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LEYES Y ESTRUCTURAS
Cambio del sistema de partidos
Enfoques e interpretaciones
PETER MAIR
PARTE I
Introducción
1 podrían derivarse de análisis en campos relacionados, como, por ejemplo, la
Sobre la congelación de los sistemas de partidos
A fines de 1995 me invitaron a presentar un breve artículo de una serie de
seminarios ocasionales en la Universidad de Bergen.1 El tema de la serie fue 'Ley
y estructura', y se pidió a los que presentaban documentos que resumieran algunas
leyes clásicas particulares en el ámbito social. Ciencias, para revisar sus
antecedentes y desarrollo, y luego discutir la cuestión de su validez actual y
viabilidad. En mi caso, la "ley" en la que se me pidió que contribuyera fue "la
congelación de los sistemas de partidos", que fue promulgada, por así decirlo, por
SM Lipset y Stein Rokkan casi treinta años antes, y que, incluso ahora , sigue
siendo una de las tesis más familiares y más frecuentemente citadas en el campo
de los estudios comparativos de partidos: "Los sistemas de partidos de la década
de 1960", escribieron Lipset y Rokkan (1967: 50), "reflejan, con pocas pero
significativas excepciones, Las estructuras de escisión de los años veinte. . . [L] as
alternativas del partido, y en muchos casos las organizaciones del partido, son más
antiguas que las mayorías de los electorados nacionales. Esta tesis también se
repite con frecuencia en los siguientes capítulos de este libro, y la carga de la
mayoría de los capítulos de la Parte 2 se dedica a su defensa. En resumen, y
particularmente en esos primeros capítulos, sostengo que la hipótesis de la
congelación sigue siendo en gran parte válida, al menos hasta ahora, con la
evidencia de continuidades a largo plazo en los sistemas de partidos que superan
con creces la evidencia aparentemente más llamativa y más inmediata de cambio.
En otras palabras, y unas tres décadas más tarde, las alternativas de larga data del
partido que habían sido ejemplificadas por Lipset y Rokkan ahora son aún más
antiguas (vea especialmente el Capítulo 4 a continuación).
Aunque las continuidades que enfatizo en los primeros capítulos de este volumen
no se derivan simplemente del azar, también es importante reconocer que aquí no
hay una "ley" real involucrada, y en este sentido, la hipótesis de la congelación no
estaba realmente dentro de la competencia. De la serie de seminarios Bergen.
Estrictamente hablando, por supuesto, no hay leyes reales en absoluto dentro de la
ciencia política, o incluso dentro de las ciencias sociales en general, sino solo las
probabilidades y las expectativas estándar. 2 Sin embargo, incluso dentro de estos
límites, y especialmente cuando se comparan con las predicciones potenciales que
relación entre los sistemas electorales y los sistemas de partidos, o la teoría de la
formación de coaliciones, la congelación. La hipótesis no logra convencer. De
hecho, no solo no goza de un estatus de ley, sino que casi no era una hipótesis real.
Más bien, y más simplemente, fue una observación empírica: los sistemas de
partidos de la década de los sesenta estaban más o menos congelados en su lugar
en la década de 1920, y las alternativas de los partidos tenían más o menos
tendencia a sobrevivir. Sin duda, Lipset y Rokkan habían dedicado un esfuerzo
considerable a explicar por qué las diversas constelaciones que se habían
establecido en la década de 1920 habían adoptado la forma particular que tenían,
y también habían delineado una variedad de patrones generales y coyunturas que
daban sentido a tanto la diversidad como los puntos en común que luego fueron
evidentes en el mosaico del partido de Europa Occidental. Sin embargo, la
evidencia de las continuidades subsiguientes se presentó casi incidentalmente, y
lo que ahora tendemos a leer como el mensaje principal de ese innovador análisis:
la congelación de los sistemas de partidos en la década de 1960 y más allá, en
realidad no era más que una coda para un análisis dirigido de otra manera diferente,
con poco esfuerzo para elaborar un argumento sobre cómo se realizó este sesgo
hacia la estabilidad en la práctica.
Las discusiones posteriores sobre la hipótesis de congelación también han dado
mucho por sentado. Dado que ninguna "ley de congelación" había sido realmente
elaborada, y como no había una teoría real que pudiera ser probada y / o
cuestionada formalmente, gran parte de la discusión del análisis original de Lipset
y Rokkan ha tendido a girar en torno a cuestiones de su continua validez empírica
Por lo tanto, cómo y por qué los sistemas de partidos se congelan en su lugar se
considera menos importante que la cuestión de si aún continúan congelados.
Tampoco es simplemente el sesgo particular de una nueva generación de
académicos del partido, ya que, con la excepción de las pistas ocasionales
ofrecidas por Lipset y Rokkan al final de su ensayo original, 3 y la elaboración

más extensa y perspicaz del argumento de Sartori (1969), se ha prestado realmente
poca atención a la "mecánica" real del proceso de congelación. Se supone
estabilidad, y solo se suele explicar el cambio. Por supuesto, siempre ha sido
posible convertir las diversas explicaciones del cambio en sus cabezas y, por lo
tanto, transformarlas en explicaciones de estabilidad. Por ejemplo, los reajustes (a
veces graduales) que se producen en los sistemas de partidos a raíz de los cambios
institucionales (como los cambios en el sistema electoral o en la estructura del
ejecutivo) subrayan claramente la importancia de la continuidad institucional para
la estabilidad del sistema de partidos (ver también abajo). El impacto de los
cambios socioeconómicos en el comportamiento de voto, y la forma en que estos
pueden alimentar la realineación o desalineación electoral, también sirve para
enfatizar cómo la supervivencia a largo plazo de los partidos individuales puede
depender de relaciones sociales estables. Finalmente, el vínculo aparente entre el
cambio organizativo del partido por un lado y la vulnerabilidad del partido por el
otro (ver especialmente el Capítulo 2 a continuación) ayuda a indicar que la
estabilización de las alineaciones del partido se basa en parte en cómo las propias
partes se vinculan con la comunidad en general. En las tres circunstancias, también
se puede considerar que la comprensión de cómo se produce el cambio arroja algo
de luz sobre los factores que promueven la estabilidad y la inercia, y, en este
sentido, al menos, puede proporcionar cierto grado de conocimiento de los
mecanismos del proceso de congelación. .
Pero a menudo hay algo que falta aquí. Para cuando asociamos el proceso de
congelación con la estabilización de una estructura social particular, por ejemplo,
o con la consolidación de un tipo particular de intervención organizacional,
corremos el riesgo de disolver el problema de la congelación de los sistemas de
partidos en el de la congelación de las partes individuales. O grupos de partidos.
En otras palabras, corremos el riesgo de olvidarnos del sistema como tal y, en
cambio, dedicamos la mayor parte de nuestro esfuerzo a la comprensión de sus
componentes. Para ofrecer un ejemplo muy concreto, tendemos a explicar la
supervivencia y consolidación de, digamos, los partidos conservadores y laboristas
británicos, en lugar de la supervivencia y consolidación del sistema bipartidista
británico como tal. Y si bien la supervivencia a largo plazo de los conservadores
y el trabajo ciertamente ayuda a asegurar que el sistema bipartidista permanezca
intacto, también podría argumentarse que es la supervivencia del sistema
bipartidista la que garantiza la posición dominante de ambos partidos individuales.
. En este sentido, es el sistema que hace para las partes tanto como lo son las partes
que hacen para el sistema. Este argumento también puede extenderse aún más,
sugiriendo que un sistema de partido en particular puede sobrevivir incluso cuando
algunos o todos sus componentes han cambiado sustancialmente (los Estados
2
Unidos ofrecen un ejemplo muy obvio de lo que posiblemente sea un fenómeno
mucho más generalizado); a la inversa, un sistema en particular puede cambiar
incluso cuando algunos o todos sus componentes se muestran relativamente
persistentes (como se ha ilustrado ampliamente en los últimos desarrollos en el
caso de Irlanda; consulte también el Capítulo 9 a continuación).
Dado que los partidos y los sistemas de partidos ofrecen dos focos de análisis
bastante distintos (Bartolini, 1986; Sartori, 1976: 42-7; Ware, 1996: 6-7), también
se deduce que debemos distinguir el congelamiento y el descongelamiento de los
partidos en el único. Parte de la de los sistemas de partidos en el otro (ver también
el Capítulo 3 a continuación). Sin embargo, con pocas excepciones, a menudo se
ha perdido un sentido independiente de esto último en la literatura ahora
voluminosa y todavía creciente sobre la persistencia y el cambio. La forma en que
sobreviven las partes individuales o incluso los grupos de partes, y cómo cambian,
está ciertamente bien documentada y discutida. Las continuidades y los cambios
en los patrones de alineación entre los votantes y los partidos también se han
registrado y analizado ampliamente. Sin embargo, los procesos que pueden
congelar o minar un sistema de partido particular han recibido mucha menos
atención, ya que generalmente se ha asumido la estabilización o desestabilización
de una forma particular de interacción entre partidos (la estabilización o
desestabilización de un sistema de partido como tal) seguir, o incluso depender,
del desempeño anterior de las partes individuales involucradas.
Entre las excepciones a este sentido generalizado de abandono está, por supuesto,
la atención que se presta a las condiciones institucionales de persistencia o cambio.
Las instituciones son precisamente transpartidistas en su impacto, y si bien no
todas las partes se verán afectadas de la misma manera por un equilibrio socio-
estructural particular, por ejemplo, o por la preferencia por una forma organizativa
particular, todas las partes están igualmente sujetas al mismo conjunto de las
condiciones institucionales. De aquí, entonces, es solo un pequeño paso para
rastrear un vínculo entre instituciones particulares, por un lado, y tipos particulares
de sistema de partidos, por otro, un vínculo que puede verse más obviamente en la
literatura que trata sobre las consecuencias políticas de los comicios electorales.
Las leyes Este fue también uno de los únicos factores sistémicos enfatizados por
Rokkan (1970: 90, 160-1), quien citó la adopción de sistemas de representación
proporcional como uno de los elementos clave que explican la estabilización a
largo plazo del equilibrio de fuerzas entre los partidos. "Las instituciones reflejan
los intereses de quienes los diseñan" (Geddes, 1995: 239) y las estructuras
institucionales particulares que se diseñaron a principios del siglo XX para
acomodar la representación de los electorados movilizados claramente han

ayudado a mantener los sistemas de partidos que emergían en ese momento.
Después de eso. A pesar de los cambios posteriores en el electorado y en la
organización del partido, el congelamiento de las instituciones ha facilitado el
congelamiento de los sistemas del partido. Sin embargo, en otros aspectos, el
descuido de una referencia sistémica puede estar bien justificado. Por intrigante
que pueda ser la congelación de partidos individuales o grupos de partidos, por
ejemplo, y en este sentido, la literatura existente continúa debatiendo la
importancia relativa de las influencias de la estructura social, el esfuerzo
organizativo y la fuerza de las identidades colectivas y las predisposiciones
ideológicas. La congelación de los sistemas de partidos puede ser, al final,
simplemente no problemática. De hecho, entre las razones por las que Lipset y
Rokkan dedicaron tan poco esfuerzo a la mecánica del proceso de congelación, es
posible que pudieran tomar la persistencia más o menos por sentado. "La estasis
es la norma para los sistemas complejos", señala Gould (1991: 69), y bien podría
ser que los sistemas de partidos simplemente tengan un sesgo inherente hacia la
estabilidad. En otras palabras, una vez que los electorados se movilizaron por
completo, y una vez que las estructuras institucionales de la democracia de masas
se consolidaron, se estableció un equilibrio crudo; a partir de entonces, las leyes
de inercia —y más— se hicieron cargo (Sartori, 1969: 90).
No hace falta decir que el establecimiento de un equilibrio, por muy tosco que sea,
habría sido prácticamente imposible antes de la movilización electoral total. Los
nuevos actores, los nuevos partidos, luego se cernían en las alas, esperando el
pleno reconocimiento de sus derechos de incorporación y representación (Rokkan,
1970: 79 y sigs.), Y hasta que se alcanzara el punto en el que se convertirían en
actores totalmente legítimos, cualquier equilibrio Ser necesariamente inestable y
de corta duración. Sin embargo, una vez que el reparto de personajes estaba más o
menos completo y una vez establecidas las reglas del juego, se podía lograr el
equilibrio y consolidar un sistema de partidos. Esta es la razón por la que Lipset y
Rokkan podrían permitirse "parar" más o menos en la década de 1920; y esta es la
razón por la que, con pocas excepciones, los sistemas de partidos de los años
sesenta y posteriores podrían seguir reflejando los patrones de los años veinte. Fue
entonces cuando se definieron los primeros equilibrios reales (nacionales).
Dos puntos siguen de esto. Primero, como se indicó, entonces no es realmente
sorprendente o intrigante que los sistemas de partido deban persistir. Una vez que
se estableció un equilibrio, aunque se definiera de manera cruda, el sistema podría
simplemente generar su propio impulso: la estructura de la competencia estaba
más o menos definida (ver también el Capítulo 9 a continuación), se dieron los
términos de referencia y se produjo lo que Schattschneider ( 1960) una vez
3
definida como 'la movilización del sesgo'. El sistema de partidos se congela a sí
mismo, por así decirlo.
En segundo lugar, esto también indica que, a pesar de su evidente longevidad, y
quizás paradójicamente, los sistemas de partidos también demostraron fenómenos
bastante vulnerables. El hecho de que un equilibrio pueda realmente mantenerse a
largo plazo no debería, por lo tanto, nublar nuestra conciencia de que los
equilibrios en general, y los sistemas de partidos en particular, son susceptibles, y
por lo tanto, vulnerables, a un cambio dramático. En este sentido, el desarrollo a
largo plazo de los sistemas de partidos, y los momentos en que cambian, puede
verse tal vez como un reflejo de la dinámica en la noción de Gould (por ejemplo,
1985: 241-2) de "equilibrio puntuado", un modelo biológico que ya se ha adaptado
de manera más útil en otras partes de la ciencia política para ofrecer información
sobre la "evolución" del sistema internacional, 6 y en el que el cambio, por
definición, aunque raro, puede ser tanto repentino como sustancial; De ahí el
sentido de vulnerabilidad. Pero también es importante reconocer que esta lógica
no es necesariamente cierta para las partes individuales, lo que no puede
interpretarse en el mismo sentido que los sistemas de partidos: como equilibrios,
los sistemas de partidos pueden experimentar cambios fundamentales casi de la
noche a la mañana; Como organizaciones, como organismos, el cambio
fundamental en las partes lleva tiempo.
RESTRICCIONES, CONTROL Y ADAPTACION
Dada su vulnerabilidad potencial, el hecho de que las transformaciones
fundamentales en los sistemas de partidos en realidad son bastante infrecuentes,
por lo tanto, nos dice más sobre la capacidad de esos sistemas de partidos para
restringir la elección de los votantes que sobre cualquier integridad inherente de
los equilibrios en sí mismos. La noción de restricción es crucial aquí, ya que son
las restricciones que son 'impuestas' a los votantes por el sistema de partidos y por
los partidos como actores individuales que constituyen el verdadero motor de la
persistencia. Por lo tanto, si bien los partidos y los sistemas de partidos pueden
generar su propio impulso, no lo hacen solo por accidente, sino más bien por sus
propias capacidades independientes para limitar tanto la elección como el cambio.
Para decirlo de otra manera, y nuevamente para repetir Sartori (1969), los partidos
y los sistemas de partidos no son simplemente objetos, sino también sujetos. Son
ellos quienes finalmente establecen la agenda, y son ellos quienes determinan los
términos de referencia a través de los cuales nosotros, como votantes y como
ciudadanos, entendemos e interpretamos el mundo político.

Sin duda, los partidos y los sistemas de partidos no son los únicos responsables de
la agenda, y su papel en este sentido está lejos de ser exclusivo. En las sociedades
occidentales contemporáneas, por ejemplo, sería difícil sobreestimar el papel de
las empresas privadas y el mercado en la determinación de los parámetros dentro
de los cuales se desarrolla la política partidaria, y en este sentido, el sistema de
partidos tiene tanto restricciones como también imposición. Las organizaciones de
interés, ya sean privadas o (semi) públicas, también han disfrutado durante mucho
tiempo una función de establecimiento de la agenda, citada de manera más
dramática en los últimos años en una vez voluminosa, pero ahora en descenso
literatura sobre el neocorporatismo (por ejemplo, Scholten, 1987; Williamson,
1989). El poder y la influencia de los nuevos movimientos sociales (por ejemplo,
Kriesi et al, 1995), así como la importancia cada vez mayor de los nuevos medios
de comunicación (Kleinnijenhuis y Rietberg, 1995), también han ganado
considerable atención en los estudios contemporáneos de la política de masas. Y
el comportamiento electoral, con varios autores imbuidos tanto de una capacidad
de influencia política que a menudo es bastante independiente del partido y que,
en términos funcionales, incluso puede parecer que les proporciona el estado de
alternativas al partido.
Pero incluso si las partes y el sistema de partidos no están solos, sí se destacan y
son superiores. A pesar de muchas afirmaciones en contra, por ejemplo, es difícil
ver la influencia del neocorporatismo como algo realmente diferente a lo que
finalmente se desarrolló bajo la licencia y autoridad del partido, con las
condiciones de los modos exitosos de intermediación neocorporatista que están
estrechamente vinculados. Al éxito de partidos particulares ya la existencia de
sistemas de partidos particulares (ver, por ejemplo, Lehmbruch, 1977). Además, a
pesar de sus aparentes desafíos, es sorprendente observar cómo el éxito mismo de
los nuevos movimientos sociales parece impulsarlos tan a menudo en la dirección
de la formación de partidos, una traducción que se ve más obviamente en el
desarrollo de los partidos verdes, y en su eventual deriva hacia un estilo
organizativo más convencional. Finalmente, si bien la importancia del papel
independiente que establece la agenda de los nuevos medios de comunicación es
incontrovertible, el resultado neto, e inevitablemente, es simplemente empujar a
los votantes en una dirección partidista en lugar de otra. Que los medios de
comunicación puedan influir en las preferencias de los ciudadanos está fuera de
toda duda; lo que a menudo se olvida, sin embargo, es que es en el nivel de
comportamiento electoral que esta influencia finalmente encuentra expresión, y es
aquí, por supuesto, que los partidos regresan.
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Las restricciones impuestas por los partidos y los sistemas de partidos, y su
capacidad continua para enmarcar los términos de referencia a través de los cuales
filtramos la política, reflejan dos capacidades importantes y relacionadas, la
adaptación y el control (véase también Mair, 1983, así como los Capítulos 5 y 6).
Abajo), y es la pérdida o incluso la erosión de estas capacidades lo que pone en
riesgo a las partes. Sin embargo, lo más crucial es que cuando observamos las
experiencias durante los años de posguerra, parece que ambas capacidades se han
mejorado con el tiempo.
Por un lado, a medida que las partes individuales han pasado de ser comunidades
relativamente cerradas a estructuras más abiertas, generales y dirigidas por
profesionales, han demostrado estar mejor equipadas, al menos en principio, para
responder a los cambios dentro de la sociedad en general. Ya no están obligados a
escuchar casi exclusivamente a sus propias clientelas distintas, y ya no se sienten
agobiados por las demandas particulares asociadas con esas clientes, las partes se
han vuelto más flexibles y más adaptables. Habiendo adquirido una nueva
legitimidad como posibles gerentes del gobierno y del estado "y, por lo tanto,
comenzando a evitar los límites y la hostilidad potencial asociados con el estado
del partido 'como parte' (ver Daalder, 1992), los partidos ahora se encuentran a sí
mismos. Más capaces de afinar sus recursos. De hecho, a pesar de todas las críticas
que pueden formularse contra las banalidades involucradas en el surgimiento del
partido general (Kirchheimer, 1966) y en la adopción de estructuras organizativas
"electorales-profesionales" (Panebianco, 1988), no debería Se debe olvidar que
estos fueron los modos adoptados precisamente para permitir a los líderes políticos
más espacio para maniobrar y, eventualmente, un mayor éxito. En otras palabras,
a medida que la edad del demócrata aficionado ha disminuido y las organizaciones
partidarias menos cimentadas y más intensivas en capital están cada vez más bajo
el control de consultores profesionales, expertos en mercadotecnia y activistas,
claramente han mejorado tanto el ritmo como la medida en que pueden adaptarse
a los cambios en sus entornos externos. Estas pueden no ser partidos atractivos,
especialmente a los ojos de aquellos que lloran el paso de la edad de oro del partido
de masas; incluso pueden considerarse partes no representativas (véase también el
Capítulo 6 a continuación); pero, al menos en estos términos, ciertamente son más
efectivos.
Por otro lado, la capacidad de control del partido también se ha mejorado. No
importa que ahora sea a veces difícil percibir los beneficios diferenciales que
podrían asociarse con un partido en particular o una coalición de partidos que
asuman el cargo en lugar de otro; no importa que a veces se pueda acusar a los
partidos de existir en su propio mundo, al mismo tiempo que se eliminen las

preocupaciones y los dilemas inmediatos de los ciudadanos; y no importa que los
líderes políticos aparentemente en competencia parecen tener más en común unos
con otros que con aquellos a los que se les pide que se presenten y los voten en el
cargo. En cambio, lo que importa al final es que en ninguna de las democracias
occidentales contemporáneas, incluyendo a los Estados Unidos, que a menudo se
ha descartado con demasiada facilidad como efectivamente sin partido8, el
gobierno ahora evade el principio de partido. De hecho, a pesar de la aparente
erosión de las diferencias entre los partidos, tanto el crecimiento constante del
gobierno durante el período de posguerra como el aumento constante de
responsabilidades y capacidades que se acumulan en cargos públicos sugieren
claramente que la capacidad potencial de control de los partidos como
organizaciones y definidores de la agenda en realidad aumentado. Para adoptar la
terminología algo torpe pero sin embargo inestimable promovida en el proyecto
de varios volúmenes Futuro del gobierno del partido, dirigido por el difunto Rudolf
Wildenmann, hemos visto en la posguerra un crecimiento tanto del " partido del
gobierno" como del "gobierno del partido" (Katz, 1986: 42-6), con su efecto
combinado tal vez incluso conduciendo a un crecimiento en el " partido de la
sociedad" (Sjoblom, 1987: 156-9). Los partidos todavía importan, y es algo
irónico, en un momento en que gran parte de la literatura contemporánea está
inundada de referencias a su declive, que nunca hemos visto un esfuerzo tan grande
y tan generalizado por parte de los ciudadanos y los aspirantes a líderes políticos
para formarse. Nuevos partidos y ganar representación en los parlamentos. Si el
barco del partido realmente se está hundiendo, entonces es difícil entender por
qué tantos cuerpos nuevos todavía están buscando desesperadamente tarjetas de
embarque.
La capacidad de control de los partidos también se ha fortalecido a través de lo
que Richard Katz y yo hemos denominado su reciente "invasión" del estado (ver
el Capítulo 5 a continuación), que ahora ha puesto a disposición de las partes una
fuente sustancial de nuevos recursos. Mejor y más dotado de personal, más rico en
términos de personal y recursos materiales, y con un mayor acceso a instalaciones
de nombramiento y patrocinio generalizadas, las partes ahora disfrutan de un
"alcance" dentro de las instituciones estatales que supera con creces el de sus
primeros predecesores de la posguerra. En otra parte de este volumen (ver el
Capítulo 6 a continuación), se argumenta que la combinación de estos nuevos
privilegios de partido con su capacidad representativa decreciente puede servir
para promover una nueva hostilidad hacia el partido dentro de la sociedad en
general. Sea como sea, sin embargo, estos privilegios también indican que las
partes ahora pueden estar en una mejor posición para controlar la agenda pública
que en cualquier otro momento en su pasado reciente. Al estar menos
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comprometidos en el terreno, no solo por la erosión de la simbiosis del movimiento
de partidos, 10 partidos han tendido a compensar su menguante presencia social al
mejorar su control sobre el estado. Y si bien el desequilibrio resultante puede servir
en ciertas circunstancias para socavar su legitimidad más generalizada, también es
efectivo, al menos en el corto plazo.
Por todas estas razones, por lo tanto, y más, las partes están ahora en una mejor
posición para adaptarse y controlar. Es en este sentido que se ha mejorado su
capacidad general para restringir la elección y el cambio, y de esta manera las
partes "viejas" logran sobrevivir. Simplemente siguen adelante. Aún dominados
por los sucesores muy adaptados de los partidos que se establecieron por primera
vez después de la plena movilización electoral, 11 las democracias occidentales
siguen siendo esencialmente democracias partidistas, y sus gobiernos siguen
siendo gobiernos de partidos. Al ir más lejos, también es sorprendente observar
cómo, en un momento en que la teoría democrática parece cada vez más
convencida de la relevancia de los nuevos movimientos sociales, el
empoderamiento de los ciudadanos y una sociedad civil vital, son los partidos
políticos en particular los que han llegado a desempeñar un papel tan importante,
e incluso esencial, en las más recientes oleadas de democratización, definiendo a
las nuevas democracias emergentes, como se señala en el Capítulo 6 a
continuación, no solo en términos de los derechos de los ciudadanos, sino también,
y más apropiadamente, en términos de la existencia de una pluralidad de partidos
que compiten entre sí en elecciones libres.
La adaptación y el control no son simplemente asuntos de la capacidad del partido.
También se derivan de la estructura del propio sistema de partidos y de la
estabilización de un patrón dado de interacciones entre las partes, un tema que se
desarrolla en mayor detalle en la sección final de este volumen, y especialmente
en el Capítulo 9. En resumen, y haciendo eco de la noción de Schattschneider
(1960: 60-75) sobre el desarrollo y el eventual desplazamiento de conflictos, se
puede argumentar que un sistema de partidos determinado y una estructura de
competencia dada actúan para "congelar" un lenguaje específico de la política. La
competencia de los partidos, y la política en general, luego queda dominada por
una elección dominante particular, a la que otras consideraciones están
subordinadas. Esto no es solo una cuestión de lo que hace una parte o lo que hace
otra parte. Más bien, es algo en torno al cual gira el sistema de partidos en su
totalidad, o al menos el núcleo de ese sistema. Por mucho que los fabricantes
rivales de cigarrillos tengan un interés mutuo en la promoción del hábito de fumar,
por más competitivos que puedan ser entre sí en lo que respecta a la
comercialización de sus propias marcas particulares, las partes establecidas en un

sistema de partidos pueden serlo. Se ve que tienen un interés mutuo en la
supervivencia de su conflicto particular y su forma particular de competencia.
Como Schattschneider (1960: 63) subraya, "el desarrollo de un conflicto puede
inhibir el desarrollo de otro porque un cambio radical de alineación solo es posible
a costa de un cambio en las relaciones y prioridades de todos los participantes"
(énfasis agregado).
En este sentido, y de nuevo haciéndose eco de Schattschneider, la verdadera
esencia de un sistema de partidos puede verse no en la competencia entre los
principales protagonistas, ya sean laboristas y conservadores, demócrata-
cristianos y socialdemócratas, o lo que sea, sino en la competencia entre aquellos.
Quienes desean mantener esa dimensión principal de la competencia, por un lado,
y por otro lado, aquellos que "las personas invisibles" (ibid.) están tratando de
establecer una dimensión completamente diferente. Esto es lo que implica la
congelación de los sistemas de partidos. Los sistemas de partidos se convierten en
"sobre" algo Se centran alrededor de una estructura particular de competición. En
Gran Bretaña, es el conflicto entre laborista y conservador; en Estados Unidos, es
eso entre demócratas y republicanos; en Francia, es 'izquierda' y 'derecha', a
menudo sin una especificación particular del partido; en Suecia, son los
socialdemócratas y el bloque burgués; en Irlanda del Norte es el sindicalismo y el
nacionalismo; y en la República de Irlanda es, o fue hasta hace poco, Fianna Fail
y 'the Rest'.
Es especialmente el último caso el que nos alerta sobre la importancia de esta
dimensión particular del proceso de congelación (Mair, 1987a). Según todos los
estándares normales, el sistema de partidos de la República de Irlanda debería
haber demostrado ser altamente inestable. Para empezar, es un sistema
relativamente joven en términos de Europa occidental y que, además, nació en la
guerra civil. Es un sistema que aparentemente carece del tipo de divisiones
profundamente arraigadas que podrían haber ayudado a mantener los partidos en
su lugar, en los términos del difunto John Whyte (1974), refleja una "política sin
bases sociales" y en la que se asignan escaños. Bajo un sistema electoral que da
prioridad a la selección de candidatos individuales en lugar de partidos como tales,
lo que se dice que genera un fuerte sentido de localismo y clientelismo.
Finalmente, con la excepción del registro mantenido por Fianna Fail, y a pesar de
una reciente revitalización, es un sistema que durante mucho tiempo se ha
caracterizado por partidos poco organizados y pobremente organizados, con una
capacidad aparentemente limitada para intervenir en el terreno. Si los mercados
electorales están cerrados solo por fuertes estructuras de división y / o por un gran
esfuerzo organizativo de los partidos, entonces en Irlanda deberíamos esperar no
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haber visto nada más que un historial de volatilidad e inestabilidad al por mayor:
el sistema de partidos más "descongelado". Pero de hecho, este no ha sido el caso.
En cambio, lo que hemos presenciado, y es por esta razón que el caso irlandés a
menudo se cita como ejemplo en los capítulos siguientes, es una historia de notable
estabilidad electoral y partidista, con más o menos los mismos partidos
compitiendo y con más o menos el mismo grado de éxito, a través de elección tras
elección, a través de década tras década, y de generación en generación. De hecho,
esto es, o al menos hasta hace muy poco, un sistema de partidos 'congelado' por
excelencia.
Pero, ¿cómo podemos dar cuenta de esta congelación? Si no es a través de la
estructura de división, y si no es a través de los esfuerzos organizativos de las
partes, entonces solo puede ser por referencia a la estructura de competencia (ver
Capítulo 9 a continuación), por referencia, es decir, al establecimiento de un
idioma de la política en la que se prioriza un conflicto particular, y en la que
cualquier alineación de fuerzas potencialmente alternativa es absorbida o
marginada. La política en Irlanda ha sido 'sobre' Fianna Fail versus the Rest. Esta
ha sido la dimensión central de la competencia en torno a la cual ha girado el
sistema de partidos y los medios por los cuales se ha congelado. Pero esto no fue,
debe ser enfatizado, un resultado de algún deus ex machina. Más bien, esta
dimensión se estableció y se consolidó como resultado de las estrategias de los
propios partidos: los temas en los que compitieron, las formas en que apelaron a
los votantes, los enfoques que adoptaron para el proceso de formación del gobierno
y las diversas alianzas. Y divisiones que fomentaron. El sistema de partidos es,
pues, la criatura de los partidos, pero al mismo tiempo también se convierten en
sus prisioneros. La estasis es la norma, y para los sistemas de partidos, como para
las estructuras institucionales en general (Krasner, 1984: 235), existe un "capital
social" incorporado que no se puede prescindir fácilmente.
Esto es lo que se entiende por la noción de que los sistemas de partidos también
disfrutan de una capacidad de adaptación y control. Además, esto es precisamente
lo que implica el establecimiento de un equilibrio y en 'la movilización de sesgos'
(ver más arriba). Y se deduce de esto que cuando ese equilibrio se altera, ya sea
de manera exógena (por ejemplo, la influencia del fin de la Guerra Fría en el caso
italiano) o de manera endógena (por ejemplo, el cambio fundamental en la
estrategia de Fianna Fail en el caso irlandés), y cuando esa estructura
potencialmente vulnerable de la competencia colapsa, el sistema de partidos puede
estar sujeto a una transformación bastante dramática. En el caso irlandés, en
cualquier caso, hay, o hubo, poco más para anclarlo en su lugar.

El cambio de partido y el cambio de sistema de partido son multifacéticos.
Especialmente a nivel de los partidos individuales, es un fenómeno constante, un
proceso continuo de adaptación continua a circunstancias sociales, políticas y
políticas cambiantes. La adaptación aquí es la clave para la supervivencia, ya que
sin ella el partido corre el riesgo de declinar y decaer. En este sentido, hablar de
que los partidos están congelados en su lugar es engañoso, ya que omite el tipo de
plasticidad o flexibilidad que se requiere para resistir.12 Esto es especialmente
cierto hoy en día, ya que los partidos están ahora mucho menos arraigados en la
sociedad que antes. , y parecen cada vez menos capaces, o incluso interesados, en
cerrar secciones del electorado dentro de comunidades políticas más o menos
independientes. Los sistemas de partidos, por otro lado, como se sugirió
anteriormente, son mucho más propensos a la estasis. Sin duda, la adaptación
también es crucial en este caso, ya que las interacciones entre los partidos
establecidos se ajustan y reducen constantemente para prevenir nuevos desafíos y
aprovechar nuevas oportunidades. En este caso, sin embargo, un núcleo a menudo
permanece congelado en su lugar, en el sentido de que una estructura de
competencia puede persistir incluso cuando los protagonistas que participan en su
promoción pueden haber cambiado más allá de casi todo reconocimiento. Yendo
más allá, y este es quizás el argumento más consistente que se hace eco en los
capítulos subsiguientes de este libro, incluso podría sugerirse que los sistemas de
partidos se paralicen en su lugar precisamente porque las propias partes se niegan
a ser tan precisadas.
2 evidencia de estabilidad a nivel de predisposiciones ideológicas es a la vez más
Continuidades, cambios y la vulnerabilidad del partido
Comencemos con las aparentes certezas: vivimos en una era de cambio político;
los partidos políticos contemporáneos de Europa occidental existen ahora en un
entorno de inestabilidad electoral bastante generalizada; En los últimos quince
años, este flujo electoral, que es evidente tanto a nivel agregado como individual,
ha sido más pronunciado que en cualquier otro período comparable desde el final
de la Segunda Guerra Mundial; por último, a medida que avanzamos hacia el final
del siglo XX, hay poca evidencia que sugiera que este flujo es probable que
disminuya.
No hace falta decir que las interpretaciones, explicaciones e implicaciones de esta
inestabilidad generalizada varían considerablemente. Para algunos, es un flujo que
señala el fin de los patrones políticos convencionales, que desafía los modos
tradicionales de representación política y refleja el surgimiento de nuevas
7
preocupaciones y un nuevo sistema de valores políticos. Para otros, es en gran
parte efímero, representando un cambio en los márgenes de una estructura que,
por decirlo de alguna manera, se ha mantenido consolidada desde la década de
1920. Pero esto es por cierto; por ahora, y al menos a los efectos de este argumento
actual, el problema de explicar el cambio parece ser sustancialmente menos
importante que el de especificar el nivel en el que está ocurriendo. Antes de que
podamos comenzar a explicar, primero debemos identificar qué es lo que necesita
ser explicado.
Lo que debe subrayarse aquí es que, junto con la evidente inestabilidad de los
electorados europeos contemporáneos, también existen otros dos fenómenos que,
en sí mismos, representan fuerzas fundamentales para la continuidad, y que, por
lo tanto, sugieren la presencia de una situación sustancialmente más compleja de
lo que es. A menudo se toma como el caso. Cada uno de estos fenómenos se refiere
a un conjunto de predisposiciones que es a la vez parte de la lógica de la elección
de partido y, al mismo tiempo, tiene un carácter más amplio y más íntimo que la
simple elección de partido. Me refiero aquí a las predisposiciones ideológicas
generalizadas, por una parte, ya las alineaciones políticas generalizadas, por otra.
Una se expresa en una identificación algo más abstracta con "izquierda" o
"derecha", mientras que la otra se relaciona con el sentido de pertenencia, al menos
en términos de comportamiento, con una familia política a menudo fragmentada.
Sin duda, la existencia de estos fenómenos y la medida en que representan fuerzas
de continuidad no pueden afirmarse con la misma convicción en cada caso. La
fragmentaria y más cuestionable que el caso de la evidencia que se puede extraer
al nivel de alineamientos políticos. Sin embargo, a nivel europeo general, la
presencia de ambos fenómenos se puede confirmar en mayor o menor medida, y
las continuidades que reflejan, cuando se contrastan con la inestabilidad de la
elección de partido en la Europa contemporánea, sugieren que podemos comenzar
a identificar con mayor precisión qué está cambiando y, por lo tanto, dónde
podrían buscarse las explicaciones de tal cambio.
QUE SON LAS PARTES Y QUE HACEN LAS PARTES
Cada vez es más necesario que los estudios comparativos de partidos políticos y
sistemas de partidos distingan dos características clave de su objeto de estudio: la
identidad política histórica de los partidos, por un lado, y los llamamientos
contemporáneos de los partidos, por el otro. O, para decirlo de otra manera,
necesitan distinguir entre qué son las partes y qué hacen las partes.

Es la variación en las identidades tradicionales de los partidos, lo que son los
partidos, lo que explica en gran medida la diversidad del mosaico contemporáneo
de Europa occidental, lo que refleja un legado que se remonta a la prevalencia de
ciertas divisiones en el momento de la movilización electoral masiva. A la
inculcación de lealtades políticas particulares durante los años de formación de la
democracia en masa, y a la relevancia persistente de los problemas clave y los
conflictos no resueltos durante el período de estructuración del sistema de partidos
(Lipset y Rokkan, 1967). El resultado es un amplio contraste en la configuración
de los sistemas de partidos contemporáneos, que se indica más claramente en la
distribución desigual de los partidos de intereses especiales, como los partidos
cristianos o los partidos agrarios, y se refleja también en los grados contrastantes
de fragmentación de la izquierda de clase tradicional. Por lo tanto, las
explicaciones de la presencia o ausencia de un partido demócrata cristiano hacia
la derecha del sistema de partidos, o de la presencia o ausencia de un partido
comunista en la izquierda, o del equilibrio entre los liberales, los radicales y / o los
partidos de centro en medio, están en gran parte orientados históricamente,
centrándose más en la génesis y la consolidación temprana del sistema de partidos
en lugar de en los conflictos y dilemas actuales. Es a estas historias nacionales
necesariamente diversas a las que debemos la heterogeneidad actual entre los
sistemas de partidos de Europa occidental.
Lo que hacen ahora los partidos contemporáneos, por otro lado, a menudo parece
tener poca relación con estas identidades históricamente derivadas. Además, es a
este nivel que la diversidad ostensible de los sistemas de Europa occidental da paso
a una cierta uniformidad. Este nivel de análisis aborda las políticas de los partidos
y los programas y compromisos que enuncian en el proceso cotidiano de la
competencia de los partidos, así como sus prioridades en el gobierno y sus
actitudes hacia los problemas sociales y económicos contemporáneos.
Para estar seguro, existe algún vínculo entre estas políticas y las identidades de las
partes. Por más moderno y secular que haya sido, por ejemplo, es probable que
ningún partido católico promulgue una política a favor del aborto, y ningún partido
agrario, ni siquiera un partido anteriormente agrario, propondrá el fin de los
subsidios para la producción agrícola. En este sentido, las identidades pasadas
continúan teniendo implicaciones políticas persistentes y, como Budge y Farlie
(1983) han argumentado en otro contexto, ciertos problemas pueden identificarse
como claramente "pertenecientes" a ciertas partes. Además, las políticas que
persiguen las partes también se verán inevitablemente limitadas por los
imperativos estratégicos impuestos por el sistema de competencia en el que
8
operan; esto, a su vez, está al menos parcialmente determinado por la
configuración del sistema y por el número de partidos en competencia y sus
perfiles ideológicos (Sartori, 1976: especialmente 131-216); y esto está finalmente
determinado, al menos parcialmente, por la génesis del sistema y las divisiones
que prevalecieron en el momento de la estructuración del sistema de partidos.
Pero si bien se pueden establecer varios vínculos entre lo que son las partes y lo
que hacen, no hay una correspondencia inevitable entre las dos. Es probable que
los partidos católicos no promulguen políticas a favor del aborto; al mismo tiempo,
sin embargo, sus apelaciones políticas actuales tienden a hacer poca referencia a
cuestiones religiosas. Es posible que las partes agrarias no deseen eliminar los
subsidios a la agricultura, pero ahora hay pocas o ninguna de esas partes que
buscan representar solo el interés especial de los agricultores. Más
específicamente, como se puede ver en los sistemas de partidos que existen a
ambos lados de la frontera irlandesa, incluso las identidades más idiosincrásicas
tienden a coexistir con apelaciones de políticas bastante convencionales y
mundanas. Así, en la República de Irlanda, donde la división que dio origen al
sistema de partidos fue bastante sui generis, y donde las identidades de los partidos
son tales que incluso los comparativistas más conscientes encuentran dificultades
para ubicar a los partidos dentro de los términos de referencia de la política europea
más amplia. Familias, la mayor parte del debate sobre políticas se ha centrado en
cuestiones del estado del bienestar, el crecimiento económico y la política de
empleo (Mair, 1987tz: 138-206; 19876). Al norte de la frontera irlandesa, en los
confines aún más poco convencionales de la política de Ulster, se encuentra un
patrón similar, ya que la mayor parte de las políticas de los partidos sindicalistas
y nacionalistas en el período de Stormont (es decir, cuando Irlanda del Norte eligió
su propio parlamento y ejecutivo) se dedicaron a preocupaciones socioeconómicas
"normales" más que sectarias o religiosas (Laver y Elliott, 1987).
También parece claro que el vínculo entre la identidad históricamente derivada y
el atractivo político contemporáneo es más probable que se atenúe en el caso de
aquellos partidos que surgieron de las divisiones preindustriales, como las que
surgieron de divisiones religiosas, territoriales o culturales. Estas partes han
persistido durante mucho tiempo, y en muchos casos han logrado todo lo que
podrían haber esperado. Las cuestiones sobre las que se movilizaron se han
resuelto más o menos, de una manera u otra, y en algunos casos el reconocimiento
de esto ha llevado incluso a una refundición del papel del partido (como, por
ejemplo, cuando los partidos agrarios han redefinido a sí mismos como partidos
de centro) o ha conducido a una nueva orientación estratégica (como, por ejemplo,
en los Países Bajos, cuando el Partido Calvinista Antirrevolucionario unió sus

fuerzas con la Unión Histórica Cristiana Reformada Holandesa y el Partido
Popular Católico Romano para formar la multi- denominación apelación
demócrata cristiana). En general, sin embargo, aunque el impulso subyacente a la
movilización de una identidad política distinta puede haberse desvanecido, y
aunque la identidad original en sí misma puede tener poca relevancia en términos
de temas y conflictos contemporáneos, estos partidos más antiguos rara vez han
desaparecido (Rose y Mackie, 1988), y por lo tanto uno debe asumir que han
descubierto una nueva razón en la cual basar su apelación. Por lo tanto, en lo que
respecta a estas partes mayores, se puede argumentar que las antiguas identidades
volverán a jugar solo en circunstancias excepcionales. Ciertamente, los ejemplos
relevantes son pocos: la cuestión de la creciente demanda de aborto en relación
con los partidos católicos (Lovenduski y Outshoorn, 1986); el despertar de las
tensiones centro-periferia en Noruega en el momento del referéndum de la CEE
(Valen, 1976); la estimulación del nacionalismo de línea dura en la República de
Irlanda tras el recrudecimiento de la violencia en Irlanda del Norte a fines de la
década de 1960 (Mair, 1987c). Por supuesto, esto no es para negar que estas
identidades antiguas ya no son relevantes en lo que respecta al comportamiento de
votación. Por el contrario, hay pruebas suficientes para sugerir que, a pesar de la
disminución imputada de las divisiones tradicionales, los electorados siguen
estando muy estructurados por sus circunstancias sociales y organizativas, y que
el papel del idioma, la religión, la raza y la clase siguen desempeñando un papel
crucial En la determinación de las preferencias partidistas. Sin embargo, lo que
estoy sugiriendo es que estas preocupaciones anteriores ya no estructuran las
alternativas políticas de las partes y que, por lo tanto, ya no forman la base de la
competencia política.
Este es más o menos el mismo argumento que el avanzado por Sani y Sartori
(1983) con su énfasis en la distinción crucial entre 'dominios de identificación' por
un lado y 'dimensiones de la competencia' por el otro. El primero simplemente se
refiere a las diversas dimensiones de la identificación partidista en un electorado
dado; es decir, a las diversas identidades que vinculan a los votantes particulares
con partidos particulares, y que pueden abarcar religión, idioma, región, o lo que
sea. Este último, sin embargo, se refiere al espacio de competencia; es decir, a las
cuestiones en las que las partes encuentran útil o gratificante competir. Como
señalan Sani y Sartori (1983: 330), “el hallazgo de que los electorados están
distribuidos en múltiples dimensiones de la competencia no atestigua en lo más
mínimo que los partidos también compiten en las mismas dimensiones. A la
inversa, el espacio de competencia puede ser un espacio único,
independientemente de cuántas dimensiones de división y / o identificación
existan. O, para decirlo de otra manera, a pesar de su importancia en lo que
9
respecta a las predisposiciones partidistas, las identidades tradicionales de los
partidos pueden tener poca relación con los llamamientos competitivos
contemporáneos. El punto también se sustenta en evidencia más reciente derivada
de una encuesta de los contenidos de los programas electorales de la posguerra en
una amplia gama de democracias occidentales, que muestra, por ejemplo, que a
pesar de la importancia de la división religiosa, 'una dimensión religiosa de la
competencia] está sorprendentemente ausente de la mayoría de los países '(Budge
y Robertson, 1987: 396).
COMPETENCIA IZQUIERDA, DERECHA Y POLÍTICA
Pero si la competencia de políticas normalmente no involucra temas relacionados
con estas identidades centrales, ¿qué implica entonces? Según la encuesta de
manifiestos, la respuesta es clara, al igual que la evidencia de uniformidad: en casi
todos los países, 'alguna forma de dimensión de izquierda-derecha domina la
competencia a nivel de los partidos. . . donde no hay una preocupación primordial
con la identidad o seguridad nacional ". Además, esta dimensión dominante
también tiene una clara connotación política, y principalmente se refiere a
conflictos de política económica: la regulación gubernamental de la economía a
través de controles directos o de adquisición. . . a diferencia de la libre empresa, la
libertad individual, los incentivos y la ortodoxia económica '(Budge y Robertson,
1987: 394-5). Por lo tanto, casi independientemente de la diversidad de las
identidades tradicionales, y a pesar de las muchas diferencias que existen en
términos de lo que son las partes, parece haber un grado sustancial de uniformidad
con respecto a lo que realmente hacen estas partes.
Esto no es sorprendente. Todos los gobiernos y todas las partes, cualquiera que sea
el tipo de sistema de partidos y de cualquier génesis, están obligados a formular
políticas, ya sea más a la izquierda o más a la derecha, en el estado del bienestar,
en los impuestos, en la política de empleo, en la industria, en la agricultura. , sobre
el medio ambiente, etc. Y si bien las distintas partes pueden diferir sustancialmente
en lo que consideran el mejor enfoque a ser adoptado con respecto a estas
preocupaciones; y si bien estas diferencias pueden asociarse con determinadas
familias transnacionales del partido por un lado, o incluso con tipos particulares
de sistemas de partidos por el otro; 2 sin embargo, existe un núcleo de
preocupaciones suficientemente común, así como un rango de opciones
suficientemente limitado. En relación con estas preocupaciones, para permitirnos
hablar legítimamente de uniformidad en lugar de diversidad en Europa occidental.
En este sentido, por ejemplo, aunque el contraste entre la oposición
socialdemócrata frente a la demócrata cristiana en Alemania y la oposición

laborista contra los conservadores en Gran Bretaña puede considerarse relevante
para comprender las diferencias en la génesis de cada uno de los sistemas de
partidos, se puede argumentar que existe una equivalencia funcional en términos
de las alternativas de política que ahora se ofrecen a ambos grupos de votantes
nacionales.
Las razones de esta uniformidad también son bastante evidentes. Las democracias
de Europa occidental son todas las democracias capitalistas. (Flora, 1986). Dentro
de amplios límites, estos gobiernos, y por lo tanto, las partes que forman parte, los
problemas relacionados con el grado de éxito, la intención de reconciliar los
problemas similares. El resultado es, inevitablemente, que las principales
dimensiones de la competencia en los países de Europa occidental giran en torno
a una gama limitada de temas y emergen como ampliamente comparables,
particularmente en términos de izquierda-derecha.
Esta importancia generalizada de la izquierda y la derecha como principios
organizativos de la política también es evidente en el nivel electoral masivo. Esto
se enfatiza en un artículo de Van der Eijk, Niemoeller y Oppenhuis (1988), quienes
se han propuesto utilizar datos de encuestas transnacionales de 1984 para medir la
relación entre las etiquetas de los partidos, las ideologías y la autoubicación de
izquierda a derecha. Como en el análisis de cada país, esta última categoría, se
mantiene estrechamente relacionada con la identificación con los diferentes
agrupamientos ideológicos, incluso en la medida en que el ordenamiento en los
términos de la posición promedio de izquierda-derecha de aquellos que se asocian
con las ideologías principales es, en general, el mismo en todos los países; además,
en los términos de la ubicación izquierda-derecha de sus aspirantes a los actuales.
Al pie todos los países juntos, los propios autores que las 10 categorías de la escala
izquierda-derecha emergen como una curva perfectamente ordenada. Las diversas
ideologías se organizan perfectamente a lo largo de esta dimensión, sin apenas
utilizar el resto del espacio, Lo que atestigua el fundamento común de las ideas
políticas sustantivas de las cuales las posiciones de izquierda-derecha y las
etiquetas ideológicas derivan su significado "(van der Eijk et al., 1988: 17, 18, 29).
Que las diferencias de izquierda-derecha deben ser tan generalizadas y, al mismo
tiempo, tan estrechamente tienen, con una amplia gama de otras señales
ideológicas y partidistas, no es en yes inesperada. Como señala Gordon Smith
(1990), la división de la izquierda a la derecha es notable por su gran plasticidad y
su capacidad para ser moldeada una variedad de preocupaciones diferentes. Un
sentido similar del carácter general de las divisiones de la izquierda a la derecha
también es evidente en la evaluación de Sani y Sartori de las actitudes de la
10
encuesta informada en una variedad de diferentes países europeos, y su
descubrimiento de que las respuestas de la izquierda a la derecha estaban
fuertemente relacionado con la igualdad social y el cambio social, como cabía
esperar; y no solo a las actitudes hacia las grandes potencias, que quizás también
sean sorprendentes; pero también con respecto a las actitudes hacia la dimensión
religiosa y hacia los grupos políticamente significativos que incluimos, entre otros,
la policía, el movimiento de mujeres y el movimiento estudiantil. Como en el
análisis más reciente de los manifiestos, por lo tanto, encontramos la dimensión
dominante de la competencia en las democracias modernas de Europa occidental,
constituida por divisiones de izquierda a derecha, y que estas divisiones son
abarcar una variedad de preocupaciones diferentes. Su conclusión es bastante
inequívoca (Sani y Sartori, 1988: 314):
No estamos afirmando que la variedad de las dimensiones de los conflictos en los
distintos países se puede comprender en una sola [es decir, izquierda-derecha]
dimensión sin pérdida. Claramente, si estamos interesados en un dominio en
particular, es probable que esté mejor utilizando más directamente y directamente.
Lo que estamos afirmando es que el criterio de la izquierda-derecha se mantiene
bastante bien las posiciones de los mismos en los dominios de los conflictos
principales y se hace eco de la gran parte de los sentimientos hacia los derechos
importantes.
El último punto a tener en cuenta aquí es que la capacidad de absorción de la
izquierda y la derecha ahora también parece haber acomodado muchas de las
preocupaciones de las "nuevas políticas". Muchas de estas preocupaciones, como
las cuestiones relacionadas con los derechos de género, la ecología y la calidad de
vida, podrían haber sido consideradas como una posibilidad de cruzar las
divisiones tradicionales de izquierda-derecha, en particular en la medida en que
podrían provocar una respuesta conservadora dentro de la clase obrera tradicional.
Además, la evidencia inicial sobre las actitudes de las masas hacia estas preguntas
sugirió, de hecho, que constituían una dimensión bastante nueva en la política,
destacando, por ejemplo, la oposición de la clase obrera y la nueva clase media
(por ejemplo, Hildebrandt y Dalton, 1978). .
Más recientemente, sin embargo, a pesar de la incongruencia potencial en las
alineaciones de clase, el lenguaje predominante de izquierda y derecha parece
haber abrazado muchas de estas nuevas preocupaciones, de modo que ambos
conjuntos de actitudes parecen ahora bastante estrechamente alineados. Esto se ve
claramente en la evidencia más reciente de Inglehart (1987: 1299) sobre los

cambios en las predisposiciones partidistas de "materialistas" y "postmaterialistas"
durante el período de 1970 a 1985:
En 1970, el 61 por ciento de los materialistas tenían la intención de votar por los
partidos de derecha y centro, en comparación con el 40 por ciento de los
posmaterialistas. Los materialistas eran más propensos que los postmaterialistas a
votar por la derecha en una proporción de casi exactamente 1,5 a uno. Esto ya era
una diferencia considerable, pero ha aumentado de manera constante desde 1970.
En 1973, la proporción aumentó de 1.8 a 1. En 1976-1978 creció de 1.9 a 1. En
1979-1981, fue un poco más de 2 a uno. Y en 1982-1985, la proporción había
aumentado a 2,3 a uno. Esta proporción cambiante se debió principalmente a una
pérdida de votos postmaterialistas por parte de los partidos de la derecha. En 1970,
el 40 por ciento de los postmaterialistas apoyaron a los partidos de derecha y
centro; En 1982-1985, solo el 25 por ciento lo hizo; El 75 por ciento votaba por la
izquierda.
En resumen, las divisiones de izquierda-derecha, que precedieron pero al mismo
tiempo fueron cimentadas por la movilización política de la clase obrera en la
Europa de principios del siglo XX, y que se centraron principalmente en la
cuestión del grado de intervención gubernamental, han demostrado
suficientemente flexibles para soportar y absorber, y por lo tanto han actuado como
una fuerza fundamental para la continuidad. A pesar de todos los cambios
experimentados en los últimos años, está claro que la izquierda y la derecha no
solo siguen siendo los principales principios de organización en la política
moderna de Europa occidental, sino que también ayudan a crear una base uniforme
para los patrones contemporáneos de competencia política.
ALINEACIÓN IZQUIERDA, DERECHA Y VOTANTE
La evidencia de continuidad en términos de amplios alineamientos políticos se
puede citar con mayor seguridad. Los datos relevantes aquí se refieren a patrones
electorales agregados en Europa occidental en su conjunto, y se derivan de una
distinción crucial entre el grado de intercambio electoral entre los partidos
individuales, por una parte, y el de los bloques o las familias de los partidos, por
otra. Los detalles de los diferentes patrones no necesitan ser presentados aquí;
basta con resumir los hallazgos de un estudio reciente más amplio y más detallado
sobre los niveles de volatilidad electoral en la línea de división de clases (Bartolini
y Mair, 1990; véanse también los Capítulos 3 y 4 a continuación). El primer punto
que debe subrayarse aquí es que, cuando se discuten las alternativas políticas
derivadas de divisiones en la política de masas moderna, y particularmente cuando
11
se discuten las alternativas políticas derivadas de la división de clases, no podemos
simplemente hablar de partidos individuales. Más bien, debemos preocuparnos por
los bloques o las familias de las partes, y por la noción de partes que son aliados
de la división en comparación con aquellos que son oponentes de la división. En
otras palabras, los partidos individuales no existen de forma aislada, sino que
forman parte de alineamientos políticos pluripartidistas políticos más amplios.
Dado esto, entonces el partido A debería perder los votos mientras que el partido
B gana votos, y el partido A y el partido B deben representar lados opuestos en
términos de, por ejemplo, la división tradicional de la clase (por ejemplo, en el
caso de un partido socialista y un partido democrático cristiano) , entonces nos
enfrentamos a una situación muy diferente de una en la que el partido A pierde y
el partido B gana mientras ambos partidos se organizan en el mismo lado de esa
línea de división (por ejemplo, en el caso de un partido socialista y un partido
comunista).
En resumen, la inestabilidad electoral que resulta de las volatilidades de los
partidos individuales refleja dos procesos distintos con implicaciones sistémicas
bastante diferentes. En el extremo, estos procesos se pueden caracterizar de la
siguiente manera. En un caso, las volatilidades de los partidos individuales se
derivan exclusivamente de un intercambio de votos entre los partidos de una
familia política determinada, mientras que, al mismo tiempo, dejan la alineación
general totalmente intacta. En el otro caso, las volatilidades de las partes
individuales son el resultado exclusivo de un intercambio de votos entre los
bloques más amplios y, por lo tanto, implican un cambio importante en el balance
de la alineación general. En la práctica, por supuesto, cualquier nivel de
intercambio electoral está obligado a involucrar ambos procesos, combinando un
poco de bloque interno y otro de reorganización entre bloques.
Esto en sí mismo puede verse como bastante evidente; sin embargo, lo que se ha
notado con menos frecuencia es que cuando observamos el aumento reciente en
los niveles de inestabilidad electoral en la Europa contemporánea, y cuando
controlamos los niveles de intercambio electoral a través del límite de división de
clases, podemos ver que la mayor parte de hecho, este aumento ha estado
contenido dentro de cada bloque de división de clases, y el grado de volatilidad
electoral entre los bloques principales ha tendido a disminuir con el tiempo. En
otras palabras, mientras que las democracias contemporáneas de Europa
occidental se caracterizan por un grado relativamente pronunciado de inestabilidad
electoral, esta inestabilidad está contenida regularmente dentro de alineamientos
políticos más amplios y más estables. En efecto, por lo tanto, y ciertamente en lo
que concierne a los bloques de clase, el flujo partidista ha coexistido con una

persistencia electoral general más generalizada. Las familias se han mantenido
estables, mientras que sus miembros individuales han demostrado ser volátiles
(Bartolini y Mair, 1990: 96-124).
Este patrón de contraste se puede ilustrar con bastante facilidad tomando los
ejemplos de sistemas de dos partidos que han experimentado un flujo considerable
durante la posguerra: los Países Bajos, donde las alineaciones partidistas
comenzaron a derivar a finales de la década de 1960 (Andeweg, 1982; van der Eijk
y Niemoeller , 1983); y Dinamarca, que fue dividida por una elección de
terremotos en 1973 y que se ha mantenido relativamente inestable a partir de
entonces (Pedersen, 1987; Bille, 1990). Por lo tanto, ambos países ofrecen
ejemplos claros de la nueva ola de inestabilidad que ha caracterizado gran parte de
la historia electoral reciente en Europa occidental. En ambos casos, sin embargo,
los amplios alineamientos políticos de la izquierda tradicional y la derecha
tradicional se han mantenido relativamente estables.
Esto se puede ver en la Figura 2.1 (ayb), que muestra el rendimiento electoral
agregado de la clase que quedó durante el período de posguerra en cada país. En
el caso danés, por ejemplo, el voto general por la izquierda (constituido por los
socialdemócratas, el Partido Comunista, el Partido Popular Socialista y los
Socialistas de Izquierda) ha permanecido generalmente entre el 45 y el 50 por
ciento, quedando sustancialmente fuera de este límite. Solo en dos ocasiones, en
1973 y 1975. En el caso holandés, la estabilidad es aún más pronunciada, con el
bloque de izquierda de clase (constituido por el Partido Laborista, el Partido
Socialista Pacifista, el Partido Comunista y el DS 70) cayendo notablemente fuera
de un rango mínimo solo en 1967. Por lo tanto, a pesar de los niveles generales de
volatilidad electoral bastante pronunciada, el apoyo agregado para el bloque
izquierdo en su conjunto, y por lo tanto también el bloque de los no izquierdos, ha
demostrado ser notablemente persistente en el tiempo.
Sin embargo, esto claramente no es toda la historia, ya que también ha habido una
fluctuación considerable dentro de la izquierda en cada uno de estos países. Esto
también es evidente en la Figura 2.1, que informa los valores para un índice de
fraccionamiento de la izquierda en cada una de las elecciones de posguerra, y que
resume en qué medida el apoyo a la izquierda está monopolizado por un partido
(cuando el índice es bajo) en comparación con situación en la que está fragmentada
entre varias partes diferentes y considerables (cuando el índice es alto) .3 En ambos
países, este índice se muestra notablemente inestable. En el caso danés, el índice
cae a un mínimo de posguerra en 1957, luego aumenta de manera constante hasta
1973, vuelve a caer en 1977 y 1979, y finalmente aumenta de manera constante
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hasta 1987. En el caso holandés, el erratismo es aún más evidente: finales de la
década de 1950, subiendo bruscamente a principios de la década de 1970, y luego
cayendo nuevamente a un mínimo de posguerra con la consolidación del apoyo de
PvdA en 1986. Estos dos países no son excepcionales; más bien, simplemente
representan ejemplos bastante contundentes de un fenómeno más generalizado en
la política europea de posguerra: a pesar de la estabilidad general del bloque, ha
habido un considerable grado de reorganización intrabloque; La inestabilidad
específica del partido ha sido acompañada por una persistencia específica del
bloque.
¿UNA CRISIS DE PARTIDO?
Este, entonces, es el núcleo del problema. En general, han aumentado los niveles
de volatilidad electoral a pesar de la continuidad ideológica y la uniformidad
creciente (al menos en el nivel de las diferencias de izquierda-derecha), y a pesar
de la evidencia general de persistencia en el nivel de alineaciones políticas amplias
(al menos en el nivel de clase amplia alineaciones). La inestabilidad ha ido
acompañada de persistencia.
Entonces, ¿cuál es la naturaleza de esta inestabilidad y dónde podemos buscar su
explicación? El primer punto a destacar es que la inestabilidad no parece reflejar
una "crisis de ideología"; Si bien los valores pueden estar cambiando, los nuevos
énfasis parecen tener el potencial de ser absorbidos por los principios
organizativos más tradicionales de la izquierda y la derecha, y tales principios
parecen tener un alto grado de resonancia popular. Segundo, no refleja una 'crisis
de clase', al menos en términos electorales, ya que el bloque de izquierda de clase
se ha mantenido notablemente estable en el tiempo. Por lo tanto, aunque solo sea
por defecto, parece que podemos estar enfrentando una 'crisis de partido', es decir,
un patrón de cambio que es específico del partido. Por lo tanto, si queremos
entender las razones de este cambio, el mejor lugar para comenzar es con aquellos
factores explicativos que pueden considerarse como parte de una parte y que, al
mismo tiempo, no se puede esperar que afecten mucho a ninguno de los dos.
Predisposiciones ideológicas generalizadas o sobre las amplias alineaciones
electorales.
Se pueden especificar tres factores en particular que tienen un impacto especial en
la organización de cada partido en lugar de predisposiciones ideológicas generales
o alineamientos políticos generales. Estos son: primero, el liderazgo particular del
partido; segundo, las apelaciones de políticas específicas (en oposición a la
orientación general) sobre las cuales se moviliza el partido; Y tercero, la estrategia

organizativa y el estilo del partido. Al menos en principio, se puede considerar que
los tres factores tienen la capacidad de impactar sobre las fortunas de cada parte
individual y, al mismo tiempo, que no se modifican los parámetros generales del
sistema. En otras palabras, los tres factores pueden alentar a los votantes a cambiar
de una parte a otra mientras se mantienen dentro de la misma tendencia general.
No es mi intención explorar cada uno de estos tres factores, al menos en lo que
respecta al presente capítulo. El factor de liderazgo, por ejemplo, que podría
extenderse para incluir el impacto de la contribución específica de un partido
cuando está en el gobierno o la oposición, es notoriamente difícil de medir a nivel
transnacional (pero vea Graetz y McAllister, 1987) y merece el tipo de una
investigación en profundidad que está bastante más allá del alcance de este estudio.
También voy a evitar cualquier discusión sobre el impacto de políticas y
programas específicos, aunque aquí la evidencia de Inglehart de las preferencias
diferenciales, dentro de la izquierda, de los posmaterialistas (ver más arriba) es
claramente relevante. Más bien, al menos por ahora, deseo concentrarme en el
factor organizativo como causa de la inestabilidad del partido, y este será el tema
del resto de este capítulo.
Básicamente, lo que estoy proponiendo aquí, y esto viene al núcleo del argumento,
es que, si bien permanece vinculado a la familia, el bloque o la tendencia general,
el votante ya no puede sentir ningún vínculo especial con ningún partido en
particular dentro de ese bloque. Pueden persistir lealtades más amplias y
posiblemente más abstractas o difusas, de ahí la continuidad en las
predisposiciones ideológicas y las alineaciones más amplias, pero el sentido de
pertenencia a un partido específico puede disminuir.
¿Por qué debería ser este el caso? Una razón puede ser simplemente que el vínculo
organizativo entre el partido y el votante se ha erosionado. El partido, en cuanto
organización, se ha vuelto remoto y distante, y a medida que se aflojaron los lazos
organizativos se creó un mercado electoral. Pero debe enfatizarse que este
mercado electoral putativo no es un mercado completamente abierto. Los votantes
que se ven a sí mismos en la izquierda no votan fácilmente por los partidos que
consideran que están a la derecha, o viceversa; y los que tradicionalmente
apoyaban a los partidos de la izquierda de clase, los partidos obreros, no cambian
fácilmente para apoyar a los partidos más burgueses. El mercado tiene límites. El
espacio no es continuo.4 La elección está restringida en gran medida. Por lo tanto,
aquellos que han votado comunistas ahora pueden votar socialista, o viceversa, y
aquellos que votaron socialista ahora pueden votar socialista. A la derecha, los
antiguos liberales pueden votar a los cristianos democráticos, o viceversa, mientras
13
que los antiguos conservadores ahora pueden votar a los liberales. Cuando hay una
multiplicidad de partidos, incluso una opción restringida ofrece un margen de
maniobra sustancial, y mi opinión es que el margen de maniobra se puede derivar,
al menos parcialmente, del cambio a nivel de las organizaciones del partido y de
un aflojamiento de los vínculos organizativos. Que vinculan partidos y votantes.
En la medida en que esto sea correcto, se pueden sugerir tres líneas de
investigación, que pueden ordenarse de acuerdo con su relativa falta de
inmediatez. Primero, y quizás lo más importante de todo, es necesario explicar
cómo pueden persistir las lealtades familiares o de bloque a pesar de la evidente
vulnerabilidad de las organizaciones individuales. Pero esta es necesariamente una
línea de investigación más a largo plazo y teóricamente más amplia, y no se puede
tratar adecuadamente aquí. En segundo lugar, es necesario recopilar datos
sistemáticos, transnacionales y de series de tiempo sobre la organización del
partido para medir en qué medida, en su caso, se ha producido un aflojamiento
genuino de los lazos organizativos, y en qué medida esto varía. Partidos y entre
países (véase también más abajo). En tercer lugar, y lo más inmediato, es necesario
desarrollar un conjunto de hipótesis que puedan indicar cómo y por qué el control
organizativo de las partes puede haberse relajado. Esto es a lo que me referiré
ahora.
POLITICA DE CATCH-ALL Y VULNERABILIDAD DEL PARTIDO
En 1918, en una conferencia en la Universidad de Munich, Max Weber se dirigió
a la cuestión de la "política como vocación". Su tema fue el nuevo profesionalismo
de la política, y dentro de ese tema hizo especial hincapié en el surgimiento del
moderno partido de masas. Para Weber (1946: 102), el contraste con la
organización política pasada fue profundo:
Las formas más modernas de organización de partidos contrastan marcadamente
con [el] estado idílico en el que los círculos de notables y, sobre todo, los miembros
del parlamento gobiernan. Estas formas modernas son hijos de la democracia, de
la franquicia de masas, de la necesidad de atraer y organizar a las masas y de
desarrollar la máxima unidad de dirección y la más estricta disciplina.
La beca posterior fue para confirmar la omnipresencia de esta transformación y su
asociación inevitable con la extensión de los derechos democráticos. La
participación masiva llegó a significar partidos de masas, y para muchos
observadores, incluido Schattschneider (1942: 1), parecía que la democracia
moderna en sí misma era "impensable, salvo en términos de partidos". Una breve

lista de verificación de las funciones normalmente asociadas con las partes (por
ejemplo, King, 1969) subraya su función esencial:
Los partidos estructuran el voto popular, integran y movilizan a la masa de la
ciudadanía; agregar diversos intereses; reclutar líderes para cargos públicos; y
formular políticas públicas. Lo más importante de todo es que, dentro de las
democracias liberales, son los partidos los que organizan el gobierno moderno, de
manera que, como señala Wildenmann (1986: 6), "el gobierno del partido es la
agencia crucial de la legitimación institucional".
Al mismo tiempo, sin embargo, es imposible separar la cuestión del papel de las
partes de la de su legitimidad. Los líderes que reclutan los partidos, las políticas
que formulan y los gobiernos que tratan de controlar solo pueden ser legitimados
en la medida en que los mismos partidos estén legitimados; De ahí la relevancia
del partido de masas. Por lo que se pueda decir acerca de la profesionalización de
la política que se produjo después de la democracia de masas, fue la base popular
de los partidos la que, al final, fue para asegurar su legitimidad. Las partes
reflejaron la voluntad pública y proporcionaron el vínculo crucial entre la
ciudadanía y el estado. Lo hicieron como organizaciones de masas, ya que era
como organizaciones de masas que pertenecían a la sociedad de la que emanaban.
En efecto, y sobre todo, el siglo XX ha sido el siglo del partido de masas.
Hay dos aspectos en los que este desarrollo ha sido importante: primero, debido a
la gran omnipresencia de la organización de partidos de masas en la política
democrática moderna; segundo, debido al proceso de estabilización que resultó de
las capacidades organizativas del partido de masas.
La omnipresencia de la organización de partidos de masas, ya señalada por Weber,
se subrayó con fuerza en el estudio comparativo pionero de partidos y sistemas de
partidos de Duverger (1954) (véase también Neumann, 1956). Al igual que Weber,
Duverger relacionó el desarrollo del partido de masas con la extensión de los
derechos democráticos, argumentando que la emancipación masiva había llevado
a la sustitución de las organizaciones basadas en el grupo por las organizaciones
basadas en sucursales y los partidos de cuadros por los partidos de masas.
Duverger asoció esta transformación principalmente con la izquierda,
argumentando que la necesidad de asegurar los recursos financieros hizo que fuera
particularmente imperativo que los partidos socialistas desarrollaran una
organización de masas. Las partes de la derecha, por otro lado, que contaban con
el apoyo de patrocinadores y clientes adinerados, todavía podían permitirse una
organización más del tipo de cuadros. Sin embargo, esta no fue una distinción
14
difícil y rápida, y Duverger también enfatizó la noción de un "contagio" desde la
izquierda que podría inducir la expansión de la organización de partidos de masas
en todo el espectro político.
Lo que fue aún más importante, sin embargo, fue el impacto que esto tuvo en la
estabilización de los electorados masivos: como Sartori (1968: 292) ha
argumentado, 'el factor crítico para alterar la naturaleza de un sistema de partidos
y lograr su consolidación estructural. Es la aparición del partido de masas. A través
de la encapsulación de secciones del electorado de masas, y mediante la
inculcación de identidades políticas que demostraron ser sólidas y duraderas, el
partido de masas se convirtió en la agencia por medio de la cual se estructuraba el
comportamiento político y se garantizaba la estabilidad partidista. La elección
política se convirtió en identidad política como resultado de la organización
política; De esta manera, se consolidaron los propios sistemas de partidos.
El paso crítico fue, por lo tanto, la transición de un partido de cuadros a un partido
de masas, de redes de personas con bases afines de base similar a organizaciones
de masas bien organizadas y financiadas popularmente. Estas últimas
organizaciones, a través de sus seguidores en masa, cerraron el mercado electoral
y estabilizaron los sistemas de partidos modernos. Como Lipset y Rokkan (1967:
51) han argumentado:
El estrechamiento del 'mercado de apoyo' provocado por el crecimiento de los
partidos de masas. . . Quedan muy pocas aperturas para nuevos movimientos.
Cuando el desafío de los partidos de la clase trabajadora emergente se había
enfrentado con esfuerzos concertados de lucha contra la movilización a través de
organizaciones de masas a nivel nacional en los frentes liberal y conservador, el
margen de maniobra para las nuevas formaciones de partidos era particularmente
pequeño; este fue el caso si el umbral de representación era bajo, como en
Escandinavia, o bastante alto, como en Gran Bretaña.
La secuencia del proceso es clara y la lógica convincente. La extensión del sufragio
incorpora la masa de la ciudadanía al sistema político; los partidos de masas
movilizan e integran a estos nuevos ciudadanos e inculcan un conjunto de
identidades políticas duraderas; estas identidades políticas, a su vez, actúan como
una fuerza para la estabilización de las alineaciones y, en los términos familiares
de Lipset y Rokkan, para la congelación de los sistemas de partidos. Por lo tanto,
la organización es claramente crucial, ya que fue solo a través de la intervención
organizativa independiente del partido de masas, un partido que, en muchos casos,
"impregnó y envolvió a otras elites políticas" (Daalder 1966: 58; véase también

Rokkan 1977) que estas identidades podrían ser falsificados y estos votantes
podrían estar en condiciones de servidumbre. Es en este sentido, como subrayó
Sartori (1969: 90), que "un sistema de partidos congelados es simplemente un
sistema de partidos que interviene en el proceso político como un sistema
independiente de canalización, impulsado y mantenido por sus propias leyes de
inercia". . En resumen, el partido de masas, que ha sido la criatura de la democracia
de masas, actuó al mismo tiempo para asegurar la estabilización de la democracia
de masas.
Pero mientras que la lógica es convincente, también es contingente. La estabilidad
que resultó de la capacidad de los partidos para atraer a los votantes firmemente a
sus redes organizativas dependía en gran medida de la inmediatez de sus vínculos
con la sociedad en general. En la medida en que estos vínculos se aflojaran, y en
la medida en que el partido se volviera más remoto de la vida cotidiana de la
ciudadanía, se erosionarán las condiciones organizativas de dicha estabilidad. Sin
duda, los llamamientos a las políticas, el desempeño del gobierno y la atracción de
líderes particulares pueden ayudar a asegurar el mantenimiento de la lealtad de los
votantes, pero, al menos, el aflojamiento de los lazos de la organización implica
una cierta vulnerabilidad.
Ese sentimiento de vulnerabilidad fue el resultado de la aparición de lo que
Kirchheimer (1966) identificó como el " partido de todos". Si bien Kirchheimer
ha demostrado ser uno de los escritores modernos más citados sobre partidos y
sistemas de partidos, también ha estado sujeto a una lectura curiosamente parcial;
porque, al tomar en cuenta los pronósticos de Kirchheimer sobre el ascenso del
partido catch-all, la mayoría de los estudiosos han tendido a enfatizar las
implicaciones estrictamente ideológicas de su argumento y, por lo tanto, han
descuidado los desarrollos organizacionales posiblemente más cruciales que
estaban en el corazón del original. Tesis (ver, por ejemplo, Wolinetz, 1979;
Dittrich, 1983).
Al igual que Duverger, Kirchheimer estaba preocupado por el contraste entre dos
tipos de partido: lo que él denominó el partido de "integración masiva" por un lado,
y el nuevo partido catch-all por el otro. Además, y de nuevo como Duverger,
imputó un patrón secuencial a la distinción, argumentando que la edad de los
primeros había pasado, y que los sistemas de Europa occidental se enfrentaban
ahora con el aumento más o menos irresistible del partido de todo el mundo
(Kirchheimer, 1966: 184):
15
El partido de integración masiva, producto de una época con líneas de clase más
duras y estructuras denominacionales más prominentes, se está transformando en
un partido "popular" para todos. Abandonando los intentos de empadronamiento
intelectual y moral de las masas, se está volcando más a la escena electoral,
tratando de intercambiar la eficacia en profundidad por una audiencia más amplia
y un éxito electoral más inmediato.
Kirchheimer luego continúa con una lista de cinco características del nuevo partido
internacional. Se trata de una "reducción drástica del bagaje ideológico del
partido"; un 'mayor fortalecimiento de los principales grupos de liderazgo'; una
'degradación del rol del miembro individual del partido'; un 'énfasis en la
clasificación, clientela específica de la clase social o denominación, a favor de
reclutar votantes de la población en general'; y un proceso de 'asegurar el acceso a
una variedad de grupos de interés' (1966: 190). De manera crucial, es solo la
primera de estas cinco características la que está explícitamente relacionada con el
cambio ideológico. En resumen, y por encima de todo, la parte que atrapa a todos
es también un fenómeno organizativo.
Además, también se especifica claramente la naturaleza de la transformación
organizativa involucrada en el surgimiento de la parte que abarca todos los
aspectos. Kirchheimer describe un partido que ha roto sus estrechos vínculos con
el electorado de masas y se ha vuelto esencialmente alejado de la vida cotidiana
de los ciudadanos. Esta lejanía se refleja en un cambio del poder interno del partido
hacia el liderazgo; un aflojamiento de los vínculos socialmente específicos con
secciones del electorado, ya se definan en términos de clase, términos
denominacionales o lo que sea; y una reducción en el papel de los miembros
ordinarios.
Por lo tanto, el partido general rompe sus vínculos organizativos específicos con
la sociedad de la que forma parte y comienza a operar a una distancia de su
circunscripción. Pasa de ser una parte 'de abajo hacia arriba' a ser una parte 'de
arriba hacia abajo', y elige competir en el mercado en lugar de intentar restringir
ese mercado. Se basa en el apoyo condicional en lugar de en un sentido de
identificación. Busca el respaldo de los votantes en lugar de su encapsulación.
El resultado es un mayor potencial para una votación contingente o incluso
prácticamente aleatoria. Por lo tanto, no es casual que los cambios en la
organización y el estilo del partido que Kirchheimer observó a principios de la
década de los sesenta fueran superados pronto por la desestabilización de los
electorados de los partidos individuales a fines de los sesenta y setenta. Porque,

como los partidos tendían cada vez más a operar en un lugar alejado de la sociedad
de la que una vez fueron parte, los votantes mismos tendieron a deshacerse de su
sentido de pertenencia partidista y, como Rose y McAllister (1986) lo pusieron en
un contexto diferente, lentamente Comenzó a elegir. Estos votantes de libertad
libre ya no eran movilizados por los partidos y habían dejado de integrarse en los
partidos. Sus horizontes se ampliaron, sus opciones aumentaron y, en general, se
volvieron más volátiles. En efecto, a medida que los partidos se volvieron más
remotos, el electorado se hizo más disponible. La base para la persistencia, que se
basaba en la intervención y el control de la organización, y que prosperó en la
encapsulación del público en general, se vio así socavada.
CAMBIO ORGANIZACIONAL Y CAMBIO ELECTORAL
Las cambiantes alineaciones electorales que han caracterizado a Europa occidental
desde fines de la década de 1960 no pueden explicarse simplemente por referencia
al cambio en el estilo organizativo de los partidos tradicionales, por supuesto.
Claramente hay mucho más que esto. En los últimos años, se han identificado una
serie de factores cruciales que conducen a la inestabilidad electoral, y se ha puesto
un énfasis particular en el impacto de los cambios en la estructura social y el
desenfoque de los límites tradicionales de clase (Dalton et al., 1984b Flanagan y
Dalton, 1984) y sobre el impacto de los nuevos sistemas de valores y la
movilización de una nueva división posmaterialista (Inglehart 1977; 1984; 1987).
Además, aunque no esté dispuesto a respaldar las afirmaciones arrolladoras de un
"fin de ideología" que caracterizó gran parte de los escritos sobre actitudes
políticas en la década de 1960 (ver la encuesta en Waxman, 1968), no se puede
negar que muchos de los grandes problemas que una vez sostuvieron lealtades
tradicionales ahora se han resuelto más o menos. Se han ganado las luchas de la
clase obrera por los derechos políticos; También se ha aceptado la legitimidad de
defender los derechos de la religión organizada, al igual que la legitimidad de los
derechos de quienes rechazan las creencias religiosas; un estado de bienestar
integral se ha convertido en la norma en la mayoría de las democracias
contemporáneas de Europa occidental, y los conflictos sobre derechos de
asistencia social que persisten tienden a estar en los márgenes del sistema. Las
grandes luchas han terminado, y como señala Pizzorno (1981: 272), haciendo eco
de Kirchheimer, la situación en la mayoría de las democracias occidentales se ha
convertido en una situación en la que no está en juego una identidad política
irreductible y todas las demandas políticas se vuelven negociables. Los grupos de
interés que piden políticas específicas son los principales actores en la escena
política mientras que los partidos políticos. . . Tienden a perder su identidad
16
programática y organizativa'. Que la desestabilización electoral que debe
producirse entonces no es sorprendente.
Los cambios que se han identificado en el párrafo anterior, por supuesto, se
encuentran en gran medida fuera del control de las propias partes. Por lo tanto, el
hecho de que hayan conducido a una mayor vulnerabilidad de los partidos es algo
que las partes no pueden cuestionar pero a la que deben adaptarse. Sin embargo,
el tipo de cambio organizativo que se anotó anteriormente es otro asunto, ya que
parece haber estado dentro del control del partido. Pero esto seguramente plantea
la pregunta: ya que, en la medida en que dicho cambio organizativo también haya
actuado para alentar la desestabilización electoral, ¿por qué deberían los partidos
aflojar sus lazos sociales? Si la vulnerabilidad electoral ha sido al menos la
consecuencia parcial de la adopción de un estilo organizativo global, ¿por qué
deberían los partidos haber seguido este camino para empezar?
Hay tres factores que son importantes aquí. Primero, están los desarrollos
organizativos e institucionales que, en sí mismos, han facilitado un enfoque más
completo o de arriba hacia abajo. Estos incluyen cambios en los modos de
financiamiento de las partes, lo que ha llevado a una mayor dependencia de las
subvenciones estatales frente a las suscripciones de membresía u otras formas
populares de financiamiento; el impacto de las nuevas tecnologías y de los
cambios en los medios de comunicación que han permitido a los líderes de los
partidos atraer directamente a los votantes y, por lo tanto, socavar la necesidad de
redes organizativas; la mayor disponibilidad de nuevas técnicas de marketing, que
ayudan a obviar la necesidad de un enlace de base como medio para obtener
retroalimentación; y así.
En segundo lugar, existe el impacto del cambio social en la organización en sí
misma (en oposición a su impacto en las preocupaciones, los valores, etc., ver más
arriba), ya que el desarrollo de un electorado más informado, bien informado y
competente, junto con el innegable aumento de la individualización y la
atomización de la sociedad moderna han socavado el sentido de solidaridad
colectiva que una vez sirvió como requisito previo para el tradicional partido de
masas. Quizás irónicamente, a veces ha sido el éxito mismo de las partes las que
han actuado para promover esta erosión de la solidaridad colectiva. Como señalan
Einhorn y Logue (1988: 180) en el caso de los socialdemócratas en Escandinavia,
por ejemplo:
La principal causa de la desmovilización fue el éxito. . . La política de vivienda
socialdemócrata sacó a una buena parte de la clase obrera de los barrios urbanos

densamente poblados donde el partido y sus organizaciones habían sido una forma
de vida; Esas costumbres no se trasladaron fácilmente a los suburbios. Además,
los mecanismos centralizados del estado de bienestar eliminaron la necesidad de
solidaridad, que había sido una característica crucial del movimiento obrero.
Anteriormente, la solidaridad había proporcionado la infraestructura de bienestar
para la clase obrera: sociedades de beneficio sindical que cubrían enfermedades,
desempleo, vejez y muerte; cooperativas de vivienda, etc., pero ahora se atenuó la
necesidad de solidaridad y escolarización.
En tercer lugar, también es posible que las dificultades que percibimos al intentar
descubrir las razones de un cambio hacia vínculos organizativos atenuados no sean
realmente dificultades, sino que simplemente se deriven de abordar el problema
desde el extremo equivocado. En este sentido, el estilo catch-all o top-down del
partido puede ser la norma, mientras que el partido más encapsulante o solidario
puede ser la excepción transitoria. Así, por ejemplo, Pizzorno (1981: 272) ha
planteado la hipótesis de que:
Es más probable que los partidos de "integración", las divisiones electorales
estables y las alternativas claras en el programa de los partidos se encuentren en
periodos de cambios sociales intensos (principalmente ocupacionales y
geográficos) y de las consiguientes presiones por parte de nuevas categorías de
intereses para ingresar al sistema político. Si esta hipótesis es cierta, los partidos
fuertes, con programas claramente delineados y membresía integrada, son un
fenómeno temporal. Surgen para fortalecer y controlar el acceso de las nuevas
masas al sistema político y se vuelven redundantes una vez que se logran la entrada
y el control. Si son típicos del pluralismo, entonces, son típicos solo de su primera
fase "generativa", cuando se admite que los grandes actores colectivos comparten
el poder en un sistema de representación.
Este argumento también se ve reforzado por una segunda afirmación de Pizzorno
(1981: 253), que 'en principio, no debería haber necesidad de organización. . . Para
unir a los seguidores de un partido gubernamental’. De acuerdo con este punto de
vista, los recursos gubernamentales, o la promesa de tales recursos, ofrecen
incentivos a las partes para deshacerse de las restricciones políticas e ideológicas
que a menudo no son bienvenidas, lo que es un efecto secundario inevitable del
mantenimiento de una red organizativa activa. En la medida en que los partidos
obtengan un mayor acceso al gobierno, podríamos esperar que pongan un énfasis
decreciente en la necesidad de organización. La importancia de esta hipótesis se
indica fácilmente incluso en el estudio más superficial de la experiencia reciente
de Europa occidental, ya que esto demuestra que la mayoría de los partidos
17
relevantes son ahora gobernantes o potencialmente gobernantes. En el período de
quince años comprendido entre 1970 y 1985, por ejemplo, solo dos partidos de
Europa occidental de tamaño considerable permanecieron excluidos del gobierno
de manera persistente: el Partido Liberal británico, por un lado, que a pesar de su
creciente apoyo electoral sigue siendo un partido muy menor en el nivel
parlamentario; y el Partido Comunista Italiano por el otro, cuya exclusión del
gobierno se ha visto atenuada por períodos sostenidos en el cargo a nivel regional,
así como por un papel semigubernamental a nivel nacional durante el período del
compromiso histórico en la década de 1970. Con estas excepciones calificadas,
todos los demás partidos europeos de cualquier tamaño electoral razonable han
disfrutado de al menos un período de titularidad durante este período de quince
años.
CAMBIO ORGANIZACIONAL: UNA AGENDA DE INVESTIGACIÓN
Este documento ha tratado de enfatizar el vínculo entre la organización del partido
o los estilos de intervención organizativa y la (des) estabilización electoral. Si bien
la existencia de tal vínculo en sí misma parece difícilmente polémica, la lógica
implícita que la subyace ha cobrado una importancia crucial en virtud de la ola de
volatilidad electoral que comenzó a romper la mayor parte de Europa occidental
desde finales de los años sesenta.
Como se señaló anteriormente, hay muchas explicaciones potenciales para esta
reciente volatilidad electoral. El cambio en las predisposiciones puede reflejar los
intereses de las nuevas generaciones y, por lo tanto, puede constituir una crisis de
ideología; o puede reflejar cambios en la estructura social y la confusión de las
fronteras sociales tradicionales, y por lo tanto puede constituir una crisis de clase;
o, como he tratado de sugerir en este ensayo, puede reflejar cambios en los modos
de representación y, como tal, puede constituir una crisis de partido. De hecho,
bien puede reflejar una coyuntura de los tres elementos, y más.
Sin embargo, en la medida en que exista una crisis específica de partido, es
probable que esto resulte en, y posiblemente también surja, de cambios en la
organización del partido y en las formas de vinculación que unen a los partidos
con el electorado de masas. Por lo tanto, una comprensión de estos cambios debe
considerarse una prioridad de investigación importante.
Esto requerirá cuatro líneas distintas de investigación. Primero, debemos ir más
allá de las clasificaciones necesariamente simples pero ahora más bien crudas de
la organización del partido que se encuentran en la literatura tradicional. En

particular, la distinción de Duverger entre los partidos de cuadros y los partidos de
masas ofrece poca ayuda para comprender la diversidad contemporánea, ni
contribuye a una explicación del cambio contemporáneo. Lo mismo puede decirse
del enfoque de Kirchheimer que, si bien enfatiza la distancia cada vez mayor del
partido y por lo tanto las condiciones previas para la inestabilidad, no tiene en
cuenta a los partidos que no se desarrollan en una dirección general, y tampoco
ofrece ninguna explicación real como a por qué algunas partes se vuelven
atrapantes y otras no. Dado el surgimiento de los partidos de "nuevas políticas"
aparentemente solidarios y claramente intencionados; y dada la movilización
política de nuevos intereses reflejada en el surgimiento, aunque sea mínimamente,
de nuevos partidos de mujeres, partidos de jubilados, etc., este último aspecto es
de crucial importancia. De ahí la necesidad de desarrollar una tipología más
exhaustiva de la organización de partidos contemporáneos, una tarea en la que este
ensayo puede considerarse como un primer paso preliminar.
Segundo, necesitamos desarrollar una serie de indicadores duros, rápidos y
empíricamente válidos con respecto a la vida interna de los partidos modernos.
Necesitamos evaluar el alcance del cambio en el rol del miembro ordinario del
partido; la medida en que las organizaciones del partido se han vuelto más
centralizadas; la extensión de los cambios en el lugar del poder interno del partido;
el alcance del cambio en la relación entre los líderes de los partidos y otras
organizaciones, ya sean agencias auxiliares, afiliadas o simplemente grupos de
interés relacionados; el grado de profesionalización de las burocracias y liderazgos
partidarios; El alcance de la integración local del partido, y así sucesivamente. En
resumen, necesitamos indicadores del grado real de lejanía organizativa, y
debemos poder comparar dichos indicadores en los diferentes tipos de partidos, en
los diferentes sistemas de partidos y en el tiempo.
En tercer lugar, sobre la base de dicha evidencia, y particularmente a través de
comparaciones a través del espacio y el tiempo, necesitamos especificar con cierta
precisión la relación entre cambio organizativo o adaptación y volatilidad
electoral. ¿Mayor lejanía implica más inestabilidad? Si es así, ¿el proceso de
adaptación del partido lleva realmente a una crisis de partido? ¿El desafío a la
política tradicional implica el surgimiento de nuevos tipos de organización de
partidos que, a su vez, pueden proporcionar la base para un proceso renovado de
estabilización electoral? A primera vista, y como enfatizó Kirchheimer, la
tendencia en la política moderna parece estar alejándose de los vínculos solidarios
y hacia vínculos más contingentes, y esto en sí mismo implicaría un mayor
potencial de volatilidad. Al mismo tiempo, sin embargo, los nuevos modos de
18
organización solidaria, junto con la movilización de nuevos intereses en la política,
sugieren el potencial de un posible freno en este proceso.
Finalmente, y lo que es más importante, debemos desarrollar y probar una serie de
hipótesis que puedan explicar tanto la diversidad de organizaciones partidarias
como el cambio dentro de las organizaciones partidarias. Hay al menos dos
elementos involucrados aquí. Primero, debemos analizar las condiciones
organizativas / institucionales que podrían facilitar la diversidad y el cambio. Estos
incluyen cambios en la financiación de las partes; el impacto de las nuevas
tecnologías y de los cambios en los medios de comunicación que permiten a los
líderes de los partidos apelar directamente a los votantes y que pueden socavar la
necesidad de redes organizativas; La disponibilidad de nuevas técnicas de
marketing, etc. En segundo lugar, debemos observar las condiciones sociales y
políticas que pueden actuar para fomentar el cambio organizativo. Estos incluyen
el crecimiento de nuevos problemas y preocupaciones que, junto con el
surgimiento de un electorado más informado y crítico, obliga a las partes a ser más
adaptables y receptivas; una creciente individualización y atomización de la
sociedad que puede socavar la base de las organizaciones solidarias; la
incorporación de más y más partes en el proceso gubernamental (aunque solo sea
por períodos cortos en ciertos casos) lo que puede alentar el aumento de la
distancia; el desarrollo de nuevos modos de representación y el atractivo o la
eficacia cada vez mayores del comportamiento político no convencional, y así
sucesivamente.
En resumen, debemos comprender la naturaleza y la base de la diversidad
organizativa de los partidos y el cambio en la Europa occidental contemporánea.
Debemos ir más allá de las categorías simples y abarcadoras del partido de masas,
del partido general, etc., y buscar una comprensión más refinada de las diferencias
reales que existen tanto dentro de los países como entre ellos. Necesitamos trazar
el grado en que las partes están involucradas en un proceso de adaptación
organizacional, y evaluar hasta qué punto dicha adaptación también puede
implicar decaimiento. Solo entonces podremos comenzar a definir lo que implica
la crisis imputada del partido en las democracias occidentales modernas, y solo
entonces podremos comenzar a comprender la relación entre esta crisis y la
desestabilización potencial de los electorados de partidos.
3

El problema del cambio de sistema de partido
El catálogo del cambio se hace cada vez más extenso. La evidencia comienza en
la periferia periférica de Europa occidental, con el decaimiento gradual del
predominio de Fianna Fail en Irlanda, y con el surgimiento repentino de un nuevo
partido, los Demócratas Progresistas que, en su primera salida electoral en 1987,
se convirtieron en el tercer partido más grande. En el sistema. Existe evidencia de
Gran Bretaña, con la erosión del trabajo a largo plazo y el crecimiento
concomitante del apoyo de terceros en forma, aunque temporalmente, de la
Alianza Liberal / SDP. En Francia, el primer gobierno de izquierda en la historia
de la Quinta República fue elegido en 1981 y luego regresó a su cargo en 1988;
La década de 1980 en Francia también se caracterizó por la continua marginación
de los comunistas y por el resurgimiento de un partido de extrema derecha. Italia
en la década de 1980 fue testigo del nombramiento de los primeros ministros
demócratas no cristianos desde la Segunda Guerra Mundial y, más recientemente,
registró un cambio relativamente importante en el apoyo del Partido Comunista a
los socialistas y ecologistas. Los ecólogos también lograron ganar la
representación parlamentaria en Austria, y se evidenciaron más cambios al
duplicar el voto de derecha del Partido Liberal en la elección más reciente de 1986.
En la Alemania occidental, los socialdemócratas siguen encuestando menos del 40
por ciento de La votación, y se encuentran frente al desafío cada vez más vibrante
de los Verdes, que ahora comandan casi el 10 por ciento de los escaños en el
Bundestag. En Bélgica, las divisiones lingüísticas en los tres partidos principales
ahora se han solidificado, las rupturas en el Partido Social Cristiano y en los
Liberales fueron paralelas a la división en el Partido Socialista en 1978. A finales
de los años 70 en los Países Bajos también se produjo un cambio importante, con
la fusión de los tres partidos denominacionales tradicionales en el Llamado
Demócrata Cristiano de base más amplia. En Dinamarca, a pesar de la relativa paz
que siguió a la elección del "terremoto" de 1973, la última década ha
experimentado un crecimiento sustancial en el apoyo tanto a los conservadores
como al Partido Popular Socialista. El crecimiento conservador también ha sido
evidente en Noruega y Finlandia con, en este último caso, el regreso del KOK al
gobierno en 1987 por primera vez en más de veinte años. En Suecia, la última
década ha sido testigo del continuo desafío al predominio a largo plazo de los
socialdemócratas, que primero perdió el poder en 1976, y que ahora debe enfrentar
un nuevo desafío del Partido Verde, que entró por primera vez en el parlamento
en 1988.
Los patrones también son evidentes; Parece poco lo que es aleatorio. Un hilo que
puede identificarse en los últimos años es el crecimiento de los partidos de la
19
ecología, que ahora han ganado representación en los parlamentos de Austria,
Bélgica, Finlandia, Alemania, Italia, Suiza y, más recientemente, Suecia. Un
segundo hilo es el aparente declive de la izquierda tradicional de la clase, o al
menos, su reequilibrio, luego de la erosión del apoyo a componentes significativos
de la izquierda. El crecimiento de la izquierda no socialdemócrata en Dinamarca
y Noruega ofrece un claro ejemplo de esta tendencia. En Francia, por otra parte, el
reequilibrio ha favorecido a fuerzas más moderadas en la izquierda, ya que el
Partido Comunista ha perdido terreno en favor de los socialistas, y también es
posible que se inicie una realineación centrípeta similar. Italia. Un tercer hilo,
discernido con quizás más dificultad y disperso menos uniformemente, es el
desafío a los partidos cristianos. La fusión pan-cristiana en los Países Bajos, por
ejemplo, representó un intento descarado de restaurar algo de credibilidad electoral
a las fortunas que se desvanecen de los tres partidos confesionales constituyentes.
En Francia, no ha surgido una alternativa confesional desde la desaparición del
MRP a principios de los años sesenta. En Italia, a pesar de un resurgimiento en
1987, los demócratas cristianos continúan al mando de una proporción menor de
votos que en cualquier elección de posguerra anterior a 1983, mientras que en
Austria, las elecciones de 1986 dejaron al Partido Popular con una proporción de
votos menor que en cualquier elección desde 1953. Incluso en Suiza, donde los
síntomas de cambio son raros en la política de la posguerra, en la década de 1980,
el Partido Popular Demócrata Cristiano obtuvo una parte del voto menor que en
cualquier elección desde 1939.
Ni los cambios ni su patrón son totalmente inesperados. Se han producido muchas
cosas sobre el terreno, por así decirlo, y no se puede esperar que el flujo social y
económico muy evidente en los últimos años en la Europa occidental de posguerra
haya tenido un impacto en la política de masas. Desde principios de la década de
1960, tanto los sociólogos como los científicos políticos han enfatizado la
importancia de los cambios en la estructura de clases y los sistemas de valores
convencionales de la Europa industrial avanzada, y han ofrecido indicaciones
claras de cómo dichos cambios pueden impactar en los estilos políticos
prevalecientes. El declive de la clase trabajadora tradicional, el creciente empleo
de cuello blanco y la creciente importancia económica y social de la industria de
servicios se combinan para crear un desafío potencial a los problemas tradicionales
de la política socialdemócrata. La creciente secularización y una politización más
amplia del género ofrecen una amenaza para las alineaciones confesionales
tradicionales. Finalmente, una creciente preocupación por los problemas
ambientales, una creciente desconfianza de la autoridad y la priorización de los
problemas de calidad de vida ofrecen la base para una nueva alineación en la

política que, cuando está socialmente diferenciada, parece trazar líneas entre
grupos de edad o generaciones, más bien que entre clases o religiones.
Si los cambios en las preocupaciones sustantivas de los votantes desafían los
patrones convencionales de la política de masas, entonces también parecen
vulnerables a una perspectiva cambiada de la relación entre el individuo y la
sociedad en general. Las calificaciones educativas más extendidas, un mayor
sentido de competencia individual y la renuencia a tolerar la simple dirección de
la elite se combinan para sugerir un creciente disgusto por las convenciones de las
organizaciones de partidos de masas. La movilización política, si se produce y
cuándo ocurre, ahora se refleja más fácilmente en los flujos y reflujos de las
organizaciones de interés de un solo tema, que parecen ofrecer una salida más
significativa y flexible para las demandas de las generaciones más jóvenes que los
relativamente moribundos partidos del pasado. Así, las alternativas políticas
tradicionales en cuanto organizaciones son más vulnerables; Los vínculos
afectivos han disminuido, y los patrones de representación política están
cambiando.
Hay poca necesidad de citar la literatura que cataloga dicho cambio; las imágenes
son omnipresentes, su importancia está subrayada por una amplia gama de
académicos, todos ellos buscan identificar el núcleo de estos procesos de
transformación y predecir su dirección futura. Un estudio importante, sin embargo,
captura el espíritu de esta literatura bastante sucintamente; En un capítulo final de
una importante colección de ensayos publicados en 1984, Russell Dalton y sus
colegas (19846: 451) señalan que:
Los alineamientos electorales se están debilitando, y los sistemas de partidos están
experimentando una mayor fragmentación y volatilidad electoral. Además, la
evidencia sugiere que los cambios en todas estas naciones reflejan más que
oscilaciones a corto plazo en la suerte de los partidos. Esta descomposición de los
alineamientos electorales a menudo puede atribuirse a los cambios en las bases a
largo plazo del apoyo partidista: la identificación del partido y las divisiones
sociales. Prácticamente en todas partes entre las democracias industrializadas, el
viejo orden está cambiando.
Dalton y sus colegas, basándose en los extensos estudios de países en su volumen,
encuentran evidencia de cambios en el debilitamiento de las alineaciones, el
aumento de la fragmentación y el aumento de la volatilidad. Este cambio se
considera a largo plazo en lugar de a corto plazo, e incluye cambios tanto en el
patrón de divisiones sociales como en la orientación hacia organizaciones de
20
partidos de masas. Esta conclusión fuerte pero considerada también contiene poco
de lo efímero. Los cambios observados son sustanciales, que socavan y
potencialmente transforman un patrón de alineamientos políticos que ha persistido
más o menos desde el comienzo de la política democrática de masas en Europa
occidental. No solo estamos hablando de cambio marginal, por lo tanto; Está en
juego algo mucho más fundamental. El problema es entender lo que realmente
significa.
En general, muchos de los cambios en el entorno político de Europa occidental se
agrupan convencionalmente como síntomas de un fenómeno que abarca todo
llamado cambio de sistema de partidos, un fenómeno sobre el cual se aporta mucha
evidencia, pero que rara vez se define en un sentido riguroso. De hecho, incluso
se puede argumentar que es esta falta de definición lo que permite citar la
multiplicidad de síntomas con tanta ecuanimidad. Por lo tanto, los cambios
electorales agregados se consideran indicativos del cambio del sistema de partidos,
al igual que los cambios en el equilibrio del apoyo partidista entre los diferentes
estratos de la población. Otros síntomas incluyen cambios en las alineaciones de
la coalición, así como cambios en el equilibrio del poder representativo entre las
partes, por una parte, y los grupos de interés, por otra. Finalmente, también se
considera que los cambios en el sistema de escisión, ya sea como resultado de la
aparición de nuevas escisiones o por la disminución de las antiguas, indican un
cambio en los sistemas de partidos, con la "retención" de un sistema de escisión
dado que a menudo se toma como un sustituto Indicador del grado de
atrincheramiento del propio sistema de partidos.
El rango de síntomas es extenso, y los mencionados anteriormente constituyen un
catálogo lejos de ser exhaustivo. Por lo tanto, es tentador llegar a la conclusión de
que, al carecer de una definición precisa, el concepto de cambio de sistema de
partidos puede ser (y generalmente se entiende) como algo que, para quienes
trabajan en el área, representa un problema. Por lo tanto, este capítulo en particular,
cuyo propósito no es proponer una definición rigurosa del cambio del sistema de
partidos que nos permita eludir el atolladero, es simplemente identificar algunos
de los problemas involucrados en la comprensión del cambio del sistema de
partidos, y a través de este enfoque, colocar algunas preguntas clave en la agenda
para el debate futuro y la investigación futura.
CAMBIO DE PARTIDOS VERSUS CAMBIO DE SISTEMA DE PARTIDOS
El primer problema que debe indicarse es la distinción entre cambio de partido,
por un lado, y cambio de sistema de partido, por el otro, y, con esto, el problema

aliado de cuándo precisamente el primero también implica el segundo (ver también
Capítulo 1). Encima).
En muchos sentidos, es el cambio de partido lo que es más difícil de especificar.
¿Cuándo podemos hablar de cambio de partido como tal? ¿Debemos restringir la
definición solo a aquellos casos en los que podemos identificar claramente el
surgimiento de un nuevo partido, como quizás en el caso del CDA en los Países
Bajos o de las fracturas lingüísticas en los tres partidos tradicionales en Bélgica?
¿O podemos hablar de cambio de partido cuando solo algunas de las características
del partido se han transformado?
El problema clave aquí es quizás insuperable, ya que involucra la especificación
de la "esencia" o "identidad" de un partido político determinado. Estrictamente
hablando, podemos hablar de cambio solo cuando primero podemos definir qué es
lo que ha cambiado. Desafortunadamente, si es inevitable, las partes rara vez se
discuten en tales términos. Más bien, tendemos a enmarcar nuestra discusión de
un partido tout court en términos de ciertos aspectos o características de ese
partido, ya sea la base electoral, el perfil de la política, el rol de gobierno, o lo que
sea. También es inevitable que muchos de estos aspectos se encuentren en un
estado de flujo casi permanente. Por lo tanto, la base electoral de un partido
cambiará a medida que la sociedad misma cambie, ya sea como resultado de un
cambio socioeconómico o un cambio demográfico. Las políticas del partido
también estarán sujetas a modificaciones con el tiempo, en respuesta a las
necesidades cambiantes, las demandas cambiantes y las restricciones cambiantes.
También es muy probable que la función de gobierno de los partidos cambie, ya
que los propios partidos responden a los cambios en el equilibrio electoral a nuevas
oportunidades estratégicas. Como observó Carl Friedrich (1968: 452): 'El
desarrollo del partido es más dinámico que cualquier otra esfera de la vida política;
No hay descanso final, no hay patrón final. . . Más bien, hay un cambio constante
en una dirección u otra, sin un retorno al punto de partida.'
Dado que los cambios en aspectos específicos de los partidos son una característica
permanente del panorama político, y dado que el proceso de adaptación de los
partidos también es continuo, puede ser tentador concluir que el cambio de partido
es tan generalizado que es casi irrelevante. Sin duda, la extensión y el ritmo del
cambio variarán, y las implicaciones del cambio en diferentes momentos y
circunstancias pueden ser muy diferentes. Pero esto no es hablar de cambio como
tal; más bien, es para especificar diferentes niveles y tipos de cambio, lo que
requiere un conjunto de criterios alternativos pero igualmente rigurosos. En
resumen, se necesita un salto para hablar sobre el cambio como tal, que es
21
generalizado, para hablar sobre cuándo el cambio importa, lo que puede ser
bastante raro.
Además, seguimos con el problema del cambio en los diferentes aspectos del
partido en lugar del cambio en el tribunal del partido, y con la dificultad de pasar
de un nivel al otro. Intentemos precisar esto en un ejemplo específico, de los cuales
quizás el mejor es el Partido Laborista británico. Entre 1945 y 1987, por ejemplo,
varios aspectos del Partido Laborista británico se han transformado
sustancialmente. En cuanto a la fuerza electoral, la participación del partido en el
voto disminuyó en más de un tercio, del 48 por ciento a solo el 31 por ciento. El
partido 'dentro del electorado' también ha cambiado, un indicador crudo de lo cual
es que su apoyo entre los trabajadores manuales disminuyó de alrededor del 60
por ciento en los años inmediatos de posguerra a alrededor del 42 por ciento en
1987.1 En términos ideológicos, a pesar de la revitalización del Abandonado a
fines de la década de 1970, ahora también es un partido mucho más moderado, con
un liderazgo parlamentario que, en términos de perfil social, es cada vez más
indistinguible del de sus oponentes conservadores. Por ahora, al menos, también
se puede hablar de un cambio en el papel de gobierno del partido desde que quedó
fuera de su cargo desde 1979, y después de haber sido desafiado en su papel de
mayor oposición por parte de la Alianza Liberal / SDP en las elecciones de 1983
y 1987. No solo es el caso de que el Partido Laborista ya no sea un partido de
gobierno "natural", si es que alguna vez fue así, sino también que ya no es el
gobierno alternativo "natural".
Se puede discutir en detalle el alcance y la importancia de los cambios en estos y
otros aspectos de los partidos, así como sobre su posible patrón futuro. Para
nuestros propósitos, sin embargo, el problema es más básico: ¿cómo deben
interpretarse estos cambios? ¿Importan, y significan que los partidos como tal han
cambiado? ¿Es el Partido Laborista ahora un partido diferente de lo que era en
1945? En resumen, ¿cuáles son los criterios que pueden adoptarse para determinar
si esta parte en particular ha cambiado? El problema es grave, ya que si no existen
tales criterios, entonces realmente no estamos más cerca de diferenciar el cambio
del Partido Laborista de la continuidad del Partido Laborista. Es decir, hasta que
podamos destilar la esencia de lo que constituye el Partido Laborista británico, el
núcleo del partido, por así decirlo, debemos restringirnos inevitablemente a una
discusión sobre el cambio en ciertos aspectos del partido en lugar de al cambio en
el partido tout corte.

CAMBIO DEL SISTEMA DE PARTIDOS
En este sentido, podemos estar en un terreno más seguro al hablar sobre el cambio
del sistema de partidos, ya que aquí parece posible identificar una esencia de lo
que constituye un sistema de partidos dado y, por lo tanto, determinar si ese
sistema ha cambiado. Un sistema de partidos claramente involucra algo más que
la suma de sus partes componentes (partes), e incorpora algún elemento de
comprensión del modo de interacción entre estas partes. Sartori (1976: 43-4)
ofrece la definición más clara:
El concepto de sistema no tiene sentido, para fines de investigación científica, a
menos que (i) el sistema muestre propiedades que no pertenezcan a una
consideración separada de sus elementos componentes y (ii) el sistema resulte de
las interacciones modeladas de, y consista en ellas, de sus partes componentes, lo
que implica que tales interacciones proporcionan los límites, o al menos el límite,
del sistema. . . Las partes hacen un 'sistema', entonces, solo cuando son partes (en
plural); y un sistema de partidos es precisamente el sistema de interacciones que
resulta de la competencia entre partidos.
Una vez que se ha establecido la naturaleza de lo que constituye un sistema de
partidos, entonces es posible identificar diferentes tipos de sistemas de partidos y,
por lo tanto, especificar criterios que permitan determinar si un sistema dado ha
cambiado de un tipo a otro. De alguna manera, esto nos puede llevar a la definición
más simple y clara: el cambio del sistema de parte se produce cuando un sistema
de parte se transforma de una clase o tipo de sistema de parte en otra. Sin duda, el
modo de clasificación de los sistemas de partido es bastante controvertido, y es
probable que el cambio definido de esta manera sea un fenómeno relativamente
infrecuente. Sin embargo, tal enfoque disfruta de las ventajas de criterios estrictos
y conclusiones bastante ambiguas. En resumen, ofrece una forma de sortear el
atolladero.
Este enfoque también tiene la ventaja de que nos permite relacionar el cambio de
parte con el cambio de sistema de parte; es decir, nos permite evaluar si la
aparición o desaparición de una parte, que es el caso más inequívoco de cambio
de parte, resulta en un cambio en el sistema de partes. ¿Cuándo es este el caso?
¿En qué momento se puede decir que ha surgido un nuevo sistema de partidos?
En un nivel, la respuesta parece ser directa: el cambio en el núcleo de un sistema
de partidos es relevante; El cambio en los márgenes no lo es. Por ejemplo, la
sustitución de un partido socialista de izquierda por un nuevo partido de ecología
22
en Noruega podría no implicar un cambio en el sistema de partidos. Por otro lado,
si los Verdes de Alemania conservaran su representación en el Bundestag en un
momento en que los Demócratas Libres cayeron por debajo del umbral del 5 por
ciento, tal cambio podría considerarse trascendental. Claramente entonces, la
importancia de la aparición o desaparición de un partido no es simplemente una
función de su tamaño, o incluso de su atractivo ideológico; más bien, la pregunta
se relaciona con el papel sistémico del partido en particular, y en qué medida su
presencia o ausencia podría alterar la dirección de la competencia en el sistema o
el proceso de formación del gobierno.
Por lo tanto, el cambio en el sistema de partidos podría ocurrir cuando, como
resultado de cambios ideológicos, estratégicos o electorales, haya una
transformación de la dirección de la competencia o de la fórmula gobernante. Si,
por otro lado, el cambio implica simplemente la realineación de las bases sociales
del apoyo de los partidos, o la aparición de un nuevo conjunto de problemas, al
tiempo que deja el patrón de competencia esencialmente intacto, esto no se puede
considerar de gran importancia. Al menos en términos del sistema de partidos.
Volvamos, pues, a la cuestión de la clasificación de los sistemas de partidos.
Volviendo al enfoque propio de Sartori (1976), por ejemplo, se puede sugerir que
la aparición / desaparición de una parte conlleva un cambio en el sistema de
partidos cuando se modifica el número de partes relevantes en la medida en que
cambia el sistema de partidos en cuestión, por ejemplo, la clase de pluralismo
limitado a, digamos, la clase de pluralismo extremo. Por otro lado, se puede
argumentar que incluso este nivel de cambio es insuficiente para constituir un
cambio del sistema, a menos que también implique una extensión o abreviatura de
la amplitud de la polarización ideológica. Por lo tanto, la desaparición de uno de
los partidos antisistema relevantes de un sistema de pluralismo polarizado podría
considerarse suficiente para erradicar la existencia de oposiciones bilaterales,
reducir el nivel de polarización, fomentar el surgimiento de la competencia
centrípeta y transformar así el sistema en uno solo. De pluralismo moderado. A la
inversa, la aparición de un nuevo partido antisistema, como el Frente Nacional
Francés, podría considerarse una prueba suficiente de la existencia de oposiciones
bilaterales y de la máxima polarización ideológica, por lo que posiblemente se
cambie la dirección de la competencia y se transforme así el sistema de partidos
francés. De uno de pluralismo moderado a uno de pluralismo polarizado. En
ningún caso, sin embargo, podríamos atribuir mucha importancia a la aparición o
desaparición de una pequeña parte central.

Estos son cambios indiscutiblemente relevantes, y también son fácilmente
notables y categorizados. Sin embargo, otros casos son más problemáticos. Por
ejemplo, Sartori (1976: 192-201) define un sistema de partido predominante como
uno en el que el partido mayor es apoyado constantemente por una mayoría de
votantes que gana. Como tal, como él mismo admite (Sartori, 1976: 196), es un
tipo de sistema de partidos que puede dejar de existir en cualquier momento: la
pérdida de una cierta proporción de votos o escaños es suficiente para transformar
el sistema de partidos en uno. De pluralismo moderado o lo que sea. Aquí, el
cambio puede no parecer trascendental y, de hecho, puede ser el resultado de un
nivel mínimo de volatilidad electoral. Sin embargo, siguiendo a Sartori, incluso un
cambio tan pequeño puede indicar un cambio del sistema de partidos como tal. Lo
mismo es obviamente cierto si los criterios para el cambio están vinculados a la
clasificación de los sistemas de partidos de Blondel (1968), que depende casi
exclusivamente de la distribución agregada del apoyo electoral.
En resumen, a pesar de la multiplicidad de síntomas citados en la literatura, parece
posible especificar al menos criterios mínimos para una definición de cambio en
el sistema de partidos de una manera que no sea evidente en el caso del cambio de
partido.2 En la medida en que las discusiones del primero están vinculadas a las
clasificaciones aceptadas, entonces la esencia de un sistema de partido particular
puede ser destilada, y la pregunta de cambio versus continuidad puede ser
respondida de manera bastante inequívoca. En el caso del cambio de partido, por
otro lado, la esencia es esquiva, y es difícil determinar si un partido realmente ha
cambiado, o se ha convertido en un nuevo partido, o lo que sea. Sin duda, en este
caso también se puede relacionar la cuestión del cambio con las clasificaciones
aceptadas. Por lo tanto, siguiendo a Kirchheimer (1966), por ejemplo, se puede
hablar de un partido tout court cambiando de un partido de integración masiva a
un partido de la captura total; o, siguiendo a Duverger (1954), se puede hablar de
un partido de masas que se convierte en un partido de cuadro; o, siguiendo a
Daalder (1984), se puede hablar de un partido agrario que se convierte en un
partido central. Aquí, sin embargo, las clasificaciones en sí mismas son bastante
ambiguas, ya que las tipologías de las partes no han estado sujetas al rigor asociado
con la elaboración de las tipologías de los sistemas de partidos, con el resultado de
que los criterios estrictos concernientes a lo que constituye una parte 'catch-all', o
un partido "masivo", o un partido "central" no son fáciles de concebir. Las
dificultades persisten y, por lo tanto, inevitablemente, las discusiones sobre el
cambio de partido continuarán evitando la cuestión del cambio de partido real
como tal y se centrarán en aquellos procesos de cambio en curso que caracterizan
aspectos particulares de los partidos.
23
VOLATILIDAD ELECTORAL Y CAMBIO DE LIMPIEZA
Como se señaló anteriormente, la literatura contemporánea está repleta de
referencias a la transformación de la política de Europa occidental, referencias que
con frecuencia confunden las nociones de cambio de partido, por un lado, y el
cambio de sistema de partidos, por otro. Más específicamente, el énfasis en el
cambio electoral, que ha ocupado la mayor parte de la atención académica reciente,
y que en la mayoría de los casos se refiere a solo un aspecto particular del cambio
de partido, generalmente se ha extendido para implicar el cambio en los sistemas
de partidos en general, y el cambio En particular, en la estructura de escisión.
El razonamiento aquí es tanto directo como indirecto. Primero, tomando los
argumentos directos, se sugiere que el cambio electoral, ya sea a nivel agregado o
individual, conduce al cambio del sistema de partidos. Los problemas
involucrados en tal razonamiento ya se han discutido anteriormente, y no necesitan
ser ensayados nuevamente. En resumen, he argumentado que, hablando
estrictamente, el cambio electoral debería verse como un cambio en el sistema de
partidos solo cuando se produce un cambio de un tipo de sistema de partidos a
otro. En algunos casos, como en el sistema de partidos predominante, incluso un
cambio electoral muy pequeño puede requerir tal reclasificación. En otros casos,
sin embargo, el asunto es más complejo, y puede ser solo a través de la aparición
o desaparición de un partido que, a su vez, alterará la dirección de la competencia,
el cambio electoral también puede implicar un cambio en el sistema de partidos.
En otras palabras, la ubicación del cambio electoral es crucial, como lo es el papel
sistémico del partido o partidos afectados (Mair, 1983).
En segundo lugar, está el argumento indirecto. Aquí, el cambio electoral se ve
como un síntoma del cambio en el sistema de división y esto, a su vez, parece
implicar una transformación del sistema de partidos: cambio electoral - cambio de
división = cambio de sistema de partidos. Las dificultades con esta línea de
razonamiento son manifiestas. La primera y más evidente dificultad ha sido
resaltada por Gordon Smith (1988: 3), quien aborda el segundo enlace en esta
ecuación, y quién cuestiona si las divisiones deberían realmente considerarse de
relevancia sistémica. Como sugiere, por lo que admite ser una posición 'herética':
La estructura de división se relaciona con la composición social del apoyo que
corresponde a las partes individuales, no al 'sistema', no es si seguimos una
definición basada en la interacción. Las divisiones sociales y los cambios en ellas,
naturalmente, tienen importantes consecuencias para el sistema en su conjunto,
pero esos efectos se registran a través de otras dimensiones: afectan el número y

el tamaño relativo de las partes, el grado / intensidad de la polarización, la
volatilidad de El sistema de partidos. Este punto de vista es discutible, ya que
implica que se debe trazar una línea más clara entre el estudio de los partidos y sus
electores por un lado y los sistemas de partidos por el otro. Pero si no se establece
ninguna línea, se hace difícil encontrar límites aceptables en cuanto a lo que se
debe poner en discusión.
El argumento de Smith, de que el cambio de división no puede en sí mismo
implicar un cambio en el sistema de partidos, es interesante y provocativo; dicho
esto, sin embargo, también implica inevitablemente abrir otra caja de Pandora que,
por ahora, es mejor que permanezca cerrada. Por lo tanto, para los propósitos de
este capítulo, parece más fructífero desafiar esta línea de razonamiento indirecto
desde otra perspectiva, y esto es al observar el primer eslabón de la ecuación, que
relaciona el cambio electoral con el cambio de división.
En otras palabras, si, en común con la mayoría de las interpretaciones y con Smith,
aceptamos que el cambio de división implica un cambio en el sistema de partidos,
¿es razonable suponer que el cambio electoral implica un cambio de división? Este
es ciertamente el supuesto que subyace en gran parte del énfasis contemporáneo
sobre el cambio en los sistemas de partidos de Europa occidental, en el sentido de
que las recientes olas de volatilidad electoral que han experimentado muchos de
los países de Europa occidental se han interpretado explícitamente como una
indicación de la disminución del escote. Sin embargo, la pregunta sigue siendo si
esta interpretación es válida.
Prueba de Lipset y Rokkan
El reconocimiento de la importancia de la estructura de división subyacente en la
política de Europa occidental se deriva principalmente de los esfuerzos pioneros
de Stein Rokkan para trazar los amplios parámetros macrohistóricos del desarrollo
político europeo (Lipset y Rokkan, 1967; Rokkan, 1970). Según Rokkan, la
política de masas en la Europa moderna ha sido estructurada por cuatro grandes
divisiones. Dos de estas divisiones, que fueron las primeras en términos
cronológicos, se derivaron de las revoluciones nacionales en la Europa moderna,
cuando las culturas centrales de la construcción de la nación entraron en conflicto
con las culturas de sujeto periféricas, por un lado, y con los privilegios
corporativos de la Iglesia en general. Por otro lado. Las dos divisiones que
surgieron de este proceso (centro versus periferia / sujeto versus cultura
dominante, e Iglesia versus estado) tendrían un profundo efecto en el patrón de la
política de masas a medida que surgía después de la democratización, aunque
24
claramente variaron significativamente en su impacto en diferentes estados
nacionales.
Las otras dos divisiones derivadas de la Revolución Industrial en la Europa
moderna, y las oposiciones cristalizadas entre los antiguos intereses terratenientes
y los nuevos industriales por un lado, y los dueños del capital y la nueva clase
trabajadora por el otro. Estas divisiones también debían tener un efecto profundo
en el patrón de la política de masas después de la democratización, pero mientras
que los conflictos que involucran a la economía primaria frente a la secundaria,
como los de centro versus periferia e Iglesia versus estado, variaron
significativamente entre los diferentes estados nación, el conflicto de propietarios
contra trabajadores fue para demostrar ser 'más uniformemente divisivo' (Lipset y
Rokkan, 1967: 21), con movimientos de trabajadores movilizándose en cada una
de las democracias europeas modernas.
Este complejo de divisiones, que surgieron en diferentes formas como lo hizo en
toda Europa, explicaron en gran medida la variación entre los sistemas de partidos
que se desarrollaron a raíz del sufragio universal y, lo que es más importante,
establecieron una serie de parámetros que resultaron notablemente duraderos. La
introducción del sufragio universal de la humanidad a principios del siglo XX
demostró ser el catalizador crucial que, por así decirlo, "congela" estas estructuras
de división en su lugar, institucionalizando un lenguaje político que debía ser más
o menos inmutable. Por lo tanto, incluso en la década de 1960, cuando Lipset y
Rokkan estaban escribiendo, las estructuras de escisión eran todavía demasiado
evidentes. Su análisis puede haberse detenido en la década de 1920, pero, como
argumentaron, había pocas razones para continuar más allá de ese punto, ya que
los sistemas de partidos de la década de 1960 reflejan, con pocas pero
significativas excepciones, las estructuras de división de la década de 1920. . . [L]
a alternativas del partido, y en muchos casos, las organizaciones del partido son
más antiguas que las mayorías de los electorados nacionales (Lipset y Rokkan,
1967: 50).
Las razones de tal persistencia o “congelación” son complejas, y ni el ensayo de
Lipset-Rokkan ni el trabajo posterior de Rokkan encontraron el alcance necesario
para explorar este aspecto más a fondo (aunque véase Sartori, 1969; Alford y
Friedland, 1974; Rokkan, 1977; ver también el Capítulo 1 arriba). Sin embargo,
un elemento crucial del proceso fue la noción de lo que Lipset y Rokkan (1967:
51) definieron como "el estrechamiento del" mercado de apoyo ", por el cual las
organizaciones partidarias que se desarrollaron en torno a estas divisiones
cruciales se afianzaron a través de la movilización masiva. Tras la extensión de la

franquicia y, mediante la incorporación de prácticamente todo el electorado
'movilizable', se anticipó la aparición de alineaciones alternativas.
Así, el cierre del mercado electoral y la capacidad duradera de las divisiones para
estructurar el comportamiento político dejaron poco espacio para el surgimiento
de nuevas divisiones o nuevas políticas. Sin duda, no se implicaba una
inmutabilidad total. El 'mercado de soporte' puede no haberse reducido
completamente; ciertas preocupaciones electorales siempre se mantendrían al
margen, y los problemas que se derivaron de las grandes divisiones sin duda
crecerán y disminuirán con el tiempo. En general, sin embargo, y especialmente
en el largo plazo, la estructura de división mantuvo un profundo impacto en las
predisposiciones partidistas, y siguió existiendo un poderoso sesgo a favor de las
alternativas de los partidos que se movilizaron a lo largo de las divisiones de
división. Más significativamente, el sufragio universal y la incorporación final de
todos los adultos en el proceso democrático dejaron poco o ningún margen para la
movilización de nuevas divisiones, y por lo tanto, en este sentido crucial, los
parámetros se mantuvieron como lo habían sido en la década de 1920.
El énfasis en el cambio electoral en la literatura contemporánea se lee ahora como
portador de una revisión sustancial de este punto de vista, ya que parece difícil
cuadrar la evidencia más reciente de la volatilidad electoral con una teoría que
enfatiza la persistencia de las divisiones y la "congelación" del partido. Sistemas
La evidencia de la encuesta, que apunta tanto a un aflojamiento de los vínculos
electorales como a una disminución generalizada de los vínculos afectivos hacia
los partidos, también parece ir en contra del énfasis en la persistencia.
Por lo tanto, por ejemplo, las referencias generalizadas a la escisión disminuyen y
la posible aparición de nuevas divisiones en el trabajo de Dalton y sus colegas
(1984a). En un artículo separado derivado del proyecto, por ejemplo, Flanagan y
Dalton (1984: 8) vinculan explícitamente su trabajo a una prueba de la tesis Lipset-
Rokkan, vinculando el cambio electoral al declive del escote y desde allí al cambio
del sistema de partidos en eso, como señalan que "dentro de una década, la
principal pregunta de investigación ha cambiado de explicar la persistencia de los
sistemas de partidos a explicar su inestabilidad y volatilidad". La utilidad de los
datos de la encuesta en el análisis de la persistencia de la escisión también se
enfatiza, ya que tales datos pueden aprovechar el "patrón cíclico" crucial inherente
al desarrollo de cualquier escisión, por lo que la brecha se polariza fuertemente
cuando se moviliza por primera vez, luego se caracteriza por la convergencia y,
finalmente, a medida que se institucionaliza, genera menos compromiso entre el
público en general, lo que resulta en un envejecimiento del patrón de alineación
25
del partido y una disminución en el vínculo popular (Flanagan y Dalton, 1984: 8-
10). Los autores luego sostienen (p. 10) que tal patrón es evidente en el caso de la
división de clases:
A lo largo de la posguerra, la división partidista dominante en la mayoría de las
democracias occidentales distinguió entre la clase obrera y los partidos burgueses.
Recientemente, sin embargo, ha habido signos crecientes de que esta división de
la clase dominante también puede estar moviéndose hacia el eclipse. . . [L] os
contribuyentes al Cambio Electoral reunieron pruebas convincentes [de la
encuesta] de que la división tradicional de clase media / clase trabajadora se está
debilitando.
Dalton y sus colegas también ven señales de la aparición de nuevas divisiones
derivadas de una nueva revolución: la revolución postindustrial. Estas nuevas
divisiones, observables a través de datos de encuestas, desafían a los defensores
del orden industrial establecido contra quienes apoyan los objetivos de la nueva
política; trabajadores manuales contra trabajadores del conocimiento; el sector
público contra el sector privado, y así sucesivamente (Dalton et al, 19846: 455-7).
Aunque admitiendo que 'cualquiera de las nuevas divisiones sociales. . . deben
atravesar muchos obstáculos antes de integrarse en el proceso político, "también
ven señales claras de que 'la estructura de los sistemas de partidos democráticos,
congelada durante gran parte de nuestras vidas, está empezando a derretirse'
(Dalton et al, 1984Z>: 457, 460). Sus puntos de vista son repetidos por Inglehart
(1984: 26):
En un grado considerable, Lipset y Rokkan tuvieron razón al hablar de un
'congelamiento de alineaciones de partidos' que se remonta a una era en la que se
establecieron los sistemas modernos, de partidos en masa. Si bien los
alineamientos de los partidos políticos profundamente arraigados siguen
configurando el comportamiento electoral en muchos países, ya no reflejan las
fuerzas con mayor probabilidad de movilizar a las personas para que se vuelvan
políticamente activas.
Por lo tanto, estos diversos datos sugieren que, si bien la clase y otras divisiones
tradicionales conservan un profundo impacto en el comportamiento electoral, su
impacto se ha debilitado tanto por la edad como por el cambio de las condiciones
sociales. Una nueva sociedad, una sociedad postindustrial, está emergiendo en el
capitalismo avanzado que, a su vez, actuará como el presagio de nuevos patrones
de escisión que eventualmente desplazarán las alineaciones tradicionales.

Los argumentos también parecen bastante convincentes. Se basan en datos que
ofrecen un nivel de detalle que no está disponible a partir del análisis electoral
agregado, representan tendencias comunes a una amplia variedad de países y, en
general, se desarrollan con inmenso rigor. Dicho esto, también sufren de un
inmenso inconveniente, y esa es la inevitable restricción del tiempo. El análisis de
la encuesta es el resultado de finales de los años sesenta y setenta y, al final, la
información que proporciona sobre la base social del apoyo partidista, el patrón de
actitudes afectivas y los vínculos entre los ciudadanos y las organizaciones
políticas, sigue siendo información contemporánea. Las tendencias pueden ser
evidentes, pero se pueden rastrear solo a través de un período de tiempo limitado,
y la situación que ahora afecta solo se puede contrastar con la que prevaleció como
máximo quince o veinte años atrás. Sin duda, las tendencias a largo plazo pueden
imputarse a través de contrastes entre diferentes grupos de edad; pero, en el mejor
de los casos, siguen siendo estimaciones y carecemos de datos genuinamente
equivalentes de generaciones anteriores. En resumen, hay un grave problema de
perspectiva.
La evidencia de datos agregados
De ahí la necesidad de recurrir a datos electorales agregados que, aunque son
menos informativos, ofrecen una perspectiva necesaria a largo plazo. De ahí
también la necesidad de volver al análisis seminal de Rose y Urwin (1970), que
fue el primer estudio que utilizó datos electorales agregados para probar la teoría
de Lipset-Rokkan.
Rose y Urwin (1970: 287-8) postulan su análisis en el contexto de cuatro teorías
distintas de las propiedades dinámicas de los partidos y los sistemas de partidos:
los que enfatizan las tendencias evolutivas; los que enfatizan las tendencias
seculares; los que enfatizan un equilibrio estático; y aquellos que enfatizan la
constancia de la fuerza del partido, "la hipótesis nula", que asocian con Lipset y
Rokkan. Luego continúan elaborando tres hipótesis comprobables con respecto a
esta 'hipótesis nula': 'es menos probable que los partidos antiguos (es decir, antes
de 1914) tengan su tendencia de voto a la baja'; "los partidos antiguos tienen menos
probabilidades de que su voto muestre una tendencia significativa"; y 'cuanto más
antiguo sea el partido, más firme debe ser su voto'; todo se basa en que 'Lipset y
Rokkan han argumentado que los sistemas de partidos de las naciones occidentales
tendían a ser "congelados" por divisiones establecidas en el momento de la
promulgación del sufragio universal, dado que los partidos ya habían organizado
grandes bloques del electorado' (Rose y Urwin, 1970: 296).
26
Los hallazgos empíricos de Rose y Urwin, que apoyaban la hipótesis nula, no son
de interés inmediato aquí. Lo que es relevante, sin embargo, es el vínculo explícito
que dibujaron entre la teoría Lipset-Rokkan, por una parte, y la suerte electoral de
los partidos individuales, por otra. Si el apoyo del partido se mantuvo
razonablemente estable, el argumento continuó, entonces la teoría de Lipset y
Rokkan se mantuvo; sin embargo, si el apoyo del partido resultó volátil, la teoría
ya no podría considerarse válida. Este vínculo crucial se ha mantenido en la
literatura posterior que analiza los patrones electorales agregados, aunque, en esta
literatura más reciente, el énfasis está en el cambio más que en la persistencia.
Así, Wolinetz, por ejemplo, quien estaba principalmente preocupado por probar la
tesis de Kirchheimer sobre el desarrollo de los partidos generales, también reiteró
el vínculo Rose-Urwin entre las fortunas electorales agregadas de los partidos
individuales y la teoría de Lipset-Rokkan. Para Wolinetz (1979: 7-8; véase
también Kirchheimer, 1966), Rose y Urwin llegaron a la "misma conclusión" que
Lipset y Rokkan, aunque, como él señaló, la volatilidad electoral subsiguiente
significaba que, a mediados de 1970, la imagen se había vuelto diferente. Un
estudio más reciente realizado por Pedersen (1983) también ha subrayado un
vínculo explícito entre el cambio electoral agregado y la teoría de Lipset-Rokkan.
Al comentar sobre la evidencia de una mayor volatilidad electoral y tomar como
punto de partida la teoría de Lipset-Rokkan, señala (34-5):
Durante la década de 1960, los científicos políticos sostuvieron ampliamente que
los sistemas de partidos europeos eran estructuras inherentemente estables que,
con algunas excepciones, reflejaban las estructuras de división social del pasado.
. . La historia política reciente, sin embargo, ha producido algunos eventos bastante
inesperados que hacen que sea algo difícil reconciliar la visión teórica y las
realidades empíricas. . . [y que] parecen indicar que, incluso si los sistemas de
partidos todavía pueden reflejar las estructuras de división tradicionales en la
sociedad, las excepciones significativas de las que Rokkan y Lipset estaban
hablando ya no son pocas, sino que constituyen una parte más grande y creciente
de todos los partidos europeos. Sistemas
Luego, Pedersen avanza para fundamentar esta posición, informando las
tendencias en un índice resumido de la volatilidad del sistema de partidos para
demostrar un patrón general de cambio. Maguire (1983) también confirma estos
patrones, que reproduce y actualiza el estudio de Rose-Urwin, una vez que
presenta las pruebas en el contexto de la hipótesis de congelación, y concluye a
partir de los datos más recientes que "está claro que los sistemas de partidos

europeos no pueden". Ahora se considerarán como estructuras inherentemente
estables "(Maguire, 1983: 92).
Cada uno de estos estudios citados limitó el análisis a las tendencias electorales de
la posguerra, y hubo poca ambigüedad en sus hallazgos respectivos: el apoyo del
partido se mantuvo más o menos estable desde finales de los años cuarenta hasta
finales de los sesenta, confirmando así la hipótesis de congelación, mientras que
los años setenta Había presenciado un aumento considerable en las fluctuaciones
electorales, desafiando así la hipótesis. Sin embargo, incluso aquí, es evidente que
sigue habiendo un problema de perspectiva.
Las décadas de 1970 y 1980 son claramente diferentes, y en este sentido, los datos
agregados son compatibles con las conclusiones que se extraen de los análisis de
la encuesta; pero el período contemporáneo es diferente solo con respecto a los
años cincuenta y sesenta, y es difícil saber qué patrón constituye la norma. Si la
volatilidad es la excepción, entonces tal vez podamos concluir que la hipótesis de
congelación ya no es cierta (pero incluso esto es discutible, como mostraremos
más adelante). Si, por otro lado, el período de "estado estable" de los años 50 y 60
es la excepción, y la volatilidad es la norma, ¿debemos entonces concluir que la
hipótesis de congelación nunca se mantuvo?
Lo que se necesitaba, por lo tanto, era evidencia que se remontara a los comienzos
de la política de masas y que, al menos, incorpore datos de la década de 1920,
cuando supuestamente ocurrió el proceso de liberación. Este es el enfoque más
significativo adoptado por dos estudios de patrones electorales agregados. En el
primero de ellos, Ersson y Lane (1982; ver también Lane y Ersson, 1987: 94-132)
evalúan el amplio abanico de tendencias electorales desde principios de la década
de 1920, ubicando nuevamente su análisis en el contexto de Lipset-Rokkan El
argumento y los hallazgos de Rose y Urwin, y nuevamente, como en la literatura
más reciente, encuentran que "la hipótesis ampliamente aceptada de que los
sistemas de partidos de Europa occidental no se caracterizan por ningún cambio o
estabilidad no está de acuerdo con los datos" (Ersson y Lane, 1982: 93). En este
caso, sin embargo, el lapso de tiempo más prolongado concede a los hallazgos un
peso significativamente mayor, ya que la evidencia de inestabilidad es evidente
durante todo el período desde la década de 1920, con una inestabilidad aún más
pronunciada durante los años de entreguerras. Por lo tanto, la volatilidad reciente
de la década de 1970 no solo desafía la validez continua de la hipótesis de Lipset-
Rokkan, sino que el análisis a más largo plazo también sugiere que la hipótesis
nunca tuvo mucha validez en primer lugar. Los sistemas de partidos nunca han
sido particularmente estables, y por lo tanto la congelación ha sido exagerada.
27
Gran parte de la misma conclusión es alcanzada por el extenso análisis de Shamir
(1984) de los patrones de cambio y estabilidad, que es el segundo estudio
importante que va más allá de la perspectiva de posguerra relativamente a corto
plazo. En este caso, la perspectiva es incluso más larga que la adoptada por Ersson
y Lane y, en muchos casos, las tendencias se remontan al siglo XIX. Como indica
el título del estudio, la intención explícita de Shamir es probar la hipótesis de
Lipset-Rokkan y, al igual que con Rose y Urwin, Wolinetz, Pedersen, Maguire, y
Ersson y Lane, la evidencia aducida se relaciona principalmente con el
rendimiento electoral agregado de partidos a lo largo del tiempo. Aunque, como
Ersson y Lane, también se incorporan datos sobre la polarización ideológica,
Shamir (1984: 39) enfatiza que "la noción de congelación de los sistemas de
partidos se ha tomado con mayor frecuencia para referirse a las unidades del
partido que comprenden el sistema, la estabilidad del apoyo". Para esas partes, y
las dimensiones de escisión que delinean el sistema’. Según Shamir, dos modelos
alternativos pueden derivarse de la teoría de Lipset-Rokkan. El primero de estos
implica la ausencia completa de cambio en los sistemas de partidos, lo que, afirma
Shamir, es una expectativa irreal. El segundo modelo, que es más realista, implica
la existencia de un equilibrio estable, donde los cambios a corto plazo coexisten
con la estabilidad a largo plazo, y donde no se produce ningún cambio significativo
que no sea predecible sobre la base de observaciones pasadas. Sin embargo, en el
caso, los datos no respaldan ninguno de los dos modelos: la mayoría de los
sistemas de partidos no evidencian una mayor estabilidad luego del período en el
que supuestamente fueron institucionalizados, y por lo tanto, no pueden
considerarse como estables y no como congelados. La hipótesis de la congelación.
. . tiene que ser rechazado '(Shamir, 1984: 70).
A primera vista, por lo tanto, esta evidencia empírica acumulada ofrece poco para
sostener la teoría de Lipset-Rokkan. Las tendencias de posguerra en el apoyo
partidario agregado sugieren que, incluso si la tesis era válida hasta fines de la
década de 1960 (Rose y Urwin, 1970), la volatilidad de las décadas de 1970 y 1980
ha socavado su relevancia continua (Wolinetz, 1979; Pedersen, 1983 Maguire,
1983). Las tendencias agregadas a largo plazo son aún más perjudiciales, ya que
indican un patrón prolongado de inestabilidad que se remonta a la década de 1920
(Ersson y Lane, 1982) y más allá (Shamir, 1984).
En resumen, las tendencias observadas en el apoyo electoral agregado para los
partidos políticos en Europa occidental son incompatibles con la tesis Lipset-
Rokkan. Hay dos posibles implicaciones que pueden extraerse de esta declaración.
Primero, la tesis de Lipset-Rokkan es incorrecta; por muy útil que sea, en términos

de su contribución a nuestra comprensión de los procesos por los cuales se
estructuraron los sistemas de las partes, su énfasis en la persistencia o la
congelación fue esencialmente erróneo. O segundo, las medidas de tendencias
electorales agregadas que se han adoptado en la literatura son indicadores
inadecuados de la tesis original y, por lo tanto, no indican un cambio en el sistema
de partidos, al menos en el sentido previsto.
Partidos y escotes
Permanezcamos con la segunda alternativa por el momento, sobre todo porque las
implicaciones de la primera parecen bastante drásticas, y observemos las medidas
que han sido adoptadas por los autores citados anteriormente. Todos comparten
una característica común: si bien estos autores utilizan una variedad de índices
diferentes, al final cada uno se basa en medidas de persistencia / cambio en el
soporte agregado para las partes individuales. Ya sea el índice de fraccionamiento
de Rae (1971) (Wolinetz, Ersson y Lane, Shamir) o las tendencias simples en el
apoyo a partidos; es decir, la regresión del voto de un partido contra el tiempo
(Rose y Urwin, Maguire); o medidas de volatilidad o fluctuación (Pedersen,
Ersson y Lane, Shamir), la unidad de análisis es la organización individual del
partido.4 Aquí es donde puede estar el problema esencial, ya que hay poco que
sugiera que la teoría de Lipset-Rokkan puede Estar atado tan explícitamente a las
fortunas de los partidos individuales. De hecho, como Lybeck (1985: 109) enfatiza
claramente, "en realidad no hay nada en la formulación original de Lipset-Rokkan
que indique que creían que la fracción de apoyo electoral que va a un partido
debería ser constante".
Es necesario recordar que la pregunta principal abordada por Lipset y Rokkan
(1967: 1) no se refería a las partes como tales, sino a "las condiciones para el
desarrollo de un sistema estable de escisión y oposiciones en la vida política
nacional", de las cuales Los partidos eran la expresión organizada. En una etapa
de su análisis, por ejemplo, hay una referencia reveladora a "los tres casos de
Francia, Alemania e Italia [donde] las continuidades en las alternativas son tan
sorprendentes como las interrupciones en sus expresiones organizativas" (Lipset y
Rokkan, 1967: 52-3). La sustancia de esta distinción entre "las alternativas" y "sus
expresiones organizativas" no es de importancia inmediata aquí; Lo relevante es
que en primer lugar se hace una distinción. En segundo lugar, y de manera más
crucial, Lipset y Rokkan en ninguna parte implican una correspondencia inevitable
entre el conflicto entre las partes, por una parte, y la representación de una línea
divisoria de escisión, por la otra. Mientras que un escote dará lugar a
organizaciones de partidos que compiten entre sí, la presencia de patrones
28
particulares de competencia no representa en sí misma un escote. Este punto se
puede aclarar cuando se toma el ejemplo de la competencia entre los partidos
socialistas y los partidos comunistas, un conflicto que ha estado presente en
diversos grados a lo largo del siglo XX en Europa. No hace falta decir que aunque
este conflicto entre las partes es significativo, ciertamente no representa una
división distinta. Si bien los partidos socialistas y comunistas juntos representan
un lado de una línea divisoria de división, que entre los trabajadores y los
empleadores, su disputa interna es claramente de un orden diferente. Así, como
señalan Lipset y Rokkan (1967: 48):
Las condiciones para el desarrollo de partidos distintivos de la clase trabajadora
variaron notablemente de un país a otro dentro de Europa. Estas diferencias
surgieron mucho antes de la Primera Guerra Mundial. La Revolución rusa no
generó nuevas divisiones, sino que simplemente acentuó las líneas de división
establecidas hace mucho tiempo dentro de la élite de la clase trabajadora.
Poner estos puntos juntos sugiere una distinción importante entre la organización
del partido individual, por un lado, y la expresión organizada de la división, por el
otro, en que este último es capaz de incorporar más de un partido. En otras
palabras, no existe una correspondencia unívoca simple entre una organización de
partido individual y la presencia de una división, ya que si bien la relevancia
política de esta última requiere la expresión en alguna forma de organización
política, tal organización política puede incluir dos o más partidos compitiendo
por más o menos la misma circunscripción. Así, mientras que las partes
individuales pueden subir y bajar, las principales "alternativas" pueden persistir.
En Francia, por ejemplo, a pesar de la marcada fragmentación organizativa tanto
en el nivel de articulación del interés como en el nivel de las partes. . . ningún
analista de la política francesa duda mucho acerca de las continuidades
subyacentes del sentimiento y la identificación en la derecha, no menos que en la
izquierda del espectro político '(Lipset y Rokkan, 1967: 53).
En resumen, la evidencia de persistencia en las primeras décadas de la posguerra
y de la inestabilidad desde fines de la década de 1960, así como en los años de
entreguerras, apunta a poco más que la persistencia electoral o el cambio a nivel
del partido individual. Por lo tanto, si el partido A gana, el partido B pierde y el
partido C sigue siendo el mismo, el índice de inestabilidad es el mismo que si el
partido B hubiera ganado, el partido C hubiera perdido y el partido A hubiera
permanecido igual, aunque el partido A pudiera organizarse en el mismo 'lado' de
una división como la parte B, y en el 'lado' opuesto a la parte C (vea también el
Capítulo 2 más arriba). Más específicamente, ninguno de los índices de cambio

electoral utilizado en la literatura anterior puede distinguir entre los cambios entre
los aliados de la división por un lado y entre los oponentes de la división por el
otro. Si un partido comunista cede los votos a un partido socialista, por ejemplo,
mientras que el voto de izquierda en general permanece estable, y la Europa
occidental contemporánea está ahora repleta de tales ejemplos, se vería que el
cambio tiene un peso equivalente a una situación en la que tanto los comunistas
como los comunistas. Los partidos socialistas habían cedido los votos a la derecha.
Ambas situaciones reflejarían la inestabilidad electoral, pero está claro que solo
esta última refleja inestabilidad de "escisión". De ahí la dificultad involucrada en
traducir la evidencia del cambio electoral en evidencia del cambio de escisión; los
dos no tienen por qué coincidir. Por supuesto, como se señaló anteriormente, es
también evidente que existen dificultades para traducir la evidencia del cambio de
división en evidencia del cambio del sistema de partidos.
En resumen, el supuesto general que vincula la volatilidad electoral con la
inestabilidad sistémica debe estar sujeto a serias calificaciones. En su forma
directa, es decir cambio electoral - cambio de sistema de partidos, las
calificaciones se derivan del tipo de sistema de partidos en cuestión y de la
ubicación del cambio electoral en sí. En su forma indirecta, es decir cambio
electoral - cambio de escisión - cambio en el sistema de partidos, las calificaciones
se derivan de ambos conjuntos de vínculos: aquellos entre el cambio de escisión y
el cambio en el sistema de partidos, ya señalados por Smith (1988); y aquellos
entre el cambio electoral y el cambio de división, que ahora se han discutido en
detalle. Mientras que los diversos índices de cambio electoral agregado pueden
decirnos mucho acerca de la estabilidad / inestabilidad electoral en general,
parecen decirnos poco sobre la persistencia / decadencia de las divisiones. Y esto,
seguramente, es la verdadera carga de la hipótesis de congelación.
¿CUÁNTO CAMBIO ELECTORAL?
Esto no es negar la relevancia de la volatilidad electoral como tal. A pesar de las
dificultades involucradas en el tratamiento de la volatilidad como un indicador del
declive de la división, el cambio electoral agregado, aunque solo sea en ciertas
circunstancias, es probable que tenga al menos alguna influencia en el alcance del
cambio en el sistema de partidos. Pero incluso si relajamos los criterios y
olvidamos por el momento la posible necesidad de restringir las discusiones sobre
el cambio del sistema de partidos a aquellos casos en que hay un claro cambio de
una clase o tipo de sistema de partidos a otro (ver más arriba), queda Problemas
relacionados con el nivel en el que la volatilidad electoral importa.
29
Una vez más, dado el énfasis en el cambio electoral en la literatura contemporánea,
nos quedamos con una serie de preguntas clave sin respuesta. ¿En qué punto la
volatilidad se vuelve importante? ¿Calificamos como niveles significativos de
volatilidad por encima del 5 por ciento, por encima del 10 por ciento, o solo por
encima del 15 por ciento? Dado el punto de Shamir de que la estabilidad electoral
total es una expectativa irreal, ¿cuáles son los puntos de corte más allá de los cuales
se puede ver que la volatilidad refleja un cambio significativo en el partido (si no
en el sistema de partidos)? ¿Deberían establecerse tales puntos de corte en
términos absolutos, o deberían ser relativos al país o período individual? Por
último, ¿es necesario distinguir entre elecciones volátiles puntuales y una
secuencia de elecciones volátiles?
El problema de los puntos de corte se vuelve particularmente agudo una vez que
se reconoce que existe un claro sesgo hacia la estabilidad electoral agregada en la
historia de la política de masas en Europa occidental. En teoría, el índice Pedersen
puede variar de 0 (donde no hay un cambio agregado) a 100 (donde todos los
partidos existentes pierden todos sus votos y son reemplazados por partidos
totalmente nuevos). Sin embargo, en la práctica, una encuesta de niveles de
volatilidad en 303 elecciones en trece países europeos entre 1885 y 1985 muestra
que el rango real va de 0 a 32 (Alemania en 1920), con una media general de solo
8,6. De hecho, como se puede ver en la Tabla 3.1, los niveles de volatilidad tienden
a agruparse en valores bastante bajos, con más de dos tercios de los casos
registrando un nivel inferior a 10, y con solo el 11 por ciento registrando un nivel
superior a 15.
Sin embargo, en contra de esto, se puede argumentar que incluso los niveles bajos
de volatilidad adquieren un grado de significación si reflejan una tendencia
acumulada, en el sentido de que una secuencia de elecciones volátiles incluso bajas
puede crear un cambio sustancial en el balance electoral general del sistema. . Una
elección altamente volátil, por otro lado, puede resultar relativamente
insignificante si es seguida por una segunda elección altamente volátil que restaura
el balance electoral partidista anterior.
En un esfuerzo por probar esta última proposición, la Tabla 3.2 presenta un
desglose detallado de las 24 elecciones caracterizado por un nivel de volatilidad
superior a 17.2 (es decir, más del doble de la media general). El punto más
sorprendente a tener en cuenta sobre estas elecciones es que la mayoría (15 o 62.5
por ciento) ocurre en secuencia, y una minoría (9 o 37.5 por ciento) son elecciones
únicas. ¿Cómo interpretamos estos patrones secuenciales?

Hay dos explicaciones posibles para tal agrupamiento. Primero, como se sugirió
anteriormente, puede ser que realmente estemos presenciando un proceso de
restauración, dentro del cual la repentina transformación reflejada en el alto nivel
de volatilidad en la primera de las elecciones secuenciales se corrige en las
siguientes elecciones volátiles, con Los partidos una vez perdedores recuperan su
fuerza electoral. En estas circunstancias, se podría considerar que el sistema de
partidos recibió un shock repentino, pero sin efectos duraderos.6 Si este fuera el
caso, entonces deberíamos esperar un nivel relativamente bajo de volatilidad neta
en las elecciones, lo que pone de relieve la secuencia de Elecciones altamente
volátiles. En el caso danés, por ejemplo, anticiparíamos que la volatilidad entre la
última elección antes de 1973 y la primera elección después de 1977 debería ser
sustancialmente más baja que en cualquiera de las elecciones intermedias.
La segunda y alternativa explicación, sin embargo, es que estamos presenciando
un cambio más duradero en el equilibrio partidista, en el cual los partidos que
experimentan grandes pérdidas (o mayores ganancias) en la primera de la
secuencia de elecciones encuentran que su erosión (o crecimiento) continúa a
partir de entonces. En este caso, la volatilidad neta calculada entre el par de
elecciones paréntesis debe ser al menos tan alta como la que caracteriza a las
elecciones intermedias.
Estas explicaciones alternativas se prueban a través de los datos en la Tabla 3.3,
que informa los niveles de volatilidad en las elecciones paréntesis (tratándolas
como si fueran elecciones consecutivas). La evidencia es bastante inequívoca: en
todos los casos (con la posible excepción de Dinamarca), la volatilidad en las
elecciones paréntesis sigue siendo relativamente alta, y en la mayoría de los casos
supera la de la elección más volátil en la secuencia intermedia. De estos datos se
desprende claramente que estas secuencias de elecciones altamente volátiles
reflejan cambios duraderos en el equilibrio partidista y que no ofrecen evidencia
real de ningún efecto restaurador. Además, como puede verse en la última columna
de la Tabla, estos períodos también se caracterizan por la erosión o el crecimiento
del apoyo de un número relativamente grande de partidos (de nuevo, el sistema
danés muy fragmentado puede considerarse una posible excepción).
En resumen, está claro que estos grupos de elecciones altamente volátiles indican
períodos de realineación electoral fundamental de los sistemas de partidos.
Ninguna de estas secuencias ofrece evidencia real de una restauración del status
quo. La aproximación más cercana a esta situación es la de Dinamarca en la década
de 1970, pero incluso aquí la volatilidad neta en las elecciones paréntesis es casi
del 20 por ciento. En la medida en que la volatilidad electoral agregada tenga algo
30
que ver con la magnitud del cambio en el sistema de partidos, y en la medida en
que los criterios para especificar instancias de este último puedan aflojarse, es por
lo tanto alrededor de estos casos excepcionales de flujo electoral sostenido. Podría
comenzar mejor a explorar las dimensiones del cambio del sistema de partidos.
Sin duda, los casos de tal cambio serán inevitablemente menos frecuentes que los
indicados en las Tablas 3.2 y 3.3; A nivel electoral, sin embargo, estos aparecen
como casos paradigmáticos y, como tales, merecen una mayor atención.
LAS BIAS ELECTORALES
La fluctuación de los votantes, ya sea a nivel agregado o individual, y sea entre
bloques de partidos o partidos individuales, es solo una de las dimensiones
potencialmente relevantes a lo largo de la cual se puede comenzar a entender el
cambio del sistema de partidos. Sin embargo, quizás inevitablemente,
particularmente cuando se aplica a nivel de la parte individual, es también el
aspecto que más atención ha recibido en la literatura reciente, al descuido de las
evaluaciones de cambio con respecto a otros aspectos, como, por ejemplo, Partido
ideológico, organizativo o estratégico.
Este sesgo electoral es ciertamente comprensible. Los resultados electorales se
tabulan fácilmente, los cambios a nivel electoral se comparan fácilmente en el
tiempo y el espacio y, al final, el desempeño electoral es quizás el indicador clave
de la fortaleza del partido. Al mismo tiempo, sin embargo, este sesgo conlleva
inevitablemente sus propios problemas. En particular, un énfasis en la dimensión
electoral sugiere que solo se puede hablar de un partido o un cambio en el sistema
de partidos si se observa un cambio electoral. Y en la medida en que este sea el
caso, entonces la ausencia de cambio electoral se vuelve interpretable solo en
términos de estabilidad de partido o sistema de partidos. La posibilidad de que
ocurra un cambio a pesar de la estabilidad electoral es, por lo tanto, ampliamente
descontada, como lo es, en gran medida, la noción total de partido o adaptación
del sistema de partidos.
Este problema se agudiza cuando se intenta clasificar los sistemas de partidos
como estables o cambiantes. Restringir el enfoque a la dimensión electoral permite
una categorización particular; ampliar ese enfoque para tener en cuenta las
dimensiones ideológicas, competitivas u organizativas puede dar resultados
bastante diferentes. En otras palabras, antes de que podamos determinar cuándo
está cambiando el sistema de una parte, es necesario definir los parámetros a lo
largo de los cuales se medirá el cambio.

Para Kirchheimer, por ejemplo, el cambio en el sistema de partidos claramente
implicaba algo más que un simple cambio electoral agregado. En su ensayo
clásico, titulado apropiadamente La transformación de los sistemas de partidos de
Europa occidental, Kirchheimer (1966) desarrolló una tesis importante sobre el
cambio en el sistema de partidos que, a todos los efectos, ignoró efectivamente la
dimensión electoral. En este caso, la transformación de los sistemas de partidos
implicó un cambio a nivel de ideología, organización y competencia, y si bien ese
cambio provocaría inevitablemente una respuesta electoral (ver la interpretación
del argumento de Kirchheimer en Wolinetz, 1979), tal respuesta no
necesariamente visible a nivel electoral, o al menos a nivel electoral agregado,
donde la adaptación podría asegurar el mantenimiento del equilibrio electoral
agregado dado (Dittrich, 1983).
De hecho, se podría llegar a sugerir que la estabilidad electoral agregada podría
deberse en gran parte a los procesos de cambio en otras dimensiones, y que la
capacidad de los partidos para mantener su apoyo electoral se deriva de la
capacidad de transformar sus recursos, su organización. El estilo y / o su modo de
competencia, mientras que el cambio electoral agregado puede resultar de una
incapacidad o falta de voluntad para adaptarse a otras dimensiones. En tales
circunstancias paradójicas, los sistemas de partidos aparentemente estables
demostrarían ser aquellos caracterizados por partidos más adaptables, mientras
que los sistemas de partidos aparentemente cambiantes serían aquellos
caracterizados por actores políticos más obstinados.
El caso irlandés ofrece un ejemplo particularmente útil del proceso mediante el
cual la adaptación (y el cambio) en una variedad de niveles ha coexistido con un
grado sorprendente de continuidad electoral (Mair, 1987a; véase también el
Capítulo 1 más arriba). A pesar de la repentina interrupción causada por el
surgimiento de un nuevo partido, los Demócratas Progresistas, en las elecciones
de 1987, por ejemplo, los cambios generales en el balance electoral a largo plazo
en la República de Irlanda han parecido bastante mínimos. Durante las dos
elecciones de 1982, por ejemplo, el principal partido de Fianna Fail promedió
alrededor del 46 por ciento del voto popular; Medio siglo antes, en 1932, había
ganado el 45 por ciento. Fine Gael, el segundo partido, promedió 37% en 1982; en
1932, su predecesor, Cumann na nGaedheal, había ganado el 35 por ciento. El
Partido Laborista, el tercero, promedió el 10 por ciento en 1982; en 1932 ganó el
8 por ciento. En resumen, y teniendo en cuenta otros partidos minoritarios e
independientes, la volatilidad agregada neta a lo largo de este período de cincuenta
años fue solo de 8,9, solo ligeramente superior a la media de 8,6 que surge del
31
análisis de 303 elecciones consecutivas en trece países europeos. 1885 y 1985 (ver
arriba).
Sin duda, esta medida general de estabilidad electoral en el caso irlandés ignora
un grado considerable de fluctuación intermedia en los años intermedios. No
obstante, al menos a nivel agregado, la impresión de continuidad, o al menos de
restauración, es sorprendente, y la inevitable tentación en el caso irlandés es hablar
de la estabilidad del sistema de partidos. Sin embargo, como revela una evaluación
más cercana, tal conclusión es, en muchos sentidos, engañosa. En el nivel de la
organización, por ejemplo, los vínculos entre los partidos y los votantes se han
transformado más allá del reconocimiento. Una transformación mayorista similar
ha ocurrido en el nivel de la ideología, con las preocupaciones sustantivas de las
partes y la naturaleza de sus apelaciones experimentando un cambio total en el mar
a lo largo de este período de cincuenta años. Finalmente, en términos de la
dinámica del sistema de partidos, la situación ahora es totalmente incomparable
con lo que pertenecía anteriormente: los propios partidos son más competitivos en
términos de sus estrategias electorales; el electorado está cada vez más dominado
por votantes que compiten entre los partidos y cuyos vínculos afectivos
decrecientes los ponen a disposición de virtualmente cada una de las alternativas
en competencia; y, al menos desde principios de la década de 1970, ahora existe
una posibilidad real de alternancia en el gobierno. En resumen, el sistema en sí se
ha vuelto inmensamente más competitivo (Mair, 1987a: especialmente 221-8).
En el caso de Irlanda, entonces, se puede concluir que ha habido una
transformación en las estrategias de las partes, así como en las restricciones
estratégicas del propio sistema. El patrón de competencia también ha cambiado, al
igual que los medios por los cuales se moviliza a los votantes. Los partidos
ideológicamente transformados ahora compiten por votantes radicalmente
diferentes. Esto seguramente es un cambio sustancial. Sin embargo, al final, estos
partidos ganan más o menos el mismo nivel de apoyo agregado que lo hicieron
medio siglo antes (o al menos lo hicieron antes de 1987). En efecto, las partes en
Irlanda se han visto obligadas a trabajar muy duro para permanecer en el mismo
lugar y preservar el mismo equilibrio. Y dado un proceso de adaptación tan
sostenido, ¿no es posible hablar del cambio del sistema de partidos en Irlanda, a
pesar de la continuidad electoral a largo plazo?
De manera más general, el ejemplo irlandés sugiere que un énfasis indebido en la
dimensión electoral bloquea la consideración de los patrones de cambio que
pueden ofrecer una comprensión mucho más completa de cuándo y cómo cambian
los sistemas de partidos, y cuándo y cómo persisten. En resumen, advierte contra

una simple categorización del cambio / persistencia del sistema de partidos que se
deriva en gran parte, si no únicamente, de las tendencias electorales agregadas.
PROBLEMAS CLAVE
Este capítulo ha tratado de identificar algunos de los problemas clave en la
comprensión del cambio en el sistema de partidos, y ha evitado juiciosamente la
prescripción de criterios estrictos en cuanto a cómo se puede medir dicho cambio.
En otras palabras, y siguiendo el camino de la menor resistencia, la intención ha
sido plantear preguntas en lugar de proporcionar respuestas.
Se han identificado cuatro problemas clave. Primero, he enfatizado la necesidad
de distinguir el cambio de partido por un lado y el cambio de sistema de partido
por el otro, dos nociones que a menudo se confunden en el contexto de gran parte
de la literatura contemporánea. Al enfatizar esta distinción, también he sugerido
que puede resultar más factible establecer criterios para el cambio del sistema de
partidos que para el cambio de partido ya que, al menos por medio de las
clasificaciones aceptadas de los sistemas de partidos, parece más factible destilar
la esencia o el núcleo de un sistema de partido particular que es el caso de un
partido particular. Una vez que se ha identificado dicho núcleo, es posible decir
cuándo ha cambiado un sistema determinado. Finalmente, también he sugerido
que, hablando estrictamente, puede ser inapropiado hablar de cambios en el
sistema de partidos en casos distintos a la transformación de un sistema de partidos
de una clase o tipo a otro.
En segundo lugar, he discutido algunos de los problemas involucrados al asumir
un vínculo entre el cambio electoral y el cambio de división por un lado, y entre
el cambio de división y el cambio del sistema de partidos por el otro. Centrándome
especialmente en el vínculo anterior, he sugerido que aunque gran parte de la
evidencia del cambio electoral agregado que se ha aducido para desafiar la
propuesta de congelación de Lipset-Rokkan nos dice mucho acerca de la
estabilidad / inestabilidad electoral en general, en general, en sí mismo, nos dice
poco sobre la persistencia o disminución de las divisiones. En la medida en que la
hipótesis sobre el cambio del sistema de partidos se basa en el supuesto de
disminución de la división, por lo tanto, en estos términos, al menos, el caso no
está aún probado.
En tercer lugar, he discutido algunos de los problemas asociados con la
interpretación de la volatilidad electoral en sí misma, en particular los relacionados
con la cuestión de cuándo importa la volatilidad. El punto más importante a
32
destacar aquí es que la evidencia de un siglo de política de masas apunta a una
estabilidad electoral bastante extensa, y que los casos de volatilidad "sustancial",
y en particular los casos de alta volatilidad sostenida, son relativamente
infrecuentes. No obstante, la identificación de tales casos ayuda a especificar
aquellos casos y períodos en los que el cambio del sistema de partidos puede ser
más radical, y donde se puede buscar una comprensión más completa de las
dimensiones del cambio.
Finalmente, y con especial referencia al caso irlandés, he discutido algunos de los
problemas asociados con el sesgo electoral y el descuido concomitante de otras
dimensiones del cambio potencialmente más fundamentales. Como lo indica el
estudio del caso irlandés, tal vez sea paradójico que los procesos de mayor cambio
en el sistema de partidos puedan ocurrir en aquellos casos que se caracterizan por
una relativa estabilidad electoral, mientras que los sistemas más volátiles pueden
ser sintomáticos de la rigidez de los partidos y la obstinación del partido,
características que, en cierta forma, se pueden leer como evidencia de estabilidad.
En general, sin embargo, está claro que la comprensión del cambio del sistema de
partidos debe centrarse en aquello que define al sistema en primer lugar: el patrón
de interacciones entre las partes. Los desarrollos electorales, el cambio ideológico,
la revitalización organizacional, etc., son todos aspectos importantes del cambio
de partido, pero son indicadores apropiados del cambio de sistema de partido solo
cuando también comienzan a influir en el patrón de interacciones que caracterizan
el propio sistema; o, en otras palabras, cuando tienen relevancia sistémica.
4
Mitos del cambio electoral y la supervivencia de los partidos "antiguos"
La contribución de Stein Rokkan a la comprensión contemporánea de la política
europea y el desarrollo político sigue siendo incomparable. En muchos sentidos, y
particularmente para mi generación, que aprendió ciencia política por primera vez
a finales de los años sesenta y principios de los setenta, fue la interpretación de
Rokkan la que más se ha hecho para enmarcar nuestra comprensión a largo plazo
de cómo se ha configurado nuestro entorno político. Además, a pesar del
florecimiento de la literatura sobre política europea comparada en los últimos
años, esta es una interpretación que también ha permanecido en gran medida sin
cuestionar. Pocos, si es que los hay, buscarían volver a dibujar los contornos que
estableció en su mapa geopolítico de Europa, por ejemplo, y pocos, si es que los
hay, buscarán cuestionar la importancia de las estructuras de escisión que él

identificó como cruciales para el desarrollo y la consolidación. De la política de
masas y de los sistemas de partidos.
Pero si bien se pudo haber propuesto muy poco para calificar la comprensión de
Rokkan sobre el origen y el desarrollo temprano de la política de masas en Europa
occidental, hay un gran número de opiniones que buscan sugerir que este enfoque
esencialmente genético ya no es adecuado. A una comprensión de los patrones
contemporáneos de la política. Existe, en particular, un gran volumen de literatura
que pretende afirmar que el énfasis específico de Rokkan en la congelación de los
sistemas de partidos fue, en gran medida, erróneo. Si bien los sistemas de partidos,
y los partidos tradicionales que conforman estos sistemas, bien pudieron haberse
congelado hasta el momento en que Rokkan, junto con Lipset, adelantaron su
famosa propuesta de congelación (Lipset y Rokkan, 1967), lo que tenemos a
continuación. Ha habido evidencia de inestabilidad y cambio generalizados. En
otras palabras, si bien se acepta ampliamente que el trabajo de Rokkan puede
ayudarnos a comprender el pasado, cada vez se acepta menos que su trabajo, al
menos en este aspecto particular, puede ayudarnos a comprender el presente.
Recordemos la propuesta de congelación: al escribir sobre los patrones políticos
que prevalecían hace más de una generación, Lipset y Rokkan declararon que "los
sistemas de partidos de la década de 1960 reflejan, con pocas pero significativas
excepciones, las estructuras de escisión de la década de 1920". Además, agregaron
que las alternativas de los partidos que luego se disputaban las elecciones, y en
muchos casos las propias organizaciones del partido, eran "más antiguas que las
mayorías de los electorados nacionales" (Lipset y Rokkan, 1967: 50). En resumen,
había poco de lo que era nuevo bajo el sol de la política europea.
Bien y bien, dicen muchos de los observadores más recientes. Los sistemas de
partidos, así como las alternativas de los partidos de la década de 1960, parecían
congelados en su lugar. Pero esto ya no puede ser visto como el caso. Al observar
la política de Europa occidental de hoy, se argumenta que los sistemas de partidos
ya no están congelados, y que muchas de las alternativas de los partidos ya no son
más antiguas que las mayorías de los electorados nacionales. Se sostiene que la
proposición de Pace Rokkan, el viejo orden ha cambiado desde finales de la década
de 1960, y ahora hay una nueva política en el extranjero. No es tanto que Rokkan
estuviera equivocado; más bien, lo que ha sucedido es simplemente que su análisis
ha sido superado por los eventos.
Hay tres fuentes principales de evidencia que generalmente se citan para justificar
esta revisión contemporánea, o incluso el rechazo, de la hipótesis de congelación.
33
Primero, hay evidencia de tendencias en la volatilidad electoral agregada, los
cambios netos en los votos de una elección a la siguiente. Desde fines de la década
de 1960, se argumenta, los votos han comenzado a cambiar sus preferencias en un
número cada vez mayor. Los electorados y sus sistemas de partidos se han vuelto
mucho más volátiles y, por lo tanto, también se han vuelto menos congelados. Esto
fue enfatizado por primera vez por Pedersen (1979), quien fue uno de los primeros
en la nueva ola de escritura para trazar patrones de volatilidad electoral en la
Europa de posguerra.
En segundo lugar, existe evidencia de la movilización y el éxito de los nuevos
partidos, lo que sugiere que la política de masas ya no está dominada simplemente
por los partidos "antiguos", o por partidos más antiguos que sus electorados
nacionales. Más bien, se ha visto surgir una gran cantidad de nuevos partidos, que
buscan desafiar y desplazar a sus rivales más antiguos y más tradicionales. Estos
nuevos partidos son, además, radicalmente diferentes de los antiguos, tanto en
términos de temas (nuevos partidos políticos) como de estilo organizativo.
Kitschelt (1988) y Poguntke (1987) se encuentran entre los más recientes que
destacan la importancia de este cambio en particular, pero el punto también se
enfatiza en toda la literatura contemporánea (véase, por ejemplo, Dalton y
Kuechler, 1990).
En tercer lugar, y más generalmente, existe la evidencia (a menudo imputada) de
la disminución del partido en términos organizativos y representativos, y como un
dispositivo para vincular a los ciudadanos con la toma de decisiones, así como la
evidencia de formas nuevas e incipientes de intermediación de intereses. . Se solía
decir que este desafío particular al partido se debía al desarrollo y fortalecimiento
de las estructuras de estilo neocorporatista y los grupos de interés, pero
últimamente este argumento particular ha tendido a disiparse, y se ha puesto un
énfasis más reciente en los "nuevos movimientos sociales ', y así sucesivamente.
Sea cual sea el carácter del desafío particular, sin embargo, ya sea que se base en
el neo-corporativismo o los nuevos movimientos sociales (y se debe tener en
cuenta el énfasis compartido en la "novedad"), no es menos perjudicial para el
partido. Así, por ejemplo, Lawson y Merkl (1988ft) pueden discutir cuándo las
partes fallan, en lugar de si las partes fallan o si las partes fallan. Hay poco margen
de duda aquí.
Cada uno de estos tres patrones de cambio está más o menos arraigado en las
variedades de cambio electoral, ya sea que se deban a desalojos (el declive del
partido), a la realineación (al surgimiento de nuevos partidos) o a ambos
(inestabilidad electoral agregada). Sin embargo, en este capítulo sostengo que esta

imagen del cambio electoral es en gran medida mítica. Es una imagen popular, e
incluso una imagen emocionante; Sobre todo, es una nueva imagen, y la novedad
es siempre muy atractiva para nuestra profesión de moda; pero al igual que muchas
otras imágenes nuevas, emocionantes y de moda, también carece de fundamento
y tiene poca o ninguna relación con los patrones reales de alineaciones electorales
en la Europa contemporánea. En realidad, como argumentaré, la evidencia
empírica sugiere que los electorados europeos continúan siendo estables; que las
alineaciones continúan relativamente congeladas; Y que los viejos partidos sigan
sobreviviendo. En otras palabras, argumentaré que gran parte de lo que sostuvieron
Lipset y Rokkan a fines de la década de los sesenta con respecto a la congelación,
el envejecimiento y la estabilidad, aún sigue siendo válido hoy en día.
Por supuesto, esto no implica que se pueda hablar de estancamiento generalizado
en los mercados electorales de Europa occidental, y en algunos casos, incluso a
nivel agregado, el cambio ha sido radical y abrupto. En general, sin embargo, y al
considerar la experiencia de Europa occidental como un todo, el flujo a gran escala
es excepcional. Además, incluso en países como Dinamarca, los Países Bajos,
Noruega y Alemania, cuyas experiencias nacionales se han hecho tan grandes en
los diversos libros de evidencia que enfatizan el cambio generalizado, la impresión
de persistencia a menudo sigue siendo mucho más sorprendente que la de la
discontinuidad.
NIVELES DE VOLATILIDAD ELECTORAL
Permítanme comenzar con los niveles agregados de volatilidad electoral, el
aumento en el cual, como se señaló, a menudo se cita como evidencia de que los
sistemas de partidos europeos ya no están congelados. La cuestión aquí es el
alcance exacto del supuesto aumento de la volatilidad que ha tenido lugar desde
finales de la década de 1960; es decir, desde el período en que Lipset y Rokkan
hablaron de sistemas de partidos congelados.
Según el índice diseñado por Pedersen (1979), quien fue uno de los primeros
académicos en llamar nuestra atención sobre la creciente inestabilidad electoral,
los niveles de volatilidad electoral pueden variar desde 0, lo que indica que no hay
cambios, y todos los partidos reciben la misma proporción de votos en una
elección como la que habían recibido en la elección anterior, a 100, que indica un
cambio completo y total, cuando todos los partidos existentes son reemplazados
por partidos completamente nuevos.
34
Estos son, por supuesto, los límites teóricos del índice. En la práctica, sin embargo,
aunque los niveles nunca alcanzan los 100, pueden alcanzar alturas sustanciales.
Entre las 303 elecciones analizadas en el período 1885-1985 en Bartolini y Mair
(1990), por ejemplo, el nivel más alto alcanzado fue de 32.1 (Alemania en 1920),
mientras que el nivel alcanzado en la elección del "terremoto" danés de 1973 fue
de 21.2. De hecho, el nivel promedio de volatilidad en Francia en la década de
1950 fue de 22.3. Por lo tanto, aunque el nivel teóricamente máximo nunca se haya
registrado, el rango de valores reales registrados en las elecciones de Europa
occidental a veces ha resultado ser sustancial.
Pero, hay que destacar, estas son las excepciones. Si tomamos en conjunto a
Europa occidental, en un período que incluye concursos muy inactivos y bastante
volátiles, el nivel promedio de volatilidad agregada en el período de 1945 a 1989
es solo de 8,7; lo que significa que ha habido un cambio neto promedio de menos
del 9 por ciento de los votos de una elección a otra en la Europa de posguerra. Y
esto, a su vez, significa que ha habido una estabilidad agregada neta del 91 por
ciento.
Lo que es aún más sorprendente, sin embargo, es que este nivel promedio de
volatilidad es en realidad más bajo que el alcanzado en el período de entreguerras,
cuando todos están de acuerdo en que los sistemas de partidos se congelaron, y
cuando la volatilidad promedio fue de 9.9 (Bartolini y Mair, 1990: 100). Además,
no solo ha habido una disminución de la volatilidad desde la etapa previa a la
guerra hasta la posguerra, sino que también ha habido una disminución durante la
posguerra. Así, el promedio en el período de la política de "estado estable", de
1945 a 1965, cuando la mayoría de los comentaristas están de acuerdo en que la
opinión de Rokkan tenía sentido, era en realidad 9.0. Por otro lado, entre 1966 y
1989, en un período en el que toda la conversación ha sido de inestabilidad, cambio
y descongelamiento de los sistemas, la volatilidad promedio ha sido de 8.5, un
nivel que está por debajo del período de estado estable. E incluso más abajo del
nivel medio registrado en el período de entreguerras. De hecho, si se observan las
tres grandes épocas electorales que han ocurrido desde el sufragio universal y la
era de la política de masas: el período de entreguerras, las primeras décadas de la
posguerra y luego las décadas más recientes de la posguerra, la volatilidad
electoral agregada, la inestabilidad electoral agregada, ha mostrado un descenso
constante. Esto apenas significa transformación o crisis; apenas significa un
descongelamiento.
También se debe enfatizar que incluso cuando el cambio agregado se produce de
esta manera limitada, no es muy significativo en lo que respecta a los límites de

división. Más bien, mirando la evidencia agregada, es evidente que cuando los
votantes cambian, es más probable que cambien entre amigos en lugar de entre
enemigos. Esto es ciertamente cierto en términos de la línea tradicional de división
socialista y burguesa, que es la alineación con la cual la evidencia en Bartolini y
Mair (1990) estaba más preocupada. Por lo tanto, cuando los partidos de derecho
pierden votos, entonces lo hacen en beneficio de otros partidos de derecho; y
cuando los partidos de izquierda pierden votos, tienden a hacerlo en beneficio de
otros partidos de izquierda: hay poco cambio a través de los límites de división.
El resultado es que los niveles reales de volatilidad agregada entre el bloque
socialista y el bloque burgués están aún más silenciados que los de todo el sistema
de partidos en su conjunto. En el período 1945-89, por ejemplo, y tomando
nuevamente un índice que va de 0 a 100, la volatilidad media de la escisión cruzada
ha sido de 2.9, frente a 3.2 en los años de entreguerras. Estos niveles son
sorprendentemente bajos, con un promedio de menos del 3 por ciento de cambio
de elección a elección, y una vez más, reflejan una disminución en el nivel medio
desde el período en que ocurrió el proceso de congelación.
En este caso, sin embargo, se debe admitir que cuando nuevamente dividimos el
período de posguerra en dos y contrastamos el período de estado estacionario
(1945-65) con el período de supuestas turbulencias y colapso (1966-89), Ver
signos de creciente inestabilidad. De hecho, la volatilidad del bloque de clase ha
aumentado desde un nivel promedio de 2.85 en las primeras décadas de la
posguerra, las décadas congeladas, hasta 2.95 en las últimas décadas de la
posguerra, es decir, en la era de la nueva política. Este es un aumento de 0.1, que,
de hecho, es realmente sorprendente. Vivimos en tiempos interesantes.
La tercera observación que debe subrayarse es que esta ausencia de cambios
electorales sustanciales no es, por supuesto, cierta para todos los países; pero
tampoco la evidencia de un cambio marginal es cierta para todos los países. En las
últimas décadas, algunos países se han vuelto más volátiles, en particular
Dinamarca, Islandia, los Países Bajos y Noruega, mientras que otros, al menos por
ahora, se han vuelto menos volátiles, especialmente Francia, Alemania, Irlanda e
Italia. También está claro que el lugar del cambio electoral ha tendido a cambiar
de los países más grandes a los más pequeños. Sin embargo, el punto principal que
debe señalarse es que no ha habido una tendencia en toda Europa hacia la
inestabilidad electoral.4 Más bien, en toda Europa, la imagen es mantener el status
quo en términos electorales. Además, durante lo que podría llamarse el período
'post-Rokkan', o el supuesto período de descongelación, incluso los países más
'volátiles', como Dinamarca, Islandia, Luxemburgo, los Países Bajos y Noruega,
35
registran niveles medios de cambio agregado de solo 10, 11 o 12 por ciento, y esto,
se recordará, está en una escala de 0 a 100.
A SUPERVIVENCIA DE LOS PARTIDOS "VIEJOS"
Todo esto, uno podría decir, o al menos los defensores del mito del cambio
electoral podrían decir, no viene al caso. Los cambios agregados de una elección
a otra nos dicen poco: lo que importa es la acumulación de tales cambios y la
dirección en la que van. Por lo tanto, incluso si los agregados de solo el 5 o el 10
por ciento de los votos cambian entre las elecciones, esto pierde el sentido, ya que
estos cambios de elección a elección pueden construirse en la misma dirección a
largo plazo, lo que deletrea la erosión gradual de los partidos antiguos y la
reducción gradual. Surgimiento de nuevas alternativas. Entonces, ¿es este el caso?
La mejor manera de probar esto es mirar con precisión la fuerza electoral de los
partidos que ya habían estado participando en las elecciones a principios de la
década de 1960 y que todavía están participando en las elecciones; es decir, para
ver aquellos partidos que ya habían entrado en la política en el momento en que
Lipset y Rokkan llegaron a la conclusión de que los sistemas de los partidos
estaban congelados y que todavía existen. Estos son los "partidos antiguos" e
incluyen a muchos de los partidos que Lipset y Rokkan describieron como
entonces, a principios de la década de 1960, más antiguos que la mayoría de los
electorados nacionales.5 Entonces, ¿cómo han estado estos partidos antiguos en
las elecciones recientes? ¿Han experimentado una disminución sustancial? ¿Han
perdido a nuevos partidos que ahora son claramente más jóvenes que la mayoría
de los electorados nacionales?
La evidencia ciertamente no sugiere esto; o más bien, la evidencia ciertamente no
sugiere que estas partes hayan experimentado pérdidas sustanciales. Sin duda,
estos viejos partidos ahora no obtienen una proporción tan alta de votos como lo
hicieron a principios de los años sesenta. Dado que han transcurrido treinta años
desde principios de la década de 1960, esto no es sorprendente. Por otro lado, no
han perdido esa gran parte.
A principios de la década de 1960, por ejemplo, estos viejos partidos obtuvieron
un promedio de poco menos del 95 por ciento de los votos en los catorce países
europeos que he visto, 6 que van desde aproximadamente el 75 por ciento en
Francia (donde he tratado a la UDF). Como un partido "completamente nuevo" a
casi el 100 por ciento en Suecia. En cambio, en las elecciones más recientes, a
finales de los años ochenta y en 1990 y 1991, estos "partidos antiguos"

promediaron el 84 por ciento de los votos, que van desde el 66 por ciento en
Francia al 92 por ciento en Austria (véase el cuadro 4.2 ). Esto supone una pérdida
neta promedio a largo plazo de menos del 11% en treinta años, una pérdida que,
por definición, se habrá cedido a los partidos que entraron en la política por
primera vez en el período posterior a mediados de los años sesenta. Dadas las
vastas transformaciones políticas que se ha dicho que han acosado a la política en
este período, una pérdida general de este pequeño tamaño difícilmente puede
considerarse como una conmoción en la tierra. De hecho, en algunos países, como
se evidencia en las elecciones más recientes en Austria, Finlandia y en la parte
occidental alemana de las elecciones alemanas, estos viejos partidos pacientes
reunieron más del 90 por ciento de los votos.
Pero incluso este nivel sorprendentemente alto de resiliencia no es la característica
más sorprendente de la supervivencia de los antiguos partidos anteriores a finales
de los sesenta. También hay otra tendencia que vale la pena enfatizar y que ha sido
demasiado descuidada en los escritos recientes sobre política europea: es decir, en
términos de números absolutos, ha habido una enorme expansión de los
electorados europeos en los últimos treinta años. Años: una expansión que se
deriva en parte de la reducción de la edad de votar, y en parte de la llegada a la
edad política de las generaciones babyboom. En promedio, y excluyendo a Suiza,
donde el electorado se ha más que duplicado desde 1960 como resultado de la
emancipación de mujeres, el tamaño del electorado europeo promedio ha
aumentado en más de un tercio desde principios de los años sesenta.
En algunos casos, como los Países Bajos, el aumento ha sido del orden del 65 por
ciento, y en Irlanda más del 45 por ciento. En otros casos, como Austria o Bélgica,
se ha incrementado en un 17% o 18% más silenciado (ver Tabla 4.1). En todos los
casos, sin embargo, el aumento ha sido bastante sustancial (véase también Katz,
Mair et al, 1992). En resumen, hay una gran cantidad de nuevos votantes y, como
hemos visto, los viejos partidos de "pre-descongelación" también están logrando
tener una parte razonablemente fuerte de este nuevo electorado.
Lo que también es sorprendente es que estos viejos partidos no solo tienen una
parte razonablemente fuerte del electorado ampliado, sino que, dada esta
expansión, también están votando sustancialmente más votos en términos
absolutos. Así, en doce de los catorce países que he examinado, e incluso en
aquellos países en los que la proporción de votos ganados por los partidos antiguos
ha disminuido, el número real de votos ganados por los partidos antiguos ha
aumentado. Más precisamente, a pesar de perder un promedio de alrededor del 11
por ciento de la votación, el número real de votos de los partidos antiguos ha
36
aumentado en casi un 17 por ciento, y en casi un 21 por ciento si se incluye el caso
suizo (ver Tabla 4.2). De hecho, en toda Europa, el número de votos ganados por
los partidos viejos ha disminuido solo en Austria y en Bélgica.
Este aumento general en el número de votos ganados por los partidos antiguos
también es cierto precisamente en los países que se han citado con mayor
frecuencia como la inspiración para el mito del cambio electoral y para la creencia
de que los acontecimientos ahora han superado la hipótesis de congelación. En las
elecciones de 1990 en Dinamarca, por ejemplo, los partidos "antiguos" obtuvieron
14 por ciento más votos que en 1960; en Alemania, las elecciones de 1990 en la
parte occidental del país también dieron a los viejos partidos un 14 por ciento más
de votos de los que habían ganado en 1961; mientras que en los Países Bajos,
donde hablar de la crisis de los partidos tradicionales es extraordinariamente
generalizada, las elecciones de 1989 dieron a los antiguos partidos un 33% más de
votos de los que habían votado en 1963.
En resumen, los electorados en Europa en la década de 1980 en general han
demostrado ser más estables y más predecibles de lo que eran incluso en el período
en que Rokkan se refirió a la hipótesis de la congelación. Al menos hasta ahora, el
patrón general muestra más en lugar de menos estabilidad. Además, a pesar de que
su participación en la votación ha caído en un promedio del 11 por ciento en treinta
años, los partidos antiguos, es decir, los que ya existían a principios de la década
de 1960, en el momento en que Rokkan estaba desarrollando su análisis, continúan
para ganar la mayor parte del apoyo popular; ahora, de hecho, encuestan a un
número sustancialmente mayor de votos de sus electores recientemente ampliados
que hace treinta años. A pesar de los mitos generalizados del cambio electoral, es
por lo tanto la continuidad y la persistencia electorales que ahora emergen como
fenómenos mucho más sorprendentes.
¿QUÉ SUCEDE LOS MITOS DEL CAMBIO ELECTORAL?
Dada tal evidencia de continuidad, ¿cómo es que existe una convicción tan
generalizada de que las alineaciones de los partidos han cambiado y que los
sistemas de los partidos ya no están congelados? En otras palabras, ¿qué sostiene
estos mitos del cambio electoral?
Hay tres factores que son relevantes aquí. Primero, y más simplemente, está el
impacto de lo nuevo y el atractivo de lo nuevo. Dado que la novedad es
emocionante, también asumimos que es muy importante y, por lo tanto, nos
centramos en el hecho de que el 5% de los votantes apoya a los Verdes, mientras

que se olvida del hecho más obvio de que el 95% no lo hace. Me parece un tanto
irónico que ahora sepamos mucho más acerca de los partidos verdes, por ejemplo,
y tengamos acceso a muchos más libros y artículos escritos sobre estos partidos
verdes, luego lo hacemos, por ejemplo, sobre los partidos socialdemócratas,
aunque estos últimos todavía sondean aproximadamente siete u ocho veces más
votos que el anterior. La política comparativa puede no ser una profesión muy
precisa, pero ciertamente es una moda.
En segundo lugar, y más importante, todavía tendemos a pensar que lo político es
un reflejo más o menos automático de lo social. Por lo tanto, cuando la sociedad
cambia, asumimos que la política también cambia automáticamente, y así, cuando
la clase u otras fronteras sociales se vuelven borrosas, asumimos que el cambio
electoral debe seguir inevitablemente. Nuevas estructuras de clase, nuevos
patrones sociales y demográficos, por lo tanto, implican inevitablemente nuevas
políticas.
Pero si bien esto puede ser cierto en lo que respecta a los temas que dividen a las
partes, en cuanto a eso, casi por necesidad, las diferencias importantes de política
pueden y siempre cambian en línea con los nuevos problemas sociales y las nuevas
preocupaciones del gobierno (ver el Capítulo 2 más arriba), tales cambios sociales
no necesariamente implican el surgimiento de nuevos partidos políticos. De hecho,
quizás la característica más sorprendente de la supervivencia de los antiguos
partidos de Europa occidental es que esta supervivencia se ha producido en un
contexto de cambio social masivo.
La experiencia irlandesa, que es la más apropiada para el establecimiento de este
capítulo, ofrece un ejemplo de ello. Entre 1961 y 1989, por ejemplo, el porcentaje
de la fuerza laboral irlandesa dedicada a los servicios aumentó del 39% al 57%,
mientras que el porcentaje dedicado a la agricultura disminuyó del 37% a solo el
15% 7. Período, el apoyo electoral agregado para el Partido Laborista (el partido
de Cenicienta a largo plazo) ha pasado del 12 por ciento al 10 por ciento; el apoyo
electoral agregado para Fine Gael (tradicionalmente el segundo partido más
grande) ha pasado del 32 por ciento al 29 por ciento; y el apoyo agregado para
Fianna Fail (el partido tradicionalmente dominante) se ha mantenido sin cambios
en 44 por ciento. Por lo tanto, el cambio social masivo ha sido acompañado por
niveles pronunciados de estabilidad electoral agregada.
Una posible, y en mi opinión más bien plausible, y de hecho, una explicación
generalizable de esto es que, a pesar del cambio social masivo, y a pesar de la
enorme movilidad estructural, que ha visto a grandes sectores de la población
37
moverse de las zonas rurales a las urbanas, y De la agricultura a los servicios y la
industria, un gran número de votantes, sin embargo, han mantenido sus
preferencias de voto tradicionales. La estructura de clases puede haber cambiado,
pero las fronteras políticas han sobrevivido. Sin embargo, cuando leemos gran
parte de la literatura sobre la supuesta realineación y desalineación de los
electorados europeos, y sobre la supuesta decadencia de las divisiones
tradicionales, en otras palabras, cuando leemos gran parte de la literatura que
queda atrapada en los mitos del cambio electoral, El potencial para tal continuidad
se ignora en gran medida. A medida que la clase y otras fronteras sociales cambian,
se argumenta, o a menudo se asume simplemente, que las fronteras políticas
también deben cambiar; y, por lo tanto, la posibilidad de que la movilidad
individual o estructural no tenga un impacto real en las identificaciones políticas
amplias sigue siendo en gran medida desatendida.
El problema aquí es que muchos analistas han asumido con demasiada facilidad
que la propuesta de congelación de Lipset y Rokkan implicaba que más o menos
las mismas fuerzas sociales siempre deben apoyar a más o menos los mismos
partidos. Así, un partido que tradicionalmente ganó la mayoría de su apoyo de la
clase trabajadora debe, si la propuesta de congelación es correcta, también
continuar ganando la mayoría de su apoyo de la clase trabajadora; y de manera
similar para los partidos que tradicionalmente ganaron la mayor parte de su apoyo
de los católicos, o de los agricultores, o quien sea. Pero esto, como se ha discutido
extensamente en otras partes (Bartolini y Mair, 1990: 212-25), es en realidad una
visión muy estrecha de las divisiones y de su capacidad para estructurar
alineamientos políticos. También es un punto de vista en gran parte erróneo, ya
que ve las divisiones simplemente como indicadores de la estratificación social, y
por lo tanto como fenómenos que deben cambiar a medida que estos estratos
sociales cambian. Es una visión de las divisiones que ignora la importancia de los
valores, las identidades colectivas y los componentes organizativos de la estructura
de la división, y que, por lo tanto, empobrece gravemente el concepto de división
que Rokkan trató de aplicar en su análisis del crecimiento y la estructuración de la
política de masas. En Europa occidental de hecho, considerar la estructura de
escisión simplemente como otro término para el sistema de estratificación social
implica que uno solo puede tener sistemas de partidos congelados y estructuras de
escisión congeladas, en lo que es esencialmente una sociedad congelada Y esto es
claramente insostenible. Hace más de veinte años, en una evaluación laudatoria
temprana de la importancia del análisis de Lipset y Rokkan, Giovanni Sartori
(1969) advirtió contra lo que él llamó la sociología de la política y contra un
enfoque que considera a lo político simplemente como un dependiente de lo social.
. Es este énfasis continuo en la sociología de la política y el descuido concomitante

de una sociología política genuina, rokkana, lo que ahora ayuda a sostener los
mitos del cambio electoral.
Los partidos siguen importando. Los partidos siguen sobreviviendo. Los viejos
partidos que existían mucho antes de que Rokkan elaborara su propuesta de
congelación siguen vigentes hoy en día, y, a pesar de los desafíos de los nuevos
partidos y los nuevos movimientos sociales, la mayoría de ellos aún permanecen
en posiciones poderosas y dominantes. No han sufrido una erosión electoral
sustancial. El balance electoral ahora no es sustancialmente diferente del de hace
treinta años, y, en general, los electorados no son ahora sustancialmente más
volátiles que antes.
Siguiendo a Rokkan, las alternativas de partido de la década de 1960 eran más
antiguas que la mayoría de sus electorados nacionales. Treinta años después, estos
mismos partidos siguen dominando la política de masas en Europa occidental. Hoy
en día, en definitiva, son aún más viejos.
PARTE III
Organizaciones de partidos y sistemas de partidos
5 para el surgimiento de un nuevo tipo de partido, el "partido del cartel". Al igual
Organización del partido, Democracia del partido y la aparición del partido
del cartel (con Richard S. Katz)
Un hilo común que ha pasado por la literatura sobre los partidos políticos,
esencialmente desde la época de Ostrogorski (1902), y que también ha pasado por
la gran variedad de tipologías y análisis (tanto normativos como empíricos) que se
han presentado en esa literatura. Ha sido la opinión de que las partes deben
clasificarse y entenderse en función de su relación con la sociedad civil (véase, por
ejemplo, Duverger, 1954; Neumann, 1956; Panebianco, 1988). Esto ha tenido dos
implicaciones. El primero ha sido la tendencia a establecer el modelo de partido
de masas como el estándar contra el cual todo debería ser juzgado (Lawson, 1980,
1988; Sainsbury, 1990). El otro ha sido subestimar la medida en que las diferencias
entre las partes también pueden entenderse por referencia a sus relaciones con el
estado.
38
El argumento de este capítulo es que ambas implicaciones son infundadas. Como
se argumentará, el modelo de partido de masas está ligado a una concepción de
democracia (ver también Pomper, 1992) y a un ideal particular, y ahora fechado,
de estructura social, ninguno de los cuales es característico de las sociedades
postindustriales. Además, el modelo de partido de masas implica un proceso lineal
de desarrollo de partidos que, incluso cuando se elabora para tener en cuenta los
desarrollos más recientes (por ejemplo, el partido catch-all de Kirchheimer o el
partido electoral profesional de Panebianco), sugiere un punto final desde el cual
las únicas opciones son la estabilidad o decadencia, y que, como todas las hipótesis
del fin de la evolución, es inherentemente sospechosa. En contraste, se puede
argumentar que el desarrollo de los partidos en las democracias occidentales ha
reflejado un proceso dialéctico en el que cada nuevo tipo de partido genera una
reacción que estimula un mayor desarrollo, lo que lleva a otro nuevo tipo de
partido y otro conjunto de partidos, reacciones, y así sucesivamente. Desde esta
perspectiva, el partido de masas es simplemente una etapa en un proceso continuo.
También es importante reconocer que los factores que facilitan esta dialéctica no
se derivan únicamente de los cambios en la sociedad civil, sino también de los
cambios en las relaciones entre las partes y el estado. En particular, se puede
argumentar que ha habido una tendencia en los últimos años hacia una simbiosis
cada vez más estrecha entre los partidos y el estado, y que esto prepara el escenario
que los tipos de partidos anteriores, el partido del cartel implica una concepción
particular de la democracia; además, también como los tipos de partidos anteriores,
estimula nuevas reacciones y siembra las semillas para una evolución aún mayor.
LOS PARTIDOS MASIVOS Y LOS PARTIDOS ENCOLADOS
El énfasis en el partido de masas como modelo implica dos supuestos, uno sobre
el significado esencial y los requisitos institucionales para la democracia, y el otro
sobre los requisitos organizativos para el éxito electoral. Ambos han sido
desarrollados principalmente por Duverger (1954), pero también son evidentes en
el modelo de democracia británica descrito por Beer (1969: capítulo 3) bajo el
sobrenombre de "Democracia socialista", así como en una variedad de
prescripciones para La democracia estadounidense se identifica genéricamente
como 'Gobierno del partido responsable' (Ranney, 1962).
En el modelo arquetípico de partidos de masas, las unidades fundamentales de la
vida política son grupos sociales predefinidos y bien definidos, cuya membresía
está vinculada a todos los aspectos de la vida del individuo (Neumann, 1956:

especialmente 403). La política trata principalmente sobre la competencia, el
conflicto y la cooperación de estos grupos, y los partidos políticos son las agencias
a través de las cuales estos grupos, y por lo tanto sus miembros, participan en la
política, hacen demandas al estado y, en última instancia, intentan tomar el control
del estado. Colocando a sus propios representantes en oficinas clave. Cada uno de
estos grupos tiene un interés, que se articula en el programa de "su" partido. Sin
embargo, este programa no es solo un conjunto de políticas, sino un conjunto
coherente y lógicamente conectado. Por lo tanto, la unidad y la disciplina del
partido no solo son ventajosas en la práctica, sino que también son normativamente
legítimas. Esta legitimidad depende, a su vez, de la participación popular directa
en la formulación del programa del partido y, desde una perspectiva organizativa,
esto implica la necesidad de una amplia organización de membresía de sucursales
o células con el fin de proporcionar vías para una contribución masiva a los
miembros del partido. Proceso de formulación de políticas, así como para la
supremacía del partido extraparlamentario, en particular como se encarna en el
congreso del partido.
La elección electoral individual se ve limitada por la encapsulación de la masa del
electorado en uno de los grupos subculturales que representan los partidos, por lo
tanto, la política electoral tiene menos que ver con tasas de conversión
diferenciales que con tasas de movilización diferenciales. Sin embargo, a nivel del
sistema, el modelo de partido socialista / masivo proporciona un posible control
popular sobre la política, en el sentido de que los votantes apoyan a uno u otro
partido y su programa bien definido, y al partido (o coalición de partidos) con La
mayoría de los votos llega a gobernar. Las partes, en este punto de vista,
proporcionan el vínculo (no un) esencial entre los ciudadanos y el estado (Lawson,
1988: 36). Esto también implica una concepción particular de la conveniencia
organizativa. Dado que la competencia electoral es principalmente sobre
movilización en lugar de conversión, el requisito clave para un partido exitoso es
aumentar el nivel de compromiso de aquellos que ya están predispuestos a
ofrecerle apoyo, es decir, los miembros de su electorado social "natural". Por lo
tanto, por razones tanto de legitimidad como de conveniencia, la expectativa era
que habría un "contagio de la izquierda", por el cual los partidos que representan
a otros intereses / segmentos de la sociedad se verían obligados a adoptar las
características básicas y la estrategia del partido socialista / de masas, modelo, o
de lo contrario perecerían (Duverger, 1954: xxvii). Desde esta perspectiva, el
partido de masas fue visto como el partido del futuro.
El surgimiento de lo que Kirchheimer (1966) denominó el "partido general"
impugnó severamente esta noción del partido como representante de sectores
39
predefinidos de la sociedad. En primer lugar, los comienzos de una erosión de las
fronteras sociales tradicionales a fines de los años cincuenta y sesenta implicaron
un debilitamiento de identidades colectivas que antes eran muy distintivas, lo que
hace que sea menos fácil identificar sectores separados del electorado y asumir
intereses compartidos a largo plazo. En segundo lugar, el crecimiento económico
y la importancia creciente del estado del bienestar facilitaron la elaboración de
programas que ya no eran necesariamente divisivos o partidistas, pero que podían
reclamarse para servir los intereses de todos, o casi todos. En tercer lugar, con el
desarrollo de los medios de comunicación, los líderes de los partidos comenzaron
a disfrutar de una capacidad para atraer al electorado en general, un electorado
formado por votantes que estaban aprendiendo a comportarse más como
consumidores que como participantes activos.
El resultado fue la formulación de un nuevo modelo de partido y, vinculado a esto,
una nueva concepción de la democracia, que los observadores a veces, aunque no
sistemáticamente, identificaron como una "americanización" de la política
europea. Ahora se veía que las elecciones giraban en torno a la elección de líderes
en lugar de la elección de políticas o programas, mientras que la formación de esas
políticas o programas se convirtió en una prerrogativa de los líderes del partido en
lugar de la membresía del partido. El control popular y la rendición de cuentas ya
no se garantizarían prospectivamente, sobre la base de alternativas claramente
definidas, sino retrospectivamente, sobre la base de la experiencia y el registro
(por ejemplo, Fiorina, 1981). Ya no se creía que el comportamiento electoral
estuviera moldeado por predisposiciones, pero ahora se basaba en la elección
(Rose y McAllister, 1986). La movilización de los votantes ya no se enfatizaba, y
tampoco lo era su conversión, ya que ambos procesos asumían una capacidad para
engendrar lealtad afectiva; más bien, se creía que los votantes se habían convertido
en actividades de libre circulación y no comprometidas, disponibles para, y
también susceptibles a, cualquiera y todos los partidos en competencia.
El problema con este nuevo modelo era que, mientras que la concepción anterior
de los partidos consideraba que su papel era esencial para el funcionamiento de la
democracia y, por lo tanto, había tomado como base su supervivencia organizativa,
la nueva concepción de los partidos y de la democracia consideraba que su función
era tan importante, mas contingente, por lo tanto, aunque la modalidad pudo haber
cambiado, el partido continuó siendo evaluado principalmente en términos del
vínculo entre el partido y la sociedad civil, y fue precisamente este vínculo el que
fue socavado; De ahí, la voluminosa literatura sobre 'el declive del partido'; y, por
lo tanto, también la variedad de esfuerzos diferentes para explicar por qué las
partes podrían sobrevivir a tal cambio (por ejemplo, Pizzorno, 1981; véase también

Finer, 1984). Si, en cambio, se presta atención a los vínculos entre el partido y el
estado, entonces tanto la supervivencia como la evolución de las organizaciones
partidarias se vuelven más fácilmente comprensibles.
ETAPAS DEL DESARROLLO DEL PARTIDO
Los modelos de partido que se han discutido suponen una clara distinción entre
los partidos y el estado. El partido de masas clásico es un partido de la sociedad
civil, que emana de sectores del electorado, con la intención de entrar en el estado
y modificar la política pública en los intereses a largo plazo del distrito electoral
ante el cual es responsable. El partido catch-all, aunque no emerge como un partido
de la sociedad civil, sino como uno que se encuentra entre la sociedad civil y el
estado, también busca influir en el estado desde el exterior, buscando la custodia
temporal de la política pública para satisfacer en corto plazo las demandas a plazo
de sus consumidores pragmáticos.1 En resumen, a pesar de sus relaciones
obviamente contrastantes con la sociedad civil, ambas partes se encuentran fuera
del estado, que sigue siendo, en principio, un escenario neutral y libre de partidos.
Si bien la suposición de que los partidos políticos están claramente separados del
estado es bastante convencional y común, sin embargo, ha sido característica solo
de períodos particulares de la historia. Del mismo modo que la claridad del límite
entre el partido y la sociedad civil varía con el tiempo (una distinción clara en el
período del partido general y una fusión en el caso del partido de masas), la
claridad del límite entre el partido y el partido El estado también puede variar. En
lugar de una tricotomía simple y estática (partido, estado, sociedad civil), vemos
en cambio un proceso evolutivo, que se extiende aproximadamente desde
mediados del siglo XIX hasta nuestros días, impulsado por una serie de estímulos
y respuestas, y que ha movido a ambos, las relaciones y la claridad de los límites
entre los partidos, el estado y la sociedad civil. Este proceso puede simplificarse
ya que involucra cuatro etapas separadas.
La primera de estas cuatro etapas es la del régimen liberal censitario de finales del
siglo XIX y principios del XX, con sus requisitos de sufragio restrictivo y otras
limitaciones sobre la actividad política de los menos activos. Si bien la distinción
conceptual entre sociedad civil y estado era válida, esto era mucho menos en
términos prácticos. A menos que los movimientos movilizaran a los marginados
(tanto social como políticamente), las personas que formaban los elementos
políticamente relevantes de la sociedad civil y las personas que ocupaban los
puestos de poder en el estado estaban tan estrechamente conectadas por lazos
familiares e intereses que incluso cuando los dos grupos no eran simplemente
40
coexistentes, estaban muy interpenetrados. Esta era se caracterizó por una
concepción de la política que asumió que había un solo interés nacional cuya
función era encontrar y poner en práctica el gobierno, y, en este contexto, los
partidos políticos que surgieron naturalmente afirmaron ser como lo describió
Burke: grupos de 'hombres' en busca del interés público, o quizás en búsqueda de
su interés privado, como podría sugerir una lectura menos caritativa de la historia.
Habría poca necesidad de una organización formal o altamente estructurada en ese
contexto. Los recursos requeridos para la elección, que a menudo involucraron el
estado local o las conexiones tanto como algo tangible, serían recaudados a nivel
local, y aquellos que estaban en posición de hacer demandas al estado no
necesitarían intermediarios.
Por supuesto, la armonía de intereses era más obvia en teoría que en la práctica, y
más obvia desde la perspectiva de aquellos en la clase dominante que la de aquellos
excluidos. De manera similar, las ventajas de organizarse en áreas con grandes
electorados burgueses y pequeñoburgueses (por ejemplo, el comité de
Birmingham de Joseph Chamberlain) y de tomar medidas concertadas dentro del
parlamento pronto se hicieron evidentes y viciaron el espíritu antipartidista que
generalmente caracterizó la época. Aun así, en esta concepción, los partidos
seguían siendo principalmente del tipo de cuadros o grupos, y esquemáticamente
tendrían que representarse como en la Figura 5.1, en la intersección del estado y
la sociedad civil. Es decir, los partidos eran básicamente comités de aquellas
personas que constituían conjuntamente el estado y la sociedad civil.
A medida que avanzaba la industrialización y su correspondiente urbanización,
aumentó el número de personas capaces de cumplir con los requisitos de sufragio
del régimen censitario, incluso mientras esos requisitos se estaban relajando.
Además, las restricciones a la organización de la clase trabajadora se consideraban
cada vez más incompatibles con el razonamiento liberal del estado burgués y, en
cualquier caso, no podían impedir que la clase trabajadora se organizara y tomara
medidas tanto en el ámbito político como en el industrial. En conjunto, estos
procesos crearon una separación mucho más clara entre el estado y la porción
ahora más importante políticamente relevante de la sociedad civil, y esta última
ahora incluye a un gran número de personas que no estaban conectadas
personalmente con aquellos que administran el estado, y que percibieron el Estado
en términos de 'ellos' en lugar de 'nosotros'.
El partido de masas, con su membresía organizada, estructuras formales y
reuniones, etc., es la forma característica de esta segunda etapa en las relaciones
entre partidos, estado y sociedad civil. El partido de masas surgió principalmente

entre los elementos de la sociedad civil recientemente activados y, a menudo,
marginados, como parte de su lucha (finalmente exitosa) para obtener una voz y
finalmente controlar las estructuras gobernantes del estado. Donde el antiguo
grupo de cuadros se había basado en la calidad de los partidarios, este nuevo
partido se basaba en la cantidad de partidarios, tratando de compensar en muchas
suscripciones de miembros pequeños por lo que carecía de patrocinio individual
grande; para compensar en números organizados y acción colectiva por lo que
carecía de influencia individual; y para compensar a través de una prensa de
partido y otros canales de comunicación relacionados con los partidos por lo que
carecía de acceso a la prensa comercial.
Como los instrumentos de los 'outs' políticos, estos nuevos partidos estaban
naturalmente dominados por aquellos cuya base principal estaba en el partido y no
en el gobierno. Debido a que su fuerza reside en la organización formal, este
dominio por lo que luego se llamaría el partido extraparlamentario tendió a
formalizarse y, por lo tanto, sobrevivió por principio incluso después de que los
nuevos partidos lograron ganar primero el voto de sus partidarios y, finalmente, el
poder en el gobierno también. Reflejando su agenda política mucho más activista,
las experiencias de vida de sus partidarios y un espíritu de lucha, estos partidos
naturalmente fueron más susceptibles a la idea de cohesión y disciplina de partido
forzada que los partidos del grupo burgués. Más significativamente en este sentido,
estos fueron los primeros partidos que declararon explícitamente representar los
intereses de un solo segmento de la sociedad. Como resultado, el trabajo del
representante era menos buscar el interés nacional que actuar como agente de "su"
segmento de la sociedad en busca de su propio interés. El partido político fue el
foro en el que se articuló el interés político del grupo social que representaba. Por
lo tanto, no solo era práctico y experiencialmente apropiado que el partido fuera
disciplinado, sino que también era normativamente deseable.
En estos términos, el ascenso del partido de masas, y en última instancia del
sufragio universal, se asoció con una redefinición de lo políticamente apropiado.
Un sistema oligárquico no solo se hizo democrático por la extensión del sufragio
a casi todos los ciudadanos adultos, sino que también hubo un cambio en la
concepción de la relación adecuada entre ciudadanos / votantes, ya sean
numerosos o no, y el estado. Las elecciones se convirtieron en opciones de
delegados en lugar de fideicomisarios, y por lo tanto, en lugar de vehículos por
medio de los cuales los electores dieron su consentimiento para ser gobernados
por los electos, se convirtieron en dispositivos en los cuales el gobierno era
responsable ante el pueblo. El partido político iba a ser el mecanismo que hiciera
todo esto posible. Esquemáticamente, las relaciones entre los partidos, la sociedad
41
civil y el estado en esta concepción de la política serían como se muestra en la
Figura 5.2, con el estado y la sociedad civil claramente separados, y los partidos
que sirven como un puente o vínculo entre los dos. No obstante, los partidos
permanecieron claramente anclados dentro de la sociedad civil, aunque penetraron
en el estado a través de nombramientos de patrocinio al servicio estatal, así como
a través de la ocupación de la oficina ministerial.
Tanto el modelo de democracia de partidos de masas como el partido de masas
como una forma organizativa presentaron un desafío para los partidos
establecidos, a los que sus organizaciones, como eran, tenían que responder. Por
un lado, con los electorados en millones, en lugar de en miles, las redes informales
del partido del grupo eran inadecuadas para sondear, movilizar y organizar a los
partidarios. Por otro lado, la creciente aceptación del modelo de democracia de
partidos de masas (control popular del gobierno a través de la elección entre los
partidos unificados) socavó el apoyo, incluso entre su propia base electoral natural,
para los estilos organizativos y gubernamentales más tradicionales practicados por
los partidos establecidos.
Dicho esto, una respuesta que claramente no estaba disponible para los líderes de
los partidos tradicionales fue adoptar la raíz y la rama de los partidos de masas. En
particular, no pudieron aceptar la idea de que los partidos existen para representar
segmentos bien definidos de la sociedad, porque los segmentos que se les hubieran
dejado (agricultores, industriales, etc.) eran, obviamente, minorías permanentes.
De manera similar, la idea de que la organización extraparlamentaria debería ser
dominante no fue atractiva para las personas ya establecidas en el gobierno.
Además, aunque necesitaban organizar y movilizar a los partidarios electorales,
no dependían tanto de ellos para obtener recursos materiales; como las partes de
la clase media y alta, todavía podrían recurrir a grandes contribuciones
individuales; como los partidos en el gobierno, podrían desplegar muchos de los
recursos del estado para su propio beneficio; como las partes del establecimiento,
tenían acceso privilegiado y comprensivo a los canales de comunicación "no
partidistas".
Como resultado, los líderes de los partidos tradicionales tendieron a establecer
organizaciones que parecían partidos de masas en forma (miembros regulares,
sucursales, un congreso del partido, una prensa del partido), pero que en la práctica
a menudo continuaban enfatizando la independencia del partido parlamentario. .
En lugar de enfatizar el papel del partido parlamentario como agente de la
organización de masas, enfatizaron el papel de la organización de masas como
partidarios del partido parlamentario. Igualmente significativo, aunque estos

partidos reclutaron miembros, no lo hicieron, y en términos prácticos no pudieron,
restringir su apelación a clases particulares, sino que tuvieron que hacer
llamamientos más amplios, tratando de obtener el apoyo de todas las clases,
aunque con tasas de éxito que Varió notablemente a través de líneas de clase. En
términos ideológicos, entonces, podrían mantener el compromiso anterior con una
idea de un solo interés nacional que traspasa los límites seccionales.
Al mismo tiempo que estos antiguos partidos de la derecha estaban adoptando este
nuevo modelo 'catch-all', también surgieron una serie de factores que sirvieron
para socavar el modelo del partido de masas, tanto como un ideal normativo como
un imperativo práctico. En muchos aspectos, el modelo de partido de masas se
convirtió en víctima de su propio éxito. Las "grandes batallas" por los derechos
políticos y sociales habían unido a los constituyentes emergentes de los partidos
de masas de una manera que no se podía mantener una vez que se ganaron estos
derechos. La necesidad de solidaridad se redujo aún más cuando el estado
comenzó a proporcionar sobre una base universal los servicios de bienestar y
educación que antes habían sido responsabilidad del partido y su parentela.
Además, la mejora de las condiciones sociales, el aumento de la movilidad y el
desarrollo de los medios masivos de comunicación sirvieron para reducir el
carácter distintivo de la experiencia de las unidades sociales socialmente bien
definidas (por ejemplo, Einhorn y Logue, 1988). Por lo tanto, los requisitos previos
sociales y políticos para el partido de masas comenzaron a erosionarse, sino que,
una vez que obtuvieron el gusto por el cargo, y especialmente una vez que
alcanzaron el poder por su cuenta, los líderes parlamentarios de los partidos de
masas originales también comenzaron. Para encontrar el modelo catch-all más
atractivo. Habiendo disfrutado de los frutos de la victoria electoral, que incluía la
capacidad de alterar la política en formas que consideraban deseables o
beneficiosas para sus partidarios electorales, estos políticos naturalmente querían
seguir ganando, y por eso se interesaron más en ampliar su atractivo electoral más
allá de su clase original. Más aún, una vez en el cargo, encontraron que se estaban
forzando nuevos compromisos por las restricciones y demandas del gobierno
práctico, y por la necesidad de trabajar con grupos que se encontraban entre sus
opositores electorales.
Todo esto dio lugar a una tercera etapa de evolución, con los viejos partidos de
masas comenzando a emular la respuesta de los antiguos partidos a su propio
ascenso, y así, los partidos de la izquierda tradicional y la derecha tradicional
comenzaron a converger en la captura. –todos los partidos modelo. Si bien esos
partidos pueden (seguir) teniendo miembros, ya no intentan encapsularlos
seriamente; más bien, la membresía de un partido se convierte en una de las
42
muchas membresías independientes que un individuo puede o no mantener. En
lugar de enfatizar la homogeneidad social, el partido acepta miembros donde sea
que los encuentre y, además, los recluta sobre la base de acuerdos políticos en
lugar de la identidad social. En lugar de la estrategia electoral defensiva del partido
de masas, que hizo mayor hincapié en la movilización y retención de una
circunscripción limitada, el partido adopta una estrategia ofensiva, intercambiando
"la efectividad en profundidad por una audiencia más amplia y un éxito electoral
más inmediato" (Kirchheimer, 1966: 184). Al hacer esta transición, hay una
disminución del carácter ideológico y / o político distintivo de los partidos, y, con
el surgimiento de un creciente consenso político, la necesidad y la capacidad de
mantener un electorado distintivo se debilita aún más. Además, los cambios en los
sistemas de comunicación masiva, en particular el auge de la televisión como la
fuente de información política más utilizada, mejoran las condiciones que
permiten, o incluso obligan, a los partidos a hacer llamamientos universales
directamente a los votantes, en lugar de comunicarse principalmente a y a través
de sus partidarios básicos.
Al mismo tiempo, la relación entre las partes y el estado también cambia, lo que
sugiere un nuevo modelo que se ilustra en la Figura 5.3. En este modelo, los
partidos son menos los agentes de la sociedad civil que actúan y penetran en el
estado, y son más bien como intermediarios entre la sociedad civil y el estado, con
el partido en el gobierno (es decir, el ministerio político) liderando una existencia
esencialmente similar a la de Janus. Por un lado, los partidos agregan y presentan
demandas de la sociedad civil a la burocracia estatal, mientras que por otro lado
son los agentes de esa burocracia en la defensa de las políticas ante el público.
Aunque los partidos de masas también desempeñan estas funciones, sin embargo,
se ven alterados fundamentalmente por el aflojamiento de los vínculos entre
partidos particulares y segmentos particulares de la sociedad, tal como lo implica
el modelo general. Si bien siguen existiendo diferencias entre los partidos con
respecto a su receptividad a los insumos de diferentes grupos, y con respecto a las
políticas que están dispuestos a defender, es decir, si bien todavía hay alguna
diferencia en qué partido está en el cargo (por ejemplo, Castles, 1982), la mayoría
de los grupos esperan y se espera que puedan trabajar en cooperación con cualquier
parte que esté en el poder. Así, por ejemplo, si bien pueden permanecer algunos
vínculos formales entre los sindicatos y los partidos socialdemócratas, los
sindicatos no solo tratan directamente con los partidos burgueses cuando están en
el poder, sino que también se relacionan con los partidos socialdemócratas cuando
están en el poder, de la misma manera. A la inversa, los partidos socialdemócratas

pueden encontrarse defendiendo políticas antisindicales aparentemente necesarias
por circunstancias fuera de su control.
La idea de que los partidos actúan como intermediarios es particularmente
apropiada para la concepción pluralista de democracia que, no por casualidad, se
desarrolló junto con ella (Truman, 1951; Dahl, 1956). Desde este punto de vista,
la democracia se basa principalmente en la negociación y el alojamiento de
intereses organizados independientemente. Las partes forman coaliciones que
cambian constantemente entre estos intereses, y es vital para su función como
facilitadores del compromiso y garantes contra la explotación irrazonable de un
grupo por otro para que cada parte esté abierta a todos los intereses. Las elecciones
son elecciones apropiadas entre equipos de líderes en lugar de concursos entre
grupos sociales cerrados o ideologías fijas. El viejo partido de masas, como sugirió
Michels (1962), bien pudo haber estado dominado por su liderazgo en lugar de
encarnar la verdadera democracia que implicaba su ideología, pero, en esta nueva
concepción de la democracia, la oligarquía del partido se convierte en una virtud
en lugar de un vicio. . Por lo tanto, el modelo general no solo es atractivo desde la
perspectiva interesada de los líderes de los partidos, sino que también resulta
normativamente deseable.
El modelo de partidos como intermediarios tiene varias implicaciones
potencialmente importantes con respecto a la evolución ulterior de la naturaleza y
las actividades de los partidos. Primero, la posición de las partes como
intermediarios entre la sociedad civil y el estado sugiere que las propias partes
pueden tener intereses que son distintos de los de sus clientes a ambos lados de la
relación. Además, en efecto pueden extraer una comisión por sus servicios.
Aunque no suele incluirse precisamente en estos términos, el papel asignado a las
recompensas personales del cargo en, por ejemplo, el modelo downsiano de
política racional (Downs, 1957), corresponde a esta comisión por los servicios
prestados.2 Esta comisión no necesita ser limitada a recompensas materiales para
individuos (por ejemplo, oficina y sus requisitos), pero también puede incluir
pagos a la parte como organización, así como la deferencia a las preferencias de
política, ya sea de la parte o de individuos particulares. En segundo lugar, la
capacidad de una parte para realizar la función de intermediación depende no solo
de su capacidad para apelar al electorado, sino también de su capacidad para
manipular el estado. Pero si un partido puede manipular al estado en interés de sus
clientes en la sociedad civil, también debería poder manipular al estado en sus
propios intereses. Así, como Epstein (1986: 171) observó con respecto a su modelo
de "partidos como servicios públicos" de los partidos estadounidenses, es posible
43
imaginar que los partidos, como muchas empresas comerciales reguladas, [tienen
éxito] en el uso del poder del estado, para proteger sus propios intereses".
Lo más importante es que considerar las Figuras 5.1 a 5.3 como una dinámica en
lugar de como tres instantáneas aisladas sugiere la posibilidad de que el
movimiento de los partidos de la sociedad civil hacia el estado pueda continuar
hasta tal punto que los partidos se conviertan efectivamente en parte del propio
aparato estatal. . De hecho, se puede afirmar que esta es precisamente la dirección
en la que los partidos políticos en las democracias modernas se han estado
dirigiendo durante las últimas dos décadas.
LAS PARTES Y EL ESTADO
Se puede citar una variedad de desarrollos sociales, culturales, y especialmente
políticos, que facilitan o incluso alientan este movimiento hacia el anclaje de
partidos dentro del estado. Estos incluyen una disminución general en los niveles
de participación y participación en la actividad del partido, con ciudadanos que
prefieren invertir sus esfuerzos en otros lugares, y particularmente en grupos
donde pueden desempeñar un papel más activo, donde es más probable que estén
en total acuerdo con un Una gama más limitada de preocupaciones, y donde
sienten que pueden hacer una diferencia. La arena local más inmediata se vuelve
así más atractiva que la arena nacional remota e inercial, mientras que los grupos
abiertos de un solo tema se vuelven más atractivos que las organizaciones
tradicionales y jerárquicas del partido (por ejemplo, Lawson y Merkl, 1988a;
Dalton y Kuechler, 1990). Un resultado de esto es que el gran tamaño y el
compromiso de las membresías de los partidos generalmente no han seguido el
ritmo del crecimiento en los electorados por un lado, y los costos de la actividad
de los partidos se están incrementando rápidamente.
Por lo tanto, las partes se han visto obligadas a buscar sus recursos en otros lugares,
y en este caso su papel como gobernadores y legisladores les facilitó el paso al
estado. Entre las principales estrategias que podrían seguir fue la provisión y
regulación de subvenciones estatales a los partidos políticos, que, aunque varían
de país a país, a menudo constituyen uno de los principales recursos financieros y
materiales con los que los partidos pueden realizar sus actividades en el
parlamento, y en la sociedad en general (ver Katz y Mair, 1992a, y el Capítulo 6 a
continuación).
El crecimiento en la subvención estatal en las últimas dos décadas, y la promesa
de un mayor crecimiento en los próximos años, ha llegado a representar uno de los

cambios más significativos en el entorno en el que actúan las partes. Al mismo
tiempo, sin embargo, se debe enfatizar que este cambio ambiental está lejos de ser
exógeno a las partes, en el sentido de que son las partes, en su papel de
gobernadores, quienes son los responsables finales de ambas reglas con respecto
a las subvenciones estatales. En cuanto a las cantidades de dinero y recursos que
se ponen a disposición. Además, también es necesario subrayar que, precisamente
porque estas subvenciones a menudo están vinculadas al desempeño o la posición
del partido anterior, ya sea definido en términos de éxito electoral o representación
parlamentaria, ayudan a garantizar el mantenimiento de los partidos existentes y,
al mismo tiempo, plantean barreras. A la aparición de nuevos grupos. De manera
similar, las reglas con respecto al acceso a los medios electrónicos, que, a
diferencia de los medios impresos anteriores, están sujetas a un control y / o
regulación estatal sustancial, ofrecen un medio por el cual los que están en el poder
pueden obtener acceso privilegiado, mientras que los que están en el Los márgenes
pueden ser descuidados. Nuevamente, las reglas varían de un país a otro, y en
algunos casos son claramente menos restrictivas y menos importantes que otras;
sin embargo, la combinación de la importancia de los medios electrónicos como
medio de comunicación política, por un lado, y el hecho de que estos medios están
regulados por el estado y, por lo tanto, por las partes en el estado por el otro, ofrece
a las partes una Recurso que antes era inconcebible.
En resumen, el estado, que es invadido por las partes, y cuyas reglas son
determinadas por las partes, se convierte en una fuente de recursos a través de los
cuales estas partes no solo ayudan a asegurar su propia supervivencia, sino que
también pueden mejorar su Capacidad para resistir los desafíos de las alternativas
recién movilizadas. El estado, en este sentido, se convierte en una estructura
institucionalizada de apoyo, que sostiene a los internos y excluye a los externos.
Ya no son simples intermediarios entre la sociedad civil y el estado, ahora las
partes son absorbidas por el estado. Desde que asumí por primera vez el papel de
fideicomisarios, y luego de delegados, y luego de nuevo, en el apogeo del partido
catch-all, de empresarios, los partidos ahora se han convertido en agencias semi-
estatales.
Sin embargo, esta estrategia conlleva riesgos y el principal de ellos es que la parte
depende del acceso continuo a recursos que, en principio, están fuera de su propio
control. En particular, existe el peligro de que una parte que está excluida del
gobierno también sea excluida del acceso a los recursos. Con los modelos
anteriores de partido, ganar o perder una elección puede hacer una gran diferencia
en los objetivos políticos de un partido, pero poco importa para su supervivencia,
ya que los recursos necesarios para el sustento organizativo provienen de su propia
44
reserva de apoyo. Con este nuevo enfoque, por el contrario, ganar o perder puede
hacer menos diferencia en los objetivos políticos de un partido debido a la ausencia
de grandes batallas políticas, pero puede hacer una gran diferencia en su
supervivencia, ya que los recursos para su sustento ahora vienen Cada vez más del
estado. Pero se debe enfatizar que los partidos no necesitan competir por la
supervivencia de la misma manera que una vez compitieron para determinar la
política; mientras que solo puede haber una política a la vez, todas las partes
pueden sobrevivir juntas. Es en este sentido que las condiciones se vuelven ideales
para la formación de un cartel, en el que todas las partes comparten recursos, y en
el que todos sobreviven.
LA EMERGENCIA DEL PARTIDO DEL CARTEL
De hecho, las diferencias en la posición material de ganadores y perdedores se han
reducido drásticamente. Por un lado, el conjunto de "partidos gobernantes" ya no
es tan limitado como lo era antes. A riesgo de una generalización excesiva, casi
todas las partes importantes ahora pueden considerarse partes gobernantes. Todos
tienen acceso a la oficina. Hay, sin duda, una variedad de partidos minoritarios
extremistas que siempre han permanecido en los márgenes del poder, incluidas las
Partes del Progreso de Dinamarca y Noruega; pero un catálogo completo de tales
excepciones simplemente serviría para enfatizar cómo se excluyen de manera
persistente a las partes significativas, particularmente si se consideran los
gobiernos regionales y otras formas de gobierno subnacional. Por otro lado,
incluso cuando un partido está excluido del gobierno, o incluso cuando, como en
el caso del Partido Laborista británico, un partido languidece durante un largo
período de oposición, esto rara vez implica una denegación de acceso al botín del
Estado, ni al menos una parte de las citas de patrocinio. La mayoría de las veces,
el acceso a los medios no se ve afectado en gran medida por la ausencia del
gobierno. El acceso a las subvenciones estatales tampoco se ve afectado; de hecho,
en algunos sistemas, como Irlanda y el Reino Unido, a los partidos actualmente en
oposición se les otorga un nivel más alto de subvención precisamente porque
carecen de los recursos inmediatos de los partidos que están actualmente en el
gobierno.
Por lo tanto, vemos el surgimiento de un nuevo tipo de partido, el partido del cartel,
caracterizado por la interpenetración del partido y el estado, y también por un
patrón de colusión entre partidos. En este sentido, tal vez sea más preciso hablar
de la aparición de las partes del cartel, ya que este desarrollo depende de la
colusión y la cooperación entre competidores ostensibles y de acuerdos que, por
necesidad, requieren el consentimiento y la cooperación de todos, o casi todos,

participantes relevantes Sin embargo, aunque en un nivel este desarrollo se
relaciona con el sistema de partidos en su conjunto, también tiene implicaciones
importantes para el perfil organizativo de cada parte individual dentro del cártel,
por lo que es razonable hablar de una parte del cartel en singular.
Hasta ahora, sin embargo, este proceso se encuentra en una etapa temprana.
Además, dada la naturaleza de las condiciones que facilitan el surgimiento de los
partidos del cartel, también es desigual, siendo más evidente en aquellos países en
los que la ayuda estatal y el apoyo para los partidos son más pronunciados, y en
las oportunidades para el patrocinio del partido, la lottizazione, y el control es el
más mejorado. Finalmente, también es un proceso que probablemente se desarrolle
más fácilmente en aquellas culturas políticas marcadas por una tradición de
cooperación y alojamiento entre partidos. A la espera de una investigación más
cercana y más rigurosa, por lo tanto, se puede sugerir que es probable que el
proceso esté más desarrollado en países como Austria, Dinamarca, Alemania,
Finlandia, Noruega y Suecia, donde la tradición de cooperación interpartidaria se
combina con la contemporánea, abundancia de apoyo estatal para las partes, y con
un privilegio de parte en relación con los nombramientos de patrocinio, oficinas,
etc. A la inversa, es probable que el proceso esté menos desarrollado en un país
como el Reino Unido, donde una tradición de políticas adversas se combina con
un apoyo estatal relativamente limitado para las organizaciones partidarias, y
donde las posibilidades de patrocinio, aunque aumentan, también siguen siendo
relativamente limitadas.
LAS CARACTERÍSTICAS DEL PARTIDO CARTEL
Como se señaló anteriormente, la distinción más obvia entre los diferentes
modelos de partido (el partido de élite o cuadro, el partido de masas, el partido
general y ahora el partido del cartel) se refiere al contexto social y político
particular dentro del cual emergió cada uno de ellos, y que, por razones de
conveniencia, pueden identificarse con períodos de tiempo distintivos (ver Tabla
5.1, donde las diversas características de los cuatro modelos de partido se
yuxtaponen entre sí). Al mismo tiempo, sin embargo, esto estaba lejos de ser la
única influencia en el desarrollo del partido, ya que ese tipo particular de partido
a menudo sobrevivía a las circunstancias que habían facilitado su aparición inicial.
De este modo, los partidos de masas no desplazaron a los partidos de elite para que
se presentaran ante los tribunales; más bien, ambos continuaron coexistiendo
incluso después del advenimiento del sufragio universal, de la misma manera que
los partidos de masas continuaron incluso después del desarrollo del partido
general, y, más recientemente, los partidos globales continúan existiendo a pesar
45
del surgimiento de partidos del cártel. Además, los partidos contemporáneos no
son necesariamente partidos de cartel, como tampoco los partidos de generaciones
anteriores eran partidos de élite total, partidos totalmente masivos o partidos
totalmente atrapados. Más bien, todos estos modelos representan tipos polares
convenientemente heurísticos, a los que las partes individuales pueden
aproximarse más o menos estrechamente en un momento dado.
Entre las características clave de los partidos que han variado con el tiempo están
las relacionadas con los objetivos de la política y la base de la competencia entre
partidos. En el período de dominio del partido de élite, los objetivos políticos y los
conflictos giraron en gran medida en torno a la distribución de privilegios, y los
partidos compitieron sobre la base del estado atribuido a sus adherentes. A medida
que se desarrollaba el partido de masas, la oposición clave en política comenzó a
girar en torno a la cuestión de la reforma social (u oposición a la reforma social),
y los partidos compitieron en términos de su capacidad representativa. Con el
surgimiento del partido catch-all, los objetivos de la política se mantuvieron en
gran medida intencionados, pero giraron en torno a cuestiones de mejora social en
lugar de una reforma general, con partidos que compiten menos sobre la base de
sus capacidades representativas y más bien sobre la base de su efectividad en la
formulación de políticas. Finalmente, con la aparición del partido del cartel, llega
un período en el que los objetivos de la política, al menos por ahora, se vuelven
más auto-referenciales, y la política se convierte en una profesión en sí misma: una
profesión calificada, sin duda, y una en sí misma. La limitada competencia entre
partidos que se lleva a cabo tiene lugar sobre la base de demandas competitivas
para una gestión eficiente y efectiva.
Los patrones de competencia electoral también han diferido. Entre los partidos de
élite, la competencia fue efectivamente administrada y controlada. Este patrón fue
radicalmente socavado por la extensión del sufragio y por el surgimiento de
partidos de masas que buscaban obtener la victoria sobre la base de la movilización
popular. El nuevo estilo de competencia electoral se podría ver, si no siempre,
típicamente en los intentos de los partidos de masas de segmentar el electorado en
una serie de distritos electorales exclusivos, y en lo que Lipset y Rokkan (1967:
51) denominan Intenta "estrechar el mercado de soporte". Con el partido general,
las estrategias electorales se volvieron más competitivas. Se podía ganar a los
votantes, y los partidos consideraron que valía la pena intentar ganarlos, incluso si
las bases de esta competencia hubieran dejado de involucrar temas importantes y,
en cambio, hubieran girado en torno a cuestiones de eficacia de las políticas.
Incluso este patrón, sin embargo, ahora puede decirse que ha sido cuestionado, ya
que, con la aparición de la parte del cartel, la competencia está nuevamente

contenida y gestionada. Ciertamente, las partes siguen compitiendo, pero lo hacen
sabiendo que comparten con sus competidores un interés mutuo en la
supervivencia organizativa colectiva y, en algunos casos, incluso el incentivo
limitado para competir en realidad ha sido reemplazado por un incentivo positivo
para no competir. Quizás en ninguna parte se haya podido ejemplificar mejor esto
que el intercambio de patrocinio entre los principales partidos italianos, incluso a
veces los comunistas, que aparentemente estaban en oposición. Otros ejemplos
muy obvios incluyen el intercambio de escaños y la rotación de la presidencia del
Consejo Federal Suizo entre los cuatro partidos principales; el intercambio de
nombramientos de la alcaldía en los Países Bajos; y el gerrymander de "protección
del titular" en muchas decisiones de reparto del estado estadounidense.
Este nuevo estilo de competencia electoral también tiene implicaciones para, y en
parte es una consecuencia de, cambios en la base de recursos de los partidos y en
el tipo de trabajo y campaña del partido que se requiere. Los partidos de élite,
como se ha señalado, obtuvieron gran parte de sus recursos, ya sean financieros o
de otro tipo, de contactos personales, y prestaron poca atención a la necesidad de
hacer campaña. Por otra parte, los partidos de masas crearon organizaciones
altamente intensivas en mano de obra, financiando sus actividades sobre la base
de cuotas de membresía y suscripciones, y desarrollando sus propios canales de
comunicación independientes. Evidentemente, este fue el caso del partido catch-
all, que, aunque se apoyaba en gran medida en su base de miembros tanto para las
finanzas como para el trabajo de campaña, también comenzó a ganar
contribuciones de una variedad más amplia de fuentes y comenzó a cambiar hacia
un capital más amplio, enfoque intensivo para hacer campaña. Estos nuevos
partidos también pusieron menos énfasis en sus propios canales de comunicación
independientes, y dedicaron un esfuerzo creciente para competir por el acceso a
redes de comunicación no partidistas, dedicando cada vez más recursos al empleo
de publicistas profesionales y expertos en medios de comunicación (Panebianco,
1988: especialmente 220-35). Este último patrón ha sido aún más impulsado por
las partes del cártel, cuyas campañas ahora son casi exclusivamente de capital
intensivo, profesional y centralizada, y que dependen cada vez más de sus recursos
en las subvenciones y otros beneficios y privilegios que ofrece el estado.
Todo esto también afecta el carácter de la membresía del partido y las relaciones
entre los miembros del partido y los líderes del partido. Para el partido de élite,
por supuesto, los líderes del partido son los únicos miembros, por lo que estas
preguntas no surgen. Con el partido de masas, en contraste, hay una membresía
grande y homogénea que reclama el derecho de controlar a la élite del partido, y
en cuyo nombre actúa la élite del partido. Sin embargo, mientras los miembros son
46
reclutados activamente y disfrutan de derechos y privilegios dentro del partido, la
membresía también conlleva deberes y obligaciones sustanciales. El partido catch-
all continúa enfatizando la membresía y otorgando derechos a sus miembros
dentro de la organización, pero abre sus filas a una gama más amplia de partidarios
y ya no requiere el mismo nivel de compromiso. Los líderes ya no son
principalmente responsables ante los miembros, sino más bien ante el electorado
más amplio. Los miembros en este sentido se parecen más a las animadoras y el
patrón de autoridad es más de arriba hacia abajo que de abajo hacia arriba.
Finalmente, aunque los miembros de una parte del cártel pueden tener incluso más
derechos que los de las partes que se engloban, su posición a veces es menos
privilegiada. La distinción entre miembros y no miembros puede volverse borrosa,
y las partes invitan a todos los simpatizantes, formalmente inscritos o no, a
participar en las actividades y decisiones del partido. Aún más importante, cuando
los miembros ejercen sus derechos, es más probable que lo hagan como individuos
en lugar de a través de delegados, una práctica que se tipifica más fácilmente en la
selección de candidatos y líderes por votación postal que por reuniones de
selección o congresos del partido. . Esta concepción atomística de la membresía
del partido se facilita aún más al permitir que las personas se afilien directamente
al partido central, obviando la necesidad de organizaciones locales y, por lo tanto,
también de organizadores locales. De hecho, es posible imaginar un partido que
administra todos sus negocios desde una sola sede central, y que simplemente
subdivide su lista de correo por circunscripción, región o ciudad cuando hay que
seleccionar determinados conjuntos de candidatos o cuando las políticas
subnacionales tienen que ser aprobado.
El resultado es un liderazgo que puede legitimar su posición tanto dentro como
fuera del partido al señalar a una membresía grande y formalmente facultada. Al
mismo tiempo, se mejora su autonomía, ya que es menos probable que una
membresía atomizada proporcione la base para la movilización de desafíos, y dado
que la posición de los activistas locales como intermediarios necesarios se ve
socavada. Por supuesto, los partidos todavía necesitan y desean los titulares de
cargos locales, y esto podría ser problemático para el partido central si abogaran
por políticas o estrategias que fueran contrarias a las de los líderes nacionales.
Dicho esto, estos líderes locales siempre serán desalentados de intervenir en los
asuntos nacionales por el conocimiento de que el liderazgo nacional, si es
desafiado, puede apelar directamente a los miembros individuales. En lo que
respecta a los asuntos locales, por otra parte, ambas partes tienen interés en
fomentar la autonomía local. Desde el punto de vista de los funcionarios locales,
una mano relativamente libre siempre es deseable, mientras que desde el lado
central del partido, un partido local autónomo tiene más probabilidades de

fomentar la participación y la participación, y es más probable que haga que el
partido sea atractivo para los miembros potenciales y simpatizantes. Por lo tanto,
se anima a cada lado a que permita al otro una mano libre. El resultado es
stratarchy.
LA DEMOCRACIA Y EL PARTIDO DEL CARTEL
Así como cada uno de los modelos de organización de partidos (partido de élite,
partido de masas, partido general) que lo precedió tenía un modelo asociado de
democracia, así también el aumento del modelo de partido de cartel como un
fenómeno empírico también se asocia con una revisión de El modelo normativo
de la democracia. En este modelo revisado, la esencia de la democracia radica en
la capacidad de los votantes para elegir entre un menú fijo de partidos políticos.
Los partidos son grupos de líderes que compiten por la oportunidad de ocupar
oficinas gubernamentales y de asumir la responsabilidad en la próxima elección
para el desempeño del gobierno. En un sentido, esto es simplemente una
exageración del partido catch-all, o el modelo liberal elitista de la democracia, y
el elemento significativo es lo que falta en esta formulación. La democracia radica
en el hecho de que las elites ganen el favor público, en lugar de la participación
pública en la formulación de políticas. Los votantes deben preocuparse por los
resultados en lugar de la política, que es el dominio del profesional. Las partes son
asociaciones de profesionales, no asociaciones de o para los ciudadanos.
En otros sentidos, sin embargo, el modelo de democracia de partido de cartel es
fundamentalmente diferente. Un aspecto central de los modelos anteriores fue la
idea de la alternancia en el cargo: no solo había algunos partidos que estaban
claramente 'dentro', mientras que otros estaban claramente 'fuera', sino que el
temor a ser expulsados del cargo por los votantes también se consideraba como el
Gran incentivo para que los políticos respondan a la ciudadanía. En el modelo del
cartel, por otra parte, ninguno de los partidos principales está definitivamente
"fuera". Como resultado, hay un sentido incrementado en el cual la democracia
electoral puede ser vista como un medio por el cual los gobernantes controlan a
los gobernados, y no al revés. A medida que los programas de los partidos se
vuelven más similares y, en cualquier caso, las campañas se orientan más hacia
objetivos acordados en lugar de medios contenciosos, hay una reducción en el
grado en que los resultados electorales pueden determinar las acciones del
gobierno. Además, a medida que la distinción entre los partidos en el cargo y los
que están fuera del cargo se vuelve más borrosa, se reduce el grado en que los
votantes pueden castigar a los partidos incluso sobre la base de la insatisfacción
generalizada. Al mismo tiempo, la participación en el proceso electoral implica al
47
votante, y al elegir las elecciones como el canal legítimo para la actividad política,
otros canales potencialmente más efectivos se vuelven menos legítimos. La
democracia se convierte en un medio para lograr la estabilidad social en lugar del
cambio social, y las elecciones se convierten en partes "dignas" de la constitución.
Dicho de otra manera, la democracia deja de ser vista como un proceso mediante
el cual la sociedad civil impone limitaciones o controles al estado, y se convierte
en un servicio proporcionado por el estado para la sociedad civil. El liderazgo
político debe renovarse, y las elecciones proporcionan un ritual pacífico mediante
el cual se puede lograr esto. La retroalimentación es necesaria si los gobernantes
deben proporcionar un gobierno que sea ampliamente aceptable, y las elecciones
disputadas, que señalan el placer público (o el descontento) con políticas y
resultados, proporcionan esa retroalimentación. Por lo tanto, el estado ofrece
elecciones impugnadas. Y dado que las elecciones democráticamente disputadas,
al menos como se entiende actualmente, requieren partidos políticos, el estado
también proporciona (o garantiza la provisión de) partidos políticos. Al final, por
supuesto, son las partes en el poder las que son el estado y las que brindan este
servicio y, por lo tanto, es su propia existencia la que garantizan.
El reconocimiento de la política partidaria como una carrera a tiempo completo
implica la aceptación, e incluso el estímulo, de una serie de tendencias que las
concepciones anteriores de la democracia consideraban indeseables. Si bien la
relación de estos con la idea de un cartel de partido, ya sea como condiciones
previas o como posibles consecuencias, es directa, sin embargo, implica una
reorientación fundamental hacia los partidos y las elecciones. Lo más importante
es que los políticos sienten una necesidad cada vez mayor de reducir los costos de
la derrota electoral. Este es, por supuesto, un deseo universal, que a menudo ha
conducido a la suspensión total de elecciones en países sin normas fuertemente
establecidas de política electoral. En los países occidentales, donde claramente
esta no es una opción viable, la alternativa es proporcionar subvenciones y apoyo
para todos, permitiendo que diferentes coaliciones estén en cargos en diferentes
niveles o en diferentes lugares, etc. Un resultado de esto es la atenuación de la
competencia. Además, a medida que los políticos persiguen carreras a largo plazo,
llegan a considerar a sus oponentes políticos como compañeros profesionales, que
están motivados por el mismo deseo de seguridad en el empleo y que enfrentan los
mismos tipos de presiones que ellos mismos, y con quién deben estar los negocios.
Continuó a largo plazo. La estabilidad se vuelve más importante que el triunfo, y
la política se convierte en un trabajo más que en una vocación.

DESAFÍOS PARA EL PARTIDO CARTEL
Pero si bien los partidos del cartel pueden ser capaces de limitar la competencia
entre ellos, por supuesto, no pueden suprimir la oposición política en general. Este
es especialmente el caso cuando los partidos, tanto individualmente como en
grupo, se conectan cada vez más estrechamente con el estado; y cuando dejan de
ser canales efectivos de comunicación de la sociedad civil al estado. En lugar de
que los partidos hagan demandas al estado en nombre de grupos particulares de la
sociedad civil, estos grupos encuentran que ellos mismos necesitan hacer
demandas al partido / estado. Por lo tanto, cada vez más, la articulación de la
demanda se convierte en la provincia de las organizaciones de interés. En algunos
casos, por supuesto, y particularmente en lo que concierne a las organizaciones de
interés de los grupos más grandes y más establecidos (por ejemplo, sindicatos,
asociaciones de empleadores), estas han desarrollado relaciones con el estado que
no son diferentes a las desarrolladas por las partes sí mismos. Este es el fenómeno
que se ha denominado "neo-corporativismo" y, entre otras cosas, implica la
concesión de una posición privilegiada y segura a ciertos grupos a cambio de un
"buen comportamiento". Pero precisamente porque estos grupos establecidos han
sido incorporados al sistema, a menudo se muestran poco dispuestos o incapaces
de expresar algunas demandas, y esto, a su vez, puede llevar al surgimiento de
organizaciones alternativas, que a menudo son de corta duración y estridentes.
Como sugiere esto, los mecanismos de autoprotección que las partes del cartel han
creado tienen sus propias contradicciones internas. En la medida en que los
partidos del cártel limitan la posibilidad de disensión intraorganizacional,
minimizan las consecuencias de la competencia dentro del cártel y se protegen de
las consecuencias de la insatisfacción electoral, impiden que las elecciones
realicen incluso la función de retroalimentación mínima que el nuevo modelo de
democracia asigna. Esto solo se fomenta si las organizaciones de mayor interés
también han sido incluidas dentro del paraguas autoprotector de los acuerdos
neocorporativos. Al mismo tiempo, sin embargo, esto no puede evitar la aparición
de desafíos fuera del cartel, aunque podría ser posible colocar barreras en el
camino de las nuevas partes que buscan ingresar al sistema, como, por ejemplo, la
predicción del estado. Subvenciones sobre el desempeño electoral previo o la
restricción de acceso a boletas. Más importante aún, los intentos de exclusión
también pueden resultar contraproducentes, ofreciendo a los neófitos excluidos un
arma con la cual movilizar el apoyo de los desafectos. Por lo tanto, de manera muy
similar a como los partidos de élite crearon las condiciones sociales y políticas
para el surgimiento y el éxito de los partidos de masas, y como los partidos de
masas, a su vez, crearon las condiciones para el surgimiento y el éxito de los
partidos de primera, y a medida que la parte que se ponía de moda condujo a las
48
condiciones que generaron la parte del cartel, el éxito más reciente del cartel
genera inevitablemente su propia oposición.
Los nuevos partidos que buscan entrar en el sistema pueden, por supuesto, hacer
campaña para obtener apoyo sobre la base de una amplia variedad de apelaciones
ideológicas. Sin embargo, cada vez más, la experiencia sugiere que un grito de
guerra particular que parece común a muchos partidos nuevos, y que parece
particularmente efectivo para movilizar apoyo, es su demanda de "romper el
molde" de la política establecida (ver, por ejemplo, Poguntke, 1994b; Scarrow,
1994b). En muchos casos, esta demanda es en gran parte retórica, y sus
protagonistas, en particular los que buscan apoyo entre las nuevas clases medias,
partidos que van desde los demócratas 66 en los Países Bajos, a los
socialdemócratas en Gran Bretaña y los demócratas progresistas en Irlanda, a
menudo demuestran ser más que dispuestos a unirse al establecimiento que una
vez que condenaron inicialmente. Incluso en otros casos, como en muchos de los
partidos verdes, donde la oposición está más arraigada, estas demandas también
son capaces de adaptarse y ser cooptadas.
En algunos casos, sin embargo, la protesta aprovecha una desafección más radical.
Este es ciertamente el caso de una variedad de nuevos partidos de extrema luz,
como el Vlaams Blok en Bélgica, el Frente Nacional en Francia, la Acción
Nacional en Suiza e incluso posiblemente la Nueva Democracia en Suecia, que
parece decidida a seguir el camino del Progreso. Partidos en la vecina Dinamarca
y Noruega. Esto también se aplica cada vez más al Partido de la Libertad
establecido en Austria, pero ahora cada vez más estridente y excluido. Todos estos
partidos parecen propugnar una oposición profundamente antidemocrática y con
frecuencia xenófoba al consenso que ahora prevalece en la mayoría de las
democracias occidentales, y esto obviamente proporciona una base importante
para su apoyo. Pero lo que quizás sea más sorprendente es que muchos de estos
partidos también parecen estar ganando un gran kilometraje de su supuesta
capacidad para dividir lo que a menudo denominan acuerdos "acogedores" que
existen entre las alternativas políticas establecidas. En efecto, por lo tanto, al
operar como un cártel, al tratar de asegurar que no haya "ganadores" y
"perdedores" claros entre las alternativas establecidas, y al explotar su control del
estado para generar recursos que se pueden compartir entre sí. Las partes del cártel
a menudo proporcionan, sin saberlo, precisamente las municiones con las que los
nuevos manifestantes de la derecha pueden librar sus guerras con mayor eficacia.
Estos nuevos manifestantes no representan un desafío para el partido; Su protesta
es, después de todo, organizada por los partidos. Pero sí se ven a sí mismos como
representantes de un desafío para el partido del cartel, un desafío que bien puede

ser alimentado por las acciones de los propios partidos del cartel, y que, en el largo
plazo, pueden ayudar a legitimar su protesta.
Como se señaló al comienzo de este capítulo, gran parte de la literatura
contemporánea habla de la declinación o el fracaso de las partes, un énfasis que,
desde esta perspectiva, es en gran medida erróneo. De hecho, hay poca evidencia
real que sugiera que la edad de los partidos ha disminuido. Por el contrario,
mientras que en algunos aspectos los partidos son menos poderosos que antes
(disfrutan, en general, de lealtades partidistas menos intensas, proporciones más
bajas de adeptos, identidades políticas menos distintivas) en otros aspectos, su
posición se ha fortalecido, no solo como resultado del aumento de recursos que el
estado (las partes en el estado) pone a su disposición (véase también el Capítulo 6
a continuación). Sin duda, si uno toma como modelo el modelo del partido de
masas, como parece hacer gran parte de esta literatura, entonces los partidos de la
corriente principal son quizás menos poderosos que antes; Es decir, son partidos
de masas menos poderosos. Pero este es un estándar inadecuado, que no tiene en
cuenta las formas en que las partes pueden adaptarse para asegurar su propia
supervivencia, y que ignora las nuevas fortalezas que pueden adquirir en
compensación por esas debilidades que se han hecho evidentes. Son, en definitiva,
diferentes partidos. Hablar del desafío al partido en lugar de su declive o fracaso,
tal vez sea estar en un terreno más seguro, aunque también sea fundamentalmente
erróneo. Porque lo que ahora vemos en las democracias occidentales es menos un
desafío para el partido en general, y más bien un desafío, inevitablemente, para los
partidos del cartel en particular.
6 habiendo límites severos para la comprensión comparativa de cómo funcionan
Legitimidad popular y privilegios públicos: las organizaciones del partido
en la sociedad civil y el estado
El estudio de partidos y sistemas de partidos sigue siendo uno de los subcampos
más grandes y más activos dentro de la política comparativa (por ejemplo, Janda,
1993). También es un estudio que continúa presentando un panorama
inmensamente variado, que va desde el trabajo que explora la relación de las partes
con la sociedad en general, a través del trabajo que se relaciona con el papel de los
partidos en el gobierno, hasta el trabajo que, a menudo, es más teórico, nivel, se
ocupa de las interacciones entre las partes y con la dinámica de los sistemas de
partido. Ahora sabemos mucho, por ejemplo, sobre los desarrollos transnacionales
en los lazos que unen o no vinculan a los partidos con sus votantes, ya sea que esto
se exprese en términos de estabilidad y cambio de preferencias electorales (ver,
49
por ejemplo, Dalton et al., 1984Z>; Crewe and Denver, 1985; Bartolini and Mair,
1990), o en términos de la sociología del apoyo del partido (véase, por ejemplo,
Rose 1974; Franklin et al., 1992). También sabemos cada vez más sobre los
partidos en funciones, tanto en términos de procesos de formación de coaliciones
(por ejemplo, Pridham, 1986; Laver y Schofield, 1990) como en términos del papel
de los partidos en la formulación de políticas y en el gobierno en general (por
ejemplo, Castillos) y Wildenmann, 1986; Katz, 1987; Budge y Keman, 1990;
Laver y Budge, 1992). Más recientemente, el análisis comparativo también se ha
dirigido a la cuestión de los partidos como actores estratégicos y como activistas
(por ejemplo, Bowler y Farrell, 1992; Butler y Ranney, 1992). Y a todo este trabajo
se puede agregar el volumen de estudios más amplio y cada vez más amplio sobre
familias de partidos y sistemas de partidos (véase, por ejemplo, la bibliografía
ahora fechada en Mair, 1990a: 353-60).
Al mismo tiempo, sin embargo, también hay desequilibrios, con la creciente
acumulación de conocimientos en algunas áreas que contrastan marcadamente con
lagunas sorprendentemente evidentes en otras, y desde hace algún tiempo una de
las más obvias de estas lagunas ha sido la fundamentación empírica, estudio de los
partidos como organizaciones (ver Katz y Mair 1992b). Esto no obstante el hecho
de que gran parte del trabajo pionero en el campo de la investigación de partidos,
por Michels y Ostrogorski en particular, se centró precisamente en esta área, y
también a pesar de algunas discusiones teóricas más recientes que han especulado
sobre diferentes modelos de partido y partido cambio (p. ej., Panebianco, 1988).
Por lo tanto, aunque ahora sabemos mucho sobre los partidos y sus votantes, sobre
los partidos y sus gobiernos, y sobre los partidos y sus competidores, sigue
exactamente las organizaciones de partidos, sobre cómo cambian, Y sobre cómo
se adaptan.
NUEVAS PERSPECTIVAS SOBRE EL DESARROLLO DE
ORGANIZACIONES PARTIDARIAS
Uno de los síntomas más evidentes de este abandono a largo plazo de la
investigación comparativa sobre el desarrollo de organizaciones de partidos es que
gran parte de la reflexión sobre el tema aún está atrapada dentro de un conjunto de
términos de referencia que se estableció hace casi una generación. Más
específicamente, y a pesar del énfasis ocasional en variantes más modernas, gran
parte de este pensamiento sigue basándose en el supuesto del "partido de masas"
como modelo (consulte el Capítulo 5 más arriba). En este punto de vista, las
organizaciones del partido se definen principalmente con referencia a sus

relaciones con la sociedad civil; la fuerza organizativa del partido se mide
principalmente con referencia al tamaño de la membresía y la capacidad del
partido para cerrar (a menudo predefinido) los sectores del electorado; y las
estructuras de los partidos se entienden y evalúan principalmente en términos de
modos de representación interna y responsabilidad. Por lo tanto, se deduce que la
atenuación de cualquiera de estos elementos, como ocurre a través del privilegio
de los grupos de liderazgo dentro del partido, la degradación del rol de los
miembros o el desarrollo de programas dirigidos a los votantes en general en lugar
de a la Parte adjunta o incluso clientela incorporada al partido: implica también la
atenuación y el rechazo del partido per se.
El problema con esta línea de razonamiento comienza cuando el declive del
partido de masas se considera como un decrecimiento del partido de manera más
general. En este sentido, el partido de masas no solo es el modelo de lo que ha
sucedido antes, sino que también sigue siendo el modelo casi a perpetuidad, de
modo que los partidos pueden ser indiferentes a la membresía, lo que puede
enfatizar el poder de su liderazgo y el que puede desarrollarse. Los procesos de
toma de decisiones internas menos conscientemente democráticos son, de alguna
manera, también partidos en declive. Kirchheimer (1966), por ejemplo, quien fue
uno de los primeros autores en señalar la desaparición del partido de masas, y
quien señaló el surgimiento del nuevo partido 'catch-all', lo hizo con pesar, en el
sentido de que un nuevo tipo de partido posiblemente se vuelva "demasiado directo
para servir como un enlace con los poseedores de poder funcionales de la
sociedad" (p. 200). Pizzorno (1981), quien también enfatizó el paso del partido de
masas, y que lo describió como la criatura ahora redundante de un tiempo
específico, fue conducido a adelantar una serie de hipótesis que buscaban explicar
cómo los partidos como tales podrían sobrevivir incluso después. Incluso
Panebianco (1988), quien argumenta que el partido de masas había sido
reemplazado por lo que él llama el "partido electoral profesional", sugiere que esto
también puede implicar el debilitamiento de la posición del partido "en todos los
ámbitos" (p. 269). Por lo tanto, se puede ver que el período del partido de masas
coincide con "la edad de oro" de los partidos, y desde entonces todo ha sido cuesta
abajo. De hecho, probablemente fue este sentido de declinación el que desalentó
la investigación empírica en el campo de las organizaciones del partido durante
los últimos veinte años, ya que parecía más útil dedicar sus esfuerzos de
investigación a esas "organizaciones alternativas emergentes", como los nuevos
movimientos sociales, que se consideraba cada vez más como una amenaza para
desplazar a los partidos como intermediarios activos entre la ciudadanía y el estado
(véase, por ejemplo, Lawson y Merkl, 1988b).
50
También hay otros problemas asociados con este argumento centrado en el partido
de masas. En primer lugar, gran parte de la especulación sobre la aprobación del
partido de masas y sobre el declive imputado del partido en general se ha
producido sin mucha referencia a la evidencia empírica, en particular debido a la
gran dificultad que conlleva la recopilación del tipo de datos que podrían refuerce
o incluso desafíe esta tesis (véase, por ejemplo, Bartolini, 1983ft; von Beyme,
1985; Katz, 1990). En segundo lugar, y pese a las ideas proporcionadas por gran
parte del razonamiento más teórico, la forma precisa en que se pueden distinguir
los diferentes modelos de organización del partido sigue siendo relativamente
poco clara. Si bien estos modelos son ciertamente útiles cuando se buscan
generalizaciones a largo plazo sobre el desarrollo organizacional de los partidos,
sin embargo, resultan muy difíciles de tratar de una manera más específica, o como
constructos empíricos genuinos (por ejemplo, Sjoblom, 1981; Dittrich, 1983;
Krouwel, 1993). En tercer lugar, y no menos importante como resultado del legado
del modelo de partido de masas, todavía hay una tendencia a evaluar las
organizaciones del partido en términos de sus relaciones con la sociedad civil. Por
otro lado, los aspectos alternativos de la organización del partido, particularmente
aquellos que se relacionan con el partido en el parlamento (cf. Hecksher, 1953:
149-59; von Beyme, 1983), o con el partido en la oficina central, todavía tienden
a serlo ignorado
En el contexto del proyecto de investigación más amplio sobre cambio y
adaptación en organizaciones de partidos, del cual forma parte el análisis en este
capítulo (ver Katz y Mair, 1992a, 1994), hay dos estrategias principales que se han
adoptado para tratar con estos problemas. La primera, y probablemente la más
importante de estas estrategias, tiene como objetivo ir más allá del trabajo clásico
de Janda (1980) y remediar la escasez de evidencia empírica sobre el desarrollo
organizativo de los partidos mediante una recopilación sistemática de datos
transnacionales a lo largo del tiempo, todas las organizaciones de partidos
relevantes en una variedad de democracias occidentales. Además de la
información sobre la historia electoral y gubernamental de casi ochenta partidos
en los doce países incluidos en este proyecto, también se recopilaron datos sobre
el desarrollo y la estructura de los miembros del partido; en los números y
asignación de personal del partido; sobre la distribución interna del poder y la
organización y funciones de los órganos internos del partido; y sobre la
financiación de las partes, incluida la información sobre la concesión de
subvenciones estatales a las partes. Estos datos se han publicado desde entonces
en un manual aparte (Katz y Mair, 1992a).

La segunda estrategia implica un intento de alejarse de la concepción del partido
como un actor unitario, y especialmente alejarse de la preocupación casi exclusiva
por la relación entre los partidos y la sociedad civil, al desagregar las
organizaciones del partido en al menos tres elementos o caras diferentes. , cada
uno de los cuales interactúa con los demás. La primera de estas caras es el partido
en la función pública, es decir, la organización del partido en el gobierno y en el
parlamento. El segundo es el partido en el terreno, es decir, la organización de
miembros, y también potencialmente los votantes leales del partido. La tercera
cara es el partido en la oficina central, que es organizativamente diferente del
partido en la oficina pública, y que, al menos en el modelo tradicional de partido
de masas, organiza y es generalmente representativo del partido en el campo (ver
Katz y Mair, 1993).
Ambas estrategias facilitan la adopción de un enfoque más diferenciado y, al
mismo tiempo, más fundamentado en el estudio del cambio y la adaptación
organizacional del partido. Ambos también permiten una comprensión más
sensible de la cuestión más amplia del declive del partido. La disponibilidad de
datos transnacionales, por ejemplo, no solo nos permite probar si tal disminución
es real o imaginaria, sino que, al distinguir entre las diferentes caras, también nos
permite identificar con más precisión dónde se está produciendo el cambio, y
averiguar si, digamos, el declive en uno de estos elementos tal vez sea
contrarrestado por el crecimiento en otros niveles del partido. De hecho, una
hipótesis central que surge de este proyecto ha sido que en realidad solo el partido
en el terreno es cada vez menos importante o está en decadencia, mientras que los
recursos del partido en la oficina central, y especialmente los del partido en Oficina
pública, de hecho se han fortalecido. En este sentido, argumentamos que el énfasis
en el rechazo del partido a la corte puede estar fuera de lugar.
DEMOCRACIAS DE LOS PARTIDOS Y EL PROBLEMA DE LA
DECLINACIÓN DE LOS PARTIDOS
Dos grandes olas de democratización han marcado el comienzo y el final de la
historia política europea del siglo XX. En los primeros veinte años, la
democratización implicó la apertura del proceso político a más y más ciudadanos
anteriormente excluidos, y el otorgamiento de la votación a personas sin
propiedades y al menos a algunas mujeres. Más recientemente, y en los últimos
veinte años, comenzando con las transformaciones en Grecia y Portugal, hemos
sido testigos del colapso generalizado de los regímenes autoritarios y su reemplazo
por las democracias multipartidistas. Estas dos experiencias distaron mucho de ser
idénticas, por supuesto: en un período, la democratización se llevó a cabo mediante
51
la emancipación y la incorporación; en el otro, se efectuó por medio de un cambio
de régimen, un contraste que también ha obligado a que otras diferencias se hagan
evidentes, más notablemente en términos del gran ritmo y la controlabilidad del
proceso de democratización en sí. Así, mientras que el proceso de democratización
que tuvo lugar en la mayoría de los países europeos en los primeros veinte años
del siglo fue relativamente gradual y administrado, las experiencias más recientes
de democratización en el sur de Europa, y especialmente en la Europa
poscomunista, han demostrado Rápido y brusco.
Pero a pesar de estas diferencias cruciales, sigue existiendo una gran similitud
entre ambos procesos: es decir, ambas oleadas de democratización han enfatizado,
si no es necesario, la agencia de los partidos políticos. En la primera ola, y en la
primera parte del siglo, la democratización fue acompañada por el desarrollo y el
triunfo esencial del partido de masas, que, en términos de Pizzorno, surgió tanto
para fortalecer como para controlar el acceso de los nuevos Las masas en el sistema
político "(Pizzorno, 1981: 272). Estos eran partidos que, necesariamente, estaban
fuertemente arraigados en la sociedad civil; que hizo hincapié en el compromiso y
la participación; y que al mismo tiempo eran jerárquicas y disciplinadas. Estos
eran partidos que provenían y pertenecían a la sociedad civil, y que buscaban
expresar y luego implementar los intereses de sus electores dentro de la política
pública. También en la ola más reciente de democratización, el papel del partido
ha sido central, aunque ahora, más de medio siglo después, hay poco que sugiera
que este énfasis en el partido promoverá el surgimiento de partidos de masas como
tales, ya que el los partidos que se están desarrollando tanto en el sur como en el
este de Europa tienden a estar caracterizados por estructuras organizativas
flexibles, por membresías pequeñas, si no inexistentes, y por la ausencia de
vínculos pronunciados con la sociedad civil. Pero a pesar de estar muy lejos de los
estilos y estructuras asociados con el tradicional partido de masas, el papel del
partido en la construcción de estas nuevas democracias ha resultado ser crucial, y
la importancia de ver al partido incluso en la forma en que se definen estas nuevas
democracias; En situaciones en las que la democratización se debe a un cambio de
régimen y no a un proceso de concesión de derechos, vemos que la democracia en
sí misma se define no en términos de los derechos de los ciudadanos, sino en
términos de la existencia de una pluralidad de partidos que compiten unos contra
otros en elecciones libres.
Por lo tanto, en las democracias modernas, ya sean democracias establecidas hace
mucho tiempo o democracias de nueva creación, la política tiene que ver con la
política de partidos; Dicho de otra manera, el siglo XX no es solo el siglo de la
democratización y, por tanto, de la democracia, sino también el siglo de la

democracia de partidos. Sin embargo, a medida que se acerca el siglo, se ha vuelto
cada vez más claro que muchas de las democracias de partidos de larga data, en
particular, comienzan a mostrar síntomas claramente malsanos. A pesar de o,
como sugeriré aquí, tal vez incluso debido a la importancia del partido en nuestras
democracias modernas, la democracia del partido se ha convertido en una forma
de democracia cada vez más problemática.
Durante más de una década, un tema importante dentro del discurso tanto
académico como periodístico ha tomado "el declive de los partidos" como una
cuestión de sabiduría convencional. Los partidos son passe, a menudo se
argumenta, e incluso si se hubiera precipitado a haberlos descartado como
resultado del desafío del neo-corporativismo, un fenómeno supuestamente
perdurable que parece haber experimentado una desaparición prematura, ahora es
El asalto desde el suelo, en forma de cambiar las preferencias de los ciudadanos,
que finalmente se cree que es el catalizador del cambio. Hay dos elementos
relacionados dentro de este nuevo proceso transformador. Por un lado, se
considera que la ciudadanía se ha fragmentado e individualizado, y las
preferencias se han "particularizado" (van der Eijk et al, 1992: 406-31) de una
manera que es en gran medida un anatema para los instintos agregativos del partido
político tradicional. Por otro lado, se han abierto canales de representación en
competencia en forma de nuevos movimientos sociales y "organizaciones
alternativas" (Lawson y Merkl, 1988a), que a menudo se cree que vinculan a los
ciudadanos con el proceso de toma de decisiones de una manera que está a la
altura. Una vez más eficaz y más satisfactoria.
Se considera que ambos elementos implican que las partes, al menos como las
conocemos, se están volviendo cada vez más marginadas e ineficaces, con el
resultado de que, con el tiempo, pueden simplemente marchitarse. Esto no es visto
como necesariamente problemático. De hecho, si los partidos declinaran y luego
finalmente desaparecieran, esto podría incluso ser visto por algunos observadores
como un proceso potencialmente saludable, en el cual una forma de política cada
vez más desactualizada, una política al estilo del Parque Jurásico, podría luego ser
reemplazada por la participación en otra ' Actividades políticas que estarían más
cerca de los intereses de los ciudadanos y en las que estos ciudadanos podrían
desempeñar un papel más directo y responsable. Por lo tanto, tal desarrollo
implicaría el desarrollo de una ciudadanía más autosuficiente, y esto solo podría
ser bueno para la democracia. En resumen, se podría considerar que el declive de
los partidos refleja un cambio inevitable, un cambio que ciertamente no es peor, y
tal vez sea incluso mejor; un cambio, es decir, hacia un estilo de democracia más
sano, más participativo y más autocontrolado.
52
Pero aunque puede haber una cierta verdad en estas suposiciones acerca del
declive de los partidos, sin embargo, es solo una verdad parcial, ya que los partidos
son vistos desde una sola perspectiva; Es decir, desde la perspectiva de sus
relaciones con la sociedad civil. Como resultado, estas suposiciones tienden a
pasar por alto la extraordinaria capacidad de las partes para enfrentar los desafíos
y así asegurar su propia supervivencia (véase también el Capítulo 5 más arriba).
Sin embargo, incluso más allá de eso, la suposición de que la relevancia popular
decreciente de los partidos políticos puede llevar a su aprobación de una manera
bastante problemática también es muy cuestionable. Como sugeriré en este
capítulo, la dificultad con este último supuesto es que omite la contradicción
esencial entre un aparente debilitamiento del papel de las partes como agencias
representativas, por un lado, y un aparente fortalecimiento de su papel como
funcionarios públicos en el otro. Es, en este sentido, una contradicción entre la
relevancia (o su ausencia) de las partes y su visibilidad: o, más claramente, entre
la legitimidad (o su ausencia) de las partes, por una parte, y su posición
privilegiada, por otra. , y es la existencia de esta contradicción particular la que
puede plantear problemas mucho más graves de lo que implica una simple
hipótesis de "declinación de partido". Sin embargo, antes de volver a esta pregunta,
primero revisaré brevemente algunas de las pruebas con respecto al papel de las
partes como agencias representativas, que incluyen la posición de las partes "en el
terreno" y su relevancia como actores "intencionales", y algunos de los evidencia
sobre su posición como funcionarios públicos.
Partidos en el suelo
La evidencia más fácil y citada de la erosión de los partidos en las democracias
europeas modernas se obtiene generalmente desde la perspectiva de los votantes y
ciudadanos comunes, y el síntoma más evidente de este malestar se ve en la ya
amplia pero todavía creciente evidencia del desencanto popular, e incluso
desconfianza de los partidos y de la clase política en general. De hecho, esta
sensación de desencanto se ha vuelto tan generalizada y endémica que ahora existe
una terminología completamente nueva en la que se puede expresar.
Independientemente de los términos, sin embargo, es una actitud que es más que
evidente a partir de encuestas de opinión en toda Europa. Se puede ver en Noruega,
por ejemplo, donde casi la mitad de los encuestados en una encuesta en 1989
estuvieron de acuerdo en que los políticos básicamente no sabían de qué estaban
hablando; o en Francia, donde más de dos tercios de los encuestados en una
encuesta en 1991 sintieron que los políticos no estaban muy interesados en sus
problemas; o en Austria, donde una encuesta realizada en 1989 informó que más

de dos tercios de los encuestados estaban de acuerdo con la proposición de que los
políticos eran esencialmente "corruptos y sobornables"; o en Alemania, donde una
encuesta de 1991 informó que solo una cuarta parte de los encuestados expresaba
confianza en los partidos políticos, y que casi dos tercios creían que los políticos
se llenaban los bolsillos; o en el Reino Unido, donde una encuesta de 1994 informó
que casi dos tercios de los encuestados consideraban al partido conservador como
"de mala calidad y de mala reputación".
En segundo lugar, y tal vez no sea sorprendente, este tipo de actitudes a veces se
han traducido en un sentido de aflojamiento del apego al partido o la identificación
del partido. Debe enfatizarse, sin embargo, que esta tendencia particular está lejos
de ser universal, y en algunos casos, el sentido de pertenencia del partido entre los
votantes no parece haberse erosionado. Sin embargo, hay bastantes países en los
que es evidente una disminución. En Austria, por ejemplo, quienes informaron que
tenían algún sentido de identificación con los partidos políticos, ya sea una
identificación fuerte o débil, pasaron de aproximadamente el 75 por ciento de los
votantes en 1969 al 59 por ciento en 1990; en Alemania Occidental, una medida
similar evidenció una disminución del 82% en 1972 a menos del 75% en 1987,
mientras que en Irlanda la proporción bajó de poco más del 72% en 1981 a solo el
40% en 1989. En Suecia, los que reportaron un fuerte sentido de identificación del
partido bajaron de 52 de los votantes en 1960 al 27% en 1988, y en el Reino Unido
la proporción de aquellos con un fuerte sentido de identificación con el Partido
Laborista o con los Conservadores disminuyó de aproximadamente el 22% en
1964 a solo 7 por ciento en 1987 (Katz y Mair, 1992a: 39, 330, 398, 633-4, 789-
90, 846; véase también Mair, 1984, y Schmitt, 1989).
El tercer síntoma de este malestar, y el que quizás resulte más preocupante para
las partes, se refleja en las tendencias en la membresía del partido (consulte la
Tabla 6.1). En un nivel, los cambios aquí pueden no parecer particularmente
marcados y la sensación de decaimiento no es particularmente pronunciada. Seis
de los once países para los que se dispone de datos comparables a partir de la
década de 1960 en adelante, por ejemplo, registran un aumento real en el número
total de miembros del partido entre principios de la década de 1960 y principios
de la década de 1990 (los países son Bélgica, Finlandia, Francia, Alemania,
Noruega y Suecia), con solo cinco registrando una disminución en el número total
de miembros en el mismo período (Austria, Dinamarca, Italia, los Países Bajos y
el Reino Unido) .2 En otro nivel, sin embargo, y más importante, el cambio es
bastante marcado, ya que este período también ha sido testigo de un crecimiento
masivo en el tamaño de los electorados europeos, y el principal problema asociado
con los niveles de membresía del partido es que no han seguido el ritmo de esta
53
expansión. En otras palabras, mientras que el número total de miembros a veces
puede haber permanecido igual, o incluso aumentado, la proporción relativa de
membresía / electorado ha disminuido con mayor frecuencia, lo que indica una
presencia organizacional reducida dentro de la sociedad. De hecho, solo dos de los
once países para los que se dispone de datos comparables, Bélgica y Alemania,
registraron un aumento en la proporción de electores que mantienen una
membresía del partido (que aumentó del 7.8 por ciento al 9.2 por ciento del
electorado en la región). Bélgica, y del 2,7 por ciento al 4,2 por ciento en el caso
de Alemania Occidental), mientras que un tercer país, Francia, ha demostrado una
relación más o menos estable (aunque baja) de membresía / electorado a lo largo
del tiempo. Por el contrario, todos los demás países han registrado un fuerte
descenso en sus niveles relativos de membresía, que van desde la notable caída
danesa desde más del 21 por ciento del electorado a principios de la década de
1960 hasta poco menos del 7 por ciento del electorado a finales Años 80, a la caída
más moderada de menos del 1 por ciento en Suecia durante el mismo período.
Este declive casi universal en la membresía del partido como parte del electorado
indica claramente que el control relativo de los partidos sobre el electorado se está
debilitando, y esto, junto con la otra evidencia citada anteriormente, refuerza aún
más el sentido de erosión en la posición del parte en el terreno, y por lo tanto un
debilitamiento de la capacidad de las partes para actuar como agencias
representativas. Sin embargo, lo que llama la atención es que este sentido de
erosión no se puede discernir de manera inmediata en el nivel de participación en
las elecciones nacionales, aunque, en este contexto particular, los patrones de
participación son difíciles de interpretar. Por un lado, podría ser posible citar las
tendencias a largo plazo en los niveles de participación electoral, con la
expectativa de que un debilitamiento de la posición del partido en el terreno se
refleje en una tendencia decreciente a votar. Sin embargo, hay pocas señales de
esto en la realidad: los niveles de participación en las elecciones nacionales siguen
siendo razonablemente altos, y precisamente porque el tamaño del electorado ha
crecido sustancialmente (ver el Capítulo 4 más arriba), el número total de votantes
también ha aumentado. . De hecho, a pesar de una modesta disminución en los
niveles de participación promedio de poco menos del 84 por ciento a poco menos
del 80 por ciento en la mayor parte de Europa occidental entre principios de los
sesenta y principios de los noventa, el número real de votantes en las elecciones
nacionales aumentó casi un tercio: de unos 140 millones a principios de los años
sesenta a más de 184 millones a principios de los años noventa. Por lo tanto, estas
cifras ofrecen poca o ninguna evidencia de desencanto o malestar. Por otro lado,
también parece darse el caso de que una pequeña pero creciente proporción de
estos votantes en una variedad de países diferentes ahora está expresando una

preferencia por los partidos de "nuevas políticas" de izquierda y derecha, muchos
de los cuales se movilizan como "partidos antipartidistas" en oposición al orden
establecido (véase también más abajo). Por lo tanto, si bien se puede tomar un voto
mayor para estos partidos para indicar un sentimiento antipartidista en aumento y,
por lo tanto, malestar general, también puede resultar en un aumento (o, al menos,
no una disminución) en la participación de los votantes, y esto, a su vez, Puede
leerse como evidencia del mantenimiento de la confianza y la legitimidad. Por lo
tanto, en este contexto particular, es difícil llegar a conclusiones duras y rápidas
sobre el posible desencanto con las partes solo de las cifras de participación.
Los partidos como actores intencionados.
Desde una perspectiva, entonces, se puede argumentar que los partidos son cada
vez más incapaces de involucrar a los votantes y ganar su compromiso afectivo.
Desde otra perspectiva, y especialmente dentro de los límites de la política
tradicional, se podría argumentar que también son cada vez más incapaces de
convencer a los votantes de su relevancia en términos intencionales. Parte del
problema radica en las circunstancias internacionales cambiantes dentro de las
cuales los estados nacionales, y por lo tanto los gobiernos nacionales y las partes
que ocupan estos gobiernos, intentan guiar y controlar la formulación de políticas
nacionales. En un sentido, todas las economías europeas son ahora economías
abiertas, y todas se están convirtiendo en "semi-soberanas" (para la referencia
original, véase Katzenstein, 1987), ya que ahora están sujetas a un conjunto de
restricciones y persuasiones que se encuentran bastante Fuera de su propio control
directo. Por lo tanto, la libertad de maniobra de los estados nacionales y los
gobiernos nacionales está severamente restringida, y el margen para la discreción
partidista se reduce de manera correspondiente. Esto tiene dos efectos inmediatos
sobre la capacidad de los partidos en el gobierno para actuar como agencias
representativas. En primer lugar, las respuestas de los gobiernos nacionales a los
problemas políticos y económicos tienden a estar influenciadas por las presiones
internacionales y locales, por lo que no siempre pueden responder a las demandas
domésticas de una manera que satisfaga plenamente los intereses locales de los
que dependen. Por su legitimidad y autoridad. En segundo lugar, y quizás más
importante, la creciente complejidad de la economía global conduce a graves
problemas para el monitoreo y control del proceso de formulación de políticas y,
por lo tanto, socava la capacidad de acción efectiva y autorizada3. El resultado es
que los gobiernos, y por lo tanto los partidos en esos gobiernos, a menudo se
encuentran cada vez más incapaces de hacer frente y cada vez más incapaces de
convencer a los votantes escépticos de los méritos de su propósito partidista.
54
De hecho, un propósito partidista es en sí mismo más difícil de discernir. Todos
los partidos "establecidos" en Europa occidental, con una o dos excepciones
notables, han estado en el gobierno en un momento u otro en los últimos quince o
veinte años; todos han tenido sus manos en el poder, ya sea exclusivamente o en
concierto con otros; y todos han operado dentro de los límites impuestos por el
entorno económico internacional posterior a 1973. Enfrentados a crecientes
problemas económicos y sociales, muchos de los cuales, en cualquier caso, están
fuera del control de los gobiernos nacionales, ninguna de estas partes puede ahora
afirmar plausiblemente proporcionar una panacea. Además, como Richard Rose
(p. Ej., 1990) ha señalado, dado que gran parte de la formulación de políticas
contemporáneas es simplemente una formulación de políticas por inercia, en la
que los gobiernos se ponen al margen de los programas que han heredado en gran
medida, ninguno de estos partidos podría demostrar su capacidad. Incluso de la
promesa plausible de algo nuevo y diferente, al menos en un sentido intencional.
Dado que algunos de los estudiosos más exigentes en ciencias políticas a
principios de la década de 1980 encontraron difícil determinar de manera
concluyente si los partidos habían hecho una diferencia (ver, por ejemplo, Castles,
1982, y Rose, 1984), entonces no sería sorprendente para Encuentra que los
votantes ordinarios también podrían haberse desesperado de una intención
partidista.
Tampoco es probable que este proceso sea mejorado por la creciente integración
de los estados en la Unión Europea. Muy por el contrario. En primer lugar, a pesar
de la creciente evidencia de escepticismo popular acerca de los beneficios de una
mayor integración, casi todos los partidos principales en casi todos los países de
Europa occidental están más o menos de acuerdo en la necesidad de continuar con
el proyecto europeo, con el desafío de este objetivo general, el consenso proviene
principalmente de partidos marginales de izquierda y derecha, o de elementos
disidentes dentro de los partidos establecidos. Aquí también, entonces, las
diferencias dentro de la corriente principal se han difuminado hasta convertirse en
casi inexistentes. En segundo lugar, como se señaló anteriormente, la
europeización de la formulación de políticas restringirá aún más la discreción
disponible para los gobiernos nacionales y, por lo tanto, para las partes en esos
gobiernos nacionales, y reducirá aún más su margen de maniobra, acentuando así
el aparente declive de su autoridad. Y finalmente, precisamente porque no se ve
que la toma de decisiones dentro de la propia Europa esté mediada por un partido:
las decisiones las toman principalmente los representantes de los gobiernos
nacionales que actúan a puerta cerrada en los diversos consejos de ministros, o los
comisionados que evitan formalmente a un representante función, o incluso, y más
marginalmente, por un Parlamento Europeo organizado por grupos parlamentarios

que se encuentran a una distancia remota de los partidos organizados a nivel
nacional, lo que probablemente socavará aún más la relevancia del partido en
términos representativos.
La disminución de un propósito partidista y la confusión de las diferencias entre
los partidos tradicionales también se pueden ver en una variedad de otros niveles.
En primer lugar, y más directamente, se puede ver en la distancia decreciente que
separa a estos partidos en términos de izquierda-derecha. En los últimos diez años,
más o menos, por ejemplo, como lo indican dos encuestas de 'expertos'
comparables (ver Tabla 6.2), la brecha que separa al principal partido tradicional
en el centro-izquierda de la del centro de la vista ha disminuido en once de los
trece Países europeos para los que se dispone de datos comparables. En algunos
casos, la creciente proximidad de los oponentes tradicionales es particularmente
marcada, como en Bélgica, por ejemplo, donde la brecha se ha reducido en más
del 41 por ciento; Austria, donde se ha reducido en casi un 40 por ciento; y el
Reino Unido, donde se ha reducido en casi un 35 por ciento. En otros lugares,
como en Noruega y Suecia, por ejemplo, la reducción ha sido más moderada. Solo
en Dinamarca e Italia (a pesar de la transformación del PCI en el PDS), las
distancias relativas entre los protagonistas tradicionales se han ampliado en los
últimos diez años (en un 3% y un 11%, respectivamente).
Segundo, y más impresionista, la confusión de las diferencias entre los partidos
tradicionales se puede ver en la ampliación gradual del rango de alternativas de la
coalición, y el desarrollo de un patrón de promiscuidad en la formación de
gobiernos que parece desmentir cualquier sentido de sustantivo y conflictos
interpartidistas duraderos. En Alemania Occidental, por ejemplo, durante los
últimos treinta años, todas las coaliciones bipartidistas posibles entre los tres
partidos principales han demostrado ser posibles tanto en principio como en la
práctica; En los Países Bajos, cada uno de los tres partidos principales ya se ha
unido con cada uno de los demás en varias etapas durante los últimos diez años,
con prácticamente todas las posibles permutaciones y combinaciones de partidos
gobernantes (incluido un gobierno sin el CDA) que llegan al cargo en una etapa u
otra en Italia, los demócratas cristianos anteriormente dominantes demostraron
estar dispuestos a trabajar tanto con el PSI como con el PCI (y el PDS); en Irlanda,
el Partido Laborista ha tenido una experiencia reciente de unirse a gobiernos tanto
con Fianna Fail como con Fine Gael, mientras que, más recientemente, incluso
Fine Gael ha demostrado estar dispuesto a enfrentarse a la Izquierda Democrática
como un aliado de la coalición; en Austria, en los últimos diez años, la SPO ha
formado gobiernos tanto con la FPO como con la OVP; en Bélgica, los socialistas,
los liberales y los cristianos han trabajado recientemente entre sí, y también, en
55
ocasiones, con Volksunie y Rassemblement Walloon; incluso en Suecia, donde
desde hace mucho tiempo se ha establecido un marcado patrón de competencia de
dos bloques, el período previo a las elecciones de 1994 fue testigo de una larga
discusión sobre una posible coalición entre los socialdemócratas y los liberales.
Finalmente, es posible agregar a estos factores una variedad de elementos
diferentes que, en conjunto, sugieren que las partes individuales ahora pueden
encontrar cada vez más difícil mantener una identidad separada. En el pasado, que,
seguramente, podría ser un pasado en gran parte mítico, la imagen dominante del
partido era la de una comunidad más o menos cerrada. Los partidos, en esta
supuesta edad de oro, gozaban de identidades muy distintas. Cada uno, en mayor
o menor medida, tenía su propia circunscripción "natural", ya sea definida en
términos de clase, religión, ocupación o región, cuyo núcleo se identificó con la
parte en cuestión y pertenecía a la parte en cuestión y rara vez, si acaso, lo haría. ,
considere votar por una alternativa. Cada parte también controló sus propios
recursos organizativos, ya sea que se obtuvieran principalmente de partidarios
ordinarios, de miembros registrados o de donantes particulares. Cada uno más o
menos mantuvo su red de comunicaciones, en la forma de su propia prensa interna
del partido o un periódico "público" comprensivo pero aparentemente autónomo.
Cada uno tenía su propio programa e ideología distintivos que estaban orientados
a las necesidades de su propia circunscripción específica. Y cada uno esperaba, en
el mejor de los casos, poder formar su propio gobierno o, en el peor, formar una
coalición con otro partido o partidos cuyos intereses se aproximaran o, al menos,
no entraran en conflicto con sus propios intereses.
En la política contemporánea, por otro lado, este sentido de separación es cada vez
menos evidente, y la situación ahora se caracteriza con mayor precisión como una
en la que todos estos aspectos se comparten entre los diferentes partidos (véase
también el Capítulo 5 más arriba). Uno de los factores involucrados aquí se deriva
de los argumentos familiares sobre la erosión de las identidades colectivas dentro
de la sociedad civil: la confusión o incluso la erosión de los límites tradicionales
basados en la clase y la religión, los patrones cambiantes de la estratificación social
y el surgimiento de un mayor énfasis en Identidades individualistas o
particularistas: una de las consecuencias es que los partidos pierden un perfil
electoral distinto y ahora es más probable que compartan el mismo mercado
electoral (Franklin et al, 1992). Un segundo elemento se relaciona con el cambio
organizativo de los partidos y la marcada convergencia entre los estilos
organizativos de los partidos dentro y fuera de las fronteras nacionales, ya sea que
se vea en términos de estructuras organizativas tout court, o en términos de las
técnicas de comunicación política, o en términos de La naturaleza de los recursos

organizativos. La mayoría de los partidos principales ahora han abandonado sus
propios medios de comunicación independientes, por ejemplo, y ahora prefieren
confiar en el espacio y la atención en los medios nacionales compartidos, ya sean
públicos o privados. En la mayoría de los países, los partidos también confían
mucho menos en sus propios recursos organizativos distintivos, y se apoyan cada
vez más en sus partes de la misma cantidad de recursos que se proporcionan en
forma de subvenciones estatales y subsidios públicos. De hecho, existe amplia
evidencia que sugiere que las distinciones organizativas entre partidos se están
convirtiendo gradualmente en una cosa del pasado y que las experiencias
compartidas son ahora cada vez más comunes, no solo como resultado de la
necesidad de cumplir con las nuevas leyes de partidos que a menudo han
acompañado a la Introducción de subvenciones públicas (ver también abajo). El
tercer elemento, como se señaló anteriormente, es que los partidos están cada vez
más limitados por el mismo conjunto de parámetros de políticas y, al menos dentro
de la corriente principal, se encuentran compartiendo las mismas prioridades
políticas, a menudo dentro del contexto de gabinetes de coalición cada vez más
promiscuos. En este sentido también, como era probable que ya se esté empezando
a dar el caso con la aparición del partido general, las diferencias sustantivas
programáticas e intencionales se vuelven más difíciles de discernir.
Todo esto claramente tiene implicaciones para la capacidad de las partes
individuales para mantener una identidad distinta y, por lo tanto, también un
propósito distinto. Las diferencias entre los partidos (principales) son menos
fáciles de discernir, especialmente por los votantes, y los protagonistas ostensibles
a menudo pueden ser agrupados como elementos constitutivos de una clase
política más o menos indiferenciada (von Beyme, 1993), ayudando así a hacer
vulnerables a estos partidos tradicionales el tipo de asalto al "sistema
antipartidista" que resultó tan efectivo en las recientes campañas norteamericanas
de Ross Perot y Preston Manning, y que a menudo también se refleja en las
políticas europeas contemporáneas (von Beyme, 1993: 195-209; Betz, 1994 : 36-
67). Dicho esto, por muy vulnerables que puedan llegar a ser, ni la confusión de
diferencias ni la disminución del propósito partidista parecerían suficientes en sí
mismas para generar un sentimiento de resentimiento contra los partidos y contra
la llamada clase política; de hecho, a lo sumo, es probable que conduzcan solo a
la indiferencia y la apatía. A la inversa, el resentimiento puede jugar un papel
cuando esta aparente disminución en la relevancia de las partes en el terreno está
acompañada por un crecimiento en el estado, los recursos y los privilegios de las
partes en la oficina central y, sobre todo, de las partes en la oficina pública.
56
LAS PARTES Y EL ESTADO
De hecho, es precisamente cuando nos dirigimos a las partes en la oficina central
y en la oficina pública que la evidencia más poderosa puede compararse con la
simple tesis del declive del partido. En primer lugar, y lo más obvio, cada vez más
partidos obtienen acceso a cargos públicos, y en este sentido también obtienen
acceso a más recursos por un lado, y a medios alternativos de legitimación por el
otro. Ahora hay muy pocos partidos que están marginados en este sentido. Los
comunistas finlandeses y los socialdemócratas alemanes se unieron a sus primeras
coaliciones de posguerra en la década de 1960, y fue también en la década de 1960
cuando se formó la primera coalición burguesa de posguerra en Noruega. A fines
de la década de 1970, partidos como el belga Rassemblement Walloon, Volksunie
y Front Democratique des Bruxellois Francophones habían sido admitidos al
gobierno por primera vez, al igual que el D66 holandés. La década de 1970
también fue testigo de la primera coalición burguesa en Suecia, y la llegada al
poder, después de dieciséis años de oposición, de los partidos Fine Gael y Labor
en Irlanda. Para fines de la década de 1980, las filas gobernantes de los partidos
europeos se habían ampliado aún más para incluir al entonces Partido de la
Libertad de Austria, al Centro Demócrata de Dinamarca y al Partido Popular
Cristiano, así como al Partido Rural de Finlandia (ver Katz y Mair, 1992a;
Woldendorp et al. al, 1993). Además de muchos de los partidos de la "nueva
política" de la izquierda recientemente movilizados, y prácticamente todos los
partidos de la "nueva política" de la extrema derecha, por lo tanto, los únicos
partidos sustanciales que han permanecido fuera del gobierno a nivel nacional son
los británicos. Partido liberal, que a pesar de todo formó un pacto con el gobierno
obrero minoritario a fines de los años setenta; y el Partido Comunista Italiano, la
mayoría de los cuales ahora se ha reconstituido como el Partido Democrático de
la Izquierda (PDS) reformado y cada vez más partidario de la coalición4.
Gobernar, aunque solo sea de forma esporádica, es ahora una experiencia estándar
para la mayoría de los partidos, y los recursos que esto trae ahora constituyen un
importante medio de sustento.
En segundo lugar, como se puede ver en las cifras resumidas que se muestran en
la Tabla 6.3, ha habido un crecimiento casi universal en los recursos generales de
las distintas partes para las que se dispone de datos comparables. La cantidad de
personal del partido ha aumentado en todas partes, desde el enorme aumento del
330 por ciento en Irlanda (y casi el mismo en Alemania) hasta aumentos más
modestos en Gran Bretaña y los Países Bajos. Al menos en estos términos, los
partidos ahora tienen recursos mucho mayores a su disposición que hace unas dos
décadas, e incluso estas cifras dejan de lado los innumerables recursos de personal

adicionales que están disponibles a través de los nombramientos del gobierno y el
empleo contractual de consultores especializados. Los ingresos de las oficinas
centrales del partido también han aumentado casi en todas partes en los últimos
quince años aproximadamente, aumentando en más del 300 por ciento en el caso
alemán, en más del 200 por ciento en el caso de Austria y en más del 100 por
ciento. El caso irlandés. Solo en Suecia, que registró un declive marginal, y en
Italia, donde las cifras "oficiales" pero ahora admitidas como altamente engañosas
revelan un descenso de casi el 25 por ciento, los ingresos de la oficina central en
realidad disminuyeron en términos reales.
Por supuesto, ambos aspectos están relacionados, ya que a menudo es el acceso
real o potencial a la oficina pública lo que ha mejorado la capacidad de las partes
para acumular recursos organizativos, como personal y dinero. En este sentido, el
estado, que a menudo es la fuente de estos recursos, se convierte en un medio por
el cual las partes pueden ayudar a asegurar su propia persistencia y supervivencia.
De hecho, si hay un solo tema que debe extraerse de la diversidad aparente en los
análisis que se han realizado dentro del proyecto de organización del partido (ver
Katz y Mair, 1994), es que la comprensión del cambio organizativo del partido y
la adaptación requieren debemos prestar al menos la misma atención, si no más, al
vínculo entre partido y estado que al vínculo entre partidos y sociedad civil. Al
mismo tiempo, sin embargo, también está claro que es precisamente este vínculo
particular el que ha tendido a ser ignorado o subvaluado en evaluaciones previas
de cambio y estabilidad del partido, que, como se señaló anteriormente, ha tendido
a centrarse casi exclusivamente en el partido, relaciones con la sociedad civil (ver,
por ejemplo, Lawson, 1988, y Sainsbury, 1990; para una excepción notable, ver
Muller, 1993).
Lo que también está claro es que es en la última década o dos que la relevancia de
la vinculación con el estado ha tendido a ser particularmente importante. En cierto
sentido, entonces, el estilo cada vez más descendente de la vida organizativa del
partido, que se enfatizó en la descripción de Kirchheimer (1966) del partido
general, y especialmente en la descripción de Panebianco (1988) del partido
electoral-profesional, y que implicaba también se puede decir que una erosión del
vínculo entre el partido y la sociedad civil coincidió con un mayor énfasis en el
vínculo entre el partido y el estado, y este último ofrece el potencial de compensar
al primero (ver el Capítulo 5 más arriba). Por lo tanto, el equilibrio de vínculos ha
cambiado, al igual que las propias partes.
57
¡El estado como intermediario!
Llevado al extremo, cualquier movimiento de este tipo podría requerir que
modifiquemos la concepción convencional en la que se considera que las partes
son intermediarios entre la sociedad civil y el estado, una concepción que quizás
se haya adaptado mejor a aquellas fases en las que las partes representaron los
intereses de la sociedad civil o simplemente actuó como un intermediario para
estos intereses. En cambio, al vincularse más estrechamente con el estado, y
especialmente al confiar en el estado para sus recursos, recuerdan una concepción
heurística más útil en la que el propio estado podría ser visto como el intermediario
entre los partidos y la ciudadanía. Esta es, sin duda, una concepción extrema y algo
abstracta; Sin embargo, nos ayuda a alejarnos del énfasis cada vez más frustrante
y con frecuencia engañoso en los propios vínculos de las partes con la sociedad
civil, y a reconocer la importancia de sus vínculos con el estado. En el caso italiano
en particular, por ejemplo, como puede verse en la discusión de Biti y Morlino
(1994) sobre la partitocrazia, una concepción del estado como intermediario
también puede ayudar a iluminar los procesos por los cuales las partes buscan
sobrevivir.
Ahora hay pocas dudas sobre cómo el estado, en lugar de la simple sociedad civil,
se ha vuelto indiscutiblemente importante para la supervivencia de los partidos
políticos, tanto en términos de la legitimidad que confiere el cargo público, como
en términos de los recursos y capacidades que Son ofrecidos por o regulados por
el propio estado. Hay varias formas en que esto puede ser ilustrado. En primer
lugar, como se señaló anteriormente, ahora hay pocas o ninguna partes que aún
mantengan su propio canal de comunicación partidista, ya sea una prensa de
partidos, un sistema de transmisión de partidos, o lo que sea. Más bien, ahora
dependen casi exclusivamente de una combinación de medios independientes, por
lo general impresos, por una parte, donde el acceso que se otorga a una parte
individual depende de si puede comprar espacio o convencer a los editores; y, por
otro lado, las redes de radiodifusión (televisión y radio) de propiedad pública y / o
controladas, donde el acceso, que cada vez es más importante, suele estar
garantizado por la ley y estrictamente regulado. En lo que respecta a esta última
salida, la manera en que las partes presentan su mensaje y la frecuencia relativa
con la que puede presentarse depende claramente, en gran parte, de las normas y
procedimientos diseñados por el estado.
La segunda y significativamente más directa forma en que el estado ayuda a
garantizar que la posición de los partidos políticos se puede ver en los recursos de
personal. Como se señaló anteriormente, por ejemplo (consulte la Tabla 6.3), la

cantidad de personal que trabaja para los partidos se ha expandido sustancialmente
en las últimas dos décadas, y gran parte de este aumento puede explicarse por el
crecimiento del personal del partido parlamentario que recibe un gran pago, si No
exclusivamente, de fondos estatales. De hecho, con la excepción de Italia (y quizás
también del Reino Unido, donde las comparaciones a lo largo del tiempo son
difíciles de medir), el crecimiento del personal del partido parlamentario siempre
ha superado al del personal de la oficina central. En varios casos (por ejemplo,
Austria, Finlandia, Alemania, Noruega, Suecia), el número de miembros del
personal parlamentario ha aumentado de tres a cuatro veces más que en las oficinas
centrales del partido; En Dinamarca, el aumento del personal parlamentario ha
sido diez veces mayor que en el personal de la oficina central, mientras que en
Irlanda la proporción es de más de doce a uno.
Sin embargo, esto no sugiere que haya habido un cambio generalizado en el
personal del mundo de partidos más "privado" de las oficinas centrales al mundo
de partidos más "público" de los parlamentos. Por el contrario, si bien la
proporción entre el personal del partido parlamentario y la oficina central ha
aumentado con el tiempo, y mientras que el sesgo parlamentario por lo tanto se
está acentuando, sin embargo, todavía es solo en una minoría de países
(Dinamarca, Alemania, Irlanda, los Países Bajos, y los EE. UU.) que el número
total de empleados en las oficinas parlamentarias de los partidos ahora supera a
los empleados en las oficinas centrales. Dicho esto, también se debe enfatizar que
incluso el crecimiento de la oficina central puede explicarse en parte por la mayor
disponibilidad de recursos estatales, en el sentido de que la mayoría de los países
ahora ofrecen subvenciones públicas directas (y en ocasiones indirectas) para las
oficinas centrales del partido, un sistema que se introdujo al mismo tiempo
(Finlandia, Suecia) o un poco más tarde (Austria, Bélgica, Dinamarca, Alemania,
Noruega) que para las oficinas del partido parlamentario. Además, las partes
también pueden beneficiarse en términos de personal de las generosas
disposiciones que a menudo se ponen a disposición de las partes en el gobierno, lo
que les permite designar asesores y consultores partidistas para ocupar cargos
superiores (temporales) en la burocracia pública. Por lo tanto, en general, gran
parte de la capacidad organizativa disponible para las partes en términos de
personal se puede rastrear a los recursos que cada vez son más proporcionados,
directa o indirectamente, por el estado.
Tercero, y luego de esto, el estado también es cada vez más importante para las
partes en términos financieros absolutos. En Austria y Dinamarca, por ejemplo, la
financiación estatal total para las partes a nivel nacional iguala o iguala los montos
que generan de todas las demás fuentes de ingresos en conjunto, mientras que en
58
Finlandia, Noruega y Suecia, el total de los subsidios estatales recibidos por las
partes superan significativamente sus ingresos totales registrados de otras fuentes.
En Irlanda, donde los subsidios estatales no existen oficialmente (a excepción de
la llamada Subvención Oireachtas), las sumas totales recibidas por las partes del
estado en 1989 en realidad ascendieron a casi la mitad de lo que se recibió como
resultado de sus propios fondos, esfuerzos de recaudación de fondos. En el caso
alemán, una vez que se incluyen los subsidios para las distintas fundaciones de los
partidos, los subsidios estatales representan una suma que es diez veces mayor que
la contabilizada por otras fuentes. De hecho, solo en los Países Bajos, el Reino
Unido y los Estados Unidos, las fuentes "privadas" de fondos del partido (cuotas
de membresía, donaciones de los miembros, etc.) siguen constituyendo una fuente
de ingresos mayor que la que proviene de la bolsa pública. .
Cuarto, gran parte del carácter de la organización y actividad de los partidos
contemporáneos está cada vez más conformada por las regulaciones estatales,
muchas de las cuales se adoptaron a raíz de la concesión de subvenciones estatales.
Como enfatiza Poguntke (1994a), el caso alemán es quizás el caso paradigmático
de la regulación estatal de la vida del partido, especialmente desde la promulgación
de la Ley del Partido en 1967, y la regulación de una variedad de principios de la
democracia intra-partidista. En Suecia, como afirman Pierre y Widfeldt (1994), el
proceso de convergencia organizativa que se ha producido desde la década de 1970
debe mucho a las nuevas reglas relativas a las subvenciones estatales, mientras que
el advenimiento de lo que Koole (1994) denomina "un complejo de partidos
parlamentarios". 'En los Países Bajos también se siguió la introducción a los
subsidios estatales, que en este caso se dirigieron a los partidos en el parlamento.
En Noruega, las leyes de larga data que ofrecen apoyo financiero estatal para las
reuniones de nominación que se realizan de una manera particular han alentado a
las partes a adoptar un procedimiento uniforme de selección de candidatos
(Svasand, 1994). En Austria, el principio constitucional del "mandato libre"
impide efectivamente cualquier intento formal de poner al partido en un cargo
público bajo el control del partido extraparlamentario (Miiller, 1994). En términos
más generales, la estructura misma de las organizaciones partidarias está
determinada, al menos en parte, por la estructura del propio estado, incluso en la
medida en que los cambios en el número de unidades (o sucursales) básicas del
partido a veces son simplemente una respuesta a un proceso municipal. Reforma
(como, por ejemplo, en Bélgica y los Países Bajos).
Finalmente, también parece ser el caso de que las partes en cargos públicos han
estado cada vez más dispuestas a aprovechar los recursos públicos para
recompensar a sus partidarios. Si bien la evidencia aquí es necesariamente vaga y,

a veces, nebulosa, existe un grado de coherencia que sugiere que el patrocinio del
partido, ejercido a través del estado, se está convirtiendo en un fenómeno cada vez
más frecuente (o al menos notable). La ilustración más obvia es el caso italiano, y
la corrupción generalizada del partido que fue descubierta por las investigaciones
de mani pulite. Se han citado otras pruebas menos convincentes de patrocinio en
los casos de Austria, Alemania, Finlandia y Bélgica; En Irlanda, se han planteado
interrogantes en relación con los favores del gobierno para la industria de la carne
de vacuno, mientras que en Gran Bretaña se ha expresado preocupación por la
naturaleza partidaria de la política de nombramientos del gobierno conservador,
por un lado, y sobre los vínculos entre los conservadores y financieros privados en
el otro. En todos estos casos, parecería, el apoyo y / o la membresía de una parte
posiblemente se traduzca en el recibo de honor público o beneficios financiados
con fondos públicos. Al mismo tiempo, sin embargo, desde la perspectiva de las
propias partes, esto también es claramente una estrategia arriesgada y
potencialmente costosa, que puede provocar una reacción antipartidista. La
evidencia italiana es inequívoca a este respecto, al igual que la evidencia del
creciente desencanto popular con el estilo de los partidos tradicionales y su
Parteibucher en Austria.
La explotación potencial de los recursos estatales para propósitos de patrocinio
también destaca un problema más general con la concepción más amplia de la
ayuda estatal para las partes. Sin duda, como lo indican los puntos anteriores, el
estado desempeña un papel importante en la supervivencia del partido, y cada vez
más. Sin embargo, el hecho de que las partes ahora confían más en los canales de
comunicaciones regulados por el estado; que cada vez más personal de sus
organizaciones en base a las instalaciones ofrecidas a través de la oficina pública;
que las subvenciones estatales constituyen una proporción cada vez mayor de los
ingresos del partido; esa vida de partido está cada vez más regulada por las leyes
estatales; y que el patrocinio del estado puede ofrecer una fuente creciente de
beneficios selectivos para los partidarios del partido, no debe interpretarse
simplemente que los partidos han descubierto repentinamente algún tipo de
alimentación por goteo externa de la que sus organizaciones enfermas pueden
obtener más y más nutrición. En otras palabras, estos diversos desarrollos no deben
interpretarse simplemente en términos en los que "el propio estado" se vería como
un factor exógeno que influye en la vida del partido. Por el contrario,
independientemente de si estamos tratando con regulaciones estatales, leyes de
partidos o niveles de subvenciones estatales, siempre estamos tratando con
decisiones que han sido tomadas por el parlamento y por la clase política y, por lo
tanto, por los propios partidos. . Por lo tanto, si bien cualquiera de las partes puede
considerar este contexto regulatorio como un factor exógeno al que debe
59
adaptarse, son las partes en su conjunto, o al menos como una mayoría, las que
generalmente han ideado y determinado el carácter de estas regulaciones. En este
sentido, en lugar de pensar en términos de 'el estado' ayudando a las partes, tal vez
sea más útil pensar que son las partes las que se ayudan a sí mismas, ya que, al
trabajar para asegurar su propia supervivencia, se están regulando. , pagándose a
sí mismos, y ofreciéndose recursos a sí mismos, aunque en nombre del estado.
CAMBIO DE PARTES
Por lo tanto, lo que le esté sucediendo a la parte en el terreno, por lo tanto, hay
poco que sugiera algún sentido de rechazo de la parte en la oficina pública, y por
lo tanto, también hay poco que sugiera algún sentido de rechazo del partido a la
corte. Lo que vemos en cambio son partidos cambiantes, en los que el equilibrio
entre las diferentes caras está cambiando, y en el que, quizás, también se están
volviendo más autónomos entre sí. Este cambio hacia un énfasis en el partido en
la función pública y su autonomía también se ve alentado por características
sistémicas, como la necesidad de negociar delicados acuerdos de coalición en
países como Bélgica (Deschouwer, 1994) y, cada vez más, Suecia (Pierre y
Widfeldt). , 1994). Al mismo tiempo, sin embargo, este cambio en el equilibrio de
los recursos internos del partido también plantea dos preguntas importantes:
primero, ¿cómo afecta esto la posición de la tercera cara de la organización del
partido, el partido en la oficina central? Segundo, ¿dónde deja esto a la membresía?
El partido en la oficina central.
El partido en la oficina central fue crucial para la concepción del partido de masas,
en el sentido de que era visto como la voz o el tutor del partido en el terreno, y
como los medios por los cuales el partido en la oficina pública podía ser
responsabilizado ante la misa membresía (ver Katz y Mair, 1993). Más
recientemente, sin embargo, aunque la evidencia es difícil de interpretar de manera
inequívoca, parece que ambas características pueden estar erosionándose. En
primer lugar, hay muchos partidos que ahora revelan una tendencia cada vez
mayor a que los miembros de los órganos de la oficina central, y en particular los
diversos órganos ejecutivos nacionales, estén compuestos por representantes y / o
miembros ex officio del partido en cargos públicos en lugar de por representantes
del partido en el terreno. Estos incluyen muchos partidos liberales (por ejemplo,
en Austria, Bélgica, Dinamarca y Alemania), así como partidos socialdemócratas
(por ejemplo, el Partido Laborista de Irlanda) y partidos conservadores (por
ejemplo, el Gobierno noruego). La evidencia aquí está lejos de ser consistente en
que los estatutos de otros partidos continúen incluyendo límites estrictos en el

número de titulares de cargos públicos que pueden convertirse en miembros de los
órganos ejecutivos del partido; límites que, en ciertos casos (por ejemplo, el PvdA
holandés, el Partido Popular Socialista Danés y la Coalición Nacional de
Finlandia) se han vuelto más estrictos con el tiempo. En otros casos, por supuesto,
tales límites se han aliviado, y para muchas partes no existen tales restricciones
formales. Aun así, sin embargo, a menudo es difícil evaluar los cambios en el
alcance real y la influencia de la representación de cargos públicos en los órganos
ejecutivos internos. De hecho, en Bélgica, por ejemplo, como sugiere Deschouwer
(1994), la inclusión de representantes del partido en cargos públicos en los
ejecutivos nacionales de las partes no debe interpretarse como un signo de la
creciente influencia de los parlamentarios, sino como un medio por medio de El
partido en la oficina central mantiene el control sobre sus representantes públicos.
En segundo lugar, existe evidencia que sugiere que gran parte del trabajo más
importante del partido en la oficina central está siendo llevado a cabo cada vez
más por profesionales y consultores, en lugar de por burócratas de partidos
tradicionales o incluso por activistas de partidos. La 'responsabilidad' de dicho
personal parece importar menos que su experiencia y, por lo tanto, cualquier
intento de evaluar el funcionamiento de una oficina central tan profesional en
términos de qué tan bien representa la opinión de la parte sobre el terreno (o
incluso la parte) en un cargo público) puede estar fuera de lugar. También en este
caso, es la cuestión de aumentar la autonomía de la oficina central lo que parece
ser el más relevante. Dicho esto, este nuevo profesionalismo ciertamente parece
indicar un cambio de una situación en la que gran parte de las actividades de la
oficina central se dirigieron hacia la organización y el mantenimiento del partido
en el terreno (una preocupación clave en el partido de masas) hacia uno en el que
ahora están cada vez más orientados hacia la movilización de apoyo en el
electorado en general (como en el partido electoral-profesional de Panebianco).
Más aún, una vez que se produce este cambio, queda claro que la oficina central
necesariamente se orientará más hacia las opiniones y demandas de los líderes del
partido y del partido en la oficina pública que a los del partido en el terreno.
En un escenario, por lo tanto, el partido en la oficina central se vuelve simplemente
más autónomo; en un segundo escenario, se vuelve más sujeto al control de la parte
en la oficina pública; en otro escenario más, a medida que sus recursos se
transfieren a las oficinas del partido en el parlamento, simplemente queda
marginado. Parece que rara vez hay evidencia de una reafirmación o un
fortalecimiento de su posición tradicional como representante o tutor de la parte
sobre el terreno.
60
El rol paradójico de la membresía del partido.
La segunda pregunta, en cuanto a dónde deja todo esto el partido de membresía, o
el partido en el terreno, es más complejo. A primera vista, un fortalecimiento de la
posición y de los recursos del partido en la oficina pública, y la marginación o
mayor autonomía otorgada al partido en la oficina central, parecerían ofrecer poco
margen para mejorar la posición del partido en el suelo. En este sentido, podríamos
anticipar que los miembros del partido serían marginados, considerados
innecesarios o incluso ignorados (ver Katz, 1990; para una vista alternativa, ver
Scarrow, 1994a). Sin embargo, en la práctica, a pesar de la disminución relativa
en los niveles de membresía en la mayoría de los países (ver Tabla 6.1), la
evidencia sugiere que muchas partes aún consideran que la membresía tiene valor.
En primer lugar, a pesar de la introducción generalizada de subvenciones estatales,
las cuotas de membresía y las donaciones siguen constituyendo una importante
fuente de ingresos para muchas partes, y, como Koole (1994) destaca en el caso
de los Países Bajos, esto es particularmente cierto para lo que podría Ser definido
como el 'partido del cuadro moderno'. Sin embargo, incluso más allá de los Países
Bajos, donde las subvenciones estatales son relativamente limitadas, los miembros
también contribuyen sustancialmente a los ingresos de los partidos. En Austria,
por ejemplo, las cifras más recientes sugieren que las cuotas de membresía
representan un promedio de alrededor del 27 por ciento de los ingresos de la
oficina principal de la SPO y OVP; en Dinamarca, los ingresos de miembros y
sucursales representan un promedio de casi el 45 por ciento de los ingresos de la
oficina principal de SD, RV, SF y KRF; en Alemania, el promedio para el SPD y
CDU es de casi el 20 por ciento, mientras que en Irlanda, en el caso de Fine Gael,
los ingresos de los miembros, las sucursales y las circunscripciones representan un
80 por ciento muy alto de los ingresos. Por lo tanto, a pesar de que las cuotas de
membresía a menudo ya no constituyen la fuente principal de los ingresos del
partido, siguen siendo importantes, y la pérdida de este ingreso casi seguramente
debilitará a las partes. Solo por esta razón, la membresía parece seguir siendo un
activo. De hecho, al analizar el equilibrio entre los ingresos generados por la
membresía y el generado a través de subsidios públicos, es particularmente
interesante observar el caso de Alemania, donde algunas de las reformas de
financiamiento público que se están discutiendo actualmente incluyen
disposiciones que basarían el nivel del subsidio, en parte por el tamaño de la
membresía del partido, por lo que ofrece a los partidos un incentivo adicional para
impulsar su posición en el terreno. Dicho esto, en casos como Noruega y Suecia,
donde las subvenciones estatales se encuentran entre las más altas de Europa, y los
partidos como el ADN (en Noruega) y los socialdemócratas y moderados (en

Suecia) obtienen solo el 10% de su participación. Los ingresos de la oficina
principal de sus miembros, los costos de mantener la organización de membresía
bien pueden exceder los ingresos que genera.
Segundo, como Sundberg (1994) enfatiza extensamente en su discusión del caso
finlandés, y como Mtiller (1994) señala en el caso austriaco, los miembros también
son valiosos para los partidos simplemente como cuerpos cálidos que pueden
ocupar cargos oficiales dentro del partido en sí, así como en cargos públicos. En
el caso finlandés, por ejemplo, se estima que las partes requieren que más de
55,000 personas sirvan en juntas internas de partidos; que más de 60,000 personas
deben presentarse como candidatos del partido en las elecciones municipales; que
más de 31,000 candidatos deben presentarse a las elecciones del consejo
parroquial; y que más de 300,000 personas ocupan "puestos de confianza" en la
administración local, incluidos los cargos en las distintas juntas y consejos. Sin
duda, la democracia finlandesa, que es una democracia cada vez más organizada,
puede ser un caso extremo en este sentido. No obstante, incluso a un nivel más
moderado, este síndrome puede considerarse como de mayor validez y que
requiere que las partes mantengan una membresía simplemente para influir en la
toma de decisiones públicas. La conclusión de Sundberg es ciertamente
generalizable más allá de Finlandia: cuanto más quiera un partido influir en lo que
sucede en la sociedad y sobre el terreno, más necesitará una membresía masiva.
Los cuerpos calientes son importantes, y no son realmente sustituibles.
Tercero, los miembros todavía pueden ser importantes para propósitos
organizativos y políticos. Como subrayan Pierre y Widfeldt (1994) en el caso
sueco, por ejemplo, las partes continúan confiando en sus niveles de membresía
para mantener al menos la imagen de un partido de masas, y como prueba de que
son vistos como canales viables para la representación política. Los miembros en
este sentido también son legitimadores, y es tal perspectiva que claramente ayuda
a explicar el pensamiento detrás de las reformas propuestas en la financiación
pública de los partidos alemanes. De una manera relacionada, los miembros
también son útiles porque pueden ayudar a movilizar a los votantes. Esta función
es, sin duda, menos importante de lo que era antes, en el sentido de que las partes
ahora tienen a su disposición técnicas y redes de comunicación alternativas que
pueden resultar al menos tan efectivas como cualquier cosa que hagan los
miembros. Como señala Mtiller (1994) en el caso de la SPO austriaca, por
ejemplo, el liderazgo parece ser cada vez más escéptico sobre el valor de la
organización del partido como medio para comunicarse con el electorado en
general. Por otro lado, sin embargo, también está el caso de los conservadores
noruegos, que recientemente han comenzado a destacar los beneficios de la
61
membresía como un medio de movilización electoral, un argumento que también
se sustenta en el análisis exhaustivo de Seyd y Whiteley (1992) de membresía del
partido laborista británico. De cualquier manera, ya sea como legitimadores o
como activistas activos, la membresía puede continuar constituyendo un recurso
importante en el proceso de competencia entre partidos, y por lo tanto no es una
sorpresa ver que varios partidos, como en Gran Bretaña e Irlanda, todavía enfatizar
la necesidad de unidades de membresía. Por todas estas razones, entonces, no
parece probable que las partes renuncien voluntariamente a sus miembros o los
desanimen a participar en la toma de decisiones dentro del partido. Los miembros
a veces pueden ser una molestia, pero también pueden aportar beneficios tangibles
e intangibles.
Además, como se señaló anteriormente, también parece que muchos partidos están
tratando de dar más voz a sus miembros en lugar de menos, y que están
empoderándolos en lugar de marginarlos. Muchos partidos ahora otorgan a sus
miembros ordinarios una voz más importante en la selección de candidatos que en
el pasado; Además, cada vez más partidos parecen estar dispuestos a permitir que
los miembros ordinarios tengan voz en la selección de líderes de partidos. El patrón
algo curioso que se está desarrollando, por lo tanto, parece ser uno en el que el
partido en una oficina pública obtiene más poder o más autonomía; en el que el
partido en la oficina central se está profesionalizando; y en el que, al mismo
tiempo, a través de una democratización mejorada, los miembros ordinarios
mismos, aunque a veces son menos, se les otorga un papel más importante. Este
patrón ciertamente parece caracterizar los cambios en una variedad de partidos en
países como Austria, Dinamarca, Alemania, Irlanda y los Países Bajos.
Al mismo tiempo, sin embargo, este patrón también es aparentemente paradójico,
ya que sugiere que tanto el partido en el terreno como el partido en la oficina
pública están adquiriendo una importancia creciente. La sabiduría convencional,
por otro lado, sugeriría más un efecto de "balancín", en el que el crecimiento en
importancia de uno implica necesariamente una disminución en la importancia del
otro. Entonces, ¿cómo debemos entender esta aparente paradoja? ¿Cómo pueden
los partidos democratizar y al mismo tiempo otorgar más autonomía y poder al
partido en un cargo público? ¿Cómo pueden seguir estos dos caminos
aparentemente contradictorios al mismo tiempo?
Una posible respuesta es que los partidos están haciendo una distinción cuidadosa
y consciente entre los diferentes elementos dentro del partido en el terreno, en el
sentido de que el proceso de democratización intra-partido se extiende a los
miembros como individuos en lugar de a lo que podría ser. Llamó al partido

organizado en el suelo. En otras palabras, no es el congreso del partido o la élite
de nivel medio o los activistas los que están empoderados, sino los miembros
"ordinarios", que son al mismo tiempo más dóciles y más propensos a respaldar
las políticas (y candidatos) propuestas por La dirección del partido y por el partido
en cargos públicos. Esta es, de hecho, una de las tendencias más comunes que
vemos hoy en día: los miembros ordinarios, a menudo en casa, y a través de boletas
postales, están siendo consultados cada vez más por los líderes del partido, y están
cada vez más involucrados en la legitimación de las elecciones del partido, cargo
público, un proceso que se ve facilitado por el uso creciente de registros
centralizados de miembros del partido. Por otra parte, el partido de membresía más
organizado, ya sea representado en el congreso o incluso en la oficina central,
como en el caso de los partidos austriacos y los partidos denominacionales
holandeses, por ejemplo, tiende a ser menos relevante. Por lo tanto, no se trata de
un simple balancín, en el cual las ganancias de la parte en un cargo público deben
ser compensadas por las pérdidas de la parte en el terreno, o viceversa; más bien,
ambos pueden ser ostensiblemente más importantes, mientras que la capa activista
dentro del partido, la capa tradicionalmente más problemática, queda marginada.
Tampoco es necesariamente un problema para el liderazgo del partido, ya que, en
contraste con los activistas, estos miembros ordinarios y, a menudo, desagregados
no tienen muchas probabilidades de presentar un desafío serio contra las
posiciones adoptadas por el liderazgo (véase, por ejemplo, Zielonka-Goei, 1992).
Por supuesto, es difícil precisar cifras precisas sobre esto. Además, como se puede
ver en la evidencia de las presiones de los miembros sobre el liderazgo en los casos
finlandeses y suecos (Sundberg, 1994; Pierre y Widfeldt, 1994), ciertamente no es
un fenómeno universal, e incluso los miembros más pasivos pueden probar
dispuestos a desafiar a sus líderes en temas como los derechos de membresía. Sin
embargo, como parece creer el partido laborista británico, bien podría darse el caso
de que un partido plenamente democratizado sea más susceptible al control del
partido en un cargo público que un partido en el que el miembro ordinario (pero
no el activista) está efectivamente marginado (Webb, 1994).
En una vena relacionada, también podría argumentarse que el proceso de
democratización intrapartidaria es a menudo sin sentido y / o ilusorio. Así, por
ejemplo, si bien a los miembros ordinarios se les puede otorgar el derecho de votar
en el proceso de selección de líderes, a menudo se les ofrece solo una opción
limitada o restringida. El D66 holandés ahora incluye con su boleta postal en la
selección de candidatos una lista consultiva con un pedido propuesto por el comité
nacional del partido (Koole, 1994). Los miembros ordinarios de los partidos
laboristas británicos e irlandeses ahora tienen un voto directo al elegir entre los
candidatos que compiten por el líder del partido, pero la nominación inicial de los
62
candidatos sigue siendo competencia exclusiva del partido en la función pública,
y los candidatos mismos solo pueden seleccionarse desde dentro las filas de los
partidos parlamentarios (Webb, 1994; Farrell, 1994). En Bélgica, a pesar de la
introducción de elecciones directas por parte del PSC, la PRL y el nuevo VLD, y
a pesar de un aumento en el número de elecciones de liderazgo "real", los órganos
ejecutivos del partido siguen teniendo la voz de decisión más fuerte y efectiva.
(Deschouwer, 1994). También en Dinamarca, la elección del presidente del partido
suele ser más administrada que abierta (Bille, 1994). Además, en otros niveles
dentro de los partidos, la apertura del proceso de selección de candidatos a un
mayor papel de membresía, o incluso a una participación electoral más amplia,
como en el caso de las nuevas 'primarias' ocasionales, por ejemplo, todavía puede
ser acompañado, como es el caso en Austria (Miiller, 1994), por la imposición
efectiva de fuertes controles y una fuerte disciplina en aquellos candidatos que
logran convertirse en miembros del partido parlamentario. La democratización en
el papel, por lo tanto, puede realmente coexistir con una poderosa influencia de
elite en la práctica.
Finalmente, como se indicó anteriormente, toda la cuestión de qué cara del partido
se está volviendo más poderosa y cuál menos poderosa puede ser engañosa, ya que
en realidad podemos estar presenciando un proceso de autonomía mutua y
creciente. En el modelo clásico del partido de masas, la relación entre las diferentes
caras era esencialmente jerárquica, con el partido sobre el terreno delegando el
poder en el congreso del partido y de allí al ejecutivo del partido, y con el congreso
y el ejecutivo examinando y controlando las actividades del partido, en oficina
pública Incluso en el modelo general, la relación era jerárquica, aunque en flujo
inverso, con el partido en la oficina pública emergiendo para dominar el partido
en la oficina central y el congreso del partido, y, al hacerlo, margina efectivamente
al partido en el campo. . Pero si bien no se desprende ningún "modelo" de partido
único y claro a partir de los análisis citados anteriormente, existe un consenso
generalizado de que las relaciones relevantes son ahora más estratégicas que
jerárquicas, y que cada cara del partido es cada vez más autónoma en relación con
los demás. Así, por ejemplo, mientras que los aportes locales al partido nacional
en un modelo más jerárquico se centraron en el congreso del partido y, a través de
eso, en la oficina central del partido, ahora parece cada vez más centrado en la
selección de candidatos locales que, a su vez, eventualmente constituirá el partido
en un cargo público y diseñará sus propios códigos autónomos de disciplina y
comportamiento. Por supuesto, también puede darse el caso de que la autonomía
mutua se desarrolle hasta el punto en que el partido local se vuelva esencialmente
despreocupado por cualquier contribución real al partido nacional (y viceversa), y
se dedique principalmente a la política a nivel local.

Todo esto podría sugerir que los partidos europeos se están desviando hacia lo que
podría denominarse un modelo de partido "estadounidense", que, como lo
muestran Katz y Kolodny (1994), está casi totalmente descentralizado y centrado
en el candidato. Esto claramente sería engañoso; Porque, a pesar de los argumentos
sobre el aparente declive en el "partido" de la sociedad europea, ciertamente no ha
habido un declive en el "partido" del estado europeo (véase también el Capítulo 1
más arriba). Por el contrario: dada la medida, de hecho, la medida en que las partes
organizan los asuntos del estado y la toma de decisiones públicas en las políticas
europeas, en ningún sentido pueden considerarse, como sus homólogos
estadounidenses, como "buques vacíos". Los partidos estadounidenses importan
como organizaciones de gobierno, pero dentro de límites muy severos. En Europa,
por el contrario, donde el gobierno moderno sigue siendo un gobierno de partido,
y donde la democracia moderna sigue siendo una democracia de partido, los
buques del partido están lejos de estar vacíos.
LAS PARTES Y SUS PRIVILEGIOS
Cuando los nobles tenían un poder real y privilegios, cuando gobernaban y
administraban, sus derechos podían ser a la vez mayores y menos abiertos a los
ataques. . . Es cierto que los nobles gozaban de privilegios y derechos injustos que
pesaban mucho en el plebeyo, pero a cambio de esto mantuvieron el orden,
administraron la justicia, se encargaron de la ejecución de las leyes, acudieron al
rescate de los oprimidos y cuidaron los intereses de todos. . Cuanto más pasaban
estas funciones fuera de las manos de la nobleza, más innecesarios aparecían sus
privilegios, hasta que al fin su mera existencia parecía un anacronismo sin sentido.
(Tocqueville, 1966: 60)
Desde una perspectiva organizativa, al menos, está claro que una concepción del
cambio o adaptación de un partido es mucho más apropiada que la concepción más
bien engañosa del declive del partido. De hecho, las partes están cambiando en dos
aspectos importantes. En primer lugar, las estructuras del partido tienden a tener
un carácter cada vez más stratarchic, con el partido en el terreno, el partido en la
oficina pública, y posiblemente incluso el partido en la oficina central, cada uno
de los cuales hace hincapié en su propia libertad de maniobra. En este sentido, y
de manera significativa, también podemos presenciar la erosión de un sentido de
vinculación incluso dentro del propio partido. En segundo lugar, los partidos, y
especialmente la cara del partido en un cargo público, están cada vez más
orientados hacia el estado y, en consecuencia, están menos firmemente vinculados
a la sociedad civil, un proceso que es particularmente evidente en términos de los
63
recursos que utilizan las partes en Para asegurar su propia supervivencia y
legitimidad. De hecho, como se sugirió anteriormente, esta mayor dependencia de
las partes en el estado también se puede interpretar como una mayor dependencia
de las partes en sí mismas, ya que son las propias partes las que, a todos los efectos,
son el estado, o al menos, son aquellos que diseñan las reglas y regulaciones
promulgadas por el estado, y que inevitablemente privilegian su propia posición.
El resultado de ambos procesos, al menos a corto plazo, es, por lo tanto, un mayor
sentido de autosuficiencia del partido, especialmente a nivel de liderazgo. Sin
duda, los partidos todavía necesitan sus votantes. En muchos casos, como hemos
visto, también necesitan a sus miembros. Sin embargo, cada vez más, a medida
que las diferentes caras del partido se vuelven más autónomas entre sí, y a medida
que los líderes del partido giran cada vez más hacia el estado en busca de sus
recursos, la relevancia de los vínculos que se basan en la confianza, la
responsabilidad y, sobre todo, la representación tiende a Para erosionarse, tanto
dentro como fuera de las partes. Por lo tanto, aunque los partidos pueden tener más
privilegios, también se vuelven más remotos, y es esta combinación particular de
desarrollos que bien pueden haber proporcionado la base para el sentimiento
antipartidista cada vez más generalizado que ahora caracteriza a la política de
masas en las democracias occidentales. En el terreno, y en términos de su papel
representativo, las partes parecen ser menos relevantes y están perdiendo algunas
de sus funciones clave. En la oficina pública, por otro lado, y en términos de su
vinculación con el estado, parecen tener más privilegios que nunca. De hecho, si
pensamos en algunas de las funciones clásicas del partido (por ejemplo, King,
1969: 111-41), se podría concluir que algunas de estas funciones se han visto
socavadas (como la articulación de intereses y la agregación de demandas), y
quizás también la formulación de políticas públicas), otras funciones han adquirido
una mayor importancia y visibilidad (como el reclutamiento de líderes políticos y,
sobre todo, la organización del gobierno).
Pero esto no necesariamente refleja un cambio hacia un nuevo equilibrio o un
nuevo equilibrio; por el contrario, sugiere que puede haber una ausencia de
equilibrio y una ausencia de equilibrio, lo que, en un caso extremo, bien podría
actuar para socavar la legitimidad del propio gobierno del partido. Para decirlo de
otra manera, lo que se puede ver aquí, aunque en una forma muy embrionaria y a
menudo muda, puede ser precisamente el mismo desequilibrio entre la irrelevancia
popular y el privilegio público que fue famoso por Tocqueville como
contribuyente a la caída de la nobleza de El antiguo régimen francés, y que se cita
al principio de esta sección. Por un lado, las partes como funcionarios públicos,
como los nobles de Tocqueville, son claramente privilegiados; de hecho, con el

tiempo, tienden a ser aún más privilegiados. Por otro lado, como se sugirió
anteriormente, ahora parecen carecer de un peso o un propósito representativos
reales, y esto también se ha hecho más evidente con el tiempo. En otras palabras,
su estado ha aumentado mientras que su relevancia popular ha tendido a
erosionarse.
Sin embargo, esto no sugiere que los partidos contemporáneos, como los nobles
de Tocqueville, corran el riesgo de convertirse en "anacronismos sin sentido". Por
el contrario: dada la importancia de los partidos en términos del reclutamiento de
líderes y la organización del gobierno, es casi imposible concebir una política
parlamentaria que pueda realmente evadir el principio de partido. Sin embargo, el
problema existe claramente, independientemente de la importancia del partido
como un principio organizador en el gobierno y en el estado, Tocqueville fue
claramente correcto al señalar los peligros involucrados en la combinación
(mejorada) del privilegio público, por un lado, con la disminución del propósito
popular o Relevancia por el otro.
Es esta combinación particular que, creo, se encuentra en la raíz de los
sentimientos de desconfianza política popular que se mencionaron anteriormente
en este capítulo. Este también es probablemente uno de los factores más
importantes detrás del surgimiento, aunque no siempre en una escala importante,
del sentimiento antipartidista y de los partidos antipartidistas (para algunas
discusiones recientes, ver Ignazi, 1992, 1994; Betz, 1994; Poguntke, 19946, y
Scarrow, 19946), con la evidencia del privilegio público que ayuda a traducir la
indiferencia potencial en un posible resentimiento y, por lo tanto, en una
vulnerabilidad aún mayor. El desencanto con las partes e incluso el resentimiento
contra las partes, por lo tanto, no debe interpretarse simplemente como un síntoma
del declive de las partes en el tribunal ', de hecho, las partes debían estar totalmente
en decadencia, como funcionarios públicos y agencias representativas, entonces el
sentido de descontento bien podría evaporarse. Más bien, el problema parece estar
en un conjunto de desarrollos contradictorios, en los que las partes son al mismo
tiempo menos capaces pero más visibles, y al mismo tiempo menos relevantes
pero más privilegiadas.
64
PARTE IV
Sistemas de partidos y estructuras de competición.
7
Mercados electorales y estados estables
Este capítulo comienza con tres aclaraciones. Primero, los mercados a los que se
refiere son mercados electorales y, dentro de estos mercados, el patrón de
competencia con el que está involucrado es la competencia entre partidos. Como
es evidente, los partidos competirán entre sí cuando tengan un mercado para
competir, es decir, cuando haya votantes en competencia; y el supuesto que
subyace a este documento, aunque con cautela, es que el alcance real de la
competencia entre partidos y la competitividad de los partidos, es al menos en
parte una función del tamaño relativo del mercado electoral. Por lo tanto, a medida
que el mercado se expande, o a medida que aumenta el número de votantes en la
competencia, es probable que los partidos sean más competitivos. Por otro lado, a
medida que el mercado se contrae y el número de votantes en la competencia
disminuye, es probable que los partidos se vuelvan menos competitivos.
Sin embargo, esta suposición es protegida y dos calificaciones son necesarias de
inmediato. El primero de ellos es que no se puede suponer que la competitividad
de los partidos sea enteramente una función del tamaño del mercado electoral. En
un sistema bipartidista perfectamente equilibrado, por ejemplo, en el que hay muy
pocos votantes en competencia, pero donde el cambio de un solo voto puede
marcar la diferencia entre ser una mayoría y ser una minoría, o entre la victoria y
la derrota, cada uno Es probable que las dos partes resulten extremadamente
competitivas. Por lo tanto, puede producirse una intensa competencia incluso en
situaciones de disponibilidad electoral muy restringida. En la Suecia
contemporánea, por ejemplo, el equilibrio entre los bloques socialistas y no
socialista se dibuja tan finamente que incluso el relativamente pequeño mercado
electoral sueco puede sostener una competencia electoral bastante pronunciada.
La segunda calificación es que no se puede suponer que la competencia es
inevitable en situaciones de mercados electorales a gran escala. En ciertas
circunstancias, si bien un gran número de votantes puede estar compitiendo, puede
haber pocas recompensas, si las hay, asociadas con las ganancias en el apoyo
electoral, y por lo tanto, los partidos pueden no esforzarse mucho para tratar de
ganarse a los votantes que están disponibles. En Suiza, por ejemplo, la fórmula
única por la cual los cuatro partidos principales comparten permanentemente la
oficina del gobierno significa que tiene poco sentido que compitan entre sí por

votos adicionales. Por lo tanto, incluso si el mercado electoral suizo se expandiera
significativamente, es poco probable que la competencia de los partidos se vuelva
más intensa.
En otras palabras, no solo es relevante el tamaño del mercado electoral y el alcance
de la disponibilidad electoral, sino también el grado en que la competencia en sí
importa. Dicho esto, el énfasis debe estar en calificar el supuesto inicial en lugar
de en su rechazo generalizado, ya que, en igualdad de condiciones, es probable
que los partidos sean más competitivos cuando haya más votantes en competencia
y cuando el mercado electoral sea más abierto o disponible. . La existencia de un
mercado electoral, por lo tanto, puede verse como una condición necesaria, si no
suficiente, para que exista una competencia de partidos, de la misma manera que
D'Alimonte (1989) sostiene que la democracia en sí misma es una condición
necesaria pero no suficiente para ello, siendo la competencia más en general.
La segunda aclaración es que cuando los partidos se enfrentan inicialmente a un
mercado electoral, pueden elegir entre dos estrategias no necesariamente
exclusivas. En primer lugar, pueden intentar restringir o restringir el mercado y,
por lo tanto, participar en estrategias electorales principalmente defensivas,
movilizando a los seguidores existentes en lugar de intentar ganar nuevos
partidarios. En segundo lugar, pueden optar simplemente por competir en el
mercado y así participar en estrategias electorales principalmente expansivas,
buscando constantemente nuevos votantes y poniendo relativamente poco énfasis
en la movilización de los leales existentes. En la medida en que prevalezca la
primera opción, el mercado se contraerá progresivamente y la competencia en sí
misma será controlada. En la última situación, por otra parte, es probable que el
mercado se mantenga bastante abierto y que la competencia sea intensa.
Dicho esto, también debe reconocerse que solo en circunstancias excepcionales
los partidos de un sistema político determinado se enfrentarán a un mercado
electoral único. Cuando la competencia (o la ausencia de competencia) tiene lugar
en un entorno multidimensional, las partes pueden enfrentar una pluralidad de
mercados, cada uno de los cuales puede ser más o menos abierto, y en cada uno
de los cuales pueden desarrollar estrategias definitivas o expansivas (Sani y
Sartori, 1983; Koole y van Praag, 1990). Un partido religioso, por ejemplo, puede
encontrar que una estrategia defensiva es apropiada en el mercado electoral que
existe a lo largo de la división religiosa / secular, pero puede optar por una
estrategia expansiva en el mercado que existe a lo largo de la división izquierda /
derecha. Así, mientras que un mercado o sub-mercado puede volverse bastante
estrecho y cerrado, otro mercado dentro del mismo sistema puede permanecer
65
bastante abierto. En Bélgica, por ejemplo, un mercado relativamente abierto en
términos de izquierda-derecha coincide con un mercado notablemente cerrado en
términos lingüísticos. En Irlanda del Norte, hay pocos votantes, si es que hay
alguno, en competencia en términos del conflicto primario entre el sindicalismo y
el nacionalismo, aunque la disponibilidad electoral es intensa y la competencia es
intensa dentro de cada uno de los bloques sindicalistas y nacionalistas.
La tercera aclaración es que el tamaño de los mercados en general, y el grado de
disponibilidad electoral, es en gran medida una función de la fortaleza y la
omnipresencia de las identidades políticas colectivas relevantes (Bartolini y Mair,
1990). Dichas identidades colectivas pueden ser atributivas y, a menudo, pueden
ser anteriores a la aparición de partidos políticos como tales, como es el caso de
las identidades lingüísticas, culturales, étnicas o incluso de género y, en menor
medida, de las identidades religiosas. En otros casos, estas identidades colectivas
pueden basarse en el estado derivado de las distinciones ocupacionales o de clase,
o lo que sea. En algunas circunstancias, por supuesto, mientras existan tales
identidades, pueden no ser políticamente relevantes (Sartori, 1969) y, por lo tanto,
su impacto en los mercados electorales puede ser, en el mejor de los casos,
indirecto. En la República de Irlanda, por ejemplo, mientras que la identidad de
clase es bastante pronunciada, la clase no proporciona un enfoque importante para
las alineaciones electorales. En Gran Bretaña, por otro lado, la clase es realmente
la única identidad colectiva sustancial que es relevante para la política, con
identidades religiosas y étnicas / subnacionales que desempeñan un papel
marginal. Sin embargo, independientemente de las distinciones en cuanto a la
sustancia y el carácter de las identidades colectivas, se puede argumentar que el
grado en que los votantes individuales se integran en un conjunto de identidades
políticas colectivas relevantes ayudará a determinar hasta qué punto existe un
mercado electoral. Cuando tales identidades son dominantes y / o pronunciadas,
como ha sido tradicionalmente el caso en Austria, por ejemplo, el mercado de
votos estará fuertemente restringido; cuando tales identidades sean débiles o
marginales, como en los Estados Unidos, el mercado será relativamente abierto.
EVOLUCIÓN Y CONTRATOS EN EUROPA OCCIDENTAL
A riesgo de cierta exageración, y al costo de una inmensa generalización, la
historia del desarrollo de los partidos políticos en Europa occidental puede
interpretarse como una historia de intentos de restringir el mercado electoral
mediante la promoción e inculcación de identidades políticas de masas. Este
proceso fue más claramente visible en el surgimiento de los partidos de integración
masiva a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, durante el período previo

e inmediatamente después de la extensión de los derechos de voto a la clase
trabajadora y los no propietarios. Estos partidos, con sus densas redes
organizativas, contrastaban marcadamente con los partidos de "cuadros" más
elitistas, con orientación electoral, o partidos de representación individual, que
habían tendido a dominar la política en el período anterior a la democracia de
masas (véase también el Capítulo 5). . Fueron los nuevos partidos de trabajadores,
en particular, los que ofrecieron los ejemplos más sorprendentes de la nueva
estrategia política. Neumann (1956: 404-5; véase también Duverger, 1954;
Kirchheimer, 1966) identificó el contraste de manera bastante sucinta y, aunque
no se expresa en estos términos, sus comentarios también tienen una clara relación
con las diferentes nociones de competencia de partidos y elecciones electorales.
El primer ejemplo de un nuevo partido fue presentado por los socialistas
continentales. Su organización se ha caracterizado en broma por extenderse desde
la cuna hasta la tumba, desde la asociación de cuidado infantil a la sociedad de
cremación de los ateos; sin embargo, tal descripción articula la diferencia
intrínseca del partido liberal de representación, con su principio de "reclutamiento
libre" entre un electorado socialmente no comprometido y flotante. . . El partido
[nuevo] puede contar con sus adherentes; Se ha apoderado de una buena parte de
su existencia social.
El hecho de que los nuevos partidos de integración de masas no ofrecieran un
ejemplo tan llamativo como el proporcionado por los partidos de masas de clase
no fue sorprendente. Los partidos religiosos, ya sean católicos o protestantes,
tenían menos necesidad de desarrollar nuevas redes organizativas autónomas, ya
que podían alimentarse de las organizaciones existentes de la Iglesia y del sentido
ya muy definido de identidad religiosa. Sin embargo, en el caso de los partidos de
los trabajadores, la circunscripción que buscaban representar era en sí misma
relativamente nueva, y fue solo en ciertos casos, como en Gran Bretaña para el
examen preliminar, que los nuevos partidos estaban en condiciones de se
alimentan de una red organizativa preexistente basada en sindicatos.
A través de la movilización, la integración y, en términos de Kirchheimer (1966:
184), a través del "encierro intelectual y moral de las masas", los nuevos partidos
de integración de masas ayudaron a construir y consolidar un conjunto de
identidades políticas colectivas que, a su vez Actuó para reducir la disponibilidad
electoral. El resultado, más importante, fue una "reducción del mercado de
soporte" y una "congelación" de los sistemas de partidos en Europa occidental
(Lipset y Rokkan, 1967: 50-1). Sin duda, este proceso de congelación no fue
generalizado ni en toda Europa, ni siquiera en los electorados individuales de cada
66
país. Las redes organizativas y el establecimiento de identidades partidistas
duraderas siempre se mantuvieron pobremente desarrolladas en Francia (Bartolini,
1981), por ejemplo, y el resultado ha sido que el mercado electoral en general se
ha mantenido notablemente abierto, y las elecciones en Francia se caracterizan por
ser particularmente pronunciadas. Niveles de volatilidad electoral. En otros casos,
como el de la República de Irlanda, por ejemplo, el proceso fue muy desigual, ya
que se establecieron identidades sólidas en el lado "nacionalista fuerte" de la
brecha política principal, y con identidades débiles o inexistentes que se
desarrollaron a nivel nacional. Lado 'nacionalista débil' (Mair, 1987a: 86-9). El
resultado aquí es que, si bien ha habido un mercado electoral relativamente
restringido en términos de la competencia entre Fianna Fail y todos los demás
partidos, el mercado electoral entre estos otros partidos siempre ha permanecido
bastante abierto.
En resumen, los mercados electorales están más restringidos en ciertos países que
en otros, e incluso dentro de países individuales, ciertos sub-mercados están más
restringidos que otros. Además, dado que el grado relativo de restricción depende,
al menos en parte, de la profundidad y la omnipresencia de las identidades políticas
colectivas, y dado que el grado en que los partidos son competitivos depende,
también al menos en parte, de la apertura del mercado electoral, luego se deduce
que la competitividad en sí misma puede asociarse con el grado en que la política
se caracteriza por la presencia o ausencia de identidades colectivas fuertes. En
igualdad de condiciones, es probable que las políticas que se caracterizan por la
presencia de identidades fuertes sean menos competitivas que aquellas en las que
estas identidades fuertes están ausentes. Más precisamente, las políticas que están
tan caracterizadas tenderán a ser más consensuales, al menos en ciertas
circunstancias, y lo más obvio es que cuando un solo grupo no goza de una clara
mayoría en general.
MERCADOS ELECTORALES Y DEMOCRACIA CONSOCIACIONAL
Esta no es una conclusión sorprendente. De hecho, refleja la lógica que se
encuentra detrás de la noción misma de democracia consociacional (Lijphart,
1968, 1977), según la cual las sociedades fuertemente segmentadas (es decir,
aquellas caracterizadas por identidades muy profundas y mutuamente excluyentes,
basadas en gran medida en el lenguaje o la religión) desarrollar un orden
democrático estable mediante la acomodación de la élite y el rechazo del
comportamiento competitivo; En cambio, si tales sociedades segmentadas se
caracterizaran por un comportamiento competitivo, se argumenta que esto podría

provocar el colapso de la propia política o la adopción de medios de control no
democráticos.
Pero mientras que una variedad de factores han sido vistos como conducentes al
desarrollo de soluciones consociacionales o acomodacionistas en sociedades
segmentadas, la sociedad debe estar fuertemente segmentada y caracterizada por
una autoridad de élite sustancial; debe haber un equilibrio múltiple de poder entre
los diferentes segmentos; el país en cuestión debe ser pequeño; debería haber al
menos un cierto grado de lealtad global al sistema en cuestión; y ya debería haber
una tradición de acomodación de élite (ver Daalder, 1974; Lijphart, 1977: capítulo
3): sorprendentemente, se ha puesto poco énfasis en el tema principal de este
capítulo, y esa es la influencia particular ejercida por el Tamaño del propio
mercado electoral. De hecho, al tomar este factor particular a bordo, y al reconocer
que la "atadura" del electorado puede desalentar la competencia y dejar a los
partidos y las élites con pocas opciones, pero para acomodarnos unos a otros,
podemos dar mucho más sentido a las razones por las que Las élites deberían
demostrar estar tan "dispuestas" a abandonar las estrategias competitivas.
Este ha sido uno de los principales elementos abordados por Pappalardo (1981) en
sus extensas críticas a los teóricos consociacionales, en los que argumenta que
gran parte de la discusión sobre las condiciones previas de la democracia
consociativa ha implicado erróneamente un inmenso voluntarismo por parte de los
que se acomodan las elites, lo que también implica que estas mismas élites también
podrían haber "elegido" ser competitivas. Si, por otro lado, aceptamos, como lo
hace Pappalardo (1981: 367-75), que las restricciones en el mercado electoral
"obligan" más o menos a las elites a renunciar a una estrategia competitiva
expansiva, la omnipresencia de las identidades es tal que hay pocos votantes en la
competencia y, por lo tanto, pocas recompensas que se obtendrán como resultado
de la competencia electoral, entonces no es simplemente una cuestión de elección
de elite o voluntad de élite. Más bien, las élites y las partes se acomodan entre sí
porque en realidad no tienen otra opción. La competencia, en efecto, no tiene
sentido: "la democracia consociacional no es tanto un pacto entre las minorías en
equilibrio o las minorías sino también un pacto entre las minorías que no quieren
y no están en posición de cambiar la distribución de poder existente" ( Pappalardo,
1981: 369, énfasis agregado).
La evidencia de la existencia de mercados electorales relativamente restringidos
en las democracias consociacionales clásicas en Europa occidental ciertamente
apoya la idea de que habría habido pocas recompensas en la competencia, y que
ninguna de las minorías habría estado en posición de cambiar el equilibrio de poder
67
existente. En el período de entreguerras, por ejemplo, en un momento en que
Bélgica, los Países Bajos y Suiza podían considerarse como los casos
paradigmáticos del consociacionalismo, su nivel medio de volatilidad electoral (en
8,4) era solo dos tercios de lo que prevalecía en el país democracias no
consociacionales de Europa occidental (12.0) .1 Además, si clasificamos las trece
principales democracias de Europa occidental en los años de entreguerras en
términos de sus niveles medios de volatilidad, encontramos que Suiza, los Países
Bajos y Bélgica ocupan el Las posiciones novena, décima y undécima
respectivamente, con niveles de volatilidad más bajos registrados solo en Finlandia
y Dinamarca.
Un patrón similar prevalece durante las primeras décadas de la posguerra, desde
1945 hasta 1965, cuando las prácticas de asociación también se mantuvieron
sólidas, y cuando Austria podría ser incluida como un cuarto caso paradigmático.
Durante este período, el nivel medio de volatilidad electoral en los cuatro países
consociacionales fue de 5,8, frente a un nivel promedio de 8,9 en los restantes
países no asociados. Sin embargo, en términos del orden de clasificación de los
países, Bélgica ocupa un lugar bastante alto en la lista, ocupando el quinto lugar,
con Austria en el séptimo lugar, Holanda en el octavo lugar y con Suiza registrando
el nivel más bajo de todos los países. Sin embargo, el patrón general en ambos
periodos es innegable. Las tres y luego las cuatro democracias consociacionales se
caracterizan por mercados electorales relativamente restringidos y, por lo tanto,
desalientan estrategias competitivas expansivas. Aquí, de hecho, las elites parecían
tener pocas opciones que cooperar unas con otras.
Sin duda, se podría decir que otras posibilidades menos sabrosas han existido. En
Irlanda del Norte, por ejemplo, durante el período del régimen de Stormont, la
volatilidad electoral también fue particularmente baja, el mercado electoral se
mostró notablemente cerrado y se produjo poca competencia. Entre 1918 y 1970,
por ejemplo, casi el 40 por ciento de los escaños parlamentarios en Irlanda del
Norte permanecieron sin oposición (McAllister, 1977: 16), con menos del 20 por
ciento de los escaños caracterizados por una competencia nacionalista directa
contra sindicalista. Este fue un sistema no competitivo por excelencia, en el que,
como es bien sabido, la respuesta de la élite sindicalista dominante fue
considerablemente inferior al acomodismo. De hecho, y a diferencia de las
democracias consociacionales, la ausencia de competencia en Irlanda del Norte
llevó a la exclusión y la tiranía de la mayoría efectiva, lo que eventualmente
provocó el colapso del régimen. Pero es aquí donde entran en juego las otras
condiciones previas del consociacionalismo, ya que, a diferencia de Irlanda del
Norte, las democracias consociacionales también se caracterizaron por un

equilibrio de poder múltiple, sin que un segmento goce de nada que se acerque al
estatus de mayoría abrumadora de los sindicalistas irlandeses del norte. Además,
también existía un compromiso general con el mantenimiento del sistema en las
democracias consociacionales, una característica que, evidentemente, siempre ha
carecido en el Ulster.
ESTADOS PEQUEÑOS Y ESTADOS GRANDES
No son solo las democracias consociacionales las que son relevantes aquí. La
lógica va más allá de esto. En principio, lo que distingue a las democracias
consociacionales de las otras políticas de Europa occidental no es la existencia de
mercados electorales restringidos como tales. Ni siquiera es el hecho de que esta
restricción se derive de la omnipresencia de identidades fuertes, colectivas y
políticamente relevantes. Más bien, lo que hace que estos sistemas sean diferentes
es que su segmentación se debe a que son sociedades plurales, y los segmentos o
pilares están definidos principalmente por divisiones lingüísticas o religiosas. En
otra parte de Europa occidental, como Almond (1956) destacó originalmente y
como Lijphart (1968) también pareció aceptar, la estabilidad democrática,
acomodaticia o no, se asoció con la existencia de culturas políticas no plurales (u
homogéneas) que, por definición, no podría ser considerada como segmentada. La
lógica del consociacionalismo no podía aplicarse a ninguno de estos otros
sistemas. Por lo tanto, lo que es más crucial, cualquier comportamiento
acomodacionista y cualquier práctica que se aproxime más o menos al
consociacionalismo que podría observarse en estas culturas políticas homogéneas,
tendría que explicarse por otros factores.
Esta es precisamente la tarea que Katzenstein (1985) se impone en sus justos
Estados pequeños en World Markets. Porque, al analizar los patrones de la política
industrial en Europa occidental, encuentra que los estados pequeños en general, y
no solo las democracias consociacionales / sociedades plurales, tienden a
desarrollar un estilo de política que es muy distinto del desarrollado en los estados
más grandes, y que se caracteriza por el alojamiento, el compromiso y la
cooperación entre diferentes élites y diferentes partidos. Pero si bien el grado de
segmentación y las tradiciones de consociacionalismo pueden resultar adecuados
para explicar este patrón en Bélgica, los Países Bajos, Suiza e incluso Austria, son
claramente inapropiados en cualquier explicación de patrones similares que se
encuentran en los más pequeños y homogéneos. Democracias como Dinamarca,
Noruega y Suecia.
68
De ahí la búsqueda de Katzenstein de una alternativa, o al menos una explicación
adicional, y de ahí su énfasis principal en el hecho de que estos pequeños estados
son particularmente vulnerables a los caprichos de la economía internacional. Es
esta vulnerabilidad, argumenta, y la necesidad de asegurar la supervivencia
económica en un entorno comercial potencialmente hostil, lo que obliga a estos
estados más pequeños a adoptar un estilo de política consensual en lugar de
adversario. El argumento es razonablemente convincente, y Katzenstein construye
un caso sólido y en gran medida plausible a favor de la idea de que la apertura de
una economía nacional puede tener un impacto importante en los patrones de la
política interna. Además, es un argumento que no se basa exclusivamente en esta
variable, sino que también incorpora una apreciación de la influencia de ciertas
características institucionales (como las fórmulas electorales proporcionales), así
como la de los patrones particulares de fragmentación política en estas Estados
pequeños homogéneos (como la existencia de un derecho débil y dividido).
Dicho esto, sugeriría que Katzenstein en realidad ha descuidado otro elemento que
tiene una importancia igualmente fundamental, y es que los patrones consensuales
en estos otros pequeños estados derivan casi tanto del carácter de sus mercados
electorales como de los patrones acomodacionistas. En las democracias
consociacionales tradicionales. En otras palabras, sugeriría que la ausencia de
estilos de políticas competitivas en países como Dinamarca, Noruega y Suecia no
solo se debe a que han compartido un sentido de vulnerabilidad económica con las
democracias consociativas; más bien, o además, puede ser porque también han
compartido un mercado electoral restringido. Más importante aún, se puede
argumentar que esta restricción también se deriva de la omnipresencia de
identidades fuertes, colectivas y políticamente relevantes, y de un patrón de
segmentación efectiva. Sin embargo, en el caso de los países "homogéneos", y a
diferencia de las democracias consociacionales, esta segmentación obviamente no
se deriva de diferencias en el idioma o la religión; más bien, se basa principalmente
en la consolidación de las identidades de clase.
Si bien el alcance limitado de este capítulo presente ofrece pocas oportunidades
para hacer algo más que simplemente afirmar tal posibilidad, la evidencia limitada
que existe actualmente ofrece algún apoyo para el argumento. En primer lugar, no
hay duda de que los estados pequeños, incluso cuando no están divididos por el
idioma y la religión, han experimentado un mercado electoral más restringido que
en el caso de los estados grandes. En los años de entreguerras, por ejemplo, fue el
período que resultó más crucial para sentar las bases de las prácticas consensuales
que desde entonces han demostrado ser tan características de los pequeños estados
(Katzenstein 1985: capítulo 4), el nivel medio de volatilidad electoral en

Dinamarca. , Noruega, y Suecia fueron apenas 7.8. En los estados más grandes y
más competitivos de Francia, Alemania y el Reino Unido, por otro lado, el nivel
medio de volatilidad electoral fue de 14.1, casi el doble que en los estados
escandinavos. De hecho, si se incluyen también las pocas elecciones democráticas
que se celebraron en Italia en este período, el nivel medio en los estados más
grandes se eleva a 16,8, sustancialmente más del doble que en los países
escandinavos más pequeños.
Un contraste similar es evidente en los primeros años de la posguerra; Es decir, en
el período 1945-65. En este caso, el nivel medio de volatilidad electoral en los
cuatro estados más grandes fue de 11.5, lo que incluye una cifra notablemente baja
de solo 4.6 para el caso británico de entonces apropiadamente Butskellite; sin el
Reino Unido, el nivel medio en Francia, Alemania Occidental e Italia, que fueron
los tres electorados más volátiles en Europa occidental en este período, llega a
13.8. En Dinamarca, Noruega y Suecia, en contraste, el nivel medio fue de solo
6.2. Estas y las cifras anteriores relativas a las democracias consociacionales se
resumen en la Tabla 7.1.
Estas cifras crudas agregadas, por lo tanto, sugieren que había menos votantes en
la competencia en los estados escandinavos más pequeños que en las democracias
más grandes de Europa occidental, y por lo tanto indican que, como en las
democracias consociadas, existía un mercado electoral bastante restringido. En
igualdad de condiciones, también era probable que los diversos partidos y elites
en estos estados más pequeños hubieran percibido que había relativamente poco
que ganar con la adopción de estrategias competitivas expansivas: ya que había
relativamente pocos votantes disponibles para ganar, Habría tenido poco sentido
tratar de competir por ellos. Además, y a diferencia de Irlanda del Norte, las
perspectivas de una victoria total también eran escasas, particularmente en lo que
se refería a la competencia socialista-burguesa2, y por lo tanto, una estrategia de
compromiso y consenso habría parecido más atractiva. Por otro lado, en las
democracias más grandes, y particularmente en Francia, Alemania e Italia, tanto
durante los años de entreguerras como los de la posguerra, la competencia
intensiva hubiera tenido sentido. En estos casos, había mucho que ganar.
¿Pero cómo se relaciona esto con la cuestión de la segmentación? Sencillamente,
estas democracias más pequeñas y más homogéneas no solo se caracterizaban por
un mercado electoral restringido, sino también por uno cuyo cierre parece haberse
derivado, al menos en parte, de la existencia de densas redes organizativas que, de
una manera similar al patrón forjado por el verzuiling lingüístico y / o religioso
(literalmente, 'pillarización') en las democracias consociacionales, los votantes en
69
condiciones de servidumbre en un conjunto de identidades fuertes. En los casos de
Dinamarca, Noruega y Suecia, sin embargo, y de manera inusual, fue un patrón de
segmentación basado en organizaciones de clase e identidades de clase.
Como se puede ver en la Tabla 7.2, las cifras aquí son bastante reveladoras. Al
emplear un índice de densidad organizacional de la clase trabajadora que se calcula
sumando los niveles de densidad sindical y la proporción de miembros de los
partidos de izquierda de clase (Bartolini y Mair, 1990: 231-8), se puede ver que la
densidad de la clase organizacional Las redes en Dinamarca, Noruega y Suecia
han demostrado ser particularmente pronunciadas, especialmente cuando se las
compara con las democracias más grandes. En el período de entreguerras, por
ejemplo, estas tres democracias más pequeñas ocuparon las posiciones segunda,
tercera y quinta en términos de sus niveles de densidad organizativa, con
Alemania, el Reino Unido y Francia en las posiciones séptima, novena y última,
respectivamente. El contraste es aún más marcado en el período inicial de la
posguerra, con Suecia, Dinamarca y Noruega ocupando las posiciones primera,
tercera y cuarta respectivamente, en comparación con el Reino Unido que ocupa
la novena posición, y Alemania y Francia, que ocupan las dos posiciones
inferiores. .
La densidad de las redes organizacionales de clase, por lo tanto, no solo tiende a
ser mucho más pronunciada en las democracias más pequeñas que en las
democracias más grandes, sino que también es particularmente pronunciada en las
más 'homogéneas' de las democracias más pequeñas. Esto sugiere que las
"subculturas" de clase dentro de estos estados más pequeños pueden desempeñar
un papel restrictivo similar en relación con los mercados electorales al
desempeñado por las subculturas principalmente lingüísticas y religiosas en las
democracias consociacionales (aunque se debe enfatizar que en el caso de Austria
y la densidad organizativa de la clase de Suiza también es relativamente
pronunciada); y esto, a su vez, sugiere que los incentivos basados en segmentos
para el acomodacionismo que han existido en las democracias consociacionales
pueden no ser muy diferentes de los que existen en las democracias pequeñas y
más homogéneas. Si bien la fuente de segmentación en las democracias
consociacionales es ciertamente distintiva, ya que se deriva, como lo es, de la
religión y el lenguaje y no de la clase, las implicaciones de esa segmentación
parecen fácilmente comparables.
En otras palabras, al igual que la segmentación a lo largo de líneas religiosas y
lingüísticas ha restringido los mercados electorales y desalentado la competencia
expansiva en las democracias consociacionales, también la segmentación de clases

desalentó las políticas competitivas en las democracias pequeñas más
homogéneas. De hecho, la representación de Pappalardo (1981: 369) del
estancamiento electoral que ha demostrado ser tan influyente en las democracias
consociativas podría haberse aplicado igualmente a los casos de Dinamarca,
Noruega y Suecia, particularmente en lo que respecta a la competencia socialista-
burguesa. . Así:
el movimiento de votos entre los partidos se ve obstaculizado por al menos tres
factores estrechamente relacionados: los fuertes lazos sociales y organizativos, las
creencias incompatibles y los sentimientos de hostilidad y de mutua diferenciación
de las alineaciones subculturales opuestas; la homogeneidad interna de estas
alineaciones, cuyos miembros raramente, si acaso, están expuestos a presiones
transversales y tan poco sensibles a las apelaciones de otros sectores; y,
finalmente, el alto nivel de identificación del partido, que implica la lealtad a largo
plazo de los votantes a sus representantes subculturales.
Algunas observaciones finales y calificaciones son necesarias en este contexto.
Primero, no es mi intención sugerir que los factores enfatizados por Katzenstein,
como la vulnerabilidad económica internacional, las divisiones dentro del derecho
político, etc., desempeñan un papel pequeño o nulo en la explicación del
comportamiento político consensual. Más bien, simplemente estoy sugiriendo que
tal explicación descuida el hecho de que la segmentación o el verzuiling también
pueden derivar de identidades de clase; en otras palabras, el concepto en sí mismo
tiene una aplicación potencialmente mucho más amplia que solo para las
sociedades plurales, o solo para aquellas divisiones que se basan únicamente en la
religión o el idioma (véase también Rokkan, 1977).
En segundo lugar, teniendo en cuenta el potencial de segmentación sobre la base
de alineamientos de clase en particular, estamos en una mejor posición para
comprender no solo el comportamiento consensual en culturas políticas
homogéneas, como Dinamarca, Noruega y Suecia, sino también en el caso
austriaco relativamente excepcional (ver Katzenstein, 1985: 181-9) que, como
hemos visto en la Tabla 7.2, no es solo un país consociacional, sino también uno
que se caracteriza por un nivel particularmente pronunciado de densidad
organizacional de clase.
En tercer lugar, la prueba real de la validez de este argumento, así como la prueba
real de las propias explicaciones de Katzenstein, se puede realizar mejor mediante
un examen más detallado de algunos de los casos que se descuidan en ambos
análisis. El caso italiano es particularmente interesante a este respecto, por
70
ejemplo, ya que es un país grande que recientemente se ha caracterizado por un
mercado electoral bastante restringido y redes organizacionales relativamente
fuertes (tanto en términos de clase como religiosos). Además, a pesar de su
tamaño, Italia también parece haberse caracterizado por un cierto grado de
acomodacionismo no competitivo, que se refleja más claramente en la estrategia
de compromiso histórico del Partido Comunista Italiano, así como en los acuerdos
de gobierno de finales de los años setenta. Los casos irlandeses y finlandeses
también son particularmente interesantes. Estos son estados pequeños y
económicamente vulnerables que, de manera bastante inusual, también se
caracterizan por niveles relativamente bajos de densidad organizacional de clase
(ver Tabla 7.2). Pero también tienen patrones bastante contrastantes de
disponibilidad electoral. Finlandia, por ejemplo, tiene uno de los niveles medios
más bajos de volatilidad electoral en Europa occidental, mientras que Irlanda se
encuentra entre los países más volátiles. Aquí también, por lo tanto, sería
interesante probar en qué medida han prevalecido los patrones diferenciales de las
políticas competitivas.
Cuarto, también se debe enfatizar que gran parte de este argumento se deriva de
patrones dentro de los datos transnacionales tanto en el período de entreguerras
como en el de la posguerra, cuando los mercados electorales tanto en los estados
homogéneos como en los consociacionales demostraron ser particularmente
restringidos. Por otro lado, los desarrollos más recientes no solo han sugerido un
debilitamiento de algunas de las redes organizativas que han sostenido identidades
sólidas (como en los Países Bajos y Dinamarca, por ejemplo, ver Irwin y van
Holsteyn, 1989; Sundberg, 1987), pero también han indicado una mayor apertura
de los mercados electorales y un aumento de la volatilidad electoral en algunos de
estos países, lo que sugiere, a su vez, que ahora pueden existir mayores incentivos
para una competencia expansiva.
Finalmente, las calificaciones con las que comenzó este capítulo también deben
tenerse en cuenta. El comportamiento competitivo es más probable en un contexto
de mercados electorales abiertos y es menos probable en el contexto de mercados
electorales cerrados. Pero esto es todo lo que va, y no hay implicación inevitable.
Las apuestas también son importantes. En Suiza, por ejemplo, no solo es relevante
el cierre del mercado electoral, sino también el hecho de que, casi
independientemente de los cambios electorales que se produzcan, es probable que
ninguno de los cuatro partidos principales esté excluido de los gobernantes en el
Reino Unido, por el contrario, incluso un mercado electoral muy cerrado puede
resultar altamente competitivo, ya que incluso pequeños cambios pueden hacer la
diferencia entre la titularidad gubernamental y la oposición.

ALGUNAS IMPLICACIONES PARA LAS NUEVAS DEMOCRACIAS
EUROPEAS DEL ESTE
Si este argumento se puede resumir sin requisitos ni advertencias, sería el
siguiente: la prevalencia de identidades fuertes, colectivas y políticamente
relevantes tiende a cerrar los mercados electorales; estas identidades, a su vez,
tienden a derivarse de fuertes redes y subculturas organizacionales, ya sea en torno
al lenguaje, la religión o la clase, que actúan para aislar a sus seguidores y para
cimentar las lealtades políticas; en tal situación, las estrategias electorales
expansivas competitivas no son recompensadas y, en igualdad de condiciones (y
más particularmente si existe un equilibrio de poder múltiple y lealtades sistémicas
generales), la política democrática tenderá a ser más complaciente, más consensual
E inevitablemente, más estable. Finalmente, este patrón se reforzará si las apuestas
no son demasiado grandes, y si no se considerara que la victoria total da lugar a
un conjunto abrumador de recompensas.
Si esto es cierto, entonces no es un buen augurio para la futura estabilización de la
democracia en Europa oriental, al menos en un plazo razonablemente corto (véase
también el Capítulo 8 a continuación). En primer lugar, las apuestas en las nuevas
democracias en Europa del Este son grandes, con el estado, en efecto, estando en
juego. Quienquiera que llegue al poder no solo está en posición de determinar el
recurso más crucial, las reglas del juego, sino que también está en posición de
controlar las nuevas burocracias y las nuevas agencias gubernamentales. Dado que
gran parte empezará de cero, hay pocos legados, si es que hay que acomodarlos.
Los partidos, inevitablemente, hará una diferencia.
En segundo lugar, y aún más importante, los nuevos mercados electorales en
Europa del Este, como los nuevos mercados, son particularmente abiertos, y los
nuevos electorados están casi totalmente disponibles. En cierto sentido, por
supuesto, esta situación no puede considerarse diferente de la que prevaleció en
gran parte del resto de Europa en la primera parte del siglo, cuando se extendió el
sufragio y cuando se produjeron inundaciones de votantes recientemente liberados
y en gran parte disponibles, incorporados a los electorados nacionales, lo que eleva
considerablemente los niveles de volatilidad electoral (Bartolini y Mair, 1990:
147-51). Sin embargo, en el caso de las nuevas democracias de Europa del Este,
se debe enfatizar que estos votantes recientemente liberados constituyen
virtualmente todo el cuerpo del electorado, y pocos habrán ingresado con lealtades
partidistas preexistentes.
71
Tercero, precisamente debido a la naturaleza global del poder estatal que existía
antes de las revoluciones de 1989, la sociedad civil en Europa del Este ha
permanecido en gran parte subdesarrollada. Esto también mejorará la
disponibilidad de los nuevos electorados, ya que hay poco en el camino de un
conjunto independiente de redes organizacionales que puedan promover y sostener
identidades colectivas y, por lo tanto, proporcionar canales para la integración
masiva. Los sindicatos independientes siguen siendo en gran parte débiles e
incipientes. Con algunas excepciones notables, las organizaciones religiosas,
donde existen, también son débiles y no están desarrolladas. Los partidos de
masas, en efecto, todavía no existen. Y si bien las identidades subnacionales son
más evidentes y generalizadas que en el caso de Europa occidental, es más
probable que su impacto particular sea más desintegrador que integrador.
En resumen, es probable que los nuevos mercados electorales en Europa oriental
estén abiertos y que los electorados estén disponibles, en una medida que es casi
sin paralelo en la historia europea del siglo XX. Y dado que lo que está en juego
es tan alto, y dada la combinación de graves dificultades económicas y mayores
expectativas económicas, es probable que el resultado sea una política democrática
extremadamente competitiva que, a su vez, puede obstaculizar la estabilización de
la democracia en sí misma. De hecho, incluso en el verano de 1990, los signos de
tal competitividad ya se habían hecho evidentes: los enfrentamientos entre mineros
y estudiantes en Rumania, y las denuncias de corrupción e intimidación en las
primeras elecciones libres del país; las sentadas en Sofía, organizadas en protesta
contra la elección del partido comunista reconstituido en Bulgaria; la escisión en
solidaridad en Polonia; la amenaza de ruptura de la coalición de Alemania del Este
mientras los partidos constituyentes tratan de determinar cómo se organizará el
final de las primeras elecciones de Alemania del Este, y así sucesivamente. Los
riesgos son altos, los votantes están disponibles y, por lo tanto, la presión para
adaptarse a los oponentes es efectivamente inexistente. Solo el tiempo dirá si la
inculcación de identidades partidistas estables será posible y, por lo tanto, si
eventualmente surgirá un orden democrático estable.
Las pocas lecciones que se pueden encontrar en Europa occidental no son del todo
positivas. En la década de 1970, y en un anticipo de la transformación que ocurrió
recientemente en Europa del Este, España, Grecia y Portugal, cada uno realizó una
transición hacia la democracia. En los tres casos, la estabilización de esa
democracia ha resultado ser algo problemática y la competencia política ha
resultado ser intensa. Más recientemente, en Grecia, se requirieron tres elecciones
generales sucesivas para encontrar un gobierno que pudiera comandar una
mayoría. Aquí también, las campañas en sí estaban dominadas por acusaciones de

corrupción e intimidación. En España, el sistema de partidos se ha mantenido
unido solo como resultado del predominio de un solo partido, inicialmente el
UCD, que en el espacio de solo tres años entre 1979 y 1982 fue testigo de que su
apoyo electoral disminuyó del 35% a solo 7 por ciento, y luego los socialistas. De
hecho, hasta hace poco, y con la excepción de los socialistas y los diversos partidos
subnacionales, pero desintegrados, todos los demás "partidos" en España eran en
gran parte solo una coalición flexible y fragmentada de grupos más pequeños, y la
volatilidad electoral sigue siendo notablemente alta. También en Portugal, la
volatilidad ha sido particularmente pronunciada, con pocos partidos fuertemente
definidos y con una estabilidad reciente y posiblemente temporal que se logró solo
como resultado de un giro masivo hacia los socialdemócratas conservadores, cuyo
voto se disparó del 30 por ciento en 1985 a Más del 50 por ciento en 1987.
Por lo tanto, estas nuevas democracias del sur de Europa continúan
caracterizándose por mercados electorales muy abiertos, mayor disponibilidad
electoral (incluso la densidad organizacional de clase sigue siendo notablemente
baja) y una intensa competencia entre partidos, todo lo cual inevitablemente
obstaculiza la estabilización de un orden democrático duradero. Dicho esto, estos
países en particular han disfrutado de dos ventajas cruciales que, al menos hasta
ahora, no parecen estar disponibles para las nuevas democracias más vulnerables
de Europa del Este. En primer lugar, y desde una base más segura, han comenzado
a disfrutar de un crecimiento económico bastante sustancial y una mayor
prosperidad, particularmente desde mediados de los años ochenta. Y segundo, y
más importante, se han integrado en la Comunidad Europea. En contraste, al
menos algunas de las nuevas democracias del este de Europa pueden estar pasando
por un período bastante prolongado de relativa pobreza y aislamiento, que, sumado
a los estilos inmensamente competitivos que pueden caracterizar sus mercados
electorales, puede continuar dejando una pregunta. Marca sobre su capacidad para
establecer y mantener un orden democrático estable.
8 SISTEMAS DE PARTIDO EMERGENTE
¿Qué es diferente acerca de los sistemas del partido post-comunista?
El objetivo de este capítulo es explorar algunas reflexiones preliminares sobre las
características específicas de los nuevos sistemas de partidos emergentes y, en
particular, de los nuevos sistemas de partidos post comunistas. Debo añadir que
todo esto está dentro de un contexto específicamente europeo, ya que dudaría
mucho en generalizar estas observaciones a entornos no europeos. Por supuesto,
la noción de un nuevo sistema de partidos emergente puede ser una contradicción,
ya que hablar de un sistema de partidos es atribuir cierto grado de estabilidad y
72
previsibilidad a las interacciones entre las partes interesadas. Y dado que el
número de partes involucradas en estos nuevos 'sistemas de partidos' emergentes
está lejos de ser estable, y dado que incluso las partes individuales están lejos de
ser estables, ya sea en términos de tamaño, estructura o incluso nombre, es
claramente algo es prematuro pensar en términos de las interacciones entre estas
partes como susceptibles a cualquier definición rápida y dura en términos
sistémicos.
Sea como fuere, el propósito de este capítulo es identificar las razones principales
por las que estos 'sistemas' de partidos post comunistas emergentes pueden verse
y funcionar de manera diferente a los sistemas de partidos establecidos. En
resumen, sugeriré que las diferencias en el proceso de democratización, en el
carácter del electorado y en el contexto de la competencia crean obstáculos
formidables en el camino de la eventual consolidación, y que esto también implica
un patrón de competencia de partidos que es probable demostrar ser más
conflictivo y contradictorio de lo que es el caso dentro de las democracias
establecidas (véase también el Capítulo 7 más arriba). Dicho esto, también debo
enfatizar desde el principio que las razones que enumero y que explico brevemente
en el curso de este capítulo son esencialmente hipotéticas. Más precisamente, en
lugar de basarse en conclusiones específicas que pudieran derivarse de una
observación cercana de los nuevos sistemas del partido post-comunista en la
práctica, en su lugar se construyen sobre la base de una extrapolación, una
extrapolación ex adversa, de la principal caracterización asociada a sistemas
establecidos o consolidados. En otras palabras, mi enfoque ha sido identificar el
tipo de factores que han fomentado la estabilización e institucionalización de los
sistemas de partidos establecidos, y luego ponerlos de cabeza para formular
hipótesis y especular sobre el tipo de factores que probablemente será ausente de
los nuevos sistemas de partidos emergentes, y de los sistemas de partidos post-
comunistas en particular.
Esto es, para repetir, un ejercicio muy hipotético, destinado principalmente a
ofrecer cierto margen de discusión y especulación adicional. Dicho esto, también
es un ejercicio que, en mayor o menor medida, puede aplicarse no solo a las
democracias poscomunistas, sino también a otras democracias post autoritarias en
Europa, como Alemania e Italia a fines de los años cuarenta y cincuenta. , o
Portugal y España en los años setenta y ochenta. También es potencialmente
aplicable a los sistemas de partidos que surgen a raíz de la independencia nacional,
como, por ejemplo, Irlanda (y posiblemente también Finlandia) en la década de

1920, así como, de hecho, aunque de manera más general, a los sistemas de
partidos de Europa occidental en Estados Unidos, a medida que se desarrollaban a
raíz de la plena democratización y el sufragio universal en la primera parte de este
siglo. Sin duda, cada una de estas situaciones diferirá en ciertos aspectos
importantes, y más notablemente en términos de su periodización, las estrategias
diferenciales disponibles para la movilización electoral, la naturaleza variable de
las tareas que enfrentan quienes construyen el nuevo régimen democrático, y en la
medida en que a la que ya existía una sociedad civil autónoma y bien desarrollada.
Así, por ejemplo, los partidos y sistemas de partidos que surgieron en un contexto
en el que ya existía una red de comunicación masiva, y en el que era posible
obtener acceso instantáneo a los votantes (como en la Europa poscomunista),
tenderán a para operar bajo un conjunto de circunstancias muy diferente a las que
surgieron en períodos anteriores (por ejemplo, Irlanda en la década de 1920, o
incluso Alemania o Italia a fines de la década de 1940). Igualmente, los sistemas
de partidos que surgieron en un contexto en el que la sociedad civil estaba en gran
parte desnutrida e incipiente (como, nuevamente, la Europa poscomunista) habrán
enfrentado problemas diferentes y posiblemente mucho mayores que los que
surgieron en un contexto en el que ya existían una red razonablemente bien
desarrollada de organizaciones de interés e identidades colectivas (como en
Portugal y España).
En este sentido, y dada la variación potencial que existe en términos de la
naturaleza de la sociedad civil, las estrategias de movilización y los requisitos para
la reestructuración institucional, se pueden concebir al menos cuatro grupos
separados de casos europeos en los que nuevos partidos y partidos Surgieron
sistemas y que, siendo diferentes entre sí, también enfrentaron problemas de
consolidación bastante diferentes. Primero, hay casos clásicos en los que Stein
Rokkan estaba más preocupado por su modelo de desarrollo, y cuáles fueron los
sistemas de partidos que surgieron, y luego se "congelaron" en su lugar a raíz del
"establecimiento de una democracia electoral universal e igualitaria" ( Rokkan,
1970: 75) en la Europa de principios del siglo XX, y que también incluye, casi
como una categoría separada, los sistemas de partidos, como el de Irlanda, que
surgió no solo a raíz de la democratización, sino también en el contexto de La
creación de un nuevo sistema político independiente. En segundo lugar, hubo
casos de sistemas de partidos nuevos o revividos, que surgieron en la Europa
continental a fines de la década de 1940 luego de largos períodos de gobierno
autoritario, como en Alemania e Italia. En tercer lugar, y quizás más comparable
a estos últimos casos, hubo nuevos sistemas de partidos que surgieron de décadas
de gobierno autoritario en Portugal y España en los años setenta. Finalmente, y
más recientemente, ahora existe la enorme variedad de casos de sistemas de
73
partidos emergentes en la Europa poscomunista. Es en este último grupo en el que
me concentraré, prestando especial atención al este de Europa central y, al mismo
tiempo, trataré de extraer algunas lecciones de las experiencias de los otros grupos
de sistemas de partidos emergentes (véase también Cotta, 1995; Morlino, 1995;
Pempel, 1990).
LA DEMOCRATIZACIÓN POST-COMUNISTA ES DIFERENTE
La primera y más obvia diferencia a destacar es que los nuevos sistemas de
partidos de la Europa poscomunista están surgiendo a raíz de un proceso de
democratización que es en sí mismo sui generis. Por ejemplo, y ante el riesgo de
exagerar y generalizar demasiado, se puede argumentar que la Europa
poscomunista representa lo que realmente es el primer caso de democratización
europea que se produce en ausencia efectiva de una verdadera sociedad civil. Con
pocas excepciones, entre las que se encuentran Solidarity y la Iglesia Católica en
Polonia, así como las Iglesias Evangélicas en Alemania Oriental, las
organizaciones sociales que existían antes del colapso de los regímenes
comunistas de larga data gozaban de poca o ninguna autonomía de lo que Michael
Waller (1994) ha denominado el "monopolio del poder comunista". Tampoco, con
la excepción de un interés agrario ocasionalmente autónomo, la estructura
económica prevaleciente ofrecía una base para la organización social
independiente o los intereses colectivos. Y mientras que la mercantilización, que
a menudo comenzó en forma limitada incluso antes del colapso del régimen
comunista, ofreció la posibilidad de una cristalización eventual de intereses, su
gran aceleración a fines de los años ochenta condujo en el corto plazo a lo que
Judy Batt (1991: 50) se refiere a "un grado sin precedentes de desestructuración
social, volatilidad y fluidez".
En este sentido, la transición en la Europa poscomunista difería notablemente de
las que habían tenido lugar anteriormente en el sur de Europa, e incluso de aquellas
otras transiciones gestionadas a raíz de la Segunda Guerra Mundial. El poder en
los regímenes no democráticos puede ser indivisible, pero el alcance del
monopolio del poder claramente no tenía precedentes en Europa oriental. De
hecho, el proceso de democratización en sí no tenía precedentes. En la Europa
poscomunista, como ha afirmado Claus Offe (1992: 14), de hecho nos
encontramos ante una "triple transición", un proceso que implica no solo la
democratización, sino también la mercantilización y la transformación económica
general, así como, bastante a menudo, la propia construcción del estado, al menos
en lo que respecta a la solución de los problemas territoriales. Por lo tanto, estamos
hablando de un recorrido más o menos simultáneo de tres etapas cruciales de un

proceso que, como señala Offe, "se dominó durante una secuencia de siglos (desde
el estado nación al capitalismo y luego a la democracia)" en el Caso de los países
europeos 'normales' occidentales.
Sin embargo, incluso más allá de las tensiones severas impuestas por una
transición tan triple, también existe una diferencia fundamental entre lo que Offe
podría denominar el proceso "normal" de democratización europea y el que
ocurrió en la Europa poscomunista. Más precisamente, cuando se produjo la
democratización como resultado de la apropiación y la introducción de la
"democracia electoral universal e igualitaria", como sucedió en la mayoría de los
países de Europa occidental hace casi un siglo, generalmente implicaba poco más
que la apertura de un sistema político ya existente. Cuando la democratización se
produce como resultado del colapso o la derrota de un régimen previamente no
democrático, por otra parte, requiere una reestructuración total del sistema. Para
decirlo de otra manera, y siguiendo a Dahl (1971: 1-16; véase también van Biezen,
1995), la democratización en la Europa de principios del siglo XX implicó la
extensión del derecho a participar en regímenes en los que ya se había aplicado el
principio de contestación establecido, mientras que la democratización de los
antiguos regímenes comunistas ha implicado el establecimiento del principio de
contestación en regímenes que ya eran participantes.
Esto tiene dos implicaciones importantes. Primero, considere el modelo de
desarrollo que elaboró Rokkan y que aplicó a las democracias establecidas en
Europa occidental: "el término ad quern", escribió, "es el establecimiento de una
democracia electoral universal e igualitaria y el" congelamiento "de las
alternativas de los partidos" en la mayoría de los países durante las décadas de
1920 y 1930, al menos antes de la Segunda Guerra Mundial '(1970: 75). Pero, ¿de
qué precisamente fue este el "final" de? ¿Qué fue precisamente lo que culminó en
este punto final 'congelado'? En esencia, como lo elaboró Rokkan (1970: 227) en
otra parte, fue un proceso marcado por cuatro etapas cruciales: '[primero] la
incorporación formal de estratos y categorías de residentes mantenidos fuera del
sistema según los criterios originales; [segundo] la movilización de los ciudadanos
en las elecciones electorales; [tercero] su activación en la participación directa en
la vida pública; [cuarto] la ruptura de los sistemas tradicionales de gobierno local
a través de la entrada de partidos organizados a nivel nacional en las elecciones
municipales, lo que llamamos el proceso de politización '. Y el fin, entonces, el
término, fue la congelación de los sistemas de partidos que habían surgido durante
estas cuatro etapas. Pero, ¿qué sucede cuando aplicamos esta lección a los sistemas
poscomunistas? Aquí el patrón es necesariamente diferente, ya que aquí, aunque
en una forma algo mutante, estas cuatro etapas en realidad se habían recorrido
74
antes de la aparición de los nuevos sistemas de partidos. En otras palabras, estos
nuevos sistemas de partidos no fueron el resultado de un proceso de
democratización y politización a largo plazo, sino que se crearon después de ese
proceso, ya que los ciudadanos ya habían sido "incorporados", "movilizados" de
manera efectiva. , 'activado' y 'politizado' bajo el anterior régimen no democrático.
Y la pregunta interesante que esto plantea es si, en un proceso así revertido,
también hay un sesgo equivalente hacia la "congelación" de las alternativas. Mi
propia inclinación es sugerir que no es probable que exista tal sesgo; o, para decirlo
más suavemente, cualquier sesgo que exista será sustancialmente más débil de lo
que fue el caso en Europa occidental a principios de este siglo. Como señalaron
Lipset y Rokkan (1967: 54), el proceso de democratización en Europa occidental
tendió a dar lugar a un "alto nivel de movilización organizativa de la mayoría de
los sectores de la comunidad", y fue esto lo que "dejó muy poco margen para una
decisión decisiva" avance de nuevas alternativas de partido’. A lo que se refieren
aquí, por así decirlo, son los mecanismos del proceso de congelación, y casi no
hay nada equivalente que señalar en la transición post-comunista. Es en este
sentido que podemos anticipar que los sistemas de partidos que surgen después de
la democratización, que es la experiencia poscomunista, pueden reflejar una
dinámica bastante diferente a las que surgieron durante el proceso de
democratización, que fue la experiencia "normal" de Europa occidental. . En otras
palabras, lo que vemos en la Europa poscomunista no es un término sino un punto
de partida, un comienzo. Y eso sin duda hace una diferencia.
La segunda, y relacionada, implicación de esta puesta en escena se puede exponer
más brevemente, y es que los creadores de la constitución en estas nuevas
democracias ahora se ven obligados a reestructurar el sistema político y establecer
procedimientos para la competencia en un contexto en el que la política de masas
Ya está establecido. Esta es también una diferencia importante, a la que volveré
más adelante, ya que sugiere que el alcance de la competencia intensa se verá
enormemente mejorado. En este sentido, tal vez, el caso irlandés ofrece uno de los
paralelos más cercanos de Europa occidental a la experiencia poscomunista, en el
sentido de que Irlanda tenía un electorado más o menos completamente liberado
en el momento de obtener la independencia, y por lo tanto ya estaba operando en
un contexto de política de masas cuando se propuso crear nuevas estructuras
institucionales. También podría señalarse que, en este proceso, Irlanda
experimentó un período de pronunciada inestabilidad e intensa competencia
política, y aquí también podemos encontrar ciertos paralelos sombríos con la
experiencia poscomunista.

EL ELECTORADO Y LAS PARTES SON DIFERENTES
La segunda diferencia importante a tener en cuenta sobre estos nuevos sistemas de
partidos es que se enfrentan a un tipo de electorado muy diferente, un electorado
que, casi por definición, es sustancialmente más abierto y más disponible que los
de las democracias establecidas.
En general, los electorados en las democracias establecidas tienden a ser
relativamente cerrados, caracterizándose por la presencia de un conjunto
estructurado de preferencias partidistas y por un alto grado de previsibilidad. De
hecho, a pesar del énfasis reciente en la literatura sobre la importancia del cambio
y la inestabilidad en los alineamientos electorales (por ejemplo, Franklin, Mackie,
Valen et al, 1992), las tendencias a largo plazo continúan indicando un sesgo
sorprendente hacia la continuidad y la persistencia dentro del sistemas de partidos
establecidos (Bartolini y Mair, 1990; véase también el Capítulo 4 más arriba). Los
electorados recientemente democratizados, por otro lado, tienden a ser más
abiertos y más disponibles, y por lo tanto también tienden a ser más volátiles e
inciertos.
Hay dos razones principales para esto. En primer lugar, los electorados de nueva
democratización en general, y los electorados poscomunistas en particular, tienen
menos probabilidades de ser sostenidos por una fuerte estructura de división, y en
este sentido tienen menos probabilidades de ser fácilmente estabilizados o
congelados. Esto no quiere decir que estos electorados sean completamente
homogéneos, o que no tengan ninguna diferenciación basada en la estratificación
social, la ocupación, el origen étnico, la religión o lo que sea. Al contrario: en
algunos casos, es claro que las divisiones a lo largo de algunas o todas estas líneas
son al menos tan importantes como las divisiones equivalentes en las democracias
establecidas, como lo atestigua la importante investigación reciente de Kitschelt
(1992, 1995), Toka (1993), y otros (por ejemplo, Evans y Whitfield, 1993; Rose y
Makkai, 1995; McAllister y White, 1995). Pero mientras que en cualquier
momento en el tiempo podría ser posible identificar divisiones sociales y de actitud
que se asocian más o menos claramente con uno o más partidos en las democracias
poscomunistas, la fluidez de la estructura social por un lado, juntas con la relativa
falta de cristalización de identidades en el otro, sugieren que tales fundamentos
son, hasta ahora, poco probables de constituir un patrón estable de alineaciones.
Mientras que las estructuras de división actúan para estabilizar los electorados,
tienden a hacerlo lentamente, con el resultado de que casi independientemente de
la región o el momento, los primeros años de los sistemas de partidos y los
75
primeros años de los electorados recientemente democratizados, tienden a ser los
más inestables.
Esto fue en gran parte cierto para Alemania e Italia en los primeros años de la
posguerra, por ejemplo, como lo fue para Portugal y España hasta finales de los
años 80, mientras que una tendencia más generalizada hacia una marcada
inestabilidad también fue caracterizadora de la mayoría de los otros sistemas de
partidos de Europa occidental, a raíz de la expansión del sufragio y la plena
emancipación en la primera parte del siglo (Bartolini y Mair, 1990: 68-95; véase
también Morlino, 1995: 317-28). El contraste en los patrones en estos grupos de
países recientemente democratizados con los de los sistemas de partidos
establecidos de Europa occidental es ciertamente bastante sorprendente (ver Tabla
8.1). La volatilidad electoral promedio en Europa occidental entre 1960 y 1989,
por ejemplo, fue de solo 8.4 por ciento, lo que indica que, en términos netos
agregados, un promedio de solo uno de doce votos cambió entre diferentes partidos
en elecciones consecutivas durante este período. En el período de 1918 a 1930, en
contraste, cuando la mayoría de los sistemas de partidos europeos estaban
emergiendo en una democracia plena e igualitaria, la volatilidad promedió el
12,3%, la mitad nuevamente que en las democracias establecidas de la posguerra,
alcanzando, por cierto, casi el 16%. Centavo en el nuevo caso irlandés
"doblemente". En los nuevos sistemas de partidos emergentes tanto de Alemania
como de Italia, la volatilidad también fue alta, con un promedio del 14 por ciento
en las tres primeras elecciones en cada caso, mientras que en Grecia y España la
volatilidad promedio alcanzó casi el 16 por ciento en las primeras tres elecciones
posteriores a la transición. Aunque aquí se debe enfatizar que, con menos del 9%
de volatilidad, el caso portugués se mostró inusualmente estable. Sin embargo,
incluso estos altos niveles de volatilidad palidecen en comparación con los
registrados en las primeras elecciones post-comunistas, donde un promedio de casi
el 25 por ciento de los votos se intercambió entre los partidos en los primeros pares
de elecciones en la República Checa, Hungría y Polonia. , y Eslovaquia.
En cualquier caso, y este es el segundo y más importante punto, también se puede
argumentar que las estructuras de división que han demostrado ser tan importantes
en la estabilización de los sistemas de partidos de Europa occidental son más que
simples divisiones en los estratos sociales o identidades adscriptivas. Más bien,
también han involucrado la movilización de identidades políticas colectivas y,
sobre todo, las redes organizativas, que, combinadas con un fuerte respaldo social,
han segmentado efectivamente muchos de estos electorados en bloques partidistas
relativamente estables y cerrados. Y esto, a su vez, como nos recuerda Sartori

(1969), es al menos en parte el resultado de la intervención independiente de los
partidos políticos y otras organizaciones.
No hace falta decir que, en las democracias poscomunistas, tal intervención
partidaria independiente es, por decir lo menos, bastante mínima. En otras
palabras, no solo el electorado es diferente, sino que los partidos que "organizan"
ese electorado también son diferentes y, en particular, están menos arraigados
dentro de la sociedad civil (ver el valioso análisis de Kopecky, 1995, que trata este
aspecto) en mucho mayor longitud). Hay una serie de elementos involucrados aquí
En primer lugar, muchos de los nuevos partidos son principalmente "creados
internamente" (Duverger, 1954), partidos de arriba hacia abajo, que se han
originado dentro del parlamento o en el nivel de élite, en lugar de haber sido
creados desde el suelo. Y, como todas las partes, es menos probable, o
simplemente menos capaz, de establecer una red organizativa sólida a nivel
masivo. En este sentido, y casi inevitablemente, son partidos que están sesgados
hacia un énfasis en "el partido en la función pública" en lugar de "el partido en el
terreno" (Katz y Mair, 1993). Por supuesto, esto no sería cierto para ninguna de
las partes 'creadas externamente', que, por definición, comienzan con una
organización de masas en el terreno, y que luego utilizan esto como una base desde
la cual lanzar y encomendar a una parte en un cargo público. . A primera vista, sin
embargo, la Europa poscomunista parece ofrecer algunos ejemplos de partidos
creados externamente, en el sentido de que incluso las excepciones más probables,
como las diversos partidos post-Solidaridad en Polonia, se han vuelto tan
fracturadas y fisioneras que podrían Ahora también es mejor considerarlas
principalmente como manifestaciones parlamentarias. Además, al menos en
ciertos casos, como el Fidesz húngaro, por ejemplo, en lo que quizás sea una vana
esperanza de limitar el alcance del conflicto a través de la "monopolización de las
políticas" a nivel de élite, 3 las partes que han surgido a veces han basado ellos
mismos en un rechazo consciente de la participación popular.
Sin duda, en las democracias establecidas, muchos de los partidos ahora
prominentes también comenzaron dentro del parlamento, y como creaciones
"internas". En estos casos, sin embargo, tales partidos rara vez gozaban del control
exclusivo, y generalmente eran desafiados por oponentes creados externamente, a
los que finalmente se adaptaron en un proceso que Duverger (1954) debía definir
como el "contagio de la izquierda", que llevó a El eventual predominio en Europa
occidental del modelo de partido de masas. En otras palabras, existían modelos de
organización de partidos en competencia, en los que los méritos del modelo de
partido de masas pronto se hicieron evidentes de una manera que animó a otros
tipos de partidos a imitarlo (véase también el Capítulo 5 más arriba). En la Europa
76
poscomunista, por otro lado, y esto también podría decirse que para muchos de los
partidos en España, si no en Portugal, parece que se está haciendo, o se ha hecho
poco esfuerzo, para construir organizaciones populares fuertes que puedan , como
lo señalaron Lipset y Rokkan (1967: 51), "restringir el mercado de soporte". Y en
tales circunstancias, es muy poco probable que se produzca algún efecto de
contagio. En resumen, la ausencia de un desafío (exitoso) de un partido de masas
probablemente favorecerá el mantenimiento continuo de las organizaciones de
partidos elitistas, incluso a medio y largo plazo.
Por lo tanto, es interesante observar que incluso cuando permitimos la reciente
disminución relativa en muchos de los países de Europa occidental, la membresía
de los partidos en las nuevas democracias todavía se ubica sustancialmente por
debajo de los niveles que ahora se están registrando en las democracias
establecidas (véase también Morlino, 1995: 330-8). En Portugal y España, por
ejemplo, los niveles de membresía de los partidos ascienden actualmente a menos
del 5% del electorado, en comparación con un promedio de casi el 10% en las
democracias europeas establecidas desde hace mucho tiempo (ver Tabla 8.2). En
la Europa poscomunista, los niveles son aún más reducidos, con un poco más del
3% en Eslovaquia, el 2,5% en Hungría y solo el 1,5% en Polonia. De hecho, la
única excepción posible a este patrón, la República Checa, debe su relativamente
alta proporción de afiliados del 6,4% en gran parte al legado organizativo del ex
Partido Comunista marginal, que en 1993 representaba casi dos tercios de los Cifra
total (Kopecky, 1995).
Por supuesto, se podría argumentar que cualquier comparación de este tipo con las
democracias establecidas es injusta, especialmente en el caso de las democracias
poscomunistas, y que simplemente ha habido muy poco tiempo disponible para
que los partidos desarrollen organizaciones de masas en el terreno. . Si las partes
son diferentes, entonces es solo porque son nuevas y, con el tiempo, es probable
que desarrollen raíces cada vez más fuertes dentro de la sociedad civil. Sin
embargo, a diferencia de esto, se pueden citar los niveles de membresía de Portugal
y España, que, a pesar de más de dos décadas de democracia, aún se encuentran
muy por detrás de los de la mayoría de las democracias establecidas. Además,
también es claro que si bien una tradición de membresía masiva es difícil de
ignorar, y por lo tanto, mientras la membresía sigue siendo importante para
muchos de los partidos tradicionales en las democracias establecidas, los nuevos
partidos pueden encontrar que ganar una membresía grande es más problemático
que merece la pena. Por valiosos que sean en algunos aspectos, los miembros
pueden ser una molestia política y administrativa para los líderes del partido (Katz,
1990; Scarrow, 1994a; Kopecky, 1995; ver también el Capítulo 6 más arriba), y

los costos financieros y de campaña de los bajos niveles de membresía pueden
ahora puede ser fácilmente compensado por el acceso a los medios de
comunicación, así como por los subsidios estatales, cuyo principio se estableció
rápidamente en casi todos los casos recientes de democratización. La membresía
en masa bien pudo haber sido una prioridad en la construcción de partidos en el
pasado; Sin embargo, para los partidos modernos, y estos incluyen los nuevos
partidos que se desarrollan en la Europa poscomunista, su relevancia podría ser
cuestionable. Por lo tanto, los incentivos para adquirir una posición fuerte en el
terreno bien podrían estar más marcados por su ausencia que por su presencia en
muchas de las nuevas democracias.
En resumen, si podemos concebir las divisiones como derivadas de identidades
colectivas fuertes y duraderas, que, a su vez, se derivan, al menos en parte, del
anclaje creado por una estructura social estable, por una parte, y la intervención
organizativa de partidos y grupos relacionados por el otro, entonces parece
plausible concluir que, al menos en el mediano plazo, es poco probable que las
democracias poscomunistas desarrollen fuertes estructuras de división. Y, ceteris
paribus, esto también significa que es probable que sigan caracterizándose por los
electorados marcadamente abiertos y disponibles, que, además, como atestiguan
las cifras de participación, aún no son totalmente participantes.
EL CONTEXTO DE LA COMPETENCIA ES DIFERENTE
La tercera diferencia importante entre los sistemas de partidos establecidos, por
una parte, y los nuevos sistemas de partidos post comunistas en particular, por otra,
implica el contexto de la competencia. Una vez más, hay una serie de factores
involucrados.
En primer lugar, y en contraste con la situación en las democracias establecidas,
la clase política emergente en casi cualquier nueva democracia es menos probable
que se caracterice por un patrón estable de comportamiento organizacional. En
otras palabras, es menos probable que las elites políticas estén motivadas por
lealtades y compromisos organizacionales y, en consecuencia, es más probable
que resuelvan conflictos y/u obtengan beneficios políticos al separar y establecer
partidos separados, o al participar en fusiones a corto plazo y alianzas con otras
partes. Como sabemos, este tipo de división y fusión de partidos es relativamente
poco común en las democracias de Europa occidental; de hecho, una encuesta de
datos en catorce países y 147 elecciones en la Europa occidental de posguerra
reveló solo cincuenta y cinco casos registrados de fisión o fusión entre diferentes
partidos (Mair, 19906); es decir, un promedio de un solo caso de fisión / fusión
77
para casi cada tres elecciones. El patrón es claramente probable que difiera en las
nuevas democracias. Como es evidente, los partidos que emergen en la
competencia electoral son, en general, nuevos partidos que, por definición, carecen
de una posición establecida, estatus y legitimidad dentro del electorado en general.
Además, y en contraste con la situación en las democracias establecidas, también
son, por definición, partidos no institucionalizados, que es poco probable que
hayan adquirido el tipo de identidad que sobresale de su primer liderazgo (véase
también Kopecky, 1995) y que es al mismo tiempo un activo (en el sentido de que
los votantes pueden identificarse con el partido sin importar los cambios en la
política o el liderazgo) y una responsabilidad (en ese sentido, los esfuerzos para
crear una nueva imagen para un partido establecido a menudo se fundan ante las
ideas preconcebidas a largo plazo) y expectativas).
De esto se desprende que es poco probable que muchos de los nuevos partidos en
las nuevas democracias estén en posición de ejercer una sanción organizativa real
sobre los posibles disidentes dentro de sus filas, y que pueden hacer poco para
desalentar a las élites fraciosas de establecerse por su cuenta. Y precisamente
debido a que es poco probable que la organización matriz tenga alguna legitimidad
especial o se pare ante los ojos del electorado, las propias élites arriesgadas no
serían conscientes de los grandes costos que implica la ruptura. Por la misma
razón, las fusiones de partidos y las alianzas electorales no parecen conllevar
mucho riesgo, al menos electoralmente, ya que es probable que todavía haya poco
en el camino de una identidad establecida que estaría en peligro de quedar
sumergida. Dado que casi todas las partes son nuevas en la escena, incluso las
partes más nuevas que resultan de divisiones y fusiones pueden comenzar
prácticamente en igualdad de condiciones. Por lo tanto, es probable que el
resultado sea un flujo continuo (y posiblemente incluso una fragmentación
continua) en el formato de los nuevos sistemas de partidos emergentes, y esto, a
su vez, también es probable que tenga un impacto en el contexto de la competencia.
Durante las tres primeras elecciones tanto en Portugal como en España, por
ejemplo, se produjeron al menos veintidós casos de fisión o fusión de partidos, una
proporción que es aproximadamente diez veces mayor que la registrada en las
democracias establecidas durante los cuarenta años que transcurrió desde
mediados de la década de 1940 hasta finales de la década de 1980.
No solo es probable que las fronteras entre las diferentes partes se crucen y se
rompan por fisión y fusión frecuentes, sino que también es probable que haya una
marcada distorsión de los límites entre todas estas partes, por una parte, y otras.
Serían agencias representativas en el otro. Nuevamente, esto es, o ciertamente fue,
poco común en las democracias establecidas, donde, al menos en términos de

definición, siempre se ha considerado posible y necesario distinguir el concepto
de partido del de grupo de interés y / o (nuevo) movimiento social. . La precisión
con que se define esta distinción varía de un autor a otro; sin embargo, en el fondo,
la definición mínima que se usa tiende a coincidir con, y se expresa mejor, en la
de Sartori (1976: 64): 'un partido es cualquier grupo político que se presenta en las
elecciones y es capaz de ubicarlo en las elecciones, candidatos para cargos
públicos’. Esta es una definición simple, efectiva y de fácil aplicación, que
distingue a los grupos que pretenden influir en el gobierno desde el exterior, y
aquellos que pretenden, o tienen el potencial, convertirse en parte del gobierno.
Además, también nos permite distinguir el papel y la función de estas diferentes
organizaciones dentro del sistema político. A primera vista, sin embargo, esto no
parece ser una distinción muy útil cuando se aplica a las nuevas democracias, y
especialmente a las democracias poscomunistas, donde algo tan específico como
el partido no se separa fácilmente de una amplia gama de asociaciones alternativas.
De este modo, lo que entendemos en muchos otros sentidos como grupos de interés
o (nuevos) movimientos sociales también se convierten en competidores para
cargos públicos; y lo que normalmente podríamos entender como un partido (en
base a su presentación, a través de elecciones, candidatos para cargos públicos)
resulta en muchos otros sentidos del término como un grupo de interés o un
(nuevo) movimiento social. Es en este sentido que los límites entre los partidos y
otras asociaciones se vuelven borrosos, y es en este sentido que la arena política
en el nivel de la élite también es más abierta y, por lo tanto, es más probable que
fluya, lo que complica aún más el contexto de la competencia. .
El segundo factor importante que es relevante aquí, y que también puede tener un
impacto en el contexto de la competencia y, por lo tanto, promover la
incertidumbre electoral es la fuerte presencia de lo que podría denominarse
"incentivos institucionales a la inestabilidad". En un estudio anterior de los
electorados en Europa occidental en el período 1885-1985, se argumentó que gran
parte de la variación en la (in) estabilidad electoral en los países y en el tiempo
podría explicarse en gran medida, y más sencillamente, como el resultado de dos
presiones en conflicto (Bartolini y Mair, 1990: 253-308). Por un lado, como se
señaló anteriormente, existía la presión de estabilidad que derivaba de la
resistencia de las estructuras de escisión. Por otro lado, también existió la presión
hacia la inestabilidad que se derivó de los cambios en la estructura institucional
dentro de la cual compitieron las partes, así como de los cambios en la estructura
del propio sistema de partidos. Estos últimos elementos incluyen características
tales como cambios en las leyes electorales, cambios en la franquicia, cambios en
los niveles de participación y cambios en el número de partidos. En la medida en
que estos demostraron ser más poderosos que los factores de escisión
78
competitivos, el sistema demostró ser relativamente inestable (Francia es un
ejemplo típico). En la medida en que los factores de escisión resultaron más
poderosos, por otra parte, el sistema tendía a ser relativamente estable (Suecia es
un ejemplo típico). De hecho, en Europa occidental, en general, los cambios en el
contexto institucional han sido relativamente infrecuentes, lo que ha permitido que
los factores de división predominen y contribuyan así a la tendencia a largo plazo
hacia la estabilidad.
En cambio, en las nuevas democracias, y especialmente en las democracias
poscomunistas, el entorno institucional es excepcional e inevitablemente inestable,
y los conflictos sobre el establecimiento inicial y la posterior adaptación de las
reglas constitucionales del juego son una de las características más evidentes de
Proceso de transición democrática y consolidación (ver también abajo). Hay poca
necesidad de detallar este aspecto aquí, ya que es el tema de una extensa literatura.
Sin embargo, lo que se puede enfatizar es que el proceso de estructuración
institucional no suele ser algo que se pueda completar rápidamente. Las
constituciones básicas deben escribirse más o menos desde cero, e incluyen
elecciones que son de importancia fundamental para el carácter y el
funcionamiento del sistema de partidos (por ejemplo, Lijphart, 1991), y esto en sí
mismo es claramente un proceso largo; incluso cuando finalmente se escriben,
estas constituciones están sujetas a frecuentes enmiendas, un proceso que tal vez
es especialmente evidente en las revisiones regulares de las leyes electorales; y
finalmente, incluso cuando hay un acuerdo básico sobre las reglas formales, hay
conflictos persistentes sobre interpretaciones y competencias, como puede verse
más claramente en las tensiones generalizadas entre las prerrogativas
presidenciales y parlamentarias que ahora caracterizan a muchas de las
democracias poscomunistas. Como ha señalado Jan Zielonka (1994: 87) con
particular referencia a la experiencia rusa reciente, pero también es más o menos
cierto en toda la región poscomunista:
todo el marco institucional es... en flujo, causando caos, fricción e ineficiencia.
Las instituciones estatales están asumiendo nuevos roles y prerrogativas en
condiciones de intensa lucha política, rápido cambio social y enorme confusión
legal. Las reglas básicas de la negociación institucional son constantemente re-
articuladas y renegociadas. A las instituciones les resulta difícil adquirir el apoyo
público y las habilidades profesionales (por no decir nada de coherencia interna y
adaptabilidad) que necesitan para enfrentar los complejos desafíos que enfrentan.
Al mismo tiempo, a menudo se enfrentan agonizantemente entre ellos por el
prestigio, la autoridad y los procedimientos.

Y precisamente porque es poco probable que desaparezca esta incertidumbre
institucional, al menos en el futuro a mediano plazo, también implica que el
contexto de la competencia continuará siendo incierto. Y esto, a su vez, cuando se
suma a la imprevisibilidad en relación con el número de partidos que compiten por
las elecciones en las nuevas democracias (ver más arriba), casi inevitablemente
promoverá una mayor incertidumbre e inestabilidad.
El último factor que es relevante aquí tiene que ver con una característica adicional
que también ha desempeñado un papel crucial en la estabilización de los
electorados en las democracias occidentales establecidas, y que también está
inevitablemente marcada por su ausencia en las nuevas democracias, y es la
existencia de una clara Estructura de la competencia. Aunque esto se considera
con mayor detalle en el Capítulo 9 (abajo), vale la pena señalar aquí que hay dos
patrones contrastantes en la estructura de la competencia de partidos que pueden
distinguirse. Por un lado, una estructura de competencia de partidos puede ser
relativamente cerrada, y por lo tanto altamente predecible, con poco o ningún
cambio a lo largo del tiempo en el rango de alternativas de gobierno o en el patrón
de alternancia, por ejemplo, y con nuevos partidos que lo encuentran virtualmente.
Imposible romper el umbral del gobierno. Una estructura de competencia tan
cerrada restringe claramente las preferencias de los votantes, ya que limita la
elección de las opciones de gobierno de una manera similar a los límites en la
elección de partidos en sistemas no fragmentados, y al hacerlo también mejora la
estabilidad del sistema de partidos y, de hecho, ayuda a garantizar que los sistemas
de partidos generen su propio impulso y, por lo tanto, liberen su lugar (consulte
también el Capítulo 1 más arriba). Por otro lado, una estructura de competencia de
partidos puede ser relativamente abierta y, por lo tanto, bastante impredecible, con
diferentes patrones de alternancia de gobierno, con frecuentes cambios en la
composición de las alternativas de gobierno y con nuevos partidos que obtienen
un acceso relativamente fácil al cargo. Este tipo de patrón tiende a caracterizar
sistemas más fragmentados, especialmente donde no hay un gran partido central
del gobierno, y claramente ayuda a promover la inestabilidad al imponer pocas
restricciones a la elección de los votantes.
Lo que es de particular importancia en este contexto particular, sin embargo, es
que el cierre de una estructura de competencia requiere necesariamente el
desarrollo de normas y convenciones estables en los patrones de competencia y en
los procesos de formación del gobierno. Como tal, también es claramente una
función del tiempo. Como señala Sartori (1994: 37), es solo cuando el electorado
da por sentado un conjunto dado de rutas políticas y alternativas tanto como los
conductores dan por sentado un sistema dado de carreteras, [que] un sistema de
79
partidos ha llegado al escenario Sistema de consolidación estructural qua’.
Claramente, esto no es algo que se aprende fácilmente de novo, y, por lo tanto,
tampoco es algo que se pueda ver para caracterizar los "sistemas" de nuevos
partidos emergentes. De hecho, y como se señaló anteriormente, lo que quizás sea
más sorprendente acerca de los nuevos sistemas de partidos, como los que están
surgiendo actualmente en la Europa poscomunista, es precisamente su falta de
cierre y, por lo tanto, su falta de sistematización, entendida aquí como lo que se
entiende aquí. Sartori (1976: 43) se refiere al conjunto de "interacciones
modeladas" entre las partes. No solo es incierto el formato básico de estos nuevos
sistemas, ya que, como se ha enfatizado, los partidos como organizaciones a
menudo están bastante estructurados, sino también los modos de competencia y la
naturaleza de las alianzas y coaliciones entre partidos.
Visto desde esta perspectiva, el proceso a largo plazo mediante el cual los sistemas
de partidos pueden eventualmente consolidarse también puede verse como un
proceso a largo plazo mediante el cual la estructura de la competencia se vuelve
cada vez más cerrada y predecible, y mediante la cual, como Schattschneider
(1960) podría haberlo expresado. , el conflicto eventualmente se 'socializa'. Sin
duda, podría darse el caso de que en el futuro a más largo plazo se desarrolle una
estructura más cerrada y predecible en varias democracias poscomunistas. Pero
esto es, por definición, un proceso relativamente largo, y es solo recientemente,
por ejemplo, que una estructura de competencia razonablemente cerrada se ha
hecho evidente en los casos portugueses y españoles ahora más experimentados.
En resumen, los tres factores (interrelacionados) que actúan para dar forma al
contexto de la competencia, y todos los cuales son, o al menos fueron, más o menos
característicos de muchos de los sistemas de partidos establecidos, es decir, la
organización estable. Las estructuras, las certezas institucionales y las estructuras
de competencia relativamente cerradas tienden a estar marcadas por su ausencia
en el caso de los nuevos sistemas de partidos emergentes en general, y en el caso
de los sistemas de partidos post-comunistas en particular. Y es esta ausencia, a su
vez, la que probablemente desempeñará un papel tan crucial para alentar y facilitar
la inestabilidad electoral. Como mínimo, está claro que la combinación de una
estructura de división débil, un entorno institucional incierto e inestable y una
estructura de competencia muy abierta e impredecible no puede mejorar la
perspectiva de una rápida consolidación.

EL MODELO DE COMPETENCIA ES DIFERENTE
Esto, entonces, me lleva a mi última diferencia, y quizás la más importante, que
sigue casi como conclusión a la anterior: porque no solo el contexto de
competencia es diferente, como hemos visto, sino también el patrón de
competencia. Más específicamente, y dado el peso, de los factores identificados
anteriormente, es probable que las elites en las democracias nuevas, y en las
democracias poscomunistas en particular, sean sustancialmente más conflictivas y
contradictorias de lo que suele ser el caso en las democracias establecidas. En otras
palabras, y siguiendo la terminología de Lijphart (1968), es probable que las elites
en las democracias poscomunistas, al menos en el mediano plazo, opten por
estrategias conflictivas en lugar de coalescentes; o, para adaptar la terminología
más reciente de Lijphart (1984), es probable que la competencia resulte más
mayoritaria y, por lo tanto, contradictoria que consensual. Hay dos argumentos
principales que pueden adelantarse aquí, los cuales se basan en gran medida en el
tipo de razonamiento ex adverso al que se alude al comienzo de este capítulo.
En primer lugar, si bien se han desarrollado diversas razones para explicar una
tendencia hacia estrategias coalescentes y consensuales dentro de los sistemas
políticos, incluyendo, por ejemplo, el alcance del pluralismo social en un país
determinado (por ejemplo, Lijphart, 1977) o su grado de La apertura económica y,
por ende, la vulnerabilidad internacional (por ejemplo, Katzenstein, 1985), uno de
los argumentos más convincentes es el que sugiere que la cooperación y la
adaptación aumentarán en la medida en que los protagonistas operen en
condiciones de "seguridad política". O, para decirlo de otra manera, quizás más
familiar, es en situaciones de incertidumbre política que es probable que la
competencia sea más intensa.
Este, por ejemplo, ha sido uno de los argumentos más importantes para explicar la
tendencia a acomodarse en aquellas sociedades segmentadas en las que ningún
grupo posee una mayoría general (Pappalardo, 1981; Mair, 1994; véase también
el Capítulo 7 más arriba). En lugar de ser la consecuencia de cualquier cosa
inherente al pluralismo social en sí mismo, por ejemplo, como el temor a lo que
podría ocurrir eran estrategias conflictivas en lugar de consensuales, se considera
que la adaptación refleja la conciencia de que no se puede ganar mucho,
persiguiendo la victoria en situaciones en las que todos los votos ya están más o
menos comprometidos. Como dice Pappalardo (1981: 370-1): 'las condiciones de
estabilidad [derivadas] de la segmentación son un incentivo para la cooperación
porque una vez que no hay esperanza de ganar solo o de hacer un progreso
significativo a expensas de nadie más, es más fácil adaptarse y llegar a un acuerdo
80
para compartir las apuestas ". A la inversa, a medida que la segmentación se
erosiona y el mercado de votos se abre, somos testigos de "la aparición
concomitante de una competencia más o menos viva" (p. 375).
En otras palabras, es más probable que la competencia sea intensa en situaciones
en las que cada uno de los protagonistas relevantes pueda esperar razonablemente
lograr una victoria. Saber que es probable que seas derrotado, por otro lado, o al
menos sabiendo que no puedes ganar, es más probable que fomente el
compromiso. En este sentido, es la mera previsibilidad de las alineaciones en
muchos de los sistemas de partidos establecidos lo que tiende a fomentar la
cooperación, y por lo tanto es interesante observar que una política más consensual
tiende a fomentarse precisamente en aquellos sistemas políticos en los que ambos
son fuertes. Las redes organizacionales y / o las divisiones subculturales tienden a
atar a los votantes en comunidades electorales relativamente cerradas. Como
señala Pappalardo (1981: 370), citando a Lehmbruch (1974: 91), es porque "una
estrategia política de maximización de votos no puede funcionar donde" las
relaciones numéricas de los grupos rivales son bastante inflexibles ", [que] los
grupos son más probables Adoptar un comportamiento adecuado a la política de
alojamiento’.
No hace falta decir que estas condiciones no prevalecen en las democracias
poscomunistas. De hecho, si algo, como hemos visto, es precisamente una cultura
de incertidumbre que prevalece, y es esto lo que tenderá a promover estrategias
más competitivas. La sociedad civil es en sí misma desestructurada y volátil. Los
partidos como organizaciones están lejos de institucionalizarse. La pura frecuencia
de fisión y fusión de partidos, junto con los caprichos inducidos por umbrales
electorales desconocidos por un lado, y la falta de un electorado completamente
movilizado por el otro, significa que ni siquiera está claro quiénes son exactamente
o pueden ser los más relevantes. El mercado electoral en sí es a la vez maleable y
abierto, y los nuevos partidos emergentes parecen poco dispuestos o incapaces de
restringirlo, y prefieren confiar en estrategias electorales expansivas. Como lo
señala Kitschelt (1992: 9-10), es un proceso que involucra a 'actores políticos
emergentes que operan en entornos caracterizados por una incertidumbre extrema
y una alta interdependencia estratégica. Los actores aún pueden participar en
explorar cuáles son sus intereses y cómo perseguirlos. Este proceso está lleno de
errores y cambios repentinos. Más específicamente, es un proceso que fomenta el
conflicto en lugar del compromiso, y una política de puja en lugar de una política
de integración. En términos electorales, al menos, mucho está en juego.

También hay mucho que está en juego en términos sustantivos y estratégicos, por
supuesto, y este es el segundo argumento que es relevante aquí. Esto es, después
de todo, una "transición triple", que implica no solo un proceso que no tiene
precedentes, sino también uno que conlleva una carga de decisión notablemente
alta. Más específicamente, dada la gravedad de la situación en la que la política
pública tiene que determinarse actualmente en la Europa poscomunista, y dado el
impacto potencial de las opciones políticas en el entorno social y económico de
los ciudadanos comunes, está claro que lo que está ocurriendo lo que está en juego
en términos de competencia política entre los partidos es sustancialmente más
importante de lo que suele ser el caso en las democracias establecidas, donde los
cambios en el gobierno realmente no hacen una gran diferencia, y donde, aparte
de los efectos en las fortunas personales inmediatas de En las elites que compiten
entre sí, a menudo hay poco para elegir entre la victoria y la derrota. En las
democracias poscomunistas contemporáneas, todavía queda mucho por jugar. Y
esto, a su vez, puede significar que hay pocos incentivos reales para perseguir una
estrategia de adaptación.
Si, como sugiere Schattschneider (1960: 66), "la definición de las alternativas es
el instrumento supremo del poder", entonces está claro que la lucha por el poder
probablemente sea mucho más intensa en situaciones en las que, como está claro
En el caso de la Europa poscomunista, estas alternativas aún no se han definido.
Este nuevo escenario político es, por lo tanto, uno que se ha dejado abierto a un
patrón político más connictual y competitivo, y uno que bien podría generar una
renuencia a aceptar la legitimidad de las posiciones adoptadas por los opositores.
Pero también hay mucho más involucrado aquí que las preguntas de política
sustantivas. Desde el comienzo de la transición del gobierno comunista, las elites
políticas en Europa del Este han estado involucradas en lo que podría describirse
en términos algo sofisticados como "constitución de constitución" o "construcción
de sistema", y lo que en realidad es el establecimiento, desde Rasguño, de las
reglas del juego político. Estas reglas incluyen preguntas sobre cómo las partes
deben ser tratadas por la ley y por el estado; cómo se organiza el sistema electoral;
cómo se distribuirán los poderes legislativos y ejecutivos entre las diferentes
instituciones; cómo se deben especificar los poderes y la posición del jefe de
estado; cómo debe definirse el papel del tribunal constitucional y la constitución
misma; cómo se debe tratar el legado del pasado, y especialmente las personas
sobrevivientes que participaron en la creación de ese legado, y así sucesivamente.
Estos son temas profundamente importantes e involucran decisiones
profundamente importantes. Son estas reglas del juego las que, a corto y largo
81
plazo, ayudarán a determinar qué actores políticos tendrán éxito y cuáles
fracasarán. Por lo tanto, hay muchos intereses en juego, particularmente cuando
son los propios jugadores quienes, como señala Offe (1992: 17), 'determinan las
reglas según las cuales se jugará el juego futuro, y con las cuales se decidirá quién
será un compañero de juego Los actores son jueces en su propio caso. Y dado que
terminar con la parte perdedora en estas decisiones, o incluso tomar una posición
equivocada, puede resultar muy costoso para las perspectivas a largo plazo de los
actores involucrados, este proceso también les ofrece pocos incentivos para
comprometerse. En otras palabras, lo que está en juego no es solo ganar hoy, sino
también ganar mañana y el día siguiente. "Si la caída del poder pone en peligro el
bienestar y, eventualmente, la vida misma de quien posee el poder", señala Sartori
(1987: 42), "no renunciará al poder". A la inversa, si la seguridad de mantenerse
bien y vivo depende de "tener poder", entonces se buscará poder ferozmente, a
toda costa y con cualquier medio. Dicho de otra manera, el modo pacífico de la
política supone que los intereses de la política no son demasiado altos”. En el caso
poscomunista, sin embargo, como es evidente, hay mucho en juego; Todavía hay
mucho por lo que jugar.
Como he sugerido, la inestabilidad potencial a nivel del electorado y en el contexto
de la competencia ya genera una combinación incierta y volátil que, incluso en sí
misma, parece exacerbar el potencial de conflicto entre las diferentes élites. Si
luego agregamos a esa mezcla el hecho de que, en esta triple transición, estas elites
están jugando a niveles muy altos, tanto de manera sustantiva como estratégica,
entonces es difícil evitar la conclusión de que estos nuevos sistemas emergentes
también serán significativamente más competitivos que Es el caso de los sistemas
de partidos establecidos. De hecho, en lo que respecta a los últimos sistemas, lo
más sorprendente es el proceso a largo plazo mediante el cual la consolidación y
la institucionalización han tendido a erosionar la competitividad (Bartolini y Mair,
1990; véase también el Capítulo 5). ). El peligro, entonces, es la inestabilidad y la
incertidumbre que fomentan la competencia y el conflicto, lo que, a su vez,
fomenta una inestabilidad aún mayor. Y esto se traduce en una imagen muy
diferente a la de muchas de las democracias establecidas, donde la estabilidad y la
previsibilidad han tendido a fomentar el compromiso y la acomodación, y donde
el compromiso y la acomodación, a su vez, han tendido a promover una estabilidad
aún mayor, si no la complacencia.
Terminaré brevemente. Pocos negarían el carácter inherentemente inestable de los
nuevos sistemas de partidos en la Europa poscomunista. Es, además, un patrón de
inestabilidad que también se ha repetido en ocasiones anteriores, aunque menos
dramáticamente, en otros sistemas de partidos europeos emergentes, donde la

incertidumbre y los conflictos de intereses también a veces fomentan un fuerte
sentido de competitividad. Sin embargo, la pregunta clave que queda es si estas
adiciones más recientes al mundo de los sistemas multipartidistas competitivos,
como sus predecesores, también tenderán a establecerse con el tiempo y si también
se consolidarán.
Por un lado, podemos señalar las experiencias anteriores de democratización en
Europa y sugerir que la consolidación es simplemente una cuestión de tiempo y
experiencia. Al igual que Alemania e Italia en las décadas de la posguerra, y
Portugal y España en los últimos veinte años, las democracias poscomunistas
también se asimilarán al patrón establecido por las democracias establecidas. Por
otro lado, sin embargo, el carácter particularmente subdesarrollado de la sociedad
civil en la Europa poscomunista, la persistencia de la clase política y la gran
intensidad de la competencia política, todos sugieren que los diversos obstáculos
que se interponen en el camino hacia La consolidación comunista es
significativamente más pronunciada que en cualquiera de estos grupos anteriores
de políticas democratizadoras, y esto es lo que es claramente preocupante.
Como ha sido subrayado una y otra vez por varios analistas destacados, entre ellos
Przeworski, Valenzuela, Di Palma, y Schmitter y O'Donnell, la probabilidad de
una consolidación exitosa de la democracia depende en gran medida de la voluntad
de los protagonistas para alentar una Cultura de compromiso y alojamiento. Los
ganadores no deben llevarse todo. Al mismo tiempo, sin embargo, como he tratado
de enfatizar en este capítulo, la tensión impuesta por la triple transición en la
Europa poscomunista, el hecho de que hay mucho por jugar y el hecho de que los
diversos electorados, Al igual que los sistemas políticos en sí mismos, están
esencialmente disponibles, es probable que todos se combinen para desalentar
cualquier enfoque tan abierto. El problema es evidente: 'Por un lado', señala
Jasiewicz (1995: 455), 'existe una urgente necesidad de establecer y reforzar
instituciones y procesos democráticos, inmunes, tanto como sea posible, a los
intereses y preferencias particularistas de los Participantes (grupos o individuos)
involucrados. Por otro lado, nada más que estos mismos intereses y preferencias
motiva a los actores a buscar y promover soluciones institucionales [y políticas,
PM] específicas’.
9 fue solo una categorización casual; por el contrario, se creía que aprovechaba una
Sistemas de partidos y estructuras de competición.
La clasificación y categorización de los sistemas de partidos es ya un arte
establecido hace mucho tiempo. Por un lado, al anotar el número de partes en
82
competencia en una política determinada, y al menos tener en cuenta la forma en
que estas partes interactúan entre sí, siempre ha sido posible obtener una
perspectiva razonablemente valiosa de la Formas en que estas políticas difieren
unas de otras. Por otro lado, siguiendo un imperativo más normativo, a menudo
también ha resultado tentador rastrear el origen de los problemas de legitimidad y
estabilidad de los regímenes hasta el carácter de sus sistemas de partidos. Por
ambas razones, una comprensión de la naturaleza y el carácter del sistema de
partidos de un país siempre han recibido prioridad en el análisis comparativo
transnacional, incluso si los criterios por los cuales se comparan los sistemas de
partidos a menudo han sido objeto de debate.
Este capítulo comienza con una revisión de los principales enfoques existentes
para la clasificación de los sistemas de partidos, señalando tanto sus límites como
sus posibilidades cuando se aplican dentro del análisis comparativo. Luego, en la
segunda sección, se subraya la importancia de comprender la estructura de la
competencia en cualquier sistema de partidos dado, ya que, de muchas maneras,
toda la noción de un sistema de partidos se centra en el supuesto de que existe una
estructura estable de la competencia. Se puede considerar que las estructuras de
competencia son cerradas (y predecibles) o abiertas (e impredecibles),
dependiendo de los patrones de alternancia en el gobierno, el grado de innovación
o persistencia en los procesos de formación del gobierno y la variedad de partidos
que acceden a gobierno. El énfasis en la tercera sección está en la necesidad de
distinguir entre los procesos de cambio electoral por un lado, y los cambios en los
sistemas de partidos y las estructuras de competencia por el otro, una distinción
que también nos permite concebir situaciones en las que el cambio electoral Es la
consecuencia más que la causa del cambio del sistema de partidos.
ENFOQUES PARA LA CLASIFICACIÓN DE LOS SISTEMAS DE PARTIDO:
UNA REVISIÓN
El criterio más convencional y frecuentemente adoptado para clasificar los
sistemas de partidos es también el más simple: el número de partidos en
competencia. Por otra parte, la distinción convencional involucrada aquí también
ha resultado ser muy sencilla: entre un sistema bipartidista por un lado y un sistema
multipartidista (es decir, más de dos) por el otro (ver Duverger, 1954). Tampoco
distinción más fundamental entre democracias más o menos estables y
consensuales, que eran aquellas normalmente asociadas con el tipo de dos partidos,
en oposición a democracias más o menos inestables y conflictivas, que eran las
asociadas con el tipo multipartidista. Por lo tanto, se asumió que los sistemas

bipartidistas, que típicamente eran característicos del Reino Unido y los Estados
Unidos, y que invariablemente involucraban al gobierno de un solo partido,
aumentaban la responsabilidad, la alternancia en el gobierno y la competencia
moderada y centralizada. Por otro lado, los sistemas multipartidistas, que
generalmente requerían administraciones de coalición y que eran característicos
de países como Francia o Italia, impidieron que los votantes obtuvieran una voz
directa en la formación de gobiernos, no necesariamente facilitaron la alternancia
en el gobierno, y algunas veces Favorecidas confrontaciones extremistas,
ideológicas entre partidos políticos de base estrecha. Y aunque esta simple
asociación de los tipos de sistemas de partidos y la estabilidad y eficacia política
fueron luego cuestionadas por la investigación de las experiencias de algunas de
las democracias europeas más pequeñas, que se jactaron tanto de una multiplicidad
de partidos como de un fuerte compromiso con el gobierno consensual (por
ejemplo, Daalder, 1983). y lo que llevó a algunos observadores tempranos a tratar
de elaborar una distinción entre los sistemas multipartidistas "operativos" (por
ejemplo, los Países Bajos o Suecia) y los sistemas multipartidistas "no
funcionales" o "inmovilistas" (por ejemplo, Italia), la categorización central de los
partidos bipartidistas. Sin embargo, ver su multipartidismo ha continuado
obteniendo un gran apoyo dentro de la literatura sobre política comparada.
Esta simple distinción está, por supuesto, lejos de ser el único enfoque posible, y
desde Duverger se han realizado varios intentos para desarrollar criterios más
sensibles y discriminatorios (ver Tabla 9.1) .3 En la conclusión de su clásico
volumen de Oposiciones, para por ejemplo, Robert Dahl (1966) trató de alejarse
de una preocupación casi exclusiva simplemente con el número de partes, y
construyó una clasificación alternativa basada en la estrategia competitiva
adoptada por las partes opuestas, distinguiendo entre estrategias competitivas,
cooperativas y coalescentes, y distinguiendo aún más entre la oposición en la arena
electoral y la oposición en la arena parlamentaria (véase también Laver, 1989).
Esto llevó a Dahl a elaborar una tipología cuádruple, distinguiendo entre sistemas
estrictamente competitivos, sistemas cooperativo-competitivos, sistemas
competitivos coalescentes y sistemas estrictamente coalescentes. Poco después, en
lo que resultó ser un estudio muy influyente, Jean Blondel (1968) desarrolló una
tipología que tenía en cuenta no solo el número de partidos en competencia, sino
también su tamaño relativo (y, en un refinamiento posterior, su lugar), en el
espectro ideológico '), distinguiendo cuatro tipos: sistemas bipartidistas, sistemas
bipartidistas, sistemas multipartidistas con un partido dominante y sistemas
multipartidistas sin un partido dominante. Sin embargo, en la práctica, este nuevo
enfoque no hizo mucho más que mejorar la distinción tradicional de dos partidas
frente a las partidas multipartitas, al desagregar la categoría multipartita que de
83
otro modo estaba sobrecargada. El intento contemporáneo de Stein Rokkan (1968)
de clasificar los sistemas de partidos de las democracias europeas más pequeñas
también hizo poco más que desagregar la categoría multipartidista, en este caso
teniendo en cuenta la probabilidad de mayorías de un solo partido (similar al
partido dominante de Blondel) y el Grado en que hubo una fragmentación de los
puntos fuertes del partido minoritario. Utilizando estos criterios, Rokkan
desarrolló una distinción triple que involucraba un sistema de tipo 'británico-
alemán', en el cual el sistema estaba dominado por la competencia entre dos
partidos principales, con un tercero, un partido menor también en disputa; un
sistema de tipo 'escandinavo' en el que un gran partido enfrentaba regularmente
una alianza más o menos formalizada entre tres o cuatro partidos más pequeños; y
un sistema multipartidista 'par' en el que la competencia estaba dominada por tres
o más partidos de tamaño equivalente.
Por lo tanto, con la notable excepción de Dahl, estas clasificaciones tempranas han
permanecido estrechamente vinculadas al énfasis en el número de partidos, aunque
a veces se complementa con la atención a los pesos electorales relativos de los
partidos involucrados. En este sentido, también pueden relacionarse con la
importancia otorgada a los números de los partidos, o al 'formato' del sistema de
partidos, en la tipología más completa que más tarde fue desarrollada por Sartori
(1976: 117-323; para versiones anteriores de este tipología, ver Sartori 1966,
1970). Pero aunque el enfoque de Sartori enfatizó la relevancia de los números de
los partidos, también fue mucho más allá de esto al incluir un segundo criterio
principal que anteriormente se había ignorado en gran medida, es decir, la
distancia ideológica que separa a los partidos en el sistema. La tipología de Sartori,
que se refería explícitamente a las interacciones entre las partes en cualquier
sistema dado, lo que Sartori denomina los "mecánicos" del sistema, y que por lo
tanto se refería explícitamente a los patrones diferenciales de competencia, se basó
en la combinación de estos dos criterios. Por lo tanto, los sistemas de partidos
podrían clasificarse según el número de partidos en el sistema, en el cual existía
una distinción entre formatos con dos partidos, aquellos con hasta cinco partidos
(pluralismo limitado) y aquellos con unos seis partidos o más (extremo)
pluralismo); y de acuerdo con la distancia ideológica que separa a los partidos
extremos en el sistema, que sería pequeño ('moderado') o grande ('polarizado'). Sin
embargo, los dos criterios no fueron totalmente independientes, ya que Sartori
también argumentó que el formato del sistema, es decir, el número de partes,
contenía predisposiciones mecánicas (es decir, podría afectar el grado de
polarización) de manera tal que el pluralismo extremo podría conducir a la
polarización. La combinación de ambos criterios produjo tres tipos principales de
sistema de partidos: sistemas bipartidistas, caracterizados por un formato

evidentemente limitado y una pequeña distancia ideológica (por ejemplo, el Reino
Unido); Pluralismo moderado, caracterizado por un pluralismo limitado y una
distancia ideológica relativamente pequeña (por ejemplo, Dinamarca); y, que era
el más importante para la tipología, el pluralismo polarizado, caracterizado por un
pluralismo extremo y una gran distancia ideológica (por ejemplo, Italia en los años
sesenta y setenta y Chile antes del golpe de 1973). Además, Sartori también
permitió la existencia de un "sistema de partidos predominantes", un sistema en el
que un partido en particular, como, sobre todo, el Congreso en la India o los
Demócratas Liberales en Japón, consistentemente (es decir, durante al menos
cuatro legislaturas) ganaron una mayoría ganadora de escaños parlamentarios.
Hay una serie de razones por las cuales la tipología de Sartori puede considerarse
como la más importante de las que se describen brevemente aquí. En primer lugar,
es la más completa de todas las tipologías disponibles, tanto en términos de la
atención con la que se desarrolla como en la forma en que se aplica a los casos
empíricos. En segundo lugar, a pesar de la continua apelación de la simple
distinción bipartidista / multipartidista, posteriormente se ha empleado en una
variedad de sofisticados estudios nacionales y transnacionales, lo que permite
comprender mejor el funcionamiento de los sistemas de partidos, que es
simplemente incomparablemente mejor que la desarrollada por cualquiera de las
tipologías alternativas (por ejemplo, Bartolini, 1984; Bille, 1990). En tercer lugar,
como se señaló, está explícitamente preocupado por los patrones de competencia
y por las interacciones entre las partes, y en este sentido está más directamente
relacionado con el funcionamiento del propio sistema de partidos. Finalmente,
subraya la influencia ejercida por las propiedades sistémicas, y por el sistema de
partidos, sobre el comportamiento electoral y los resultados electorales. A
diferencia de cualquiera de las otras tipologías, por lo tanto, permite que el sistema
de partidos funcione como una variable independiente, restringiendo o incluso
dirigiendo las preferencias electorales. Este último aspecto es particularmente
importante en este contexto, y volveré sobre él en una etapa posterior.
Al mismo tiempo, sin embargo, y unos veinte años después de la publicación del
volumen seminal de Sartori, se pueden plantear preguntas sobre la utilidad
continua y la capacidad discriminatoria de la tipología, sobre todo por lo que ahora
es un posible hacinamiento en el "pluralismo moderado". Categoría y un vaciado
virtual de los tipos alternativos. Por ejemplo, y esta crítica también se puede
nivelar contra la clasificación tradicional de Duverger, ahora es relativamente
difícil encontrar un ejemplo inequívoco de un sistema bipartidista real. Los
Estados Unidos, que a menudo se cita como un modelo de dos partidos clásico,
podría describirse mejor como un sistema de "cuatro partidos", en el que un
84
sistema de dos partidos presidencial coexiste con un sistema de dos partidos del
Congreso separado, o incluso con cincuenta. Sistemas bipartitos, cada uno
funcionando por separado en cada uno de los cincuenta estados (por ejemplo, Katz
y Kolodny, 1994). Nueva Zelanda, que también ofreció un ejemplo clásico de
sistema bipartidista, actualmente está experimentando una fuerte presión hacia la
fragmentación, que probablemente se acentuará aún más con la reciente adopción
de una fórmula electoral proporcional. El Reino Unido, que también siempre fue
visto como el caso primordial de un sistema bipartidista, actualmente, aunque
quizás temporalmente, cumple con las condiciones de Sartori para un sistema de
partido predominante. Contra esto, por supuesto, podría argumentarse que varios
sistemas latinoamericanos, y particularmente Costa Rica y Venezuela, se están
moviendo más estrechamente hacia un modelo bipartidista, que podría restaurar la
relevancia de la categoría en su conjunto.
En el otro extremo, y particularmente debido al reciente declive y / o eclipse de
los partidos comunistas tradicionales, también se ha vuelto difícil encontrar un
ejemplo inequívoco de pluralismo polarizado. Los criterios de Sartori para este
último sistema se habían elaborado con mucho cuidado (1976: 131-73), pero
dependían de manera crucial de que existía una "difusión máxima de la opinión
[ideológica] '(p. 135), oposiciones bilaterales (p. 134) y por lo tanto,
necesariamente así, al existir un partido antisistema relevante (es decir, un partido
que "socava la legitimidad del régimen al que se opone" (p. 133)) en cada extremo
del espectro político. De esto se deduce que, si cualquiera de estas alternativas
antisistema se vuelve irrelevante o desaparece, se producirá una inevitable
atenuación de la difusión de la opinión y, por lo tanto, una reducción en el grado
de polarización, lo que obligará al caso a salir de la categoría. Este es ciertamente
el caso ahora en Francia, por ejemplo, donde el partido antisistema de la izquierda,
el Partido Comunista (PCF), fue debilitado lo suficiente como para ser admitido
en la oficina del gobierno en 1981; y en Italia, donde el Partido Comunista (PCI)
se dividió en el Partido Democrático de la Izquierda (PDS) inequívocamente
moderado y la alternativa más pequeña, más radical, pero sin duda contra el
sistema de la Refundación Comunista (RC). Además, con la llegada de la Alianza
Nacional-Movimiento Social (AN-MSI) a la oficina en el gobierno de Berlusconi
en 1994, también se puede ver que Italia ha abandonado su alternativa anti-sistema
de la derecha. Esto no sugiere que las oposiciones antisistema hayan dejado de
existir en todas partes; por el contrario, a pesar del eclipse de los partidos
antisistema tradicionales de la variedad comunista y fascista, varios sistemas de
partidos europeos se enfrentan ahora al surgimiento de nuevos partidos,
particularmente a la derecha, que bien podrían considerarse anti- sistema de
orientación, como el Frente Nacional en Francia, el Vlaams Blok en Bélgica y

posiblemente también el Partido Liberal ahora transformado en Austria (Betz,
1994; Ignazi, 1992, 1994; Mudde, 1995). Pero incluso si estos partidos reflejan
una opinión extrema en el lado derecho del espectro político, tienden a no ser
contrarrestados por un extremo antisistema equivalente en la izquierda, y por lo
tanto, por definición, los polos ya no están 'Dos polos separados' (Sartori, 1976:
135). En resumen, si los sistemas bipartidistas en un sentido estricto son difíciles
de encontrar, y si los ejemplos de pluralismo polarizado también son escasos en el
terreno, entonces, la mayoría de los sistemas tienden a agruparse en la categoría
de pluralismo moderado, 5 que claramente reduce El poder discriminador de la
tipología.
SISTEMAS DE PARTIDOS Y LA COMPETENCIA PARA EL GOBIERNO
Dicho esto, el enfoque de Sartori sigue siendo particularmente útil e importante ya
que, a diferencia de los enfoques alternativos, ayuda a centrar la atención
directamente en lo que quizás sea el aspecto más importante de los sistemas de
partidos, y en lo que distingue más claramente entre los diferentes sistemas de
partidos, y eso es la estructura de la competencia entre partidos, y especialmente
la competencia por el gobierno. Para estar seguros, podría argumentarse que esta
es, de hecho, la variable central que subyace a cada una de las otras clasificaciones
establecidas de los sistemas de partidos. La distinción clásica de Duverger (1954)
entre sistemas bipartidistas y sistemas multipartidistas, por ejemplo, se basa
aparentemente en el número de partidos en competencia, pero también puede verse
como sistemas diferenciadores en los que dos partidos principales compiten entre
sí por la cuestión de los cuales formará un gobierno (partido único) de aquellos en
los que el gobierno usualmente involucra algún tipo de coalición cambiante. En
una vena similar, la distinción de Rokkan (1968) entre el tipo británico-alemán ('1
vs. 1 + 1'), el tipo escandinavo ('1 vs. 3-4') y el tipo multipartito par ('1 vs 1 vs. 1
+ 2-3 '), aunque aparentemente' puramente numérico ', es realmente un intento de
aprovechar los diferentes patrones de formación de coaliciones. Pero si bien
alguna noción de la competencia por el gobierno bien podría haber informado estas
clasificaciones anteriores, ciertamente no enfrentaron el problema directamente.
De hecho, entre los enfoques alternativos, son solo las distinciones de Dahl (1966)
las que se acercan a abordar la cuestión de la formación del gobierno como una
característica clave de definición, aunque esta es secundaria a la cuestión más
central de identificar diferencias en las estrategias de los partidos en diferentes
arenas competitivas.
Partiendo de Sartori, entonces, ¿cómo pueden entenderse los patrones
diferenciales en la competencia por el gobierno? Tres factores relacionados son
85
relevantes aquí. Primero, está la cuestión del patrón de alternancia prevaleciente
en el gobierno en cualquier sistema de partidos, y la medida en que esto es total,
parcial o incluso inexistente. En segundo lugar, está la cuestión de la estabilidad o
la coherencia de las alternativas de gobierno, y la medida en que. Las fórmulas
innovadoras que se adoptan. Finalmente, existe la simple pregunta de quién
gobierna, y hasta qué punto el acceso al gobierno está abierto a una amplia gama
de partidos diversos o se limita a un subconjunto más pequeño de partidos.
Veamos ahora cada uno de estos factores a su vez.
Alternancia en el gobierno
Hay tres patrones de alternancia concebibles que pueden considerarse aquí. El
primer y más obvio patrón podría denominarse alternancia al por mayor, en la cual
un conjunto de titulares está totalmente desplazado por una oposición anterior. En
otras palabras, todos los partidos en el gobierno en el momento t son destituidos y
reemplazados en el momento t + 1 por un nuevo gobierno formado por un partido
o coalición de partidos que anteriormente estaban en oposición. El caso británico
ofrece el ejemplo más obvio de tal alternancia al por mayor, con un gobierno
laborista de un solo partido que es reemplazado por un gobierno conservador de
un solo partido, o viceversa. Un patrón similar ha sido evidente en Nueva Zelanda,
con la alternancia entre el Partido Laborista y los partidos Nacionales. Pero
mientras que el modelo clásico de dos partes ofrece los ejemplos más evidentes de
alternancia al por mayor, el patrón también se puede ver en sistemas más
fragmentados. En Noruega, por ejemplo, la alternancia al por mayor se ha
producido regularmente sobre la base de los cambios entre un gobierno laborista
de un solo partido, por una parte, y una coalición burguesa multipartidista, por
otra, que refleja un patrón de competencia similar al que se desarrolló en Costa
Rica. En los años sesenta y setenta. Más inusualmente, la experiencia francesa
reciente ha sido testigo de una alternancia generalizada entre coaliciones que
compiten entre sí, con los socialistas y varios aliados de izquierda, incluido el
Partido Comunista, alternando con una coalición de los gaullistas (RPR) y el
centro-derecha (UDF). Sin embargo, este último caso es bastante excepcional, ya
que incluso en sistemas fragmentados, como fue el caso durante largos períodos
de tiempo en Irlanda, Noruega y Suecia, y como fue también el caso en Japón en
1993, la alternancia al por mayor generalmente ha involucrado a Al menos una
alternativa de un solo partido.
El segundo patrón, que es más común en los sistemas fragmentados, es una
alternancia parcial, en la cual un gobierno nuevo incumbente incluye al menos un
partido que también formó parte del gobierno anterior. Alemania proporciona el

ejemplo más obvio aquí, ya que todos los gobiernos que han ocupado el cargo
desde 1969 han incluido al pequeño Partido Liberal (FDP) como un socio menor
de la coalición, con el papel de socio principal alternando esporádicamente entre
los socialdemócratas (SPD) y los demócratas cristianos (CDU-CSU). El sistema
holandés también se aproxima a este patrón, con los demócratas cristianos (CDA)
y, antes de 1977, el Partido Popular Católico (KVP), que tiende a persistir en el
cargo, aunque con socios de coalición alternados.6 De hecho, el mayor contraste
entre los alemanes y los patrones holandeses de alternancia es simplemente que,
en el caso holandés, ha tendido a ser el mayor partido que se ha mantenido en el
gobierno, mientras que en general es el socio más pequeño del caso alemán.
Patrones similares perdurables de alternancia parcial, aunque sin implicar tal
continuidad a largo plazo pronunciada de un socio particular en el cargo, se pueden
ver en Bélgica, Finlandia y Luxemburgo. Sin embargo, el ejemplo más
sorprendente de alternancia parcial fue el provisto por el caso italiano durante la
mayor parte del período de posguerra, con los demócratas cristianos (DC)
ocupando el cargo continuamente desde 1946 hasta 1994, ocasionalmente como
un gobierno minoritario de partido único, y más a menudo como socio principal
en una coalición variable multipartidista. En este sentido, el caso italiano también
se aproxima al de los Países Bajos, y la diferencia principal es que, antes de 1977,
y pese a su tamaño, el KVP central estaba más a menudo que no en una minoría
general dentro de la coalición gobernante, como también lo era el caso con el CDA
en 1981-2.
El tercer patrón también limita estrechamente con la experiencia italiana y está
marcado por una ausencia total de alternancia, o por una no-moderación, en la cual
el mismo partido permanece en control exclusivo del gobierno durante un período
prolongado de tiempo, no siendo desplazado total ni parcialmente. Suiza ofrece el
ejemplo más claro de no alternancia en el tiempo, con el mismo cargo de coalición
de cuatro partidos desde 1959. Un patrón similar de no alternancia también
caracteriza claramente lo que Sartori definió como sistemas de partidos
predominantes, como en el caso de Japón desde Japón. 1955 a 1993, con los
demócratas liberales ocupando el cargo casi constantemente solo durante este
período de cuarenta años; en India, donde el partido del Congreso ocupó un cargo
continuo hasta su primera derrota en 1977; y en México, donde el Partido
Revolucionario (PRI) ha ocupado la posición dominante desde los años veinte.
Innovación y familiaridad.
Los sistemas de partidos difieren no solo en sus patrones de alternancia, sino
también en el grado en que las fórmulas de gobierno alternativas son familiares o
86
innovadoras, es decir, si el partido o combinación de partidos ha gobernado antes
en ese formato particular (ver también Franklin y Mackie, 1983). En el caso
británico, por ejemplo, la familiaridad lo es todo, y no se ha experimentado
ninguna nueva fórmula de gobierno desde la amplia coalición que ocupó el cargo
durante la Segunda Guerra Mundial. Las fórmulas también eran familiares y, por
lo tanto, muy predecibles durante un largo período en el caso de Irlanda, ya que
los gobiernos están formados por Fianna Fail, por un lado, o una coalición de todos
los partidos restantes, por otro, así como en Alemania, que no ha experimentado
ninguna fórmula nueva desde la llegada al poder por primera vez de la coalición
socialdemócrata-liberal en 1969. Sin embargo, a pesar del caso alemán, en los
sistemas de alternancia parcial existe el mayor alcance para la innovación. En
Italia, por ejemplo, a pesar del predominio a largo plazo de los demócratas
cristianos, ha habido frecuentes experimentos con nuevas alianzas de coalición.
En los Países Bajos, a pesar de la continuidad en el cargo del Partido Católico y,
más tarde, de los Demócratas Cristianos, la innovación también ha sido
particularmente marcada, con combinaciones diferentes y novedosas de partidos
que se suceden entre sí con notable frecuencia. Es importante señalar aquí que, si
bien las fórmulas innovadoras están obviamente involucradas cuando la parte o
partes involucradas nunca han ocupado cargos anteriormente, también se puede
considerar que ocurren incluso cuando las partes han gobernado antes pero nunca
en esa alianza en particular. En el caso de Irlanda, por ejemplo, la primera
coalición entre Fianna Fail y Labor, que asumió el cargo en 1993, puede definirse
como innovadora, aunque cada una de las partes involucradas ya haya tenido una
larga experiencia de gobierno; de manera similar, los gobiernos de partido único
del Partido Popular (OVP) y de los socialdemócratas (SPO) en Austria (que
asumieron el cargo por primera vez en 1966 y 1970 respectivamente) pueden ser
tratados como innovadores, a pesar del hecho de que ambos partidos habían
gobernado anteriormente juntos en coalición.
¡Qué partidos gobiernan!
El tercer factor involucrado aquí se refiere a la gama de partidos que obtienen
acceso al gobierno. Aunque no se puede esperar que todos los partidos posibles
ganen una parte del cargo, incluso con una alternancia frecuente, los sistemas de
partidos pueden, sin embargo, distinguirse en términos del grado en que el acceso
al cargo está muy disperso o limitado. En otras palabras, los sistemas de partidos
pueden distinguirse en términos de si todas las partes relevantes eventualmente
cruzan el umbral del gobierno, como ocurre más o menos en los Países Bajos, por
ejemplo, o si el gobierno sigue siendo el privilegio de solo un subconjunto limitado
de partidos. , como fue el caso en la posguerra italiana. Conocer el rango de partes

con acceso a la oficina, por lo tanto, nos permite distinguir entre estos últimos
casos, que de otra manera tienden a coincidir en términos de los otros dos criterios
mencionados anteriormente. Es decir, aunque tanto los Países Bajos como Italia
son similares en el sentido de su patrón de alternancia parcial, en términos de la
longevidad en el cargo de un partido central del centro, y en términos de su recurso
a fórmulas innovadoras, sin embargo, son sorprendentemente diferentes cuando se
trata de la variedad de partes que tienen acceso a un cargo, con partes particulares
que son excluidas de forma persistente en el caso italiano y prácticamente sin
partes sustanciales excluidas en el caso de los Países Bajos.
Esta distinción también puede estar relacionada con lo que Sartori define como
pluralismo polarizado, que, como se señaló anteriormente, requería la presencia
de partidos contra el sistema en cada extremo del espectro político, que se definen
en parte como aquellos que estaban fuera de competencia por gobierno, lo que
obliga a los gobiernos a formarse a lo largo del centro. Aquí también, la
preocupación es si ciertas partes están excluidas como socios inaceptables en el
cargo. Sin embargo, donde este criterio difiere del que se usa en la definición de
pluralismo polarizado, es que la cuestión de si o no esas partes son genuinamente
y objetivamente "antisistema", que siempre ha sido un punto de discusión en las
interpretaciones y críticas de El modelo de Sartori, se vuelve irrelevante. Más bien,
lo que importa es si hay partes que son tratadas, en la práctica, como "forasteros",
y que son consideradas por las otras partes en el sistema como aliados inaceptables.
En este sentido, el antisistema, como la belleza, está en los ojos del espectador. Es
difícil, por ejemplo, determinar si el Partido Danés del Progreso es realmente
antisistema; por otro lado, es relativamente fácil ver que este partido ha sido
considerado por sus aliados potenciales como un forastero y, hasta ahora, siempre
ha languidecido en oposición (a diferencia de, digamos, el Partido Comunista, más
aparentemente "antisistema" en Francia).
¡Estructuras de competición de partidos, cerradas o abiertas!
La combinación de estos tres criterios produce una distinción bastante amplia entre
dos patrones contrastantes en la estructura de la competencia de partidos (ver
Tabla 9.2). Por un lado, la estructura de la competencia de partidos puede ser
relativamente cerrada y, por lo tanto, altamente predecible, con poco o ningún
cambio en el tiempo en el rango de alternativas de gobierno o en el patrón de
alternancia, y con nuevos partidos y / o "forasteros" A los partidos les resulta
prácticamente imposible romper el umbral del gobierno. Los casos de Gran
Bretaña y Nueva Zelanda han proporcionado quizás los mejores ejemplos de
sistemas cerrados, cada uno de los cuales se caracteriza persistentemente por la
87
alternancia general, por una ausencia total de fórmulas innovadoras y por la
presencia de solo dos partidos gobernantes y gobernables. Por otro lado, la
estructura de la competencia de los partidos puede resultar relativamente abierta
y, por lo tanto, bastante impredecible, con diferentes patrones de alternancia, con
frecuentes cambios en la composición de las alternativas de gobierno y con nuevos
partidos que obtienen un acceso relativamente fácil a los cargos. El patrón
holandés de posguerra se acerca bastante a esta forma, ya que los nuevos partidos
se han incorporado de manera relativamente fácil en el gobierno (como los
socialistas demócratas 70 en 1971 y los dos demócratas 66 y los radicales (PPR)
en 1973) y en esa fórmula innovadora han sido Adoptado en casi la mitad de los
nuevos gobiernos formados desde 1951.
Sin embargo, donde el sistema holandés se desvía de un patrón totalmente abierto
es en la presencia a largo plazo en el gobierno del Partido Católico y, más tarde,
en los demócratas cristianos, y en el hecho de que la alternancia siempre ha sido
parcial. En este sentido, y al menos antes de 1994, cuando se formó el primer
gobierno "secular", siempre hubo un cierto elemento de previsibilidad, y en este
sentido, la estructura de la competencia estaba al menos parcialmente cerrada.
Dinamarca en el período de posguerra también se acerca bastante a un patrón
abierto, ya que tiene experiencias tanto de alternancia parcial como general, ha
adoptado con frecuencia fórmulas innovadoras (en el caso de casi un tercio de
todos los gobiernos de posguerra) y también ha demostrado ser relativamente
abierto a nuevos partidos, como en 1982, cuando los Centro Demócratas y el
Partido Popular Cristiano fueron admitidos por primera vez al gobierno. Por otro
lado, incluso Dinamarca puede verse como parcialmente cerrada y algo predecible
como resultado de la persistente exclusión del cargo del Partido del Progreso y del
Partido Popular Socialista.
Estos ejemplos también subrayan hasta qué punto el desarrollo de una estructura
cerrada de competencia se debe en gran parte a las estrategias de los partidos
establecidos y, en particular, a su falta de voluntad para experimentar con fórmulas
innovadoras y su renuencia a admitir nuevos partidos en el gobierno (Franklin y
Mackie, 1983). En algunos casos, por supuesto, las partes pueden sentirse
realmente limitadas a este respecto, en el sentido de que cualquier nueva opción
de gobierno podría requerir el puente de lo que se cree que son divisiones
ineluctables en política y / o ideología. Por lo tanto, la estructura de la competencia
puede ser muy predecible y, por lo tanto, cerrada, como resultado de las distancias
que separan a las partes relevantes a lo largo de una variedad de diferentes
dimensiones de la competencia. Tales argumentos bien podrían haber sido
utilizados por los líderes demócratas cristianos en Italia, por ejemplo, para

justificar la persistente exclusión del Partido Comunista de su cargo, y podrían ser
igualmente citados por varios líderes de partidos diferentes en Dinamarca para
justificar la Exclusión persistente del Partido del Progreso.
En otros casos, sin embargo, es obvio que el mantenimiento de patrones de
competencia familiares y cerrados simplemente constituye una estrategia de
autoconservación por parte de los partidos establecidos.7 En Irlanda, por ejemplo,
el rechazo a largo plazo de los dominantes El partido Fianna Fail ni siquiera
consideró ingresar en una coalición, una negativa que contribuyó sustancialmente
al cierre de la competencia en Irlanda (ver más abajo), estaba claramente diseñada
para mantener su estatus como el único partido capaz de ofrecer un gobierno de
un solo partido, y por lo tanto estaba destinado Mantener su credibilidad electoral.
Se puede observar una sensación similar de autoconservación que caracteriza la
renuencia a largo plazo de los dos principales partidos británicos de considerar las
posibilidades de coalición con el partido liberal más pequeño, aunque el
Laborismo se acercó notablemente a una opción tan innovadora durante El Pacto
Lib-Lab a finales de los años setenta. Sin duda, existen límites reales en la
capacidad y disposición de las partes establecidas para mantener una estructura
cerrada de competencia. Pueden surgir nuevos partidos que deben ser asumidos,
los líderes de los partidos en particular pueden tener sus propias agendas y
prioridades, pueden desarrollarse crisis externas que obliguen a la adopción de
nuevas estrategias, y así sucesivamente; Sin embargo, cualquier explicación del
grado de cierre de una estructura de competencia dada debe necesariamente centrar
su atención en las estrategias de las propias partes.
Las estructuras cerradas de la competencia son claramente características de los
sistemas bipartidistas tradicionales y, por supuesto, de los sistemas que han
experimentado una verdadera ausencia de alternancia en el tiempo, como Japón,
el régimen de Stormont en Irlanda del Norte, México, Singapur o Suiza. . A la
inversa, la apertura y la falta de previsibilidad tienden a caracterizar sistemas más
fragmentados que experimentan una alternancia parcial, especialmente cuando no
hay un gran grupo central de gobierno. Además, dado que el cierre necesariamente
requiere el desarrollo de normas y convenciones estables en los patrones de
competencia y en los procesos de formación del gobierno, también es claramente
una función del tiempo y, lo que es más importante, no es algo que pueda
caracterizarse nuevamente. 'sistemas' de partidos emergentes.
De hecho, lo más sorprendente de los nuevos sistemas de partidos, como los que
están surgiendo actualmente en la Europa poscomunista, por ejemplo, es
precisamente su falta de cierre y, por lo tanto, su falta de sistematización (véase el
88
Capítulo 8 más arriba), una característica que también continúa caracterizando
incluso a muchos de los sistemas de partidos más antiguos de América Latina.
Visto desde esta perspectiva, el proceso a largo plazo mediante el cual los sistemas
de partidos pueden eventualmente consolidarse también puede verse como un
proceso a largo plazo mediante el cual la estructura de la competencia se vuelve
cada vez más cerrada y predecible. Por lo tanto, mientras una estructura más
cerrada y predecible podría desarrollarse en varias democracias poscomunistas en
la próxima década, esto implicará, por definición, un proceso relativamente largo.
Tal proceso de consolidación estructural a largo plazo podría verse ahora como
fructífero en los sistemas español y portugués democratizados recientemente, así
como en algunos de los sistemas latinoamericanos, y quizás los ejemplos más
notables se vean en la deriva. hacia el doble partidismo en Costa Rica y Venezuela
(McDonald y Ruhl, 1989); en esta última región, sin embargo, como en los Estados
Unidos, la combinación frecuente de un sistema de gobierno presidencial por un
lado, y la presencia de partidos en gran parte indisciplinados (por ejemplo,
Mainwaring y Shugart, 1994) por el otro, sugiere que aún queda un sesgo
significativo contra el desarrollo de estructuras cerradas de competencia, al menos
en el ámbito electoral legislativo.8 En pocas palabras, el grado de cierre varía, y
va desde una serie de situaciones en las que es menos pronunciado, como en los
nuevos sistemas de partidos emergentes. , a aquellos en los que es más
pronunciado, como en aquellos sistemas establecidos en los que hay poca o
ninguna innovación en los procesos de formación del gobierno, y en los que los
nuevos partidos rara vez rompen el umbral gobernante.
SISTEMAS DE PARTIDOS Y RESULTADOS ELECTORALES
La noción de cierre o apertura de la estructura de la competencia también es
importante porque nos permite alejarnos inmediatamente de la idea convencional
de que el cambio de sistema de partidos es en gran parte, si no exclusivamente,
una función de, o incluso un sinónimo de cambio (ver también el Capítulo 3
arriba). En otras palabras, permite una concepción del cambio en el sistema de
partidos que puede deberse a factores distintos al simple flujo en las preferencias
de los votantes. Porque aunque la estabilidad y el cambio del sistema de partidos
por un lado, y la estabilidad y el cambio electoral por el otro, ciertamente pueden
estar relacionados, sin embargo, están lejos de ser mutuamente equivalentes. Las
alineaciones electorales podrían cambiar, por ejemplo, incluso de una manera
bastante dramática, sin necesariamente afectar significativamente la estructura de
la competencia y, por lo tanto, sin alterar necesariamente el carácter del propio
sistema de partidos. A la inversa, la estructura de la competencia partidaria y, por

lo tanto, la naturaleza del propio sistema de partidos podrían transformarse
repentinamente, incluso sin ningún flujo electoral previo significativo.
En Dinamarca, por ejemplo, las elecciones de 1973 fueron testigos de uno de los
cambios electorales más importantes que se hayan producido en la Europa de
posguerra, lo que dio como resultado una duplicación inmediata del número de
partidos representados en el parlamento. Antes de 1973, cinco partidos habían
estado representados en el Folketing danés, y en conjunto representaban alrededor
del 93% del total de votos. Como resultado de las elecciones de 1973, cinco nuevos
partidos obtuvieron representación, y el total de votos obtenidos por los partidos
anteriormente representados cayó a menos del 65 por ciento. Este fue un cambio
masivo según cualquier norma, y dado que los nuevos entrantes al parlamento
incluían tanto al Partido Comunista de larga data como al Partido de Progreso de
derecha recién formado, también dio como resultado un aumento importante en el
nivel de polarización.
En la práctica, sin embargo, es ciertamente posible cuestionar si este cambio tuvo
algún impacto sistémico real en Dinamarca. Para estar seguros, se tuvo que formar
un nuevo gobierno, que, de hecho, era un gobierno liberal minoritario y de un solo
partido, el primero en asumir el cargo desde 1945. Por otra parte, este gobierno
innovador fue luego sucedido por un socialdemócrata. Gobierno minoritario, que
era precisamente la misma forma de gobierno que había ocupado el cargo antes de
la elección del terremoto de 1973, y finalmente por una coalición centreright, que
estaba compuesta de manera diferente pero por lo demás esencialmente similar a
las otras coaliciones de centro derecha que habían gobernado Dinamarca A
principios de los años cincuenta y finales de los sesenta. Sin duda, el aumento de
la fragmentación y el mayor grado de polarización dificultaron el gobierno después
de 1973, antes de la breve coalición de cuatro partidos que asumió el poder en
enero de 1993, ningún gobierno posterior a 1973 había obtenido el estatus de
mayoría en el parlamento (aunque tal un estado también había sido bastante
excepcional incluso antes de 1973); los gobiernos tendían a colapsarse con más
frecuencia que antes; ahora había un mayor recurso a las elecciones, aunque esto
no era raro antes de 1973; y finalmente, como se señaló anteriormente, los nuevos
partidos eventualmente tuvieron que ser acomodados en el gobierno, aunque al
Partido del Progreso aún no se le ha otorgado este privilegio particular. Pero la
pregunta sigue siendo si este cambio masivo en las preferencias electorales ha
tenido algún efecto real en la estructura de la competencia de los partidos y en el
propio sistema de partidos. Dinamarca es ahora, pero siempre ha sido, bastante
innovadora en términos de fórmulas de gobierno; es ahora, y siempre ha sido,
razonablemente abierto a nuevos partidos que llegan al gobierno; y ahora, como
89
antes, experimenta alternancia mayorista y parcial en el gobierno de manera
regular. Además, una vez, y aún mantiene ahora, una estructura de competencia
relativamente abierta y por lo tanto un sistema de partidos relativamente sin
restricciones. Al menos en estos términos, parece que 1973 no ha hecho ninguna
diferencia significativa (en la situación danesa, véase Pedersen, 1987, 1988, y
Bille, 1990).
El caso italiano en 1994 también podría ofrecer un ejemplo útil, aunque todavía
no se sabe si realmente se está llevando a cabo una verdadera transformación del
sistema de partidos (ver especialmente el análisis de Bartolini y D'Alimonte,
1995). A primera vista, no existe otro sistema de partidos occidentales establecido
que haya experimentado un cambio tan profundo. A nivel electoral, por ejemplo,
después de décadas de relativa estabilidad, el concurso de 1994 dio como resultado
un nivel de volatilidad de alrededor del 37,2%, que no solo es la cifra más alta
registrada en la historia italiana, sino que, lo que es aún más sorprendente, es
sustancialmente mayor entre 1885 y 1989.10 En términos de formato, el sistema
también se ha transformado totalmente, con el surgimiento de nuevos partidos y la
reconstitución de partidos establecidos, lo que lleva a una situación en la que
prácticamente ninguno de los partidos actualmente representados en el nuevo
parlamento de 1994 estuvieron representados con el mismo nombre o en la misma
forma que en 1987. Finalmente, también se puede argumentar que también ha
habido un cambio importante en el nivel de polarización, como resultado de la
transformación del Partido Comunista en el Partido Democrático de la Izquierda
por un lado y, por otro lado, la transformación del Movimiento Social (MSI) en la
Alianza Nacional (AN) y su incorporación al gobierno, que, al menos en el sentido
del término de Sartori, deja a Italia ahora sin un partido "antisistema" relevante.
Estos son ciertamente cambios profundos. Sin embargo, la pregunta más relevante
es si estos cambios tendrán algún impacto a largo plazo en la estructura de la
competencia. La estructura de la competencia en el "viejo" sistema de partidos era
ciertamente clara. Los gobiernos se formaron fuera del centro, fueron dominados
por los demócratas cristianos e involucraron el cambio de alianzas con alternancia
parcial en el centro-izquierda y centro-derecha, excluyendo tanto a la extrema
izquierda (PCI) como a la extrema derecha (MSI). Cualquier cambio fundamental
en este patrón, por lo tanto, ahora requeriría que los gobiernos se formen casi
exclusivamente desde la izquierda o desde la derecha (creando el potencial de
alternancia al por mayor), requeriría la incorporación (o desaparición) de los
extremos, y, en este nuevo bipolar. Mundo, requeriría la marginación de la
posición independiente del centro.

Con la formación del gobierno de derecha de Berlusconi en 1994, ciertamente
parecía posible que surgiera tal patrón. Sin embargo, tal vez, irónicamente, pronto
quedó claro que la nueva alianza sería incapaz de mantener su coherencia o su
mayoría, y que cualquier consolidación de su posición requeriría la aprobación y
la incorporación del centro ahora reducido, representado por El sucesor del DC, el
Partido Popular (PPI). Al mismo tiempo, el PPI en sí estaba dividido, siendo
particularmente reacio a compartir el poder con los sucesores de la antigua extrema
derecha, la Alianza Nacional, y con algunas secciones que preferían incorporar, o
aliarse con, el nuevo centro-izquierda, como se representa. Por el Partido
Demócrata de la Izquierda. A partir de ahora, por supuesto, es demasiado pronto
para sugerir qué patrones o alineamientos futuros podrían surgir, y en este sentido
la estructura de la competencia podría considerarse bastante abierta e
impredecible, lo que, al menos a corto plazo, representa Un cambio fundamental.
Además, si el centro se divide en "izquierda" y "derecha", como parece ser el
patrón actual, podría desarrollarse una estructura bipolar completamente nueva, y
esto ciertamente transformaría el sistema de partidos italiano. Pero si un centro
independiente se reconstituye, y si es capaz de sacar el máximo provecho de su
posición central, jugando izquierda contra derecha de una manera que le permita
construir una alianza amplia en todo el centro, entonces, a pesar de los diferentes
actores y por sus diferentes ponderaciones en el sistema, bien podría recrear más
o menos la misma estructura de competencia que había prevalecido antes de la
década de 1990 (Bartolini y D'Alimonte, 1995). Como en Dinamarca, por lo tanto,
pero más notablemente, los cambios masivos en el nivel del electorado y en el
formato del sistema de partidos podrían terminar en un sistema de partidos que
refleje más continuidad que cambio. La posibilidad ciertamente existe.
Los signos de interrogación también se ciernen sobre el alcance real del cambio
en el sistema de partidos canadiense, a pesar del terremoto electoral de 1993. En
este caso, como en Italia, el nivel de volatilidad se elevó a un máximo sin
precedentes del 42 por ciento, casi cinco veces más que el de El nivel promedio
de volatilidad registrado en las décadas de 1970 y 1980. Las consecuencias
también fueron de gran alcance, ya que el poderoso partido conservador se redujo
a solo el 16% de los votos (su participación más baja desde 1949) y, lo que es más
sorprendente, a solo dos escaños (frente a 169 en la elección anterior). ). Además,
dos partidos nuevos, el Partido de la Reforma y Bloc Quebecois, obtuvieron una
representación sustancial en el parlamento, los primeros partidos fuera de la
corriente principal lo hicieron desde la desaparición efectiva del Crédito Social a
mediados de la década de 1970 (para análisis de los acontecimientos recientes en
el Canadá) sistema de partidos, ver Bakvis, 1988, 1991; Carty, 1994 y Maclvor,
1995). Además, precisamente porque estos dos nuevos partidos tienen un carácter
90
tan evidentemente regional, también pueden indicar un cambio potencialmente
duradero en las alineaciones electorales. Este es un cambio sustancial por
cualquier norma.
Al mismo tiempo, sin embargo, también hay una continuidad sorprendente, en el
sentido de que el Partido Liberal, el opositor tradicional de los conservadores y
una alternativa a ellos, ahora está de vuelta en el gobierno con una mayoría
poderosa, y por lo tanto al menos por ahora, y En cuanto a los patrones de
alternancia, el grado de innovación y el grado de acceso al gobierno de los nuevos
partidos, Canadá permanece como lo ha sido durante décadas. En un nivel, el
sistema ciertamente ha cambiado: los liberales ahora se enfrentan a dos partidos
principales de la oposición en lugar de solo a uno, y ahora ha surgido una división
regional en el escenario federal de una manera que daña claramente las
perspectivas de Canadá de mantener su familiar estilo británico. Patrón de
alternancia mayorista en el futuro. Sin embargo, y al igual que en el caso italiano,
es precisamente porque este potencial de cambio aún está por darse cuenta de que,
hasta el momento, es imposible hablar de cualquier transformación fundamental
en la estructura de la competencia.
Finalmente, y para un ejemplo completamente diferente, podemos recurrir al caso
irlandés (Mair, 1987a, 1993). Al carecer de una estructura de escisión fuerte, y
caracterizada por una continuidad institucional bastante marcada, el sistema de
partidos se había estabilizado en gran parte por una estructura de competencia muy
rígida, en la que los gobiernos que tomaron el poder durante la mayor parte del
período de posguerra fueron formados por Fianna Fail en el país, por un lado, o
por una coalición a veces abigarrada de los opositores de Fianna Fail
(principalmente Fine Gael y el Partido Laborista) por el otro. De hecho, en el
período más reciente, estas alternativas también se reemplazaron entre sí en el
cargo con una regularidad notable, con cada elección de 1973 a 1987 que resultó
en una alternancia general en el cargo. Esta estructura duradera de la competencia
tuvo dos efectos principales. En primer lugar, proporcionó a Fianna Fail uno de
los fundamentos principales para su apelación, en el sentido de que el partido
obtuvo una gran ventaja electoral del hecho de que era el único partido que tenía
el potencial de proporcionar un gobierno de un solo partido, y para esta razón, por
ejemplo, evitó deliberadamente y muy públicamente la idea de unirse con
cualquier otra parte, prefiriendo oponerse en aquellas ocasiones en que no podía
comandar a una mayoría trabajadora. En segundo lugar, esta estructura de
competencia ayudó a evitar que Labor, el tercero en el sistema, movilizara
cualquier estrategia independiente y que pudiera realinearse. De hecho, el partido
estuvo casi perpetuamente limitado por la elección de languidecer en oposición o,

independientemente de los problemas de política involucrados, unirse con Fine
Gael como socio menor en una coalición que no es Fianna Fail. Ninguna otra
opción estaba disponible.
En 1989, sin embargo, todo esto cambió, cuando, por una variedad de razones,
incluida la ambición a corto plazo de su líder del partido en ese momento, Fianna
Fail realizó una volte-face y decidió formar parte de la coalición con un ala de
derecha recientemente formada. Partido liberal, los demócratas progresistas
(Laver y Arkins, 1990). Cuatro años después, tras el colapso de ese primer
experimento, el partido formó una nueva coalición, esta vez con el Partido
Laborista. El resultado de ambas decisiones fue una transformación efectiva del
sistema de partidos, con la coalición de Fianna Fail con los Demócratas
Progresistas socavando efectivamente los cimientos sobre los cuales se había
estructurado el sistema de partidos de posguerra, y con su coalición con el
Laborismo, más o menos destruyendo esos viejos fundamentos en su totalidad.
Antes de 1989, el sistema de partidos irlandés se había estructurado en torno a un
patrón bipolar de competencia: Fianna Fail frente al resto. Al ingresar a la
coalición con un partido nuevo y aparentemente 'no alineado', Fianna Fail había
dañado la integridad del primero de esos dos polos. Más tarde, al entrar en la
coalición con uno de sus oponentes tradicionales, con uno de "el resto", forzó el
colapso del segundo polo. En definitiva, no quedaba nada del antiguo orden.
Pero lo que quizás sea la característica más sorprendente de esta transformación
fue el hecho de que, al menos inicialmente, y en contraste con los casos de
Dinamarca, Italia y Canadá, ocurrió en un contexto de cambio electoral
relativamente mínimo. El nivel de volatilidad en las elecciones de 1989 fue de solo
7.8 por ciento, que estuvo por debajo del promedio de posguerra en Irlanda (Mair,
1993: 164), y la mayor parte de esto se debió a la fuerte caída en el apoyo a los
demócratas progresistas desde su primer salida exitosa en 1987. En otras partes
del sistema, y entre los partidos establecidos, el apoyo al Trabajo aumentó de 6.4%
a 9.5%, el apoyo a Fine Gael aumentó de 27.1% a 29.3% y el apoyo a Fianna Fail
se mantuvo precisamente al 44,1 por ciento. Continuidades electorales
sustanciales, por lo tanto, acompañaron lo que claramente se convertiría en una
transformación fundamental del sistema de partidos.
Lo que vemos aquí, entonces, es una instancia en la que un cambio electoral
sustancial no parece haber conducido a un cambio significativo en el sistema de
partidos (Dinamarca); una instancia en la que ha habido un cambio importante en
el cambio del sistema de partidos a pesar de la estabilidad electoral previa
(Irlanda); y dos casos en los que, a pesar del flujo electoral extraordinario, aún
91
quedan interrogantes sobre si se podría desarrollar un nuevo tipo de sistema de
partidos (Canadá e Italia). Y lo más importante aquí es que cada una de estas
instancias, por lo tanto, subraya la necesidad de separar la noción de estabilidad /
cambio del sistema de partidos, por una parte, y la estabilidad / cambio electoral,
por otra.
Sin embargo, no solo eso, sino lo que puede ser más interesante acerca de la
separación de estos dos procesos y el reconocimiento de que el cambio en los
sistemas de partidos puede deberse a factores distintos al cambio electoral, factores
como los cambios en el comportamiento de la elite, en la estrategia de los partidos.
En los patrones de competencia, o lo que sea, es que también brinda la oportunidad
de revertir la cadena de influencia convencional, y de probar hasta qué punto la
estabilidad (o cambio) del sistema de partidos puede llevar a la estabilidad (o
cambio) electoral, en lugar de simplemente al revés.
Las alineaciones electorales están, por supuesto, estabilizadas por una variedad de
factores, de los cuales la estructura de escisión es quizás la más importante (Lipset
y Rokkan, 1967; Bartolini y Mair, 1990). Al mismo tiempo, sin embargo, la
estabilización a largo plazo de los electorados no debe considerarse simplemente
como una función de los lazos que unen a grupos sociales distintos (católicos,
trabajadores, agricultores, etc.) con partidos o bloques de partidos. Sin duda, la
estructura social ha demostrado ser un importante elemento estabilizador,
especialmente en países con fuertes divisiones o subculturas sociales, como Italia,
los Países Bajos y Suecia. Pero si la estructura social fuera el único agente de
congelación, ciertamente habríamos presenciado un cambio mucho mayor en los
alineamientos electorales europeos en los años 70 y 80 de lo que realmente ha sido
el caso. El hecho es que muchos de los viejos partidos tradicionales en Europa
siguen vivos y pateando a pesar del debilitamiento generalizado de las identidades
religiosas y de clase, y a pesar de los procesos de individualización a largo plazo
(ver el Capítulo 4 más arriba).
De hecho, hay una variedad de factores involucrados aquí, y los sistemas de
partidos y alineaciones electorales también están congelados por las limitaciones
impuestas por estructuras institucionales como el sistema electoral y por los
esfuerzos organizativos de los propios partidos (Bartolini y Mair, 1990). Sin
embargo, lo más relevante en este contexto es que un agente de 'congelamiento'
adicional puede ser las restricciones impuestas por la estructura de la competencia
de los partidos y por su relación con los procesos de formación del gobierno. 11
Como se señaló anteriormente (Capítulo 8), La estructura cerrada de la
competencia limita claramente las preferencias de los votantes, ya que limita la

elección de las opciones de gobierno de una manera similar a los límites en la
elección de los partidos en sistemas no fragmentados. Por lo tanto, una estructura
cerrada de competencia también mejora claramente la estabilidad del sistema de
partidos y, de hecho, ayuda a garantizar que los sistemas de partidos generen su
propio impulso y, por lo tanto, se paralicen. En resumen, la estabilización de los
sistemas de partidos es, al menos en parte, una función de la consolidación de una
estructura de competencia dada.
Lo que esto también implica, por supuesto, y quizás lo más interesante, es que un
cambio en esa estructura puede actuar para desestabilizar el sistema de partidos.
En Italia, por ejemplo, la "legitimación" del Partido Democrático de la Izquierda
estableció, por lo menos parcialmente, la base de un cambio generalizado en las
preferencias electorales en 1992 y 1994, que socavó los términos de referencia por
los cuales la competencia del partido italiano había sido Estructurado desde finales
de los años cuarenta. Los votantes italianos, así como los propios partidos
italianos, durante mucho tiempo se vieron limitados por la creencia de que no había
alternativa a un gobierno dominado por la democracia cristiana. Y una vez que tal
alternativa finalmente emergió a través de la transformación del inaceptable
Partido Comunista en el altamente aceptable Partido Democrático de la Izquierda,
se eliminó este ancla en particular, y los votantes comenzaron a cambiar en un
número relativamente grande, lo que finalmente llevó a la virtual desaparición de
El partido demócrata cristiano una vez dominante. También en Irlanda, después
de décadas en las que no hubo cambios importantes en el balance electoral del
sistema de partidos, la base de estabilidad a largo plazo finalmente se vio socavada
en 1989 cuando el partido dominante, Fianna Fail, decidió por primera vez Entrar
en una coalición con otro partido. Antes de eso, como se señaló anteriormente, la
competencia partidaria se había estructurado en torno a la oposición entre Fianna
Fail en un lado y todos los partidos más pequeños en el otro, y esto había
restringido severamente y estabilizado las preferencias de los votantes. A partir de
1989, sin embargo, cuando se eliminaron estas restricciones, el potencial de
cambio aumentó considerablemente, y por lo tanto, mientras que el nivel de
volatilidad anterior a la primera coalición de Fianna Fail fue relativamente mudo,
la elección subsiguiente fue testigo de un aumento importante en la volatilidad que
resultó en una duplicación del voto laborista al nivel más alto jamás registrado: el
resultado, sencillamente, de la eliminación de lo que hasta ese momento había sido
la restricción más poderosa para la movilidad electoral.
Esta es quizás una manera indirecta de decir que la estructura de la competencia,
y la estructura de la competencia para el gobierno en particular, puede imponer
una restricción importante en la elección de los votantes y, por lo tanto, puede
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actuar para estabilizar las alineaciones electorales. En este sentido, los votantes no
están simplemente expresando preferencias por partidos individuales; más bien,
aunque no siempre en el mismo grado en diferentes sistemas de partidos, y esto en
sí mismo es una fuente importante de varianza transnacional (e interinstitucional),
también están expresando preferencias por los gobiernos potenciales. Y de la
misma manera que un cambio en el rango de partidos en oferta puede actuar para
socavar las preferencias establecidas, 12 también lo puede hacer un cambio en el
rango de opciones de gobierno, y por lo tanto un cambio en la estructura de la
competencia, actuar para socavar el establecimiento establecido. Preferencias y
promover la inestabilidad.
Se podría ver que un proceso de este tipo se está desarrollando en muchos de los
sistemas de partidos establecidos en Europa occidental, ya que la evidencia sugiere
que ahora estamos presenciando un cambio importante en los patrones
tradicionales de formación de gobiernos. Hay dos tendencias que son relevantes
aquí, cada una de las cuales sugiere que las estructuras de competencia cerradas
anteriormente podrían comenzar a abrirse y, por lo tanto, podrían promover una
mayor incertidumbre electoral en el futuro. En primer lugar, como se señaló en
otra parte de este volumen, las últimas dos décadas han visto la apertura del
gobierno a una gama cada vez más amplia de partidos políticos, con casi todos los
partidos establecidos y sustanciales en Europa occidental ganando al menos un
período en el gobierno, y con el resultado de que gobernar, aunque solo sea
esporádicamente, es ahora una experiencia estándar para la mayoría de los
partidos. En segundo lugar, una impresión relacionada con los desarrollos a nivel
de gobierno sugiere que los sistemas de partidos se caracterizan cada vez más por
una ampliación gradual del rango de alternativas de coalición, creando la
impresión de una creciente promiscuidad en el proceso de formación de
coaliciones, que, a su vez, es También es probable que tenga impacto sobre las
estructuras de competencia dentro de los sistemas de partidos.
Si estas tendencias continúan, entonces es ciertamente posible que podamos
presenciar la progresiva destrucción de los patrones tradicionales de la
competencia partidaria, con patrones que antes eran cerrados y que cada vez dan
más paso a un estilo que es a la vez más abierto y menos predecible, un desarrollo
que ya se ha desarrollado. Aparecer en la década de 1990 tanto en Irlanda como
en Italia. Es probable que el resultado sea la eliminación de una restricción
importante en la elección de los votantes, y el potencial, al menos, de una
desestabilización significativa de las alineaciones electorales establecidas. Por
supuesto, aún quedan otras restricciones a la movilidad electoral, que incluyen
tanto la inercia institucional como la propia estructura de división; pero si este
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anclaje en particular comienza a cambiar, y si las estructuras de competencia

comienzan a abrirse, entonces ciertamente aumentará el alcance de la
incertidumbre.