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La envidia es un sentimiento de tristeza o enojo por los bienes y privilegios de que otros
disfrutan. ¿Establece la Biblia alguna diferencia entre los celos y la envidia? Una obra de
consulta bíblica matiza que, en las Escrituras, a veces “la palabra celos [...] se refiere al deseo
de ser tan próspero como otra persona, mientras que envidia alude al deseo de arrebatarle
lo que posee”. De modo que, en cierto sentido, quien envidia a alguien no solo ansía lo que
tiene, sino que además pretende quitárselo.
Así pues, analicemos cómo nace la envidia y cuáles son sus consecuencias. Y, sobre todo,
veamos qué medidas tomar para que este veneno nunca infecte nuestra vida.
Cristina, que es precursora regular, admite: “Muchas veces noto que estoy mirando a otros
con envidia. Me fijo en lo que ellos tienen y yo no”. Un día, mientras comía con un
superintendente viajante y su esposa, se puso a pensar en que ellos eran de la misma edad
que ella y su esposo, Eric, y que en el pasado habían disfrutado de asignaciones similares.
Entonces exclamó: “¡Mi esposo también es anciano! ¿Por qué ustedes están en la obra de
circuito y nosotros no somos nada?”. Cegada por la competitividad y por la envidia, dejó de
valorar el buen trabajo que realizaba junto con su esposo y se convirtió en una persona
infeliz.
¿Y qué hay de José? Este cristiano tenía muchos deseos de ser siervo ministerial, y al ver que
otros hermanos recibían el nombramiento antes que él, empezó a envidiarlos. Además,
centró su frustración en el coordinador del cuerpo de ancianos de su congregación. “Por
culpa de la envidia llegué a odiar a este hermano y a cuestionar sus intenciones —
confiesa—. Cuando la envidia se apodera de ti, te vuelve egoísta y te impide pensar con
claridad.”
ANTÍDOTOS INFALIBLES
Sentir amor y cariño por los hermanos. El apóstol Pedro exhortó a los cristianos: “Ahora
que ustedes han purificado sus almas por su obediencia a la verdad con el cariño fraternal
sin hipocresía como resultado, ámense unos a otros intensamente desde el corazón” (1 Ped.
1:22). ¿Y cómo es el amor verdadero? El apóstol Pablo responde: “El amor es sufrido y
bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta
indecentemente, no busca sus propios intereses” (1 Cor. 13:4, 5). Sin duda, un sentimiento
como ese contrarrestará cualquier tendencia a la envidia (1 Ped. 2:1). Jonatán dio un gran
ejemplo a este respecto, pues en lugar de envidiar a David, optó por “amarlo como a su
propia alma” (1 Sam. 18:1).
Relacionarse con personas espirituales. El compositor del Salmo 73 sintió envidia de los
malvados que llevaban una vida de lujo y despreocupación. ¿Qué hizo para no dejarse
vencer por esos pensamientos? “Entrar en el magnífico santuario de Dios.” (Sal. 73:3-5, 17.)
Al relacionarse con otros siervos de Jehová, volvió a apreciar los beneficios de estar cerca de
Dios (Sal. 73:28). Y lo mismo nos ocurrirá a nosotros si nunca dejamos de asistir a las
reuniones cristianas con nuestros hermanos.
Hacer el bien. Cuando Caín comenzó a cultivar odio y envidia, ¿qué le aconsejó Dios? “Hacer
lo bueno.” (Gén. 4:7.) Este consejo también es útil para los cristianos. Jesús mandó: “Tienes
que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente”.
Y también: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:37-39). Cuando nuestra
vida gira en torno a servir a Jehová y ayudar al prójimo, sentimos una satisfacción que elimina
cualquier rescoldo de envidia que haya en nuestro interior. Si servimos a Dios y al prójimo
participando cuanto podamos en nuestra labor de predicación y enseñanza, recibiremos “la
bendición de Jehová” (Pro. 10:22).
Alegrarse “con los que se regocijan” (Rom. 12:15). Jesús celebró el éxito de sus discípulos
y les aseguró que alcanzarían mayores logros que él en su predicación (Luc. 10:17, 21; Juan
14:12). Los siervos de Jehová somos un pueblo unido; cada éxito individual es una bendición
para todos nosotros (1 Cor. 12:25, 26). Por eso, si a un cristiano se le asigna una nueva
responsabilidad, ¿no deberíamos alegrarnos por él, en vez de tenerle envidia?
NO HAY QUE BAJAR LA GUARDIA
La lucha contra la envidia puede ser larga. Cristina confiesa: “Me sigue costando mucho
controlar esta tendencia. Por más que la odie, sigue ahí, y tengo que reprimirla en todo
momento”. José ha librado una batalla parecida: “Jehová me ha ayudado a apreciar las
virtudes del coordinador del cuerpo de ancianos. Sin una buena relación con Dios, jamás
habría vencido”.
No olvidemos que la envidia es una de las “obras de la carne” contra las que todo cristiano
debe luchar (Gál. 5:19-21). Si resistimos sus embates, seremos más felices y agradaremos a
Jehová, nuestro Padre celestial.