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5/3/2019 EL CAMINO DE MARIA . Edicion 1232.

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA DE 2019

Esta edición la puede leer y/o imprimir en:

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ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA


San Juan Pablo II, Oración de la IV estación del Via Crucis del año 2000

Oh María, Tú que has recorrido el camino de la Cruz junto con tu Hijo,


quebrantada por el dolor en tu corazón de madre, pero recordando
siempre el "fiat" e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es
imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los
hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el Amor de
Dios.
Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba, por dura y larga que
sea, jamás dudemos de su Amor.
A Jesús todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.

EL CAMINO DE MARÍA
Edición 1232 . Miércoles 6 de marzo de 2019

"La Cuaresma, que se inicia con el austero y significativo rito de la


imposición de las cenizas, constituye un momento privilegiado para
intensificar un compromiso de conversión a Cristo"

"...La Cuaresma, que se inicia con el austero y significativo rito de la


imposición de las cenizas, constituye un momento privilegiado para
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intensificar un compromiso de conversión a Cristo. El itinerario cuaresmal
se convertirá, de este modo, en ocasión propicia para examinarse a sí
mismos con sinceridad y verdad, para volver a poner en orden la propia
vida, así como las relaciones con los demás y con Dios. «Convertíos y
creed en el Evangelio» (Marcos 1, 15). Que en este exigente camino
espiritual nos apoye la Virgen, Madre de Dios. Que nos haga dóciles a la
escucha de la palabra de Dios, que nos empuja a la conversión personal y
a la fraterna reconciliación. Que María nos guíe hacia el encuentro con
Cristo en el misterio pascual de su muerte y resurrección." (San Juan
Pablo II, Ángelus 22-2-2004)

Querido(a) suscriptor(a) de El Camino de María:

El Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2019 es: “La
creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de
Dios” (Rm 8, 19) y fue firmado el pasado 4 de octubre, en la Fiesta de San
Francisco de Asís,

En su Mensaje de Cuaresma Francisco propone una reflexión articulada


en tres puntos para destacar que la Cuaresma es signo sacramental de la
conversión a la que están llamados constantemente todos los cristianos, a
fin de encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en la vida
personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y
la limosna.

*La redención de la Creación;


*La fuerza destructiva del pecado
*La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón

Ayuno, oración y limosna

Es interesante destacar que ante el verbo “ayunar”, Francisco escribe


que significa “aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las
criaturas”, es decir, pasar “de la tentación de devorarlo todo, para saciar
nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el
vacío de nuestro corazón”.
Mientras “orar” es necesario –escribe– “para saber renunciar a la idolatría
y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y
de su misericordia”.
A la vez que “dar limosna” es un imperativo “para salir de la necedad de
vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos
aseguramos un futuro que no nos pertenece”.
De este modo el Papa afirma que es posible volver a encontrar la alegría
del proyecto que Dios ha puesto en la Creación y en nuestro corazón, es
decir amarlo, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar
en este amor la verdadera felicidad.

Amar a nuestros hermanos y al mundo entero

Hacia el final de su mensaje el Pontífice recuerda que la “Cuaresma del


Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la Creación para hacer que
volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del
pecado original”.
De ahí que manifieste su esperanza de que “nuestra Cuaresma suponga
recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a
la Creación, que será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar
en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”.

Abandonar el egoísmo y la mirada fija en nosotros mismos

Por último el Santo Padre recomienda "no dejar transcurrir en vano


este tiempo favorable”. E invita a pedir a Dios “que nos ayude a
emprender un camino de verdadera conversión”; a la vez que exhorta a
abandonar el egoísmo y la mirada fija en nosotros mismos, dirigiéndonos
hacia la Pascua de Jesús haciéndonos “prójimos de nuestros hermanos y

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hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes
espirituales y materiales”.
“Así –concluye el Mensaje- acogiendo en lo concreto de nuestra vida la
victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza
transformadora también sobre la Creación”.

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO


PARA LA CUARESMA DE 2019

«La creación, expectante, está aguardando


la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19)

Queridos hermanos y hermanas:


Cada año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar,
con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que
[…] por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida,
lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios» (Prefacio I de Cuaresma). De
este modo podemos caminar, de Pascua en Pascua, hacia el
cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al
misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza»
(Rm 8,24). Este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la
vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a
toda la creación. San Pablo llega a decir: «La Creación, expectante, está
aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Desde esta
perspectiva querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen
nuestro camino de conversión en la próxima Cuaresma.

1. La redención de la Creación

La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de


Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un
itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cf.
Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.
Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que
se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner
en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su
corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando
en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea
ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos
gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de
sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención
del mismo cuerpo humano. Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida
de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la
oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las
criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano
sol” de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo, en
este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y
siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte.

2. La fuerza destructiva del pecado

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Efectivamente, cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos
comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y
también hacia nosotros mismos—, al considerar, más o menos
conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca. Entonces,
domina la intemperancia y eso lleva a un estilo de vida que viola los
límites que nuestra condición humana y la naturaleza nos piden respetar, y
se siguen los deseos incontrolados que en el libro de la Sabiduría se
atribuyen a los impíos, o sea a quienes no tienen a Dios como punto de
referencia de sus acciones, ni una esperanza para el futuro (cf. 2,1-11). Si
no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de
la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada vez
más acaba por imponerse.

Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su


aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los
demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante
nuestro cuerpo. El hecho de que se haya roto la comunión con Dios,
también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el
ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha
transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se trata del pecado que
lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño
absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su
propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.
Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la
ley del más fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón
del hombre (cf. Mc 7,20-23) —y se manifiesta como avidez, afán por un
bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo
también por el propio— lleva a la explotación de la creación, de las
personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera
todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir
incluso a quien vive bajo su dominio.

3. La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón

Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten


los hijos de Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”:
«Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha
comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17). En efecto, manifestándose, también la
creación puede “celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la
tierra nueva (cf. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama
precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos,
mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir
toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.
Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará
cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los
cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo” que
supone la conversión. Toda la creación está llamada a salir, junto con
nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa
libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La Cuaresma es signo
sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a
encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida
personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la
limosna.

Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las
criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a
la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro
corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de
nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar
limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros
mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos
pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha
puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a
nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la
verdadera felicidad.

Queridos hermanos y hermanas, la “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un


entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel
jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original (cf. Mc
1,12-13; Is 51,3). Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo
camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que

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«será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa
libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21).

No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a


Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera
conversión.
Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y
dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros
hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos
nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de
nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos
su fuerza transformadora también sobre la creación.

Vaticano, 4 de octubre de 2018


Fiesta de san Francisco de Asís

Su intención de oración será depositada en la Gruta de Lourdes, a los pies


de Nuestra Señora de Lourdes

"Oh Madre mía, a vuestro Corazón confío las angustias de mi corazón, y a


Él vengo a buscar ánimo y fortaleza ".

Santa Bernardita.

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EL CAMINO DE MARÍA . Edición 1232
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