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La revolución de
maquiavelo
El Príncipe 500 años después
Diego Sazo Muñoz
(editor)
La Revolución
de Maquiavelo
El Príncipe 500 años después
320.01 Sazo Muñoz, Diego
S La revolución de Maquiavelo. El Príncipe 500
años después / Editor: Diego Sazo Muñoz. – – Santia-
go : CAIP - UAI - RIL editores, 2013.
328 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-956-01-0038-2
La revolución de Maquiavelo.
El Príncipe 500 años después
Primera edición: noviembre de 2013
ISBN 978-956-01-0038-2
Derechos reservados
Índice
Agradecimientos................................................................................... 19
Introducción
La ética política de Maquiavelo: Gloria, poder y los usos del mal...... 165
Tomás A. Chuaqui
1
Jorge Luis Borges, «Las tres versiones de Judas», en Obras completas (Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 2011), Tomo I, 813-817.
2
Existe una vasta tradición que no escatima en adjetivos para condenar la obra
de Maquiavelo. Ella se inicia en el último cuarto del siglo XVI y se extiende
hasta mediados del siglo XX. Al respecto véase, a modo de ejemplo, el trabajo
de Javier Peña Echeverría, titulado La razón de Estado en España. Siglos XVI-
XVII (Madrid: Editorial Tecnos, 1998) y el influyente libro de Leo Strauss,
titulado Meditación sobre Maquiavelo (Madrid: Centro de Estudios Políticos
y Constitucionales, 1964).
3
Nicolás Maquiavelo, El Príncipe (Madrid: Editorial Tecnos, 1993), XII, 47-48.
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Por cierto, los principados eclesiásticos son los únicos, según Ma-
quiavelo, que carecen de medios de defensa. No obstante, en ellos im-
pera la seguridad, el orden e incluso la felicidad. Palabra inusual, esta
última, en una obra como El Príncipe4. De hecho, es la única vez que
aparece en todo el libro.
Tales singularidades ameritan formularse las siguientes preguntas:
¿por qué los principados eclesiásticos son los únicos sicuri e felici5, es
decir, seguros y felices?, ¿por qué en ellos no imperan los latrocinios,
aunque el príncipe desatienda el gobierno de los súbditos?, ¿por qué
solo en ellos los súbditos desestiman la posibilidad de la sedición? En
definitiva, ¿qué función cumple la religión en el pensamiento politoló-
gico de Maquiavelo?
Responderé las preguntas en orden inverso al que están planteadas.
Los elementos para esbozar las respuestas no se encuentran en El Prín-
cipe, pero sí en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio6.
Por lo tanto, apelaré a ellos para responderlas.
4
Para un comentario a El Príncipe, véase el trabajo de Carlos Miranda y Luis
Oro Tapia, titulado Para leer El Príncipe de Maquiavelo (Santiago: RIL Edi-
tores, 2001). Para un comentario a los Discursos sobre la primera década
de Tito Livio, véase el trabajo de Harvey Mansfield, titulado Maquiavelo y
los principios de la política moderna (México: Fondo de Cultura Económica,
1993). Para una visión general del pensamiento de Maquiavelo, revísense las
monografías de Claude Lefort, Maquiavelo: la invención de lo político (Ma-
drid: Editorial Trotta, 2010), José Sánchez-Parga, Poder y política en Maquia-
velo (Rosario: Editorial Homo Sapiens, 2005) y Quentin Skinner, Maquiavelo
(Madrid: Alianza Editorial, 2008).
5
Niccolò Machiavelli, Il Principe (Torino: Einaudi Editore, 1995), XI, 74.
6
De esta obra usaré dos ediciones a fin de que el lector pueda seguir mi argu-
mentación con la que tenga a su disposición: la de editorial Losada (Buenos
Aires, 2003, traducción de Roberto Raschella) y la de Alianza Editorial (Ma-
drid, 2005, traducción de Ana Martínez Arancón).
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A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo
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Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 88; Alianza, 67).
10
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 88; Alianza, 67).
11
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 88; Alianza, 67).
12
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 88; Alianza, 67).
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A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo
hombres temen más transgredir los preceptos religiosos que los manda-
tos que emanan de las leyes civiles.
En conclusión, la religión es un elemento indispensable para ins-
taurar y preservar un orden sociopolítico y, por ende, una moralidad
privada y pública. Asimismo es un instrumento de dominación eficaz
—pero solo en el supuesto de que se cumpla la condición de que exis-
ta un sustrato de creencias compartidas— «para mandar los ejércitos,
para confortar la plebe, mantener en su estado a los hombres buenos y
avergonzar a los malos»13. En consecuencia, «la observancia del culto
divino es causa de la grandeza de las repúblicas, así como el desprecio
es causa de ruina»14.
¿A quién otorga Maquiavelo mayor importancia: a los que institu-
yen un orden político o a los que instituyen una religión? El florentino
otorga mayor valía a los fundadores de religiones que a aquellos que
han fundado reinos o repúblicas. En el caso concreto de Roma, por
ejemplo, sostiene que «si se disputase acerca de a qué príncipe debía
sentirse Roma más agradecida, Rómulo o Numa, creo de buen grado
que Numa obtendría el primer puesto»15. Este último instituyó formas
religiosas, jurídicas y políticas que permitieron aplacar, disciplinar y
pacificar las ásperas relaciones que mantenían, entre sí, los primeros
moradores de Roma16.
Además, Maquiavelo sostiene que «donde falta el temor a Dios es
preciso que el reino se arruine o que sea sostenido por el temor a un
príncipe que supla la falta de religión»17. Así, la religión incrementa
las probabilidades de que el orden instituido por ella persista en el
tiempo o que, por lo menos, sobreviva a su fundador. Dicho de otro
modo, dado que «los príncipes son de corta vida, el reino acabará en
seguida en cuanto falte su fuerza. De lo que se deduce que los reinos
que dependen de la virtud de uno solo son poco duraderos, porque la
virtud acaba cuando acaba su vida»18. De aquí se desprende la idea que
Maquiavelo aboga por un pathos religioso que engendre y, simultánea-
mente, garantice una institucionalidad estable.
13
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 89; Alianza, 68).
14
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 90; Alianza, 70).
15
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 89; Alianza, 68).
16
Cf. Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación (Madrid: Editorial Gre-
dos, 1990), libro I, capítulos XVIII-XXI, 194-201. Cf. Plutarco, Vidas parale-
las, Vida de Numa (Madrid: Editorial Gredos, 2000), tomo I, capítulos VIII-
XX, 356-382.
17
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 90; Alianza, 70).
18
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 90; Alianza, 70).
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19
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 90; Alianza, 70).
20
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 89; Alianza, 68-69).
21
Maquiavelo, Del arte de la guerra (Madrid: Editorial Tecnos, 2000), libro VI,
160 (parlamento de Fabrizio).
22
Maquiavelo, Del arte de la guerra, 160.
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A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo
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mente que para que sus intereses aparezcan como ajenos a toda conve-
niencia espuria, estos se deben imputar, capciosamente, a la voluntad
de la divinidad. Por ello, es importante ocultar el origen humano de los
designios divinos, a fin de mantener intacta la argamasa que preserva
la cohesión social, la unidad y la paz del cuerpo político. Por tales mo-
tivos, «los que estén a la cabeza de una república o de un reino deben,
pues, mantener las bases de su religión, y hecho esto, les será fácil man-
tener el país religioso y, por tanto, bueno y unido»24.
Pero las consecuencias deleznables que la irreligiosidad tiene para
el orden político no las circunscribe exclusivamente a la Antigüedad
clásica. En efecto, también las hace extensivas a su propio tiempo y a
su propio país. Por eso, analiza el rol de la Curia Romana en la política
italiana.
La evaluación que el florentino realiza de la Corte Pontificia es ne-
gativa. Para Maquiavelo, la Iglesia ha sido infiel a las enseñanzas de
Jesús al intervenir en la política italiana de su tiempo como un ac-
tor político más. Si ella se hubiese mantenido fiel a las palabras de su
fundador, entre los hombres imperaría la fraternidad. Por tal motivo,
sostiene que «si en los comienzos de la república cristiana se hubiera
mantenido [el principio] según las constituyera su dador, las repúblicas
y los estados cristianos serían más unidos y estarían mucho más felices
de lo que lo están […]. Y quien considere sus fundamentos y viera el
presente uso tan distinto de ellos, juzgará sin duda que se acerca la
ruina o el castigo divino»25.
Dicho de otro modo: la Iglesia traicionó a su fundador al empu-
ñar la espada del César e involucrarse en conflictos políticos dema-
siado terrenales. Pero Maquiavelo, probablemente, hubiese excusado
esa traición, si la Iglesia hubiese realizado exitosamente la labor que le
corresponde al poder político. Pero no fue así. De hecho, ella —según
el florentino— es uno de los principales obstáculos para unificar políti-
camente la Península. Así, la evidente traición al principio fundante, al
igual que el cinismo de la Curia Romana en su actuación mundana, ha
tornado a los italianos malos e incrédulos. Por eso, sostiene Maquiave-
lo que «con la Iglesia y los sacerdotes, nosotros los italianos tenemos,
entonces, esta primera deuda: habernos vueltos irreligiosos y malos.
Pero aún tenemos otra mayor, segunda causa de nuestra ruina, y es que
la Iglesia ha tenido y tiene a este país dividido»26.
24
Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 93; Alianza, 72).
25
Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 93; Alianza, 72).
26
Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 93; Alianza, 73).
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27
Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 93; Alianza, 73).
28
Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 93; Alianza, 73).
29
Nicolás Maquiavelo, Historia de Florencia (Madrid: Editorial Tecnos, 2009),
libro III, capítulo VII, 151.
30
Cf. Joseph Lortz, Historia de la Iglesia en la perspectiva de la historia del
pensamiento (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1982), tomo I, 498-500. Cf.
Bernardino Llorca y Ricardo García Villoslada, Historia de la Iglesia Católica
(Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2005), tomo III, 169-172.
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Consideraciones finales
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A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo
poder desnudo, por lo tanto, ella solo se puede zanjar y remediar usan-
do la espada del príncipe. Él tiene que aplicar la violencia para terminar
con la violencia, como lo hizo César Borgia en la Romaña.
En síntesis, para Maquiavelo el orden perfecto es aquel que para
funcionar requiere sólo del temor a la divinidad. Después le sigue un
orden menos perfecto; que es aquel que requiere de buenas leyes y bue-
nas armas. Finalmente, sobreviene el desorden y este solo puede ser
superado empleando la espada del príncipe.
Maquiavelo murió en 1527, casi medio siglo antes que el flagelo
de las guerras de religión azotara a Europa. Al respecto, cabe hacer-
se algunas preguntas contrafactuales. ¿Qué tratamiento hubiese dado
Maquiavelo a la relación existente entre religión y política si hubiera
conocido tal flagelo? ¿Hubiese propuesto un Estado confesional, como
los teólogos españoles de la Contrarreforma? ¿Hubiese propuesto la
existencia de una religión civil, como lo hizo Rousseau en la segunda
mitad del siglo XVIII? ¿Hubiese propuesto la tesis de la neutralidad del
Estado, como lo hizo el liberalismo de la segunda mitad del siglo XIX?
Finalmente, cabe preguntarse cuáles son, actualmente, los sucedá-
neos de la religión, es decir, qué creencias colectivas tienen el estatus
de artículos de fe incuestionables y evidentes en sí mismos: ¿las ideolo-
gías32, los mitos políticos33 —como el de la igualdad, el de los derechos
humanos, el del mercado, el de la justicia, entre otros— o, simplemente,
el demoteísmo? O, por el contrario, ¿la sociedad actual permanece en
un cómodo estado de oquedad espiritual, que algunos llaman desen-
canto y otros nihilismo, y no requiere de ningún fundamento religioso?
Bibliografía
32
Augusto Merino, El concepto de ideología (Santiago: Editorial Universitaria,
1987), 64-70.
33
Manuel García-Pelayo, Los mitos políticos (Madrid: Editorial Alianza, Ma-
drid, 1981), 11-37.
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