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EDUARDO SANTA

ARRIEROS Y FUN DADO RES


EDUARDO SA N TA

ARRIEROS
Y
FUNDADORES
Aspectos de la Colonización
Antioqueña

E d it o r ia l C o sm o s

B O G O T Á , D. E.
1 9 6 1
OTRAS OBRAS DEL AUTOR
La Provincia Perdida. (R elatos). P rim era
edición: Ediciones Espiral, Bogotá, 1951.
Segunda edición: Em presa Nacional de
Publicaciones, 1957.
Sin T ierra P a ra Morir. (N ovela). P rim era
edición: Editorial Iqueim a, Bogotá, S e ­
gunda Edición: E dito rial Narodna K jig a ,
Belgrado, Y u goesiavia, 1959. (T radu c­
ción al servicio-croata y al esloveno de
Su lejm an R edzepagic).
Sociología P olítica de Colom bia. Prim era
edición: E ditorial Iqueim a, Bogotá, 1955.
El G irasol. (N ovela). P rim era edición:
Editorial Iqueim a, Bogotá, 1956. S eg u n ­
da Edición: Editorial Iqueim a, Bogotá.
1957.
L a Propiedad Intelectual en Colombia. (E s­
tudio ju ríd ico ). Prim era Edición: Im ­
prenta N acional, Bogotá, 1960.
B ases p ara una interpretación de los p a r­
tidos políticos. (Estudio sociológico).
Sep arata de la R evista Ju ríd ica, Im ­
prenta N acional, Bogotá, 1960.

Digitalizado: H. Sapiens Historicus


A A l ic ia .

A m is h ijo s C a rlo s E duardo,

R a m ir o y M a r ía V ic t o r ia .
En este libro, elaborado pacien­
temente, con la infinita emoción
que nos producen las cosas de la
tierra nativa, construido con un
franco y sincero amor por el fol­
klore colombiano, hecho con nues­
tro barro como una categórica afir­
mación nacionalista, en este libro
dedicado a los arrieros que cons­
truyeron la república, me he pro­
puesto dibujar la ya casi olvidada
gesta de unos hombres que trans­
formaron una selva en ciudad.
LAS M IGRACIONES ANTIOQUEÑAS

C u an d o se escrib a la verdadera historia da C o lo m ­


bia, aq u e lla que tenga p rofu n d as raíces en el alm a
colectiva, en las instituciones seculares y en el m ovi­
miento de la conciencia nacional, aq u e lla (¡ue no se
d eten g a en lo anecdótico o en el llam ativo atu en do ele
ciertos personajes de relum brón, seguram ente aparece
rá q u e las m igraciones colonizadoras que tuvieron su
génesis y su aliento en la vieja A n tio qu ia, constituyen
la m ás gran de aventura re alizad a en nuestro suelo d u ­
rante el i siglo X /X . E so s grupos anlioqueños, con sti­
tuidos todos por gentes resu ellas, em prendedoras y
valientes b a sta el propio heroísmo, continuaron la em ­
p resa de los conquistadores españoles, q u izá s con m a­
yor fortuna que éstos, y a ese tenaz esfuerzo por cons
truír la p atria se debe la existencia de m ás de cien
poblaciones gran des y p equ eñ as que, en conjunto,
constituyen un fuerte núcleo estrecham ente unido por
un com ún d enom in ador antropogeográfico. S o c io ló g i­
cam ente esas poblaciones, n uevas todas, h ijas d el s i­
glo X /X y del h ach a an lioq ueñ a, form an un con glo­
m erado so cial étnicam ente hom ogéneo y triplemente
unido por la sangre, por la tradición y las costum bres.
10 E duardo S a nta

T a le s grupos m igratorios q u e tienen u n a serie de


c a u sa s tan variad as como com plejas, entre las q u e se
cuentan el espíritu aventurero propio de los antioque-
ños, estim ulado por la p obreza d el suelo nativo, por
el crecim iento desm edido de las fam ilias, por el afán
de hacer riqueza y, particularm ente, por la b ú sq u e d a
de tesoros in dígenas o “ g u a q u e ría s” , y tam bién por el
fenóm eno d e l “ contagio so c ia l’’ q u e m oviliza gran des
m asas en alg u n as em presas históricas, com o sucedió
en las C ru za d a s, en la C o n q u ista de A m érica y en la
colonización de T e x a s y C alifo rn ia, constituyen, sin
lu gar a d u d a, la ú n ica gran revolución efectiv a en el
cam po so c ial y económ ico de la R ep ú b lica. F u e un
m ovimiento gigantesco por la nu m erosidad de las gen ­
tes q u e en él intervinieron, por las p en alid ad es y a c ­
tos de heroísmo que tuvieron lu g ar du ran te su d esarro ­
llo y, sobre todo, por su s proyecciones en el cam po de
la econom ía. F u e la epopeya d el hacha. Y de e sa ep o­
p ey a nace un p aís nuevo y u n a n ueva econom ía a g rí­
cola. F u e alg o superior, en nuestro concepto, a las m i­
graciones d e los bandeiran tes en el B ra sil y creemos
que aú n no se h a hecho un enfoque com pleto sobre
este fenóm eno que pone en alto el espíritu de lu ch a
de las generaciones colom bian as a quienes cabe la hon
ra d e haberlo realizado. D e un momento a otro se
desp ierta en ellas la fiebre colon izad ora; tropillas de
hom bres id ealistas y tenaces se internan en la selva,
trepan a las cordilleras, vad ean ríos torrentosos, in un­
d an los cam inos y las brechas y van d ejan d o sobre
ellos la h u ella de su s pies desnudos, con el a fá n de
fu n d ar pueblos, de levan tar torres, aserríos, gran jas,
construir cam inos, tarab itas y puentes, es decir, hacer
un p aís nuevo, diferente a l q u e nos habían d e jad o los
españ oles de lanza, de escudo y de gorguera. Y a sí lo
hicieron. A golpes de h ac h a fueron salien do, b u rila­
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 11

d as por el esfuerzo, las poblaciones m ás prósperas de


la república, tod as e llas con u n a v italid ad asom brosa
y cu y a e d a d oscila, hoy por hoy, entre los cincuenta
y los ciento cincuenta añ os de existencia. S an só n , C o n ­
cordia, T urbo, S a n t a R o sa de C a b a l, V ictoria, M urin-
dó, A bejorral, A g u a d a s, P áco ra, S a la m in a , N eira,
M an izales, fu n d ad as entre 1.797 y 1.850; V illam aría,
C h in ch in á, P alestin a, S e g o v ia, N u e v o S alen to , Perei-
ra, F ila n d ia , A rm en ia, C irca sia, M ontenegro, _V a l­
paraíso, T ám esis, A n d es, B olívar, Jericó, Jard ín , A p ía,
S an tu ario , R íosucio, Q u in ch ía, M o c atán , P u eb lo R i­
co, M an zan ares, M a ru la n d a, P en silv an ia, L íb an o , V i-
llaherm osa, H erveo, S a n t a Isab el, C a s a b ia n c a y F re s­
no, fu n d ad as entre 1.850 y 1.900; C aja m a rc a , Ronces-
valles, C alarc á, S e v illa, B a lb o a , V ersalles, T rujillo,
D arién , R eslrepo, E l C airo, L a M aría, B etan ia, E l
A gu ila, E l Porvenir, L a T e b a id a , etc., en lo q u e va
corrido de este siglo. Y com o e sas p o d ría citar
m ultitud de ciu d ad es, ald e as y villorrios d e jad o s so ­
bre la com plicada g e o g rafía an d in a como im borrable
h u ella de la p u ja n z a de u n a estirpe sin par. L a gran
em presa de las m igraciones an lioq u e ñ as parece tener
principio con la fu ndación d e S o n só n ( l ) h acia 1.797;
se va extendiendo p au latin am en te h a sta tom ar p o se­
sión de lo q u e hoy es el D ep artam en to de C a ld a s ; p a ­
rece q u e cobra sin g u lar im pulso por las con qu istas
de las tierras d e l Q u in d ío, tan ubérrim as y feraces,
en donde hay otros estím ulos fu n dam en tales, com o el
oro de los sepulcros in d íge n as codiciosam ente v io la­
dos con un afá n desm edido, la a b u n d a n c ia d el c a u ­
cho f/iic entusiasm ó transitoriam ente a los hom bres de
em presa, y la fa c ilid a d p a ra increm entar la cría de

(1) Ja m e s J . Pearson: La Colonización Antioqueña en


vt Occidente de Colombia.
12 E duardo S anta

cardos por los extensos cultivos de m aíz, a m ás de


lo ap ta que resultó la top ografía on d u lad a, m ontañ o­
s a y enigm ática, p ara evadir el reclutam iento durante
las continuas guerras civiles d el siglo p asad o. Secreto es­
condite, p aís olvidado, apto p ara sustraerse a la cru el­
d a d y a la violencia d a nuestras am arg as experien­
cias bélicas o p ara huir de la persecución p olítica a p li­
c a d a a l vencido desp ués de term inada la contienda.
U n considerable número de colonos trasp a sa la C o r­
dillera C en tral penetrando a l D epartam ento d e l To-
lirna y m ás tarde, sigu ien d o la m ism a cordi lie ra, p a sa
ron a l \ ralle y luego a l C a u c a , d ejan d o la fresca s i­
miente de nuevas ald e as, n uevas fon das y villorrios que
con el tiempo irán creciendo b a sta hacerse mayores
L a san gre con q u istado ra no se ha detenido. P a s a de
u n a generación a otra, a m anera de antorcha olím pi­
ca en un pueblo de atletas, tzl a fá n de segu ir lu ch an ­
do contra la selva virgen se transm ite irrevocablem en­
te de padres a hijos, a m anera de culto fam iliar. Y
e sa gola, de san gre trash um ante y b ravia sigu e ab rien ­
do la brecha y hoy m ism o continúa haciendo claros
en las selvas d el C hocó, del D arién , del C a q u e tá y
de otros territorios nacionales.
N a d a im portó la topografía arisca, el viento helado
de los páram os, la cordillera q u e b rad a en caprichosos
ab an ico s, los cañones profundos, las serran ías y los
can jilon es y, antes bien, el brazo m u scu lado d el con
(¡a isla d o r antioqueño se deleitó fu ndando nuevos cen ­
tros urbanos y establecim ientos agríco las en lo m ás
escarp ad o de las cordilleras. M an izales es un ejem plo
fehaciente de este agresivo im pulso por dem ostrarle
a l p aís que e sa n ueva estirpe colonizadora era c ap az
de construir una ciu d ad en el filo de la cim a, sobre
la p rop ia cresta an d in a, a m ás de dos m il m etros s o ­
bre el nivel del mar. C o n tra lo q u e era de esperarse,
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 13

esa ciu d ad creció y au n q u e la ad v e rsid ad trató de b o -


rrarla en varias ocasiones reduciéndola, a cenizas o
derribando su s c a sa s en m ovim ientos sísm icos, el te­
naz pueblo antioqueño volvió a construirla en ese
mismo sitio como un d esafío a las propias fuerzas de
la n aturaleza. C o n e l correr d e l tiempo, y a m edida
(fue la ald e a se ib a convirtiendo en ciu d ad , hubo que
tum bar gran des barran cas, llen ar hoyos profundos, d ese­
car p an tan os, en fin, fu gar con el terreno como ju egan
los niños con la c iu d a d que construyen en la arena.
U n a de e sas ciu d ad es fu n d ad as por antioqueños d u ­
rante el siglo p asad o es L íb a n o , próxim a a cum ­
plir su prim ar centenario de vida. Segu ram en te la
evolución de esta ald ea, que rápidam ente llegó a co­
locarse a la v a n g u ard ia de las ciu d ad es tolimenses,
guarde un cercano paralelism o con las dem ás p o b la ­
ciones h ijas de la corriente m igratoria a la cu al nos
liemos venido refiriendo. E n este libro, elabo rad o p a ­
cientemente, con la infinita em oción que nos producen
las cosas de la tierra nativa, construido con un franco
y sincero am or por el folklore colom biano, hecho con
nuestro barro como una categórica afirm ación n acio ­
nalista, en este libro d edicad o a los arrieros que co n s­
truyeron la república, me he propuesto d ib u ja r la ya
casi o lv id ad a g e sta de unos hom bres que tran sform a­
ron la se lv a en ciu d ad . U n a de las cosas m ás im por­
tantes y de m ayor sign ificación p ara el estudioso de los
fenómemos sociales es la observación de esa silenciosa
m etam orfosis que v a sufriendo el m inúsculo conglom e­
rado de bohíos, e sas cuatro o cinco casu ch as d a baha-
reque q u e fueron el punto de p artid a inicial, h asta lle­
gar a la a ld e a con cabild o, párroco, alcalde, regido­
res y alg u acile s y, de aq u í en adelante, la otra m eta­
morfosis d a la ald e a a la ciu d ad m oderna con todos
los servicios públicos, p arqu es, av en id as, teatros, f á ­
14 E d u ard o S a n t a

bricas, colegios, bibliotecas y con un sistem a de vida


sem ejante a l de las urbes p op u lo sas. D e m anera, pues,
q u e este trab ajo pretende e stu d iar u n a m igración sin
el pedan te tecnicism o de quienes con la cien cia y a
nom bre de la ciencia con gelan o m atan la verd ad ;
pretende d a r u n a id e a ap ro x im ad a sobre el sentido
de la colonización an tio q u eñ a sin la friald a d de las
cifras e stad ísticas y es •—a p e n a s — un irrevocable y ma-
nifiesto d eseo de reconstruir el am biente en e l cu al
se m ovieron los in spiradores d e e sa extraordinaria
aventura, de poner a vivir los hom bres de la ép o ca y
de crear las circunstancias, las costum bres, las for­
m as d e v id a d e e sa can d oro sa y p u jan te so cie d ad que
le dio v id a a la aldea. P o r eso mismo, a l lado de los
cap itan es de la fun d ación e stará tam bién el pueblo
como p e rso n aje ; el pueblo vivo, actuante, dinám ico,
edificando su futuro, d e sc u ajan d o la selva, o rgan izán ­
d ose com o com u n id ad con su s herrerías, tiendas, z a ­
p aterías, barberías, y dem ás establecim ientos artesa-
n a le s; construyendo su iglesia, fab rican d o su s trovas
y su s mitos, su s fan tasm as y leyendas: Y con sigu ien ­
tem ente ap arecerán en estas p ág in as los nom bres y
las activid ad es de ciertos personajes típicos que, si
bien es cierto no hacen parte d el patrim onio de la h is­
toria, pertenecen a los fab u lo sos tesoros d e l recuerdo
region al y se confunden con las raíces m ism as de la
estirpe.
L o s colonizadores an tioqu eñ os tenían u n a form a
p ecu liar de fu n d ar su s ciu d ad es. Iban con ese o b je ­
tivo entre c e ja y ceja, como si u n a fiebre, locu ra o d e ­
lirio los im p u lsara a ello, a m anera de nuevos Q u i­
jotes h ach a en ristre y carriel a la deriva. E l d istin g u i­
do p en sad or colom biano L u is L óp ez de M e sa, en una
d eliciosa p ágin a, nos dice sobre el particu lar lo s i­
gu ien te: “ F u e un éxodo afortunado, que v a siendo
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 15

núcleo de fu tu ras leyendas. D ice n q u e en a lg u n a


ocasión un viajero vio en m edio de a q u e lla entonces
m ontañ a inextricable grupo de labriegos q u e ib an re­
corriendo a l són aco m p asad o de u n a esq u ila el con ­
torno d e un “ d esm on te” , “ i Q u é hacen ustedes a s í? "
inquirió, curioso. “ E stam o s fu n d an d o un p u e b lo ” , le
respondieron ingenuam ente, con sencillez q u e e l tran ­
seúnte h alló irónica. A ñ o s m ás tarde, cuenta e l na
rrador, a l regresar por a q u e lla cordillera vio ser ver­
d ad el p o b lad o prom etido, h aberse trocado en p la z a
am ena el bosqu e derribado, en cam p an a m ás sonora
y gran de la e sq u ila de la in iciación ” . Y con tin ú a a
renglón segu id o el d istin gu id o sociólogo: “ C u á n ta s de
e sas q u e hoy nos parecen en h iestas ciu d ad es ayer no
m ás las bautizó a golpes de h ach a alg ú n labriego da
L a C e ja , de R íonegro, o de E l Retiro, de M a rin illa o
de S on só n , h allan d o p ara m uchas, nom bres de g rata
eufonía. D e la m ás en cu m brad a hoy tenem os tod avía
testimonio p erson al de su s com ienzos, tan eglógicos
que recuerdan a V irgilio, menos el em pinado estilo y
la fa n ta sía artificiosa. A ú n se cu en ta que en noches
de lu n a los zapado res de a q u e l monte se se n tab an s o ­
bre troncos d e arb oles recién cortados en lo q u e ya
tenía nom bre de p la z a dentro de su am b icio sa im ag i­
nación, a form ar “ c a b ild o ” y a d arle norm as civiles a la
fu tu ra ciu d ad . Y como q u iera que a veces se a c a lo ra ­
sen en su s “ s a b ia s ” deliberaciones, ello fue q u e de
com ún providencia acordaron presentarse a las sesio­
nes sin h ach as ni cuchillos de m onte” , ( l )
Y a s í fue. P orqu e la fundación tenía su litu rgia y
la d em o cracia su s ritos deliberantes. N u estros a b u e ­
los en m edio de e sa b íb lica sencillez h ab itu al, tenían

(1) L u is López de M esa: Introducción al estudio de la


cultura en Colombia.
a
16 E duardo S a nta

en su espíritu u n a p rofu n d a raíz m ística y p ara ellos


la colonización era un sacerdocio en aras de la repú ­
blica. Por eso los pu eblos q u e nos legaron tuvieron un
proceso de form ación especialísim o. un sistem a de v i­
d a y una evolución perfectam ente diferenciados. L a
colonización esp añ o la y la an tioqu eñ a difieren un p o ­
co en su form a y en su sentido. L os conquistadores
españ oles buscaron la altiplan icie com o asiento p ara
sus fu n d acio n es; estab an m ovidos por la cod icia del
oro in dígena y por el afán do hacer sú bditos p ara c a ­
tequizar y ex p lo tar; en su s construcciones utilizaron
por lo general la piedra y el adobe. L l antioqueño, en
cam bio, se adu eñó de las vertientes, bu scan d o siem ­
pre la m ontañ a virgen que p o d ía brindarle en a b u n ­
d an cia m aderas de buena c a lid a d y p ro d ig a lid a d de
a g u a s ; su s construcciones frecuentes fueron esen cial­
mente de m adera y da g u a d u a ; poco le interesó so ju z­
g ar a nadie, ni im poner tributos, y si buscó el oro lo
hizo arrán cando lo de la m ontaña, como los propios
in dígen as, o escudriñando los cem enterios de tribus
d esap arecid as. A d em ás, el colonizador antioqueño te­
nía un m ejor sentido de la estética urbana y u n a rara
intuición p a ra sentar su p lan ta en los centros claves
del m ovim iento com ercial del m undo (pie él mismo
e stab a fabricando.
¿ C u á l era la razón p ara q u e el con q u istado r e s­
p añ o l b u scara la altiplan icie y el antioqueño la vertien­
te ? D on fo sé M aría S a m p e r en su m agistral E n s a ­
yo sobre las revoluciones políticas y la condición so ­
cial de las repúblicas colom bian as nos dice muy acer­
tadam ente que dos conqu istadores se apoderaron con
su m a fa c ilid a d de los im perios de los aztecas, de los
ch ibch as, y los qu ich u as, d onde reinaba. ya la civili-
zación y no tuvieron q u e lu ch ar con gran de energía
sm o en los valles ardientes, donde las tribus bárba-
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 17

ras, no teniendo m ás h ábitos que los de la guerra, se


defendieron con d esesp eració n .” ‘‘E n las costas y en
los valles profundos, lu ch a terrible y m ortal con tri
bus belicosas, indom ables, d esn u d as, sin v id a civil ni
form as determ inadas de organización, viviendo a la
aven tu ra y eternam ente n ó m ad e s; tribus sin belleza,
sin nobleza, profundam ente m iserables en la plen itud
de su libertad salv aje. Pero a l trepar resueltam ente a
las altiplan icies de M éjico, de los A n d e s V en ezo la­
nos, de Sog am o so , B o gotá, y P o p a y án en los A n d es
G ran ad in o s, de Q u ito, el C u zco, etc. la situación c am ­
b ia enteram ente” . Y luego a g re g a en form a certera:
A llí la d u lzu ra d e l clim a favorece a los c o n q u ista­
dores tanto como la riqu eza y el cu ltivo ; donde q u ie ­
ra encuentran v astas ciu d ad es y pu eblos y caseríos
innum erables q u e les sirven de asilo contra la intem ­
perie; ejércitos de 40, 80 o 100.000 in dígen as su cu m ­
ben, c asi sin com batir, ante algu n os centenares de con ­
qu istadores tem erarios; las poblaciones, en vez de la
astu cia, la m alicia rebelde y la inflexible resistencia
de las tribus nóm ades, se distin gu en por la sencillez
candorosa, la cie g a confianza, el sentido hospitalario,
el am or a la p az, los h ábitos de la vid a sedentaria, la
d u l zu ra y la resignación. E os conquistadores no com ­
baten allí en realidad. T o d a victoria es u n a carnice­
ría d e corderos, porque el indio de las altiplan icies no
se defiende, sino q u e se rinde, d o b la la rodilla, su p li­
ca, llora y se resign a a la e sclav itu d ” . ( I)
E s a es la razón fu n d am en tal p a ra que el co n q u is­
tad or esp añ o l g u stara de la altiplan icie p a ra su s fu n ­
daciones. D e l altiplan o b ajó a l valle a aprovech ar el
río anchuroso com o m edio d e locom oción y durante

(1) Jo sé M aría Sam per: Ensayo sobre las revoluciones


políticas y la condición social de las Repúblicas Colombia­
nas.
2
18 E d u ard o S a n t a

la colonia se operó la colonización d e las hoyas d el


M a g d a le n a, d el C a n e a y de otros ríos im portantes.
L a vertiente no tenía sign ificación económ ica h asta
m ediados d el siglo X IX , y m enos cu an d o eran e l ta ­
baco, el a ñ il y la q u in a la b ase de las exportaciones
y de la econom ía nacional. L o s bald íos, por lo gene­
ral, eran vertientes, selvas in hóspitas en donde los A n
des hacen nudos de curiosa geom etría, p la g a d o s J e
alim añ as y d a fieras salv ajes. P o r C ap itu lacio n es R e a ­
les y posteriorm ente por L eyes de la naciente R e p ú b li­
ca se h ab ían ad ju d ic ad o las co d iciad as tierras d e l a l ­
tiplano y los valles de los ríos. P o r eso los colon iza­
dores antioqueños du rante el siglo p asad o se lanzan
en un m ovimiento que reviste las características for­
m ales d e u n a n ueva cru zad a a la con q u ista y colon i­
zación de la vertiente se lv ática p a ra h acerla su y a e
incorporarla a la econom ía nacional. S iem b ran en ella
a m ás d e l p látan o, la cañ a, e l m aíz, y la yuca, la s e ­
m illa del café que será la b ase de u n a n ueva econo­
m ía. M u y pronto los cafetales se m ultiplicarán y d e s­
p lazarán en im portancia el cultivo d el tabaco, la q u i­
n a y el añil. N a c e u n a n ueva república. L a república
del café. E l antioqueño obtiene la ad ju d icació n de lo
q u e y a ha hecho suyo por los títulos d el esfuerzo y
d el trab ajo y va p lasm an d o con su p rop ia san gre esa
n u eva nación que se extiende com o un cordón por la
C ord illera C e n tral d esd a U ra b á h asta C alcedo n ia.
S a lv o en muy contados casos el colonizador tiene que
pleitear con poseedores de títulos o C é d u la s R eales,
como sucedió a los fu n dadores de M an izale s con la
firm a de G o n zález, S o la z a r y C ía., que representaba
los intereses de la C ap itu lació n R e a l de los A ran zazu ,
o com o aconteció a don H eraclio U ribe y d em ás fu n ­
d ad ores de S e v illa en relación con la em presa de
B urila.
A r rier o s y F u n d a d o r e s 19

L a fu n d ació n d el L íb an o, en el departam ento del


T olim a, nos servirá de m odelo p a ra observar las for­
m as c lá sic as de la colonización antioqueña. N o pre­
tendo, naturalm ente, hacer un estudio histórico por­
q u e a la historia le es d ifícil reconstruir un am biente
y hacerlo vivir, valién d ose de alg u n as fuentes q u e se
consideran sospech osas. L a historia, por lo general,
es la an atom ía de la so c ie d a d ; no a c tú a sino sobre
el cad áv er de los hechos y d e los hom bres. Y lo que
el autor de este trab ajo se propone es poner a vivir do
nuevo, au n q u e se a en el recuerdo, aq u e llas sociedades
prim itivas, valién d ose naturalm ente de un m aterial que
la historia desech a, de alg u n o s hom bres y acontecí
m íenlos, costum bres y leyendas de alto valor folcló­
rico y sociológico.
E s necesario recoger la tradición que corre de boca
en b o ca d esd e nuestros lejanos bisabu elos h asta m ies-
iros d ías, antes de que e sa tradición se obscurezca
m ás, porque ella, como las viejas fotografías, v a per­
diendo su nitidez y su brillo, su fid e lid ad y su s d e­
talles, h a sta que se borra definitivam ente. N u estros
bisabu elos han muerto y los ab u e los tam bién han em ­
pezado a caer ab atid os, como los robles con q u e hi­
cieron su c a s a y su fundo. S e ría doloroso que el re­
cuerdo m uriera con ellos y que los p ap eles que p u die­
ran servir d e b ase p a ra escribir la evolución de la
ah lea, tam bién m urieran en el fondo de los baúles,
an iq u ilad os por el tiempo q u e todo lo orea, por la p o ­
lilla y por el desdén, olorosos a n aftalin a y a olvido.
E L H ALLA ZG O FELIZ

/^ O N T A B A N los abuelos que en una lumino-


v '4sa mañana de 1864 salió de la pequeña al­
dea de Manizales una tropilla de hombres y muje­
res, unos a pie, otros a caballo, rumbo al nevado
del Ruiz y que luego, vertiente abajo, se interna­
ron en territorios del antiguo Estado Soberano del
Tolima. Iban ellos en pos de tierras y de minas
sin dueño, buscando baldíos a fin de hacerlos su­
yos por los títulos del esfuerzo colectivo y del tra­
bajo sin desfallecimientos. Tenían sed de aventu­
ra, deseo de riqueza, fiebre de luchar contra obs­
táculos superiores a ellos mismos y buscaban la
tierra, la tierra buena y sin dueño, donde arrojar
la semilla y ver crecer la esperanza. Las mejores
tierras de Manizales y de las comarcas vecinas ya
habían sido ocupadas por migraciones anteriores.
I’ero allá, tras el nevado, en. la otra vertiente de
la cordillera central, había un país selvático y mis­
terioso del cual muy poco se sabía en los nue­
vos poblados que la incontenible corriente migra­
toria venía edificando y del cual apenas sí habla­
ban vagamente aventureros codiciosos, arrieros tro-
22 E duardo S a n t a

tamundos y buscadores de oro y de ganado cima­


rrón.
Nicolás Echeverri, uno de los fundadores de Ma-
nizales, junto con otros compañeros, ya se había
atrevido a cruzar el espinazo andino penetrando en
estos territorios del antiguo Estado Soberano del
Tolima y había fundado hacia 1.846 el primer es­
tablecimiento agrícola en el sitio denominado “ Ca­
sas Viejas”, cercano al Nevado del Ruiz, a varias
leguas de la que hoy es población de Murillo.
Otros habían buscado un camino que conectara a
Manizales con el río Magdalena por la vía de Lé­
rida (en aquel entonces Peladeros) y unos pocos
habían corrido la aventura de buscar por esta ver­
tiente cierto ganado salvaje que pastaba libremen­
te y que procedía de un criadero que en tierras
de Mariquita había poseído alguna comunidad re­
ligiosa.
La nueva caravana colonizadora se dispuso a
marchar por las serranías verdes donde la natura­
leza del trópico revienta en mil colores, por entre
los enmarañados laberintos vegetales donde la es­
pina urticante y el bejuco opresor castigan y fla­
gelan sin piedad, por sobre los páramos desérticos
en los que multitud de pozos azufrados son como
engañosos espejos de mil colores y donde el viento
^impertinente y seco se arrastra y silba soplando la
indefensa soledad del cactus. En esa caravana in­
trépida va un joven aprendiz de militar que ape­
nas hace un año dejó sus arreos, se deshizo de
polainas estorbosas y colgó de algún clavo de la
casa familiar su sable niquelado de gran empu­
ñadura. No hace un año todavía que este joven
silencioso caminaba por senderos abruptos, como
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 23

este de ahora, con anteojo de larga vista, nervioso,


atento al movimiento de las tropas enemigas que
desfilaban a varios quilómetros con lentitud de
hambre y de cansancio. Eran sus épocas de apren­
dizaje bélico al lado del Gran General don To­
más Cipriano de Mosquera. Ahora, en cambio, va
montado en su caballo alazán con los arrestos de
su mocedad, puestas sus botas de conquistador so­
bre los estribos de cobre que suenan como un par
de campanas sobre los ijares de la bestia, cada vez
que hay que salvar un obstáculo en la brecha. Ese
joven y gallardo jinete se llama Isidro de la Pa­
rra o, mejor, Isidro Parra, a secas, porque entre
las gentes de su estirpe los apellidos ampulosos
suenan como el cobre de los estribos, con antipá­
tica estridencia y, a pesar de ser descendientes de
nobles hijosdalgos venidos de Andalucía o de al­
guna provincia vascongada, tienen una gran pro­
pensión hacia la sencillez y hacia la síntesis.
Isidro Parra tenía por aquel entonces veinticin­
co años, era de regular estatura, sus ojos de azul
intenso, blanca la tez y los cabellos negros, la voz
fuerte y sonora como para domesticar ejércitos
y ser escuchada en plena selva, y en su frente am­
plia empezaban a dibujarse dos pequeñas arrugas
verticales que eran síntoma somático de una recia
voluntad y de un gran don de mando. Terciada
sobre su ancha espalda llevaba una escopeta de ca­
cería y al lado derecho de su silla de arnés colga­
ba un cacho de buey, abierto por el pitón, a ma­
nera de rústica corneta. Con él venían entre otros
Vicente Rivera, Ezequiel Pernal, Miguel Arango,
Alberto Giraldo, Teodomiro Botero, Jesús Arias,
Rafael y Joaquín Parra, con sus respectivas fami­
24 E d u ard o S a n ta

lias, y otros a cuyo esfuerzo les debe la repúbli­


ca una de sus poblaciones más prósperas y ricas.
Con ellos venían algunas mujeres, esposas, her­
manas e hijas, que codo a codo con los hombres
se disputaban el peligro, con ese gran sentido es­
toico propio de la estirpe a la cual pertenecían.
Entre estas abnegadas mujeres es justo recordar
a Hercilia Echeverri y a Amelia Parra, ejemplos
verdaderamente extraordinarios de abnegación, de
espíritu de sacrificio, de pujanza y de valor.
Sobre el lomo de los bueyes que aunque lentos
son mejores para el camino por su resistencia y
seguridad, traían los expedicionarios las petacas o
cajas de cuero con víveres y el cacharro indispen­
sable para el yantar, como aquellas célebres olletas
y pailas de cobre, algo gitanas y algo señoriales,
que recordamos en algún rincón de nuestra infan­
cia. Por entre 'los claros del bosque brillaban, de
cuando en cuando, los machetes rampantes y las
hachas bíblicas que, manejadas con destreza y ener­
gía, hacían crujir los árboles y silbar el viento a la
vez que jugaban con la luz que caía sobre ellas
persiguiendo la atractiva y limpia desnudez del ace­
ro. A trechos también, detrás de las hachas destruc­
toras, por entre los claros que éstas iban dejando,
iban apareciendo intermitentemente los bueyes de
paso tardo, las muías resabiadas y maliciosas que se
movían al estímulo de las más rudas interjecciones
y alguno que otro carguero que resignadamente te­
nía que compartir la carga de alguna acémila des­
peñada o abandonada en el camino a la suerte de
sus mataduras incurables. Sobre esos bueyes, mu-
las y cargueros, iban también aquellas sierras po­
tentes con las cuales los árboles quedarían defi­
A r r ier o s y F u n d a d o r e s 25

nitivamente convertidos en casas, entre un surti­


dor de aserrines aromáticos, y que Nicolás y Ge­
rónimo Santa manejarían con tanta destreza, años
más tarde, en la plaza de la aldea que fue el pri­
mer aserrío, algo así como la placenta genética
del nuevo fundo.
Después de muchas leguas de recorrido la tropi­
lla se detuvo. La panela, el arroz, los fríjoles y,
sobre todo el aguardiente, se habían agotado. Los
expedicionarios escogieron un pequeño valle pro­
visto de aguas y allí se dispusieron a fundar la nue­
va empresa agrícola. Improvisaron las primeras ca-
suchas, tendieron las cercas simétricas, midieron las
parcelas y, antes de todo esto, enviaron mensaje­
ros por la esbozada senda, mensajeros que fueran
a la aldea de Manizales a comunicar el hallazgo
de tierras tan feraces y a traer víveres para la sub­
sistencia. El valle donde inicialmcnte acamparon y
en el que primero cultivaron, fue bautizado con
el sencillo nombre de “Las Granjas”. Para llegar
allí habían tenido que desafiar todas las dificul­
tades. Varios días de jornadas por sendas tortuo­
sas, por desfiladeros, selvas, serranías y canjilones,
haciéndole el quite, y también la caza, a los ti­
gres, osos, dantas y tapires que abundaban por es­
tas soledades. Los cronistas recuerdan todavía la
fabulosa lucha de Rafael Rivera con un tigre has­
ta darle muerte. Alberto Giraldo también tuvo un
encuentro con uno de estos temibles animales. Un
peón fue muerto por picadura de serpiente. Otro
murió de “soroche” y hubo que abandonar su ca­
dáver sobre las pizarrosas arenas que circundan el
Ruiz. Varios bueyes y acémilas sucumbieron en la
mitad del camino, escaldados y macilentos, o en
26 E d u ard o S a n t a

las horas de marcha nocturna trastabillaron y ro­


daron por los despeñaderos o quedaron ateridos
en las faldas del Ruiz ante el azote bárbaro de la
ventisca. Aquella fue una odisea terrible. Pero es­
tos hombres como Isidro Parra, Alberto Giraldo,
o como los demás compañeros de aventura, eran
muy dignos descendientes de conquistadores de
piel curtida y corazón templado y además tenían
la levadura y la coraza del ideal y la fiebre de con­
vertir la selva en sucesión de poblados. Cuando un
buey quedaba atascado entre los baches o ciénagas
no faltaba alguien que con resignación y estoicis­
mo, entre sorbo y sorbo de aguardiente y mordisco
de panela, adobado de una que otra blasfemia, to­
mara la impedimenta o el avío y lo colocara sobre
sus hombros para continuar de tumbo en tumbo
la marcha nocturna, sin más luz que la de su fé,
la luna y los tabacos.
La expedición, como antes se dijo, acampó pri­
mero en el sitio que denominaron “ Las Granjas” .
Allí se levantaron las primeras casas, reventó la
semilla del fríjol, se elevaron las lanzas verdes de
los cañaverales, los maizales abrieron sus mazorcas
y se vistieron de penachos prusianos, el trigo ama­
neció un día sobre la esbeltez de la espiga, la al­
verja infló la cápsula como si fuera mujer fecunda­
da y luego tendió su hermosa red de zarcillos capri­
chosos. Hubo entonces pan fresco, se fabricaron
pilones de troncos para triturar el maíz, de las co­
cinas salieron las arepas calientes y en los fogones
borboteó el fríjol ,a la vez que la caña se convertía
en panela y en las ollas fermentaba el guarapo y
en los sacatines el cristalino aguardiente que fue
el licor animador de estas migraciones heroicas.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 27

Pasaron varios meses. El maíz dio varias cose­


chas. Se construyeron otras casas. Nuevas gentes
fueron llegando al nuevo fundo. Pero fue a fines
de 1864 cuando Isidro Parra y varios compañeros
tropezaron, bajando hacia el noreste, con aquel
idílico valle sembrado de corpulentos cedros, lla­
mado a ser en el futuro asiento de una de las más
hermosas y pintorescas ciudades del país. Isidro
Parra y sus compañeros quedaron sorprendidos
con la belleza del paraje. Era un valle extenso,
rodeado de altas colinas, a manera de un cinturón
más o menos uniforme. Aún había mucho cedro
y roble corpulentos, de más de treinta metros de
altura y cuyos diámetros difícilmente podían ser
abarcados por tres o cuatro hombres. El clima era
suave, el cielo limpio, de un azul brillante, y la
brisa tan leve que a la hora del crepúsculo pare­
cía que la naturaleza dormía por completo. La
topografía era pues tan hermosa y el clima tan
benévolo que Parra y demás compañeros com­
prendieron desde el primer instante que ese sitio
estaba destinado a ser cuna de una ciudad privile­
giada. Además, el valle estaba ceñido por dos co­
rrientes de agua. El cinturón uniforme de colinas,
fortaleza natural que protege amorosa y espléndi­
damente a la ciudad dándole un sentido estético
y la impalpable atmósfera de las cosas eternas, te­
nía una única salida al oriente, una depresión que
hace pensar que este paraje fue el lecho de alguna
laguna, en épocas remotas, que por algún fenó­
meno geológico buscó salida hacia aquel punto
cardinal. Para sorpresa de los atrevidos excursio­
nistas, tan pronto se acercaron a él vieron clarear
entre el valle unos pocos bohíos. Bajaron a la pía-
28 E duardo S a n t a

nicie y encontraron allí unos cuantos pobladores


que desde hacía diez o quince años se habían
dado a la tarea de vencer el bosque centena­
rio. Entre estos primeros colonos había un ex­
traño y enigmático personaje. Se trataba del
francés Desiré Angee, natural de la provincia de
Normandía, quien había llegado a Colombia
en 1847 contratado para trabajar en la construc­
ción del Capitolio Nacional. Allí tenía el francés
su escondido refugio, como un eremita de los nue­
vos tiempos. Bajo el gobierno de José Hilario Ló­
pez la construcción del Capitolio había sido para­
lizada transitoriamente y Angee resolvió buscar
mejor suerte penetrando a la selva, estimulado por
el decreto de 23 de abril de 1849 del cual hablaremos
más adelante. Angee parece que regresó a Bogotá
hacia 1863 y a su vuelta al valle de los cedros tra­
jo consigo a la exmonja Mercedes González, quien
seguramente perteneció a una de las comunidades
religiosas disueltas por el Gran General Tomás
Cipriano de Mosquera. Con ella, con Mercedes Gon­
zález, formó un hogar en el apartado y selvático
retiro.
DESPERTAR DE LA ALD EA

JS ID R O Parra estaba llamado a fundar la al­


dea, a darle conformación urbana a aque­
llo que en 1864 apenas era un pequeño> conjunto
de casitas diseminadas en el valle, levantadas ca­
prichosamente, sin ninguna simetría ni orienta­
ción, distantes entre sí, conectadas por senderillos
sinuosos hermosamente tapizados por los pastos
silvestres y decorados por alguno que otro arbusto
que de repente se erguía en plena vía para ofrecer
sombra, fruto y flor a los viajeros. Las casitas que
en conjunto podían rememorar algún pesebre na­
videño, unas sobre el barranco, otras al pie de la
cañada con puentecillo sobre el camino real, otras
que apenas dejaban asomar sus techos de madera
pintada por entre las copas de las higuerillas, ha­
bían sido construidas de bahareque y, lejos de es­
tar alineadas a la vera de los senderos que ni los
pobladores se atrevían a llamar calles, por lo gene­
ral estaban sembradas hacia el centro de cada fun­
do.
Eran ocho o diez casitas, de cuya existencia te­
nemos datos desde 1851. Efectivamente, en ese
30 E duardo S a nta

año, un ilustre viajero, don Manuel Pombo, rea­


lizó un larguísimo y heroico viaje a lomo de buey
desde Medellín hasta Bogotá, pasando por el ca­
serío de Manizales, en cuyas calles todavía se veían
las raíces de los árboles talados. Después de tras­
montar las nieves del Ruiz, en penosísima jorna­
da, pernoctando cerca a la cueva de Nieto, sacán­
dole el cuerpo a los toros salvajes que frecuente­
mente atacaban en manada a los viajeros, llegaron
al caserío del Líbano. Don Manuel Pombo nos
dibuja magistralmente ese insignificante caserío
en hermosísima página que muchos años más tar­
de el propio Antonio José Restrepo comparó con
el pincel de Velásquez en el cuadro “Las Tejedoras” .
Dice así el señor Pombo: “Pero, en fin, llegamos
al caserío del Líbano, agasajados por un hermoso
sol de la tarde, respirando aire más benigno y
recogiendo los ruidos confusos de la vida social:
las voces que altercan, el hacha que corta, el perro
que ladra, el toro que muge. Algunas familias
antioqueñas, vigorosas y diligentes, forman este
núcleo de lo que con el tiempo será gran pobla­
do, y están allí como avanzada de sus compatrio­
tas talando monte, limpiando el terreno virgen y
estableciendo sementeras y labranzas. Todas estas
faldas de la cordillera, sanas y feraces, serán co­
lonia antioqueña, y esa hermosa raza vendrá así
a mejorar la desmedrada de esta parte de Mariqui­
ta. Nos alojamos en una limpia y espaciosa casa,
en donde se trabajaba por todos, en todas partes, y
de todos modos: en mesas y bancas para despre­
sar marranos; en la piedra y el pilón para moler
cacao y maíz; en la hornilla y el horno para co­
cer arepas y pan, y en una tienda bien abastecida
de artículos alimenticios, para atender al consumo
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 31

de sus locuaces y numerosos parroquianos. La ca­


sa de gentes hacendosas es un espectáculo agrada­
ble, una colmena en la que cada cual se agita lle­
nando su oficio, risueño, decidor, alegre, con la
satisfacción en el rostro y la esperanza en el alma.
Animación, vida, progreso hay en ella, disfrutan
de bienestar sus habitantes, y el trabajo les despeja
los problemas del porvenir.” Así vio el ilustre vi­
sitante el minúsculo caserío en 1851. Es la primer
noticia que tenemos de su existencia y quiso el
destino que fuera la pluma de un grande escritor
quien nos hiciera su dibujo. Afortunado el Líba­
no que tuvo el privilegio de ser descrito en su in­
fancia por viajero tan ilustre. Suponemos que esas
pocas casucas que encontró allí don Manuel Pom-
bo, y a las que el escritor les vio maravilloso por­
venir, fueron construidas durante el lapso com­
prendido entre el decreto del 23 de abril de 1849
de que hablaremos más adelante, al 27 de febrero
de 1851, que fue la fecha en la que Pombo visitó
el embrión de aldea. De todas maneras la página
anteriormente transcrita tiene, además de su in­
negable valor literario, el que corresponde a un
extraordinario documento histórico. Cuenta igual­
mente don Manuel que a la salida del caserío atra­
vesaron un bosque donde abundaban las tórtolas,
pavas, guacharacas y que en las copas de los árbo­
les gruñían, como cerdos, multitud de monos de
piel azafranada y blancas barbas, que hacían se­
ñales a los viajeros y saltaban de árbol en árbol
graciosamente. El viajero iba acompañado de va­
rios habitantes de la región, los cuales al ver los
monos, entonaron estas coplas:
32 E duardo S a n ta

A llá van los monos


jugando baraja,
que ninguno sabe
para quién trabaja.

A llá van los monos


tocando guitarra,
porque ya no afloja
nadie lo que agarra.

A llá van los monos


tocando bandola,
como ellos hay otros
que no tienen cola.

A llá van los monos


hechos una pena,
después da comerse
una roza ajena.

Pero si bien es verdad que en 1851 ya había un pe­


queño conglomerado de casitas, veamos cómo pu­
do tener origen ese embrión de aldea que nos
describió en forma tan sencilla don Manuel. (1).

(1) Tanto la descripción del caserío como la s coplas fu e ­


ron tom adas textualm ente de la s Obras Inéditas de M anuel
Pombo, ed itad as en 1914 bajo la dirección de Antonio J o ­
sé Restrepo. (P ágs. 181, 182, 184 y 185 de la obra cita d a ).
Don M anuel Pom bo era herm ano del gran poeta R afael
Pom bo e hijo del em inente estadista y patricio don Lino
de Pom bo, m inistro y consejero del G en eral F ran cisco de
P a u la Santan der. S u obra De Medellín a Bogotá, a la cual
pertenece la descripción del caserío del Líbano, es obra
m aestra de n uestra literatu ra costum brista.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 33

Corría el año de 1849 y don José Hilario López,


el gran libertador de esclavos, gobernaba la Nue­
va Granada. El país estaba en vías de una gran
transformación y por todos los ámbitos corría un
viento renovador. El país empezaba a desperezar­
se, a insurgir contra los herrumbres coloniales y
toda idea nueva comenzaba a tener acogida. H a­
bía un deseo incontenible de avanzar, de hacer
cosas, de estimular empresas y toda una genera­
ción tenía el deseo fervoroso de entrar a la historia
de la nueva república, de dejar sus huellas inicia­
les en los portales de una nueva vida política. Se ha
biaba de la liberación de los esclavos, de proteger
las industrias nacionales, de fundar empresas nue­
vas y sobre la conciencia de las clases dirigentes
había florecido el prurito de estimular lo novedo­
so y a veces lo utópico. Así fue como el Congreso
de la República expidió el decreto de 23 de abril
de 1849, el cual fue sancionado por el Presidente
López, cuya finalidad era la de estimular la erec­
ción de un nuevo distrito parroquial en la pro­
vincia de Mariquita. No era raro en esta época
fundar pueblos y aldeas y distritos por decreto. A
los oídos de nuestros legisladores ya había llegado
el eco sobre la feracidad de esas tierras extensas
y a la vez deshabitadas, pertenecientes entonces
a la provincia de Mariquita, que se extendían desde
la propia mole nevada del Ruíz hasta la quebra­
da de las Animas. Y fue la intención del Congre­
so de aquel año fundar un nuevo pueblo en esos
parajes ubérrimos y desolados. No dijo el decreto
exactamente dónde. Eso lo determinarían los co_
tonos.
34 E duardo S a n ta

La nueva norma legal señaló un marco territo­


rial amplísimo y se tomó la facultad de hacer es­
peciales concesiones a todos aquellos que se aven­
turaran a desafiar la soledad y la espesura del
bosque. El decreto del 23 de abril de 1849, punto
de partida de nuestra historia local, expresó que
“con el fin de que se establezca un nuevo distrito
parroquial en el espacio comprendido entre el río
San Juan y Vallecito, en la provincia de Mariquita
se hacen las concesiones siguientes: “A cada pobla­
dor se le darán hasta cincuenta fanegadas de tie­
rras baldías, quedando obligado a poner en ellas
casa y labranza, dentro de cuatro años de hecha
la concesión; se exime del pago de diezmos y pri­
micias; se le exime del contingente para el ser­
vicio militar en el ejército en tiempo de paz, por
ocho años”. Además, y esto es muy importante
para determinar la intención que tuvo el legisla­
dor de estimular la fundación de un pueblo den­
tro de los límites anteriormente señalados, se ex­
presó en los artículos 4p y 59 del decreto que el
Poder Ejecutivo podía disponer “hasta de 8.000
reales, para construcción de la iglesia, cementerio
y casa cural, luego que estén establecidas allí por
lo menos 10 familias” . Y de 3.000 reales al año pa­
ra el término de 5 años, “ para congrua del cura,
siendo de su cargo los gastos de oblata” . Minucio­
sa y relamida norma legal con la que se quiso
estimular la fundación de la aldea. Bastaba, pues,
que diez familias se establecieran dentro del mar­
co geográfico extensísimo que la norma legal
señalaba para que se hicieran acreedores a tanta
cosa.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 35

Nadie sabe a ciencia cierta quién designó con


el nombre hermoso de Líbano estas comarcas, en
rememoración de un legendario país asiático don­
de crecieron los cedros y los robles gigantes con
los que se construyeron los más suntuosos templos
a divinidades paganas, el tálamo nupcial de los
emperadores más refinados y los tabernáculos sa­
grados. Pero de todos modos fue un acierto por
cuanto en estos parajes desolados, en estas 'estriba­
ciones andinas, los cedros y los robles también
abundaron, y las montañas eran macizas cúpulas
de las maderas más finas y codiciadas. Por prime­
ra vez vemos escrito el nombre bíblico, aplicado
a estas nuevas tierras, en documentos oficiales de
1850. Se trata nada menos que de las primeras ac­
tos por cuales el Regidor de la aldea de Colo-
ya, jurisdicción de Peladeros, da la posesión de
tierras baldías a los colonos o pobladores en cum­
plimiento del decreto del 23 de abril de 1849. Efecti­
vamente el gobernador de la provincia de Mari­
quita, por orden oficial del 10 de julio de 1850,
dispuso que por la alcaldía del distrito de Pelade­
ros o por una comisión permanente nombrada
por ella, entregara a cada poblador las cincuenta
fanegadas de tierra de que hablaba el decreto an­
teriormente citado. Y el alcalde de Peladeros en
cumplimiento de la orden, designó a Bruno J. Aya-
la, regidor de la aldea de Coloya, a la cual estaban
adscritas estas tierras baldías, para la entrega de
los terrenos a los respectivos pobladores. Las pri­
meras de esas actas están fechadas en Peladeros
en junio de 1850. Y son estos los primeros docu­
mentos que conocemos en los cuales se habla del
nuevo distrito del Líbano. Naturalmente el nombre
56 E duardo S a n ta

fue dado a toda la región. Esos primeros papeles


son las actas de mensura y posesión de las doscien­
tas fanegadas que corresponden a Felipe, Bernar-
dino y Matías Terreros y a Ascensión Galindo, co­
rrespondiéndole a cada uno de ellos 50 fanega­
das. Se les pone, pues, en posesión de casi todo el
valle donde más tarde nacería la aldea. Inmedia­
tamente después el mismo Regidor adjudica otros
terrenos, en igual cantidad, a los pobladores Va­
lentín Diago, María y Manuel Mejía, Julián Dá-
vila, Domingo Varón y otros. A Valentín Diago,
Manuel y María Mejía, se les adjudicó otras par­
tes del valle conocido desde entonces con el nom­
bre de “Tejos”, sitio que hoy corresponde al te­
rreno donde está edificado el nuevo Instituto Isi­
dro Parra y Concentraciones Escolares. No es ver­
dad, pues, que la aldea hubiera sido fundada en
la hacienda de “Tejos” como se ha afirmado en
algunas ocasiones. A Julián Dávila y a Domingo
Varón se les adjudicó sus fanegadas en las lade­
ras del monte más hermoso que domina el valle
y que desde 1850 se le conoce con el nombre de
Monte Tauro. Lo más lógico es suponer que quien
bautizó ese monte situado hacia el norte de la ciu­
dad. haya bautizado también todo el distrito. Lí­
bano y Tauro son nombres provenientes del Asia
Menor. Algunos suponen que fue Liborio Dávila,
uno de los primeros pobladores, el afortunado au­
tor de tales denominaciones. Isidro Parra sería el
continuador de esa tradición al bautizar, años más
tarde, con los nombres de “Mesopotamia” y “ La
Moka” dos fundos que le fueron adjudicados, co­
mo veremos más adelante.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 37

Hacia 1853 hace su entrada al valle el ciudada­


no francés Desiré Angee, de quien hemos habla­
do ya en el capítulo primero. Angee encuentra
en el valle y en las regiones aledañas a él muchos
pobladores, a los cuales el regidor de Coloya ha
puesto en posesión de sus tierras respectivas, en
cumplimiento del decreto de 23 de abril de 1849.
No sabemos por qué circunstancia este extraño
personaje resuelve dejar los encantos de una ciu­
dad como Bogotá, para venir a estos parajes que
apenas empezaban a tener contacto con la vida
civilizada. La verdad es que Angee era, por natu­
raleza, un gallardo aventurero. Un aventurero de
verdad, en el sentido noble e idealista del vocablo.
Haber venido de Francia, contratado por el Cón­
sul de Colombia en París, para trabajar en el Ca­
pitolio de un país que hacía pocos lustros había
nacido a la vida independiente y del cual tenían
en Europa una falsa visión de nación bárbara, era
ya una aventura. Haber llevado a esos parajes so­
litarios del Líbano a la exmonja Mercedes Gonzá­
lez, en la más romántica y novelesca égida, era
otra aventura. Parece que los trabajos del Capito­
lio habían sido suspendidos transitoriamente y que
Angee tuvo noticias en la propia capital de la Re­
pública de estas tierras fabulosas que los cronistas
de la época pudieron pintar como un mágico país
de encantos, donde la tierra era de nadie y tan fe­
raz que podía alimentar cedros superiores o igua­
les a los de la leyenda asiática. Angee resuelve
entonces venir a hacerse rico. Pero al llegar en­
cuentra pobladores en posesión legal de las me­
jores tierras. Compra entonces dieciocho derechos
a los pobladores y se hace a la más hermosa ha­
cienda, es decir, a gran parte del valle. Al presbí­
38 E duardo S anta

tero Agustín Reyes compró la “Unión” y “Santa Ro­


sa”, es decir, treinta cuadras donde vivieron José
Zapata, el manco Méndez y Eduardo Milou; a
Fernando Escobar compró un derecho en San
Juan por donde se construiría el camino viejo al
valle del Magdalena, desmontado por Raimundo
Vega desde antes de 1849; a Felipe, Bernardino y
Matías Terreros y Ascención Galindo, compró des­
montes de más de 10 cuadras en el lugar donde
se fundaría la aldea; a Fernando Escobar compró
también un derecho en “Tejos” desmontado des­
de antes de 1849; a Valentín Diago compró tam­
bién otro derecho en “Tejos” ; a José Salazar y a
María Mejía compró derechos en “Sebastopol” y el
“Mosquero” ; a Julián Dávila, Espíritu y Clemente
Vanegas, compró derechos en el sitio “Laguna Co­
lorada”. He ahí, pues, los 18 derechos que com­
pró Angee a los primeros pobladores del Valle.
Para que la historia lo registre y los hijos del Lí­
bano lo graben en la memoria, quiero consignar
esta lista que algún día será placa:

Agustín Reyes
Fernando Escobar
Felipe Terreros
Bernardino Terreros
Matías Terreros
Ascención Galindo
Valentín Diago
José Salazar
María Mejía
Liborio Dávila
Julián Dávila
Espíritu Vanegas
Clemente Vanegas.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 39

A estos primeros pobladores a quien Angee com­


pró derechos, hay que agregar otros:

José Zapata
El Manco Méndez
Eduardo Milou
Raimundo Vega.

Estos fueron los primeros titanes que entraron


al valle, cortaron los primeros cedros, hicieron
desmontes y son por antonomasia los precursores.
Y a ellos hay que sumar, finalmente, a Desiré
Angee y a su compañera Mercedes González.
Hacia 1864 llegan al valle Isidro Parra, Alberto
Giraldo, Nicolás Echeverri y demás compañeros.
Venían de “Las Granjas’ y constituían una nueva
avanzada de la migración antioqueña. En el
valle encuentran a Desiré Angee y a su compa­
ñera Mercedes González, quienes habían compra­
do sus derechos a los primeros pobladores. Eran
en total ocho o diez casitas a manera de pequeñas
granjas sin ninguna configuración urbana.
No sabemos si Parra y sus compañeros hicie­
ron alguna transacción comercial con Angee, si le
compraron derechos o si, por el contrario, proce­
dieron a hacer “abiertos” por cuenta propia. (1)

(1) Por mucho tiempo estuvo A ngee reclam ando de la


adm inistración pública el reconocimiento de los diez y
ocho derechos que había com prado a los prim eros poblado­
res y pidiendo los títulos correspondientes. Como vimos,
estos diez y ocho derechos equivalen tes a 900 fanegadas,
fueron com prados por A ngee en 1853 y 1854, m ediante
ocho escrituras públicas. Posteriorm ente, por L e y 2^ de
1866 se im puso la obligación a los pobladores de no “ en a­
je n ar la porción de terreno que se les adju d icab a, a
personas que posean, dentro de los lím ites señalados en
este decreto, m ás d e setenta y cuatro hectáreas de terre­
nos". S e dijo en la m ism a norm a legal que serían n ulas
todas la s ventas de terreno que los pobladores hicieran
40 E duardo S a n t a

Y esto último es muy probable por cuanto el Con­


greso de la Nueva Granada había expedido el de­
creto de 17 de febrero de 1857 sancionado por el
Presidente Manuel María Mallarino y por el cual
fue prorrogado a los pobladores del Nuevo Distri­
to el término para cumplir la obligación de esta­
blecer casa y labranza, que no bajara de cuatro
hectáreas, en la porción respectiva de tierras bal­
días que se les había adjudicado. Expresamente la
nueva norma legal fijó la fecha de 31 de diciem­
bre de 1860 para que cumplieran esta obligación.
Y se dijo en el artículo 29 del decreto mencionado
que concluido el año de 1860 el Poder Ejecutivo
procedería a hacer un reconocimiento en las tie­
rras asignadas a los pobladores y que se expedirían
los títulos correspondientes de propiedad a los que

contra esa disposición y expresó, adem ás, que reform aba


en esos térm inos la Ley del 23 de abrii de 1849.
A ngee se dirigió el 18 de agosto de 18G4 al Presidente de
los E stados U nidos de Colom bia m anifestándole haber
llenado lo-s requisitos exigidos a los pobladores p ara ob­
tener la adjudicación de 50 fan e gad as que le correspon­
dían como poblador, de conform idad con el decreto 23
de abril de 1849, y solicitándole el reconocim iento de los
diez y ocho derechos com prados a otros pobladores. A
este m em orial se le contestó que debía hacer la solicitud
ante el P residente del Estado Soberano del Tolim a. Angee
se dirigió a éste el 14 de mayo de 1876 y, entre otras cosas,
le dice: ‘‘Como veréis, los diez y ocho derechos de p ob la­
dores a que he optado y opto propiedad consta por ocho
escrituras p úblicas que los he com prado conform e a las
leyes vigentes del país, antes de que se exp idiera el
últim o decreto legislativo del 3 de m arzo del corriente año
que es el que ahora prohíbe, b ajo ciertas condiciones, la
venta de estos terrenos. Por tanto y no pudiendo las leyes
hoy exp ed idas com prender bajo su s preceptos los hechos
y contratos que se han consum ado rigiendo otras, yo so­
licito ante VoS que se reconozca la propiedad legítim a
que tengo a dichas novecientas fanegadas de terreno
baldío en la aldea del Líbano y se expida el título co­
rrespondiente de ellos; y a l m ism o tiem po protesto so­
lem nem ente desde ahora con las obligaciones y restriccio­
nes especiales que en mi calidad de poseedor legislativo
hace m ás de once años con arreglo a las leyes protectoras
se me qu isiera im poner hoy según la nueva ley o decreto
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 41

hubieran llenado las condiciones impuestas. Los


lotes de terreno baldío en que no se cumpliera con
tales obligaciones, volverían al dominio de la Re­
pública. Sólo que los títulos de propiedad no se
expidieron en 1860, como lo prometía la norma,
pues esta obligación del Estado sólo vino a ser cum­
plida 14 años más tarde, es decir, en 1874 como
lo veremos adelante. De tal manera que a la lle­
gada de Parra ninguno de los pobladores tenía un
título de propiedad, pues apenas se les había pues­
to en posesión de sus labranzas por el regidor de
Coloya mediante un acta en la cual también se

legislativo citado. Cuando yo com pré esos derechos, C iu ­


dadano Presidente, ninguna ley lo había prohibido ni m e
prohibía a mí venderlos ninguna disposición vigente m e
m an daba fija r m i residencia indefinida, etc., etc. Y no
sé hoy en qué principios pudieran fundarse estas obli­
gaciones p ara aplicárm elas a m í que he tenido que confiar
en la lealtad y buena fe de toda legislación que reconoce
como principio in variable que la s leyes no tienen efecto
retroactivo, o lo que es lo mismo, que no se legisla p ara
lo p asado sino p ara el porvenir”. M ás tarde, el 10 de ago s­
to de 1874, se dirige a ios m iem bros de la Ju n ta A dm in is­
trativ a en el ram o de baldíos p ara los prim eros poblado­
res. M anifiesta que adem ás de haber cum plido con las
obligaciones im pu estas a los pobladores le ha prestado im ­
portantes servicios a la nación y que cum plió cabalm ente
el contrato suscrito en P arís el 27 de ju m o de 1846 con el
Cónsul colom biano en aqu ella ciudad, señor M anuel M a­
ría M osquera, p a ra ta ra b a ja r en la iniciación del C apito­
lio N acional. C ita como testigos de que cum plió su contra­
to a los señores A rrublas, Ancízar, y al propio general
Tom ás Cipriano de M osquera. De m anera, pues, que A ngee
discutió con gran ten acidad sus derechos sobre las n ove­
cien tas fan egad as de que hem os hablado, y a p esar de
que el Gobierno del Estado Soberano del Tolim a aceptó
la s razones de Angee, por auto del 8 de junio de 1869,
y exp resó que A ngee “ se h alla en el caso de que se le
exp ida el correspondiente título, p ara lo cual se elevan,
tanto el expediente como el plano a la Secretaría de H a­
cienda y Fom ento d el Gobierno de la U nión” , no hem os
tenido noticia de que se le hubiera hecho efectiva la a d ­
judicación. De lo que hem os tenido noticia es de que en
1874, como vim os antes, Angee tdovía estaba solicitando
a la Ju n ta A dm in istradora la adjudicación y los títulos
correspondientes a las 900 fan egad as de terrenos baldíos
en la aldea del Líbano.
42 E duardo S a n t a

determinaban los linderos de cada fundo. De otra


parte, es de suponer que en virtud del nuevo de­
creto de 1857, desde el 31 de diciembre de 1860
algunos baldíos habían vuelto a ser del dominio
de la nación por no haberse dado cumplimiento a
la obligación de establecer casa y labranza en
la forma preceptuada por los decretos de 23 de abril
de 1849 y 17 de febrero de 1857. Nada de raro
tiene que Parra y sus compañeros hubieran apro­
vechado esta especie de “reversión” de baldíos
y que con su esfuerzo hubieran hecho aquello
que otros por negligencia habían omitido. Tanto
derecho tenían Parra y sus compañeros para adqui­
rir baldíos como los otros pobladores. (1).
Pero sea como fuere, la verdad es que Isidro
Parra estableció su labranza y su casa en el sitio
preciso de lo que hoy es esquina de la calle cuar­
ta con carrera décima, pleno marco de la plaza,
donde por muchos años ha funcionado el Estan­
co. Los Echeverri hicieron la suya una cuadra
más arriba, esquina de la carrera 11 con la calle
4a, también sobre el marco de la plaza. Quedaban
relativamente distantes de la casa de Angee, si-

(1) A fines de 1866, precisam ente, el E stado Soberano


del Tolim a expidió una Resolución p or la cual se dispuso
que en consideración a que el decreto del 23 de ab ril de
1849 y el decreto del 17 de febrero de 1857 obligaron a los
colonos que recibieron tierra a establecerse en ella du ran ­
te cuatro años, quienes no lo hubieren hecho perdieron sus
derechos a ella y no pueden reputarse como pobladores.
De otra parte —dice la Resolución— como la s condiciones
p ara adjudicación de terrenos baldíos fueron m odificadas
por el decreto de 3 de m arzo de 1866 y por el decreto del
11 de ab ril del m ism o año (que establece la ejecución del
prim ero), “ se excluirá de la adjudicación a todo individuo
que, aunque se llam e poblador, no tenga las condiciones
ex ig id a s por éstos”.
“ G aceta del T olim a” del 2 de enero de 1867, número 147,
pág. 578. A rchivo de la B ib lioteca Nacional, S a la de
P ren sa).
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 45

tuada en despoblado, en el sitio “Mata de Gua­


dua”, punto preciso donde hoy se bifurca la ca­
rretera de Murillo dando origen al carreteable a
Villahermosa. Isidro Parra, Alberto Giraldo, ios
Echeverri y demás compañeros, inmediatamente
empezaron a obrar en función de construir la al­
dea, de transformar aquel conjunto de labranzas
o granjas en un pequeño poblado. Se dice que
Isidro Parra elaboró el primer trazado de la na­
ciente aldea, a puro cordel tendido, señalando la
incidiana y alinderando a ella su casa, que luego
tomarían como punto de partida los agrimensores
que hicieron el trazado definitivo en 1874, seño­
res David Cebados y Ramón María Arana. Al
poco tiempo de establecido Parra llegaron de “Las
Granjas” otros individuos y meses más tarde, lle­
vada la noticia a Neira y Manizales, fueron lle­
gando más pobladores. Ricardo Morales, Amelia
Jaramillo de Restrepo, Alvaro Ramírez, Patricia Ja-
ramillo, Atanasio Villegas, Juan, Martín, María y
Nepomuceno Villegas, Gerónimo, Nicolás y Rafael
Santa, Evaristo Guzmán, Santiago Alarcón, Ulpiano
Alarcón, Severo Arango, Tomás Londoño, Martín
Díaz, Rafael Gálvez, Cristóbal Marulanda, Miguel
Campo, Nepomuceno Montoya, José María Peña,
Santiago Alarcón, Isidro Blanco, Gabriel Nieto Lu­
na, Juan de la Cruz Reyes, Juan Moledou, Antías,
Ruices, Gavirias, Restrepos, Vélez, Buriticás y Ci-
fuentes se cuentan entre los primeros pobladores de
origen antioqueño. Isidro Parra convoca a los habi­
tantes del poblado y eligen una Junta Administrati­
va, cuyo presidente será Nepomuceno Camargo. Pa­
rra, por derecho propio, es designado primer al­
calde de la aldea. Escogen un sitio donde debe
hacerse la plaza y en ella se monta un aserrío del
44 E d u ard o S a n t a

cual saldrán en profusión tablas y tablones, cer­


chas y guardaluces para las nuevas casas. Día a
día llegan nuevos inmigrantes. Isidro Parra organiza
el primer establecimiento comercial de importancia
donde se venden puntillas, candados, telas, jabones,
lámparas de aceite y de petróleo, espejos y muchas
otras cosas útiles en el diario discurrir de la aldea.
Los pobladores hacen construir sendas pocetas en
los cuatro costados de la plaza, donde las familias
se surtirán de agua durante mucho tiempo. Allá
irán en romería nuestras bisabuelas con sus cán­
taros, sus ollas y damajuanas. Y allí también se
acunaron castos y discretos romances, se hizo chis­
peante tertulia, algarabía pueblerina al romperse
estrepitosamente algún recipiente o al estallar al­
guna disputa familiar. La industria de las “pese­
breras” no tardaría en aparecer. Porque si bien es
cierto que las familias de los fundadores tenían
buenas y suficientes cabalgaduras para sus viajes,
bien pronto fueron llegando en bestias alquiladas,
desde la aldea de María, de Neira, Manizales y
otras poblaciones de la vieja Antioquia, nuevas fa­
milias y, sobre todo, algunos sastres y barberos,
zapateros remendones, albañiles, aserradores, car­
pinteros y peones tentados por la riqueza de que
hacían lenguas los que ya conocían la región.
Isidro Parra ya había dado comienzo a la indus­
tria minera, y el secreto brillo de los metales co­
diciados empezó a atraer a algunos aventureros.
Con las pesebreras, los inmigrantes y los arrieros,
vino una nueva institución en la vida aldeana: la
herrería. Sin duda alguna la primera de ellas fun­
cionó en el marco de la plaza, al igual que el ca­
bildo, la capilla y la tienda, y arrulló por muchos
años a la aldea con el ruido de sus yunques y sus
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 45

martillos y abrigó la tertulia primitiva con el


aire tibio de sus fogones y sus forjas. (1)
Al poco tiempo el padre Agustín Reyes ofició
la primera misa en la plaza que todavía era un
aserradero, y sobre uno de los troncos de los cedros
caídos. Isidro Parra empieza a ver crecer su al­
dea. Incorpora a ella todos sus afectos, toda su vo­
luntad, toda su capacidad creadora y logra, mer­
ced a sus influencias en los altos círculos políti­
cos y administrativos de la nación, la creación de
un estafeta de correos; a su costa hizo venir de
Bogotá a la distinguida institutriz Susana Anga-
rita y fundó con ella el primer colegio en su pro­
pia casa de habitación y en el cual él fue profe­
sor de inglés y de geografía universal. Incansa­
ble en su actividad creadora funda o inicia la in­
dustria cafetera, cultiva el precioso grano en te­
rrenos de “La Moka” y de “ Mesopotamia” y a la
vez da origen a la industria minera, floreciente
hasta hace unos veinte años en el municipio, ex­
plotando las famosas minas de “La Plata” . (2) A lo­
mo de buey, por sendas tortuosas y trochas increí­
bles, trae la maquinaria indispensable para ésta su
nueva actividad. Como dato curioso, por esta mis-

d i Del prim er herrero que se tiene noticia es de V icen­


te U ribe.—L a prim ra talab arte ría fue de Florentino D el­
icado.—E l prim er m aestro fue Jo sé M aría A lvarez.—L o s
prim eros alm acenes fueron: uno de Isidro P a rra y, m ás
larde, otro de M arco Vélez.
(2) En 1866 se hicieron los prim eros denuncios de m inas,
(K>r p arte de Isidro P arra, Eleuterio Vélez, Telésforo Oroz-
eo y A ndrés Ocampo (en banda izquierda del río S a n
Ju a n ); Isidro P arra, Ju a n Rico, Jo sé M aría C orreal y F e ­
lipe P a rra (nacim iento de la qu ebrada del A gu ad or); Jo a -
quln P arra, R icardo M orales y Jo s é M aría C orreal (en
lito Recio, vered a del R efugio). V er colección de “G aceta
<lel T olim a” , 1866 - 1867. A rch ivos de la B iblioteca N acio­
nal, S a la de Pren sa.
46 E d u ard o S a n t a

ma época el incansable patriarca trae en igual for­


ma el primer piano a la aldea, piano que aún se
conserva y que hoy es de propiedad de la familia
Zorrillo Parra, descendiente del fundador.
En verdad resulta muy curioso que Isidro Pa­
rra hubiera bautizado sus fundos con nombres
asiáticos. Pero en los colonizadores antioqueños es­
to es muy frecuente y tiene relación con la de­
batida tesis sobre el origen semita de los mismos.
El doctor Eduardo Zuleta publicó un magistral
ensayo sobre el particular en el Suplemento Lite­
rario Ilustrado de “ El Espectador” en 1926 con
el título “El Semitismo de Antioquia”. A este en­
sayo replicó el sacerdote Félix Restrepo con una
carta publicada en el “Nuevo Tiempo” en el mis­
mo año. Zuleta, acucioso investigador en asuntos
históricos y sociológicos, respondió al sacerdote con
otra documentada página titulada “Antioqueños
y Judíos” que corre publicada en el número 101
del Suplemento Literario Ilustrado de “El Espec­
tador” correspondiente al 4 de noviembre de 1926.
Zuleta sostuvo el origen semita de los antioque­
ños con poderosos argumentos de orden histórico.
Señaló además la afición o costumbre de éstos a
utilizar nombres bíblicos para personas y lugares.
Armenia, Jericó, Tám esis, La Tebaida, Jordania,
Palestina, Mesopotamia, Tauro, La Moka, Jordán,
Caucasia, Antioquia, Montelíbano, Dabeiba, Líbano,
Betulia, Canaán, Sinaí, L a Samaría, Belén, Betania,
son nombres de poblaciones o sitios colonizados por
antioqueños. Lo m ism o sucede con los nombres de
personas. Jairo, Ruth, Esther, Ezequiel, David, Ma-
laquías, Dabeiba, A ix a , Sara, Bernabé, Jafet, Salo­
món, Moisés, Jacobo, Elias, Abraham, Ismael,
Efrain, Simeón, L á z a ro , Eleázar, Samuel, Benja­
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 47

mín y muchos otros nombres bíblicos son comu­


nes a esta estirpe emprendedora y tenaz, hábil
para el comercio, la industria y las finanzas, tras­
humante y creadora. De otra parte basta tomar
entre las manos el retrato de cualquiera de aque­
llos fundadores u observar detenidamente la es­
tampa de un arriero antioqueño para tener la sen­
sación de estar frente a un patriarca israelita.
Precisamente en el número del Suplemento
Literario Ilustrado de “El Espectador” donde apa­
rece el estudio del doctor Zuleta intitulado “An-
tioqueños y Judíos” fue publicado, a manera de
ejemplo de similitud somática, un retrato que
nosotros creemos sea el de Isidro Parra, con esta
leyenda: “Un antioqueño que a pesar de su leja­
na ascendencia judía, revela a un perfecto rabino
como los que conocimos en Europa y en los Es­
tados Unidos”. Sinembargo muchos investigado­
res han negado rotundamente el origen semita
de los antioqueños, afirmando que la mayoría de
los inmigrantes españoles que se establecieron en
Antioquia eran de origen vasco y que las provin­
cias vascongadas no tuvieron mucha influencia de
judío, sensible en otras regiones de España. Esta
afirmación es muy relativa pues entre los pobla­
dores de Antioquia en los siglos XVII y XVIII
quizás no hubo más de una cuarta parte de vas­
congados y no todos eran “cristianos viejos” pues
había muchos “tornadizos” . El resto fueron na­
varros, andaluces, castellanos, murcianos, gallegos,
aragoneses, santanderinos, leoneses, extremeños y
hasta portugueses e italianos, con gran aporte de
)mi ios conversos. Además, como lo afirma el doc-
lor Manuel Antonio Campo y Rivas, (citado por
Zuleta), en su “Compendio Historial” publicado
48 E d u ard o S a n t a

en el siglo XVIII, el Mariscal Robledo trajo de


España catorce familias de gitanos que se estable­
cieron en el Valle de Aburra y de los que afir­
ma el historiógrafo que “son por excelencia más
andariegos que los mismos judíos de las demás
partes del mundo”. Afirma Zuleta que entre los
judíos descendientes de españoles de Sevilla, de
Londres, Bayona, París, El Cairo, etc., se encuen­
tran muchos apellidos comunes en Antioquia ta­
les como Sierra, Salazar, Santamaría, López, Gon­
zález, Correa, Alvarez, Rodríguez, Moreno, Del­
gado, Gutiérrez, Fernández, Soto, Gómez, Flores,
Ríos, Acevedo, Bernal, Navarro, Díaz, Franco,
Córdoba, Pardo, Valencia, Martínez, Carvajal etc.
Apellidos “nuevos” tomados sin duda alguna por
judíos llegados a España y convertidos, por razón
o por fuerza, al cristianismo. Sin contar otros ape­
llidos “nuevos” de judíos conversos, como Santa,
Santamaría, Santágueda, Santacoloma, Santa Cruz
y otros de “santos” y “santas”, para demostrar con
ellos la fe en las nuevas creencias. Trae a cuento
el doctor Zuleta curiosas anécdotas de antioque-
ños que en Europa y aún en Asia han sido trata­
dos como judíos. Y finalmente narra cómo Jorge
Isaacs, judío de pura cepa (tan judío que a la ho­
ra de la muerte al ser interrogado por un sacerdo­
te si creía en Jesucristo respondió: “Es de mi ra­
za”), cuando visitó a Antioquia y pudo conocer
de cerca las costumbres, rasgos somáticos e idio-
sincracia de ese pueblo, quedó convencido de su
origen semita y dispuso como última voluntad que
sus restos mortales reposaran en Antioquia. En el
cementerio de Medellín está su tumba, siempre cu­
bierta de flores, a pesar de haber fallecido en Iba-
gué. Tan convencido murió Isaacs del origen se­
A r rier o s y F u n d a d o r es 49

mita de los antioqueños que en 1893 escribió aquel


bello poema:

“ D o q u é raza desciendes pueblo altivo,


T itán laborador,
R ey de las selvas vírgenes y de los montes niveos
Q u e tornan en vergeles im perios d el C o n d o r?

V cantos da d on cellas y su s alegres risas


S e oyen en las fron das laza n as d el m aizal,
B e llas y p u d ib u n d as com o fueron
L a s h ijas de Je s s é ;
E n árab e tocado rebozan los c ab e llo s;
R efu lgen en su s ojos las noches de K edén.

A n lá k ie h l redentora E d is s a
D e sierva como A g a r
S e hizo libre y m adre de prole b en d ecid a:
el cedro fue bellota y e l árb ol selva es ya

Y tu fecundo enjam bre de pueblo perseguido


a G irard ot tuviste y a C ó rd o b a in m ortal!

Polémicas interminables ha suscitado en diver­


sas épocas este punto relacionado con el origen se­
mita de los antioqueños. Entre quienes han nega­
do esta tesis podemos citar principalmente a Ma­
riano Ospina Rodríguez, Marco Fidel Suárez, Emi­
lio Robledo, Antonio José Restrepo, Otero D ’Acosta,
Gustavo Mejía Jaramillo y Ricardo Uribe Escobar.
Pero también es verdad que antioqueños no me­
nos eminentes y respetables la han sostenido con
brillantes argumentos y entre ellos podemos citar a
Eduardo Zuleta y Carlos E. Restrepo, o la han
aceptado públicamente, como Epifanio Mejía y
50 E duardo S a n ta

Porfirio Barba Jacob. Este último gran poeta de


Colombia y de América se jactaba muy a menu­
do de su probable aunque remota ascendencia judía.
Hasta su propio pseudónimo, con el cual ha pasa­
do a la posteridad, tiene una rara y enigmática
reminiscencia semita. En “Fragmentos prológales
de La Diadema”, libro inédito, nos dice categóri­
camente:

" S o y antioqueño, soy de la raz a ju d aica, gran pro­


d u ctora do m elancolía, según expresión de O rte g a y
G a sse t, y vivo como un gentil que no espera ningún
M e sías, o como un p ag an o acerbo en la R om a d e c a­
d en te” . (P o esías C om pletas. 2" F e stiv a l d el Libro C o ­
lom biano, p á g in a 40.)

En su página autobiográfica “La Divina Tra­


gedia”, afirma:

“ Yo traía de mis cam pos nativos, en la aspérrim a


A nt ioquia. la fortaleza d el cuerpo algo m al propor­
cionado, la íntegra energía de la vo lu n tad p ara la
faen a —prez de mi raza ju d a ic a !— y u n a inocencia
como cen d al de alb u ra sobre la ch ispa m adre de mis
futuros in cen dios” (P o esías C om p letas, 2° F estiv a l del
Libro C olom biano, pág. 41).

Y más adelante nos reitera el concepto:

" E n mi A n lio q u ia israelita, entraña de mi n ativa


C olom bia, ninfa m elódica de mi id eal A m érica, no
h ab ía tam poco periódicos, ni libros, ni conciertos, ni
b a n d a s” . (Id. pág. 42).

En “Lamentación Baldía”, nos dice hermosa­


mente:
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 51

" Y ven ía sin saberlo, tal vez de alg ú n O riente


que el alm a en su cegu era vio com o un espejism o
y en a n sia de la cum bre q u e d ora el so l fulgente
ir con fatales p aso s h acia el fa ta l ab ism o ” . (Id. pág. 88).

Hasta en su “Acuarimántima”, la ciudad ideal


del poeta, está latente la fuerza de su semitismo:

“ C iu d a d d el bien, fau stu o sa, legendaria,


c iu d a d de am or y esfuerzo y u fan ía,
y de m editación y de p le g a ria ;
u n a ciu d ad azú lea, egregia, fuerte
u n a Je ru salé n de p o e sía ” (Id. pág. 99).

En su poema “El son del Viento” expresa:

"Ib a a l O riente, a l O rienta,


h acia las islas de la luz,
a d onde alz a ra un pueblo ardiente
su blim es himnos a lo azul.

“ Y a, cruzan do la P alestin a,
veía el rostro da B en jam ín ,
su ojo lím pido, su b o ca fin a
y su arrebato d e carm ín ” (Id. pág. 131 j.

En su poema titulado “En la Muerte del Poeta”


hace una alusión a la hermosura de la mujer an-
tioqueña en esta forma:

“A un doncel ciñe la fértil M u sa


y a un bardo espera la blon d a niña,
u n a an tio q u eñ a flor de Israe l” . (Id., pág. 146).

Estos ejemplos nos dicen muy a las claras que el


semitismo en Barba Jacob era casi una obsesión
a tal punto que, como antes afirmé, lo llevó a to­
52 E duardo S a nta

mar un pseudónimo de evidente sabor semita. Es­


te es quizá un punto no estudiado debidamente
en la poemática del gran brida y que valdría la
pena ser estudiado con mayor detenimiento.
IN CID EN TES CURIOSOS

T A ALDEA tuvo un extraordinario desarro-


■"“"Mío entre 1864 y 1866. Puede decirse que en
este corto lapso aquel conjunto de granjas, aquel
desordenado conjunto de casitas, se convierte en
centro urbano, todo ello merced a los esfuerzos
de Isidro Parra y demás inmigrantes antioqueños.
En estos dos años son muchas las familias que
han venido a establecerse y, por ende, han cons­
truido su casa de acuerdo con los planos de Pa­
rra. Ya hay un esbozo de plaza, algunas callejue­
las enyerbadas y unas cuarenta construcciones de
madera y bahareque. La aldea ya tiene tienda, co­
legio, herrería, cuatro pocetas en los costados de
la plaza y está en construcción una capilla y casa
para el cura. Entonces la Junta Administrativa
que funciona desde 1865 y el propio alcalde, con­
sideran que ha sonado la hora de que a la fun­
dación se le de oficialmente la categoría de al­
dea y se le otorguen las funciones propias del
rango. La oportunidad no puede ser más propi­
cia por cuanto en ese año de 1866 va a reunirse en
Natagaima la Asamblea Legislativa del Estado So-
54 E duardo S a n ta

berano del Tolima. La Junta Administrativa de­


signa y comisiona al señor Ricardo Morales para
que a nombre de los pobladores se traslade a Na-
tagaima y gestione la creación de la nueva aldea.
Entre los bártulos del diligente viajero van algunos
papeles de importancia y algún extenso memo­
rial suscrito por los pobladores. Morales logra
que la Asamblea Legislativa del Estado erija legal­
mente la nueva aldea en enero de 1866, a juzgar
por este importantísimo documento que aún se
conserva original y que debe tomarse como fe de
bautismo del Líbano y en el cual se habla por pri­
mera vez de ella:

“ P o r veinte pesos a l doce por ciento de interés. S e


reconoce contra el tesoro de la a ld e a a fav or de R i­
cardo M o rales la su m a de veinte pesos a l interés d el
doce por ciento a n u a l d esd e el primero de febrero de
m il ochocientos sesen ta y seis por el viaje q u e en ene­
ro d el mismo año hizo a N a ta g a im a a solicitar de la
A sa m b le a L e g islativ a d el E sta d o la erección de la a l ­
d ea del L íb an o , que tuvo lu gar en el mismo enero.
D ic h a su m a es el resto de los gasto s que el señor M o ­
rales hizo en dicho viaje. E l presente vale es ad m isi­
ble en p ago d el rem ate de bienes de la ald ea. •— L íb a ­
no, cuatro de febrero de 1867. — E l Presidente de la
Ju n ta A dm in istrativa, Ju a n N epom uceno C am argo. '
E l A lcah le de la A ld ea, Isidro A . de la P arra. E l su s­
tituto d el A lc ald e , Jo a q u ín de la P arra. — E l S e c re ­
tario M u n icip al, R a fa e l M . de la P a ir a .”

En 1866 además de la creación legal de la aldea


del Líbano, sucedieron otras cosas importantes. En
ese mismo año Isidro Parra fue designado pri­
mer alcalde y Juan Nepomuceno Camargo, Pre-
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 55

sidente de la Junta Administrativa. El 4 de octu­


bre fue nombrado primer Recaudador don Libo-
rio Dávila, y los señores Elíseo Ferreira y Daniel
Suárez fueron designados por decreto Miembros
de la Junta Distribuidora del Impuesto Directo y
avaluadores de las propiedades raíces y muebles y
de las rentas provenientes de la industria, profe­
siones y oficios. (Gaceta del Tolima, 1866).
Los honorarios consignados en el vale transcrito
anteriormente, dieron ciertamente origen a un
curioso pleito, el primero que se ventiló en la al­
dea y en que actuó Isidro Parra como juez de la cau­
sa. Evidentemente el doce de febrero del mismo año
1867 don Ricardo Morales confirió poder al se­
ñor Joaquín E. Gómez para que con base en el
documento por el cual se le reconocía la deuda de
veinte pesos, ejecutara la aldea. El Tesoro de ésta
estaba tan desmirriado que no había metálico con
qué cubrir los justos honorarios de Morales. El
14 del mismo mes y año se inicia la acción eje­
cutiva; el veintisiete compareció ante el despacho
del alcalde y Juez, Isidro de la Parra, el señor Ne-
pomuccno Camargo en su calidad de Presidente
de la Junta Administrativa y Síndico de la aldea
y manifestó formalmente que la firma del vale
que servía de título ejecutivo era auténtica y que
el contenido del mismo era cierto. El mismo día
se libró mandamiento de pago por la vía eje­
cutiva, se le notificó al síndico la providencia y
éste manifestó que no pagaba “porque no hay
fondos en la caja, y porque con tal objeto se votó
una partida en el presupuesto del corriente año,
no se ha vendido propiedad alguna de la aldea
para hacer ese pago, es decir, que no se ha veri­
ficado la condición con que se votó la partida», y
56 E duardo S a n t a

a renglón seguido manifestó que «presenta para


pago, la mejora o desmonte que posee la aldea en el
punto denominado hoy “La Granja”, y que nom­
bra depositario de dicha mejora al señor Joaquín
de la Parra y para avaluadores al mismo Parra y
al señor Rafael Rivera Hincapié, vecino y resi­
dentes en la aldea». Previo el embargo del desmon­
te denunciado el señor Síndico manifestó “que en
la mejora o desmonte presentado para el pago de
la suma sobre que versa esta ejecución, no se com­
prenden las mejoras hechas en él por los señores
Alberto Giraldo y familia, Nicolás Echeverri y fa­
milia, las cuales pertenecen a dichos señores y de­
ben excluirse en el avalúo y remate”. Así lo acep­
ta el Juez en auto del 28 de febrero de 1867 y el
juicio continúa adelante. Los peritos avaluaron el
desmonte de Las Granjas en sesenta pesos, exclu­
yendo las mejoras de Alberto Giraldo y Nicolás
Echeverri y sus respectivas familias. Fijados los
edictos y agotados todos los trámites legales se pro­
cedió a efectuar la venta en pública subasta y así
fue como, al tenor de la diligencia correspondien­
te, “en 23 de junio del mismo año (1867) se dio
el pregón a la mejora o desmonte de La Granja
perteneciente a la Aldea y embargada en esta eje­
cución siendo pregonero el señor Rafael Rivera
H. Después de anunciarse repetidas veces la ven­
ta, el señor Emiliano Echeverri, a nombre del se­
ñor Nicolás Echeverri, ofreció treinta pesos por la
mejora o desmonte expresado, y siendo esta suma
la mitad del valor del avalúo postura admisible ya
conforme a la ley, y no habiendo sido mejorada
esta postura, se le adjudicó el remate a dicho Eche­
verri” . Pero antes de esta diligencia habían fraca­
sado los tres pregones anteriores, conforme a la
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 57

ley vigente en aquel entonces, en los que actua­


ron como pregoneros Martín Quintero, Narciso Gil
y Clemente Giraldo, razón por la cual el juez de
la causa aceptó la postura de Echeverri solo por la
mitad del valor del desmonte o mejora.
Era importante traer a cuento este pequeño plei­
to, no solo por ser el primero que se ventiló en
la aldea, sino por cuanto en él actuaron o tuvie­
ron importante participación algunos fundadores
como Isidro Parra, quien actuó como juez; Ricar­
do Morales, como ejecutante; Nepomuceno Camar-
go, como Síndico de la aldea y por consiguiente
representante de la ejecutada; Rafael Parra, como
Secretario del Juez; y Nicolás Echeverri como pos­
tor a quien se adjudica la mejora rematada. De
otra parte el incidente tiene gran significación pues
la mejora rematada era nada menos que “La Gran­
ja”, sitio al cual llegaron primero los fundadores,
es decir, el embrión de la nueva aldea. Resulta
que para cubrir un crédito de la aldea, quizás
el primero que ella tuvo, fue menester vender en
pública subasta la primera colonia agrícola de los
fundadores. ¿De quién era en verdad esa mejo­
ra rematada? En alguna foja del curioso juicio
ejecutivo, precisamente en la diligencia de adjudi­
cación al señor Echeverri, encontramos que “La
Granja” pertenece a la aldea “por haber sido hecha
por el común de los pobladores” . De tal manera
confundían los fundadores, en un gesto de extra­
ordinario altruismo, sus bienes propios con el pa­
trimonio de la aldea. Pero los que tenían más de­
recho sobre él eran los Parra, los Giraldo y los
Echeverri. Los Parra renunciaron tácitamente a sus
derechos aceptando, como lo aceptaron Isidro y
Rafael, juez y secretario de la causa, que el des­
58 E duardo S a n t a

monte o mejora era de la aldea “por haber sido


hecho por el común de los pobladores”. Y solo se
excluyeron los derechos de Alberto Giraldo y Ni­
colás Echeverri y sus respectivas familias.
Dejando a un lado este curioso episodio siga­
mos nuestro itinerario. Hay algo que hemos de­
jado en suspenso desde 1857 y es precisamente
el problema de la adjudicación de tierras a los po­
bladores. Ellos continúan en posesión de las tie­
rras pero sin título alguno ya que el decreto de
17 de febrero de aquel año no se ha cumplido.
Recordemos cómo el artículo segundo de esa nor­
ma legal, expedida por el Congreso de la Nue­
va Granada, expresó que “concluido el año de 1860,
liará el Poder Ejecutivo que se verifique un reco­
nocimiento en las tierras asignadas a los poblado­
res y que se expida el correspondiente título de
propiedad a los que hubieren llenado las condicio­
nes impuestas”. Nada de eso se ha hecho y los
pobladores que han cumplido la obligación de es­
tablecer casa y labranza en las condiciones exigi­
das, están ansiosos de obtener los títulos de adju­
dicación correspondientes. Tan pronto como es eri­
gida la aldea, lo cual ocurre en enero de 1866, Isi­
dro Parra y los demás pobladores se dirigen al
Congreso de la República y obtienen la expedición
de la ley 2® de ese año por la cual la Nación cede
a los pobladores de la aldea una extensión de Diez
y Seis Mil Hectáreas. Es esta la primera ley
que se refiere a la reciente aldea, circunstancia
que nos mueve a transcribirla en este trabajo. Di­
ce así:
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 59

L ey 2“

De tres de marzo de 1866


Decreto cediendo a los pobladores de la aldea
del Líbano una extensión determinada de tierras
baldías.
El Congreso de los Estados Unidos de Colombia
D e c r e t a :

Artículo l 9—De las tierras baldías que la nación


tiene en el Estado Soberano del Tolima, cédese
a los pobladores de la aldea del Líbano Diez y
Seis Mil Hectáreas, dentro de los límites siguientes:
Del río Lagunilla, en línea recta hacia el sur, a
las cabeceras del río Bledito; este abajo hasta ei
punto en donde, dejando de correr hacia el sur,
dirige su curso al oriente; de aquel punto, en lí­
nea recta en dirrección sur y pasando por Morro-
negro, al Río Recio; éste arriba hasta el Páramo
o mesa nevada del Ruiz; de allí, siguiendo en di­
rección norte, la línea divisoria de los Estados
del Cauca y el Tolima, hasta las cabeceras de la
quebrada del Derrumbe o Agua Hedionda; ésta
abajo hasta confluencia con el río Lagunilla, y és­
te abajo hasta donde principia la línea recta que,
en dirección sur, va a las cabeceras del río Bledito.
Parágrafo:—Si no hubiere dentro de estos lími­
tes el número de hectáreas de tierras baldías
expresadas en este artículo, los pobladores tendrán
derecho a que se les adjudiquen en las tierras bal­
días situadas al sur del Río Recio las hectáreas
que falten.
60 E duardo S a n t a

Artículo 2°—A cada poblador que sea cabeza de


familia o deba ser considerado como tal, tanto de
los establecidos ya, como de los que en adelante
se establezcan en tierras cedidas por este decreto,
se adjudicará la extensión de terreno señalado por
el inciso primero, artículo único de la ley del 23 de
abril de 1849, esto es, cincuenta fanegadas, o sean
treinta y dos hectáreas. (Dicha ley lleva el núme­
ro 1892 de orden).
Artículo 3°-—Para gozar de la concesión a
que se refiere el artículo anterior, los pobladores
quedan sometidos a las obligaciones siguientes:
1* A fijar su residencia en el territorio de la po­
blación.
2* A no enajenar la porción de terreno que se
les adjudique, sin haber puesto en ella casa y
una labranza que no baje de cuarenta hec­
táreas.
3* A no enajenar la porción de terreno que se
les adjudique, a persona que posea, dentro de
los límites señalados en este decreto, más de
sesenta y cuatro hectáreas de terreno; y
49 A no darla en pago de deuda alguna.
Artículo 49—Serán nulas todas las ventas de te­
rreno que los pobladores hagan contra las dispo­
siciones del artículo anterior.

Artículo 5°—El poder Ejecutivo Nacional dis­


pondrá lo conveniente para la adjudicación de di­
chas tierras a los pobladores, y para que este de­
creto tenga, en lo demás, el debido cumplimiento.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 61

Artículo 69—Queda reformada en estos términos


la ley del 23 de abril de 1849, haciendo varias con­
cesiones para la erección de un distrito parroquial
en la provincia de Mariquita, y abrogado el de­
creto de 17 de febrero de 1857, que prorroga el
término concedido por dicha ley.
Dado en Bogotá, a veintisiete de febrero de mil
ochocientos sesenta y seis.

E l P residente del S e n ad o de Plenipotenciarios,

M a n u e l de J. Q u ija n o

E l P residente de la C á m a ra de R epresentantes,

E m ig d io P a la u

E l Secretario del S en ad o de Plenipotenciarios,

A u r e l io G o n zá lez

E l Secretario de la C á m a ra de R epresentantes,

E m il ia n o R estr e po E.

Esta disposición legislativa reviste una gran im­


portancia porque fija los límites del Líbano, los
cuales fueron modificados posteriormente por la
ley 22 del 21 de marzo de 1877, por el Decreto 835
del 5 de julio de 1866 y por el decreto 445, tam­
bién de 1866. Fue sabio el Legislador en la ante­
riormente transcrita ley T al tener en cuenta pa­
ra la adjudicación de los baldíos la calidad de Je­
fe o cabeza de familia; al exigir a los adjudicata­
rios, que residieran en la población; al prohibir
terminantemente la enajenación de los terrenos ad­
judicados a personas que ya tuvieran dentro de los
límites de la aldea más de sesenta y cuatro hectá­
62 E d u ard o S a n t a

reas y al prohibir también dar la tierra en pago


de deudas.
El 11 de abril de 1866 el Presidente de los Esta­
dos Unidos de Colombia, doctor José María Ro­
jas Garrido, en asocio del Secretario de Hacien­
da y Fomento, doctor Próspero Pereira Gamba,
expidió un decreto reglamentario de la ley 2* de
1866 sobre adjudicación de baldíos en la aldea.
Por medio de tal disposición el Poder Ejecutivo
“contratará por cuenta de los pobladores agracia­
dos, un agrimensor que mida el terreno cedido
y levante el plano topográfico, el cual se dividirá
en lotes de a treinta hectáreas, separando uno de
éstos para el área de la población en el sitio más
conveniente”. Igualmente dispone el mismo decre­
to reglamentario que a cada uno de los solicitan­
tes se adjudicará un lote en donde compruebe que
tiene su casa o su labranza, y que hecha esta ad­
judicación los lotes sobrantes serán adjudicados a
nuevos peticionarios en el orden en que vayan pre­
sentando sus respectivos memoriales; que del lote
señalado para el área de la población se separará es­
pacio conveniente para la plaza y edificios públi­
cos necesarios, a juicio del poder ejecutivo del Es­
tado, y que el excedente se dividirá en porciones
de una hectárea cortadas perpendicularmente por
calles de diez metros de ancho. Cada una de di­
chas porciones —dice el decreto— se subdividirá en
solares de una extensión que no pase de 833 me­
tros cuadrados, los cuales se repartirán a los po­
bladores que los soliciten, prefiriéndose a los que
no hubieren obtenido lotes. La Secretaría de H a­
cienda se encargará de dictar una resolución so­
bre adjudicación y expedirá una copia certificada
A r r ier o s y F u n d a d o r e s 63

(le ella a los adjudicatarios, copia que servirá de tí­


tulo de propiedad del terreno que se les adjudique.
En cumplimiento de este decreto de 11 de abril
de 1866 el Presidente del Estado del Tolima nom­
bró en 1871 como agrimensores para levantar les
planos de la aldea a los señores Pío Triana e
Ignacio Buenaventura. Pero como transcurrieran
tres años sin que los mencionados señores cum­
plieran sus obligaciones, “a pesar de habérse­
les pagado por los pobladores la suma de tres
mil pesos por la mensura del terreno”, el Pre­
sidente de los Estados Unidos de Colombia, don
Santiago Pérez y su Secretario de Hacienda y
Fomento, don Aquileo Parra, se vieron en la
necesidad de expedir el decreto número 184
del 15 de mayo de 1874 por medio del cual se re­
glamenta de nuevo la adjudicación de lotes y so­
lares en la aldea del Líbano y se dispone que la
Secretaría de Hacienda y Fomento “contratará
por cuenta de los pobladores los agrimensores que
deberán medir el terreno cedido y levantar el plano
topográfico de él, el cual se dividirá en 499 lotes
de 31 hectáreas 9.200 metros cuadrados y otro de
50 hectáreas para el área de la población” . Estable-
re igualmente el mencionado decreto las principa­
les obligaciones de los agrimensores que se nom­
bren para los fines expresados. Ellos deberán ela­
borar tres ejemplares auténticos de los planos, de
los cuales uno se destinará al archivo de la Gober­
nación del Estado del Tolima, otro a la Corpora-
<ión Municipal de la Aldea, y otro para la Secre­
taría de Hacienda y Fomento de la Nación. De­
ben igualmente los agrimensores elaborar un nue­
vo libro en que se deje constancia de la distribu-
i ión de lotes con expresión del nombre de cada
64 E duardo S a n ta

poblador y los linderos del terreno que debe adju­


dicársele. Deben los agrimensores además repartir
los solares del área de la población dando prefe­
rencia a aquellos que tengan casa, cercos regula­
res o alguna mejora apreciable. Pero, dice la dis­
posición legal que venimos comentando, en caso
de que los pobladores adjudicatarios incumplan
algunas de las obligaciones impuestas por el artícu­
lo 39 del decreto legislativo que hizo la cesión (ley
2a de 1866), las porciones de terreno a que se re­
fieren dichas faltas volverán al dominio de la na­
ción. El mencionado artículo 39 es aquel que esta­
blece las prohibiciones de enajenar las tierras en
determinadas circunstancias o en darlas como pago
de deudas.
En cumplimiento del decreto 184 del 15 de ma­
yo de 1874 la Secretaría de Hacienda y Fomento
de los Estados Unidos de Colombia designó como
nuevos agrimensores a los señores David Ceba-
llos y Ramón María Arana, quienes inmedia­
tamente se trasladaron a la aldea a llenar su
cometido con un alto sentido de responsabilidad.
Pero cuando ellos llegan a la aldea, esta tiene ya
cierta configuración urbana pues Isidro Parra ha­
bía hecho un trazado rudimentario. En conside­
ración a este hecho cumplido el mismo decreto que
venimos comentando dispuso en el inciso cuarto
del artículo tercero lo siguiente: “El lote de 50
hectáreas, destinado para el área de la población,
se medirá en el punto designado ya para ella”. Y
ese punto era precisamente aquel donde ya la al­
dea tenía existencia, es decir, donde está el Líbano
actual. Este hecho no podía desconocerse. Los nue­
vos agrimensores Ceballos y Arana toman en­
tonces como punto de referencia para el trazo
A r r ier o s y F u n d a d o r e s 65

de la población la casa que había construido Isi­


dro Parra. Rectifican medidas, amplían un poco
las calles, extienden el perímetro urbano, le dan
más espacio a la plaza, demarcan los solares y es­
cogen los sitios que se reserva el municipio para
la construcción de escuelas y demás edificios pú­
blicos. Están sentadas las bases para la ciudad fu­
tura. Dividieron el área de la población en 48 man­
zanas repartidas a manera de un tablero de aje­
drez por seis carreras y nueve calles, aquellas de
oriente a occidente, y éstas de norte a sur. Y deci­
mos que a manera de un tablero de ajedrez pol­
la perfecta simetría y la precisión del trazado. Con­
templada la ciudad desde una cualquiera de sus
colinas se puede apreciar la perfección del trazado
que llama poderosamente la atención a los visi­
tantes. La ciudad ha crecido, se ha duplicado el
número de sus calles y carreras, pero siguiendo
siempre la simetría de ángulos rectos, de manza­
nas perfectamente cuadradas que le imprimieron
David Cebados y Ramón María Arana. Las ca­
lles y carreras trazadas por ellos fueron bautiza­
das con dos nombres cada una, nombres que es
importante consignar en estas páginas, como un
recuerdo del Líbano de otras épocas. Son ellos:

Carrera 1®—La Guaira y Los Andes.


Carrera 2*—Arrayanes y Cumbal.
Carrera 3*—Bogotá y El Ruiz.
Carrera 4^—Aguador y La Copa.
Carrera —Padilla y Herveo.
Carrera 6*—Magdalena y San Juan.
Calle 1“—Virginia y Rosario.
Calle T —Betulia y Tauro.
66 E duardo S anta
>
Calle 3“—Tolima y La Moka.
Calle 4*—Sur y Norte.
Calle 5*—Río Recio y Lagunilla.
Calle 6*—La Granja y La Lorena.
Calle 79—Sebastopol y La Bonita.
Calle 8?—Tejos y La Ermita.
Calle 9“—Monserrate y Chimborazo.

La nomenclatura fue cambiada mucho después


en tal forma que las que antaño fueron calles hoy
son carreras y viceversa. Los números de ellas tam­
poco corresponden a los de hoy día porque con
las nuevas urbanizaciones, especialmente la de La
Moka, hubo necesidad de reajustarlas a la nueva
nomenclatura. Hoy por hoy el perímetro urbano
de la ciudad está dividido en más de sesenta man­
zanas. Pero bueno es recordar los nombres primi­
tivos de nuestras avenidas, nombres con los que
los agrimensores quisieron recordar montañas, ciu­
dades, ríos y mujeres.........
ISIDRO PARRA, E L FUNDADOR

O SERIA justo ni gallardo seguir adelante


sin decir quién fue esa recia personalidad de
Isidro Parra, hombre de lo más eminente de la
época, quien decidió cambiar un día el sable ni­
quelado por el hacha del colonizador y el brillo
deslumbrante y fugaz del avatar político por la
serena sencillez de la vida campestre.
Isidro Parra nació el 15 de mayo de 1839 en
la población antioqueña de El Peñol, del matri­
monio de José de Jesús de la Parra con doña Ja-
cobita de la Parra. El origen del apellido De la
Parra es muy antiguo, como que el primero que
lo tomó fue Rodrigo Valdés y Terán, caballero y
noble de la Corte de don Alonso el Quinto de
León, en la época de la Edad Media.
Tenía Isidro pocos años de edad cuando sus pa­
dres se trasladaron a la aldea de Manizales, re­
cién fundada en ese entonces, (1) atraídos por
esa fuerza irresistible de la colonización masiva.
Fue aquella la época dorada de la república en la

(1) M anizales fue fun dad a en 1848.


68 E duardo S a n t a

que un afán de conquista se apoderó del pueblo


antioqueño como si en él hubieran despertado
ciertos coeficientes raciales. En Manizales se ma­
triculó en la escuela pública que dirigía don Ne-
pomuceno Hoyos, pero apenas permaneció allí un
año para continuar su educación en la propia ca­
sa con una consagración y tenacidad ejemplares.
Al estallar la guerra de 1860 se alistó en los ejér­
citos del Gran General Tomás Cipriano de Mos­
quera, hizo la campaña en el Cauca al lado de su
padre, y merced a su clara inteligencia llegó a ser
uno de los secretarios del glorioso guerrero y es­
tadista.
Terminada la contienda con el triunfo de la revo­
lución radical, Isidro Parra, en lugar de aguardar
la recompensa por el servicio prestado, regresó a Ma­
nizales a tratar de rehacer su vida sencilla y austera.
El hogar era pobre, y la familia Parra iba crecien­
do paulatinamente. Sin embargo había que abrir
nuevos horizontes. Y un día los Parra decidieron
lanzarsé en busca de fortuna, como tantos de su
estirpe y penetraron a la selva en territorios del
entonces Estado Soberano del Tolima. Con ellos
va Isidro, mozo ya de veinticinco años. Y con su
iniciativa, su talento, su esfuerzo, dá vida a una
nueva ciudad. Funda entonces el Líbano, convir­
tiendo en aldea el desmonte que hasta ese enton­
ces habían realizado unos cuantos colonos. Más
tarde, al estallar la guerra tremenda de 1876 con­
tra el gobierno legítimo de don Aquileo Pa­
rra y extenderse la revolució.n a todo el país,
Isidro salió presuroso de la aldea a sumarse a las
fuerzas liberales, lo cual hizo en Lérida a las órde­
nes del General Daniel Delgado. Parra se presen­
tó al cuartel de este gallardo jefe con un grupo de
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 69

ciudadanos libanenses, entre quienes se encontra­


ban sus hermanos Joaquín, Luis, Mauricio y
Cristino. Este último contaba apenas 15 años
de edad y fue hecho prisionero en el Combate de
Garrapata y canjeado a los cuatro días siguientes.
El General Delgado proveyó a Parra de armas
suficientes y le ordenó regresar al Líbano para que
organizara un cuerpo que sirviera de centro de
observación sobre el Estado de Antioquia, por
cuanto se temía una invasión de fuerzas conserva
doras por aquel lado, como efectivamente sucedió
más tarde.
Cumplió Parra con fidelidad las órdenes reci­
bidas, organizó con sus propios recursos un bata­
llón de cuatrocientos hombres y estableció un es­
pionaje avanzado sobre Antioquia, en observación
de los movimientos del ejército comandado por
el general Marceliano Vélez, el cual se encamina­
ba presuroso hacia el Norte del Tolima.
En los primeros días de noviembre de 1876 y
por orden expresa del general Santos Acosta, quien
presentía por los informes recibidos la proximidad
de una batalla, el entonces coronel Isidro Parra se
movió del Líbano con su batallón y se incorpo­
ró al ejército que estaba acampado en Guayabal
y lugares aledaños. Al ser dictada la orden gene­
ral del ejército, el día 18 de noviembre, para la
batalla que debería librarse el 20 de los mismos
en el trágico campo de Garrapata, el batallón de
Parra fue bautizado con el nombre de Segundo
del Tolima y destinado por insinuación del gene­
ral Sergio Camargo al ataque por el ala izquier­
da. Fue tan heroica y decisiva la carga de Isidro
Parra en aquel pavoroso combate que sobre los es­
combros humeantes de la hecatombe, sobre los ca­
70 E duardo S a n t a

dáveres y las banderas rotas, fue ascendido a Ge­


neral de División y su conducta ampliamente elo­
giada por los jefes del liberalismo colombiano.
Más tarde, el 5 de julio de 1877, le diría Sergio
Camargo a Isidro Parra, en una hermosa carta,
lo siguiente: “A mi turno, permítame usted ase­
gurarle que jamás he olvidado ni olvidar podré al
valiente jefe y al ardoroso liberal que supo com­
partir conmigo los peligros de Garrapata, y que
ha dado después tantas pruebas de civismo en el
país .
Pasada la contienda concurrió Parra a la Con­
vención del Tolima reunida en 1887, la que se reu­
nió en Neiva y en esa ilustre corporación asom­
bró a los asistentes por sus grandes conocimientos
en economía y finanzas y fue él quien, en asocio
de Clímaco Iriarte, redactó el proyecto que sirvió
de base para la expedición de la Ley de Fomen­
to. Igualmente fue Parra el redactor de los Pro­
yectos sobre Código Fiscal y de Policía del Toli­
ma, cuyas bases subsisten todavía. En ese mismo
año fue nombrado Secretario de Gobierno del Es­
tado, cargo que él rehusó aceptar por motivos que
se ignoran, a pesar de la presión que la ciudada­
nía le hizo para que se vinculara a la Administra­
ción Pública. El 8 de noviembre el doctor Ignacio
Manrique, Presidente del Estado, se dirigía al ge­
neral Parra en estos términos: “Sentí mucho que
sus inconvenientes para venir a la Secretaría fueran
insuperables, pues contaba con un colaborador de
mi confianza, que me hubiera ayudado poderosa­
mente con su laboriosidad, decisión y amplitud, a
encarrilar el Estado por el camino de un positivo
progreso. Además, su presencia en el Gobierno le
habría dado mucha honorabilidad y habría alen­
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 71

tado la confianza en los gobernados de que sus


obras y garantía serían respetadas”. En tan alta es­
tima tenían los hombres públicos del país a este
insigne varón, honra y prez del pueblo antioqueño
que lo vio nacer. Conceptos similares a estos he­
mos encontrado en la nutrida correspondencia de
Isidro Parra con Manuel Murillo Toro, Santos Acos­
ta, Julián Trujillo, Aquileo Parra, Gil Colunge y
Sergio Camargo, es decir, con el alto Estado Ma­
yor de la inteligencia colombiana de aquel tiempo.
Porque, en verdad, Isidro Parra fue un hombre de
talla nacional, de amplio prestigio en todos los
círculos políticos, intelectuales y guerreros de la
república, aunque la desidia de los libanenses lo
haya condenado casi al olvido.
Isidro Parra, como militar, hizo una carrera bri­
llantísima; pero él, como Rafael Uribe Uribe, te­
nía más bien una irrevocable vocación para la paz,
para las faenas agrícolas y para el estudio de las
altas disciplinas del espíritu. Era un autodidacta.
Aprendió por su cuenta y llegó a dominar varios
idiomas, entre ellos el inglés, el francés y el alemán.
Hizo la traducción directa de este idioma de la
famosa obra “Manual de la Filosofía del Ser” de
Herrenchineider, la cual fue publicada y difundida
en 1877, siendo elogiosamente comentada por Ma­
nuel Murillo Toro, Gil Colunge y otros intelectua­
les importantes de su época. En noviembre de 1879
fue elegido Representante Principal al Congreso de
Colombia en reconocimiento a sus grandes dotes
intelectuales y a los servicios prestados al país; en
en 1881 la Asamblea Legislativa del Estado lo eli­
gió como Designado para ejercer el Poder Ejecuti­
vo de esta Sección y en 1882 fue nombrado Jefe
Militar del departamento. Posteriormente luchó con
72 E duardo S a n t a

bríos y pujanza en las contiendas del 85 y 95 en


defensa de sus firmes convicciones políticas.
Parra fue un intachable hombre de hogar y de
costumbres austeras. En 1865 contrajo matrimonio
con doña Cesárea Cebados y más tarde, fallecida
su primera esposa, en 1879 contrajo segundas nup­
cias con doña Ana Rosa Bruce. Fue un hombre
bueno, de bondad infinita; sencillo como el que
más y emprendedor sin par. Como datos curiosos
para entender la personalidad de este insigne pa­
triarca diremos que en la guerra de 1895, tenía sus
tropas acampadas en el “Alto de San Juan”, a un
cuarto de hora del Líbano. Y como su noble espo­
sa y sus hijas desde la población le enviaran fiam­
bre o comiso, por considerar que la comida del cam­
pamento era deficiente y mal sazonada, el General
la devolvía intacta a su casa, indignado, porque
decía que un general debe dar ejemplo en todo a
sus soldados y enseñarles a ser sufridos y abnega­
dos y que, por lo tanto, no debía recibir una ali­
mentación diferente a los que ellos comían. Parra
era sobrio en extremo y si alguna norma filosófi­
ca profesó en su vida fue la de los estoicos, con
aquella hermosa sentencia de que “no eres más
porque te alaben, ni menos porque te vituperen”.
Por eso fue incorruptible al elogio y fuerte ante la
adversidad. Prefirió, pese a sus grandes talentos, ale­
jarse de los círculos políticos y burocráticos y en
ocasiones llegó a declinar puestos de gran respon­
sabilidad y prestancia. Jamás reclamó recompen­
sas ni prebendas como pago a sus servicios ingen­
tes a la patria. Cuando solicitaba algún favor de
sus influyentes y poderosos amigos del gobierno,
lo hacía para terceras personas o para su aldea, co­
mo por ejemplo cuando le pidió a Sergio Camargo
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 73

hacer algo por las viudas y huérfanos de los sol­


dados muertos en Garrapata, o cuando solicitó al
Presidente Aquileo Parra una oficina de correos pa­
ra el Líbano. Quizás por ese desinterés a toda prue­
ba los grandes del Olimpo Radical solicitaban su
consejo sabio y prudente.
Otro de los rasgos sobresalientes de la persona­
lidad de Isidro Parra fue un espíritu eminentemen­
te humanitario, que lo hizo padre de todos los des­
validos y el protector de las gentes menesterosas.
En el establecimiento agrícola que fundó, sembró
muchas sementeras destinadas a servir de despen­
sa a todos los pobres del Líbano, quienes tenían la
autorización de tomar de ellas lo que les fuera me­
nester; si fallecía una persona pobre, don Isidro,
como cariñosamente se le llamaba en su aldea, cos-
\ teaba el entierro, ayudaba a conducir el cadáver
' hasta su última morada, y luego seguía velando por
! la esposa y los hijos; en su presupuesto familiar
¿! destinaba una buena suma para la educación de
los niños pobres y en su casa se daba alimentación
1 a los que en la propia no tenían sustento; suminis­
traba los vestidos para esos mismos niños que así se
veían protegidos contra la desnudez; ayudaba a sus
propios enemigos o adversarios políticos con sus po­
derosas influencias; se regocijaba pagando una ofen­
sa con un servicio; perdonaba los agravios y en su
corazón jamás se anidó el rencor; viajaba por los
caminos solitarios con un machete como única de­
fensa y explicaba que no cargaba arma de fuego
porque con su machete “podía defenderse de los
salteadores sin hacerles mayor daño”.
Esa infinita bondad la había heredado el Gene­
ral de su madre, la gran matrona doña Jacobita Pa­
rra de Parra. De esta dama esclarecida se cuenta
74 E d u ard o S a n t a

la siguiente anécdota: en Murillo, la población que


fundara cerca al nevado del Ruiz el ciudadano Ra­
món María Arana, vivía don Joaquín Parra, hi­
jo también de doña Jacobita. Un día recibió la no­
ticia tremenda de que ese hijo también había sido
asesinado por un sujeto de apellido Hincapié.
El dolor que causó este acontecimiento en el cora­
zón de esa madre nobilísima debió ser verdadera­
mente intenso. Al cabo de tres o cuatro días fue
traído de Murillo el criminal que debía ser condu­
cido a Ambalema, lugar donde estaba el Juzgado
al cual correspondía conocer del delito cometido.
Hincapié era un hombre mal vestido, sin recur­
sos económicos de ninguna naturaleza y quizás
por el remordimiento de haber cometido el ho­
rrendo asesinato o por los malos tratamientos de
sus guardadores, llegó flaco y demacrado a la cár­
cel del Líbano. Doña Jacobita al saber que el ase­
sino de su hijo había sido conducido a la pobla­
ción, de paso para Ambalema, solicitó permiso pa­
ra verle. El permiso le fue concedido inmediata­
mente. Y la noble matrona llegó a la cárcel —ante
el asombro de todos— con abundante comida pa­
ra el criminal, con varios vestidos que habían per­
tenecido a sus hijos sacrificados, con dinero, al­
pargatas, y entregando todo ello al sorprendido
presidiario le dijo: “Hincapié, solo pido a Dios que
tanto la justicia Divina como la humana sean cle­
mentes con usted y le perdonen, como yo ya lo he
perdonado. Vaya en paz”. Así castigó esa admira­
ble mujer al que le había arrebatado a uno de sus
hijos más queridos. Bello ejemplo este de espíritu
cristiano que pone muy en alto las virtudes de la
mujer colombiana, capaz también de escribir con
sus actos páginas dignas de aquellas mujeres que
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 75

la historia romana nos señala como dechados de


abnegación.
A esta estirpe pertenecía el fundador del Líba­
no. Su vida se extinguió trágicamente el día 17 de
marzo de 1895 cuando, en forma aleve y cobarde,
fue asesinado. Cuentan que su cadáver fue desnu­
dado, que con él cometieron fechorías incalifica­
bles y que fue conducido al Líbano amarrado de
pies y manos a un leño. En la plaza perriianeció
horas enteras a manera de escarnio público hasta
que manos caritativas le dieron sepultura en algún
lugar de la aldea. (1)
Era alcalde cuando tales cosas sucedían el se­
ñor Juan de Jesús Rengifo. Movidos por la cu­
riosidad de saber quién era este sujeto que sien­
do la primera autoridad política y administra­
tiva de la aldea permitía la profanación al cadá­
ver de un meritorio patricio, hemos tropezado con
el testimonio escrito de Tubo Arbcláez, quien en
su interesante y bien documentado libro “La gue­
rra de los tres años” (páginas 96 y 97) nos dice:
“Por lo demás, muchas otras personas desconoci­
das han venido a visitarnos (a la cárcel), especial­
mente por la curiosidad de conocer al general Pu­
lido. Entre estos recordamos a Juan de Jesús Ren­

ta) En el solar de la casa de uno de los parientes por


no haber perm itido el párroco darle cristiana sepultura.
En 1914 cuando fue dado al servicio el Cementerio Laico,
los restos m ortales del G eneral P a rra fueron llevados a
ese sitio. Hoy esperan aún que el Líbano los honre depo­
sitándolos en el monumento que reclam a la gloria del
Fundador. A propósito del Cem enterio Laico, fue creado
m erced a los esfuerzos de C ristino Parra, A lejan d ro P a ­
lacio Botero y otros enm inentes ciudadanos. (E scritu ra
pública núm ero 446 del 1? de octubre de 1914). E l prim er
sepultado en este sitio fue G erardo M ejía. A llí tam bién
fueron sepultados A lejan d ro Palacio Botero, Antonio Us-
cátegui (“R odín” ) y otros distinguidos servidores públicos.
76 E duardo S a n ta

gifo, (general) por la manera como llegó y se


anunció en el salón. De pie en el umbral de la
puerta, apoyada en la mejilla la mano izquierda,
se dirigió al general Pulido, con voz un tanto
aguardentosa, y las siguientes textuales palabras:
‘-¿'Pero, general, cómo han hecho Uds. para llegar
vivos hasta aquí? Nosotros no cargamos prisione­
ros” . Después, acercándosele, agregó: “Marín tam­
bién se jodió ya; aquí está su binóculo” y en efec­
to, traía como un trofeo el del uso, con marca do­
rada, que le conocimos al expresado Jefe liberal....
Ese tipo vulgar, a quien principalmente se atribu­
ye el asesinato del General Isidro Parra, el 15 de
marzo de 1895, antes de dirigirse a ninguno, y se­
ñalándonos con el dedo, le preguntaba al sargen­
to de guardia que le servía de Cicerone, por el
nombre del gallaardo y digno Jefe. Posteriormen­
te hemos sabido que fue este Rengifo el perro de
presa de Perdomo, en la persecusión de las fuer­
zas del General Marín; que no se escapó con vida
ni uno solo de los perseguidos que cayeron en sus
manos, y que el binóculo de Marín fue a su poder,
porque se lo avanzó al Coronel Delfín Torres, que
cayó prisionero y se salvó milagrosamente, sin du­
da porque el contenido de sus equipajes, en los
cuales iban los haberes de la fuerza de que fue
cumplido y honrado pagador, detuvieron por el
momento la sed de exterminio de Rengifo, y lue­
go, después de incontables padecimientos, cayó el
prisionero en poder de otros Jefes más humanos,
quienes, por amistad personal y conociendo las
prendas morales del Coronel Torres, obtuvieron
el perdón de su vida, y más adelante su liberación
con fianza”.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 77

Finalmente, también es interesante conocer lo


expresado por el eminente jurista conservador doc­
tor Enrique Ramírez, padre de Augusto Ramí­
rez Moreno, en relación con el asesinato del Ge­
neral Isidro Parra. En vibrante página que fue
recogida por el doctor Ramírez Moreno y publi­
cada en “El Libro de las Arengas” (páginas 292
a 295) dice así el doctor Enrique Ramírez: “En
todo el Tolima se sabe, y fuera de allí en muchas
partes, que el señor General Isidro Parra murió
asesinado; pura y simplemente asesinado. Este be­
nemérito ciudadano, interesantísimo por su hon­
radez, por su laboriosidad, por su buen corazón,
por su modo como jefe de familia, por la inago­
table largueza con que veló por el Líbano, bella
y próspera población tolimense, fundada y hecha
emporio por colonizadores antioqueños; el Gene­
ral Parra, vuelvo a decir, tomó armas en la últi­
ma guerra y contra el sistema reinante. Bastantes
gentes lo siguieron porque era hombre prestigio­
so y singularmente querido en la Cordillera. Ape­
nas se avistó con el Jefe nacionalista, coronel Juan
Nepomuceno Gutiérrez, como Parra creía que se
trataba de guerra de libres contra tiranos, y que
la oposición encabezada por el señor Marceliano
Vélez debía andar en el movimiento, propuso ar­
misticio a su enemigo, fundado especialmente en
que podrían estar pronto de acuerdo, pues aquella
alma honrada, patriota y ajena al exterminio, solo
aspiraba a que se trocara el absolutismo en armo­
nía política que encajara en la república. Su as­
piración era apenas ayudar a que, sin sacrificios,
se verificara un cambio que respondiera a sus no­
bilísimos ensueños. El combate del Papayo gana­
78 E duardo S a n t a

do por el Gobierno del Tolima y que puso fin a


todo peligro de la causa, mató la guerra de aque­
lla Sección de la República y poco después el Ge­
neral Parra depuso las armas, pasado un ligero
combate en Riorecio, y se arrinconó por allá en es­
cueto rancho de las montañas del Líbano. No os
aseguro que algún denuncio de malaventurados
enemigos o agentes del nuevo Gobierno del To­
lima hubieran hecho la gracia de señalar el pa­
radero del ciudadano Parra. Es lo cierto, es lo efec­
tivo, es lo evidente que murió el 21 de marzo de
1895, en su agreste vivienda, sin oponer resisten­
cia; y es sabio asimismo que murió sin causa y
traidoramente. ¿Quién lo mató? Una comisión fu­
llera, restauradora de crímenes con sed de haza­
ñas que agradaban a la parte oficial, y que salió en
busca de Parra por montañosos senderos, segura
de hallar presa de muchísimo valor. La comisión
iba comandada por Luis Arango, formaba parte
del Batallón Hilachas —hasta el nombre hace ar­
monía!— y la despachó Juan de Jesús Rengifo, al­
calde del Líbano! Este Rengifo fue antes dignísi­
mo Mayordomo de X.X., en su señorío de “La Yu­
ca, pasó a miembro importante del Estado Mayor
que aquel Jefe llevó a la Costa cuando fue a de­
fendernos por ese lado, y hoy es Jefe Municipal
de Ibagué. Arango, que fue también quien direc­
tamente hizo fuego por debajo del zarzo donde
dormía el General, según datos que tengo en el
bolsillo, y tan de cerca que le quemó la ropa a un
compañero de Parra, Arango, repito, recibió zale­
mas del señor Pacificador, un ascenso militar y
una suma de dinero por sus bélicas hazañas” .
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 79

Estos párrafos transcritos anteriormente, escritos


por un distinguido conservador, y publicados por
el doctor Augusto Ramírez Moreno en su obra
“El Libro de Las Arengas” hacen parte del bri­
llante alegato que el doctor Enrique Ramírez le­
yó ante la Corte Suprema de Justicia en 1896.
LA S COSTUM BRES Y LA VIDA RELIGIOSA

Y A T IEN E N los pobladores un título en el


bolsillo y no temen que nadie venga mañana
a perturbarles su propiedad con pleitos, ni códigos
ni títulos anteriores. Y la aldea también tiene sus
calles anchas, trazadas por manos expertas, bien dis­
tintas a aquellas callejuelas estrechas trazadas pro­
visionalmente por los fundadores. No se les podía
exigir más a estos hombres probos, que tenían un
gran espíritu público pero que de ingeniería y de
urbanismo entendían muy poco.
También dispone la aldea de un lote grande en
el marco de la plaza para que en él levanten los
pobladores una iglesia con esquila y espadaña. Los
fundadores en su mayoría son librepensadores y
hasta espiritistas, pero eso no obsta para que el
pueblo tenga su iglesia y su pastor. Son gentes am­
plias, no le temen a las ideas, saben tolerar las
creencias ajenas. Que cada cual crea lo que quiera
respetando el pensamiento del adversario, y que
obre con sinceridad y buena fe en los actos de su
82 E duardo S a n t a

vida pública y privada. Esto es lo importante. Los


hombres, al fin y al cabo, no valen por lo que pien­
san y prediquen sino por lo que hagan. Obrar
bien, cualquiera que sea la filosofía que inspire ese
obrar, es lo que constituye la virtud. O será que
vale más predicar el bien y obrar en discordia con
con la prédica? “Mores, non verba” decían los ro­
manos. Y en prueba de esta generosidad de pen­
samiento, de esta línea de conducta de tolerancia,
esos librepensadores con Isidro Parra a la cabeza,
emprenden la obra de la construcción del templo,
para que sus hermanos los católicos puedan ren­
dir sus ofrendas al Dios de sus ideas. Ellos saben
que el peor de los vicios, el verdadero pecado ca­
pital, es la intolerancia. Esto lo sabe Isidro Parra.
Y es él quien, para dar el primer ejemplo de ampli­
tud mental, obtiene el envío de un sacerdote pa­
ra su aldea. Se emprenden entonces los trabajos
de construir una modesta capilla, en el mismo si­
tio que más tarde ocupará la iglesia de severa ar­
quitectura. Todo es humilde en ella. Paredes de
bahareque, tejas de madera recortada, varios ta­
buretes desvencijados y, a manera de altar, una
pequeña mesa que obsequió alguno de los ricos
feligreses. La construcción se inició en 1.870 con
el apoyo unánime de los pobladores. Para su inau­
guración hubo misa solemne oficiada por el pa­
dre Medina. Se echaron sus pequeñas campanas
al vuelo y las gentes estrenaron vestuario ese día.
Las familias más distinguidas se dieron el lujo de
llevar catrecillo o reclinatorio, camándula y libro
de oír misa. Las damas prestantes colocaron un
clavel rojo en la solapa de los caballeros, repartie­
ron sonrisas y solicitaron monedas para comprar en
A r r ier o s y F u n d a d o r e s 83

Honda o en Bogotá una pequeña imagen de la


Virgen del Carmen. (1).
Desde entonces la iglesia empezó a convertirse
en el eje de la vida aldeana y la liturgia fue un
poderoso aglutinante social. Las procesiones, la
pólvora y todo el aparato ceremonial fue motivo de
regocijo para los pobladores. De un regocijo pro­
fundo, ingenuo y delicado.
En 1874 se realizó la primera visita pastoral a
la población, que pertenecía a la arquidiócesis de
Bogotá. El sabio prelado Vicente Arbeláez, quien
llegó al Líbano el 22 de junio de aquel año, debió
ver aquella capilla tan humilde y destartalada,
que escribió en el auto de la visita lo siguiente:
“Mandamos pues, que como requisito previo para
la creación de la parroquia, se construya una igle­
sia sólida, decente y capaz, consultando las reglas
que hemos dado en nuestras constituciones sinoda-

(1) Sólo hasta 1877 se empiezan a registrar nacim ientos


y defunciones en la aldea. V eam os los dos prim eros: “N a­
cim iento, C elina P arra, h ija de Isidro P arra. En la aldea
del Líbano el 1* de ju lio de 1877 .compareció ante m í el
infrascrito Secretario de la Ju n ta A dm in istrativa el señor
Isidro P arra y dijo: Que el 3 de enero del presente año
su esposa C esárea C eballos dio a luz una niña a la que
dieron por nombre Celina. A buelos paternos son: Je sú s
y Ja c o b a P a rra y los m aternos son Antonio Ceballos y
M aría de Je s ú s G iraldo; que no había hecho asentar esta
partida a causa de que aún no se había abierto el libro
respectivo de acuerdo con la s disposiciones legales, pero
que él había dado parte a la autoridad de dicho nacim ien­
to. Firm o ante los testigos A lvaro Ram írez, Ju stin ian o R o­
dríguez y Ju a n B. Vélez. Fdos. Isidro P arra, A lvaro R a ­
mírez. Testigo, Ju a n B au tista Vélez; testigo, Justin ian o
Rodríguez: testigo, el Secretario M unicipal, R. M. A ran a".
“Defunción. En la aldea del Líbano a 1? de ju lio de 1877
ante mí el infrascrito Secretario de la Ju n ta A dm in is­
trativa com pareció el Secretario de la policía de M orro-
negro y dijo: Que Cornelia Calderón apareció m uerta el
30 de junio últim o y que se le hizo reconocer por perito
que declaró m urió de m uerte natural. Firm a con testigos
ante mí. Se hace constar que m urió intestada. Testigos.
Ju a n B. Vélez. Ram ón M aría A rana, Secretario M unicipal” .
84 E duardo S a n ta

les”. Pero a pesar del mandato del prelado la capi­


lla continuó allí, con su pobreza proverbial, hasta
el año de 1904, época en la cual fue demolida a
fin de ser reemplazada por una iglesia más am­
plia y decente. La construcción del nuevo templo
fue muy lenta. En 1906 el padre Heliodoro Perdo-
mo colocó y bendijo la primera piedra. El 16 de
febrero de 1909 visitó la población monseñor Is­
mael Perdomo, en ese entonces obispo de Ibagué,
y escribió en el auto de la visita lo siguiente: “En
vista de los pocos recursos de que disponen los fie­
les de esta población por el actual estado de mise­
ria en que ha caído, y teniendo en cuenta por otra
parte, la necesidad urgente de eregir canónicamen­
te la parroquia del Líbano, mandamos que lo más
pronto que sea posible y sin esperar la terminación
del nuevo templo, se nos dirija un memorial de
acuerdo con la circular, para pedir la erección de
la parroquia”. (1).
Decíamos anteriormente que las ceremonias re­
ligiosas constituyeron quizás la única expansión
sana del pueblo durante fines del siglo pasado y
principios del presente. Y ello es verdad. Los al-

(1) El nuevo templo, hermoso en su construcción, qu e­


dó term inado por completo hacia 1920. M uchas reform as
se hicieron con posterioridad, casi tod as ellas por el asp ec­
to decorativo. L a últim a reform a im portante que se le hizo
consistió en el cam bio de cam panas. El padre Jo sé Rubén
S alazar, gran inteligencia y vivo dinam ism o, hizo traer
de la ciudad de Lyon, en F rancia, tres colosales cam panas
de v arias ton eladas de peso, quizás la s m ás gran des que
hayan llegado al país, en el año de 1949. El diám etro de la
m ayor de ellas difícilm ente podía ser abarcado por tres
personas y su altura era superior a la de un hom bre de
cuerpo regular. P ara poder sosten erlas hubo necesidad de
construir altas y fuertes form aletas de acero. Y esas cam ­
pan as ardieron, como si fueran de cartón, b ajo la acción
de las llam as que redujeron por completo a escom bros el
bello tem plo el 3 de enero de 1954. Ha sido este el in ­
cendio m ás pavoroso que haya sufrido el Líbano. Fue un
A r r ier o s y F u n d a d o r e s 83

deanos repasaban ansiosos el almanaque para ver


cuántos días o semanas faltaban para una Semana
Santa, para una Navidad, un San Pedro o un Cor­
pus. Y el día de la festividad se daban cita en la
plaza miles de aldeanos procedentes de varias co­
marcas. Venían desde apartados lugares cargando
con la mujer y la prole, el perro guardián de la
heredad y el tiple compañero. Cerramos los ojos
y automáticamente se nos representa en Ja ima­
ginación aquel abigarrado conjunto de hombres y
mujeres que invadían la plaza y tomaban el pue­
blo como por asalto, desde las propias vísperas de
la solemnidad. El panorama popular tenía una va­
riedad exhuberante. Remangado el pantalón, casi
hasta la rodilla, y salpicado por el barro de los cami­
nos, los hombres lucían en sus cuellos sudorosos el
clásico pañuelo “rabuegallo”. De todo había allí.
Lujosos carrieles de nutria, tiples adornados con an­
chas cintas rojas o azules o por delicadas borlas de
lana; amplias enaguas de colores detonantes, paño­
lones y rebozos, manteletas y sombrillas de un ver­
de pálido o de un solferino encendido; talegos con
trastos y comisos; zurriagas de fuerte guayacán y

espectáculo sobrecogedor ver arder durante m uchas horas


aquella iglesia de cuaren ta o cincuenta m etros de altura;
ver cómo se iban derribando sus torres y desplom ando sus
p aredes de m adera de cedro, ante el siniestro resplandor
que cubría varios kilóm etros a la redonda. L a s cam panas
se derritieron como débiles ju gu etes de celuloide y so la ­
mente quedaron de ellas, esparcid as por el suelo caliginoso,
pedazos retorcidos del m etal.
Pero m ás tardó en incendiarse el templo que los libanen-
ses pen sar en construir uno nuevo y superior al d esap are­
cido. Sobre los escom bros -se em pieza a trab ajar. El arq u i­
tecto B raden hace los planos de una verdadera catedral
estilo gótico, presupuestado en m ás de un millón de pesos,
y la ciudadanía em pieza a ver levan tarse aquella mole m ag­
nífica. El nuevo templo que se construye guarda una gran
sem ejanza con la C atedral de Milán, gu ardad as las ju sta s
proporciones.
86 E duardo S a n ta

alpargatas que dejaban sus huellas estriadas sobre el


barro de la plaza; gallinas y pavos para el cura; som­
breros de fieltro y paja; banderolas de azul y gual­
da; cabalgaduras amarradas al mango de la plaza y,
sobre ellas, las famosas monturas de mujer, con cuer­
no al lado, para que las matronas pudieran soste­
nerse sin peligro. Algún gramófono chillaba sobre
una mesa de cacharro ante el asombro y el temor
de los campesinos. Risas, saludos en alta voz y al­
guna que otra riña de compadres que terminaba,
ipso facto, cuando los alguaciles intervenían con sus
horquetas de madera, para separar con ellas a los
belicosos feligreses. En la plaza los famosos toldos
de las tiendas ambulantes desafiaban el viento co­
mo si fueran velámenes de diminutas y primitivas
embarcaciones. En carretillas acondicionadas se ven­
día la forcha, el masato, los caramelos y demás go­
losinas. Por lo general el juego de ruleta, con su inol­
vidable marcador de madera en forma de serpiente,
era colocado estratégicamente frente a la iglesia. Por
solo dos centavos los habitantes podían probar la
suerte y los afortunados —si los había— salían con
sus bolsillos llenos de confites, canzuisos, bombones
y chocolatas. Cuando el sol calentaba muy fuerte
se corría el peligro de que esos barriles de forcha
estallaran con estrépito, rompieran los zunchos ajus­
tadores y lavaran con su contenido blanco y espeso
a los curiosos que se arremolinaban a oír la clásica
oratoria de algún vendedor de específicos que delei­
taba con una serpiente inofensiva enrollada al cue­
llo. Había también cacharros en abundancia, ven­
tas de plantas medicinales y muchas fritangas que
le daban sabor y olor al ambiente y teñían de hu­
mo buena parte del alegre cuadrilátero. Tampoco
podía faltar la música delicada de algún organille­
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 87

ro, con caja de loros que adivinaba la suerte en pa­


peletas, verde para los caballeros y rosado para las
damas, que venía de alguna provincia distante a
la manera de los trovadores medioevales. Ni el can­
tante de canciones sentimentales que a la vez ven­
día “la historia de la mujer que se volvió muía”.
Ni el vendedor de aguas dulces, coloreadas de ani­
lina, que ensordecía con este conocido estribillo:

A ver. . . a ver, los frescos!


L a p in a p a ra la niña,
la mora p a la señora,
la m enta p a la sirvienta,
y el lim ón p a l c o razó n !. . .

Y a renglón seguido, aunque nadie hubiera frente


a su mesa o a su carretilla, gritaba desaforado: “A
v e r.. . a todos les vendo. Sí, señor; a todos les vendo
pero no me acosen ni me tumben la mesita!” Allí
vemos también al indio “Rondín” vendiendo sus
pomadas, tónicos y jarabes y haciendo gala de su elo­
cuencia tribunicia; un poco más lejos a don Baldo­
mcro, apodado el “Gobernador del Callejón”, ven­
diendo frutas debajo de su típica tolda y ataviado
de clásico chaleco verde y sombrero barnizado de
blanco y rojo; al “mono Pirulí” vendiendo espu­
meantes vasos de forcha, dulces y helados raspados.
Allí, en aquel ambiente de jolgorio, esperaban los
aldeanos la salida de la procesión, que a veces tar­
daba varias horas. Entre tanto se quemaba pólvora
y los cohetes, requintos y voladores llenaban de es­
trellas diminutas el cielo azul y ensordecían la aldea
con su monótona explosión. Los niños y aún los
adultos corrían detrás de la varilla próxima a ate­
rrizar y a veces formaban verdaderos combates de
88 E d u ard o S a n t a

puño y zancadilla para obtener el codiciado arte­


facto. Las campanitas de cobre, fabricadas con las
olletas y las pailas fundidas que habían regalado al­
gunos feligreses, daban sus esporádicos repiques pre­
monitorios. Y por fin . por fin salía la procesión,
y el cura bajo el palio y los monaguillos con los des­
vencijados sahumerios, y el sacristán impartiendo
órdenes que sumisamente eran cumplidas por los
fieles. Este era el momento más solemne. Los cam­
pesinos, que habían llegado desde la víspera, se qui­
taban respetuosamente sus sombreros, y hasta sus
ruanas que, según la clásica definición antioque-
ña, “es un cuadro de tela provisto de un ojal en la
mitad que se abotona con la cabeza”.
Como la iglesia era demasiado escasa en imagine­
ría, durante el siglo pasado y primeras décadas del
presente los aldeanos celebraban la Semana Santa
“ a lo vivo”, haciendo una presentación escenificada
de la Pasión de Jesucristo. Nuestras calles tapizadas
por el pasto o por un fino predusco, veían desfilar
a los personajes más conocidos haciendo el papel
de Jesús, de Judas Izcariote, del apóstol Juan, de
Mateo, de Pedro, de María de Nazareth, de María
Magdalena, del Cirineo, etc. Esta forma de cele­
brar una de las más grandes y significativas festi­
vidades de la liturgia cristiana a veces tenía sus pe­
ligros porque algunos campesinos tomaban muy en
serio la comedia y en alguna ocasión quisieron lin­
char al buen Judas que era un sencillo y católico
barbero, en el preciso instante en que le daba el beso
traidor al Rabí de Galilea. Otras veces se excedían
en los azotes a Jesús motivando las protestas de és­
te, en forma poco comedida: “ ¿qué es la vaina ca­
rajo . Usted está tomando en serio esta vainita?".
A r r ier o s y F u n d a d o r es 89

De otra parte, los personajes solían quedar para


toda la vida con el nombre evangélico con los cua­
les eran bautizados para esas simpáticas representa­
ciones. Hasta no hace mucho tiempo sobrevivían
algunos actores de esa dorada época de candidez y
de añoranza. Conocimos al sencillo Eladio Céspe­
des, más conocido con el nombre de “Pondo Pila-
tos”, quien tenía en el marco de la plaza, al pie de
un famoso mango que fue derribado en 1935, una
curiosa venta de guayacanes, piedras de amblar, yer­
bas medicinales, cancioneros y novenas a San Anto­
nio. Y también recordamos en los primeros años de
nuestra infancia al cacharrero “Caifás” y a “San Pe­
dro” cuyos verdaderos nombres de la vida civil no
hemos podido recordar.
Más tarde fueron adquiridas muchas imágenes, al­
gunas de ellas hechas en España, y las Semanasan-
tas “a lo vivo” pasaron al rincón de los recuerdos.
Fueron abolidas por completo. Recordamos entre la
estupenda imaginería de la iglesia del Líbano un
Santo Sepulcro y un Cristo de Limpias, tallados en
madera, hechos con suma perfección y que le hu­
bieran hecho honor a cualquier iglesia del mundo.
Todas esas bellas imágenes talladas por famosos
imagineros españoles e italianos, fueron consumidas
por el fuego en el incendio de enero de 1954.
La vida religiosa era el centro social de la aldea.
El aglutinante social por excelencia. Ella, con su li­
turgia, venía a romper la agobiante monotonía al­
deana. Por eso quizás, las fiestas religiosas eran es­
peradas con impaciencia.
Antes de finalizar el siglo llegaron a la aldea una
serie de individuos dinámicos y emprendedores que
continuaron la labor de Isidro Parra. Entre ellos es
justo mencionar a don Alvaro Ramírez, a don An­
90 E duardo S a n t a

ionio Ferreira y a don Alejandro Palacio Botero,


de quienes hablaremos más adelante.
En 1870 llegó el primer médico de que se tenga
noticia en los anales de la aldea. Fue este el doctor
Gabriel Nieto Luna, natural de Cali. Había hecho
sus estudios de medicina en Popayán y posterior­
mente había contraído matrimonio con doña Dolo­
res Satizábal. El doctor Nieto Luna prestó grandes
servicios a los primeros pobladores. Murió en la ha­
cienda de “La Selva”, a pocos minutos de la aldea,
el 18 de julio de 1896. Tras el doctor Nieto Luna
llegaron en 1894 el doctor Gabriel Duran Borda y
en 1896 el doctor Marco Mambio Tirado. Más tar­
de, a principios de siglo, llegaron los doctores Pa­
blo Bohórquez, José del Carmen Parra, Miguel Ar-
beláez, Carlos Crispino y Víctor Londoño. A este
último, especialmente, le debe el Líbano no solo sus
invaluables servicios profesionales sino muchas obras
de progreso. Fue el doctor Londoño un caballero a
carta cabal, un médico humanitario y un ciudadano
ejemplar. La primera farmacia, o botica como se
decía en ese entonces, fue la de don Carlos Lobo-
Guerrero, otro eminente ciudadano, filántropo y pa­
triota, quien llegó al Líbano hacia 1896. Don Car­
los pertenecía a una de las familias de más alta pro­
sapia de la capital de la República. Era hijo del emi­
nente jurista Manuel Lobo-Guerrero, magistrado de
la Corte Suprema de Justicia, y tenía el gran orgu­
llo de llevar en sus venas la misma sangre del gene­
ral Hermógenes Maza y Lobo-Guerrero, procer de
nuestra independencia nacional. Estudió medicina
en la entonces Escuela Nacional de Bogotá, pero
aunque terminó sus estudios no le fue dado gra­
duarse por motivos ajenos a su voluntad. Vino al
Tolima y se vinculó a él amorosamente. Estableció
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 91

farmacias en Lérida y Líbano. Hombre sencillo,


cordial, bondadoso y humanitario, todavía se le re­
cuerda con cariño. Murió en abril de 1931 y su
desaparición constituyó un verdadero duelo para el
Líbano, donde dejó la semilla de su sangre hidal­
ga y el ejemplo de su vida austera y patriarcal.
ESPIRITISMO, TEOSOFIA Y ESPANTOS

I X ACIA el año 1900 Líbano ya tenía todo el


aspecto de una aldea importante. La lucha
contra la selva ya había terminado. Contaba la pobla­
ción con más de trescientas casas de madera y baha-
reque, una plaza amplia en donde se efectuaban
los mercados sabatinos, con pileta ornamental al
centro, y calles con pocetas para la provisión de
agua por parte de los aldeanos. Había también un
buen número de establecimientos artesanales, espe­
cialmente herrerías, peluquerías, carpinterías y zapa­
terías; una modesta capilla para oir misa los domin­
gos; un cementerio y algunos establecimientos co­
merciales. La Junta Administrativa que venía fun­
cionando con regularidad desde 1865 había logrado
construir muchos caminos de herradura hacia todas
direcciones.Además contaba la aldea por aquel en­
tonces con más de mil quinientos habitantes y ya
tenía la categoría de municipio, desmembrado de
Lérida (1).

(1) L a población del Líban o en 1910. — “L a provincia


del Líban o se compone de seis m unicipios con una p o b la­
ción de 42.000 habitantes, b ajo la menor apreciación. Los
04 E duardo S a n t a

Las costumbres por aquel entonces eran austeras,


la vida monótona y se carecía de la noción del tiem­
po. Los relojes eran esi asos, artículo de lujo, y cuan­
do era menester calcular la hora el sol y las som­
bras eran la mejor medida. Como dijimos antes, la
vida religiosa era la única que rompía la monoto­
nía y el tedio. Como es de suponer no había ilumi­
nación nocturna en las calles y dentro de las casas
era la vela de parafina, coronando el pico de un
frasco o de una botella, el medio más usual de hacer
luz. Las visitas eran más frecuentes que hoy día pe­
ro ellas se hacían por lo general entre vecinos. En
ellas se tejía el chisme, se tomaba chocolate y se ju­
gaba la “lotería cantada”, el trique o el parqués.
Tal vez el juego más apetecido era el primero y
también el que exigía más ingenio y agilidad men­
tal, porque cada ficha requería una copla de la co­
secha personal. La persona que “cantaba la lotería”
siempre era cuidadosamente seleccionada en aten­
ción a sus calidades de locuacidad y capacidad para
versificar. Y el agraciado gritaba con gran serie­
dad y sonsonete, a medida que iba sacando las an­
siadas fichas: “El martillo tiqui-taque, que hay cla­
vos para que saque” ; “La sombrilla protectora, de la
tía Pastora” ; “El perro late que late, esperando el
chocolate” ; “El carro de la basura, que viene misiá
Resura” ; “La manzana de Susana, si no te la co­
mes hoy te la comerás mañana” . . . Y entre risas,

m unicipios son como sigue: Líbano, tiene 15.000 habitantes;


V illaherm osa, 6.000; C asabianca, 4.000; Soledad, 6.000; F r e s­
no, 8.000; y San ta Isabel, 3.000. Entre las v arias e im por­
tan tes industrias agrícolas de esta provincia, llev a el p ri­
m er puesto la cafetera. L a cafetera ha alcanzado un h a la ­
güeño pie de existencia y cuenta hoy, poco m ás o menos,
15.700.000 cafetos que se cuentan así: Líbano, 9.000.000 de
árboles, de los cuales hay 5.000.000 en producción” . (Toma­
do de “El Líbano”, mayo 1? de 1910).
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 95

cogidas de mano, guiñar de ojos, etc., discurría el


juego a la luz de varias velas o, cuando más, de una
lámpara de petróleo en las casas elegantes.
Otros juegos como el escondite, la gallinaciega o
el banquillo requerían más intimidad y confianza
entre los visitantes. “El banquillo” o juego de los
secretos a veces acarreaba disgustos y enemistades
porque en él se ponían a flote los chismes de la pa­
rroquia o los defectos físicos y morales del .senten­
ciado. El “Verdugo” recogía en secreto los cargos
contra la víctima. “ ¿Por qué estoy en el banquillo?”,
preguntaba ésta. Y el verdugo soltaba el chisme en­
tre la explosión de carcajadas o el asombro de mu­
chos: “Porque eres infiel a Genoveva”. Volvía a
preguntar el ajusticiado: “ ¿Por qué estoy en el ban­
quillo?”. Y venía la otra bomba a manera de un
poderoso disolvente: “Porque le debes cinco pesos a
don Pascual desde hace catorce meses .. ” Bonita
manera de cobrar una deuda. Otras veces eran los
defectos o peculiaridades físicas ocultas las que sa­
lían a flote en aquel juego, válbula de escape de los
rencores y rivalidades: “ ¿Por qué estoy en el ban­
quillo?”, preguntaba la joven vanidosa. “Porque
tienes un lunar en tal parte”. Y automáticamente
venía el rubor a las mejillas, a veces las lágrimas o
la terminación intempestiva del indiscreto pasatiem­
po. Y así el chisme adquiría categoría social y era
protocolizado públicamente delante de su indefensa
víctima.
Paralelamente a estas reuniones sociales prospera­
ban las artes esotéricas. Muy frecuentes fueron por
esta época las reuniones o “sesiones” de espiritismo,
las cuales llegaron a hacerse hasta dos o tres veces
por semana. No hay que perder de vista que mu­
chos de los fundadores, entre ellos Isidro Parra y
96 E duardo S a n ta

sus hermanos, fueron maestros en estas discutidas


prácticas. El Centro Espirita más importante que
haya funcionado en el Líbano fue dirigido perso­
nalmente por el General Parra y a él pertenecieron
Cristino Parra, Amelia Parra, David Ceballos y Ge­
noveva Arango. Corre publicado un folleto titula­
do “Anima”, y en el cual don Simón Parra S. pu­
blicó varias comunicaciones espiritas tomadas en
1881 bajo la dirección del ilustre fundador de la al­
dea. Creemos que es una interesante curiosidad bi­
bliográfica y en ella hemos encontrado “Tres comu­
nicaciones de Anima”, “La Comunicación de un
sordomudo dormido”, “El poema en el idioma de
los ángeles”, “Un Dictado Espirita de Fray Luis”,
“Asombro de un espíritu recién desencarnado” y
algunos poemas dictados por el espíritu de Grego­
rio Gutiérrez González (? ) y poemas de carácter
filosófico de ese extraordinario polemista, poeta y
parlamentario que se llamó José María Rojas Ga­
rrido, una de las más altas glorias de la inteligencia
colombiana. No tenemos noticia de que en el país
se haya hecho una publicación más curiosa y ori­
ginal que ésta (1).
Más tarde viene el movimiento teosófico que en
el Líbano cobró singular importancia. Fundado el
17 de noviembre de 1875 en Nueva York, en la al­
dea solo empezó a tener prosélitos hacia 1910 y 1911
merced a los esfuerzos realizados en este sentido por
el doctor Alejandro Palacio Botero. Al lado de es­
te hombre sabio y bueno lucharon en pro de esas
mismas ideas Mauricio Parra S., Luis Parra Cova-
leda, Luis Franco, Antonio Arango y Rubén Pa­
lacio Jaramillo, es decir, la plana mayor de los in-

(1) T ip ografías U nidas, L íban o - 1937.


A r rier o s y F u n d a d o r e s 97

telectuales libanenses de ese entonces. Pertenecieron


ellos a la logia más importante que se llamó “Estre­
lla de Oriente”. Este equipo de estudiosos se sumer­
gió entonces en el estudio de las leyes del Karma,
en los misterios de la encarnación, en la esencia del
Gran Arquitecto Universal, en los principios de la
Gran Logia Blanca, en las enseñanzas de Helena
Petrovna Blavatsky, de Henry Oicott, del doctor
Jinaradjasa y de otros precursores de esa disciplina
del pensamiento humano. Y es importante ese gru­
po de iniciados en la teosofía porque fueron ellos
los que crearon la inquietud por los diversos pro­
blemas del pensamiento y por lo consiguiente fue­
ron los dueños de las primeras bibliotecas del Líba­
no. ¿N o es verdaderamente sorprendente que en
una aldea perdida, a la cual no llegaban siquiera los
periódicos, hubiera preocupación por la lectura?
Nosotros particularmente hemos sentido siempre un
profundo respeto por toda actitud mental que pro­
venga del estudio, aunque la consideremos equi­
vocada. Hasta el momento no nos hemos considera­
do depositarios de la verdad para estigmatizar, de
una vez por todas, a quienes no estén de acuerdo
con nuestro pensamiento. Cada uno de aquellos hom­
bres tuvo singular preocupación por la lectura en un
medio ajeno al cultivo del espíritu. Cada uno formó
su pequeña biblioteca en el deseo de buscar la ver­
dad. Y cómo, con qué esfuerzos hicieron estos hom­
bres románticos e idealistas aquellas bibliotecas! Los
libros de teosofía y espiritismo eran necargados di­
rectamente a España y a los Estados Unidos. Des­
pués de muchos meses de espera ansiosa llegaban en
algún barco a Buenaventura o Santa Marta. En Me-
dellín eran recibidos por doña Petronila Hoyos. De
allí eran despachados a Manizales en donde los re­
08 E duardo S a n ta

cibía don Simón López. Y finalmente, de Maniza-


les los llevaba al Líbano, pasando por las nieves
del Ruiz, don Manuel Jaramillo. Cuántos kilóme­
tros recorridos por trochas difíciles, rodando por
todos los caminos, descansando en posadas y ventas,
a veces a la intemperie, bajo la lluvia o sirviendo
tales cargamentos como asiento de deliciosas tertu­
lias de tiple y aguardiente, hasta llegar a las manos
de sus destinatarios que leían dichos libros como
quien escancia el mejor y más enervante de todos
los licores. Algunos de esos teósofos del Líbano sa­
caron buen provecho de los libros porque con ellos
por compañía se sintieron estimulados para escribir
y dar a luz pública sus observaciones y escritos per­
sonales. Don Alejandro Palacio Botero, hombre de
una gran inteligencia y de una singular vocación
literaria, jefe de aquel grupo de teósofos, llegó a ser
reputado mundialmente como el primer teósofo de
Suramérica. Vivió una vida modesta, a pesar de sus
grandes conocimientos científicos, y escribió una se­
rie de folletos y libros que alcanzaron divulgación
internacional, entre los cuales se destacan “Tardes
Cortas”, “Conversaciones con Sura Gurú”, “Lo que
me dijo la voz del silencio” y “ Rasgando el velo de
Isis” . Fue Palacio Botero secretario de la Orden Teo-
sófica Mundial y es interesantísima su correspon­
da personal con grandes jefes espiritualistas de la
India y de otros países.
Y ya que hemos venido hablando de espíritus pa­
semos a otro plano, hasta llegar a la raíz del pue­
blo y desentrañar el sentido folclórico de sus mitos
y leyendas. El pueblo también cuenta en materia
de creencias y supersticiones y bueno es hablar de
su imaginación desbordante y de su infinito inge­
nio. La leyenda popular, o mejor, la mitología crio-
A r r ier o s y F u n d a d o r e s 09

lia, tiene un gran valor sociológico pues ella nos di­


ce algo del pueblo que le da vida.
Hubo una época, fines del siglo pasado y princi­
pios del actual en que, quizás por ausencia del alum­
brado eléctrico o por el mismo ambiente esotérico
que se vivía, la aldea fue visitada constantemente
por muchos espíritus errantes, vagabundos y tétricos.
Hacia 1900, según la tradición de los abuelos, cuan­
do la aldea apenas despertaba del primitivismo, el
fantasma o espíritu de Bermúdez tuvo la ociosidad
de atemorizar a los cándidos pobladores del Líbano.
¿Quién era ese Bermúdez que tal poder tenía? Di­
ce la leyenda, trasmitida por varias generaciones,
que Bermúdez fue un rico campesino, un poco sá­
dico el pobre, que se gozaba y solazaba atormentan­
do a los animales de su hacienda. Pelaba el ganado
vivo, desprendiéndole la piel con acerados cuchi­
llos; sacaba los ojos a los gatos; cortaba la cola a
los bueyes y las patas a los perros que colmaban el
ámbito con sus dolorosos aullidos, es decir, era una
especie de Marqués de Sade en pequeño. Cuando
Bermúdez enfermó gravemente, los vecinos le lle­
varon un sacerdote para que se confesara y comul­
gara, pero aquel recibió al pastor de Cristo con
horribles blasfemias y amenazas. Bermúdez no so­
portó la enfermedad y murió en breve. Y, enton­
ces, su espíritu condenado a vagar sin descanso, co­
mo el del judío errante, empezó a cabalgar sin so­
ciego por aldeas y villorrios. En el Líbano debió
amañarse porque fueron muy frecuentes sus visitas.
Aparecía a avanzadas horas de la noche, montado
en un alto caballo de sombras. Su figura terrible
era de gran estatura, magro y desgarbado, usaba un
sombrero alón cuya sombra se proyectaba sobre las
calles y aún en los mismos tejados de las casas. Ji­
100 E duardo S a nta

nete y cabalgadura tenían la dimensión de una casa


de dos plantas y pasaba al galope tocando con sus
manos los aleros y tejados a la vez que gritaba con
voz cavernosa esta sentencia admonitoria: “Abran
paso que ahí va B e r m ú d e z ! A cada lado del ji­
nete corría un perro negro, con los ojos de fuego,
dando aullidos terribles. Pasaba a la estampida por
la Calle Real y luego cruzaba diagonalmente por
la plaza principal hasta perderse entre los cafetales
de la“Moka”. (1)
Igualmente por esa misma época empezó a ha­
cer sus primeras salidas “ La mujer alta”. Otro fan­
tasma que hacía temblar a todos los habitantes de

(1) A sí lo vieron los habitan tes de la aldea a fin es del


siglo pasado y principios del presente. N aturalm ente ésta es
una versión regional de la historia de Berm údez. L a real
parece ser la que contó Dionisio, el guía, al distinguido
viajero don M anuel Pombo y la cual aparece relatad a en
la obra “De M edellín a Bogotá” . Evidentem ente, en 1851,
cuando don M anuel atravesab a el N evado del Ruiz, a lomo
de buey, el guía Dionisio le señaló los can jilones de Ber­
múdez y la María Pardo, aledaños al nevado. A l p regu n tar
por el origen de tales nom bres el guía contó que Berm údez
era un hom bre riquísim o, dueño de gran des hatos, renega­
do de Dios, sádico, engreído y soberbio. Cierto día castigó
injustam ente a uno de sus esclavos a nueve días de ayuno
y látigo. El esclavo pidió perdón, pero Berm údez fue im ­
placable. A l tercer día del castigo el esclavo logró fu garse
y tomó rum bo al río M agdalena. Furioso el dueño del e s­
clavo ensilló su m acho alazán y ante cielos y tierra dijo:
“Que el diablo me lleve en cuerpo y alm a si me desm onto
antes de atra p a r a ese bellaco! B erm údez entonces echó
cordillera abajo. Pero apenas ocupó la silla cuando el m a­
cho se desbocó, y desbocado anda todavía, desde hace dos­
cientos años, sin d ejar apear al jinete y pasando a la e s­
tam p id a por cam inos, gu eblos y a ld eas de la cordillera.
Por el Líbano p asab a con frecuencia a principios de este
siglo. María Pardo era la esposa de Berm údez, m u jer a b ­
n egada y buena, víctim a de las atrocidades de su m arido.
Cuando éste desapareció en el macho desbocado, M aría P a r ­
do abandonó la hacienda que qu ed ab a a inm ediaciones del
Nevado y fue a Bogotá. A llí se dedicó a la oración y a
la s obras de caridad, pensando que con ello B erm údez lo ­
g ra ría d ar alcance algún dia al esclavo y sa lv a r su alm a
y su cuerpo. (Ver ‘‘O bras In éd itas” de M anuel Pombo, págs.
170 y 171. Bogotá, 1914. Edición de Cam acho Roldán y Ta-
m ayo).
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 101

la comarca. Entre 1900 y 1905 fue su apogeo. Salía


intempestivamente de cualquier cruce de esquina y
se dirigía en persecución de los trasnochadores ha­
bituales. Era, según dicen, una mujer alta, delgada,
de paso rápido y diminuto y jamás se le vió cami­
nar sobre el suelo sino, más bien, sobre el viento.
El ingenio popular la describió así, en estos versos
que hemos recogido de labios de un anciano sobre­
viviente de esa época:

“ C a m in a b a con a fá n ardiente
cu an d o en la esq u in a próximo a llegar
sentí u n a voz tristísim a y doliente
que me llam ó tres veces h acia atrás.

V olví a m irar y u n a m ujer esbelta


de traje blan co y pafiolón rosado
q u e con su cab ellera su elta
iba, de célebre color castañ o,
h ac ia la p la z a e l viento c a b a lg a n d o ” .

Más tarde, ya entrado el siglo actual, la fantasía


popular siguió fabricando fantasmas o importándo­
los de otras regiones. Porque los fantasmas caminan
sin descanso en busca de las gentes temerosas. Se
contaban historias del Mohán, que emergía de la
quebrada de San Juan y trepaba a los cerros del
Monte Tauro, donde tenía una choza que nadie
habitó por mucho tiempo; de la Muelona, de afila­
dos colmillos y risa estridente; de la Madremontc,
de caballos larguísimos y vestido de hojas secas,
seguida siempre de lagartijas, sapos y otras alima­
ñas; de Máximo Gris, un hombre diminuto que
aparecía por unos instantes y luego se esfumaba
como por encanto.
También en los caminos aparecían multitud de
fantasmas. El viejo camino de herradura que con-
102 E duardo S a n ta

duce a la población de Murillo fue célebre en otras


épocas por la cantidad de espantos que lo habita­
ban. En “El Insencial”, en “Peñones”, en el “Vol­
cán”, en “Arenales”, en “Aguabonita” y el “Fifí”
aparecían ellos cargados de cadenas o en traje de
militar o en otras formas diferentes. Se llegó a de­
cir que el espíritu del General Leonardo Canal quien
ascendió al Ruíz, camino hacia Manizales, durante
la guerra del 85, hacía sus apariciones muy a me­
nudo en el mencionado camino de herradura. Este
valeroso militar conservador según dice la leyenda,
enterró, a fin de aligerar su marcha, un gran car­
gamento de armas y de dinero en algún recodo de
la tortuosa vía. La verdad es que durante las pri­
meras décadas del siglo fueron encontrados, en
excavaciones que se hicieron, algunos fusiles y ba­
yonetas oxidadas.
De igual manera se decía que en muchas casonas
de la aldea aparecían espantos, avisando la existen­
cia de algún oculto tesoro, escondido por sus pro­
pietarios durante las guerras civiles para ponerlos a
salvo de la rapacidad de los sargentos. En dichas
casas se escuchaban lamentos, ruidos de cadenas, vo­
ces, o se observaba alguna llamarada fugaz. Signos
estos que indicaban la existencia de un “entierro”.
Y en verdad, pasadas las guerras civiles vino la
edad de los “entierros”. Generalmente consistían
ellos en hermosas vajillas de plata, en modestas
ollas y pailas de cobre, monedas y otros objetos do­
mésticos. Guardan una gran semejanza estos “en­
tierros” con las “guacas indígenas”, con la diferen­
cia de que los primeros obedecían a una seguridad
ante el despojo y los segundos a un rito mortuorio.
Feliz época de los espantos y los entierros que
desapareció con la llegada de la luz eléctrica.
E L PASO DE LAS GUERRAS CIVILES

| ^ AS guerras civiles dejaron pocas huellas en


la aldea. No se libró en ella ningún comba­
te de significación por su valor estratégico o por
el número de combatientes. Aunque sí incidieron
profundamente en su economía por la inseguridad
que trae consigo un natural relajamiento del es­
fuerzo creador; por el abuso de las emisiones del
papel moneda, que en el fondo constituyen una ra­
piña; por el saqueo a mano fuerte y las imposicio­
nes o exacciones de guerra y por la sustracción de
brazos a la agricultura. De otra parte es de suponer
que cada guerra civil dejaba a la república en un
estado de postración económica que incidía en la
vida de todas las comarcas. El precio del café baja­
ba verticalmente por la limitación de las exporta­
ciones y por los peligros del transporte. Igualmente
sucedía con los metales preciosos y otros produc­
tos que han constituido la base económica del mu­
nicipio.
Fue fundado el Líbano realmente hacia 1866 por
un militar que amaba más las faenas agrícolas y
las disciplinas intelectuales que el estrépito de los
10-4 E duardo S a n ta

fusiles o el choque sangriento de los machetes. En


1876 ese militar se vio forzado a concurrir a los
campos del combate y en esa campaña fue ascen­
dido a General de División, como lo vimos en un
capítulo anterior, sobre el suelo humeante de Ga­
rrapata (1). Isidro Parra organizó en aquella época
un batallón de cuatrocientas plazas con el cual
extendió una red de vigilancia sobre el viejo Esta­
do de Antioquia y tuvo informados a Sergio Ca-
margo y a otros jefes del radicalismo sobre las ac­
tividades de Merceliano Vélez en territorios de lo
que hoy es el departamento de Caldas. Posterior­
mente participó en las contiendas del 85 y del 95
y durante esta última fue villanamente asesinado,
mientras dormía en el zarzo de un rancho de paja.
Este aleve y cobarde crimen se efectuó en el sitio de­
dominado “Hoyofrío”, entre la “Aurora” y Santa
Teresa, el día 17 de marzo de 1895. El General Pa­
rra ya había disuelto sus tropas y portaba salvocon­
ducto del General Manuel Casabianca. Venía hacia
su aldea entrañable, dispuesto a disfrutar de la paz
que habían ofrecido los hombres de la ignominio­
sa Regeneración. Pero el odio asechaba su vida y
desde el Líbano fue despachado un pequeño bata­
llón al mando del entonces coronel Luis María
Arango, con orden de prenderle y traerle prisione­
ro a la población que él había fundado. Localizada
la casa donde pernoctaba el General Parra fue ro­
deada por gente armada y de improviso dispara­
ron contra ella, especialmente hacia el zarzo don­
de dormía tranquilamente el invicto caudillo dé­
la paz y de la guerra. A Isidro Parra le acompaña­

do En esta gu erra tam bién perdió la vida el padre do


Isidro P arra, en acción d e arm as.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 105

ban únicamente cuatro hombres pues poco antes ha­


bía disuelto su ejército en vista de los descalabros
sufridos por la revolución en todo el país. Precisa­
mente el día 15 de marzo, dos días antes del asesi­
nato de Isidro Parra, el General Reyes había batido
a los revolucionarios de Santander en Enciso y se
había producido la capitulación de Capitanejo que
prácticamente puso fin a la revuelta. Esos cuatro
hombres que acompañaban a Parra en su refugio
fueron Ricardo Parra, Ricardo Alvarez, Plácido
López y otro distinguido liberal cuyo nombre no
recordamos por el momento. Estos datos los hemos
obtenido directamente en los archivos de doña Olin­
da Parra, hija ilustre del insigne General Parra, y
también del esbozo biográfico sobre el fundador
del Líbano realizado por Tulio A. Forero, amigo
personal del héroe sacrificado, y que corre publica­
do en “El Tiempo” de noviembre de 1928. Forero
dice lo siguiente: “Auncuando enemigo de la revo­
lución de 1895, tuvo que acompañar a sus herma­
nos que se habían pronunciado sin su anuencia,
Cristino y Heráclito, y también guiado en esta de­
terminación para restarle perjuicios a la población
del Líbano. Concluida ya aquella revolución, fue
rodeado por fuerzas superiores, viéndose en la ne­
cesidad de disolver las que mandaba y refugiarse
en el zarzo de un rancho, acompañado de un hijo,
un sobrino y dos soldados, a poca distancia de la
hacienda de “La Aurora”, en donde estaba acam­
pada una fuerza enemiga. Dormía con relativa
tranquilidad, después de muchos días de fatiga y de
insomnios, en la noche del 17 de marzo de 1895,
denunciada su situación por algún empleado de di­
cha hacienda, fue despertado y sorprendido por dos
disparos de la fuerza que comandaba un individuo
106 E duardo S a n t a

llamado ..................... y aun cuando advirtió quién


era, que lo habían herido y que no lo asesinaran,
la respuesta fue otra descarga que le produjo una
nueva herida en el cuello que lo dejó exánime y
murió a las pocas horas. A esta escena macabra si­
guió otra no menos horripilante, que al denunciar­
la desfiguraría los móviles y la esencia de esta rela­
ción para honrar su memoria. Así se extinguió esa
vida tan meritoria para la Patria y para los intere­
ses políticos y sociales”. (1)
¿Cuál sería esa escena macabra que el doctor Tu­
bo A. Forero no se atrevió o no quiso relatar? Esa
escena es la siguiente: Al fundador del Líbano lo
trasladaron a la aldea, amarrado a unos pedazos de
madera y desnudo lo abandonaron en la mitad de
la plaza, a manera de escarnio público y de ofensa
a la dignidad social del Líbano, hasta que las ma­
nos piadosas y bizarras del jefe conservador Adolfo
Rincón recogieron aquel cadáver y le dieron cris­
tiana sepultura.
Posteriormente viene la guerra de los mil días.
El general Cristino Parra, hermano de Isidro, lo­
gró organizar un batallón de 300 voluntarios y con
él se dirigió hacia La Laguna en la que se libró un
sangriento combate con las tropas del general Luis
María Arango, quien fue derrotado en esta oca­
sión. Inmediatamente después el batallón de Parra
se dirigió hacia la población de Santa Ana (Falan)
en donde también derrotaron a las tropas del Ge­
neral conservador Nicolás Echeverri, uno de los
fundadores de Manizales y del Líbano, quien mu-

Cl) Transcripción literal tom ada del folleto “G eneral Isi­


dro P a rr a ”, publicado por el doctor Ism ael Z orrillo F erreira
en 1935. T ip ografías U nidas, Líbano. (Atención de W ences­
lao G rillo).
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 107

rió en el curso del combate. Triste y dramático fin


el de dos de los más conspicuos fundadores que
entregaron sus vidas al servicio de los grandes par­
tidos históricos tradicionales.
Posteriormente el general Cristino Parra se unió
con su batallón victorioso a las fuerzas del general
Ramón Marín, aquel negro de alma blanca, que
fue ejemplo de valor, de nobleza y de generosidad.
Marín y Parra se dirigieron con otros jefes y.tro­
pas hacia La Sierra en donde fueron estruendosa­
mente vencidos por el general Floro Moreno. Ma­
rín quedó gravemente herido y fue llevado al Lí­
bano, según dicen, entre un ataúd, haciendo apa­
recer que el intrépido guerrillero había muerto a
consecuencia de las heridas.
Una vez que Marín se hubo repuesto de sus que­
brantos físicos, después de permanecer varios días
en algún rancho cercano a la aldea, volvió a la lu­
cha con más bríos que antes. Se dirigió a la pobla­
ción de Piedras y allí fraccionó su ejército en dos
batallones, uno de los cuales envió al Líbano al
mando de Aureliano Legro. Cuando las tropas de
Legro marchaban hacia el Líbano tropezaron con
el entonces coronel Antonio María Echeverri, quien
regresaba de su campaña por el Cauca y quien no
vaciló por un momento en unirse a las tropas de
Legro y continuar su marcha hacia el Líbano. Una
fría mañana, entre las cuatro y cinco, las tropas de
Logro y Echeverri atacaron los cuarteles conserva­
dores acampados en el Líbano, en el sitio donde
hoy está la casa que fue por mucho tiempo de la fa­
milia Cárdenas, hacia los lados de la piscina, y tras
cruenta lucha lo tomaron haciendo buen número
de prisioneros, causando considerables bajas y apode-
lándose de las armas y de las municiones de las cua­
108 E duardo S a n t a

les estaba escasa la revolución. Como los soldados re­


volucionarios disponían de muy pocas armas de fue­
go resolvieron dar el ataque con cargas de machete.
Previamente se habían despojado de sus camisas,
quedando desnudos de la cintura hacia arriba, y en
medio de la oscuridad nocturna, siendo la lucha
cuerpo a cuerpo, pudieron distinguirse y distinguir
a los contrarios por medio del conocido truco. El
alba los sorprendió acariciando su victoria definitiva,
entre decenas de cadáveres y heridos de ambos ban­
dos. Al cabo de pocos días los vencedores regresaron
a Piedras ante el inminente peligro de verse ataca­
dos por nuevas tropas conservadoras que marcha­
ban sobre la población a pasos gigantescos. El ge­
neral Marín, quien ya tenía noticias del valor de
Antonio María Echeverri, salió a su encuentro y
lo ascendió a General, de acuerdo con su Estado Ma­
yor. En el cuartel de Piedras fueron atacados al
poco tiempo y en forma sorpresiva por los gene­
rales Pompilio Gutiérrez y Floro Moreno quienes
les infligieron una terrible derrota, por lo cual Ma­
rín, Echeverri y los demás jefes revolucionarios
iniciaron su retirada hacia Venadillo con el resto
de sus ejércitos deshechos. En verdad aquellos ya
no eran ejércitos sino una escuálida caravana de
gentes enfermas, heridas y hambreadas. Pocas eran
las armas de fuego con que contaban y de muni­
ciones lo mejor es no hablar porque desde princi­
pios de la revolución escaseaban en forma alarman­
te. Por esto mismo las mejores cargas de Marín,
de Tulio Varón, de Vidal Acosta, de Sandalio Del
gado, de Ibañez, de Cesáreo Pulido, fueron cargas
a machete.
Nadie ha sabido manejar mejor que el toli
mense ese instrumento que en la paz es aliado
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 109 <

del hombre y de la vida y que en la guerra es men­


sajero terrible de la destrucción y del caos. Vidal
Acosta, Tulio Varón y Ramón Marín hicieron de
él el arma más temible y sus grandes victorias so­
bre ejércitos muchas veces superiores estaba en el
nervio de sus briosas cabalgaduras y en el brillo cen­
telleante de sus machetes. Pero hubo uno superior
a todos en el manejo de esa hoja metálica y se lla­
mó Cantalicio Reyes. Cuando iba a entrar en com­
bate acometíale un raro temblor, un estremecimien­
to epiléptico, y tan pronto veía su machete teñido
en sangre, empezaba a jadear furiosamente. Se lan­
zaba entonces sobre el enemigo, con la rapidez de
una zaheta, apretando con fuerza sus mandíbulas.
Nadie podía resistirle. Montado en su caballo de
crines rebeldes era una especie de huracán, un ca­
taclismo que arrasaba todo lo que encontraba a su
paso. De regular estatura, ágil y nervioso, moreno
y cascorbo como buen hijo del llano, había que
verle en la planada caliginosa con aquel machete
entre el puño destructor, luciendo' aquel sombrero
alón de paja calentana que él y todos sus amigos
adornaban con una cinta roja, emblema de la
revolución.
Muy joven, lleno de bríos, lo tuvieron que fusi­
lar los mismos revolucionarios tras breve consejo
de guerra por graves faltas contra la disciplina mi­
litar, a pesar de su valentía descomunal y su arrojo
din precedentes. Según dicen, Cantalicio atentó con­
tra la vida del general Delgado y ello fue la causa
de su perdición. Dicen igualmente que Marín le
miplicó a Cantalicio se retractara de sus propósitos
entura Delgado y le pidiera excusas al distinguido
jefe, pero todo fue en vano porque el gran mache­
tero murió en su ley. “Es mejor que me fusilen,
no E duardo S a n t a

porque Cantalicio no sabe retroceder” . Y agregaba:


“ Si me dejan vivo mato a Delgado y él vale más
que yo”. De tal manera que una tarde fue fusilado
el valiente soldado. Sus compañeros lloraron al te­
ner que disparar sus armas contra el cuerpo de su
propio camarada. No se dejó vendar, como era de
rigor en aquella fúnebre ceremonia, y antes bien,
dijo: “ Cantalicio Reyes muere de pié y con los ojos
abiertos. Disparen. Viva el partido liberal” ! Estas
fueron sus últimas palabras. De este temple altivo
y resuelto que no teme la muerte estaban hechos
esos soldados de la revolución en el Tolima.
Cuando Marín trataba de reorganizar sus fuer­
zas en Venadillo tuvo noticias de que la guerra ha­
bía terminado en el país por las capitulaciones de
Neerlandia y Wisconsin. Y, entonces, siendo im­
posible luchar contra los hechos cumplidos, no tuvo
otro camino que capitular. Y capituló. Los revolu­
cionarios entregaron sus armas y se dedicaron a la
lucha cívica, bajo las promesas del vencedor. Sóba­
la entrega de Marín fue muy conocida esta estro­
fa satírica que se cantó a lo largo y a lo ancho del
Tolim a:

E n A m b a le m a en los b a ile s ríe primera,


por Echeverri, C aiceclo y S a n M artín
las ju a n a s, d e su s tro p as c o m p añ e ras,
hoy lam e n tan la e n tre g a d e M arín .

Y en los b rin d is d e ron y d e c h a m p a ñ a


la s c ig a rre ra s d e m o ñ a y d e botín,
re co rd an d o los triu n fo s d e campaña
hoy lam e n ta n la e n tre g a d e Marín”.

Concluía la lucha y se ponía fin a esa román!i<»


etapa de las guerras civiles. Durante ellas la aldr<
del Líbano vio pasar por sus calles solitarias el tro
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 111

peí de la soldadesca, sus estandartes rojos y azules,


sus pequeños cañones arrastrados por bueyes de pa­
so tardo y las “juanas compañeras” de que habla
la copla, valerosas mujeres que acompañaban al
soldado hasta el último momento, dándole alien­
tos, infundiéndole esperanza, curando sus heridas
y cubriendo de caricias y de besos los cuerpos desfa­
llecidos de sus héroes. A esas mujeres de sublime
estoicismo, capaces de dar la vida por sus ideas po­
líticas y por el amor de sus hombres, les debe la
república un mármol que simbolice la fidelidad, la
firmeza de las ideas y el heroismo rebelde de la mu­
jer colombiana.
Pasadas las guerras civiles se inicia una era de
paz. De paz muy relativa, por cierto. Porque en
época de comicios electorales el Líbano se conver­
tía en teatro de operaciones bárbaras, originadas en
el fraude y la adulteración de los registros de vo­
tación. Verdaderos combates se libraron en la pla­
za principal en los que perdieron la vida distin­
guidos ciudadanos de ambos partidos políticos. Po­
demos reconstruir aquella época. Al Líbano iban
a votar miles de ciudadanos de otras regiones del
municipio. Murillo, Santa Teresa, Convenio, San
Fernando (entonces Dosquebradas) y multitud de
veredas confluían a la cabecera en donde estaban
las mesas de votación y los registros electorales. En
Lis primeras horas de la mañana entraba a la po­
blación el general Eutimio Sandoval, jefe conser­
vador de gran prestigio, seguido por sus correli­
gionarios de diferentes veredas. Eran o constituían
mu especie de batallón civil con sus divisas y bañ­
il, i as. Un poco más tarde entraba a la población
• I valeroso general Antonio María Echeverri con
«u cauda civil y sus enseñas. Votaban ordenada­
112 E duardo S a n t a

mente en mesas diferentes. Alguno de los electo­


res no aparecía en los registros o figuraba entre
los “muertos”. Y luego venía la discusión y a ésta
la revuelta, que no tardaba en generalizarse. Se
vivían momentos dramáticos. Cuando nada ocu­
rría durante el desarrollo de los comicios, la trom­
ba de violencia se desataba al conocerese los resul­
tados, por lo general adulterados en forma escan­
dalosa. Los resultados electorales no correspon­
dían a la realidad política. Y venía la batalla sin
cuartel. Un famoso árbol de mango que existió en
el costado occidental de la plaza, frente al alma­
cén que hoy es de don Héctor Botero, fue testigo
de esas luchas encarnizadas. Ese árbol que fué
derribado hacia 1935 o 36 tenía en su corteza las
huellas de muchos impactos de fusil y muchas es­
trías producidas por los belicosos machetes de los
contrincantes. Las ideas políticas en aquella época
había que reafirmarlas con la sangre. Quizás la
más cruenta de esas luchas eleccionarias fue la
del 3 de octubre de 1914 en la que perdieron la
vida los distinguidos ciudadanos Jesús Santa y Se-
cundino Charri. Ambos ciudadanos eran valerosos
líderes del liberalismo libanense, sacrificados villa­
namente en plena juventud. El Líbano precisamen­
te estaba esperando por aquella época con una gran
ansiedad la visita del general Rafael Uribe Uribe,
una de las más altas glorias de Colombia y de
América. Y para dolor de la Patria el insigne hom­
bre público también caía al poco tiempo sobre las
gradas del Capitolio Nacional, aniquilado por el
odio y la violencia, ese terrible flagelo que ha azo­
tado al país sin tregua alguna.
Más tarde, el 29 de julio de 1929 y debido a la
gran agitación social que vivía el país, estimulada
A r r ie r o s y F un d ad o res 113

por los asesinatos de obreros en las bananeras por


las armas oficiales, estalló en la población un bro­
te revolucionario conocido con el nombre de “mo­
vimiento de los bolcheviques” . Parece que este era
un movimiento nacional y que su cabeza intelec­
tual estaba en la persona del general Leandro Cu­
beros Niño. Pero el movimiento fue descubierto
y su fecha sabida por los organismos oficiales por
lo cual los cabecillas de la revuelta dieron la -con­
traorden del caso. Dicha contraorden no alcanzó
a llegar oportunamente a los conjurados del Lí­
bano, quienes se levantaron en armas ignorando
que el golpe había sido aplazado. Y así fue como
a las dos de la mañana del 29 de julio de 1929 la
población fue sorpresivamente atacada con pode­
rosas bombas de dinamita y tiros de fusil. Pero la
ciudadanía entera se puso en guardia contra el des­
cabellado y loco intento revolucionario que no
contó con el apoyo de los altos jerarcas del libera­
lismo. El jefe o cabecilla de la revolución en el Lí­
bano era el señor Pedro Narváez, zapatero de pro­
fesión, espíritu altivo e insurgente. Le acompaña­
ba un crecido grupo de obreros y campesinos que
querían a todo trance una serie de reivindicacio­
nes sociales, muy justas por cierto, pero imposibles
de alcanzar en esa época por la vía de las armas.
Esta fue una loca insurgencia, alimentada equívo­
camente por la fantasía de ciertos revolucionarios
de pacotilla y por la lectura mal digerida de cier­
tas obras de sabor moscovita, muy en boga por
aquel entonces en que los obreros eran masacra­
dos por las armas oficiales, puestas incondicional­
mente al servicio de compañías extranjeras como
la United Fruit Company. El derecho era justo
114 E duardo S a n t a

pero mal escogida la acción para obtenerlo. Tan


cierto es esto que todas las reivindicaciones socia­
les que alimentaban la revuelta fueron obtenidas
más tarde por las vías democráticas y pacíficas, du­
rante los dieciséis años de gobierno liberal.
El señor Pedro Narváez organizó su pequeño
batallón en el sitio denominado El Agrado. A las
dos de la mañana fue atacada la población y se
trabó la lucha entre los guerrilleros y las fuerzas
de policía, mientras se escuchaban vivas a la revo­
lución social. El servicio de luz fue suspendido,
pero las gentes acudieron presurosas a la plaza en
donde el coronel Lope Echeverri formó grupos de
voluntarios que ayudaron a las autoridades en tan
grave situación, pues según se decía el pueblo se
encontraba totalmente rodeado por los atacantes.
Lograron entrar un poco por el sector sur pero
bien pronto fueron batidos por la policía y por
la ciudadanía entera, sin distingos políticos. En­
tonces se retiraron hasta el punto de partida. Un
pequeño batallón comandado por el Capitán Mar­
co Sáenz, conservador, y Juan Bautista Echeverri,
liberal, fue al sitio donde acampaban los “bolche­
viques” y lograron batirlos después de unos cuan­
tos minutos de combate. Eso es todo. Después vi­
nieron las represalias, un poco exageradas e inhu­
manas. El Presidente de la República tuvo el propó­
sito de declarar turbado el orden público en la re­
gión pero merced a los esfuerzos del general Euti
mió Sandoval no se tomó esa medida. En cambióse
envió al “ Batallón Bomboná”, al mando del en­
tonces capitán Diógenes Gil, cuerpo militar que
se granjeó la simpatía de todos los ciudadanos, que
le dió prestancia a la sociedad y que dejó tan gra­
tos recuerdos en la aldea.
ARRIEROS, LABRADORES Y MINEROS

J T N 1.910 nos encontramos con una aldea per­


fectamente configurada. El número de ha­
bitantes fluctúa entre los mil quinientos y los dos
mil, guarismo de cierta importancia para aquel
entonces en el panorama demográfico del departa­
mento del Tolima. Es verdaderamente sorpren­
dente que en el curso de treinta y cinco años una
región, antes deshabitada, perdida entre los plie­
gues de la cordillera andina, haya alcanzado tan
rápido desarrollo. Esta población está integrada por
los adjudicatarios de los lotes y solares que el Es­
tado paulatinamente ha venido cediendo a los due­
ños de las mejoras, o por sus descendientes; por
un crecido número de artesanos que tienen sus ta­
lleres en la población, particularmente sastres, za­
pateros, ebanistas, latoneros y herreros; por un re­
ducido número de comerciantes en textiles, abarro­
tes y cacharros; por tenderos de poca monta y por
una masa flotante de arrieros que son los únicos
transportadores de aquel entonces. Hay además una
docena de funcionarios públicos, contando entre
ellos al alcalde, al personero, al estanquero, al re-
116 E duardo S a n ta

caudador, al tesorero, al juez, al notario y a sus res­


pectivos secretarios y amanuenses, los cuales cons­
tituyen el embrión o germen de una nueva clase
dentro de la naciente aldea. Pero, sin lugar a du­
das, la base de la población está constituida por
agricultores, por arrieros y por algunos mineros ve­
nidos de las minas de Antioquia con la fugaz ilu­
sión de hacer fortuna. Estos tres tipos humanos son
la base genética de la ciudad actual.
Los mineros son rudos, fuertes, agresivos y de­
rrochadores. Parece que el contacto con los metales
preciosos, difíciles de extraer, los hace despreciar el
dinero y, cuando van a la aldea, los sábados y do­
mingos, lo botan a manos llenas en aguardiente, en
riñas de gallos, juego al dado o en el amor de las
cantineras. La oscuridad de los socavones y el pe­
ligro inminente de verse aprisionados por el alud
o derrumbe los ha hecho amantes en extremo de
la libertad y, cuando salen a recibir la luz del sol
y el aire puro, enloquecen y su comportamiento
es similar al de un potro cerrero que ha logrado
liberarse del jinete o que ha roto las amarras del
botalón. Por eso llegan a la aldea, bulliciosos como
chiquillos de escuela, y con una agresividad des­
concertante, como si con ello quisieran decir: “Soy
libre de hacer lo que me venga en gana”. El con­
tacto sistemático con el peligro, con la muerte mis­
ma que acecha en los túneles de aire enrarecido,
les ha hecho perder el sentido de la valoración
subjetiva de la vida propia y de la ajena. Después
de unas cuantas copas de aguardiente se les sube a
la cabeza el endemoniado animal salvaje que lle­
van en su espíritu y desafían a diestra y siniestra.
Les agrada el peligro y lo buscan en la aldea en
cualquier forma. Si alguien les sale al paso trazan
A r r ier o s y F u n d a d o r e s 117

en el suelo una raya con el cuchillo “cachivenao”


o con el machete de veintidós pulgadas que suelen
llevar al cinto. Frente al contendor con quien dis­
putan por cualquier nonada le gritan con altane­
ría: “Píseme esa raya”. Y si el osado se atreve a pi­
sarla, la pelea está casada. Esta es la señal del de­
safío. No hay más que hablar; lo que sigue se hace
en silencio. Cada cual desenvaina su acerado cu­
chillo y, como dicen ellos en su argot belicoso,
“vamos a revolar en cuadro”. Esto quiere decir
que el campo de la lucha queda limitado dentro
de un cuadrado convencional, para evitar que la
sorprendente habilidad de los contrincantes pue­
da frustrar la finalidad de la lucha, que es el de­
rrame de sangre.
Si los contendores son muy hábiles y ya están
rodeados de prestigio por su valor temerario, la
lucha adquiere caracteres de mayor dramatismo
porque el desafío se hace a “pañuelo cogido”. Uno
de los dos desenrrosca de su cuello el famoso pa­
ñuelo “raboegallo” y ofrece una punta a su con­
tendor, a la vez que agarra fuertemente de la
opuesta. La espectativa en estos lances es verdade­
ramente extraordinaria porque la defensa está li­
mitada, los cuerpos quedan separados por varias
pulgadas apenas; todo al alcance de la punta mor­
tal de los cuchillos. Los dos hombres se miran
fijamente, vigilándose el movimiento inicial que
puede ser definitivo. A veces basta un solo mo­
vimiento: en segundos el puñal queda clavado en
el pecho o en el vientre de uno de los contendo­
res que se desploma pesadamente, lanzando un
“ay” lastimero o alguna blasfemia que queda flo­
tando en ese ambiente de angustia. Otras veces la
lucha dura varios minutos; los contrincantes son
118 E duardo S a n t a

tan hábiles como los gallos de pelea; movimien­


to acá y movimiento allá; se inclinan simulando
algún juego infantil; de repente se levantan y van
a estrellarse; caen, ruedan por el suelo, sin soltar
las puntas del pañuelo; uno de ellos se levanta pri­
mero y vuelve a lanzarse sobre el otro; levanta el
brazo homicida y el acero se hunde en el cuerpo
enemigo. Luego, los circunstantes de esta danza
—porque no es otra cosa— ven nuevamente la ho­
ja metálica en manos del vencedor. Ya no es blan­
ca ni brilla como un espejo a los rayos del sol. Aho­
ra es roja y del pecho del vencido brota una plu­
milla, como un diminuto surtidor, que en cosa de
segundos tiñe la camisa de púrpura y empieza a
correr lentamente sobre el polvo reseco de la calle.
El espectáculo, como se dijo antes, es una imi­
tación de la riña de gallos. Cada cual maneja una
espuela mortal, ávida de sangre. Los contrincan­
tes, como los gallos, avanzan y retroceden; en cu­
clillas, con un hombro levantado y otro caído, co­
rretean y tratan de envolver al adversario con el
pañuelo, en veloz movimiento circular; ora se le­
vantan, ora dan un salto, o bien se agachan cuan­
do el enemigo avanza veloz hacia ellos. Esto es
cosa que hiela la sangre y que detiene el aliento.
Pero la faena solo termina cuando uno de los dos
ha soltado la punta del pañuelo. El vencedor lo
recoge, lo guarda como un codiciado trofeo, con
todas sus salpicaduras de sangre y todos sus des­
garros. No es menester que alguno muera; basta
que uno de los contendores quede rendido en el
suelo o que huya, lo que casi nunca sucede por­
que el honor para ellos es consustancial e insepa­
rable de la persona.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 119

Así eran los mineros de otras épocas. Aquellos


rudos y belicosos hombres venidos de alguna ve­
reda antioqueña en busca del codiciado metal. Ca­
minaban por las calles del poblado con una subli­
me despreocupación, las manos en los bolsillos del
pantalón, y el sombrero alón echado garbosa y
agresivamente hacia atrás dejando ver un mechón
de pelo que caía sobre la frente como una crin de
potro salvaje. Algunos tenían cicatrices en la cara.
Recuerdos de una bárbara caricia propiciada con
el filo de una barbera rampante. Pero esa cicatriz
para ellos, en lugar de incomodarlos, constituía un
título de hombría y les daba cierto aire de supe­
rioridad y de jactancia. Como si con ella quisieran
decir a cuatro vientos: “Cuidado que ahí va un
macho”.
Estos eran los mineros de aquel entonces. Los
que no murieron en la plaza o en la gallera atra­
vesados por un puñal, acabaron su existencia en
algún hospital, carcomidos por la tuberculosis, o
encontraron su sepultura en algún oscuro socavón
de la mina. Su habitual desprecio por la vida no
podía ser otra cosa que un brote de inconformidad
contra el destino. Estos mineros rudos, de brazos
musculados, blasfemos y escépticos, capaces de
danzar con la muerte atada a la punta de un pa­
ñuelo, se acabaron muy pronto. Los de hoy son
derrochadores y atrevidos, pero sin el salvajismo
de sus antecesores. En la aldea hicieron época y
los abuelos los recuerdan con terror. Por lo general
eran ellos los que causaban la zozobra y la intran­
quilidad con sus zambras permanentes.
Pero la verdad es que ellos también aportaron
una gota de sangre a las generaciones actuales, go­
ta violenta que a veces aflora a la piel o mueve el
120 E duardo S a n t a

corazón con valentía poniéndolo al servicio de cau­


sas nobles y altruistas. Y cuando esa misteriosa y
secreta gota de sangre de algún antepasado mine­
ro hace presencia en el ánimo del pueblo, es como
si se dijera de nuevo: “píseme esa raya para que
vea” . Todavía escuchamos entre las gentes del pue­
blo esa gráfica expresión de desafío. En ella está
resumida toda la intransigencia y la firmeza de los
momentos definitivos. Porque a la hora de la ver­
dad el hombre que tiene esa gotita de sangre be­
licosa no sabe retroceder. El minero se la legó a
él para que hiciera buen uso de ella, para que la
pusiera al servicio de causas nobles y para que de­
fendiera, cuando fuera menester, sus legítimos fue­
ros y derechos. Porque el minero se casó con la
hija del gamonal o se amancebó con la dueña de
la fonda. Y de ahí para acá la gotita de sangre ha
venido caminando por varias generaciones para re­
cordarle al país que el pueblo que la lleva en sus
venas es como la guardia francesa en Waterloo que
“muere, pero no se rinde”. Dígalo si no la dramá­
tica etapa que vivió el Líbano de 1949 a 1953. Las
víctimas de la violencia oficial, desatada por ele­
mentos foráneos contratados expresamente para
abrirle heridas a una pacífica población y cubrir
de luto a miles de hogares, pasan en el Líbano de
seis mil según cálculos más o menos aproximados.
Muchas poblaciones en el país desaparecieron an­
te la racha de exterminio que una atroz dictadu­
ra preparó para entronizarse en el poder. Hubo
despojos, incendios, violaciones, torturas, genoci­
dios, asesinato cobarde de niños, de mujeres y
de ancianos, pero el Líbano sufrió con estoicismo
el azote sin que nadie pueda decir que la ciudada­
nía contemporizó con el crimen o se hizo cómpli-
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 121

ce con el silencio. El plan preparado de antema­


no era el de borrar del mapa a la próspera ciudad
de Isidro Parra. Pero ahí está el Líbano en pié,
surgiendo de sus ruinas físicas, morales y econó­
micas, recuperándose del desastre, con fé, con op­
timismo y esperanza. Y los que creyeron que con
el asesinato y el crimen podían destruirlo, encuen­
tran hoy más firme su voluntad de lucha y más
hondas las creencias que quisieron extirpar. .
El otro sector humano de los primitivos pobla­
dores también es valeroso, pero su heroísmo no es­
tá en el cuchillo sino en el hacha derribadora de
montañas; a diferencia de los mineros derrocha­
dores y epicureistas, aquellos colonos son estoicos,
previsivos, de vida ordenada y metódica, monó­
gamos y muy dados al ahorro. Sus costumbres son
casi patriarcales. Constituyen por lo menos el no­
venta por ciento de los primitivos pobladores y la
sangre de ellos corre a torrentes en las generacio­
nes de hoy, morigerando los excesos bárbaros de
aquella pequeña gota de sangre minera y encausán­
dola hacia un digno sentido de honor y de hombría.
El tercer grupo está constituido por arrieros es­
forzados, valientes también, locuaces en grado su­
mo, trashumantes, enamorados, amigos de la co­
pla y por lo tanto del tiple, fervorosos oficiantes
del aguardiente y del dado. De todos los antiguos
moradores son quizás los de más iniciativa y ta­
lento. Con la llegada del automóvil los arrieros
desaparecieron o se incorporaron a otras activida­
des, especialmente al comercio y la industria. Ra­
ra vez se dedicaron a la agricultura. El arriero
desapareció pero nos dejó la cálida vibración de su
tiple en los caminos, en las posadas y en las fon­
das, su carcajada sonora, sus leyendas de duendes
i2a E duardo S a n ta

o de hombres excepcionales como aquel Pedro


Rímales, que es la encarnación del ingenio y la
malicia criolla. Algo así como la proyección de
un personaje de la novela picaresca española. Por­
que, en verdad, aquel Pedro Rímales truhán y
pendenciero no dista mucho de Periquillo Sar­
miento o del Diablo Cojuelo. El arriero quiso
verse en él con todas sus mañas y habilidades de
hombre de mundo, con sus exageraciones y men­
tiras, con sus ingeniosas salidas, rabulerías y so­
fismas.
El arriero era un hombre honorable por exce­
lencia. A él podía confiársele cargamentos de oroen
polvo con la seguridad de que llegaban a su desti­
natario sin merma ni menoscabo. Y no había ne­
cesidad, como hoy día, de contrato escrito ni es­
tipulaciones de ninguna índole. Su estampa varonil,
orgullo legítimo de la raza, es todo un medallón.
Veámosle. Por lo general suele ser alto, delgado,
frente amplia, nariz aguileña y movimientos gracio­
sos. Desnudo el pie calloso; pantalones de ruda man­
ta, remangados a la altura de la rodilla; camisa de
áspero drilón, sombrero aguadeño a la pedrada,
mulera de lona gruesa, atada al vientre, a mane­
ra de pequeño delantal; pañuelo “raboegallo” en­
roscado al cuello sudoroso; al cinto una ancha
correa con adornos y filigranas de cáñamo y, su­
jeto a él, el clásico machete en pomposa funda
de muchos ramales; y terciado al hombro derecho,
el famoso carriel de piel de nutria, suspendido a la
altura de la cadera izquierda. En él guarda el
arriero todo un pequeño almacén de cachivaches:
la aguja de arria; el espejo y la peinilla; u n jw r
de dados para jugar el jornal en algún recodo del
camino; una dulzaina para enamorar a la ven-
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 123

tera o para alegrar la vida en las noches sere­


nas del campo; una barbera de cortante filo pa­
ra defenderse de los truhanes; un monicongo pa­
ra protegerse de los malos espíritus y de los “ma­
leficios” que puedan hacerle; un yesquero y va­
rios tabacos comprados en la fonda; un trozo de
panela para tomar alientos cuando el hambre aco­
se, y unas cartas de amor para solaz íntimo, pa­
ra releerlas cuando la nostalgia trate de apode­
rarse de su espíritu.
El arriero es hombre fuerte, estoico, tenaz y
forma con la muía una maravillosa ecuación de
progreso. Nada debe arredrarle. Ellos mismos
cantaban, para dar una idea de lo duro que era
el arte de la arriería, esta coplilla que se genera­
lizó en todo el país:
Arriero que no p rocura
a su m u ía hacerle ay u d a,
d eje el oficio ele arriero
y c o ja oficio de cu ra ( 1).

Porque el arriero es además un trovador por ex­


celencia. Cuando llega a la fonda lo primero que
pide es un tiple. Y si hay con quién combatir
a “copla limpia”, empieza su arremetida con esta
trova mordaz:
E l que trovare conm igo
tiene q u e sab e r trovar
pues lá la cab e z a llena
y un costal por desatar.

(1) E sta coplita, m ás tarde, fue aplicada a la carrera del


sacerdocio, con una pequeña variación:
C u ra que no procura
llevar las alm as al cielo,
deje el oficio de cura
y co ja el oficio de arriero.
124 E duardo S a n t a

Pero el contrincante, que también es arriero y


por lo consiguiente trovador, le responde de in­
mediato:
E l c[ue trovare conm igo
a las cum bres lo alevanto
porque soy gallito fino
que en tocia g alle ra canto.

Y como el desafiante comprende que su enemi­


go es peligroso, pide auxilio a su compañero:

A rrib a m ano M a n u e l
busté que es tan bu en a ficha,
bregue a sostener la trova
p a que ganem os la chicha.

Así se van formaando los bandos contrincantes.


Solo que ahora Manuel se hace de rogar y dice con
jactancia:

P a que ganem os la ch ich a


no se necesita tánto,
canto si me cía la g a n a
y si no me cid, no canto.

Entonces el arriero que empezó la batalla, mor­


tificado por la deslealtad de su compañero, arreme­
te contra él:

A rrib a con ese guach e


y ese vigüelón parejo,
que e sta noche hem os de ver
si el loro revienta el rejo.

Manuel no se hace esperar mucho y después


de apurar un nuevo trago lanza su dardo enve­
nenado contra su compañero de arriería:
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 125

O n d e se sacan las n igu as


q u edan m uchas ven tanitas,
cu an do vas a la S a b a n a
cu id ad o con las pajitos.

Vuelve inmediatamente el castigado con la co­


pla última y, conocedor de algunas debilidades de
Manuel, le enrostra públicamente una de estas, a
manera de desafío:

A rrayán de la q u e b rad a
yo te m andare a cortar,
p a q u e no siá s alcag ü ele
de las que van a lavar.

Corre un murmullo por todo el salón. Los asis­


tentes se han dividido en dos bandos. La lucha se
agudiza con estas alusiones de carácter personal.
De repente Manuel sale hasta la mitad del recin­
to, se echa el sombrero alón hacia atrás y grita
con soberbia:

Yo soy el ¡M anuel P alacio s


el que nació en Y aru m al;
yo soy el que me paseo
por e l filo de un puñal.

El duelo ha tomado características de suma gra­


vedad. Todos esperan que el ofendido por esta úl­
tima copla acepte el desafío de Manuel y automá­
ticamente abren campo para que, si fuere el caso,
los contrincantes puedan “revolar en cuadro”. Pe­
ro estos momentos dramáticos los salva Filomena,
una mujer vecina de la fonda, que también sabe
trovar con mucha gracia y salero. Filomena le
arrebata el tiple a uno de los asistentes y dice:
126 E duardo S a n t a

E n a q u e l alto m am ita
cantaron unos arrieros
y si vuelven a can tar
m am ita me voy con ellos.

Pero Manuel, que ya está en vena y tiene de­


seos de continuar la lucha, le responde a Filome­
na su copla apaciguadora, recordando que el amor
de las mujeres es fugaz:

E l am or de las m ujeres
es como cierto bichito
que p ica y hace la roncha
y sigu e su cam inito.

Pero Filomena no se da por vencida. Por el con­


trario, sabe muy bien que el autor de esta copla
está herido por un desengaño, quiere refrescarle su
herida y hace una alusión mortificante:

A q u e lla ro sa de arriba
tiene muy m al jardinero,
se la dejaron llevar
d e cu alesqu ier pasajero.

La risa es unánime porque todos saben que a


Manuel lo dejaron con los crespos hechos. Pero
este no se rinde y explica cínica y socarronamente:

L a ch iqu ita se casó,


me casaré con la gran de
y si la gran de se c a s a
me c asaré con la m ad re!

La carcajada de todos los espectadores que han


formado un círculo estrecho en torno de los cople­
ros es estruendosa. Inteligente salida la de este Ma­
nuel Palacios. Filomena, su contendora, se siente
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 127

mohína y maltrecha, y abandona precipitadamente


el recinto. Y entonces Manuel, guiñando un ojo
con malicia, se dirije socarronamente a uno de sus
amigos:
D e cile q u e no se vaya
que por la noche se v á ;
si no topa qu ién la llcxw
yo le h ago la caridá.

Y el singular torneo va cobrando mayor anima­


ción a medida que el tiempo discurre y se escan­
cia el licor. Así han nacido las mejores trovas del
Cancionero Antioqueño, ese hermoso breviario de
la poesía popular colombiana, elaborado al calor
de aguardiente de caña en las fondas, ventas y po­
sadas de Antioquia, Caldas y cordilleras del Valle
y del Tolima.
Arrieros, agricultores y mineros de Antioquia
fueron los primeros pobladores de la aldea. De la
unión de esos tres tipos humanos proviene el pue­
blo del Líbano, y si nos hemos detenido en el aná­
lisis de esos primitivos pobladores, tronco común
de los hombres de hoy, es para explicar la idiosin-
cracia y las modalidades de la base popular de la
ciudad actual. Del minero heredó el libanense esa
gota de sangre belicosa y rebelde que ha salvado
su dignidad en los momentos más difíciles de su
historia y que parece decir a cada instante: “Pí­
seme esa raya” ; del hachero colonizador heredó
su laboriosidad y su espíritu de conquista, su de­
nodado afán de hacer patria, su gran espíritu pú­
blico y el sentido estoico de la vida. Del arriero
heredó la simpatía, la locuacidad y el espíritu del
comercio. Estos tres elementos colonizadores que
hicieron con su esfuerzo una ciudad próspera, cons-
128 E duardo S a n ta

fruyeron también las bases de un espíritu nuevo,


dándole a la mística ecuación psicosomática de los
futuros habitantes lo mejor de cada cual, en asom­
brosa síntesis de virtudes ciudadanas.
LOS GRANDES AD ELA NTO S

L iniciarse el presente siglo y durante las tres


primeras décadas del mismo la aldea toma un
vertiginoso desarrollo. Consolidada la paz, sellada
definitivamente la etapa de las guerras civiles en el
país, estructurada una nueva economía en la que el
café es el eje principal, el Líbano hace su com­
pleta metamorfosis de aldea en ciudad. Los obstácu­
los con los que va a tropezar son hijos de su pujan­
za, de su extraordinario desarrollo, ya que su ascen­
dente progreso y su importancia dentro de la nue­
va economía va a desatar un haz de recelos, de en­
vidias, de resentimientos por parte de otras regio­
nes que van quedando a la zaga o que ven en la
nueva ciudad norteña un peligroso émulo. Sorpren­
de que, de un momento a otro, ese conjunto de
bohíos, ese modesto caserío de agricultores pobres,
de mineros derrochadores y agresivos, de arrieros
trotamundos, haya tomado tan grande impulso.
Dentro del departamento aparece como una ciu­
dad milagro. Cincuenta años han bastado para
colocarse a la vanguardia de las ciudades tolimen-
ses. Viejas y apergaminadas villas de trescientos y
más años que ayer fueron emporio de riqueza y
130 E d u ard o S a n ta

símbolo de prosperidad empiezan a languidecer.


En tanto, aquella aldea de la cual apenas sí se
tenía vaga noticia en los círculos políticos y admi­
nistrativos de la capital, empieza a crecer como
pompa de jabón. Su café suave, solicitado con
ahinco por grandes casas exportadoras, apetecido
por compradores alemanes y norteamericanos, em­
pieza a recorrer caminos sobre el lomo paciente
de las muías y con él el nombre del municipio
productor grabado en indelebles tintas sobre los
sacos respectivos. Sus minas de oro y plata, hasta
hace unos veinte años en plena producción, con­
solidan su fama de prosperidad que poco a poco
va extendiéndose por todas las comarcas vecinas.
Don Camilo Sarmiento, había llevado la semilla
del trigo a las ricas tierras de Murillo desde 1897.
De tal manera que desde la primera década del
siglo la producción del precioso grano es también
importante renglón de exportación. Fuertes nú­
cleos inmigrantes de cundinamarqueses, santan-
dereanos y boyacences se establecieron en las re­
giones frías, cercanas al nevado, dando gran in­
cremento a la industria de la papa. Con el correr
de los años las regiones de Murillo se convertirán
en las primeras productoras de papa del departa­
mento y en unas de las primeras del país. La al­
dea del Líbano, a medida que va tomando impul­
so económico, va creciendo en forma asombrosa.
La propiedad raíz sube escandalosamente. Aumen­
ta el número de almacenes, tiendas, herrerías, far­
macias y consultorios. Se establecen fábricas de
jabón, de gaseosas, de cerveza, fundiciones, impren­
tas, librerías, teatros, etc. Aumentan los caminos
de herradura que, como símbolo de esa transfor­
mación económica y cultural, van trepando por
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 131

las lomas, acuchillando las serranías, bajando de­


safiantes por los rocosos cañones, llevando el gri­
to del arriero que se multiplica en la hondonada
como incontenible mensaje de prosperidad. Po­
co a poco van llegando de otras regiones del To-
lima distinguidos ciudadanos atraídos por la ri­
queza de la comarca. Es un incontenible alud de
gentes de todas las condiciones sociales y econó­
micas.
Profesionales, agricultores, ganaderos, mineros,
pequeños industriales y comerciantes van llegan­
do a la aldea, porque ella es símbolo de progreso,
norte de esperanzas, algo así como una nueva tie­
rra prometida. Y no faltarán entre esos nuevos in­
migrantes muchos personajes típicos, curiosos ven­
dedores de específicos, trovadores desmelenados y
bohemios, cacharreros de gracia sin par, organille­
ros trashumantes, trapecistas, declamadores, em­
presarios de gallera, aprendices de toreros, filóso­
fos de pacotilla, tahúres, mujeres de vida alegre,
cambiadores de bestias y rufianes de toda laya.
Qué curioso espectáculo de gentes, todas atraídas
por el imán de una fama de riqueza y de hospita­
lidad. Es un mosaico humano, un abigarrado y he­
terogéneo haz de hombres de todas las regiones
que van con la esperanza de hacer dinero. Es la
gitanería nacional. Aquí se abre un ventorrillo de
telas. Allá una nueva pesebrera. Mas adelante una
gallera, una cantina, una venta de amuletos. Hoy
llega el cambiador de bestias transformando algún
jamelgo maltrecho en brioso corcel, merced a cier­
tos trucos que el aldeano ignora. Luego aparece el
fabricante de vermífugos y pomadas “curalotodo” .
Más tarde la otoñal celestina con su cortejo de mu-
jerzuelas perfumadas. Después el empresario de
134 E duardo S a n ta

man con tal éxito que la institución llega a tener


importancia y renombre en todo el departamento.
Como el ambiente por naturaleza es apto para las
faenas de la cultura, aumenta rápidamente el nú­
mero de establecimientos educativos. José Luis Cor­
tés, Raimundo Helí Botero, el doctor Ismael Uri-
be y Félix María Pava fundan sendos colegios pa­
ra varones. En 1910 es fundado el Hospital de San
José, gracias a los esfuerzos de distinguidas damas
y caballeros de la localidad; en ese mismo año y
con motivo de las festividades de celebración del
primer centenario de la independencia colombia­
na fueron inaugurados: la primera biblioteca pú­
blica, el 20 de julio, con el nombre de “Acevedo
Gómez” y el bello parque, totalmente enrejado,
delicadamente cultivado por las damas de la po­
blación. Desde ese entonces, hasta que la aldea se
hace ciudad, veremos en aquel parque al popular
José Chisco, vendiendo el “masato” con abundan­
te y exquisita canela, y en pequeños escaños de
madera verde, ya desaparecidos, veremos no solo
la idílica pareja de enamorados, sino a todos aque­
llos inolvidables personajes que hoy desfilan nos­
tálgicamente entre nuestros recuerdos de infancia:
a Marco Julio Valencia, aquel joyero, orfebre de
las frases más espléndidas que haya escuchado en
la vida; al famoso y ya olvidado “Centavillo”, un
trovador popular que ganaba la vida poniendo en
verso los sucesos sensacionales de la aldea, una es­
pecie de cronista de matrimonios, peleas, críme­
nes, carnavales y demás fastos locales; a Celso Eche-
verri, venerable y erudito anciano, que solía con­
tar la historia de los gracos, la de los imperios
griego y romano, la insurrección de Espartaco,
y que hablaba de Sócrates, Platón y Aristóteles co­
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 155

mo de sus propios familiares; al famoso indio


“Rondín”, con su cabellera desmelenada tratando
de hacer prosélitos para las ideas socialistas; a Pe­
dro Brincos, siempre con un canto de la camisa
por fuera, luciendo un hermoso carriel de nutria,
fumando su “muía” de lata, y recitando aquel poe­
ma erótico intitulado “El Gusano” ; al Gato, otro
viejecillo de ojos chispeantes y vivaces, pequeño y
ágil como un felino, imitando magistralmente
con su voz el ruido de los fusiles y simulando un
combate; a Mister Cape, aquel enigmático ciuda­
dano inglés, mecánico y fontanero de la aldea, que
usaba unas especies de coturnos o sandalias de cuero;
a don “ Baldomero”, apodado el “gobernador del
callejón”, con su inimitable sombrero barnizado
de blanco y rojo; a Garrotillo, aquella loca me­
lancólica y solitaria que conversaba con los espíri­
tus y dormía en los cementerios y que debió mo­
rir tuberculosa en algún rincón de una calleja bo­
gotana . . En fin, por aquel parque de árboles
frondosos, hoy transformado totalmente por obra
y gracia del cemento y de la civilización destruc­
tora, ha pasado media historia de la aldea.
En 1.910 Marco Rodríguez trae la primera im­
prenta y ese mismo año salió a la luz pública el
primer periódico, dirigido por Rodríguez en aso­
cio de ese gran periodista y panfletario que se lla­
mó Jorge Ferreira Parra, cuyo nombre está estre­
chamente vinculado al periodismo tolimense y de
quien hablaremos más adelante; en 1911 se es­
tablece la primera librería, fundada por doña
Benilda Parra de Alvarez, en donde la juven­
tud libanense empezó a saborear las obras de Ana­
tole France, de Víctor Hugo, de Julio Verne, Ra­
fael Sabatini, Alfonso de Lamartine y de otros
136 E duardo S a n ta

autores de moda en esa época; en 1912 don Lelio


Olarte, el celebrado compositor, autor de la gua­
bina santandereana, organiza la primera banda de
música integrada por caballeros de la mejor socie­
dad, entre los cuales recordamos a Guillermo Fe-
rreira, Aníbal Giraldo y Ezequiel Santa. Y como
dato curioso observamos que este conjunto musi­
cal fue inaugurado oficialmente con el Coro de los
Martillos de la famosa ópera El Trovador. Este
primer conjunto musical vino a transformar fun­
damentalmente la vida y las costumbres de la al­
dea: los bailes fueron más frecuentes y los espec­
táculos públicos revistieron mayor solemnidad; el
Líbano empezó su edad dorada, como si la músi­
ca le hubiera dado la dimensión de la alegría y
del progreso.
Con esa banda se encabezaron los desfiles cívi­
cos y las manifestaciones políticas, se recibía a los
personajes importantes que esporádicamente visi­
taban la región y se alegraba el comienzo de los
espectáculos públicos. Y ya que de ello hablamos,
además de las riñas de gallos, de las corridas de to­
ros en la plaza o en algún solar de la población
y de las carreras de caballos que con frecuencia se
efectuaban en la salida hacia Armero (desde la es­
quina de los Valeros hasta la “Horqueta de Pa­
cha”, (1) en el año de 1911 empezó a funcionar
un modesto salón denominado “La Deportiva” y
en el cual actuaron célebres compañías de come­
dias como las de Juan y Alfredo del Diestro, Gon­
zalo Gobelay y la de Matilde Palau. También en
esta misma sala de espectáculos hicieron sus ensa­
yos algunos grupos escénicos de la localidad. En

(1) Las Cruces.


A r m ero s y F undado res i 57

el mes de octubre de 1914 se dió allí una velada


con el juguete cómico titulado “Zaragüeta”, en el
cual actuaron algunas de las personas más desta­
cadas de la población. El producto de esa velada fue
destinado a la construcción del acueducto metáli­
co; ciento cuarenta y seis pesos produjo ese espec­
táculo y así quedó sembrada la semilla para rea­
lizar esa obra que tanto necesitaba la aldea. Tre­
ce años más tarde, es decir, en 1927, se daba .a] ser­
vicio el nuevo acueducto que posteriormente, y a
medida que el pueblo fue creciendo, fue ensancha­
do. En 1917 fue inaugurada la primera planta
eléctrica, merced a las gestiones de ese gran ciuda­
dano y hombre de empresa que se llamó Pedro A.
López, padre del expresidente Alfonso López. Las
gentes que no habían soñado jamás en tamaño
adelanto y que pasaban bruscamente de la vela a
la bujía de cristal estuvieron a punto de perder el
juicio. La luz eléctrica fue saludada con cohetes,
con música, con discursos y hasta con fuegos arti­
ficiales y vacaloca. Aquello fue el delirio y alguien
dijo que se acercaba el fin del mundo. Y no faltó
algún entusiasmado trovador que ante el espectácu­
lo de la luz eléctrica le dijera a la luna que la ciu­
dad ya no necesitaba de sus servicios:

"L le g ó la electricidad
en cu erd as de fino alam bre
y ya tiene la ciu d ad
bu en a luz y m ucho arle;
por eso con clarid ad
a la lu n a le decim os
que se r a y a p a otra parle '.

Y cuentan también testigos presenciales de aque­


lla época de candidez y de añoranza que muchas
138 E duardo S a n ta

personas salían de noche a dar paseos por la pla­


za y calles principales bajo la sombra protectora
de paraguas y sombrillas, para precaverse de las
emanaciones luminosas de las bombillas que, se­
gún los sabios de la parroquia, eran peligrosas pa­
ra la salud.
I

LOS ALDEANO S SE DIVIERTEN

£ J O N la luz eléctrica llegó el cine a la aldea.


Desde 1918 se empezaron a proyectar pelí­
culas del cine mudo en el salón denominado “La
Deportiva” y más tarde en el “Salón Estrella”, en
el “Salón Olimpia” y finalmente en el Teatro “Ola­
ya Herrera”. Películas como “El Capitán Blood”,
“La Viuda Alegre”, “Don Juan Tenorio”, “El Sig­
no de la Cruz”, “ Ben Hur” y “La Mujer X ” . O
bien las deliciosas comedias de Perico Metralla,
Carlos Huracán, Charles Chaplin, El Gordo y El
Flaco (Laurel y Hardy) o Harold Lloyd. Y era
precisamente la banda de músicos del maestro Le-
lio Olarte la que pregonaba el espectáculo con pa­
seo por las calles y vuelta de plaza. Finalmente
los músicos colocaban sus atriles frente a la puer­
ta del teatro, donde el buen “Crucito”, un ancia­
no deschavetado y pequeño recibía las boletas, en­
tregaba las contraseñas y repartía zurriagazos a
los chicos que pretendían entrarse al teatro sin pa­
gar. Aquello constituía un verdadero espectáculo
porque en la batalla descomunal que libraba “Cru­
cito” con los chicuelos, tocaba parte de los zurria-
NO E duardo S a n t a

gazos a las damas y a los caballeros y aún a los


músicos que se esforzaban por darle solemnidad a
la función con las notas de sus brillantes instru-
mentos. Había un gran alboroto, todo el mundo
pugnaba por entrar, los vendedores de dulces y
refrescos aturdían con sus gritos y de las fritangas
instaladas en la calle salía un humillo cálido, olo­
roso a condimentos deliciosos. Las damas ponían
sobre sí todo el baúl para asistir a la función. Be­
llos vestidos de olán o de organza, collares de fan­
tasía que colgaban hasta la cintura, brazaletes que
adornaban sus brazos desnudos a manera de ajor­
cas brillantes, en el pelo mucha vaselina y sobre
sus hombros morenos una preciosa piel de zorro
que les daba cierto porte aristocrático. Y muchas
de ellas no contentas de tanto perendengue, bar­
nizaban sus brazos con albayaldc o blanco de zinc,
o decoraban sus labios con la tinta que soltaba el
papel crepé. Los caballeros eran más parcos en su
manera de vestir: saco largo y pantalón angosto,
chaleco de fantasía, reloj de leontina dorada, som­
brero canotié y varita, a manera de bastón. Eran
ellos galantes en extremo, ceremoniosos y cuida­
ban mucho de comprarle al mono “Pirulí” unos
cuantos caramelos para las damas. Y el mono “Pi­
rulí” animaba aquel ambiente de carnaval con una
estrofilla que se hizo célebre por aquel entonces:

C aram elos Pirulí


a la m oda de P a rí;
curan la c a la ría
y m atan la lom brí!

Después de muchos preámbulos venía la proyec­


ción de la película. El telón era, por lo general,
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 111

muy pequeño y a veces remendado; las figuras


en estos comienzos de la cinematografía, bien por
defectos de la filmación o por impericia del opera­
dor, temblaban como el azogue. Por la razón de
ser cine mudo, aparecían letreros casi intermina­
bles, explicativos de lo que iba a suceder o estaba
sucediendo, letreros que duraban hasta cinco mi­
nutos y que toda la concurrencia leía en voz alta
en monótono coro; aquello era como un aquelarre
de brujas . Recordamos uno de estos:

'7 lan p asad o veinte añ os. Ifigenia. can sada de e s­


perar a l ¡oven C a ríos, lia resuelto trasladarse a c a sa
de su s padres, situ a d a en un bello jardín de la C iu d a d
C ierna. S u a d o ra d a m adre le inform a r¡ue Carlos fue
m uerto en u n a revolución contra el Rey Víctor M a ­
nuel y (pie su s d esp o jo s m ortales yacen en el cem en­
terio d e u n a p eq u eñ a a ld e a i t a l i a n a .. . Entonces Ifi-
qenia, d ese sp e rad a, loca de dolor, ab an d on a la casa
p atern a y se va h acia la se lv a . . . e tc . . . ”

F.ste tipo de cursilería literaria hacía enternecer a


las damas que disimuladamente extraían de sus bol­
sos el diminuto pañuelo de seda para secar sus lágri­
mas. Pero, de repente, la cinta solía reventarse an­
te la impaciencia de los espectadores. Venía la pro­
testa unánime. Silbos, gritos y golpes contra el sue­
lo. Al reanudarse la película no faltaba tampoco
algún chistoso que proyectara la sombra de su ma­
no sobre el telón motivando el escándalo colec­
tivo. Y, antes de alcanzarse el desenlace, infalible­
mente la máquina fallaba y los pacientes especta­
dores tenían que notificarse de un letrerito que
aparecía en la pantalla:
142 E duardo S a n ta

“ P or motivos a j e n o s a n u e s t r a v o l u n t a d s e

SUSPENDE EL CINE MIENTRAS UN TÉCNICO

arregla la m á q u in a ” .

Momento éste que aprovechaban los vendedores


de canzuisos y mentas para impulsar su negocio
y que le daba la oportunidad a las damas asisten­
tes para hacerse la visita y a los caballeros para sa­
lir al “reservado” a tomar algún refrigerio. En
tanto la banda de músicos del maestro Olarte in­
terpretaba una canción española, alegre y festiva,
como “El Relicario”, “Curato de la Cruz” o “Fu­
mando Espero”, un valse de Straus o el cuplé de
moda. Aquellos eran los hermosos tiempos del cu­
plé, del sombrero canotié y del clavel en la sola­
pa. El gramófono y más tarde la ortofónica em­
pezaban a darle alas a aquella sociedad un poco
mojigata y tras los encantos de la música el bai­
le se hizo con menos parsimonia y más frecuen­
cia, ante el escándalo de las abuelas que se cogían
la cabeza a dos manos en vista de los escabro­
sos pasos de los nuevos bailes. Y eso que el “tango
apache” con sus múltiples figuras no había em­
prendido su triunfal correría por el mundo y que
del “can-cán” apenas sí se tenían noticias por los
escándalos que hacía la prensa capitalina.
Dulce y romántica época aquella en que el furor
por el cine impulsó a don Carlos Arturo Sanín
Restrepo a fundar una compañía cinematográfi­
ca en el Líbano que casi da al traste con algunos
modestos capitales de la aldea. Se filmó una peli-
A r r ier o s y F u n d a d o r e s 143

cula de regular metraje denominada “Los Amo­


res de Kelif”, cuyo libreto había sido preparado
por Sanín y en la cual trabajaban como actores co­
nocidos elementos de la localidad, entre los que
recordamos a doña Carlota Jaramillo de Arango,
a Benjamín Prieto y a Manuel Palacio, alias “Vo­
lantín”. Y ya que hablamos de este último perso­
naje, gran torero bufo en su época, bueno es re­
cordar que su nombre está vivamente vinculado a
casi todas las empresas de civismo de la aldea.
Siempre listo a prestar su concurso en veladas y
corridas a beneficio de muchas obras de progreso
y de beneficencia, el Líbano debe tenerlo como
una reliquia de su pasado.
Volviendo a la película “Los Amores de Kelif”
ella fue exhibida en algunos teatros del país, sil­
bada en unos, aplaudida en otros, terminó que­
mándose en alguna población colombiana. Así con­
cluyó esta extraordinaria aventura del cine nacio­
nal.
También se recuerda como hecho trascenden­
tal en los anales libanenses de principios de siglo
la llegada de un simpático y atractivo trapecista de
apellido Guerrero, que se llamaba a sí mismo el
Gran Guerrero, y el cual resolvió elevarse en un
globo de lona de grandes dimensiones. El globo
fue inflado en plena plaza, frente a la casa muni­
cipal. Los maravillados aldeanos prestaron su con­
curso llevando la leña y avivando el fuego duran­
te más de ocho horas, hasta que el globo estuvo
lleno de humo y el valiente Guerrero emprendió
su aventura del aire, elevándose a más de doscien­
tos metros de altura sobre la población, ante el re­
gocijo y el temor de los ingenuos aldeanos. Del
globo pendía un trapecio y, así, a medida que la
144 E duardo S a n t a

curiosa nave cobraba altura, Guerrero hacía peli­


grosas demostraciones de su arte, hasta que se per­
dió de vista o quedó reducido a un puntito negro
sobre el espacio y bajo el cielo azul de una maña­
na limpia y despejada. (1)
En 1918 don Marco Aurelio Peláez llevó el pri­
mer automóvil, desarmado y en turegas, a lomo
de buey, artefacto éste que fue armado en plena
plaza, puesto a caminar ante el asombro y el pá­
nico de la multitud, y que vino a pregonar una
nueva era de progreso y a estimular en los habi­
tantes de la aldea el deseo de una vía carreteable
que rompiera su insularidad y embotellamiento.
Más tarde don Pedro Arboleda y su hijo Misael re­
petirán la hazaña de llevar automóviles a lomo de
buey, para divertir a aquella cándida y sencilla so­
ciedad que establecía los primeros contactos con
la técnica y la civilización. Armados los carros re­
corrían las calles del poblado con lo más selecto
de la sociedad y seguidos por una tropilla de mu­
chachos que querían probar la delicia del automó­
vil, tratando de invadir los anchos guardafangos
o la “parrilla”.
Otra clase de espectáculos dignos de figurar en
este breve ensayo son las fiestas patrias de aquel
entonces, las cuales se celebraban con mucha pom­
pa. A las cinco de la mañana había alborada mu­
sical y la banda del maestro Olarte, o más tarde
la del Padre Fernández, recorría las calles del po­
blado despertando a las gentes con alegres

(1) Parece que Antonio G uerrero al elevarse en Honda


cayó al M agdalena pereciendo ahogado. Hubo por esta
m ism a época otro individuo, llam ado Guillerm o Valencia,
que tam bién recorrió la s ciudades y aldeas colom bianas
repitiendo la hazaña de Guerrero.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 145

bambucos, valses y pasodobles. A las ocho de la


mañana, misa campal con asistencia del señor al­
calde y demás funcionarios civiles. Inmediatamen­
te después el clásico discurso veintejuliero, con
mucho floripondio y mucha frase de cajón. (1)
Por la tarde, vara de premio a la que pugnaban
por subir todos los chicuelos de la población; ca­
rrozas alegóricas que representaban cuadros de la
independencia, aprovechando para ello los automó­
viles de Marco Aurelio Peláez y más tarde los de
don Pedro Arboleda; partidas de baloncesto y al­
gún rumboso baile en casa de uno de los notables.
Y por la noche, la clásica marcha de antorchas en
la que participaban las escuelas públicas y los co­
legios privados. Este era el más hermoso espectácu­
lo de la aldea. Con faroles encendidos, tricolores,
los niños y los adultos marchaban por las calles
cantando el himno de la patria. Y la ciudad se ilu­
minaba de fuego y de alegría.
Los primeros carnavales de la aldea se efectuaron
en 1924, y la ciudadanía eligió en aquella ocasión
a doña Soledad Puerta (hoy viuda de Garcés) rei­
na de la belleza.
En 1927 se celebró un hermoso festival que des­
pertó un extraordinario entusiasmo en todas las es­
feras sociales y en el cual fue elegida Reina de la
Caridad la nobilísima matrona doña Merceditas

(]) A principios de siglo el anciano Vicente Marín, héroe


de la independencia, soldado de Bolívar, presidía la s fie s­
tas patrias. P ara ello era ataviad o con su raído uniform e
m ilitar y encabezando el desfile era objeto de todos los
honores. A él se dirigían los oradores de turno, se le coro­
n aba con laurel y se le llev ab a en veces sobre carrozas
alegóricas. En este venerable anciano y héroe rendían ho­
m enaje los libanenses a todos los forjad ores de la P atria.
H erm osa form a de conm em orar la independencia, que nos
hace reford ar los m ejores días del im perio rom ano y de
la dem ocracia ateniense.
10
146 E duardo S a n t a

Arango de Palacio. Y entonces por las calles del


Líbano corrió un río de música y confetis. Las más­
caras, las serpentinas, los bailes de gala y las ver­
benas populares llenaron de júbilo al próspero po­
blado. Posteriormente, en 1938 fue elegida reina de
la belleza doña Marina Roncancio y en 1940 do­
ña Daissy Garzón, dos nuevas oportunidades en
las cuales los libaneses celebraron alegres e inolvi­
dables carnavales. Los estudiantes también han so­
lido, de cuando en cuando, designar reinas, entre
las cuales recordamos a doña Aixa Jadet, Nelly
Londoño, Virginia Millán, Helena Castaño, Ligia
Bonnet, Leticia Arango, Inés Botero, Amanda Ye-
pes, Luz Echeverri y otras bellas y distinguidas da­
mas de la mejor sociedad. De todas maneras los
carnavales han vestido al pueblo de alegría, rom­
piendo la monotonía habitual, abriendo un parén­
tesis de felicidad a las arduas faenas del trabajo y
estimulando a la vez las virtudes cívicas del pueblo.
Pero, ya que accidentalmente hemos hablado de
carnavales y de réinas, bueno y conveniente resulta
afirmar que el aporte de la mujer al progreso del
Líbano ha sido decisivo desde su propia fundación.
Por los caminos del recuerdo, de labios de nuestros
propios abuelos, conocimos los nombres de algu­
nas mujeres sencillas, de extracción popular, com­
pañeras de los primeros pobladores en sus júbilos y
en sus padecimientos. María de Jesús Pérez y Cleo-
tilde Parra, apodadas “La Mica” y “La Pliegues” res­
pectivamente, ayudaron con sus manos fuertes a
derrumbar los cedros centenarios, fueron parteras
de nuestra hidalga ciudad y, sin descanso alguno,
entregaron su vida a la empresa colonizadora y
salpicaron de anécdotas populares los anales liba
nenses. Otra mujer de esa misma contextura, obre
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 147

ra infatigable, fue Visitación (su apellido lo bo­


rró la ingratitud), apodada “La Guza”, negra co­
mo el ébano, pero de quien se dice que fue el ángel
tutelar de muchos desvalidos y quien con los pri­
meros colonizadores manejó virilmente el hacha y
el machete y vio nacer la aldea, a la cual arrulló
con sus cantos sencillos.
Mujeres de estirpe y gran abnegación, matronas
como la propia madre de los Gracos, fueron doña
Jacobita de Parra, doña Ifigenia de Ferreira, doña
Olinda Parra de Echeverri, doña Alejandrina de
Sandoval, doña Beatriz Jaramillo de Arango, doña
Merceditas Arango de Palacio, doña Virginia de
Echeverri, doña Tulia Palacio de Parra y muchas
más, cuya enumeración sería prolija, pero a quienes
el Líbano debe mucho por el espíritu cívico, por
sus grandes virtudes que constituyen ejemplo im­
borrable. A cada obra de progreso están vincula­
dos muchos nombres femeninos. Pero especial­
mente en la fundación del actual Hospital de San
José ese aporte se hace tangible y laudatorio. En
1910 un nobilísimo grupo de matronas quiso do­
tar al Líbano de un hospital de caridad y compro­
metió todo su empeño, su entusiasmo, su dinamis­
mo y su fé. Vale la pena consignar en estas pági­
nas los nombres de esas damas esclarecidas, anti­
cipando de antemano nuestras excusas por cual­
quier omisión. Entre las más entusiastas y decidi­
das figuran doña Beatriz Jaramillo de Arango, do­
ña Leonor Botero, doña Ifigenia de Ferreira, do­
ña Josefina de Vélez, doña Angelina de Parra, do­
ña Aquilina de Camargo, doña Alais de Vélez, do­
ña María de Santa, doña Alejandrina de Sando­
val y otras muchas cuyos nombres sería prolijo
enumerar. Contando con la decidida colaboración
148 E duardo S a n t a

del párroco de aquel entonces, doctor Juan B. Mi­


sas y ayudadas de manera muy entusiasta y gene­
rosa por Antonio Ferreira, Marco A. Vélez, Fer­
mín Arango y otros patricios libanenses, llevaron
a cabo la compra de la casa en que habían de ini­
ciar tan bella y humanitaria obra. Empezaron con­
tratando los servicios de una buena y abnegada
mujer, llamada Nicolasa Perdomo, para que asis­
tiera a los enfermos que le fueran llegando. Ob­
tuvieron también la colaboración del entonces mé­
dico del Líbano doctor Miguel Arbeláez y quedó
de esa manera iniciada esa gran obra que hoy es
el “Plospital de San José”. En 1911 habiéndose au­
sentado ya el doctor Arbeláez, vino a establecerse
el eminente galeno Víctor A. Londoño, a quien el
Líbano tanto debe y bajo cuya dirección continuó
el hospital. Con bazares, festivales, corridas de to­
ros, venta de flores, rifas, suscripciones populares
y donaciones, continuó viento en popa esta obra.
Pronto empezó a construirse el edificio de dos plan­
tas en que actualmente funciona y fue recibida, a la
vez, la dotación de todos los elementos indispensa­
bles para su funcionamiento regular. Don Alejandro
Palacio Botero, filántropo en el exacto sentido de la
palabra y de quien ya hemos hablado en capítulos
anteriores, también fue uno de los más valiosos y
efectivos paladines de esta noble cruzada. Plasta el
año de 1935 el Hospital de San José estuvo dirigido
por distinguidas damas de la localidad, pero en ese
año el Padre Vicente Conde gestionó el envío de las
hermanas vicentinas quienes han venido dirigién­
dolo con eficacia y celo apostólico.
Para cerrar este capítulo he considerado de al­
guna utilidad transcribir los justicieros párrafos
que Josué Dávila Reyes dedica a dos de las más
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 149

distinguidas matronas a cuyo esfuerzo y abnega­


ción debe el Líbano el Hospital de San José. Don
Josué Dávila es autor de una interesante reseña
histórica sobre el Líbano, publicada en un Anua­
rio Estadístico del Departamento del Tolima en
1938. Dice así el señor Dávila: “Motivos de muy
sincero pesar para la ciudadanía libanense, para
la sociedad y especialmente para los pobres, fueron
los fallecimientos de algunas de las matronas que
habían creado el hospital. En 1910, durante las fies­
tas centenarias, falleció la señora Ifigenia de Fe-
rreira, cuyas dotes y virtudes la hacían ser el al­
ma de todas las manifestaciones de cultura, pero
especialmente de las fiestas de caridad; su muer­
te trocó la alegría de las fiestas que se celebraban
en llanto y constituyó la más solemne manifesta­
ción de pesar. En 1917 vieron los pobres desapare­
cer a la venerable anciana doña Beatriz Jaramillo
de Arango, formándose con motivo de su muerte,
cuya noticia circuló rápidamente en la población,
una verdadera peregrinación de harapientos, muti­
lados, mendigos, viudas, huérfanos que, codeán­
dose con las damas y los caballeros de la sociedad,
acudieron presurosos a la casa de doña Beatriz pa­
ra informarse de la verdad de su desgracia y tri­
butarle el solemne y conmovedor homenaje de las
lágrimas.
“No menos de 200 personas veían llegar alimen­
tos a sus casas, abrigos, ropas y medicinas, porque
doña Beatriz les hacía llegar esos elementos. Su
tarea diaria era la de recorrer el comercio y las
casas de familia, en solicitud de recursos para aten­
der a sus pobrecitos; y cuando esos recursos eran
insuficientes, los completaba con los propios; lo
que le importaba era cubrir oportunamente sus
150 E duardo S a n ta

desnudeces, mitigar las hambres, curar las dolen­


cias. Ocasiones hubo en que al llegar sus hijos o
su esposo a acostarse, encontraran las camas des­
manteladas, porque doña Beatriz había obsequiado
las frazadas y las sábanas a alguna familia po­
bre. Otras veces no encontraban don Fabriciano o
sus hijos el vestido, el sombrero, las botas que
deseaban para mudarse; era que ya un pobre es­
taba cubriendo su cuerpo con esas prendas.
“Doña Beatriz dejó una digna heredera de su
sangre, de sus virtudes, de su amor por los po­
bres: doña Merceditas Arango de Palacio. Es una
anciana pequeñita, robusta, de andar lento y ya
trabajoso; su presencia es mirada en todas partes
con respetuosa simpatía, con cariñosa veneración.
Es la reina de la caridad. En 1927 se celebró en el
Líbano un festival sumamente interesante, origi­
nal, bello y que despertó un entusiasmo inusitado
en la sociedad y en el pueblo; en torneo que se re­
cordará siempre con satisfacción y orgullo, se lle­
vó a cabo la elección de la Reina de la Cari­
dad, siendo candidatas las distinguidas señoritas
Ninón Rabe y Dabeiba Palacio, clarísimas da­
mas de la sociedad libanense y cuyas virtudes y
merecimientos las hacían dignas del honor de ser
competidoras de doña Merceditas Arango de Pa­
lacio, en ese tan simpático festival. Como era na­
tural y como lo deseaban las mismas candidatas
competidoras y sus sostenedores, el triunfo lo ob­
tuvo arrollador doña Merceditas, cuya coronación
constituyó la fiesta más hermosa, solemene y con­
movedora que se haya dado en el Líbano. Alrede­
dor de $ 1.800.00 se recaudaron en ese torneo que
sirvió para darles reina y madre a los pobres y
A r r ier o s y F u n d a d o r e s 151

para dotar al hospital de muchos elementos de que


carecía”.
Queden estas líneas como un homenaje no solo
a las damas de ayer sino a todas las que hoy lu­
chan por el progreso de la ciudad, cuyos nombres
serán recordados con cariño y admiración por las
generaciones futuras.
UNA V EN TA N A HACIA EL MUNDO

OS sociólogos organicistas sostenían en su afán


de establecer analogías entre la sociedad y los
organismos vivientes, que las vías de comunicación
eran algo así como el sistema circulatorio del orga­
nismo social. Y en verdad los caminos y vías ca-
rreteables son las que le infunden el soplo del pro­
greso a una región, le llevan el torrente de la pros­
peridad, están remozando sus tejidos vitales, lle­
van y traen gentes y productos, por ellos se esta­
blece el intercambio de valores económicos, cul­
turales y étnicos. Cada vía de comunicación
es una ventana que se abre hacia el mundo pa­
ra que por ella entre y salga la luz que ventila
los espíritus e ilumina las conciencias; para que
por ella entre el progreso en diversas formas, en
fin, constituye un contacto con la civilización y
la cultura. Con la invención del ferrocarril y el
automóvil se quebrantó el poder y el encanto de
los caminos de herradura y el importante gremio
de los arrrieros empezó a decaer paulatinamente;
más tarde la aviación acabaría por asestarle un
nuevo golpe a la romántica institución y la muía
154 E duardo S a n t a

y el buey, las posadas y las ventas, pasarían con


los arrieros rudos y malhablados a un segundo
plano, en un doloroso proceso de aniquilamiento
y desolación. Desde las primeras décadas del pre­
sente siglo el país empezó a construir carreteras.
Hoy por hoy estamos viviendo en la edad de la
llanta. Las comunicaciones se hicieron más rápi­
das, seguras y económicas. El camino de herradu­
ra es subsidiario, día a día tiende a ser sustituido
por las modernas formas de locomoción y hoy se
soporta por aquello de que “a falta de pan bue­
nas son tortas”, pero donde quiera que haya uno de
estos florece la esperanza de verlo reemplazado
por una vía carreteable que haga rendir el tiem­
po y que abarate el precio del transporte.
Desde que don Marco Aurelio Peláez llevó a
la aldea los primeros automóviles en 1918, nació
en las gentes del Líbano una pequeña llama de
esperanza, de anhelo, que cada vez iba aumentan­
do en intensidad y que las acercó a una tremenda
e imperiosa necesidad: la carretera. Ante aquellos
aparatos, armados con tanto sacrificio en plena
plaza, los libanenses empezaron a cavilar, a pensar
que sin ellos la población quedaría al margen de
la nueva época que empezaba a vivir la repúbli­
ca y el mundo entero. Era, como antes se dijo,
la “edad de la llanta” y el mundo empezaba a
ser transformado por ella en su estructura eco­
nómica, en su moral, en sus costumbres y en sus
relaciones de orden cultural y técnico. La idea de
la carretera se les metió a los libanenses entre
ceja y ceja, y eran muy explicables sus anhelos.
Con la carretera el excelente café que producían
sus ubérrimas tierras podría venderse a menos pre­
cio y competir con el café de otras plazas ante los
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 155

compradores de Honda, Manizales y Medellín.


Con ella vendrían nuevas gentes a vincularse a
la economía de la naciente población; bajaría el
costo de las mercancías, traídas a lomo de muía
desde las ciudades vecinas y, además, el Líbano
empezaría a ponerse en estrecho contacto con la
vida del país. Y entonces la población inició una
lucha que había de ser descomunal en los ana­
les de su historia. La lucha por obtener una ca­
rretera, cosa fácil para otras poblaciones tutela­
das por la fortuna o con mayor capacidad de in­
triga ante los soberbios círculos políticos y buro­
cráticos de esta democracia de cubileteros, de pres­
tigios de convención, hábilmente urdidos en las
trastiendas de los mentideros parroquiales. Pero el
Líbano comprometía en esa lucha todo su esfuer­
zo, que había de ser tenaz. Tenía pocos amigos
en los círculos omnipotentes que manejaban el
presupuesto departamental y, antes bien, era mi­
rado con recelo porque no hay nada que alimen­
te más suspicacias y rencores que la tenacidad, el
espíritu de lucha, la vitalidad, el talento y la es­
peranza. Otras poblaciones del país, de menor
importancia, ya habían conseguido carretera, va­
le decir, ya tenían un cordón umbilical que las
ataba a la nueva edad de la llanta. El Líbano cuan­
do pidió su carretera era sencilla y llanamente el
segundo o tercer productor de café en la repúbli­
ca. No se estaba tartarinizando. No se estaba de­
mandando más de lo que justamente le corres­
pondía. Pero como en este lindo país colombiano
las obras públicas, por lo general, no se hacen en
obedecimiento a un plan orgánico que consulte
las necesidades ni las conveniencias de orden eco­
nómico y social, sino que, por el contrario, lo que
156 E duardo S a n t a

habitualmente se consulta es el avieso y prodi­


torio oráculo de las conveniencias políticas, la obra
no se hizo sino después de muchas batallas, des­
pués de muchas protestas, discursos, movimien­
tos cívicos, manifestaciones, amenazas y demás co­
sas de este jaez. No faltaron los celosos caciques
improvisados en alguna convención de compadres
que salieron a defender “su” presupuesto depar­
tamental, acostumbrados a manejarlo como cosa
propia y a derrocharlo en obras inconsultas e ino­
ficiosas en sus respectivos feudos electorales. Pero
a punta de empujones, de migajas del presupues­
to, con intervalos en la suspensión de trabajos,
el Líbano logró terminar su carreetra a San Lo­
renzo, hoy Armero, en 1936. Por fin tuvo una
ventana abierta hacia el país nuevo para decirle
cuál era su valor y su mensaje.
Pero veamos cuál fue el desarrollo de esa lucha
titánica. El primero que trató de cristalizar esta
esperanza de una mejor vía fue don Pedro A.
López, padre del doctor Alfonso López, y cuyo
nombre está estrechamente vinculado no solamen­
te al Líbano sino a la historia económica del país.
En efecto en los años de 1915 o 1916 envió por su
cuenta una comisión de ingenieros para que estu­
diara la manera de trazar un cable aéreo que
uniera al Líbano con Honda y Manizales. Ese tra­
zado efectivamente se llevó a cabo, pero dificulta­
des que debieron presentársele al insigne hombre
de industria, impidieron la realización de esa obra
que por un día fue hermosa y fulgente ilusión
de los libanenses. En 1923 el Líbano no se da por
vencido e insiste en el proyecto del cable pero
ahora su aspiración es más modesta. Solo anhela
comunicarse con Armero por tal medio de lo-
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 157

comodón. La casa “Ruiz Rivas y Cía.”, de Bogo­


tá, se interesa en el mencionado proyecto y así lo
manifiesta al Concejo en comunicación del 18 de
febrero de 1928. Pero debido al alto presu­
puesto de la obra, viene un nuevo y estrepitoso
fracaso. Más tarde, en 1924, el general Eutimio
Sandoval y su hijo Eduardo, quien acababa de
obtener su grado de ingeniero electricista en los
Estados Unidos, lanzaron la iniciativa de la cons­
trucción de un tranvía eléctrico aprovechando pa­
ra ello el inmenso caudal de fuerza que viene
ofreciendo a diario el río “Lagunilla” en su caída
“ La Laguna”. Los señores Sandoval antes citados,
hicieron el trazado para el tranvía, desplegaron
gran propaganda en torno a dicho proyecto, hasta
tal punto que fue editada una revista con el nom­
bre de “Tranvía al Líbano”. Por un momento tam­
bién, la aldea vibró de entusiasmo. Pero esta nue­
va ilusión se desvaneció bien pronto. Luego, en
1926, nace una nueva esperanza. La ciudad de
Manizales que necesitaba una vía hacia el Mag­
dalena, más rápida, cómoda y práctica que la del
cable aéreo que la une a Mariquita, pensó en la
construcción de una carretera que pasando por las
propias nieves del Ruiz la uniera a Murillo, Lí­
bano y Armero, comunicándose en esta forma con
el río Magdalena por medio del ferrocarril de la
Dorada y con Bogotá por la carretera de Cara­
bao. Lanzado este proyecto que debía ser apoya­
do por el gobierno del Tolima, se dieron _cita en
el Líbano delegaciones de Manizales y de otras
poblaciones interesadas en la vía y los miembros
del gobierno tolimense. El entusiasmo fue desbor­
dante pero cuando se pensaba que el proyecto era
una realidad, personas interesadas en atajar el por­
158 E d u ard o S a n ta

venir de nuestro pueblo obtuvieron a base de in­


trigas que se modificara el trazado inicial y cam­
biarle el rumbo a la vía, dejando al Líbano a
un lado, condenado a vivir por diez años más en
pleno ostracismo y aislamiento. Pero los pueblos
que confían en su fuerza y en su pujanza tam­
bién saben esperar, seguros de que el futuro les
pertenece. Hasta que llegó el año 1931. La Asam­
blea Departamental, elegida ese año con gran aco­
pio de votación liberal y a la cual concurrieron
los jóvenes del Norte, Fermín López Giraldo y
Julio Toro Gómez, aprobó el proyecto de orde­
nanza que estos dos amigos del Líbano presen­
taron y, según el cual, el Departamento debía
proceder al trazado y construcción de la carrete­
ra Armero-Líbano. Bajo la administración ecuá­
nime y progresista del doctor Antonio Rocha,
como Gobernador del Departamento, se iniciaron
los trabajos de la obra redentora. Actuaba como
Secretario de Hacienda Departamental el distin­
guido jurista antioqueño, recientemente fallecido,
doctor Juan C. Molina.
Al finalizar el año 1931 el distinguido ingenie­
ro Roberto Cardona, quien ya había ejecutado el
trazado del antiguo proyecto de la carretera Lí-
bano-Manizales, inició los trabajos de construcción
asesorado por el doctor Alfonso Rodríguez. El jú­
bilo de la ciudadanía fue inmenso, desbordante.
Los habitantes de Armero y Líbano se volcaron a la
calle en cívica manifestación de agradecimiento a la
Asamblea y al insigne y probo Gobernante seccio­
nal. Mientras en Armero, en aquel entonces San
Lorenzo, la maquinaria empezaba a destroncar árbo­
les, a barrenar el suelo y a ascender vertiginosa­
mente hacia la cordillera, en el Líbano se organi­
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 159

zaron “convites” cívicos a fin de apresurar est;


obra que no permitía más aplazamientos ni dila­
ciones. Toda la ciudadanía, contando entre ella
al distinguido cuerpo de profesionales, a los co­
merciantes, industriales y al estudiantado, se mo­
vilizó hacia las Cruces (antigua “Horqueta de
Pacha”) con picas, palas, machetes y azadones, a
trabajar por esa obra sin la cual el poblado no
podía prosperar, ni menos llegar a ser la ciudad
gallarda que hoy es. Miles de personas se suma­
ron al movimiento con laudable espíritu público
y gran voluntad de servicio. Qué espectáculo tan
grande fue aquel al cual no se sustrajeron los
niños ni los ancianos. Allí estaba el Líbano en su
edad dorada, con la sangre pujante legada por
el colonizador antioqueño, con el nervio y el
músculo fuertes, con el corazón henchido, ilumi­
nados todos por la luz invisible de una mística in­
quebrantable y una fe sostenida. Esta sola parte
de su historia vale por todas y dice muy a las
claras de qué fibras está hecha la arquitectura de
su espíritu y de qué nobles jugos se nutre el co­
razón de su pueblo. Allí, en esos históricos con­
vites, los cuales duraban tardes enteras, vemos a
Octavio Cordovés, al padre Vicente Conde, a Víc­
tor Londoño, Juan Bautista Echeverri, Emilio Ma­
rín, Ramón A. Millán, Tulio y Gerardo Echeve­
rri, Alfredo Mejía, Ignacio Pineda, Francisco Co-
valeda, Raimundo Helí Botero, Ezequiel y Rafael
Antonio Santa, Félix María Pava, Francisco Jara-
millo, José del Carmen Parra, Fabriciano Arango,
Luis Parra, Fermín Arango, Maximiliano Parra,
Clímaco Osorio, Moisés Pineros, Ismael Zorrillo,
Heliodoro Machado y mil más,en mangas de ca­
misa, el pantalón remangado y un sombrero de
100 E duardo S aiNTa

paja protector, bautizando con el sudor esa obra


magnífica y trazando con el esfuerzo los futuros ca­
minos del progreso a la ciudad pujante. Vemos
a las matronas de manos delicadas haciendo en al­
gún recodo del camino, quizás en algún barran­
co, las viandas para sus esposos y sus hijos que
dignificaban la vida con ampollas en las manos,
a fin de legarles a sus descendientes el prin­
cipio de una nueva era, la de la llanta y el au­
tomóvil. Y finalmente, vemos a centenares de ni­
ños de las escuelas públicas, manejando también
el azadón, como si fuera la proyección del lá­
piz balbuciente sobre la pizarra de la vida, car­
gando tierra en carretillas improvisadas, derriban­
do arbustos, a fin de contribuir con su infantil
esfuerzo a la edificación del porvenir. Estos ni­
ños que ayer dejaron caer sobre la tierra remo­
vida, olorosa a jugos vegetales, sus primeras gotas
de sudor, son hoy los conductores políticos, inte­
lectuales, morales y económicos de la aldea que
se hizo ciudad cuando el primer automóvil en­
tró a las calles a gran velocidad pregonando me­
jores días para el conglomerado.
Al doctor Roberto Cardona, a quien le corres­
pondió el honor de iniciar la carretera, sucedió
el doctor Valerio Convers y a éste el doctor Pío
Poveda, todos ellos de gran entusiasmo. En el
mes de junio de 1933 se hizo cargo de la direc­
ción de la obra el doctor Jorge Córdoba Peña.
La obra fue suspendida en varias ocasiones por
falta de fondos y aún se temió que estuviera con
denada al fracaso. Pero merced a la gestión de
los buenos amigos del Líbano fue posible el au
mentó de las partidas presupuéstales para esta
obra y, tras muchas penalidades, en abril de 1931
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 161

pudo inaugurarse en el Convenio un trayecto de


19 kilómetros, con asistencia del entonces Gober­
nador del Departamento, señor Heriberto Ama­
dor, modelo de administradores seccionales. (1)
En el mes de julio de 1935 se inauguró el trayec­
to de Convenio a Sabaneta, con asistencia de al­
gunos diputados y de los Secretarios Departamen­
tales de Hacienda y de Educación. Y, finalmen-

(1) F u e precisam ente por esta m ism a época (26 de


M ayo de 1934) qu e sucedió un acontecim iento sensacional
en los fastos de la vida aldeana. Un pequeño avión, p er­
dido en el espacio, el cu al iba rum bo a C ali, se vio obli­
gado a aterrizar en la m anga D agober (hoy C oncentra­
ciones E scolares). L a pequeña n ave aérea, después de un
cuarto de hora de zum bar por sobre los tejad o s de las
casas, resolvió descender a pocos m etros del perím etro
urbano. Toda la gente, hombres, m ujeres, niños, corría
por la s calles enloquecida p ara poder conocer la m ari­
posa m ecánica que por obra y gracia de un accidente
llegaba a la olvidada provincia. Hubo contusos a porrillo
y los ingenuos aldeanos, que apen as tenían noticias de
esas m áquinas por la s fotos que publicaba la prensa cap i­
talin a, no se cansaban de tocar la hélice y la s alas, las
ruedas y el motor del extrañ o aparato. En 1934 la a v ia ­
ción en Colombia, p aís sem ifeudal por esa época, estaba
dando sus prim eros pasos, con todo y haber sido el
p aís el precursor, con Scadta, de la aviación com ercial.
Muy pocas ciu dades contaban con cam po aéreo, quizás
cuatro o cinco, y la m ayor parte de la población nacional
sólo tenía conocim iento de tales aparatos p or las n oticias
y las foto grafías de la prensa, o por el cine. Como anéc­
dota curiosa sucedió que la s autoridades políticas y a d ­
m in istrativas de la localidad, no sabiendo qué hacer en
caso como éste, resolvieron detener preventivam ente al
piloto C uéllar V argas y al copiloto capitán Cotrino. Ocho
días m ás tarde y apenas hubo llegado el com bustible de
la nave, ésta alzó vuelo rum bo a la ciudad de C ali anta
la vista de los absortos aldeanos, dejando en ellos m ás
vivo el deseo de n uevas rutas, el anhelo de ponerse en
contacto con la civilización, la recóndita esperanza de
v ia je s lejan os. E se fortuito m en saje aéreo le estaba d i­
ciendo a los libanenses que la aldea se estaba quedando
al m argen de la civilización, qu e detrás de sus m ontañas
h ab ía ferrocarriles, autom óviles, aviones, barcos, m ares
y ríos navegables, en fin. un mundo com pletam ente d es­
conocido p ara ellos; ciudades, m uchas ciudades con fá b ri­
cas y gran des edificios, avenidas, plazas, m useos, p ar­
ques, hipódrom os, universidades, bibliotecas, vale decir,
un horizonte por conquistar y un país por conocer.
ll
162 E duardo S a n t a

te, el 18 de Julio de 1936, a las siete y media de la


noche, las calles del Líbano fueron alegradas en for­
ma inolvidable por el desfile de seis volquetas y cua­
tro automóviles que entraron pregonando que ya
la vía por tantos años anhelada era una realidad
y que sí pueden los pueblos esperar cuando esa es­
pera no se convierte en desidia y vencimiento. A
esas horas en que entró el modesto desfile de ca­
rros la multitud esperaba impaciente la llegada
de los automotores que traían en sus ruedas el
mensaje de una nueva época. Para el Líbano des­
pertaba un futuro promisorio. Desde ese instan­
te se iniciaría la metamorfosis de la aldea a la
ciudad. Cuando llegaron los carros con sus cho­
rros de luz y sus pitos estridentes la ciudadanía
marchó detrás de ellos a los acordes del Himno
Nacional, dando vivas a Colombia y al progreso.
Sonaron las campanas de la iglesia, se quemó mu­
cha pólvora y quizás también hubo algún discur­
so al fondo, desde las tribunas de la Casa Consis­
torial. Y razón había para tanto alboroto porque
la carretera a Armero parte en dos las historia del
Líbano, a manera de meridiano. De aquí en ade­
lante la primitiva aldea, tan llena de motivos ro­
mánticos y evocadores, empieza a evaporarse, a es­
fumarse hacia el recuerdo. Y sobre su vida tran­
quila y apacible, sobre el esfuerzo de sus coloniza­
dores, empieza a edificarse la ciudad moderna. Lle­
gan hasta ella nuevas gentes de Cundinamarca, de
los Santanderes, de Boyacá, del Cauca, del Valle,
de la Costa, de Nariño, de todos los lugares del
país, a mezclarse con sus habitantes nativos, a vin­
cularse a su economía, a modificar sus costumbres,
a enseñar que la patria es grande, a dar el aporte-
de su sangre, a contribuir al progreso de la ciudad
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 163

y, sobre todo, a amarla sobre todas las cosas. Por­


que el Líbano es eso: centro de afectos. Y así co­
mo incorpora a su corazón a quienes saben pagar
con cariño la hospitalidad que siempre brinda, re­
chaza y cierra sus puertas a quienes la han com­
batido, a quienes pagan con indiferencia sus favo­
res o a quienes la traicionan para convertirse en
detractores gratuitos de su hidalguía, de sus glo­
rias, de su raza y de su generosidad.
LA EDAD DORADA

STAMOS en 1936. El Líbano tiene ya su her­


moso templo, sus cuarenta y ocho manzanas
que le trazaron los fundadores, totalmente cons­
truidas, un bellísimo parque enrejado en el que el
inolvidable jardinero José Chisco, anciano diminu­
to y vivaracho, vive en coloquio con las flores; una
preciosa avenida sombreada por ceibas y arrayanes
que le sirven de entrada y que partiendo de las
Cruces (Horqueta de Pacha) llega hasta la esquina
de los Valeros; tiene además acueducto moderno,
planta eléctrica, hospital de caridad, escuelas públi­
cas, teatros, oficinas bancarias, colegios para hom­
bres y mujeres, y buena Casa Municipal, cemente­
rios, trilladoras de café, restaurantes, hoteles, far­
macias, médicos y abogados, fundiciones y talleres
de mecánica, barberías, zapaterías, ebanisterías, he­
rrerías, y aproximadamente unos ocho mil habitan­
tes en el área urbana de la población. Es la segun­
da ciudad del departamento y sostiene un activo
comercio con Manizales, Honda y Bogotá. Durante
el lapso comprendido entre 1927 y 1936 han naci­
do nuevas industrias que tienden a relievar su im-
166 E d u ard o S a n t a

portancia comercial. Don Juan B. Ferrara, hijo de


don Antonio, ha montado una de las primeras fun­
diciones del departamento con hábiles operarios pro­
cedentes de Antioquia; don Lisímaco Vélez, apoya­
do por aquel caballero que fue honra y prez del Lí­
bano y que se llamó Eduardo Vélez, ha fundado
una poderosa fábrica de jabón que surte a varios
pueblos del Tolima y, desde 1933, don Enrique Sar­
miento ha montado una magnífica fábrica de harina
de trigo que con el correr del tiempo llegará a ser
una de las primeras de la república. Enrique Sar­
miento continúa en la empresa que fundara su pa­
dre don Camilo, quien la inició a principios del si­
glo con un pequeño molino en la población de Mu-
rillo. Y, hoy por hoy, esa empresa harinera trasla­
dada al Líbano cuenta con planta eléctrica propia
y modernos equipos, hábiles operarios y tiene una
capacidad de producción de una tonelada por ho­
ra. También, para 1936, hay varias fábricas de be­
bidas gaseosas.
Paralelo al gran desarrollo económico ha sido el
adelanto cultural. Una veintena de periódicos y re­
vistas han tenido vida hasta esa fecha (1936) entre
los cuales son dignos de mencionar “El Líbano” de
Aníbal Quijano Gómez; “La Cordillera”, orientado
por Manuel Misas, Jesús María Villegas, Gerardo
Echeverri, Justo P. López y Manuel Ignacio Barón;
“La Idea”, de Aníbal Restrepo, Alfredo Parra, Judas
Tadeo Landínez y Marco A. Rodríguez; “ Balbu­
ceos”, dirigido por Marco A. Rodríguez; “El Muni­
cipal”, órgano oficial del Concejo; “El Centinela”,
de Antonio María Echeverri, Cristino Parra y Rober­
to Londoño Covaleda; “El Avance”, dirigido por
Carlos Arturo Sanín; “Cordillera Comercial”, de
Ramón Helí Garavito; “Izquierdas”, de Guillermo
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 167

Eastman; “Voz Liberal”, de Gabriel Márquez y


José Chisco; “Orientación”, de Pablo Marín; “ Re­
novación”, de Jorge Ferreira Parra y Guiller­
mo Mejía;. “El Tábano”, de Julio Badillo; ‘T r i­
buna Roja”, de Jorge Uribe Márquez; “La Pala­
bra”, de F. J. Rodríguez Malva; “Cortafrío”, de Jor­
ge Ferreira Parra; “Cordillera” (Segunda Epoca)
de Fermín López Giraldo; “Adelante”, periódico
estudiantil de gran resonancia departamental y en el
cual hicieron sus primeras armas destacados elemen­
tos intelectuales de la república, y “Actualidades”,
revista cívica y literaria de Jesús Garcés Villegas,
editada bajo el patrocinio intelectual de Roberto Ma­
rín Toro y Alberto Machado Lozano. De esta lista
sacamos en conclusión que en un corto lapso la
aldea, en su desperezarse y convertirse en ciudad, tu­
vo cerca de veinte periódicos de los cuales algunos
tuvieron larga duración, como “Cordillera” y “Cor­
tafrío”.
Tenía el Líbano por esta época dos imprentas que
no daban abasto en la publicación de periódicos y
hojas sueltas, entre las que recordamos las belicosas
catilinarias de Aristides Durán Solano, quien con
un alto sentido cívico se convirtió en implacable
fiscal de la administración pública municipal lle­
vándolo a veces su celo hasta la exageración y la
temeridad. Este extraño género de la hoja volan­
te fue de mucha ocurrencia en la vida aldeana y
se dio el caso de que en un solo sábado (día predi­
lecto de los libelistas) se repartieran cuatro y cinco
hojas diferentes, todas ellas polémicas y de una
virulencia descomedida que llevó a sus autores
hasta el duelo personal. El pueblo ya estaba acos­
tumbrado a esta clase de literatura y la esperaba
con ansiedad; él era el árbitro de estas luchas, un
168 E duardo S a n t a

poco personalistas, y el supremo juez ante el cual


se debatían diversos problemas públicos y priva­
dos. Fue ésta una época de gran agitación regio­
nal y política. Inolvidable época por cierto, a pe­
sar de sus excesos. Había algo gallardo en esas lu­
chas enconadas y era que en ellas jamás se em­
pleó la hoja anónima. Quien hacía los cargos o
se defendía de ellos, firmaba esos libelos con su
puño y letra y estaba dispuesto a responder por sus
afirmaciones. Fue también una época de orato­
ria brillante y encendida: Julio Toro Gómez, Fer­
mín López Giraldo, Alberto Machado y Rober­
to Marín Toro agitaron el problema separatista
y se hicieron adalidades de la idea de anexión al
departamento de Caldas; María Cano, Jorge Uri-
be Márquez y Jorge Eliécer Gaitán, de cuando en
cuando dejaban escuchar su voz en la tribuna pa­
ra plantear intensos y dramáticos problemas so­
ciales; el inolvidable indio Rondín (Antonio Us-
cátegui) desmelenado y activo predicaba la revo­
lución social, como profeta apocalíptico; Antonio
Rocha, en sus visitas como gobernador del Toli-
ma, dictaba cátedra de buen sentido republicano;
Silvio Villegas hablaba sobre el significado de la
carretera a Manizales; Alejandro Palacio Botero,
Ismael Zorrillo Ferreira, Raimundo Helí Botero,
Víctor Londoño, Judas Tadeo Landínez y Aure­
lio Tobón hablaban de campañas cívicas o de efe­
mérides patrias.
Se vivía por aquella época una agradable bohe­
mia intelectual. Cada número de un periódico de
éstos que cité anteriormente, magníficamente es­
critos, era el producto de una semana consecutiva
de tertulias presididas por la gracia o el salero de
sus directores. Los mejores editoriales de esta épo-
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 169

ca seguramente fueron escritos sobre un destarta­


lado mostrador de una cantina o, quizás, en los
goyescos reservados de Misiá Beneda. Por la no­
che solían reunirse los colaboradores de la hoja
periódica en los salones de la imprenta a deliberar
sobre política, arte, literatura o sobre los problemas
municipales. Jorge Ferreira, un magnífico trovador
y repentista, recitaba poemas y parodias de su co­
secha personal y en estrofas quevedescas acababa
por completo con cualquier prestigio parroquial.
Y Guillermo Mejía, excelente caricaturista, inme­
diatamente dibujaba sobre una tabla pequeña “el
retrato de la víctima poética” . Y esta tabla tosca
se convertía, por obra y gracia de su filuda navaja,
en un magnífico grabado que luego iría a decorar
la primera página del periódico, destinada a cau­
sar gran hilaridad entre los sencillos lectores saba­
tinos. Esas caricaturas eran verdaderas obras de
arte, estupendos grabados en los que la línea era
pura, trazada con maestra agilidad. En Mejía hu­
bo un extraordinario grabador anónimo, descono­
cido, y valdría la pena que alguna entidad oficial
o privada editara un álbum de esos grabados, co­
mo homenaje al Líbano en el primer centenario
de su fundación.
El periodismo, tan intenso en esa época, fue una
verdadera aventura y audacia del pensamiento. En
modestísimas imprentas de pedal, inventando re­
cursos de armada con deterioradas y escasas fuen­
tes, salían los periódicos con asombrosa regulari­
dad para llevarle un mensaje de cultura a los to-
limenses. Nunca ha tenido el Líbano una época
de mayor inquietud intelectual. Y toda esa vida gi­
raba en torno a dos grandes figuras del pensamien­
to: Jorge Uribe Márquez, ilustre parlamentario y
170 E duardo S a n ta

tribuno, y Jorge Ferreira Parra, trovador y pan-


fletario, como el propio Quevedo. No resisto el
deseo de transcribir siquiera tres magníficas paro­
dias de este poeta panfletario, sobre tres persona­
jes de la época. En sus causticas estrofas podemos
observar cómo Ferreira trataba los problemas y los
hombres municipales. La primera de ellas, tomada
de “Renovación”, número correspondiente al 28
de junio de 1.930, explica una curiosa caricatura en
la que aparece un personaje local en traje de lu­
ces, muleta en mano, dándole una mortal estoca­
da al fisco del municipio. El mencionado panfleto
poético se denomina:

TAUROMAQUIA MUNICIPAL

“ C arm elo, el diestro m ejor


que h a p isad o a q u í la arena,
con u n a e sp a d a muy bu en a
se ap re sta a ser m atador
y en s u insólito valor
h a d ad o p ase s m uy finos
que parecen d esatin os
si no m ostrase en la e sp ad a
la p la ta d e sp ilfa n a d a
de la ju n ta de cam inos.

E l L íb an o por desdoro
q u e se retuerce y se enrosca
bien ap e g ad o a L a R o sc a
por arte de su tesoro,
es el m altratado toro
q u e bu fa en el botalón
y las ban derillas son
las garras de unos em pleados
que han vivido d edicad os
a l timo y a la extorsión.
A rriero s y F und ad o res 171

T iene el bicho con su m id a


p or su d e sg rac ia la e sp ad a
q u e le fue m uy bien c la v ad a
por la a u d a c ia protegida,
y au n cu an d o cuente con vid a
debido a su robustez
se teme q u e si otra vez
le p e g an otro puyón
se v a a l su elo el botalón
con e l p ú blico y la res.

E l circo está preparado,


frenético el pueblo grita
pero C arm elo m edita
en un trance in usitado
y au n q u e se encuentra ay u d ad o
por otro altísim o experto
ve su prestigio y a yerto
y ya e m p a ñ ad a su gloria
y en su fatíd ica historia
de m atad or está m u e r t o ...”

La segunda, tomada del número 16 de “Reno­


vación”, correspondiente al tres de mayo de 1930,
nos pinta una bacanal del distinguido ciudadano
Elíseo Restrepo, comerciante y político de la locali­
dad:

ELEGIA BUCOLICA ELISIACA

S í anteponéis el su stan tivo “ res”


a la prim er person a de trepar
con poqu ísim o esfuerzo encontraréis
a l hom bre que querem os presentar.

U n a h istoria de perlas q u ed aría


referida en un viaje a V illah erm osa;
es la de este cam peón de la alegría
q u e es un pavo en su m archa vanidosa.
172 E duardo S a n ta

C o n frecuencia pregú n tale a “ B e n e d a ”


por lechona y por ch ich a ap e tito sa
m ientras dicen los clientes en voz q u e d a :
¿e s un m uisca e scap ad o de la fo s a ?

A l f iri en u n a ja la halló retazos


desp ojos de lech ona saz o n ad a,
cavó en el riogo y se sacó en pedazos
seis costillas y un trozo de p ap ad a.

O teó con ra b ia los p elad o s huesos,


el esp in azo reventó a tirones,
a la cab e z a le chupó los sesos
el frío m uelaje le cubrió de besos
y un botón se aflojó ele los calzones.

D esp u és cu an d o e l h artazgo le a flig ía


m editando en su suerte y en s u flato
ench ich ado y muy triste se d e c ía:
los eructos se a p lac an con sulfato.

La tercera, tomada del número 19 de “ Renova­


ción”, correspondiente al 24 de Mayo de 1.930,
nos dibuja a don Celso Echeverri, anciano venera­
ble, experto en raíces griegas y latinas y quien en­
corvado y sostenido por un cayado, a la manera de
los filósofos de la antigua Grecia, dictaba cátedra
de historia y de filosofía en las esquinas de la al­
dea. Sencillo, humano, sabio, estoico, todavía le
recordamos en su infinita bondad y sus lecciones las
llevamos escritas en el corazón. Como a don Celso
le agradaba alternar, de vez en cuando, la filoso­
fía con el aguardiente, Jorge Ferreira lo retrató de
esta manera:
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 173

DON CE-PEL-SO-PO

A n cian o venerable, viejilo octogenario


q u e en b u llicio sa c h arla te acercas a l fin al
de la existencia trágica con rictus libertario
haciendo los elogios clel vino nacional.

E n las an d in as cum bres donde e l nevado im pera


el hielo de la v id a de blanco te tiñó
tu b a rb a cap u ch in a q u e la letal barbera
d el C oronel G utiérrez ( l ) h a poco recortó.

Q u ed aro n tus m an d íb u las b astan te ad e lg az a d a s


pero apretan do siem pre con p lácid o jervor
el cabo d e la p ip a y n u bes a z u la d a s
lan zan d o h acia la altu ra con gusto arrobador.

A la b o tu entereza, viejito insuperable,


q u e m iras a lo ignoto risueño, sin p esar
vislum bras el m isterio con gesto indescifrable
y ves la vid a in síp id a escéptico p a sa r. . .

E l ‘ ‘a g u a de la v id a ” que elogian los franceses,


ab so rb e s poco a poco con gusto sin ig u a l;
le he visto en las can tin as, te he visto m uchas veces
haciendo los ap ólogos d e l líquido fatal.

S i tom as placentero el cálid o agu ardien te


y en él encuentras p lácid o calor en tu vejez
consúm elo, viejito, tran quilo y dulcem ente
y a p u ra su s toxinas d el alcoh ol h asta la hez.

E n tí y a no es un vicio; es ju sto y necesario


q u e un fuerte lenitivo en tu a v a n z a d a ed ad
te anim e y te conforte, te lleve h ac ia el osario
en d on d e se confunde la pobre h um anidad.

(1) E l Coronel G utiérrez fue fam oso barbero de la


aldea por la época en que Jo r g e F erreira escribió el poe­
m a. Don Celso u saba una herm osa y venerable b a rb a blan ­
ca q u e un buen día se hizo cortar ante el asom bro de
todos los parroquianos.
174 ' E duardo S a n t a

Con la lectura de esos cáusticos versos nos hace


pensar este Jorge Ferreira en la pluma insuperable
del Tuerto López, el gran poeta cartagenero. Lásti­
ma grande que la vida y el periodismo de parroquia
lo hubieran absorbido por completo, pero es sorpren­
dente su capacidad para encontrar los detalles más
sobresalientes del diario discurrir provinciano y pre­
sentarlos en poderosa síntesis de gracia y colorido. (1)
En cuanto a librerías la primera que tuvo la aldea
fue la que fundara en 1911 la señora Benilda Parra
de Alvarez, sobrina del general Isidro Parra. Más
tarde, hacia 1936, Jesús Garcés Villegas, montó una
librería moderna con obras de autores más recien­
tes, tanto nacionales como extranjeros. Igualmente
las tertulias literarias han tenido auge en la pobla­
ción, desde los centros teosóficos hasta el día de
hoy. Porque el Líbano ha tenido una altísima tra­
dición cultural en la república. Como que su pro­
pio fundador fue un letrado que llegó a ser secre­
tario de estado, hombre ducho en el conocimiento
de varias lenguas y ágil escritor. Don Alejandro Pa­
lacio Botero escribió allí, también, sus mejores pá­
ginas; Jorge Ferreira, ensayó su pluma polemista
en la prensa local; Antonio Gamboa, el autor de
“ Ruta Negra”, novelista malogrado en plena juven­
tud, tuvo allí su cuna humilde y lo iluminó el pai­
saje de su tierra nativa; José Hurtado García, deli­
cioso cronista y escritor muy castizo, pasó su infan­
cia en la ciudad, cuando ésta era una aldea, y su ta­
lento de escritor fue allí donde despertó por vez
primera; José Antonio Osorio Lizarazo, el gran no­

cí) Jo r g e F erreira P a rra es tam bién autor de un ex tra ­


ordinario panfleto político intitulado “N ovena a S a n L a u ­
reano de C h ía”, publicado en 1932. Tip. de W enceslao
G rillo.
A r r ier o s y F u n d a d o r e s 175

velista de “El día del odio” y “El hombre bajo la


tierra” escribió en nuestro medio su novela “La Co­
secha” y estimuló las tertulias literarias; Luis Flo-
rez, el eminente filólogo, continuador de la obra de
Caro y Cuervo, también tuvo allí su cuna; Alberto
Machado Lozano ha sido su máximo poeta; Hum­
berto Jaramillo Angel, Saúl Pineda y Rafael Gó­
mez Picón le han cantado a la belleza de su paisa­
je. Y si no continuamos esta lista es porque nos
haríamos casi interminables.
Con posterioridad al año de 1936 han salido a la
luz pública algunos periódicos, entre los cuales el
más importante fue “La Voz del Líbano” dirigido
por Leónidas Escobar, actualmente sub-director del
diario “La Estrella” de Panamá, y en el cual se li­
braron las más grandes batallas cívicas de los últi­
mos tiempos. “La Voz del Líbano” fue fundado en
1941 y circuló con regularidad hasta el año de 1950
cuando la violencia política, ejercitada impetuosa­
mente por indeseables elementos de reconocido fa­
natismo, hizo imposible el libre juego de las ideas.
Otros periódicos importantes han sido “Tierra Nati­
va” de Rodríguez Malva; “Correo Liberal” de Luis
Eduardo Gómez; “El Imparcial” dirigido por Flo­
rencio Quiroga; “Liberalismo” semanario dirigido
por Hugo Parra; “Ecos de Juventud” dirigido
por Hernando Garavito; “ El Centinela” de Alirio
Vélez Machado y “El Líbano” de Jaime Misas
Hincapié. En 1945 los entonces estudiantes Eduar­
do Santa y Raúl González fundaron una revista
literaria que tuvo gran divulgación en todo el de­
partamento. Se llamó “Unión Juvenil” y fue edi­
tada regularmente durante dos años. En ella hi­
cieron sus primeras armas muchos hombres que hoy
figuran en destacados puestos de la política y la
176 E duardo S a n t a

literatura nacionales. Pero parece que a algunos de


sus animadores y redactores los hubiera perseguido
un sino fatal. Raúl González Londoño, brillante in­
teligencia, joven orador y polemista, falleció trági­
camente el 24 de mayo de 1945 precisamente cuan­
do se preparaba una edición extraordinaria de la
mencionada revista. Se suicidó en forma absurda
cuando apenas contaba 17 años. Dejó un precioso
diario de sus últimos días atormentados y una vi­
brante página, después de ingerir el veneno letal,
en la cual relata el proceso de su intoxicación y
sus últimas impresiones vitales. Posteriormente,
Carmelo Mendoza y Jaime Millán Parra, dos jó­
venes de grandes alcances intelectuales, también
murieron trágica e inexplicablemente. Pero, de to­
das maneras, “Unión Juvenil” fue el lábaro bajo
el cual se levantó una valerosa y aguerrida gene­
ración que ya empieza a cosechar los triunfos de
su esfuerzo. (1).
No podría dar término a este capítulo sin hablar
aunque sea someramente de otras importantes ma­
nifestaciones del espíritu en nuestra querida tierra.
Ha tenido el Líbano dos grandes movimientos artís­
ticos que indudablemente dejaron huella en su his­
toria. El primero de ellos lo constituye el grupo es­
cénico organizado por el doctor Alberto Rodríguez
Arenas hacia 1935, y el cual representó varias obras
nacionales de teatro entre ellas “Como los muertos”
del distinguido dramaturgo Alvarez Lleras. El otro

(1) E n tre los prin cipales colaboradores de “Unión J u ­


venil” se cuentan G erm án Muñoz, Roberto Palacino, J a i ­
m e M illán Parra, D idier Garzón, Octavio A daim e, Miguel
A ngel Toledo, C arm elo Mendoza, M ario M ejía, R aú l Gon­
zález, L u is E d uardo V illegas, Jo e l Franco, A lberto M acha­
do Lozano. B au dilio Montoya, S aú l Pineda, G uillerm o Or-
tiz, Ju a n J . M illán, V ictorino González, Ram ón O. Millán,
Felipe Coifm an, Ja im e M isas y Hugo P arra.
A r r ie r o s v F u n d a d o r e s 177

movimiento de importancia fue el conjunto musi­


cal denominado “Estudiantina Líbano”, organizado
y dirigido bajo la batuta del distinguido galeno
Alejandro Bernal Jiménez. Estaba constituido este
conjunto de bandolas por treinta bellísimas damas
de la sociedad libanense y su prestigio como armo­
nioso conjunto traspasó los lindes municipales. Via­
jó a Ibagué, la ciudad musical de Colombia, y. ofre­
ció allí varios conciertos en el Conservatorio de Mú­
sica “Alberto Castilla” en donde cosechó grandes
triunfos y consolidó su prestigio a juzgar por los
comentarios muy elogiosos de la crítica musical.
Desafortunadamente estos dos bellos gestos de amor
al arte y de aprecio al terruño no lograron sobrevi­
vir por mucho tiempo. Alejandro Bernal Jiménez
y Alberto Rodríguez Arenas son dos nombres que
no debe olvidar el Líbano por sus luchas en pro de
la cultura regional. Roberto Aguirre, músico de pro­
fesión, también ha sido un infatigable divulgador
del bello hábito de la música que le comunica a los
pueblos cierta sensibilidad estética y los va sacando
del marasmo y del primitivismo. En asocio de Fran­
cisco Alarcón, Marco Vélez, Arturo Vélez, Antonio
Acevedo y Germán González fundó el primer con­
junto de cuerdas denominado “Sexteto Apolo” ha­
cia 1918. Posteriormente, en 1927, con Francisco
Alarcón, Milciades Toledo, Benjamín Brochero,
Francisco Bustamante, Balbino Guzmán y Grego­
rio Clavijo organizó la conocida y tradicional or­
questa “Rossini”. Y es muy satisfactorio pensar que
esta tradición musical del Líbano ha continuado
de generación en generación, manifestada en con­
juntos como las actuales orquestas y grandes voca-
12
178 E duardo S anta

ciones individuales como las de los jóvenes artistas


Roberto Pineda, Régulo Ramírez y Miguel Angel
Toledo que ya empiezan a cosechar triunfos consa-
gratorios.
LA A LD EA Y SU PRENSA

N ° tenemos noticia de que en nuestro país se


haya tratado de reconstruir una época o la vi­
da de una aldea a través de sus hojas periódicas. En
el convencimiento de que en ellas, en el grafismo
borroso de esos polvorientos libelos está dormida
una sencilla y cándida sociedad, trataremos de des­
pertarla para ponerla a actuar de nuevo, a fin de
conocer su pulso, su ritmo, su pálpito. Antes de
1910, como ya lo hemos afirmado, la aldea no tu­
vo periódico alguno, pero a partir de ese año em­
pezó a retratarse maravillosamente en ellos. Es la
sociedad de principios de siglo, lo que pudiéramos
llamar el centenarismo aldeano, la que trataremos
de presentar a continuación, desempolvando archi­
vos de la Biblioteca Nacional, donde por fortuna
aún se conservan algunas colecciones incompletas
de los primeros periódicos de la aldea. Cuál era su
desarrollo cultural? ¿Qué leía, cómo anunciaba, có­
mo entendía la política, cómo era gobernada, có­
mo pensaba y sentía esa sociedad fenecida?
Trataremos, al menos, de hacer una caricatura
de aquella aldea de hace cincuenta años, pegando
180 E duardo S a n t a

uno tras otros pequeños apuntes periodísticos, en­


tresacados de esas colecciones, a manera de trozos
leves y rápidos que definen el carácter, el espíritu
de un conglomerado.

LA VIDA CU LTU RA L

TEATRO.—“Aquí, como en Manizales, la Com­


pañía del Diestro dio principio a su temporada con
dramas moderados y edificantes, pero luego abu­
só de la tolerancia de la sociedad. El drama titu­
lado “Hijos Artificiales” es sin duda un retrato
a lo vivo del amor libre y de las malas costumbres.
Llamamos la atención a la Junta de Censura por­
que nuestra sociedad por fortuna, y para gloria
de ella, no tiene ni debe tener hijos artificiales”
(“Cordillera”. Número 117, Enero 20 de 1917).
ZARZUELA.—“Nos informan que en la noche
del domingo último, cuando se daba la zarzuela
“ La Trapera”, algunos jóvenes apedrearon las puer­
tas del teatro. No nos contentemos con progresar
materialmente, debemos dar muestras de cultura,
porque así se progresa moralmente; como no son
aquellos tiempos de retozos democráticos, a los que
irrespetan a la sociedad de modo tan inaudito, de­
be llevarlos la policía al Colegio que dirige don
Carlos Peláez como alcaide”. (“Cordillera”. Núme­
ro 116. Enero 13 de 1917).
LECTURAS.—“Desde hace unos pocos años se
da excesiva preferencia en nuestros establecimientos
de instrucción, para premios anuales, a los cuentos
de Saturnino Calleja, de los Hermanos Grimm y
de la Sherezada. Encariñados nuestros niños a esa
clase de lecturas, empiezan luego con Julio Verne;
A r rier o s y F u n d a d o r e s 181

a los dieciocho años van en Emilio Salgari; a los


veinte no han pasado de Alejandro Dumas, de Eu­
genio Sué y de Francisco Ortega y Frías. Con se­
mejante cultura intelectual los muchachos de hoy
no se dan cuenta de la seriedad de la vida. Las mu­
jeres se enamoran de Armando Duval y los hom­
bres de Margarita Gautier. Los niños desean ser
el Príncipe de los ojos azules y las niñas la Ceni­
cienta de los pies desnudos. Se producen así dos cla­
ses de jóvenes: los melancólicos y los neurasténi­
cos, y los materialistas y sensuales, que solo ven
la vida como una perpetua orgía. Aquellos serán
ajenjómanos o morfinómanos” (“Cordillera” Ene­
ro 20 de 1917).
RETRETA .—“Se invita a la ciudadanía a la ha­
bitual retreta de los domingos en el Parque del Cen­
tenario a las siete p. m. — La banda municipal di­
rigida por la experta batuta de don Leíio Olarte,
ejecutará las siguientes piezas:

Sinfonía, La Dama Bianca ............. Boideldieu


Gioconda. Danza de le Ore ......... Ponchieli
En el Líbano. Valses ....................... Lelio Olarte
Marcha Triunfal. Regina de Saba . . Gounod
(La Idea, 1912)

LA ADM INISTRACION PUBLICA

He aquí la mentalidad legalista y el criterio ad­


ministrativo de los Alcaldes de la época. En el nú­
mero 2 del periódico “E L M UNICIPAL”, órga­
no del Concejo, aparece publicado este famoso y
original decreto:
182 E duardo S a n ta

‘Decreto número 4 de 1914. El Alcalde Munici­


pal, en uso de sus facultades legales y CONSIDE­
RANDO:
l 9—Que está dentro de las atribuciones velar por
la libertad y seguridad en el tránsito de las vías
públicas;
29—Que la inmoralidad es principio ineludible
de la decadencia de los pueblos;
39—Que la ociosidad es madre de todos los vicios;

DECRETA :

Artículo l 9—El que en las vías públicas corra a


caballo con una velocidad que comprometa la se­
guridad de los transeúntes, incurrirá en una multa
de diez pesos, y si requerido por la policía no mo­
dera el paso, podrá ser desmontado por ella y obli­
gado a seguir a pié por los sitios de mayor circu­
lación;

Artículo 59—Los que anden por las calles con


fardos, cestas u otros objetos que embaracen el trán­
sito llevándolos por las aceras, andarán siempre
por el centro de dichas calles, a una distancia por
lo menos de dos metros de la pared.

Artículo 79—El que en una vía pública u otro


lugar concurrido disparare sin expresa autorización
arma de fuego, sufrirá por este solo hecho una
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 183

multa de uno a diez pesos, y le será decomisada


el arma.

Artículo 8^ (Parágrafo) El alcaide de la cárcel


llevará un registro en que irá anotando a los indi­
viduos que se conduzcan por embriaguez para el
efecto de su calificación como vagos, de acuerdo
con las disposiciones citadas.

Copia del presente Decreto será pasada al señor


Inspector central de policía y al jefe de la Gendar­
mería para su estricto cumplimiento. Publíquese
por bando en dos días de concurso, y ejecútese.
Dado en el Líbano, a 27 de enero de 1914. El Al­
calde, Ramón C. Rojas. El Secretario, Juan de J.
Varón” . (El Municipal. Número 8, Febrero 5 de
1914).
**«

Pero aparte de este modelo de legislador, hubo


cierto Director de escuela que, queriendo ser más
papista que el Papa, quizo celebrar un veinte de Ju­
lio exigiendo a los escolares presentarse a desfile
en alpargatas. Curiosa afirmación nacionalista. Di­
ce la prensa:
“Horrible! Espantoso! Qué cataclismo; Nos di­
cen que el Director de la Escuela Superior, señor
González, ha exigido a los niños que lleven alpar­
gatas el 20 de Julio. Oh! Esto era lo último que
podía hacer con estos pobres niños! Que le den el
adiós al buen gusto” . (“Cortafrío” número 8, Julio
5 de 1913).
184 E duardo S a n ta

LA PROPAGANDA COMERCIAL

Veamos estos modelos de originalidad y de


candor:

DEUDORES MOROSOS.—“La Botica Londoño


avisa a sus deudores morosos, que si no pagan opor­
tunamente, publicará sus nombres en este periódi­
co”. (“Cortafrío”, número 4. Julio 7 de 1913).

AVISO DE UNA FUNERARIA

“M a lo estoy ele salu d ,


de la muerta soy am an te;
será su entierro brillante
si le com pra el ata ú d
a R a fa e l B u sta m a n te ” .

(“Cortafrío”, número 17, Septiembre 1913).

OTRA.—AGENCIA MORTUORIA, a estilo mo­


derno y sin competencia, con las mejores comodi­
dades y garantías, desde un peso en adelante le
ofrece Isidro Rodríguez, quien también se encar­
ga de hacer lápidas, monumentos, obras de carpin­
tería, ebanistería, arquitectura y toda obra relacio­
nada con el concreto, muros, tazas, sifones, inodo­
ros, etc. Dirección: Una cuadra arriba de la Igle­
sia, voltea a la izquierda, frente a una casa imita­
ción ladrillo”. (“El Centinela”, número 426, Sep­
tiembre 26 de 1925).
LIBRERIA. “MAURICIO PARRA S. vende to­
do los libros necesarios para estudiar en el Colegio
de El Líbano”. (“Cortafrío” 1913.)
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 185

BLASFEM IA.—“De ocasión. En la joyería del


señor Abelardo Porras encuentra Ud. a la mitad
de sus precios oleografías, cuadros artísticos y san­
tos” . (“Renovación”, número 10. Marzo 8 de 1930).
IM PRENTA.—“No olvide usted que en la Im­
prenta del Líbano se le hacen toda clase de traba­
jos a precios de suegra.” (“La Idea”, 1913.)
NOVEDAD.—“Señores Hacendados: Santos Mi­
llón pone a las órdenes del público el aparato uni­
versal Hormiguicida, el cual está dando resultados
espléndidos. Se garantiza la muerte instantánea del
insecto”. (“La Idea”, número 73. Noviembre 20
de 1913).
ARRENDAM IENTO. — “Se arrienda una es­
pléndida casa, de diciembre para adelante, situada
en la Calle Real, que contiene 7 piezas, una tienda,
agua corriente, buen excusado, horno y todas las
comodidades para trabajar o para simple habita­
ción. Entenderse con Severo Arango”. (“La Idea”,
número 73. Noviembre 29 de 1913).
ALM ACENES.—“A PASO DE VENCEDO­
RES, ocurrid, al almacén de Rafael M. Rodríguez,
donde encontraréis las mejores mercancías de la
plaza”. (“La Idea”, número 73. Noviembre 29 de
1913).
“Concurra usted al Almacén Bogotá. Surtido de
mercancías siempre renovado; precios módicos; em­
pleados simpáticos y artículos de primera clase”.
(Cordillera. Número 27, 1914).
ABOGADOS.—“Ocupe usted siempre la Agencia
Judicial de Guillermo Alzate. Allí por lo menos le
186 E duardo S a n ta

dicen la verdad”. (“Cordillera”, número 98. Agosto


26 de 1916).
A LM A C E N —“El mejor negocio es comprar en
el Almacén de Lisardo Alzate. Sobre todo la aten­
ción y cultura que se gastan allí para recibir a sus
clientes”. (“Cordillera”, número 98. Agosto 26 de
1916).
DESCRESTOTERAPIA.—“Joaquín Piñeros Suá-
rez. Doctor en Cirujía Dental. Aplicaciones Elec­
tro-Dentales. Endoscopia, diafanoscopia y Galva-
nocastia” . (“Renovación”, número 10. Marzo 8 de
1930).
PARA LAS MADRES.—“Lo que el doctor Pa­
lacio recomienda es “Harina Malteada”. La que
Julio Parra vende es la legítima “Harina Lactea­
da Nestlé’, el mejor alimento para los niños. MA­
DRES DE FAM ILIA, O IDLO”.
OPORTUNIDAD.—“A los Padres de Familia lo
que principalmente debe preocuparles es legar a
sus hijos una herencia imperecedera y esta la pue­
den conseguir poniéndolos hoy mismo a aprender
el afamado corte y costura de ropa de hombre,
que enseña Marco A. Rodríguez, por el afamado
sistema Russel”. (“Cortafrío” número 27. Marzo de
1914).

M ISELANEA

D o n d e hay m ejor surtido y m ás bard ­


es sin d isp u ta algú -
en el am plio local que h a term inó-
nuestro am igo M a n á- ( 1).
(1) M anuel M edina.
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 187

A llí hay vinos, alm en dras y cervé-


y dulces en c a jila s fan tasí-
esperm as, vasos, c a ja s de tarjé-
y el gran perfum e C am ia, que es muy fí-

A ceites, veterina, linimén-


S á n d a lo M idy, p lan ch as, azadó-
p an ela, clavos, com inos y pimien-
cuchillos cocineros, buen jabó-

P u n tillas, m unición, barras de plo-


acero tam bién vendo, m as no a l fia-
corno dice un aviso en la Reno- (2)
tam poco quiero q u e me lleve el diá-

(“El Líbano”, número 3, mayo de 1910)

FOTOGRAFIA.—“FE L IX M. PAVA S., se per­


mite avisar al público que no obstante el siniestro
de incendio perpetrado en su establecimiento por
manos criminales, se halla otra vez en capacidad
de atender toda clase de trabajos fotográficos, así
como el despacho de retratos a Chicago para am­
pliaciones. Precios Módicos” (“Renovación” número
12. Marzo 29 de 1930).
Este curioso aviso tiene sentido si explicamos que
la Fotografía en mención fue incendiada el 10 de
febrero de 1930 por un grupo de sujetos valencis-
tas como máximo castigo y retaliación contra el
fotógrafo, que era uno de los principales jefes par­
tidarios de la candidatura presidencial de Vásquez
Cobo. El gran ingenio de Jorge Ferreira Parra, de
quien ya hemos hablado en repetidas ocasiones, tra­
zó una estupenda silueta de aquel cómico y trágico
insuceso así:

(2) “Renovación” , periódico libanense de aquella época.


188 E duardo S a n ta

‘ V u ela la P a v a in quieta en la espesura


d el l>osc/ue L ib an es en la hon donada,
luchando ron la trágica b a n d a d a
(pie d el P oder lo acecha a llá en la altura.

f:s un ave V a s q u i s t a (pie retrata


p aisaje s y edificios por m ontones,
se divierte poniendo cartelones
y metiendo en “ L a L id ’ su negra p ala.

IS'Ias por lan zar allí tenues chillidos


no percibe los tétricos graznidos
ni pu diera exhibirlos en lo gráfico.

Y en el trágico D i e z , D ie z d e F e b r e r o
el gobiernista p ájaro agorero
le (/nenió su ap arato fotográ fico’ .

(“Renovación” número 12, Marzo 29 de 1930)

LA VIDA SOCIAL

El Primer Bachiller.—“El joven Eduardo San-


doval obtuvo en Bogotá diploma de Bachiller en
filosofía y letras. Es el primer hijo del Líbano que
ha coronado la altura del bachillerato clásico, pel­
daño esencial para continuar una carrera brillan­
te, pasaporte único que coloca a un joven en con­
diciones favorables para un éxito completo en las
universidades”. (“Cordillera”, número 109. No­
viembre 25 de 1916).
PESAME.—“Con dolor registramos el terrible ca­
so ocurrido el sábado antepasado en la función
de maromas. Tanto a la señora viuda como al huer-
fanito presentamos nuestro sincero pésame” . ( ( “Cor­
dillera” número 127. Marzo 31 de 1917)
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s IS O

ENFERM A.—“Gravemente enferma se encuen­


tra la señorita María Elisa Borda. Cosas de los
nervios”. (“El Líbano”, 1912).
CARIDAD.—“La función a beneficio de la se­
ñora viuda del infortunado acróbata Pascual Gu­
tiérrez, estuvo a la altura de esta culta y caritativa
ciudad. Bien por los iniciadores de esa obra de
caridad en la que se ve la mano de esa gran ma­
trona que es doña Beatriz Jaramillo de Arángo”.
(Cordillera, número 127. Marzo 31 de 1917).
INVITACIO N.—“De Villahermosa nos comuni­
can que ya es cosecha de chócolo y que por consi­
guiente es tiempo de que vuelva a esa población
el Padre Pérez, pues este párroco es aficionado a
comer PANOCHA. Con que vuelva! (“Cortafrío”
número 7. Junio 28 de 1931).
SALUDO.—“Saludamos al señor Castillo que vie­
ne haciendo propaganda sobre tipo de ampliacio­
nes muy elegantes y bonitas sacadas en Chicago.
Deseamos que el Líbano corresponde a lo que el
señor Castillo se ha prometido y que nos acompa­
ñe por algún tiempo”. (“Cordillera”, número 132.
Mayo 5 de 1917).
LOS QUE LLEG A N . —“De Santa Teresa el doc­
tor Vergara Uribe quien continúa allá adminis­
trando el purgante para la Uncinariasis. Gustosos
lo saludamos”. (“El Centinela”, número 420, Agos­
to 15 de 1925).
PROGRESO.—“Felicitamos a don Fermín Aran-
go por el buen acierto que tuvo al hacer cortar las
puntas de vigas salientes de los balcones de su ca­
sa. Seguirán tan bello ejemplo los otros dueños de
100 E duardo S a n ta

casas altas que se hallan en las mismas circunstan­


cias? El buen aspecto de sus casas y la estética lo
imponen” . (“El Centinela”, N 9 420. Agosto 15
de 1925).
NOTIFICACION.—“A quien corresponda y al
señor Alcalde. ¿ No fuere posible dictar las providen­
cias para que se terminen los aleros inconclusos de
las casas altas de la plaza y de la Calle Real? Pro­
gresemos, no durmamos”. (“El Centinela”, número
420. Agosto 15 de 1925).

E L COMENTARIO POLITICO

Los comentarios políticos tienen por lo general


cierta dosis de humor. Veamos éste que nos recuer­
da, a la vez, el paso del cometa Halley, hacia 1911.
Dice así: “Llegó y pasó el tan calumniado cometa
Halley sin causarnos la menor novedad. Por ese
lado, pues, salimos del susto. Ahora queda el de
Reyes. Este extraño cometa lo descubrió Rafael Re­
yes hace poco tiempo. Gira al rededor de González
Valencia, en contraposisión con la órbita del pue­
blo. Según los sabios se compone de cadenas, mor­
dazas, destierros, intransigencias, nuevas emisiones
y mil cosas más de esa laya” . (“Cortafrío”, 1912).

REMITIDOS

Son muy frecuentes en la prensa de la población.


He aquí uno muy singular: “REMITIDO.—Con
gran sentimiento y extrañeza hemos sido infor­
mados por nuestros propios padres, que el tan dis­
tinguido grupo aquel de caballeros y señoritas que
se aparecieron a su casa de “La Esperanza” con
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 191

el fin de celebrar la nochebuena, se manejaron


tan mal como nunca era de esperarse de gente que
se precia de civilizada y culta. Si nuestros padres
no son dignos de alguna consideración por natu­
raleza, sí lo son por su edad y su reputación. Nos
reservamos pormenores para quien nos los averi­
güe personalmente.—R. .Cifuentes y A. Cifuentes”
(“Cordillera”, número 77. Enero 3 de 1914).

LA CRITICA PERIODISTICA

El periódico de crítica mordaz y disolvente fue


“ Cortafrío”. Su slogan: “CORTAFRIO, PERIO­
DICO CRITICO. Se admite toda colaboración en­
caminada al bien común, pero nos reservamos el
derecho de gancho”. En él encontramos notas tan
mordaces como ésta:
“Es mucha la vagancia por las calles de la po­
blación de burros, marranos y perros de ambos gé­
neros, de suerte que con frecuencia se confunden,
especialmente de noche. Ojo al Código de Policía” .

* * *

El ingenio inagotable de Jorge Ferreira (“Colo­


rado”), director de esa hoja volante, lo llevó a escri­
bir chispazos de gran mordacidad. Como en el
pueblo había un Inspector de Policía sumamente
severo y se llamaba LEO N ID AS PARDO, un día
apareció publicada esta estrofilla:
192 E duardo S anta

F I E R A

H ay en el L íb an o un L E O
ni rojo ni az u l: es P A R D O ,
por lo cu al yo siem pre creo
que au n cu an d o p arezca feo
debe ser alquil L E O P A R D O .

(“Cortafrío”, número 27. Febrero 14 de 1914).

Con motivo de la apertura del primer Colegio


para varones regentado por un profesor liberal, al­
gún sacerdote muy dado a la política empezó a
combatirlo ferozmente tildándolo de laico y ateo.
Jorge Ferreira satirizó al sacerdote en esta forma:

LA C R ESTA D E L PA D RE

L e dijo el P ad re P arco a un m ozalbete:


—¿C u á n to s dioses existen ?, d i m uchacho.
—M e pone, señor cura, en un gran brete,
m as le digo, mi padre, que son siete,
contestóle el gran pillo, sin em pacho.

S ie te dioses son y yo entretanto,


sigu ió diciendo el sin g u lar pilluelo,
le nom braré, mi padre, con encanto
a los dioses que existen en el C ielo.

D o s : E l P adre y el H ijo, y ya van tres,


tres P erson as distin tas hay d espués
que ag re g ad as a un solo verdadero
su m an siete a la vez.
A rriaro s y F u n d a d o r e s 193

N u n c a se oyeron ad efesios tales


replicó el señor cu ra con enojo,
lo que en señ an colegios liberales,
colegios q u e a los godos son fatales,
colegios dirigidos por un rojo.

M a s el cu ra no sab e q u e se e n g añ a
y a predicar contra el p lan tel se ap re sta
porque un pillo m uchacho con gran sa ñ a
le rebanó la cresta, ( l ) .

■í ¥ ¥

Esta era la aldea. Se retrató sin querer en sus


hojas periódicas. La aldea que se fue al llegar la
primera carretera con todos los embelecos de la
técnica. Queden estos recortes de prensa como su
mejor radiografía.

(1) “ R eb an ar la cresta” en el argot de los galleros es


gan arle de mano a alguien.
13
192 E duardo S anta

FIERA

H ay en el L íb an o un L E O
ni rojo ni a z u l: es P A R D O ,
por lo cu al yo siem pre creo
que aun cu an d o p arezca feo
debe ser alg ú n L E O P A R D O .

(“Cortafrío”, número 27. Febrero 14 de 1914).

a: a: a:

Con motivo de la apertura del primer Colegio


para varones regentado por un profesor liberal, al­
gún sacerdote muy dado a la política empezó a
combatirlo ferozmente tildándolo de laico y ateo.
Jorge Ferreira satirizó al sacerdote en esta forma:

LA CRESTA D EL PADRE

L e dijo el P ad re P arco a un m ozalbete:


—¿ C u á n to s dioses existen?, d i m uchacho.
- M e pone, señor cura, en un gran brete,
m as le digo, mi padre, que son siete,
contestóle el gran pillo, sin em pacho.

S iete dioses son y yo entretanto,


sigu ió diciendo el sin g u la r pilluelo,
le nombraré, mi padre, con encanto
a los dioses que existen en el C ielo.

D o s : E l P ad re y el H ijo, y y a van tres,


tres P erso n as d istin tas hay d espués
que ag re g ad as a un solo verdadero
su m an siete a la vez.
A rriaros y F u n d a d o r e s 193

N u n c a se oyeron ad efesios tales


replicó el señor cu ra con enojo,
lo que enseñan colegios liberales,
colegios que a los god os son fatales,
colegios dirigidos por un rojo.

M a s el cu ra no sab e q u e se e n g añ a
y a predicar contra e l p lan tel se ap re sta
porque un pillo m uchacho con gran sa ñ a
le rebanó la cresta, ( l ) .

* * *■
Esta era la aldea. Se retrató sin querer en sus
hojas periódicas. La aldea que se fue al llegar la
primera carretera con todos los embelecos de la
técnica. Queden estos recortes de prensa como su
mejor radiografía.

(1) “R e b a n a r la cresta” en el argot de los galleros es


gan arle de mano a alguien.
13
LA EDUCACION

J ^ A EDUCACION de los pueblos es la pri­


mera piedra que se coloca para la edificación
de un sólido futuro y sin ella todo progreso será
efímero y toda conquista será fugaz, porque solo la
educación es la que salva el abismo entre el hombre
y la bestia. Sin educación el hombre es un ser
inhábil para el ejercicio de la libertad, para el goce
de los derechos y para la dirección de sus legítimas
aspiraciones; sin ella apenas será un bajel a la
deriva, un ente sujeto a la peor de las tiranías
y esclavitudes que es la de la ignorancia, que em­
pequeñece al hombre, lo ata a la voz imperiosa y
ruda de sus pasiones y lo encadena a sus instin­
tos. En verdad ninguna civilización puede enten­
derse sin este presupuesto básico. Edificar mate­
rialmente, sin arar primero la inteligencia a fin
de hacerla apta para el lógico y racional aprove­
chamiento de la técnica, es construir sin bases, ex­
puestos siempre a una catástrofe de grandes pro­
porciones. Por ello mismo Isidro Parra, que ante
todo era un letrado, lo primero que hizo para dar­
le fisonomía democrática a su aldea fue contratar
196 E duardo S a n t a

de su propio peculio a una noble institutriz, Su­


sana Angarita, y fundar el primer colegio en donde
irían a recibir el bautismo de la ciencia, la honra­
dez y el trabajo, los hijos de los fundadores. Allí
mismo Isidro Parra dictaría cátedras de inglés, his­
toria y geografía. Este primer colegio fue mixto y
funcionó en la propia casa del General Parra. Más
tarde, a principios de siglo, la enseñanza femeni­
na recibió un gran impulso con la llegada de la se­
ñorita Fanny Hartman y sus hermanas, quienes se
dedicaron a la labor docente con verdadero afán
apostólico. La señorita Hartman nació en Stral-
Jbach el 24 de julio de 1862 y vino al país como
educadora de las hijas de un diplomático de ape­
llido Dickson. En Bogotá fundó un colegio y pos­
teriormente se trasladó a Villahermosa donde tam­
bién se dedicó a la enseñanza femenina ,pero de­
bido a que no pudo obtener toda la colaboración
necesaria se instaló en el Líbano con su familia,
y fundó un colegio célebre en los anales de nuestra
historia, no solo por la seriedad de los estudios sino
por la grande influencia en la formación del ca­
rácter de las más distinguidas mujeres de nuestra
sociedad, troncos de las actuales familias de tradi­
ción. Por esa misma época, es decir, entre las pri­
meras décadas del siglo, se fundaron otros colegios
de alguna importancia como los regentados por
José Luis Cortés, Raimundo Helí Botero, Felicia­
na Ospina, Ramón Calderón, Félix María Pava,
Ismael Uribe y Eduardo Moncrif, a quienes tam­
bién cabe el honor de ser señalados como pioneros
de la instrucción pública del Líbano. Pero todos
esos esfuerzos por dotar al pueblo de un buen co­
legio de bachillerato, en el cual pudieron educarse
las mejores inteligencias locales, culminan con la
A rriaro s y F u n d a d o r e s 107

creación del Colegio Oficial de Varones que, en


acto de inmensa justicia, fue bautizado el 19 de No­
viembre de 1940 con el nombre de “Instituto Isidro
Parra”, por Decreto número 2660 de ese año. Pero
veamos ahora la génesis de ese histórico claustro
que le ha dado a la república centenares de bachi­
lleres, hoy distiguidos profesionales, dispersos por
toda la nación.
Por allá en 1920 el directorio liberal compró con
fondos del partido un local que hoy hace parte de
la vetusta casona donde funciona el Instituto Isi­
dro Parra y lo destinó a un colegio de carácter pri­
vado. Este nuevo centro de cultura cumplió su co­
metido a cabalidad, sin discriminaciones políticas,
practicando el principio sagrado de la libertad de
cátedra, tan desusado en aquella época de hegemo­
nía y oscurantismo, y su primer rector fue el pro­
fesor Aponte, hijo de ese gran luchador de las
guerras civiles General Deudoro Aponte. En 1931
los diputados por el Norte del Tolima, doctores Ju­
lio Toro Gómez y Fermín López Giraldo, presen­
taron a la Asamblea Departamental un proyecto de
ordenanza por medio de la cual se ordenaba crear
un Colegio Oficial de Varones en la población del
Líbano. Tras de acalorados debates el proyecto
de ordenanza fue aprobado y, entonces, el Direc­
torio Liberal Municipal en un gesto de desprendi­
miento y de civismo, cedió la casa mencionada al
Departamento para que allí funcionara el nuevo
Colegio Oficial. Su primer rector fue el doctor Au­
relio Tobón, ilustre pedagogo que más tarde lle­
garía a ser rector de la Normal de Medellín y del
Liceo de Bachillerato de la Universidad Libre de
Bogotá. Más tarde pasarían por la rectoría del co­
legio hombres de gran alcurnia moral e intelectual
198 E duardo S a n t a

como Alejandro Bernal Jiménez, Alejandro Ramos,


Alfonso Parra Casas, Emilio Martínez Zuluaga y
Alfonso Prada. En 1938, bajo la rectoría de Ale­
jandro Ramos, salieron los primeros bachilleres y
desde entonces, año tras año, el “Isidro Parra’ vie­
ne ofreciendo al país decenas de hombres nuevos
que han dejado huella en los claustros universi­
tarios por su consagración al estudio, por su claro
sentido del deber, por su conciencia democrática,
y que como profesionales han descollado en todos
los campos de la ciencia. Médicos, juristas, quími­
cos, odontólogos, ingenieros, arquitectos, matemáti­
cos, escritores, hombres públicos, parlamentarios,
filólogos, periodistas, han pasado por sus aulas y
en ellas han templado el espíritu y formado el
carácter para servir a la república y honrar los
claustros en donde recibieron las primeras leccio­
nes de la ciencia y de la vida. Alfonso Arango
Toro, Secretario perpetuo de este plantel, ha sido
una especie de “ángel tutelar” y merced a sus gran­
des dotes de organizador el Colegio ha logrado
sortear con éxito las más duras etapas de su vida.
Evelio González Botero y Alfonso Jaramillo,
desde el Congreso de la República, lograron
los auxilios necesarios para la construcción
del moderno edificio donde próximamente em­
pezará a funcionar el ilustre plantel. En julio
de 1940 el Colegio fue nacionalizado y en­
tonces el departamento cedió a la nación con tal
motivo la casa en que había venido funcionando
el Colegio Oficial de Varones. Meses más tarde el
gobierno nacional cambió el nombre primitivo por
el de “Instituto Isidro Parra”, por medio del
A r r ie r o s y F u n d a d o r e s 199

DECRETO 2660 DE 1940


Noviembre 19
por el cual se cambia el nombre de un colegio.
El Presidente de la República de Colombia,
en uso de sus atribuciones legales, y
CO NSIDERANDO:
l 9—Que un numeroso grupo de ciudadanos del
Líbano, Tolima, ha solicitado al Ministerio de Edu­
cación Nacional que se honre la memoria del se­
ñor General Isidro Parra dándole su nombre al
Colegio de Varones que funciona en esa ciudad, y
29—Que la vida del General Isidro Parra, funda­
dor de la ciudad del Líbano, debe señalarse a la
juventud tolimense como ejemplo de voluntad crea­
dora, amor a las ideas democráticas, entereza de
carácter y nobleza de sentimientos,
D ECRETA :
Artículo Primero.— Como homenaje a la memo­
ria del General Isidro Parra el Colegio Oficial de
Varones del Líbano se denominará en lo sucesi­
vo “Instituto Isidro Parra”.
Artículo Segundo.—El Ministerio de Educación
Nacional procederá a contratar, con fondos del co­
legio, la ejecución de un retrato al óleo del Gene­
ral Isidro Parra que se colocará en el Salón Recto­
ral del Instituto.
Comuniqúese y Publíquese.
Dado en Bogotá, a 19 de Noviembre de 1940
El Presidente de la República,
EDUARDO SANTOS
El Ministro de Educación Nacional,
Jorge Eliécer Gaitán
20 0 E duardo S anta

Es verdad que el “Instituto Isidro Parra” es un es­


tablecimiento nuevo, que no tiene una gran tradición
y que su historia no se guarda en infolios carcomi­
dos por el tiempo, pero a pesar de eso ha logrado
conquistar un alto puesto en el panorama educati­
vo de Colombia por la seriedad de sus estudios y
por la calidad de sus bachilleres. Durante la trági­
ca época de la violencia algunos individuos liba-
nenses, asesorados por elementos foráneos, quisieron
acabar con este importante centro de cultura, qui­
zás por aquello de que la cultura estorba todo pro­
pósito de barbarie. Precisamente durante la última
guerra civil española se hizo célebre una frase lan­
zada por cierto chafarote falangista, cuando el in­
signe escritor y humanista don Miguel de Unamu-
no, honra y prez de la inteligencia universal, salía
de los venerables claustros de la Universidad de
Madrid. “ ¡Abajo la Inteligencia!”, fue el grito que
lanzó aquel genízaro, como insulto a don Miguel.
Y aquel “Abajo a la Inteligencia” quedó como con­
signa de los bárbaros que ven en la máxima ma­
nifestación del espíritu la gran muralla contra los
sórdidos propósitos de violencia y atropello.
A pesar de lo que se hizo para acabar con
el primer centro cultural del Líbano, todo fue en
vano. Ahí está el Instituto en pié, más firme que
nunca, modelando espíritus, educando generacio­
nes, haciendo patria grande. Uno de sus alum­
nos (1) escribió en 1946 el Himno del Colegio, el
cual fue inaugurado con gran pompa el día 7 de
junio de ese año, por un armónico coro de voces
masculinas. La transcripción de ese himno es el

(1) L e tra de E duardo S an ta y m úsica de M iguel Angel


Toledo, entonces estudian tes del Instituto. (1946).
A r r ia r o s y F undadores 201

mejor homenaje que podemos rendir al ilustre


claustro, al cual le debemos gran parte de nuestra
formación intelectual. Dice así:

CORO

S alv e , salv e Instituto ele G lo ria


claro tem plo ele luch a y honor,
helio sitio tendréis en la historia
porefue h as elaelo a la P a tria un blasón.

D e l 7 olim a en las e’p icas luch as


son tus hijos aliento y vigor
y en el rudo com bate la vid a
los verá con la c a ra h acia el sol.

S alv e , salve Instituto ele G lo ria


loa a tí y a tu escudo y honor,
en tus au las la P a tria orgulloso
siem pre h a visto triunfal pabellón.

111

E le v a d a A ta la y a d e l pueblo
donde siem p re e stará el Funelaelor,
loa a tí y a tus hijos preclaros'
y a tu limpíela y c lara labor.

IV

B ello esfuerzo en crisoles ele luch a


h as fu n d id o con caro fervor,
y h as podido ofren dar a C o lo m b ia
del T olim a su fiel corazón.
202 E duardo S anta

CORO

C u an d o el m undo nos ab ra su libro


y en su s h ojas nos toque leer:
libertad os p a la b ra prim era
pues el hombre sin ella no e s !

Con posterioridad a la fundación del “ Instituto


Isidro Parra” han sido fundados otros centros edu­
cativos de gran importancia que contribuyen a dar­
le a la ciudad ese gran prestigio de núcleo intelec­
tual de que goza. En 1938 fue fundado el “Colegio
Claret” dirigido por sacerdotes corazonistas y cu­
yo primer rector fue el padre Gregorio Ascarza,
gran dinamismo y gran voluntad de servicio. En
1935 el padre Vicente Conde llevó a la ciudad cin­
co religiosas de la comunidad franciscana quienes
el 18 de febrero de ese mismo año fundaron el
“Colegio del Inmaculado Corazón de María”, ba­
jo la dirección de la madre María Liduvina y en
cuyas aulas se lian modelado varias generaciones
femeninas que hoy son honra de la sociedad liba-
nense. Un paso verdaderamente fundamental pa­
ra el desarrollo económico del Líbano lo constitu­
yó la fundación de la Escuela de Arte y Oficios,
merced a la iniciativa del doctor Jorge Eliécer Gai-
tán como Ministro de Educación Nacional por
aquel tiempo. El Concejo Municipal a iniciativa
de Neftalí Larrarte, cedió a la nación por escritu­
ra pública número 296 de junio 5 de 1937 el lote
en el cual debería construirse la mencionada es­
cuela. Fue inauguarada solemnemente en 1941 y su
primer director fue Armando Valenzuela. A éste
sucedió el distinguido ingeniero Manuel Uribe
White, sobrino del general Uribe Uribe, quien com­
plementó con brillantez la obra iniciada por Va-
A r r ie r o s y F undadores 203

lenzuela. Actualmente cuenta este establecimiento


con talleres de ebanistería, forja y soldadura, me­
cánica y fundición y son verdaderamente incalcu­
lables los servicios que ha prestado este estableci­
miento a la juventud libanense pues año tras año
egresan de él multitud de técnicos que van a ser­
vir al país con gran eficiencia y honestidad. En
1954 su director, Nicolás Ramírez Cebados, solici­
tó al Ministerio de Educación Nacional que eleva­
ra la Escuela de Artes y Oficios a la categoría de
Instituto Técnico Industrial, petición que fue rei­
terada por Baudilio León y por el Consejo Con­
sultivo del plantel. El Ministerio atendió la soli­
citud y el día 17 de noviembre de 1955 lo declaró
Instituto Técnico Industrial.
En 1941 y por medio de la ordenanza departa­
mental número 18 de ese año fue creado un cole­
gio de bachillerato femenino con el nombre “ Ins­
tituto Líbano”. A doña Alicia Vélez le cupo el ho­
nor de ser su organizadora y primera directora. A
esta noble inteligencia le debe el Líbano sus insu­
perables servicios de institutora durante toda una
vida y su nombre ya es un símbolo para la ciuda­
danía libanense. Si se obrara con plena justicia el
Instituto que ella fundara con tanto esfuerzo de­
bería llevar el nombre de “Alicia Vélez” . El doc­
tor Julio Toro Gómez, a quien el Líbano tanto
debe, presentó el proyecto de ordenanza que dio
origen a la fundación del mencionado colegio. Inex­
plicablemente en 1950 y mediante un trámite que
prácticamente equivalió a una destitución, doña
Alicia tuvo que abandonar la dirección del colegio
que ella había organizado con tanto esfuerzo, has­
ta sacar de allí las primeras bachilleres, pero su
nombre y su ejemplo quedaron vivamente vincu-
201 E duardo S anta

lados a la historia de esos claustros. También en


1950 le fue cambiado el nombre al Instituto Líba­
no por el de “ Instituto Nuestra Señora del Car­
men”, que actualmente conserva. Año tras año
egresan de ese ilustre plantel un buen número de
damas aptas para ingresar a la Universidad. Fi­
nalmente, en 1956 fue fundado el “ Instituto Toli-
ma” por el señor Antonio Reyes Umaña, con la
colaboración de doña Alicia Vélez y del profesor
Jorge Delgadillo. Además de los establecimientos
antes mencionados cuenta la ciudad con otros co­
legios de enseñanza primaria para niños y niñas,
que también contribuyen efectivamente a su ade­
lanto cultural.
No podría finalizar este capítulo sin consignar
un emocionado recuerdo a Heraclio Lastra Carre­
ra y a Guillermo Arango Santa, dos ilustres pro­
fesores ya desaparecidos, que consagraron su vida
por entero a la educación de la juventud libanen-
se. Poseedores ambos de una amplia cultura, fue­
ron verdaderos apóstoles de la educación tolimen-
se y no tuvieron un minuto de descanso en la ar­
dua como ingrata labor de modelar el carácter y
cultivar la inteligencia de los mejores hombres del
Líbano. A su grato recuerdo van estas palabras
emocionadas y sinceras, porque ellos murieron co­
mo los sembradores: sobre el surco y con la últi­
ma semilla en el cuenco de la mano. Lastra Carre­
ra y Arango Santa fueron ejemplares en su vida,
estoicos en su tarea, responsables en el ejercicio
de su labor de preceptores y ambos, en igual for­
ma, estuvieron listos a estimular todo movimien­
to intelectual que tratara de germinar en nuestro
medio. También son dignas de encomio en la si­
A r r ie r o s y F undadores 205

lenciosa y noble tarca de la enseñanza, realizada


en diversas épocas, doña Carolina Velásquez, do­
ña Blanca Sáenz de Londoño y doña Dioselina de
Rubio, damas esclarecidas del magisterio tolimense.
EPILOGÓ

Estamos en 1961 y la aldea del Líbano ha desa­


parecido. No existe más que en el recuerdo. Era
importante rescatarla, hacerla vivir en estas pági­
nas ligeras, para que las generaciones futuras co­
nocieran la infancia maravillosa de esa aldea sen­
cilla y el esfuerzo de la generación de titanes que
la plasmó silenciosamente, con la hombría carac­
terística de los hombres de bien y el optimismo
de los seres superiores. Con la llegada de la prime­
ra carretera la aldea fue perdiendo paulatinamen­
te su personalidad y empezó a engalanarse con to­
das las características de la ciudad. Otras gentes,
otras ideas, otras formas de vida, han venido a
reemplazar las anteriores que quizás han quedado
esbozadas en estas páginas elementales, escritas sin
ningún afán académico, descuidadas un poco, pe­
ro tocadas de una profunda sinceridad y de un en­
trañable amor por la tierra nativa. Porque este
libro es un homenaje cordial al Líbano con
ocasión de su primer centenario de vida, de parte
de uno de sus hijos.
Seguramente han quedado algunos vacíos en es­
ta deshilvanada historia. Seguramente han queda-
208 E duardo S anta

do por fuera muchos episodios importantes, mu­


chos nombres dignos de ser recordados, pero ello
no ha sido culpa del autor quien contó con esca­
sas fuentes de investigación y de consulta. Ya ven­
drán otros hijos agradecidos con el terruño que
rescatarán esos mojones olvidados. De mi parte
quiero dejar un testimonio de gratitud a algunos
personajes, que por desventura emprendieron el
viaje definitivo antes de que este libro saliera a la
luz pública, y que me ayudaron con su feliz me­
moria a reconstruir muchos episodios de la aldea.
Son ellos Benilda Parra vda. de Alvarez, Guiller­
mo Arango Santa, nuestro inolvidable amigo el
“coronel” César Jaramillo, Jesusita Santa de Aran­
go, Tista Echevcrri y Olinda Parra de Echeverri.
Paz para sus tumbas y gratitud para sus nombres.
Hoy, como antes se ha dicho, el Líbano ha to­
mado definitivamente los caminos de la prosperi­
dad y es una de las ciudades más importantes del
Departamento. Por eso deliberadamente he suspen­
dido la historia de sus adelantos materiales con la
llegada de la primera carretera. Mi propósito era
ocuparme de la aldea. Otros se ocuparán mañana
de la historia de la ciudad. A esa historia que se
escriba en el futuro quedarán vinculados muchos
nombres de los dirigentes de hoy que han conti­
nuado los esfuerzos titánicos y la tradición em­
prendedora de los primeros pobladores.
Pero no quiero cerrar este libro sin destacar un
hecho fundamental que contribuyó en gran parte
a esa transformación de la aldea en ciudad. Se tra­
ta de la urbanización de los terrenos de “ La Mo­
ka” iniciada en 1947, gracias al dinamismo y a la
inteligencia de ese gran servidor público que se
llama Evelio González Botero. Con la efectiva co­
A r r ie r o s y F undadores 209

laboración de Leónidas Escobar, Neftalí Larrarte,


Alejandro Agudelo y otros caballeros, ese ilustre
ciudadano libanense logró convertir los cafetales
de “La Moka” en uno de los barrios más próspe­
ros de la ciudad. Gracias también a don Emilio
Gómez que hizo posible la venta de los terrenos
al municipio. Con la urbanización de “La Moka”
se rompió el cinturón de cafetales que rodeaban
la ciudad y hacían imposible su normal .desarro­
llo urbano. En justicia la urbanización “La Moka”
debería llevar el nombre de su inspirador, de su
ilustre gestor, a quien el sectarismo político, la
intransigencia y la ingratitud, llevaron a otras tie­
rras en horas difíciles para la República. Si es ver­
dad que los pueblos suelen ser agradecidos con
sus abnegados servidores ese barrio debería llamar­
se: Barrio Evelio González Botero. Pocos como él,
después de Isidro Parra, han servido tan eficaz­
mente los destinos de la nueva ciudad.
Finalmente debo decir que el Líbano está en
vísperas de cumplir su Primer Centenario y que
todos sus hijos deben prepararse para ello. Cada
uno de nosotros debe aportar su pequeño grano de
arena a tan magna conmemoración. El Líbano tie­
ne que decirle a la República al llegar a su mayo­
ría de edad no solo lo que ha sido su historia sino
lo que es en el presente y lo que representa para
el futuro. Si el flagelo impiadoso a que fue some­
tido no logró borrarlo del mapa —como fueron
las intenciones— ello está poniendo de presente su
asombrosa vitalidad, su espíritu combativo y su
capacidad de recuperación. Un pueblo que se sobre­
pone al infortunio y avanza sin desmayo, es un
pueblo llamado para destinos superiores. Que lo
pasado apenas es la dolorosa prueba de fuego que
210 E duardo S anta

los dioses reservan a sus favoritos para conocer la


templanza de ánimo, la capacidad de lucha y el
temple varonil. Los fuertes la aprovechan como
lección, templan el carácter y se deciden a con­
quistar el futuro sobreponiéndose a las ruinas fí­
sicas y morales. La celebración decorosa del Pri­
mer Centenario es la oportunidad que tiene el Lí­
bano de demostrarle al país que resurge de entre
sus ruinas, que ha salido airoso de su prueba de
fuego y que no hay poder humano que logre ani­
quilar una estirpe emprendedora y pujante.
INDICE

Páginas

Las migraciones antioqueñas ....................... 9


El hallazgo feliz .............................................. 21
Despertar de la aldea ...................................... 29
Incidentes curiosos .......................................... 53
Isidro Parra, el fundador ................................ 67
Las costumbres y la vida religiosa ............... 81
Espiritismo, teosofía y espantos ..................... 93
El paso de las guerras civiles ......................... 102
Arrieros, labradores y mineros ................... 115
Los grandes adelantos ...................................... 129
Los aldeanos se divierten ................................ 139
Una ventana hacia el mundo ....................... 153
La Edad dorada ................................................ 165
La aldea y su prensa ...................................... 179
La Educación ............. 195
Epílogo ............................................................... 207
i ■

ARRIEROS t

Y FUNDADORES
V. í'
f
•■* . /
Por EDUARDO
SANTA

LAS EDICIONES "C O LO M B IA N UEVA" se complacen en Iniciar sus la*


\ ' bores con la publicación del ensayo "Arrieros y Fundadores" de Eduardo
Sarita. No necesitamos presentar al aqtor de la obra pues se trata de
uno de los escritores más prestigiosos y de más firme vocación de las
nuevas promociones intelectuales del país. Abogado experto en asuntos
administrativos, profesor de sociología y de derecho en varias Universi-
dades. Miembro de la Comisión Nacional de la Unesco en Colombia, so­
cio de varias instituciones culturales, algunas de sus obras han sido
vertidas a otros idiomas. Su novela "S in Tierra para M o rir" traducida
al servio-croata y publicada en Yugoeslavia llegó a convertirse en uno
de tps "best-seller" de aquel país y actualmente la editorial "Presernova
Druzba" de Eslovenia prepara una edición en lengua eslovena.
Con- este .nuevo libro "Arrieros y Fundadoras" Eduardo Santa se pro­
pone darnos una visión dinámica de lo que fueron las migraciones an-
tioqueñas erv el siglo pasado, de esa extraordinaria empresa colonizado­
ra, realizada por gentes anónimas, arrieros, mineros, aventureros en
el noble sentido de la palabra, gentes resueltas y valerosas que constru­
yeron un país nuevo con el auxilio del buey y de la muía. Para ello
Santa toma -el case de la fundación del Líbano, población tolimense
próxima a celebrar su primer siglo de existencia, y en forma agradable
y sencilla pone a vivir de nuevo aquella sociedad de titanes que le w
dio vida al poblado y que lo fue transformando poco a poco en uno
de los centros más prósperos de la república. La importancia de esta
obra está en la sorprendente capacidad de su autor parí reconstruir una &
sociedad, una época, una gesta inolvidable. En las páginas de este li­
bro se ve mover un pueblo, se le ve talar el bosque, construir la aldea,
se observa su desarrollo, sus formas de vida, sus costumbres, sus mitos
y leyendas. La obra tiene además un gran valor folklórico y, haciendo
a un lado lo anecdótico que hay en ella, es una historia común a todas
las poblaciones que nacieron de esa maravillosa aventura colonizadora.
Ningún estudio tan real, tan humano, tan objetivo y tan completo, sobre
el tema de la colonización, como éste que hoy presentamos al público
lector. f * • ,

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