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https://latinta.com.ar/2019/02/somos-marea-las-luchas-feministas/
Para ella, la metáfora de las olas del feminismo, si bien ordena, al mismo
tiempo, hay que mantenerla siempre abierta. En la historia de los
feminismos y hacia el interior del movimiento, hay límites difusos, porosos,
siempre hubo tensiones, contradicciones y debates que van y vuelven como
la marea.
“No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas
mismas”.
Mary Wollstonecraft (1759-1797)
—¿Por qué se habla de las olas del feminismo y cuáles fueron las principales
demandas de cada una?
A mí me gusta la referencia a las olas del feminismo, pero entiendo que las
olas van y vienen, como la marea, las olas nunca se van, sino que se
mezclan y una nunca sabe cuál es cuál. Por ejemplo, creo que
seguimos muy enganchadas, pensando, luchando y saliendo a la
calle por problemas que escribieron y dieron cuenta las feministas
de la primera ola.
Para la segunda ola, las limitaciones que tuvo esta primera ola pasaron por
creer que se iba a encontrar la igualdad en la ley, sin llegar a reconocer la
importancia de la cultura o de la propia sexualidad, sin llegar a comprender
los efectos de las diferencias raciales o de clase entre las mujeres,
diferencias que hacían que la opresión fuese vivida de una manera muy
distinta. Por eso, la primera ola suele caracterizarse como protagonizada por
mujeres de clase media alta, blancas y educadas. Aunque eso no fue del todo
así. Las increíbles declaraciones de Sojourner Truth en la Convención de
mujeres de Akron, Ohio, donde interpela a lxs presentes con la pregunta: “Acaso
no soy yo una mujer”, es una referencia ineludible de esa primera ola también.
Pero, si te detenés a analizar las obras y los activismos del período, te das cuenta,
rápidamente, que las fronteras no son tan nítidas (entre esos dos feminismos).
Las demandas, en general, las unificaban y los análisis abrían múltiples
aspectos, algunos complementarios entre sí y otros contrapuestos. Por ejemplo, si
se reconocía que el rol principal de las mujeres en nuestras sociedades era su
identificación como “madres” y que trabajaban de forma gratuita, invisibilizadas,
en condiciones precarias, explotadas. Para cambiar esta situación: ¿se pedía al
Estado reconocimiento público, licencias y beneficios sociales por maternidad? ¿o
una repartición equitativa de la crianza y el cuidado de hijes entre padres y
madres, o guarderías públicas? Ambas propuestas salieron de la mano de esas
feministas y ambas dan cuenta de los diferentes planteamientos entre feministas
de la igualdad y de la diferencia. Son planteamientos contrapuestos entre sí, que
parten de premisas muy diferentes, pero que, sin embargo, conviven en sus
efectos, digo, en las prácticas políticas que posibilitaron.
Y la tercera ola que, a grandes rasgos, aparece a mediados de los ’80 y llega a
nuestros días, comenzó a partir de las críticas que se hicieron a esos feminismos.
Se plantea que la atención se focalizó demasiado en la opresión de las mujeres
por sus múltiples causas, pero no vieron que, en esta equiparación de la
opresión, terminaron invisibilizando las diferencias al interior de las mujeres. Las
críticas las hacen, sobre todo, feministas lesbianas, negras, feministas chicanas.
Y son críticas que vienen de la mano de la crítica poscolonial y posestructuralista
que ya se estaba dando en gran parte del pensamiento político y filosófico del
período. Una crítica centrada en la mirada esencialista que se había filtrado
cuando se definía “la opresión común” de las mujeres. ¿Quiénes eran las que
definían esa opresión? ¿qué experiencias, de qué mujeres era la opresión que se
privilegiaba en las perspectivas feministas?
“La liberación de las mujeres deberá ser encarada por ellas mismas en una lucha
que arrastrará todos los vestigios anacrónicos de una vida cotidiana
deshumanizada y sin alicientes. La acción revolucionaria de las mujeres, su
ingreso a la historia, significará la ‘humanización de la humanidad’, por eso es la
revolución más profunda, auténtica y necesaria para la realización de la especie
humana”.
(Mirta Henault, Las mujeres dicen basta, 1972)
—¿En qué contextos históricos se fueron situando las olas del feminismo en
Argentina? ¿Cuáles fueron los principales debates que han generado diferencias al
interior del movimiento feminista argentino?
—En la Argentina, la primera ola se suele ubicar a principios del siglo XX,
aunque también se reconoce que, antes de eso, hubo producciones
literarias y algunas organizaciones femeninas, no “feministas”, que
tenían sus revistas como La Camelia o el Álbum de señoritas de
Juana Manso. Pero la organización colectiva y la identificación con
el “feminismo”, con esa palabra, se da recién en 1900.
Aunque, antes de esto, se suele englobar, dentro de nuestra primera ola, a las
anarquistas que escribieron el periódico La Voz de la Mujer -entre 1896 y 1897-.
Pero, en realidad, las anarquistas estaban en la vereda de en frente de las
feministas porque, para ellas, el feminismo era burgués y contrario a sus
objetivos. Propugnaron la emancipación de las mujeres desde una concepción
anarquista más que feminista. No les interesaba el sufragio ni cualquier otro
“derecho” porque la ley era un instrumento de la burguesía. De todas formas, el
feminismo argentino se ha nutrido de esa tradición, en la actualidad, está muy
presente en sus orgas. Por ejemplo, el lema: “Ni dios ni patrón ni marido” viene de
las anarquistas. Ellas pensaban que las mujeres obreras eran “doblemente
esclavas” por su explotación en las fábricas y en el hogar como madres y esposas.
Muchas de ellas pasaron a la historia del feminismo, pero, en ese momento, el
feminismo estaba representado, más bien, por socialistas como Elvira López.
Ella formaba parte del Partido Socialista, junto a su hermana Ernestina y otras
referentes como Alicia Moreau, y fueron las que participaron en el primer
Consejo Nacional de la Mujer, en alianza con las matronas, mujeres de la alta
sociedad que hacían caridad desde el Estado. Desde este sector, el feminismo era
un movimiento que aspiraba a la “elevación de la mujer”, en particular, desde la
educación. Decían que no aspiraban a la igualdad con los varones, porque eso
era imposible. Había diferencias naturales, centradas en la posibilidad de gestar,
sobre todo, y en el lugar “natural” de las mujeres en el cuidado del hogar, que
impedían que las mujeres hicieran lo mismo que los varones en la sociedad.
Después de esta primera ola, que podríamos decir que termina en el ’47
cuando accedemos al sufragio, los feminismos se sostienen y diversifican. El
peronismo las va a unir, aunque como opositoras. Desde el socialismo, el
comunismo e incluso el anarquismo, las feministas van a salir juntas en contra
del peronismo. Lo vieron, y algunas lo vivieron, como una dictadura. Pensemos
que algunas fueron detenidas y otras exiliadas por el gobierno peronista. En ese
sentido, el feminismo de ese período fue muy gorila -recordemos a Victoria
Ocampo como una de sus principales referentes-. Por otra parte, para muchas
mujeres que entraron a la política de la mano del peronismo, el feminismo era
oligárquico e, incluso, imperialista. Era una moda que venía de EE.UU. Esta
concepción también afectó a las feministas comunistas. Les costó mucho que sus
partidos apoyaran su feminismo.
Nuestra segunda ola, que se suele ubicar en los 70’s, mantuvo bastante esta
tensión, de hecho, se hizo más fuerte. Aparecen agrupaciones feministas antes de
la dictadura. En 1970, la Unión Feminista Argentina (UFA) y el Movimiento de
Liberación Femenina, luego Movimiento de Liberación Feminista (MLF), se
formaron con activistas de clase media alta, intelectuales que viajaban y trajeron
libros del feminismo radical de EE.UU sobre todo. Los traducen, los leen acá y
comienzan a organizarse. La UFA replica los grupos de “consciousness raising”,
que acá se traducen como “grupos de autoconcienciación”. Se juntaban de 8 a 10
mujeres a hablar de sus problemas cotidianos, para, entre todas, visibilizar su
dimensión “común”, lo común de la opresión femenina.
Otros grupos también se arman desde las izquierdas, como la editorial Nueva
Mujer que viene de Palabra Obrera (publicaron el libro: Las mujeres dicen basta),
y, después, otra agrupación que se llamaba Muchacha que era del Partido
Socialista de los Trabajadores. Todas estas grupas tienen diferencias, discusiones
y rupturas en torno a un gran debate del momento: la relación entre la política
y el feminismo. Así, se habla de la “doble militancia” (las que venían de partidos
políticos y también eran feministas) y del “feminismo puro”. Esta división veía, en
la política, una práctica patriarcal y criticaba fuertemente la jerarquía de los
partidos y su injerencia en una agenda que aspiraba a ser “puramente feminista”.
De todos modos, todas están cerca y se van a acompañar en un montón de
iniciativas. El terrorismo de Estado tuvo sus efectos desmovilizadores en
estas agrupaciones, pero, en algunas, las reuniones se van a mantener como
grupos de estudio.
Ya después, en los ochenta, reaparecen algunas grupas y se arman
muchas nuevas, con demandas específicas al Estado. En un clima
que veía que la democracia iba a solucionar todos nuestros
problemas, las feministas irrumpieron participando en política
desde una concepción muy diferente a la que se tenía en los ’70.
Nuestra tercera ola empezaría a verse en los noventas, con un fuerte quiebre
tras el 2001. O, quizás, el 2001 fue la precuela de nuestra cuarta ola.
Todavía faltan análisis que den cuenta de cuáles fueron los ejes principales
de nuestra tercera ola y si llegamos a estar ahora en presencia de una
cuarta. A modo de hipótesis, algunas aproximaciones dicen que la irrupción
de lo popular en los feminismos marcaría una cuarta ola, pero esto ya
sucedió en el 2001.
Recordemos que, en los 90’s, uno de los ejes del gobierno neoliberal fue recortar
la gestión pública y tercerizar las políticas sociales desde las ONG’s. En ese
período, se multiplicaron las ONG’s feministas con financiamiento de organismos
internacionales que sostuvieron políticas públicas dirigidas a las mujeres. Esto
fortaleció y amplió la agenda de los feminismos. Se organizaron un montón de
redes, se financiaron muchos eventos que conectaron a los feminismos en la
región. Muchas demandas llegaron al Estado, incluso, de la mano de feministas
que se comprometieron en la gestión de gobierno. Pero muchas fueron críticas de
este proceso. Sostuvieron la necesidad de autonomía frente al Estado y los
financiamientos internacionales porque llegaron a tener mucha injerencia en las
agendas feministas y en la propia militancia. Criticaron que, en las ONG’s, el
activismo se transforme en un trabajo rentado y que sus “directoras” tomen la voz
por todo el movimiento sin mediar instancias de representación democráticas.
Este proceso se dio en toda la región y llegó a ser un eje de discusión que opuso a
los feminismos entre sí y los desmovilizó bastante. En otro punto, habilitó un
cierto cuidado y una llamada de atención, tanto para pensar el modo en que los
feminismos se vinculaban con el Estado así como sobre los modos en que se
gestionaban sus recursos y se organizaban sus activismos.
Y la crisis del 2001 fue un sismo para todo el país y para los feminismos
también. En particular, en el Encuentro Nacional de Mujeres 2003,
que se hizo en Rosario, se llenó de organizaciones populares, de
mujeres piqueteras y se hicieron visibles las diferencias de clases y
las prioridades entre los feminismos. Frente a la disputa entre
autónomas e institucionalizadas de los noventa, apareció la
potencia de lo que se venía nombrando como “movimiento amplio de
mujeres” y la necesidad de que el feminismo abriera su agenda a los
problemas estructurales que estaban afectando al país. Fue un
proceso que no sólo afectó a los feminismos, sino a muchos
movimientos sociales.