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La Cuaresma era el camino que recorrían los catecúmenos (o

sea los que se preparaban para recibir los sacramentos de la


iniciación cristiana) de los primeros siglos de la Historia de la
Iglesia, para la noche de la Vigilia Pascual ser bautizados y
entrar a formar parte de la misma.

Era un camino de exigencia, en el que había que descubrir lo


que significaba ser cristiano,
era un camino de reflexión interior puesto que lo que iban a
hacer era algo fundamental para sus vidas.

Los tiempos han cambiado, no sé si para bien en todo esto,


pero ese mismo camino es el que estamos iniciando nosotros
aunque ya estemos bautizados, ese mismo camino es el que
queremos andar todos los años al comienzo de este tiempo.

En la Cuaresma, está llamada a la conversión va acompañada


de unos pequeños gestos que manifiestan externamente ese
compromiso interior.

El ayuno y la abstinencia, sacrificios que aunque siga haciendo


tengo que intentar acompañar de algún otro que me cueste
algo más de esfuerzo y que en el fondo signifique esa otra
gran penitencia interior, ese otro gran sacrificio fundamental
que debe ser nuestro deseo de conversión sincera y auténtica.
Rasgad los corazones, no las vestiduras, nos recordaba el
profeta hace unos días.

La Cuaresma es también tiempo de oración, o sea tiempo de


saber reconocer a Dios cerca de nosotros, de sentirlo más
cercano, lo que nos proponemos es tan difícil que solo con
Jesús junto a nosotros podremos conseguirlo. Aprovechemos
los momentos que la parroquia nos ofrece para hacerla. La
Cuaresma es tiempo de acercarse a los hermanos más débiles
y necesitados, y sentirlos más cerca de nosotros, por eso si
uno tiene algún conocido, algún vecino que sufre necesidad,
está sólo o enfermo, este es el tiempo de hacerse más próximo
a él, el Señor no estaría contento conmigo, si en este tiempo
no me decidiera a estar más cercano a esa persona que me
necesita. Por otro lado, las tentaciones de Jesús nos ponen a
cada uno ante las que son nuestras tentaciones más comunes:
nuestras malas artes, las cosas que decimos para llamar la
atención o para descalificar a otros, nuestros excesos en
determinadas cosas, la medida ancha que utilizamos con
nosotros y la estrecha para juzgar a los demás, las veces que
pretendemos ser el centro de todo, las veces que dejamos a
Dios demasiado relegado en nuestras vidas… pensemos hoy
en nuestras tentaciones y seamos inflexibles con ellas. Jesús
supo hacerles frente, ¿sabremos nosotros?

Comencemos la Cuaresma con este gesto de humildad de


reconocernos débiles y necesitados de perdón. Lo hacemos
como todos los domingos pidiendo por todos los que sufren,
están solos o enfermos.

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