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Diego Sazo Muñoz • Editor

La revolución de
maquiavelo
El Príncipe 500 años después
Diego Sazo Muñoz
(editor)

La Revolución
de Maquiavelo
El Príncipe 500 años después
320.01 Sazo Muñoz, Diego
S La revolución de Maquiavelo. El Príncipe 500
años después / Editor: Diego Sazo Muñoz. – – Santia-
go : CAIP - UAI - RIL editores, 2013.

328 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-956-01-0038-2

  1 machiavelli, niccoló, 1469-1527-contribucio-


nes en ciencias políticas. 2. Filosofía política.
3. Ciencias políticas

La revolución de Maquiavelo.
El Príncipe 500 años después
Primera edición: noviembre de 2013

© Diego Sazo Muñoz, 2013


Registro de Propiedad Intelectual
Nº 235.179

© RIL® editores, 2013


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Impreso en Chile • Printed in Chile

ISBN 978-956-01-0038-2

Derechos reservados
Índice

Nota del editor..................................................................................... 11

Agradecimientos................................................................................... 19

Introducción

Moderno y polémico: Maquiavelo 500 años después........................... 21


Diego Sazo Muñoz

Capítulo I. Poder y política

La previsión del futuro en Maquiavelo................................................. 51


Óscar Godoy Arcaya

Republicanismo, realismo y economía política en El Príncipe.............. 73


Leonidas Montes Lira

Maquiavelo y la república. Notas críticas............................................. 93


Daniel Mansuy

Maquiavelo: ¿Filosofía versus Historia?............................................. 117


Gonzalo Bustamante

Las tres fortunas de El Príncipe.......................................................... 143


Miguel Saralegui

Capítulo II. Ética

La ética política de Maquiavelo: Gloria, poder y los usos del mal...... 165
Tomás A. Chuaqui

Maquiavelo y la ética de la responsabilidad política........................... 201


Carlos E. Miranda

Capítulo III. Religión

A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo............... 213


Luis R. Oro Tapia
Maquiavelo y la concepción republicana de providencia.................... 225
Miguel Vatter

Desafiando a la fortuna: Maquiavelo y el concepto de «milagro»...... 251


Ely Orrego Torres

Capítulo IV. Mitología y comedia

La wertud maquiaveliana. El príncipe como centauro........................ 269


Diego H. Rossello

La mandrágora: cómo el engaño triunfa sobre los engaños................ 287


Ernesto Rodríguez Serra

La finalidad de la comedia en Maquiavelo:


El ejemplo útil de la representación.................................................... 297
Sebastián Guerra Díaz

Sobre los autores................................................................................ 323


A propósito de los principados eclesiásticos
en Maquiavelo
Luis R. Oro Tapia
Universidad Central de Chile

No una cosa, todas las cosas que la tradición


atribuye a Judas Iscariote son falsas.
Borges, citando a De Quincey1

Maquiavelo suele ser considerado como un pensador inmoral, im-


pío e irreligioso2. Me parece que tal juicio si no es falso, por lo menos
requiere ser matizado. Maquiavelo dedica el capítulo XI de El Príncipe
al estudio de los principados eclesiásticos. Como se sabe, es el último
tipo de ordenación política que identifica en el citado libro. Estos, lo
único que tienen en común con los otros tipos de principados (heredi-
tarios, mixtos, nuevos y civiles) es el hecho que a ellos también se puede
acceder por virtud o por fortuna. Pero, a diferencia de todos los demás,
no requieren ni de la una ni de la otra para ser preservados. Esto con-
vierte a los principados eclesiásticos en algo sui generis.
Pero eso no es todo. Pues ellos tienen, además, otro rasgo que acen-
túa aún más su peculiaridad como lo es prescindir de la coacción física.
En ellos, por lo tanto, son innecesarias las buenas armas. Lo cual no
deja de ser contradictorio —habrá que ver, más adelante, si se trata
de una contradicción aparente o real—, especialmente si se tiene en
cuenta que en el capítulo XII consigna enfáticamente que «el principal
fundamento de todos los Estados, sean viejos, nuevos o mixtos, son las
buenas leyes y las buenas armas, [y] no puede haber buenas leyes donde
no hay buenas armas»3.


1
Jorge Luis Borges, «Las tres versiones de Judas», en Obras completas (Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 2011), Tomo I, 813-817.

2
Existe una vasta tradición que no escatima en adjetivos para condenar la obra
de Maquiavelo. Ella se inicia en el último cuarto del siglo XVI y se extiende
hasta mediados del siglo XX. Al respecto véase, a modo de ejemplo, el trabajo
de Javier Peña Echeverría, titulado La razón de Estado en España. Siglos XVI-
XVII (Madrid: Editorial Tecnos, 1998) y el influyente libro de Leo Strauss,
titulado Meditación sobre Maquiavelo (Madrid: Centro de Estudios Políticos
y Constitucionales, 1964).

3
Nicolás Maquiavelo, El Príncipe (Madrid: Editorial Tecnos, 1993), XII, 47-48.

213
Luis R. Oro Tapia

Por cierto, los principados eclesiásticos son los únicos, según Ma-
quiavelo, que carecen de medios de defensa. No obstante, en ellos im-
pera la seguridad, el orden e incluso la felicidad. Palabra inusual, esta
última, en una obra como El Príncipe4. De hecho, es la única vez que
aparece en todo el libro.
Tales singularidades ameritan formularse las siguientes preguntas:
¿por qué los principados eclesiásticos son los únicos sicuri e felici5, es
decir, seguros y felices?, ¿por qué en ellos no imperan los latrocinios,
aunque el príncipe desatienda el gobierno de los súbditos?, ¿por qué
solo en ellos los súbditos desestiman la posibilidad de la sedición? En
definitiva, ¿qué función cumple la religión en el pensamiento politoló-
gico de Maquiavelo?
Responderé las preguntas en orden inverso al que están planteadas.
Los elementos para esbozar las respuestas no se encuentran en El Prín-
cipe, pero sí en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio6.
Por lo tanto, apelaré a ellos para responderlas.

El rol de la religión en Maquiavelo

En los Discursos encontramos un elogio a la religión. No existe cosa


más importante para el buen vivir, para la buena marcha de los asun-
tos humanos, que la religión. A Maquiavelo no le interesa la religión en
sí misma, como al teólogo, sino que sus efectos prácticos, en cuanto la
concibe como un «arma» sutilísima de dominación; de control de las
conciencias, actitudes y conductas concretas. Para él, la religión, debido a
que es la quintaesencia del poder, está íntimamente asociada a la política
y al arte de la guerra. Por eso, según el florentino:

4
Para un comentario a El Príncipe, véase el trabajo de Carlos Miranda y Luis
Oro Tapia, titulado Para leer El Príncipe de Maquiavelo (Santiago: RIL Edi-
tores, 2001). Para un comentario a los Discursos sobre la primera década
de Tito Livio, véase el trabajo de Harvey Mansfield, titulado Maquiavelo y
los principios de la política moderna (México: Fondo de Cultura Económica,
1993). Para una visión general del pensamiento de Maquiavelo, revísense las
monografías de Claude Lefort, Maquiavelo: la invención de lo político (Ma-
drid: Editorial Trotta, 2010), José Sánchez-Parga, Poder y política en Maquia-
velo (Rosario: Editorial Homo Sapiens, 2005) y Quentin Skinner, Maquiavelo
(Madrid: Alianza Editorial, 2008).
5
Niccolò Machiavelli, Il Principe (Torino: Einaudi Editore, 1995), XI, 74.
6
De esta obra usaré dos ediciones a fin de que el lector pueda seguir mi argu-
mentación con la que tenga a su disposición: la de editorial Losada (Buenos
Aires, 2003, traducción de Roberto Raschella) y la de Alianza Editorial (Ma-
drid, 2005, traducción de Ana Martínez Arancón).

214
A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo

De entre todos los hombres dignos de elogio, los que más


alabanzas merecen son los que han sido cabezas y fundado-
res de religiones. Inmediatamente después los que han funda-
do repúblicas o reinos. Después de éstos son celebrados los
que, puestos a la cabeza de los ejércitos, han ampliado sus
dominios o los de su patria7.

Como el lector podrá advertir, el párrafo transcrito da cuenta de


un escalafón en el reparto de los honores, atendiendo a la importancia
que estos tienen para el orden sociopolítico. En un lugar preeminente
se encuentra la religión. ¿Por qué? Debido a que la religión es el fun-
damento y la argamasa de las agrupaciones humanas. Esas son sus dos
funciones primordiales.
Para Maquiavelo, la religión es el fundamento del orden, porque
ella constituye la base —es decir, el cimiento y radier— que brinda es-
tabilidad al orden sociopolítico, especialmente a los de reciente instau-
ración. Ello se explica porque lo sacro tiene pretensiones de eternidad.
Por tal motivo, se afana en perpetuarse en el tiempo y es, precisamente,
el ansia de eternidad lo que lo torna más resistente a la corrosión, re-
tardando así la ineludible corrupción.
El temor a profanar lo sacro —es decir, la piedad— inhibe los com-
portamientos que transgreden los preceptos religiosos (que son, a fin
de cuentas, preceptos morales), debido al miedo que suscita el castigo
divino. Así, el temor a la divinidad es más eficaz, por lo menos en una
comunidad de creyentes, que el temor al castigo de las leyes civiles.
Dicho de otro modo, en tales agrupaciones es más grande el temor al
castigo de Dios que a la sanción del príncipe. Esto es lo que garantiza
el apego a las normas que tienen un fundamento religioso, ya sea en los
individuos o en las instituciones.
¿Por qué es argamasa? La religión, entendida como la cosa que
liga, otorga cohesión a la estructura social. Así, ella aparece como el
mejor antídoto contra el atomismo individualista y, por consiguiente,
contra la corrupción del cuerpo político. Por tales motivos, Maquiavelo
no vacila en calificar como «infames y detestables a los hombres que
destruyen las religiones»8. Desde esta perspectiva, el orden social que
está engastado en una matriz religiosa es más virtuoso, más estable y
menos violento —desde el punto de vista físico— que un orden que está
asentado sobre bases puramente inmanentes o profanas. Por eso, en los

Maquiavelo, Discursos, I, 10 (Losada, 84; Alianza, 63).


7

Maquiavelo, Discursos, I, 10 (Losada, 84; Alianza, 63).


8

215
Luis R. Oro Tapia

principados eclesiásticos no imperan los latrocinios, aunque su príncipe


no los gobierne.
Además, la religión cumple otras dos funciones menores, pero no
menos importantes. En primer lugar, contribuye a disciplinar la agre-
sividad. De esta manera, coadyuva, por una parte, a canalizar la hos-
tilidad hacia entidades que están fuera de la agrupación política y, por
otra, a que las relaciones entre los individuos —al interior del gru-
po— imperen ciertas pautas mínimas del buen trato civilizatorio. Tal
función queda de manifiesto cuando Maquiavelo consigna que Numa
Pompilio, el sucesor de Rómulo, encontró «un pueblo ferocísimo, y
queriendo reducirlo a la obediencia civil con artes pacíficas, recurrió a
la religión como elemento imprescindible para mantener la vida civil, y
la constituyó de modo que, por muchos siglos, en ninguna parte había
tanto temor a Dios como en aquella república, lo que facilitó cualquier
empresa que el senado o los grandes hombres de Roma planearan lle-
var a cabo»9.
Otra función que la religión cumple en Maquiavelo es la de sofo-
car conflictos al interior del grupo, sin que los ciudadanos se vean en
la obligación de recurrir a las leyes civiles (vale decir, a los juzgados,
cortes o tribunales) para zanjar sus diferendos. En una comunidad de
creyentes —ya sea pagana o cristiana—, los ciudadanos «temen más
romper un juramento que la ley, como quien estima más el poder de
Dios que el de los hombres»10. Por cierto, los compromisos que se rea-
lizan ante la divinidad para garantizar la ejecución de un acto o, por el
contrario, para abstenerse de llevar a cabo una acción, tienen un mayor
grado de compulsión intrapsíquica. Por tanto, de eficacia instigadora
para dar cumplimiento a la palabra empeñada, especialmente si se les
compara con las promesas que se efectúan ante una instancia puramen-
te civil o, si se quiere, humana, temporal o cismundana.
Así, la religión sirve para lograr «la obediencia civil»11 sin necesi-
dad de recurrir a la coacción física y es, por consiguiente, «un elemento
imprescindible para mantener»12 la paz social y el orden político. Por
eso, los principados eclesiásticos no requieren de buenas armas, ni para
mantener el orden interno, ni para conjurar el fantasma de las sedi-
ciones. En efecto, en una sociedad en la que existe el temor a Dios, los

9
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 88; Alianza, 67).
10
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 88; Alianza, 67).
11
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 88; Alianza, 67).
12
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 88; Alianza, 67).

216
A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo

hombres temen más transgredir los preceptos religiosos que los manda-
tos que emanan de las leyes civiles.
En conclusión, la religión es un elemento indispensable para ins-
taurar y preservar un orden sociopolítico y, por ende, una moralidad
privada y pública. Asimismo es un instrumento de dominación eficaz
—pero solo en el supuesto de que se cumpla la condición de que exis-
ta un sustrato de creencias compartidas— «para mandar los ejércitos,
para confortar la plebe, mantener en su estado a los hombres buenos y
avergonzar a los malos»13. En consecuencia, «la observancia del culto
divino es causa de la grandeza de las repúblicas, así como el desprecio
es causa de ruina»14.
¿A quién otorga Maquiavelo mayor importancia: a los que institu-
yen un orden político o a los que instituyen una religión? El florentino
otorga mayor valía a los fundadores de religiones que a aquellos que
han fundado reinos o repúblicas. En el caso concreto de Roma, por
ejemplo, sostiene que «si se disputase acerca de a qué príncipe debía
sentirse Roma más agradecida, Rómulo o Numa, creo de buen grado
que Numa obtendría el primer puesto»15. Este último instituyó formas
religiosas, jurídicas y políticas que permitieron aplacar, disciplinar y
pacificar las ásperas relaciones que mantenían, entre sí, los primeros
moradores de Roma16.
Además, Maquiavelo sostiene que «donde falta el temor a Dios es
preciso que el reino se arruine o que sea sostenido por el temor a un
príncipe que supla la falta de religión»17. Así, la religión incrementa
las probabilidades de que el orden instituido por ella persista en el
tiempo o que, por lo menos, sobreviva a su fundador. Dicho de otro
modo, dado que «los príncipes son de corta vida, el reino acabará en
seguida en cuanto falte su fuerza. De lo que se deduce que los reinos
que dependen de la virtud de uno solo son poco duraderos, porque la
virtud acaba cuando acaba su vida»18. De aquí se desprende la idea que
Maquiavelo aboga por un pathos religioso que engendre y, simultánea-
mente, garantice una institucionalidad estable.

13
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 89; Alianza, 68).
14
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 90; Alianza, 70).
15
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 89; Alianza, 68).
16
Cf. Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación (Madrid: Editorial Gre-
dos, 1990), libro I, capítulos XVIII-XXI, 194-201. Cf. Plutarco, Vidas parale-
las, Vida de Numa (Madrid: Editorial Gredos, 2000), tomo I, capítulos VIII-
XX, 356-382.
17
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 90; Alianza, 70).
18
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 90; Alianza, 70).

217
Luis R. Oro Tapia

Por cierto, a Maquiavelo le preocupa la volatilidad de las ordena-


ciones políticas. Según él, estas serán más frágiles y perecederas en la
medida en que pendan de modo exclusivo de un individuo excepcional-
mente prudente. La virtud política es una cualidad que le es dada a muy
pocos y, además, no siempre se hereda. El progenitor, en efecto, nunca o
casi nunca logra transmitírsela de manera mecánica a su descendencia.
Por tal motivo, sostiene Maquiavelo que la virtud «raras veces acaece
que se renueve en un sucesor»19. Vistas así las cosas, un Estado no solo
requiere de un príncipe virtuoso y de buenas armas y buenas leyes,
puesto que, en última instancia, ni las unas ni las otras son suficientes,
en la eventualidad de que ellas carezcan del sustento que les otorga la
religión. Así, la causa última de la estabilidad y sobrevivencia del or-
den político, no son las buenas armas ni las buenas leyes, sino que la
religión. En consecuencia, las buenas armas son un requisito necesario,
pero no suficiente para construir un orden duradero.
Esta prelación de la religión, por sobre las armas, queda de mani-
fiesto en la siguiente afirmación de Maquiavelo: «Donde hay religión,
fácilmente se pueden introducir las armas, pero donde existen las armas
y no la religión, con dificultad se puede introducir ésta»20. La religión
es un elemento indispensable que coadyuva a disciplinar las milicias
—ya sea para inhibir el uso indebido de la violencia o para incentivar
la obediencia a los jefes castrenses—, pues no basta con el temor al
castigo de las leyes civiles. Por eso, los antiguos, explica Maquiavelo,
«añadían el temor a la autoridad de Dios, y con gran solemnidad obli-
gaban a sus soldados a jurar respeto a la disciplina militar para que, si
la transgredían, no sólo hubieran de temer a la ley y a los hombres, sino
también a Dios»21. Por tal motivo, «procuraban por todos los medios
inculcarles sentimientos religiosos»22 a los milicianos.

Del escepticismo religioso a la anemia política

Si un Estado quiere mantenerse sano debe preservar, por sobre to-


das las cosas, incorruptas sus ceremonias religiosas. Para el florentino,
el mayor indicador de delicuescencia de una ordenación política es el
adoptar una actitud condescendiente con aquellos que menosprecian

19
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 90; Alianza, 70).
20
Maquiavelo, Discursos, I, 11 (Losada, 89; Alianza, 68-69).
21
Maquiavelo, Del arte de la guerra (Madrid: Editorial Tecnos, 2000), libro VI,
160 (parlamento de Fabrizio).
22
Maquiavelo, Del arte de la guerra, 160.

218
A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo

la religiosidad. Porque donde se extingue el temor a Dios el orden po-


lítico se encamina hacia su disolución, a no ser que su integridad sea
sostenida por la espada de un príncipe que supla la falta de religión.
Pero como los príncipes son de corta vida, el reino igualmente sucum-
birá una vez que desaparezca la fuerza de la espada que lo mantiene
unido. Por eso, la observancia del culto divino es causa de la grandeza
de una ordenación política y su desprecio motivo de ruina. Entonces,
si se quiere prevenir la decadencia política es indispensable identificar
la causa principal del desprestigio de las creencias religiosas, pues su
descrédito es el que conduce al escepticismo y este, finalmente, conlleva
a la irreligiosidad y a la descomposición del cuerpo político.
Los que interpretan los designios de la divinidad —es decir, los
adivinos o exégetas, según corresponda, que están al servicio de los
poderosos— deben tener el buen cuidado de encubrir astuta y eficaz-
mente los intereses que el mensaje «revelado» desea proteger, lesionar
o promover. Si queda al descubierto la interpretación fraudulenta del
presagio, la consecuencia inevitable será el escepticismo. Especialmente
entre quienes deben asumir el mayor costo (ya sea en vidas humanas o
bienes materiales) de los sacrificios que se deben efectuar para dar cum-
plimiento a los designios de la divinidad. El escepticismo que, en prime-
ra instancia, puede minar la fe de un pequeño grupo puede devenir en
una incredulidad generalizada, en la eventualidad de que los embustes
se repitan y que estos queden al descubierto de manera paladina. En la
Antigüedad clásica, por ejemplo, cuando los oráculos comenzaron a
hablar a «gusto de los poderosos, y su falsedad fue descubierta por el
pueblo, los hombres se volvieron incrédulos y apropiados para destruir
cualquier orden bueno»23. Así, el descreimiento tiene por consecuencia
la licuación del fundamento último del orden sociopolítico. Consecuen-
cia atroz para un pensador como Maquiavelo que teme al desgobierno.
Por tal motivo, prefiere cualquier tipo de orden, siempre y cuando este
sustituya al desorden.
Queda claro, entonces, que cuando los poderosos hacen hablar
la divinidad atendiendo exclusivamente a sus propios intereses, sin el
debido disimulo, no solo obran de forma chapucera —como un mal
ventrílocuo—, sino que además de modo irresponsable por las conse-
cuencias que tal desprolijidad conlleva. Como sabemos, desde que lo
insinuaron Trasímaco y Tucídides hace veinticinco siglos, los poderosos
consideran honroso lo que les gusta y justo lo que les conviene. Obvia-

Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 92; Alianza, 72).


23

219
Luis R. Oro Tapia

mente que para que sus intereses aparezcan como ajenos a toda conve-
niencia espuria, estos se deben imputar, capciosamente, a la voluntad
de la divinidad. Por ello, es importante ocultar el origen humano de los
designios divinos, a fin de mantener intacta la argamasa que preserva
la cohesión social, la unidad y la paz del cuerpo político. Por tales mo-
tivos, «los que estén a la cabeza de una república o de un reino deben,
pues, mantener las bases de su religión, y hecho esto, les será fácil man-
tener el país religioso y, por tanto, bueno y unido»24.
Pero las consecuencias deleznables que la irreligiosidad tiene para
el orden político no las circunscribe exclusivamente a la Antigüedad
clásica. En efecto, también las hace extensivas a su propio tiempo y a
su propio país. Por eso, analiza el rol de la Curia Romana en la política
italiana.
La evaluación que el florentino realiza de la Corte Pontificia es ne-
gativa. Para Maquiavelo, la Iglesia ha sido infiel a las enseñanzas de
Jesús al intervenir en la política italiana de su tiempo como un ac-
tor político más. Si ella se hubiese mantenido fiel a las palabras de su
fundador, entre los hombres imperaría la fraternidad. Por tal motivo,
sostiene que «si en los comienzos de la república cristiana se hubiera
mantenido [el principio] según las constituyera su dador, las repúblicas
y los estados cristianos serían más unidos y estarían mucho más felices
de lo que lo están […]. Y quien considere sus fundamentos y viera el
presente uso tan distinto de ellos, juzgará sin duda que se acerca la
ruina o el castigo divino»25.
Dicho de otro modo: la Iglesia traicionó a su fundador al empu-
ñar la espada del César e involucrarse en conflictos políticos dema-
siado terrenales. Pero Maquiavelo, probablemente, hubiese excusado
esa traición, si la Iglesia hubiese realizado exitosamente la labor que le
corresponde al poder político. Pero no fue así. De hecho, ella —según
el florentino— es uno de los principales obstáculos para unificar políti-
camente la Península. Así, la evidente traición al principio fundante, al
igual que el cinismo de la Curia Romana en su actuación mundana, ha
tornado a los italianos malos e incrédulos. Por eso, sostiene Maquiave-
lo que «con la Iglesia y los sacerdotes, nosotros los italianos tenemos,
entonces, esta primera deuda: habernos vueltos irreligiosos y malos.
Pero aún tenemos otra mayor, segunda causa de nuestra ruina, y es que
la Iglesia ha tenido y tiene a este país dividido»26.

24
Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 93; Alianza, 72).
25
Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 93; Alianza, 72).
26
Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 93; Alianza, 73).

220
A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo

Para Maquiavelo, como ya he señalado, existe una directa relación


entre la irreligiosidad y la ruina política. Italia no es la excepción al
respecto. Por eso constata que su país, a causa de los malos ejemplos de
la corte papal, «ha perdido toda devoción y toda religión y, así, se pro-
ducen infinitos inconvenientes e infinitos desórdenes porque, así como
donde hay religión se presupone todo bien, allí donde falta se presupo-
ne todo lo contrario»27. En conclusión, la causa última de los males que
aquejan a Italia es la Iglesia, puesto que la religión es el fundamento
último de todo orden político. Ello es tan evidente para Maquiavelo
que llega a sostener que mientras más cercanos están los pueblos de
la Corte Romana «son menos religiosos»28 y, por consiguiente, más
ruines, proclives a delinquir y a entrar en guerras, incluso con aquellos
que tienen el monopolio de la interpretación de las sagradas escrituras
y del culto divino.
La decadencia del poder espiritual del Papado, para Maquiavelo,
es evidente. Así, por ejemplo, durante la Guerra de los Ocho Santos
(1375-1378), conflicto que enfrentó a los Estados Pontificios con la
República de Florencia, si el Papado hubiese mantenido su poder es-
piritual inmaculado e incólume, la amenaza de excomunión sobre el
pueblo florentino hubiese surtido efecto, pero como este ya descreía de
la autoridad de los pontífices no tuvo el resultado esperado. Por eso,
el decreto de excomunión del papa Gregorio XI no intimidó a los flo-
rentinos, quienes a pesar de la excomunión, siguieron en pie de guerra
contra el papado, porque antepusieron «los intereses de la patria por
encima de los intereses de sus almas»29, lo que constituye un síntoma
de cuán debilitadas estaban sus creencias no en Dios, sino que en el pa-
pado30. Si los florentinos no creyeran en Dios, como quedó demostrado
125 años después, no hubiesen seguido a fray Girolamo Savonarola, a
quien —dicho sea de paso— Maquiavelo le desliza un discreto elogio.

27
Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 93; Alianza, 73).
28
Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 93; Alianza, 73).
29
Nicolás Maquiavelo, Historia de Florencia (Madrid: Editorial Tecnos, 2009),
libro III, capítulo VII, 151.
30
Cf. Joseph Lortz, Historia de la Iglesia en la perspectiva de la historia del
pensamiento (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1982), tomo I, 498-500. Cf.
Bernardino Llorca y Ricardo García Villoslada, Historia de la Iglesia Católica
(Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2005), tomo III, 169-172.

221
Luis R. Oro Tapia

Consideraciones finales

Maquiavelo no realiza ninguna consideración sobre la veracidad


de las creencias religiosas. A él no le interesa que sean verdaderas o
falsas, pero sí verosímiles. De hecho, el tratamiento que él efectúa de la
religión es puramente instrumental, en cuanto le interesa solo la fun-
ción que ella cumple en las ordenaciones sociopolíticas. Para él todas
las creencias religiosas son buenas, en el entendido que contribuyen a
moralizar y ordenar la sociedad. Así, la función última de la religión es
metapolítica. Por eso, las élites «deben favorecer y acrecentar todas las
cosas que sean beneficiosas para ella [la religión], aunque se juzguen
falsas»31. Dicho de otro modo, lo importante es que las creencias reli-
giosas sean útiles, no que sean verdaderas.
Para Maquiavelo el orden político más excelso es aquel que se
mantiene sin necesidad de recurrir a la coacción física. Dicho recurso
es innecesario cuando los individuos han internalizado en lo profundo
de su conciencia el temor al castigo divino. Tal castigo (que es, por
naturaleza, intangible y suprasensible) se torna efectivo cuando son
transgredidos los preceptos religiosos, es decir, las normas morales sa-
cralizadas. Por eso, los principados eclesiásticos no requieren de buenas
armas. En ellos, en efecto, la observancia de las normas se verifica con
algo que es más eficaz que la mera fuerza física, a saber: con el miedo
al castigo eterno, con el temor a la ira del Todopoderoso o, si se quiere,
con el pavor que suscita el azote intangible de la divinidad. Así, en la
eventualidad de que exista efectivamente una comunidad de creyentes,
los principados eclesiásticos son los únicos sicuri e felici. Aunque es
una seguridad y una felicidad que, paradójicamente, está enraizada en
el temor a Dios.
Cuando las creencias religiosas comienzan a decolorarse, las nor-
mas morales, que antes estaban revestidas de sacralidad, son reempla-
zadas por las leyes civiles y estas para su cabal cumplimiento requieren
de las buenas armas. Por eso no puede haber buenas leyes donde no hay
buenas armas, ya que una ley es buena en la medida en que se cumple
plenamente.
Pero cuando el dispositivo legal deja de funcionar, es decir, cuando
las instituciones no son respetadas, sobreviene el más deplorable de
todos los escenarios: el del desgobierno, el desorden y los latrocinios.
Una situación así únicamente puede ser superada recurriendo al uso del

Maquiavelo, Discursos, I, 12 (Losada, 92; Alianza, 72).


31

222
A propósito de los principados eclesiásticos en Maquiavelo

poder desnudo, por lo tanto, ella solo se puede zanjar y remediar usan-
do la espada del príncipe. Él tiene que aplicar la violencia para terminar
con la violencia, como lo hizo César Borgia en la Romaña.
En síntesis, para Maquiavelo el orden perfecto es aquel que para
funcionar requiere sólo del temor a la divinidad. Después le sigue un
orden menos perfecto; que es aquel que requiere de buenas leyes y bue-
nas armas. Finalmente, sobreviene el desorden y este solo puede ser
superado empleando la espada del príncipe.
Maquiavelo murió en 1527, casi medio siglo antes que el flagelo
de las guerras de religión azotara a Europa. Al respecto, cabe hacer-
se algunas preguntas contrafactuales. ¿Qué tratamiento hubiese dado
Maquiavelo a la relación existente entre religión y política si hubiera
conocido tal flagelo? ¿Hubiese propuesto un Estado confesional, como
los teólogos españoles de la Contrarreforma? ¿Hubiese propuesto la
existencia de una religión civil, como lo hizo Rousseau en la segunda
mitad del siglo XVIII? ¿Hubiese propuesto la tesis de la neutralidad del
Estado, como lo hizo el liberalismo de la segunda mitad del siglo XIX?
Finalmente, cabe preguntarse cuáles son, actualmente, los sucedá-
neos de la religión, es decir, qué creencias colectivas tienen el estatus
de artículos de fe incuestionables y evidentes en sí mismos: ¿las ideolo-
gías32, los mitos políticos33 —como el de la igualdad, el de los derechos
humanos, el del mercado, el de la justicia, entre otros— o, simplemente,
el demoteísmo? O, por el contrario, ¿la sociedad actual permanece en
un cómodo estado de oquedad espiritual, que algunos llaman desen-
canto y otros nihilismo, y no requiere de ningún fundamento religioso?

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32
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33
Manuel García-Pelayo, Los mitos políticos (Madrid: Editorial Alianza, Ma-
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224
L a lucha por la interpretación de Maquiavelo sigue vi-
maquiavelo
El Príncipe 500 años después
La revolución de

gente. Como afirmó alguna vez Isaiah Berlin, existen


al menos veinte lecturas disímiles sobre su pensamiento,
número que continúa creciendo al conmemorarse 500
años de su obra más reconocida. Hay quienes lo consi-
deran un científico de la política, otros un promotor del
republicanismo, algunos un defensor del pueblo o, por
el contrario, simplemente un despreciable consejero de
tiranos. La mayor fuente de polémicas la concita El Prín-
cipe, opúsculo que compuso en la amargura de su exilio
(1513) y que desató una crítica visceral que se extiende
hasta nuestros días.
¿Cuál es la importancia de El Príncipe? ¿Qué explica
que sea uno de los libros más leídos en la historia de la
teoría política? En sus líneas Maquiavelo navegó contra
la corriente: liberó a la política de la metafísica tradicio-
nal y prefiguró los contornos de lo que hoy llamamos
Estado, de carácter soberano y secular. Con ello abrió las
puertas de la modernidad política. Su método también
fue revolucionario, pues emprendió un original retorno
a los clásicos, resignificando los conceptos de libertad,
república, virtud y fortuna.
Este libro expone y confronta ideas heterodoxas so-
bre diversas dimensiones del pensamiento de Maquiave-
lo, entregando luces y nuevas aproximaciones acerca del
legado de uno de los autores políticos más importantes
en la historia moderna de Occidente.

Escriben

Gonzalo Bustamante · Tomás Chuaqui · Óscar Godoy


Sebastián Guerra · Daniel Mansuy · Carlos Miranda
Leonidas Montes · Luis Oro · Ely Orrego
Ernesto Rodríguez · Diego Rossello
Miguel Saralegui · Diego Sazo · Miguel Vatter

ISBN 978-956-01-0038-2

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