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SINOPSIS

Mientras dos dioses elementales se proponen destruir Mytica, aquellos que son
enemigos jurados deberán convertirse en aliados en esta batalla final para salvar a
los reinos.

Jonas continúa desafiando a su destino intencionalmente, pero las


consecuencias de planear su propio curso son drásticas. Mientras la pelea de Mytica
se desencadena, él deberá decidir cuánto más está dispuesto a sacrificar.

Lucia sabe que hay algo especial sobre su hija, y ella hará todo lo posible para
protegerla, incluso si eso significa enfrentar a Kyan sola.

Amara es llamada de vuelta a su hogar en Kraeshia. La abuela Cortas tiene sus


propios planes para el futuro de Mytica. Ella le promete poder a Amara, venganza,
y dominio si acepta ser parte de sus planes.

El amor de Magnus y Cleo será puesto a prueba una última vez. La magia oscura
está causando destrucción que se esparce a través del imperio. Los enemigos a
través del mar avanzan. Y los disturbios se agitan a través de la tierra. ¿Es su amor
lo suficientemente fuerte para encarar las fuerzas externas que los están
despedazando?
CRÉDITOS
Traducción Corrección
Atheneia Achilles
Blackbeak Akira the Undaunted
Brenda Aurasi
Cla3u Jupiter M
Cris Samn
Dakya WinterGirl
Isabelle
IsaCat
Julieta
Jupiter M
Luneta
Nashly
Ravechelle
Samn
Simonee
Valkiria
Venus

Corrección Final
Vaughan

Diseño

Michell
El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias
personas que, sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y
corregir los capítulos del libro.
El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos tengan la
oportunidad de leer esta maravillosa saga lo más pronto posible, sin tener que
esperar tanto tiempo para leerlo en el idioma en que fue hecho.
Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de
lucro, es por eso que este libro se podrá descargar de forma gratuita y sin
problemas.
También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en sus países,
lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a seguir publicando más libros
para nuestro deleite.

¡Disfruten la lectura!
MAPA
LISTA DE PERSONAJES
Traducido por Sandra López
Corregido por Aurasi

Limeros
Magnus Lukas Damora
Príncipe
Lucia Eva Damora
Princesa y hechicera
Gaius Damora
El rey de Mytica
Felix Gaebras
Ex asesino
Kurtis Cirello
Hijo de Lord Gareth, antiguo feudal del rey
Lord Gareth Cirillo
Gran feudal del rey
Enzo
Guardia del Palacio
Lyssa
Hija pequeña de Lucia

Paelsia
Jonas Agallon
Líder de los Rebeldes
Tarus Vasco
Rebelde
Auranos
Cleiona (Cleo) Aurora Bellos
Princesa de Auranos
Nicolo (Nic) Cassian
Mejor amigo de Cleo
Nerissa Florens
Asistente de Cleo
Taran Ranus
Rebelde
Bruno
Dueño de la taberna
Valia
Bruja

Kraeshia
Amara Cortas
Emperatriz
Ashur Cortas
Príncipe
Carlos
Capitán de la guardia
Neela
Abuela de Amara y Ashur
Mikah Kasro
Revolucionario
El Santuario
Timotheus
Vigilante Mayor
Mia
Vigilante
Olivia
Vigilante y vástago de la tierra
Kyan
Vástago de fuego.
PRÓLOGO HACE CIEN AÑOS

Traducido por Samn


Corregido por Aurasi

Era su sueño favorito.


La daga dorada estaba acostada delante de Valia en un cojín de terciopelo.
Hermosa. Poderosa. Mortal. La recogió, la helada empuñadura dorada contra su
piel. El pensamiento de la oscura sangre mágica dentro de ella, contenida sólo por
los símbolos de “elementia” grabados en la superficie de la espada, le envió un
escalofrío hasta su columna vertebral.
Esta arma retenía magia que podía empuñar para mover el mundo como ella
quisiera. Sin conflicto, sin luchar, sin dolor. Sus decisiones, su reino… todo.
Con esta espada en su control, todos la adorarían y la amarían.
Sí, este era su sueño favorito… una brillante joya en una oscura profunda cueva
de pesadillas. Y ella se permitía disfrutar cada momento de ello.
Al menos, hasta que Timotheus decidió interrumpir.
El inmortal llevó la mente inconsciente de Valia a un campo de pasto verde y
flores silvestres… un completo cambio de su usual vista de hielo y nieve de su
diminuta y aislada cabaña en las montañas al norte de Limeros.
En este sueño, podía oler el dulce polen y sentir el calor del sol en su piel.
Miró en los dorados ojos de Timotheus. Era milenario, pero tenía el rostro y el
cuerpo de un apuesto hombre apenas en sus veintes. Se veía igual a cuando nació,
hecho de los elementos mismos, uno de los primeros seis inmortales creados para
proteger a los Vástagos y vigilar el mundo de los mortales.
La visión de él la llenó con la misma cantidad de molestia y temor.
—El fin se acerca —dijo Timotheus.
Sus palabras enviaron un escalofrío a través de ella hasta la misma médula de
sus huesos.
— ¿Cuándo? —preguntó lo más calmadamente que pudo. Él estaba parado a
sólo dos pasos de ella en el campo de flores colorido.
—No lo sé precisamente —dijo—. Podría ser mañana. Podría ser dentro de unas
décadas.
La molestia tomó prioridad ahora sobre el temor.
—Tu línea de tiempo es más bien poco confiable. ¿Por qué me estás molestando
con estas tonterías? No me importa lo que suceda o cuándo.
Presionó sus labios juntos, estudiándola cuidadosamente por un momento antes
de responder.
—Porque sé que te importa. Que siempre lo ha hecho.
Este inmortal la conocía mejor de lo que ella prefería.
—Te equivocas, Timotheus. Como siempre.
Él negó con la cabeza
—Mentir nunca ha sido tu habilidad más fuerte, mi vieja amiga.
Valia apretó su mandíbula.
— Estaba teniendo un sueño maravilloso antes de que lo interrumpieras. Llega a
cualquier punto que hayas venido a hacer, ya que en verdad me gustaría regresar
a él.
Sus ojos se estrecharon mientras la estudiaba. Siempre estudiando, siempre
observando. Este inmortal era desconcertante. Incluso más que los otros.
— ¿Las profundas líneas en tu rostro te han llevado a alguna epifanía acerca de
tu vida? —preguntó.
A Valia le molestó la mención de su juventud perdida. Tan sólo ayer había
aplastado el último espejo en su cabaña, odiando a la vieja mujer que reflejaba.
—Tu tendencia de hablar en acertijos nunca ha sido tu rasgo más entrañable,
Timotheus.
— Y tu falta de empatía nunca ha sido la tuya.
Ella rio, tan fría y frágil como un carámbano golpeando el suelo congelado.
— ¿Puedes culparme?
Él levantó una ceja mientras caminaba haciendo un lento círculo alrededor de
ella. Antes que seguir sus movimientos, se enfocó en el grupo de margaritas
amarillas a su izquierda.
—Ahora vas con un nombre diferente —dijo—. Valia.
Sus hombros se tensaron.
—Así es.
—Un nombre nuevo no cambia nada.
—No estoy de acuerdo.
—Debí de haberte visitado en tus sueños hace años. Me disculpo por mi
negligencia.
Su mirada se movió a su mano izquierda.
— Me imagino que eso te da más problemas que las líneas en tu rostro.
Calor voló a sus mejillas ante esa franca observación y deslizó su temblorosa y
deforme mano en lo profundo del bolsillo de su capa.
—Un simple susurro de aire mágico puede hacer maravillas para esconderlo
durante mis horas de vigila.
— ¿De quién te escondes? Tú escogiste una vida de soledad.
—Es cierto —siseó Valia.
—Mi vida, mi elección. Y ninguna de tu incumbencia. ¿Y qué importa? Si el fin
está cerca, como tú dices, puede ser mañana o dentro de un siglo, pues que así
sea. Deja que termine ¡con todo! Ahora vete. Mis sueños son privados. Mi vida es
privada y así es como me gusta.
Cuando su voz se rompió al final, esperó que él no lo hubiera notado.
—Te traje un regalo —dijo después de unos largos momentos de silencio—.
Algo que pensé que querrías tener.
En sus manos, sostenía un irregular fragmento dentado de brillante roca negra.
Valia la miró pasmada. Era la Espada de Obsidiana, una antigua arma mágica
de posibilidades ilimitadas.
—Sabes lo que una magia como esta te podría permitir empuñar —dijo él.
— Y cómo tal vez podría ayudarte.
Sin aliento, lo único que ella podía hacer era asentir en respuesta.
Valia se acercó, primero con su mano maldecida y luego con la buena. Asustada
de tocarla, asustada de entregarse a la fresca esperanza que se burlaba después
de muchos años de creciente desesperación.
Luego la duda se levantó.
— ¿Qué quieres a cambio de este regalo? —preguntó en voz baja.
—Un favor —respondió Timotheus.
— Uno que me garantizarás sin preguntarme cuando el día llegue para que lo
pida.
Frunció el ceño.
—Si el fin está cerca, ¿tienes algún plan? ¿Les has contado a los otros? ¿Qué
hay de Melenia? Sé que puede ser horriblemente vanidosa y egoísta, pero también
es poderosa, inteligente e implacable.
—De hecho, lo es. Ella me recuerda diariamente a alguien más. Alguien que
perdimos hace muchos años atrás.
Valia se enfocó en las margaritas de nuevo, renuente a encontrarse con la mirada
del inmortal.
—Melenia es más útil para ustedes de lo que yo alguna vez podré ser.
Cuando se forzó a verlo de nuevo, no había respuestas en sus oscuros ojos
dorados.
—Un favor —repitió—. ¿Aceptas o no?
Su necesidad de respuestas inmediatas se desvaneció mientras una familiar
codicia se levantó dentro de ella, demasiado gruesa para tragarla de nuevo.
Necesitaba ese regalo, lo necesitaba para ayudar a fortalecer su desvanecida magia
y recuperar su juventud y belleza. Para ayudarla a controlar lo que aún pudiera en
esta existencia que parecía incontrolable.
La Espada de Obsidiana era sólo una fracción de poderosa que la daga dorada
con la que soñaba, la que deseaba más que a nada. Pero sabía que la necesitaba.
Desesperadamente.
Tal vez el pasado ya no importaba.
Sólo la magia importaba. Sólo sobrevivir importaba.
Sólo el poder importaba, en cualquier forma que ella pudiera poseerlo.
Finalmente, Valia tomó la Espada de Obsidiana de Timotheus, el peso de ella era
un gran consuelo después de tantos años de dolor y problemas.
—Sí, Timotheus —dijo eventualmente.
— Acepto.
Él asintió.
—Mi gratitud para ti. Siempre.
Luego el inmortal y el mundo de sueño en el que él la había llevado se
desvanecieron en la oscuridad. Cuando Valia despertó, arropada en su pequeño
catre con el corazón de fuego quemándose en brillantes cenizas, el irregular
fragmento de la espada aún estaba en su agarre.
CAPÍTULO 1 JONAS
PAELSIA

Traducido por Samn


Corregido por Aurasi

—No puedes escapar de tu destino.


Jonas se levantó del duro suelo de madera tan rápidamente que una ola de
mareo lo golpeó. Desorientado, pero con la daga en mano, escaneó la pequeña
habitación para localizar exactamente lo que lo había sacado de un profundo sueño.
Pero no había nada allí excepto por una hermosa princesa con un largo cabello
negro cuervo dormida en la pequeña cama. Un diminuto bebé dormía a su lado,
envuelta en una pieza de tela que Jonas había arrancado de su capa la noche
anterior.
Los ojos de la recién nacida se abrieron ampliamente y vieron directamente a
Jonas. Ojos violetas. Brillantes… como joyas resplandecientes.
Su aliento se detuvo ¿Qué…?
Lucia gimió suavemente en sus sueños, robando su atención del bebé por un
momento. Cuando su mirada volvió, los ojos del bebé eran azules como los de su
madre, no violetas.
Jonas negó con la cabeza para despejarse.
Lucia dejó salir otro quejido de sus sueños.
— ¿Malos sueños, princesa? —Jonas murmuró— No puedo decir que me
sorprende, dado lo que sobrevivimos anoche.
Su viaje para salvar al padre y hermano de Lucia había sido interrumpido por el
parto de Lucia durante una masiva tormenta. Jonas rápidamente les encontró un
cuarto en una posada cerca de Paelsia para que Lucia pudiera recuperar sus
fuerzas antes de que siguieran adelante.
Se movió debajo de las sábanas, su rostro se contrajo.
—No… —susurró— Por favor, no… no…
La inesperada vulnerabilidad en su voz lo desgarró.
—Princesa… despierte —dijo, más fuerte esta vez.
—No… no puedes… No… Nno te lo diré…
Sin pensarlo, Jonas se sentó en el borde de la cama.
—Lucia, despierta.
Cuando ella no respondió, sostuvo sus hombros para sacudirla gentilmente y
despertarla.
En un instante, Jonas ya no estaba en la pequeña habitación. Estaba parado a
mitad de una aldea y el mundo estaba en llamas.
Las flamas se disparaban tan altas como las Montañas Prohibidas, su calor fue
inmediato, marcas abrasadoras en la carne de Jonas. Las dolorosas llamas no
crepitaban como las de una fogata; éstas chillaban como una atroz bestia del rincón
más oscuro de las Tierras Salvajes. A través del muro de destrucción. Jonas vio con
pasmada incredulidad como cabañas y aldeas eran encendidasla gente gritaba por
ayuda y piedad antes de que las llamas los devoraran completamente, sin dejar
nada más que cenizas negras donde una vez estuvieron parados.
Jonas se paralizó. No podía gritar o correr del ardiente dolor. Lo único que podía
hacer era observar con horror mientras el destructivo fuego empezaba a formar algo
reconociblela figura de un monstruoso hombre gigante. Esta criatura de fuego miró
hacia abajo a otra figuraera una chica con capa, parada defensivamente frente a
él.
— ¿Finalmente ves la verdad, pequeña hechicera? —Gruñó la criatura, cada
palabra era un feroz y ardiente latigazo— Este mundo es defectuoso y no vale la
pena, justo como son todos los mortales ¡Quemaré toda esta debilidad!
— ¡No! —La capucha de la capa de la chica cayó hacia atrás, revelando su
fluente cabello negro. Era Lucia— No te dejaré hacer esto ¡Yo te detendré!
—Me detendrás, ¿en serio? —La criatura comenzó a reírse y extendió sus
llameantes brazos— Sin embargo, ¡tú eres quien hizo todo esto posible! Si no me
hubieras despertado después de todos estos siglos, nada de esto hubiera sucedido.
—Yo no te desperté —dijo ella, con un tono ahora más inseguro—. El ritual con
Alexius… sí, desperté a los otros. Pero tútú eres diferente. Es como si te hubieras
despertado solo.
—Subestimas el alcance de tu magia, de tu propia existencia. Melenia lo sabía.
Es por eso que te envidiaba tal como a Eva. Tal vez es por esto que te quería muerta
después de que cumpliste tu propósito. Justo como tu madre te quería muerta.
Lucia retrocedió, como si sus palabras fueran golpes físicos—. Mi madre temía
mi magia —volteó su rostro lejos del monstruo lo suficientemente para que Jonas
viera las lágrimas deslizándose por sus mejillas— ¡Debí dejar que me matara!
—Tu vida mortal es la única cosa que aún valoro, pequeña hechicera. Toma tu
merecido lugar a mi lado y juntos reinaremos el universo.
Lucia miró al Vástago de fuego por un momento en silencio.
—No quiero eso.
El dios de fuego rio.
—Mientes, pequeña hechicera, especialmente a ti misma. Poder absoluto es lo
que cualquier mortal quiere. Permitirías que tu familia, tus amigos, incluso tu propia
hija, sean destruidas si eso significa alcanzarlo. Abrázalo, pequeña hechicera.
Pequeña diosa.
Ahora temblando, Lucia apretó sus puños a sus lados y gritó:
— ¡NUNCA!
El penetrante sonido congeló el dorado fuego en un lugar. En el momento
siguiente, explotó en millones de fragmentos de cristales azules, cada uno cayendo
para revelar la habitación de la posada detrás de ellos. Y a la chica durmiendo en la
pequeña cama.
Las pestañas de Lucia revolotearon. Abrió sus ojos y su mirada se fijó en Jonas.
— ¿Qué… qué demonios acabo de ver? —Preguntó Jonas, con voz ronca—
¿Eso fue sólo un sueño? ¿O fue una visión del futuro?
—Estuviste en mi cabeza —susurró—. ¿Cómo es eso posible?
—No… no lo sé.
Sus ojos se ensancharon.
— ¡Cómo te atreves a invadir mi privacidad así!
— ¿Qué…?
Jonas se encontró volando de repente, como si una larga fuerza invisible lo
hubiera agarrado y empujado fuera de la cama. Golpeó la pared más lejana
fuertemente y cayó al suelo con un gruñido.
La niña empezó a llorar.
Lucia tomó a la niña en sus brazos, sus brillantes ojos llenos de indignación.
— ¡Aléjate de mí!
Se frotó la parte posterior de su cuello mientras se ponía de pie y le frunció el
ceño.
— ¿Crees que lo hice a propósito? Sólo estaba tratando de despertarte de tu
pesadilla. ¡No sabía que eso iba a suceder!
—Estoy comenzando a preguntarme cuanta magia sostienes dentro de ti.
—Sí, yo también —se propuso a ser paciente—. No sabía que podía entrar a tus
sueños… como… como…
—Como Timotheus puede —siseó.
Un Vigilante. Un inmortal que había vivido por milenios. Timotheus vivió en el
Santuario, un mundo aparte del suyo, y Jonas confiaba más en el Vástago de fuego
del sueño de Lucia que lo que confiaba en él.
—Esto es obra de Timotheus —musitó Jonas—. Tiene que serlo.
— ¡Sal! —Lucia gritó.
—Escucha, entiendo que hayas tenido una noche difícil. Ambos la tuvimos. Pero
ahora estás siendo completamente irracional.
Ella empujó su mano hacia la puerta. En su comando, se abrió y golpeó contra la
pared. Sus mejillas estaban rojas y las lágrimas se deslizaron.
— ¡Déjame sola con mi hija!
El llanto del bebé no se detuvo en ningún momento.
¿Se suponía que simplemente ignorara lo que había visto en el sueño de Lucia
sólo porque esta se había despertado con un humor de perros?
— ¡Estaba tratando de ayudarte!
—Una vez que me lleves con mi padre y Magnus no necesitaré más ayuda de ti,
rebelde —empujó su dedo en dirección a la puerta—. ¿Te volviste sordo? ¡Te dije
que te fueras!
Antes de que se diera cuenta, Jonas se vio empujado hacia el pasillo por una
ráfaga de aire mágico y la puerta se cerró frente a su cara.
Así que éstas eran las gracias que obtenía por desafiar a su propia maldita
profecía y salvar su vida la noche anterior casi dando la suya propia: una puerta
cerrándose mágicamente en su cara la mañana después.
—No importa —dijo en voz alta a través de sus dientes apretados—. Esto casi
termina. No puede ser lo suficientemente pronto para mí.
Mientras más pronto llevara a la princesa de Limerian con su odiosa familia, su
asociación con los Damoras estaría oficialmente y agradecidamente terminada.
En el peor humor de perros que cualquiera que tuviera recientemente en
memoria, descendió las escaleras de la posada. Se enfocó en encontrar algún
desayuno que llenara su estómago vacío. Un desayuno tradicional Paelsiano con
huevos goteantes y pan duro sería perfecto, pensó. No esperaba encontrar frutas
exóticas y vegetales que adornaban las mesas del brillante comedor de los mimados
Auranianos o los Limerios estirados. Tan cerca de las tierras baldías occidentales,
tendría suerte si encontraba una pieza marchita de repollo o parcialmente un tomate
podrido que le acompañara en su comida.
¡Y él estaba bien con eso!
—Jonas.
Se congeló por un momento ante el inesperado saludo que llegó mientras entraba
a la sombría taberna casi vacante. Instintivamente, alcanzó la daga que colgaba de
su cinturón. Pero cuando su mirada cayó en un rostro familiar, su ceño fue
remplazado por una sonrisa.
— ¿Tarus? —Preguntó pasmado— ¿Estoy viendo a un espíritu ahora mismo, o
en verdad eres tú?
El chico de desordenado cabello rojizo y de un rostro memorable lleno de pecas,
sonrió alegremente hacia él.
— ¡En verdad soy yo!
Sin dudarlo, Jonas abrazó a su amigo fuertemente. Este rostro conocido de su
pasado funcionó como un inmediato bálsamo para su alma herida.
— ¡Es bueno verte de nuevo!
Tarus Vasco había dado su corazón y alma a la causa rebelde después de que
su hermano menor fuera asesinado en la batalla del Rey Gaius para tomar el control
de Auranos. Más tarde, después de un fallido levantamiento en donde incontables
rebeldes fueron degollados, ambos Tarus y Lysandra habían sido capturados y casi
habían perdido sus cabezas en una ejecución pública.
Lysandra. La pérdida de una chica que había comenzado a significar mucho más
para él que lo que otros compañeros rebeldes significaron, todavía se sentía fresca
y cruda. Cualquier recuerdo de ella hacía que el corazón de Jonas sufriera con pena
y arrepentimiento porque él no había sido capaz de salvarla.
Tantos recuerdos volvieron con el rostro de Tarusambos buenos y malos. Lo
único que Jonas quería cuando había acompañado al chico de regreso a su aldea
natal era que Tarus estuviera a salvo, pero ya no había tal cosa de “a salvo” en
Mytica nuca más.
Tarus se aferró a él fuertemente de la parte superior de sus brazos.
—Hice lo que me pediste que hiciera. He aprendido a pelear tan bien como
cualquier soldado. Estarías orgulloso de mí.
—No tengo duda de ello.
—Me alivia que te las arreglaras para escapar.
Jonas frunció el ceño
— ¿Escapar?
Tarus bajó la voz.
— ¿La bruja está dormida? ¿Así fue como te las arreglaste para deshacerte de
su control?
Jonas de repente se volvió muy consciente de que la taberna estaba
completamente vacía aparte de los tres hombres que estaban parados
silenciosamente detrás de Tarus como sombras descomunales.
—Has estado esperando por mí —dijo lenta y cuidadosamente.
Tarus asintió.
—Tan pronto como el tabernero aviso anoche de que habías llegado con la bruja,
vinimos tan rápido como pudimos.
—Son rebeldes —Jonas habló suavemente, pero ahora podía ver la verdad justo
en frente de él.
—Claro que lo somos. Escuchamos lo que sucedió durante el discurso de la
Emperatriz Amara… que la bruja se las había arreglado para ponerte debajo de su
oscuro hechizo. Pero no durará. Mi abuela dijo que la magia de una bruja muere
cuando ella lo hace.
Eso casi hizo a Jonas reír. Tarus siempre tenía cuentos que compartir que había
aprendido de su abuela para ayudarle a explicar lo desconocido. Jonas una vez
había nombrado a las historias mágicas como divertidas, pero absolutamente
inútiles.
Mucho había cambiado desde entonces.
—Prometo que te ayudaremos a liberarte de su malvado control —dijo Tarus
gravemente.
— Sé que no estarías con Lucia Damora bajo tu propia voluntad.
Jonas les dio una mirada cautelosa a los otros hombres. Ellos no lo miraban con
desconcierto como Tarus lo hacía. La antorcha de la pared más cercana reflejó sus
fríos ojos negros. Estaban llenos de desconfianza.
—Sé que tendrás problemas creyendo esto —dijo Jonas—. Pero la Princesa
Lucia no es quién crees que es. Hay algo más ahí afuera… alguien más. La mayor
amenaza que alguna vez se haya desatado en este mundo. Eso es lo que debemos
detener.
— ¿De qué estás hablando? —preguntó Tarus en voz baja.
Jonas se lamió sus labios secos. ¿Cuál era la mejor forma de explicar lo
inexplicable?
—Sé que eres muy consciente de la leyenda del Vástago.
Tarus asintió.
—Un mágico tesoro que muchos han buscado, creyendo que tal vez los
convertiría en dioses.
—Exacto. Pero la cosa es, la magia del Vástago no es sólo magia que uno puede
usar para sí. En realidad, ya son dioses… aire, agua, tierra, fuego. Atrapados dentro
de cuatro orbes de cristal. Y el dios del fuego ya ha sido liberado—. El horrible sueño
de Lucia destelló a través de su mente y se estremeció con el recuerdo.
— Quiere destruir el mundo. La Princesa Lucia es la única que tiene la magia
para detenerlo.
Con una opresión en el pecho, esperó por una respuesta, pero durante varios
momentos largos, sólo hubo silencio.
Luego uno de los prominentes hombres se burló.
—Disparates
—Definitivamente está bajo la influencia de la bruja —siseó el otro—. Te dimos
una oportunidad para hablar con él, Tarus. Pero nuestro tiempo se acaba. ¿Qué
debemos hacer ahora?
Jonas frunció el ceño. ¿Tarus era su líder? ¿Estos hombres miraban a un chico
de sólo quince años para comandarlos?
Tarus encontró la mirada de Jonas.
—Quiero creerte.
—Tienes que creerme —dijo Jonas simplemente, pero su voz se sintió tensa.
Sabía que había sonado como la historia más descabellada que alguna vez hubiera
contado. Si no hubiera sido testigo de ello con sus propios ojos, él habría sido el
primero en negar tal locura.
— Tú siempre has creído en la posibilidad de la magia, Tarus y tú debes creer
esto. El destino de nuestro mundo depende de ello.
—Tal vez —aceptó Tarus—. O tal vez la bruja te tiene en un agarre más fuerte
de lo que pensé que sería—. Sus cejas se entrejuntaron, su mirada cada vez más
distante—. La vi, sabes. La Princesa Lucia Damora caminó con su amigo a través
de la masacre de una aldea que habían destruido como si fuera una placentera
fogata, le prendió fuego para calentar su helado corazón. Recuerdo que sonrió
mientras pasaba caminando junto al cadáver de mi madre achicharrado—. Su voz
se quebró—. Vi como mis padres se quemaron hasta morir frente a mis ojos y no
pude hacer nada para salvarlos. Estábamos visitando a mi tía por unos días. Y…
luego se habían ido.
Jonas no podía respirar, no podía formar las suficientes palabras para hablar.
Para razonar. Para explicar que el amigo había sido el Vástago de fuego, Kyan. Eso
no excusaba el comportamiento o las elecciones de Lucia alineadas con él. ¿Cómo
se suponía que explicaría algo tan horrible como eso?
—Lo lamento tanto —fue todo lo que logró decir.
—La hija del Rey de Sangre pertenece a las tierras oscuras —gruñó uno de los
rebeldes—. Y hoy vinimos para enviarla allí. A ella y a su engendro.
Jonas sintió su estómago caer.
— ¿Saben sobre la niña? ¿Y desean herir a un inocente?
El rebelde tomó la antorcha de la pared.
— El tabernero nos contó. Es un demonio nacido de un demonio, no una niña
inocente nacida de una mujer.
Jonas vio con consternación como Tarus también tomaba una antorcha.
— Crees que Lucia es malvada. Y tal vez lo fue… por un tiempo. Tal vez todos
hemos hecho cosas imperdonables en nuestras vidas. Sé que yo las he hecho. Pero
no puedes ayudarlos a hacer esto.
— La defiendes, aunque ella fue quien mató a Lys —Cuando Jonas se contrajo
de dolor como si el nombre fuera una bofetada, la expresión de Tarus se
endureció—. Sí, las noticias viajan rápido.
—El dios del fuego la mató, no Lucia. La princesa llamó a su bebé Lyssa para
mostrar el remordimiento de lo que le sucedió a Lysandra.
—Esa bruja no merece pronunciar ese nombre —escupió Tarus—. Si no hubiera
sido por ella, Lys seguiría viva. ¡Innumerables Paelsianos seguirían vivos!
Era exactamente lo mismo que Kyan había reclamado en el sueño de Lucia, que
todo había sido su culpa.
—No es tan simple —dijo Jonas a través de sus dientes apretados.
Dolorosa decepción destelló sobre el rostro de Tarus.
—Eres Paelsiano. Un rebelde. ¡Sabes que esa bruja de negro corazón es con
todo lo que hemos estado luchando en contra! ¿Por qué gastas tu aliento
defendiéndola?
Tarus estaba en lo cierto. Completamente cierto.
La magia de Lucia había liberado al dios del fuego de su jaula de cristal. Ella
había estado a su lado durante meses mientras destruía la mitad de Mytica,
matando innumerables inocentes. Incluso antes de ello, había sido criada por el Rey
Gaius, un monstruo que Jonas había querido muerto más que cualquier cosa.
Hasta…
¿Hasta qué? Pensó con disgusto. ¿Hasta que te convertiste en un aliado de los
Damoras? ¿Hasta que el propio Rey de Sangre te envió a encontrar a su hija y a
regresarla a salvo a su real lado para que pudiera aprovecharse de su magia y
recuperar su sádico poder?
Jonas no sabía qué decir, su mente era un torbellino. Cada elección, cada
decisión, cada pensamiento que había tenido a través del doloroso último año, había
conducido a este momento.
—Tu lugar es con nosotros, Jonas —La voz de Tarus volvió a decaer. El chico
ahora estaba tan cerca que Jonas podía sentir el calor de la antorcha de Tarus junto
a su rostro—. Si este dios del fuego es real, lidiaremos con él. Déjanos liberarte del
oscuro hechizo de la bruja para que puedas ayudarnos.
Su corazón se sentía como un peso en plomo en su pecho mientras sacaba la
enjoyada daga de su funda de cuero de su cinturón. Era la misma daga que había
matado a su hermano cuando había sido empuñada por un lord rico y malcriado.
Jonas podía haberla vendido por una pequeña fortuna en varias ocasiones, pero la
conservó como un símbolo por lo que él luchaba.
Justicia. El bien triunfando sobre el mal. Un mundo donde todo tenía sentido y
las líneas entre un amigo y un enemigo estaban dibujadas claramente en la arena.
¿Alguna vez habría existido un mundo así?
—No puedo dejar que mates a la princesa —dijo Jonas firmemente—. Lo que vas
a hacer es dejarme ir de esta posada, de esta aldea, con ella y la bebé, ilesos.
Tarus miró hacia la daga, sus cejas se levantaron.
—Imposible.
—Estarías muerto si no te hubiera salvado del hacha del ejecutor —dijo Jonas—
. Tú me la debes.
—Te debí lo único que me has pedido: que creciera y me fortaleciera. Lo hice.
Ahora soy fuerte. Lo suficientemente fuerte para hacer lo correcto —Luego Tarus
se dirigió a sus hombres, su voz solemne pero firme.
— Quemen la posada hasta los cimientos. Si Jonas se mete en su camino… —
suspiró—. Mátenlo también. Él tomó su elección.
Los rebeldes no esperaron. Se movieron por las escaleras con sus antorchas en
mano. Jonas arremetió contra uno y embistió su daga contra el otro. En pocos
momentos, se las arreglaron para contenerlo y desarmarlo.
Aún se encontraba debilitado por la noche anterior. Por permitirle a Lucia que
tomara su misteriosa magia interior para que sobreviviera el nacimiento de Lyssa.
Uno de los hombres arrastró a Jonas a través del suelo de la taberna, la daga
presionada en su garganta mientras los rebeldes aventaban las antorchas en el
suelo de madera. Le tomó un solo momento al fuego para que se levantara,
atrapándose en el seco material y cubriendo las paredes.
— ¡Lucia! —Jonas gritó.
El rebelde arqueó la daga enjoyada de Jonas a través de su pecho para
silenciarlo por siempre, pero el arma se congeló en el lugar justo antes de que
llegara a hacer contacto. El rebelde frunció el ceño mientras la daga se liberaba de
su agarre y flotaba en el aire.
Jonas miró hacia las escaleras. Las flamas se levantaban enormemente, pero
ahora había un camino despejado entre ellas.
Lucia se acercó con Lyssa en sus brazos, su expresión llena de furia.
— ¿Creyeron que podrían matarme con un poco de fuego? —Dijo levantando su
mano derecha.
— Que equivocados estaban.
Los tres rebeldes y Tarus volaron hacia atrás, golpeando fuertemente la pared
de la taberna. Sus ojos se abrieron con sorpresa y gruñeron con esfuerzo mientras
trataban de liberarse de donde habían sido clavados por el aire mágico de Lucia.
La daga se movió por el aire hasta alcanzar a Tarus.
—Hazlo, bruja —escupió Tarus—. Enséñanos a todos la asesina sangre fría que
eres.
—Si insistes —respondió Lucia.
— ¡No! —Jonas se empujó a sí mismo del suelo y se paró entre Lucia y los
rebeldes.
— Nadie morirá aquí hoy.
Ella lo miró incrédula.
—Ellos querían matarme. Querían matarte.
—Y fallaron.
— ¿Crees que dejarán de tratar?
—No me importa lo que hagan —dijo—. Nos vamos de aquí.
— ¿Nos? —Frunció el ceño— Incluso después de lo cruel que fui contigo allá
arriba, ¿aún quieres ayudarme?
—Deja vivir a estos hombres y saldremos juntos de aquí. Tarus me preguntó de
qué lado estoy, así que creo que he elegido. Estoy contigo, princesa. Tú no eres el
monstruo que quieren matar aquí hoy. Eres mejor que eso —Jonas no había creído
completamente en la verdad de esas palabras hasta que las dijo en voz alta, pero
eran igual de honestas tal como él había sido con ella. O con él mismo.
Lucia buscó su mirada por un largo momento antes de que moviera su muñeca.
La daga voló lejos de Tarus, clavándose en la pared opuesta.
—Está bien —dijo—. Entonces vámonos.
Jonas asintió, aliviado de que ninguna sangre sería derramada. Miró hacia la
daga.
Lucia tocó su brazo.
—Déjala. Esa horrible cosa es parte de tu pasado.
Dudó por un largo momento.
—Tienes razón — dijo finalmente.
Sin mirar atrás hacia Tarus, los rebeldes, o a la daga que había robado ambas
vidas, la de su hermano y su mejor amigo, Jonas dejó la posada con Lucia y su
bebé.
CAPÍTULO 2 CLEO
PAELSIA

Traducido por Simonee


Corregido por Aurasi

El guardia guío a Cleo por el oscuro y estrecho pasillo de la mazmorra hasta donde
la emperatriz de Kraeshia, Amara Cortas, esperaba.
Amara le sonrío a modo de saludo.
Cleo no le devolvió la sonrisa. En cambio, su mirada se movió hacia la abrazadera
en la pierna recién rota de Amara y el bastón sobre el que se apoyaba. Ella hizo una
mueca al recordar el horripilante chasquido de los huesos la noche anterior, cuando
Amara había sido arrojada a un pozo profundo junto con el resto del grupo,
esperando su muerte, tanto rebeldes como de la realeza.
Carlos, el capitán de la guardia de la emperatriz, se erguía como una sombra
amenazadora pero protectora junto a Amara.
— ¿Cómo te sientes? —Preguntó Amara tentativamente—. No te he visto en todo
el día.
—Estoy lo suficientemente bien—. Cleo empuñó su mano izquierda que ahora
llevaba el símbolo del agua: dos líneas paralelas onduladas. La última persona que
tuvo esta marca había sido una diosa.
Pero Cleo no se sentía como una diosa. Se sentía como una niña de diecisiete
años que no había dormido nada la noche anterior después de despertarse
abruptamente de un sueño vívido en el que se había estado ahogando. Su boca, su
garganta, sus pulmones llenos con un mar de agua. Cuanto más luchaba, más
imposible era respirar.
Se despertó justo antes de que se hubiera ahogado. Cleo hizo un gesto con la
cabeza hacia la puerta de madera a la derecha de Amara.
— ¿Está adentro?
—Lo está—, dijo Amara—. ¿Estás segura de que quieres hacer esto?
—Nunca he estado más seguro de nada. Abre la puerta.
Amara hizo un gesto hacia Carlos, y él abrió la puerta que conducía a una
pequeña habitación de no más de ocho pasos de ancho y ocho de largo. Había un
prisionero adentro, con las manos encadenadas por encima de la cabeza, iluminada
por dos antorchas en las paredes de piedra a cada lado de él. No tenía camisa, su
rostro barbudo, su pelo corto. El corazón de Cleo comenzó a golpear con fuerza
contra su pecho al ver a este hombre. Ella lo quería muerto.
Pero primero necesitaba respuestas.
—Déjanos — le dijo Amara a Carlos—. Espera en el pasillo.
Las cejas gruesas de Carlos se unieron.
— ¿Quieres que te deje sola con este prisionero?
— Mi invitada de honor desea hablar con este ex guardia, uno que elegiría hacer
las órdenes de Lord Kurtis en lugar de las mías—. Ella le sonrió al prisionero.
—Sí, quiero que nos dejes en paz con él.
Invitada de honor. Qué extraña descripción había usado Amara para alguien que
había ofrecido, junto con los demás, al Vástago de fuego como un sacrificio
voluntario solo anoche.
Por supuesto, la noche no había ido tan bien como la emperatriz había anticipado.
Muy bien, haré el papel de su invitada de honor, pensó oscuramente Cleo. Pero
solo mientras tenga que hacerlo.
Carlos hizo una reverencia, y con un gesto hacia el guardia que había llevado a
Cleo allí, rápidamente se fueron y cerraron la puerta detrás de ellos.
La mirada de Cleo permaneció fija en el hombre barbudo en la habitación oscura.
Una vez se había puesto el mismo uniforme de guardia verde oscuro que Carlos y
los demás, pero ahora sus sucios pantalones estaban hechos jirones.
La habitación apestaba a podredumbre e inmundicia.
El símbolo en la palma de la mano de Cleo ardió.
— ¿Cuál es su nombre? — Preguntó con disgusto.
— ¿Por qué no me preguntas?
El hombre alzó los ojos inyectados en sangre para mirar directamente a Cleo.
—Pero dudo que siquiera te importe cómo me llamo, ¿verdad?
—Tienes razón, no me importa—. Ella levantó la barbilla, ignorando cualquier
escalofrío momentáneo de disgusto y odio ciego hacia el extraño. Si no se mantenía
calmada, no obtendría las respuestas que necesitaba.
— ¿Sabes quién soy?
—Por supuesto que sí.
Los ojos del prisionero brillaban a la luz de las antorchas.
—Cleiona Bellos. Una ex princesa cuyo reino fue robado por el Rey de la Sangre
antes de ser forzada a casarse con su hijo y heredero. Entonces el rey perdió su
precioso reino para el Imperio de Kraeshia, así que ahora no tienes nada en
absoluto.
Si solo él supiera la verdad. Ella realmente tenía todo lo que alguna vez pensó
que quería. El símbolo en la palma de su mano izquierda continuó ardiendo, como
si las líneas estuvieran recién marcadas en su piel.
Magia de agua, fusionada con su ser.
Pero tan intocable como si un muro la separara del poder de una diosa.
—Ya ha sido interrogado y en vano— dijo Amara—. Esto puede ser una pérdida
de tiempo.
— No tienes que quedarte— respondió Cleo.
Amara guardó silencio por un momento.
— Quiero ayudar.
Cleo en realidad se río de eso, una risa baja en su garganta que no divertía.
—Oh, sí, has sido muy útil, Amara. Interminablemente servicial.
—No lo olvides, todos hemos sufrido por culpa de Kyan—dijo Amara desafiante—
. Incluso yo—.
Cleo reprimió una respuesta, algo frío, cruel y acusatorio. Un juego de quién
había sufrido más entre los dos.
Pero no había tiempo para tanta mezquindad.
Amara había ofrecido todo menos su propia alma para ayudar a Kyan a obtener
poder. Cleo sabía lo persuasivo que podía ser, ya que ella misma lo había
experimentado cuando el Vástago de fuego incorpóreo le susurró promesas en la
oreja la noche anterior.
Kyan quería que sus tres hermanos fueran liberados de sus prisiones de cristal y
en posesión de nuevos envoltorios de carne y hueso, y Amara se había asegurado
de que estuviera lista una selección de sacrificios.
Kyan solo había tenido la mitad de éxito.
Nic. Olivia.
Ambos se habían ido.
No, pensó ella. No puedo pensar en Nic ahora. Necesito mantener el control.
Cleo se obligó a concentrarse solo en los moretones en la cara y el cuerpo del ex
guardia. Sí, había sido interrogado como dijo Amara. Pero no había sido quebrado
aún.
Ella no perdonó un momento de simpatía por este prisionero y su situación actual.
— ¿Dónde está Kurtis Cirillo?
Dijo el nombre como algo que había escupido y había aplastado contra el suelo
con una bota. El hombre no parpadeó.
—No lo sé.
— ¿No? —Cleo ladeó la cabeza—. ¿Estás seguro? Él es de quien empezaste a
recibir órdenes, en lugar de la emperatriz— lanzó una mirada despectiva hacia
Amara.
—No recibo órdenes de ninguna mujer, no me importa quién es ella. Nunca lo he
hecho y nunca lo haré. Tienes un camino difícil por delante, princesa.
— Emperatriz—corrigió Amara.
— ¿Es eso oficial? — Preguntó el hombre—. ¿Incluso con tu hermano mayor
todavía vivo? Creo que el título de emperador es legítimamente suyo.
—Ashur asesinó a mi padre y mis hermanos— contestó bruscamente—. Él es mi
prisionero, no mi rival.
La capacidad de Amara para mentir era insuperable, pensó Cleo.
—Responda a las preguntas de la princesa con sinceridad— dijo Amara, —y
prometo que su ejecución será rápida—. Sigue siendo evasivo, y te prometo que
sufrirás mucho. —De nuevo—el hombre tuvo la audacia de sonreírle
—No tomo órdenes de mujeres. Tengo muchos amigos aquí entre tus guardias.
¿Crees que seguirán tus órdenes para torturarme sin dudarlo? Tal vez rechazarán
tal comando. Algunos moretones y cortes son solo para mostrar, para hacerte
pensar que tienes el control aquí.
—Tal vez me liberarían para torturarte en su lugar—. Él resopló—. Solo eres una
niña pequeña que se engaña a sí misma pensando que tiene poder
Amara no reaccionó a su despotrica más que negando con la cabeza.
—Hombres. Tan lleno de ustedes mismos, sin importar en la posición en que se
encuentren. Tan lleno de tu propia inflamada auto importancia. No te preocupes
Estaría encantada de dejarte encadenado aquí, sin comida, sin agua. Fácilmente
puedo hacer que esta sea una habitación de olvido como la que tenemos en casa.
— ¿Qué es una habitación de olvido? — Preguntó Cleo.
—Una habitación en la que uno queda sumido en la oscuridad, la soledad y el
silencio—, contestó Amara —con solo suficiente comida sin sabor para alimentar la
vida.
Sí, Cleo había oído hablar de tal castigo. Los prisioneros se quedaban solos hasta
que se volvían locos o morían. Parte de la diversión había desaparecido de los ojos
del prisionero ante la amenaza cuando miró a Cleo. Menos diversión, pero aún no
miedo.
—No sé dónde está Lord Kurtis— dijo lentamente—. Entonces, ¿por qué no estás
en camino ahora, pequeña?
— Sé que estabas presente cuando el Príncipe Magnus desapareció—. Cleo tuvo
que hablar despacio para evitar que su voz temblara con su creciente frustración.
—Nerissa Florens ha confirmado que estabas allí. Que lo dejaste inconsciente y
lo arrastraste lejos. Esto no está disponible para el debate o la negación; es un
hecho. Dime dónde lo llevaste.
Nerissa le había dicho a Cleo que no viniera, que dejara que otros buscaran a
Magnus y Kurtis. Ella quería que Cleo descansara.
Fue una petición imposible.
Nerissa había querido quedarse con Cleo hoy, pero Cleo había insistido en que
se uniera a la búsqueda de Magnus.
A pesar de los moretones y cortes en la cara del prisionero, su odiosa sonrisa
había regresado.
— Muy bien. ¿De verdad quieres saber? Lord Kurtis nos hizo traer al príncipe a
esta misma habitación. Aquí mismo.
Miró hacia las gruesas cadenas de hierro.
—Exactamente aquí. Pero entonces Lord Kurtis me despidió y me dijo que
volviera a trabajar. Entonces eso es exactamente lo que hice. Lo que sucedió
después de eso, no lo sé. Pero sí sé algo
Cleo había comenzado a temblar mientras imaginaba a Magnus aquí,
encadenado justo donde estaba este prisionero. Su rostro ensangrentado,
golpeado. Su cuerpo roto.
— ¿Qué sabes? —Gruñó Cleo con los dientes apretados, acercándose al
prisionero. Tan cerca que su amargo hedor se hizo casi insoportable.
—Lord Kurtis está obsesionado con el príncipe, obsesionado con matarlo, eso
es. Entonces, ¿mi conjetura? Eso es exactamente lo que hizo.
—El dolor candente se apoderó de Cleo, y ella tragó las ganas de sollozar. Ella
ya había imaginado mil cosas horribles que Kurtis podría haberle hecho a Magnus.
Más razón para permanecer despierta. Más razones para luchar por respuestas,
porque ella no estaba lista para darse por vencida.
—Magnus no está muerto—, dijo ella—. No lo voy a creer.
—Quizás Lord Kurtis lo dividió en muchos pedazos sangrientos, esparcidos sobre
Mytica.
—Cierra la boca— gruñó Cleo.
De repente fue difícil respirar.
Ahogándose, pensó con creciente pánico. Siento que me estoy ahogando
nuevamente, pero estoy completamente despierta.
Desde el interior de la prisión del recinto amurallado, escuchó un fuerte trueno.
—Kurtis te prometió algo por tu lealtad— dijo Amara.
— ¿Qué? Rescate, tal vez ¿Fortuna?
Tenía que estar en lo cierto. Kurtis necesitaría toda la ayuda que pudiera obtener
después de cruzar Amara.
—Debes saber dónde está— dijo Cleo, su voz no era más que un graznido
doloroso. Cada respiración era trabajosa, y la sensación ardiente en su palma era
imposible de ignorar.
El hombre la miraba con perplejidad.
—Estúpida, estás mejor sin esa familia viva. Deberías agradecer a Lord Kurtis. Y
a mí.
Su mirada brillante se movió hacia Amara.
—Lo más inteligente que hiciste fue bloquear al Rey Gaius. Te habría cortado la
garganta en el momento que pudiera.
—Tal vez—admitió Amara.
— ¿Está tan muerto como yo?
—Aún no lo he decidido.
Después de que Kyan y Olivia desaparecieron anoche, Amara hizo que el Rey
Gaius fuera arrojado a una celda, junto con Félix y Ashur. Eran tres hombres que
presentaban una amenaza a la emperatriz, de diferentes maneras. Tres hombres
que ella prefería tener en jaulas cerradas separadas.
— ¿Dijiste que debería…agradecerte? — Logró decir Cleo.
—Lo dije. Lo dije en serio. Se río, pero sonaba crudo ahora.
— Algunos lo llaman el Príncipe de la Sangre, ¿no es así? ¿Uno que siguió los
pasos de su padre? Su sangre estaba tan roja que llegó a este piso de tierra. Y el
crujido que hicieron sus huesos al romperse… como música para mis oídos.
—Cállate—gruñó Cleo. De repente, los ojos del prisionero se abrieron de par en
par. Su boca se abrió, sus labios se movieron como si buscara su próximo aliento,
pero no pudo encontrarlo.
— ¿Qué? — Gritó—. ¿Que…Está sucediendo?
Cleo trató de mantener la calma, pero se había vuelto más difícil con cada palabra
de odio que profirió este prisionero. Nerissa tenía razón, había sido un error horrible
venir aquí.
Ella necesitaba encontrar a Taran. Ahora tenía el Vástago del aire dentro de él,
luchando por el dominio de su cuerpo mortal. Ella casi lo había ignorado desde la
noche anterior, pérdida en su propio dolor, su propio sufrimiento.
No debería haberlo hecho. Ella lo necesitaba. Necesitaba saber cómo lo estaba
haciendo.
Su mano se quemó. Miró el símbolo de agua, y sus ojos se abrieron. Pequeñas
líneas azules tenues habían comenzado a extenderse desde el símbolo mismo.
— ¡Eres una bruja! — Jadeó el prisionero.
¿Eso era lo que pensaba? ¿Que ella había dibujado un símbolo elemental en su
palma, esperando invocar una pequeña pieza de agua mágica como una bruja
común?
No soy una bruja, quería decir.
Ya no sé lo que soy.
Cleo miró la pequeña y oscura habitación. Esta era la misma habitación donde
Magnus había sufrido.
— ¿Está muerto? —Se las arregló para que sus palabras sonaran apenas
entendibles.
Entonces ella gritó:
— ¡Contéstame!
— ¿Para este entonces? — El prisionero rechinó—. No tengo dudas de que lo
está.
Todo el aliento dejó el cuerpo de Cleo mientras miraba al monstruo.
—Ya has dicho suficiente— le gruñó Amara al prisionero.
—Sí, lo ha hecho— dijo Cleo
Entonces ella permitió que su odio y su pena surgieran. En un instante, la
sensación ardiente en su mano izquierda se convirtió en hielo.
Los ojos del prisionero se salieron de sus órbitas, su boca se abrió de par en par
cuando dejó escapar un grito de dolor que cortó bruscamente. Él se congeló en el
lugar, sus manos restringidas en los puños de metal de la pesada cadena unida a
la pared.
— ¿Qué le estás haciendo? — Jadeó Amara.
—Yo… No lo sé—. Su dolor y su ira habían provocado algo dentro de ella que no
podía controlar. Pero instintivamente, ella sabía lo que estaba pasando. Percibió
cada rastro de agua en el cuerpo del hombre mientras se convertía en hielo sólido.
Un escalofrío cayó sobre la celda como una mortaja. Cuando Cleo exhaló, su
aliento formó una nube congelada tal como lo hacía en los días más fríos de
Limeros.
Entonces el cuerpo congelado del prisionero se rompió en innumerables trozos
de hielo.
Cleo miró con sorpresa lo que quedaba del hombre cuando su mente se aclaró.
El silencio aturdido llenó la celda de la mazmorra por varios momentos.
—Lo mataste —dijo Amara, en voz baja.
Cleo lentamente se volvió hacia Amara, esperando ser recibida con una mirada
de horror, de miedo. Tal vez la emperatriz caería al suelo y suplicaría por su propia
vida.
En cambio, Amara la miró con lo que parecía ser… envidia.
—Increíble— respiró Amara—. Nos mostraste a todos un poco de magia de agua
anoche, así que sabía que tenía que ser posible. ¿Pero esto? Verdaderamente
increíble. Tal vez Gaius estaba equivocado sobre lo que dijo.
— Tú y Taran, pueden usar la elementia de los Vástagos dentro de ustedes sin
que destruya sus cuerpos mortales.
Como si cada gramo de fuerza la hubiera dejado repentina y apresuradamente,
Cleo cayó de rodillas, preparándose para apoyarse en sus manos. El suelo estaba
mojado, los fragmentos helados del prisionero ya empezaban a derretirse.
Ella había querido esto por tanto tiempo: poseer la magia de los Vástagos. Pero
ahora los Vástagos la poseían.
Cleo tocó el bolsillo de su vestido donde había colocado el orbe de aguamarina,
que era la antigua prisión de los Vástagos de agua. Ella había intentado tocarlo
anoche, para sostenerlo en su mano desnuda, pero era imposible. El dolor había
sido tan intenso que gritó y dejó caer el orbe.
Taran había experimentado lo mismo. No quería que el orbe de piedra lunar
estuviera cerca de él, lo había llamado un "mármol maldito" y lo arrojó al otro lado
de la habitación. Hoy, se había unido a la búsqueda de Magnus con un flanco de
guardias nombrados por Amara, junto con Enzo -un ex guardia de Limerian- y
Nerissa, lo más lejos posible del complejo como se pudiera.
La piedra lunar de Taran, junto con el orbe de obsidiana que había contenido a
los Vástagos de la Tierra antes de que poseyera a Olivia, ahora estaba depositado
en un armario cerrado con llave al que Cleo llevaba la llave con una cadena de oro
alrededor del cuello.
Pero Cleo decidió mantener el orbe de color aguamarina con ella, protegido en
una bolsa de terciopelo con cordón. Ella eligió ir con sus instintos en esta decisión,
en lugar de su cerebro, que le dijo que lo tirara al Mar de Plata y lo dejara hundirse
hasta el mismo fondo.
Amara extendió su mano hacia Cleo. Después de un momento de vacilación,
Cleo la tomó y permitió que la emperatriz la ayudara a levantarse.
—Lo que acabas de hacer… si pudieras hacer eso a voluntad, serías imparable—
dijo Amara lentamente—. Necesitas aprender a controlar esta magia.
Cleo miró a la chica con nuevo escepticismo.
—Ten cuidado con tu consejo, Amara. Puede que accidentalmente me ayudes a
reclamar mi reino.
La expresión de Amara se volvió pensativa.
—Solo quería Mytica porque quería los Vástagos. Ahora Kyan está en algún lado
con Olivia, mientras hablamos. No sabemos con certeza cuándo volverán, pero
sabemos que lo harán. Y cuando lo hagan, tenemos que estar listos para luchar.
Una imagen de Nic llegó rápidamente a la mente de Cleo, su desordenado
cabello rojo y su sonrisa torcida nunca fallaron en alegrar incluso sus días más
oscuros.
Kyan se había llevado a Nic lejos de ella tan seguramente como si le hubiera
cortado la garganta.
Odiaba a Kyan. Y odiaba esta magia dentro de ella.
Amara se apoyó contra la pared, haciendo una mueca mientras pasaba su mano
con cautela por su pierna rota.
—Hemos tenido nuestros problemas, no lo negaré. Y ciertamente tienes muchas
razones para odiarme. Pero ahora compartimos el mismo enemigo que podría
destruir todo lo que a ninguno de nosotros le haya importado alguna vez. ¿De
acuerdo?
Cleo asintió lentamente.
—De acuerdo.
—Tanto tú como Taran deben encontrar la forma de usar esta magia dentro de ti
para derrotar a Kyan y Olivia.
Amara hizo una pausa para tomar aliento:
—Sé exitosa, y te devolveré a Mytica, solo a ti.
Cleo no podía creer lo que oía. Era lo último que esperaba escuchar de la
emperatriz de Kraeshia.
— ¿Estarías de acuerdo con eso?
—Lo hare. Lo juro por el alma de mi madre—. Amara asintió con firmeza—.
Piensa en lo que he dicho. Todo eso.
Tocó la puerta, y Carlos la abrió, amenazante dentro de su marco. Miró dentro
de la habitación y frunció el ceño con confusión ante los pequeños trozos de hielo
que se derritieron en el piso de tierra. Amara alcanzó su brazo esperando.
—Ayúdame afuera, Carlos. Hemos terminado aquí.
Carlos miró a Cleo con los ojos entrecerrados por la sospecha.
Cleo levantó su barbilla, sosteniendo su mirada hasta que él miró hacia otro lado.
Ella no confiaba en él. No confiaba en ningún Kraeshiano… especialmente en los
que le hicieron grandes promesas.
Derrota a Kyan, recupera su reino.
Pero solo eran palabras.
Si ella aprovechara esta magia de una manera que pudiera usar para derrotar a
Kyan que no la destruiría en el proceso, no necesitaría que Amara le devuelva su
reino. Ella simplemente lo tomaría.
Cleo lanzó una última mirada a la celda de la mazmorra antes de que ella lo
dejara, su corazón pesaba mucho en su pecho.
Te encontraré, Magnus, le prometió en silencio. Juro que lo haré.
Siguió a Amara y Carlos por el pasillo, subieron un corto tramo de escaleras
cinceladas en una piedra pesada, y salieron a los terrenos compuestos que una vez
habían sido el hogar de Hugo Basilius, el caudillo de Paelsia. El complejo en sí era
como un pequeño y humilde duplicado de la Ciudad de Oro de Aurania, pero con
mucha más piedra y barro en su construcción que joyas y mármol blanco prístino
importado del extranjero.
La tormenta había arrastrado cualquier resto de sangre de las decenas de
cadáveres -guardias que Selia Damora había asesinado con su magia para ayudar
al Vástago de fuego- alrededor del pozo grande, de treinta pies de profundidad, en
el centro exacto del complejo.
La lluvia había cesado, pero las nubes eran densas y oscuras, haciendo que el
mediodía pareciera más como el crepúsculo.
No podía simplemente regresar a las cámaras que Amara le había prestado, sin
hacer nada. La espera de noticias sobre Magnus la volvería loca.
Si había tanta magia dentro de ella, ¿por qué se sentía tan impotente?
Luego oyó un sonido. Una fuerte explosión.
Venía de las puertas de entrada cerradas, que tenían seis metros de alto y les
costaba a seis guardias abrir y cerrar.
Un guardia corrió hacia Carlos, sin aliento.
—Tenemos una situación, capitán.
— ¿Qué es? —Demandó Amara antes de que Carlos tuviera la oportunidad de
responder.
— Alguien está a las puertas, exigiendo la entrada—. El hombre se encogió
cuando sonó el estallido de nuevo. El suelo tembló con el sonido retumbante.
—Es Kyan, ¿no? —Dijo la emperatriz, su voz llena de miedo—. Ha regresado.
Oh, Diosa, pensó Cleo mientras el pánico se apoderaba de su garganta. Aún no.
No estoy lista.
—No es él, emperatriz— dijo el guardia. El miedo de Amara desapareció en un
instante.
—Bueno, ¿qué es, entonces? ¿Un ataque rebelde? ¿No nos han advertido
nuestros exploradores?
—No son rebeldes—. El guardia enderezó sus hombros, pero no enmascaró lo
nervioso que parecía—. Es… peor que eso.
— ¿Peor?
Dos golpes más hicieron que el suelo bajo los pies de Cleo se estremeciera. El
aire se llenó con el sonido de guardias gritando órdenes. Un centenar de hombres,
armas en mano, flanqueaban cada lado de la puerta justo cuando se astillaba en el
centro.
Sin tocar, la puerta se abrió de una fuerza invisible.
Los guardias se lanzaron hacia adelante, pero luego cada uno voló hacia atrás,
despejando un camino para los intrusos.
Dos figuras envueltas en una capa, una armada con una espada, entraron y
caminaron directamente hacia Cleo, hacia donde ella estaba, tensamente, con
Amara y Carlos a su derecha.
Cleo se dio cuenta con sorpresa de que uno de los intrusos encubiertos acunaba
a un bebé. El intruso se echó hacia atrás la capucha de su capa negra para revelar
una cara familiar.
Lucia Damora.
— ¿Dónde está mi hermano? — Exigió.
CAPÍTULO 3 LUCIA
PAELSIA

Traducido por Mary Aguilar


Corregido por Aurasi

Jonas tocó el brazo de Lucía.


—Trata de mantener la calma.
Ella le lanzó una mirada tensa por encima del hombro. ¿Qué pensaba él que ella
haría? ¿Asesinar a Cleo y Amara donde estaban?
Probablemente, eso es exactamente lo que él pensaba que ella haría.
—Necesito respuestas— rechinó ella.
Ser recibidos a las puertas cerradas de este recinto real por un enjambre de
soldados de Amara, con las armas desenfundadas, le había robado la poca…
calma, que había dejado en su reserva. Se preguntó si el rebelde estaba más
preocupado por la vida de Lucía o las vidas de las docenas de guardias armados
que ahora los rodeaban.
—Lucía— dijo Amara, alejando la atención de la hechicera de su mucho más
cauteloso compañero. La princesa de Kraeshian se apoyó en un bastón de madera.
—Bienvenida. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi. Mucho ha
cambiado para las dos.
Lucia entrecerró su mirada hacia la emperatriz conquistadora y engañosa que,
según todas las cuentas, ahora era su madrastra.
—Mi hermano y mi padre. ¿Dónde están?
El flanco de guardias se acercó, empujándose por la posición, sus espadas
apuntando en dirección a Lucía.
Jonas finalmente bajó la capucha de su capa.
—Emperatriz Amara, ordena a tus guardias bajar sus armas. Esto no es
necesario.
— ¡Jonas! — jadeó Cleo.
— ¡Eres tú!
La princesa Auraniana siempre había sido tan brillante en la observación, pensó
Lucia secamente.
—Es bueno verte de nuevo, princesa— dijo Jonas, una sonrisa tirando de sus
labios.
—Tú también— respondió Cleo, con la voz tensa.
Jonas sonaba mucho más feliz sobre la reunión de lo que Lucía se sentía.
Ver a Amara y Cleo paradas una al lado de la otra había provocado que la ira de
Lucía se multiplicara por diez. Casi había esperado que Cleo estuviera prisionera
allí, a merced de la nueva emperatriz cuyo ejército ocupó toda Mytica, pero estaba
claro que no lo estaba.
—Tu padre se puso en mi contra. Intentó asesinarme — dijo Amara
uniformemente.
—Pero te aseguro que está ileso. Estoy segura de que puedes entender por qué
he elegido mantenerlo bajo candado y llave. Él es un hombre peligroso.
Eso era él sin duda, sin argumento de Lucía ahí.
—Estoy segura de que estás satisfecha con eso— le dijo a Cleo.
La mirada de Cleo era lo suficientemente aguda como para cortar.
—No tendrías idea de cómo me siento con respecto a cualquier cosa que haya
sucedido aquí.
Lucía intentó con todas sus fuerzas retener su paciencia.
— ¿Dónde está él? —le preguntó a Amara.
—Te llevaré a verlo yo misma—, respondió Amara, su tono tan ligero y casual
como si no hablaran de nada más urgente que el clima.
—Dios mío, Lucía, qué hermosa niña. ¿De quién es?
Lucía miró a Lyssa en sus brazos, su dulce rostro no mostraba ninguna angustia
después de que su madre había atravesado las puertas cerradas con aire mágico.
De hecho, la bebé estaba profundamente dormida.
Levantó la mirada para encerrarse con la de Amara.
—Llévame a él ahora.
Amara vaciló, mirando al gran guardia que estaba a su lado, y luego miró a Lucia
otra vez.
—Con gusto. Por favor sígueme.
—Espera aquí— le dijo Lucia a Jonas.
Su comando fue recibido con una mirada.
—Sí, Su alteza— dijo con fingida sinceridad.
Lucía sabía que Jonas estaba molesto con su tendencia a darle órdenes como si
fuera un sirviente. Era un hábito más que una decisión consciente.
La idea de que esta mañana él de alguna manera había entrado en su pesadilla
todavía la molestaba. Él era un misterio para ella de muchas maneras, pero a pesar
de esto, ella había llegado a confiar en él y valorarlo.
Sin embargo, si esperaba que ella fuera dulce y amable todo el tiempo, él viajaba
con la princesa equivocada.
Sus viajes juntos terminaron aquí. Jonas no tendría que lidiar con su malhumor
otro día.
No había razón para sentir remordimiento por esto.
Que así sea.
Lucia sintió algo… inusual sobre Cleo cuando pasó junto a la otra princesa, pero
ella optó por ignorarlo mientras seguía a Amara al área de la prisión del complejo.
La emperatriz se apoyó contra su guardia y su bastón, cojeando mientras caminaba.
Lucia se concentró, enviando un susurro de magia de tierra que la ayudó a sentir la
herida de Amara.
Una pierna rota.
Alcanzar el máximo poder sobre una tierra recién conquistada no fue sin daños,
al parecer.
Mientras pasaban por las polvorientas villas y cabañas que formaban el complejo
real, Lucia casi esperaba sentir cierta familiaridad con estos terrenos. Su padre
biológico había gobernado desde allí, un loco que se creía un dios. Ella no sabía
nada de su verdadera madre, solo que ella también había muerto.
Su hermana de sangre, Laelia, trabajó como bailarina en una taberna en la ciudad
de Basilia, en el oeste de Paelsia. Quizás algún día podría ir y hacerle más
preguntas a Laelia sobre su familia biológica. Por el momento, sin embargo, su
pasado era insignificante para ella.
Lucía se centraba ahora solo en tres objetivos.
Reunirse con Magnus y su padre.
Asegurar el futuro de Lyssa.
Y apresar a Kyan por cualquier medio necesario en su orbe de ámbar, que
mantuvo con ella en el bolsillo de su capa.
Cualquier cosa más allá de estos objetivos era una distracción no deseada.
Cuando entraron a la prisión, Amara condujo a Lucia por los pasillos estrechos y
la emperatriz herida navegó con mucho cuidado con la ayuda de su guardia. Ella no
se quejó ni una vez, lo que Lucía respetaba a regañadientes.
Pasaron junto a muchas puertas de hierro cerradas, pero Amara finalmente se
detuvo frente a una al final del pasillo, donde colocó su mano.
—Si desea hablar con Gaius— dijo Amara —tengo algunas reglas que deben
obedecerse—.
Lucia levantó sus cejas.
— ¿Las tienes? — Ella movió su dedo hacia la puerta, que se abrió al instante.
El enorme guardia de Amara inmediatamente buscó su espada.
—Ahórrame tales exhibiciones—. Lucía utilizó otra ráfaga de magia aérea para
enviar la espada por el pasillo, donde se incrustó en la pared de piedra, pero no tan
profundamente como habría querido.
La expresión de Amara no cambió de una de compostura real; sin embargo, sus
labios formaron ahora una delgada línea.
—Tu magia del aire es increíble.
No tan increíble como a Lucía le gustaría que fuera. Después de robar la extraña,
pero fuerte reserva de elementia de Jonas anoche para sobrevivir el nacimiento de
Lyssa, Lucía poco a poco comenzó a sentir que se desvanecía de nuevo. Pero
Amara no tenía que saber eso.
—Hablaré con mi padre en privado—, dijo Lucia—. Deberías desear que esté tan
ileso como dices.
—Lo está.
Amara hizo un gesto con la cabeza a su guardia, quien la alejó de la puerta sin
decir nada más.
Conteniendo la respiración, insegura de lo que encontraría dentro, Lucía se volvió
hacia el interior de la celda, incapaz de ver nada dentro de las sombras y la
oscuridad.
Amara había mantenido a su padre en la oscuridad.
La furia se elevó en con ese pensamiento.
—Mi hermosa hija. Más poderosa y magnífica que nunca.
El sonido de la fuerte voz del rey fue tal alivio que lágrimas brotaron a sus ojos.
Ella movió su mano para encender las antorchas en las paredes con magia de
fuego.
El rey Gaius parpadeó ante el repentino resplandor de la luz, protegiéndose los
ojos con el dorso de la mano.
—Padre— su voz se quebró con la palabra. Ella entró a la celda por completo,
cerrando la puerta detrás de ella para darles privacidad de oídos curiosos.
Tenía barba corta en la barbilla y círculos oscuros debajo de los ojos, como si no
hubiera dormido en días.
—Disculpe mi apariencia, hija— dijo él.
—Parece que me has encontrado en un estado vergonzosamente desafortunado.
No podía recordar la última vez que se había permitido llorar. Ella no lo permitió
esta vez, pero las lágrimas ardientes aún corrían por sus mejillas. Tenía la garganta
tan apretada que le dificultaba hablar, pero forzó las palabras para hablar.
—Yo soy la que debería disculparse. Te dejé, a ti y a Magnus. Estaba
equivocada. Y debido a mi egoísmo, han sucedido tantas cosas… No puedo
arreglarlo todo, pero voy a tratar de arreglar todo lo que pueda. Por favor,
perdóname.
— ¿Perdonarte? No hay nada que perdonar Solo estoy agradecido de que estés
viva y bien.
Sus oscuras cejas se juntaron, y él se movió hacia adelante como para tomarla
en sus brazos, pero se congeló cuando su mirada se movió hacia el pequeño bulto
en sus brazos.
— ¿De quién es esta niña, Lucia?
Nuevamente, una oleada vergonzosa de emoción hizo que sus palabras fueran
difíciles.
—Mía... mi hija. Su nombre es Lyssa —.
Ella esperaba que su amable expresión se tornara dura, que sus labios se
adelgazaran, palabras de fuerte reprimenda por ser tan descuidada.
Apartó el paño suave de la cara de Lyssa y miró al rostro de su nieta.
—Ella es tan hermosa como su madre.
Lucia lo miró.
— ¿No estás enojado?
— ¿Por qué lo iba a estar? — Aun así, había una gravedad en sus palabras—.
¿Ella es la hija de Alexius?
Ella asintió.
—La hija de una hechicera y un Vigilante exiliado— reflexionó.
—Tendrás que protegerla—.
—Con tu ayuda, lo haré—, respondió ella.
—Este fue un nacimiento rápido. No te he visto en lo que parece para siempre,
pero solo ha sido cuestión de meses...
—Visité el Santuario…— dijo.
—Algo sobre estar allí… Estoy segura de que eso fue lo que aceleró el proceso.
—Ella es una recién nacida.
Ella asintió.
—Nació anoche.
Él la miró, sorprendido.
—Te ves muy bien, considerando que acabas de dar a luz.
—No fue un parto normal— confesó Lucía, necesitando compartir esto con
alguien en quien confiaba. Y este hombre, este Rey de Sangre que la había
mandado robar de su cuna, que la había criado como su hija a causa de su profecía,
a pesar de sus elecciones, su reputación, su trato con los demás, Lucía no podía
decir que alguna vez sido cruel con ella. Solo amable. Solo indulgente.
Gaius Damora era su padre. Y ella lo amaba.
— ¿Qué quieres decir? — le preguntó.
Y ella se lo explicó lo mejor que pudo: sobre la profecía de Timoteo de que moriría
en el parto. Acerca de encontrar la magia dentro de ella para sobrevivir.
Ella sintió que era mejor no mencionar las misteriosas conexiones de Jonas con
los Vigilantes y la magia que él le había permitido que ella le quitará.
Lucía le dijo a su padre que después de una ola de agonía en la que había estado
segura de perder el conocimiento, Lyssa estaba simplemente… ahí. Tumbada en el
suelo empapado de lluvia, sus ojos brillaban violetas en la oscuridad.
El mismo violeta que el anillo de Lucía.
Su padre escuchó atentamente, sin interrumpirla ni una vez.
—Solo hay más pruebas de que Lyssa es muy especial— dijo.
—Tan especial como tú eres.
—Estoy de acuerdo, ella es especial—. algo pesado en su pecho que había
estado llevando durante meses finalmente se alivió.
— ¿Dónde está Magnus? — preguntó ella—. ¿Está él en otra celda?
Cuando el rey se encontró con la mirada de Lucía, vio dolor en sus ojos oscuros.
Ella respiro hondo.
— ¿Qué pasó?… Dime.
Y él le dijo a ella.
Acerca de encontrar a su abuela, una mujer que ella pensó que había muerto
hacía doce años. Acerca de la captura de su padre y su hermano por los soldados
de Amara. Acerca de la asociación de Amara con los Vástagos del Fuego y los
sacrificios que había puesto en el fondo de un pozo cercano. Sobre la posesión de
Kyan del cuerpo de Nicolo Cassian y cómo el ritual se detuvo repentinamente por la
muerte de su abuela, pero no antes de que los otros tres Vástagos eligieran
vehículos de carne y hueso: la de una Vigía que Lucía no conocía, una amiga de
Jonas que ella no sabía, y Cleo.
— ¿Y Magnus? — le preguntó cuándo pudo recuperar el aliento.
—Lord Kurtis Cirillo se lo llevó a… algún lado. Hay una búsqueda, lo sé. No sé
nada más porque he estado encerrado en esta maldita prisión. Inútil.
Había furia en la mirada del rey ahora, atemperada por el arrepentimiento.
—Me odia por todo lo que he hecho, y no lo culpo. Traté de ayudarlo de la única
manera que pude...—. Su aliento enganchado, y él se detuvo, como si tratara de
encontrar su compostura de nuevo—. Pero me temo que no fue suficiente.
Estaba en la punta de su lengua preguntarle cómo creía que podría ayudar, pero
sus pensamientos fueron robados por el nombre de un chico de su pasado. Alguien
odioso, cruel y sin remordimiento.
Kurtis Cirillo.
Lucía tuvo un repentino recuerdo de haber tropezado con un gatito agonizante
en los corredores del palacio de Limeria.
Lord Kurtis había estado cerca, riéndose de su horrorizada reacción. Había tenido
pesadillas sobre ese pobre gatito durante semanas después.
Magnus odiaba a Kurtis, pero lo toleraba solo porque era el hijo de Lord Gareth,
un amigo y consejero del rey.
— ¿Dónde está Kurtis ahora? — siseó ella.
— No lo sé. Él no ha sido localizado, que yo sepa. Todo lo que sé es que tenía
motivos para querer vengarse de Magnus. Todo lo demás que había escuchado del
rey quedó en segundo plano. Todo eso podría esperar.
—Tenemos que encontrarlo juntos— dijo.
—Soy el prisionero de Amara.
—Ya no.
Ella envió magia aérea a la puerta, y explotó directamente de sus bisagras.
Amara había estado parado afuera de la habitación con su guardia. Su expresión
llena de alarma cuando Lucía salió de la celda con su padre a su lado.
— ¿La búsqueda de mi hermano? — preguntó Lucia—. ¿Qué noticias hay?
La cara de Amara palideció.
—Aún nada, me temo. Hay una partida de búsqueda con más de treinta, cuarenta
hombres. Aún pueden encontrarlo.
La emperatriz la temía. Todos la temían. La reputación que había construido no
solo de ser una hechicera profetizada, sino también de una que no tenía dificultades
para matar aldeas, podría servirle bien por un tiempo.
Lucia no podía esperar por un grupo de búsqueda.
Su magia todavía era lo suficientemente fuerte como para abrir puertas y puertas.
Quizás ella podría canalizarlo de otra manera.
—Necesito una habitación privada— dijo—. Y algo que pertenezca a Magnus,
algo de lo que pueda tener una esencia de él.
Con la guía de Alexius, ella había realizado un hechizo de ubicación muy especial
para encontrar y despertar a los Vástagos. Había oído hablar de brujas comunes
que podían encontrar personas o perder cosas con su magia, realzada por la
sangre.
Ella no había intentado esto antes, pero ella era una Hechicera, no una bruja
común. Incluso con su magia difuminada y poco confiable tenía que ser posible.
Amara no intentó detenerla ni exigió que Gaius volviera a su celda cerrada. Se
convirtió en la anfitriona perfecta, complaciendo el pedido de Lucía en un instante.
—Sígueme— dijo ella.
Lucía entregó a Lyssa a su padre cuando llegaron a la habitación a la que Amara
los condujo.
—Quiero ayudar si puedo— dijo Amara.
—No puedes ayudar— Lucía gruñó—. Fuera.
Los ojos de Amara se entrecerraron ligeramente, luego lanzó una mirada oscura
a Gaius, pero no dijo una palabra más. Ella asintió a su guardia, y salieron de la
habitación.
Lucía había recibido algo que le pertenecía a su hermano. Su capa negra había
sido encontrada, descartada, en un pasillo. El rey lo reconoció, dijo que pertenecía
a Magnus.
Estaba roto y ensangrentado.
Verlo provocó un nuevo pánico en el pecho de Lucía. Su hermano había sufrido
a manos de Kurtis.
Lo siento mucho, pensó, apretando el material áspero en su mano. Te culpé, te
odié, dudé de ti. Te dejé cuando eras la mejor parte de mi vida. Perdóname por
favor.
Ella lo encontraría.
Con su padre parado cerca de ella sosteniendo a su bebé, Lucía se sentó en una
sección del piso, sin muebles, cerró los ojos y se concentró.
La magia de la Tierra parecía ser el elemento adecuado para invocar. Sintió el
peso de la capa en su mano. Se imaginó a Magnus: su alta estatura, su cabello
oscuro que constantemente le caía en los ojos ya que odiaba que lo recortaran. Su
mandíbula cuadrada, sus ojos marrones oscuros que la habían mirado seria o
maliciosamente, dependiendo de la situación y el día. La cicatriz en su mejilla
derecha de una herida que él decía no poder recordar claramente.
La imagen de él cambió a otra cosa entonces.
Sangre en su rostro, goteando de un nuevo corte bajo su ojo. Furia en su mirada.
Se tensó contra las cadenas que sostenían sus brazos sobre su cabeza.
— Puedo verlo— susurró Lucía.
— ¿Dónde? ¿Dónde está? — preguntó Gaius.
—Creo que estoy viendo lo que ya sucedió...
Ella apretó con más fuerza la capa.
La cara de comadreja de Kurtis apareció a la vista, una sonrisa cruel torció sus
labios.
Lucia respiró profundamente.
—Siento el odio de Magnus hacia Kurtis. Él no tenía miedo, a pesar de que el
cobarde tuvo que encadenarlo.
—Lo mataré— gruñó el rey.
Lucía trató de ignorarlo, trató de concentrarse solo en esta visión en su mente.
Una vez tuvo otra visión del pasado: una de la muerte de la hechicera original Eva
a manos de Melenia. En el momento en que los Vástagos convirtieron a Cleiona y
Valoria en diosas hace un milenio.
Ella se hundió más profundamente en su magia de la tierra y la presionó hacia
afuera. Incluso ahora podía sentir sus crecientes limitaciones, y eso la frustraba
tanto que quería gritar.
Timoteo le dijo que la magia de Eva también se había desvanecido cuando quedó
embarazada. Y esta pérdida de fuerza y poder le había permitido a su hermana
inmortal la oportunidad de terminar con su vida.
Lucia cerró los ojos y se centró en Magnus. Solo Magnus.
Ella abrazó su capa a su pecho y siguió el rastro de la tierra elementia... el rastro
de su vida, su sangre, su dolor… Tierra.
Tierra profunda.
Palas de tierra, una tras otra, golpeando una caja de madera cerrada.
—No..—. ella susurró.
— ¿Qué ves? — le preguntó su padre.
—No es lo que veo, es lo que siento… Es lo que Kurtis le hizo a Magnus después
de torturarlo — se le quebró la voz.
—Él... enterró a Magnus vivo.
— ¿Qué? — rugió Gaius—. ¿Dónde? ¿Dónde está mi hijo ahora?
Lucía trató de aferrarse a los sentimientos y pensamientos horribles e imágenes
dispersas moviéndose por su mente, pero eran tan difíciles de reunir como hojas
secas atrapadas en una tormenta de viento.
—Se está desvaneciendo demasiado rápido para que yo pueda sentir eso…—
ella gritó.
—No, oh, Diosa, no. Sentí el corazón de Magnus latiendo en la oscuridad... pero
ahora…
— ¡Lucía! ¿Qué sientes ahora? —demandó Gaius.
Lucía dejó escapar un sollozo estremecedor y finalmente abrió los ojos. Se había
ido, la magia había desaparecido y el hechizo de ubicación que había intentado
había terminado.
—Siento solo la muerte—. Una lágrima resbaló por su mejilla, pero no tenía la
fuerza para apartarla—. Él está muerto... Magnus está muerto.
CAPÍTULO 4 MAGNUS
PAELSIA

Traducido por Isabelle


Corregido por Aurasi

Para aquellos que habían elegido el camino del mal en sus vidas mortales, las
tierras oscuras tenían que sentirse exactamente así.
Oscuridad sin fin.
Una lenta y tortuosa sofocación.
Y dolor. Mucho dolor
Los huesos rotos de Magnus lo hicieron inútil, incapaz de luchar, de golpear la
barrera de madera a solo un respiro su rostro.
La extensión del tiempo se había sentido eterna, pero no había manera de saber
cuánto tiempo había estado allí. Atrapado bajo tierra en un pequeño y sofocante
ataúd de madera. Luchar sólo lo hacía peor. Tenía la garganta en carne viva de
gritar por alguien, por cualquiera, que encontrara su recién cavada tumba.
Cada vez que se deslizaba hacia el escape del sueño, estaba seguro de que
nunca volvería a despertar.
Sin embargo, lo hacía.
Una y otra vez.
Los Limerianos no eran enterrados en cajas de madera como esta. Como
adoradores de la diosa de la tierra y el agua, sus cuerpos eran enterrados
directamente en contacto con la tierra en sus tumbas congeladas, o arrojados a las
aguas del Mar de Plata, dependiendo de la decisión de la familia.
Los Paelsianos quemaban a sus muertos.
Los Auranios adoraban a la diosa del fuego y el aire, por lo que uno pensaría que
favorecerían el ritual funerario Paelsiano. Pero los Auranios ricos preferían los
ataúdes cincelados en mármol, mientras que los de rango inferior elegían cajas de
madera.
—Kurtis me hizo enterrar como un campesino Auraniano— murmuró Magnus.
Sin duda, este tenía que ser el insulto final del antiguo vasallo.
Para alejar su mente del horror de ser enterrado vivo y completamente indefenso,
el imagino cómo mataría a Lord Kurtis Cirillo. Después de mucha consideración,
pensó en el método de tortura Kraeshiano del que había oído hablar que involucraba
quitar lentamente toda la piel del prisionero, sonaba bastante satisfactorio.
También había oído hablar de enterrar a una víctima en el suelo hasta su cuello,
luego cubrirlos con jarabe de árbol y permitir que un nido de escarabajos
hambrientos los consumiera lentamente.
Eso estaría bien.
O tal vez Magnus cortaría la mano restante de Kurtis. La cortaría lentamente con
un cuchillo sin filo. O una cuchara.
Sí, una cuchara.
El sonido imaginado de los gritos de Kurtis ayudaba a Magnus a cambiar sus
pensamientos de su propia situación. Pero estas distracciones raramente duraban
mucho tiempo.
Magnus pensó que había escuchado el eco distante de un trueno. El único otro
sonido era el latido de su propio corazón, rápido al principio, pero ahora mucho más
lento. Y su aliento jadeante cuando luchó al principio, pero ahora silencioso.
Superficial
Voy a morir.

Kurtis finalmente se vengaría. Y tal muerte que había elegido para su peor
enemigo. Una en la que Magnus tenía mucho tiempo para pensar sobre su vida, sus
elecciones, sus errores, sus remordimientos.
Recuerdos de laberintos de hielo y esculturas talladas en trozos de nieve a la
sombra del palacio de Limeriano.
De una hermana menor a la que tontamente había anhelado, que luego lo miró
con horror y disgusto para escapar con hermosos chicos inmortales y monstruos de
fuego.
De una hermosa princesa dorada que legítimamente lo despreciaba. Cuyos ojos
azul verdoso lo miraron con odio durante tanto tiempo que no recordaba
exactamente cuándo su mirada se había suavizado.
Esta princesa que no lo apartó cuando la beso. En cambio, ella lo besó de vuelta
con una pasión que casi igualaba a la suya.
Tal vez solo lo estoy fantaseando todo, pensó. Ayudé a mi padre a destruir su
vida. Ella debería celebrar mi muerte.
Aun así, se permitió fantasear con Cleo.
Su luz. Su esperanza. Su esposa. Su amor
En una fantasía, Magnus volvía a casarse con ella, no en una desmoronada ruina
de un templo y bajo coacción, sino en un prado lleno de hermosos árboles
floreciendo y exuberante hierba verde.
¿Hermosos árboles floreciendo y exuberante hierba verde? Pensó ¿Qué
tonterías irrelevantes llenan mi mente?
El prefería el hielo y la nieve de Limeros.
¿No era así?
Magnus se permitió recordar las raras sonrisas de la princesa, su risa alegre y,
sobre todo divertida, la manera aguda en que lo miraba cuando constantemente
decía algo para molestarla.
Pensó en su cabello, siempre fuente de distracción cuando lo llevaba suelto,
largas ondas doradas sobre sus hombros y hasta su cintura. Recordaba su sedoso
roce durante la gira de bodas cuando la besó, lo cual sucedió solo por las demandas
de la multitud que lo vitoreaba, un beso que despreciaba solo porque le había
gustado tanto.
Su siguiente beso en la villa Limeriana de Lady Sophia lo había golpeado como
un rayo. Le había asustado, aunque nunca admitiría tal cosa en voz alta. Fue en el
momento en que supo que, si la dejaba, esta chica lo destruiría.
Y luego, cuando la encontró en esa cabaña en el centro de una tormenta de
nieve, después de que la había creído muerta y desaparecida… y se dio cuenta de
lo mucho que ella significaba para él.
Ese beso no había terminado tan rápido como los demás.
Ese beso había marcado el final de la vida que había conocido antes y el
comienzo de otra.
Cuando supo de su maldición como la de su madre por una bruja vengativa, que
moriría en el parto, sus deseos egoístas por ella se habían detenido abruptamente.
No arriesgaría su vida por ningún motivo. Y juntos encontrarían una manera de
romper la odiosa maldición.
Pero Lord Kurtis había sido otra maldición más sobre ellos.
Magnus recordó las amenazas que Kurtis le había susurrado mientras estuvo
encadenado e incapaz de desgarrar el antiguo feudal. Amenazas de lo que le haría
a Cleo cuando Magnus no pudiera protegerla.
Oscuras atrocidades de pesadilla que Magnus no desearía sobre su peor
enemigo.
El pánico creció dentro de él cuando estos pensamientos lo trajeron de vuelta a
la dura realidad. Su corazón latía con fuerza, y se esforzó por liberarse de esta
pequeña y sofocante prisión bajo tierra.
—¡Estoy aquí! — gritó—¡Estoy aquí abajo!
Él gritó una y otra vez hasta que su garganta se sintió como si se hubiera tragado
una docena de cuchillos, pero no pasó nada. Nadie vino por él.
Después de maldecir a la diosa en la que hacía mucho que había dejado de creer,
comenzó a negociar con ella.
—Demora mi muerte, Valoria— gruñó—. Déjame salir de aquí, y déjame matar a
Kurtis antes de que él la lastime. Entonces puedes quitarme la vida como quieras.
Pero, al igual que sus gritos por ayuda, sus oraciones quedaron sin respuesta.
—¡Maldita seas!
Golpeó su puño contra la parte superior del ataúd con tanta fuerza que una astilla
de madera se incrustó en su piel.
Dejó escapar un rugido, uno lleno de dolor, frustración y miedo. Nunca se había
sentido tan impotente. Tan inútil. Tan increíblemente-
Espera…
Frunció el ceño mientras arrancaba la astilla de su piel con los dientes.
—Mi brazo, susurró en la oscuridad.
—¿Qué esta mal con mi brazo?
En realidad, no era lo que estaba mal con el. Era lo que estaba bien.
Su brazo, sus dos brazos, habían sido rotos por orden de Kurtis. No había sido
capaz de moverse más que un poco sin dolor inmediato y aplastante.
Apretó su mano derecha, luego movió su muñeca y su brazo.
No hubo dolor
Imposible.
Intentó nuevamente mover su brazo izquierdo con el mismo resultado. Y su
pierna, el crujido que haba hecho cuando se rompía y el dolor que entumecía la
mente que seguía todavía estaba demasiado fresco en su mente.
Movió los dedos de sus pies dentro de su bota.
Sin dolor.
Una gota de barro se escurrió entre las estrechas tablillas del ataúd y le salpicó
el ojo. Hizo una mueca y lo limpió.
El trueno rugió por encima de él. El sonido había sido constante desde que lo
enterraron. Si se concentraba, podía escuchar la lluvia caer sobre su tumba y
sumergirse en la tierra que cubría su ataúd.
Presionó ambas manos contra la barrera de madera sobre él.
—¿Qué estoy pensando? — Reflexionó—. ¿Que mis huesos de alguna manera
sanaron mágicamente? No tengo magia de tierra como Lucia. Estoy alucinando.
¿O lo estaba?
Después de todo, había una manera de mantenerse con vida, mucho después
de que se suponía que uno debía morir. Lo había descubierto recientemente.
Magnus frunció el ceño ante la idea.
—Imposible. Él no me lo habría dado.
Aun así, comenzó a buscarse a sí mismo con los brazos que ahora funcionaban
y las manos que antes le resultaban inútiles. Deslizó sus palmas por sus costados,
sobre su pecho, sintiendo la sofocante presión de la madera a cada lado de él.
Se congeló cuando sintió algo pequeño y duro en el bolsillo de su camisa, algo
que no había notado hasta este momento.
Con los dedos temblando, sacó el objeto.
No podía verlo en la completa oscuridad, pero podía sentir su familiar forma.
Un anillo. Pero no solo cualquier anillo.
La piedra de sangre
Magnus deslizó el anillo en el dedo medio de su mano izquierda, jadeando
cuando un escalofrío se extendió inmediatamente por todo su cuerpo.
—Padre, ¿qué has hecho? — susurró.
Otra gota de lodo cayó en su rostro, aturdiéndolo aún más.
Magnus presionó sus manos contra las tablillas de madera encima de él que
estaban húmedas por la lluvia que había empapado la tierra. Su corazón se sacudió
ante la idea. La madera húmeda podría ceder más fácil que la madera seca, si se
esforzaba lo suficiente.
—Nadie vendrá por ti— imaginó la voz aguda de Kurtis burlándose de él.—No
hay magia que te mantenga vivo para siempre.
—Eso es lo que piensas— murmuró Magnus.
Junto con el escalofrío que había sentido por la magia de la piedra de sangre
contra las yemas de sus dedos, la fuerza también lo llenaba de nuevo.
Hizo un puño cerrado y golpeó hacia arriba, teniendo éxito solo en rebanar su
mano con más astillas de la madera mojada. Hizo una mueca, hizo otro puño y luego
volvió a golpear.
Esto llevaría tiempo.
Imaginaba que la barrera sobre él era la cara de Kurtis Cirillo.
—Escarabajos.
Magnus rechinó sus dientes mientras golpeaba la madera de nuevo.
—Yo creo que te mataré con escarabajos hambrientos come-carne.
CAPÍTULO 5 AMARA
PAELSIA

Traducido por Isabelle


Corregido por WinterGirl

Amara tomó el mensaje que había llegado de Kraeshia en su puño mientras cojeaba
en la prisión del complejo real por segunda vez en tantos días.
Carlos seguía siendo una presencia fuerte pero silenciosa, y ella apreciaba a su
guardia más de lo que habría dicho en voz alta. De todos los hombres que la
rodeaban, ella confiaba más en él. Y la confianza, dados los eventos recientes, era
extremadamente limitada.
Odiaba esta prisión. Odiaba el olor húmedo y rancio que tenía, como si el aroma
de décadas de presos se hubiera empapado permanentemente en las paredes de
piedra.
—Bueno, bueno, si no es la gran y poderosa destructora de reinos misma
bendiciéndonos humildemente, a nosotros criaturas patéticas con su presencia.
La voz dolorosamente familiar de Félix Gaebras hizo que los hombros de Amara
se pusieran rígidos. Miró a su izquierda para ver que lo habían metido en una celda
con una pequeña ventana con barrotes en la puerta de hierro que mostraba parte
de su rostro, incluido el parche negro que cubría su ojo izquierdo.
Recordaba muy claramente cuando tenía dos ojos que una vez la habían mirado
con deseo.
—Respondería, pero no voy a gastar mi aliento —dijo.
Félix resopló.
—Y, sin embargo, eso sonó como una respuesta. Y a alguien tan ordinario y
patético como yo. La fortuna debe sonreírme hoy.
Su tono sarcástico una vez, no hace mucho tiempo, había sido uno de sus rasgos
más entrañables. Ahora solo era un recordatorio de sus decisiones pasadas y el
odio actual del ex asesino por ella.
Ya no debería ser sarcástico con nadie. Si todo hubiera salido según lo planeado,
él habría estado muerto hace mucho tiempo y no sería otro problema para Amara.
—Muestra respeto a la emperatriz—gruñó Carlos, con sus pesados brazos
cruzados sobre su pecho. Es solo por su gracia que todavía no has sido
ejecutado.
—¿Su gracia? —Félix presionó su frente contra los barrotes y le ofreció una fría
sonrisa. Aw, tal vez ella piensa que podemos estar juntos de nuevo. Pero lo
siento, no comparto mi cama con serpientes.
—Sigamos adelante —dijo Amara con fuerza.
Félix sonrió.
—¿Has tenido noticias de tu buen amigo Kyan, cuando planea terminar de reducir
este mundo a cenizas con tu ayuda? ¿Una señal de humo? ¿Cualquier cosa?
—Diga la palabra, emperatriz—dijo Carlos—. Y acabaré con la vida de este
asesino.
La mirada de Félix se dirigió al guardia.
—Para que lo sepas, ella es la que envenenó a su padre y sus hermanos sin un
solo pestañeo de esas largas pestañas suyas. Pero estoy seguro de que no me vas
a creer. Dime, princesa, ¿Carlos es el que te está calentando la cama en estos días?
¿Lo enviarás a la cámara de tortura como diversión para tu próximo crimen?
Sus palabras eran las únicas armas que le quedaban, pero era un asesino
talentoso. Cada uno dejó una herida.
—Tal vez tu rápida ejecución sea lo mejor—dijo Amara lentamente—. No sé por
qué estoy prolongando lo inevitable.
—Oh, no lo sé. ¿Culpa?
Ella lo ignoró y, apoyándose en su bastón, comenzó a caminar cojeando por el
pasillo hacia su destino, deseando dejar a Félix Gaebras y sus acusaciones muy
por detrás de ella.
—¿Sabes lo que voy a hacerte cuando salga de aquí? —Félix la llamó—. Te lo
diría, pero no quiero darte pesadillas.
Félix se había convertido en un trozo de cristal, uno que dolía más a medida que
se hundía en su piel.
Carlos habló a continuación, rompiendo el silencio.
—Ha estado dándole a los guardias muchas dificultades. Es violento e
impredecible.
—Estoy de acuerdo.
—Quieren saber cómo quiere tratar con él.
Amara decidió reservar sus pesadillas para alguien mucho más digno.
—Te dejaré esa decisión a ti, Carlos.
—Sí, su gracia.
Era hora de quitar este fragmento de vidrio y desecharlo para siempre. El estado
de ánimo de Amara había descendido aún más a la oscuridad, para el momento en
que llegó a su destino. La prisión del complejo estaba ocupada principalmente por
rebeldes. A diferencia de muchos Paelsianos que aceptaron el gobierno de Amara
después de sufrir a manos del rey Gaius, estos rebeldes no quisieron ser
gobernados por nadie en absoluto.
Tontos ingratos.
Ella estaba lista para terminar con todos ellos. Y con la llegada de la hechicera y
la liberación de Gaius de esta misma prisión, cuanto antes mejor.
Carlos se detuvo al final del pasillo y asintió con la cabeza al guardia más cercano
para abrir la puerta de hierro.
—Emperatriz…— él empezó.
—Hablaré con mi hermano a solas.
Su expresión tenía incertidumbre.
—No estoy seguro de que sea sabio, su gracia. Incluso desarmado, su hermano
es peligroso, tan peligroso como el asesino.
—Yo también.
Abrió la parte delantera de su capa para revelar la hoja que llevaba en un soporte
sujeto a un cinturón de cuero. Su abuela se lo había dado el día que se casó con
Gaius Damora. La tradicional daga nupcial kraeshiana estaba destinada a ser
pasada a la hija de uno el día de su boda, un símbolo de la fuerza femenina en un
mundo gobernado por hombres.
Carlos dudó.
—Como mande, su gracia.
El guardia abrió la puerta, ésta no tenía una ventana como la de Félix, y se deslizó
adentro. La puerta se cerró detrás de ella.
La mirada de Amara encontró instantáneamente a su hermano. Ashur no se
levantó de donde estaba en una silla frente a la puerta. Esta era una celda más
grande que la de Félix, al menos tres veces más grande, y amueblada casi tan
hermosamente como una habitación en la residencia real. Se usaba, obviamente,
para prisioneros importantes de alto estatus.
—Hermana —dijo Ashur simplemente.
Ella se tomó un momento para encontrar su voz por completo.
—Estoy segura de que te sorprende verme.
Él no respondió por un momento.
—¿Como esta tu pierna?
Amara hizo una mueca al recordar su herida, no que lo necesitara.
—Rota.
—Se curará pronto.
—Suenas muy tranquilo. Yo habría esperado…
—¿Qué? ¿Enfado? ¿Indignación? ¿Conmocionado de que me encarcelen por un
crimen atroz del que no tuve parte? —Su voz se elevó—. ¿Qué es esto? ¿Una última
visita de la emperatriz antes de que me ejecuten en privado?
Ella sacudió su cabeza.
—Lejos de eso. Quiero liberarte.
Su mirada se mantuvo incrédula.
—De verdad.
—Han pasado muchas cosas desde que Kyan robó el cuerpo de tu amigo.
Un dolor repentino brilló en su mirada azul grisácea.
—Dos días, Amara. He estado aquí durante dos largos días esperando alguna
clase de información, pero nadie me ha dicho una maldita cosa.
Inhaló bruscamente.
—¿Está bien Nicolo?
—No tengo idea.
Ashur se puso de pie, y Amara instintivamente apretó la daga con más fuerza. Él
la miró, frunciendo el ceño.
—Deseas soltarme, pero claramente también me temes.
—No te temo. Pero tu liberación requiere un acuerdo de tu parte. Un acuerdo
muy específico.
—No entiendes, no hay tiempo para las negociaciones —dijo—. Necesito ser
liberado para poder encontrar las respuestas que necesito. Hay magia, hermana,
que posiblemente podría ayudar a Nicolo. Pero no puedo encontrarlo si estoy
atrapado aquí.
La familiar frustración se apoderó de Amara. Su hermano rico, guapo e influyente,
se había enamorado de un antiguo escudero pelirrojo, sin importancia para el rey
de Auranos.
Amara había sido una de las pocas que conocía y aceptó por completo las
preferencias románticas de Ashur a lo largo de los años, pero Nicolo Cassian no era
digno de los afectos de su hermano.
—Crees que puedes salvarlo, ¿verdad? —Preguntó ella.
Ashur apretó los puños a los costados.
—No encerrado detrás de una puerta, no puedo.
—Dale otra semana, te olvidarás por completo de él Ella ignoró la oscuridad
que se deslizaba detrás de la mirada de Ashur ante su reclamo—. Te conozco,
hermano. Algo o alguien nuevo atraerá tu interés. De hecho, tengo algo aquí que
podría ayudar.
Amara le tendió el pergamino a su hermano.
Se lo arrebató, su mirada intensa sobre ella antes de leer el mensaje.
—Un mensaje de la abuela, —dijo—. La revolución ha sido aplastada en su
núcleo y dice que todo está bien.
Amara asintió.
—Puedes ver que ella me pide que regrese inmediatamente a la Joya para mi
Ascensión.
—Sí, has sido emperatriz solo de nombre hasta ahora, ¿no? Debes tener la
ceremonia de la Ascensión para que todo sea vinculante para toda la eternidad—.
Arrugó el mensaje y lo dejó caer al suelo—. ¿Por qué me dices esto, Amara?
¿Deseas que te felicite?
—No.
Ella quitó su mano de su daga y comenzó a cojear en líneas cortas y nerviosas,
el dolor en su pierna atada una distracción bienvenida.
—Vine aquí para decirte que yo… Lamento muy pocas decisiones que tomé estos
últimos meses, pero lamento profundamente cómo te he tratado. He sido horrible
contigo.
Ashur la miró boquiabierto.
—¿Horrible? Me apuñalaste en el corazón.
—¡Me traicionaste! —Esto salió casi como un grito antes de que ella lograra
controlar sus emociones inútiles—. Preferiste una alianza con Nicolo… con Cleo y
Magnus… ¡más que con tu propia hermana!
—Saltaste a conclusiones como siempre —gruñó Ashur—. No me diste la
oportunidad de explicar. Si no hubiera tomado la poción de la resurrección, la muerte
que me diste habría sido permanente —Dejó de hablar, tomó aliento para
calmarse—. En el momento en que supiste que yo vivía, me culpaste por el
asesinato de nuestra familia e hiciste que me arrojaran a un pozo para convertirme
en comida para un monstruo. ¿Por favor, hermana, dime cómo puedo perdonar y
olvidar?
—El futuro es más importante que el pasado. Soy la emperatriz de Kraeshia, y
eso será un hecho cincelado para siempre en la historia después de mi Ascensión.
Yo hago las reglas ahora.
—Entonces, ¿qué reglas te gustaría que siguiera, su gracia?
Amara se estremeció ante su tono afilado.
—Deseo hacer las paces entre nosotros. Quiero mostrarte que lamento lo que
hice cuando se trata de ti. Me equivoqué —Las palabras tenían un sabor
desagradable, pero eso los hizo no menos cierto—. Te necesito, Ashur. Esto se me
ha demostrado una y otra vez estos últimos meses. Te necesito a mi lado. Quiero
que vengas conmigo a Kraeshia, donde te perdonaré oficialmente por los crímenes
de los que has sido acusado.
Amara alzó la barbilla y se obligó a mirarlo a los ojos. Él la miró con sorpresa
desenfrenada.
—Tú eres la que me acusó de estos crímenes —dijo.
—Le diré a todos que fue un plan de Gaius. Me han obligado a liberarlo, así que
¿qué me importa si hay un objetivo en su espalda?
—¿Porque fuiste obligada a liberarlo?
—Llegó Lucia Damora, —dijo ella—. Pensé que era mejor no enojar a una
hechicera.
Amara odiaba lo asustada que estaba de Lucía, pero su magia era tan increíble
cómo se rumoreaba. En Auranos, Amara solo había vislumbrado el poder de Lucía,
pero se había fortalecido y crecido desde entonces.
Sabía que no podía vencerla.
Y a la niña…
Lucía no había dado más información sobre el bebé con el que había llegado,
pero había rumores que se extendían como pólvora.
El propio Carlos había escuchado al joven con el que Lucia había llegado
hablando con un amigo sobre el bebé, diciendo que era de la propia Lucía. Su hija
y de un inmortal.
Si fuera cierto, esta sería información increíblemente útil.
Entre Lucia, Gaius, y la idea de que Kyan estaba por ahí en algún lado,
esperando volver para quemar todo a su alrededor, Amara ya estaba harta de este
pequeño reino que solo le había traído miseria.
—Lo único que me importa es alejarme de aquí, alejarme de Mytica —le dijo a
Ashur—. No voy a ponerme, ni a ti, en peligro por un momento más. Me voy a casa
para la Ascensión, como lo pide nuestra abuela. Quizás ni siquiera lo creas, dado
todo lo que he hecho, pero eres el único miembro de nuestra familia que he
valorado.
La expresión de Ashur se volvió melancólica.
—Ninguno de nosotros encajamos, ¿verdad, hermana?
—No en la forma en que a papá le hubiera gustado.
Ella lo miró, con las defensas bajas, al recordar lo bueno que era tener a alguien
en quien creer en su totalidad, alguien para confiar sin cuestionar
—Deja atrás los problemas del pasado. Ven conmigo, Ashur. Compartiré mi
poder contigo y solo contigo.
Él sostuvo su mirada durante un largo momento.
—No.
Seguramente ella lo había escuchado mal.
—¿Qué?
Él rió fríamente.
—¿Te preguntas por qué me alineé con Nicolo después de conocerlo por un par
de semanas? Porque él posee el corazón más puro que he conocido. Tu corazón,
hermana, es tan negro como la muerte misma. La abuela ha trabajado su propio
tipo de magia en manipularte a su voluntad, ¿no? Y ni siquiera te das cuenta.
Las mejillas de Amara se encendieron.
—No sabes de lo que estás hablando.
—Déjame ser tan franco como pueda contigo así no hay lugar para
malentendidos —dijo Ashur—. Nunca en un millón de años confiaré en ti otra vez,
Amara. Las elecciones que ha hecho son imperdonables. Preferiría vivir una vida
como campesino que tomar el poder que deseas compartir conmigo, sabiendo que
en cualquier momento con gusto me clavas una daga en la espalda si te sirve mejor.
Amara luchó contra las lágrimas que le escocían los ojos.
—¿Eres tan tonto como para renunciar a la oportunidad que te he dado hoy?
—Ya no quiero formar parte de tu vida. Has elegido tu camino, hermana. Y es
uno que conducirá a tu destrucción.
—Entonces has hecho tu elección final —Las palabras salieron como un grito
estrangulado—. ¡Carlos! ¡Déjame salir de aquí!
Un momento después, la puerta se abrió. Las palabras como dagas en su
garganta, lanzó una última mirada a Ashur.
—Adiós, hermano.
Fuera de la prisión, el cielo estaba oscuro con nubes de lluvia. Amara se apoyó
contra la pared de piedra, tratando de recomponerse.
Se preguntó cuánto tenía que ver la magia de agua de Cleo con el clima
impredecible de los últimos dos días.
La princesa estaba de luto por su marido perdido.
Magnus Damora estaba muerto.
Alguien más a quien traicionaste para tu propio beneficio, pensó.
Cerró los ojos con fuerza, deseando bloquear el mundo.
Amara sabía que debería celebrar la muerte de Magnus. Debería agradecer. Lord
Kurtis por eliminar a un enemigo más de su lista si alguna vez mostraba su rostro.
Después de un momento, abrió los ojos. El estómago de Amara se tambaleó.
Nelissa Florens cruzó el terreno hacia ella. La antigua asistente de la emperatriz y
espía rebelde secreta a tiempo completo, al menos hasta hace muy poco, se detuvo
frente a la emperatriz.
Otra persona, a la que Amara quería evitar.
—¿Has vuelto de la búsqueda? —preguntó Amara con fuerza.
Nerissa asintió.
—Los demás regresarán al atardecer, pero quería ver a la Princesa Cleo.
—Muy amable de tu parte.
—Has estado llorando —Amara luchó contra el impulso de limpiarse los ojos—.
El complejo está polvoriento, eso es todo.
—Fuiste a visitar a tu hermano, ¿no es así?
Amara le dio una sonrisa cortante.
—Sí, lo hice, en realidad. En la misma prisión en la que estarías por traición si
Cleo no hubiera intervenido en tu nombre. No me des una razón para cambiar de
opinión.
Nerissa no reaccionó en absoluto a la aspereza en el tono de Amara.
—Sé que te lastimé.
—¿Lastimarme? —Amara se rió ligeramente ante esto—. Eso es bastante
improbable.
Nerissa se colocó distraídamente un mechón de su corto cabello negro detrás de
la oreja.
—Necesito que sepa, su gracia, que me puse en tu contra solo porque no me
diste otra opción. Mi lealtad es y siempre ha sido con la Princesa Cleo.
Amara agarró su bastón con más fuerza.
—Sí, eso está claro como el cristal, Nerissa.
La traición había dolido más profundamente de lo que Amara admitiría jamás.
Nerissa se había convertido rápidamente en algo más que una asistente para ella,
más que una amiga.
Nerissa parpadeó.
Lo vi, ya sabes.
—¿Viste qué?
—Tu verdadero yo. Una parte de ti que no es dura y cruel, hambrienta solo de
poder.
El dolor en la pierna de Amara cambió momentáneamente a su corazón. Pero
solo por un momento. Ella forzó una sonrisa en sus labios una vez más.
—Solo estabas viendo cosas. Tu error por completo.
—Tal vez —dijo suavemente Nerissa.
Amara miró a la chica con desdén.
—Había escuchado historias sobre ti, la mayoría de las cuales había descartado
como solo rumores. Parece que tu habilidad para seducir y meterte en camas
influyentes es insuperable. El pequeño espía rebelde perfecto, ¿no es cierto?
—Solo seduzco a los que están dispuestos a dejarse seducir.
Nerissa sostuvo su mirada durante otra pequeña eternidad antes de inclinar la
cabeza.
—Si me disculpas, su gracia. Debo ver a la princesa.
Amara vio a la niña alejarse hacia la residencia real, con el corazón apretado en
el pecho.
Su mente estaba decidida. Era hora de irse de Mytica.
Momento de planear su próximo movimiento.
CAPÍTULO 6 JONAS
PAELSIA

Traducido por Nashly


Corregido por WinterGirl

Jonas se había quedado en el recinto real mucho más tiempo del que pretendía. Se
quedó para Cleo, Taran, Enzo y Nerissa. Y para Félix, quien había logrado
encerrarse nuevamente. Y, al parecer, se quedó para ayudar en la búsqueda de su
antiguo enemigo.
Lucía creía que el Príncipe Magnus estaba muerto, pero la búsqueda aún
continuaba. Cuando ella pidió ayuda a Jonas, descubrió que no podía decirle que
no.
Después de un largo, agotador y sin éxito día de búsqueda en el árido paisaje de
Paelsiano más allá de las puertas del antiguo recinto de Basilius, Jonas cayó en el
sueño más profundo que podía recordar. Uno que dichosamente carecía de
pesadillas.
Pero luego sucedió. Como si lo hubieran agarrado de un mundo y tirado en otro,
se encontró parado en medio de un campo de hierba frente a un hombre con una
túnica larga, blanca y brillante.
Timotheus no era viejo —o, al menos, no parecía viejo. Su cara se veía como
la de Tomas, el hermano de Jonas a la edad de veintidós, si hubiera vivido.
Sin embargo, sus ojos delataban su verdadera edad. Eran antiguos.
—Bienvenido, Jonas —dijo Timotheus.
Jonas miro a su alrededor, no se veía nada más que el campo de hierba
extendido en todas direcciones.
—Pensé que habías terminado conmigo.
—Aún no.
Jonas volteó para encontrarse completamente con la mirada de Timotheus,
negándose a ser intimidado por este inmortal.
—Desafié tu profecía. Lucía sigue viva.
—Sí, lo está. Y ella tuvo una hija llamada Lyssa, cuyos ojos en ocasiones brillan
con luz violeta —Timotheus asintió ante la mirada sorprendida de Jonas.
—Tengo maneras de saber muchas cosas, así que no perdamos tiempo
retrocediendo a lo que ya ha ocurrido. La niña es de gran interés para mí, pero no
es la razón por la que necesito hablar contigo ahora.
Un nuevo resentimiento recorrió a Jonas. Estos inmortales de otro mundo
pasaron siglos observando a los mortales a través de los ojos de los halcones, pero
proporcionaban poco en vez de ser una ayuda. Él prefería cuando los vigías eran
solo un mito y leyenda que podía ignorar, no una molesta realidad.
Jonas se paseaba nerviosamente de un lugar a otro. Esto no se sentía como un
sueño. En un sueño, todo parece confuso y difícil de entender.
Aquí, podía sentir el suelo cubierto de musgo bajo sus pies, la calidez de los rayos
del sol sobre su rostro. Podía oler las flores que los rodeaban tan fragantes como
las del pequeño jardín de su hermana Felicia.
Rosas, pensó. Pero más dulce de alguna manera. Más como las papas fritas
dulces que había disfrutado como un raro regalo, hecho por una amable mujer de
su pueblo.
Sacudió su cabeza para despejar las sensaciones que lo distraían a su alrededor.
—Entonces sabes que los vástagos son libres, —dijo Jonas—. Dos de ellos, de
todos modos. Y Cleo y Taran… están en problemas. Un gran problema —hizo una
pausa para frotar su frente con fuerza.
— ¿Por qué dejaste que eso sucediera?
Timotheus apartó su rostro de la mirada acusadora de Jonas. Ahí no había nada
a lo lejos en lo que pudiera concentrarse, el exuberante campo verde parecía seguir
y seguir para siempre en todas las direcciones.
— ¿Lucia tiene posesión de los cuatro orbes de cristal?
¿Por qué debería decirte algo cuando pareces saberlo todo?
—Dímelo —dijo Timotheus con tanta dureza como nunca antes.
Algo se tambaleó en el pecho de Jonas, algo extraño y desagradable que le
recordó la capacidad de Lucía para sacarle la verdad aún si quería hablar o no.
—Ella tiene tres, —se mordió—. Ámbar, piedra lunar y obsidiana. El orbe de
obsidiana tenía una grieta, según me dijeron. Pero no lo hace más.
—Se curó a sí misma —dijo Timotheus.
—No lo sé. Supongo que sí.
Timotheus frunció el ceño.
¿Qué pasa con el orbe aguamarina?
De nuevo, Jonas sintió la extraña compulsión de responder con la verdad.
—Cleo tiene ese.
— ¿Ella puede tocarlo sin problema?
—No, ella… lo lleva con ella en una bolsa —respondió Jonas.
Timotheus asintió, con una expresión contemplativa.
—Muy bien.
El extraño y mágico agarre en la garganta de Jonas se alivió.
— ¿Tienes idea de lo irritante que es que te mientan y te manipulen?
—En realidad, sí.
Timotheus, con los brazos cruzados sobre el pecho, comenzó a caminar
lentamente alrededor de Jonas, mirando al rebelde con ojos entrecerrados.
—Si lo sabes todo, —dijo Jonas—. Sabrás que Lucía está de luto por su hermano.
Si quieres que ella te ayude a detener a Kyan, podrías decirnos dónde está Magnus
y si hay alguna posibilidad de que todavía esté vivo.
— ¿Te preocupas por alguien a quien querías muerto no hace mucho tiempo?
Esa fue una pregunta más difícil de lo que le gustaría que fuera.
—Me preocupa que Lucía este sufriendo. Y Magnus… por todos sus errores…
podría ser útil en la próxima guerra.
—La guerra contra los vástagos.
Jonas asintió.
—Contra los vástagos. Contra la emperatriz. Contra cualquiera que se ponga en
nuestro camino en el futuro.
—No estoy aquí para eso.
Jonas soltó un suspiro de frustración.
— ¿Entonces por qué estás aquí?
Timotheus no habló por un momento. Jonas se dio cuenta que, a pesar de la
eterna juventud del inmortal, se veía cansado y exhausto, como si no hubiera
dormido en semanas.
¿Acaso los inmortales necesitan dormir? Se preguntó.
—Esto casi termina.
Dijo finalmente Timotheus, y Jonas podría haber jurado que escuchó dolor al
borde de sus palabras.
— ¿Qué está casi terminado?
—Mi vigilancia.
Timotheus suspiró, y con sus manos entrelazadas en la espalda, comenzó a
moverse nuevamente a través de la larga hierba. Miro hacia arriba un cielo sin sol,
pero de un brillante azul.
—Fui creado para vigilar a los vástagos, a los mortales y a los de mi propia
especie… he fallado en todos los aspectos. Heredé las visiones de Eva y no me han
sido útiles más que para ver miles de versiones de lo que podría ser. Y ahora ha
llegado a ésta.
— ¿A qué? —preguntó Jonas.
—Un pequeño puñado de aliados que he alistado para luchar tontamente contra
el propio destino. Te vi en mis visiones Jonas, hace años. Vi que me serias útil. Y
me he dado cuenta que eres uno de los pocos mortales en los que puedo confiar.
— ¿Por qué yo? —preguntó Jonas aturdido—. Yo… no soy nadie. Soy el hijo de
un vendedor de vino Paelsiano. Me uní estúpidamente a una guerra contra un buen
rey y ayudé a poner Mytica en manos del Rey de sangre. He llevado a mis amigos
a sus muertes por mis estúpidas decisiones de rebelarme contra ese rey. He perdido
todo lo que me ha importado. Y ahora tengo esta extraña magia dentro de mi…—
se frotó el pecho donde la marca en espiral había aparecido hace solo un mes—. Y
es inútil para mí. No puedo canalizarla para ayudar a cualquier persona o a cualquier
cosa ¡ni siquiera a mí mismo!
—Piensas demasiado, Jonas Agallon.
Jonas dejó salir un resoplido nervioso de risa.
—Nunca nadie me había acusado de eso antes.
Una pequeña sonrisa apareció en los labios de Timotheus.
—Eres valiente. Eres fuerte. Y eres digno de esto.
De los pliegues de su túnica, Timotheus sacó un objeto. Era una daga dorada,
hermosa, diferente a todo lo que Jonas había visto en su vida. La hoja estaba
cubierta de grabados. Símbolos, algunos de ellos parecían ser de magia elemental.
Algo brillaba desde la hoja, Jonas no podía verlo con exactitud, pero podía sentirlo.
Magia. Pero no cualquier magia, magia antigua.
Timotheus colocó la pesada empuñadura dorada en su mano. Jonas inhaló
bruscamente mientras un escalofrío de esa magia antigua viajo por su brazo.
— ¿Qué es eso? —se las arregló para preguntar.
—Una daga —dijo simplemente Timotheus.
—Eso puedo verlo. ¿Pero qué tipo de daga? ¿Qué hace? ¿Puede matar? —
Jonas miró al inmortal—. Solo háblame claro por una vez, ¿lo harás?
La sonrisa de Timotheus creció, pero sus ojos permanecieron mortalmente
serios.
—Esta daga ha sido manejada por varios inmortales durante milenios. Contiene
magia que puede esclavizar y controlar mentes y voluntades. Puede matar a un
inmortal. Puede absorber magia. Y puede destruir la magia.
— ¿Destruir la magia? —Jonas frunció el ceño, su mirada fija en la daga dorada.
La luz del sol atrapó el metal y arrojó un prisma de colores hasta el terreno cubierto
de hierba.
—Lucía dijo que los vástagos no podían ser destruidos. Incluso si tuviera la
oportunidad de acercarme lo suficiente para meter esto en el pecho de Kyan, todo
lo que estaría haciendo seria matar a Nic.
La expresión de Timotheus se volvió tensa.
—No puedo decirte exactamente lo que necesitas hacer.
La frustración ardió en el pecho de Jonas.
— ¿Por qué no?
—Así no es como funciona. Mi participación directa, más allá de lo que ya he
hecho, no está permitida. Soy un vigía. Yo observo. Es todo lo que tengo permitido
hacer. Decir algo más es literalmente imposible para mí. Pero escúchame, Jonas
Agallon. Lucía es y siempre será la clave de todo esto. Kyan aún la necesita.
Jonas negó con la cabeza.
—Lucia no lo ayudará, ella es diferente ahora. Ella hará cualquier cosa para
detenerlo.
La mandíbula de Timotheus se tensó, su mirada fija en la daga.
—Esta arma puede detenerla también, incluso en su forma más poderosa.
Jonas parpadeó, entendiendo demasiado bien lo que el inmortal quería decir.
—No mataré a Lucía –gruño.
—La he visto morir, Jonas. He visto el preciso momento en el futuro, con esta
daga en su pecho y tú sobre ella —su expresión se cerró—. Ya he dicho demasiado.
Se acabó. El resto de mi magia casi se ha ido. Y no tengo más de sobra para entrar
en los sueños de los mortales. Debes seguir solo.
—Espera, no —el pánico creció en el pecho de Jonas—. Necesitas decime más.
¡No puedes parar ahora!
Timotheus miró a la derecha de la colorida pradera, aparentemente a nada en
absoluto.
—Te necesitan en otro lado.
— ¿Qué? ¿Qué estás…?
El extenso campo verde se hizo añicos, cayendo como fragmentos de vidrio.
Jonas se dio cuenta que alguien lo sacudía para despertarlo. Abrió los ojos y se
encontró a Taran Ranus mirándolo.
—Jonas, despierta —el insistió.
— ¿Qué pasa?
—Felix será ejecutado.
La neblina de sueño lo abandono rápidamente.
— ¿Cuándo?
—Ahora.
Jonas se sentó tan rápido que una ola de mareo lo golpeó. Notó algo frío y pesado
en su mano, bajó su mirada y con asombro vio que sostenía la misma daga dorada
que Timotheus le había dado en el sueño.
Pero… ¿Cómo?
El la soltó como si estuviera cubierta de arañas. El arma estaba tendida en las
sábanas, brillando con la escasa luz de la habitación.
—De prisa —gritó Taran mientras se ponía una camisa.
Por un momento, la mente de Jonas se puso completamente en blanco, como si
no pudiera tomar una decisión, moverse o razonar lo que había pasado. Pero
después se dio cuenta de lo que Taran había dicho. Su amigo estaba en peligro.
Nada más importaba en ese momento.
Jonas agarró la nueva y extraña daga, la metió en el soporte vacío de su cinturón,
y se unió a Taran mientras salían de la pequeña habitación que la emperatriz les
había dado mientras permanecían en el recinto.
—Pensé que odiabas a Félix —dijo Jonas mientras corrían hacia la prisión.
—Solo al principio. Es mi amigo ahora, como tú.
— ¿Cómo te enteraste de esto?
Taran frunció el ceño profundamente.
—Escuche voces… en el aire. Guardias discutiendo con un prisionero difícil.
Fueron lo suficientemente ruidosos como para despertarme.
Jonas no tuvo respuesta a esto. Sabía que el vástago de aire estaba dentro de
Taran ahora, justo como el vástago de agua estaba dentro de Cleo, pero Taran
apenas había hablado de eso desde la llegada de Jonas.
Llegaron a un pequeño claro polvoriento a las afueras de la zona de la prisión del
recinto justo cuando los guardias arrastraban a Félix encadenado. Una pequeña
multitud de guardias y sirvientes se habían reunido para ver como Félix era forzado
a ponerse de rodillas, y su cabeza empujada hacia abajo a una tabla de cortar.
Jonas se abrió paso entre la multitud justo cuando el verdugo levantaba el hacha.
La mirada de Félix se encontró con la de él. La derrota en el único ojo de Félix lo
decía todo.
Amara había ganado.
Era demasiado tarde. No había tiempo para gritar, luchar o intentar detener esto.
Jonas solo podía mirar con horror como el hacha era deslizada hacia abajo, y se
detuvo a solo un suspiro sobre la carne de Félix. Los músculos del guardia abultados
mientras trataba de empujar hacia abajo contra una barrera invisible.
Jonas lanzó una mirada a Taran y vio que el sudor cubría su frente. Sus ojos
brillaban con luz blanca. Aparecieron líneas blancas de araña en sus manos,
envolviendo sus muñecas.
—Estás haciendo eso —dijo Jonas.
—Yo… yo no sé cómo —respondió Taran con fuerza.
El hacha salió volando, golpeando el costado de un edificio tan fuertemente que
la cuchilla se enterró por completo en la superficie de piedra. Después, el guardia
voló hacia atrás como si hubiera sido empujado por una mano invisible.
—Aire mágico —una mujer cercana jadeo.
Todos los que estaban a su alrededor comenzaron a hablar, gritar, y cada mirada
en el claro se volvió para mirar a Taran.
Taran miró con los ojos muy abiertos la brillante marca en espiral de su mano
derecha. Estaba rodeada de líneas blancas que se extendían y se enroscaban
alrededor de su piel.
—No me mires boquiabierto —dijo Taran con los dientes apretados—. Ve a
buscarlo.

***

Jonas hizo lo que dijo Taran y corrió hacia la plataforma de ejecución, cortando a
través de las cuerdas de Félix rápidamente con su nueva espada. Le ofreció a Félix
su mano para pararse, y Félix lo agarró sin dudarlo.
—Dos veces —le dijo Félix a Jonas, su voz era espesa—. Has salvado mi trasero
dos veces.
—Puedes agradecer a Taran esta vez —Jonas abrazó a su amigo, golpeándolo
en la espalda.
Los guardias que pudieron haber intervenido en este momento dieron un paso
hacia atrás cuando Taran se acercó. Jonas notó que el rostro de Taran estaba
pálido, su profundo bronceado desapareció por completo. Aparecieron círculos
oscuros, como moretones debajo de sus ojos.
—No me mires así —dijo Taran haciendo una mueca—. Odio esto.
—No lo hago —respondió Félix rápidamente—. Es bueno tener a un dios de mi
lado.
—No soy un dios.
Aun así, cuando Taran miró a las docenas de espectadores, todos dieron un paso
atrás, sirvientes y guardias por igual.
—No puedo quedarme aquí —murmuró Taran.
—Tienes razón —dijo Jonas.
Este no era lugar para ninguno de ellos. Tenía que hablar con Cleo y Lucía. Tenía
que convencerlos de moverse lejos de la vigilancia de la emperatriz.
Amara no los detendría. Ella los temía.
Vio a Carlos, el capitán de guardia, acercándose a ellos sin temor, su espada
desenvainada.
—No tenemos ninguna pelea contigo hoy, —dijo Jonas extendiendo sus
manos. Pero no ejecutaras a mi amigo. No ahora ni nunca.
—La emperatriz lo ordenó —dijo Carlos.
Félix murmuró algo muy oscuro en voz baja sobre la orden de la emperatriz.
Luego más fuerte:
—Si la emperatriz me desea muerto, hazla que venga y que lo haga ella misma.
Jonas lo fulminó con la mirada.
—Cállate amablemente.
Félix le devolvió la mirada a Jonas.
—La odio.
—Lo sé —Jonas miró a Carlos otra vez—. Puedes ver que tenemos poder y
fuerza. Y no nos quedaremos quietos y te dejaremos encarcelar a nuestros amigos
por más tiempo. Nos vamos de este lugar, y el príncipe Ashur viene con nosotros.
Jonas había reunido sin duda un extraño grupo de amigos durante los últimos
meses. Tarus le había dicho que el príncipe Ashur no los había traicionado después
de todo, cuando dejo su grupo en Basilia sin decir una palabra. Él había ido con su
hermana para convencerla de detener sus malos caminos. Claramente, Amara lo
había ignorado.
El príncipe Ashur Cortas era un rebelde como Jonas.
—Estoy seguro que la emperatriz no tendrá ningún problema con su partida —
dijo Carlos, sus ojos estrechos y crueles—. Pero el príncipe Ashur no irá con
ustedes.
—Quizá no lo escuchaste —dijo Félix, con los puños apretados—. Ve a buscarlo
ahora, o mi amigo Taran va a reducir este lugar a una pila de rocas ¿verdad, Taran?
Jonas miró a Taran, quien también parecía listo para pelear. Sus ojos todavía
brillaban.
—Bien —dijo Taran.
Jonas se preguntó por un momento si Taran realmente podría controlar este
poder divino dentro de él con el que acababa de salvar a Félix o si solo estaba
presumiendo.
—Te lo diré de nuevo —dijo Jonas, su atención fija en el gran guardia armado—
. Libera al príncipe Ashur Cortas de inmediato.
Carlos negó con la cabeza.
—Una solicitud imposible.
— ¿Por qué?
—Porque el príncipe —comenzó Carlos, con una expresión sombría— escapó de
su celda anoche.
CAPÍTULO 7 MAGNUS
PAELSIA

Traducido por Nashly


Corregido por WinterGirl

Por lo que se sentía como una eternidad. Magnus arañó la madera en la oscuridad
de su diminuta prisión. La sangre goteaba en su rostro desde sus dedos
desgarrados, pero continuó hasta que el dolor se volvió inaguantable. Luchó contra
la inconsciencia hasta que lo reclamó. Cuando despertó, sus dedos se habían
curado.
Sin la piedra de sangre, él habría estado muerto, roto y sin valor.
Con ella, todavía tenía una oportunidad.
Para salvar la vida de su padre, la abuela de Magnus había literalmente cortado
este anillo del dedo de un vigía exiliado. Él no sabía los orígenes de la piedra de
sangre. Francamente, no le importaba.
Todo lo que importaba era que existía. Y de alguna manera, en algún momento
cuando no se había dado cuenta, su padre había deslizado este valioso anillo en el
bolsillo de Magnus.
¿Pero por qué el hombre que lo atormentó toda su vida, que literalmente intentó
matarlo no hace mucho tiempo, hizo tal cosa? ¿Por qué iba a renunciar a una
increíble pieza de magia?
— ¿Qué juego estás jugando ahora conmigo, padre? —murmuró.
Atormentado por mil respuestas a esa pregunta, Magnus arañó la tapa de su
ataúd ayudado por la tierra empapada de lluvia que hizo la madera más flexible.
Más débil. Las cosas débiles son más fáciles de romper. Fue una dura lección de
su padre. Una de muchas en la vida de Magnus. Trató de concentrarse solo en su
tarea aparentemente insuperable.
Y en Lord Kurtis.
Magnus no tenía idea de cuántos días habían pasado y si todavía tenía tiempo
de detener a Kurtis de sus horrendos planes. El pensamiento lo hizo temblar de ira,
frustración y miedo. Cleo tenía que ser más inteligente que confiar en el antiguo rey.
Ella no permitiría estar sola con él.
No importa, otra voz en su cabeza observó.
Kurtis podía noquearla y arrastrarla lejos, en algún lugar donde nadie la
encontraría de nuevo.
Un grito de ira se desgarro de su garganta mientras arrancaba un pedazo de
madera más grande de su lugar y el barro se derramaba a través del agujero en la
tapa, cubriendo su cara. Rugió y lo empujó lejos. Pero cayó más como una manta
fría, húmeda y demoniaca destinada a asfixiarlo. Llenó su boca y su garganta. Él se
atragantó, aferrándose a un solo pensamiento que le dio fuerza. Nada puede
matarme con este anillo en mi dedo.
Empujó, y cavó en el lodo y la tierra que había sido echado sobre su tumba sin
nombre. Lento, tan dolorosamente lento. Pero no se dio por vencido. La oscuridad
se había convertido en su mundo entero. Ahora mantuvo sus ojos cerrados para
protegerlos del lodo.
Poco a poco presionó hacia arriba, un puñado a la vez.
Despacio.
Despacio.
Hasta que, finalmente, después de empujar con su puño, la sensación de aire
fresco le tomó por sorpresa. Se congeló por un momento, antes de estirar los dedos
para buscar cualquier otra barrera. Pero no había ninguna.
A pesar de la fuerza que fluyó a través de él después de ponerse el anillo, quería
descansar, solo por un momento. Necesitaba tiempo para sanar. Pero la cara de
Cleo apareció en su mente.
— ¿Dándote por vencido tan fácilmente? —Preguntó levantando una ceja—. Que
decepcionante.
—Intentando lo mejor posible —gruñó en respuesta, en su imaginación.
—Esfuérzate más.
Sonaba como ella, más cruel que amable en un momento de gran importancia. Y
ayudó. Según la experiencia de Magnus, la amabilidad nunca hizo que nadie
volviera de su propia muerte. Solo la magia podría hacerlo.
Los músculos gritaban por el esfuerzo, empujó más y finalmente logró liberar el
otro brazo de la tierra hambrienta. Se agarró de la tierra fangosa y se arrastró hacia
arriba. Era como si la tierra lo diera a luz de nuevo al mundo real.
Se acostó ahí, su brazo se derrumbó sobre su pecho, y se obligó a sí mismo a
respirar profundo, ahogándose mientras su corazón golpeaba contra su caja
torácica.
Las estrellas estaban afuera. Brillantes en el cielo negro.
Estrellas. Él podía ver las estrellas después de una eternidad de oscuridad
absoluta. Era la cosa más hermosa que él había visto en toda su vida. Cuando se
rio en voz alta ante el pensamiento, sonó ligeramente histérico. Magnus deslizó sus
dedos con suciedad incrustada sobre el grueso anillo de oro en su mano izquierda.
—No entiendo esto —susurró—. Pero gracias, padre.
Se limpió la cara cubierta de lodo antes de lentamente ponerse de pie sobre sus
extremidades que habían sido destrozadas recientemente.
Se sentía fuerte.
Más fuerte de lo que debería, él lo sabía.
Mágicamente fuerte.
Y listo para encontrar y matar a Kurtis Cirillo.
O tal vez todavía estaba enterrado, momentos antes de su muerte, y esto era
solo un vivido sueño antes de que la oscuridad lo reclamara.
Por una vez en su vida, Magnus Damora decidió ser positivo.
¿Dónde estaba? Miró a su alrededor, viendo solo un pequeño claro con nada que
marcara su ubicación o indicara cómo regresar al recinto de Amara. Había estado
inconsciente cuando Kurtis y sus secuaces lo habían traído aquí. Él podría estar en
cualquier lado.
Sin mirar su antigua tumba, Magnus eligió una dirección al azar y comenzó a
caminar.
Necesitaba comida. Beber.
Venganza.
Pero lo primero y más importante, necesitaba saber que Cleo estaba a salvo.
Tropezó con una maraña de raíces de un árbol disecado cuando entró en un área
arbolada.
—Jodido Paelsia —murmuró con molestia—. Totalmente odioso durante el día,
aún peor en la oscuridad de la noche.
La luz de la luna brillaba, iluminando su camino, ahora flanqueado por árboles
altos, y frondosos, a poca distancia de donde había sido enterrado.
Giró el anillo en su dedo, necesitando sentir su presencia nuevamente, un sin
número de preguntas surgieron en su mente acerca de dónde provenía y cómo
funcionaba su magia. ¿Qué más podría hacer?
Algo llamó su atención entonces, una fogata. No estaba solo. Instintivamente
buscó su arma, pero por supuesto no tenía ninguna.
Incluso antes de que Kurtis lo hubiera encadenado, Magnus había sido el
prisionero de Amara.
Apenas respirando, se acercó silenciosamente para ver quién era, envidiando el
calor del fuego después de estar frío y húmedo por tanto tiempo.
—Saludos, Príncipe Magnus. Acércate. Te he estado esperando.
Él se congeló.
La voz sonaba familiar, pero no era Kurtis, como él había esperado que fuera.
Magnus apretó los puños. Si esto era una amenaza, estaba listo para matar a
quien la haya dicho, con sus propias manos y sin dudarlo un momento.
Al ver el pelo rojo brillante iluminado por la luz del fuego, alivio surgió a través de
él y relajo sus puños.
— ¡Nic! —La vergüenza se estrelló contra él cuando comenzó a llorar—. ¡Estás
aquí! ¡Estás bien!
Nic sonrió y se puso de pie.
—Lo estoy.
—Pensé que Kurtis te había matado.
—Parece que los dos sobrevivimos ¿no?
Magnus soltó una ronca risa.
—No tomes esto demasiado personal, pero estoy muy feliz de verte.
—El sentimiento es mutuo, —la mirada de Nic lo recorrió—. Estás cubierto de
tierra.
Magnus se miró a sí mismo, haciendo una mueca.
—Acabo de salir de mi maldita tumba.
Nic asintió pensativo.
—Olivia sintió que estabas bajo tierra.
Olivia. La chica que viajó con Jonas. Magnus no la conocía para nada, pero sabía
que se rumoreaba que era bruja.
— ¿Dónde está Cleo?
—La última vez que revise, en el recinto. Ten, te ves sediento —Nic le ofreció un
termo—. Sé que eres parcial con el vino Paelsiano.
Magnus agarró el contenedor y lo inclinó para beberlo. El vino era como la vida
misma en su lengua, el placer más puro de la existencia mientras se deslizaba por
su garganta.
—Gracias. Gracias por esto. Por… por estar aquí. Ahora tenemos que regresar
al recinto.
Él envió una mirada hacia el bosque que los rodeaba, pero todo estaba en
oscuridad, más allá de la luz del fuego.
—Kurtis quiere hacerle daño a Cleo, y lo mataré antes de que lo haga.
Nic se sentó a un lado de Magnus, frente a la hoguera, ladeando la cabeza.
—Está bien. No sabes lo que pasó ¿verdad?
¿Cómo podía actuar tan indiferente ante una amenaza a un amigo de la infancia?
Algo se apagó en Nic. Increíblemente apagado.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó Magnus, ahora más cauteloso.
—La noche que desapareciste, tu abuela hizo un ritual.
— ¿Mi abuela? —Magnus parpadeó. La última vez que la había visto fue justo
antes de que su padre enojado la hubiera enviado lejos.
— ¿Dónde está ella ahora?
—Tu padre la mató —la expresión de Nic se ensombreció—. Le rompió el cuello
antes de que terminara, y ahora todo está saliendo mal.
Magnus lo miró boquiabierto.
— ¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Él la mató?
Nic agarró un palo y golpeó el fuego con mucha más fuerza de la necesaria.
—Solo la hechicera podría haber realizado el ritual correctamente. Puedo verlo
ahora. Estaba demasiado impaciente.
El vino había funcionado rápidamente para calmar un poco el estrés de Magnus,
pero sus pensamientos se volvieron confusos. Nada de lo que Nic decía tenía
sentido para él.
— ¿Qué tonterías estás hablando? Se claro. ¡Necesito saber que pasó, Nic!
Nic tiró el palo a un lado.
—Me sigues llamando así, pero no es mi nombre.
Magnus siseó con un suspiro de frustración.
— ¿Oh? ¿Y qué preferirías? ¿Nicolo? ¿Lord Nicolo tal vez? Solamente me dijiste
que mi abuela había muerto a manos de mi padre.
—Eso no debería sorprenderte. Tu padre es un asesino imprudente, así como tú
tienes la tendencia a serlo.
Lo consideró por un momento.
—Creo que es hora de ir al grano.
Había algo en sus familiares ojos marrones que Magnus no reconoció. La mirada
de un depredador.
—Cleo está en peligro —dijo Magnus más cuidadosamente—. Necesitamos
regresar al recinto de Amara.
—Tienes razón. Ella está en peligro. Y necesito que le des un mensaje de mi
parte.
El corazón de Magnus latió con fuerza mientras estudiaba a Nic, tratando de
descubrir por qué estaba tan extraño esta noche.
— ¿No vendrás conmigo?
—Todavía no.
— ¿Qué diablos está pasado?
—Solo esto —Nic extendió su mano, y una llama apareció en su palma—. ¿Has
adivinado ya? ¿O todavía quieres seguir llamándome Nic?
Magnus miró la llama como hipnotizado. Luego su mirada se disparó a los ojos
de Nic. No eran marrones como antes. Eran azules y brillaban.
No podía ser.
—Kyan —Magnus dijo.
Él asintió.
—Mucho mejor. El conocimiento es poder, dicen. Pero creo que el fuego es el
único poder que importa —se acercó a Magnus—. Tu pequeña princesa dorada es
el instrumento elegido por el vástago de agua, pero el ritual salió mal, gracias a la
débil magia de tu abuela y a la estúpida decisión de tu padre de acabar con su vida.
Le dirás a Cleiona que tiene que venir conmigo y Olivia cuando lleguemos. Sin
pelear ni discutir.
Magnus forcejeó para darle sentido a todo esto. Que Nic era Kyan. Que Cleo
estaba en peligro, y no solo por Kurtis.
—Acércate a ella y morirás —Magnus gruñó.
—Te resistes ¿no? —El dios del fuego parpadeó, una sonrisa se curvó en la
esquina de su boca robada.
—Te marcaré con mi fuego para facilitar esto. Entonces no podrás oponerte a
cualquier orden que yo te dé.
Su puño entero se iluminó con llamas azules, el mismo azul que sus ojos. Magnus
había visto este fuego azul antes, en el campamento durante la batalla con los
rebeldes. Los cuerpos tocados por ese fuego se hicieron añicos como el cristal.
Magnus se tambaleó hacia atrás cuando Kyan lo alcanzó, y miró frenéticamente
la oscuridad como una forma de escape.
—¿Por qué elegiste a Nic? —Preguntó Magnus, esperando distraer a Kyan de
alguna manera—. ¿No había nadie mejor?
Kyan se rió.
—Nicolo tiene un alma de fuego.
—¿Por su pelo? Se parece más al color de las zanahorias que arrojas al
comedero de los caballos que al fuego, si me preguntas.
—La apariencia externa no significa nada. Todos los mortales son afines a un
elemento. El de Nicolo es fuego —Kyan alzó una ceja roja—. Al igual que tú.
—Nunca supe que teníamos algo en común.
Magnus retrocedió cuando Kyan lo alcanzó.
—Tócame y perderás esa mano.
—Una amenaza vacía de una persona que no tiene un arma.
Cuando Kyan extendió la mano de nuevo, Magnus agarró su muñeca, tirándola
hacia atrás y lejos de él.
La ardiente mano de Kyan se extinguió en un instante, y el vástago de fuego
frunció el ceño.
— ¿Cómo hiciste eso? —preguntó.
— ¿Hacer qué? —gruñó Magnus.
El brillo azul en los ojos de Kyan se iluminó.
—Suéltame o muere.

—Feliz de hacerlo —Magnus empujó a Kyan tan fuerte como pudo. Con furia
brillando a través de su mirada, Kyan se tambaleó hacia atrás y tropezó con la
fogata.
Magnus no esperó. Aprovechó la oportunidad para darse la vuelta y correr hacia
el bosque, sumergiéndose en la oscuridad de inmediato. Estaba seguro de que
Kyan estaba pisándole los talones, esperando agarrarlo, quemarlo…
Se estrelló contra algo sólido, algo o alguien que lo agarró de los hombros.
— ¡Magnus! Soy yo Ashur. Te estaba viendo a ti y a Nic.
—Ashur —Magnus buscó la cara familiar del príncipe Kraeshian, apenas visible
cuando las nubes se separaron lo suficiente para permitir una franja de luz de luna—
. Tenemos que salir de aquí. Ese no es Nic.
—Lo sé.
— ¿Cómo me encontraste?
Ashur hizo una mueca.
—No te estaba buscando.
Magnus tenía muchas preguntas, pero no había tiempo para responder.
—Tengo que encontrar a Cleo.
Ashur se cubrió la cabeza con la capucha de su capa.
—Te llevaré de vuelta al recinto. Sígueme.
CAPÍTULO 8 NIC
PAELSIA

Traducido por Ravechelle


Corregido por WinterGirl

Nic recordó estar en el fondo de una fosa.


Reunido con Cleo.
Atrapado y sin poder escapar, pero al menos estaban juntos.
Pero un momento de esperanza por el futuro -cualquier futuro- fue rápidamente
anulado cuando el incorpóreo vástago del fuego había tomado su cuerpo, enviando
la conciencia de Nic en espiral hacia un abismo sin fondo.
Aún podía ver, aún podía oír, pero no podía pensar. No podía procesar lo que le
estaba pasando ni darle sentido. Era como estar perdido en un sueño sin fin.
Pero cuando Magnus agarró la muleca de Kyan, algo muy extrañó sucedió.
Nic despertó.
Lo primero que Nic vio con claridad fue a Magnus, cubierto de polvo de la cabeza
a los pies, mirándolo como si fuera un monstruo.
La segunda cosa que creyó ver fue al Príncipe Ashur Cortas, apenas visible en
las sombras detrás del Príncipe de Limeria.
—¡Ashur! Quiso gritar, pero no pudo formar las palabras.
Kyan aún tenía el control.
Aun así, Nic sintió la confusión de Kyan por la repentina y fría sacudida de una
magia desconocida. Tanto que el vástago de fuego no persiguió a Magnus o siquiera
notó la presencia de Ashur.
¿Qué había pasado?
Nic sabía esto: el Príncipe Ashur tenía un gran interés en la magia. Había
explorado el mundo más allá de Kraeshia y Mytica en su búsqueda de cualquier
rastro de magia.
En un barco Kraeshiano, durante el viaje de Auranos a Limeros antes de la
confrontación en el Templo de Valoria por el vástago de agua, Ashur le había
contado a Nic sobre los muchos tesoros que había buscado, deseado adquirir, antes
de que él y su hermana hubieran puesto su interés en el vástago.
Hay un amuleto que se dice le da la habilidad a uno de hablar con los gatos
le dijo el Príncipe un día durante su breve visita, su voz ligeramente acentuada
como vino dulce.
Nic, el prisionero de los Cortas en ese momento, no había sido del todo atrapado
por el palpable encanto del príncipe, pero nunca se había podido resistir a una
buena historia.
¿Qué clase de gatos? ¿Domésticos? ¿Salvajes?
Me imagino que ambos.
¿Por qué solo gatos? ¿Por qué no perros, lobos de las nieves… o warlogs,
incluso?
Ashur frunció el ceño.
¿Qué es un warlog?
Es como un conejo… rata… algo. Pero no es un conejo o una rata. Son
bastante sabrosos con la salsa adecuada.
Una cosa conejo-rata repitió Ashur lentamente.
Exacto.
¿Por qué desearías comunicarte con eso si vas a comerlo?
No dije que quería comunicarme con ellos, solo estaba tratando de aclarar…
suspiró. Olvídalo.
No, no. Por favor continúa explicándome esto. La lógica de Nicolo Cassian es
fascinante Ashur lo miró en las sombras de la pequeña cabina cerrada de Nic,
donde Amara creía que estaba inconsciente o vigilado.
¿Le dirías al warlog que piensas comértelo? ¿O solo le preguntarías cómo ha
sido su día?
-Bueno… Nic lo consideró cuidadosamente. Si pudiera comunicarme con
él no querría comerlo. Así que, sí, supongo que me gustaría saber cómo ha sido su
día Luego frunció el ceño a Ashur, con sus mejillas calentándose. ¿Te estás
riendo de mí? Te diviertes conmigo, ¿verdad?
La sonrisa de Ashur solo creció.
Sin duda.
El punto era que Ashur sabía magia. Y no fue hasta que estuvo presente en el
bosque más allá de la fogata, que Nic pudo pensar claramente en esto, aunque solo
fuera para recordar una conversación trivial con el príncipe.
Ashur había hecho algo para ayudar a Nic. Algún hechizo, tal vez.
Nic no estaba seguro.
Y tampoco lo estaba Kyan. El vástago del fuego dejó y regresó a la cabaña dónde
se había quedado desde el fallido ritual.
Olivia había esperado ahí por él. Sentada en el suelo junto a la puerta, con las
manos entrelazadas en un nuevo crecimiento de maleza que se verían verdes y
animadas en la luz del día. Debajo de la escaza luz de luna se veía tan
desagradables como una gigantesca araña negra.
El vástago de tierra había pasado los dos últimos días rodeando su hogar
temporal -una casa de piedra antigua- con exuberante vegetación.
Kyan lo miró con disgusto.
Llamarás la atención sobre nosotros con toda esta vegetación. Paelsia es un
páramo.
No por mucho. Voy a restaurarlo todo a como era hace mucho tiempo Ella lo
miró, incapaz de ocultar la fría mirada en su rostro antes de que él la viera. No
pude restaurarlos.
Nic sabía que ella se refería a los antiguos propietarios de la casa, una pareja de
ancianos que se había resistido a dejar su casa. Sus cuerpos yacían lo
suficientemente cerca para que el aroma de la carne quemada inundara el fresco
aire nocturno.
No tienes ese poder en particular, querida hermana Esto salió un poco más
duro de lo que Kyan había querido. La magia de Tierra requiere una chispa de
vida en la cual sostenerse.
Oh, muchas gracias por explicármelo, Kyan. No sabía tales cosas, ¿verdad?
La cortante manera en la que lo dijo casi lo hizo estremecerse.
Lo siento.
Todos estos mortales se habrán ido muy pronto de cualquier manera.
Tendremos un nuevo lienzo para comenzar de nuevo Olivia se puso de pie y se
sacudió las manos con la parte delantera del vestido. ¿Encontraste al Príncipe
Magnus?
No mintió Kyan. Hubiera sido conveniente tenerlo esclavizado para mí,
pero no importa.
Bien El rostro del vástago de Tierra se torció con fastidio, distorsionando las
hermosas características inmortales de Olivia. Entonces tendrás que concentrarte
en encontrar a la hechicera y ponerla de nuevo de nuestro lado. No podemos
terminar esto sin ella.
Kyan convocó a su paciencia.
Lo sé.
No era como si Nic pudiera escuchar los pensamientos del vástago de fuego,
pero podía sentirlos claramente. Lucía era vital para ellos, más de lo que Kyan
nunca habría creído.
El hecho de que tuviera que ir por ella, esta simple chica había destruido su
caparazón anterior, para rogar por su ayuda…
Kyan prefería quemar este mundo en este instante y terminar con todo. Pero no
podía.
Necesitaba desesperadamente reunirse con los demás, agua y aire.
Cleo y Taran.
Pánico corrió a través de Nic ante la idea de que Cleo se encontraba en un terrible
peligro y que él no podía hacer una maldita cosa para detenerlo.
Tenía que tratar de ganar el control. Si podía pensar, no se había ido. No estaba
muerto.
Concéntrate, se dijo a sí mismo.
Se concentró en su mano. Su mano derecha. Se concentró en tratar de moverla,
algo que una vez había sido una decisión tan fácil y totalmente inconsciente.
Trató de moverla, levantarla ligeramente, pero no tanto para que Kyan lo notara.
Falló en mover su mano. Pero si movió su dedo meñique, muy ligeramente.
No es mucho, pero es un comienzo, pensó sombríamente.
Él todavía te está esperando dijo Olivia mientras se dirigía a la puerta de la
casa y la abría. Y hace tantas preguntas decidí que necesitaba el silencio del
exterior.
Kyan la siguió dentro de la casa, barriendo su mirada por la casa. Asintió hacia
la chimenea, y un fuego se encendió dentro de ella. Luego dirigió su mirada hacia
el joven encogido en una esquina.
Lo encontraron vagando cerca con dos de sus amigos. Kyan había quemado a
los amigos de inmediato, pero pensó que este, el Lord Kurtis Cirillo, podía ser útil
para él.
No sé p-por qué estás haciendo esto, Nicolo tartamudeó Kurtis. Pero mi
padre es un hombre muy poderoso. Él te pagará todo el oro que quieras para que
me liberes ileso.
Kyan solo se quedó observándolo, permitiéndose al fin sonreír.
Amaba más a los mortales cuando suplicaban.
Mi nombre es Kyan Encendió su mano en llamas, disfrutando de la mirada
de terror que entró en la mirada salvaje de Kurtis.
Nic, sin embargo, sintió una extraña sacudida de simpatía por Kurtis, a pesar de
que despreciaba por completo al antiguo rey. Una muerte rápida sería mucho más
amable de lo que Kyan tenía en mente.
Kyan ladeó la cabeza.
¿Comenzamos?
CAPÍTULO 9 LUCÍA
PAELSIA

Traducido por Ravechelle.


Corregido por WinterGirl

Magnus habría pensado que estaba loca por quedarse allí como huésped de Amara
un momento más de lo necesario.
Y entonces Lucía abrazó la idea de dejar este extraño y polvoriento complejo.
Era su lugar de nacimiento, pero no era su hogar.
Limeros era su hogar. Anhelaba sus aposentos en el palacio y conocía a varias
niñeras confiables que podrían ayudarla con Lyssa.
De cualquier manera, no se dirigieron hacia Limeros.
Su padre quería ir al palacio Auraniano, donde podría hablar con el Lord Gareth
Cirillo, Gareth había permanecido como un gran reyezuelo durante la ausencia del
rey.
A través del Lord Gareth, el rey quería encontrar a su hijo, Kurtis.
Y Lucía quería ayudarlo.
La tarde antes de partir hacia el palacio Auraniano, Lucía buscó en el complejo a
Jonas, lo encontró afilando su espada junto a su alojamiento temporal.
¿Vendrás con nosotros? Preguntó ella. ¿O te quedarás en Paelsia?
Levantó la mirada de su trabajo, como si estuviera sorprendido de verla.
¿Debería ir contigo?
Lucía se había visto obligada a pasar tiempo con Jonas cuando le pidieron que
la devolviera con su padre y hermano, pero ahora, después de todo este tiempo
juntos, la idea de separarse del rebelde se sintió extrañamente dolorosa.
Pero ciertamente ella no lo iba a admitir en voz alta.
Cleo te necesita dijo en su lugar.
Las cejas de Jonas se levantaron.
¿Ella dijo eso?
Cuando Kyan regrese, necesitará toda la ayuda que pueda obtener. Y sé que
Taran ha elegido quedarse con ella hasta que todo se resuelva.
Su expresión se hizo pensativa.
Haces que suene como una inconveniente menos con una solución simple.
Para nada. Lucía necesitaba tiempo para fortalecer su magia, para encontrar la
mejor manera de atrapar al vástago de fuego, y ahora al vástago de tierra también,
en sus prisiones de cristal.
Sé que no lo es admitió.
Jonas la estudió.
Para lo que sirva, ya había decidido ir a Auranos contigo. Siento una gran
necesidad de mantenerlas vigiladas, princesa. A ambas, a ti y a Lyssa.
Ella buscó en su rostro, por cualquier señal de engaño, pero solo encontró
sinceridad.
Jonas Agallon era, muy posiblemente, la persona más honesta y franca que había
conocido en su vida. Había llegado a valorarlo.
Y la idea de que no tendría que despedirse de él alivió algo innombrable dentro
de ella.
Así que abandonaron el complejo real, Lucía y Lyssa, su padre, Cleo, Jonas,
Taran, Felix, una sirvienta llamada Nerissa y un guardia con el nombre de Enzo.
Comenzaron su viaje de cinco días hacia el sur, con el completo permiso de la
emperatriz, y tomaron un barco desde el Puerto Trader hacia la Ciudad Dorada
Auraniana.
Lucía no habló con Cleo. La otra princesa se había recluido desde que se enteró
de la muerte de Magnus.
Ella lo amaba, se dio cuenta Lucía sin que nadie lo confirmara en otras tantas
palabras.
Este pensamiento le hizo odiar a la princesa un poco menos.
Las aguas a lo largo del canal desde el Puerto del Rey hasta la cuidad del palacio
eran de un azul verdoso que le recordaba a Lucía el orbe aguamarina que Cleo
mantenía con ella en una bolsa de terciopelo. El color exacto de los ojos de la
princesa.
Lucía preferiría tener ese orbe en su poder, junto con los otros tres, pero aún no
había hecho ninguna demanda.
Pensar que Cleo tenía el poder de una diosa dentro de ella…
Parte de ella sentía celos. La otra parte sentía… simpatía.
Mientras Lucía miraba las orillas del ancho río pasar desde la cubierta del barco,
retorcía su anillo de amatista, sumida en sus pensamientos.
El anillo la protegería de su magia, una vez errática y difícil de manejar. La había
protegido de Kyan cuando tomó su monstruosa forma, algo con lo que soñaba la
mayoría de las noches, y no solo durante los sueños que Jonas había presenciado.
Kyan había tratado de matarla, y lo hubiera logrado su no hubiera sido por la
misteriosa magia dentro del anillo.
Un anillo que Cleo le había dado por su propia voluntad.
Era el mayor tesoro -aparte de Lyssa- que tenía Lucía. Rezó para que pudiera
ayudar a derrotar Kyan cuando llegara el momento.
Y cuando llegara el momento, rezaría para que su magia estuviera allí sin fallas
ni dudas.
La Cuidad Dorada apareció en la distancia, una imagen resplandeciente y
espectacular bajo el sol, rodeada de agua azul y aparentemente interminables
colinas onduladas llenas de vegetación. Lucía anhelaba una visión diferente, la de
un castillo negro de obsidiana en el centro de la blanca y absoluta perfección.
Hogar.
¿Volvería a ver alguna vez su hogar? Tal vez le recordaría demasiado a Magnus:
su hermano y su mejor amigo.
Él era otra persona que ella había traicionado, y ahora le rompía el corazón saber
que nunca tendría la oportunidad de enmendar eso.
Lucía, con Lyssa en sus brazos, desembarcó, y mientras caminaban por el largo
muelle de madera para llegar a una serie de carruajes que los llevarían la corta
distancia restante al palacio, Lucía se protegió los ojos de la luz del sol para mirar
hacia la brillante Ciudad Dorada con su brillante muro. Las altas torres del palacio
estaban en el centro directo de la vigilada ciudad.
Luego su vista de la ciudad fue reemplazada por la cara de Cleiona Bellos: su
piel era pálida y los bordes de sus ojos estaban rojos, pero mantenía la barbilla alta.
¿Sí? le preguntó Lucia cuando ella no habló.
La niñera que cuidaba de mi hermana y de mí todavía está en el palacio dijo
Cleo. Ella era maravillosa, amable y dulce, pero de ninguna manera débil. La
recomendaría sin dudar para que cuide a su hija.
Lucia bajó la mirada hacia el rostro de su bebé por un momento. Lyssa parpadeó,
sus ojos morados de otro mundo cambiaron en un instante a un azul más normal.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lucía. Ella no sabía por qué sucedió eso o
qué significaba.
Te agradezco mucho la sugerencia respondió ella.
Cleo asintió y fue a reunirse con su sirvienta mientras entraban al palacio.
Una vez dentro, Lucía preguntó por la niñera de Cleo y la encontró dispuesta y
capaz de atender a Lyssa. Reprimió cualquier amenaza que tuvo la tentación de
hacer sobre el bienestar de su hija.
Después de besar la frente de Lyssa en la cuna, la niñera se había preparado
rápidamente, Lucía fue a reunirse con su padre para su audiencia con Lord Gareth.
El rey deseaba encontrarse en la sala del trono, que una vez tuvo decoraciones
Auranianas doradas y estandartes bordados con la imagen de la diosa Cleiona y el
escudo de la familia Bellos, pero que ahora solo contenía algunos pequeños
recordatorios de la época en que el rey Corvino había gobernado.
Su mirada se elevó hacia las familiares paredes, los ventanales. Un amplio piso
de mármol y columnas alineabas en el pasillo, conduciendo al estrado y al trono
dorado.
Lord Gareth los esperaba en el centro de la habitación. Su barba se había vuelto
más espesa y boscosa y más veteada de blanco que la última vez que Lucía lo
había visto.
Extendió sus manos hacia el rey y Lucía.
Bienvenidos, mis queridos amigos. Espero que su viaje aquí fuera placentero.
El sonido de su voz aguda, que recordaba a la de su odioso hijo, hizo hervir la
sangre de Lucía.
Tan agradable como podría ser un viaje a bordo de un barco Kraeshiano
respondió el rey.
Lord Gareth se rió.
¿La emperatriz no ha guardado ningún barco Limeriano para una ocasión
como esta?
Parece que ella ha quemado la mayoría.
Y ahora todos somos Kraeshianos, por así decirlo. Solo esperemos días más
brillantes, ¿no? Su mirada recorrió a Lucía. Has crecido para convertirte en una
joven increíblemente hermosa, querida.
No respondió el cumplido con una sonrisa, un asentimiento o rubor en sus
mejillas, como se hubiera esperado de ella en el pasado.
¿Dónde está su hijo, Lord Gareth? Dijo en su lugar.
La agradable expresión de Lord Gareth cayó.
¿Kurtis? No lo he visto desde que dejé Limeros por órdenes de tu padre para
venir aquí.
Pero has intercambiado muchos mensajes con él dijo el rey.
Incluso después de que se convirtió en uno de los secuaces más leales de
Amara.
La expresión del señor se volvió más cautelosa.
Su majestad, la ocupación ha sido difícil para todos nosotros, pero estamos
haciendo lo mejor que podemos para ajustarnos a las elecciones que ha hecho para
el futuro de Mytica. Si algo que ha hecho mi hijo parece desleal, puedo asegurarle
que solo ha intentado encajar con el nuevo régimen lo mejor que puede. Las noticias
que llegaron hoy dicen que muchos de los soldados de la emperatriz han sido
llamados de vuelta a Kraeshia. Me pregunto si esto significa que la ocupación se
reducirá lenta y constantemente a casi nada.
Eso es muy posible admitió el rey. Creo que Amara ha perdido su interés
en Mytica.
Bien Lord Gareth asintió. Lo que significa que todos podemos volver
nuestros asuntos usuales.
¿Te dijo Kurtis que recientemente perdió la mano? Preguntó el rey
casualmente, dirigiéndose hacia la escalera que conducía al trono. Echó un vistazo
por encima del hombro. ¿Que mi hijo la cortó de su muñeca?
Lord Gareth parpadeó.
¿Por qué?, sí. Lo mencionó. También mencionó que fue resultado de sus
órdenes, su majestad, que le ocurriera una lesión tan desafortunada. Le pediste que
te entregara a la princesa Cleiona, y parece que el Príncipe Magnus…
Estaba en desacuerdo terminó el Rey por él cuando se detuvo. Con
bastante fuerza, sí, lo hizo. Mi hijo y yo no vemos muchos problemas del mismo
modo. La princesa Cleiona es definitivamente uno de ellas.
Lucia prestó atención, de repente fascinada. Ella no había escuchado nada de
esto antes.
Magnus cortó la mano de Kurtis… para salvar a Cleo dijo ella en voz alta,
perpleja.
Fue una elección impulsiva respondió Lord Gareth, un hilo de disgusto en su
voz. Pero no se puede deshacer, así que vamos a dejarlo atrás, ¿de acuerdo?
¿Has tenido noticias de Kurtis recientemente? Dijo el rey mientras se
sentaba en el magnífico y dorado trono y se recostaba, mirando a Lord Gareth al
pie de las escaleras.
No en más de una semana.
Entonces no sabes lo que ha hecho ahora.
Lord Gareth frunció el ceño profundamente, su mirada burlona se movió hacia
Lucía por un momento.
No.
¿Ni siquiera has escuchado un rumor? Preguntó Lucía.
He escuchado muchos rumores respondió lánguidamente Gareth. Pero
principalmente sobre ti, princesa, no sobre mi hijo.
¿Oh? ¿Cómo?
No creo que haya necesidad de complacer los susurros de los campesinos.
Odiaba a este hombre, siempre había odiado la actitud tonta que usaba alrededor
del rey, pretendiendo ser amigable y servicial cuando veía la tortuosidad detrás de
cada palabra que pronunciaba y cada movimiento que hacía.
Tal vez son los mismos rumores que he escuchado dijo el rey. Que Lucía
es una poderosa hechicera, una que ha reducido muchas aldeas de Mytica a
cenizas. Que ella es un demonio que convoqué desde las tierras oscuras hace
diecisiete años para ayudarme a fortalecer mi gobierno.
Como dije Lord Gareth observó al rey mientras se levantaba del trono y
comenzaba a bajar las escaleras de nuevo, rumores de campesinos.
Un demonio, ¿lo soy? dijo Lucía por lo bajo, saboreando la palabra y no
encontrándola tan desagradable como hubiera pensado.
La gente les temía a los demonios.
Ella había aprendido rápidamente que el miedo era una herramienta muy útil.
Su majestad dijo Lord Gareth, sacudiendo la cabeza. Soy tu humilde
servidor, como siempre. Puedo sentir que no estás contento con Kurtis y, quizás,
conmigo tampoco. Por favor, dígame cómo puedo enmendarme.
La cara del rey era una máscara, que no mostraba indicios de sus emociones
debajo.
Su majestad, dices. Como si no hubieras prometido tu devoción a Amara y sólo
a Amara.
Solo palabras, su alteza. ¿Cree que ella me hubiera dejado quedarme aquí sin
esa promesa? Pero no tengo dudas de que su poder se restablecerá ahora que ella
se ha ido de estas costas.
Entonces admites que eres un mentiroso dijo Lucia.
Él frunció el ceño hacia ella.
No admití tal cosa.
¿Dónde está Kurtis? Escupió, su paciencia estaba desapareciendo
rápidamente.
¿Ahora mismo? No lo sé.
Lucia miró a su padre, quien asintió. Ella regresó su atención a la comadreja
delante de ella.
Mírame, Lord Gareth.
El hombre movió su mirada a la de ella.
Ella se concentró, pero le resultó difícil por un momento invocar su magia. Difícil,
pero no imposible.
Dime la verdad. ¿Has visto a tu hijo?
Sí dijo Lord Gareth, la palabra salió de su boca tan rápida y pesada como
una bala de cañón. Su frente se arrugó. ¿Qué acabo de…? No quise decir eso.
Lucía sostuvo su preocupada mirada atrapada en la de ella, mientras forcejeaba
para aferrarse a su propia magia, que se sentía como arena deslizándose de entre
sus dedos.
¿Cuándo lo viste?
Hoy, más temprano. Suplicó mi ayuda. Dijo que había sido torturado, que
Nicolo Cassian lo había quemado. Y confesó lo que le había hecho al Príncipe
Magnus.
Gareth cerró la boca con tanta fuerza que sus dientes emitieron un crujido. La
sangre comenzó a gotear de su nariz.
La sangre ayudó.
Incluso una profetisa podía usar sangre para fortalecer su magia.
No trates de luchar contra esto dijo Lucía. No podía concentrarse en la
discordante mención de Nic Cassian en este momento. Eso podría esperar hasta
más tarde. ¿Qué te confesó Kurtis?
Él… él… La cara de Gareth se puso roja, casi púrpura, mientras luchaba
contra la magia de Lucía. Él… asesinó… al Príncipe Magnus.
La confirmación la golpeó, robando su aliento. Luchó por aferrarse a la magia que
usaba para extraer la verdad de los labios mentirosos del Lord.
¿Cómo?
Lo enterró vivo… en una caja de madera clavada. Así él… sufriría… antes de
morir.
La garganta de Lucía se contrajo, y sus ojos comenzaron a picar. Fue justo como
ella lo había visto durante el hechizo de ubicación.
¿Dónde está Kurtis ahora?
Sus ojos se volvieron vidriosos, y la sangre de su nariz goteó hasta el suelo de
mármol blanco.
Le dije al pequeño tonto que corriera. Que se escondiera. Para protegerse
como fuera necesario. Que el heredero del rey no era alguien a quien echar como
el contenido de un orinal, que habría consecuencias.
Sí dijo Lucia, su expresión era de odio puro. Definitivamente las habrá.
Con eso, ella liberó su tenue control mágico del hombre. Él sacó un pañuelo del
bolsillo de su abrigo y se secó la nariz ensangrentada, su mirada se movió
frenéticamente hacia Gaius, quien silenciosamente había escuchado su confesión.
Temblando de indignación, Lucía necesitó hasta el último gramo de su control
para no matar a Lord Gareth donde estaba parado.
Me alegro de que hayas dicho la verdad, incluso si tuvo que ser por la fuerza
dijo Gaius, finalmente, cuando todos guardaron silencio.
Lord Gareth jadeó.
Su alteza, él es mi hijo. Mi muchacho. Temo por su seguridad a pesar de saber
que ha hecho cosas horribles e imperdonables.
El rey asintió.
Entiendo. Siento lo mismo un pequeño músculo en su mejilla se crispó.
Sentía lo mismo por Magnus. Conozco mi propia reputación de ser implacable. No
ignoro los miedos que siembro en otros y cuán fuertemente querrían evitar el
castigo.
Y he estado a tu lado cuando has otorgado esos castigos. Aprobando todo…
todo hasta ahora. Y ahora debo rogar por indulgencia.
Entiendo por qué lo hiciste, por qué querrías ayudar a tu hijo. Lo hecho, hecho
está.
Lord Gareth se enderezó.
Me siento tan aliviado de que entiendas mi posición en este desafortunado
asunto.
Si, lo hago. Yo habría hecho exactamente lo mismo.
Lord Gareth dejó escapar un suspiro estremecedor mientras colocaba su mano
sobre el hombro del rey.
Te lo agradezco mucho, mi amigo.
Sin embargo, me parece que no puedo perdonarte En un movimiento rápido,
Gaius sacó un cuchillo de su capa y lo deslizó por la garganta del Lord.
Las manos de Lord Gareth volaron para detener el flujo inmediato de sangre.
Cuando encuentre a Kurtis dijo el rey, te prometo que morirá muy, muy
lentamente. Tal vez incluso gritará para que lo salves. Espero con ansias decirle
que ya estás muerto.
Lucía no podría decir que estaba sorprendida por las acciones de su padre. De
hecho, lo aprobaba por completo.
Lord Gareth cayó al suelo junto a sus pies en un charco creciente de su propia
sangre mientras Lucia y Gaius se movían hacia la salida.
Gaius limpió la cuchilla ensangrentada de su cuchillo en un pañuelo.
He querido hacer eso desde que éramos solo niños.
Encontraremos a Kurtis sin él dijo Lucia con calma.
Él la miró.
¿No estás molesta por lo que acabo de hacer?
¿Esperaba que sintiera el mismo horror de una niña pequeña que se encuentra
con un gato moribundo que dejaron a su encuentro?
Si no lo hubieras matado tú dijo Lucía, lo habría hecho yo.
La mirada en los ojos del Rey Sangriento cuando su hija admitió su deseo de
asesinar no era de aprobación, pensó ella.
Contenía un susurro de arrepentimiento.
Entonces los rumores acerca de ti son ciertos dijo solemnemente.
Ella tragó el bulto que se había formado repentinamente en su garganta.
La mayoría de ellos, me temo.
Bien Siguió sosteniendo su mirada cuando ella deseó poder mirar hacia otro
lado-. Entonces sé un demonio, mi hermosa hija. Sé lo que sea necesario para
poner fin al vástago de una vez por todas.
CAPÍTULO 10 CLEO
AURANOS

Traducido por Ravechelle


Corregido por Samn

Su niñez. Su familia. Sus esperanzas, sueños y deseos.


Todos estaban contenidos dentro de estas paredes doradas.
—Si finjo lo suficiente, casi puedo creer que todo ha sido una horrible pesadilla.
Esto se lo dijo en voz alta a Nerissa mientras su amiga cepillaba los mechones
de su cabello ante el mismo espejo donde se había preparado para innumerables
fiestas y banquetes en el pasado.
La empuñadura plateada del cepillo solo servía como un doloroso recordatorio
de una época en la que Magnus le cepillaba el cabello, sin saber si un acto tan
extraño era propio de un príncipe, pero dispuesto a intentarlo porque ella se lo había
pedido.
Él había amado su cabello. Sabía esto porque nunca había dejado de mencionar
lo molesto que era que ella lo llevara suelto, en lugar de apartarlo de su cara.
Había aprendido a interpretar la particular manera de hablar de Magnus.
Raramente decía exactamente lo que tenía en mente.
Pero a veces lo hacía.
A veces, cuando más importaba, decía exactamente lo que tenía en mente.
Nerissa colocó el cepillo sobre el tocador—. ¿Quieres pretender que todo ha sido
una pesadilla?
—No —respondió inmediatamente.
—Estoy aquí para ti, princesa. Para lo que sea que necesite.
Cleo alcanzó la mano de su amiga, apretándola, necesitando algo que la ayudara
a quedarse aquí—. Gracias. Gracias… por todo lo que has hecho por mí ¿Pero
puedes hacerme un enorme favor?
—Por supuesto. ¿Qué es?
—Llámame Cleo.
Una sonrisa tocó los labios de Nerissa, y asintió—. Puedo hacer eso —Volteó la
mano de Cleo, estudiando la marca en su palma—. Las líneas no han cambiado
desde que dejamos Paelsia.
—No he usado la magia del agua otra vez.
No desde que congelé a los guardias, pensó, estremeciéndose ante el recuerdo.
—¿Lo has intentado?
Cleo negó con la cabeza—. Amara pensó que debería tratar de controlar esta
magia, pero todavía no lo he hecho —Tenía miedo de intentarlo, aunque no lo
admitiría en voz alta—. Y el clima… Ni siquiera estoy segura de ser responsable de
eso. No conscientemente, al menos.
Tormentas los habían seguido desde Paelsia, repentinos aguaceros que
parecían corresponder a los momentos de mayor pena de Cleo.
—¿Qué hay de Taran? — Preguntó Nerissa—. Las líneas que se extienden
desde su marca de magia de aire son más extensas que las tuyas. Ahora llegan
hasta arriba de su brazo derecho.
La mirada de Cleo se volvió hacia ella—. ¿De verdad?
Nerissa asintió—. Su magia de aire salvó la vida de Félix, pero después de eso…
No sé si ha estado tratando de controlarlo. Enzo está preocupado por él. También
está preocupado por ti.
Cleo quería centrarse en otra cosa, en cualquier otra cosa—. ¿Enzo está
preocupado por ti?
Nerissa le dio una pequeña sonrisa—. Constantemente. Él es del tipo celoso, me
temo.
—Está enamorado.
—Eso haría que solo uno de nosotros lo esté, desafortunadamente —Suspiró—.
Al principio era divertido, pero ahora quiere algo de mí que no creo poder darle —
Hizo una mueca muy visible—. Compromiso.
—¡Santo cielo! —Cleo casi se rio en voz alta por eso—. Entonces, estás diciendo
que no estás lista para casarte y tener una docena de bebés con él.
—Esa sería una manera gentil de decirlo —respondió Nerissa—. No,
desafortunadamente hay alguien más en mi mente últimamente. Alguien que me
importa más de lo que me gustaría.
Tal conversación, a pesar de lo que significaba para el pobre Enzo, había
ayudado a alegrar el mal humor de Cleo. Le recordaba momentos más simples en
donde chismeaba con su hermana sobre la vida amorosa de su círculo de amigos.
—¿Quién? —preguntó Cleo—. ¿Lo conozco?
La sonrisa de Nerissa creció—. ¿Por qué asumes que es un él?
—Oh —los ojos de Cleo se ensancharon—. Bueno, esa es ciertamente una
buena pregunta, ¿no? ¿Por qué debería asumir tal cosa?
—He descubierto en mi vida que el amor y la atracción pueden tomar muchas
formas. Y si uno está abierto a inesperadas posibilidades, no hay límites.
Eso ciertamente era verdad, pensó Cleo. Lo había sido para ella y Magnus—. No
vas a decirme quién es, ¿verdad?
—No. Pero no te preocupes, no eres tú, princesa —Nerissa frunció el ceño—.
Quiero decir, Cleo. Usar su nombre en lugar de su título puede tomarme un tiempo
para acostumbrarme. Ahora, le deseo buenas noches. Necesita dormir. Y mañana,
si quiere comenzar a canalizar la magia dentro de ti, estaré disponible para ayudarte
a practicar.
—Tal vez —aceptó Cleo.
Después de que Nerissa se fue, Cleo reflexionó sobre la vida amorosa
aparentemente complicada de Nerissa mientras trataba de quedarse dormida y
pensar en otra cosa que no fuera Magnus.
Falló.
Las líneas que se extendían desde el símbolo mágico del agua en su palma
brillaban en la oscuridad, pulsando con el latido de su corazón. Se subió la manga
de su camisón y trazó sus dedos a lo largo de las líneas, como ramas de un árbol…
o venas.
O cicatrices
Cicatrices como la de la mejilla de Magnus.
Cleo alejó la idea de su rostro fuera de ella. Dolía demasiado como para pensar
en todo lo que había perdido.
Tenía que concentrarse en lo que todavía tenía.
Esta magia, esta diosa de agua que residía dentro de ella… ¿qué significaba?
¿Podría usarla para recuperar su poder?
Magnus lo aprobaría, pensó.
Incapaz de dormir, se vistió con una ligera capa de seda en la oscuridad de la
noche y decidió ir a la biblioteca del palacio y leer hasta el amanecer. Ciertamente,
podría encontrar más libros sobre los Vástagos. Había visto algunos en el pasado,
pero nunca les había prestado suficiente atención.
El palacio tenía guardias Kraeshianos de servicio dispersos, pero no tantos como
los que había habido cuando la ocupación de Amara había comenzado. Algunos
estaban puestos en los mismos lugares donde estuvieron alguna vez los guardias
Auranianos. Estaban quietos como estatuas, sin prestarle ninguna atención a ella o
preguntarle a dónde iba.
No era igual a cuando había estado allí la última vez, una prisionera de guerra
obligada a casarse con el hijo del rey conquistador, vigilada de cerca con cada
movimiento que hacía.
Podría irme de aquí, pensó. Huir y comenzar una nueva vida, dejar esto muy lejos
de mí.
Cleo se rascó la palma de la mano izquierda, sabiendo que esos pensamientos
estaban llenos de debilidad, miedo y total negación.
Se negó a ser débil o temerosa.
Entrando a la biblioteca, resplandeciente a la luz de las antorchas incluso a altas
horas de la noche, parecía como volver a casa. Recientemente había desarrollado
un amor por los libros tras haber ignorado los tesoros en este gran espacio la mayor
parte de su vida.
Gracias a la diosa que el Rey Gaius no los había quemado.
La biblioteca era incluso más grande que la sala del trono, con estantes tallados
en madera de caoba que se extendían a nueve metros de alto con escalerillas de
oro para escalar a fin de obtener los libros más altos que el alcance de un brazo.
Los títulos y las lenguas de los miles y miles de volúmenes de cuentos e historias
se conservaban en otro libro, uno que ella recordaba haber intentado y no logrado
descifrar un día cuando el bibliotecario no estaba alrededor.
Cleo no pudo encontrar ese grueso libro esta noche, así que, en su lugar, trazó
su dedo índice a lo largo de cientos de lomos hasta que encontró uno que la llamaba.
Tenía un simple título: Diosa.
La cubierta de cuero marrón tenía dos símbolos dorados: los símbolos de magia
de agua y magia de la tierra.
Abrió el libro y lo sostuvo contra una antorcha para que pudiera leerlo fácilmente.
Tenía los relatos de quien fuera el escriba personal de Valoria cuando ella estaba
en poder del Norte de Limeros hace mil años y tenía bocetos de una diosa que Cleo
nunca había visto antes.
—¿La verdad real sobre Valoria? —murmuró para sí misma—. ¿O solo las
opiniones personales de algún escriba enamorado?
A pesar de la naturaleza sádica rumoreada de Valoria, que rivalizaba solo con la
del Rey Gaius, se decía que era tan eternamente bella como cualquier inmortal que
alguna vez hubiera existido.
Aun así, este libro parecía digno de ser leído.
Cleo se metió el libro bajo el brazo, decidiendo llevarlo a sus aposentos para leer
más. Ella y Valoria tenían una cosa importante en común, algo que no podía ignorar:
el Vástago de agua.
El sueño todavía no tiraba de ella, por lo que continuó explorando la biblioteca.
Encontró una alcoba que contenía una gran sorpresa. En la pared, flanqueado por
dos pequeñas farolas, había un retrato de su madre.
Cleo no había visto esa pintura en años. Había asumido que había sido quemada
con el resto de la familia real Bellos.
El hecho de que no hubiera sido destruida llenó su corazón con un estallido
repentino de alegría y alivio.
La reina Elena Bellos se parecía mucho a Emilia. Cleo deseó haber tenido la
oportunidad de conocerla.
Debajo del retrato había una vitrina de cristal, similar a las que su padre había
llenado con los regalos de las familias reales del extranjero que habían venido a
visitar y traían tesoros brillantes de sus reinos.
Este gabinete contenía solo una pieza.
Una daga enjoyada.
Cleo se acercó, dándose cuenta de que había algo en el suelo.
Un pedazo de pergamino roto.
Incapaz de reprimir su curiosidad, levantó el pergamino y descubrió que era una
carta escrita con una letra femenina. Parte de él había sido arrancado, dejando solo
unas pocas líneas para que ella las leyera.

Mi querido Gaius,
Sé que debes odiarme. Siempre ha parecido ser así
entre nosotros, ya sea amor u odio. Pero sé mientras entro
en este matrimonio que lo hago por obligación a mi
familia. No puedo darles la espalda a los deseos de mi madre.
La habría matado si hubiera huido contigo. Pero te amo.
Te amo. Te amo. Podría repetirlo mil veces y nunca dejaría
de ser cierto. Si hubiera otra forma, sabes que yo…

La carta se había roto después de esa línea y Cleo sintió un desesperado dolor
dentro de ella al no poder saber más.
Su madre escribió esto.
Le escribió al Rey Gaius.
Con mano temblorosa, Cleo metió la mano en el estuche y tomó la daga.
La empuñadura estaba incrustada de joyas preciosas. Un hermoso tesoro, uno
que le pareció extrañamente familiar.
Aron Lagaris, el antiguo prometido de Cleo, había poseído una daga enjoyada,
pero no era tan grandiosa como esta. Jonas había guardado la daga de Aron
durante meses después de la tragedia en el mercado Paelsiano de ese día, un
recordatorio de la pérdida de su hermano, un recordatorio de la venganza en el
corazón del rebelde.
Otra daga llegó a la mente de Cleo, una que el príncipe Ashur le había regalado
en su noche de bodas.
—Esta es una daga de bodas kraeshiana —aspiró.
—Sí. Sí lo es.
Cleo se congeló ante el sonido de la voz del Rey Gaius. Tomó una profunda
respiración y enderezó su espina dorsal—. Tú eres quien lo puso aquí —dijo.
—Se la regalé a tu madre cuando se casó con tu padre.
Le tomó un momento en encontrar su voz—. Qué regalo tan extraño de un
Limeriano.
—Lo es, ¿verdad? Quería que matara a Corvin con ella mientras dormía.
Cleo se volvió para mirarlo. El rey llevaba una capa tan negra como su pelo, tan
oscura como sus ojos. Por un momento, se pareció tanto a Magnus que le robó el
aliento.
—Si le diste tal regalo —se las arregló para decir—. Puedo ver por qué te odiaba.
—Dejé caer esa carta temprano esta tarde —Su mirada se posó sobre ella,
todavía apretada en la mano de Cleo y en un solo movimiento se la arrebató—. Si
la leíste, sabes que el odio era solo una de las emociones que ella sentía por mí —
La atención del rey se movió hacia el retrato que tenía encima—. Elena conservó la
daga. La vi de nuevo en un gabinete de tesoros como este cuando vine a visitar a
tu padre hace doce años.
La mirada de Cleo volvió a mirarla.
—¿Es esta la misma daga que vio Magnus durante esa visita? ¿Una tan hermosa
que él querría robarla? Y tú…
—Lo corté con ella —dijo sin rodeos—. Sí, lo hice. Y lució la cicatriz desde ese
día para recordarme ese momento en el que perdí el control de mí mismo, perdido
en mi aflicción.
—No puedo creer que mi madre alguna vez hubiera… —Un dolor apretó su
corazón, tanto de pesar como de indignación—. Ella amaba a mi padre.
Gaius volvió su rostro para que quedara envuelto en sombras—. Supongo que lo
hizo, a su manera. De la manera profundamente obediente, dedicada a su maldita
diosa de su familia miope —Su sonrisa se convirtió en una mueca de desprecio.
Estudió el retrato ahora con desdén en lugar de reverencia—. Elena era un tesoro
que tu padre deseaba agregar a su creciente colección. Tus abuelos estaban
encantados de que el apellido Corso, ciertamente noble, pero no lo suficientemente
importante como para ganarse el derecho a una villa en la Ciudad Dorada, se
convirtiera en uno de verdadera realeza. Aceptaron el compromiso sin siquiera
consultar primero a Elena al respecto.
Cleo estaba igualmente sedienta de saber más y consternada por cualquier
desaire contra su amado padre.
—Tu madre lo hizo sonar como si hubieran caído el uno por el otro mucho antes,
en la Isla de Lukas. Si eso era cierto, ¿por qué no te casaste con ella? Eras un
príncipe.
—Qué lista. ¿Por qué no pensé en eso? —Tanta frialdad en su tono, tanto
sarcasmo. Ella se estremeció—. Por desgracia, había rumores sobre mí incluso en
ese entonces, los rumores se encontraron con la desaprobación de sus padres. Yo
estaba… manchado, se podría decir. Oscuro e impredecible, peligroso y violento.
Se preocuparon por la seguridad de su preciosa hija.
—Con justa razón.
—Nunca hubiera lastimado a Elena. La adoraba —Sus ojos oscuros brillaron
mientras se enfocaba en Cleo—. Y ella lo sabía. Casi se escapó conmigo un mes
antes de casarse con él.
Ella habría negado esta posibilidad si no hubiera leído la carta—. Pero no lo hizo.
—No. En cambio, recibí este mensaje. No estaba muy feliz de leerlo.
Eso explicaría por qué lo había roto a la mitad.
Cleo trató de descifrarlo—. Mis abuelos intervinieron…
—Mi madre intervino —frunció el ceño—. Ahora lo veo todo, mucho más claro
que nunca. Cuánto controló cuando se trataba de sus planes para mí. Su control
sobre mí.
—¿Selia habló con mis abuelos? ¿Les advirtió?
—No. Después de recibir esto —su agarre en el pergamino se estrechó— mi
madre vio cuán angustiado estaba. Cuan distraído y obsesionado. Ella sabía que
nunca renunciaría a Elena. Entonces mandó a asesinar a tus abuelos.
—¿Qué? —jadeó Cleo—. Sabía que murieron años antes de que yo naciera,
pero… nunca me dijeron cómo.
—Algunos sienten que los cuentos dolorosos son mejores guardados de oídos
inocentes. Fueron asesinados por un asesino enviado por la Reina Selia Damora
en persona. Hasta ese momento, creía que todavía había una posibilidad de que
Elena escapara de la boda para estar conmigo. Pero en su pesar, Elena creyó en
los rumores de que yo era el que estaba detrás de ese acto. Se casó con Corvin y
dejó en claro que me odiaba. No tomé bien el rechazo, así que hice lo que cualquier
tonto haría. Me convertí en todo lo que ella pensó que era.
La mente de Cleo se tambaleó—. Así que, no siempre fuiste…
—¿Malvado y sádico? —La pequeña y fría sonrisa regresó—. Nunca fui amable,
al menos no con aquellos que no se lo merecían. Y muy pocos lo hicieron. Esto, sin
embargo… funcionó exactamente como mi madre lo deseó. Intenté que no me
importara cuando me enteré del nacimiento de tu hermana. Traté de que no me
importara malditamente nada que tuviera que ver con Elena —resopló
suavemente—. Entonces un día recibí otra carta de ella. Quería verme otra vez,
incluso cargando a su segundo hijo. Me pidió que la visitara el mes siguiente. Pero
al mes siguiente, supe que estaba muerta.
Cleo sintió que su garganta se cerraba. Por un momento, ni siquiera pudo tratar
hablar.
La mirada del rey se fijó en los ojos pintados de la reina Elena Bellos—. Mi madre
descubrió mis planes de volver a verla y ella… intervino. Y por años creí en sus
mentiras sobre la maldición de la bruja y que tú fuiste quien la mató. Supongo que
quise creerlo —soltó un doloroso gruñido—. Mi madre destruyó toda mi vida y yo lo
permití.
—Quería… quería que el Vástago de fuego usara tu cuerpo como anfitrión, no el
de Nic —Cleo había estado tratando de racionalizar esto desde que había
sucedido—. Si quería el máximo poder para ti, lo había planeado toda su vida, eso
no tiene ningún sentido.
El rey Gaius asintió.
—Estoy de acuerdo, lo que sucedió no fue de acuerdo con el plan de Selia
Damora. Pero conozco a mi madre lo suficiente como para saber que habría
encontrado una forma de devolverme el control. De vuelta a ella.
La mente de Cleo estaba confundida por todo lo que el rey había compartido.
Repasó lo que acababa de decir.
—Si lo crees, ¿piensas que hay una forma de devolver a Nic?
Se burló.
—No sé, ni me importa el destino de ese chico.
—A mí me importa —dijo ella—. Mi madre está muerta. Mi padre y mi hermana
están muertos. Mi querida amiga Mira está muerta. Y ahora Magnus está muerto —
Se le quebró la voz y una capa de escarcha comenzó a extenderse por las paredes
de la alcoba—. Pero Nic no lo está. Aún no. Y si hay algo que pueda hacer para
ayudarlo, ¡entonces tengo que intentarlo!
El rey Gaius miró inquieto las paredes heladas.
—¿Estás haciendo eso con la magia de agua?
Las manos de Cleo temblaron, pero las tendió frente a ella. Las brillantes líneas
azules y brillantes comenzaron a extenderse sobre sus muñecas.
—No… no puedo controlarlo.
—No intentes controlarlo —le dijo—. O te matará.
—¿Qué te importa? —escupió.
Las cejas de Gaius se juntaron. Parecía dolido.
—Magnus te amaba. Luchó por ti. Me desafió una y otra vez para salvarte, incluso
si eso significaba su propia destrucción. Fue digno de ti de una manera en la que
yo nunca fui de Elena. Ahora lo veo. Y solo por eso, debes sobrevivir a esto, Cleiona
Bellos —luego le frunció el ceño—. Pero te diré esto. Yo personalmente te mataría
en un instante si eso significara que mi hijo volvería a vivir.
Cleo no tuvo oportunidad de responder antes de que el rey se alejara, tragado
por la oscuridad de la biblioteca.
CAPÍTULO 11 MAGNUS
PAELSIA

Traducido por Ravechelle


Corregido por Samn

Cuando Magnus y Ashur regresaron al recinto real amurallado por el Camino


Imperial, lo encontraron desierto.
Amara y la mitad de sus soldados habían zarpado hacia Kraeshia.
El rey Gaius y un puñado de otros, incluida Cleo, se habían ido al palacio
Auraniano.
—¿Crees que podemos confiar en lo que él dice? —preguntó Ashur.
—Oh, no lo sé —Magnus presionó la espada que había robado con más fuerza
contra la garganta del guardia Kraeshiano. El guardia había estado patrullando fuera
de las puertas cuando Magnus y Ashur lo agarraron y lo arrastraron detrás de una
mata de arbustos espinosos fuera de la vista de otros guardias—. Parece
suficientemente sincero.
Los ojos del guardia se movieron salvajemente entre ellos—. No le mentiría, no
a usted, su alteza. No creo en las acusaciones de su hermana sobre usted.
Magnus lanzó una mirada de soslayo hacia su compañero—. No creo que se
refiera a mí.
Ashur se acercó—. Amara me ha acusado de horribles crímenes contra mi familia
y contra el mismo imperio.
—Y muchos se niegan a creerle. Su hermana no merece ascender a emperatriz.
Usted es el legítimo emperador de Kraeshia. Pídalo y daré mi vida por la suya.
—No —dijo Ashur, con una sombra cruzando sus ojos azul grisáceo—. No quiero
que nadie más se sacrifique por mí. No quiero el cetro real que mi hermana desea
más que cualquier otra cosa. Nunca lo he querido.
—Cuéntame más sobre la princesa Cleiona —le gruñó Magnus al guardia—.
¿Volvió Kurtis Cirillo aquí? ¿Está a salvo?
—Solo la vi brevemente cuando se fue con el séquito del rey. No se han tenido
noticias del Lord Kurtis en días.
Magnus ya sabía lo que había sucedido durante el ritual. Después de la
sorprendente comprensión de que el Vástago de Fuego ahora residía dentro del
cuerpo de Nic Cassian, Ashur lo había informado sobre lo que le había sucedido a
Cleo.
Necesitaba llegar a ella. Para verla por sí mismo, si estaba sufriendo de alguna
manera por esta inesperada aflicción.
Magnus siempre creyó que ella era una diosa; nunca pensó que se convertiría
en una de forma literal.
—No hay nada aquí para nosotros —gruñó Magnus, apartando su espada de la
garganta del guardia—. Vámonos.
—¿Su alteza? —se atrevió a decir el guardia—. ¿Se quedará? ¿Nos guiará
contra su hermana?
Ashur no le respondió al guardia. En su lugar, le dio la espalda y mantuvo el paso
con Magnus mientras salían del complejo.
Nadie los siguió.
—Tonto —murmuró Magnus.
Ashur lo miró—. ¿Te estás refiriendo a mí?
—Tienes un gran poder a tu alcance y eliges ignorarlo conscientemente.
El príncipe Kraeshiano apretó la mandíbula por un momento antes de
responder—. No quiero ser emperador.
—El hecho de que no tengas ganas de comer una manzana no significa que
tengas que volcar toda una carreta de ellas por despecho—. ¿Por qué se molestó
en opinar? Amara y su ansia de poder no se registraban como hechos importantes
para él en este momento.
Todo lo que quería era llegar al palacio Auraniano.
Algo que estaba tan lejano del futuro mientras lo pensaba.
Habían caminado por el Camino Imperial durante horas en silencio. Los
conduciría a través de las Tierras Salvajes y hacia Auranos sin el riesgo de ser vistos
en los muelles de Trader's Harbour. Por cada guardia que pudiera jurar lealtad al
príncipe Ashur, Magnus sabía que había una docena más a los que Amara había
ordenado que lo mataran en cuanto lo vieran.
Magnus se lavó el resto de la suciedad en el primer cuerpo de agua que
encontraron. Como era Paelsia, era un río delgado y fangoso.
Odiaba este lugar.
Finalmente, Ashur habló de nuevo—. ¿No tienes curiosidad acerca lo que yo
quiero?
—Espero que vayas a decir un par de caballos —respondió Magnus—. O, aún
mejor, un carruaje tirado por caballos.
—Quiero encontrar una bruja.
Magnus lo miró—. Una bruja.
Ashur asintió—. He preguntado por ahí para ver si hay alguien en esta tierra que
tenga el suficiente poder como para ayudarnos. Y la hay. Se rumorea que es una
Vigilante exiliada que ha conservado su magia. Vive en la soledad, ocultando el
alcance de su magia del mundo.
—Rumores y plumas —murmuró Magnus.
—¿Qué?
—Por lo general, ambos sostienen muy poco peso —Sacudió su cabeza—. Es
un antiguo dicho Limeriano.
—Una mujer Paelsiana que conocí cuando estábamos en Basilia me dijo que hay
una taberna en Auranos donde puedo encontrar más respuestas y aprender a
contactar a Valia. Pasaremos la taberna en nuestro camino hacia la ciudad.
—Valia —repitió Magnus—. Incluso sabes su nombre.
—La buscaré por mi cuenta, si es necesario.
—¿Y entonces qué? ¿Qué esperas exactamente si la encuentras y no es una
bruja común que apenas puede encender una vela con su débil elementia? ¿Crees
que va a tener más efecto en Kyan de lo que lo tuvo Lucia?
—Lucia no tuvo ningún efecto sobre Kyan. Tu hermana es tan útil para ayudar a
salvar a Nicolo como Amara lo será.
Magnus dejó de caminar, volviéndose para enfrentar a Ashur—. Yo creo en Lucia.
Nunca dejaré de creer que volverá con nosotros y hará lo que es correcto.
Ashur ladeó la cabeza—. Eliges vivir en un sueño cuando se trata de tu hermana.
Lucia nos ha mostrado lo que quiere hacer, y es ayudar a Kyan.
La furia se elevó en un instante dentro de Magnus—. Te equivocas.
Ashur lo estudió, con frustración en sus ojos azul grisáceos—. ¿Dónde estaba tu
hermana anoche cuando Kyan estuvo a punto de quemarte? ¿Para convertirte en
su esclavo? ¿Apareció mágicamente para salvarte? A ella no le importas un comino,
Magnus. Quizás nunca le importaste.
Magnus realmente no tenía la intención de golpear a Ashur tan duro como lo hizo.
Pero lo golpeó de todos modos.
Ashur se cubrió su nariz que chorreaba sangre con una mano y empujó a Magnus
hacia atrás con la otra—. Creo que me rompiste la nariz, basanuug.
—Bien. Antes eras demasiado perfecto. Te dará un poco de carácter —Magnus
comenzó a caminar de nuevo—. Asumiré que basanuug no significa 'buen amigo'.
—Es culo de cerdo en Kraeshiano.
Asintió—. Le queda.
—No te atrevas a golpearme nunca más —gruñó Ashur.
—No hables mal de mi hermana otra vez y no tendré que hacerlo —contestó
bruscamente—. Lucia regresará. Ella nos ayudará. No se pondrá de lado de Kyan
otra vez, no después de que vea lo que ha hecho.
Cuando se trataba de su hermana, Magnus necesitaba creer en ello más que
cualquier otra cosa.
Su progreso a lo largo del Camino Imperial fue demasiado lento y puso a prueba
la paciencia de Magnus, pero finalmente entraron en Auranos.
Las historias de Ashur sobre esa bruja llamada Valia habían despertado su
interés, aunque nunca lo admitiría.
No muy lejos del Templo de Cleiona y al final de la Ruta Imperial, llegaron al
pueblo y a la taberna que Ashur buscaba. A Magnus no le importaba el nombre,
solo que sirvieran vino y buena comida junto con las respuestas que Ashur quería.
El par entró en la concurrida taberna y se sentó en una mesa en un rincón oscuro.
Pidieron comida y bebida a una camarera.
Ashur acercó a la chica—. Estoy buscando a alguien —dijo.
Ella le dio una sonrisa coqueta y se torció un mechón de pelo oscuro alrededor
de su dedo—. La has encontrado.
—Eso no es exactamente lo que quiero decir, encantadora chica —le susurró
algo al oído.
Ella asintió—. Veré si está aquí, guapo.
Cuando se alejó, Magnus miró a Ashur con perplejidad—. El príncipe soltero más
codiciado del mundo, que podría tener a quien quisiera… solo le importa Nicolo
Cassian.
Ashur se encontró con la mirada de Magnus sin parpadear—. No lo entenderías.
—Probablemente no —concedió.
Poco después, la chica les trajo pollo asado y una botella de vino del Viñedo de
Agallon. Magnus miró la marca grabada durante un momento antes de descorcharla
y tomar un largo trago, apretando sus ojos cerrados para permitir que el dulce líquido
se moviera sobre su lengua y bajara por su garganta.
—No pensé que los Limerianos se emborracharan —dijo Ashur.
—No lo hacen —respondió Magnus—. Excepto por los que sí lo hacen.
Examinó la taberna con impaciencia y sospecha, esperando que uno de sus
clientes se les acercara, listo para luchar o matar. Pero cada uno de ellos se
ocupaban de sus propios asuntos, saliendo después de comer, borrachos y llenos.
—Divertido —dijo Magnus secamente.
—¿Qué? —preguntó Ashur.
—Los Auranianos han sobrevivido muy bien, dado todo lo que ha ocurrido en
Mytica durante el año pasado. Todavía son hedonistas en su esencia.
—Las personas tienen diferentes formas de enfrentar las adversidades. No
significa que sean felices.
—La ignorancia es felicidad.
—Entonces brindemos por la ignorancia —Ashur levantó su copa. Después de
un momento, Magnus levantó su botella—. Y por mi hermana Amara —continuó—,
quien puede pudrirse en lo que Myticanos llaman las tierras oscuras, si tal lugar
existe, donde seguramente se ha ganado su lugar por dejarnos con tanto desastre
que limpiar.
Magnus asintió—. Beberé por eso.
Un hombre se acercó a su mesa desde el otro lado de la concurrida taberna.
Tenía el pelo blanco, una cara arrugada y una sonrisa imposiblemente amplia.
—Pidió hablar conmigo —dijo el hombre.
—¿Eres Bruno? —preguntó Ashur.
Bruno asintió, su sonrisa se hizo aún más amplia—. ¡No solo uno sino dos
príncipes en mi taberna esta noche! Absolutamente maravilloso. ¡Desearía que mi
hijo estuviera aquí para verlo!
—Tranquilo, tonto —gruñó Magnus, examinando el área para ver si alguien
escuchaba.
—¿Por qué debería callarme ante tal honor?
—Le pido amablemente que baje la voz —dijo Ashur.
—Oh, su acento es tan delicioso como dicen que es, su alteza. Dios mío, sí.
Encantador, ¡simplemente encantador!
Magnus colocó el borde de su espada contra la muñeca del hombre—. Te dije
que bajaras la voz.
Bruno miró hacia abajo, con sus blancas cejas en alto—. Por supuesto, su alteza.
—Me dijeron que podrías tener información —dijo Ashur—, acerca de cómo
contactar a una mujer llamada Valia.
—Valia —dijo Bruno, asintiendo—. Sí, la conozco.
—Necesito hablar con ella.
—Valia no habla con cualquiera. Valora su privacidad.
—¿Es una Vigilante exiliada? ¿Una que ha conservado su magia? —preguntó
Magnus en voz baja, todavía reticente a esta posibilidad.
La expresión agradable de Bruno se hizo más cautelosa—. ¿Qué interés tienen
al contactar a Valia?
—Necesito saber si su magia podría ayudar a salvar a un amigo mío—. dijo
Ashur.
—¿Salvarlo de qué?
—Del Vástago de fuego.
Bruno retorció sus manos, su rostro palideciendo—. Uno no debería hablar en
voz alta de tales leyendas. Los halcones pueden oírnos —Miró por la ventana junto
a ellos, a la luz del sol del mediodía—. Valia odia a los halcones, ¿saben? Son su
comida favorita, asados con moras. Creo que es por lo que le pasó a su mano, ya
ven, aunque nunca admitiría tal cosa.
Ashur soltó un pequeño gruñido de frustración—. ¿Cómo me pongo en contacto
con ella? ¿A través de ti?
—Si buscas a Valia, ella lo sabrá —Se encogió de hombros—. Pero también
respondería a un sacrificio de sangre junto con una invocación.
Magnus empujó su botella de vino vacía lejos de él—. Creo que hemos terminado
aquí.
—¿Qué tipo de invocación? —insistió Ashur—. ¿Ella vive en este pueblo? ¿Le
harás saber que estoy buscando su ayuda?
—No he visto a Valia en años. Francamente, no tengo idea de dónde está ahora.
Pero si haces el ritual de sangre y la invocación correctamente, y si le da curiosidad,
vendrá —Bruno se volvió hacia Magnus, su sonrisa regresó, especialmente ahora
que Magnus había enfundado su espada—. Le vi en su viaje de bodas. Usted y la
princesa forman una buena pareja: un retrato de luz y oscuridad, noche y día. El
Príncipe de Sangre y la bella Princesa Dorada. Una pareja deslumbrante, de verdad
—Negó con la cabeza—. Es un recuerdo que atesoro hasta el día de hoy, a pesar
de lo mucho que desprecio a su malvado padre.
—Ashur —dijo Magnus con un suspiro de impaciencia—, me voy al palacio. ¿Te
vas conmigo o deseas hacer invocaciones mientras sacrificas criaturas del bosque
al azar?
—No le crees —dijo Ashur.
—Lo que crea es irrelevante. Lo que necesito es llegar a Cleo.
—Escuché un rumor reciente sobre usted, Príncipe Magnus —dijo Bruno—.
Estoy tan contento de ver que no es verdad.
—¿Oh? ¿Y qué rumor fue?
—Que está muerto —Bruno ladeó la cabeza—. Se ve muy bien para ser un
hombre muerto.
Magnus pasó sus dedos sobre el anillo de su mano izquierda—. ¿Ashur?
Ashur se puso de pie, su cara grabada en duda—. Sí, voy a ir contigo. No puedo
perder el tiempo persiguiendo historias inútiles y eso es lo que esto me parece.
Magnus oyó la dolorosa decepción en la voz del príncipe.
No pudo evitar sentirla también.
No habría una simple solución para este rompecabezas. Se había convertido en
un gigantesco y complicado laberinto de hielo en el que uno podría morir congelado
antes de que encontrara la salida.
Pero Magnus todavía creía en Lucia.
Y creía en Cleo.
Eso tendría que ser suficiente.
CAPÍTULO 12 LUCIA
AURANOS

Traducido por Ravechelle


Corregido por Samn

Desde que sacó la verdad de la mentirosa boca de Lord Gareth el día de ayer, sentía
que su magia se escapaba cada vez más.
Apenas durmió anoche pensando en cómo resolver este aplastante problema.
Aparte de privar a Jonas de más de su extraña magia, algo que posiblemente lo
mataría la próxima vez, no encontró una respuesta sólida.
Incluso la niñera de Lyssa notó la tensión y la preocupación en el rostro de Lucia
y le dijo que saliera y tomara un poco de sol y aire fresco.
En lugar de ignorarla, Lucia decidió hacer lo sugerido.
Había disfrutado del jardín del palacio la última vez que había estado allí,
disfrutaba de caminar por el sendero de mosaicos entre olivos y sauces y hermosos
jardines de flores atendidos a diario por una lista completa de talentosos jardineros.
El sonido de las abejas zumbando, el canto de los pájaros cantores y el cálido
sol Auraniano en su rostro la calmaron.
No estaba en casa, pero tendría que servir por ahora.
El rey dijo que se quedarían en el palacio Auraniano hasta que encontrara a
Kurtis, quien, tal vez, podría regresar al palacio en busca de la ayuda de su padre.
Que así fuera.
Desde el bolsillo de su vestido, sacó el orbe ámbar que una vez había sido la
prisión de Kyan. Después de haber tomado forma corpórea, lo había mantenido con
él hasta que la magia de su anillo había destruido esa forma.
Este orbe era valioso para el Vástago de fuego.
Y era una amenaza para él. Pero solo si Lucia podía invocar toda la fuerza de su
magia para encarcelarlo nuevamente.
Mientras estaba sentada en un banco de piedra en el centro del patio, sostuvo la
pequeña esfera de cristal en la palma de su mano e intentó hacerla levitar con aire
mágico.
Lucia se concentró, apretando sus dientes por el esfuerzo, pero no pasó nada.
Falló una y otra vez en sus intentos de mover el objeto, ni siquiera una fracción.
Oh, diosa, pensó con creciente pánico. Mi magia ha desaparecido por completo.
—Lucia.
El sonido de la voz de Cleo la hizo saltar y rápidamente volvió a guardar el orbe
de ámbar en su bolsillo.
—Disculpa si te sorprendí —dijo Cleo, retorciéndose las manos.
—Para nada —mintió Lucia, ejerciendo una tensa sonrisa—. Buenos días.
Cleo no respondió. Simplemente se quedó ahí, estudiando a Lucia
nerviosamente.
Hoy llevaba un encantador vestido azul con flores anaranjadas y amarillas
bordadas a lo largo del dobladillo de la falda. Lucia la habría envidiado por eso en
el pasado. Los Limerianos, incluso la realeza, rara vez usaban colores brillantes. La
madre de Lucia siempre había insistido en lucir elegante, inmaculada y bien
presentable, vistiendo siempre en tonos grises, negros o verde oliva.
Sin embargo, a Lucia siempre la habían atraído los colores más brillantes. Había
odiado a Lady Sabina Mallius, la antigua amante de su padre, pero envidiaba su
habilidad para vestirse de rojo. Si bien era el color oficial de Limeros, ese color rara
vez llegaba a la ropa de nadie más que a un guardia de palacio.
Tal vez debí haber confiscado el guardarropa de Sabina después de asesinarla,
reflexionó Lucia.
Parecía que hacía mucho tiempo, su primer estallido de incontrolable magia que
había provocado una muerte. Qué horrible se había sentido Lucia al respecto en
ese tiempo.
Pero eso fue entonces y esto era ahora.
—Es un vestido hermoso —dijo.
Cleo se miró a sí misma como si se diera cuenta de lo que llevaba puesto—. Es
un trabajo de Lorenzo Tavera. Tiene una tienda de vestidos en Hawk's Brow.
Lucia descubrió que ya no le importaban esas cosas, no en realidad.
No, ahora que Cleo estaba justo en frente de ella, tenía temas mucho más
importantes en su mente. Su mirada se movió hacia la mano izquierda de Cleo, la
que llevaba el símbolo mágico de agua. Había visto el mismo símbolo mil veces en
las estatuas de la diosa Valoria.
Verlo en realidad, sobre la palma de la mano de la princesa Auraniana, se sentía
bastante surrealista.
Había más marcas en las delgadas líneas azules de Cleo, que se extendían
desde el símbolo del agua en sí. A primera vista, parecían venas visibles a través
de la piel translúcida, pero eran mucho más siniestras que eso.
—Necesito tu ayuda —dijo Cleo, simplemente.
Algo se atoró en el pecho de Lucia, algo frío, duro y apretado.
—¿Mi ayuda? —respondió.
Cleo se mordió su labio inferior, sus ojos miraban hacia abajo—. Sé que me odias
por lo que hice. Te convencí de que éramos amigas y me permitiste participar en el
ritual del despertar. Cuando me pediste que le dijera a Jonas dónde encontrar los
cristales, me negué.
Lucia la observó cuidadosamente, sorprendida por las palabras que salieron de
su boca.
Cleo parpadeó con fuerza mientras cruzaba sus brazos con fuerza sobre su
pecho—. Solo hice lo que sentí que tenía que hacer para sobrevivir. Pero debes
saber esto: he llegado a valorarte como amiga, Lucia. Si hubiera sido otro mundo,
otra vida, tal vez podríamos haber sido amigas sin ninguna dificultad. Pero, en
cambio, traicioné tu confianza para mi propio beneficio. Y realmente me disculpo
por haberte hecho daño.
Lucia se encontró momentáneamente sin palabras—. ¿De verdad lo sientes?
Cleo asintió—. Con todo mi corazón.
Lucia se había sentido terriblemente herida por la traición. Y había reaccionado
de la única manera que sabía, con ira y violencia. Casi había matado a Cleo ese
día, justo antes de que escapara estúpidamente con Alexius.
Cleo siempre había parecido tan perfecta, tan hermosa sin esforzarse, tan
equilibrada... una chica que llamaba la atención de todos y apreciaban. Muy
diferente de Lucia.
Una parte de ella había querido destruir esa pequeña y dorada pieza de
perfección.
Especialmente cuando se hizo evidente que Magnus había comenzado a
interesarse por ella.
¿Fueron celos lo que Lucia había sentido? No celos románticos, ciertamente.
Lucia nunca había amado a Magnus como más que un hermano. Pero toda su vida
había tenido toda su atención y poseía todo su corazón.
Magnus le había pertenecido solo a ella hasta que Cleo entró en sus vidas.
No es de extrañar que la haya odiado todo este tiempo, pensó Lucia sorprendida.
Extendió una mano a la otra princesa—. Déjame ver tu marca.
Cleo vaciló por un momento antes de tomar asiento junto a la hechicera y le
tendió la mano izquierda. Lucia estudió el símbolo de la magia de agua y las líneas
que se ramificaban desde allí, sus cejas se juntaron en concentración.
—La magia es impredecible —dijo Cleo, ahora hablando en voz baja—. Y tan
poderosa. Puede controlar el clima. Puede crear láminas de hielo de la nada en
absoluto. Puede congelar a un hombre hasta la muerte…
Lucia alzó rápidamente la mirada hacia Cleo, buscando en la cara de la otra
princesa la verdad.
—Mataste a alguien con esta magia del agua —dijo.
Cleo asintió—. A un guardia que había ayudado a torturar a Magnus.
El agarre de Lucia en la mano de Cleo aumentó—. Espero que lo hayas hecho
sufrir.
—Solo pasó… no intenté hacer nada en absoluto. Solo pasó. La magia se
manifiesta cuando estoy enojada, triste o cuando siento dolor. Puedo sentirla, fría y
sin fondo dentro de mi piel. Pero parece que no puedo controlarlo.
—Cuando se manifiesta, ¿estas líneas son el único efecto secundario?
—Mi nariz sangró la primera vez, pero no desde entonces. Estas líneas
aparecieron, sí. Y también tengo pesadillas, pero no estoy segura de que estén
relacionadas. Pesadillas en las que me estoy ahogando. Y no solo cuando estoy
dormida… a veces siento como si me estuviera ahogando a mitad del día.
Lucia reflexionó sobre ello por un momento. Al principio, su magia también era
abrumadora, atacando cuando sus emociones se volvían erráticas.
—Entonces quieres mi ayuda —comenzó—, para librarte de esa aflicción.
—No —dijo Cleo sin dudarlo—. Quiero tu ayuda para aprender a controlarla.
Lucia negó con la cabeza—. Cleo, ¿te das cuenta de lo que es esto? Este no es
un hilo simple y accesible de magia de agua que podría estar contenido dentro de
una bruja común, o incluso dentro de mí —O, al menos, cómo Lucia lo había estado
durante un corto tiempo antes de su embarazo—. Tienes al Vástago del agua dentro
de ti, una entidad que piensa y siente y que quiere obtener control total sobre tu
cuerpo, como ahora Kyan controla a Nic. El Vástago del agua quiere vivir, existir y
experimentar la vida… y tú eres lo único que se interpone en su camino.
La expresión de Cleo se volvió obstinada—. He estado leyendo más sobre Valoria
en un libro que encontré en la biblioteca del palacio. Ella también tenía los Vástagos
de agua y tierra dentro de ella, pero podía controlar esa magia a voluntad.
—Valoria era una inmortal, creada a partir de la magia misma —explicó Lucia—.
Tú eres mortal, de carne y hueso y vulnerable al dolor y las heridas.
Los ojos de Cleo se volvieron brillantes, y su agarre en la mano de Lucia se
tensó—. No lo entiendes —Miró hacia el símbolo de agua—. Tengo que descubrir
cómo usarlo. Tengo que salvar a Nic y mi reino. Mi hermana, mi padre... me dijeron
que fuera fuerte, pero yo...—. respiró entrecortadamente— no sé si podré ser fuerte
por más tiempo. Lo que siempre he creído sobre mi familia, sobre mi madre y mi
padre y el amor que compartían… —Su voz se rompió—. Todo ha caído en la ruina
y estoy perdida. Sin esta magia, no me queda nada. Sin esta magia… No soy nada.
Lucia había odiado a Cleo por tanto tiempo por razones que casi había olvidado,
pero el dolor de la princesa tiró de un corazón que creía que se había vuelto negro
y duro meses atrás.
—No eres nada —dijo con firmeza—. Eres Cleiona Aurora Bellos. Y vas a
sobrevivir a esto. Vas a sobrevivir porque sé que mi hermano hubiera querido que
lo hicieras.
Las lágrimas corrieron por las mejillas de Cleo y miró fijamente a los ojos de Lucia
durante un largo tiempo antes de finalmente asentir.
—Lo intentaré —dijo.
—Haz algo mejor que intentar.
Cleo guardó silencio por un momento, sus cejas se juntaron—. Taran quiere la
magia del aire fuera de él. Debe tener incluso menos control sobre sus emociones
que yo, porque las líneas han llegado mucho más arriba en su brazo que las mías
lo han hecho —Las miró, tocando las líneas azules con cautela con su mano
derecha—. Él… él dice que prefiere morir antes que convertirse en nada más que
un recipiente para el Vástago del aire.
Lucia no culpaba a Taran en absoluto. Por tener el cuerpo y la vida robados por
un dios codicioso. . .
La muerte sería más amable.
—Juro que descubriré cómo encarcelar a Kyan de nuevo y detener esto, todo
esto. No lo dejaré ganar —Lucia se levantó del banco—. Necesito ver a mi hija
ahora.
—Por supuesto —susurró Cleo.
Mientras caminaba por el sendero de piedra y entraba en el palacio, la mente de
Lucia giró sobre mil diferentes escenarios en cómo detener a Kyan y ayudar a Cleo.
No hace mucho tiempo, a ella no le habría importado el destino de la princesa.
La niñera la encontró a medio camino de la habitación que había sido designada
como la guardería de Lyssa.
—¿Has dejado a mi hija desatendida? —Preguntó Lucia, alarmada.
—Está bien —le aseguró la niñera—. Está durmiendo profundamente. Nicolo nos
visitó y dijo que cuidaría de ella mientras tomaba mi comida del mediodía.
Lucia se congeló.
—¿Nicolo Cassian?
Asintió—. Es tan bueno verlo de nuevo. Prácticamente los críe a él y a su
hermana como hice con las princesas. Es un chico dulce.
Lucia no escuchó otra palabra. Empujó a la anciana fuera de su camino y corrió
a sus aposentos, abriendo la puerta.
Estaba parado frente a la cuna de espaldas a Lucia, su pelo rojo y la distintiva
flacidez de su cuerpo silueteado por la luz del balcón.
—Aléjate de ella —le advirtió Lucia, tratando desesperadamente de invocar
magia, cualquier magia, a su mano.
—Es tan adorable como su madre —murmuró, volviéndose para mostrar que
acunaba a Lyssa en sus brazos. La mirada del bebé estaba fija en su pelo rojo como
si estuviera fascinada por el brillante color.
El corazón de Lucia tartamudeó hasta detenerse al ver a su hija en manos de un
monstruo—. Bájala, Kyan.
Kyan se giró y enarcó una ceja, sus ojos marrones finalmente se fijaron en Lucia.
A pesar de que se parecía a Nic, hasta las pecas en su cara pálida, podía ver al
antiguo dios del fuego que ahora existía detrás de su mirada.
—Entonces, has oído que he encontrado un nuevo hogar —dijo.
—Juro que terminaré contigo, aquí y ahora — Lucia sacó el orbe ámbar de su
bolsillo, sabiendo que no tenía la magia para cumplir con sus amenazas, no hoy,
pero rezó para que él no se diera cuenta.
—Solo vine aquí para hablar —dijo Kyan—. Esto no tiene por qué ser
desagradable.
—Suelta a mi hija.
—Me siento como un tío para esta pequeña. Lyssa es como familia para mí —
Miró hacia abajo a la cara del bebé—. ¿No es así? Puedes llamarme tío Kyan. Oh,
nos divertiremos mucho juntos si tu madre me perdona por mi comportamiento
terriblemente malo.
Lucia lo miró boquiabierta por un momento antes de comenzar a reír. Sonaba
más como hipo—. ¿Quieres que te perdone?
—Este cuerpo joven y saludable me ha dado una nueva perspectiva de la vida —
Besó a Lyssa en su frente antes de colocarla gentilmente en su cuna—. Tu
embarazo fue increíblemente rápido, ¿no? Mágico, diría yo.
Cuando se volvió para mirar a Lucia otra vez, ella lo golpeó con fuerza en la cara.
Tan duro que le dolió la mano por el golpe.
Los ojos marrones de Kyan brillaron con luz azul y se limpió el hilo de sangre en
la comisura de la boca con el pulgar.
—No vuelvas a hacer eso nunca —siseó.
Lucia apretó su mano, horrorizada por su propia falta de control. Pero necesitaba
golpearlo, necesitaba intentar hacerle daño.
Y lo había hecho sangrar.
Kyan no sangró. En su cuerpo anterior, el de un compañero inmortal que Melenia
había elegido para ser su recipiente original una pequeña eternidad atrás, había
visto cómo su mano era atravesada por una daga. Había sido una herida incruenta
que había sanado en unos momentos.
Si sangraba, significaba que era vulnerable.
Su mirada se concentró en el orbe ámbar que aún tenía en su poder.
—Sabes lo que puedo hacer —dijo Lucia tan inalterable como pudo—. Sabes que
tengo la magia para aprisionarte como lo hizo Timotheus.
Fue la mentira más grande de toda su vida y rezó porque él no pudiera sentir su
menguante elementia.
—No vine aquí para un pelear —dijo simplemente.
—Es divertido porque verte abrazar a mi hija después de colarte en el palacio me
parece una invitación a pelear.
Kyan negó con la cabeza—. Es desafortunado que hayamos llegado a esto,
pequeña hechicera. Nos llevamos muy bien por un tiempo. Me ayudaste y te ayudé
hasta nuestro desafortunado desacuerdo.
—Te convertiste en un monstruo hecho de fuego y trataste de matarme.
—No un monstruo, pequeña hechicera. Un dios. Y debes saber, la magia de tu
abuela palidece en comparación con la tuya. Ella falló en hacer lo que yo necesitaba
que hiciera.
Lucia tomó un respiro e intentó controlar sus erráticas emociones—. Escucho.
La mirada de Kyan voló al orbe otra vez—. Olivia está cerca. Si algo me sucede,
cualquier cosa, convocará un terremoto lo suficientemente grande como para enviar
a este reino y a todos al mar, nada más que como un pequeño guijarro arrojado a
un profundo estanque.
Ella se preguntó si él también estaba fanfarroneando. Si era débil y vulnerable,
el Vástagos de tierra podría estar igual, a pesar de estar dentro del caparazón de
un Vigilante inmortal.
Finalmente, se guardó el orbe en el bolsillo—. Di lo que viniste a decir.
Él asintió, luego pasó una mano por su desordenado cabello rojo—. Necesito
disculparme por mi comportamiento hacia ti, pequeña hechicera. Y después
necesito pedir tu ayuda.
Lucia casi se rio ante eso.
Primero Cleo y ahora Kyan.
Había sido un día interesante hasta ahora.
—Continúa —dijo.
Kyan frunció el ceño y se volvió hacia el balcón—. Todo lo que quería era
reunirme con mis hermanos, en carne y sangre, a diferencia de cómo hemos
existido juntos antes. Libres de nuestras cárceles para experimentar lo que significa
realmente existir. Y sí, todavía creo que este mundo es defectuoso. Y sí, todavía lo
quemaría en cenizas y comenzaría de nuevo —Le lanzó una mirada—. Pero
simplemente me satisfaría gobernar sobre este mundo imperfecto. Y podrías ser mi
concejera más confiable.
Ah, entonces había decidido volver a ser "el encantador" Kyan. El mismo que la
arrullaba y la convencía de que podía ser amiga de un dios.
—¿Eso es todo? —respondió secamente—. Solo quieres gobernar el mundo.
—Sí.
—Y para eso, necesitas mi magia.
—Incluso si tu abuela no hubiera sido asesinada, el ritual que ella realizó aún no
estaba bien, parcialmente —Miró sus manos. El símbolo triangular de magia de
fuego era visible en su palma, pero estaba pálido, como una vieja cicatriz.
Frunció el ceño—. ¿Qué no está bien?
—Nada ha estado bien desde mi despertar. Melenia intervino, como siempre lo
hace. Me ayudó a tomar forma hace más de un milenio y supongo que se sintió lo
suficientemente entrenada como para volver a hacerlo cuando llegara el momento.
Desperté en mi cuerpo anterior sin tu intervención directa. Estoy seguro de que
envió a uno de sus esclavos a criarme con su sangre, fortalecida por la masacre de
la batalla en la que desperté, mucho más débil de lo que debería haber estado.
Mucho más débil que si tú lo hubieras hecho como debía ser.
Lucia guardó silencio, permitiendo que Kyan hablara. Había querido saber esto
desde el principio, por qué había podido ver su ubicación en el mapa
resplandeciente de Mytica durante el hechizo de ubicación con Alexius, pero había
sentido que ya estaba despierto.
Idiota Melenia, permitiendo que la impaciencia de reencontrarse con su amante
manchara sus decisiones.
Sin embargo, tal vez Lucia debería agradecer a Melenia por su impaciencia.
Había evitado que el dios de fuego se despertara tan poderoso como podría haber
sido.
—Dime, ¿cómo están Cleiona y Taran? —Preguntó Kyan después de quedarse
en silencio por un momento, aparentemente perdido en sus propios pensamientos.
—Bien —mintió.
Le lanzó una mirada divertida—. Me parece difícil de creer.
—A mí me parece que están bien. Totalmente en control de sí mismos y sus
cuerpos… a diferencia de Nic y Olivia. Solo me muestra aún más cómo te falló mi
abuela.
—Ciertamente falló —concordó.
—Quizás aprenderán a canalizar la magia dentro de ellos tan bien como yo
puedo.
—¿Eso crees?, ¿de verdad?
—Claro —Fue lo que Cleo dijo que quería: controlar su magia.
Kyan negó con la cabeza—. Cleiona y Taran no pueden controlar lo que no les
pertenece. Y si lo intentan, fallarán y morirán —Se volvió para mirarla fijamente—.
Pero creo que ya sabes eso.
Lucia intentó con todas sus fuerzas no reaccionar, pero sintió la verdad de lo que
Kyan dijo en lo profundo de sus entrañas—. ¿Cómo puedo salvarlos?
—No puedes. Sus vidas están perdidas. Sus cuerpos ya han sido reclamados por
mis hermanos.
—Entonces encuentra otros cuerpos, si es necesario —Su corazón latía con
fuerza mientras resistía lo que decía—. ¿Es eso posible?
La impaciencia parpadeó en sus ojos marrones—. No me estás escuchando,
pequeña hechicera. Te ofrezco la oportunidad de salvar lo que queda de este
mundo, unirte a mí y a mis hermanos a medida que nos volvemos poderosos.
—Con mi ayuda —le recordó—. Con mi magia.
Magia que ella no poseía actualmente ni siquiera en una fracción de la fuerza que
necesitaba.
No podría ayudarlo incluso si quisiera.
—Todo estuvo perfectamente alineado esa noche —dijo con molestia—. Los
sacrificios, la tormenta, la ubicación. Debió de haber funcionado. Pero nada que
valga la pena tener es fácil, ¿o sí? Necesito que realices el ritual de nuevo, pequeña
hechicera, con tu sangre, con tu magia. Arregla lo que tu abuela comenzó.
Por supuesto, esta era la razón por la que la necesitaba. No fue para disculparse
y hacer las paces. Fue para ganar el poder supremo.
—¿Cuándo? —susurró—. ¿Quieres que realice el ritual ahora? ¿Amenazarás
con matar a todos en este palacio si me niego?
—Sí que me desprecias, ¿verdad? —Su mandíbula se apretó—. No, no haré más
amenazas hoy. No quiero que sea así entre nosotros nunca más. Todo lo que
necesito de ti en este momento es la promesa de que nos ayudarás.
—¿Y si me niego?
Le lanzó una oscura mirada—. Si te niegas, Cleiona y Taran sufrirán mucho antes
de que finalmente pierdan la lucha contra mis hermanos. Los Vástagos de aire y
agua tomarán el control de sus nuevos recipientes. Es solo cuestión de días.
Entonces, incluso si están en un nivel ligeramente inferior al que había planeado,
los Vástagos nos reuniremos. Y causaremos un gran dolor y daño a este mundo
que valoras, pequeña hechicera. Has visto lo que puedo hacer, incluso a una
fracción de mi verdadera fuerza, ¿no es así?
De repente, Lucia apenas podía respirar, recordando las muchas aldeas que
había incendiado. Los gritos de sus víctimas.
Los gritos de sus víctimas.
—¿Cuándo? —preguntó de nuevo, su voz apenas audible.
Una sonrisa tocó sus labios, borrando la seria mirada que había tenido un
momento antes—. Perdóname por ser impreciso, pequeña hechicera, pero sabrás
cuándo. Eres parte de esto: tu magia, la magia de Eva. Han sido parte de esto desde
el inicio.
Lucia cerró los ojos con fuerza, queriendo bloquearlo por cualquier medio
necesario.
—Has dicho lo que viniste a decir —susurró—. Ahora por favor, vete.
—Muy bien. Oh, y por favor no culpes a la niñera por salir de la habitación. Ella
confía en este rostro. Muchos lo hacen. Es un buen rostro, ¿no crees? Nicolo no es
tan alto y convencionalmente guapo como mi forma anterior, pero soy bastante
abierto a sus pecas —Hizo una pausa, como si esperara una respuesta. Cuando no
llegó ninguna, continuó—. Te veré pronto, pequeña hechicera.
Kyan salió de la habitación sin decir una palabra más y todo lo que ella pudo
hacer fue verlo irse. Cuando desapareció de su vista, corrió hacia el costado de la
cuna.
Lyssa estaba profundamente dormida.
CAPÍTULO 13 MAGNUS
AURANOS

Traducido por Mary Aguilar


Corregido por Jupiter M

—No creo que entiendas —dijo Magnus a la guardia kraeshiana de uniforme verde
en las puertas del palacio—. Soy el Príncipe Magnus Damora".
El guardia frunció los labios, lanzando una mirada de evaluación a lo largo de él.
—Lo admito, tienes un parecido sorprendente con los retratos que he visto de él
—respondió—. Pero el verdadero Príncipe Magnus está muerto.
—Claramente, eres nuevo por aquí—. Magnus miró a Ashur, quien llevaba la
capucha de su capa gris sobre su cabeza para mantener su cara fuera de la vista.
Ashur solo se encogió de hombros.
No hay ayuda allí.
—Exijo audiencia con el rey Gaius —dijo Magnus con tanta dignidad real como
le quedaba—. ¿Quién es mi padre? Dejaremos la determinación del estado de mi
existencia para él, ¿de acuerdo?
El guardia suspiró e hizo un gesto con la mano.
—Probablemente no le importe si permitió que un posible asesino accediera a los
terrenos del palacio —murmuró Ashur a Magnus.
Probablemente no.
Al entrar en el palacio, se encontraron en un vasto y aparentemente interminable
pasillo, cada columna a lo largo de su longitud cincelada con perfección artística.
Algunos dijeron que el palacio había existido en este mismo lugar cuando la diosa
Cleiona gobernaba. Alguien tuvo que culparse por importar este mármol blanco
molesto en Mytica.
—Francamente, estoy sorprendido de que tu hermana no le haya quitado la vida
a mi padre cuando tuvo la oportunidad —dijo Magnus, su voz ahora haciendo eco
en las paredes de mármol.
—Estoy sorprendido también —respondió Ashur—. Es muy diferente a ella.
Se encontraron con un guardia que vestía de rojo mientras caminaban.
—¿Dónde está el rey? —Le preguntó Magnus.
Los ojos del guardia se agrandaron—. ¡Su Alteza! Escuché que estaba…
—¿Muerto? —Magnus terminó por él—. Sí, ese parece ser el consenso general.
¿Dónde está mi padre?
El guardia se inclinó—. La sala del trono, su alteza—. Sintió la mirada sorprendida
del guardia mientras él y Ashur continuaban por el pasillo.
—Limerianos y Kraeshianos trabajando codo con codo —dijo en voz baja—. Qué
amable.
—Amara no tiene más interés en Mytica —dijo Ashur—. Me sorprendería que
esta ocupación dure más de un mes antes de que requiera toda la fuerza de su
ejército en el próximo lugar que planee conquistar.
—No lo contemos como una victoria hasta que realmente suceda.
—No, definitivamente no.
Ashur pensó que era mejor que Magnus viera a su padre solo. Magnus estuvo
de acuerdo. La pareja se separó mientras el pasillo se bifurcaba en dos direcciones.
Las altas puertas de la sala del trono aparecieron ante Magnus, y este se detuvo,
respirando hondo. Nervioso, giró el pesado anillo dorado en su mano izquierda
mientras reunía el valor que no había pensado que necesitaría hoy.
Finalmente, dio un paso adelante y abrió las puertas. El rey se sentó en el trono,
una posición que Magnus le había visto aquí y en Limeros, mil veces antes. Había
seis hombres en el abajo de las escaleras que conducían a la plataforma real, cada
uno sosteniendo un pedazo de pergamino.
El negocio de un reino debe continuar, pensó. En los buenos tiempos y en los
malos.
El rey Gaius levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Magnus. Se
puso de pie tan rápido que la copa de plata que sostenía cayó al piso.
Luego miró a los hombres—. Váyanse —dijo—. Ahora.
No discutieron. Colectivamente, pasaron junto a Magnus y salieron rápidamente
de la habitación.
—No me dejes interrumpir —dijo Magnus, su corazón latía con fuerza.
—Estás aquí —dijo el rey, su voz baja—. En realidad, estás aquí.
—Lo estoy.
—Así que funcionó.
Magnus sabía exactamente a qué se refería. Tocó el anillo, luego se lo quitó de
su dedo—. Lo hizo.
Su padre se acercó, su rostro pálido mientras inspeccionaba a Magnus,
caminando alrededor de él—. Había tenido esperanza por tanto tiempo que la magia
de la Piedra de Sangre podría salvarte, pero esa esperanza se desvaneció por
completo.
—Parece que todos creen que estoy muerto —dijo Magnus.
—Sí—. El rey dejó escapar un suspiro tembloroso—. Sabemos que Kurtis te
enterró vivo. Y que te torturó primero. Pero estás justo aquí frente a mí. No es un
espíritu, no es un sueño. Estás aquí y estás vivo.
La garganta de Magnus se contrajo, y se encontró sin saber qué decir, qué
pensar. No se dio cuenta de que sería tan difícil—. Me sorprende que parezca
importarte. No es como si no hubieras intentado enviarme a la tumba mucho antes
que Kurtis.
—Me lo merezco completamente.
Magnus le tendió el anillo—. Esto es tuyo.
El rey no alcanzó el anillo. En cambio, abrazó a su hijo con tanta fuerza que le
resultó difícil respirar.
—Inesperado —logró decir Magnus—. Muy inesperado.
—Te he fallado tantas veces como padre que he perdido la cuenta—. Gaius
agarró la cara de Magnus entre sus manos—. Pero estás aquí. Estás vivo. Y ahora
tengo la oportunidad de enmendarme.
—Esto ciertamente ayudó—. Magnus indicó el anillo nuevamente—. Tómalo
ahora. Te pertenece a ti.
El rey Gaius negó con la cabeza—. No. Es tuyo ahora. Magnus frunció el ceño—
. ¿No lo necesitas?
—Mírame —dijo el rey—. Me he recuperado de mis aflicciones. Ya no necesito
la magia de la piedra de sangre. Me siento fuerte, más fuerte que en muchos años
y listo para gobernar nuevamente… con tu ayuda, si me lo das a mí.
Magnus tragó saliva—. Lo necesitaré. Por supuesto que lo haré.
—Estoy muy contento de escuchar eso. Escuché lo que sucedió con el ritual —
dijo Magnus cuando encontró su voz nuevamente. ¿Cleo está bien? ¿Está sufriendo
en absoluto?
El rey Gaius apretó los labios, su expresión era agria—. Se encuentra lo mejor
posible, dada la situación. ¿Has oído hablar de todo? ¿Acerca de tu abuela?
Él asintió de nuevo—. Ashur me encontró y me contó lo que pasó. ¿Dónde está
Cleo ahora?
—Probablemente empujando su inoportuna nariz en los asuntos privados de
otros —murmuró el rey.
Después de preocuparse por su seguridad durante días, fue un alivio increíble—
. ¿Y Kurtis?
—Tengo una búsqueda en curso para él —dijo el rey—. No ha sido visto en días,
pero siento que puede regresar al palacio para ver a su padre.
—¿Lord Gareth está aquí?
—Lo estaba—. El rey hizo una pausa—. Lucia ha vuelto a nosotros. Si no lo
hubiera hecho, dudo que Amara nos hubiera permitido salir sin dificultad.
La mente de Magnus quedó en blanco por un momento—. ¿Lucía… está aquí?
—Sí—. La mirada de Gaius pasó a Magnus—. En realidad, ella está parada justo
detrás de ti.
Con la respiración entrecortada, Magnus se volvió lentamente.
Lucía se puso de pie, enmarcada por las puertas de la sala del trono, con los ojos
tan abiertos como platos.
—¿Magnus? —susurró ella—. Yo… te vi muerto. Lo sentí en mi alma. Pero estás
aquí. Estas vivo.
La última vez que la había visto, había estado alineada con los Vástagos de
fuego, buscando ruedas mágicas de piedra en los terrenos del palacio de Limeria.
Ella había sido cruel, rápida para la violencia, y había usado su amor por ella como
un arma para manipularlo y herirlo.
Pero cuando Kyan trató de matar a Magnus, Lucía le salvó la vida.
A pesar de las afirmaciones de Magnus de que su hermana regresaría, de que
no continuaba ayudando a Kyan, en su corazón había pensado sinceramente que
nunca la volvería a ver.
Pero aquí estaba ella.
Magnus se movió tentativamente hacia Lucía, la mitad de él en guardia para que
sucediera algo horrible. Pero nada pasó.
Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando lo miró.
—Estoy vivo —confirmó—. Lo... lo siento —soltó ella, las lágrimas cayeron sobre
sus mejillas—. ¡Lo siento mucho por todo lo que he hecho!
Casi se rio de un estallido tan sorprendente y poco característico—. Si… sin
disculpas, por favor. Hoy no, mi hermosa hermana. El hecho de que vuelvas a estar
aquí con nosotros después de todo lo que es ...—. Se le cortó la voz al darse cuenta
de repente de que había un extraño bulto en los brazos de su hermana.
Un bebé.
—¿Quién es ese? —Preguntó, aturdido.
Miró al bebé y una sonrisa se dibujó en sus labios—. Esta es mi hija —dijo
mientras retiraba la manta de la cara del bebé—. Tu sobrina.
Su sobrina.
Lucia tuvo un bebé.
Una pequeña bebé.
Exactamente, ¿cuánto tiempo estuvo atrapado en esa tumba?
—¿Cómo? —Fue todo lo que logró decir en respuesta.
—¿Cómo? —Ella hizo una mueca—. Realmente espero no tener que explicarte
tales cosas.
—Alexius.
Ella asintió.
Magnus cerró los ojos, luchando contra la ola de rabia que amenazaba con
golpearlo.
—Lo mataría si no estuviera muerto —gruñó.
—Lo sé.
Magnus miró a su padre.
—Lyssa va a ser una joven muy especial un día —dijo.
Claramente, el rey había tenido mucho más tiempo para llegar a un acuerdo con
esta revelación discordante del mundo.
—Lyssa, ¿verdad? —Magnus tocó la suave manta y miró a los ojos azules del
bebé. Azul como los ojos de Lucía—. Bueno, ella es hermosa, pero ¿cómo podría
no serlo?
Lucia tocó su mano—. Magnus, ¿cómo sobreviviste?
Antes de que pudiera responder, notó que ella miraba fijamente a su anillo.
—¿Qué magia es esta? —Preguntó sin aliento—. Nunca antes había sentido algo
así.
—La piedra de sangre —dijo el rey.
—¿Esta es la piedra de sangre? Es magia oscura, la más oscura que jamás haya
sentido.
—Sí, estoy seguro de que es así. Y es lo único que salvó la vida de tu hermano
y la mía. Por eso, y solo eso, podemos agradecer a tu abuela.
—Esto debe haber sido lo que sentí —susurró Lucía—. Esta oscuridad… esta
sensación de muerte rodeando este anillo. No me gusta.
—Quizás no, pero sin esta pieza de magia oscura, tu hermano y yo estaríamos
muertos —dijo el rey solemnemente—. Magnus, estoy muy contento de que hayas
llegado hoy. Planeo dar un discurso al mediodía de mañana para demostrar que
estoy otra vez en el poder aquí y que Amara ha abandonado su nuevo reino.
Necesito que los ciudadanos de esta ciudad crean en mí.
—La primera vez para todo —respondió Magnus.
—Te quiero a mi lado. Y a Lucía también.
—Por supuesto —dijo Magnus sin dudarlo. Se volvió hacia Lucía—. Nosotros
hablaremos pronto.
—¿Por qué no ahora? —Preguntó ella.
—Necesito encontrar a Cleo. ¿Dónde está ella?
—¿Actualmente? No tengo idea. Pero no puede estar lejos. Lucía parecía como
si quería discutir sus planes, pero cerró la boca y asintió en su lugar—. Ve a
buscarla.
Magnus ya estaba a medio camino de la puerta.
CAPÍTULO 14 CLEO
AURANOS

Traducido por Dakya


Corregido por Achilles

Si Lucía no podía o no quería ayudarla, entonces tenía que ayudarse a sí misma.


Cleo decidió buscar en la biblioteca más libros sobre la magia de los Vástagos y
sobre cualquier registro de la diosa Valoria en particular. La diosa tenía magia de
agua dentro de ella. Según todos los informes, ella había sido considerada la
encarnación de esta magia.
Cleo había aprendido que Valoria había sido una Vigilante codiciosa, una que
había robado los orbes de cristal del Santuario. Y al tocarlos con sus propias manos,
se había corrompido por ellos.
Corrompida, pensó Cleo mientras estudiaba las líneas onduladas en su palma
izquierda. Qué palabra tan extraña usar para ser poseída por un dios elemental.
Valoria y Cleiona eran enemigas, y en una lucha final para obtener el poder
supremo, se habían destruido mutuamente. Al menos así lo decía la leyenda.
Estudió una ilustración de la diosa dibujada por el escriba del primer libro sobre
Valoria que había sacado de la biblioteca.
Los símbolos de la magia de la tierra y el agua estaban en sus palmas. Tenía el
cabello oscuro y ondulado, una hermosa cara en forma de corazón, una corona
resplandeciente sobre su cabeza. El vestido que llevaba en esta imagen era lo
suficientemente bajo en el frente que mostraba la mitad de la marca en espiral en
su pecho. No era la misma espiral que Taran llevaba consigo lo que lo vinculaba
con los vástagos del aire; esto era diferente, más complejo en forma. Cleo ahora
sabía que esto marcó a Valoria como una Vigía antes de que ella se convirtiera en
una diosa.
Mientras hojeaba las páginas, bajó la vista hacia la copa de sidra de melocotón
que Nerissa le había traído.
—Congelé al guardia, puedo hacer que llueva, puedo cubrir las paredes con
hielo—, susurró Cleo para sí misma.
—Sin duda, puedo hacer algo con esta sidra—. Magia simple—. Algo para
demostrarme que tengo la oportunidad de controlar esto.
Con el corazón ahora palpitando, sostuvo la copa en su mano y se concentró en
el líquido que contenía. Ella deseó que se congelara dentro de su contenedor. Se
concentró hasta que la transpiración estalló en su frente, pero no pasó nada.
Finalmente, ella golpeó la copa contra una mesa cercana y dejó escapar un
pequeño grito de frustración mientras su contenido salpicaba por el costado. Pero
su grito se vio truncado por una sensación con la que estaba demasiado
familiarizada.
El de una ola de agua que fluye sobre ella, cubriendo sus ojos, su nariz, su boca.
Ella se estaba ahogando.
—No… —Se tambaleó hacia atrás hasta que sintió la fría pared de piedra a su
espalda. Presionó sus manos contra ella mientras se obligaba a respirar lentamente.
Esto no fue real Ella estaba bien, no se estaba ahogando, no estaba muriendo.
Cleo bajó la mirada hacia su mano para ver que el símbolo mágico del agua
brillaba con luz azul, y más líneas venosas se ramificaban de las que ya estaban
allí.
La marca ahora se envolvió alrededor de su mano y antebrazo enteros.
Un escalofrío de terror la atravesó al verlo, y ella tuvo una repentina y dolorosa
comprensión de lo que podría ser.
El Vástago del agua, trabajaba lentamente para tomar la delantera de la
conciencia de Cleo.
Luchando contra Cleo por el control de su propio cuerpo.
Cleo salió de su habitación, necesitando estar en algún lugar, en cualquier otro
lugar. Se movió por los pasillos del palacio tan rápido que casi se perdió mientras
trataba de encontrar la salida de regreso al patio.
Finalmente, afuera, logró tomar grandes bocanadas de aire fresco y dulce.
Algo se movió más allá de los árboles, y escuchó el sonido del metal chocar.
Alarmada, se acercó para ver qué o quién era.
Ella dejó escapar un suspiro de alivio.
Jonas y Félix practicaban el manejo de espadas a la sombra del pabellón
arqueado en el centro del patio.
—Te estás poniendo oxidado —, dijo Félix. Tenía el torso desnudo, sus músculos
se flexionaban mientras empujaba su espada hacia adelante.
—¿No has peleado en un tiempo? —También sin camisa y de espaldas a Cleo,
Jonas logró bloquear el movimiento con un gruñido.
—No con una espada.
—Has estado confiando en tu nueva novia para salvarte el culo con su magia de
lujo. Te está volviendo suave.
—La princesa Lucía no es mi novia —, gruñó Jonas.
Félix le sonrió burlonamente.
—No te preocupes, no te desafiaré por ella. He terminado con mujeres
complicadas con demasiado poder para ejercer. Ella es toda tuya.
—No la quiero.
—Lo que digas—. Félix resopló.
—Creo que hemos terminado por hoy. Es posible que desees ponerte tu camisa
antes de que alguien pueda echar un vistazo a tu pequeño secreto.
—Buen punto—. Jonas agarró una camisa blanca del suelo cercano, poniéndola
sobre sus brazos. Cuando se volvió, Cleo vio exactamente a lo que Félix se refería.
El pequeño secreto de Jonas era una marca en su pecho.
La marca en espiral de un Vigilante.
Por un momento, no podía moverse, no podía pensar.
Pero luego Cleo se obligó a sí misma a seguirlos fuera del patio y regresar al
palacio, aún sin ser vista por ninguno de ellos.
Se separaron en las divisiones del pasillo.
Cleo siguió a Jonas, apresurándose para seguir sus largos pasos. Ella lo siguió
directamente desde el palacio hacia la Ciudad de Oro.
¿A dónde se dirigía?
Mientras lo seguía por las sinuosas calles, se rompió el cerebro, tratando de
recordar si alguna vez había visto esa marca antes, o si alguna vez lo había visto
sin su camisa puesta.
Ella lo había hecho en las Tierras Salvajes, cuando la había secuestrado en un
complot rebelde para obligar al rey Gaius a detener la construcción de su Calzada
Imperial.
En cambio, el rey había enviado enjambres de sus soldados para buscar a la
princesa que había prometido a su hijo con la esperanza de congraciar a la familia
Damora con sus nuevos ciudadanos Auranos.
Jonas había sido herido, le habían disparado con una flecha. Había necesitado
la ayuda de Cleo para vendar la herida.
No había habido ninguna marca en su pecho entonces.
El rebelde salió por completo de la ciudad amurallada, con un arco y un carcaj
lleno de flechas colgando de su hombro. Cleo se subió la capucha de su capa,
manteniéndose lo suficientemente lejos detrás de él para no ser notada.
Tomó un camino hacia una ensenada. El barco que los había llevado a él y a los
otros a Auranos se había ido navegando hacia los muelles del palacio. Caminaba
como si supiera exactamente a dónde iba. Como si hubiera estado allí antes.
Era una pequeña y apartada cala que Cleo y su hermana habían visitado
regularmente en tiempos más simples, una protegida por un acantilado. Desde la
pequeña playa de arena, veían pasar a los barcos en su camino hacia y desde los
muelles del palacio.
Las olas lamían la orilla del ancho canal, tan anchas que Cleo apenas podía ver
el otro lado. Las aves marinas vadeaban en el agua poco profunda de la costa,
buscando comida.
Con cuidado moviéndose por el camino hasta la propia ensenada, vio como
Jonas se detenía, apuntando su arco y flecha, y lo soltaba. Jonas maldijo por lo bajo
mientras un gordo conejo se alejaba.
Era el invitado del rey Gaius con un banquete de comida listo desde el amanecer
hasta el anochecer … y él estaba cazando conejos.
—Cuidado con tus pasos, princesa—, dijo Jonas.
Ella se congelo en su lugar.

—Sí, sé que me has estado siguiendo desde que dejamos el palacio—, dijo.
Sintiéndose extrañamente expuesta, Cleo se unió a Jonas en la pequeña playa
de arena con la cabeza en alto.
—¿Por qué estás cazando conejos?
—Porque cazar conejos me hace sentir normal—, respondió.
—¿No sería eso bueno? ¿Sentirse normal otra vez?
—Tal vez—. Se rascó el brazo izquierdo que llevaba las líneas azules retorcidas
y en forma de vid.
—Por favor no mates nada. Hoy no. No hay necesidad de eso.
Jonas hizo una pausa, mirándola de reojo.
—¿Tengo que explicarte de dónde viene la carne en tu plato? —Cleo inspiró
profundamente y lo dejó salir lentamente.
¿Por qué tienes la marca de un Vigilante en tu pecho?
No habló por un momento, pero colocó su arco y su flecha en el suelo arenoso y
miró hacia las tranquilas aguas.
—Lo viste—, dijo.
Ella asintió.
—Te vi a ti y a Félix en el patio.
—Ya veo. Y ahora tienes preguntas—, dijo, volviéndose para mirarla.
—Solamente una—, admitió.
Jonas se frotó el pecho con aire ausente.
—No soy un Vigilante, si eso es lo que estás pensando. Pero parece que tengo
este pozo de magia dentro de mí, uno al que no puedo acceder fácilmente, sin
importar cuánto lo intente.
—Sé un poco lo que es eso.
—Sí, estoy seguro de que sí—. Jonas se volvió para mirar el agua cristalina.
—Una inmortal llamada Phaedra dio su vida para salvar la mía hace un tiempo,
justo después de que ella me había curado un momento antes de la muerte. Me han
dicho que yo… absorbí su magia. No lo entiendo No sé por qué, solo que sucedió.
Y luego Olivia también me curó, y… —Sacudió la cabeza.
—Y esa magia original actuó como una esponja, absorbiendo más y más. Poco
después de eso, apareció la marca.
—Oh—, dijo Cleo—. Eso realmente tiene sentido.
El río.
—Quizás para ti.
—Pero dices que no puedes usar esta magia.
—No —. Su mirada se movió hacia las marcas en su brazo.
—¿Cuál es el plan princesa?
Cleo lo miró, sorprendida.
—¿El plan?
—El plan para arreglar todo esto.
—Honestamente, no lo sé—. Ella lo estudió por un momento en silencio—.
Muéstrame tu marca.
Él vaciló al principio antes de desabotonar lentamente la parte delantera de su
camisa.
Se movió más cerca de él, colocando su mano sobre su piel y sintiendo los latidos
de su corazón mientras lo miraba.
—Mi marca brilla a veces— dijo.
Él miró su mano antes de encontrarse con su mirada completamente.
—Eres afortunada—.
Una sonrisa tiró de sus labios. Jonas siempre podía hacerla sonreír.
Oh, sí, tan afortunada.
—Ya no me hago ilusiones sobre tus sentimientos hacia mí, princesa—, dijo—.
Sé que lo amabas, que lo lloraste. Y siento tu pérdida. Pasará mucho tiempo antes
de que el dolor desaparezca.
La garganta de Cleo se había vuelto tan espesa que era imposible responder con
nada más que un asentimiento.
Jonas tentativamente tomó su mano. Cuando ella no la apartó de él, él la sostuvo
en la suya y la apretó.
—Estoy aquí para ti, princesa. Hoy y siempre. Y necesitas encontrar la forma de
controlar esta magia dentro de ti por cualquier medio posible.
—Lo sé—, respondió ella—. Le pedí a Lucía que me ayudara.
Su mirada se dirigió a la suya otra vez.
—¿Y qué dijo ella? —
Ella dijo que lo intentaría.
Frunció el ceño.
—Debería buscarla. No la he visto todavía hoy.
—Qué extraño pensar que ustedes dos se hayan hecho amigos.
—Muy extraño— estuvo de acuerdo Jonas. Su mirada tenía una intensidad
entonces, y por un momento Cleo estaba segura de que iba a decirle más. Su mano
rozó la funda de su cintura, y vio la empuñadura dorada de una daga.
—¿Todavía tienes la horrible daga de Aron? —, Preguntó ella—. ¿Después de
todo este tiempo? —
Jonas apartó su mano del arma.
—Tengo que volver al palacio ahora. ¿Vienes?
Cleo se volvió hacia el canal para ver que un barco pasaba a lo lejos en su camino
desde el palacio hasta el Mar de Plata.
—Aún no. Volveré en breve. Ve, mira a Lucía. Pero prométeme algo.
—¿Sí?
—No mates a ningún conejo.
—Te lo prometo—, dijo solemnemente—. Ningún daño llegará a un solo conejo
Auraniano hoy.
Con una mirada más hacia ella, Jonas dejó a Cleo allí en la cala arenosa.
Sola en la playa, Cleo caminó hacia el agua, que lamía sus sandalias doradas.
Concentró toda su atención en el océano, tratando de sentir una especie de afinidad
con él, ya que coincidía con la magia dentro de ella.
Pero ella no sentía nada aquí. Sin sensación de ahogamiento. Sin deseos de
caminar hacia el agua salada hasta que la cubriera de pies a cabeza.
Tímidamente miró hacia abajo a la marca en su mano y sus líneas azules
ramificadas.
Ella no quería dudar o estar asustada. Ella quería ser fuerte.
Él querría que ella fuera fuerte.
Lo extraño mucho, pensó mientras sus ojos comenzaban a arder. Por favor,
déjame pensar en él y deja que ese recuerdo me fortalezca.
Cleo ya no estaba segura de a quién le rezaba, pero aún rezaba.
—Bueno, eso fue un espectáculo bastante romántico, ¿no? El rebelde y la
princesa, juntos de nuevo en su mutua admiración.
—Y ahora estoy imaginando su voz— susurró. Su voz celosa y enojada.
—Dejaré que sea tu elección por completo, princesa. ¿Lo mataré lenta o
rápidamente?
Ahora Cleo frunció el ceño.
Parecía tan real, mucho más real que cualquier fantasía.
Cleo se giró lentamente para ver la figura alta y de anchos hombros de su
imaginación a no más de tres pasos de ella.
Ceñudo.
—Sé que debería preocuparme por tu situación—. Magnus hizo un gesto hacia
ella—. Mi esposa, la diosa del agua. E incluso antes de haberme enterado de lo
sucedido, estuve fuera de mí en mi prisa por contactarte, pensando que ya serías
prisionera de Kurtis.
Ella lo miro boquiabierta.
—¿Magnus?
—Y estoy profundamente, dolorosamente preocupado, no creas que no lo estoy.
Pero seguirte aquí desde el palacio solo para verte con Jonas Agallon— gruñó—.
No se siente bien.
Apenas podía formar pensamientos, y mucho menos palabras.
—No pasó nada.
No parecía nada.
Las lágrimas salpicaron sus mejillas.
—Estás vivo.
El resto de la furia se desvaneció de sus ojos marrones.
—Lo estoy.
—Y estás aquí justo frente a mí.
—Sí—. Su mirada se posó en su mano izquierda y las marcas de la batalla interna
en curso con el vástago de agua.
—Oh, Cleo…
Con un sollozo irregular, ella se arrojó en sus brazos. Él la levantó del suelo para
abrazarla fuertemente contra su pecho.
—Pensé que estabas muerto, —sollozó Cleo—. Lucía, ella lo vio. Hizo un hechizo
de ubicación y sintió que estabas muerto, y yo … —Ella apoyó su cabeza contra su
hombro.
—Oh, Magnus, te amo. Y te he echado tanto de menos que pensé que podría
morir de eso. Pero estás aquí.
—Yo también te amo—, susurró—. Te amo mucho.
—Lo sé.
—Bueno.
Luego él aplastó su boca contra la de ella, besándola con fuerza, robándole el
aliento y dándole la vida al mismo tiempo.
—Sabía que estarías bien, no importa qué— le dijo cuándo sus labios se
separaron—. Eres la chica más valiente y más fuerte que he conocido en mi vida.
Cleo le pasó las manos por la cara, la mandíbula, la garganta, queriendo
demostrarse a sí misma que esto era real y no solo un sueño.
—Lo siento, Magnus.
Finalmente la colocó de nuevo en el suelo arenoso, sosteniendo su mirada
intensamente.
—¿Por qué?
—Parece que me disculpo mucho hoy, pero tengo que hacerlo. Lamento que te
haya mentido, que te haya lastimado. Lamento haberte culpado por todo lo horrible
que sucedió. Lamento que no haya visto cuánto te amaba desde el principio—. Se
secó los ojos llenos de lágrimas.
—Bueno … no al principio.
—No —, él concedió con una mueca de dolor—. Ciertamente no.
—El pasado está olvidado—. Ella colocó sus manos contra su pecho,
deleitándose con la sensación de él, sólida y viva. Y aquí.
—Solo sé esto: te amo con todo mi corazón, con toda mi alma—. Su voz se
quebró con la cruda verdad en sus palabras.
—Perderte me destruyó, y nunca, nunca, nunca quiero volver a sentirme así.
Magnus la miró fijamente, como sorprendido por la intensidad de sus palabras.
—Cleo…
Cleo tiró su rostro hacia abajo para que sus labios pudieran encontrarse con los
de ella otra vez. Y fue como si el peso de mil libras que había estado sujeto a su
tobillo durante más de una semana, arrastrándola más hacia las profundidades del
océano, ahogándola lenta y dolorosamente, finalmente se hubiera liberado.
Su beso fue todo. Tan profundo y verdadero y perfecto.
Magnus la levantó otra vez, sus fuertes brazos soportaron su peso fácilmente
mientras se alejaba del borde del agua.
—Te extrañé mucho—, respiró contra sus labios mientras la presionaba contra el
acantilado para que pudiera sentir cada línea, cada borde de su cuerpo contra el de
ella—. Te juro que te compensaré, todas las cosas horribles que he dicho y hecho.
Mi hermosa Cleiona … repítelo, lo que acaba de decir.
Ella casi sonrió.
—Creo que me escuchaste.
—No te burles—, gruñó, su mirada intensa.
—Dilo otra vez.
—Te amo Magnus. Locamente y sinceramente. Por siempre y para siempre—,
susurró ella, hambrienta de su beso otra vez. Muerta de hambre por ello—. Y te
necesito… Ahora. Aquí.
Ella ya había comenzado a aflojar los lazos de su camisa, desesperada por sentir
su piel desnuda contra la de ella sin ninguna barrera entre ellos.
Su boca estaba sobre la suya otra vez, desesperada y hambrienta. Magnus gruñó
en lo profundo de su garganta mientras Cleo le pasaba las uñas por el pecho, tirando
su camisa sobre los hombros. Él deslizó sus manos bajo el borde de su falda
bordada antes de que se congelara, separando sus labios de los de ella.
El frunció el ceño profundamente.
—Maldición—
—¿Qué pasa? — preguntó ella.
—No podemos hacer esto—. Susurro.
Un aliento se quedó atrapado en su pecho
—¿Por qué no?
—La maldición.
Por un momento, Cleo no tenía idea de lo que quería decir. Pero luego recordó,
y una pequeña sonrisa separó sus labios.
—No hay maldición—.
—¿Qué?
—Tu abuela creo esa historia para engañar a tu padre, para explicar por qué mi
madre murió en el parto. Pero no es verdad. No hay una maldición de bruja sobre
mí. Todo era una mentira.
Magnus no se movió. Él la estudió por unos momentos mientras la sostenía,
presionado contra el costado del acantilado, sus rostros al mismo nivel, ojo a ojo.
—Sin maldición—, susurró, y sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Ninguna en absoluto.
—Y la magia del vástago dentro de ti.
—Es un gran problema, pero no en este momento.
—Entonces podemos lidiar con eso más tarde.
Ella asintió.
—Sí, más tarde—.
—¿Estás segura?
—Completamente segura.
—Bueno.
Esta vez, cuando Magnus la besó, no hubo restricción. Sin detenerse ni esperar,
sin dudas o miedo. Solo existía este exquisito momento que Cleo quería durara para
siempre, finalmente reunida con su oscuro príncipe.
CAPÍTULO 15 MAGNUS
AURANOS

Traducido por Dakya


Corregido por Achilles

Magnus sabía que debían haber regresado al palacio horas atrás.


Pero no lo hicieron.
En su lugar, vieron el sol hundirse en el horizonte en el oeste, convirtiendo los
tonos del cielo púrpura, rosa y naranja.
—Me gusta aquí—, dijo, con los dedos enroscados en el largo cabello dorado de
Cleo—. Es oficialmente mi lugar favorito en todo Auranos. Y esta roca en mi
espalda… mi roca favorita en todo Mytica.
Cleo asintió, acurrucándose más cerca de su costado.
—Es una buena roca.
Él tomó su mano izquierda en la suya, trazando las líneas azules que se
extendían desde el símbolo mágico del agua en su palma.
—No me gusta esto.
—A mí tampoco.
—Pero dijiste que no estabas angustiada.
—Lo dije. Lo dije en serio. Pero…
—¿Pero que…?
—Pero… —ella empezó—. Es un problema.
—Un eufemismo, sin duda.
Quiero descubrir cómo usar esta magia del agua, pero no puedo. No funciona de
esa manera. Al menos, no es que lo haya descubierto todavía.
Magnus recordó haber tropezado a través del bosque esa noche oscura, llegando
a la hoguera de los Vástagos.
—Vi a Kyan— dijo.
Cleo jadeó y se apartó para poder mirarlo a los ojos.
—¿Cuándo?
—Después … de la tumba—. Él ya le había contado algo de lo que había pasado,
sin querer detenerse en los momentos más oscuros. Ella ya sabía que su padre le
había dado la piedra de sangre y que, si no lo hubiera hecho, Magnus no sería más
que un recuerdo.
—Me dejó creer que todavía era Nic por un tiempo, como si estuviera jugando
conmigo. Quería que te dijera que cuando llegue el momento, debes unirte a él. Lo
hubiera destrozado en ese momento, pero se parecía mucho a Nic…
—Él es Nic—, dijo Cleo, su voz dolía—. Por un momento, justo después de que
sucedió, casi lo apuñalé en el corazón, incluso sabiendo que mataría a Nic. No
estaba pensando en serio. Estoy tan agradecida de que Ashur me haya detenido—
.
Eso sonaba como algo que haría el príncipe Kraeshian.
Por supuesto que lo hizo.
—Nunca iré con Kyan—, dijo, sacudiendo la cabeza—. No por ninguna razón.
El pecho de Magnus se tensó ante la idea de perderla.
Iba a marcarme, de alguna manera, convirtiéndome en su esclavo con magia, así
que haría lo que él dijera. Él me tenía y… se detuvo. Algo lo detuvo, y me dio la
oportunidad de escapar.
—¿Qué era eso? — Preguntó sin aliento.
Traté de recordar esa noche oscura llena de dolor y confusión.
—No lo sé. Pensé que podría haber sido Ashur, que había encontrado algo de
magia para luchar contra los Vástagos, pero no era él. Aun así, algo me ayudó a
escapar.
¿Podría haber sido él mismo Nic? ¿Luchando contra Kyan de alguna manera?
—Posiblemente—, concedió. Pero cuanto más pensaba en ello, más se
preguntaba si podría tener algo que ver con la piedra de sangre. Lucía había sido
repelida por su magia.
Quizás Kyan sentía lo mismo.
Aun así, Cleo, con el vástago de agua dentro de ella, parecía estar bien cerca de
él con este tipo de magia, magia oscura, como llamaba Lucía a lo que había en su
dedo.
Cleo negó con la cabeza.
—Y pensar que nuestros problemas solían consistir en una batalla por el trono.
Parece tan intrascendente ahora.
—Bueno, no diría completamente intrascendente— dijo Magnus—. Será
agradable cuando cada rastro de Amara Cortas abandone este reino.
Me olvide de ella por un momento.
—Yo también—. Él besó su frente, pasando sus dedos a través de su cabello
sedoso y calentado por el sol.
—Encontraremos una manera de salvar a Nic, prometo que lo haremos. Tú, Nic,
Olivia e incluso Taran—. Hizo una mueca—. Si tenemos que hacerlo.
Cleo se rió nerviosamente, escondiendo su rostro contra el pecho de Magnus.
Taran está tratando de ser fuerte, pero sé que está aterrorizado por perder el
control de su vida de esta manera.
—No tengo dudas de que lo está—. Magnus sabía que se sentiría exactamente
igual.
Observó cómo el sol se hundía aún más sobre el agua.
Quedaba muy poca luz del día. Tendrían que enfrentar la realidad otra vez,
demasiado pronto.
—Mejor ponte tu vestido antes de que Agallón pasee por aquí buscándote y tenga
una buena visión de mi hermosa esposa—. Magnus se inclinó hacia un lado y agarró
su camisa—. No quisiera romperle más el corazón al verte así conmigo. A pesar de
que… Ahora que lo pienso, estaré bien con eso. Clavo final en el ataúd, si perdonas
la expresión.
—Jonas es una buena persona—, dijo Cleo con firmeza mientras se vestía.
Él la miró con gran aprecio, cada movimiento, cada gesto.
—Estelar. Claro que lo es.
—Se preocupa mucho por Lucía.
Magnus hizo una mueca.
—Ni siquiera pongas ese emparejamiento potencial en mi mente. Tengo
suficientes sueños asquerosos para manejar.
Magnus se puso de pie y tomó la cara de Cleo entre sus manos para poder
besarla de nuevo. Sabía que nunca se cansaría del sabor de sus labios: una mezcla
casi mágica de fresas, agua salada y el sabor individual y embriagador de Cleiona
Bellos.
Mucho más delicioso que incluso la mejor y más dulce cosecha de vino
Paelsiano.
Ella se estiró para acariciar el cabello oscuro de su frente, luego deslizó las
puntas de los dedos lentamente a lo largo de su cicatriz hasta sus labios.
—Cásate conmigo, Magnus.
Sus cejas se dispararon.
—Ya estamos casados.
—Lo sé.
—No puedes olvidar ese día en el templo, ¿verdad? ¿El terremoto? ¿Los gritos,
la sangre y la muerte? ¿Los votos te fueron impuestos bajo amenaza de tortura y
dolor?
La expresión de Cleo se volvió atormentada, y lamentó haberle recordado ese
horrible día.
—Esa no fue una boda adecuada—, dijo, sacudiendo la cabeza.
—Estoy de acuerdo—. Una sonrisa tocó sus labios—. En realidad, esa fue una
de mis fantasías mientras estaba en ese odioso ataúd: casarme contigo bajo el cielo
azul de Auranos en un campo de hermosas flores.
Ella soltó una pequeña risa ante eso.
—¿Un campo de hermosas flores? Claramente debes haber estado alucinando.
—Claramente—. Magnus la atrajo hacia sí, más suave ahora, como si temiera
que se rompiera—. Viviremos esto, mi princesa. Todo esto. Y entonces, sí, me
casaré contigo apropiadamente.
—¿Promesa? — Preguntó ella, con un temblor en su voz.
—Lo prometo—, respondió con firmeza—. Y hasta entonces, tengo fe en que mi
hermana terminará con Kyan y encontrará una solución a esta odiosa magia dentro
de ti.
Magnus y Cleo regresaron al palacio ligeramente despeinados, pero decididos a
encontrar una solución a la larga lista de problemas que los atormentaban.
Después de que Magnus escuchará el vigésimo comentario de “Pensé que
estabas muerto", decidió retirarse a su habitación con su bella esposa.
Y allí hablaron de cada momento que pasó para cada uno desde la última vez
que se vieron.
Cleo deslizó sus dedos sobre el anillo dorado en la mano izquierda de Magnus.
—Odio a tu padre. Siempre lo haré—, dijo, justo antes de que se durmiera en sus
brazos—. Pero le estaré eternamente agradecida por esto.
Sí. La piedra de sangre definitivamente complicó sus ya complicados
sentimientos por el hombre que había hecho su vida mucho más dolorosa de lo que
debería haber sido.
Quizás mañana, el discurso del rey marcaría el comienzo de un nuevo capítulo
en sus vidas como padre e hijo.
Magnus sabía que él mismo había cambiado mucho en el último año.
El cambio podría suceder, si uno lo quería.
Tal vez había lugar para la esperanza.
A la mañana siguiente, se demoraron demasiado tiempo en sus cámaras de
dormir, desayunando allí en lugar de unirse al rey Gaius y Lucía.
Y Lyssa.
Magnus todavía no podía creer que su hermana tuviera una hija pequeña, pero
sabía que él podría aceptarlo. Él ya amaba a Lyssa y sabía que haría cualquier cosa
para proteger a su sobrina recién nacida.
Mientras Magnus yacía en la cama, se apoyó sobre el codo para ver cómo Cleo
se deslizaba en su ropa y jugueteaba con los cordones, esperando que en cualquier
momento ella le pidiera ayuda.
Pero luego ella se congeló en su lugar.
Magnus se levantó de un salto y la agarró por los hombros.
—¿Qué está pasando? —Exigió.
—A… Ahogándome—, se las arregló—. Yo me siento como si me ahogará.
Su mirada se dirigió a su mano derecha, a la vid de líneas azules que se extendía
desde el símbolo mágico del agua. Ante sus propios ojos, las líneas viajaron más
arriba a lo largo de su piel, rodeando su brazo superior.
—No—, dijo, con pánico arañando su pecho—. No te estás ahogando". Estás
aquí conmigo, y todo está bien. No dejes que esto te abrume.
—Yo estoy intentándolo.
—Y tú vástago del agua—, miró ferozmente sus ojos azul-verde —si puedes
oírme, necesitas soltar a Cleo, si esto es lo que es. Te voy a destruir. Los destruiré
a todos ustedes Lo juro.
Cleo se derrumbó en sus brazos, jadeando como si acabara de salir de las
profundidades del océano.
—Ya pasó—, logró decir un momento después—. Estoy bien.
—No estás bien. Esto no está bien—, le gruñó a ella, el dolor de no poder salvarla
de esto era casi insoportable—. ¡Esto está tan lejos de ser tan bueno como cualquier
cosa que haya sido alguna vez!
Ella se enderezó, alejándose de él y rápidamente poniéndose el vestido azul
oscuro que había elegido ponerse hoy—. Tenemos que irnos… el discurso de tu
padre. Él te necesita allí.
Hare que Nerissa te atienda. No tienes que estar en el balcón con nosotros.
—Quiero estar allí—. Ella se encontró con su mirada, y él pudo ver la fuerza en
sus ojos, junto con la frustración—. A tu lado. Para que todos puedan vernos juntos.
—Pero…
—Insisto, Magnus. Por favor.
Él asintió, estando de acuerdo de mala gana, y puso una mano sobre su espalda,
guiándola fuera de la habitación para que se uniera a su padre y Lucía en la sala
del trono.
—Que amable de tu parte unírtenos—, dijo el rey en voz baja.
—Estábamos… de alguna forma ocupados—, respondió Magnus.
—Sí, estoy seguro de que lo estaban—. Su atención se movió hacia Cleo—. Te
ves bien.
Cleo se encontró con su mirada directamente.
—Estoy bien.
—Bien. Te deseo la mejor de las suertes con tu discurso—, dijo, con una sonrisa
firme en su rostro—. Sé cuánto aman los Auranos un buen discurso de su amado
rey. Tus recientes decisiones con respecto a Amara quedarán casi olvidadas, estoy
casi segura.
Magnus compartió una mirada divertida con Lucía, una que le recordaba tanto a
las que habían compartido a lo largo de los años cada vez que presenciaban que el
rey le decía algo desagradable a un invitado. Pero siempre logró decirlo de una
manera que casi sonaba como un cumplido.
Casi.
—Ciertamente—, respondió el rey.
Parecía que el rey y Cleo tenían mucho más en común de lo que Magnus hubiera
pensado alguna vez.
Desde la sala del trono, acompañados por guardias, los cuatro tomaron una
escalera sinuosa, ubicada detrás del estrado, hasta el tercer piso y el gran balcón
que daba a la plaza del palacio.
La última vez que Magnus y Cleo habían estado presentes para un discurso del
rey en este mismo balcón, habían sido prometidos, para su mutua sorpresa y
miserable horror.
El bello rostro de Lucia tenía dolor, sus ojos azules tan serios como Magnus
nunca los había visto alguna vez.
—¿Hay algo mal? — Le pregunto Magnus a su hermana mientras salían al balcón
para saludar a los miles de personas que se congregaban debajo.
—¿Qué no está mal? — Respondió en voz baja—. ¿Debo darte una lista con
Kyan en la parte superior?
—No es necesario.
—Silencio, los dos—, dijo el rey en voz baja antes de agarrarse a la barandilla de
mármol y se volvió hacia los Auranos que molían abajo en la plaza del palacio,
mirando al rey con interés y escepticismo en sus rostros.
Entonces Gaius comenzó a hablar con una voz fuerte y poderosa que viajaba
fácilmente a través de la distancia.
—En Limeros, nuestro credo es: Fortaleza, Fe y Sabiduría—, comenzó el rey—.
Tres valores que creemos pueden llevarnos a través de cualquier adversidad. Pero
hoy quiero hablar sobre la verdad. He llegado a creer que es el tesoro más valioso
del mundo.
Magnus observó a su padre, inseguro de qué esperar de este discurso. Sería
inusual que el rey hablara con sinceridad en tales apariciones públicas.
Normalmente, proyectó la ilusión de un rey que se preocupaba más por su pueblo
que por el poder. No todos conocían las verdaderas razones detrás de su apodo del
Rey Sangriento.
El hechizo que su madre le había lanzado a Gaius Damora diecisiete años atrás
lo había ayudado a concentrarse en su impulso por el poder y la crueldad y los
engaños necesarios para mantener su corona y finalmente engañar al jefe Basilius
y aplastar al rey Corvin en un solo día.
Ese era el único padre que Magnus había conocido.
—Hoy también les pido a todos que miren hacia el futuro—, continuó el rey—.
Porque creo que será más brillante que el pasado. Creo esto por los jóvenes que
me acompañan hoy mismo en este balcón. Ellos son el futuro, así como lo son tus
hijos e hijas. Ellos son nuestra verdad.
El rey miró a Magnus.
Un futuro brillante, pensó Magnus. ¿Realmente quiere decir esto?
El rey Gaius se volvió hacia la multitud de nuevo.
—Quizás sientes que no puedes confiar en mí. Tal vez me odies y todo lo que he
defendido en el pasado. No te culpo, a ninguno de ustedes, por sentirte así. Había
llegado a una encrucijada inevitable cuando elegí alinearme con Kraeshia, lo que
condujo a la ocupación de Mytica estos últimos meses. Si no hubiera tomado esta
difícil decisión, habría habido guerra. Muerte. Y, al final, una tremenda pérdida.
Magnus estuvo de acuerdo, hasta cierto punto. Aun así, creía que su padre había
sido imperdonablemente apresurado en su decisión de alinearse con el emperador
de Kraeshia y su engañosa hija.
Por otra parte, hubo un momento no hace mucho tiempo cuando su padre sugirió
que Magnus se casara con Amara para ayudar a forjar una alianza entre Mytica y el
imperio.
Para su recuerdo, Magnus se había reído en el rostro del rey al pensarlo.
—Lo que hubiera lamentado sería permitir que continuara un día más de lo
necesario—, dijo el rey—. Algunos han llegado a creer que Amara Cortas representa
el futuro de Mytica. Pero están equivocados. Ella ha elegido abandonar Mytica y
regresar a su hogar, donde puede estar a salvo de las consecuencias de sus
codiciosas decisiones. Más de la mitad de su ejército se ha ido con ella, sin ningún
anuncio, sin promesas para el futuro. La verdad de Amara Cortas es que no le
importa en absoluto el futuro de Mytica o su gente. Pero a mí sí.
Hubo murmullos de incredulidad provenientes de la multitud ahora.
Magnus miró a Cleo, que había mantenido una sonrisa agradable y atenta en sus
labios desde que comenzó el discurso, como si creyera y respaldara cada palabra
pronunciada por el rey.
Un talento envidiable, de hecho.
—Mytica no es solo mi reino—, dijo el Rey Gaius—. Es mi hogar. Es mi
responsabilidad Y he fallado en cumplir mis promesas, en mi posición como líder,
desde el primer momento en que tomé el trono de Limeros. Mis elecciones durante
más de dos décadas han sido impulsadas por mi propia codicia y deseo de poder.
Pero hoy comienza una nueva era en este reino, uno de verdad.
Cleo tomó la mano de Magnus y la apretó. Se dio cuenta de que había estado
conteniendo la respiración. Las palabras de su padre fueron tan inesperadas y
ribeteadas con una honestidad que nunca había presenciado antes.
El Rey Gayo continuó.
—Mi hija Lucía está conmigo hoy. Hay rumores de que ella es una bruja, una de
las pocas que he permitido vivir durante mi reinado. Algunos dicen que eso me
convierte en un hipócrita, ya que ella es peligrosa, mucho más peligrosa que
cualquier bruja común en la historia registrada.
Magnus intentó captar la mirada de Lucía, pero la expresión de su hermana
estaba en blanco, su atención fija en algo a lo lejos, más allá de las paredes doradas
de la ciudad. Ella no compartía el talento de Cleo por estar presente y preparada en
tal situación.
A Lucia nunca le había gustado estar bajo escrutinio minucioso. Ella y Magnus
podrían no compartir sangre, pero ellos compartían eso.
—Mi hija posee una gran magia, y sí, ella es ciertamente peligrosa, peligrosa para
aquellos que desean hacernos daño.
Entonces parece que el secreto de Lucía ya no es un secreto.
Magnus se preguntó cómo se sentía acerca de esta revelación.
—Algunos no me creerán. Algunos pensarán que soy un hombre amargado cuya
nueva esposa le dio la espalda y regresó a su tierra natal. Nuevamente están
equivocados—. El rey sacó un pergamino de debajo de su saco, lo sostuvo para
que todos pudieran verlo—. Este es mi acuerdo con el Emperador Cortas, antes de
su muerte, para hacer que Mytica sea parte del Imperio Kraeshiano. Está firmado
en sangre. Mi sangre. Firmado antes de casarme con Amara como parte de este
trato.
El rey rompió el contrato y dejó caer los pergaminos del balcón.
Un suspiro colectivo vino de la multitud.
Magnus no estaba seguro de cuánto peso tenía este gesto. Era, después de todo,
una simple hoja de papel. Pero la multitud parecía devorar, cada palabra, cada
gesto.
—Hoy comenzaré a corregir lo que ha ido tan terriblemente mal durante mi
reinado—, prometió el rey—. La emperatriz no es bienvenida en mi reino, ni su
ejército. De ahora en adelante, nos uniremos juntos, unidos contra…
Entonces el rey se calló.
Desde la esquina más alejada del balcón, Magnus esperó a que continuara,
seguro de que todo esto era un sueño.
Un discurso lleno de unidad, esperanza y agallas, y bastante sentimiento anti
Amara, del que Magnus ciertamente estaba de acuerdo.
Pero luego, el agarre de Cleo en la mano de Magnus se volvió dolorosamente
apretado.
Un solo grito sonó entre la multitud, y luego otro. Pronto, muchos gritaban,
gemían, gritaban y señalaban hacia el balcón.
—¡Padre! —Lucía jadeo.
Magnus dejó caer la mano de Cleo y corrió al lado de su padre.
Una flecha sobresalía del pecho del rey. Él miró hacia abajo y frunció el ceño.
Luego, con toda su fuerza, la agarró y tiró de ella con un gruñido fuerte y dolorido.
Pero luego otra flecha lo golpeó.
Y luego otra.
Y otra.
CAPÍTULO 16 LUCIA
AURANOS

Traducido por Venus


Corregido por Achilles

Cuatro flechas. Cada una encontrando precisamente su objetivo en el corazón de


su padre.
El rey Gaius colapsó en sus rodillas y cayó de costado con un golpe seco.
La vida se desvaneció de sus oscuros ojos marrones.
Magnus sacó desesperadamente las flechas de la carne del rey y presionó sus
manos sobre las heridas, pero no hizo nada para ayudar a restañar el flujo de la
sangre carmesí.
—No, no vas a morir. No hoy—. Las manos de Magnus estaban resbaladizas con
la sangre de su padre mientras deslizaba el anillo de heliotropo en el dedo de su
padre.
Luego, Magnus tomó varias respiraciones entrecortadas antes de lanzar una
mirada de dolor a Lucia.
—No está funcionando. ¡Has algo! —le gritó a ella—. ¡Cúralo!
Lucía se tambaleó hasta el lado del rey y cayó en sus rodillas. Ella pudo sentir la
magia oscura del anillo, la misma magia que había salvado antes las vidas de su
padre y su hermano. La frialdad de esta magia la repelía. Tuvo que forzare a si
misma a acercarse.
—¿Qué estás esperando? —Magnus rugió.
Lucía apretó sus ojos y trató de evocar magia de la tierra a sus manos, la magia
curativa que había salvado a Magnus durante la batalla al tomar Auranos cuando
estaba a punto de morir. Desde entonces, ella había curado su pierna rota e
incontables cortes y rasguños. Tal magia se había convertido en una segunda
naturaleza para ella.
Percibió un rastro de esta valiosa magia dentro de ella, pero mucho menos de lo
que una hechicera profetizada debería poseer.
Y mucho menos de lo que necesitaría para curar una herida tan profunda como
esta.
Lucía ya sabía la terrible noticia: Incluso si ella hubiera tenido toda la magia en el
universo, no hubiera ayudado.
Su mirada se dirigió hacia Cleo, quien se había cubierto la boca con su mano
ante la vista sangrienta que tenía ante ella, ojos abiertos y llenos de terror. La
princesa se adelantó y puso su mano temblorosa en el hombro de Magnus, las
delgadas y sinuosas líneas azules visibles más allá de la manga de encaje de su
vestido violeta.
Magnus no la apartó; su atención estaba demasiado fija sobre Lucía.
—¿Bien? —demandó.
Lágrimas calientes atravesaron las mejillas de Lucía.
—Lo-lo siento.
—¿Qué quieres decir con que lo sientes? —Magnus bajó la mirada hacia el rostro
de su padre, a sus vidriosos e inmóviles ojos.
—Arréglalo — su voz se rompió—. Por favor.
—No puedo —susurró.
El rey estaba muerto.
Lucía luchó con sus pies. Lagrimas atravesándole el rostro mientras corría del
balcón a su aposento.
—¡Fuera! —le gritó a la nodriza.
La nodriza salió precipitadamente.
Lucía se dirigió a la cuna y miró hacia el rostro de Lyssa, no con el amor de una
madre, sino con ciega furia.
Sus ojos brillaron con una luz violeta.
—Te has robado mi magia, ¿no? —siseó.
Si su elementia hubiera estado cerca de la superficie, fácilmente accesible al
menor de sus pensamientos, Lucia habría reaccionado más rápido después de la
primera flecha.
Pero sus sentidos se habían vuelto aletargados, inútiles.
Y ahora su padre estaba muerto por esa razón.
—¡Has destruido todo! —le gruñó a la niña.
Los ojos de Lyssa cambiaron de vuelta a azul, y miró hacia su madre por un
momento antes de comenzar a llorar.
El sonido atravesó el corazón de Lucía, y la culpa la inundó.
—Soy malvada —susurró mientras se hundía en el piso, tirando sus piernas hacia
arriba para abrazarlas contra su cuerpo—. Es mi culpa, todo es mi culpa. Debería
haber sido yo quien muriera hoy, no Padre.
Permaneció en esa posición durante lo que pareció mucho tiempo mientras Lyssa
lloraba solo a un brazo de distancia. Después de un tiempo, Magnus acudió a su
puerta.
Los ojos de Lucía estaban secos y su corazón vacío de toda emoción mientras
miraba a su hermano.
—El asesino fue capturado antes de que logre escapar —dijo Magnus—. He
pedido interrogarlo personalmente.
Ella esperó, sin responder.
—Apreciaría tu ayuda, si estás dispuesta —dijo.
Sí, Lucía definitivamente estaría más que dispuesta a interrogar al asesino de su
padre.
Se puso de pie y acompañó a Magnus fuera de sus habitaciones. La nodriza
esperaba pacientemente afuera, mirando nerviosamente a Lucía.
—Mis disculpas por mi rudeza —le dijo Lucía.
La nodriza inclinó su cabeza.
—No, para nada, su alteza. Mis más sinceras condolencias por su pérdida.
Silenciosamente, su corazón se sentía como un peso de plomo en su pecho,
Lucía siguió a Magnus a través de los pasillos del palacio, apenas viendo nada a su
izquierda o derecha, solo poniendo un pie enfrente del otro mientras hacían su
camino fuera de la construcción y bajando hacía el calabozo.
El prisionero era un hombre joven, en sus tempranos veintes. Él había sido
puesto en una pequeña habitación, sus muñecas y sus tobillos atados a cadenas
de hierro y encadenado a la pared de piedra.
—¿Cuál es tu nombre? —Magnus preguntó, su voz fría. Usaba el anillo de
heliotropo otra vez, sus manos ahora limpias de la sangre del rey.
El hombre no respondió.
Lucía había tenido mucho que decir a su padre que permanecería sin decir por
siempre.
Este asesino había robado eso de ella.
Lucía volvió una mirada de puro odio hacia él.
—Morirás por lo que has hecho hoy —escupió.
El hombre le echó un vistazo solo lo suficiente para burlarse de ella.
—Tú eres la hija bruja de la que habló —él dijo —. ¿Vas a usar tu magia en mí?
—No suenas temeroso.
—No le temo a ninguna bruja común.
—Oh, soy mucho más que eso— Lucía se acercó lo suficiente para agarrar al
hombre por su garganta, clavando sus uñas en su carne y forzándolo a mirarla a los
ojos —. ¿Quién eres? ¿Un rebelde? ¿O un asesino?
Ella trató de sacar la verdad de su boca de la misma forma que lo había hecho
con Lord Gareth, pero el simplemente la miró con desafío.
—Hice lo que hice por Kraeshia —siseó —. Por la emperatriz. Haz lo peor para
mí, he cumplido mi destino.
—Por la emperatriz —Magnus repitió, sus ojos oscuros estrechándose —.
¿Amara te ordenó que mataras al rey, o tomaste la decisión por tu propia cuenta?
— ¿Y qué si lo hizo? No tienes oportunidad para una venganza. Ella está muy
por encima de todos ustedes en este minúsculo reino —el asesino estrechó su
mirada al príncipe —. Tu padre fue un cobarde y un mentiroso—un simple gusano
en la presencia de la magnificencia— y desperdició su oportunidad de alcanzar la
verdadera grandeza actuando y hablando en contra de la emperatriz. Se me ordenó
matarlo públicamente para que todos supieran que él estaba muerto.
—¿Es eso así? —dijo Magnus, las palabras tan silenciosas que Lucía apenas las
escuchó.
Los puños de Lucía temblaron con la necesidad abrumadora de reducir a este
hombre a cenizas.
Du hermano se acercó al hombre.
—Creo que debo felicitarte porque tu puntería es insuperable. Nunca antes había
visto a alguien tan hábil con una ballesta. Los guardias me dicen que estabas en la
parte posterior de la multitud cuando apuntaste al rey. Cuatro flechas, sin perder tu
objetivo una vez. Amara debe valorarte mucho.
El asesino resopló.
—Tal elogio no tiene ningún significado de nadie más que la emperatriz, su…
La hoja de la daga centelleó a la luz de las antorchas justo antes de que Magnus
la empujara hacia arriba en la barbilla del hombre y la metiera directamente en su
cerebro. Con el aliento apretado en su pecho, Lucia vio como el hombre se movía y
luego se desplomaba, perfectamente quieto.
Magnus miró a Lucía.
—¿Qué está mal con tu elementia? —preguntó, su tono frio y controlador.
Su primer instinto fue mentir, pero el momento de las mentiras había pasado.
—Me ha fallado —admitió Lucía, las palabras como cristales rotos en su garganta
—. Lyssa… No lo entiendo, pero ha estado robándome mi magia incluso desde
antes que nazca.
Magnus asintió lentamente. Limpió el borde afilado de su espada con un pañuelo,
la sangre roja se veía negra en las sombras de la celda de la mazmorra.
—Entonces no puedes ayudar a Cleo —él dijo —. Y no puedes hacer nada para
derrotar a Kyan.
Un destello de enojo se prendió dentro de ella en esa despedida.
—No dije eso.
—Eso fue lo que oí.
—Estoy tratando de encontrar una solución —ella dijo —. No te defraudaré otra
vez.
La expresión de su hermano era ilegible, vacía de emociones. Ella no pudo decir
si él estaba desconsolado, enojado o decepcionado.
Probablemente los tres.
—Ciertamente espero que no —finalmente respondió.
Magnus no dijo una palabra más mientras ella abandonada la mazmorra y
lentamente hizo su camino de vuelta al palacio.
La primera cosa que ella notó cuando ella entró a su recámara fue el olor a carne
quemada.
Su mirada se posó con horror en el ennegrecido y humeante cadáver de la
nodriza en el centro de la recámara.
Un grito se escapó de su garganta, un chirrido de dolor que apenas sonaba
humano.
Corrió hacia la cuna para encontrarla vacía.
Lyssa se había ido.
CAPÍTULO 17 JONAS
AURANOS

Traducido por Venus Tello


Corregido por WinterGirl

Jonas no prestó atención al discurso del rey. Ya sabía muy bien que esperar.
Falsas promesas. Mentiras. Más mentiras.
El típico excremento político de caballo.
En cambio, él y Felix recorrieron la Ciudad de Oro buscando a Ashur. Desde su
llegada ayer a la ciudad del palacio con el muy no-muerto príncipe Magnus, el
príncipe Kraeshiano había estado visitando tabernas locales donde, él dijo, las
lenguas de los clientes estaban sueltas y listas para revelar secretos que sus
serenas y sobrias no podrían compartir.
Secretos sobre magia.
Secretos sobre brujas locales.
Secretos sobre alguien, cualquier persona, que podrían prestar sus habilidades
para ayudar a terminar con Kyan en el momento en que muestre su cara robada.
Jonas tenía su propia manera secreta para acabar con Kyan, a salvo en la funda
de su cinturón. Desde que un pequeño frustrante Timotheus había compartido con
él acerca de la daga de oro, él pensó que esta terminaría con el dios del fuego
amablemente.
Sin embargo, terminaría con Nic también. Así que ellos buscaron otras
posibilidades.
Jonas caminó con Felix por la concurrida calle, llena de tiendas y panaderías y
lugares donde los Auranianos podían comprar chucherías relucientes para usar
sujetados a sus orejas o colgadas alrededor de sus cuellos.
Muchas personas estaban caminando en la dirección del palacio, listas para estar
en la plaza del palacio hombro con hombro en el calor abrazador del medio día para
escuchar las más recientes mentiras del Rey Gaius.
Un hombre en una sobreveste azul oscuro bordado con lo que parecía diamantes
brillantes tropezó con Felix. Lo miró y se abrió paso.
—¿Alguna vez quisieras empezar a matar personas al azar solo porque son un
montón de asnos ricos y pomposos? —Felix murmuró a Jonas, mirando al hombre
alejarse.
—Solía —Jonas admitió—. Odiaba a la realeza. Odiaba a los Auranianos solo
por habernos negado los privilegios en Paelsia.
—¿Y ahora?
—El impulso está ahí, pero sé que sería incorrecto.
Feliz gimió.
—Tal vez, pero se sentiría tan bien. ¿Verdad? Dejar salir alguna frustración
reprimida —Él asintió a un par de soldados Kraeshianos uniformados de verde que
vigilaban el flujo de ciudadanos que tenía enfrente—. Podríamos empezar con él.
La visión de la menguante, pero continuada ocupación de Amara fue un
recordatorio de más opresión.
—Francamente, no te detendría.
—¿Viste a Enzo en su uniforme de guardia esta mañana? —Felix arrugó su nariz
como si oliera algo asqueroso—. Él finalmente volvió a trabajar a su puesto…dijo
que era un honor hacerlo.
—Él es Limeriano hasta su sangre roja. No puede evitar estar ligado al deber y
al honor, incluso si eso significa tomar órdenes del rey Gaius por él mismo —Jonas
le dio a su amigo una irónica mirada—. A veces olvido que tú eres Limeriano
también. No encajas exactamente con el resto de ello. ¿No?
Felix sonrió.
—Parte de mi atracción es que yo encajo donde sea que esté. Soy un camaleón.
No había parte de Felix Gaebras, con un parche y una ceñuda e intimidante
presencia combinada, que encajara donde quiera que estuviera. Pero Jonas eligió
no discutir con él.
—Efectivamente eres un camaleón —él dijo en cambio, asintiendo.
—Quizá es por eso que Enzo ha estado de tan mal humor los últimos días —dijo
Felix cuando se detuvieron frente a una tienda con ventanas impresionantemente
limpias que mostraban una selección de tartas y pasteles decorados—. Insufrible,
la verdad.
Jonas ya sabía demasiado sobre el humor de Enzo.
—Le propuso matrimonio a Nerissa.
—¿Qué? —Felix lo miró con resentimiento—. ¿Y qué dijo Nerissa respecto a
eso?
—Le dijo que no.
Felix asintió, su expresión volviéndose pensativa.
—Claramente, eso es porque ella se ha enamorado locamente de mí.
—No lo ha hecho.
—Dale tiempo.
—Crees lo que quieres creer.
—Lo haré.
Jonas miró sobre su hombro en la dirección del palacio, el cual se encuentra en
la dirección del centro de la ciudad. Pudo ver su la torre dorada más alta sobre la
tienda que los rodeaban.
—Me pregunto durante cuánto tiempo el rey va a hablar.
—Horas, probablemente. Él disfruta del sonido de su voz mucho más que
cualquier otra persona —Felix echó un vistazo al laberinto de escaparates y edificios
a su alrededor—. Nunca vamos a encontrar a Ashur si es que no quiere ser
encontrado. ¿Recuerdas cuándo estuvimos en Basilia, y él ya se había ido?
Simplemente se fue y no le contó nada a nadie. Los Kraeshianos son tan astutos.
—Ashur está haciendo solo lo que necesita hacer.
—Así que… él y Nic, ¿ah? —dijo Felix, levantando una ceja sobre su parche de
ojo—. Sabía que había algo allí, pero no hizo clic completamente hasta que
estuvimos en el pozo. Y luego, soy todo: ¡Lo sabía! porque lo sabía. Puedes decir
estas cosas.
Jonas le frunció el entrecejo.
—¿De qué estás hablando?
—Ashur y… Nic —Felix extendió sus manos—. Ellos están…
El sonido de un grito atrapó su atención. Esta era seguida de más gritos y de
alboroto viniendo del área del palacio.
Feliz le dio a Jonas una mirada sombría.
—Debe haber sido algún discurso.
—Necesitamos volver —dijo Jonas.
Regresaron apresuradamente al palacio sin una palabra más. El corazón de
Jonas latió rápido y fuerte cuando atrapó el hombro de un hombre pasando a su
lado.
—¿Qué está pasando? —preguntó.
—¡Él rey! —dijo el hombre, su cara pálida y sus ojos redondos—. ¡El rey está
muerto!
Jonas lo miró después mientras el hombre se escabullía.
Una vez que llegaron al palacio, lo encontraron hecho un caos. Cada guardia que
pasaban tenía su espada desenvainada, listos para la batalla.
—No puede ser cierto —dijo Jonas, mientras la pareja corría por los pasillos.
No lo creo.
Encontraron a Nerissa caminando rápidamente por el pasillo que conducía a las
habitaciones.
—¡Nerissa! —Jonas la llamó—. ¿Qué está pasando? El disturbio en la ciudad…
algunos dicen que el rey Gaius está muerto.
—Lo está —ella confirmó, su voz pequeña—. Sucedió durante su discurso… un
arquero en la audiencia. Fue capturado antes que pueda escapar.
Todavía parecía demasiado surrealista para que Jonas lo acepte.
—¿Lo viste?
Ella asintió.
—Vi todo. Fue horrible. Lucía y Magnus y Cleo estaban con él en el balcón.
—¿Está Lucía…? —él empezó—. ¿Está Cleo…?
—Ellas están bien—o tan bien como se puede esperar, dada las circunstancias.
Solo puedo asumir que la muerte del rey fue instantánea, o si no la princesa Lucía
debería haber sido capaz de salvarlo con su magia.
—Un rebelde —dijo Jonas, sacudiendo la cabeza—. Algunos rebeldes finalmente
sacaron al rey.
—Sí —La expresión de Nerissa no contenía ningún dolor, pero sus ojos estaban
llenos de preocupación—. Asumo que el asesino será públicamente ejecutado
después de su interrogatorio.
Felix cruzó sus gruesos brazos sobre su amplio pecho.
—¿Está mal que sienta un poco de envidia porque no fui yo quien lo llevó a cabo?
Nerissa lo miró.
—¿En serio, Felix?
—Él me dejó atrás en Kraeshia para tomar la culpa por el asesinato del
emperador—no es exactamente algo que pueda perdonar y olvidar. ¡Me alegra que
haya muerto!
—Te recomendaré encarecidamente que guarde esa opinión para usted —dijo
Nerissa—. Especialmente alrededor del príncipe Magnus y princesa Lucia.
Jonas vagamente registró la conversación. Él estaba enfrascado en sus
pensamientos. Recordando el momento cuando iba a clavar una daga en el corazón
del rey, seguro que finalmente había hecho lo que nadie se había atrevido a hacer.
Pero fue una lesión que el rey sobrevivió debido a un hechizo lanzado sobre él por
su madre bruja.
—No puedo creer que esté muerto —dijo Jonas, sacudiendo su cabeza—. El rey
sangriento finalmente está muerto.
Jonas tuvo que estar de acuerdo con Felix. El asesino había brindado con esto
más cosas buenas que malas. Quizá el rebelde había estado trabajando con Tarus
Vasco.
Además, había sido el propio Tarus.
Estaba a punto de preguntarle a Nerissa más sobre el arquero, pero su atención
se centró en alguien que había aparecido al final del pasillo.
La princesa Lucía se movió rápidamente hacia ellos.
A pesar de su odio por el rey, Lucia era su hija, y ella había sido testigo de su
muerte. Ciertamente, ella lo lloraba y estaba sufriendo.
Jonas juró que no haría ese dolor peor de lo que ya era.
—Princesa —dijo suavemente—. Oí lo que sucedió.
Sus ojos azul-cielo encontraron los suyos, sus cejas marcándose juntas.
—Le dije que todo era culpa de ella… y ella lloró tanto, más fuerte que lo que
nunca antes la había escuchado llorar. Es culpa mía que esto pasara. Tal vez
debería haber dicho que si de inmediato y el no habría hecho esto. Que tonta soy,
tan estúpida, tonta estúpida.
—Lucía —Jonas frunció el ceño—. ¿De qué estás hablando?
Luego su mirada cayó horrorizada sobre la daga que Lucía tenía en su poder. Su
otra mano goteaba sangre en el piso de mármol.
—¿Qué has hecho? —demandó—. ¿Te cortaste a ti misma?
Lucía miró hacia la herida: un profundo corte sobre la palma de su mano.
—Lo habría sanado, pero no puedo.
—Princesa, ¿Por qué se hace esto? —Nerissa preguntó mientras ella sacaba un
pañuelo de su bolsillo y cuidadosamente lo envolvía alrededor de la mano de la
princesa.
Lucía miró sin expresión la venda.
—Esa noche, mucho tiempo atrás, lo convoqué con el símbolo de la magia de
fuego dibujado en el suelo cubierto de nieve en mi propia sangre. Alexius me dijo
cómo hacerlo antes de morir. Pero nada sucedió esta vez. Yo... no sé cómo
encontrarlo y recuperarla.
—¿De quién estás hablando? —la voz de Felix era mucho más dura que la de
Jonas o Nerissa cuando se dirigía a la princesa—. No estás diciendo que trataste
de convocar a Kyan aquí, o ¿sí?
La mirada de Lucía se movió hacía el único ojo de Felix.
—Se llevó a Lyssa.
—¿Qué? —Jonas jadeó—. No, eso es imposible.
—La nodriza está en cenizas. Esto ocurrió cuando estaba con Magnus y el
asesino de mi padre en la mazmorra. Cuando regresé a mi recámara… ¡Lyssa se
había ido! —Su respiración se detuvo bruscamente, y soltó un sollozo—. Necesito
ir.
Trató de pasar de ellos, pero Jonas la agarró de la muñeca para detenerla.
—¿A dónde estás yendo? —demandó.
—Necesito encontrar a Timotheus. Necesito sus respuestas. Y necesito su ayuda
—Su expresión se endureció a frío acero—. Y si se niega, juro por el corazón de
Valoria que lo mataré. Ahora déjame ir.
—No —él dijo—. Lo que estás haciendo no tiene ningún maldito sentido. Sé que
tu padre acaba de morir, y que fue un verdadero horror que seas testigo de eso. Tal
vez estás imaginando cosas. Lo que necesitas es descansar.
—Lo que necesito —su tono se convirtió en hielo irregular—. Es que me dejes ir.
Arrancó su brazo, y Jonas repentinamente salió volando por el aire, arrojado a la
mitad del pasillo. Cuando golpeó el duro suelo de mármol, le quitó el aliento de los
pulmones.
—¡Lucía, para!
Ella no se detuvo. Él solo vio el chasquido de su oscura falda gris cuando dobló
una esquina y desapareció de la vista.
La mano de Félix apareció ante su cara. Él la tomó y dejó que su amigo lo ayudara
a volver sobre sus pies.
—¿Quién demonios es Timotheus? —Félix preguntó.
Solo un inmortal que había visto el futuro el cual incluía la misma daga dorada
que ahora Jonas poseía incrustada en el pecho de Lucía.
Antes de que pueda responder en voz alta la pregunta de Félix, alguien más se
dirigió por el pasillo hacia ellos.
—Necesito hablar contigo, Agallon —Magnus gruñó.
Los hermanos Damora eran igualmente francos como insoportables.
—¿Acerca de Lucía?
—No.
Jonas se moría de ganas de seguir a la princesa, tratar de detenerla de cualquier
carnicería que ella pudiera causar en su dolor y confusión.
Pero el mejor rumbo de sus acciones fue sentarse y calmadamente formular un
plan.
Él había cambiado mucho desde sus días como el líder de los rebeldes, y no
estaba seguro de si esa vacilación era un activo o una responsabilidad.
—Entonces, ¿De qué se trata? —Jonas preguntó impacientemente.
—Necesito que vayas a Kraeshia.
Su mirada se dirigió al príncipe.
—¿Por qué?
—Porque Amara Cortas necesita morir.
—¿Qué?
Magnus acarició distraídamente su mejilla derecha llena de cicatrices.
—Ella es responsable de la muerte de mi padre. No dejaré que se salga con la
suya sin un castigo. Ella es una amenaza para ellos y para todos nosotros.
Jonas se forzó a sí mismo a tomar aire. Lucía y Magnus estaban de luto, lo que
les hizo actuar de manera irracional e imprudente.
—Tu venganza es comprensible —dijo Jonas, manteniendo su voz regular—.
Pero ese es un pedido imposible. Incluso si estuviera de acuerdo, no podría
acercarme a ella sin que me descubriese, y mucho menos lograr escapar después
de un intento de asesinato… —Él movió su cabeza—. Es imposible.
—Yo iré —Felix dijo simplemente.
Jonas le dirigió una mirada de sorpresa.
—Mala idea, Felix.
—No estoy de acuerdo —replicó—. Es una buena idea.
—Su Alteza —dijo Nerissa—. Con el mayor respeto, debo preguntar: ¿Es este el
movimiento correcto en este momento? Pensé que su posición era que nuestro
enfoque debía permanecer en los vástagos y ayudar a Cleo y Taran.
Magnus le dirigió una mirada oscura a la chica.
—Ese sigue siendo mi enfoque. Pero este es el correcto movimiento, una que
debió haber sido tomada meses atrás. Amara es responsable de incontables
atrocidades que fueron cometidas contra inocentes.
—Así que era tu padre —dijo Nerissa, sin parpadear cuando el resplandor de
Magnus se intensificó—. Mis disculpas, pero es la verdad.
—Me iré inmediatamente —dijo Felix—. Feliz de servir. Hemos estado esperando
por esta oportunidad.
—¿Oportunidad para hacer qué? —dijo Jonas, mirando a su amigo—. ¿Para
matarte?
—Es un riesgo que estoy dispuesto a correr —Felix se encogió de hombros y
extendió sus manos—. Esto es lo que hago, y soy bueno en eso, su Alteza. Jonas
tiene quizás demasiadas moralejas molestas cuando se trata de la idea de matar a
una mujer. ¿Pero yo? La mujer adecuada, el momento adecuado, la espada
adecuada—o, demonios, mis manos vacías— y ella no será un problema nunca
más.
—Bien —dijo Magnus con un agudo cabeceo—. Márchate hoy, y toma a quien
sea que necesites como respaldo.
—No necesitaré a nadie más que a mí mismo.
—Iré contigo —dijo Nerissa.
Felix rodó sus ojos.
—¿Qué? ¿Para tratar de detenerme? ¿Para recordarme que todos merecen una
brillante oportunidad de redención? Ahórrate el esfuerzo.
—No. Iré para asegurarme de que no te maten innecesariamente. Llegué a
conocer a Amara muy bien durante mi corto tiempo a su servicio. Y creo que ella
confía en mí, a pesar de mi decisión de ponerme del lado de la Princesa Cleo.
Felix la miró con duda.
—No tratarás de detenerme.
—No, te ayudaré.
—Bien —dijo Magnus—. Irás con Felix. Y amablemente la harás saber a Amara,
antes de que, de su último suspiro, que esto fue una orden mía.
Felix torció su cabeza.
—Será un placer, su Alteza.
Magnus se giró como para irse, pero Jonas sabía que no podría dejarlo marchar.
—Lucía se ha ido —dijo.
Los hombros de Magnus se tensaron. Se volvió lentamente y miró a Jonas— una
mirada tan amenazante que Jonas casi se estremece.
—¿Qué? —él chasqueó.
—Ella cree que Kyan estuvo aquí, que él secuestró a Lyssa. Ella fue tras él.
Magnus juró bajo su respiración.
—¿Es verdad? ¿Kyan estuvo aquí y no se levantó ninguna alarma?
—No estoy seguro. Pero definitivamente, Lucía solía pensar que sí.
—No puedo macharme. No con Cleo aquí…no con todo lo que ha sucedido hoy
— Luego juró de nuevo antes de mirar a Jonas—. Tú.
Jonas frunció el entrecejo.
—¿Yo?
—Ve tras mi hermana. Guárdale la espalda. Ciertamente no eres mi primera
opción, pero lo has hecho una vez, y puedes hacerlo otra vez. Esta es una orden.
Jonas lo miró.
—Un orden ¿Verdad?
La ferocidad en los ojos oscuros de Magnus desapareció, reemplazada por la
preocupación.
—Bien. No te ordenaré. Te preguntaré… Por favor. Confío en que hagas esto
más que cualquier otra persona. Encuentra a mi hermana y tráela de vuelta. Si ella
está bien, si esto era obra de Kyan, juntos buscaremos a mi sobrina.
Jonas no podía hablar. Él asintió una vez.
Haría lo que Magnus le pidió.
Pero no arrastraría a Lucía hasta aquí pataleando y gritando. Él no creía que
pudiera, incluso si él quisiera. En cambio, la seguiría. Y la ayudaría.
Y, él pensó con determinación, si Timotheus está bien y ella termina usando su
magia para sacar a Kyan, dominando el resto del mundo y todos en el…
Deslizó su mano sobre la daga dorada en su bolsa.
Entonces la mataré.
CAPÍTULO 18 AMARA
(KRAESHIA)

Traducido por Luneta


Corregido por WinterGirl

Amara sabía eso por ella, un monstruo estaba libre, uno que podía destruir el mundo
al menos que algo lo detuviera. Y no podía dejar ese desastre frente a ella para que
otros lo limpiaran.
Había esperado que en cuanto más lejos de las costas de Mytica, más libre se
sentiría, pero las cadenas invisibles que la ataban a lo que había hecho no se
rompieron cuando la Joya del Imperio finalmente se vislumbró ante ella.
Su hermosa casa también sería destruida si Kyan no era encarcelado
nuevamente.
Ella debería tener fe en Lucía. Y en Cleo. Por ahora, esa fe debería ser suficiente.
Costas, el único miembro de su guardia en quien Amara sabía que podía confiar,
permaneció en Mytica para vigilar de cerca de la realeza. Ella le había ordenado
que enviara un mensaje de cualquier noticia, sin importar cuán pequeña o
insignificante pareciera.
Una celebración la aguardaba mientras el barco atracaba, una multitud de
animadores Kraeshianos sosteniendo carteles que proclamaban su amor y
devoción hacia su nueva emperatriz.
—Bienvenida a casa, Emperatriz Amara —la llamaron.
Al desembarcar, los niños y las madres la miraban con esperanza en los ojos,
con la esperanza de que no sería lo mismo que con su padre, un emperador que
solo se había centrado en el poder, la conquista y la fortuna ilimitada.
Amara sería diferente, estas mujeres creían.
Mejor. Atento. Más benévolo y centrado en la unidad y la paz de una manera que
los gobernantes masculinos en el pasado no habían sido.
Amara les sonrió a todos, pero descubrió que la apretada sensación en su pecho
no se aliviaría.
Toda esta gente... todos perecerían a manos de los vástagos si Lucía fallaba.
Lucía no podía fallar.
Amara tenía confianza en la magia de la hechicera, en su profecía, en la
determinación que había visto en los ojos de Lucia cuando entró por primera vez en
el complejo en busca de su hermano y su padre. Por un momento, solo un momento
antes de que el séquito del rey partiera hacia Auranos, Amara había querido pedirle
a Lucía si podría curarle la pierna rota con su magia terrestre, como un favor.
Pero ella se mordió la lengua, dudando de que la respuesta fuera positiva.
—Me gané esta lesión —susurró para sí misma mientras se apoyaba en su
bastón. El dolor se había aliviado, pero caminar era incómodo y lento. Ella se
encogió de hombros por la ayuda de los guardias que la rodeaban, prefiriendo
caminar sin ayuda.
Admiró las vistas de la Joya en el paseo en carruaje hasta la Lanza Esmeralda,
la residencia real en la que había vivido desde su nacimiento. A veces se olvidaba
de lo hermosa que era la Joya. No había recibido su nombre por accidente.
Donde sea que mirara, su entorno literalmente bullía de vida. Con frondosos y
verdes árboles con hojas planas y cerosas, mucho más altos y más llenos que
cualquier cosa que hubiera visto en Mytica. Las flores, en su mayoría de tonos
púrpura, que habían sido el color favorito del emperador, eran tan grandes como un
plato de servir.
El aire era fresco y fragante con el olor de las flores y del mar salado que rodeaba
la pequeña isla. Amara cerró los ojos y trató de concentrarse solo en la sensación
del aire húmedo en sus brazos desnudos, en los aromas intoxicantes de la Joya, en
los vítores de las multitudes que pasaban.
Cuando volvió a abrir los ojos, el palacio se extendía hasta las mismas nubes
como un valioso trozo de brillante esmeralda. Había sido el diseño de su padre,
construido años antes de que ella naciera. Nunca fue feliz con eso, pensó que no
era lo suficientemente alto, ni lo suficientemente fuerte, ni lo suficientemente
impresionante.
Pero a Amara le encantó.
Y ahora le pertenecía a ella y a ella sola.
Y, por un momento, hizo a un lado sus dudas, sus miedos, su culpa, y se permitió
disfrutar de su victoria—verdaderamente la mayor victoria de cualquier mujer en la
historia.
El futuro de todas las personas que habían aplaudido su llegada sería tan
brillante como el antiguo cetro que levantaría en su pública Ascensión.
Sería una gran ceremonia, muy parecida a la de su padre hace muchos años,
mucho antes de su nacimiento, que viviría para siempre a través de las pinturas y
esculturas encargadas de documentarla.
Y luego todos, les gustara o no, tendrían que adorar y obedecer a la primera
emperatriz en la historia de los mortales.
Vestida con túnicas moradas, con el pelo recogido en un moño grueso y pulcro
en la parte posterior de la cabeza, Neela la esperaba en la gran y brillante entrada
de la Lanza. La anciana extendió sus brazos hacia su nieta. Los guardias se
alineaban en la circunferencia de la planta baja del palacio.
El bastón de Amara hizo un sonido de chasquido en los suelos metálicos verdes
mientras acortaba la distancia entre ellos, luego Amara permitió que su abuela la
abrazara con cariño.
—Mi bella dhosha ha regresado a mí —dijo Neela. La garganta de Amara se
tensó y le escocieron los ojos.
—Te he echado de menos, madhosha —susurró.
Amara no podía apartar los ojos de su abuela. La anciana no parecía tan vieja
hoy. Ella estaba vibrante. Su piel resplandecía, sus ojos brillaban. Incluso su pelo
gris acero parecía más brillante y más completo.
—Te ves maravillosa, madhosha —le dijo Amara—. Claramente, evitar una
revolución hace maravillas para la piel.
Neela se rio suavemente, tocando sus suaves y bronceadas mejillas.
—Eso difícilmente explicará esto. Mi boticario creó un elixir especial para mí, que
ciertamente ha contribuido a mi renovada fortaleza. Durante su estadía en la
pequeña Mytica, sabía que no podía permitir que mi edad y dolencias me frenaran.
El boticario era un hombre misterioso que había trabajado en secreto para la
familia Cortas durante muchos años. Amara hizo una nota para conocerlo en
persona muy pronto. Sabía que él también era responsable de la poción mágica que
le había devuelto a la vida como un simple bebé, la misma poción que había hecho
posible la resurrección de Ashur.
Este era un hombre que ella necesitaba conocer. Un hombre que necesitaba
controlar.
—Tengo mucho que contarte —dijo Amara.
—Quizás no tanto como piensas. Me mantuvieron informado de todo lo que
sucedió en la pequeña Mytica, a pesar de los mensajes bastante breves y crípticos
que recibí de ti. Ven, hablemos en privado, lejos de oídos curiosos, ¿de acuerdo?
Levemente sorprendida, Amara siguió a su abuela a través de los largos y
estrechos pasillos de la Lanza hacia el ala este, hacia el jardín de rocas en el patio
privado de Amara.
Contempló su lugar favorito en el palacio —un lugar que su padre odiaba desde
que lo consideraba feo y poco inspirador. Pero Amara había adquirido cada una de
las decenas de miles de rocas—brillantes, feas, bellas, de todos los tamaños y
colores—durante su vida y pensó que cada una era un tesoro.
—He extrañado este lugar —dijo.
— Estoy seguro de que lo hiciste.
Un sirviente les trajo a ellos una bandeja de vino y una selección de frutas
exóticas diferente a cualquier otra disponible en Mytica. La boca de Amara se
humedeció al verlos.
Neela les sirvió a ambas una copa de vino, y Amara tomó un trago.
Vino Paelsiano.
El mismo vino que había usado para envenenar a su familia.
Tragó, aunque su estómago se revolvió ante el recuerdo.
— Ashur todavía está vivo —dijo Neela después de que ella también bebió de su
copa. Amara se congeló a la mitad del sorbo, luego se tomó un momento para
calmarse.
—Él lo está. Adquirió la poción de la resurrección de tu boticario.
—También me dijeron que después de que lo capturaron, logró escapar.
Una vez más, Amara exhaló lentamente, de forma pareja, antes de contestar.
— Él no será un problema.
— Tu Ascensión es en casi una semana. Si tu hermano muestra su cara aquí, si
reclama el derecho al título de emperador...
—No lo hará.
—¿Cómo puedes estar segura de eso?
—Yo solo lo sé. Mi hermano esta... preocupado con otros asuntos en Mytica.
—El joven hombre que ha llegado a cuidar demasiado para su propio bien. Él que
actualmente está en el buque para vástago de fuego.
Amara solo la miraba fijamente, aturdida—. ¿Quién te dijo todo esto?
Neela levantó sus cejas, tomó una uva roja y regordeta de la parte superior de
la fuente, inspeccionándola cuidadosamente antes de llevársela a la boca y masticar
lentamente—. ¿Niegas algo de eso?
La inquietud se extendió a través de ella. Su abuela no confiaba en ella. Si lo
hiciera, no habría sentido la necesidad de un espía.
Un espía muy bien informado, al parecer.
— No lo niego —dijo Amara, haciendo retroceder su incertidumbre—. He hecho
lo que sentí que debí hacer. Traté de encontrar una manera de controlar a los
vástagos. Fue imposible. Y ahora... Bueno, he dejado un desastre. La voz de Amara
temblaba—. Kyan podría destruir el mundo, madhosha. Y sería todo por mi culpa.
Neela negó con la cabeza, su expresión serena—. Aprendí en mi vida a controlar
solo lo que es posible. Cuando algo está fuera de mis manos, lo dejo libre. Lo hecho,
hecho está. Los problemas en Mytica son problemas de Mytica, no los nuestros.
¿Crees que hay una posibilidad de que estos dioses elementales tengan éxito
contra la hechicera?
El agarre de Amara se apretó en su copa—. No lo sé.
—¿Hay algo que puedas hacer para ayudarla?
—Solo podría empeorar las cosas, creo. Es mejor que esté aquí ahora.
—Entonces está hecho. Y lo que será, será —Neela se sirvió más vino—.
Deberías saber que el Rey Gaius Damora está muerto.
— ¿Qué? —Amara se quedó sin palabras por un momento—. Él esta... ¿muerto?
¿Cómo?
—Una flecha al corazón. Fue detenido en medio de un discurso sobre cómo
tenía intención de derrotarte y recuperar su precioso y pequeño reino.
Amara permitió que el impacto de esta increíble noticia la inundara. Gaius estaba
muerto.
Su enemigo. Su marido. El hombre que se casó con ella por la oportunidad de
alinearse con su padre. El hombre que ella había creído brevemente podría ser una
ventaja para su reinado hasta que él la traicionara en la primera oportunidad.
Ella sabía que debería estar contenta con esta noticia. Si ella no hubiera temido
la ira de Lucia, lo habría ejecutado ella misma.
Aun así, parecía tan extraño que un hombre tan poderoso y despiadado como
Gaius Damora pudiera ser eliminado del mundo por una simple flecha.
— Increíble —susurró.
— Elegí al asesino bien, dhosha —dijo Neela.
Amara levantó la vista de su copa, sorprendida por las palabras de su abuela.
— ¿Fue cosa tuya?
Neela asintió, su mirada fija—. El rey Gaius presentó un obstáculo potencial para
tu futuro. Ahora eres viuda, lista para casarte con cualquiera que elijas.
Amara negó con la cabeza. Tal vez su abuela esperaba gratitud, en lugar de
shock, por dar este paso extremo.
¿Podría haber hecho esa elección?
Gaius definitivamente era un problema, pero uno—como todo lo demás que
había dejado atrás—con el que había decidido lidiar después de su Ascensión,
cuando su poder fuera absoluto e inquebrantable.
—Por supuesto, tenías razón al haber hecho esta elección —dijo finalmente
Amara—. Sin embargo, me gustaría que me hubieses consultado primero.
—El resultado hubiera sido el mismo, solo demorado. Algunos problemas
requieren atención inmediata.
Amara se alejó cojeando unos pasos, su agarre en su bastón dolorosamente
apretado.
—Tengo curiosidad por saber quién está en mi complejo que te ha estado
enviando tantos mensajes detallados.
Una pequeña sonrisa tocó los labios de Neela—. Alguien que llegará pronto con
un regalo muy especial que he adquirido para ti.
—Intrigante. ¿Te importa compartir más?
—No todavía. Pero creo que este regalo será increíblemente útil para nosotros
durante muchos años. No diré más ya que quiero que sea una sorpresa.
Amara se obligó a relajarse. A pesar de las noticias discordantes sobre el
asesinato de Gaius, sabía que debía agradecer la inteligencia, fuerza y previsión de
su abuela, en lugar de cuestionarlo.
—La Joya está bella y tranquila de nuevo —dijo Amara después de que un
silencio pacífico cayó entre ellos. Había paseado por su jardín, tocando sus rocas
favoritas y recordando el lugar donde había puesto el orbe de aguamarina cuando
había estado brevemente en su poder.
— Lo es —estuvo de acuerdo Neela—. La mayoría de los rebeldes fueron
ejecutados inmediatamente después del arresto, pero tenemos a su líder aquí en el
palacio esperando la ejecución. Como antes era un sirviente aquí, pensé que sería
apropiado para él dar a conocer públicamente su muerte en tu ceremonia de
Ascensión. Simbólico, realmente —Ella levantó la barbilla—. Un símbolo de que
sobreviviremos a pesar de cualquier amenaza a nuestro legítimo poder.
Amara recogió una pieza de obsidiana dentada, calentada por el sol, y sus
brillantes bordes negros reflejaban la luz del sol.
—¿Un sirviente, dices? ¿Alguien que pueda haber conocido?
—Sí, de hecho. Mikah Kasro.
El agarre de Amara sobre la piedra se tensó dolorosamente.
Mikah era un guardia favorecido que había estado en el palacio desde que los
dos eran niños.
—¿Mikah Kasro es la líder de la revolución? —Repitió, segura de haber
escuchado mal.
Neela asintió—. El líder de la facción local, de todos modos. Fue responsable de
la fuga de la prisión, que mató a casi doscientos guardias, después de su partida a
Mytica —Su expresión brilló con disgusto—. Poco después de eso, hizo un intento
directo contra mi vida aquí en el palacio. Pero falló.
—Y estoy muy agradecida de que haya fallado.
—Tal como yo.
—Quiero hablar con él —Estuvo fuera antes de que Amara se diera cuenta de lo
que estaba preguntando.
Neela levantó las cejas—. ¿Por qué querrías tal cosa?
Amara intentó pensarlo detenidamente. Visitar a un prisionero, especialmente a
uno cuyo objetivo era derrocar su gobierno, le parecía absurdo, incluso a ella.
—Recuerdo que Mikah era muy leal, muy amable, muy honesto, o al menos eso
creía. No entiendo esto.
Me gustaba y yo le gustaba, ella quería agregar. Pero no lo hizo.
Parecía que pasar tanto tiempo en Mytica, con su gente engañosa y pasivo-
agresiva, le había robado el obsequio de la franqueza absoluta de la que los
Kraeshiano se enorgullecían.
Su abuela ahora frunció el ceño profundamente, mirándola con curiosidad.
—Supongo que se puede arreglar. Si insistes.
Amara necesitaba esto. Necesitaba hablar con Mikah y entender lo que quería,
entender por qué elegiría levantarse e intentar destruir a la familia Cortas, incluso
ahora que su odioso padre y todos, menos uno de sus herederos, estaban muertos.
Amara miró a su abuela—. Sí, insisto.
Amara había amenazado al guardia en el complejo de Paelsia, el que había
cambiado su lealtad a Lord Kurtis, convirtiendo su celda en una sala de olvido.
Mikah Kasro había estado encerrado en una de esas habitaciones en la Lanza
Esmeralda durante varias semanas.
Amara se apoyó en su bastón cuando entró en la habitación vacía y sin ventanas,
flanqueada por guardias, para ver que las manos y los pies de Mikah estaban
esposados. Solo vestía pantalones negros andrajosos y tenía varias semanas de
barba en la cara.
Había profundos cortes en su pecho y brazos, y su ojo izquierdo estaba
magullado e hinchado. Su largo cabello negro largo hasta los hombros estaba
enmarañado y grasiento, y sus mejillas estaban demacradas.
Pero sus ojos...
Los ojos de Mikah quemaban como brasas. Era solo un par de años mayor que
Amara, pero sus ojos eran sabios y constantes y estaban llenos de fuerza sin fondo,
a pesar de todo lo que había soportado.
—Ella regresa —dijo Mikah, su voz no era mucho más que un gruñido bajo—. Y
me bendice con su presencia luminosa.
Él sonaba tan parecido a Félix que tuvo que hacer una mueca de dolor.
—Hablarás con la emperatriz con respeto — espetó uno de los guardias.
— Está bien —dijo Amara—. Mikah puede hablarme como le guste hoy. Soy lo
suficientemente fuerte como para tomarlo. No retengas nada, mi viejo amigo. No me
importa para nada.
—Viejo amigo —repitió Mikah, resoplando suavemente—. Qué divertido. Una vez
pensé que sería posible, que un simple sirviente y una princesa pudieran ser
amigos. Fuiste amable conmigo, mucho más amable que tu padre. Y mucho más
amable que Dastan y Elan combinados. Cuando escuché que los mataste, lo
celebré.
Amara apretó los labios.
— ¿Qué? ¿Crees que todavía es un secreto? —Preguntó Mikah, alzando una
ceja oscura hacia ella.
— No es más que una mentira venenosa —dijo.
— Eres una asesina, al igual que tu padre, y un día responderás por tus crímenes.
Antes de que Amara pudiera decir una palabra, el guardia pateó a Mikah en el
pecho.
Cayó de espaldas, tosiendo y resollando.
—Habla con respecto a la emperatriz, o te cortaré la lengua —gruñó el guardia.
Amara miró al guardia—. Déjanos.
—Él fue irrespetuoso con usted.
—Estoy de acuerdo. Pero eso no es lo que te pedí. Déjame hablar con Mikah en
privado. Ese es una orden.
Con evidente renuencia, los guardias hicieron lo que ella dijo. Cuando se fueron,
cerrando la puerta detrás de ellos, Amara se volvió hacia Mikah otra vez. Se había
sentado, acunando sus costillas heridas con sus delgados brazos.
—Tienes razón —dijo ella—. Maté a mi padre y a mis hermanos. Los maté porque
se interpusieron en el camino del progreso, el progreso que ambos queremos.
—Oh, lo dudo mucho —respondió Mikah.
— Pensé que me caías bien —dijo, y luego se arrepintió, ya que parecía estar
necesitada—. Seré una buena emperatriz, una que antepone las necesidades de
sus súbditos a las suyas, a diferencia de mi padre.
—Tu padre era cruel, odioso, egoísta y vanidoso. Conquistó a otros para
entretenerse.
—Yo no soy así.
Mikah se rio, un sonido oscuro y hueco en su pecho—. ¿A quién estás tratando
de convencer, a mí o a ti misma? Es una pregunta simple, realmente. ¿Seguirás los
pasos de tu padre y seguirás conquistando tierras que no pertenecen a Kraeshia?
Ella frunció el ceño—. Por supuesto. Un día, el mundo pertenecerá a Kraeshia.
Seremos como uno, y mi gobierno será absoluto.
Mikah negó con la cabeza—. No hay necesidad de gobernar el mundo entero.
No es necesario poseer cada arma, cada tesoro, cada pieza de magia que uno
pueda tener. La libertad es lo que cuenta. Libertad para todos, ya sean ricos o
pobres. La libertad de elegir nuestras propias vidas, nuestros propios caminos, sin
un gobernante absoluto diciéndonos lo que podemos y no podemos hacer. Eso es
por lo que lucho.
Amara no entendió. El mundo que él proponía sería uno de caos.
—Hay una diferencia entre los que son débiles y los que son fuertes —comenzó
cuidadosamente—. Los débiles perecen, los fuertes sobreviven, y ellos gobiernan y
toman las decisiones que ayudan a que todo funcione sin problemas. Sé que seré
un buen líder. Mi gente me amará.
—¿Y si no lo hacen? —Replicó—. Si se levantan e intentan cambiar lo que se les
ha impuesto sin opción alguna, ¿los matarás?
Amara se movió incómoda sobre sus pies.
Mikah alzó las cejas. Piensa en esto antes de tu Ascensión, porque es muy
importante.
Amara trató de tragar el nudo en su garganta. Ella necesitaba bloquear lo que él
decía, fingir que no resonaba con ella.
—Déjame preguntarte una cosa, Mikah, —comenzó ella—. Si hubieras tenido
éxito en tu asedio del palacio, si hubieras matado a mi abuela y luego te hubieras
enfrentado conmigo, ¿qué hubieras hecho? ¿Me hubieras dejado vivir?
Su mirada permaneció firme, ardiendo con la inteligencia y la intensidad que la
hacían incapaz de ignorar todo lo que decía como una tontería.
— No, te habría matado —dijo.
Amara se puso rígida ante su franca admisión, sorprendida de que no hubiera
aprovechado la oportunidad para mentir—. Entonces no eres mejor que yo.
—Nunca dije que lo era. Sin embargo, eres demasiado peligrosa en este
momento, demasiado intoxicada por tu propio poder. Pero el poder es como una
alfombra debajo de tus pies: se puede quitar sin previo aviso.
Ella sacudió su cabeza—. Te equivocas.
—Ten cuidado con tu abuela, princesa. Ella tiene sus manos sobre esa alfombra
debajo de ti. Ella siempre lo ha hecho.
—¿Qué quieres decir?
—Ella tiene el control aquí —dijo—. Te consideras tan inteligente como para
haber logrado tanto en tan poco tiempo. Nunca dudes de que todo lo que sucedió,
todo incluyendo tu Ascensión, está de acuerdo con su plan, no con el tuyo.
El corazón de Amara golpeó sus palabras.
—¡Cómo te atreves a hablar de mi abuela! —Dijo entre dientes—. Ella es la única
que alguna vez ha creído en mí.
—Tu abuela solo cree en su propio deseo de poder.
Había sido un error venir aquí. ¿Qué había esperado?
¿Disculpas de alguien que una vez le gustó y en quién confiaba? ¿Qué Mikah
se postrara ante ella y le pidiera perdón?
Mikah pensaba que no era digna de gobernar el imperio. Que ella era tan
defectuosa y miope como lo había sido su padre.
Él estaba equivocado.
—La próxima vez que te vea será en mi Ascensión —dijo amablemente, — donde
serás ejecutado públicamente por tus crímenes—. Todos los asistentes serán
testigos de lo que les sucederá a quienes se opongan al futuro de Kraeshia. Tu
sangre marcará el comienzo de una verdadera revolución. Mi revolución.
CAPÍTULO 19 LUCIA
(PAELSIA)

Traducido por Luneta


Corregido por WinterGirl

Había salido del palacio con nada más que el vestido gris oscuro en la espalda y
una pequeña cartera de céntimos Auranianos. Ella había dejado todo lo demás
atrás, incluidos el orbe del vástago de fuego, tierra y aire que estaban encerrados
en una gran caja de hierro en sus cámaras.
Había viajado lo suficientemente lejos de la Ciudad de Oro como para que la
oleada original de pánico, miedo y confusión se hubiera disipado, y ahora el
pensamiento inteligente regresó.
—Tan descuidada como para dejarlos atrás —se reprendió por lo bajo, sentada
en la parte trasera del carruaje tirado por caballos que había contratado para llevarla
a su destino.
Debería haber mantenido los inapreciables orbes con ella todo el tiempo, como
lo hizo Cleo. La princesa había rechazado la oferta de colocar el cristal color
aguamarina en la caja cerrada con los demás.
Lucia no le había dicho a nadie dónde estaban, no confiaba en nadie con el
secreto.
Rezó para que este viaje no la llevara mucho antes de que pudiera regresar.
Cuando se dio cuenta de que Lyssa había desaparecido, el pánico había
controlado sus pensamientos y acciones.
Desde entonces, se centró en una cosa para ayudar a aliviar su miedo
enloquecedor sobre el secuestro de su hija.
El dios del fuego creía que ella tenía los medios y la magia para encarcelarlo.
Si lastimaba a Lyssa, si tan solo chamuscaba una sola pieza de su pelo suave,
seguramente esperaría que Lucia fuera a los confines de la tierra para acabar con
él en lugar de ayudarlo.
Ella creía que el vástago de fuego mantendría a Lyssa a salvo. La bebé era una
garantía de que él tenía algo que Lucia valoraba por encima de todo.
Se la había llevado a casi una semana de viaje de llegar a Shadowrock, un
pequeño pueblo en el oeste de Paelsia. Era uno de los pocos pueblos en esta área
cerca de las Montañas Prohibidas, y una vez tuvo una aldea vecina a cinco millas
al sur.
Mientras el carruaje de Lucia pasaba junto a los restos desiertos y ennegrecidos
de ese pueblo, ella se asomó por la pequeña ventana e hizo una mueca al verla.
Recordaba claramente los gritos de terror y dolor de aquellos que habían hecho de
este su hogar, aquellos que habían visto ese hogar arder o quemado con él.
Lucia sabía que no podía cambiar el pasado. Pero si ella no aprendía de eso, y
era mejor que siguiera adelante, esa gente había sufrido y muerto en vano.
Mientras Shadowrock se alzaba en la distancia, ella miró la palma de su mano.
El corte que había hecho para extraer suficiente sangre en su intento de convocar
a Kyan le habría tomado un mes para sanar, pero había encontrado suficiente magia
de la tierra dentro de sí misma para ayudar al proceso. Solo quedaba una cicatriz,
aunque en su mejor forma y más poderosa, no habría habido un solo rastro de la
herida.
Las cicatrices eran buenas, pensó. Eran un excelente recordatorio de un pasado
que no debía repetirse.
Lucia adquirió una habitación en la posada donde se había alojado
anteriormente. Tenía camas cómodas y comida decente. Ella descansaría aquí por
la noche antes de continuar hacia las montañas mañana.
Y ahora, supuso, era hora de tratar con él.
Jonas Agallon la había seguido desde la Ciudad de Oro hasta Shadowrock,
caminando a veces, a caballo a otros. Había estado lo suficientemente lejos en la
distancia que probablemente pensó que ella no lo había notado.
Pero lo hizo.
Lucia había elegido no enfrentarlo y, en cambio, le permitió pensar que era tan
sigiloso como una sombra en la noche.
Salió por la puerta trasera de la cocina de la posada para que no la viese por el
frente. Luego, caminó por una estrecha calle lateral para poder acercarse a Jonas
desde atrás.
Estaba de pie en la entrada de la tienda de un zapatero frente a la posada,
apoyado contra una viga de madera con la capucha de su capa azul oscura sobre
la cabeza para ayudar a proteger su identidad.
Pero Lucia había llegado a conocer al ex líder rebelde lo suficiente como para
reconocerlo sin importar el disfraz que usara.
Reconoció las líneas de su cuerpo fuerte que siempre parecía tenso, como un
gato salvaje a punto de saltar sobre su presa. Reconoció la forma en que caminaba
sin vacilar, tomando una dirección y tomándola rápidamente incluso si eso
significaba que se perdía en el proceso.
No es que admitiera algo así, por supuesto.
Ella supo sin siquiera ver su rostro que su boca estaba marcada en una línea
determinada y que sus ojos color canela se veían serios. Siempre fueron tan serios,
incluso cuando bromeaba con sus amigos.
Jonas Agallon había perdido tanto durante el último año, pero no había cambiado
quién era él en lo más profundo. Él era fuerte, amable y valiente. Y ella confiaba en
él, incluso cuando él la seguía secretamente. Sabía sin lugar a dudas que él había
hecho esto en un intento equivocado de protegerla.
Ahora, observándolo desde la distancia de solo seis pasos, sintió la magia que
Jonas tenía dentro de él—una sensación agradable, cálida y hormigueante que
había comenzado a asociar con el rebelde.
Se había sentido mucho más fuerte desde que salió del complejo de Amara, y
tuvo que admitir que le preocupaba que la magia de Jonas se hubiera fortalecido
mientras que la de ella se había debilitado justo cuando más lo necesitaba.
Ella se acercó aún más a él, su mirada permaneció fija en la posada. Lo
suficientemente cerca como para que pudiera oírlo murmurar para sí mismo.
—Bueno, princesa... ¿Cuál es tu plan en esta pequeña aldea ahora que estás
aquí?
—Supongo que simplemente podrías preguntarme —dijo.
Él saltó, luego se giró para mirarla, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
—Tú...—el empezó—. Estás justo aquí frente a mí.
—Lo estoy —dijo ella.
—¿Sabías que ...? —Comenzó.
—¿Que me has estado acechando como un lobo de hielo hambriento por días?
Si lo sabía.
—Bueno, ahí tienes—. Se pasó la mano por su cabello castaño, luego dirigió su
mirada dolorosamente seria hacia ella—. ¿Estás bien?
—¿Qué quieres decir?
—Estabas tan angustiada en el palacio. Con razón, entonces, por supuesto. Y tu
mano...
Lucia le mostró la palma de su mano previamente herida.
—Estoy mejor ahora. Pensando más claramente. Y tengo un plan.
—Quieres hablar con Timotheus.
—Sí, ese es el plan —Sería mucho más fácil continuar sola, sin que nadie le
responda ni se preocupe por ella. Pero si esa hubiera sido su decisión, se habría
enfrentado a Jonas antes y le habría dicho que volviera a Auranos.
—Dime, ¿tienes hambre? —Preguntó ella.
Él frunció el ceño.
—¿Qué?
—Hambre. Hemos estado viajando durante muchas horas hoy, y me has
mantenido a la vista todo ese tiempo. Supongo que estás hambriento.
—Yo... supongo que lo estoy.
—Ven—. Lucia comenzó a caminar hacia la posada—. Te invitaré a cenar.
Jonas no discutió. Él la siguió a la taberna conectada a la posada. Era una
habitación pequeña que contenía una docena de mesas de madera. Solo tres
estaban llenos de clientes. Una mesa contenía un par de soldados Kraeshiano.
—La ocupación continúa, incluso aquí —dijo Jonas en voz baja.
—No me molesta —Lucía lo miró mientras se quitaba la capa y la colocó sobre
el respaldo de su silla. Algo de oro en su cinturón captó las últimas huellas de la luz
del atardecer que entraba por la gran ventana.
—No me digas que volviste a esa posada durante nuestro viaje hasta aquí y
recuperaste esa horrible daga tuya.
La mano de Jonas se disparó al arma envainada, cubriéndola de la vista, sus
cejas se unieron. Luego se sentó, una sonrisa se extendió por sus mejillas.
—Lo adivinaste. Soy un idiota, ¿qué puedo decir?
Ella sacudió su cabeza—. Esa no es la palabra que utilizaría para describirte.
—¿Ah? ¿Y qué palabra usarías?
—Sentimental.
Jonas sostuvo su mirada por un momento.
—Princesa, quería decir que lamento tu pérdida. Cómo me sentía hacia el rey...
ciertamente no disminuye tu pena.
—Mi padre era un hombre cruel, hambriento de poder que lastimó a muchas
personas inocentes. Tienes todo el derecho de haberlo odiado —Lucia parpadeó,
con los ojos secos. Había llorado lágrimas más que suficientes en los últimos días
para darse cuenta de que no eran de ninguna ayuda para ella—. Pero todavía lo
amaba, y aún lo extraño.
Él extendió la mano sobre la mesa y le apretó la mano—. Lo sé. Y sé que te
ayudaré en todo lo que pueda para encontrar a Lyssa.
—Gracias —Lucía frunció el ceño ante su mano en la suya—. Siento tanta magia
en ti, Jonas. Más que nunca antes.
Él liberó su mano de inmediato—. Mis disculpas.
—No, eso no es lo que yo...—. Lucia se detuvo cuando una servicial se acercó a
ellos, una chica con cabello rojo brillante y una sonrisa amplia y amistosa.
Lucia reconoció a esta chica de inmediato y la miró conmocionada—. Hoy
tenemos sopa de papa —dijo la pelirroja—. Y algo de carnes y frutas secas. El
cocinero se disculpa por la falta de variedad en el menú de hoy, pero nuestro envío
de suministros desde Trader's Harbour se ha retrasado.
—¿Mia...? —Preguntó Lucia, su voz cautelosa.
La niña ladeó la cabeza—. Sí, ese es mi nombre. ¿Nos hemos visto antes? —
Oh, definitivamente lo hicieron. Después de la batalla con Kyan cuando su ardiente,
monstruosa forma había sido destruida cerca del misterioso monolito de cristal,
Lucia se había encontrado en el prado cubierto de hierba del Santuario con la
Ciudad de Cristal visible a la distancia.
Una vez que había llegado a la misma ciudad, encontrando la enorme y
resplandeciente metrópolis tan tranquila y vacía como un pueblo fantasma, su
camino se cruzó con un inmortal encantador y servicial que la había llevado a ver a
Timotheus.
—¿No te acuerdas? Preguntó Lucia—. No fue hace tanto tiempo.
—Mis disculpas —dijo Mia—. Por favor no pienses que soy grosera, pero
recientemente he olvidado mucho de mi pasado. He visitado a varios curanderos
que me dicen que la amnesia como esta puede ocurrir por un golpe duro en la
cabeza.
—Amnesia —repitió Lucía, su corazón se aceleraba—. Imposible.
—No imposible —Mia negó con la cabeza—. Espero recuperar mis recuerdos
pronto, pero hasta entonces el dueño de esta posada ha prometido cuidarme.
Jonas se inclinó hacia adelante—. ¿Quién lo ha prometido? —Preguntó.
La mirada de Mia se alejó, frunciendo el ceño.
—Lo recuerdo como si fuera un sueño, de verdad. Incierto y distante. Pero había
una mujer, una hermosa mujer morena. Ella fue muy amable conmigo y me prometió
que todo estaría bien, pero que tenía que confiar en ella.
Lucia escuchó, apenas respirando. La niña no estaba mintiendo; esto es lo que
ella creía.
—¿Confiar en ella con qué?
—No recuerdo —Mia frunció el ceño—. Sé que tenía una pieza de roca negra
afilada y plana — Bajó la mirada hacia su brazo—. Creo que ella me cortó con eso,
pero no me dolió mucho. Y después de eso, me encontré aquí. Ah, y lo más
extraño... su mano... no fue una mano en absoluto. Realmente no puedo
explicarlo—. Ella se encogió de hombros—. Debo haberme golpeado la cabeza muy
fuerte.
Lucia buscó su rostro—. ¿Eso es todo lo que recuerdas?
—Me temo que sí. Entonces, si te he visto antes, por favor, perdóname por no
reconocerte. Espero volver a hacerlo algún día. Ahora, ¿puedo conseguirles algo
de la sopa de papa? Te lo aseguro, es deliciosa.
Lucía quería levantarse, sacudir a Mia y hacer que ella le dijera más, que tratara
de usar su magia para extraer hasta la última parte de la verdad de sus labios.
Nada de esto tiene sentido.
Mia era una inmortal que vivía en el Santuario con el puñado de otros inmortales
aún en existencia. Timotheus había decidido recientemente no dejar que ninguno
de ellos saliera por la puerta de piedra de este mundo, ni siquiera en forma de
halcón, por temor a que Kyan los matara.
¿Cómo pasó esto? ¿Y quién era la mujer de pelo oscuro que le había cortado el
brazo a Mia?
—Sí, la sopa sería adorable —dijo Lucia en su lugar—. Muchísimas gracias —
Mia asintió y se dirigió hacia la cocina.
Lucia se calló, sumida en sus pensamientos sobre lo que podría haberle pasado
a Mia. ¿Le había sucedido a alguien más?
—¿Problemas? —le preguntó Jonas.
—Creo que sí, pero aún no sé lo que significa.
Él la miró, su escrutinio cercano la distrajo de sus pensamientos—. Tu hermano
quiere que vengas a casa. Él está preocupado por ti.
—Estoy segura de que lo está—. Lucia odiaba la idea de que sus decisiones
estuvieran causando aún más dolor a Magnus—. Pero no voy a volver todavía.
Necesito hablar con Timotheus. No puedo creer que me haya abandonado ahora,
en mi mejor momento de necesidad. Él quiere que los vástagos sean encarcelados
tanto como yo. Sin embargo, no he tenido solo sueño en años, y tengo muchas
preguntas para él.
—Él dice que su magia se está desvaneciendo —dijo Jonas—. Que no puede
usarlo todo para visitar los sueños de los mortales.
Lucia tardó un momento en registrar lo que acababa de decir. Sus ojos se
abrieron de par en par.
—¿Cómo sabes eso?
Jonas se puso rígido—. ¿Qué?
—Lo que acabas de decir, que la magia de Timotheus se está desvaneciendo.
¿Cuándo aprendiste esto?
—Él... visitó mi sueño cuando estábamos en el recinto.
—¿Tu sueño? —Una mezcla de ira y fastidio la atravesó—. ¿Por qué visitó tu
sueño y no el mío?
—Créeme, princesa, hubiera preferido que visitara los tuyos. Él es un hombre
muy difícil. Todo lo que dice es como un nuevo acertijo a descifrar. Él...quería que
siguiera vigilándote para mantenerte a salvo. Y a Lyssa también. Él sabía de ella y
de que sobreviviste a su nacimiento. Él dijo que él... confía en mí.
Lucia no podía dejarse distraer por las elecciones de Timotheus. Ella siempre
había tenido un momento difícil con el inmortal; su relación había estado llena de
tensión y desconfianza desde el principio.
Finalmente, ella asintió—. Tiene razón en confiar en ti.
—¿Por qué dices eso?
—Porque eres la persona más confiable que he conocido —dijo con total
sinceridad—. Incluso mi padre y mi hermano me mintieron y me manipularon, pero
tú nunca lo hiciste. Y aprecio eso más de lo que nunca sabrás.
Jonas simplemente la miraba ahora, en silencio, su expresión dolía.
Quizás él no se sentía cómodo con su cumplido. Pero eso no lo hizo menos
sincero.
—Vendrás conmigo —dijo Lucía después de que el silencio cayó entre ellos.
—¿Iré? — Jonas levantó una ceja—. ¿Dónde?
Ella asintió por la ventana—. A las montañas prohibidas. Saldremos al
amanecer.
Jonas miró hacia las escarpadas montañas negras a corta distancia.
—¿Qué hay en las montañas?
—La entrada al Santuario—. Ante su mirada de sorpresa, Lucía le dedicó una
sonrisa—. Me seguiste todo de este camino. ¿Realmente te vas a detener ahora?
CAPÍTULO 20 MAGNUS
(AURANOS)

Traducido por Luneta


Corregido por WinterGirl

Una semana había pasado desde la muerte de su padre.


La ciudad no se había puesto de luto por su rey perdido. De hecho, estaban en
medio de una celebración. Los Auranianos siempre parecían estar celebrando algo.
El último festival había sido llamado el "Día de las Llamas", los ciudadanos
vestían de rojo, anaranjado y en representación de la Diosa del Fuego Mágico
Cleiona.
Este festival fue una celebración de su magia aérea, y supuestamente duró
medio mes.
La mitad de un mes dedicado a un festival llamado "Aliento de Cleiona".
Ridículo, pensó Magnus.
Cleo le había explicado que los ciudadanos de Auranos vendrían de todas partes
a la ciudad del palacio durante este tiempo de celebración para leer su poesía y
cantar canciones en alabanza a la diosa. El aliento que solían hablar y cantar era
su tributo a la magia del aire de Cleiona.
Pero realmente, ella le había explicado, que era simplemente una excusa para
beber grandes cantidades de vino y tener una interacción social bulliciosa que
duraba hasta altas horas de la madrugada.
Mientras se llevaban a cabo tales celebraciones en la ciudad más allá de los
muros del palacio, Magnus se encontraba en el cementerio real, mirando hacia
abajo, hacia el pedazo de tierra que marcaba la tumba temporal del rey. Los restos
del rey eventualmente serían devueltos a Limeros y enterrados junto a la madre de
Magnus.
Hasta entonces, Magnus lo había colocado en la tierra al caer la noche del día
de su muerte, fiel a la tradición de Limeria.
Qué extraño que ahora sintiera una extraña sensación de consuelo al apoyarse
en las mismas tradiciones que había ignorado toda su vida.
Un pequeño poste de granito negro yacía sobre el suelo desnudo, cincelado con
la cresta Limeriana de serpientes entrelazadas.
Había soñado con su padre la noche anterior.
—No pierdas el tiempo por guardarme luto —le había dicho el rey—. Necesitas
concentrarte solo en lo que es importante ahora.
—¿Ah? —Magnus había respondido—. ¿Y qué es eso?
—Poder y fuerza. Cuando se difunda la noticia de mi muerte, habrá muchos que
lucharán para controlar a Mytica. No puedes dejarlos. Mytica es tuya ahora. Eres mi
heredero, eres mi legado. Y debes prometer aplastar a cualquiera que esté en tu
contra.
Poder y fuerza. Dos atributos con los que Magnus siempre había luchado, para
gran decepción de su padre.
Pero haría lo que le sugiriera la versión de ensueño de su padre.
Él pelearía. Y aplastaría a cualquiera que se opusiera a él y quisiera tomar lo
que era suyo.
Comenzando con los vástagos.
Percibió la presencia de Cleo antes de sentir que ella le tocaba ligeramente el
brazo.
—Es tan extraño para mí —le dijo antes de que ella pronunciar una sola palabra.
—¿Qué lo es?
—Odiaba a mi padre con cada fibra de mí ser, sin embargo, todavía siento ésta
increíble... pérdida.
—Te entiendo.
Él rio oscuramente, finalmente mirando a Cleo por el rabillo del ojo.
Hoy llevaba un vestido azul pálido, el corsé adornado con pequeñas flores de
seda. Su cabello caía sobre sus hombros en largas y desordenadas olas doradas.
Una visión de belleza, como siempre.
—No esperaría que lo entendieras —le dijo—. Sé cómo te sentías por él. Lo
odiabas incluso más que yo.
Cleo negó con la cabeza—. No lo odiaste. Lo amabas.
Él la miró sin comprender—. Te equivocas.
—No estoy equivocada —Lanzó una mirada hacia la tumba—. Lo amabas porque
él era tu padre. Debido a sus momentos de amabilidad y guía, incluso en los peores
momentos, incluso cuando apenas era percibe. Lo amabas porque al final
comenzaste a ver un atisbo de la relación fuerte que podría haberse convertido en
una realidad entre ustedes.
Cleo se acercó y tomó sus manos entre las suyas.
— Lo amabas —dijo ella—. Porque comenzaste a tener esperanza.
Magnus volvió su rostro para que Cleo no pudiera ver el dolor sin fondo en sus
ojos—. Si es así, eso fue muy estúpido de mi parte.
Ella colocó sus manos a ambos lados de su rostro y dirigió su mirada hacia la de
ella—. Amar a un padre como Gaius Damora significaba que eras valiente, no
estúpido.
—Espero que tengas razón —Se inclinó para besar su frente. La piel de Cleo
estaba fría contra sus labios. Él colocó su mano en su mejilla—. Estás en aprietos
hoy.
Cleo le sonrió—. Estoy bien.
—Mentiras.
Su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido—. Estoy bien —dijo con más firmeza.
Magnus la miró por un momento en completo silencio.
—Tu cabello, aunque impresionante como siempre, parece que no ha sido
atendido adecuadamente. ¿A tu doncella actual le faltan esas habilidades?
—Nerissa es la mejor cuando se trata de atender a mi cabello, —dijo Cleo,
retorciendo un largo mechón entre sus dedos—. La extraño mucho. Espero que
regrese pronto.
—Hmm.
Antes de que ella tuviera la oportunidad de detenerlo, él pasó su pelo sedoso
sobre su hombro. Ella jadeó y puso su mano sobre su piel expuesta.
Pero ya había visto la dolorosa verdad.
Las líneas azules que habían estado subiendo por su brazo ahora eran visibles
en el lado izquierdo de su garganta.
—¿Cuándo sucedió esto? — Exigió—. ¿Cuándo tuviste otro incidente?
Eso era lo que ellos habían comenzado a llamar "los hechizos de ahogo" que la
atrapaban inesperadamente a cualquier hora.
—Recientemente —Cleo lo fulminó con la mirada, como enfadada porque había
descubierto su secreto.
Él maldijo por lo bajo—. Había contado con que Lucia te ayudara, pero ella no
está en ninguna parte.
—Está buscando a su hija. Esa es su prioridad en este momento, y no la culpo.
Está buscando una solución a todo esto, simplemente no aquí, atrapada dentro de
estas paredes. ¡Viste lo que Kyan le hizo a la niñera!
El recuerdo del cadáver carbonizado le devolvió el olor a carne quemada. La
idea de que su sobrina recién nacida estaba en las garras del fuego de los vástagos
hizo que la sangre de Magnus se hirviera.
Fuerza y poder. Lo único que importaba. Encontraría a Lyssa y a su hermana.
Él tenía que hacerlo.
—Necesito encontrar las respuestas yo mismo —murmuró.
—He estado leyendo —dijo Cleo.
—Los libros no ayudarán.
—No sé sobre eso. El libro correcto, la leyenda correcta... hay tantos en la
biblioteca, y parece que los relatos de lo que sucedió hace mil años varían de
escriba a escriba. Podríamos encontrar las respuestas en uno de estos libros si
seguimos buscando.
Magnus negó con el cabeza, inseguro.
—¿Has aprendido algo tangible de estos libros que has estado leyendo?
—Bueno...—. Ella torció sus manos—. Uno de los libros me recordó al anillo de
Lucia, el anillo que pertenecía a la hechicera original. Controla la magia de Lucia,
evita que la abrume. Iba a preguntarle si podía probarlo para ver qué pasaría ahora
que tengo esta magia dentro de mí, pero se fue antes de que pudiera sugerirlo.
Magnus la miró—. No puedo creer que no lo haya pensado antes.
—Si regresa a tiempo, tal vez...
—No, no es su anillo. Es mío—. Se quitó la piedra de sangre de su dedo, tomó
la mano derecha de Cleo en la suya, y deslizó el anillo en su delgado dedo índice.
Luego la miró a los ojos—. ¿Y bien? ¿Sientes algo?
— Yo... No estoy segura—. Cleo extendió su mano frente a ella, sacudiendo la
cabeza. Entonces su piel se puso pálida como la muerte y comenzó a temblar.
No… duele. ¡Duele! Magnus...
Magia de la muerte. Lucia había sido repelida por la misma magia que ahora
estaba lastimando a Cleo.
En un instante, le quitó el anillo al dedo de Cleo y observó con horror como ella
había tenido otro incidente, ahogándose y jadeando como si se estuviera ahogando
en un océano profundo y negro, y no pudo hacer nada para salvarla. Él la tomó en
sus brazos, frotándola y rezando para que terminara pronto.
Un momento después pasó, y ella se derrumbó en sus brazos.
La magia en este anillo había afectado a Kyan la noche en que Magnus se había
arrastrado de su tumba. Y ahora había demostrado que lastimaba a Cleo.
Era lo último que querría hacer.
—Odio esto —dijo, sus palabras salieron en un suspiro—. Yo quería esta magia.
Lo quería tanto que hubiera dado cualquier cosa por eso. ¡Y ahora la tengo y la odio!
—También la odio —Besó la parte superior de su cabeza, tan cansado de
sentirse impotente y débil a la hora de encontrar una solución que la salvaría de
este destino.
Solo sabía una cosa con absoluta certeza: no la perdería.
Magnus acompañó a Cleo de vuelta a sus aposentos, y cuando estuvo seguro
de que ella se había recuperado y se había dormido pacíficamente, fue en busca
del Príncipe Ashur.
Encontró a los Kraeshiano con Taran Ranus en el patio del palacio.
Taran se había quitado la camisa, y Ashur inspeccionó las líneas blancas que
cubrían todo su brazo y la mitad de su pecho.
Más líneas de las que Cleo tenía.
—¿Qué estás proponiendo? —Preguntó Magnus cuando los alcanzó—. ¿Qué te
cortemos el brazo con la esperanza de retrasar el progreso? Parece demasiado
tarde para eso, pero estoy dispuesto a intentarlo.
Taran lanzó una mirada oscura a Magnus, con círculos igualmente oscuros
debajo de sus ojos—. ¿Crees qué esto es divertido?
—Ni siquiera ligeramente.
—Quiero este veneno fuera de mí, por cualquier medio posible—. Taran se puso
la camisa nuevamente—. Ashur sabe cosas, sabe magia. Pensé que podría ser
capaz de ayudar.
Magnus miró a Ashur—. ¿Y?
Los ojos azul grisáceos del príncipe estaban atormentados por la incertidumbre
y la duda.
—Estoy tratando de encontrar una solución. Pero hasta ahora he fallado.
Magnus ya sabía que la magia aérea de Taran se manifestaba en temibles
momentos de sofocación. Y después de cada incidente, las líneas blancas
continuaron su progresión.
No era necesario ser un experto en magia antigua para decirle que esto era una
señal de que el dios elemental estaba tratando de liberarse y tomar el control del
cuerpo de Taran.
Taran resopló, un sonido sin humor—. Es divertido, realmente —Ashur lo miró.
—¿Qué?
— Mi madre... ella era un Oldling. Sabía todo sobre los vástagos, o al menos las
historias que se habían transmitido de generación en generación. Ella los adoraba.
Mi madre era una bruja tan poderosa como nunca había conocido o escuchado. Es
posible que ella pudiera haberme ayudado ahora.
—¿Y dónde está ella? —Preguntó Ashur.
Taran compartió una mirada con Magnus antes de regresar su mirada a Ashur.
—Ella está muerta.
Magnus sabía que esto era solo una parte de la verdad. Taran había matado a
su propia madre cuando ella intentó sacrificarlo en un ritual mágico de sangre.
Magnus también sabía sin lugar a dudas que la madre de Taran no les habría
sido útil, solo una ayuda para los vástagos, pero decidió no decir esto en voz alta.
—Si tuviera la mitad de los recursos que solía tener —comenzó Ashur,
caminando de un lado a otro en líneas cortas y frustradas a la sombra de un roble
alto—. Podría encontrar una manera de ayudarte. Ayudar a Olivia y Cleo... y Nicolo.
Pero mis manos están atadas. Si vuelvo a mostrar mi cara en Kraeshia, no tengo
dudas de que Amara me hará ejecutar a la vista.
Magnus hizo una mueca ante el nombre.
Se había abstenido de compartir su plan para asesinar a Amara con Ashur. No
estaba seguro de si al príncipe le importaría una cosa o la otra, pero pensó que era
mejor no decir nada por el momento. Se ocuparía de las consecuencias si Félix y
Nerissa tenían éxito.
—¿No estás dispuesto a sacrificar todo para salvar a tu novio? —Preguntó
secamente Magnus—. Supongo que no es amor verdadero después de todo. Si lo
fuera, probablemente hubieras sabido que estaba en la ciudad quemando niñeras y
robando bebés.
Magnus se giró, solo para encontrarse con el puño de Ashur golpeándole en la
cara. Después de que el dolor cegador pasó, agarró al príncipe y lo empujó contra
el grueso tronco del árbol.
Ashur frunció el ceño—. Me pegaste primero. Nos consideraré a mano ahora.
Taran se quedó parado, mirando a los dos tensamente.
Con un gruñido, Magnus lo liberó, limpiándose la mano bajo su nariz
ensangrentada—. Lo interrumpiste demasiado rápido, ¿verdad?
—Lo que siento por Nicolo no es asunto de nadie más que el mío — gruñó Ashur.
Su cabello negro largo hasta los hombros se había soltado de su cinta de cuero, y
le cayó sobre la cara—. Y no tienes idea de lo que estaría dispuesto a hacer para
ayudarlo. Puedes pensar que me has descubierto, Magnus. Pero estás equivocado.
No estoy haciendo nada de esto con la idea de que Nicolo quiera pasar otro día en
mi compañía.
—¿Entonces por qué?
—Porque me siento personalmente responsable de que su vida le haya sido
arrebatada. Si no hubiera sido cómplice de los planes originales de Amara, podría
estar libre de este enredado lío.
—Dudosamente —respondió Magnus—. Es el mejor amigo de Cleo. Él habría
sido parte de esto incluso si nunca hubieras pisado Mytica. No pienses que eres tan
importante.
Sabía que era cruel y casi odioso, pero no pudo evitarlo.
—Nicolo estuvo enamorado de Cleo una vez —dijo Ashur—. Quizás todavía lo
ésta. Sus preferencias románticas no son las mismas que las mías. Puede que
nunca haya un futuro para nosotros. Pero eso no me importa. No estoy haciendo
esto para mi propio beneficio. Lo hago porque quiero que Nicolo viva exactamente
la vida que desea, ya sea que forme parte de ella o no.
Magnus lo estudió por un largo momento, su nariz palpitaba—. Está bien, así que
pruébalo.
—¿Cómo?
—No puedo seguir esperando a que Lucía regrese. Esa bruja, o vigía exiliada de
la que hablaste antes...
—Valia —Ashur dijo el nombre en voz baja como una maldición.
—¿Conoces a alguien así? —Dijo Taran, aturdido.
—¿Alguien que podría ayudarnos?
Magnus asintió—. Vamos a buscarla.
Magnus, Ashur y Taran cabalgaron hacia el pueblo de Viridy inmediatamente,
llegando justo antes de que cayera la noche. Iluminadas por linternas y la luz de la
luna, sus calles empedradas brillaban, dirigiéndose hacia el Sapo Plateado.
La taberna estaba llena de pared a pared con los clientes que celebraban el
festival. Una banda tocó ruidosamente en la esquina mientras una mujer, con una
copa apretada en el puño, anunció que estaba a punto de cantar una canción que
había escrito para la diosa titulada "Her Goldenness".
Magnus deseó rápidamente que el algodón le cayera en los oídos cuando
comenzó a aullar borracha a todo pulmón.
—Me recuerda mi infancia —dijo Taran con una mueca—. Es una de las muchas
razones por las que me fui para unirme a la revolución en Kraeshia.
Magnus vio a Bruno y le hizo señas al anciano para que se acercara a su mesa.
—¡Todos! Bruno agitó sus brazos—. ¡Miren a quién tenemos aquí esta noche!
El Príncipe Magnus y el Príncipe Ashur y su... amigo. No sé quién es él. Levantemos
un vaso para brindar por su buena salud, ¿Debemos?
—Si no lo necesitáramos, lo mataría —dijo Magnus en voz baja, mientras todos
en la taberna chocaban sus bebidas juntas en un brindis borracho, aunque
amistoso.
—Él es ciertamente entusiasta —respondió Ashur.
—Mi padre cortaría las lenguas de la mitad tan entusiasta que como si le
molestaba lo suficiente —dijo.
—No tengo duda al respecto.
Tanto para permanecer lo más incógnito como sea posible—. Magnus escaneó
la zona, preocupado de que pudiera haber guardias Kraeshianos presentes, pero
no vio a nadie con sus uniformes verdes.
—Por cierto, soy Taran —dijo Taran a Bruno.
Bruno apretó la mano extendida de Taran y la sacudió—. Un placer, joven. Un
placer absoluto. Bienvenido al Sapo Plateado.
La banda comenzó de nuevo, ahogando su conversación, y la atención de los
clientes volvió al siguiente voluntario, un hombre que había compuesto un poema
en honor a la belleza de la diosa.
—¿Qué les gustaría beber? —Preguntó Bruno—. La primera ronda es en honor
a tu padre, el Príncipe Magnus—. Escupió a un lado—. No tenía un ápice de respeto
por él, pero es algo horrible que le sucedió a él de todos modos.
—Sus más sentidas condolencias son apreciadas —dijo secamente Magnus.
—No estamos aquí para beber —dijo Ashur—. Estamos aquí por Valia.
Bruno frunció el ceño—. ¿En una noche como esta?
—Sí. Necesitamos su ayuda en el ritual de invocación, a menos que piense que
ella no responderá esta noche. Quizás esté celebrando en otro lugar, en algún lugar
inalcanzable.
—Oh, no es una preocupación. Nunca he sabido que Valia celebre algo.
Bruno se quitó el delantal y lo arrojó sobre una mesa cercana—. Muy bien,
salgamos. Me siento honrado de ayudar en una perspectiva tan emocionante.
Después de desaparecer por unos momentos en otra parte de la taberna, Bruno
regresó con una linterna para iluminar su camino y un trozo de pergamino enrollado
bajo su brazo. Magnus y los demás lo siguieron afuera al aire fresco de la noche.
—¿Qué es eso? —Preguntó Magnus, señalando con la cabeza el pergamino.
—Las instrucciones, su alteza —Bruno se encogió de hombros—. Mi mente tiene
dificultades para recordar esas cosas a mi edad, así que me aseguro de escribir
todo.
Magnus compartió una mirada desconcertada con Ashur.
—Espero que esto no sea una pérdida de nuestro tiempo —dijo Ashur en voz
baja—. De hecho —Magnus lanzó una mirada por encima del hombro a Taran para
ver que las líneas blancas, que ahora se veían en su mano y garganta expuestas,
brillaban suavemente en la oscuridad. Esta visión envió un escalofrío de terror
abrumador a través de él—. No creo que nos quede mucho tiempo que perder —
agregó.
Magnus había dejado a Cleo dormida en el palacio sin decir una palabra sobre
a dónde iba. Si regresaba con buenas noticias, eso era una cosa. Si esto no
terminaba en nada más que desilusión, no tenía por qué saberlo.
Pero si se hubiera unido a ellos, sabía que estaría demasiado distraído para
concentrarse en la tarea que tenía entre manos.
Siguieron a Bruno a una zona boscosa justo a las afueras de las fronteras de la
aldea.
Bruno dejó la linterna sobre un trozo de musgo, luego desenrolló el pergamino y
lo miró a través de sus gafas redondas—. Ah, sí. Recuerdo. Sacrificio de sangre —
Miró a los tres—. ¿Por casualidad tienes una daga sobre ti?
—Por supuesto —Taran sacó su daga de la funda en su cinturón,
presentándosela a Bruno con la empuñadura
—Excelente, sí, muy agudo. Esto funcionará muy bien —Entonces la mirada de
Bruno se movió hacia las marcas brillantes en la garganta de Taran—. Huh. Eso es
muy curioso de hecho. ¿Has estado aventurándote en elementia, joven? ¿O una
bruja te maldijo?
—Algo así —dijo Taran, y luego indicó el pergamino—. ¿Puedo leer esto?
Bruno se lo tendió—. Por supuesto.
Taran miró a Ashur y Magnus—. Mi madre mantuvo notas sobre los hechizos y
sus experiencias con la magia. He leído este tipo de cosas antes.
—¿Parece que va a funcionar? —Preguntó Ashur.
Taran escaneó la página—. Difícil de decir.
—Para el sacrificio de sangre...—. Dijo Bruno, mirando alrededor del área—.
Quizás podamos encontrar algo lento para atrapar. Una tortuga, tal vez.
—Dame eso —Magnus tomó la espada de Bruno y la presionó contra la palma
de su mano izquierda, presionando hacia abajo hasta que sintió un aguijón—. No
es necesario que las tortugas mueran. Podemos usar mi sangre.
Bruno asintió—. Eso debería estar bien.
Magnus extendió su mano y vio su sangre caer al suelo.
—Bien, dijo Taran, asintiendo —De acuerdo con esto, necesitas dibujar un círculo
con ella.
—¿Qué tan grande es el círculo?
—No dice.
A regañadientes, Magnus hizo lo que le indicaron, creando un círculo de solo dos
pies de diámetro—. ¿Ahora qué?
—Diga su nombre — dijo Taran—. Pídale que se una a nosotros... Él hizo una
mueca cuando levantó la vista del pergamino —Y pídalo educadamente.
Magnus soltó un suspiro—. Muy bien. Valia, deseamos que se una a nosotros
aquí y ahora —Él apretó los dientes—. Con su permiso.
—Bien —dijo Bruno, sonriendo—. Ahora esperamos.
—Mi confianza disminuye cada vez más en cada momento que estamos aquí
afuera — dijo Ashur, sacudiendo la cabeza mientras Magnus vendaba la herida en
su mano—. Pero seguiré siendo optimista por más tiempo.
—Mis expectativas son extremadamente bajas —dijo Magnus—. Incluso si
logramos contactar a Valia, no tenemos idea de si puede ayudarnos.
—Supongo —dijo una voz tranquila, fría y femenina—. Podrías empezar
preguntándome amablemente. Valoro los buenos modales, especialmente en
hombres jóvenes.
Magnus se giró lentamente para ver a una hermosa mujer parada detrás de ellos
en las sombras de los árboles. Llevaba una larga capa de seda negra, un color que
combinaba con su largo cabello. Tenía la piel pálida a la luz de la luna, las mejillas
altas, el mentón incisivo. Sus labios estaban manchados de un rojo oscuro.
—Eres Valia —dijo Magnus.
— Lo soy —respondió ella.
—Pruébalo.
—¡Príncipe Magnus! —Dijo Bruno con un grito ahogado—. Debemos hablarle
respetuosamente a Valia.
—¿O qué? —Preguntó, manteniendo su mirada fija en la de la bruja—. ¿Me
convertirá en un sapo?
—No creo que seas un buen sapo —dijo Valia mientras se acercaba, mirándolos
uno por uno.
Ashur inclinó la cabeza—. Nos sentimos honrados por su presencia, mi señora.
—¿Ven? —Valia levantó una ceja hacia Magnus—. Este sabe cómo comportarse
en presencia de un gran poder.
—¿Es eso lo que tienes? ¿Gran poder? —La paciencia de Magnus para una
bruja común, y no tenía razón para creer que ella fuera otra cosa más que eso, se
estaba disipando rápidamente.
—Depende del día, en realidad —dijo—. Y la razón por la que he sido convocada.
—O tal vez simplemente te escondas en las sombras esperando a que Bruno te
traiga víctimas dispuestas— Él se burló de ella—. ¿Estás a punto de pedirnos una
moneda para realizar tu magia? Si es así, puedes ahorrar tu aliento. Guárdalo para
leer poesía o cantar una canción durante el festival.
—Tengo monedas más que suficiente para no tener necesidad de más —Valia
se acercó a Taran, sus delgadas cejas oscuras se juntaron mientras lo estudiaba.
Taran permaneció tan inmóvil como una estatua cuando extendió la mano hacia él
y pasó el dedo por una de sus brillantes líneas blancas.
—Muy interesante —dijo ella.
—¿Sabes qué es esto? —Preguntó.
—Quizás.
—¿Y puedes ayudarme?
—Quizás.
Magnus se rio a carcajadas, dibujando una mirada aguda de la bruja—. Lo
sabes, ¿verdad? ¿Y qué piensas exactamente qué es?
—Este joven está actualmente poseído por el vástago del aire —Valia tomó la
mano derecha de Taran entre las suyas, volteándola para que pudiera ver la marca
mágica de aire espiral en su palma—. Y, sin embargo, él todavía tiene el control de
su cuerpo y mente. Que interesante.
Magnus descubrió que no tenía una respuesta inmediata para eso. Ella estaba
mucho más informada de lo que esperaba.
Él entrecerró los ojos en la oscuridad. Algo parecía extraño sobre la mujer. A
primera vista, parecía hermosa y joven, pero sus facciones eran demasiado
perfectas, su piel era demasiado impecable y perfecta.
Si ella fuera una Vigía exiliada y no solo una bruja común, eso podría explicarlo.
Pero su mano izquierda, no era la mano de un mortal, era el pie con garras de un
halcón.
—Tu mano...—. Dijo, su aliento salió bruscamente al darse cuenta de lo que
estaba mirando.
—¿Mi mano? —Valia extendió sus manos frente a ella—. ¿Ves algo extraño en
ella?
Magnus negó con la cabeza, ahora solo veía dos manos gráciles con uñas cortas
y perfectamente cuidadas.
—Nada —dijo, frunciendo el ceño profundamente—. Mis disculpas.
Valia se acercó a él, tomó la mano de Magnus y desenrolló el pañuelo que había
envuelto en su sangrienta herida.
—Déjame ayudarte con eso —Ella presionó su palma contra la suya. Una luz
brillante apareció, y un dolor repentino le cortó la piel. Quería alejarse, pero se obligó
a permanecer quieto. Cuando ella retiró su mano, su herida se había curado.
—Está bien —dijo, esforzándose por mantener su tono firme y controlado. Ella
tenía suficiente magia de la tierra dentro de ella para poder sanar al igual que Lucia.
—Eres real.
Valia no respondió. Ella tomó su mano en la suya otra vez—. ¿De dónde sacaste
esto? —Preguntó ella, tocando el anillo de oro en su dedo.
Magnus retiró la mano—. Fue un regalo de mi padre.
—Un regalo muy valioso —dijo, levantando la mirada para encontrarse con la
suya—. Muchos matarían por un anillo como este. Muchos lo han hecho.
—Sabes qué es esto, — susurró.
—Lo sé.
—¿Qué?
—Peligroso respondió ella—. Tan peligroso como el que lo creó con su magia
de la muerte y su nigromancia hace mil años.
Descubrió que no podía hablar por un momento. El silencio se extendió entre
ellos hasta que encontró su voz nuevamente.
—¿Cuántos años tienes, Valia? —Preguntó Magnus. Bruno había dicho que no
la había visto en tres décadas, sin embargo, ella parecía que solo era un puñado de
años mayor que Ashur.
Ella sonrió, sus ojos verdes brillaban con diversión—. Esa no es una pregunta
que un caballero debería hacerle a una dama.
—No soy un caballero.
—Cuida ese anillo, Príncipe Magnus. No quisiera que alguien se lo robe,
¿verdad? —Valia se volvió hacia Taran otra vez, su mirada moviéndose sobre las
líneas blancas en su garganta y su mano—. Entonces, quieres mi ayuda. ¿Y crees
que voluntariamente me involucraría con esto?
—Si puede ayudar de alguna manera —dijo Taran—. Espero que lo haga. Y no
solo soy yo, también es la Princesa Cleiona. Ella está en problemas... ambos lo
estamos.
— Y necesitas ayudar a los otros dos —Ashur le dijo a Valia—. Un joven llamado
Nicolo y una inmortal llamada Olivia. Sin embargo, no son tan afortunados como
Taran y Cleiona por tener todavía algún tipo de control.
—Él tenía razón dijo Valia en voz baja—. Estamos cerca ahora. Demasiado
cerca.
—¿Quién tenía razón? —Preguntó Magnus.
—Un amigo mío al que le gusta dar consejos y pedir favores difíciles y que
consumen mucho tiempo —Ella recorrió con la mirada a los cuatro—. Bruno, fue
encantador verte de nuevo.
Bruno se inclinó profundamente—. Y usted también. Una visión de belleza, como
siempre.
Valia asintió—. Llévame a la otra... a esa princesa Cleiona. Quiero verla.
—Y... ¿entonces? —Magnus preguntó, su voz apretada.
Ella se encontró con su mirada directamente—. Entonces determinaré si hay
algo que pueda hacer para ayudarte o si ya es demasiado tarde para eso.
CAPÍTULO 21 CLEO
AURANOS

Traducido por Blackbeak


Corregido por WinterGirl

Cleo se despertó en una cama larga y emplumada en forma de canoa y buscó a su


esposo adormecida.
Pero no había nadie allí.
Se apoyó sobre su codo para ver la seda de las sabanas en el otro lado de la
cama no mostraban señales de arrugas.
Magnus no había regresado la noche pasada.
Cuando lo había buscado la noche anterior, ella se había enterado que no era el
único que no estaba en el palacio sin ninguna explicación–––también lo estaban el
Príncipe Ashur y Taran.
Ella no estaba segura si debería estar preocupada o enojada.
Y mientras pensaba en ello, su doncella llegó, una joven chica Auraniana que era
atenta y generosa. Su sonrisa se mantuvo incluso cuando notó la telaraña de líneas
azules que ahora cubrían toda la mano derecha de Cleo y su brazo.
Anya no hizo preguntas, pero hizo conversación amable mientras ayudaba a Cleo
a vestirse en un simple, pero precioso vestido de color rosa pálido con lazos dorados
en la cintura.
Era uno de los vestidos que Cleo había modificado con el modista del palacio
para incluir un bolsillo para su orbe aguamarina.
––¿Has visto al Príncipe Magnus esta mañana? ––preguntó Cleo.
––No, mi señora ––respondió Anya mientras pasaba gentilmente un cepillo por
el enredado, largo cabello de Cleo.
––¿Y tampoco la noche pasada?
––Me temo que no. Posiblemente, el este disfrutando el festival como los demás.
––En verdad lo dudo ––murmuró ella––. Está tramando algo.
––Tal vez le está consiguiendo un regalo.
––Tal vez ––permitió Cleo, aunque estaba segura que ese no era el caso.
Si Magnus estaba con Taran y Ashur, ella dudaba que fuera para hacer algo tan
frívolo. Habría sido lindo que la mantuviera informada de sus planes.
Está tratando de protegerte, pensó.
––No soy una niña de mente pequeña que necesitan que la alejen de colinas
empinadas ––murmuró.
Anya aclaró su garganta nerviosamente, su sonrisa manteniéndose siempre en
su bonita cara.
––Claro que no lo eres, princesa.
Cómo añoraba Cleo la compañía de Nerissa de nuevo. Necesitaba la guía de su
amiga y su manera directa de mirar al mundo, especialmente cuando parecía que
todo se iba a caer en pedazos.
Nerissa le decía que ella solo iría a un viaje importante con Félix y que regresaría
lo más pronto posible. Cuando Cleo la había presionado por más información,
Nerissa solo había negado con la cabeza.
––Por favor confía en que haré algo que necesito hacer ––le dijo.
Cleo confió en Nerissa porque Nerissa se había ganado de más su confianza en
el pasado.
Aun así, parecía como si todos la habían dejado sola con sus pensamientos, sus
preocupaciones, sus miedos.
––Escuché la canción más hermosa anoche en la Bestia ––dijo Anya mientras
ataba hacia atrás el cabello de Cleo del lado izquierdo de su cara.
Cleo había pedido que se quedara suelto en la derecha para esconder las líneas.
La Bestia era una taberna popular en la ciudad, frecuentada tanto por nobles
como sirvientes.
––¿Lo hiciste? ––le preguntó ausente––. ¿Sobre qué era?
––Era sobre batalla final de la diosa Cleiona contra Valoria ––dijo Anya. Y que
no era sobre venganza o ira, pero dolorosamente necesaria. Que, en el fondo de
sus corazones, se amaban como hermanas.
––Que canción tan trágica ––dijo Cleo––. Y tan fantástica. No he leído nada sobre
ellas que me llevara a creer que su batalla no era más que dos enemigos que al fin
habían declarado guerra el uno al otro.
––Tal vez. Pero era muy hermosa.
––Muy linda, justo como tú, querida. Un recipiente tan lindo–––puedo ver porque
peleas tanto por conservarlo.
La respiración de Cleo se detuvo mientras miraba su reflejo, Anya atendía a su
cabello.
¿Quién dijo eso?
––Debes rendirte a las olas ––continuo la voz. Cleo no podía decir si era
masculina o femenina; podía fácilmente ser cualquiera––. Déjame tomarte. No te
resistas. Resistirse es lo que hace que duela más.
El Vástago de agua.
Los dedos de Cleo volaron a su garganta, a las líneas que habían subido más
que ayer.
––Déjame ––le dijo de repente a Anya, mucho más brusco de lo que pretendía.
Anya no discutió, no dijo que no había terminado con el cabello de Cleo todavía,
simplemente hizo una reverencia y dejo la habitación sin decir una palabra.
––Necesito que me dejes también ––dijo Cleo, mirando ferozmente a sus ojos
reflejados––. Inmediatamente.
––Eso no va a pasar ––respondió la voz––. Te he elegido, voy a conservarte. Es
tan simple como eso.
––No hay nada simple sobre esto.
––El hecho de que soy capaz de comunicarme contigo ahora significa que estoy
cerca de tomar control completo. Nunca he tenido una forma mortal antes. Creo que
sería increíble al fin vivir en ese plano de existencia. Ver todo lo que el mundo tiene
para ofrecer, para probar, oler, tocar. Es algo que se me ha negado por demasiado
tiempo. ¿No me ayudaras?
––¿Ayudarte? ––Cleo negó con la cabeza, su corazón latiendo fuerte en su
pecho–– ¿Ayudarte a matarme?
––La vida de un mortal es fugaz. Setenta, ochenta años, si tienen suerte. Yo seré
eterno ––mientras Cleo miraba su reflejo, sus ojos comenzaron a brillar con una luz
azul de otro mundo––. Debes ir a Kyan. Él te ayudará a hacer esta transición lo más
indoloramente posible. Mi hermano no tiene mucha paciencia, y su ira será rápida
e impredecible, así que te estarías haciendo un gran favor, conjunto con tantos otros
que pueden ser lastimados, al hacer lo que te digo.
Cleo se inclinó hacia delante, estudiando su ahora extraña y extranjera mirada.
Era como ver a otra persona completamente diferente.
––Nunca ––gruñó––. ¡Peleare contra ti hasta mi último aliento!
Ella tomó un cepillo de mango de plata que Anya había dejado y lo tiró contra el
espejo, rompiendo el vidrio al contacto.
El Vástago de agua no dijo nada más.
Cleo salió corriendo de sus habitaciones, sabiendo que si se quedaba por un
momento más sola se volvería loca.
Chocó contra algo sólido y cálido. Y muy alto.
––Cleo… ––Magnus tomó sus hombros gentilmente––. ¿Qué ha pasado? ¿Otro
hechizo de ahogamiento?
––No ––se las arregló para decir, exhausta. Lo preocuparía mucho si le dijera lo
que había pasado. No estaba lista para eso, todavía no––. Yo… yo quería irme.
Quería encontrarte. ¿Dónde has estado? ¿Estabas con Ashur y Taran?
Asintió, su expresión acida.
––Quiero que vengas conmigo.
El pánico tomó su corazón. ¿Le habría pasado algo terrible a Taran? ¿El Vástago
del aire lo habría tomado por completo?
––¿Qué ha pasado?
––Hay alguien que quiero que conozcas.
Tomo su mano en la de él y la guio fuera de la habitación y por los pasillos del
palacio hacia la habitación del trono.
––¿Quién?
––Alguien que de verdad espero que tenga el poder de ayudarte.
La luz de la tarde entraba en la habitación del trono por las manchadas ventanas
de cristal y rebotaba contra las venas de oro en las columnas de mármol,
haciéndolas brillar.
Ashur esperaba allí con Taran.
El “alguien” que Magnus mencionaba estaba parado entre ellos. Una mujer
hermosa que usaba un pigmento de cerezas en sus labios y mejillas, incluso aunque
no necesitara esas mejoras. Cleo se preguntaba por qué se molestaba.
––Princesa Cleiona Aurora Bellos ––dijo Magnus en una introducción formal––
esta es… Valia.
––¿Solo Valia? ––preguntó Cleo.
––Si ––dijo Valia simplemente, su mirada verde concentrada intensamente en
Cleo como si estuviera evaluando su valor––. Así que esta es la chica con el nombre
de una diosa, ¿no?
Cleo no respondió la pregunta.
––Me han dicho que puedes ayudarnos ––dijo en vez.
Valia alzó una ceja.
––¿Puedo preguntar algo por pura curiosidad, su majestad?
––Prosigue.
––No has tomado el apellido de tu esposo como propio. ¿Por qué es eso? ––al
ver la mirada de sorpresa de Cleo, Valia temperó su pregunta con una sonrisa––
Me parece interesante.
No era la primera vez que le preguntaban eso a Cleo en sus viajes por Mytica.
Usualmente un noble hacia la pregunta, mirándolas sobre su cáliz o su plato de
cena.
––Soy la última de la línea Bellos ––dijo Cleo simplemente––. Sentí que era
respetuoso para los que han venido antes de mí que no he dejado que se
desvanezca en la nada.
––Qué curioso ––Valia miró a Magnus––. ¿Y tú has permitido eso?
La atención de Magnus se quedó en Cleo, su mano presionada en su espalda
baja.
––Cleo hace sus propias decisiones. Siempre lo ha hecho.
Una excelente respuesta, pensó Cleo.
––Es un buen nombre, Bellos ––dijo Valia––. Conocía a tu padre bastante bien.
Cleo le dio una mirada de shock.
––¿Lo conocías?
Valia asintió, luego regresó a caminar hacia el estrado de mármol.
––Lo conocí justo aquí, en este mismo lugar, en muchas ocasiones.
Cleo luchaba por una respuesta a esta información inesperada.
––¿Con que razón?
––Él tenía un sueño de que este palacio estaba bajo ataque. No creía en la
magia, no como lo hacía tu madre, pero después de la muerte de la Reina Elena él
tuvo que considerar muchas opciones que fortalecerían su reinado y estaba
dispuesto a abrir su mente a más posibilidades que lo pudieran ayudar ella tomó
las escaleras hacia la cima del estrado y descansó su mano en la espalda del trono
dorado, mirando hacia abajo como si el Rey Corvin estuviera sentado allí mientras
hablaban––. Me convenció de ayudarlo. Use mi magia para poner una protección
en las puertas del palacio, para ayudar a mantener a todos dentro de el a salvo.
Creo que hizo esto para protegerlas a ti y a tu hermana, su excelencia.
Cleo recordaba las barreras mágicas que estaban en las puertas. Era magia que
Lucia había roto con su propia elementia, causando una explosión cerca del final de
la sangrienta batalla que había costado cientos de vidas.
––Imposible ––dijo Magnus, negando la cabeza––. Mi padre encontró a la bruja
que puso ese hechizo. Cuando ella resultó no ser de ayuda para él, la… dudó––.
Él la despidió.
––En realidad, el Rey Gaius la mató ––lo corrigió Valia––. O, al menos, el mato
a la mujer que pensaba que era responsable. Y luego envió su cabeza al Rey Corvin
en una caja. Pero tu padre estaba equivocado. Su víctima sí que era una bruja, pero
no era la correcta.
Cleo escuchaba todo esto, su cabeza dando vueltas.
––Si todo esto es verdad, ¿no ayudaste a mi padre cuando más lo necesitaba?
Si eres tan poderosa que puedes hacer un hecho de protección como ese, ¿Por qué
no lo ayudaste cuando el palacio fue atacado, cuando estaba muriendo en mis
brazos?
Valia no habló por un momento. Cleo busco cualquier señal de arrepentimiento o
duda en sus ojos, pero no encontró nada más que dureza.
––Porque ese era su destino ––dijo Valia finalmente, luego miro hacia abajo hacia
la mano marcada de Cleo––. Y tal vez tu destino ya está decidido también.
Cleo quería resistirse. Quería golpetear su pie y demandar que esta bruja fuera
sacada del castillo para siempre, pero se tomó un momento para calmarse.
Cada vez que pensaba en la voz del Vástago de agua en su cabeza–––
agradecidamente silenciosa en ese momento–––un escalofrió mortal se esparcía
por su piel.
No dejaría que la asustara algo que todavía no pasaba.
Ella todavía tenía el control. Y pelearía hasta el final.
––Muy bien ––dijo Cleo, levantando la barbilla––. El pasado ha terminado y no
podemos cambiarlo. ¿Qué puedes hacer por nosotros, en este momento?
––Es una excelente pregunta, su excelencia. Déjame ver las marcas de cerca.
Valia bajó de la plataforma y alcanzó la mano de Cleo. Cleo la dejó hacerlo, solo
porque no quería empujar mucho a alguien que podría tener el poder de ayudarla.
Valia inspeccionó las líneas que se esparcían desde el símbolo de agua en su
palma izquierda, luego apartó el cabello en el lado izquierdo de su cuello para ver
donde terminaban.
––¿Cubren todo el brazo? ––preguntó.
Cleo asintió tensa.
––Las marcas de Taran han avanzado mucho más.
Taran se quedó en silencio, parándose con la espalda recta y los hombros
cuadrados como un soldado entrenado.
Ashur miraba a Cleo y Valia, atento a cada palabra que decía la bruja.
––¿Cuál es tu veredicto? ––preguntó Ashur––. ¿Puedes ayudarlos?
Valia alcanzó bajo las capas de sus camisas negras y sacó una pequeña daga
negra que se veía como si hubiera sido fabricada del mismo material que el Vástago
de tierra. Obsidiana.
––¿Qué piensas hacer con eso? ––preguntó Magnus.
––Necesito sacar sangre ––dijo Valia.
––No cortarás a Cleo con esa arma ––le gruñó.
––Debo hacerlo ––replicó Valia––. La sangre de la princesa me dará más
información sobre cuánto puedo ayudarla.
––Necesitamos a Lucía ––le dijo Cleo a Magnus.
––Estoy de acuerdo ––le dijo, su expresión tensa––. Pero Lucía no está aquí, y
no tenemos manera de saber cuándo o si va a regresar.
––Lucia ––repitió Valia––. Princesa Lucía Damora, la hechicera profetizada. Sí,
ella sería muy útil, ¿verdad? Me encantaría conocerla en persona. Las historias que
he escuchado, especialmente de sus viajes en los últimos meses, son muy
interesantes.
A Cleo no le gustaba esta mujer. No le gustaba como se veía, como se paraba,
como hablaba. No le gustaba que Valia había conocido a su padre y le había dado
la espalda cuando lo podría haber ayudado durante la desgraciada batalla, aun así,
parecía no tener un sentido de responsabilidad o arrepentimiento por su muerte.
El comportamiento de Valia tenía arrogancia, una confianza maliciosa que Cleo
encontraba repelente.
Pero Magnus tenía razón. Lucía no estaba allí. Así que tendría que tragarse su
orgullo y esperar que esta bruja los ayudara.
––Iré primero ––dijo Taran, moviéndose hacia delante para pararse entre Cleo y
la bruja. Se alzó la manga de su le ofreció su brazo derecho a ella––. Córtame si lo
necesitas.
––¿Dónde está el orbe de piedra de luna? ––preguntó Valia–– Creo que ayudaría
mucho.
Magnus y Cleo compartieron una mirada de preocupación. Esta bruja sabía
mucho sobre los Vástagos, mucho más que los demás.
––No lo tengo ––dijo Taran––. Se lo di a la Princesa Lucía cuando lo pidió. Solo
ella sabe dónde está ahora.
––Ya veo ––Valia miró a Cleo––. ¿Y la aguamarina?
––Lo mismo ––mintió Cleo––. Lucia tiene los cuatro.
Su orbe de cristal estaba donde siempre había estado: en el bolsillo de su vestido,
envuelto a una bolsa de terciopelo para que Cleo no tuviera que tocarlo físicamente.
––Muy bien. Trataremos de hacerlo sin ellos.
Valia asintió y, con Cleo, Magnus y Ashur mirando, pasó la punta de su hoja
contra la piel marcada de Taran. No era un corte recto; ella retorció y volteo la hoja,
como si dibujara símbolos específicos en su piel.
Taran no hizo muecas mientras su sangre brotaba a la superficie.
Valia presionó la mano contra su brazo y miró hacia la sangre de su mano.
––Haz hecho algunas decisiones en tu vida, decisiones que te han causado gran
dolor ––dijo ella––. Lo que le hiciste a tu madre te persigue hasta este mismo día.
––¿Qué es esto? ––gruñó Taran––. No estoy buscando que me digan mi fortuna.
––Tu sangre es la esencia de lo que eres. Contiene tu pasado, presente y futuro.
Esto no es una simple lectura de fortuna, joven ––Valia volvió a mirar a la resbalosa
sangre en su mano––. Puedo ver los celos que le tienes a tu hermano: el que se
comporta bien, el que sigue las reglas. Cuando supiste de su asesinato, tu
necesidad de venganza no salió solo del amor de un hermano, sino de tu
culpabilidad de darle la espalda para buscar tu destino lejos. ¿Verdad?
El rostro de Taran había palidecido, haciendo que los círculos bajo sus árboles
se hicieran más oscuros.
––Verdad.
Magnus aclaró su garganta.
––Avancemos con esto, ¿está bien? No necesitamos ver el pasado.
––¿Escuchas la voz en tu interior? ––le pregunto Valia a Taran, ignorando al
príncipe––. ¿La que te dice que dejes ir tu control?
Un escalofrió escaló la columna de Cleo.
––Si ––dijo Taran, asintiendo con un movimiento de su cabeza––. La escucho
incluso ahora. Quiere que vaya a Kyan. Me dice que me guiará allí si la dejo. Pero
no quiero. Prefiero morir antes que dejar al demonio en mi interior tomar mi cuerpo
y mi vida. Quiero…
El comenzó a temblar y sus manos volaron a su garganta mientras luchaba por
respirar.
––Se está sofocando ––dijo Ashur––. Detén esto, Valia. ¡Lo que sea que le estás
haciendo, detenlo ahora!
––No le estoy haciendo nada a él ––dijo Valia, negando con la cabeza–. Veo
ahora que no puedo hacer nada. Es demasiado tarde para el–––demasiado tarde
para cualquiera de ellos.
––Fuera ––gruñó Magnus––. Haz hecho demasiado. Solo vete y no vuelvas.
––Creo que puedo ayudar en otras maneras ––respondió Valia calmada.
––¡No queremos tu ayuda! ¡Vete ahora!
Cleo tomó el rostro de Taran. Estaba comenzando a tomar un escalofriante tono
azul. Brillantes líneas de blanco se esparcían por su mandíbula y subiendo por sus
mejillas.
––Mírame ––le dijo frenéticamente––. ¡Por favor, mírame! Está bien. Solo trata
de respirar.
Taran la miró, sus ojos cafés llenos de dolor y miedo justo antes de que se
pusieran en blanco y él se deslizara de su agarre. Ashur estaba ahí para atraparlo
antes de que golpeara el suelo de mármol. Puso dos dedos en el pulso de Taran en
la garganta y sostuvo su mano bajo su nariz.
––Esta inconsciente pero aún respira ––dijo Ashur.
––Esa bruja hizo esto.
Cleo miró alrededor para ver que Valia había desaparecido de la habitación del
trono. Era un alivio ver que no estaba. Y era un mayor alivio que Taran todavía
estuviera vivo.
Luego se concentró en Magnus.
––Debiste decirme dónde ibas la noche pasada ––le dijo––. Todo esto se podría
haber evitado.
Sus labios se adelgazaron.
––Estaba tratando de protegerte.
––¿Crees que me puedes proteger de esto? ––Ella tiró su cabello desde el lado
izquierdo de su garganta––. No puedes. Como Valia dijo, ya es tarde.
––No es tarde. Me rehúso a creer eso.
No quería pelear con él, no quería decir nada de lo que se arrepintiera después.
––Ashur, por favor cuida de Taran. Yo… yo necesito dejar este palacio, aclarar
mi cabeza. Me llevaré a Enzo para protección.
––¿A dónde vas? ––preguntó Magnus mientras ella se movía hacia la salida.
No estaba segura.
Algún lugar que no fuera allí. Un lugar donde pudiera pensar en momentos más
felices, tiempos lejanos y casi olvidados.
Un lugar donde pudiera ganas fuerza y concentración.
––Al festival ––dijo.
CAPÍTULO 22 MAGNUS
AURANOS

Traducido por Blackbeak


Corregido por WinterGirl

Obviamente, Magnus inmediatamente la siguió.


Vigiló a Cleo y Enzo desde debajo de la capucha negra de su capa, lo que ayudó
a esconder su identidad de ojos curiosos, por el laberinto de calles llenas de
ciudadanos en medio de su celebración. En el brillante sol de la media tarde, las
chillonas, coloridas pancartas del festival y las pinturas temporales chapoteaban en
las paredes de los edificios donde eran imposibles de ignorar.
La Cleiona original debió disfrutar cada parte de su estilo de vida hedonista casi
tanto como sus actuales habitantes, pensó Magnus. Se decía que Valoria tenía un
comportamiento más calmado. Ella valoraba el silencio más que las revueltas,
calma y pensamiento sobre borracheras y una vida disipada.
Esto le daba a los Limerianos, como un todo, un sentido de superioridad sobre
sus vecinos del sur.
Pero Magnus sabía que no todos eran tan devotos como la ley lo decretaba.
Había encontrado una taberna Limeriana que secretamente servía vino a aquellos
que lo pedían, y era seguro que era más de uno. Además, una gran parte del oro
que su padre había obtenido, al menos hasta que la costosa guerra contra Auranos
lo hubiera dejado sin acceso a su fortuna, venía de multas contra aquellos que no
observaban los dos días de silencio a la semana.
Francamente, Magnus no podía recordar la última vez que se había observado a
sí mismo.
Miraba a Cleo y Enzo pasar tienda tras tienda: panaderos y joyeros, sastres y
zapateros. Cleo no se había disfrazado de ninguna manera, además de un par de
guantes de seda blancos para cubrir las marcas de su Vástago de agua. Saludaba
a cualquiera que se acercara con una sonrisa cálida, dejándolos inclinarse o hacerle
reverencias antes de que tomara sus manos en las de ella y les dijera algo lo
suficientemente amable para hacerlos brillar de felicidad.
La gente Auraniana amaba a su princesa dorada.
Ella se merece su amor, pensó Magnus, su garganta apretada.
Después de que pasara un tiempo y Cleo hablara con docenas de personas,
Magnus la miró señalar un edifico especifico a Enzo. Enzo negó con la cabeza, pero
Cleo persistió. Finalmente, el asintió, y el par desapareció dentro.
Magnus miró la pancarta.
La Bestia.
No la había reconocido en la brillante luz del día, pero conocía muy bien la
taberna. Decidió que era mejor permanecer fuera, donde no sería reconocido y
podía verlos desde lejos.
Un constante flujo de patrones entraba sobrio y salían ebrios y cantando con
todos sus pulmones, pero Cleo y Enzo no salían. La impaciencia de Magnus creció
mientras la tarde pasaba.
Y la preocupación se acentuaba.
¿Qué les podría tomar tanto?
Cruzó la calle hacia la taberna y se abrió paso en la entrada. Dentro de la Bestia,
podía ser cualquier hora del día o la noche. No había ventanas que dejaran entrar
la luz, así que las paredes estaban dotadas de linternas y un candelabro repleto de
velas colgaba del techo.
La habitación estaba llena, cada mesa al tope de su capacidad. Magnus apenas
podía escucharse a sí mismo pensar sobre todo de conversaciones que se
mezclaba con música.
El lugar olía a cigarrillo, alientos de alcohol y miles de cuerpos que no se habían
bañado hoy.
Se preguntaba con consternación si la taberna siempre había sido así o si el
simplemente había estado demasiado borracho para darse cuenta en sus anteriores
visitas.
Cleo no estaba a la vista, así que Magnus apretó su hábito más cerca de su rostro
y empujo por la masa de cuerpos sudados que bailaban al ritmo de un violín sobre
el suelo cubierto de polvo. Sonrió mientras una pareja con poca ropa, besándose
apasionadamente, se cruzaba en su camino, regando vino de sus cálices sobre sus
botas de cuero.
¿Desearía Cleo pasar más de un latido en este lugar?
Un hombre con barba se tropezó con sus propios pies y aterrizó con fuerza sobre
Magnus. Luego, riendo, se levantó inmediatamente y siguió con su camino.
Paganos Auranianos, pensó.
El violinista terminó su canción a los gritos de apreciación de la multitud borracha.
Se levantó y hablo con fuerza para que lo escucharan sobre el bullicio:
––¡Tenemos a alguien que desea hacer un brindis para todos! ¡Silencio por favor,
déjenlo hablar!
La habitación se silenció y Magnus vio un flash de un uniforme rojo de guardián
con el rabilo del ojo. Se giró lentamente mientras Enzo, con una grande jarra de
cerveza en su mano, se subía en una larga mesa de madera.
––No sé si quiero hacer esto ––dijo Enzo tentativamente––. Creo que he bebido
demasiado hoy.
La multitud rio como si fuera la broma más graciosa que habían escuchado.
––¡Está bien! ––le dijo el violinista–– ¡Todos lo hemos hecho! ¡Habla desde tu
corazón en honor a la diosa y su mágico aliento dulce! ¡Haz tu brindis!
Enzo no dijo nada por un momento, y luego la multitud comenzó a murmurar entre
ellos mientras el silencio se hacía más incómodo.
Luego levantó su jarra alto en el aire.
––A Nerissa Florens, la chica que amo.
La multitud aplaudió y bebió, aunque Enzo no había terminado.
––¡La chica que amo ––dijo de nuevo––, que nunca me amara! ¡La chica que se
llevó mi corazón, lo cortó en pedacitos y luego los tiró en el Mar de Plata mientras
navegaba con otro hombre! ¡Un hombre con un solo ojo, debo añadir, cuando yo
tengo dos ojos perfectos! “Es mi deber”, me dijo. ¡Su deber!
Magnus miró al guardia. Sabía que Enzo era leal, muy callado y muy sumiso–––
hasta ahora.
Enzo continuó.
––Si alguno de ustedes conoce a un Félix Gaebras, estoy seguro que mucho lo
conocen, no es de confianza.
En verdad debía terminar ahora, pensó Magnus.
Enzo zapateó, enviando varios platos delgados volando de la superficie de la
mesa.
––¡Nerissa no valora el compromiso, dice! Esto me lo dijo varias veces, pero
¿Qué debo creer? ¿Qué sus intenciones solo eran temporales? ¿Qué sus besos no
tenían sentido? ––su voz se rompió––. ¿No sabe ella que mi corazón está
destrozado por su ausencia?
La mirada de Magnus se movió por la multitud mientras Cleo, su cabello dorado
detrás de ella, se apresuraba hacia Enzo.
––Por favor baja de allí, Enzo ––imploró Cleo.
Verla liberó algo de la tensión en el pecho de Magnus.
––¡La princesa dorada también quiere hacer un brindis! ––anunció el violinista.
Cleo sacudió las manos.
––No, no quiero. Solo quiero recuperar a mi amigo antes de que diga algo de que
se arrepentirá profundamente.
––Si me lo preguntas ––dijo Enzo ruidosamente, ignorando completamente a la
princesa––. Yo creo que había algo curioso pasando entre Nerissa y la emperatriz.
Sí, me escucharon bien. Algo más que una sirvienta y una reina ––bebido
profundamente de su jaba antes de alzarla de nuevo––. Ya saben lo que dicen de
los Kraeshianos.
––¿Qué? ––Pregunto alguien–– ¿Qué dicen de los Kraeshianos?
––Que el único lecho frío para un Kraeshiano es su lecho de muerte ––los
hombros de Enzo cayeron, como si hubieran agotado su poca energía––. Mi gratitud
a todos por unírseme en este brindis.
La multitud quedó en silencio por un momento antes de que aplaudieran de
nuevo, y luego el violinista comenzó su siguiente canción.
Magnus se acercó a Cleo mientras ayudaba a Enzo a bajar de la mesa.
––Eso fue… fascinante ––le dijo, ya sin intenciones de esconder su presencia.
Cleo se dio la vuelta para enfrentarlo.
––¡Nos seguiste!
––Lo hice. Si no lo hubiera hecho no habría escuchado este chisme tan intrigante
sobre tu sirvienta favorita.
––Enzo está borracho ––explicó Cleo––. No sabe lo que dice.
Magnus miró al guardia.
––Veo que la princesa se las ha arreglado para corromperte hacia sus maneras
Auranianas en un corto tiempo.
Enzo se apoyó pesadamente contra una pared cercana.
––Su alteza, no pienso…
––Obviamente hubo una profunda falta de pensamiento aquí. Tu único trabajo es
mantener a Cleo a salvo, no lamentarte ebria y públicamente por su amor perdido.
Enzo abrió la boca para hablar, tal vez protestar, pero Magnus levantó la mano.
––Estas excusado por el resto del día. Ve… bebe lo que creas. Encuentra a otra
muchacha que te quite a Nerissa de la cabeza. Estoy seguro de que hay muchas
bajo este mismo techo que estarían dispuestas a ayudar. Haz lo que quieras,
mientras estés fuera de mi vista.
Magnus lo vio desaparecer en la multitud antes de que Cleo se volviera para
fulminar a Magnus con la mirada.
––Eso fue grosero ––le dijo.
––¿Tu punto?
––Enzo se ha ganado respeto.
––Hoy no se lo ha ganado ––Magnus cruzó sus brazos sobre su pecho. Ahora,
¿Qué haremos contigo?
Sus pálidas cejas se alzaron.
––Te sugiero muy fuertemente que no trates de mandarme.
––Si lo hiciera, seguramente no esperaría que me escuches ––le gruñó.
––Bien.
Magnus tomó su mano izquierda, y ella no se alejó. Pasó su pulgar por su guante
de seda.
––Esconderlo no cambia lo que está pasando.
Cleo miró al suelo.
––Me ayuda a olvidar por algunos momentos, para poder intentar sentirme
normal de nuevo.
Magnus estaba a punto de responder, cuando sintió una mano en su hombro. Se
volvió para mirar a una mujer con grandes pechos mirándolos con una grande,
dientuda sonrisa.
––¿Sí? ––le dijo.
Su sonrisa creció más.
––Ustedes dos hacen tan linda pareja.
––Muchas gracias ––le dijo Cleo cortante.
––Verlos aquí ––dijo la mujer––, juntos, celebrando con nosotros. Me calienta el
corazón.
––Claro ––dijo Magnus secamente––. Por favor, no dejes que te distraigamos
mucho más de tu… diversión ––tomó a Cleo del antebrazo y la movió a una distancia
segura––. Nos iremos.
––No estoy lista para irme. Me gusta aquí.
Ella miró alrededor de la sombría taberna.
––Lo encuentro difícil de creer.
––Nunca he estado aquí antes.
––Yo sí ––analizó los alrededores, mientras las memorias–––la mayoría poco
claras–––lo inundaban––. Fue justo antes de que te encontrara en el templo esa
noche.
Ella frunció el ceño, su mirada creciendo lejana.
––Cuando te ofrecí una alianza tentativa, pero tú estabas demasiado borracho
para escucharme y luego pasaste la noche en la cama de Amara.
El hizo una mueca.
––En realidad, fue mi cama. Y me gustaría mucho que no me recuerden ese
desafortunado error nunca más.
La expresión molesta de Cleo cedió.
––Disculpas. Esta tras nosotros, como muchos otros problemas.
––Bien ––le dijo––. ¿De verdad te quieres quedar aquí?
––No ––ella negó con la cabeza––. Regresemos al palacio.
El violinista terminó su canción y anunció que había alguien que quería hacer otro
brindis.
––Espero que no sea Enzo de nuevo ––murmuró Magnus.
Con el rabillo del ojo, vio a alguien subir a la misma mesa que Enzo había usado
como escenario improvisado, con un cáliz de plata en su mano.
––¡Mi brindis es para el Príncipe Magnus, el heredero legítimo al trono de su
padre! ––gritó la dolorosamente familiar voz––. Un verdadero amigo y–––créanme
cuando digo esto–––un verdadero sobreviviente.
––Magnus… ––el agarre de Cleo en su brazo se volvió dolorosamente apretado.
Con el corazón tamborileando, Magnus se volvió sobre sus talones para mirar a
Lord Kurtis, cuya helada mirada estaba sobre él.
Kurtis alzó su cáliz.
––¡Salud al Príncipe Magnus!
La multitud gritó y chocó sus vasos de nuevo, bebiendo profundamente, antes de
que el violinista llenara el ruidoso aire con música.
El ex vasallo del rey descendió de la mesa y se dirigió hacia la salida.
––Magnus –––comenzó Cleo.
––Quédate aquí ––le ladró.
Sin decir nada más, Magnus comenzó a seguir a Lord Kurtis.
Salió de golpe de la Bestia, mirando a la derecha y a la izquierda, tratando de ver
a Kurtis huyendo por el flujo de la multitud en la calle. Finalmente, su vista se centró
en una familiar, pálida, sonrisa de comadreja que estaba en su dirección.
Magnus apartó a varios hombres que estaban en su camino.
El salpicón frio de una bebida en sus botas lo distrajo lo suficiente para que Kurtis
desapareciera.
Maldijo en frustración.
––Adelante ––gritó Cleo––. A la vuelta de la esquina, se fue a la izquierda.
Magnus hizo una mueca.
––Te dije que te quedaras quieta.
Su rostro estaba sonrosado mientras llegaba a su lado.
––Sí. Y te ignoré. Muévete, ¿sabes? ¡Se está escapando!
En vez de discutir, el hizo lo que ella sugería, dejando la concurrida área principal
y bajando por una calle que ya estaba iluminada con menos antorchas para
compararlas por la menguante luz mientras el atardecer caía sobre la Ciudad de
Oro.
Magnus había soñado con este momento. Fantaseaba con ello. Junto con
imaginarse escarabajos hambrientos y muerte por cuchara, su interminable tiempo
en el enloquecedor cofre pequeño había incluido imaginar sus manos alrededor de
la garganta del Lord Kurtis Cirilo, ahogando su penosa vida fuera de él.
La oscura forma de Kurtis se deslizó detrás de otra esquina. Magnus lo estaba
alcanzando; los pasos de Kurtis era ágiles, pero no lo suficientemente rápido.
El callejón llegó a una vía sin salida en una pared de piedra. Kurtis se detuvo de
golpe. Se volteó lentamente para enfrentarse a Magnus.
––¿No hay donde huir? ––le dijo Magnus––. Que desafortunado para ti.
––No estaba huyendo.
––Deberías.
Cleo alcanzó a Magnus y se paró a su lado, sus brazos cruzados, sus largos rizos
dorados ajustados detrás de sus orejas. Su rostro estaba en la más magnifica
máscara de justicia helada, sus ojos verdes achicados.
Una línea azul se curvaba sobre su frente. Magnus lo podría confundir con una
agradable decoración aplicada por un talentoso pintor de rostros en el festival que
no sabía lo mejor.
Las marcas del Vástago de agua se habían extendido más.
––Me debes decir tu secreto ––dijo Kurtis.
––¿Qué secreto? ––le gruñó.
––Como te la has arreglado para sobrevivir y estar parado frente a mí esta noche
––la mirada de Kurtis estudió su largo con apreciación––. Escuché como se rompían
tus huesos–––demasiados huesos para que estuvieras aquí parado y hablando tan
fácilmente. Y yo ayudé a poner la tierra sobre tu tumba. No hay manera de que
sobrevivieras eso.
––Te mataré yo misma ––le gritó Cleo.
––¿Cómo? ¿Con tus excelentes habilidades con el arco? ––Kurtis le dio una fría
sonrisa antes de volver su atención a Magnus––. ¿Es que tu dulce joven hermana
te curó con su ahora legendaria elementia?
––No ––dijo Magnus simplemente.
Kurtis frunció el ceño.
––Entonces, ¿Cómo?
––Es un misterio, ¿no es así? ––Magnus miró el muñón al final del brazo derecho
de Kurtis–– Parecido al de dónde está tu mano derecha.
La mejilla de Kurtis tembló y el odio brilló en sus ojos.
––Te arrepentirás de eso.
––Me arrepiento de muchas cosas, Kurtis, pero cortar tu mano no es una de ellas.
Magnus sí se arrepentía de haber dejado el palacio temprano sin una espada.
Idiota de él. Pero no necesitaba una para terminar con la vida de este gusano.
Dio un paso amenazante hacia Kurtis.
––¿No sabes por qué estoy aquí? ––dijo Kurtis, sus ojos brillando con malicia––
. ¿Por qué me pondría en peligro de esta manera?
Magnus miró a Cleo.
––¿Nos importa?
Ella asintió.
––Debo admitir, estoy ligeramente curiosa.
––Como yo ––dijo el––. Tal vez está aquí porque escuchó que mi padre rebanó
la garganta de su padre.
––Puede ser ––permitió Cleo––. Tal vez deberíamos ser indulgentes. Después
de todo, está de luto igual que tú.
El labio superior de Kurtis se curvó hacia atrás de sus dientes en una mueca
feroz.
––Yo sé que mi padre está muerto.
––Excelente ––Magnus aplaudió una vez––. Entonces podemos continuar sin
interrupción. No es de mi preferencia matarte en un feliz festival como este, pero
haré una excepción hoy.
La voz de Kurtis cayó a un suspiro.
––Kyan me envió aquí.
El estómago de Magnus se revolvió. Luchó por tomar su siguiente respiración.
––Mientes.
Kurtis abrió el frente de su camiseta para mostrar una marca que parecía
dolorosa en su pecho con la forma de una mano.
––Me marcó con su fuego.
Era la misma marca que Kyan había amenazado con darle a Magnus. Una que
lo convertiría apara siempre en el esclavo mortal del Vástago de fuego.
Kurtis pasó su mano sobre la marca, haciendo muecas.
––Es un honor, por supuesto, ser marcado por un dios. Pero se siente como los
colmillos de un demonio hundiéndose cada vez más profundo. El dolor es un
constante recordatorio de donde están mis lealtades ahora.
––¿Por qué? ––Pregunto Cleo, su voz apretada–– ¿Por qué quería Kyan que
vengas aquí?
––Porque quiere que te lleve con él, princesa ––respondió Kurtis.
––Entonces va a estar decepcionado ––escupió Magnus––, porque Cleo no ira a
ningún lado contigo.
Kurtis sonrió delgadamente.
––Debo decir, me arrepentiré de no saber cómo escapaste de tu tumba. Pero uno
no puede saberlo todo, supongo.
––¿Crees que te dejaré ir? Esto termina aquí y ahora.
––Si, lo hará ––esta voz vino de detrás de él, y Magnus se dio la vuelta
rápidamente para ver a Taran Ranus parado en la entrada del callejón.
Magnus lo miró, confundido.
––¿Cómo nos encontraste?
Taran abrió la boca para contestar, pero al mismo momento Cleo dejo salir un
filoso quejido.
Magnus giró la cabeza en su dirección para ver que Kurtis la había tomado desde
atrás y había cubierto su boca con un pedazo de tela.
Un frio explotó en el aire. Una neblina helada explotó desde donde la princesa
estaba y subió por las paredes, llenándolas de hielo en un instante.
Los ojos de Cleo se pusieron en blanco.
Magnus se lanzó hacia ella.
Taran movió su mano y Magnus se quedó dónde estaba, sin poder moverse.
––¿Qué haces, idiota? ––demandó Magnus–– ¡Ayuda a Cleo!
Cleo había quedado inmóvil en los brazos de Kurtis. La tela debía tenía un tipo
de poción para dormir, se dio cuenta Magnus.
––La voy a ayudar ––dijo Taran con calma––. Y luego los cuatro estaremos
reunidos, poderosos. Imparables.
Magnus se volvió para mirar con horror al rebelde.
––¿Qué estas…
––Mátalo ahora ––ladró Kurtis.
Taran movió su muñeca de nuevo. Magnus se encontró en el aire por medio
segundo antes de golpear la pared cubierta de hielo tan fuerte como para romper
huesos. Cayó al suelo en un momento.
––Levántala ––le dijo Kurtis a Taran––. Eres más fuerte que yo y es un viaje algo
largo.
Taran hizo lo que se le sugería, levantando el cuerpo inerte de Cleo con facilidad
en sus brazos.
––¿Dónde están los otros? Todavía estoy ganando mis sentidos. Todo está
impreciso. No puedo sentirlos todavía
––El Templo de Cleiona ––respondió Kurtis.
Sus voces se distanciaron. Magnus no se podía mover, apenas podía pensar.
Ellos creían que estaba muerto, y aun así… no estaba muerto. El helado frío de la
piedra de sangre en su dedo del medio era un recordatorio constante de la magia
que llevaba, presionada contra su piel.
Pero temía que la magia no fuera suficiente esta vez, especialmente cuando el
mundo se desvaneció a su alrededor, la terrible oscuridad.
Se despertó por un gentil movimiento.
––Es tan encantador, ¿verdad? ––era la voz de una chica, pesada y borracha.
––¡Oh por dios, sí! ––respondió otra chica––. O sea, cuando lo vi en el balcón del
palacio, parecía tan frío, tan inalcanzable. ¿Pero así de cerca? Tan lindo, ¿verdad?
––Súper lindo ––coincidió su amiga––. La princesa es tan suertuda.
––¿Deberíamos ir a ver a un doctor para que lo ayude?
––Creo que solo está borracho. Ya sabes lo que dicen sobre el Príncipe Magnus
y el vino.
––Buen punto ––otro empujón––. ¿Príncipe Magnus? ¿Alteza?
Magnus pestañeó, tratando de aclarar su mente de la oscuridad, tratando de
enfocarse en la pequeña luz que había en el mundo consciente. Todavía estaba en
el callejón donde había arrinconado a Kurtis. El cielo sobre él se había oscurecido,
el sol se había ido del cielo. Era la noche temprana ahora. Sus ojos se enfocaron
en dos chicas de la edad de Cleo que lo miraban con gran interés.
––¿Dónde… está ella? ––se las arregló–– ¿Dónde está Cleo?
Al unísono, las dos arrullaron de felicidad.
––Esperábamos que los dos encontraran la felicidad ––dijo la primera chica––.
Quiero decir, son tan perfectos el uno para el otro.
––No me gustaba al principio ––respondió su amiga––, pero realmente me he
encariñado con ella.
La primera chica asintió.
––Usted es tan oscuro y meditabundo, su alteza. Y ella es como un rayo de sol.
Tan perfecta.
––Necesito irme.
Magnus trató de levantarse y las chicas se arrodillaron para ayudar. El las dejó,
pues todavía se sentía increíblemente desequilibrado, luego se tambaleó en
dirección al palacio.
––¡Adiós, mi príncipe! ––le gritaron las chicas detrás de él.
La mente de Magnus estaba corriendo cuando regreso al palacio. Ashur, sus
brazos cargados de los libros de la biblioteca, fue la primera persona que se cruzó
en su camino.
––Magnus… ––comenzó Ashur, sus ojos llenos de preocupación.
––Él la tiene ––le dijo.
––¿Quien?
––Kyan ––Magnus tomó a Ashur por los hombros––. El Vástago–––el Vástago
del aire–––ha tomado control completo del cuerpo de Taran. Él y Kurtis Cirillo
tomaron a Cleo.
Ashur dejó caer sus libros, y se esparcieron por el suelo con un golpe sordo.
––Taran estaba descansando en su recámara. Lo dejé hace apenas un segundo.
––Créeme, ya no está allí.
Magnus deseaba muchísimo no haber enviado lejos a Valia. Necesitaba toda la
ayuda que pudiera conseguir, pero no había tiempo de encontrarla de nuevo.
––Necesito ir al Templo de Cleiona ––dijo él.
––¿Es allí donde se han llevado a la princesa? ––preguntó Ashur.
Magnus asintió.
––Tienes una pista sustancial, así que necesito ir inmediatamente.
Ashur asintió.
––Iré contigo.
CAPÍTULO 23 CLEO
AURANOS

Traducido por Blackbeak


Corregido por WinterGirl

La primera cosa que Cleo vio cuando abrió sus ojos fue un pilar blanco de mármol.
Ella nublosamente lo registró como familiar, similar a los pilares del palacio en la
habitación del trono. Pero ese era más largo e incluso más ornamentado, su
superficie tallada con imágenes de rosas.
Había visto algo exactamente igual en el Templo de Cleiona.
Cleo respiró agudamente.
Este es el templo, pensó.
Ella miró alrededor del masivo salón. Era tres veces más grande que la habitación
del trono del palacio con un techo alto en arco. La última vez que había estado allí,
cuando se había unido a Lucia, Alexius y Magnus para recuperar el recién
despertado Vástago de tierra, había sido abandonado y en ruinas después del
elemental terremoto durante su boda. El suelo se había partido con huecos enormes
que descendían en la oscuridad. El alto techo se rompió y cayó en pedazos,
enviando enormes montones de piedra al suelo.
Pero ya no estaba temblando. Milagrosamente, había sido restaurado a su
anterior gloria.
––¿Dormiste bien, pequeña reina?
El estómago de Cleo se volteó al sonido de la familiar voz. Se levantó del helado
suelo de piedra tan rápido que una ola de mareo la golpeo.
Nic.
Nic estaba allí, parado frente a ella, sonriendo con su torcida mueca, su cabello
rojo zanahoria tan desordenado como siempre.
El primer instinto de Cleo fue correr a sus brazos.
El segundo fue de apretar sus puños y atacar.
Este no era Nic. No su Nic. Ya no.
Hielo comenzó a deslizarse desde debajo de las delgadas sandalias de Cleo,
invadiendo el suelo del templo.
––Excelente ––Kyan miro hacia abajo, arqueando una ceja roja––. Me gusta ver
eso. Parece que estamos muy cerca ahora, la magia dentro de ti tan cerca de la
superficie.
––Bastardo ––le escupió.
El casualmente se movió a su izquierda y tomó asiento en uno de los largos
asientos de manera que bordeaban el templo, las mismas bancas en las que se
habían sentado los miles de invitados a la boda de Cleo.
––Equivocada ––le dijo––. No tengo ni una madre ni un padre, así que esa
etiqueta no se puede aplicar a mí. A menos que simplemente la uses como un
insulto tirado a la persona que odias ––inclinó su cabeza, su expresión pensativa–
–. Qué triste es que los mortales usen esa palabra en particular como una maldición.
No es como si los bastardos de verdad tienen una voz en las decisiones de sus
padres, ¿o sí?
Ella apretó los puños a sus lados, no queriendo darle la satisfacción de una
respuesta.
––Te perdono, por cierto ––dijo Kyan.
––¿Perdonarme? ––ella lo miró boquiabierta––. ¿Por qué?
––Por tratar de poner un cuchillo por su pecho solo momentos después de que
terminé de adquirirlo ––el presionó una mano contra su corazón––. Sé que estabas
confundida. Fue una noche difícil para todos.
El mareo aún no la dejaba y le tomó toda su fuerza solo mantenerse en pie.
Olivia luego entró al templo, caminando por el pasillo hasta que estuvo al lado de
Kyan. Su rostro era tan hermoso como el de cualquier Vigía que Cleo se imaginaba,
su oscura piel un perfecto contraste con su vestido azafrán. Hermosa, sí, pero Cleo
sabía que nunca habría adivinado el secreto de Olivia si Jonas no se lo decía
directamente.
Pero ahora no era una Vigía. Era la Vástago de la tierra.
––Saludos, Cleiona ––le dijo.
Cleo mojó sus secos labios con la punta de su lengua, desesperadamente
tratando de encontrar su voz.
––Asumo que tú eres la responsable de la restauración aquí.
Olivia sonrió, luego movió su mano. A cien pasos de Cleo, al lado de una ventana
grabada con hermosos diseños en espiral, una columna caída que no había notado
hasta ahora se levantó y se arregló a si misma ante sus ojos.
––Es mi honor el traer de vuelta la belleza de este magnífico edificio ––dijo Olivia.
Cleo sonrió a la descarada muestra de magia. Era un recordatorio de que debía
ser cuidadosa sobre cómo se dirigía a la diosa de la tierra.
––Muy impresionante.
––Gracias ––dijo Olivia con una sonrisa––. Necesitas saber que no somos tus
enemigos. Queremos ayudarte en tu transición para que sea tan traumática como
la de Taran.
Taran. Cleo recordaba que él había estado en el callejón, apareciendo en el de
la nada.
Como si fuera convocado por su nombre, Taran se les acercó desde la derecha
de Cleo. La red de líneas blancas que habían aparecido en su rostro durante su
hechizo de sofocación más reciente había desaparecido por completo, como todas
sus otras líneas. Su piel estaba lisa, aparte de la espiral mágica de aire en su palma.
––Taran… ––susurró Cleo, su boca seca.
––Sí, he decidido mantener el nombre ––le dijo a ella––. Como un tributo a este
fuerte, capaz recipiente, para mostrar lo mucho que lo aprecio.
Cleo se quedó muy quieta.
––¿Así que Taran se ha ido?
El asintió.
––Una vez que el ritual se haya completado adecuadamente, todos los trazos
que queden de él solo serán una memoria.
––Y eso será muy pronto ––dijo Olivia firmemente.
El corazón de Cleo se encogió. Eso significaba que Taran no se había ido. Olivia
no se había ido. No aun, no completamente. Todavía había esperanza.
Del rabillo del ojo, Cleo vio a Kurtis Cirillo salir de las sombras del cavernoso
templo detrás de ella, sus brazos cruzados sobre su pecho.
Ella volvió el rostro hacia él.
––¿Dónde está Magnus? ––preguntó.
Kurtis le sonrió burlonamente.
––Solamente digamos que no vendrá a rescatarse en el futuro cercano, princesa.
El pánico se infló dentro de ella, tan grueso que podía ahogarla. Ella quería
lanzarse a él, sacar sus horribles ojos. Pero se forzó a tomar aire.
––Kurtis… ––comenzó Kyan.
––¿Sí?
––Espera fuera.
––Pero yo quiero estar aquí ––le contestó tenso––. Quiero ver a la princesa
perderse a sí misma en el Vástago de agua. ¡Dijiste que podría!
––Espera fuera ––dijo Kyan de nuevo.
No una sugerencia, una orden.
El rostro de Kurtis palideció, su cuerpo se tensó y asintió con un movimiento
brusco de su cabeza.
––Si, por supuesto,
Con su mirada achicada, Cleo vio a la comadreja dejar el templo.
––Disculpas por la descortesía de Kurtis, pequeña reina ––dijo Kyan con calma–
–. Su presencia no es necesaria y sé que le causa gran ansiedad.
––Esa es una manera de decirlo ––murmuró, ahora viendo a Kyan de cerca.
––¿Cómo te sientes? ––preguntó Kyan estudiándola––. No estas adolorida,
espero.
––Tienes mucha suerte de que Kyan está de un humor tan bueno esta noche ––
dijo la voz del Vástago del agua dentro de la mente de Cleo––. Sería sabia el no
enojarlo.
Sorpresivamente un buen consejo, en realidad.
Consejo que Cleo pensaba tomar. Por ahora.
––No, no hay dolor ––confirmó Cleo.
Kyan asintió.
––Bien.
Ella escaneó el templo por alguna señal de Lyssa, sabiendo que Kyan la había
secuestrado.
––¿Crees que Lucía vendrá a ti? ¿Qué te ayudará?
––No lo dudo ––respondió Kyan.
Tanta confianza fría. ¿Tenía razón? ¿O estaba loco?
No podía olvidar que este monstruo con la cara de su mejor amigo había
quemado pueblos enteros y matado a miles, incluyendo a su querida nana.
Cleo rozó la mano contra el lado de su falda para sentir el orbe aguamarina que
había estado en su bolsillo, aliviada de sentir que todavía estaba allí y sabiendo que
era un milagro que nadie lo hubiera descubierto mientras había estado inconsciente.
Ella necesitaba usar esta oportunidad para reunir información que podría serle
útil. Tanta como podría.
Cleo se tragó su miedo.
––Entonces, ¿Qué pasa ahora?
––Por ahora, es suficiente que estemos juntos, los cuatro ––dijo Kyan.
El acomodó su cabello detrás de su oreja izquierda y pasó su dedo por la línea
azul en su frente. Se forzó a si misma a no quitárselo de encima.
––Tan cerca de la libertad como lo hemos estado como familia ––añadió Olivia–
–. El acceso a mi magia ya se siente más fuerte.
––Es increíble, esta forma mortal. Puedo sentir todo ––Taran miró hacia sus
manos, sonriendo––. Me gusta.
––Espero que sea más que un gusto ––dijo Olivia––. Este será tu recipiente por
toda la eternidad.
––Tu recipiente es perfecto ––replicó Taran con un asentimiento––. Como el mío.
Cleo se dio cuenta que un músculo en la mejilla de Kyan se movió.
––¿Estás tú infeliz con tu recipiente? ––preguntó nerviosa Cleo–– Debes saber
que amo mucho a ese recipiente.
––Lo sé ––dijo Kyan, su voz tensa––. Y está bien, en realidad. Aunque, no ha
venido sin… dificultades. Todas las almas de fuego son seres desafiantes, difíciles
de controlar. Pero después de que mi pequeña hechicera complete el ritual, todo
estará bien.
Cleo trató muy fuerte no reaccionar físicamente a estas palabras, pero realmente
la habían afectado. ¿Quería decir el que Nic estaba peleando por el control?
––Nunca habría imaginado que Nic tenía un alma de fuego ––dijo en vez, lo más
calmadamente posible.
––¿Oh, ¿no? Había muchas pistas para esto ––Kyan puso sus dedos en su
frente––. Memorias de su valentía, su descuido. Su tendencia a enamorarse en un
segundo o de nutrir un no correspondido e imposible amor por muchos años. Tengo
sus memorias aquí… de ti, pequeña reina. Más joven, más pequeña, pero aun así
dispuesta a tomar riesgos. Saltando de riscos hacia el mar–––tu alma de agua
llamándote incluso en ese entonces.
Que Kyan haya sido capaz de acceder a las memorias privadas de Nic la
sorprendía.
––Siempre he adorado el agua ––se forzó a admitir.
––Corriendo tan rápido como muchos chicos podían y dispuesta a hacer
zancadilla de los que eran más rápidos que tú para que pudieras ganar la carrera,
incluso a Nic. ¡Tú eres la razón por la cual se rompió la nariz cuando tenía doce
años! ––una sonrisa de expandió por sus mejillas pecosas––. Estaba enojado
porque siempre estuvo torcida después, pero nunca te culpó. Oh, sí, te amaba
muchísimo.
Ella presionó sus labios, memorias de alguien que ella había perdido vinieron a
ella tan puras y dolorosas como si hubieran sido ayer. Buenas memorias de tiempo
inocentes, robadas ahora por un monstruo.
Era discordante que el propio semblante de Nic le recordará esas memorias
queridas, como si ella pudiera tener cariño por el Vástago de fuego que había
robado la vida de su mejor amigo.
––Le gustas a Kyan ––le dijo el Vástago de agua––. Eso es profundamente útil.
Sí, pensó Cleo. Podría serlo.
La mirada de Kyan creció lejana.
––Puedo verte cabalgando tu caballo rápida y libre–––sin montura, al menos no
hasta que tu padre te regañaba. “Así no debe comportarse una princesa”, te decía.
“Trata de ser más como tu hermana”. ¿Recuerdas eso?
––Detente ––le siseó, incapaz de escuchar más––. Estas no son tus memorias
para contarlas como si no fueran más que historias graciosas.
––Estoy tratando de ayudar ––le dijo.
––No lo haces.
Un sollozo se alzó en su garganta, pero ella se lo tragó desesperadamente.
Cleo tomó una respiración honda, peleando por el control de sus emociones
antes de que la sobrepasaran.
Las cejas de Kyan se acercaron.
––Esto te duele y me disculpo por ello. Pero no hay otra manera de terminar con
esto, pequeña reina. Deja que mi hermano tome control de ti. Pasará pronto, incluso
si continúas resistiéndote. Será mucho más fácil y menos doloroso si cedes. Tus
memorias también vivirán mediante ella.
Cleo cerró sus manos juntas y le dio la espalda para estudiar las rosas talladas
en el pilar de mármol. Las contó, llegando a veinte antes de que sintiera su corazón
ralentizarse a un ritmo más manejable.
Taran y Olivia vigilaban todos sus movimientos, todos sus gestos. No con
amabilidad y entendimiento en sus ojos, pero con curiosidad.
Muy parecido a como ella observaría a un cachorro recién entrenado, divertida
por sus comportamientos.
Cleo se estiró y tocó una de las flores de mármol, la fría, dura superficie
ayudándola a calmarse.
––Tiene que haber otra manera. Me pides que deseche mi vida, mi cuerpo, mi
futuro, para que el Vástago de agua pueda solo… ¿tomar control? No puedo. Solo
no puedo hacerlo.
––Esto es mucho más grande y mucho más importante que una vida mortal ––
dijo Taran.
Olivia le frunció el ceño.
––Solo estás haciendo esto más difícil para ti misma. Es ilógico y un poco
frustrante, en realidad.
––¿No hay nada de Olivia dentro de ti? ––preguntó Cleo, desesperada por saber
cómo funcionaba eso.
––Memorias ––dijo Olivia, su expresión ahora pensativa––. Igual que Kyan
retiene las memorias de Nicolo de Auranos, yo recuerdo la belleza del Santuario.
Recuerdo volar en forma de halcón y pasar volando por el portal al mundo mortal.
Recuerdo a Timotheus –––alguien que Olivia respetaba mucho más que los demás
que lo pensaban demasiado misterioso y manipulador. Los otros todos creían en
Melenia, pero Olivia la creía una mentirosa y una ladrona.
––Melenia hizo algunas cosas bien ––dijo Kyan con una sonrisa––. Me consiguió
mi primer recipiente, uno que era, sinceramente, superior a este en muchas
maneras.
De nuevo, Cleo vio cómo se movía un musculo en su mejilla.
––¿Sabe Lucía donde… encontrarnos? ––Dijo Cleo, forzando la última palabra.
––Lo sabrá ––le dijo.
––¿Cómo?
Kyan inclinó la cabeza, estudiándola.
––La puedo convocar.
––¿Cómo puedes convocarla? ––preguntó de nuevo.
––Ten cuidado ––le dijo el Vástago del agua, aunque su tono tenía algo de
diversión ahora––. Si haces demasiadas preguntas el perderá la paciencia contigo.
Pero el exterior calmado de Kyan no cambió.
––La magia que Lucía tiene–––la magia que toda bruja común o mortal tiene–––
es nuestra magia. Una parte de cada uno de nosotros está dentro de ella y dentro
de cada persona tocada por la elementia. No he sido lo suficientemente fuerte para
usar esta habilidad, pero ahora que los cuatro estamos juntos, me siento… muy
bien. Y muy fuerte. Cuando sepa que es el momento, la convocaré, y ella tomará el
lugar que le corresponde a mi lado.
Olivia murmuró algo bajo su respiración.
Los ojos de Kyan pasaron de cafés a azules en un instante.
––¿Qué fue eso?
––Oh, nada ––dijo ella––. Nada en absoluto.
Kyan se volvió para mirar a Cleo. Le dio una sonrisa pequeña, pero cualquier
señal de calidez había desaparecido de sus ojos. Cleo podía ver que su paciencia
comenzaba a agotarse.
––Mis hermanos no tienen la misma confianza que tengo yo en la pequeña bruja.
Lucía y yo hemos caído en tiempos difíciles en el pasado reciente, pero ahora sé
que tiene que llenar su destino.
Interesante. Y escalofriante. ¿Acaso Taran y Olivia no sabían que Kyan había
secuestrado a Lyssa como un seguro para la ayuda de la hechicera?
Si Lucía hacia algo para ayudar a Kyan, sería solo para proteger a su hija.
Cleo creía en esto casi por completo. Pero la memoria de Lucía llegando al
palacio Limeriano como la más que dispuesta ayudante de Kyan aun tintaba su
confianza en la hermana de Magnus.
Quería preguntar desesperadamente donde estaba Lyssa, si la bebé estaba bien
y la estaban cuidando apropiadamente, pero retuvo su lengua.
Kyan no lastimaría al bebé. Era demasiado valiosa.
Al menos, no la lastimaría hasta que Lucía se resistiera a sus demandas.
Cleo necesitaba seguir hablando, sacar la verdad de los labios de Kyan para que
supiera si había laguna manera de detener todo esto.
––Kyan ––le dijo lo más calmada posible.
––¿Si, pequeña reina? ––respondió.
––En los barracones de Amara, me dijiste que te podía ayudar porque descendía
de una diosa. ¿Es eso cierto?
––En verdad lo es ––entrecerró los ojos, mirándola como si la inspeccionara de
cerca––. Tu nombre… la misma Cleiona es tu ancestro.
Ella dio un grito ahogado.
––Pero la diosa no tuvo hijos.
––¿Eso es lo que piensas? ––le sonrió––. Eso solo da más pruebas de que la
historia escrita no contiene secretos del pasado.
––Cleiona fue destruida en su batalla final con Valoria ––contratacó.
––La palabra destruida puede significar tantas cosas ––le dijo––. Tal vez solo su
magia fue destruida. Tal vez luego fue libre de vivir una vida mortal junto al hombre
del que se había enamorado. ¿No es eso posible?
Kyan podría mentir. En realidad, Cleo estaba segura de ello.
Respira, se dijo así misma. No dejes que te distraiga.
––¿Es por eso que el Vástago del agua me escogió? ––susurró ella––. ¿Por qué
tengo… algún tipo de magia que ya está en mi interior?
Magia que puedo usar para combatir esto, pensó.
El negó con la cabeza.
––No. No tienes magia natural dentro de ti, pero no te sientas mal por eso. La
mayoría de mortales no la tienen, incluso aquellos que descienden de inmortales.
La decepción se deslizó por ella.
El mismo músculo tembló de nuevo en la mejilla de Kyan.
––Taran, Olivia, quiero hablar con Cleo a solas. ¿Les importaría darnos algo de
privacidad por unos momentos?
––¿Qué le tienes que decir a ella que no lo puedas decir en nuestra presencia?
––preguntó Taran.
––Lo pediré de nuevo ––repitió Kyan tenso––. Dennos un momento de
privacidad. Tal vez pueda convencer a Cleo de dejar de pelear contra el Vástago de
agua y hacerlo más fácil para todos nosotros.
Olivia suspiró molesta.
––Muy bien. Taran, ven, daremos una vuelta por el templo.
––Muy bien.
Con un asentimiento, Taran se unió a Olivia mientras dejaban el templo.
Kyan se paró silencioso frente a Cleo.
––¿Bien? ––dijo Cleo––. Di lo que piensas, aunque asume que te tomará algo
más que palabras para que me hagas rendirme.
––Eso es lo que siempre he amado de ti, Cleo ––le dijo silencioso––. Nunca dejas
de pelear.
Su respiración se detuvo. Y luego miró a los ojos de Kyan.
Kyan nunca la llamaba Cleo. Solo “pequeña reina”.
––¿Nic…? ––se arriesgó, su garganta apretada.
––Si ––le dijo, su expresión dura––. Soy yo. En verdad soy yo.
Ella cubrió su boca con la palma de su mano mientras un sollozo de sorpresa la
recorría. Luego examinó su cara, temerosa de dejarse sentir felicidad.
––¿Cómo es esto posible? ¿Estás de vuelta?
––No ––le dijo––. El tomará control de nuevo pronto, por eso necesito que sea
rápido.
––¿Qué pasó? ––preguntó ella––. ¿Cómo es esto posible?
––En el bosque, no más allá del barracón de Amara ––Nic tocó su brazo.
Magnus estaba allí y me agarró–––o, mejor dicho, agarró a Kyan–––y, no sé por
qué, pero fue como una cachetada a la cara, despertándome. Ashur también estaba
allí. Yo–yo pensaba que él había hecho algún tipo de magia, algún hechizo que
causó que retomara un poco de presencia… no lo sé. Puede ser mi imaginación
que siquiera estaba allí.
––Ashur todavía está con nosotros ––dijo Cleo––. No se irá, por ninguna razón.
Esta determinado en ayudar a salvarte, Nic.
Esperanza llenó sus ojos cafés.
––He sido toda una molestia para él desde el momento que nos conocimos.
––Gracioso… ––una sonrisa pequeña estiró sus labios––. Yo creería que él
piensa lo contrario.
––Desde ese entonces, tengo momentos de control, como este, cuando el dios
del fuego no está consciente. Kyan culpa al ritual interrumpido, pero sé que es más
que eso. No pasa con Olivia hasta donde sé.
Cleo se estiró hacia él, tocando su pecosa mejilla. Él puso su mano sobre la de
ella y la apretó. Lagrimas calientes bajaron por sus mejillas.
––¿Podemos detenerlos? ––preguntó, su garganta cruda.
Nic respiró antes de responder.
––Kyan quiere los orbes. Los cuatro. Y luego necesita a la Princesa Lucía para
que haga el ritual de nuevo. En verdad cree que ella lo hará sin protestar y que irá
perfecto, dándole a los cuatro el poder total. No lo tiene aún. Su magia tiene límites.
––¿Cuándo quiere que ocurra el ritual? ––preguntó.
––No lo sé exactamente. Pronto. Muy pronto. Se encontró con Lucía en el
palacio, presentándole su plan. Lo dejó en manos de ella el decidir, pero no tiene
dudas de que se les unirá ––su voz se volvió un susurro––. Cleo, creo que Luci es
malvada.
Cleo negó con la cabeza.
––No, yo no creo eso. Kyan tiene su bebé. Se robó a Lyssa de la cuna. ¿No lo
recuerdas? ¿Dónde está ahora ella?
––¿Lyssa? No–no lo sé ––los ojos de Nic se llenaron de sorpresa por la noticia,
el negó con la cabeza––. No siempre estoy consciente. Veo muy poco, pero lo poco
que veo y escucho, lo recuerdo. Como… recuerdo muy claramente cuando Kyan
marcó a Kurtis–lo convirtió en su esclavo. Recuerdo la manera en que gritó.
––No me importa Kurtis.
La expresión de él creció dolorosa.
––Estoy tratando de pensar, pero no recuerdo ver a Lyssa aquí. Recuerdo que
Kyan fue a visitar a Lucía al palacio, pero… no recuerdo que tomara a la bebé.
Podría estar en cualquier lugar.
Cleo trató de pensarlo, trato de resolver este rompecabezas.
––¿Qué pasa si Kyan no posee los cristales?
––Entonces, quemará el mundo ––le dijo el Vástago de agua––. Y a todos dentro
de él.
Un escalofrió pasó por la columna de Cleo.
––Nada bueno ––dijo Nic, luego maldijo en un susurro––. No puedo mantener
este control por mucho más. Pero tú tienes que. No puedes dejar que te ocurra lo
que le pasó a Taran. No puedes dejar que el Vástago del agua tome control.
Cleo se quitó uno de los guantes de seda y tocó las líneas azules en su mano.
––No se cuanto más pueda resistir. Cada vez que siento que me ahogo, estoy
segura que moriré.
––Mantente fuerte ––rogo Nic––. Porque necesitas reunir los orbes y destruirlos.
Ella ahogo un grito.
––¿Qué?
––Ridículo. No sabe lo que dice ––se burló el Vástago de agua, aun así, había
algo en su voz ahora, algo doloroso––. Ignóralo. Escucha solo a Kyan. Él te ayudará.
––Kyan solo se ayuda a si mismo ––murmuró Cleo, y luego en voz alta. Nic,
¿Qué quieres decir con destruirlos? Los orbes son las prisiones de los Vástagos.
El negó.
––No prisiones… no exactamente. Los orbes son anclas, princesa. Anclas que
los tiene en este nivel de existencia. Si destruyes los cuatro, no quedaran ataduras
con este mundo para ellos.
––¿Sabes esto? ¿Estás seguro de ello?
Nic asintió.
––Sí.
––Niño tonto ––gruñó el Vástago del agua––. Está diciendo sus últimas palabras,
llenas de mentiras y desesperación. Tan mortal, tan patético.
Mientras más fuerza ponía el Vástago del agua en las protestas, más se
convencía Cleo de que Nic estaba en lo correcto.
––No… no puedo resistir ––se las arregló Nic, luego gritó de dolor––. Tienes que
irte… anda ahora y haz lo que digo. ¡No dejes que te atrape!
Una pared de fuego se alzó alrededor de él, formando un circulo de llamas y
bloqueándolo de la visión de Cleo.
Quería ayudar a Nic, quería que el escapara con ella, pero sabía que no podía
pasar. No ahora.
Cleo se dio la vuelta y corrió fuera del templo, tan lejos y tan rápido como podía.
CAPÍTULO 24 NIC
AURANOS

Traducido por Blackbeak


Corregido por WinterGirl

Todo lo que veía eran las llamas, tan altas como él, rodeándolo en todos los lados.
Luego Nic sintió que lo golpeaban en las tripas, dejándolo inmóvil mientras Kyan
tomaba control de nuevo. Ese había sido el lapso más largo que había tomado
control de su cuerpo y de la magia de fuego de Kyan.
Había llamado las llamas para proteger el escape de Cleo. Y las llamas habían
aparecido.
Había dolido como el infierno, pero estaba orgulloso de lo que había logrado esa
noche.
No sabía cómo había logrado salir delante. Tal vez habría sido mirar a Cleo, con
escalofriantes líneas azules curvándose en el lado derecho de su rostro, mirando a
Kyan con tanto coraje y fuerza que rompían en corazón de Nic.
Tenía que hacer algo para ayudarla.
Kyan y Taran y Olivia no la habrían dejado irse. La habrían encadenado cuando
tratara de escapar.
Con Cleo allí, incluso sin que el Vástago de agua tomara control de su cuerpo,
Nic había sentido como el poder de Kyan se multiplicaba.
Kyan movió su mano y el fuego desapareció. Dejó un negro, quemado circulo en
el lúcido suelo de mármol. Nic sentía que Kyan lo encontraba sin gusto e
imperfecto–––una marca física de su fallo en controlar al mortal en su interior.
Escaneó el templo en busca de Cleo, peor ya se había ido.
––Crees que eres inteligente ––dijo Kyan bajo su respiración––. Tan inteligente,
¿verdad?
En realidad, sí. Nic sí pensaba que era inteligente.
Y, si había tenido cualquier control significante sobre su cuerpo ahora, podría
haber hecho el gesto más grosero para el Vástago de fuego.
––No falta mucho para que no seas más que una memoria ––dijo Kyan
tenebroso––. Una que desecharé y olvidaré como si nunca hubieras existido.
Eso fue grosero, pensó Nic. Solo lo hacía pelear con más fuerza para sobrevivir.
Kyan se movió hacia la salida, buscando a Kurtis y encontrándolo espiando desde
las sombras afuera.
––Ven aquí ––le gritó.
Nic había pasado rápidamente de empatizar con el dolor de Kurtis cuando había
recibido su marca a odiar de nuevo sus patéticas entrañas. Kurtis era un cobarde,
dispuesto a hacer lo que sea si significaba que no habría sufrimiento personal. En
verdad, ofrecería el alma de su abuela si eso significaba evitar incomodidades.
Ayudaba poco que Kyan, también, odiaba profundamente al anterior guardia del
rey.
––¿La viste escapar? ––preguntó Kyan.
––¿Quién? ––preguntó Kurtis.
Furia se alzó dentro de Kyan, sus puños y antebrazos de iluminaron con llamas.
Los ojos de Kurtis se llenaron de miedo a la vista.
––La princesa ––siseó Kyan.
Kurtis comenzó a temblar.
––Lo siento, maestro. No la vi.
––Anda síguela. Encuéntrala y tráela de regreso inmediatamente. No pudo llegar
lejos.
Kurtis escaneó el bosque.
––¿Qué dirección tomó?
––Solo encuéntrala ––explotó Kyan––. Falla y serás quemado.
Kurtis bajó corriendo las escaleras del templo y se apresuró al bosque.
––Si yo voy tras la pequeña reina ––murmuró Kyan––. Puede que por accidente
la queme más de lo que quiero. ¿No querrás eso, verdad, Nicolo?
Como despreciaba desesperadamente Nic a este monstruo.
––¿Ves? Solo lo has empeorado para ella ––continuo Kyan––. No hay escape
para la pequeña reina. No podemos ser detenidos. Somos eternos. Somos la misma
vida. Y haremos lo que sea para sobrevivir.
Chúpate el culo, tu pedazo de mierda de vaca quemada. Pensó Nic.
––Esta noche me ha demostrado una cosa, Nicolo ––Kyan se apoyó contra un
pilar de mármol, pasando una mano distraída por su robado cabello rojo––. Ha
llegado el momento de tomar por completo el poder que ya es nuestro. Las piezas
están en su lugar, los medios para realizar el ritual perfectamente están a mi
alcance. La pequeña reina se unirá de nuevo a mí, Olivia, y Taran y todo estará
bien. Por la eternidad.
El miró hacia el templo con asco.
––Pero no aquí ––Kyan se quedó en silencio, pensativo––. Creo que conozco el
lugar perfecto.
CAPÍTULO 25 MAGNUS
AURANOS

Traducido por Blackbeak


Corregido por WinterGirl

El templo estaba ante Magnus, total y completamente restaurado a su anterior


grandeza. Aparte de la masiva estatua de la diosa Cleiona que aún estaba
destrozada al pie de las treinta talladas escaleras que llevaban a la entrada, el
templo estaba impecable.
Columnas de fuego se alzaban del suelo y se alineaban con las paredes de
mármol, dándole iluminación al área que, de otra manera, seria oscura.
En la línea del bosque, con el templo claramente frente a ellos, Magnus y Ashur
amarraban a los caballos que habían traído desde los establos del palacio. Habían
cabalgado tan rápido aquí no habían tenido tiempo para conversar.
Magnus estaba a punto de decir algo a Ashur, algún comentario sobre cómo era
magia de tierra la razón de la restauración del templo, cuando Ashur lo calló.
––Mira ––dijo Ashur, apuntando hacia el templo.
Magnus se asomó sobre un tronco para ver a Kurtis salir del palacio. Se quedó
en la cima de los escalones que llevaban al santuario del templo por unos
momentos, mirando detrás de él molesto antes de que bajara los escalones hacia
la tierra, donde un largo, curvo, camino de piedras llevaba a una serie de jardines
de flores descuidados con varias estatuas grandes de la diosa.
––Lo voy a matar ––gruñó Magnus.
––Es mejor no mostrarnos todavía ––replicó Ashur––. Solo observa.
––Cleo está allí.
––Probablemente, sí. Y también los tres dioses elementales que podrían
matarnos con un solo pensamiento.
Magnus cerró los ojos con fuerza, convocando paciencia que no tenía. Pero sabía
que Ashur tenía razón. Tenían que mirar, observar y luego, cuando tuvieran la
oportunidad, harían su movimiento.
Kurtis prendió un cigarrillo, luego desapareció al lado izquierdo del templo. Un
momento después, dos figuras emergieron.
Olivia y Taran.
Caminaban el uno al lado del otro, tranquilos, como si no tuvieran apuro, ni
preocupaciones, ni urgencias.
Magnus sentían que no eran lo que aparentaban. No Olivia, la amiga de Jonas,
la que Magnus había creído una bruja hasta el sorprendente descubrimiento de que
era mucho más que eso. Y Taran, un hombre joven que al principio quería a Magnus
muerto por el asesinato de su hermano gemelo, al menos hasta que llegaron a un
entendimiento sobre errores pasados y arrepentimientos.
Olivia y Taran se habían ido. Robados.
Y Magnus juró que haría lo que pudiera para ayudar a restaurarlos a sus
anteriores personalidades, desterrando a los demonios que habían tomado sus
cuerpos.
Ashur tomó su brazo, sacándolo de sus pensamientos.
––Es Cleo.
Magnus volvió a mirar al templo, donde se sorprendió de ver el cabello dorado
de Cleo, brillando a la luz del fuego en su camino, mientras corría por las escaleras
del templo y dentro del bosque a cien pasos lejos de él.
Inmediatamente se comenzó a mover, a ir tras ella. El agarre de Ashur sobre él
se apretó.
––No trates de detenerme ––gruñó Magnus.
La expresión de Ashur era amarga.
––¿Estás seguro que aún es la princesa? Puede ser el Vástago de agua.
La sangre de Magnus se volvió hielo con el pensamiento.
––Iré tras ella.
––Magnus…
––Ve ––dijo bruscamente––. Convoca a Valia de nuevo. Si nos puede ayudar de
alguna manera, le rogaré perdón por lo grosero que fui con ella antes. Encuéntrame
en el Sapo Plateado mañana en la mañana. Si no estoy allí… bueno, sabrás que la
princesa se ha ido, y probablemente yo también.
No quería esperar la confirmación del príncipe Kraeshiano. Se volvió y corrió en
la dirección que Cleo había tomado, hacia los bosques en el lado este del templo.
Corrió lo más rápido que podía en la oscuridad, tratando de no tropezar y caer sobre
las raíces de los arboles sobre el bosque.
Por un momento, Magnus temió perderla, pero luego vio movimiento frente a él.
Si fuera el Vástago del agua, ella estaría intentado atraerme a mi muerte, pensó.
No era un pensamiento esperanzador. O remotamente necesario.
Su mente haría bien en quedarse en silencio por ahora.
El bosque se abría hacia un pequeño claro al borde de un rio de doce pies de
ancho. Magnus se tambaleó hasta parar en la línea de los árboles y vio que Cleo
también se detenía, escaneando a la derecha e izquierda como si buscara un
puente en la luz de la luna.
Magnus salió de las sombras.
––No estoy seguro de que sea el mejor momento para una zambullida ––le dijo.
Los hombros de Cleo se tensaron.
Magnus estaba listo para cualquier cosa mientras ella se volvía lentamente para
mirarlo.
A la luz de la luna, sus ojos brillaban, pero su color estaba perdido en la
oscuridad–––grises y negros sin ningún rastro de aguamarina. Las terribles, como
raíces, líneas en su garganta, que se movían por su mandíbula hacia su mejilla
izquierda, estaban casi negras contra su piel pálida.
––Me encontraste ––le dijo en un medio suspiro.
––Claro que lo hice ––su garganta se cerró, haciendo que tragar fuera difícil––.
¿Eres tú?
Ella lo quedó viendo.
––¿Quién más podría ser?
Magnus dejó salir una afilada, nerviosa risa por eso.
––Taran perdió su batalla contra el Vástago del aire. Y luego ellos… ellos te
tomaron. ¿Qué debería pensar?
Una pequeña sonrisa tocó sus labios.
––Todavía soy yo.
El nudo en su estómago se soltó un poco.
––Bien. No te alejaras de mi tan fácilmente. Lo juro, Cleo, que pelearé por ti hasta
mi último…
Y entonces algo lo golpeó con fuerza desde atrás.
Algo filoso y doloroso.
Los ojos de Cleo se abrieron.
––¡No! ––gritó ella––. ¡Magnus, no!
Se forzó a sí mismo a mirar hacia abajo.
La sangrienta punta de una espada salía de su pecho.
Pestañeó, luego cayó de rodillas mientras el arma era sacada de su cuerpo.
Vagamente registró que la tierra estaba helada y mojada. Había comenzado a
llover con fuerza, aunque solo unos momentos antes no había nubes en el cielo.
––No sé cómo lo hiciste antes ––la voz aflautada de Kurtis encontró los oídos de
Magnus mientras el guardia del rey se movía de detrás de él––. Pensé que
seguramente la magia de tu hermana pequeña te había ayudado a salir de tu tumba,
pero eso no explica el callejón. Pero, no hay problema… ––sus dientes brillaron en
la noche mientras sonreía––. Estas muerto, Magnus. Al fin.
La visión nublada de Magnus encontró a Cleo todavía de pie al borde del agua,
su piel tan pálida como la luna. Su cabello húmedo por los torrentes de lluvia que
caían
La tierra alrededor de ella estaba cubierta de una capa de hielo.
––Te voy a matar ––gruñó Cleo.
––Sé que no tienes un control consciente sobre esto ––Kurtis señaló al hielo––,
así que deja de ser una carga y déjame regresarte con tu nueva familia.
Magnus trató de hablar, pero no podía formar las palabras.
––¿Qué fue eso? ––Kurtis sostuvo una mano contra su oreja––. Siempre me
intrigan las últimas palabras de mis enemigos. Más alto, si puedes.
––¿Pensaste… ––se las arregló Magnus–– que sería… tan… fácil?
Kurtis puso los ojos en blanco.
––Ya muérete, ¿quieres?
Tomó un momento antes de que Magnus sintiera la herida cocerse a sí misma.
La mirada de puro shock en el rostro del joven lord mientras Magnus se levantaba
casi valía la agonía que Magnus acababa de experimentar.
––Magnus… ––suspiró Cleo, lagrimas derramándose por sus mejillas––. Pensé
que te había vuelto a perder. Justo como perdí… ––su voz se rompió.
Ella no tenía que terminar ese pensamiento.
Justo como había perdido a Theon.
––Lo se ––dijo amargamente.
Kurtis no intento escapar. Se quedó parado allí, sorprendido por lo que veía frente
a él.
––Esto es magia negra.
––Oh si ––Magnus se movió hacia él, sus puños apretados a los lados. Esta
es la más oscura, más negra, maldita magia que existe. Si hay un opuesto a la
elementia, tengo el poder completo sobre ello.
Tomó la garganta de Kurtis y lo golpeó con fuerza contra el tronco del árbol más
cercano.
––Piedad ––escupió Kurtis––. ¡Ten piedad! ¡Estoy marcado por el fuego de Kyan!
¡No tengo otra opción de hacer lo que me pida!
––¿Si quiera conocías a Kyan cuando me enterraste a seis pies bajo la tierra?
Kurtis hizo una mueca.
––Te ruego perdón por cada transgresión que alguna vez haya cometido contra
a ti. ¡Por favor ten piedad!
––Eres un patético, llorón cobarde ––escupió Magnus.
Su absoluto odio por ese pedazo sin valor de mierda que había amenazado a
Cleo y tratado de matar a Magnus en tres ocasiones diferentes se derramó.
Él nunca había querido matar a alguien tanto como a este.
––Escúchame ––balbuceo Kurtis––. Creo que me encontrarás increíblemente útil
si me dejas ir ––dio un suspiro, un seco, roto sonido desde el fondo de su garganta–
–. ¿Qué… me estás… haciendo?
Mientras Magnus apretaba su agarre en su cuello, el rostro de Kurtis comenzó a
ponerse gris y amarillento a la luz de la luna. Gruesas venas negras subieron por
su cuello y cubrieron toda su cara en una red grotesca. Su cabello negro se volvió
blanco de raíz a punta.
La vida dejó sus ojos.
Cuando Magnus al fin lo dejó ir, el cadáver disecado de Kurtis Cirillo colapsó
contra el suelo, sus frágiles huesos rompiéndose como ramas secas.
Magnus lo miró, impresionado por lo que acababa de hacer.
––Magnus… ––Cleo estaba a su lado, su voz no más que un suspiro––. ¿Cómo
es esto posible?
––La piedra de sangre ––le respondió suavemente, deslizando su mano derecha
sobre el anillo de su dedo del medio de la mano izquierda.
Ella lo miró, sus ojos sorprendidos.
––¿Sabías que podía hacer eso?
––No tenía idea ––esperó sentir el horror de lo que había hecho, pero no vino––
. Lo único que sé es que lo quería muerto. Y ahora está muerto. Y me siento…
aliviado.
Cleo estiró una mano temblorosa hacia él.
––Ten cuidado ––se las arregló para decir––. No quiero herirte.
Ella dejo salir una pequeña, nerviosa risa.
––Asumo que no me quieres muerta como a Kurtis.
––Claro que no.
––Bien ––le dijo ella––. Porque necesito desesperadamente que me beses ahora
mismo.
Así que el la besó, respirándola y abrazándola con tanta fuerza que sus pies se
levantaron del suelo.
––Te amo ––le susurró contra sus labios––. Tanto que me duele.
Cleo presionó sus manos en cada lado de su rostro, mirándolo a los ojos.
––Yo también te amo.
Ella era su diosa. Su amor. Su vida. Y haría lo que sea para salvarla.
En su dedo había una pieza de magia negra que había salvado su vida tres
veces. El que la había creado hace miles de años seguramente era un dios de la
muerte. Este había sido su anillo en ese entonces.
Pero ahora era de Magnus. Y no iba a dudar en usar su horrible, aterradora,
increíble magia de muerte en cualquiera que se interpusiera en su camino.
CAPÍTULO 26 AMARA
KRAESHIA

Traducido por Jupiter M


Corregido por Samn

Pasó una semana desde que había regresado a la Torre del Imperio y el mundo aún
no se había acabado.
Amara tomó eso como una excelente señal para olvidar Mytica y disfrutar cada
momento de su día en Ascensión. El día que ella oficialmente, y de todas las formas,
se convertiría en la absoluta monarca del imperio de Kraeshian.
Esperaba con ansias que la ceremonia ayudara a eliminar cualquier permanencia
de dolor, inseguridad, o inseguridad impropia de una emperatriz.
Pero incluso una fuerte, capaz, y poderosa gobernante necesitaba un bonito
vestido para una ceremonia formal.
—Ouch—dijo cuando sintió el pinchazo de una aguja manejada por unas torpes
manos—. ¡Ten cuidado!
—Mis más sinceras disculpas —dijo el modista, saltando hacia atrás, su mirada
llena de terror.
Amara lo miró a través del reflejo del espejo de gran tamaño de sus aposentos.
Que reacción tan exagerada. No era como si ella lo fuera a matar por ser torpe.
Casi se rio en voz alta.
—Está bien. Solo ten cuidado.
—Sí, mi emperatriz.
Lorenzo Tavera era de Auranos, donde manejaba una famosa tienda de ropa en
la ciudad de la Cima del Halcón. La abuela de Amara había escuchado que había
sido un modista aprobado por nobles y miembros de la realeza por igual. Incluso le
había hecho el vestido de bodas a la princesa Cleo, el cual por lo que todo el mundo
decía, había sido increíblemente bello antes de ser manchado con la sangre de los
rebeldes.
El vestido dorado que Lorenzo creó para Amara encajaba herméticamente en
sus curvas, la falda volaba hacía fuera desde la rodilla en lo que parecían plumas
doradas. El corpiño tenía enrevesados bordados hechos de diminutas cuentas de
cristal, grandes esmeraldas y amatistas.
El color del vestido hizo que Amara pensara en la misma princesa dorada y se
preguntó qué tan bien le iba a Cleo en su actual situación. ¿Estaba sufriendo o ya
se había perdido en el Vástago de Agua?
Mi culpa, pensó.
No. No podía pensar tales cosas. No podía pensar en cómo había ayudado a un
demonio a ganar poder y en cómo había dejado a todos, incluyendo a su hermano,
muy atrás.
No podía pensar en cómo Kyan era un dios con un extremo disgusto por los
imperfectos mortales que pululaban este mundo, mortales que él creía eran dirigidos
solo por la codicia, la lujuria y vanidad, debilidades que él quería borrar.
Todos en todas partes perecería.
—¿Dhosha, está todo bien? —preguntó Neela mientras entraba al cuarto.
—Sí, por supuesto. Todo está bien—. Amara forzó las palabras, sintiéndose los
más lejos de bien que podía, a pesar de la gloria del día y la belleza de su vestido.
—Tu hermoso rostro… —Su abuela encontró su mirada a través de su reflejo en
el espejo—. Lucías tan dolida y preocupada hace un momento.
Sacudió su cabeza—. En lo absoluto.
—Bien —Neela se acercó la suficiente para tocar la fina tela del vestido—.
Lorenzo, has creado una verdadera obra maestra.
—Con mucha gratitud, mi reina —dijo el modista—. Es solo por su gracia que he
tenido el increíble honor de vestir a la emperatriz.
—Es todo lo que soñé que podía ser —dijo Neela, suspirando con apreciación—
. ¿Qué hay de las alas?
—Sí, sí. Por supuesto. Son la parte más majestuosa de mi creación —Lorenzo
metió la mano en una bolsa de seda y sacó una gran pero delicada pieza. Encajaba
sobre los hombros de Amara y daba la ilusión de alas doradas.
Amara apretó los dientes, sintiendo la adición ser un poco pesada y una carga
innecesaria. Pero escogió no quejarse, ya que agregaban un toque etéreo, de otro
mundo.
—Perfecto —respiró Neela, acunando sus manos—. Hoy tendrás todo lo que
siempre quise para ti. Me honra haber sido capaz de hacer todo esto posible.
Desde la semana que Amara había visitado a Mikah Kasro en su olvidado cuarto,
donde permanecería hasta que fuera sacado solo para su ejecución durante la
ceremonia, trató de no pensar en su conversación. Una parte de ella se había
quedado en su memoria, aunque, como una pieza de restos de comida entre sus
dientes traseros, casi imposible de quitar.
—Tu abuela solo cree en su propio deseo de poder—le había dicho.
—Me alegra tanto que lo apruebes —dijo Amara suavemente—. ¿Viniste aquí
solo para conseguir un vistazo del vestido, madhosha?
Lorenzo la pinchó de nuevo con su aguja y ella le apartó la mano—. Suficiente —
lo regañó—. Suficiente de arreglar cosas que están perfectas.
Lorenzo se alejó de ella de inmediato, inclinándose profundamente—. Sí, por
supuesto —De nuevo, había miedo en sus ojos. Era la misma clase de miedo que
recordaba ver en los ojos de aquellos que miraban hacia su padre.
Tal poder sobre otros debería complacerla.
En su lugar, le daba un frio y vacío sentimiento de pena en su estómago.
—Seré una buena líder—le había dicho a Mikah—. Mi pueblo me amará.
—¿Y si no lo hacen? —le había contradicho—. Si se alzan y tratan de cambiar lo
que les ha sido impuesto sin ninguna opción propia, ¿los llevarás a la muerte?
—Dhosha—dijo su abuela duramente, como si hubiera tratado de llamar su
atención más de una vez mientras Amara estaba perdida en sus pensamientos.
—¿Sí?
Miró alrededor, apartándose de sus pensamientos. Lorenzo ya no se hallaba en
la habitación. Ni siquiera notó cuando se fue.
—Me preguntaste si estaba aquí solo para ver el vestido —dijo Neela—. No es
así. Me alegra decir que tu regalo finalmente ha llegado desde el otro lado del mar.
Amara sacudió su cabeza—. En realidad, no tenías que darme un regalo,
madhosha. Ya has hecho mucho por mí.
Neela sonrió—. Pero este regalo es especial. Ven conmigo ahora para recibirlo.
Amara se cambió de vuelta a su vestido casual y chal. El resto del día sería para
relajarse, meditar y descansar. Luego la peinarían de los pies a la cabeza, la pintura
se aplicaría con precisión en los ojos y los labios, el pelo negro trenzado y
enhebrado con joyas y el vestido acabado serían el último toque antes de la
ceremonia de ascensión en sí.
Apoyándose en su bastón, Amara siguió a Neela a través de los pasillos de Lanza
Esmeralda. Pasaron a varios sirvientes, todos con los ojos enfocados en el suelo.
No era permitido mirar a la familia real de Kraeshian a los ojos, desde que el padre
de Amara había sentido que eso era como una confrontación.
Sacerdotes y augures también llenaban los pasillos, vestidos con largas túnicas
moradas. Habían viajado a Lanza Esmeralda a través del imperio para ser parte de
la Ascensión.
Los largos pasillos estaban llenos de alfombras intrincadamente bordadas que le
habían costado la mitad de la vida a un artesano comisionado para completar.
Amara se dio cuenta de que nunca le había prestado mucha atención a la belleza
de su entorno, a los exquisitos jarrones, esculturas y pinturas que salpicaban los
salones del palacio, muchos habían sido obtenidos por los reinos que su padre
había conquistado.
Robados, no obtenidos, se recordó a sí misma.
Estas eran las posesiones de los antiguos reyes y reinas asesinados por el
emperador mientras se movía a través del mundo como una plaga.
¿Qué estoy pensando? Sacudió su cabeza para despejarla de tales oscuros
pensamientos.
Su padre se había ido. Sus hermanos mayores idos.
No había escuchado una palabra sobre Ashur.
Amara sabía que ella sería diferente de esos que habían reinado antes de ella.
Llegaron a la privada escalera de espiral al sexto piso y caminaron por otro largo
pasillo. Al final del pasillo había un rostro familiar, uno que hizo que las
preocupaciones de Amara desaparecieran y su sonrisa volviera.
—¡Costas! —Mientras se acercaba a su guardia de confianza, él se inclinó hacia
ella—. Que encantador es tenerte aquí para ayudarme a celebrar este día tan
importante.
—Emperatriz —dijo Costas—. Estoy aquí a petición de la Reina Neela.
La Reina Neela. Había notado que ahora muchos llamaban a su abuela de esa
forma.
Pero por supuesto que lo harían. Ella era el pariente más cercano y la consejera
de mayor confianza de la emperatriz.
Su abuela se merecía tal título.
Amara se giró hacia Neela, sonriendo—. ¿Secretamente sobornaste a Costas
para que fuera mi regalo? Si es así, muchas gracias.
Neela negó con su cabeza—. No. Sin embargo, Costas consiguió tu regalo y lo
trajo aquí arriesgándose a sí mismo —Hizo un gesto con la mano hacia la puerta
junto al alto guardia—. Tu verdadero regalo está dentro de esa habitación.
Que intrigante. ¿Qué raro tesoro había traído Costas para ella a petición de su
abuela en el día de su Ascensión?
Amara fue hacia la puerta, presionando su mano contra la fría y suave superficie
plana. A pesar de cualquier aprensión o duda, se prometió que disfrutaría cada
momento de hoy. Lo probaría. Lo saborearía.
Lo que sea que fuera ese misterioso regalo, ella se lo había ganado.
Amara abrió la puerta y entró a la pequeña habitación. Una mujer vestida por
completo de blanco se giró para enfrentarla, luego bajó su mirada al suelo. Hizo una
profunda reverencia y se alejó del pequeño mueble que tenía delante.
Se parecía mucho a una cuna.
Su respiración se trabó, Amara se movió hacia adelante, lentamente y miró
dentro.
Un bebé con ojos azul cielo y una masa de pelo negro miraba hacia ella.
Amara jadeó, llevándose una mano a su boca.
Neela vino a su lado—. ¿Te gustó mi regalo?
—¿Madhosha, que has hecho? —preguntó Amara sin aliento.
—¿Sabes de quien es esta niña? —preguntó Neela.
Amara apenas podía pensar, mucho menos hablar—. Es la hija de Lucia Damora.
—No hiciste ninguna mención de su existencia. Tuve que enterarme por Costas.
Esta niña es la hija de una hechicera profetizada y una inmortal. Una niña de padres
tan extraordinarios contendrá la increíble magia, magia que podemos usar para
muchas, muchas cosas.
El agarre de Amara en su bastón se apretó—. Madhosha…
Neela estiró una mano hacia la cuna y acarició la pequeña mejilla aterciopelada
y suave de la bebé—. ¿Cómo debemos llamarla?
—Ella ya tiene un nombre. Es Lyssa —Amara se giró hacia Costas—. Tú hiciste
esto. La tomaste de su cuna, de los brazos de su madre quien va a destrozar el
mundo para encontrarla.
La expresión de Costas permaneció estable—. No lo hará.
—¡Lo hará! En el momento en que Lucia se dé cuenta que tomaste a su…
—Pensé en eso —la interrumpió él—. Por su puesto que lo hice. La reina Neela
me dio explícitas instrucciones de hacerlo parecer como si el Vástago de fuego la
hubiera robado. El único que me presenció entrar al palacio está muerto. Quemado
como prueba.
—Más razón para que la hechicera centre su atención en el Vástago de fuego
que no podrás encontrar una manera de controlar —dijo Neela—. Criaremos a esta
niña como tu hija, del mismo modo que el rey Gaius crió a Lucia. Mi boticario me
dice que puede usar su sangre para crear poderosos elixires para fortalecer tu
reinado. Elixires para mantenerte joven y hermosa durante muchos, muchos años.
—Elixires —repitió Amara, de nuevo bajando la mirada al rostro de esa niña
robada—, para mantenerme joven y hermosa.
—Sí —Entonces Neela besó a Amara en ambas mejillas—. Estoy tan feliz de
haber sido capaz de darte este regalo, uno que apreciarás más con cada año que
pase.
Cada año donde la Reina Neela le aconsejaría como reinar a su gente, como
controlarlos y como castigar a aquellos que se opusieran a ellos.
No quiero el regalo de una niña robada, pensó Amara con repentina
desesperación calando en su pecho. No quiero nada de esto.
¿Qué he hecho?
Sin embargo, insegura de como su abuela fuera a reaccionar si decía la verdad
de cómo se sentía, Amara en su lugar, forzó una sonrisa en sus labios—. Mi gratitud
es contigo, madhosha, por siempre ver por mí. Por hacer el día de hoy posible.
Neela le apretó sus manos—. Todos se inclinarán ante ti. Cada hombre que ha
hecho sufrir alguna vez a una mujer de Kraeshian. Y serás la mejor y más temida
gobernante que este mundo haya visto.
Amara continuó sonriendo con su falsa sonrisa mientras dejaba la enfermería y
se dirigía de vuelta a sus aposentos.
Caminó tan rápido como pudo, luchando contra las lágrimas que pinchaban
detrás de sus ojos.
Había sido idea de su abuela envenenar a su familia.
Había sido idea de su abuela que ella asesinara a Ashur si este probaba ser un
problema.
Había sido idea de su abuela secuestrar a la niña de una hechicera.
Amara había confiado en su abuela toda la vida, había estado dispuesta a hacer
lo que sea que ella le decía, sabiendo que Neela solo quería ayudarla a ganar su
poder.
Un poder que Neela pudiera empuñar para sí misma.
Por sus pensamientos confusos y poco claros y su visión borrosa, Amara no vio
a la persona escondida en la esquina que conducía a su ala de la masiva residencia
real.
Al menos, no hasta que la agarraron.
Su bastón salió de su agarre antes de que pudiera usarlo para pelear contra la
larga mano que agarraba su garganta y la presionaba contra la pared.
La punta de una afilada espada presionada contra su mejilla.
—Bueno, eso fue más fácil de lo pensé que sería —gruñó Felix Gaebras—. No
hay suficiente seguridad en el gran palacio verde y puntiagudo para mantener a raya
a los criminales fugitivos como yo. Qué gran vergüenza
Su aparición fue un gran shock que Amara no reaccionó, no luchó, mientras él la
arrastraba a sus vacíos aposentos. La empujó, tropezó hacia atrás y cayó al suelo.
La puerta se cerró, la cerradura deslizándose en su lugar.
Amara miró hacia la puerta. Feliz no había infiltrado en la Lanza Esmeralda solo.
—Nerissa—susurró Amara.
Los ojos de su antigua asistente se entrecerraron fríamente en ella—. Con Mytica
tan lejos de ti, habría pensado que ya habrías olvidado mi nombre.
—Por supuesto que no —Amara trató de tragar y respirar. Trató de no parecer
asustada—. ¿Vas a detener a Felix de matarme?
—No. De hecho, estoy aquí para ayudarlo.
Amara miró a ambos por varios segundos. Y luego empezó a reír, atrayendo la
mirada de ambos Nerissa y Felix. El día había sido tan surreal, desde las alas
doradas, el miedo en los ojos de su modista, hasta el regalo de un bebé robado con
sangre mágica
—Deja de reírte —gritó Felix.
—¿Qué es esto? —Preguntó Nerissa—. ¿Estás enojada?
—¿Ahora mismo? —gestionó—. Probablemente. Pero tú, Nerissa, ¿cómplice en
el asesinato de una mujer desarmada? Nunca te habría tomado como una
desalmada.
Amara fue golpeada con la certeza de que el castigo que merecía había llegado
mucho antes de lo que esperaba.
—Desearía poder decir lo mismo en respuesta—dijo Nerissa suavemente.
Amara se puso seria, entrecerrando la mirada en su antigua asistente. Alguien
que la hubiera mirado no hace mucho con amabilidad y paciencia. Una que había
compartido historias de su doloroso pasado—. Me dijiste que tú y tu madre
sobrevivieron tanto bajo el reinado de mi padre. Ya sabes lo que es ser oprimido por
los hombres, el necesitar usarlos para obtener lo que quieres. Pensé que lo
entenderías, aunque fuera un poco, por qué he hecho lo que hice.
—Lo que dije sobre mi madre siendo una cortesana fue una mentira —Nerissa
alzó una delgada ceja—. Ella hizo lo necesario para sobrevivir, sí. Pero la mayoría
de los días, mi madre era una asesina.
Felix jadeó—. Nunca me dijiste eso. ¡Tenemos tanto en común!
Nerissa lo miró—. Tu madre no fue una asesina.
—No, pero yo sí. Oh, Nerissa te vuelves más interesante para mí cada día.
Deberíamos ser compañeros después de esto. ¡Vigilantes que eliminan horribles y
malignas a través del mundo! Aunque, si pudiéramos evitar los viajes en mar, eso
sería maravilloso. Aún estoy enfermo por nuestro viaje aquí.
Nerissa arrugó su nariz—. Eso, todo eso, es improbable, Felix.
Frunció el ceño y frotó su dedo sobre el parcho en su ojo—. ¿Es el ojo que falta?
No puedo hacer mucho sobre eso, me temo. Oh, espera. Eso también es culpa de
la emperatriz. Otra razón por la que necesita morir —Bajó la mirada hacia su cuchillo
y su único ojo se entrecerró—. Voy a disfrutarlo tanto.
Nerissa suspiró cansada—. ¿Estás tratando de convencerte de entrar en otra
mazmorra?
—Definitivamente no —Felix giró su daga alrededor de su mano con la habilidad
de alguien que juega con armas afiladas diariamente—. Antes de que finalmente y
felizmente haga esto, emperatriz, estoy obligado a dejarte saber que esto es bajo
las órdenes del príncipe Magnus. No está feliz de hayas matado a su padre.
Finalmente, Amara se puso de pie, balanceando su peso en su pierna buena. A
pesar de sus problemas, su voluntad de sobrevivir permanecía tan fuerte como
siempre—. No fui yo. Mi abuela hizo ese asesinato. Me enteré de ello cuando llegué
aquí la semana pasada.
Felix se encogió de hombros—. Dices todo eso como si importara. No lo hace. El
resultado va a ser el mismo. Tu muerte, es todo.
Amara disparó su mirada a Nerissa—. ¿Y solo te vas a quedar ahí y lo verás
asesinarme?
—Sí. Lo haré —Nerissa se cruzó de brazos y golpeó su pie como si la muerte de
Amara no llegara lo suficientemente rápido.
—Antes de esa noche… con Kyan, cuando los traicioné a todos… pensé que
creías en mí —dijo Amara horrorizada por cuan débil sonó. Pero aún era la verdad.
No tenía más mentiras dentro ella.
—Lo hice. En contra de mi mejor juicio, en serio lo hice —Nerissa exhaló y
sacudió su cabeza—. Pero no has mostrado remordimiento, ni arrepentimiento.
Cada decisión que has tomado ha sido para tu propio poder, e innumerables
personas han sufrido debido a ello.
Felix giró su daga de nuevo—. Y dices que yo hablo mucho. ¿Podemos terminar
esto y escapar de aquí?
Terminar esto.
Terminarla.
Felix tenía innumerables razones para querer a Amara muerta. De hecho, no lo
culpaba en absoluto.
Lo había herido muchísimo.
No. Ella trató de destruirlo. Pero había sobrevivido.
—Admiro eso —dijo Amara.
—¿Qué? —gruñó Felix.
—Tú. Ahora veo que hubieras sido un mejor aliado que enemigo.
Le frunció el ceño—. En este punto, esperaba una súplica más satisfactoria por
tu vida. Esto es extremadamente decepcionante.
—Se terminó —dijo Amara.
—Exactamente mi punto —Felix le dio una sonrisa fría y dio un paso adelante.
Ella levantó una mano y alzó su barbilla—. Pero no puedes matarme. No ahora
mismo. Después, quizás. Pero no ahora. Hay mucho que ustedes deben hacer
primero y van a necesitar un gran trato de mi parte para hacerlo.
—Nah. Creo que solo voy a matarte —insistió Felix y alzó su daga.
Nerissa agarró su muñeca a medio camino, sus ojos puesto en Amara—. ¿De
qué estás hablando?
Amara se le revolvió el cerebro, tratando de descubrir exactamente por dónde
empezar.
—Está bien —dijo—. Escúchenme con cuidado….
CAPÍTULO 27 JONAS
PAELSIA

Traducido por Julieta


Corregido por Samn

Dejaron la posada al amanecer.


Mia, la sirviente con amnesia, la que Lucia decía era inmortal, ya estaba despierta
sirviendo el desayuno y les dio algo de pan y miel para su viaje.
En su camino hacia las Montañas Prohibidas, Lucia apenas habló. Se movía
rápidamente a través del camino toscamente tallado, claramente determinada a
avanzar.
Jonas volteó hacia arriba a los dentados picos negros que se levantaban
alrededor de ellos y jaló su túnica más cerca de sus hombros. Había una gelidez
aquí, la temperatura era mucho más helada que en el pequeño pueblo del que
habían salido más temprano.
Era una helada que sentía más profundamente que en la pura superficie.
Le penetraba profundo, hasta los huesos.
― ¿Sabes qué me dijeron de estas montañas cuando era niño? ― dijo, sintiendo
la necesidad de crear una conversación.
― ¿Qué? ― preguntó Lucia, sus ojos aun encaminados en el sendero frente a
ella.
Ya se le habían olvidado hasta ahora, todas las historias que los adultos les
contaban a los niños sobre las Montañas Prohibidas. Jonas nunca tuvo paciencia
para las historias de fantasía o magia. Él siempre prefería andar de caería, incluso
cuando apenas podía levantar un arco.
―Me contaron que son brujas antiguas, maldecidas por usar su magia oscura
contra el primer rey de Mytica, justo después de que el mundo fuese creado.
―He escuchado otras leyendas sobre ellas, pero la tuya no me sorprende en lo
absoluto ―dijo Lucia por lo bajo―. A las brujas siempre se les culpa de todo, incluso
cuando la mayoría no tiene el poder suficiente ni para prender una simpe vela.
― ¿Por qué crees que pasa eso? ― se preguntó en voz alta.
― ¿Qué?
―Las brujas… definitivamente existen. Eso lo sé ahora. Pero su magia es
inofensiva, no como lo cuentan las historias.
―Yo no diría eso. Incluso las elementia más débiles se pueden fortalecer con
sangre, así es como aparentemente mi abuela pudo ayudan a Kyan con su ritual.
Entonces, si una bruja incrementa su poder a peligrosos niveles y si sus intenciones
son oscuras, definitivamente no será inofensiva.
Jonas no sabía cuántas brujas había, solo que si una era descendiente un
exiliado vigilante, tenían una posibilidad de tener magia dentro de ellas. ―Supongo
que tienes razón. Y debemos estar agradecidos de que sólo tú tienes esa magia.
Lucia no respondió.
― ¿Princesa? ―preguntó frunciendo el ceño―. Aún tienes tu magia, ¿no es así?
Se estremeció. ―Se ha debilitado de nuevo. No sé cuánto tiempo tarde en
regresar a mí por completo, o si tan siquiera es una posibilidad― Lucia lo miró por
encima de su hombro. Sus ojos anchos y vidriosos. Jonas sintió su corazón
precipitarse.
―No eres una bruja común― dijo sacudiendo la cabeza ―Eres una hechicera.
La hechicera.
―Lo sé. Pero Lyssa… de alguna forma ha robado mi magia desde que estuve
embarazada de ella. Pero juro a la diosa, incluso si no me queda una pizca de
elementia dentro de mí, que la salvaré, sin importar lo que tenga que hacer.
― Y yo te ayudaré ―dijo Jonas con firmeza, aunque el pensamiento de que su
magia ya no podría ayudarles lo suficiente en su batalla contra Kyan le daba
escalofríos―. Prometo que lo haré.
―Gracias ―Lucia le sostuvo la mirada por un momento antes de asentir y luego
darle la espalda―. Ahora sigue caminando. Ya casi llegamos.
Jonas hizo lo que le dijo, un pie frente al otro.
Se forzó a seguir caminando, aunque cada paso era una prueba de su coraje.
Estas montañas siempre habían sido una parte de su vida, una vista escalofriante
del este lejano, sin importar a donde fuera uno en Paelsia.
Entraron a los pies de monte y cualquier rastro de vegetación que se esforzaba
por permanecer en los polvorientos kilómetros previos, había desaparecido
completamente. Los cielos eran grises, como si una tormenta fuera a formarse, y en
la distancia, sobre las montañas, nubes incluso más oscuras bloqueaban el sol.
Mientras se movían más profundamente hacia las montañas negras, Jonas se
dio cuenta que se sentía incluso más frio que en Limeros. Era un tipo de frío
impasible; una congelación que se asentaba en sus huesos y se quedaba ahí. El
tipo de frio que no se podía quitar con una manta y una fogata.
Sobó su pecho sobre la marca en espiral del vigilante. El frio parecía abrir paso
dentro de él precisamente en ese lugar, como la punta de una espada buscando su
corazón.
― Este lugar ―comenzó―. Se siente como a muerte.
Lucia asintió. ―Lo sé. Hay una ausencia de magia aquí… una ausencia de la
vida misma. Por lo poco que entiendo, es lo que ha sangrado en Paelsia por
generaciones, causando que tu tierra se marchite y muera.
Jonas miró a la periferia, a los vacíos alrededores. Se estremeció. ― Como la
parte podrida de un durazno que se esparce por toda la cesta.
―Exactamente. Por suerte, en el medio de toda esta muerte esta…eso.
Habían entrado en una colina gris y rocosa, y del otro lado, a donde ahora
apuntaba Lucia, se encontraba una visión que hizo que Jonas perdiera el aliento.
Una gruesa pieza de cristal morado tan alta como 3 hombres, salía de un
pequeño parche de verdor en la distancia. Más allá de ese pequeño círculo de vida
y belleza solo posaba oscuridad y tierra chamuscada.
― Aquí es donde me enfrenté a Kyan ―dijo Lucia sombríamente mientras
trepaba a la colina que llevaba al monolito―. No tenía su forma humana en ese
entonces. Se veía más como el sueño que presenciaste.
Un monstro gigante hecho de fuego.
―Fuiste tan valiente en ese sueño ―dijo, recordando a la muchacha encapotada
que se posó frente al dios de fuego y juró que lo detendría.
―No puedo decir honestamente que fui tan valiente en la vida real. Pero esto
―deslizó su mano sobre el anillo de amatista que siempre usaba―, me protegió
como habría protegido a Eva cuando ella lo usaba. Y Kyan, explotó. Pensé que
realmente lo había matado, pero solo destruyó el cuerpo que estaba usando como
recipiente. Me desmayé y cuando volví en sí, estaba en el Santuario.
Jonas no podía ni pensar en lo aterrador que debió haber sido, enfrentarse con
un verdadero monstruo sin nadie a quien acudir, nadie que ayudara. Había juzgado
mal a esta chica por demasiado tiempo. Ella había pasado, por tanto, era un milagro
que hubiera salido sana y salva.
Miró hacia el monolito mientras se acercaban. ―Entonces esto es un portal a
otro mundo, como las ruedas de piedra.
―Sí ―dijo ella―. Aquí es donde la magia se originó, la habilidad de caminar
entre mundos. Solo espero, que ahora que finalmente estamos aquí, funcione
incluso con mi magia siendo tan poco confiable.
―Tengo fe en ti ―dijo Jonas―. Y en tu magia.
Lucia se giró hacia él con ojos bordeados de rojo, como si esperara que siguiera
ese comentario con uno más duro, algo más crítico.
En vez de eso, le ofreció una pequeña sonrisa. Lo decía en serio.
A pesar de cualquier intención maliciosa Timotheus le atribuía a Lucia, la fe de
Jonas en ella solo había aumentado desde que el inmortal le había dado la daga
dorada.
Jonas pensó en la visión que Timotheus le había contado: Lucia con la daga en
su corazón y Jonas parado sobre ella.
No, pensó Jonas. Es imposible.
O había estado equivocado o le había estado mintiendo. El mismo Timotheus
había dicho que veía muchos futuros posibles. Ese había sido solo uno de ellos.
Jonas necesitaba respuestas del inmortal. Y demandaría que se le dijese la
verdad, sobre todo.
Lucia iba más adelante y Jonas tomó varias zancadas para alcanzarla.
―Muy bien ―dijo ella, volteando a verlo―. Ahora descubriremos si esta travesía
fue una increíble pérdida de tiempo.
Entre más cerca se encontraba del monolito, mejor se empezaba a sentir Jonas.
El escalofrío se había disipado completamente y un calor estremecedor fluyó por su
cuerpo.
― ¿Sientes eso? ―preguntó encontrándose con la mirada de Lucia
―Sí ―respondió.
― Mira ―dijo él, señalando su mano―. Tu anillo… está brillando.
Lucia levantó su mano, sus ojos se ampliaron mientras asentía. ―Voy a asumir
que esa es una buena señal.
Luego el monolito comenzó a brillar también, emitiendo una violeta neblina a su
alrededor.
―Creo que me reconoce ―susurró ella.
Jonas siguió el camino de Lucia y posó su palma contra el fresco cristal. ―Solo
esperemos que no explote.
Lucia rio nerviosamente. ―Por favor, ni siquiera pienses en eso.
El brillo del monolito rápidamente se hizo tan intenso que Jonas tuvo que cerrar
los ojos para protegerlos de la luz.
Cuando los abrió unos momentos después, ya no estaban en el mismo lugar.
Para nada.
Se volteó en círculo para apreciar el nuevo alrededor. Ahora estaban en un
campo pastoso, uno que le recordaba al fondo de su ultimo sueño con Timotheus.
― ¿Funcionó? ―preguntó y luego levantó una ceja hacia la hechicera parada
junto a él―. ¿O estamos muertos?
―Suenas tan calmado, considerando que acabamos de viajar a otro mundo ―
dijo ella. Lucia lo miró de arriba abajo, estudiándolo desde todos los ángulos―. Ni
siquiera estaba segura que podrías venir conmigo. La magia que tienes dentro debe
ser más fuerte de lo que pensé. Estoy segura que lo que pasó… no habría
funcionado con cualquiera.
Jonas habría respondido, pero estaba demasiado ocupado viendo la brillante
cuidad en la distancia.
―Sí funcionó ―dijo atónito―. Es el Santuario.
―Lo es.
―Voy a necesitar un momento ―dijo. Jonas se dobló, descansando sus manos
en sus rodillas mientras intentaba recuperar su aliento. Su mente se estaba
acelerando, en un momento habían estado en las Montañas Prohibidas frente a una
enorme roca brillante.
Ahora estaban… aquí. En el Santuario.
Siempre había dicho que solo creía en lo que podía ver con sus propios ojos. Y
podía ver esto. Todo en una majestuosa vista.
Esto era real.
―No hay tiempo para descansar ―Lucia comenzó alejarse de él, en dirección a
la ciudad―. Debemos encontrar a Timotheus.
A primera vista, todo parecía lo suficientemente normal, el cielo azul, pasto verde,
flores coloridas, y en la distancia, se vislumbraba una ciudad hecha de altos edificios
de oro.
Pero eso no era en absoluto normal, pensó Jonas mientras pasaban junto a dos
grandes ruedas de roca que se encontraban en el esparcimiento de la tierra verde
entre el prado y la misma ciudad de cristal.
― ¿Qué son? ―preguntó.
― Esas son las puertas que usan los inmortales para entrar a nuestro mundo ―
explicó Lucia―. En su forma de halcón.
Jonas se dio cuenta que no había visto halcones últimamente. Al menos, no del
tipo que son grandes y dorados como los que él sabía que eran espías inmortales.
Tal vez no había estado prestando suficiente atención.
Detrás de las puertas de piedra, Jonas pudo ver otras diferencias entre el
Santuario y el mundo mortal. Los colores aquí eran más vividos y parecidos a joyas.
El pasto era de un brillante verde esmeralda y las flores rojas que adornaban el
campo parecían rubíes brillantes.
El cielo era azul brillante, el verdadero color de un perfecto día de verano sin
nubes.
Pero aquí no había sol, solo una fuente indeterminada de luz.
― ¿Dónde está el sol? ―preguntó él.
Lucia volteó al cielo, resguardando sus ojos del brillo. ―No parecen tener uno.
Pero siempre es de día aquí.
Jonas sacudió la cabeza. ― ¿Cómo es eso posible?
―Enfoquémonos en llegar a la cuidad, ¿sí? Luego puedes hacerle las preguntas
que quieras a Timotheus. Esperemos que tengas mejor suerte consiguiendo
respuestas que yo.
La cuidad tenía altas murallas protectoras, parecidas a la Ciudad de Oro, pero su
portón estaba abierto y desprotegido.
Lucia dudó solo un momento antes de pasar a través de ellas y adentrarse a la
ciudad misma.
Jonas no podía con todas las visiones frente a él. La ciudad de Oro y la Cima del
Halcón eran dos de las ciudades más ricas de todo Auranos. Había oro embebido
en el empedrado de los brillantes senderos y ambas ciudades estaban
inmaculadamente limpias. Ambas ciudades, sin embargo, compadecían ante la
belleza y maravilla de esta. Parecía estar construida completamente de cristal, plata
y delicado y transparente vidrio. Brillantes y coloridos mosaicos cubrían los
laberinticos caminos que los conducían más adentro de este vivido sueño.
Los edificios eran más altos que cualquier otra cosa que Jonas hubiera visto
antes, incluso más altos que los palacios Auranianos y Limerianos, con agujas que
llegaban a lo alto del cielo. Aquí, las estructuras individuales eran estrechas, con
bordes dentados y angulares que le recordaban al mismo monolito. Se extendían
dos veces más altas que la torre de centinela, pero nunca había visto una torre
hecha de otra cosa más que piedra y ladrillo.
―Increíble ―murmuró Jonas―. ¿Pero, dónde están todos?
Lucia no parecía estar tan pasmada por la vista como él lo estaba; ella estaba
más ocupada en adentrarse más en la ciudad. ―No hay muchos inmortales aquí,
considerando el tamaño de la ciudad ― dijo―. Tal vez doscientos o algo así. Hace
que este lugar parezca completamente vacío.
―Sí, ciertamente lo hace ―coincidió.
―Aunque es extraño ―dijo ella frunciendo el ceño―. Pensé que ya habríamos
visto a alguien.
Escuchó la inquietud de su voz y eso lo preocupó.
Jonas siguió a Lucia a un lugar despejado que parecía ser de doscientos pasos
en diámetro. En el centro del espacio estaba una torre tres veces más alta que
cualquier otra en la ciudad, una que se estiraba hacia el cielo como una brillante
llama de luz.
―Esta torre ha sido el hogar de los ancianos ―le dijo Lucia―. Es como su
palacio. Cuando estaba aquí, todos los otros inmortales se reunían en esta plaza
para escuchar los anuncios de Timotheus.
Jonas miró el área vacía frunciendo el ceño.
―Algo anda mal, princesa ―dijo―. ¿No lo sientes?
No podía precisar que era exactamente. Era como el escalofrío que había sentido
en las Montañas Prohibidas, justo antes de llegar al monolito de cristal. Por toda su
exquisita belleza extraterrenal, esta ciudad se sentía como…
Muerte, pensó él.
Lucia asintió. ―Lo siento también. ¿Dónde están todos? Esto no está bien.
― ¿No estarían consternados por que dos extraños acabaran de entrar por sus
puertas inesperadamente? ―preguntó él.
―No me notaron la última vez, no al principio. Pero luego conocí a Mia, la chica
de la taberna.
―La que no recordaba nada.
Lucia asintió gravemente.
Luego, de reojo, Jonas vio algo parpadear en una de las paredes de las torres
cercanas. Luz y oscuridad, luz y oscuridad, como el rápido parpadeo de un ojo.
Cambiaba de un color plata brillante a…
La imagen de un viejo hombre.
Lucia jadeó.
― ¿Timotheus?
Jonas miró a lo que de hecho parecía un Timotheus muy viejo, con pelo blanco y
una cara arrugada.
―Sí, soy yo ―dijo la imagen―. Tus ojos no te mienten.
Jonas se dio cuenta entonces que no era solo una imagen, en verdad era
Timotheus, de alguna manera apareciendo al lado de la torre para mirar sobre ellos
parados en medio de la masiva plaza vacía.
― ¿Qué ocurrió? ―preguntó Lucia, sus ojos ampliándose―. ¿Por qué te ves
así?
―Porque estoy muriendo ―respondió Timotheus, su voz era pequeña y distante.
― ¿A qué te refieres con que te estás muriendo? ― demandó Jonas―. Eres
inmortal. ¡No puedes morir!
―Los inmortales indudablemente pueden morir ―dijo él―. Solo que nos toma
mucho más tiempo que a los mortales.
―Timotheus… ―Lucia dio un paso al frente, sus hombros tensos―. Es urgente
que hable contigo.
Timotheus negó con la cabeza. ―No deberías estar aquí. Vi en una visión que
ambos vendrían, pero esperaba en verdad que cambiaran de opinión. Por
desgracia, no lo hicieron. Pero ahora deben irse inmediatamente.
Lucia cerró sus manos en puños a sus costados. ― ¡No puedo irme! Kyan se ha
llevado a mi hija y mi magia… está muy débil ahora. No sé si pueda aprisionarlo y
a los demás también ―Su voz estaba temblando―. Necesito salvar a mi hija y no
sé cómo. Vine aquí a pedir tu ayuda.
―No puedo serte de ayuda ―replicó sombríamente―. Ya no.
―Pero debes serlo ―dijo Jonas, dando un paso al frente―. Necesitamos
respuestas. Vinimos hasta acá. Ni siquiera sé cómo es posible que esté aquí.
― ¿Ah, ¿no? ―Timotheus rio―. Jovencito, tienes tanta magia dentro de ti que
me sorprende que no se esté colando por tu piel.
¿Podía sentirlo? Jonas no se sentía tan diferente a antes. ― ¿Cómo sabes eso?
―Lo sé porque yo mismo coloqué gran parte de esa magia en ti.
Jonas lo miró boquiabierto. ― ¿Hiciste qué?
―Algunos mortales a través de los años se han probado muy diestros en el
manejo de la magia. Tú eres uno de ellos.
Lucia miraba a uno y al otro. ― ¿A qué te refieres con que él es un portador de
magia?
―Justo como los ricos mortales guardan su oro en un banco, y el mismo de
donde toman préstamos ―explicó Timotheus―. Ese es el propósito de Jonas y
parte de su destino. Pensé que sería de utilidad y así lo fue.
―Espera ―dijo Jonas―. ¿Qué estás diciendo? ¿Tú pusiste la mayor parte de
esta magia en mí? ¿Cómo hiciste eso?
Timotheus lo vio pacientemente. ―No entenderías, aunque te lo dijera. Y no hay
tiempo para explicar.
―Haz tiempo ―gruñó―. Ya sé que la magia dentro de mie es de Phaedra,
cuando murió intentando salvar mi vida, y Olivia, de la magia que usó para
sanarme…
―Sí. Y así fue como supe que eras un recipiente. Te di más magia en el último
sueño tuyo en el que entré, tanta como pude. Ya sabes que lo que sea compartido
en tu inconsciente mente puede hacerse realidad.
La espada de oro. Así que Timotheus transfirió magia a Jonas de la misma
manera que le había dado la espada, la cual había viajado de un mundo a otro.
Miró la masiva forma de Timotheus al lado de la torre con temor. El inmortal
parecía un hombre, hablaba y caminaba como un hombre.
Pero no era un hombre. Era un dios.
Todos los inmortales eran dioses.
Para alguien que nunca había creído en nadie ni nada… esta era una
sorprendente revelación.
― ¿Por qué pusiste esta magia dentro de mí? ―comenzó Jonas, ahora con más
intención―. ¿Fue porque sabias que así te debilitarías?
―Parcialmente ―concedió Timotheus.
― ¿Y ahora qué? ¿La tomarás de regreso, te recargas y quedas como nuevo?
Timotheus los miró hacia abajo por un momento, sus labios presionados en
pensamiento. ―No.
― ¿No? ―dijo Lucia atónita―. ¿A qué te refieres con no? Te necesito Timotheus.
No hay nadie más que me pueda ayudar. ¡Kyan ha raptado a mi hija, y temo que no
pueda salvarla!
―He visto tu futuro Lucia Damora ―dijo Timotheus, monótono―. Te he visto
parada junto al Vástago de fuego con los orbes de cristal frente a ti, tus labios
moviéndose mientras completas el ritual que lo empoderará y a los otros tres con
un poder que nunca antes han poseído. Y lo haces por tu propia voluntad, justo
como estuviste parada a la orilla del acantilado esa noche, esa fatídica noche, lista
para ayudarlo a destruir el mundo. Estás aliada a Kyan y cualquier excusa que tenga
que ver con Lyssa son solo eso, excusas.
La cara de Lucia estaba roja, sus ojos llenos de furia. ― ¿Cómo te atreves a
decirme eso? No tengo alianza con Kyan. ¡Lo odio!
Timotheus se encogió de hombros. ―Nosotros no cambiamos. Somos quienes
somos a lo largo de nuestras vidas. Podemos intentar otros caminos, otros cursos,
pero nunca funciona. Yo no soy distinto. Fui creado para ser el guardián de este
lugar ―movió su arrugada mano en dirección a la tierra más allá de las puertas de
la ciudad―. Y del mundo mortal. Lo intenté… lo hice. Y aún estoy tratando en este
mismo instante, pero estoy fallando, como todos los demás de mi especie han
fallado. Se terminó Lucia. La lucha terminó y hemos perdido. Nunca estuvimos
destinados a ganar.
Jonas escuchó en silencio a lo que el inmortal decía y la reacción de Lucia, y
ahora la acompañaba en su desafuero. ― ¿Eso es todo? Te estás rindiendo, ¿así
nomás?
―No sabes lo mucho y lo duro que he peleado para llegar a este punto ―dijo
Timotheus cansado―. Pensé que había una oportunidad e hice lo que pude para
ayudar. Pero al final, nada de esto importa. Lo que será, será y debemos aceptarlo.
La furia de Jonas comenzó a hervir. Se acercó más a la torre como si pudiese
alcanzar la imagen y sacar a Timotheus de ella. ―Es tan típico de ti, hablando en
acertijos, incluso ahora. Lucia necesita tu maldita ayuda para reparar este maldito
desastre y tú estás ahí arriba en… lo que sea de magia que estés usando ahora,
mirándonos bajo tu nariz. Desconectado de todo, sano y salvo en tu alta torre
mientras nosotros estamos afuera peleando, sangrando y muriendo.
―Peleando, sangrando y muriendo… ―Timotheus sacudió la cabeza―. Ese es
el camino de los mortales. Pasado presente y futuro. O el poco futuro que queda al
menos. Todo termina. Nada es verdaderamente inmortal.
―Timotheus…― el tono de Lucia se había calmado. Juntó sus manos delante
de ella mientras volteaba a ver la imagen al lado de la torre. ― ¿Dónde están los
demás para ayudarte?
―Los demás se han ido ―respondió planamente.
― Yo… Yo vi a Mia. La vi en un pueblo Paelsiano no muy lejos del monolito. ―
Negó con la cabeza―. No podía recordar nada, ni ser inmortal, ni el Santuario, o
haberme conocido antes.
―Tú le hiciste eso ―dijo Jonas, llenando los espacios blancos por sí mismo―.
La heriste… le robaste sus memorias. Y a los demás también.
―Saltando a conclusiones, como siempre ―contestó Timotheus―. Apresurado
en tus decisiones, impetuoso y atrevido, y muy seguido, equivocado.
―¿Entonces qué pasó en verdad? ―Preguntó Lucia.
Jonas no quería escuchar más mentiras. Había sido una pérdida de tiempo el
venir aquí. Estaba a punto de decirlo cuando Timotheus finalmente respondió.
―Reclamé un favor de una viejo amigo ―dijo―. Uno con el medio y la magia
para borrar memorias. Quedaban muy pocos de nosotros y nadie más que yo sabía
la verdad de lo que este lugar se ha convertido. Solo pensaban en él como una
hermosa prisión, una en la cual podían escapar en forma de halcón para observar
la vida de los mortales. Al paso de los siglos, algunos decidieron quedarse en tu
mundo como exiliados, su magia desvaneciéndose entre el recuerdo de sus
limitadas vidas. Los exiliados, en conjunto, me he dado cuenta, son felices con su
decisión de irse. Vivir una corta vida mortal que es imperfecta y hermosamente
defectuosa.
― Así que les diste esa oportunidad ―dijo Lucia, su voz apenas era un susurro―.
Todos los que quedaban. Los exiliaste y borraste sus memorias para que pudieran
vivir una vida mortal sin lazos con el Santuario.
Timotheus asintió.
Jonas quería odiarlo. Quería sacar la daga dorada que Timotheus le había dejado
de alguna manera esa noche a través de su sueño y arrojarla a la torre aquí y ahora.
Pero no lo hizo.
Estudió la vieja y cansada cara del hombre, el hombre que ha vivido por
incontables siglos, con una sola pregunta surgiendo en su mente que
desesperadamente necesitaba una respuesta.
―¿Por qué no tú también? ―preguntó Jonas―. Si lo que dices es verdad, ¿por
qué no escogiste vivir una vida hermosamente defectuosa como mortal? ―
―Porque ―dijo Timotheus tristemente―, tenía que aguantar solo un poco más.
Debía tener esperanza por solo un momento más que alguien en algún lugar me
pudiera sorprender.
― ¿Sorprenderte cómo? ―preguntó Lucia.
― Comprobando que me equivoqué.
― Ven aquí ―lo instó―. Ayúdame a encarcelar a los Vástagos. Todo regresará
a la normalidad después de eso, aquí y en el mundo mortal. Puedes recuperarte de
lo que te ha sucedido, y… y luego puedes ser lo que quieras ser, donde lo quieras
ser.
―Esperaba que fuera posible, pero es demasiado tarde para eso ahora ―miró
hacia abajo, sacudiendo su cabeza―. El fin está aquí. Finalmente, después de
todos estos años. Y ahora, si tienen alguna esperanza de sobrevivir deben-
Entonces se estremeció, como si una ola de dolor le pegara. Cuando los miró,
sus ojos brillaban con una extraña luz blanca que era casi cegadora.
―¿Qué? ―Jonas le preguntó a Lucia mientras ella lo tomaba del brazo―. ¿Qué
debemos hacer?
―Deben correr ―dijo Timotheus. Y después lo gritó―. ¡CORRAN!
El brillo de sus ojos aumentó tanto que la imagen entera de Timotheus se volvió
completamente blanca, y después desapareció por completo.
Una penetrante ráfaga de luz explotó de la estrecha aguja con un doloroso sonido
chirriante. Jonas se tambaleo hacia atrás, lejos de la torre y presionó sus manos
sobre sus oídos, encontrándose con la mirada de sorpresa de Lucia.
Cuando el sonido se disipó, Lucia se volteó de nuevo a la torre. ―Está muerto.
¡Timotheus está muerto!
Jonas la observó aturdido. ―¿Muerto? ¿Pero cómo puedes estar segura?
Miró a su alrededor frenéticamente como si buscara algo específico. ―Su magia
se ha ido. Era lo único que mantenía a este lugar de la destrucción total. Por eso se
quedó aquí. Por eso nunca se fue físicamente de este lugar.
Y luego Jonas escuchó un crujido a la distancia que le recordó del sonido de los
truenos en una poderosa tormenta Paelsiana. Pero mucho más fuerte. Más grande.
Cuando volteo de nuevo a la alta torre de plata, el nuevo reflejo en su superficie le
heló la sangre.
Más allá de las murallas de la ciudad, el mundo se estaba desmoronando.
Literalmente se caía a pedazos. Trozos masivos de tierra se caían de un acantilado.
El eternamente cielo azul y despejado se quebró como vidrio y cayó para revelar la
noche más oscura. Verdes colinas y campos cayeron a un abismo negro y sin fondo.
Jonas estaba congelado por el horror, una pesadilla convertida en realidad.
―Jonas ― Lucia gritó― ¡Jonas!
Finalmente la miró mientras la torre caía, quebrándose en el abismo.
―Me niego a morir aquí ―dijo ella mientras lo tomaba de la muñeca―. Hay
demasiado por hacer. ¡Vamos!
No protestó. Corrió a su lado mientras se movían hacia la torre misma. Lucia
buscó frenéticamente una puerta hasta que una se abrió aparentemente de la nada.
―¿A dónde vamos? ―demandó.
―Hay otro monolito aquí. Así es como Timotheus me mandó al mundo mortal la
última vez.
Corrieron por un largo corredor con pesadas puertas de metal al final. Lucia
presionó su lisa mano contra ella.
Nada ocurrió
― ¡Vamos! ―le gritó mientras intentaba de nuevo, esta vez presionando ambas
manos contra el frio metal.
Finalmente se abrió.
―¿Podemos usar el monolito para escapar de esto? ―preguntó Jonas.
―Para ser honesta, no estoy segura si funcionará. Así que, si crees en un dios o
diosa que haya existido alguna vez, es hora de que te pongas a rezar.
Casi rio a su cometario. ―¿Qué tal si solo creo en ti?
La mirada de Lucia se cerró con la de él por un momento antes de llevarlo al
siguiente cuarto. Dentro había un brillante monolito violeta, una versión más
pequeña de la que había en las montañas.
―Él lo sabía ―dijo lucia y Jonas apenas podía escucharla a través del sonido de
la destrucción del Santuario―. Timotheus se aseguró de que tuviéramos una forma
de escapar antes de que él muriera.
El suelo se estremeció y con cada paso que daban, algunas partes caían al
abismo.
―Cierra los ojos ―gritó Lucia, tomando la mano de Jonas en la suya mientras
alcanzaba la superficie del cristal.
Cuando la tocaron, se hizo cegadoramente brillante. El sonido que manó de él
era aturdidor, como el de un trueno.
Jonas sintió a Lucia apretar su mano con fuerza.
Este mucho estaba por acabarse y se los iba a llevar a ambos…
Pero después el monolito desapareció. El cuarto desapareció.
Y estaban parados en un nuevo campo, al lado de una rueda de piedra antigua
y desmoronada que salía del suelo.
Jonas se dio la vuelta en un círculo, apenas creyendo lo que acababa de pasar.
―Lo logramos. ¡Lo logramos! Tú, Lucia Damora, ¡eres absolutamente brillante!
―Funcionó ―dijo cuidadosamente―. No puedo creer que en verdad haya
Jonas tomó su cara entre sus manos y presionó sus labios contra los de ella,
besándola dura y profundamente. Cuando se separó, se tambaleó alejándose de
ella, pasmado.
Me va a matar por eso, pensó.
Lucia lo miró, sus ojos grandes y sus dedos presionados contra sus labios.
―¿Por qué dirías eso?
―¿Decir qué? ―gestionó.
―Que voy a matarte.
La miró, confundido. ―Yo no lo dije. Yo… yo lo pensé.
―¿Lo pensaste? ―Lo estudió de cerca.
―¿Puedes escuchar esto?
Los labios de Lucia no se habían movido, pero él pudo escuchar su voz
claramente. Cada palabra.
El corazón de Jonas golpeó. ―Puedo escuchar tus pensamientos, ¿cómo es
posible?
―Tienes la magia de Timotheus en ti. Debe ser la razón por la cual también
pudiste entrar en mi sueño.
― ¿Sabía que esto pasaría? ―pensó Jonas perturbado e intrigado al mismo
tiempo por las posibilidades.
Luego Lucia habló de nuevo. ―No puedo con esto ahora. Debo concentrarme en
Lyssa y en
Gritó de dolor y cayó al suelo. Jonas estuvo a su lado en un instante, arrodillado
en el alto pasto verde.
―¿Qué sucede? ―preguntó, acariciando su oscuro cabello lejos de su rostro.
―Es Kyan…― dijo en un suspiro doloroso―. Lo sentí justo ahora, en mi cabeza.
― ¿Qué? ¿Cómo?
―No sabía si era posible. Traté… traté de invocarlo en el palacio después de que
se llevaran a Lyssa, pero fallé. Ahora creo que me está… convocando a mí.
Jonas maldijo por lo bajo, luego la ayudó a levantarse. ― ¿Lo que sea que esté
haciendo ahora? Ignóralo. No tiene poder sobre ti.
―Tiene a Lyssa ―Su voz se quebró.
Jonas escaneó el área, viendo la silueta de una ciudad familiar a la distancia.
―Creo que estamos en Auranos. Esa… esa es la Cima del Halcón, por allá. Eso
significa que estamos a unas horas del palacio.
El rostro de Lucia había palidecido, sus ojos encantados. ―Ahí es donde está.
― ¿Qué?
―La Ciudad de Oro ―susurró―. Está en la Ciudad de Oro ahora mismo. Quiere
que vaya con él. Es más fuerte… mucho más fuerte que antes ―Tomó una
temblorosa respiración―. Oh, Jonas… lo siento tanto.
Frunció el ceño. ―¿Lo sientes, por qué?
Ella tocó su rostro, poniendo sus palmas en sus mejillas y lo acercó. Él no se
resistió. Por un momento, en un latido, estaba seguro de que lo besaría de nuevo.
Lucia lo miro profundamente a los ojos. ―Debo tomarla toda esta vez. Timotheus
debió saber que la necesitaría. Que haría esto. Lo sabía todo.
―¿Qué ?
Luego comenzó a sentir una dolorosa sensación de vacío, como la noche de la
tormenta, la noche que él le había dado su magia para sobrevivir el nacimiento de
Lyssa. Pero esta vez era peor, más profundo de alguna manera, como si le estuviera
robando no solo la magia sino su vida misma, como si lo hubiera apuñalado y la
sangre saliera de él, pero no lentamente si no en un masivo derrame.
Antes de poder procesar o que le pasaba, un frio cayó sobre él como una pesada
cobija. Intentó moverse, intentó zafarse, pero era imposible. Cayó en una oscuridad
sin fin, de la cual no sabía si regresaría.
Pero lo hizo.
Jonas se despertó lentamente, sin saber cuánto tiempo había pasado. Aún era
de día y yacía al lado de la rueda de piedra.
Lucia se había ido.
Débilmente se apoyó sobre sus inestables pies, luego abrió el frente de su
camisa. Solo quedaba el más mínimo trazo de la marca en espiral en su pecho.
Lucia le había robado su magia y sabía sin duda alguna, que ella casi le había
quitado la vida en el proceso.
Jonas tocó su cinto para encontrar la daga dorada, la que se la había dado para
supuestamente destruir magia y matar a una malvada hechicera de no haber otra
opción.
Lucia había ido al lado de Kyan en el momento en que la convocó. Si lo hizo para
salvar a su hija ya no importaba. Había otras soluciones, otras opciones.
Jonas la habría ayudado si tan solo ella se lo hubiera pedido.
Pero ella no había cambiado después de todo.
Timotheus había creído que el destino de Lucia era ayudar a los Vástagos a
destruir el mundo.
Y Jonas sabía que era su destino detenerla.
CAPÍTULO 28 MAGNUS
AURANOS

Traducido por Brenda


Corregido por Samn

Magnus y Cleo siguieron el río hasta la siguiente aldea. Una vez ahí, robaron un par
de caballos y cabalgaron a Viridy, donde, Magnus esperaba, Ashur y Valia se
encontrarían con ellos.
El peso del anillo en la mano de Magnus se sentía más pesado que antes. Sabía
que era lo suficientemente poderoso como para salvar la vida de su usuario, pero
no que también podría tomar una vida…
Este anillo también había afectado a Kyan, permitiendo a Magnus la oportunidad
de escapar de él.
Este anillo le había causado dolor a Cleo cuando había estado
momentáneamente en su dedo.
¿Qué más podría hacer? Se preguntó Magnus con gravedad.
A medida que se acercaban a su destino, Magnus se dio cuenta de que Cleo lo
estaba mirando, su agarre apretado sobre las riendas de su caballo.
—¿Estás bien? —preguntó ella—. ¿Después… después de lo que pasó con
Kurtis?
—¿Si estoy bien? —Sus cejas se levantaron ante la pregunta—. Estás poseída
por una diosa de agua malévola que desea ayudar a sus hermanos a destruir el
mundo, ¿pero estás preocupada por mí?
Se encogió de hombros—. Supongo que lo estoy.
—Estoy bien —le aseguró.
—Bien.
Cleo le había dicho durante el viaje que el Vástago de agua podía hablarle a ella,
impulsándola desde lo más profundo de su mente a dejar que las olas de sus
ahogantes hechizos la hundieran. Para tomar el control de su cuerpo.

Enfureció a Magnus que no supiera cómo salvarla de este demonio que quería robarle
la vida.

Cleo también señaló que Nic había sido lo suficientemente consciente como para
permitirle escapar del templo. Le había dicho que destruyera los orbes. Que ellos
eran los anclajes físicos de los Vástagos para este mundo. Que, sin ellos, serían
vencidos.
Él no le había creído al principio, convencido de que había sido un truco que Kyan
había hecho para manipularla. Pero ella había estado segura de que era Nic.
Lo suficiente como para que Magnus hubiera detenido su viaje el tiempo
suficiente para quitarle el orbe aguamarina e intentar romperlo con una roca. Lo
había intentado hasta que le sangraron las manos y le dolieron los músculos, pero
no funcionó. El orbe se mantuvo intacto, sin siquiera un crack.
Había dañado al Vástago de tierra en el pasado, arrojándolo contra un muro de
piedra en el palacio de Limerian en un ataque de ira. Esto había desencadenado un
terremoto.
Pero eso, le recordó Cleo, fue cuando el Vástago de tierra había estado dentro
del orbe de obsidiana. Un orbe que había curado su daño después de que el
Vástago hubiera escapado de él.
Era más que obsidiana, se dio cuenta. Más que aguamarina.
Los orbes eran piezas de magia en sí mismos.
Y, a pesar de su deseo inicial de encontrar estos invaluables y omnipotentes
tesoros, ahora odiaba a cada uno de ellos porque su existencia amenazaba la vida
de la mujer que amaba más que a nada o a cualquier otra persona en este mundo.
Sabía que Cleo no estaba indefensa. Lejos de ahí. Él había sido testigo de su
defensa a ella misma tanto verbal como físicamente en el pasado. Pero esta
amenaza no era tan simple como escapar de la cuchilla de un asesino o empujar
flechas en las gargantas de enemigos a corta distancia en una desesperada
búsqueda de supervivencia.
Necesitaban una hechicera.
Pero tendrían que conformarse con una poderosa bruja.
Entraron a Viridy justo cuando la luz de la mañana comenzaba a moverse a través del
gran pueblo. Los cascos de sus caballos se cortaron a lo largo de las centelleantes calles
adoquinadas bordeadas de edificios de piedra y villas. Era muy parecido al laberinto de la
Ciudad de Oro; uno podría perderse a lo largo de una carretera si ellos no eran cuidadosos,
Magnus se obligó a concentrarse, a recordar el camino a su destino. Finalmente, y
afortunadamente, llegaron a la gran posada y taberna en el centro del pueblo, la de madera
negra firmada en frente blasonado con un nombre dorado: El Sapo Plateado.

Dejando los caballos con un mozo de cuadras, Magnus dirigió a Cleo a través de
la entrada a la taberna, actualmente vacía, excepto por una persona sentada en una
mesa a la esquina cerca de una chimenea ardiente. A la señal de ellos, Ashur se
puso de pie.
—Lo lograste —le dijo a Cleo mientras tomaba sus manos entre las suyas, su
expresión llena de alivio.
—Sí —respondió ella.
—Y viste a Kyan… —se atrevió a decir.
Asintió—. Lo vi. Y Nic, él todavía está ahí, y logré hablar con él por unos
momentos. Él me ayudó a escapar. Está peleando tan duro como puede.
Ashur se sentó pesadamente en su silla—. No está perdido para nosotros.
—No. Todavía hay esperanza.
—Estoy muy contento de escuchar eso —susurró.
—¿Dónde está Valia? —Preguntó Magnus, examinando la oscura taberna—. ¿Le
conseguiste una habitación en la posada?
—No está aquí —respondió Ashur.
La mirada de Magnus se dirigió al Kraeshiano—. ¿Qué?
Entonces notó las vendas ensangrentadas envueltas en las manos de Ashur.
—Intenté llamarla —dijo Ashur—. Varias veces. Seguí las instrucciones a la
perfección, pero nunca llegó.
Magnus bajó la cabeza, presionando sus manos en sus sienes.
—¿Dónde está Bruno? —preguntó—. ¿Está aquí?
Ashur asintió—. Está aquí.
—¿Quién es Bruno? —Preguntó Cleo.
—¡Bruno! —gritó Magnus con toda la fuerza de sus pulmones.
El hombre, en cuestión, apareció desde el área de la cocina, limpiando sus manos
en su polvoriento delantal. Líneas profundas se desplegaron desde las esquinas de
sus ojos mientras sonreía ampliamente ante lo que tenía delante.
—¡Príncipe Magnus, un gran placer verlo de nuevo! —Miró a Cleo, y sus ojos se
agrandaron—. Oh, y has traído a tu bella esposa contigo esta vez. Princesa Cleiona,
es un verdadero honor.
Se inclinó intensamente ante ella.
—Y es un placer conocerlo también —dijo Cleo amablemente cuando se levantó
de su arco, ausente metiendo un mechón de su pelo detrás de su oreja.
Magnus se asustó al ver que las líneas azules se habían extendido aún más a lo
largo de su sien izquierda.
Apartó su mirada de Cleo para mirar a Bruno—. ¿Dónde está Valia?
—El príncipe Ashur me hizo la misma pregunta anoche —respondió—. Y tengo
la misma respuesta para usted: me temo que no sé.
—Ashur intentó llamarla, pero no funcionó— dijo Magnus.
—A veces no funciona. Valia elige cuándo y dónde aparecer —Ante la expresión
furiosa que cayó sobre la cara de Magnus, el anciano retrocedió—. Mis disculpas,
alteza, pero yo no la controlo.
—Ni siquiera sabíamos si podría ayudar —dijo Ashur—. Solo lo estábamos
esperando.
—Esperando —murmuró Magnus—. Esa inútil palabra otra vez
—No es inútil —dijo Cleo—. La esperanza es poderosa.
Magnus negó con la cabeza—. No, una hechicera es poderosa, y eso es lo que
necesitamos. Valia era inútil también, una pérdida de tiempo. Necesito encontrar a
Lucia.
—¿Dónde? —Dijo Ashur con tono afilado—. Ha estado desaparecida desde hace
una semana sin decir nada. Está en su propia búsqueda, Magnus, una que no se
alinea con la nuestra.
—¡Te equivocas! —Magnus le arrojó las palabras a Ashur como armas,
esperando infligir una lesión—. Mi hermana no nos abandonará. No ahora. No
cuando más la necesito.
Pero tenía que admitir, en su corazón, que ya no lo creía.
Lucia se había ido, y no sabía cuándo o si regresaría.
Y Cleo…
Se volvió hacia ella. Su expresión seria y esperanzada aplastó su corazón.
Rugió furioso, agarró una pesada mesa de madera y la volteó.
Bruno retrocedió tambaleándose, horrorizado.
La actual fuerza mejorada de Magnus que había tenido desde que salió de su
propia tumba fue cortesía de la piedra de sangre.
La poderosa magia de muerte existía dentro del anillo en su dedo. Pero la magia
de muerte no podía ayudar a Cleo
—Magnus —dijo Cleo bruscamente, sacándolo de sus pensamientos—. Necesito
hablar contigo en privado. Ahora.
Sabía que estaba enojada con él por asustar a Bruno, por actuar de forma
irrespetuosa e ingrata hacia Ashur. Por querer aplastar cualquier cosa que se
interpusiera en el camino de encontrar las respuestas que necesitaba para salvar a
la chica de pie delante de él.
Al diablo con el resto del mundo; Cleo era todo lo que le importaba.
Malhumorado, la siguió a una habitación de la posada que Bruno rápidamente
proporcionó para ellos.
—¿Qué tienes que decirme en privado? —dijo cuando cerró la puerta—.
¿Deseas regañarme por mi comportamiento allí afuera? ¿Para hacerme ver la razón
y abrazar la esperanza como tú? ¿Para hacerme creer que todavía tenemos la
oportunidad de hacer esto bien de nuevo?
—No —respondió simplemente.
Él frunció el ceño—. ¿No?
Cleo negó con la cabeza—. No hay nada correcto en esto
Magnus inhaló profundamente—. Actué como un matón con Bruno
—Sí, lo hiciste.
—Creo que lo asusté.
Asintió—. Puedes ser muy aterrador.
—Sí. Y también puedo estar asustado. Y lo estoy, en este momento —Magnus
tomó las manos de Cleo en las suyas, su mirada fija en la de ella—. Quiero ayudarte.
Las lágrimas brotaron de sus ojos—. Lo sé.
—¿Qué vamos a hacer, Cleo? —Odiaba la debilidad que se había infiltrado en
su voz—. ¿Cómo se supone que te salve de esto?
Frunció el ceño—. Me está hablando ahora mismo, el Vástago de agua. Quiere que te
deje, para regresar a Kyan. Dice que la he dejado increíblemente enojada por irme cuando
él había estado tratando de ayudarme

Magnus la tomó por los hombros y la miró profundamente a sus ojos verde
azulados—. Escúchame, demonio. Tienes que salir de mi esposa ahora. Hazlo por
tu propia voluntad y encuentra otro cuerpo para robar; realmente no me importa un
comino quién seas. Pero deja a Cleo en paz, ¡o te juro que te destruiré!
El ceño de Cleo se hizo más profundo—. Cree que eres divertido.
Magnus nunca había odiado nada tanto en toda su vida, ni se había sentido tan
impotente—. No sé qué hacer.
Tomó su mano en las de ella—. Espera… Nic… me dijo que cuando encontraste
a Kyan en el bosque, después de que escaparas de la tumba, lo tocaste. Y eso, lo
que sea que hayas hecho, es lo que lo despertó y le permitió comenzar a luchar
contra Kyan por el control —Cleo levantó la mano—. Es por este anillo. Tiene que
ser.
Cleo levantó la mano—. Debido a este anillo Tiene que ser.
—Sí —susurró, pensando duramente—. Lo sé.
—Elementia es magia de la vida —dijo—. Y sea lo que sea, de donde sea que
vino, es todo lo contrario.
Él asintió—. ¿Y qué? ¿Le pediré a Kyan que pruebe este anillo y vea qué sucede?
—No —dijo inmediatamente—. Te mataría antes de que llegaras a tres pasos de
él.
Magnus encontró su mirada—. Valdría la pena el riesgo.
—No harás eso —dijo ella con firmeza—. Encontraremos otra manera
—¿Crees que es así de fácil?
—Sé que no es así —Se mordió su labio inferior, luego se movió hacia la ventana
que daba a la calle Viridy fuera de la posada, ya ocupada con ciudadanos que salían
de sus hogares para el comienzo de un nuevo día—. Dime Magnus, ¿alguna vez
deseaste poder regresar antes de que todo esto sucediera? ¿Cuándo la vida era
normal?
—No —respondió.
Ella giró una mirada de sorpresa hacia él—. ¿Simplemente no?
—Simplemente no.
—¿Por qué?
—Porque demasiado ha cambiado para que yo desee que sea exactamente
cómo era antes —Magnus se permitió un momento para pensar en la vida antes de
la guerra, antes de los Vástagos, y antes de Cleo. No había sido feliz, incluso
entonces. Había estado perdido, buscando significado en su vida, medio aspirando
a ser como su padre, medio deseando que su padre estuviera muerto—. Además,
realmente no creo que los dos nos hubiéramos llevado muy bien antes —Alzó una
ceja hacia ella—. Eras una chica fiestera, insufrible y vacía, por lo que he
escuchado.
—Cierto —Ella rio—. Y tú eras un estúpido, frío y meditabundo con sentimientos
por tu hermana.
Magnus se encogió—. Los tiempos cambian.
—De hecho, lo hacen.
—Te recuerdo, sabes —dijo en voz baja—. Cuando solo éramos niños. De la
visita cuando obtuve esto… —Magnus se acarició los dedos sobre su cicatriz—.
Eras una luz brillante incluso con… ¿qué? ¿Cuatro o cinco años? —Se imaginó a
la pequeña princesa de pelo dorado que había captado su atención e interés, incluso
cuando era un niño pequeño—. Por un tiempo, tuve la fantasía de que vendría a
vivir contigo y tu familia en lugar de la mía.
Los ojos de Cleo se agrandaron—. ¿De verdad?
Él asintió, el recuerdo largamente reprimido volviendo a él vívidamente—. De
hecho, una vez escapé de casa y me metí en una gran cantidad de problemas con
ese objetivo en mente. Mi padre…—suspiró—. Mi padre no fue buen tipo. Ni siquiera
en su día más amable.
—Tu padre te amaba. A su manera —Cleo le sonrió—. Y yo sé que es un hecho
que tu madre te amaba mucho.
Él levantó una ceja—. ¿Qué te hace decir eso?
—Una vez me dijo que me mataría si alguna vez te lastimaba.
Él la miró fijamente, luego negó con la cabeza—. Eso suena como mi madre.
Una sombra cruzó su expresión y su sonrisa se desvaneció—. Y así, seguí
lastimándote demasiado.
—Y yo a ti, demasiadas veces para contar —Magnus tomó sus manos,
acercándola más a él—. Vamos a resolver esto, Cleo. Te lo juro.
Se inclinó para besarla, necesitando sentir sus labios contra los de él, pero fue
interrumpido por un fuerte golpe en el otro lado de la taberna.
—Tanto para nuestra privada discusión —dijo con molestia.
Cruzó la habitación y abrió la puerta, sorprendido al ver quién estaba parado al
otro lado.
Era Enzo, con el rostro ensangrentado, la mitad del cabello en su cabeza estaba
quemado.
El guardia cayó de rodillas, sin aliento, un pedazo enrollado de pergamino
cayendo de su agarre.
Cleo estaba a su lado en un instante, ayudándolo a ponerse de pie. Magnus se
inclinó para agarrar el pergamino.
—¡Enzo! —jadeó Cleo—. ¿Qué te ha pasado?
—Kyan sabe dónde estás —Enzo respondió—Puede sentirte porque el Vástago
de agua está dentro de ti. Todos ustedes están conectados.
Con el corazón latiendo con fuerza, Magnus cruzó la habitación para mirar por la
ventana, buscando cualquier señal de su enemigo—. ¿Dónde está ahora?
—No está aquí —dijo Enzo—. Él me envió con este mensaje. Para ti, princesa.
Magnus desenrolló rápidamente el pergamino, sosteniéndolo para que Cleo lo
leyera junto con él.
“Intenté ser paciente y amable contigo, pero eso no funcionó. Ven a mí de
inmediato. Si no lo haces, todos en tu querida ciudad dorada arderán. No hay otra
manera en que esto termine. Niégate y prometo interminables sufrimientos para
todos y todo lo que amas.”
Ante el dolorido gemido de Cleo, Magnus arrojó el pergamino lejos de él.
—Está mintiendo —gruñó Magnus.
—No lo está —dijo Enzo con la voz tensa—. Vi lo que él podía hacer. Su fuego…
no es como el fuego normal. Es más profundo, más doloroso de lo que alguna vez
he sentido. Nunca pensé que eso fuera posible.
—No estás ayudando —estalló Magnus
—Magnus, sé que quieres salvarme —dijo Cleo con sus ojos llenos de lágrimas—
. Pero no hay manera. Estoy tan cerca ahora de perder el control. Si Taran no pudo
resistir, no seré capaz de hacerlo. Y creo lo que Kyan dice. Quemará la ciudad
—No, no vas a ir a él. Encontraremos otra respuesta.
—Pero destruirá la ciudad.
—¡No me importa la maldita ciudad!
—¡A mí sí! —dijo ferozmente.
—¡Maldición! — La mirada angustiada de Magnus se encontró con la de Cleo—.
Quédate aquí. Necesito encontrar a Ashur. Tenemos que intentar convocar a Valia
de nuevo —miró a Enzo—. Quédate con ella.
Salió de la habitación y corrió escaleras abajo en busca de Ashur. Encontró al
príncipe hablando con Bruno cerca de la cocina.
—¿Qué? —exclamó Ashur cuando vio la expresión dolorida de Magnus.
—Lo que sea necesario —logró decir Magnus—. Necesitamos la ayuda de esa
bruja. Kyan está en la Ciudad de Oro, manteniéndola como rehén hasta que Cleo
vaya a su lado.
—No —dijo Ashur, su voz adolorida—. Necesitamos tiempo.
—No hay tiempo —miró las manos vendadas de Ashur—. Usaremos mi sangre.
O encontraremos una docena de tortugas para sacrificarle a esa mujer. Pero
debemos ser rápidos en ello.
—La princesa debe estar con nosotros —dijo Ashur, asintiendo con gravedad.
—Estoy de acuerdo. Y Enzo está aquí; él pronunció el mensaje. Trae mucha
sangre para ayudar. Ven conmigo.
Con Ashur a su lado, Magnus subió las escaleras hasta el segundo piso, de dos
en dos e irrumpió en la habitación donde había dejado a Cleo.
Todo lo que había en la habitación era una nota apresuradamente garabateada
en un trozo de pergamino dejado en el catre.
Lo siento, pero tengo que hacer esto. Te amo.
Magnus arrugó la nota en su puño y la arrojó al suelo. Ashur la recogió y escaneó
sus ojos sobre él.
—Fue a la ciudad, ¿verdad? —dijo.
Magnus ya estaba fuera de la habitación, se dirigió hacia la salida de la posada.
Tenía que llegar a ella antes de que fuera demasiado tarde.
CAPÍTULO 29 AMARA
KRAESHA

Traducido por Valkiria


Corregido por WinterGirl

Déjame ver si entiendo esto dijo Félix cuando Amara terminó de explicarle todo
a él y a Nerissa. Tu abuelita secuestró a Lyssa justo debajo de la nariz de la
princesa Lucía para usar su sangre en pociones mágicas, y Mikah, la líder de la
revolución, va a ser ejecutada en tu ceremonia de Ascensión. Y no estás bien con
ninguna de esas cosas.
¿Cómo podía su voz sonar tan tranquila cuando Amara acababa de compartir
tanto que se sentía agotada por la confesión?
Así es Félix miró a Nerissa. Voy a seguir adelante y matarla ahora.
Félix espetó Nerissa. Trata de pensar, ¿quieres?
Estoy pensando. Ella es una mentirosa y manipuladora probada, una que usa
a otros para su propio beneficio y su gran desgracia Su labio superior se curvó
hacia atrás de sus dientes blancos y rectos mientras estudiaba a Amara. La mente
de Amara brilló a un tiempo no hace mucho cuando Félix la había deseado. A juzgar
por la mirada en su ojo, ninguno de esos sentimientos se mantuvo. Y en el
momento en que termina el juego y ella no tiene dónde irse, ¿de repente quiere ser
un héroe? Que conveniente.
No soy un héroe dijo Amara, negándose a mostrarle más miedo.
Ella había terminado con miedo y duda. Solo tenía certeza en su ahora segura
certeza de que el bebé sería devuelto a Lucía y que Mikah no moriría hoy.
Le sorprendió cuán ferozmente se aferró a la necesidad de que la vida de Mikah
continuara. Era un rebelde, alguien que la mataría en un instante si tuviera la
oportunidad, al igual que Félix.
Pero lo que él había dicho en la habitación del olvido, sobre su abuela, sobre la
engañada idea de Amara de lograr un mundo pacífico y benevolente por la fuerza y
el gobierno absoluto. Él había tenido toda la razón. Un hombre había tenido razón
al decirle a Amara que estaba equivocada. Fue una realización profundamente
molesta, pero eso no lo hizo menos cierto.
Sé lo que hice dijo Amara. No estoy buscando la redención por eso, sé
que eso es imposible. Pero estás aquí, y eres capaz de ayudarme con estas tareas.
¿Tareas? Haces que suene tan simple Nerissa negó con la cabeza mientras se
movía a través de las cámaras expansivas de Amara, acariciando con su mano el
respaldo de un diván de terciopelo verde. Estás sugiriendo que organicemos un
rescate inmediato de dos prisioneros fuertemente custodiados, pero somos solo dos
personas. Ya fue bastante difícil llegar a esta ala del palacio.
No es tan difícil gruñó Félix. Tendrás toda mi cooperación.
Sin embargo, incluso Amara tuvo que aceptar que lo que ella propuso no sería
simple.
Aun así, este es mi día de Ascensión… Entonces, sí, será complicado. La
seguridad se duplica en toda la Lanza.
Oh, sí, excelente plan dijo Félix. Nos estás enviando a la matanza para
que no estemos en el camino de tu brillante ceremonia No la escucharía, sin
importar lo que ella dijera. Ella lo sabía. Pero no podía dejar que eso la detuviera.
Nerissa comenzó Amara. Tienes que creerme que quiero ayudar.
Te creo respondió Nerissa. Y acepto que garantizar la seguridad de Lyssa
debe ser una prioridad. Ella debe ser devuelta a su madre inmediatamente.
Bueno. Entonces, ¿dónde sugieres que comencemos? Amara se sentó en
el diván para aliviar la presión de su pierna. El sol entraba por las ventanas a lo largo
del lado opuesto de la habitación. A través de las ventanas podía ver las aguas
cristalinas del Mar de Plata.
Digamos que estoy de acuerdo con esto dijo Félix, paseándose por el suelo
dorado de cerámica de las habitaciones de Amara como una bestia enjaulada.
Voy y recorro la ciudad, revisando los viejos escondites de Mikah para los rebeldes
que todavía están respirando, y los alisto a unirse a nosotros en su rescate. Después
de eso, luchamos con el bebé lejos de las garras de la abuela malvada. ¿Y luego
que? ¿Qué te sucede?
Entonces… Amara cuidadosamente consideró esto. Todavía gobernaré
como emperatriz.
Felix gimió. ¿No es conveniente?
El corazón de Amara se aceleró.
¡Puedo! He visto el error de mis maneras, que mi abuela ha sido demasiado
instrumental en la más oscura de mis decisiones. No culpo completamente a ella,
por supuesto. Elegí hacer lo que hice… del mismo modo que mi padre habría
escuchado selectivamente a sus asesores Ella se estremeció al pensar que había
resultado ser exactamente como el hombre que había odiado toda su vida. Pero
puedo cambiar, puedo ser mejor. Y ahora que he descubierto que mi abuela me ha
estado manipulando para su propio beneficio, ya no será una influencia tan fuerte
sobre mí
Félix levantó una ceja visible.
Honestamente, crees cada trozo del estiércol de caballo empapado que sale
de tu boca, ¿no? Hablaba con tal falta de respeto que tuvo la necesidad
abrumadora de gritar para que sus guardias llegaran y lo arrestaran. Entonces
Amara se recordó, una vez más, cuánto había soportado Félix por su culpa. La
mayoría de los hombres todavía no estarían parados, mucho menos para respirar.
Él era fuerte. Y ella necesitaba esa fuerza hoy de todos los días.
No es estiércol de caballo dijo ella con firmeza. Es la verdad.
Félix miró a Nerissa, sacudiendo la cabeza. No puedo escuchar esto por
mucho más tiempo.
Amara se dio cuenta de que la atención de Nerissa no se había desviado de ella
ni por un momento. Su antigua asistente la estudió cuidadosamente, sus ojos
oscuros se entrecerraron, sus delgados brazos cruzados sobre su pecho.
No hay tiempo para el debate dijo finalmente Nerissa. Félix y yo iremos a
buscar rebeldes locales, y rezo para que encontremos suficientes que estén
dispuestos a ayudar Félix finalmente envainó su espada, pero su expresión no se
había suavizado ni una fracción. Si los encontramos, sé que me ayudarán, Mikah
fue un gran líder Frunció el ceño. Es un gran líder. Nada ha cambiado allí.
Iré contigo dijo Amara, queriendo ayudar de cualquier manera que pudiera.
No respondió Nerissa. Te quedarás aquí y prepárate para tu Ascensión.
Actúa como si todo fuera normal La frustración corrió a través de Amara, y ella se
levantó torpemente del diván y volvió a ponerse de pie.
¡Pero todo no es normal, ni mucho menos!
Razón de más para que pretendas que sí lo es. No queremos levantar las
sospechas de su abuela más de lo que ya son. Si eso sucede, no permitirá que
nadie entre a Mikah ni a Lyssa. Y Mikah morirá, ejecutado en una habitación oscura
sin nadie para ayudarlo.
Amara quería discutir más, pero vio la sabiduría en las palabras de Nerissa.
Finalmente, ella asintió.
Muy bien. Por favor regresen tan pronto como sea posible.
Lo haremos Nerissa se movió hacia la puerta sin más vacilación. Félix se
alejó lentamente de Amara, como si esperara que le clavara una daga en la espalda
en el momento en que se alejó.
Si estás mintiendo una vez más dijo antes de salir de la habitación, te
arrepentirás muchísimo. ¿Me escuchas?
Y una parte de ella todavía quería eso. Todavía quería esa brillante, exquisita
chuchería que ahora estaba fuera de su alcance.
Puedo tener ambas cosas, ella silenciosamente dijo a su reflejo dorado. Puedo
tener poder y tomar las decisiones correctas. Hoy es el primer día de mi nueva vida.
Después de dejar a Lorenzo, se encogió de hombros ante cualquier guardia que la
acompañara al salón de ceremonias.
Conozco el camino les dijo. Y solo deseo silencio y soledad para ayudar a
ordenar mis pensamientos No la cuestionaron. Los guardias se inclinaron, la
dejaron pasar y no la siguieron. Por supuesto que me obedecen, pensó. Sabían que
serían castigados severamente si no lo hicieran. El miedo era un arma poderosa,
forjada con el tiempo y con el ejemplo. Generaciones de temor por los castigos
emitidos por la familia Cortas habían creado total y completa obediencia. ¿Podrían
las personas ser gobernadas sin miedo para mantenerlos a raya? ¿Fue posible?
Ella no lo sabía con certeza, y esa pregunta la inquietó profundamente. Amara
recorrió el largo camino hasta el salón donde, por ahora, todos los Kraeshianos que
habían recibido una invitación personal para el evento del siglo estarían alineados
en la habitación grande y ornamentada donde su padre y su madre se habían
casado. Donde sus tres hermanos, pero no su hermana "menor", habían sido
presentados oficialmente a importantes amigos del emperador después de sus
nacimientos.
Donde se había exhibido a su madre después de su muerte, completamente
pintada y peinada, y vistiendo su vestido de novia, para que todos lo vieran. Un
millar llenaría la sala cuando Amara recibió el cetro -un símbolo de poder para un
gobernante Kraeshiano desde el principio- que llevaba la cincelada cabeza dorada
de un fénix. Un símbolo de la vida eterna y el poder eterno. Dentro del cetro había
una cuchilla afilada. Y con esta espada, el gobernante ascendente haría un sacrificio
de sangre para traer buena fortuna a su reinado.
Hoy sería la sangre de Mikah, a menos que Félix y Nerissa tuvieran éxito en su
búsqueda. Amara se tomó su tiempo caminando al salón de ceremonias. Atravesó
el palacio y pasó por las grandes ventanas que daban a su patio. Ella hizo una
pausa. Ella sabía exactamente lo que la calmaría. Amara hizo su camino hacia su
jardín de rocas.
Oh Amara frunció el ceño. No quise decir ese regalo Neela ladeó la
cabeza.
Entonces, ¿qué regalo quisiste decir?
Este regalo Amara sacó su daga de bodas de debajo de los pliegues de su
falda y tiró de su abuela en un abrazo.
Gracias, madhosha. Muchas gracias Luego hundió la punta de la espada en
el pecho de su abuela. La anciana jadeó, se puso rígida, pero Amara aguantó.
Has envenenado el vino le susurró Amara al oído. Sé que lo hiciste. Pero
incluso si no lo hicieras, esto todavía tenía que suceder Ella tiró de la espada. La
parte delantera de su vestido dorado estaba ahora manchada con la sangre de su
abuela. Neela se quedó allí por un momento, su mano apretada contra su pecho,
sus ojos abiertos con incredulidad.
Hice todo por ti se las arregló.
Supongo que solo soy una nieta ingrata respondió Amara mientras Neela caía
de rodillas. Siempre pensando en sí misma y en nadie más.
Esto no ha terminado jadeó Neela, pero sus palabras se volvieron débiles
como su sangre fluyó por el piso. La poción… la poción de la resurrección Me he
tomado eso. Viviré de nuevo.
Esa poción requiere que alguien que te ama más que ningún otro sacrifique su
vida a cambio de la tuya Amara alzó la barbilla. Esa podría haber sido yo antes
de hoy. Pero ya no Neela se dejó caer a su lado, y la vida se desvaneció de sus
ojos grises. Amara luego se volvió hacia Félix y Nerissa, de pie en el marco de la
puerta, mirándola como si acabara de realizar la hazaña más increíble de la magia
que ellos alguna vez fueron testigos.
Realmente odio admitirlo, pero creo que estoy impresionado dijo Félix.
Llévala y vete dijo Amara, sorprendida de que sonara tan tranquila. La daga
que sostenía continuó goteando la sangre de su abuela en el suelo. Tengo
algunas cosas que limpiar aquí Nerissa negó con la cabeza, luego abrió la boca
para decir algo en respuesta. Amara levantó su mano para detenerla. Por favor,
no digas una palabra más. Solo vamos. Lleva a Lyssa de vuelta a Lucía y
cuéntaselo… dile que lo siento. Y si ves a mi hermano, dile que sé que me odia y
siempre lo hará, pero que yo… Espero que algún día haga las paces, aunque no
tenga idea de cómo lo haré. Ahora vete, antes de que perdamos más tiempo Los
ojos de Nerissa se volvieron vidriosos. Ella tragó saliva y asintió.
Adiós dijo, y luego ella y Félix desaparecieron con el bebé.
Y Amara, sola en la habitación con el cuerpo de su abuela, esperó a ver quién
llegaría primero. Un rebelde para matarla. O un guardia para arrestarla. Sabía que
había ganado más de lo esperado.
CAPÍTULO 30 CLEO
(AURANOS)

Traducido por Cla3u


Corregido por WinterGirl

Cleo sabía que Magnus la seguiría, como lo hizo cuando ella se dirigía al festival. Y
si la encontraba antes de llegar al palacio, sabía que el trataría de detenerla.
Y la ciudad ardería.
Ella no podía dejar que eso pasara.
Cleo se aferró a Enzo mientras galopaba por las colinas y valles del campo de
Auranos hasta que su hermosa ciudad al fin quedaba a la vista.
Jadeó ante lo que aparecía delante de ella.
La Ciudad Dorada había cambiado drásticamente desde ayer.
Aterradores, gruesas y verdes enredaderas cubrían los muros dorados,
recordándole las líneas azules en su piel. Lucían como si hubieran estado ahí por
años, naciendo de un desierto y descuidado jardín. Pero no estaban ahí antes, en
absoluto. Los muros siempre estaban libres de cualquier daño.
Esto era nuevo.
Magia de Tierra se las arregló para decir.
Enzo asintió, sombrío.
—Olivia ha estado cambiando la ciudad a su gusto.
—Los vástagos se apoderaron de todo en tan poco tiempo.
—Eso me temo —dijo Enzo—. Ellos controlan todo lo que está dentro de esos
muros. Los que hasta ahora no han sido encerrados en fosas hechas por Olivia o
en jaulas de fuego, se están escondiendo en sus casas o tiendas, con miedo de
salir.
Kyan quería que todos supieran de su existencia, pensó Cleo. Y que temieran su
poder.
Las puertas principales estaban completamente en llamas. Cleo podía sentir el
doloroso e intenso calor incluso a tanta distancia, como si se acercara al sol. El
caballo de Enzo no se acercaría un paso más, retrocediendo en protesta hasta que
finalmente decidieron desmontar.
No había centinelas sobre la ardiente entrada o a los lados de ella.
—¿Cómo lograremos entrar? —preguntó ella.
Justo cuando terminó de hacer la pregunta, las puertas se abrieron por si solas,
permitiéndoles la entrada a la ciudad.
Mientras las llamas se dividían, Cleo vio a alguien esperando por ellos. El largo y
negro cabello de Lucía voló lejos de su rostro.
—No se preocupen —les dijo en voz alta—. No dejaré que el fuego los queme.
—Lucía… —dijo Cleo, sorprendida.
—Bienvenidos —dijo Lucia, extendiendo los brazos. Vestía una simple capa
negra que no llevaba ningún arreglo o adorno—. Que bien que al fin aparecieran.
He estado esperando aquí por un rato.
Sonaba tan calmada y pacífica, como si esto no fuera una pesadilla hecha
realidad.
—Lo estás ayudando —dijo Cleo, las palabras dolían en su garganta.
—Él tiene a Lyssa —respondió Lucia—. No me dejará verla, no me dirá si está
bien. Pero la tiene. Y por eso, también me tiene a mí. Tan simple como eso.
Cleo apretó las manos en puños mientras atravesaba la entrada hacia la ciudad.
Enzo permaneció a su lado. Como Lucía prometió, no sintieron el calor de las llamas
en absoluto, aunque las puertas seguían ardiendo.
Cleo no había visto a Lyssa en el templo. Tal vez hubiera exigido que Kyan le
mostrara la bebé para asegurarse de que estaba a salvo. En lugar de eso, había
estado demasiado enfocada en su propio bien estar.
Ella pudo evitar que esto pasara.
—Tu…—Lucía le dijo a Enzo—. Hiciste lo que Kyan te pidió. Ahora vete y déjanos
hablar en privado.
—No me iré —dijo Enzo con brusquedad—. Protegeré a la princesa de cualquiera
que quiera hacerle daño.
—Esa debe ser una larga lista. Lo diré de nuevo: Vete.
Lucía movió la mano y Enzo se tambaleó hacia las llamas.
—¡Detente! —saltó Cleo—. ¡No lo lastimes!
Lucía levantó una ceja.
—Si hace lo que digo, no sufrirá ningún daño.
—Princesa…—dijo Enzo con la voz temblorosa.
El corazón de Cleo dio un latido.
—Ve, haz lo que dice. Estaré bien.
Ambos sabían que era mentira. Pero Enzo asintió, dio la vuelta y camino hacia la
entrada.
—Ven conmigo —dijo Lucía—. Iremos por el camino largo.
—¿Por qué? —preguntó Cleo—. ¿Kyan no quiere saber que estoy aquí?
— Solo sígueme —Lucía se alejó de Cleo y fue en la dirección opuesta a la que
Enzo tomó.
Cleo se forzó a caminar. Tenía que ser valiente.
Finalmente, el vástago de agua dijo bajo ella. Este largo y agotador viaje está a
punto de terminar.
No si yo puedo evitarlo, Cleo pensó con fuerza.
Siguió a Lucía por el patio principal. Cubierto de piedras centellantes, el patio
normalmente estaba lleno de personas ocupadas en sus actividades, con carruajes
y carretas trayendo visitantes o mercancía a los tantos negocios y el mismo palacio.
El verlo vacío ahora era extraño, Cleo sintió un escalofrío recorrer su espalda.
— ¡Ayuda! ¡Por favor ayúdennos!
Cleo se congeló ante los desgarradores llantos que venían desde un pozo a unos
pasos de ella, al borde de un desastroso jardín.
Con los pies tiesos fue por un lado del pozo y miró hacia abajo, a treinta caras
que la observaban. Su corazón se estrujó.
—¡Princesa! —los Auranianos estiraron los brazos en su dirección—. ¡Por favor
ayúdanos!
—¡Sálvanos!
Cleo retrocedió, respirando ferozmente mientras intentaba que el miedo y la
desesperación no la agobiaran.
—Lucía —Cleo se las arregló para decir—. Tienes que ayudarlos.
—No puedo.
Un sollozo se atoró en su garganta, pero Cleo se negó a dejarlo salir.
Lucía podría estar ayudando a Kyan solo para salvar a su hija, pero ¿a qué costo?
Miles de personas llamaban a esta ciudad su hogar. Muchos otros llegarían ese día.
Kyan los mataría a todos.
—¡Si, puedes! —insistió Cleo.
—Confía en mí, están más seguros ahí que en cualquier otro lugar —la expresión
de Lucía era siniestra—. Kyan llegó a la ciudad con un humor horrible. Quemó
cincuenta personas de una sola llamarada antes de que Olivia creara estos pozos.
Cleo contuvo un jadeo. El mal humor de Kyan probablemente se debía a su huida
del templo y por eso cincuenta personas estaban muertas.
Trató de encontrar su voz frente a su descubrimiento.
—¿Olivia está tratando de ayudar?
—Yo no diría eso —Lucía exhaló un tembloroso suspiro—. Creo que
simplemente está tratando de mantener a Kyan enfocado en el objetivo actual.
—¿Y ese es?
—Kyan quiere hacer el ritual de nuevo —le dijo Lucía.
—¿El ritual? —repitió Cleo—. ¡No, Lucía no! Tienes que escucharme. No pueden
hacer esto.
—No tengo elección.
—Si, la tienes. Puedo ayudarte a derrotarlo.
Lucía soltó una carcajada.
—No conoces a Kyan como yo, Cleo. Él puede ser encantador cuando quiere
serlo. Mostrar curiosidad por los mortales y su entretenido comportamiento. Pero él
no es un hombre con el que puedas razonar. Él es fuego y está en su naturaleza
quemar. Los otros son iguales.
—Los viste.
Lucía asintió.
—Todos están en el palacio esperando por ti. Creí que sería capaz de razonar
con Olivia, que ella podía tener alguna clase de instinto maternal y querría proteger
a Lyssa. Ella es el vástago de tierra, esa magia que hace que todo sane y crezca.
Pero no es así. Ella es igual que Kyan. Quiere usar su magia para el mal y destruirá
todo si así lo quiere. Los mortales no son importantes para ellos, no como individuos.
Somos como… insectos, pestes molestas que puedes pisotear con facilidad.
Cleo esperó que el vástago de agua agregara algo, pero se quedó en silencio.
Tal vez significaba que estaba de acuerdo con lo que Lucía dijo.
No estaba sorprendida por eso. Anoche, Kyan pretendió ser amable mientras le
ofrecía su ayuda para superar esta —como Olivia y el vástago de agua la llamaron
— transición.
Pero Kyan al final no le había dejado elección.
Él ganaría. Ella perdería.
—¿Lyssa está aquí? —Preguntó Cleo—. ¿La viste?
La expresión de Lucía se transformó en una llena de dolor, sus brillantes ojos
azules llenos de angustia.
—Esta aquí, estoy segura de eso. Pero aún no la he visto.
—Si no la viste ¿Cómo puedes estar segura de que está aquí?
Lucía dio vuelta y la miro con tanta ferocidad que Cleo estuvo a punto de dar un
paso atrás.
—¿Dónde más estaría? Kyan la tiene, la está usando para mantenerme a raya y
está funcionando muy bien.
Su estómago se hundió. Lucía sonaba tan decaída, sin esperanza. Aun así,
nunca sonó tan peligrosa.
Una parte de Cleo empezó a dudar si Kyan se había llevado a Lyssa. Ella hubiera
visto una señal de la bebé ayer en el templo.
Seguramente Nic hubiera sabido algo de ella.
Pero si Kyan no la tenía, ¿entonces quién?
No tenía sentido.
—¿Cuándo volviste? —preguntó Cleo con cautela.
—Kyan me llamó temprano hoy.
—¿Qué quieres decir con que te llamó? — dijo Cleo frunciendo el ceño.
Lucía se quedó en silencio mientras pasaban por los jardines. Una parte de los
arbustos estaban armados como un laberinto donde los niños podían jugar,
buscando la salida hacia el otro lado. Cleo sabía que mientras lo observaba Lucía
recordaba el laberinto de hielo en el palacio de Limeros.
Vio una emoción muy familiar recorrer los ojos de la hechicera.
Un doloroso anhelo. El mismo dolor que Cleo sentía al recordar tiempos más
simples y felices.
—Estaba con Jonas y…lo sentí aquí —Lucía presionó las manos en sus sienes—
. Mi magia… se conectó por completo con la de ellos. En un instante, supe dónde
estaba y supe que quería que fuera a él. No dudé en hacerlo.
—¿Dónde está Jonas? —pregunto Cleo.
—No lo sé.
Había algo en la forma en que lo dijo…
—¿Lo lastimaste? —exigió Cleo.
Lucía le dirigió una fría mirada.
—Él es fuerte, sobrevivirá.
Por un momento, Cleo no pudo decir una palabra.
—Tú podrías arreglar esto, todo esto. Eres una hechicera. Podrías encerrarlos.
—Estaría arriesgando la vida de mi bebé incluso si lo intentara.
Cleo la agarró del brazo, enfureciendo cada vez más.
—Lucía ¿no lo ves? La vida de tu bebé ya está en peligro. ¡La de ella y todo el
mundo estará en peligro si haces lo que Kyan dice! Tú lo sabes bien y aun así estas
trabajando para un monstruo. Tal vez solo buscabas una excusa para unirte a él,
¿no es así?
La mirada de Lucía brillaba en indignación.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Eres la hija de tu padre, solo quieres poder y si ese poder te lo da un dios cruel,
tú lo tomarás sin protestar.
—No —rugió Lucia—. Tú nunca pensaste bien de mí, tan rápida en juzgar desde
tu perfecta torre de oro y tu perfecta vida de oro.
Furia, fría y oscura recorrió a Cleo, hielo formándose a sus pies, expandiéndose
hasta cubrir una carreta abandonada a un lado del camino.
Lucía lo vio con el ceño fruncido.
—Puedes controlar la magia en ti.
Cleo apretó los puños a sus lados.
—Si pudiera, tú ahora serias un bloque de hielo.
De repente, una ola de agua golpeó a Cleo, una ola invisible que cubrió su rostro.
No podía respirar. La llevaba hacia abajo, ahogándola.
No, no podía suceder de nuevo. No sobreviviría esta vez.
—Si —susurró el vástago de agua—. Deja que me haga cargo ahora. No te
resistas. Todo estará bien si dejas de luchar.
Era muy difícil seguir luchando cuando lo inevitable apareció frente a ella.
El vástago ganaría.
Cleo iba a perder.
Y tenía que admitir la verdad: sería tan fácil dejar de luchar y rendirse…
La sensación de que Lucía agarraba su mano y empujaba algo en su dedo la
arrastró lejos de las invisibles olas.
Jadeó por aire.
—¿Qué…qué me estás haciendo?
—Cleo, estas bien —Lucía le dijo con firmeza—. Estás viva, todo está bien. Solo
respira.
Se forzó a respirar una vez, luego otra. Finalmente, la sensación de que se
ahogaba se desvanecía.
Lucía la sostuvo por los brazos.
—Tienes que luchar contra esto.
—Creí que no querías que lo hiciera.
—Nunca dije eso. Esperemos que esto te dé algo de fuerza, como me la dio a mí
en un principio. Después de todo, te pertenece por derecho. Solo me dejaste tomarlo
prestado.
Cleo frunció el ceño sin entender y luego miró su mano.
Lucia le devolvió el anillo de amatista.
—¿Qué…?
Lucía levantó su mano para silenciarla.
—No le digas a nadie. Mientras más tiempo te mantengas peleando, tendré más
tiempo para hacerle creer que el ritual necesita esperar. Ahora sígueme. Si
tardamos más, enviará a su sirviente personal a buscarnos.
Cleo dejó ir el hecho de tener su anillo de nuevo, el anillo que ayudó a Lucía a
controlar su magia.
—¿Quién, Enzo?
—Sé que él te gusta. A mí también. Pero él fue marcado por fuego, no tiene más
elección que obedecer a Kyan. Es por eso que hice que se fuera.
En ese momento Cleo se dio cuenta que Lucía estaba peleando tanto como ella,
solo que a su manera. No eran enemigos, ya no. Quizás nunca lo fueron.
Eran aliadas. Pero ambas estaban en gran desventaja.
—Lucía —dijo Cleo en voz baja—. Sé cómo detenerlos.
—¿Lo sabes? —dijo Lucia con una voz teñida de sarcasmo—. ¿Encontraste ese
pedazo de información en un libro?
—No. Este pedazo de información vino de Nic, ayer.
Lucía frunció el ceño.
—Imposible.
Cleo sacudió la cabeza.
—Kyan no parece estar bajo control como aparenta. Él es vulnerable ahora y Nic
encontró una manera de entrar en ciertos momentos.
La mirada de Lucía se movió alrededor de ellas mientras cruzaban un patio que
habían recorrido juntas hace tiempo. Cleo recordó vívidamente el día que
compartieron, lo pasaron mirando un grupo de atractivos chicos practicar con
espadas.
El patio estaba vacío ahora, era más un cementerio que un lugar lleno de vida.
—¿Qué te dijo? —preguntó Lucía, en voz baja.
Cleo vaciló en contarle, pero sabía que eran la mejor oportunidad para la otra.
—Los orbes, los orbes de cristal. Son lo que anclan los vástagos a este plano de
existencia. Si son destruidos, un vástago no podrá caminar más en este mundo.
—Anclas —repitió Lucía, frunciendo el ceño—. Anclas a este mundo.
—Sí.
—Y necesitan ser destruidas.
—Sí, pero ese es el problema. Magnus trató de destruir el orbe aguamarina, pero
no funcionó, no importa que tan fuerte lo golpeara con una roca.
Lucía sacudió su cabeza.
—Por supuesto que no. No son cristales, no en realidad. Son magia.
Apretó la capa a su alrededor mientras un temblor la recorría.
—Esto está cobrando sentido. Todo este tiempo he tratado de entender dónde
han estado los vástagos. Los vigías e incontables mortales han estado buscando
Mytica de norte a sur por su tesoro.
La mirada de Cleo escaneó el campo, encogiéndose cuando notó otra fosa al
norte.
—Pero no fue hasta tu magia que ellos pudieron ser despertados.
—Sí, despertados —asintió Lucia—. Porque eso es lo que pasó. Ellos estaban
dormidos, no consientes. No tenían conciencia como lo hacen ahora. Están unidos,
los vástagos y los cristales. Destruir el cristal significaría destruir su forma física. La
magia aun existiría en el aire, en la tierra bajo nuestros pies, en el agua del océano
y en el fuego en el centro. Todo sería como debe ser. Como debió ser desde un
principio.
La cabeza de Cleo estaba llena de información.
—Me alegra ver que tú lo entiendes mucho mejor de lo que yo lo haría alguna
vez.
Lucía sonrió nerviosamente.
—Lo entiendo, pero no tanto como me gustaría.
—Entonces eso es lo que debemos hacer —Cleo dijo asintiendo—. Debemos
descubrir una forma de destruir los cristales.
Lucía no respondió. Su mirada se hizo distante mientras se detuvo a pasos de
distancia de la entrada al palacio.
Cleo observó con inquietud, sin querer entrar. Lucía se veía igual de nerviosa.
—Puedo tratar de averiguarlo —dijo Lucía—. Pero hay un gran problema.
—¿Qué?
Una sombra cruzó su expresión.
—Tú. Nic y Olivia y Taran. Sus cuerpos, son mortales y frágiles, carne y sangre.
Ahora ustedes son los contenedores para los vástagos y yo no tengo manera de
saber si sobrevivirán el impacto que esta magia podría tener en ustedes. Vi lo que
le pasó a Kyan la última vez que se enfrentó cara a cara con magia. Destruyó su
coraza y esa coraza era inmortal.
Cleo parpadeó.
Pero por supuesto, Lucía estaba en lo cierto. No había una forma fácil de terminar
con esto. De destruir los cristales y transformar a los vástagos a una forma que no
sea consiente del poder que tiene sobre este mundo…
…sin matarlos a todos.
Pero salvaría la ciudad. Salvaría el mundo.
—No puedo hablar por el resto, pero puedo hablar por mí —dijo Cleo con
firmeza—. Lucía, haz lo que tengas que hacer. No tengo miedo de morir hoy.
Lucía asintió una vez.
—Lo intentaré.
Ambas continuaron hacia el palacio. Como sucedía con las murallas fuera, las
paredes de los corredores estaban cubiertas de musgo. Flores crecían entre grietas
en el mármol.
Pequeñas llamas de fuego ardían, no en antorchas o linternas puestas en las
paredes, si no en pequeños hoyos hechos en el suelo.
Pasaron por una habitación con las puertas abiertas, donde una docena de
guardias se agarraban las gargantas jadeando por aire.
—Taran —dijo Lucía—. El también disfruta usar su magia donde sea.
Su estómago se estrujó.
—El Taran real estaría avergonzado.
—No lo dudo.
Finalmente, llegaron a la sala del trono.
Cleo no podía creer que solo pasó un día desde la última vez que estuvo aquí.
Lucia completamente diferente. El techo estaba cubierto de un dosel de
enredaderas y musgo. El suelo de mármol ahora era el suelo de un bosque; tierra,
piedras y pequeñas plantas por todo el lugar. Varios tornados del tamaño de una
persona se movían alrededor de la habitación, amenazando con derribar a Cleo si
se acercaba mucho.
Magia de aire, pensó. El vástago de aire estaba jugando, creando aún más
obstáculos.
Miró hacia adelante para ver que el camino que dirigía al trono estaba cubierto
de una línea de fuego azul, cortesía del mismísimo vástago de fuego.
Kyan estaba sentado en el trono cubierto de plantas y musgo con Taran a su
derecha y Olivia a su izquierda.
La furia de Cleo se elevó al ver que él había encontrado la corona dorada de su
padre y la tenía en la cabeza, como lo hizo el rey Gaius cuando él se apoderó de
todo.
—Así que aquí está —dijo Kyan sin levantarse—. Estaba preocupado por ti,
pequeña reina, escapando de esa manera sin avisar. Es de mala educación, debo
decir. Cuando todo lo que quería era ayudarte.
—Supongo que soy mala entonces. Mis disculpas por ofenderte.
—Ah, dices eso, pero yo sé que en realidad no lo sientes. ¿Qué crees Taran?
Sabes, esta pequeña reina estaba realmente fascinada por el hermano gemelo de
tu contenedor. Yo creo que ella se hubiera casado con él, dejando de lado su baja
clase social al ser un simple soldado del palacio.
—Estoy sorprendido —respondió Taran—. Mis memorias de Theon muestran
que él las prefería altas y morenas, no bajitas y rubias.
—Pero ella es una princesa. Con eso puedes perdonar pequeños defectos —
Kyan sonrió—. Pequeños, porque ella es bajita. Soy tan gracioso, pero también lo
fue Nic… ¿verdad, pequeña reina? Él siempre te hizo reír.
De nuevo, una capa de hielo se formó bajo sus pies, mientras su rabia
incrementaba.
—Qué dulce —dijo Olivia—. Está tratando de usar la magia de agua en ella.
—Oh si —rio Kyan aplaudiendo—. Hay que verte intentar. Adelante pequeña
reina, estamos esperando.
Y lo hizo. Cleo intentó fuertemente usar la magia en ella. De congelar la
habitación como lo hizo con el guardia. De hacer que los tres monstruos frente a
ella se ahoguen y vomiten agua, como lo hizo con Amara la noche del primer ritual.
Cleo pensó que tal vez, con este anillo en su dedo, ella tendría una oportunidad
de controlar esta magia, de terminar con esto.
Pero no pudo. Esta magia no era suya para usar, de ninguna forma podía
controlarla.
El sonido en ella de la risa del vástago de agua solo hizo que se enfureciera más
y que estuviera más asustada de lo que ya estaba.
—Ahora —dijo Kyan—. Pequeña hechicera, ¿deberíamos empezar?
Lucía dio un paso adelante.
— No tengo el orbe aguamarina.
— Ella lo guarda en una bolsa de cuero en su bolsillo —dijo Taran.
Kyan lo miró duramente.
—¿Y lo mencionas ahora?
—Mi memoria está mejorando —se encogió de hombros. Ayer solo se sentía
borroso para ser honesto. Este contenedor peleó fuerte para mantener el control.
—Pero perdió —dijo Olivia—. Y la princesa también lo hará.
Cleo juntó las manos frente a ella, escondiendo el anillo.
—¿Lo haré? ¿Estás segura de eso?
—Sí, lo estoy —sonrió Olivia.
—Danos el orbe —dijo Kyan—. Es hora de que se una a los otros.
Señaló a la larga mesa a su izquierda. Estaba adornada con una aterciopelada
tela azul, enmarcando tres cristales.
Cleo miró con dureza a Lucía.
Lucía se encogió de hombros.
—Él los pidió y yo se los di.
Cleo sacudió la cabeza.
—Te daré el orbe Kyan, pero exijo ver a Lyssa primero.
—Ah sí. Lyssa — dijo Kyan sin emoción—. La dulce y pequeña bebé que yo
secuestre de su dulce y pequeña habitación, convirtiendo a su dulce y pequeña
niñera en cenizas. Eso fue muy…cruel de mi parte, ¿no es así?
Cleo lo observó cuidadosamente. Cada gesto, cada mirada.
—Realmente lo fue —agregó Olivia.
—Pero una excelente forma de asegurar la cooperación de la hechicera a la
causa —dijo Taran—. Fuiste muy inteligente al pensar en eso, Kyan.
—En efecto, lo fui.
Había algo fuera de lugar en su conversación, como si se burlaran de ella.
—No la tienes —adivinó Cleo—. ¿No es así?
La sonrisa de Kyan cayó.
—Por supuesto que la tengo.
—Pruébalo.
—¿O qué? —Kyan entrecerró los ojos.
—O…no cooperaré. No te daré el orbe y no serás capaz de hacer el ritual.
Kyan soltó un suspiro y se recostó en el trono, corriendo una mano por su brillante
cabello rojo.
—Taran.
Taran sacudió su mano y una fuerte ráfaga de viento golpeó a Cleo,
enroscándose a su alrededor como una gran y hambrienta serpiente.
Ella observó con horror, incapaz de hacer algo para que se detenga, mientras la
pequeña bolsa de cuero salía de su bolsillo, voló por el aire y aterrizó en la extendida
mano de Kyan.
Él desató los pequeños lazos y miró dentro de la bolsa.

—Excelente. Recíbelo, pequeña hechicera.


Se lo arrojó a Lucía, quien sacó el orbe y lo puso junto a los otros, intercambiando
una breve y dolida mirada con Cleo.
Cuatro orbes, listos para ser usados en el ritual que consolidaría la existencia de
los vástagos en este mundo y los haría más fuertes a tal punto que podrían destruir
el mundo con tan solo pensarlo.
O cuatro orbes listos para ser destruidos y que seguramente matarían a Cleo,
Nic, Taran y Olivia.
Cleo que siempre envidió a Lucía por su magia, no envidiaba la decisión que
tomaría.
—Creo que fue una buena idea venir aquí —dijo Kyan, observando alrededor, el
gran salón que rodeaba el trono con el olor de nueva vida, fuego y acre—. Aquí hay
una sensación de historia, de eternidad. Tal vez es por todo el mármol.
—También me gusta —aceptó Taran—. Deberíamos quedarnos aquí
indefinidamente.
Olivia recorrió el borde del trono con la yema de los dedos.
—Oh, no lo sé. Creo que prefiero Limeros. Toda esa deliciosa nieve y hielo.
Princesa Cleo, tu estarías mejor ahí una vez que mi hermano se apodere de ti. Hielo
y nieve es solo agua, ¿no? Tal vez puedes formar un palacio de hielo.
—Lo haré si logro aplastarte bajo el —respondió Cleo.
Lucía resopló, pero cubrió el sonido con una tos.
—Oh, no lo sé —dijo una voz que se acercaba desde la entrada—. A la princesa
no le gusta el clima Limeriano. Si luce increíblemente hermosa en sus capas de piel,
pero es una chica de Auranos de la cabeza a los pies.
Cleo se giró para mirarlo.
Magnus se recostó en el marco de la entrada como si hubiera estado ahí todo el
tiempo, sin ninguna preocupación en el mundo.
Se enderezó y dio unos cuantos pasos hacia el trono.
—Vine a negociar una tregua —dijo Magnus—. Una en la que nosotros vivamos
en paz y los vástagos sean enviados directamente a las tierras oscuras.
CAPÍTULO 31 LUCIA
AURANOS

Traducido por Cris


Corregido por WinterGirl

Claramente, su hermano había perdido la cabeza.


Lucía no necesitaba esta complicación adicional agregada a una ya imposible
situación. Pero Magnus estaba aquí de todos modos.
Mientras Kyan se había burlado de Cleo, Lucía había estado estudiando los orbes
de cristal, tratando de encontrar la mejor manera de romperlos.
Cualquier cosa que ella pensó de –utilizar una fuerza contundente, caer sobre un
área clara de mármol en el suelo ahora cubierto –parecía demasiado esperado,
demasiado fácil. Cleo ya había dicho que Magnus había intentado romper el orbe
aguamarina y había fallado.
Esto necesitaría algo especial. Algo poderoso. ¿Pero qué?
E incluso si pudiera resolverlo a tiempo, cuanto más lo considerara, más temía
que había tenido razón sobre el efecto en los Vástagos recipientes mortales.
Ella había visto cómo la monstruosa y ardiente forma de Kyan se rompía como
el cristal.
Él todavía no se había recuperado de eso. Cleo tenía razón: el vampiro Vástago
era vulnerable hasta que Lucía realizó el ritual.
Pero si ella lo destruyera, destruiría a cuatro personas cuyas vidas ella valoraba.
Y quizás nunca volviese a encontrar a Lyssa.
Ella podría intentar encarcelarlos, pero sería lento, doloroso y con un resultado
incierto. Y solo podía tratar de enfocarse en un Vástago a la vez.
Los otros la detendrían.
Lucia se giró hacia Magnus mientras se acercaba. ¿Qué estás haciendo aquí?
le gruñó.
Él asintió con la cabeza hacia ella. Encantado de verte también. Hermoso día,
¿verdad?
No deberías estar aquí.
Magnus no había llegado solo. El príncipe Ashur entró en la sala del trono justo
detrás de él. Miró su nueva decoración.
Muy bonito dijo Ashur, asintiendo. Me recuerda a mi hogar.
Preciosa Kraeshia respondió Magnus. Quiero visitar la joya algún día.
Deberías asintió Ashur. A pesar del gobierno corrupto actual liderado por
mi hermana de corazón negro, es el lugar más hermoso de este mundo.
Diría que Limeros sí lo es, pero me gustaría verlo por mí mismo Magnus
luego se volvió hacia Cleo. A pesar de su comportamiento tranquilo, había una
tormenta preparándose en sus ojos marrones. Recibí tu nota. Espero que no te
importe que viniese después de ti de todos modos.
La expresión de Cleo era tensa. Me importa.
Pensé que lo harías Miró a Kyan y a los demás. Y aquí estás, sentado en
un trono, que hombres mucho mejores que tú han poseído. Y, francamente, incluyo
a mi padre en esa declaración.
Kyan le sonrió. Disfruto tu sentido del humor.
Eres uno de los pocos que lo hace.
Kyan dijo Lucía, dando un paso adelante. Ella tenía que hacer algo, decir
algo, para evitar que esto fuera peor de lo que ya era. Perdona a mi hermano.
Déjalo irse sin daño. Él no sabe lo que hace.
Oh, no estoy de acuerdo La sonrisa de Kyan se amplió. Una línea de fuego
azul se encendió frente a él, bajó las escaleras y se formó un poco profundo círculo
alrededor de Magnus y Ashur. Creo que sabe exactamente lo que está haciendo,
¿no es así, pequeño príncipe?
Magnus miró las llamas azules con inquietud. Realmente preferiría que nunca
me vuelvas a llamar así.
Pero te conviene respondió Kyan. Pequeño príncipe, uno que marcha para
salvar a su pequeña reina, como el héroe que no eres y nunca serás. Tu princesa
está perdida para ti, pequeño príncipe. Ella nos pertenece ahora.
Las llamas subieron al nivel de la rodilla.
Para silbó Lucía. Si lastimas a mi hermano, te juro que no te ayudaré.
Pero, ¿qué pasa con Lyssa? Preguntó Kyan en voz baja.
Lucía, es un farol le dijo Cleo. Él no la tiene, estoy seguro de eso ahora.
Ella no estaba en el templo anoche, y Nic no la había visto. Él no sabía nada sobre
el secuestro.
El aliento de Lucía la dejó mientras consideraba esta posibilidad.
Si Kyan no tuvo a su hija, ¿quién lo hizo?
Entonces se le ocurrió un pensamiento, uno que ni siquiera había entrado en su
mente hasta este mismo momento. Amara. Podría haber sido Amara, usando el
caos que rodeaba el asesinato del rey, para secuestrar a su hija.
Oh, Diosa, no podía pensar en esto ahora. Sin duda, se volvería loca.
No, ella tenía que mantenerse enfocada o todo, absolutamente todo, se perdería,
incluido Lyssa.
Kyan se levantó del trono y bajó las escaleras. Se paró frente a Magnus,
estudiándolo cuidadosamente. ¿Cómo pasaste las puertas? preguntó.
Hay otras entradas a esta ciudad respondió Magnus. Qué, ¿Tú piensas
que solo hay una manera de entrar, que solo hay una salida? Así no es como una
ciudad como esta funciona. Hay libros sobre esto en la biblioteca. Tal vez te gustaría
pedir prestados unos pocos y leer sobre el tema.
Kyan entrecerró los ojos. ¿Viniste aquí a sacrificarte para salvar a la chica que
amas?
No dijo Magnus. De hecho, cuento mucho con que nosotros saldremos de
aquí sanos y salvos. Creo que ella me prometió otra boda muy pronto, y tengo la
intención de abrazarla.
Kyan miró a Cleo. Pero tú sabes la dura verdad que tu marido no. No habrá un
final feliz para ti –para ninguno de los dos.
Lucía esperaba que Cleo se viniera abajo, que llorara y suplicara por su vida y la
de Magnus, pero en cambio vio la expresión de la princesa endurecerse.
Incorrecto dijo Cleo. No habrá un final feliz para ti, Kyan. Hoy es el último
día en que tendrás el privilegio de recorrer este mundo. Un mundo que podrías
haber abrazado en lugar de torturado. Uno que podrías haber ayudado en lugar de
lastimar. Y aquí estamos.
Sí, aquí estamos repitió Kyan, asintiendo. Luego echó un vistazo a Lucía.
Comienza el ritual ahora.
Necesitamos esperar a que los Vástagos del agua tomen el control por
completo Lucía mintió.
Aunque honestamente no sabía con certeza si era mentira o no.
Ella nunca había hecho este ritual antes, nunca quiso hacerlo. Solo sabía los
pasos porque Kyan se los había descrito.
El ritual necesitaba su sangre y la sangre de un inmortal. La sangre de Olivia, que
es lo que su abuela había usado durante el último ritual en el compuesto–combinado
de Amara. Los orbes reaccionarían, incluso sin la voluta de la magia de los Vástagos
dentro.
Más pruebas de que los orbes eran más que prisiones.
Magia. Magia pura.
¿Cuánto tiempo debemos esperar? Siseó Kyan.
No lo sé respondió Lucia.
Quizás esto ayude a acelerar las cosas Hizo un gesto hacia Taran, quien
bajó las escaleras, agarró la mano de Cleo, y se quitó el anillo de amatista de su
dedo.
Cleo jadeó.
Lucia se volvió hacia Kyan, apretando los puños a los costados para detenerse
de abalanzarse sobre él.
No me presiones, pequeña bruja siseó Kyan. Sus ojos brillaban, un llamativo
color azul que combinaba con las llamas. O lamentarás mucho haberlo hecho.
El fuego que rodeaba a Magnus se alzó más alto, hasta su cintura, y el Vástago
del fuego dirigió una fría sonrisa hacia su hermano.
¿Sientes eso? preguntó. Mi fuego arde más fuerte y más ardiente que
cualquier otro.
¿Sientes esto? Preguntó Magnus, luego su mano salió disparada y agarró a
Kyan por la garganta. Esa es la piedra de sangre que mi padre me dio para salvar
mi vida. Está llena de magia de la muerte, y tiene un efecto bastante interesante en
personas que odio. Creo que ya lo sentiste una vez. Déjame mostrarte lo que puede
hacer."
Kyan se rascó las manos, pero no logró liberarse. La piel de su garganta donde
Magnus lo agarró había comenzado a ponerse de un enfermizo color gris.
Lucía vio cómo se desarrollaba en estado de shock. Sabía que el anillo de
Magnus contenía magia de muerte, pero no creía que eso pudiera afectar a Kyan.
Disculpas, Nic gruñó Magnus. Pero esto tiene que suceder.
Kyan comenzó a temblar, y sus ojos volvieron a su cabeza. Olivia había bajado
las escaleras para pararse junto a Taran, pero ninguno de ellos hizo un solo
movimiento para detener a Magnus.
Lucía no entendió por qué. Podrían detenerlo tan fácilmente.
Dirigió una mirada preocupada a Cleo, y la chica no pareció en absoluto
sorprendida por lo que Magnus estaba haciendo.
¿Su hermano había intentado matar a alguien con esta magia de la muerte antes
de hoy?
Al momento siguiente, el anillo de fuego se extinguió alrededor de ambos,
Magnus y Ashur.
No lo maten gruñó Ashur, justo cuando Kyan cayó de rodillas.
Magnus retiró su mano, mirando al príncipe Kraeshiano por sobre su hombro.
Rompiste mi concentración.
Me prometiste que no lo matarías.
Algunas promesas estaban destinadas a romperse espetó Magnus. Nic lo
entendería.
Kyan suspiró mientras se derrumbaba en el suelo.
Magnus lo golpeó con la punta de su bota. No se ve tan mal como Kurtis. Mucho
menos muerto.
Lucía negó con la cabeza. Oh, Magnus, ¿sabes siquiera lo que has hecho?
Sí. Detuve al malo Entonces Magnus miró a los otros dos Vástagos que
observaban en silencio desde una docena de pasos de distancia. No te acerques
un paso, u obtendrás lo mismo.
Lucía contuvo el aliento mientras miraba la roja voluta de magia de fuego que
surgía del cuerpo inconsciente de Nic.
Entonces, esa voluta de magia se arremolinó alrededor de Magnus un momento
antes de que se transformara en una bola de fuego y se disparara en su pecho. Dio
un salto como si hubiera sido alcanzado por un rayo, luego se dobló y apoyó las
manos en las rodillas, sin aliento.
En un solo movimiento, Magnus se quitó el anillo dorado del dedo y lo tiró al suelo
cubierto de musgo.
Luego, lenta, muy lentamente, se enderezó, cuadró los hombros y recorrió con la
mirada la sala del trono.
El corazón de Lucía se detuvo al ver la marca mágica de fuego ahora en la palma
de la mano izquierda sin anillo de Magnus.
Sí… Kyan ahora habló con la profunda voz familiar de Magnus. Me gusta
mucho este recipiente.
¡No! Gritó Cleo. ¡No, no puedes hacer esto!
No hice nada Kyan caminó hacia ella, luego se inclinó para poder nivelar sus
ojos con los de ella. El pequeño príncipe hizo esto porque pensó que era
inteligente. Que él era el héroe. Pensó que salvaría a su bella novia y a todos sus
amigos. Debería haberse quedado en las sombras, donde pertenecía.
Sal de él ahora mismo gruñó Cleo.
Cuando Kyan sonrió, fue la sonrisa de Magnus. El corazón de Lucia se hundió al
verlo. No. De hecho, creo que mantendré este barco por toda la eternidad.
Por el rabillo del ojo, Lucía vio a Ashur moverse hacia el lado de Nic, donde el
príncipe presionó sus dedos contra la garganta del joven.
¿Está muerto? preguntó ella.
No. Todavía no, de todos modos Ashur frunció el ceño. Esto es tu culpa.
Te culpo por todo esto.
Tienes razón respondió ella. Es mi culpa.
La confusión cruzó la expresión de Ashur. Tal vez esperaba que ella discutiera
con él.
Kyan dijo Lucía, y su hermano se volvió para mirarla. Ella tragó con
dificultad. Comenzaré el ritual ahora.
Bien dijo asintiendo. Y aquí pensé que podrías darme más problemas de
los que ya tienes.
¿Por qué habría? Tienes todo lo que me importa a tu merced. Mi hija, mi
hermano, mi… Ella frunció. Bueno, eso es todo, realmente.
Él levantó una oscura ceja. ¿No más trucos?
Terminé de pelear dijo, y sintió tanta honestidad como en cualquier otra cosa
que ella hubiera dicho ese día. Ahora solo quiero que esto termine.
Este es tu destino dijo Olivia, asintiendo. Deberías enorgullecerte de esto,
Lucía.
Serás bien recompensado agregó Taran.
Lucía lanzó una mirada a Cleo, que observaba el fuego del Vástago a cada paso,
cada movimiento.
Está buscando alguna pequeña señal de que Magnus todavía está aquí con
nosotros, pensó Lucía. Ella todavía tiene esperanza.
Sin embargo, Lucía no era tan optimista.
Lucía se movió detrás de la mesa que tenía las cuatro esferas de cristal:
aguamarina, obsidiana, ámbar y piedra lunar.
Olivia dio un paso adelante y le presentó a Lucía con su antebrazo desnudo.
Con una pequeña hoja que Lucía guardó en el bolsillo de su capa, trazó un corte
superficial en la perfecta piel oscura de Olivia. La sangre brotó a la superficie y luego
goteó sobre cada uno de los cuatro orbes.
Incluso sin palabras habladas, o cualquier magia específica enfocada hacia ellos,
los orbes comenzaron a brillar con una suave luz interior.
Olivia asintió, luego retrocedió.
Todas las miradas estaban en los orbes brillantes. Lucía consideró su próximo
paso mientras sostenía la hoja contra su propia piel.
¿Seguir con el ritual como Kyan se lo había descrito?
Magnus… él robó a Magnus. Su hermano, su mejor amigo. Ella le había fallado
de nuevo…
No. Se obligó a sí misma a no desesperarse, a no pensar en lo que ya había
sucedido.
¿Cómo podría ella hacer esto? Para darle a Kyan tanto poder, para asegurar su
agarre sobre el cuerpo de su hermano…
Pero ella no podía entender cómo romper los orbes. Podría intentarlo, pero si
fracasaba, las ramificaciones serían catastróficas.
Antes de que pudiera decidir si sangraba o no sangraba, un brazo la rodeó por
detrás, tirando de ella contra un pecho firme.
La punta de una hoja presionó contra su garganta.
No estoy muerto, en caso de que tengas curiosidad susurró Jonas.
Jonas se las arregló.
Kyan, Taran y Olivia se adelantaron, pero Lucía levantó su mano para evitar que
hicieran algo precipitado.

Nadie había visto la aproximación del rebelde a través de la sala del trono
cubierta de enredaderas. Todos habían estado observando los orbes, mirando la
espada en el brazo de Lucía.
Lucía habría quedado impresionada por el sorprendente sigilo del rebelde si este
no hubiera sido el peor momento en el que podría haber llegado.
Déjame ir instó.
Creí en ti y me traicionaste gruñó Jonas. Te habría dado toda mi magia si
me lo pidieras. Diablos, te lo habría ofrecido si me hubieras dado la oportunidad.
Ahora estoy en un lugar difícil, princesa.
Lucía no se movió, apenas respiró. ¿Es eso así?
Ella había querido una forma de retrasar lo inevitable, y parecía que ahora tenía
una muy buena.
Ahora, ahora dijo Kyan. Apreciaría mucho si te alejaras de mi hechicera
antes de que tenga que obligarte a hacerlo.
Jonas dudó por un segundo. ¿Magnus?
No exactamente dijo Kyan, sonriendo con su sonrisa robada. Creo que te
recuerdo… sí, un hermoso día en un mercado Paelsiano. Una chica encantadora
se interpuso en el camino de mi fuego y tu cuerpo.
Jonas se puso rígido. Kyan.
Kyan asintió. Aquí tienes. Estoy seguro de que llegarán más recuerdos de este
barco. Te has visto antes, muchas veces.
Te mataré dijo Jonas.
Lo dudo mucho.
Basta pensó Lucía, esperando que esta extraña telepatía todavía funcionara
entre ellos. Deja de hostigarlo, o vas a morir. ¿Quieres eso?
Jonas se congeló. Todavía puedo oírte. Me preguntaba si podría después de
toda la magia que me quitaste.
Pequeña bruja dijo Kyan en voz baja. ¿Debo ocuparme de esto por ti?
No dijo ella en voz alta. Yo puedo con esto.
Los ojos del vampiro Vástago se estrecharon. Entonces manéjalo.
El agarre de Jonas se apretó. Timotheus me dio esta daga, me dijo que puede
destruir la magia. No pensé que necesitaría usarlo contigo. Sin embargo, aquí
estamos.
Lucia se había quedado muy quieta.
Una daga que podría destruir la magia.
Aquí mismo, en esta misma habitación.
Y actualmente, presionada mortalmente cerca de su garganta por alguien que
tenía todo el derecho de quererla muerta.
CAPÍTULO 32
NIC

Traducido por Atheneia


Corregido por WinterGirl

Cuando Magnus llegó, una parte de Nic mantenía esperanza que este príncipe,
anteriormente enemigo, tuviera una manera secreta de derrotar a Kyan y sus
hermanos.
La tenía. Nic simplemente no se había dado cuenta de que tanto dolería.
Recordaba la mano de Magnus apretando su garganta mientras Kyan gritaba
internamente al sentir el frío baño de dolor que chocó contra ambos.
Y entonces todo se volvió oscuro de nuevo por un tiempo.
La siguiente cosa que supo, estaba abriendo los ojos y observando la cara del
príncipe Ashur Cortas.
Alivio llenó los ojos gris-azules del príncipe.
—¿Qué pasó? —Nic logró decir.
—Estas vivo, eso es lo que pasó —susurró Ashur.
—Esto no es un sueño.
—No. Ni siquiera cerca a uno. Pero no te muevas, aún no.
Nic escuchó voces que se elevaban muy cerca. Lucia, Magnus… Jonas. Estaban
peleando.
Espera.
¿Cómo es que estaba hablando ahora mismo? ¿Cómo es que estaba teniendo
una conversación de verdad con el príncipe Ashur si no era un increíble vívido
sueño?
Entonces se dio cuenta de lo que sucedió.
Parcialmente, de todos modos.
Kyan eligió un nuevo contenedor: el príncipe mismo, Magnus Damora.
A través de ojos estrechados, recargándose contra Ashur por apoyo, Nic observó
a los otros. No le prestaban atención para nada, estando tan absortos en su
discusión.
Jonas tenía un cuchillo de oro presionado en el cuello de Lucia.
Y después, ante los ojos de Nic, ese cuchillo se levantó invisiblemente del agarre
de Jonas. Flotó en el aire, donde Lucia se lo arrebató.
—Gracias por traer esto hacia mí —dijo Lucia, mirando a la cuchilla afilada—.
Será muy útil, espero.
—¿Quieres matarlo, pequeña hechicera? —Magnus –no, Kyan- preguntó—. ¿O
debería hacerlo yo?
—¿Tienes alguna preferencia, Jonas? —preguntó Lucía, deslizando la daga
dorada por debajo del pliegue de su túnica negra—. Digo, vagaste por aquí y
amenazaste la vida de una hechicera mientras eras observado por tres dioses de
los elementos. Claramente sabías que la muerte sería el resultado.
—Haz lo que tengas que hacer —él gruñó.
—Ese es mi plan actual —dijo ella. Después miro a Kyan—. Lo mataré yo misma
después.
—Muy bien —Kyan hizo un gesto hacia Olivia. El Vástago de la tierra agitó su
mano, y gruesas plantas verdes se curvaron alrededor de las piernas y el torso de
Jonas, capturándolo en su lugar.
—¿Qué hacemos? —Nic susurró—. ¿Cómo podemos ayudar?
—No lo sé —respondió Ashur, su tono era, frustrantemente, calmado—. Temo
que no hay nada que podamos hacer. Es muy probable que vayamos a morir aquí.
Y es realmente desafortunado. Verás, tenía planes para nosotros.
—¿Planes? ¿Para nosotros?
—Sí.
De repente, el ojo de Nic captó algo cercano. Un pequeño destello de oro.
Era el anillo que Magnus había estado usando en su mano, la mano que había
apretado su garganta.
Kyan lo había tirado en el momento en que tomó posesión de Magnus. Ahora,
estaba tendido a diez pasos del Vástago, quien actualmente —y lleno de
agradecimiento— ignoraba la silenciosa conversación de Nic y Ashur.
—¿Qué es ese anillo? —Nic preguntó—. El anillo que Magnus usó.
—Es el anillo de la piedra de sangre —susurró Ashur—. Es magia… magia
muerta. Es lo que conduzco a que Kyan saliera de ti.
Magia muerta.
Nic observó como Kyan se movía, estrechando sus largas extremidades
musculares, recorriendo sus dedos a través del grueso y negro cabello de Magnus.
Claramente Kyan estaba feliz con este cambio. Confiado. Lleno de esperanza.
Listo para reclamar la victoria sobre este esparcimiento de puros mortales.
—Necesito saber algo —dijo Nic, manteniendo su voz baja.
—¿Qué? —Ashur preguntó.
—En el barco, cuando íbamos hacia Limeros, me dijiste que tenías una pregunta
para mí, una que me preguntarías cuando todo acabara. ¿Lo recuerdas?
Ashur estuvo en silencio por un momento.
—Lo recuerdo.
—¿Cuál era la pregunta?
Ashur exhaló lentamente.
—Ya no estoy seguro que sea apropiada.
—Pregunta de todos modos.
—Yo… Yo quería preguntarte si me darías una oportunidad de robarte de las
orillas de Mytica, para enseñarte más sobre el mundo.
Nic frunció el entrecejo.
—¿En serio?
La expresión de Ashur se ensombreció.
—Tonto, ¿no es cierto?
—Sí, muy tonto —Nic se sentó, girándose para poder mirar al príncipe
directamente a los ojos—. Por cierto, mi respuesta habría sido sí.
Las cejas de Ashur se juntaron.
—¿Habría sido?
Nic sujetó la cara de Ashur y frotó sus labios contra los de él—. Mis disculpas,
pero tengo que hacer esto.
Entonces, se lanzó hacia adelante y tomó el anillo.
Los ojos de Ashur se ensancharon.
—Nicolo, no…
Con las piernas temblorosas, Nic se levantó y cerró la distancia entre Kyan y él
tan rápido como pudo.
Kyan se giró hacia él con sorpresa.
—Bueno, miren quien se recuperó agradablemente —el Vástago del fuego dijo
de manera despreciada—. ¿Vas a causarme más problemas?
—Ciertamente espero eso —dijo Nic. Y, entonces, agarró la mano de Kyan y
empujó el anillo de regreso a su dedo del medio izquierdo.
Se sostuvo fuertemente mientras Kyan ardía en llamas.
CAPÍTULO 33 MAGNUS

Traducido por Atheneia


Corregido por Achilles

Magnus no disfrutaba admitir la culpa. Nunca.


Pero había cometido un horrible error.
Fue su último pensamiento antes de que el Vástago de fuego robara su cuerpo.
Después no había nada más que oscuridad –una oscuridad aún más intensa, más
solitaria, y más sin fondo de lo que había experimentado en la tumba.
Que Kyan hubiera ganado había sido el peor sentimiento. Peor que tener todos
sus huesos rotos bajo el comando de Kurtis. Peor que saber sobre el asesinato de
su madre. Peor que observar a su hermana alejarse de su lado, poco a poco,
mientras más fuerte se aferraba a ella. Peor que la muerte de su padre cuando
apenas había comenzado a arreglar su rota relación.
Pero de pronto fue como si alguien se hubiera acercado a la oscuridad y lo
sujetara, trayéndolo de nuevo a la superficie.
El heliotropo estaba de regreso en su dedo.
Fría magia muerta se mezclaba con el fuego y la vida, quemando, creando algo
nuevo.
Dolía, dolía como ser rastrillado sobre carbones encendidos. Pero podía pensar
de nuevo. Y se podía mover. Se sentía como si estuviera subiendo por aire.
Sus brazos estaban ardiendo, pero tan pronto como se dio cuenta de ello, las
flamas desaparecieron.
Nic lo observaba. Su mano estaba roja y llena de ampollas por el fuego, pero la
piel de Magnus se encontraba sin daño alguno.
—Regresa, —Magnus gruñó.
Nic hizo como le comandó, regresando al lado de Ashur, quien envolvió la mano
quemada de Nic rápidamente en un roto pedazo de su camisa.
—Saca el anillo de tu dedo. Hazlo ahora o te destruiré.
Le tomó a Magnus un momento darse cuenta que era Kyan quien gruñó esto. La
voz de Kyan dentro de la cabeza de Magnus.
Magnus hizo una mueca mientras barría su mirada a través del salón del trono.
Todos lo observaban con diferentes expresiones en sus caras.
Lucia, con terror. Jonas, enmarañado con las plantas –quien habrá llegado
tontamente hace un par de minutos- con desdén.
La mirada en la cara de Cleo casi lo deshace: dolor mezclado con furia. Su dorado
cabello era un desastroso enredo, salvaje y libre. Las líneas azules en su cara y
brazos eran tan perturbadoras como nunca.
Pero jamás había lucido tan hermosa para él.
—Te odio, —Cleo le siseó mientras sostenía su mirada.
Él se acercó. Ella se endureció, pero no se tambaleó para alejarse de él.
—Siento escuchar eso, Cleiona, —dijo suavemente—. Ya que me siento muy
diferente respecto a ti.
Sus azul-verdes ojos se estrecharon una fracción cuando escuchó su nombre
completo, y respiró hondo.
Se había convertido en su señal –cuando él usaba su nombre completo.
Ella ahora conocía la verdad que ninguno más sabía. Magnus estaba en control
de su cuerpo. Pero no tenía idea cuánto más duraría.
Taran y Olivia estudiaban a Magnus cuidadosamente.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Olivia.
—Estoy muy bien, —Magnus dijo lisamente, sabiendo que sería mejor si no se
daban cuenta de lo que había sucedido—. Todo está bajo control.
Una mentira más grande nunca ha sido contada en la historia, pensó.
—Mataré a tu sobrina, —Kyan siseó dentro de él—. La quemaré hasta que no
queden nada más que cenizas.
Magnus niveló su mirada con la de Olivia.
—Trae a la niña.
Ella torció su cabeza.
—¿Niña?
—Lyssa. Tráela aquí inmediatamente.
Olivia intercambió una mirada con Taran.
—Eso no es posible.
—¿Qué? —Lucia exclamó—. ¿De qué hablas? ¿Por qué no es posible?
—¡Princesa! —Nic gritó a Lucia—. Cleo tiene razón. Kyan no secuestró a la niña.
Nunca hablaron sobre ella, nunca la vi. No sé dónde está tu hija, pero ella no está
con ellos.
Taran movió su mano y Nic salió volando hacia atrás, golpeándose con una
columna tan fuerte que Magnus escuchó el tan familiar sonido de huesos rotos.
Pero cuando Ashur se movió a su lado, Magnus vio que Nic aún se movía.
El chico era realmente resistente. Magnus tenía que admirarlo por eso.
El heliotropo no había dejado de lastimarlo en ningún momento. Era como si su
mano estuviera encendida en fuego, el agudo dolor penetrando profundo en sus
huesos.
Pero no se atrevió a sacarlo de su dedo.
Lucia sostenía una espada en su mano, una dorada daga que Magnus no había
visto antes. Ella la levantó.
—¿Sabes qué es esto? —preguntó ella.
Magnus negó con la cabeza.
Olivia y Taran vinieron a sus lados, ambas de sus miradas se encontraban en
Lucia.
—Hechicera, —Olivia dijo gentilmente—. Creo que necesitas usar una espada
distinta. Esa podría ser problemática.
Lucia levantó su barbilla, su mirada ahora llena de cruda malicia.
—Estoy esperando que sea, de hecho. Estoy esperando que sea increíblemente
problemática para ustedes.
—Para a tu estúpida hermana de lo que sea que esté pensando en hacer, —
Kyan gruñó—. ¡O quemaré todo por lo que alguna vez te has preocupado!
—Silencio, —murmuró Magnus—. Lucia está hablando.
—¿Qué fue lo que dijiste? —Taran preguntó.
—Nada, nada. Sólo disfrutando el show—. Magnus lanzó un gesto hacia su
hermana—. Lucia, ¿comenzarás el ritual? El tiempo se acaba.
Su fría mirada se encontró con la de él, pero no había ningún reconocimiento allí.
Aún no lo veía más allá de la amenaza de Kyan.
—Quería encontrar otra manera, —dijo Lucia mientras deslizaba la espada
dorada por su palma, luego derramó su sangre en cada uno de los orbes de cristal—
. Pero no hay elección. No sé si esto funcionará o si te matará —Su voz re rompió.
—Magnus, lo siento. Si nunca hubiera nacido, nada de esto estuviera pasando.
—No digas eso, —dijo Magnus firmemente—. Has sido un regalo desde el
momento en que llegaste a mi vida. Nunca olvides eso.
Sus ojos se encontraron y sostuvieron. Y… sí. Allí estaba.
Lágrimas rodaban por sus mejillas.
Sabía que era él.
—Detenla, —gritaba Kyan desde Magnus—. ¡Te demando que la detengas!
Estaba destinado a ser libre- libre con mis hermanos. ¡Estaba destinado a gobernar
el mundo! ¡A reformarlo de la manera que crea necesaria! ¡No puedes detener eso!
Soy fuego. Soy magia. ¡Y arderas!
Los orbes comenzaron a brillar más, como pequeños soles.
—Hazlo, hermana—. Magnus dijo, preparándose a sí mismo, debido a que ya
sabía muy bien que tan mal esto terminaría para él—. Lo que sea que creas que
necesitas para terminar esto, hazlo ya mismo.
—¿Qué está sucediendo? —dijo Taran, avanzando—. Esto no está bien. Esto no
es el ritual.
—No, —Lucia dijo, sacudiendo su cabeza—. Definitivamente no lo es.
Lucia levantó la espada sobre su cabeza y la atrajo fuertemente hacia el orbe de
obsidiana.
Olivia gritó.
Taran estaba cerrando la distancia entre Lucia y él tan rápido como un huracán,
pero no antes de que ella destrozara la piedra de luna con la punta de la daga. Taran
se congeló en su lugar, como si hubiera golpeado una barrera invisible, sus rodillas
pandeándose debajo de él.
Magnus sostuvo la mano de Cleo, colocándola junto a él.
—¡Hazlo! —gritó Cleo.
Lucia destruyó el orbe aguamarina, y el agarre de Cleo en la mano de Magnus
se convirtió dolorosamente fuerte mientras ella lloraba.
—¿Qué esperas? —Magnus rugió—. ¡Termina esto!
El orbe de ámbar se destrozó al contacto.
Magnus sintió que algo lo golpeó. Algo sólido y filoso y doloroso. Se sintió como
si su piel estuviera siendo arrancada de sus huesos.
Trató de observar a través del dolor- hacia Lucia en la mesa. Ella miraba hacia
abajo, donde se encontraban las rotas piezas de los orbes de los Vástagos. Aún
estaban brillando, más y más hasta que la luz la eliminaba de su vista.
Muévete, Lucia, él pensó frenéticamente. Aléjate de ellos.
Pero se quedó congelada en el lugar, como si fuera incapaz de alejarse de la
magia que iba a explotar y seguramente destruirlos a todos ellos en el proceso.
Un momento antes de que su vista se volviera de un blanco puro, vio una sombra-
Jonas, libre de las rejas, saltando hacia Lucia y tirándola al suelo en el momento en
que una gruesa columna de luz se disparó desde los orbes destrozados.
Luz, también, se disparó desde los ojos de Magnus, su boca, sus manos. No
podía ver, no podía pensar. Pero podía sentir.
Cleo aún tenía su mano aferrada a la de él.
—No te atrevas a soltarme, —él rugió a ella más allá del ensordecedor silbido
barriendo a través de la sala del trono. Una tormenta de aire los envolvió,
amenazándolos de llevárselos. Un violento terremoto sacudió el suelo debajo de
sus pies.
—¡Los otros! —Cleo gritó.
Sí, los otros. Magnus buscó en el caos alrededor de él hasta que vio a Olivia. Se
sostenía de Taran de la manera en que él lo hacía con Cleo.
Se acercó hacia Olivia, y ella se agarró de su mano. Cleo hizo lo mismo con
Taran, su nariz sangrando y su cara llena de moretones y sangre. La mirada de
Olivia era salvaje, llena de miedo, pero aún feroz y lista para la pelea.
Trozos de mármol caían del destrozado techo, apenas y no chocando contra ellos
mientras el viento seguía girando y el suelo casi se rompía por completo.
—¡Lo siento! —gritó Olivia, pero apenas y se escuchaba arriba del sonido de la
tormenta elemental que los rodeaba.
—¡Nada de esto es tu culpa! —Cleo respondió.
A Magnus le gustaría discutir que, en parte, si era la culpa de Olivia, pero no
había tiempo.
—Débil sangriento, —Taran gruñó—. Debería haber luchado más duro.
—Sí, deberías de haberlo hecho, —Magnus dijo—. Pero aún estas aquí.
—Justo a tiempo para que todos muramos.
Una monstruosa ráfaga de fuego estalló enfrente de Magnus. Saltó hacia atrás
mientras el fuego crecía. Podía sentir el calor mordaz en su piel.
—No, —Magnus rezongó—. No sobreviví tanto para rendirme ahora.
—Tu hermana los está ayudando, —Taran le gritó como respuesta, sus palabras
casi robadas completamente por una serie de tornados que los rodeaban. Magnus
los observaba inquieto, sabiendo que cualquiera de ellos podría destrozarlos si se
acercaban demasiado.
Deberían de estar despedazados ya- por todo esto. Pero no lo estaban. No aún.
—Mi hermana, en caso de que seas incapaz de entender esto, —Magnus dijo sin
ninguna duda en el mundo, —nos está ayudando a nosotros.
Lucia salvaría el mundo. ¿Por qué Magnus dudó de ella si quiera por un
momento?
Era un tonto.
Perdió su agarré en la mano de Olivia y ella voló lejos de él.
—¡No! —gritó.
Cleo sacudió su mano fuertemente, y la miró, casi ciego por el rayo de luz
destructiva que había arruinado la sala del trono.
Taran no estaba por ningún lado.
—Por siempre, —dijo ella, lágrimas corriendo por su cara—. Lo que sea que
pase- tú y yo por siempre. ¿De acuerdo?
—Tú y yo, —concordó—. Hasta la eternidad. Te amo, Cleo.
—Te amo, Magnus.
Nunca había escuchado palabras más bellas en su vida entera.
Cleo enterró su cara en su pecho, y él envolvió sus brazos apretadamente
alrededor de ella, refutándose a dejarla ir, sin importar que pasara.
La luz crecía más y más brillante.
El viento aulló. El fuego quemó. La tierra misma se sacudió y partió debajo de
sus pies.
Y después…
Después todo terminó.
CAPÍTULO 34 JONAS

Traducido por Atheneia


Corregido por Akira the Undaunted

Se sintió como si la Montañas Prohibidas hubieran colapsado sobre él.


La sala del trono estaba en ruinas. Luz del cielo resplandecía sobre Jonas,
iluminando los restos de lo que alguna vez fue el palacio dorado. Intentó girar su
cabeza para observar quién estaba allí, quién estaba herido o muerto, pero el dolor
lo hizo gritar.
—Quédate quieto, tonto, —Lucia dijo—. Tienes un cuello roto.
—¿Cuello roto? —logró decir —. Nic… Nic está herido. Peor que yo. Ayúdalo
primero.
—Ya lo hice, —le contó —. Ashur insistió. Estará bien. Ahora quédate quieto y
callado, así te puedo curar—. Colocó sus manos en su cuello, y una quemante
sensación lo hizo llorar un poco mientras se hundía profundo en su garganta, su
columna, tan intenso que pensó que se desmayaría por él.
Y entonces el dolor se fue.
Lucia lo observaba.
—Me curaste —dijo débilmente.
—Por supuesto que lo hice. Digo, es tu elementia la que estoy utilizando.
Él parpadeó.
—Estaba muerto.
—He escuchado que has muerto mucho.
—Creo que esta es mi tercera vez. O segunda y la mitad, de todos modos.
—Es lo menos que puedo hacer después de… —Lucia tomó un aliento
tembloroso —. Perdón por lo que hice. En ese momento, creí que no tenía otra
opción.
Jonas tocó su cara, cepillando el oscuro cabello de su frente.
—Por supuesto que te perdono.
Lo miro con sorpresa.
—¿Así de fácil?
Él sonrió.
—Seguro. No todo tiene que ser un problema. No hoy, al menos.
—Aún no sé dónde está mi hija — dijo Lucia, su voz rompiéndose.
Jonas tomó sus manos en las de él.
—La encontraremos. Donde sea que esté, no importa el tiempo que tome, la
encontraremos juntos.
Ella asintió.
—Gracias.
—Acabas de salvar cada uno de nuestros traseros con esa magia robada… y esa
daga… —Jonas forzó el cuello para mirar al altar donde habían estado los orbes,
pero no había quedado nada, sólo una quemada marca negra.
Lucia sacudió su cabeza.
—La daga se esfumó, junto con cada último pedazo de los orbes de cristal.
—Por fin —Jonas la colocó gentilmente contra él, y ella dejó salir un
estremecedor suspiro de alivio.
—Estoy agradecida que Kyan murió —murmuró—. Pero a una parte de mi
realmente le gustó al principio.
—Estoy seguro que una parte de él valía la pena de gustar. Un pequeño
parpadeo de simpatía—. Jonas final y relucientemente la dejó ir. Frotó su cuello, el
cual se sentía como nuevo, y después miro a las destrozadas piezas que quedaban
del salón.
Una mano apareció ante su cara. Una mano atada al brazo de Magnus Damora.
Jonas la agarró, y Magnus lo ayudó a levantarse.
Había visto la luz explotar de Magnus, Cleo, Taran y Olivia, justo como había
explotado de los orbes. Cualquier cosa con el poder de crear un hoyo en el techo
de mármol podría fácilmente destruir un cuerpo mortal. Pero no lo hizo.
—Estas vivo —Jonas logró decir.
—Lo estoy.
Jonas parpadeó.
—Bien. Quiero decir, sí. Me alegro que no hayas muerto y todo eso.
—Igualmente —Magnus vaciló —. Vi como protegías a mi hermana. Tienes mi
eterna gratitud por ello.
Todo era borroso ahora. Las plantas que lo habían sostenido inmóvil habían
caído tan pronto como Lucia había aplastado los orbes. La recordaba a ella parada
ante ellos, la daga dorada en su mano.
Congelada en el lugar.
Si se hubiera quedado allí, dudaba que hubiera sobrevivido al impacto.
Jonas miro a Magnus.
—Parece que tu hermana necesita protección algunas veces.
—Ella no estaría de acuerdo con eso —respondió Magnus.
—Estoy justo aquí —Lucia dijo, levantándose sobre sus pies para darle un fuerte
abrazo a su hermano—. Los puedo escuchar.
Cleo se acercó al lado de Magnus, acompañada de Taran y Olivia.
Verlos a los tres, libres de los monstruos que habían usado sus cuerpos hizo que
la garganta de Jonas se apretara.
—Todos están bien. Todos.
Olivia asintió.
—No recuerdo mucho, para ser honesta —miró alrededor de la sala buscando el
musgo y plantas —. Pero parece que estaba algo ocupada.
—Intenté tan duro que el Vástago del aire no tomara control de mí — dijo Taran
—Esa pérdida de control, es peor que la muerte para mí. Pero estoy de regreso. Y
mi vida… va a ser diferente ahora.
—¿Cómo? —Jonas preguntó.
Taran frunció el ceño.
—No estoy seguro aún. Aún estoy trabajando en ello.
Lucia abrazó a Cleo, agarrándola fuertemente.
—Si no me hubieras contando acerca de los orbes…
Cleo le devolvió el abrazo.
—Tenemos que agradecerle a Nic por eso.
Jonas volteó al otro lado de la sala, donde Nic y Ashur hablaban en casi susurros.
—Sobrevivimos —dijo conmocionado—. Todos sobrevivimos.
Los ojos de Lucia estaban cristalinos.
—Te hice daño, Jonas. Te mentí. Te manipulé. Y… casi te mato. ¿Y aun así estás
dispuesto a perdonarme? No puedo entenderlo.
Jonas sonrió.
—Supongo que eres suertuda de que soy aficionado de las mujeres complicadas.
Magnus se aclaró la garganta ruidosamente.
—De todas formas, comenzaremos inmediatamente una búsqueda en el reino
por mi sobrina, incluyendo una recompensa que nadie podrá resistirse.
—Gracias, Magnus —susurró Lucia.
Aún no soltaba la mano de Jonas.
Esta mujer seguramente será mi muerte, pensó con un retorcido humor.
Pero no hoy.
CAPÍTULO 35 AMARA
KRAESHIA
UN MES DESPUÉS

Traducido por IsaCat


Corregido por Achilles

Amara soportó el incómodo y rocoso viaje en la parte trasera de un vagón cerrado


que la llevaría a una habitación bloqueada donde pasaría una buena parte de su
vida, lejos de cualquiera a quien intentara herir.
Su abuela se aseguró de documentar todo lo que había hecho. Con el mismísimo
Gran Augur quien casi había completado la ceremonia de ascensión de Amara
como su testigo, ella había cancelado la vida de Amara.
Las historias de Neela sobre el descenso de su nieta a la locura le quitarían todo.
Ahora era conocida como la chica que en la búsqueda incesante de poder había
asesinado a su amada familia.
La parte más divertida de todo era que Amara no podía discutir con su abuela
sobre ninguno de sus reclamos, porque todos y cada uno eran ciertos.
Pero aún estaba viva. Los rebeldes que atacaron el salón de ceremonias habían
rescatado con éxito a su líder, pero sus números estaban lejos de tomar el control
de Lanza Esmeralda o la ciudad alrededor.
Por ahora, el Gran Augur gobernaría. Lo que, francamente, la molestó, porque el
hombre no tenía un solo pensamiento original en su cabeza idiota.
Por el momento, de todos modos, no podía preocuparse por el poder.
Estaba más concentrada en escapar.
Desafortunadamente, con sus tobillos y muñecas encadenadas, la parte de atrás
del vagón bloqueada después de su último intento por liberarse de sus captores,
eso no se veía ni remotamente posible.
Muy bien. Iría al manicomio. Seguiría y se comportaría… bien, muy
probablemente seduciría a un guardia quien eventualmente la ayudaría a escapar.
Por ahora, sin embargo, tenía que ser paciente.
Pero la paciencia nunca había sido una tarea fácil para Amara Cortas.
Después de que el incesante movimiento del vagón se volviera insoportable, ella
quería gritar, pero el vehículo se detuvo abruptamente. Oyó gritos indiscernibles, un
choque de metal y finalmente un silencio aterrador.
Amara no podía ver nada, solo podía imaginar miles de posibilidades sobre lo
que acababa de ocurrir, y ninguna terminaba bien para ella.
Esperó, tensa, una línea de sudor bajando por su espalda cuando el sonido de
unos pasos se movió alrededor de la parte trasera del vagón. El pestillo hizo clic, y
luego la puerta se abrió de par en par.
La luz del sol se filtraba en la oscuridad de la prisión temporal de Amara.
Bloqueó el brillo cegador con su mano hasta que pudo registrar quién estaba
justo frente a ella.
―Nerissa…— susurró.
El cabello negro de la chica había crecido un poco desde la última vez que Amara
la había visto. Ahora era lo suficientemente largo para esconderse detrás de sus
orejas. Ella vestía pantalones negros y una túnica verde oscuro. Y portaba una
espada.
—¿Bien? — dijo Nerissa mientras envainaba el arma en su cintura—. ¿Vas a
mirarme como una absoluta tonta, o vas a salir de ahí antes de que tus guardias
despierten de los golpes que recibieron en sus cabezas?
Amara miró a la chica con incredulidad.
—¿Estás aquí para matarme?
Nerissa alzó una ceja.
—Si lo estuviera, ya estarías muerta.
Quizás esto era solo un sueño. Tenía que ser un sueño. O una alucinación de
algún tipo de calor o claustrofobia.
—Deberías haber vuelto a Mytica semanas atrás, con Felix y Lyssa.
—Volví. Honestamente ¿No pensaste que dejaría a Felix Gaebras del todo solo
con un bebe, o sí? Él no habría tenido la primera pista de qué hacer con ella, incluso
sin mareos con los que lidiar.
Esto estaba ocurriendo, se dio cuenta Amara. No era solo un sueño.
—Fuiste a casa… ¿Y ahora has vuelto?
—Mytica nunca fue mi hogar, solo una breve parada en mi viaje, una que
ciertamente disfruté por un tiempo— ella brincó en la parte trasera del vagón y, con
la llave, abrió las cadenas de Amara—. En caso de que aun estés confundida acerca
de todo esto, te estoy rescatando.
Amara sacudió su cabeza.
—No merezco ser rescatada.
Merezco escapar, pensó ella. Y continuar sobreviviendo. Pero ciertamente no
rescatada por fuerzas externas.
Nerissa inclinó sus hombros contra un lado del vagón cuando Amara se frotó sus
heridas muñecas y trató de levantarse. Su pierna había sanado en su mayoría, pero
aun cojeaba. Quizás siempre lo haría.
—Todos merecemos ser rescatados— dijo Nerissa simplemente—. Algunos de
nosotros tardamos más en darnos cuenta que otros.
Amara bajó a la luz del día, protegiendo sus ojos del sol, de nuevo. No habían
llegado muy lejos, casi estaban en los muelles, el Mar de Plata a un tiro de piedra.
Miró a los guardias inconscientes, dándose cuenta de que Nerissa no estaba sola.
Estaba con otros tres rebeldes, incluyendo a Mikah.
Se quedó sin aliento al verlo.
Mikah le hizo un gesto a Amara con la punta de su daga.
—Sé que le contaste a Nerissa y a Félix sobre mí, y si no lo hubieras hecho,
estaría muerto. Pero ten esto en cuenta: si muestras tu cara en la Joya después de
hoy, se acabó. Ya no eres bienvenido aquí nunca más.
Amara apretó los labios y asintió, resistiendo la urgencia de hablar. Solo podría
empeorar esto tratando de explicarse a sí misma.
Mikah no esperó. Él y los otros dos rebeldes se alejaron sin mirar atrás.
—No creo que organizar mi rescate les haya ganado amigos—, dijo Amara.
Nerissa se encogió de hombros.
—Estoy bien con eso. Ven, caminemos a lo largo de la orilla. Tengo un barco
esperándonos en los muelles para poder dejar este lugar muy atrás de nosotros.
Amara la siguió, su cojera aún más pronunciada una vez que caminaron por la
playa arenosa.
—¿Por qué hiciste esto por mí?
—Porque todos merecen una segunda oportunidad— Nerissa echó un vistazo a
la playa blanca y al océano azul que se extendía ante ellos.
—Además, el polvo se ha asentado en Mytica. Kyan y sus hermanos fueron
derrotados, su magia volvió a…— Ella negó con la cabeza, frunciendo el ceño—.
Lucía me lo explicó, pero todavía no lo entiendo. La magia está en todas partes
ahora. Está extendida… en todos y en todo, donde siempre perteneció, y donde no
puede hacer más daño.
Amara sintió un nudo de su estómago aflojarse.
Kyan se había ido. El mundo estaba a salvo otra vez.
—Me alegro, — dijo, su voz apenas audible.
—Estuve feliz de ayudar por un tiempo, de hacer lo que podía— Una sonrisa tocó
los labios de Nerissa—. No eres la única a quien se le ha dado una segunda
oportunidad en esta vida. He estado usando la mía lo mejor que puedo.
—Qué curioso. Me gustaría saber más sobre eso algún día.
—Un día— estuvo de acuerdo Nerissa.
Un pensamiento se le ocurrió a Amara—. ¿Viste a mi hermano?
—Brevemente. Le dije lo que hiciste y que nos ayudaste a salvar a Lyssa.
—¿Y qué dijo él?
—No mucho— Nerissa hizo una mueca—. Tenías razón: necesitará tiempo para
encontrar el perdón en su corazón para ti.
El mismo corazón que apuñalé, pensó Amara.
—No creo que una eternidad sea suficiente tiempo— dijo.
—Quizás. Pero todos tomamos nuestras decisiones y luego debemos lidiar con
las consecuencias, sean lo que sean.
Sí, muy cierto. Tantas opciones y tantas consecuencias.
—Dime, — Nerissa dijo después de que caminaran en silencio por un tiempo—.
¿Alguna vez soñaste con algo en tu vida más allá de ser emperatriz?
Amara consideró eso.
—Para ser honesta, no. La única opción real para mí era casarme, pero lo
postergué todo lo que pude. Supongo que, antes de convertirme en emperatriz,
estaba esperando al hombre poderoso correcto que sabía que sería capaz de
controlar y manipular.
Nerissa consideró esto.
—¿Y ahora?
—Ahora no tengo idea de qué se supone que debo hacer con el resto de mi
vida— El aire del mar era cálido y olía a sal. Respiró en la inesperada libertad que
sabía que realmente no merecía—. ¿Por qué dejarías a Cleo para volver aquí? Sé
que ella dependía de ti y te consideraba una verdadera amiga.
—La princesa ya no me necesita— contestó Nerissa simplemente.
Amara no pudo evitar reírse de esto.
—¿Y yo sí?
Nerissa tomó la mano de Amara entre las de ella y la apretó.
—Sí, creo que me necesitas.
Amara miró abajo a las manos de Nerissa. No trató de apartarla.
—Entonces, — dijo Nerissa cuando los muelles estuvieron a la vista, —¿A dónde
quieres ir ahora?
Amara sonrió ante el gran número de posibilidades que ahora tenía por delante,
oportunidades que nunca creyó posibles. Pero quizás en algún lugar de la línea, de
alguna manera pequeña, ella podría encontrar una manera de redimirse.
—A todas partes— dijo ella.
CAPÍTULO 36 CLEO
LIMEROS

Traducido por IsaCat


Corregido por Achilles

—¡Auch!
―Disculpe, su alteza― Lorenzo Tavera finalmente terminó de atar la parte
posterior del vestido de Cleo con tanta fuerza que apenas podía respirar.
―No recuerdo que fuera tan incómodo durante la prueba anterior― dijo con una
mueca.
―La incomodidad es temporal― le dijo. ―La belleza de la seda y el encaje es
para siempre.
―Si tú lo dices.
Dio un paso atrás alejándose de ella, juntando sus manos con alegría.
―¡Absolutamente impresionante! ¡Mi mayor creación hasta la fecha!
Se tomó un momento para admirar el vestido en el espejo frente a ella. La falda
consistía en capas y capas de seda delicada, de color violeta y satén, como los
pétalos de una rosa. Hilos de oro tejidos a través del material creaban un brillo casi
mágico cada vez que el vestido captaba la luz. Varias costureras, y el propio
Lorenzo, pasaron semanas bordando graciosas aves en vuelo sobre el corpiño.
Eran halcones, Cleo apreció. Los halcones eran el símbolo de Auranos, el
símbolo de los Vigilantes y de la inmortalidad. Eran tan significativos para Cleo como
el fénix para los Kraeshianos.
Vida. Los Auranianos habían aprendido en los días posteriores al mortal asedio
de los Vástagos a la ciudad, que era sobre el amor, sobre amigos y familia, y sobre
no poner los propios deseos por encima del bienestar de otra persona, sin importar
quiénes sean.
Cleo detuvo suavemente a uno de sus dos asistentes para que no tirara de su
cabello en un intento imposible de hacerlo perfecto. Su cuero cabelludo se sentía
como si hubiera sido incendiado. La mitad de sus mechones dorados habían sido
peinados en una intrincada serie de trenzas, la otra mitad quedaba libre y fluía por
sus hombros y espalda. Lorenzo había pedido que se le levantara el pelo para que
la multitud que aguardaba afuera, en la plaza del palacio, pudiera apreciar la belleza
del vestido que había hecho a mano, pero prefería usar su cabello así.
―Creo que hemos terminado― dijo Cleo mientras miraba su reflejo. Ella se había
recuperado en su mayoría de la prueba de ser poseída por los Vástagos de agua.
El único signo que quedaba era un cardenal azul descolorido a lo largo de su sien.
Una de sus asistentes, una niña de Terrea, le dijo que parecía un adorno pintado
por sus antepasados durante las celebraciones de la media luna.
A propósito, lo había dicho con tanto entusiasmo que Cleo consideró que se
trataba de un gran cumplido.
Lorenzo sonrió cuando Cleo se movió hacia la puerta.
―Es incluso más hermoso que tu vestido de novia, si te lo digo yo mismo.
―Por una fracción, sí, estoy de acuerdo. Eres un genio. ― Ese vestido había
sido increíble, pero nunca había tenido un momento para apreciarlo realmente.
Hoy sería muy diferente.
―Soy un genio― asintió Lorenzo alegremente. ―Este vestido de coronación es
uno que se recordará a lo largo de la historia.
―Sin lugar a dudas― aceptó, reprimiendo una sonrisa.
Nic la esperó al otro lado de la puerta con impaciencia.
―Tomaste una eternidad para estar lista. ¿Así es como son las reinas? Espera,
ahora que lo pienso, siempre tardaste una eternidad en prepararte, incluso como
una simple princesa.
―No tienes que esperarme, ¿sabes? ― dijo Cleo.
―Pero, ¿cómo podría perderme un solo momento de hoy? ― Caminó junto a
ella por el pasillo. Jonas también estaba esperando en el otro extremo, también listo
para acompañarla al balcón, donde haría su primer discurso como la reina de
Mytica.
― ¿Estás segura de que no has cambiado de opinión? ―, Preguntó Jonas, con
los brazos cruzados sobre el pecho.
―Guarda el aliento― le dijo Nic. ―Intenté convencerla de lo contrario durante
todo el viaje hasta aquí, pero ella se niega. Si me preguntas, esta es la peor idea de
la historia.
―Entonces es muy inteligente que no te pregunte, ¿verdad? ― Ella le sonrió
pacientemente. ― ¿Cuándo es que planeas irte a tu viaje para explorar el mundo
con Ashur?
―No por otra semana― el levantó sus cejas ―No intentes deshacerte de mí
todavía, Cleo.
―No soñaría con eso― Cleo echó un vistazo a Jonas. ― ¿Así que eres otro
protestante?
―Parece que sí…― Jonas extendió sus manos. ―Problemático. En el mejor de
los casos Por otra parte, no estoy a favor de ninguna regla, y mucho menos de dos
que hayan elegido compartir el trono.
Nic soltó un gruñido de frustración.
―Co-reinando con… él. ¿Tienes idea de cuántos problemas tienes? ¿Has
mirado los textos de historia? Nunca se ha hecho con éxito antes. Demasiadas
discusiones, peleas… ¡Guerra, incluso! La muerte y el caos, la sangre y el dolor son
un hecho. ¡Y ese es el mejor escenario!
―Y eso― dijo Cleo pacientemente ―es por lo que vamos a tomarlo un día a la
vez. Y también por qué hemos alistado un consejo muy confiable que no tendrá
miedo de intervenir, si es necesario.
Hasta ahora, este consejo incluía a Jonas como representante Paelsiano, Nic
representando a Auranos y Lucía representando a Limeros. El consejo crecería con
el tiempo, pero Cleo pensó que tenían un comienzo excelente.
En su camino, pasaron junto a Olivia y Félix, que habían venido a vivir al palacio
de Limeria.
Félix se quedó, a petición de Magnus, como guardaespaldas personal para él y
Cleo, y para cualquier otro "problema" que pudieran necesitar tratar con él. Félix
había aceptado con entusiasmo. Por supuesto, Cleo realmente deseaba que tales
problemas fueran pocos y distantes entre ellos.
En cuanto a Olivia, Lucía le había dado la noticia de lo que había sucedido en el
Santuario. Que Timoteo estaba muerto, el Santuario destruido. Que todos los demás
de su clase ya no poseían los recuerdos de su yo anterior inmortal.
Después del shock inicial y el profundo pesar por una pérdida tan aguda, Olivia
se consoló con la idea de que ella sería la que mantendría viva la memoria y la
historia de los Vigilantes.
Taran ya había partido de las costas de Mytica, diciéndole a Cleo y Magnus que
quería volver a unirse a la pelea en Kraeshia. La revolución acababa de comenzar,
y sabía que podría ayudar a derrocar a un gobierno temporal que ya se tambaleaba.
Y luego estaba Enzo.
Luciendo guapo con su rojo uniforme de guardia, le hizo un gesto con la cabeza
a Cleo cuando pasaba junto a él por el pasillo. La marca de fuego en su pecho
desapareció inmediatamente después de que los Vástagos fueron desterrados de
este plano de existencia. Se había unido a ellos en su viaje a Limeros para su
coronación, pero insistió en regresar a Auranos inmediatamente después para
ayudar en la reconstrucción del palacio Auraniano.
Cleo tenía la sensación de que tenía mucho que ver con su deseo de volver con
una bella doncella de cocina del palacio que pensaba que Enzo era el hombre más
maravilloso que había conocido.
― ¿Están tratando de convencerte de esto? ― Magnus saludó a Cleo mientras
el trío doblaba la siguiente esquina. ―Qué increíble shock.
Ella comenzó.
―Me sorprendiste.
―Todavía necesitas acostumbrarte a los giros y vueltas de este palacio― dijo.
―Recuerda, aceptaste vivir aquí la mitad del año.
―Esa es una de las razones por las que este vestido está forrado de pelo.
La mirada apreciativa de Magnus se deslizó por el frente de ella y retrocedió, se
encontró con la suya y la sostuvo.
―Púrpura.
―Es violeta, en realidad.
Él levantó una ceja.
―Es un color Kraeshiano.
―Es un color común, sí, usado por los Kraeshianos.
―Me recuerda a Amara.
Ah, sí. Amara. Cleo había recibido un mensaje personal de la ex emperatriz,
desde un lugar no revelado, felicitando a Cleo y Magnus por su victoria contra Kyan.
Amara también transmitió que esperaba verlos de nuevo algún día.
Nerissa afirmó que Amara tenía valor y merecía una segunda oportunidad.
Incluso había elegido acompañar a Amara a lugares desconocidos.
Cleo había decidido no albergar ningún sentimiento negativo hacia Amara, pero
no tenía ningún interés en volver a verla nunca más.
Pero era imposible saber qué deparaba el futuro.
Ella miró a Magnus.
―Este tono de violeta, me dice Lorenzo, es la mezcla perfecta de azul de Aurania
y rojo de Limeria.
Una sonrisa tocó sus labios.
―Tan listo como tú eres hermosa.
Nic gimió.
―Quizás me vaya ahora, ¿por qué esperar una semana?
―Si insistes, ― dijo Magnus. ―Ciertamente no intentaré detenerte― Su mirada
se movió hacia Jonas. "Mi hermana te está buscando”
― ¿Lo está? ― Preguntó Jonas.
Magnus torció los labios con desaprobación.
―Lo está.
Jonas sonrió maliciosamente.
―Bueno, entonces, tendré que ver que es lo que quiere, ¿no? ― Se inclinó hacia
Cleo y la besó en la mejilla. ―Por cierto, ese tono de violeta es mi favorito. Y te ves
preciosa, como de costumbre.
Cleo no pudo evitar notar que las cejas de Magnus se arrugaron de inmediato
cada vez que Jonas la felicitaba.
Quizás siempre lo harían.
―Y tú…― Magnus miró a Nic.
― ¿Qué hay de mí? ― Nic respondió.
Una sonrisa apareció en la esquina de su boca. ―Puede que te sorprenda
todavía.
―Oh, sí me sorprendes― respondió Nic. ―Constantemente. Sé bueno con ella
o me responderás, majestad.
―Lo noté― respondió Magnus.
Entonces Nic y Jonas los dejaron para tomar el resto del camino hacia el balcón
en privado.
―Todavía los odio a los dos― le dijo Magnus. ―Solo para que lo sepas.
―No, no lo haces― respondió Cleo con diversión.
Magnus negó con la cabeza. ― ¿Qué es exactamente lo que mi hermana ve en
ese rebelde?
Ella reprimió una sonrisa. ―Si tuviera que decírtelo, sería una pérdida de aliento.
Cuando Lucía no estaba pasando tiempo con su hija, parecía estar con Jonas. El
único que parecía tener un problema con esto era Magnus.
Lo superará, pensó Cleo. Probablemente.
El día después que los Vástagos habían sido derrotados, habían recibido un
mensaje de Nerissa que explicaba lo que había sucedido en Kraeshia. Decía que la
abuela de Amara le había ordenado al asesino que le quitara la vida al Rey Gaius.
Y que había arreglado que secuestraran a Lyssa, haciendo que pareciera que había
sido el vampiro Vástago.
Una semana más tarde, Nerissa y Felix regresaron de su viaje y entregaron a
Lyssa en los agradecidos brazos de su joven madre.
―Me gusta mucho tu pelo así― Magnus retorció un largo y suelto hilo de oro
alrededor de su dedo mientras presionaba a Cleo contra la pared del pasillo.
Estaban a unos centímetros del balcón donde se dirigirían a las multitudes animadas
de Limeria y darían su primer discurso como rey y reina.
―Lo sé― dijo con una sonrisa.
Él trazó sus dedos a lo largo del cardenal que enmarcaba su sien. Ella tocó
suavemente su cicatriz.
― ¿Podemos hacer esto? ― Preguntó ella, con una duda cruzada. ― ¿De
verdad? ¿O vamos a luchar todos los días por todo? Tenemos perspectivas muy
diferentes sobre un millón de temas diferentes.
―Absolutamente cierto― dijo. ―Y anticipo innumerables argumentos
acalorados que se extenderán en lo más profundo de la noche
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
― ¿Está mal que mire hacia adelante y hacia adelante a todos y cada uno de
ellos?
Luego la besó profundamente, robando tanto su aliento como sus pensamientos.
Harían que esto funcionara.
Mytica, Limeros, Paelsia y Auranos les importaban a los dos. Su gente les
importaba. Y el futuro se extendía ante ellos, aterrador y tentador en demasiadas
formas de contar.
Magnus tomó su mano entre las suyas, frotando con su pulgar la fina banda
dorada que ahora llevaba, una similar a la suya. Cuando ella le preguntó acerca de
los anillos, él insistió en que no se había fundido la piedra de sangre y hecho dos
anillos.
Ella no le creyó, ya que no había visto su grueso anillo de oro desde aquella
fatídica noche.
Si ella tenía razón, Magnus había creado el par de alianzas más poderosas de la
historia.
―Disculpen por interrumpir― una voz cortó entre ellos, haciendo que Cleo
jadeara contra los labios de Magnus.
―Valia― dijo Magnus con sorpresa. ―Estás aquí.
―Lo estoy― La bruja llevaba su largo cabello negro suelto. Cayendo en cascada
por la parte posterior de su vestido color borgoña.
Varios guardias que estaban de pie a lo largo de las paredes cercanas no hicieron
un solo movimiento hacia ella.
―No respondiste al llamado del Príncipe Ashur cuando te necesitábamos― dijo
sombríamente.
Ella sonrió. "Tal vez lo hice. Tal vez estoy respondiendo esa llamada ahora. Pero,
¿qué diferencia hace? Sobrevivieron, ambos. Y están listos para comenzar el resto
de sus vidas juntos.
Cierto, pensó Cleo. Pero un poco de ayuda adicional habría sido encantador.
― ¿Por qué estás aquí? ― Preguntó ella.
―He venido a darte un regalo. Un símbolo de suerte y prosperidad para el futuro
de Mytica bajo el nuevo gobierno de sus jóvenes rey y reina― Valia tendió una
pequeña planta, con sus raíces en una bolsa de arpillera.
― ¿Qué es eso? ― Preguntó Magnus, mirándolo.
―Una plántula de vid― dijo. ―Una que producirá uvas perfectas año tras año,
al igual que las producidas por los mejores viñedos de Paelsia.
―Mucha gratitud― dijo Cleo, quitándole la planta a la mujer. ―Por desgracia, no
durará mucho si no lo llevamos pronto al suelo Paelsiano.
―Esta irá bien donde sea que lo planten, incluso aquí en Limeros― dijo Valia
con confianza. ―Te lo prometo.
―Magia de la Tierra― adivinó Cleo.
Valia asintió.
―Sí. Ciertamente ayuda. Y desde que los Vástagos fueron derrotados, siento
que mi magia ha aumentado. Estoy agradecida por eso.
No era la primera vez que Cleo había escuchado este reclamo. Lucía dijo que su
magia también se había fortalecido, que el agotamiento que Lyssa tenía, ya no era
un problema.
― ¿Estarás presente para nuestro discurso? ― Preguntó Magnus.
Valia asintió de nuevo. ―Planeo unirme a los que están en la plaza del palacio
ahora.
―Excelente― dijo. ―Muchas gracias por tu regalo, Valia.
Cleo se congeló cuando la bruja presionó una mano contra su vientre.
― ¿Qué estás haciendo? ― Preguntó, dando un paso atrás.
―Su hijo será muy fuerte y muy guapo― dijo Valia. ―Y con el tiempo descubrirá
un gran tesoro, uno que beneficiará al mundo.
― ¿Nuestro hijo…? ― Comenzó Cleo, compartiendo una mirada de asombro con
Magnus.
Valia inclinó la cabeza. ―Todo lo mejor para ti, reina Cleiona. Rey Magnus.
Mientras la bruja se alejaba, Cleo estaba segura de que vio el breve destello de
una daga de oro, una que se parecía mucho a la daga que Lucía había usado para
destruir los orbes de la Estirpe, en la funda de su cinturón de cuero.
Qué extraño, pensó ella.
Pero el pensamiento rápidamente abandonó su mente. Estaba concentrada en
algo completamente distinto a lo que Valia había dicho.
Su hijo.
Su vestido había sido mucho más apretado esta mañana. Y no había podido
desayunar, pero había decidido que eso se debía a sus nervios por comenzar su
gira de coronación con Magnus.
― ¿Un hijo? ― Preguntó Magnus, sin aliento. ― ¿Ella solo dijo algo sobre
nuestro hijo?
Cleo intentó encontrar su voz. ―Sí, lo hizo.
Él la miró a la cara, con los ojos muy abiertos. ― ¿Hay algo que no me hayas
dicho aún?
Ella se rio nerviosamente. ― ¿Quizás podemos discutir esto más adelante,
después de nuestro discurso?
Una lenta sonrisa apareció en la cara de Magnus.
―Sí― dijo ―Inmediatamente después.
Cleo asintió con la cabeza, haciendo un gran esfuerzo para mantener sus felices
lágrimas a raya.
Con la mano de ella en la de él, se acercaron a las puertas que daban al balcón.
―Ver a Valia otra vez― reflexionó Cleo, ―su rostro parece tan reconocible para
mí, como si lo hubiera visto en algún lugar antes.
― ¿Visto? ¿Dónde? ― Preguntó Magnus.
Entonces vino a ella.
―Ese libro, el de tu diosa que recientemente comencé a leer. Tenía algunas de
las ilustraciones más increíbles que he visto en mi vida. Tan detallado.
―Entonces, ¿a quién te recuerda la bruja? ― Preguntó.
―Valoria misma― dijo Cleo, incapaz de contener su sonrisa. ― ¿Crees que es
posible que tu diosa de la tierra y el agua nos haya dado un regalo y una profecía?
― ¿Te puedes imaginar si eso fuera realmente cierto? Que Valia era en realidad
la propia Valoria ―Se rió de eso. Cómo le gustaba a Cleo el raro sonido de la risa
de Magnus Damora.
―Tienes razón ―estuvo de acuerdo―. Es ridículo, pero ambas son muy
hermosas.
―No tan hermosas como tú, mi encantadora reina ―Magnus se inclinó y rozó
sus labios suavemente contra los de ella―. Ahora… ¿Estás lista?
Cleo lo miró a la cara, el rostro de alguien que ella había llegado a amar más que
a nadie ni a nada en este mundo, en esta vida. Su amigo. Su marido. Su rey.
―Estoy lista ―dijo ella.
AGRADECIMIENTOS
La serie The Falling Kingdoms ha sido una experiencia increíble, desafiante y
maravillosa, he estado muy, muy feliz de compartir estos libros con el mundo. Pero
ciertamente no viajé sola por este camino en los últimos seis años.
Gracias a mi editora, la interminablemente paciente y verdaderamente
encantadora Jessica Harriton. Gracias a la fabulosa Liz Tingue y Laura Arnold,
quienes comenzaron este sinuoso y emocionante viaje a través de Mytica conmigo.
Gracias a mi editor, Ben Schrank, por brindarme la mejor experiencia en mi carrera
como escritora. Gracias a mi impresionante publicista, Casey McIntyre, y a todos en
Razorbill Books y Penguin Teen que ayudaron a hacer que Falling Kingdoms
suceda. Gracias a Vikki VanSickle y a todos en Razorbill Canadá. ¡Son los mejores!
Un millón de gracias a mi agente de trece años, Jim McCarthy. No sé cómo habría
navegado por el mundo de la escritura sin su astucia, su orientación y su perverso
sentido del humor.
Gracias a mis amigos y familiares, a quienes adoro, valoro y aprecio. Los amo a
todos más de lo que ustedes se dan cuenta.
Y gracias, gracias, GRACIAS a los lectores de Falling Kingdoms. ¡Todos están
hechos de magia, cada uno de ustedes!
¡Mantente informado sobre la traducción de la saga!

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