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B-Hartog, F. “El historiador en un mundo presentista”.

Francois Hartog se pregunta; ¿Cuál puede ser la tarea del historiador (incluso su
responsabilidad) si no la de contribuir, a través de sus conocimientos, a un esfuerzo de
lucidez para su contemporáneos? Ahora bien, proponer una perspectiva crítica para el autor
tiene como condición previa delimitar algunas condiciones de ejercicio de oficio para evaluar
sus efectos sobre las posiciones efectivas e incluso posibles del historiador. Entre estas
condiciones, Hartog destaca el tiempo y agrega que, si la relación con el tiempo es, para cada
uno, una dimensión fundamental de la experiencia del mundo y de sí mismo, lo es
doblemente para el historiador porque el tiempo es, antes que nada, aquél en el cual vive y
trabaja, pero es también "su" período, el tiempo sobre el cual trabaja.

De esta forma, una de las maneras que tiene el historiador de hacerse contemporáneo de lo
contemporáneo es comenzar por cuestionar la evidencia masiva de esta contemporaneidad, lo
que significa lo contrario de correr detrás de la actualidad o ceder a la lógica del momento.
Como señala Marcel Gauchet, hablando de experiencia: "Es necesario desear ser de su tiempo
para serlo, y es necesario trabajar para lograrlo".

Según Hartog, el rápido ascenso de lo "contemporáneo" o del "presente" como categoría


dominante es el primer rasgo de esta coyuntura. Contemporaneidad podemos aprehenderla
cómodamente desde ya, o aprehender algunos rasgos a través de palabras que se han
impuesto y que tejen la evidencia del presente. Si ya no hay grandes relatos, circulan en
cambio palabras de orden, totalmente insoslayables, que son como las palabras clave del
tiempo. Presente, memoria, conmemoración, patrimonio, identidad, crimen contra la
humanidad, testigo, globalización, figuraría seguramente en una primera lista.

El autor pone en evidencia cómo “lo contemporáneo” es un imperativo que genera demandas
que convierten al historiador en un “experto” que aporta hechos y datos ante pedidos
urgentes: «demandas sociales». Para Hartog, el historiador sería un recién llegado al territorio
de lo eminentemente contemporáneo, ya habitado, entre otros, por los periodistas y los
medios de comunicación masiva. En momentos en que se intensifica el uso público del
pasado, “los testigos”, es decir, “la voz y la cara de una víctima, de un sobreviviente al que se
escucha, a quien se hace hablar, se graba y se filma” ocupan un lugar creciente, y se
evidencian las grandes olas de conmemoraciones destinadas a ritmar la vida pública,
conjugando memorias y agendas cívicas y políticas. La reflexión se completa con la
consideración de las complejas intervenciones del legislador en pos de un “deber de
memoria”, de la justicia y el juez cuando convocan al historiador en calidad de testigo y
experto ante los procesos judiciales y cuando los medios de comunicación desarrollan puestas
en escenas que procuran una presentificación del pasado que valoriza lo afectivo y la
compasión dejando en lugar secundario al análisis distanciado, propio quizás de la
historiografía. Esta circunstancia, afirma Hartog, obliga al historiador a “presentificarse”, a
exponerse socialmente como un experto y transmisor de presente. El historiador,
antiguamente profeta, pontífice y maestro o científico social es ahora un experto que debe
intervenir en lo inmediato, de inmediato. Como resultado de lo dicho, un “empuje
patrimonial” a tornado al monumento de antaño en memorial que reposa más en el “pasado”
que en la “historia”: la presencia del pasado, la evocación y la emoción se imponen frente a la
toma de distancia y mediación; la valorización de lo local que va unida a la búsqueda de una
historia de sí mismo, y por último, el patrimonio, el mismo afectado por la aceleración.
Tiempos de patrimonio y memorias y de derecho al patrimonio y a las memorias como
respuesta al presentismo y como síntoma del mismo, conducen a la evidencia de una
coyuntura condicionada por un nuevo régimen de historicidad. Este último, constituido ya en
una herramienta que resuelve su tarea con preeminencia del presente, desde donde parte toda
posible inteligibilidad.

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