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Desde siempre se ha sabido que el reto del profesor en las aulas es bastante grande. Por un
lado, la responsabilidad del proceso de enseñanza, y por otro el compromiso que
representa el ser una figura de influencia en los estudiantes, un modelo a seguir, en el cual
se depositan muchas expectativas. Pues éstas no provienen solamente de parte de los
estudiantes, sino de los padres de familia e incluso de otros colaboradores dentro de la
institución educativa, como es el caso de los directivos o coordinadores cuando buscan el
cumplimiento de ciertos objetivos educativos.
Es debido a esto, que muchas de las ocasiones se reconoce y valora aún más el trabajo del
profesor cuando este tiene, además de buenas estrategias pedagógicas, la capacidad de
establecer límites y exigir disciplina a sus estudiantes dentro y fuera del salón de clases.
La disciplina, podemos definirla como aquella capacidad que todos los seres humanos
tenemos para actuar de una forma adecuada, ordenada, siguiendo los lineamientos, y
perseverando para lograr una meta o conseguir un bien (como se cita en Acosta, G. &
Aguilar, V., s.f., p.67-69).
Como observamos en esta definición, la disciplina nos guía, y orienta a los alumnos hacia
una meta, que en este caso podría ser el aprendizaje efectivo.
Pero, ¿qué pasa cuando hablamos de una meta a nivel personal, de desarrollo de
habilidades en los estudiantes? ¿la disciplina y capacidad de dirección del profesor podrían
ayudar a cumplir con estas metas?
Por consecuente, al hablar de que la disciplina es algo que nos brinda orden y nos
proporciona ciertos lineamientos o pautas de acción, estamos hablando de límites, y por lo
tanto, el cómo se establezca dentro del salón de clases es una parte fundamental de la
formación del estudiante; pues ésta es capaz de desarrollar ciertas habilidades o
competencias valiosas en los estudiantes, que le servirán no solo para desempeñarse en el
ámbito educativo, sino en el mundo real; y más ahora, que lamentablemente vemos que la
cultura moderna ha provocado que la indisciplina sea parte de las costumbres actuales,
pues los estilos de vida acelerados, los modelos y patrones familiares, las costumbres, y los
hábitos a los que se enfrenta el alumno dentro del sistema familiar, provocan conductas
desadaptativas y dificultades en las habilidades sociales. Ejemplo de esto es el uso
indiscriminado de la televisión como agente “educador”, que a la larga causa una baja
formación en valores y que termina por repercutir en indisciplina y escasa empatía con los
demás (Acosta, G. & Aguilar, V., s.f.).
Y bien, ¿qué estrategias pueden utilizar los profesores para mejorar su capacidad de
dirección en el aula, y mejorar el control de grupo sin que éstos métodos sean extremistas
o agresivos? Como sabemos, desde tiempos memorables las principales técnicas de control
disciplinar eran el castigo y las amenazas para al infundir miedo, lograr que los estudiantes
“obedecieran” o mejoraran (como se citó en Acosta, G. & Aguilar, V., s.f.).
Para esto, Barrera, ; & Valencia, P. (2008), nos brindan una metodología de intervención
sobre Estrategias de manejo conductual en el aula, que podrían resultar bastante efectivas,
tomando en cuenta que se trata del desarrollo de un plan de acción específico de acuerdo
a las características del grupo al que nos enfrentamos.
Referencias
Acosta, G. & Aguilar, V. (s.f.). La indisciplina escolar como producto de las conductas
individualistas de los niños a nivel primaria. El caso de la escuela de Andrés Rivas
Mendoza. Recuperado de: http://www.ucol.mx/resifro/pdf/SF6006.pdf