesos, la locura y la muerte. Para el romand-
cismo, el desarrollo del espíritu y la liberación de los límites que
reprimen la autenticidad subjetiva, implican el romper con lo es-
tablecido por las normas sociales plasmadas en un yo inauténtico
que responde a las demandas de las convenciones y reglas que no
respetan la relación entre el hombre y su propia naturaleza. La
identidad romántica es, entonces, inestable, fluctuanle, impre\i-
sible e intensa. Un espíritu desarrollado es el que se reconecta,
a través de la experiencia, con los valores de las tradiciones, de
las comunidades y con sus propios impulsos y deseos. Por tanto,

82
hay un énfasis en la singularidad subjeti\'a y, consecuentemente,
en la di\'ersidad de los proyectos de \ida indixiduales. Sin em-
bargo, este énfasis comi\-e con la tendencia a la valoración de
figuras carismáticas capaces de orientar el desarrollo espiritual.
Coexisten, por tanto, un ideal libertario con la exaltación de una
cierta jerarquía ordenada según los ni\eles de logro de desarrollo
espiritual.

Finalmente, para las prácticas disciplinarias, una identidad bien


lograda es la más funcional a la felicidad global de la colectivi-
dad. La libertad indi\idual debe ser orientada hacia el logro de
la ma)'or felicidad posible al mayor número de personas. En este
senfido, se exaltan las distintas técnicas de control y moldeamien-
to de las subjefi\idades que son, originalmente, débiles, estruc-
turadas y suscepdbles de manipulación. Hay un giro de énfasis
desde los derechos individuales hacia las consecuencias de las
normas y leyes sobre la colectividad. En el caso de la propuesta
utilitarista, es posible reconocerla como una " \'ersión racionalis-
ta, constructi\-a y tecnócrata del liberalismo "(Figueiredo, 2002).
en la cual el Estado no sólo puede como debe interferir en la
libertad personal con miras a la felicidad de la comunidad. No
sólo el Estado sino que las distintas agencias disciplinadoras y la
propia familia son las responsables por la socialización y norma-
lización de los individuos.

Ahora bien, hay claras afinidades éticas entre las propuestas de la


psicología moderna y los discursos anteriores. Las más evidentes
son las que existen entre el conductismo y el neoconductismo
y la tensión entre los discursos disciplinarios y liberal. Para la
tradición comportamentalista, el ideal de una identidad auto-
controlada sigue presente, pero los medios para lograrla es la
planificación e intervención modeladora de las individualidades.
En esta tradición, se busca la conciliación, a través de reformas
sociales, de los ideales ilustrados de igualdad y libertad. Walden
II, la famosa novela de Skinner, es una evidencia de este esfuer-
zo. Obviamente, que una igualdad pensada desde estos criterios
puede terminar significando la simple y llana adaptación de los
individuos a las sociedades existentes.

83
Otras afinidades étícas se muestran entre el psicoanálisis ñ"eu-
diano y los ideales románticos y liberales, z^lgunas perspectivas
psicoanalíticas se acercan más al liberalismo, como por ejemplo,
la psicología del self y otras más a los ideales románticos, como
el caso de algunas propuestas inspiradas por la lectura lacaniana
del psicoanálisis. En el primer caso, cobra relevancia el fortale-
cimiento del yo que se expresaría en una mayor autonomía y
estabilidad de la idenfidad personal. En el segundo, el fortaleci-
miento del yo puede ser interpretado como un énfasis desmedido
y riesgoso en una dimensión psíquica imaginaria, y por tanto,
podría estar a servicio de la alienación del sujeto respecto de su
deseo. En esta perspectiva, las dinámicas pulsionales denen una
notable preeminencia en la explicación de la dialéctica entre na-
turaleza y cultura. En todo caso, en ambas perspectivas, el valor
de la individualidad y singularidad subjetiva sigue orientador de
sus práctícas de intervención. No obstante, para la perspectiva
de inspiración lacaniana la psicología del yo, lejos de fomentar la
singularización, contribuye a la homogenización y adaptación de
los sujetos mientras que para los psicoanálisis más centrados en
el fortalecimiento del yo, la perspectiva lacaniana sufriría de cier-
to pesimismo oscurantista con relación a la libertad individual.

La tradición de las psicologías humanistas también se acerca a


los valores románticos y liberales. La terapia no directiva de Ro-
gers, aunque presente cierta sintonía con los valores románticos
está, a su vez, clara y éücamente comprometida con los ideales
liberales de la autorrealízación, la libertad personal y la autono-
mía individual. No obstante, hay otras expresiones de la psicolo-
gía humanista que están más próximas de los ideales románticos
y disciplinarios. En estas propuestas, se conjugan las promesas
libertarias y expresivistas del ideario romántico con la influencia
carismática de determinados personajes ejemplares que encar-
nan estos ideales de liberación energéüca, fluidez de las emocio-
nes, integración cuerpo y mente, salud holística, etc. Terminan
siendo, muchas veces, otras formas de domesticación en nombre
de la Uberación.

Ahora bien, como ocurre con todo esquema, esta configuración


de los ideales ético-normativos del siglo XIX representada por
los discursos liberal, romántico y disciplinario, no corresponde
a la complejidad del escenario contemporáneo. De este modo,
aunque sea posible el reconocer las filiaciones de las propuestas
éticas actuales a algunos de estos discursos, la complejidad del
debate contemporáneo requiere de otras cartografias. Acaso lo
más indicado, en dempos actuales, sería ir más allá de los esque-
mas ordenadores \- profimdizar en las afinidades éücas entre pro-
puestas específicas que deri\an tanto del campo de la reflexión
filosófica como de la psicología contemporánea.

En este sentido, hoy en día el debate ético se da en torno a cuatro


grandes tendencias con \-arios matices al interior de cada una: el
liberalismo, el comunitarismo, el neosocialismo dialógico y las
propuestas postmodernas (Sahat, 2002). Asimismo, las grandes
tradiciones de la psicología moderna se han diferenciado inter-
namente y dado paso a nue\'as propuestas y diálogos antes im-
pensados. Una de las grandes tareas de un proyecto pluralista
para la psicología, es seguir develando los nexos édcos entre las
teorías y modelos de inter\-ención psicológicos y los ideales édco-
normati\os que están presentes en el debate actual.

De todos modos, si sigue \-igente la tensión planteada por Cas-


toriadis entre autonomía y control constítuti\'o del proyecto mo-
derno, es posible identificar en cada una de las propv\estas éticas
contemporáneas la presencia de ambos polos de esta tensión. Las
diferencias, que desde luego no son menores, estriban en cómo
cada una de ellas conceptualiza esta relación tensional y cada
uno de sus elementos. Está claro que la autonomía y el control
denen senddos diversos si se trata de la étíca del discurso, del
comunitarismo, el liberalismo, el neoliberalismo o las propuestas
postmodernas.

Asimismo, si para algunas perspectivas liberales, como la de Rawls


y el neosocialismo dialógico de Habermas y Apel, las nociones
édcas pueden alcanzar un significado universalizable, para los
comunitarístas en general, los neoliberales y algunas propuestas
postmodernas como la de Rorty, después de la críüca de la razón
moderna no exisfiría ninguna posibilidad de universalización de
la verdad y, por ende, de valores o normas édco-morales.

85
Aliora bien, cada una de estas posiciones, en su fundamenta-
ción, requiere de ciertos supuestos antropológicos o psicológicos
que pudieran justificar sus propias aspiraciones. Por un lado,
para la ética del discurso, su realización presume y solicita la
participación de los sujetos con competencias comunicativas en
las decisiones acerca de la corrección y universalización de una
norma. Nótese que, desde esta postura, es imperioso que los su-
jetos desarrollen competencias lingüísticas y comunicaüvas para
poder participar en las situaciones de diálogo simétrico. En este
caso, el afianzamiento de competencias comunicativas implica la
presencia de sujetos con un fiíerte sentido de identidad personal.
Estos requerimientos de la ética del discurso se distinguen, con
más o menos claridad, tanto en los planteamientos teóricos y los
modelos de interv^ención de algunas perspecdvas psicoanalíticas
contemporáneas como en muchas propuestas de la psicología
cognitíva y constructi\ista (SepúKeda, 2001). Asimismo, ciertas
orientaciones humanistas estarían de acuerdo con el fortalecer la
identidad personal a través del diálogo con el otro.

Por otro lado, desde una perspecti\'a más postmoderna como la


de Rorty, habría que fomentar el despliegue de una subjetivi-
dad capaz de empatia, pues "el trabajo sobre los sentimientos
y la simpatía le parecen mejores medios conducentes a una so-
ciedad más justa, que el llamado a una adhesión racional a una
definición uni\ersalista" (Salvat. 2002:185)'®. De todos modos,
las distintas propuestas que comparten una disposición postmo-
derna, además de crídcas a cualquier intento de fundamentación
racional de las normas y valores, comparten una tendencia al
emoüNismo, la estetización y la experimentación como criterios
de discriminación moral.

Es curioso notar como, en este sentido, se aproximan perspec-


tivas tan disímiles como la experiencia éüca propuesta por Vá-
rela, y la ética como estilo de \ida y obra de arte sugerida por
Foucault. Una vez más se avecinan, sorprendentemente, el cog-
nitivismo y ciertas propuestas psicoanalíticas: el cognitivismo de

19 Cabe resallar que la unixersalización en la ética discursiva se alcanza en el


ao en no en la adhesión a una definición a priori.
Várela que con fuerte anclaje biológico propone la suspensión de
la dimensión del yo como el camino hacia una verdadera expe-
riencia ética, y un psicoanálisis que, pese su oposición al natura-
lismo, retoma los proyectos éticos de Foucault y Heidegger quie-
nes sospechan, rotundamente, del yo como ámbito de decisión
ética. Igualmente, algunas propuestas terapéuticas filiadas a la
tradición del \italismo y el humanismo, también compartirían de
este anhelo de superación de un yo que reprime a las naturales
tendencias humanas hacia el bien y lo correcto.

Finalmente, para ciertos comunitaristas, que plantean que los


\'alores éticos son siempre relati\'os a determinadas culturas, la
identidad personal fuertemente anclada en tradiciones culturales
y con un claro sentido de pertenencia comunitaria, es un requi-
sito central para el desarrollo de sociedades ético-morales. Estas
exigencias comunitaristas presentan claras afinidades con ciertas
teorías sistémicas y con \'arias propuestas de la psicología social
contemporánea que, a contrapelo del modelo cienlificista nor-
teamericano, han desarrollado di\-ersas propuestas alternativas
inspiradas por la hermenéutica, el postestructuralismo y el cons-
tructi\-ismo.

El análisis anterior muestra que las afinidades éticas entre las psi-
cologías y las propuestas éticas actuales no se reducen a aspectos
estrictamente prescripri\os. Hay que ir más allá de los mandatos
éticos cuando se in\'estiga los fundamentos éticos-normativos de
la psicología. En este sentido, las perspecti\-as teóricas y metodo-
lógicas de las psicologías están muy preparadas para eludir las
e\idencias de su compromiso con los temas normativos presentes
en las sociedades de las que forman parte.

x\hora bien, este esbozo preliminar de ciertos supuestos y conse-


cuencias ético-morales de las psicologías actuales, apenas ilumi-
na un desafío permanente: el de aclarar los fundamentos éücos
de toda teoría e intervención psicológica. Todo lo anterior es una
manera, entre otras, de diseñar una cartografía razonable. Otros
mapas también son posibles siempre que se los justifiquen ar-
gumentativamente. El proyecto de una psicología pluralista no
requiere de la aceptación acrítica de la di\'ersidad, sino del diálo-

87
go y la investigación que no pueden llegar a ninguna conclusión
defínitiva. Si es posible discriminar a las psicologías desde sus
grados de compromiso ético-normativo con lo fáctico y lo po-
sible, entonces no hay lugar de reposo para la reflexión crítica
en un mundo que tiende al pluralismo de las formas de \ida y el
incremento de las contradicciones sociales.

Por tanto, no se trata de alentar el sosiego del eclecticismo sino


develar los compromisos sociales de la psicología que hacen le-
gitima la pluralidad de su campo. Compromisos que, a la vez,
obligan a los psicólogos a reflexionar y revisar críticamente los
fundamentos y consecuencias éticas de sus teorías y prácticas
profesionales. El reconocimiento de la pluralidad, por tanto, no
pasa por la comivencia armoniosa entre propuestas con disdntos
talantes epistemológicos y éticos. La legitimidad de las diferen-
cias se conquista en el diálogo y la comunicación razonada.

Si estos son los fundamentos de un proyecto de psicología plu-


ralista, no hay que borrar con el codo lo que se escribe con las
manos, es decir, debo asumir claramente que esta es una opción
ético-política que comparte los ideales del socialismo dialógico
o de la éüca del discurso. De todos modos, aunque fuera otra la
opción, no habría que temer o caer en el relati\isino y el nihi-
lismo. Pues, para un proyecto de psicología pluralista, bastaría
el admidr la ineludible recursividad de un pensamiento que ha
renunciado a los fundamentos melafísicos y que se dispone a los
desaños de una modernidad, cuyo horizonte se desplaza y no
permite descanso.

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mención ética. üni\'ersidad de Chile, Santiago de Chile.
De la ética trágica a la erótica de lo
cómico: Ni psicoanálisis, ni psicoterapia
Rodrigo de la Fabián
, Podemos decir que las técnicas psicoterapéuticas son un espa-
fJ CÍO de interpretación de las distintas formas de ideología que
tienden a alienar al sujeto? ¿Hasta dónde las prácticas psicote-
rapéudcas son un lugar de transmisión, de educación -de psico-
educación- de los \'alores ñmdamentales de nuestra sociedad oc-
cidental o, a la im'ersa, hasta dónde son ellas un espacio crítico y
resistente a la transmisión ciega de estos valores "ci\'ilizadores"?
Más fiíndamentalmente; aún: ¿hasta qué punto es relevante para
la psicología clínica actual responder a estas preguntas?

Sin tener la pretensión de abarcar la psicología en su conjunto,


esta última pregunta me conduce a introducir una distinción.
Esta distinción surge fundamentalmente de la im'ención del psi-
coanálisis como una prácdca que se diferenció tempranamente
de las psicoterapias o de la lógica terapéutica que reinaba en
las prácticas hipnóticas, para ser más preciso. En efecto, si algo
caracteriza el descubrimiento del psicoanálisis es su reticencia a
utilizar la sugestión como medio de cura. Lo interesante es que
esta resistencia tiene un fundamento que no es, ni prioritaria-
mente ni exclusivamente, técnico. Si Freud se propuso in\-cntar
un método clínico que no utilizara la sugesdón hipnótica como
el motor fundamental de la cura, no lo hizo con el afán de bus-
car una técnica alternativa más eficaz, sino principalmente por
mod\os éticos. De hecho Freud reconoce que en términos de
curación sintomática, no hay nada más eficaz que la sugesdón
Por ende, la razón por la cual él se empeña en crear una clínica
no sugesd\a dene que ver fundamentalmente con cuidar al ana-
lizante del efecto de alienación que producía la transferencia -en
tanto mecanismo fundamental de la sugesdón. Freud pensaba

93
que esta alienación podía ser más nefasta que el sufrimiento que
provocaban los síntomas.

En 1921, recordando el período que pasó en Nancy observando


tratamientos hipnódcos, Freud escribe:

"Pero, bien lo recuerdo, ya en esa época sentí una sorda nos-


ülidad hacia esa urania de la sugesdón. Si un enfermo no se
mostraba obediente, le espetaban: "¿Qué hace usted, pues? l'ous
vous contre-suggestionnez! ». Me di cuenta entonces que eso era una
manifiesta injusficia y un acto de \-iolencia. Sin duda alguna, el
sujeto tenía derecho a contrasugestionarse cuando se intentaba
someterlo con sugestíones."

Vemos en esta cita perfilarse una forma de resistencia que Freud


no desea vencer. Es más, vemos perfilarse un derecho del anali-
zante a resistir que Freud legitima y frente al cual la cura ana-
lítíca se detendría. ¿De qué derecho se trata? ¿De qué tipo de
resistencia estamos hablando?

El descubrimiento del inconsciente ligado al fenómeno de la


resistencia constituye una concepción altamente paradojal. Si
desde el punto de vista de la terapia hipnótíca las resistencias de-
bían ser vencidas de la manera más veloz v eficaz posible, con el
desarrollo de la técnica por asociación libre - técnica con la cual
Freud suplanta a la hipnosis- las resistencias van a devenir más
que un dique, un lugar de pasaje. Es decir, bajo la lógica de la
técnica de Ja hipnosis -partícuJarmente la talking cure desarrollada
por J. Breuer- se trataba de hacer dormir las resistencias para
poder llegar, -como el cirujano que corta la piel y luego los mús-
culos-, al inconsciente, verdadero tumor enquistado e inaccesible
para las representaciones conscientes. De una manera muy di-
versa, Freud se da cuenta que la manera pardcular de resistir de
cada sujeto le daba el más precioso y, paradójicamente, directo
acceso al inconsciente. Este giro lo encontramos, por ejemplo, en
el corazón de La Interpretación de los Sueños:

"El mismo aprecio tuvimos en la interpretación de los sueños


por cada uno de los madces de la expresión lingüísdca en que el
sueño se nos presentaba; y hasta cuando se nos ofreció un texto

94
disparatado o incompleto, como si hubiera fracasado el empeño
de traducir el sueño a la \"ersión correcta, también esta falla de
la expresión fríe respetada por nosotros. En resumen, tratamos
como a un texto sagrado lo que en opinión de otros autores no
sería sino una impro\isación arbitraria, recompuesta a toda prisa
en el aprieto del momento."

Con esto Freud daba una respuesta radicalmente original para


su época a los detractores de la posibilidad de que los sueños
friesen objetos dignos para la ciencia. Uno de los argumentos uti-
lizado por estos últimos es que al ser imposible en \igilia hacer un
relato fiel de lo que soñamos, ellos no serían accesibles al rigor de
la mirada científica. Frente a esto Freud responde con una vuelta
de tuerca sin duda asombrosa: los sueños son dignos de análisis
porque su relato es impreciso. Más precisamente aún: el verda-
dero material que Freud encuentra en el relato de los sueños se
encuentra en los oKidos, las elisiones, los lapsus, es decir, en sus
"fallas". Qiie el texto del sueño fuese sagrado, en la más pura tra-
dición cabalística, implicaba interpretarlo a la letra.

En concreto, esto se traducía en pedir a los pacientes que re-


latasen los sueños más de una \ez. Eo que buscaba Freud en
esa repetición eran las pequeñas inconsistencias entre uno y otro
relato. Esas inconsistencias le hablaban a Freud y le hacían pen-
sar que ahí había algo significati\-o para el sujeto. Para decirlo
de una manera aforística: mientras menos fiel era el relato a la
\'erdad original del sueño, más fiel era a la verdad del sujeto,
-verdad original que no era más que un mito, porque el sueño en
sí mismo ya implicaba una operación de censura.

La paradoja de la que estamos hablando es que, para decirlo en


términos lacanianos, el sujeto del inconsciente se revela en su
ocultamiento. Es decir, que la única traza que tenemos del sujeto
del inconsciente es su manera de resistir. Mi hipótesis es que es
de esta resistencia de la cual nos habla Freud en Psicología de las
Masas y Anáfisis del Yo. Desde este punto de \ista, la práctica
psicoanalítica reconocería el derecho del sujeto a no presentarse
a la luz del conocimiento, a resistirse a ser representado, signifi-
cado, sería una práctica que se ancla en el punto mismo donde el

95
analizante, como todo sujeto, habita en la cultura con el malestar
propio de no ser representado por ella, de no poder formar una
comunidad perfecta con los otros. Al legitimar el derecho de los
pacientes a resistirse, el derecho a no ser comprendidos, lo que
hace Freud es, por una parte, localizar este malestar dentro de la
sesión analítica y, por otra, mostrar que frente a esta imposibi-
lidad el psicoanálisis, más que intentar borrarla, intenta realizar
una práctica a partir de este límite. Yo llamaría a esta práctica
una clínica de la no compresión, una clínica que no sitúa la dimen-
sión del acuerdo entre sus partes como algo fundamental.

Cuando en 1923 Freud decide no a\"anzar más allá en la cura-si


el precio de este avance es ocupar el ideal del paciente- y define
la noción de cura como dar la posibilidad de elegir entre la enfermedad}'
la salud, lo que está implícitamente haciendo es legitimar la posi-
bilidad de que "la cura" tenga un rostro totalmente distinto para
el analizante que para el anahsta, un rostro que para éste último
puede resultar perfectamente incomprensible. En efecto, cuando
Freud se pregunta en 1925 qué tipo de respuesta por parte del
analizante podría confirmar que una inter\-ención analítica sur-
tió efecto, llega a una conclusión que podríamos resumir de la si-
guiente manera: cuando un paciente dice a su analista "sí, usted
tiene toda la razón", lo más probable es que la intervención haya
fracasado; sin embargo, cuando el paciente le dice algo como
"no, no estoy de acuerdo con usted", es más probable que la in-
ter\'ención haya dado en el blanco. Con esto Freud está sentando
las bases de una clínica que no se funda en el consentimiento ni
en el mutuo acuerdo, sino que al contrario, comive y legitima la
posibilidad de no comprender.

Lo que el psicoanálisis va a hacer en relación a este malenten-


dido fundamental que se revela entre el sujeto y el otro, es dejar
en evidencia su carácter sexual. Esto implica poner el acento en
esta división entre la singularidad extrema y la posibilidad del
encuentro con un otro con el cual a lo más formo parcialmente
comunidad. Al revelar que la comunidad es siempre limitada, lo
que hace el psicoanálisis es también dejar en evidencia la vio-
lencia que implica el acuerdo y la comprensión mutua. Esta vio-
lencia se asentaría en la necesidad de negar la diferencia sexual

96
para llegar al punto de formar comunidad con otro -sea ésta de
sentido, social, transferencial, etc.

En efecto, si hay algo de traumático en la sexualidad es justa-


mente que en ella es donde se expresa con mayor niddez esta
paradoja fundamental, entre el deseo de formar comunidad, de
generar un sustrato común de continuidad y comprensión con
el Otro y la extrema singularidad del sujeto del inconsciente. En
1931 Freud escribe:

"Entre las mociones pasi\'as de la fase fálica, se destaca que por


regla general la niña inculpa a la madre como seductora, ya que
poY í\ieYza dtbió Yeg\?,\íaY la?, pYmtYas stvisatioí'it?, gtY-Atek?., o al
menos las más intensas, a raíz de los manejos de la limpieza y el
cuidado del cuerpo realizados por la madre (o la persona encar-
gada de la crianza, que la subrogue)."

En medio de los cuidados más apropiados, tanto desde el punto


de \ista del orden biológico-adaptativo, como desde el punto de
\ista del amor v de la ternura, la sexualidad del otro se infiltra
de manera silenciosa V perniciosa. Lo que el otro sexual aporta
de traumático no puede ser leído en términos, por ejemplo, de
las teorías del estrés. El estrés ya supone una cierta intuición del
otro, una manera de anticipar su llegada la cual, al no cumplirse
o hacerlo de manera incorrecta, lo pro\'oca. Tampoco puede ser
leído en términos de frustración, pues ésta, tal como lo muestra
Lacan también implica una andcipación del otro, una deman-
da incumplida. Lo que caracteriza la relación entre trauma y
sexualidad es que lo sexual es el punto en que el sujeto no tiene
ningún código en común con el otro desde donde interpretarlo,
sea como estrés biológico-adaptativo, sea como frustración de
amor Lo traumático en tanto que sexual no es la traición de una
espera, sino la llegada de lo absolutamente inesperado. Esta au-
sencia de todo código desde donde situarse frente a la irrupción
de lo sexual en el otro llega al punto de que ni siquiera puede ser
\ivida como traumática por el sujeto. Vivirla como traumática
ya es una manera de valorar esa experiencia, valoración que en
la ausencia de todo código resulta imposible. Sólo tardíamente,
a través de una asociación secundaria, el sujeto podrá nombrar

97
esa primera experiencia como traumática. De hecho Freud dice
que el trauma sexual es el único caso donde el recuerdo es más
vivido que la experiencia

Este desvío por lo sexual y el trauma nene que ver con poder
mostrar el tipo de alteridad que está enjuego en la clínica psicoa-
nalítica. Cuando Freud se detiene frente aljuror curandis o cuando
decide legitimar un derecho a la resistencia de sus analizantes,
no está sino demarcando la alteridad que implica el encuentro
con el otro en tanto que sexuado. Por lo tanto, el psicoanálisis,
al tomar partido por la sexualidad, por decirlo de alguna ma-
nera, no toma partido ni por la salida al malestar del lado de
lo colectivo -de la transferencia positiva, de la sugestión-, ni la
salida existencialista de la exultación de la singularidad, sino por
el encuentro con el otro fundado en la imposibilidad misma de
este encuentro.

Podríamos definir simplemente el orden terapéutico, que tanto


escepticismo le producía a Freud, como la búsqueda de la cu-
ración sintomática. Para retomar el ejemplo freudiano de 1923,
desde el punto de \ista terapéutico, no tiene ningún sentido que
el clínico se inquiete por ocupar el lugar del ideal del paciente,
si es que esto conlle\a a la curación sintomática. La sugestión,
como lo supo siempre Freud y como lo re\"elan las in\estigaciones
modernas al poner de relie\e la calidad de la relación paciente-
terapeuta como la de mayor incidencia en la cura, sigue siendo
la principal herramienta terapéutica. Por lo tanto, excluir la su-
gestión de la terapia es negarle su propia posibilidad de éxito. De
modo que me temo que desde el punto de vista psicoterapéudco,
las preguntas que encabezan este artículo en relación a la posi-
bilidad de que el espacio clínico permita la interpretación de las
ideologías imperantes, no tienen mayor valor

Pero, lo que me gustaría hacer a continuación es inverdr este


problema. Vale decir, interrogar a la clínica psicoanalítica en
cuanto a lo cjue representa para ella la posibilidad de curar, es
decir el orden de lo terapéutico. En consecuencia: ¿es o no es la
cuestión de la cura sintomádca un problema interno a la clínica
psicoanalídca? La hipótesis que intentaré desarrollar es que la
excesi\'a etificación de la clínica psicoanalítica, la excesiva preocu-
pación por el problema de la alienación en la transferencia y
cierto desdén por lo psicoterapéutíco puede \'olverse una trampa
para el propio psicoanálisis. Qiiisiera mostrar, primero, la mane-
ra freudo-lacaniana de abordar esta cuestión, para luego propo-
ner una perspecti\a diferente.

En Freud encontramos el concepto de neutralidad como la garan-


tía que permite que el analizante despliegue su singularidad sin
\erse interferida por la del analista. Al respecto Freud escribe:

"Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se


pone en Yu\e5>ü-as manos en busca de auxilio un patvimonio per-
sonal, a plasmar por él su destino, a imponerle nuestros ideales
v; con la arrogancia del creador, a complacernos en nuestra obra
luego de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza."

Lo interesante es que para Freud la necesidad de ser neutral era


establecida a pnori sin realizar distingo alguno. Por ejemplo, a
partir de sus célebres debates con el Pastor Pfister y con el Dr.
Putnam acerca de si al psicoanálisis le competía "moralizar" a
sus pacientes, es decir, acerca de si la cura analítica debía o no
aspirar a hacer de sus pacientes seres más virtuosos, podemos
llegar a la conclusión de que para Freud no había gran diferencia
entre estos "nobles afanes" y el psicoanaHsta inescrupuloso que
se acuesta con sus pacientes. Por diferentes que pueden apare-
cer ambas situaciones, lo que tenían en común para Freud era
que en todos esos casos el analista se identificaba con aquel que
detentaría el objeto adecuado para el paciente, sea este moral,
pedagógico o amoroso.

"La ambición pedagógica es tan inadecuada como la terapéutica"

"Para el médico significa un esclarecimiento vaHoso y una bue-


na pre\ención de una contratrasferencia acaso aprontada en él.
Tiene que discernir que el enamoramiento de la paciente le ha
sido impuesto por la situación analítica y no se puede atribuir,
digamos, a las excelencias de su persona; que, por tanto, no hay
razón para que se enorgullezca de semejante «conquista», como
se la llamaría fuera del análisis."

99
Por lo tanto, en términos éticos, para Freud un analista que se
acuesta con sus pacientes más allá de violar la moral y las buenas
costumbres, está inflingiendo algo que me atrevería a nombrar
como un imperatívo categórico del psicoanálisis: nunca jamás iden-
tificarse con el destinatano transferencial del analizante. Lo que el ana-
lizante busca, siempre, por principio, está en otra parte. A este
gesto propiamente kantiano yo lo he llamado duelo trascendental
por no tener lo que el paciente busca. El analista, en su propio
análisis, en la medida que es capaz de desidealizar a su analista,
es decir, atra\'esar la ilusión transferencial, ha realizado la expe-
riencia de la vanidad del objeto imaginario. Es esta experiencia
la que intentará transmitir a su analizante, no obturando su de-
manda con pseudo-objetos de satisfacción.

Esta apuesta freudiana encontrará su rnáxima expresión en la


obra de J. Lacan. El duelo del analista en Freud tiene ciertos lí-
mites. En efecto es un duelo que podríamos llamar por humildad,
es decir, el analista no es o no tiene lo que el analizante busca, lo
que no implica que su verdadero objeto esté en otra parte.

"Motivos éticos se suman a los técnicos para que el médico se


abstenga de consentir el amor de la enferma. Debe tener en vista
su meta: que esta mujer, estorbada en su capacidad de amar por
unas fijaciones infantiles, alcance la libre disposición sobre esa
función de importancia inestimable para ella, pero no la dilapide
en la cura, sino que la tenga aprontada para la vida real cuando
después del tratamiento esta se lo demande."

Lo que en Freud es un duelo narcisístico -jo no tengo lo que el otro


busca- en Lacan es un duelo trágico -no sólo yo, sinofundamentalmen-
te el Otro no tiene lo que el analizante busca.

Reemplazando La Ley por El Deseo, Lacan va a trasponer en


clave explícitamente kantiana lo que sería el imperativo categóri-
co de la clínica psicoanalítica:

"¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita?"

Lo que hace Lacan es udlizar la forma del imperativo categórico


kantiano, pero reemplazando el valor que este último le da a La
Ley por la medida sin medida del Deseo. Esto implica que el deseo

100
del analista es el de producir "la diferencia absoluta", es un de-
seo que afirma su valor sin medida por sus consecuencias. Es así
como podemos entender que Lacan diga que el hecho de que un
analista haga coincidir en algún grado su deseo de analizar con
el de darle algún bien al analizante no sólo no es ético, sino que
es una estafa. Esta absoluta insatisfacción del analista con respec-
to al orden terapéutico del análisis, es decir, esta disconformidad
radical con cualquier tipo de cura sintomática producida por el
analizante que intente sadsfacer el deseo de analizar del analista,
va a identificar al analista, de manera paradojal como lo muestra
P. Guyomard, con un objeto resistente a toda identificación, con
un objeto que, como dice Lacan, no es un objeto sino el punto
lógico donde todos los objetos se superponen en tanto que no
dan la satisfacción esperada.

"El objeto a minúscula no es el origen de la pulsión oral. No


queda introducido a dtulo de alimento primid\'o, queda introdu-
cido por el hecho de que ningún alimento satisfacerá jamás a la
pulsión oral, a no ser contorneando el objeto que eternamente
falta."

Para Lacan, el objeto del deseo, es decir el objeto pequeño a no


es aquello que lo saüsface, sino ac^uello que lo causa, aquello que
garantiza su insadsfacción y que por lo tanto permite seguir de-
seando. La inversión propuesta por Lacan, muy en concordancia
con la tradición crisdana, es que el deseo sólo busca seguir de-
seando. Con esto Lacan piensa haber encontrado la cansa incon-
dicionada del deseo, su origen no patológico -en el senüdo kandano
del término. Vale decir: se desea por el puro deber de desear, sin
consideraciones por la calidad del objeto encontrado

"Cuando les digo que el deseo del hombre es el deseo del Otro,
surge en mi mente algo que canta Paul Eluard como el duro deseo
de durar. No es otra cosa sino el deseo de desear."

El analista, al sostener este principio ético de no ceder el deseo


permitiría al analizante, a su vez, hacer el duelo trascendental
y trágico por la inexistencia del objeto del deseo, para de este
modo poder encontrar más allá de esa decepción radical -y de
toda decepción futura- el imperturbable objeto pequeño a.

101
En lo que sigue, quisiera esbozar una crítica a esta concepción
freudo-lacaniana. Esta críüca la inscribo como formando parte
del gesto inaugural de separación de Ferenczi respecto a Freud.
Es más, para ponerla en términos sensiblemente ferenczianos,
quisiera denunciar una cierta hipocresía.

Si hay algo por lo cual Lacan luchó y que le costó caro en tér-
minos de sus relaciones con la institucionalidad analítica, es por
el hecho de no distinguir entre el psicoanálisis llamado didáctico
-es decir aquel desuñado a la formación de futuros analistas-
del psicoanálisis a secas o personal. Y sin embargo, una vez que
Lacan desarrolla esta apuesta ética, de manera inesperada, la
distinción reaparece bajo su pluma:

"Como creo haberles mostrado aquí en la región que dibuje este


año, para ustedes, la función del deseo debe permanecer en una
relación fundamental con la muerte. Hago la pregunta, ¿la ter-
minación del análisis, la \erdadera, entiendo la cjue prepara para
devenir analista, no debe enfrentar en su termino al que la pade-
ce con la realidad de la condición humana?"

¿Por qué hablar de verdadero análisis? ¿Acaso el análisis que no


conduce a la formación de analistas es menos verdadero?

En 1966 Lacan \ a a ser aun más explícita esta diferencia entre


análisis didáctico y análisis a secas:

"¿No habría que concebir más bien el psicoanálisis didáctico


como la forma perfecta con que se iluminaría la naturaleza del
psicoanálisis a secas: aportando una restricción?

Tal es el vuelco que antes de nosotros no se le había ocurrido a


nadie. Parece sin embargo imponerse. Porque si el psicoanálisis
tiene un campo específico, la preocupación terapéutica justifica
en él cortocircuitos, incluso temperamentos; pero si hay un caso
que prohiba toda reducción semejante, debe ser el psicoanálisis
didáctico."

Por su parte AL Safouan comenta este pasaje de la siguiente ma-


nera:

102
"Entendamos: el "\uelco" no descansa sobre una \irtud o una
pureza propia del psicoanálisis didáctico. Se trata más bien de
una regla metodológica, que consiste en suspender la preocupación
terapéutica."

Lo único con lo que no estoy de acuerdo con Safouan es que se


trate de una "regla metodológica". Por eso encabecé las referen-
cias a este doble discurso lacaniano con una cita del Seminario
7, La Etica del Psicoanálisis. Es decir, pienso que la consigna
de suspender la "preocupación terapéutica" en los análisis di-
dácticos es el corolario necesario de la propuesta éüca -no me-
todológica- de Lacan. Ahora, que esta concepción haya tenido
por consecuencia la reintroducción de la disdnción entre análisis
didácdco y personal, parece indicar que esta santa indiferencia de
Lacan por todo lo que respecta al orden terapéudco sólo resul-
taba con analizantes cuya trasferencia fuese lo suficientemente
fuerte con el psicoanálisis -entiéndase analistas en formación-
como para aceptar ser (mal)tratados en virtud de premisas éücas
que buscaban hacer consistente al psicoanálisis consigo mismo,
en desmedro de la experiencia clínica, del caso a caso y de la
singularidad de los analizantes.

En la medida en que la premisa éüca es establecida a prion hay


algo de la manera en que cada transferencia va tejiéndose y des-
tejiéndose que queda resuelto de antemano, sin pasar, en cada
proceso de cura, por la experiencia, sin lugar a dudas peligrosa,
del otro en su alteridad. Para ser más preciso, este gesto lacania-
no lo identificaría con una desexualización de la cura analídca y
más particularmente de la transferencia.

¿Por qué desexualización? ¿Por qué pensar que el rechazo del


orden terapéudco por Lacan tenga algo que ver con el rechazo
algo de lo sexual?

La experiencia del encuentro del otro en tanto que ser sexual, no


puede sino ser del orden del a posterioñ, puesto que ella implica
la irrupción de un otro completamente contingente, más allá de
todo código. Si Lacan busca la posibilidad de que el anahsta por
medio del duelo trágico trascendental, solucione a priori el pro-
blema del desencuentro con el otro, lo que propongo es que, al

103
contrario, lo que caracterizaría a un analista es la posibilidad de
aproximarse al otro, al analizante, de una manera frágil y expues-
ta a lo que ese analizante presentifica como irreducible a toda
legalidad. Si Lacan supone que el duelo trágico trascendental
debería permitirle al analista asumir la inexistencia del objeto del
deseo, lo que propongo en lugar de éste es el duelo del Duelo, es
decir, el duelo frente a la imposibilidad de hacer ese duelo trágico
trascendental. Es sólo el duelo del Duelo, el que deja al analista
expuesto a la experiencia de la alleridad sexual y contingente del
otro. A mi juicio, el análisis personal del analista en lugar de ser
la garantía de una experiencia trascendental que lo proteja de la
contingencia de los futuros analizantes, debiera concebirse como
la posibilidad de erotizar esta contingencia. Es decir, en cuanto al
problema de la relación entre análisis didáctico y personal, diría
que el duelo del Duelo implica poder comi\ir con la imposibi-
lidad de nos ser inquietados, interrogados por el orden del bien
y de la cura sintomádca. Desde este punto de vista, trabajar con
y no contra el límite que marca la diferencia sexual, implica una
clínica donde ninguna premisa -sea esta ética, técnica o metodo-
lógica- puede anticipar las consecuencias, siempre contingentes
y particulares, del encuentro con cada analizante. Mi crídca a la
apuesta ética de Lacan no dene tanto que ver con su contenido,
sino con su forma. Al hacer suya la estructura del imperativo ca-
tegórico kantiano, introduce una ley que termina por anular las
consecuencias del encuentro con el analizante.

Recuerdo haber escuchado hace unos años a una analista es-


pecialista en trastornos alimentarios decir que el hecho de que
sus pacientes subieran o no de peso no le incumbía, que eso era
estrictamente un problema médico. En esa época yo trabajaba
en una unidad de trastornos alimentarios y la frase de la analista
me sorprendió porque no tenía nada que ver con mi experien-
cia. Por una parte, entendía que si mi escucha se centraba ex-
clusivamente en el peso las cosas no podían marchar, pero por
otra parte era innegable que esperaba que de alguna forma mis
intervenciones contribuyesen a que subiese de peso. Lo que he
llamado hipocresía en este texto se juega exactamente en este pun-
to en el cual uno ve como los anaUstas por una parte declaran su
distancia respecto a los efectos terapéuticos de sus curas y al mis-

104
mo tiempo, a la hora de e\'aluar sus éxitos y fracasos, la remisión
sintomática sigue siendo muy importante. Es evidente que este
punto de inquietud por el peso de las pacientes anoréxicas, por
ejemplo, tocaba fibras sensibles de mi propia neurosis. No creo,
ni pretendo, tratar de objetivar esta perturbación por el otro. ^^1
contrario, me parece que si de algo habla son de mis propios
limites de escucha, de sostener una escucha en la neutralidad
del significante. Que se entienda que no estoy para nada procla-
mando un psicoanálisis asistencialista. Mi crítica no pasa por una
idealización de lo terapéutico, mi crítica \a a la idealización de
un analista capaz de desentenderse de esta dimensión, mi crítica
va hacia toda construcción que sirva como forma de protección
para evitar ser inquietados, perturbados, por lo enigmático del
encuentro con el otro. Frente a la santa indiferencia de Lacan, pro-
pongo la impura imposibilidad de no sentirnos concernidos por
el bienestar de nuestros pacientes, es decir, de desembarazarnos
del orden terapéutico.

En el Diario Clínico de Ferenczi de 1932, encontramos un pasaje


extraordinario en relación a este problema, .^hí él se pregun-
ta "cómo ser \'erdaderos testigos del suñ^imiento del paciente".
Frente a esta posibilidad él comenta una experiencia del todo
corriente. Es habitual que mientras un analista escucha a sus
pacientes, se le vengan a la cabeza ideas como: "Qué aburri-
miento escuchar a este sujeto, que ganas de que se vaya..." O,
"Lo único que quiero es dormir una siesta y tengo que seguir
escuchando..."etc. Ferenczi se da cuenta que estas asociaciones
tíenen que ver con conflictos inconscientes del analista no resuel-
tos y que le impiden ser un "verdadero testigo" del sufiimiento
del analizante. Ante esta evidencia, Ferenczi plantea una salida
muy original en relación al pensamiento psicoanalítico de su épo-
ca. El dice que lo mejor que puede hacer el analista es confesar al
analizante lo que le pasa y lo que siente. Es decir, por momentos,
la única manera de ser "verdaderos testigos" del sufrimiento del
analizante es confesarle que no podemos serlo, que no somos
capaces de escucharlo. Más allá de las dudas que me produce el
valor que Ferenczi le otorga a la confesión del hecho, lo que me
parece interesante es que Ferenczi llega a la idea de que muchas
\eces el ocupar el lugar del analista implica el hecho de no poder

105
sostener ese lugar, de aceptar esa imposibilidad. Es exactamente
del mismo modo que pienso que la dimensión terapéutica al ser
un límite a la escucha analítica, un límite que revela, sobre todo,
algo de la neurosis del propio analista, es parte del análisis. Por el
contrario, la salida lacaniana a este impasse podría ser el cuestio-
nar el hecho de sentirse interpelado por la demanda del pacien-
te. En efecto, desde Lacan uno podría sospechar que la sensación
de "fracaso" tiene que ver con una secreta esperanza de "éxito",
es decir, tiene que ver con el hecho de querer responder a una
demanda y de pretender que "eso se puede solucionar".

Frente a esto quiero proponer una mirada diferente. Retomando


el problema entre lo terapéutico y lo analíüco, la hipocresía de
la que hablo es la supuesta posibilidad de los analistas de desem-
barazarse de su preocupación por el bienestar sintomático del
paciente. Creo, al revés del gesto de Lacan, que sólo podemos
pensar la clínica a pardr del momento que aceptamos eso como
una imposibilidad. La pregunta no es, "¿Cómo hacer para des-
embarazarse de la inquietud por el bien del otro?", sino: ¿Cómo
podemos hacer clínica a partir de ella y más fundamentalmente,
cómo podemos pensar una clínica analítica que no distinga entre
el oro puro del análisis del cobre de las psicoterapias.

Lo que propongo, en ningún caso, es un retorno ingenuo a lo


psicoterapéutico. Me parece que la sensibilidad édca que intro-
duce el psicoanálisis al campo clínico respecto a los efectos de
alineación propia a la sugestión, conserva todo su valor en la
actualidad. Lo que me parece es que al transformarse en un im-
perativo categórico, el psicoanálisis reintroduce el orden del ideal
bajo la forma paradojal de la ausencia de todo ideal. No es ca-
sualidad que Lacan haya estado tan fascinado por Antígona y la
haya tomado como una suerte de modelo para los psicoanalistas.
Si bien Antígona nos muestra la asunción trágica y radical del
ser-para-la-muerte, justamente al asumirla, hay algo de esa condi-
ción trágica que se pierde, hay implícita una forma de negación
en ia asunción del destino trágico. Como io afirma S. CrítchJey
en consonancia con E. Levinas a asunción trágica es la liltima
forma de negación de lo trágico, el ser-para-la-muerte es un ser-
contra-la-muerte.

106
¿Qué hubiera pasado si yendo hacia su destino trágicamente
elegido, Antígona se hubiera tropezado? Seguramente ella se
abría lexantado rápidamente, sacudido el polvo, para retornar
lo antes posible a la solemnidad de la escena. Lo que me parece
interesante, es que ese pequeño tropiezo nos abría enseñado una
dimensión de la castración extranjera a lo trágico, la castración
como un límite no asumible, la castración como el encuentro
con lo absolutamente contingente del Otro -en este caso una
pequeña piedra en el camino. Antígona, por lo tanto, representa
el ideal de la ausencia de todo ideal, de la santa indiferencia.

Mi propósito es hacer tropezar a este ideal. No dejarlo de lado


-cosa que sería, por una parte, un retorno ingenuo a las psicote-
rapias y por otra un gesto en todo equi\'alente al que critico- sino,
insisto, ponerle una pequeña piedra inesperada. De modo que
es muy distinto pensar que la asunción trágica de la castración
por parte del analista es lo que permite al analizante atravesar
la ilusión transferencial, que decir que es el tropiezo cómico del
analista lo que abre esa posibilidad. Este tropiezo cómico no se
da ni del lado de lo exclusivamente terapéudco, ni del lado de lo
exclusix'amente analítico. Del lado de lo terapéutico, si la cura
no se cumple es \'i\ido simplemente como una frustración -y
aquí se cumpliría la hipótesis de Lacan de la secreta esperanza
de éxito que mencionaba más arriba. Del lado de lo analítico,
por otra parte, el sentirse interpelado por la demanda de cura del
analizante es interpretado como una falta en la asunción trágica
y trascendente de la inexistencia del objeto adecuado para esa
demanda. El efecto cómico, en cambio, se produce justo en el
cruce entre la renuncia radical y la imposibilidad de la renuncia,
cuando, siguiendo nuestra pequeña ficción, Antígona se sacude
el poK'O mientras camina a su muerte consentida.

Así como Critchley afirma que lo trágico es demasiado trágico


para ser trágico, yo diría que la ética es demasiado ética para ser
ética. Es sólo a partir de la aceptación de la imposibilidad de la
édca -duelo del Duelo-, es decir de la erotización del (des)en-
cuentro con el otro, que se puede pensar una édca clínica. Sen-
tirse interpelado por el sufrimiento del otro, es una experiencia
consdtutiva de la clínica. Pero, no es lo único y lo que propongo

107
está lejos de ser un intento psicótico de responder a esa interpe-
lación. Lo único que me interesa marcar es que esa interpelación
habla de la irreductibilidad del analizante, de su alteridad sexual.
Si por el contrario, reducimos esa interpelación a resistencias de
parte del analista, si suponemos que siempre a priori el analizante
se dirige al Otro, lo que hacemos es negar su alteridad. La expe-
riencia de ser testigos de la extraordinaria excepcionalidad del
otro, no puede ser \ivida sino que dejando al testigo en posición
solitaria y su vez excepcional. En efecto, cada \'ez que presencia-
mos un hecho insólito, poco probable, nos constituimos nosotros
mismos en seres insólitos e improbables para otro.

Esta reflexión nos conduce a la siguiente conclusión: para que


la clínica no sea simplemente un lugar de transmisión ciega de
los valores imperantes, no debería desear purificarse de ellos. De
otra manera, el deseo de purificar la clínica analítica de la pre-
ocupación por lo terapéutico sólo conduce a una manera más
sofisticada de terapéudca; esta \'ez bajo la figura del bien como la
ausencia del bien, de la cura como la ausencia de cura. La caída
del analista como ilusión transferencial, no se produce garantíza-
da por ningún a priori trágico, sino simplemente por su tropiezo
cómico, por la imposibilidad de agotar la respuesta.

En efecto, el leer a Ferenczi no deja de producirnos un cierto


efecto cómico. Imaginarse a Ferenzci diciéndole a una pacien-
te, por ejemplo: "Usted me aburre y me dan ganas de dormir
mientras la escucho", da risa. Pienso que esa risa no tiene que \er
exclusivamente con lo inocente que pueden parecemos sus inter-
\'enciones, sino porque son el equivalente al tropiezo antigonia-
no en medio de la solemnidad de la cura analítica. No me cabe
duda que tampoco para la paciente una inter\ención como esa,
al menos en un primer momento, no dene mucho de cómico. Sin
embargo y, es ahí donde me disfingo de Ferenczi, pienso que el
analista no debe dejar de percibir el lado cómico de su tropiezo
y, al mismo dempo, permitir al analizante aproximarse a esa di-
mensión. Mirado desde este punto de vista, mi preocupación por
el peso de las pacientes, se re\'ela inesperadamente como algo
cómico. Cómico porque es absurdo, porque la protejo de lo que
de todas maneras le va a llegar algún día y porque, sin lugar a
dudas, me conduce a hacer inter\'enciones algo ridiculas si uno
las analiza desde el rigor analítico. Podría incluso decir que la
analista que pensaba que lo óptimo era no sentirse interpelada
por el tema del peso de sus paciente, más que falta de humani-
dad, adolecía de sentido del humor y, sobre todo, de capacidad
de reírse de sí misma.

La imposibilidad radical ^e\itar la muerte, por ejemplo- para


ser tal, no puede ser asumida por el analista, al contrario, no le
queda otra cosa que chocar con ella de manera imprevista. Lo
cómico es la erotización de ese límite como tal, sin la necesidad
de introducir una aceptación trascendental. Lo cómico tiene que
\'er con la irrupción de la singularidad del analista como un lími-
te a la escucha, límite que a la vez rompe con el ideal antigoniano
del analista asumido y que al mismo tiempo rinde tributo a la
excepcionalidad irreductible del analizante.

Referencias bibliográficas
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no
Sobre el uso de la psicoterapia como
dispositivo g u b e r n a m e n j a l ^ _ ^ _
Esteban Radíszc
I

D esde hace algunos años, un llamati\-o dispositivo, a partir


del cual se ha pretendido definir ciertos aspectos de las
Políticas Públicas en Salud Mental, se ha ido introduciendo de
manera progresixa y silenciosa en nuestro país. Se trata de la,
así llamada. Psicoterapia Basada en Evidencia (PbE) que, orientada
a establecer procedimientos terapéuticamente eficaces por la \ía
de la in\'estigación empírica de resultados, encuentra su origen
más próximo en el programa de la Evidence Based Medicine (EbM),
nacida en los años "80 en la Facultad de Medicina de la Me Mas-
ter University de Canadá.

Originalmente pensada para senir a la enseñanza de la prácti-


ca médica, la EbM fue rápidamente promo\ida al rango de un
nue\-o paradigma de la medicina científica, en el que se procu-
raría determinar racionalmente el abordaje médico por medio
de la consideración sistemáfica de los resultados obtenidos en
estudios considerados metodológicamente controlados y riguro-
sos (E\idence-Based Medicine Working Group, 1992; Sackett,
Rosenberg, Gray et al., 1996). Inspirada en esta nueva forma de
ejercicio de la medicina, la PbE se formuló como una oportu-
nidad certera de lle\'ar la psicoterapia a la "mesa de la ciencia"
(Tarrier, 2002) para, aproxechando los resultados de la investiga-
ción empírica en psicoterapia que venía realizándose desde los
años '50 en Europa, Estados Unidos y Canadá, determinar de
manera definitiva y categórica abordajes específicos para el tra-
tamiento eficaz de cuadros psicopatológicos igualmente específi-
cos (Chambless & HoUon, 1998; Hamilton & Dobson, 2001).

113
Sin duda, el proyecto de medicalización de la clínica psicológica
sostenido por la PbE se confronta a profundas dificultades epis-
temológicas, metodológicas y políticas-^\ mientras que la EbM
ha sido objeto de numerosas consideraciones crídcas (Grahame-
Smith, 1995; Duelos, 1999; Druss, 2005; Maxwell, 2005) que
bien podrían ser aplicables a su \ástago psicoterapéutico. No
obstante, no trataremos aquí estos importantes problemas. De
hecho, ni siquiera abordaremos de manera sistemática los múlti-
ples inconvenientes a los que se enfrenta la PbE.

A decir verdad, nuestro horizonte es bastante más acotado, res-


tringiéndose al examen de un curioso argimiento en el que la PbE
es utilizada como principio orientador de las Políticas Públicas en
Salud Mental. Concretamente, será cuestión de dimensionar la
idea según la cual, la condición siempre escasa de los recursos del
Estado, determina que la Seguridad Social pri\ilegie -es decir,
facilite por la vía de su financiamiento- aquellos procedimientos
que han podido "científicamente" demostrar su eficacia terapéu-
tica, o sea promover abordajes basados en la e\idencia.

Al parecer, se trata de un argumento simple que podría ser, inclu-


so, considerado como sensato. Sin embargo, al detenernos en él,
la supuesta simpleza de la proposición se disuehe en la bastante
más compleja articulación de, al menos, cuatro dimensiones que
se sostienen recíprocamente para definir un dispositivo altamen-
te compacto. De hecho, la aparente simpleza )• sensatez del ar-
gumento está lejos de ser el resultado de lo e\idente, sino más
bien la consecuencia de un no juzgado, en la medida que emana
del silenciamiento de estas cuatro dimensiones cjue operan como
supuestos admitidos sin discusión.

Dichas dimensiones pueden ser descritas de la siguiente manera:


una primera dimensión tecnológica referida a ciertas formas de pro-
ducción de un particular régimen de xeridicción conocido bajo
el nombre de "imestigación empírica en psicoterapia"; una se-
gunda dimensión burocrática a través de la cual se Ijusca establecer

20 Para mayor información respecto de las mencionadas dificultades se podrá,


por ejemplo, consultar R ^Vhittle í 1999), E. Zarifian ^2005:, R. Gori; 2005i, R.
Assaraf (2005) o Ch. Hoílmann (2005j.

114
un principio de "gubernamentalidad" por medio del cual admi-
nistrar un campo solamente definido gracias al ejercicio de ese
mismo principio; una tercera dimensión económica que, orientada a
promover la eficiencia y la racionalidad del gasto, aspira siempre
a obtener más por entregar menos; y una última dimensión propia-
mente moral en \irtud de la cual se pretende ejercer una defen-
sa de las poblaciones crédulas e indefensas frente a la amenaza
constante de un atropello en sus derechos.

II
Esta úldma dimensión que calificamos de moral, está lejos de ser
un simple agregado de importancia menor. Es justamente por
dicha defensa moral que el dispositi\'o se re\'iste de una auto-
ridad sin precedentes: "Yo, garante de la verdad que confiere
la experticia, protejo a las poblaciones de los siempre presentes
inescrupulosos moti\ados por intereses personales".

Pero esta defensa moral que, seguramente, es bastante más sutil


que la gruesa frase anterior, se funda sobre dos elementos fácil-
mente discernibles. El primero está constituido por la necesidad
de una completa descalificación del paciente y de su juicio, pues
sólo opera si el paciente es una \íctima ignorante o si se trata de
un com-encido por efecto de los temibles influjos del victimario.
En tal sentido, cualquier juicio positi\'o que el paciente pueda te-
ner respecto de procedimientos no debidamente fundados sobre
estudios metodológicamente controlados, se deberá a un omino-
so sometimiento a la influencia ilegítima del tratamiento, o bien
será la consecuencia de una \-aloración que no se condice con
aquello que el Sistema de la Seguridad Social determina como
valorable.

Es que, por medio de su dimensión tecnológica, el dispositivo as-


pira a determinar lo valorable (lo válido) y, por ende, lo no valo-
rable (lo imálido) de una manera "objetiva" gracias al dictamen
de la ciencia (volveremos sobre este punto luego). A decir verdad,
incluso si el paciente elige bien y se decide por el tratamiento
que aconseja el experto, entonces el paciente no ha elegido nada
pues ha simplemente ajustado su criterio a lo debido según la
evidencia. Dicho de otro modo, se trata de una valoración que,
deslegitimando toda variabilidad singular, no se encuentra asu-
mida en cuanto tal, pues se precisa como una constatación que,
formulada desde la imparcialidad del juicio científico, se sostiene
más allá del bien y del mal.

El segundo elemento que participa en la dimensión moral del


dispositivo de la PbE, se refiere, precisamente, a la valoración
misma que se pone enjuego en la defensa del incauto ciudadano.
Ya que, pese a la declarada intención de proveer una protección
desinteresada, la mencionada defensa no se encuentra en modo
alguno exenta de intereses. En efecto, la valoración misma de
un procedimiento por sobre otro, sea como fuere que esta va-
loración se establezca, implica necesariamente la presencia de
un interés que, pudiendo ser o no legítimo, está presente en la
defensa supuestamente desinteresada. Nacida de una pretendida
imparcialidad obtenida mediante el juicio experto de la ciencia,
la PbE termina ciega a la xaloración sostenida detrás de la vali-
dación, pretendiendo que lo validado constituye lo valorado para
todo individuo.

A decir verdad, estos dos elementos sobre los que reposa la di-
mensión moral del dispositivo de la PbE, coinciden ampliamente
con los déficits político y ético que Roland Gori y Marie-José Del
Volgo (2005) han podido perspicazmente indicar como distinti-
vos de la contemporánea medicalización de la existencia. Déficit
político en la medida que los actores concernidos se encuentran
reducidos a meros consumidores sin discernimiento únicamente
convocados para refrendar lo validado a través del ejercicio de
una vigilancia de la calidad del producto ofrecido respecto de
la validación advenida al lugar - completamente incuesüonado
- del ideal. Pero, también, déficit ético por cuanto la reducción
de la valoración a una validación promovida al rango de un uni-
versal, deja enteramente indiscutida la cuestión del valor y de
su promoción en el conjunto de las poblaciones. De hecho, tal
y como lo subrayan los autores, este úldmo déficit resulta ple-
namente palpable en la progresiva profesionalización del juicio
moral que, en conjunto con la proliferación de los comités de
bioética, denuncian la más desgarradora desvinculación de la

116
intenención (médica o psicoterapéutica) del horizonte ético que
ella implica en tanto acto humano.

Sin embargo, el dispositivo de la PbE está muy lejos de tratar-


se de la promoción de una validación desinteresada. En efecto,
él se encuentra decididamente dominado por el interés mayor
que, articulándose en torno a la búsqueda -en muchas ocasiones
confesada- de una racionalidad del gasto y de una eficiencia eco-
nómica, exige cubrir más por menos. En tal senddo, la dimensión
económica no es un mero contexto pues, en virtud de) menciona-
do principio de racionalización, se borran de un plumazo una
serie de procedimientos que, pese a encontrarse validados por
el mismo procedimiento aceptado por la dimensión tecnológica,
resultan francamente desatendidos.

Nos referimos a que se descarta de manera sospechosamente


sistemática un importante número de estudios empíricos sobre
resultados terapéudcos en tratamientos a largo plazo, es decir,
investigaciones dirigidas a evaluar psicoterapias que duran más
de dos años. De hecho, resulta sorprendente ver que los expertos
encargados de redactar las Guías Clínicas GES para Depresión
(Ministerio de Salud, 2006) recomienden abiertamente terapéu-
dcas Cogniti\'o-Conductuales de breve duración y no se haga lo
mismo para tratamientos de orientación psicoanalítica conside-
rados apriorísdcamente como tratamientos de larga duración.
No obstante, no sólo hay estudios que demuestran una eficacia
equivalente en el tratamiento de la depresión sexera y moderada
entre psicoterapias psicoanalíticas de corta duración y terapias
cognitivo-conductuales breves (Thompson, Gallagher & Stein-
metz Breckenridge, 1987; Shapiro, Barkham, Rees, Hardy, Re-
ynolds & Startup, 1994; Leichsenring, 2001; Knekt & Lindfors,
2004). Pero, además, también existen estudios metodológica-
mente muy estrictos donde se sugiere que, comparados con psi-
coterapias psicoanalíticas breves, los tratamientos psicoanalíücos
a largo plazo de la depresión presentan resultados significatíva-
mente más estables y pronunciados (Leichsenring, 2005; Knekt,
Lindfors, Hárkánen, Válikoski, Virtala, Laaksonen, Marttunen,

117
Kaipainen & Renlund, 2008; Knekt, Lindfors, Laaksonen, Rai-
tasalo, Haaramo, Járvikoski & Helsinski Psychotherapy Study
Group, 2008).

La razón de estas no menores omisiones podría fácilmente enten-


derse a partir del principio económico de eficacia y racionalización
del gasto, según el cual se prefiere evitar financiar tratamientos
altamente costosos pese a que, en ciertas circunstancias, pudie-
sen llegar a ser significativamente beneficiosos. De hecho, esto es
algo que aparentemente también ocurre en el financiamiento de
medicamentos: pese a todo el poder de la industria farmacéutica,
el plan Auge sólo financia medicamentos de la década pasada,
evitando favorecer la indicación de medicamentos de última ge-
neración probadamente más efectivos y con menor cantidad de
efectos secundarios. En tal sentido, no resultaría completamente
errado sostener que el mencionado principio económico podría
estar corriendo el riesgo de introducir en las Políticas Públicas
de Salud Mental, una cuestionable dicotomía entre terapéuticas
efectivas para ricos y terapéuticas menos efectivas para pobres.

No obstante, el argumento anterior podría ser perfectamente


reducido a una mera denuncia que, ampliamente asimilable al
alegato de un consumidor insatisfecho, no sólo perpetúa el men-
cionado déficit político, sino que podría incluso ser plenamente
discutible. En efecto, resultaría fácil rebatir estos inconvenientes
llevándolos al plano práctico para argumentar que las posibi-
lidades actuales de financiamiento de la Segurídad Social son
francamente limitados, con lo que estaría justificado la priori-
zar tratamientos que, si bien pudiesen no ser los más idóneos,
al menos tienen efectos benéficos comprobados. El menor valor
de las terapéuticas priorizadas abriría la posibilidad de que estas
puedan ser entregadas de manera más democrática a más per-
sonas. Dicho de otro modo, se podría simplemente sostener el
argumento clásico según el cual es mejor poco para muchos que
mucho para pocos y, a decir verdad, en este nivel de discusión,
es un razonamiento atendible que se completa con la idea de
que, vistas las limitaciones, las terapéuticas que mejor funcionen
en tales condiciones serán los tratamientos recomendables. En
el fondo, se trata del argumento de Consultorio expuesto a la
carestía de personal suficiente como para absorber de manera
razonable la demanda de atención, sin listas de espera demasia-
do atentatorias contra los derechos de las personas.

IV
Pero el punto que quisiéramos sobretodo subrayar, es algo bas-
tante más inquietante que solamente adquiere relieve cuando se
examinan las dimensiones tecnológica y burocrática del asunto. Pues,
cuando nos detenemos en ellas, surge - desde nuestra perspecti-
va - una preocupante definición de la Clínica y, en especial, de
la Psicoterapia como dispositivos biopolíticos de normalización
social de las poblaciones. En otras palabras, por medio de la PbE,
la imestigación empírica en psicoterapia parece introducirse de
tal forma que el orden de \-eridicción que ella produce, sirve para
sostener aquella forma específica del ejercicio del poder que, en su
curso del año 1977-78 en el College de France, Michel Foucault
(2006) denominó con el término gubernamentalidad. De esta mane-
ra, el problema fundamental al que nos confrontaría la PbE sería
acjuel que, introducido en función de la dimensión burocrática, se
apoya en la articulación de un dispositivo de seguridad constituido a
partir de la dimensión tecnolóffca. En tal sentido, la dimensión eco-
nómica no sería más que un corolario necesario de la dimensión
burocrática, mientras que la dimensión moral correspondería al
complemento ideológico del la dimensión tecnológica.

Como lo habíamos indicado, la investigación empírica de resul-


tados psicoterapéuticos se expone a una enorme canddad de pro-
blemas que, pese a ser indudablemente relevantes e interesantes,
no disponemos del espacio para detenernos en ellos^'. Sin em-
bargo, quizás no resulte ocioso abordar aquí una dificultad cjue,
siendo altamente significativa para los fines de la gubernamen-
talidad, parece dar precisamente cuenta de la posible uülización
de esta tecnología en el senddo de un dispositivo de seguridad.
En todo caso, es necesario subrayar que no se trata de una crítica

21 Para una interesante reflexión sobre las dificultades éticas)' metodológicas de


la Investigación Empírica en Psicoterapia, \ease Sandell, Blombcrg, Lazar,
Schubert, Carlsson & Broberg (1998).

119
a la investigación en psicoterapia que, si se tienen en cuenta sus
límites, puede tener un lugar en la discusión en torno a los desa-
rrollos de la terapéutica psicológica.

La mencionada dificultad se refiere al hecho que, para controlar


las supuestas influencias sugestivas que un psicoterapeuta puede
llegar a tener sobre su paciente, los resultados terapéuticos no se
evalúan en fimción de la buena o mala opinión que un paciente
pueda tener con respecto de los beneficios obtenidos o no obteni-
dos como consecuencia de su tratamiento. Más allá de todos los
reparos que seriamente podemos tener respecto de la utilización
de la noción de sugestión" e, incluso, del efecto placebo^^ - repa-
ros que no son en modo alguno menores ~-, el hecho es que para
comparar resultados y para estar seguros de que tales resulta-
dos son consecuencias propias de un determinado tratamiento,
los estudios buscan parámetros "objetivos" que den cuenta de la
mejora o la desmejora experimentada por un paciente en su sin-
tomatología, en sus relaciones interpersonales, en su capacidad
de trabajo o en su calidad de \ida, durante y luego de una inter-
vención psicoterapéutica (K'era-ViUarroe] & Mustaca, 2006).

No obstante, todo el problema reside, precisamente, en la preten-


dida definición objetiva de una mejora, pues tal definición se rea-
liza en fimción de instrumentos que entienden medir la distancia
entre las vivencias de un paciente y una medida ideal. Dicho de
otro modo, la supuesta definición objetiva de resultados no po-
dría realizarse sin Ja producción de una caracterización de una
pretendida normalidad. En consecuencia, sea como fiaere que
ésta norma se encuentre definida -que lo sea en fimción de una
aspiración social o a pardr de un consenso cultural-, nunca será
difícil demostrar el carácter ideológico y la adscripción a ideales
de clase que, en cada caso, la determinan.

22 Para un agudo análisis de las aporías a las que se expone la noción de suges-
tión, \'ease Castel ¡2006).
23 Respecto del efecto placebo, baste con subrayar que su caracterización como
curación a consecuencia de actos ()', por lo tanto, palabras) inespecíficos, deja
enteramente sin resoKer el asunto del carácter transformador del aeto í\ de la
palabra), sea éste intencionado o no. ¡No por ser placebo, el mentado efecto es
menos efecti\'o!

120
Pero, si se e\alúan los efectos de un tratamiento por la cercanía
o lejanía que un paciente podría llegar a tener respecto de una
norma ideológica, lo único que se estaría haciendo sería detec-
tar cuanto ha ser\ddo un determinado tratamiento para corregir
una desviación subjetiva. Incluso si la norma sólo responde a
un criterio estrictamente estadístico, ello no resuelve la cuestión
que, con justicia, destacaba Hannah Arendt (2005) respecto del,
para nada inofensivo, ideal científico de uniformidad estadística,
mediante el cual se desliza el ideal político de una sociedad ab-
sorbida en la preservación de una rutina cotidiana avocada a la
reproducción totalitaria de lo homogéneo.

En otras palabras, si lo evaluado es la distancia que separa al


paciente de un ideal, entonces lo único evaluado es la capacidad
de una psicoterapia para reconducir al paciente a su homogenei-
zación. Precisemos para que no se nos malentienda: el problema
no es tanto la investigación en cuanto tal, como el hecho de to-
mar la mencionada medida como prueba de unos pretendidos
beneficios del tratamiento. Ya que, parece sensato preguntarse
respecto del para guien resultarían beneficiosos dichos resultados:
¿resultan beneficiosos para los pacientes o beneficiosos para el
sostenimiento de la gubernamentalidad?

Reducido a no ser más que una tecnología diseñada para promo-


\er la adecuación del paciente a un determinado ideal, el trata-
miento psicolerapéutico dejaría, entonces, de ser el espacio para
el despliegue de la singularidad radical del sujeto. En tal sentido,
el dispositivo de la PbE comportaría el riesgo de transformar la
psicoterapia en un campo de administración de la vida que exige
la disolución de la divergencia característica de la singularidad
para someterla a una uniformidad poblacional posible de gober-
nar. Lejos de constituirse en la posibilidad -subversiva por cierto-
de liberar la palabra del sujeto, la psicoterapia se vería orientada
a la promoción de un exilio de sí^^ Consecuentemente, volvemos
a encontrar, también aquí, el tercer y último déficit que Gori &
Del Volgo (2005) pudieron detectar en el ejercicio contemporá-
neo de las prácticas médicas, a saber, un déficit subjetivo.

24 En referencia al exilio de sí, aunque abordado desde la perspetti\a de la farma-


cologización de la subjeti\idad, \éase el remarcable trabajo de S. Escots í2007j.

121
No obstante, el dispositivo de la PbE no parece detenerse con la
expropiación de la singularidad mediante la reducción del sujeto
humano al ejemplar de la especie. Para lograr esto úlümo, le re-
sulta imprescindible disponer de un operador fundamental que
ejecute la mencionada conformación de series de componentes
uniformes. En consecuencia, los psicoterapeutas aparecen preci-
samente llamados a ocupar el lugar del agente del bio-poder, el
cargo del burócrata que, por la vía de una técnica estandarizada
-e, incluso manualizada-, se encargaría de reestablece la norma
necesaria para operar una administración de las poblaciones.

Consistentemente, el dispositivo de la Péi? parece correr el severo


riesgo de sostenerse y de sostener una moral - o una moralina, si
se quiere - ni siquiera prerreflexiva, sino más bien definitivamen-
te irreflexiva. Una suerte de aristotelicismo nicomaqueo que, ig-
norante de si mismo, hace pasar el Bien Supremo de algunos por
el deber unificado del conjunto. Suerte de totalitarismo moral
capaz de promover una felicidad sin desviación subjetiva en la
que las poblaciones puedan, por fin, armonizarse en una homo-
geneidad sumisa al gobierno de la vida. Pues, lo que caracteriza
a la gubernamentalidad no es la simple administración de los
bienes, sino que la administración de los bienes por la \ia de la
gestión de los agentes empeñados en uniformizar la circulación
de los bienes (Foucault, 2006). Para ello, resulta imprescindible
garantizar una homogeneización de los agentes mismos que, lo-
grada gracias a su adhesión ciega al prestigio del discurso exper-
to, permita la unificación y la racionalización de los principios en
los que reposa la administración.

V
Para concluir quisiéramos dejar lanzadas un par de ideas que,
estando en el fundamento de lo que acabamos de presentar, des-
graciadamente no podremos desarrollar. La primera dice rela-
ción con eJ hecho de que los propósitos aquí sostenidos podrían,
eventualmente, ser denunciados como decidida y abiertamente
morales. Sin embargo, frente a tal acusación resultaría necesa-
rio rescatar una distinción entre una moral constituida sobre la
Universalización de un Bien bajo la forma de un deber unifica-

122
do y una ética fundada sobre una moral que, para retomar los
términos de Theodor Adorno (1987), se ardcularía en función
una Minima Moralia que, lejos de constituir una mínima moral,
representa una moral de lo mínimo, es decir, una ética que, re-
sistente a toda universalización, reposa sobre la singularidad. En
el fondo, la mayor diferencia entre la una (moral) y la otra (ética)
no residiría tanto la oposición entre una moral del Bien Supremo
V una édca del Deber Un¡\ersa!, sino más bien entre una mora!
fundada sobre la universalización de un Particular y una ética
sostenida en función de la singularización de un Universal.

Por otra parte, la segunda idea tiene, a decir verdad, el carácter


de una sospecha. En efecto, si lo que hemos presentado üene
algún asidero, entonces no podemos evitar plantearnos una pre-
ocupación algo inquietante vinculada a la posibilidad de que, en
último término, toda técnica aplicada a lo humano, toda inge-
niería de almas, se encuentre necesariamente confrontada a una
franca oposición con la ética. En todo caso, al menos se trata de
la reflexión sostenida por Hans G. Gadamer (2001), para quien
el progreso de la técnica moderna atenta contra la humanidad
como consecuencia de una degradación de las prácticas que se
sosdene en el desconocimiento de la naturaleza dialógica del en-
cuentro con el otro. E\identemente, nos sentimos ciertamente le-
janos de llegar a compartir -y mucho menos defender- la ilusión
e\'identemente religiosa del hermeneuta, pero no por ello deja-
mos de reconocer lo fundado de una parte de sus inquietudes.

A decir verdad, la definición misma de la técnica supone la intro-


ducción de un procedimiento uniforme -normalizado, si se nos
permite el término- para la producción seriada de componentes
homogéneos. Sin aquella regularidad y sin dicha producción en
serie difícilmente podríamos hablar de algo así como una técni-
ca". En tal senddo, se podría incluso pensar que, promotora de

9T Cuando aquí se habla de "técnica", indudablemente no se está en modo al-


guno haciendo referencia al modo de hacer salir de lo oculto que Heiddeger (1994)
reconoce en la tekné griega. Muy por el contrario, por técnica se está enten-
diendo la forma propiamente degradada que la promvie\c como dominio y
sometimiento. De hecho, es en este preciso sentido que !a PbE se orienla a
nrotrio\er la sistematización de procedimientos estandarizados.

123
una regularidad sin desviación mediante la cual garantizar una
reproducción uniforme, toda tecnología parece revelarse más
o menos próxima a sostenerse como un dispositivo moral. De
hecho, la fórmula im^ersa no se revela de manera algima desca-
bellada, en la medida que la moral se deja ampliamente repre-
sentar como una suerte de tecnología subjetiva enfocada hacia la
homogeneización de las singularidades. Pero más allá de resolver
este difícil asunto, resulta meridianameníe claro que, al menos,
la pregunta por la posible contradicción fundamental entre ética
y técnica, representa una interrogante ineludible al momento de
discernir respecto de aquello que orienta la forma particular por
la que un psicoterapeuta singular conduce concretamente una
cura.

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126
Ética Negativa y Psicología: de
las implicancias del retiro de las
valoraciones
Héctor Cavieres H.
A l comenzar lo primero es ser claro, respecto de los derechos
de autor, con la propiedad intelectual de la idea de ética
negati\'a en la cual se basa la siguiente ponencia. Esta surge de
la reflexión del filósofo nacional Cristóbal Holzapfel con quien
tu\e la posibilidad de compartir un curso de ética en el marco del
Doctorado en Psicología de la Universidad de Chile.

Hecha esta salvedad me parece prudente dar cuenta del esque-


ma de presentación de lo que en rigor será una lectura, ello con-
templa las siguientes partes:
- Contextualización: relación entre ética y la existencia de cate-
gorías y valoraciones
- El distanciamiento valorad\'o: ¿una buena práctica en el psi-
cólogo?
- Etica negativa como complemento a la ética afirmaü\'a.
- Implicancias del redro de las valoraciones
- La acdtud por contraste como posibilidad a la imposibilidad
del retiro de las valoraciones

I. Ética y valoraciones
La ética en su acepción más común se relaciona a un ethos y un
mores, o sea en una simplificación extrema guardará relación con
la usanza con lo que se hace, de cómo se obra en determinado
lugar, tendrá relación con lo que en lenguaje estadístico se cons-
tituye en norma y que con el paso del tiempo se valida constitu-
yéndose como conducta apropiada.

129
Desde la ética, algunas de estas normas, de estos comportamien-
tos adecuados, adquieren un cariz, una valoración positiva: algu-
nas acciones serán entonces buenas y otras acciones serán evalua-
das como negativas ("malas" acciones).

Esta tradicional división resulta particularmente importante en


el entramado social, pues genera distinciones importantes para
juzgar el accionar de las personas, en tanto se dice, su comporta-
miento resulta ser o no "étíco". Ello claramente sigue operando
hasta el día de hoy.

De lo anterior podemos establecer una acepción de ética que,


aunque imprecisa, ha de ser acaso la acepción más común del
término en tanto establece una relación con la moral uülizándo-
se en lo cotidiano la palabra ética de forma adjeti\'a y sinónima
a bueno o malo.

Algo que ya sabemos hace tiempo, y que en especial recordamos


quienes trabajamos ligados al mundo del conocimiento, es que
estos (los conocimientos) no son buenos o malos en si mismos,
sino que es más bien su, dependiendo de los contextos (ethos) y de
lo que es costumbre (mores), lo que marca su valencia.

Esto nos lleva a una primera y obvia reflexión, la ética es un pro-


ducto y no algo inherente a los sujetos, no es algo inherente a las
acciones o a los fenómenos, no es, diríamos en lenguaje filosófico,
una cualidad ontológica, es más bien una construcción social.

Esta ética como la conocemos, como construcción social, pode-


mos denominarla ética afirmativa, toda vez que está basada en afir-
maciones respecto de objetos, es una édca valoradva pues genera
distinciones a través de evaluaciones respecto de aquello a lo que
se refiere.

Las valoraciones según el análisis estoico se producen ante la


irrupción en el condnuo de discondnuidades.

Siendo más preciso, según el pensamiento contemplativo, exis-


drá un condnuun un flujo en el cjue existe la materia, la vida, la
energía, la naturaleza en general, las cosas, nosotros mismos y
nuestros fenómenos o situaciones. Este continuo en sí mismo es

130
"adiafórico", esto significa que no hay diferencias entre las cosas
que coexisten en el continuo. En él todo fluye.

Si no hay diferencias en este continuo es posible desprender que


nada es bueno o malo en sí mismo, nada es justo o injusto, las
cosas sencilla (o no tan sencillamente) en este continuo adiafórico
"son" (Holzapfel, 2005).

Para referimos a las cosas que existen en el flujo (en el todo), uti-
lizamos categorías o conceptos, elementos que de por sí marcan
diferencias y que de manera, algunas \'eces implícita y otras no
tanto, implican \-aloraciones. Esto produce un impasse entre los
elementos del continuo y su representación en las categorías que
resultan necesarias para poder operar con y en ellos.

Esta idea resulta muy similar a la diferencia que se encuentra en


Heidegger entre el Ser y el Ente, donde el Ente no deja ser al Ser
pues esconde su esencia, pero sin embargo no existe otra opción
de aproximación a este, al menos no en lo cotidiano (Holzapfel,
2002).

Siguiendo con el tema de la ética, las categorías discontinuas,


utilizadas para referirse a los elementos del continuo, guardan
relación con nuestras \aloraciones^^. \ale decir a una calificación
en el sentido de si es bueno o malo, peor o mejor etc. y éstas valo-
raciones remiten en últímo término a \-alores que le dan sentido
y \alencia a las valoraciones.

Resulta entonces imposible acceder a las cosas tal y como son, a


la esencia de ellas. Toda vez que uno se acerca a ellas con catego-
rías, estas no logran atrapar los elementos esenciales, o sea como
bien sabemos los psicólogos nunca trabajamos con la "cosa en si"
sino mas bien con representaciones de ellas (Baudrillard, 1988).

Esto recuerda el viejo adagio de que "los árboles no dejan ver


el bosque", o en el terreno de las relaciones humanas esto es lo
que en definitiva ocurre cuando nuestros prejuicios o estereoti-

26 Es importante señalar que son las \aloradones las que guardan relación con
las costumbres y los lugares pues dependiendo de las usanzas en determinados
lugares es que algo cobra \alencia.

131
pos nos hacen, por ejemplo, alejarnos de personas sin siquiera
dar la oportunidad para conocerlas, sencillamente, por ejemplo,
porque pertenecen a un determinado grupo social, o en la psi-
cología en clínica cuando se comete el error de considerar' desde
un comienzo que se tiene claro el cuadro patológico del paciente
por haber intuido o descubierto algún indicador que con premu-
ra conduce a tal conclusión.

2. El distancíamiento valorativo. Como una bueno práctica ÚQI


psicólogo
Este accionar en base a \'aloraciones tan arraigado en el cotidia-
no, en el vi\ir de las personas, implica un desafío al actuar profe-
sional del psicólogo, pues en esta profesión se vueKe una suerte
de exigencia la capacidad de e\itar prejuicios, o juicios a priori.
De hecho, quien se enfrenta a un psicólogo espera encontrar a
un sujeto "abierto de mente", busca que sea un profesional capaz
de tener una mirada global, de mirar fenómenos de la manera lo
más ampliamente posible sea cual sea su naturaleza. Esto cobra
materializaciones, por ejemplo, en los modelos terapéuticos don-
de se propone no edquetar a los pacientes, o al menos, reconocer
los contenidos propios a fin de no juzgar desde uno al otro, dejar
en definitiva que el otro se despliegue parece ser la necesidad.
En otras áreas, como la psicología social específicamente, el es-
tudio del prejuicio se hace \ital a lo menos reconocer las valo-
raciones propias para poder mirar el fenómeno. Por úkimo, en
ámbitos como la psicología forense o jurídica, el distancíamiento
valorativo es un franco requisito para la realización de la labor
profesional. Resumiendo, dejar de lado los juicios propios en el
accionar profesional pareciera ser un bien y una acción \alorada
positivamente en el quehacer del psicólogo.

3. La Ética negativa como complemento a la ética afirmativa.


Recapitulando, vivimos en un mundo teñido de valoraciones que
damos por obvias de las cuales olvidamos su carácter de pro-
ducciones sociales. En este marco, a nosotros como psicólogos

132
se nos plantea como una necesidad profesional el ser capaces de
desprendernos de estas valoraciones.

Ante este escenario, es que resulta de sumo pertinente explorar la


propuesta proveniente de la filosofía de una ética negativa.

¿Y qué es la étíca negatíx'a?

Decíamos que la édca tradicional es afirmativa, en tanto realiza


afirmaciones respecto de las cosas, dice algo de las cosas, se refie-
re a ellas en un tono que además es evaluati\o.

Estamos tan acostumbrados al funcionamiento de esta édca que


damos por natural cjue \as cosas tengan valía, que se diga algo
respecto de ellas, que estas sean categorizadas en grupos. Sin em-
bargo, y como esbozábíimos, ello no es propio de las cosas en si,
sino más bien es propio del accionar humano y de lo que en tan-
to costumbre ha sido validado en el marco del desarrollo social y
que luego se da como natural.

Si la ética tradicional afirmativa, valorativa es un producto por


qué no pensar entonces en una éüca negati\a, una ética regida
por la no \"aloración, dicho de otra forma, una éüca regida por
la suspensión del juicio.

Ello es en definitiva la propuesta de la ética negaü\a.

Ea idea de una éüca negati\-a surge a la luz de este problema, sin


negar la necesaria existencia de una ética afirmativa valorativa,
aparece la pregunta por la necesidad de acceso a las cosas en su
esencia, al mundo en general, de acceso acaso a las cosas sin me-
diar las valoraciones. Eíi éüca negativa surge de la necesidad de
acercarse al flujo tal cual es, lo cual, según lo brevemente expli-
cado, seria posible únicamente con el retiro de las valoraciones,
es decir con la suspensión del juicio.

Entiéndase bien, la idea de una ética negativa surge no con valo-


raciones negativas de los fenómenos (ello seria una manifestación
más de la ética afirmativa) sino más bien su carácter negativo está
dado por la negación de las valoraciones por ser "avalórica".

133
Siguiendo de manera lógica el argumento de la suspensión del
juicio, si tal actitud pudiese aplicarse a un evento, esto nos plan-
tea la posibilidad de suspender el proceso habitual de valoración
de las representaciones de los objetos, cosas, fenómenos o situa-
ciones del mundo en general, entregando la posibilidad de evitar,
al menos en parte, el impasse propio de la discondnuidad.

En el terreno de las relaciones humanas, de la prácdca profesio-


nal del psicólogo, la idea de édca negadva podría entonces plan-
tearse como una posibilidad, no sólo de análisis, sino también de
intervención psicológica o social ante problemáticas derivadas de
las valoraciones, pues estaríamos ente la posibilidad de un acceso
más directo a los fenómenos.

Hasta aquí todo resulta lógicamente adecuado, suspender las va-


loraciones nos permitiría un contacto más fidedigno con el flujo
Universal. En el terreno de las relaciones humanas, suspender las
valoraciones seria equivalente a la abolición de los prejuicios o
estereotipos, habría entonces sólo relaciones en y con el trasfondo,
en y con la esencia.

Sin embargo la éüca como parte del estudio de la filosofía habla


en su esencia de la articulación entre conciencia y valores, entre
un lugar y sus costumbres (ethos y mores) y. por tanto, cabe pre-
guntarse que sucedería si fuera posible lo anterior, si fuera posi-
ble suspender las valoraciones (Holzapfel, 2002). Ello es niodvo
del apartado siguiente

4. Implicancias del retiro de las valoraciones


Resulta relevante evidenciar que ante una argumentación lógica
como la presentada, que pone como telón de fondo la posibilidad
de un acceso real a las cosas, y por tanto, un conocimiento más
puro, una compenetración con la realidad; la posibilidad en de-
finitiva de un conocimiento del Ser, puede caerse en la tentación
de valorar posidvamente a la édca negadva, esto es pensar que es
mejor el retiro de las valoraciones, c|ue el operar desde ellas. Ello
sería sin embargo incurrir en un error "ético afirmativo", pues se
estaría utilizando un criterio positivo para la instauración de una
acdtud negativa.

134
¿Pero será posible en la prácdca, en lo cotidiano, en el ejercicio
profesional, suspender todos los juicios todas las \'aloraciones?.
La respuesta es única: no, no es posible.

¿Qiié senddo üene entonces todo lo expuesto?, ¿para qué contar-


les respecto de algo que en rigor no puede ser realizado?

La traducción real de la propuesta de la ética negad\'a, acaso el


espíritu de la propuesta, no pasa por poner en duda todo el fun-
cionamiento de la édca afirmaüva, sino más bien sólo el funcio-
namiento de algunas escalas \alóricas. No se trata, como propu-
so Nietzxhe, de abolir ciertas escalas para cambiarlas por otras,
sino de la necesidad de evidenciar las modvaciones reales tras
las acciones, se trata de conocer el origen de las valoraciones, tal
como el mismo filósofo pregonaba (Holzapfel; 1999)

La idea de una ética negad\'a üene sentido cuando se piensa no


en una forma absoluta, sino más bien como posibilidad, lo que
en términos concretos seria una "predisposición", una actitud
podríamos precisar en lenguaje psicológico.

De lo que se trata entonces es de la posibilidad de suspender el


juicio, de la disposición al retiro de las \-aloraciones, entender
que éstas no son infalibles y tienen un anclaje en lo social, en la
moral, en las costumbres, que fueron creadas a través de valorar
ciertas cosas y que a esas cosas por circunstancias históricas, eco-
nómicas, sociales, se les adjudico un valor, que se independizó de
las \aloraciones mismas, comirtiéndose en valores, y pasando a
determinar aquello que les dio origen. De lo que trata es asumir
que estamos anquilosados en estas valoraciones y que las damos
por obvias aun cuando no lo son. Todo lo anterior implica to-
mar conciencia de los condicionamientos culturales con el fin de
hacer en definitiva los juicios más precisos, más acordes con la
realidad.

Hasta lo aquí expuesto la idea de una ética negativa sólo pre-


senta elementos positivos, sin embargo su aplicación, como una
predisposición al retiro de las valoraciones, no estaría exenta de
problemas.

135
Un primer problema puede apreciarse en la relación entre ética
y sentido, pues la ética afirmativa, y su carácter valorativo, nos
sirve de marco o de guía en la acción, esto ya que mucho de lo
que hacemos remite a algún valor, o al menos eso esperamos.
Luego existe una relación entre ética y sentido en su acepción de
direccionamiento, pues lo "ético" nos da un marco, una orienta-
ción; marco que estaría ausente en la predisposición al redro de
las valoraciones.

El édco negativo, ante la ausencia de un marco regulatorio, se


vería obligado a buscar sentido en cada acción y a generar una
moral autónoma capaz de acomodarse a diferentes contextos.
Dicho de manera más simple, la predisposición al retiro de las
valoraciones lleva implícita la instalación de la pregunta existen-
cia! por el sentido en la cotidianidad.

Este aspecto de la ética que da senüdo se entiende desde la filo-


sofía como una ética eudaimonica, o ética de la felicidad, como la
desarrollo Aristóteles. Esto plantea un "Telos", o sea una meta
u objetivo que es la búsqueda de felicidad. Esta felicidad puede
entenderse de múltiples maneras, pero lo que queda claro es que
para obtenerla hay que guiarse por ciertas normas, por ejemplo,
se gana el cielo, o la reencarnación o la unión con todas las cosas
etc; siempre que se actué bajo un código, además generalmente
estricto, de conducta.

Sin sentido en tanto direccionamiento y sin sentido en tanto te-


los, meta u objetivo es posible que en el contexto de la necesidad
humana de buscar y de dotar de sentido, la pregunta por él, se
haga patente a cada instante, ello pues no existirá un fin último
claro y constante, cada cosa podrá ser o no un fin en sí mismo,
lo cual además dificultaría la idea de felicidad. No sería entonces
fácil la vida sin directrices del ético negali\'o que tendría que es-
tar a cada instante redescubriendo sentidos en todo lo que hace.

Otro elemento importante o implicancia de la postura ético ne-


gati\a es que en el proceso de pretender guiarse por criterios
propios, el necesario proceso de introyección de las normas, de
hacerlas propias y en definitiva autoimpuestas, determinará una
relación distinta con la normati\idad, y por tanto una actitud

136
distinta con la culpa. Pudiese ser que se haga patente el dicho
de que "no hay juez más cridco que uno mismo" en relación al
grado de severidad y de generación de culpa en base al cumpli-
miento o no de un canon autoimpuesto.

Se desprende de lo anterior otra importante implicancia pues


pareciera ser que el retiro de las valoraciones, en el ámbito de
las relaciones humanas pareciera tener beneficios rápidos para
quien es contraparte pero implicaría un ejercicio complejo, de
incluso implicancias existenciales, para el ético negativo dispues-
to a reürar las valoraciones.

Otro problema es que los \alores se anclan en los grupos sociales


de pertenencia y es sabido según las teorías que hablan de identi-
dad social que parte de nuestra autoestima e imagen depende de
ellos, luego pretender la disposición al redro de las valoraciones
es también pretender entonces que las personas estén dispuestas
a abandonar o cuesüonar esos aspectos ligados a las pertenencias
grupales, es por tanto en último término poner en cuestiona-
miento al propio Yo.

O sea además de la posible actitud autocastigadora propia de la


internalización de la norma, o la pregimta por el sentido como
algo constante producto de la necesidad de dirección y la ausen-
cia de una directriz general; podríamos agregar como potencial
problema de la ética negativa que ésta implicaría también poner
en juego no sólo valoraciones externas sino también las propias y
en definitiva a uno mismo

En base a estas implicancias expuestas es posible visualizar que


la ética afirmativa expande su campo de lo ético a lo epistemoló-
gico y también a lo teleológico, en tanto las valoraciones comien-
zan a operar por si mismas, ya casi sin arraigo a los objetos o los
valores a los que debiesen responder, sino que más bien como
determinantes externos, deificados, inmutables.

Por estas razones es que aun contemplando las complejidades


anteriormente expuestas se hace necesario complementar con
una ética negativa, si se busca conocer más respecto de algo, o
incluso a fin de revalidar la ética afirmativa, de revalidar las pro-
pias escalas valóricas.

137
5. La actitud por contraste como mediación entre las
valoraciones y la necesaria predisposición al retiro de ellas
Como último acápite considero relevante mostrar una manera
de potencial puesta en práctica de la ética negativa, o más bien
de su premisa fundamental: la disposición al retiro de las \alo-
raciones.

Ello es lo planteado en el libro "Aventura Ética" De Cristóbal


Holzapfel, en relación a la actitud por contraste (Holzapfel,
2002).

La acdtud por contraste plantea la posibilidad de vivenciar los


polos opuestos, saliendo de los propios cánones, avanzando hacia
los contrarios. Ello entrega la opción de avanzar por el espectro
de las posibles valoraciones de un elemento, y acaso así definir
cual es lugar de ese espectro que más tiene que ver con uno mis-
mo podríamos decir desde una jerga psicológica.

De esta manera el contraste de "estar pegado a las valoraciones"


corresponde a suspender el juicio, pasando en "el camino" por la
predisposición ai retiro de las valoraciones.

El contraste de tener una moral dictada desde fuera, es generar


una que ordene desde dentro. De tener un sentido de xida dicta-
minado desde fuera, por ejemplo extraterrenal, estaría en \alo-
rar lo que existe en el "aquí y ahora", en encontrar sentido en las
cosas pequeñas, en dejarse lle\"ar por ellas en valorarlas en tanto
son y no en tanto eslabón de una cadena o medio p.u a.

Por esto es que a pesar de lo complejo en términos de implican-


cias, y el ejercicio psíquico, y porque no decirlo espiritual, que
implicaría adoptar una postura ético negati\a, esta se nos pre-
senta como la posibilidad de devoh'ernos la capacidad de asom-
bro y con ello el gusto por lo cotidiano, lo que en definiti\a puede
redundar en la posibilidad de un vivenciar más pleno.

En el campo del accionar profesional las implicancias o la po-


sibilidad de apertura que otorga suspender las \'aloraciones nos
situaría en la posibilidad de encontrarnos con otros, no desde la

138
aparente apertura y tolerancia (por demás tan propia del mundo
actual); que más bien corresponde a una fragmentación en don-
de existe un discurso de tolerancia en la medida que se respete la
parcelación de los espacios y que no apunta a una integración,
sino más bien a mantener las divisiones y fragmentaciones.

Obviamente el propósito de esta lectura no es concientizar o dar


una operacionalización o un método para operar éüco negativa-
mente, la pretensión es más bien poner de manifiesto que existe
una posibilidad desde el despertar de las conciencia a través de
la reflexión, de al menos tener la intención de encontrarse con
las cosas en tanto son, y no cómo habitualmente lo hacemos en
tanto apariencia, que eilo implica costos e incluso posibles com-
plicaciones de índole existencial, pero que sin embargo detrás
de tales complicaciones estaría la posibilidad de relaciones más
reales, menos prejuiciadas, más espontáneas y que el primer paso
para ello es al menos tener la disposición a hacerlo.

Para finalizar es relevante señalar que el tema no es entonces la


existencia de valoraciones, sino que en el mundo actual el anqui-
losamiento en algunas de ellas, y su reificación han hecho que se
olvide que en el fondo son productos humanos que se nos han
externalizado y hoy operan como terceridades que gobiernan
nuestro accionan Esto implica que se ha olvidado el origen real
de las valoraciones y por tanto de los valores, y si pensamos que
lo ético se mezcla con lo teleológico, en tanto se relaciona con un
senddo, lo anterior puede traducirse en la sensación de no saber,
en el fondo, que es lo que motiva a las personas.

Esto queda patentemente graneado al observar en la actualidad


que mucha gente se dirige presurosa hacia algún lugar pero que,
un poco más allá de la contíngencia espacio temporal, muy po-
cos tienen claridad de cual es ese lugan

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Chile desde la Independencia »

l'ijifa de Sangre. Aairatiía polkial chUet


en el siglo XX

a del Carflenal
íi^S?»» '¡SSMv
EI estatuto científico de la psicología, así como de otras
ciencias sociales o humanas, no deja de generar tensiones y
posturas encontradas, y no poco de ello puede advertirse en
las ponencias que conforman este texto.

Originados en el encuentro de especialistas de varias


universidades del país (U. Alberto Hurtado, U. Diego Portales,
U. de Chile, P. U. Católica, U. Católica Silva Henríquez), los
trabajos aquí reunidos deben su coherencia a la relación entre
la disciplina psicológica, la ética y la ideología, teniendo a
la primera como el pivote primordial de las intervenciones
en torno tanto a elementos de la filosofía moral como de la
validez del conocimiento psicológico.

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SiLUR HEÑRIQUEZ Ediciones

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