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riente en busca de espacio vital.

El faraón Ramsés III los detuvo a la entrada de Egipto, pero les p


ermitió instalarse en Canaán y hasta los tomó como tropas mercenarias, como también más tarde D
avid tenía una guardia de «quereteos y pelteos» (2 Sm 8,18), es decir, de filisteos. Instalados en las
ciudades de la costa, sobre todo Ecrón y Gad, se mezclaron con la población cananea autóctona, a
la vez que la dominaban y encuadraban en su organización militar. Pronto dominaron todo el llano
.

Durante mucho tiempo hubo cierto equilibrio militar entre los filisteos, que dominaban la llanura, y
los israelitas, encaramados en la montaña. Los incidentes que atestigua la historia de Sansón son m
ás bien anecdóticos. Pero después los filisteos se lanzan a la conquista del interior, someten a casi
todo el país y hasta prohíben a los israelitas la metalurgia. En todos estos hechos el historiador sag
rado ve la mano de Dios: "Yahvé nos ha derrotado... a manos de los filisteos" (3).

H. RAGUER

LA BIBLIA DIA A DIA

Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas

Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 659 s.

3.- Mc 1, 40-45

3-1.

VER DOMINGO 06B

3-2.

1. (año I) Hebreos 3,7-14

a) Siguiendo la línea de pensamiento del Salmo 94 -que, por ello, es también el responsorial de ho
y-, la lectura bíblica invita a los cristianos a no caer en la misma tentación de los israelitas en el d
esierto: el desánimo, el cansancio, la dureza de corazón.

Olvidándose de lo que Dios había hecho por ellos, los israelitas «endurecieron sus corazones», «se l
es extravió el corazón», «no conocieron los caminos de Dios» y «desertaron del Dios vivo», murmur
ando de él y añorando la vida de Egipto. Dios se enfadó y no les permitió que entraran en la Tier
ra prometida.

Corazón duro, oídos sordos, desvío progresivo hasta perder la fe. Es lo que les pasó a los de Israel.
Lo que puede pasar a los cristianos si no están atentos.
b) También nosotros podemos caer en la tentación del desánimo y enfriarnos en la fe inicial.

Escuchemos con seriedad el aviso: «no endurezcáis vuestros corazones como en el desierto», «oíd h
oy su voz». Dios ha sido fiel. Cristo ha sido fiel. Los cristianos debemos ser fieles y escarmentar del
ejemplo de los israelitas en el desierto.

Es difícil ser cristianos en el mundo de hoy. Puede describirse nuestra existencia en tonos parecidos
a la travesía de los israelitas por el desierto, durante tantos años. Los entusiasmos de primera hor
a -en nuestra vida cristiana, religiosa, vocacional o matrimonial- pueden llegar a ser corroídos por el
cansancio o la rutina, o zarandeados por las tentaciones de este mundo. Podemos caer en la medi
ocridad, que quiere decir pereza, indiferencia, conformismo con el mal, desconfianza. Incluso podemo
s llegar a perder la fe.

Se empieza por la flojera y el abandono, y se llega a perder de vista a Dios, oscureciéndose nuestr
a mente y endureciéndose nuestro corazón.

Por eso nos viene bien la invitación de esta carta: oíd su voz, permaneced firmes, mantened «el te
mple primitivo de vuestra fe». Nadie está asegurado contra la tentación.

Hay que seguir luchando y manteniendo una sana tensión en la vida.

Para esta lucha tenemos ante todo la ayuda de Cristo Jesús: «Somos partícipes de Cristo». Pero ade
más tenemos otra fuente de fortaleza: «Animaos los unos a los otros». El ejemplo y la palabra ami
ga de los demás me dan fuerza a mí. Por tanto, mis palabras de ánimo pueden también tener una
influencia decisiva en los demás para el mantenimiento de su fe. Como mi ejemplo les ayuda a m
antener la esperanza. El apoyo fraterno es uno de los elementos más eficaces en nuestra vida de f
e.

1. (año II) 1 Samuel 4,1-11

a) Esta batalla que perdieron -probablemente uno de tantos episodios bélicos contra los filisteos- de
bió ser una auténtica catástrofe nacional para el pueblo de Israel. Perdieron bastantes hombres, mur
ieron los hijos del sacerdote Elí y encima les fue capturada por los enemigos una de las cosas que
más apreciaban, el Arca.

El Arca, un cofrecito que contenía las palabras principales de la Alianza y que estaba cubierto con
una tapadera de oro y las imágenes de unos querubines, era para los israelitas, sobre todo durante
su período nómada por el desierto, uno de los símbolos de la presencia de Dios entre ellos. Por e
so fue mayor el desastre, porque habían puesto su confianza en esta Arca. El libro de Samuel -en
unas páginas que no leemos en esta selección- interpreta la derrota como castigo de Dios por los p
ecados de los hijos de Elí.

Con razón recordamos, con el salmo, esta situación de silencio de Dios: «Nos rechazas, nos avergüe
nzas, ya no sales con nuestras tropas, nos haces el escarnio de nuestros vecinos». Pero el lamento
se convierte en súplica humilde y atrevida a la vez: «Redímenos, Señor, por tu misericordia; despiert
a, Señor, ¿por qué duermes?, levántate, no nos rechaces más, ¿por qué nos escondes tu rostro?».

b) Hay días, también en nuestra vida, en que parece que hay eclipse de Dios. Todo nos va mal, lo
vemos todo oscuro y se derrumban las confianzas que habíamos alimentado.

Días en que también nosotros podemos rezar este salmo a gritos: «Despierta, Señor, ¿por qué duer
mes? ¿por qué nos escondes tu rostro? redímenos por tu misericordia».

Tal vez la culpa está en que no hemos sabido adoptar una verdadera actitud de fe. Nos puede pas
ar como a los israelitas, que no acababan de pasar del Arca al Dios que les estaba presente. Se qu
edaban en lo exterior. Parece como si tuvieran esta Arca como una póliza de seguro, como un talis
mán o amuleto mágico que les libraría automáticamente de todo peligro. No daban el paso a la act
itud de fe, de escucha de Dios, de seguimiento de su alianza en la vida. Más que servir a Dios, se
servían de Dios. Les gustaban las ventajas de la presencia del Arca, pero no sus exigencias.

¿Nos pasa algo de esto a nosotros, en nuestro aprecio de las «mediaciones» en la vida de fe? Suc
edería eso si identificáramos demasiado nuestra fe con cosas o acciones: con el Bautismo o con un
a cruz, o una bendición, o el altar, o el libro sagrado, o una imagen de Cristo o de la Virgen. Tod
o eso es muy bueno. Pero es un recordatorio de lo principal: el Dios que nos bendice y nos habla
y nos comunica su vida.

Si el Señor está con nosotros, entonces sí somos invencibles. Pero no tendríamos que absolutizar es
a presencia sólo en unas cosas o unos objetos o unos actos. No el que dice «Señor, Señor», sino e
l que hace la voluntad de mi Padre.

2. Marcos 1,40-45

a) Se van sucediendo, en el primer capítulo de Marcos, los diversos episodios de curaciones y milag
ros de Jesús. Hoy, la del leproso: «sintiendo lástima, extendió la mano» y lo curó. La lepra era la p
eor enfermedad de su tiempo. Nadie podía tocar ni acercarse a los leprosos. Jesús sí lo hace, como
protestando contra las leyes de esta marginación.

El evangelista presenta, por una parte, cómo Jesús siente compasión de todas las personas que sufr
en. Y por otra, cómo es el salvador, el que vence toda manifestación del mal: enfermedad, posesió
n diabólica, muerte. La salvación de Dios ha llegado a nosotros.
El que Jesús no quiera que propalen la noticia -el «secreto mesiánico»- se debe a que la reacción
de la gente ante estas curaciones la ve demasiado superficial. Él quisiera que, ante el signo milagro
so, profundizaran en el mensaje y llegaran a captar la presencia del Reino de Dios. A esa madurez
llegarán más tarde.

b) Para cada uno de nosotros Jesús sigue siendo el liberador total de alma y cuerpo. El que nos q
uiere comunicar su salud pascual, la plenitud de su vida.

Cada Eucaristía la empezamos con un acto penitencial, pidiéndole al Señor su ayuda en nuestra luch
a contra el mal. En el Padre nuestro suplicamos: «Líbranos del mal». Cuando comulgamos recordam
os las palabras de Cristo: «El que me come tiene vida».

Pero hay también otro sacramento, el de la Penitencia o Reconciliación, en que el mismo Señor Res
ucitado, a través de su ministro, nos sale al encuentro y nos hace participes, cuando nos ve prepar
ados y convertidos, de su victoria contra el mal y el pecado.

Nuestra actitud ante el Señor de la vida no puede ser otra que la de aquel leproso, con su oració
n breve y llena de confianza: «Señor, si quieres, puedes curarme». Y oiremos, a través de la media
ción de la Iglesia, la palabra eficaz: «quiero, queda limpio», «yo te absuelvo de tus pecados».

La lectura de hoy nos invita también a examinarnos sobre cómo tratamos nosotros a los marginados
, a los «leprosos» de nuestra sociedad, sea en el sentido que sea. El ejemplo de Jesús es claro. Co
mo dice una de las plegarias Eucarísticas: «Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermo
s, para con los pequeños y los pecadores. El nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento hum
ano» (plegaria eucarística V/c). Nosotros deberíamos imitarle: «que nos preocupemos de compartir e
n la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mos
tremos el camino de la salvación» (ibídem).

«Hoy, si oís su voz, no endurezcáis los corazones» (1ª lectura, I)

«Animaos los unos a los otros» (1ª lectura, I)

«Ojalá escuchéis hoy su voz» (salmo, I)

«Despierta, Señor, ¿por qué duermes? ¿por qué nos escondes tu rostro?» (salmo, II)

«Si quieres, puedes limpiarme» (evangelio)

«Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores»
(plegaria eucarística V, c)
J. ALDAZABAL

ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.

Tiempo Ordinario. Semanas 1-9

Barcelona 1997. Págs. 28-32

3-3.

Primera lectura: 1 de Samuel 4, 1-11

Derrotaron a los Israelitas y el arca de Dios fue capturada.

Salmo responsorial: 43, 10-11.14-15.24-25

Redímenos, Señor, por tu misericordia.

Evangelio: San Marcos 1, 40-45

La lepra se le quitó y quedó limpio.

Un hombre enfermo de lepra pide a Jesús que lo limpie de su enfermedad. Al leproso se le consid
eraba impuro y se le aislaba de la comunidad Lo que el enfermo pide a Jesús no es solamente un
a curación física, sino una limpieza que va más allá: permíteme ser aceptado entre los míos, ser nu
evamente parte de la comunidad.

Jesús responde a la petición del leproso, lo sana, pero le hace una recomendación: no divulgar lo s
ucedido. Con esta prohibición Jesús no pretende pasar de incógnito, ni se trata tampoco es una fals
a modestia; sencillamente, no quiere que las gentes se refieran a él como el hijo de Dios, o como
el Mesías, basados en acontecimientos considerados maravillosos -los milagros-, con el riesgo de no
descubrir lo profundo del nuevo mensaje y las exigencias que conlleva el descubrirse hermanos, hijo
s de un mismo padre en una sociedad que discrimina a los enfermos, a los pobres y a la mujer.

Cabe recordar que el enfermo al ser considerado impuro era asimilado al pecador, por lo cual el sis
tema religioso establecía una purificación ritual hecha por los sacerdotes. Era menester que el benefi
ciado pagara una ofrenda en especies, después de lo cual quedaba certificado para ser admitido nu
evamente en la comunidad. Jesús sabe que el leproso sanado debe pasar por este proceso para ser
integrado a su grupo, y le recomienda hacerlo, lo cual no significa que estuviera de acuerdo con a
quellas prescripciones legalistas.
Al tocar Jesús al leproso también se convirtió en "impuro", según la Ley, y por eso debería en adel
ante no entrar a los pueblos; sin embargo el pueblo lo busca al conocer sus realizaciones.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO

3-4.

Hb 3, 7-14: Ojalá escuchen hoy la voz del Señor.

Sal 94, 6-11

Mc 1, 40-45: Curación de un leproso.

El autor de la carta a los Hebreos nos da un ejemplo de interpretación acomodada y aplicada a la


situación en la que vive. Anímense mutuamente, mientras dura ese «hoy», dice. El «hoy» del salmo
95 no queda para él circunscrito al momento en el que fue pronunciado, sino que se prolonga a
nuestro «hoy».

El leproso no puede contener su alegría y proclama quién ha sido su curador, a pesar de la expres
a prohibición de Jesús. Los signos de curación que Jesús hace van extendiendo su fama. Sigue siend
o el momento inicial de su ministerio.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO

3-5.

Hebreos 3, 7-14: No endurezcan el corazón

Salmo responsorial: 94, 6-11

Marcos 1, 40-45: Señor, si quieres, puedes sanarme

Hemos leído esta semana pasajes de la carta a los Hebreos, que nos presentaban a Jesucristo, la P
alabra de Dios hecha carne, hermano nuestro y solidario de nuestros males y sufrimientos, nuestro i
ntercesor y mediador ante el Padre. Hoy, el autor, hace como una pausa para animarnos: citando u
n salmo del A.T. (95,7-11) en el que Dios exhorta a su pueblo a serle fiel, nos exhorta también a
nosotros a la perseverancia en la fe.

Es que no podemos desconocer muchos motivos de desánimo: nuestras propias debilidades y pecado
s, los problemas de la comunidad, las fallas de la Iglesia, los males de nuestros países y del mundo
. El autor sagrado nos llama a la perseverancia, nos insita a animarnos mutuamente en la fe, a ser
"partícipes de Jesucristo", manteniéndonos firmes en el entusiasmo y la alegría con los que comenz
amos nuestro caminar cristiano.

El Evangelio nos recuerda que también hay leprosos en nuestro tiempo, como en los de Cristo. Y c
omo en su época, también en la nuestra los segregamos, no queremos ni verlos, está prohibido toc
arlos, hablarles, los dejamos solos con su enfermedad. Hoy, un leproso se acercó a Jesús y le pidió
confiadamente que lo sanara. Jesús lo hizo, ¡tocándolo!, haciéndose impuro según las normas de la
ley judía, reincorporándolo a la sociedad que lo rechazaba; por eso lo mandó a presentarse a los
sacerdotes, para que certificaran su curación y lo recibieran de nuevo y oficialmente en la comunida
d. Pero el leproso solamente quería contarle a todos los que se encontraba, lo que Jesús había hec
ho. Por eso Jesús tenía que esconderse, para que no lo creyeran un simple curandero, y por si alg
uno se escandalizaba de que hubiera tocado al leproso.

También a nosotros nos ha purificado Jesús de nuestros males; también podemos contarl, a todos l
os que nos encontremos, las maravillas que la fe en Jesús ha realizado en nuestras vidas. Cómo no
s ha devuelto la confianza en nosotros mismos, la autoestima -como decimos hoy-, la capacidad de
salir de nosotros mismos y de ir al encuentro de los demás, para ayudarles y anunciarles la salvaci
ón.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO

3-6.

El Evangelio nos presenta una vez más a uno de esos hombres que se acercó a Jesús para que le
curase. Como los demás, reconoció en Cristo al Salvador. Pasó por su vida y creyó en él como en
él único que podía remediar sus males. En esta ocasión se trata de un leproso. Para Jesús el caso
no presentaba novedad. Lo que sí impresiona es que el leproso se expresa en unos términos inaudi
tos: “Si quieres, puedes curarme”. ¿Sería posible que Cristo no quisiese? Si así sucediera estaríamos
perdidos. Fuera de Cristo, ¿dónde puede encontrarse la salud? El leproso no se presentó con su pet
ición con las torcidas intenciones de los fariseos. “Tu puedes curarme, porque todo te es posible. Si
no me curas es porque no quieres. Si no quieres no eres bueno. Y si no eres bueno, ¿cómo hace
s milagros? Con el poder de los demonios...” Nada de esto. Él conoce a Cristo, profundamente. Sab
e lo que hay en su corazón. Por eso se arrodilla. Por eso dice “si quieres”. Porque cree plenament
e en que Cristo le ama. ¿Creemos nosotros esto? De nuestra confianza depende nuestra curación.

H. Vicente David Yanes


3-7. CLARETIANOS 2003

Jesús es como el que tira la piedra y esconde la mano. Casi casi como si le acomplejara hacer mila
gros, como si estuviera haciendo algo prohibido. La compasión le gasta malas jugadas. Cuando el le
proso se le pone de rodillas y lo suplica, él “siente lástima”, no se puede resistir, tiende otra vez s
u mano dispensadora y, con una declaración tan sencilla como un “quiero”, deja al leproso ataviado
de turbadora limpieza.

Luego esconde la mano y manda guardar silencio, esconde su presencia y se queda en descampado.
Todo en vano.

Pero todo con razón. No quiere que su mesianismo se quede atrapado en las redes del espectáculo
. Es del todo ajeno a ciertas tendencias de nuestro tiempo: el show business, el exhibicionismo de l
os famosos, la escenificación ante millones de espectadores de hechos que debieran preservarse en
la discreta intimidad de la familia, los concursos inaugurados con “Gran Hermano” y seguidos por “E
l Bus”, “Operación Triunfo” y qué sé yo cuántos más (salvadas las diferencias que pueda haber entr
e unos y otros), la feria de las vanidades...

El evangelista Marcos destila gotas y hasta chorros de desconfianza en lo que con demasiada ingenu
idad tenemos por lugares supremos de la manifestación de Dios. El amor y el poder de Dios nos v
an a aguardar donde menos los esperábamos. ¡Hasta tal punto nos descoloca! ¡Hasta tal punto su l
ógica es distinta de la lógica de los hombres! La extrañeza de esa lógica le producirá especial escán
dalo al Pedro que fácilmente todos llevamos dentro, pero Jesús no puede supeditarse a ese “Pedro”
, a esa “piedra de escándalo” que se interpone en su camino...

Pero veo que nos estamos precipitando. No adelantemos acontecimientos. Dejemos que Jesús vaya d
esemboscándonos, sacándonos de esos lugares falsos en que nos ponemos al acecho de Dios, como
si Él fuera a pasar por ahí, y no por su camino regio e insospechado.

Pablo Largo (pldomizgil@hotmail.com)

3-8. 2001

v. 40 Acudió a él un leproso y le suplicó de rodillas: «Si quieres, puedes lim-piarme».

Como colofón de este recorrido por el Israel institucional aparece la figura de un leproso que se ac
erca a Jesús. El leproso es el caso extremo y el prototipo de la marginación religiosa y social impu
esta por la Ley (Lv 13,45s). Por su condición de impuro, y según lo que se enseña en la sina-goga,
este hombre cree estar excluido del acceso al reino de Dios.
La figura del leproso pone en evidencia el daño social que hacían las prescripciones discriminatorias
de la ley de lo puro y lo impuro y es exponente de la dureza y falta de amor en que formaba el
sistema judío a sus adictos, marginando sin piedad a quienes necesitarían ayuda. La experiencia de
Jesús al terminar su labor en Galilea es que una parte de Israel, de la que el leproso representa
el caso extremo, está marginada por motivos religiosos, y se le niega la posibilidad de salvación.

El leproso estaba obligado a mantenerse a distancia de los sanos; al acercarse a Jesús, está violand
o la Ley, pero su angustia lo hace arries-garse; de rodillas, temiendo un castigo por su atrevimiento;
si quieres, pue-des, se dice de Dios en Sab 12,18. El leproso ve en Jesús un poder divino.

vv. 41-42 Conmovido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Al momento se
le quitó la lepra y quedó limpio.

La reacción de Jesús no es la que teme el leproso: al ver la miserable situación de aquel hombre,
Jesús se conmueve; este verbo se usaba en el judaísmo solamente de Dios; en el NT, sólo de Jesús
: el amor entrañable de Dios por los hombres se manifiesta en Jesús. El no reconoce margina-ción
alguna; la establecida por la Ley no corresponde a lo que Dios es y quiere: el reinado de Dios no
excluye a nadie de la salvación. Violando la Ley (Lv 5,3; Nm 5,2), Jesús toca al leproso y éste qued
a limpio de la lepra.

El leproso esperaba que Jesús restableciese su relación con Dios, que por sí solo -pensaba él- no p
odía alcanzar. Creía que al estar margina-do por la institución religiosa también Dios lo rechazaba. D
e ahí su insis-tencia en ser purificado (limpiado). Su idea de Dios es la de los maestros oficiales: la
de un Dios que no ama ni acepta a todos los hombres, sino solamente a los que cumplen ciertas
condiciones de pureza física o ritual.

vv. 43-44 Le regañó y lo saco fuera en seguida diciéndole: «¡Mira, no le digas nada a nadie! En ca
mbio, ve a que te examine el sacerdote y ofrece por tu purifi-cación lo que prescribió Moisés como
prueba contra ellos».

Por eso no le basta estar curado; tiene que convencerse de que ningu-na marginación procede de
Dios; la Ley que la prescribe es cosa humana. Debe independizarse de la institución religiosa, conve
nciéndose de que su modo de actuar no expresa lo que Dios es; si no lo hace, estará siem-pre a s
u arbitrio y podrá ser marginado de nuevo.
Por haberse creído marginado por Dios, Jesús le regaña; para hacerlo cambiar de mentalidad (sacarl
o fuera) le hace ver las severas y costosas condiciones que le impone la institución para admitirlo.
Tiene que com-parar al Dios amoroso que se manifiesta en Jesús con el Dios duro y exi-gente que
propone la institución. Los ritos impuestos por Moisés (no por Dios; cf. Lv 14,1-32) demuestran la d
ureza de aquel pueblo (como prueba contra ellos, cf. Dt 31,26).

v. 45 El, cuando salió, se puso a proclamar y a divulgar el mensaje a más y mejor: en consecuenci
a, Jesús no podía ya entrar manifiestamente en ninguna ciudad; se quedaba fuera, en despoblado, p
ero acudían a él de todas partes.

Cuando el marginado se convence (al salir), su alegría es grande y difunde la noticia. Jesús ha toma
do postura pública contra la margina-ción religiosa y contra la Ley que la prescribe. En consecuencia
, queda marginado; no puede entrar abiertamente en los lugares donde hay sina-goga (ciudades/pue
blos), pero aumenta el número de marginados que acu-den a él. Se abre así el Reino a todos los e
xcluidos como impuros por la Ley y la institución judía.

Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Pel
áez)

3-9. 2001

A diario nos encontramos también nosotros con personas que sufren la exclusión de la vida social.
Dichas exclusiones se multiplican en nuestros días y tienen diversas causas, entre las cuales no son
las menores las debidas a ciertas enfermedades. Todavía hoy siguen presentes las exclusiones debida
s a la lepra y a ellas se han añadido las producidas por otras dolencias (p. ej., el SIDA). Y a diario
podemos constatar, junto a ellas, otras causas de marginación que se enraízan en motivos económi
cos, raciales o de otra índole.

El seguimiento de Jesús exige la superación de dichas exclusiones. Para esta superación


no basta una mera palabra que revele nuestro deseo de colocarnos en decidida oposición a ellas. E
s necesaria una decidida voluntad de compartir la suerte del enfermo, un acercamiento real a su sit
uación, un "toque" que exprese nuestra compasión fruto de nuestro compromiso en orden a realizar
la reintegración de todo marginado.

Pero esta voluntad, como en Jesús, sólo puede realizarse en nosotros dentro del marco
proporcionado por el "secreto mesiánico". El poder recibido para superar las exclusiones sólo puede
ser sincero cuando va acompañado de una decidida voluntad de evitar toda manipulación que busqu
e su utilización para el propio beneficio.
El "no digas nada a nadie" de nuestras acciones debe expresar nuestra preocupación de
situarlas en el ámbito del servicio a los demás, como se hace patente en la historia de la Pasión
de Jesús y de las fatigas de la entrega a la causa de Dios y de su Reino.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)

3-10. 2002

El libro del Levítico (5,3) manda además que «si alguno, sin darse cuenta, toca a una persona impu
ra, manchada con cualquier clase de impureza, cuando se entere, incurre en reato». Saltándose esta
s leyes, el leproso se acerca a Jesús, e intuyendo en él un poder divino, se dirige a él con unas p
alabras que se aplican a Dios en el libro de la Sabiduría (12,8): «Si quieres, puedes limpiarme...»

Y Jesús, como Dios, quiere y puede. Conmovido (este verbo se usa en el judaísmo solamente de Di
os) «extendió Jesús la mano y lo tocó diciendo: quiero, queda limpio».

Dice el evangelista que «al momento se le quitó la lepra y quedó limpio». la tarea sanadora de Jes
ús mina los cimientos del sistema judío que, en nombre de Dios, margina al ser humano. Pero este
sistema se toma la represalia. Por ponerse en contra de la marginación y de la ley que la prescrib
e, Jesús mismo queda marginado. Dice el Evangelio que «ya no podía entrar abiertamente en ningú
n pueblo; se quedaba fuera, en lugar despoblado, pero se acercaban a él de todas partes».

Maravillosa actuación de Jesús que hace que la gente también rompa con el sistema y salgan de la
ciudad para encontrar la liberación fuera de ella, don-de está Jesús. Dice el evangelista que Jesús
«se que-daba fuera, en lugar despoblado, pero se acercaban a él de todas partes». ¿Hay quien se a
nime a seguirlo a precio de ser también excluido?

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)

3-11.

Comentario: Rev. D. Xavier Pagès i Castañer (La Llagosta-Barcelona, España)

«‘Si quieres, puedes limpiarme’ (...). ‘Quiero, queda limpio’»

Hoy, en la primera lectura, leemos: «¡Ojalá oyereis la voz del Señor: ‘No queráis endurecer vuestros
corazones’!» (Heb 3,7-8). Y lo repetimos insistentemente en la respuesta al Salmo 94. En esta brev
e cita, se contienen dos cosas: un anhelo y una advertencia. Ambas conviene no olvidarlas nunca.
Durante nuestro tiempo diario de oración deseamos y pedimos oír la voz del Señor. Pero, quizá, co
n demasiada frecuencia nos preocupamos de llenar ese tiempo con palabras que nosotros queremos
decirle, y no dejamos tiempo para escuchar lo que el Buen Dios nos quiere comunicar. Velemos, p
or tanto, para tener cuidado del silencio interior que —evitando las distracciones y centrando nuestr
a atención— nos abre un espacio para acoger los afectos, inspiraciones... que el Señor, ciertamente,
quiere suscitar en nuestros corazones.

Un riesgo, que no podemos olvidar, es el peligro de que nuestro corazón —con el paso del tiempo
— se nos vaya endureciendo. A veces, los golpes de la vida nos pueden ir convirtiendo, incluso sin
darnos cuenta de ello, en una persona más desconfiada, insensible, pesimista, desesperanzada... Hay
que pedir al Señor que nos haga conscientes de este posible deterioro interior. La oración es ocasi
ón para echar una mirada serena a nuestra vida y a todas las circunstancias que la rodean. Hemos
de leer los diversos acontecimientos a la luz del Evangelio, para descubrir en cuáles aspectos neces
itamos una auténtica conversión.

¡Ojalá que nuestra conversión la pidamos con la misma fe y confianza con que el leproso se presen
tó ante Jesús!: «Puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme’» (Mc 1,40). Él es el único
que puede hacer posible aquello que por nosotros mismos resultaría imposible. Dejemos que Dios
actúe con su gracia en nosotros para que nuestro corazón sea purificado y, dócil a su acción, llegue
a ser cada día más un corazón a imagen y semejanza del corazón de Jesús. Él, con confianza, nos
dice: «Sí que lo quiero: queda limpio» (Mc 1,41).

3-12. Curación de un leproso

Autor: Miguel Ángel Andrés Ugalde

Reflexión:

El leproso del evangelio de hoy nos presenta una realidad muy cercana a nosotros: la pobreza de n
uestra condición humana. Nosotros la experimentamos y nos la topamos a diario: las asperezas de n
uestro carácter que dificultan nuestras relaciones con los demás; la dificultad y la inconstancia en la
oración; la debilidad de nuestra voluntad, que aun teniendo buenos propósitos se ve abatida por e
l egoísmo, la sensualidad, la soberbia ... Triste condición si estuviéramos destinados a vivir bajo el y
ugo de nuestra miseria humana. Sin embargo, el caso del leproso nos muestra otra realidad que so
brepasa la frontera de nuestras limitaciones humanas: Cristo.

El leproso es consciente de su limitación y sufre por ella, como nosotros con las nuestras, pero al
aparecer Cristo se soluciona todo. Cristo conoce su situación y no se siente ajeno a ella, más aún s
e enternece, como lo hace la mejor de las madres. Quizá nosotros mismos lo hemos visto de cerca
. Cuando una madre tiene a su hijo enfermo es cuando más cuidados le brinda, pasa más tiempo c
on él, le ofrece más cariño, se desvela por él, etc. Así ocurre con Cristo. Y este evangelio nos lo d
emuestra; el leproso no es despreciado ni se va defraudado, sino que recibe de Cristo lo que neces
ita y se va feliz, compartiendo a los demás lo que el amor de Dios tiene preparado para sus hijos.
Pongamos con sinceridad nuestra vida en manos de Dios con sus méritos y flaquezas para arrancar
de su bondad las gracias que necesitamos.

3-13.

En la primera lectura de la lectio divina me quedé con la frase “no se lo digas a nadie”. Me pregu
ntaba por qué Jesús, con frecuencia, decía esto a la gente que sanaba. No decirlo a nadie, cuando,
por el contrario, la sanación producida por el milagro era algo para pregonarlo por el mundo ente
ro. Sin embargo, a medida que fui avanzando en la lectio el Señor me dio la respuesta. Primero, u
na respuesta ligada a su tiempo. Jesús no le interesaba mostrarse como el “gran salvador” del pueb
lo de Israel; no era un político de nuestro tiempo. Conocía su misión y sabía que tenía el tiempo
para cumplirse. Segundo, una respuesta que todavía es válida en nuestros días, y muy ligada a la p
rimera, viene por el lado de las expectativas. Jesús no quería sanar basado en las expectativas que
la gente pudiera tener de su poder. Quería sanar, liberar, transformar basado en una experiencia de
fe. En una experiencia de amor. Por eso, en cierto sentido, sabemos por la lectura en otro pasaje
del evangelio, que en su ciudad natal, no hizo muchos milagros. La gente tenía expectativas, pero
le faltaba amor. Muchas veces, nosotros también queremos que Jesús nos ayude en algo, por que a
otra persona le ayudó y no porque creamos firmemente que él puede hacerlo.

Señor, enséñame a amarte y a conocerte, para que así vea tu brazo haciendo maravillas en mi vida
desde el silencio.

Dios nos bendice,

Miosotis

3-14. DOMINICOS 2004

¿POR QUÉ HEMOS SUFRIDO LA DERROTA?

Engañoso es el pensamiento de que Dios está obligado con nosotros.

Pobre es el corazón del hombre que pide cuentas a Dios.

Sólo un espíritu humilde tiene acceso y poder sobre el Señor.


En la lectura del capítulo tercero del libro de Samuel, podíamos leer ayer que “Samuel se hizo may
or y que Yhavé estaba con él {en sus actuaciones}...; que todo Israel, desde Dan hasta Berseba {de
norte a sur} reconoció que Samuel era un verdadero profeta de Yhavé, y que éste siguió aparecién
dosele en Siló”( vv 19-21).

En el texto litúrgico que se utiliza hoy, del capítulo cuarto, se habla de la complicada realidad políti
co-social en que Samuel se movía:

Tribus de Israel que buscaban consolidarse;

graves situaciones de guerra con los filisteos que los atacaban y derrotaban, etc.

Humanamente, a Samuel y a los suyos no les bastaba tener consigo el Arca de la alianza; necesitab
an poder y saber hacer frente a las dificultades.

Yavé no es capitán de los ejércitos sino dador de vida, maestro de prudencia, consejero de la verd
ad y del amor, de la justicia y la paz...

LA LUZ DE LA PALABRA DE DIOS

Libro primero de Samuel 4, 1-11:

“En los días de Samuel, se reunieron los filisteos para atacar a Israel...

Entablada la lucha, Israel fue cercada por los filiteos, y murieron unos 4000 hombres. La tropa volvi
ó al campamento, y los ancianos de Israel deliberaron: ¿Por qué el Señor nos ha hecho sufrir hoy
una derrota a manos de los filisteos?

Decidieron: Vamos a Siló, a traer el Arca de la alianza del Señor para que esté entre nosotros y no
s salve del poder enemigo..”

Evangelio según san Marcos 1, 4045:

“En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quiéres, puedes limpiarm
e.

Jesús, sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo:Quiero, queda limpio.

La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Y Jesús le encargó: ‘No se lo digas a nadie; p
ero para que conste, ve a presentarte a los sacerdotes y ofrece por tu purificación lo que mandó
Moisés...”

REFLEXIÓN PARA ESTE DÍA

Guerra en el corazón del hombre, aunque hable de paz.


Podemos hablar de dos tipos de guerras que se dan casi de continuo entre los hombres y en los h
ombres.

Entre los hombres, por ambiciones de poder, de tierra, de dominio, de egoísmo, de superioridad, de
intereses poco nobles.

En el interior de los hombres, porque dentro de cada cual luchan las fuerzas del bien, inclinadas a
la virtud y a hacer cuanto se pueda por amor y servicio, y las fuerzas del mal que se resisten a a
catar los mandamientos y la obediencia a la voluntad de Dios expresada en los gritos de la concien
cia.

Para que en el mundo exterior haya paz, solidaridad, amor compartido, igualdad en los derechos fu
ndamentales, es indispensable que el mundo interior de las personas (gobernantes, administradores, l
etrados, trabajadores, sacerdotes, padres) esté en perfecta armonía :

-no apeteciendo sino lo que es honesto,

-sintiendo la felicidad del otro que hace con nosotros el camino de la vida,

-teniendo a Dios en el horizonte de la existencia,

-contentándose con una suficiencia digna que no fuerce situaciones extremas de bienestar que se al
canzan con violencias ...

Hacer del hombre en tensión un ser responsable a favor del bien es caminar hacia la santidad de v
ida. Ese es nuestro deber.

3-15.

LECTURAS: 1SAM 4, 1-11; SAL 43; MC 1, 40-45

1Sam. 4, 1-11. Dios ha hecho una nueva y definitiva Alianza con nosotros, sellándola con la Sangre
de su propio Hijo. Quienes aceptamos esa Alianza entramos en comunión de vida con Jesucristo. A
partir de ese momento entre Dios y la Comunidad de creyentes queda superada la relación: Tu-Dios
-Mi-Pueblo; Mi-Dios-tu-Pueblo, y llegamos a la nueva relación en que entramos a formar parte del
mismo linaje divino: Tu-Padre-mi-Hijo; Tu-Hijo-mi-Padre. Esta Alianza no es sólo para recibir los benef
icios de Dios, sino para que seamos fieles a sus mandatos y enseñanzas, especialmente al mandami
ento del amor. No podemos vivir lejos del Señor, ofendiéndolo a Él y ofendiendo a nuestro prójimo
y después esperar, que por traer con nosotros un signo de su presencia, nos veríamos libres de c
ualquier castigo que mereciéramos por nuestras culpas. Dios no es un amuleto de buena suerte. Dio
s es nuestro Padre, amoroso y misericordioso ciertamente, pero también exigente en cuanto al com
promiso que adquirimos de ser y vivir como hijos suyos. Vivamos con lealtad el amor que decimos
haber depositado, como hijos, en el Señor.

Sal. 43. ¿Acaso Dios se habrá olvidado de nosotros cuando la vida se nos complica? ¿A qué viene
el reclamarle que despierte, que no nos rechace y que no se olvide de nosotros? Él, en su Palabra,
se ha comprometido con nosotros diciéndonos: ¿Acaso podrá una madre olvidarse del hijo de sus
entrañas? Pues aunque hubiese una madre que tal hiciera, yo jamás me olvidaré de ti. Dios siempr
e es el Dios-con-nosotros. Su amor hacia nosotros nunca se acaba. ¿No seremos más bien nosotros
los que hemos de volver a acordarnos de Dios, de abrir los ojos ante su amor de Padre y de vivirl
e fieles? No es Dios; somos nosotros quienes muchas veces nos hemos alejado de su presencia. Ret
ornemos al Señor, que siempre está dispuesto a recibirnos con amor de Padre.

Mc. 1, 40-45. Acerquémonos a Cristo con la misma confianza y apertura con que el enfermo se ace
rca al médico. No tengamos miedo en presentarle las heridas más profundas y putrefactas de nuest
ra propia vida. Él es el único Enviado del Padre, en quien nosotros encontramos el perdón y la má
s grande manifestación de la misericordia de Dios para con nosotros. Por eso vayamos a Él sabiend
o que Él no vino a condenarnos, sino a salvarnos a costa, incluso, de la entrega de su propia vida
por nosotros. Habiendo recibido tan gran muestra de misericordia de Dios para con nosotros, Él nos
ha confiado la reconciliación de toda la humanidad a través de la historia. La Iglesia de Cristo no
puede cumplir con la misión que el Señor le ha confiado para buscar el aplauso de los demás. No
puede hacerse publicidad a sí misma mediante el cumplimiento de su misión; no puede querer caer
en gracia de los demás haciéndoles el bien y socorriéndoles en sus necesidades. Su servicio ha de
ser un servicio callado no en nombre propio, sino en Nombre del Señor. A Él sea dado todo hono
r y toda gloria, ahora y por siempre. Por eso, aprendamos a retirarnos a tiempo, para ir al Señor y
ofrecerle lo que Él mismo hizo por medio nuestro.

A pesar de que nosotros hemos abandonado muchas veces los caminos del Señor, Él jamás se ha o
lvidado de nosotros, pues su amor por nosotros es un amor eterno. Por eso jamás podemos decir
que Dios nos ha rechazado. Dios siempre está junto a nosotros como un Padre lleno de amor y de
ternura por sus hijos. Hoy nos hemos reunido para celebrar el Sacramento de su amor por nosotr
os. Él no nos rechaza por habernos encontrado cargados de miserias que han deteriorado nuestra vi
da, o con las que hemos contribuido a deteriorar la vida familiar o social. A Él lo único que le inte
resa y le llena de gozo es el habernos encontrado. Por eso, si somos sinceros con el Señor; si en
verdad hemos venido a esta Eucaristía para encontrarnos con Él y reorientar nuestra vida, le hemos
de pedir, con humildad diciendo: Señor, si tú quieres, puedes curarme. Y Dios tendrá compasión d
e nosotros.

Pero, así como nosotros hemos sido amados por Dios, así hemos de amarnos los unos a los otros.
Por muy grandes que sean los pecados de los demás, jamás los hemos de condenar, sino más bien
ir a ellos con el mismo amor y la misma compasión que Dios nos ha manifestado a nosotros. Toc
ar a los enfermos, significará acercarnos a ellos para conocer aquello que realmente les aqueja, par
a dar una respuesta a sus miserias, no desde nuestras imaginaciones, sino desde su realidad, desde
su cultura, desde su vida concreta. Esto nos habla de aquello que el Magisterio de la Iglesia nos h
a propuesto: inculturizar el Evangelio. Y, aún cuando no hemos de caer en una relectura ideologizad
a del Evangelio, el anuncio del mismo no podrá ser eficaz mientras no conozcamos al hombre en s
u caminar diario; entonces podremos no sólo serle fieles a Dios, sino también al hombre.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda
la gracia de vivir en una continua cercanía a Dios para escuchar su Palabra y ponerla en práctica;
y en una continua cercanía al hombre para conocerle en su vida concreta y poder ayudarle a que
Cristo se convierta en Luz, que ilumine su camino hacia el encuentro del Padre Dios. Amén.

www.homiliacatolica.com

3-16. CLARETIANOS 2004

LEPROSOS DE AYER, HAMBRIENTOS DE HOY. Una historia de SUFRIMIENTO. Una pregunta, ¿por qué
me ha tenido que tocar a mí? Las cosas se ven muy distintas cuando yo no he tenido esa tal suer
te (o mala suerte). El sufrimiento genera dolor, miseria, una especie de muerte en vida. Algo se po
drá hacer, y si se puede ¿por qué no se hace? Esta INJUSTICIA clama al cielo. Porque son millones
de personas, entonces y ahora, las que viven al margen, las que sufren la situación de una perma
nente EXCLUSIÓN: personas de primera y de segunda (o tercera) división.

LEPROSOS DE AYER. La lepra en aquella sociedad tenía una doble vertiente: de una parte, unas me
didas médico-higiénicas: apartar del campamento para evitar contagios; por otra, la lepra se veía co
mo un castigo de Dios, por eso sólo Dios puede curar y se precisa la mediación de un sacerdote q
ue lo confirme. Conclusión: vivir solo y fuera del campamento no era más que una muerte disfraza
da de vida. Un leproso de entonces se acerca a Jesús: la cosa parece impensable si el mismo Jesús
no se hubiera hecho el encontradizo. El leproso dice, "si quieres, puedes curarme". Jesús dice "¡to
ma, claro que quiero!". Una vez más se comprueba que querer es poder. Lo que hace Jesús es res
tituir, que la vida vuelva a la vida. Y aquel enfermo, a quien sólo Jesús consideró como tal -los de
más le veían como un apestado-, quedó limpio: recobró la salud y la dignidad.

CONCLUSIÓN: Jesús y los descampados: por andar por donde anda, Jesús se encuentra con quien se
encuentra. Si uno es amigo de andar por los palcos, los palacios, los lugares de moda... se encont
rará a gentes distintas que si es amigo de andar por andurriales. Razón tenía Serrat cuando decía d
e sus amigos:

"Mis amigos son sueños imprevistos

que buscan sus piedras filosofales,

rondando por sórdidos arrabales

donde bajan los dioses sin ser vistos”.

Vuestro amigo y hermano Oscar


(claretmep@planalfa.es)

3-17. ARCHIMADRID 2004

¡AY DE NOSOTROS!¡AY DE NOSOTROS!

“(Los filisteos) muertos de miedo, decían:<¡Ha llegado su Dios al campamento! ¡Ay de nosotros!>”, si
esto sucediese en cualquier película de Hollywood nos prepararíamos para ver vencer a los israelita
s (que ya antes habían sido humillados por los filisteos) en singular batalla y el ejercito triunfador v
itorear con júbilo el arca de Dios. Pues no, esto no es Hollywood, ni los hijos de Elí son Frodo y S
am de “El señor de los anillos” ni nada parecido, así que la historia de hoy acaba con una estrepit
osa derrota del ejercito israelita y perdiendo (durante unos meses) el arca de la Alianza.

Son curiosas las historias que la Biblia nos cuenta una y otra vez, no están los vencedores y vencid
os siempre en el mismo bando, el pertenecer al “pueblo elegido” no asegura la derrota de los adve
rsarios, ni una historia que nada tendría que envidiar a “Love Story” con Ryan O'Neal y Ali McGraw
haciéndose carantoñas. A Dios nadie lo posee en exclusiva, no es un amuleto o un talismán para
que los asuntos nos vayan bien y gocemos de prosperidad. Dios se ha acercado a los hombres, ha
hecho una alianza con nosotros y ahora tenemos que acercarnos a Él. ¿Cómo?. Desde luego no des
de la prepotencia o intentando utilizar a Dios para nuestro beneficio, sino como el leproso del evan
gelio: de rodillas, con la súplica en los labios “si quieres, puedes limpiarme” y Dios que es fiel a su
s promesas nos dirá: “quiero, queda limpio”. Ésta es la maravilla de Dios.

Por la cantidad de programas de televisión que se dedican a magia, tarot, adivinación, etc. … parec
e que es un asunto rentable, que muchos se acercan a preguntar a adivinos, pitonisas, quiromántico
s y demás ralea. Muchos lo llevan ocultamente, encendiendo “una vela a Dios y otra al diablo” e i
ncluso para algunos es una forma de vivir su fe introduciendo en su verborrea a los ángeles, los es
píritus y demás. Cuando me pregunta algún feligrés y les contesto que acudir a esos sitios es un p
ecado contra la fe no se quedan muy convencidos, a veces en esos lugares escuchan más palabras
espirituales que en muchos sermones de las parroquias y, bajo ese ropaje, les parece algo estupend
o. Pero cuando continuamos hablando se dan cuenta que no se trata de usar un léxico u otro sino
que, como el pueblo de Israel, quiere manejar a Dios y su designio salvador. Quiere que los demá
s digan: ¡Ay de nosotros! pues es él quien dice a Dios lo que tiene o no tiene que hacer, que est
é a su favor contra todos los demás e incluso que la historia y las circunstancias siempre le sean f
avorables. Pero Dios no se deja manejar, en la vida mil circunstancias dirán “¡Sed hombres, y al ata
que!, como los filisteos, y si estamos pertrechados de las armas de la superstición y no de las de
Dios, seguramente seamos derrotados.

No quieras imponer a Dios tu voluntad, acércate a Él con humildad, con súplicas en los labios y co
nfianza en el corazón; si lo haces así seguro que no te abandonará, te dirá: “quiero, queda limpio”,
y volverás a enfrentarte a todos los retos de la vida con la confianza de saber a quién acudir. Si
quieres acercarte a Cristo, a Dios tu Padre, al Espíritu Santo, hazlo como María, desde la humildad
de la sierva.
3-18. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Heb 3, 7-14: Anímense mutuamente mientras dura este “hoy”.

Salmo responsorial: 94, 6-11: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón.
"

Mc 1, 40-45: Se le quitó la lepra y quedó limpio.

Jesús aparece aquí como el que libra del mal. Para ello, necesita la fe de quien lo busca. Este lepr
oso manifiesta una total confianza en Cristo, una gran fe a su poder. Pero junto con esto podemos
descubrir en Jesús, nuevamente, una gran compasión por el sufrimiento humano.

Sin compasión en el corazón, nuestra disposición, al acercarnos a los demás, es inadecuada y estam
os cerrados a la comprensión. Jesús nos recuerda que la compasión es la capacidad de sentir en nu
estra carne lo que el prójimo está sintiendo en la suya. Compadecer es “padecer con”, es saber ent
rar en la sensibilidad de nuestros semejantes para hacerla nuestra. La compasión no es desprecio an
te la debilidad ajena, es incorporar a nuestra experiencia el dolor del otro, ya sea pequeño o grand
e. Como el sufrimiento es susceptible de ser compartido, la compasión se convierte en presupuesto
para la comunicación humana auténtica y es cimiento de las relaciones cristianas.

No seamos duros ni siquiera en las cosas justas: oigamos con respeto a quienes tenemos que corre
gir, pues comprendemos que quien se equivoca, sufre. Debemos amar a quien toma decisiones equi
vocadas en épocas malas de su vida, pero que necesita una compasión exenta de complicidades cul
pables y una sabia comprensión para reorientarse. No es tarea exclusiva de sacerdotes y directores
espirituales, sino de hermanos y amigos cristianos.

3-19.

Jueves 13 de Enero de 2005

Temas de las lecturas: Anímense mutuamente mientras dura este «hoy» * Le quitó la lepra y quedó
limpio.

1. Cuidado con el corazón

1.1 Nuestra cultura occidental cuida con métodos cada vez más eficaces la salud física; no así la sal
ud espiritual. Cuidamos el órgano del corazón pero hemos olvidado o desobedecido a aquello que n
os advierte la Carta a los Hebreos: "tengan cuidado, hermanos, que no se encuentre en alguno de
ustedes un corazón malo e incrédulo que lo aleje del Dios vivo" (Heb 3,12).

1.2 ¿Qué presupone esta exhortación? En primer lugar, que el corazón no es un asunto "privado".
Nuestra sociedad piensa, o mejor, sueña con un mundo en que las decisiones se dividen en dos: la
s públicas y las privadas. Y suponemos que lo que cada quien haga, piense o sienta en su mundo
"privado" no debe ser incumbencia de nadie más. Una serie de hechos recientes nos están mostran
do qué terrible engaño es este y qué poca consistencia tiene. Desde el caso extremo del psicópata
asesino o violador hasta los desastres morales de generaciones enteras de jóvenes vamos comprendi
endo, por la violencia de los hechos desnudos, que no es posible dejar el corazón para deleite de l
os peores demonios y a la vez esperar con estúpida ingenuidad que el mundo va a funcionar bien
por la fuerza de los parlamentos o de la super-tecnología.

1.3 La Carta a los Hebreos nos despierta del engaño individualista propio del consumismo y de la c
ultura del yo instrumentalizador e instrumentalizado. Nos invita no sólo a que cada uno cuide su co
razón, en cuanto centro de las decisiones, afectos, recuerdos, ideas y deseos, sino que mutuamente
cuidemos de nuestros corazones. Esto supone que, como decía san Agustín en su Regla, "Dios, que
habita en vosotros, os cuidará por medio de vosotros". En último término lo que está en juego aq
uí es: ¿de veras creemos que Dios habita, reina y actúa en medio de su pueblo de redimidos?

2. Una acción vigorosa

2.1 Por otra parte, no hemos de ilusionarnos en cuanto a la acción de Dios entre nosotros. Baste
mencionar el impresionante pasaje de los esposos, Ananías y Safira, que quisieron engañar a los ap
óstoles aparentando una generosidad que no tenían (Hch 5,1-11). Dios escruta el alma y si va a ha
cer sentir su presencia va también a desnudar lo que está en el alma humana.

2.2 Esto es bueno recordarlo porque se ha entrado en la Iglesia una especie de positivismo trasnoc
hado que predica que sólo podemos contar con el "fuero externo", y que para elaborar los planes
pastorales o de evangelización sólo contamos con los "fenómenos", de modo que en ningún caso ca
be hablar más allá de lo que es "público", verificable (por los sentidos) y evidente a todos. ¡La acci
ón del Espíritu Santo no queda aprisionada en moldes tan estrechos!

2.3 Necesitamos pastores audaces, ungidos, empapados en el poder del Señor, capaces de penetrar l
os corazones y de denunciar no sólo lo que aparece sino lo que no aparece! Sé que la Iglesia del
futuro tomará con una seriedad infinitamente mayor que nosotros la acción del Espíritu Santo y con
tará de un modo más audaz con su auxilio y su luz maravillosa, sin necesidad de tratar de justificar
cada paso y cada declaración a los sabios de este mundo.

3-20.

Comentario: Rev. D. Xavier Pagès i Castañer (La Llagosta-Barcelona, España)

«‘Si quieres, puedes limpiarme’ (...). ‘Quiero, queda limpio’»


Hoy, en la primera lectura, leemos: «¡Ojalá oyereis la voz del Señor: ‘No queráis endurecer vuestros
corazones’!» (Heb 3,7-8). Y lo repetimos insistentemente en la respuesta al Salmo 94. En esta brev
e cita, se contienen dos cosas: un anhelo y una advertencia. Ambas conviene no olvidarlas nunca.

Durante nuestro tiempo diario de oración deseamos y pedimos oír la voz del Señor. Pero, quizá, co
n demasiada frecuencia nos preocupamos de llenar ese tiempo con palabras que nosotros queremos
decirle, y no dejamos tiempo para escuchar lo que el Buen Dios nos quiere comunicar. Velemos, p
or tanto, para tener cuidado del silencio interior que —evitando las distracciones y centrando nuestr
a atención— nos abre un espacio para acoger los afectos, inspiraciones... que el Señor, ciertamente,
quiere suscitar en nuestros corazones.

Un riesgo, que no podemos olvidar, es el peligro de que nuestro corazón —con el paso del tiempo
— se nos vaya endureciendo. A veces, los golpes de la vida nos pueden ir convirtiendo, incluso sin
darnos cuenta de ello, en una persona más desconfiada, insensible, pesimista, desesperanzada... Hay
que pedir al Señor que nos haga conscientes de este posible deterioro interior. La oración es ocasi
ón para echar una mirada serena a nuestra vida y a todas las circunstancias que la rodean. Hemos
de leer los diversos acontecimientos a la luz del Evangelio, para descubrir en cuáles aspectos neces
itamos una auténtica conversión.

¡Ojalá que nuestra conversión la pidamos con la misma fe y confianza con que el leproso se presen
tó ante Jesús!: «Puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme’» (Mc 1,40). Él es el único
que puede hacer posible aquello que por nosotros mismos resultaría imposible. Dejemos que Dios
actúe con su gracia en nosotros para que nuestro corazón sea purificado y, dócil a su acción, llegue
a ser cada día más un corazón a imagen y semejanza del corazón de Jesús. Él, con confianza, nos
dice: «Sí que lo quiero: queda limpio» (Mc 1,41).

3-21.

Reflexión

¿Cómo puede el hombre que ha sido tocado por el amor de Dios permanecer callado? Es imposible
. Creo que esta puede ser la causa por la cual muchos cristianos permanecen callados… no han sid
o tocados por el amor sanante de Dios. Permanecen llenos de miedos y temores, viviendo como lo
hacían los leprosos, aislados de la comunidad. Jesús desde el bautismo nos ha tocado y nos ha dic
ho: ¡Sana! Más aun, nos ha llenado de su Espíritu, sin embargo nos hemos dejado regrese la lepra
de la envidia, del odio, del rencor, etc.. Es Necesario de nuevo decirle al Señor: “Si quiere puedes
sanarme”. El lo hará, una y mil veces, pues nos quiere sanos y llenos de vida en el Espíritu. Así u
na vez tocados por el amor sanante de Dios nos convertiremos en verdaderos testigos de este Amo
r en el mundo.

Que pases un día lleno del amor de Dios.


Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro

3-22.

Curación de un leproso

Fuente: Catholic.net

Autor: H. Vicente David Yanes

Reflexión

El Evangelio nos presenta una vez más a uno de esos hombres que se acercó a Jesús para que le
curase. Como los demás, reconoció en Cristo al Salvador. Pasó por su vida y creyó en él como en
él único que podía remediar sus males. En esta ocasión se trata de un leproso. Para Jesús el caso
no presentaba novedad. Lo que sí impresiona es que el leproso se expresa en unos términos inaudi
tos: “Si quieres, puedes curarme”. ¿Sería posible que Cristo no quisiese? Si así sucediera estaríamos
perdidos. Fuera de Cristo, ¿dónde puede encontrarse la salud?

El leproso no se presentó con su petición con las torcidas intenciones de los fariseos. “Tu puedes c
urarme, porque todo te es posible. Si no me curas es porque no quieres. Si no quieres no eres bu
eno. Y si no eres bueno, ¿cómo haces milagros? Con el poder de los demonios...” Nada de esto. Él
conoce a Cristo, profundamente. Sabe lo que hay en su corazón. Por eso se arrodilla. Por eso dice
“si quieres”. Porque cree plenamente en que Cristo le ama. ¿Creemos nosotros esto? De nuestra c
onfianza depende nuestra curación.

3-23.

Reflexión:

Heb. 3, 7-14. Somos una Iglesia peregrina; ¿Hacia dónde? ¿En verdad somos conscientes de que nue
stros pasos se encaminan hacia la posesión de los bienes definitivos, en donde llegará a su plenitud
nuestra realización personal como hijos de Dios? Muchas veces quisiéramos vivir atados a nuestro
pasado, como si otros tiempos hubiesen sido los mejores; y nos resistimos a construir un mundo qu
e hoy sea el mejor y que prepare tiempos todavía mejores para el mañana. Queremos vivir atados
a grupos que le dan "sentido" a nuestra vida, pues nos sentimos realizados con ellos; y nos olvida
mos de las grandes mayorías que viven lejos del Señor, caminando en tinieblas y viviendo en tierra
de sombras de muerte; nos quejamos por tantos males y desgracias que provocan aquellos que viv
en como si Dios no existiera para ellos. Pero ¿nos hemos desinstalado y comenzamos a peregrinar
en busca de la oveja descarriada? Si participamos de la vida de Cristo es para que le seamos fieles
no sólo en la escucha de su Palabra, sino en el caminar buscando a la oveja descarriada para con
ducirla, junto con nosotros, a la Casa eterna del Padre. Vivamos, pues, libres de la tentación de dej
ar de ser peregrinos para volver a la esclavitud de nuestros egiptos, de nuestras comodidades, de n
uestras miserias y pecados; pues si damos marcha atrás, quedará muy lejos de nosotros la posesión
de los bienes definitivos.

Sal. 95 (94). Dios, como a nuestros antiguos padres, nos justifica únicamente por la fe. Y nuestra fe
se deposita en Cristo, cuya voz escuchamos y ponemos en práctica, pues de nada nos servirá el vi
vir como discípulos descuidados. El Señor quiere que en todo hagamos su voluntad, pues, aun cuan
do la salvación no nos viene por nuestras obras, sino por creer en Cristo Jesús, sin embargo el que
lleva una vida desordenada está indicando con sus malas obras que está y vive lejos del Señor; en
cambio, el que lleva una vida según Dios, está indicando con sus buenas obras que ha escuchado
al Señor y que le vive fiel. Entonces Dios llevará consigo a los que le pertenecen y viven conforme
a sus enseñanzas. Hoy la salvación ya es nuestra en Cristo Jesús; ojalá y no despreciemos la oport
unidad que Dios nos da para entrar, junto con su Hijo, a la posesión de la patria eterna.

Mc. 1, 40-45. Dios ha tenido compasión de nosotros, y nos ha enviado a su propio Hijo, el cual, h
echo uno de nosotros, no sólo ha venido a remediar nuestros padecimientos corporales, o a remedi
ar nuestros males materiales socorriendo a los pobres, sino que ha venido a liberarnos de la esclavi
tud al pecado y a la muerte. Unidos a Él somos hechos hijos de Dios, y no podemos guardar silen
cio respecto al amor que Dios nos ha manifestado. Por eso hemos de proclamar ante el mundo ent
ero lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros, de tal forma que todos vayan a Cristo y
encuentren en Él la salvación, sin importar lo grave de las maldades de su vida pasada, pues el S
eñor no ha venido a condenarnos sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. El Señor
ha tocado nuestra vida, nuestra naturaleza humana deteriorada por el pecado, no para contaminarse
, sino para salvarnos. Pongamos en Él todo nuestro amor y toda nuestra confianza.

En este día el Señor nos manifiesta su amor y nos invita a la conversión para que volvamos a entr
ar en comunión de vida con Él. Este es el día que Él nos ofrece para que seamos limpios de todo
aquello que nos alejó de su presencia. Él jamás ha dejado de amarnos; Él nos quiere para siempre
a su derecha, unidos a su Hijo. Y en esta celebración se vuelve a realizar esta Alianza entre Dios
y nosotros; hoy el Señor está dispuesto a recibirnos, libres de toda maldad y de toda culpa. Él jam
ás nos guardará rencor perpetuamente, pues es nuestro Dios y Padre y no enemigo a la puerta. Po
r eso hemos de venir no sólo a ponernos de rodillas y a bendecir al Señor, sino también dispuesto
s a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica. Reconozcamos, pues los caminos del Señor y no n
os extraviemos lejos de Él, hasta que, yendo tras las huellas de Cristo, lleguemos algún día al Desca
nso eterno.

Así como nosotros hemos sido amados por Dios, así hemos de amarnos los unos a los otros. Por
muy grandes que sean los pecados de los demás, jamás los hemos de condenar, sino más bien ir a
ellos con el mismo amor y la misma compasión que Dios nos ha manifestado a nosotros en Cristo
Jesús. Tocar a los enfermos, significará acercarnos a ellos para conocer aquello que realmente les a
queja, para dar una respuesta a sus miserias, no desde nuestras imaginaciones, sino desde su realid
ad, desde su cultura, desde su vida concreta. Esto nos habla de aquello que el Magisterio de la Igl
esia nos ha propuesto: inculturizar el Evangelio. Y, aún cuando no hemos de caer en una relectura
ideologizada del Evangelio, el anuncio del mismo no podrá ser eficaz mientras no conozcamos al ho
mbre en su caminar diario; entonces podremos no sólo serle fieles a Dios, sino también serle fieles
a la persona concreta.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre,
la gracia de vivir en una continua cercanía a Dios para escuchar su Palabra y ponerla en práctica;
y en una continua cercanía al hombre para conocerle en su vida concreta, y poderle ayudar a que
Cristo se convierta en la Luz que ilumine su camino hacia el encuentro de nuestro Dios y Padre. A
mén.

Homiliacatolica.com

3-24.

Reflexión

Que importante es iniciar nuestro año calendario con la seguridad de que la misión de Jesús ha sid
o ya realizada, por lo que, como lo hemos escuchado hoy en el Evangelio, somos libres de todas n
uestras ataduras, de nuestros temores, de nuestras inseguridades; que ahora somos capaces de ver
que el mundo creado por Dios es bueno y que nos necesita para que en él se instaure el Reino; y
que éste, como todos los años vividos en el Señorío de Cristo, es un año de verdadera gracia en
que el amor y la paz nos salen al paso a cada momento. Vivamos, pues, este año como un verdad
ero año de gracia en el Señorío de Cristo.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro

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