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lenguas extranjeras *
Javier Zanón
http://cvc.cervantes.es/Ensenanza/biblioteca_ele/antologia_did
actica/enfoque01/zanon01.htm
Introducción
La aparición en los albores de los años 70 del proyecto europeo «Langues Vivantes» (Trim,
1973) señaló el inicio de una poderosa corriente de renovación en el panorama de la
enseñanza de las lenguas extranjeras. De la mano del Consejo de Europa y bautizado como
«enfoque comunicativo», su despliegue ha configurado durante casi dos décadas el trabajo
de los profesionales de las lenguas extranjeras.
Interpretado por algunos autores (Breen, 1987; Ross, 1981) como un «paradigma» a lo
Kuhn (1962), el «enfoque comunicativo» se hace partícipe de:
Esta breve revisión, intentará ofrecer una descripción del «enfoque por tareas» centrada en
cuatro aspectos fundamentales:
Wilkins distingue entre dos formas opuestas mediante las que el aprendiz elabora el material
lingüístico presentado en el aula. El procesamiento sintético correspondería al modelo
«tradicional» generado a partir de un corpus de unidades lingüísticas enseñadas
secuencialmente. De esta manera, el aprendiz se vería obligado a, elemento a elemento,
sintetizar el sistema L2 intentando reproducir los usos del mismo para la comunicación. Es el
caso de todos aquellos métodos organizados en torno a un currículum de estructuras
lingüísticas. Por otro lado, el procesamiento analítico se derivaría de la presentación de
«bloques naturales» de habla contextualizada que, funcionando como unidades de
comunicación, reflejarían los usos reales de las formas lingüísticas que en ellos aparecen. La
labor del aprendiz sería la de analizar los componentes semánticos, gramaticales, etc., de
estos bloques, llevándolo a un dominio progresivo del sistema en sus diferentes dimensiones
(estructural, semántica, pragmática, etc.). Una estratificación funcional y formal guiada por
criterios de frecuencia y contextos de uso determinará un proceso en espiral de
estructuración-análisis-reestructuración del material así presentado. Obviamente, este
mecanismo aplicado sobre un currículo nocional-funcional adaptado a las necesidades de
comunicación explicitadas por los aprendices de la L2 es, para Wilkins, la solución a cómo
desarrollar la tan especulada competencia comunicativa.
Las diferentes versiones de las propuestas originales de Wilkins pueden situarse en
un contínuum en uno de cuyos extremos se situarían los modelos puramente estructurales
sobre los que se desarrollaría un repertorio de funciones comunicativas (Brumfit, 1984a). En
el otro, se situarían los modelos puramente nocional-funcionales adaptados a alumnos con
necesidades específicas. Estos, inversamente, dispondrían las estructuras gramaticales al
servicio de especificaciones de uso del lenguaje en aquellas situaciones para las que se
diseña el curso. Las variantes intermedias equilibran ambos componentes. En el caso del
modelo proporcional de Yalden (1982), las funciones y los temas sobre los que se despliegan
son utilizados como marco sobre el que trabajar las formas gramaticales en relación a su
contribución a la estructura del discurso, su nivel de complejidad, etc. En otro modelo
intermedio, el de Allen (1980), el énfasis sobre los aspectos formales o funcionales se
permuta progresivamente a medida que el curso avanza. En suma, diferentes propuestas de
modelos que, en último término, barajan contenidos ya sean estructurales, nocional-
funcionales o de ambos tipos como articuladores de la actividad en el aula.
Numerosos argumentos han sido desarrollados contra una organización curricular de la
segunda lengua basada en los contenidos de aprendizaje. El grueso del ataque puede
concentrarse en los criterios de selección y secuenciación de contenidos, por un lado, y en el
modelo analítico de procesamiento de los contenidos lingüísticos, por otro. El mismo Wilkins
(1972) señalaba las limitaciones de una organización del material basada en contenidos
puramente estructurales:
Las implicaciones de esta lectura del «enfoque comunicativo» limitan bastante su carácter
inicial. El excesivo control del profesor sobre los contenidos aleja bastante el método de un
pretendido enfoque «centrado en el alumno», cayendo en los errores (falta de: motivación,
realidad de lo aprendido, propiedad de los contenidos) criticados a los enfoques más
estructurales. La alternativa a esta situación partirá del intento de dotar al «enfoque
comunicativo» de una unidad de organización cualitativamente diferente al contenido
estructural/nocional-funcional: la actividad o tarea comunicativa.
Como hemos visto (Zanón y Hernández, 1990), la dimensión instrumental del lenguaje no
puede ser reducida al dominio de los contenidos necesarios para la comunicación, sino que
implica el ejercicio de los procesos que convierten esos contenidos en acciones de
comunicación. Procesos que subyacen a las actividades de comunicación que caracterizan la
relación social humana y que, al ser reproducidos en el aula, implican el despliegue de
estrategias de uso del instrumento lingüístico con el objetivo de solucionar problemas
concretos (de fluidez, significado, léxico, etc.) en relación a la tarea propuesta.
Siguiendo esta línea, Michael Canale y Merrill Swain (1980; 1983) reformulan el concepto de
competencia comunicativa. La competencia comunicativa del aprendiz de la segunda lengua
se desplegará, a partir de ahora, en torno a cuatro dimensiones:
c) El diseño curricular
Numerosos autores (Breen y Candlin, 1980; Stern, 1983; Richards, 1984; Johnson, 1987;
Nunan, 1988) reivindican un currículo de lengua capaz de integrar los diferentes ejes del
proceso educativo (objetivos, contenidos, metodología y evaluación). Las propuestas acordes
a estos planteamientos intentan, con mayor o menor éxito, dotar al diseño del curso de
lengua de este carácter globalizador. Para ello, todas reivindican la utilización de la «tarea»
como unidad organizadora de los diferentes componentes del proceso de
enseñanza/aprendizaje.
[…] una tarea es] cualquier actividad realizada por uno mismo o para los
demás, libremente o con algún interés, […] rellenar un impreso, comprar
unos zapatos, hacer una reserva de avión […] En otras palabras, por
«tareas» entendemos todo aquello que solemos hacer en nuestra vida
cotidiana, en el trabajo, para divertirnos entre una y otra cosa.
a) El currículo de tareas
Los currículos de tareas proponen una organización del curso en torno a dos tipos de tareas.
Las tareas de comunicación se centran en el intercambio intencional de información y
reflejan los usos del lenguaje en actividades cotidianas de comunicación (p.ej.: decidir sobre
el restaurante al que ir, basándose en una información escrita). Las tareas de aprendizaje se
centran en la exploración de aspectos concretos del sistema lingüístico en relación a las
demandas realizadas por la solución de las tareas comunicativas (analizar una regla
gramatical o la impropiedad de una expresión). De esta manera, el currículo de tareas se
desarrolla en dos dimensiones de tareas paralelas. Mientras que la selección se ajusta a las
necesidades de los aprendices, la organización de las tareas depende del nivel de
competencia de los aprendices en relación a cada tarea y la dificultad de las mismas en
términos de demandas que exige para su solución. Veamos cómo lo resuelven las diferentes
propuestas.
De forma análoga, Claire Kramsch (1984) aúna un enfoque discursivo del lenguaje con el
papel de la interacción en la construcción del conocimiento de la L2. Kramsch propone un
concepto de enseñanza centrada en el alumno basándose en:
1. la búsqueda de información relevante para el aprendiz;
2. la negociación colectiva de la solución de las tareas propuestas;
3. la personalización de los contenidos; y
4. la integración de los aprendices en la toma de decisiones respecto al curso, diseño, tipos
de actividades, evaluación, etc.
Kramsch rechaza una secuenciación lingüística del curso estratificando las tareas en el aula
bajo un criterio de dificultad de interacción. Esta se define en relación a los niveles de
interpretación, negociación y expresión exigidos por las posibilidades de interacción de cada
tarea (número de participantes, control del profesor o del grupo, nivel de contextualización
social de la actividad, etc.).
Michael Long (1985), en su currículo por tareas, realiza la selección de las mismas en función
de un análisis de las actividades comunicativas para las que los alumnos necesitan la lengua
extranjera. De una microdefinición de estas tareas «meta» se derivarán las correspondientes
tareas pedagógicas que actuarán como soporte para la realización de las primeras. Un
análisis psicolingüístico de las demandas de comunicación implicadas en las diferentes tareas
determina su secuenciación en unidades más amplias. El nivel de dificultad se evalúa
basándose en:
b) El currículo de procesos
La propuesta de Breen (1980) y Candlin (1987) analiza las características de los procesos de
comunicación en relación a su aprendizaje en el contexto educativo. En este sentido, además
de los principios compartidos con el currículo de tareas, el currículo de procesos se centra en
la organización de la toma de decisiones sobre los diferentes aspectos que configuran el
proceso de enseñanza-aprendizaje de la lengua extranjera.
1. la necesidad de unas condiciones previas por parte de los integrantes del proceso (deseo
de innovación y apoyo a nivel de centro, alumnos y padres);
2. problemas de hábitos en la enseñanza tradicional (falta de autonomía personal en la toma
de decisiones, de autoprogramación y autoevaluación del trabajo, dificultad de seguir el
curso sin un libro de texto); y
3. el desarrollo de una competencia formal en la L2 por debajo de los requisitos curriculares
del centro.
Otras propuestas alternativas, como el currículo de procesos de Breen y Candlin, siguen sin
una evaluación manifiesta. Sin embargo, un análisis del núcleo del «enfoque por tareas»,
entendido como una alternativa a los currículos y sus aplicaciones existentes, nos muestra
diferentes problemas.
En primer lugar, el desarrollo de propuestas como las descritas implica un elevado nivel de
dominio técnico de las mismas por parte de los profesores. Como la experiencia en el terreno
de la innovación educativa nos muestra (White, 1988), las alternativas «de abajo-hacia
arriba» (es decir, las que parten de las prácticas y condiciones de trabajo actuales del
profesor) y no las de «arriba-abajo» (la ruptura con la situación educativa existente) son las
que conllevan más garantías de implantación y evolución.
En segundo lugar, los currículos por tareas se alejan de las especificaciones existentes
respecto a los niveles mínimos de competencia en la L2 que debe garantizar el proceso
educativo. Este hecho puede generar:
1. el rechazo o la incomprensión de la propuesta por parte de profesores, alumnos, padres,
centros, etc., que reivindiquen un conocimiento acorde a las demandas sociales en forma de
exámenes, niveles, etc.;
2. como respuesta a la situación anterior, una degradación del currículo por tareas cayendo
en versiones de apoyo de los currículos ya existentes realizadas con criterios ajenos a los de
la misma propuesta a implantar.
En tercer lugar, uno de los ejes sobre los que descansa el «enfoque por tareas» es el de la
redistribución de los roles de aprendizaje entre profesor y alumnos. En este sentido, el
trabajo en las diferentes propuestas por tareas implica asumir responsabilidades, tomar
decisiones respecto al proceso de aprendizaje y su evaluación, cambiar las relaciones de
poder en el aula, etc. En suma, un esfuerzo al que profesores y alumnos probablemente no
siempre puedan o quieran estar acostumbrados.
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