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connotaciones religiosas, sea en relación con los dioses paganos o con el dios
cristiano. (40). La teratología es definida, de este modo, como el tratado sobre
las anomalías (diferencias con respecto a la norma social) de los organismos
tanto animales, vegetales como humanos.
La representación de los monstruos y prodigios se sustentó
históricamente en una amplísima tradición oral y escrita. Salieron de antiguas
leyendas de los pueblos mesopotámicos (como el caso del primer poema épico
sumerio titulado “Gilgamesh”), índicos, egipcios, la tradición hebrea y de sus
respectivas mitologías y religiones; desde allí, se instalaron en el acervo
cultural de occidente una vasta población de razas monstruosas. Autores
clásicos griegos (Herodoto, Homero, Hesíodo, Aristóteles) y romanos (como
Plinio y Estrabón) indagaron en su naturaleza y los situaron en un espacio
ajeno y lejano. Más tarde, la tradición cristiana los colocó en el estatuto de
criaturas de Dios y les confirió un significado alegórico que permitiera extraer
enseñanzas morales.
Un ejemplo de esta inclusión medieval y cristiana nos la entrega San
Isidoro de Sevilla (560-636) en sus Etimologías (ca 627-30). Allí San Isidoro
presentó y ordenó el mundo mediante un análisis lingüístico y semántico,
dedicando el libro 11 al estudio detallado y pormenorizado de los “monstruos”
(De portentis). Sostiene este padre de la Iglesia que los monstruos no podían
ser considerados unos seres contra naturam porque todo lo creado por Dios
hace parte de la naturaleza y es producto de su divina voluntad. Por ello, al no
estar hechos en contra de Dios los monstruos, según San Isidoro, deben tener
una función instrumental en el plan divino y esa instrumentalidad está
estrechamente ligada para a la etimología de la palabra “monstruo”. De este
modo, los monstruos son seres que derivan su nombre de la palabra latina
“monitus”, razón por la que su característica principal es “que se muestran”
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fascinante, pero a la vez como increíble del todo, incapaz de someterse a una
verificación objetiva”, a todo esto se le puede aplicar el mote de “mito”: “en
oposición a “lógos”, la palabra “mythos” pasa a designar el relato tradicional,
fabuloso y acaso engañador en contraste con el relato razonado, lógico y
objetivo de la ciencia” (17).
García Gual aclara que existen numerosas definiciones sobre el
significado del mito y desde tantas disciplinas (filosofía, historia,
antropología, etc.) que sería imposible quedarse con una sola, por ello termina
creando una propia: “Mito es un relato tradicional que refiere la actuación
memorable y ejemplar de unos personajes extraordinarios en un tiempo
prestigioso y lejano […] se caracteriza por presentar una historia [como la que
narra Ulises en la Odisea]. El relato mítico tiene un carácter dramático y
ejemplar. Se trata siempre de acciones de excepcional interés para la
comunidad, porque explican aspectos importantes de la vida social mediante
la narración de cómo se produjeron por primera vez tales o cuales hechos […]
El mito explica e ilustra el mundo mediante la narración de sucesos
maravillosos” (21). En los mitos griegos siempre nos encontramos con seres
antropomorfos, mitad humanos mitad animales, o mitad dioses y mitad
humanos, con monstruos que razonan como humanos pero que se comportan
como bestias y con bestias que actúan en forma humana. Pero lo importante es
que, bajo estas máscaras, estos seres se mueven dentro de la esfera del deseo y
los temores humanos: “Los mitos hablan de héroes y de dioses, que habían
actuado en un tiempo remoto, pero en sus dramáticas escenas plantean
conflictos de valores en los que se muestra paradigmáticamente la trágica
condición del hombre” (39). Dice Gual que: “La narración mítica nos habla de
un tiempo prestigioso y lejano, el tiempo de los comienzos, el de los dioses, o
el de los héroes que aún tenían trato con los dioses” (23). Pero me parece que
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lo esencial a rescatar es que los mitos (ya sean griegos o de cualquier otro
origen): “incorporan una ancestral experiencia y una explicación simbólica de
los fundamentos de la vida social” (32) (PP)
Cual si fuera otro personaje literario más, aún persiste el debate sobre si
Homero fue una persona real o bien el nombre dado a uno o más poetas orales
que cantaban obras épicas tradicionales. La mayor parte de la tradición letrada
expresa que Homero ha sido el primer poeta de la Antigua Grecia. La mayoría
de los historiadores sitúa la figura de Homero en el siglo VIII a. C., aunque
existe controversia sobre la fecha en la que sus poemas se pusieron por escrito.
La mayoría de los clasicistas están de acuerdo en que independientemente de
que hubiera un Homero individual o no, los poemas homéricos son el
producto de una tradición oral transmitida a través de varias generaciones, que
era la herencia colectiva de muchos cantantes-poetas. La Odisea (en griego:
Ὀδύσσεια, Odýsseia) es un poema épico griego compuesto por 24 cantos. Se
cree que fue escrito en el siglo VIII a. C., en los asentamientos que Grecia
tenía en la costa oeste del Asia Menor (actual Turquía asiática).
Narra la vuelta a casa del héroe griego Odiseo (Ulises en latín) tras la
Guerra de Troya. Odiseo tarda diez años en regresar a la isla de Ítaca, donde
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dieron a comer loto, y el que de ellos comía el dulce fruto del loto ya no quería
volver a informarnos ni regresar, sino que preferían quedarse allí con los
lotófagos, arrancando loto, y olvidándose del regreso” (170). Odiseo debe
entonces sacar a sus compañeros del estado en que se encuentran: “Pero yo los
conduje a la fuerza, aunque lloraban, y en las cóncavas naves los arrastré y até
bajo los bancos” (170). Odiseo nota que si se pierde la voluntad de volver a la
patria, no habrá regreso y sucumbirán al mal. El episodio de los lotófagos
puede leerse como una advertencia sobre las muchas tentaciones que hay antes
de lograr un objetivo. Cuenta la mitología que este arbusto de flores rojas, fue
en un tiempo pasado Lotis. Lotis fue una ninfa deseada por Príapo, que se
negaba a acostarse con él. Siempre conseguía escapar. Una noche durmiendo
en el cortejo de las ménades, el Sileno casi la “corteja” aunque Lotis consigue
escapar. No obstante, comprende que la huida será imposible y pide que la
conviertan en Loto. Cuando un humano ingiere el loto, se olvida de sus metas,
de sus proyectos, pierde la memoria. Esto es lo que hace incivilizados a los
lotófagos, ya que si no hay recuerdos, no se tiene consciencia de los actos
cometidos, no hay posibilidad del registro de la historia ni tampoco de
comportarse de acuerdo a una ética.
Tras los lotófagos, Ulises convence a los compañeros que habían
comido loto, de reemprender la travesía. Llegan a un lugar brumoso, en una
noche oscura, es la isla de los cíclopes (PP). Los cíclopes son seres
antropomorfos con un solo ojo en el frente. Así los describe Odiseo:
Llegamos a la tierra de los cíclopes, los soberbios, los sin ley, los que,
obedientes a los inmortales, no plantan con sus manos frutos ni labran la
tierra, sino que todo les nace sin sembrar y sin arar […] no tienen ni
ágoras donde se emite consejo ni leyes, habitan las cumbres de elevadas
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amanecer se habla de cómo las “ninfas” agitan a las cabras para llevarlas a
pastar. (PP)
Odiseo como sus compañeros intentan robarle al cíclope, de hecho
pasan la noche en su caverna comiendo su queso y tomando la leche de sus
cabras: “Entonces mis compañeros me rogaron que nos apoderásemos primero
de los quesos y regresáramos, y que sacáramos luego de los establos
cabritillos y corderos y, conduciéndolos a la rápida nave, diéramos velas sobre
el agua salada” (173). Odiseo, que había planeado robar al cíclope, una vez
encerrado en la cueva le pide al monstruo salvaje que respete las normas
griegas de la hospitalidad: “Conque hemos dado contigo y nos hemos llegado
a tus rodillas por si nos ofreces hospitalidad y nos das un regalo, como es
costumbre entre los huéspedes” (174). Sencillamente, la respuesta de Polifemo
es otra pregunta: “¿Eres estúpido forastero?”, no solo que no accede a al
pedido ridículo de Odiseo sino que además: “Agarró a dos a la vez y los
golpeó contra el suelo como a cachorrillos, y sus sesos se esparcieron por el
suelo empapando la tierra. Cortó en trozos sus miembros, se los preparó como
cena y se los comió, como un león montaraz, sin dejar ni sus entrañas ni sus
carnes ni sus huesos llenos de meollo” (175). No contento con ello, el gigante
luego sigue comiendo a los compañeros de Odiseo en el desayuno y en la
cena. Acongojado por la situación, Odiseo, el varón de multiforme ingenio
inventa una estrategia para vencer al monstruo: “¡Aquí, Cíclope! Bebe vino
después que has comido carne humana, para que veas qué bebida escondía
nuestra nave. Te lo he traído como libación, por si te compadecías de mí y me
enviabas a casa” (177). El monstruo acepta el vino y se emborracha: “de su
garganta saltaba vino y trozos de carne humana; eructaba cargado de vino”
(177). Cuando el cíclope se emborracha Odiseo le clava una estaca en el ojo y,
aprovechando la ceguera, escapa con sus compañeros escondiéndose bajo el
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descubrir por primera vez los pueblos “exóticos”, las costumbres salvajes y
las razas monstruosas que rodeaban al mundo griego.
La obra en sí, una de las primeras historias escritas a tan gran escala
(nueve libros), fue también la primera obra importante que se escribió en
prosa griega. Su propósito era “impedir que los grandes y maravillosos hechos
de griegos y bárbaros pierdan su tinte de gloria, y recordar cuáles fueron los
escenarios de su pugna”. Su obra fue dividida mucho tiempo después de ser
escrita en nueve libros, cada uno correspondiendo al nombre de una musa de
la mitología griega (Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato,
Polimnia, Urania y Calíope). En el libro IV de su Historia, Herodoto describe
el país y las costumbres de los Escitas, la circunnavegación del África y la
conquista persa de Libia. Allí aprovecha el historiador para explicar el
mapamundi de su época dividido en tres partes geográficas (Europa, Asia y
Libia), haciendo una etnografía mítica sobre las poblaciones desconocidas, la
periferia bárbara del mundo griego, en las que nombra y describe a unas
treinta razas monstruosas que se definen como tales ya sea por sus
características físicas como por sus características morales. Algunas de estas
razas son: los Isedonios, hiperbóreos, escitas, argipeos, egípodas, hombres
monóculos, grifos, táuricos, agatirsos, neuros, andrófagos, budinos,
saurómatas, amazonas, nasamones, garamantas, mecas, gindanes, lotófagos,
maclíes, auses, libios, anomios, garamantes, trogloditas, atlantes, maxíes,
zaveces, gizantes, entre otros.
En el libro vemos la clasificación de las costumbres de una variada
gama de “razas monstruosas” cuya diferencia/deficiencia cultural se
fundamenta en una mirada profundamente etnocéntrica y que sólo puede
comprender como “civilizados” los rasgos y las prácticas de la cultura
helénica. El libro IV de la Historia nos permite descubrir la imaginación
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bravos de todos que piensan que todos los otros escitas son sus esclavos. Pero
también señala características generales como la de cegar a sus esclavos para
mejor valerse de ellos en la extracción, cuidado y preparación de la leche, que
es la única bebida que toman.
Luego de una larga digresión sobre la cuenca hídrica en que habitan los
pueblos bárbaros, H., vuelve sobre las costumbres de los escitas, sus dioses y
sus sacrificios. Cuenta que tienen un sacrificio especial en honor al dios de la
guerra (Ares), al que adoran con sacrificios humanos de los prisioneros
tomados en la guerra:
De cada cien prisioneros cogidos en la guerra le sacrifican uno, y no con
el rito con que inmolan a los brutos, sino con otro bien diferente. Ante
todo derraman vino sobre la cabeza del prisionero; después lo degüellan
sobre un vaso en que chorrea la sangre, y subiéndose con ella encima
del montón de sus haces, la derraman sobre los alfanjes. Hecho esto
sobre el ara, vuelven al pie de las fajinas y de las víctimas que acaban
de degollar, cortan todo el hombro derecho junto con el brazo, y lo
echan al aire. (310)
Pero, “salvo” por estas costumbres son, dice H., tenidos por justos y
buenos. Más allá de los isedones habitan, según la leyenda, los hombres
monóculos y los grifos custodios del oro. Desde allí existirá en occidente una
contigüidad sintagmática entre los monstruos y las riquezas (dos ejemplos).
Interesante notar como para Herodoto la literatura (Homero, Hesíodo)
funcionan como pruebas documentales, como reaseguro de ciertas
informaciones de origen dudoso que maneja. Por ejemplo, al no tener
información de los hiperbóreos porque de ellos no hablan ni los escitas ni los
isedones, dice que sin embargo tanto Hesíodo como Homero los mencionan.
Importante señalar también el espíritu digamos “científico” de Herodoto que
se ríe de otros historiadores que al describir o pintar los “globos terrestres” no:
“hacen reflexión alguna en lo que nos exponen: píntanos la tierra redonda, ni
más ni menos que una bola sacada del torno” (299). Hay una pretensión de
validación de lo que se enuncia, por eso recurre a múltiples fuentes, aclarando
siempre cuáles son creíbles, pero incluyendo de todas formas aquellos relatos
increíbles para luego censurarlos.
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