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Razas monstruosas en el mundo griego.

Mitos, miedos y ansiedades


culturales

Consideraciones generales sobre la monstruosidad


(PP)
Los encontramos en todos los géneros,
desde los textos bíblicos, en los que
encarnan casi siempre espíritus impuros,
pasando por la literatura de exégesis, la
enciclopédica y didáctica, las vidas de
santos, la literatura narrativa y épica, los
textos litúrgicos, los himnos, las leyendas
populares, la poesía y las canciones.

Jacqueline Leclercq-Marx. “Monstruos en


la escritura”

Esta ponencia revisa momentos específicos de la historiografía


(Herodoto) y la literatura (Homero) griega tomando como eje conceptual de
análisis la figura del monstruo y las razas monstruosas. Estos seres imaginados
por la literatura y la historiografía son útiles para reflexionar sobre los miedos
y las ansiedades culturales del mundo Griego. Los monstruos hacen circular
mitologías que responden a cuestiones morales, éticas, políticas y religiosas de
épocas históricas específicas. Los monstruos, también nos permiten
comprender el funcionamiento de estas mitologías y los temores de cada
sociedad frente a problemas concretos como las enfermedades, las hambrunas,
la relación de los humanos con lo sagrado y con lo prohibido, entre otras.
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, un monstruo
tiene al menos 6 significados (PP): 1) producción contra el orden regular de la
naturaleza, 2) ser fantástico que causa espanto, 3) cosa excesivamente grande
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o extraordinaria en cualquier línea, 4) persona o cosa muy fea, 5) persona muy


cruel y perversa, 6) persona de extraordinarias cualidades para desempeñar
una actividad determinada. De acuerdo con Claude Kapler (PP): “no existe
una definición del monstruo, sino diversos intentos de definición, que varían
según los autores y, sobre todo, según las épocas. En el sentido más amplio, el
monstruo se define con relación a la norma […] se le puede caracterizar como
una excepción si se lo relaciona con el resultado habitual de la combinatoria
genética” (235). Este autor hace una clasificación de distintos puntos de vista
desde donde se puede abordar la monstruosidad (PP): 1) desde el punto de
vista genético (físico) que tiene en cuenta las causas, 2) desde el punto de vista
teológico y estético, que tiene en cuenta la armonía del universo, y 3) desde el
punto de vista de lo ejemplar o lo normativo.
Existe una doble tradición teratológica asociada a la monstruosidad,
esto es, una monstruosidad de orden biológico y una monstruosidad de orden
teológico o religioso. Como señala Palencia-Roth: “La tradición teratológica
se articula primordialmente por medio de dos discursos: el uno biológico, que
tiene que ver con la fisiología; el otro teológico, que tiene que ver con el
comportamiento y la moral” (40). De acuerdo con este autor los discursos
biológicos y teológicos confluían a menudo, por lo que no deben ser
considerados aisladamente, ni vistos como radicalmente distintos entre sí.
Fue Aristóteles el responsable de inaugurar el discurso biológico de la
monstruosidad en occidente. Según Aristóteles, ‘la primera característica del
monstruo es la de ser diferente [anomoíon en griego] (La generación de los
animales IV, iv 770b, 5-6), y presentar una especie de ‘deformidad’ [anatería
en griego] (IV, iv, 769b, 30) [...] Generalmente, el monstruo—tera en griego,
monstrum en latín—se parece al ser humano y al mismo tiempo se diferencia
de él. El término tanto en griego como en latín (tera o monstrum) tiene
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connotaciones religiosas, sea en relación con los dioses paganos o con el dios
cristiano. (40). La teratología es definida, de este modo, como el tratado sobre
las anomalías (diferencias con respecto a la norma social) de los organismos
tanto animales, vegetales como humanos.
La representación de los monstruos y prodigios se sustentó
históricamente en una amplísima tradición oral y escrita. Salieron de antiguas
leyendas de los pueblos mesopotámicos (como el caso del primer poema épico
sumerio titulado “Gilgamesh”), índicos, egipcios, la tradición hebrea y de sus
respectivas mitologías y religiones; desde allí, se instalaron en el acervo
cultural de occidente una vasta población de razas monstruosas. Autores
clásicos griegos (Herodoto, Homero, Hesíodo, Aristóteles) y romanos (como
Plinio y Estrabón) indagaron en su naturaleza y los situaron en un espacio
ajeno y lejano. Más tarde, la tradición cristiana los colocó en el estatuto de
criaturas de Dios y les confirió un significado alegórico que permitiera extraer
enseñanzas morales.
Un ejemplo de esta inclusión medieval y cristiana nos la entrega San
Isidoro de Sevilla (560-636) en sus Etimologías (ca 627-30). Allí San Isidoro
presentó y ordenó el mundo mediante un análisis lingüístico y semántico,
dedicando el libro 11 al estudio detallado y pormenorizado de los “monstruos”
(De portentis). Sostiene este padre de la Iglesia que los monstruos no podían
ser considerados unos seres contra naturam porque todo lo creado por Dios
hace parte de la naturaleza y es producto de su divina voluntad. Por ello, al no
estar hechos en contra de Dios los monstruos, según San Isidoro, deben tener
una función instrumental en el plan divino y esa instrumentalidad está
estrechamente ligada para a la etimología de la palabra “monstruo”. De este
modo, los monstruos son seres que derivan su nombre de la palabra latina
“monitus”, razón por la que su característica principal es “que se muestran”
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con el objetivo de indicar algo, o para “mostrar” el significado de una cosa o


de un evento. San Isidoro utilizó cuatro categorías para componer su
teratología (PP): 1. los portentos, los que anuncian (lat. portendere), 2. los
ostentos, que manifiestan (lat. ostendere), 3. los monstruos y, por último, 4.
los prodigios, que predicen (lat. praedicare). A estas cuatro se le agregaba la
de “Maravilla”. Los monstruos de la patrística funcionaron como profecías o
signos reveladores de la voluntad del plan de Dios y se unieron de este modo
al providencialismo del aparato teológico. En palabras del propio Isidoro: “La
aparición de determinados portentos parece querer señalar hechos que van a
acontecer; pues en ocasiones Dios quiere indicarnos lo que va a suceder al
través de determinados perjuicios de los que nacen, como sirviéndose de
sueños y de oráculos advierte e indica a algunos pueblos u hombres las
desgracias futuras” (879). Pero San Isidoro fue capaz de compilar esta
enciclopedia de la monstruosidad gracias a la experiencia previa que se había
trasmitido desde la antigüedad griega y romana. Pasemos entonces al análisis
breve del mito y sus funciones.
(PP)
Monstruos y mitos del mundo griego

La mitología griega está plagada de seres monstruosos que no sólo


aparecen en su literatura sino también en su historia y en su filosofía (desde
Herodoto hasta Platón). El mito tiene, esencialmente, una “función social”, es
por ello que la aparición de lo monstruoso en ellos cumple, necesariamente,
una función específica, pedagógica y ejemplarizante. Pero ¿qué entendemos
por “mito”? Carlos García Gual ha tratado de responder a estas preguntas
aproximándose a posibles matices en la definición del término. Afirma Gual
que todo lo que tenga un aire de “fabuloso, extraordinario, prestigioso,
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fascinante, pero a la vez como increíble del todo, incapaz de someterse a una
verificación objetiva”, a todo esto se le puede aplicar el mote de “mito”: “en
oposición a “lógos”, la palabra “mythos” pasa a designar el relato tradicional,
fabuloso y acaso engañador en contraste con el relato razonado, lógico y
objetivo de la ciencia” (17).
García Gual aclara que existen numerosas definiciones sobre el
significado del mito y desde tantas disciplinas (filosofía, historia,
antropología, etc.) que sería imposible quedarse con una sola, por ello termina
creando una propia: “Mito es un relato tradicional que refiere la actuación
memorable y ejemplar de unos personajes extraordinarios en un tiempo
prestigioso y lejano […] se caracteriza por presentar una historia [como la que
narra Ulises en la Odisea]. El relato mítico tiene un carácter dramático y
ejemplar. Se trata siempre de acciones de excepcional interés para la
comunidad, porque explican aspectos importantes de la vida social mediante
la narración de cómo se produjeron por primera vez tales o cuales hechos […]
El mito explica e ilustra el mundo mediante la narración de sucesos
maravillosos” (21). En los mitos griegos siempre nos encontramos con seres
antropomorfos, mitad humanos mitad animales, o mitad dioses y mitad
humanos, con monstruos que razonan como humanos pero que se comportan
como bestias y con bestias que actúan en forma humana. Pero lo importante es
que, bajo estas máscaras, estos seres se mueven dentro de la esfera del deseo y
los temores humanos: “Los mitos hablan de héroes y de dioses, que habían
actuado en un tiempo remoto, pero en sus dramáticas escenas plantean
conflictos de valores en los que se muestra paradigmáticamente la trágica
condición del hombre” (39). Dice Gual que: “La narración mítica nos habla de
un tiempo prestigioso y lejano, el tiempo de los comienzos, el de los dioses, o
el de los héroes que aún tenían trato con los dioses” (23). Pero me parece que
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lo esencial a rescatar es que los mitos (ya sean griegos o de cualquier otro
origen): “incorporan una ancestral experiencia y una explicación simbólica de
los fundamentos de la vida social” (32) (PP)

Los monstruos en la literatura homérica

PP CON EPÍGRAFE DE BORGES

En el octavo libro de la Odisea se lee que


los dioses tejen desdichas para que a las
futuras generaciones no les falte algo que
contar.

Jorge Luis Borges. “Del culto a los libros”

Cual si fuera otro personaje literario más, aún persiste el debate sobre si
Homero fue una persona real o bien el nombre dado a uno o más poetas orales
que cantaban obras épicas tradicionales. La mayor parte de la tradición letrada
expresa que Homero ha sido el primer poeta de la Antigua Grecia. La mayoría
de los historiadores sitúa la figura de Homero en el siglo VIII a. C., aunque
existe controversia sobre la fecha en la que sus poemas se pusieron por escrito.
La mayoría de los clasicistas están de acuerdo en que independientemente de
que hubiera un Homero individual o no, los poemas homéricos son el
producto de una tradición oral transmitida a través de varias generaciones, que
era la herencia colectiva de muchos cantantes-poetas. La Odisea (en griego:
Ὀδύσσεια, Odýsseia) es un poema épico griego compuesto por 24 cantos. Se
cree que fue escrito en el siglo VIII a. C., en los asentamientos que Grecia
tenía en la costa oeste del Asia Menor (actual Turquía asiática).
Narra la vuelta a casa del héroe griego Odiseo (Ulises en latín) tras la
Guerra de Troya. Odiseo tarda diez años en regresar a la isla de Ítaca, donde
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poseía el título de rey, período durante el cual su hijo Telémaco y su esposa


Penélope han de tolerar en su palacio a los pretendientes que buscan
desposarla (pues ya creían muerto a Odiseo), al mismo tiempo que consumen
los bienes de la familia. El poema es, junto a la Ilíada, uno de los primeros
textos de la épica grecolatina y por tanto de la literatura occidental. Tanto la
Ilíada como la Odisea son un gran depósito de imágenes monstruosas de la
Antigüedad. Los héroes están siempre enfrentando peligros y batiéndose a
duelo con monstruos de diferente envergadura y poder. Entre estos monstruos
encontramos sirenas, cíclopes, lotófagos, lestrigones y un variado conjunto de
seres antropomorfos como Escila, Caribdis, Gorgona, Quimera, entre otros.
A lo largo de esta Odisea el héroe se va a encontrar con una serie de
grupos étnicos (razas monstruosas) y de personajes, que no cumplen con las
características humanas de civilización (según el mundo griego). El viaje de
regreso de Odiseo desde Troya a Ítaca, está marcado por una serie de
aventuras fantásticas y encuentros monstruosos de los cuales, Polifemo el
cíclope, será uno de las más importantes debido al carácter “salvaje” del
monstruo. Odiseo narra sus desgracias, en orden cronológico ante la corte de
los feacios, allí cuenta: “los innumerables dolores que los dioses, los hijos de
Urano” le han proporcionado. Mientras intenta regresar con sus compañeros a
Ítaca, el barco es desviado por una tormenta durante nueve días, al décimo día
arriban a la tierra de los lotófagos. En su primera aventura Odiseo y sus
compañeros, entran en contacto con unas gentes amables pero que dejan de
vivir como los hombres porque al comer loto, olvidan lo que fue su pasado y
por tanto no tienen conciencia de lo que son en el presente. Se trata de los
lotófagos (PP), que encarnan el papel del olvido. Odiseo envía a sus hombres
tierra adentro para conocer los habitantes de esta isla allí encuentran a los
lotófagos: “Estos no decidieron matar a nuestros compañeros, sino que les
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dieron a comer loto, y el que de ellos comía el dulce fruto del loto ya no quería
volver a informarnos ni regresar, sino que preferían quedarse allí con los
lotófagos, arrancando loto, y olvidándose del regreso” (170). Odiseo debe
entonces sacar a sus compañeros del estado en que se encuentran: “Pero yo los
conduje a la fuerza, aunque lloraban, y en las cóncavas naves los arrastré y até
bajo los bancos” (170). Odiseo nota que si se pierde la voluntad de volver a la
patria, no habrá regreso y sucumbirán al mal. El episodio de los lotófagos
puede leerse como una advertencia sobre las muchas tentaciones que hay antes
de lograr un objetivo. Cuenta la mitología que este arbusto de flores rojas, fue
en un tiempo pasado Lotis. Lotis fue una ninfa deseada por Príapo, que se
negaba a acostarse con él. Siempre conseguía escapar. Una noche durmiendo
en el cortejo de las ménades, el Sileno casi la “corteja” aunque Lotis consigue
escapar. No obstante, comprende que la huida será imposible y pide que la
conviertan en Loto. Cuando un humano ingiere el loto, se olvida de sus metas,
de sus proyectos, pierde la memoria. Esto es lo que hace incivilizados a los
lotófagos, ya que si no hay recuerdos, no se tiene consciencia de los actos
cometidos, no hay posibilidad del registro de la historia ni tampoco de
comportarse de acuerdo a una ética.
Tras los lotófagos, Ulises convence a los compañeros que habían
comido loto, de reemprender la travesía. Llegan a un lugar brumoso, en una
noche oscura, es la isla de los cíclopes (PP). Los cíclopes son seres
antropomorfos con un solo ojo en el frente. Así los describe Odiseo:
Llegamos a la tierra de los cíclopes, los soberbios, los sin ley, los que,
obedientes a los inmortales, no plantan con sus manos frutos ni labran la
tierra, sino que todo les nace sin sembrar y sin arar […] no tienen ni
ágoras donde se emite consejo ni leyes, habitan las cumbres de elevadas
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montañas en profundas cuevas y cada uno es legislador de sus hijos y


esposas, y no se preocupan unos de otros. (171)

Polifemo es un cíclope, hijo de Poseidón y la ninfa Toosa, hija ésta de


Forcis. Homero lo describe como un hombre enorme y horripilante. Pastor,
que vive de lo que le dan sus ovejas y cabras, habita en una cueva, y aunque
conoce el fuego, todo lo come crudo, conoce el vino pero no lo bebe. Por tanto
ni conoce las labores agrarias típicas de la civilización, ni bebe vino, propio de
la aristocracia, ni cocina, propio de cualquier humano. Vive en una cueva por
lo tanto no conoce la ciudad. Los cíclopes son seres salvajes que se definen
etnográficamente a partir de lo que no tienen con respecto a la sociedad
griega: no tienen ley, no tienen religión, no trabajan la tierra, no construyen
casas (viven en cuevas), no construyen barcos, no tienen el principio de la
solidaridad (no se preocupan unos de otros). En fin son lo contrario a toda
organización civilizada, por lo tanto, no pueden entender lo que Odiseo les
pide, que cumplan con la ley de la hospitalidad griega. La misma
caracterización harán los cronistas europeos sobre los indígenas americanos
durante la conquista, de hecho Americo Vespucci se queja en una de sus cartas
porque los pueblos originarios de América con los que se encuentra en su
viaje no tienen mantel ni mesas para comer. Los compañeros de Odiseo llegan
y se esconden en una gruta, donde quieren proveerse de alimentos. Allí
encuentran quesos, rebaños de cabras y vides silvestres de la ladera. Se trata
de un hábitat ganadero. Los compañeros se demoran en demasía por culpa de
la curiosidad de Odiseo. Es importante señalar que la isla, además de los
salvajes cíclopes, tiene seres divinos que acompañan a los navegantes, por
ejemplo, durante la noche los acompaña un “daimon” (un espíritu) y al
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amanecer se habla de cómo las “ninfas” agitan a las cabras para llevarlas a
pastar. (PP)
Odiseo como sus compañeros intentan robarle al cíclope, de hecho
pasan la noche en su caverna comiendo su queso y tomando la leche de sus
cabras: “Entonces mis compañeros me rogaron que nos apoderásemos primero
de los quesos y regresáramos, y que sacáramos luego de los establos
cabritillos y corderos y, conduciéndolos a la rápida nave, diéramos velas sobre
el agua salada” (173). Odiseo, que había planeado robar al cíclope, una vez
encerrado en la cueva le pide al monstruo salvaje que respete las normas
griegas de la hospitalidad: “Conque hemos dado contigo y nos hemos llegado
a tus rodillas por si nos ofreces hospitalidad y nos das un regalo, como es
costumbre entre los huéspedes” (174). Sencillamente, la respuesta de Polifemo
es otra pregunta: “¿Eres estúpido forastero?”, no solo que no accede a al
pedido ridículo de Odiseo sino que además: “Agarró a dos a la vez y los
golpeó contra el suelo como a cachorrillos, y sus sesos se esparcieron por el
suelo empapando la tierra. Cortó en trozos sus miembros, se los preparó como
cena y se los comió, como un león montaraz, sin dejar ni sus entrañas ni sus
carnes ni sus huesos llenos de meollo” (175). No contento con ello, el gigante
luego sigue comiendo a los compañeros de Odiseo en el desayuno y en la
cena. Acongojado por la situación, Odiseo, el varón de multiforme ingenio
inventa una estrategia para vencer al monstruo: “¡Aquí, Cíclope! Bebe vino
después que has comido carne humana, para que veas qué bebida escondía
nuestra nave. Te lo he traído como libación, por si te compadecías de mí y me
enviabas a casa” (177). El monstruo acepta el vino y se emborracha: “de su
garganta saltaba vino y trozos de carne humana; eructaba cargado de vino”
(177). Cuando el cíclope se emborracha Odiseo le clava una estaca en el ojo y,
aprovechando la ceguera, escapa con sus compañeros escondiéndose bajo el
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vientre de unos carneros. Odiseo no podrá resistir la vanidad de regodearse


ante el cegado cíclope, y pecará de hybris (el error trágico). El cíclope hijo de
Poseidón maldice a Odiseo, y le predice que todos sus compañeros morirán y
que regresará a la patria como extranjero. Aquí también vemos esta función
concreta del monstruo que es, precisamente, la de anunciar los males por
venir.
Tras huir del cíclope llegan a la isla de Eolo. Esta isla es muy especial,
por el hecho de que se mueve, es una isla flotante, que no se puede localizar.
En ella habita Eolo, escanciador de vientos, un hombre de vida longeva, con
su familia. (PP). Es posible pensar que la característica monstruosa de Eolo se
relaciona con la endogamia familiar, con el incesto, que de acuerdo con Freud
se configura como el primer tabú humano que hizo posible la socialización
entre los diferentes grupos étnicos. Odiseo cuenta: “Tiene Eolo doce hijos
nacidos en su palacio, seis hijas y seis hijos mozos, y ha entregado sus hijas a
sus hijos como esposas” (184). Además Odiseo señala que estos viven en una
suerte de fiesta permanente con banquetes y libaciones. Eolo, asociado en la
mitología con el dios de los vientos, se ofrece a ayudar a Odiseo en su regreso,
ofreciéndole un pellejo (vientre de animal) repleto de vientos. Envidiosos los
compañeros de Odiseo, aprovechando que el cansancio lo durmió, abren la
bolsa de vientos regalada por Eolo creyendo que era un tesoro. De este modo,
los vientos se pierden y las naves se ven arrastradas otra vez lejos de la tierra
patria y de regreso en Eolia. Eolo al reencontrarse nuevamente con Odiseo se
enoja con este y lo expulsa de la isla por considerarlo maldecido por los
dioses.
Expulsados navegan y llegan a la ciudadela de Lamo, lugar en el que se
toparán con la raza monstruosa de los Lestrigones (PP). Allí los hombres de
Odiseo se encuentran con la hija del rey de la isla (Antífates Lestrigón) quien
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los conduce al palacio en donde serán devorados. La característica monstruosa


de los lestrigones es doble, por un lado es física (son gigantes) y por el otro
lado es moral (comen carne humana). Odiseo, no obstante, logra escaparse con
su nave y algunos compañeros pero el resto de su gente muere.
Luego de este episodio llegan a la isla de Eea donde habita la hechicera
Circe. (PP). Circe es hija de dioses (de Helio y Perses). Odiseo llega primero a
la costa y luego de descansar por dos días se decide a investigar quién vive en
la isla. Alzado sobre un promontorio descubre un palacio del que sale humo
rojo que lo previene de bajar. Mientras tanto los dioses regalan a Odiseo un
“monstruoso” ciervo con el que comen y se regocijan todos sus compañeros.
Al día siguiente Odiseo los reúne sobre la playa y les cuenta que ha visto un
palacio. Pero los compañeros de Odiseo recuerdan como fueron emboscados
por los Lestrigones y el Cíclope y se ponen a llorar. Circe vive en una suerte
de cueva hecha de piedra y rodeada de animales salvajes (lobos, leones). Sin
embargo, estos animales no atacan a los compañeros de Odiseo, antes juegan
con ellos. Circe, mientras tanto, canta y teje un telar (como Penélope). Circe
es, de algún modo, un presagio de las sirenas. Con su canto atrae a los amigos
de Odiseo a los que les prepara una poción mágica para el olvido. Luego de
tomar la poción éstos se transforman en cerdos (hay un proceso de
animalización). Euríloco logra escapar y alerta a Odiseo.
Una vez más, Odiseo es ayudado por los dioses. Se le acerca Hermes (el
dios mensajero) y le ofrece un brebaje benéfico que lo protegerá contra los
males de Circe. Una vez en la caverna, al ver que Odiseo no sucumbe a sus
pócimas, la diosa lo invita a acostarse con él y Odiseo le arranca un juramento
según el cual ella no habrá de hacerle daño. Luego la diosa reconvierte a los
cerdos en hombres y finalmente se quedan en la morada de Circe por un año
comiendo y bebiendo. Hasta que los propios amigos de Odiseo, quien al
13 Solodkow

parecer ya se ha olvidado del regreso le dicen: “amigo, piensa ya en la tierra


patria, si es que tu destino es que te salves y llegues a tu bien edificada
morada” (198). Circe, luego de la súplica de Odiseo, le dice que no hay
problema, que no se quede más en el palacio contra su voluntad. Pero también
le dice que antes de seguir debe bajar al Hades (versión del infierno griego)
para pedirle oráculo al ciego Tiresias. Circe le explica todos los rituales que
tendrá que hacer para convencer a los muertos del Hades que lo dejen volver a
su patria. Odiseo vuelve a partir para cumplir su misión pero antes de partir
otro compañero muere. Una vez regresados de la misión infernal, Odiseo y sus
hombres vuelven a la isla de Circe. La diosa los aconseja nuevamente sobre la
travesía futura y le cuenta:
Primero llegarás a las sirenas, las que hechizan a todos los hombres que
se acercan a ellas [...] los hechizan estas con su sonoro canto sentadas
en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos
putrefactos, cubiertos de piel seca. Haz pasar de largo tu nave y,
derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus
compañeros para que ninguno de ellos las escuche” (221)

En cambio, a Odiseo le dice que puede oír el canto siempre y cuando se


amarre al mástil de la embarcación. (PP). Las sirenas son seres fabulosos,
originarios de la mitología griega y ampliamente extendidos en las narraciones
fantásticas de la literatura occidental cuya función y representación han
variado con el tiempo. El Almirante Colón en el diario del primer viaje cuenta
el avistamiento de una sirena en las aguas del caribe pero afirma que la misma
era horrible y tenía cara de hombre. Aunque en su forma original eran seres
híbridos de mujer y ave, posteriormente la representación más común las
describe como mujeres jóvenes con cola de pez. Es por ello que en muchas
14 Solodkow

lenguas no latinas se distinguen la sirena original clásica (inglés siren, alemán


Sirene) de la sirena con cola de pez (inglés mermaid, alemán [meayungfrau]
Meerjungfrau). Circe también alerta a Odiseo sobre unas grandes rocas que:
“Nunca las ha conseguido evitar nave alguna de hombres que haya llegado
allí, sino que el oleaje del mar, junto con huracanes de funestos fuegos;
arrastran maderos de naves y cuerpos de hombres” (222). En realidad sí hubo
una nave que logró pasar, la nave Argo tripulada por los argonautas comandos
por Jasón. La diosa le cuenta que allí habita Escila: “que aúlla que da miedo;
su voz es en verdad tan aguda como la de un cachorro recién nacido y es un
monstruo maligno” (222). Luego la diosa Circe hace una descripción del
monstruo: “Doce son sus pies, todos deformes, y seis sus largos cuellos, en
cada uno hay una espantosa cabeza y ella tres filas de dientes apiñados y
espesos, llenos de negra muerte” (222). Escila es un monstruo marino que se
asocia a Caribdis. Ambos monstruos son metáfora del estrecho de Mesina,
situado entre Italia y Sicilia, que en la antigüedad tuvo que ser muy peligroso
para la navegación. Escila se encuentra en la orilla peninsular del estrecho. En
la mitología griega, Escila era una joven que fue transformada en un monstruo
marino de varias cabezas condenado a guardar un estrecho paso marítimo.
(PP). Existen varias descripciones del monstruo: unas dicen que se trata de un
monstruo del mar con cabeza y cuerpo de mujer, aunque terminado éste en
forma de pez, otras dicen que es un monstruo de doce pies, todos deformes, y
seis cuellos larguísimos, cada cual con una horrible cabeza en cuya boca hay
tres hileras de abundantes y apretados dientes. Sus padres fueron Hécate y
Forcis, o bien Equidna y Tifón, no obstante Homero señala a Crateis como su
madre. De sus extremidades inferiores salían cabezas de perros, cuyos ladridos
eran tan leves como los de un cachorro, pero no así su voracidad. Escila tenía
doce pies para sostenerse. Poseía tres cabezas, todas ellas con tres hileras de
15 Solodkow

puntiagudos colmillos. Isacio le asignaba seis cabezas, pero todas distintas:


oruga, perro, león, Gorgona, ballena y hombre. Vivía junto a Caribdis, y fue
transformada por los dioses, con el tiempo, en una roca que suponía graves
peligros para los navegantes. Luego, como si esto fuera poca monstruosidad le
dice que enfrente de este monstruo se encontrará con Caribdis, la que “sorbe
ruidosamente la negra agua”, considerada como un “azote inmortal, terrible y
doloroso” (223). Caribdis en la mitología griega significa (‘succionador’) y se
trata de un horrible monstruo marino, hijo de Poseidón y Gea, que tragaba
enormes cantidades de agua tres veces al día y las devolvía otras tantas veces,
adoptando así la forma de un remolino que devoraba todo lo que se ponía a su
alcance. (PP). Los dos lados del paso marítimo se hallaban a una distancia
mínima el uno del otro, tan cercanos eran que los marineros que intentaban
evitar a Caribdis pasaban demasiado cerca de Escila y viceversa. Los
argonautas fueron capaces de evitar ambos peligros gracias a que los guio
Tetis, una de las nereidas. Odiseo no fue tan afortunado: eligió arriesgarse con
Escila a costa de parte de su tripulación antes que perder el barco completo
con Caribdis (Homero, Odisea, libro XII).
Como podemos apreciar, en la literatura homérica asistimos a una vasta
proliferación de seres monstruosos del mundo griego: cíclopes, sirenas, Escila,
Caribdis, los lotófagos y los lestrigones, entre otros. En ellos se condensan los
temores del pueblo griego y sus ansiedades frente a lo desconocido. Ellos
sirven, fundamentalmente, para reafirmar en términos pedagógicos los valores
morales de la propia cultura griega y para señalar los posibles peligros
(desobediencia a los mandatos divinos, catástrofes naturales, enfermedades,
no cuidar los rituales y los valores de la propia cultura, dejarse tentar por las
ofertas fáciles), peligros derivados de las acciones excesivas y poco meditadas
de la humanidad. (PP)
16 Solodkow

Los monstruos periféricos en la Historia de Herodoto

Herodoto de Halicarnaso es considerado como el padre de la Historia.


Procedía de la ciudad de Halicarnaso, en el Asia Menor. Nació hacia el año
484 a.C. Se rebeló contra Ligdamis, tirano de su ciudad, y esto le costó el
exilio. Residió en la isla de Samos durante diez años, en los que viajó por
lugares muy diversos: toda la Hélade, Babilonia, Cólquida, Siria, Macedonia,
Libia, Cirene y Egipto, llevado por la curiosidad y el deseo de ampliar sus
conocimientos. Recorrió Egipto, desde la desembocadura del Nilo hasta el
actual Assuán. Intentó descifrar los jeroglíficos sin lograrlo. Visitó Cirene,
colonia fundada por sus compatriotas de Halicarnaso. Llegó hasta Cartago.
Esto implica que fue un intelectual pero también un viajero que pudo describir
y ser testigo presencial de muchas de las cosas que deja anotadas, una suerte
de etnógrafo de la época.
En el comienzo de su obra, el propio Herodoto anuncia que su objetivo
es narrar los sucesos y hazañas de los hombres y, más en concreto, la guerra
entre griegos y bárbaros. El núcleo central del relato es la narración de las
Guerras Médicas, aquellas que enfrentaron a Oriente con Occidente. En la
Historia, Herodoto mezcla lo histórico, lo geográfico, lo etnográfico, la
tradición oral, el mito y la imaginación popular. Es evidente que en su obra la
etnografía (la descripción de pueblos) y la historia están relacionadas.
Herodoto quería conocer qué pueblos rodeaban a Grecia, cuáles eran los
potenciales enemigos o aliados, cuánto diferían las costumbres griegas de las
de los otros pueblos. Quiso conocer también qué pueblos habitaban más allá
de las Columnas de Hércules. A través de sus ojos, los griegos pudieron
17 Solodkow

descubrir por primera vez los pueblos “exóticos”, las costumbres salvajes y
las razas monstruosas que rodeaban al mundo griego.
La obra en sí, una de las primeras historias escritas a tan gran escala
(nueve libros), fue también la primera obra importante que se escribió en
prosa griega. Su propósito era “impedir que los grandes y maravillosos hechos
de griegos y bárbaros pierdan su tinte de gloria, y recordar cuáles fueron los
escenarios de su pugna”. Su obra fue dividida mucho tiempo después de ser
escrita en nueve libros, cada uno correspondiendo al nombre de una musa de
la mitología griega (Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato,
Polimnia, Urania y Calíope). En el libro IV de su Historia, Herodoto describe
el país y las costumbres de los Escitas, la circunnavegación del África y la
conquista persa de Libia. Allí aprovecha el historiador para explicar el
mapamundi de su época dividido en tres partes geográficas (Europa, Asia y
Libia), haciendo una etnografía mítica sobre las poblaciones desconocidas, la
periferia bárbara del mundo griego, en las que nombra y describe a unas
treinta razas monstruosas que se definen como tales ya sea por sus
características físicas como por sus características morales. Algunas de estas
razas son: los Isedonios, hiperbóreos, escitas, argipeos, egípodas, hombres
monóculos, grifos, táuricos, agatirsos, neuros, andrófagos, budinos,
saurómatas, amazonas, nasamones, garamantas, mecas, gindanes, lotófagos,
maclíes, auses, libios, anomios, garamantes, trogloditas, atlantes, maxíes,
zaveces, gizantes, entre otros.
En el libro vemos la clasificación de las costumbres de una variada
gama de “razas monstruosas” cuya diferencia/deficiencia cultural se
fundamenta en una mirada profundamente etnocéntrica y que sólo puede
comprender como “civilizados” los rasgos y las prácticas de la cultura
helénica. El libro IV de la Historia nos permite descubrir la imaginación
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griega en relación con la monstruosidad y el salvajismo, que desde allí


siempre están por fuera y a distancia de lo que se determina y se fija como el
centro cultural, en este caso Grecia. A partir de un gran variedad de fuentes,
tanto orales (mitos, leyendas, relatos de viajeros) como escritas (Homero,
Hesíodo), Herodoto funda ese centro de la cultura occidental, delimita una
periferia y construye, tal vez por primera vez en la historia, la diferencia
cultural negativa y antitética (me refiero a la oposición entre civilización /
barbarie) entre los pueblos griegos y un afuera abierto e indeterminado.
De acuerdo con la cosmogonía y la cartografía de la época, la tierra era
una esfera sobre la que habitaban, además de los helenos, otros pueblos
carentes de leyes y de cultura. Los “bárbaros” eran para la cultura griega seres
incivilizados y salvajes, e incluso físicamente se volvían más monstruosos
cuanto más lejos de los griegos habitaban. La concepción del universo
humano para Herodoto, según la describe Herbert Wendt, puede ser entendida
del siguiente modo (PP):
La tierra era un disco rodeado por el océano, cubierto por la bóveda
celeste y al que el mundo subterráneo servía de soporte. El ombligo de
la tierra era Babilonia, o Menfis, o Atenas, según el observador fuera un
babilonio, un egipcio o un griego. Los habitantes de la tierra se dividían
en hombres, bárbaros y monstruos. Hombres eran los griegos (o los
egipcios, o los babilonios), en cambio eran bárbaros los demás pueblos
y, finalmente, monstruos, medio bestias, los exóticos salvajes. Todo
parecía estar en perfecto orden sobre el disco terrestre y todo tenía un
sitio fijo alrededor de su ombligo (PP).

El libro 4 se corresponde con la musa Melpómene (en griego “La


melodiosa”) es una de las dos Musas del teatro. En este libro Herodoto
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describe el país y las costumbres de los Escitas, la circunnavegación del


África y la conquista persa de Libia. Es un libro interesante puesto que nos
permite descubrir la imaginación griega en relación con la monstruosidad.
(PP)

Costumbres de los Escitas y monstruos del Asia superior

Tomemos ahora, por cuestiones de tiempo, la descripción que hace


Herodoto de los Escitas. Describe a los escitas hablando de sí mismos pero
también cuenta lo que otros griegos supieron o vieron sobre este pueblo. Por
ejemplo, en el relato del mito de Hércules, se cuenta que éste en tierra de los
escitas se encontró en una caverna con un monstruo de doble naturaleza: “una
doncella de dos naturalezas, víbora a un tiempo y virgen, mujer desde las
nalgas arriba, y sierpe de las nalgas abajo” (287). Este monstruo tuvo a su
cargo la crianza de los hijos de Hércules, uno de ellos (llamado Escita), la
descendencia de este pueblo entonces proviene de la mezcla de un dios con un
monstruo: “Escita, el más joven de todos, quedó dueño de la región, y de él
descienden por línea directa cuantos reyes hasta aquí han tenido los escitas”
(288). Hay otro relato, el del poeta Aristeas que Herodoto refiere. Cuenta el
poeta que a petición de Febo fue hasta la tierra de los isedones, arimaspos
(hombres de un solo ojo en la cara), grifos (que cuidan el oro), hiperbóreos y
allí se enteró de la existencia de los escitas. Todo un conjunto de seres o razas
monstruosas que fueron, aparentemente desalojadas por los escitas. Esto
implica que si juntamos los relatos y los mitos, o bien los escitas descienden
directamente de monstruos, o bien habitaban una tierra monstruosa.
Heródoto divide a la población escita en tipos, de este modo señala que
hay Escitas más civilizados que otros: los labradores, los nómades y los más
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bravos de todos que piensan que todos los otros escitas son sus esclavos. Pero
también señala características generales como la de cegar a sus esclavos para
mejor valerse de ellos en la extracción, cuidado y preparación de la leche, que
es la única bebida que toman.
Luego de una larga digresión sobre la cuenca hídrica en que habitan los
pueblos bárbaros, H., vuelve sobre las costumbres de los escitas, sus dioses y
sus sacrificios. Cuenta que tienen un sacrificio especial en honor al dios de la
guerra (Ares), al que adoran con sacrificios humanos de los prisioneros
tomados en la guerra:
De cada cien prisioneros cogidos en la guerra le sacrifican uno, y no con
el rito con que inmolan a los brutos, sino con otro bien diferente. Ante
todo derraman vino sobre la cabeza del prisionero; después lo degüellan
sobre un vaso en que chorrea la sangre, y subiéndose con ella encima
del montón de sus haces, la derraman sobre los alfanjes. Hecho esto
sobre el ara, vuelven al pie de las fajinas y de las víctimas que acaban
de degollar, cortan todo el hombro derecho junto con el brazo, y lo
echan al aire. (310)

Más tarde, estas descripciones de los sacrificios de la antigüedad le


servirán a Bartolomé de las Casas para defender a los indígenas americanos en
su Apologética historia Sumaria, relativizando la supuesta novedad de la
barbarie americana. H., agrega que en la batalla no hay nada más sanguinario
que un escita: “Acerca de sus usos y conducta en la guerra, el escita bebe la
sangre del primer enemigo que derriba, y a cuantos mata en las refriegas y
batallas les corta la cabeza y la presenta después al soberano” (310), Cuenta
los modos en que quitan la piel a las cabezas y como luego: “se sirven después
del cráneo como de vaso para beber” (310). También cuenta que son adivinos
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y los modos de la adivinación, de cómo cuando el rey enferma echan los


adivinos la culpa a algún perjuro acusándolo de ser quien con sus maleficios
enfermó al rey y de cómo lo queman públicamente (312).
Herodoto se detiene en las ceremonias funerarias, narra cómo entierran
a los reyes y los ritos que practican. En fin, se trata de una etnografía muy
detallada que describe los modos de vida, rituales religiosos, formas de
alimentación y maneras de hacer la guerra de los escitas. Todo esto,
curiosamente, en vez de mostrar la supuesta barbarie escita no hace sino
mostrar que son un pueblo altamente organizado. Sin embargo, lo que los hace
ser una raza monstruosa son sus costumbres que difieren significativamente de
la de los griegos. De hecho, por momentos los escitas llegan a parecerse a los
griegos ya que ellos también odian lo extranjero y creen que las costumbres
ajenas son reprobables: “A nada tienen más aversión que alos usos y modas
extraños, aun a los de otra provincia de la nación, pero particularmente a los
de los griegos” (315). La mirada siempre depende de un punto de partida que
es la propia cultura, por eso, todo pueblo es etno-céntrico, siempre considera
que sus valores éticos y sus prácticas materiales están por sobre la de los otros
pueblos o son mejores o más adecuadas.
Más allá de los escitas comienzan las curiosidades antropológicas. Por
ejemplo, H. nos habla de un pueblo de gente calva (los argipeos) por
naturaleza, de extraña lengua, que viven de los frutos de los árboles y que son
temidos por ser sagrados Estos calvos cuentan cosas que, según H., no son
dignas de credibilidad: “dicen que en aquellos montes viven los egípodas,
hombres con pies de cabra, y que más allá hay otros hombres que duermen un
semestre entero como si fuera un día, lo que de todo punto no admito. Lo que
sí se sabe y se tiene por averiguado es que los isedones habitan al Oriente de
los calvos” (294). Es decir, la Historia sirve también para corregir la
22 Solodkow

imaginación popular y para legitimar un conocimiento. Los isedones, qué si


existen según H., estarían definidos en su monstruosidad por prácticas entre
las que se incluye la antropofagia y ciertos sacrificios de cabezas humanas:
Dícese de los isedones que observan un uso singular. Cuando a alguno
se le muere el padre, acuden allá todos los parientes con sus ovejas, las
matan, cortan en trozos las carnes, y hacen también pedazos al difunto
padre del huésped que les da el convite, y mezclando después toda
aquella carne, la sacan a la mesa. Pero la cabeza del muerto, después de
bien limpia y tonsurada, la doran, mirándola como una alhaja preciosa
de que hacen uso en los grandes sacrificios que cada año celebran. (295)

Pero, “salvo” por estas costumbres son, dice H., tenidos por justos y
buenos. Más allá de los isedones habitan, según la leyenda, los hombres
monóculos y los grifos custodios del oro. Desde allí existirá en occidente una
contigüidad sintagmática entre los monstruos y las riquezas (dos ejemplos).
Interesante notar como para Herodoto la literatura (Homero, Hesíodo)
funcionan como pruebas documentales, como reaseguro de ciertas
informaciones de origen dudoso que maneja. Por ejemplo, al no tener
información de los hiperbóreos porque de ellos no hablan ni los escitas ni los
isedones, dice que sin embargo tanto Hesíodo como Homero los mencionan.
Importante señalar también el espíritu digamos “científico” de Herodoto que
se ríe de otros historiadores que al describir o pintar los “globos terrestres” no:
“hacen reflexión alguna en lo que nos exponen: píntanos la tierra redonda, ni
más ni menos que una bola sacada del torno” (299). Hay una pretensión de
validación de lo que se enuncia, por eso recurre a múltiples fuentes, aclarando
siempre cuáles son creíbles, pero incluyendo de todas formas aquellos relatos
increíbles para luego censurarlos.
23 Solodkow

H., hace una detallada descripción de los pueblos y de su ubicación


cartográfica, discutiendo al mismo tiempo sobre preconceptos y prejuicios y/o
errores de otros historiadores. La discusión a veces tiene que ver con los
límites de Europa, los de Libia o los de Egipto. Dentro de esta división
específica ubica las poblaciones más bárbaras, que se corresponden con las
poblaciones que están más allá del Ponto Euxino (mar negro), y con los
escitas. Herodoto dice que en esta región habitan los hombres más rudos y
brutos: “unos hombres en efecto que ni tienen ciudades fundadas, ni muros
levantados, todos sin casa ni habitación fija, que son ballesteros de a caballo,
que no viven de sus sementeras y del arado, sino de sus ganados y rebaños,
que llevan en su carro todo el hato y familia” (303). De más está decir que
estas descripciones fueron reutilizadas por los cronistas de indias para hacer la
catalogación de las costumbres de los pueblos originarios de América desde el
principio de la Conquista. Todo el salvajismo o la barbarie es definida en
función de un déficit, lo que no tienen con respecto a lo que se considera la
civilización, una mirada etnocéntrica que luego se transformará, siendo Grecia
la cuna de la civilización occidental, en una ideología llamada eurocentrismo.
Por eso no es casual que los monstruos habiten también en estas regiones
americanas para los cronistas de indias o que estas razas se consideren como
descendientes de monstruos o próximas a la monstruosidad por sus
costumbres. Interesante también porque marca la forma en que toda cultura se
aproxima a lo extraño a lo ajeno, una conducta que parece estar ligada al
comienzo mismo de la humanidad.
Luego, Herodoto cuenta la campaña guerrera de Darío sobre los escitas.
Otra ocasión para describir los pueblos monstruosos con los que Darío se
encontró. Así por ejemplo, narra la aparición de los pueblos táuricos que:
24 Solodkow

Tienen leyes y costumbres bárbaras: sacrifican a su virgen todos los


náufragos arrojados a sus costas, e igualmente a todos los griegos que a
ellas arriban […] después de la consagración de la víctima, dan con una
clava en la cabeza del infeliz, y, según dicen algunos, arrojan el cadáver
decapitado desde una peña escarpada, encima de la cual está edificado
el templo, y ponen en un palo su cabeza. (328)

También cuenta sobre los agatirsos: “hombres afeminados y dados al


lujo”, a quienes asocia con el incesto. Habla de los neuros cuyas costumbres
son iguales a la de los escitas, aunque tienen una particularidad: “es posible
que toda aquella caterva de neuros sean magos completos, si nos atenemos a
lo que nos cuentan tanto los escitas como los griegos establecidos en la
Escitia, pues dicen que ninguno hay de los neuros que una vez al año no se
convierta en lobo por unos pocos días, volviendo después a su primera figura”
(329). Dice Herodoto que él no cree de esto una sola palabra.
No obstante, la raza más agreste y fiera según el historiador son los
andrófagos, ya que no tienen leyes ni tribunales CHISTE (curioso modo de
pensar la barbarie, yo diría que un país sin abogados sería bastante civilizado).
Son los únicos que comen carne humana y por lo demás siguen las costumbres
de los escitas (329). Los budinos, de ojos azules, nación populosa, que comen
piojos pero que sin embargo tienen ciudades bien construidas. Los
saurómatas raza que le sirve a Herodoto para introducir el tema de las
amazonas, en fin, se podría seguir haciendo la lista de los monstruos que
rodean al mundo griego por un buen rato más, pero yo creo que estamos todos
ya un poco cansados de tanta monstruosidad.
A modo de conclusión, me gustaría decir que estos discursos y estos
seres que remiten a una época remota podrían parecernos hoy absurdos,
25 Solodkow

provocar risa o compasión. No obstante, estos seres que emergen desde el


fondo de la historia no hacen sino hablarnos de nosotros mismos como especie
humana, de nuestros más profundos temores, de la necesidad que hemos
tenido a lo largo de la historia de atribuir cualidades monstruosas a
determinados seres y objetos para poder lidiar con la diferencia racial y
cultural, con lo desconocido y con las catástrofes repentinas de la naturaleza.
Estos discursos y estos monstruos nos reflejan, nos dicen, nos increpan desde
ese fondo silencioso de la historia para recordarnos que nuestra humanidad no
podría ser tal sin la diferencia monstruosa que la constituye. Quiero finalizar
entonces, con unas palabras de Mabel Moraña que ejemplifican con gran
claridad intelectual esta paradoja de la monstruosidad y su relación con lo
humano:
Quizá el otro [yo diría el monstruo] no es el que está afuera sino el que
habita en la zona más recóndita de la cultura propia [...] el que pudimos
haber sido, el que fuimos, o el que seremos, o el que corremos el peligro
de ser. (Moraña, “Borges y yo” 270).

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